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El documento discute la complejidad de definir una identidad nacional única para Argentina. Señala que el estado intenta homogeneizar la identidad a través de símbolos e instituciones, pero cada persona tiene una identidad propia influida por factores como su provincia o generación. Además, no todos los ciudadanos tienen las mismas oportunidades para desarrollar su identidad. En conclusión, más que una identidad nacional única, existen múltiples identidades dentro de una sociedad.
El documento discute la complejidad de definir una identidad nacional única para Argentina. Señala que el estado intenta homogeneizar la identidad a través de símbolos e instituciones, pero cada persona tiene una identidad propia influida por factores como su provincia o generación. Además, no todos los ciudadanos tienen las mismas oportunidades para desarrollar su identidad. En conclusión, más que una identidad nacional única, existen múltiples identidades dentro de una sociedad.
El documento discute la complejidad de definir una identidad nacional única para Argentina. Señala que el estado intenta homogeneizar la identidad a través de símbolos e instituciones, pero cada persona tiene una identidad propia influida por factores como su provincia o generación. Además, no todos los ciudadanos tienen las mismas oportunidades para desarrollar su identidad. En conclusión, más que una identidad nacional única, existen múltiples identidades dentro de una sociedad.
Al reflexionar sobre la construcción de la identidad nacional, antes
que nada, debemos interrogarnos y cuestionar los sentidos establecidos para este concepto. Suele decirse que la identidad nacional es lo que representa a todos los naturales y a los habitantes de un país. En el caso de la República Argentina, nuestra identidad nacional está representada en principio por los símbolos patrios: la bandera, el himno, la escarapela y el escudo. Además de los símbolos patrios, hay un panteón nacional formado por figuras históricas convertidas en nuestros próceres. Esta identidad se construye desde que nacemos mediante las instituciones estatales, sobre todo la escuela primaria y secundaria, y los medios de comunicación que se encargan de fortalecerla a lo largo de nuestras vidas. A su vez, nuestra identidad está también constituida por las costumbres de nuestra cultura popular. Podemos encontrar la afirmación de nuestra identidad en ese momento en el que nos ponemos eufóricos cuando nuestra selección nacional hace un gol, o mismo cuando nos juntamos los domingos con nuestra familia a comer un asado. Aunque si uno presta atención, inclusive en lo personal todas aquellas cosas que nos representan como argentinos se destacan y se hacen visibles, y hasta aún más significativas, a la hora de pararnos frente a un extranjero; y sobre todo en el momento en que visitamos otro país. Ahora bien, ¿alguna vez se detuvieron a pensar y preguntarse por qué todo eso me representa?, ¿si realmente quiere que sea así? ¿Desde cuándo se le dice a una persona qué es lo que la representa? El hecho de que vivamos dentro de un territorio determinado por un límite, obviamente político y económico, no supone que debamos sentirnos idénticos a alguien que vive en otra parte del mismo. A un gaucho se lo ve como un símbolo de identidad, si esto es así, ¿qué debemos hacer los bichos de ciudad? Cada poblador de un territorio debería plantearse si realmente quiere (porque así lo siente) sentirse identificado. A partir de este planteo, deberá reflexionar acerca de qué es la identidad nacional y de si existe una concreta. Y, por último, determinar si dentro de su concepto de identidad tiene lugar un sentimiento -verdadero o no- por aquellos factores que forma a la identidad argentina. Es interesante abrir la gran discusión, en base a la idea de que el argentino, en el acto de mostrarse mejor delante de un extranjero se “agranda” y habla de lo hermoso que es el país, pero luego se presenta una contradicción cuando en una reunión con sus íntimos, o bien con él mismo, dice la típica frase “qué país de mierda”. No debemos dejar de hablar del nacionalismo, un concepto muy grande. Abarca a todas aquellas personas que sienten un inmenso apego a su país, a todos aquellos habitantes que lo ven como el mejor, lo más grande y hasta luchan por defender ese ideal. Nunca, en ningún momento de la Historia, y para nada en este mundo, los extremos y los fanatismos fueron buenos, nunca llevaron a nada positivo. Y el nacionalismo es claramente un ideal híper extremista y todo aquel que lo defienda es fanático. Yo ni loca doy la vida por mi bandera, a mi me encanta, pero mi vida está primero y es prioridad. El antropólogo Alejandro Grimson, en una nota para el diario Perfil titulada “Acerca de la argentinidad”, afirma: “Una de las cosas más sorprendentes de conocer otras sociedades fue que no encontré ninguna en la cual las personas hablaran tan mal de su propio país como en la Argentina”. A esto se le puede adherir un tema tan actual como lo es lo ocurrido con la renuncia de Messi. Una parte de la sociedad lo criticó cada vez que erraba y se terminó yendo de la selección. Recién entonces lo valoraron. Otro caso que podemos usar es el de Johan Cruyff, un grande del fútbol holandés fallecido en marzo de este año, que se negó a venir al país en 1978 al mundial de fútbol por el simple hecho de no querer ser parte de toda una puesta en escena por parte del régimen político-militar de esa época de la Argentina. Porque en definitiva, el mundial del ‘78 se realizó en este territorio para tapar todas las desgracias provocadas por el gobierno de facto del momento. Este futbolista no pretendía apoyar la política asesina de esta etapa, como sí lo hicieron todos los demás participantes (directamente o por ignorancia). También es por eso que nuestra selección ganó la final. Ya que estamos hablando de la época militar y la identidad argentina, no quiero que olvidemos que más allá del terrorismo dictatorial, cuando vendían que “estábamos ganando” en la guerra de Malvinas, probablemente muchos de los ciudadanos que hoy apoyan a las Madres y Abuelas, en ese momento salieron a festejar y a apoyar al gobierno de facto. ¿Sirve tener una identidad nacional? Seguramente para poder diferenciarse de alguien de otro país. Pero, ¿para qué diferenciarse a partir de ese punto, si de otra persona -extranjera o no- uno se puede mostrar distinto por lo que ya se es, sin olvidar que cada individuo es único? Este año se cumplen 30 años de la muerte del escritor más importante que tuvo este país. Según una interpretación del historiador Jorge Abelardo Ramos en su libro Introducción a la América criolla, “Borges jugó al porteño, pero no al argentino. Para él, la Argentina ha sido siempre Buenos Aires”. Si fuese así, sería una posición válida, personal. Finalmente, a partir de esta exposición me gustaría que, aquellos que no lo hayan hecho, en algún momento se detengan y comiencen a pensar y preguntarse si realmente quieren que esta construcción de identidad nacional que hay en nuestro país impuesta en la sociedad históricamente, se priorice sobre algo tan importante como lo es la identidad propia. ¿Cuánto de lo que conocemos nos representa verdaderamente? ¿Cuánto de lo que conmemoramos hoy nos representa? Identidad nacional Pilar Luque, 4º año
A la hora de hablar de identidad nacional, creo yo -con mis escasos
conocimientos- que deberíamos pensar estos dos conceptos de manera aislados. En principio podemos definir el concepto de identidad como “la construcción propia de nosotros mismos, sin la determinación de alguna fuerza externa, de pensamientos o acciones”. En cuanto al concepto de nacional, sería “todo aquello que ocurre por fuera de lo extranjero”. Pero la gran pregunta sería, ¿son estos conceptos puestos en práctica, o nos imponen ciertos pensamientos erróneos de ellos? ¿Hay solo una identidad nacional, o varias? Por un lado podemos pensar que ésta se encuentra politizada, es decir que cierta institución, como el Estado o alguna de sus instituciones - un ejemplo fundamental es la Escuela- intenta establecer e inculcar una idea hacia los habitantes de este país. La identidad se puede ver planteada así, como cierta forma de comunidad dentro de la sociedad, pero esta puede desarrollarse de manera ajena a la nación en sí, en su totalidad. El caso sería: una gran comunidad con otras más pequeñas dentro, y este mismo concepto llevarlo a la identidad nacional como una que globalice al resto de las identidades propias de cada sujeto, comprendidas por gustos y pensamientos que las diferencien unas de otras. En nuestro país, por ejemplo, predomina el catolicismo, pero éste convive con otras religiones como las judías, musulmanas, armenias, entre otras, y no por esto una persona que sea católica será “más nacionalista” que un judío, o mismo que un ateo. Ahora bien, si nosotros tomamos la decisión de que dentro de esa identidad nacional haya otras que varían por ejemplo en religiones, idiomas, colores de piel, símbolos que la identifiquen, ¿seguiríamos hablando de una identidad nacional, o ya estaríamos hablando de distintas? Probablemente si el Estado se encontrase con esta situación, lo que intentaría hacer es uniformarlas y luego unificarlas, pero al hacerlo, nos dañarían por completo y perderíamos el principal concepto: “algo propio, ajeno al resto y, al mismo tiempo, igual al resto”. Así, lo que se estaría haciendo es obligarnos a ser algo que no somos. Dentro de cada país hay un intento por parte del Estado de uniformar a cada uno de los sujetos que viven en él. Se intenta homogeneizar la educación de todos los ciudadanos, sabiendo que una persona de cualquier provincia que esté por fuera de la de Buenos Aires puede llegar a pensar de una manera distinta a la hora de hablar de la Independencia que este año conmemoramos, o a la hora de defender “lo autóctono”, porque si bien pertenece a la Argentina, no quiere decir que sea un atributo de todas las provincias que la componen. Por otro lado, los jóvenes de hoy en día, a diferencia de la de nuestros padres o abuelos, tenemos distintas maneras de ver la sociedad y, mismo a diferencia de otros jóvenes. Por lo tanto, la construcción de nuestra identidad va a ser muy distinta, no vamos a compartir las mismas realidades pero tal vez compartamos muchos de los gustos y ahí tendríamos grandes similitudes. Si bien hay una fuerza mayor que intenta unificar a la identidad Argentina, al mismo tiempo la está dividiendo. No todos los argentinos recibimos la misma educación, no tenemos los mismos derechos ni las mismas oportunidades. Por ejemplo, con la posibilidad de educación que yo tuve y tengo, sé lo que me conviene y qué es lo que debo tener en cuenta a la hora de votar, los candidatos en los que me veo identificada y en los que no. Pero la pregunta sería, ¿todos tenemos las mismas posibilidades? Claramente no las tenemos, no todos podemos votar pensando y analizando lo que va a ser bueno para nuestro futuro. La política enoja a muchos, separa vínculos y hasta incluso familias, pero ¿llamamos traidores a aquellos que piensan distinto a nosotros o que votaron en contra a nuestros ideales? No lo hacemos. Llamamos traidores, por ejemplo, a todos aquellos que se fueron de la Argentina en el 2001 pero claramente preferimos que se queden políticos tomando todo lo que es nuestro, haciéndonos quedar como si nosotros no valiésemos nada; preferimos rodearnos de personas que hablan e insultan diariamente a su propio país como ninguno. Creernos que somos perfectos; mirar al otro con tal punto de soberbia y desprecio no sirve de nada. Y luego de todo esto, nos hacen creer que somos una única identidad, mientras que para muchos, lo que realmente nos unen son lazos mayores que objetos. Uno puede sentirse identificado en mayor medida con una persona que vive en otro país por alguna situación o gusto, mientras que no lo hace con la persona que está sentada a su lado, con la que comparte el territorio y tal vez la lengua. Pero quizás uno respeta su propia cultura y las ajenas, y puede que el otro no lo haga. Vivir en la Argentina no quiere decir que solo haya habitantes “buenos” y que en el resto del mundo no lo sean. En todos lados hay gente benévola y cruel. ¿Es esto posible realmente sentirnos identificados por vínculos o personas más que por los objetos nacionales? Personalmente, creo que es esto posible. Si uno no tuviese a su familia, sus amigos, si su educación no hubiera sido en el país en el que vive, la relación entre ese sujeto y la nación no sería más que una relación civil. Pero si esto fuese al revés, la relación tiene cierto grado de afecto. Supongamos que una pareja se conoce en la Argentina: nacieron, se criaron y estudiaron acá, pero por sus trabajos tienen que irse a vivir a otro país. Siguen siendo argentinos porque vuelven al país, tienen vínculos y tienen afecto por él. Entonces no es necesario vivir en el mismo territorio, ni hablar el mismo idioma, sino únicamente tenerle respeto y desarrollar una postura nacionalista equilibrada. Tranquilamente uno puede sentirse identificado por dos naciones y que esto no sea algo que perjudique o haga que esa persona se sienta desconcertada, ¿en dónde está escrito que uno se puede identificar con una sola cosa o que no puede identificarse con determinada nación, únicamente por un supuesto objeto que la representa? La mujer de hoy en día ya no tiene el mismo rol en la sociedad que hace unos años atrás, cuando su presencia estaba limitada a ser la sombra de los grandes próceres y hombres reconocidos. Probablemente muchas de ellas no se sintieran parte de la nación en sí. Las grandes figuras que representan a la Argentina hoy en día son hombres y, para muchas, se nos hace difícil encontrar cierta cercanía con ellos, no nos podemos ver identificadas. Por lo tanto, la identidad nacional para la mujer cambió en el último tiempo. Tal vez a ninguna se le hubiese pasado por la cabeza romper con ese deber, no dejarían de ser las acompañantes para ser las acompañadas. El rol que ocupamos no es el mismo, el espacio que tenemos para desarrollar nuestros pensamientos es mucho más amplio, pero no es el mismo que el de los hombres y es difícil que sea equitativo. La historia Argentina hace referencia, en su mayoría, a hombres. Solo unas pocas mujeres, como Juana Azurduy, se encuentran en los libros. Pero hoy podemos pensar y sentir que eso ya no forma parte de nuestra identidad, y menos de la nacional. Si bien somos un país poco nacionalista, a la hora de ver un partido de fútbol nuestra mentalidad cambia -siempre y cuando seamos nosotros los que ganemos-. Para muchos es correcto que piensen a la Argentina como Messi, Maradona y el Papa; para otros, el dulce de leche, el mate, el asado y los gauchos son lo correcto. Gran cantidad de países, incluso las primeras potencias, tienen esta manera simbólica de representarla. Pero, ¿somos realmente eso? ¿Será que nos aguantamos todo eso, sabiendo que es mentira, porque lo dicen los países más importantes del mundo? Como dice Alejandro Grimson en un texto acerca de la argentinidad publicado en el diario Perfil: “(...) Los dominados ‘se aguantan’ la humillación (no la enfrentan) solamente si creen que los dominadores son seres humanos superiores en algún aspecto (...)”. ¿Por qué creemos que los argentinos somos menos ante un europeo? ¿Solamente porque nos conquistaron y se apropiaron de nuestras tierras? Intentemos pensar un poco, volver a la historia de nuestros antepasados, ¿cuantos de acá son hijos de descendientes europeos o mestizos? Propongo que nos replanteemos nuestra identidad y con ella intentemos generar una única. Es algo imposible. Somos sujetos, no individuos. No somos seres aislados, hay lazos que nos unen, pero estos no son los mismos para todos. Tenemos gustos, creencias, pensamientos, religiones muy distintas, pero lo importante para generar una identidad nacional no es que todos estos factores sean iguales entre la sociedad, sino que cada uno pueda respetar al otro y convivir en un mismo territorio. El respeto, la heterogeneidad, las diferentes culturas hacen a la nación, no es ésta la que hace al Hombre. Por lo tanto, creo que no hay una única identidad nacional; que cada uno debe elegir cómo ser un actor activo, y la forma en que sea parte de ella.
Identidad nacional Ángeles La Rosa, 4º año
¿Qué es la identidad nacional? ¿Existe una definición precisa y única?
¿Es estática o cambia con el tiempo? La identidad nacional es un concepto difuso, abstracto, relativo e impreciso. Es muy complejo generar una definición, y hasta puede ser imposible que sea la definitiva. No se la puede fácilmente calificar con adjetivos ni tampoco es algo tangible o perceptible. Para un primer acercamiento a esta noción podemos basarnos en un concepto denominado: “Estadío del espejo”, el cual forma parte de la teoría de Jacques Lacan, y plantea que una identidad va a construirse siempre a partir de un otro, de un ente externo. Por lo tanto, podemos afirmar que esta –la identidad- va a ser producto de una relación nuestra con el afuera, con los otros significativos, con los demás. Se nos permite seguir aproximándonos a la idea de identidad nacional tomando ciertos hechos empíricos. Para comenzar, hay que tener en claro que en este caso vamos a dialogar sobre la identidad de la Argentina. En un principio, esta última es un país delimitado con personas viviendo dentro de ese espacio demarcado. Pero podemos afirmar que es un poco más complejo que eso, ya que estos individuos van a tener una historia en común dado que todos allí fueron gobernados por las mismas políticas. También van a compartir una cultura, una bandera, un idioma, una escarapela, comidas típicas, referentes, etc. La identidad nacional de la Argentina plantea, además, un arquetipo de igualdad entre sus habitantes y a partir de esto se puede hablar de la idea de unión: una cantidad de humanos que viven en un mismo territorio, espacio y tiempo, enlazados por todos estos aspectos en un estado de igualdad. Pero, ¿hasta dónde es cierta esta concepción? ¿La identidad nacional pretende generar una unión o pretende uniformarnos? Al hablar de ella estamos provocando una noción en la cual todos los integrantes de la Argentina van a estar afectados. Esta identidad nacional va a englobar miles de conceptos y volcarlos en una sociedad. Es decir, todos los aspectos que esta toma van a adjudicársele, se quiera o no, a su íntegra población. Y a partir de estos se puede llegar a una generalización errónea. Esta última resquebraja la expresión de distintas opiniones, ¿qué sucede con el que piensa diferente? O simplemente, ¿qué ocurre con el que realiza algo que estaría “ofendiendo a nuestra identidad nacional”? Se plantea en un texto de Abelardo Ramos que el que aprende inglés es un traidor para la patria: “el inglés no lo aprendió en una academia de la calle Maipú, como tantos cipayitos que quieren huir de su patria”. Diría Ramos, para explicar la formación de un intelectual, que aprendió el idioma por enseñanza familiar, y así oponerlo a los otros, que supuestamente se capacitan para irse del país. Y entonces, ¿qué sucedería directamente si alguien no se siente identificado con la Argentina?, ¿sería desleal, o simplemente sería una persona que puede expresar sus opiniones? Se habla de libertad, se conmemora la independencia, pero tenemos que estar atados a estos ideales. ¿Qué es peor, una persona que se queda con el dinero destinado a la construcción de un hospital pero que es “nacionalista”, o un hombre que no se siente identificado o querría vivir en otro país? Yo creo que ni deberíamos preguntarlo. Hay un fino borde que plantea habitualmente la identidad nacional: basarse en ideales tangibles -como una bandera- y no en los vínculos. Dentro de ella deberían estar más que fomentadas las relaciones sociales entre los argentinos; y no solamente entre estos últimos, sino que también entre todo el mundo. Se dice que lo que nos une en la identidad nacional es que todos somos iguales, que hablamos el mismo idioma, que poseemos el mismo himno. Pero no se tiene en cuenta la desigualdad de posibilidades. Yo, desde una posición favorable en comparación con otras, lamento mucho ver gente viviendo en malas condiciones, con hambre y frío. Y un claro ejemplo que representa la desigualdad de posibilidades es el voto, un procedimiento con resultados tangibles. Un chico o chica de mi misma edad, que vive en una zona carenciada, no tiene el mismo conocimiento que yo para juzgar a los que se presentan a elecciones, y no por ser menos capaces: simplemente, por no tener el acceso a la formación, al diálogo, al pensamiento crítico… Al mismo tiempo, existe un aspecto muy importante que tampoco es promovido en la identidad nacional: la solidaridad. Esta idea también forma parte de los vínculos entre argentinos y la idea de igualdad. ¿Por qué no se tiene en cuenta a toda la población si, supuestamente, somos iguales? Zonas vulnerables y en plena exposición, por ejemplo a inundaciones, son “ayudadas” porque reciben colchones. Pero a largo plazo esa región, y así su población, van a seguir inundándose si no se les proveen las obras correspondientes. En algún momento de nuestra historia la identidad nacional se fomentó mediante una diferenciación negativa. Para ejemplificar esta afirmación sirve tanto el ejemplo de la actitud de los militares en Argentina, como el de Margaret Thatcher en Gran Bretaña: ambos utilizaron la guerra de Malvinas para mejorar su situación ante la opinión pública. De ese modo, manipularon la identidad nacional con actos de falso patriotismo. Hay imágenes con fotos de la Plaza de Mayo repleta, donde la población “olvidaba” injusticias y apoyaba a la dictadura. Retomando a Lacan, se está generando una imagen de completud: una identidad nacional pero que es ilusoria. Así como el bebé se siente completo en el espejo, la población se siente unida. Pero este bebé no puede caminar por sí mismo y sólo se puede ver parado e íntegro porque su madre lo está sosteniendo. Y la población se siente aliada pero este sentimiento es por imposición y es obtenido mediante hechos ilícitos como muertes y destrucción. Nos generaron una noción ilusoria de identidad nacional. Si yo hubiese seguido aquél mandato estatal, que indicaba que “todos los ingleses son piratas”, yo sería una cipaya si escuchara los Rolling Stones. Es decir, me quedaría con una percepción ilusoria sobre la realidad que no generaría un acercamiento a mi pueblo ni me formaría como persona. Habíamos mencionado antes que la identidad nacional apela constantemente a referentes. Estos pueden ser artistas, jugadores de fútbol, historiadores, escritores, etc., y mediante una manera implícita - accidental o impulsada mediante una propaganda política- forman parte de la identidad nacional. De la misma manera, la población va a recurrir a ellos como figuras de identificación. Para basar esta aseveración en un hecho verídico podemos aplicarlo a algo muy cotidiano: un extranjero, al hablar de Argentina piensa en Messi o distintas personas reconocidas por pertenecer a este país. Y nosotros mismos, de una manera inconsciente los reconocemos como propios, pero ¿qué sucede cuando un referente no se siente identificado con la Argentina? Borges, un escritor nacional de los más destacados de la literatura del siglo XX mencionó en una entrevista del diario Perfil que hubiese deseado ser suizo. Agregó también, con su destacado tono irónico, que “el castellano es una lengua irremediable con la cual es imposible hacer gran cosa” y que esta ciudad, con su apartamento, forman parte de su destino y que nunca saldría de allí. En la primera frase se puede notar que Borges no necesariamente adoraba su lengua, aunque cabe aclarar que el tono que usa es bastante provocador. Borges logra generar con estas afirmaciones esta pregunta que se había planteado antes. También, en la segunda frase, el autor habla sobre su destino sudamericano. Este anhelaba la sofisticación europea pero con esa frase expresa su descontento con su realidad sudamericana, ¿está mal no sentirse identificado con su país? En conclusión, por más de sentirnos identificados o no con la Argentina, yo opino que es importante reflexionar sobre ella y pensar analíticamente cada vez que presintamos que desde alguna institución se nos está inculcando algo que no pedimos. Y a la vez considero que la forma en la que soy argentina depende de mí y no me la va a imponer un otro. Soy ciudadana de un mundo, mi identidad se basa en vínculos y no únicamente en símbolos tangibles como una bandera o un mate. Quiero que la diferenciación negativa -el caso más frecuente sería “odiar al mismo extranjero”- no sea algo que me una con otros argentinos, no quiero que mi país me genere una identidad que después sea detestada por otras. Es decir, no deseo ser valorada por hechos impuestos por un Gobierno, como por ejemplo: la actitud de mi país en una guerra. No quiero viajar a Inglaterra y que sus ciudadanos me detecten como una enemiga y tampoco ser visualizada como una cipaya por mis compatriotas. Fomentemos una identidad nacional solidaria, de una verdadera igualdad, un país que se vincule positivamente con el exterior. Una nación que avale la expresión de cada uno de los habitantes. Un país que no manipule la historia ni no nos confunda con estereotipos; tanto “un país con buena gente” como “somos derechos y humanos” son generalizaciones que quieren inculcar una idea que no puede jamás englobar a toda una nación. Y también hay que tener en cuenta que esos slogans fueron ideados por líderes que, desde mi punto de vista, no los honraron. Elijamos en qué forma queremos desarrollar nuestra identidad nacional.