Discursos Premios Nobel - Jose Chalarca
Discursos Premios Nobel - Jose Chalarca
Discursos Premios Nobel - Jose Chalarca
Discursos
premios Nobel
Discursos premios Nobel - 2
ePub r1.0
Titivillus 04.07.16
Título original: Discursos premios Nobel
José Chalarca & Czeslaw Milosz &
Odiseas Elytis & Yasunari Kawabata &
Toni Morrison & Camilo José Cela &
Seamus Heaney & Naguib Mahfouz & V.
S. Naipaul & Heinrich Böll & Wislawa
Szymborska & Joseph Brodsky, 2003
Traducción: Esperanza Vallejo Osorio &
Germán Villamizar & Colombia Truque
Vélez & Fernando Aristizábal & Marisol
Morales Díaz & Olga Rojas
Szetejnie, Lituania,
(1911). Premio
Nobel de Literatura
1980. Integrante de
la Resistencia polaca
durante la II Guerra
Mundial, este poeta y
novelista ha sido
considerado uno de
los más
representativos
escritores de la Europa del Este.
II
III
IV
No desearía dejar una imagen falsa de
que vivo volcado hacia el pasado. Como
la mayoría de mis contemporáneos he
sentido la punzada de la desesperación,
del fin amenazador, y me he reprochado
en algunas oportunidades el haber
sucumbido a la tentación del nihilismo.
Sin embargo a un nivel más profundo,
podría afirmar que mi poesía siempre
fue honesta, y aún en tiempos oscuros,
expresó la llegada de un reino de paz y
justicia. No podría prescindir de
nombrar a la persona que me enseñó a
no desesperar. Nosotros recibimos
dones considerables, no sólo de nuestra
tierra natal, sus lagos, ríos y tradiciones,
sino también de su gente, especialmente
si conocimos a alguien de poderosa
personalidad en nuestra juventud. Fue
una fortuna para mí ser tratado tan
cercanamente como un hijo, por mi
pariente Oscar Milosz: el visionario
exilado en París. Podríamos decir que
era un poeta francés y no polaco,
examinando la intrincada historia de una
familia y de un territorio anteriormente
llamado el Gran Ducado de Lituania. De
cualquier forma la prensa parisiense se
quejaba hace poco de que la más alta
distinción internacional no hubiera sido
concedida medio siglo antes a un poeta
cuyo apellido familiar me honra.
Aprendí mucho de él. Me transmitió
un profundo conocimiento del Antiguo y
el Nuevo Testamento y me inculcó la
necesidad de una estricta y ascética
jerarquía en todos los aspectos
mentales, generalizada incluso al arte,
donde consideraba grave ubicar en el
mismo nivel obras de segunda fila al
lado de piezas magistrales.
Especialmente lo escuché como al
profeta que ama a los hombres: con el
viejo amor ya gastado por la piedad, la
soledad y la indignación, según decía.
Razón por la cual siempre intentó lanzar
una advertencia a este mundo
enloquecido en su avance irremediable
hacia la destrucción. Muchas veces le
escuché decir que una catástrofe era
inminente pero también le oí plantear
que la conflagración que predecía sería
apenas la primera parte de un largo
drama destinado a ser representado
incesantemente hasta el final.
Él vio las causas profundas de la
errática dirección que había tomado la
ciencia en el siglo XVIII y que tuvo
funestas consecuencias para la
humanidad. Al igual que William Blake
presagió una Nueva Era, un segundo
renacimiento de la imaginación, hoy
degradada por cierto tipo de
conocimiento científico, aunque no por
todo el conocimiento ni por toda la
ciencia que descubrirán los hombres del
futuro. No importa hoy hasta dónde seguí
literalmente sus predicciones, su
orientación general fue suficiente.
Oscar Milosz como William Blake,
halló su inspiración en los escritos de
Emanuel Swedenborg, un científico que
anticipándose a todos, intuyó la derrota
del hombre que se encuentra latente en
el modelo newtoniano del universo.
Cuando gracias a mi pariente, me
convertí en un concentrado lector de
Swedenborg —aunque no lo
interpretara, es cierto, como era usual en
el romanticismo—, jamás imaginé que
visitaría por primera vez su país en una
ocasión como esta.
Nuestro siglo llega a su fin y por
influencias como la suya no me atrevería
a maldecirlo, pues ha sido también una
centuria de fe y esperanza. Una profunda
transformación de la que casi no somos
concientes, a causa de que formamos
parte de ella, ha venido forjándose con
lentitud, iluminándonos en ocasiones por
fenómenos que provocan el asombro
general. Este cambio está relacionado, y
evoco las palabras de Oscar Milosz, con
el secreto más profundo de las masas
trabajadoras, nunca antes tan vivas,
vibrantes y atormentadas. Este secreto,
que es una inconfesable necesidad de
valores reales, no halla el lenguaje para
expresarse, y aquí no solamente los
medios de comunicación sino los
intelectuales comparten una gran
responsabilidad. Pero la transformación
ha seguido su rumbo, desafiando las
predicciones a corto plazo, y es
probable que a pesar de todos los
horrores y peligros, nuestro tiempo será
juzgado como una fase necesaria de
trabajo anterior a la era en que la
humanidad ascienda a una nueva forma
de conocimiento. Entonces otra
jerarquía de valores emergerá, y estoy
convencido que Simone Weil y Oscar
Milosz, escritores en cuya escuela
obedientemente estudié, recibirán su
reconocimiento. Yo siento que todos
debemos confesar públicamente nuestra
deuda con ciertas personas, porque sólo
por esta vía definiremos nuestra
posición de una forma más enérgica, que
citando los nombres de aquellos a
quienes desearíamos hacer llegar un
violento no. Espero que en este
discurso, a pesar de la vaguedad de mi
reflexión, que debe estar relacionada
con un mal hábito profesional de los
poetas, mis síes y mis noes, hayan sido
definidos claramente, y puedan abrir un
camino para la elección de mi sucesor.
Porque todos los que nos encontramos
aquí, el conferencista como quienes me
escuchan, no somos más que eslabones
entre el pasado y el porvenir.
Heraklion, isla de
Creta (1911) -
Grecia (1996).
Premio Nobel de
Literatura 1979.
Reconocido como
uno de los mayores
poetas griegos de
todos los tiempos,
Elytis recibió entre
otras distinciones, el
Premio Nacional de Poesía de su país en
1960 y el doctorado Honoris Causa de la
Universidad de Tesalónica en el mismo
año.
Durante la Guerra
Civil española luchó
en el bando franquista, pero años más
tarde se convirtió en crítico de la
dictadura. Entre su obra que comprende
narrativa, poesía, memorias y libros de
viajes, se destacan: San Camilo, 1936
(1969), Mrs. Caldwell habla con su hijo
(1953), La familia de Pascual Duarte
(1942). La colmena (1951), Oficio de
tinieblas (1973), Cristo versus Arizona
(1988), Viaje a la Alcarria (1948), y Del
Miño al Bidasoa (1952). Su libro de
poemas Pisando la dudosa luz del día
(1945), le valió a partir del año de su
publicación, el reconocimiento de la
crítica local que posteriormente lo
definió como uno de los más prolíficos
escritores de su país.
Elogio de la fábula
Condado de Derry,
Irlanda del Norte,
(1939). Premio
Nobel de Literatura
en 1995. Poeta y
crítico literario,
impartió clases en
Queen’s College de
Belfast, entre 1966 y
1972 antes de
dedicarse por entero
a la literatura.
oy informante ni prisionero,
un emigrante interno de cabello largo
ativo;
ájaro del bosque
ndo de la masacre,
undido con los colores protectores
undido con los colores protectores
ronco y la corteza.
III
IV
El Cairo (1911).
Premio Nobel de
Literatura 1988.
Escritor egipcio,
autor de relatos,
novelas y guiones
cinematográficos.
Señoras y Señores:
A despecho de todo lo que
sucede a nuestro alrededor, estoy
comprometido con el optimismo
hasta el final. No digo con Kant
que el bien triunfará en el otro
mundo. El bien está logrando
victorias todos los días. Puede
incluso que el mal sea más débil
de lo que imaginamos. Ante
nosotros hay una prueba
innegable: si no fuera porque la
victoria está siempre del lado
del bien, hordas de humanos
vagabundos no hubieran sido
capaces de crecer y
multiplicarse, frente a bestias e
insectos, desastres naturales,
miedo y egoísmo. No hubieran
sido capaces de formar naciones,
sobresalir en creatividad e
invención, conquistar el espacio
exterior, y declarar los Derechos
Humanos. La verdad del asunto
es que el mal es un escandaloso
y tumultuoso corruptor, y que los
humanos recuerdan más lo que
duele que lo que complace.
Nuestro gran poeta Abul—
‘Alaa’ Al-Ma’ari tenía razón
cuando dijo:
Chaguanas, Trinidad y
Tobago (1932).
Premio Nobel de
Literatura 2001.
Vidiadhar Surajprasad
Naipaul, novelista y
ensayista británico
de origen hindú,
alternó durante
varios años su labor
narrativa con el
trabajo periodístico.
Colonia, Alemania
(1917 - 1985).
Premio Nobel de
Literatura 1972. Está
considerado como
una de las principales
figuras de la
literatura alemana
posterior a la
II Guerra Mundial.
Kornik, Oeste de
Polonia (1923).
Premio Nobel de
literatura 1996. Está
considerada como
una de las voces más
originales de la
poesía
contemporánea de su
país.
Leningrado -actual
San Petersburgo -
(1940). New Jersey,
USA (1996). Premio
Nobel de Literatura
1987. Fue la segunda
persona más joven
merecedora de este
honor, que recayó en
él a los cuarenta y
siete años de edad.
II
III
Aunque para un hombre cuya lengua
materna es el ruso, hablar de la maldad
política es tan natural como la digestión,
quisiera aquí, cambiar de tema. El
problema con los discursos acerca de lo
obvio es que corrompen la conciencia
con su facilidad, con la velocidad con
que aportan bienestar moral y la
sensación de estar en lo cierto. Aquí
yace su tentación, similar en su
naturaleza a la de un reformador social
quien engendra esta maldad. La
observación, o mejor la comprensión de
esta tentación y el rechazo de ella, son
tal vez causantes en cierta medida de los
destinos de muchos de mis
contemporáneos, responsables de la
literatura que emergió de sus plumas.
Esta literatura, no fue ni un vuelo desde
la historia ni un velo de la memoria,
como parece desde el exterior. ¿Cómo
podría uno escribir música después de
Auschwitz? preguntó Adorno; y alguien
que esté familiarizado con la historia
rusa puede repetir la misma pregunta
cambiando simplemente el nombre del
campo, y repetirla quizá con incluso
mayor justificación, puesto que el
número de personas que pereció en los
campos de Stalin sobrepasa con creces
la cifra de víctimas de prisión de los
campos de Alemania. ¿Y cómo puedes
almorzar?, me replicó, una vez, el poeta
americano Mark Strand. En mi caso, la
generación a la que pertenezco ha
probado ser capaz de escribir esa
música.
Esa generación nació precisamente
en el momento en que los hornos
crematorios de Auschwitz estaban
funcionando a todo vapor, cuando Stalin
estaba en el cenit de su endiosamiento;
poder absoluto que parecía subsidiado
por la propia madre naturaleza. Esa
generación vino al mundo, parece, con
el propósito de continuar lo que
teóricamente se suponía debía haber
sido interrumpido en esos hornos
crematorios y en las fosas comunes del
archipiélago de Stalin. El hecho de que
no todo fue interrumpido, al menos no en
Rusia, puede abonarse, y no en pequeña
proporción, a mi generación —a la que
estoy tan orgulloso de pertenecer como
al hecho de pararme hoy aquí—. La
razón por la que estoy ahora ante ustedes
es un reconocimiento a los servicios que
esa generación ha prestado a la cultura.
Rememorando una frase de Mandelstam,
yo agregaría, a la cultura del mundo. Y
mirando hacia atrás, puedo decir de
nuevo que estábamos comenzando en un
lugar vacío, sin duda, terroríficamente
arruinado. Intuitiva más que
concientemente, aspirábamos a la
recreación del efecto de continuidad de
la cultura, a la reconstrucción de sus
formas y tropos. Anhelábamos llenar sus
pocas formas sobrevivientes y con
frecuencia totalmente comprometidas
con nuestro propio contenido
contemporáneo nuevo, o que nos parecía
nuevo.
Allí existió presumiblemente otro
camino: la ruta de mayor deformación,
la poética de las ruinas y la miseria, del
minimalismo, de la respiración ahogada.
Si la rechazamos, no fue del todo porque
pensáramos que era la vía de
autodramatización, o porque
estuviéramos extremadamente animados
por la idea de preservar la herencia
nobiliaria de las formas de la cultura
que conocíamos, y que eran equivalentes
en nuestra conciencia, a formas de
dignidad humana. Lo rechazábamos
porque en realidad la opción no era
nuestra, sino de hecho, de la cultura, y
esta elección, de nuevo, fue estética
antes que moral.
Sin duda, es natural para una
persona percibirse no como un
instrumento de la cultura, sino al
contrario, como su creador o custodio.
Pero si hoy aseguro esto, no es porque al
término del siglo Veinte exista un cierto
encanto en parafrasear a Plotino, Lord
Shaftesbury, Schelling o a Novalis, sino
porque, a diferencia de cualquier otro,
un poeta siempre sabe que aquello que
se llama, en vernáculo la voz de la
musa, es en realidad, el dictado del
lenguaje; que la lengua no es su
instrumento, sino que él es la vía hacia
la continuación de su existencia. La
lengua, sin embargo, aún cuando uno la
imagine como una cierta criatura
animada (lo cual apenas sería justo), no
es capaz de elección ética.
Una persona decide escribir un
poema por una variedad de razones:
para ganar el corazón de su amado; para
expresar su actitud hacia la realidad que
lo rodea, sea ésta un paisaje o un
instante; para capturar su estado mental
en un tiempo determinado; para dejar —
como cree en el momento— un trazo en
la tierra. Acude a esta forma —el poema
— tal vez por razones de inconciencia
mimética: el coágulo vertical negro
sobre la hoja blanca presumiblemente le
recuerda su propia situación en el
mundo, el balance entre el espacio y su
cuerpo. Pero sin prestar atención a las
razones por las que toma la pluma, y sin
considerar el efecto producido en su
audiencia por lo que brota de ella, aún
cuando pueda ser grande o pequeña, la
consecuencia inmediata de esta empresa
es la sensación de entrar en contacto
directo con el lenguaje, o más
precisamente, la sensación de hacerse
inmediatamente dependiente de él, de
todo lo que ya ha sido dicho, escrito o
consumado con él.
Esta dependencia es absoluta,
despótica; pero también desencadenante.
Puesto que el lenguaje aún siendo
siempre más antiguo que el escritor,
posee la colosal energía centrífuga
impartida por su potencial temporal —
es decir, por el tiempo por venir—. Este
potencial está determinado no tanto por
el cuerpo cuantitativo de la nación que
lo habla (aunque también sea
determinado por éste), como por la
calidad del poema escrito en él. Basta
recordar a los autores de Grecia o Roma
antiguas; o evocar a Dante. Aquello que
está siendo creado hoy en ruso o en
inglés, por ejemplo, asegura también la
existencia de estos idiomas más allá del
curso del próximo milenio. El poeta,
deseo repetir, es la vía para la
existencia del lenguaje —o, como dijo
mi amado Auden—, es por quien vive.
Yo, que escribo estas líneas dejaré de
ser; también usted que las lee. Pero el
lenguaje con el cual están escritas y que
hace posible su lectura permanecerá, no
meramente porque el lenguaje es más
duradero que el hombre, sino porque
está más equiparado para la mutación.
Quien crea un poema, sin embargo,
lo escribe no porque juzga el
reconocimiento con posteridad, aunque
con frecuencia espera que un poema lo
sobreviva, al menos brevemente. Quien
escribe un poema lo hace porque el
lenguaje lo provoca o simplemente le
dicta la próxima línea. Al comenzar a
escribir, el poeta por norma ignora hacia
dónde se orientarán sus palabras y a
veces se sorprende por los giros que
toma su composición, debido a que en
ocasiones se hace mucho mejor de lo
que él esperaba, y eventualmente sus
pensamientos viajan más allá de lo
soñado. Y este es el momento en que el
futuro del lenguaje invade a su presente.
Existen, como es sabido, tres modos
de cognición: analítico, intuitivo, y
aquel que fue conocido por los profetas
bíblicos como revelación. Lo que
distingue a la poesía de otras formas de
literatura es que usa los tres a la vez
(gravitando primordialmente hacia el
segundo y el tercero). Pues todos están
dados en el lenguaje; y en ocasiones por
medio de una única palabra, una sola
rima, el autor de un poema se las arregla
para encontrarse donde nadie ha estado
nunca antes, incluso, quizá, donde ni él
mismo habría deseado estar. Quien
escribe un poema, lo hace por encima de
todo, pues la escritura de un verso es un
acelerador extraordinario de la
conciencia, del pensamiento, de la
comprensión del universo. Habiendo
experimentado esta aceleración una vez,
ya no se puede abandonar la opción de
repetirla; uno se hace dependiente de su
proceso, así como otros entran en la
dependencia de las drogas o el alcohol.
Quien se encuentra en este tipo de
dependencia del lenguaje es, creo, lo
que llaman un poeta.