(Coleccion Bicentenario Carabobo 100) Sáenz, Manuela y Simón Bolívar - Cartas de Amor
(Coleccion Bicentenario Carabobo 100) Sáenz, Manuela y Simón Bolívar - Cartas de Amor
Cartas de amor
acompañadas de los Diarios de Quito y Paita,
así como de otros documentos
Manuela Sáenz y Simón Bolívar
Colección Bicentenario Carabobo
Índice
15 Nota Editorial
197 Bibliografía
Nota Editorial
Los Editores
A modo de Prólogo
complacía con otras. Por eso tengo esta cicatriz en la oreja. Mire usted
(enseñándome su grande oreja de S.E. la izquierda, que tiene la huella
de una fila de dientes muy finos, y, como si yo no supiera tal asunto),
este es un trofeo ganado en mala lid: ¡En la cama! Ella encontró un arete
de filigrana debajo de las sábanas, y fue un verdadero infierno. Me atacó
como un ocelote, por todos los flancos; me arañó el rostro y el pecho,
me mordió fieramente las orejas y el pecho, y casi me mutila. Yo no
atinaba cuál era la causa o argumentos de su odio en esos momentos y,
porfiadamente, me laceraba con esos dientes que yo también odiaba en
esa ocasión.
”Pero tenía ella razón: yo había faltado a la fidelidad jurada, y merecía
el castigo. Me calmé y relajé mis ánimos y cuando se dio cuenta de que
yo no oponía resistencia, se levantó pálida, sudorosa, con la boca en-
sangrentada y mirándome me dijo: ¡Ninguna, oiga bien esto, señor, que
para eso tiene oídos: ninguna perra va a volver a dormir con usted en
mi cama! (enseñándome el arete). No porque usted lo admita, tampoco
porque se lo ofrezcan. Se vistió y se fue.
”Yo quedé aturdido y sumamente adolorido, que en llamando a gri-
tos a José, y entrando este, pensó que yo había sido víctima de otro
atentado (aquí S.E. sonríe). En la tarde regresó debido a mis ruegos. Le
escribí diez cartas. Cuando me vio vendado claudicó, al igual que yo,
en la furia de sus instintos. Todo en dos semanas fue un delirio de amor
maravilloso bajo los cuidados de la fierecilla. ¿Usted qué cree? ¡Esto es
una clara muestra de haber perdido la razón por el amor! El gran poder
está en la fuerza del amor. Sucre lo dijo.
”Manuela siempre se quedó. No como las otras. Se importó a sí mis-
ma y se impuso con su determinación incontenible, y el pudor quedó
atrás y los prejuicios así mismo. Pero cuanto más trataba de dominar-
me, más era mi ansiedad por liberarme de ella.
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 21
Dame tiempo.
Bolívar
26 M anuela S áenz y S imón B olívar
Manuela
Manuela
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Manuela
30 M anuela S áenz y S imón B olívar
Mi adorada Manuelita:
Tuyo,
Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 31
A Su Excelencia
General Simón Bolívar
Bien sabe usted que ninguna otra mujer que usted haya conocido, po-
drá deleitarlo con el fervor y la pasión que me unen a su persona, y
estimula mis sentidos. Conozca usted a una verdadera mujer, leal y sin
reservas.
Suya,
Manuela
34 M anuela S áenz y S imón B olívar
Suya,
Manuela
Cartas entre Manuela y Simón.
I.
Cuartel General en La Magdalena-Lima
Octubre 29 de 1823
Su hombre idolatrado,
Bolívar
38 M anuela S áenz y S imón B olívar
II.
La Magdalena, 6:30 p.m.
Señora:
III.
La Magdalena, 7:30 p.m.
Señora:
Bolívar
40 M anuela S áenz y S imón B olívar
IV.
La Magdalena, 8 p.m.
Señora:
Suyo,
Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 41
V.
La Magdalena, 9:30 p.m.
Perdóname, tuyo,
Bolívar
42 M anuela S áenz y S imón B olívar
Al señor Libertador
General Simón Bolívar
Muy señor mío:
Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 43
Manuela
44 M anuela S áenz y S imón B olívar
Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 45
Manuelita
Mi adorada:
Tuyo,
Bolívar
46 M anuela S áenz y S imón B olívar
Suya siempre,
Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 47
Suya,
Manuela
48 M anuela S áenz y S imón B olívar
Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 49
Manuela mía:
Tuyo,
Bolívar
50 M anuela S áenz y S imón B olívar
Mi adorada Manuelita:
Tuyo,
Bolívar
52 M anuela S áenz y S imón B olívar
Mi adorada Manuelita:
Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 53
Al recibir la carta del 10, de letra de Sucre, no tuve más que sorprender-
me por tu audacia, en que mi orden, de que te conservaras al margen
de cualquier encuentro peligroso con el enemigo, no fuera cumplida; a
más de que tu desoída conducta, halaga y ennoblece la gloria del ejér-
cito colombiano, para el bien de la patria y como ejemplo soberbio de
la belleza, imponiéndose majestuosa sobre los Andes. Mi estrategia me
dio la consabida razón de que tú serías útil allí; mientras que yo recojo
orgulloso para mi corazón, el estandarte de tu arrojo, para nombrarte
como se me pide: coronel del ejército colombiano.
Tuyo,
Bolívar
Adición: ¡Viva la patria, viva Sucre, viva Manuela, viva Ayacucho! ¡Qué
es la apoteósis de la República!
54 M anuela S áenz y S imón B olívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 55
Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 57
Mi adorada Manuelita:
Tuyo en el alma,
Bolívar
58 M anuela S áenz y S imón B olívar
Mi adorada Manuelita:
Suya,
Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 61
¿Por qué se ha ido usted sin mí? ¿No ve que me ha hecho sufrir mucho?
Dígame dónde está. Estoy muy triste, pero no puedo juzgarlo. Sé que al
alejarse ha querido evitarme un gran dolor.
Usted tiene un corazón de oro, eso lo sé. Sin embargo, no quiero que
se desobligue de mí. Yo, que estoy enferma de ansiedad y loca por la au-
sencia de usted únicamente puedo soportarlo todo a su lado; me sobra
mucho, ¡Demasiado amor para dárselo! Lo único que me importa es su
amor, sentirme segura en sus brazos.
Ahora dirá usted que soy libidinosa por todo lo que voy a decirle:
que me bese toda, como me dejó enseñada, ¿no lo ve? ¿Cómo me las
arreglaré sin la presencia de usted? Pregunto, ¿por qué me ha dejado
enamorada? ¡Con el alma en pedazos! Usted dice que el amor nos libera.
Si, pero juntos. Eso fue comprobado por lo de Junín; de lo contrario
me siento encarcelada en mi desasosiego.
No le pido que piense en mí, dígame que me ha amado a mí más que
a ninguna otra. Perdóneme el fastidio de mi delirio, pero es que lo ado-
ro. Soy una mujer enamorada; tenga usted un poquito de compasión y
consideración por mí.
Sé que lo que voy a decir no le gustará, pero sí: me muero de celos
al pensar que podría usted estar con otra; pero yo sé que ninguna mu-
jer sobre la faz de la tierra podría hacerlo tan feliz como yo. ¿Orgullo?
Piense usted que sí, ¡pero es la verdad más dichosa! Por su amor seré su
esclava si el término amerita, su querida, su amante; lo amo, lo adoro,
pues es usted el ser que me hizo despertar mis virtudes como mujer. Se
lo debo todo, amén de que soy patriota.
Suya,
Manuela
62 M anuela S áenz y S imón B olívar
Suya,
Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 63
Suya,
Manuela
64 M anuela S áenz y S imón B olívar
Mi adorada Manuelita:
Tu amante,
Bolívar
66 M anuela S áenz y S imón B olívar
Sé que tienes mucha disposición hacia mí y que has aprendido todas las
artes de la estrategia en el amor. Esto ha creado una deliciosa intimidad
de pensamiento y afectos mutuos, que son ahora para mí un grato mo-
tivo de felicidad. ¿Sigues siendo la joya sagrada y sensual llena de encan-
tos y atributos de belleza? Pues bien, querida amiga, yo sigo pensando
y gozando de mi imaginación, aunque sé que no ignoras la magnitud
de tu sacrificio si resuelves venir acá. Sí, yo invito, ¡Viva el amor en el
raso y la seda, las camas mullidas con blandos colchones, los terciopelos
rojos, las alfombras, la gloria de ver a una mujer más linda que Cleo-
patra, ejerciendo todo el poder de sus encantos sobre mis sentidos; el
ludibrio de rasgar tus vestidos sin importar su costo, deshaciendo al
mismo tiempo tu laborioso peinado de tocador.
Me atraen profundamente tus ojos negros y vivaces, que tienen el
encantamiento espiritual de las ninfas; me embriaga sí, contemplar tu
hermoso cuerpo desnudo y perfumado con las más exóticas esencias, y
hacerte el amor sobre las rudimentarias pieles y alfombras de campaña.
Todo esto es una obsesión, la más intensa de mis emociones ¿Qué he
de hacer? Tu ensoñación me envuelve en el deseo febril de mis noches de
delirio. La moral, como tú dices, en este mundo es relativa; la sociedad
que se gestó y ha surgido en esa desastrosa época de colonialismo es
perniciosa y farsante; por eso no debimos actuar, como tú bien dices,
sino al llamado de nuestros corazones.
/sin fecha
Su Manuela
68 M anuela S áenz y S imón B olívar
Mi adorada Manuelita:
Mi amor, me gustó mucho lo que dices, que has ido a rezar, porque en
verdad debemos tener fe en que estaremos juntos muy pronto; pero
para ello trataremos de ser cada día mejores, más buenos que el anterior;
aunque sobra decírtelo, porque tú naciste buena y humanitaria. Por
esto me siento plenamente orgulloso de ti, porque sé de tus caridades
y benevolencias. Me encanta que seas piadosa (aunque no lo eres tan-
to), amén de que te desvives por los desposeídos. De paso sé que haces
respetar la imagen de la República con fervor y ahínco; solo que esto te
trae mil contrariedades.
Cada vez que recuerdo tu hermosa figura viene a mí el goce de las no-
ches de amor interminables, donde tú eres la amante deliciosa, y somos
dos seres absorbidos por el amor que nos es esquivo, en tanto tus obli-
gaciones y las mías distan mucho de acercarse, por la poca o ninguna,
similitud de las mismas.
Si tuvieras obligaciones acá, entonces seríamos más dichosos, pues tu
trabajo tendría que ver conmigo. Esto acaso en una suposición; enton-
ces no nos separaríamos más.
Tuyo,
Bolívar
70 M anuela S áenz y S imón B olívar
Suya,
Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 71
A Manuela la bella
Mi adorada Manuelita:
¡Vale más un grano de cebada que un hombre ansioso en espera del
amor! Porque este es un derecho de nostalgia. Yo, que me jacto de tran-
quilo, ¡Estoy en penumbras de mi desasosiego! Solo pienso en ti, nada
más que en ti y en todo lo que tienen de deliciosas tus formas. Lo que
siempre está en mi mente atormentada por tus bellos recuerdos, es la
imagen de lo que imagino en perenne fervor de tu amor y el mío.
¡Tú solamente existes en el mundo para mí! Tu prístina pureza y rocío
tutelar es como un ángel que da ánimo, necesario para mis sentidos y mis
deseos más vivos. Por ti sé que voy a tener la dicha inmensa de gozar los
placeres de este y del otro mundo (el del amor), porque desde el principio
supe que en ti existe todo lo que yo ansío en mis más caros anhelos.
No tildes mi actitud de indiferente y poco detallista, al igual que falta
de ternura. Mira que esta distancia, de un sitio a otro, de que tú y yo
estamos, solo sirve para alimentar en mayor escala el fuego creciente de
nuestras pasiones. Al menos a mí, me aviva la delicia de tus recuerdos.
Olvida esa catarata de inválidas sospechas sobre mi fidelidad hacia ti,
que solo van a envejecer tu ánimo y descarriar tus buenos deseos. Reca-
pacita en todo lo que tú no puedes negarme, aun a través de la distancia,
y hazlo por mi veneración hacia ti.
Contéstame, al menos esta, que lleva la fiebre de mis palabras. Ya me
cansé de hacerlo yo sin tus respuestas.
¡Oh! ingratitud indolente. ¡Hazlo en favor de una orden expresa, de
tu más fino adversario en los campos del amor! Si no, atiende al próxi-
mo “consejillo de guerrilla”, por indisciplina e insubordinación, al faltar
acatamiento a una orden superior.
Para la más bella y adorada de mis oficiales, “Manuela la quisquillosa”.
Soy tuyo de corazón,
Bolívar
72 M anuela S áenz y S imón B olívar
Mi querida amiga:
Mi amor:
Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 75
Señor:
Estoy muy brava y muy enferma. Cuán cierto es que las grandes ausen-
cias matan el amor, y aumentan las grandes pasiones. Usted, que me
tendría un poco de amor, la gran separación lo acabó. Yo, que por usted
tuve pasión y esta la he conservado por conservar mi reposo y mi dicha,
que ella exista y existirá, mientras viva Manuela.
El general Sandes llegó y nada me trajo de usted. ¿Tanto le cuesta el
escribirme? Si tiene usted que hacerse violencia, no lo haga nunca…
Yo salgo el primero de diciembre (y voy porque usted me llama), pero
después no me dirá que vuelva a Quito, pues más bien quiero morir que
pasar por sinvergüenza.
Estoy con un gran dolor de cabeza, y en cama me vio el general Sandes.
Manuela
76 M anuela S áenz y S imón B olívar
Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 77
Manuela,
Que lo ama locamente.
78 M anuela S áenz y S imón B olívar
Escribo muy de prisa, porque parte ahora mismo el general Sandes para
la Magdalena. Me dicen que usted ya se instaló.
¿Cómo lo pasa sin mí? Yo acá estoy muriéndome de ganas de verlo.
Tanto que lo adoro y usted no me contesta ninguna. ¿Se encuentra
muy ocupado? Yo igual, pero siempre pienso en Ud. ¿Piensa usted en
mí?
Su Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 79
Su Manuela
80 M anuela S áenz y S imón B olívar
Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 81
Mi querida amiga:
Tu amante.
Bolívar
82 M anuela S áenz y S imón B olívar
Adorada Manuelita:
Siempre tuyo,
Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 83
Mi adorada Manuelita:
Te amo,
Bolívar
Suya,
Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 85
Mi adorada:
Tuyo
Bolívar
86 M anuela S áenz y S imón B olívar
Mi encantadora Manuela:
Bolívar
88 M anuela S áenz y S imón B olívar
Mi adorada Manuela:
Tu amante idolatrado,
Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 89
Tuyo de corazón,
Bolívar
90 M anuela S áenz y S imón B olívar
Presidencia de la República
A la señora Manuela Sáenz
Mi adorada Manuelita:
Tuyo,
Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 91
preocupe por mí; dese usted cuenta que sirvo hasta para armar escán-
dalos a su favor. Usted, cuídese. Si usted me invita voy presurosa en
cuanto llegue esta.
Su amor que le ama con locura.
Suya,
Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 93
Mi adorada Manuelita:
Bolívar
94 M anuela S áenz y S imón B olívar
Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 95
Adorada Manuelita:
Gracias doy a la Providencia por tenerte a ti, compañera fiel, tus conse-
jos son consentidos por mis obligaciones, tuyos son todos mis afectos.
Lo que estimas sobre los generales del Grupo “P” (Paula, Padilla, Páez)
no debe incomodarte; deja para las preocupaciones de este viejo, todas
tus dudas. Espero seguir recibiendo tus consideraciones, como el aman-
te ansioso de tu presencia.
Te ama,
Bolívar
96 M anuela S áenz y S imón B olívar
Albricias
Recibí, mi buena Manuela, tus tres cartas que me han llenado de mil
afectos: cada una tiene su mérito y su gracia particular. No falté a la
oferta de la carta, pero no vi a Torres, y la mandé con Ur., que te la
dio. Una de tus cartas está muy tierna y me penetra de ternura; la otra
me divirtió mucho por tu buen humor; y la tercera, me satisface de las
injurias pasadas y no merecidas. A todo voy a contestar con una palabra
más elocuente que tu Eloísa, tu modelo. Me voy para Bogotá, ya no voy
a Venezuela. Tampoco pienso en pasar a Cartagena, y probablemente
nos veremos muy pronto. ¿Qué tal?, ¿no te gusta? Pues, amiga, así soy
yo, el que te ama con toda su alma,
Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 97
Mi adorada Manuela:
Me encuentro aquí, solo, en esta ciudad que me turba con las noticias
que a diario recibo de las deliberaciones de la Convención de Ocaña; sé
que me falta tu consejo y tu presencia, aquí donde todo me es ingrato.
La Gran Colombia se sumerge en la discordia de los partidos y no
queda otro camino que sucumbir, o la dictadura. ¿Qué me aconsejas?
Mi fiel acompañante Lacroix toma nota minuciosa de mis descargas
de ánimo, y me dice durante largas jornadas de conversación, que la
patria y la historia me deben todo. En eso concuerda contigo, y me hace
recordarte. Pero no solamente esta nostalgia te trae a mi mente; pues se
trata del ansia con la cual mis sueños se iluminan con tu mágica sonrisa.
Sí, aún añoro esos besos tuyos y tus fragancias.
Tuyo,
Bolívar
98 M anuela S áenz y S imón B olívar
Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 99
Le ruego, por lo que más quiera en este mundo (que no soy yo), no
asista a ese baile de disfraces; no porque usted se encuentre obligado
a obedecerme, sino por su seguridad personal, que en mucho estimo;
cosa que no hacen sus generales, ni la Guardia.
Desista usted ¡por Dios! de esa invitación, de la cual no se me ha
hecho llegar participación, y por esto haré lo que tenga que hacer, en
procura de su desistimiento. Sabe que lo amo y estoy temerosa de algo
malo.
Manuela
100 M anuela S áenz y S imón B olívar
Tengo a la mano todas las pistas que me han guiado a serias conclusio-
nes de la bajeza en que ha incurrido Santander, y los otros, en prepa-
rarle a usted un atentado. Horror de los horrores, usted no me escucha;
piensa que solo soy mujer. Pues sepa usted que sí, además de mis celos,
mi patriotismo y mi grande amor por usted, está la vigilia que guardo
sobre su persona que me es tan grata para mí.
Le ruego, le imploro, no dé usted la oportunidad, pues han conjura-
do al golpe de las doce, ¡asesinarlo! De no escucharme, usted me verá
hacer hasta lo indebido por salvarlo.
Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 101
Mi adorada Manuelita,
Mi amor:
Bolívar
102 M anuela S áenz y S imón B olívar
Mi amor:
Tengo el gusto de decirte que voy muy bien y lleno de pena, por tu
aflicción y la mía, por nuestra separación. Amor mío, mucho te amo,
pero más te amaré si tienes ahora más que nunca mucho juicio. Cui-
dado con lo que haces, pues si no, nos pierdes a ambos perdiéndote tú.
Soy siempre tu más fiel amante.
Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 103
Adorada Manuelita:
Soy tuyo.
Bolívar
104 M anuela S áenz y S imón B olívar
Mi adorada Manuelita:
Tuyo siempre,
Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 105
Mi adorada Manuelita:
Tuyo,
Bolívar
Cartas sin fecha
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 109
Simón
Mi hombre idolatrado:
Suya,
Manuela
110 M anuela S áenz y S imón B olívar
Simón
Mi amor:
Mi Simón triste y amargado. Mis días también se ven rodeados por una
huraña soledad, llena de la nostalgia hermosa de su nombre.
También miro y retoco el color de los retratos que son testimonio de
un momento aparentemente fugaz. Las horas pasan impávidas ante la
inquietud ausente de sus ojos, que ya no están conmigo; pero que de
algún modo siguen abiertos, escrutando mi figura.
Conozco al viento, conozco los caminos para llegar a mi Simón; pero
yo sé que aún así no puedo responder a ese interrogante de tristeza que
ponen las luces en su rostro, y su voz que ya no es mía, ya no me dice
nada.
Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 111
Su Manuela
112 M anuela S áenz y S imón B olívar
Simón
Mi amor:
Dígamelo usted,
Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 113
Mi Simón:
Manuela
114 M anuela S áenz y S imón B olívar
Amor,
Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 115
Sobre esos sueños suyos que tanto le preocupan, pienso que nada hay
más normal que, un hombre ligado a la guerra, vea en sueños esos ros-
tros que se desfiguran y esos hombres que desaparecen bajo la garra
cruel, de la muerte oculta detrás de las montañas.
Mi Simón, no piense usted en eso, dele un vistazo a su trayectoria,
su benevolencia y el favor que usted hizo libertando estos pueblos, y
olvide la villanía con que se manifiestan. Usted siempre ha querido la
paz y esta ha tenido que escribirse con sangre y, desafortunadamente,
esculpida con la piel de los que han muerto.
Olvide usted esos fantasmas que tanto daño le hacen y piense en al-
guien hermoso, como su
Manuela
116 M anuela S áenz y S imón B olívar
Mi adorado Simón:
Este último mes ha sido de conversar con usted. Me siento muy feliz de
leer sus apreciables que ahora recibo con mayor frecuencia. Me hacen
recordar la fruición con que nos escribíamos en Perú.
He de preguntarle ¿A qué tanta ley santanderista? Solo sirve para des-
plazar su autoridad cada día más del Gobierno. ¿No se da usted cuenta?
Pare ya eso. Después, no dirá que no se lo advertí. Yo tengo mis reservas
con el tal Carujo; no voltee ante ellos nunca sus espaldas.
Si quiere, le mando el almuerzo con patacones como a Su Excelencia
le gusta,
Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 117
Dice usted que sabe y conoce cómo es mi amor hacia usted. Sin embar-
go, le escribo a usted esta y le nombro siempre. Así soy yo, que sí me
entusiasmo por usted solo con nombrarlo. No tengo otro aliciente. ¡No!
Porque ni siquiera usted me contesta. ¿Tanto le cuesta hacerlo? ¿Será
porque ya no soy la dueña de sus sueños? Dígamelo usted sin ambages,
que yo de frágil no tengo nada. Solo con mis delirios de grandeza junto
a usted me consuelo.
¡Desvaríos, desvaríos! Ojalá usted en los suyos me tuviera.
Manuela
118 M anuela S áenz y S imón B olívar
(Desde Lima)
Señor:
Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 119
Manuela mía:
El amor de tu vida,
Bolívar
120 M anuela S áenz y S imón B olívar
(A Manuela Sáenz)
Tuyo de alma.
Bolívar
Diario de Quito
de Manuela Sáenz
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 123
19 de mayo de 1822
Hemos llegado a Quito sin novedad. El ejército se desvió en Tambillo
y nosotras seguimos hacia el Norte, hasta la plaza de San Francisco,
donde nos apeamos para llegar en andas hasta la casa.
20 de mayo de 1822
Los chapetones miran con mucho recelo a todo recién llegado, piden
salvoconducto y demás cédulas de tránsito, a fin de realizar algún ha-
llazgo de “sedición” que es su término favorito.
22 de mayo
Hay noticias de que es probable se entable batalla con el enemigo, ya sea
en las afueras o dentro de Quito; los realistas están en vigilia por toda la
población y no dejan de meter sus narices en todo y reuniones; ponien-
do fin al encanto de hacerles estallar la pólvora en las patas.
Yo estoy enviando ahora mismo una ración completa a la compañía
de la Guardia del Batallón “Paya” y cinco mulas para su abastecimiento
y reponer las pérdidas. No espero que me paguen; pero si este es el pre-
cio de la libertad, bien poco ha sido.
23 de mayo de 1822
Hoy, a las tres, ha llegado un soldado del “Yaguachi” vestido de paisano
con particulares para los simpatizantes de la causa, de que se preparen
ayudas de ser necesario de parte de los civiles para reforzar a los valien-
tes, pues se aprestan a tomar Quito con el señor general Sucre al mando
(este general es venezolano).
Los godos se han puesto nerviosos y andan por todas partes atisbando
el descuido de algunos para tomarles presos. Ya le he impartido órdenes
a Jonathás, yéndose con Nathán a recoger información que sirva como
124 M anuela S áenz y S imón B olívar
24 de mayo de 1822
Hoy ha amanecido, con una gran agitación que ha despertado a todos
en general. Los godos proclaman bandos a los cuatro vientos, ordenan-
do que no salgamos de las casas; pues hacer la contraorden es justifica-
ción de rebeldía y se castiga con el cepo.
Todos miramos a través de las rendijas y los visillos de las ventanas. Los
godos corren a las faldas del Pichincha para detener el avance del general
Sucre con su tropa, quien ya se encuentra arriba y les ha madrugado en
posiciones… (me detengo aquí para observar y no perderme detalle).
Los señores generales del ejército patriota no nos permitieron unirnos
a ellos: mi Jonathás y Nathán sienten como yo el mismo vivo interés de
hacer la lucha; porque somos criollas y mulatas a las que nos pertenece
la libertad de este suelo.
Sin embargo, seguimos a pie junto a este ejército de valientes, a los
cuales les sobran agallas para enfrentarse con los godos, que sí están
bien apertrechados y armados y alimentados; tanto, como organizados
en la disciplina militar. Ahora vamos rodeando la cordillera hasta llegar
a las proximidades de Quito, recibiendo postas con noticias de graves
acontecimientos, porque los realistas están por todas partes.
Ya son las cinco y media de la tarde.
Jonathás y Nathán y yo estamos rendidas. Llegamos de auxiliar a los
heridos y ayudar a calmar sus dolencias con bálsamo del Perú e infusio-
nes de amapola.
Le he enviado al general Sucre, a quien he conocido en persona y es
muy agradable y fino en su trato, una recua de cinco mulas, yendo Juan
a entregarlas, con raciones de comida. Retomo aquí el acontecimiento
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 125
25 de mayo
Las mingas, a las que precede la matraca, dan la vuelta a la ciudad. La
gente se ha salido a las calles a festejar, se celebró un Tedeum en la cate-
dral y colaboramos todos en el arreglo y decoración del altar. Esto fue
el día 25 de mayo.
La ciudad se encuentra muy bonita, y adornada con arcos triunfales
de flores, por donde entraron los libertadores. Pero todo también ha
tenido su mesura, pues las fiestas ya tienen la invitación al Libertador
Simón Bolívar.
Tengo la fortuna de lisonjearme la amistad del apuesto general Sucre.
Es un hombre muy valiente, caballero, y se ve en sus ojos la sinceridad.
Yo, por mi parte, le he brindado mi casa y mi amistad. Su excelencia, ge-
neral A. de Sucre me ha hablado mucho de S.E. El Libertador Bolívar, y
me tiene encantada con sus pláticas sobre el arrojo de nuestro Libertador.
Todos esperan que S.E. llegue a Quito, a fin de completar los festejos.
Hay gran ansiedad por verlo y conocerlo; además que su presencia aquí
legitimaría el establecimiento de la República.
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 127
P.D. Se dice que S.E. el Libertador Simón Bolívar llega en el mes de junio, tal
vez a finales.
Junio 4 de 1822
Parece que el Libertador prepara la adhesión de Guayaquil a la Gran
Colombia, pues sin este puerto no habría condición estratégica de la
República.
Junio 6 de 1822
Hoy he platicado con el coronel Córdoba, pero me parece un hombre
rígido y poco de fiar, pues sus pretensiones son las de obtener la misma
gloria de S.E. el Libertador.
El general Sucre me ha confesado que hay que tolerar cierta insolen-
cia de sus oficiales, pues de todas maneras es con ellos que se ha logrado
la victoria. Concepto que no comparto y que le he manifestado a S.E.
quien me manifestó jocosamente que yo era una mujer muy especial
por ser franca.
Junio 10 de 1822
Hoy se supo que S.E. el Libertador Simón Bolívar entró triunfan-
te en Pasto, luego de haber ganado palmo a palmo las laderas de esas
128 M anuela S áenz y S imón B olívar
cordilleras, y que fue recibido, bajo palio y arco triunfal, por los simpa-
tizantes de la República, el día seis del presente.
Junio 13 de 1822
Estoy muy ocupada en estos días, pues hago parte del comité de re-
cepción a S.E. Simón Bolívar. Me encuentro muy nerviosa y por este
motivo escribo como tarada. He ordenado que traigan flores y jazmines
de Catahuango, y que dispongan todo lo mejor en procura de brindar a
S.E. Bolívar, una mejor recepción, para lo cual he prestado la vajilla que
me regaló James, enviada a la casa de don Juan Larrea, junto con dos
manteles y cubiertos de plata. Como inventario se me ha dado un recibo.
Junio 15 de 1822
Todo es una locura, pues se ha anunciado que S.E. Simón Bolívar llega
mañana, ¡y los preparativos eran para fines de mes! Pero hay gran con-
tento y todo el mundo colabora en rehacer los arcos triunfales, ador-
nándolos con flores de las más lindas y limpiando la ciudad y pintando
las fachadas de sus casas, decorando los balcones por donde pasará el
cortejo militar con S.E. a la cabeza.
Manuela
Junio 16 de 1822
La ciudad está vestida de fiesta, la gente corre por todos lados, los indios
que transportan encargos andan muy apresurados, y hay que ver cómo
la gente adorna las calles con arcos de caña guadúa y con ramas de
laurel y flores, colocándolas en las esquinas y los balcones con ocasión
de festejar ya en serio, no solo la batalla de Pichincha sino también el
arribo de S.E. el Libertador Simón Bolívar y Presidente de Colombia,
por primera vez a Quito.
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 129
Manuela
Junio 19 de 1822
La caravana de los héroes entró a las ocho y media de la mañana por la
calle principal, que da con la calle de Las Cruces, viniendo desde Guay-
llabamba y pasando por los ejidos del norte. Enseguida voy a describir
los hechos del 16 que los considero muy especiales por la fortuna con
que me han tocado.
¡¡¡Estoy muy feliz!!!
Pareciera como si el mundo entero se hubiera venido para acá. Qué
apoteosis de recepción. No caben palabras como describir tanta emo-
ción de la gente; desde la más alta alcurnia, pasando por todas las clases
“de colores, gustos y sabores” y condiciones sociales (ahora sí en serio),
y autoridades y clérigos (que me enseñaron a redactar así); hasta el más
130 M anuela S áenz y S imón B olívar
civiles y eclesiásticas, junto con las doce ninfas en banda de seis a lado
y lado del centro, donde estaba dispuesto el sillón de S.E. el Libertador
y Presidente Simón Bolívar, lugar donde fue coronado una a una, doce
veces, así: al valor, al orden; a la disciplina; al honor; a la libertad; al pa-
triotismo; a la hidalguía; al carácter; a la sabiduría; a la prístina pureza;
a la justicia, y a la divina misericordia, a medida que los discursos se
pronunciaban.
Posteriormente, en la catedral, S.E. Bolívar es recibido bajo palio y
conducido hasta el altar mayor, a escuchar el oficio de un larguísimo
Tedeum que duró casi las dos horas. Luego hubo fiesta para el pueblo y
fuegos artificiales hasta bien entrada la noche.
Manuela
Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 135
Junio 22 de 1822
Yo no sé que me pasó, pero me sentí liberada de James, y en cambio
retribuida en la gloria de este señor, S.E. Simón Bolívar, que se ha fijado
en mí y que me hace sentir la vida intensamente.
(Prosigo el relato del 16)
Para el segundo entreacto se dispuso una compañía de teatro que
había venido desde Ambato, representando una comedia cuya sátira al
poder español en retirada, se confundió con la magnanimidad de S.E.
el Libertador y Presidente Bolívar y del ejército colombiano, y terminó
con un colofón de la República. Esto encantó a S.E. por ser de criollos
la compañía, y ordenó que les pagaran muy bien y les atendieran a los
integrantes, en todo cuanto se requiriera para el desarrollo de estos actos
dramáticos.
He comprobado que S.E. es un bailarín consumado e incansable,
pues ciertamente baila con verdadera destreza; habilidad que, según
él, es la mejor manera de preparar una estrategia de guerra (esto lo
dijo sonriéndome). No quise quedarme corta y para descollar por lo
menos en algo, a la altura del conocimiento de este señor, empecé
hablándole de política, luego de estrategias militares (mi parecer lo
tenía embelesado).
Entonces me cortó y empezó a recitarme en perfecto latín a Virgilio
y Horacio. Hablaba de los clásicos como si los hubiera conocido. Yo lo
miraba y escuchaba entusiasmada, y cuando tuve por fin la oportuni-
dad, le respondí dándole citas de Tácito y Plutarco, cosa que le llamó
mucho la atención, quedándose casi como mudo y asintiendo de mis
pobres conocimientos, con la cabeza, y diciendo “Sí, sí, sí eso es; sí,
sí, sí”, repetía. Entonces se puso muy erguido y yo pensé que se había
enfadado; pero sonriendo me pidió el que era urgente le proporcionara
todos los medios a fin de tener una entrevista conmigo (y muy al oído
136 M anuela S áenz y S imón B olívar
más fina, que procura ver todo con la realidad de los aconteceres, y el
tino de poder seducir con mejores armas al enemigo, con solo un guiño.
Siendo caprichosa como en efecto lo soy, no me limito a tal conducta;
por el contrario, advierto la necesidad de sacrificio y hago méritos por
imponerme una actitud de atención a toda prueba.
Sé que este señor, me necesita, lo sé, y yo también a él; ambos for-
mamos un círculo de sentimientos donde la seguridad va en busca del
refugio del otro. Lo que sé hasta ahora me dice que tengo razón y que
mi madurez da la suficiente garantía para que un hombre de la valía de
S.E. se fije en mí.
Soy por temperamento informal, pero en tanto se me requiera de mí
formalidad, asisto sin ambages, agrupando mis cualidades a una poten-
cia de servicio y obra. Soy ambiciosa y me compromete la libertad. ¿A
qué un pajarillo enjaulado? ¿Un zorrillo encadenado? El venado corre
cual saeta veloz por los prados y desconfiado vaga por los montes atento
al ataque del tigre.
Así es mi desconfianza, que; en unos, no es más que la forma de ne-
garse a servir; y en otros (mi caso), la necesidad para sobrevivir. Sé que
con este señor llegaré a la cima. Daré mis conocimientos (escasos), mi
vigor y mi carácter, así como mis sentimientos, mi existencia si fuera
necesaria. Mi vida será arrastrada por su gloria y suyos serán en sus días
aciagos mis consuelos. Y bien, nos hicimos cita clandestina, que no lo
fue para nadie. Esto a los dos no nos preocupa, pues solo se trata de la
carcoma que impide a los débiles el enlace de dos almas correspondidas.
Un poco pasar desapercibidos la maledicencia y las comidillas y las
preocupaciones sociales, son la determinante para acabar con ese gusa-
no de envidia malsana.
Sí, mi determinación de atender a este señor motiva tales, no son más
que el egoísmo por no verse involucrados en persona en tal destino.
138 M anuela S áenz y S imón B olívar
Mi querida Antonia:
(Confidencial)
Tu afectísimo hermano,
Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 143
S.E. el Libertador,
Bolívar
144 M anuela S áenz y S imón B olívar
S.E. el Libertador,
Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 145
República de Colombia
Vicepresidencia
Al excelentísimo señor Presidente de la República de Colombia
S.E. Simón Bolívar
(Privado)
En oficio del 9, número 3, que recibí del Jefe del Ejército de Occidente,
fui notificado de como marchan las cosas por esas provincias del Sur,
donde el honor del ejército, enaltecido por la gloria de Ayacucho, se ve
mancillado por el infortunio de las habladurías.
S.E. que se precia de ser auspiciador del altísimo honor de pertenecer
al ejército colombiano, permite tamaño desatino que, si no fuera por
oficio de mi conocimiento, yo omitiría tal, pensando en que V.E. está
controlando.
Pero mi asombro vive una verdadera y cruda realidad. El ejército, que
no necesita auspicios de huelga, recibe el aliento de su Jefe Supremo,
que premia en conceder un alto rango que solo se obtiene con el valor
demostrado en el rigor del combate. ¿Ser coronel del ejército colombia-
no merece solo la consideración que V.E. le está dando? Solicito a V.E.,
con el respeto que le merezco, el que S.E. degrade a su amiga, pues que
actos de ascensión como ese, solo perjudican en política a V.E., y más
grave aún, en lo castrense, en recibir el desfavor de este cuerpo, cuyos
hombres ven con repudio tan fácil concesión de hace más de un mes.
Si V.E. considera el discutirlo personalmente, yo lo espero en Jucha,
con el fin de contribuir al buen entendimiento de los oficiales de este
cuerpo con el Gobierno y con V.E. Si S.E. no considera esta, me veo en
la dignísima obligación de enviarle, en tiempo prudente, otras, tal vez
con un carácter más enérgico, a fin de conseguir de V.E. su opinión y
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 147
Al señor general
Francisco de Paula Santander
Vicepresidente de la República de Colombia
Mi querido general:
S.E. el Libertador,
Bolívar
150 M anuela S áenz y S imón B olívar
Señor general
Juan José Flores
Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 151
Bolívar
152 M anuela S áenz y S imón B olívar
S.E. el Libertador
Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 153
Bolívar
154 M anuela S áenz y S imón B olívar
Sabe Ud. que yo lo conozco a Ud. por lo que no puedo sentirme con lo
que Ud. me dice. Ciertamente, conozco también y más que nadie, las
locuras que hacen mis amigos. Por esta carta verá Ud. que no los mimo.
Yo pienso suspender al comandante de “Granaderos” y mandarlo fue-
ra del cuerpo a servir a otra parte. Él solo es culpable, pues lo demás
tiene excusa legal; quiero decir, que no es un crimen público, pero sí
eminentemente torpe y miserable.
En cuanto a la amable loca. ¿Qué quiere Ud. que yo le diga a Ud.?
Ud. la conoce de tiempo atrás. Yo he procurado separarme de ella, pero
no se puede nada contra una resistencia como la suya; sin embargo,
luego que pase este suceso, pienso hacer el más determinado esfuerzo
por hacerla marchar a su país o donde quiera. Mas diré que no se ha
metido nunca sino en rogar, mas no ha sido oída sino en el asunto del
C. Alvarado, cuya historia no me daba confianza en su fidelidad. Yo le
contaré a Ud. y verá Ud. que tenía razón. Ud. mi querido Córdoba, no
tiene que decirme nada que yo no sepa, tanto con respecto al suceso
desgraciado de estos locos, como con respecto a la prueba de amistad
que Ud. me da. Yo no soy débil ni temo que me digan la verdad. Ud.
tiene más que razón, tiene una y mil veces razón; y, por lo tanto, debo
agradecer el aviso que mucho debe haber costado a Ud. dármelo, más
por delicadeza que por temor de molestarme, pues yo tengo demasiada
fuerza para rehusar ver el horror de mi pena.
Rompa Ud. esta carta, que no quiero que se quede existente, este
miserable documento de miseria y tontera.
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 155
P.D.: Recapacite usted, a sabiendas de que no existe razón para este disgusto.
Bolívar
156 M anuela S áenz y S imón B olívar
Presidencia de la República
Al señor Próspero Pereira Gamba
Estimado señor y amigo:
Recibí su apreciable del 16, en la que plasma con calidad sus impresio-
nes, y que me ha llenado del afecto de mis más caros amigos.
Usted tiene la delicadeza de ir profetizando como Piscía la largura
con que mis caros amigos ven el porvenir de mi unión con Manuela,
“La Bella”. Sí, mi querido Próspero, usted encontró en ella la dulzura de
su trato, y yo tengo el privilegio del halago de sus encantos, en los que
Afrodita envidia su cálida hermosura derramada sobre mi existencia,
en un derroche de vibrante juventud, que hace de esa quinta la alegría
con la cual usted encontró, junto a su dignísima esposa doña Petrona,
la hospitalidad de Manuela.
Ella representa la virtud sobrecogedora de la amistad de esos pueblos
del sur de Colombia para con sus compatriotas. Usted la define como
“graciosa” y “hermosa”, además de galante y amigable en su conversación.
Escudriña usted bien la personalidad de ella; solo que en Manuela hay
algo diferente: sobresale su cultura, pues esta nace de la avidez con que
cada nueva lectura llega a sus manos, amén de aquellas que conoció antes.
Sepa usted, mi estimado amigo, que me siento muy feliz de su apre-
ciable, al saberme tan dignamente representado con toda lucidez y de-
talles por mi Manuela, en quien deposité la responsabilidad insuperable
de ser la anfitriona de “Colombia”.
Salude usted de mi parte a su dignísima y guárdeme usted en su cora-
zón con la amistad que usted se digna distinguirme.
Dios guarde a ustedes. Su afectísimo amigo, S.E. el Libertador y
Presidente.
Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 157
Bolívar
Cartas a Manuela y de
Manuela sobre Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 161
Al capitán Santana
Mi amigo: Las desgracias están conmigo, todas las cosas tienen su tér-
mino, el general no piensa ya en mí, apenas me ha escrito dos cartas en
diecinueve días. ¿Qué será esto? Usted que siempre me ha dicho que
es mi amigo, ¿me podrá decir la causa? Yo creo que no, porque usted
peca de callado. ¡Y que yo, se lo pregunte a usted! pero, ¿A quién le
preguntaré? A nadie; a mi mismo corazón, que será el mejor y único
amigo que tenga. Estoy dispuesta a cometer un absurdo; después le diré
cuál, y usted me dará la razón si no es injusto. No será usted temerario;
se acordará usted en mi ausencia de la que es muy amiga de usted.
Manuela
¡No, no, no más, hombre, por Dios! ¿Por qué hacerme usted escribir
faltando a mi resolución? Vamos, qué adelanta usted, sino hacerme pa-
sar por el dolor de decir a usted mil veces no? Señor: usted es excelente,
es inimitable; jamás diré otra cosa sino lo que es usted. Pero, mi amigo,
dejar a usted por el general Bolívar es algo; dejar a otro marido sin las
cualidades de usted sería nada.
Y cree usted que yo, después de ser la predilecta de este general por
siete años y con la seguridad de poseer su corazón, prefiera ser la mujer
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, o de la Santísima Trinidad? Si
algo siento es que no haya sido usted mejor para haberlo dejado. Yo sé
muy bien que nada puede unirme a él bajo los auspicios de lo que usted
llama honor. Me cree usted más o menos honrada por ser él mi amante
y no mi esposo? ¡Ah! Yo no vivo de las preocupaciones sociales inventa-
das para atormentarme mutuamente.
Déjeme usted, mi querido inglés. Hagamos otra cosa: en el cielo nos
volveremos a casar, pero en la tierra no. ¿Cree usted malo este convenio?
Entonces diría yo a usted que era muy descontento. En la patria celes-
tial pasaremos una vida angélica y toda espiritual (pues como hombre;
usted es pesado); allá todo será a la inglesa porque la vida monótona
está reservada a su nación (en amores, digo, pues en lo demás, quiénes
más hábiles para el comercio y la marina?). El amor les acomoda sin
placeres, la conversación sin gracia y el caminar despacio, el saludar con
reverencia, el levantarse y sentarse con cuidado, la chanza sin risa; estas
son formalidades divinas, pero yo, miserable mortal que me río de mí
misma, de usted y de otras seriedades inglesas, etc., ¡qué mal me iría en
el cielo! Tan malo como si fuera a vivir en Inglaterra o Constantino-
pla, pues los ingleses me deben el concepto de tiranos con las mujeres,
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 163
Su invariable amiga,
Manuela
Nota de la edición: Según Rumazo, en una copia de esta carta que Manuela le envía a
Bolívar, incluye una posdata: «Hay que advertir que mi marido es católico y yo jamás
atea; solo el deseo de estar separada de él me hacía hablar así». De igual manera, Vi-
cente Lecuna fecha la carta en Lima, octubre de 1823
164 M anuela S áenz y S imón B olívar
“AL PÚBLICO”
Manuela Sáenz
Bogotá, 30 de junio de 1830
166 M anuela S áenz y S imón B olívar
Espero que esta llegue a manos de usted por ser de esta isla, pues de
Bogotá escribí a usted muchas, sin tener la más pequeña contestación:
ya se ve, mi mala letra es conocida, y dirigida a usted sería peor: creerían
que decía algo de política. Se habrán desengañado. ¿Qué tengo yo que
hacer con la política? ¿Yo amé al Libertador; muerto, lo venero, y por
esto estoy desterrada por Santander.
Crea usted, mi amigo, que le protesto con mi carácter franco, que
soy inocente, menos en quitar del castillo de la plaza el retrato del Li-
bertador. Visto que nadie lo hacía, creí que era mi deber y de esto no
me arrepiento. Y suponiendo esto delito, ¿no hubo una Ley de Olvido,
dada por la Convención? ¿O me puso a mí fuera de esta ley? Dicen
también que mi casa era el punto de reunión de todos los descontentos.
General: crea usted que yo no vivía en la sabana para que hubiesen estos
cabido; a mí me visitaban algunos amigos, mas yo omitía por innecesa-
rio el preguntarles si estaban contentos o descontentos. A más de esto,
habrían dicho que era una malcriada.
Sobre que tuve parte en El Santuario, señor, es una tamaña calumnia:
yo estuve en Guaduas, tres días de Bogotá (y la acción fue en Funza
cerca de la capital) y a más, picada por una culebra malsana dos veces.
Si hubiese estado bien, quién sabe si monto en mi caballo y me voy de
cuenta de genio y nada más, pues usted no ignora que nada puede hacer
una pobre mujer como yo; pero Santander no piensa así; me da un valor
imaginario, dice que soy capaz de todo y se engaña miserablemente. Lo
que soy es un formidable carácter, amiga de mis amigos y enemiga de
mis enemigos, y de nadie con la fuerza que de este ingrato hombre. Pero
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 169
Manuela Sáenz
170 M anuela S áenz y S imón B olívar
Manuela
Adición: las mujeres siempre dejamos lo más preciso para el fin. Usted me
dijo: “Deseo inmensamente revestirme de la autoridad que el Gobierno me
concede solo por perdonar a Alegría”; yo deseo que usted se revista para no
hacerme parecer criminal y sostener a todo trance su pasaporte; salude usted
al señor coronel Ponte y a mi amigo Ibáñez.
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 171
Este señor contestó: “Esas buenas gentes tienen por usted una decisión
que todo les parece una conspiración”. “Pero usted hable con ella ma-
ñana”, le dijo el general. No supe más de esto, pero en muy pocos días
más, fue el acontecimiento que voy a contar.
El 25 a las seis me mandó a llamar el Libertador; contesté que estaba
con dolor a la cara. Repitió otro recado, diciendo que mi enfermedad
era menos grave que la suya, y que fuese a verlo. Como las calles estaban
mojadas, me puse sobre mis zapatos, zapatos dobles. (Estos le sirvieron
en la huida, porque las botas las habían sacado para limpiar)… Cuando
entré, estaba en baño tibio. Me dijo que iba a haber una revolución. Le
dije: puede haber, en hora buena, hasta diez, pues usted da muy buena
acogida a los avisos! Me hizo que le leyera durante el baño. Desde que
se acostó se durmió profundamente, sin más precaución que su espada
y pistolas, sin más guardia que la de costumbre, sin prevenir ni al oficial
de guardia ni a nadie, contento con lo que el Jefe de Estado Mayor o no
sé lo que era, le había dicho: que no tuviese cuidado, que él respondía.
(Este era el coronel Guerra, el mismo que dicen que dio para esa noche;
santo y seña y contraseña y, a más, al otro día andaba prendiendo a to-
dos hasta que no sé quién lo denunció).
Serían las doce de la noche, cuando latieron mucho dos perros del Li-
bertador, y a más se oyó un ruido extraño que debe haber sido al chocar
con los centinelas pero sin armas de fuego por evitar ruido.
Desperté al Libertador, y lo primero que hizo fue tomar su espada y
una pistola y tratar de abrir la puerta. Le contuve y le hice vestir, lo que
verificó con mucha serenidad y prontitud. Me dijo: “Bravo, vaya, pues,
ya estoy vestido; ¿y ahora qué hacemos? ¿Hacernos fuertes?”. Volvió
a querer abrir la puerta y lo detuve. Entonces se me ocurrió lo que le
había oído al mismo general un día: “¿Usted no dijo a Pepe París que
esta ventana era muy buena para un lance de estos?…”. “Dices bien”,
me dijo, y fue a la ventana. Yo impedí el que se botase, porque pasaban
gentes; pero lo verificó cuando no hubo gente, y porque ya estaban
forzando la puerta.
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 173
Yo fui a encontrarme con ellos para darle tiempo a que se fuese; pero
no tuve tiempo para verle saltar, ni cerrar la ventana. Desde que me
vieron me agarraron y me preguntaron: “¿Dónde está Bolívar?”. Les dije
que en el Consejo, que fue lo primero que se me ocurrió; registraron la
primera pieza con tenacidad, pasaron a la segunda y viendo la ventana
abierta exclamaron: “Huyó; se ha salvado!» Yo les decía: “no, señores,
no ha huido; está en el Consejo”. “¿Y por qué está abierta esa ventana?”
“Yo la acabo de abrir, porque deseaba saber qué ruido había”. Unos me
creían y otros no. Pasaron al otro cuarto, tocaron la cama caliente, y más
se desconsolaron, por más que yo les decía que yo estuve acostada en
ella esperando que saliesen del Consejo para darle un baño; me lleva-
ban a que les enseñase el Consejo (pues usted sabe que siendo esa casa
nueva, no conocían cómo estaba repartida, y el que quedó a entrar a
enseñarles se acobardó, según se supo después). Yo les dije que sabía que
había esa reunión, que la llamaban Consejo, a la que iba en las noches el
Libertador; pero yo no conocía el lugar, con esto se enfadaron mucho y
me llevaron con ellos, hasta que encontré a Ibarra herido; y él desde que
me vio me dijo: “¿Conque han muerto al Libertador?”
“No, Ibarra; el Libertador vive”.
Conozco que ambos estuvimos imprudentes; me puse a vendarlo con
un pañuelo de mi cara. Entonces Zuláivar, por la mano, a hacerme
nuevas preguntas, no adelantando nada; me condujeron a las piezas de
donde me habían sacado y yo me llevé al herido y lo puse en la cama
del general. Dejaron centinela en las puertas y ventanas y se fueron al
oír pasos de botas herradas; me asomé a la ventana y vi pasar al coronel
Fergusson, que venía a la carrera de la casa donde estaba curándose
de la garganta; me vio con la luna, que era mucha; me preguntó por
el Libertador y yo le dije que no sabía de él ni podía decirle más por
los centinelas; pero le previne que no entrara, porque lo matarían; me
contestó que moriría llenando su deber. A poco oí un tiro: este fue el
pistoletazo que le tiró Carujo, y además un sablazo en la frente y el crá-
neo. A poco se oyeron unas voces en la calle y los centinelas se fueron, y
174 M anuela S áenz y S imón B olívar
Dicen que les aconsejó a los conjurados que no dijesen a sus jueces
que traían el plan de matarlo, pero que ellos decían que habiendo ido a
eso no podían negarlo. Hay otras tantísimas pruebas, que dio el general,
de humanidad que sería nunca acabar.
Su primera opinión fue el que se perdonase a todos; pero usted sabe
que para esto tenía que habérselas con el general Urdaneta y Córdoba
que eran unos de los que entendían en estas causas. Lo que sí no po-
dré dejar en silencio fue que el Consejo había sentenciado a muerte
a todo el que entró en palacio, y así que, excepto Zuláivar, Hormet y
Azuerito, que confesaron con valor como héroes de esta conspiración,
los demás todos negaron, y por eso dispusieron presentármelos a mí a
que yo dijese si los había visto. Por esto el Libertador se puso furioso.
“Esta señora, dijo, jamás será el instrumento de muerte ni la delatora
de desgraciados”. No obstante esto, me presentaron, ya en mi casa, a un
señor Rojas y consentí en verlo porque tuve muchos empeños de seño-
ras para que dijese que no lo había visto. Así lo hice, mas una criada mía
y un soldado que entraron a tiempo lo conocieron; pero yo compuse la
cosa con decir que si más caso hacían de lo que ellos decían que a mí y
que los que lo acusaban estaban equivocados, y se salvó. Dije también
que don Florentino González me había salvado a mí la vida diciendo:
“no hay que matar mujeres”; pero no fue él sino Hormet, al tiempo de
entrar que hicieron un tiro.
Entraron con puñal en mano y con un cuero guarnecido de pistolas
al pecho. Puñal traían todos, pistolas también; pero más creo que tenían
Zuláivar y Hormet. Entraron con farol grande, con algunos artilleros de
los reemplazos del Perú… Estos señores no entraron tan serenos, pues
no repararon ni en una pistola que yo puse sobre una cómoda ni en la
espada que estaba arrimada, y además en el sofá del cuarto había una
fuerza de pliegos cerrados y no los vieron. Cuando se fueron los escondí
debajo de la estera.
El Libertador se fue con una pistola y con el sable que no sé quién
le había regalado de Europa. Al tiempo de caer en la calle pasaba su
176 M anuela S áenz y S imón B olívar
Manuela Sáenz
Diario de Paita
de Manuela Sáenz
Venzo de ser vengativa en grado sumo. ¿Cómo perdonar? Si Simón hu-
biera escuchado a esta su amiga, que sí lo fue. ¡Ah! otra cosa habría sido
(no habría quedado mico con cola). Creo en esa obligación de dar su
merecido a quienes faltaron a la lealtad del Libertador y a la República,
y a algunos que burlaron la gratitud para con él.
El escribir estas cosas me ayuda en soltar mi mala sangre y, al mismo
tiempo, de lo que me hallo muy complacida, porque logré retener (me
salí con la mía) los archivos y los documentos más importantes del gene-
ral Bolívar; esos… no lograron destruir lo que es más sagrado para mí.
Leo y me digo a mí misma que soy adicta al sufrir.
Manuela
diablo en andas. Tantos nombres para enmascarar una sola cosa, ser
Quijote o tonto. De todas maneras hablamos y discutimos, pues defien-
de a Santander (a su gestión).
Muy entrado en años, como por los 83, alto pero encorbado, su pelo
blanco como de nieve y con bastón. No demoró mucho porque diz-
que pendiente de un negocio. Me preguntó cosas que solo él sabía, me
enfadé mucho. Pero luego estuve tranquila y serena, comprendí que
este señor quería revivir esas épocas. Solo pudimos contener el ansia de
amistad que nos unió con el único hombre que verdaderamente valió.
Dijo que fabrica velas y que sigue dictando lecciones, pobre. Si se le
ve franciscano. Tomó chocolate y se marchó. Volverá, lo sé.
A cuántos tuve que chirlear para que no perdieran la vida; para que
despertaran… Las mulas, ¡el horror de la caída por los abismos! Sí, todo
esto me persigue. Saco valor. Cierro el arcón para no desmayarme.
Este librito que contiene las lecturas más caras de los grandes guerre-
ros griegos, fue saliendo del fondo del arcón; fue el regalo de este hom-
bre magnífico, sin querer él dármelo. Su apasionamiento por Temísto-
cles, Arístides, Cimón (era él Cimón o Simón). Siempre dijo él que así
era el carácter de este señor. Haníbal, Alcibíades… (sollozo).
Mi negra Jonathás se presentó y estuvo calmándome con infusiones
severas. Debo mantener el propósito de no volver a mirar esas cosas; ella
dice que me hacen mucho daño, y hasta le creo.
Simón quiso que yo las tuviera, y son mías, muy mías y se irán conmigo
a la tumba. Así lo he dicho muchas veces a tales señores que vienen de
visita, aquí a husmear lo que sé. La historia no se la cuenta ¡Se la hace!
Que se vayan al diablo cuando vuelvan.
Hoy es domingo 27
Han pasado tres semanas desde la última vez que escribí y ha habido
extraordinarias.
Escribo estas líneas para saberme viva, viva por dentro. Después de
todo, a mi edad… Pienso en algunos amigos míos que darían todo por
tenerme en su casa, y por disfrutar de mis recuerdos o de los chistes de
Jonathás (que cuenta con gracia).
No existe nada interesante en este miserable puerto; lo único que
vino, una compañía de teatro que no encontró lugar, cosa que impro-
visaron en la playa.
La gente aquí anda disparatada con el asunto limítrofe; ojalá se pueda
sacar a estos imbéciles de mi Ecuador.
188 M anuela S áenz y S imón B olívar
Los dos escogimos el más duro de los caminos. Porque a más del
amor, nuestra compañía se vio invadida por toda suerte de noticias;
guerra, traición, partidos políticos, y la distancia, que no perdonó jamás
nuestra intimidad. Juntos soportamos el allanamiento a nuestras vidas.
Hicimos un pacto de respeto a las ideas ajenas, muy por encima del
respeto que debió dárseles a las nuestras. ¿Qué fue de nuestra dignidad?
¿A qué mujer cabe todo esto? Dejo aquí porque tengo visita (horror de
letra).
otro siglo fuera del suyo. Sí, él no era del diez y nueve. Sí, él no hizo otra
cosa que dar; vivía en otro mundo muy fuera del suyo. No hizo nada,
nada para él.
consejo de lo necesario que era para ese momento; y con todos los po-
deres de los cuales Simón fue investido, comenzar a solucionar todos los
problemas de organización, de avituallamiento, de pagos a los soldados,
de permisos, de reclutamiento, etc., etc.
Comuniqué a S.E. todo y cuanto se hablaba en los círculos, salones
de los aristócratas, reuniones, etc. Y de todo cuanto el pueblo hablaba.
Jonathás y Nathás sirvieron mucho para esto. Todos los señores genera-
les y oficiales de S.E. el Libertador guardaban benevolente discreción y
simpatía hacia mí. Con deferencia característica hacia “La dama dueña
del corazón y de la vida de su Libertador” (me trataban como si fuera
yo la esposa legítima de este señor).
Recibí el grado de húsar, y me dediqué por entero a ese trabajo la-
borioso de archivar, cuidar y glosar lo más grande escrito por S.E.; in-
cluso salvaguardar nuestras cartas personales.¡Había allí en Lima tanto
desafuero! Pero combatimos lo indeseable. Bajo mi consejo, intuición
y celo; se aumentaron las fiestas, la vida social mía. Se acrecentaron las
reuniones, para saber descubrir a los enemigos del Gobierno. Como
espía, de tanto en tanto caía una buena información, la que inmediata-
mente le daba conocimiento de ella a S.E.
Se me nombró compañera del Libertador. Sí, compañera de luchas;
metida en asuntos militares y presidenciales. Era necesaria, muy a pesar
de los que lo asistían para su trabajo de él: una buena cantidad de ayu-
dantes, generales, secretarios y auxiliares, de los que no necesitó nunca,
pues era tercamente un solitario hombre introvertido, cuando su sole-
dad lo aprisionaba.
Parecía que Simón lo supiera todo. Pero no era así, sus conocimientos
necesitaron siempre de mi apoyo; el que era conocer el ambage de ideas
de los naturales de estos lados del Sur. Insistentemente le pedí que fuera
implacable, más cuando se tratara del bien de la República.
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Que no diera pie atrás en cada una de sus decisiones. Cosa por la que
me admiraba y respetaba.
Juntos movilizamos pueblos enteros a favor de la revolución, de la
patria. Mujeres cosiendo uniformes, otras tiñendo lienzos o paños para
confeccionarlos, y lonas para morrales. A los niños los arengaba y les
pedíamos trajeran hierros viejos, hojalatas, para fundir y hacer escopetas
o cañones; clavos, herraduras, etc. Bueno, yo era toda una comisaria de
guerra que no descansó nunca hasta ver el final de todo.
Le comenté que al indio lo que más le gusta es la “charca” y su troje,
así que Simón repartía tierras, y estos ayudaban con aprovisionamientos
de comida o con hombres.
A principios del mes de octubre de 1823 ya me encontraba en Lima,
al cuidado del archivo personal y de campaña de S.E. el Libertador y
Presidente.
Le recomendé no involucrar al general Sucre en ninguna batalla por
esos días. ¿Intuición femenina? ¿Estrategia? ¡Las dos cosas! Pudo ser la
derrota, visto lo actuado hasta allí por el godo Canterac. Además, había
que contar con el desorden del ejército colombiano, que se encontraba
desmoralizado, y los patriotas ciudadanos, a la expectativa de los acon-
tecimientos.
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Colección Epistolarios. Ediciones del Banco Central del Ecuador.
COLECCIÓN BICENTENARIO CARABOBO
COMISIÓN PRESIDENCIAL BICENTENARIA DE LA BATALLA Y LA VICTORIA DE CARABOBO
Preprensa e impresión
Fundación Imprenta de la Cultura
ISBN
978-980-440-089-6
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Caracas, Venezuela, mayo de 2022
La presente edición de
Las mas hermosas cartas de amor