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Los Viajeros Vascos a la Venezuela Colonial

Los quinientos años que han seguido a tan «glorificada» hazaña de la aventura, han sido
quinientos años de invasión, forzada muchas veces, inevitable algunas, compleja siempre. Y
el agente de esa invasión lo fue la persona común y corriente.

Por muchos diestros o alocados descubridores, por muchos idealistas, ilusos o sangrientos
conquistadores, por muchas autoridades y todo el mundo de papel que trajeron consigo, u
ocasionaron, si no hubiese venido la persona común, sin importancia, transparente a los ojos
de la historia grandilocuente, la invasión de la que estoy hablando no se hubiese dado. El
complejo, doloroso y creador proceso de invasión, y la génesis de un nuevo mundo, se
dieron precisamente por la llegada continua de personas que vinieron, cada vez más,
pensando en quedarse en estas tierras, pensando en hacer América, pero para quedarse. Y
vinieron de todas partes, algunos ilusionados, otros a ver qué pasaba con sus vidas, muchos
contra su voluntad.

* Para la elaboración de estas ideas me he servido fundamentalmente de la extraordinaria


información que recoge José Eliseü López en su libro La emigración desde leí España
peninsular a Venezuela en los siglos XVI, XVfl y XVIII [Caracas, CDCH/BATM, 1999, 2T,
384p+445p]. Obviamente, el extraordinario trabajo de Vicente de Amézaga Aresti, El
elemento vasco en e! siglo XVIH venezolano, y otros trabajos, como los de Monserrat Gárate
Ojanguren y Gerardo Vivas, por nombrar los más recientes, o los míos propios, también han
podido ser usados, sobre todo como contraste y complemento, pero mi intención no ha sido
tanto presentar una hipótesis, como constatar una realidad en su tremenda diversidad y
complejidad.

Y vinieron a todas partes del perímetro del cont americano. Fueron a donde mejor se
pintaban las cosas. es< cir, a donde la posibilidad de mejorar ostensiblemente sus das
parecía más cierta. Y en el mapa que imaginariamente formaron los viajeros, Venezuela, o lo
que hoy es Venezuela fue siempre uno de los lugares más periféricos. México y y los lugares
por los cuales se llegaba a ellos, fueron los a des polos de atracción.

Y Venezuela pronto mostró dos . que la alejaban del centro de interés: por un lado, quedó >
que aquí no había oro para enriquecer a todos los que ansiaba» riqueza rápida; por otro, la
hostilidad de los pobladoi» autóctonos era feroz y escurridiza su presencia, lo que a vaos los
hacía inenfrentables y difíciles e incómodos enemigos.

los viajeros que fueron llegando a Venezuela vinieron soldados, bárbaros si los uñamos con
los preceptos de los derechos humanos actuales, aventureros que al ver que aquí había
poca cosa, pronto se fuero*. pero vinieron también, y más antes que tarde, campesinos oca
sus familias, no a «hacer la América» de los siglos XIX y XX sino a crear América sin saberlo,
y vinieron, también, funcionarios que pronto se mezclaron con los lugareños, los de anta y los
nuevos. Lo más característico de la invasión de las tien» y poblaciones del nuevo mundo es
que terminaron invadiéndose a sí mismos: si bien en un principio la llamada conquista se
hizo contra los habitantes originarios, pronto la colonizacicaí se hizo con y sobre los propios
agentes de la conquista.

De todo este proceso, poco se sabía hasta ahora. Conocemos las lamentables historias de la
conquista, las luchas entre los invasores y los invadidos; sabemos bastante sobre cómo se
fue formando un entramado de instituciones y esquemas legales que dan apariencia a un
nuevo mundo. Pero nada, o casi nada, sabíamos de los que he llamado agentes de la
invasión. No sabíamos nada del fondo de este proceso. \o sabíamos nada de quiénes habían
venido, quiénes se quedaron, quiénes «hicieron América» de otra forma. Es apenas reciente
la aparición de trabajos destinados a seguir la pista de estos viajeros, o por lo menos a
precisar quiénes fueron. Y para el caso venezolano, la reciente aparición de una obra, hija de
un largo trabajo, comienza a develar esta historia. José

Elíseo López [JEL], historiador demógrafo, ha publicado un libro, La emigración desde la


España peninsular a Venezuela en los siglos XVI, XVI! y XVIII, de cuyas ideas y amplio y
detallado anexo me he servido para dar forma a los comentarios que acompañan. En ella se
puede encontrar una larga lista de los pasajeros de Indias, de la cual se puede formar otra,
algo más corta, de los vascos que vinieron en esos trescientos años a lo que hoy es
Venezuela. No es la porción más importante de los emigrados a estas tierras, pero sí lo sufi -
ciente como para explicar la presencia de tantos apellidos y topónimos vascos en Venezuela,
ya desde antes de la tan conocida Compañía Guipuzcoana. Pero antes de comenzar a
hablar de ellos, permítaseme hacer algunas aclaraciones para dimensionar correctamente
los datos.

Hubo dos lugares, y momentos, en los que la procedencia pudo tener otro origen: Santo
Domingo, a lo largo del siglo XVI, y Cádiz, desde finales del siglo XVII. Cuando América vive
el fragor del descubrimien-to-conquista, lo que podríamos llamar la fase violenta y mili tar de
la invasión, Santo Domingo hizo de primera parada para muchos de los pasajeros de Indias.
Allí acudían, acompañando a Adelantados, Descubridores y Conquistadores, para luego, a
causa de la mítica imagen que en aquellos tiempos se tenía del nuevo mundo, por el fracaso
de otras empresas o aventuras, o porque se movían en la trama de la burocracia indiana,
dirigirse finalmente a un destino que los vería asentarse, formar o reunir familia, y separarse
finalmente de las raíces, vascas en nuestro caso, peninsular para la mayoría de estos
viajeros.

El caso nías conocido, pero no el único, es el de Simón de Bolívar, llamado «el vizcaíno»,
que en 1589 pasó de dicha isla a Venezuela, para quedarse y dejar descendencia. ¿Cuántos
vascos llegaron por medio de este mecanismo, a lo largo de los trescientos años de historia
colonial? No lo sabemos, ni podemos formarnos idea clara por ahora, pero no debieron ser
pocos si tomamos en cuenta que vascos fueron muchos de los burócratas que actuaron en la
Venezuela de aquella época. Por otra parte, y de esto ya hay información más precisa (en
parte por el.libro arriba citado), Cádiz fue un

lugar de encuentro de comerciantes vascos, y ya promediado el siglo XVII se habían


transformado en fuerza importante en el comercio indiano, primero asentados en Sevilla,
finalmente en Cádiz. La cantidad de comerciantes vascos que de allí viajan rutinariamente a
Venezuela, por poner un caso, es grandísima; son vascos que, aunque residentes o vecinos
de dicha ciudad, no pierden sus contactos ni con su lugar de origen ni con sus amigos o
parientes que, poco a poco se han ido asentando al otro lado del océano.

Probablemente, el resto de los vascos llegados a Venezuela salió directamente de la


península, bien fuese de las citadas Sevilla y Cádiz, bien fuese de los puertos vascos, o
vecinos, especialmente San Sebastián, Bilbao o Santander.
Como todos los demás viajeros, debían obtener permiso o licencia real, dejando fianza y
datos personales, como edad, procedencia, destino, profesión, estado civil y tiempo estimado
de permanencia en América. Las licencias o permisos reales se asentaban en unos libros
que se conocen como los de Pasajeros de Indias, pero no siempre los datos eran completos
o correctos, y a veces no se asentaban, de modo que muchos viajeros, y no sabemos
exactamente por qué, viajaron de la península a América, y Venezuela, sin haber dejado
mayor huella de su viaje. Y tampoco sabemos en qué cantidad o proporción. Por lo tanto, las
cifras que traeré a colación no serán sino ilustrativas, y más bien permitirán ver la cali dad y
circunstancia de los viajeros.

Una vez más, aquí hay algo de acto de equilibrio o de prestidigitad ón. Lo común es que en
la información dada por los pasajeros se detallasen tanto el lugar de nacimiento como el
nombre de los padres, junto al propio, y cuando el primero era positivamente vasco, no
queda mayor duda de su origen (lo cual tampoco es siempre cierto). Pero, ¿qué hacer
cuando el viajero tiene un evidente apellido vasco, pero notifica ser originario de otro lugar?
El recurso a los nombres de los padres, que también a veces acompañan con su lugar de
origen, puede ser válido, pero no siempre la operación «apellido vasco=emigrante vasco» es
válida. He considerado como emigrantes vascos a aquéllos que por los datos incorporados
me lucen vascos, a veces arbitrariamente; de la misma forma. no he contado a los
misioneros y gobernadores, que por lo general viajaban a América como burócratas o como
agentes de la cristianización, y no dejaban descendencia.

Por los datos que tenemos, la vasca fue una migración de segundo orden, lo que era de
esperar por el «monopolio-migratorio que supuso Sevilla y su entorno. De los 4.632 pa -
sajeros contabilizados por JEL, y según su interpretación, tan sólo 255 fueron vascos
(5,51%). La distribución, por siglos, fue como sigue: en el siglo XVI, vinieron 52 vascos entre
1.984 emigrantes (2,72%); en el siglo XVII, 86 de 1.319 (6,52%); y en el siglo XVIII, 115 de
1.329 (8,65%). De todos estos viajeros, los navarros (32%) son los más abundantes, y los
alaveses (14%) los menos; los vizcaínos, los que más viajan en el primer siglo (44%), y los
guipuzcoanos, los que más hacen en los últimos 50 años, (29%), a falta de datos del de los
100 que viajan entre 1751 y 1800.

Estas bajas cifras esconden, en realidad, una situación eresante: si atendemos a las
profesiones, el peso de los icos fue notorio en el caso de los criados, en el de los em-ados y
en el de cargadores, especialmente cuando la inicien vasca se hace más abundante.
Obviamente, si el siglo XVIII es el siglo de los vascos en Venezuela, gracias a la Compañía
Guipuzcoana, tanto la cantidad de los eos que vienen, como la calidad de los mismos,
depende-i de las necesidades de la empresa comercial. En los datos cuestión apenas
aparecen empleados o funcionarios de la ima, relativizando la incierta que los registros de los
pasáis indianos puede darnos, pues de los cientos de emplea- que debieron arribar a
Venezuela, tan sólo se señalan 6, diverso rango, y un Factor Principal, José de Amenábar, :
viaja en 1769

La denominación de criado puede prestarse a confusiones si la entendemos con criterios


actuales: ni criado era necesariamente el morroi que hoy día conocemos en el caserío vasco
(o hasta apenas ayer, para ser más exactos), ni era un empleado doméstico, que también
podía serlo. Muchos de los que vienen como criados (43 varones y 1 hembra), acompañan
su nombre con el de don, o pronto lo hacen, y el caso más notorio es el de Santiago de
Aristeguieta, procedente de Azpeitia y con 19 años, que en 1721 viaja a Caracas como criado
del Gobernador Diego Portales y Meneses, y dos años más tarde regresa (de ser el mismo),
corno cargador residente en Cádiz, trayendo mercadurías en dos navios, y con 21 años,
aunque dice ser de Aya. Probablemente, de allí salga la familia de los Aristeguieta, famosa
por las nueve musas caraqueñas, tres de las cuales (nietas del primero) casaron con tres
hermanos comerciantes de origen navarro (el Baztán), Triarte y Echeverría.

Los criados vascos acostumbraban acompañar a gobernadores y otros personajes de


renombre, desde Hernando de Insausti, que viene a la provincia de Venezuela como criado
del Obispo de Venezuela (Pedro de Agreda, entre 1560 y 1565), hasta Francisco de Paula
Zabala y Orbe que, con 12 años, dice ser originario de Cádiz (seguramente hijo de algún
comerciante vasco allí asentado) y viaja en 1790 como criado del gobernador Luis Antonio
Gil, asignado a la provincia de Guayana. La juventud de estos viajeros también es recurrente,
como es de esperar. Algunos casos resultan sugestivos: el obispo Manuel Machado y Luna
viaja en 1750 con abundante servidumbre, entre ellos un paje vasco, Pablo Anúes, de 21
años, procedente de Andoaín, y un ayudante de cámara, Miguel de Irimo, de 16 años,
originario de Azpeitia, ambos guipuzcoanos; su corta estadía de dos años como obispo en
Caracas sugiere, sin embargo, que sus criados viajaron con él a su nuevo destino.

Empleados y dependientes vinieron bastantes, 20 por lo menos, todos en la segunda mitad


del siglo XVIII, de los cuales 6 lo hicieron con la Guipuzcoana, como ya dije. Con el término
de empleado ha podido pasar lo mismo que con el de criado, prestarse a confusión, pues
varios vinieron a trabajar con parientes o conocidos, tanto en el ramo del comercio como en
el de la agricultura, como fue. el caso de Salvador Joaquín

Sein y Unsain, de 24 años, que en 1793 vino de Oyarzun a ayudar a su primo, Ignacio de
Oronoz, en el manejo de las fábricas de añil, o Miguel Joaquín de Oscoz, de Erbiti. Navarra,
que en 1792 vino a ayudar a su primo, Bartolomé de Azparren, del comercio de Caracas.
Curiosamente, estos personajes, que bien han podido dar origen a las locales familias Orono
o Azparren, no aparecen en los registros de los pasajeros de Indias, circunstancia que se
repetirá abundantemente.

Comerciantes y cargadores vinieron 40, según los registros que he utilizado. Cargadores
eran comerciantes que, a cuenta y riesgo propio, traían de la península géneros y
mercadurías, al decir de la época, para venderlos aquí. Con el producto de dicha venta, o a
través del trueque o pago en especie, embarcaban los frutos de Venezuela, especialmente
cacao, tabaco, cueros, y luego añil y café, y los llevaban a la península, donde tenían un
importante mercado. Los primeros cargadores aparecen en la segunda mitad del siglo XVIJ.
Venezuela, especialmente la provincia de Venezuela, ya es conocida como potencia agrícola,
especialmente por los tres primeros productos señalados arriba, pero también es conocida
por la escasa vinculación que tienen tales productos con el comercio peninsular, pues salía
mayoritariamente por vía del contrabando de los holandeses y judíos de Curazao.

Aventurarse en el comercio de sus frutos fue una apuesta cada vez más común, tanto que la
Compañía Guipuzcoana, y su sucesora, la Compañía de Filipinas, son consecuencia de tal
situación. Hasta la aparición de la primera, en 1728-1730, 20 cargadores habían venido
desde la península, fundamentalmente desde Sevilla y Cádiz.

Algunos repiten s^apuesta, como Juan López de Arcaute, de Arcaya, Álava, que en 1668
viaja a Caracas a comerciar por cuenta propia, en un navio del maestre Francisco
Zemborain, y regresa 9 años más tarde, en 1677. Curioso resulta que las embarcaciones
utilizadas por López de Arcaute, probablemente del comercio gaditano, tienen como
maestres a Antonio de Barrenechea, José de Urtuzaustegui, así como que traen a otros
comerciantes vascos en tales viajes, Andrés de Gaínza y Juan de Celaya, respectivamente.

La llegada de la Guipuzcoana margina o minimiza a los comerciantes y cargadores vascos,


que no vuelven a singularizarse hasta su desaparición; a partir de 1786, y hasta siglo, otros
20 comerciantes y cargadores se aventuran a| neficiar mercadurías en Venezuela. Así,
Antonio) Arrizurieta, de 34 años, regresa a Caracas, donde reside. < mercadurías por
221.739 reales de vellón (una fortuna I. que no tenemos noticia de cómo ni cuándo llegó a
Venes originalmente, ni de cuándo viajó a Cádiz. Como él, Jerónimo de Alzualde, en el
mismo año de 1786. mercadurías sin valor declarado, y Joaquín de Emasabel. < 431.122
reales de vellón en mercadurías, y probablemente! el mismo barco, la fragata La Purísima
Concepción. maestre Miguel de Dolorea. Por su parte, Domingo de Lequeitio, Vizcaya viaja
en 1787, 1789 y 1791 como • gador, aunque no tenemos noticias de su asentamiento
Venezuela. También un José Javier de Zuloaga, natura) Azpeitia y residente en Cádiz, viaja
en 1796 con 68.278 les de vellón en mercadurías. ¿Sería pariente de los Zule criollos,
quienes ya en 1740 tenían haciendas en la ce Choroní? Estos vascos que regresan a la
provincia de venezuela, son comerciantes asentados en ella, y probabler hacían
regularmente este viaje, de ida, a Cádiz u otros lud res de la península, incluso a sus
originarias tierras vascas.) donde vendían los frutos venezolanos, y de vuelta, cargs de
productos de la manufactura europea, o víveres de demanda en el mercado local. Siempre
había funcionado el comercio atlántico, pero ahora los inicialmente vascos. y( son
venezolanos, como se verá en gran medida en el proceso de guerras llamadas de
independencia, donde ; muchos criollos, vascos de primera o segunda generado» como José
Antonio Anzoátegui, probablemente pariente d Carlos de Anzoátegui, que viaja a Cumaná en
1773, por rre años, según el registro, o de Juan Bautista Arismendi, hijo d Miguel Arismendi, y
que por línea materna debe descende de Martín de Subero, de Durango, que viajó a la isla
de Margarita en 1622, como criado del tesorero Ruiz de Guizaburuaga.

Y ahora entro en otro asunto. Si a finales del siglo XVI es evidente la relación existente entre
miembros de la misr familia, o entre vecinos de origen en Euskadi, tanta que er práctica
común enviar los jóvenes de un lado del océano

otro, para educarse (de Venezuela a la Península, especialmente al cuidado de parientes en


Euskadi) o para hacerse como comerciantes (de Euskadi a Venezuela), ¿no es posible que
ello estuviese sucediendo desde los principios de la Guipuz-coana, vascos ya criollizados a
finales del siglo, pero vinculados con sus raíces, a través de sus parientes?

Sin noticias al respecto, ni siquiera imprecisas, poco podemos decir pero mucho podemos
imaginar. Especialmente si desde que desaparece la Guipuzcoana, de 78 vascos que
salieron para Venezuela, por lo menos 7 regresan al lugar en donde habitualmente residían,
o de donde eran originarios, como son los casos de Bernardo (de 18 años de edad) y Pablo
de Echezuría, probalmente hermanos, que tornan a Caracas en 1795 y 1796,
respectivamente, donde residen sus padres, Juan Miguel de Echezuria, del Baztan, y Micaela
Sanabria, de Caracas. Mientras tanto, 32 viajan llamados a reunirse con sus familiares, o a
acompañar a conocidos o vecinos de su lugar de origen, como son los casos de los años
1788 y 1789, cuando 7 jóvenes viajan en tales condiciones: José Antonio de Aldaia, de 18
años, natural de Aoiz, viaja a Puerto Cabello, a la compañía de su primo Juan José de
Andueza, que está establecido en el comercio de ella; Manuel Antonio de Indo, de 10 años,
de Pasajes, viaja a la compañía de Agustín de Indo, su padre; José Narciso de Vergara, de
14 años, de Urdax, viaja a la compañía de Custodio de Vergara, su padre, establecido en el
pueblo de Maracay; Martín José de Ordozgoiti, de 19 años, de Lesaca, pasa a la compañía
deTomás de Ordosgoiti, su padre, residente en Caracas; Miguel Ignacio de Aguirre, de 13
años, de Isaso, viaja a la compañía de Ignacio de Aramburu, su tío, a ayudarlo en el giro de
su comercio en Caracas; María Antonia de Seguróla, de Azpeitia, viaja a la compañía de
Nicolás de Garazarrote y Josefa de Seguróla, sus líos; Nicolás López de Ervina y Oraa, de
13 años, de Ibarguren, viaja a Caracas, a la compañía de José de Oraa, su tío carnal.
Ordinariamente lo hacen para colaborar en el trabajo, casi siempre en el comercio, a veces
en la agricultura.

Finalmente, varios son los que vienen a reunirse con familiares que forman parte de la
burocracia colonial, o los acompañan en sus viajes a Venezuela, entre los que destaca
Manuel de Echeandia, cuyo padre, Fernando Antonio de Echeandia, viaja por dos veces a
Venezuela, en 1791 a Guayana, y en 1800 a Caracas, siendo en ambos casos tesorero de la
Real Hacienda. Manuel, nacido en 1783 en el actual Ecuador, pasará a la historia como
militar patriota. Como tantos otros, había ido a Euskadi a educarse, como también lo había
hecho Sebastián de Osorio y Loaiza, de 23 años, que en 1792 regresa a San Sebastián de
Ocumare, donde vivían sus padres: había ido a Berastegui (Vizcaya), después de 1776, al
cuidado de José de Oronoz, a instruirse en las ciencias. Esta migración de finales del siglo
XVIII muestra no sólo la importancia que seguían teniendo las tierras venezolanas para los
vascos, sino también la formación de una comunidad vasco-venezolana, que mantenía
fuertes lazos con su tierra de origen, pero que ya apostaba por una nueva vida, en América.
No sabemos cómo afectaron los siguientes años de guerra esta situación, pero la migración
vasca, y en general la peninsular, cayó abruptamente para dar paso a un nuevo impulso, a
mediados del siglo XIX, pero ya con origen en otras partes de Europa.

Este pequeño panorama muestra el verdadero aporte de los vascos a Venezuela: los
venezolanos, pueblo de aluvión donde los haya, fueron y son resultado de infinidad de migra-
ciones, pequeñas, .modestas, trabajadoras, y entre esas migra-; vá^-^té'',ía 1..época colonial,
cuya historia, como la s, está por hacer. La Compañía Gqipuzcoaña,~así como los grandes
capitanes y la infinidad de gobernadores,.vascos que vinieron a Venezuela, habrán
deja^3'.clátó"recuerdo,=eii nuestra historia; estos otros vascos que-aquí he'querido
írééprdar-, dejaron no sólo su vida sino su

Esa continuidad ha sido valorada y adjetivada de infinidad de maneras, y con toda una
variada gama de acentos, pero si reducimos las cosas a lo básico, esa continuidad sólo
puede ser vista en toda su dimensión si la entendemos como invasión. Los quinientos años
que han seguido a tan «glorificada» hazaña de la aventura, han sido quinientos años de
invasión, forzada muchas veces, inevitable algunas, compleja siempre. Y el agente de esa
invasión Jo fue la persona común y corriente. Por muchos diestros o alocados descubridores,
por muchos idealistas, ilusos o sangrientos conquistadores, por muchas autoridades y todo el
mundo de papel que trajeron consigo, u ocasionaron, si no hubiese venido la persona común,
sin importancia, transparente a los ojos de la historia grandilocuente, la invasión de la que
estoy hablando no se hubiese dado. El complejo, doloroso y creador proceso de invasión, y
la génesis de un nuevo mundo, se dieron precisamente por la llegada continua de personas
que vinieron, cada vez más, pensando en quedarse en estas tierras, pensando en hacer
América, pero para quedarse. Y vinieron de todas partes, algunbs ilusionados, otros a ver
qué pasaba con sus vidas, muchos contra su voluntad.

' Para la elaboración de estas ideas me he servido fundamentalmente de la extraordinaria


información que recoge José Elíseo López en su libro La emigración desde la España
peninsular a Venezuela en los siglos XV!, XVII y XVIII [Caracas, CDCH/BATM, 1999, 2T,
384p+445pj. Obviamente, el extraordinario trabajo de Vicente de Amézaga Aresti, El
elemento vaneo en el siglo XVIII venezolano, y otros trabajos, como tos de Monserrat Gárate
Ojangoren y Gerardo Vivas, por nombrar los más recientes, o los míos propios, también han
podido ser usados, sobre todo como contraste y complemento, pero mi intención no ha sido
tanto presentar una hipótesis, como constatar una realidad en su tremenda diversidad y
complejidad.

Y vinieron a todas partes del perímetro del continente americano. Fueron a donde mejor se
pintaban las cosas, es decir, a donde la posibilidad de mejorar ostensiblemente sus vidas
parecía más cierta. Y en el mapa que imaginariamente se formaron los viajeros, Venezuela, o
lo que hoy es Venezuela, fue siempre uno de los lugares más periféricos. México y Perú, y
los lugares por los cuales se llegaba a ellos, fueron los grandes polos de atracción. Y
Venezuela pronto mostró dos caras que la alejaban del centro de interés: por un lado, quedó
dato que aquí no había oro para enriquecer a todos los que ansiaban riqueza rápida; por
otro, la hostilidad de los pobladores autóctonos era feroz y escurridiza su presencia, lo que a
veces los hacía inenfrentables y difíciles e incómodos enemigos. A las primeras de cambio,
los viajeros que fueron llegando a Venezuela fueron distintos a los que podríamos
ingenuamente pensar: obviamente vinieron soldados, bárbaros si los miramos con los
preceptos de los derechos humanos actuales, aventureros que al ver que aquí había poca
cosa, pronto se fueron; pero vinieron también, y más antes que tarde, campesinos con sus
familias, no a «hacer la América» de los siglos XIX y XX, sino a crear América sin saberlo, y
vinieron, también, funcionarios que pronto se mezclaron con los lugareños, los de antes y los
nuevos. Lo más característico de la invasión de las tierras y poblaciones del nuevo mundo es
que terminaron invadiéndose a sí mismos: sí bien en un principio la llamada conquista se
hizo contra los habitantes originarios, pronto la colonización se hizo con y sobre los propios
agentes de la conquista.

De todo este proceso, poco se sabía hasta ahora. Conocemos las lamentables historias de la
conquista, las luchas entre los invasores y los invadidos; sabemos bastante sobre cómo se
fue formando un entramado de instituciones y esquemas legales que dan apariencia a un
nuevo mundo. Pero nada, o casi nada, sabíamos de los que be llamado agentes de la
invasión. No sabíamos nada del fondo de este proceso.

No sabíamos nada de quiénes habían venido, quiénes se quedaron, quiénes «hicieron


América» de otra forma. Es apenas reciente la aparición de trabajos destinados a seguir la
pista de estos viajeros, o por lo menos a precisar quiénes fueron. Y para el caso venezolano,
la reciente aparición de una obra, hija de un largo trabajo, comienza a develar esta historia.
José Elíseo López [JEL], historiador demógrafo, ha publicado un libro, La emigración desde
la España peninsular a Venezuela en los siglos XVI, XVII y XVIII, de cuyas ideas y amplio y
detallado anexo me he servido para dar forma a los comentarios que acompañan. En ella se
puede encontrar una larga lista de los pasajeros de Indias, de la cual se puede formar otra,
algo más corta, de los vascos que vinieron en esos trescientos años a lo que hoy es
Venezuela. No es la porción más importante de los emigrados a estas tierras, pero sí lo sufi-
ciente como para explicar la presencia de tantos apellidos y topónimos vascos en Venezuela,
ya desde antes de la tan conocida Compañía Guipuzcoana. Pero antes de comenzar a
hablar de ellos, permítaseme hacer algunas aclaraciones para dimensionar correctamente
los datos.

¿De dónde venían los viajeros vascos a Venezuela?


Obviamente, venían de Euskadi. Pero no siempre llegaban directamente a Venezuela. Hubo
dos lugares, y momentos, en los que la procedencia pudo tener otro origen: Santo Domingo,
a lo largo del siglo XVI, y Cádiz, desde finales del siglo XVII. Cuando América vive el fragor
del descubrimien-to-conquista, lo que podríamos llamar la fase violenta y militar de la
invasión, Santo Domingo hizo de primera parada para muchos de los pasajeros de Indias. Allí
acudían, acompañando a Adelantados, Descubridores y Conquistadores, para luego, a causa
de la mítica imagen que en aquellos tiempos se tenía del nuevo mundo, por el fracaso de
otras empresas o aventuras, o porque se movían en la trama de la burocracia indiana,
dirigirse finalmente a un destino que los vería asentarse, formar o reunir familia, y separarse
finalmente de las raíces, vascas en nuestro caso, peninsular para la mayoría de estos
viajeros. El caso más conocido, pero no el único, es el de Simón de Bolívar, llamado «el
vizcaíno», que en 1589 pasó de dicha isla a Venezuela, para quedarse y dejar descendencia.
¿Cuántos vascos llegaron por medio de este mecanismo, a lo largo de los trescientos años
de historia colonial? No lo sabemos, ni podemos formarnos idea clara por ahora, pero no
debieron ser pocos si tomamos en cuenta que vascos fueron muchos de ios burócratas que
actuaron en la Venezuela de aquella época. Por otra parte, y de esto ya hay información más
precisa (en parte por el libro arriba citado), Cádiz fue un lugar de encuentro de comerciantes
vascos, y ya promediado el siglo XVII se habían transformado en fuerza importante en el
comercio indiano, primero asentados en Sevilla, finalmente en Cádiz. La cantidad de
comerciantes vascos que de allí viajan rutinariamente a Venezuela, por poner un caso, es
grandísima; son vascos que, aunque residentes o vecinos de dicha ciudad, no pierden sus
contactos ni con su lugar de origen ni con sus amigos o parientes que, poco a poco se han
ido asentando al otro lado del océano.

Probablemente, el resto de los vascos llegados a Venezuela salió directamente de (a


península, bien fuese de las citadas Sevilla y Cádiz, bien fuese de los puertos vascos, o
vecinos, especialmente San Sebastián, Bilbao o Santander.

¿Cómo se controlaba el tránsito de los viajeros vascos a Venezuela?


Como todos los demás viajeros, debían obtener permiso o licencia real, dejando fianza y
datos personales, como edad, procedencia, destino, profesión, estado civíl y tiempo estimado
de permanencia en América. Las licencias o permisos reales se asentaban en unos libros
que se conocen como los de Pasajeros de Indias, pero no siempre los datos eran completos
o correctos, y a veces no se asentaban, de modo que muchos viajeros, y no sabemos
exactamente por qué, viajaron de la península a América, y Venezuela, sin haber dejado
mayor huella de su viaje. Y tampoco sabemos en qué cantidad o proporción. Por lo tanto, las
cifras que traeré a colación no serán sino ilustrativas, y más bien permitirán ver la calidad y
circunstancia de los viajeros.

¿Cómo sabemos que eran viajeros vascos a Venezuela?


Una vez más, aquí hay algo de acto de equilibrio o de prestidigitación. Lo común es que en la
información dada por los pasajeros se detallasen tanto el lugar de nacimiento como el
nombre de los padres, junto al propio, y cuando el primero era positivamente vasco, no
queda mayor duda de su origen (lo cual tampoco es siempre cierto). Pero, ¿qué hacer
cuando el viajero tiene un evidente apellido vasco, pero notifica ser originario de otro lugar?
El recurso a los nombres de los padres, que también a veces acompañan con su lugar de
origen, puede ser válido, pero no siempre la operación «apellido vasco=emigrante vasco» es
válida. He considerado como emigrantes vascos a aquéllos que por los datos incorporados
me lucen vascos, a veces arbitrariamente; de la misma forma, no he contado a los
misioneros y gobernadores, que por lo genera] viajaban a América como burócratas o como
agentes de la cristianización, y no dejaban descendencia. Así, los datos sobre que manejaré
se distanciarán, a veces, de los formados por JEL.

Por los datos que tenemos, la vasca fue una migración de segundo orden, lo que era de
esperar por el «monopolio» migratorio que supuso Sevilla y su entorno. De los 4.632 pa-
sajeros contabilizados por JEL, y según su interpretación, tan sólo 255 fueron vascos
(5,51%). La distribución, por siglos, fue como sigue: en el siglo XVI, vinieron 52 vascos entre
1.984 emigrantes (2,72%); en el siglo XVII, 86 de 1.319 (6,52%); y en el siglo XVIII, 115 de
1.329 (8,65%). De todos estos viajeros, los navarros (32%.) son los más abundantes, y los
alaveses (14%) los menos; los vizcainos, los que más viajan en el primer siglo (44%), y los
guipuzcoanos, los que más lo hacen en los últimos 50 años, (29%), a falla de datos del 44%
de los 100 que viajan entre 1751 y 1800.

Estas bajas cifras esconden, en realidad, una situación interesante: si atendemos a las
profesiones, el peso de los vascos fue notorio en el caso de los criados, en el de los em-
pleados y en el de cargadores, especialmente cuando la migración vasca se hace más
abundante. Obviamente, si el siglo XVIH es el siglo de los vascos en Venezuela, gracias al
impacto de la Compañía Guipuzcoana, tanto la cantidad de los vascos que vienen, como la
calidad de los mismos, dependerán de las necesidades de la empresa comercial. En los
datos en cuestión apenas aparecen empleados o funcionarios de la misma, relativizando la
incierta que los registros de los pasajeros indianos puede darnos, pues de los cientos de
empleados que debieron arribar a Venezuela, tan sólo se señalan 6, de diverso rango, y un
Factor Principal, José de Amenábar, que viaja en 1769, y a quien acompañan 3 de los 6
antes aludidos.

La denominación de criado puede prestarse a confusiones si la entendemos con criterios


actuales: ni criado era necesariamente el mor roí que hoy día conocemos en el caserío vasco
fo hasta apenas ayer, para ser más exactos), ni era un empleado doméstico, que también
podía serlo. Muchos de los que vienen como criados (43 varones y 1 hembra), acompañan
su nombre con el de don, o pronto lo hacen, y el caso más notorio es el de Santiago de
Aristeguíeta, procedente de Azpeitia y con 19 años, que en 1721 viaja a Caracas como
criado del Gobernador Diego Portales y Meneses, y dos años más tarde regresa (de ser el
mismo), como cargador residente en Cádiz, trayendo mercadurías en dos navios, y con 21
años, aunque dice ser de Aya. Probablemente, de allí salga la familia de los Aristeguieta,
famosa por las nueve musas caraqueñas, tres de las cuales (nietas del primero) casaron con
tres hermanos comerciantes de origen navarro (el Baztán), Iriarte y Echeverría. Los criados
vascos acostumbraban acompañar a gobernadores y otros personajes de renombre, desde
Hernando de Insausti, que viene a la provincia de Venezuela como criado del Obispo de
Venezuela (Pedro de Agreda, entre 1560 y 1565), hasta Francisco de Paula Zabala y Orbe
que, con 12 años, dice ser originario de Cádiz (seguramente hijo de algún comerciante vasco
allí asentado) y viaja en 1790 como criado del gobernador Luis Antonio Gil, asignado a (a
provincia de Guayana. La juventud de estos viajeros también es recurrente, como es de
esperar. Algunos casos resultan sugestivos; el obispo Manuel Machado y Luna viaja en 1750
con abundante servidumbre, entre ellos un paje vasco, Pablo Anúes, de 21 años, procedente
de Andoain, y un ayudante de cámara, Miguel de Irimo, de 16 anos, originario de Azpeitia,
ambos guipuzcoanos; su corta estadía de dos años como obispo en Caracas sugiere, sin
embargo, que sus criados viajaron con él a su nuevo destino.

Empleados y dependientes vinieron bastantes, 20 por lo menos, todos en la segunda mitad


del siglo XVIII, de los cuales 6 lo hicieron con la Guipuzcoana, como ya dije. Con el término
de empleado ha podido pasar lo mismo que con el de criado, prestarse a confusión, pues
varios vinieron a trabajar con parientes o conocidos, tanto en el ramo del comercio como en
el de la agricultura, como fue. el caso de Salvador Joaquín Sein y Unsaín, de 24 años, que
en 1793 vino de Oyarzun a ayudar a su primo, Ignacio de Oronoz, en el manejo de las
fábricas de añil, o Miguel Joaquín de Oscoz, de Erbiti, Navarra, que en 1792 vino a ayudar a
su primo, Bartolomé de Azparren, del comercio de Caracas. Curiosamente, estos personajes,
que bien han podido dar origen a las locales familias Orono o Azparren, no aparecen en los
registros de los pasajeros de Indias, circunstancia que se repetirá abundantemente.
Comerciantes y cargadores vinieron 40, según los registros que he utilizado. Cargadores
eran comerciantes que, a cuenta y riesgo propio, traían de la península géneros y
mercadurías, al decir de la época, para venderlos aquí.

Con el producto de dicha venta, o a través del trueque o pago en especie, embarcaban los
frutos de Venezuela, especialmente cacao, tabaco, cueros, y luego añil y café, y los llevaban
a la península, donde tenían un importante mercado. Los primeros cargadores aparecen en
la segunda mitad del siglo XVII. Venezuela, especialmente la provincia de Venezuela, ya es
conocida como potencia agrícola, especialmente por los tres primeros productos señalados
arriba, pero también es conocida por la escasa vinculación que tienen tales productos con el
comercio peninsular, pues salía mayoritariamenté por vía del contrabando de los holandeses
y judíos de Curazao. Aventurarse en el comercio de sus frutos fue una apuesta cada vez más
común, tanto que la Compañía Guipuzcoana, y su sucesora, la Compañía de Filipinas, son
consecuencia de tal situación.

Hasta la aparición de la primera, en 1728-1730, 20 cargadores habían venido desde la


península, fundamentalmente desde Sevilla y Cádiz. Algunos repiten su^ apuesta, como
Juan López de Arcante, de Arcaya, Álava, que en 1668 viaja a Caracas a comerciar por
cuenta propia, en un navio del maestre Francisco Zemborain, y regresa 9 años más tarde, en
1677. Curioso resulta que las embarcaciones utilizadas por López de Arcaute, probablemente
del comercio gaditano, tienen como maestres a Antonio de Barrenechea, José de
Urtuzaustegui, así como que traen a otros comerciantes vascos en tales viajes, Andrés de
Gainza y Juan de Celaya, respectivamente.

La llegada de la Guipuzcoana margina o minimiza a los comerciantes y cargadores vascos,


que no vuelven a singularizarse hasta su desaparición; a partir de 1786, y hasta fin de siglo,
otros 20 comerciantes y cargadores se aventuran a beneficiar mercadurías en Venezuela.

Así, Antonio de Amzurieta, de 34 años, regresa a Caracas, donde reside, con mercadurías
por 221.739 reales de vellón (una fortuna), aunque no tenemos noticia de cómo ni cuándo
llegó a Venezuela originalmente, ni de cuándo viajó a Cádiz. Como él, regresan Jerónimo de
Alzualde, en el mismo año de 1786, con mercadurías sin valor declarado, y Joaquín de
Emasabel, con 431.122 reales de vellón en mercadurías, y probablemente en el mismo
barco, la fragata La Purísima Concepción, del maestre Miguel de Dolorea. Por su parte.
Domingo de Olave, de Lequeitio, Vizcaya viaja en 1787, 1789 y 1791 como cargador, aunque
no tenemos noticias de su asentamiento en Venezuela. También un José Javier de Zuloaga,
natural de Azpeitia y residente en Cádiz, viaja en 1796 con 68.278 reales de vellón en
mercadurías. ¿Sería pariente de los Zuloaga criollos, quienes ya en 1740 tenían haciendas
en la costera Choroní? Estos vascos que regresan a la provincia de Venezuela, son
comerciantes asentados en ella, y probablemente hacían regularmente este viaje, de ida, a
Cádiz u otros lugares de la península, incluso a sus originarias tierras vascas, y donde
vendían los frutos venezolanos, y de vuelta, cargados de productos de la manufactura
europea, o víveres de alta demanda en el mercado local. Siempre había funcionado así el
comercio atlántico, pero ahora los inicialmente vascos, ya son venezolanos, como se verá en
gran medida en el propio proceso de guerras llamadas de independencia, donde actúan
muchos criollos, vascos de primera o segunda generación, como José Antonio Anzoátegui,
probablemente pariente de Carlos de Anzoátegui, que viaja a Cumaná en 1773, por tres
años, según el registro, o de Juan Bautista Arismendi, hijo de Miguel Arismendi, y que por
línea materna debe descender de Martín de Subero, de Durango, que viajó a la isla de Mar-
garita en 1622, como criado del tesorero Ruiz de Guizaburuaga.

Y ahora entro en otro asunto. Si a finales del siglo XVIII es evidente la relación existente
entre miembros de la misma familia para educarse (de Venezuela a la Península, especial-
mente al cuidado de palíenles en Euskadi) o para hacerse como comerciantes (de Euskadi a
Venezuela), ¿no es posible que ello estuviese sucediendo desde los principios de la
Guipuzcoana, vascos ya criollízados a finales del siglo, pero vinculados con sus raíces, a
través de sus parientes?

Sin noticias al respecto, ni siquiera imprecisas, poco podemos decir pero mucho podemos
imaginar. Especialmente si desde que desaparece la Guipuzcoana, de 78 vascos que
salieron para Venezuela, por lo menos 7 regresan al lugar en donde habituaímente residían,
o de donde eran originarios, como son los casos de Bernardo (de 18 años de edad) y Pablo
de Echezuría, probalmente hermanos, que tornan a Caracas en 1795 y 1796,
respectivamente, donde residen sus padres, Juan Miguel de Echezuria, del Baztan, y Micaela
Sanabria, de Caracas. Mientras tanto, 32 viajan llamados a reunirse con sus familiares, o a
acompañar a conocidos o vecinos de su lugar de origen, como son los casos de los años
1788 y 1789, cuando 7 jóvenes viajan en tales condiciones: José Antonio de Aídaia, de 18
años, natural de Aoiz, viaja a Puerto Cabello, a la compañía de su primo Juan José de
Andueza, que está establecido en el comercio de ella; Manuel Antonio de Indo, de 10 años,
de Pasajes, viaja a la compañía de Agustín de Indo, su padre; José Narciso de Vergara, de
14 años, de Urdas, viaja a la compañía de Custodio de Vergara, su padre, establecido en el
pueblo de Maracay; Martín José de Ordozgoiti, de 19 años, de Lesaca, pasa a la compañía
deTomás de Ordosgoiti, su padre, residente en Caracas; Miguel Ignacio de Aguirre, de 13
años, de Isaso, viaja a la compañía de Ignacio de Aramburu, su tío, a ayudarlo en el giro de
su comercio en Caracas; María Antonia de Seguróla, de Azpeitia, viaja a la compañía de
Nicolás de Garazarrote y Josefa de Seguróla, sus tíos; Nicolás López de Ervina y Oraa, de
13 años, de Ibarguren, viaja a Caracas, a la compañía de José de Oraa, su tío carnal.
Ordinariamente lo hacen para colaborar en el trabajo, casi siempre en el comercio, a veces
en la agricultura. Finalmente, varios son los que vienen a reunirse con familiares que forman
pane de la burocracia colonial, o los acompañan en sus viajes a Venezuela, entre ios que
destaca Manuel de Echeandia, cuyo padre, Fernando Antonio de Echeandia, viaja por dos
veces a Venezuela, en 1791 a Guayaría, y en 1800 a Caracas, siendo en ambos casos
tesorero de la Real Hacienda. Manuel, nacido en 1783 en el actual Ecuador, pasará a la
historia como militar patriota. Como tantos otros, había ido a Euskadi a educarse, como
también lo había hecho Sebastián de Osorio y Loaiza, de 23 años, que en 1792 regresa a
San Sebastián de Ocumare, donde vivían sus padres: había ido a Berastegui (Vizcaya),
después de 1776, al cuidado de José de Oronoz, a instruirse en las ciencias. Esta migración
de finales del siglo XVIII muestra no sólo la importancia que seguían teniendo las tierras
venezolanas para los vascos, sino también la formación de una comunidad vasco-
venezolana, que mantenía fuertes lazos con su tierra de origen, pero que ya apostaba por
una nueva vida, en América. No sabemos cómo afectaron los siguientes años de guerra esta
situación, pero la migración vasca, y en general la peninsular, cayó abruptamente para dar
paso a un nuevo impulso, a mediados del siglo XIX, pero ya con origen en otras partes de
Europa.
Ramon Aizpurua Aguirre

Compilacion Edicion y Publicacion


Xabier Iñaki Amezaga Iribarren

Editorial Xamezaga
Catalogo de Obras 1.100
La Memoria de los Vascos en Venezuela
La mas extensa en referencia a la Diapsora Vasca America
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