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IGLESIA DEL SALVADOR DE TOLEDO (ESPAÑA)
Y LOS OTROS NUEVE
¿EN DÓNDE ESTÁN?
¿QUÉ HACE Y QUÉ DICE
EL CORAZÓN DE JESÚS
EN EL SAGRARIO?
SAN MANUEL GONZÁLEZ, OBISPO DE LOS SAGRARIOS ABANDONADOS
Título original
Y LOS OTROS NUEVE ¿EN DÓNDE ESTÁN? HORA SANTA CON SAN MANUEL GONZÁLEZ, OBISPO DE LOS SAGRARIOS ABANDONADOS
IGLESIA DEL SALVADOR DE TOLEDO (ESPAÑA)
Y LOS OTROS NUEVE
¿EN DÓNDE ESTÁN?
¿QUÉ HACE Y QUÉ DICE
EL CORAZÓN DE JESÚS
EN EL SAGRARIO?
SAN MANUEL GONZÁLEZ, OBISPO DE LOS SAGRARIOS ABANDONADOS
IGLESIA DEL SALVADOR DE TOLEDO (ESPAÑA)
Y LOS OTROS NUEVE
¿EN DÓNDE ESTÁN?
¿QUÉ HACE Y QUÉ DICE
EL CORAZÓN DE JESÚS
EN EL SAGRARIO?
SAN MANUEL GONZÁLEZ, OBISPO DE LOS SAGRARIOS ABANDONADOS
¿EN DÓNDE ESTÁN? ¿QUÉ HACE Y QUÉ DICE EL CORAZÓN DE JESÚS EN EL SAGRARIO? SAN MANUEL GONZÁLEZ, OBISPO DE LOS SAGRARIOS ABANDONADOS
Lectura del santo evangelio según san Lucas 17, 11-19
Una vez, yendo camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea.
Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: -«Jesús, maestro, ten compasión de nosotros». Al verlos, les dijo: -«Id a presentaros a los sacerdotes». Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias. Este era un samaritano. Jesús, tomó la palabra y dijo: -«¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?». Y le dijo: -«Levántate, vete; tu fe te ha salvado». Y LOS OTROS NUEVE ¿EN DÓNDE ESTÁN? (Lc 17,17)
Conoces esa pregunta, ¿verdad? Es la que arrancó a mi Corazón la
vuelta de un solo leproso de los diez que milagrosamente curé. Si te has detenido en saborear esas palabras, habrás conocido que no es una pregunta de curiosidad, que no tuve jamás ni pude tener, ni de ignorancia, que a mis ojos está todo patente, y que más que una pregunta es una queja. Y ¡qué de adentro me salió! Tan de adentro como la compasión que me impulsó a limpiarlos de su horrible mal.
Lo que es un milagro de Jesús
¿Tú sabes lo que son y cómo son mis milagros? ¡Los míos! ¡Los del Testamento Nuevo! Los hombres los suelen mirar como espléndidas ostentaciones de mi poder; y eso principalmente eran mis milagros del Testamento Antiguo. Pero ahora que Dios se ha hecho hombre para hacer a los hombres Dios, un milagro mío no es sólo poder, y ya lo necesita infinito, es también amor, y si en mis atributos cupieran el más y el menos, te diría que es más amor que poder. Un milagro mío más que explosión de volcán que arrasa, quema y asola, es estallido de beso, que abrasa y no quema; más que torrente de fuerza devastadora, es gota de lágrima que borra, ablanda y limpia; más que fulgor de rayo que deslumbra y ciega, es mirada que rinde y enloquece... Para tu lenguaje, te diré que, cuando Yo hago un milagro, no se me queda cansada la mano, aunque haya tenido que dar con ella de comer pan milagroso a miles de hambrientos, sino ¡el Corazón! ¡Ése, ése es el que hace mis milagros! Ése es el que si pudiera cansarse se quedaría cansado después de cada milagro.
La amargura del milagro no agradecido
Y ahora comprenderás mejor la amargura de aquella mi pregunta
y queja de los nueve curados que no volvieron. No volver a darme las gracias y estarse conmigo era dejarme, como me cantaba el poeta, con el pecho del amor muy lastimado. Como se les quedará a las madres que no pueden mirar ni besar a sus hijos, ni derramar sobre ellos una lágrima porque no vienen a verlas... Y ya te he dicho que mis milagros son eso: miradas, besos, lágrimas de infinito Amador... Mal está y me hiere mucho el que me dejen solo los hombres del mundo que apenas me conocen: ¡me deben tanto todos! Pero ¿pasar también porque me vuelvan las espaldas hasta los mismos que acaban de recibir ¡un milagro mío...!? ¿Qué corazón es ése que estiláis los hombres conmigo? Cada Comunión que se da y cada minuto que pasa de presencia real mío en cada Sagrario son otros tantos milagros míos, y ¡de los más grandes! ¿Podréis contar su número? ¡Imposible! ¡Qué pena! Tan imposible es también contar el número de espaldas que ¡cada minuto se me vuelven! Ya no puedo preguntar como en el Evangelio: ¿y los otros nueve? ¡Ya no son nueve los que faltan! ¡Son incontables! Y al llegar aquí déjame que te diga una palabra de agradecimiento a ti, que me visitas en donde nadie me visita: que gracias a ti puedo permitirme seguir en muchos Sagrarios exhalando mi queja del Evangelio. Cuando tú vas tengo a quien preguntar: ¿Y los otros, en dónde están? Y a esa pregunta que sin ruido de palabras te hago, tú me respondes con los desagravios de tu amor reparador y, sin que me lo digas con la boca, oigo que me dices con tus lágrimas: ¡Aquí estoy yo por ellos! BENEDICTO XVI Esta página evangélica nos invita a una doble reflexión.
Ante todo, nos permite pensar en dos grados de curación:
uno, más superficial, concierne al cuerpo; el otro, más profundo, afecta a lo más íntimo de la persona, a lo que la Biblia llama el "corazón", y desde allí se irradia a toda la existencia. La curación completa y radical es la "salvación". Incluso el lenguaje común, distinguiendo entre "salud" y "salvación", nos ayuda a comprender que la salvación es mucho más que la salud; en efecto, es una vida nueva, plena, definitiva.
Además, aquí, como en otras circunstancias, Jesús
pronuncia la expresión: "Tu fe te ha salvado". Es la fe la que salva al hombre, restableciendo su relación profunda con Dios, consigo mismo y con los demás; y la fe se manifiesta en el agradecimiento. Quien sabe agradecer, como el samaritano curado, demuestra que no considera todo como algo debido, sino como un don que, incluso cuando llega a través de los hombres o de la naturaleza, proviene en definitiva de Dios. Así pues, la fe requiere que el hombre se abra a la gracia del Señor; que reconozca que todo es don, todo es gracia. ¡Qué tesoro se esconde en una pequeña palabra: "gracias"!
Jesús cura a los diez enfermos de lepra, enfermedad en
aquel tiempo considerada una "impureza contagiosa" que exigía una purificación ritual (cf. Lv 14, 1-37). En verdad, la lepra que realmente desfigura al hombre y a la sociedad es el pecado; son el orgullo y el egoísmo los que engendran en el corazón humano indiferencia, odio y violencia. Esta lepra del espíritu, que desfigura el rostro de la humanidad, nadie puede curarla sino Dios, que es Amor. Abriendo el corazón a Dios, la persona que se convierte es curada interiormente del mal.