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Marcelo Damonte

Universidad de la República

Alicia y Coraline. La metáfora del umbral y la dialéctica del adentro y el afuera.


Lecturas desde La poética del espacio

Alicia en el país de las maravillas (1865), del escritor inglés Lewis


Lutwidge Carroll (seudónimo de Charles Lutwidge Dodgson), narra las
aventuras y fabulosas peripecias que le suceden a una niña en un universo
mágico, al que accede ingresando por una cueva de conejo que está debajo
del tronco de un árbol. Es un mundo paralelo, donde el espacio y el tiempo, lo
interior y lo exterior no acaban de definirse. En Coraline (2002), del también
anglosajón, narrador y dibujante de historietas Neil Gaiman, el personaje es
asimismo una niña, que, luego de algunas idas y venidas, y a través de una
puerta cerrada con llave, también ingresa a un universo paralelo, bizarro y algo
siniestro, existente dentro (¿o fuera?) de su propia casa, adonde habitan los
“dobles” de todos aquellos seres que la rodean en su “mundo real”.

EL AFUERA Y EL ADENTRO

En La poética del espacio (1993: 254), Gastón Bachelard expresa que


«la dialéctica de lo de fuera y de lo de dentro se apoya sobre un geometrismo
reforzado donde los límites son barreras». Tanto en el relato de Carroll, como
en el de Gaiman, los límites, las barreras de las que habla Bachelard son
puertas a las que no se accede de manera sencilla. Han pasado 150 años y la
metáfora revive. En Alicia, cruzar ese umbral lleva su tiempo y su ritual:
encontrar una llave adecuada para la puerta, beber pócimas mágicas para
encogerse y desencogerse, pasar por la puerta o alcanzar la llave y demás
incidentes o yerros a la hora de cruzar ese límite complejizan y hacen más que
laboriosa y demorada la tarea de salir afuera (¿o adentro?). Algo semejante
sucede en Coraline. La primera vez que Coraline toma contacto con la puerta
que da al salón vedado, va con su madre y hay una pared de ladrillos que,
detrás de la puerta, bloquea la entrada. Es un lugar clausurado, ignorado, casi
prohibido, inexistente. Es en una segunda oportunidad, cuando Coraline se
queda sola en la casa, que al abrir la puerta cerrada con llave que otrora diera
a la pared de ladrillos, esta desaparece, dando lugar a un sitio maravilloso, a
una arquitectura que dobla o replica la de su propia casa.

Desde la perspectiva de la dualidad éxito-fracaso, los logros


conseguidos por Alicia y Coraline, en ambos casos no están exentos de una
clara ambigüedad, y, por qué no, de sensaciones con cierta carga amarga o
negativa. En las dos, y sobre todo al principio de los relatos, tanto el salir como
el deseo de volver a entrar o regresar coinciden en evidenciarse ambiguos,
equívocos, sin lograr alcanzar ninguno de los dos sentimientos un estado puro
o completo de satisfacción. En Alicia, y con el transcurrir del relato, ese jardín
maravilloso al que finalmente logra acceder alternará en dispensarle emociones
de agrado y de disgusto:

En casa —pensó la pobre Alicia— estaba mucho mejor, sin cambiar continuamente de tamaño
y sin estar a merced de ratones y conejos. Casi hubiera preferido no haber entrado en la
madriguera… a pesar de que… ¡qué curiosa es esta clase de vida! ¿Qué me habrá sucedido?
Cuando leía cuentos de hadas, pensaba que tales cosas no ocurrían nunca, y ahora ¡aquí me
tienes metida en una de ellas! (2002: 43).

Algo parecido acontece en Coraline con ese universo paralelo: la “otra”


casa, copia de la suya, con sus “otros” padres y sus otros “otros”, mundo que
de a ratos se torna afable, saludable y aspectadamente positivo, dejándose
entrever, desde el pensamiento y la mirada de la chica, al menos en un
comienzo, en franca oposición al mundo “real”: el de su “verdadera” casa y sus
“verdaderos” padres, que son evocados y recuperados bajo una lupa que les
impone cierta carga crítica o negativa. Sin embargo, ese mundo paralelo, el de
su “otra” casa y sus “otros” padres, no se instala como una entidad
absolutamente encomiable, sin clivajes ni rupturas, sino más bien desde un
territorio fracturado, inestable, cuyo ámbito y personajes por momentos
estimulan un clima ominoso, una emocionalidad siniestra, una percepción
sospechosamente amigable de todo y de todos.

Coraline pensó que no le gustaría dormir allí, pero aquella combinación de colores
resultaba mucho más original que la de su dormitorio. En la habitación había una serie de
cosas extraordinarias que veía por primera vez: ángeles que revoloteaban como gorriones
asustados cuando se les daba cuerda, libros con dibujos que se retorcían, se arrastraban y
relucían, y calaveras de pequeños dinosaurios que castañeteaban los dientes a su paso. Una
gran caja llena de juguetes maravillosos. «Esto es muchísimo mejor», pensó Coraline, y se
asomó a la ventana (2003: 23).

La clave de ese universo fracturado, dividido en dos, de ese mundo


entre dos mundos de Coraline, podría resolverse en palabras como “inestable”,
“antinómico”, “raro”, pero por sobre todas las cosas “ambiguo”. Por momentos
las cosas parecen mejorar, y por otros dejan lugar a la duda o al desconcierto.
Universo que concierta con el imaginario que teoriza Bachelard cuando
expresa: «Lo de fuera y lo de dentro son, los dos, íntimos; están prontos a
invertirse, a trocar su hostilidad. Si hay una superficie límite entre tal adentro y
tal afuera, dicha superficie es dolorosa en ambos lados» (1993: 256). Lo
mismo, o algo semejante ocurre en el caso de Alicia; no se sabe si el afuera es
aconsejable antes que el adentro y viceversa. De a ratos, ambos son hostiles,
sospechosos, igual de desconcertantes.

Alicia se acercó tímidamente a la puerta y llamó.

—Es totalmente inútil llamar —dijo el Lacayo—, y eso por dos razones. Primero, porque estoy
del mismo lado de la puerta que tú. Segundo, porque dentro hacen tanto ruido que nadie podrá
oírte.

Y, en efecto, del interior salía el estruendo más extraordinario: incesantes aullidos y estornudos
y, de vez en cuando, un fuerte estallido, como si una fuente o una cazuela se hubieran hecho
añicos (2002: 59).
LAS PUERTAS, LOS UMBRALES

«La puerta es todo un cosmos de lo entreabierto. Es por lo menos su


imagen prínceps, el origen mismo de un ensueño donde se acumulan deseos y
tentaciones, la tentación de abrir el ser en su trasfondo, el deseo de conquistar
a todos los seres reticentes. La puerta esquematiza dos posibilidades fuertes,
que clasifican con claridad dos tipos de ensueño. A veces, hela aquí bien
cerrada, con los cerrojos echados, encadenada. A veces hela abierta, es decir,
abierta de par en par» (BACHELARD 261). Esos umbrales, las puertas, tanto
abiertas como cerradas (así como el gato de Cheshire de Alicia y el gato sin
nombre de Coraline), son lugar común en ambos relatos, el de Lewis Carroll y
el de Neil Gaiman. Las puertas de Alicia están allí, presentes, listas para
permitirle la entrada o interrumpirla; y la llave que abre, o por momentos
obstaculiza o parece mermar las posibilidades de ingreso a través de ellas, se
materializa en un contorno de lo absurdo. Así, cuando Alicia pausa su sentido
común y se abandona al absurdo las puertas se abren. Pero, ¿qué sucede
cuando se abren? ¿Hacia qué lugar se abren? ¿Hacia afuera o hacia adentro?
¿Hacia el espacio abierto o cerrado? Al cabo, seguimos sin saber si es un
adentro o un afuera lo que está del otro lado, y se torna ambiguo el conocer si
esto importa en realidad. Como comenta el gato de Cheshire ante la inquisición
de Alicia:

—Minino de Cheshire —empezó más bien con timidez, pues no estaba segura si le gustaría el
nombre; pero el gato se mostró aún más risueño. «¡Vaya! —pensó Alicia—. De momento
parece satisfecho», y prosiguió:

—¿Podrías decirme, por favor, qué camino he de tomar para salir de aquí?

—Depende mucho del punto adonde quieras ir —contestó el Gato.

—Me da casi igual dónde —dijo Alicia.

—Entonces no importa qué camino sigas —dijo el Gato (2002: 67).

Las puertas están y no están, no conducen a ninguna parte, o lo hacen


hacia territorios desconcertantes y situaciones absurdas.
—Llamar a la puerta tendría algún sentido —prosiguió el Lacayo, sin hacerle caso— si la puerta
estuviera entre tú y yo. Por ejemplo, si tú estuvieras dentro, podrías llamar, y yo podría dejarte
salir (2002: 60).

Las puertas en Coraline están igual de entreabiertas, y la llave negra que


abre y cierra la “otra” casa, donde habitan sus “otros” padres, deja de ser un
obstáculo en la medida en que, llegado el momento, se torna innecesaria, pues
Coraline casi ya no diferencia sus “casas”, y cuando lo hace sus padres reales
han desaparecido. Cuando Coraline abre una puerta se instala en una suerte
de desterritorio, un adentro que es un afuera o viceversa; aunque, a diferencia
de lo que sucede en Alicia, en este caso sí importa la salida y la entrada, y no
da lo mismo una cosa que la otra, por más que el gato sin nombre que
acompaña a Coraline le resta importancia al asunto, y (a semejanza del Gato
de Cheshire con el camino de Alicia) está decidido a no revelarle el nombre del
sitio en que se encuentran.

—Por favor, ¿qué lugar es éste? El gato echó un vistazo hacia todos lados.

—Aquí, el lugar en el que estamos —contestó. —Eso ya lo sé. Dime entonces cómo has
llegado hasta aquí.

—Como tú, caminando. Así (2003: 28).

De todas formas, pese a mantener cierta lógica análoga a la de Alicia,


las puertas de Coraline se manifiestan en el relato de manera algo diferente;
una vez abiertas, semejan volverse insondables y perder su esencia de
umbrales, disolviendo el coto entre una realidad pasada y un presente
indómito, irreal, mezclando las cosas, acentuando la grieta de esa frontera
hasta integrarla al territorio todo del relato. No obedecen todo el tiempo al
cambio de fase, no se sabe si perdurarán, ni con respecto a qué lo harían, no
alientan a transgredir la pesadilla. Citando nuevamente a Bachelard (263):
«Hacia quién se abren las puertas? ¿Se abren para el mundo de los hombres o
para el mundo de la soledad?». La respuesta está encerrada en el texto.
Coraline retrocedió. Dio la vuelta, corrió hacia el salón y abrió la puerta del rincón. La pared de
ladrillos no estaba. Sólo había oscuridad, una oscuridad misteriosa y negra como la noche, en
la que algo parecía moverse. La niña vaciló y se echó atrás. Su otra madre y su otro padre
caminaban hacia ella cogidos de la mano y la miraban con sus ojos de botones negros. […] La
niña respiró profundamente y se sumió en la oscuridad, llena de murmullos de voces extrañas y
del ulular de unos vientos lejanos. Tuvo la certeza de que había algo detrás de ella: algo muy
viejo y muy lento. El corazón le latía con tanta fuerza y tan alto que temió que el pecho le
estallase. Cerró los ojos para no ver la oscuridad. Por fin, chocó contra algo y abrió los ojos
sobresaltada. Había tropezado con un sofá del salón. A su espalda, el hueco de la puerta
aparecía tapiado con ladrillos rojos e irregulares. Estaba en su casa (2003: 34).

APRECIACIONES FINALES

Es posible vindicar que la existencia de estos universos paralelos, en


apariencia coexistentes dentro de las coordenadas de espacio y de tiempo de
los relatos (esto se presume en ambos), además de integrar a los personajes
de Alicia y Coraline a un mundo bilocado y condenarlos a habitar un pliegue,
una zona fronteriza, por momentos insoslayable y resbalosa, implican a su vez
dualidades metafóricas vecinas a su carácter de doblez; por citar algunas: el
afuera y el adentro, el espacio abierto y el espacio cerrado, el territorio y el
desterritorio, el lado de acá y el lado de allá, los “unos” y los “otros”, lo real y lo
irreal.

En Alicia el afuera es el espacio abierto, el mundo real, el lado de acá, el


territorio delimitado, primero por el árbol —bajo el cual se halla la cueva por
donde escapa La liebre de Marzo, el túnel por el que cae Alicia— y luego por la
puerta que da al jardín donde viven los “otros”, esos personajes bizarros, los
del lado de allá, en apariencia ajenos a ese mundo real de Alicia, aunque en
ocasiones (como es el caso de La liebre de Marzo) transgreden el pliegue
fronterizo, el umbral, accediendo al lado de acá. El adentro, en consecuencia,
es el espacio cerrado del lado de allá, detrás de la puerta, que sin embargo se
explicita en un jardín abierto (¿un afuera dentro de un adentro?), un ámbito
signado y abastecido por lo irreal y lo maravilloso, lo anormal, lo ridículo, lo
insólito, y a la postre un desterritorio en el cual, pese a disimular su
incomodidad, Alicia puede reconocer la supremacía de los “otros”.
En Coraline, por otra parte, el afuera y el adentro están distanciados por
una frontera o repliegue mucho más resbaladizo. El afuera es al mismo tiempo
un espacio cerrado, un universo emparedado por los muros de su propia casa
(la de sus padres), con un espacio abierto (el jardín de la casa) que
deberíamos considerar como un “fuera del afuera”, y también es un espacio
abierto libre, en el sentido que permite sortear los límites arquitectónicos que
acotan el mundo “real” configurado por la casa, o sea, el territorio conocido y
familiar de Coraline. Ubicados en esta lógica del adentro y el afuera (que sería
el lado de acá), la puerta que se abre con la llave negra y el disoluto muro de
ladrillos que aparece y desaparece constituyen un límite itinerante, también
traspasado (como la liebre lo hace en Alicia) por otro animal: el gato sin nombre
de Coraline, para el que el relato hace sospechar no existen bordes
infranqueables ni definidos, y cuyo lado de allá se va abriendo más y más,
homogeneizándose con el lado de acá, metamorfoseando en uno el territorio
bilocado, y borroneando mediante este recurso los límites de toda índole en
torno al relato.

A modo de conclusión, esta intervención pretende, además del


homenaje a la singular obra de Lewis Carroll en su 150º aniversario, por medio
de una lectura comparativa que basa su análisis en aspectos de la
fundamentación teórica que Gastón Bachelard incluye en su ensayo La poética
del espacio (1957) y en la literatura comparada, acercar estas dos obras a una
comprensión de su ficcionalidad desde una perspectiva en particular,
intersectándolas, interrelacionándolas, en definitiva: reviviendo y resignificando
sus metáforas, las implicadas en su fábula y en las historias maravillosas que
narran.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

BACHELARD, Gastón. La poética del espacio. Trad. Ernestina de


Champourgin. Santafé de Bogotá: Fondo de Cultura Económica. 1993.

CARROLL, Lewis. Alicia en el país de las maravillas. A través del espejo.


La caza del Snark. Barcelona: Optima. 2002.

GAIMAN, Neil. Coraline. Trad. Raquel Vázquez Ramil. Barcelona:


Salamandra. 2003.

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