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MAGIA AZUL

“El Rey, el Mago, las Hadas y el Arlequín”


(La Estrella del Deseo)

Autor: García León, Luis Eduardo


Alias: Halflyn
Sitio Web: http://halflyn.wordpress.com/
Caracas-Venezuela
Derechos de la Obra:

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El autor autoriza su difusión, impresión y reproducción libre para el uso per-


sonal o público siempre y cuando no sea modificada, alterada, renegada su
autoría moral o atribuida a terceros, ni se perciba beneficio económico alguno.
Cualquier alteración de la obra debe ser realizada con autorización previa del
autor así como su explotación comercial, tanto en lo referente al contenido
como a los personajes que forman parte de ella.
INDICE

Prólogo………………………………………………………………………...1

Cap. I
“Eliza”…………..…………………………………………………………..…5

Cap. II
“Aghata”………………………..…………………………….……………...10

Cap. III
“Igor”………………...………………………………………………………14

Cap. IV
“Roxane”……………………………………………………….……............21

Cap. V
“Marcos”…………………….……………………………….………………35

Cap. VI
“Victor”………………………………………………………………………42

Cap. VII
“Monstruo”……………..……………………………………………………47

Cap. VIII
“Arjeck”……………………………………………..……………………….57

Cap. IX
“Día I”……………………………………......................................................60

Cap. X
“Día II”…………………………………......................................................66

Cap. XI
“Día III”…………………………………......................................................73

Cap. XII
“La Luna”………………………………......................................................87
PROLOGO

Solemos vivir con la creencia que nuestras vidas son penosas y ago-
nizantes, vemos nuestras tragedias como las únicas existentes en el universo.
Creemos que nuestra mísera presencia, nuestro patético rastro es digno de
atención por los dioses, quienes a según nosotros serán compasivos otorgán-
donos buena fortuna.

Pero la verdad es, que ni los rezos ni los sacrificios de una vida de
servidumbre los conmueve en sus torres de divinidad, inalterables y mágicas
imposibles de soñar y tocar para nuestra mundana existencia. Somos víctimas
solitarias de nuestro propio vivir, no existe esperanza alguna de ser escuchado
por otros que no seamos nosotros mismos y con suerte, algún otro de nuestra
especie.
Y ante un destino marcado con tanta miseria, nos empeñamos en
aferrarnos a lo efímero, a aquello que no podemos alcanzar, librando batallas
imposibles por sueños inalcanzables. No aceptamos que el único camino es la
resignación o la templanza, pues quienes no están dispuestos a sufrir no son
merecedores de nada, ni siquiera la vida.

Es la vida el penoso regalo que por defecto de nuestra especie reci-


be, es por eso que nuestra única opción es construirnos una dignidad, una que
nos permita llevar la pesada carga de existir, una que nos permita arrastrar el
dolor inconmensurable de saber que los dioses solo posan sus ojos en nosotros
para jugar a los dados o complacer sus caprichos. Podríamos como especie
lamentarnos por la eternidad, o darle forma a nuestros deseos mediante la
voluntad, forjándolos con sangre y sufrimiento… porque de eso hay mucho.

Quienes no acepten el dolor, quienes no amen el sufrimiento, quie-


nes se horroricen de su propia monstruosidad, entonces están apenados de
vivir…
CAPITULO I
“Eliza”

P
or ira o frustración la golpeó, haciéndola caer al suelo con su cabeza a
gachas, para luego marcharse y dejarla a solas en medio de la oscuridad
de aquella prisión de piedra que tantos lamentos y recuerdos tristes
guardaba.

Una vez más Eliza lloraba. No importaba su belleza, no importaba


su poder, no importaba su lealtad y ni siquiera su amor; una vez más se en-
contraba sola y triste únicamente en la compañía de las sombras sonrientes y
de las gárgolas, que inmóviles, observaban otro desprecio y maltrato de su
amor imposible y eterno torturador.

Y sin más remedio, optó por lo mismo que siempre había optado en
ocasiones anteriores, llorar y olvidar. Aunque muy en el fondo sabía que su
alma envenenada no borraba ninguno de los maltratos y desprecios.

Siempre elegante y hermosa se levantó, recogiendo con cuidado su


vestido azabache de armazón, se detuvo para encontrar su ganchete dorado
en forma de libélula y luego arregló su negro, liso y largo cabello. No quiso
mirar atrás, sabía que ahí se encontraba parado Igor, quien con su rostro pé-
treo la observaba entre todas las gárgolas con expresión recriminatoria. Sabía
que de poder hablar seguramente le reclamaría por todos los abusos que había
dejado pasar, en especial cuando solo bastó una pequeña decepción para que
él a diferencia de Víctor, terminara convertido en piedra. Aun así, él la seguía
amando, no podía odiarla por haberlo convertido en un guardián imperecede-
ro de piedra, pues de alguna forma ella había cumplido su mayor deseo, poder
cuidarla eternamente.

-¡Márchate Igor, no deseo que me sigas mirando, he tenido suficiente en el


día de hoy!

Bastaron estas palabras para que la figura gigantesca se sumergiera


en la pared, desvaneciéndose y fundiéndose con la estructura de la mazmorra.
Eliza sabía que Igor no se había marchado del todo, que aún seguía ahí, ob-
servándola siempre atento, protector. Eso le bastaba, se sentía aliviada con no
tener su presencia cerca o por lo menos no de manera demasiado evidente.
Caminó tranquila entre los calabozos, sus gárgolas la contemplaban, ninguna
se atrevía a mencionar palabra alguna, todas callaban y temían, pues sabían
que su ama se encontraba, aunque en apariencia tranquila, en espíritu ator-
mentada y que provocarla podría terminar en la muerte o en algún destino
peor, ya comprobado por muchos.

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Mientras más se adentraba en la oscuridad, podía escucharse con
mayor claridad el sonido de las trompetas y los hombres que luchaban feroz-
mente; al llegar a las escaleras, se detuvo tomando aire para luego sonreír de
manera pacífica como si nada hubiese ocurrido, con cuidado levantó su vesti-
do y comenzó a ascender, así hasta que la oscuridad se vio interrumpida por la
luz del sol. Pudo observar un vasto campo de batalla al salir al balcón, el cual
se encontraba adornado por las llamas y los heridos. Pudo contemplar a los
hombres del rey quienes desesperados y de manera inútil contenían a las
tropas enemigas, la imagen apenas la sorprendió, por el contrario le resultaba
aburrida y familiar deseaba en silencio que aquella guerra de egos acabase de
una vez por todas. Ciertamente, la guerra le había dado excusa para poner a
prueba muchas de sus teorías, resultaba fascinante como los hombres dejaban
de lado el miedo a lo prohibido y hacían lo que fuese por alcanzar la victoria;
cosa que siempre el maestro de Eliza supo y quien al final de sus días, pudo
ratificar, cuando esta lo convirtió en uno más del ejercito pétreo ante la mira-
da de todos, quienes solo guardaron silencio… esto es lo que llaman un secre-
to a voces.

A un lado pudo observar a Marcos, quien yacía en el balcón conti-


guo, era el jefe militar de las tropas de Víctor y que al igual que ella deseaba
el fin de aquella ridícula guerra; un reino comerciante con un pueblo inclinado
al estudio y la filosofía no estaba preparado para la lucha. Sin embargo, no
había forma de hacerle entender eso a Víctor. Todos en aquel castillo sabían
que la confrontación no habría comenzado si su amado rey no tuviese una
lengua tan larga como su ego, pero el daño ya estaba hecho. Eliza volteó a
mirarlo cortésmente y le sonrió, ya se había vuelto costumbre tanto por el
hecho de que se habían visto obligados a trabajar juntos desde el comienzo,
como por el hecho que era Marcos uno de los pocos en el castillo con los que
podía hablar sinceramente sobre el comportamiento de su amado.

Con una leve sonrisa, Marcos correspondió al saludo y respondió


con frivolidad:

-¿Supongo que Víctor está demasiado ocupado destrozando las pertenencias


del castillo? ¿Alguien se ha tomado la molestia de explicarle que una guerra
se gana enfrentándola y no con rabietas?

-Creo que se lo expliqué más de una vez, sin embargo, parece no entenderlo.
Al parecer se debe a que está demasiado sumergido en su soberbia y su mie-
do a perderlo todo- Marcos observó la mejilla enrojecida de Eliza.

-Veo que nuevamente descargó su frustración contigo, todavía me pregunto:


¿Cuándo será el día en que nos hagas un favor y lo vuelvas parte de la deco-
ración del castillo…? Creo que aún hay espacio para una gárgola más.

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Eliza no recibió de muy buena manera aquel cometario, en su ex-
presión se podía ver la incomodidad ante las filosas palabras de Marcos, sin
embargo, tampoco respondió, sabía que él al igual que Igor tenían razón por
lo que lo único que pudo hacer fue ocultar su rostro.

-¿Por qué no nos ocupamos mejor de la guerra? Nuevamente están apunto de


cruzar las defensas de tus hombres de papel- Dijo Eliza, dando punto final al
tema.

Marcos, quien toda su vida se había caracterizado por ser un hombre


de lengua ágil e inteligente decidió callar, sabía que no era el momento propi-
cio para hablar de aquel asunto, tanto por el hecho que las tropas enemigas
estaban demasiado cerca, como por el hecho de que no era bueno provocar a
Eliza… no fuese a ser él quien terminara siendo la nueva decoración del
castillo. También sabía que sus palabras rondarían la cabeza de Eliza durante
días, como ya tenían tiempo haciéndolo, y a sabiendas que su veneno poco a
poco la invadiría, con su sonrisa característica, miró al frente y con voz fuerte
y clara comenzó a replegar a las tropas ordenándoles que se refugiasen en el
castillo.

Los hombres emprendieron la retirada como en otras veces para de-


jar a cargo la situación a manos de los hechiceros del rey; ya se había vuelto
costumbre que fuesen los magos del reino quienes mantuviesen el control,
pues las fuerzas militares resultaban insuficientes y solo servían como distrac-
ción. Los arqueros comenzaron su lluvia de flechas para dar tiempo a los
hombres a llegar al castillo y recoger a los heridos; lentamente en las murallas
del castillo, los acólitos vestidos con túnicas negras que cubrían sus rostros
hacían su aparición, sosteniendo cráneos humanos junto con reliquias tan
sombrías como su presencia. Eliza aguardaba paciente, en silencio, a que
Marcos le indicara el momento en el que ella y sus discípulos debían actuar.

Los enemigos se acercaban con paso firme e indetenible, la caballe-


ría y las tropas avanzaban arrancándole la vida a cualquier incauto que hubie-
se perdido su camino. Las máquinas de guerras marchaban cerca de los hom-
bres, escupiendo fuego y rocas, destruyendo las murallas del castillo. En el
interior, los habitantes temían y se refugiaban del fuego enemigo como mejor
podían, el caos reinaba e incluso los mismos soldados corrían desorientados
ante la impotencia de no poder responder al avance enemigo.

-¡Ahora Eliza, libéralas!- Exclamó Marcos, tenso ante la cercanía del enemi-
go, en esta ocasión se estaban aproximando más veloz que nunca y parecían
no sentir el ataque de las flechas incandescentes y las catapultas de la muralla.
Sus ojos se dilataban cada vez más, el ejército se encontraba demasiado pró-
ximo al castillo, mientras las puertas de la muralla estaban siendo detenidas

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por los arpones que la sujetaban y que eran halados por las bestias de guerra y
las máquinas atroces.

Eliza permanecía inmóvil, inmutable, observando el espectáculo;


sus acólitos al igual que ella no emitían palabras o movimiento alguno, aun
así les costara la vida. Marcos y sus soldados se encontraban aterrados ante la
actitud fría y despreocupada de los inhumanos hechiceros, fue cuando la
desesperación lo invadió que con un grito de lo más profundo de su alma la
llamó a presencia.

-¡ELIZAAA…!

Los cráneos se alzaron en el aire, las manos que los sujetaban de-
rramaban la tinta carmesí del diablo, liberada por la daga que en la parte
superior había sido fijada. Sin embargo, no había dolor, no había expresión,
solo había ojos negros, profundos y demoniacos, y palabras oscuras que eran
pronunciadas de manera nefastas por Eliza y sus acólitos. Gritos espeluznan-
tes comenzaron a retumbar en el aire, el cielo se tornó negro y la lluvia se
hizo presente, extinguiendo el fuego aliado y enemigo; por un momento todo
se calmó, el agua detuvo todo ayudada por el cielo quien amenazaba con
tormenta. Fue entonces cuando las pudieron ver. De la piedra, ojos rojos
como sangre comenzaron a aparecer, garras afiladas y brazos monstruosos
alaban hacia el interior de la muralla a los soldados enemigos, mientras que
aquellos que no poseían presa cercana comenzaban a sujetarse del borde para
salir de la roca liberando su cuerpo.

Gárgolas de tamaños y formas incontables comenzaron a surgir, sus


gritos se escuchaban atravesando el cielo, mientras en veloz vuelo atacaban a
los soldados que se encontraban fuera de la muralla arrojándolos desde lo
alto, cayendo en picada y aplastando sus cráneos o simplemente quemándolos
con su aliento ardiente.

Fue entonces cuando Marcos recobró el aliento y el color, su cuerpo


se encontraba tenso y el sudor recorría su frente; de manera recriminatoria
pero a la vez confundido volteó a mirar a Eliza, quien si mediar palabra solo
retiró el cráneo de su mano arrojándolo contra el piso en una expresión de
desprecio, marchándose para detenerse entre la luz y la sombra.

-¡Tal vez debería hacerte caso, aún queda mucho espacio para nuevas gárgo-
las…!

El día transcurrió, y nuevamente la tarde había traído para Eliza la


soledad, quien permanecía en los jardines de palacio lamentándose en silencio
y con llanto sollozo, añorando tiempos pasados y mejores, pero que nunca
regresarían a ella. Todos la conocían como una mujer sombría, todos le te-

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mían alejándose de ella y condenándola a una soledad que no deseaba, sin
embargo, su alma guardaba una calidez que luchaba por salir, una calidez que
durante años había sido reprimida por verse obligada a endurecerse como sus
frías e inhumanas gárgolas. Con frecuencia solía ir a los jardines a pensar, a
despedirse del día contemplando la idea de dar fin a su sufrimiento en un acto
final que liberaría a su espíritu torturado. No obstante, siempre algo la dete-
nía.

Y esa tarde no sería la excepción, ahí estaba aquello que le recorda-


ba porqué aún vivía; entre la inmensidad de los pasillos una risa infantil re-
tumbaba trayendo alegría, apartando el miedo y la preocupación, desvane-
ciendo la guerra y el odio, haciendo parecer un sueño a aquel lugar apartado
del mundo y sumergiéndolo en su propia fantasía. Durante años había visto a
Ezequiel crecer y ya era una costumbre que soliera observarlo merodeando
con su nana por los jardines de palacio, complaciendo su infinita fascinación
por los atardeceres. Eliza tenia ordenes estrictas de Víctor de mantenerse
alejado de su heredero, no obstante, como muchos en palacio ella hacia caso
omiso de esto, siempre procurando hacerlo de forma discreta, tanto porque el
niño disfrutaba de su compañía, como porque no deseaba perjudicar a la
anciana nana que durante años había sido su cómplice silenciosa y le había
permitido compartir con el infante.

Y una vez más ahí estaban reunidos en el atardecer, en medio de la


inmensidad del jardín, entre las flores y las luces de un sol que caía y anun-
ciaba la llegada de la noche. Ezequiel contaba con entusiasmo las experien-
cias del día y relataba con emoción como había sido valiente durante el ataque
enemigo, a su vez Eliza escuchaba con atención, siempre sonriente, libre de
alguna falsa emoción y observándolo con ojos brillantes… parecía feliz,
parecía viva, parecía estar en paz con ella misma. La nana observaba desde
lejos, sentada en un banco entre las flores, mientras que con paciencia y dedi-
cación tejía aprovechando los últimos rayos del sol; ella más que nadie sabía
que no debía dejarlos estar juntos, ella sabía que si Víctor se enteraba su
cabeza rodaría. Aun así bien valía la pena, porque en el fondo tanto el niño
como Eliza eran felices, como nadie sabia serlo en palacio y como todos
habían olvidado por la crueldad de la guerra y la ambición de sus deseos.

La noche llegó y nuevamente la felicidad se marchó, Eliza lenta-


mente recuperaba su semblante melancólico y triste, mientras estrechaba entre
brazos a Ezequiel, quien afectuosamente se despedía recordándole que maña-
na la esperaría nuevamente en aquel jardín. Y mientras decía adiós, Eliza solo
podía callar y tragar para sí aquel terrible tormento que retumbaba en su
mente -Tan solo una vez… si tan solo una vez, yo desearía…-

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Ezequiel se desvaneció, sostenido por la mano afectuosa de nana,
quien mientras se alejaba observaba con pena a Eliza a sabiendas que otra vez
su alma moriría de pena y tristeza.

-¡Deberías tener cuidado con lo que deseas, no vaya a ser que se pueda
cumplir!- Aseguró una voz desde más atrás de Eliza, una vez que Ezequiel ya
se había marchado del alcance de su vista.

Eliza no se impresionó, reaccionó con cautela y conservando su


compostura, dirigió unas palabras a su visitante:

-¡Si eres un mensajero, habla rápido, aún queda mucho espacio en las pare-
des del castillo para otra gárgola más, en especial para un sirviente imperti-
nente y si eres un asesino o algo parecido, no ha sido prudente revelarte de
esa manera… espero que tengas unos pies tan ágiles como tu lengua!

El hombre permaneció tranquilo, por el contrario pareció reír ante el


comentario de Eliza y sin temor alguno comenzó a caminar rodeándola hasta
llegar frente a ella.

-Disculpe mis malos modales, permítame presentarme: Soy yo quien deambu-


la por el desierto tomando la falsa verdad de los hombres, soy el artista
eterno quien personifica a los vivos y a los muertos, mis nombres son muchos,
pero en esta ocasión puede llamarme Numis… el gran maestro de ceremonia.

Eliza observaba con cautela, algo en aquel hombre de blanco y ros-


tro cubierto de marfil no le inspiraba tranquilidad.

-No se alarme joven dama, tengo tiempo escuchando su lamento, se que no


resulta cortes espiar a nadie, pero no pude evitar acercarme al oír un llanto
tan triste como el suyo ¡Pobre, pobre alma en desgracia…! Cuanto dolor
guarda dentro de sí, cuanto anhelo de lo perdido… nadie la comprende, tal
vez… solo yo.

Eliza observó al hombre de marfil con severidad, dirigió su mirada


fijamente al rostro y sin nunca desviarla respondió:

-¡No juegues conmigo extranjero… no es un buen juego para ti!

-Pero niña, no he comenzado a jugar. Solo he venido porque tú me has lla-


mado, ¿Acaso no fuiste tú quien…?– Y haciendo una pausa dirigió la mano a
su rostro, retirando la máscara de blanco marfil; Eliza reaccionó con horror al
ver su propia imagen en el cuerpo del hombre, quien pronunciaba su pensa-
miento a un incluso con su voz -Tan solo una vez… si tan solo una vez, yo
desearía…

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Eliza retrocedió y con un gesto de su mano brotaron del suelo gár-
golas que irrumpieron en la belleza del calmado y silencioso jardín, ahora
sumergido en la oscuridad de la noche.

-No cabe duda, debes ser un hechicero al igual que yo. ¿Por qué has venido
hasta estas tierras, Ilusionista? En esta tierra los trucos como los tuyos no
son bien recibidos, todos aquellos que han vivido de su arte han muerto
penosamente, incluso los nigromantes debemos temer.

El hombre quien portaba ahora su rostro siguió caminando mientras


reía, esbozando una maliciosa sonrisa, así dio varias vueltas alrededor de
Eliza hasta detenerse recostándose de una de las gárgolas.

-¿Ilusionista? ¿Dónde? ¿Quién? ¿Yo? ¡Jajajajaja! En lo absoluto, los ilusio-


nistas hacen trucos baratos, yo por el contrario no soy mago, ni soy hombre,
solo soy. Observa mi rostro o mejor dicho, tú rostro, es tan verdadero como
el tuyo y por serlo, tanto el tuyo como el mío son falsos, ahora queda a tu
elección seguir indagando sobre lo que soy y buscar una verdad inalcanzable
y dudar siempre si es una mentira ¿O…? ¡Permitirte una vez más una opor-
tunidad y tal vez recuperar a Ezequiel si me escuchas atentamente…!

El rostro de Eliza mostró estupefacción, tal vez asombro, miedo o


perturbación; eran demasiados sentimientos juntos, difíciles de expresar.
¿Quién era aquel hombre de blanco que parecía saber tanto de ella?, a pesar
del miedo y la desconfianza que le causaba decidió escuchar.

-Habla, te escucho. Si querías mi atención la has logrado, se breve.

El hombre sonrió y colocando la máscara nuevamente en su rostro y


retomando su voz original dijo:

-Conozco quien puede cumplir tu deseo… es el hijo de las hadas, yo puedo


decirte como llamarlo, vive y respira para tan solo complacer el deseo ajeno
y nunca el propio, su alma está vacía y no desea nada, por lo cual no te co-
brará…

-¡Pero nadie en su sano juicio pactaría con un hada o con nada que se rela-
cione con ellas, ni siquiera el mago más insensato!– Afirmó Eliza.

-Niña, niña, niña… ¡Relájate! Este hombre puede cumplir cualquier deseo,
¡Cualquiera! Incluso traer a alguien de la muerte, hasta donde recuerdo los
nigromantes no pueden hacerlo ¿O sí? Pero queda a tu elección, puedes
seguir viviendo esta farsa de vida o vivir en una realidad con tu verdad.

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-Sé que nada es de gratis, si este hombre puede conceder lo que sea habrá
que pagar un precio ¿Cierto?- Inquirió Eliza, mostrando interés creciente en
la palabras maliciosas y tentadoras del hombre de marfil.

-No es nada a lo que no estés acostumbrada, dime: ¿Quién en su vida ha


actuado sin tener que responder a las consecuencias? Tú como nigromante
deberías saberlo mejor que nadie, tu magia exige sangre, es el precio del
poder, del conocimiento que les arrebataron a los dioses. Si lo deseas puedo
traerlo para ti, eso sí, una vez que este aquí no se marchará hasta que el
último deseo haya sido cumplido… piénsalo y llámame cuando hayas decidi-
do, bastará con que pronuncies mi nombre frente a un espejo- Así se desva-
neció al retirar la máscara de su rostro, ayudado cómplicemente por el viento
quien entre polvo y hojas devolvió a Eliza a la soledad del jardín, en donde ni
las gárgolas, ni el hombre de marfil se encontraban y donde lo único, era una
máscara sonriente a su pies. Era la prueba de que aquello que había vivido, tal
vez, no era una ilusión.

-No debería, pero…- Se repetía Eliza así misma una y otra vez, algo dentro de
ella le advertía que debía huir de aquel lugar, algo le decía que debía confiar,
que la desgracia se encontraba próxima y que la guerra no sería nada en com-
paración a lo que les esperaba, sin embargo, no podía dejar de pensar, no
podía dejar de desear…

Y así, en medio de la noche, entre la oscuridad, se sumergió entre


recuerdos y deseos tan solo acompañada por la luz de la brillante Luna quien
hoy sonreía de forma inusual, entre un silencio perturbador que sembraba
miedo en los corazones y hacia respirar desconfianza de lo conocido y el
porvenir.

-Solo tres noches… solo tres…– Susurró Luna en el viento, mientras Eliza
buscaba desorientada su voz, temía que hubiese llegado el día en que su de-
mencia pudiese más que ella; las estrellas guardaban silencio, tan solo dejan-
do ver en el cielo nocturno a la estrella azul que amenazaba con su llegada.

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CAPITULO II
“Agatha”

H
abló Agatha de manera apacible: -Adelante, te esperaba, habías
tardado demasiado, pensé que recurrirías a mi mucho antes… no me
lo tienes que decir, sé lo que te ha traído a mí y lo que deseas pre-
guntar Eliza, pero lo cierto es que yo tampoco conozco la respuesta.

-¿Entonces debo conformarme con caminar de manera incierta, de que sirven


tus dones anciana si no eres capaz de predecir el futuro?- Dijo Eliza con
frustración, mientras en su mano sostenía la máscara de aquel hombre que
había aparecido para perturbar su inexistente tranquilidad.

-No debes temer, el no actuará si no le conceden permiso, las reglas que ha


impuesto son claras y verdaderas, es lo único que he podido ver en la línea
del destino, pero mis cabellos que en ellos se escribe el destino también me
han revelado que está escrito que: él no desistirá y que si no logra tentarte a
ti para que llames a aquel que pertenece a las hadas entonces… tentará a
cualquier otro, incluso… a Ezequiel.

Solo bastaron aquellas palabras para que al igual que la sombra al


amanecer, Eliza se marchara de la habitación, dejando a solas a la anciana.
Agatha no había dicho otra cosa más que la verdad, no tenía por qué mentir,
no existían intenciones humanas capaces de ocultarse ante su presencia; era
por eso que estaba condenada a vivir en aquel cuarto, sola, sumergida en la
oscuridad y en el vacío del espacio eterno donde el tiempo nunca fluye. Su
historia no era muy distinta a la de su maestra, ni resultaba tampoco un des-
tino ajeno a cualquiera que decidiese ser un adivinador; ver el presente, el
pasado y el futuro requería algo más que solo talento para la magia, requería
un sacrificio más allá de la sangre o del cuerpo, Agatha lo sabia bien y lo
había aceptado con resignación.

Alguna vez había sido una joven hermosa, una joven de familia, que
gozó de los más altos privilegios que el hijo de un noble podía aspirar. Pero
solo bastó que la muerte tocara a su puerta y que con su visita le arrebatara al
ser que más amó, su padre. La demencia se apoderó de ella convirtiéndose en
su amiga y consejera, y fue siguiendo su consejo que se entregó a una vida de
frustraciones y miedo, o mejor dicho a las artes de la adivinación, pues nunca
más algo sucedería sin que ella lo supiese, sin que ella lo pudiese prevenir, sin
que ella estuviese preparada; así renunció a todo, a sus lujos, a sus amigos, a
su esposo, a su derecho real de regir como la sucesora del reino, a su visión,
incluso… a su hijo. Fue así como renunció a lo último que le quedaba, su
libertad, y se confinó en una de las habitaciones del castillo para nunca más
salir de ella, perdiéndose en un lugar que iba más allá del el espacio y el

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tiempo, un lugar que no pertenecía a la realidad y donde nadie la podría al-
canzar o por lo menos… eso pensó.

Ciertamente, su sacrificio había tenido su recompensa, ahora ella


había logrado por mucho más lo que su maestra alguna vez logró. Con el
pasar de los años, sus cabellos crecieron sin que nada los detuviese y bien sea
por capricho de los dioses, del destino o de la misma magia que día y noche
practicó dentro de aquella habitación, cuyo espacio no pertenecía a la reali-
dad, que ahora en ellos se escribía el destino. Esto era algo inusual, algo que
cualquier mago no sabría si agradecer o rechazar; sus cabellos le permitían
definir hechos, situaciones, nombres con una exactitud perfecta, Agatha nunca
se equivocaba en una predicción, o por lo menos nunca lo había hecho duran-
te el tiempo incontable que llevaba de confinamiento solitario. Pero su magia
era más poderosa que simplemente predecir con un cien por ciento de exacti-
tud, ella era distinta a otros adivinadores, pues había aprendido a manipular el
destino y podía influir en sucesos por acontecer, en sucesos que estuviesen
aconteciendo o incluso en sucesos ya acontecidos; esto tenia su precio. Su
magia la hacia envejecer de manera atroz, según lo drástico que manipulara al
destino su cuerpo se desgastaría, razón por la cual casi nunca hacia uso de
este talento y razón por la cual Víctor la mantenía bajo llave, lejos de cual-
quiera que pudiese querer manipular el destino más allá de su voluntad.

Agatha no era devota de Víctor, a pesar de que este fuese el último


de sus cuatro hijos que aún vivía. Él la mantenía confinada no solo por miedo
a que alguien considerara manipular el momento donde dio muerte a sus
hermanos y padre, tan solo para ascender al trono, sino por que ella mejor
que nadie sabia lo corrupto de su alma; al fin y al cabo, aquella semilla había
nacido de su vientre y había sido ella quien lo vio crecer bajo la mano estricta
y dura de su difunto esposo. Pero el desprecio de Agatha por Víctor iba más
allá de que ella supiese que este era una mala semilla, ella amaba a Eliza
como a una hija y siempre se lamentó desde el primer momento, cuando lo
que alguna vez fue una joven dulce posó sus ojos sobre su hijo, al cual ella
amaba pero conocía con claridad la naturaleza maligna que su esposo había
forjado en su obsesión de dejar un heredero digno de la corona.

Si alguien no guardaba respeto por Víctor era Agatha, cosa por la


que solo aparte de él, Eliza era la única que podía visitarla, pues era ella quien
escuchaba las predicciones del futuro. Agatha procuraba con Eliza ser amable
al predecir el destino del reino y de la corona y cualquier otra cosa que ella en
particular deseara saber, tal vez para compensar el daño que su hijo a esta día
tras día le causaba; predecir el destino puede ser algo tenebroso, pero escu-
char el destino propio más aun, en especial cuando es pronunciado con des-
precio por aquel ser que te concedió la vida, razón por la que Víctor no solía
visitarla mucho.

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La visita de Eliza había resultado perturbadora, no solo para Eliza
misma, sino también para Agatha, quien por primera vez en incontable tiempo
no era capaz de ver el destino que rodeaba al reino. Pero si sabía, con absoluta
certeza que la máscara de marfil no mentía al decir que el ser que él podía
convocar era capaz de manipular el destino mismo, tan solo usando el deseo.

Era esto lo que le preocupaba, era esto lo que ella más temía. Los
adivinadores mundanos solo pueden ver el destino pasado, presente o futuro
con cierta exactitud; los más talentosos pueden manipular el futuro de manera
sutil, favoreciendo o desgraciando a alguien o algo. Agatha quien era un
prodigio y una excepción podía hacer algo mucho más que eso, pero bien sea
ella o algún adivinador mundano, ambos sabían que manipular el destino era
una cosa que debía hacerse con sumo cuidado y que debía planificarse toman-
do en cuenta la infinidad de posibilidades; manipular el destino nunca debía
realizarse llevado por el sentimiento, ni mucho menos por un deseo capricho-
so, y eso es lo que son las hadas “Deseo y Capricho”, Agatha solo podía
esperar lo peor.

Pero su miedo iba más allá de su propia vida, su miedo era por Eliza
a quien guardaba afecto y quien poseía uno de los destinos más oscuros y
siniestros que ella hubiese conocido. Sabía que Víctor seria la razón de su
perdición, y aunque siempre había podido cambiar esto tan solo con una
pequeña petición, el amor de Eliza por Víctor sobrepasaba cualquier límite,
tanto así, como para darle un heredero y renunciar a su derecho a ser madre.

Agatha no se permitiría tal error, si Víctor deseaba destruir el reino


ella no se lo impediría, pero no dejaría que destruyese a Eliza mientras que
ella pudiese hacer algo al respecto. Sabía con claridad que la llegada de la
máscara de marfil era el presagio que marcaba el inicio del fin, pues lo que
nunca le dijo a Eliza fue, que sería ella o Víctor quienes darían permiso a las
hadas para irrumpir en el reino, Ezequiel solo fue una pequeña manipulación
para infundir miedo suficiente y ganar tiempo antes que su odio por Víctor la
llevara a aquel terrible error. ¿Pero que hacer? Ella se encontraba confinada a
aquel espacio en medio de la nada, ella ya no gozaba de la fuerza, ni la juven-
tud necesaria para actuar de la misma manera que en tiempos pasados. Víctor
no debía enterarse aún de la llegada de la máscara y mucho menos de su
ofrecimiento, pues sin duda alguna, accedería sin siquiera medir las conse-
cuencias de tal acto.

Entonces fue cuando de entre sus cabellos un nombre surgió, “Mar-


cos”, el podía ser la clave para detener a la máscara y separar a Eliza de su
destino casi inminente. Solo debía encontrar la forma de guiarlo hasta la
habitación, pero Víctor había sido muy habilidoso en mantener oculta la
existencia de Agatha; eso no seria un problema, solo necesitaba encontrar

12
alguien con un destino lo suficientemente incierto, lo suficientemente trágico
y lo suficientemente atado a Eliza, al reino, a Víctor, para usarlo como medio.

Nuevamente revisó entre sus cabellos y otro nombre surgió, siempre


fue evidente, siempre estuvo ante sus ojos y más no podía acoplarse a sus
planes. Él era el indicado entre todos para servir como su mensajero, al cabo,
no existía persona alguna que estuviese más estrechamente relacionado al
destino de Eliza que él, no había nadie en el reino entero que la amara con la
devoción que él lo hacía, ni siquiera Marcos y Víctor. La respuesta era tan
obvia que por un momento se sonrió, achacando su falta a la edad, pero no era
tiempo de reír era tiempo de actuar, porque cada segundo que pasaba era
terreno que la máscara ganaba, cada segundo sus palabras envenenaban más a
Eliza llevándola a considerar la nefasta propuesta.

Aun así, a pesar de lo perfecto de su mensajero, sobrepasar la pro-


tección que este poseía no seria fácil, Eliza era un mago sumamente poderoso
y su control sobre él era casi absoluto o por lo menos, así debía ser; de la
misma manera la máscara no se quedaría de brazos cruzados y ella sabía sus
intenciones verdaderas, una cosa es que no pudiese predecir el destino del
reino, pero otra es que ella fuese tan ingenua como para no saber que lo había
atraído en verdad. El esfuerzo que tendría que hacer la debilitaría gravemente,
tal vez no le costaría la vida, pero aun así bien valdría la pena, pues si estaba
en sus manos poder cambiar el destino de Eliza así lo haría. Sus cabellos se
extendieron por la habitación viajando entre el espacio y llegando hasta el
umbral de la puerta que existía en medio de aquella infinita nada, filtrándose
por debajo y volviéndose invisibles e intangibles al ojo humano. Lentamente
fueron recorriendo cada rincón, cada habitación, cada mazmorra, hasta conse-
guirlo y fue ahí, en el punto más oscuro, a la sombra de Eliza quien lloraba
una vez más desconsolada en la soledad de su habitación que lo encontró. Ahí
estaba él, fuera de la vista de los ojos mortales; los cabellos penetraron en la
piedra y abrazándolo con ternura llevaron hasta él las palabras de Agatha
quien susurró:

-Despierta Igor, hay una tarea que debes cumplir… es hora que pruebes tu
amor por ella.

13
CAPITULO III
“Igor”

E
liza corría desesperadamente entre los pasillos apartando a la gente de
su camino, quienes permanecían estupefactos ante el horror de los
gritos desmedidos y la algarabía ensordecedora que provenía de la sala
real. Mientras más se acercaba a su destino, Eliza con lágrimas en los ojos
temía lo peor, su corazón temblaba ante el terror que aquellas palabras fueran
ciertas “Igor se había revelado”

Le resultaba imposible de creer tal cosa, Igor era su sirviente y


acompañante fiel, él era incapaz de hacer algo sin que ella se lo ordenara,
pues al cabo, él era ahora tan solo una gárgola que existía para protegerla y
acompañarla siempre vigilante desde su sombra y sumergido entre la piedra.
No cabía en su mente la posibilidad que Igor tuviese conciencia o si quiera
voluntad alguna para desafiarla, jamás lo había hecho, tal cosa era imposible.
Aun así, su corazón temía, ella sabia que existía la posibilidad que Igor hubie-
se retenido algo de su antiguo yo, de aquel que existió y fue antes de ser
convertido en el sirviente eterno; si eso era así, entonces su más grande pesa-
dilla se había cumplido, Igor había despertado y regresado dispuesto a tomar
venganza contra su amado Víctor.

Los pasillos resultaban caminos interminables de piedra y oscuri-


dad, y mientras más cerca estaba de su destino, el olor a muerte y la sensación
de una desgracia inminente se sentían con mayor fuerza. Su corazón se acele-
raba más con cada paso, su temor se acrecentaba y mientras atravesaba la
multitud temerosa que se había conglomerado ante la puerta de la sala real,
todos poseídos por la cobardía curiosa, su mente divagaba entre pensamien-
tos. Buscaba respuestas que no lograba encontrar y una esperanza efímera que
se escurría entre sus manos ante la realización de todos sus temores, al con-
frontar la realidad tras aquellas puertas.

Igor, no siempre se llamó Igor. Alguna vez él tuvo otro nombre, al-
guna vez tuvo una vida que iba más allá de existir para proteger y servir a
Eliza. Su nombre real era Armand, hijo de una familia noble y hombre de
ciencia, servía a la corona como médico real; puesto que había obtenido, tanto
por sus méritos como por la muerte de su padre, siendo él quien continuaría
con la tradición familiar.

Eliza y él se habían conocido desde mucho antes que ella conociera


a Víctor, tiempo en los cuales Víctor no soñaba siquiera con ascender al
trono, ni Eliza con sumergirse en la oscuridad de las siniestras artes de la
Nigromancia. Se habían conocido en el mercado del reino, en un día como
cualquier otro y desde entonces habían forjado una buena amistad; aunque no
se frecuentaban mucho, solían contactarse de vez en cuando, compartiendo

14
ratos agradables y aconsejándose acerca de las adversidades de la vida, aún
para ese entonces Armand no se había enamorado de Eliza, sino que eran
puramente buenos amigos.

Pero el tiempo transcurrió, Eliza se había enamorado de Víctor, y su


relación con él se había vuelto tormentosa después de infinitos momentos de
felicidad. Armand estuvo siempre a su lado, siempre silencioso, brindando su
apoyo y compañía, observando con tristeza los horrores a los que Víctor
sometía a Eliza, mientras que lentamente su corazón sin darse cuenta iba
transformando su amistad, en amor. Con el tiempo Armand aceptó sus senti-
mientos y comenzó a pretender a Eliza, aun cuando ella todavía se encontraba
con Víctor; Eliza no le correspondía pues su amor por Víctor era demasiado
fuerte.

Sin embargo, Víctor que era más débil de carácter desde antes que
Armand se fijara en su amada Eliza, siempre sintió envidia del medico real.
Víctor estaba consciente de sus propias cualidades y defectos, y sabía sin
duda alguna que él en comparación de Armand no era nadie, la envidia y el
temor lo consumía aun a pesar de las palabras de Eliza quien siempre con
sinceridad, amor y devoción le juraba que ella solo tenía ojos para él. Por
mucho tiempo Víctor trató de ignorar la presencia e insistencia de Armand,
pero en silencio su odio y celos iban creciendo, así como su temor; temor que
un buen día se confirmó cuando Eliza aceptó que en su corazón se había
hecho un lugar para Armand, tal vez no con la misma fuerza ni significación
que tenía Víctor para ella, quien seguía siendo la luz de sus ojos. No obstante,
esto fue un golpe fatal para Víctor quien no tardó en derrumbarse ante el
miedo y la desesperación, a pesar que trataba de mantenerse aferrado a su
esperanza que él y Eliza aún podían ser felices.

Pero no siempre la esperanza basta, Eliza lentamente fue perdiendo


fuerzas, tanto por el cansancio que sentía su alma como por los errores que
Víctor en su desesperación cometía. Armand permanecía ahí, tranquilo sin
exigencias, sin reclamos, esperando solo su momento pues él sabía que Víctor
difícilmente podría superarlo. Armand deseaba que Eliza le diera una oportu-
nidad y Víctor temía no poder competir ante las virtudes más que evidentes y
ante su incondicionalidad disfrazada de amistad.

Y así, más pudo la cobardía, el miedo y la frustración. Víctor y Eli-


za se rindieron. Víctor aceptó casarse con aquella joven que su padre por
mucho tiempo había dispuesto para él y a la que alguna vez amó mucho antes
que a Eliza; mientras que Eliza por el contrario se había entregado a la desidia
y tratando de olvidar a su gran amor, le dio esa tan ansiada oportunidad a
Armand, quien con alegría la recibió esperanzado de poder ganarse su cora-
zón y hacerla olvidar los malos recuerdos. Pero con el tiempo la verdad resul-
tó ser otra, es difícil engañar al corazón, y tanto Víctor como Eliza no podían

15
separarse, sus corazones estaban unidos y su amor permanecía intacto, a pesar
de las heridas y los golpes.

Eliza se había convertido ya en una practicante de la magia Nigro-


mántica y durante ese tiempo se aferró a su relación con Armand, quien con
esmero día tras día trataba de enamorarla; Eliza le había tomado mucho apre-
cio, pero no lograba tan siquiera quererlo, pues su corazón sabía con claridad
al igual que el de Víctor cuál era su deseo. Pero el orgullo era demasiado, el
dolor muy profundo, y a pesar que aun cuando sus miradas se cruzaban, el
amor se podía ver a través de ojos vidriosos y gargantas que contenían el
suspiro y el llanto melancólico, ninguno de los dos daba vuelta atrás. En
ocasiones, la tristeza era demasiada, y alguno buscaba una excusa para ver al
otro e incluso se acercaban tratando de ver si aun podían revivir su amor,
pero… ella no deseaba lastimar Armand y Víctor aún le faltaba mucho por
aprender para ser digno de Eliza.

El tiempo pasó, Víctor se convirtió en rey, Eliza en una gran Ni-


gromante al servicio del reino y Armand aún seguía a su lado tan glorioso
como siempre. Pero aun todo el tiempo transcurrido no había logrado borrar a
Víctor, y Eliza en vez de sanar, solo había conseguido una aparente tranquili-
dad que con mucha frecuencia se desboronaba lastimando lenta y progresiva-
mente cada vez más a Armand, quien ahora era él quien sentía el mismo
temor que alguna vez Víctor sintió en un pasado no muy distante. Eliza no
deseaba lastimarlo, pero no era capaz de amarlo y peor aún, ciega por el dolor
era incapaz de ver el error que cometía, tal vez no muy distinto al de Víctor,
aunque si ciertamente mucho menos grave e indiscutiblemente una conse-
cuencia de los actos de Víctor.

Armand amaba locamente a Eliza, pero vivía sumergido en una


frustración creciente; el fantasma de Víctor no moría y el que tanto Eliza
como él sirvieran a la corona, es decir… Víctor, no facilitaba las cosas. Con
frecuencia en silencio y fuera de la vista, haciendo caso omiso a sus títulos y
privilegios, Víctor y Armand se enfrentaban. Víctor con el tiempo se había
dado cuenta de su error y ahora buscaba desesperadamente repararlo, pero ya
para él era tarde, pues Eliza no renunciaría a su nuevo amor y él no podría
renunciar a la corona, pues no había nadie que en su ausencia gobernara. La
reina no resultaba un problema para Víctor, pues a pesar del gran sentimiento
que guardaba hacia ella, se encontraba dispuesto a sacrificarla tan solo por
recuperar a Eliza y ver su sonrisa una vez más.

Las peleas entre Armand y Víctor se hicieron más frecuentes, las


confrontaciones se hacían públicas y el reino se estremecía ante un rey que
irrespetaba a su reina. Víctor poco a poco se fue consumiendo por el odio,
Armand fue cayendo en la desesperación tanto por la situación con Víctor
como por los desprecios de Eliza, los cuales era cada vez más frecuentes.

16
Víctor conocía muy bien a Eliza y dispuesto a recuperarla actuó, fue entonces
cuando acudió en secreto a su madre, Agatha, y valiéndose del poco cariño
que esta le guardaba y de la culpa que sentía por haberlo abandonado, abusó
de sus dones y del pasado distante, trayendo un amor antiguo de Armand tan
solo con un pequeño cambio… que Armand no la hubiese olvidado.

Víctor no se equivocó, su plan fue perfecto. Armand no tardó en


caer ante los encantos de su antiguo amor que ahora se encontraba en su
presente. Ciertamente, pudo haber modificado mucho más el pasado y haber
hecho que Armand y Eliza nunca se hubiesen conocido, pero para Víctor eso
no era suficiente, el deseaba venganza, el deseaba verlo llorar de la misma
manera que él había llorado noche tras noche a escondidas de la reina, lamen-
tando la perdida de su amada Eliza. Armand cayó en los brazos de su antiguo
amor; Eliza se enteró gracias a las manipulaciones de Víctor y entonces fue
cuando ocurrió. Eliza nuevamente perdió el control, su vida se desboronó ante
sus ojos por segunda vez, Armand en quien había confiado la había traiciona-
do al igual que Víctor, no era una cuestión de amor sino de lealtad, él se había
entregado a un amor del pasado y había jugado con sus sentimientos, pues aun
con todas las manipulación del destino por parte Víctor, Armand era culpable
al igual que Víctor de haber sido débil de espíritu y tomar el camino más fácil.

Y con el corazón destrozado, atormentada por el dolor, decidió to-


mar venganza; convocó a cada uno por separado a una de las habitaciones del
castillo, asegurándose que ambos estuviesen juntos. Al llegar, ambos se es-
tremecieron al ver a Eliza, sus ojos aún lloraban y contenían la furia que la
traición había desatado en ella; la joven era inocente de todo, pero igual paga-
ría ante la mirada de Armand, quien suplicaba perdón y piedad sumergido en
llanto e hincado sobre sus rodillas. Eliza desmembró a la inocente joven tan
solo conservando su cráneo para sí, como un recuerdo de su dulce y amarga
venganza. Pero las suplicas desesperadas de perdón de Armand no eran sufi-
cientes, él debía pagar. Víctor quien se encontraba afuera de la habitación
nunca se atrevió a entrar, solo se mantenía quieto escuchando los gritos de
horror del desafortunado, mientras sonreía complacido ante lo que el llamaba
una ”Restauración del orden”

-¿Por qué? ¿Por qué me traicionaste? Yo renuncié a él confiando en que tú


no cometerías sus errores y al final… ambos eran iguales. Ahora, ya no me
queda nada, ni siquiera… Víctor– Fueran las palabras de Eliza para Armand,
mientras este arrodillado, bajaba la cabeza. Por última vez habló para el mun-
do y para Eliza:

-¡Perdón! ¡Perdóname! De alguna forma pagaré mi error, buscaré en la


eternidad si es necesario, solo si con eso logro hacer que vuelvas a vivir;
toma mi vida, mi alma es tuya eternamente, yo te cuidaré por la eternidad, de

17
la misma manera que mi amor por ti permanecerá intacto hasta el día en que
nuestro recuerdo se borre de la memoria de los hombres.

Después de esto, un grito se escuchó y el último aliento de Armand


se desvaneció entre un pensamiento fugaz “Víctor… regresare” fue así como
nació aquel día… Igor.

Eliza abrió las puertas de la sala real, sus ojos solo pudieron con-
templar el horror. Ahí estaba Igor, poseído por la cólera avanzando de manera
indetenible hacia Víctor, quien se refugiaba cobardemente en su trono mien-
tras de manera inútil y desesperada sus soldados luchaban contra la bestia de
piedra. Los guardias caían como muñecos de papel ante la fuerza descomunal
de la abominación pétrea que los desmembraba, aplastaba, incineraba y pulve-
rizaba ridiculizando sus patéticos intentos de someterlo con cadenas y armas
convencionales. Un grito se escuchó y por un instante en medio de la sangre y
los restos de cuerpos mutilados Igor se detuvo.

-¡Detente, te lo suplico Armand!- Gritó Eliza.

Parecía que las palabras de Eliza hubiesen sido un hechizo que obli-
gaba a Igor a detenerse, para todos era así, excepto para Víctor y Eliza quie-
nes sabían lo que implicaba que Igor se hubiese detenido. Marcos quien aca-
baba de llegar y solo sabía lo poco que los guardias y la servidumbre del
castillo le habían alcanzado a contar en su camino, no podía creer lo que sus
oídos habían escuchado. En muchas ocasiones, la historia de Igor le había
sido contada, pero nunca osó a creerla, por el contrario la atribuía a la predis-
posición que la gente en general poseía para mal ver a Eliza, pero esto con-
firmaba aquellas terribles historias… Igor alguna vez había sido humano.

Un silencio casi fúnebre se hizo presente en la sala, ningún alma se


atrevía a emitir sonido alguno, solo se podía escuchar a Eliza, quien permane-
cía de rodillas en el suelo sumergida en el llanto y en la estupefacción. Víctor
comenzaba a transformar su miedo en cólera, y no tardó mucho antes que su
mirada se volviera una recriminación a Eliza. Marcos solo podía observar,
guardando dentro de sí un gran pesar, sabía con certeza que esta osadía de
Igor le costaría la vida, no sentía lástima por la criatura pero si por Eliza,
quien ya vivía en demasiada soledad y que ahora debería resignarse a perder a
su compañero fiel o ser acusada de traición y pagar con su vida.

Marcos se acercó a Eliza y con cuidado la ayudó a levantarse.

-Vamos Eliza, es mejor que te retires a tu habitación, no deseo que estés aquí
cuando deba cumplir con mi deber; no soportaría verte llorar más y menos
por mi culpa.

18
Los guardias escoltaron a Eliza y comenzaron a guiarla a través del
pasillo, mientras Marcos tomaba aire recogiendo algo de valentía para sí y
cumplir con su deber de dar muerte a Igor, no sería difícil, Igor no se movía;
él sabía bien que permanecería así hasta último momento solo por realizar la
voluntad de su amada. Eliza se marchaba por el pasillo, pero como si algo la
forzara a mirar se detuvo, volteando para ver a Igor por última vez quien hasta
ese momento estaba inmóvil en medio de la sala real; dando la espalda, giró
su cuerpo de medio lado e Igor volteó a mirar a Eliza, y como si por un ins-
tante hubiese vuelto ha ser humano su rostro adquirió una expresión cándida y
melancólica, como cuando alguna vez fue Armand. De sus ojos brotaron
lágrimas de sangre, fue entonces cuando Eliza comprendió que Igor se estaba
despidiendo.

Eliza corrió con todas sus fuerzas hacia la habitación, escurriéndose


entre los guardias mientras ante sus ojos, Igor le daba la espalda nuevamente
para abalanzarse una vez más sobre Víctor; su violenta embestida apartaba de
su paso a los guardias, mientras Víctor solo podía permanecer inmóvil con-
sumido por el terror; con la misma fuerza del ataque lo tomó con una de sus
garras, destrozando su armadura, empujándolo violentamente contra la pared.
Víctor se estrelló estrepitosamente apenas sosteniéndose en pie, mientras por
el impacto, de su boca brotaba sangre; Igor se alzó furioso en frente de él
abalanzándose con una de sus garras en último ataque mortal.

Sin embargo, antes que Igor pudiese atacar por última vez a Víctor y
arrebatarle la vida, de los cuerpos muertos de los soldados brotaron cientos de
lanzas de hueso tan duras como el acero que se dirigieron velozmente hacia
él, atravesando su cuerpo y volviéndolo no más que pedazos diminutos de
piedra. Cuando el polvo se diseminó, los presentes pudieron ver a Eliza al
otro lado del pasillo, sosteniendo en una de sus manos el cráneo con el cual
realizaba sus hechizos y que alguna vez perteneció a la amada del difunto
Armand.

-¡Perdóname Igor! Perdóname Armand…- Fueron las palabras de Eliza,


quien solo calló desplomándose en llanto. Víctor a penas podía creer lo que
había sucedido; Eliza le había salvado la vida a costa de la del propio Igor, la
culpa dentro de sí no le permitía verla a la cara y refugiándose en su soberbia,
solo pudo ordenarle a Marcos que se encargara de la situación, mientras se
retiraba a toda prisa del sitio pasando a un lado de Eliza sin siquiera mencio-
nar palabra alguna de consuelo o agradecimiento.

Las horas transcurrieron, Eliza ahora se encontraba en su cuarto,


una vez más desconsolada y sumergida en la tristeza, llorando por la perdida
de su amado Igor. Víctor permanecía en el jardín observando a Ezequiel
jugar, mientras divagaba entre pensamientos y sentimientos que iban desde el
odio al amor y recordando cómo una vez más había sido la causa del sufri-

19
miento de Eliza. Marcos se encontraba en la sala real, casi todo había sido ya
recogido y ordenado, había pedido que lo dejaran a solas y ahora observaba el
firmamento desde una de las ventanas, mientras en su mano sostenía una llave
que había tomado del cuerpo de Igor y que la encontró en una de sus garras,
como si Igor mismo hubiese buscado proteger a aquel insignificante objeto.

Muchas eran las preguntas en la cabeza de Marcos, no entendía el


comportamiento de Igor y mucho menos entendía el por qué si siempre pudo
revelarse en contra de Eliza y tratar de asesinar a Víctor ¿Por qué ahorita y no
antes? ¿Por qué guardaba aquella llave en una de sus garras? ¿Acaso deseaba
que alguien la encontrara? ¿Acaso deseaba que él la encontrara? Mientras
pensaba, una mujer de la servidumbre se acercó diciendo:

–Mi señor, la reina lo ha mandado a llamar, ha pedido que por favor se dirija
a su habitación cuando le sea posible- Fue entonces mientras escuchaba
aquellas palabras, mientras observaba la llave y hacia memoria de lo sucedido
que entendió todo.

La llave no era de Eliza, ni mucho menos de Igor, pertenecía a Víc-


tor; alguna vez se la había visto, pero nunca le prestó atención. Este siempre
la llevaba bajo su armadura a la altura de su pecho, y lo más seguro es que el
ataque de Igor a Víctor solo hubiese sido una excusa para arrebatarle la llave
¿Pero a donde llevaba? ¿A que habitación pertenecía? ¿Qué era lo que Víctor
ocultaba tan celosamente? ¿Por qué Igor se habría sacrificado de tal forma
solo para que él pudiese conseguir aquella llave? Entonces, hizo memoria una
vez más y recordó una sección del castillo la cual según se encontraba aban-
donada, y en la cual Víctor y Eliza solían pasar mucho tiempo; siempre pensó
que aquel sitio servía como refugio para sus aventuras amorosas, pero ahora
estaba convencido que fuese lo que fuese que Víctor ocultara, debía encon-
trarse ahí.

No lo pensó y con premura corrió a través de los pasillos, dirigién-


dose a aquella sección abandonada. No tardó mucho en llegar, para su sorpre-
sa encontró tan solo un pasillo, apenas había antorchas que iluminaban el sitio
de manera precoz y al final había una puerta, una puerta de madera con un
símbolo. Era un reloj de arena, un reloj idéntico al que la llave poseía; sabía
que había conseguido lo que estaba buscando, así que sin temor se dirigió a su
destino, abrió la puerta y entonces la vio, su sorpresa fue demasiada y no
pudo hacer más que permanecer inmóvil mientras la puerta se cerraba tras él y
una voz anciana le decía:

-Confiaba en que vendrías pronto, no me equivoque al escogerte. Pasa, tene-


mos mucho de qué hablar.

20
CAPITULO IV
“Roxane”

C
ada paso la adentraba más en la oscuridad abismal de las mazmorras,
aquel lugar era desconocido para ella y aunque su dominio era absolu-
to sobre el reino, este era el único sitio donde incluso Víctor era nadie,
este era el reino de Eliza.

En contra de lo que siempre imaginó, a la luz tenue de las velas del


candelabro, pudo contemplar una imagen muy distinta de aquel reino dentro
de su reino. Allí la soledad caminaba tranquila, tomada de la mano con el
silencio, no habían cadáveres, no habían prisioneros, las celdas estaban vacías
y solo había oscuridad. Y cuando terminó de descender por las interminables
escaleras de piedra, pudo encontrar aquella puerta que tantas veces soñó que
Víctor cruzaba durante las noches, en las que él se despertaba para escabullir-
se y ver a su amor prohibido.

Pero una vez más la realidad resultó ser distinta a su imaginación,


aquella puerta de finos ornamentos, de lujo sin fin e intimidante presencia en
realidad guardaba un aspecto mucho más humilde. Roída por las alimañas y
consumida por el tiempo apenas se sostenía en pie, aquel terror o prepotencia
que imaginó no se encontraba, en su lugar solo había un sentimiento de pro-
funda tristeza y desolación que hacía coro al llanto suave y entre cortado de
Eliza, quien desplomada ante la luz de las velas del pobre e improvisado altar
funerario, lloraba y despedía a su amado Igor.

-Espero no interrumpir… pero me enteré hace poco de lo sucedido, solo


quería darte mis condolencias…

Eliza no se tomó la molestia de moverse, únicamente secó sus lá-


grimas y contuvo por un instante su llanto en la espera que su inoportuna
visita se marchase.

-Si hay algo que pueda hacer para ayudarte, no importa lo que sea, solo
dímelo…- Dijo la visitante, ante la espera de una respuesta que parecía que
nunca llegaría -Si no te importa, me retiro, no deseo importunarte más.

Sin decir más palabras se dio la media vuelta, sin embargo, algo no
se encontraba bien, el cerrojo estaba abierto, pero la puerta no abría como si
algo la sostuviese desde el otro extremo. Eliza quien había guardado silencio
hasta ese momento, alzó su rostro y con sus ojos completamente ennegrecidos
preguntó:

-¿Tan pronto te marchas?

21
-¿Qué sucede Eliza? ¿Te has vuelto loca? ¿Qué estás haciendo?

Eliza se sonrió de manera inquietante, lentamente se levantó y con


paso calmado se fue acercando.

-¡Tal vez! Tal vez si me haya vuelto loca, aunque… la locura es no haber
hecho lo que voy a hacer… ¡Mucho antes!- Su expresión se volvió de ira y
dolor, sus ojos negros dejaban ver la locura que de ella se había apoderado.

-¡Detente Eliza! ¡Es una orden! ¡Te lo manda tu Reina!- Gritó desesperada,
mientras buscaba abrir inútilmente la puerta a medida que Eliza se acercaba
más.

Su andar se detuvo, Eliza sonrió una vez más y torciendo su rostro y


en tono suave exclamó:

-¡No, aquí no eres la reina! Aquí no eres más que… Roxane, la maldita que
me arrebató a Víctor- Un grito agudo se escuchó, el cual no tardó en desva-
necerse en la profundidad de la oscuridad, ante la mirada inquieta de los
habitantes del castillo que alcanzaron a escucharlo en cada rincón de sus fríos
pasillos.

Víctor quien se encontraba en su habitación tratando de superar el


terrible suceso con Igor, solo pudo cerrar sus ojos, para luego derrumbarse
mientras caía sumergido en llanto acurrucado en una de las esquinas, mientras
se repetía desesperada y frenéticamente -¡No! ¡Roxane No! ¡Eliza no pudo
haber roto su promesa! ¡Eliza no, no, no, no…!

-¿Has escuchado?- Agatha, cerrando sus ojos, da por entendida la respuesta a


la pregunta de Marcos quien solo quedó estupefacto ante el horror que tal idea
fuese verdad.

-Ha comenzado… la muerte de Igor ha sumergido en la demencia a Eliza,


ella no se detendrá hasta las últimas consecuencias. Yo no puedo actuar sin
que mi vida peligre, mi poder impone un límite sobre lo que puedo hacer y el
tan solo haberte traído hasta aquí ha requerido un gran esfuerzo de mi parte.
Es por eso que deseo contar contigo para que tu seas mi mano ejecutora,
Eliza ya no puede ayudarme a mantener el bienestar del reino y Víctor…
bueno, espero que lo comprendas ahora que sabes todo acerca de él; Roxane
y Eliza son lo más preciado para él, incluso por encima de sí mismo, espero
que entiendas la gravedad de lo que te estoy tratando de explicar.

Marcos solo se dio la media vuelta y se marchó -No te preocupes


anciana, haré todo a mi alcance…- No obstante, su mente divagaba, la verdad

22
que Agatha le había revelado sobre Víctor, sobre Eliza, sobre Roxane e inclu-
so sobre ella misma, le había hecho cambiar su percepción del reino.

Ahora todos eran culpables, pero también inocentes. Ya no poseía el


coraje para juzgar a Víctor de ser un monstruo implacable, ya no podía ver
con los mismos ojos de inocencia a Roxane; la reina a la cual había jurado
lealtad aun por encima de Víctor mismo, ya no podía contemplar a la hermosa
Eliza sin sentir que confundía la culpa con el amor… Marcos ahora se había
unido verdaderamente al reino y formaba parte de esa nube oscura que escri-
bía con desgracia y sangre el destino de sus habitantes.

Pero a pesar de todo, su corazón sentía especial pena y preocupa-


ción por el destino de Roxane. Entre todos, tal vez ella era una de las personas
en aquel reino quien más marcada había quedado por la corrupción de Víctor.

Roxane y Víctor se habían conocido muchos años atrás en una fies-


ta, el padre de Roxane había organizado la celebración con la esperanza de
conseguir un joven pretendiente entre los príncipes presentes. No obstante,
Roxane era una muchacha algo pretenciosa y difícil de impresionar; había
nacido privilegiada y no conocía la necesidad y aunque en ocasiones sus
padres eran estrictos, gozaba de su compresión y de una libertad que muchos
otros hijos de reyes soñaban. Pero lo que realmente hacia especial a Roxane
era su belleza, una belleza privilegiada entre todas, una belleza digna de
envidia y capaz de conseguir todo lo que estuviese a su alcance.

Y era esta la razón de su carácter pretencioso, desde muy temprana


edad todo lo que había deseado lo había obtenido, nadie podía negarse a sus
peticiones, su palabra era ley y ella estaba conciente de su virtud. Fue enton-
ces cuando Víctor entró en su vida, hijo de un reino mucho más pequeño
dedicado al comercio, estudio y magia, Víctor era muy conocido para su corta
edad, aun por encima de sus otros hermanos e incluso de su propio padre. Su
reputación de joven canalla y mujeriego lo hacían alguien merecedor de repu-
dio, muchas eran las historias acerca de sus diversos amoríos, así como de sus
monstruosidades en el campo de batalla e incluso sobre su impertinencia al
hablar, que en diversas ocasiones habían complicado en mucho las relaciones
diplomáticas del pequeño reino. Pero por extraño que pareciese, tal carácter y
reputación no iba acorde a su aspecto, el cual era mucho más allegado al de
un joven tranquilo, callado y tímido; muy distante a lo que se esperaría de un
miembro de la realeza.

La primera vez que Roxane lo vio no causó gran impacto en ella, sin
embargo, su mirada fue algo que la marcó, aquellos ojos negros, tristes, llenos
de miedo enternecieron su corazón a pesar de conocer con claridad la repu-
tación que lo rodeaba. Aquel día no se hablaron hasta ya casi terminada la
fiesta, después de toda una noche de frustraciones y aburrimiento, Roxane no

23
logró conseguir hombre alguno que despertara emoción en ella; fue Víctor
quien contrario a su aspecto tranquilo y callado, pero haciendo honor a su
reputación, se despidió robándole un beso ante la mirada estupefacta de todos
los invitados y exclamando mientras se iba de la manera más prepotente y
descortés posible:

–Lo hubiese hecho antes, pero tus sirvientas me mantuvieron algo ocupado.
Mañana por la tarde pasaré a buscarte, procura arreglarte para mí.

Una vez más Víctor había hecho una de las suyas, su padre se en-
contraba fúrico por tal osadía. El padre de Roxane a penas podía contener su
rabia, no obstante, ella se regocijaba de emoción silenciosa ante aquel carácter
osado y despreocupado de Víctor. En contra de la voluntad de su padre asistió
a la improvisada cita, en donde dedicaron el día a conocerse al más puro estilo
de Víctor… en la cama.

No era usual que una princesa se entregara de esa manera, pero Víc-
tor despertaba algo en ella. Tal vez era su mirada triste, su carácter contradic-
torio o el placer que le causaba el que desafiara todo lo impuesto; pero lo
cierto era, que bastó una tarde para que Roxane cayera rendida a sus encantos
y aunque dentro de los planes de Víctor no se encontraba corresponderle,
como siempre había hecho hasta ese momento con todos sus caprichos, las
lágrimas inesperadas de miedo ante lo que consideraba una separación inevi-
table pero un encuentro maravilloso por parte de Roxane, movieron algo
dentro del alma de Víctor, algo que lo cambiaria para siempre.

Pero hablar de lo que cambió Roxane en Víctor es otra historia. Ro-


xane había sucumbido ante lo que ella consideró un tesoro maravilloso, aque-
lla persona única llena de encanto que por tanto tiempo esperó… por fin había
llegado. Se encontraba fascinada ante los talentos de Víctor, ante esos talentos
que él mismo no era capaz de apreciar y que otros rechazaban, ella admiraba
su malicia, su sagacidad, su perversión, su mentira, pues ella veía en él todo
eso como una máscara que aquel niño ansioso de cariño había construido para
protegerse. Roxane había aprendido a ver el verdadero rostro tras el monstruo,
ella tenía la capacidad de desarmarlo, su inocencia y dulzura era algo con lo
que Víctor apenas podía luchar y que en un comienzo no quiso aceptar.

Claro está que Roxane sentía miedo, no deseaba ser lastimada, pero
su amor nacido de la fascinación, del descubrimiento, de la maravilla en la
más profunda de las oscuridades la había llevado a entregarse a él. Fue así
como lentamente el tiempo transcurrió, entre tardes solitarias consumiendo su
amor, enseñándose a amar, llevados por la lujuria pero también por el cora-
zón, nunca ninguno de los dos había conocido tal felicidad. Pero Víctor no
había cambiado, el seguía siendo el mismo monstruo y a pesar de eso, ella se

24
encontraba segura de que él seria incapaz de lastimarla y por eso lo amó sin
restricciones.

Pero un monstruo siempre será un monstruo, no importa cuanto se


le intente enseñar a ser humano. Y eso fue lo que de manera lenta y dolorosa
le tocó descubrir a Roxane, en un principio los pequeños errores y maltratos
de Víctor los atribuía a toda una vida de malas costumbres, ella se encontraba
convencida de que podía cambiarlo, solo necesitaba paciencia… pero la ver-
dad era otra; Víctor no estaba acostumbrado a ser amado, se había criado en el
más profundo de los rencores, su talento era destruir y dañar, pronto Roxane
lo entendería.

Por un tiempo el amor fue suficiente para olvidar las heridas mu-
tuas, hasta que llegó el día en que Roxane quedó embarazada. Ambas familias
ya se oponían a aquella relación, pero ante tal hecho solo les quedaba aceptar
la unión de ellos dos, no podían permitirse un escándalo mayor que segura-
mente dado el carácter de Víctor se agravaría. No obstante, lo que se conside-
ró el comienzo de su felicidad absoluta y eterna, se transformó en una pesadi-
lla que se encargaría de dejar una marca indeleble en sus almas.

Víctor nunca tomaba una decisión sin antes consultar a los adivina-
dores del reino, costumbre que había adquirido de su padre, ambos temían
demasiado al futuro y a lo incierto, y fueron estos quienes revelaron una
terrible profecía; uno de los dos debía morir, Roxane o el niño, de lo contrario
ninguno sobreviviría. Aquella terrible predicción había desatado una confron-
tación, Víctor amaba demasiado a Roxane para dejarla morir incluso por
encima de su propio hijo, pero Roxane deseaba ese niño más que todas las
cosas y no aceptaría perderlo se encontraba dispuesta a sacrificar su propia
vida. Pero nada en el reino se hacia por encima de la voluntad de Víctor, aun
siendo el príncipe su poder era casi absoluto y aquello que los demás no se
atrevían a hacer, él lo realizaba por sí mismo.

Él no aceptaría perder a Roxane, así que tomó la decisión que el ni-


ño debía morir. Había transformado su culpa en soberbia y se había cegado, la
deseaba a su lado costase lo que costase, su destino marcado por la luna roja
no mancharía su felicidad una vez más. Y ante la mirada de la luna llena,
quien en silencio sonreía y observaba a Víctor, llevó a cabo su plan.

Había invitado a Roxane aquella noche a cenar, dentro de sí Víctor


deseaba regalarle la experiencia más bella, pues sabía que lo que estaba pron-
to a cometer no seria fácil de perdonar. La noche fue hermosa, la luna brillaba
y el cielo permanecía despejado para que pudiesen observar las estrellas, sin
embargo, algo estaba mal y Roxane lo sabía… desde el mismo momento en
que se habían encontrado una melancolía la había invadido, no tenia razón

25
alguna pero sentía que aquellos momentos serian los últimos con su amado
Víctor.

Cuando ya la velada casi finalizaba, alguien tocó a la puerta. Ro-


xane desconocía quien podría ser y más cuando Víctor había dado órdenes
estrictas de que nadie los interrumpiese. Víctor por el contrario sabía con toda
claridad quien llamaba, por lo que preparándose con frialdad absoluta le pidió
a Roxane que abriese la puerta, inocente de toda su maquinación.

Y así fue, Roxane atendió a la puerta. Víctor, sin decir palabra algu-
na se desvaneció cual sombra. A la puerta se encontraban los dos hermanos
mayores de Víctor, quienes pasaron por invitación de Roxane; Víctor los
había convocado, al parecer tenia un asunto que tratar con ellos, asunto que
no había comentado.

Ambos hermanos se sentaron a la mesa aceptando la hospitalidad de


Roxane, quien siguiendo las instrucciones de Víctor cerró la puerta con llave.
Los tres tomaron sitio y por unos minutos charlaron feliz y cortésmente en la
espera de este; cuando en la más profunda de las tranquilidades y sin ningún
aviso, Víctor apareció empuñando su espada y atravesando con ella la gargan-
ta de uno de sus hermanos ante el grito de Roxane y la sorpresa del otro her-
mano restante.

La sangre rápidamente se esparció por el piso, el cuerpo agonizante


buscaba escapar ante la presencia implacable de Víctor quien lo seguía entre
aquel mar sanguinolento y las suplicas desesperadas, sin entender la motiva-
ción del menor de sus hermanos. Roxane solo podía gritar y llorar inmóvil
ante el horror que sus ojos veían, mientras el otro hermano dominado por el
terror, golpeaba inútilmente la puerta buscando salir sin tener éxito alguno.
Paso a paso, Víctor siguió a su hermano herido y una vez que la pared marcó
el final de su camino, sonriente, exclamó alzando su espada:

-¡Buen viaje… hermano! ¡Pronto tendrás compañía!

La espada viajó veloz y feroz arrancando la vida en un solo golpe.


Roxane no podía creer lo que sus ojos veían, suplicaba de manera incesante
que se detuviese, pero Víctor hacía caso omiso a sus palabras. Su mirada era
malévola y despiadada, en su rostro se podía apreciar una sed de sangre insa-
ciable que ahora se estaba encaminado hacia el hermano restante, quien com-
pletamente aterrorizado lloraba de rodillas preguntando:

-¿Por qué Víctor?

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Aun así, ni las lágrimas ni las palabras lo detuvieron en su deseo
implacable. Tomándolo por el cabello Víctor lo arrastró hasta el balcón, en
donde sonriente le susurró al oído:

-¡Buen viaje! ¡Lástima que no puedas estar para mi coronación!- Para luego
arrojarlo desde lo alto; desesperada Roxane se abalanzó sobre Víctor, sujetán-
dolo por la pechera y golpeándolo mientras suplicaba una respuesta que justi-
ficara aquellas terribles acciones.

Un solo golpe con el reverso de la mano bastó para silenciar a Ro-


xane, Víctor la tomó por el brazo.

-¡Dame la llave y guarda silencio!- Exclamó con absoluta autoridad, Roxane


atónita solo pudo obedecer y callar, mientras este con una frialdad inhumana
metía una carta en el bolsillo ensangrentado del chaleco de su hermano muer-
to en la pared. La guardia real ya se había percatado de que algo sucedía y
habían empezado a llamar a la puerta. Víctor apresuró el paso, desenfundo la
espada de su hermano y con la misma se hirió un par de veces, colocando
luego la espada en la mano del cadáver.

Pero aquella expresión de perversión y maldad que había mantenido


Víctor hasta ese momento repentinamente cambió. Lentamente se acercó a
Roxane, quien permanecía inmóvil y aterrorizada, y una vez frente a ella la
estrechó entre sus brazos sin decir palabra alguna reventando en profundo
llanto. Roxane se encontraba desorientada, no entendía que sucedía, aun así
lo único que pudo hacer fue abrazarlo dejándose llevar por sus sentimientos y
cuidando a ese niño temeroso que solo ella conocía.

Aquel instante solo fue eso… un instante. Cuando las lágrimas des-
aparecieron, Víctor recobró sus fuerzas alzando una vez más su rostro de
manera fría y soberbia. Observó a Roxane a los ojos por un breve instante,
con una ternura siniestra exclamó:

-¡Te amo! Pero debo acabar con lo que comencé…- Para luego arrojarla
desde lo alto del balcón hacia el jardín, a unos pocos metros del cuerpo de su
otro hermano muerto. De manera casi inmediata entraron los guardias reales
derribando la puerta, dándole a Víctor solo oportunidad de tumbarse en el
piso con una expresión perdida.

Fueron unos cuantos meses después, cuando Roxane se había recu-


perado y el juicio en contra de Víctor había finalizado, que ellos dos pudieron
hablar. Se le había acusado de traición y homicidio en contra de la familia
real, pero el resultado había sido totalmente inesperado y en contra de lo que
muchos hubiesen deseado Víctor salió en libertad. Por el contrario, el her-
mano restante de Víctor fue encontrado culpable junto con su abuelo por

27
“Traición a la corona” la carta encontrada en uno de los cuerpos, sellado por
el abuelo de Víctor ordenando la matanza de la familia real esa noche, junto
con el testimonio de Roxane a favor de este, y algunas otras correspondencias
encontradas en las respectivas alcobas de los implicados no dejaban duda de
la inocencia del acusado.

La sentencia fue la muerte, este hecho estremeció al reino entero, en


especial a la familia real. La madre de Víctor quedó destrozada ante tal acusa-
ción en contra de su padre y ante la sentencia final que al igual que el pueblo,
ella consideró extrema. Víctor no había vuelto hablar desde el momento de su
captura, la madre de este cayó víctima de la demencia y solo semanas después
de la ejecución de su padre desapareció sin dejar rastro alguno; el rey víctima
de la presión cayó en cama ante una enfermedad de origen desconocido,
viéndose en la obligación de delegar funciones a Víctor, quien aún no podía
hablar.

De manera irremediable Roxane había perdido al niño, el golpe fue


demasiado fuerte y era una suerte que aún siguiese con vida. Sin embargo, la
pérdida del niño trajo algo más que luto, Roxane nunca más podría concebir.

Tanto Víctor como Roxane estaban concientes de aquel terrible re-


sultado, la pérdida del niño resultaba algo difícil y apenas tolerable para el
corazón destrozado de la joven princesa, quien desde el mismo momento que
recobró conciencia no hacia otra cosa que meditar el porqué de las acciones
de Víctor. Fue el día después de la ejecución de la familia real que este deci-
dió visitarla, aquella tarde llovía como si el cielo aún quisiera lavar la sangre
que se había derramado.

Roxane apenas pudo contener su emoción al verlo. Aunque todavía


se encontraba llena de preguntas y resentimientos, el saber que su amado
Víctor había salido ileso del juicio y escapado a una condena de muerte casi
segura, le traía paz a su alma incluso cuando esta paz era efímera y no duraría
mucho. Víctor traía consigo una rosa azul, detalle que había nacido el mismo
día que aceptó su profundo y fuerte sentimiento por Roxane.

Aquella rosa simbolizaba el amor eterno, el sueño anhelado, la ilu-


sión y el deseo que por fin se había realizado. Víctor llevaba consigo una
carga enorme, la existencia de Roxane en su vida le había traído una felicidad
como ninguna, pero él sabía en lo profundo que como todo sueño pronto
debía acabar.

Los presentes se retiraron y los dejaron a solas en la habitación, Víc-


tor no hizo más que sentarse a su lado. El silencio era incomodo, fácil de
percibir, pero no duraría mucho pues la impaciencia de Roxane acabaría con
él.

28
-¡Gracias por la rosa! ¿Sabes…? esperé por muchos días una carta tuya,
pero nunca llegó. Debo admitir que me encontraba muy molesta contigo, tal
vez aún lo estoy, por las noches me despierto recordando como caía desde
aquel balcón después que me empujaste, a veces deseo saber el por qué, pero
me da miedo la respuesta que me puedas dar.

Por instantes pensé en delatarte y confesar todo, pero cuando te vi en el


juicio… ¡No pude hacerlo! Descubrí que te amaba demasiado y que no me
importaba que fueses un asesino, por eso te encubrí, aunque sabía que estaba
condenando a muerte a tu hermano y a tu abuelo. Tu madre vino muchas
veces a hablar conmigo durante el tiempo en que me recuperaba, ella se
encontraba muy perturbada, parecía como si ella supiese todo. Con frecuen-
cia podía escuchar rumores acerca de su extraño comportamiento, ya no
comía, ya no se cortaba el cabello, ahora solo pasaba las tardes en una de
las habitaciones más retiradas del castillo en compañía de varias mujeres
ancianas.

Algunos decían que ahora la reina se había vuelto practicante de magia. No


soportaba cada vez que venia a verme, ella no decía nada en mi contra, por
el contrario me miraba con absoluta tristeza, parecía como si ella supiese
absolutamente todo y esperara que yo hablase con ella. La única vez que se
atrevió a decirme algo solo dijo: -No te preocupes, repararé el daño que he
hecho.

Desde entonces comencé a escucharla gritando por los pasillos del castillo.
¡No entendía nada! Solo podía sentirme culpable y ese sentimiento se acre-
centó más después de escuchar la sentencia. Recuerdo que tu padre vino a
visitarme una sola vez, justamente después del juicio cuando ya se había
declarado la sentencia por parte del consejo real. Se arrodilló ante mi y
llorando me suplicó que confesara la verdad y salvara a su único hijo, que no
permitiera que muriese así, mi corazón se partió en mil pedazos pero no tuve
coraje para delatarte.

¿Por qué Víctor? ¿Por qué me arrojaste desde ese balcón? ¿Por qué asesi-
naste a tus hermanos? ¡Háblame maldita sea! ¡Se que puedes hablar…!

Aun a pesar de las lágrimas de Roxane, Víctor no perdió la compos-


tura. Se levantó de la silla y con suma delicadeza retiró la rosa azul de las
manos de Roxane, usándola para recoger una de sus lágrimas, marchándose
luego. De espaldas a ella, viendo hacia la puerta solo dijo:

-No vine aquí para escuchar tus lamentaciones, estoy aquí solo pa-
ra verte y ya lo hice… no me preguntes por respuestas tontas que tú conoces.
En cuanto a mi familia… nadie te obligó a ayudarme, lo has hecho porque ha

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sido tu deseo, así que deja de lamentarte, ya tengo suficiente con toda esta
farsa que debo mantener, hazme el favor de comportarte y seguir actuando
como lo has hecho hasta ahorita; sigue así y pronto seré rey y tú mi reina, ya
solo falta mi padre y el veneno esta actuando tal como debe. No intentes
delatarme, lo del balcón fue por nuestro bien, para que pudiésemos estar
juntos; no te hagas preguntas pues no entenderás aunque te diera las res-
puestas, nunca sabrás lo que significa ser yo… tú lo has tenido todo y por
eso yo te daré todo, pero para ello solo calla y obedece, seré rey pase lo que
pase y no te atrevas a interferir en eso, pues entonces el destino que corrieron
mis hermanos no se comparará a lo que te espera… te amo Roxane, pero
entiende que cuando decidiste estar a mi lado, también decidiste unirte al
infierno que es mi vida. Ahora… no te lamentes más por arder en el fuego del
infierno y tan solo sigue mis pasos para que reines conmigo en la profundi-
dad de los avernos ¡Quien me ame, deberá amar al monstruo que soy y saber
perdonarme aun la peor de las ofensas!- Así el silencio llegó, una rosa tocaba
el suelo y un amor se derrumbaba ante una mirada de dolor y decepción.

Pero sería demasiado esperanzador y fácil que la historia de Roxane


terminara ahí, la realidad no fue así, aunque si se encontraba dolida y pertur-
bada Roxane decidió quedarse a su lado en una muestra infinita de amor y
devoción. Sin embargo, su alma se despedazaba por dentro cada vez, cada día,
cada instante era una prueba. Víctor había profanado su promesa de no dañar-
la.

Las semanas y los meses pasaron y todo salió como debía. Víctor
había ocupado el poder, a pesar de que su padre permanecía con vida, el
veneno surtía efecto lentamente. Roxane por su lado, ahora merodeaba cual
espectro por los pasillos de palacio meditando día tras día las acciones de su
amado, por más que buscaba no lograba conseguir respuesta. El reino se
encontraba inestable e inseguro, no sabían si aceptar al único heredero legíti-
mo; existían rumores que Víctor estaba envenenando a su padre, todo era un
caos y no pasó mucho tiempo ante que las revueltas comenzaran a gestarse en
contra de la corona, alentados por su ignorancia al creer incapaz de gobernar a
un rey que no pudiese hablar.

Pero lo cierto era, que Víctor ni era mudo, ni necesitaba las palabras
para llevar acabo la tarea de suprimir al pueblo y enseñarle por qué era el rey.

Víctor se volvió un monstruo, aunque cierto era que eso no era nada
nuevo en su ser, las desapariciones de los líderes rebeldes y los crueles casti-
gos le habían hecho ganar la fama de tirano. Pero no había otra opción, aún el
rey más benevolente debía poner puño de acero ante un pueblo que se alza,
pues era la cabeza de aquellos rebeldes o la de la corona y claro está, Víctor
no se encontraba dispuesto a perder su cabeza. A pesar de su enfermedad, su
padre siguió al tanto de todo lo que sucedía en el reino y aunque nunca educó

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a Víctor con la esperanza que este reinara, admitió en muchas ocasiones que
su comportamiento era el adecuado, sin importar que para un pueblo dividido
y furioso no fuese evidente. El padre de Víctor podía apreciar más allá de las
matanzas e incluso en plena situación de crisis, sabía admirar el crecimiento
abrumador del reino.

Resultó que Víctor tenía un don innato para mandar, nunca la auto-
ridad había sido respetada y reverenciada de tal manera, ni el pueblo había
vivido en tanta abundancia, pero eso sería algo que al igual que con otros
reyes… no seria notado por quienes lo viven, sino por los libros y la historia.
Roxane no tenía fuerzas para mandar, aun cuando por derecho el trono le
correspondía; la desaparición repentina de la reina había dejado aquel lugar
vacío. Sin embargo, Víctor parecía no estar interesado en que Roxane lo
ocupase, no por egoísmo, sino porque parecía estar conciente de los senti-
mientos y la confusión de su amada.

La distancia era cada vez más grande entre ellos, aquella pasión que
alguna vez los había llenado lentamente desaparecía. Víctor cada vez pasaba
más horas en su despacho atendiendo los asuntos reales o simplemente medi-
tando a solas, Roxane ya no dormía siquiera en la misma habitación, en el día
paseaba durante incontables horas por la ciudad buscando escapar de la at-
mósfera gris y densa del castillo. Pero sería un paseo por la tarde lo que mar-
caría el verdadero fin entre Roxane y Víctor, desde hacia tiempo la idea de
abandonar a Víctor rondaba su cabeza pero esta se negaba a ceder, quería
creer que las cosas cambiarían; sin embargo, el suceso de aquella tarde cam-
biaría todo eso.

No era secreto que desde que Víctor había asumido el poder las
desapariciones habían comenzado, el pueblo se mantenía feliz pero silencia-
do. Víctor no dudaba en aplacar mediante el medio que fuese a cualquiera que
osara a levantar la voz en contra de él, su reputación era bien ganada y eso era
algo que entre todas las cosas perturbaba a Roxane. Aquella tarde paseaban
como pocas veces lo hacían desde hacía mucho, Víctor le había llevado un
ramillete de rosas azules y después de una mañana de pasión habían logrado
desaparecer aquella distancia entre ellos dos.

Roxane se encontraba feliz, aquel día Víctor era mucho más cercano
al hombre del que se había enamorado. Aquella situación se daba con cierta
frecuencia, alguno de los dos buscaba acortar la distancia pero siempre había
algo que los separaba nuevamente. Y sin saber cuanto duraría aquel momento
de felicidad entre los dos, Víctor y Roxane dejaron sus ocupaciones de lado
para dedicarse uno al otro, un paseo seria lo más apropiado, ver el campo, la
ciudad, a la gente les daría alegría a sus almas; que el pueblo viese que su rey
reconciliaba relaciones con su reina podría generar tranquilidad o eso pensa-
ron.

31
Pero no todo resulta como siempre se desea, en medio de aquel pa-
seo una revuelta en contra de Víctor se manifestó. Un joven extranjero deser-
tor de una guerra era su líder, había llegado hace unos años y desde entonces
se había convertido en una figura importante entre los campesinos, quienes al
parecer prestaban suma atención a sus tan recurrentes discursos sobre el ho-
nor, la moral y el respeto a la libertad. El joven era todo un guerrero lleno de
sueños y de valores altruista, todo lo que Víctor detestaba.

Lo normal hubiese sido que Víctor no le prestase atención a aquella


pequeña revuelta, pero el joven era habilidoso y muy insistente y a pesar de
las suplicas de Roxane, Víctor no pudo dejar el hecho de lado. Así que se bajó
del carruaje para atender en persona a la oveja descarriada, prometiendo a su
amada que no lo dañaría. Pero lo cierto es, que aquel incidente se tornaría en
algo más que una simple discusión o un enfrentamiento de poder.

Víctor terminó humillándolo públicamente frente a sus seguidores,


batiéndose en duelo y dejándolo mal herido.

-¡Prometiste que no lo dañarías!

-Uno promete muchas cosas Roxane, ahora… disfrutemos del paseo.

Estas fueron las palabras con las que Víctor dio inicio a un día que
nunca olvidarían. El paseo se tornó en incomodidad y la apacible tarde se
convirtió en una confrontación sin cuartel entre él y Roxane.

-¿En verdad era necesaria la violencia…? ¿No has considerado detenerte?

-¡¡Siempre la violencia es necesaria!! ¿Acaso crees que los reinos y la paz se


construyen cómo?

-Era únicamente un campesino, tan solo tienen miedo… al igual que yo.

-Pues que teman si así entienden que soy…

-¿Un monstruo…?

-¿Entonces de esto se trataba…?

-¿Y de que más se puede tratar o acaso ya olvidaste que has sido tu quien me
arrojó desde un balcón y dio muerte a nuestro hijo? No he sido yo quien
rompió la promesa de nunca hacerme daño…

32
-Eras tú la que decía que me amarías sin importar lo monstruoso que yo
fuese, pues entérate que he sido así desde el día en que nací, la luna roja lo
ha deseado de esa manera.

-Una cosa es haber nacido maldito por una profecía y otra muy distinta, el
regocijarse en ella para sentirse libre de llevar acabo cualquier aberración...
como quisiera que no fuesen verdad tus palabras que confirman mis temores.

-Pero lo son y te toca aceptarlo, eso y el hecho de que nunca existirá una
disculpa… no nace de mi hacerlo. Estoy maldito y es mi destino llevar y
causar la desgracia, siente privilegiada de no ser la protagonista de este
instinto que corre por mis venas.

-¿Me has amado?

-Desde el primer día, como nunca debí haberlo permitido.

-¿Qué hay del niño?

-Eras tú o el niño… ¡No deseaba perderte!

-Igual lo hiciste…

-Es un precio que deberé pagar. Igual nunca entenderás mis razones.

-El único que no entiende de razones eres tú, Víctor. Tal vez soy la única
persona que te ama a pesar de lo que eres o eso pensé, por eso quería darte
ese niño, aun cuando fuese condenarlo a querer a lo imposible.

-Entonces somos dos monstruos en esta habitación...

-Tal vez tienes razón y por eso, no puedo amarte como antes… no con nuestro
hijo bajo tierra.

Mientras caminaba hacia las mazmorras, Marcos no alcanzaba a


imaginar el dolor que la partida de Roxane le había causado a Víctor. Si todo
lo que Agatha le había contado era cierto, Víctor aún resentía el dolor de
aquella perdida y equivocación, en especial cuando en su vida apareció Eliza.

Cruzó la puerta y al entrar a la mazmorra, todo estaba vacío. Solo


había completa oscuridad, ni Eliza ni Roxane se encontraban, ya era demasia-
do tarde y la suerte estaba echada; Roxane ahora formaba parte de alguna
gárgola y Eliza se había entregado al dolor ¿Pero en donde estaba Eliza?, era
la pregunta que rondaba la cabeza de Marcos, hasta que de manera centellante
vino a su pensamiento.

33
– ¡Ezequiel!

34
CAPITULO V
“Marcos”

M
arcos corría desesperadamente por los pasillos del castillo, temien-
do que la locura hubiese llevado a Eliza a cometer una monstruosi-
dad. Ahora que conocía la verdad y comprendía la situación, temía
lo peor.

Los pasillos parecían nunca terminar, las escaleras eran infinitas y la


multitud era perturbadora, algo no se encontraba bien, algo estaba manipulan-
do su destino, hacía mucho que debía haber llegado a la habitación de Eze-
quiel. Pero una y otra vez recorría el mismo trayecto. Cuando el cansancio y
la frustración lo invadieron decidió detenerse.

-¡Agatha! ¡Ayúdame, Eliza esta haciendo uso de su magia! No desea que


llegue a la habitación de Ezequiel.

Aguardó en silencio por un momento, esperanzado que Agatha lo-


grase escucharlo, hasta que un susurro vino a su mente –No es Eliza, es al-
guien más que esta obstruyendo tu camino. Debes buscar la fuente de su
magia, puedo sentirla en alguna parte dentro de aquel pasillo.

Marcos comenzó a buscar rápidamente con su vista, todo parecía


completamente normal -¡No logro encontrarla!

-Debes buscarla bien, está escondida en algún objeto o persona de


aquel lugar- Marcos respiró profundo, dejando que sus otros sentidos habla-
sen para él, detallando con ellos cada rincón, objeto y persona.

Fue entonces cuando logró verla, era una mariposa que volaba sua-
vemente y llevaba consigo una especie de brillo, un halo como el de una leve
llama. Se encontraba disimulada entre la luz del día que se filtraba por los
ventanales.

-¡Eureka!- Desenfundó su espada y con un golpe certero la picó en dos. La


mariposa se disipó en fuego y pronto la ilusión que se había apoderado del
castillo se desvaneció, dejando ver ante sus ojos la puerta que daba a la habi-
tación de Ezequiel.

Entró a toda prisa, y dando un vistazo rápido se percató que se en-


contraba completamente vacía. Ni los muebles, ni las ventanas, ni Ezequiel se
encontraban ahí. La puerta tras él se cerró y sin aviso, una mano afilada lo
empujó con fuerza hasta la pared, mientras una espada atravesaba su hombro.

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Era una emboscada, ahora se encontraba anclado e inmóvil en el
muro, víctima de las maquinaciones del hombre de la máscara de marfil.

-¡Tú! ¿Qué has hecho con Ezequiel?- Preguntó Marcos entre alaridos de
dolor.

-Hasta que tengo el gusto de conocerte… Marcos. En este castillo hablan


mucho de ti. Si te refieres al hijo de Víctor, no soy yo quien lo tiene…

-¿Qué has hecho con él? ¡¡¡Responde!!!

-El niño no esta conmigo, está con su padre ¡Jajajaja! Al parecer en este
momento se lleva acabo una reunión familiar en la sala del trono, yo solo soy
una pequeña distracción, quiero ver quien será el primero en quebrarse e
invocar al Mago Azul.

-¡No si yo lo evito! No dejaré que invoquen a ese monstruo…- Replicó mien-


tras disimuladamente extendía su mano hasta su espada, desenfundándola con
velocidad, empujando al hombre de la máscara de marfil con una patada y
arremetiendo contra él.

-¿Enserio crees poder detenerme? Lo que me motiva va mucho más allá de tu


comprensión, un simple mortal como tú no sería capaz de entender toda la
maquinación y las fuerzas que en este conflicto confluyen- Replicó Numis,
mientras con gracia y sin ningún esfuerzo detenía los ataques consecutivos de
Marcos.

A pesar de la habilidad excepcional de Numis, Marcos resultó un


hábil espadachín digno de cuidado. Ambos se separaron y tomaron distancia
después del último golpe, guardaron silencio mientras median sus destrezas,
unos pocos segundos transcurrieron. Marcos decide que es momento de aca-
bar con aquella lucha, debe llegar cuanto antes a la sala del trono y detener lo
que allí se lleva acabo, por el bien de Eliza y Ezequiel e incluso del mismo
Víctor.

Determinado a llevar a cabo la promesa que le realizó a Agatha, se


abalanza con ferocidad contra Numis, el cual también corresponde el ataque.
Ambos se cruzan a gran velocidad y con sorprendente destreza, Marcos asesta
un primer golpe el cual es repelido con éxito pero que logra el efecto deseado.
La fuerza del ataque y el choque de las espadas le han permitido desplazarse
hasta quedar a espaldas de Numis, aprovechando así para lanzar un segundo
ataque consecutivo sin darle oportunidad de reaccionar, apuntando directa-
mente al centro de su dorso, justo al corazón.

La espada vuela veloz, indetenible, con aliento mortal y voluntad

36
asesina. Sin embargo, el golpe no llega a ser efectivo, la espada choca con dos
espadas más que bloquean el ataque por completo, dejando a Marcos de lado,
apenas dándole oportunidad de entender lo que ha sucedido.

Numis permanece de pie e inmóvil. Su espalda está protegida por


dos espadas adicionales sostenidas por un segundo juego de brazos, mientras
los brazos originales reposan tranquilos empuñando el arma con la cual había
empezado el ataque. Una cuarta espada aparece en la mano restante de Numis,
Marcos apenas tiene oportunidad de apreciar la escena y con lentitud y deta-
lle, observa como este se abalanza sobre él, en un ataque fulminante hacia su
espalda, siendo herido por cuatro filos hambrientos de sangre, carne y dolor.

-Entiéndelo, no podrás hacer nada Marcos. Así como no pudiste hacer nada
en aquella ocasión para proteger a tu familia de los horrores de la guerra…
¿En verdad piensas que protegerlos a ellos te redimirá de tus pecados?

Marcos permanecía en el piso, su sangre goteaba desde su espalda al


suelo, formando un charco oscuro que lentamente crecía. La vida se le esca-
paba, mientras el dolor rivalizaba con la frustración de haber fallado una vez
más. Pero era las palabras del hombre de marfil, la herida más profunda que
había recibido; no le importaba como sabía de su pasado, solo le importaba
darse cuenta que la historia se repetía y que él no podía hacer nada una vez
más.

-No… esto no puede estar ocurriendo de nuevo, yo hui para dejar mi pasado
atrás y ahora ha vuelto para perseguirme- Se repetía Marcos así mismo,
mientras torpemente se arrastraba con sus manos hacia la puerta.

Numis sonreía, no interfería y solo contemplaba el esfuerzo inútil.


Veía con gracia el rastro de sangre que el penoso herido dejaba en su intento
desesperado, la imagen le parecía familiar, pero tales recuerdos pertenecían a
una historia que no le concernían a Marcos y que habían quedados sepultados
bajo la arena.

-Es sorprendente como los humanos luchan con gran desespero por salvar
sus míseras vidas, y si tan solo pudiesen ver que no valen nada. Todo sería
más fácil si dejaras que el frío te embargara, pronto el dolor desaparecerá y
el sueño eterno llegara a ti.

La puerta estaba frente a Marcos, su mano rozaba la madera agrie-


tada, pero tan solo era eso, una leve caricia pues sus fuerzas se habían desva-
necido. La sangre recorría el suelo de la habitación, ante la mirada del espec-
tador macabro que se deleitaba con la agonizante escena. Marcos, lentamente
dejaba de luchar, lentamente se entregaba al frío y ahora esperaba el sueño.
Sin embargo, ya que dormiría y que había fallado a su promesa, decidió cerrar

37
sus ojos para recordar por última vez sus rostros.

-Eso es… haces bien Marcos, descansa ya, para ti no queda nada. Este reino
caerá, porque así Luna lo ha decidido; no es nada personal, nunca lo ha sido.
Me gustaría haberte ofrecido un final distinto, pero esta era la única manera-
Exclamó el arlequín de marfil, mientras se levantaba con cierto pesar y echa-
ba andar fuera de la habitación, dejando de lado el cuerpo desangrado de
Marcos, que ahora yacía a penas consciente, sumergido entre alucinaciones de
una muerte próxima.

Ahí estaba una vez más, la imagen de su amada, Eliza. Cuan maca-
bra había sido la coincidencia de la vida, con que su amada y su hijo, resulta-
ran ser copias exactas de aquellos por los cuales hoy moría. Alguna vez Mar-
cos tuvo una familia, en un sitio distante de la cobardía y la perversión de
Víctor. Pero ese hogar había quedado atrás, pues la muerte y la locura habían
marcado su destino.

Cuando la guerra estalló, nunca imaginó que aquella tarde de verano


en la colina, sería la última vez que vería a Eliza y a Ezequiel. Su deber era
claro, su convicción era fuerte, él debía ir a pelear por su patria y por su fami-
lia. Los años transcurrieron, y entre cartas y mensajes, el joven que partió
lentamente se fue convirtiendo en un hombre, un hombre diestro que se hizo
merecedor de un lugar entre la jerarquía bélica, que había nacido producto de
la guerra. Ya no era más ese simple campesino, ni el padre sonriente y devoto
que ocasionalmente después de cortar leña o pescar con su hijo, practicaba
con la espada por el puro gusto de dominar el arte del combate.

Ahora, aquel talento era usado para matar. Muerte tras muerte se fue
acumulando, el peso de arrancar vidas humanas se hacía insoportable; aunque
un hombre fuerte, la crueldad de la guerra resultaba demasiado para él. Pero
entre tanto sufrimiento, su alivio y consuelo eran las cartas de su amada Eliza,
los juguetes y dibujos torpes e inocentes de su Ezequiel. Pero una carta sería
la que le arrebataría aquella paz, trayendo consigo el dolor y la locura, la
culpa y la frustración.

La guerra había durado demasiado tiempo, las tropas cada vez eran
menos y el pueblo lo sabía. Solo anhelaban la paz, solo querían descansar y
ver a sus hombres regresar. Pero el orgullo del rey no le permitía considerar
rendirse, ni siquiera ante el ofrecimiento piadoso de su enemigo, que escu-
chando el clamor del pueblo, deseaba finalizar con aquella lucha.

Marcos siempre admiró el carácter luchador y combativo de Eliza, y


fue ese carácter el que cobró su vida. Mientras él luchaba para defender su
patria en una guerra perdida para garantizar la vida de su familia, el verdadero
enemigo era ahora su rey. La presión de la guerra lo había transformado en un

38
hombre déspota y soberbio, que no aceptaba desafíos ni reproches. Fue esta la
razón por la que ejecutaron a Eliza, por el reclamo de una madre adolorida
por la muerte de un hijo, a causa del hambre y la enfermedad que la guerra y
el orgullo habían causado.

Ella y otras mujeres murieron en la guillotina, ante la mirada incle-


mente de aquel por el cual Marcos había decido luchar. Cuan dolorosa fue
aquella noticia, cuanta ironía por parte de la vida, darle aquella sorpresa justo
la noche en la que su ingenio y un poco de suerte, le habían dado por fin la
herramienta para ganar una guerra que se consideraba perdida y así, volver
por fin a casa.

No hubo oportunidad de llorar, porque aunque quisiera no podría.


Nunca comentó una sola palabra, pues nadie entendería de su dolor, la guerra
continuaría mientras el enemigo estuviese en el trono, solo había una forma
de acabarla.

Armado de valor, pero lleno de sufrimiento, Marcos prosiguió con


el plan. Nadie nunca notó nada, todos obedecieron y cada escuadrón avanzó
directo a la victoria. Mayor sorpresa encontraron al ver a su enemigo prepara-
do y listo para atacar. Marcos había advertido al enemigo sobre la emboscada,
había negociado la cabeza del hijo del rey, así como su propia integridad. Y
ante la mirada estupefacta, clavó su espada en suelo, dejando solos a sus
soldados, mientras se sumergía en el ejército enemigo convirtiéndose en un
desertor y traidor.

Los meses transcurrieron, la suerte del reino quedó echada. La gue-


rra por fin había llegado a su final, pero a Marcos no le importaba, pues ya no
poseía un hogar al cual volver. Vagó sin rumbo, tratando de olvidar las cartas
de amor y espera de su adorada Eliza, tratando de olvidar la risa de Ezequiel y
tratando de negar que la suerte incierta para aquellos soldados que confiaron
en él y a los cuales entregó.

Pero la guerra lo había enseñado bien, solo debía sacrificar un poco


de su cordura para guardar dentro sí el horror y la culpa que sentía. Un nuevo
comienzo, en un reino distante, un reino donde nadie lo conocía y donde
podría ser un simple campesino.

Fue así como llegó al reino de Víctor, pero su paz no duraría mucho.
Pronto descubriría que aquel paraíso, entrañaba dentro de sí un mal indescrip-
tible, un espacio perfecto para comenzar una guerra y una oportunidad para
tratar de resarcir sus pecados. Tal vez, por esa razón, decidió combatir las
injusticias del príncipe recién ascendido al trono; pero nunca contó con que el
pasado no queda atrás con simplemente marcharse de un lugar.

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No tardó mucho antes de descubrir, porqué Víctor, tenía la fama de
tirano y monstruo. Un simple paseo fue la excusa perfecta, para que por pri-
mera vez se encontraran y se midieran en duelo y en poder. Como era de
esperarse, Víctor ganó, y aquellos sentimientos de frustración fueron apare-
ciendo una vez más. Ya no se trataba de proteger una familia, sino a un pue-
blo de una tiranía, pero se había vuelto débil y aquel enfrentamiento le había
hecho entender que Víctor era un rival por mucho superior a él.

Aun así, decidió jugarse la vida. Era el éxito o el fracaso, cualquiera


que fuese el resultado, debía intentarlo. Si ganaba, sus pecados estarían per-
donados y podría dormir en paz sabiendo que desde el cielo Eliza le sonreiría;
si fallaba, sería ejecutado y por fin descansaría en paz.

Con fuerzas renovadas de aquel pequeño encuentro, Marcos levantó


al pueblo en lo que él consideró una gran revuelta preparada durante años, en
busca de la justicia y en contra de la soberbia. Pero Víctor, pronto le mostraría
porqué le decían tirano y haciendo honor a su nombre, aplastó con puño de
hierro aquella insignificante insurrección. Ahora era un prisionero con la
suerte echada y la guillotina en su cuello, aquella que le había arrebatado la
vida a su Eliza, seria la misma que le arrebataría la vida a él.

El destino parecía uno, no cavia duda que su momento había llega-


do, él lo aceptaba con resignación, anhelaba el instante en que la guillotina
acariciaría su cuello para poder reunirse con su familia una vez más. Pero las
cosas nunca salen como esperamos, Víctor tenía otros planes para él y tal
como se lo esperaría cualquiera, Víctor logró su cometido, ayudado por la
misma suerte que siempre lo traiciona.

Marcos nunca ha podido olvidar las palabras de Víctor en aquel día,


cuando con su cabeza sujeta bajo el filo, se le acercó y con un leve susurro
logró ganarse su devoción.

-¿Acaso no te bastó con ser un desertor y un traidor? No soy tu anterior rey,


eres astuto pero no más que yo, que lástima que por tu osadía hoy tengas que
morir, pudiste haber tenido un lugar en mi corte- Fueron las palabras de
Víctor, ante la mirada perdida de Marcos quien observaba a lo lejos y disimu-
lada entre la multitud espectadora, una visión que debía ser producto de un
espejismo.

Era ella, estaba viva y a su lado, una mujer sostenía un niño cuya
exactitud física a su difunto hijo era demasiada. Eran Eliza y Ezequiel. El
destino le jugaba una broma o le daba una nueva oportunidad, no lo sabía,
Víctor no tardó mucho antes de darse cuenta de su asombro por la presencia
de su hijo y su amante.

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-Ya veo que los vistes, me hubiese gustado presentártelos, pero sería muy
inapropiado llevar al hijo rey hasta tu miserable hogar. Solo un noble caba-
llero goza de las comodidades para poder recibir al hijo del rey ¿Es hermosa,
cierto? Un alma torturada, tan solitaria y llena de odio. En este reino nadie
se le acerca excepto yo, ella existe para mí y es mi juguete personal; pero si
tanto te gusta, yo podría hacerme a un lado para que tú intentaras conquistar
su corazón, si lo lograras yo no intervendría. Pero para eso, tendrías que ser
de la corte real…

Aquellas palabras fueron puñaladas certeras que dieron justo donde


querían. Marcos, no tuvo como negarse y llevado por la emoción de ver en-
carnado sus dos amores fallecidos, aceptó la propuesta indiscreta y nunca
pronunciada de Víctor.

-¡Detén la ejecución! ¡Conviérteme en uno de tus soldados! ¡Organizaré tu


ejército! ¡Te daré los soldados mejor entrenados que estas tierras hayan
visto! ¡Mataré a quien sea para ti y guardaré silencio ante cualquier crimen,
sin importar lo horrendo que sea! ¡Permíteme estar al lado de la mujer y el
niño, solo deseo poder verlos y tendrás mi completa devoción!

Una sonrisa selló el trato, la ejecución se detuvo y Víctor lo nombró


nuevo jefe militar, ante la sorpresa de los espectadores por una sentencia de
muerte no concluida.

-No se te olvide, Marcos. Desde hoy me perteneces. Si me traicionas, no solo


perderás una vez más a Ezequiel y a Eliza, sino que también me encargaré
que seas un traidor y desertor en todo reino al que vayas y debas vivir solo y
errante, porque ni la muerte te concederé ¡Como veras, nada dentro de mi
reino se escapa a mí, ni tampoco nada fuera de él!

Ya no deseaba despertar, por fin el sueño estaba llegando; y mien-


tras lo esperaba con su cuerpo casi desangrado y tendido en el piso, en su
mente los tres estaban reunidos una vez más. Podía sentir la luz del sol acari-
ciando su piel, el suave toque de su amada y la alegre risa de su niño. Ya no
quedaba más camino por recorrer, ya no tenía fuerzas para luchar y las pala-
bras de Eliza, resultaban el néctar esperado, que durante años ansió.

-¡Ven, vamos, es tiempo de marcharnos!- Eliza y Ezequiel le extendían la


mano, tras ellos, aquella casa en la cuales vivieron juntos tantos momentos.

Una sonrisa, fue lo único que pudo dar como respuesta y al dar el
primer paso hacia la felicidad eterna, el grito desesperado y enardecido de
Roxane lo trajo de vuelta a la realidad.

-¡Detente Víctor! ¡Suéltalo! ¡Deja en paz a Ezequiel!

41
CAPITULO VI
“Víctor”

E
l combate era feroz, Víctor avanzaba veloz y mortífero hacia Eliza
mientras esquivaba los pilares óseos que del suelo brotaban, obra de su
magia corrupta. Eliza por su parte estaba decidida a acabar con él, su
alma torturada había llegado al final y si Víctor no era de ella entonces… no
sería de nadie más.

A cada paso que Víctor daba, se podía apreciar la sed de sangre de


su espada, que viajaba a través del aire destrozando todo cuanto se interpusie-
ra en su camino. Eliza ya no era ella, estaba absolutamente poseída por el
dolor; todos aquellos años de pena y sufrimiento al fin habían pasado cuenta y
aquel sería el día en que se vengaría de Víctor, no aceptaba seguir viviendo en
la miseria, ya había roto la promesa de no herir a Roxane cuyo cadáver frío
formaba parte de la estructura del castillo en lo más profundo de las mazmo-
rras. Ya no se encontraba Igor para darle consuelo silencioso, nunca tendría
en sus brazos a Ezequiel como su hijo y nunca más volvería a sentir el gélido
beso de Víctor por las noches. Ella estaba consciente que el haber roto aquella
promesa era el final del camino, ya no existía historia que contar, solo un
combate de dos almas monstruosas y desoladas, quienes al fin se enfrentarían
en busca de algo que nunca han conocido.

Cada vez la espada estaba más cerca, era indetenible, admirable la


fuerza con la que avanzaba. Los soldados se deslumbraban por vez primera
con fascinación y horror respecto a su señor, quien en igualdad de condicio-
nes lograba hacer frente con maestría a las embestidas de magia siniestra de
Eliza.

Un último paso, seguido de un salto, levantó en el aire a Víctor por


encima de Eliza. Empuñando su espada como si fuese una daga, se dejó caer
con todo el peso de su cuerpo con una intención homicida, pero Eliza no
estaba lista para morir. Unas garras frías y pétreas sujetaron el cuello de Víc-
tor, mientras era arrastrado a través de los aires hacia el otro extremo de la
habitación, justo al lado del trono donde permanecía escondido Ezequiel; el
golpe sacó el aire de sus pulmones a la vez que era ferozmente atacado.

La gárgola había surgido del suelo rocoso a los pies de Eliza, su tor-
so estaba unido aún a su punto de origen, el ataque era imparable y la mirada
de su creadora solo dejaba ver el profundo odio que en ella habitaba. Pero
Víctor tampoco estaba listo a morir; al ver el último ataque de la mortal esta-
tua aproximándose hacia él, tomó su propia espada y en un solo movimiento,
cortó su brazo y bañó a la estatua con su sangre. Esta se congeló en el acto y
comenzó a desquebrajarse.

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-Buen intento Víctor, pero tu sangre maldita no te protegerá de mi magia por
más tiempo; aunque hayas sido maldito por la luna roja, no tienes suficiente
sangre para detenerme- Cientos de gárgolas comenzaron a levantarse tras
Eliza, todas con miradas vacías e incandescentes, abalanzándolas sobre Víc-
tor, liberadas con un gesto de su mano y ante un grito lleno de rencor y de-
mencia -¡MUERE!

Cada una de las gárgolas de la habitación alzaron feroz vuelo hacía


Víctor, nada las detenía, viajaban como un enjambre de muerte y roca, su fin
había llegado. Pero Víctor nunca había sido un hombre de dejarse vencer, si él
moriría, entonces arrastraría el alma de Eliza con él; no partiría sin herirla una
última vez de una forma mortal.

Con una agilidad inexplicable, sujeto por la mano a Ezequiel, quien


permanecía escondido a su lado tras el trono, halándolo hacia él y estrechán-
dolo entre brazos –Cierra los ojos, todo estará bien mi niño- Fueron sus
palabras para su primogénito, a la vez que levantaba su cara orgullosamente
hacia Eliza, esbozando una sonrisa de perturbadora satisfacción y pronun-
ciando entre susurros:

–Entonces… moriremos todos.

Sus ojos ardieron en ira, la locura se apoderó de ella, el rencor hacía


presa de su alma. Aun en la muerte, Víctor era un monstruo sin piedad alguna,
una vez más trataba de manipularla pero esta vez ella no sedería; si el precio
de su venganza debía ser la vida de su amado Ezequiel entonces así seria…

Veloces, mortíferas, indetenibles, se aproximaban las gárgolas con


hambre de carne y sangre hacia Víctor y Ezequiel; fue cuando las puertas se
abrieron, ante un grito desesperado y enardecido.

-¡Detente Víctor! ¡Suéltalo! ¡Deja en paz a Ezequiel!

Todo se detuvo, por un instante el silencio se apoderó de aquella sa-


la. Las gárgolas desaparecieron en el aire convirtiéndose no más que en pe-
queñas partículas de polvo, los soldados se miraban unos a otros, desconcer-
tados ante la imagen que sus ojos admiraban. Era Roxane, estaba viva y ex-
tendía sus brazos ante la alegría y el llanto descontrolado de su hijo, quien
salía de entre los brazos de Víctor y corría hacia ella.

Con gesto amoroso tomó entre sus brazos a Ezequiel, dando un par
de giros entre sonrisas y caricias. El niño lloraba descontroladamente, el
miedo era demasiado para él y por fin se sentía reconfortado de encontrarse
entre los brazos protectores de su madre. Víctor no podía creer lo que sus ojos

43
miraban, era imposible que ella estuviese ahí, frente a él, frente a todos, intac-
ta, como si la muerte jamás la hubiese acariciado.

Con suavidad colocó a Ezequiel en el suelo, mientras sostenía aún


su mano. Desde lo lejos sonreía tranquilamente para Víctor, quien no podía
disimular su asombro.

-Sí, soy yo, Víctor. Regresé.

Eliza no lo comprendía, de sus ojos brotaban lágrimas de odio, era


imposible que aquella mujer estuviese allí. Ella misma se había asegurado de
arrancarle la vida y sepultar su cadáver en el fondo de las mazmorras, ella
había visto como su último aliento se perdía entre agonía y desesperación,
cuando sus manos sujetaron su cuello y con rabia le dieron final a su existen-
cia.

Desconcertada, sus palabras volaron por los aires llenas de odio, sin
medir lo que revelaban.

-¡NO! ¡Tú no puedes ser Roxane! ¡Roxane está muerta, yo misma la MATE!

Una sonrisa leve y macabra esbozaron los labios de Roxane, ante el


rostro de horror y dolor de Ezequiel, quien de manera inconsciente respondía
a la afirmación de Eliza.

-No… mami no puede estar muerta, ella esta aquí conmigo.

Pero una sorpresa le aguardaba al niño y a todos los presentes, ya no


era más Roxane quien lo sostenía de la mano, nunca lo había sido. Al halar la
mano de su madre, una máscara de marfil se acercó a él. Un grito cabalgó por
los aires, Ezequiel retrocedía buscando la pared más cercana mientras se
arrastraba ante la figura arlequinesca, blanquecina y teatral que hacia él cami-
naba.

Eliza y Víctor reaccionaron al mismo tiempo, ambos se abalanzaron


sin considerar las consecuencias en contra del impostor de marfil. Pero este
no perdió tiempo, con un gesto tomó una de las máscaras sujetas en su cintura
y la arrojó a los aires, la cual envuelta en llamas se transformó en una mujer
semejante a un payaso. A su alrededor volaban mariposas de fuego, su mirada
era demente y su llama era infernal; Víctor y Eliza se vieron obligados a
detenerse ante el muro de flamas que ahora los distanciaba de su amado pri-
mogénito.

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Numis no perdió tiempo, con rudeza tomó al niño por el rostro y le
susurró al oído, mientras lo hacía mirar a Eliza y a su padre, quien se encon-
traban más allá del muro de fuego y de la mujer circense.

-¡Míralos bien! ¡Ellos mataron a tu madre! ¡Ella te la arrancó! Y nunca más


la podrás volver a ver por su culpa. Pero yo puedo cambiar eso.

Víctor buscaba desesperado cruzar el muro -¡No lo escuches hijo!-


Gritó, antes de ser rodeado por las llamas que lo obligaron a detenerse, aviva-
das por la mujer circense que en ningún momento los perdía de vista. Eliza
por su lado, caía de rodillas ante la mirada de su amado Ezequiel, quien la
observaba con desprecio.

-¿Por qué Eliza? ¿Por qué mataste a mi mami?

-Hijo… yo…

-¡TÚ NO ERES MI MADRE!- Fueron las palabras de Ezequiel, pronunciadas


entre lágrimas y dolor.

-Solo tienes que hacerme un favor, unas cuantas gotas de sangre tuya y pro-
nunciar estas palabras “Deseo a mi mami de vuelta, ven Mago azul, te lo
ordeno”- Así, extendió su mano afilada y alargada sosteniendo una daga.

Ezequiel parecía hipnotizado, seducido por su poder. Sin reflexionar


sobre sus acciones, prestó su mano y pronunció en tono fuerte y claro - ¡De-
seo a mi mami de vuelta, ven Mago Azul, te lo ordeno!

Tanto Eliza como Víctor se llenaron de ira y coraje; Víctor se aba-


lanzó entre las llamas empuñando su espada y atravesando el corazón de la
mujer circense, mientras Eliza se alzaba en feroz ataque. Dos máscaras más
volaron por los aires, la primera de ellas se transformó en un hombre de rostro
pálido y sonrisa maquiavélica, el cual se paró al otro lado de la habitación y
cuya sombra se extendió por debajo de los pies de Víctor volviendo el suelo
un mar de infinita oscuridad, devorándolo sin objeción alguna. La otra de las
máscaras se personificó en un arlequín multicolor, con un gorro lleno de
cascabeles, tan alto como el techo, cuyos brazos llegaban al suelo y que a
velocidad espeluznante sujeto a Eliza por la muñeca y el hombro, arrojándola
contra el suelo y pisándole el rostro con su pie.

La daga lentamente cortó la mano de Ezequiel, quien cerraba sus


ojos y apretaba sus labios soportando el dolor de la herida

–Solo una pequeña cortada y tu mami estará de vuelta.

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Fue así, que ante la mirada desesperada de Víctor y Eliza, Ezequiel
desencadenó el poder de las hadas. La herida se abrió, la sangre bañó el cuchi-
llo y una de las gotas tocó el suelo.

Agatha, quien observaba desde su habitación de infinito espacio y


carente de tiempo, solo pudo guardar silencio. Las lágrimas que corrían a
través de sus mejillas, revelaban el temor que su alma sentía ante aquel terri-
ble evento.

-¡Dios nos ampare!- Fueron las única palabras que los labios tembloroso de
Agatha pudieron pronunciar.

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CAPITULO VII
“Monstruo”

S
us gritos de dolor y desesperación inundaban la sala. Nunca en la vida
había llorado tanto como en aquel instante en que veía su sueño de odio
realizado, por fin su amado Víctor moría, desapareciendo entre las
oscuras aguas de aquella sombra siniestra liberada por los esbirros de la men-
tira de marfil.

Su amado se había marchado para no volver y por vez primera, Eli-


za era incapaz de hacer algo al respecto. Su poder no importó, ella había sido
burlada una vez más por el destino; no fue hasta ver su mano hundirse en la
sombra, buscando su ayuda, que entendió que ella lo amaba. No concebía el
mundo sin él, no concebía su muerte bajo otras manos que no fuesen las
suyas, no concebía aquella realidad de pesar y horror.

Todo estaba perdido, ya nunca tendría en sus brazos a Ezequiel,


quien ahora la odiaba por haber asesinado a Roxane. Ya nunca más podría
besar la sonrisa maquiavélica de su amado, pues su destino había sido la
muerte. Ni siquiera tenía seguridad que su vida continuaría para recibir el
castigo del remordimiento por sus atrocidades, pues el futuro era incierto y
oscuro.

-¿Y mami en donde esta?- Preguntó Ezequiel, exento del horror que ante él
ocurría. Numis solo podía callar, algo acerca de todo aquello no lo complacía,
a pesar que su plan había resultado a la perfección. Desde atrás de su máscara,
sus ojos contemplaban con extraña lástima a Eliza, quien inmóvil lloraba y
gritaba por Víctor, extendiendo su mano en un intento inútil de salvarlo.

-Alguna vez tuve una familia… pero…- Fueron las únicas palabras de pronun-
ciadas por Numis quien guardaba dentro de sí un extraño pesar, un pesar
lejano sepultado en la arena y el tiempo entre escombros de una ciudad y
cadáveres calcinados, de almas que ahora yacían malditas.

Por más que luchó, su cuerpo se hundió en aquella infinitud, en


aquella oscuridad perpetua materializada como agua oscura que albergaba lo
más siniestros pensamientos. No importaba odio ni guerra alguna, su deseo de
vivir era más grande, aun él que todos llamaban monstruo luchaba por mante-
nerse a flote y más importante todavía, luchaba por alcanzar la mano de su
amada Eliza quien hasta hacía unos momentos no era otra más que su ejecuto-
ra.

Una última mirada, un último esfuerzo le sirvió para apreciar a Eliza


por vez definitiva antes que todo se volviera oscuridad. El frío era terrible, el

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vacío infinito, no se podía ver nada y solo se podía sentir la soledad en aquel
lugar; no se encontraba seguro si aún permanecía con vida o esta lo había
dejado, pero sea donde sea que se encontrara, la muerte y aquel sitio resulta-
ban lo mismo.

Pero por extraño que resultara una voz familiar llegó a sus oídos.
Por instantes creyó que era la voz de Eliza quien aún clamaba por su presen-
cia, luego pensó que era producto de su imaginación, pero a medida que
pasaba el tiempo, el infinito e inagotable tiempo de aquel vacío lugar, enton-
ces se dio cuenta que ya no había más oscuridad.

De pie, bajo la lluvia, podía observar como sus padres luchaban en-
tre sí acerca del destino de un infante que no resultaba ser otro que él mismo.
Como era de esperarse, aún bajo la lluvia la luna sonreía. Ella vestía de rojo
revelando su macabra intención sin disimulo alguno, para aquellos que incau-
tos, habían aceptado su invitación.

-¡Agatha, entiende… el niño debe morir!

-¡NO! ¡Es nuestro hijo!

-¡No lo es! ¡Es un monstruo engendrado por la luna! Su sangre es una abe-
rración.

-¡Tú eres la aberración aquí que sugiere matar a su propio hijo!

-Di lo que quieras… pero los hechiceros fueron claros, si él vive, entonces
nosotros… moriremos de la peor manera posible.

-Pero es nuestra sangre…no lo hagas, por favor…

-No deseo hacerlo, pero debemos pensar en nosotros y nuestros demás hijos,
si este niño crece, vivirá para ser un monstruo que acabará con nuestras
vidas. Tú bien sabes lo que sucedió en la Ciudad de Arena hace unos años
cuando la luna se volvió roja. No es casualidad que el único niño nacido bajo
luna roja sea nuestro hijo… si no muere, seguirá nuestra ciudad.

-¿Y que si es un monstruo? ¡Acaso deja de ser nuestro hijo por eso! ¡Adelan-
te, mátalo y conviértete tú en el monstruo!

Y ante la mirada fría y rencorosa de Agatha, el padre de Víctor em-


puñó la daga, mientras observaba a la criatura que bajo la lluvia que clamaba
por piedad. Sin embargo, la conciencia no implica valor, y eso fue lo que faltó
para poder asestar el golpe mortal que acabara con aquella profecía viviente.

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-¡No puedo! ¡No puedo Agatha! ¡No puedo hacerlo! Es mi hijo, no puedo
asesinarlo, no puedo convertirme en el asesino de mi hijo…

-Tranquilo amor, todo está bien, no debes sentirte mal estás haciendo lo
correcto… después de todo es nuestro hijo, es un niño, lo educaremos para
que no dañe a nadie.

-No, Agatha. No es nuestro hijo, es tu hijo, no seré más responsable de lo que


soy…

Sin saber, Víctor había presenciado el primer acto de desprecio de la


humanidad hacia él. Aún le resultaba fascinantemente amargo, cómo una sola
noche tendría repercusión durante toda su vida.

Y es que la vida de Víctor no puede decirse que haya sido amarga


por los maltratos, pues Agatha supo cumplir bien ambas funciones, siempre
velando que su hijo tuviese cuanto se pudiese necesitar; pero una sola persona
no hace el mundo, eso lo aprendería Víctor.

Nunca fue rechazado por su padre, abiertamente. Pero su desánimo


y apatía ante sus muestras de afecto constante, en busca de aprobación, le
daban a entender todo lo que necesitaba saber. Resultaba una tortura indes-
criptible el tener todo cuanto se sueña, pero no tener lo que se desea. Siempre
solo, Víctor debió crecer entre una familia que lo tuvo por deber y compromi-
so, crecer entre el cariño de un padre y hermanos que respetaban su vida por
ser una vida y no por ser parte de ellos.

Debió crecer entre lujos y excesos, sin tener nunca con quien com-
partir, excepto su madre abnegada, cuyo acto ya se había vuelto tan pesado
que se convertía en deber. Mientras, fuera de su reino, muchos morían en
guerra por heridas fatales y hambre; Víctor moría en espíritu creciendo entre
miradas preocupadas que lo señalaban por ser el hijo de la luna, aquel que su
padre no pudo matar.

Un falso amor, un falso cariño, un afecto comprado por su poder y


su estatus era lo único que en su vida tenía. Nunca conoció la cálida sonrisa
de otro niño al jugar, pues debían protegerlo de malas influencias y en espe-
cial de que no dañara a nadie. Era esa razón de su soledad, únicamente en
compañía de su sombra y tristeza, que lentamente fueron amargando su cora-
zón.

Sin embargo, su tragedia no resultaba única e irrepetible, otras his-


torias se conocen de vidas peores y sufrimientos mayores. Cierto era, que la
juventud le daba a Víctor la potestad de poder recomenzar siempre que quisie-
ra, pero eso no sería así por siempre.

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Preferible hubiese sido la muerte, pues el no existir en el corazón de
nadie era estar muerto en vida. Los años pasaron y transcurrieron ante sus
ojos, Víctor permanecía en aquel oscuro lugar reviviendo su vida, época por
época, contemplando una vez más cuando todo comenzó.

Recuerdos que debían resultar dolorosos, ahora causaban risa hila-


rante, mientras aquellos que nunca tuvieron importancia se abrían ante él
revelando verdades siniestras de una vida austera de amor y afecto. El niño
creció, los años pasaron y ya era un joven; todos ansían esa época, pues es el
momento donde el niño comienza a ser hombre, donde revela su carácter y
donde por fin la carga de los padres se ve aliviada para poder disfrutar en
parte, de los frutos de años de esfuerzo y crianza.

Víctor fue educado rígida e intachablemente, preparado en todo y


para todo, su lógica se volvió infalible, su pensamiento frío y su corazón seco.
Agatha se había esforzado años tras año en mantenerlo protegido de sí mismo,
pero el aislamiento y la sobre protección no habían ayudado en nada al senti-
miento de repudio que los demás ya tenían hacia él.

Ahí estaba de nuevo, eran los 13 años, justo el momento donde vi-
vió su primera guerra. El había sido preparado para aquel instante, durante
tardes incontables mientras los demás paseaban y compartían; no era que no
pudiese estar con ellos, era que no deseaba estar con ellos, porque ya había
aprendido a reconocer el rechazo por parte de otros. Durante aquellas tardes
solo su padre permanecía a su lado, por compromiso y deber, creía firmemen-
te que si Víctor habría de vivir y requeriría un esfuerzo tan grande mantenerlo
en palacio, entonces justificaría su existencia. Era por eso que lo impulsaba a
entrenar, siempre de manera ardua, sin piedad, sin compasión, no era ni hijo
ni familiar, ni siquiera un soldado, era un experimento, un arma viviente en
creación. Tal vez guardaba la efímera esperanza, que aquella disciplina militar
con la que fue educado sirviera para crear un hombre obediente, sin voluntad,
sin ánimos de dañar excepto que se le ordenara, sería una forma de burlar a la
profecía.

Y fue en eso que se convirtió. Víctor pronto descubrió su lugar en el


mundo, entendió que el campo de batalla era el único sitio donde podía ser él,
sin miedo a lastimar, ese era su propósito real. En la guerra no debía preocu-
parse de su sangre ni su don, pues aquel que alejaba o lastimaba a quienes se
acercaban a él, resultaba perfecto en la fría y crueldad de la batalla.

Fue así como pasó de ser una sombra apenas nombrada a estrella, a
conocer la admiración y la aclamación, aun cuando en el fondo guardaran
terror y el miedo a su presencia. Hasta ese momento, había aprendido a vivir
sin nada ni nadie, su desapego por el mundo le había permitido no dar fin a su

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existencia, pues al no esperar nada de la vida, entonces la vida no lo decep-
cionaría. Pero ahora, todo era distinto.

Víctor había conocido por vez primera la calidez de otros hombres,


de otros seres semejantes a él, aunque fuese en apariencia y por acciones que
bajo otros términos que no fuesen los de la guerra serian condenadas. Su
sangre maldita obraba a su favor, siempre en la búsqueda de la destrucción y
la muerte de aquellos que lo rodeaban y él, había aprendido a sacar provecho
de ella.

Pero algo más peligroso que una maldición, es un hombre sediento


de admiración. Víctor comprendió que solo en la guerra podía significar algo
para alguien, desde entonces se dedicó a batallar, nunca más recriminó la
forma dura e inhumana en que era entrenado y por el contrario se exigía más,
rebasando los límites al extremo de conseguirse solo nuevamente al ser capaz
de apreciar y experimentar horrores inhumanos e impronunciables. Pero no
importó, él estaba seguro que la soledad de hoy pronto se acabaría, únicamen-
te debía aguantar hasta la próxima guerra, guerra por la que no esperaría y por
la cual obraría valiéndose de todo aquello que se le había concedido, incluso
el don maldito de la luna roja.

Fue así, que aquel joven solitario y sombrío, ausente y triste, se


convirtió en un guerrero formidable siempre presente en la línea de batalla,
sin miedo a morir, siendo la estrella de la matanza. En el campo vertía su odio
y frustración, en el campo se sentía vivo al escuchar las súplicas desesperadas
de sus víctimas que le revelaban que aunque fuese por instante… su propia
existencia importaba.

Víctor estaba consciente que a nadie le importaba si él moría, para


él estaba bien, todo daba igual. Pues si lograba sobrevivir, sería aclamado
como héroe y como parte importante de algo.

Fue así, que determinado a nunca dejar de brillar asumió el horror


que pocas almas son capaces… con su espada amaestrada, entrenó su mente y
sus palabras. No solo deseaba saber matar sino herir el alma, pues en ello
radicaba el secreto para causar la guerra anhelada, aquella que le permitiría
brillar por sus hazañas y olvidar su inhumanidad.

Nadie pudo percatarse de lo que había nacido, nadie nunca entendió


lo que la luna había creado. Todos vivían exentos del verdadero monstruo que
entre ellos habitaba, pues Víctor distaba por mucho de ser humano, su ansia
de humanidad y calor lo volvía algo ajeno a este mundo. Así, en silencio,
trabajó para ganar el respeto y el poder necesario para atraer a la guerra a
palacio y por defecto, a él mismo.

51
La guerra era todo para Víctor y como era de esperarse, cuando no
había guerra era el momento más peligroso, pues entonces enfundaba su
espada para desplegar su arma más letal… sus palabras. No pasó mucho
tiempo, antes que la paz venida después del fin de las guerras de expansión se
convirtiera en otra guerra, una guerra silenciosa.

Víctor había demostrado ser hábil, su naturaleza maléfica y oportu-


nista le permitían saber donde y cuando asestar el golpe, el reino se estreme-
cía ante los conflicto reales, tanto familiares como políticos; pues sino existía
una guerra él crearía su propio campo de batalla con el cual divertirse viendo
a todos sufrir. La guerra le había enseñado que existía más de una forma de
matar a alguien y los tiempos de paz le habían demostrado que era una buena
ocasión para ajustar deudas.

Sigiloso y astuto como una serpiente, Víctor se encargó de cobrar


las deudas del pasado y realizar algunas otras monstruosidades por diversión,
siempre logrando liberarse de cualquier culpa o responsabilidad, tal como era
de esperarse. Sus padres estaban conscientes de aquello, no podían actuar de
frente o desenmascararlo pues no había forma, y aunque existiese, eso era
correr un riesgo demasiado grande.

Fue así como el padre de Víctor consideró la única opción posible,


Roxane. Ella era la hija única de un rey de una provincia lejana, los rumores
aseguraban que había nacido con un don concedido por las sirenas y de ahí su
carácter manipulador y belleza inhumana.

El padre de Víctor sabía que era sumamente riesgoso sacar fuera de


palacio a su hijo, su lengua ágil e imprudente podrían ocasionar una guerra sin
cuartel, solo con el único propósito de tener oportunidad de saciar su ansia de
sangre. Su opción era adelantarse a Víctor, por lo cual decidió tomar el riesgo
de reunirse en secreto con el padre de Roxane y revelar las verdaderas inten-
ciones que poseía.

Para su sorpresa, los padres de Roxane aceptaron la proposición de


juntar a aquellas dos almas oscuras, pues desde hacía mucho años sufrían por
no lograr conseguir a alguien que saciara las expectativas de su hija, que con
el pasar de los días se volvía más solitaria e inhumana; ningún hombre era
capaz de desquebrajar su frío corazón, su belleza sobrenatural la hacían inal-
canzable y tal vez Víctor, quien compartía un origen sobrenatural podría ser
quien cambiara eso.

Y así fue, a las espaldas de Víctor y Roxane, planearon todo. El des-


tino parecía obrar a su favor y no tardó mucho antes que aquellos dos seres se
vieran inevitablemente atraídos, como si una mano siniestra los guiara.

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Su unión fue temida, pero a la vez agradecida. El amor que había
surgido entre ambos los mantenía ocupados uno en el otro, trayendo consigo
la paz para ambos reinos. Sin embargo, aquella paz era algo efímero, su pe-
queña maquinación tenía un fallo, un fallo demasiado grande cuyas conse-
cuencias serian peores que el problema original.

Si bien era cierto que Roxane poseía un alma inhumana, un alma


concedida por las sirenas, su alma aún conservaba muchos aspectos humanos.
Ella era capricho, lujuria, deseo, belleza, pero Víctor… él era algo completa-
mente distinto, su alma apenas conservaba un rasgo humano, su espíritu des-
bordaba oscuridad y odio, después de todo había sido concebido por la luna.
Tanta oscuridad, no podía ser comparada con la oscuridad del océano, Roxane
no tardó mucho antes de volverse una víctima de la verdadera naturaleza de
su amado.

La paz se desvaneció, para cuando todo acabó, Roxane se marchó


del lado de Víctor. Ella le había entregado parte de su humanidad, a cambio
ella se había llevado consigo parte de su oscuridad.

Por un instante, las lágrimas de Víctor recorrieron su rostro, una vez


más revivía ante sus ojos el momento en que había dado muerte al alma de
Roxane. Revivida la pena de verla partir, fue cuando cayó en cuenta que
aquella oscuridad que lo devoró lo había llevado no al pasado, sino al fondo
de su corazón, a aquella parte donde habitaba los recuerdos más dolorosos,
después de todo… hay más de una manera de dar muerte a un hombre.

Los recuerdos siguieron transcurriendo, Víctor no podía hacer otra


cosa más que ver. Ante él estaba Eliza, en aquella primera vez en que se
conocieron, en aquella primera vez que en una tarde cualquiera ella le sonrió
otorgándole una humanidad, no demasiado grande para ser un ser completo,
pero si la suficiente pero volver a sentir amor.

El reino rebosó de alegría, el príncipe sonreía una vez más y sus lá-
grimas de amargura se habían marchado, pero… ¿Por cuánto tiempo?

Tal felicidad no duraría y en efecto así fue, la sangre de Víctor


obraba a favor del dolor y el sufrimiento, castigaba y torturaba a todos sin
excepción, incluso a él mismo. Fue de esa manera, cuando por fin lograba
entender el significado de vivir, que Roxane regresó.

No obstante, no era la misma mujer a la que alguna vez conoció. Su


maldad la había envenenado y de manera silenciosa la había transformado en
un ser infeliz ansiosa de venganza. Cierto era que aún amaba a Víctor, pero su
regreso no era casualidad, sino una maquinación de un alma herida y casi
muerta que anhelaba venganza y dolor.

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El encuentro entre aquellos tres seres fue fatal. El mundo de Eliza se
vino abajo ante una amenaza que apenas podía combatir, todo obraba a favor
de Roxane, quien valiéndose de la culpa de Víctor y de la influencia sobre el
rey, manipuló la situación desterrando al olvido a Eliza. Por más que quiso no
pudo resistirse, su esencia malévola lo impulsaba a estar con ella, su cuerpo
clamaba tenerla una vez más, fue de esa manera que Víctor consumido por el
canto de las sirenas dio muerte a un alma luminosa, al alma de una joven
campesina que solo esperaba de la vida la felicidad, felicidad que por inocen-
cia o ingenuidad pensó que podía encontrar al lado de Víctor.

Los recuerdos eran dolorosos, hacía mucho que no lloraba de aque-


lla manera, hacía mucho que no recordaba lo que era sufrir. Su alma se deba-
tía entre el dolor y la culpa, amaba a esos dos seres a la vez que se desprecia-
ba por el horror que sus acciones engendraron, su alma moría lentamente y él
se entregaba como única respuesta.

El regreso de Roxane había traído consigo felicidad, la felicidad de


un hombre que vivía penitente ansiando el perdón. Pero la realidad era otra,
ella no había vuelto para perdonarlo y vivir feliz a su lado, había vuelto para
cobrar cada una de sus heridas apartando cualquier cosa que le pudiese otor-
gar felicidad.

Pero su real venganza no sería directamente en contra de Víctor,


sino en contra de aquello que él más amaba, Eliza. Valiéndose de un amor
moribundo y de una culpa, los separó uno del otro, enemistándolos hasta la
muerte y pudriendo antes los ojos de Víctor el alma de Eliza, sin que este
pudiese hacer nada más que observar, inutilizado por aquel sentimiento de
culpa que había confundido con el amor.

Pero no eran sus recuerdos lo que más dolían, sino los recuerdos que
nunca le pertenecieron los que más rasgaban su alma. El tiempo seguía avan-
zando y ahora podía ver lo que nunca sus ojos apreciaron, podía ver el alma
de Eliza sufriendo en su ausencia, llenándose de un odio profundo y mons-
truoso.
Eliza murió en vida, más no así, su amor por Víctor. Llevada por un
sentimiento del cual Víctor era indigno, sacrificó lo que le restaba de humani-
dad, sumergiéndose en las tinieblas y entregándose a las artes oscuras de la
nigromancia.

Víctor no lograba perdonarse el daño que le había hecho, ni las tor-


turas a la que había sometido a Eliza, quien llevada por el odio y el amor se
sometió a un camino monstruoso con la única esperanza de poder volver estar
a su lado para recibir solo migajas.

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No se puede llamar amor a aquello que no se desborda y se da de
manera temerosa o secreta. Y todo Víctor era un secreto, secreto a voces, pero
secreto al fin.

Revivir las incontables moches de amor clandestino y los innumera-


bles abusos de su parte hacia Eliza, no lo reconfortaban ni le hacían sentir
seguro de sí como en aquellos momentos. Por el contrario, suplicaba perdón
ante su impotencia de confrontar la debilidad de su alma al no ser capaz de
haber comprendido antes, que Roxane solo lo esclavizaba como alguna vez él
la esclavizó.

Aquel que dominaba todo, aquel quien manipulaba todo, era mani-
pulado por la hija de las sirenas, a quien amaba pero con la cual no podía
estar, pues su alma distaba de la mujer que alguna vez conoció.

Sin embargo, sería el recuerdo de Ezequiel la pena final. Cuando


despiadadamente y sin remordimiento, sin ver la verdad ni la razón, lo arreba-
tó de los brazos de Eliza con la única intensión de callar el clamor de un
pueblo que pedía un heredero y la voz de una conciencia, que no le permitía
olvidar el hijo que alguna vez mató; ciego ante la manipulación siniestra y
perturbada de Roxane, que aun después de haberlo separado de Eliza nunca le
otorgaría la paz.

En la sala de palacio, los pequeños ojos brillantes de Ezequiel ob-


servaban con cuidado el llegar de la presencia faerica, que solo anticipaban y
preparaban el camino para aquel que proclamaban como su hijo.

Eliza, quien impotente no podía hacer más que observar, lloraba


sumida entre el terror general de aquellos que con horror apreciaban las pare-
des de la habitación congelarse por el toque de una brisa helada y desquiciada.
Numis observaba atento al lado del niño, el espectáculo invernal de demencia
y caos, ellas llegaban con prepotencia y descaro formando sus cuerpos de la
escarcha y materializándose en formas feminoides distantes de ser humanas o
animal.

El norte, el sur, el este y el oeste, cada una observaba desde aquel


que era su origen y su nombre. Las cuatro pronunciaban al unísono, en una
voz que se fundía retumbando en los corazones, entonando los cánticos de los
puntos cardinales, alabando a los poderes antiguos y ancestrales, aquellos que
solo la luna había conocido y que incluso ella temía.

En el centro de la habitación, dos columnas de hielo se comenzaron


a formar, a la vez que aquel cántico de demencia invernal era pronunciado.
Ambas columnas crecían en un espectáculo maravilloso de nieve y escarcha
que danzaba de manera misteriosa hasta lograr que se encontrara el suelo con

55
el cielo, fundiéndose en medio de un silencio abrupto y de una neblina cóm-
plice que guardaba dentro de sí, el cuerpo congelado de aquel que era su hijo.

Ninguno de los presentes pronunciaba palabra alguna, incluso Nu-


mis quien había sido enviado por la luna para asegurarse que todo saliera
según lo planeado, guardaba silencio casi de manera mortuoria. Un respiro tan
profundo como el mismo océano, seguido de una última nota aguda que reso-
naba en los tímpanos humanos llevándolos a la agonía, mientras que las hadas
hechas de cristal junto con la columna se desquebrajaban en fragmentos vola-
dores y luminosos, dieron libertad de la gélida cárcel al que fue llamado.

Desde sus aposentos, Aghata observaba la terrible escena que ave-


cinaba el fin del reino, un fin impredecible aun para el oráculo divino, pues
nada que fuese tocado por la hadas podría ser controlado; verdad que incluso
la luna temía y razón por la que Numis era testigo y participe.

El hielo se volvió escarcha, no existía nada que lo detuviese, el


tiempo avanzaba y ahora no había vuelta atrás, el Mago Azul había sido
liberado. Entre la neblina, la figura de un hombre envuelto en una túnica de
capucha de color azul oscuro, cuerpo atlético, alto, cabello negro y trenzado y
unos ojos violetas, profundos como el océano de un color que revelaba su
naturaleza faerica, permanecía con una rodilla en el suelo sosteniendo en
brazos el cadáver de fallecida Roxane.

Nadie nunca estuvo preparado para lo que sus ojos vieron, nadie
nunca pudo esperar aquella escena salida del sueño más profundo, solo la
inocencia de Ezequiel lo liberó del temor, llevándolo poseído por la emoción
a correr desmedidamente hasta el cuerpo de su madre. A los pies del mago,
este lo miró con una expresión claramente desalmada, su mirada carecía de
vida, de espíritu, era un ser hueco, vacío, sin deseo o voluntad.

Con cuidado, colocó el cuerpo de Roxane en suelo, a los pies del ni-
ño. Y bajando su cabeza en señal de respeto solo exclamó en un susurro que
retumbó en medio del silencio de aquella habitación.

-Deseo… concedido.

56
CAPITULO VIII
“Arjeck”

L
a luna resplandecía en lo alto de cielo, la noche oscura era su acompa-
ñante, pues incluso las estrellas se ocultaban ante su perversión que
amenazaba con descaro el horror que se estaba a punto de cometer.

Sonriente y complacida, la luna aceptó el pacto de aquella alma


frustrada que anhelaba la grandeza, pero que la vida le había negado. Levan-
tando sus ojos al cielo y mirando a la luna, empuñó decidida la daga con la
cual daría fin a su vida, sellando así el juramento que el astro y ella habían
acordado.

Por más que lo intentó no hubo palabras para dar un a adiós al hijo
no nacido que llevaba en su vientre, más que un frase –Arjeck… ese hubiese
sido tu nombre…- Ella habría de sacrificar su vida para entregarlo a Luna, con
la sola esperanza que ella, quien reina en los cielos le otorgara un futuro
mucho más brillante que el que esperaría a manos de su mísera existencia
mortal y del caos inclemente de la vida.

Desnuda y bañada por la luz, cortó su garganta dejando salir la tinta


carmesí que lentamente recorrió todo su cuerpo, tiñendo las aguas del lago y
dando permiso para aquellas que viven más allá del caos vinieran en busca del
niño no nacido.

La luna seria la guía de las hadas, ella le daría permiso de entrar en


la existencia, alimentada por la voluntad trastornada y miserable de un alma
frustrada que en su último deseo, entregó su vida y alma a cambio de la gran-
deza del vástago.

La luna cumpliría, tal como se lo había prometido. Cuando la última


de sus fuerza la abandonó y su mirada se volvió nublosa, su cuerpo cayó al
agua siendo arrastrado a las profundidades de aquella oscuridad en donde
pequeñas luces juguetonas; danzaban a su alrededor, alimentándose de su
deseo, de su fuerza, de su voluntad.

Norte, sur, este y oeste. Era ese el nombre de las cuatro hadas de los
puntos cardinales, señoras de las aguas, de la lluvia y del océano. Eran ellas
quienes traían el caos invernal y quienes mantenían a los dioses aprisionados
en el frío del espacio, eran ellas quienes con poderes más allá de los que la
luna podía soñar, daban orden al universo en medio de su caos, atadas por
reglas que incluso ellas mismas no comprendían.

57
Seres inmortales hechos de agua, neblina y escarcha. Danzaban a
través del viento en busca de aquellas almas que con su voluntad invocaran el
deseo fervoroso de su corazón, eran ellas quienes daban esperanza al mundo a
cambio de un precio que nadie podría pagar.

Aun los magos más desquiciados temían a su poder, nadie en su


sano juicio permitiría que un mortal invocara a las hadas. Pero no Luna, ella
sabía bien que deseaba, sabía bien lo que había en su corazón y era esta la
razón que le permitía no temerles, pues si ellas atentaban contra ella cambia-
ría su deseo arrastrándolas lejos con los vientos tempestuosos que las gober-
naban.

28 años habían transcurrido desde aquel día, tiempo en el cual aquel


niño había sido criado, alimentado y vestido por las hadas. A él se le había
entregado el poder de la estrella azul, el dominio sobres las aguas y sobre los
corazones humanos, era él quien se encargaba de cumplir los deseos mortales
a cambio de un pequeño precio.

Su alma carecía de humanidad, de voluntad, de sueños. Era él quien


satisfacía al deseo mismo, era él la voluntad del hombre, una voluntad carente
de sí mismo. Jamás había soñado, jamás había anhelado, pues era incapaz,
pues no conocía el sentir y si tan siquiera soñara con hacerlo las hadas le
arrebatarían la vida, arrojándolo al caos infinito de la oscuridad.

Y ahora, ese ser carente de alma, carente de voluntad, carente de es-


píritu y deseo estaba en presencia de un reino en guerra, en donde cada alma,
desesperada por el horror anhelaba algo imposible, algo que estaban dispues-
tos a alcanzar sin siquiera detenerse a mirar el precio. Solo bastaba una frase
“Yo deseo…” no se necesitaba más, él cumpliría sin importar lo que fuese, no
había nada imposible para él.

Era el último de los magos, el último de los cuatro hijos de la luna.


Con ellos, ella se alzaría en armas en contra de Dios, pero hoy él no estaba ahí
por eso, sino para cumplir con el único propósito de su existencia, servir.

-Pronto nos veremos… Aghata. Solo tres días, tres días…- Con estas palabras
Numis, la mentira de marfil; emprendió su retirada con paso suave y tranquilo
mientras que su cuerpo se desvanecía cual fantasma e ilusión.

Las máscaras que Numis había liberado en forma de sirvientes


abismales tomaron su forma original, cayendo al suelo y volviéndose tan solo
arena. Eliza no dudó tan siquiera un segundo, su vida no importaba, solo la de
Víctor.

58
Vida a la cual buscaba y llamaba desesperada golpeando el suelo
que, con ayuda de la sombras, lo había devorado. Era el final, él no volvería,
la mentira de marfil había acabado con el rey. El reino moría y ahora todos
debían enfrentar un horror mayor, sus propios deseos.

Lentamente los ojos de Roxane se fueron abriendo, la sonrisa de


Ezequiel no se hizo esperar; entre lágrimas y llantos de alegría la criatura
abrazaba a su madre, quien poco a poco se iba incorporando y que para su
horror, su memoria iba haciendo recuerdo de su último encuentro con Eliza.

Su deseo fue la venganza, sin embargo, no tuvo coraje ni fuerzas pa-


ra atentar en contra de ella. Su alma era hoy más miserable que nunca, Víctor
había muerto, pero con él el reino y ella misma. Nunca imaginó amar tanto a
Víctor, tanto como para comprender el sentimiento de dolor de Eliza, tanto
como para dudar de esa venganza interminable y despiadada a la cual había
esclavizado a su amado y condenado por la eternidad.

La muerte resultaba desconcertante, la vida aun más, pero cuando


ambas se juntan lo único que queda es vacío y desesperación. Era esa la ex-
presión en su mirada, al comprender la realidad que debía afrontar.

En silencio, cada soldado y hombre presente en aquella habitación


se fue retirando, hasta solo dejar una sala vacía, llena de la miseria y de los
lamentos de Eliza y Roxane.

Incluso el Mago Azul se había marchado, retirándose a los jardines


con toda calma guiado por el susurro del viento. Solo eran ellas, Ezequiel y su
dolor…

59
CAPITULO IX
“Día I”

D
espués de la tormenta viene la calma. Y era en la calma de aquel
jardín, en donde tantas veces y a solas viendo el atardecer había
llorado, que hoy compartían su pesar.

En una escena que jamás hubiesen podido imaginar, Eliza y Roxane


compartían su dolor, ambas lloraban la culpa acerca de la muerte de Víctor. El
odio entre ambas no había desaparecido, pero hoy algo más fuerte las unía.

Su ausencia cambiaba las cosas, cambiaba al mundo que ahora era


austero y sin sentido. No podían entender cómo su corazón lamentaba la
perdida de aquel, un ser por demás monstruoso y digno merecedor de aquel
castigo y mucho más. Buscaban la respuesta dentro de sí y en las palabras de
la otra, ¿Por qué no aceptaban la partida de Víctor? ¿No era acaso ese su
deseo?

Eliza quien había entregado su vida y a su hijo para estar al lado de


su macabro amor, hoy caía en cuenta de su error. Nunca supo lo que de ver-
dad su alma ansiaba, lo que su alma deseaba, tal vez… en algún momento sus
sentimientos y pensamientos fueron claros, pero después de la partida de
Víctor la primera vez, ella nunca más volvió a ser la misma. Confundió el
odio con el amor, trastornó su deseo, creyendo que a lo que anhelaba era a él,
sin darse cuenta que no estaba estaba dispuesta a pagar el precio real por
cumplir aquel sueño.

Vivía alimentando su odio, a la vez que alimentaba su amor, dividi-


da entre dos mundos y sentimientos que nunca le permitirían ser feliz a su
lado o lejos de él. Roxane por su parte, no distaba mucho de esta realidad.

Ella al igual que Eliza se encontraba en frente de un abismo ¿De que


había servido volver a su lado, si igual sufría por su amor, si igual no lograba
encontrar frente aquel atardecer la satisfacción real de ver su venganza por fin
realizada? Ambas dudaban de su deseo, ambas carecían de una voluntad
transparente y clara para sus propios ojos y la pregunta de aquel momento,
frente al astro solar era: ¿Ahora qué?

¿Debían seguir con sus vidas y escapar a la guerra… o morir lu-


chando y acabar hasta con lo último que les recordara a Víctor?

Para ellas era claro, no podían seguir adelante porque su ausencia no


se los permitiría, lo amaban demasiado. No podían escapar de la guerra, pues
eran incapaces de abandonar todo aquello que amaron y odiaron, su lugar en

60
el mundo era aquel y a donde fuesen ellas llevarían consigo la guerra, aquella
guerra de amor y odio que tarde o temprano debía acabar.

Sin embargo, la peor de las realidades era acabar con todo, pues el
resultado de aquella decisión implicaría acabar con sus vidas y con la de
Ezequiel, incluso con la del reino mismo ¿Cómo negarse a sí mismas que
ellas eran el símbolo más grande de lo que Víctor había sido en vida?

Habían sido ellas sus maestras y compañeras, sus amigas y enemi-


gas, sus amantes, sus sueños y pesadillas. Era hoy que podían entender que
tanto habían contribuido a ese mundo de odio y dolor que rodeaba a Víctor.

Su prepotencia e ignorancia las llevaron a creer que el que las haya


hecho sufrir, les daba el derecho a exigirle el universo, pero nunca darle a
cambio más que una estrella. Ese era Víctor, un hombre que vivía de la mise-
ria de los demás sin nunca preguntarse si era justo o suficiente.

El mundo parecía haberse detenido, ahora ellas, quienes siempre


habían luchado entre sí por el amor de Víctor y por el placer de hacerlo sufrir,
no tenían sentido en la vida. Hoy se daban cuenta de lo que podían haberle
dado a cambio, algo más que una mísera estrella.

Cierto era, que aquel hombre era más un monstruo que un humano,
que todo lo que tocaba sufría ¿Pero acaso no eran ellas así? ¿Acaso no cono-
cían su verdadera naturaleza? ¿Por qué querer cobrarle algo que siempre fue?
¿Por qué querer hacerlo culpable de algo que aceptaron desde el principio?
¿Por qué querer castigarlo, cuando su peor condena era luchar contra sí mis-
mo, para poder regalarles un mundo del cual solo las quería a ellas?

Tenían todo a su alcance, siempre lo habían tenido. Incluso Roxane,


quien no sentía satisfacción alguna por los hombres mortales debido a la
bendición de las sirenas, podía aspirar a lo que ningún mortal soñaba… el
amor de un dios. Pero Víctor por el contrario no era capaz de tal cosa, había
nacido condenado, poco era lo que podía hacer para cambiar un destino y una
suerte ya escrita en tragedia y miseria.

Incluso hoy, ambas tenían a su alcance la posibilidad de traerlo de


nuevo a la vida. Nada era imposible para el Mago Azul, “Echelon, la estrella
del deseo”, pero aun así su miedo y egoísmo las hacían dudar de lo que debían
hacer.

Temían al precio que debían pagar o temían a saber el precio y des-


cubrir que no deseaban pagarlo.

61
Fue este el momento más miserable de sus vidas, al darse cuenta
que habían arruinado una existencia ya miserable quitándole lo único que
tenia y sin darle nada a cambio.

Pero fue la risa de Ezequiel la que les reveló aquella verdad, al verlo
jugar con inocencia con el Mago Azul sin temer a su poder o a su identidad.

Por alguna razón que no se explicaban, el niño se encontraba fasci-


nado con la inhumanidad de Echelon. Quien a la distancia, permanecía senta-
do en un banco respondiendo a las preguntas de Ezequiel, siempre sin ser un
participe real de la realidad misma.

- Roxane, no podremos ganar esta guerra sin Víctor. Él era el único con el
coraje y la monstruosidad suficiente como para afrontar el horror del comba-
te.

-Puede que sea así, pero aun así debemos intentarlo, nuestros errores ya han
costado suficiente. El reino no debe caer por nuestras faltas, todavía conta-
mos con Marcos quien es un hombre leal y que estará dispuesto a ayudarnos
si tú se lo pides.

-Marcos apenas tiene vida, ni siquiera sabemos si sobrevivirá la noche… Aun


cuando mejorara, la moral de los hombres se encuentra por el suelo, el
enemigo está reuniendo sus fuerzas y se está preparando para un ataque
final.

-¡Entonces los detendremos nosotras!

-¿Cómo? ¿Cómo se supone que haremos eso?

-No lo sé… supongo que lideraré a las tropas y tu podrás ayudarnos con tus
hechiceros y gárgolas. Después de todo, casi venciste a Víctor, estoy segura
que esta guerra no será ningún reto para ti.

-Ojalá sea así…

El sol terminaba de ocultarse y mientras los últimos rayos anuncia-


ban la llegada del anochecer, Ezequiel permanecía en el jardín en la compañía
del mago, quien escuchaba atento a aquella criatura que con una inocencia sin
igual lograba captar su atención.

-¿Por qué tus ojos son de ese color?

-¿Púrpuras?

62
-¡Exacto! Uhmmm… siempre se me olvida como se llama, así nunca llegaré a
ser un gran pintor. Cuando crezca quiero pintar y hacer grandes cuadros,
para así retratar a mi familia y mis amigos.

-¿Y por qué deseas hacer eso?

-Porque quiero hacerlos felices, no me gusta cuando la gente llora. Mamá


dice que cuando alguien llora es porque alguien malo le ha hecho daño ¿Tú
eres una mala persona?

-No lo sé… ¿Puedes decirme tú?

-Cuando llegaste todos lloraban, pero… si veo bien tus ojos, no me pareces
alguien malo, incluso creo estas triste ¿Te sientes mal por algo?

-¿Triste? ¿Yo…?

-La señora Eliza siempre me repite que todos tienen sentimientos, incluso
papá, en ocasiones pareciera no quererme, y me asusto y lloro cuando lo
llaman monstruo o me ve de esa forma rara; pero Eliza me dice que no siem-
pre las personas demuestran sus sentimientos y que en ocasiones las personas
no saben lo que sienten… como papi.

-¿Tu padre es el rey?

-¡Sip! Pero el hombre de la máscara se lo llevó, mami dice que pronto volve-
rá, pero creo que me está mintiendo, pues la he visto llorar desde que desa-
pareció…

-¿Lo extrañas?

-Sí, mucho… en ocasiones no es una buena persona, mami dice que él es


malo, pero aun así se ve muy feliz cuando está con él. Todos en palacio lo
quieren, a pesar que dicen cosas malas y que él las haces para defenderse.

-¿Quisieras que volviese?

-¡No! Yo se que papi esta muerto… y aunque lo extraño, no deseo verlo su-
frir. Cuando nadie lo ve, él llora solo, lo sé porque lo he visto por la cerradu-
ra cuando está en su habitación. Siempre repite lo mismo “¡Perdón!” no
deseo verlo llorar más…

-¿Y entonces que deseas?

63
-Que todos aquí en palacio fuesen realmente felices, incluyendo papi y en
especial mami y la señora Eliza…

-Yo podría cumplir eso si me lo pides, si es tu deseo.

-¿En serio…?

-Si… no tiene para mi ninguna dificultad, no hay nada que me sea imposible.
Tengo el poder de las hadas, por eso mis ojos son de este color y por eso
puedo cumplir cualquier deseo.

-¿Podría desear lo que quiera?

-Todo lo que quieras.

-¡Entonces tú puedes hacer feliz a papi, a mami y a la señora Eliza! ¿Y Tam-


bién podría desear que tú fueses feliz?

-¿Yo…? No lo sé, ni siquiera sé que es estar feliz.

-¿No? Eres muy rarito, pero igual me caes bien, ¡Después de todo no eres
una mala persona! ¿Cómo puedes ser malo si cumples los deseos de la gente
y los haces feliz?

-Supongo que tienes razón… tu madre te llama, no la hagas esperar.

-¡Adiós señor…! No se tu nombre…

-Echelon.

-No parece un nombre… ¿En verdad ese es tu nombre?

-No, pero así me llaman desde hace mucho tiempo, mi nombre real no lo
puedo decir.

-¿Por qué?

-No lo entenderías, tal vez algún día puedas entenderlo…

-Uhmmm… ¡Ya se! ¡Tengo un deseo!

-¿Cuál?

-¡Deseo que algún vez tú quieras y desees decirme tu nombre real! Bueno…
me tengo que ir, ¡Adiós!

64
-Deseo… concedido.

65
CAPITULO X
“Día II”

E
l día había llegado casi sin aviso, el tiempo transcurría silencioso y la
presión aumentaba con cada segundo. La decisión a tomar era difícil,
pues desconocían cual debía ser el precio a pagar por los deseos ya
cumplidos al ingenuo Ezequiel, quien manipulado por la máscara de marfil y
llevado por su inocencia, ahora no se desprendía del Mago Azul por el cual
parecía mostrar una simpatía poco razonable.

La conversación era por más de intensa, las palabras no buscaban


dañar, sin embargo, no era difícil que lograran ese propósito. Eliza perdía el
control de sí con cada segundo, los enigmas y la paz aparentemente inaltera-
ble de Aghata solo la perturbaban más.

-¿Qué debo hacer Aghata? ¿QUE DEBO HACER?

-Pensé que sabrías que hacer en este momento… después de todo, tú eras una
de las personas que con más fuerza deseaba su muerte.

-¡No era la única! ¡Tú también en algún momento lo hiciste! No te encerraste


en una habitación por miedo al mundo, sino por miedo a lo que le pudieses
hacer a Víctor.

-Tal vez es cierto… pero aun así, ese hecho no borra la guerra que ahora
espera afuera. Los soldados se repliegan y se organizan para un ataque final,
ya no habrá más tiempo y puesto que la abeja reina ha muerto, alguien debe
asumir el control.

-Que lo asuma Marcos…

-¿No fuiste tú quien le dijo a Roxane que eso era una locura? Su destino aún
es incierto, tan incierto como la duda en tu corazón acerca de si revivirlo o
no.

-Como de costumbre sabes más de lo que debes saber…

-No es hechicería, solo hay que observarte a los ojos. El precio a pagar será
muy alto…

-Pero es la única solución Aghata, él es el único que puede sacarnos por lo


menos vivos de esta confrontación sin salida.

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-Confrontación que él causo y que también pudiese agravar, la muerte es un
destino bastante amargo, más bajo las circunstancias en las que cayó él ¿Qué
garantías hay que su retorno no traerá consigo su venganza? Después de
todo, ambas rompieron su promesa y ahora él podría sentirse libre para
arremeter contra lo que más amaba…

-¿Amaba…?

-¿Acaso cuentas con que aún ame a alguna de las dos?

-¿Por qué no habría de ser así…?

-Es un monstruo… ¿No es lo que piensan Roxane y tú de él?

-¡Eso no es así!

-¿Entonces por qué lo han tratado como tal?

-¡¡TU NO TIENES MORAL PARA DECIRME ALGO ASI!!

-Calma ya mi niña… esas lágrimas no te permitirán combatir bien, no es


momento para discutir más, ahora lo que importa no es la respuesta, sino
hacer la pregunta indicada.

Aghata había dejado algo claro con sus palabras, el Mago Azul no
era la verdadera amenaza, pero entonces ¿Cuál era?

Desde otro rincón, el té se servía en la mesa en la tranquilidad inal-


terable de la habitación. La guerra parecía ausente en medio de los lujos y el
silencio, solo interrumpido por la risa de Ezequiel, quien jugaba alegre corre-
teando de un lado al otro. Roxane lo observaba con detenimiento, a pesar que
su verdadera atención se encontraba en su acompañante, el Mago Azul.

-¿Gusta un poco de té?

-Muy amable, con agua bastará.

-No tiene por qué sentirse incomodo o apenado, puede disponer de cualquier
cosa sobre la mesa en el caso que le apetezca.

-Como ya le dije antes, muy amable, pero con agua bastará.

-Entiendo… ¿Cómo le debo llamar? ¿Mago Azul o tiene algún nombre?

-Tengo muchos nombres, pero Echelon bastará para cumplir con su objetivo.

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-Echelon… entonces ese es el nombre de a quien le debo agradecer haberme
vuelto a la vida.

-No existe nada que agradecer, solo cumplí con lo que se me ordenó.

-Aun así insisto en darle las gracias, pudo haberse negado igual a cumplir
esa orden por provenir de un niño.

-Tal cosa no es posible, sin importar de quien venga el deseo debe ser cum-
plido, siempre y cuando el precio sea pagado.

-¿Y cuál ha sido el precio que Ezequiel tuvo que pagar?

-¿Acaso no es evidente?

-No tengo nada que ocultarle, realmente desconozco que fue lo entregó mi
hijo a cambio de mi vida ¿Cuál es el precio a pagar de sus deseos?

-No existe un mismo precio para todos los deseos, cada deseo posee su propio
costo. Aun para mí, me es imposible determinar cuál será el precio que el
cliente habrá de pagar… pero algo si es cierto, nadie está exento, las reglas
son claras.

-¿Entonces cumplirá el deseo que se le pida sin importar la persona o el


deseo?

-Correcto.

-Entiendo… pero hay algo que me inquieta, ¿La forma en la que se formulan
los deseos sigue alguna regla en específico?

-Solo dos, cuando no he sido invocado por primera vez el deseo original debe
hacerse con sangre y pronunciando mi nombre, pero una vez ya invocado,
solo bastará con que a mis oídos llegue “Yo deseo…” sea de manera cons-
ciente o inconsciente.

-Entonces… ¿En una invasión enemiga cumplirías cuantos deseos fuesen


formulados sin importar el bando que fuesen?

-Exacto, mi propósito no distingue de aliado o enemigo, no formo parte de


esta guerra y ni siquiera de este mundo. Como ya le dije, mi único propósito
es servir.

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En medio del juego y las risas Ezequiel se detiene, acercándose a su
madre con lentitud y una expresión de inquietud.

-¿Mami, si perdemos la guerra que pasará con nosotros?

Roxane a penas pudo reaccionar de su asombro ante la pregunta de


su hijo, quien dentro de su corta edad y aparente inocencia parecía compren-
der un peligro inminente de la confrontación bélica.

-No hay nada porqué temer amor, todo estará bien. Tu padre es un gran
guerrero y se encargó de formar soldados valientes y muy fuertes que nos
protegerán.

-Si… lo sé… pero papi ya no está y todos en palacio están muy tristes por la
muerte de papá ¿Papá murió por mi culpa?

-N… no… ¡Claro que no! ¿Por qué dices algo así?

-Si yo no hubiese pedido que tú regresaras… el hombre malo no lo hubiese


atacado. Yo no quería hacerle daño a papi…- Rompiendo en llanto y arroján-
dose desconsolado en los brazos de su madre.

Roxane lo recibió con sentimiento y horror, mientras volteaba en di-


rección al Mago Azul quien inmutable, permanecía en la silla casi inmóvil
con su mirada perdida en la nada.

-¿Qué le has hecho a mi hijo?

-Las reglas son claras, todo deseo tiene un precio.

-¿Acaso no vez que es un niño? Es demasiado inocente para sufrir así…

-Exacto, ya ha respondido a su pregunta.

-No… ese no pudo haber sido el precio, ese no…

-Yo no escojo con que han de pagar, lo hacen las propias personas, aquellos
quienes no son conscientes de su voluntad entonces serán victimas de su
destino.

-Caos…

-Exacto, aquellos que no toman control de su existencia, entonces esta lo


hará por ellos. He ahí a Ezequiel, quien por su naturaleza no pudo tomar

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control de su destino, por lo cual fue el destino quien ha escogido quienes
habrían de ser sus padres y cuál ha de ser su vida hasta que él se revele.

-Entonces… ¿Aquellos que no tenemos inocencia pagaremos con algo


más…? Es por eso que el precio que pagó no es evidente a nuestros ojos...

-Los humanos son codiciosos, inconformes, egoístas, no pasará mucho tiempo


antes que sus deseos se tornen oscuros y comiencen a anhelar cosas más allá
de las que puede pagar o que esté dispuesto a pagar.

-Pero no existe ser en el mundo capaz de algo así…

-Se equivoca, si existía, existía en esta ciudad.

-¿Te refieres a Víctor?

-¿Qué dices, Este?... ¡Ah! ¡Disculpe! Me distraje un poco, Este me dice que
ese era su nombre, Víctor, ese era el nombre del único hombre que estaba
dispuesto a pagar el precio justo por aquello que deseaba. Su partida de este
mundo es una lástima, no existen demasiadas personas como él, tal vez él
hubiese podido salvarlos…

-¿Salvarnos? ¿A qué te refieres?

-¿Acaso no se ha dado cuenta? ¿No se ha preguntado qué sucederá cuando


todos ustedes seducidos por mi poder comiencen a desear de manera indis-
criminada y egoísta?

-Pandemónium…

-Es así, el resultado será impredecible, pues todos solo pensarán en sí mis-
mos, sin consciencia alguna de lo que desean y de su costo, ni del costo para
otros. Nada en este mundo está desligado, todo se entre conecta, ¿No entien-
do que lleva a los humanos a la soberbia de pensar que pueden ir en la vida
actuando sin que tal acción tenga una reacción?

-Yo… yo… no sabría que responderle, solo se una cosa… no deseo que Eze-
quiel sea víctima de ese caos.

-¿Deseas que se salve para complacer a tu egoísmo?

-¡No! ¡No me importa lo que me suceda a mí! Solo deseo que él no tenga
nada que ver con esto, que él tenga la oportunidad que nosotros nos hemos
negado.

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-Entonces puede que haya una forma de salvarlo todavía…

-¿Cuál? ¡Dime! ¡La tomaré sin importar su precio!

-Marcharme de aquí y seguir con mi camino, sin embargo, tal cosa no es


posible hasta que las hadas se hayan alimentado del suficiente egoísmo como
para traer a los vientos gélidos y ordenarme un nuevo destino. No importa si
es uno o muchos, solo que sea…

Desde lo alto de la muralla del castillo, Eliza observaba a las tropas


enemigas las cuales permanecían en relativa calma amenazando con una
tranquilidad perturbadora. Su mirada se perdía en el horizonte, preguntándose
qué sucedería ahora que Víctor no se encontraba, no tenia certeza que ella
sola pudiese contener las fuerzas enemigas, algo en el viento, en el olor de la
sangre y en las voces susurrantes de los cadáveres le decía que todo estaba
mal, que un mal igual o mayor se aproximaba.

El cielo se tornaba gris y mientras el sol se ocultaba tras nubes oscu-


ras que amenazaban con tormenta, el viento traía consigo un profundo olor a
sangre y un sentimiento de hambre insaciable. Eliza no podía evitar sentir una
preocupación indescriptible, ella podía ver con claridad las almas de los falle-
cidos agitarse desesperadas por una amenaza invisible, algo que advertía de su
llegada.

Fue con la primera gota que lo pudo ver, la lluvia había comenzado,
pero aquella primera gota no era agua sino sangre. Alzó su mirada y la dirigió
al medio del campo de batalla, en donde la figura de un joven de piel clara y
cabello largo y negro deambulaba entre los cadáveres, buscando a los sobre-
vivientes y heridos.

En un principio pudo pasar desapercibido como un humano cual-


quiera para los ojos de quien fuese, pero fue la escena que prosiguió lo que
reveló que hacía mucho había dejado de ser mortal. Un joven soldado del
bando enemigo se apoyaba como mejor podía sobre su espada, su hombro
había sido herido por una flecha y sus costillas se encontraban rotas, las fuer-
zas lo abandonaban y apenas tenía el aliento suficiente para sostenerse en pie.

El joven de cabello largo y negro se aproximó con paso silencioso,


sin apuro alguno. Algo en su rostro delataba un sentimiento, un impulso tan
inhumano y desbordado que se convertía en algo visceral; era hambre, hambre
desmedida y desbordada, hambre monstruosa y descontrolada, distante de la
humana o la animal, hambre demoniaca y profana.

En un arrebato de violencia indescriptible, el soldado fue sostenido


por el cuello, solo para sentir en carne viva los dientes que desgarraban su

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carne. Un alarido de dolor llenó el aire, los soldados enemigos desde sus
refugios veían estremecidos la escena salida de pesadillas, sin embargo, nin-
guno acudió en ayuda del que era uno de los suyos.

Todos parecían tener plena consciencia de quien era el joven, que


con voracidad destazaba y desmembraba el cuerpo del soldado, consumiendo
su carne y vísceras. El líder de las tropas enemigas observaba inmutable y
despiadado la cruel escena, su mirada se alzó a lo alto entrelazándose con la
de Eliza, para luego esbozar una sonrisa que revelaba toda su complicidad en
aquel hecho.

Eliza palideció ante aquella sonrisa, aquel general estúpido había


cometido un error demasiado grande, un error que no podría frenar y que no
tardaría antes de salirse de control. Sus deseos de victoria y venganza lo
habían llevado a pactar con algo tan terrible como las hadas, algo llamado “El
Mago Rojo”

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CAPITULO XI
“Día III”

N unca pensó que aquel día llegaría, aquel día en donde aun entre los
malditos y despreciados, entre aquellos que han cruzado la línea y
caminado a través de lo profano, ni siquiera se atreven a caminar en
pensamientos.

El amanecer había llegado, sin embargo, hoy sería un día lluvioso.


Aún se preguntaba si serian las gotas cristalinas de agua o las brillantes lágri-
mas del diablo las que bañarían la tierra. El ataque había comenzado, no hubo
nada que los preparara, el enemigo estaba dispuesto a dar fin a la guerra, hoy
arremetía con toda su fuerza liberando fuego y piedra.

Las murallas que durante meses habían contenido el ataque, hoy por
fin cedían. El enemigo penetraba las defensas y avanzaba imparable ante un
ejército que desmoralizado por la ausencia de su rey, solo buscaba proteger a
los ciudadanos.

El fin parecía inevitable, un fin que durante mucho tiempo Eliza ha-
bía temido y que hoy parecía no tener las fuerzas para confrontarlo y mucho
menos para aceptarlo. Todos permanecían en silencio en la sala del trono,
aquella sala en donde alguna vez Víctor reinó con su arrogancia y prepoten-
cia, pero en donde también trajo alegría y paz a un mundo cruel que solo
podía ser apaciguado por una bestia igual de cruel.

Era hoy que Eliza y Roxane entendían el papel fundamental de Víc-


tor en sus vidas y en la del reino, no era la profecía lo que habría de destruir-
los, sino su miedo a vivir; la ausencia de una voluntad que los impulsara a
romper con las cadenas que los oprimía. Era Víctor quien tenía esa voluntad,
era él quien al no poseer nada ansiaba todo y por eso su deseo se desbordaba
de manera indetenible, inclemente, despiadado, tal como el mundo se desbor-
daba sobre los hombres devorando a aquellos que no fuesen capaces de pe-
lear.

-¿Mami, pronto nos vamos a reunir con papá?- Fueron estas las palabras del
pequeño Ezequiel a su madre, las cuales retumbaron en la sala en medio del
silencio y la resignación.

No hubo alma que no se estremeciera, ni ojos que no derramaran lá-


grimas ante una inocencia que moría lentamente en sufrimiento y agonía. La
guerra le arrebataba lo más preciado que traía consigo la infancia, todos com-
prendieron ahí lo inútil de sus esfuerzos por su carencia de voluntad y de
deseo; un golpe al trono, una mirada de odio e ira desbordada acompañada de

73
lágrimas que delataban un deseo animal por sobrevivir y un deseo humano
por vivir.

-¡No hijo, aún no nos reuniremos con tu padre!

Aquellas palabras dichas por Roxane avivaron la esperanza de los


presentes en la sala, ella no estaba dispuesta a morir, sino podía arreglar el
pasado arreglaría el futuro. Tomando la mano a Ezequiel se encaminó al
balcón principal ante las preguntas de sus comandantes y generales, quienes
desconcertados no entendían lo que sucedía.

-¿Pero mi señora que piensa hacer? Debe escapar, el enemigo está por ter-
minar de penetrar nuestras defensas, debe salvarse.

-¡Prepárense para contra-atacar, hay una guerra que debemos ganar! Y si no


ganamos... ¡ENTONCES MORIREMOS CON ORGULLO!

No hubo replica alguna, ni objeción posible, cada uno tomó su lugar


poseído por un sentimiento de combate que los llenaba de fuerza y les permi-
tía asumir el fin de su existencia con orgullo y satisfacción. Como si fuese
alguna especie de magia, los soldados quienes ya entregados a la derrota,
alzaron su vista a lo alto del castillo en donde pudieron apreciar a su reina,
quien permanecía inmutable, inamovible, orgullosa, soberbia, observándolos
con mirada recriminatoria, objetando su cobardía y su falta de voluntad.

Un silencio abrupto y repentino invadió el aire, aun el ejército


enemigo se detuvo por un instante ante la presencia inesperada de la reina,
quien sin temor aparente se personificaba en una especie de llamado al com-
bate. Una voz rompió la quietud, entre las filas, un hombre vendado por las
heridas salía al frente de la batalla y sosteniendo su espada sonreía con tran-
quilidad.

-¡No se queden ahí parados, hay una guerra que ganar! ¡Soldados…! ¡A sus
puestos!- Gritó con todas sus fuerzas en tono enérgico e imperativo, el cual no
resultaba ser otro que Marcos, quien a pesar de sus heridas se había levantado
para dar su último aliento en lo que sería el encuentro final.

Un grito a una sola voz se alzó en los aires, los soldados elevaban
sus armas a los cielos sacudiéndolas enérgicamente, la moral había vuelto y
en sus ojos se podía ver nuevamente el deseo de luchar.

-¡Por nuestro honor, por nuestra reina, por nuestra vida y por nuestra fami-
lia! ¡¡ATAQUEN!!- Gritó una última vez Marcos mientras se arrojaba en
contra del ejército enemigo, encabezando a las tropas, quienes lo seguían
poseídos por aquel espíritu de lucha.

74
El enemigo, confiado y agotado por tantas semanas de asedio ape-
nas pudo reaccionar, viéndose pronto acorralado y perdiendo su ventaja a
pesar de su supremacía numérica. Poco a poco, Marcos avanzó con paso firme
haciéndoles retroceder y salir más allá de las murallas, recuperando el terreno
perdido. Los comandantes enemigos observaban con enojo y nerviosismo la
fuerza del contra ataque y en un esfuerzo desesperado por reprimir la revuelta,
liberaron la furia de sus flechas incandescentes y sus armas de fuego que
cruzaron los cielos convirtiéndolo en el infierno.

Sin embargo, la furia del ejército y la valentía por la cual se encon-


traban inspirados, bajo el mando de Marcos, les permitía seguir avanzando en
medio del pandemónium de llamas y flechas. Los escudos, espadas y lanzas
se entre cruzaron y formaciones estratégicas crearon un espacio ciego que les
permitía contra atacar y repeler el ataque enemigo sin dificultad.

La infantería avanzaba sin detenerse guiada bajo las ordenes de


Marcos, mientras desde las murallas ya recuperadas, los arqueros se reinte-
graban contra atacando con flechas explosivas y de humo, ganando tiempo
para que los soldados aéreos lograran posicionarse con sus águilas gigantes
sobre el campamento enemigo, pudiendo así arrojar su cargamento de lava y
aceite sembrando el caos y la destrucción.

La suerte parecía estar a su favor, el ímpetu inesperado de la reina


había devuelto a su ejército el espíritu de lucha, logrando acorralar al enemigo
y llevándolo a una posición completamente desventajosa. Marcos quien du-
rante varios días había estado ausente por sus heridas, ahora dirigía el ataque
frontal y sin tregua, a pesar que no se encontraba en las condiciones ideales
para pelear exponiendo su vida.

Desde más atrás del balcón, por detrás de Roxane, Eliza observaba
el despliegue de las fuerzas militares que respondían al ánimo y espíritu de la
reina. Un sentimiento de esperanza y odio la embargó, al desear vivir, pero ser
incapaz de luchar por sí misma y de defender su propia vida.

-¿Por qué luchas Roxane? ¿Por qué?

- Eliza, si no tienes fuerzas para luchar huye, no te recriminaré ni juzgaré por


eso, pero hoy decidí vivir por mí y por lo que amo, ¿Y tú…?

-Yo… no tengo nada…

Sin embargo, la diosa de la victoria es caprichosa y traicionera. Esto


era algo que Roxane y su ejército entenderían rápidamente, al ver como desde
el centro del campamento enemigo se alzaban dos columnas gigantescas de
sangre que rozaban el cielo y que luego se derrumbaron sobre los soldados,

75
esparciendo una oleada sangrienta que consumía los cuerpos cual acido mor-
tal.

No hubo distinción entre aliados o enemigos, la marejada de sangre


avanzaba en todas direcciones arrastrando consigo los cuerpos y disolviéndo-
los, alimentándose de manera monstruosa de ellos y creciendo desproporcio-
nadamente. Roxane y Marcos se estremecieron ante aquella imagen, la de un
joven de piel pálida, cabello negro y largo que sosteniendo su brazo izquierdo,
como si estuviese herido, absorbía hasta la última gota como si se tratase de
su esencia vital.

-¡Es el Mago Rojo! ¡Debes sacar a los soldados de ahí o los devorará a
todos!- Gritó Eliza a Roxane, al ver la imagen del joven.

Sin dudarlo, Roxane dio la orden de retirada. No obstante, el joven


hechicero no parecía compartir su decisión. Una herida se abrió en el dorso de
su mano izquierda, unas cuantas gotas cayeron al suelo y sin aviso alguno
estas se filtraron, retornando a la superficie en forma de cientos de estacas
sangrientas que atravesaban a los soldados. Defenderse era prácticamente
inútil, las armaduras y escudos apenas oponían resistencia, su ataque parecía
imparable.

Marcos, temeroso que sus soldados no sobreviviesen se arrojó en un


ataque suicida en contra del joven mago. Con destreza inesperada avanzó a
toda marcha mientras que con su espada apartaba de su camino las estacas de
sangre cristalizada, dirigiéndose en línea recta con una estocada mortal al
cuello, confiándose del frenesí mágico que su adversario sufría. No obstante,
el Mago Rojo no cayó con tanta facilidad en su embestida violenta y con un
rápido movimiento, se apartó de su camino sujetándolo por el cuello en una
reacción sorpresiva.

Su fuerza descomunal detuvo en seco a Marcos, rápidamente el flu-


jo de sangre comenzó a detenerse, mientras sus pies se sacudían y sus manos
luchaban por liberarse inútilmente. El joven, con sus ojos completamente
rojos, observaba de manera desquiciada el rostro de Marcos a quien la vida se
le esfumaba.

-¡Eliza, tienes que salvarlo! ¡Debes ayudarlo o Marcos morirá!

-¡NO! ¿Por qué…? ¿No fuiste tú quien dijo que deberíamos morir con honor?

La mano de Roxana voló con fuerza por los aires azotando la cara
de Eliza acompañada de una mirada de ira desbordada y lágrimas de frustra-
ción.

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-Si no eres capaz de luchar para salvar tu vida… entonces… hazlo por Eze-
quiel, si el enemigo obtiene la victoria yo moriré y él será convertido en un
esclavo en el mejor de los destinos, sino… todos seremos alimento de ese
monstruo. Yo no tengo la fuerza ni el poder para enfrentarlo, Víctor ya no se
encuentra, ahora nuestra vidas dependen de nosotros y de más nadie, él
merece la oportunidad de vivir y llevar la vida que nosotras nunca pudimos y
quisimos tener… te lo suplico Eliza, despierta, lucha por nosotros y detenlo,
lo único que me queda es él, estoy dispuesta a sacrificar lo que sea, solo
DESEO resarcir el daño que hice y que él y todos a los que dañe puedan ser
felices…- Derrumbándose entre lágrimas.

La luna abrió sus ojos en el cielo y desde la oscuridad del caos y el


tiempo perdido su voz viajó al mundo de los mortales, la brisa llevaba sus
mortíferas palabras hasta el jardín del palacio, donde permanecía sentado el
Mago Azul, absorto de la realidad sumergido en sus pensamientos.

-Ya has escuchado hijo mío… cumple su deseo…

-Pero madre… no ha sido pronunciado en mi presencia, las reglas son claras.

-¡Hazlo! ¡Obedece y cumple con tu propósito!

-Como ordenes madre… Deseo, concedido…

La estrella azul resplandeció en medio del cielo y la tormenta, Luna


esbozó su sonrisa dejando saber que su plan marchaba acorde a lo concebido,
el Mago Azul cuestionaba dentro de su mente el acto que había cometido, las
hadas escuchaban la voluntad naciente del mago y se levantaban desde su
palacio en el fondo del océano consumidas por la ira. El Mago Rojo observa-
ba el cielo, corroborando la presencia de su madre que confirmaba la satisfac-
ción por su presencia.

Eliza observaba con ojos nuevos las lágrimas de Roxane, quien


arrodillada le suplicaba para que detuviese lo que parecía un final inevitable.
Aquel deseo tendría un costo, un costo incalculable contenido en el mismo
acto de su realización, ella los salvaría, pues al fin podía ver con claridad que
nunca tuvo y nunca tendría nada para odiar a Roxane.

Ella que siempre consideró que la vida le había arrebatado todo, po-
día ver que no había sido la vida, sino ella misma. Era ella culpable de sus
desgracias y sus miserias, dentro de su mente una pregunta rasgaba su alma y
la acercaba más a lo humano a la vez que la alejaba “¿Cómo pude odiarla si
ella tiene menos que yo?”

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Era esa la realidad, Roxane poseía una existencia mucho más mise-
rable que Eliza, carecía del poder para controlar su existencia, para alcanzar
sus sueños o realizarlos por sí misma. Lo único que había poseído era una
belleza que el tiempo le arrebataría y el amor de Víctor que el destino se había
encargado de quitarle, cobrándole su falta de voluntad.

Fue entonces cuando su alma encontró algo que hacía mucho había
perdido por culpa de ella misma, algo a lo que los hombres renuncian por su
falta de voluntad, la paz. Eliza sonrió a Roxane con una tranquilidad inenten-
dible, una sonrisa que envolvía un alma llena de tranquilidad, y con la misma
se dio vuelta tan solo exclamando:

-¡Por favor, cuida de Ezequiel!

En paz, sin exigirle nada más a la vida, sin esperar nada de nadie,
sin ánimos de justicia o venganza avanzó al campo de batalla, tan solo con
una sonrisa en su rostro y una mirada que dejaba claro que se despedía de la
vida.

Atravesó las murallas caídas e incendiadas del castillo y lentamente


se abrió paso sin esfuerzo alguno entre los soldados que se apartaban. Roxane
observaba desde lo alto mientras secaba sus lágrimas, preguntándose cuál
sería el costo real de su deseo; sin embargo, no le importaba, fuese cual fuese
ella lo pagaría con tal de salvar a su amado Ezequiel.

A medida que avanzaba, los soldados dejaban de pelear, sin impor-


tar el bando no podían evitar sentirse que desperdiciaban sus vidas por una
causa que no les pertenecía y que ahora recaía sobre los hombros de una sola
persona, Eliza.

Cuando estuvo al alcance de la mirada, el Mago Rojo liberó a Mar-


cos de sus manos con las cuales lentamente le arrebataba la vida. Dejó caer su
cuerpo a un lado, este enseguida comenzó a apartarse buscando ponerse segu-
ro en un sitio en donde la muerte caminaba por doquier; algunos soldados
acudieron a la ayuda de su señor, mientras Eliza y el mago se observaban
fijamente.

Un silencio se hizo presente, ni el aire danzaba, ni las estrellas, ni el


sol o la luna se atrevían a pronunciar palabra alguna, entonces el silencio se
rompió.

-No es nada personal.

-Lo sé, no hace falta que me lo digas.

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-Solo cumplo las ordenes de la Luna, ella deseaba que yo viniese hasta acá.

-Lo sé, no hace falta que te disculpes, entiendo perfectamente.

-¿Cómo puedes sentirte en paz de esa manera?

-No lo sé, solo decidí sentirlo y asumir que toda la culpa de mi vida recaía en
las elecciones de cada decisión que tomé.

-¿Entonces este vacío que hoy siento es mi culpa?

-Lo más seguro…

-Solo deseo llenarlo, estoy cansado de vagar, estoy cansado de sentirme de


esta manera… como un monstruo ¿Crees que si devoro tu alma pueda tener
la misma paz que tú tienes ahorita?

-A sinceridad, desconozco la respuesta, pero espero que sí, ninguna alma


merece sufrir tanto.

-Entonces te devoraré a ti y a todo tu reino.

-¿Sabes que no te lo permitiré?

-Supuse eso, lo lamento, no quisiera hacerlo pero el hambre dentro de mí…


este vacío… es más fuerte que yo.

-No hablemos más y terminemos cuanto antes con esto.

De entre de las mangas de su vestido sacó el cráneo con el que tan-


tas veces había realizado aquella magia atroz y oscura, lentamente se agachó
colocando una de sus manos en suelo mientras con la otra empuñaba el cráneo
que al extremo opuesto poseía una filosa hojilla y en un solo movimiento,
atravesó su mano dejando que la sangre corriera libremente en la tierra.

-La nigromancia es el arte de manipular el cuerpo y la vida, concedemos vida


a aquello que la perdió o que nunca la poseyó. Es esta la razón por la cual
sus practicantes somos odiados, pues traemos de la muerte a los cuerpos de
los fallecidos, encarnando los miedos y pesadillas de los vivos, que no temen
a la muerte sino a la vida a pesar que aquellos que reanimamos no son la
persona verdadera, pues aun los nigromantes más poderosos somos incapa-
ces de dar vida real. Sin embargo, aun quienes profanan lo improfanable,
tenemos un tabú que solo pocos se han atrevido a romper… cuando creamos
una gárgola transformamos su cuerpo y damos muerte al alma, solo usamos
su instinto animal para asegurarnos que se mueva y obedezca, sin embargo,

79
existe una forma de traer a la vida nuevamente a una persona o por lo menos
a su alma… ese método está prohibido, cualquiera que lo realice será conde-
nado a muerte por los mismos nigromantes, pues ni siquiera entre nosotros se
nos permite jugar a ser dios, no por miedo, sino por respeto al difunto quien
por fin a alcanzado lo más preciado en la vida, la paz. Nunca imaginé que
tendría que llegar a este extremo, pero supongo que no tengo otra opción,
esta es la única manera que poseo para detener a un hijo de la luna como
tú… perdóname… realmente perdóname… ¡VICTOR, LEVANTATE!

Los ojos de Eliza se tornaron completamente negros, mientras la


sangre surgía a borbotones de su mano en una manera anormal de la herida
que se había auto infligido. Una luz tornasolada era absorbida desde su cuerpo
hasta la tierra, un grito atroz se escuchó proveniente desde las profundidades,
que retumbó en el cielo oscureciéndolo y arreciando la tormenta ya existente.

Cinco dedos gigantes con uñas afiladas surgieron a su alrededor,


mientras la tierra se sacudía y se abría dando paso a una criatura salida de los
abismos del infierno. Una garra gigante levantó a Eliza hasta los cielos, a la
vez que un cuerpo sólido construido de hueso y piedra, con la forma de una
gárgola, cuyos ojos exhalaban sangre y odio volvía a la vida.

El mago alzó su mirada para observar con detalle a la gárgola gigan-


tesca que contenía el alma de Víctor traída desde la muerte. Eliza quien per-
manecía en su garra como en una especie de prisión, lo miraba a los ojos y
con expresión de arrepentimiento exclamó:

-Necesito una vez más de ti, solo una última vez, no puedo sola contra él.
Perdóname por lo que hoy te he hecho, te entregaré mi alma a cambio por la
eternidad si así lo deseas, pero antes, por favor Víctor, ¡Destruye al Mago
Rojo!

Víctor, ahora en un cuerpo monstruoso y gigantesco de gárgola for-


jada en hueso y piedra, lanzó un rugido a los aires y con la misma fuerza
blandió su descomunal cola en contra del mago. Este no tuvo tiempo a esqui-
var y fue aplastado por todo el peso de la criatura, encontrándose con que su
castigo no terminaba allí. Víctor continuó su ataque con una de sus garras,
desquebrajando el suelo debajo del mago, a la vez que lo inmovilizaba, prosi-
guiendo con la exhalación de un aliento de fuego que comenzó a hacer arder
el cuerpo de este quien gritaba de agonía.

Sin embargo, el mago no se quedó indefenso ante el ataque de la


bestia; en medio del dolor y las llamas, su cuerpo se convirtió en sangre que
se evaporó, desvaneciéndose por unos breves instante de la vista de Víctor y
Eliza. Los cadáveres cercanos comenzaron a convulsionar y sorpresivamente

80
de sus cuerpos grandes agujas de sangre surgieron, atacando directamente al
monstruo pétreo.

Víctor usó su brazo libre y alas como escudos para proteger a él y a


Eliza, quien permanecía en su otra garra desangrándose lentamente, mientras
lo alimentaba con su propia esencia vital. En un ataque simultáneo, todas las
agujas se abalanzaron de manera sincronizada convirtiéndose repentinamente
en una especie de cadenas que inmovilizaron a la bestia y la anclaron al suelo,
mientras la sangre se extendía por todo su cuerpo. Cuando esta llegó a Eliza,
una figura se irguió formándose desde la cintura hacia arriba, el Mago Rojo
sostenía una lanza de sangre cristalizada y amenazaba con apuñalarla, quien
débil e indefensa no se percataba de su enemigo silencioso.

En una demostración de fuerza, Víctor rompió sus ataduras exten-


diendo sus alas y obligando al mago a retroceder hasta tierra firme, en donde
este de manera casi inmediata absorbió la sangre de los cuerpos, arrojándola
mientras esta avanzaba de manera indetenible con la forma de cientos de
fauces hambrientas. El golpe iba directo hacia Eliza, el mago sabía bien que si
le daba muerte el hechizo sería disipado, pero Víctor no estaba dispuesto a
perder de esa manera y en un acto desesperado nuevamente interpuso su mano
libre como escudo.

Las fauces sangrientas comenzaron a treparse con vida propia a tra-


vés de su cuerpo, esta vez destrozándolo con sus dientes afilados. Víctor
respondió con su aliento flamígero una vez más, procurando detener su avan-
ce, aun así estas siguieron inmutables y mortales hacia su objetivo.

Eliza permanecía casi inconsciente, cada instante que pasaba la vida


la abandonaba, debía alimentar a la criatura con su sangre y su alma, ambos
estaban conectados, el dolor que la bestia sufría ella lo experimentaba, la
derrota parecía inevitable. Entonces un rugido de la criatura, completamente
distinto a los anteriores llenó los cielos, nuevamente la estrella azul apareció
destellando de manera fuerte y clara.

A lo lejos, dentro del castillo, una voz desde el jardín exclamaba:

-Deseo… concedido.

El Mago Rojo, al ver la estrella, detuvo abruptamente su ataque y


con expresión de terror dijo para sí:

-¿Hermano, que has hecho…?

La gárgola comenzó a consumirse en su propio fuego y sangre, a la


vez que hundía en su pecho el cuerpo inconsciente de Eliza. Lentamente se

81
fue desquebrajando, hasta levantarse una nube de polvo, la cual se dispersaba
de a poco dejando entre ver una figura en ella.

Víctor había vuelto a la vida, se encontraba de pie, tal cual como an-
tes de su muerte. Sostenía con un brazo a Eliza quien permanecía inconscien-
te, mientras con el otro a su espada a la altura de su rostro.

-Mucho mejor… este cuerpo me agrada más para la batalla.

Esbozó una sonrisa malévola, bajó su espada y haciéndose a un la-


do, caminó hasta Marcos entregándole a Eliza. Marcos no pudo hacer otra
cosa más que recibirla y callar, no podía dejar de ver al recién vuelto a la vida,
su mente jamás hubiese imaginado algo así.

Desde el balcón, en lo alto del palacio, Roxane observaba con resig-


nación todo lo que sucedía; Ezequiel permanecía de rodillas, contemplando
con fascinación entre las columnas de piedra de la baranda a su padre, mien-
tras una emoción indescriptible lo llenaba. Una brisa fría y gélida arrastró
hasta el hombro de Roxane un copo de cristal, haciéndole entender que era el
momento.

Roxane, sin despedirse, se dio media vuelta y comenzó a caminar en


dirección hacia las cuatro hadas cardinales que la esperaban ansiosas, ella
sería el pago a un deseo tan atroz y peor aún, sería su nuevo juguete carente
de voluntad que obedecería cualquier orden sin cuestionar.

Fue el frío o algo instintivo lo que hizo a Ezequiel voltear, al ver a


su madre avanzando hacia la perdición de hielo y cristal, quiso correr para
detenerla pero una mano lo sostuvo mientras otra le tapaba la boca. Era Nu-
mis, la mentira de marfil, quien lo detenía, haciéndose con él en brazos a un
lado evitando la irada perturbada de las hadas.

Víctor retomaba su posición original, con tranquilidad y sin apuro


limpiaba el filo de su espada mientras asumía posición de ataque.

-¿Creo que esto es una guerra, no…? Adelante, chicuelo… no te detengas,


quiero ver de lo que realmente eres capaz, no me vayas a decepcionar.

-Con que eres tú de quien me habló la Luna, eres tú el monstruo que guía a
esta nación… el monstruo que tiene encerrada la última pieza.

-Con que es eso lo que están buscando, interesante… pero dejémonos de


habladurías.

-¿Tan seguro te sientes que puedes vencerme?

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-¡No! Pero igual no me importa ¿Qué destino diferente a la muerte o al in-
fierno puedes ofrecerme? Entiende algo… no puedes quitarle nada a alguien
que tiene menos que tú.

-Me tragaré tú alma y entonces… veremos si en verdad no tienes nada que


perder.

-Perfecto ¡Empecemos!

Víctor se abalanzó en contra del Mago Rojo a toda velocidad, este


en respuesta arrojó una marejada de sangre que amenazaba con aplastarlo. Sin
embargo, Marcos surgió de la nada y empuñando su espada cortó un costado
de Víctor, logrando que la sangre maldita de su señor cancelara el feroz ata-
que. En una especie de sincronía no planificada, Víctor siguió avanzando y
justo cuando su espada estuvo por alcanzar el corazón del mago, unos grille-
tes de sangre lo detuvieron.

El mago sonrió macabramente demostrándole a Víctor lo inútil de


su intento, pero este le devolvió la sonrisa llena de soberbia haciéndole ver lo
ingenuo que era, para luego levantar la mirada y revelar que Marcos había
aprovechado la distracción y de manera simultánea se aproximaba por detrás,
quien usó a Víctor como escalón en un salto impresionante, para luego des-
cender a toda velocidad atravesando la cabeza del mago con todo el filo de su
espada y la fuerza de la caída.

Marcos cayó a un lado, los grilletes se disiparon. El mago inhalo y


sus ojos se tornaron blancos. Por un instante hubo silencio, parecía que habían
tenido éxito, pero la suerte no se encontraba de su lado, nunca la estuvo.

La cabeza del mago se enderezó, su mirada volvió y con ojos de ira


arrancó la espada que atravesaba su frente.

-Basta de juegos, veremos si en verdad no puedo arrebatarte nada.

Exclamó iracundo mientras miraba a Eliza, como pudo, Víctor co-


rrió hacia ella; la sangre lentamente se levantaba alrededor de su cuerpo frágil
e inconsciente convirtiéndose en una estaca de sangre cristalizada que amena-
zaba con darle fin a su vida. Su descenso fue inevitable, Víctor no pudo llegar
a tiempo, pero Marcos quien en el último ataque había rodado y quedado más
cerca de Eliza si pudo alcanzarla, pero el tiempo era muy poco por lo que lo
único que pudo hacer, fue ofrecer su cuerpo como escudo.

Eliza despertó, la primera imagen que observó fueron los ojos tem-
blorosos de Marcos mientras este la protegía con su cuerpo. Eliza nerviosa

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tomaba su rostro llorando de desesperación. Como pudo salió de debajo de él
y lo sacó de la estaca, recostándolo en sus piernas y cayendo en el desconsue-
lo.

-¿Por qué?

-Es mi deber.

-¡No mueras Marcos! ¡Por favor resiste!

-¡Tranquila, todo va a estar bien!

-¡El mago! ¡Eso es! ¡El mago puede salvarte!

-No, Eliza…- Sujetándole la mano y esbozando una sonrisa.

-¿Qué? ¿A qué te refieres?

-Que todo está bien… este era mi deseo, por fin podre reunirme con mi fami-
lia.

Víctor, quien lentamente se incorporó después de lograr recuperarse


del asombro, se colocó al lado de Eliza, acompañándola en lo que al parecer
era la despedida. Marcos sonrió una vez más y vio directamente a los ojos a
su rey.

-¡Gracias Víctor! ¡Gracias por permitirme liberarme!

-¡Buen viaje!

-¡Hijo, estoy en casa!

Marco exhaló su último aliento y con él, sus fuerzas se desvanecie-


ron, llevando consigo su espíritu a un lugar donde su hijo y su amada lo ha-
bían esperado desde el primer día.

Eliza no pudo contener su tristeza, el sacrifico de Marcos y el costo


de la guerra abrumaban su alma, ya no podía pelear más, ya no quería sacrifi-
car más. Víctor, con cuidado, apartó el cuerpo de Marcos y tendiéndose de
rodillas refugio en su pecho a su amada.

-¡Todo esto es tu culpa Víctor!

-Puede ser…

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-Si tan solo hubieses sido distinto, si tan solo te hubieses detenido a pensar
antes de actuar muchos estarían aún con vida…

-Ya igual no hay remedio.

-¡Te odio! ¡Nuca te ame, hoy por fin lo entiendo!

-Lo sé, lo supe desde el primer día que volviste Eliza.

-¿Entonces por qué me recibiste y amaste de nuevo, acaso tampoco me ama-


bas?

-Por el contrario, te amaba más que nunca, siempre estuve consciente que
solo me amaste de verdad con tu alma y corazón antes que yo te la arrebata-
ra aquella vez, luego de eso… nunca fuiste la misma, acepto mi error, siem-
pre lo acepté y por eso estuve dispuesto a pagar el precio.

El Mago Rojo los observaba con atención, sus ojos se encontraban


llenos de ira, algo en aquellas palabras lo irritaban, lo herían, algo causaba en
él un enojo indescriptible.

-¿Por qué? ¡No lo entiendo! No logro entenderlo por más que lo intento, no
entiendo como él la ama a pesar de su desprecio, como él acepta su castigo
sin necesitar nada más de la vida, ¿Acaso su alma esta completa? ¡No, no es
eso! Es otra cosa… su alma se encuentra vacía, sin embargo, para él vale la
pena este sacrifico, a pesar que no tiene otra cosa más que su esperanza
¡Pero él es un monstruo como yo! ¿QUÉ CLASE DE MOUNSTRUO ES? ¡ÉL
DEBERIA ODIARLA COMO ELLA A ÉL! Pero por el contrario la ama, sin
siquiera pedirle nada a cambio, entregándole lo poco que le queda… regresó
de la muerte tan solo para morir a su lado, aun cuando eso no cambiaría
nada… ¿Por qué…?

La ira lentamente se fue transformando en dolor y frustración, sus


ojos se llenaron de lágrimas y poseído por la locura del corazón se dejó caer
de rodillas, mientras los cuerpos de los fallecidos se desvanecían volviéndose
una sola corriente de sangre que se esparcía más allá de la vista. A medida
que su llanto crecía y su corazón se ahogaba en sufrimiento y decepción,
paredes de sangre se comenzaron a levantar engullendo al reino y al campo de
batalla.

El cielo se oscureció, pues la sangre desvaneció lentamente la luz a


medida que las fauces sangrientas crecían amenazando con el final de todos,
sin distinción alguna, sin importar si eran aliados o enemigos, todos perece-
rían por igual.

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-Eliza… ¡Perdóname!

-No hay nada que perdonar, hiciste lo mejor que pudiste, pero igual eso ya no
cambiará el hecho que no te amo más…

-Nunca espere que lo cambiara, lo hago porque es mi deseo.

Las fauces rugieron, el suelo bajo los pies tembló y por última vez
se abrieron permitiendo decir adiós a la luz del día.

-No lo comprendo, no logro comprenderlo ¡YO SOLO DESEO AMOR COMO


CUALQUIER OTRO!-dijo el Mago Rojo.

Las fauces se cerraron, pero tal cosa no pudo ser. Pues cada gota de
la sangre de los caídos, viejos y nuevos, se congeló ante la voz suave que
retumbaba y el sonido de pisadas que dejaban ver la figura del Mago Azul
saliendo de entre la neblina y deteniéndose a los pies de su hermano el Mago
Rojo.

-Deseo… concedido.

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CAPITULO XII
“La Luna”

A
la luz de una fogata, ambos hermanos conversaban como dos desco-
nocidos, en fascinación cósmica de alguna vida pasada por su encuen-
tro inesperado pero siempre anhelado.

-Qué extraño es el mundo ¿No te parece?

-¿Aun siendo mago te parece extraño el mundo?

-Sí… ser mago no fue una elección, fue una salida a lo que consideré una
vida que no podía ser peor, pero tal vez me equivoqué…

-¿Por qué lo dices, Rhekhiem?

-Porque el estar aquí, bajo el cielo estrellado y la luz de luna, mientras ob-
servo tus ojos me hace creer que tal vez, mi deseo no sea tan inalcanzable
para mí.

-¿Y cuál es tu deseo? ¿Qué podría desear un mago que posee el poder del
universo en sus manos?

-Amor… la cosa más simple y difícil de alcanzar aun para los dioses.

-¿Por qué lo deseas tanto? No entiendo su importancia.

-¿Te has sentido solo alguna vez?

-¡Sí! En muchas ocasiones.

-¿Y no has deseado que alguien te acompañe?

-¿Yo? ¿Desear…? No… yo solo fui concebido para obedecer.

-No existe nadie en este mundo que no desee por lo menos algo, aun lo más
insignificante.

-Entonces estás viendo la primera excepción a esa regla.

-O me estas mintiendo… tú no solo te acercaste a mí para cumplir mi deseo,


lo sé bien porque la luna me envió a terminar el trabajo que ella supuso tú no
podrías, tal vez me dices la verdad en que tu propósito es servir, pero de

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igual manera la mentira está en que eres tú quien escoge como ha de cum-
plirse el deseo.

-No siempre…

-Pero puedes hacerlo, ¿Cierto?

-Hmmm… quien sabe.

-Supongo que eso es un sí ¿Ves…? Después de todo si eres capaz de desear y


fue por eso que hoy interferiste en la realización de mi deseo, tan solo para
acercarte a mí.

-Pero deberé pagar un precio.

-¿Te arrepientes?

-¡No! ¿Y tú?

-Tampoco, hoy por fin entendí que no estoy solo y creo haber conseguido un
lugar al cual llamar hogar.

-Pero al salir el sol, la guerra continuará y nuestros destinos se separaran,


pues debes cumplir con el pacto que hiciste con el ejército enemigo.

-Es verdad, pero tengo un as bajo la manga.

-¿Y cuál puede ser?

-A ti… solo tengo que hacer el deseo correcto y confiar en que todo saldrá
bien.

-Pero mi magia te arrebatará algo o te cobrará un precio muy elevado y


aunque sobreviviéramos a eso, la luna nunca nos dejaría estar juntos…

-No con mi deseo… yo deseo, que nuestra historia no termine aquí, que sin
importar el precio a pagar podamos reunirnos en esta o en alguna vida,
juntos por la eternidad, soportaré cualquier castigo o prueba con tal de
volverme a reunir contigo y ver tus ojos violetas una vez más.

-Lleva contigo mi nombre verdadero, no olvides el nombre de Arjeck, pues


así… ni la luna ni el sol serán capaces de borrarnos de nuestra memoria ni a
ti, ni a mí, ni lo que hoy hemos vivido, ni la promesa que hoy nos hemos
hecho. Cuando despiertes, estarás muy lejos de aquí y tu vida se volverá un
infierno mucho mayor del que ya era, yo seré no más que un recuerdo de un

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mortal al que alguna vez conociste y amaste, y solo cuando ambos hayamos
pagado el precio de nuestro deseo, entonces… volveremos a reunirnos, en
esta o en otra vida. Hasta entonces mi dulce Rhekhiem… no me olvides que
yo no lo haré, deseo… concedido.

Fue de esa manera y con aquellas palabras, que en medio de un beso


que no marcaba una despedida sino un hasta pronto, ambos magos se dieron
el adiós, con la esperanza de vivir algo reservado solo para el alma mortal e
inalcanzable para los dioses.

Todo había cambiado, el plan de la luna distaba mucho de lo que


había sido concebido, nunca imaginó que aquel que fue nacido para cumplir
los deseos lograría… soñar.

Desde una ventana, Numis observaba el adiós entre los dos magos,
mientras que una lágrima silenciosa atravesaba su rostro recordando tiempos
mejores y la razón por la cual se encontraba ahí, cruzaría la puerta en busca de
un nuevo mundo y una nueva oportunidad.

Víctor lo observaba desde más atrás, sentado desde su trono, no se


encontraba ausente a la realidad humana de un alma que sufría y anhelaba.
Sin embargo, calló… pues no le concernía y él, mejor que nadie, entendía lo
que era el deseo de un hombre por una nueva oportunidad. Así, guardó com-
pasión por la máscara de marfil.

Se encontraban juntos en la sala del trono, Ezequiel dormía pláci-


damente en el pecho de su padre, su rostro aún conservaba rastro de inocen-
cia. No parecía que se percatara de la guerra ni mucho menos de la ausencia
de su madre, quien ahora yacía en el fondo del mar, donde duermen las hadas,
en el palacio de cristal.

Numis se había encargado de proteger al niño, por una razón que no


desafiaba a luna y que atendía más a su deseo. Tal vez pudo haber sido el
deseo de alguien más lo que lo impulsó, pero nunca lo sabría, pues fuese la
razón que fuese por la que lo hizo, Numis se sentía satisfecho con su acción.

-¿Es por la llave que da a la habitación de Aghata por lo que estás aquí?

-¿Cómo lo sabes?

-Es lo único de valor en este reino, el resto solo son almas decadentes que se
retuercen en su propia miseria, incluyendo la mía.

-¿Piensas darme la llave o tendremos que luchar?

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-Te la daré, ya no tengo razones para seguir luchando.

-¿Por qué esa decisión tan repentina?

-Toda historia tiene un final, ¿No es así?

-Pero tu historia puede continuar tanto como desees.

-Deseo descansar…

-Lamento decirte que no puedes mentirme.

-Nunca lo intenté.

-¿Es por ella, cierto?

-¡Sí! ¡Estás en lo correcto!

-¿Tanto vale para ti como para renunciar a todo?

-Eso y más…

-Pero ya no te ama, ¿Aun así arriesgaras todo?

-Mi vida ha sido siempre un riesgo, uno más no cambiará en nada mi histo-
ria.

-Ya veo…

-Toma esta copia de la llave, con ella podrás entrar a la habitación de mi


madre.

-¿Qué sucederá con el niño?

-No lo sé… hubiese deseado darle una mejor vida, pero tal cosa era imposi-
ble, yo no tengo vida propia así que nunca habría sabido cómo.

-¿Estas consciente que aun puedes cambiar esa realidad? El mago podría
hacerlo.

-No, gracias, pero no. Ya es mucho lo que los demás han sufrido por mi
egoísmo.

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-Entonces, si no puedes hacerlo por ti, hazlo por el niño. Desea un futuro
para él y asume el precio que debas pagar. Ahora… debo marcharme, tengo
que terminar por lo que vine.

-Solo una cosa más, ¡Gracias!

El arlequín se marchó de la habitación y durante aquella noche, Víc-


tor arrulló en sus brazos a Ezequiel mientras observaba a Eliza dormir. Las
horas transcurrieron, el tiempo pareció infinito pero nunca suficiente para
recordar las cosas que vivieron y pensar en aquellas que dejaron de vivir.

Cuando el sol salió, Víctor se encaminó a su encuentro con el Mago


Azul, quien permanecía a las afueras del castillo consciente de que aquel día
sería el último, pues nada que desafiara la voluntad de la hadas viviría.

-Esta guerra ha cobrado un precio muy alto, en especial para los inocentes.

-Así parece, tu guerra me ha arrastrado incluso a mí, pero por alguna extra-
ña razón me siento feliz de haber venido aquí, ya por fin logro entender lo
que es la felicidad y la tristeza.

-¿Te arrepientes?

-No, aun cuando me costará la vida.

-Tengo una última cosa que pedirte.

-¿Cuál podría ser?

-Salva a mi hijo, solo deseo que esta guerra tenga un final que le permita
vivir la vida que yo nunca pude.

-¿Qué hay sobre el precio?

-Acepto todo precio por mi deseo, acepto pagar hasta la última consecuencia,
sin importar cuantas personas involucre. Solo deseo que mi hijo sea feliz, que
su corazón obtenga lo que necesite para llevar una buena vida, no me impor-
ta si mi deseo cambia la vida de pocos o muchos, aceptaré cualquier precio
con tal que el deseo de vivir de cada persona en este reino y en esta vida que
pueda hacer feliz a mi hijo sea cumplido, yo pagaré a cambio de todos ellos.

-Es demasiado grande lo que pides, ¿Estás seguro?

-Completamente.

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-Entonces que así sea, deseo… concedido.

-Adiós mi pequeño Ezequiel, se valiente.

-No te preocupes, cuidaré bien de él, para cuando despierte estaremos lejos
de aquí a salvo de la guerra y con un futuro.

-Entonces debo marcharme, solo faltan unos pocos minutos antes que la
oscuridad se disipe y la guerra llegue por fin a su culminación.

Víctor se marchó si más palabras, dejando atrás a su hijo en la ma-


nos del mago, confiando en que el destino y la suerte serian más amables de
lo que fueron con él.

Cuando el sol por fin se levantó en lo alto del cielo, la guerra ya ha-
bía comenzado. Víctor permanecía sentado en su trono dispuesto a defender
hasta lo último lo que consideraba por derecho suyo, Eliza se encontraba en lo
alto del balcón observando a las tropas enemigas avanzar sin que nada las
detuviese, los soldados enemigos eran indetenibles, su número le hacía impo-
sible a las tropas de Víctor repelerlos, en especial con la ausencia de Marcos.

El ataque fue fulminante, atravesaron las murallas y las defensas sin


prácticamente ninguna oposición. El ejército parecía haberse rendido bajo lo
que muchos ciudadanos consideraron la última orden de su rey ¿Se habría
rendido Víctor con única intención de salvar a su nación?

El segundo grupo de soldados enemigos irrumpieron en la sala del


rey, encontrándose con la sorpresa que todos los miembros del grupo anterior
habían sido derrotados. Víctor, el rey, había acabado con cada uno sin arreba-
tarles la vida, permanecían en el suelo inconscientes.

-¡Habían tardado mucho! ¡Pensé que nunca llegarían! El líder del grupo
anterior resultó ser algo obstinado y apenas me escuchó, tengo la esperanza
que ustedes sean diferentes.

Exclamó Víctor, ante la estupefacción de todos los presentes.

-Pueden detener el ataque, díganle a su rey que ha ganado. Que me rindo, ya


puede jactarse de haberle ganado a Víctor, el Tirano. Me rindo con la única
condición que garantice la vida de todos los habitantes de mi castillo y de
esta nación, incluidos entre ellos a mi hijo. Creo que después de lo que han
visto en estos últimos tres días, no resultará absurdo que de no acceder a mi
petición, los aplastare a ustedes como al grupo anterior y no contendré mis
fuerzas al atacar. En una de las habitaciones de este castillo habita una
hechicera mucho más poderosa que la que han enfrentado en estos meses,

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ella es mi madre, y solo bastará una palabra mía para que ella acabe con su
ejército.

El líder del grupo consternado y pensativo preguntó:

-¿Pero entiende que no podemos dejarlo ir? Sus condiciones son viables,
pero no podré explicarle a mi rey el por qué acepté algo así sin prueba algu-
na.

-¡Agatha!- Gritó, mientras estallaba en risa soberbia y burlona.

Una especie de luz apareció en el pecho de cada soldado, dentro y


fuera del castillo, de ella salían cabellos blancos como la nieve que entraban
en el cuerpo, apretando el corazón y haciéndoles experimentar un dolor indes-
criptible.

-¿Ahora me creen?

-¡LE CREO! ¡BASTA, BASTA, ES SUFICIENTE!- Dijo, agonizando de dolor.

-¡Es suficiente madre! Ahora… ¡Con permiso! Una dama me espera.

Así, Víctor se marchaba caminando sonriente entre los soldados


quienes aterrados y atemorizados aún se recuperaban de aquella demostración
de poder casi divino.

En otro lado, muy distante del campo de batalla, en un sitio recóndi-


to que daba hacia el mar, desde lo alto de un acantilado, se encontraban Eze-
quiel y el Mago Azul.

-¿Dónde están todos? ¿Dónde está papá? ¿También se lo llevaron las hadas?

-No… el rey Víctor no podrá venir con nosotros.

-¿Es por la guerra, verdad?

-Es por la guerra… ¿Entonces ese será tu deseo?

-¡Sí! ¡Deseo recuperar a mami del cautiverio de las hadas!

-Deseo… concedido.

El mago chocó sus manos y tocando con sus palmas el suelo, una
corriente de energía azul descendió desde el risco hasta el mar en donde este
se abrió en dos, levantando muros gigantescos de agua que lentamente se

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fueron congelando, atrapando en una prisión gélida a las criaturas del abismo
que custodiaban el castillo de cristal de las cuatro hadas cardinales.

Una escalera de escarcha y rocío se formó a sus pies, trazando el


camino del mago hasta la fortaleza, en donde las hadas lo esperaban para el
combate; negadas por completo a liberar quien era ahora su nueva pertenen-
cia. Sin temor alguno a la muerte el mago comenzó a descender, ante la mira-
da de Ezequiel quien con ojos llenos de esperanza lo observaba.

-¡Espera! ¿Estarás bien?

-No te preocupes criatura, mi vida no tiene valor alguno, yo existo para


servir, es tu deseo el que debe ser realizado incluso acosta de mi existencia
para que alcances tu felicidad.

-Pero yo deseo que no mueras… porque deseo que vivas también para ser
feliz como tú quieras.

-Deseo… concedido- Fueron las únicas palabras del mago, acompañadas de


una sonrisa leve disimulada.

-¡Una cosa más! Nunca me dijiste tu nombre…

-Arjeck, ese es mi verdadero nombre.

Lentamente, comenzó a descender a través de la escalera hasta las


profundidades del océano, donde le esperaba una batalla sin precedente; sin
embargo, aquella lucha no era solo por cumplir el deseo del niño, ahora era
también su voluntad; pues sin saberlo, aquella criatura había sacrificado lo
último de su inocencia entregándole a cambio la libertad de su alma y libe-
rándolo del destino fatal.

Fue así como cruzó las puertas del castillo, en donde las cuatro ha-
das lo esperaban, listas para la confrontación final.

Mientras, Víctor irrumpía en la mazmorra de Eliza en donde esta se


encontraba aun recuperando el aliento, después de haberle arrebatado la vida a
los soldados inescrupulosos que la habían tratado de capturar.

-¿Vienes a ver cómo caigo?

-Tal vez… supuse que necesitarías algo de ayuda.

-No necesito tu ayuda ni la de nadie, no tienes por qué quedarte, eres libre
para irte con ella.

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-No lo creo, ella está un tanto ocupada, además, esa es mi elección.

-No tienes por qué sacrificarte, no te lo estoy pidiendo, no lo hagas porque te


sientas en deuda conmigo.

-No seas ingenua, lo hago porque es mi deseo.

-¿Sabes que no me entregaré, que preferiré la muerte?

-¡Entonces moriremos juntos!

-¿Me acompañaras al infierno?

-¡Al infierno y a cualquier abismo aún peor!

-¿Por qué, si ya no te amo? Ya no tienes razones para venir conmigo.

-¡Ya te dije! Esa es mi elección, además… ¡El que no me ames ahorita, no


quiere decir que no me puedas amar más adelante!

Eliza sonrió recriminándose a sí misma el sentimiento y la esperan-


za que nuevamente comenzaba a surgir. Víctor se aproximó a ella tomándola
por la cintura y besándola, ante la mirada de los soldados enemigos que
irrumpían dispuestos a hacerlos prisioneros de guerra.

-¿Crees que esta vez funcione, Eliza?

-Si sigues así, puede que tal vez si…

-Entonces creo que hay esperanza, solo necesito que quieras darme una
oportunidad más y que confíes en mí, todo saldrá bien.

-¡Creo que el infierno te agradará!

-Ya he estado ahí, sin la compañía apropiada no le veo nada de especial,


aunque… ya que lo mencionas podría formar un nuevo reino y puede que
necesite una reina.

Y fue de esa manera, que en medio de un beso y de las miradas cu-


riosas y exaltadas, Víctor y Eliza fueron tragados en cuerpo y alma por la
puerta del infierno que habían sido abiertas debajo de sus pies y por las cua-
les, eran arrastrados por las almas de aquellos que alguna vez habían perecido
a sus manos.

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Aghata, quien observaba todo desde su habitación, se sonrió llena
de esperanza y paz, ante el hecho que por fin Víctor y Eliza, así como todos
aquellos que amaba serían felices o eso esperaba. Levantando su rostro, diri-
gió sus palabras serena a la mentira de marfil, quien la acompañaba empu-
ñando la espada del odio, esperando el momento acordado.

-Ya es hora, no veo porque retrasar más mi ejecución Numis… ya puedo


partir sin oponer resistencia, tal como te lo prometí, he visto todo lo que
deseaba ver por última vez.

Apuntando directamente al corazón de la anciana, Numis habló des-


pidiéndose de Aghata.

-No fue fácil llegar hasta ti anciana, debo admitir que fue ingenioso el plan
de Dios de ocultar la última pieza de su alma en ti, tratando de evitar que
Luna complete su ritual y cruce la puerta en donde él esconde su verdadero
cuerpo. Cuando ayudé al profeta y al ángel iridiscente a dar muerte a una de
las piezas del alma de Dios, nunca soñé que vivirá una vez más esta expe-
riencia, debo admitir que me honra darte muerte, tu vida ha sido miserable,
te has condenado tú misma y eres tú la única responsable del sufrimiento que
viviste y que hiciste sufrir. Sin embargo, esta última acción que has tenido, de
aceptar tu destino sin luchar, por el bien de tu hijo ha conmovido mi alma…
no te preocupes, cumpliré con mi parte del trato, me aseguraré que la luna lo
vuelva rey del infierno y con él, a su amada.

De esa manera, la estocada fue rápida e indolora. Aghata murió y


con ella, la última pieza del alma de dios. Ahora los cuatro hijos de la luna
podrían reunirse con su madre y cruzar la puerta, en la batalla final contra
Dios.

Mientras caminaba fuera de palacio, Numis se detuvo a observar por


una ventana, atraído por algo que no había escuchado durante la guerra desde
su llegada en mucho tiempo. Era la risa de los niños jugar, por extraño que
pareciese, el rey enemigo había cumplido con la voluntad de Víctor, su pueblo
descansaba en paz y seguro; Numis alzó su mirada al cielo, en donde la luna
lo observaba complacida por su obra y este correspondiendo su sonrisa, se
sonrió con ella mientras le hablaba.

-¡He cumplido con mi parte del trato, ahora hazme cruzar la puerta antes que
tus hijos y que tú misma! ¡Llévame a esa tierra que me prometiste, en donde
podría comenzar una nueva vida! ¡Otórgale a Víctor el destino que desea y
que he pactado! ¡Y déjame ver la tierra de Dios antes que te adueñes de ella!

La luna sonrió una vez más, su destello iluminó el cielo diurno y su


luz descendió sobre Numis, el cual se desvaneció de la realidad, no dejando

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más que polvo. Su cuerpo y alma viajaron hasta la puerta, la cual se abrió ante
él permitiéndole ver un nuevo mundo.

-¿Arena? ¡Es arena de otro mundo!- Gritó sobresaltado de alegría, rompiendo


en una risa maniática- Lo he logrado, una vez más tengo una oportunidad.
Creo que aún tengo tiempo para recorrer este mundo antes de cumplir la
última misión de Luna y encontrarme con el hijo de Dios.

“Es la voluntad del hombre y su deseo lo que forjan su destino, la muerte


no yace en el cuerpo sino en alma cuando la esperanza se pierde, aun los
miserables pueden cambiar su suerte si están dispuesto a pagar el precio,
solo así la diosa de fortuna escuchara sus plegarias; al final todo es cues-
tión de fe y un poco de suerte” Pensamiento de la luna, al ver retornar al
Mago Azul con Roxane de las profundidades del abismo.

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