Magia Azul
Magia Azul
Prólogo………………………………………………………………………...1
Cap. I
“Eliza”…………..…………………………………………………………..…5
Cap. II
“Aghata”………………………..…………………………….……………...10
Cap. III
“Igor”………………...………………………………………………………14
Cap. IV
“Roxane”……………………………………………………….……............21
Cap. V
“Marcos”…………………….……………………………….………………35
Cap. VI
“Victor”………………………………………………………………………42
Cap. VII
“Monstruo”……………..……………………………………………………47
Cap. VIII
“Arjeck”……………………………………………..……………………….57
Cap. IX
“Día I”……………………………………......................................................60
Cap. X
“Día II”…………………………………......................................................66
Cap. XI
“Día III”…………………………………......................................................73
Cap. XII
“La Luna”………………………………......................................................87
PROLOGO
Solemos vivir con la creencia que nuestras vidas son penosas y ago-
nizantes, vemos nuestras tragedias como las únicas existentes en el universo.
Creemos que nuestra mísera presencia, nuestro patético rastro es digno de
atención por los dioses, quienes a según nosotros serán compasivos otorgán-
donos buena fortuna.
Pero la verdad es, que ni los rezos ni los sacrificios de una vida de
servidumbre los conmueve en sus torres de divinidad, inalterables y mágicas
imposibles de soñar y tocar para nuestra mundana existencia. Somos víctimas
solitarias de nuestro propio vivir, no existe esperanza alguna de ser escuchado
por otros que no seamos nosotros mismos y con suerte, algún otro de nuestra
especie.
Y ante un destino marcado con tanta miseria, nos empeñamos en
aferrarnos a lo efímero, a aquello que no podemos alcanzar, librando batallas
imposibles por sueños inalcanzables. No aceptamos que el único camino es la
resignación o la templanza, pues quienes no están dispuestos a sufrir no son
merecedores de nada, ni siquiera la vida.
P
or ira o frustración la golpeó, haciéndola caer al suelo con su cabeza a
gachas, para luego marcharse y dejarla a solas en medio de la oscuridad
de aquella prisión de piedra que tantos lamentos y recuerdos tristes
guardaba.
Y sin más remedio, optó por lo mismo que siempre había optado en
ocasiones anteriores, llorar y olvidar. Aunque muy en el fondo sabía que su
alma envenenada no borraba ninguno de los maltratos y desprecios.
2
Mientras más se adentraba en la oscuridad, podía escucharse con
mayor claridad el sonido de las trompetas y los hombres que luchaban feroz-
mente; al llegar a las escaleras, se detuvo tomando aire para luego sonreír de
manera pacífica como si nada hubiese ocurrido, con cuidado levantó su vesti-
do y comenzó a ascender, así hasta que la oscuridad se vio interrumpida por la
luz del sol. Pudo observar un vasto campo de batalla al salir al balcón, el cual
se encontraba adornado por las llamas y los heridos. Pudo contemplar a los
hombres del rey quienes desesperados y de manera inútil contenían a las
tropas enemigas, la imagen apenas la sorprendió, por el contrario le resultaba
aburrida y familiar deseaba en silencio que aquella guerra de egos acabase de
una vez por todas. Ciertamente, la guerra le había dado excusa para poner a
prueba muchas de sus teorías, resultaba fascinante como los hombres dejaban
de lado el miedo a lo prohibido y hacían lo que fuese por alcanzar la victoria;
cosa que siempre el maestro de Eliza supo y quien al final de sus días, pudo
ratificar, cuando esta lo convirtió en uno más del ejercito pétreo ante la mira-
da de todos, quienes solo guardaron silencio… esto es lo que llaman un secre-
to a voces.
-Creo que se lo expliqué más de una vez, sin embargo, parece no entenderlo.
Al parecer se debe a que está demasiado sumergido en su soberbia y su mie-
do a perderlo todo- Marcos observó la mejilla enrojecida de Eliza.
3
Eliza no recibió de muy buena manera aquel cometario, en su ex-
presión se podía ver la incomodidad ante las filosas palabras de Marcos, sin
embargo, tampoco respondió, sabía que él al igual que Igor tenían razón por
lo que lo único que pudo hacer fue ocultar su rostro.
-¡Ahora Eliza, libéralas!- Exclamó Marcos, tenso ante la cercanía del enemi-
go, en esta ocasión se estaban aproximando más veloz que nunca y parecían
no sentir el ataque de las flechas incandescentes y las catapultas de la muralla.
Sus ojos se dilataban cada vez más, el ejército se encontraba demasiado pró-
ximo al castillo, mientras las puertas de la muralla estaban siendo detenidas
4
por los arpones que la sujetaban y que eran halados por las bestias de guerra y
las máquinas atroces.
-¡ELIZAAA…!
Los cráneos se alzaron en el aire, las manos que los sujetaban de-
rramaban la tinta carmesí del diablo, liberada por la daga que en la parte
superior había sido fijada. Sin embargo, no había dolor, no había expresión,
solo había ojos negros, profundos y demoniacos, y palabras oscuras que eran
pronunciadas de manera nefastas por Eliza y sus acólitos. Gritos espeluznan-
tes comenzaron a retumbar en el aire, el cielo se tornó negro y la lluvia se
hizo presente, extinguiendo el fuego aliado y enemigo; por un momento todo
se calmó, el agua detuvo todo ayudada por el cielo quien amenazaba con
tormenta. Fue entonces cuando las pudieron ver. De la piedra, ojos rojos
como sangre comenzaron a aparecer, garras afiladas y brazos monstruosos
alaban hacia el interior de la muralla a los soldados enemigos, mientras que
aquellos que no poseían presa cercana comenzaban a sujetarse del borde para
salir de la roca liberando su cuerpo.
-¡Tal vez debería hacerte caso, aún queda mucho espacio para nuevas gárgo-
las…!
5
mían alejándose de ella y condenándola a una soledad que no deseaba, sin
embargo, su alma guardaba una calidez que luchaba por salir, una calidez que
durante años había sido reprimida por verse obligada a endurecerse como sus
frías e inhumanas gárgolas. Con frecuencia solía ir a los jardines a pensar, a
despedirse del día contemplando la idea de dar fin a su sufrimiento en un acto
final que liberaría a su espíritu torturado. No obstante, siempre algo la dete-
nía.
6
Ezequiel se desvaneció, sostenido por la mano afectuosa de nana,
quien mientras se alejaba observaba con pena a Eliza a sabiendas que otra vez
su alma moriría de pena y tristeza.
-¡Deberías tener cuidado con lo que deseas, no vaya a ser que se pueda
cumplir!- Aseguró una voz desde más atrás de Eliza, una vez que Ezequiel ya
se había marchado del alcance de su vista.
-¡Si eres un mensajero, habla rápido, aún queda mucho espacio en las pare-
des del castillo para otra gárgola más, en especial para un sirviente imperti-
nente y si eres un asesino o algo parecido, no ha sido prudente revelarte de
esa manera… espero que tengas unos pies tan ágiles como tu lengua!
7
Eliza retrocedió y con un gesto de su mano brotaron del suelo gár-
golas que irrumpieron en la belleza del calmado y silencioso jardín, ahora
sumergido en la oscuridad de la noche.
-No cabe duda, debes ser un hechicero al igual que yo. ¿Por qué has venido
hasta estas tierras, Ilusionista? En esta tierra los trucos como los tuyos no
son bien recibidos, todos aquellos que han vivido de su arte han muerto
penosamente, incluso los nigromantes debemos temer.
-¡Pero nadie en su sano juicio pactaría con un hada o con nada que se rela-
cione con ellas, ni siquiera el mago más insensato!– Afirmó Eliza.
-Niña, niña, niña… ¡Relájate! Este hombre puede cumplir cualquier deseo,
¡Cualquiera! Incluso traer a alguien de la muerte, hasta donde recuerdo los
nigromantes no pueden hacerlo ¿O sí? Pero queda a tu elección, puedes
seguir viviendo esta farsa de vida o vivir en una realidad con tu verdad.
8
-Sé que nada es de gratis, si este hombre puede conceder lo que sea habrá
que pagar un precio ¿Cierto?- Inquirió Eliza, mostrando interés creciente en
la palabras maliciosas y tentadoras del hombre de marfil.
-No debería, pero…- Se repetía Eliza así misma una y otra vez, algo dentro de
ella le advertía que debía huir de aquel lugar, algo le decía que debía confiar,
que la desgracia se encontraba próxima y que la guerra no sería nada en com-
paración a lo que les esperaba, sin embargo, no podía dejar de pensar, no
podía dejar de desear…
-Solo tres noches… solo tres…– Susurró Luna en el viento, mientras Eliza
buscaba desorientada su voz, temía que hubiese llegado el día en que su de-
mencia pudiese más que ella; las estrellas guardaban silencio, tan solo dejan-
do ver en el cielo nocturno a la estrella azul que amenazaba con su llegada.
9
CAPITULO II
“Agatha”
H
abló Agatha de manera apacible: -Adelante, te esperaba, habías
tardado demasiado, pensé que recurrirías a mi mucho antes… no me
lo tienes que decir, sé lo que te ha traído a mí y lo que deseas pre-
guntar Eliza, pero lo cierto es que yo tampoco conozco la respuesta.
Alguna vez había sido una joven hermosa, una joven de familia, que
gozó de los más altos privilegios que el hijo de un noble podía aspirar. Pero
solo bastó que la muerte tocara a su puerta y que con su visita le arrebatara al
ser que más amó, su padre. La demencia se apoderó de ella convirtiéndose en
su amiga y consejera, y fue siguiendo su consejo que se entregó a una vida de
frustraciones y miedo, o mejor dicho a las artes de la adivinación, pues nunca
más algo sucedería sin que ella lo supiese, sin que ella lo pudiese prevenir, sin
que ella estuviese preparada; así renunció a todo, a sus lujos, a sus amigos, a
su esposo, a su derecho real de regir como la sucesora del reino, a su visión,
incluso… a su hijo. Fue así como renunció a lo último que le quedaba, su
libertad, y se confinó en una de las habitaciones del castillo para nunca más
salir de ella, perdiéndose en un lugar que iba más allá del el espacio y el
10
tiempo, un lugar que no pertenecía a la realidad y donde nadie la podría al-
canzar o por lo menos… eso pensó.
11
La visita de Eliza había resultado perturbadora, no solo para Eliza
misma, sino también para Agatha, quien por primera vez en incontable tiempo
no era capaz de ver el destino que rodeaba al reino. Pero si sabía, con absoluta
certeza que la máscara de marfil no mentía al decir que el ser que él podía
convocar era capaz de manipular el destino mismo, tan solo usando el deseo.
Era esto lo que le preocupaba, era esto lo que ella más temía. Los
adivinadores mundanos solo pueden ver el destino pasado, presente o futuro
con cierta exactitud; los más talentosos pueden manipular el futuro de manera
sutil, favoreciendo o desgraciando a alguien o algo. Agatha quien era un
prodigio y una excepción podía hacer algo mucho más que eso, pero bien sea
ella o algún adivinador mundano, ambos sabían que manipular el destino era
una cosa que debía hacerse con sumo cuidado y que debía planificarse toman-
do en cuenta la infinidad de posibilidades; manipular el destino nunca debía
realizarse llevado por el sentimiento, ni mucho menos por un deseo capricho-
so, y eso es lo que son las hadas “Deseo y Capricho”, Agatha solo podía
esperar lo peor.
Pero su miedo iba más allá de su propia vida, su miedo era por Eliza
a quien guardaba afecto y quien poseía uno de los destinos más oscuros y
siniestros que ella hubiese conocido. Sabía que Víctor seria la razón de su
perdición, y aunque siempre había podido cambiar esto tan solo con una
pequeña petición, el amor de Eliza por Víctor sobrepasaba cualquier límite,
tanto así, como para darle un heredero y renunciar a su derecho a ser madre.
12
alguien con un destino lo suficientemente incierto, lo suficientemente trágico
y lo suficientemente atado a Eliza, al reino, a Víctor, para usarlo como medio.
-Despierta Igor, hay una tarea que debes cumplir… es hora que pruebes tu
amor por ella.
13
CAPITULO III
“Igor”
E
liza corría desesperadamente entre los pasillos apartando a la gente de
su camino, quienes permanecían estupefactos ante el horror de los
gritos desmedidos y la algarabía ensordecedora que provenía de la sala
real. Mientras más se acercaba a su destino, Eliza con lágrimas en los ojos
temía lo peor, su corazón temblaba ante el terror que aquellas palabras fueran
ciertas “Igor se había revelado”
Igor, no siempre se llamó Igor. Alguna vez él tuvo otro nombre, al-
guna vez tuvo una vida que iba más allá de existir para proteger y servir a
Eliza. Su nombre real era Armand, hijo de una familia noble y hombre de
ciencia, servía a la corona como médico real; puesto que había obtenido, tanto
por sus méritos como por la muerte de su padre, siendo él quien continuaría
con la tradición familiar.
14
ratos agradables y aconsejándose acerca de las adversidades de la vida, aún
para ese entonces Armand no se había enamorado de Eliza, sino que eran
puramente buenos amigos.
Sin embargo, Víctor que era más débil de carácter desde antes que
Armand se fijara en su amada Eliza, siempre sintió envidia del medico real.
Víctor estaba consciente de sus propias cualidades y defectos, y sabía sin
duda alguna que él en comparación de Armand no era nadie, la envidia y el
temor lo consumía aun a pesar de las palabras de Eliza quien siempre con
sinceridad, amor y devoción le juraba que ella solo tenía ojos para él. Por
mucho tiempo Víctor trató de ignorar la presencia e insistencia de Armand,
pero en silencio su odio y celos iban creciendo, así como su temor; temor que
un buen día se confirmó cuando Eliza aceptó que en su corazón se había
hecho un lugar para Armand, tal vez no con la misma fuerza ni significación
que tenía Víctor para ella, quien seguía siendo la luz de sus ojos. No obstante,
esto fue un golpe fatal para Víctor quien no tardó en derrumbarse ante el
miedo y la desesperación, a pesar que trataba de mantenerse aferrado a su
esperanza que él y Eliza aún podían ser felices.
15
separarse, sus corazones estaban unidos y su amor permanecía intacto, a pesar
de las heridas y los golpes.
16
Víctor conocía muy bien a Eliza y dispuesto a recuperarla actuó, fue entonces
cuando acudió en secreto a su madre, Agatha, y valiéndose del poco cariño
que esta le guardaba y de la culpa que sentía por haberlo abandonado, abusó
de sus dones y del pasado distante, trayendo un amor antiguo de Armand tan
solo con un pequeño cambio… que Armand no la hubiese olvidado.
17
la misma manera que mi amor por ti permanecerá intacto hasta el día en que
nuestro recuerdo se borre de la memoria de los hombres.
Eliza abrió las puertas de la sala real, sus ojos solo pudieron con-
templar el horror. Ahí estaba Igor, poseído por la cólera avanzando de manera
indetenible hacia Víctor, quien se refugiaba cobardemente en su trono mien-
tras de manera inútil y desesperada sus soldados luchaban contra la bestia de
piedra. Los guardias caían como muñecos de papel ante la fuerza descomunal
de la abominación pétrea que los desmembraba, aplastaba, incineraba y pulve-
rizaba ridiculizando sus patéticos intentos de someterlo con cadenas y armas
convencionales. Un grito se escuchó y por un instante en medio de la sangre y
los restos de cuerpos mutilados Igor se detuvo.
Parecía que las palabras de Eliza hubiesen sido un hechizo que obli-
gaba a Igor a detenerse, para todos era así, excepto para Víctor y Eliza quie-
nes sabían lo que implicaba que Igor se hubiese detenido. Marcos quien aca-
baba de llegar y solo sabía lo poco que los guardias y la servidumbre del
castillo le habían alcanzado a contar en su camino, no podía creer lo que sus
oídos habían escuchado. En muchas ocasiones, la historia de Igor le había
sido contada, pero nunca osó a creerla, por el contrario la atribuía a la predis-
posición que la gente en general poseía para mal ver a Eliza, pero esto con-
firmaba aquellas terribles historias… Igor alguna vez había sido humano.
-Vamos Eliza, es mejor que te retires a tu habitación, no deseo que estés aquí
cuando deba cumplir con mi deber; no soportaría verte llorar más y menos
por mi culpa.
18
Los guardias escoltaron a Eliza y comenzaron a guiarla a través del
pasillo, mientras Marcos tomaba aire recogiendo algo de valentía para sí y
cumplir con su deber de dar muerte a Igor, no sería difícil, Igor no se movía;
él sabía bien que permanecería así hasta último momento solo por realizar la
voluntad de su amada. Eliza se marchaba por el pasillo, pero como si algo la
forzara a mirar se detuvo, volteando para ver a Igor por última vez quien hasta
ese momento estaba inmóvil en medio de la sala real; dando la espalda, giró
su cuerpo de medio lado e Igor volteó a mirar a Eliza, y como si por un ins-
tante hubiese vuelto ha ser humano su rostro adquirió una expresión cándida y
melancólica, como cuando alguna vez fue Armand. De sus ojos brotaron
lágrimas de sangre, fue entonces cuando Eliza comprendió que Igor se estaba
despidiendo.
Sin embargo, antes que Igor pudiese atacar por última vez a Víctor y
arrebatarle la vida, de los cuerpos muertos de los soldados brotaron cientos de
lanzas de hueso tan duras como el acero que se dirigieron velozmente hacia
él, atravesando su cuerpo y volviéndolo no más que pedazos diminutos de
piedra. Cuando el polvo se diseminó, los presentes pudieron ver a Eliza al
otro lado del pasillo, sosteniendo en una de sus manos el cráneo con el cual
realizaba sus hechizos y que alguna vez perteneció a la amada del difunto
Armand.
19
miento de Eliza. Marcos se encontraba en la sala real, casi todo había sido ya
recogido y ordenado, había pedido que lo dejaran a solas y ahora observaba el
firmamento desde una de las ventanas, mientras en su mano sostenía una llave
que había tomado del cuerpo de Igor y que la encontró en una de sus garras,
como si Igor mismo hubiese buscado proteger a aquel insignificante objeto.
–Mi señor, la reina lo ha mandado a llamar, ha pedido que por favor se dirija
a su habitación cuando le sea posible- Fue entonces mientras escuchaba
aquellas palabras, mientras observaba la llave y hacia memoria de lo sucedido
que entendió todo.
20
CAPITULO IV
“Roxane”
C
ada paso la adentraba más en la oscuridad abismal de las mazmorras,
aquel lugar era desconocido para ella y aunque su dominio era absolu-
to sobre el reino, este era el único sitio donde incluso Víctor era nadie,
este era el reino de Eliza.
-Si hay algo que pueda hacer para ayudarte, no importa lo que sea, solo
dímelo…- Dijo la visitante, ante la espera de una respuesta que parecía que
nunca llegaría -Si no te importa, me retiro, no deseo importunarte más.
Sin decir más palabras se dio la media vuelta, sin embargo, algo no
se encontraba bien, el cerrojo estaba abierto, pero la puerta no abría como si
algo la sostuviese desde el otro extremo. Eliza quien había guardado silencio
hasta ese momento, alzó su rostro y con sus ojos completamente ennegrecidos
preguntó:
21
-¿Qué sucede Eliza? ¿Te has vuelto loca? ¿Qué estás haciendo?
-¡Tal vez! Tal vez si me haya vuelto loca, aunque… la locura es no haber
hecho lo que voy a hacer… ¡Mucho antes!- Su expresión se volvió de ira y
dolor, sus ojos negros dejaban ver la locura que de ella se había apoderado.
-¡Detente Eliza! ¡Es una orden! ¡Te lo manda tu Reina!- Gritó desesperada,
mientras buscaba abrir inútilmente la puerta a medida que Eliza se acercaba
más.
-¡No, aquí no eres la reina! Aquí no eres más que… Roxane, la maldita que
me arrebató a Víctor- Un grito agudo se escuchó, el cual no tardó en desva-
necerse en la profundidad de la oscuridad, ante la mirada inquieta de los
habitantes del castillo que alcanzaron a escucharlo en cada rincón de sus fríos
pasillos.
22
que Agatha le había revelado sobre Víctor, sobre Eliza, sobre Roxane e inclu-
so sobre ella misma, le había hecho cambiar su percepción del reino.
La primera vez que Roxane lo vio no causó gran impacto en ella, sin
embargo, su mirada fue algo que la marcó, aquellos ojos negros, tristes, llenos
de miedo enternecieron su corazón a pesar de conocer con claridad la repu-
tación que lo rodeaba. Aquel día no se hablaron hasta ya casi terminada la
fiesta, después de toda una noche de frustraciones y aburrimiento, Roxane no
23
logró conseguir hombre alguno que despertara emoción en ella; fue Víctor
quien contrario a su aspecto tranquilo y callado, pero haciendo honor a su
reputación, se despidió robándole un beso ante la mirada estupefacta de todos
los invitados y exclamando mientras se iba de la manera más prepotente y
descortés posible:
–Lo hubiese hecho antes, pero tus sirvientas me mantuvieron algo ocupado.
Mañana por la tarde pasaré a buscarte, procura arreglarte para mí.
Una vez más Víctor había hecho una de las suyas, su padre se en-
contraba fúrico por tal osadía. El padre de Roxane a penas podía contener su
rabia, no obstante, ella se regocijaba de emoción silenciosa ante aquel carácter
osado y despreocupado de Víctor. En contra de la voluntad de su padre asistió
a la improvisada cita, en donde dedicaron el día a conocerse al más puro estilo
de Víctor… en la cama.
No era usual que una princesa se entregara de esa manera, pero Víc-
tor despertaba algo en ella. Tal vez era su mirada triste, su carácter contradic-
torio o el placer que le causaba el que desafiara todo lo impuesto; pero lo
cierto era, que bastó una tarde para que Roxane cayera rendida a sus encantos
y aunque dentro de los planes de Víctor no se encontraba corresponderle,
como siempre había hecho hasta ese momento con todos sus caprichos, las
lágrimas inesperadas de miedo ante lo que consideraba una separación inevi-
table pero un encuentro maravilloso por parte de Roxane, movieron algo
dentro del alma de Víctor, algo que lo cambiaria para siempre.
Claro está que Roxane sentía miedo, no deseaba ser lastimada, pero
su amor nacido de la fascinación, del descubrimiento, de la maravilla en la
más profunda de las oscuridades la había llevado a entregarse a él. Fue así
como lentamente el tiempo transcurrió, entre tardes solitarias consumiendo su
amor, enseñándose a amar, llevados por la lujuria pero también por el cora-
zón, nunca ninguno de los dos había conocido tal felicidad. Pero Víctor no
había cambiado, el seguía siendo el mismo monstruo y a pesar de eso, ella se
24
encontraba segura de que él seria incapaz de lastimarla y por eso lo amó sin
restricciones.
Por un tiempo el amor fue suficiente para olvidar las heridas mu-
tuas, hasta que llegó el día en que Roxane quedó embarazada. Ambas familias
ya se oponían a aquella relación, pero ante tal hecho solo les quedaba aceptar
la unión de ellos dos, no podían permitirse un escándalo mayor que segura-
mente dado el carácter de Víctor se agravaría. No obstante, lo que se conside-
ró el comienzo de su felicidad absoluta y eterna, se transformó en una pesadi-
lla que se encargaría de dejar una marca indeleble en sus almas.
Víctor nunca tomaba una decisión sin antes consultar a los adivina-
dores del reino, costumbre que había adquirido de su padre, ambos temían
demasiado al futuro y a lo incierto, y fueron estos quienes revelaron una
terrible profecía; uno de los dos debía morir, Roxane o el niño, de lo contrario
ninguno sobreviviría. Aquella terrible predicción había desatado una confron-
tación, Víctor amaba demasiado a Roxane para dejarla morir incluso por
encima de su propio hijo, pero Roxane deseaba ese niño más que todas las
cosas y no aceptaría perderlo se encontraba dispuesta a sacrificar su propia
vida. Pero nada en el reino se hacia por encima de la voluntad de Víctor, aun
siendo el príncipe su poder era casi absoluto y aquello que los demás no se
atrevían a hacer, él lo realizaba por sí mismo.
25
alguna pero sentía que aquellos momentos serian los últimos con su amado
Víctor.
Y así fue, Roxane atendió a la puerta. Víctor, sin decir palabra algu-
na se desvaneció cual sombra. A la puerta se encontraban los dos hermanos
mayores de Víctor, quienes pasaron por invitación de Roxane; Víctor los
había convocado, al parecer tenia un asunto que tratar con ellos, asunto que
no había comentado.
26
Aun así, ni las lágrimas ni las palabras lo detuvieron en su deseo
implacable. Tomándolo por el cabello Víctor lo arrastró hasta el balcón, en
donde sonriente le susurró al oído:
-¡Buen viaje! ¡Lástima que no puedas estar para mi coronación!- Para luego
arrojarlo desde lo alto; desesperada Roxane se abalanzó sobre Víctor, sujetán-
dolo por la pechera y golpeándolo mientras suplicaba una respuesta que justi-
ficara aquellas terribles acciones.
Aquel instante solo fue eso… un instante. Cuando las lágrimas des-
aparecieron, Víctor recobró sus fuerzas alzando una vez más su rostro de
manera fría y soberbia. Observó a Roxane a los ojos por un breve instante,
con una ternura siniestra exclamó:
-¡Te amo! Pero debo acabar con lo que comencé…- Para luego arrojarla
desde lo alto del balcón hacia el jardín, a unos pocos metros del cuerpo de su
otro hermano muerto. De manera casi inmediata entraron los guardias reales
derribando la puerta, dándole a Víctor solo oportunidad de tumbarse en el
piso con una expresión perdida.
27
“Traición a la corona” la carta encontrada en uno de los cuerpos, sellado por
el abuelo de Víctor ordenando la matanza de la familia real esa noche, junto
con el testimonio de Roxane a favor de este, y algunas otras correspondencias
encontradas en las respectivas alcobas de los implicados no dejaban duda de
la inocencia del acusado.
28
-¡Gracias por la rosa! ¿Sabes…? esperé por muchos días una carta tuya,
pero nunca llegó. Debo admitir que me encontraba muy molesta contigo, tal
vez aún lo estoy, por las noches me despierto recordando como caía desde
aquel balcón después que me empujaste, a veces deseo saber el por qué, pero
me da miedo la respuesta que me puedas dar.
Desde entonces comencé a escucharla gritando por los pasillos del castillo.
¡No entendía nada! Solo podía sentirme culpable y ese sentimiento se acre-
centó más después de escuchar la sentencia. Recuerdo que tu padre vino a
visitarme una sola vez, justamente después del juicio cuando ya se había
declarado la sentencia por parte del consejo real. Se arrodilló ante mi y
llorando me suplicó que confesara la verdad y salvara a su único hijo, que no
permitiera que muriese así, mi corazón se partió en mil pedazos pero no tuve
coraje para delatarte.
¿Por qué Víctor? ¿Por qué me arrojaste desde ese balcón? ¿Por qué asesi-
naste a tus hermanos? ¡Háblame maldita sea! ¡Se que puedes hablar…!
-No vine aquí para escuchar tus lamentaciones, estoy aquí solo pa-
ra verte y ya lo hice… no me preguntes por respuestas tontas que tú conoces.
En cuanto a mi familia… nadie te obligó a ayudarme, lo has hecho porque ha
29
sido tu deseo, así que deja de lamentarte, ya tengo suficiente con toda esta
farsa que debo mantener, hazme el favor de comportarte y seguir actuando
como lo has hecho hasta ahorita; sigue así y pronto seré rey y tú mi reina, ya
solo falta mi padre y el veneno esta actuando tal como debe. No intentes
delatarme, lo del balcón fue por nuestro bien, para que pudiésemos estar
juntos; no te hagas preguntas pues no entenderás aunque te diera las res-
puestas, nunca sabrás lo que significa ser yo… tú lo has tenido todo y por
eso yo te daré todo, pero para ello solo calla y obedece, seré rey pase lo que
pase y no te atrevas a interferir en eso, pues entonces el destino que corrieron
mis hermanos no se comparará a lo que te espera… te amo Roxane, pero
entiende que cuando decidiste estar a mi lado, también decidiste unirte al
infierno que es mi vida. Ahora… no te lamentes más por arder en el fuego del
infierno y tan solo sigue mis pasos para que reines conmigo en la profundi-
dad de los avernos ¡Quien me ame, deberá amar al monstruo que soy y saber
perdonarme aun la peor de las ofensas!- Así el silencio llegó, una rosa tocaba
el suelo y un amor se derrumbaba ante una mirada de dolor y decepción.
Las semanas y los meses pasaron y todo salió como debía. Víctor
había ocupado el poder, a pesar de que su padre permanecía con vida, el
veneno surtía efecto lentamente. Roxane por su lado, ahora merodeaba cual
espectro por los pasillos de palacio meditando día tras día las acciones de su
amado, por más que buscaba no lograba conseguir respuesta. El reino se
encontraba inestable e inseguro, no sabían si aceptar al único heredero legíti-
mo; existían rumores que Víctor estaba envenenando a su padre, todo era un
caos y no pasó mucho tiempo ante que las revueltas comenzaran a gestarse en
contra de la corona, alentados por su ignorancia al creer incapaz de gobernar a
un rey que no pudiese hablar.
Pero lo cierto era, que Víctor ni era mudo, ni necesitaba las palabras
para llevar acabo la tarea de suprimir al pueblo y enseñarle por qué era el rey.
Víctor se volvió un monstruo, aunque cierto era que eso no era nada
nuevo en su ser, las desapariciones de los líderes rebeldes y los crueles casti-
gos le habían hecho ganar la fama de tirano. Pero no había otra opción, aún el
rey más benevolente debía poner puño de acero ante un pueblo que se alza,
pues era la cabeza de aquellos rebeldes o la de la corona y claro está, Víctor
no se encontraba dispuesto a perder su cabeza. A pesar de su enfermedad, su
padre siguió al tanto de todo lo que sucedía en el reino y aunque nunca educó
30
a Víctor con la esperanza que este reinara, admitió en muchas ocasiones que
su comportamiento era el adecuado, sin importar que para un pueblo dividido
y furioso no fuese evidente. El padre de Víctor podía apreciar más allá de las
matanzas e incluso en plena situación de crisis, sabía admirar el crecimiento
abrumador del reino.
Resultó que Víctor tenía un don innato para mandar, nunca la auto-
ridad había sido respetada y reverenciada de tal manera, ni el pueblo había
vivido en tanta abundancia, pero eso sería algo que al igual que con otros
reyes… no seria notado por quienes lo viven, sino por los libros y la historia.
Roxane no tenía fuerzas para mandar, aun cuando por derecho el trono le
correspondía; la desaparición repentina de la reina había dejado aquel lugar
vacío. Sin embargo, Víctor parecía no estar interesado en que Roxane lo
ocupase, no por egoísmo, sino porque parecía estar conciente de los senti-
mientos y la confusión de su amada.
La distancia era cada vez más grande entre ellos, aquella pasión que
alguna vez los había llenado lentamente desaparecía. Víctor cada vez pasaba
más horas en su despacho atendiendo los asuntos reales o simplemente medi-
tando a solas, Roxane ya no dormía siquiera en la misma habitación, en el día
paseaba durante incontables horas por la ciudad buscando escapar de la at-
mósfera gris y densa del castillo. Pero sería un paseo por la tarde lo que mar-
caría el verdadero fin entre Roxane y Víctor, desde hacia tiempo la idea de
abandonar a Víctor rondaba su cabeza pero esta se negaba a ceder, quería
creer que las cosas cambiarían; sin embargo, el suceso de aquella tarde cam-
biaría todo eso.
No era secreto que desde que Víctor había asumido el poder las
desapariciones habían comenzado, el pueblo se mantenía feliz pero silencia-
do. Víctor no dudaba en aplacar mediante el medio que fuese a cualquiera que
osara a levantar la voz en contra de él, su reputación era bien ganada y eso era
algo que entre todas las cosas perturbaba a Roxane. Aquella tarde paseaban
como pocas veces lo hacían desde hacía mucho, Víctor le había llevado un
ramillete de rosas azules y después de una mañana de pasión habían logrado
desaparecer aquella distancia entre ellos dos.
Roxane se encontraba feliz, aquel día Víctor era mucho más cercano
al hombre del que se había enamorado. Aquella situación se daba con cierta
frecuencia, alguno de los dos buscaba acortar la distancia pero siempre había
algo que los separaba nuevamente. Y sin saber cuanto duraría aquel momento
de felicidad entre los dos, Víctor y Roxane dejaron sus ocupaciones de lado
para dedicarse uno al otro, un paseo seria lo más apropiado, ver el campo, la
ciudad, a la gente les daría alegría a sus almas; que el pueblo viese que su rey
reconciliaba relaciones con su reina podría generar tranquilidad o eso pensa-
ron.
31
Pero no todo resulta como siempre se desea, en medio de aquel pa-
seo una revuelta en contra de Víctor se manifestó. Un joven extranjero deser-
tor de una guerra era su líder, había llegado hace unos años y desde entonces
se había convertido en una figura importante entre los campesinos, quienes al
parecer prestaban suma atención a sus tan recurrentes discursos sobre el ho-
nor, la moral y el respeto a la libertad. El joven era todo un guerrero lleno de
sueños y de valores altruista, todo lo que Víctor detestaba.
Estas fueron las palabras con las que Víctor dio inicio a un día que
nunca olvidarían. El paseo se tornó en incomodidad y la apacible tarde se
convirtió en una confrontación sin cuartel entre él y Roxane.
-Era únicamente un campesino, tan solo tienen miedo… al igual que yo.
-¿Un monstruo…?
-¿Y de que más se puede tratar o acaso ya olvidaste que has sido tu quien me
arrojó desde un balcón y dio muerte a nuestro hijo? No he sido yo quien
rompió la promesa de nunca hacerme daño…
32
-Eras tú la que decía que me amarías sin importar lo monstruoso que yo
fuese, pues entérate que he sido así desde el día en que nací, la luna roja lo
ha deseado de esa manera.
-Una cosa es haber nacido maldito por una profecía y otra muy distinta, el
regocijarse en ella para sentirse libre de llevar acabo cualquier aberración...
como quisiera que no fuesen verdad tus palabras que confirman mis temores.
-Pero lo son y te toca aceptarlo, eso y el hecho de que nunca existirá una
disculpa… no nace de mi hacerlo. Estoy maldito y es mi destino llevar y
causar la desgracia, siente privilegiada de no ser la protagonista de este
instinto que corre por mis venas.
-Igual lo hiciste…
-Es un precio que deberé pagar. Igual nunca entenderás mis razones.
-El único que no entiende de razones eres tú, Víctor. Tal vez soy la única
persona que te ama a pesar de lo que eres o eso pensé, por eso quería darte
ese niño, aun cuando fuese condenarlo a querer a lo imposible.
-Tal vez tienes razón y por eso, no puedo amarte como antes… no con nuestro
hijo bajo tierra.
33
– ¡Ezequiel!
34
CAPITULO V
“Marcos”
M
arcos corría desesperadamente por los pasillos del castillo, temien-
do que la locura hubiese llevado a Eliza a cometer una monstruosi-
dad. Ahora que conocía la verdad y comprendía la situación, temía
lo peor.
Fue entonces cuando logró verla, era una mariposa que volaba sua-
vemente y llevaba consigo una especie de brillo, un halo como el de una leve
llama. Se encontraba disimulada entre la luz del día que se filtraba por los
ventanales.
35
Era una emboscada, ahora se encontraba anclado e inmóvil en el
muro, víctima de las maquinaciones del hombre de la máscara de marfil.
-¡Tú! ¿Qué has hecho con Ezequiel?- Preguntó Marcos entre alaridos de
dolor.
-El niño no esta conmigo, está con su padre ¡Jajajaja! Al parecer en este
momento se lleva acabo una reunión familiar en la sala del trono, yo solo soy
una pequeña distracción, quiero ver quien será el primero en quebrarse e
invocar al Mago Azul.
36
asesina. Sin embargo, el golpe no llega a ser efectivo, la espada choca con dos
espadas más que bloquean el ataque por completo, dejando a Marcos de lado,
apenas dándole oportunidad de entender lo que ha sucedido.
-Entiéndelo, no podrás hacer nada Marcos. Así como no pudiste hacer nada
en aquella ocasión para proteger a tu familia de los horrores de la guerra…
¿En verdad piensas que protegerlos a ellos te redimirá de tus pecados?
-No… esto no puede estar ocurriendo de nuevo, yo hui para dejar mi pasado
atrás y ahora ha vuelto para perseguirme- Se repetía Marcos así mismo,
mientras torpemente se arrastraba con sus manos hacia la puerta.
-Es sorprendente como los humanos luchan con gran desespero por salvar
sus míseras vidas, y si tan solo pudiesen ver que no valen nada. Todo sería
más fácil si dejaras que el frío te embargara, pronto el dolor desaparecerá y
el sueño eterno llegara a ti.
37
sus ojos para recordar por última vez sus rostros.
-Eso es… haces bien Marcos, descansa ya, para ti no queda nada. Este reino
caerá, porque así Luna lo ha decidido; no es nada personal, nunca lo ha sido.
Me gustaría haberte ofrecido un final distinto, pero esta era la única manera-
Exclamó el arlequín de marfil, mientras se levantaba con cierto pesar y echa-
ba andar fuera de la habitación, dejando de lado el cuerpo desangrado de
Marcos, que ahora yacía a penas consciente, sumergido entre alucinaciones de
una muerte próxima.
Ahí estaba una vez más, la imagen de su amada, Eliza. Cuan maca-
bra había sido la coincidencia de la vida, con que su amada y su hijo, resulta-
ran ser copias exactas de aquellos por los cuales hoy moría. Alguna vez Mar-
cos tuvo una familia, en un sitio distante de la cobardía y la perversión de
Víctor. Pero ese hogar había quedado atrás, pues la muerte y la locura habían
marcado su destino.
Ahora, aquel talento era usado para matar. Muerte tras muerte se fue
acumulando, el peso de arrancar vidas humanas se hacía insoportable; aunque
un hombre fuerte, la crueldad de la guerra resultaba demasiado para él. Pero
entre tanto sufrimiento, su alivio y consuelo eran las cartas de su amada Eliza,
los juguetes y dibujos torpes e inocentes de su Ezequiel. Pero una carta sería
la que le arrebataría aquella paz, trayendo consigo el dolor y la locura, la
culpa y la frustración.
La guerra había durado demasiado tiempo, las tropas cada vez eran
menos y el pueblo lo sabía. Solo anhelaban la paz, solo querían descansar y
ver a sus hombres regresar. Pero el orgullo del rey no le permitía considerar
rendirse, ni siquiera ante el ofrecimiento piadoso de su enemigo, que escu-
chando el clamor del pueblo, deseaba finalizar con aquella lucha.
38
hombre déspota y soberbio, que no aceptaba desafíos ni reproches. Fue esta la
razón por la que ejecutaron a Eliza, por el reclamo de una madre adolorida
por la muerte de un hijo, a causa del hambre y la enfermedad que la guerra y
el orgullo habían causado.
Fue así como llegó al reino de Víctor, pero su paz no duraría mucho.
Pronto descubriría que aquel paraíso, entrañaba dentro de sí un mal indescrip-
tible, un espacio perfecto para comenzar una guerra y una oportunidad para
tratar de resarcir sus pecados. Tal vez, por esa razón, decidió combatir las
injusticias del príncipe recién ascendido al trono; pero nunca contó con que el
pasado no queda atrás con simplemente marcharse de un lugar.
39
No tardó mucho antes de descubrir, porqué Víctor, tenía la fama de
tirano y monstruo. Un simple paseo fue la excusa perfecta, para que por pri-
mera vez se encontraran y se midieran en duelo y en poder. Como era de
esperarse, Víctor ganó, y aquellos sentimientos de frustración fueron apare-
ciendo una vez más. Ya no se trataba de proteger una familia, sino a un pue-
blo de una tiranía, pero se había vuelto débil y aquel enfrentamiento le había
hecho entender que Víctor era un rival por mucho superior a él.
Era ella, estaba viva y a su lado, una mujer sostenía un niño cuya
exactitud física a su difunto hijo era demasiada. Eran Eliza y Ezequiel. El
destino le jugaba una broma o le daba una nueva oportunidad, no lo sabía,
Víctor no tardó mucho antes de darse cuenta de su asombro por la presencia
de su hijo y su amante.
40
-Ya veo que los vistes, me hubiese gustado presentártelos, pero sería muy
inapropiado llevar al hijo rey hasta tu miserable hogar. Solo un noble caba-
llero goza de las comodidades para poder recibir al hijo del rey ¿Es hermosa,
cierto? Un alma torturada, tan solitaria y llena de odio. En este reino nadie
se le acerca excepto yo, ella existe para mí y es mi juguete personal; pero si
tanto te gusta, yo podría hacerme a un lado para que tú intentaras conquistar
su corazón, si lo lograras yo no intervendría. Pero para eso, tendrías que ser
de la corte real…
Una sonrisa, fue lo único que pudo dar como respuesta y al dar el
primer paso hacia la felicidad eterna, el grito desesperado y enardecido de
Roxane lo trajo de vuelta a la realidad.
41
CAPITULO VI
“Víctor”
E
l combate era feroz, Víctor avanzaba veloz y mortífero hacia Eliza
mientras esquivaba los pilares óseos que del suelo brotaban, obra de su
magia corrupta. Eliza por su parte estaba decidida a acabar con él, su
alma torturada había llegado al final y si Víctor no era de ella entonces… no
sería de nadie más.
La gárgola había surgido del suelo rocoso a los pies de Eliza, su tor-
so estaba unido aún a su punto de origen, el ataque era imparable y la mirada
de su creadora solo dejaba ver el profundo odio que en ella habitaba. Pero
Víctor tampoco estaba listo a morir; al ver el último ataque de la mortal esta-
tua aproximándose hacia él, tomó su propia espada y en un solo movimiento,
cortó su brazo y bañó a la estatua con su sangre. Esta se congeló en el acto y
comenzó a desquebrajarse.
42
-Buen intento Víctor, pero tu sangre maldita no te protegerá de mi magia por
más tiempo; aunque hayas sido maldito por la luna roja, no tienes suficiente
sangre para detenerme- Cientos de gárgolas comenzaron a levantarse tras
Eliza, todas con miradas vacías e incandescentes, abalanzándolas sobre Víc-
tor, liberadas con un gesto de su mano y ante un grito lleno de rencor y de-
mencia -¡MUERE!
Con gesto amoroso tomó entre sus brazos a Ezequiel, dando un par
de giros entre sonrisas y caricias. El niño lloraba descontroladamente, el
miedo era demasiado para él y por fin se sentía reconfortado de encontrarse
entre los brazos protectores de su madre. Víctor no podía creer lo que sus ojos
43
miraban, era imposible que ella estuviese ahí, frente a él, frente a todos, intac-
ta, como si la muerte jamás la hubiese acariciado.
Desconcertada, sus palabras volaron por los aires llenas de odio, sin
medir lo que revelaban.
-¡NO! ¡Tú no puedes ser Roxane! ¡Roxane está muerta, yo misma la MATE!
44
Numis no perdió tiempo, con rudeza tomó al niño por el rostro y le
susurró al oído, mientras lo hacía mirar a Eliza y a su padre, quien se encon-
traban más allá del muro de fuego y de la mujer circense.
-Hijo… yo…
-Solo tienes que hacerme un favor, unas cuantas gotas de sangre tuya y pro-
nunciar estas palabras “Deseo a mi mami de vuelta, ven Mago azul, te lo
ordeno”- Así, extendió su mano afilada y alargada sosteniendo una daga.
45
Fue así, que ante la mirada desesperada de Víctor y Eliza, Ezequiel
desencadenó el poder de las hadas. La herida se abrió, la sangre bañó el cuchi-
llo y una de las gotas tocó el suelo.
-¡Dios nos ampare!- Fueron las única palabras que los labios tembloroso de
Agatha pudieron pronunciar.
46
CAPITULO VII
“Monstruo”
S
us gritos de dolor y desesperación inundaban la sala. Nunca en la vida
había llorado tanto como en aquel instante en que veía su sueño de odio
realizado, por fin su amado Víctor moría, desapareciendo entre las
oscuras aguas de aquella sombra siniestra liberada por los esbirros de la men-
tira de marfil.
-¿Y mami en donde esta?- Preguntó Ezequiel, exento del horror que ante él
ocurría. Numis solo podía callar, algo acerca de todo aquello no lo complacía,
a pesar que su plan había resultado a la perfección. Desde atrás de su máscara,
sus ojos contemplaban con extraña lástima a Eliza, quien inmóvil lloraba y
gritaba por Víctor, extendiendo su mano en un intento inútil de salvarlo.
-Alguna vez tuve una familia… pero…- Fueron las únicas palabras de pronun-
ciadas por Numis quien guardaba dentro de sí un extraño pesar, un pesar
lejano sepultado en la arena y el tiempo entre escombros de una ciudad y
cadáveres calcinados, de almas que ahora yacían malditas.
47
vacío infinito, no se podía ver nada y solo se podía sentir la soledad en aquel
lugar; no se encontraba seguro si aún permanecía con vida o esta lo había
dejado, pero sea donde sea que se encontrara, la muerte y aquel sitio resulta-
ban lo mismo.
Pero por extraño que resultara una voz familiar llegó a sus oídos.
Por instantes creyó que era la voz de Eliza quien aún clamaba por su presen-
cia, luego pensó que era producto de su imaginación, pero a medida que
pasaba el tiempo, el infinito e inagotable tiempo de aquel vacío lugar, enton-
ces se dio cuenta que ya no había más oscuridad.
De pie, bajo la lluvia, podía observar como sus padres luchaban en-
tre sí acerca del destino de un infante que no resultaba ser otro que él mismo.
Como era de esperarse, aún bajo la lluvia la luna sonreía. Ella vestía de rojo
revelando su macabra intención sin disimulo alguno, para aquellos que incau-
tos, habían aceptado su invitación.
-¡No lo es! ¡Es un monstruo engendrado por la luna! Su sangre es una abe-
rración.
-Di lo que quieras… pero los hechiceros fueron claros, si él vive, entonces
nosotros… moriremos de la peor manera posible.
-No deseo hacerlo, pero debemos pensar en nosotros y nuestros demás hijos,
si este niño crece, vivirá para ser un monstruo que acabará con nuestras
vidas. Tú bien sabes lo que sucedió en la Ciudad de Arena hace unos años
cuando la luna se volvió roja. No es casualidad que el único niño nacido bajo
luna roja sea nuestro hijo… si no muere, seguirá nuestra ciudad.
-¿Y que si es un monstruo? ¡Acaso deja de ser nuestro hijo por eso! ¡Adelan-
te, mátalo y conviértete tú en el monstruo!
48
-¡No puedo! ¡No puedo Agatha! ¡No puedo hacerlo! Es mi hijo, no puedo
asesinarlo, no puedo convertirme en el asesino de mi hijo…
-Tranquilo amor, todo está bien, no debes sentirte mal estás haciendo lo
correcto… después de todo es nuestro hijo, es un niño, lo educaremos para
que no dañe a nadie.
Debió crecer entre lujos y excesos, sin tener nunca con quien com-
partir, excepto su madre abnegada, cuyo acto ya se había vuelto tan pesado
que se convertía en deber. Mientras, fuera de su reino, muchos morían en
guerra por heridas fatales y hambre; Víctor moría en espíritu creciendo entre
miradas preocupadas que lo señalaban por ser el hijo de la luna, aquel que su
padre no pudo matar.
49
Preferible hubiese sido la muerte, pues el no existir en el corazón de
nadie era estar muerto en vida. Los años pasaron y transcurrieron ante sus
ojos, Víctor permanecía en aquel oscuro lugar reviviendo su vida, época por
época, contemplando una vez más cuando todo comenzó.
Ahí estaba de nuevo, eran los 13 años, justo el momento donde vi-
vió su primera guerra. El había sido preparado para aquel instante, durante
tardes incontables mientras los demás paseaban y compartían; no era que no
pudiese estar con ellos, era que no deseaba estar con ellos, porque ya había
aprendido a reconocer el rechazo por parte de otros. Durante aquellas tardes
solo su padre permanecía a su lado, por compromiso y deber, creía firmemen-
te que si Víctor habría de vivir y requeriría un esfuerzo tan grande mantenerlo
en palacio, entonces justificaría su existencia. Era por eso que lo impulsaba a
entrenar, siempre de manera ardua, sin piedad, sin compasión, no era ni hijo
ni familiar, ni siquiera un soldado, era un experimento, un arma viviente en
creación. Tal vez guardaba la efímera esperanza, que aquella disciplina militar
con la que fue educado sirviera para crear un hombre obediente, sin voluntad,
sin ánimos de dañar excepto que se le ordenara, sería una forma de burlar a la
profecía.
Fue así como pasó de ser una sombra apenas nombrada a estrella, a
conocer la admiración y la aclamación, aun cuando en el fondo guardaran
terror y el miedo a su presencia. Hasta ese momento, había aprendido a vivir
sin nada ni nadie, su desapego por el mundo le había permitido no dar fin a su
50
existencia, pues al no esperar nada de la vida, entonces la vida no lo decep-
cionaría. Pero ahora, todo era distinto.
51
La guerra era todo para Víctor y como era de esperarse, cuando no
había guerra era el momento más peligroso, pues entonces enfundaba su
espada para desplegar su arma más letal… sus palabras. No pasó mucho
tiempo, antes que la paz venida después del fin de las guerras de expansión se
convirtiera en otra guerra, una guerra silenciosa.
52
Su unión fue temida, pero a la vez agradecida. El amor que había
surgido entre ambos los mantenía ocupados uno en el otro, trayendo consigo
la paz para ambos reinos. Sin embargo, aquella paz era algo efímero, su pe-
queña maquinación tenía un fallo, un fallo demasiado grande cuyas conse-
cuencias serian peores que el problema original.
El reino rebosó de alegría, el príncipe sonreía una vez más y sus lá-
grimas de amargura se habían marchado, pero… ¿Por cuánto tiempo?
53
El encuentro entre aquellos tres seres fue fatal. El mundo de Eliza se
vino abajo ante una amenaza que apenas podía combatir, todo obraba a favor
de Roxane, quien valiéndose de la culpa de Víctor y de la influencia sobre el
rey, manipuló la situación desterrando al olvido a Eliza. Por más que quiso no
pudo resistirse, su esencia malévola lo impulsaba a estar con ella, su cuerpo
clamaba tenerla una vez más, fue de esa manera que Víctor consumido por el
canto de las sirenas dio muerte a un alma luminosa, al alma de una joven
campesina que solo esperaba de la vida la felicidad, felicidad que por inocen-
cia o ingenuidad pensó que podía encontrar al lado de Víctor.
Pero no eran sus recuerdos lo que más dolían, sino los recuerdos que
nunca le pertenecieron los que más rasgaban su alma. El tiempo seguía avan-
zando y ahora podía ver lo que nunca sus ojos apreciaron, podía ver el alma
de Eliza sufriendo en su ausencia, llenándose de un odio profundo y mons-
truoso.
Eliza murió en vida, más no así, su amor por Víctor. Llevada por un
sentimiento del cual Víctor era indigno, sacrificó lo que le restaba de humani-
dad, sumergiéndose en las tinieblas y entregándose a las artes oscuras de la
nigromancia.
54
No se puede llamar amor a aquello que no se desborda y se da de
manera temerosa o secreta. Y todo Víctor era un secreto, secreto a voces, pero
secreto al fin.
Aquel que dominaba todo, aquel quien manipulaba todo, era mani-
pulado por la hija de las sirenas, a quien amaba pero con la cual no podía
estar, pues su alma distaba de la mujer que alguna vez conoció.
55
el cielo, fundiéndose en medio de un silencio abrupto y de una neblina cóm-
plice que guardaba dentro de sí, el cuerpo congelado de aquel que era su hijo.
Nadie nunca estuvo preparado para lo que sus ojos vieron, nadie
nunca pudo esperar aquella escena salida del sueño más profundo, solo la
inocencia de Ezequiel lo liberó del temor, llevándolo poseído por la emoción
a correr desmedidamente hasta el cuerpo de su madre. A los pies del mago,
este lo miró con una expresión claramente desalmada, su mirada carecía de
vida, de espíritu, era un ser hueco, vacío, sin deseo o voluntad.
Con cuidado, colocó el cuerpo de Roxane en suelo, a los pies del ni-
ño. Y bajando su cabeza en señal de respeto solo exclamó en un susurro que
retumbó en medio del silencio de aquella habitación.
-Deseo… concedido.
56
CAPITULO VIII
“Arjeck”
L
a luna resplandecía en lo alto de cielo, la noche oscura era su acompa-
ñante, pues incluso las estrellas se ocultaban ante su perversión que
amenazaba con descaro el horror que se estaba a punto de cometer.
Por más que lo intentó no hubo palabras para dar un a adiós al hijo
no nacido que llevaba en su vientre, más que un frase –Arjeck… ese hubiese
sido tu nombre…- Ella habría de sacrificar su vida para entregarlo a Luna, con
la sola esperanza que ella, quien reina en los cielos le otorgara un futuro
mucho más brillante que el que esperaría a manos de su mísera existencia
mortal y del caos inclemente de la vida.
Norte, sur, este y oeste. Era ese el nombre de las cuatro hadas de los
puntos cardinales, señoras de las aguas, de la lluvia y del océano. Eran ellas
quienes traían el caos invernal y quienes mantenían a los dioses aprisionados
en el frío del espacio, eran ellas quienes con poderes más allá de los que la
luna podía soñar, daban orden al universo en medio de su caos, atadas por
reglas que incluso ellas mismas no comprendían.
57
Seres inmortales hechos de agua, neblina y escarcha. Danzaban a
través del viento en busca de aquellas almas que con su voluntad invocaran el
deseo fervoroso de su corazón, eran ellas quienes daban esperanza al mundo a
cambio de un precio que nadie podría pagar.
-Pronto nos veremos… Aghata. Solo tres días, tres días…- Con estas palabras
Numis, la mentira de marfil; emprendió su retirada con paso suave y tranquilo
mientras que su cuerpo se desvanecía cual fantasma e ilusión.
58
Vida a la cual buscaba y llamaba desesperada golpeando el suelo
que, con ayuda de la sombras, lo había devorado. Era el final, él no volvería,
la mentira de marfil había acabado con el rey. El reino moría y ahora todos
debían enfrentar un horror mayor, sus propios deseos.
59
CAPITULO IX
“Día I”
D
espués de la tormenta viene la calma. Y era en la calma de aquel
jardín, en donde tantas veces y a solas viendo el atardecer había
llorado, que hoy compartían su pesar.
60
el mundo era aquel y a donde fuesen ellas llevarían consigo la guerra, aquella
guerra de amor y odio que tarde o temprano debía acabar.
Sin embargo, la peor de las realidades era acabar con todo, pues el
resultado de aquella decisión implicaría acabar con sus vidas y con la de
Ezequiel, incluso con la del reino mismo ¿Cómo negarse a sí mismas que
ellas eran el símbolo más grande de lo que Víctor había sido en vida?
Cierto era, que aquel hombre era más un monstruo que un humano,
que todo lo que tocaba sufría ¿Pero acaso no eran ellas así? ¿Acaso no cono-
cían su verdadera naturaleza? ¿Por qué querer cobrarle algo que siempre fue?
¿Por qué querer hacerlo culpable de algo que aceptaron desde el principio?
¿Por qué querer castigarlo, cuando su peor condena era luchar contra sí mis-
mo, para poder regalarles un mundo del cual solo las quería a ellas?
61
Fue este el momento más miserable de sus vidas, al darse cuenta
que habían arruinado una existencia ya miserable quitándole lo único que
tenia y sin darle nada a cambio.
Pero fue la risa de Ezequiel la que les reveló aquella verdad, al verlo
jugar con inocencia con el Mago Azul sin temer a su poder o a su identidad.
- Roxane, no podremos ganar esta guerra sin Víctor. Él era el único con el
coraje y la monstruosidad suficiente como para afrontar el horror del comba-
te.
-Puede que sea así, pero aun así debemos intentarlo, nuestros errores ya han
costado suficiente. El reino no debe caer por nuestras faltas, todavía conta-
mos con Marcos quien es un hombre leal y que estará dispuesto a ayudarnos
si tú se lo pides.
-No lo sé… supongo que lideraré a las tropas y tu podrás ayudarnos con tus
hechiceros y gárgolas. Después de todo, casi venciste a Víctor, estoy segura
que esta guerra no será ningún reto para ti.
-¿Púrpuras?
62
-¡Exacto! Uhmmm… siempre se me olvida como se llama, así nunca llegaré a
ser un gran pintor. Cuando crezca quiero pintar y hacer grandes cuadros,
para así retratar a mi familia y mis amigos.
-Cuando llegaste todos lloraban, pero… si veo bien tus ojos, no me pareces
alguien malo, incluso creo estas triste ¿Te sientes mal por algo?
-¿Triste? ¿Yo…?
-La señora Eliza siempre me repite que todos tienen sentimientos, incluso
papá, en ocasiones pareciera no quererme, y me asusto y lloro cuando lo
llaman monstruo o me ve de esa forma rara; pero Eliza me dice que no siem-
pre las personas demuestran sus sentimientos y que en ocasiones las personas
no saben lo que sienten… como papi.
-¡Sip! Pero el hombre de la máscara se lo llevó, mami dice que pronto volve-
rá, pero creo que me está mintiendo, pues la he visto llorar desde que desa-
pareció…
-¿Lo extrañas?
-¡No! Yo se que papi esta muerto… y aunque lo extraño, no deseo verlo su-
frir. Cuando nadie lo ve, él llora solo, lo sé porque lo he visto por la cerradu-
ra cuando está en su habitación. Siempre repite lo mismo “¡Perdón!” no
deseo verlo llorar más…
63
-Que todos aquí en palacio fuesen realmente felices, incluyendo papi y en
especial mami y la señora Eliza…
-¿En serio…?
-Si… no tiene para mi ninguna dificultad, no hay nada que me sea imposible.
Tengo el poder de las hadas, por eso mis ojos son de este color y por eso
puedo cumplir cualquier deseo.
-¿No? Eres muy rarito, pero igual me caes bien, ¡Después de todo no eres
una mala persona! ¿Cómo puedes ser malo si cumples los deseos de la gente
y los haces feliz?
-Echelon.
-No, pero así me llaman desde hace mucho tiempo, mi nombre real no lo
puedo decir.
-¿Por qué?
-¿Cuál?
-¡Deseo que algún vez tú quieras y desees decirme tu nombre real! Bueno…
me tengo que ir, ¡Adiós!
64
-Deseo… concedido.
65
CAPITULO X
“Día II”
E
l día había llegado casi sin aviso, el tiempo transcurría silencioso y la
presión aumentaba con cada segundo. La decisión a tomar era difícil,
pues desconocían cual debía ser el precio a pagar por los deseos ya
cumplidos al ingenuo Ezequiel, quien manipulado por la máscara de marfil y
llevado por su inocencia, ahora no se desprendía del Mago Azul por el cual
parecía mostrar una simpatía poco razonable.
-Pensé que sabrías que hacer en este momento… después de todo, tú eras una
de las personas que con más fuerza deseaba su muerte.
-Tal vez es cierto… pero aun así, ese hecho no borra la guerra que ahora
espera afuera. Los soldados se repliegan y se organizan para un ataque final,
ya no habrá más tiempo y puesto que la abeja reina ha muerto, alguien debe
asumir el control.
-¿No fuiste tú quien le dijo a Roxane que eso era una locura? Su destino aún
es incierto, tan incierto como la duda en tu corazón acerca de si revivirlo o
no.
-No es hechicería, solo hay que observarte a los ojos. El precio a pagar será
muy alto…
66
-Confrontación que él causo y que también pudiese agravar, la muerte es un
destino bastante amargo, más bajo las circunstancias en las que cayó él ¿Qué
garantías hay que su retorno no traerá consigo su venganza? Después de
todo, ambas rompieron su promesa y ahora él podría sentirse libre para
arremeter contra lo que más amaba…
-¿Amaba…?
-¡Eso no es así!
Aghata había dejado algo claro con sus palabras, el Mago Azul no
era la verdadera amenaza, pero entonces ¿Cuál era?
-No tiene por qué sentirse incomodo o apenado, puede disponer de cualquier
cosa sobre la mesa en el caso que le apetezca.
-Tengo muchos nombres, pero Echelon bastará para cumplir con su objetivo.
67
-Echelon… entonces ese es el nombre de a quien le debo agradecer haberme
vuelto a la vida.
-No existe nada que agradecer, solo cumplí con lo que se me ordenó.
-Aun así insisto en darle las gracias, pudo haberse negado igual a cumplir
esa orden por provenir de un niño.
-Tal cosa no es posible, sin importar de quien venga el deseo debe ser cum-
plido, siempre y cuando el precio sea pagado.
-¿Acaso no es evidente?
-No tengo nada que ocultarle, realmente desconozco que fue lo entregó mi
hijo a cambio de mi vida ¿Cuál es el precio a pagar de sus deseos?
-No existe un mismo precio para todos los deseos, cada deseo posee su propio
costo. Aun para mí, me es imposible determinar cuál será el precio que el
cliente habrá de pagar… pero algo si es cierto, nadie está exento, las reglas
son claras.
-Correcto.
-Entiendo… pero hay algo que me inquieta, ¿La forma en la que se formulan
los deseos sigue alguna regla en específico?
-Solo dos, cuando no he sido invocado por primera vez el deseo original debe
hacerse con sangre y pronunciando mi nombre, pero una vez ya invocado,
solo bastará con que a mis oídos llegue “Yo deseo…” sea de manera cons-
ciente o inconsciente.
68
En medio del juego y las risas Ezequiel se detiene, acercándose a su
madre con lentitud y una expresión de inquietud.
-No hay nada porqué temer amor, todo estará bien. Tu padre es un gran
guerrero y se encargó de formar soldados valientes y muy fuertes que nos
protegerán.
-Si… lo sé… pero papi ya no está y todos en palacio están muy tristes por la
muerte de papá ¿Papá murió por mi culpa?
-N… no… ¡Claro que no! ¿Por qué dices algo así?
-Yo no escojo con que han de pagar, lo hacen las propias personas, aquellos
quienes no son conscientes de su voluntad entonces serán victimas de su
destino.
-Caos…
69
control de su destino, por lo cual fue el destino quien ha escogido quienes
habrían de ser sus padres y cuál ha de ser su vida hasta que él se revele.
-¿Qué dices, Este?... ¡Ah! ¡Disculpe! Me distraje un poco, Este me dice que
ese era su nombre, Víctor, ese era el nombre del único hombre que estaba
dispuesto a pagar el precio justo por aquello que deseaba. Su partida de este
mundo es una lástima, no existen demasiadas personas como él, tal vez él
hubiese podido salvarlos…
-Pandemónium…
-Es así, el resultado será impredecible, pues todos solo pensarán en sí mis-
mos, sin consciencia alguna de lo que desean y de su costo, ni del costo para
otros. Nada en este mundo está desligado, todo se entre conecta, ¿No entien-
do que lleva a los humanos a la soberbia de pensar que pueden ir en la vida
actuando sin que tal acción tenga una reacción?
-Yo… yo… no sabría que responderle, solo se una cosa… no deseo que Eze-
quiel sea víctima de ese caos.
-¡No! ¡No me importa lo que me suceda a mí! Solo deseo que él no tenga
nada que ver con esto, que él tenga la oportunidad que nosotros nos hemos
negado.
70
-Entonces puede que haya una forma de salvarlo todavía…
Fue con la primera gota que lo pudo ver, la lluvia había comenzado,
pero aquella primera gota no era agua sino sangre. Alzó su mirada y la dirigió
al medio del campo de batalla, en donde la figura de un joven de piel clara y
cabello largo y negro deambulaba entre los cadáveres, buscando a los sobre-
vivientes y heridos.
71
carne. Un alarido de dolor llenó el aire, los soldados enemigos desde sus
refugios veían estremecidos la escena salida de pesadillas, sin embargo, nin-
guno acudió en ayuda del que era uno de los suyos.
72
CAPITULO XI
“Día III”
N unca pensó que aquel día llegaría, aquel día en donde aun entre los
malditos y despreciados, entre aquellos que han cruzado la línea y
caminado a través de lo profano, ni siquiera se atreven a caminar en
pensamientos.
Las murallas que durante meses habían contenido el ataque, hoy por
fin cedían. El enemigo penetraba las defensas y avanzaba imparable ante un
ejército que desmoralizado por la ausencia de su rey, solo buscaba proteger a
los ciudadanos.
El fin parecía inevitable, un fin que durante mucho tiempo Eliza ha-
bía temido y que hoy parecía no tener las fuerzas para confrontarlo y mucho
menos para aceptarlo. Todos permanecían en silencio en la sala del trono,
aquella sala en donde alguna vez Víctor reinó con su arrogancia y prepoten-
cia, pero en donde también trajo alegría y paz a un mundo cruel que solo
podía ser apaciguado por una bestia igual de cruel.
-¿Mami, pronto nos vamos a reunir con papá?- Fueron estas las palabras del
pequeño Ezequiel a su madre, las cuales retumbaron en la sala en medio del
silencio y la resignación.
73
lágrimas que delataban un deseo animal por sobrevivir y un deseo humano
por vivir.
-¿Pero mi señora que piensa hacer? Debe escapar, el enemigo está por ter-
minar de penetrar nuestras defensas, debe salvarse.
-¡No se queden ahí parados, hay una guerra que ganar! ¡Soldados…! ¡A sus
puestos!- Gritó con todas sus fuerzas en tono enérgico e imperativo, el cual no
resultaba ser otro que Marcos, quien a pesar de sus heridas se había levantado
para dar su último aliento en lo que sería el encuentro final.
Un grito a una sola voz se alzó en los aires, los soldados elevaban
sus armas a los cielos sacudiéndolas enérgicamente, la moral había vuelto y
en sus ojos se podía ver nuevamente el deseo de luchar.
-¡Por nuestro honor, por nuestra reina, por nuestra vida y por nuestra fami-
lia! ¡¡ATAQUEN!!- Gritó una última vez Marcos mientras se arrojaba en
contra del ejército enemigo, encabezando a las tropas, quienes lo seguían
poseídos por aquel espíritu de lucha.
74
El enemigo, confiado y agotado por tantas semanas de asedio ape-
nas pudo reaccionar, viéndose pronto acorralado y perdiendo su ventaja a
pesar de su supremacía numérica. Poco a poco, Marcos avanzó con paso firme
haciéndoles retroceder y salir más allá de las murallas, recuperando el terreno
perdido. Los comandantes enemigos observaban con enojo y nerviosismo la
fuerza del contra ataque y en un esfuerzo desesperado por reprimir la revuelta,
liberaron la furia de sus flechas incandescentes y sus armas de fuego que
cruzaron los cielos convirtiéndolo en el infierno.
Desde más atrás del balcón, por detrás de Roxane, Eliza observaba
el despliegue de las fuerzas militares que respondían al ánimo y espíritu de la
reina. Un sentimiento de esperanza y odio la embargó, al desear vivir, pero ser
incapaz de luchar por sí misma y de defender su propia vida.
75
esparciendo una oleada sangrienta que consumía los cuerpos cual acido mor-
tal.
-¡Es el Mago Rojo! ¡Debes sacar a los soldados de ahí o los devorará a
todos!- Gritó Eliza a Roxane, al ver la imagen del joven.
-¡NO! ¿Por qué…? ¿No fuiste tú quien dijo que deberíamos morir con honor?
La mano de Roxana voló con fuerza por los aires azotando la cara
de Eliza acompañada de una mirada de ira desbordada y lágrimas de frustra-
ción.
76
-Si no eres capaz de luchar para salvar tu vida… entonces… hazlo por Eze-
quiel, si el enemigo obtiene la victoria yo moriré y él será convertido en un
esclavo en el mejor de los destinos, sino… todos seremos alimento de ese
monstruo. Yo no tengo la fuerza ni el poder para enfrentarlo, Víctor ya no se
encuentra, ahora nuestra vidas dependen de nosotros y de más nadie, él
merece la oportunidad de vivir y llevar la vida que nosotras nunca pudimos y
quisimos tener… te lo suplico Eliza, despierta, lucha por nosotros y detenlo,
lo único que me queda es él, estoy dispuesta a sacrificar lo que sea, solo
DESEO resarcir el daño que hice y que él y todos a los que dañe puedan ser
felices…- Derrumbándose entre lágrimas.
Ella que siempre consideró que la vida le había arrebatado todo, po-
día ver que no había sido la vida, sino ella misma. Era ella culpable de sus
desgracias y sus miserias, dentro de su mente una pregunta rasgaba su alma y
la acercaba más a lo humano a la vez que la alejaba “¿Cómo pude odiarla si
ella tiene menos que yo?”
77
Era esa la realidad, Roxane poseía una existencia mucho más mise-
rable que Eliza, carecía del poder para controlar su existencia, para alcanzar
sus sueños o realizarlos por sí misma. Lo único que había poseído era una
belleza que el tiempo le arrebataría y el amor de Víctor que el destino se había
encargado de quitarle, cobrándole su falta de voluntad.
Fue entonces cuando su alma encontró algo que hacía mucho había
perdido por culpa de ella misma, algo a lo que los hombres renuncian por su
falta de voluntad, la paz. Eliza sonrió a Roxane con una tranquilidad inenten-
dible, una sonrisa que envolvía un alma llena de tranquilidad, y con la misma
se dio vuelta tan solo exclamando:
En paz, sin exigirle nada más a la vida, sin esperar nada de nadie,
sin ánimos de justicia o venganza avanzó al campo de batalla, tan solo con
una sonrisa en su rostro y una mirada que dejaba claro que se despedía de la
vida.
78
-Solo cumplo las ordenes de la Luna, ella deseaba que yo viniese hasta acá.
-No lo sé, solo decidí sentirlo y asumir que toda la culpa de mi vida recaía en
las elecciones de cada decisión que tomé.
79
existe una forma de traer a la vida nuevamente a una persona o por lo menos
a su alma… ese método está prohibido, cualquiera que lo realice será conde-
nado a muerte por los mismos nigromantes, pues ni siquiera entre nosotros se
nos permite jugar a ser dios, no por miedo, sino por respeto al difunto quien
por fin a alcanzado lo más preciado en la vida, la paz. Nunca imaginé que
tendría que llegar a este extremo, pero supongo que no tengo otra opción,
esta es la única manera que poseo para detener a un hijo de la luna como
tú… perdóname… realmente perdóname… ¡VICTOR, LEVANTATE!
-Necesito una vez más de ti, solo una última vez, no puedo sola contra él.
Perdóname por lo que hoy te he hecho, te entregaré mi alma a cambio por la
eternidad si así lo deseas, pero antes, por favor Víctor, ¡Destruye al Mago
Rojo!
80
de sus cuerpos grandes agujas de sangre surgieron, atacando directamente al
monstruo pétreo.
-Deseo… concedido.
81
fue desquebrajando, hasta levantarse una nube de polvo, la cual se dispersaba
de a poco dejando entre ver una figura en ella.
Víctor había vuelto a la vida, se encontraba de pie, tal cual como an-
tes de su muerte. Sostenía con un brazo a Eliza quien permanecía inconscien-
te, mientras con el otro a su espada a la altura de su rostro.
-Con que eres tú de quien me habló la Luna, eres tú el monstruo que guía a
esta nación… el monstruo que tiene encerrada la última pieza.
82
-¡No! Pero igual no me importa ¿Qué destino diferente a la muerte o al in-
fierno puedes ofrecerme? Entiende algo… no puedes quitarle nada a alguien
que tiene menos que tú.
-Perfecto ¡Empecemos!
Eliza despertó, la primera imagen que observó fueron los ojos tem-
blorosos de Marcos mientras este la protegía con su cuerpo. Eliza nerviosa
83
tomaba su rostro llorando de desesperación. Como pudo salió de debajo de él
y lo sacó de la estaca, recostándolo en sus piernas y cayendo en el desconsue-
lo.
-¿Por qué?
-Es mi deber.
-Que todo está bien… este era mi deseo, por fin podre reunirme con mi fami-
lia.
-¡Buen viaje!
-Puede ser…
84
-Si tan solo hubieses sido distinto, si tan solo te hubieses detenido a pensar
antes de actuar muchos estarían aún con vida…
-Por el contrario, te amaba más que nunca, siempre estuve consciente que
solo me amaste de verdad con tu alma y corazón antes que yo te la arrebata-
ra aquella vez, luego de eso… nunca fuiste la misma, acepto mi error, siem-
pre lo acepté y por eso estuve dispuesto a pagar el precio.
-¿Por qué? ¡No lo entiendo! No logro entenderlo por más que lo intento, no
entiendo como él la ama a pesar de su desprecio, como él acepta su castigo
sin necesitar nada más de la vida, ¿Acaso su alma esta completa? ¡No, no es
eso! Es otra cosa… su alma se encuentra vacía, sin embargo, para él vale la
pena este sacrifico, a pesar que no tiene otra cosa más que su esperanza
¡Pero él es un monstruo como yo! ¿QUÉ CLASE DE MOUNSTRUO ES? ¡ÉL
DEBERIA ODIARLA COMO ELLA A ÉL! Pero por el contrario la ama, sin
siquiera pedirle nada a cambio, entregándole lo poco que le queda… regresó
de la muerte tan solo para morir a su lado, aun cuando eso no cambiaría
nada… ¿Por qué…?
85
-Eliza… ¡Perdóname!
-No hay nada que perdonar, hiciste lo mejor que pudiste, pero igual eso ya no
cambiará el hecho que no te amo más…
Las fauces rugieron, el suelo bajo los pies tembló y por última vez
se abrieron permitiendo decir adiós a la luz del día.
Las fauces se cerraron, pero tal cosa no pudo ser. Pues cada gota de
la sangre de los caídos, viejos y nuevos, se congeló ante la voz suave que
retumbaba y el sonido de pisadas que dejaban ver la figura del Mago Azul
saliendo de entre la neblina y deteniéndose a los pies de su hermano el Mago
Rojo.
-Deseo… concedido.
86
CAPITULO XII
“La Luna”
A
la luz de una fogata, ambos hermanos conversaban como dos desco-
nocidos, en fascinación cósmica de alguna vida pasada por su encuen-
tro inesperado pero siempre anhelado.
-Sí… ser mago no fue una elección, fue una salida a lo que consideré una
vida que no podía ser peor, pero tal vez me equivoqué…
-Porque el estar aquí, bajo el cielo estrellado y la luz de luna, mientras ob-
servo tus ojos me hace creer que tal vez, mi deseo no sea tan inalcanzable
para mí.
-¿Y cuál es tu deseo? ¿Qué podría desear un mago que posee el poder del
universo en sus manos?
-Amor… la cosa más simple y difícil de alcanzar aun para los dioses.
-No existe nadie en este mundo que no desee por lo menos algo, aun lo más
insignificante.
87
igual manera la mentira está en que eres tú quien escoge como ha de cum-
plirse el deseo.
-No siempre…
-¿Te arrepientes?
-¡No! ¿Y tú?
-Tampoco, hoy por fin entendí que no estoy solo y creo haber conseguido un
lugar al cual llamar hogar.
-A ti… solo tengo que hacer el deseo correcto y confiar en que todo saldrá
bien.
-No con mi deseo… yo deseo, que nuestra historia no termine aquí, que sin
importar el precio a pagar podamos reunirnos en esta o en alguna vida,
juntos por la eternidad, soportaré cualquier castigo o prueba con tal de
volverme a reunir contigo y ver tus ojos violetas una vez más.
88
mortal al que alguna vez conociste y amaste, y solo cuando ambos hayamos
pagado el precio de nuestro deseo, entonces… volveremos a reunirnos, en
esta o en otra vida. Hasta entonces mi dulce Rhekhiem… no me olvides que
yo no lo haré, deseo… concedido.
Desde una ventana, Numis observaba el adiós entre los dos magos,
mientras que una lágrima silenciosa atravesaba su rostro recordando tiempos
mejores y la razón por la cual se encontraba ahí, cruzaría la puerta en busca de
un nuevo mundo y una nueva oportunidad.
-¿Es por la llave que da a la habitación de Aghata por lo que estás aquí?
-¿Cómo lo sabes?
-Es lo único de valor en este reino, el resto solo son almas decadentes que se
retuercen en su propia miseria, incluyendo la mía.
89
-Te la daré, ya no tengo razones para seguir luchando.
-Deseo descansar…
-Nunca lo intenté.
-Eso y más…
-Mi vida ha sido siempre un riesgo, uno más no cambiará en nada mi histo-
ria.
-Ya veo…
-No lo sé… hubiese deseado darle una mejor vida, pero tal cosa era imposi-
ble, yo no tengo vida propia así que nunca habría sabido cómo.
-¿Estas consciente que aun puedes cambiar esa realidad? El mago podría
hacerlo.
-No, gracias, pero no. Ya es mucho lo que los demás han sufrido por mi
egoísmo.
90
-Entonces, si no puedes hacerlo por ti, hazlo por el niño. Desea un futuro
para él y asume el precio que debas pagar. Ahora… debo marcharme, tengo
que terminar por lo que vine.
-Esta guerra ha cobrado un precio muy alto, en especial para los inocentes.
-Así parece, tu guerra me ha arrastrado incluso a mí, pero por alguna extra-
ña razón me siento feliz de haber venido aquí, ya por fin logro entender lo
que es la felicidad y la tristeza.
-¿Te arrepientes?
-Salva a mi hijo, solo deseo que esta guerra tenga un final que le permita
vivir la vida que yo nunca pude.
-Acepto todo precio por mi deseo, acepto pagar hasta la última consecuencia,
sin importar cuantas personas involucre. Solo deseo que mi hijo sea feliz, que
su corazón obtenga lo que necesite para llevar una buena vida, no me impor-
ta si mi deseo cambia la vida de pocos o muchos, aceptaré cualquier precio
con tal que el deseo de vivir de cada persona en este reino y en esta vida que
pueda hacer feliz a mi hijo sea cumplido, yo pagaré a cambio de todos ellos.
-Completamente.
91
-Entonces que así sea, deseo… concedido.
-No te preocupes, cuidaré bien de él, para cuando despierte estaremos lejos
de aquí a salvo de la guerra y con un futuro.
-Entonces debo marcharme, solo faltan unos pocos minutos antes que la
oscuridad se disipe y la guerra llegue por fin a su culminación.
Cuando el sol por fin se levantó en lo alto del cielo, la guerra ya ha-
bía comenzado. Víctor permanecía sentado en su trono dispuesto a defender
hasta lo último lo que consideraba por derecho suyo, Eliza se encontraba en lo
alto del balcón observando a las tropas enemigas avanzar sin que nada las
detuviese, los soldados enemigos eran indetenibles, su número le hacía impo-
sible a las tropas de Víctor repelerlos, en especial con la ausencia de Marcos.
-¡Habían tardado mucho! ¡Pensé que nunca llegarían! El líder del grupo
anterior resultó ser algo obstinado y apenas me escuchó, tengo la esperanza
que ustedes sean diferentes.
92
ella es mi madre, y solo bastará una palabra mía para que ella acabe con su
ejército.
-¿Pero entiende que no podemos dejarlo ir? Sus condiciones son viables,
pero no podré explicarle a mi rey el por qué acepté algo así sin prueba algu-
na.
-¿Ahora me creen?
-¿Dónde están todos? ¿Dónde está papá? ¿También se lo llevaron las hadas?
-Deseo… concedido.
El mago chocó sus manos y tocando con sus palmas el suelo, una
corriente de energía azul descendió desde el risco hasta el mar en donde este
se abrió en dos, levantando muros gigantescos de agua que lentamente se
93
fueron congelando, atrapando en una prisión gélida a las criaturas del abismo
que custodiaban el castillo de cristal de las cuatro hadas cardinales.
-Pero yo deseo que no mueras… porque deseo que vivas también para ser
feliz como tú quieras.
Fue así como cruzó las puertas del castillo, en donde las cuatro ha-
das lo esperaban, listas para la confrontación final.
-No necesito tu ayuda ni la de nadie, no tienes por qué quedarte, eres libre
para irte con ella.
94
-No lo creo, ella está un tanto ocupada, además, esa es mi elección.
-Entonces creo que hay esperanza, solo necesito que quieras darme una
oportunidad más y que confíes en mí, todo saldrá bien.
95
Aghata, quien observaba todo desde su habitación, se sonrió llena
de esperanza y paz, ante el hecho que por fin Víctor y Eliza, así como todos
aquellos que amaba serían felices o eso esperaba. Levantando su rostro, diri-
gió sus palabras serena a la mentira de marfil, quien la acompañaba empu-
ñando la espada del odio, esperando el momento acordado.
-No fue fácil llegar hasta ti anciana, debo admitir que fue ingenioso el plan
de Dios de ocultar la última pieza de su alma en ti, tratando de evitar que
Luna complete su ritual y cruce la puerta en donde él esconde su verdadero
cuerpo. Cuando ayudé al profeta y al ángel iridiscente a dar muerte a una de
las piezas del alma de Dios, nunca soñé que vivirá una vez más esta expe-
riencia, debo admitir que me honra darte muerte, tu vida ha sido miserable,
te has condenado tú misma y eres tú la única responsable del sufrimiento que
viviste y que hiciste sufrir. Sin embargo, esta última acción que has tenido, de
aceptar tu destino sin luchar, por el bien de tu hijo ha conmovido mi alma…
no te preocupes, cumpliré con mi parte del trato, me aseguraré que la luna lo
vuelva rey del infierno y con él, a su amada.
-¡He cumplido con mi parte del trato, ahora hazme cruzar la puerta antes que
tus hijos y que tú misma! ¡Llévame a esa tierra que me prometiste, en donde
podría comenzar una nueva vida! ¡Otórgale a Víctor el destino que desea y
que he pactado! ¡Y déjame ver la tierra de Dios antes que te adueñes de ella!
96
más que polvo. Su cuerpo y alma viajaron hasta la puerta, la cual se abrió ante
él permitiéndole ver un nuevo mundo.
97