Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 174

I

H. F. VELASCO

EL ANTIGUO
LINAJE

II
Primera revisión y prólogo:
Jesús María Rangel García - Lic. En Psicología.

Segunda revisión:
Ana Karen Lizbeth Stgo. Cervantes - Lic. En Psicología
Organizacionales.

Tercera revisión:
Elizabeth Hernández Torres - Lic. En Ciencias de la
Comunicación.

III
El antiguo linaje
H.F. Velasco

A mi sangre:
Debes saber que dudo mucho de mi generación, y dudo que
este texto sea tratado con la seriedad que yo le estoy dando,
pues desafortunadamente mi existencia ocurre en tiempos
fúnebres para la consciencia humana, tiempos —hoy
modernos— donde alzar la voz en contra de lo que dicta
la corriente social significa la condena total, el sarcasmo ha
dejado de ser un don para convertirse una burda sátira y
una forma de ventilar la frustración existencial. Es por eso
que no confío en mis tiempos, ni en esta generación para
que acepten este texto como algo que sea considerado más
que un impulso desesperado de mis ganas de llamar la
atención, así que decido confiar únicamente en mi sangre,
en el descendiente de mi hermano o hermana, o el hijo del
hijo de mi hermano, o el mío mismo, o el hijo del
descendiente de mi hermana, aquel que logre captar la
esencia de este texto, que ame el universo que estoy a punto
de construir y logre traspasarlo a la siguiente generación,
porque la sangre es el medio de comunicación más
confiable, en la sangre confío…
IV
EL ANTIGUO LINAJE

Prólogo…………………………………….Pág. 6
Prosperidad.………………………………...Pág. 10
El Culto.…………………………..………Pág. 7
El Rey.……………….…………..…….….Pág. 9
La urna y la lámpara………………………Pág. 12
El meteoro……………………….………...Pág. 25
La alianza de luz…………………...…….. Pág.29
Consecuencias………………………….…. Pág.37
El ahogado…………………………..…… Pág.39
Masacre en Mayllem-Carson…….……. ……Pág.48
El oscuro destino……………..…………….Pág.51
Fuego y relámpagos……………..…………. Pág.53
Extraños susurros del pasado……………….Pág.55
Ruinas del antiguo linaje……………….. …Pág.61
La tumba de Ceppyr……………….…….. Pág.68
Epílogo……………………………….… Pág.74

V
PRÓLOGO

La mente humana es un abismo en el que no


todos tienen el valor de adentrarse, con caminos
oscuros y neblinas espesas que pueden erizar la piel
incluso de aquel que se considera a sí mismo como
fuerte, y es ahí, en ese recóndito lugar donde se
crean las pesadillas más horrorosas, los miedos más
profundos y los pensamientos más perversos que
podemos imaginar, tanto que podrían llegar a
sorprender a cualquier ser consciente, a cualquier
mente “brillante”, incluso al más pervertido de los
hombres. Es en esta morada mental donde surge
también la más grandiosa inspiración, esa que no
solo crea situaciones o personajes, sino mundos e
idiomas completos, paisajes y experiencias que nos
hacen sudar y ser víctimas de la taquicardia y nos
dificultan la respiración, historias que tal vez (como
se considera en muchas religiones) son recuerdos de

VI
vidas pasadas, momentos que nuestra alma guarda
con recelo y que de vez en cuando salen a la luz y
dan como resultado obras como esta que encara
Fernando Velasco.
No hay error más grande que subestimarse a sí
mismo, pues esto solo enferma y hace agonizar a
nuestra capacidad y nos limita a ser uno más en el
rebaño, y es que es necesario saberlo, de no ser así
sería una pérdida de tiempo tratar de hojear y ver
solo letras dibujadas en el papel, debemos estar
listos para la sorpresa y que esta a su misma vez nos
deje inmersos en otra dimensión, en otro tiempo y
espacio, en otra mente, la mente de un creador,
porque esta es la esencia de crear, ¿Quién nos puede
asegurar que no somos más que el fruto de la
imaginación de algún ser omnipotente que está
dentro de otra mente que solo juega a que sus
pensamientos cobren vida sin saber que incluso ha
creado a la muerte?
Situados en este punto de reflexión es donde y
cuando podemos comenzar a sentirnos listos para

VII
abrir las puertas de otro mundo, sin saber lo que hay
detrás de las casi siempre grandes y pesadas puertas
de lo desconocido.
¿Cuánto tiempo nos puede tomar llegar a aceptar
lo que somos y lo que no somos? ¿Y si la vida no es
más que una paradoja que se modifica a cada
segundo mientras se crean tantos universos como
posibilidades? ¡La probabilidad en su estado puro!
Navegamos ciegos por un mundo sin costas,
siempre errantes creyendo que sabemos hacia
dónde nos dirigimos, asegurando que el destino no
es más que el resultado de nuestra toma de
decisiones en el presente que vivimos pero ¿Y si no
es así? ¿Y si en algún lugar, en algún tiempo donde
solo existía la nada se creó de algún modo un
mensaje donde está incluida toda la existencia?
¿Quién podría imaginar algo así? Ojala no seamos
tan pocos los que nos hacemos este tipo de
preguntas ¿Cuánta hambre de conocimiento existe
realmente en nuestra era y que porcentaje es el que
se conforma y prefiere no cuestionar las reglas de lo

VIII
ya impuesto? Pureza es lo que emana este viaje que
apenas comienza, como cuando salimos de nuestra
zona de confort sabiendo que nos espera una
aventura verdadera, como el primer pasó en un
lugar desconocido, un lugar en el que siempre
hemos querido estar, ese lugar es aquí, ese tiempo
es ahora, y es momento de partir.

IX
CAPITULO I – PROSPERIDAD

Esto sucede en Mayllem-Carson, en algún


momento del siglo XVIII, en un pueblo escondido
entre las montañas nevadas Urc al Norte y un
bosque de pinos al Sur, al Este se encuentra el rio
Ligia, y al Oeste el camino prohibido y autor de los
más celebres relatos desde hace muchísimo tiempo.
Es fácil imaginar que Mayllem Carson depende
totalmente de su actividad pesquera o forestal, los
primeros pobladores llegaron a vivir y construir un
par de siglos atrás durante la gran migración, a pesar
de este corto tiempo y de estar tan distanciada de
otras ciudades se ha convertido en un pueblo
comerciante lo suficientemente importante como
para evitar que las humildes y conservadoras
familias deban abandonar el valle en busca de
mejores condiciones de vida.

X
Las casas son pequeñas, rusticas chozas de
madera, barro y descastados techos de teja con
pequeñas farolas que alumbran los cálidos
interiores, hay también escasas construcciones de
bloques de roca, principalmente ocupadas por las
adineradas familias de los comerciantes que gozan
de un nivel económico por encima del resto de los
pobladores y dueños de las carretas de carga que
llevan mercancía una vez por semana al mercado de
Carcer, una joven ciudad que se ha levantado desde
hace 50 años en el horizonte cruzando el rio Ligia.
Las calles en su mayoría angostas están cubiertas de
rocas traídas directamente del rio adyacente,
grandes y pequeñas, lisas y musgosas, cada una
encajada a la perfección cubren el colorido suelo de
la ciudadela que durante la noche sufre una
inquietante metamorfosis transformándose en
fúnebres y aterradores pasillos donde el frio que
baja de las montañas nevadas del norte danza con la
espesa neblina que proviene del oscuro bosque, el
silencio de los hogares y nada más que alumbre que

XI
las farolas que aún resisten el mortífero susurro del
viento nocturno, noches como esta donde la
atmosfera pesada da paso a los susurros dentro de
los hogares y se cuenta el horror sucedido tiempo
atrás, en el castillo que se encuentra más allá del
Oeste, en el camino prohibido, donde moraba el
antiguo linaje.

XII
CAPITULO II – EL CULTO

Aun hoy día, en las casas donde moran los


ciudadanos más longevos, ahí donde las tradiciones
más arraigadas siguen siendo obedecidas y
adoctrinadas a las nuevas generaciones con martillo
y cincel, se cuenta el suceso que horrorizo Mayllem-
Carson hace años. Eran tiempos prósperos para el
joven pueblo, el camino al viejo castillo Ol’Galas se
encontraba abierto para el comercio, incluso fue el
primer punto de intercambio comercial para
quienes vendían su ganado y su madera, sus semillas
y sus tejidos, sus rocas y sus aceites.
Pero fue la primer generación de sabios eruditos
y estudiantes de Mayllem quienes sembraron la
semilla del caos, llegaron al castillo en búsqueda de
un lugar para aprender sobre el valle y montañas, así
pues pasaron años sumergidos en un estricto
estudio de documentos y criptas que descubrieron

XIII
dentro de los muros viejos, y en las antiguas
bibliotecas del castillo, tal fue de revelador lo ahí
encontrado que después de que los eruditos
realizaron un largo viaje —impulsado por su
hambre de conocimiento— más allá del castillo
cuando todo cambió, comenzaron una práctica que
sería el detonante de la miseria que azotaría el valle.
Los eruditos aseguraban que más allá del castillo
se encontraba un inmenso páramo maldito, un lugar
que estaba prohibido para todo hombre sensato,
donde vagaban monstruosas alimañas, un sitio que
habían visitado y proclamaban pronto llegaría del
desierto la plaga que enfermaría al mundo, al llegar
de su revelador viaje comenzaron lo que hoy día se
conoce como “la peregrinación”, los fanáticos
recorrían durante dos semanas el camino al castillo
Ol’Galas, se arrastraban lentamente por el suelo
usando únicamente sus débiles brazos dejando
trozos de sus desgarradas telas que sucumbían ante
las rocas más filosas del terreno, se quedaban atrás
junto con sus carnes que eran castigadas por el suelo

XIV
áspero, hacían esto únicamente de noche pues así lo
dictaban los peregrinos al cobijo del firmamento
hasta llegar al castillo donde rendían un tributo al
entonces Rey Franco II, el ultimo descendiente de
la estirpe de los Ol’Galas y quien anunciaban los
fanáticos era el único que podía mantener a lo
desconocido lejos del valle, enterrado en el páramo.
Los sabios peregrinos eran en su mayoría
hombres viejos mas no ignorantes, habían dedicado
su vida entera al estudio de lo desconocido, el
páramo y la genealogía de Ol’Galas, sus ya cansados
cuerpos eran llevados a puntos inhumanos para
soportar el infernal trayecto al castillo mientras
cargaban en sus jorobadas espaldas las vasijas con el
tributo, con piedras preciosas halladas en las
montañas que eran talladas por el más viejo joyero,
con las finas hierbas sembradas en los bosques
luego seleccionadas por las viejas curanderas, con el
oro que yacía en el lecho del rio para ser trabajado
por los mejores herreros en vigorosas armas o
hermosos adornos para la corona y el

XV
revolucionario aceite que era extraído de las
mortales fosas en las cuevas junto al pueblo para ser
usado para iluminar el castillo y por los inventores
del rey, se arrastraban de noche cuentan los viejos,
y durante el día se reunían a las orillas del camino a
curar sus llagas y las profundas heridas, a remendar
sus pesadas túnicas negras que los identificaba
como parte del Culto, y a estudiar, sobre todo a
estudiar y tratar de descifrar los antiguos textos del
castillo.
Poco decían al resto del pueblo sobre —lo que
ellos llamaban— su labor divina, se limitaban a
regocijarse de su conocimiento diciendo que no
había mente en el pueblo, ni el en valle capaz de
asimilar siquiera el rostro de lo desconocido, lo que
se ocultaba habitando en el páramo más allá del
castillo de Ol’Galas, eran completamente
herméticos respecto a sus creencias y estudios,
estrictos para controlar lo que se hablaba en el
Culto, testigo de esto fue el anciano Rupert Clayde,
un humilde minero que vivía en el lado más alejado

XVI
de la ciudadela quien trabajaba en la mina desde que
cantaba el gallo y regresaba a casa cuando solo las
farolas carmesí iluminaban los pasajes de Mayllem-
Carson, todas las noches al volver a casa cruzaba
por la explanada de la catedral que era ocupada por
el Culto, una noche, una recia tormenta eléctrica
azotó el valle y el viejo Rupert tuvo que refugiarse
en una de las callejuelas aledañas a la iglesia, pudo
percatarse que aunque asumía que era ya muy
entrada la noche, los miembros del Culto se
encontraban ocupados, su curiosidad fue tal que
decidió escuchar las meditaciones de los ancianos,
pero no logró entender nada, juraba que rezaban un
idioma extraño, jamás oído en Mayllem, dijo haber
escuchado a los viejos pensadores describir a lo
desconocido pero no se atrevía a contárselo a nadie,
pues aseguraba era algo insólito, inconcebible,
mortal solo de pensarlo. Comenzó a obsesionarse
con las reuniones del Culto y sus furtivas andanzas
en la catedral se hicieron más frecuentes, poco
después comenzó a comentar lo que veía entre los

XVII
vecinos quienes no tardaron en alarmarse y
cuestionar las practicas que tenían lugar dentro de la
catedral, para cuando los viejos pensadores se
enteraron se enfurecieron pero afirmaron ante los
pueblerinos que tantos años de labor dentro de la
mina habían afectado mentalmente al anciano, esto
tranquilizó al pueblo al menos durante un par de
días, hasta que una semana después, en una noche
fría de esas que erizan la piel, donde la madera cruje
y las llamas de las farolas titilan moribundas, una
llamarada que se alzaba amenazante hacia el
estrellado cielo se encendió a la mitad de la plaza
principal de la ciudadela, y momentos después un
putrefacto olor comenzó a emanar de aquella
llamarada que se desprendía de la carne untada con
el aceite del pueblo, los vecinos se despertaron
alarmados por el brillo que atravesaba las ventanas
y se colaba entre sus parpados adormilados, los
hombres corrieron a la plaza con recipientes de agua
y palas con tierra intentando apagar la inmensa
llama, las mujeres tranquilizaban a los niños

XVIII
pasmados por el miedo, después de sus lentos
intentos por apaciguar el fuego, pudieron presenciar
el horror, la carne atada a un largo poste de madera,
con alambre de púas bruscamente enroscado se
encontraba un cadáver y a lo alto de la catedral, en
la ventana más alta, los miembros del Culto miraban
indiferentes y satisfechos con el miedo que
provocaba aquel acto de crueldad humana, aquella
satisfacción que les brindaban los gritos ahogados
de las mujeres, y serenos pues nadie volvería a
cuestionar jamás los actos del Culto, Rupert había
muerto.

XIX
CAPITULO III – EL REY

Poco —o casi nada— se sabe de la línea de sangre


de los Ol’Galas, cuando Mayllem-Carson fue
fundada siglos atrás, los primeros exploradores
fueron enviados por Jonas Hattaway, fundador de
Mayllem-Carson en búsqueda de recursos y/o
civilizaciones vecinas, fue sino el anciano Fred
Luther, explorador a caballo, quien en una de sus
patrullas de rutina a través de las pronunciadas
laderas y extensos acantilados vio por primera vez
opacado el radiante sol del valle por la monumental
estructura en lo alto de una ladera, una extensa
hilera de doscientos escalones de mármol finamente
cortado daban paso a una fachada poco agradable a
la vista pero que sin duda era parte de una sólida
construcción, una enorme puerta de dos piezas
fabricada en roca que se abría con un pesado y
extraño mecanismo interno, en el centro, el que

XX
parecía ser el escudo de armas del linaje que en ella
habitaba, una estrella de ocho puntas tallada en un
metal azul con brillo opaco, adherido con enormes
y oxidados pernos a la colosal entrada. Fue recibido
por un joven Rey Franco I hijo del linaje Ol’Galas,
sin un batallón de caballerías, sin guardias reales que
lo acompañaran pues nunca se les vio en los
caminos próximos, salvo por un par de vigías en las
torres laterales de la fortaleza, y sin una espada
colgando de sus fuertes armaduras, fue Fred Luther
invitado a la sala del Rey con gran fraternidad y el
recibimiento digno de un conde, incluso habiendo
dejado en claro que su labor se limitaba a la de un
anciano explorador en busca de líneas de comercio,
sin embargo el rey ordenó al cocinero real los más
finos cortes y las más añejadas copas de licor para el
cansado viajero, a quien presento a su hijo, el infante
de apenas 6 años Franco II de Ol’Galas. Pasaron
varios años, los negocios entre ambas potencias
permitieron un gran crecimiento en la economía y
sabiduría para Mayllem-Carson, pues su castillo fue

XXI
prestado a los entonces jóvenes estudiantes de
Carson, cuando el Rey entró en su madura edad,
partió en un viaje rumbo al desierto, más allá del
castillo y jamás se le volvió a ver.
El Rey Franco II, hijo del célebre Franco I de
Ol’Galas es ahora un hombre viejo, sus más de
cinco décadas pesaban en su apariencia, su larga
barba conservaba apenas poca oscuridad víctima de
la madurez y sus largas ojeras bajo sus ojos cansados
lo delataban, alguna vez fue un campeón de
vigorosa fuerza, pero ahora su cuerpo se ha
emblandecido pero incluso en este deteriorado
estado lucia imponente, su mirada longeva era
penetrante y su enorme estatura imponía respeto
donde quiera que caminase con sus típicas
vestiduras de cuero curtido, era también extrema
—y casi obsesivamente— reservado, sus jóvenes
descendientes, los gemelos Lisa y Frey Ol’Galas
tenían prohibido entrar en la sala real, solo el más
viejo de los estudiantes de la biblioteca y su amada
esposa Lucila Mercedes tenían permitido entrar en

XXII
dichos aposentos donde además de descansar
estudiaba día y noche las antiguas escrituras,
evangelios escritos o heredados por su precursor y
otros tantos recuperados por los eruditos en sus
viajes al páramo de lo desconocido, textos que
hablaban de un poder prohibido no concebido para
la mortal humanidad, que aguardaba con una
caótica, frenética y reprimida furia, sabía que la
responsabilidad de acallar el maligno susurro decaía
sobre su antigua línea de sangre pues así se los
inculcaron sus ancestros, generación tras
generación se cuenta, los reyes han partido al
páramo, dejando atrás la estela de incertidumbre
para el valle y un hijo varón, que en caso de no
volver deberá continuar cultivándose en los
evangelios, así la familia entera ha perdido los reyes
Ol’Galas, en lo desconocido, encontrándose con un
destino que no está escrito en los antiguos textos o
en los libros más oscuros.
Los príncipes de la familia Ol’Galas solían
comenzar a edad muy temprana sus estudios sobre

XXIII
el páramo impulsados unos cuantos por una sed
incontrolable de entendimiento sobre lo
desconocido y otros tantos por una venenosa
hambre de venganza y rencor pues culpaban a los
maléficos evangelios de la perdida de sus padres y
abuelos, únicamente viajaban a él cuándo a entrada
edad, su sabiduría y valentía estaban firmemente
erigidas por sus años de estudio, nunca hubo un
cuerpo de un rey de la familia al cual darle un
sepulcro digno, la cripta familiar estaba ocupada
únicamente por las reinas y las princesas que fuesen
celosamente alejadas del conocimiento antiguo y
junto a ellas una pared con placas metálicas, con los
nombres de los extraviados hombres que
entregaban su vida al infértil desierto en el
horizonte.
Los reyes pasaban toda su vida en cautiverio, al
partir, el más viejo de los eruditos debía ser el
mentor del joven, quienes de forma nata y casi
instintiva entregaban su libertad para sumergirse en
aquellos mares de papel y versos maléficos,

XXIV
documentos de fragilidad errante consumidos por
el incesante paso del tiempo, libros antiguos
naturaleza perniciosa y otros recuperados por los
antiguos reyes que aun representaban una enorme
laguna de conocimiento no descubierto, pues la
gran mayoría habían sido escritos en idiomas
desconocidos, un mar en el que no podían nadar.
Muchas veces el rey Franco II fue cuestionado
sobre su conocimiento por los miembros del culto
con quienes se reunía ocasionalmente y
argumentaban:
— ¿Cómo puede bañarse en la gloria de poseer tal
conocimiento un hombre que jamás ha dado paso más
allá de la gran puerta de roca?
A lo que el rey frecuentemente y con una arrogante
seguridad conseguía replicar.
—Deben saber, genios caminantes que en mi reclusión
voluntaria aprendí que la soledad es el estado más educativo
para el alma humana.

XXV
Esto desataba un debate entre el rey que
escuchaba atento los comentarios bien
fundamentados de los ancianos ocultistas.
—Pero dígame rey —formuló entre todos el más
anciano— ¿no es verdad que no ha habido en todo el valle,
y en todo el tiempo anterior a este un rey que posea el
conocimiento capaz de competir con las mentes de estos
sedientos caminantes o con su sabiduría? Pues todo cuanto
sabe desde su niñez proviene de las peregrinaciones del Culto.
El rey no supo que responder en esta ocasión, lo
que provocó que los eruditos festejaran entre
dientes aquella victoria de filosofías. El rey se puso
de pie y caminó hacia el escritorio de pino labrado
en Mayllem-Carson que descansaba al final de la
cámara real, se apoyó en brazos y meditó un poco,
luego dio la vuelta hacia los ancianos y refutó.
— ¿sabe alguno de ustedes como nació lo desconocido? —
los miembros del Culto se miraron entre si
incapaces de articular un solo sonido con sus
cansados labios. — verán, todo cuanto existe afuera no es
necesario para mi saber, pues al final cuando me enfrente al
XXVI
morador del desierto necesitaré información muy específica, la
cual debo asumir me ha sido celosamente heredada por
generaciones, no dudo de la sabiduría de los errantes
caminantes, mas ellos no deben dudar del coraje que descansa
en mi brumoso destino.
En pros de la sociedad celebrada entre el linaje y
el Culto, aquellos debates siempre culminaban en un
intercambio de información, pues se había
estipulado que la familia Ol’Galas únicamente haría
entrega de escritos del linaje cuando el Culto
entregase información peculiar de alta relevancia y
trascendencia a la corona, y en aquella ocasión había
dos documentos que ocupaban lugar en el célebre
trueque y que marcarían un antes y después en
guerra antigua entre la familia real y el morador del
desconocido páramo.

XXVII
CAPITULO IV – LA URNA Y LA
LAMPARA

Manuscrito entregado al rey Franco II de


Ol’Galas por el más viejo miembro del Culto,
constaba de una crónica escrita a mano por un
destacado novicio en la peregrinación a quien se le
encomendó un viaje a las arenas, una patrulla de
jóvenes y espabilados aprendices y un maestro
ocultista de los cuales solo uno volvió, si así se le
puede decir puesto que fue encontrado delirante a
puertas de la catedral de Mayllem-Carson
balbuceando y aferrado al tubo de cerámica que
contenía los papiros, tan inquietantes eran las
palabras y tintas que el joven aprendiz insistió en
quemar su contenido, apenas se abrieron las puertas
de la catedral corrió a su interior sujetando el papiro
con recelo empujando a los ancianos al suelo, se
dirigió al sótano de la catedral donde se bañó en
XXVIII
aceites y prendió fuego a sus carnes, mientras ardía
y sonreía de satisfacción al creer que nadie leería el
contenido de los documentos pero fue alcanzado
por los miembros del Culto quienes lograron
arrebatar el tubo de cerámica, con su último suspiro,
yaciendo en el suelo con la piel desquebrajada por
el petróleo y los ojos vacíos, respingó:
— ¡Necios que juegan con ciencias más allá de su
comprensión, el demonio no juega jamás, el luminoso
enviara al desterrado por sus almas y las almas de su
maldita progenie! —.
El cuerpo abrasado e irreconocible fue sepultado
en las afueras de Mayllem-Carson. Los ancianos
dedicaron largas noches en traducir el texto que
había envuelto a uno de sus miembros en una
aborigen locura, fue más el tiempo dedicado a
descifrar los anagramas y fragmentos de gramática
incomprensible, un juego de varios idiomas
mezclados que dificultaban la tarea, al final lograron
descifrar la mayor parte de lo que llamaban: “La urna
y la lámpara”, fue resumido el texto a un par de

XXIX
láminas de fino papel, estudiado y ahora entregado
al rey con la intención de aportar un eslabón más a
la cadena del conocimiento para poder encarar la
plaga de lo maligno, el documento constaba de tres
hojas de papiro finamente trabajado con la tinta más
selecta del reino para la mejor lectura posible,
depositados entre dos tablillas de madera de pino
con el símbolo de la casa Ol’Galas en su parte
frontal.
El rey recibió el documento y se postró en la silla
que se encontraba a la mitad de la sala real, y antes
que pudiese abrir en par las tablillas el anciano
ocultista dijo.
—advertido sea que lo que se encuentra en ese informe,
cambiara la forma de enfrentar a lo desconocido.
Y el documento decía tal que así:

Mi nombre es James J. Hubert, anexo: pertenezco al Culto


desde hace diez meses atrás, y hago constar que estoy aquí
voluntariamente, únicamente impulsado por mi deber divino

XXX
y mi incesante y aguda necesidad de conocer más sobre el
desconocido páramo, hoy lamento decir que las condiciones de
mi patrulla no podrían ser peores, me encuentro solo, al menos
no con compañía de ningún ser físico, y diferente a lo que
podrán deducir al leer este texto, estoy totalmente consciente
de lo que ocurrió desde que partimos de la catedral en Carson
hace ya seis días, mas no sé si seguiré dentro de mis cabales
al finalizar de escribirlo, pido a los miembros del Culto cesen
con la insolente investigación de lo desconocido, pues se
encuentra fuera de nuestra comprensión, proviene de otro
tiempo y espacio, lo he visto al menos en parte, de manera
fugaz y no podría soportar mi mente una materialización
mayor a la que ya viví, los hechos que aquejaron a este grupo
de ocultistas los cuales sucedieron así desde el día que se nos
encomendó esta labor, para sus conciencias queda y advertidos
sean hermanos.

XXXI
Día 1 - Noche 1:

Se me convocó a la mesa redonda en la catedral de Carson,


el maestro Morcest me ha informado que debido a mi alto
rendimiento académico y mi amplio conocimiento sobre los
manuscritos antiguos —los que se nos tienen permitidos leer
a los alumnos— se me otorgara una tarea de suma
importancia y trascendencia para la labor, se me indicó que
en una de las audiencias emitidas recientemente en el castillo
Ol’Galas, el rey requiere sea explorada una porción
intrincada del terreno en el páramo a fin de ilustrar un nuevo
segmento del mapa que muy pronto utilizara para su viaje,
se me otorgara una diligencia con dos caballos y tres
acompañantes los cuales podré seleccionar a mi inteligente
criterio, he seleccionado así al viejo Caesis, un viejo ocultista
que si bien no servirá mucho si se presentase alguna dificultad,
será un buen guía, y un excelente compañero para hacer más
ameno el largo camino, he fijado mi vista también en los
hermanos Moret, dos recientes aprendices, sumamente
obedientes y comprometidos con el clero, además de gozar de
una vigorosa condición física que será de mucha ayuda en el

XXXII
peligroso mar de arenas, así también se nos ha informado que
nuestra primera parada será el castillo Ol’Galas, donde se
nos entregaran una espada a cada miembro.
Hemos partido al amanecer con nada más que con
materiales de exploración y de registro en nuestra diligencia,
al mando me encuentro con mi sexagenario compañero Caesis,
quien cayó rendido en su estado onírico apenas salimos de la
ciudadela, detrás, los hermanos Moret, quienes disfrutaron de
un par de exquisitos tabacos que consiguieron antes de partir
y que acompañados con esta fría noche no podrían ser mejor
armonía, se nos han entregado cuatro sables en la armería del
castillo, si bien no muy largos ni de la mejor apariencia visual,
denotan por su robusta estructura, y su impecable filo, armas
engendradas para separar la carne y no para postrar frente al
rey, hemos decidido acampar en una pequeña ladera donde
tenemos una impecable vista al firmamento, por la mañana
continuaremos con nuestra labor divina, larga vida al rey.

XXXIII
Día 2 - Noche 2

He despertado muy de madrugada para continuar nuestro


viaje, hoy incursionaremos al páramo, específicamente al
inexplorado lado Este justo detrás de la colina de las espinas
—un lugar con un irracional asentamiento de enramadas
lianas de espinas secas. —, ahí donde no se ha explorado
antes por los ancianos del clero y ahora con los poderosos
metales que se nos han proporcionado, seremos capaces de
cruzar.
Recién se asomaban los primeros rayos del astro rey tras
las colinas, habíamos ya preparado nuestro vehículo para
encaminarnos al desconocido Este, un viaje de un par de horas
nos separa del inmenso mar de espinas gigantes y de
horripilantes formas, el viejo Caesis me confesó que antes de
nuestra patrulla, aproximadamente un lustro atrás, se había
enviado a un par de ancianos al mar de incongruentes formas
que habían subestimado el peligro, sus cadáveres fueron
hallados empalados entre las ramas, no a mucha profundidad
como si los nudos de espinas hubiesen engendrado vida para
sujetarlos a esa muerte tan horrorosa, es por eso que se habían
XXXIV
encargado a los mejores armeros del castillo, cuatro sables con
el poder de lacerar los tentáculos secos de espinas y habían
tardado estos cinco años en forjarlas. El resto del viaje
prosiguió sin mayor novedad.
Arribamos a las colinas con espinas entrada la tarde, bajé
de la carreta para examinar el terreno, así lo hicieron también
los hermanos Moret y el viejo Caesis, el maestro caminó hacia
las primeras espinas que se asomaban, miraba a un lado y
luego a otro, con gran consternación en su rostro, los hermanos
Moret se miraban entre si y preguntaban que sucedía, no
tenía yo más información que ellos así que me dirigí hacia
Caesis.
— ¿Se encuentra todo en orden maestro?
El viejo dio un paso atrás sin dejar de mirar el apabullante
mar de gigantescas lianas cubiertas de espinas que se alzaban
por arriba más de tres metros.
— Esto está mal ¡Muy mal! — dijo mientras se
arrodillaba y yo seguía sin entender, los hermanos en
un estado más confuso que el mío mismo, mi maestro
se puso de pie y volteó su rostro hacia nosotros y

XXXV
continuó. — ¡la última vez que estuvimos aquí las
ramas eran apenas de un metro de altura, más aun
así no nos fue posible adentrarnos en la colina!
— ¿Fue aquí donde murieron los antiguos maestros que
fallaron en su tarea? —esta vez sus ojos se abrieron
inmensamente, su tez blanquecina se tornó aún más
pálida y miró violentamente hacia el mar de espinas.
— ¡Si, fue justo aquí!, ¡¿Quién ha osado profanar la
tumba de los maestros, quién se ha llevado sus huesos
y sus telas?!
Tardamos un par de minutos en tranquilizar a nuestro
anciano compañero, Keis —el mayor de los hermanos
Moret— preparó una infusión de rama de ciervo usada como
sedante por las curanderas de Mayllem-Carson y Lenar —
el menor de los hermanos— preparó un catre con las telas
que cargábamos en la diligencia, no hubo forma de continuar
con nuestro maestro incapacitado, nos espera una larga noche
a orillas del denso mar de espinas, preparamos una pequeña
fogata y nos dispusimos a dormir bajo el cobijo de los astros,
larga vida al Rey.

XXXVI
Día 3 - Noche 3

¡Malas y abominables letras estoy a punto de sepultar en


este papiro!, me dispuse a partir al mar de los sueños de
nuestro tercer día de travesía y solo en ese momento, cuando
los nervios han cesado y el convulsivo horror que ha encarado
a esta diligencia ha partido es cuando puedo relatarlo, debo
informar señores míos que el maestro Caesis no se encuentra
más en este plano existencial y aunque aún desconozco la
causa de su irreparable pérdida, he de decir que temo, me
encuentro aterrorizado por lo que nos espera más allá de estas
murallas asesinas, más sé que si vuelvo ahora, se me castigara
por traición y desobediencia, así que relatare temeroso lo que
mis ojos y los ojos de los hermanos Moret alcanzaron a ver.
Ignoro totalmente la hora en la cual los ahogados chillidos
de los equinos me despertaron de mis sueños, sé que debí
haber intuido la hora por la posición de las estrellas en el cielo
nocturno pero para nuestra sorpresa ahora nos encontrábamos
bajo una espesa pared de espinas haciéndome imposible ver
más allá de ellas, en una burbuja de horribles puntas afiladas
y gruesos troncos, en una cámara colindante se encontraban
XXXVII
también los hermanos Moret quienes miraban con ojos
enormes, de pie, el horror, el viejo Caesis se encontraba
suspendido a dos metros de altura, desnudo, delgadas lianas
—apenas puedo describir esto sin que mi mano se mueva
torpemente al recordar tan mórbida escena.— sujetaban sus
muñecas, las espinas se habían encajado en su longeva piel y
se extendían por su cuerpo, penetrando su piel por las costillas
y escapando por el estómago, la liana más gruesa entraba por
la boca de mi maestro y salía de forma diabólica por su
garganta bañando en sangre todo su cuerpo goteando a
borbotones sobre el suelo árido mientras sus ojos abiertos de
forma antinatural mostraban unas pupilas dilatadas que nos
miraban fijamente, ¡nuestro maestro aún vivía!, pero nada lo
salvaría de la muerte. Ha sido la escena más grotesca que he
presenciado en mi vida, siquiera en mis peores pesadillas
infantiles vi tal cosa, nuestros caballos no habían tenido mejor
suerte, se encontraban de igual manera suspendidos en el aire,
ya faltos de vida con las lianas y púas atravesando sus carnes
como si de macabras mangueras que succionan la vida se
tratase, no fui capaz de articular palabra alguna, únicamente
me senté en el suelo a espaldas del atroz monumento de horror

XXXVIII
con la cabeza entre las piernas esperando se tratase de una
pesadilla, recordé las palabras que el viejo Caesis que me
había dicho meses atrás durante una reunión de estudios:
“Las pesadillas cuanto más tangibles son tienden a escapar
del mundo onírico para bañar de horror nuestro mundo”, hoy
podía constar de la veracidad de esas palabras, hoy el maestro
me había mostrado lo real de su conocimiento.
En ese instante me desvanecí, fui despertado quizá minutos
después por los gritos de los hermanos Moret quienes seguían
atrapados en la cámara contigua, del cuerpo del maestro
había dejado de brotar sangre,
— ¡Maestro Hubert, debe alcanzarnos las espadas para
llegar con usted! —
Gritaban y sollozaban a través de la pared de espinas, aun
no estaba del todo incorporado pero sabía perfectamente que
debía sacarlos de ahí, era el hombre a cargo y necesitaba
cuidar de ellos, tomé las espadas y con una de ellas perforé el
macabro muro abriéndome paso entre las recamaras para por
fin llegar a donde los Moret, no hubo palabras, solo un
extraño lenguaje de miradas, suspiros y muecas, nos sentamos
en el suelo sin saber que procedía, que habría que hacer, así
XXXIX
que sugerí tomar todo lo que pudiésemos y regresar a
Mayllem-Carson, pero Keis se exaltó:
— ¡Si regresamos ahora nos quemaran en la plaza del
pueblo, no se le tiene permitido a un miembro del Culto
disponer de sus órdenes, debemos continuar así se nos vaya el
aliento y la sangre, pues por ello estamos aquí, para que
nunca más se derrame la sangre en el valle!
Y mi joven aprendiz tenía razón, debíamos seguir con la
tarea, servir al rey y al culto, así fuimos rebanando los gruesos
troncos de espinas que a pesar de nuestras trabajadas y fuertes
armas seguían siendo un obstáculo, llegamos primero donde
yacía el cuerpo del maestro Caesis, cortamos los troncos que
lo sujetaban y su cuerpo sin alma cayó en la arena, usamos
su túnica ceremonial para cubrir su desquebrajado cuerpo y
oramos por su descanso. Continuamos abriéndonos paso por
el matorral hasta donde estaba nuestra carreta destrozada y
sobre ella nuestros fieles caballos muertos, ¿habían acaso
cobrado vida las lianas?, solo algo era seguro, no estaríamos
a salvo en la colina de las espinas, debíamos salir de ahí
cuanto antes y evitar el sueño, recogí el mapa y los materiales
de registro de la carreta, una brújula, algo de agua y comida,

XL
nos dirigiríamos hacia el Este, hacia donde debía terminar el
mar de espinas, una vez ahí registraríamos todo lo que
consideremos útil para el rey y lo rodearíamos para regresar
aunque tardásemos más.
Nos dispusimos a caminar entre las espinas cortantes sin
mediar palabra, acompañados únicamente por el sonido de
nuestra respiración y del metal golpeando los trocos
punzantes, caminamos poco más de media hora y fue cuando
nos percatamos que bajo nuestros pies una especie de lodo
verde emanaba, parecido a un putrefacto pantano, había gases
flotando en forma de fantasmal neblina, fue cuando comencé
a sentir el peso del sueño en mis parpados, sentí temor, pues
sabía que si caía dormido estando dentro del mar de espinas
el precio sería mortal, gire hacía con los hermanos Moret
quienes se desvanecieron en el suelo y después yo, no supe nada
más.
Hemos despertado ya muy entrada la tarde, el sol moribundo
desaparecía en el horizonte, agradezco que los hermanos
Moret sigan sanos, bebimos un poco de agua y comimos aun
con el insoportable olor del verde lodo, pero no había más
ganas de continuar, descansamos allí, he bien aprovechado

XLI
este descanso para relatar los hechos que nos golpearon, y que
sin duda jamás olvidaremos, pues ahora creo que las
pesadillas tienen un ciclo natural, nacen del inconsciente donde
se fortalecen par después materializarse en su forma más
terrorífica en nuestro mundo, así vuelven a entrar por nuestras
pupilas para incubar de nuevo y volver de forma más siniestra
que antes, temo por lo que verán mis ojos cuando esta
pesadilla madure, que quede asentado en los registros la
veracidad de este texto, larga vida al rey.

XLII
Día 4 - Noche 4

¿Qué clase de maleficio ha de pesar sobre mi existencia?,


nuevamente me dirijo a ustedes maestros, esta vez mas
enfurecido que horrorizado, pues estoy seguro que la familia
Ol’Galas está completamente consciente de lo que he visto
morando en el desierto, al menos de una parte, ¡y maldita sea
mi desafortunada descendencia si me equivoco!
Algo me ha despertado durante la madrugada, no ha sido el
putrefacto olor del pantano en las espinas el cual estaba ya
asimilando, ha sido un olor a carnes quemadas, a cabello
chamuscado y madera ardiendo, cuando lo he visto no he
podido creer, pues no se tiene registro de ello en los documentos
que el Culto me ha permitido estudiar, ni en las del castillo,
mas apuesto la vida de mi pequeña Clara que en la oficina
del rey, en algún estante secreto se encuentra algún polvoriento
documento que describe lo impensable, he despertado a los
hermanos Moret para que lo viesen por sí mismos y no se
dudara de mi palabra, lo vimos, tal como lo había descrito el
difunto Caesis, las ramas habían vuelto a medir menos de un
metro, permitiendo ver la llanura de espinas y
XLIII
aproximadamente a cincuenta pies de donde aún
permanecíamos reptando el suelo amarillo, un hombre, ¡pero
no un hombre como yo o ustedes señores!, nada tan banal
podría aterrarme y asombrarme tanto sino ¡un hombre
cubierto de llamas que se inmutaba ante el fuego que
resplandecía de su piel!, era alto como los campeones del rey,
pero delgado como el más miserable de los vagabundos de
Mayllem-Carson, su barba le llegaba al pecho y no se
inmolaba, sus ropas parecían telas finas desgastadas por una
gran guerra, en su mano izquierda cargaba un metal, uno de
forma abstracta y traslucido, como si de un arma se tratase
pero de apariencia frágil y en la mano izquierda ¡Válgame
Dios lo que arrastraba en ella, si era el mismo cadáver del
maestro Caesis!, les ruego por su intervención, porque el rey
mismo les confiese maestros quien ha sido aquel que ha
profanado el descanso de mi mentor, aquel que salido del
infierno y camina errante por las arenas pues en su pecho
porta el símbolo de la casa Ol’Galas.
El errante de fuego caminaba lentamente siempre en
dirección al Este, les pedí a los hermanos Moret que juntos
reptáramos por el pantano tras de él, en el horizonte

XLIV
vislumbramos lo que en verdad creo que sea ignorado por el
rey, una luz que parpadea con gran precisión, el errante se
dirigía a ella, como hipnotizado, como si le llamase aquella
intermitente luz, continuamos arrastrándonos por el
abominable rio de lodo verde, por fin el hombre inmolado llegó
a donde la luz, más que una luz había dos objetos que
describiré como “La urna y la lámpara”, el primero de ellos
es completamente cubico, no más grande que un barril de
aceite, completamente materializado de metal muy opaco con
pernos en toda su superficie donde también hay extrañas
figuras, quizá letras que no logro comprender ni se le asemejan
a ningún idioma conocido por el Culto, el otro objeto es más
parecido a una lámpara abstracta de forma cilíndrica, un
cristal opaco que brilla de forma intermitente sujetado por una
varilla metálica al suelo.
El errante de fuego permaneció unos instantes de pie frente
a la urna y luego sacó algo de entre sus ropas, un objeto
metálico, cilíndrico, adornado con líneas de color rojo y
amarillo, lo puso dentro de la urna y el suelo comenzó a
cimbrar, un violento golpe de las entrañas de la tierra nos
sacudió, algo sucedía, la tierra se abrió de par en par frente

XLV
al errante, una puerta oculta bajo las arenas se mostró, dos
placas enormes de apariencia metálica desafiando toda ley
mecánica se extendieron de forma vertical dejando ver una
escalera de metal oxidado que bajaba a un abismo de
monstruosa oscuridad, el ente bajó por las escaleras y pronto
desapareció incluso su estela de luz, como si se hubiese
extinguido su llama, dejando atrás un rastro de sangre del
cuerpo inerte de mi maestro.
Nos pusimos de pie y entramos en el abismo, las puertas se
cerraron detrás de nosotros, adentro había un pasillo que
bajaba al abismo, con una pequeña farola que nos
proporcionaba una tenue luz, decidimos descansar allí,
nuestros cuerpos mortales no soportan un paso más y menos
hacia el oscuro abismo, ¡Larga vida al mentiroso rey!

XLVI
Día 5-Noche 5

El título es mera formalidad, he perdido la noción del tiempo


y el espacio, pronto temo también perderé el sentido de la
realidad, este lugar no pertenece a este mundo o a esta
dimensión, es la pesadilla original que ha encubado de mente
en mente hasta alcanzar proporciones titánicas, una pesadilla
que puede sumir en la locura la mente más imperturbable y
serena, ahora se ha apoderado de mí. He vagado por estos
pasillos y recamaras durante horas, todo parece sacado de un
sueño abstracto donde tienen hogar los seres más repugnantes
del universo, temo que al haber cruzado aquella puerta me
haya adentrado en los confines del tártaro o en la morada de
alguno de sus verdugos que aguarda en algún rincón de este
retorcido laberinto con paredes cubiertas de runas y palabras
incomprensibles, extrañas farolas largas y metálicas de color
sangre encendidas con alguna desconocida energía arcana, he
escuchado el rugir de una criatura durante mi caminata por
los pasillos, sabrá Dios —si es que existe— donde se habrán
extraviado mis acompañantes, quizá siguen durmiendo en la
entrada, no recuerdo cuando fue que me separé de ellos y

XLVII
comencé a adentrarme en el abismo. He encontrado
documentos incomprensibles, todos ilegibles para mí, a
excepción de uno donde pude reconocer los caracteres en el
plasmados con una técnica desconocida y completamente
sofisticada y se leía; “Ceppyr”, ignoro repulsivamente su
significado, así que he guardado en mis túnicas uno de esos
documentos que me ha parecido peculiar por llevar el símbolo
de la familia Ol’Galas, esperando y confiando en ustedes para
que descubran la conexión con el rey, pues dudo conservar mi
cordura para cuando ustedes encuentren este manuscrito tan
poco literario, tan formal y obligado, tan carente de galante
escritura pero descrito con el miedo más auténtico, pues tal
como narraron los primeros ocultistas, aquellos fundadores de
la peregrinación, he encontrado la morada de lo desconocido,
he visto su hambre y su furia, y les ruego, cesar con esta cacería
de información que solo culminará por sucumbir el mundo en
un baño de sangre y vísceras, pues no hay gloria en el destino
del rey, él mismo forma parte de la semilla del mal…
[Fragmento ilegible].
[…] Así pues he seguido el rastro de sangre tibia —es como
si el tiempo se detuviese aquí— que me ha llevado a una

XLVIII
bóveda al final del abismo, ahí de donde proviene el aleteo
incesante que atornilla este agitado el cerebro y me he ocultado
detrás de un muro de viscoso barro donde he visto a lo
desconocido, jamás había visto criatura más repulsiva y
poderosa en la fauna de este mundo ni en la extinta, tan
mecánica y demoniaca al mismo tiempo pues su composición
no era más ajena al mundo terrenal que al del infierno, se
encontraba justo a la mitad del trayecto que debían seguir las
almas oscuras. Levitando al final de un muelle de metal y
roca, sujetado al mismo por dos largas y babeantes manos con
ventosas semejantes a las de un anfibio, su rostro era más
familiar al de un insecto con tres cavidades oculares como las
de un cadáver, de resplandeciente brillo blanquecino y unas
enormes alas transparentes pero rotas e inservibles se abatían
tras de él —o ella— mientras depuraban un líquido
transparente y emitían un resplandor casi como el de una
estrella moribunda en el cielo, una luz blanca y celestial que
contrastaba con el resto de su cuerpo, tenía extremidades más
pequeñas de apariencia humanoide que se movían apenas
poco y bajo su monstruoso cuerpo del tamaño mismo de la
catedral colgaba el esto de su cuerpo semejante al tronco de

XLIX
una oruga con un capullo resplandeciente y que palpitaba,
todo su cuerpo estaba así conectado a gigantescos cilindros de
apariencia extraña que penetraban su horrendo cuerpo por la
espalda y ascendían al techo de donde emergían de un agujero
negro con parpadeantes luces rojas y detrás de ella pude ubicar
una puerta metálica nuevamente con el símbolo de la familia
Ol’Galas, aunque dudo que ningún rey haya alguna vez
entrado vivo en esa habitación pues seguro habrán sucumbido
ante la colosal bestia que era la que infundía terror en el
páramo, la que mora en las arenas, enterrada bajo la urna y
la lámpara.
De pronto las puertas tras de mí se abrieron lentamente y
tuve tiempo apenas de esconderme tras otro muro, entró a la
cámara el errante de fuego con las llamas extintas y repitiendo
en nuestro idioma como si estuviese en un infinito bucle:
“Ceppyr sea iluminado, Ceppyr sea iluminado…”, así que
consto que lo desconocido tiene nombre y forma, y es Ceppyr.
El errante se detuvo frente al colosal insecto babeante y se
arrodilló mostrando reverencia ante él como si de una deidad
se tratara, de pronto vi nuevamente el horror frente a mí,
emergieron de por debajo del coloso llamado Ceppyr largas

L
lianas de espinas de las que está cubierto el valle que
sujetaban a los hermanos Moret, quienes desvanecidos no
podían resistirse, fueron entregados mismos en la boca del
terror, una horrorosa mandíbula en forma mamífera que se
partía en dos y dejaba ver una larga lengua azul con
protuberancias punzantes de las que emanaba un viscoso
líquido, vi perderse en ella a los cuerpos inertes de mis fieles
compañeros, no pude más que bajar la mirada y llorar, pido
su perdón compañeros y sabios mentores, pero no he podido
soportar la aberrante escena de sangre y órganos que escurrían
de la sanguinaria cavidad de aquella monstruosidad, pero
cuando recuperé la postura noté que ahora me miraba
fijamente, me perdí en el blanco brillo que emitían los ojos de
aquel ser colosal y me hizo despertar del hipnótico brillo el
hecho que el errante se encendiera de nuevo y se abalanzara
sobre mí, corrí, por los pasillos, por las puertas, sobre metal
y sobre roca, caí desvanecido y desperté aquí, en este cuarto
frio, desconozco que será de mí, pero si escribo esto es
únicamente para advertirles del horror que aquí descansa y de
que no deben venir, pues no hay poder humano, ni el de un

LI
rey que pueda enfrentarse al errante ni a su deidad, tengan
por seguro que sucumbirán ante Ceppyr.
¡Informen a todo Mayllem-Carson, a los jóvenes y viejos, al
rey y su linaje que deben abandonar el valle y partir al
occidente, cruzar el mar y perderse en nuevas montañas donde
podrán vivir en paz, porque el que mora en el desierto jamás
permitirá el descanso de nuestra raza, quemen todo
documento y rompan toda cerámica que exista donde se hable
sobre el páramo, porque él sabe que el rey quiere extinguir su
luz y enviara a sus errantes por sus carnes!
Me siento cansado, es hora de partir, Ceppyr sea
iluminado…

Día 6-Noche 6
Ceppyr sea iluminado, Ceppyr sea iluminado, Ceppyr sea
iluminado… [El resto es ilegible o considerado irrelevante].
Finaliza el documento.

LII
El Rey cerró las tablillas de madera y miró
perdidamente el horizonte, los ancianos lo miraban
esperando no una, sino varias explicaciones a lo
visto por Hubert y jamás advertido por el antiguo
linaje.
— ¿Acaso es que siempre han sabido sobre los errantes y
la bestia que mora en el desierto? Nuestros fundadores
describen lo desconocido como un hombre errante en llamas,
pero tal parece que solo se trata de la servidumbre de algo más
poderoso, el esclavo de Ceppyr… nos sentimos sumamente
intrigados y nerviosos por su posible nexo.
El rey respondió:
— Jamás se ha leído una descripción de tal criatura, pues
debo recordarles que ningún ancestro mío ha regresado del
viaje, sobre la urna y la lámpara hay pequeñas referencias…
y del errante de fuego puedo jurar que solamente hay un par
de pequeñas menciones en un informe que detalla haber visto
una llama en el horizonte pero…
El rey guardó silencio y se dirigió al escritorio, por
debajo de él arrastró un pesado y polvoriento cofre

LIII
de madera con empuñaduras de oro y un candado
con el símbolo de la familia que abrió con una llave
que colgaba en su cuello junto a un relicario que
guardaba celosamente, de él saco un viejo y frágil
documento que tomó con delicadeza y se dirigió al
más viejo de los eruditos.
—Todo cuanto sabemos esperamos que tenga un fin, para
eso dedicare mi vida, pero deben conocer el origen, pido abran
sus mentes, pues este es el documento escrito hace siglos que
cambiara su visión.
El anciano tomó el documento y miró el título,
regresó su mirada al rey, una mirada con un brillo
preocupante llena de intriga y cierta emoción, como
cuando un niño conoce el mar o cuando un ave
aprende a volar, pues los mayores temores
provienen de aquello que desconocemos y solo
enfrentándolos podemos superarlos, en el título,
con letra gótica y desgastada se leía: “El meteoro”.

LIV
CAPITULO V – EL METEORO

Antes de ser una imponente potencia militar y


comercial, el castillo Ol’Galas —incluso antes de
pertenecer a la familia— era un pequeño
asentamiento de pobladores que habían huido de las
montañas nevadas en busca de cálidos terrenos para
vivir, cuando la primer familia Ol’Galas llegó a los
acantilados, fueron recibidos de forma profética,
pues los monjes de la congregación decían su
llegada había sido anunciada años atrás, por un
antiguo escritor y viajero quien dejó al más sabio de
los lugareños el documento que hoy entrega el rey
al Culto, el documento dice tal que así:

Que conste que la magia no es más que tecnología de otro


tiempo y espacio, uno lejos de nuestra ignorante comprensión
y embrionaria existencia, uno lejano, ¡ellos lo saben, y que

LV
sepan que yo lo sé!, pues antes de ustedes he estado aquí
cuando muy joven, Samuel Lamarck, hijo del célebre Jacob
Lamarck y mi bella madre Sara Lang, conocedor de
antiguas lenguas, modernas etnias, congregaciones religiosas y
fanáticas, que quede asentado que maldigo este valle, me
refiero al valle de extensas praderas que he visto ceder ante la
llegada de lo maligno, porque mi padre me ha llevado a
conocer los pastizales y admirar la infinita cuna de la creación
que se extiende por los cielos y hemos presenciado lo
impensable, aquello que ni la mente más retorcida o
vanguardista pudiese haber imaginado e interpretado con
pincel en lienzos o con tinta en hojas de papel, porque hemos
visto el meteoro caer al fértil suelo y volverlo ceniza, pero este
meteoro no provenía de las estrellas, ni de planetas lejanos o
de eones de galaxias en los confines del universo, !no!, sino del
infierno mismo, porque hemos visto el cielo partirse y mostrar
una ventana al abismo de fuego, de él ha salido el meteoro
que ha bañado de lumbre el valle, los relámpagos emanaban
del portal diabólico y ríos de lava se desbordaban desde el cielo
hacia el valle arrasando con su belleza congénita mientras
danzaban al par de una chirriante y enloquecedora orquesta

LVI
de músicas que no podrían ser concebidas por el hombre o por
algún instrumento creado por nuestra primitiva raza que
golpeaba mi cerebro una y otra vez como un incesante
martilleo bíblico que provenía sin duda de la cavidad infernal
que nacía a dos kilómetros de altura sobre la llanura, otros
portales más pequeños en dimensión se abrían a lo largo del
valle, centellas de fuego y luz en espiral caían sobre la tierra
y se extingan, el meteoro en llamas impactó el suelo y una
nube de escombros y fuego se alzaron omnipotentes como
diciendo —¡Henos aquí para purificar el mundo, para cobrar
con sangre y fuego los pecados del hombre y exigir tributo pues
nuestra sola existencia opaca la del hombre! —, sabrá Dios
si este meteoro ha sido expulsado del mismo infierno por su
maldad y horripilante naturaleza o si ha sido enviado aquí
como un ángel de la muerte o un mesías salvador.
De pronto la lluvia de fuego ha cesado y de la entrada al
inframundo ha surgido un resplandor solar, que nos ha cegado
con su belleza pálida, nos ha hundido en el más profundo de
los sueños, un sueño inducido por el nacimiento del maligno,
me sentí en paz, una paz que me entumía el cuerpo, de pronto
me vi en un palacio de metal con ventanas traslucidas desde

LVII
donde se podían ver llanuras de tierra muerta y marrón
desagradable, con gigantes pilares de lodo de forma irregular,
sentí una espesa neblina que cubría el suelo, el cielo no era
otro que el mismo suelo, con pilares que bajaban desde él y
goteaban líquidos de diferentes colores y viscosidades, frente a
mí se abrió una puerta gigante de metal que bajaba y dejaba
entrar la neblina al palacio con paredes cubiertas de letras
inconsistentes y luces que se encendían con energía espectral,
sentí el llamado a la tierra inexplorada, golpeteos de cañones
y aros de fuego resonando en una cueva oscura a la que caminé
con paso lento, sentí miedo, la helada atmosfera me ahogaba
casi que se podía oír mi garganta chillar al esforzarse más de
lo normal para respirar, caminé por lo que parecieron días y
semanas en un laberinto de grutas oscuras y al final, cuando
casi desfallecía mi cordura entré al centro de la tierra, llamas
provenían de extensas grietas en el suelo, vi cadáveres de
hombres con extrañas armaduras sobre las frías rocas,
armaduras con raras escrituras en un idioma desconocido y
una pintura en forma de estrella azul tornasol, del techo
colgaban los meteoros gigantes que palpitaban como si de
monstruosos huevecillos se tratasen, sudaban y gruñían, pero

LVIII
seguían siendo a la vez roca, fui sujetado violentamente por
una fuerza antinatural fuera de esta galaxia y arrojado con
maña dentro de otro palacio de barro, vi a reyes llegar uno
tras otro a sucumbir ante el maligno, pero no pude verlo pues
se ocultaba tras un manto de oscuridad que parecía vivir y
alimentarse del miedo de los reyes, sentí mi cuerpo sacudirse
nuevamente para ser expulsado del palacio de roca; dejado sin
aliento en una senda donde se levantaba un joven pueblo con
leñadores, cuidadores de animales y una pequeña capilla que
adoraba a un dios traído de Oriente, vi llegar de las arenas,
ahí donde antes había un hermoso mar de verdes praderas,
ahora no era más que un desolado desierto cubierto de espinas
color sangre y tormentas de arena, de ellas emergieron los
elegidos, aquellos tocados por el tambaleante dedo índice del
destino para que expulsasen al maligno de vuelta a su
infernal lecho, dos mortales que han de ser coronados, pues
provienen de glorioso linaje, que no traen más que sus
extrañas armaduras con runas y su sangre en brazos, sé que
han de morir de cansancio a puertas de la iglesia una semana
después, el próspero pueblo deberá servir al joven y recordarle
su labor en el mundo, el encargo divino o maldición que

LIX
descansa sobre el nombre de su familia que será la única
palabra comprensible que salga de los labios de sus padres,
han de edificar bibliotecas y murallas enormes para proteger
su estirpe y han de prepararlo para enfrentar el mal que está
sepultado en el desierto y alentarlo a dejar atrás un barón que
siga sus pasos. Una voz vieja y cansada, una voz femenina
se coló en mi cerebro y me susurró con malicia: —Esperare
generación tras generación en mi prisión de arena, pues he de
proteger a mi sangre, he de poner a prueba la voluntad del ser
humano y su fortaleza espiritual, me alimentare de la cordura
de quien se atreva siquiera a pensar en herirme de nuevo —
. La voz cesó, mis parpados dolían y se abrían temblorosos
para ver el valle arder y de las arenas surgir enramadas de
espinas color sangre, supe que cuanto oí debía provenir del
meteoro que salió del infierno y no de las estrellas, que sepan
que entregaré mi vida a los elegidos que vendrán de las arenas,
¡porque ellos han sido iluminados como yo por el meteoro!
Finaliza el testamento de Samuel Lamarck.

LX
El viejo ocultista soltó un suspiro y regresó el
documento al rey, se puso de pie tembloroso y dijo
con determinación:
—El Culto convoca a sus miembros a una urgente
audiencia hoy mismo por la tarde, nos honraría compartir y
debatir con su realeza.
El Rey asintió.

LXI
CAPITULO VI – LA ALIANZA DE
LUZ

Ese día el Rey siguió pensando en lo descrito por


James Hubert en su informe y en cómo afectaría eso
la forma de enfrentarse a lo desconocido, tanto
cuanto sabia en resumen era que cuando estuviese
listo debía partir al páramo, cuando los rayos bajan
la tierra en una noche despejada, a través de una
tormenta de arena sobrenatural, sin más que la llave
que guardaba en su collar dejando una copia exacta
al más viejo de sus súbditos, el de mayor confianza,
y una espada forjada en plata de las montañas Urc y
adentrarse en las arenas donde encontraría su
destino envuelto en llamas, donde debía batirse a
muerte contra el errante, solo así las granjas dejarían
de morir y las familias de enfermar, ¿pero quién
había escrito eso, era coherente seguir repitiendo el
mismo patrón que no ha dado más que

LXII
incertidumbre a la familia, era sabio pensar que esta
vez funcionaria?, ahora todo era distinto, el errante
de fuego no era más que un peón en el tablero, la
reina que debía decapitar se hallaba más allá del mar
de espinas, dentro del palacio de roca y su forma era
de naturaleza demoniaca, muy probablemente ha
estado infectando las tierras y los manantiales con
su repulsiva existencia, su meditación fue
interrumpida por el cantar del reloj de medio día,
debía alistarse para la reunión con los viejos
miembros del Culto, seguramente hablarían sobre
reformular las antiguas tácticas basándose en los
recientes descubrimientos, se puso de pie y como
acostumbraba preparó su propio baño, mezcló sus
propias esencias y seleccionó sus propias telas, era
un día distinto, pues ese día todo cambiaria. La
Reina Mercedes entró a la habitación del rey y dijo
preocupada:
—Han llegado malas nuevas desde Mayllem-Carson, las
cosechas se han secado repentinamente y un grupo de leñadores
no han vuelto del bosque, los obreros de las minas temen que

LXIII
la maldición se extienda a las cuevas y no puedan regresar a
casa así que han abandonado sus labores. —se sentó en la
orilla de la galante cama mientras el rey se vestía y
se acomodaba su traje frente al espejo.
—Pronto deberé partir al páramo— Dijo mientras se
acercaba a su amada esposa y tomaba asiento junto
a ella. — No puedo permitirme que los pequeños pasen toda
su vida obsesionados con algo sin rostro o forma que al final
los matará, pues si yo no vuelvo nadie más lo hará.
—Pensé que este día jamás llegaría. —Suspiró Lucila y
agachó la mirada
— ¿Si?, en cambio luces bastante serena.
La reina se puso de pie y dio un par de pasos hacia
el tocador, vio que su piel no era más la de una
doncella en busca de un palacio, sus hermosos ojos
verdes se conservaban jóvenes en comparación al
resto de su cara, la edad era evidente para la mujer
que había desposado al misterioso rey y respondió.
—Oh mi querido Franco… —Volvió la mirada con el
desconcertado rey. — Siempre fuiste transparente en

LXIV
cuanto a tu futuro y tu deber, no justifico tu permanente
ausencia, nadie me ha obligado jamás a permanecer a tu lado
y con los años he asimilado… o quizá me he resignado al
hecho de perderte… más los mitos no tienen rigor en el alma
de una vieja galera que pronto perderá su vela.
—No me perderás, te entregué algo más que un cascarón
corpóreo, posees todo cuanto puede haber en mí, todo cuanto
natural o impalpable conforme este ser sentenciado a un
destino incierto es tuyo amada, has llevado mi semilla, nuestra
comunión será contada con gloriosos relatos cuando nuestras
carnes hayan regresado a la tierra, por eso jamás me perderás.
—Y así mismo yo pertenezco a ti amado, y que quede claro
que esto es un mero capricho desesperado por no alejarme de
ti, ¿Qué será de Frey y Lisa?
—Ellos no vivirán atormentados por estos viejos mitos. —
El rey se puso de pie y tomó a Lucila por los
hombros y la miró como viendo a su vez dentro de
ella. —Jamás permitiré que está maldición los consuma
también a ellos, ¡no sucederá!

LXV
— ¿Cómo estás tan seguro? —Interrumpió Lucila al
borde el llanto.
—Esta mañana he debatido como de costumbre con los
miembros del Culto y ambas partes hemos recibido reveladora
información, de mi parte sé ahora que todo cuanto mis
ancestros sabían no era más que la punta de una gran
pirámide sepultada bajo el desierto, lo que sea que esté
infectando a nuestra gente y nuestras tierras vive ahí, y los
ancianos se han enterado que todo proviene de una puerta al
inframundo y que mi antigua familia podría estar ligada a
este mal, mas no parecían sorprendidos… y eso me asusta.
— ¿Qué es lo que te aflige mi rey? —Dijo Lucila
mientras trataba de reconfortar al rey que ahora
tenía una apariencia preocupada.
—Temo a la superstición de los ocultistas, están obsesionados
con las escrituras, temo que traten de comunicarse con alguno
de estos demonios ¡o peor aún, que nos acusen a mí y a mis
ancestros de haber traído esta maldición a la gente!, pronto he
de partir ¡Dios los maldiga si osan violentar contra ti o mis
pequeños, o inclusive contra su propio pueblo!

LXVI
— ¡Jamás se llevaran de mi lado a Frey y Lisa!
— ¡Necia, te he dicho que no lo permitiré!… —El Rey se
dirigió a la puerta de la recamará y miró hacia los
lados en los pasillos y procedió a cerrar la puerta con
llave, después hizo lo mismo en las ventanas y bajó
las hermosas cortinas azules dejando entrar apenas
poca luz que iluminara la pieza y volvió con la bella
y sollozante Lucila, le habló esta vez susurrando. —
esta vez tengo más información que todos mis ancestros
juntos, si yo no vuelvo del desierto nadie más lo hará, cuando
me marche y los ocultistas regresen a Mayllem-Carson para
prepararse para la próxima peregrinación, tomaras a los
pequeños y huiras con ellos al Rio Ligia, en los muelles antes
de llegar a Carson te estará esperando mi confidente, Iván…
— ¿el viejo cocinero? — Interrumpió Lucila.
—Él mismo, desde hace meses ha estado levando ropas,
comidas y algunos tesoros con otras mercancías a una casa en
una metrópoli revolucionaria en una costa del Oeste, ahí
podrán vivir dignamente lejos de este bélico torbellino de mitos
y sectas…

LXVII
— ¿Y qué pasará contigo, acaso me dejarás por culpa de esos
mitos que ni siquiera has provocado, dejaras morir al valle y
a las familias que viven y vivirán? ¡Ven con nosotros, nada
le debemos a este valle más que la miseria y las epidemias!
—Lucila rompió en un incontenible llanto.
-¡Escúchame!, si dispongo de mi deber, jamás dejaran que nos
vayamos de aquí, nos perseguirán, habrá un disturbio y la
situación se tornará en un violento conflicto político y religioso,
debo ir, confío en que volveré y podremos reunirnos en la costa
cuando más viejo que nunca… si yo no puedo sacarlos de
este bucle de plagas, nadie lo hará y tarde o temprano ellos
también deberán partir del valle en busca de nuevas tierras y
al igual que nosotros lo olvidaran, porque eso hacemos los
hombres, olvidamos.
Uno de los mayordomos tocó a la puerta
advirtiendo al rey que era hora de la reunión con los
miembros del Culto.
— ¡Enseguida salgo! — Dijo mientras limpiaba las
humedecidas mejillas de la reina. —Descansa aquí
mientras dure la reunión, volveré más tarde y hablaremos
más templadamente. — Se despidió con un tierno
LXVIII
beso para salir por el pasillo ciñéndose las prendas
y enderezando el porte.
Como se había acordado los más viejos miembros
del culto llegaron galantemente puntuales y se
instalaron en la mesa redonda que era usada de vez
en cuando por el gabinete real, se distribuyeron
jerárquicamente de forma que el más viejo de los
sabios estuviese siempre frente al rey, después se
sentarían los ancianos que habrían viajado más de
un día a los confines del páramo en algún momento
y vuelto con vida lo que les otorgaba un enorme
prestigio dentro del credo, después los viejos con
conocimiento en lenguas antiguas, sorpresivamente
se le había permitido la entrada a dos de los
estudiantes más jóvenes con mejor promedio y los
de mayor promesa intelectual, el rey en contrarío
solía asistir a estas reuniones únicamente con su
mentor particular, un anciano que se encerraba día
y noche en la biblioteca o en la torre donde se reunía
con los inventores reales, un ermitaño que salía a
regañadientes de su mausoleo tecnológico

LXIX
únicamente cuando se hartaba de los insistentes
recordatorios del rey, sin embargo para esta ocasión
en particular había desistido de su presencia y arribó
sólo a la mesa, tomó asiento en una de las veinte
enormes y robustas sillas color negro azabache que
había alrededor de la mesa del mismo color, en el
centro al igual que la puerta del castillo, se
encontraba el escudo de la familia, la ya tradicional
estrella de ocho puntas azul tornasol adherida con
pernos metálicos, algunas veladoras gastadas por el
uso cada vez más frecuente de la sala, algunos libros
usados por los ancianos y una caja metálica que
habían traído consigo, parecía haber sido forjada
recientemente, tenía apariencia robusta y una vibra
bastante negativa, lo cual el rey pasó por alto
tratando de concentrarse en la reunión, ordenó al
servicio que sirviera una copa del vino que los
mismos ocultistas habían ofrecido en tributo en una
de sus peregrinaciones, después ordenó así mismo
que salieran de la sala y de dispusieran a sus labores

LXX
corrientes, pidió a los ancianos y estudiantes que se
pusieran cómodos pues comenzaría la audiencia.
El más viejo de los ocultistas tomó la iniciativa sin
despegarse del respaldo, golpeando suavemente la
mesa con los dedos de su mano derecha:
—En representación de los intereses del Culto, debo informar
que nos encantaría conocer las razones de su alteza para
haber ocultado información tan importante a nuestra
organización durante tantos años.
El rey por supuesto esperaba que los ancianos
comenzaran de tal manera, pues el habría hecho lo
mismo y dijo:
—Desacredito e ignoro las razones por las cuales mis
antepasados decidieron ocultar esta información, la cual
realmente es la primer información respecto al páramo y mi
familia misma de la que se tiene registro, pero he de decir que
muy seguramente creyeron que era lo idóneo para esta
sociedad.
— ¿Desconfía acaso la familia real de las intenciones del
Culto?

LXXI
—Noto cierta hostilidad en su cuestionamiento maestro.
—Lamento decir que es acertado su perspicaz comentario,
pero evitemos sobresaltarnos —sonrió—, ansiamos
escucharlo. —Los miembros del culto tomaban nota
mientras el anciano y el rey debatían, los estudiantes
se percataron de la tensión en la sala.
—Aprecio su serenidad y sinceridad… hay algo de razón,
mi padre me pidió que guardara la profecía de Samuel
Lamarck y únicamente la ofreciera en cambio de un
documento que cambiase el curso de nuestra labor… hoy
ustedes me ofrecieron el texto que necesitaba, pues no
confiaban en las poco ortodoxas prácticas de su iglesia, que
distan por completo de la visión del plan original.
Dos de los ocultistas se levantaron violentamente
en reacción a aquel comentario que desencadenaría
la desvinculación total de la iglesia ocultista con la
familia real, los jóvenes estudiantes suplicaron a los
ancianos que tomaran asiento mientras el más viejo
se acomodaba en su silla y reía entre dientes
mientras tocaba delicadamente los bordes de la
extraña caja metálica y burlonamente dijo:
LXXII
—Dígame cansado rey, ¿qué se siente saber que sus ancestros
murieron ignorantes de lo que realmente ocurre en el páramo?
— ¿Ignorantes dice? ¡Ellos murieron más sabios que
cualquiera de nosotros, pues en su lecho de muerte se
despojaron de la mentira, y murieron viendo la verdad a los
ojos y no hay más gloria que esa!
El sabio reía maliciosamente.
—Esta reunión no tiene la intención de cambiar sus planes
rey, usted deberá partir cuando el desierto lo llame,
únicamente estamos aquí para hacer de su conocimiento que
el Culto se deslinda por completo del castillo.
El rey se paró de un golpe y gritó:
— ¿Están dándole acaso la espalda al rey, a la familia que
les dio un propósito?
— ¡Ceppyr nos dio un propósito! —Repuso el enajenado
anciano y el rey miró asustado y desconcertado.
— ¿Qué están diciendo, acaso han perdido la razón?
—Por contrario Rey, hemos sido iluminados, la muerte del
joven James nos ha dejado un conocimiento indescriptible

LXXIII
sobre lo desconocido, verá, uno de los médicos solicitó que
exhumáramos el cuerpo de Hubert para estudiar los cambios
sufridos en su estancia en la morada de Ceppyr. —El
anciano soltó una diabólica y sarcástica mueca. — al
abrirlo, sus entrañas no estaban, solamente encontramos esto
dentro del costal de carne. —Abrió el cofre metálico y el
rey rodeó la mesa para ver la monstruosidad dentro,
miró horrorizado y respondió:
-— ¿Qué clase de labores realizan en su iglesia, dementes?
Dentro de la caja había un frondoso nido de espinas
rojas, las mismas que crecían en el desierto, en el
centro una pequeña roca ovalada, pero no era a su
vez roca, era de apariencia orgánica como un hongo
o espora que palpitaba, pequeñas extremidades en
forma de ventosas se sacudían y las espinas se
retorcían como si fuese petición del extraño
huevecillo.
—Esta es la plaga de Ceppyr y hemos aprendido más de ella
en una semana que en medio siglo tras estos muros, verá rey,
el Culto no ve necesario que esta sociedad siga en pie, pues
edificaremos una academia en la pradera rumbo al páramo,
LXXIV
ahí donde Samuel Lamarck presenció la llegada de la luz y
crearemos a nuestros propios campeones, no requerimos más
de su colaboración.
El rey se vio en un callejón sin salida, en parte la
separación del Culto y la iglesia facilitaría el escape
de Lucila y los gemelos, pero sabía también que
cuanto horror fuera provocado por ellos era
responsabilidad de él y su familia, debía detener la
plaga que Ceppyr había proliferado en las arenas.
—No veo inconveniente alguno, les pido se retiren únicamente
con lo que traen consigo.
Los señores del Culto se pusieron de pie y
comenzaron a abandonar la sala en silencio, excepto
el más viejo, quien salió al final y se dirigió al rey.
—Al destino le gusta hacernos pensar frecuentemente que
tenemos control sobre él, ¿Pero cómo podría un simple mortal
influir en algo que forma parte de la existencia misma?
El rey se apoyaba en brazos sobre la mesa con la
cabeza cabizbaja, al escuchar al viejo se levantó y
dijo:

LXXV
— ¿Está diciendo que no puedo cambiar lo que me
sucederá?, no puedo permitir que esto continúe así.
—Estoy diciendo que independientemente de nuestra
separación, debe usted cumplir con el plan divino, pues está
escrito y no conocemos el caos que podría desencadenar si
faltase a su promesa.
—Ustedes deberían haberme ayudado a detener la plaga, no
adoptarla como mascota y abandonar a la corona.
—Las cosas deben ser así, aún no lo entiendes, pero un día,
uno de tus descendientes lo entenderá… que la gloria te
acompañe.
Los viejos comenzaron efectivamente la
construcción de la academia que fuese bautizada
“Mortus-Fort”, la mayoría de los obreros de las minas
trabajaron en la obra con la promesa de que el valle
sería liberado por el Culto y no por el rey. En apenas
unos meses se encontraba lista, una tenebrosa
estructura de roca oscura y pulida de tres pisos de
altura, pequeñas ventanas con cristal ornamentado
adornaban la fachada, había también un extenso

LXXVI
jardín frontal donde había en su mayoría plantas en
macetas de cerámica, un largo pasillo de tabiques
con pasto finamente cortado a los costados que
llevaban directo a una pequeña escalerilla de cuatro
peldaños de roca sólida que se encontraban en la
puerta, una pesada placa metálica con las iniciales
M.F. (“Mortus-Fort”) en gramática gótica, dentro
había extensas bibliotecas y bien resguardados
laboratorios, pasillos angostos con muy poca
iluminación apenas alumbrados con las velas que
eran colocadas frecuentemente en las mesas, varias
áreas de estudio y descanso conformaban la nueva
sede del Culto, el techo puntiagudo cubierto de tejas
se podía ver desde el castillo con una pequeña
tubería de la que constantemente eran expulsados
negros gases producto de los experimentos dentro
de la academia, el rey por contrario dedicó los
próximos meses en preparar mentalmente a los
jóvenes Frey y Lisa quienes se veían más interesados
en los escritos conforme pasaban los días, incluso si
Lucila o Franco trataban de alejarlos de ellos, era

LXXVII
bien sabido que los jóvenes de la familia se
interesarían en ellos, como si las palabras del viejo
ocultista fueran verdad y el destino no es algo que
se pueda romper o alterar.

LXXVIII
CAPITULO VII – CONSECUENCIAS

El castillo no guardaba más relación con la iglesia,


el rey temía que pronto sintiera el llamado del
desierto que su padre le había dicho llegaría en su
madurez, sabía que a sus 56 años eso podría ocurrir
en cualquier momento, no era ya el hombre
vigoroso de hace media década, comenzaba
preocuparle si en realidad podría ser un rival para lo
que se escondía en las arenas y enfermaba sus
tierras.
Por una parte se encontraba ese incesante susurro
que le decía día y noche, incluso en sus sueños más
profundos que debía partir, que si no fuese por
respeto a sus antepasados, debería ser para curar el
valle, quien no tenía uno sino dos verdugos
asechando su integridad, el Culto era el segundo de
ellos, hombres con costumbres y creencias basadas

LXXIX
en lo sobrenatural, ahora con el orgullo herido y no
hay nada peor que un fanático aferrado a su ídolo.
La balanza en la que se encontraban el rey y el
culto comenzó a inclinarse a favor de los ancianos,
la economía del castillo sufrió una grave decadencia
debido a la falta del comercio que en su mayor parte
provenía de Mayllem-Carson, otras porciones más
pequeñas provenían de pequeños asentamientos en
las montañas Urc y el rio Ligia, pero Mayllem-
Carson se encontraba por en medio de las líneas de
transporte y las carretas eran robadas por lo regular
por hombres financiados por el Culto, el castillo
comenzaba a sufrir la carencia de alimentos y la
perdida de las cosechas debido a la plaga que venia
del páramo, así que el rey pensó que pronto debería
enviar a su familia a la metrópoli más allá del rio
Ligia.
Por el contrario la sociedad del Culto se fortaleció,
sus creencias así lo hicieron también, la gente del
pueblo comenzó a temer de sobremanera a los
miembros de la iglesia, casi que era un tabú

LXXX
mencionarlos, todo cuanto mal sucedía en el pueblo
era atribuido a las practicas dentro de la academia
Mortus-Fort, hombres y mujeres extraviadas,
animales que morían sin razón alguna y cosechas
agusanadas, incluso la locura se decía era obra de la
brujería que tenía lugar tras los lúgubres muros de
la academia. Los ancianos rara vez salían de su
nuevo hogar, y cuando lo hacían era en enormes
caravanas rumbo al desierto donde pasaban días y
volvían apenas pocos con las carretas hechas añicos
y las ropas quemadas, se decía también que habían
hecho una alianza con el desconocido horror de las
arenas, los pobladores afirmaban que el Culto les
proveía de inocentes hombres arrebatados de sus
familias a cambio del conocimiento, y quizá había
algo de verdad en esto, o no, solamente quienes
partían al desierto lo saben, hombres cada vez más
jóvenes y preparados, más obsesionados también.
El Culto y el antiguo linaje sufrían las consecuencias
de una fe errada.

LXXXI
CAPITULO VIII – EL AHOGADO

La miseria del pueblo se nota reflejada en la mirada


de los hombres que aun beben un sorbo de
esperanza de los ríos de desolación que azotan el
paisaje que se ha pintado de depresivos marrones y
grises, las calles están vacías, los gatos ya no maúllan
para tener aire en sus miserables cuerpos y no morir,
el ganado está tan desnutrido que apenas puede
ponerse de pie y pocas son las cosechas se abren
paso en la tierra musgosa de donde brotan gusanos
enormes que se comen todo cuanto encuentran, las
familias se han ido a sus hogares para resguardarse
del resentido frio que se ha posado sobre el valle y
no da un respiro, las nubes no dejan ver el sol desde
el día que el castillo y el Culto rompieron su alianza
después de cien años de gran armonía.
Han pasado tres meses para que el sol se mostrara
sobre el valle, aquella mañana los pobladores
LXXXII
despertaron con el sol colándose por los opacos
cristales aun empañados por el vapor del hielo
descongelándose, los niños salieron a brincar en los
charcos de agua de las callejuelas que se veían ahora
más vivas, la naturaleza se encontraba de buen
humor hoy. La más vieja de las ancianas dijo que era
uno de esos días que Dios regala para limpiar los
pecados y llenar de luz el mundo, así que proclamó
que aquellas familias quienes tuvieran infantes y
hombres sin bautizar debían ir a orillas del rio Ligia
donde entregarían su espíritu al cielo en señal de
agradecimiento y en busca de redención, así fue, se
dirigieron todos al rio donde se reunieron a
escuchar a la anciana pregonar buenos días
venideros para Mayllem-Carson, las mujeres que no
tenían descendientes de igual manera decidieron
lavar sus ropas en el rio, se regocijaron al calor de
los tempranos rayos del astro rey. Se encontraban
bautizando a una de las pequeñas cuando un
ensordecedor y chillante grito femenino sacó a
todos de su apresurado confort, todos miraron

LXXXIII
hacia la hierba de donde provenía el aullido y
miraron el nauseabundo espectáculo que
tambaleaba rumbo a ellos, un hombre —al menos
en apariencia— avanzaba y cojeaba, estaba
completamente desnudo del torso, su cuerpo estaba
hinchado como una burbuja —o una ampolla—, su
rostro lleno de protuberancias semejantes a rocas
que parecían estar llenas de algún liquido
amarillezco asqueroso, la lengua se le salía de lo que
antes era su boca jadeaba mientras caminaba rumbo
a la horrorizada congregación, sus piernas y brazos
estaban igual hinchadas, estaba también
completamente empapado y escurría de su cuerpo
el agua que goteaba por donde pisaba, agua que olía
de manera putrefacta, muchas de las personas
corrieron despavoridas de vuelta a sus casas
gritando que la maldición nunca acabaría, los que se
quedaron vieron como el hombre cayó al suelo y
dejó de respirar, todos se miraron desconcertados,
los hombres fueron enviados a ver si había muerto,
en efecto, todos se acercaron, los corazones

LXXXIV
desaceleraron, los gritos cesaron y se convirtieron
en una curiosidad colectiva, se aproximaron todos
temerosos al cuerpo hinchado que emanaba aquel
olor a pantano y muerte, fue enorme el asombro
cuando uno de los leñadores logró identificar al
hombre, se trataba de Eliot Simmons, un viejo y
repugnante pescador que vivía solitario a orillas del
rio Ligia, solía acudir al mercado de Mayllem-
Carson a vender sus peces y molestar a las jóvenes
amas de casa que se encontraba, luego gastaba todo
cuanto se le pagaba en licores, había dejado de ir al
mercado desde hace un mes pero no se le dio
importancia pues suponían que al igual que en
Carson, en el rio la maldición había acabado con
todo cuanto vivía ahí, pero ahora se diría que había
emborrachado hasta caer de su bote en algún
pantano y muerto ahogado. Todos sacaban sus
propias conjeturas como si de independientes
detectives se trataran, hablaban entre dientes, otros
tantos miraban con horror el cuerpo lleno de
protuberancias infladas de líquido, cuando menos lo

LXXXV
esperaban, todas y cada una de las burbujas del
hinchado cuerpo estalló bañando a la multitud en
una abominable mezcla de vísceras, lodo putrefacto
y el líquido amarillento que había en las ampollas, el
cuerpo mismo de abrió dejando escapar una lluvia
roja de sangre que entró en las bocas de los más
próximos, otros corrieron al rio a lavarse los ojos,
las mujeres gritaban despavoridas con las ropas
empapadas en muerte.
Esa noche el frio volvió, ahora más mortífero que
antes, los huesos se helaban y dolían, la piel de sus
labios se quebraba, las velas sucumbían ante las
violentas ventiscas que comenzaban a bajar de las
montañas, pronto todas las velas se apagaron, nadie
podía dormir pensando aun en el cuerpo que
explotó y bañó a todos en vomitiva peste, de pronto
un desgarrador grito irrumpió en los oídos
adormecidos de frio de los pobladores, solo uno,
todos asomaron sus ojos por las ventanas pero la
absoluta oscuridad no permitía ver más allá de tu
propia entrada, los niños corrieron a ocultarse tras

LXXXVI
los gruesos edredones, más por miedo que por frio,
los adultos seguían en vigía, esperando cualquier
ruido, cualquier movimiento pero nada aparecía de
entre las penumbras, luego llegó el segundo grito
acompañado de un intenso ruido de cajas cayendo
y después un grito de auxilio de una mujer, los
hombres salieron de las casas con antorchas que
apenas e iluminaban, las mujeres se quedaron en
casa presas del terror, caminaron los varones de
frente a la ventisca buscando de donde provenían
los gritos que imploraban socorro, algunas
antorchas se apagaron y las que sobrevivían
correrían pronto la misma suerte. Un tercer grito,
uno miserable, un grito inhumano que parecía
provenir de no otro lugar que de la abandonada
catedral, de una de las casas adyacentes una anciana
desesperada salió a tropezones, con su blanca tela
ensangrentada, y eufórica gritaba:
— ¡Se lo ha llevado, por Dios que se lo ha llevado, se ha
llevado a mi pequeño!

LXXXVII
Los hombres corrieron a su auxilio y la sujetaron
instantes antes de que callera a un charco de lodo, la
levantaron mientras uno de los varones le
preguntaba:
— ¡¿Quién se ha llevado a tu pequeño, mujer?!
— ¡El ahogado, el ahogado! —Todos echaron un paso
atrás y tambalearon— ¡El maldito de Eliot Simmons se
ha llevado a mi pequeño!
Aquel que llevaba la antorcha más viva ordenó que
levantaran a la anciana que estaba a punto de
desfallecer en su llanto y la refugiaran de vuelta a su
casa pues sino sería el frio quien se llevaría su vida y
habló a uno de sus vecinos:
—Si la anciana dice la razón necesitaremos entrar con mucho
cuidado a la catedral, no sabemos que hay ahí o lo que puede
hacernos, debemos apresurarnos, ¡Todos los demás vuelvan a
sus casas, cierren a cal y canto!, ¡y no abran absolutamente a
nadie, pues volveremos con el infante o no lo haremos nunca!
— Tomaron cuanto encontraron para defenderse,
maderas, metales rústicos y partieron en un grupo

LXXXVIII
de seis hombres, uno más tomó uno de los caballos
que aun conservaban fuerzas y partió a galope hacia
el castillo buscando ayuda. Pasaron los minutos,
dentro de la tenebrosa catedral no se veía ni
escuchaba un alma, la incertidumbre se apoderaba
de quienes esperaban en la plaza, las mujeres
miraban por las ventanas y no sucedía nada, había
pasado más de una hora cuando de una de las
ventanas más altas de la torre principal salió
arrojado con gran fuerza, cubierto de una nube de
vidrios rotos y otros tantos encajados en su piel uno
de los vecinos que terminó chocando contra el
húmedo suelo, su cuerpo boca abajo se impactó con
las firmes rocas dejando su rostro irreconocible,
pronto la sangre se mezcló con el agua que bajaba
por la calle y nadie pudo hacer nada, dos hombres
más cargaron el cuerpo y lo llevaron a puertas de la
catedral, por la mañana pensarían que hacer, pues
no debían abandonar la plaza bajo ninguna
circunstancia.

LXXXIX
Los hombres comenzaron a preguntarse cómo es
que el hombre había regresado de la muerte —si es
que la anciana no mentía—, uno de ellos comenzó
a atribuir el hecho a la maldición de las tierras,
diciendo que era una de las plagas o incluso obra del
Culto, que pronto todo cuanto muriera regresaría
para seguir reptando sobre la tierra y esparciendo su
nauseabunda semilla, entre los hombres que
hablaban helados en la plaza se encontraba el joven
Hanns White, de veintisiete años, quien se dedicaba
a la caza y desde muy pequeño juró dejar de creer
en cosas sobrenaturales o supersticiones cuando a
los once años de edad su madre murió de fiebre y
ninguno de los Dioses a los que rezó plegarias
durante días acudió a su lamento.
Hanns se separó del grupo y fue donde la anciana,
la casa estaba totalmente desordenada, la ventana
por la que había penetrado el supuesto Eliot
Simmons se encontraba completamente destrozada
y había sido tapada por una mujer con una frazada
para evitar el agua y el frio se colaran en la vivienda,

XC
en el suelo había toda clase de utensilios básicos, lo
que en cualquier casa de la zona, cucharas y
recipientes de cocina, sillas volteadas patas arriba, la
anciana había sido recostada en su cama por una de
sus hijas quien la cuidada sentada junto a ella, la
anciana dormía, Hanns acomodó una de las sillas y
se sentó junto a ella, miró antes por la ventana que
ninguno de los otros hombres lo hubiesen seguido
y después habló con Clara, la hija de la anciana:
— ¿Se encuentra mejor?
—Se ha dormido, estaba muy mal, temo que despierte y se
dé cuenta que no era una pesadilla… que esto es peor que
una pesadilla. —Dijo sin separar la mirada de su
madre.
— ¿Viste lo que pasó?
— ¿Ya lo dijo mi madre no?, el enfermo de Eliot Simmons
entró y se llevó a mi hermano, solo eso, sucedió demasiado
rápido.
— ¿Estás segura que era él?, quizá estaba muy oscuro —
giró bruscamente hacia Clara y se acercó aún más.

XCI
—Quizá te confundiste, todos vimos el cuerpo de Simmons
en el rio, yo mismo vi como enterraban la masa de carne que
quedó de él en una fosa…
— ¿Estás llamando mentirosa a mi madre? —se exaltó
Clara y giró también a verlo sin perder de vista a su
vez a la anciana, levantó la manga de su vestido y
mostró una mordedura profunda. — Se lo que vimos,
Eliot Simmons entró desnudo por esa ventana, llevaba la
carne llena de heridas e intentó morder a mi madre, lo ataqué
con una silla pero me mordió, tomó a mi hermano y huyó a
la catedral, eso es todo…
Un golpe hueco se oyó fuera de la casa, en la
catedral, interrumpiendo el interrogatorio de Hanns
quien salió corriendo hasta la puerta.
—No salgas, iré a ver qué sucede. —Clara asintió con el
rostro preocupado.
Hanns corrió hasta donde los demás hombres se
habían congregado para ver dos cuerpos más
impactados en el suelo de la misma forma que el
anterior, tenían las ropas rasgadas y mordidas

XCII
enormes por todo el cuerpo, algunas muy profundas
de las que salía una cantidad enorme de sangre
espesa que escurría hasta el suelo y se perdía en la
oscuridad, con ayuda de los demás vecinos lograron
llevar los cuerpos de igual manera hasta la puerta de
la catedral donde estaba el primer cadáver, ahora
solo quedaba la mitad del grupo dentro de la antigua
y abandonada sede del Culto.
Pasaban las horas, el silencio se tornaba asesino, tan
solo la respiración y el crujir de los dientes de los
desafortunados varones que montaban su injusta
guardia nocturna en aquella plaza como si de
penitencia se tratase, optaron por resguardarse en la
morada de la anciana para evitar algún mal de
pulmón o el desfallecimiento, mas no había nada
de diferente dentro de la choza de barro salvo por
el calor que les provocaba reunirse todos en el
reducido espacio. Hanns no dejaba de atormentarse,
¿quién sería el desgraciado que había irrumpido la
agonía congelante de Mayllem-Carson para bañar de
sangre los tabiques de la plaza y de horror nocturno

XCIII
los pechos de los insomnes y miserables habitantes
de la villa?, estaba seguro que sus ojos habían
presenciado el cuerpo inflado de Eliot Simmons
reventar y quedar abierto de par en par, había visto
el cuerpo caer en la profunda fosa y ser tapada con
pesadas rocas, debía ser algún lunático, quizá
alguien proveniente de la academia Mortus-Fort,
pero no claro que no, lejos de la carnicería que se
rumoraba ocurría dentro de la tenebrosa
universidad, los ocultistas eran hombres excéntricos
y educados, la bestia que perpetró las casas debía ser
ignorante y carente de todo nexo con libros y
naturaleza civilizada.
El cuarto y quinto cuerpo cayeron una hora antes
del amanecer, el estrepitoso golpe despertó a Hanns
quien había caído en profundo sueño sentado junto
a la puerta, lo hizo plácidamente a pesar del
punzocortante frio, los demás de igual manera se
despertaron y corrieron a la plaza, el mismo patrón
se repetía, las mordidas en todo el cuerpo y los
rostros destrozados contra la roca de la plaza,

XCIV
nuevamente movieron los cuerpos hasta la entrada
y sorprendieron a la anciana despierta de pie en la
puerta de su casa, más serena pero aun adormilada
y confundida, Clara hablaba con ella, quizá
tranquilizándola, nadie le dijo que solo uno de los
hombres quedaba vivo, no era conveniente en su
situación.
Pronto amanecería y el último de los hombres que
habían subido a la catedral aun no daba señales de
continuar vivo, así que se reunió un nuevo grupo,
esta vez solamente de tres personas entre los que
insistentemente se encontraba Hans, tomaron
hachas y antorchas, se dispusieron a entrar, al
interior no se escuchaba un solo susurro, ni siquiera
del violento viento que azotaba las casas, es como si
la realidad dentro de la catedral ocurriera dentro de
otro mundo, apuraron las prisas, no había tiempo
para explorar las plantas inferiores, pues todos los
cuerpos habían salido por la misma ventanilla
superior, así que debían apresurarse a subir, en el
trayecto precipitado no vieron nada relevante

XCV
dentro de los muros, todo cuanto habían dejado los
ocultistas se encontraba tapado por largas sábanas
blancas, no debían ser más que instrumentos de
medición o alquimia misma. Se encontraban ya en
la en la recta final, una media luna de escalones los
separaban de la última habitación donde se supone
debía estar el último hombre, insolentemente Hans
se había adelantado varios metros al resto del
grupo, cuando llegó al final más que aliviado quedó
desconcertado, no vio más que ultimo de los
sobrevivientes en el suelo, desmayado abrazando
fuertemente al hijo de la anciana quien también se
encontraba inconsciente, ambos empapados en un
líquido viscoso, trató Hans de despertarlos pero fue
imposible, corrió Hans al piso superior de donde
provenía un nauseabundo olor, fue un mero
impulso y sin considerar el peligro que podía
representar, pero su sorpresa fue mayor al llegar, en
el suelo se encontraba un cuerpo en muy mal estado
de descomposición, irreconocible, jamás podría
averiguar si lo que decían la anciana y Clara era

XCVI
cierto o se trataba de un lunático, pero incluso el
agnóstico joven debía aceptar que ningún cuerpo
podría entrar en estado de descomposición tan
rápido, el resto de hombres subió rápido corriendo
pero regresaron abajo cuando vieron la masa de
carne putrefacta en el suelo, Hans también lo hizo
ahora con más cuidado, bajaron al pueblo donde
había amanecido al fin, Clara esperaba con una
cobija para arropar a su pequeño hermano del frio,
la anciana agradeció la ayuda y lamentó
terriblemente la muerte de los hombres, quienes
eran llorados por sus familias sin importar el
abrasante frio, después, todos se fijaron en el
hombre que había sobrevivido, su nombre era Perth
Farell, no era precisamente un hombre interesante,
ni siquiera popular entre los pobladores, se dedicaba
a la carpintería y por las tardes se le veía leyendo en
su habitación, completamente solo. Pero ahí estaba,
había despertado y una de las vecinas le
proporciono una frazada, comenzaron a
bombardearlo con preguntas que claramente no

XCVII
sabía responder y si sabía era obvio que no lo haría,
Hans se mezcló entre la multitud y se acercó
pretensiosamente al hombre y le susurró mientras
ayudaba a levantarlo.
—Yo creeré todo lo que me diga y me encargaré que los demás
lo crean, solo debe guardar silencio hasta entonces. —
Después gritó para que todos escucharan. — ¡Este
hombre es sino un héroe, démosle al menos la oportunidad de
limpiar su cuerpo y sus telas, después todos escucharemos de
su propia voz lo sucedido en la torre!
Fue solo así como la gente comenzó a volver a casa,
los hombres reunieron a los cuerpos que se les daría
entierro digno ese mismo día por la tarde, Hans
acompañó al señor Farell hasta su choza donde lo
ayudó a calmarse y se recostó en su desordenada
cama —producto de la prisa con la que había salido
debido al escándalo—, Hans se paró a cerrar la
puerta cuando Andrew, uno de los viejos vecinos
del señor Farell apareció sorpresivamente en la
entrada.

XCVIII
— ¡Disculpe valiente joven! — retrocedió un paso de la
impresión. —Solo traigo un poco de sopa para mi amigo.
Hans pensó que el viejo solamente entorpecería el
interrogatorio que tenía preparado para el señor
Farell, pero debía continuar pues los impacientes
vecinos no tardarían en exigir hablar con él y
respondió:
—Está bien, creo que le sentará de maravilla.
El anciano Andrew entró y Hans dio un último
vistazo al exterior, cerró la puerta y pidió a Andrew
que dejara el plato sobre la vieja mesa de madera, se
sentaron ambos junto al señor Farell quien despertó
de un golpe muy agrumado gritando en voz muy
baja, como si el aliento le hubiese sido extirpado.
— ¡El rey, el rey, es hora de ir a casa de Ceppyr!
Hans y Andrew se miraron mutuamente mientras
trataban de tranquilizar al afligido hombre que
sudaba completamente en frio y se contorsionaba,
de golpe cesó y no se podía percibir más que miedo
en sus vidriosos ojos temblorosos y en el rostro

XCIX
pálido que se escondía hasta la nariz tras de una
frazada.
— ¿Estás bien Perth? — Preguntó Andrew
temerosamente y casi de forma paternal.
— ¿El rey, Ceppyr?, ¡Por favor di algo! —Irrumpió Hans
con su tradicional insolencia.
— ¡Atrás! Aún está muy confundido debes dejarlo
descansar.
—No hay nada que hablar… — Exclamó el viejo
Perth mientras se abría su camisa y mostraba una
cicatriz horrenda pero familiar para todo habitante
de Mayllem-Carson.
Andrew y Hans se alejaron un par de pasos y
susurraron únicamente entre ellos dos:
—Si el pueblo se entera lo acusaran de blasfemo o mentiroso,
o peor aún, lo entregarán a los hombres del Culto. —Dijo
Hans.
—No podemos dejarlo aquí, es peligroso, se olvidarán de que
salvó al pequeño y querrán quemarlo vivo, ¿Qué harás? —

C
Andrew se tallaba las manos víctima de su
nerviosismo.
—Estamos en la misma situación anciano, aceptaría
cualquier sugerencia.
El viejo Perth se encontraba tumbado en la cama,
con la mirada perdida mientras los
inconteniblemente nerviosos y preocupados
hombres caminaban en círculos pensando en cómo
ayudarlo.
— ¡el Oeste! —Gritó Andrew.
— ¡Silencio! —Le susurró Hans acercándose hasta
donde estaba ahora sentado. — ¿Qué pasa con el
Oeste?
—He escuchado hablar de una nueva metrópoli que está
cobrando fuerza en las cordilleras más allá del rio Ligia,
podemos viajar con algún pescador hasta alguna aldea
pesquera y desde ahí tomar una embarcación.
— ¡Perfecto solo debemos evadir a los curiosos que se
cuestionen sobre el señor Perth, diremos que aún no despierta!

CI
—Escúchame bien joven. —Dijo Andrew esta vez más
serio y contundente que antes. —Jamás hemos de volver
a estos lugares, los hombres como los de Mayllem jamás
olvidan cuando se les ha faltado al respeto, espero estés
consciente.
—Señor, mi hambre de verdad es casi tan insolente como yo
mismo, llegaré hasta donde sea necesario, porque los hombres
como Hans White jamás tememos a las penumbras de la
ignorancia.
El resto de la tarde fue un vaivén a las casas de
Andrew y Hans, se turnaban los viajes para juntar lo
necesario para partir a la metrópoli por la noche
cuando todos estuviesen refugiados del frio, Perth
Farell había prometido guardar silencio y contar
todo lo sucedido en la torre cuando su viaje hubiera
terminado y estuvieran seguros en un nuevo
asentamiento, nadie en el pueblo debía enterarse de
lo que sucedió aquel día, ni de la cicatriz, pues el
caos hubiera sido masivo, aunque esto solo lograría
adelantar la miseria que sería aún más implacable en
la villa. Pero tarde o temprano el rey se enteraría, lo

CII
haría también el Culto, que hoy ha partido muy lejos
el hombre que sobrevivió a la plaga y escapó, el
hombre que llevaba la estrella de la familia Ol’Galas
envuelta en llamas rasgada en su pecho.

CIII
CAPITULO IX – MASACRE EN
MAYLLEM CARSON

El humano se ha preguntado toda su joven


existencia por qué rezan a ídolos que
constantemente responden con un silencio asesino
y que cuando responde lo hace en forma de caos y
plagas, no importan los sacrificios, no importan las
multitudes, los ídolos creados por el hombre son
igual de ingenuos e incapaces que él.
Es por eso que el Culto decidió continuar
estudiando el misterio en torno a la morada de metal
y roca que yacía en el desierto, pero poco habían
logrado conseguir, sus caravanas eran siempre
devueltas en llamas por su errante guardián, solo
quedaba aprender de la semilla de la plaga que el ya
fallecido maestro ocultista había conseguido del
cadáver de James J. Hubert, el culto ha cambiado
muy rápido, los habitantes de la academia Mortus-

CIV
Fort eran jóvenes y vigorosos, guerreros, hombres
de combate, hombres y mujeres, los antiguos y
viejos ocultistas representaban solamente los
cimientos de una religión que profesaba la
liberación de aquel que mora en las arenas, un acto
de compasión que podían realizar los seres
humanos en respuesta a todas las veces que sus
ídolos fabricados guardaron silencio, ayudar a un ser
perdido a volver a su hogar, sin importar que eso
signifique abrir las puertas entre la tierra y el
inframundo.
Pero una madrugada en que el frio primitivo que
parecía enfriado en el corazón de un glacial
inundaba el valle, a puertas de Mortus-Fort llegó a
tropezones y casi sin aliento un hombre de
apariencia inmoral, mal vestido y aparentemente
enfermo, sin embargo fue auxiliado por los
estudiantes de guardia, con el poco aliento que le
quedaba pudo contar que provenía de Mayllem-
Carson y el hombre ahogado que había esparcido su
peste y había traído la muerte a la villa, instantes

CV
después murió. Los ocultistas enviaron estudiantes
a investigar disfrazados de comerciantes fue sencillo
enterarse de todo lo ocurrido, aquellas noticias
llegaron también a oídos del rey y todo aquel que
moraba en el valle.
Y el culto se lamentó, habían estudiado suficiente
la semilla de plaga para darse cuenta de lo que
pasaba, el hombre había sido infectado con la plaga
de Ceppyr, encubado la semilla dentro de sí, todo
aquel al que dañase seria infectado a su vez y la
semilla se propagaría por todo el valle, pronto seria
incontenible, así que prepararon gases, toxinas,
armas y todo lo necesario para erradicar la plaga
joven que había en Carson y enviaron a dos de sus
mejores estudiantes.
Partieron cuatro días después de la academia
Mortus-Fort hacia el pueblo, en el transcurso
pudieron observar la desolada vista que ofrecía el
castillo, era como si un aura de miseria se postrara
sobre él, la hierba muerta, las cadenas oxidadas y las
paredes limosas indicaban que el antiguo linaje se

CVI
encontraba pendiendo de un hilo muy delgado y
podrido, pronto se extinguiría como había pasado
con los reyes anteriores, ahora la paz del valle
descansaba sobre el Culto.
Llegaron a Carson después de una larga y muy
apresurada carrera por las oscuras sendas a Carson,
el lugar era tal como lo imaginaban, un lugar
desolado, típico de una tierra azotada por una peste
desconocida y el horror colectivo, pero había otro
olor en el aire además de las plantas muertas y los
charcos de lodo putrefacto, ese olor era la sangre,
sangre fresca, sangre derramada por las garras de
bestias primitivas que solo pueden ser creadas por
la plaga, así que los estudiantes, tomaron sus
espadas, ornamentadas con escritos antiguos que se
creía otorgaban un daño mayor, afiladas
pacientemente y forjadas con el metal más sólido de
la región, también tenían un rociador de toxinas, un
dispositivo inventado por el Culto con el cual
pretendían crear una reacción química que
ahuyentara a los engendros de la plaga, caminaron

CVII
lento y en alerta por el fango, aun llovía, sus pesados
trajes de cuero grueso se empapaban mientras
avanzaban, hasta que llegaron a la plaza y pudieron
ser testigos de la masacre que había tenido lugar en
la villa, decenas de cuerpos mutilados, de hombres
y mujeres, ancianos e infantes, todos por igual
alfombraban el suelo de tabiques y pintaban de rojo
el agua que bajaba por las calles, había también
cadáveres de extrañas alimañas, hombres con
apariencia monstruosa, tenían el cuerpo de hombre
con protuberancias en forma de roca que era a su
vez blanda, las tenían por todo el cuerpo y sus
rostros eran de apariencia mórbida, las quijadas eran
de mayor tamaño que el resto de las personas y sus
dentaduras largas, punzantes como las de un animal
salvaje, una de esas alimañas saltó de uno de los
tejados hacia los ocultistas pero los estudiantes eran
hábiles y agiles, fue relativamente fácil para los
emisarios del Culto rebanar el cuerpo de la bestia
antes de que llegara al suelo, su torso cayó partido
por la mitad, la bestia aún vivía y chillaba pero no

CVIII
de dolor, un chillido de rabia y furia frenética que lo
mantenía respirando, así que fue al final decapitado.
El silencio inundaba la aldea, pensaron en regresar
a la academia cuando las puertas de la catedral se
abrieron y de su tenebroso interior comenzaron a
emerger las personas, primero los hombres
apuntando con sus trinches y su hachas, con sus
antorchas y metales
— ¡Quienes son y a que vienen! —Preguntaron
exaltados los hombres.
Pero los estudiantes guardaron sus armas y se
descubrieron el rostro, alzaron las manos vacías en
señal de tregua.
—Somos emisarios de Mortus-Fort… hemos sido enviados
en la misión divina de liquidar la plaga que ha azotado sus
hogares hace cuatro noches. —Los hombres se
tranquilizaron y de igual manera bajaron las armas.
—hemos auxiliado a uno de sus vecinos que acudió
desesperado por ayuda a puertas de nuestros aposentos, por
eso hemos venido y jamás para causarles más infortunios.

CIX
-Pensamos que eran más de esas bestias…
Los estudiantes se acercaron a examinar de cerca los
cadáveres de los engendros solamente para
confirmar una vez más que se trataba de la plaga, los
pobladores contaron que entrada la noche, una ola
de gritos desgarradores despertó a los vecinos y en
instantes las calles estallaron en completo caos, la
gente corría despavorida mientras eran perseguidos
por los demonios de piel cubierta con
protuberancias y largos colmillos babeantes, los que
pudieron corrieron a refugiarse a la catedral y ahí
esperaron hasta la llegada de los enviados. Los
estudiantes decidieron volver a Mortus-Fort donde
los maestros decidieron enviar un gran grupo
ocultistas a Mayllem-Carson, a instalarse en la
catedral y sus alrededores para proteger a las
familias y tratar de erradicar la plaga, por primera
vez en mucho tiempo Mayllem-Carson dormiría
tranquila, sabiendo que su sueño estaba en vigía de
expertos asesinos de bestias, y poco a poco, la fe en
el antiguo linaje desaparecía.

CX
CAPITULO X – EL OSCURO
DESTINO

La oscuridad ha dejado de ser nómada, ha dejado de


emigrar entre el infierno y el cosmos para fabricar
su morada sobre el valle, las nubes espesas ya no
dejan ver el sol, las plantas han muerto, el ganado
ha perecido de hambre o ha sido devorado por la
ruin plaga de Ceppyr quien exige su encuentro con
el rey, él sabe que es hora, ha sentido el llamado del
desierto donde las nubes no se posan, entre sueños
ha escuchado un susurro ancestral llamarle desde
otro tiempo, invitándolo a su morada, a seguir la luz,
a ser iluminado.
El rey tomó una decisión, recogió su espada y un
viejo traje de cuero luego se dirigió a la sala principal
donde era esperado por su amada reina y los
gemelos Frey y Lisa Ol’Galas, la sala únicamente
iluminada por un candelabro muy elegante,
CXI
solamente quedaban en el castillo acompañándolos
en su caída el cocinero Iván y su viejo maestro
inventor, Charles Cammel, el viejo rey no tiene nada
que decirles, todo está hablado ya, el rey saldrá
primero rumbo al desierto para tener la atención del
Culto y muy entrada la noche, el linaje y sus ya no
sirvientes, sino sus más queridos amigos, guiaran a
Lucila y los niños hasta un muelle escondido en el
rio Ligia, donde partirán hasta Carcer, una pequeña
congregación en el Oeste, después partirán hasta la
gran ciudad que ha emergido más allá de las
cordilleras, no hay palabras que describan la
impotencia de Lucila, ni la incertidumbre de los
pequeños o el temor de los ancianos amigos, ha
besado dulcemente a sus pequeños y los ha mirado
para memorizar sus inocentes rostros, el miedo roe
su cuerpo y flagela su voluntad, pero debe enfrentar
su oscuro destino.
Se ha marchado apretando los dientes, la
formidable puerta de roca se ha cerrado a sus
espaldas y echó una última vista panorámica del

CXII
valle, caótico, maquiavélico, solo así se podría
describir a la oscuridad antinatural que cobija las
llanuras, no es obra de la naturaleza, está solo ahora,
expectante de lo que el páramo disponga para el
cansado hombre de la espada que ha admitido su
destino, los relámpagos detonan de la nada en el
despejado cielo del desierto, rayos de otro mundo
que aparecen rítmicamente creando una
horripilante marcha fúnebre, una sinfonía mortífera
y una violenta tormenta de arena densa que espera
para castigar la piel del hombre que se atreve a
adentrarse en el mar de muerte para herir a su
guardián, ha pasado en su trayecto frente a Mortus-
Fort y ha visto a una gran cantidad de ocultistas
reunidos para presenciar el solitario desfile del
arruinado rey a quien se han limitado a contemplar.
Después de tanto caminar en los oscuros senderos
por fin ha arribado al páramo, de frente a la colosal
muralla de arena en torbellino que le golpea la cara
como un millón de agujas al unísono y lo espera
sedienta de caos, ha dado un paso al interior de la

CXIII
bestia de arena, pues parece viva, ha dudado un
segundo y ha retrocedido cuatro pasos, pero no hay
escape, ya no puede retroceder a la pesadilla.
Por su parte, Iván y Charles han sacado a
escondidas a la reina y los pequeños, los han
ocultado en una carreta vieja que era usada para
traer mercancía del mercado de Mayllem, han
creado un doble fondo donde se han acomodado
los furtivos sobrevivientes de la caída de un linaje
glorioso. Han cubierto el resto de la carreta con
cosecha marchita y animales recién fallecidos, se
han encaminado hacia el rio Ligia, la coartada
perfecta, si fueran interceptados por los pobladores
de Carson o el Culto, tendrían la excusa de dirigirse
al bosque, a deshacerse de sus cosechas muertas
para evitar enfermedades dentro del castillo, han
pasado así un par de horas y han llegado sin más
imprevistos al oscuro bosque, donde han bajado de
la carreta de olor a peste para continuar a pie por un
pequeño pantano hasta el muelle oculto, los
pequeños caminan casi por instinto, aun no

CXIV
comprenden lo que sucede, solo saben que deben
huir del valle y que su vida depende de ello, no hay
más luz en el pantano que la de la antorcha de Iván,
caminan cautelosamente advirtiendo las ramas y las
fosas. Al fin pudieron sentir la brisa, el frio pero
liberador viento proveniente del Oeste a orillas del
rio Ligia, Iván se apresura a descubrir el amplio
bote escondido entre la hierba que crece alta en la
orilla del rio y se han apresurado a subir primero los
viejos para sujetar al pequeño Frey.
En el desierto el rey se abre paso a través de una
poderosa tormenta de arena que lo empuja en
contra, le cuesta caminar, incluso le cuesta mirar la
brújula en su mano que le indica siempre el Este, a
donde debe ir, siente la arena golpear donde su piel
ha quedado descubierta. Entre la arena ha podido
ver el resplandor, la llama inerte que nace de una
figura humana, su destino, que se encuentra de pie
con las manos al frente apoyando su arma de
material cristalino, ha caminado lo más cerca
posible y ha enderezado el porte aunque el violento

CXV
golpe de la arena lo hace tambalear ha empuñado su
espada esperando a asestar el primer golpe.
En el pantano Iván y Charles han subido al bote,
han apoyado a subir también a Frey a quien han
ocultado tras de una gran caja de metal donde llevan
algunas provisiones, Lucila ha mirado atrás
buscando a Lisa, pero la ve en la orilla, a unos veinte
metros, temerosa del rio, y ha insistido que deben
apresurarse, lo temido sucede, una flecha nace de
entre el oscuro bosque, entre la espesa oscuridad y
atravesó sin dificultad el frágil pecho de la reina
quien respondió con un noble y delicado suspiro
mientras extendía la mano a su asustada hija,
decenas de antorchas se encendieron en la copa de
los árboles y pinos del bosque, otras más entre la
oscuridad, estudiantes de Mortus-Fort que
aguardaban entre las sombras.
El rey se batía en un colérico enfrentamiento
contra la llama del desierto, su poderosa espada de
acero templado forjada por los herreros de Urc en
el castillo chocó contra la espada traslucida del

CXVI
errante dejando caer una lluvia de centellas al suelo,
forcejeaban, casi podían sentir el aliento el uno del
otro, quienes reconocían sus rostros, pero solo uno
saldría laureado de ese momento decisivo, la
serpiente que devora su propia cola, el ciclo infinito
de los reyes, el destino al que tanto había rehuido,
hoy lo habría de asimilar.
Lucila cayó al rio lo que provocó un desbalance
del bote, Frey impactó su cabeza contra la enorme
caja de metal y perdió la consciencia, una lluvia de
flechas emergió del bosque en dirección a la
embarcación donde Iván, Charles y el pequeño Frey
pretendían escapar, uno de los estudiantes de
Mortus-Fort logró tomar a la pequeña Lisa y
arrastrarla al bosque, la embarcación debía partir, no
había tiempo de regresar, morirían si tan siquiera
dudaban, así que se refugiaron tras la pesada caja de
metal y comenzaron a remar, para su sorpresa la
lluvia de flechas cesó y pronto las luces en el bosque
se apagaron una a una, la barca continúo su viaje, la
reina había muerto, Lisa se encontraba ahora en

CXVII
manos del Culto, el rey se había perdido entre las
arenas, pronto estarían lejos de casa y pocos
recordarían que existió el antiguo linaje.
Y en el horizonte pudieron ver un relámpago
mortífero que iluminó el valle entero, cayendo
desde el firmamento, en dirección al castillo,
después la oscuridad desapareció del valle.

CXVIII
CAPITULO XI – FUEGO Y
RELAMPAGOS

La oscuridad se ha marchado del valle, no más


nubes con formas monstruosas se acurrucan sobre
Mayllem-Carson, los estudiantes han llevado a Lisa
Ol’Galas a Mortus-Fort, donde será educada bajo
las doctrinas que impone el Culto, será testigo de los
más grandiosos avances místicos y científicos, será
entrenada como un arma, para cuando llegue el
momento, pueda servir a la orden. En el camino la
joven ha visto donde ha descansado el relámpago
mortal que iluminó el valle, en su antiguo hogar, el
castillo del linaje que habría de erradicar la peste, la
vista hería sus más profundos sentimientos, el
castillo ardía en llamas y pronto no quedaría nada de
aquel imponente palacio lleno de sabiduría y
majestuoso pasado.

CXIX
El culto edificó un gigantesco muro en el camino
que llevaba de Mayllem-Carson al castillo Ol`Galas
que atravesaba todo el valle cortando de tajo el
antiguo sendero de peregrinación, prohibió a toda
persona pasar más allá de la muralla siendo
advertidos de pagar con su vida a todo merodeador
que fuera sorprendido del lado prohibido de la
senda, el muro que atravesaba el camino fue desde
entonces conocido como “El sello relámpago” en
honor al divino rayo que acabara con la gloria del
castillo.
Las cosechas pronto comenzaron a dar frutos, los
animales a crecer y engordar, el frio desapareció
para traer un agradable clima templado incluso en
las zonas más cercanas a la montaña y las
enfermedades desaparecían episódicamente.
A los miembros del Culto jamás se les volvió a
ver, pero el respeto jamás se les perdió, los hombres
que con su fe salvaron al valle de la plaga de muerte
y bestias.

CXX
CAPITULO XII – EXTRAÑOS
SUSURROS DEL PASADO

Han pasado ya 25 años desde que Frey Ol’Galas


dejara atrás el valle de Mayllem-Carson, sin embargo
rememorando: la embarcación arribó durante la
tarde del próximo día a los muelles de Carcer, un
asentamiento pequeño de benévolos pobladores,
donde fueron auxiliados y Frey recibió ayuda
médica, días después fue diagnosticado con una
pérdida de memoria causada por la fuerte
contusión, descansaron un par de días y uno de los
comerciantes puso a su disposición dos caballos
pues el camino era largo, pasaron por varias
ciudades agrícolas siempre valiéndose de las
preciosas posesiones del linaje para conseguir
alimento y posada, hasta que algún tiempo después
arribaron a una ciudad bastante bien desarrollada
llamada Fellmont, ubicada en alguna parte del norte

CXXI
del continente europeo, al Oeste de Mayllem-
Carson, el viejo Iván consiguió empleo en una
herrería cerca de la posada donde se instalaron
mientras el anciano Charles Cammel se encargaría
de la educación del pequeño Frey Ol’Galas, a quien
por seguridad, exigencia y última petición del rey
llamaron Frey Cammel.
Charles Cammel fue efectivamente como un
padre para Frey, durante sus pláticas nocturnas en
ocasiones no podía evitar soltar algún comentario
fugaz sobre Mayllem-Carson o el linaje, víctima de
su senilidad o quizá a propósito para tentar la
curiosidad de Frey, quien parecía haber olvidado
todo lo sucedido antes de llegar a Fellmont, es como
si su mente hubiera decidido bloquear todo
recuerdo abrumador dándole una segunda
oportunidad, pero hay cosas que no pueden ser
olvidadas cuando por tus venas corre la sangre de
un ilustre linaje, hombres así están destinados a la
gloria. Por su parte Iván se negaba rotundamente a
hablar sobre el castillo, animaba a Frey a aprender

CXXII
nuevas lenguas o practicar algún deporte para
mantenerlo ocupado pero siempre era contradicho
por Charles, al final Iván decidió ocultar los pocos
documentos referentes al castillo y el desierto en el
gran baúl de metal, y cargaba la llave siempre
consigo, lejos del alcance del curioso Frey.
Charles murió diez años después de su llegada a
Fellmont, fue sepultado modestamente en el
cementerio local donde Frey acudía todos los jueves
a depositar flores y hablar en compañía de la lápida
de su fallecido mentor, Iván falleció tres años más
tarde víctima de una pelea con un ebrio en un bar
de mala muerte en el centro de la ciudad y fue
enterrado en el mismo lugar que Charles Cammel.
Frey decidió pasar por alto los susurros que tenían
lugar ocasionalmente en sus sueños y muy
esporádicamente sobre un antiguo desierto y un
legado glorioso, era ya un hombre de treinta y un
años, asediado por sus jóvenes compañeras de
carrera quienes elogiaban su galante parecido y sus
finos detalles faciales, su caballerosidad era parte de

CXXIII
su esencia que hacia juego con un excelente gusto
en trajes de la época, se enfocó en estudiar medicina
en la reconocida Universidad de Fellmont, donde
conoció a Catherine Sums, una excéntrica y muy
renombrada historiadora de Europa que servía para
la realeza, ambos congeniaron desde el primer
momento, la verborragia de Catherine y su belleza
física que era la de una mujer de treinta y cinco años
que se caracterizaba por su personalidad templada
fascinaban al ingenuo y carismático Frey. Catherine
era una investigadora ferviente y apasionada,
cuando Frey le contó sobre sus extraños susurros,
no tardó en indagar sobre el tema y contactó a un
hombre que se rumoreaba podía conectar la mente
de Frey con su pasado para convertir los susurros
en mensajes vívidos, tampoco Frey demoró en
aceptar víctima de su impulsiva ingenuidad y
acudieron dos semanas después a casa del
misterioso Alek Olenka, un espiritista de apariencia
eslava pero aparentemente de ascendencia polaca
que vestía con una larga túnica blanca. Su casa

CXXIV
parecía más bien un santuario, aposentos oscuros
iluminados únicamente con velas rojas aromáticas,
extrañas pociones y hierbas en frascos sobre un altar
cubierto de rocas, Frey le explicó al extraño
espiritista que desde hace un par de años escucha
susurros provenientes de los confines de su mente,
hablando de un pasado glorioso, pero nunca logra
encontrar de donde proviene la voz y la pierde, Alek
no dijo nada más, lo invitó a recostarse en un diván
que tenía acomodado a mitad de su oscura
habitación, Catherine se sentó cerca de la entrada
lista para registrar lo que sucedía, Alek se puso de
pie junto a Frey y comenzó a recitar un extraño
idioma al que Catherine identificó muy similar al
nuevo ruso, pronto Frey entró en un profundo
sueño, pasaron poco más de cuarenta segundos
cuando despertó de golpe abrumado, como si el aire
le faltase, se puso de pie y se recorrió hasta una de
las esquinas de la habitación donde miraba asustado
a Catherine y Alek, quienes miraban
desconcertados, y Catherine dijo:

CXXV
— ¡Por Dios Frey!, ¿estás bien? — se acercó a Frey
quien apenas lograba incorporarse en sí mismo.
—Estoy… bien…. —Se limpiaba los ojos y se
retiraba el sudor frio de su frente. —Solo, es solo
que…
— ¡Dime que sucede! —Catherine se notaba ahora
asustada.
—Él se ha declarado listo para conocer su pasado, ellos lo
escucharon… —Dijo Alek mientras retrocedía
temerosamente, con un horror en su mirada que no
le permitía hablar correctamente.
— ¿Quiénes son ellos? —Dijo Catherine mientras
reconfortaba en brazos a Frey.
—Los incandescentes, los reyes, los siglos de muerte que
descansan sobre su línea de sangre… señor Ol’Galas… —
Alek se arrodilló frente a su pequeño altar y
comenzó a orar nuevamente en ese sofisticado
idioma.
— ¿De qué está hablando, Frey?, estoy muy asustada.

CXXVI
—Vámonos de aquí, te lo contaré todo.
Salieron apresuradamente y se dirigieron a casa de
Frey, comenzaba a llover así que tendrían tiempo
para hablar sobre lo sucedido, al entrar a su casa,
hubo un silencio absoluto y tras dar varias vueltas
Frey dijo:
— ¿En serio quieres saber lo que vi? —dudoso entre
contarle o no sabiendo lo obsesiva que podía ser su
compañera.
—Solo si te sientes cómodo para hacerlo, registraré todo.
Frey asintió, se sentó en el viejo sofá verde que
había en su sala y miró por la ventana empañada
mientras Catherine preparaba hojas y tinta para
anotar lo que tenía que contar, pensaba, que
podemos tratar de olvidar cosas, sucesos y personas,
pero al final la verdad nos seguirá hasta un callejón
sin salida.
Catherine le informó a Frey que estaba lista, se sentó
frente a él y escribió un título en su reporte que

CXXVII
llamaría “Extraños susurros en la mente de Frey Cammel”
y preguntó:
— ¿Puedes decirme que fue aquello tan terrorífico que viste
en aquel minuto que estuviste inconsciente?
— ¿Un minuto?, pero si han pasado días…
Catherine se sorprendió de sobremanera e insistió:
—cuéntamelo todo, desde el principio.
Y Frey dijo:
—Mi nombre es Frey Cammel, o al menos eso creía hasta el
día de hoy, pues he acudido a casa de un misterioso espiritista
en Victoria St. y me ha inducido a un pesado sueño para
tratar no de curar sino de perseguir los susurros que me
aquejan hasta la oscura cueva donde habitan, los fotogramas
fugaces que llegan a mi mente mostrándome un palacio y un
desierto que me parecen tan familiares y a la vez tan
imposibles pero que no logro recordar, como si un pasado
distante de otro tiempo y espacio quisiera comunicarse
conmigo. Caí en sueño profundo, me sentí caer por horas en
un túnel vacío y oscuro, con pequeñas luces oscilantes en el
horizonte, pronto frenó mi caída el suelo firme, en la
CXXVIII
oscuridad total, y escuchaba un incesante aleteo provenir de
algún lugar a mis espaldas y de pronto una esfera de
proporciones colosales envuelta en llamas cayó a la tierra y me
cegó, vi un castillo en la cima de una ladera, con enormes
puertas de roca, vi también fanáticos adorar al rey que en él
habitaba y luego vi muerte causada por extrañas criaturas
provenientes del bosque para devorar a inocentes, volví a caer,
esta vez en un desierto enorme, donde las rocas se movían
lentamente como caracoles y vi un hombre en llamas caminar
de forma errante por las arenas, quise correr tras él pero caí
en un pozo sin fondo, en las paredes podía ver luces encendidas
con energías desconocidas y caracteres extraños que me
resultan familiares pero aún no logro recordar… caí al fondo
del pozo, caminé por un muelle iluminado por una pequeña
farola y llegué al final, ahí no había más que un oscuro mar
a mi alrededor, oscuridad… en el horizonte, donde la luna
debía estar postrada en el cosmos lo pude ver, un extraño ser
suspendido en el aire, de apariencia insectoide, con un brillo
celestial que me llamaba con una voz ronca y anciana que
penetró mi oído diciendo “Ven, ven a casa, libera la luz y la
gloria que descansa en ti”, vi como el extraño ser apagaba su

CXXIX
luz de forma gradual hasta perderse entre la oscuridad total,
desperté de forma contundente, después de días perdido en mi
mente, Alek Olenka me ha hecho recordar mi nombre: Frey
Ol’Galas, mas eso fue todo.
Frey se detuvo, Catherine se encontraba
petrificada, no había anotado una sola palabra,
miraba a Frey como un médico mira a un
desequilibrado paciente que cuenta historias
retorcidas e incoherentes, no lograba conjeturar una
respuesta acorde a lo que acababa de escuchar,
¿acaso el señor Frey estaba perdiendo la cordura?,
cerró su carpeta y se quitó las gafas.
—No creas que no noté que no escribiste una sola palabra.
— Dijo Frey rompiendo la tensión del incomodo
silencio.
—Lo siento es solo que… ¿estás seguro de lo que dices?
—Solamente ganaría que se dudara de mi estabilidad mental
al inventar cosas como estas. — Frey se arrodilló frente
a Catherine y sujetó sus manos. — Necesito averiguar
que parte de lo que vi es real... y tú eres la mejor para ello.

CXXX
—Te ayudaré, mi curiosidad es enorme, y ahora mismo
compartimos la necesidad de conocer la verdad detrás de tu
apellido, no necesitas insistir más.
Los días siguientes fueron un torbellino de
papeles, Frey consiguió algunos documentos que
guardaba Charles pero no encontraba más que
viejos diagramas de inventos incompletos, lecturas
clásicas y algunos cuentos también, habían pasado
ya cuatro días, hasta que en una pequeña caja de
madera barnizada escondida entre las cosas de Iván
encontró una pequeña llave que tenía grabada un
curioso símbolo, una estrella de ocho puntas en
color azul opaco, trataba de recordar donde había
visto aquel símbolo que le parecía curiosamente
familiar, pero no lo lograba, sin embargo de forma
automática supo a donde permanecía esa llave, sin
duda era del baúl que ocultaba celosamente Iván,
corrió eufórico hacia el ático donde se encontraba
aquel polvoriento contenedor metálico ahora
oxidado y se acercó temblorosamente con la llave
por delante, Catherine se apresuró turbada tras de

CXXXI
él, cuando llegó, Frey se encontraba frente a la
cerradura, puso la llave dentro y abrió sin más
problema, Frey se acomodó el pelo y se limpió el
sudor provocado por su nerviosismo, pero su
emoción pronto se convirtió en decepción, dentro
no había más que una pequeña carpeta.
— ¿Es este el secreto que mi maestro me ocultó
caprichosamente por tantos años? —refunfuñó.
Pero Frey pecaba de precipitación, Catherine se
acercó y encendió una veladora para ver con mayor
claridad, dentro de la carpeta había dos
documentos, el primero un manuscrito muy viejo y
desgastado titulado “El meteoro”, y el segundo se
trataba de un mapa detallado desde Fellmont hasta
un lugar llamado “La ruta Mayllem-Ol’Galas”, ¿Qué
relación tendría con su apellido?
— ¡Debe ser el castillo que veo en mis sueños! — Pensó.
Corrió de nuevo apresurado al piso inferior,
Catherine no entendía lo que sucedía y corrió tras
de él nuevamente, al llegar abajo vio a Frey

CXXXII
frenético, poniendo ropa y papeles en una gran
valija.
— ¡¿Puedes decirme lo que sucede por el amor de Dios?! —
Gritó Catherine sacando a Frey de su éxtasis.
—Esto es lo que sucede. —Le entregó el manuscrito y
después señaló el castillo en el mapa. —Debo ir a este
lugar si quiero saber quién soy.
Catherine leía el manuscrito mientras daba vueltas
en la habitación.
— ¿Qué significa esto? — Dijo señalando las extrañas
runas escritas en la parte superior del documento
que jamás habían podido ser traducidas y lo
reconoció inmediatamente.
— ¿Eso es ruso?
—En mi última estadía en el Norte, conocí a un anciano
maestro en una de las más renombradas escuelas de Ucrania,
este idioma recién se encuentra estableciéndose, ¿Cómo llegó
aquí, a este viejo documento?

CXXXIII
—No tengo más información que tú, las respuestas están en
ese lugar.
Ambos analizaron el documento, Catherine por
su parte tenía algún conocimiento en este nuevo
idioma gracias a sus múltiples viajes, Frey por en
cambio había recibido algunas lecciones un poco
ambiguas de parte del Charles Cammel y el viejo
Iván, pero el documento estaba muy gastado,
solamente lograron traducir “en el desierto duerme”, lo
cual no les decía prácticamente nada.
Frey preparó sus maletas para partir esa misma
noche, pero Catherine insistió en acompañarlo,
Frey se negó argumentando que había pensado
mejor las cosas y no podía exponerla al riesgo que
representaba ir a un lugar que incluso en sus más
lejanos recuerdos parecía peligroso, que desconocía
lo que encontraría ahí, Catherine replicaba que era
decisión suya, que no debería cuidarla pues sabia
valerse por sí misma, al final Frey le dio la razón,
Catherine pasaría la noche en su casa preparando
sus cosas y saldrían por la mañana rumbo a Carcer.

CXXXIV
Catherine llegó a casa de Frey muy de mañana,
entusiasmada por los descubrimientos que harían y
en como esto ayudaría a su carrera, pero su
entusiasmo se tornó en decepción al llegar a la
puerta, la cual se encontraba abierta, Frey no estaba
en casa, solo encontró una pequeña nota en la mesa
de centro de la sala que decía:
“No me odies, pero debo hacer esto solo. - Frey Ol’Galas.”
Catherine se desplomó en uno de los muebles, triste
y carente de expresión, mientras Frey se dirigía
camino al castillo para enfrentar el destino que
estaba encadenado a los barones de la familia del
antiguo linaje.

CXXXV
CAPITULO XIII –RUINAS DEL
ANTIGUO LINAJE

Odiamos aceptar la realidad que nos pone en


desventaja en relación a nuestras expectativas,
rehuimos de la verdad, nos encerramos en muros de
negación para proteger nuestros intereses más
oscuros. Frey siempre pensó esto, que realmente
conocía lo que los susurros significaban y en cómo
estaba conectado con el glorioso castillo, pero que
también estaba tras un velo de miedo que le impedía
recordar las cosas al pie de la letra, pero no más,
había partido hacia las montañas olvidadas en el
sureste para conocer la verdad de su pasado, y poner
fin a los afligidos susurros que lo atormentaban, no
había marcha atrás, no se permitiría retroceder, y
pedía perdón a sus queridos Iván y Charles Cammel
por ignorar los muros seguros que habían
construido a su alrededor, quienes debieron tener
CXXXVI
sus motivos para ocultar su pasado, pero han
cambiado los tiempos y la sangre no muere cuando
muere, nos atrae, las sangre nos llama.
“Nadie quiere ir a Mayllem-Carson, y nadie va más allá
del sello relámpago, y por tu bien deberías volver por donde
llegaste y enterrar muy hondo esa curiosidad”, era una
respuesta que consiguió en numerosas ocasiones
mientras indagaba sobre alguna ruta alterna que le
permitiera llegar más rápidamente a Mayllem-
Carson sin surcar las traicioneras corrientes del rio
una vez que llegó a Carcer, otros simplemente lo
miraban con desprecio y continuaban su camino sin
responder, por consecuencia, Frey, se vio en la
necesidad de pasar una noche en la villa pesquera y
continuar al día siguiente. Alquiló una habitación en
una vieja posada junto al mercado y durmió.
Esa noche tuvo un sueño vívido, en su visión se
vio de pie frente al castillo, vio en el horizonte el
desierto que lo llamaba y el castillo comenzó a arder,
despertó agitado, era entrada la madrugada, seguía
en su habitación iluminada únicamente por el

CXXXVII
delicado brillo de la luna de otoño, se sentó en el
borde de la cama y segundos después se puso de pie
para mirar por la ventana la hermosa vista de
madrugada que ofrecía aquel recóndito poblado
alejado de la mano destructora de los imperios.
Pequeñas casas de madera techadas con teja y barro,
las pequeñas olas provocadas por el viento que
bajaba de las montañas chocaban en la orilla y
hacían mover los pequeños botes de pesca creando
una instrumental armónica y pacífica, pero a veces
el universo pinta de hermosos paisajes los más
aterradores templos de purgación.
Bajó con sus cosas a la recepción por la mañana,
había adelantado sus planes y saldría a investigar una
ruta menos arriesgada que el rio a temprana hora,
en el piso inferior se encontraba la recepcionista,
una anciana cansada y educada a quien comunicó
que desocuparía la habitación y salió por la puerta,
luego volvió y preguntó a la anciana:
—Probablemente ya sepa lo que estoy haciendo aquí.

CXXXVIII
—Hemos tardado más de veinte años para sepultar los
recuerdos de aquellos días trágicos ¿No puedes simplemente
regresar a casa?, los que sucumbieron ante la peste te lo
agradecerían mucho.
— ¡Entonces usted sabe lo que pasó! —Exclamó Frey
mientras se acercaba eufóricamente a donde la
anciana. —Debe ayudarme, necesito saber quién soy…
— ¡Basta, ya bastante daño ha hecho tu familia! —
Interrumpió la anciana groseramente levantándose
de su reposo, Frey se quedó petrificado. — ¡sal de mi
propiedad y no vuelvas!
—Se lo suplico…
—La sangre derramada por culpa de tu padre, ¡Eres igual
a él, siempre abriendo infiernos que no son capaces de
controlar!
— ¡Dígame lo que sabe sobre mi padre o el castillo!
— ¡Largo! — la anciana comenzó a empujarlo hacia
la salida y cerró la puerta de un golpe.

CXXXIX
No había más duda, debía llegar al castillo cuando
antes, sentía el llamado, como un imán ancestral que
tenía efecto sobre sus acciones, así que corrió al rio
donde consiguió un bote a cambio de algunas joyas
que había encontrado entre las cosas de sus
mentores y partió hacia el este por el caudal del rio
Ligia, hacia donde el mapa señalaba que se
encontraba la vieja ciudad escondida de Mayllem-
Carson.
Navegó todo el día y entrada la noche arribó a un
muelle de madera que estaba a las orillas de un
pueblo mediano, sin embargo bastante bien
edificado, casas de madera y barro, callejuelas
empedradas, grandes graneros y granjas opacados
por una monumental torre con una gran plaza, la
gente parecía bastante pacifica, había llegado a
Mayllem-Carson, la gente lo miraba con morbosa
sospecha, sus ropas no eran las propias de la región,
no medió conversación alguna, se dirigió
directamente a la plaza hipnotizado por la enorme
catedral del roca que se alzaba al centro del pueblo,

CXL
con pequeñas ventanas de color oscuro y una gran
puerta de madera, se acercó a la entrada pero estaba
cerrada, un hombre de mediana edad habló con
claridad detrás de él.
—Fue cerrada el día que la peste se erradicó. — Dijo y se
paró junto a Frey. —Por supuesto que yo era un joven
pero recuerdo todo lo sucedido en esos espantosos días.
— ¿Sabes entonces algo sobre el castillo? —Respondió
Frey.
—Nadie habla ya sobre el castillo o Mortus-Fort, tratamos
de sepultar los oscuros pasajes de nuestra historia… por cierto
me llamo Tim Rickson.
—Frey Ol’Galas…
El rostro de Tim cambió, se notó desconcertado y
casi ofendido.
— ¿Cómo has dicho?
—Frey Ol’Galas.

CXLI
—Debes estar bromeando ¿no?, jajá. —soltó una
carcajada sarcástica pero Frey continuaba serio. —
¿Ol’Galas, la estirpe del rey?
—En realidad estoy aquí para averiguar de dónde
provengo…
Tim tomó a Frey de un brazo y lo llevó
apresuradamente a su casa, una pequeña choza de
barro, algunos vecinos se percataron, cuando
entraron cerró la puerta y ventanas, dentro se
encontraban sus padres, dos ancianos sexagenarios
que miraron confundidos a su hijo que parecía
bastante asustado.
—Si te escuchan hablando sobre el linaje Ol’Galas tendrás
muchos problemas, el pueblo repudia a la familia real que nos
abandonó cobardemente y nos dejó a merced de los brujos.
El padre de Tim escuchó completamente lo que su
hijo acababa de mencionar y se puso de pie con
trabajo y se dirigió con ellos.
— ¿Qué es lo que has dicho? —Dijo el anciano
desconcertado y Tim suspiró.

CXLII
—Este hombre dice ser Frey Ol’Galas.
— ¡Eso es imposible!, el último de los Ol’Galas murió en el
desierto…
—Señor, en mis más oscuros sueños escucho un voz que me
ha traído hasta aquí, me ha mostrado un castillo en llamas
y el gran desierto invocarme, ayúdeme… cuénteme lo que
sucedió con mi familia.
Los hombres se sentaron en la mesa y hablaron por
horas, el anciano le contó a Frey lo sucedido, ahora
Frey lo recordaba todo, su niñez, a su padre, su
madre, los años de peste y miseria, el Culto, el
desierto que devoraba a los hombres de la corona y
a Lisa… ¿había sido Lisa quien lo llamaba entre
sueños?
Salió de casa de los Rickson entrada la noche
prometiendo que no diría nada sobre lo que había
descubierto y se dirigiría al castillo burlando El sello
relámpago, los ancianos le prestaron un caballo con la
promesa que fuera devuelto al volver del castillo, se
dirigió al Este, hasta la gran muralla de roca blanca

CXLIII
de unos diez metros de altura, pensaba la manera de
atravesarla, fue colina abajo buscando alguna
puerta, un desnivel, algo que le permitiera cruzar
pero no vio absolutamente nada, la noche cayó
sobre el valle, pero no dormiría, no podía, debía
llegar al castillo, sentía la ansiedad carcomiendo sus
manos, de pronto, en la oscuridad del bosque logró
visualizar una antorcha y caminó cautelosamente
hasta ella, muy cerca y vio a una persona caminar
entre los árboles que se extendían junto al muro,
una figura que usaba una larga túnica blanca con
capucha se dirigía hacia la pared donde colocó un
extraño objeto que encendió y después retrocedió
bruscamente, el eco de la explosión sacudió los
árboles y el estruendo retumbó en el valle haciendo
cimbrar el suelo, aquella persona había abierto un
boquete en la pared que prohibía el paso al castillo.
El caballo de Frey relinchó advirtiendo al
encapuchado quien se apresuró a cruzar por el
agujero, él tomó al equino y se dirigió por el hueco
pero ya no pudo ver a aquella persona, se había

CXLIV
perdido en la oscuridad del otro lado del muro pero
le agradeció en silencio por ayudarlo a cruzar.
Frey continuó su viaje, cabalgó lo más rápido que
pudo y por la mañana pudo ver, cuando los rayos
del sol apenas pintaban de dorado las colinas, en lo
alto de una ladera, la gran fortaleza, el castillo que
había albergado al antiguo y glorioso linaje, la
proeza arquitectónica que aparecía en sus pesadillas
envuelta en llamas, sus paredes estaban ahora
oscurecidas por el mortal incendio que marcó el fin
de la peste, los muros cubiertos de musgo y largas
enramadas de hierba que le daban un tono más
natural a la fachada, la puerta seguía intacta, una de
las torres se encontraba completamente colapsada
quizá por el paso del tiempo o los relámpagos que
habían martillado su antiguo hogar aquella trágica
noche que lo perdió todo, las cicatrices del incendio
se encontraban a lo largo de las extensas murallas,
sin duda había sido el símbolo de poderío militar y
cuna de una familia de gran gloria, pero ahora solo
quedaban ruinas.

CXLV
Bajó de su caballo y subió por la larga escalera de
escalones de mármol hasta donde estaba la inmensa
puerta de roca con el símbolo de su familia, ahora
completamente oxidado, notó que la puerta estaba
ligeramente entre abierta, con mucho esfuerzo logró
pasar su delgado cuerpo, incluso para un hombre
esbelto de edad media era bastante estrecho aquel
espacio entre las grandes puertas de roca sólida,
cuando entró vio un paisaje aún más desolador que
el exterior, la hierba había crecido durante esos
veinticinco años y había reclamado aquel lugar, toda
clase de vegetación crecía en el suelo y las paredes,
en las barandillas y escaleras, más en su mente aún
se materializaban viejas postales del castillo antes
del incendio, de la bella ciudadela que habitaba en
esa plaza ahora convertida en un pantano
escalofriante, pero no había tiempo que perder,
llegó hasta la entrada de la morada de los reyes y
abrió la enorme puerta de madera que rechinó al
abrir, tomó una de las antorchas que había en una
de las paredes y untó aceite que traía consigo, la

CXLVI
encendió con bastante dificultad debido a la
humedad del lugar, la luz que entraba a la habitación
era más bien poca, los cristales se habían cubierto
de hierba que opacaba la luz solar, todo estaba
completamente irreconocible, quebrado, los
muebles reducidos a cenizas, el goteo de algún
depósito de agua goteaba en el suelo en alguna
habitación próxima, el aire se había turnado frio y
cuanto más se adentraba en el castillo, la
temperatura disminuía, había creído escuchar ruidos
en los pisos superiores los cuales había explorado
ya, la oscuridad había derrocado al final a la familia
del gran linaje que cuidaba el valle de la plaga de un
desconocido ser que moraba en el desierto, su padre
se había sacrificado para curar la peste, la miseria y
ahora ya no sentía ajenos esos recuerdos, sentía la
nostalgia impregnada en esa enorme sala. No había
nada que le sirviera en ese castillo, pero se sentía en
paz, ahora conocía su pasado, honraría a su padre y
a su madre, rezaría por su extraviada hermana que
había caído en manos de gente supersticiosa que

CXLVII
había despertado el mal de entre las arenas. Bajó a
la sala real, y caminó hasta la silla del rey donde
encontró una espada recargada en ella, una silla de
metal brillante, la espada no había perdido su filo,
se percató por apenas perceptibles sonidos que
había alguien merodeando en el lugar, detrás de él,
y este se le habló:
—Aquel que mora en las arenas proviene de un legado eterno
y se encuentra en sufrimiento permanente, pues ha caído en
manos maléficas, en tierras infértiles. —Dijo mientras
apuntaba hacia el su espada brillante, era la figura
sospechosa que había visto en el bosque, con la
capucha blanca cubriéndole el rosto, Frey
permaneció inmóvil, el miedo de encontrarse en un
callejón sin salida se apoderó de él, se limitó a
escuchar las palabras de aquella extraña figura. — y
se le ha alejado de su sangre por manos necias que han osado
herirlos sin acudir a la compasión, su alma está embriagada
de odio y su hambre es inmensa, pero no puede acudir al
socorro de su hermano enterrado en la montaña pues su cuerpo
es el de un ser ajeno a esta realidad, débil por la oscuridad de

CXLVIII
las almas de quienes han acudido ante ella y necesita depositar
su luz en un ser digno y poderoso para volver a casa, para
reunir a sus legiones y azotaran el mundo con una lluvia de
sangre y rayos de proporciones bíblicas, Pero es bien sabido
que solamente un descendiente de la familia real puede
impedirlo, pues su semilla está ligada al demonio que muere
lentamente en su palacio de roca…
—No me hagas daño. —Imploró Frey mientras
sostenía torpemente la espada y retrocedía
lentamente.
— ¿Cómo podría hacerte daño…hermano?
La mujer descubrió su rostro y Frey pudo ver aquel
rostro extrañamente familiar, su pequeña hermana
ahora era una hermosa mujer, pero él veía aun su
inocencia en el negro profundo de sus ojos, partió
en llanto y corrió a abrazarla, jamás había sido un
hombre de sentimientos fríos, no podía negar la
felicidad que le proporcionaba sentir la respiración
de su hermana, su sangre perdida, no en sueños o
en susurros lejanos, sino en carne, Lisa por su parte
se había vuelto una mujer fría, había pasado toda su
CXLIX
vida preparándose bajo las doctrinas del Culto, Frey
se disculpó por tardar tanto en volver a casa
sintiendo cierta culpa en el hecho de haberse
separado la noche del incendio, Lisa le aseguró que
estaba bien, que los miembros del Culto la trataron
como lo que era, la descendiente de un gran linaje a
quien le debían su historia y que el Culto se había
disuelto apenas cinco años atrás victimas de sus
propios experimentos, ella se había mudado con
uno de sus mentores al Monte Fruos, en las
montañas Urc.
Al final la sangre es más que un líquido vital, es el
delicado hilo de seda invisible que nos conecta, nos
arrastra hasta donde debemos estar, es algo más
poderoso que el amor mismo o la compasión, la
sangre nos une.
Frey se tranquilizó y dijo a Lisa que podían vivir en
Fellmont, donde tenía una hermosa casa con vista
una metrópoli pero Lisa frunció el ceño y dijo.
—No podemos marcharnos, tú y yo pertenecemos aquí.

CL
—Aquí no hay nada hermana, solo ruinas y pantanos.
—No me refiero aquí literalmente, hay un plan que debemos
seguir ¿No lo entiendes aun, crees que estar aquí es una
coincidencia?
—Claramente soy un ignorante hermana.
Lisa lo sujetó del brazo y lo llevó fuera del castillo,
subieron a la torre que aún se encontraba en pie sin
mediar palabras y al llegar a lo alto Frey entendió de
lo que hablaba su recién aparecida hermana.
—De esto estoy hablando
El cielo se había tornado maléficamente oscuro, a
excepción de un lugar, sobre el desierto, rayos en
orquesta nacían del cosmos cayendo en la arena del
páramo y la arena se levantaba en una tormenta
majestuosa , habían visto esto antes, lo recordaba
claramente, sucedió el día que su padre partió sin
retorno, la lluvia de centellas y relámpagos no
cesaba, la marcha diabólica que exigía la presencia
del antiguo linaje comenzaba a repicar en todo el
valle y ellos sabían que significaba eso, que el

CLI
destino tiene un plan divino trazado, nos pone
pruebas, y nos muestra el camino con farolas que
iluminan los oscuros caminos de la vida, pero
existen almas rebeldes que se atreven a caminar en
contra y el destino castiga a quienes ofenden la
sabiduría de la existencia, Frey y Lisa lo entendieron
muy tarde, solo eran un daño colateral de las
decisiones de su padre, no quedaba más que sujetar
sus temblorosas manos y caminar hacia el furioso
mar de arena, el final de la sangre, sin dejar
descendencia atrás, el fin del antiguo linaje.

CLII
CAPITULO FINAL – LA TUMBA DE
CEPPYR

Parte 1 - El errante de fuego

Frey no podía creer lo que veía, las pesadillas que


habían tenido lugar desde su llegada a Fellmont
ahora se materializaban frente a sus ojos, todo tenía
sentido hora y sentía la insaciable necesidad de
acudir al paramo, a enfrentar lo que sea que le
deparara aquel lugar infernal, miró a Lisa y ella
agachó la mirada y dijo:
—No quiero obligarte a venir, pero nadie que haya ido a
solo a ese lugar ha regresado vivo… —Extendió su
mano— Acompáñame hermano, sé que juntos formamos la
pieza restante de este rompecabezas…

CLIII
Frey asintió, en el fondo lo deseaba ferozmente.
Bajaron por la escalera y salieron del castillo, luego
fueron a la parte baja de la colina donde el caballo
de los Rickson permanecía atado a un viejo poste de
madera, subieron ambos al equino y se dirigieron al
Este, hacia donde sus ancestros habían ido en un día
como ese ya hace años, apresuraron el paso en la
medida de lo posible, antes de llegar al desierto
lograron ver la antigua academia Mortus-Fort, sus
puertas estaban cerradas con múltiples cadenas
unidas por enormes candados, el interior se notaba
abandonado, la hierba había crecido de forma voraz
y ocultaba gran parte de la fachada despintada.
—Solía ser un lugar que imponía respeto…—
Interrumpió Lisa la tranquila concentración de
Frey— Pudimos haber descubierto la verdad sobre aquel que
nos llama desde el desierto.
— ¿Qué sucedió?
—Jugamos a ser Dioses contra los Dioses, eso sucedió
hermano, nos creímos capaces de replicar su poder y ellos
respondieron.
CLIV
—Creo que tú y yo tendremos una larga conversación en
Fellmont.
Lisa sujetó fuertemente a Frey mientras apresuraba
el galope del caballo, pasaron un par de minutos
recorriendo el sendero hasta que detrás de la colina
pudieron ver la cortina de arena que avasallaba en
torbellino y la tenebrosa lluvia de relámpagos
imposibles anunciando una batalla más entre el
antiguo linaje y el desierto maldito. Bajaron del
caballo y Frey lo liberó de sus montajes, el animal
no dudó un segundo en huir del lugar aterrorizado
por la sinfónica eléctrica que tenía existencia frente
a ellos, sujetaron fuertemente sus manos y
comenzaron a adentrarse en la tormenta.
Caminaban muy lentamente en contra de los
incesantes golpes de la pared de arena, Frey no
estaba preparado, su vida entera la había pasado
detrás de libros, únicamente impulsado por el amor
a su sangre era que se mantenía en pie, Lisa
caminaba junto a él, enterraban las botas en la arena
para impulsar el siguiente paso, caminaron por

CLV
horas —al menos así lo sintieron— por el inmenso
páramo que parecía no tener fin, la tormenta
soplaba siempre en contra de ellos, claramente no
quería tenerlos en ese lugar.
— ¡No hay un lugar además de este querida hermana donde
me gustaría morir! —Gritó Frey cubriendo su rostro
con una pequeña frazada.
— ¡¿A qué te refieres?! —respondió sin dejar de mirar
en dirección al Este. —Volveremos del desierto, y
viviremos en la ciudad, ¡me llevaras a visitar exuberantes
jardines y enormes mausoleos!
Sujetaron más fuerte sus manos, no tenían planes de
morir ese día, pero poco importan los deseos
mortales dentro de los designios del universo.
Lisa se detuvo y así lo hizo también Frey junto a ella,
miraron con rabia frente a ellos, entre la espesa
arena, una llama roja inerte, que nacía de un inmóvil
cuerpo humano, el terror se apoderó de ellos, sus
músculos se tensaron y sus piernas comenzaron a
vibrar, el espasmo eléctrico que sintieron les

CLVI
recorrió todo el cuerpo. El errante se puso en
guardia, listo para combatir, blandió su espada y
comenzó a avanzar lentamente hacia los hermanos
Ol’Galas quienes a su vez se prepararon para repetir
una vez más el combate que había tenido lugar
innumerables ocasiones en épocas pasadas,
diferentes rostros y espadas, diferentes épocas y
motivos, pero siempre el hombre cubierto en la
inexplicable llama roja contra la descendencia del
antiguo linaje, aquel errante con el rostro cubierto y
la ropa totalmente oscura y calcinada que fungía
como vigía del poderoso ser que dominaba bajo el
desierto, el viento de arena comenzó a soplar aún
más fuerte, Lisa se enfrentaba ferozmente contra el
errante quien se movía torpemente pero lograba
golpear con una fuerza sobrehumana la espada de
Lisa y la hacía tambalear, pero había pasado su vida
entera preparada para este momento, había cazado
bestias gigantes en las montañas, dormido en el
hielo seco de Urk y estudiado minuciosamente al
errante, pero se veía superada por exceso, sus golpes

CLVII
eran inútiles, cada choque entre sus espadas dejaba
desprender una lluvia de metal derretido que caía
sobre la arena y se extinguía, un espectáculo de
polvo, relámpagos, fuego y rabia.
Frey golpeaba al hombre de fuego cuando este se
entorpecía y retrocedía, pero apenas lograba
moverlo, tomaron distancia y caminaban alrededor
del errante, Lisa sacó de su túnica dos cilindros
metálicos junto a un extraño dispositivo y lo arrojó
en la arena, luego le gritó a Frey:
— ¡Necesito que unas los cilindros al dispositivo mecánico,
te compraré algo de tiempo!
Frey corrió hasta donde los objetos que Lisa había
tirado se encontraban en la arena y se arrojó
enterrando sus manos en el suelo, el primero era un
cilindro con dos grandes pestañas que conectaban
al segundo cilindro, mayor en magnitud y anchura,
ambos fabricados en un pesado metal áspero y al
parecer artesanal, conectó ambos usando las
pestañas, y miró el ultimo objeto, era una extraña
caja con olor a pólvora y otras sustancias que no
CLVIII
lograba reconocer, tenía varios engranes y runas en
su superficie, también una pequeña mecha de
cuerda, con trabajo y mientras Lisa contenía los
golpes del errante logró armarlo, ahora tenía la
apariencia de un cañón, uno muy extraño y
diminuto.
— ¡Está listo! — Gritó Frey incorporándose
torpemente abrazando el cañón.
Lisa arrojó una capsula de vidrió a Frey, contenía
una mezcla lodosa de color blanco, completamente
hermética.
— ¡Ponla dentro de la recamara que está en la parte superior
del cañón y dispara!
Frey se apresuró a poner la capsula dentro del
mecanismo de disparo que recién había armado,
buscó un encendedor en su bolsillo, pero los fuertes
vientos no permitían nacer la flama, ¡nada detendría
la furia del desierto!, intentaba una y otra vez, de
pronto Lisa se vio incapaz de soportar otro golpe
del errante y cayó al suelo herida profundamente en

CLIX
uno de sus antebrazos, su espada se perdió en la
arena e intentaba retroceder arrastrándose mientras
detenía la hemorragia que dejaba un rastro de sangre
detrás de ella, indefensa ante la furia rabiosa del
hombre que ardía, Frey logró encender la mecha y
una explosión hueca se escuchó en ese lugar
segundos después, del cañón salió la mezcla de
sustancias extrañas que impactaron en el pecho del
demonio que estaba a punto de asestar el golpe de
gracia contra Lisa, se detuvo, su fuego se apagó y
cayó de rodillas al suelo, la tormenta cesó
repentinamente y Frey corrió con su hermana para
ayudarla a ponerse de pie mientras cuidaban su
herida, alejó el arma cristalina del errante con un
golpe de su bota y una voz se escuchó, una voz
ronca y cansada, que provenía de algún sitio en el
universo desconocido o quizá de las entrañas del
infierno y los rayos también cesaron su perversa
melodía venida del cosmos, la voz se dirigió a ellos;
—Benévolos descendientes de la semilla original, impregnados
del pecado que tuvo lugar en una realidad distinta a esta, en

CLX
otra tierra, en otra civilización, amo verlos en estas
circunstancias, porque de entre todos los guerreros que
quisiera que tomaran mi vida, han sido ustedes… hijos…
El errante se descubrió el rostro y se limpió los ojos
como despertando de un sueño perpetuo, miró
tiernamente a los hermanos Ol’Galas, ellos lo vieron
también y no pudieron responder ante la mirada
vidriosa y cansada de su padre, el rey Franco II.
—Ustedes han completado el ciclo, han de separar la cabeza
la quimera que mora en su santuario bajo el desierto, mis
amados hijos, mis hermosos retoños. —sacó de entre sus
ropas un extraño artefacto, delgado, cilíndrico con
líneas rojas y amarillas, se quitó también el viejo
relicario que guardaba celosamente, era una foto de
la última familia Ol’Galas y una llave que había sido
pasada de generación en generación, se la entregó a
Lisa. —Estas llaves los guiaran en el abismo de Ceppyr,
anden y terminen con eso.
Los ojos de los hermanos se llenaron de lágrimas y
abrazaron de rodillas a su padre quien desfallecía

CLXI
víctima de la mezcla que había detonado en su
cuerpo el cañón de Lisa y carcomía su cuerpo frágil.
— ¡Haz algo Lisa! —Gritó Frey desesperado
tratando de quitar las prendas deshechas del cuerpo
de su padre pero era tarde.
Lisa abrazó al rey con más fuerza y su llanto se
intensificó, no había nada que hacer contra aquel
brebaje fabricado por los últimos miembros de
Mortus-Fort, el rey por fin había muerto, aquel que
había llegado al desierto veinticinco años atrás para
enfrentarse al anterior errante y no había visto en su
rostro más que el rostro de su propio padre, había
sido asesinado por Franco I para convertirse en el
nuevo emisario de Ceppyr.

CLXII
Parte 2 - El terror de Ceppyr

Se dirigieron ambos hacia el Este, dejando atrás el


cuerpo del fallecido rey prometiendo que volverían
para darle un entierro digno, después de un poco
caminar encontraron “La urna y la lámpara” en
medio del desierto, Lisa sabía perfectamente lo que
debía hacer, tomó el artefacto que recién les había
entregado su padre y lo colocó en la urna y la cerró,
un temblor se sintió en el suelo, mecanismos
funcionando crujían en las arenas y una enorme
puerta metálica se abrió frente a ellos dejando ver
una escalera en vertical que llevaba a un abismo de
oscuridad, Frey tragó saliva y miró a su hermana
quien no dudó en dar un paso adelante, ya no había
palabras necesarias, sabían que debían bajar al
infierno.
Bajaron por la larga escalera de peldaños
metálicos, resbaladizos, Frey intentaba encender

CLXIII
fuego pero su encendedor no funcionaba más la
atmosfera ahogaba la chispa, solamente se guiaba en
la oscuridad sujetándose a la pared húmeda y
escuchaba la agitada respiración de Lisa, pronto
hubo silencio absoluto, no había más escaleras, solo
barro en el suelo y ya no podía escuchar a Lisa ni su
respiración, gritó eufóricamente pero no hubo
respuesta, la oscuridad era como un ser vivo que los
había devorado, separándolos, poniendo a prueba la
agudeza de sus sentidos. Siguió caminando y en la
lejanía pudo escuchar alabanzas terroríficas, cantos
paganos y un débil aleteo, como las polillas que se
adentran en una habitación oscura chocando contra
alguna pared y aletean moribundas en el suelo
intentando regresar al vuelo, giró en esquinas, bajó
y subió escaleras, sentía la atmosfera pesada, casi no
podía respirar, las paredes eran metálicas en
segmentos y después de barro y roca, otras parecían
estar cubiertas de algunos insectos pegajosos que
pataleaban cuando los tocaba horrorizándolo, luces
parpadeantes de brillo muy tenue se encendían en

CLXIV
ellas marcando la ruta que habría de seguir, pero no
era necesario, Frey andaba a tientas en la oscuridad,
abrumado y caminando en dirección al hipnotizante
aleteo que provenía de algún lugar de ese calabozo,
estaba completamente desesperado pues no había
salida de ese infierno bajo la tierra, ¿sería esa su
tumba?.
Una luz cegadora se encendió en todo el laberinto
subterráneo y pudo ver todo con claridad, el palacio
de metal en el que se encontraba era algo más
parecido a una prisión proveniente de otro mundo,
en efecto, las paredes estaban cubiertas por colonias
de enormes insectos con apariencia de orugas
amorfas con grandes patas que se movían
desesperadamente intentando sujetar a Frey quien
corrió por los pasillos soportando los chillidos de
los insectos, fue hacia la habitación de la que
provenía la luz, detrás de una enorme puerta de
metal que se abría lateralmente, un olor
nauseabundo lo golpeó al entrar en aquel salón
donde se encontraba sobre un largo muelle de metal

CLXV
la bestia alada que apareció en sus visiones
llamándolo, pero no lucia igual de vigorosa, más
bien estaba muerta.
El cadáver del colosal monstruo con apariencia de
insecto anfibio conectado a largos tubos de metal se
desintegraba en charcos humeantes sobre el muelle,
había llegado demasiado tarde, alguien acabó con su
pestilente existencia antes que Frey ¿Lisa quizá?, se
detuvo un momento a admirar a la bestia inmóvil,
el horripilante rostro de tres ojos completamente
abiertos, de oscuridad profunda y no sintió más que
lástima, extrañamente pues sabía que debía alegrarse
por la muerte del terror que había provocado tanta
miseria a su familia, luego vio la puerta que se
encontraba detrás del inmenso cuerpo de la
nauseabunda bestia, estaba abierta, el asesino del
monstruo debía haber salido por aquella puerta, en
la que ningún ser humano había podido entrar,
aquella puerta con el sello de la familia Ol’Galas,
caminó hacia ella rodeando trabajosamente el
cadáver soportando el hedor de la bestia putrefacta,

CLXVI
alcanzó a tocar su arrugada y viscosa piel sin vida de
camino a la puerta donde encontraría las respuestas
que el antiguo linaje buscó por tanto tiempo.

CLXVII
Parte 3 - El fin es solo el inicio

Nadie en Mayllem-Carson vio volver a los


hermanos Ol’Galas, se enteraron poco después que
habían hecho caso omiso a las advertencias y
violado “el sello relámpago”, ha pasado ya medio
siglo desde que el último de los descendientes de la
corona, el señor Frey Ol’Galas se adentrara en los
confines de su mente para ser guiado a su destino,
el antiguo linaje guardaba secretos que se le
ocultaban a sus mismos hijos, todo cuanto se
cuenta en el valle sobre la familia que moraba en el
castillo y el Culto que los libero de la peste son
solamente leyendas que los más ignorantes, los de
albedrio precario se encargan de propagar casi
siempre en proporciones exageradas, y los más
escépticos niegan rotundamente, pero siempre
carecen de valor para aventurarse dentro del
páramo desolado con llanuras cubiertas de espinas

CLXVIII
secas y marchitas, al cual nadie ha entrado desde que
los últimos hijos del antiguo linaje entraron.
Debemos aceptar la realidad del ser humano,
creamos a nuestros propios ídolos a quienes
condenamos por heredar nuestras imperfecciones,
pues son hechas a nuestra semejanza, somos
nómadas de deidades, pero también es verdad que
creamos a nuestros propios demonios, tentamos
oscuridades que son capaces de emerger del amor
puro para consumir al más bondadoso de los
corazones o para maldecir un reino entero, es la
maldición del ser humano, el hambre y la ambición
de conocimiento, Frey lo entendió en su último
momento de cordura.
Entró a la habitación que se encontraba justo a las
espaldas del monstruo, una pequeña recamara
oscura y polvorienta hedionda de humedad, al
fondo pudo ver un par de luces pequeñas que
encendían y apagaban, más al fondo, entre la
oscuridad encontró lo que debía ver, aquello que
estaba destinado a suceder, un hombre, al menos lo

CLXIX
fue en vida, sentado justo al final de aquella tumba
en un trono metálico con delicados bordes y
exóticas formas de piel y acero, dentro de una
extraña armadura, o un traje, si, era más similar un
traje blanco, roído por la humedad y el tiempo que
había aguardado durmiendo en esa inexplorada
última morada, portaba en su cabeza una especie de
casco fabricado en del mismo material traslucido
que la espada del errante pero opaco por el polvo
que se había acumulado tras tantos siglos sobre él.
Su extraña armadura lo desconcertó, tenía tubos
flexibles conectados a tecnología mecánica
indescriptible, incomprensible para el ingenuo Frey
Ol’Galas, en sus manos había una placa metálica
que sujetaba abrazando contra su cuerpo, Frey la
sujetó, era pesada, de algún material trabajado de
manera muy precisa, pero despintado y viejo, había
algo escrito en ella y él entendió el idioma, las
antiguas runas que describían los documentos
antiguos, aquellos caracteres ilegibles en sus sueños
que tenía sobre su niñez, el mismo lenguaje

CLXX
encontrado en bordes de los viejos documentos de
Iván, un ruso sofisticado enseñado
apresuradamente por Charles Cammel, ahora tenía
sentido aunque solamente pudo traducir una frase,
el origen de todo: “Federación Espacial Rusa - Unidad
Ol’Galas”

FIN

CLXXI
EPÍLOGO

Nadie habla más del antiguo linaje, jamás les


interesó unir fuerzas con otras potencias, ellos
habían aceptado su misión en el mundo desde el
inicio, acallar los susurros del desierto, nunca nadie
volvería a ver a los hermanos Ol’Galas y nadie
puede confirmar tampoco su muerte pues nadie se
atreve a ir más allá de la abandonada Mortus-Fort,
los miembros del Culto se dispersaron por el
mundo temerosos de los estragos de su propia fe,
Mayllem-Carson decidió olvidar que una vez
estuvieron al borde del precipicio y solamente los
más ancianos narran algunos episodios de las
noches trágicas, donde las bestias salían de los
oscuros pantanos trayendo consigo la peste, a
devorar a los niños, donde los animales morían
enfermos víctimas de la epidemia de un dios
enterrado bajo las arenas y donde una religión
separó al rey de su único aliado, ¿Pero quién creería las

CLXXII
palabras de los ancianos que viven fuera de esta época,
asilados en sus recuerdos ansiosos de atención?
Nadie sabe tampoco que sucedió con el maligno
habitante de las arenas, pero la plaga jamás se ha
vuelvo a posar sobre las prosperas calles de
Mayllem-Carson o sus silvestres bosques, sin
embargo un anciano escuchó una historia de la que
duda totalmente sobre su veracidad, pues fue
contada a un amigo senil, por un amigo insolente,
en algún bar oloroso a licor y tabaco de una
recóndita ciudad en el Oeste, la historia sobre una
hermosa mujer proveniente de las montañas, con el
cuerpo cubierto por una misteriosa túnica blanca
adornada con exóticas runas y piel pálida,
caminando entre las multitudes de Fellmont,
obsequiando rocas suaves a los desamparados como
cura a las enfermedades, la hermosa mujer con los
celestiales ojos que tienen un brillo divino capaz de
apaciguar los más bravos corazones o incitar a un
hombre benévolo a matar por ella, la que se hace
llamar Lisa Ol’Galas.

CLXXIII
CLXXIV

También podría gustarte