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Bienvenidos a la era de la “posverdad”

 Miquel Urmeneta
 10 octubre, 2016

Diarios de referencia de diferentes países reflexionan sobre el valor de la verdad a


raíz del éxito de campañas políticas basadas –por lo menos, en parte–
en mentiras flagrantes. De esta forma, los medios profundizan en su
propia crisis más allá de la disrupción tecnológica y de los cambios en
los modelos de negocio. Lo que está en juego no es la forma sino el
fondo: la misma sustancia de las sociedades democráticas.

En los últimos meses, el mundo occidental ha asistido a dos hechos


políticos de gran impacto: el Brexit y la nominación de Trump como
candidato republicano a la Casa Blanca. Por lo que respecta al Brexit, las
declaraciones de Nigel Farage en sus primeras reacciones al resultado
podrían haber causado un gran escándalo. Sin embargo, el reconocimiento
de que, una vez fuera de la Unión Europea, Gran Bretaña no dispondría de
los millones de libras prometidos para su sistema sanitario no parece que
haya tenido mayores consecuencias. Y si Trump insiste en que Obama es
uno de los fundadores del Estado Islámico tampoco parece que genere un
revuelo especial. Episodios como estos han suscitado un debate en los
medios de comunicación, una discusión que en buena parte trata sobre el
papel de los mismos medios. ¿Cómo ha podido suceder?, se preguntan los
periodistas. ¿Hasta dónde llega nuestra responsabilidad? ¿Somos
culpables?

“Ahora mismo, indignar sale a cuenta, pero no ser honrado”

En esta discusión tiene un lugar importante el artículo en el que la directora


de The Guardian, Katharine Viner, rescata el concepto de post-truth
politics. Si bien la mentira ha existido siempre y los políticos la han
utilizado, Viner señala que la novedad ahora consiste en que ha
desaparecido la tensión: se reconoce que se ha mentido como si tal cosa y,
además, el público lo acepta sin mayores problemas. El artículo de Viner,
“How technology disrupted the truth”, ha tenido un cierto eco y, de hecho,
el debate sobre la posverdad ha encontrado un hueco en otros medios de
referencia (The Economist, Le Monde, Slate, Washington Post…). Este
debate –que ya es relevante que se produzca– pone sobre la mesa la
estructura básica de nuestras democracias e invita a considerar los cambios
que ha sufrido en los últimos años.

Discurso emocional
En su artículo, Viner disecciona las diferentes capas del fenómeno de la
posverdad. Por un lado, los políticos están abocados al discurso emocional.
“La campaña del remain presentaba hechos, hechos, hechos, hechos,
hechos. Sencillamente no funciona. Tienes que conectar con la gente
emocionalmente. Es el éxito de Trump”, decía poco después del
referéndum el mayor donante de la campaña por el leave, Arron Banks.

Otra capa son los medios: su funcionamiento y el modelo de negocio, que –


en Internet– está basado en clics. Según la directora del rotativo londinense,
“da igual cuántos clics tengas, que nunca será suficiente”. Muy
relacionadas con los medios, también juegan este partido las plataformas
tecnológicas de distribución de contenidos. Ya sean redes sociales o
motores de búsqueda, están sujetas a la tiranía del algoritmo, que
personaliza los contenidos que se muestran a cada usuario de acuerdo con
sus preferencias personales. Así, no se tiene en cuenta ni la veracidad de las
informaciones ni se fomenta –más bien al contrario– que las opiniones sean
variadas y equilibradas. Esto es el filter bubble del que ya hablaba el
activista Eli Pariser en su libro de 2011 (The Filter Bubble: What the
Internet Is Hiding from You).

Finalmente, faltaría hablar de los públicos, que cada vez más se informan a
través de plataformas digitales y, dentro de las cuales, las redes sociales
(que favorecen un consumo más pasivo) ganan terreno a los motores de
búsqueda (que requieren una actitud más activa por parte de los usuarios).
Según datos recientes del Pew Research Center, dos tercios de los
estadounidenses usan redes sociales, donde el consumo de noticias es uno
de los usos principales y sigue creciendo. Además, esta tendencia social
tiene consecuencias importantes en la industria. El hecho que entre Google
y Facebook concentren buena parte de la facturación de publicidad online a
nivel global (el 85%, durante el primer trimestre de 2016) da una idea de
las pocas manos que controlan la industria de la distribución de la
información.

Políticos que apelan a los sentimientos, medios sedientos de clics y


públicos que se informan con lo que decide un algoritmo: esta parece ser la
nueva realidad. Ahora bien, ¿qué es lo que ha pasado para que se diera este
cambio? The Economist explica que “la política posverdad es posible
gracias a dos amenazas a la esfera pública: la pérdida de confianza en las
instituciones que soportan su infraestructura [de la verdad social] y los
profundos cambios en la forma en que el conocimiento sobre el mundo
llega al público”. Aunque no desaparecen, las instituciones que hacían
posible una verdad compartida en una sociedad (la escuela, los científicos y
expertos, el sistema legal y los medios de comunicación) están a la baja y,
simultáneamente, suben los nuevos gatekeepers: motores de búsqueda y
redes sociales.

Esta sustitución supone varias novedades importantes. Por un lado, como


apunta Viner, la verdad es cada vez más volátil por la inmediatez de la
comunicación, pero además se da una cierta banalización de estas
“verdades”. En el timeline de un usuario pueden aparecer los rumores más
variados junto a finos análisis sobre la situación política. Todo es
presentado al mismo nivel, con lo que se mezclan informaciones relevantes
y fiables con otras que quizá no son ni una cosa ni otra. Por otro lado, se da
un cierto determinismo en la selección de las informaciones: un periódico
tiene margen de decisión para ser más o menos partidista a la hora de
escoger las noticias; pero las redes sociales tienen en su ADN ofrecer unas
recomendaciones cada vez más personalizadas. Cuanto más interactúe el
usuario en la plataforma –y esta vaya perfeccionando más su algoritmo–,
los contenidos serán cada vez más afines a su ideología e intereses.

De esta forma, Twitter podría parecer la encarnación de una situación


perfecta de democracia donde el número de los que participan es igual al
número de los que pueden tomar la palabra. Estudios como el de Internet
Monitor, que analiza las conversaciones en Twitter después de los
bombardeos en Gaza de 2014, contradicen esta impresión. Los resultados
muestran lo lejos que está de ser una conversación abierta y plural. En vez
de esto, el análisis muestra que los usuarios tienden a comunicarse con
otros de su mismo bando y que, por lo tanto, cada conversación tiene un
determinado tono y un enfoque propio sobre esa acción militar. Las
interacciones entre estos círculos son escasas, con lo que se crea un efecto
de echo chambers o cajas de resonancia. Según diferentes estudios, las
plataformas digitales facilitan la tendencia natural de las personas a
agruparse con sus iguales.

El poder creciente de las redes sociales ha tenido un impacto fuerte en la


relación de los ciudadanos con la información, pero también en los mismos
medios. “En el ámbito digital, los medios orientados al clic, al tráfico
mostrenco y a la publicidad por impresiones, se han convertido en rehenes
de los diseñadores de memes, de los contenidos livianos o, directamente, de
la basura”, escribe en su blog el profesor José Luis Orihuela. Por otra parte,
también se reconoce el impacto positivo que tienen las nuevas tecnologías.
Según Viner, la revolución digital ha debilitado a los medios pero también
ha introducido a los periodistas en una conversación más amplia donde
pueden interactuar con su audiencia y conocerla de una forma directa.

Descrédito de los expertos


No obstante, sería injusto pensar que todos los problemas han llegado con
Internet. Desde hace años, en los medios tradicionales hay prácticas que
han contribuido a debilitar la credibilidad de los periodistas, políticos y
expertos. Muchos analistas han señalado el agotamiento de ciertas rutinas
periodísticas, como el periodismo de declaraciones o presentar
artificialmente un equilibrio entre opiniones a favor y en contra de un
determinado asunto para transmitir una idea de cobertura neutral. Estas
rutinas han tenido un efecto desastroso en el público: “Cuando las mentiras
hacen el sistema político disfuncional, sus pobres resultados pueden
alimentar la alienación y la falta de confianza en las instituciones que
hicieron posible el juego de la posverdad en un primer momento”, leemos
en el editorial de The Economist. Es un fenómeno que se retroalimenta.

En el “timeline” de un usuario de redes sociales pueden aparecer rumores


infundados junto a finos análisis, todo presentado al mismo nivel

Otra de las rutinas es la rule of anticipated performance, como apunta


Robert Gebelhoff en el Washington Post, en un artículo de una serie sobre
el fenómeno de la posverdad. Por ejemplo, en la cobertura de la carrera
hacia la Casa Blanca, esta regla lleva a los periodistas a prestar más
atención al candidato que presuponen que suscitará más interés en su
audiencia. Existe el riesgo que esta predicción sea una profecía que se
cumple a sí misma: cuanta mayor visibilidad, es más probable que los
ciudadanos se fijen en un candidato y lo sigan. Este funcionamiento de los
medios ha sido aprovechado por Trump, que –como señala este autor– “ha
dado a los medios un nivel de acceso extraordinario”, a diferencia de su
rival, Hillary Clinton. Así parece que se establece un círculo vicioso en el
que –además de los políticos populistas– también se benefician los mismos
medios. “Las empresas periodísticas se han deleitado con la cuota de
pantalla que les han proporcionado sus espectáculos centrados en Trump y
pensados para la televisión. Pero estamos eligiendo un presidente, no quién
debe ser despedido durante el próximo episodio de The Apprentice [un
reality show en el que el ganador es contratado para dirigir una empresa de
Trump]”. Así dice el profesor de periodismo Dan Kennedy en el Post.

Soluciones

La conjunción de la poca credibilidad de los medios por sus viejas rutinas,


por un lado, y del surgimiento de un nuevo ecosistema comunicativo que
tiende a banalizar la información importante y fomenta todo lo viral, por
otro, ha producido una situación que muchos consideran peligrosa. En este
sentido, el debate mediático alrededor de la posverdad ha ofrecido algunas
vías de solución. Por ejemplo, el profesor de derecho de Harvard y actual
consejero jurídico de la Casa Blanca Cass R. Sunstein aboga –citado en Le
Monde– por una autorregulación de las grandes plataformas digitales que,
en una especie de prolongación del principio de neutralidad de la red,
deberían reprogramar sus algoritmos para preservar una información
pluralista y el diálogo ciudadano.

Respecto a las actitudes de los políticos, las páginas de The Economist


recogían las declaraciones de otro académico, el profesor Brendan Nyhan
del Dartmouth College, que recomendaba: “Necesitamos aumentar las
consecuencias en la reputación y cambiar los incentivos de hacer
afirmaciones falsas. Ahora mismo, indignar sale a cuenta, pero no ser
honrado”. En otro lugar se pedía a los políticos que asumieran un nuevo
lenguaje “proverdad” y que fueran humildes reconociendo su arrogancia en
el pasado.

Por lo que hace a los medios, Christine Emba cerraba la serie publicada en
el Washington Post con la esperanza que “si los medios gastan menos
tiempo segmentando y más tiempo presentando sus noticias de la forma
más directa que sean capaces, es posible que las cosas puedan mejorar –o,
al menos, no empeoren”. En diferentes artículos se ha hablado del
periodismo sin ánimo de lucro, del periodismo en favor del interés público
y de los llamados fact checkers. Estos medios (incluidos algunos laureados
con premios Pulitzer) dedicados a comprobar la veracidad de las
declaraciones de los políticos también han sido objeto de polémica. En el
artículo “How to Destroy Journalism” del Wall Street Journal se criticaba
la misma etiqueta “fact checking”: otorga un aura de objetividad cuando,
en realidad, estos medios “frecuentemente acusan a los políticos de ser
deshonestos porque los periodistas prefieren una interpretación diferente de
hechos que no están en discusión”.

Más democracia

Quizá el problema resida en una idea un tanto restringida de la verdad, que


se entiende como un conjunto de hechos comprobables. El artículo “The
Biggest Political Lie of 2016”, publicado en Slate, abunda en la
insuficiencia de considerar solo datos: “La política es donde las personas
pueden alcanzar la posibilidad de remodelar activamente el mundo, más
que solo describirlo (…) cuando nos enfrentamos con el mal político,
nuestra respuesta debería ser combatirlo con algo bueno, no quejarse de
que ha hecho mal los números”.

Políticos que apelan a los sentimientos, medios sedientos de clics y público


que se informa con lo que decide un algoritmo: esto parece definir la “era
posverdad”
Por su parte, la directora de The Guardian afirmaba: “Sobre todo, el reto
del periodismo hoy no es simplemente innovación tecnológica o la creación
de nuevos modelos de negocio. Es establecer qué papel tienen todavía las
organizaciones periodísticas en un discurso público tremendamente
fragmentado y radicalmente desestabilizado”. El responsable del equipo de
comprobación de datos Les décodeurs de Le Monde apuntaba en este
mismo sentido cuando reclamaba “educar a los medios” para explicar, dar
contexto… Llevando más allá esta idea, el profesor de periodismo de la
New York University Jay Rosen se arriesga a recomendar que ante el
desafío inédito que supone la candidatura de un político como Trump los
periodistas “quizá tengan que escandalizarnos” haciendo coberturas
también inéditas y “lo más difícil, van a tener que explicar a la opinión
pública que Trump es un caso especial, y las reglas normales no se pueden
aplicar”.

Para Viner, el objetivo de los medios es poner “la búsqueda de la verdad en


el corazón de todo –construir un público informado y activo que escrute a
los poderosos y no una banda desinformada y reaccionaria que ataca a los
vulnerables”. Nada de todo esto funcionaría sin la implicación de los
ciudadanos. Por esto, el gran interrogante es qué harán los públicos. En su
artículo, el profesor Kennedy hacía un acto de fe: “Debemos exigir que
nuestros medios nos den más democracia –y confiar que el público lo
encontrará suficientemente interesante para verlo”. No obstante, en “How
technology disrupted the truth” se ofrece una visión que –considerando este
fenómeno social como algo dinámico– invita al optimismo: “La tecnología
y los medios no existen aisladamente –ayudan a configurar la sociedad, de
la misma manera que estos a su vez son modelados por ella. Esto significa
comprometerse con las personas como actores cívicos, ciudadanos, iguales.
Se trata de hacer rendir cuentas al poder, de luchar por un espacio público,
y de asumir la responsabilidad de crear el tipo de mundo en el que
queremos vivir”.

Miquel Urmeneta es periodista y profesor universitario. Actualmente


está escribiendo su tesis sobre opinión pública y redes sociales.
@miquel_urmeneta

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