Julián Vargas
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Julián Vargas
pesar de la tormenta:
los músicos de la Catedral
de La Plata (1700-1845)
Gaëlle Bruneau Calderón
Podemos ver que existe un periodo vacío en esta cronología. La razón es que,
después del fallecimiento de un maestro de capilla, el Cabildo eclesiástico, la
máxima autoridad de la Catedral, tardaba a veces en encontrar un sucesor
capaz de asumir este alto cargo. Mientras la selección se efectuaba, a medida
que los candidatos llegaban a La Plata para presentarse al concurso de mé-
ritos, ciertos músicos con experiencia, como el sochantre, ejercían el cargo
de manera interina.
El primer maestro de capilla, Juan de Araujo, fue también uno de los maes-
tros de capilla platenses cuya obra fue interpretada por orquestas contem-
poráneas. Juan de Araujo asumió el cargo de maestro de capilla de La Plata
a partir de 1685 hasta su muerte en 1712. Fue un maestro prolífico, muy
138 amado de sus alumnos y de los músicos que tenía a su servicio. Después
de su muerte, todos los seises (niños cantores) de la Catedral cantaron las
obras que compuso. Se trata de una especie de rito de iniciación o de prueba
de capacidad, puesto que la complejidad de sus composiciones constituyó
un desafío para las generaciones de jóvenes músicos. El periodo de jefatura
de Juan de Araujo representa un momento de esplendor de una Iglesia rica
Revista número 22-23 • agosto 2009
El sochantre era encargado del canto llano, o sea, del canto gregoriano monódico que se cantaba durante las celebraciones
diarias llamadas las “horas”. Estos sochantres eran músicos por lo general eclesiásticos y no todos deseaban ser maestros
de capilla. No vamos a hablar más detalladamente de ellos porque fueron maestros de capilla intermediarios y no llegaron a
imponerse en el cargo tanto como un titular.
R. M. Stevenson, The music of Peru, Washington, 1959 y S. Claro-Valdés, Antología de la música colonial en América del Sur,
Universidad de Chile, 1974. Es el más conocido de todo el siglo XVIII y dejó alrededor de 151 obras en el Archivo Nacional de
Bolivia, lo cual le valió llamar la atención de los primeros musicólogos que se interesaron en estudiar la música barroca.
Les Chemins du Baroque, L’or et l’argent du Haut Pérou. L’œuvre de Juan de Araujo, Gabriel Garrido (dir.), Ensemble Elyma,
label K 617, 1992, Paris.
y opulenta y también la nostalgia de una época, el siglo XVII, en la cual la
música estaba en el centro de las preocupaciones del Cabildo. La música
era mayormente vocal, acompañada por el órgano y algunos instrumentistas
(bajón, violín, violón, oboe). La capilla musical estaba compuesta por unos
25 profesionales distribuidos entre los seises, los salmistas, los “músicos” y
los instrumentistas.
Justo después de la muerte de Juan de Araujo los canónigos nombraron a
Juan Guerra y Biedma como titular en el cargo, a partir de 1717. Su larga
carrera (desde 1717 hasta 1745) en la Catedral platense fue marcada por una
cierta degradación en la actividad musical. Al principio se aprovecha de la
vivacidad de la capilla que su predecesor ha mantenido eficazmente, luego
la decadencia es larga pero segura. Inmediatamente después de la muerte de
Juan Guerra y Biedma, el 3 de abril de 1745, el Cabildo propone el nombre
de Blas Tardío de Guzmán para asumir el cargo, ya que es un personaje co-
nocido del Cabildo por haber servido 34 años en la capilla musical antes de
su nominación como maestro de capilla. Presbítero y licenciado en teología
de la Universidad San Francisco Xavier, enseñó a los seises después de la
muerte de Juan de Araujo y restauró las obras musicales del archivo de la
Catedral. Fue sochantre interino y titular un año después y fue también
mayordomo de la Fábrica de la Catedral. Como podemos ver, ocupó varios
cargos al mismo tiempo que fue músico, lo cual refleja su emprendimiento
personal en el buen funcionamiento de la institución.
Su sucesor fue Manuel Mesa. Siguió todas las etapas de ascenso profesional
en la capilla musical y fue también restaurador de partituras a partir de
1745. La identidad de Manuel Mesa es todavía difícil de determinar con
certeza, porque parece que no nació en La Plata sino, quizás, en las provin-
cias. No llevaba el «Don» normalmente atribuido a los salmistas y músicos.
Podríamos ver aquí el signo de su ilegitimidad de nacimiento o de su origen
mestizo, sin poder afirmarlo. Al contrario de sus homólogos, Manuel Mesa
no busca prestigio, dinero ni una posición social ventajosa: está entera-
mente dedicado a la música y a que ésta fuera bien ejecutada, tomando en
cuenta la felicidad de sus intérpretes. Añade, en su testamento, un elemen-
to que viene a reforzar su proyecto de innovar en el arte sonoro10. Manuel
Mesa abre el paso a la música instrumental, siguiendo así las tendencias de
su época. Fallece el 10 de mayo de 1773 y deja el Cabildo en la inquietud
de encontrarle un sucesor.
139
Una vez que la voz del niño cantor muda, pasa a ser salmista con más horas de trabajo y un salario más importante. Esta
promoción es el reconocimiento implícito de que el niño pasa a ser un adulto, aunque fuera todavía aprendiz del oficio, ya
que trabajaba 5 veces más que un músico por un salario 3 a 5 veces inferior.
En las fuentes aparecen también como “ministriles”. Hemos de señalar aquí que este puesto era ocupado por indios, sin que
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esta tradición se pueda fechar. Se suceden en este puesto varias dinastías de bajoneros y oboístas indios, generalmente hijos
de caciques. Algunos recibían un salario relativamente alto y percibían una suma de dinero al momento de jubilarse, privile-
gio que obtenían sólo algunos músicos.
ABAS, A. C., Fábrica, vol. 9.
ABAS, A. C., Diezmos, vol. 85, 1711.
Instancia encargada de gestionar los fondos financieros de la Catedral.
Aunque fue presbítero, tuvo un hijo natural con Francisca Carrizo. Se llama Manuel de Mesa y Carrizo y entró también en la
capilla musical para después convertirse en organero, o sea, restaurador de órganos en todo el virreinato.
10 ANB, Escrituras Públicas, 1773, n° 275, f. 215. “Declaro que la costumbre antiguada que han tenido los Maestros de Capilla
anteriores, ha sido el de no hacer conciertos, ni comprarlos, como que no han sido obligados a ello; pero lo tengo practicado
ejecutando la compra de algunos”
Eustaquio Franco Rebollo tuvo un ascenso rápido desde el momento de su
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ingreso en la capilla musical, ya que varios miembros de su familia eran músi-
cos anteriormente, lo cual demuestra la existencia de verdaderas dinastías de
músicos. Otro músico, Mateo Caro, entró en una violenta querella epistolar
con Eustaquio Franco Rebollo, a quien acusa abiertamente de negligencia
y de desinterés total por el manejo de la capilla musical. Eustaquio trata de
defenderse alegando que Mateo Caro es un personaje belicoso y ambicioso.
El resto del tiempo de jefatura de Eustaquio Franco Rebollo no fue marcado
por eventos especiales sino, más bien, por una caída de la capilla musical. El
altercado que tuvo con Mateo Caro abre un periodo en el cual al provecho
personal y el prestigio reemplazan progresivamente al celo.
A la muerte de Eustaquio Franco Rebollo, el 7 de junio de 1786, el Cabildo
nombra a Estanislao Leyseca en el cargo de maestro de capilla. Su periodo de
jefatura fue marcado por altercados con Mateo Caro y con el canónigo Don
Carlos de San Martín, con el cual llegó a hacer uso de la fuerza. El Cabildo lo
excomulga, le retira su cargo de maestro de capilla, y Estanislao es encarce-
lado. El último maestro de capilla del siglo XVIII fue Mateo Caro. A pesar de
ser acusado de participar de un deshonesto juego de dados y de estar invo-
lucrado en el robo del dinero de la Fábrica, logró tener una larga carrera que
termina en 1803.
El puesto de maestro de capilla fue sinónimo de prestigio y, en un momento
de redefinición de las posiciones sociales de las élites tradicionales, refleja la
aguda competencia de las familias por conquistar parcelas de una considera-
ción social sinónima de supervivencia política y económica.
debían distinguirse del resto del vecindario, como lo estaban por su Real Piedad
y beneficencia en los sueldos que disfrutaban sobre uno de los más privilegiados
ramos de su Real Hacienda14.
Instrumentistas Cantores
2 a 3 violines 3 a 4 salmistas
2 arpas 1 a 2 cantores (“músicos”)
2 organistas
2 trompetas
2 oboes
6 seises (niños cantores)
145
2 flautistas
1 bajón o fagot
20 ABAS, AC, Actas Capitulares, vol. 29, 1835-1841, f. 73. Esta cita aparece también en el artículo de B. Rossels.
mentistas “polivalentes” en el elenco, como Santiago Ampuero: desde 1821
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ocupa los puestos de “arpista 2° violon, 1er violn, 2° violn, órgano, de cantor y
en el presente de viola”,21 lo cual legitima su pedido de aumento de salario.
Otros argumentan de la misma manera sus peticiones, y a través de sus cartas
podemos completar en buena medida el abanico de instrumentos tocados. En
1853, Pedro Mostajo afirma que, además de ser salmista, toca el “bascorno”22,
que es un instrumento de la familia de los clarinetes. Manuel Rosendo Cueto,
profesor de música, toca el cornetín a pistón23, por lo cual fue admitido en
la capilla musical por el maestro Pedro García, en 1856. Estos tres músicos
muestran que la capilla musical se podía enriquecer con el aporte de especia-
listas en el manejo de instrumentos que tradicionalmente no formaban parte
de la capilla musical. Estos hombres introdujeron una práctica novedosa gra-
cias también a la aceptación de los maestros de capilla, y compartieron su
saber con los demás músicos. Por otra parte, eran solicitados en varias ocasio-
nes y pedían ser remunerados a la altura de su desempeño.
Examinaremos ahora las horas de trabajo, señaladas en los registros del
apuntador de fallas.
146 Las horas que figuran en este gráfico representan las celebraciones durante
las cuales los músicos tocaban en la catedral para solemnizar el culto; no to-
man en cuenta los ensayos, ni los momentos de aprendizaje. Al igual que en
el periodo anterior a la República, se puede ver que los seises y salmistas eran
los que tenían mayor carga horaria. Los organistas eran dos, uno principal
y el segundo destinado a suplir en caso de que el primero faltara. Así era en
la época anterior; pero vemos que, en los años correspondientes a la década
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Porcel explica que los músicos anticipan seis meses de trabajo, puesto que
reciben sus emolumentos anuales en el mes de junio. Se procede de esta
manera con los músicos y todos los ministros subalternos de la Iglesia desde
cas horas de trabajo. No es el caso de Zambrana, que tuvo que trabajar duro:
«hasta botar sangre del pecho serví en ese remo». Logró ser músico cantor
con 300 pesos de renta:
27 Esta denominación estuvo vigente durante toda la época española, y pierde su significado la de “cantor” hacia 1855, adqui-
riendo el sentido genérico que conocemos hoy día.
28 ABAS, AC, Correspondencia, vol. 18.
por guardar siempre mi conducta, y contando con el corto salario éste, tomé el
estado del matrimonio (por mi desgracia) y hoy me veo cargado de tres hijos va-
rones, tiernos (que algún día pueden ser útiles a la Santa Iglesia) sin más auxilio
que estos 300 ps.
No obstante, este salario no es suficiente, y Zambrana escribe que si hubiera
sabido cual iba a ser su destino, no se hubiera mudado de Cochabamba, ¡ni
se habría casado!
Consideraciones finales
El tratamiento que la institución eclesiástica reserva a los músicos no es del
todo satisfactorio. No debemos olvidar que las fuentes administrativas dan
una mirada parcial de la situación de los músicos, puesto que sólo contienen
los motivos de desagrado de éstos, sin mencionar las ventajas que podrían
tener siendo intérpretes de la prestigiosa Catedral de La Plata (Sucre). En
más de un siglo, la configuración del conjunto musical y el género de música
ha cambiado, adaptándose a los gustos del público y gracias a las iniciativas
tomadas por los maestros de capilla.
Los integrantes de la capilla musical de La Plata manifiestan actitudes que
corresponden a las mentalidades de su época. A finales del s. XVIII, las ambi-
ciones y actitudes individualistas revelan el endurecimiento de las posiciones
y el miedo de perder ventajas sociales y económicas. La presencia de españo-
les en el elenco es entonces mal vista. Durante los primeros quince años del s.
XIX, la Iglesia pasa por cambios drásticos: pierde a un prelado muy estimado,
busca afirmar su presencia en las provincias y se enfrenta al principio de
una guerra que cuestiona profundamente sus fundamentos institucionales.
La capilla musical no parece atravesar una crisis de mayor alcance, ya que las
autoridades se muestran particularmente atentas a la continuidad del culto.
Se le pide tomar posición en el momento en que Moxó y Francolí fallece, con
el fin de garantizar su cohesión y permanencia en medio de la tormenta. Pos-
teriormente, la Iglesia vuelve a ser el instrumento de la afirmación del poder
civil y Pedro Ximénez Abrill y Tirado será el abanderado de la joven Repúbli-
ca gracias a su talento para solemnizar las celebraciones. De una música al
servicio de la religión pasamos a una música al servicio del poder civil, lo cual
no acepta Pedro Ximénez, quien buscará vías de reconocimiento distintas
para su talento, que no merece ser instrumentalizado.
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A pesar de la tormenta, los músicos de la Catedral de La Plata tocaron y com-
pusieron obras que aún deben ser transcritas para que vuelvan a ser tocadas
y escuchadas, siendo patrimonio de todos los bolivianos.
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