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La Apostasía Y La Restauración, H.

Oaks
“El objetivo de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es ayudar a todos los hijos de Dios a
comprender su potencial y a alcanzar su mas elevado destino.”
La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días tiene muchas creencias en común con otras iglesias
cristianas, pero también tenemos diferencias, y son esas diferencias las que explican por que enviamos misioneros
a otros cristianos, por que edificamos templos, además de las capillas, y por que nuestras creencias nos brindan
tanta felicidad y fortaleza para hacer frente a las dificultades de la vida y de la muerte. Deseo hablar en cuanto a
algunas de las importantes aportaciones que hace nuestra doctrina a la fe cristiana. Mi tema es la Apostasía y la
Restauración.
El año pasado, unos arqueólogos descubrieron un fuerte romano y una ciudad en el Sinaí, cerca del Canal de
Suez. Pese a que en una época fue una ciudad importante, el sitio había quedado enterrado por las arenas del
desierto y su existencia había quedado en el olvido durante cientos de años (véase “Remains of Roman Fortress
Emerge from Sinaí Desert”, Deseret News, 6 de octubre de 1994, pág. A-20) .
Descubrimientos como este contradicen la suposición común de que el conocimiento aumenta con el paso del
tiempo. De hecho, en algunos asuntos, el conocimiento general del hombre pasa por un período de regresión a
medida que algunas verdades importantes se tergiversan, se dejan de lado, e incluso hasta caen en el olvido. Por
ejemplo, en muchos respectos, los indios americanos sabían cómo vivir mas en armonía con la naturaleza que
nuestra sociedad contemporánea. De igual forma, los artistas y artesanos de la actualidad no han podido recobrar
algunas técnicas y materiales del pasado, como es el caso con el barniz del violín Stradivarius.
Seríamos mucho mas sabios si pudiéramos recuperar el conocimiento de cosas importantes que se han
tergiversado, dejado de lado u olvidado; es to se aplica también al conocimiento religioso y explica la necesidad de
la restauración del evangelio que nosotros proclamamos.
Cuando se le pidió a José Smith que aclarara los puntos principales de nuestra fe, escribió lo que ahora
conocemos como los Artículos de Fe. El primero de ellos declara: “Nosotros creemos en Dios, el Eterno Padre, y
en Su Hijo, Jesucristo y en el Espíritu Santo”. Mas tarde, el Profeta dijo que entre “los primeros y sencillos
principios del evangelio” se incluye el de “conocer con certeza el carácter de Dios” (véase Liahona de enero de
1987, pág. 51). Debemos empezar por conocer la verdad con respecto a Dios y a nuestra relación con El. Todo lo
demás se deriva de ese concepto .
Junto con las demás denominaciones cristianas, creemos en una Trinidad compuesta del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo; sin embargo, testificamos que estos tres miembros de la Trinidad son tres seres distintos y
separados. También testificamos que Dios el Padre no es sólo un espíritu sino una persona glorificada, con un
cuerpo tangible, como lo es Su Hijo resucitado, Jesucristo.
Cuando por primera vez los profetas dieron a conocer al hombre las enseñanzas que actualmente tenemos en la
Biblia, estas “eran claras y puras, y las mas preciosas y fáciles para el entendimiento” (1 Nefi 14:23). Aun en la
versión traducida que tenemos hoy día. el lenguaje de la Biblia confirma que Dios el Padre y Su Hijo resucitado,
Jesucristo, son seres tangibles y separados. Para mencionar sólo dos de las muchas enseñanzas similares: la Biblia
declara que el hombre fue creado a la imagen de Dios y describe a tres miembros separados de la Trinidad que se
manifestaron en el momento del bautismo de Jesús (véase Génesis 1:27; Mateo 3:13-17).
En contraste, muchos cristianos rechazan la idea de un Dios tangible y de una Trinidad compuesta de tres seres
separados. Creen que Dios es espíritu y que la Trinidad es un solo Dios. De acuerdo con nuestro punto de vista,
esos conceptos son evidencia de una separación de la verdad que llamamos la Gran Apostasía.
Opinamos que los conceptos que se manifiestan en declaraciones no relacionadas con las Escrituras, tales como
“el incomprensible misterio de Dios” y “el misterio de la Santa Trinidad” se atribuyen a las ideas de la filosofía
griega. Esos conceptos filosóficos transformaron el cristianismo en los primeros siglos posteriores a la muerte de
los Apóstoles. Por ejemplo, los filósofos de aquel entonces afirmaban que la materia física era diabólica y que Dios
era un espíritu, sin sentimientos ni pasiones. A la gente que creyó y aceptó esas enseñanzas, incluso los eruditos
que llegaron a ser prominentes conversos al cristianismo, se le hacia muy difícil aceptar las enseñanzas básicas de
los primeros días del cristianismo: un Hijo Unigénito que dijo que había sido hecho a la imagen misma de Su Padre
Celestial y que enseñó a Sus seguidores que fueran uno, como El y Su Padre eran uno, y un Mesías que murió en la
cruz y mas tarde apareció a Sus discípulos como un ser resucitado de carne y huesos.
El conflicto entre el mundo especulativo de la filosofía griega y la fe y las practicas simples y literales de los
primeros cristianos produjo severas contenciones que amenazaron ensanchar las divisiones políticas del
fragmentado Imperio Romano. Esto llevó al emperador Constantino a convocar el primer concilio mundial de la
iglesia en el año 325 d. de ].C. La decisión de este concilio de Nicea permanece como el acontecimiento singular
mas importante, después de la muerte de los Apóstoles, en lo que respecta a la definición del concepto cristiano de
la Trinidad. El Credo de Nicea borró la idea de los seres separados de Padre e Hijo, al definir a Dios el Hijo como
“una substancia con el Padre”.
Hubo concilios posteriores, y de sus decisiones, y de los escritos de religiosos y filósofos, surgió una síntesis de
la filosofía griega y de la doctrina cristiana unidas, en la que los cristianos ortodoxos de esa época perdieron la
plenitud de la verdad con respecto a la naturaleza de Dios y de la Trinidad. Las consecuencias de ello persisten en
los varios credos cristianos que declaran una Trinidad de un solo ser y que describen a ese ser solo, o Dios, como
“incomprensible” y “sin cuerpo, partes o pasiones”. Una de las características que distinguen a la doctrina de La
Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es el rechazo de todos esos credos postbíblicos (véase de
Stephen E. Robinson, Are Mormons Christians?, Salt Lake City: Bookcraft, 1991; Encyclopedia of Mormonism,
ed. por Daniel H. Ludlow, 4 tomos, Nueva York: Macmillan Publishing Co., 1992: “Apostasy”, “Doctrine”, “God
the Father” y “Godhead”).
En el proceso al que llamamos Apostasía, el Dios personal y tangible que se describe en el Antiguo y en el
Nuevo Testamento fue reemplazado por la deidad abstracta e incomprensible formulada al transigir con los
principios especulativos de la filosofía griega. Se retuvo el lenguaje original de la Biblia, pero los así llamados
“significados ocultos” se explicaron entonces en el vocabulario de una filosofía ajena a sus origines. En el lenguaje
de esa filosofía, Dios el Padre cesó de ser un Padre en cualquier sentido, menos en el alegórico; dejó de existir
como un Personaje comprensible y compasivo. Y la identidad separada de Su Hijo Unigénito quedó enterrada en
una abstracción filosófica que trató de definir una substancia común y una relación incomprensible.
Por cierto que estas descripciones de una filosofía religiosa son poco diplomáticas, pero me apresuro a aclarar
que los Santos de los Últimos Días no aplicamos esa critica a los hombres y las mujeres que profesan tales
creencias. Creemos que la mayoría de los lideres y discípulos religiosos son creyentes sinceros que aman a Dios y
lo entienden y le sirven de la mejor manera posible. Estamos en deuda con los hombres y las mujeres que
mantuvieron viva la luz de la fe y del aprendizaje a través de los siglos, hasta el presente. Todo lo que tenemos que
hacer es poner en contraste la luz amortiguada que reina entre la gente que no esta familiarizada con los nombres
de Dios y de Jesucristo, para apreciar la gran contribución de los maestros cristianos a través de las edades. Les
honramos como siervos de Dios.
Luego vino la Primera Visión. Un joven sin educación básica, en busca del conocimiento de la fuente suprema,
vio a dos Personajes de un fulgor y gloria indescriptibles, y oyó a uno de ellos decir, mientras señalaba al otro:
“Este es mi Hijo Amado. ¡Escúchalo!” (José Smith-Historia 1:17.) La enseñanza divina de esa visión dio comienzo
a la restauración de la plenitud del Evangelio de Jesucristo. Dios el Hijo dijo al joven Profeta que todos los
“credos” de las iglesias de ese día “eran una abominación a su vista” (v. l9). Afirmamos que esta declaración divina
fue una condena de los credos, no de los fieles seguidores que creían en ellos. La Primera Visión de José Smith
demostró que los conceptos que prevalecían con respecto a la naturaleza de Dios y de la Trinidad no eran
verdaderos y que no podrían conducir a sus adherentes al destino que Dios deseaba para ellos. Después de recibir
Escrituras y revelaciones modernas, este Profeta contemporáneo declaró:
“El Padre tiene un cuerpo de carne y huesos, tangible como el del hombre; así también el Hijo; pero el Espíritu
Santo no tiene un cuerpo de carne y huesos, sino es un personaje de Espíritu …” (D. y C. 130:22).
Esta creencia no significa que afirmemos poseer la suficiente madurez espiritual como para comprender a Dios;
ni tampoco comparamos nuestros cuerpos mortales imperfectos con Su ser inmortal y glorificado. Pero en cambio,
podemos entender lo que El ha revelado sobre Si mismo y sobre los otros miembros de la Trinidad. Y ese
conocimiento es esencial para comprender el propósito de la vida terrenal y de nuestro destino eterno como seres
resucitados después de esta vida.
En la teología de la Iglesia restaurada de Jesucristo, el propósito de la vida terrenal es prepararnos para lograr
nuestro destino como hijos de Dios: llegar a ser como El. Tanto José Smith como Brigham Young enseñaron que
“ningún hombre … puede llegar a conocerse a si mismo a menos que conozca a Dios, y no puede conocer a Dios a
menos que se conozca a si mismo” (en Joumal of Discourses, 16:75; véase también The Words of Joseph Smith,
ed. por Andrew F. Ehat y Lyndon W. Cook, Provo: Religious Studies Center, Brigham Young University, 1980,
pág. 340).
La Biblia describe a los mortales como “hijos de Dios” y como “herederos de Dios y coherederos con Cristo”
(Romanos 8:16-17). También declara que “padecemos juntamente con el, para que junta. mente con el seamos
glorificados” (Romanos 8:17), y que “cuando el se manifieste, seremos semejantes a el” (1 Juan 3:2). Nosotros
tomamos estas enseñanzas de la Biblia en forma literal; creemos que el propósito de la vida terrenal es adquirir un
cuerpo físico y que, por medio de la expiación de Jesucristo y de la obediencia a las leyes y ordenanzas del
evangelio, podemos cumplir con los requisitos para obtener el estado celestial, glorificado y resucitado, llamado
exaltación o vida eterna.
Como otros cristianos, nosotros también creemos en un cielo o paraíso y un infierno después de la vida mortal;
pero, para nosotros, esa división en dos partes de los justos y de los inicuos es sólo temporaria, mientras los
espíritus de los muertos esperan la resurrección y el juicio final. Los destinos que le siguen al juicio final son
bastante diversos. Nuestro conocimiento restaurado de la separación de los tres miembros de la Trinidad nos
proporciona una clave para entender la diversidad de la gloria de la resurrección.
En su juicio final, se asignara a los hijos de Dios a un reino de gloria, conforme a la obediencia que hayan
demostrado. En sus epístolas a los Corintios, el apóstol Pablo describió esos lugares. Habló de una visión en la que
“fue arrebatado hasta el tercer cielo … donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar” (2
Corintios 12:2, 4). Con respecto a la resurrección de los muertos, describió “cuerpos celestiales”, “cuerpos
terrenales” ( 1 Corintios 15:40) y “cuerpos telestiales” (Traducción de José Smith, 1 Cor. 15:40), cada uno de los
cuales correspondía a un grado diferente de gloria. Comparó esas diferentes glorias con el sol, la luna y las diversas
estrellas (véase 1 Corintios 15:41).
Mediante la revelación moderna aprendemos que estos tres diferentes grados de gloria tienen una relación
particular con los tres diferentes miembros de la Trinidad.
El grado mas bajo es la esfera telestial de aquellos que ‘no recibieron el evangelio, ni el testimonio de Jesús, ni
a los profetas” (D. y C. 76:101) y que habrán tenido que sufrir por su iniquidad. Sin embargo, aun ese reino tiene
una gloria que “sobrepasa todo entendimiento” (D. y C. 76:89). Sus ocupantes recibirán al Espíritu Santo y la
ministración de ángeles, porque aun los que hayan sido inicuos, al final serán “herederos de [este grado de]
salvación” (D. y C. 76:88).
El grado de gloria que le sigue, el terrestre, “excede a la gloria de lo telestial en todas las cosas, si, en gloria, en
poder, en fuerza y en dominio” (D. y C. 76:91). La gloria terrestre sera morada de aquellos que fueron los
“hombres honorables de la tierra” (D. y C. 76:75). Su característica mas importante es que los que sean
merecedores de la gloria terrestre “reciben de la presencia del Hijo” (D. y C. 76:77). Los conceptos que son
familiares para todos los cristianos podrían comparar este reino mas elevado con el cielo, debido a que contara con
la presencia del Hijo.
En contraste con la cristiandad tradicional, nos unimos a Pablo al afirmar la existencia de un tercer o mas alto
cielo. La revelación moderna lo describe como el reino celestial, o sea, la morada de aquellos “cuyos cuerpos son
celestiales, cuya gloria es la del sol, si, la gloria de Dios” (D. y C. 76:70). Los que se hagan merecedores de este
reino de gloria “moraran en la presencia de Dios y su Cristo para siempre jamas” (D. y C. 76:62). Los que hayan
llenado los requisitos mas elevados para merecer este reino, entre los que se incluyen la fidelidad a los convenios
hechos en el templo de Dios y el casamiento por la eternidad, serán exaltados al estado de dioses, que se conoce
como la “plenitud” del Padre o la vida eterna (D. y C. 76:56, 96; véase también D. y C. 131, 132:19-20). (Este
destino de vida eterna o vida de Dios tendría que resultarles familiar a los que hayan estudiado la antigua doctrina
cristiana de la deificación.) Para nosotros, la vida eterna no es una unión mística con un Dios-espíritu
incomprensible. La vida eterna es una vida de familia, con un amoroso Padre Celestial, en compañía de nuestros
progenitores y de nuestra posteridad.
La teología del Evangelio restaurado de Jesucristo es general, universal, misericordiosa y verdadera. Después de
la experiencia indispensable de la vida terrenal, todos los hijos de Dios serán resucitados un día para ir a un reino
de gloria. Los justos-sea cual fuere su afiliación o creencia religiosa-irán al final a un reino de gloria mas
maravilloso de lo que cualquiera de nosotros se pueda imaginar. Incluso los inicuos, o casi todos ellos, irán
finalmente a un magnifico reino de gloria, aunque menor. Todo eso ocurrirá debido al amor de Dios por Sus hijos y
gracias a la expiación y resurrección de Jesucristo, “que glorifica al Padre y salva todas las obras de sus manos” (D.
y C. 76:43).
El objetivo de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es ayudar a todos los hijos de Dios a
comprender su potencial y a alcanzar su mas elevado destino. La Iglesia existe para proporcionar a los hijos de
Dios los medios para entrar en el reino celestial y lograr la exaltación. Esta es una religión centrada en la familia,
tanto en la doctrina como en la practica. El conocimiento que tenemos de la naturaleza y el propósito de Dios, el
Eterno Padre, explica nuestro destino y la relación que tendremos en Su familia eterna. Nuestra teología empieza
con padres eternos; nuestra mayor aspiración es llegar a ser como ellos. En el plan misericordioso del Padre, todo
esto se hace posible mediante la expiación del Unigénito del Padre, nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. Los
padres terrenales participamos en el plan del evangelio al proveer cuerpos mortales para los hijos espirituales de
Dios. La plenitud de la salvación eterna es una meta que concierne a toda la familia.
Es la realidad de esas posibilidades gloriosas lo que nos hace proclamar nuestro mensaje de la cristiandad
restaurada a toda la gente, incluso a los buenos y activos cristianos de otras creencias. Esa es la razón por la que
edificamos templos. Esta es la fe que nos da fortaleza y gozo para enfrentar los problemas de la vida terrenal.
Ofrecemos estas verdades y oportunidades a toda la gente, y testifico de su veracidad, en el nombre de Jesucristo.
Amen.
El mensaje de la Restauración, L. Tom Perry, Of the Quorum of the Twelve Apostles
Declaramos al mundo que la plenitud del evangelio de Jesucristo se ha restaurado en la tierra.
En una de mis asignaciones a una conferencia de estaca en el valle del Lago Salado, pedí a un joven presidente
de un quórum de diáconos que me acompañara para hablar acerca de las llaves del sacerdocio. Quería que él
entendiera que poseía un oficio muy especial que incluía las llaves para presidir un quórum del sacerdocio.
Hablamos de la gran responsabilidad de poseer llaves y de lo especial que es pertenecer a un quórum. Al concluir
la pequeña demostración, le pregunté cuántos miembros había en su quórum; respondió que había catorce.
Entonces le pregunté: “¿Cuántos son activos?”.
Respondió: “Doce”.
En seguida pregunté: “¿Y los otros dos?”.
Él respondió: “Tengo que ponerme a trabajar para que formen parte activa de nuestro quórum”.
Luego le pregunté cuánto tiempo le tomaría. Pensó que quizás tres meses, y lo alenté para que se esforzara.
Casi exactamente tres meses después, recibí una carta de él en la que me informaba que ahora todos los
miembros de su quórum estaban activos. Dijo que se había hecho amigo de ellos; que uno asistía a las reuniones
del quórum de diáconos y que el obispo había ordenado al otro como maestro. Su empeño me dejó maravillado.
Qué gran ejemplo de alguien que honra el sacerdocio y usa las llaves de éste para llevar a cabo la asignación que el
Señor le ha encomendado. No pude evitar maravillarme por el plan que el Señor ha establecido para la
administración de Su obra aquí en la tierra mediante los poderes del sacerdocio.
Este joven, que aún no llega a los catorce años, está recibiendo una capacitación sumamente valiosa que lo
preparará para toda una vida de servicio. ¿Se lo imaginan en los próximos cinco o seis años continuando ese
servicio con una placa en su traje, la cual indicará que está dando dos años de su vida como misionero de La Iglesia
de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días?
Además de la experiencia que está ganando al ejercer el sacerdocio al servicio de los demás, la preparación de
ese joven también debe incluir un firme entendimiento del mensaje de la Restauración: el mensaje que miles de
misioneros están declarando hoy en día al mundo. Es el mensaje de que en nuestros días, en la dispensación del
cumplimiento de los tiempos, se ha restaurado el Evangelio para bendecir a todos los que escuchen y obedezcan.
La Primera Visión
La dispensación del cumplimiento de los tiempos se inició con una visión muy especial que se dio a otro joven
menor de quince años. Ese joven fue a una arboleda a orar para recibir respuesta a las preguntas que tenía acerca de
religión. José Smith describe con estas palabras la gloriosa visión que se desplegó ante él:
“Vi una columna de luz, más brillante que el sol, directamente arriba de mi cabeza; y esta luz gradualmente
descendió hasta descansar sobre mí.
“…Al reposar sobre mí la luz, vi en el aire arriba de mí a dos Personajes, cuyo fulgor y gloria no admiten
descripción. Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre, y dijo, señalando al otro: Éste es mi Hijo Amado:
¡Escúchalo!” (José Smith—Historia 1:16–17).
Esa visión nos reveló que Dios, nuestro Padre, y Jesucristo, Su Hijo Amado, son dos personajes separados; cada
uno tiene un cuerpo de carne y huesos glorificado y perfecto, lo cual aclara la idea errónea que había existido
durante muchos siglos concerniente al concepto de Dios. ¿Es de sorprender que, cuando José Smith escribió los
Artículos de Fe, en el primero declaró: “Nosotros creemos en Dios el Eterno Padre, y en Su Hijo Jesucristo, y en el
Espíritu Santo?” (Artículos de Fe 1:1).
El Libro de Mormón
Sabiendo que la duda, la incredulidad y las ideas erróneas seguirían de inmediato al Profeta cuando relatara la
Primera Visión, el Señor sacó a luz el Libro de Mormón, otro testamento de nuestro Señor Jesucristo. Ese antiguo
tomo de Sagradas Escrituras es un compañero sagrado de la Biblia y contiene la plenitud del evangelio sempiterno
de Jesucristo. También da evidencia convincente al mundo de que José Smith es en verdad un profeta de Dios.
Doctrina y Convenios contiene la siguiente declaración acerca de la salida a la luz del Libro de Mormón:
“[Dios] le dio mandamientos [a José Smith] que lo inspiraron;
“y le dio poder de lo alto para traducir el Libro de Mormón, por los medios preparados de antemano,
“el cual contiene la historia de un pueblo caído, y la plenitud del evangelio de Jesucristo a los gentiles y también
a los judíos;
“el cual se dio por inspiración, y se confirma a otros por la ministración de ángeles, y por ellos se declara al
mundo;
“probando al mundo que las Santas Escrituras son verdaderas, y que Dios inspira a los hombres y los llama a su
santa obra en esta edad y generación, así como en las antiguas” (D. y C. 20:7–11).
La traducción del Libro de Mormón es un milagro en sí y da evidencia adicional del origen divino del libro.
Cuando Oliver Cowdery llegó a Harmony, Pensilvania, el 5 de abril de 1829, para actuar como escriba del Profeta,
sólo se habían traducido unas cuantas páginas del texto final. Esa noche, José y Oliver se sentaron juntos y
hablaron hasta bien entrada la noche de las experiencias del Profeta. Dos días después, el 7 de abril, comenzaron la
traducción de la obra. Durante los tres meses siguientes, José tradujo a un paso increíble: cerca de 500 páginas
impresas en aproximadamente 60 días de trabajo.
Oliver escribió lo siguiente acerca de esa extraordinaria experiencia: “Esos fueron días inolvidables: ¡Estar
sentado oyendo el son de una voz dictada por la inspiración del cielo despertó la más profunda gratitud en este
pecho! Día tras día yo continuaba escribiendo las palabras de su boca, sin interrupción, según él traducía con el
Urim y Tumim… la historia o documento llamado ‘El Libro de Mormón’ ” (Messenger and Advocate, octubre de
1834, pág. 14; véase también José Smith—Historia 1:71, nota al pie).
El sacerdocio
Mientras seguían adelante, José y Oliver se sentían sumamente emocionados con las doctrinas que contenía este
libro. Quedaron especialmente impresionados con la doctrina del bautismo que enseñó el Salvador durante Su
visita a los habitantes del Hemisferio Occidental. La importancia de la doctrina del bautismo les fue claramente
revelada en su mente; decidieron que debían acudir al Señor en ferviente oración a fin de saber cómo podrían
obtener ellos mismos la bendición de bautizarse.
El 15 de mayo de 1829 fueron a una arboleda cercana al río Susquehanna y se arrodillaron en oración. Oliver
describe lo que ocurrió: “Repentinamente, cual si hubiera salido desde el centro de la eternidad, la voz del
Redentor nos habló paz, y se partió el velo y un ángel de Dios descendió, revestido de gloria, y dejó el anhelado
mensaje y las llaves del evangelio de arrepentimiento. ¡Qué gozo! ¡Qué admiración! ¡Qué asombro! Mientras el
mundo se hacía pedazos confundido; mientras millones buscaban palpando la pared como ciegos, y mientras todos
los hombres se basaban en la incertidumbre, como masa general, nuestros ojos vieron y nuestros oídos oyeron”
(Messenger and Advocate, octubre de 1834, pág. 15; véase también José Smith—Historia 1:71, nota al pie).
El ángel se presentó como Juan, el mismo al que se le llama Juan el Bautista en el Nuevo Testamento. Puso las
manos sobre la cabeza de José y de Oliver y dijo:
“Sobre vosotros, mis consiervos, en el nombre del Mesías, confiero el Sacerdocio de Aarón, el cual tiene las
llaves del ministerio de ángeles, y del evangelio de arrepentimiento, y del bautismo por inmersión para la remisión
de pecados; y este sacerdocio nunca más será quitado de la tierra, hasta que los hijos de Leví de nuevo ofrezcan al
Señor un sacrificio en rectitud.
“Declaró que este Sacerdocio Aarónico no tenía el poder de imponer las manos para comunicar el don del
Espíritu Santo, pero que se nos conferiría más adelante; y nos mandó bautizarnos, indicándonos que yo bautizara a
Oliver Cowdery, y que después me bautizara él a mí.
“Por consiguiente, fuimos y nos bautizamos. Yo lo bauticé primero, y luego me bautizó él a mí —después de lo
cual puse mis manos sobre su cabeza y lo ordené al Sacerdocio de Aarón, y luego él puso sus manos sobre mí y me
ordenó al mismo sacerdocio— porque así se nos había mandado” (José Smith—Historia 1:69–71).
Poco después, aparecieron los apóstoles Pedro, Santiago y Juan, y pusieron las manos sobre la cabeza de esos
dos consiervos y confirieron el Sacerdocio de Melquisedec.
La Iglesia de Jesucristo
Ahora que el poder para actuar en nombre del Señor se encontraba de nuevo sobre la tierra, se le mandó a José
organizar formalmente la Iglesia. El 6 de abril de 1830, en la casa de Peter Whitmer, padre, en Fayette, Nueva
York, seis hombres que previamente habían sido bautizados votaron unánimemente para organizar la Iglesia de
Jesucristo, según los mandamientos de Dios. En esta reunión se recibió una revelación:
“He aquí, se llevará entre vosotros una historia; y en ella [José Smith] serás llamado vidente, traductor, profeta,
apóstol de Jesucristo, élder de la iglesia por la voluntad de Dios el Padre, y la gracia de tu Señor Jesucristo,
“habiendo sido inspirado por el Espíritu Santo para poner los cimientos de ella y edificarla para la fe santísima.
“Dicha iglesia se organizó y se estableció en el año de tu Señor de mil ochocientos treinta, en el cuarto mes y en
el sexto día del mes llamado abril.
“Por tanto, vosotros, es decir, la iglesia, daréis oído a todas sus palabras y mandamientos que os dará según los
reciba, andando delante de mí con toda santidad;
“porque recibiréis su palabra con toda fe y paciencia como si viniera de mi propia boca” (D. y C. 21:1–5).
Y así, la Iglesia de Jesucristo se encontraba de nuevo sobre la tierra para bendecir al género humano con las
doctrinas y las enseñanzas del Salvador. Esta Iglesia se organizó de acuerdo con el plan que el Señor había
establecido en la antigüedad.
En la Biblia, en el libro de los efesios, Pablo declaró:
“Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros,
“a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo,
“hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la
medida de la estatura de la plenitud de Cristo;
“para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de
hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error,
“sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo” (Efesios
4:11–15).
El presidente Hinckley ha dicho respecto a la Restauración: “…después de que muchas generaciones hubieron
andado por la tierra —muchos de ellos en conflictos, odio, tinieblas y maldad— llegó el grandioso nuevo día de la
Restauración. Aquel glorioso Evangelio se introdujo con la aparición del Padre y del Hijo al joven José. El alba de
la dispensación del cumplimiento de los tiempos se alzó sobre el mundo. Todo lo bueno, lo bello, lo divino de todas
las dispensaciones pasadas fue restaurado en esa época tan extraordinaria” (“Ya rompe el alba”, Liahona, mayo de
2004, pág. 83).
Nuestro mensaje es singular. Declaramos al mundo que la plenitud del evangelio de Jesucristo se ha restaurado
en la tierra. Declaramos con firmeza que las llaves del sacerdocio han sido restauradas al hombre, con el poder para
sellar en la tierra y en los cielos. Las ordenanzas de salvación que pronunció el Señor como requisito para entrar en
la vida eterna con Él ahora las pueden llevar a cabo con poder vinculante aquellos que ejercen dignamente el poder
de Su santo sacerdocio. Declaramos al mundo que éste es el día al que se refirieron los profetas bíblicos como los
últimos días; es la época final, justo antes de la segunda venida de Jesucristo para gobernar y reinar sobre la tierra.
Invitamos a todos a escuchar, de nosotros, el mensaje del evangelio restaurado de Jesucristo. Luego podrán
comparar el glorioso mensaje con lo que quizás hayan oído de otros, y podrán determinar cuál es de Dios y cuál es
del hombre.
Les doy mi testimonio de que ésta es la Iglesia de Jesucristo, la cual se estableció en los últimos días. En el
nombre de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. Amén.

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