Feinmann, Racionalidad e Irracionalidad en El Facundo

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 31

QUINTO ESTUDIO

Racionalidad e irracionalidad
en Facundo

METODOLOGÍA
Entre la exaltación de los liberales y la anatema
de los revisionistas, suele perderse Facundo. Aqué-
llos, invocando razones de seriedad académica,
gustan dedicarse al estudio de las llamadas “co-
rrientes de influencia” (iluminismo, romanticismo,
historicismo) o al análisis de ciertas constantes del
texto (abuso de pronombres enclíticos, por ejem-
plo). Claro está que como se trata de Facundo, libro
político y militante si los hay, no pueden sino intro-
ducirse en un mundo que tratan siempre de evitar:
el de la historia y la política. Una vez allí, con ejem-
plar escolaridad, repiten las verdades del maestro:
la Civilización y la Barbarie, el caudillismo feudal,
la educación del soberano. Incapacitados para tras-
cender la perspectiva política que propone el texto,
miran siempre a Sarmiento con la mirada de Sar-
miento, lo cual, finalmente, termina por aburrir.
Los revisionistas llevan a primer plano el enfo-
que político: miran a Sarmiento con la mirada de
Quiroga. Un gran punto de partida, sin duda, pero
solamente eso. La mayoría, salvo destacadas excep-

223
ciones, ha permanecido allí, sometiéndose de este
modo a las limitaciones de un abstracto politicis-
mo. La ausencia de un análisis totalizador del texto
produjo en alguno de ellos un error ejemplar: la
pretensión de estudiar críticamente a Sarmiento
con la misma metodología que éste empleó para es-
tudiar críticamente a Quiroga.
Por análisis totalizador entenderemos aquí la
puesta en evidencia de las relaciones entre los ele-
mentos teóricos, estéticos y político–ideológicos de
la obra para extraer de ésta su más plena significa-
tividad. Realizaremos esta tarea a través de una es-
tructuración expresiva de ciertos textos que, si bien
puede extraerlos del inmediato contexto en que se
encuentran, terminará remitiéndolos siempre a
otra significatividad más abarcante y ordenadora:
la antinomia racionalidad–irracionalidad.

NATURALEZA E HISTORIA
La escena ya dura dos horas mortales: Facundo
Quiroga acaba de descubrir el miedo y desde lo alto
del árbol observa fascinado la mirada del tigre. To-
do parece indicar que se trata de la vieja lucha en-
tre el hombre y la naturaleza. Pero no es así. “Tam-
bién a él le llamaron tigre de los llanos, i no le
sentaba mal esta denominación, a fe. La frenolojía i
la anatomía comparada, han demostrado, en efec-
to, las relaciones que existen (...) entre la fisonomía
del hombre i la de algunos animales a quienes se
asemeja en su carácter.”1 Eran dos tigres los que
se enfrentaban. Comprobamos así que apenas apa-
rece Quiroga, Sarmiento lo sumerge de inmediato
en el mundo de la naturaleza. Será necesario pene-
trar ese universo, develar su lógica interna e inqui-

224
rir entonces por las causas profundas de las gue-
rras civiles argentinas. Son éstos los propósitos del
Facundo.
La obra comienza mostrando “al campesino ar-
jentino (...) tal cual lo ha formado la naturaleza i la
falta de verdadera sociedad en que vive” (pág. 67).
Este texto nos entrega dos de las tesis centrales del
Facundo: a) el gaucho es producto directo de su
medio, es naturaleza; b) vive en sociedad, lo cual
implica un orden; esta sociedad, sin embargo, no
es verdadera: para serlo, como veremos, necesita-
ría implicar otro tipo de orden. Analizaremos la pri-
mera proposición.
El tigre cebado, la víbora, la horda salvaje, todo
el violento mundo de acechanzas que rodea al gau-
cho imprime en él “cierta resignación estoica para
la muerte violenta, que hace de ella uno de los per-
cances inseparables de la vida” (pág. 30). Estos
hombres, en efecto, dan y reciben la muerte con in-
diferencia, ninguna tragedia deja en ellos “impre-
siones profundas i duraderas” (pág. 31). Ya se sa-
be: la naturaleza no es moral. Nada tiene que ver
un cataclismo con el dolor, el bien y el mal o la jus-
ticia.
Los arquetipos de gaucho que distingue Sar-
miento ejemplifican claramente esta primera tesis:
el gaucho es naturaleza y no espíritu. Si es poeta, lo
será por puro determinismo: “¡La soledad, el peli-
gro, el salvaje, la muerte!!! He aquí ya la poesía (...)
De aquí resulta que el pueblo arjentino es poeta
por carácter, por naturaleza” (pág. 49). La asom-
brosa eficacia del baqueano y el rastreador no reco-
noce fundamentos inteligibles. Sólo radica en iden-
tificarse más hondamente que nadie con el entorno
natural: “El Baqueano (...) está en todos los secre-
tos de la campaña” (pág. 56).

225
Pasemos ahora al análisis de la segunda propo-
sición. El gaucho vive en sociedad, afirma Sarmien-
to. Pero se trata de un tipo especial de sociedad:
una sociedad no verdadera. O mejor aún: una so-
ciedad desasociada. Veamos cómo es esto.
Uno de los rasgos salientes de la campaña ar-
gentina radica “en que la mano del hombre apenas
ha necesitado cortar algunos árboles i matorrales”
(pág. 34). Todo parece indicar que aquí “la natura-
leza salvaje dará la lei por mucho tiempo” (pág. 34).
De este modo, el hombre, como elemento creador,
está de más en este mundo. Y esto es decisivo: el
gaucho podrá enfrentarse cuanto quiera con la na-
turaleza, pero nunca podrá transformarla. Para con-
seguirlo, tendría que tomar distancias frente a ella,
superarla y acceder entonces a un orden radical-
mente opuesto. Pero esto no está dentro de sus po-
sibilidades.
¿Qué hace este hombre entonces? ¿En qué ocu-
pa su tiempo? Todo lo invita a la dispersión: desde
niño ha aprendido a andar a caballo y también esto
“es un nuevo estímulo para dejar la casa” (pág. 66).
“Hai necesidad, pues, de una sociedad ficticia para
remediar esta desasociación normal” (pág. 66).
Aparece la pulpería, “asamblea sin objeto público,
sin interés social” (pág. 67).
Pero la exultante vitalidad del gaucho, su irre-
frenable poder natural, es demasiado enorme para
confinarse en ámbito tan reducido. Resulta, así,
provechoso el estallido de la revolución de 1810:
“La vida pública que hasta entonces había faltado a
esta asociación (...) entró en todas las ventas, i el
movimiento revolucionario trajo al fin la asociación
bélica en la montonera provincial, hija lejítima de
la venta i de la estancia, enemiga de la ciudad i del
ejército patriota revolucionario” (pág. 72). Ya tenía
226
el gauchaje un motivo para dilapidar fuerzas. Es
cierto que la revolución “era solo interesante e inte-
lijible para las ciudades arjentinas, estraña y sin
prestigio para las campañas” (pág. 73). Pero igual
había en ella algo fascinante: “sustraerse a la auto-
ridad del rei, era agradable, por cuanto era sus-
traerse a la autoridad” (pág. 73). Si enumeramos
las posibilidades que la revolución otorgaba a los
gauchos (ejercitar sus fuerzas, sus disposiciones
guerreras, su odio a la autoridad), comprendere-
mos que no podían sino entregarse a ella con ar-
dor. Así nació la montonera, que no sólo enfrentó a
los realistas sino también a los patriotas: al viejo y
al nuevo orden. Pues enfrentarse al orden era su
destino. Y fue un caudillo, Artigas, el primero en
convertirla en su instrumento, “instrumento ciego,
pero lleno de vida, de instintos hostiles a la civiliza-
ción europea i a toda organización regular” (pág.
75). Instinto, vida, movimiento ciego, la montonera
es, sin duda, el elemento más violento y destructivo
que produce la naturaleza.
A esta sociedad desasociada, no verdadera, ficti-
cia, opone Sarmiento una sociedad asociada, ver-
dadera y real. Si la primera se encontraba en las
campañas, el lugar de la segunda estará en las ciu-
dades.
Lo primero que advertimos al penetrar en este
territorio es la vigencia de un determinismo hasta
ahora inédito. Es cierto que aquí también influye lo
geográfico, lo racial; que la Argentina, por su espe-
cial configuración, no podrá ser sino unitaria (pág.
137); que Buenos Aires le debe a su puerto todo su
poder. ¿Qué fue, sin embargo, lo que produjo la re-
volución de 1810? Sarmiento no deja dudas: “el
movimiento de las ideas europeas” (pág. 73). Es de-
cir: “Los libros, los acontecimientos, todo llevaba a

227
la América a asociarse a la impulsión que a la
Francia habian dado Norte-América i sus propios
escritores, a la España, la Francia i sus libros”
(pág. 73). Al determinismo mecánico e inerte de las
campañas se opone el determinismo cultural e histó-
rico de las ciudades.
Lo fundante en este proceso es la ciudad. Pues
si las ideas europeas son (a través de sus libros)
determinantes es porque hay una ciudad para reci-
birlas e interpretarlas. Es cierto que la ciudad se
realiza como tal sólo en la medida en que incorpora
esos elementos, pero este proceso necesita para su
despegue la existencia previa de una asociación
verdadera, humana y no natural: “no puede haber
progreso sin la posesión permanente del suelo, sin
la ciudad, que es la que desenvuelve la capacidad
industrial del hombre, i le permite estender sus ad-
quisiciones” (pág. 40). La vida de las ciudades se
da en el modo de la mediatez. El hombre de la cultu-
ra introduce a la ciudad entre él y la naturaleza.
Todo lo contrario ocurría con el gaucho. Carente
de una sociedad verdadera, de res pública, su rela-
ción con la naturaleza no puede ser sino inmediata.2
Para Sarmiento: “La vida de los campos arjentinos
(...) es un orden de cosas” (pág. 71, bast. nuestra).
Por eso era tan engañosa esa primera escena entre
Facundo y el tigre: el gaucho, sin la ciudad como
elemento mediador, sólo puede enfrentarse a la na-
turaleza como parte integrante de ella. Perderse
una y otra vez en esa silenciosa facticidad, jamás
trascender lo dado: he aquí su destino irreparable.
En las campañas, en efecto, “la fiera i el hombre se
disputan el dominio de la naturaleza” (pág. 90), “la
civilización es del todo irrealizable, la barbarie es
normal” (pág. 42). Epitafio: “La cultura del espírtu
es inútil e imposible” (pág. 69).
228
El hombre de la ciudad también lucha con la
naturaleza. Este hecho, sin embargo, lejos de iden-
tificarlo con el gaucho, nos revela no sólo sus dife-
rencias sino también sus oposiciones. Pasamos
aquí de un proceso natural a un proceso cultural,
de un orden de cosas a un orden de valores, de la
pasividad refleja a la actividad creadora. “¡Cerquen,
no sean bárbaros!”, tronaba Sarmiento.3 Admirable
poder de síntesis: ahí está todo. Dejar vacas sin
marcar, campos sin alambrar, eso es barbarie. La
misión del hombre, por el contrario, radica en intro-
ducir determinaciones en la naturaleza. Pues si pa-
ra Sarmiento, como para Hegel, la naturaleza es
exterioridad, todo consistirá en interiorizar (civili-
zar) esa exterioridad, alambrarla, poblarla, marcar-
la con los signos de lo humano.
Como vemos, Civilización y Barbarie es también
otra forma de expresar el enfrentamiento entre te-
leología (fin) y causalidad (ley). En resumen: si la
naturaleza existe abandonada al acaso, si es el
mundo de lo inerte, la tarea del hombre (que es ci-
vilizarse) radicará en alejarse cada vez más de lo
natural, desnaturalizándolo. La civilización, pues,
es lo racional porque responde a las ideas de orden
y valor. Y este orden debe ser universal, pues lo que
se realiza en él es, precisamente, un universal: el
Hombre. No es otra la justificación filosófica que
Facundo propone del expansionismo imperial euro-
peo. Volveremos sobre esto.

VIDA DE JUAN FACUNDO QUIROGA


Es conocida la predilección de Sarmiento por las
formas biográficas. Tenía sus motivos: lector de
Cousin, había tomado de éste la teoría hegeliana

229
del individuo histórico universal. Escribió: “un cau-
dillo que encabeza un gran movimiento social no es
más que el espejo en que se reflejan en dimensio-
nes colosales las creencias, las necesidades, preo-
cupaciones y hábitos de una nación en una época
dada de su historia” (pág. 20). Por eso nos va a
contar la vida de Quiroga. Volvamos, pues, al co-
mienzo.
Aún lo tenemos a Facundo allí, en lo alto del al-
garrobo, mirando con temor los ojos del tigre. Pero
todo cambia bruscamente: llegan sus amigos, ro-
dean a la bestia y la enlazan por las patas y el pes-
cuezo. Quiroga desciende puñal en mano y se arro-
ja sobre el tigre. Atención aquí: el lector (a quien
aún no se le ha dicho el nombre del protagonista
del episodio) comienza a inquietarse: ¿quién es este
gaucho de reacciones tan salvajes e incontroladas?
Sí, es Facundo. Ya Sarmiento, al modo de los clási-
cos grecolatinos, había invocado su sombra en la
“Introducción” del libro. Esa sombra era “terrible” y
el polvo que cubría sus cenizas estaba “ensangren-
tado” (pág. 9). Veamos ahora cómo es su rostro.
“Su cara un poco ovalada estaba hundida en
medio de un bosque de pelo” (pág. 92). El pelo de
Facundo no es similar a cualquier otro: es vegeta-
ción. Miremos sus ojos: son “negros, llenos de fuego
i sombreados por pobladas cejas” (pág. 92). Si mi-
ra, “sus miradas se convertían en puñaladas” (pág.
100). Si se enfurece, “su cólera era la de las fieras”
(pág. 100). Ahora tendremos que seguirle los pasos.
En 1810, en Buenos Aires, Facundo “es enrola-
do como recluta en el Tejimiento de Arribeños” (pág.
95). Sarmiento confiesa que “moralizado por la dis-
ciplina” (pág. 96), el caudillo podría haberse con-
vertido en glorioso general de la República. Pero es-
to era imposible: “el alma rebelde de Quiroga no
230
podía sufrir el yugo de la disciplina, el orden del
cuartel ni la demora de los ascensos” (pág. 96).
Claro está: disciplina, orden, demora, no son con-
ceptos que pueda comprender Facundo. Por el con-
trario, sólo puede desear “surjir de un golpe” (pág.
96). La paciente espera que implica todo aprendiza-
je no se ha hecho para él: él es un volcán que esta-
lla, apenas eso.
“Facundo (...) no conoció sujeción de ningún jé-
nero” (pág. 100). No podía ser de otro modo, pues si
lo natural es dominado y reprimido, deja de serlo.
“Ha nacido así, i no es culpa suya” (pág. 100). Qui-
roga no puede ser sino aquello que es por naci-
miento, por naturaleza. La posibilidad de hacerse y
transformarse sólo le está reservada al hombre de
las ciudades.
Quiroga, de este modo, no acepta “inmortalizar-
se en Chacabuco i en Maipú” (pág. 97). Quiere que
sean otros los que vayan a integrar esos ordenados
y rigurosos ejércitos de las ciudades; nada puede
hacer allí quien “tiene odio invencible, instintivo,
contra las leyes” (pág. 100, bast. nuestra). Com-
prende que su lugar está en la montonera y hacia
allí va: a hundirse en ella para hacer la revolución.
Sarmiento considera el hecho: “¿Qué objeto tiene
para él esta revolución? Ninguno: se ha sentido con
fuerzas: ha estirado los brazos, i ha derrocado la
ciudad. ¿Es culpa suya?” (pág. 108). Este texto nos
entrega tres elementos centrales: a) Facundo hace
la guerra sin motivo alguno; b) o apenas la hace
para ejercitar sus fuerzas, por exceso de vida; c) no
es responsable de su conducta. Analizado ya el ter-
cer punto, nos volveremos sobre los dos primeros.
Quiroga se decía federal. Sarmiento, entre inso-
lente y despreciativo, comenta: “No era federal, ¿ni
cómo había de serlo? ¿Qué, es necesario ser tan ig-
231
norante como un caudillo de campaña, para cono-
cer la forma de gobierno que más conviene a la Re-
pública?” (pág. 151). Facundo nada tiene que ver
con todo eso. Si hace la revolución no es por moti-
vos políticos, económicos ni sociales. Ese trapo:
¡Religión o Muerte!, ¿qué significa en un país nece-
sitado de laicismo e inmigración? Está claro que
este gaucho no entiende nada. ¿Por qué guerrea
entonces? Sarmiento responde: “Se sentía fuerte i
con voluntad de obrar: impulsábalo a ello un ins-
tinto ciego, indefinido, i obedecía a él” (pág. 152).4
Ya lo hemos visto: lo mismo ocurría con la monto-
nera. También los gauchos que peleaban junto a
Artigas lo hacían porque sí, o apenas por dar libre
cauce a su potencialidad natural. Los hombres de
Facundo, sin embargo, habrán de seguirlo por
otros motivos. O al menos no solamente por ésos.
Aparece aquí el Quiroga mítico, poseedor de los
secretos de la tierra y de los hombres. Su legenda-
ria fama comienza en San Luis, en una cárcel en la
que está recluido junto a algunos prisioneros de
ejércitos españoles. Aprovechando una sublevación
que éstos promueven, él también decide escapar.
Enfurecido, se abre paso entre los mismos amoti-
nados usando sus grillos como única arma: “deja
una ancha calle sembrada de cadáveres” (pág. 98).
Algunos dicen que usó una bayoneta “i que los
muertos no pasaron de tres” (pág. 98). Quiroga, sin
embargo, habla siempre de catorce hombres. Vea-
mos qué dice Sarmiento: “Acaso es esta una de
esas idealizaciones con que la imajinacion poética
del pueblo embellece los tipos de la fuerza brutal
que tanto admira; acaso la historia de los grillos es
una traducción arjentina de la quijada de Sansón,
el Hércules hebreo” (pág. 98).
Ya tenemos a Quiroga convertido en héroe le-

232
gendario, ya mencionan los pueblos su nombre con
respetuoso temor: “porque hai algo de imponente,
algo que subyuga i domina en el (...) asesino de ca-
torce hombres a la vez” (pág. 99). Inicialmente,
pues, Quiroga domina a su pueblo a través de su
incontrolado vigor natural. Y no podía ser de otro
modo: “El gaucho estima, sobre todas las cosas, las
fuerzas físicas” (pág. 67).
Facundo, sin embargo, parece tener también
otros poderes. Poderes no ya físicos, naturales, si-
no muy por el contrario: sobrenaturales. Cuenta
Sarmiento: “finjia una presciencia de los aconteci-
mientos, que le daba prestijio y reputación entre
las jentes vulgares” (pág. 101). Veamos cómo se
consigue esto: un gaucho, acusado de robar una
yunta de bueyes, insiste en afirmar su inocencia.
Facundo no tiene dudas: el hombre es culpable,
hay que azotarlo, pues “cuando un gaucho al ha-
blar esté haciendo marcas con el pié, es señal que
está mintiendo” (pág. 102). Cien azotes confirman
su certeza.
Corren muchas otras historias como ésta. Fa-
cundo consigue labrarse “una reputación misterio-
sa” (pág. 102), todo ocurre como si tuviera “poderes
sobrenaturales” (pág. 102). Ahora bien, ¿es real-
mente así? De ningún modo, o en todo caso no tie-
ne mayor importancia. Lo que importa es esto: Sar-
miento sabía muy bien lo que buscaba con esas
anécdotas de Quiroga. Un Quiroga mítico, en efec-
to, es un Quiroga irracional: una nueva prueba so-
bre la barbarie de los campos argentinos.5
Tampoco aquí, sin embargo, consigue Quiroga
trascender los límites del mundo físico. Convenga-
mos en que era su gran oportunidad. Pero Sar-
miento, con inflexible lógica, vuelve a confinarlo en
lo fáctico, y esta vez más hondamente que nunca.
233
Es cierto que estuvo cerca de equivocarse, que su
afán por mostrar la irracionalidad de Quiroga casi
lo conduce a colocarlo por sobre la naturaleza, a
convertirlo en un sobrenatural. Termina, sin em-
bargo, ofreciéndonos su mejor ejemplo de equiva-
lencia entre irracionalidad y naturaleza. Analicemos
esta brillante construcción ideológica.
Facundo no está en relación con los dioses ni
con los demonios, sino con la tierra y los hombres
que lo rodean. Observemos cuáles son sus secretos
poderes: a) “una sagacidad natural” (pág. 101); b)
“una capacidad de observación no común” (pág.
101); c) “cierto conocimiento de la naturaleza hu-
mana” (pág. 101). Concluimos de aquí que si la mi-
rada de Facundo es no común (b), es por ser la mi-
rada de un hombre sagaz. Esta sagacidad, a su
vez, no ha sido conquistada por un trabajo del es-
píritu: es un don natural (a). La mirada sagaz de
Facundo le permite el conocimiento de una deter-
minada realidad: la naturaleza humana (c). Ahora
bien, si al adjetivo “humano” que acompaña al sus-
tantivo “naturaleza” lo sustituimos por su verdade-
ro equivalente, concluiremos que la naturaleza que
conoce Facundo es la naturaleza gauchesca. Es de-
cir: la naturaleza natural. Todo el proceso, pues, se
desarrolla dentro del orden de la facticidad.6
Facundo consigue así ser idealizado por el gau-
chaje y ubicado por sobre la realidad sensible. Pero
si consigue esto es por hundirse, precisamente,
más que nunca en esa realidad para conocer sus
secretos: nadie, en efecto, domina como Facundo la
lógica del orden pampeano. En resumen: si aparece
como un ser sobrenatural es porque es el más na-
tural de los seres. Es decir: el más bárbaro.
Acabamos de asistir al nacimiento de una exito-
sa teoría sobre la conducta de las masas y sus cau-
234
dillos. Pues son muchos los teóricos —que cubren
todo el ámbito del liberalismo, de izquierda a dere-
cha— que habrán de inspirarse en estas páginas
de Sarmiento. Repetirán los mismos conceptos,
una y otra vez, con apabullante monotonía y poco
amor por la originalidad, pero con un claro y unívo-
co sentido político. Las muchedumbres, de este
modo, habrán de encontrar dos categorías que ex-
plicarán para siempre el sentido de sus actos: es-
pontaneidad e irracionalidad. Si protestan, si se
agitan, lo harán por mero instinto, ciegamente,
apenas por satisfacer sus apetitos. Los caudillos,
por su parte, vivirán ebrios por la omnipotencia del
poder, atentos a explotar en su beneficio los resen-
timientos de las masas, decididos a captar sus os-
curas voluntades. Todo será válido para esto: desde
la destreza en el manejo del cuchillo o la posesión
del caballo más codiciado, hasta la oratoria, las
concesiones oportunistas y el vértigo de la propa-
ganda.
Sarmiento añade todavía algo más sobre el po-
der mítico de Quiroga: en camino hacia Córdoba,
en la posada de Ojo de Agua, un joven detiene la
marcha del caudillo. Un tal Santos Pérez, le hace
saber, lo espera con una partida para matarlo. Pero
lo que realmente ignora Facundo es que ya ha ju-
gado su papel en las guerras argentinas, que ha
dado de sí todo lo que se le pidió y que la Providen-
cia histórica ha encontrado en Rosas una nueva fi-
gura para realizar sus fines. Por eso desoye el con-
sejo del joven: “A un grito mío, esa partida mañana
se pondrá a mis órdenes, y me servirá de escolta
hasta Córdova” (pág. 246). Confiaba aún en su
enorme poder sobre el gauchaje, en el mitológico
prestigio de su nombre: un solo grito bastará. Nada
de esto, sin embargo, fue suficiente: no era la Natu-

235
raleza quien lo esperaba en Barranca Yaco, sino la
Historia.

IDEOLOGÍA DE LAS BATALLAS


En junio de 1829, en Córdoba, más precisamen-
te en La Tablada, combatieron dos ejércitos. Pero
se equivoca quien crea que solamente ocurrió esto.
Hubo mucho más allí: “En la Tablada de Córdova
se midieron las fuerzas de la campaña i de la ciu-
dad bajo sus más altas inspiraciones, Facundo i
Paz” (pág. 170). A Facundo ya lo conocemos, ¿cómo
es Paz? “Paz es (...) el hijo legítimo de la ciudad”
(pág. 170). Y algo más: “es militar a la europea”
(pág. 171). Y lo es “hasta en el arma en que ha ser-
vido: es artillero i por tanto matemático, científico,
calculador. Una batalla es un problema que resol-
verá por ecuaciones, hasta daros la incógnita, que
es la victoria” (pág. 171).
¿Cómo reacciona Facundo ante tan enorme ad-
versario? Ante todo: abandona su infantería y arti-
llería. La montonera y su caudillo sólo se sienten
seguros a caballo: es desde allí donde habrán de
tomar sus laureles. Quiroga, en efecto, “no conoce
más poder que el de la fuerza brutal, no tiene fe si-
no en el caballo; todo lo espera del valor, de la lan-
za, del empuje terrible de sus cargas de caballería”
(pág. 170). Frente a este torbellino, se encuentra
un hombre, Paz, que cuando dialoga lo hace “sin
entusiasmo, pero con la seguridad del matemático”
(pág. 172).
Facundo es derrotado. Al poco tiempo, sin em-
bargo, “está preparando un ejército para ir a recu-
perar la reputación perdida en La Tablada” (pág.
181). Pues no son otros los motivos de Facundo: no
236
es el destino de la República lo que está en juego
para él, sino apenas su orgullo de gaucho.
Acción de Oncativo: tampoco aquí puede triun-
far la montonera. Paz, con algebraica frialdad, ela-
bora un plan “parecido a las complicadas combina-
ciones estratéjicas de las campañas de Bonaparte
en Italia” (pág. 186). Pobre Facundo: demasiado
para él. “La montonera, aturdida, envuelta por to-
das partes (...) tuvo que dejarse cojer en la red que
se le había tendido i cuyos hilos se movían a reló
desde la tienda del Jeneral” (pág. 186). Es, sin du-
da, el triunfo de la Razón humana. Así lo entiende
Sarmiento: “La intelijencia vence a la materia, el
arte al número” (pág. 191).
¿Por qué no triunfó Lavalle entonces? También
hay respuestas para esto. No se debe creer que
basta optar políticamente por la civilización para
ser un guerrero civilizado. De ningún modo. Lo que
se requiere es ser como Paz, un militar a la euro-
pea. Lavalle, por el contrario, conserva aún oscuras
similitudes con la barbarie: no es artillero. Y aún
peor: “es el más valiente oficial de caballería que
tiene la República arjentina” (pág. 190). Nefasta vir-
tud: “es el jeneral arjentino y no el jeneral europeo;
las cargas de caballería han hecho su fama roman-
cesca” (pág. 190). No es posible derrotar así a la
montonera. Al aceptar su táctica, la caballería, la
victoria queda en manos del más bárbaro. Allá está
si no la batalla de Chacón: ese general Videla Casti-
llo, otro Lavalle. “Error de arjentinos iniciar la bata-
lla con cargas de caballería” (pág. 198). Amarga-
mente, Sarmiento confiesa: “si solevantáis un poco
las solapas del frac con que el arjentino se disfraza,
hallaréis siempre al gaucho más o menos civilizado,
pero siempre gaucho” (pág. 198). Es necesario,
pues, abandonar esta funesta táctica, “este error
237
nacional” (pág. 198), y guerrear civilizadamente: “Si
Lavalle hubiera hecho la campaña de 1840 en silla
inglesa i con el paltó francés, hoi estaríamos a ori-
llas del Plata arreglando la navegación por vapor de
los ríos, i distribuyendo terrenos a la inmigración
europea” (pág. 191).
Será necesario ahora llevar a primer plano los
propósitos políticos del texto. Sólo así podremos
aprehender la significatividad total de estas desme-
suras del ingenio sarmientino.

HISTORIA, NOVELA, BIOGRAFÍA, PANFLETO


POLÍTICO: ¿QUÉ ES FACUNDO?

Facundo, se sabe, ha constituido siempre un


agudo desafío para quienes se ocupan de la cues-
tión de los géneros literarios: ¿dónde ponerlo?
Veamos qué nos dice Alberto Palcos: “Facundo,
esto es lo cierto, rompe con los moldes tradiciona-
les de los géneros literarios. Clasificarlo, conforme
se ha propuesto, entre las novelas equivale a caer
en error tan grave como incluirlo en los libros de
historia. Facundo es de todo un poco...”.7 Claro
está que si Facundo es realmente esto, de todo un
poco, tendremos que averiguar la causa, pues el
maestro Palcos, lamentablemente, se ha ahorrado
esta tarea.
En buena medida, el problema está mal plantea-
do: “Los géneros en que se pretende encerrar a Fa-
cundo (escribe Halperin Donghi) son los vigentes
cincuenta años después que Facundo fue escrito”.8
Es, en efecto, el positivismo, con su tendencia a la
especialización, quien intenta clasificar a Facundo.
La pretensión es válida para el Sarmiento de Con-
flictos y armonías de las razas (1884), ciego admi-
238
rador de las ciencias naturales, lector de Spencer y
Darwin, pero no para el Sarmiento de 1845, el más
genuino exponente en América (junto con Alberdi,
desde luego) del historicismo romántico.
¿Qué trae el romanticismo a la historia? Para
Manzoni, en 1823, el movimiento es un clacisismo
ampliado por la historia. Chateaubriand y Walter
Scott son los primeros en evidenciar este deslum-
bramiento por el pasado. Luego aparecen dos co-
rrientes diferenciadas: los historiadores narrativos y
los historiadores filósofos. Entre los primeros, Ba-
rante y Thierry. Barante trata de equilibrar “la his-
toria y la ficción (...), es sistemáticamente partida-
rio de la historia coloreada como una novela”.9
Entre los segundos: Cousin y Guizot. Cousin, en
1828, quiere desentrañar “la relación de los hechos
con las leyes que manifiestan”. Y aclara: “Los he-
chos, por sí mismos, y por su lado exterior, son in-
significantes, pero, fecundados por la razón, mani-
fiestan la idea que envuelven y se hacen razonables
e inteligibles”.10 La oposición que, por su parte, es-
tablece Guizot entre hechos concretos y hechos mo-
rales, apunta a distinguir entre lo particular y con-
tingente y lo universal y necesario. Aprehender las
leyes de la historia y las sociedades es la tarea del
his toriador filósofo.
Sarmiento, que había leído a Guizot y Cousin,
pero que también conocía a Chateaubriand y Wal-
ter Scott, consigue unificar, al modo de Michelet,
las dos tendencias: Facundo será novela, ficción,
tendrá color local, pero también tratará de develar
las leyes internas de las sociedades. En resumen:
si en la obra hay biografía, sociología, novela, polí-
tica, derecho, filosofía, en fin, de todo un poco, no
es por algún propósito maligno de Sarmiento de
complicarles la vida a los teorizadores de los géne-
239
ros literarios, sino porque Facundo propone una
vasta concepción de la historia, ambiciosa de uni-
versalidad. Ahora bien, ¿por qué tanta preocupa-
ción por lo universal? Muy simple: el conflicto que
describe Facundo es universal.
Hay, para Sarmiento, una “lucha imponente en
América” (pág. 47). Ya la hemos presenciado: la
ciudad y la campaña, Buenos Aires y las provin-
cias, razón y naturaleza, teleología y ley, caballería
y artillería, frac y chiripá, elementos antagónicos e
irreconciliables. Todo parece indicar, sin embargo,
que esta lucha no transcurre sólo en América.
En Facundo son innumerables las referencias a
Oriente. Es cierto que eran una constante románti-
ca: Chateaubriand, Gautier, Lamartine, Nerval, to-
dos ellos viajaron en busca del exotismo oriental. A
Sarmiento, sin embargo, no le interesaba tanto este
aspecto. Con más vigor aún que los románticos eu-
ropeos, buscaba por sobre todo fundamentar un
proyecto político.
La primera identificación entre lo americano y lo
oriental se da a través de lo geográfico: “Esta esten-
sion de las llanuras imprime (...) a la vida del inte-
rior cierta tintura asiática” (pág. 34). La similitud
geográfica determina un paralelo en las costum-
bres: “así, hallamos en los hábitos pastoriles de la
América, reproducidos hasta los trajes, el semblan-
te grave i hospitalidad árabes” (pág. 49). Ahora
bien, tal como la campaña se fusiona con Oriente,
la ciudad se identifica con Europa. Buenos Aires
inicia con Rivadavia su proceso de europeificación
(pág. 129). “Todos los europeos que arribaban
creian hallarse en Europa, en los salones de Paris”
(pág. 135). El general Paz, una vez dueño de Córdo-
ba, adopta el mismo criterio: “Los retratos de Casi-
mir Perier, Lamartine, Chateaubriand, servían de

240
modelos en las clases de dibujo” (pág. 192). La
identificación con Europa se da también a través
de la vestimenta: “de frac visten todos los pueblos
cristianos, i cuando el Sultán de Turquia Abdul-
Medjil quiere introducir la civilización europea en
sus estados, depone el turbante, el caftán i las
bombachas para vestir frac, pantalón y corbata”
(pág. 148). Por el contrario: “Los arjentinos saben
la guerra obstinada que Facundo i Rosas han he-
cho al frac i a la moda” (pág. 148).
El mundo bárbaro, el mundo no europeo, ha es-
cogido su propio emblema para distinguirse: el co-
lor colorado. Sarmiento, observando un cuadro con
las banderas de todas las naciones, advierte que
apenas en un solo país de Europa predomina el
colorado. Inquiere entonces: “¿Qué vínculo miste-
rioso liga todos estos hechos? ¿Es casualidad que
Arjel, Túnez, el Japón, Marruecos, Turquía, Siam,
los africanos, los salvajes (...), el verdugo i Rosas
se hallen vestidos con un color proscrito hoi dia
por las sociedades cristianas i cultas?” (pág. 147).
No, de ningún modo es casualidad. Y como Sar-
miento es historiador filósofo, como busca los he-
chos morales de la historia, lo universal y necesa-
rio, no se detendrá sin haber antes develado ese
vínculo misterioso por el que acaba de preguntar-
se. He aquí la respuesta: “Las hordas beduinas
que hoy importunan con su algazara y depredacio-
nes la frontera de la Arjelia, dan una idea exacta
de la montonera arjentina (...). La misma lucha de
civilización y barbarie, de la ciudad y el desierto,
existe hoi en África; los mismos personajes, el mis-
mo espíritu, la misma estratejia indisciplinada en-
tre la horda i la montonera” (pág. 76). Como ve-
mos, se trata de un conflicto universal: un mismo
sentido y un mismo fin tiene la lucha de los solda-

241
dos ingleses en la India o el África y la de los por-
teños en las provincias argentinas. Hay distintos
frentes, pero una sola es la batalla “entre la civili-
zación europea i la barbarie indíjena, entre la inte-
lijencia y la materia” (pág. 47).

LA HISTORIA COMO CONFLICTO


Sarmiento desarrolla una concepción de la his-
toria como conflicto. Había tomado de los franceses
la técnica romántica del contraste y, a través de
Cousin, conoció el papel dialéctico que Hegel asig-
naba a las guerras. Elabora entonces su método
antitético: dos entidades (Civilización europea–Bar-
barie indígena) que se niegan e implican mutua-
mente. La Barbarie se define a partir de la Civiliza-
ción y la Civilización a partir de la Barbarie: cada
una de ellas es aquello que no es la otra. No existe
la síntesis que pueda superar este antagonismo. O
triunfa la Civilización o triunfa la Barbarie: ambos
conceptos son excluyentes. Nada más lejos de Sar-
miento que el Aufheben hegeliano. Y esto no es por-
que no haya encontrado el concepto en Cousin o en
cualquier otro autor. Si la posibilidad dialéctica
queda siempre congelada en Facundo, ello no obe-
dece a causas teóricas ni a falta de conocimientos
de su autor, sino a una radical elección política:
“De eso se trata, de ser o no ser salvajes” (pág. 15).
La Barbarie forma parte de la historia en tanto
se enfrenta a la Civilización. Es, de este modo, la
Naturaleza que ciegamente se resiste a la conquista
cultural del Hombre. Aparece así una cierta diná-
mica de la barbarie: toda su naturalidad destructi-
va se dirige contra las ciudades. Esta dinámica, sin
embargo, desaparece con su triunfo. Y no podía ser
242
de otro modo: si la Civilización es derrotada, desa-
parecen el conflicto y la historia, no queda sino la
Naturaleza. La negatividad de la Barbarie, pues, es
una negatividad sin contenidos nuevos que se ago-
ta en su poder destructivo. Por eso, cuando triunfa
se aplaca, se estanca y vuelve al reposo colonial.”
¿Qué ocurre cuando triunfa la civilización? ¿No
se elimina acaso aquí también el conflicto? Sar-
miento no ha desarrollado este tema en un plano
teórico. “Lo que está al principio es imperfecto”, es-
cribe en Recuerdos de provincia. El progreso con-
siste entonces en la negación que nuevas formas de
civilización ejercen sobre las antiguas. Se conserva
así la concepción de la Historia como conflicto. Este
conflicto se produce ahora entre las formas estáti-
cas (muertas) de Civilización y las formas dinámi-
cas. Un poco aquello que Facundo muestra entre
Buenos Aires y la Córdoba escolástica, Sarmiento,
en otros textos, acercándose al concepto hegeliano
de positividad, define también como Barbarie a es-
tas formas de Civilización que han perdido su ac-
tualidad espiritual.
Facundo elabora así una filosofía de la cultura
europea. Porque la disyuntiva de ser o no ser salva-
je se reduce a la de ser o no ser europeo. Son los
grandes principios del viejo mundo los que tienen
la misión de rescatar de las tinieblas a las zonas
marginadas del planeta. La realización de la cultura
europea es la realización de la Humanidad.
De este modo, la ley interna que se manifiesta
en los hechos históricos y que el historiador filósofo
tiene que develar es Europa. También Estados Uni-
dos para Sarmiento, aunque en menor medida. El
Facundo se presenta así como una profunda justifi-
cación del expansionismo colonialista. Los intere-
ses políticos de las grandes potencias son elevados
243
a leyes universales y necesarias del desarrollo de la
Humanidad. Significan el camino de la Razón y el
Progreso.

EL ANÁLISIS TOTALIZADOR
El desarrollo de la racionalidad europea se reali-
za a través del comercio. Inglaterra no sólo desem-
barca géneros y manufacturas, sino también el ha-
beas corpus, los principios parlamentarios, la
libertad. A cambio de todo esto, apenas si exige
materias primas y un mercado donde radicar sus
capitales excedentes. Sarmiento no duda: “nosotros
ganaremos en el cambio” (pág. 290).
Europa, eso sí, debe comprender que la etapa de
la conquista colonial ha pasado. Esto constituye
para Sarmiento una incuestionable verdad: “Rosas
ha probado (...) que la Europa es demasiado débil
para conquistar un Estado americano que quiere
sostener sus derechos” (pág. 273). Sarmiento,
pues, no podía menos que enfurecerse con los blo-
queos de Inglaterra y Francia: “Rosas puso de ma-
nifiesto (...) la supina ignorancia en que viven en
Europa sobre los intereses europeos en América i
los verdaderos medios de hacerlos prosperar, sin
menoscabo de la independencia americana” (pág.
279). El Facundo explica así a los mismos europeos
las verdades elementales del neocolonialismo.
No existe otra vía de desarrollo para el país sino
la de su complementación al mercado mundial.
Productores de materias primas, importadores de
manufacturas: he aquí el destino de nuestro país.
Es decir: europeificarse. Las ciencias sociales, eco-
nómicas y humanas, estudian y santifican la inexo-
rable lógica del proceso. Y es esta lógica —como lo
244
ha observado Amelia Podetti— la que duplica la
irracionalidad de toda oposición.12
Existe, sin embargo, una poderosa fuerza que se
opone a este movimiento de europeiflcación univer-
sal. Es la barbarie nativa, ingenua protagonista (se-
gún el esquema sarmientino) de una empresa im-
posible: no subordinarse, como uno más de sus
momentos, al devenir necesario de la Razón Histó-
rica. Comprendemos ahora por qué, para Sarmien-
to, el mundo de la barbarie es el mundo de la irra-
cionalidad.
¿Qué se puede hacer entonces con ese mundo?
Nada: en él, recordemos, “la cultura del espíritu es
inútil e imposible”. Clausurada incluso la posibili-
dad de la asimilación, Facundo propone en forma
terminante una política de exterminio.
Y ahora sí, más hondamente que nunca, pode-
mos aprehender en función de qué propósitos polí-
ticos construyó Sarmiento el complicado y magnífi-
co andamiaje ideológico de Facundo. Si recurrió a
la estética romántica fue porque ésta, con su exal-
tación de lo instintivo, de lo primitivo, lo exótico, lo
monstruoso y lo demoníaco, significaba para él un
inapreciable instrumento para describir la irracio-
nalidad del Interior argentino. Consciente como po-
cos de los medios y fines de su empresa, abandonó
a los románticos europeos todo aquello que a él no
le servía: los placeres de la vida natural y rústica,
el panteísmo religioso, el rechazo de la artificialidad
mundana. Tampoco se ocupó del romanticismo in-
dividualista y confesional, tarea que dejó para
Echeverría. Si recurrió al naturalismo histórico, fue
porque se propuso explicar al gaucho a través del
medio natural que lo rodeaba y sumergirlo allí. Si a
veces parece iluminista, es porque describió el de-
venir de las ciudades a través de la concepción ra-

245
cionalista del progreso. Si recurrió al historicismo
romántico, fue porque necesitaba narrar un conflic-
to político universal la lucha entre el expansionis-
mo imperial europeo y los pueblos que se le resis-
tían reivindicando sus propias tradiciones y
costumbres. El Facundo, como vemos, no es tan
contradictorio ni caótico como suele afirmarse.
Creemos, por el contrario, que el remanido argu-
mento de las contradicciones de Sarmiento, de sus
lecturas apresuradas y su militancia, son solamen-
te una excusa que cubre la ausencia de un análisis
totalizador. Sólo un análisis de este tipo (como el
que hemos intentado aquí), que ponga en evidencia
las relaciones entre los elementos teóricos, estéticos
y políticos del texto, puede disolver sus aparentes
contradicciones y entregarnos su significatividad
total.
Luego de comprender que la barbarie es inasi-
milable, comprenderemos mejor aún los intentos
de Sarmiento por confinar a Quiroga y sus hom-
bres en la naturaleza. No es casual, en efecto, que
el pelo de Facundo sea vegetación, que lo llamen ti-
gre, que la montonera se identifique con la caballe-
ría, que obre por mero instinto animal: toda política
de exterminio debe comenzar por excluir de los terre-
nos de la condición humana a aquellos que se pro-
pone exterminar.

LA GRANDEZA DEL FACUNDO


¿Qué hacemos con Facundo? No es una pregun-
ta tranquilizadora. Nuestros liberales, con férrea
coherencia, realizan cotidianamente la apología de
la obra: les pertenece, afirman, por tradición y por
actualidad. Borges escribió: “Sé que en aquellas al-

246
bas de setiembre (...) lo hemos sentido”. Y lo escri-
bió en Sur y el setiembre al que se refería era, claro
está, el del ‘55. Facundo es, de este modo, mucho
más que un libro. Y Sarmiento, más que un literato
o un político, el ciclópeo fundador de una Nación.
Nosotros, sin embargo, juzgamos inaceptable
una obra que reclamó la exterminación del pueblo
argentino, que planificó nuestra incorporación de-
pendiente a las potencias europeas y encontró en el
asesinato de Peñaloza su más ejemplar realización
empírica.
Pero nosotros, asimismo, haremos aquí su apolo-
gía. Porque Sarmiento fue un gran escritor. Y no lo
fue porque haya “escrito bien” (pues no creemos
que los valores estéticos de una obra justifiquen
sus iniquidades políticas), sino porque fue un escri-
tor profundamente argentino y americano. Y lo fue
porque advirtió, a pesar de su ciega pasión por lo
europeo, que la gran tarea de una literatura nacio-
nal (y, más aún, en una nación surgente) no podía
ser sino la expresión, que es descubrimiento, de la
patria y de los hombres que apasionadamente la
habitan; porque aunque renegó de su idioma, el es-
pañol, aunque anduvo diciendo por Chile que ha-
bía que renovarlo con palabras nuevas, civilizadas
y progresistas, llenó de asombro al gramático Man-
tilla cuando le envió el Facundo: más que galicis-
mos, había allí locuciones castizas, arcaicas, que
no provenían de alguna cuidadosa lectura de los
clásicos castellanos, sino de las honduras de la tie-
rra de San Juan, donde aún se conservaban las vo-
ces más pretéritas del idioma (ansina, truje, agora),
y que, oscuramente, fueron a expresarse en la obra
del más grande de sus artistas; porque aunque
despreció al gaucho, aunque lo hundió en la natu-
raleza para justificar su exterminio, al hacerlo lo
247
reintegró a su paisaje, a sus costumbres y a su se-
creto conocimiento del universo telúrico; porque
aunque afirmó avergonzarse de lo americano, de
toda la barbarie y el salvajismo que creyó ver en su
tierra, es la biografía de Facundo y no la de Rivada-
via la que escribe, y no solamente por motivos polí-
ticos, sino también porque comprendió y dijo que
Quiroga fue la figura más americana de la revolu-
ción, y porque su genio se expresaba con mayor
plenitud a través de las vidas azarosas de estos
hombres: Aldao, Facundo, el Chacho; porque aun-
que se propuso infamar a Quiroga, aunque confec-
cionó con pasión las más abyectas historias que
sobre el caudillo se contaban y aunque inventó
otras aun más bajas y deleznables, la militante
grandeza de Facundo aparece inmaculada en va-
rios pasajes de la obra: cuando, por ejemplo, sale a
recibir a los accionistas mineros de Buenos Aires,
que usan la silla inglesa y adoptan modales cultos,
vestido apenas con “calzón de jergón, i un poncho
de tela ruin” (pág. 117), como advirtiéndoles desde
el vamos que él, Facundo, nada tiene que ver con
ese Abdul–Medjil, sultán de Turquía, que depuso
el turbante (y con éste todas sus tradiciones na-
cionales) para calzarse el frac europeo; porque
aunque odió y combatió con descontrolada pasión
al gauchaje alzado, es bien cierto que Facundo es
el poema épico de la montonera, que expresa co-
mo ningún otro libro de nuestra literatura (más
que Martín Fierro incluso, donde no hay montone-
ras ni caudillos ni nada que se les parezca), el
momento más pleno, más heroico y nacional del
gaucho: el de su resistencia contra la política de
Buenos Aires.
Queda así planteada la más enorme, quizá la
única, contradicción que produce Facundo: su pro-

248
yecto político —su intolerable vocación de colonia-
je— y su profunda, a veces indeliberada, autentici-
dad nacional.

NOTAS
1. Sarmiento, Domingo Faustino, Facundo , edición
crítica y documentada de la Universidad de La Plata, La
Plata, 1938, prólogo de Alberto Palcos, pág. 91. Debido al
especial uso de las citas, incluiremos su paginación en
nuestro texto. Deseamos, asimismo, exponer algunos de
los motivos por los cuales hemos decidido utilizar la edi-
ción de la Universidad de La Plata. Facundo aparece co-
mo folletín en el nº 769 del diario chileno El Progreso
donde Sarmiento colabora desde 1842. La primera entre-
ga se produce el 2 de mayo de 1845. A partir del 21 de
julio de ese mismo año, fecha en que el diario cambia de
formato, Facundo empieza a publicarse en suplemento
aparte. El 3 de octubre de ese año de 1845, Florencio Vá-
rela comienza a publicar en El Nacional de Montevideo y
desde su nº 2041, la obra de Sarmiento, que es así cono-
cida por los liberales exiliados en Montevideo. En 1845
aparece también la primera edición del libro: es un pe-
queño volumen de 324 páginas editado por la Imprenta
del Progreso. Tiene gran cantidad de erratas. Ha sido edi-
tado con evidente descuido tipográfico. La segunda edi-
ción aparece en 1851. Tiene 304 páginas. Se notan aquí
las influencias de las notas críticas que Valentín Alsina
enviara a Sarmiento. Entre otras cosas (las notas de Alsi-
na son de especial interés y necesaria lectura), le repro-
cha Alsina a Sarmiento su condición de escritor exagera-
do. Alsina, envarado, seco unitario, ¿qué otra cosa podía
reprocharle? Sarmiento era, sí, un exagerado, ¿qué artis-
ta no lo es? En esta edición de 1851 el idioma de Sar-
miento sufre alteraciones que lo acercan al castellano ac-
tual. La tercera edición es de 1868. La cuarta edición (en
castellano, pues ya hubo traducciones a esta altura) es
de 1874 y es la última que se publica en vida de Sar-
miento. La sexta edición es la que corresponde al tomo
VII de las Obras completas de Sarmiento y es de 1889.
Hay otras ediciones importantes en castellano: la que La
Nación, en 1903, publicara en su Biblioteca. Sacará tres

249
ediciones del libro: en 1906, 1909 y 1917. Todas siguen
la edición del tomo VII de las Obras completas. En 1915
aparece la edición de José Ingenieros para La cultura ar-
gentina con prólogo de Joaquín V. González. Y en 1916,
la edición de Ricardo Rojas para la Biblioteca argentina,
Todas estas ediciones fueron ampliamente superadas por
la de Alberto Palcos para la Universidad de La Plata de
1938, que es la que utilizaremos aquí. Guillermo Ara de-
talla con minuciosidad algunos de los motivos que hacen
al elevado mérito y prestigio de esta edición: “Una erudi-
ción especializada hasta ahondar en las motivaciones
profundas de cada pasaje y cada cambio, lo mismo que
en la acumulación de circunstancias históricas, sociales,
políticas e íntimas, concurrieron a la total comprensión
de la obra. Realizó (A. Palcos) con pulcritud extrema la
confrontación de ediciones y anotó con igual proligidad el
resultado de ese esfuerzo. Agregó a su versión —que es
la de 1874 aunque integrada con todos los aportes seña-
lados— importantes documentos, como son las notas de
Alsina, juicios de periódicos y revistas, prefacios y cartas,
reproducciones facsimilares y un prólogo esclarecedor”
(Ara, Guillermo, Las ediciones del “Facundo”, Revista Ibe-
roamericana, Estudios, bast. nuestra). Dos ediciones que
creemos necesario indicar, luego de la de Palcos, son la
que hemos utilizado anteriormente, para el primer estu-
dio de esta obra: la de la “Biblioteca de clásicos argenti-
nos” de la editorial Estrada, y la publicada en Caracas
por la Biblioteca Ayacucho. En la primera Inés Cárdenas
de Monner Sans detalla en un interesante prólogo las in-
fluencias de Fenimore Cooper en Sarmiento. Asimismo,
Delia S. Etcheberry ofrece una escueta pero clara reseña
de las ediciones de Facundo. La edición de Estrada, des-
de luego, sigue en sus rasgos generales la de la Universi-
dad de La Plata, aunque la grafía ha sido actualizada.
2. Esta relación del gaucho con la naturaleza es si-
milar a la del esclavo hegeliano. La conciencia servil, en
efecto, en tanto abandona la lucha por el reconocimiento
admite que “la vida es para ella algo tan esencial como la
pura autoconciencia” (Hegel, Fenomenología del Espíritu,
eá. cit., pág. 117). Pierde así su independencia y se su-
merge en el mundo de las cosas “como conciencia que es
o como conciencia en la figura de la coseidad” (Hegel, ob.
cit., pág. 117). Ya se sabe lo que ocurre luego: obligado a
trabajar para el amo, el siervo aprende a obstaculizar
sus deseos superando de este modo la coseidad. Lejos de

250
ser inmediata, su relación con la naturaleza aparece aho-
ra mediada por el trabajo. El amo, por el contrario, que-
da confinado al mero goce, a la desaparición y el apetito.
“El trabajo, por el contrario (escribe Hegel), es apetencia
reprimida, desaparición contenida, el trabajo formativo ”
(Hegel, ob. cit., pág. 120). El siervo, pues, ha alcanzado
por el trabajo aquello que el amo creyó conquistar por la
lucha: superar el mundo natural, la coseidad. Y ha con-
seguido algo más aún: transformarse en un ser histórico.
Como vemos: si bien en un primer momento el siervo coin-
cide con el gaucho sarmientino, al acabar su figura dialéc-
tica se identifica plenamente con el hombre de la ciudad.
3. Sbarra, Noel H., Historia del alambrado en la Ar-
gentina, Raigal, Buenos Aires, 1955, pág. 57.
4. Sarmiento detalla también otros medios a través
de los cuales Quiroga trata de satisfacer sus apetitos vi-
tales: el juego y el sexo (episodio con Severa Villafañe).
Las Memorias de Paz consignan también estos
poderes de Quiroga. Importa destacar la íntima unión de
Facundo con su caballo moro: hombre y bestia discuten
y cambian opiniones. Alguien afirma “que el caballo moro
se indispuso terriblemente con su amo el día de la acción
de La Tablada, porque no siguió el consejo que le dio de
evitar la batalla ese día” (Paz, José María, Memorias pos-
tumas, Almanueva, Buenos Aires, 1954, tomo I, pág.
266). En otra historia, un comandante de Paz justifica
ante éste la deserción de sus hombres: habían creído que
Quiroga “traía entre sus tropas cuatrocientos Capiangos”
(Paz, ob. cit., pág. 266). Paz insiste en obtener una expli-
cación: “Los Capiangos (...) eran unos hombres que te-
nían la sobrehumana facultad de convertirse, cuando lo
querían, en ferocísimos tigres” (Paz, ob. cit., pág. 266).
No creemos que Sarmiento o Paz (menos este último) ha-
yan inventado estas historias. Tampoco creemos que las
mismas denigren a Quiroga. Lo que nos interesa insistir
en destacar aquí es el sentido que ellas tienen para am-
bos autores, el motivo por el cual las incluyen en sus li-
bros. La animalidad de Facundo, la ferocidad de sus
hombres, la primitiva torpeza de esas creencias: todo re-
clama la acción civilizadora de Buenos Aires. Sarmiento
y Paz justifican su praxis política hablando de los Ca-
piangos y el caballo moro de Quiroga. Escuchemos si no,
en la “científica” palabra de unos de sus herederos, las
influencias de esos relatos: “La superstición de los tiem-
pos coloniales, en que confluyeron la superchería indíge-

251
na y la idolatría católica, renacía en aquellas gentes mes-
tizadas (...) Esos fanáticos hablaban de Quiroga como del
Cid Campeador” (Ingenieros, ob. cit., pág. 524). Y conclu-
ye: “Esta es la historia que nos interesa: el fanatismo y la
superstición medioeval luchando contra un régimen re-
volucionario inspirado por el enciclopedismo” (ob. cit.,
pág. 527).
6. Es posible que este concepto de naturaleza natu-
ral suene algo caprichoso. No creemos, sin embargo, fal-
sear las ideas de Sarmiento al respecto. La naturaleza
humana del hombre de las ciudades es todo aquello que
éste tiene tras de sí como constantes de su ser. Estos
elementos se han manifestado a lo largo de la historia
dentro de un proceso cultural. O sea que aquello que el
hombre de la ciudad tiene tras de sí como naturaleza es
el proceso histórico-cultural de su formación. El gaucho,
por el contrario, tiene, como constantes de su condición,
los hábitos y costumbres que el mundo pampeano le ha
inculcado. En consecuencia, en Sarmiento, la naturaleza
del civilizado es historia; la del bárbaro, naturaleza.
7. Palcos, Alberto, El Facundo, El Ateneo, Buenos
Aires, 1934, pág. 62.
8. Halperin Donghi, Tulio, ‘‘ Facundo y el historicis-
mo romántico. La estructura de Facundo”, La Nación,
15/5/55.
9. Picard, Roger, El romanticismo social, Fondo de
Cultura Económica, México, 1959, pág. 215.
10. Picard, ob. cit., pág. 219.
11. Desde esta perspectiva, la más acabada imagen
de la barbarie era, para Sarmiento, Nazario Benavides:
“Rosas tiene en Benavides su mejor apoyo; es la fuerza
de la inercia en ejercicio, llamando todo al quietismo, a
la muerte sin violencia, sin aparato” (Recuerdos de pro-
vincia, El Ateneo, Buenos Aires, 1952, pág. 771). El
triunfo de la Barbarie implica un proceso de regresión,
un lento retorno a la semilla: “Témese que el cerebro es-
pañol haya experimentado contracciones en estos tres
últimos siglos de dominación terrífica de la Inquisición”
(Obras completas, Luz del Día, Buenos Aires, 1953, to-
mo XLV, pág. 204).
12. Podetti, Amelia, prólogo a Wilner, Norberto, Ser
social y Tercer Mundo, Galerna, 1969, cfr. págs. 10-19.

252

También podría gustarte