Cuentos Pablo Donzelli

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Textos seleccionados para trabajar en la jornada

Cuentos extraídos de la antología 5 x 5, editada por Trompetas Completas en 2017, el cual


reúne textos inéditos de 5 autores tucumanos: Alfredo Aráoz, Alejandro Nicolau, Pablo
Donzelli, Felipe Quiroga y Máximo Olmos.
En esta oportunidad trabajaremos con los cuentos: “Blanco”, “El señor de los triángulos” y
“El observador”.

Blanco

El primero en chocar contra la bolilla fue el changarín Gustavo Prieto. Caminaba


distraído por la avenida América al 500 llevando su carro vacío, todavía a esa hora de la
mañana, cuando algo como un dedo que lo señalaba lo detuvo sin contemplaciones.
Retrocedió sorprendido porque no había visto a nadie y el carro había pasado sin
inconveniente alguno. Cuando prestó atención descubrió a la altura del pecho una bolilla
suspendida en el aire. Más precisamente parecía una canica, una de las bolillas más
codiciadas por los niños que tienen ese blanco tan fuerte y tan acrílico. Sin miedo la intentó
tomar. La encerró en su puño e hizo fuerza para sí. No se movió. Miró preocupado por
última vez y siguió su camino.
Una cuadra más adelante le advirtió a una señora gorda que caminaba en sentido
contrario: “Cuidado doña con la bolilla”.
Como era de esperar la señora no le llevó el apunte, quizás debido a que venía
reprochándole a una niñita que llevaba de la mano que no se meta los dedos en la nariz, que
quedaba feo, mala educación, que qué va a decir el señor y por distraída y por no escuchar
los consejos, tuvo ella también que soportar esa sensación de ser increpada firmemente por
un dedo invisible. “Diosito santo, Virgen María, una bolilla blanca, en el aire, y dura,
diosito”.
Los ojos los tenía más como platos que de costumbre. Nerviosamente se refregaba
las manos en su ropa. Mientras, la niña notando que ya no se fijaba en ella volvió a meterse
los dedos en la nariz.
“Tiene que ser un milagro, sólo puede ser obra de Dios” y salió corriendo gritando
la buena nueva con más miedo que otra cosa. Después de repetir diez veces lo que había
visto, y segura de estar rodeada de otros tantos curiosos, recordó que su hija había quedado
en el lugar de los hechos.
—Llevemos velas —dijo líder y, tanteando que no era de los primeros en la
columna, regresó. La idea del milagro divino gustó, todos tocaron la bolilla y se prendieron
velas en el suelo ya que no era posible que se sostuvieran en el aire como la esfera.
No pasó más de una hora que ya el lugar estaba rodeado de gente, ya vendrían los
medios y una mujer era glorificada por ser la madre del niño muerto dos años atrás por
tragarse una bolilla (que no era de las canicas sino de las comunes). Se especulaba con un
mensaje, en que allí había que hacerle un santuario, en que desde el nacimiento el niño hizo
milagros y que una prima se salvó y que su mirada y ya cada vez que hablaban de la bolilla
la nombraban como bolillón porque en todo ese tiempo su tamaño se había multiplicado.
Poco a poco, junto al fuego de las velas, los arrebatos religiosos se fueron
consumiendo dando lugar a las cámaras de televisión que primero firmaban la esfera y
luego buscaban figuras de lo más famosas posible para que cuente a la audiencia su parecer.
En esto se estaba cuando llegaron los científicos. La esfera tenía el tamaño de una
pelota de tenis. Cortaron la calle, rodearon el lugar con cinta amarilla; ahora se trataba de
un patrimonio mundial. Comenzaron los experimentos: se la golpeó con un martillo, se
midió el sonido, se le pusieron 1000 kilos de toneladas encima, la rociaron con distintos
ácidos (hasta con Coca Cola) y finalmente midieron la velocidad de crecimiento.
La única conclusión: multiplicaba su diámetro cada hora.
Para eso ya el ente era el anhelo de los chicos del barrio que la miraban de lejos y la
querían para hacer un picadito en la cancha que estaba cerca y que por fin la desocuparon
los grandes interesados por el fenómeno.
La noticia recorría el globo y la promesa de los periodistas de un inminente
desenlace empezó a correr la misma suerte que el fuego de las religiosas velas. La única
novedad era que la pelota seguía creciendo y tiempo después fue tan grande que la parte
inferior se acercaba al piso. Un bromista puso unas botellas de vino y fue bien aprovechada
por los informantes que transmitieron en vivo y directo y gritaron como un gol el estallido
de mil pedazos de vidrio verde.
Llegó al piso y las esperanzas de que empezara a rodar calle abajo se disiparon al
notar que su rigidez y su crecimiento constante no cambiaron. Seguía creciendo hacia todas
las direcciones.
-¿Hasta cuándo?- preguntó el changarín Gustavo Prieto. Silencio del científico que
dejó los instrumentos y miró al cielo. Silencio del periodista que dejó de ser el objeto
mediático y pensó en sus hijos. Silencio de los famosos que no paraban de opinar. Y de
repente, una batucada de la murga Pechando el camión que buscaba cualquier objeto para
sacarle ritmo a ese cristal blancuzco.
-¿Hasta cuándo?- retumbaba por toda la zona, por todo Tucumán, por toda
Argentina, por Japón que se sentía a salvo como América con Hiroshima.
La esfera seguía creciendo y ya había atravesado ampliamente los límites del suelo,
amén de haber destruido una casa cercana. Era grave lo de la casa para una familia que
había quedado sin techo. Era grave la superación de la línea del suelo para toda la
humanidad porque de golpe sintió cómo había sido superado, cómo lo que era cero y de allí
para el cielo o cero y de ahí al infierno, era lenta pero implacablemente profanado.
La bola era tan ajena como si un personaje de un comic se esforzara por mantener
limpia su casa y viniera el dueño de la revista y, partiéndola en dos, destruyera el baño y la
sala de estar del cuadro de arriba. Así es cómo el hombre sintió que algo por fuera de su
mundo se le interponía. Mejor aún, cómo algo interno, en medio del tercer mundo,
empezaba a atropellarlo, un tumor silencioso que primero habita y luego postra al mejor
atleta.
El Consejo de Seguridad lo anunció. Desplazada media manzana y socavado el
suelo muchos metros, recomendó la evacuación de la zona. Las bombas atómicas
solucionarían todos los problemas y las catastróficas especulaciones. El caos fue sólo al
principio, pronto la gente se enteró que no eran tantos para aplastarse. En cuatro horas la
ciudad y sus alrededores estaban abandonados. Tres aviones cruzaron el horizonte y
segundos después tres hongos naranjas se entrecruzaban produciendo una temperatura y un
ruido abominable.
Luego la vista fue desoladora, una ciudad en ruinas, el correo, la casa de gobierno,
la casa histórica y otros bellos edificios habían desaparecido. Un paredón había quedado de
la cancha de San Martín. La de Atlético había sucumbido por completo. El canal del
Camino al Perú parecía un tren descarrilado. Desaparecieron los lapachos, los naranjos, las
tipas. Un hollín inconcluso, el fuego en el cerro San Javier y en el centro, sublime, pura,
límpida y brillante una perla gigante que no había sufrido rasguño alguno e
irremediablemente seguía creciendo duplicando su tamaño cada hora.
La humanidad había usado su máximo potencial, le había resultado (según el que la
tire) para detener una guerra, había resultado para que no se inicie otra que sería definitiva,
pero en esta oportunidad fracasó. El majestuoso quiste avanzaba hacia todas las direcciones
desplazando cualquier materia que se le interpusiese.
Se tragó la ciudad, se tragó las montañas por un lado y el lecho del río Salí por el
otro, una tras otras las ciudades fueron desapareciendo, los trastornos internos de la tierra
causarían catástrofes futuras pero ya no importaban: las hormigas, los monos, el hombre no
tenían escapatoria. Ni siquiera una nave improvisada de selectos magnates que con su
última soberbia pensaron que la perla detendría su crecimiento en la tierra siendo que
fueron alcanzados después de sucumbir la luna.

***

El señor de los triángulos

Señor Director de alguna orquesta:


Tengo el agrado de dirigirme a usted, debido que al asistir a la velada en que se
presentaban algunos pasajes de una obra de Tchaikovski, no pude disfrutar la apasionante
música como hubiese querido. Antes que eso, distintos hechos injustos no permitieron que,
como sucede la mayoría de las veces, vuele mi imaginación.
No puede ser, señor director, tanta discriminación. No puede ser que habiendo
tantas sillas, falte justo una para el señor del triángulo y él se tenga que quedar de pie
durante toda la función.
¿Qué A.R.T. lo protege? Usted no se da cuenta porque está rodeado de las
armoniosas cuerdas, pero el pobre señor del triángulo tiene a los timbales por un lado y a
los platillos por el otro, que lo harían saltar de la silla cada vez que se expresan, en caso de
tener una para sentarse. ¿Y las condiciones de trabajo? Mientras los violines tienen la
posibilidad de crecimiento, -con seriedad y esfuerzo pueden llegar a ser violonchelos y más
tarde contrabajos- al rezagado señor del triángulo no le alcanza con un sueldo por lo que es
común verlo en la misma obra tocando la pandereta. ¿Cómo se puede perfeccionar así?
¿Y al final? Un reconocimiento para las cuerdas, para los vientos, para todos los que
se van poniendo de pie, menos el señor del triángulo, que no lo pudo hacer ya que lo estuvo
todo el tiempo que duró la función.
No tire tanto para las cuerdas señor director, que los vientos pueden cambiar y todo
se puede percudir. Algún día llegará, como sucedió en Santiago del Estero donde los
bombos consiguieron su independencia a pura marcha y coraje, en que el señor del
triángulo rompa filas y siga su propio ritmo bailando y tocando por todo el escenario y
entonces sí, los niños d edad escolar sientan el llamado del recreo y en una gran estampida
corran desaforados ante la mirada atónita de los siempre educados espectadores.

El observador

Dulces, maquiavélicas, cardíacas, breves, sinceras, porfiadas, tristes, solemnes,


transparentes, dobladas. Cartas de amor hay de todos los tipos. La mía era única. No sólo
por su belleza sino porque tenía una única oportunidad de entregarla: el próximo domingo
en la plaza antes que ella entre a la misa de las nueve. Después se iría a estudiar a la ciudad
y yo me quedaría con mi cargo en la comuna por el resto de mis días.
Durante toda mi vida una extrema timidez me paralizó. Una sensación de ser
observado me invadía cada vez que tenía que realizar una acción. En las situaciones tensas
mis únicos actos eran una copiosa transpiración en las manos y una gran taquicardia.
Durante toda la semana escribí la más dulce canción de amor. Le hablaba de un
carrousell de esmeraldas. De unicornios y hadas enamoradas. De jugo de naranja recién
exprimido por la mañana. Con mi esperanza más carismática le hablaba del amanecer. Si
soñaba con un proyecto conjunto le hablaba del mediodía. Cuando buscaba paz le pintaba
un lienzo de la hora de la siesta. Cuando era menester frases inteligentes le hablaba del
atardecer. Cuando jugaba a ser romántico aparecía la luna. Si le pintaba mi vida sin su
presencia, la noche ya estaba muy entrada; y si me explayaba sobre mi más arcaica
melancolía, ya de nuevo hablaba del amanecer.
Por fin sonaron las campanas de la iglesia. Me parapeté en una esquina sosteniendo
la carta perfumada de palabras y a lo lejos la vi aparecer con esa cualidad suya de
embellecer todo a su alrededor. Caminamos acercándonos, sentí mi sangre por cada una de
mis venas, la sensación de ser observado fue en aumento a medida que subía la tensión,
escuché su risa suave, llegué a mirar su mirada tan indescifrable, vi sus zapatitos de jazmín,
no pude.
Todo, todo había terminado. Caí arrodillado al suelo. Levanté la vista alivianada de
lágrimas buscando en el cielo estrellado el origen de tanto, tanto dolor. Entonces lo vi: casi
disfrazado de una constelación vi su silueta interesada en el final. El observador es usted.

(Estos cuentos pertenecen a la antología 5 x 5, editada por Trompetas Completas en 2017)

Historia del escritor tucumano Pablo Donzelli – Vídeo (material audiovisual de


conectate con la escuela).
http://conectate.educaciontuc.gov.ar/recurso-digital/3videodewhatsapp.mp4

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