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XVI

LOS MEJORES CUENTOS


DE LOS MEJORES AUTORES

CUENTOS!NORUEGOS
LOS MEJORES CUENTOS PARA NIÑOS
PUBLICADOS:
I. Cuentos Armenios
II. » Armoricanos
In. » Flamencos
IV. » :Rusos
V. » Japoneses
VI. » Africanos
VII. )} Checoeslovacos
VIII. » Napolitanos
IX. » Dálmatas
X. » Egipcios
XI. » Turcos
XII. » Celtas
XIII. » Irlandeses
XIV. » Indostánicos
XV. i) Ingleses
XVI. » Noruegos
XVII. )} Esquimales
XVIII. » Tibetanos
XIX. » Alemanes
XX. » Griegos
XXI. » Húngaros
XXII. » Italianos
LOS MEJORES CUENTOS PARA NIÑOS
COLECCIÓN FOLKLORICA SELECCIONADA
DE TODAS LAS RAZAS
Y DE TOD0S LOS PUEBLOS

XVI
CUENTOS NORUEGOS

Los dos tontos. - Los Trolls en el bos-


que de Hedale. - La testaruda. - El gigante
que no tenía el corazón en su cuerpo. -
Las tres .tías: - La flauta de Osborn. -
El marido que quiso cuidar de la casa.
ILUSTRACIONES DE
J. DE LA HELGUERA
PRiMERA EDICIÓN

. PUBLICACIONES DE LA EDITORIAL ARALUCE


CALLE ~ t.'XS-D{)R'l' I 392 - BARCELOID.
RlBllJ n ','''JAI
DE. MAE S
Es propiedod del Editor
Prinled in Spoin
Impreso en España

Talleres Gr6ficas Avante; Villarroel, 12 - Barcelona - 1936


INDICE

PAga.

Prólogo. 7
Los dos tontos 11
Los Trolls en el bosque de Hedale 19
La testaruda. 27
El gigante que no tenia el corazón en su cuerpo. 33
Las tres tras. 51
La flauta de Osborn. 61
El marido que quiso cuidar de la casa. 77

LISTA DE LAS ILUSTRACIONES

¡Qué cosa tan cómica! . 16


Eran tan altos y fornidos 21
Se arrojó al agua ... . 46
¡Buenos dlas, abuela! . 65
CUENTOS NORUEGOS

PROLOGO
~~"~t:-lf -

La mitología nórdica, en general, de carácter té-


trico, y 'pesimista, ha ejercido profzcn.da influencia
sobre lO's elementos folklóricos que se hrtn desarro-
lladO' en aquellas regiones subártioas, del mismo
Tr/!,Odo como las sus largas noches se advierten en la
grandeza y en el carácter misterioso de la nalJJ.ra-
leza que, en un planO' inferior, quedan T1epresenta-
dos en los cuentos familiares. Las Trolls circulan
por los bosques, siempre en busca de soogre cris-
tiana y mostrondo constantemente su animadversión
hacia los hJumanos; por suerte se trata de seres ,que
si bien lSon poderosos, ¡en 'cierto :modo ,tienen muy
pom inteligencia y los hombres consiguen burlarlos
con facilidad. Hay, también, gigantes malévolos,
que se ~omplaJcen ~n metamorfosear en piedra a
cuantos hombres y animales hallan ..el paso, mas"
aparte de todo eso, en los cuentos noruegos ,2.e re-
flejatámbién de un modo encantador la pida ¡'ami-
, ,
8 LOS MEJORES CUENTOS

liar, los pequeños problemas domésticos; se culti·


va, de igual modo, la nota ligeramente cómica o iró·
nica, y se alude a los pequeños conflictos matrimo-
niales, debidos a las diferencias naturales entre los
distintos individuos que intervienen len ellas_
La vida del hogar que en l'Os países fríos es, for-
zosamente, intensa y dilatada, queda, de igual mo·
do, representada en los cuentos populares de Norue·
ga. Por eso en e160s figuran en primera línea las
virtudes de modo que, algunos de los ouentos, son
verdaderas lecciones de Imoral.
En 'los cuentos que figuran en ~ste volumen, he-
rrDl>S procurado representar las principales modali-
dades del elemento folklórico noruego. Así veremos
algunos cuentas, como Las tres tías, que ha pasa·
da a ser popular en otras regiones y con ligeras va·
riantes de forma que se refiere igualmente en In-
glaterra y aun en Francia y Alemania. La flauta
de Osborn es, asimismo, un cuento que ha tenido
el privilegio de ser adoptado por otras literaturas y,
en cambio, Los dos tontos y Los Trolls en el bos-
que de Redale son genuilUJlm.ente nórdicos, de tal
manera que no podrían confundirse con los de otro
país czu:dquiera.
En resumen, Nortuega puede ofrecer una colec~
ción de cuentos altamente interesante y estamos per-
suadidos de que serán del agrado de rtuestros lecto-
CUENTOS NORUEGOS 9
res. Otros países del norte que también figurarán
en esta colección, poseen consejas y ~ntos popu-
lares de tipo muy semejante a los noruegos, pero de
todos modos, siempre existe algún detalle caracte-
rístico que los diferencia entre sí, de manera que
el lector cuidadoso no podrá menos que darse cuen-
ta de ellas y, de este modo, distinguirá perfeCfAa-
mente las que son espeóales de cada uno.
LOS DOS TONTOS

Hubo una vez dos comadres que solían dis-


putar más o menos airadamente, como suelen
hacer las mujeres, y cuando no tenían otro
motivo de disensión empezaban a discutir los
méritos y los defectos de sus maridos respec-
tivos, tratando de poner en claro cuál de los
dos era más tonto. .
Un día en que empeñaron esta discusión
porfiaron tanto una y otra, que subió el tono
de sus palabras hasta el punto de que casi lle-
garon al trance de arram.carse las cofias, por-
que, como ya se sabe, es mucho más fácil em-
pezar que terminar una disputa y la cosa ad-
quiere muy mal aspecto cuando falta el buen
juicio.
Por último, una de ellas, aseguró ser capaz
de obligar a su marido a hacer cualquier cosa,
por disparatada que fuese y también que se
comprometía a hacerle creer lo que se le an-
12 LOS MEJORES CUENTOS
tojara, sin limitación alguna porque, según
aseguró, era tan tonto como un Troll (1).
Entonces la otra le contestó que, por su par-
te, era capaz de obligar a su marido a hacer
cualquier tontería si le aseguraba que era pre-
ciso hacerla, pues era tan tonto que no habria
podido distinguir entre la letra B y la pezuña
de un buey.
-Bueno, pues hagamos una prueba-excla-
mó la primera-o Vamos a ver cuál de las dos
sabrá engañar mejor a su marido y, de este
modo, sabremos quién es el más tonto.
Así lo convinieron y cada una se dirigió a
su casa resPQctiva para poner en obra su pro-
pósito. .
Cuando el marido de la primera, maese
Olaf, llegó del bosque a su casa, su mujer le
dijo:
- j Dios nos ayude! ¿ Qué te pasa? Segura-
mente estás muy enfermo. i Quiera Dios que
no estés a las puertas de la muerte!
-Pues mira-le contestó su marido-, no
(1) Mitología teutónica. Ser sobrenatural, imaginado, a veces,
como enano y otras como gigante: 'asegúrase que vive en cuevas,
montañas y lugares semejantes. En algunas ocasiones supónese
que sólo tiene un ojo, y que Il;un ha de compartirlo con sus seme-
jantes, de modo que, en este caso, se lo pasan de uno a otro, para
poder ver. Igualmente asegura la tradición que el Troll no pue-
de mirar al sol, porque, en este caso, estalla como una granada.
CUENTOS NORUEGOS 18

me duele nada. Solamente tengo un hambre


feroz, de modo que ya puedes disponer la cena
y un buen jarro de cerveza.
-¡No lo quiera Dios! ¡Pobre de míl-ex-
clamó la esposa-o ¡ Este hombre está gravísi-
mo! Ya tienes cara de muerto, de modo que lo
que debes hacer es acostarte en seguida. j Oh,
Dios mío, poco tiempo vivirás!
y así continuó lanzando exclamaciones de
dolor, con tal acento de sinceridad que por úl-
timo su marido se convenció de que, en efecto,
estaba enfermo de muerte. Ella lo ayudó a
acostarse y luego le obligó a cruzar las manos
sobre el pecho ya cerrar los ojos. Hecho esto
le estiró los miembros y luego llamó al carpin-
tero para que construyese un ataúd, en el que
metió a su marido. Mas, con objeto de evitar
que pudiera asfixiarse por falta de aire, hizo
unos cuantos agujeritos en la tapa, por los que
además podría ver lo que sucediese.
El otro marido, Irulese Gudrun, volvió tam-
bién a su casa desde el campo y encontró a su
mujer, que había tomado un par de cardas y
estaba haciendo los movimientos apropiados
para cardar lana, pero el buen hombre no vió
esta fibra en manos de su mujer. Y entonces,
dirigiéndose a ella, con acento burlón, le dijo:
14 LOS ~ORES CUENTOS

-Es inútil que te afooes aSÍ, porque no tie-


nes lana entre las manos. Observo que eres
una inbécil. Nunca me habría figurado que
fuese capaz de hacer semejante cosa.
-¿ Que no tengo lana en las manos?-ex-
clamó su mujer-o Pues sÍ, señor. Lo que pa-
sa es que tú, que eres idiota, no la ves de tan
fina como es.
Luego fué a situarse ante el torno y empezó
a hilar aquella lana imaginaria.
-Te aseguro que es trabajo perdido-ex-
clamó el buen hombre-. En vano es que ha-
gas girar la rueda, porque del torno no sale
ningún hilo.
-¿ Que no sale ningún hilo? ¿ No te das
cuenta de que es muy fino? Sin embargo, ya
comprendo que para verlo se necesitan ojos
mejores que los tuyos. Eso es 10 que pasa.
En cuanto hubo terminado de hilar aquella
lana imaginaria, dispuso el telar, preparó la
urdimbre y la lanzadera y empezó a tejer. Al
cabo de algunas horas sacó la supuesta tela del
telar, la planchó, la cortó según los patrones
adecuados y empezó a coser un traje nuevo
para su marido. ASÍ, por 10 menos, 10 aseguró,
porque el pobre hombre no había podido ver
lana, hilo, tejido, ni traje y en cuanto éste
CUENTOS NORUEGOS 15

quedó listo, según aseguraba su mujer, lo col-


gó en el armario.
Su marido estaba con la boca abierta de
asombro, pero al fin, como le constaba que su
mujer era mucho más lista que él, acabó con-
venciéndose de que se había engañado. Y se
alejó, murmurando:
-Sí, sí, ya lo comprendo. Eso se deberá a
que la tela es demasiado fina.
Cosa de un día o dos más tarde, su mujer le
dijo:
-Hoy habrás "de ir a un entierro. El granje-
ro Olaf ha muerto. Y lo entierran hoy. Por
consiguiente deberías ponerte tu traje nuevo.
Maese Gudrun no opuso la menor resisten-
cia y tampoco se negó a estrenar el traje en
aquella triste ocasión. Había tenido amistad
con maese Olaf y lamentaba mucho su tem-
prana muerte.
Su mujer le obligó a ponerse el traje nuevo,
pues era tan fino que podría desgarrarlo fá-
cilmente si no lo ayudaba nadie en la opera-
ción.
Una vez su mujer le hubo asegurado que es_o
taba bien vestido, maese Gudrun salió de su
granja y se encaminó a la de maese Olaf. Lle-
gó a tiempo para beber a la salud del muerto,
16 LOS MEJORES CUENTOS

en compañía de los demás amigos que habían


acudido para tomar parte en la ceremonia.
y ya podéis imaginaros cómo se asombró
todo el mundo al verle vestido como iba por-
que, en realidad, no llevaba ningún traje ex-
terior. Eso, no obstante, le dejaron beber en
abundancia, en 10 cual todos los demás 10 imi-
iaron concienzudamente.
Pero cuando se organizó el cortejo fúnebre
para llevar el muerto al cementerio, el difunto
miró por los agujeritos que su mujer hiciera
practicar en el ataúd y al ver a su compadre,
maese Gudrun no pudo contener una sonora
carcajada.
- j Caramba !-exclamó-. No puedo conte-
ner la risa, aunque se trate de mi entierro.
¿Pues no va maese Gudrun casi en cueros?
j Qué cosa tan cómica!
Cuando oyeron tales palabras los que lleva-
ban las angarillas, se apresuraron a dejarlas
en el suelo y a abrir la tapa del ataúd. Maese
Gudrun, el del traje nuevo, preguntó cómo era
posible que el muerto, en cuyo honor habían
bebido abundante cerveza, se entretuviera en
reír y charlar dentro del ataúd, cuando a él
le habría parecido mucho más propio que se
entregase al llanto.
BIBLIOTECA NA IONAl
DE MAE5T~OS

¡ Qué cosa tan cómica I


BIBLIOTECA NACIONAL
DE MAEST~.oS

'P
CUENTOS NORUEGOS 17
- j Ah !-exclamó el difunto-o Como ya sa-
béis, amigo Gudrun, nunca consiguieron las
lágrimas sacar a nadie de la tumba y por eso
me no con el deseo de recobrar la vida.
Todos los asistentes al entierro se conven-
cieron de que allí ocurría algo raro. Como es
natural, nadie creyó un momento en la muerte
de maese Olaf y al fin acabaron convenciéndo-
se de que sin duda su mujer 10 había hecho
víctima de una broma pesada. Y, atando ca-
bos, diéronse cuenta de que también maese
Gudrun había sido ohjeto de alguna burla de
su mujer, de modo que los dos se alejaron del
brazo y muy seguros de que sus respectivas
esposas habían querido divertirse a su costa.
Durante el camino pusiéronse de acuerdo
acerca de 10 que deberían hacer y una vez lle-
gados a sus casas respectivas, llevaron a cabo
el acto más juicioso de su vida entera. Y si
alguien desea saber en qué consistió, mejor
hana en preguntárselo a las varas de fresno
que había en cada una de las dos viviendas.

2
LOS TROLLS EN EL
BOSQUE DE HEDALE
En cierta comarca de Vaage, en Gudbran-
dsdale, vivía ~ntiguamente un matrimonio
muy pobre. Tenían muchos hijos y dos de ellos
eran ya lo bastante creciditos para recorrer la
comarca pidiendo limosna. Por esta razón co-
nocían al dedillo todos los caminos y sendas
de la región y también habían recorrido varias
veces el atajo que llevaba a Redale.
En cierta ocasión se les ocurrió ir a ese bos-
que, pero al mismo tiempo se enteraron de que
algunos halconeros habíanse construído una
cabaña en Maela, de modo que se les ofreció
la ocasión de matar dos pájaros de una pedra-
da, pues deseaqan ver los halcones y cómo ca-
zaban los pajarillos. Por consiguiente tomaron
el atajo a lo largo del bosque.
Es preciso añadir que estaba bastante avan-
20 LOS MEJORES CUENTOS
zado el otoño, de modo que las muchachas que
se dedicaban a ordeñar leche habían abando-
nado las chozas para volver a sus casas y,
por lo tanto, los dos muchachos no podían
abrigar la esperanza de obtener albergue ni
comida.
Viéronse, pues, obligados a dirigirse en lí-
nea recta a Hedale, pero la senda apenas era
visible, de modo que, al anochecer, diéronse
cuenta de que se habían extraviado. Y lo peor
fué todavía que tampoco sabían dónde se ha-
llaba la cabaña de los halconeros.
Se encontraban entonces en lo más profundo
del bosque, ignorando en absoluto qué direc-
ción les convenía seguir y, después de hacer
varias tentativas, comprendieron la inutilidad
de seguir adelante. Por lo tanto, empezaron a
romper ramitas y con ellas encendieron una
hoguera y dispusieron una especie de choza de
ramaje, gracias a que uno de ellos llevaba un
hacha, hecho esto recogieron musgo y ramas
de brezos, para hacerse una cama para cada
uno.
Llevaban ya algún tiempo tendidos, cuando
pudieron oír unos extraños resoplidos como si
alguien respirase con gran fuerza por la nariz.
Los dos muchachos aguzaron el oído para ave-
Eran tlln lIllos y f01'llioos ...
rBI~L: Mi ~_I._._,:.._,S_
CUENTOS NORUEGOS 21

riguar si se trataba de algún animal silvestre


o bien de unos Trolls del bosque y, de pronto,
oyeron un resoplido mucho más fuerte que los
anteriores y, una voz poderosa y bronca, dijo:
-Por ahí huele a sangre de cristiano.
Al mismo tiempo los dos muchachos oyeron
unos pasos tan fuertes y pesados que hacían
estremecer la tierra, de modo que ya no pudie-
ron dudar de que unos Trolls andaban por
allá.
- j Dios nos ayude! ¿ Qué haremos ?-excla-
mó el más pequeño dirigiéndose a su hermano.
-Mira-le contestó el mayor-o Lo mejor
será que tú no te muevas, aunque debes estar
dispuesto a coger nuestros sacos y echar a co-
rrer cuando veas que se acercan. Yo, por mi
parte, empuñaré el hacha.
Apenas había acabado de pronunciar estas
palabras cuando vieron venir hacia ellos a los
Trolls como locos. Eran tan altos y fornidos
que sus cabezas llegaban a la altura de los
más elevados abetos, mas por suerte sólo dis-
ponían de un ojo entre los tres y se lo pasaban
de uno a otro para poder ver por donde iban.
En su frente tenía cada uno un agujero, don-
de ajustaban el ojo, como atornillándolo con
la mano.
22 LOS MEJORES CUENTOS
El Troll.que iba delante guiaba a los demás,
que se agarraban a una prenda de su traje,
para no extraviarse.
-Coge los sacos-ordenó el hermano ma-
yor-. Pero no te alejes demasiado. Así verás
lo que sucede. Y como su ojo está a grande al-
tura, les resultará muy difícil verme cuando
yo me sitúe a su espalda.
El hermano menor agarró los dos sacos y
echó a correr. Los Trolls lo descubrieron en el
acto y empezaron a perseguirlo. Pero el her-
mano mayor se situó detrás de ellos y con su
hacha dió un fuerte golpe en el tobillo de uno
de los Trolls, el cual dió un chillido horrible y
el que iba delante se asustó tanto, que empezó
a temblar y se le cayó el ojo de la mano.
El muchacho al observar tal cosa se apre-
suró a apoderarse del ojo, Era mucho mayOl'
que dos potes de a litro juntos y tan claro y
brillante que a pesar de la profunda obscuri-
dad del bosque, todo parecía clarísimo cuando
se miraba a través de él.
Así que los Trolls se dieron cuenta de que
les habían quitado el ojo y de que uno de ellos
estaba herido, empezaron a amenazar al mu-
chacho con todos los males posibles de este
CUENTOS NORUEGOS 23

mundo, si no les devolvía inmediatamente el


OJO.
-Me rlo de vuestras amenazas y de todos
los Trolls habidos y por haber - contestó el
muchacho-o Ahora yo tengo tres ojos y vos-
otros tres no tenéis ninguno. Además, entre
los dos, habréis de llevar al tercero.
-¡ Si no nos devuelves inmediatamente
nuestro ojo, tu hermano y tú vais a ser con-
vertidos en piedras !-gritó un Troll.
Pero al muchacho le pareció que las cosas
no podían ir tan ae prisa. No temía los encan-
tamientos ni hacía caso de las amenazas. Y es-
taba resuelto a que si no lo dejaban en paz,
matarla a hachazos a los tres Trolls o, por lo
menos los heriría de tal manera, que habrlan
de avanzar por el bosque como si fuesen li-
siados como cualquiera de los animales que se
arrastran sobre su vientre.
En cuanto los Trolls oyeron sus palabras,
se asustaron aun más y entonces hablaron al
muchacho, ya en tono bondadoso y afable. Le
dirigieron amables ruegos para lograr de que
les devolviese su ojo, prometiéndole que, a
cambio de él, le darlan gran cantidad de oro y
plata, y todo cuanto pudiera apetecer.
Sus palabras sonaron muy bien en los oídos
24 LOS MEJORES CUENTOS

del muchacho, pero como era un chico listo,


. les contestó que primero habían de darle el
oro y la plata. Así, pues, si uno de ellos se vol-
vía a su casa en busca del oro y de la plata ne-
cesarios para llenar su propio saco y el de su
hermano y si además les daba dos ballestas, él
se comprometía a devolv,eflles su ojo. De lo
contrario, se lo guardaría, conservándolo con
el mayor cuidado hasta que hubiese recibido
la !'ecompensa.
Los Trolls estaban muy apurados, porque
ninguno de ellos podía volver a su casa sin ver
el camino que seguía. Y, convencidos de que
su diminuto enemigo cumpliría la palabra da-
da resolvieron echarse a gritar llamando a
sus mujeres, porque también las tenían.
Después de un buen rato llegó la respuesta
desde una montaña vecina, situada al norte.
Los Trolls, a gritos, recomendaron a aquella
mujer que se dirigiese a ellos, cargada con dos
cubos de plata, y llevase además dos ballestas,
y ya podéis imaginaros que ella no tardó mu-
cho en llegar. .
Cuando se enteró de lo ocurrido, a su vez
empezó a amenazar al muchacho con toda la
suerte de brujerías y ae maldiciones, pero los
Trolls estaban tan asustados que le recomen-
CUENTOS NORUEGOS 25

daron ser prudente, porque aquella pequeña


avispa era muy capaz de llevarse el oro, la pla-
ta, las ballestas y también el ojo.
La mujer de los Trolls arrojó al suelo los cu-
bos y las ballestas. Entonces el muchacho to-
mó los regalos y luego tiró a lo lejos el ojo de
los Trolls, quienes encargaron a la mujer que
lo buscase, mientras él se apresuraba a des-
aparecer en compañía de su hermano.
A partir de aquel día nadie más ha oído de-
cir que los Trolls anduviesen por el bosque de
Hedale, en busca de sangre cristiana.
LA TESTARUDA
Un campesino tenía una mujer tan testaru-
da y amiga de llevar la contraria, que no ha-
bía modo de vivir con ella, pues llegaba al ex-
tremo de que si el hombre deseaba una cosa
aunque careciese ' de toda importancia, ella
manifestaba en el acto, su deseo contrario y
lo mantenía con toda la testarudez que le era
propia.
Un domingo de verano, el marido y la mu-
jer salieron al campo para darse cuenta de las
esperanzas que podía ofrecerles la cosecha y,
al llegar a un campo de centeno que había al
otro lado del no, el marido dijo:
-Mira, ya está maduro, de modo que ma-
ñana debemos empezar la siega.
-Sí--contestó la mujer-o Mañana habre-
mos de empezar a esquilar el campo.
-¿ Qué dices? - exclamó él asombrado-o
¿Esquilarlo? No es eso, mujer. Querrás decir
segarlo.
28 LOS MEJORES CUENTOS
-No-replicó ella- Lo esquilaremos.
-Ya veo que no sabes una palabra de eso
- exclamó el hombre-. Además, sospecho
que has perdido el poco juicio que tenías.
¿ Dónde oíste decir que se esquilaban los cam-
pos?
-Si no sé nada, poco me importa-replicó
ella-o Me contento con eso. Pero me consta
que es preciso esquilar ese campo y no segarlo.
Y no hubo manera de convencerla de que
decía una barbaridad.
Marido y mujer siguieron disputando acer-
ca del particular y, por último, cruzaron el
puente que atravesaba el río, el cual, en aquel
lugar tenía gran profundidad.
-Hay el refrán-dijo el ltombre- de que
las buenas herramientas hacen el buen traba-
jo, pero te aseguro que si empleásemos unas
tijeras de esquilar para segar el campo, nues-
tro trabajo sería muy lento y malo. Por lo
tanto, no te empeñes en esa tontería porque lo
que debemos hacer es segarlo.
-De ninguna manera - contestó la mujer,
cada vez más testaruda-o He dicho esquilarlo
y basta.
Y, al mismo tiempo, se acercó a su marido y
abrió y cerró dos dedos, como si fuesen tijeras,
CUENTOS NORUEGOS 29

ante la nariz del buen hombre. Y en su ira y


enojo miraba tan poco por donde pisaba, que
tropezó contra una de las vigas descarnadas
que había en el puente, con tal desgracia que
se cayó de cabeza al agua.
-Es imposible curar a una persona de sus
malas costumbres-observó el hombre-o Pero
vamos a ver si consigo sacar a mi mujer del
agua
-¿ Todavía te empeñas en que debemos es·
quilar el campo ?-. preguntó él.
-Sí, hay que esquilarlo-chilló ella.
-Pues bien, ahora voy a enseñarte a He·
var la contraria-replicó el hombre.
y le metió la cabeza en el agua, pero fué en
vano, porque en cuanto ella volvió a sacarla
al aire libre se mantuvo en sus trece de que
era preciso esquilar el campo.
-No hay duda de que esta mujer está loca
- se dijo el marido para sí-o Hay muchas
personas que han perdido la razón y no se dan
cuenta de ello, del mismo modo como los que
tienen mucha inteligencia y no lo saben. En
fin, probaré otra vez.
Volvió a meter la cabeza de su mujer en el
agua y ella, entonces, levantó los brazos y, agi-
30 LOS MEJORES CUENTOS

tando los dedos, imitó el movimiento de unas


tijeras.
Entonces el hombre, ya rabioso, la mantuvo
un rato debajo del agua, de modo que la mu-
jer se ahogó y él, convencido de que ya estaba
muerta, acabó por soltarla.
-Si no la dejase-pensó-, sena capaz de
arrastrarme con ella al fondo. Por lo tanto
que se quede ahí.
y así la mujer quedó abandonada en el no.
Poco después su marido creyó muy mal ha-
berla abandonado en la corriente sin darle se-
pultura cristiana, de modo que echó a andar
por la orilla del no, corriente abajo y empezó
a buscarla por todas partes, aunque en vano,
porque no le fué posible dar con ella.
En vista de eso fué en busca de los obreros
que trabajaban a sus órdenes y también de al-
gunos vecinos y, entre todos, registraron la
corriente, aunque sus esfuerzos no se vieron
coronados por el éxito.
Cuando más apurados estaban, el marido se
dió de pronto una palmada en la frente y ex-
clamó.
-¡ Caramba, ya sé lo que es! Estamos bus-
cando en mal lugar. Mi mujer era muy testa-
ruda y amiga de llevar la contraria. Segura-
CUENTOS NORUEGOS 31

mente no había en el mundo otra igual como


ella. De modo que, aun muerta, habrá obrado
como solía. Vale más que la busquemos co-
rriente arriba, más allá del puente. Ya veréis
como así la encontramos.
Y, en efecto, lo adivinó. Buscaron. por el
lugar en que había indicado y no tardaron en
hallar el cadáver de la mujer que, aun des-
pués de muerta, dió prueba de su testarudez y
de su afició~'l a llevar la contraria.
EL GIGANTE QUE NO
TENIA EL CORAZON
EN SU CUERPO
Una vez había un rey que tenía siete hijos
y los quería tanto que siempre quería estar
acompañado por lo menos de uno de ellos.
Pero cuando ya fueron mayores, los seis
primeros decidieron salir en busca de novia.
El menor se quedó en el palacio y al lado de
su padre, pues sus hermanos le habían prome-
tido que además de sus respectivas prometi-
das, le llevarían otra para él.
El rey dió a los seis hijos mayores los tra-
jes más bonitos que podéis imaginaros, tan fi-
nos y resplandecientes que despedían luz, ade-
más cada muchacho le pidió un caballo que
costaba tm verdadero tesoro y no os hablo de
otras prendas de su equipo, tan magníficas co-
mo las ya mencionadas, porque sería cuento
de nunca acabar. Baste decir que iban adorna-
3
34 LOS MEJORES CUENTOS
dos y provistos como mejor puede imaginar-
se y según correspondía a su alta alcurnia.
Los seis príncipes visitaron muchos reinos y
conocieron numerosas princesas, pero en to-
das ellas observaban algún defecto o alguna
mala cualidad, de modo que no se resolvían a
pedir ninguna por esposa.
Por último llegaron a la corte de un rey que
tenía seis hijas, todas bellísllr..3.s, como no ha-
bían visto ninguna que se les parec;iese, de
modo que casi puede decirse que, en el mis-
mo instante de haberlas visto, los seis prínci-
pes se enamoraron de ellas y empezaron a ha-
cerles la corte.
Las princesas no se mostraron insensibles a
sus súplicas, de manera que a los pocos días,
cada una de ellas había aceptado a su preten-
diente respectivo y los príncipes, después de
obtener el consentimiento del monarca y una
vez las jóvenes princesas hubieron hecho sus
preparativos de viaje, emprendieron el regre-
so hacia su propio país, aunque sin acordarse,
ni remotamente de su promesa de llevar una
prometida a su hermano menor, porque no
pensaban en otra cosa que en sus respectivas
novias.
Cuando ya hubieron recorrido buena parte
CUENTOS NORUEGOS 35
de su camino, pasaron por el pie de una mon-
taña muy empinada, casi cortada a pico, en cu-
ya cima se hallaba el palacio de un gigante.
Este, al oír el ruido de los cascos de los caba-
llos, salió y como estaba animado de muy ma-
los sentimientos y se complacía en hacer mal,
sin otro motivo que el gusto de obrar de esa
forma, transformó a los príncipes, a las prin-
cesas y a los caballos en otras tantas figuras
de piedra.
El rey, mientras tanto, esperaba con grande
impaciencia el regreso de S).1S seis hijos, mas
a pesar de que ya tardaban, nunca llegaba el
día de su vuelta. Tan extraña tardanza infun-
dió tilla intensa pena en el anciano monarca,
quien aseguró que si no volvía a ver a sus hi-
jos, nunca más recobraría la tranquilidad.
- y menos mal que no te dejé marchar-
dijo a su hijo menor-, porque, de lo contra-
rio, me habría muerto de pena. Bastante dolor
me causa la pérdida inexplicable de tus her-
manos.
-Pues, precisamente, yo me proponía, pa-
dre y señor, pediros el permiso para salir en
su busca. Y ese mismo favor es el que solicito
de vuestra bondad-contestó el príncipe.
- j De ninguna manera !-replicó el padre-o
36 LOS MEJORES CUENTOS

Nunca te daré permiso de marchar, por que,


j Quién sabe si tampoco volverías!
Pero el príncipe estaba deseoso de salir en
busca de sus hermanos y, al fin, se decidió a
poner en obra su propósito.
Rogó tanto y tanto a su padre que, por fin,
éste no tuvo más remedio que darle el consen-
timiento.
Al rey ya no le quedaba ningún caballo de
valor, trajes ni equipos soberbios que dar a su
hijo. Sólo pudo proporcionarle un caballo ma-
talón. Pero al muchacho no le importó gran
cosa ese detalle ni el hecho de ir provisto de
un buen equipo y así, con el traje de todos los
días montó a caballo y se dispuso a marchar.
-Adiós, padre-dijo-. Hasta que vuelva,
no temáis cosa alguna. Y es muy fácil que trai-
ga conmigo a mis seis hermanos.
Dicho esto emprendió la marcha
Al cabo de un buen rato encontró un cuer-
vo en el suelo, que si bien agitó las alas, no
pudo apartarse de su paso, tan debilitado es-
taba por el hambre.
- j Oh, querido amigo !-exclamó el cuervo.
-Dame un poco de comida y te ayudaré cuan-
do te encuentres en alguna necesidad
-Pocas provisiones llevo-contestó el prín-
CUENTOS NORUEGOS 37
cipe-, y por otra parte, no veo en qué podrás
serme útil. Sin embargo, te daré alguna cosa,
porque veo que tienes gran necesidad de co-
mer.
y en efecto, dió tilla parte de sus provisio-
nes al cuervo.
A poca distancia de allí llegó a un arroyo,
en el cual yacía un gran salmón. El pobre pez
había ido a parar a un lugar seco y, por mu-
cho que se esforzaba no podía llegar de nuevo
al agua.
- j Oh, querido amigo !-dijo el salmón al
príncipe-o Dame un empujón para devolver-
me al agua y yo, en cambio, te ayudaré cuan-
do lo necesites.
-Supongo-contestó el príncipe-, que tu
auxilio no me será de grande utilidad, pero de
todos modos es una lástima dejarte ahí para
que ' te asfL'{ies.
Dicho esto cogió al pez y lo tiró al agua.
Después de este incidente, avanzó durante
largas horas y, por último, encontró a un lobo
tan hambriento, que sólo tenía fuerzas par::!
arrastrarse por el camino.
-Querido amigo, regálame tu caballo-
rogó el lobo-o Estoy tan hambriento, que el
38 LOS MEJORES CUENTOS
viento silba al rozar mis costillas. Hace ya
dos años que no pruebo bocado.
-No-contestó el joven príncipe-o Eso no
lo haré. Primero encontré un cuervo y me vi
obligado a darle una parte de mis provisiones.
Luego llegué al lado de un salmón y tuve que
ayudarlo a volver al agua, y ahora tú me pides
mi caballo. No puedo complacerte, porque es
mi única montura.
-Pues podrías ayudarme, querido amigo-
contestó el lobo-o Si quieres yo te serviré de
cabalgadura y aun te ayudaré en un momento
de necesidad.
-Poca será la ayuda que puedas prestarme
-replicó el príncipe-pero puesto que lo ne-
cesitas tanto, te cedo mi caballo.
En cuanto el lobo hubo devorado la montura
del príncipe, éste tomó el bocado, lo puso en-
tre las mandíbulas del lobo y le sujetó la silla
sobre el lomo. Y como el animal había reco-
brado todo su vigor, después de tan buena
comida, sin el menor esfuerzo pudo resistir el
peso del príncipe y echó a correr con tal rapi-
dez, que el joven quedó pasmado.
-Dentro de poco rato-dijo el lobo de
pronto-te mostraré la casa del gigante que
se apoderó de tus hermanos.
CUENTOS NORUEGOS 39

Y, en efecto, apenas había transcurrido un


cuarto de hora, cuando pudieron contemplarla
a corta distancia.
-Mira, ahí está la casa del gigante-dijo
el lobo-y ésos son tus seis hermanos a quie-
nes, como a las princesas que los acompaña-
ban y también los caballos, el gigante ha
transformado en piedra. Allí, según podrás
ver, está la puerta del castillo y es preciso
que vayas a llamar a ella.
-Lo cierto es--eontestó el príncipe, algo
atemorizado-, que no me atrevo, porque el
gigante me quitará la vida.
-De ninguna manera. No tengas ese temor
--eontestó el lobo-o Al entrar encontrarás a
una princesa, quien te indicará la manera de
acabar con el gigante. Unicamente he de reco-
mendarte que sigas con toda exactitud las ins-
trucciones que te dé.
Reanimado por estas palabras, el joven
príncipe, aunque no había perdido del todo su
miedo, se dirigió a la puerta del castillo del
gigante y llamó.
Abrióse la puerta en el acto y el príncipe
pudo observar que, de acuerdo con lo que le
dijera el lobo, se presentaba a él una princesa
tan hermosa como nunca viera él otra igual.
40 LOS MEJORES CUENTOS
- j Oh, Dio~ os ayude! ¿De dónde venís?-
preguntó la princesa al verlo-o Este paso que
habéis dado, será la causa de vuestra muerte.
Habéis de saber que no hay nadie en el mundo
capaz de matar al gigante que vive aquí, por-
que no tiene el corazón en el cuerpo ..
-Bueno, bueno-contestó el príncipe-o
Pero, puesto que ya estoy aquí, sería mucho
mejor hacer algo para ver si puedo librar al
mundo de la presencia de ese monstruo. Ade-
más, deseo devolver la vida a mis hermanos y
sus prometidas, que he visto transformados
en piedra, salvaros a vos del poder de este
gigante y, por fin, huir sano y salvo.
-Ya veo que estáis decidido-le contestó la
princesa-y me doy cuenta, ·asimismo, de que
no tenéis más remedio que obrar como lo ha-
céis. Por consiguiente, meteos debajo de esta
cama y prestad oído atento a lo que yo diga
al gigante y a las respuestas que él me dé. Y
he de recomendaros que no os mováis en 10
más mínimo, porque él os oiría.
El joven príncipe se ocultó debajo de la
cama y apenas se había guarecido allí, cuando
~egresó el gigante.
- j Caramba !-rugió al entrar-o En esta
CUENTOS NORUEGOS 41
casa hay un olor de sangre cristiana que
asusta.
-Es verdad-le contestó la princesa-o
Hace poco rato vino aquí una urraca, que
llevaba en el pico un hueso humano y lo dejó
caer por la chimenea. Yo me apresuré a ti-
rarlo lejos de la casa, mas no pude evitar que
ese olor saturase el aire.
El gigante se contentó con aquella explica-
ción y no volvió a referirse al olor de sangre
cristiana que sentía.
Cenaron, pues; tranquilamente, el gigante
y la princesa y luego cada uno de ellos fué a
acostarse en su habitación respectiva. El gi-
gante lo hizo en la cama debajo de la cual se
había ocultado el príncipe y la princesa, que
ocupaba la habitación inmediata, en cuanto, a
su vez, estuvo en el lecho, exclamó en voz bas-
tante alta para que lo oyese el gigante:
-Si me atreviese, quisiera preguntaros una
cosa.
-¿ Qué es eso ?-preguntó el gigante con
voz gruñona.
-Quisiera saber. dónde guardáis vuestro co-
razón, puesto que no lo lleváis en el pecho.
-Mira, niña, eso no te importa. Pero, en
fin, ya que quieres saberlo, te diré que lo tengo
42 LOS MEJORES CUENTOS
oculto debajo del umbral de la puerta-con-
testó el gigante.
-jJa! jja! jja!-rió el príncipe para sí-o
En tal caso no tardaremos en encontrarlo.
A la mañana siguiente el gigante se levantó
con el alba y se dirigió al bosque. En cuanto
hubo salido de la casa, el príncipe y la prin-
cesa empezaron a trabajar en busca del cora-
zón, debajo del umbral de la puerta, pero
cuanto más excavaban, más se convencían de
que se esforzaban en vano
-Esta vez nos ha engañado-dijo la prin-
cesa-o Pero volveré a probar.
Aquel día cogió las más lindas flores que
pudo hallar y las dejó caer sobre el umbral de
la puerta, que habían dejado'en el mismo es-
tado anterior, para que el gigante no sospe-
chara nada.
y cuando llegó la hora del regreso de éste,
el príncipe volvió a ocultarse debajo de la
cama. No tardó en aparecer el gigante.
-j Caracoles !-exélamó de nuevo-o Esta
casa apesta a sangre cristiana.
-Es verdad -le contestó la princesa-o
Hace poco rato vino aquí una urraca, que lle-
vaba en el pico un hueso humano y lo dejó
caer por la chimenea. Yo me apresuré a tirarlo
CUENTOS NORUEGOS 43

lejos de la casa, mas no pude evitar que ese


olor saturase el aire.
El gigante se conformó con aquella explica-
ción y ya no se refirió más al asunto. Poco
después preguntó quién había dejado caer
aquellas flores sobre el umbral de la casa.
-He sido yo-contestó la princesa.
-¿ y por qué razón has hecho eso ?-ex-
clamó el gigante.
- j Ah !-contestó ella-o Os quiero tanto,
que derramé esas flores sobre el umbral, ya
que debajo está enterrado vuestro corazón.
-No digas tonterías-exclamó el gigante-
porque lo cierto es que no está ahí.
Aquella noche, cuando el gigante y la prin-
cesa se acostaron, cada uno en su habitación,
la joven preguntó, de nuevo, dónde guardaba
su corazón, asegurando que tendría gran pla-
cer en saberlo.
-Bueno, ya que lo deseas-contestó el gi-
gante-te diré que está dentro del armario de
la pared.
- j Caramba !-pensaron a la vez el príncipe
y la princesa-, poco tardaremos en encon-
trarlo.
A la mañana siguiente el gigante se levantó
muy temprano y se dirigió al bosque. En
44 LOS MEJORES CUENTOS
cuanto hubo salido, el príncipe y la princesa se
dirigieron al armario en busca del corazón del
monstruo, pero, por más que 10 registraron de
arriba a abajo, no les fué posible dar con él.
-En fin-dijo la princesa-o Probaremos
otra vez.
Cubrió de fiares y guirnaldas el armario, y
cuando llegó la hora del regreso del gigante,
el príncipe volvió a ocultarse debajo de la
cama.
- j Vaya un olor de sangre cristiana que
siento !-exclamó el gigante al entrar en su
casa.
-Es verdad-contestó la princesa-o Hace
poco rato vino aquí una urraca, que llevaba
en el pico un hueso humano y lo dejó caer por
la chimenea. Yo me apresuré a tirarlo lejos de
la casa, mas no pude evitar que ese olor sa-
turase el aire.
En cuanto el gigante oyó aquella explica-
ción, que ya le dieron en los días anteriores,
no replicó; pero, poco después, fijóse en que
el armario estaba cubierto de fiares y de guir-
naldas, y preguntó quién había hecho aquello.
La princesa contestó que ella era la autora
de tal adorno.
CUENTOS NORUEGOS 45

-¿ Y cuál es el significado de esa tontería?


-preguntó el gigante .
. - j Oh, es que os quiero tanto, que no pude
abstenerme de hacerl9, al saber que tenéis ahí
vuestro corazón !-contestó la princesa.
-¿Y cómo es posible que hayas podido
creer semejante tontería ?-preguntó el gi-
gante.
-Puesto que me lo dijisteis, lo creí-replicó
la princesa.
- j Eres una tonta !-le dijo el gigante-.
Nunca sabrás dónde está mi corazón.
-A pesar de todo-contestó la princesa-
me gustaría conocer su paradero.
Entonces el pobre gigante ya no pudo guar-
dar el secreto por más tiempo y, casi a su
pesar, dijo:
-A enorme distancia de aquí hay un lago,
yen él una isla; en esa isla hay una iglesia y,
dentro de ella, un pozo; en ese pozo nada un
pato, dentro de cuyo cuerpo hay un huevo, el
cual contiene mi corazón. Ya lo sabes, querida.
A la mañana siguiente, muy temprano,
cuando apenas apuntaba el día, el gigante sa-
lió hacia el bosque.
-Ahora también debo marcharme yo-dijo
46 LOS MEJORES CUENTOS

el príncipe a la princesa-o Pero 10 malo es


que no sé qué camino debo seguir.
Despidióse largamente de la joven y en
cuanto hubo atravesado la puerta de la casa
del gigante, vió al lobo que le esperaba.
El príncipe le dió cuenta de todo cuanto ha-
bía ocurrido en la casa y expresó, además, su
deseo de dirigirse a aquel pozo, situado en el
interior de una iglesia, pero añadió que, des-
graciadamente, no conocía el camino. El lobo,
por toda respuesta, le indicó que montase en
él, pues se comprometía a encontrar el camino.
Luego echó a correr con tanta velocidad,
que el viento silbaba a su paso, atravesando
setos y campos, montañas y marjales. Después
de muchos días de viaje llegaron, finalmente, a
un lago. El príncipe no sabía cómo le sería po-
sible dirigirse a la isla, y el lobo, aconseján-
dole que no se asustara, se arrojó al agua,
llevando a su jinete y tomó el camino de la
isla. De este modo llegaron a la iglesia, pero
. las llaves de ésta estaban colgadas a grande
altura, en la parte más elevada del campanario
y, de momento, el príncipe no pudo hallar el
medio de apoderarse de ellas.
-Es preciso que llames al cuervo-le acon-
sejó el lobo.
Se arrojó nI agua ...
CUENTOS NORUEGOS 47
El príncipe lo hizo así y, a los pocos instan-
tes, el cuervo estuvo a su lado. En cuanto co-
noció los deseos del joven emprendió el vuelo
y no tardó en volver con las llaves, de modo
que el viajero pudo entrar en la iglesia.
Cuando llegó al lado del pozo pudo con-
vencerse de que en él nadaba un pato, tal como
había indicado el gigante. El príncipe empezó
a llamar al ave, hasta lograr que acudiese a
su lado y entonces la agarró rápidamente con
la mano. Pero cuando levantaba al animal
para sacarlo del agua, el pato dejó caer el
huevo al fondo del pozo, de modo que el prín-
cipe se quedó muy apurado, pues no sabía
cómo lograría sacarlo.
-Ahora es preciso que llames al salmón-
le aconsejó el lobo.
El hijo del rey atendió aquella indicación y,
pocos momentos después, el salmón empezó a
buscar :R0r el agua del pozo y no tardó en lle-
var ail joven el huevo que había encontrado.
Inmediatamente emprendieron el camino de
regreso y al fin llegaron a la casa del gigante.
. Entonces el lobO' le aconsejó que rompiese
la cáscara y en cuanto lo hubo hecho así, el
gigante, que estaba en su casa, dió un chillido
de dolor.
48 LOS MEJORES CUENTOS

Pero, comprendiendo lo que sucedía, em-


pezó a llorar y a suplicar, asegurando que
haría cuanto el príncipe quisiera, a cambio
de que lo dejase en paz.
-Dile que si devuelve la vida a tus seis
hermanos, a sus prometidas y los doce caba-
llos, tú soltarás el corazón que tienes en la
mano-aconsejó el lobo.
El 'gigante se manifestó dispuesto a hacer
aquéllo y devolvió su primera forma a los seis
príncipes, a sus prometidas y también a los
caballos. I I '. I (.~¡l
-Ahora acaba de romper el huevo-acon-
sejó el lobo.
Así lo hizo el príncipe y el gigante estalló
en mil pedazos.
En cuanto hubo acabado con él, el joven
príncipe, acompañado por el lobo, volvió al
camino y allí pudo ver a sus seis hermanos.
El hermano menor fué en busca de la suya
propia, es decir, de la princesa que vivía en la
casa del gigante y luego todos, alegremente,
emprendieron el viaje de regreso hasta la casa
de su padre. Y ya podéis imaginaros cuál fué
la alegría de éste al ser testigo del regreso
de todos sus hijos acompañados de sus novias.
-Pero la más hermosa de todas es la de mi
CUENTOS NORUEGOS 49

hijo menor-observó el rey-o Y éste ocupará


la cabecera de la mesa con la que ha de ser
su esposa.
Inmediatamente ordenó que se preparase un
gran banquete, durante el cual reinó la mayor
alegría. Y fueron tantos los platos servidos
que si no los han terminado ya, todavía deben
de estar comiendo.

4
LAS TRES TIAS

Un pobre hombre vivía en una cabaña, si-


tuada en lo más espeso de un bosque, donde
podía mantenerse gracias a la caza. Tenía una
hija única, muy linda y como se quedó huér-
fana de madre, durante su primera infancia,
en cuanto llegó a la juventud, manifestó su
deseo de recorrer el mundo para ganarse el
pan.
-Bueno, niña-le dijo su padre-o Es ver-
dad que aquí no has aprendido más que a des-
plumar aves y a asarlas, pero, sin embargo,
creo que, trabajando, podrás ganarte la vida.
La muchacha abandonó su casa en busca
de algún empleo, y cuando apenas había hecho
una jornada de camiylO, llegó a un palacio.
Tuvo la suerte de que la admitiesen como
criada y, al cabo de corto tiempo, la Reina
se aficionó tanto a ella, que las demás criadas
le tenían envidia. Por esta razón decidieron
manifestar a la soberana que la joven se había
52 LOS MEJORES CUENTOS
vanagloriado de ser capaz de hilar una libra
de lino en veinte y cuatro horas, y como la
Reina era una excelente ama de casa, apre-
ciaba en mucho a las buenas obreras~
-¿ Has dicho esto? Pues, en tal caso, ha-
brás de demostrarlo-ordenó la Reina a la
joven-o Sin embargo, te conce'do algún tiem-
po más del que tú misma fijaste.
La pobre muchacha no se atrevió a decir
que nunca en su vida había empuñado el huso,
pero, en cambio, rogó que le permitiesen tra-
bajar sola en una habitación, cosa que obtuvo
fácilmente. En la estancia le dejaron un torno
de hilar y una libra de lino.
La pobre muchacha se sentó muy triste, sin
saber qué hacer y, por último, se echó a llorar.
Mas sus lágrimas no remediaron nada, porque,
al cabo de un buen rato de derramarlas, aun
sabia menos cómo saldría de aquel apuro.
Deseosa de hacer algo, empezó a dar vuel-
tas a la rueda del torno, en una y otra direc-
ción, pero ya se puede comprender que no con-
siguió cosa alguna, porque nunca en su vida
había visto un torno de hilar y ni siquiera un
huso. I I
Cuando estaba más apurada y, de nuevo, a
CUENTOS NORUEGOS 53

punto de echarse a llorar, se presentó de im-


proviso una vieja en la estancia.
-¿ Qué te pasa, niña ?-le preguntó.
- i Ah !-exclamó ella dando un profundo
suspiro-. i De nada me serviría el decíroslo,
porque no podríais ayudarme!
- i Quién sabe! - contestó la anciana-.
Quizá te engañes.
La joven resolvió contarle su apuro y le dió
cuenta de la pesada broma de que la hicieron
víctimas sus compañeras de servicio, a causa
de la cual se veía obligada a hilar una libra
de lino en veinticuatro horas.
-y así, pobre de mí, me veo enceITada en
este cua2to, cuando, en toda mi vida, no había
visto un torno de hilar.
-No importa, niña-le contestó la vieja-.
Si me prometes llamarme tía el día más feliz
de tu vida, yo' me encargaré de hilar ese lino.
Tú, mientras tanto, puedes tenderte para dor-
mir.
La joven aceptó, sin vacilar, aquella extraña
condición, y, tendiéndose en el suelo, se dur-
mió casi en el acto.
, A la mañana siguiente, al despertar, vió so-
bre la mesa,todo el lino hilado y era el hilo tan
fino y esta.ba tan limpio que, con seguridad,
54 LOS MEJORES CUENTOS

nunca se vió otro trabajo igual. La Reina se


alegró mucho al ver aquel hilo tan bueno y tan
bien hecho, de modo que aumentó el aprecio
que sentía por la joven.
Las demás criadas, en cambio, sintieron cre-
cer su envidia y, confabulándose entre sí, con-
vinieron en decir a la Reina que aquella mu-
chacha se había jactado de que, en veinticua-
tro horas sería capaz de tejer todo el hilo que
había hilado.
La Reina la hizo llamar, diciéndole que ha-
bía de demostrar aquella habilidad de que se
había alabado, aunque, desde luego, ella es-
taba dispuesta a concederla un plazo mayor.
Tampoco la joven se atrevió a replicar a la
soberana que aquello era una'mentira y, como
la otra vez, sólo pidió que se le cediese una
habitación para trabajar a solas y que, una
vez allí, intentaría cumplir las órdenes de la
Reina.
Y, otra vez, volvió 'a sentarse para llorar a
sus anchas, pues no sabía qué hacer ni cómo
salir del apuro en que se veía.
Al poco rato se presentó otra anciana en la
habitación, preguntándole:
-¿ Qué te pasa, niña?
Al principio la interpelada no quiso con-
CUENTOS NORUEGOS 55

testarle, pero, al fin, le dió detallada cuenta


del motivo de su pena.
-Bueno-le replicó la anciana-o Si con-
sientes en llamarme tía el día más feliz de tu
vida, yo me encargaré de tejer ese hilo. Tú,
mientras tanto, puedes entregarte al descanso.
La joven consintió fácilmente en aquella
condición que, no por ser conocida, dejó de
extrañarle, y se tendió a dormir. Al despertar
vió sobre la mesa una pieza de lienzo, tan bien
tejido, que, sin d:uda, no se vió otra tela igual.
La muchacha tomó la tela para presentarla
a la Reina y ésta se alegró en extremo al ver
aquel trabajo, que hizo aumentar todavía su
aprecio por la muchacha.
En cambio, las demás criadas la envidiaron
más que nunca y, deseosas de perderla, bus-
caron otra vez el modo de ponerla en una si-
tuación difícil.
Por consiguiente, dijeron a la Reina que la
joven se había alabado de que, en veinticuatro
horas, podía hacer tantas camisas como salie-
ran de la pieza de tela.
Ocurrió lo mismo que las dos veces anterio-
res, es decir, que la joven no se atrevió a ne-
gar que hubiese dicho tales palabras, diciendo;
como era en realidad, que no sabía coser ni
56 LOS MEJORES CUENTOS
cortar. Vióse, pues, encerrada a solas en una
habitación y allí se sentó, de nuevo, para en-
tregarse al llanto.
No tardó en aparecer otra vieja, ofrecién-
dose a cortar ya coset: las camisas, si la joven
estaba dispuesta a darle el nombre de tía en
el día más feliz de su vida. Ya se puede ima-
ginar que ella aceptó ' complacida aquella ex-
traña condición y entonces la vieja le ordenó
que se entregase al sueño mientras ella se de-
dicaba al trabajo.
Cuando la joven despertó pudo ver sobre la
mesa buen número de camisas perfectamente
cortadas, cosidas y dobladas. La confección y
el punto eran tan perfectos, Que nunca se ha-
bía visto trabajo igual y, además, todas las
camisas llevaban un bordado con el nombre
de la Reina y estaban a punto de ser estre-
nadas.
En cuanto la soberana vió aquel trabajo,
palmoteando de alegría, dij o:
- j Nunca tuve una costurera igual a ti, y
nunca vi un trabajo tan perfecto!
Aquella nueva prueba de habilidad fué cau-
sa de que creciese su afecto por la joven cama-
rera, hasta el punto de que la quería casi ya
CUENTOS NORUEGOS S7
tanto como a sus propios hijos y así, llevada
por su entusiasmo, dijo:
-Mira, si quieres al príncipe por marido,
podrás casarte con él, porque me conviene una
nuera como tú, que nunca necesita contratar
mujeres para que hagan esos trabajos. Sabes
coser y cortar, tejer e hilar perfectamente y
eso solo equivZile a un rico dote.
Como la muchacha era muy linda, el prín-
cipe se dió por satisfecho de tenerla por es-
posa y, por lo tanto, se hicieron acto seguido
los preparativos para la boda.
El día de la fiesta y una vez ya celebrada
la ceremonia religiosa, .cuando el príncipe se
disponía a sentarse a la mesa, al lado de su
esposa, se apareció una vieja horrible, de na-
riz muy larga, que, seguramente, pasaba de
dos metros. Inmediatamente al verla, la novia
se levantó, hizo una reverencia y dijo:
-Muy buenos días, tía.
-¿Esa mujer es tu tía ?-exclamó el prín-
cipe.
-Sí, señor-contestó la joven.
-Pues bien, que se siente con nosotros a la
mesa - dijo el príncipe, aunque, en verdad,
tanto él como los demás invitados creyeron
58 LOS MEJORES CUENTOS
que era demasiado horrible para gozar de
aquel honor.
En aquel momento se presentó otra vieja,
también muy fea. Aquella era jorobada, de
modo que, entre los asistentes, hubo un movi-
miento de repugnancia al verla, pero la novia
se puso en pie en el acto y la saludó, diciendo:
-Muy buenos días, tía.
El príncipe volvió a preguntar si aquella
mujer era tía de su esposa y como ella le con-
testara afirmativamente, la invitó a que toma-
ra parte en el banquete.
Mas apenas se habían acomodado todos,
cuando apareció una tercera vieja. Esta tenía
los ojos grandes como platos~ rojos y legaño-
sos, de modo que resultaba horrible mirarla.
Pero la novia la saludó igual que a las dos
anteriores, y el príncipe, después de vencer su
repugnancia, la invitó, asimismo, a sentarse.
-Nunca me dijiste que tuvieras tales tías-
exclamó el novio dirigiéndose a su esposa-o
¿ Cómo es posible que siendo tú tan bella ten-
gas esas tías tan feas?
-Pronto os explicaré la razón-exclamó la
primera vieja, que le había oído-o Cuando yo
tenía la edad de vuestra esposa, era tan linda
como ella. Pero, a fuerza de hilar y de cabe-
CUENTOS NORUEGOS 59
cear sobre mi labor, se me alargó la nariz
hasta llegar a su estado actual.
-Pues yo - replicó la segunda - también
era bella pero, desde mi primera juventud,
tuve que esforzarme tanto doblándome sobre
el telar que, al fin, acabé jorobada como veis.
-Pues yo-añadió la tercera-que era tan
bonita como mis hermanas, me vi obligada,
desde mi primera juventud, a sentarme y a
forzar los ojos para coser de día y de noche,
y así se han afeado mis ojos, como veis.
- j Ah! ¿ sí? -replicó el príncipe-o Pues me
alegro mucho de saber todo eso, porque si una
mujer bonita puede convertirse en fea a causa
del trabajo, mi mujer no volverá a hilar, a
tejer ni a coser en toda su vida.
LA FLAUTA
DE OSBORN

En otro tiempo había un pequeño arrenda-


tario que se vió obligado a abandonar su gran-
ja al dueño del terreno, porque las malas co-
sechas le impidieron pagar el arrendamiento.
En cambio, si perdió todos sus bienes y for-
tuna, tenía tres hijos llamados Pedro, Pablo y
Osborn. Estos iban de un lado a otro, se de-
dicaban a toda suerte de pasatiempos y jue-
gos, pero no querían trabajar, pues no se con-
sideraban obligados a ello. Además, se creían
demasiado refinados para determinadas tareas
y no acababan de encontrar ninguna ocupa-
ción que les agradase. '
Por último Pedro se enteró de que el rey
buscaba un guardián para sus liebres. Dijo a
su padre que se disponía a pretender aquel
cargo, porque, a su juicio, era bastante agra-
dable y que, por otra parte, tenía la ventaja
62 LOS MEJORES CUENTOS

de que su amo sería el primer personaje del


remo.
lEl pobre 'padre creyó que su hijo no tenía
las condiciones debidas para aquella ocupa-
ción, ya que, para guardar las liebres del rey,
sería preciso ser muy activo. Pero, en fin, tu-
vo que consentir, porque Pedro estaba empe-
ñado en ir a palacio. Preparó una mochila
con su corto equipaje, que se cargó al hom-
bro y emprendió el camino.
Después de muchos días de viaje, encontró
a una anciana que tenía su larga nariz presa
en la hendidura del tronco de un árbol y que,
por más que tiraba, no podía libertarse. El jo-
ven, al contemplar aq~el espectáculo, se echó
a reír a carcajadas. .
-No te quedes ahí como un tonto-le dijo
la vieja-, ven a ayudar a una pobre anciana
como yo. Quise hender ese tronco, para hacer
leña de él pero, por desgracia, me acerqué de""
masiado y la nariz se quedó prendida en la
hendidura. Y hace más de cien años que estoy
aquí, sin poder soltarme.
Eso dijo, pero Pedro se limitó a reírse más
y más, porque aquello le pareció muy diver-
tido; y acabó diciendo a la vieja que si había
CUENTOS NORUEGOS 63
pasado allí más de cien años, podía continuar
de igual modo durante cien años más.
Al llegar a la granja del rey, fué aceptado
como guardián de las liebres. Le ofrecieron
muy buena paga y excelente comida y aun el
intendente de palacio le prometió la mano de
la princesa, si cumplía exactamente con su
obligación. En cambio, si se le escapaba tilla
sola liebre, sería condenado a que el verdugo
le cortase tres tiras de piel de la espalda y
arrojado a un pozo lleno de serpientes vene-
nosas. I "
Pedro aceptó imprudentemente y al amane-
cer del día siguiente le entregaron el rebaño
de liebres para que se las llevase a pastar.
El joven se alejó con aquellos roedores que,
al principio, se condujeron magníficamente.
Pero, más o menos hacia el mediodía, las lie-
bres empezaron a retorzar y a ir de un lado
a otro y a saltar por entre las matas.
Pedro echó a correr en una y otra dirección,
persiguiéndolas y se fatigó lo indecible, por-
que cuando conseguía coger alguna, se le es-
capaban dos más, y así continuó la cosa hasta
que ya no pudO' con su alma. Y en cuanto se
64 LOS ~ORES CUENTOS
puso el sol ya no quedabá una sola liebre como
muestra.
En vano fué que las llamara a grito pelado,
porque no compareció ninguna y así, cuando
estuvo de regreso en la granja real, encontró
al monarca acompañado por el verdugo, quien
aplicó a Pedro el castigo que se le había pro-
metido.
Después de algún tiempo Pablo, el segundo
hermano, se enteró de que en la granja real
faltaba un guardián para las liebres. Su padre
le hizo las mismas advertencias que a Pedro y
aun, quizá, añadió algunas, pero tampoco lo-
gró convencer al muchacho ya que éste, des-
pués de preparar su pequeño equipaje, em-
prendió la marcha. .
Cuando hubo transcurrido algún tiempo sin
tener nGticias de sus dos hermanos, Osborn
quiso, a su vez, dirigirse a la granja real, para
encargarse de las liebres del monarca. Comu-
nicó tal propósito a su padre, quien repitió las
advertencias que había hecho a sus hermanos
y aun añadió algunas otras. Pero tampoco ob-
tuvo resultado, porque su hijo menor se había
empeñado en emprender el viaje. Y así, des-
pués de hacer su equipaje, emprendió la
marcha.
¡ BlIenos dlas, abucla I
BIBLIOTECA NAO/GrIAL
DE MAESTROS
CUENTOS NORUEGOS 65
Después de varios días de viaje encontró a
aquella vieja que tenía la nariz cogida en la
hendidura del tronco de un árbol y que, sin
cesar, se esforzaba en libertarse, aunque sin
lograrlo. .
-Buenos días, abuela - dijo Osborn-.
¿ Qué hacéis ahí, tirando de vuestra nariz?
-Nunca nadie me había llamado abuela-
contestó la anciana-o Ven y ayúdame a liber-
tarme y luego dame algo que comer porque
hace más de cien ~ños que no he probado bo-
cado. Si haces eso, tal vez yo podré correspon-
derte luego con algún servicio cariñoso y pro-
pio de una abuela.
El muchacho abrió la hendedura para que
la pobre anciana pudiese retirar su nariz y
luego, sentándose a su lado, comió y bebió en
su compañía. Y la vieja tenía muy buen ape-
tito, como podéis imaginaros, de modo que, en
aquella comida, obtuvo la parte del león.
En cuanto hubieron terminado, la vieja dió
una flauta a Osborn que tenía la siguiente vir-
tud: cuando se soplaba por uno de sus ex-
tremos, se dispersaba en todas direcciones
cualquier cosa cuya desaparición se deseaba;
y si soplaba por el otro, reuníanse y congregá-
5
66 LOS MEJORES CUENTOS
banse de nuevo las cosas dispersas. Además,
en el caso de que alguien le quitase la flauta o
de que se perdiese, volvía a poder d€ su dueño
€n cuanto éste lo deseara.
-Es una flauta magnífica-observó Osborn.
Al llegar a la granja real lo aceptaron inme-
diatamente como guardián de las liebres. Di-
jéronle que el servicio era bueno, la comida
excelente y el sueldo crecido.
Añadió el intendente que si el joven se mos-
traba hábil en guardar las liebres del rey, qui-
zá pudiera alcanzar la mano d€ la princesa,
pero en cambio, si perdía una sola liebre, por
pequeña que fuese, le cortarían tres tiras de
piel en la espalda. En cuanto al rey, estaba
tan seguro de que el joven merecería este cas-
tigo, que, en el acto, fué a dar instrucciones a
su v€rdugo.
Osborn se dijo que el cuidado de las liebres
no le daría gran trabajo porque, al salir con
ellas, a la mañana siguiente, mostrábanse tan
dóciles como un rebaño de cabras. Además,
durante la primera parte del día, se conduje-
ron muy bien. Pero en cuanto llegaron a las
cercanías de las montañas y d€l bosque y el
sol ardía con toda su fuerza, empezaron a sal-
CUENTOS NORUEGOS 67
tar y a dispersarse en todas direcciones, de
modo que, al poco rato, ni una sola de ellas
era visible.
- j Eh! ¿ adónde vais ?-les gritaba Osborn.
- j Deteneos! j Pero, en fin, id al diablo si que-
réis!
Dicho esto sopló por un extremo de la flauta
y todas las liebres se alejaron más todaVÍa.
Pero, unas horas más tarde y cuando ya em-
pezaba a ponerse el sol el joven emprendió el
regreso a la granja y, al llegar a corta distan-
cia de la puerta, sopló por el extremo opuesto
de la flauta y, en el acto, todas las liebres se
congregaron, disponiéndose en filas ordenada-
mente, como si fuesen soldados pasando re-
vista.
-Es una flauta magnífica-pensó el joven.
Y, dando una voz de mando, todas las lie-
bres penetraron en la granja.
Junto a la puerta estaban el rey, la reina y
la princesa y se quedaron maravillados al ver
que aquel joven regresaba con todas las lie-
bres, sin que faltara una sola. El rey las contó
utilizando los dedos para ayudarse y, no con-
tento con realizar una vez esta operación, la
repitió dos o tres más. Pero no había duda.
68 LOS MEJORES CUENTOS

Allí estaban todas las liebres, sin que faltase


ni una.
-Ese muchacho es un guardián estupendo
-observó la princesa.
Al día siguiente Osborn volvió a salir con
el rebaño de liebres y como no le daba ningún
cuidado lo que pudieran hacer los animalitos,
se tendió a la sombra de un árbol para dor-
mir. Pero, desde la granja, le mandaron a una
doncella para que averiguase el medio de que
se valía para que no faltase ninguna liebre.
La joven se acercó a Osborn y, después de
trabar una cordial conversación con él, le pre-
guntó cuál era su secreto y él, con toda fran-
queza le mostró la flauta. Luego sopló por un
extremo y se dispersaron todas las liebres.
Cuando ya se habían perdido de vista, el jo-
ven sopló por el extremo opuesto de la flauta
y las liebres se reunieron otra vez, ordenada-
mente, sin que faltase ni una.
- j Qué flauta tan bonita !-exclamó la don-
cella.
y añadió que estaría dispuesta a dar cien
doblones por ella.
-Sí, es una flauta magnífica-contestó Os-
born.
Pero no quería venderla solamente por di-
CUENTOS NORUEGOS 69
nero. Si ella quisiera darle cien doblones de
oro y, además, un beso por cada doblón, se la
cedería.
¿ Por qué no? La doncella se manifestó dis-
puesta a aceptar el trato y aun, después de
darle el dinero y los besos, quedaría agrade-
cida.
De este modo adquirió la flauta, pero ape-
nas estaba a punto de llegar a la granja del
rey, cuando aquel instrumento musical des-
apareció, porque Osborn deseó recobrarlo. Y
así, a la puesta ilel sol, pudo reunir, de nuevo,
las liebres para devolverlas a la granja, de
modo que el rey, después de haberlas contado
una y otra vez, tuvo que convencerse, muy ad-
mirado, de que no faltaba ninguna.
Al tercer día el joven salió de nuevo con las
liebres y aquel día le enviaron a la princesa
con objeto de que se apoderase de la flauta
maravillosa. Ella se mostró muy afable con el
guardián de las liebres y luego le ofreció dos-
cientos doblones a cambio de la flauta y de las
instrucciones necesarias para hacer uso de
ella.
-Sí, es un~ flauta magnífica-contestó Os-
born.
Pero añadió que si bien no estaba en venta,
70 LOS MEJORES CUENTOS
no tenía inconveniente en cederla a la prin-
cesa, siempre y cuando ella le diese doscientos
doblones de oro y un beso por cada doblón.
Tal era el precio, de la flauta. Y si deseaba
conservarla, debía darle el consejo de que tu-
viese mucho cuidado con ella.
-Ese precio es exagerado para tal flauta-
pensó la princesa.
Luego hizo algunos mohines de desagrado
ante la exigencia de los besos pero, al fin, aca-
bó diciéndose que nadie podía verla y que,
puesto que no había más remedio ... En fin, es-
taba decidida a hacerse dueña de la flauta.
Así, en cuanto hubo pagado a Osborn, reci-
bió la flauta y la joven princesa se alejó, lle-
vándola muy bien asida en ·la mano. Pero en
cuanto llegó a la puerta de la granja, la flauta
desapareció resbalando por entre sus dedos.
En vista de aquel fracaso, la reina en per-
sona se dispuso a intentar la aventura. Es-
taba persuadida de que lograría volver con la
flauta.
Ofreció solamente cincuenta ducados de oro
al pastor, pero él le hizo aumentar el precio
hasta llegar a los trescientos. Osbom le dió a
entender que la flauta era magnífica y que, en
realidad, no estaba en venta. Sin embargo, en
CUENTOS NORUEGOS 71
obsequio a la soberana, consentiría en cederla
a cambio de los trescientos doblones y un beso
por cada uno.
y podemos añadir que la reina no se mostró
avara en la segunda parte del contrato.
En cuanto tuvo la flauta, la ató muy bien y
no le quitó los ojos de encima durante todo el
camino; mas, no por eso, alcanzó mejor resul-
tado que la doncella y la princesa, porque
cuando se disponía a mostrar la flauta observó
que había desaparecido. Y, por la tarde, Os-
born regresó llevando completo el rebaño de
liebres.
-Ya veo-observó el rey-que habré de
cuidar yo mismo de este asunto, pues, de otro
modo, no conseguiremos apoderarnos de esa
maldita flauta.
, Así, pues, cuando, al día siguiente, salió Os-
born llevando por delante su rebaño de liebres,
el rey no tardó en ir a su encuentro. Lo des-
cubrió tendido a la sombra de un árbol y en
el mismo lugar donde recibió a las tres mu-
jeres. El monarca, decidido a utilizar sus gran-
des dotes de diplomático, empezó por dirigir,
cordialmente, la palabra al pastor. Este le re-
plicó en tono adecuado, de modo que ambos
pasaron un rato muy ágradable, charlando de
72 LOS MEJORES CUENTOS

mil cosas y riéndose de lo lindo. Cualquiera


que los hubiese visto se figuraba que eran ex-
celentes amigos. Osborn le dejó examinar la
flauta y luego le mostró sus propiedades, so-
plando sucesivamente por ambos extremos.
Al rey le pareció que aquel instrumento era
maravilloso y se manifestó dispuesto a adqui-
rirlo aunque, para ello, hubiese de gastar mil
doblones de oro.
-Sí, es una flauta magnífica-exclamó el
pastor-y, desde luego, no la vendo por dine-
ro. ¿ Veis ese caballo blanco que hay a cierta
distancia ?-preguntó, señalando al bosque.
- j Claro que 10 veo! Es mi propio caballo.
Montado en él he venido-contestó el rey.
-Bien. Pues si queréis darme mil ducados
de oro y luego dar un beso a vuestro caballo,
os cederé mi flauta.
-¿No sería posible obtenerla sin esta con-
dición ?-preguntó el rey.
-No, de ninguna manera--<!ontestó el jo-
ven.
-Bueno-replicó el soberano-o Pero yo, a
mi vez, exijo el permiso de interponer mi pa-
ñuelo de seda entre la boca y el caballo.
Osborn le concedió esa pequeña satisfac-
ción. Y el rey obtuvo así la flauta, que se guar-
CUENTOS NORUEGOS 73
dó en la escarcela. Luego metió esta última
dentro del pecho de su jubón, abrochándoselo
con el mayor cuidado y emprendió el camino
de regreso.
Pero, en cuanto llegó a la granja y se dis-
_'O a sacar la flauta, para mostrarla a la rei-
na y a la princesa, a fin de vanagloriarse de
su habilidad, observó que el instrumento ha-
bía desaparecido. Y por la tarde, como de cos-
tumbre, llegó Osborn llevando por delante el
rebaño de liebres, sin que faltara una sola.
El rey se sinti6 lleno de despecho y encole-
rizado a la vez, al darse cuenta de que se había
dejado engañar. Por eso y a pesar de la pala-
bra dada, decidió quitar la vida al joven Os-
born, criterio que compartió su esposa. Sin
duda era mucho mejor librar al mundo de se-
mejante individuo.
Pero cuando el monarca comunicó tal deci-
sión al joven, éste no se manifestó conforme y
replicó que siempre se había limitado a cum-
plir exactamente sus obligaciones y a defen-
der su vida y su espalda.
-Lo siento mucho, amigo mío-replicó el
rey-, pero no hay remedio. Has de morir.
-Lo mismo opino-contestó la reina, que
74 LOS MEJORES CUENTOS
estaba muy enojada por la burla de que había
sido objeto.
-¿ y no me ofreceréis, siquiera-preguntó
Osborn-, la oportunidad de salvar mi vida de
algún modo?
El rey que, a pesar de todo, no era cruel,
reflexionó unos instantes y, al fin, dijo:
-Bien. Si eres capaz de llenar de mentiras
ese cuenco, de modo que rebosen, te perdo-
naré.
Osborn creyó que aquella condición no era
difícil ni peligrosa de llevar a cabo. Y dispo-
niéndose en el acto a llevar a cabo lo que ha-
bía indicado el monarca, empezó su historia
por el principio.
Habló de la anciana que tenía la nariz su-
jeta en el tronco del árbol. Luego se refirió a
la flauta y a como la obtuvo.
Después habló de la doncella que acudió a
su encuentro y le propuso comprar la flauta
por cien doblones de oro y un beso por cada
uno de ellos. Habló luego de la princesa que,
a su vez, también le dió un beso por cada mo-
neda de oro, cosa que nadie vió, porque esta-
ban solos en el bosque. Después dijo que la
misma reina, si bien se mostró un poco avara
con el dinero, fué generosa con los besos.
CUENTOS NORUEGOS 75
-Creo - observó la soberana - que ese
cuenco ya está lleno de mentiras.
-N o, no, de ningún modo - contestó el
rey-o Todavía no llegan al borde.
Entonces el joven dió cuenta de la visita
que le hiciera el mismo rey, habló del caballo
que le sirvió de cabalgadura y empezaba a re-
ferirse a las condiciones en que le vendió la
flauta, pero el rey lo interrumpió, diciendo:
- i Alto, muchacho! Las mentiras ya rebo-
san.
Osborn ya no corría peligro de perder la
vida. Y como, además, la princesa se había
enamorado de él, los padres de la joven no tu-
vieron más remedio que dársela en matrimo-
nio. Fué inevitable.
- j Oh, es una flauta magnífica! - pensaba
Osborn.
Luego y antes de que se celebrara la boda,
procuró que pusieran en libertad a sus dos her-
manos, los hizo curar muy bien y los mandó
a su casa y al lado de su padre, cargados de
riquísimos regalos.
EL MARIDO
QUE QUISO CUIDAR
DE LA CASA
Hubo un hombre de tan mal genio que siem-
pre reconvenía a su mujer porque, a su juicio,
no hacía nada bien: Y una noche, al llegar a S11
casa, empezó a maldecirla y a censurarla, de
tal modo, que ella le contestó:
-Mira, vale más que no te enojes. Mañana,
si quieres, cambiaremos de trabajo. Yo me iré
al campo con los segadores y tú quedarás al
cuidado de la casa.
El consintió de buena gana, deseoso de dar
una lección a su mujer y ésta, a la mañana si-
guiente, se dirigió al campo a segar, en tanto
que el marido se dispuso a encargarse de los
trabajos de la casa.
Ante todo quiso batir la leche para hacer
manteca, pero como tuviera sed, abandonó el
trabajo y se dirigió a la cueva para tomar un
jarro de cerveza.
78 LOS MEJORES CUENTOS

Cuando se disponía a tapar la cuba, oyó en-


trar al cerdO' en la cocina y subió a toda prisa
la escalera, con el tapón en la mano, por temor
de que el cerdo se le bebiese la leche. Al llegar
vió que el animal había derribado el caldero
de la leche y se irritó tanto que, sin recordar el
barril de cerveza, empezó a perseguir al cerdo.
En cuanto lo alcanzó diole tal puntapié que
lo dejó por muerto. Y recordando entonces
que había dejado el barril destapado, bajó a la
cueva, pero ya toda la cerveza se había derra-
mado por el suelo.
Fué en busca de más leche para hacer man-
teca y cuando hubo terminado la operación se
acordó de que la vaca aun no había salido del
establo. Pero se dijo que era ya demasiado tar-
de para llevarla al prado y, por lo tanto, prefi-
rió llevarla al tejado de la casa, que era de tie-
rra y estaba cubierta de hierba. Es de advertir
que la casa estaba apoyada por un lado en un
tajo, .de modo que le fué fácil hacer pasar la
vaca al tejado.
rromó un cubo para sacar agua del pozo, pe-
ro, al inclinarse sobre el brocal, volcó toda la
leche sobre sus propios hombros y luego fué
a parar al suelo.
Había llegado la hora de comer y ni siquie-
CUENTOS NORUEGOS 79

ra tenía preparada la manteca. Dispúsose a


hacer gachas y llenó la olla de agua, que colgó
sobre el hogar. Entonces se le ocurrió la posi-
bilidad de que la vaca se cayese del tejado y
se rompiera las patas o el cuello. Por consi-
guiente fué a atarla, haciendo pasar un extre-
mo de la cuerda por la chimenea. Y él mismo
se sujetó el cabo de cuerda al muslo. Hechos
estos preparativos se dispuso a echar la hari-
na a la olla. Pero antes tenía que molerla.
Mientras estaba ocupado en eso, la vaca se
cayó del tejado y, como es natural, arrastró al
hombre chimenea arriba. Se quedó cogido en
la chimenea sin posibilidad de soltarse y en
cuanto a la vaca estaba colgada a 10 largo de
la pared, sin tocar en el suelo y medio estran-
gulada.
Mientras tanto la esposa, que esperaba la
llegada del marido con la comida, acudió a ver
que pasaba. Pero al llegar a su casa, vió desde
fuera a la vaca colgada y se apresuró a cortar
la cuerda con su hoz, al hacerlo, el marido se
cayó de la chimenea, sobre las brasas del ho-
gar y así 10 encontró la buena mujer quemado,
dolorido y escaldado y sin que hubiera hecho
nada de provecho.
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