Apuntes Sobre La Caricatura Literaria
Apuntes Sobre La Caricatura Literaria
IV
Sólo, pues, lo muy íntimamente subjetivo tiene capacidad de
proyección burlesca, ya que toda individuación auténtica aflora
desde lo más recóndito del ser (6).
El romanticismo vuelve, en consecuencia, a ofrecer una fecun-6
(6) Esta afirmación haría sospechoso nuestro juicio sobre Cervantes, pero
¡cuidado!, sólo nos hemos referido al estilo. En cuanto a la creación en sí
misma—una de las más subjetivas y originales del mundo—¡a cuántas grotes
cas deformaciones no se han prestado los dos personajes eternos!, comenzan
do por su imitación más inmediata, la de Avellaneda, burda caricatura, no
continuación, de sus egregios modelos. Recuérdese, en cambio, cómo cuando
Don Quijote habla en caballero se ve una fisura en el estilo-Cervantes y se
palpa la distorsión de aquella forma hinchada y personalísima (subjetiva) del
prerromántico Feliciano de Silva.
da posibilidad caricatural. La captación de la realidad siempre di
luida en el alambique subjetivo; los extremos delirantes: la pasión
el horror, el misterio; la filosofía trabada con deshechos hegelianos
y, por lo mismo, muchas veces abstrusa e indescifrable; la búsque
da afanosa de originalidad, a toda costa, tanto en la prosa como en
el verso, implicaban los perfiles salientes y fáciles de la caricatura.
Además, como el culteranismo del xvn, la escuela romántica
fue, en un comienzo, pasión de minorías que, desde luego, se con
sideraban selectas, ignoradas y perseguidas, que son las tres pal
mas del martirologio artístico.
Ahora bien, en esta promoción barroca del siglo XIX hubo algo
más; dos factores nuevos que contribuyeron a dibujar con mucha
energía el modelo específico de la probable caricatura: lo político
y lo mundano. La burguesía sintió con agudo instinto de conserva
ción cuánto removían bajo sus pies estos mineros nocherniegos de
ideas tan fuera de lo común, tan ajenas a una solución disciplinada
y coherente del problema de gobierno; el romántico, por su parte, al
adquirir conciencia de ese destino revolucionario, procuró diferen
ciarse con la máxima violencia de sus vecinos: en el atuendo per
sonal, en el modo de vida, en la actitud frente al mundo. La ca
ricatura adquirió así, desde este momento, un nuevo sentido: fué
arma doble de ataque y defensa, con una posibilidad trascendental
que, por supuesto, no había conocido durante su inocente función
estrictamente literaria del siglo Xvn.
Para España jugaba, además, otro hecho; lo romántico sonaba
a gabacho, a extranjero. El nacionalismo realista no podía olvidar
cómo la escuela venía importada por los emigrados de la restaura
ción fernandina y asociaban, aunque nada tuviese que ver, roman
ticismo y bonapartismo.
Escuela tardía y, en honor a la verdad, con muy pocos autores
de genio responsable, era fatal le ocurriese un doble proceso; su rá
pida extinción luego de un brote virulento y fulminante; el caso
singular de que los mismos románticos no tomaran muy en serio
sus propias exigencias.
De todo esto surge un hecho inesperado y singularmente su
gestivo: la mejor caricatura del estilo romántico está muchas ve
ces en la misma obra de sus autores más significativos. La tensión
es de tal magnitud que basta sólo un pequeño retroceso para ani
quilar la elasticidad poética, para introducir la duda comprome
tedora de si aquello está escrito en broma o en serio.
Demos unos pocos ejemplos: Espronceda se burla con frecuen
cia
cia de su propia poética. Lo marca a destiempo y con el deliberado
empeño de hacer jirones el bordado tejido estilístico, de tal modo
que es imposible averiguar cuándo la conducta literaria es seria o
cuándo irónica (7); la posición mental de Zorrilla al escribir tea•
tro histórico, su misma implacable y feroz autocrítica, inclinan el
ánimo a pensar si toda aquella enfogada creación no será, en el
fondo, sino caricatura, si bastaría acusar ciertos rasgos para salvar
esa línea misteriosa e inefable que divide lo sublime de lo ridícu
lo (8). Para concluir, ¿cuánto de inconsciente caricatura no yace en
la famosa colección Galería fúnebre de historias trágicas, espectros
y sombras ensangrentadas, de la cual el mismo Larra hizo escar
nio? (9).
Ante este hecho singular—producto del extremo subjetivo, ori
ginal e individualista del romanticismo—toda caricatura a propósi
to resulta, necesariamente, opaca e inferior al modelo en sí. Sería
arriesgadísimo decir que todo el estilo romántico lleva potenciada
una alta carga burlesca—necesitaríamos para demostrarlo una enor
me acumulación de prueba—, pero sí resulta fácil establecer es el
más necesitado de un enorme voltaje poético interior para mantener
emoción y calidad.
Por eso, sus caricaturistas—Fray Gerundio, Eulogio Florentino
Sauz, Agustín Príncipe, José María Segovia (El Estudiante), etc.—
atacan el contenido humano de la escuela, y la mejor sátira resul
ta de contrastar la realidad cotidiana con aquella otra exasperada,
delirante y frenética del mundo romántico.
Circunscrito a nuestro tema quedaría casi aislado el conocido
artículo de Mesonero Romanos: El romanticismo y los románti
cos de 1837, y en él nuestra hipótesis encuentra una justificación
poco menos que decisiva: el plan, los personajes, los decorados de
aquel perdido drama de su sobrino, en diferentes prosas y versos,
si bien Mesonero los pone en el escorzo de la caricatura no están,
como esquema literario, excesivamente alejados del plan, persona
jes y decorados que hubiese concebido, con toda seriedad, un autor
cualquiera entre los segundones de la penúltima hornada ro
mántica.789
(7) V. gr.: la oclava 19 del canto I y la octava 6 del canto IV de E l D iablo
M undo.
(8) ¿Acaso no se ha hecho con el Tenorio ? Y, a la inversa, 6alvo cons
cientes salidas de tono, anacronismos y chulerías, ¿no cabría una representa
ción en serio de La venganza de D on Metido? Sería curioso intentar la expe
riencia a modo de contraprueba.
(9) En el primer articulo de El pobrecito hablador: ¿Q uién es el p ú
blico y dónde se lo encuentra ? (Ver edic. de las Obras Completas, Montaner y
Simón, Barcelona, 1886, pág. 6, col. 1.a).
El exceso de subjetivismo lleva en su misma naturaleza un prin
cipio mortal de hipertrofia capaz de llegar a confundir el límite
siempre indeciso entre lo patético y lo risible.
V
La platitud del estilo realista, estilo neutro e impersonal, vuel-
ce a retener, en la segunda mitad del siglo XX, la posibilidad de
la sátira literaria.
Cabe, sí, hacerla, y resulta eficacísima, con los últimos brotes
post-románticos, los cuales, por ser los últimos precisamente, que
daron muchas veces reducidos a las estrictas soluciones formales
de la escuela.
El ejemplo es el teatro de Echegaray (10). Fué parodiado con
largueza durante su vigencia y, en nuestra hora, Angelina o el
honor de un brigadier, del desconcertante Jardiel Poncela, o Un
drama de Echegaray, ¡ay!, de Luis Muñoz Lorente y Luis Teje
dor, acreditan la fácil vena caricatural yacente en su peculiarísimo
y espectacular estilo.
Pero, ¿qué punto de arranque, qué línea aguda ofrecen para
la sátira prosas como las de Galdós o Palacio Valdés?; ¿cómo lle
var a lo burlesco el tono agrisado, burgués y sin relieve de la lírica
campoamorina?; ¿quién saca de su quicio el diálogo isócrono y
esmeradísimo de Tamayo y Baus? (11).
Imposible. Ya hemos dicho que no es asunto en el que inter
venga el mérito intrínseco de obras o autores. Es cuestión de un
particular modo de ser: la falta de ciertas líneas-tipos capaces de
extenderse hasta la deformación humorística.
(10) Esto no gravita sobre el mérito que, aparte, pueda tener el teatro eche-
garayesco, a nuestro juicio jnny importante y muy necesitado, como hemos
dicho muchas veces, de un estudio serio y responsable, aún por realizar.
(11) El naturalismo si. La misma exageración de su programa era ya un
principio de caricatura. En los A puntes sobre u n nuevo arte de escribir nove
las (1886-1887), cuando Valera—que no caricaturiza, sino analiza, bien que... con
zumbona socarronería—dice cómo un grupo de fervorosos zolianos sacará a
luz dos novelas tituladas E l bidet y E l orinal y una revista : La vida asquerosa
(Obras Completas, tomo XXVI, pág. 55) ya está dentro del esquema paródico
al exasperar aquella complacencia en lo repugnante, característica de la escuela.
Y la prueba puede ser completa: caricaturas inocentes del naturalismo fueron,
tomándolas como ejemplos de toda la literatura pornográfica sucedánea a su
esplendor, las novelas impresionantes de Felipe Trigo, escritas con indiscutible
seriedad y aplomo.
La singularidad, el estilo castigado, la posición aristocráticaf
independiente y agresiva de los modernistas vuelven a ofrecer
claras motivaciones para la caricatura literaria.
Rehabilitación, a la postre, del romanticismo—quién que es no
es romántico, dijo Darío—, la doctrina acumulaba una densa car
ga de valores subjetivos y, en lo exterior, retomaba mucho de la
técnica culterana : mitología, teologismo, colores, sintaxis indirecta;
en suma, lo que hemos repetido muchas veces: individualización y
rasgos acusadísimos.
Si bien fueron numerosos los atacantes, el gran caricaturista
del modernismo fué Pablo Parellada (Melitón González). Hombre
de agudo ingenio, de ocurrente vemi, de extraordinaria y sorpren
dente facilidad para versificar, descubrió como pocos los puntos
hipertrofiabas de la nueva escuela, y lo hizo con saladísima gracia
y no escasa ponderación.
Satirizó y contrahizo al modernismo en numerosas composicio
nes sueltas, pero su gran hallazgo fué, sin disputa, El Tenorio Mo
dernista sobre el drama romántico de Zorrilla.
He aquí una caricatura literaria, para ejemplo de nues
tro plan, poco menos que perfecta: el modelo original permane
ce, en lo básico, intacto; la deformación radica sólo en el trata
miento, y ese tratamiento agudiza, con una sorna llena de gra
cejo, los módulos estilísticos de nuevo cuño, los cuales, a su vez,
no quedan desfigurados en lo esencial.
Daremos una sola muestra: dice Zorrilla en la famosa escena
del sofá (acto IV, escena III):
Esta aura que vaga llena
de los sencillos olores
de las campesinas flores
que brota esa orilla amena:
esa agua limpia y serena
que atraviesa sin temor
la barca del pescador
que espera cantando el día
¿no es cierto, paloma mía,
que están respirando amor?
y transporta Parellada:
La brisa que errabundea
entre nimbos de colorios
de los boscajiles florios
que ese efluvio regodea.
El río que ondulantea
por su iranspuril color,
y el cantoso pescador
monocorde y monorritmico
¿no es verdad, fauno aromítmico,
que son hálitos de amor?
Parellada debió tomar, como era lógico, un extremo de la re
novación modernista. Yo creo entender que el modelo no muy
lejano del chispeante satírico catalán fué el uruguayo Julio He
rrera y Reissig. La lírica del genial poeta riopiálense lleva a su
máximo tono el preciosismo, la adjetivación novedosa e hiperbó
lica, la tendencia subjetiva, etc., en el momento supino del mo
dernismo, tanto que casi anuncia la disolución anárquica sobre-
viniente después de su rompimiento.
Las fechas, por otra parte, coinciden: Las pascuas del tiempo
(1900) y Los maitines de la noche (1902), libros claves de Herre
ra, estaban suficientemente divulgados en 1906, fecha del Teno
rio Modernista, estrenado en el teatro Lara de Madrid el 30 de oc
tubre de ese año.
Parellada, claro está, desmesura los rasgos cumpliendo la fun
ción de la caricatura, pero ¿qué diferencia sustancial, salvo, na
turalmente, la tensión poética interna, el misterio, existe entre la
décima humorística de Melitón González y esta otra de Delecta
ción absurda, incursa en Los maitines de la noche? :
]Oh mariposa nocturna
de mi lámpara suicida
alma caduca y torcida,
evanescencia nocturna;
linfática, taciturna
de mi Nirvana opioso,
en tu mirar sigiloso
me espeluzna tu erotismo
que es la pasión del abismo
por el Angel Tenebroso!
Si nos atenemos a la línea formal—que es la de nuestro temn—,
prácticamente ninguna. Volvemos a caer en la conclusión de que
toda caricatura ya está implícita y como soterrada en el mode
lo (12).
Tal particularidad estética es la que ha descubierto el gro-
(12) ¿Hasta qué punto es caricatura o deja de serlo, por ejemplo, la prosa
modernista rigurosamente seria de un José María Vargas Vila?
tesco en la literatura contemporánea (13): una situación trágica
dada puede alcanzar deformaciones humorísticas si se extraen de
las mismas reacciones imprevistas, contrastes violentos entre el he
cho cardinal patético y muchas de sus manifestaciones exteriores.
Pero el suculento tema del grotesco por ser caricatura de lo
espiritual queda fuera del límite estilístico que nos hemos im
puesto si, desde cierto punto de vista, una forma de literatura
grotesca contemporánea no reclamara, por su estilo precisamente,
nuestra atención; los esperpentos de Valle Inclán.
Valle Inclán hubiera propuesto, desde la aparición de Luces
de bohemia en 1920, un serio problema de filiación literaria si
no hubiese pertenecido a una rica especie española donde se da
ya resuelto. No es el humor propiamente dicho por cuanto éste
es una toma de posición frente al mundo que puede dejar indem
ne y hasta ceremoniosa la forma, pero el hecho de contrahacer
frenéticamente la realidad, reducirla a un arbitrario y gesticu
lante movimiento descoyuntado en donde lo más sombrío, lo más
sórdido se proyecta con un estilo, a su vez, roto y humorística
mente rebuscado es vieja conducta estética que nos viene, en Es
paña, desde aquellas figurillas esquemáticas de Francisco Delica
do, alcanza calidad de paradigma en Quevedo, vibra—pictórica
mente—en los monigotes de Goya o en los cartelones donde se
visualizan los romances de ciego y toma, por último, sesgo literario
modernista en los esperpentos de don Ramón.
El esperpento es, en suma, la máxima tensión de la caricatura
literaria. Aunque se escudriñe a fondo, así, con esta violencia y
este empeño, no hay literatura en el mundo capaz de ofrecer pa
reja tentativa.
Pueblo de grandes valores trágicos, de circunstancias exaspe
radas, España ha tenido siempre—salvo en contados momentos
de supremo y maravilloso equilibrio.—un arte, en consecuencia,
exuberante, como pocos atormentado y personal. De ahí sus li-
neamientos al extremo y de ahí la permanente subyacencia de
un estilo propenso a la deformación caricatural.
El esperpento ha sido una de las soluciones actuales más orgá
nicas y geniales de esa tendencia, pero no fué la primera y, con
seguridad, no será la última. Desrealizar la vida en un gigantesco
esfuerzo de máxima línea satírica hasta casi diluirla es una de
(13) Podría darse como fecha aproximada de su aparición técnica los al
rededores de 1916 (Chiarelli, Pirandello, Andreieff. Chaplin), pero en realidad,
su modo de ser es una constante de toda la historia literaria.
las formas más enérgicas para evadir su signo de tragedia, el signo
de tragedia de la vida española (14).
Vil
Las tendencias literarias siguientes a la disolución del moder
nismo, las llamadas, un poco convencionalmente, escuelas de van
guardia acumulan, en sí mismas, una enorme dosis de caricatura.
Quizá lo correcto sería decir que no eluden nunca esa posibilidad y
hasta la persiguen con empeño sistemático. Ya Ortega y Gasset,
en La deshumanización del arte, había observado: Dudo mucho
que a un joven de hoy le pueda interesar un verso, una pincela
da, un sonido que no lleve dentro de sí un reflejo irónico (15).
Para nuestro caso importa que ese reflejo irónico, cualquiera
fuere el patetismo de la escuela, trasciende casi siempre a la línea
formal, a la estructura estilística. No es sólo ironía del concepto,
es ironía de la composición como tal.
La conducta es tan firme que se ha operado como una especie
de inversión del fenómeno que venimos estudiando: el rasgo ca
ricatural es ahora quien condensa una posibilidad de realismo;
lo disforme, lo absurdo, lo extremado e incongruente son las for
mas normales de expresión en las que yace, indecisa y cáustica,
la línea entrañable de lo verdadero.
El revolucionario ultraísta, por ejemplo, no tomaba—el pre
térito indica cosas ya superadas—sus versos descoyuntados por
caricatura (en todo caso, y como mucho, ponía en ellos un dejo
de escéptico cansancio); lo que hacía era partir de una concep
ción de la realidad tensamente subjetiva y darla por válida como
esquema del mundo. No era, pues, desfigurar a propósito; era
crear aquella realidad desde una máxima y previa descomposición
minuciosamente elaborada. Pero un desenvolvimiento de esta agu-
(14) Valle Inclán llega a decir: El sentido trágico de la vida española sólo
puede darse con una estética sistemáticamente deformada (Luces de bohemia,
escena XII). Si una estética se deforma sistemáticamente ya supone una acti
tud consciente, y no se trata de eso; se trata de un impulso más propio de
la subconsciencia creadora española que de una voluntad deliberada y pura.
Cuando se ha llegado a tal conciencia estamos en los paradigmas, en los momen.
tos de plenitud ya imposible de trascender. No es menos radicalmente español
Lope que Quevedo, pero mientras en el primero, lo deformado, la exasperación
dimana de un impulso soterrado, ajeno a todo presupuesto, el segundo opera
con un sistema; es caricatura decidida. La afirmación complementaria de Va
lle Inclán: España es una deformación grotesca de la civilización europea (obra
y esc. cit.), es ya polémica y, por lo mismo, estéticamente inoperante.
(15) Edic. segunda de la Revista de Occidente (Madrid, 1928, pág. 65).
da proposición nos llevaría muy lejos del tema concreto que hoy
nos ha preocupado.
Urge, pues, condensar. De lo expuesto podemos escindir tres
elementos necesarios para obtener una auténtica caricatura:
1. ° Personalidad inconfundible y acusada del modelo.
2. ° Desfiguración extrema que deje, con todo, intacto y cog
noscible el sujeto caricaturizado.
3. ° Que tal condición se encuentre, en este último, potencia
da y posible.
Para el caso concreto de nuestro ensayo, la caricatura de una
forma literaria será realizable:
1. ° Sobre aquellas escuelas o autores de máxima tensión crea
dora a los que el caricaturista destraba de emoción poética para
dejar sólo la rigidez formularia de su estilo peculiar (16).
2. “ En consecuencia, los momentos barrocos—subjetivismo,
singularidad, espectáculo—son los más propicios, los más accesi
bles a la experiencia deformadora.
Toda caricatura, como todo arte—y la caricatura lo es en alto
grado de dificultad—, implica un sumirse con amor en el modelo.
No habrá sátira, por dura y amarga que fuere, sin comprensión
suprema-, si, a la inversa, degenera en diatriba y vituperio, ya tras
pasa el límite del arte para caer en polémica y beligerancia.
Este penetrar, esta Einfühltmg de la caricatura, supone extraer
la quintaesencia de su objeto y, al hacerlo, destacar inevitable
mente, y aunque no se lo proponga, las cualidades últimas del
mismo; éste queda escindido y puro en sus líneas determinantes,
vale decir: si deformado en su estructura lógica llevado a su es
quema elemental y necesario (17).
Asi, a contrario sensu, la caricatura vitaliza el modelo y lo su
blima. El humorismo tiene siempre esa suprema virtud de encon
trar lo recóndito y permanente de toda actitud vital.
(16) Ocurre a veces que el simple pastiche si opera sobre un estilo de esta
calidad se desliza insensiblemente hacia la caricatura; casi no puede evitarlo.
En un singular ensayo argentino: Antología Apócrifa, de Conrado Nalé Roxlo
(Buenos Aires, 1941), variadísima colección de notables imitaciones estilísticas,
se da el caso con ejemplar elocuencia : cuando la copia incide -obre un escri
tor de expresión agudamente personal {Góngora, Unamuno, García Lorca, por
no salir de España), el resultado es francamente caricaturesco; cuando, por el
contrario, lo imitado es autor traducido o de forma indiferenciada (Dickens,
Carriego, Ingenieros, etc.), la humorada se limita a distorsionar el contenido, y
sólo una práctica muy suficiente podría determinar—tal es la habilidad de Rox-
lo—dónde concluye, formalmente se entiende, el trozo imitado y dónde co
mienza la imitación.
(17) Bagaría y Valle Inelán, en España, han realizado este milagro—cada
uno en su arte—de modo poco menos que insuperable.
En el fondo de cualquier caricatura, así plástica como litera
ria, va implícito un elogio que, al desceñir el objeto de su tensión
espiritual, de su vigencia humana, nos lo deja, por contraste, mu
cho más decidido y evidente en su línea fundamental.
Merecer el honor de la caricatura es saber que lo caricaturi
zado lleva en sí mismo un regalo de Dios: la originalidad.—A rtu
ro B erenguer Carisomo.