Tanizaki: "El Elogio de La Sombra"
Tanizaki: "El Elogio de La Sombra"
Iván R. Méndez
Los hispanoamericanos podemos leer por primera vez traducido del japonés este
originalísimo ensayo del japonés Junichiro Tanizaki (1886-1965). “El elogio de la sombra”,
traducida por el doctor Ryukichi Terao https://es.wikipedia.org/wiki/Ryukichi_Terao ,
cuenta con la colaboración y un epílogo que la contextualiza del escritor Ednodio
Quintero. La edición, finamente cuidada, corre por bid & co. editor , que ya cuenta con
varios títulos japoneses en su retador catálogo.
Estas páginas no requieren aplausos ni mayores referencias para sentarse a nuestro lado
y conversarnos sobre la preocupación de un hombre ante las mudanzas del “ser” de su
país. Confieso que me atrapó desde las primeras líneas, cuando nos habla de cómo
afectan las instalaciones de electricidad, agua y gas a una vivienda tradicional japonesa.
También nos menciona las artimañas para esconder el teléfono e incluso la estufa
eléctrica (que oculta dentro del horno), pero no hay manera que acepte la intromisión del
ventilador en esas instancias. El retrete japonés, rodeado de naturaleza, la disposición de
los tatamis y biombos, son otros elementos entretejidos en el discurso del cual no escapa
una comparación entre el teatro Nô versus el Kabuki.
”Se habría abierto un horizonte cultural inédito si se hubiera dado entre nosotros un
impulso original hacia los inventos prácticos, que desde luego habrían ejercido una fuerte
influencia en amplios sectores”.
La sombra
Tanizaki alerta sobre el peligro de las maneras occidentales: amantes de lo brillante
(contra la cultura de lo opaco, de esa intimidad de mugre que representa la pátina) y de
las intensas iluminaciones con su batallón de bombillos que generan calor y le roban la
sombra a todos los espacios. Incluso en el papel occidental (“un rudimentario objeto de
uso práctico”) encuentra el autor una pérdida, el japonés tiene una textura inefable y un
registro de blancos que “absorbe con la suavidad de la primera nevada”. El cristal de
cuarzo de Koshu tiene majestuosidad por las leves brumas que no perjudican su
transparencia (versus el limpísimo cristal de roca que empezaba a llegar desde Chile )…
Pero es en la arquitectura (en los techos, por ejemplo) donde la avanzada de la luz se lleva
las sombras tan afines a lo japonés.
“Quizá a los antiguos japoneses no les quedaba otra alternativa que conformarse con la
penumbra aunque prefirieran tener habitaciones luminosas. Sin embargo, la estética se
cultiva siempre en la vida cotidiana: nuestros ancestros, acostumbrados a vivir en espacios
oscuros, fueron descubriendo poco a poco la belleza de las sombras y comenzaron a
utilizarla con propósitos estéticos. De hecho, la belleza de los salones japoneses no
consiste en otra cosa que en la gradación de las sombras (…) la genialidad de nuestros
ancestros se revela en la división estratégica del vacío capaz de propiciar la espontánea
formación de sombras que transforman el lugar en un ambiente espectral, procedimiento
este mucho más eficiente que cualquier pintura mural o adorno decorativo”.
La sombra está en el ADN de las mujeres “ya que su piel, por más blanca que pudiera ser,
siempre está teñida de sombras tenues”, por eso se empolvan de blanco las partes
expuestas, pero no lograr borrar el “tono oscuro sedimentado en el fondo de su piel”…
Asevera con acidez, “lamento decir lo desagradable que resulta encontrar una japonesa
en un grupo de mujeres occidentales, pues destaca de tal manera como una mancha de
tinta sobre un papel blanco”… Tal vez por eso los ancestros “delimitaron las zonas
luminosas por los cuatro costados para crear un espacio de sombras y encerrar a la mujer
en la más profunda oscuridad con el propósito de admirar su blancura en todo su
esplendor”.
Sobre el escritor
Tanizaki publica su primera novela a los 24 años (”El tatuador”) y debutó con temas tan
dispares como la sensualidad, la belleza, la moda, los vestidos, los peinados, la culinaria…
hasta 1923, cuando un gran terremoto destruyó Tokio y Yokohama, entonces se muda a
Kansai, una región muy tradicional que marcará un alejamiento del cosmopolitismo hacia
las raíces de lo japonés. “Nieve tenue” y “Hay quien prefiere las ortigas” son dos valiosas
obras de este período. Al alcanzar su séptima década de vida empieza a publicar novelas
eróticas. En 1949 recibió el Premio Imperial.