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Cartas de amor
acompañadas de los Diarios de Quito y Paita,
así como de otros documentos
Manuela Sáenz y Simón Bolívar
Colección Bicentenario Carabobo

En homenaje al pueblo venezolano

El 24 de junio de 1821 el pueblo venezolano, en unión cívico-militar y


congregado alrededor del liderazgo del Libertador Simón Bolívar,
enarboló el proyecto republicano de igualdad e “independencia o nada”.
Puso fin al dominio colonial español en estas tierras y marcó el inicio de
una nueva etapa en la historia de la Patria. Ese día se libró la Batalla
de Carabobo.
La conmemoración de los 200 años de ese acontecimiento es propicia
para inventariar el recorrido intelectual de estos dos siglos de esfuerzos,
luchas y realizaciones. Es por ello que la Colección Bicentenario
Carabobo reúne obras primordiales del ser y el quehacer venezolanos,
forjadas a lo largo de ese tiempo. La lectura de estos libros permite apre-
ciar el valor y la dimensión de la contribución que han hecho artistas,
creadores, pensadores y científicos en la faena de construir la república.
La Comisión Presidencial Bicentenaria de la Batalla y la
Victoria de Carabobo ofrece ese acervo reunido en esta colección
como tributo al esfuerzo libertario del pueblo venezolano, siempre in-
surgente. Revisitar nuestro patrimonio cultural, científico y social es
una acción celebratoria de la venezolanidad, de nuestra identidad.
Hoy, como hace 200 años en Carabobo, el pueblo venezolano con-
tinúa librando batallas contra de los nuevos imperios bajo la guía del
pensamiento bolivariano. Y celebra con gran orgullo lo que fuimos, so-
mos y, especialmente, lo que seremos en los siglos venideros: un pueblo
libre, soberano e independiente.

Nicolás Maduro Moros


P residente de la R epública B olivariana de V enezuela
Nicolás Maduro Moros
P residente de la R epública B olivariana de V enezuela

Comisión Presidencial Bicentenaria de la B ata l l a y la Victoria de Carabobo

Delcy Eloína Rodríguez Gómez


Vladimir Padrino López
Aristóbulo Iztúriz
Freddy Ñáñez Contreras
Ernesto Villegas Poljak
Jorge Rodríguez Gómez
Jorge Márquez Monsalve
Rafael Lacava Evangelista
Jesús Rafael Suárez Chourio
Félix Osorio Guzmán
Pedro Enrique Calzadilla Pérez
Cartas de amor
acompañadas de los Diarios de Quito y Paita,
así como de otros documentos

Manuela Sáenz y Simón Bolívar


L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 13

Índice

15 Nota Editorial

17 A modo de Prólogo. Fragmento sobre el incidente del zarcillo


recogido por Perú de Lacroix en el Diario de Bucaramanga

23 Cartas de amor de Manuela y Simón

35 Cartas entre Manuela y Simón. El incidente del zarcillo

107 Cartas sin fecha

121 Diario de Quito de Manuela Sáenz

139 Cartas a Bolívar y de Bolívar sobre Manuela

159 Cartas a Manuela y de Manuela sobre Bolívar

177 Diario de Paita de Manuela Sáenz

197 Bibliografía
Nota Editorial

Se publican en este volumen, además de otros importantes documen-


tos, una serie de cartas en las que Manuela Sáenz y Simón Bolívar se
expresan el hondo y apasionado amor que los unió incluso después de
la muerte del Libertador. En efecto, Manuelita nunca renunció a su
sentimiento, y su fidelidad se tradujo en una abierta postura bolivarista
que le costó el destierro por orden de Francisco de Paula Santander. Las
manifestaciones de la Libertadora del Libertador no solo les resultaban
chocantes a él ya su entorno, sino que se sentían amenazados por una
mujer que ya había dado muestras de que no le temblaba el pulso para
conspirar contra ellos. Si en realidad ella estaba en capacidad de hacerles
algún daño o de levantar un movimiento que restituyera el proyecto de
Bolívar, era un asunto que no estaban dispuestos a constatar.
La expulsión de Colombia lanzó a Manuelita a un exilio intermina-
ble: a su Ecuador natal no puedo entrar y terminó en el puerto de Paita,
Perú, donde murió sin que se tenga noticia de que haya intentado vol-
ver a tomar ninguna acción política. Pero, precisamente ese retiro de-
muestra su ruptura con un mundo que consideraba perdido en las ma-
nos de los grupos que siempre adversó y que tanto le insistió a Bolívar
para que rompiera con ellos y los enfrentara con la mayor severidad. Y
su frontalidad, como acabamos de contar, le costó muy caro. Tanto, que
por muchísimo tiempo fue desterrada también de la historia escrita en
la academia, tanto en Colombia como en Ecuador y Venezuela, a pesar
de que no se le dejaba de mencionar como para cubrir ciertas formas.
Hasta Guzmán Blanco llegó a ordenar que se destruyeran las cartas de
Bolívar a su compañera. Por eso es tan importante que esta correspon-
dencia haya sido rescatada en su momento y pueda ser leída hoy. Cierto
que, aunque se estima que fueron no menos de 400 las que cartas que
se escribieron a lo largo de su relación, son pocas las que sobreviven, lo
que hace aún más valioso un libro como este.
En cuanto al contenido de las cartas, sin duda nada que se diga aquí
será mejor que leerlas. No obstante, vale la pena mencionar que en su
conjunto reúnen las confesiones pasionales más fuertes con comentarios
sobre las contingencias de la guerra y serias preocupaciones políticas.
Esa curiosa mezcla de debe a que se trata de una pareja que se ama al
tiempo que combate junta. Por eso estas misivas podrían perfectamente
presentarse como cartas de amor y lucha; esa es la realidad que vivieron
y en esa entrega dieron su vida y lo mejor de sí. Con frecuencia, en la
intimidad tratan de tener en esas páginas, se declaran “loca” y “loco” de
amor… prendida él y prendida ella por esa locura, abren aquí su mun-
do para quienes hoy seguimos creyendo en ellos.

Los Editores
A modo de Prólogo

Fragmento sobre el incidente del zarcillo


recogido por Perú de Lacroix
en el Diario de Bucaramanga
Su Excelencia se levantó hoy con un poco de ánimo de salir de paseo a
caballo. Regresó más alegre y conversador; así que aproveché para que
me hiciera algunas confidencias sobre sus sentimientos de él acerca de
mi señora Manuela:
“¿Me pregunta usted por Manuela o por mí? Sepa usted que nunca
conocí a Manuela. En verdad, ¡nunca terminé de conocerla! ¡Ella es tan,
tan sorprendente! ¡Carajo, yo! ¡Carajo! ¡Yo siempre tan pendejo! ¿Vio
usted? Ella estuvo muy cerca, y yo la alejaba; pero cuando la necesitaba
siempre estaba allí. Cobijó todos mis temores…”

Su excelencia hizo aquí una pausa y luego pronunció:

“¡Siempre los he tenido, carajo! (S.E. se interrumpió y me miró su-


plicante, fijamente, como tratando de averiguar algo. Bajó la cabeza y
pensé que se había dormido; pero empezó nuevamente a hablar). Us-
ted De Lacroix la conoce: ¡Todos, todos la conocen! No, no hay mejor
mujer. Ni las catiras de Venezuela, ni las momposinas, ni las… ¡En-
cuentre usted alguna! Esta me domó. Sí, ¡ella supo cómo! La amo. Sí,
todos lo saben también. ¡Mi amable loca! Sus avezadas ideas de gloria;
siempre protegiéndome, intrigando a mi favor y de la causa, algunas
veces con ardor, otras con energía. ¡Carajo! ¡Ni las catiras de Venezuela,
que tienen fama de jodidas!
”Mis generales holgaron en perfidia para ayudarme a deshacerme de
mi Manuela, apartándola en algunas ocasiones, mientras que yo me
20 M anuela S áenz y S imón B olívar

complacía con otras. Por eso tengo esta cicatriz en la oreja. Mire usted
(enseñándome su grande oreja de S.E. la izquierda, que tiene la huella
de una fila de dientes muy finos, y, como si yo no supiera tal asunto),
este es un trofeo ganado en mala lid: ¡En la cama! Ella encontró un arete
de filigrana debajo de las sábanas, y fue un verdadero infierno. Me atacó
como un ocelote, por todos los flancos; me arañó el rostro y el pecho,
me mordió fieramente las orejas y el pecho, y casi me mutila. Yo no
atinaba cuál era la causa o argumentos de su odio en esos momentos y,
porfiadamente, me laceraba con esos dientes que yo también odiaba en
esa ocasión.
”Pero tenía ella razón: yo había faltado a la fidelidad jurada, y merecía
el castigo. Me calmé y relajé mis ánimos y cuando se dio cuenta de que
yo no oponía resistencia, se levantó pálida, sudorosa, con la boca en-
sangrentada y mirándome me dijo: ¡Ninguna, oiga bien esto, señor, que
para eso tiene oídos: ninguna perra va a volver a dormir con usted en
mi cama! (enseñándome el arete). No porque usted lo admita, tampoco
porque se lo ofrezcan. Se vistió y se fue.
”Yo quedé aturdido y sumamente adolorido, que en llamando a gri-
tos a José, y entrando este, pensó que yo había sido víctima de otro
atentado (aquí S.E. sonríe). En la tarde regresó debido a mis ruegos. Le
escribí diez cartas. Cuando me vio vendado claudicó, al igual que yo,
en la furia de sus instintos. Todo en dos semanas fue un delirio de amor
maravilloso bajo los cuidados de la fierecilla. ¿Usted qué cree? ¡Esto es
una clara muestra de haber perdido la razón por el amor! El gran poder
está en la fuerza del amor. Sucre lo dijo.
”Manuela siempre se quedó. No como las otras. Se importó a sí mis-
ma y se impuso con su determinación incontenible, y el pudor quedó
atrás y los prejuicios así mismo. Pero cuanto más trataba de dominar-
me, más era mi ansiedad por liberarme de ella.
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 21

”Fue, es y sigue siendo amor de fugas. ¿No ve? Ya me voy nuevamen-


te. ¡Vaya usted a saber! Nunca hubo en Manuela nada contrario a mi
bienestar. Solo ella. Sí, mujer excepcional, pudo proporcionarme todo
lo que mis anhelos esperaban en su turno. Mire usted. Arraigó en mi
corazón y para siempre, la pasión que despertó en mí desde el primer
encuentro.
”Mis infidelidades fueron, por el contrario de las experiencias, el aci-
cate para nuestros amores, después de lo violenta que fuera la escena
de celos de esta mujer. Nuestras almas siempre fueron indómitas como
para permitirnos la tranquilidad de dos esposos. Nuestras relaciones
fueron cada vez más profundas. ¿No ve usted? ¡Carajos! de mujer casada
a húsar, secretaria y guardián celoso de los archivos y correspondencia
confidencial personal mía. De batalla en batalla, a teniente, capitán y
por último, se lo gana con el arrojo de su valentía, que mis generales
atónitos veían; ¡coronel! ¿Y qué tiene que ver el amor en todo esto?
Nada.
”Lo consiguió ella como mujer (¡era de armas tomar!) ¿Y lo otro? Bue-
no, es mujer y así ha sido siempre, candorosa, febril, amante. ¿Qué más
quiere usted que yo le diga? ¡Coño de madre, carajo!” (Presiento que
esta será la última vez que S.E. me hable así, tan descarnadamente: sí,
de sus sentimientos de él hacia mi señora Manuela). Hubo un silencio
largo y S.E. exaltados los ánimos, se fue sin despedirse. Iba acongojado,
triste; balbuciendo: “Manuela, mi amable loca…”
Cartas de amor de
Manuela y Simón
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 25

Cuartel General en Guaranda a 3 de julio de 1822

A la distinguida dama, Sra. Manuela Sáenz


Apreciada Manuelita:

Quiero contestarte, bellísima Manuela, a tus requerimientos de amor


que son muy justos. Pero he de ser sincero para quien, como tú, todo
me lo ha dado. Antes no hubo ilusión, no porque no te amara Manuela
y es tiempo de que sepas que antes amé a otra con singular pasión de
juventud, que por respeto nunca nombro.
No esquivo tus llamados, que me son caros a mis deseos y a mi pa-
sión. Solo reflexiono y te doy un tiempo a ti, pues tus palabras me
obligan a regresar a ti; porque sé que esta es mi época de amarte y de
amarnos mutuamente.
Solo quiero tiempo para acostumbrarme, pues la vida militar no es
fácil ni fácil retirarse. Me he burlado de la muerte muchas veces, y esta
me acecha delirante a cada paso.
Qué debo brindarte: ¿un encuentro vivo acaso? Permíteme estar segu-
ro de mí, de ti y verás querida amiga quién es Bolívar al que tú admiras.
No podría mentirte.
¡Nunca miento! Que es loca mi pasión por ti, lo sabes.

Dame tiempo.
Bolívar
26 M anuela S áenz y S imón B olívar

El Garzal, a 27 de julio de 1822

A Su Excelencia general Simón Bolívar


Muy señor mío:

Aquí hay de vivaz todo un hechizo de la hermosa naturaleza. Todo in-


vita a cantar, a retozar; en fin, a vivir aquí. Este ambiente, con su aire
cálido y delicioso, trae la emoción vibrante del olor del guarapo que
llega fresco del trapiche, y me hace experimentar mil sensaciones almi-
baradas. Yo me digo: este suelo merece recibir las pisadas de S.E. El bos-
que y la alameda de entrada al Garzal, mojados por el rocío nocturno,
acompañarían su llegada de usted, evocando la nostalgia de su amada
Caracas. Los prados, la huerta y el jardín que está por todas partes,
serviránle de inspiración fulgurante a su amor de usted, por estar S.E.
dedicado casi exclusivamente a la guerra.
Las laderas y campos brotando flores y gramíneas silvestres, que son
un regalo a la vista y encantamiento del alma. La casa grande invita
al reposo, la meditación y la lectura, por lo estático de su estancia. El
comedor, que se inunda de luz a través de los ventanales, acoge a todos
con alegría; y los dormitorios reverentes al descanso, como que ruegan
por saturarse de amor…
Los bajíos a las riberas del Garzal hacen un coloquio para desnudar
los cuerpos y mojarlos sumergidos en un baño venusiano; acompañado
del susurro de los guaduales próximos y del canto de pericos y loros es-
pantados por su propio nerviosismo. Le digo yo, que ansío de la presen-
cia de usted aquí. Toda esta pintura es de mi invención; así que ruego
a usted que perdone mis desvaríos por mi ansiedad de usted y de verlo
presente, disfrutando de todo esto que es tan hermoso.
Suya de corazón y de alma,
Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 27

El Garzal, a 28 de julio de 1822

General Simón Bolívar


Muy señor mío:

Aquí estoy yo, ¡esperándole! No me niegue su presencia de usted. Sabe


que me dejó en delirio y no va a irse sin verme y sin hablar… con su
amiga, que lo es loca y desesperadamente.

Manuela

… aquí hay todo lo que usted soñó y me dijo sobre el encuentro de


Romeo y Julieta… y exuberancias de mi misma.
28 M anuela S áenz y S imón B olívar

Quito, 30 de diciembre de 1822

Al Libertador Simón Bolívar


Incomparable amigo:

En la apreciable de usted, fecha 22 del presente, me hace ver el interés


que ha tomado en las cargas de mi pertenencia. Yo le doy a usted las gra-
cias por esto, aunque más las merece usted porque considera mi situa-
ción presente. Si esto sucedía antes que estaba más inmediata, ¿qué será
ahora que está a más de sesenta leguas de aquí? Bien caro me ha costado
el triunfo de Yacuanquer. Ahora me dirá usted que no soy patriota por
todo lo que voy a decir. Mejor hubiera querido yo triunfar de él y que
haya diez triunfos en Pasto.
Demasiado considero a usted lo aburrido que debe estar usted en ese
pueblo; pero, por desesperado que usted se halle, no ha de estar tanto
como lo está la mejor de sus amigas, que es:

Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 29

Quito, a diciembre 30 de 1822

A.S.E. El Libertador Simón Bolívar


Señor mío:

Yo agradezco a usted por el interés que toma sobre mi persona, porque


usted bien sabe de mi presencia en cuerpo y alma a su lado.
Sobre lo que me dice usted en su carta del 25 del presente, me hace
sentir la soledad que acompaña lo que es ahora la distancia.
Considéreme usted su amor loco y desesperado por unirme hasta la
gloria de su ser; supongo que se halla usted en igual condición como lo
está la más fiel de sus amigas, que es:

Manuela
30 M anuela S áenz y S imón B olívar

Cuartel General Pasto, a 30 de enero de 1823

Mi adorada Manuelita:

Recibí tu apreciable que regocijó mi alma, al mismo tiempo que me


hizo saltar de la cama; de lo contrario, esta hubiera sido víctima de la
provocada ansiedad en mí.
Manuela bella, Manuela mía, hoy mismo dejo todo y voy, cual cen-
tella que traspasa el universo, a encontrarme con la más dulce y tierna
mujercita que colma mis pasiones con el ansia infinita de gozarte aquí
y ahora, sin que importen las distancias. ¿Cómo lo sientes, ah? ¿Verdad
que también estoy loco por ti?…
Tú me nombras y me tienes al instante. Pues sepa usted mi amiga,
que estoy en este momento cantando la música y tarareando el sonido
que tú escuchas. Pienso en tus ojos, tu cabello, en el aroma de tu cuerpo
y la tersura de tu piel y empaco inmediatamente, como Marco Antonio
fue hacia Cleopatra. Veo tu etérea figura ante mis ojos, y escucho el
murmullo que quiere escaparse de tu boca, desesperadamente, para salir
a mi encuentro.
Espérame, y hazlo, ataviada con ese velo azul y transparente, igual
que la ninfa que cautiva al argonauta.

Tuyo,
Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 31

Catahuango, a febrero 12 de 1823

A Su Excelencia
General Simón Bolívar

A más de encontrarme condenada por mis parientes en Quito, la suerte


al revés en mi matrimonio (siempre supe desde el principio que sería
así), usted me incomoda con el comportamiento de usted, de sus senti-
mientos que son desprendidos de toda realidad.
¿Dice usted que me piensa, me ama, me idolatra?
¿Cree usted que este destino cruel puede ser justo? ¡No! ¡Mil veces no!
¿Quiere usted la separación por su propia determinación, o por los aus-
picios de lo que usted llama honor? La eternidad que nos separa solo es
la ceguera de su determinación de usted, que no lo ve más. Arránquese
usted si quiere, su corazón de usted, pero el mío ¡No! Lo tengo vivo para
usted, que sí lo es para mí toda mi adoración, por encima de todos los
prejuicios.
Suya,
Manuela
32 M anuela S áenz y S imón B olívar

Cuartel General de Lima, a 13 de septiembre de 1823

A la señora Manuela Sáenz


Mi buena y bella Manuelita:

Profunda preocupación tiene mi corazón, a más de mi admiración por


tu valentía al enfrentarte sola al anatema de la luz pública, en detrimen-
to de tu honor y de tu posición.
Sé que lo haces por la causa de la libertad, a más que por mí mismo,
al disolver, con la intrepidez que te caracteriza, ese motín que atosigaba
el orden legal establecido por la República, y encomendado al general
Solom en Quito.
Tú has escandalizado a media humanidad, pero solo por tu tempera-
mento admirable. Tu alma es entonces la que derrota los prejuicios y las
costumbres de lo absurdo; pero Manuela mía, he de rogarte: prudencia,
a fin de que no se lastime tu destino excelso en la causa de la libertad de
los pueblos y de la República.
Prefiero que vengas a Lima, a fin de hacerte cargo de la secretaría y de
mi archivo personal, así como los demás documentos de la Campaña
del Sur.

Con todo mi amor,


Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 33

Quito, septiembre 23 de 1823

S.E. Simón Bolívar


Señor:

Bien sabe usted que ninguna otra mujer que usted haya conocido, po-
drá deleitarlo con el fervor y la pasión que me unen a su persona, y
estimula mis sentidos. Conozca usted a una verdadera mujer, leal y sin
reservas.
Suya,
Manuela
34 M anuela S áenz y S imón B olívar

Lima, a octubre 18 de 1823

Muy señor mío:

Tiene usted mi amor verdadero, con el prendimiento de mi corazón


por usted. No me calmo hasta que usted me dé su explicación de su
ausencia de usted, sin que yo sepa qué se ha hecho usted. ¿Es que no ve
el peligro? ¿O yo no le intereso más que ayer? Decida usted, porque yo
me regreso aun sin la gloria de usted, que no vacila en hacerme sufrir.

Suya,
Manuela
Cartas entre Manuela y Simón.

El incidente del zarcillo


L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 37

I.
Cuartel General en La Magdalena-Lima
Octubre 29 de 1823

Señora Doña Manuela Sáenz


Señora:

Mi deseo es que usted no deje a este su hombre por tan pequeña e


insignificante cosa. Líbreme usted misma de mi pecado, conviniendo
conmigo en que hay que superarlo. Vengó ya usted su furia en mi hu-
manidad. ¿Vendrá pronto? Me muero sin usted.

Su hombre idolatrado,
Bolívar
38 M anuela S áenz y S imón B olívar

II.
La Magdalena, 6:30 p.m.

Señora:

Nunca después de una batalla encontré un hombre tan maltratado y


maltrecho como yo mismo me hallo ahora, y sin el auxilio de usted.
¿Quisiera usted ceder en su enojo y darme una oportunidad para expli-
cárselo?

Su hombre que muere sin su presencia,


Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 39

III.
La Magdalena, 7:30 p.m.

Señora:

En mi situación, ya no encuentro otro recurso que el de levantarme


como Lázaro e implorar su benevolencia conmigo.
Sepa usted que parezco perro de hortelano castigado por jauría.
¿No se conmueve usted? Venga, venga pronto, que me muero sin
usted.

Bolívar
40 M anuela S áenz y S imón B olívar

IV.
La Magdalena, 8 p.m.

Señora:

Medite usted la situación. ¿Acaso no dejó de asistirme en unos días? Yo


imploro de su misericordia de usted, que proviene de su alma pura; no
me deje morir de amor sin su presencia. ¿Puedo volver a llamarla mi
bella Manuela? Explíqueme qué conducta debo seguir respecto a usted.

Suyo,
Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 41

V.
La Magdalena, 9:30 p.m.

Mi adorada Manuelita, el hincarme la porcelana iridiscente de tu boca


fue el flagelo más sutil demandado por mortal alguno en la expiación
de su pecado; tus dedos se adhirieron a mi carne, como en las breñas de
la ascensión al Pisha, para darle a este hombre (tu hombre) un hálito
mortal, en la contemplación de tu divinidad hecha mujer.

Perdóname, tuyo,
Bolívar
42 M anuela S áenz y S imón B olívar

Lima, a 27 de febrero de 1824

Al señor Libertador
General Simón Bolívar
Muy señor mío:

Por correo he sabido de su desgracia de usted. ¿No ve usted, señor, por


usted mismo? Corro a su lado hasta Pativilca. Escribo muy de prisa
por el ansia que tengo. Mañana salgo con algunos patriotas y tropa de
Lima, pues son noticias frescas el que los peninsulares junto con los
traidores de Torre Tagle, dan ultimátum a esta ciudad; y hallo justifica-
ción en hacerlo porque para usted su salud no cuenta. Yo bien sé que
con mi compañía usted se sentirá mejor, dando al traste con todas sus
desgracias; que yo pueda ser remedio de sus males. ¿Me espera usted? Su
amiga, desesperada por verlo, que es,

Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 43

Huamachuco, a 26 de mayo de 1824

General Simón Bolívar


Señor mío:

He de decirle a usted que mi paciencia en no ver su ánimo disponible


hacia su amiga, que lo es sincera, tiene un límite. Usted, que tanto
hablaba de corresponder gentilmente a los amigos, duda en escribirme
una línea; esto me provoca una agonía fatal, pues no encuentro que
satisfaga mis interrogantes acerca de usted o de su comportamiento aus-
tero, aunque diplomático.
¿He de preguntarle a usted mismo? No, porque ni siquiera piensa en
mí, ni su respuesta es espontánea. Téngame un poco de amor, aunque
solo sea por lo de patriota.

Manuela
44 M anuela S áenz y S imón B olívar

Huamachuco, a 30 de mayo de 1824

General Simón Bolívar


Muy señor mío:

Me pregunto a mí misma, si vale la pena tanto esfuerzo en recuperarlo


a usted de las garras de esa pervertida que lo tiene enloquecido última-
mente. Dirá usted que son ideas absurdas. He de contarle que sé los
pormenores de muy buena fuente, y usted sabe que solo me fío de la
verdad. ¿Le incomoda mi actitud? Pues bien; tengo resuelto desaparecer
de este mundo, sin el «permiso de su Señoría», ya que no me llegará a
tiempo, debido a sus múltiples ocupaciones…

Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 45

Cuartel General en Huaraz, a 9 de junio de 1824

Manuelita
Mi adorada:

Tú me hablas del orgullo que sientes de tu participación en esta campa-


ña. Pues bien, mi amiga, ¡Reciba usted mi felicitación y al mismo tiem-
po mi encargo! ¿Quiere usted probar las desgracias de esta lucha? ¡Va-
mos! El padecimiento, la angustia, la impotencia numérica y la ausencia
de pertrechos hacen del hombre más valeroso un títere de la guerra.
Un suceso que alienta es el hallarse en cualquier recodo con una co-
lumna rezagada de godos y quitarles los fusiles. ¡Tú quieres probarlo!
Hay que estar dispuesto al mal tiempo, a caminos tortuosos a caballo
sin darse tregua; tu refinamiento me dice que mereces alojamiento dig-
no y en el campo no hay ninguno. No disuado tu decisión y tu audacia,
pero en las marchas no hay lugar a regresarse. Por lo pronto, no tengo
más que una idea que tildarás de escabrosa: pasar al ejército por la vía de
Huaraz, Olleros, Choveín y Aguamina al sur de Huascarán.
¿Crees que estoy loco? Esos nevados sirven para templar el ánimo de
los patriotas que engrosan nuestras filas. ¿A qué no te apuntas? Nos es-
pera una llanura que la Providencia nos dispone para el triunfo. ¡Junín!
¿Qué tal?
A la amante idolatrada

Tuyo,
Bolívar
46 M anuela S áenz y S imón B olívar

Huamachuco, 16 de junio 1824

A S.E. El Libertador Simón Bolívar


Mi querido Simón,
Mi amado:

Las condiciones adversas que se presenten en el camino de la campaña


que usted piensa realizar, no intimidan mi condición de mujer. Por el
contrario, yo las reto. ¡Qué piensa usted de mí! Usted siempre me ha
dicho que tengo más pantalones que cualquiera de sus oficiales, ¿o no?
De corazón le digo: no tendrá usted más fiel compañera que yo y no
saldrá de mis labios queja alguna que lo haga arrepentirse de la decisión
de aceptarme.
¿Me lleva usted? Pues allá voy. Que no es condición temeraria esta,
sino de valor y de amor a la independencia (no se sienta usted celoso).

Suya siempre,
Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 47

Huaraz, a junio 17 de 1824

A S.E. el Libertador Simón Bolívar


Muy señor mío:

Quisiera usted referirme: ¿Qué clase de hombre es este Santander, que


siendo su enemigo usted lo tolera; sin que haga nada usted por esquivar
esas infamias por las que, en su correspondencia, me doy cuenta, cómo
injusta y deliberadamente, él no acoge las peticiones de usted?
Tenga cuidado.

Suya,
Manuela
48 M anuela S áenz y S imón B olívar

Cuartel General de Junín


a 6 de agosto de 1824

Al señor teniente de húsares de S.E.


El Libertador y Presidente de Colombia
Señora Manuela Sáenz
Mi muy querida Manuela:

En consideración a la resolución de la Junta de Generales de División,


y habiendo obtenido de ellos su consentimiento, y alegada su ambición
personal de usted de participar en la contienda; visto su coraje y valen-
tía de usted; de su valiosa humanidad en ayudar a planificar desde su
columna las acciones que culminaron en el glorioso éxito de este me-
morable día; me apresuro, siendo las 16:00 horas en punto, en otorgarle
el grado de capitán de húsares; encomendándole a usted las actividades
económicas y estratégicas de su regimiento, siendo su máxima autori-
dad en cuanto tenga que ver con la atención a los hospitales, y siendo
este, el último escaño de contacto de mis oficiales con la tropa.
Cumplo así con la justicia, de dar a usted su merecimiento de la gloria
de usted, congratulándome de tenerla a mi lado como mi más querido
oficial del ejército colombiano.
Su afectísimo,
S.E. el Libertador,

Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 49

Cuartel General en Andahuaylas,


a 26 de septiembre de 1824 (Confidencial)

Manuela mía:

El 3 del próximo, deseo que te reportes con “Héctor”, a fin de coordinar


el asunto que nos preocupa. El coronel Salguero lleva los partes de la es-
trategia, para que Héctor vea la conveniencia de hacerlo en Huamanga
frente al Condorcunga. El motivo: que todos los batallones sepan que
el Libertador y Presidente está allí, con ellos, en su tienda de campaña,
aunque “con tabardillo”. El general Solom llegará en mi mula parda a
fin de que se crea que soy yo.
Tú serás muy útil al lado de Héctor, pero es una recomendación para
ti, y una orden de tu general en jefe, de que te quedes pasiva ante el en-
cuentro con el enemigo. Tu misión será la de “atenderme”, entrando y
saliendo de la tienda del Estado Mayor, y llevando viandas de agua para
“refrescarme”, al tiempo de que en cada salida llevas una orden mía (de
los partes que estoy enviándote) a cada general. No desoigas mis consi-
deraciones y mi preocupación por tu humanidad.
¡Te quiero viva! Muerta, yo muero.

Tuyo,
Bolívar
50 M anuela S áenz y S imón B olívar

Cuartel General de Chalhuancada,


a octubre 4 de 1824

A la señora capitana de húsares de la Guardia


Manuela Sáenz
(Personal)
Mi muy querida Manuelita:

Te pido con el consejo de mis pensamientos, que batallan con el ardor


de mi corazón, que te quedes ahí. Lo hago, no por separarme de ti, pues
tú eres el ser que más quiero y porque siempre estoy pensando en ti.
Tu presencia servirá para que te encargues de hacerme llegar informes
minuciosos de todo pormenor, que ninguno de mis generales me haría
saber, más por sus preocupaciones personales, que por intrigas o des-
avenencias. Al mantenerme al tanto de todo lo que acontece allí, puedo
mirar dos frentes, seguro de encontrar el respaldo que tú lograrás en ese
cuartel.

Soy tuyo de corazón,


Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 51

Cuartel General de Huancayo,


a 24 de octubre de 1824

Mi adorada Manuelita:

Mi bella y buena Manuela, hoy he recibido la Ley del Congreso de Co-


lombia, del 28 de julio, quitándome todas las facultades extraordinarias
de las cuales me hallaba investido por el ejecutivo; traspasándolas todas,
sin excepción, a Santander.
Mi corazón ve con tristeza el horrible futuro de una patria que su-
cumbe ante la mezquindad de los intereses personales y de partidos.
A todos cabe, sin embargo, una disculpa. Tú, en cambio, te conservas
siempre fiel a mí. Sin embargo, por el amor que me profesas, no hagas
nada que nos hundiría a los dos. Desconoce el hecho como un desliz de
mis detractores, sin más que guardar la compostura que obliga en estos
casos, mientras yo recurro a mi intuición a fin de organizar mi relevo de
estas responsabilidades en Sucre.

Tuyo,
Bolívar
52 M anuela S áenz y S imón B olívar

Chancayo, a 9 de noviembre de 1824

Mi adorada Manuelita:

Estoy muy agradecido por tu oportuna correspondencia, que al detalle


me informa de los odios de esas gentes perniciosas, la mayoría campe-
sinos que sin más motivo que el de su rebeldía, hostigan a las tropas.
También los del comportamiento de los generales Uno y Heres.
Sucre ya tiene las órdenes pertinentes a la marcha; tú por vías de
paciencia queda a la espera de mi retorno, que será muy pronto, pues
ansío tus amables caricias y contemplarte con mi pasión, que lo es loca
por ti. Tu único hombre,

Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 53

Cuartel General de Huancavilca


Diciembre 20 de 1824

Señora doña Manuela Sáenz


Apreciada Manuelita:

Al recibir la carta del 10, de letra de Sucre, no tuve más que sorprender-
me por tu audacia, en que mi orden, de que te conservaras al margen
de cualquier encuentro peligroso con el enemigo, no fuera cumplida; a
más de que tu desoída conducta, halaga y ennoblece la gloria del ejér-
cito colombiano, para el bien de la patria y como ejemplo soberbio de
la belleza, imponiéndose majestuosa sobre los Andes. Mi estrategia me
dio la consabida razón de que tú serías útil allí; mientras que yo recojo
orgulloso para mi corazón, el estandarte de tu arrojo, para nombrarte
como se me pide: coronel del ejército colombiano.

Tuyo,
Bolívar

Adición: ¡Viva la patria, viva Sucre, viva Manuela, viva Ayacucho! ¡Qué
es la apoteósis de la República!
54 M anuela S áenz y S imón B olívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 55

Lima, a 14 de abril de 1825

A S.E. general Simón Bolívar


Muy señor mío:

Sé que ha partido con usted mi única esperanza de felicidad. ¿Por qué,


entonces, le he permitido escurrirse de mis brazos como agua que se
esfuma entre los dedos? En mis pensamientos estoy más que convencida
de que usted es el amante ideal, y su recuerdo me atormenta durante
todo el tiempo.
Encuentro que satisfaciendo mis caprichos se inundan mis sentidos,
pero no logro saciarme, en cuanto a que es usted a quien necesito; no
hay nada que se compare con el ímpetu de mi amor. Comprar perfu-
mes, vestidos costosos, joyas, no halaga mi vanidad. Tan solo sus pala-
bras logran hacerlo. Si usted me escribiera con letras diminutas y cartas
grandotas, yo estaría más que feliz.
Mis labores no terminan nunca, pues empieza una y no termina y ya
tengo otra empezada. Confieso que estoy como embotada y no logro
hacer nada. Dígame qué debo hacer, pues no atino ni una, y todo por
el vacío de usted aquí.
Si usted me dijera venga, yo iría volando ¡así fuera al fin del mundo!

Su pobre y desesperada amiga,


Manuela
56 M anuela S áenz y S imón B olívar

Ica, 20 de abril de 1825

Mi bella y buena Manuela:

Cada momento estoy pensando en ti y en el destino que te ha tocado.


Yo veo que nada en el mundo puede unirnos bajo los auspicios de la
inocencia y del honor. Lo veo bien, y gimo de tan horrible situación
por ti; porque te debes reconciliar con quien no amabas; y yo, porque
debo separarme de quien idolatro!!! Sí, te idolatro hoy más, que nunca
jamás. Al arrancarme de tu amor y de tu posesión se me ha multiplicado
el sentimiento de todos los encantos de tu alma y de tu corazón divino,
de ese corazón sin modelo.
Cuando tú eras mía, yo te amaba más por tu genio encantador que
por tus atractivos deliciosos. Pero ahora, ya me parece que una eterni-
dad nos separa, porque mi propia determinación me ha puesto en el
tormento de arrancarme de tu amor, y tu corazón justo nos separa de
nosotros mismos, puesto que nos arrancamos el alma que nos daba exis-
tencia, dándonos el placer de vivir. En lo futuro, tú estarás sola aunque
al lado de tu marido; yo estaré solo en medio del mundo. Solo la gloria
de habernos vencido será nuestro consuelo. El deber nos dice que ya no
somos más culpables! No, no lo seremos más.

Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 57

Cuartel General Ica, a 21 de abril de 1825

Mi adorada Manuelita:

Voy acompañado, quiero decir, con la compañía de tus gratísimos re-


cuerdos. Pienso, dentro de mis relaciones, que mucho ha de ser el tra-
bajo que debo realizar y sé que me esperan la grandeza y la gloria. Sin
embargo, todo se empaña en la remembranza de tu imagen vestal y
hermosa, casi causante de esta lucha interna de mi corazón que se halla
entre mis deberes; la disciplina, mi trabajo intelectual y el amor. No
sabes, Manuela mía, cómo te ansía este corazón viejo y cansado, en el
deseo ferviente de que tu presencia lo rejuvenezca y lo haga palpitar de
nuevo al ritmo de como sano!
Sobre la base de mi temor, sé que no está bien insistir en tu viaje acá,
pues faltarías a las obligaciones para con tu marido. Sin embargo, ni
yo mismo puedo engañarme. Tu suerte que te ha tocado, me entristece
mucho por lo de tus sacrificios que quieres solo para conmigo. Yo te
lo agradezco. Mis sentimientos se agigantan junto con mis deseos, al
pensar en ti, y en todo lo arrobador de tu espíritu sin igual, además de
tu encantamiento femenino.
Muy pronto sabré qué determinación habremos de tomar ante esta
situación que nos destroza el alma. Por lo pronto, debemos tener pa-
ciencia de franciscano.

Tuyo en el alma,
Bolívar
58 M anuela S áenz y S imón B olívar

Cuartel General en Ica, a 26 de abril de 1825

Mi adorada Manuelita:

Mi amor, marcho hoy con destino al Alto Perú, a Chuquisaca, lleno de


proyectos que son mi ilusión de crear una nueva República. Y por lo
tanto, la demanda ha de ser mucho trabajo que realizar con la dirección
de la Providencia y donde alcanzaré lo más grande de mi gloria, que me
tiene pensando en ti, a cada momento en que tu imagen me acompaña
a todo lado, haciendo de ideas vivas el palaciego almíbar de mi vida y
mis labores.
Sin embargo, soy preso de una batalla interior entre el deber y el
amor; entre tu honor y la deshonra, por ser culpable de amor. Separar-
nos es lo que indica la cordura y la templanza, en justicia ¡Odio obede-
cer estas virtudes!

Soy tuyo de alma y corazón,


Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 59

Lima, a mayo 1 de 1825

A S.E. general Simón Bolívar


Muy señor mío:

Recibí su apreciable, que disgusta mi ánimo, por lo poco que me es-


cribe; además de que su interés por cortar esta relación de amistad que
nos une, al menos en el interés de saberlo triunfante de todo lo que se
propone. Sin embargo yo le digo: no hay que huir de la felicidad cuan-
do esta se encuentra tan cerca. Y tan solo debemos arrepentirnos de las
cosas que no hemos hecho en esta vida.
Su Excelencia sabe bien cómo lo amo. Sí, ¡con locura!
Usted me habla de la moral, de la sociedad. Pues, bien sabe usted que
todo eso es hipócrita, sin otra ambición que dar cabida a la satisfacción
de miserables seres egoístas que hay en el mundo.
Dígame usted: ¿Quién puede juzgarnos por amor? Todos confabulan
y se unen para impedir que dos seres se unan; pero atados a convencio-
nalismos y llenos de hipocresía. ¿Por qué S.E. y mi humilde persona no
podemos amarnos? Si hemos encontrado la felicidad hay que atesorarla.
Según los auspicios de lo que usted llama moral, ¿debo entonces seguir
sacrificándome porque cometí el error de creer que amaré siempre a la
persona con quien me casé?
Usted, mi señor, lo pregona a cuatro vientos: “El mundo cambia, la
Europa se transforma, América también”… ¡Nosotros estamos en Amé-
rica! Todas estas circunstancias cambian también. Yo leo fascinada sus
memorias por la gloria de usted.
¿Acaso no compartimos la misma? No tolero las habladurías, que no
importunan mi sueño. Sin embargo, soy una mujer decente ante el ho-
nor de saberme patriota y amante de usted.
Su querida, a fuerza de distancia,
Manuela
60 M anuela S áenz y S imón B olívar

Lima, a mayo 3 de 1825

A S.E. general Simón Bolívar


Mi amor idolatrado:

En la anterior, comenté a usted de mi decisión de seguir amándole, aún


a costa de cualquier impedimento o convencionalismos que en mí no
dan preocupación alguna por seguirlos. ¡Sé qué es lo que debo hacer y
punto! No hay que burlarse del destino (este según usted es cruel, des-
piadado). No, yo creo que, por el contrario, nos ha hecho encontrar,
nos dio la oportunidad de vernos e intercambiar opiniones de aquello
que nos interesaba, de la causa patriota y, desde luego,… si no sabemos
aprovechar esto, después se vengará de nosotros y entonces no tendrá
misericordia ni piedad.
Usted que me tenía un poquito de amor ha permitido que la ilusión
de usted se pierda, y yo veo todo con desesperanza. En todo lo que us-
ted me escribe, deseo conocer algo de su pensamiento, como queriendo
convencerme a mi manera y a mí misma, que usted tampoco está dis-
puesto a cortar nuestra relación. Véalo por usted mismo: nada hay en el
mundo que nos separe, que no sea nuestra propia voluntad. La mía es
seguir, a costa de mi reposo y mi felicidad. ¿Qué dice usted?

Suya,
Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 61

Lima, a 5 de mayo de 1825

A S.E. general Simón Bolívar


Muy señor mío:

¿Por qué se ha ido usted sin mí? ¿No ve que me ha hecho sufrir mucho?
Dígame dónde está. Estoy muy triste, pero no puedo juzgarlo. Sé que al
alejarse ha querido evitarme un gran dolor.
Usted tiene un corazón de oro, eso lo sé. Sin embargo, no quiero que
se desobligue de mí. Yo, que estoy enferma de ansiedad y loca por la au-
sencia de usted únicamente puedo soportarlo todo a su lado; me sobra
mucho, ¡Demasiado amor para dárselo! Lo único que me importa es su
amor, sentirme segura en sus brazos.
Ahora dirá usted que soy libidinosa por todo lo que voy a decirle:
que me bese toda, como me dejó enseñada, ¿no lo ve? ¿Cómo me las
arreglaré sin la presencia de usted? Pregunto, ¿por qué me ha dejado
enamorada? ¡Con el alma en pedazos! Usted dice que el amor nos libera.
Si, pero juntos. Eso fue comprobado por lo de Junín; de lo contrario
me siento encarcelada en mi desasosiego.
No le pido que piense en mí, dígame que me ha amado a mí más que
a ninguna otra. Perdóneme el fastidio de mi delirio, pero es que lo ado-
ro. Soy una mujer enamorada; tenga usted un poquito de compasión y
consideración por mí.
Sé que lo que voy a decir no le gustará, pero sí: me muero de celos
al pensar que podría usted estar con otra; pero yo sé que ninguna mu-
jer sobre la faz de la tierra podría hacerlo tan feliz como yo. ¿Orgullo?
Piense usted que sí, ¡pero es la verdad más dichosa! Por su amor seré su
esclava si el término amerita, su querida, su amante; lo amo, lo adoro,
pues es usted el ser que me hizo despertar mis virtudes como mujer. Se
lo debo todo, amén de que soy patriota.
Suya,
Manuela
62 M anuela S áenz y S imón B olívar

Lima, a 9 de mayo de 1825

A Su Excelencia general Simón Bolívar


Muy señor mío:

Mucho me alegra conocer su sana ambición de crear esa nueva Repúbli-


ca, que tanta falta le hace como equilibrio a la organización política del
Sur, dando lugar a establecer un orden y principio, regulando al Perú y
a la Argentina el espacio de sus territorios.
Espero con profunda ansiedad ver colmadas sus aspiraciones, que sí
son muy justas, en cambio en las lides de su interior no lo son. ¿Por qué
privarse del goce infinito del amor? ¿Qué tan alta es la honra para que
sobrepase a la del gran Bolívar y cuál es la cordura y la templanza que
obligan al Libertador a enjuiciarse a sí mismo? Si una de las virtudes
primordiales es la obediencia al amor, que la misma providencia auspicia
en todo ser humano.
Dispénseme usted mi terquedad, pero en esto tengo razón; de lo con-
trario, mi desvergüenza arderá en mi contra como la culpable de su
desasosiego. Quien lo ama hoy como nunca,

Suya,
Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 63

Lima, a 18 de mayo de 1825

General Simón Bolívar


Muy señor mío:

Yo solo sé que usted se hace más difícil en cuanto se entretiene en ho-


menajes, muy justamente rendidos en honor a la gloria de usted; cosa
que, en cierto modo, me resarce de su ausencia y me alimenta, en lo que
en mí, refleja su sombra de gloria.
Sí, porque solo la sombra de usted, mi glorioso Libertador, es la que
me cubre, en el absurdo de mi convivencia, en este hogar que aborrezco
con todo mi corazón. Mi mortificación va en el sentido de la ausen-
cia de usted, aunque no me entristece todavía, pues guardo su imagen
constante como aliciente de este desatinado matrimonio; que lejos de
enriquecerme me envilece, por el desagrado con el que atiendo las cosas
de la casa como matrona.
Contésteme usted aunque sea solo una línea, ¿sí? Déle vida a esta
pobre mujer que amargada por las circunstancias desea solo estar a su
lado y no apartada de usted.

Suya,
Manuela
64 M anuela S áenz y S imón B olívar

Lima, a 28 de mayo de 1825

Su Excelencia señor general Simón Bolívar


Muy señor mío:
El teniente Salguero vino en dejarme su apreciable del 17, en que me
hace gracia de sus escapadas a las funciones de gala en los recibimientos
y homenajes en honor a la gloria de usted.
Bien sabe que comparto esas estrategias por su seguridad de usted;
pues a mi modo de ver, es muy válido el que su Estado Mayor se preo-
cupe por su vida, siendo que los malvados lo buscan como si fuera usted
el único responsable de todo lo que pasa aquí.
Me dio mucha alegría leer su entusiasmo en lo referente al Decreto
y Leyes para la creación de la República Bolívar o “Bolivia”, como S.E.
se empeña en llamarla. Bien sabe que en usted veo que sí hay razón y
juicio para tales fines, y no en los de creación de Santander.
Estimo muy conveniente que usted resuelva en correspondencia a
este señor, su posición y educación de usted, así como todo lo que S.E.
conoce y sabe, tanto en instrucción de libros sabios que usted ha estu-
diado, como en instrucción de milicia desde niño, para que le calme las
dudas e intrigas, a satisfacción de la propia ignorancia de él.
La inteligencia de S.E. sobrepasa a los pensamientos de este siglo,
y bien sé que las nuevas generaciones de esa provincia y de América,
seguirán el resultado de las buenas ideas de usted, en procura de una
libertad estable y hacienda saludables.
Le envío unos cariñitos y dulces que le encantan a S.E. Use el pañuelo
que le bordé para usted, con mi amor y devoción, así como la camisa,
que es inglesa. La compré a un vendedor que trajo mercadería de una
goleta que naufragó cerca del Callao, y por su mercancía sin aduana,
no piense usted otra cosa. Lo amo desde lo más profundo de mi alma.
Cuidado con las ofrecidas. ¡Qué de mí se olvida para siempre!
Suya,
Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 65

Cuartel General Arequipa, junio 8 de 1825

Mi adorada Manuelita:

Mi amor: tu hermosa carta del 1 de mayo y la perentoria del 3, me han


hecho reflexionar en todas las circunstancias que nos afectan mutua-
mente. Añoro que en estas tierras no estés a mi lado, disfrutando de
encuentros gloriosos con quienes premiaron al genio de mi Proyecto
de Constitución Política del 16 de mayo, sobre la creación de la nación
Bolívar.
Aquí todo es alegría, pues con recibirme con arcos triunfales y con-
ducirme bajo palio, engalanan mi vanidad que no es otra que la satis-
facción de ver cumplidos mis anhelos de crear una quinta República;
quedando constituida por las cuatro provincias de Chuquisaca, Char-
cas, La Paz, Potosí y Cochabamba. Esto es mi vivo interés, para que no
conste en parte de la nación Argentina, por lo del pronunciamiento del
año 10, ni del Perú, que es otra a la cual perteneció.
Sé, mi amor, que en esto no hay otra cosa que los ensueños de tu
maravillosa imaginación. No te mortifiques más. Tu corazón venturoso
debe empeñarse con inquietudes que solo son los hechizos fatuos de la
incomprensión de tu marido. Relegaría con gusto todo lo que aquí acon-
tece, con el torbellino que mi pasión ansía invadir tu intimidad y la mía.
Mi agradecimiento es a todas tus atenciones y desvelos que llegan en
procesión de sucesivos cariños, delicias y cuidados, que hacen sentir po-
bre mi descomedida actitud, que es solo por la fuerza de mis obligacio-
nes aquí. Sí, perdóname. A partir de hoy, dedicaré un poco de tiempo a
esta agradable tarea de escribirte.

Tu amante,
Bolívar
66 M anuela S áenz y S imón B olívar

Cuartel General en Tunja, junio 16 de 1825

A la dulce, muy dulce y adorada Manuelita


Mi amor:

Sé que tienes mucha disposición hacia mí y que has aprendido todas las
artes de la estrategia en el amor. Esto ha creado una deliciosa intimidad
de pensamiento y afectos mutuos, que son ahora para mí un grato mo-
tivo de felicidad. ¿Sigues siendo la joya sagrada y sensual llena de encan-
tos y atributos de belleza? Pues bien, querida amiga, yo sigo pensando
y gozando de mi imaginación, aunque sé que no ignoras la magnitud
de tu sacrificio si resuelves venir acá. Sí, yo invito, ¡Viva el amor en el
raso y la seda, las camas mullidas con blandos colchones, los terciopelos
rojos, las alfombras, la gloria de ver a una mujer más linda que Cleo-
patra, ejerciendo todo el poder de sus encantos sobre mis sentidos; el
ludibrio de rasgar tus vestidos sin importar su costo, deshaciendo al
mismo tiempo tu laborioso peinado de tocador.
Me atraen profundamente tus ojos negros y vivaces, que tienen el
encantamiento espiritual de las ninfas; me embriaga sí, contemplar tu
hermoso cuerpo desnudo y perfumado con las más exóticas esencias, y
hacerte el amor sobre las rudimentarias pieles y alfombras de campaña.
Todo esto es una obsesión, la más intensa de mis emociones ¿Qué he
de hacer? Tu ensoñación me envuelve en el deseo febril de mis noches de
delirio. La moral, como tú dices, en este mundo es relativa; la sociedad
que se gestó y ha surgido en esa desastrosa época de colonialismo es
perniciosa y farsante; por eso no debimos actuar, como tú bien dices,
sino al llamado de nuestros corazones.

Soy tuyo de alma,


Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 67

/sin fecha

General Simón Bolívar


Muy señor mío:

Mi genio, mi Simón, amor mío, amor intenso y despiadado. Solo por la


gracia de encontrarnos daría hasta mi último aliento, para entregarme
toda a usted con mi amor entero; para saciarnos y amarnos en un beso
suyo y mío, sin horarios, sin que importen el día y la noche y sin pasa-
do, porque usted mi Señor es el presente mío, cada día, y porque estoy
enamorada, sintiendo en mis carnes el alivio de sus caricias.
Le guardo la primavera de mis senos y el envolvente terciopelo de mi
cuerpo (que son suyos).

Su Manuela
68 M anuela S áenz y S imón B olívar

Cuartel General en Pucará, a 17 de junio 1825

Mi adorada Manuelita:

Mi amor, me gustó mucho lo que dices, que has ido a rezar, porque en
verdad debemos tener fe en que estaremos juntos muy pronto; pero
para ello trataremos de ser cada día mejores, más buenos que el anterior;
aunque sobra decírtelo, porque tú naciste buena y humanitaria. Por
esto me siento plenamente orgulloso de ti, porque sé de tus caridades
y benevolencias. Me encanta que seas piadosa (aunque no lo eres tan-
to), amén de que te desvives por los desposeídos. De paso sé que haces
respetar la imagen de la República con fervor y ahínco; solo que esto te
trae mil contrariedades.
Cada vez que recuerdo tu hermosa figura viene a mí el goce de las no-
ches de amor interminables, donde tú eres la amante deliciosa, y somos
dos seres absorbidos por el amor que nos es esquivo, en tanto tus obli-
gaciones y las mías distan mucho de acercarse, por la poca o ninguna,
similitud de las mismas.
Si tuvieras obligaciones acá, entonces seríamos más dichosos, pues tu
trabajo tendría que ver conmigo. Esto acaso en una suposición; enton-
ces no nos separaríamos más.

Tuyo de corazón y de alma,


Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 69

Cuartel General en el Cuzco, 10 de julio de 1825

Benevolente y hermosa Manuelita:

Ahora todo tiene significado en la grandiosidad de ser libres, transfor-


mándose en gloria con sabor a triunfo. He tomado muy en cuenta tu
estimación sobre las apreciaciones que tiene Santander sobre mí, y le he
escrito con mi acervo de propiedad y cultura, ampliando su concepto
que de mí se lleva: mi cultura adquirida por el contacto con mis ilus-
tres amistades, por el permanente saber en las inagotables fuentes de
valiosos libros, y la inteligencia con que la Divina Providencia me ha
distinguido. Te remito copia de la misma, por considerarla ilustre den-
tro de mi modestia; pues no tengo blanduras con nadie y menos con
Santander. En lo que respecta a mi condición e integridad de ciudadano
y hombre libre, él lo sabe.

Tuyo,
Bolívar
70 M anuela S áenz y S imón B olívar

Lima a 14 de julio de 1825

A S.E. general Simón Bolívar


Mi amor idolatrado:

Hoy he recibido su apreciable del 16 de junio próximo pasado, que lue-


go de leer con viva emoción me ha puesto a reír, cantar, llorar y bailar de
emoción y alegría. Hasta la llegada de esta, he fumado tantos cigarros,
que estoy ronca y con voz grave; por lo que Nathán se ha puesto a ridi-
culizarme, y casi la mato de un abrazo, como si fuera usted.
Déjeme usted estar feliz con mis caprichos y mis voluptuosidades,
que desde luego contaré con detalles a usted; que sé, usted gozará en
inmensidad de sus placeres mentales peregrinos. Bastante bien se ha
llevado usted mi imagen, pues ¡no la pierda nunca! Sigo siendo bella,
provocativa, sensual y deliciosa. ¡Ah! Mis encantos son suyos y cual-
quier sacrificio no sería nada, con tal de estar en la proximidad de usted.
Tiene su recuerdo tal cúmulo de retratos, que me hacen ruborizar,
pero de deseo, sin romper mi intimidad o mi modestia.
Presto he terminado la lectura de su carta y me dedico a contestarle,
con la invariable seguridad de que usted me seguirá escribiendo cartas
de amor, que son el pretexto de seguir con vida. Lo amo tanto, que me
sentí morir cuando S.E. partió. Yo no podría vivir sin siquiera recibir
alguna noticia suya. ¿Ve usted la vehemencia con que lo pienso?

Suya,
Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 71

La Paz, 29 de septiembre de 1825

A Manuela la bella
Mi adorada Manuelita:
¡Vale más un grano de cebada que un hombre ansioso en espera del
amor! Porque este es un derecho de nostalgia. Yo, que me jacto de tran-
quilo, ¡Estoy en penumbras de mi desasosiego! Solo pienso en ti, nada
más que en ti y en todo lo que tienen de deliciosas tus formas. Lo que
siempre está en mi mente atormentada por tus bellos recuerdos, es la
imagen de lo que imagino en perenne fervor de tu amor y el mío.
¡Tú solamente existes en el mundo para mí! Tu prístina pureza y rocío
tutelar es como un ángel que da ánimo, necesario para mis sentidos y mis
deseos más vivos. Por ti sé que voy a tener la dicha inmensa de gozar los
placeres de este y del otro mundo (el del amor), porque desde el principio
supe que en ti existe todo lo que yo ansío en mis más caros anhelos.
No tildes mi actitud de indiferente y poco detallista, al igual que falta
de ternura. Mira que esta distancia, de un sitio a otro, de que tú y yo
estamos, solo sirve para alimentar en mayor escala el fuego creciente de
nuestras pasiones. Al menos a mí, me aviva la delicia de tus recuerdos.
Olvida esa catarata de inválidas sospechas sobre mi fidelidad hacia ti,
que solo van a envejecer tu ánimo y descarriar tus buenos deseos. Reca-
pacita en todo lo que tú no puedes negarme, aun a través de la distancia,
y hazlo por mi veneración hacia ti.
Contéstame, al menos esta, que lleva la fiebre de mis palabras. Ya me
cansé de hacerlo yo sin tus respuestas.
¡Oh! ingratitud indolente. ¡Hazlo en favor de una orden expresa, de
tu más fino adversario en los campos del amor! Si no, atiende al próxi-
mo “consejillo de guerrilla”, por indisciplina e insubordinación, al faltar
acatamiento a una orden superior.
Para la más bella y adorada de mis oficiales, “Manuela la quisquillosa”.
Soy tuyo de corazón,
Bolívar
72 M anuela S áenz y S imón B olívar

Cuartel General en Potosí, a 9 de octubre de 1825

A la señora Manuela Sáenz


Mi hermosísima Manuela:

Me encuentro verdaderamente eufórico hoy, por haber recibido noti-


cias tuyas, traídas por Heres. Aún no encuentro el tiempo adecuado
para sentarme a escribirte largo. Mi condición exige, por ahora, otras
pruebas y todo es pasado, sin que se tenga más que comentar de los
asuntos de la nueva Administración Pública aquí. Pasaré a Chuquisaca,
donde me alcanzará Sandes para cuando él regrese.
Mi pasión hacia ti se aviva con la brisa que me trae tu aroma y tu
recuerdo. Existes y existo para el amor, ¿o no? Ven para deleitarme con
tus secretos. ¿Vienes?

Tu amor idolatrado de siempre,


Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 73

Potosí, 13 de octubre de 1825

Mi querida amiga:

Estoy en la cama y leo tu carta del 2 de setiembre. No sé lo que más me


sorprende: si el maltrato que tú recibes por mí o la fuerza de tus senti-
mientos, que a la vez admiro y compadezco.
En camino a esta villa, te escribí diciéndote, que, si quisiérais huir de
los males que temes, te vinieses a Arequipa, donde tengo amigos que te
protegerán. Ahora te lo vuelvo a decir.
Dispénsame que no te escriba de mi letra: tú conoces esta.

Soy tuyo de corazón


Bolívar
74 M anuela S áenz y S imón B olívar

Plata, 26 de noviembre de 1825

Mi amor:

¡Sabes que me ha dado mucho gusto tu hermosa carta! Es muy bonita,


la que me ha entregado Salazar. El estilo de ella tiene un mérito capaz
de hacerte adorar por tu espíritu admirable. Lo que me dices de tu
marido es doloroso y gracioso a la vez. Deseo verte libre, pero inocente
juntamente; porque no puedo soportar la idea de ser el robador de un
corazón que fue virtuoso, y no lo es por mi culpa. No sé cómo hacer
para conciliar, mi dicha y la tuya, con tu deber y el mío: no sé cortar
este nudo que Alejandro con su espada no haría más que intrincar más
y más; pues no se trata de espada ni de fuerza, sino de amor puro y de
amor culpable; de deber y de falta; de mi amor, en fin, con Manuela,
la bella.

Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 75

Lima, 27 de noviembre de 1825

Señor:

Estoy muy brava y muy enferma. Cuán cierto es que las grandes ausen-
cias matan el amor, y aumentan las grandes pasiones. Usted, que me
tendría un poco de amor, la gran separación lo acabó. Yo, que por usted
tuve pasión y esta la he conservado por conservar mi reposo y mi dicha,
que ella exista y existirá, mientras viva Manuela.
El general Sandes llegó y nada me trajo de usted. ¿Tanto le cuesta el
escribirme? Si tiene usted que hacerse violencia, no lo haga nunca…
Yo salgo el primero de diciembre (y voy porque usted me llama), pero
después no me dirá que vuelva a Quito, pues más bien quiero morir que
pasar por sinvergüenza.
Estoy con un gran dolor de cabeza, y en cama me vio el general Sandes.

Manuela
76 M anuela S áenz y S imón B olívar

Chuquisaca, a 23 de enero de 1826

General Simón Bolívar


Muy señor mío:

Mi amor, ¿qué tal el viaje? En la faltriquera le hice poner unos boca-


dillos, ¿los comió usted? Eran de sorpresa, de lo mucho que lo amo,
para que usted piense en mí como yo lo hago con usted. Páselo bien y
recuérdeme siempre.
De su amor desesperado, para mi hombre único,

Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 77

Chuquisaca, a 8 de febrero de 1826

General Simón Bolívar

Mi amor: yo me siento muy afligida por la circunstancia de usted. No


puedo más con mi pasión que lo venera a Ud. Ya conoce mis sentimien-
tos y todo lo que es para mí.
Me reanima el saberlo dentro de mi corazón. Lejos mi Libertador
no tengo ni descanso ni sosiego; solo espanto de verme tan sola sin mi
amor de mi vida. Usted merece todo; yo se lo doy con mi corazón que
palpita al pronunciar su nombre.

Manuela,
Que lo ama locamente.
78 M anuela S áenz y S imón B olívar

Chuquisaca, a 15 de febrero de 1826

General Simón Bolívar

Escribo muy de prisa, porque parte ahora mismo el general Sandes para
la Magdalena. Me dicen que usted ya se instaló.
¿Cómo lo pasa sin mí? Yo acá estoy muriéndome de ganas de verlo.
Tanto que lo adoro y usted no me contesta ninguna. ¿Se encuentra
muy ocupado? Yo igual, pero siempre pienso en Ud. ¿Piensa usted en
mí?

Su Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 79

Chuquisaca, a 26 de febrero de 1826

General Simón Bolívar


Mi amor:

He tenido la gran satisfacción de recibir noticias frescas, que me han


causado la alegría más viva, por el recibimiento en triunfo a V.E., en
Lima; cosa que me honra en lo que a mí me toca. Yo también lo admiro
(y no estoy celosa), y me empeño en que las cosas acá salgan bien en su
nombre.
Sé que usted en todas partes es admirado y yo me halago por ello,
con la confianza de que usted estará pensando en mí, como lo hago yo
con usted.

Su Manuela
80 M anuela S áenz y S imón B olívar

Chuquisaca, a 17 de marzo de 1826

General Simón Bolívar


Mi amor:

Le escribo a usted diciéndole que me conteste al menos esta. Su Ma-


nuela quiere darle el fervor de mi corazón, ¿lo recibe Ud.? Yo lo amo de
verdad ¡y usted a mí no! y punto. Se fue sin que la distancia le causare
el más leve remordimiento; así está de acostumbrado.
Por compasión escríbame, para renovar al menos esa amistad, que sí
la creo sincera. Si antes he querido sus halagos como una dádiva de su
amor por mí, hoy lo sufro por la ausencia de usted. Si ya no me necesita
¡Dígame! Y no insistiré más.

Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 81

Lima, 6 de abril de 1826

Mi querida amiga:

Mucho me complacen tus amables cartas y la expresión de tus cariños;


son mi placer en medio de la ausencia. Ya digo a Sucre, que te reco-
miendo nuevamente, y no más. A tu mamá, que no se vaya por nada,
nada, nada: mira que yo me voy a fines de este para allá sin falta. Espéra-
me a todo trance. ¿Has oído? ¿Has entendido??? Si no, eres una ingrata,
pérfida y más aun que todo esto, eres una enemiga.

Tu amante.
Bolívar
82 M anuela S áenz y S imón B olívar

La Magdalena, a 16 de abril de 1826

Adorada Manuelita:

Hoy empiezo un régimen disciplinario que me será muy útil en el des-


empeño de mis posteriores acciones. Dormiré pocas horas, rendiré cul-
to a la templanza y a la castidad, virtudes merecedoras del respeto del
hombre.
Mis ejercicios empezarán al despuntar el alba y mi dedicación será
la correspondencia, en la que tú no serás excluida bajo pretexto de mi
condición. ¡No! Por el contrario, tu imagen absorbe mis pensamientos
en la cálida hermosura de tus recuerdos, que me hacen sufrir tanto. Vi-
tal es que no me olvide de ti, pues atesoro mil esfuerzos por conseguir
tales disciplinas en el intento de encontrarme más activo para cuando
tú y yo estemos juntos.

Siempre tuyo,
Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 83

Lima, abril 20 de 1826

Mi adorada Manuelita:

Tú me acechas entre el lecho de las acacias y los cedros, aprisionando


mi pobre humanidad entre tus brazos. Yo me entrego a tal prisión como
raptado por el encanto de tu sutil sonrisa y tu audacia, en méritos estra-
tégicos para aparecerte como Diana en los jardines de Odiseo.
Contigo estoy dispuesto a llenarme exasperado de las satisfacciones
propias del amor. Este altar de Venus vale bien trocarlo por el trajín del
servicio a Marte; en el que pondré también mi más caro empeño, en la
magnitud de mis esfuerzos. Espérame en el huerto de “Chuquiguada”,
con tu vivaz encantamiento de sorpresas.

Te amo,
Bolívar

P.D.: El viaje me demoró dieciocho días hasta Chuquisaca.


84 M anuela S áenz y S imón B olívar

Chuquisaca, a 17 de mayo de 1826

General Simón Bolívar


Estimado señor:

Qué falta de amabilidad tiene usted, pues ya se olvidó (conmigo) de las


finezas. Bien es cierto que las grandes ausencias a Ud. no le afectan el
ánimo, y las tiene como pretexto para olvidarse de mí. Yo le pregunto:
¿He cometido algún pecado que no sea el darle todo mi amor, aun pri-
vándome del de mi fortuito marido? Yo digo ¡No y basta!
No me he olvidado de las obligaciones que tengo para con usted, o
mejor para con el ejército. Pero si tengo que entregar el archivo, será el
último día en vísperas de mi viaje a Londres con James, ya que así lo he
determinado.
Le confieso que es para mí una decisión terrible; pasarme de los míos
y de mi país; porque no sé con qué me voy a encontrar allá. Usted siem-
pre ha dicho que las cosas finas son delicadas y mi amor por usted se
encuentra resentido, por lo acrisolado del sufrimiento de saberlo mío y
no tenerlo junto a mí:
No quiero que usted se forme algún concepto de que yo le hago fuer-
za para que me ame, si no lo siente de verdad, ¿Qué puedo yo esperar?
Usted dirá que me quejo demasiado, pero es injusto su olvido y su si-
lencio, y tan solo le pido de favor me permita siquiera verle con los ojos
antes de marcharme.
Al único hombre de mi vida,

Suya,
Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 85

La Magdalena, julio de 1826

Mi adorada:

¿Con que tú no me contestas claramente sobre tu terrible viaje a Lon-


dres??? !!! ¿Es posible, mi amiga? ¡Vamos! no te vengas con enigmas
misteriosos. Diga Ud. la verdad, y no se vaya Ud. a ninguna parte: yo
lo quiero resueltamente.
Responde a lo que te escribí el otro día de un modo que yo pueda
saber con certeza tu determinación.
Tú quieres verme, siquiera con los ojos. También yo quiero verte y
reverte y tocarte y sentirte y saborearte y unirte a mí por todos los con-
tactos. ¿A que tú no quieres tanto como yo? Pues bien, esta es la más
pura y la más cordial verdad. Aprende a amar, y no te vayas ni aun con
Dios mismo.
A la mujer única, como tú me llamas a mí.

Tuyo
Bolívar
86 M anuela S áenz y S imón B olívar

Lima, a octubre 4 de 1826

A S.E. El Libertador Simón Bolívar:

Ahora que usted se ha marchado por mi insistencia, encuentro más des-


caro en los que Ud. confiaba ciegamente, y quienes se atreven al vitupe-
rio de su persona sin recato ninguno. Siga usted así, y yo seré testigo de
su desgracia, que no quiero.
¿Qué es usted un caballero? Acepto, pero no deje usted a los infames
denigrar de su persona sin que reciban castigo merecido. Usted tiene el
poder, ¿Por qué no lo emplea? ¿Tiene recelo? Yo le digo que yo misma
me he enfrentado, brazos en jarra, para disputar su honor. ¿Me ve usted
a mí? Yo sí pienso en usted y no me importa qué me pase, pues sabré de
qué se trata. Cuídese usted, que anda sin prevención de sus enemigos,
que usted no cree.

De la mujer que lo idolatra,


Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 87

Ibarra, 6 de octubre (1826)

Mi encantadora Manuela:

Tu carta del 12 de septiembre me ha encantado: todo es amor en ti. Yo


también me ocupo de esta ardiente fiebre que nos devora como a dos
niños. Yo, viejo, sufro el mal que ya debía haber olvidado. Tú sola, me
tienes en este estado. Tú me pides que te diga, que no quiero a nadie.
¡Oh! No, a nadie amo: a nadie amaré. El altar que tú habitas no
será profanado por otro ídolo ni otra imagen, aunque fuera la de Dios
mismo.
Tú me has hecho idólatra de la humanidad hermosa o de Manuela.
Créeme: te amo y te amaré sola y no más. No te mates. Vive para mí, y
para ti: vive para que consueles a los infelices y a tu amante que suspira
por verte.
Estoy tan cansado del viaje y de todas las quejas de tu tierra, que no
tengo tiempo para escribirte con letras chiquiticas y cartas grandotas
como tú quieres. Pero en recompensa, si no rezo, estoy todo el día y la
noche entera haciendo meditaciones eternas sobre tus gracias y sobre
lo que te amo; sobre mi vuelta y lo que harás y lo que haré cuando nos
veamos otra vez. No puedo más con la mano. No sé escribir.

Bolívar
88 M anuela S áenz y S imón B olívar

Pasto, a 13 de octubre de 1826

Mi adorada Manuela:

Recibí tu carta del 29 de septiembre, justamente en el momento más


ocupado; ocupación que he dejado de lado por satisfacerme y atender
tus dulces palabras, que convierten mi corazón en un reloj desacompa-
sado por la nostalgia.
Tú sola me has robado el alma y yo me ocupo solo de pensar en ti.
Nada distrae más mi atención y mis ocupaciones que el interrogante de
tu mirada sobre mi amor a ti.
¿Qué diré yo si no te tengo junto a mí? ¡Hagamos juntos un propósito!
¡Qué sea a la hora del té, cuando tú te conviertas a mis pensamientos
y los míos se vayan con los tuyos! ¿Te gusta? De todas maneras, esta
conexión solo tiene su triunfo en la esperanza que tengo de regresar y
de confundirme con tu aliento.

Tu amante idolatrado,
Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 89

Ibarra, 18 de octubre de 1826

Adorada y consentida Manuelita:

Tu carta del 29 de septiembre me ha arrobado el corazón. Solo puedo


responderte con la virtud de mi vejez con la cual me siento obligado a
idolatrarte. Tu prueba de amor siempre me fue dada. Tú insistes en la
declaración eterna de mi amor a ti. Manuela mía, ¿acaso crees que olvi-
do tu inquisitiva mirada, cuyos ojos arrebatadores sobre el óvalo, de tu
rostro avivando, lo suculento de tus labios? ¡No!
¡Si hablar pudiera y revivir así, tu generosidad que ha alegrado mi
vida con tus gracias! ¡Solo te amo a ti! Me pides que te haga un halago:
te envío un delicado arte en filigrana de oro y plata y esmalte de ese azur
que te encanta, y en plata aquello que evoca el baile cuando robaste mi
atención y mi devoción por ti. Quiero tocarte y verte y saborear todos
tus encantos.

Tuyo de corazón,
Bolívar
90 M anuela S áenz y S imón B olívar

Bogotá, a 22 de noviembre de 1826

Presidencia de la República
A la señora Manuela Sáenz
Mi adorada Manuelita:

Solo en ti encuentro esa amistad y finura que me son tan queridas; ya


que no hay nadie que guarde el respeto a su Libertador y Presidente, y
quien no sienta repulsión por el manejo del Gobierno; tanto yo mismo,
he tenido que enfrentarme a la desvergüenza de algunos de mis oficia-
les, como del coronel Ortega; por su irresponsable administración en la
Intendencia de Fontabón.
Te comentaré, que llegué con ánimos exaltados a Bogotá, y supe que
Santander se aprestaba a desconocerme, no sin antes haber preparado
ciudadanos en mi contra, con el fin de rechazar la reprimenda que le
llevaba por sorpresa.
Hube de recatar mi valentía y coraje, por salvaguardar el orden y la
disciplina por los que tanto he bregado. Solicitaré del Congreso las fa-
cultades extraordinarias, a fin de resolver bajo esta investidura las emer-
gencias, incluida la de Páez en Venezuela.
Sin otro particular, te reitero mi adoración y amor que tanto te debo.

Tuyo,
Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 91

Guayaquil, a 7 de febrero de 1827

General Simón Bolívar Muy señor mío:

Pensé no escribir a usted este correo por lo de Colombia, créame que


me apena mucho. Por mi intuición, sé que Santander está detrás de
todo esto y alentando a Páez. ¿Se fija usted? Cuide sus espaldas. Voy
rumbo a Quito por haber sido expulsada junto con el cónsul Azuero y
el general Heres desde Lima.
En el viaje a Guayaquil, Córdoba se mostró displicente para conmi-
go, aunque no necesito demostraciones de afabilidad, pero sí con usted
y con todo lo que tenga que ver en su autoridad como Presidente de la
República.
En Lima, apresaron al general Heres el 26 de enero pasado, junto con
los otros jefes militares y en contra de la constitución Boliviana.
Bustamante encabezó esta sublevación, negándome ver a Heres. Acu-
dí a un amigo suyo, cosa que resulta infamatoria por el temor de este,
a que lo descubrieran. Al día siguiente (el 27), me aparecí vestida con
traje militar al cuartel de los insurrectos, y armada de pistolas con el fin
de amedrentar a estos y librar a Heres.
Mi intento fracasó por falta de apoyo y táctica (qué bien si usted
hubiera estado allí); fui apresada y mantenida por varios días incomu-
nicada, totalmente, en el monasterio de las carmelitas. Sin embargo,
varias veces pude lograr escaparme hasta la sacristía y entrevistarme con
las personas que le son fieles a su autoridad de usted. Pude repartir
algunos pesos entre la tropa y lisonjearme con sus debilidades; pero
puesta sobreaviso de que en veinticuatro horas debía embarcarme para
Guayaquil o quedar definitivamente presa, opté por salir.
Sé que usted se encuentra muy enfadado, y no es para menos.
Cuánto quisiera estar a su lado y reconfortarlo dándole ánimo. No se
92 M anuela S áenz y S imón B olívar

preocupe por mí; dese usted cuenta que sirvo hasta para armar escán-
dalos a su favor. Usted, cuídese. Si usted me invita voy presurosa en
cuanto llegue esta.
Su amor que le ama con locura.

Suya,
Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 93

Cuartel General de Caracas, a 5 de abril de 1827

Mi adorada Manuelita:

Mucho me he preocupado por tus aventuras, y más el que te torturen


en mi nombre cuando se entiende el riesgo de tu vida en esas circuns-
tancias. Yo, el glorioso Bolívar, tengo que decirte que no esperaba una
satisfacción tan grande para mi corazón, que el sentirme pletórico de
confianza por esa amable locura tuya. Gracias a la Providencia te en-
cuentras bien y a salvo. Te ruego disculpar mi indolencia al no escribir-
te, pero más de un asunto me trae de cabeza.
Tu hazaña ha dejado la huella del respeto que te mereces, pero tam-
bién ha sembrado la semilla del rencor y odio gratuitos, que nos son
comunes y semejantes, cuanto más, al estar juntos.
He dado las órdenes pertinentes respecto al Perú, que no debe pre-
ocuparte. Acá no son lisonjeras las noticias ni agradables los consejos;
pero mi alma vela por una patria desprovista de toda ambición infame.
Todo está arreglado con Páez, pero con Santander va de largo; espero
arregles tus asuntos en Quito, y deseo con todo mi corazón verte nue-
vamente; ven a Bogotá. Lo espero con un ansia infinita, que colma mis
pensamientos. Yo la amo a usted, querida mía, de gratitud. Venga usted,
resueltamente.
Soy con toda consideración y sentimiento de amor para mi Manuela,

Bolívar
94 M anuela S áenz y S imón B olívar

(fines de febrero de 1828)


(a Bolívar)

En correo pasado, nada dije a usted sobre Cartagena por no hablar a


usted cosas desagradables; ahora lo hago felicitándole, porque la cosa
no fue como lo deseaban. Esto más ha hecho Santander, no creyendo lo
demás bastante; es para que lo fusilemos.
Dios quiera que mueran todos estos malvados que se llaman Paula,
Padilla, Páez, pues de este último siempre espero algo. Sería el gran día
de Colombia el día que estos viles muriesen; estos, y otros son los que
le están sacrificando con sus maldades, para hacerlo víctima un día u
otro. Este el pensamiento más humano: que mueran diez para salvar
millones.
Incluyo a usted esas dos cartas de Quito, y creo de mi deber decir
a usted que ese señor Torres es hombre muy honrado y buen amigo.
Si lo hace yo quedo contenta, y si no, también, pues yo cumplo con
Aguirre con esta insinuación y usted sabe bien que jamás he hablado
a usted más que por desertores o condenados a muerte; si usted los ha
perdonado, lo he agradecido en mi corazón sin hacer ostentación; si no
los ha perdonado, lo he disculpado y sentido sin sentirme; yo sé bien
cuánto puedo hacer por un amigo, y ciertamente, no es comprometer
al hombre que más idolatro.
Adiós, señor. Hace cinco días que estoy en cama con fiebre, que creí
ser tabardillo, pero ha cedido y solo tengo ya poca calentura, pero mu-
cho dolor de garganta, y apenas puede escribir su

Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 95

Bogotá, marzo 26 de 1828

Adorada Manuelita:

Gracias doy a la Providencia por tenerte a ti, compañera fiel, tus conse-
jos son consentidos por mis obligaciones, tuyos son todos mis afectos.
Lo que estimas sobre los generales del Grupo “P” (Paula, Padilla, Páez)
no debe incomodarte; deja para las preocupaciones de este viejo, todas
tus dudas. Espero seguir recibiendo tus consideraciones, como el aman-
te ansioso de tu presencia.

Te ama,
Bolívar
96 M anuela S áenz y S imón B olívar

Bucaramanga, 3 de abril de 1828

Albricias

Recibí, mi buena Manuela, tus tres cartas que me han llenado de mil
afectos: cada una tiene su mérito y su gracia particular. No falté a la
oferta de la carta, pero no vi a Torres, y la mandé con Ur., que te la
dio. Una de tus cartas está muy tierna y me penetra de ternura; la otra
me divirtió mucho por tu buen humor; y la tercera, me satisface de las
injurias pasadas y no merecidas. A todo voy a contestar con una palabra
más elocuente que tu Eloísa, tu modelo. Me voy para Bogotá, ya no voy
a Venezuela. Tampoco pienso en pasar a Cartagena, y probablemente
nos veremos muy pronto. ¿Qué tal?, ¿no te gusta? Pues, amiga, así soy
yo, el que te ama con toda su alma,

Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 97

Bucaramanga, a mayo 18 de 1828

Mi adorada Manuela:

Me encuentro aquí, solo, en esta ciudad que me turba con las noticias
que a diario recibo de las deliberaciones de la Convención de Ocaña; sé
que me falta tu consejo y tu presencia, aquí donde todo me es ingrato.
La Gran Colombia se sumerge en la discordia de los partidos y no
queda otro camino que sucumbir, o la dictadura. ¿Qué me aconsejas?
Mi fiel acompañante Lacroix toma nota minuciosa de mis descargas
de ánimo, y me dice durante largas jornadas de conversación, que la
patria y la historia me deben todo. En eso concuerda contigo, y me hace
recordarte. Pero no solamente esta nostalgia te trae a mi mente; pues se
trata del ansia con la cual mis sueños se iluminan con tu mágica sonrisa.
Sí, aún añoro esos besos tuyos y tus fragancias.

Tuyo,
Bolívar
98 M anuela S áenz y S imón B olívar

Bogotá, julio 29 de 1828

Simón, mi hombre amado:

Estoy metida en la cama por culpa de un resfrío; pero esto no disminu-


ye mi ánimo en salvaguardar su persona de toda esa confabulación que
está armando Santander.
¡Dígame usted! que por esto pesqué el resfrío, por asistir a una cita.
Supe esta tarde, a las diez, los planes malvados contra su Ilustre perso-
na, que ya perfeccionan Santander, Córdoba, Crespo, Serena y otros,
incluidos seis ladinos. Incluso acordaron el santo y seña.
Estoy muy preocupada, y si me baja la fiebre voy por usted, que es un
desdichado de su seguridad.

Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 99

Bogotá, agosto 1 de 1828

General Simón Bolívar


Señor mío:

Le ruego, por lo que más quiera en este mundo (que no soy yo), no
asista a ese baile de disfraces; no porque usted se encuentre obligado
a obedecerme, sino por su seguridad personal, que en mucho estimo;
cosa que no hacen sus generales, ni la Guardia.
Desista usted ¡por Dios! de esa invitación, de la cual no se me ha
hecho llegar participación, y por esto haré lo que tenga que hacer, en
procura de su desistimiento. Sabe que lo amo y estoy temerosa de algo
malo.

Manuela
100 M anuela S áenz y S imón B olívar

Bogotá, agosto 7 de 1828

Señor general Simón Bolívar


Muy señor mío:

Tengo a la mano todas las pistas que me han guiado a serias conclusio-
nes de la bajeza en que ha incurrido Santander, y los otros, en prepa-
rarle a usted un atentado. Horror de los horrores, usted no me escucha;
piensa que solo soy mujer. Pues sepa usted que sí, además de mis celos,
mi patriotismo y mi grande amor por usted, está la vigilia que guardo
sobre su persona que me es tan grata para mí.
Le ruego, le imploro, no dé usted la oportunidad, pues han conjura-
do al golpe de las doce, ¡asesinarlo! De no escucharme, usted me verá
hacer hasta lo indebido por salvarlo.

Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 101

Cuartel General en Ibarra, noviembre 2 de 1829

Mi adorada Manuelita,
Mi amor:

Tengo el gusto de participarte con albricias la conclusión del tratado de


paz con el Perú, que fuera firmado y ratificado el 22 de Sept. pasado;
para dar así, la anhelada paz a la Gran Colombia.
Próximamente, salgo en camino hacia Popayán. Muy pronto nos ve-
remos. Estoy terminando un oficio que enviaré al Ministerio de Rela-
ciones Exteriores, para prevenir al Consejo de Ministros que suspenda
toda negociación sobre monarquía, y deje al próximo Congreso decidir
sobre los intereses de esta nación. Creo firmemente, con estas disposi-
ciones, acabar con esa odiosa propuesta que empaña la gloria de la liber-
tad. Guárdame en tu corazón y cuéntame pormenores de la política. Te
diré, que pienso firmemente en apoyar a Sucre como mi sucesor. Ojalá
sea respaldado por todos.
Te ruego prepares algo de esto, que me interesa mucho por el futuro
de la Gran Colombia. Mi amor, espérame con esa ansia con que te
dignas amarme.
Soy siempre tu más fiel amante, de alma y corazón.

Bolívar
102 M anuela S áenz y S imón B olívar

(11 de mayo de 1830)

Mi amor:

Tengo el gusto de decirte que voy muy bien y lleno de pena, por tu
aflicción y la mía, por nuestra separación. Amor mío, mucho te amo,
pero más te amaré si tienes ahora más que nunca mucho juicio. Cui-
dado con lo que haces, pues si no, nos pierdes a ambos perdiéndote tú.
Soy siempre tu más fiel amante.

Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 103

Soledad, 10 de septiembre de 1830

Adorada Manuelita:

Tu conducta y la mía, que estrechan nuestra relación con el cúmulo de


la sensualidad que corre por tus venas y las mías, le dan a esta pasión
enfermiza, el desenfreno de mis sentidos irritados por el mal que ha
invadido ya mi pobre humanidad. Y todo esfuerzo que consigo por el
trajín continuo del trabajo intelectual y físico, casi desborda en el vivo
interés que me hace recordarte.
No te hagas esperar, ven por favor, te ruego, pues muero ahora y sé
que tú me piensas vivo.

Soy tuyo.
Bolívar
104 M anuela S áenz y S imón B olívar

Cartagena, a 20 de septiembre de 1830

Mi adorada Manuelita:

Tú me reprochas el haberte dejado. ¿Acaso no fue siempre lo mismo?


Temprano el día, sin el calor de tu cuerpo, era el mismo vacío en esa
estancia. Las circunstancias adversas al sentimiento de estos dos pobres
seres, mendigos del amor, lo impidieron todo.
Ahora viejo y sin fuerzas, solo tú eres la inspiración de lo que en mí
agoniza. Un hombre como yo, metido en esta rutina que martiriza mi
alma, siente la necesidad de tu compañía.
A los demás no les tolero; es más, provocan en mí lo impredecible
de mi conducta, y con denuestos inmerecidos les respondo a quienes
siempre me han servido.
Ven, te ruego, calma mi angustia y lo senil de mis antojos.

Tuyo siempre,
Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 105

Turbaco, a 2 de octubre de 1830

Mi adorada Manuelita:

Tú, Manuela mía, con tu férrea voluntad te resistes a verme. Tu influen-


cia sobre mi espíritu ya no está más conmigo, y turbado por la circuns-
tancia de la amistad y el dolor de separarme para siempre de la patria,
que me dio la vida, no encuentro consuelo.
Donde te halles, allí mi alma hallará el alivio de tu presencia aunque
lejana. Si no tengo a mi Manuela, ¡no tengo nada! En mí solo hay los
despojos de un hombre que solo se reanimará si tú vienes. Ven para
estar juntos.
Vente, ruego.

Tuyo,
Bolívar
Cartas sin fecha
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 109

Simón
Mi hombre idolatrado:

Señor: no siga más enfadado conmigo; usted sabe que yo no tengo la


culpa, ¿sí? No pensé encontrar esas gentes en su casa, señor, ¿Cree usted
que puedo verle? Cuando usted estime conveniente atenderé a su llama-
do. ¿Me perdona usted?

P.D. ¿Comió el almuerzo? Lo preparé para usted.

Suya,
Manuela
110 M anuela S áenz y S imón B olívar

Simón
Mi amor:

Mi Simón triste y amargado. Mis días también se ven rodeados por una
huraña soledad, llena de la nostalgia hermosa de su nombre.
También miro y retoco el color de los retratos que son testimonio de
un momento aparentemente fugaz. Las horas pasan impávidas ante la
inquietud ausente de sus ojos, que ya no están conmigo; pero que de
algún modo siguen abiertos, escrutando mi figura.
Conozco al viento, conozco los caminos para llegar a mi Simón; pero
yo sé que aún así no puedo responder a ese interrogante de tristeza que
ponen las luces en su rostro, y su voz que ya no es mía, ya no me dice
nada.

Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 111

General Simón Bolívar


Señor mío, mi amor:

No me basta decir te quiero; por eso lo escribo, por la necesidad y el


apremio de mi pecho.
Quiero grabarlo en las nubes, en el cielo de mi Quito quiero; en el Pi-
chincha es mi anhelo, y en su Colombia como una antorcha, inundada
de luz por nuestro amor y por la gloria.
Lléveme con usted al mismo abismo, donde grito y ruego que lo
quiero. Deje Ud. allí crecer mis besos y esos besos suyos bajo el sol de la
esperanza y en silencio, como crecen las flores, en esa tierra suya donde
vieron nacer su hombría y sus desvelos.

Su Manuela
112 M anuela S áenz y S imón B olívar

Simón
Mi amor:

Hay algo en usted que nunca he conquistado; es algo que no me per-


tenece, me conturba y estremece; algo en ese amor suyo que aún no he
encontrado: atormentado e indefinible. Yo tengo ansiedad en las noches
y no amanece, como un suplicio voraz que come y crece entre está mi
carne viva allí escondida.
Mi llanto y mi voz son mis espantos. Grito, en el abismo, sin eco y sin
resuello. Amor, Simón, mi daga interna, ¿por qué, si hasta su nombre
me levanto, hay algo en usted que nunca se me entrega?

Dígamelo usted,
Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 113

Mi Simón:

En mi soledad y desesperación, gimo por la ausencia de usted. ¡No ve


que es agonía! Déle un poquito de su amor, a su amor que lo venera.
No se haga usted a ruegos, que usted no es de esa calaña. Yo oigo dentro
de mí misma la voz de usted. ¿Por qué se niega usted a verme? ¿No es
suficiente lo que le digo, o me cree usted loca? ¡Sí, lo estoy, y perdida!
Por su culpa de usted, ¿cómo no estarlo? Téngame compasión; sí, no se
olvide de mí. Sabe que yo soy solo suya.
¿Quiere que vaya? ¿Viene usted?

Manuela
114 M anuela S áenz y S imón B olívar

General Simón Bolívar


Muy señor mío:

Escribo esta, para hablarte de otro tema, ya que me siento en calma,


pues recibí su apreciable del 5. ¿Ve que sí puede ser amable conmigo?
Tres leguas no son camino para usted. ¿Por qué no viene a visitar a su
más fiel amiga y conversar sobre lo que me dice de la libertad de pala-
bra?
¿Juzga usted mis actos? Pues le diré: esto distingue al hombre de las
bestias, y marca el límite entre el rugido y la maledicencia. Convierte a
cada hombre en actor de su misma tragedia o en legislador de su patria.
Si una palabra sola puede cambiar el curso de la historia, otra palabra,
en la oscuridad, derrota la tormenta.

Amor,
Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 115

General Simón Bolívar


Muy señor mío:

Sobre esos sueños suyos que tanto le preocupan, pienso que nada hay
más normal que, un hombre ligado a la guerra, vea en sueños esos ros-
tros que se desfiguran y esos hombres que desaparecen bajo la garra
cruel, de la muerte oculta detrás de las montañas.
Mi Simón, no piense usted en eso, dele un vistazo a su trayectoria,
su benevolencia y el favor que usted hizo libertando estos pueblos, y
olvide la villanía con que se manifiestan. Usted siempre ha querido la
paz y esta ha tenido que escribirse con sangre y, desafortunadamente,
esculpida con la piel de los que han muerto.
Olvide usted esos fantasmas que tanto daño le hacen y piense en al-
guien hermoso, como su

Manuela
116 M anuela S áenz y S imón B olívar

Mi adorado Simón:

Este último mes ha sido de conversar con usted. Me siento muy feliz de
leer sus apreciables que ahora recibo con mayor frecuencia. Me hacen
recordar la fruición con que nos escribíamos en Perú.
He de preguntarle ¿A qué tanta ley santanderista? Solo sirve para des-
plazar su autoridad cada día más del Gobierno. ¿No se da usted cuenta?
Pare ya eso. Después, no dirá que no se lo advertí. Yo tengo mis reservas
con el tal Carujo; no voltee ante ellos nunca sus espaldas.
Si quiere, le mando el almuerzo con patacones como a Su Excelencia
le gusta,

Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 117

General Simón Bolívar


Muy señor mío:

Dice usted que sabe y conoce cómo es mi amor hacia usted. Sin embar-
go, le escribo a usted esta y le nombro siempre. Así soy yo, que sí me
entusiasmo por usted solo con nombrarlo. No tengo otro aliciente. ¡No!
Porque ni siquiera usted me contesta. ¿Tanto le cuesta hacerlo? ¿Será
porque ya no soy la dueña de sus sueños? Dígamelo usted sin ambages,
que yo de frágil no tengo nada. Solo con mis delirios de grandeza junto
a usted me consuelo.
¡Desvaríos, desvaríos! Ojalá usted en los suyos me tuviera.

Manuela
118 M anuela S áenz y S imón B olívar

(Desde Lima)

Señor:

Yo sé que usted estará enfadado conmigo, pero yo no tengo la culpa;


entré por el comedor y vi que había gente; mandé a llevar candela para
sahumar unas sábanas al cuarto inmediato, y al ir para allá, me encontré
con todos. Con esta pena ni he dormido, y lo mejor es, señor, que yo
no vaya a su casa sino cuando usted pueda o quiera verme. Dígame si
come algo, antes de todos.

P.S. – Va un poco de almuerzo que le gustará. ¡Coma, por Dios! ¿No?

Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 119

Manuela mía:

Mi más profunda pasión y mi total fidelidad serán la muestra de la en-


trega a la mujer única que adoro con todo mi corazón.
Yo no deseo más que estar en tus brazos. Mis pensamientos se ilu-
minan con tu hermosura, que traspasa los horizontes para venir a mi
encuentro, y tal suceso hace que mi corazón se incline a tomar una
decisión muy firme: no me separaré más de mi Manuela.

El amor de tu vida,
Bolívar
120 M anuela S áenz y S imón B olívar

(A Manuela Sáenz)

El hielo de mis años se reanima con tus bondades y gracias. Tu amor


da una vida que está espirando. Yo no puedo estar sin ti, no puedo pri-
varme voluntariamente de mi Manuela. No tengo tanta fuerza como tú
para no verte: apenas basta una inmensa distancia; te veo aunque lejos
de ti. Ven, ven, ven luego.

Tuyo de alma.
Bolívar
Diario de Quito
de Manuela Sáenz
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 123

19 de mayo de 1822
Hemos llegado a Quito sin novedad. El ejército se desvió en Tambillo
y nosotras seguimos hacia el Norte, hasta la plaza de San Francisco,
donde nos apeamos para llegar en andas hasta la casa.

20 de mayo de 1822
Los chapetones miran con mucho recelo a todo recién llegado, piden
salvoconducto y demás cédulas de tránsito, a fin de realizar algún ha-
llazgo de “sedición” que es su término favorito.

22 de mayo
Hay noticias de que es probable se entable batalla con el enemigo, ya sea
en las afueras o dentro de Quito; los realistas están en vigilia por toda la
población y no dejan de meter sus narices en todo y reuniones; ponien-
do fin al encanto de hacerles estallar la pólvora en las patas.
Yo estoy enviando ahora mismo una ración completa a la compañía
de la Guardia del Batallón “Paya” y cinco mulas para su abastecimiento
y reponer las pérdidas. No espero que me paguen; pero si este es el pre-
cio de la libertad, bien poco ha sido.

23 de mayo de 1822
Hoy, a las tres, ha llegado un soldado del “Yaguachi” vestido de paisano
con particulares para los simpatizantes de la causa, de que se preparen
ayudas de ser necesario de parte de los civiles para reforzar a los valien-
tes, pues se aprestan a tomar Quito con el señor general Sucre al mando
(este general es venezolano).
Los godos se han puesto nerviosos y andan por todas partes atisbando
el descuido de algunos para tomarles presos. Ya le he impartido órdenes
a Jonathás, yéndose con Nathán a recoger información que sirva como
124 M anuela S áenz y S imón B olívar

espionaje, de dónde se encuentran las fortificaciones y los puestos de de-


fensa de los españoles, para mandarles dicha información a los patriotas.

24 de mayo de 1822
Hoy ha amanecido, con una gran agitación que ha despertado a todos
en general. Los godos proclaman bandos a los cuatro vientos, ordenan-
do que no salgamos de las casas; pues hacer la contraorden es justifica-
ción de rebeldía y se castiga con el cepo.
Todos miramos a través de las rendijas y los visillos de las ventanas. Los
godos corren a las faldas del Pichincha para detener el avance del general
Sucre con su tropa, quien ya se encuentra arriba y les ha madrugado en
posiciones… (me detengo aquí para observar y no perderme detalle).
Los señores generales del ejército patriota no nos permitieron unirnos
a ellos: mi Jonathás y Nathán sienten como yo el mismo vivo interés de
hacer la lucha; porque somos criollas y mulatas a las que nos pertenece
la libertad de este suelo.
Sin embargo, seguimos a pie junto a este ejército de valientes, a los
cuales les sobran agallas para enfrentarse con los godos, que sí están
bien apertrechados y armados y alimentados; tanto, como organizados
en la disciplina militar. Ahora vamos rodeando la cordillera hasta llegar
a las proximidades de Quito, recibiendo postas con noticias de graves
acontecimientos, porque los realistas están por todas partes.
Ya son las cinco y media de la tarde.
Jonathás y Nathán y yo estamos rendidas. Llegamos de auxiliar a los
heridos y ayudar a calmar sus dolencias con bálsamo del Perú e infusio-
nes de amapola.
Le he enviado al general Sucre, a quien he conocido en persona y es
muy agradable y fino en su trato, una recua de cinco mulas, yendo Juan
a entregarlas, con raciones de comida. Retomo aquí el acontecimiento
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 125

de la batalla: como a las nueve y media empezó la batalla, que gozamos


con mucho nerviosismo, comiéndonos las uñas. Jonathás gritaba como
una loca y Nathán se dio tremendo golpe en el brazo izquierdo por su-
birse en un escaparate vencido.
La mañana tuvo un sol esplendoroso, radiante, como de gloria; para
señalar el triunfo de los patriotas.
Desde los balcones se divisaba el fuego de la artillería y las cargas
de infantería arremetiendo contra toda voluntad. Parecía una fiesta de
castillos más que una batalla, aunque el olor a pólvora traía los alaridos
de los cobardes que se despeñaban por huir de las bayonetas que les
perseguían. La caballería se movía lenta pero precisa en el bosque abajo,
aguardando la orden de ataque.
El batallón “Paya” al mando del comandante José Leal, que enarbolaba
orgulloso su bandera y estandarte, fue el primero en tener contacto cuer-
po a cuerpo con el enemigo. Un poco de duda estuvo a punto de perder
las posiciones logradas por el ejército patriota; pero el coronel Córdoba,
al mando del batallón Magdalena, arengó muy bonito a los soldados, y
estos febrilmente se lanzaron prestos a derrotar y destruir a los españoles,
obligándoles a salir despavoridos a refugiarse al fuerte del Panecillo.
Nemencio, el lacayo de papá, se encuentra muy irritado, pues es “cha-
petón” y no hace sino maldecir con el tabaco entre los dientes. Yo le he
manifestado que no va a sucederle nada, pero es tan terco por ser gallego.
A toques de corneta, que se escuchaban como alejándose por el vien-
to, los patriotas despeñaban a los realistas, que subían escalando difícil-
mente esa ladera.
Disparaban a todo lado, sin cuartel, hasta que los godos tocaron a
retirada.
Fue entonces cuando se lanzó la caballería a la caza de los que huían.
La artillería cubrió de descargas todo el campo de batalla. Allí se destacó
126 M anuela S áenz y S imón B olívar

un joven de apellido Calderón, quien no quiso abandonar el campo de


Marte y murió valerosamente.
Los peruanos del batallón “Piura” se dieron en derrota, lo mismo que
el “Trujillo”, al no ser auxiliado por el anterior. Pero los colombianos
del “Paya” y del “Yaguachi” respondieron valerosamente por la victoria;
aunque los del “Cazadores” y “Granaderos” se batieron también en re-
tirada, que no se justificó, por hallarse estos en las mejores posiciones,
sin que hicieran algo por luchar contra el enemigo. El general Sucre
le propuso a Aymerich (comandante de los españoles) una rendición
honrosa, muy digna de su gallardía, y que el realista aceptó. Ocasión
que dio lugar a la capitulación y libertad de Quito del poder español.

25 de mayo
Las mingas, a las que precede la matraca, dan la vuelta a la ciudad. La
gente se ha salido a las calles a festejar, se celebró un Tedeum en la cate-
dral y colaboramos todos en el arreglo y decoración del altar. Esto fue
el día 25 de mayo.
La ciudad se encuentra muy bonita, y adornada con arcos triunfales
de flores, por donde entraron los libertadores. Pero todo también ha
tenido su mesura, pues las fiestas ya tienen la invitación al Libertador
Simón Bolívar.
Tengo la fortuna de lisonjearme la amistad del apuesto general Sucre.
Es un hombre muy valiente, caballero, y se ve en sus ojos la sinceridad.
Yo, por mi parte, le he brindado mi casa y mi amistad. Su excelencia, ge-
neral A. de Sucre me ha hablado mucho de S.E. El Libertador Bolívar, y
me tiene encantada con sus pláticas sobre el arrojo de nuestro Libertador.
Todos esperan que S.E. llegue a Quito, a fin de completar los festejos.
Hay gran ansiedad por verlo y conocerlo; además que su presencia aquí
legitimaría el establecimiento de la República.
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 127

He conocido a casi todos los oficiales del Ejército Libertador, yéndo-


me a su Cuartel General, a fin de hacerme reconocida de esos cuerpos
militares, pues me gusta mucho la causa. ¡Creo que nací con vena para la
gloria! Aunque mi padre se opone, y mi marido a que ande en roce con el
ejército. No me queda más que hacer mi voluntad, que es más fuerte que
yo. Además, espero le den buenas referencias mías a S.E. Simón Bolívar.
¡Cómo anhelo conocerlo y tratarlo!, pues dicen que es muy culto.
Manuela

P.D. Se dice que S.E. el Libertador Simón Bolívar llega en el mes de junio, tal
vez a finales.

Junio 4 de 1822
Parece que el Libertador prepara la adhesión de Guayaquil a la Gran
Colombia, pues sin este puerto no habría condición estratégica de la
República.

Junio 6 de 1822
Hoy he platicado con el coronel Córdoba, pero me parece un hombre
rígido y poco de fiar, pues sus pretensiones son las de obtener la misma
gloria de S.E. el Libertador.
El general Sucre me ha confesado que hay que tolerar cierta insolen-
cia de sus oficiales, pues de todas maneras es con ellos que se ha logrado
la victoria. Concepto que no comparto y que le he manifestado a S.E.
quien me manifestó jocosamente que yo era una mujer muy especial
por ser franca.

Junio 10 de 1822
Hoy se supo que S.E. el Libertador Simón Bolívar entró triunfan-
te en Pasto, luego de haber ganado palmo a palmo las laderas de esas
128 M anuela S áenz y S imón B olívar

cordilleras, y que fue recibido, bajo palio y arco triunfal, por los simpa-
tizantes de la República, el día seis del presente.

Junio 13 de 1822
Estoy muy ocupada en estos días, pues hago parte del comité de re-
cepción a S.E. Simón Bolívar. Me encuentro muy nerviosa y por este
motivo escribo como tarada. He ordenado que traigan flores y jazmines
de Catahuango, y que dispongan todo lo mejor en procura de brindar a
S.E. Bolívar, una mejor recepción, para lo cual he prestado la vajilla que
me regaló James, enviada a la casa de don Juan Larrea, junto con dos
manteles y cubiertos de plata. Como inventario se me ha dado un recibo.

Junio 15 de 1822
Todo es una locura, pues se ha anunciado que S.E. Simón Bolívar llega
mañana, ¡y los preparativos eran para fines de mes! Pero hay gran con-
tento y todo el mundo colabora en rehacer los arcos triunfales, ador-
nándolos con flores de las más lindas y limpiando la ciudad y pintando
las fachadas de sus casas, decorando los balcones por donde pasará el
cortejo militar con S.E. a la cabeza.

Manuela

Junio 16 de 1822
La ciudad está vestida de fiesta, la gente corre por todos lados, los indios
que transportan encargos andan muy apresurados, y hay que ver cómo
la gente adorna las calles con arcos de caña guadúa y con ramas de
laurel y flores, colocándolas en las esquinas y los balcones con ocasión
de festejar ya en serio, no solo la batalla de Pichincha sino también el
arribo de S.E. el Libertador Simón Bolívar y Presidente de Colombia,
por primera vez a Quito.
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 129

Qué emocionante conocer a este señor, a quien llaman el “Mesías


americano”, y del que tanto he oído hablar. Todos los vecinos están
muy entusiasmados, la señora Rosalía y su hija Eulalia del Carmelo, el
doctor Lozano y la señora María Francisca también, como la viuda del
coronel Patricio Pareja y las señoritas Pilar y María del Carmen Gómez
Donoso; la familia Moreano Villagómez, que ha recibido la visita de su
hijo Gonzalo, quien ya es teniente y se le ve muy apuesto y con gallar-
día; don Luis Ponce de Valencia y su familia, que están emparentados
con mis amigos muy patriotas, los esposos don José Asunción Casares y
la señora Camila Ponce; la señora Abigail Rivas de Tamayo, dueña del
bazar “Borla de Oro”, quien donó todos los encajes, bordados y boto-
naduras para los uniformes del batallón Paya, y sus hijos Antonio y José
Miguel; en fin, son tantos los nombres, que de nombrarlos a todos no
terminaría ni con diez diarios. Dejo aquí, para disponerme a las órdenes
de don Juan Larrea, quien anunció va a venir por mí.

Manuela

Junio 19 de 1822
La caravana de los héroes entró a las ocho y media de la mañana por la
calle principal, que da con la calle de Las Cruces, viniendo desde Guay-
llabamba y pasando por los ejidos del norte. Enseguida voy a describir
los hechos del 16 que los considero muy especiales por la fortuna con
que me han tocado.
¡¡¡Estoy muy feliz!!!
Pareciera como si el mundo entero se hubiera venido para acá. Qué
apoteosis de recepción. No caben palabras como describir tanta emo-
ción de la gente; desde la más alta alcurnia, pasando por todas las clases
“de colores, gustos y sabores” y condiciones sociales (ahora sí en serio),
y autoridades y clérigos (que me enseñaron a redactar así); hasta el más
130 M anuela S áenz y S imón B olívar

humilde de los indios que poco o nada entienden de estas cosas, se


dieron cita para tributar su agradecimiento al Libertador y Presidente.
Yo encontrábame en compañía de mamá, en quien era raro ver algún
signo de alegría o de tristeza. Sin embargo, su manifestación de ella de
júbilo era tal, que hízome sentir la más feliz de las hijas, porque supe
que mi madrecita también compartía de corazón toda esta alegría pa-
triótica; mis tías y Jonathás y Nathán, aleccionadas por mí, gritaban en
coro: ¡¡Ran, cataplán, cataplán, plan plan!!!
¡¡¡Qué viva el Libertador y Presidente de Colombia!!! Estábamos
acompañadas, además, por Eulalia Sánchez y Piedad y Marianita Gó-
mez, Vicenta y María Manuela Casares, Isabel y Rosita Moreano; to-
das sentimos que la entrada de S.E. el Libertador y Presidente Simón
Bolívar era muy importante para gratificar a la ciudad de Quito por su
dedicación a la libertad desde el nueve. Emocionante fue el momento
en que se avistaron los cuerpos de la banda de guerra, tocando su com-
pás redoblado de tambores, casi que iguales a los gritos de Jonathás y
Nathán (me río).
En las iglesias resuenan las campanadas alegres, la pólvora alborota
más la algarabía y la ansiedad de las gentes, por mirar y tocar a los
héroes, iba en aumento, en un frenesí de locos. Todo hasta verlos apa-
recer al frente suyo. Su Excelencia el Libertador Bolívar y Presidente de
Colombia venía acompañado por el general Sucre, grandioso héroe de
Pichincha. S.E. Simón Bolívar a la derecha, S.E. el general Sucre a la
izquierda, posición muy bien ganada por su valentía a toda prueba. El
corazón me palpitaba hasta el delirio, creo que esto de ser patriota me
viene más por dentro de mí misma que por simpatía.
S.E. el Libertador, gallardo jinete, engalanado con uniforme de pa-
rada, en el que los hilos de oro se veían como evaporándose en el brillo
del sol que ese día era como una parrilla. Venían en paso de formación y
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 131

con los más escogidos oficiales de S.E. Bolívar el Libertador y Presiden-


te montado en un precioso caballo blanco, al que enjaezaron con lo más
precioso de monturas y arreos que se puedan encontrar por estas tierras.
La jaca se deleitaba en marchar con mucho garbo, a tal punto que pa-
recieran como enredarse las patas con el paso (dicen que en Colombia
los adiestran así). Los cascos de los caballos parecían que acompañaran
al redoble con su alegría similar a la de las castañuelas.
Desde todos los balcones, al pasar, llovían los pétalos deshojados de
las rosas, flores y ramos caían para ir formando una alfombra fragante
y colorida, que hizo más encantadora la algarabía y el recibimiento; los
aplausos se escuchaban por doquier y los vivas a la República y a sus
ejecutores se entonaban en coros más altos, de uno y otro lado de las
calles. El delirio era ver y tocar de cerca a todos, pero con mayor placer
a S.E. el Libertador Bolívar, saludarlo, tocarlo; ser correspondido.
Cuando se acercaba al paso de nuestro balcón, tomé la corona de
rosas y ramitas de laureles y la arrojé para que cayera al frente del caba-
llo de S.E.; pero con tal suerte que fue a parar con toda la fuerza de la
caída, a la casaca, justo en el pecho de S.E. Me ruboricé de la vergüenza,
pues el Libertador alzó su mirada y me descubrió aún con los brazos
estirados de tal acto; pero S.E. se sonrió y me hizo un saludo con el
sombrero pavonado que traía a la mano, y justo esto fue la envidia de
todos, familiares y amigos, y para mí, el delirio y la alegría de que S.E.
me distinguiera de entre todas, que casi me desmayo.
Todo enseguida fue fiesta y comidillas, de miradas cruzadas y velo-
ces, de ofrecimientos de unas y aceptaciones gustosas y gallardas de los
oficiales del Cuerpo de Guardia de S.E. Las envidias estuvieron, pues, a
la orden del día, así como los comentarios. Se dispuso por parte del co-
mité de recepción un gran festejo para el pueblo, y la tarima que sirvió
para el recibimiento en la plaza estaba abarrotada por las autoridades
132 M anuela S áenz y S imón B olívar

civiles y eclesiásticas, junto con las doce ninfas en banda de seis a lado
y lado del centro, donde estaba dispuesto el sillón de S.E. el Libertador
y Presidente Simón Bolívar, lugar donde fue coronado una a una, doce
veces, así: al valor, al orden; a la disciplina; al honor; a la libertad; al pa-
triotismo; a la hidalguía; al carácter; a la sabiduría; a la prístina pureza;
a la justicia, y a la divina misericordia, a medida que los discursos se
pronunciaban.
Posteriormente, en la catedral, S.E. Bolívar es recibido bajo palio y
conducido hasta el altar mayor, a escuchar el oficio de un larguísimo
Tedeum que duró casi las dos horas. Luego hubo fiesta para el pueblo y
fuegos artificiales hasta bien entrada la noche.

Manuela

Vino a visitarme en la tarde del 16 don Juan Larrea, para prevenirme


de una invitación al baile en honor de S.E. el Libertador Bolívar, que
se celebrará en la mismísima casa de don Juan; a lo que me dispuse in-
mediatamente, mandando la vajilla y arreglos de flores, tal como se me
pidió en colaboración, de parte del comité de recepción.
Mi madre y yo llegamos, junto con José María, al baile, casi al filo
de las ocho; enseguida fuimos atendidos por un paje que nos condujo
hasta el salón, y donde don Juan Larrea nos recibió de manera muy
entusiasta. Tomándome del brazo, luego de haber saludado muy cor-
tésmente a mi mamacita, me llevó hasta el sitio donde se hallaba Su
Excelencia, sentado al fondo del salón y al centro, bajo un dosel prepa-
rado para él y lujosamente adornado con el tricolor de seda que fuera
obsequio de la familia Orellana.
A S.E. Bolívar se le veía conversando muy amenamente con sus ve-
cinos, acompañado de sus generales y edecanes. Al ver que nos acercá-
bamos se levantó, disculpándose muy cortésmente y atento a nuestro
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 133

arribo se inclinó haciendo una reverencia muy acentuada. Mi corazón


palpitaba al estallarme cuando de don Juan Larrea escuché: “S.E. es
para mí halagador presentarle a la señora Manuela Sáenz de Thorne.”
S.E. Bolívar me miró fijamente con sus ojos negros, que querían descu-
brirlo todo, y sonrió.
Le presenté mis disculpas por lo de la mañana, y él me replicó di-
ciéndome: “Mi estimada señora, ¡Si es usted la bella dama que ha in-
cendiado mi corazón al tocar mi pecho con su corona! Si todos mis
soldados tuvieran esa puntería, yo habría ganado todas las batallas”.
Me avergoncé un poco, cosa que S.E. notó al instante y, disculpándose,
me tomó de la mano invitándome a bailar una contradanza, luego un
minué que, aunque aborrezco, acepté encantada; para luego seguir con
otra contradanza que nos dio la oportunidad de hablar. Luego un valse
muy suave que nos hizo muy románticos.
Todas las parejas pararon para ver bailar a S.E. Bolívar, pues tiene
fama de excelente bailarín, aplaudiéndonos; cosa por la que me puse
muy contenta. S.E. me apartó luego para decirme: “Señora –me dijo–,
insisto en que usted ha tocado hoy justo en mi corazón. Su belleza es
el mejor regalo que un héroe puede recibir, pues su encantamiento se
halla en su agradable vivacidad. Es forzoso entonces que yo manifieste
a usted el motivo real de mi alegría. Me encuentro fascinado de usted
por no decir enamorado. De usted y de la “Caballeresa del Sol”. Quién
hubiera sabido que en esta ciudad se encontraba precisamente la po-
seedora del crisol donde debo fraguar mis sentimientos. Su arrobadora
belleza hace que cualquier hombre transgreda los más caros principios
de la fidelidad y del respeto. Permítame usted el que yo, su humilde
admirador, haga uso de esa maravillosa transgresión”.
Aunque muchos hombres me han lisonjeado, nunca hubo uno con
tal osadía; pero en sus palabras no salían sino fragancias de una caja de
134 M anuela S áenz y S imón B olívar

música. ¡Yo acepté encantada! y descubrí desde aquel mismo momento


que el hombre venía solo, pero traía consigo mi felicidad, esa que yo no
conocía hasta ahora.
S.E. Bolívar no paraba de hablarme y lisonjearme presentándome a
sus generales, advirtiéndoles de antemano que yo estaba comprometida
con él y con la causa; les decía que yo era la realización de sus sueños, la
compensación a sus desvelos por la libertad, etcétera, etcétera, etcétera.
Todos ellos respondían, a una que S.E. bien merecía tal halago, por ser
de lo más exquisito para los héroes, cosa que me dejaba perpleja.
Me tomé la libertad de hacerle bromas a S.E. las que le encantaron,
diciéndome que yo tenía la habilidad y el genio de hacerle reír, lo que
otros no lograban fácilmente. Entre estas bromas le pedí que el “ridí-
culo” minué (ya pasó de moda en Europa), en especial, debía grabarse
como recuerdo perdurable de nuestro primer encuentro. Se rio a carca-
jadas muy sonoras y, caracterizándose, me dijo que para mi satisfacción
(siempre hablándome de mi belleza), mis palabras eran órdenes que
iban a ser cumplidas inmediatamente.
En el intermesso se sirvió un espléndido ambigú, que todos los pre-
sentes disfrutamos a plenitud, con fervoroso apetito, y que dio lugar
a que S.E. agradeciera tal distinción de honores, sintiéndose, como lo
expresó, “quiteño de corazón”, y comprometiéndose a dejar “un sucesor
suyo en estas tierras”. Al concluir esto, por supuesto, arrancó los más
vivos aplausos, que me ruborizaron al máximo, pues todos conocen mi
condición civil (aunque no conviva con James).
A partir de este momento, todos sus generales se dirigían a mí con
profunda admiración y respeto, que no dejaba de incomodarme, puesto
que quería tener también de ellos su confianza.

Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 135

Junio 22 de 1822
Yo no sé que me pasó, pero me sentí liberada de James, y en cambio
retribuida en la gloria de este señor, S.E. Simón Bolívar, que se ha fijado
en mí y que me hace sentir la vida intensamente.
(Prosigo el relato del 16)
Para el segundo entreacto se dispuso una compañía de teatro que
había venido desde Ambato, representando una comedia cuya sátira al
poder español en retirada, se confundió con la magnanimidad de S.E.
el Libertador y Presidente Bolívar y del ejército colombiano, y terminó
con un colofón de la República. Esto encantó a S.E. por ser de criollos
la compañía, y ordenó que les pagaran muy bien y les atendieran a los
integrantes, en todo cuanto se requiriera para el desarrollo de estos actos
dramáticos.
He comprobado que S.E. es un bailarín consumado e incansable,
pues ciertamente baila con verdadera destreza; habilidad que, según
él, es la mejor manera de preparar una estrategia de guerra (esto lo
dijo sonriéndome). No quise quedarme corta y para descollar por lo
menos en algo, a la altura del conocimiento de este señor, empecé
hablándole de política, luego de estrategias militares (mi parecer lo
tenía embelesado).
Entonces me cortó y empezó a recitarme en perfecto latín a Virgilio
y Horacio. Hablaba de los clásicos como si los hubiera conocido. Yo lo
miraba y escuchaba entusiasmada, y cuando tuve por fin la oportuni-
dad, le respondí dándole citas de Tácito y Plutarco, cosa que le llamó
mucho la atención, quedándose casi como mudo y asintiendo de mis
pobres conocimientos, con la cabeza, y diciendo “Sí, sí, sí eso es; sí,
sí, sí”, repetía. Entonces se puso muy erguido y yo pensé que se había
enfadado; pero sonriendo me pidió el que era urgente le proporcionara
todos los medios a fin de tener una entrevista conmigo (y muy al oído
136 M anuela S áenz y S imón B olívar

dijo: “encuentro apasionado”), que sería yo en adelante el símbolo para


sus conquistas y que no solo admiraba mi belleza sino también mi in-
teligencia.
Manuela

Me di perfecta cuenta que en este señor hay una gran necesidad de


cariño; es fuerte, pero débil en su interior de él, de su alma, donde
anida un deseo incontenible de amor. S.E. trata de demostrar su ánimo
siempre vivo, pero en su mirada y su rostro se adivina una tragedia. Me
comentó que se sentía en el cenit de su gloria de él; pero que, en verdad
(y esto lo dijo muy en serio), necesitaba a alguien confidente y que le
diera seguridad.
S.E. me pidió que lo acompañara al Cuartel General, donde su ayuda
de cámara, el señor José María Espinosa, a quien caí en gracia (este se-
ñor es pintor además de soldado), realizaba un retrato en arpillera, con
marco ovalado del busto de S.E. con una inscripción a la bóveda: “S.E.
el Libertador y Presidente de Colombia, en la plenitud de su gloria.”
Cuando S.E. me lo enseñó, sus facciones cambiaron y tuvo como un
resplandor en el rostro, que se le combinó con sus palabras. “He aquí (me
dijo, señalando su retrato) al hombre en la plenitud de su gloria guerrera;
el orgullo de América es el haber procreado al más grande Libertador de
todos los tiempos. Mi gloria ha conquistado los límites del hemisferio y
desde el Caribe hasta la mar océano de Balboa, mi sombra les cubre”.
Me di cuenta de que este señor sentía mucha seguridad ante su propia
efigie; tal como ocurre con todos los grandes hombres, que su ánimo se
ve respaldado en su ego, hasta que encuentran el apoyo que les propor-
ciona el valor para emprender nuevas y más audaces empresas.
Pienso que una mujer no solo debe trastornar a un hombre con su
belleza, sino dedicarle toda su atención, en vista de tal vez una intuición
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 137

más fina, que procura ver todo con la realidad de los aconteceres, y el
tino de poder seducir con mejores armas al enemigo, con solo un guiño.
Siendo caprichosa como en efecto lo soy, no me limito a tal conducta;
por el contrario, advierto la necesidad de sacrificio y hago méritos por
imponerme una actitud de atención a toda prueba.
Sé que este señor, me necesita, lo sé, y yo también a él; ambos for-
mamos un círculo de sentimientos donde la seguridad va en busca del
refugio del otro. Lo que sé hasta ahora me dice que tengo razón y que
mi madurez da la suficiente garantía para que un hombre de la valía de
S.E. se fije en mí.
Soy por temperamento informal, pero en tanto se me requiera de mí
formalidad, asisto sin ambages, agrupando mis cualidades a una poten-
cia de servicio y obra. Soy ambiciosa y me compromete la libertad. ¿A
qué un pajarillo enjaulado? ¿Un zorrillo encadenado? El venado corre
cual saeta veloz por los prados y desconfiado vaga por los montes atento
al ataque del tigre.
Así es mi desconfianza, que; en unos, no es más que la forma de ne-
garse a servir; y en otros (mi caso), la necesidad para sobrevivir. Sé que
con este señor llegaré a la cima. Daré mis conocimientos (escasos), mi
vigor y mi carácter, así como mis sentimientos, mi existencia si fuera
necesaria. Mi vida será arrastrada por su gloria y suyos serán en sus días
aciagos mis consuelos. Y bien, nos hicimos cita clandestina, que no lo
fue para nadie. Esto a los dos no nos preocupa, pues solo se trata de la
carcoma que impide a los débiles el enlace de dos almas correspondidas.
Un poco pasar desapercibidos la maledicencia y las comidillas y las
preocupaciones sociales, son la determinante para acabar con ese gusa-
no de envidia malsana.
Sí, mi determinación de atender a este señor motiva tales, no son más
que el egoísmo por no verse involucrados en persona en tal destino.
138 M anuela S áenz y S imón B olívar

Las reuniones y fiestas por doquier. ¡Qué derroche de alegría y júbilo!


Soy mujer y joven; apasionada, con mucho abandono del miramiento
social que a mí no me incumbe; mi ingenio es mi intuición y me siento
muy, pero muy enamorada. ¡De verdad, mi querido diario!!!
Estoy invitada a pasar el verano en Babahoyo. Concretamente en la
hacienda “El Garzal”; debe su nombre por las miríadas de garzas que
aquí anidan y sobrevuelan por estos lugares. Esta invitación la recibí por
intermedio de unos amigos íntimos de S.E. Bolívar. Hace cuatro días
que estoy instalada.

El Garzal, a 23 de… de 1822


Estoy escribiéndole a S.E. una docena de esquelas, haciendo más deli-
ciosa la espera y más acuciante para él la venida. El éxito de una mujer
está en su gracia y en su ingenio, a más de su belleza que atrae como el
almíbar de las flores a los pajarillos que se deleitan con su néctar.
La hacienda está repleta de mangos, naranjales, plataneros que pare-
cen manos gigantescas; palmetas, cocoteros y caimitos dulces y palacie-
gos. Todo aquí es llamativo, los colores de las flores y de las mariposas,
el canto de madrugada de las aves, el estrépito de los caballos cuando
entran en la cuadra y el roncar de “Ruperto”, un inmenso caimán cria-
do desde pequeño y dócil. Todo entonces invita al regocijo del amor y
de la aventura.
S.E. ha enviado a sus edecanes y algunos oficiales para aprovisionar
todo y resolver asuntos concernientes a la instalación de su despacho.
Un cuartel se estaciona aquí como Cuartel General, a fin de coordinar
todo el archivo, correspondencia y afines de la guerra y Estado. Presien-
to que S.E. va a tener mucho trabajo y, como pueda, yo he de sacarlo de
allí para que su alma y su cuerpo tengan un descanso en armonía con
mi esperanza de disfrutarlo todo, como siempre he soñado. Tal vez sea
una pasión desbordada, tejida en la locura sensual de mis…
Qué felices fuimos. Yo me regresé a Quito y S.E. partió a Cuenca.
Cartas a Bolívar y de Bolívar
sobre Manuela
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 141

Cuartel General Pasto, a enero 9 de 1823

Mi querida Antonia:
(Confidencial)

Recibí con infinita satisfacción tu apreciable del 6 de noviembre del 22,


que motiva mi conciencia. Además, me halaga el que tanto te preocupes
por mí; créeme que me siento muy contento de saberme aún inquirido
por tal preocupación, además de calmar tu curiosidad.
La pregunta que me haces la contesto así: esta señora no dará más
un motivo para habladurías, pues no se lo merece. Su mayor pecado ha
sido el fervor que, como patriota, se ha desbordado en atenciones para
conmigo. Bien sé que me obligo a mí mismo al intentar separar mis
sentimientos de mis actos; pero ¿qué hago con esta loca emoción que
me incita a verla de nuevo?
Aceptarla en mi destino parece ser la respuesta ineludible; pues ella
en su afán de servicio, se muestra como una noble amiga de alma muy
superior: culta, desprovista de toda intención de ambición, de un tem-
peramento viril, además de femenina.
Ella abandonó su hogar para brindarnos a la causa, y a ti, querida
hermana, todo lo que su genio tiene en aras del bien común. Enérgica
cuando se lo requiere, se desdobla en infantil ternura cuando su noble
corazón se lo pide; orgullosa, porque le viene de sangre, yo la he acep-
tado por la comprensión nuestra y su hábil descaro de imponerme su
amor. Tú dirás que me he excedido en este retrato; pero, en honor a la
verdad, no cabe más que apreciar.
Para calmar tu preocupación te diré que esta señora no empaña mis
virtudes; pues lejos de toda pretensión mis generales la respetan como
si fuera mi esposa, y en los círculos sociales su presencia hace son su
señorío el respeto que merecemos.
142 M anuela S áenz y S imón B olívar

Las miserables habladurías que te han llegado como noticia, me han


lastimado profundamente por la delicadeza y finura de tu espíritu, y
porque sé de tu celo con que quieres a tu hermano y deseas mi bien.
Yo diría que nunca antes me he sentido tan seguro de mí mismo
como ahora, que confidencialmente hago esta declaración. ¡Simón se
encuentra enamorado! ¿Qué te parece? No es un jolgorio; ¡Es Manuela,
“La Bella”!
Dispensa mi efusividad. Pronto tendrás más noticias mías, sé que
deseas mi felicidad. La tengo ahora.

Tu afectísimo hermano,
Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 143

Cuartel General de Lima, septiembre 28 de 1823

Al señor Edecán de S.E. el Libertador


Coronel Daniel Florencio O´Leary

En vista de la necesidad que acontece a estos tiempos, pido a usted se


sirva ejecutar los arreglos necesarios; dándosele a la distinguida dama
doña Manuela Sáenz los pormenores de la Secretaría, Archivo Gene-
ral, más documentos de la Campaña del Sur; para que trasladados a la
quinta La Magdalena, se organice su incorporación al Estado Mayor
General de la Campaña Libertadora, y con el rango de húsar.

S.E. el Libertador,
Bolívar
144 M anuela S áenz y S imón B olívar

Chancayo, 9 de noviembre de 1824

Al señor general en jefe del Ejército de Colombia


Antonio José de Sucre
(Personal)
Mi querido general:

Sabiéndome que en sus decisiones de usted, está autorizado en impartir


las órdenes de la movilización pertinentes; ruego como superior de us-
ted, de cuidar absolutamente a Manuelita de cualquier peligro. Sin que
esto desmedre en las actividades militares que surjan en el trayecto, o
desoriente los cuidados de la guerra.
Estudie usted todo sin descuidar los detalles del terreno, los avances
del enemigo, y envíe vigías de camino, a fin de tener toda la informa-
ción para, en caso de dividir los ejércitos, juntarles nuevamente a la hora
y lugares oportunos. Esto imagino por los accesos difíciles a su paso.
Prevenga usted que al presentar batalla, haya en la presencia de mis
generales y oficiales, lo mejor de sus ropas y condecoraciones, como
signo de la victoria, a la que presentarse con gallardía.

S.E. el Libertador,
Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 145

Ayacucho, Frente de Batalla, diciembre 10 de 1824

A S.E. el Libertador de Colombia


Simón Bolívar
Mi general:

Tengo la satisfacción de participar a S.E. de los combates librados en


Ayacucho, que han servido para engrandecer las glorias de las armas
colombianas, dando a S.E. los detalles de los sucesos que han precedido
al triunfo de las divisiones a mi mando.
Se ha destacado particularmente doña Manuela Sáenz por su valentía;
incorporándose desde el primer momento a la División de Húsares y
luego a la de Vencedores, organizando y proporcionando el avitualla-
miento de las tropas, atendiendo a los soldados heridos, batiéndose a
tiro limpio bajo los fuegos enemigos; rescatando a los heridos.
La Providencia nos ha favorecido demasiadamente en estos comba-
tes. Doña Manuela merece un homenaje en particular por su conduc-
ta; por lo que ruego a S.E. le otorgue el grado de Coronel del ejército
colombiano.

Dios guarde a su Excelencia,


A.J. de Sucre
146 M anuela S áenz y S imón B olívar

Bogotá, enero 23 de 1825

República de Colombia
Vicepresidencia
Al excelentísimo señor Presidente de la República de Colombia
S.E. Simón Bolívar
(Privado)

En oficio del 9, número 3, que recibí del Jefe del Ejército de Occidente,
fui notificado de como marchan las cosas por esas provincias del Sur,
donde el honor del ejército, enaltecido por la gloria de Ayacucho, se ve
mancillado por el infortunio de las habladurías.
S.E. que se precia de ser auspiciador del altísimo honor de pertenecer
al ejército colombiano, permite tamaño desatino que, si no fuera por
oficio de mi conocimiento, yo omitiría tal, pensando en que V.E. está
controlando.
Pero mi asombro vive una verdadera y cruda realidad. El ejército, que
no necesita auspicios de huelga, recibe el aliento de su Jefe Supremo,
que premia en conceder un alto rango que solo se obtiene con el valor
demostrado en el rigor del combate. ¿Ser coronel del ejército colombia-
no merece solo la consideración que V.E. le está dando? Solicito a V.E.,
con el respeto que le merezco, el que S.E. degrade a su amiga, pues que
actos de ascensión como ese, solo perjudican en política a V.E., y más
grave aún, en lo castrense, en recibir el desfavor de este cuerpo, cuyos
hombres ven con repudio tan fácil concesión de hace más de un mes.
Si V.E. considera el discutirlo personalmente, yo lo espero en Jucha,
con el fin de contribuir al buen entendimiento de los oficiales de este
cuerpo con el Gobierno y con V.E. Si S.E. no considera esta, me veo en
la dignísima obligación de enviarle, en tiempo prudente, otras, tal vez
con un carácter más enérgico, a fin de conseguir de V.E. su opinión y
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 147

hecho favorable en estos requerimientos, por salvaguardar el honor de


nuestro querido ejército.
Por lo demás, cuente S.E. con mi trabajo.

Dios guarde a V.E., muchos años,


F.P. Santander
148 M anuela S áenz y S imón B olívar

Cuartel General de Lima, a febrero 17 de 1825

Al señor general
Francisco de Paula Santander
Vicepresidente de la República de Colombia
Mi querido general:

Ciertamente conozco de usted el apego a las leyes de disciplina militar,


que usted mismo me ayudó a perfeccionar. Yo le diré a usted que estas
son rigurosamente ejecutadas y establecidas por todos los oficiales; esto
y más, ¡la tropa no duda un momento en cumplirlas! De donde quiera
que usted haya sacado que mi influencia es el motivo de que Manuela
sea ahora Coronel del ejército colombiano, no es más que una difama-
ción vil y despreciable como ausente de toda realidad.
Usted la conoce (a Manuela) muy bien, incluso sabe de su compor-
tamiento cuando algo no le encaja. Usted conoce, tan bien como yo,
de su valor, como de su arrojo ante el peligro. ¿Qué quiere usted que yo
haga? Sucre me lo pide por oficio, el Batallón de Húsares la proclama; la
oficialidad se reunió para proponerla, y yo, empalagado por el triunfo y
su audacia le doy ascenso, solo con el propósito de hacer justicia.
Yo le pregunto a usted, ¿Se cree usted más justo que yo? Venga enton-
ces y salgamos juntos al campo de batalla, y démosle a los inconformes
con el guante del triunfo en la causa del Sur.
Sepa usted que esta señora no se ha metido nunca en leyes ni en actos
que “no sean su fervor por la completa libertad de los pueblos de la
opresión y la canalla”. ¿Que la degrade? ¿Me cree usted tonto? Un ejér-
cito se hace con héroes (en este caso heroínas), y estos son el símbolo
del ímpetu, con que los guerreros arrasan a su paso en las contiendas,
llevando el estandarte de su valor.
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 149

Usted tiene razón de que yo sea tolerante de las mujeres a la retaguar-


dia; pero yo le digo a usted S.E. que esto es una tranquilidad para la
tropa, un precio justo al conquistador el que su botín marche con él. ¿O
acaso usted olvidó su tiempo? Yo no soy, sin embargo, débil ni temo a
alguno que no diga la verdad.

S.E. el Libertador,
Bolívar
150 M anuela S áenz y S imón B olívar

Cuartel General de Ibarra, septiembre 17 de 1826

Señor general
Juan José Flores

En vista de los desórdenes de los últimos días, confiero a usted respon-


sabilidad en la persona de doña Manuela, para que permaneciendo ella
en Quito, su asistencia sea completa en todo orden, conforme en que su
bienestar personal esté por encima de toda otra obligación.

Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 151

Tushaco, 1 de agosto de 1827

Señor Jerónimo Torres


Mi respetable amigo:

Desde que se instaló el Congreso he visto, continuamente y con placer,


las opiniones que usted ha emitido en él, y las defensas que usted ha
hecho de mi reputación y la de Manuelita, que se han querido manchar
con los colores más negros. A la verdad, mucho tengo que agradecer a
usted, digno hermano de don Camilo.
Los negocios del Sur y el estado general de la República me llevan a
toda prisa a la capital, donde espero llegar muy pronto; pues que no
me ha sido posible abandonar la patria y a mis amigos cuando se hallan
amenazados de muerte. De este modo, tendré el gusto de abrazarlo a
usted dentro de muy pocos días.
Hemos visto con satisfacción que el Congreso ha decretado la Gran
Convención. Honor para aquellos que como usted han preferido los
intereses del pueblo a las facciones ajenas.
Entretanto, créame usted siempre su afectísimo amigo.

Bolívar
152 M anuela S áenz y S imón B olívar

Cuartel General de Bucaramanga, junio 5 de 1828

Al señor mayordomo José Palacios

Dé usted a esta señora Manuela las consideraciones que usted encuentre


pertinentes, en lo que ella demande en cuanto al arreglo de la casa y los
auxilios a los desdichados que por allí pasen.
Prevenga usted todo en cuanto a mi llegada, preparando mi ropero
con tal de atender las visitas de protocolo.

S.E. el Libertador
Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 153

Bucaramanga, junio 7 de 1828

Al señor general José M.a Córdoba


Mi querido general:

Declino mi actitud de reserva ante la injusticia que se hace al emplear,


por parte de algunas gentes sin escrúpulos, el nombre de Manuela, mez-
clándola en asuntos que esta señora no tuvo que ver jamás.
Usted conoce bien mi personalidad y no existe ni existirá nada que
cambie a un ser que nació amando la libertad. Ella es también Liberta-
dora, no por mi título, sino por su ya demostrada osadía y valor, sin que
usted y otros puedan objetar tal.
De este raciocinio le viene el respeto que se merece como mujer y
como patriota. Venza usted su prevención, que yo sabré corregir toda
suerte de desmanes que, de conocerlos, no toleraré jamás. En esto cono-
cerá usted mi fuerza de carácter, ante lo que sea evidente. Soy de usted
su amigo,

Bolívar
154 M anuela S áenz y S imón B olívar

Bogotá (fines) de junio de 1828

Señor general José María Córdoba


Mi querido general:

Sabe Ud. que yo lo conozco a Ud. por lo que no puedo sentirme con lo
que Ud. me dice. Ciertamente, conozco también y más que nadie, las
locuras que hacen mis amigos. Por esta carta verá Ud. que no los mimo.
Yo pienso suspender al comandante de “Granaderos” y mandarlo fue-
ra del cuerpo a servir a otra parte. Él solo es culpable, pues lo demás
tiene excusa legal; quiero decir, que no es un crimen público, pero sí
eminentemente torpe y miserable.
En cuanto a la amable loca. ¿Qué quiere Ud. que yo le diga a Ud.?
Ud. la conoce de tiempo atrás. Yo he procurado separarme de ella, pero
no se puede nada contra una resistencia como la suya; sin embargo,
luego que pase este suceso, pienso hacer el más determinado esfuerzo
por hacerla marchar a su país o donde quiera. Mas diré que no se ha
metido nunca sino en rogar, mas no ha sido oída sino en el asunto del
C. Alvarado, cuya historia no me daba confianza en su fidelidad. Yo le
contaré a Ud. y verá Ud. que tenía razón. Ud. mi querido Córdoba, no
tiene que decirme nada que yo no sepa, tanto con respecto al suceso
desgraciado de estos locos, como con respecto a la prueba de amistad
que Ud. me da. Yo no soy débil ni temo que me digan la verdad. Ud.
tiene más que razón, tiene una y mil veces razón; y, por lo tanto, debo
agradecer el aviso que mucho debe haber costado a Ud. dármelo, más
por delicadeza que por temor de molestarme, pues yo tengo demasiada
fuerza para rehusar ver el horror de mi pena.
Rompa Ud. esta carta, que no quiero que se quede existente, este
miserable documento de miseria y tontera.
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 155

Soy de Ud. afmo., amigo y de corazón,


Bolívar

P.D.: Recapacite usted, a sabiendas de que no existe razón para este disgusto.

Bolívar
156 M anuela S áenz y S imón B olívar

Bogotá, agosto 29 de 1828

Presidencia de la República
Al señor Próspero Pereira Gamba
Estimado señor y amigo:

Recibí su apreciable del 16, en la que plasma con calidad sus impresio-
nes, y que me ha llenado del afecto de mis más caros amigos.
Usted tiene la delicadeza de ir profetizando como Piscía la largura
con que mis caros amigos ven el porvenir de mi unión con Manuela,
“La Bella”. Sí, mi querido Próspero, usted encontró en ella la dulzura de
su trato, y yo tengo el privilegio del halago de sus encantos, en los que
Afrodita envidia su cálida hermosura derramada sobre mi existencia,
en un derroche de vibrante juventud, que hace de esa quinta la alegría
con la cual usted encontró, junto a su dignísima esposa doña Petrona,
la hospitalidad de Manuela.
Ella representa la virtud sobrecogedora de la amistad de esos pueblos
del sur de Colombia para con sus compatriotas. Usted la define como
“graciosa” y “hermosa”, además de galante y amigable en su conversación.
Escudriña usted bien la personalidad de ella; solo que en Manuela hay
algo diferente: sobresale su cultura, pues esta nace de la avidez con que
cada nueva lectura llega a sus manos, amén de aquellas que conoció antes.
Sepa usted, mi estimado amigo, que me siento muy feliz de su apre-
ciable, al saberme tan dignamente representado con toda lucidez y de-
talles por mi Manuela, en quien deposité la responsabilidad insuperable
de ser la anfitriona de “Colombia”.
Salude usted de mi parte a su dignísima y guárdeme usted en su cora-
zón con la amistad que usted se digna distinguirme.
Dios guarde a ustedes. Su afectísimo amigo, S.E. el Libertador y
Presidente.
Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 157

Bogotá, septiembre 21 de 1828

Señor Francisco de Paula Santander


Señor:

A propósito del suceso nefasto para la causa insurgente de quienes bus-


can mi vida, no escapa el que ciertos estados de ánimo míos me afecten
cuando yo debo entenderme, aun en estas circunstancias, con personas
como usted, a quienes debo expresar mi actitud, dándoles una satisfac-
ción más, y expresando así mi espíritu plagado de desengaños.
Mi vida, es cierto, son mis actos; pero juzgo que no existe el alma
que me alcance en la virtud de tomarla, a la par de la suya. Mucho de
la alabanza me ha hecho daño. Sí, pero concibo que los pueblos harán
de mí su propia historia, con criterio y juicio, sin colmarla de lisonjas,
ni heroicas leyendas; todo sí, asistido con la más pura y ceñida realidad.
Vea usted por usted mismo. El que yo haya redactado esa Ley del 20
próximo pasado, censurándole y destituyendo su persona de su anterior
cargo de la Vicepresidencia, entre otros asuntos, y quedando este supri-
mido, no alienta a la reconciliación. Puede usted discrepar con respecto
a mi actitud, como ya lo ha hecho, mal interpretando esta ley, que solo
es salud de la República. Diré en substancia, que queda como lo dice el
Decreto: un nuevo sistema de Gobierno regido por un Consejo de Esta-
do, bajo mi presidencia, con poderes especiales conferidos por el Acta
del Congreso del 13 de junio.
En mi ausencia presidirá el Consejo, el ministro secretario de Estado
más antiguo. Tomo esta decisión, no por dar más que el alivio a la patria
de lo horrendo de la conjura de la cual se me hacía víctima, y de la que
usted es tan ajeno como Córdoba. No vacile usted en enfrentarme si es
esa su estima. Probaré que es útil en la consecuencia dar paz y tranqui-
lidad, porque no deseo transigir de aquí en adelante por este siguiente
motivo: Manuela es para mí una mujer muy valiosa, inteligente, llena
158 M anuela S áenz y S imón B olívar

del arrojo, que usted y otros se privan en su audacia. No saldrá (ahora


menos) de mi vida por cumplir caprichos mezquinos y regionalistas. La
que usted llama “descocada”, tiene en orden riguroso todo el archivo
que nadie supo guardar más que su intención y juicio femeninos.
Pruebas de la lealtad de Manuela se han aparecido en dos ocasiones:
el 10 de agosto, en la celebración del aniversario, comprometiendo su
dignidad solo para hacerme retirar del sitio de mis enemigos y salvar mi
vida. ¿Que no hubo tal para semejante excusa? Pregunte usted a don
Marcelo Tenorio. Yo no me fío de las habladurías; ella misma me expli-
có este suceso, aun con el temor de que la corriera de Santa Fé.
¿Puedo yo ante la verdad elocuente desoírla? Dígamelo usted o
disuádame de lo contrario, que en usted veo aún dignidad por su
posición; pretendiendo que yo he obrado a la ligera y que ella se sobra
en mis decisiones. ¡Jamás! Si bien “confío en Manuela ciegamente”,
no ha habido la más leve actitud en la persona de ella que demuestre
desafecto o deslealtad; en fin, no ha defraudado mi confianza.
Como supuesto, todos saben que en mi recia personalidad no tolera-
ría jamás una afrenta a mi dignidad, y por esto, Manuela no recogerá
el fardo asqueroso de la desvergüenza solo por ser mujer. Quienes así la
denigran, se cargan con la miseria de su maledicencia, y la corrupción
de sus palabras atraganta sus pescuezos ávidos de la horca.
Si por esta útil y justiciera defensa me tildan con el oprobio insufrible
de “tirano”, no me queda más que recurrir al espacio de la historia, don-
de se contemplan los actos de los hombres a quienes la justicia divina
da, en reciprocidad, el justo premio a sus virtudes, o el castigo a sus
infamias.
Dios guarde a usted.
Su excelentísimo, el Libertador

Bolívar
Cartas a Manuela y de
Manuela sobre Bolívar
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 161

Huamachuco, 28 de mayo de 1824.

Al capitán Santana

Mi amigo: Las desgracias están conmigo, todas las cosas tienen su tér-
mino, el general no piensa ya en mí, apenas me ha escrito dos cartas en
diecinueve días. ¿Qué será esto? Usted que siempre me ha dicho que
es mi amigo, ¿me podrá decir la causa? Yo creo que no, porque usted
peca de callado. ¡Y que yo, se lo pregunte a usted! pero, ¿A quién le
preguntaré? A nadie; a mi mismo corazón, que será el mejor y único
amigo que tenga. Estoy dispuesta a cometer un absurdo; después le diré
cuál, y usted me dará la razón si no es injusto. No será usted temerario;
se acordará usted en mi ausencia de la que es muy amiga de usted.

Manuela

P.D. –Tenga la bondad de decirme si allí se halla el señor comisario Romero,


que me precisa saberlo. Adiós, hasta que la casualidad nos junte, que yo estoy
muy mala y pueda que muera de esta, porque yo no quiero vivir tampoco más.
Ya basta. ¿No le parece?
162 M anuela S áenz y S imón B olívar

Al doctor James Thorne

¡No, no, no más, hombre, por Dios! ¿Por qué hacerme usted escribir
faltando a mi resolución? Vamos, qué adelanta usted, sino hacerme pa-
sar por el dolor de decir a usted mil veces no? Señor: usted es excelente,
es inimitable; jamás diré otra cosa sino lo que es usted. Pero, mi amigo,
dejar a usted por el general Bolívar es algo; dejar a otro marido sin las
cualidades de usted sería nada.
Y cree usted que yo, después de ser la predilecta de este general por
siete años y con la seguridad de poseer su corazón, prefiera ser la mujer
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, o de la Santísima Trinidad? Si
algo siento es que no haya sido usted mejor para haberlo dejado. Yo sé
muy bien que nada puede unirme a él bajo los auspicios de lo que usted
llama honor. Me cree usted más o menos honrada por ser él mi amante
y no mi esposo? ¡Ah! Yo no vivo de las preocupaciones sociales inventa-
das para atormentarme mutuamente.
Déjeme usted, mi querido inglés. Hagamos otra cosa: en el cielo nos
volveremos a casar, pero en la tierra no. ¿Cree usted malo este convenio?
Entonces diría yo a usted que era muy descontento. En la patria celes-
tial pasaremos una vida angélica y toda espiritual (pues como hombre;
usted es pesado); allá todo será a la inglesa porque la vida monótona
está reservada a su nación (en amores, digo, pues en lo demás, quiénes
más hábiles para el comercio y la marina?). El amor les acomoda sin
placeres, la conversación sin gracia y el caminar despacio, el saludar con
reverencia, el levantarse y sentarse con cuidado, la chanza sin risa; estas
son formalidades divinas, pero yo, miserable mortal que me río de mí
misma, de usted y de otras seriedades inglesas, etc., ¡qué mal me iría en
el cielo! Tan malo como si fuera a vivir en Inglaterra o Constantino-
pla, pues los ingleses me deben el concepto de tiranos con las mujeres,
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 163

aunque no lo fuese usted conmigo, pero sí más celoso que un portu-


gués. Eso no lo quiero yo. ¿No tengo buen gusto?
Basta de chanzas. Formalmente y sin reírme, con toda la seriedad,
verdad y pureza de una inglesa, digo “que no me juntaré más con us-
ted”. Usted anglicano y yo atea, es el más fuerte impedimento religioso;
el que estoy amando a otro, es mayor y más fuerte. ¿No ve usted con
qué formalidad pienso?

Su invariable amiga,
Manuela

Nota de la edición: Según Rumazo, en una copia de esta carta que Manuela le envía a
Bolívar, incluye una posdata: «Hay que advertir que mi marido es católico y yo jamás
atea; solo el deseo de estar separada de él me hacía hablar así». De igual manera, Vi-
cente Lecuna fecha la carta en Lima, octubre de 1823
164 M anuela S áenz y S imón B olívar

Un manifiesto de Manuela Sáenz


que circuló en Bogotá en una hoja impresa

“AL PÚBLICO”

El respeto debido a la opinión de los hombres me obliga a dar este paso;


y cuando debo satisfacer, mi silencio sería criminal. Poderosos motivos
tengo para creer que la parte sensata del pueblo de Bogotá no me acusa,
y bajo este principio contesto, no para calmar pasiones ajenas, ni para
desahogar yo las mías, pero sí para someterme a las leyes, únicos jueces
competentes de quien no ha cometido más que imprudencias, por ha-
ber sido un millón de veces a ellas provocada.
Ninguna mano elevada me ha ofendido; esta no es infame. Quien me
ofende ni aún tiene la firmeza bastante para dejarse conocer y menos
para perseguirme legalmente; esto me vindica, pues todos saben que he
sido insultada, calumniada y atacada.
Confieso que no soy tolerante; pero añado al mismo tiempo que he
sido demasiado sufrida. Pueden calificar de crimen mi exaltación; pue-
den vituperarme; sacien, pues, su sed; mas no han conseguido desespe-
rarme; mi quietud descansa en la tranquilidad de mi conciencia y no en
la malignidad de mis enemigos, en la de los enemigos de S.E. el Liber-
tador. Si aún habiéndose alejado este señor de los negocios públicos no
ha bastado para saciar la cólera de estos, y me han colocado por blanco,
yo les digo: que todo pueden hacer, pueden disponer alevosamente de
mi existencia, menos hacerme retrogradar ni una línea en el respeto,
amistad y gratitud al general Bolívar; y los que suponen ser esto un de-
lito, no hacen sino demostrar la pobreza de su alma, y yo la firmeza de
mi genio, protestando que jamás me harán ni vacilar, ni temer. El odio
y la venganza no son las armas con que yo combato; antes sí desafío
al público de todos los lugares en donde he existido a que digan si he
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 165

cometido algunas bajezas; por el contrario, he hecho todo el bien que


ha estado a mi alcance.
Lo que sí me sorprende, es que se ataque al Vicepresidente de la Re-
pública, el virtuoso general Domingo Caycedo. S.E. no ha hecho otra
cosa, que deponiendo su carácter como magistrado, evitar como hom-
bre humano y prudente cualquier clase de desórdenes, bien sea por la
parte que me provocaron o bien por la mía: este paso hace más relevante
su dignidad, sus virtudes y carácter público.
El autor de La aurora debe saber que la imprenta libre no es para
personalidades, y que el abuso con que se escribe cede más bien en
desdoro del país que en injuria de las personas a quienes ataca. Con
estas palabras le contesto. Él me ha vituperado, del modo más bajo, yo
le perdono; pero sí le hago una pequeña observación: ¿por qué llama
hermanos a los del sur y a mí forastera?… Seré todo lo que quiera: lo
que sé es que mi país es el continente de la América y he nacido bajo la
línea del Ecuador.

Manuela Sáenz
Bogotá, 30 de junio de 1830
166 M anuela S áenz y S imón B olívar

Del general Luis Perú de Lacroix a Manuela Sáenz


A mi señora doña Manuela Sáenz

Cartagena, diciembre 18 de 1830

Mi respetada y desgraciada señora:

He prometido escribir a usted y de hablarle con verdad; para cumplir


con este encargo y empezar por darle la más fatal noticia.
Llegué a Santa Marta el día 12, y al mismo momento me fui para la
hacienda de San Pedro donde se halla el Libertador. Su Excelencia es-
taba ya en un estado cruel y peligroso de enfermedad, pues desde el día
10, había hecho el testamento y dado una proclama a los pueblos, en la
que se está despidiendo para el sepulcro.
Permanecí en San Pedro hasta el día 16, que me marché para esta
ciudad, dejando a Su Excelencia en un estado de agonía que hacía llorar
a todos los amigos que le rodeaban.
A su lado estaban los generales Montilla, Silva, Portocarrero, Carre-
ño, Infante y yo, y los coroneles Cruz, Paredes, Wilson, capitán Ibarra,
teniente Fernando Bolívar, y algunos otros amigos.
Sí, mi desgraciada señora: el grande hombre estaba para dejar esta tie-
rra de la ingratitud y pasar a la mansión de los muertos, a tomar asiento
en el templo de la posteridad y de la inmortalidad al lado de los héroes
que más han figurado en esta tierra de miseria.
Lo repito a usted, con el sentimiento del más vivo dolor, con el cora-
zón lleno de amargura y de heridas: dejé al Libertador el día dieciséis ya
en los brazos de la muerte: en una agonía tranquila, pero que no podía
durar mucho. Por momentos estoy aguardando la fatal noticia, y mien-
tras tanto, lleno de agitación, de tristeza, lloro ya la muerte del padre de
la patria, del infeliz y grande Bolívar, matado por la perversidad y por
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 167

la ingratitud de los que todo le debían, que todo habían recibido de su


generosidad.
Tal es la triste y fatal noticia que me veo en la dura necesidad de dar
a usted.
Ojalá el cielo, más justo que los hombres, echase una ojeada sobre la
pobre Colombia; viese la necesidad que hay de devolverle a Bolívar, e
hiciese el milagro de sacarle del sepulcro en que casi lo he dejado.
Permítame usted, mi respetada Señora, de llorar con usted la pérdida
inmensa que ya habremos hecho, y habrá sufrido toda la República, y
prepárese usted a recibir la última y fatal noticia.
Soy de usted admirador y apasionado amigo, y también su atento
servidor que sus manos besa.

Luis Perú de Lacroix


168 M anuela S áenz y S imón B olívar

Kingston, Jamaica, 6 de mayo, 1834

Señor Presidente del Estado ecuatoriano


General Juan José Flores
Señor:

Espero que esta llegue a manos de usted por ser de esta isla, pues de
Bogotá escribí a usted muchas, sin tener la más pequeña contestación:
ya se ve, mi mala letra es conocida, y dirigida a usted sería peor: creerían
que decía algo de política. Se habrán desengañado. ¿Qué tengo yo que
hacer con la política? ¿Yo amé al Libertador; muerto, lo venero, y por
esto estoy desterrada por Santander.
Crea usted, mi amigo, que le protesto con mi carácter franco, que
soy inocente, menos en quitar del castillo de la plaza el retrato del Li-
bertador. Visto que nadie lo hacía, creí que era mi deber y de esto no
me arrepiento. Y suponiendo esto delito, ¿no hubo una Ley de Olvido,
dada por la Convención? ¿O me puso a mí fuera de esta ley? Dicen
también que mi casa era el punto de reunión de todos los descontentos.
General: crea usted que yo no vivía en la sabana para que hubiesen estos
cabido; a mí me visitaban algunos amigos, mas yo omitía por innecesa-
rio el preguntarles si estaban contentos o descontentos. A más de esto,
habrían dicho que era una malcriada.
Sobre que tuve parte en El Santuario, señor, es una tamaña calumnia:
yo estuve en Guaduas, tres días de Bogotá (y la acción fue en Funza
cerca de la capital) y a más, picada por una culebra malsana dos veces.
Si hubiese estado bien, quién sabe si monto en mi caballo y me voy de
cuenta de genio y nada más, pues usted no ignora que nada puede hacer
una pobre mujer como yo; pero Santander no piensa así; me da un valor
imaginario, dice que soy capaz de todo y se engaña miserablemente. Lo
que soy es un formidable carácter, amiga de mis amigos y enemiga de
mis enemigos, y de nadie con la fuerza que de este ingrato hombre. Pero
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 169

ahora, que se tenga duro: existe en mi poder su correspondencia parti-


cular al Libertador, y yo estoy haciendo buen uso de ella. Mucho tra-
bajo me costó salvar los papeles del año de 30, y esto es una propiedad
mía, muy mía. Para no dejar duda en los acontecimientos de atrás, yo
invoco a usted mismo en mi favor; usted sabe mi modo de conducirme,
y esta marcha llevaré hasta el sepulcro, por más que me haya zaherido la
calumnia. El tiempo me justificará.
Ya he molestado a usted con mis quejas; ahora vamos a otra cosa más
molestosa: lo poco que poseo de mi madre, señor, se lo debo al anhelo e
interés que usted tomó en el cobro y no es regular que yo carezca de este
socorro; pues salí de Quito el año 27, dejando arrendada mi hacienda
en seiscientos pesos, pues los cincuenta los perdoné a Gómez. Señor: en
todo este tiempo no he visto medio; solo he librado mil pesos a favor de
la señora Juana Torres, más no sé si recibió o no. Por más que escribo a
don Pedro, no me contesta.
De desesperada rogué al señor Modesto Larrea que la venda, y dicho
señor me dijo que era malvenderla y resolví no hacerlo. A mí nadie me
escribe y, en parte, hacen bien. Señor, ya que usted me ve sola en esta
isla y abandonada de mi familia, creo que la compasión, nuestra antigua
amistad, harán que usted me disculpe, por llamar su atención con mis
simplezas; pero, señor, puede comisionar usted a cualquier persona y ser
servido, mientras a mí nadie me contesta siquiera.
Escríbame largo, mi general y amigo, robe usted un rato a sus ocupa-
ciones, por su amable esposa le suplico, por sus tiernos hijos le ruego,
y póngame usted a la disposición de la señora, puede que necesite algo
de esta isla.
Siempre recuerdo con placer nuestra antigua amistad y en nombre de
ella le pido me ocupe, y de aquí deduciré que se acuerda de su amiga y
reconocida.

Manuela Sáenz
170 M anuela S áenz y S imón B olívar

Guaranda, 19 de octubre de 1835

Excelentísimo señor Juan José Flores


Mi querido amigo:

En mal papel, de mala letra, apenas puedo a usted ofrecer un buen


corazón.
Ayer salí de aquí para el Sinchig y hoy he tenido que regresar por
obedecer a las órdenes del Gobierno. Usted se impondrá por la copia
que le acompaño; en ella verá que es dictada por un ebrio y escrita por
un imbécil ¿Hay razón para que esta canalla ponga por argumento mi
antigua conducta? Señor: mis hermanos mucho me han hecho sufrir:
¡basta! Algún día sentirás haberme mortificado, pues mi carácter y mi
conducta me justificarán. Yo presenté el pasaporte que usted tuvo la
bondad de darme; y apoyada en él, y lo que es más, en mi inocencia,
no contramarcharé sino por la fuerza y nadie me convencerá, pues mi
resolución está tomada. Solo que usted me diga: “Manuela, usted co-
metió el gran delito de querer al L…, salga usted de su patria, pierda
usted gustosa lo poco que tiene, olvide patria, amigos, parientes”, me
verá usted obedecer (con dolor); a lo menos seré dócil a usted, pero a
usted solo, y le dirá adiós su agradecida pero cuasi desesperada amiga,

Manuela

Adición: las mujeres siempre dejamos lo más preciso para el fin. Usted me
dijo: “Deseo inmensamente revestirme de la autoridad que el Gobierno me
concede solo por perdonar a Alegría”; yo deseo que usted se revista para no
hacerme parecer criminal y sostener a todo trance su pasaporte; salude usted
al señor coronel Ponte y a mi amigo Ibáñez.
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 171

Paita, 10 de agosto de 1850

Señor general O’Leary,


Encargado de Negocios de su Majestad Británica.
Me pide usted le diga lo que presencié el 25 de setiembre del año 28
en la casa del gobierno bogotano. A más quiero decirle lo que ocurrió
días antes.
Una noche estando yo en la casa de gobierno de Bogotá, me llamó
una criada mía diciéndome que una señora con suma precisión me lla-
maba en la puerta de la calle; salí, dejando al Libertador en cama algo
resfriado. Esta señora que aún existe (1850), y me llamaba, me dijo que
tenía que hacerme ciertas revelaciones nacidas del afecto al Libertador,
pero que en recompensa exigía que no sonara su nombre. Yo la hice
entrar, la dejé en el comedor y lo indiqué al general. Él me dijo que
estando enfermo no podía salir a recibirla, ni podía hacerle entrar en su
cuarto, y que además no era lo que ella pretendía. Le di a la señora estas
disculpas; la señora me dijo entonces que había una conspiración nada
menos que contra la vida del Libertador, que había muchas tentativas y
que solo la dilataban hasta encontrar un tiro certero; que los conjurados
se reunían en varias partes, una de ellas en la casa de la moneda; que el
jefe de esta maquinación era el general Santander, aunque no asistía a
las reuniones y solo sabía el estado de las cosas por sus agentes, pero que
era el jefe de obra; que el general Córdoba sabía algo, pero no el todo,
pues sus amigos lo iban reduciendo poco a poco. En fin, la señora me
dijo tanto, que ni recuerdo.
El Libertador, apenas oyó nombrar al general Córdoba se exaltó, llamó
al edecán de servicio y le dijo “Ferguson, vaya usted a oír a esa señora”.
Este volvió diciéndole lo que yo le había dicho y con más precisión que
yo. El general dijo: “Dígale usted a esa mujer que se vaya y que es una in-
famia tomar el nombre de un general valiente como el general Córdoba”.
El señor Ferguson no fue tan brusco en su respuesta; pero la cosa que-
dó en ese estado. Vino entonces don Pepe París y le dijo el general todo.
172 M anuela S áenz y S imón B olívar

Este señor contestó: “Esas buenas gentes tienen por usted una decisión
que todo les parece una conspiración”. “Pero usted hable con ella ma-
ñana”, le dijo el general. No supe más de esto, pero en muy pocos días
más, fue el acontecimiento que voy a contar.
El 25 a las seis me mandó a llamar el Libertador; contesté que estaba
con dolor a la cara. Repitió otro recado, diciendo que mi enfermedad
era menos grave que la suya, y que fuese a verlo. Como las calles estaban
mojadas, me puse sobre mis zapatos, zapatos dobles. (Estos le sirvieron
en la huida, porque las botas las habían sacado para limpiar)… Cuando
entré, estaba en baño tibio. Me dijo que iba a haber una revolución. Le
dije: puede haber, en hora buena, hasta diez, pues usted da muy buena
acogida a los avisos! Me hizo que le leyera durante el baño. Desde que
se acostó se durmió profundamente, sin más precaución que su espada
y pistolas, sin más guardia que la de costumbre, sin prevenir ni al oficial
de guardia ni a nadie, contento con lo que el Jefe de Estado Mayor o no
sé lo que era, le había dicho: que no tuviese cuidado, que él respondía.
(Este era el coronel Guerra, el mismo que dicen que dio para esa noche;
santo y seña y contraseña y, a más, al otro día andaba prendiendo a to-
dos hasta que no sé quién lo denunció).
Serían las doce de la noche, cuando latieron mucho dos perros del Li-
bertador, y a más se oyó un ruido extraño que debe haber sido al chocar
con los centinelas pero sin armas de fuego por evitar ruido.
Desperté al Libertador, y lo primero que hizo fue tomar su espada y
una pistola y tratar de abrir la puerta. Le contuve y le hice vestir, lo que
verificó con mucha serenidad y prontitud. Me dijo: “Bravo, vaya, pues,
ya estoy vestido; ¿y ahora qué hacemos? ¿Hacernos fuertes?”. Volvió
a querer abrir la puerta y lo detuve. Entonces se me ocurrió lo que le
había oído al mismo general un día: “¿Usted no dijo a Pepe París que
esta ventana era muy buena para un lance de estos?…”. “Dices bien”,
me dijo, y fue a la ventana. Yo impedí el que se botase, porque pasaban
gentes; pero lo verificó cuando no hubo gente, y porque ya estaban
forzando la puerta.
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 173

Yo fui a encontrarme con ellos para darle tiempo a que se fuese; pero
no tuve tiempo para verle saltar, ni cerrar la ventana. Desde que me
vieron me agarraron y me preguntaron: “¿Dónde está Bolívar?”. Les dije
que en el Consejo, que fue lo primero que se me ocurrió; registraron la
primera pieza con tenacidad, pasaron a la segunda y viendo la ventana
abierta exclamaron: “Huyó; se ha salvado!» Yo les decía: “no, señores,
no ha huido; está en el Consejo”. “¿Y por qué está abierta esa ventana?”
“Yo la acabo de abrir, porque deseaba saber qué ruido había”. Unos me
creían y otros no. Pasaron al otro cuarto, tocaron la cama caliente, y más
se desconsolaron, por más que yo les decía que yo estuve acostada en
ella esperando que saliesen del Consejo para darle un baño; me lleva-
ban a que les enseñase el Consejo (pues usted sabe que siendo esa casa
nueva, no conocían cómo estaba repartida, y el que quedó a entrar a
enseñarles se acobardó, según se supo después). Yo les dije que sabía que
había esa reunión, que la llamaban Consejo, a la que iba en las noches el
Libertador; pero yo no conocía el lugar, con esto se enfadaron mucho y
me llevaron con ellos, hasta que encontré a Ibarra herido; y él desde que
me vio me dijo: “¿Conque han muerto al Libertador?”
“No, Ibarra; el Libertador vive”.
Conozco que ambos estuvimos imprudentes; me puse a vendarlo con
un pañuelo de mi cara. Entonces Zuláivar, por la mano, a hacerme
nuevas preguntas, no adelantando nada; me condujeron a las piezas de
donde me habían sacado y yo me llevé al herido y lo puse en la cama
del general. Dejaron centinela en las puertas y ventanas y se fueron al
oír pasos de botas herradas; me asomé a la ventana y vi pasar al coronel
Fergusson, que venía a la carrera de la casa donde estaba curándose
de la garganta; me vio con la luna, que era mucha; me preguntó por
el Libertador y yo le dije que no sabía de él ni podía decirle más por
los centinelas; pero le previne que no entrara, porque lo matarían; me
contestó que moriría llenando su deber. A poco oí un tiro: este fue el
pistoletazo que le tiró Carujo, y además un sablazo en la frente y el crá-
neo. A poco se oyeron unas voces en la calle y los centinelas se fueron, y
174 M anuela S áenz y S imón B olívar

yo tras ellos a ver al doctor Moore para Andresito. El doctor salía de su


cuarto y le iban a tirar, pero su asistente les dijo: “No maten al doctor”;
y ellos dijeron: “No hay que matar sacerdotes”. Fui a llamar al cuarto de
don Fernando Bolívar que estaba enfermo, lo saqué y lo llevé a meter
el cuerpo de Fergusson, pues yo lo creía vivo; lo puse en el cuarto de
José que estaba de gravedad enfermo; si no, muere; porque él se habría
puesto al peligro.
Subí a ver a los demás, cuando llegaron los generales Urdaneta, He-
rrán y otros a preguntar por el general; entonces les dije lo que había
ocurrido; y lo más gracioso de todo era que me decían: “y a dónde se
fue?» cosa que ni el mismo Libertador sabía a dónde iba.
Por no ver curar a Ibarra me fui hasta la plaza, y allí encontré al Liber-
tador a caballo, con Santander y Padilla, entre mucha tropa que avivaba
al Libertador. Cuando regresó a la casa me dijo: “Tú eres la Libertadora
del Libertador!”
Se presentó don Tomás Barriga y le iba a arengar; pero el general
con esa fogosidad que usted tanto conocía le dijo: “Sí señor; por usted
y otros como usted que crían mal criados a sus hijos, hay estas cosas;
porque de imbéciles confunden la libertad con el libertinaje”.
Fueron muchos extranjeros, entre ellos el señor Illingworth, y todos
fueron muy bien recibidos. El Libertador se cambió de ropa y quiso
dormir algo, pero no pudo, porque a cada rato me preguntaba algo
sobre lo ocurrido y me decía: “no me diga más”. Yo callaba y él volvía
a preguntar, y en esta alternativa amaneció. Yo tenía una gran fiebre, y
no sé más que por lo que me han contado, que se molestó mucho con
el coronel Cropston porque le apretó el pescuezo a uno de los que con-
dujo al palacio, a quien el general mandó dar ropa para que se quitase
la suya, y los trató a todos con mucha benignidad, por lo que don Pepe
París les dijo: “y a este hombre venían ustedes a matar?” Y contestó Hor-
met: “era al poder y no al hombre”. Entonces fue cuando tuvo lugar la
apretada, a tiempo que entraba el Libertador y se puso furioso contra
este jefe Cropston, afeándole su acción de un modo muy fuerte.
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 175

Dicen que les aconsejó a los conjurados que no dijesen a sus jueces
que traían el plan de matarlo, pero que ellos decían que habiendo ido a
eso no podían negarlo. Hay otras tantísimas pruebas, que dio el general,
de humanidad que sería nunca acabar.
Su primera opinión fue el que se perdonase a todos; pero usted sabe
que para esto tenía que habérselas con el general Urdaneta y Córdoba
que eran unos de los que entendían en estas causas. Lo que sí no po-
dré dejar en silencio fue que el Consejo había sentenciado a muerte
a todo el que entró en palacio, y así que, excepto Zuláivar, Hormet y
Azuerito, que confesaron con valor como héroes de esta conspiración,
los demás todos negaron, y por eso dispusieron presentármelos a mí a
que yo dijese si los había visto. Por esto el Libertador se puso furioso.
“Esta señora, dijo, jamás será el instrumento de muerte ni la delatora
de desgraciados”. No obstante esto, me presentaron, ya en mi casa, a un
señor Rojas y consentí en verlo porque tuve muchos empeños de seño-
ras para que dijese que no lo había visto. Así lo hice, mas una criada mía
y un soldado que entraron a tiempo lo conocieron; pero yo compuse la
cosa con decir que si más caso hacían de lo que ellos decían que a mí y
que los que lo acusaban estaban equivocados, y se salvó. Dije también
que don Florentino González me había salvado a mí la vida diciendo:
“no hay que matar mujeres”; pero no fue él sino Hormet, al tiempo de
entrar que hicieron un tiro.
Entraron con puñal en mano y con un cuero guarnecido de pistolas
al pecho. Puñal traían todos, pistolas también; pero más creo que tenían
Zuláivar y Hormet. Entraron con farol grande, con algunos artilleros de
los reemplazos del Perú… Estos señores no entraron tan serenos, pues
no repararon ni en una pistola que yo puse sobre una cómoda ni en la
espada que estaba arrimada, y además en el sofá del cuarto había una
fuerza de pliegos cerrados y no los vieron. Cuando se fueron los escondí
debajo de la estera.
El Libertador se fue con una pistola y con el sable que no sé quién
le había regalado de Europa. Al tiempo de caer en la calle pasaba su
176 M anuela S áenz y S imón B olívar

repostero y lo acompañó. El general se quedó en el río y mandó a este a


saber cómo anclaban los cuarteles; con el aviso que le llevó, salió y fue
para el Vargas. Lo demás usted lo sabe mejor que yo, sin estar presente;
que si está, yo sé que usted habría muerto.
No se puede decir más, sino que la Providencia salvó al Libertador,
pues nunca estuvo más solo. No había más edecanes que Fergusson e
Ibarra, ambos enfermos en cama: el uno en la calle y el otro en casa, y el
coronel Bolívar donde el general Padilla. Nuestro José, muy malo; don
Fernando, enfermo; la casa era un hospital.
Cuando el general marchó de Bogotá, no sé para dónde, fue que me
dijo: “Esta al llegar preso el general Padilla; te encargo que lo visites en su
prisión, que lo consueles y lo sirvas en cuanto se ofrezca”. Así lo hice yo.
El señor general Obando, a quien Dios guarde por muchos años, ha di-
cho en Lima, antes de ahora, que yo, en medio de mis malas cualidades,
tenía la de haberme portado con mucha generosidad, a lo que yo con-
testé que esa virtud no era mía sino del Libertador, que me había dado
tantas y tan repetidas lecciones de clemencia con el mismo panegirista.
Esto es muy cierto; a usted le consta. De modo, que tantos escapados
de la muerte fue por el Libertador. Baste decir a usted que yo tuve en
mi casa a personas que buscaban y que el Libertador lo sabía. Al gene-
ral Gaitán le avisaba que se quitase de tal parte porque ya se sabía. Al
doctor Merizalde lo vi en una casa al tiempo de entrar yo a caballo, y le
dije a la dueña de casa: “Si así como vengo con un criado, viniese otra
persona conmigo, habían visto al doctor Merizalde; dígale usted que sea
más cauto”. Tal vez sería por eso que después de muerto el Libertador
me hizo comadre Merizalde.
Infinitas cosas referiría a usted de este género, y las omito por no ser
más larga, asegurándole a usted que en lo principal no fui yo más que el
instrumento de la magnanimidad del gran Bolívar.

Manuela Sáenz
Diario de Paita
de Manuela Sáenz
Venzo de ser vengativa en grado sumo. ¿Cómo perdonar? Si Simón hu-
biera escuchado a esta su amiga, que sí lo fue. ¡Ah! otra cosa habría sido
(no habría quedado mico con cola). Creo en esa obligación de dar su
merecido a quienes faltaron a la lealtad del Libertador y a la República,
y a algunos que burlaron la gratitud para con él.
El escribir estas cosas me ayuda en soltar mi mala sangre y, al mismo
tiempo, de lo que me hallo muy complacida, porque logré retener (me
salí con la mía) los archivos y los documentos más importantes del gene-
ral Bolívar; esos… no lograron destruir lo que es más sagrado para mí.
Leo y me digo a mí misma que soy adicta al sufrir.

Hoy a julio 25 de 1840 vino a visitarme el señor José Garibaldi, muy


puesto el señor este, aunque un poco enfermo. Lo atendí en mi modes-
tia; cosa que no reparó. Estuvimos conversando sobre su vida y sus ofi-
cios, y recordando sus aventuras del mundo conocidas. Y se reía el muy
señor, cuando le pregunté por la escritora Elphis Melena, la alemana;
sobre su fama de “Condotierro”, y de sus dos esposas.
Me dijo que yo era persona favorecida de él en su amistad, y que lo
era también “la memoria del genio Libertador de América, general Si-
món Bolívar”.
De nariz recta este señor, patillas salvajes y colgándole con el pelo has-
ta el cuello, y bigote grueso (como de cosaco), de bonete de paño negro
bordado en flores y cejas espesas al cubrir casi los ojos.
180 M anuela S áenz y S imón B olívar

Jonathás y yo no tuvimos reparo en desvestir a este señor y aplicarle


ungüentos en la espalda, para sacarle un dolor muy fuerte que lo queja-
ba por el hombro. Muy agradecido se despidió de mí, y muy conmovi-
do como de no vernos más.
Siento tristeza de la ausencia de este señor. Jonathás está de mal hu-
mor porque no levantó mi ánimo. Me ha dejado de su puño y letra, un
verso de la Divina Comedia del Dante, y muy apropiado, y bonito, que
pego aquí para no perderlo.
Mía carissima Manuela:
Donna pietosa e di novella etate,
adorna assai di gentilezze umane,
ch’era lá v’io chiamava spesso Morte
veggendo li occhi miel pien dipietate,
e ascoltando le parole vane,
si mosse con paura a pianger forte.
E altre donne, che si fuoro accorte
di me per quella che meco piangia,
fecer lei partir via,
cual dicca: Non dormire.

Divine comedie. Dante


Giussepe Garibaldi
Paita porto, julio 25, 1840.

Son las 8 y se acaba la lumbre. He vuelto a leer con favorito empeño


Los pastores de Belén, prosas y versos divinos de Lope de Vega y Carpio,
y cómo me anima esa lectura y de qué manera me acuerdo cuando era
niña, en casa, frente al nacimiento.
En el libro encontré las violetitas que me trajo y regaló Simón, de
una finca donde estuvo en Pativilca, dizque porque eran muy delicadas,
bellas y perfumadas (comparándome).
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 181

Sí, su amor sigue aquí en mi corazón, y mis pensamientos y mi amor


por él están con él en la eternidad.
Qué señor mío este Simón, para robar todos mis pensamientos, mis
deseos, mis pasiones…
Lo amé en vida con locura; ahora que está muerto lo respeto y lo
venero.

Jonathás ha estado en cama con gripe, de esas que llaman “quiebra


huesos”, y no ha podido levantarse. Páez, Córdoba y La Mar no me
han dejado en paz. Los tiene muy enseñados; estos perros graciosos,
acostumbrados al cariño, se deshacen por Jonathás, y yo no los controlo
más. Santander está ya viejo y cojo. Pienso que hay que fusilarlo para
que no sufra, pues le pasó un coche por encima; se me va el corazón
con mi perro.
En estas navidades el puerto ha estado más movido que de costum-
bre; así que le he pedido y mandado a Jonathás que atisbe quien llega,
y venga pronto a contármelo todo; no sea que me cojan de sorpresa.
(Navidad del 30, ¡qué fatal!). Este es un recuerdo que lastima, pero
él me dejó forzada a seguir viviéndolo; para mí tú vives, Simón. Así
como él vivió. Soy una tonta, pero lo percibo cada vez mejor. Rousseau,
Voltaire, El contrato social; ¿De qué le sirvieron? Nunca supo qué ni qué
hizo con su gloria. ¡Qué tontos fuimos!
Escribo y pienso… Cómo se destruyó a sí mismo, Simón. Yo estoy
haciendo unas colchitas que me están quedando preciosas. Y él sabía
que se estaba destruyendo, aniquilando, dejando a un lado su férrea
voluntad, sus decisiones nunca dictadas por sus convicciones, pero sí un
sentido de justicia. ¿Justicia? ¿Quién le fue justo? A él, que todo lo dio
por la libertad. Libertad, solo palabra. ¡Por ahora! ¿Cómo era esa cita de
Marco Aurelio? Tanto insistí en que la aprendiera: “Tú amor lo medirás
182 M anuela S áenz y S imón B olívar

por el que tengas a tu hermano. Usar de clemencia es vencer siempre”,


decía Aulio Galio. Ya:
“Es propio del hombre amar aun a aquellos que nos ofenden.
Los amarás, si piensas que son hermanos tuyos; que, si son cul-
pables, es por ignorancia y a pesar de ellos; que, dentro de poco,
no te hicieron mal alguno, ya que no te hicieron peor tu alma de
lo que antes era”, citaba a Marco Aurelio.

Y a Demóstenes: “Una mujer desbarata en un día lo que un hombre


construye en un año”, refiriéndose mi Simón a lo del acontecimiento
del castillo, que con tanta gana hice en Bogotá.
Él no omitía ninguna frase de estos pensamientos, y sus consejos –
muy a pesar de mi entereza de carácter. Siempre me citó a Salomón: “El
perfume y la variedad de los aromas son la alegría del corazón, y los bue-
nos consejos de un amigo (amiga), las delicias del alma”. Y a Cervantes:
“La mujer ha de ser buena, y parecerlo, que es más”, recriminándome
mi conducta con Santander.

Hoy he vuelto a leer el Quijote, y de sus páginas salen las evocaciones.


Ciérrolas para escribir. Como ese agudo hombre de novedades en des-
baratar un molino, así hizo Simón cayendo con el peso de su propia
armadura.
Una y una más se lo advertía de no permitir la subida de Santander.
¿Pero qué? Se enfadaba conmigo, me castigaba con sus desplantes, ig-
norándome, cosa que era peor. Más me encaprichaba y después llegaba
más tierno que un cachorro meloso. Acercándose y mendingando mi
amor. Y yo, tonta por él, no resistía sus insinuaciones. No lo rehuía.
Siempre lo recibí tiernamente como tal lo amé. Nunca fui inconsecuen-
te. ¡No! Tuvo de mi amistad y de mi amor el afán de servirlo y de amarlo
como se lo merecía.
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 183

Cumpliré con mi desahogo ahora que estoy con buen ánimo. Me


consuela el saberlo mío a pesar de todas.
Es tarde ya y casi no se ve. Recogeré todo para ver un nuevo día.

Manuela

Han pasado ya ocho años y solo he visto miserias, pobreza, epidemias,


susto de los peruanos (cobardes) que se alegran de la desgracia ajena.
Un puerto que solo da lástima, donde el entorpecimiento es a la orden
del día. ¿Cómo puede una mujer estar al día en cosas de la cultura? El
mundo no se percata dónde queda Paita. ¿Y cómo recolectar datos? Idea
mía: barco que llegue, asalto de información. Ciudadano que caiga a
este: sacarle las noticias.
Escribo a mis familiares en Quito y nadie contesta. No tengo a nadie.
Estoy sola y en el olvido. Desterrada en cuerpo y alma, envilecida por la
desgracia de tener que depender de mis deudores que no pagan nunca.
Jonathás se ha ido por mi recomendación a la casa de mi comadre
Chanita. ¿Quién cuida de ella? Pobre, agarró esa fiebre amarilla y quedó
exhausta. Aquí todo se ha ido convirtiendo en sanatorio.
Qué contraste Simón: de reina de la Magdalena, a esta vida de priva-
ciones. De Caballeresa del Sol a matrona y confitera; de soldado húsar
a suplicante; de coronel del ejército a encomendera.
¡Basta! Me voy a Lima

Paita a febrero 3 de 1843


Antes de ayer vino en visitarme un viejo amigo del Libertador, el crea-
dor de sus desgracias, por él haber metido en la cabeza de Simón tanta
idea, para manejar las cosas con tanta cualidad de favorecimientos para
todos: amigos y enemigos. Simón Rodríguez o Samuel Robinson o el
184 M anuela S áenz y S imón B olívar

diablo en andas. Tantos nombres para enmascarar una sola cosa, ser
Quijote o tonto. De todas maneras hablamos y discutimos, pues defien-
de a Santander (a su gestión).
Muy entrado en años, como por los 83, alto pero encorbado, su pelo
blanco como de nieve y con bastón. No demoró mucho porque diz-
que pendiente de un negocio. Me preguntó cosas que solo él sabía, me
enfadé mucho. Pero luego estuve tranquila y serena, comprendí que
este señor quería revivir esas épocas. Solo pudimos contener el ansia de
amistad que nos unió con el único hombre que verdaderamente valió.
Dijo que fabrica velas y que sigue dictando lecciones, pobre. Si se le
ve franciscano. Tomó chocolate y se marchó. Volverá, lo sé.

Paita, febrero 19 de 1843


Aquí en Paita todo es cosa de risa. Un suceso y otro distinto. Estos
peruanos sin idea de la política seria y pura, no hay quien observe con-
ducta digna, porque unos por miedo y otros por interés, cambian de
parecer de la noche a la mañana. Mi sobrino Francisco Antonio me
escribió desde Quito, contándome pormenores, para mí el más querido
de todos (como ya es padre no hay como hacerle bromas). Estoy hacien-
do un chal que de divino parece europeo, se lo envío a mi paisana doña
Mercedes Jijón de Flores.
Parece que ya a nadie importo. Estamos a 9 de julio del 43 y todo sin
respiro. Las gacetas que me llegan son números atrasados y yo quiero
vivir el presente con noticias frescas.
No vale un cuartillo leer, no hay con quien comentar. Sentada en
mi hamaca medito nuevas que tengan que ver para el provecho de mi
patria, Ecuador.
Escribo cartas y cartas, y nadie apura mis asuntos en Quito. Solo por
la Providencia vivo. He desistido lo de Lima por no mortificarme con
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 185

James. Y a tal, solo resignación y adelante. Al menos tengo todavía ami-


gos, y a mi Nathán y Jonathás.
Jonathás vino con recados del muelle. Que vio al general Santa Cruz
con recados para mí, de que al señor general Flores lo reeligieron por
ocho años más. Esto hace Dios con almas buenas y honestas. El señor
Pareja viene muy a menudo y su plática es muy constructiva y adicta a
las órdenes del señor presidente Flores.
Ya no tengo paciencia con ese canalla del Pedro Sanz. Todo me falta
y no hay como recaudar. Necesito hacer venir acá muchas cosas de mi
aprecio y consideración, que tengo en Bogotá y no tengo medio. Ya no
sé qué hacer con la plata de deudas de mi hacienda ni quién vea por ella.

Las noticias que recibo de Quito ya son esperanzadoras. El señor pre-


sidente general don Juan José Flores, quien es mi amigo, me halaga con
sus apreciadas de cuando en vez, y me pone al tanto de mi tierra Quito.
Por fin ha destinado una persona indicada para manejar las cuentas
de mis deudores y para que mi desgracia sea menor. Don Pedro Sanz no
tuvo recato en el manejo de cuentas de todos los que me adeudan. Soy
por esto de gran gratitud para con este señor general.
Aquí todo está revuelto, y con gran vigilancia para todo; sin reserva
en violar valijas de correo.
¿Qué tanto desafuero?

Hoy, agosto 23 de 1843


Recomendada al señor Cónsul Montalve, con salvoconducto para Lima
pienso: estas no recaban mis más caros afectos, ni mi familia (¿tengo?),
ni mis amigos, ni mi patria. Rocafuerte me hizo, me tiene al punto de
su distancia. Yo resuelta, es que mi fallo está como la suerte de aquí. Ya
no regreso para lo menos ver lo mío.
186 M anuela S áenz y S imón B olívar

Como de todo me entero hago las delicias de mi interés por saber y


dar a conocer lo que concierne a mi patria.
Al fin en algo ocupo mi triste destino, que si no me doy un balazo ¡y
punto!

Este mes de septiembre peor. Me ha puesto en jaque. A todos los


ecuatorianos que se hallan en Piura y los de aquí, he arengado, junto
con el cónsul Monsalve, para prevenir la indolencia y sus diversiones
malsanas. Como ecuatoriana estoy indignada por los pasquines y cosas
soeces salidas de la imprenta del caucano, en contra del general Flores.
Maña con susto me he dado con los atrevidos que de noticias traen el
que habían asesinado al presidente Flores en convite de sus amigos. Que
la guerra es inminente y barbaridades, fin. Que yo estuviera al mando,
al menos al lado de este señor para asesorar estrategias. Y que este señor,
que yo amo como la patria tampoco me ocupa para nada en el Gobier-
no y es terco como mula.
Ay, que si parece que de angustias vivo. Si no debo llamarme Manue-
la sino “Angustias”. Mi amigo el general Santa Cruz me ha puesto en
pena. He recibido cartas de Lima del 24 de noviembre, y solo tristezas.
La prisión de este hombre envilece a quienes lo tomaron. Y no pongo
duda que lo fusilen. Mi corazón de luto se pone. Ya no hay con quién
contar. Voy a intrigar con destino a que sirva de algo para su libertad.
Ojalá alguien se compadezca y me ayude.

Hoy vi a Jonathás limpiar los recodos, y le permití ver unas cuantas


cartas del arcón, reminiscencias. Costó mucho trabajo el traerlas aquí,
tenerlas todas y desde tanto tiempo atrás.
Caminatas, campañas, travesías, intrigas, desafueros… Simón tan
cerca…, a veces, y otras yo tan lejos, impidiendo las deserciones. Bolí-
var. Sí él, todo amor para ellos, ¿y para mí qué?
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 187

A cuántos tuve que chirlear para que no perdieran la vida; para que
despertaran… Las mulas, ¡el horror de la caída por los abismos! Sí, todo
esto me persigue. Saco valor. Cierro el arcón para no desmayarme.
Este librito que contiene las lecturas más caras de los grandes guerre-
ros griegos, fue saliendo del fondo del arcón; fue el regalo de este hom-
bre magnífico, sin querer él dármelo. Su apasionamiento por Temísto-
cles, Arístides, Cimón (era él Cimón o Simón). Siempre dijo él que así
era el carácter de este señor. Haníbal, Alcibíades… (sollozo).
Mi negra Jonathás se presentó y estuvo calmándome con infusiones
severas. Debo mantener el propósito de no volver a mirar esas cosas; ella
dice que me hacen mucho daño, y hasta le creo.
Simón quiso que yo las tuviera, y son mías, muy mías y se irán conmigo
a la tumba. Así lo he dicho muchas veces a tales señores que vienen de
visita, aquí a husmear lo que sé. La historia no se la cuenta ¡Se la hace!
Que se vayan al diablo cuando vuelvan.

Hoy es domingo 27
Han pasado tres semanas desde la última vez que escribí y ha habido
extraordinarias.
Escribo estas líneas para saberme viva, viva por dentro. Después de
todo, a mi edad… Pienso en algunos amigos míos que darían todo por
tenerme en su casa, y por disfrutar de mis recuerdos o de los chistes de
Jonathás (que cuenta con gracia).
No existe nada interesante en este miserable puerto; lo único que
vino, una compañía de teatro que no encontró lugar, cosa que impro-
visaron en la playa.
La gente aquí anda disparatada con el asunto limítrofe; ojalá se pueda
sacar a estos imbéciles de mi Ecuador.
188 M anuela S áenz y S imón B olívar

Si yo hubiese estado en Quito unos años atrás… pobrecitos, ¡quién


sabe!
Nunca permití que Simón pensara en nuestro amor como una aven-
tura; lo colmé de mis favores y mis apetencias y casi olvidó su acostum-
brado flirteo donjuanesco. Además, había en los dos emoción y dicha
que no se destruiría jamás, que serían perdurables hasta el fin. ¡Amar y
ser amada intensamente!
Él por su parte halló en mí ¡TODO! Y yo, lo digo con orgullo, fui su
mejor amiga y confidente. Para unificar pensamientos, reunir esfuerzos,
establecer estrategias. Dos para el mundo. Unidos para la gloria, aunque
la historia no lo reconozca nunca.
Y de que yo sé reírme de mí misma, ¡basta! ¿En qué quedaron los
carísimos vestidos? ¿Las numerosas joyas? Estoy harta.
¿Qué fue de esas visitas de cortesía en mi casa? Nada había en las
mujeres que no fuera hablar, coser cadenetas y bordados de encajes. Yo,
mientras tanto, leía. Me entusiasmaba mucho leer. Los hombres con
qué galantería. ¡Ah! qué tiempos, mi mantilla de Manila. Y los celos
estúpidos de James. Solo desprecio sentía por este pobre hombre. Lima:
visitas, fiestas, paseos, invitaciones, bailes, ostentación de riqueza. Y del
amor ¿qué?
Galanteos, derroche de riquezas y de alegrías, de refinamientos, de
placeres, de holgura: ¡Ah! vivir la vida. ¿Eso fue? Yo aquí estoy desorien-
tada. ¿O loca? No ¡jamás! ¡jamás!
En mi mente, el pensamiento de haber participado en logros de la
República a fin y bienestar de los ciudadanos.
A veces la fuerza fue necesaria; debido al rigor de mi carácter impul-
sivo, me impuse en cuanto era menester, para bienestar de la República
y de S.E.
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 189

Yo tuve razones muy poderosas para unirme con él: convicción de


patriota, juntos, a costa de todo. Mi firmeza y mi carácter, debido a que
estaba convencida de que Simón sería el único en la historia del mundo,
como libertador de una nación grande y soberana.
Cuando surgió el asunto de Guayaquil, ya conocía bien al general San
Martín, y usé mi amistad con algunos de sus devotos; especialmente
con Rosita, para averiguar cosas necesarias a la causa de la anexión de
Guayaquil a Colombia.
Convencida, como lo estaba también el Libertador y Presidente, de
que Guayaquil era completamente del territorio de Colombia, le acon-
sejé que no permitiera que esa provincia se separara de su patria madre,
y de no permitir que los peruanos intentaran mutilar este pedazo de
suelo colombiano.
Le manifesté a S.E. que yo conocía muy bien las debilidades del señor
general San Martín, que me había condecorado como “Caballeresa del
Sol”. Simón no permitió que yo le hablara de esas debilidades. Por el
momento. Pero luego, muy preocupado, me preguntó: “¿Sabe usted
señora, con qué elementos puedo, de su intuición de usted, convencer
a este señor general, para que salga del país sin alboroto, desistiendo
de su aventura temeraria de anexar Guayaquil al Perú?” Entonces yo le
contesté: “Vaya usted en persona e impresione a esos indecisos, acójalos
bajo protección de la República de Colombia y encárguese usted mis-
mo del mando militar y político de ese puerto y su provincia”.
A San Martín le interesa Guayaquil, claro; pero no lo merece. Es
ceñudo, está siempre preocupado por la responsabilidad de él. Más par-
simonia no se halla en otro cuando habla. Es flemático (metódico), lo
mismo que cuando escribe. Además, es masón (yo hasta aquí no sabía
que Simón también). Además de todo, el general San Martín es ególatra
y le encanta la monarquía, y es mojigato.
190 M anuela S áenz y S imón B olívar

“Disponga entonces usted de cualesquiera de estos atributos, además


de que él presentará la dimisión por su propia cuenta”.
Así que mi señor general y Libertador fue a Guayaquil. Se encontró
con el “Protector”, que se quejó de que los oficiales de S.E. le recibieron
con un saludo de bienvenida “a Colombia”. Además de que no soportó
ni la conferencia ni la fiesta (se preparó gran alboroto con ese fin). Pues
este señor es seco y sombrío. Y se retiró con su ambicioso plan.
Simón prometió que al volver a mí, sería todo él mi propiedad.
Luego “El Garzal”: amor y placer que no conocía; paz y dicha que no
tuve antes.
Ya he dicho una y mil veces. Mi interés es mi país, es ser quiteña. Muy
quiteña fui desterrada para la infelicidad de mi país. Estoy aquí sola y
desamparada. Aunque mi orgullo lo niegue. No queda ya más. Nada
más, y punto.

Hoy, mayo 19 de 1846, ha quedado en llegar un recadero de James,


que se ha puesto al habla con Jonathás. Mi marido está de a buenas con-
migo; me escribe como todo un amigo mío. Qué flema la de este inglés,
paciencia y holgura de sentimientos. A tanto que ya no me olvida.
Bueno, él sabe que la esencia viene en gotas, es fino conmigo y me
halaga con regalos y dineros desde Lima. Su empecinamiento no ve mi
consagración personal al Libertador Bolívar. No comprende que fuimos
amantes de espíritus superiores. Que vivimos una misma posición de
gloria ante el mundo, que vivimos un mismo sacrificio y una misma
manera de ver las cosas y una misma desconfianza de todos.
Aunque en Simón existiera la condescendencia y el perdón, y en mí la
audacia y la intolerancia, fui la escogida por este señor muy digno para
aparecer en sus círculos. Sí, también como su compañera de felicidades
y de profundas tristezas.
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 191

Los dos escogimos el más duro de los caminos. Porque a más del
amor, nuestra compañía se vio invadida por toda suerte de noticias;
guerra, traición, partidos políticos, y la distancia, que no perdonó jamás
nuestra intimidad. Juntos soportamos el allanamiento a nuestras vidas.
Hicimos un pacto de respeto a las ideas ajenas, muy por encima del
respeto que debió dárseles a las nuestras. ¿Qué fue de nuestra dignidad?
¿A qué mujer cabe todo esto? Dejo aquí porque tengo visita (horror de
letra).

Me tratan de orgullosa, ¿lo soy? Sí, lo confieso y más. Saberme po-


seída por el hombre más maravilloso, culto, locuaz, apasionado, noble.
El hombre más grande, el que libertó al nuevo mundo americano. Mi
amor fue siempre suyo y yo su refugio y donde había el reposo de sus
angustias. Y los desvelos por la patria de él. Simón; mis pensamientos
y mis consejos siempre fueron tuyos, aun en el desorden de mis ideas.
Altercábamos, él conmigo por el empeño de mis pasiones. Pero com-
prendía, las mías de ser mujer y esto me pagaba mi entrega a él. El
concebir planes era nuestro juego. Planes con aventuras temerarias (me
río). No sabían cómo, pero estábamos en todas partes.
La gente hablaba. Pero qué importaba. Total logramos vencer y basta.
Fue necesario separarnos. Así el gusano de la desdicha cavó en nuestros
males. ¿Lograron deshacerse de él? Pues yo digo que no. Nunca supo la
maledicencia, la mentira, la venganza, la traición, el arte mefistofélico,
que quedando yo viva, perdurarían sus memorias. La memoria de estos
dos seres que logramos unir nuestras vidas en lo más apoteósico de
nuestros desvelos. ¡El Amor! Y juntos nos burlamos de los concilios de
nuestros enemigos. Estos, desunidos, demoraron en reunir su vengan-
za y su jauría para ver el fin de sus víctimas. Y cómo nos alejamos del
alcance de sus intenciones. Para él Santander. Para mí Rocafuerte. Son
unos…
192 M anuela S áenz y S imón B olívar

Hoy se me hace preciso escribir por la ansiedad. Estoy sentada frente


de la hamaca que está quieta como si esperara a su dueño. El aire tam-
bién está quieto; esta tarde es sorda. Los árboles del huerto están como
pintados.
En este silencio mío, medito. No puedo olvidar. Simón no compren-
dió nunca que todavía no había llegado el momento para emprender la
lucha, y lograr conquistas de libertad. Solo consiguió deshacer su vida
de él. La llenó de dificultades. Sus hazañas extraordinarias quedaron vil-
mente desposeídas de la gloria. Se apagó su orgullo viril y su amor muy
adicto por la libertad. Siempre bajo su destino despiadado.
He tenido trabajos en la casa y me he demorado en volver a escribir.
Pero aquí estoy de nuevo frente a este diario que es mi refugio.
Un amigo muy querido me preguntó qué había sido yo para el Li-
bertador: ¿una amiga? Lo fui como la que más, con veneración, con
mi vida misma. ¿Una amante? Él lo merecía y yo lo deseaba y con más
ardor, ansiedad y descaro que cualquier mujer que adore un hombre
como él. ¿Una compañera? Yo estaba más cerca de él, apoyando sus
ideas y decisiones y desvelos, más, mucho más que oficiales y sus raudos
lanceros.
Yo le increpaba su desatino en considerar el “valor” de algunos que
se encontraban muy lejos de su amistad. ¿Eran compañeros? Sí, obliga-
dos por el miedo a las cortes marciales, al fusilamiento; aunque Simón
nunca se empeñó en que esto se diera. Prodigaba indultos a diestra y
siniestra. Nunca le fueron reconocidos, ni agradecimientos hubo. Solo
había traiciones, desengaños, atentados.
¿Qué fueron sus últimos días? Él era un hombre solitario, lleno de
pasiones, de ardor, de orgullo, de sensibilidad. Le faltó tranquilidad. La
buscaba en mí siempre, porque sabía de la fuerza de mis deseos y de mi
amor para él.
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 193

Simón sabía que yo le amaba con mi vida misma. Al principio ¡Oh!


amor deseado… tuve que hacer de mujer, de secretaria, de escribiente,
soldado húsar, de espía, de inquisidora como intransigente. Yo medita-
ba planes. Sí, los consultaba con él, casi se los imponía; pero él se dejaba
arrebatar por mi locura de amante, y allí quedaba todo.
Como soldado húsar fui encargada de manejar y cuidar el archivo y
demás documentos de la campaña del Sur. De sus cartas personales y de
nuestras cartas apasionadas y bellas.
Mi sin par amigo dejó en mí una responsabilidad inmensa que yo,
agradecida, cumplí a cabalidad y con mi vida misma. Como oficial del
ejército colombiano también me distinguí. Era preciso. Y si no, en-
tonces, ¿qué tendría ese ejército? Un guiñapo de hombres, malolientes,
vencidos por la fatiga, el sudor del tabardillo con su fiebre infernal, los
pies destrozados. Ya sin ganas de victoria.
Yo le di a ese ejército lo que necesitó: ¡Valor a toda prueba! y Simón
igual. El hacía más por superarme. Yo no parecía una mujer. Era una loca
por la libertad, que era su doctrina. Iba armada hasta los dientes, entre
choques de bayonetas, salpicaduras de sangre, gritos feroces de arremeti-
dos, gritos con denuestos de los heridos y moribundos; silbidos de balas.
Estruendo de cañones. Me maldecían pero me cuidaban, solo el verme
entre el fragor de una batalla les enervaba la sangre. Y triunfábamos.
“Mi Capitana –me dijo un indio–, por usted se salvó la patria”. Lo miré
y vi un hombre con la camisa desecha, ensangrentada. Lo que debieron
ser sus pantalones le llegaban hasta las rodillas sucias. Sus pies tenían el
grueso callo de esos hombres que ni siquiera pudieron usar alpargatas.
Pero era un hombre feliz, porque era libre. Ya no sería un esclavo.
Difícil me sería significar el porqué me jugué la vida unas diez veces.
¿Por la patria libre? ¿Por Simón? ¿Por la gloria? ¿Por mí misma? Por todo
y por darle al Libertador más valor del que yo misma tenía. Él vivía en
194 M anuela S áenz y S imón B olívar

otro siglo fuera del suyo. Sí, él no era del diez y nueve. Sí, él no hizo otra
cosa que dar; vivía en otro mundo muy fuera del suyo. No hizo nada,
nada para él.

Ayer domingo vi a don Manuel Suárez y a su hijo, de transeúntes por


la plaza; ya está por los quince el niño. Pedro Simón, y que buen uso
hace de su nombre (caminando) a más lo comentamos con mi comadre
Josefa y dice ella, que el niño sabe bien de dónde procede el nombre, y
que me reconoce como madrina. Nunca ha venido por acá, dizque por
respeto. Lo espero para unos dulces.

Me di cuenta cómo Santander no quiso nunca ayudar a Perú. Espera-


ba que los peruanos hicieran solos la revolución y la guerra a los godos;
él quería ocuparse solo de la patria (Nueva Granada). Sin más com-
plicaciones, sin más obligación por América. Quería que se le eligiera
Presidente, para ejercer sus propias leyes; pues deseaba regular todo y
enviar “al loco del Libertador al diablo”.
Por eso lo pensó todo; incluso costó mucho trabajo la indiscreción de
un partidario suyo. Había dicho: “Dejemos que el Libertador se pase al
extranjero, al Perú, sin autorización; a fin de cuentas hace lo que le da
la gana. Así será como el Congreso podrá librarse de él y de esa astuta
mujer que es su compañera fiel. No le enviemos tropas, ni pertrechos, se
joderá la cosa y no sabrá qué hacer ya, sin gobierno ni mando”.
Inmediatamente le di un informe a S.E. y le rogué que no escribiera
cartas desde el Perú; al menos que no las datara en lugar parecido de
esos sitios, sino que cambiara esos lugares por otros de fuera de Perú,
para que así no le diera ocasión al miserable de Santander de que le
quitaran el mando. ¡Por eso “fusilé” a esa sabandija!
Simón vio la desmoralización en que se encontraba el ejército, y
se desalentó muchísimo, cosa que inmediatamente remedié con un
L as más hermosas cartas de amor entre M anuela y S imón 195

consejo de lo necesario que era para ese momento; y con todos los po-
deres de los cuales Simón fue investido, comenzar a solucionar todos los
problemas de organización, de avituallamiento, de pagos a los soldados,
de permisos, de reclutamiento, etc., etc.
Comuniqué a S.E. todo y cuanto se hablaba en los círculos, salones
de los aristócratas, reuniones, etc. Y de todo cuanto el pueblo hablaba.
Jonathás y Nathás sirvieron mucho para esto. Todos los señores genera-
les y oficiales de S.E. el Libertador guardaban benevolente discreción y
simpatía hacia mí. Con deferencia característica hacia “La dama dueña
del corazón y de la vida de su Libertador” (me trataban como si fuera
yo la esposa legítima de este señor).
Recibí el grado de húsar, y me dediqué por entero a ese trabajo la-
borioso de archivar, cuidar y glosar lo más grande escrito por S.E.; in-
cluso salvaguardar nuestras cartas personales.¡Había allí en Lima tanto
desafuero! Pero combatimos lo indeseable. Bajo mi consejo, intuición
y celo; se aumentaron las fiestas, la vida social mía. Se acrecentaron las
reuniones, para saber descubrir a los enemigos del Gobierno. Como
espía, de tanto en tanto caía una buena información, la que inmediata-
mente le daba conocimiento de ella a S.E.
Se me nombró compañera del Libertador. Sí, compañera de luchas;
metida en asuntos militares y presidenciales. Era necesaria, muy a pesar
de los que lo asistían para su trabajo de él: una buena cantidad de ayu-
dantes, generales, secretarios y auxiliares, de los que no necesitó nunca,
pues era tercamente un solitario hombre introvertido, cuando su sole-
dad lo aprisionaba.
Parecía que Simón lo supiera todo. Pero no era así, sus conocimientos
necesitaron siempre de mi apoyo; el que era conocer el ambage de ideas
de los naturales de estos lados del Sur. Insistentemente le pedí que fuera
implacable, más cuando se tratara del bien de la República.
196 M anuela S áenz y S imón B olívar

Que no diera pie atrás en cada una de sus decisiones. Cosa por la que
me admiraba y respetaba.
Juntos movilizamos pueblos enteros a favor de la revolución, de la
patria. Mujeres cosiendo uniformes, otras tiñendo lienzos o paños para
confeccionarlos, y lonas para morrales. A los niños los arengaba y les
pedíamos trajeran hierros viejos, hojalatas, para fundir y hacer escopetas
o cañones; clavos, herraduras, etc. Bueno, yo era toda una comisaria de
guerra que no descansó nunca hasta ver el final de todo.
Le comenté que al indio lo que más le gusta es la “charca” y su troje,
así que Simón repartía tierras, y estos ayudaban con aprovisionamientos
de comida o con hombres.
A principios del mes de octubre de 1823 ya me encontraba en Lima,
al cuidado del archivo personal y de campaña de S.E. el Libertador y
Presidente.
Le recomendé no involucrar al general Sucre en ninguna batalla por
esos días. ¿Intuición femenina? ¿Estrategia? ¡Las dos cosas! Pudo ser la
derrota, visto lo actuado hasta allí por el godo Canterac. Además, había
que contar con el desorden del ejército colombiano, que se encontraba
desmoralizado, y los patriotas ciudadanos, a la expectativa de los acon-
tecimientos.
Bibliografía

Álvarez, Carlos. (1995). Manuela, sus diarios perdidos y otros papeles. Quito,
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na. 3 Volúmenes. Caracas.
Boulton, Alfredo. (1956). Los retratos de Bolívar. Caracas,
Chiriboga, Ángel Isaac. (1954). [Compilador] Glosario sentimental, Simón Bo-
lívar y Manuela Sáenz, Buenos Aires, Argentina.
Rumazo González, Alfonso. (s/f ). Tríptico bolivariano. (s/l).
Villalba, Jorge. (1986). [Selección y Prólogo de] Manuela Sáenz 1829-1853.
Colección Epistolarios. Ediciones del Banco Central del Ecuador.
COLECCIÓN BICENTENARIO CARABOBO
COMISIÓN PRESIDENCIAL BICENTENARIA DE LA BATALLA Y LA VICTORIA DE CARABOBO
Preprensa e impresión
Fundación Imprenta de la Cultura
ISBN
978-980-440-089-6
Depósito Legal
DC2022000649
Caracas, Venezuela, mayo de 2022
La presente edición de
Las mas hermosas cartas de amor

entre Manuela y Simón


fue realizada
en Caracas
durante el mes
de mayo de 2022,
ciclo bicentenario
de la Batalla de Carabobo
y de la Independencia
de Venezuela

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