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ENCUENTRO CÓSMICO

El pequeño cometa empezó a sentir apenas el calor a medida que se acercaba.


Era el mismo calor que atesoraba en su memoria desde la última vez que pasó
junto a su estrella. Había sido larga la ausencia desde el encuentro anterior. Un
extenso periodo durante el cual se internó en la fría oscuridad del espacio
hacia lo más lejano de su órbita, hacia donde no se veía planetas, ni asteroides,
ni otros cometas. Y su estrella apenas se notaba como un diminuto punto de
luz sobre el tapete negro del firmamento.
Unos pesados asteroides burlones le dijeron en aquellos tiempos en que se
alejaba, cargado de tristeza, que se preparara para ser absorbido por un
hambriento agujero negro que merodeaba por allá, por los confines de su
sistema solar. Pero eso a él no lo asustaba. Siempre pensó que sería mejor
terminar sus días cósmicos (¿existirían los días cósmicos?...bueno…no se
detendría a analizar tales definiciones), es decir, preferiría terminar su vida
cósmica sumergido en las profundidades de un voraz agujero negro antes que
ser arrastrado a la órbita de una estrella que no fuese la suya.
Había sido un largo periodo, que sintió más largo que los anteriores. Recordó
cómo la última vez su estrella le brindó el mejor recibimiento de su vida. Eran
bellas y gigantescas las erupciones que l adornaban y la hacían más radiante
que nunca. Las lenguas de gfuego se elevaban desde la dorada superficie hasta
casi lamer su cabellera. Cuando más extasiado se encontraba por el feliz
encuentro y se preparaba para su momento de máxima gloria, una terrible
conjunción de efectos gravitatorios lo apartó bruscamente y lo envió lejos de
ella en medio del mayor estupor. Mientras se alejaba, convencido en ese
momento de que sería sin retorno, vio lágrimas amargas en el rostro de la
estrella mientras su imagen se perdía en la negra distancia. Durante mucho
tiempo creyó que había perdido su órbita y que jamás volvería a sus cercanías.
Pero por largo que haya sido el periodo, por más que su órbita elíptica se
hubiese estirado hasta convertirse casi en dos líneas paralelas, por
insignificante que haya llegado a parecer aquel lejano punto luminoso, apenas
perceptible en medio de la oscuridad del espacio, lo cierto era que ahora
volvía de regreso. Al principio no lo advertía, pero empezó a notar como el
puntito de luz, que solo él reconocía en la negra oscuridad del universo,
empezaba a hacerse más grande ante sus ojos. Pasaron muchos días cósmicos
(si es que existían tales días) hasta que percibió no solo el crecimiento del
puntito aquel, sino también el leve cosquilleo que siempre delataba la
presencia de su atracción gravitatoria. Su corazón congelado comenzó
entonces a latir, al principio muy tenue, y luego un poco más fuerte. Había
iniciado el ciclo de retorno.
Tiempo después, en ese, su anhelado viaje de regreso, pasó muy cerca del
gigantesco planeta que había devorado a miles de sus semejantes y a millones
de asteroides, con su impresionante masa que aterrorizaba a cuanta criatura
espacial osara acercarse a él. Había 0obsrvado en viajes anteriores cómo se
precipitaban hacia su gaseosa superficie decenas de apagados cometas,
muchos de los cuales habían existido tiempo antes de que él mismo conociera
la luz. Pero ese no sería su destino: le aguardaba un encuentro cósmico al cual
ningún planeta devorador de astros le obligaría a faltar.
Estaba cada vez más cerca de su adorada estrella y la emoción y el calor que
ella le empezaba a brindar incrementaban la volcánica actividad en el interior
de su cuerpo.
Entonces vino a él la imagen de la historia que le contó un viejo cometa amigo
cuya órbita perteneciente a otro sistema se cruzó casualmente con la suya. El
viejo cometa le contó de un planeta azul en el cual habitaban unos seres
diminutos. Esos seres, según aquel, tenían cantidades de pequeños cometas
también minúsculos encerrados, y cada vez que tenían algo que celebrar los
dejaban escapar por centenares hacia el espacio, pero solo para hacerlos
estallar apenas se separaban un poquito de la superficie de aquel planeta. Esa
imagen le vino porque el viejo y sabio cometa sabía mucho de aquellos
pequeños seres y porque sentía que algunas de sus enseñanzas tenían mucho
que ver con él.
Una de las cosas que más llamó su atención fue algo que el viejo había leído
en los archivos del universo acerca de la reproducción de los pequeños seres
del planeta azul. Le fascinaba la parte donde decía que algunos de ellos
producían microcometas por millones. Que esos millones de microcometas
partían todos juntos en desenfrenada carrera hacia una única y también
minúscula estrella que aguardaba a un solo afortunado, aquel que alcanzara a
tocarla antes que los demás. Entonces, cuando este cometita alcanzaba su
pequeña estrella, ambos se fundían y estallaban en una explosión de vida que
cerraba la puerta a todos los demás y culminaba con la creación de otro de los
pequeños seres, el cual tendría fundidas en él las características de los dos
sistemas de donde provenían el micro cometa y la estrella diminuta.
Esa descripción le fascinaba porque en sus sueños se veía como uno de
aquellos valerosos microcometas. Le fascinaba también… pues porque ya lo
tenía decidido: llegaría hasta su estrella y no haría lo de antes, dedicarse a solo
orbitar extasiado durante un tiempo, disfrutando las caricias de las erupciones
de fuego de su estrella, para ser luego despedido de nuevo hacia el espacio
oscuro y frío, ¡no señor!; esta vez haría lo que el microcometa triunfador de la
historia del viejo. Se precipitaría hacia el núcleo de su estrella con todas las
fuerzas de su pequeño cuerpo. Era tanta la energía que su acumulado amor
guardaba para ella, que estallarían juntos en una gigantesca supernova, en una
especie de nuevo big bang que sería recordado en los anales del universo.
Ningún otro cometa podría acercarse otra vez a ella y juntos darían inicio a un
nuevo sistema solar con bonitos planetas azules llenos de agua, atmósferas
blancas y tierras verdes, donde hubiera vida en cantidades nunca antes
conocidas.
Ya estaba cerca, cada vez más, de su adorada estrella y de su pequeño planeta
que giraba siempre entorno a ella. Ella y su planeta se paseaban por el
universo acompañándose mutuamente, como si nada más que ellos existieran.
Era un planeta bello, con mucha agua y una atmósfera densa y al mismo
tiempo liviana, con tierras llenas de verdor y abundante vida en plena
formación, atravesando feliz las primeras etapas de una hermosa evolución, tal
como soñaba fueran los planetas que se originaran en su sistema. Hasta soñaba
que aquel pequeño planeta, que provenía de su estrella y el cual encontró a su
lado, recién nacido y fragante, apenas en su órbita inmediata anterior, era
producto de algún encuentro previo entre él y su adorada, algún intenso
encuentro que el malvado hechicero del universo se había encargado de borrar
de su memoria por quien sabe por cuales oscuras, o quizá buenas, razones.
Comenzó a sentir el acercamiento final hacia su destino. Su corazón se
descongeló por completo y empezó a latir con fuerza descomunal. Mil
erupciones en su interior desataron la energía de su amor y se encendió su
cabellera, larga y esplendorosa, como el sentimiento que le inspiraba la
cercanía de su amada. Entonces su estrella lo miró y le sonrió. Le sonrió con
la sonrisa de quien recibe a quien ha estado esperando toda su vida… y le
respondió con sus propias erupciones de amor. La superficie de aquella
estrella se convirtió en un hervidero de lenguas de fuego que se elevaban a
millones de kilómetros, ansiosas por envolverlo. Un soplo de viento solar le
peino la cabellera e incrementó su brillo hasta niveles que jamás había sentido
antes. El pequeño planeta solo observaba desde su órbita, nervioso ante aquel
preludio de encuentro, expectante, algo temeroso, pero fascinado por aquella
manifestación de energía cósmica nunca antes presenciada.
Entonces se vio de nuevo a sí mismo como se había visto antes tantas veces en
sus sueños, allá en la fría lejanía de su exilio. En ese sueño no era él un viejo
cometa perdido en una órbita dolorosamente alargada, sino un pájaro gigante,
de enceguecedor brillo dorado e increíble belleza, volando paralelo a un río
que fluía tranquilo en medio de un hermoso bosque tropical. Volaba en la
noche hacia su estrella que le sonreía desde el horizonte, allá donde se
adivinaba la desembocadura del río en un sereno mar; le sonreía con sonrisa
de invitación, de promesa, de esperanza… como le había sonreído siempre y
como le sonreía ahora, cuando nuevamente se aproximaba a ella.
Así se manifestaba este nuevo encuentro cósmico. Después de tantas órbitas
llenas de ausencias insondables, de cometa perdido, cometa y pájaro a la vez,
retornaba a su estrella y sentía como la fuerza gravitatoria de ella se
incrementaba más y más, reclamando su llegada, y sentía como mil amorosas
erupciones de fuego acariciaban su cuerpo. En respuesta, él se precipitaba
hacia su núcleo con la impresionante cabellera encendida en toda su magnitud,
hipnotizado, con su corazón galopante de emoción…, se precipitaba hacia su
destino soñado, hacia una supernova de amor, hacia el nuevo big bang, hacia
un nuevo sistema solar lleno de vida. Se precipitaba cada vez más rápido y no
había nada que quisiera hacer para evitarlo…
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