Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 408

Título original: Wrong Place, Right Time

Publicado originalmente por Montlake Romance, Estados


Unidos, 2016
Edición en español publicada por:
AmazonCrossing, Amazon Media EU Sàrl
5 rue Plaetis, L-2338, Luxembourg
Julio, 2018
Copyright © Edición original 2016 por Elle Casey
Todos los derechos están reservados.
Copyright © Edición en español 2018 traducida por Ana
Alcaina
Producción editorial: Wider Words
Diseño de cubierta por PEPE nymi, Milano
Imagen de cubierta © CURAphotography © Fedor Selivanov
© Volodymyr Krasyuk/Shutterstock; © Yuri_Arcurs/Getty
Images
Primera edición digital 2018
ISBN: 9782919801688
www.apub.com
Sobre La Autora

Elle Casey es una prolífica autora estadounidense cuyas


novelas aparecen habitualmente en las listas de
superventas de The New York Times y USA Today. Ha
trabajado como profesora y ha ejercido como abogada, y en
la actualidad vive en Francia con su marido, tres hijos, y
varios caballos, perros y gatos.
Ha escrito más de cuarenta novelas en menos de cinco
años y le gusta decir que ofrece a sus lectores un amplio
surtido de sabores en el género de la ficción. Dichos sabores
incluyen la novela romántica, la ciencia ficción, las fantasías
urbanas, las novelas de acción y aventura, las de suspense
y las de temática paranormal.
Sus libros incluyen las series Rebel Wheels, Just One
Night, Love in New York y Shine Not Burn.
Lugar equivocado, momento justo es el segundo libro de
la serie Bourbon Street Boys, de la que Amazon Crossing ya
publicó la exitosa primera entrega: Número equivocado,
hombre perfecto.
Para Emilie, que me trajo al redil. ¡Gracias por
compartir esta aventura conmigo!
Índice

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 1

Cierro los ojos e inspiro profundamente después de cerrar


la puerta de casa. Oigo el alboroto de mis dos niñas
hablando a toda velocidad y de mi hijo gritando de alegría a
través de la pared de roble que separa el interior de la casa
del porche delantero, mientras bajan los escalones de la
entrada y se dirigen al vehículo en el que los espera su
padre.
¡Aleluya! Miles, mi ex, ha cumplido por fin su promesa de
recoger a nuestros hijos y quedárselos el fin de semana, y
tengo previsto aprovechar al máximo estas minivacaciones.
Solo he de inspirar hondo y exhalar el aire una vez más para
relajarme por fin. Así podré olvidarme temporalmente de su
comentario de despedida (que me ha susurrado al oído para
que los niños no lo oyeran): que los traería de vuelta el
domingo temprano porque tiene que ir a un partido de
béisbol…
Dios lo libre de llevar a sus hijos a uno de esos eventos
con los que tanto disfruta… Menudo imbécil. Él va a partidos
de béisbol y a discotecas, disfruta de cenas con adultos y de
sexo. A mí, en cambio, me tocan horas y horas de Animal
Planet —el único canal de televisión que mis tres hijos se
ponen de acuerdo para ver es increíble— y algún que otro
cómic de superhéroes de vez en cuando. Intento no
amargarme por el hecho de que él tenga una vida y yo no,
pero no siempre lo consigo.
De pronto, el teléfono me vibra en el bolsillo. No hago
caso, respiro profundamente otra vez y dejo salir el aire
despacio. No dejaré que el mundo se entrometa en mi
soledad, en mi paz y mi tranquilidad, que tanto trabajo me
ha costado ganarme. Por fin voy a disfrutar de todo ese
tiempo para mí sobre el que siempre leo en los blogs de
madres.
El teléfono vuelve a sonar.
¡Tiempo para mí! ¡Tiempo para mí! ¡Tiempo para mí! ¡Solo
pido un poco de ese famoso tiempo para mí, maldita sea!
Creo que ya sé cómo se siente el Increíble Hulk momentos
antes de destrozar las costuras de sus pantalones. Todo
tiene un límite. Ya noto que los vaqueros empiezan a
apretarme un poco.
Me temo que, por increíble que parezca, uno de estos días
voy a convertirme en Hulk. Voy a hincharme de rabia, a
ponerme verde y a arrancarme toda la ropa… Y luego
correré por la casa echando humo como una bestia furiosa,
rompiendo vasos y platos, desgarrando las cortinas y
haciendo agujeros en las paredes con los puños. Sonrío al
visualizar la carnicería que se me está ocurriendo. Dios,
sería tan, tan apetecible… La única razón por la que no me
entrego a esa fantasía es porque, cuando terminara de
hacer el bestia por la casa, la única que quedaría para
limpiar todo el desaguisado sería yo, y ya tengo bastante
con lo que tengo.
Alguien me acaba de enviar un mensaje de texto, y ya
adivino quién es sin mirar siquiera la pantalla. Los posibles
candidatos son dos: mi jefe y mi hermana. Si es mi jefe, ya
puede olvidarse de lo que sea con lo que pretenda
molestarme; he trabajado tantas horas extra esta semana
que ya tengo acumulado el cupo para todo el mes. Y si es
mi hermana, bueno, ella también puede esperar. Necesito
un poco de vino antes de hablar con ella. Últimamente, la
mayoría de sus conversaciones tienen que ver con historias
que hacen que me salgan canas, y solo tengo treinta y dos
años. No necesito más canas de las que ya tengo, en serio.
Mi hermana empezó en su nuevo trabajo hace un par de
meses, y aunque eso la hace muy feliz, a mí me pone de los
nervios. Yo creía que su vida ya era bastante buena antes,
así que no veía la necesidad de que hiciese ese cambio tan
radical. Sinceramente, sigo sin verla. Después de graduarse
en la universidad, volvió al sur para estar cerca de mí y de
los niños, y abrió un negocio por su cuenta como fotógrafa
de bodas. Estaba soltera y sin hijos, y llevaba una vida
perfecta, o eso me parecía a mí.
Tiene muchísimo talento, y aunque con la crisis la
economía se hundió y decía que eso había afectado
demasiado a su negocio, todavía le salían los números.
Sigue llevando vida de soltera, con horarios que no le dicta
nadie más que ella misma, dándose baños relajantes sin
preocuparse por lo que podría estar sucediendo en la planta
baja de la casa.
Cuando yo me doy un baño mientras mis hijos están en
casa, más que relajante, es un momento de pánico. En lo
único en lo que acierto a pensar es en lo que podría ocurrir
en esos instantes al otro lado de la puerta, como por
ejemplo, que mis hijos tomasen veneno por accidente, o
que mi hijo les arrancase la cabeza a las muñecas, o que
mis hijas aterrorizasen a su mascota, un jerbo, vistiéndola
con ropa de Barbie. Pues sí.
Sí, mi hermana May lo tenía todo; pero entonces, por
alguna extraña razón que todavía no me ha contado a mi
entera satisfacción, decidió que no era suficiente. Perdió la
cabeza. Conoció a un tipo —el tal Ozzie, un exsoldado—,
cerró su estudio de fotografía, se incorporó a la empresa de
seguridad de él y empezó a comportarse en plan comando.
Ahora mi hermana tiene bíceps y dice cosas como «Objetivo
a la vista» y «Charlie Foxtrot» y sabe Dios cuántas cosas
más. Cada vez que empieza con esas tonterías, desconecto
y punto.
El caso es que no sé por qué necesitaba un cambio tan
drástico, pero por lo visto, según ella, lo necesitaba. Bajo la
superficie, es la misma May con la que crecí, pero ahí es
donde termina la mujer que he conocido toda mi vida. Por
fuera, tiene más confianza y seguridad en sí misma. Parece
más… adulta. Pero, al mismo tiempo, también es más joven.
Camina a paso ligero. Siempre está sonriendo, a todas
horas. Dice más tonterías que nunca y asegura estar
enamorada de un hombre al que apenas conoce.
Argh. A veces me dan ganas de abofetearla y hacer que
se despierte y vea qué es lo que pasa en realidad. Pura
química. Lujuria. Es algo potente, lo entiendo, pero a ver,
venga ya… Yo vivo en el mundo real, donde puedes
enamorarte de un hombre durante un período determinado
de años, construir una vida con él y que, aun así, él acabe
por abandonarte. ¿Amor a primera vista? No. No es posible.
No es real. Es una ilusión alimentada por ver demasiadas
películas románticas basadas en ideas equívocas y no en el
dolor del mundo real.
No es que esté celosa o no quiera que mi hermana sea
feliz; simplemente, me preocupa que llegue el día en que se
dé de bruces con la realidad y vea que ha estado viviendo
en un mundo de fantasía creado por ella misma, porque
estoy segura de que ninguna de las dos está preparada para
esa clase de catástrofe.
Sin embargo, ella es feliz… al menos, de momento. Así
que no voy a decirle nada negativo sobre su historia de
amor. No voy a ser la víbora que intente estropearlo todo.
Naturalmente, eso no impide que me preocupe. En todo
este asunto, no solo está arriesgando su corazón, sino que
también arriesga su vida con ese nuevo trabajo. Y adivina
quién va a ser la que tenga que recoger las piezas cuando
todo se derrumbe. Sí: voy a ser yo.
Trabaja como experta en labores de vigilancia en la
empresa de seguridad de su novio —a pesar de que no tenía
experiencia de ningún tipo en esas cosas antes de que la
contrataran— y ahora se gana la vida fotografiando a tipos
malos. Mi dulce hermanita, antes una estudiante que
sacaba las mejores notas, que aún usa diadema para
recogerse el pelo y que lleva alpargatas rosas, ahora se
pasea por los peores barrios de Nueva Orleans, esquivando
balas. Como si necesitara ese tipo de estrés en mi vida.
Vuelvo a respirar profundamente, inspiro y espiro,
tratando de rebajar la presión arterial. Relájate, Jenny. Solo
es un día más en el que debes intentar no comerte a nadie
en plan Hulk. Ánimo, que tú puedes.
Me doy media vuelta, arrastro las zapatillas raídas por el
pasillo y doblo la esquina hacia la cocina. Saco media
botella de chardonnay de la nevera y me sirvo una copa
generosa. Son solo las cuatro, pero a una zona horaria de
aquí ya son las cinco, así que empiezo a calentar motores.
¿A quién le importa que, decididamente, estas calorías sean
lo último que necesito? No es que vaya a salir con algún
hombre pronto. Para salir con alguien se necesita tiempo
libre, y yo tengo muy poco.
Vuelve a sonar el teléfono. Tomo un trago de vino como si
fuera una cerveza helada y saco el aparato del bolsillo
mientras hago una mueca de dolor. Maldita sea, este vino
está muy fuerte. Probablemente no debería haberme
tomado semejante trago. Dejo escapar un pequeño eructo
mientras echo un vistazo a la pantalla. Me esperan cuatro
mensajes de texto.
May: Necesito hablar contigo. Llámame.
May: ¿Estás ahí? ¿Ya se han ido los niños? ¿Ya
estás bebiendo vino?
May: ¡No te emborraches! Necesito hablar
contigo.
May: ¿Me estás evitando? Sé que oyes que te
estoy enviando mensajes. El teléfono te está
sonando o vibrando, bruja. No juegues.
Niego con la cabeza y tomo otro sorbo de vino, aunque
esta vez la dosis es un poco más pequeña que la anterior.
De repente, me siento totalmente zen.
Es algo muy curioso que pasa entre mi hermana y yo:
cuando ella entra en modo pánico, yo me relajo
inmediatamente. Como soy su hermana mayor, mi
respuesta automática a su estado de crisis es ponerme en
plan fuerte, ser protectora, ocuparme de todo y asegurarme
de que el mundo entero no se va a derrumbar con ella. Yo
me desmorono después, cuando el peligro ya ha pasado,
cuando ya nadie puede verme.
Es el papel que he desempeñado para ella durante toda
nuestra vida. Cuando éramos más jóvenes y se armaba la
de Dios en casa con nuestros padres, yo siempre estaba a
su lado, acariciándole el pelo y diciéndole que todo iba a
salir bien cuando ella lloraba y gemía, lamentándose de lo
horrible que era nuestra vida. Yo sufría mis propias crisis
más tarde, en soledad. Nunca quise que mi hermana
sufriera por mí. Es algo que tenemos inscrito en el ADN o
algo así todas las hermanas mayores: estamos dispuestas a
llevarnos todos los golpes.
Cuando me pongo histérica es cuando está
completamente tranquila y relajada y de pronto me suelta
noticias horribles. Por ejemplo: cuando conoció a Ozzie, me
llamó para contarme la historia. Así, como quien no quiere
la cosa, deslizaba en la conversación algún detalle al que
fingía no dar importancia, como que alguien le había
disparado en un bar de moteros, o que unos trocitos de
madera astillada le habían saltado a la cara y le habían
producido pequeños cortes. No puedo quedarme tan
tranquila cuando escucho historias como esa, y menos aún
si pienso que mi hermanita no está reaccionando de forma
adecuada. Últimamente no me ha contado más historias
locas como esa, pero no me creo que no se haya metido en
líos; lo que pasa es que ahora tiene un novio en el que
puede confiar, así que me oculta cosas que sabe que
desaprobaría. Bueno, esa es mi teoría, al menos.
Ozzie me cae bien, sí, pero en cuanto entró en su vida,
puso todo su mundo patas arriba, así que no me fío mucho
de él. Puede que su vida fuera un poco aburrida antes, sí, lo
entiendo, pero hay una gran diferencia entre aburrirse y
querer jugarse el pellejo a cada momento. Con este nuevo
trabajo, sus días son un poquitín demasiado emocionantes
para mi gusto. Ahora siento que siempre tengo que estar
preocupándome por ella, porque ella no se preocupa lo
suficiente de sí misma. Está demasiado emocionada con
Ozzie y todo su equipo —la empresa privada de seguridad
Bourbon Street Boys— para pensar con claridad. Entiendo
que su hombre está cañón y que es de los buenos, pero
vamos a ver…, ¿balas?, ¿en serio?
Suspiro, pues sé que, probablemente, al menos durante
los próximos treinta minutos no voy a poder disfrutar de mi
tranquilo fin de semana como yo esperaba: no hay
conversación seria entre mi hermana y yo que dure menos
de media hora. Dejo la copa de vino, me acerco el teléfono
a la cara y escribo un mensaje de texto con los pulgares.
Yo: Por favor, dime que no tiene nada que ver con
balas.
May: Nada que ver con balas, pero necesito tu
ayuda.
Yo: ¿Consulta amorosa?
La mala hermana que hay en mí está esperando que su
relación fracase. Tal vez si no estuviera bajo el embrujo de
Ozzie, podría insuflarle un poco de sentido común,
convencerla de que la fotografía de bodas es una carrera
mucho más segura y práctica que la vigilancia de seguridad.
May: No. Consulta de informática.
Vaya. Menuda decepción. Es lo último de lo que me
apetece hablar en este momento. Acabo de terminar una
semana de cincuenta horas de programación pura y dura.
No, gracias.
Yo: Olvídalo. No estoy en horario de trabajo.
Me suena el teléfono y el nombre de mi hermana aparece
en la pantalla.
Lucho conmigo misma; ¿quiero rescatarla una vez más o
quiero meterme en la bañera y olvidarme de todas sus
tonterías un rato?
El teléfono emite un pitido y aparece un mensaje.
May: Contesta al teléfono.
Siento que una rebelión estalla en mi interior. Dejo el
teléfono en la encimera, agarro la botella de vino y la copa,
y echo a andar por el pasillo. Pienso darme mi baño,
disfrutar de mi fin de semana relajante, y no pienso hacer
ningún trabajo informático para nadie, porque si veo otra
línea de código en las próximas cuarenta y ocho horas,
saldré huyendo, me uniré a una secta, me cambiaré el
nombre por el de Feather y me casaré con un hombre tres
veces mayor que yo con una barba que le llegue hasta el
ombligo y que solo use ropa sostenible. Se llamará Free. La
abreviatura de «Freedom», «Libertad», por supuesto.
Al llegar a la escalera, cuando estoy levantando el pie
para iniciar el ascenso a la cima de mi felicidad —también
conocida como baño de espuma y vino—, el teléfono suena
de nuevo desde la cocina. Me quedo inmóvil sobre una
pierna, como un maldito flamenco, luchando contra mi
conciencia una vez más. ¿Baño o hermana? ¿Baño o
hermana?
La niña malvada y rebelde que hay en mí quiere ignorarla,
pero la madre divorciada que ha sido rescatada por May en
innumerables ocasiones hace una pausa. Después de todo,
lo cierto es que May se vino a pasar una temporada a mi
casa hace un año, mientras yo me escapaba a la cabaña de
mi familia para desconectar de todo y de todos y poner en
orden mi cabeza después de que Miles me dejara. Y May
volvería a hacerlo en un abrir y cerrar de ojos si yo lo
necesitara, porque esa es la clase de hermana que es. A lo
mejor solo tengo que responder sus preguntas por teléfono
y ya está.
Vuelvo rápidamente a la cocina y levanto el teléfono. Me
espera otro mensaje de texto junto con una foto de mi
hermana. Bizquea mirando a la cámara y pone la cara de
pena más penosa del mundo, como solo ella sabe hacer.
May: ¿Por favor, por favor, por favor…?
Es como si me clavara un cuchillo en el corazón. Sabe
perfectamente cómo manejarme. Presiono las teclas que me
conectarán con el teléfono de mi hermana y me acerco el
aparato a la oreja.
Contesta al segundo timbre.
—Muchas gracias, Jenny. Te lo agradezco de verdad.
Necesito tu ayuda.
—Sí —digo con tono seco—, eso ya lo he entendido.
—Sabes que no te molestaría durante tu fin de semana si
no fuera realmente importante.
Pongo los ojos en blanco.
—Está bien. ¿Qué es? Venga, rápido y breve, hermana.
Tengo una cita con algo caliente y resbaladizo en la planta
de arriba.
—¿Eh? ¡Puaj! ¿Qué es? ¿Un vibrador? Es un poco
asqueroso que me cuentes eso ahora mismo.
—¡No! ¡No! ¡No es un vibrador! ¡Es mi baño de espuma,
idiota!
Tengo la cara al rojo vivo. Como si fuera a contarle una
cosa así. Ahora ya sé que está fatal de la cabeza.
—¿Qué necesitas? Vamos, tengo poco tiempo. Solo me
quedan cuarenta y dos horas.
Miro el reloj y odio el hecho de estar pensando que ojalá
mis hijos se fuesen más tiempo. La peor. Madre. Del mundo.
No me van a dar ningún premio a la mamá del año
próximamente.
—Mmm… Estooo…
Interrumpo a May.
—No, señora. De eso nada. Nada de «mmm» ni de
«estooo»; tú solo dime lo que necesitas muy rápido, yo te
respondo y luego cuelgo y me meto en la bañera.
—Uau. ¿Qué ha hecho Miles esta vez?
Me dan ganas de estrangular el teléfono solo de pensarlo.
No estoy enfadada con May; me odio a mí misma otra vez
por haberme casado con ese hombre, para empezar. Lo
único que me impide regodearme en la autoflagelación total
es el hecho de que me dio tres hijos adorables. Miles no fue
un error absoluto, pero estuvo muy cerca.
—Eh, nada… —contesto, sin disimular el odio de mi voz
tanto como debería—. Cuando ha venido a recoger a los
niños, me ha dicho que tiene que devolvérmelos el domingo
temprano.
May lanza un resoplido de disgusto.
—Claro, cómo no… ¿Esperabas algo distinto?
Tiene razón. Sé que la tiene. ¿Por qué siempre hago lo
mismo? Me convenzo a mí misma de que se va a portar bien
y va a ser un buen tipo y un buen padre, para variar, y me
hago ilusiones. ¿Para qué? Para que se desvanezcan, para
eso. Es como si quisiera castigarme a mí misma o algo así.
Los buenos tipos no hacen lo que hizo él y lo que sigue
haciendo cada vez que tiene oportunidad. La cabra siempre
tira al monte. Nuestra propia madre lo decía tantas veces
que a estas alturas ya debería haberlo interiorizado, pero,
por desgracia… He repetido sus mismos errores en mi
propia vida, casándome con un canalla y un mujeriego. Creo
que esto me convierte oficialmente en una estúpida de
manual. Tonta de remate, como solía decir mi padre de la
mujer que nos dio a luz. Al menos ese hombre se ha ido de
mi vida para siempre. Él causó a nuestra familia dolor
suficiente para dos vidas enteras con su alcoholismo y su
conducta agresiva hacia las mujeres, sus mentiras y las
veces que engañó a nuestra madre. Ahora solo faltaría que
Miles se diera un largo paseíto por un muelle muy, muy alto
y muy, muy corto…
Vuelvo al presente y ahuyento mis pensamientos
asesinos.
—No tengo ni idea de por qué esperaba que se portase
como un hombre o como un buen padre. No debería
hacerme ilusiones a estas alturas…
—Bueno, no te preocupes, porque tengo buenas noticias
para ti. Unas noticias geniales. Como soy una hermana
increíble y también bastante clarividente, ya tengo una
solución para ti.
Eso no me reconforta en absoluto. Normalmente, a May se
le da muy bien encontrar soluciones, pero no puedo confiar
en que vaya a ser del todo responsable, ya que es evidente
que cree que dejar un buen trabajo para ir a trabajar a una
empresa de seguridad en plan comando persiguiendo
asesinos es una buena maniobra profesional, y cuando
tienes que cuidar a tres niños, necesitas al menos un adulto
responsable.
—Miedo me da preguntar.
Hace oídos sordos a mi comentario y sigue hablando.
—Ozzie y yo hemos hecho planes para ir a tu casa un día
de la próxima semana. Y ya te he comprado una tarjeta de
regalo a tu nombre para que puedas ir al centro comercial
después del trabajo ese día y darte un capricho mientras
nosotros cuidamos de los niños.
No sé qué decir a eso. Ni siquiera estoy segura de haberla
entendido del todo.
—Te has quedado de piedra, ¿a que sí? Lo sabía. —May
suena muy satisfecha consigo misma, y debo admitir que yo
también estoy muy contenta con lo que acaba de decirme.
—¿Qué he hecho para merecerlo?
—No es lo que has hecho… sino lo que vas a hacer.
Cierro los ojos y vuelvo a respirar hondo.
—No estoy segura de que quiera oír lo que vas a decirme
ahora.
—Confía en mí. Te va a encantar.
—¿Me va a encantar el qué?
—Tú solo ven a verme al trabajo. Dentro de una hora.
—¿A tu trabajo? No, no pienso hacer eso.
Estuve allí una vez, y con eso tuve suficiente. No me
impresionó el ambiente de club de la lucha que se respiraba
ahí dentro. ¿Todas esas taquillas y el equipo de
levantamiento de pesas, con vehículos aparcados dentro?
No. Definitivamente, no se parece en nada al sofisticado
estudio de fotografía que tenía antes como lugar de trabajo.
Ni por asomo.
—¿Por qué no? Vamos, solo será una hora, máximo. Te
prometo que no lo lamentarás. Ozzie te pagará.
—¿Pagarme? ¡Maldita sea, May! ¡Sabía que esto no me iba
a gustar!
Su jefe está tratando de sobornarme, de comprar mi
aprobación con dinero, lo sé. Menudo imbécil.
Mi hermana pasa al modo súplica.
—Por favooor, Jenny. ¡No digas que no! ¡Te necesito de
verdad!
—¡No me necesitas! ¿Acaso tengo pinta de Bourbon Street
Boy? Necesitas a alguien tipo comando.
Se ríe.
—¿Tipo comando? ¿Y qué es eso?
Visualizo perfectamente a los hombres con los que
trabaja.
—Ya sabes a lo que me refiero. Personas musculosas y con
camisas apretadas que pegan puñetazos a la gente en la
cara para ganarse la vida.
—No digas tonterías. Si necesitara a alguien así, ¿para
qué iba a llamarte a ti?
—Una muy buena pregunta. —Es absurdo que su
respuesta hiera mis sentimientos. Sé que con mis
embarazos gané unos cuantos kilos que todavía no he
perdido, pero tengo planeado apuntarme a algún gimnasio
un día de estos…
—Tú ven y ya está. Te pagará quinientos dólares por
menos de una hora de consultoría. Dijiste que querías
empezar a hacer trabajos como freelance, así que ahora es
tu oportunidad.
De pronto, me cuesta respirar.
—¿Has dicho…?
—Sí, he dicho exactamente eso. —Percibo la sonrisa en su
voz—. Quinientos pepinos y una tarjeta de regalo. Tienes
que estar ahí a las cinco y media. Y trae tu ordenador
portátil.
Cuelga antes de que me dé tiempo a protestar, porque es
una chica inteligente.
Me vuelvo y veo mi reflejo en el espejo que hay colgado
en el pasillo, por lo que no me pasan desapercibidas las
profundas bolsas azules que tengo bajo los ojos. Pues qué
bien. Ahora parece como si uno de esos miembros de un
comando de Bourbon Street me hubiese pegado un
puñetazo en la cara.
Necesito urgentemente ese baño y al menos unas horas
de relax, pero quinientos dólares son quinientos dólares; y
cuando el banco me devuelve los cheques sin fondos de la
pensión alimenticia de los niños, cosa que ocurre la mayor
parte de las veces, tener un pequeño colchón en la cuenta
corriente es algo positivo. Mejor dicho, es un gran alivio.
Gracias, May.
Resisto la tentación de tomar otro trago de vino, y me doy
media vuelta para ir a mi habitación a ponerme un poco de
maquillaje y disimular las ojeras. Ya me bañaré más tarde. Y
oye… Puede que incluso tome champán mientras estoy
metida en la bañera, ya que pronto me lloverán un montón
de billetes en efectivo que no esperaba.
Por fin puedo sonreír mientras subo las escaleras.
Capítulo 2

No puedo creer que esté haciendo esto. Ni siquiera sé qué


es esto. ¿Llevo la ropa adecuada para trabajar como
consultora informática freelance en la empresa de
seguridad Bourbon Street Boys? Mientras espero en el
semáforo justo enfrente de la entrada del puerto, me doy un
repaso: llevo pantalones vaqueros, zapatillas de deporte con
flores bordadas, una blusa blanca abotonada y el pelo
castaño claro recogido en una cola de caballo. A excepción
de los pendientes plateados, me he dejado en casa todas
las joyas; no me parecía correcto ponerme demasiado
elegante para ir a trabajar al puerto. Aquí el vehículo más
habitual es una carretilla elevadora, así que no quiero
ponernos en evidencia ni a mí misma ni a mi hermana
presentándome ahí como una payasa que no sabe cómo
vestirse para la ocasión.
Al mirarme al espejo, noto que el flequillo que tendría que
haberme cortado hace un mes se me mete en los ojos. Lo
aparto a un lado y me aseguro de que no se me ha corrido
la máscara de pestañas. Estoy lista. Mi cansancio no acaba
de disimularse del todo debajo de la base de maquillaje. Por
suerte para mí, mis ojos azules han tomado el relevo y lucen
muy brillantes y frescos, aunque esté mal que yo lo diga. La
idea de recibir quinientos dólares extra y una tarjeta de
regalo para el centro comercial suele tener ese efecto en
mí.
El semáforo se pone en verde, lo que me obliga a salir de
mi ensimismamiento y poner rumbo al puerto.
Orientándome de memoria, sigo conduciendo y recorro
varios edificios hasta que veo el que busco. Me detengo al
llegar a la nave industrial y aparco el coche fuera, dejando
el motor al ralentí un momento mientras examino el exterior
del edificio.
No hay una entrada peatonal obvia, pero he estado aquí
antes, así que sé que tengo que acercarme al teclado
numérico y presionar el botón de llamada para que alguien
me deje pasar por la puerta automática que hay delante de
mi automóvil.
Me dan ganas de quedarme dentro del vehículo, con el
aire acondicionado, y tratar de adivinar lo que pasa en la
empresa entre bastidores, pero eso retrasaría aún más mi
cita con la bañera de espuma. Más me vale admitir que
estoy nerviosa y acabar con esto de una vez.
Odio ser un animal de costumbres, el hecho de que
cambiar de lugar de trabajo me haga sentir tan incómoda.
¿Cómo voy a dejar algún día ese sitio infecto y ganarme la
vida como profesional independiente si no puedo hacer algo
tan simple como pasar una hora colaborando con mi propia
hermana? Argh. No tengo remedio. El miedo me tiene tan
atada a mi empleo que nunca lo dejaré. Me haré vieja allí
dentro, y al final tendrán que echarme a la fuerza. Es una
maldición. ¡Estoy gafada!
Disgustada conmigo misma, apago el motor, agarro el
portátil y el bolso del asiento de al lado, y me apeo, dando
un portazo al salir. Me chirrían las zapatillas con cada paso
mientras me dirijo a la puerta. La cola de caballo se
balancea rítmicamente a mi espalda, junto con mi trasero.
«Eh, ¿me pones unas patatas fritas con ese batido?». En
serio, necesito ir al gimnasio.
Al llegar junto al teclado de la puerta, me inclino y
presiono el botón de llamada para hablar. Estoy sudando y
me tiembla la mano de los nervios.
—¿Hola?
Cuando lo único que obtengo como respuesta son unas
interferencias, empieza a entrarme el pánico. Una carretilla
elevadora pasa volando detrás de mí, yendo a toda
velocidad, o eso me parece. Me vuelvo y la veo alejarse. El
tipo que la conduce gira el cuerpo y me silba, sonríe y me
saluda con la mano. Le faltan dos dientes.
«Ay, Dios… ¡Soy una madre de familia con tres hijos!
¡Argh! ¿Qué hago aquí?».
Respiro hondo, miro hacia el teclado numérico y suelto el
aire muy despacio, tratando de tranquilizarme. «Tú puedes
hacer esto, Jenny. Vamos, mujer. Recuerda: eres un animal.
¿Qué digo, un animal? No, eres un tejón de la miel, el
animal más agresivo del mundo. Nadie se mete con un tejón
de la miel».
—Vamos, abrid la puerta de una vez, panda de babuinos
de Bourbon Street Boys. —Presiono el botón de nuevo y
levanto la voz—. ¡Holaaa!
Ahora, el sudor hace que se me pegue la camisa a la piel.
Esto se pone cada vez mejor… Con un poco de suerte, el
señor Carretilla Elevadora pasará otra vez y me invitará a
tomar algo al club de striptease local.
No pasa nada durante un rato que se me hace eterno.
Siento la tentación de darme la vuelta, irme y decirle a May
que no había nadie cuando llegué, pero sé perfectamente
que esa táctica no funcionará con ella. Puede ser muy
insistente cuando se le mete una cosa en la cabeza: me
hostigará y me obligará a darle explicaciones, y no quiero
admitir delante de mi hermanita —a quien debo proteger de
todas las cosas malas que pasan por la noche— que tenía
miedo. Miedo de un conductor de carretilla elevadora sin
dientes y de un poco de sudor. Maldita sea. Estoy entre la
espada y la pared.
Me acerco otra vez al teclado numérico, imaginando un
vídeo que vi de un tejón de la miel atacando a una pitón. El
tejón de la miel no le aguanta las tonterías a nadie, ni
siquiera a los Bourbon Street Boys.
—¿Holaaa? ¿Hay alguien ahí o no? Como no abra alguien
ahora mismo, me voy.
El sonido de la puerta gigante, que empieza a deslizarse
de repente, me da un susto de muerte. «¿Tejón de la miel? Y
un cuerno…». Me recupero a toda prisa del susto y me aliso
el pelo para que nadie piense que soy una gallina, que se
espanta de todo. «Solo es una puerta. Tranquilízate, boba».
Estar ahí en el puerto siempre me pone un poco nerviosa.
Ahora mismo estoy completamente fuera de mi elemento,
lo admito. No entiendo cómo mi hermana puede sentirse
tan cómoda aquí. Tal vez son los músculos de su novio los
que le proporcionan una extraña sensación de seguridad.
Por desgracia, yo no cuento con eso. Lo único que tengo es
mi portátil y un bote de espray de pimienta. Sujeto el bolso
un poco más fuerte, imaginando la presión del bote de
aerosol contra mi cadera.
—¿La hermana de May, Jenny, supongo? —dice una voz
masculina desde dentro. No es la voz de Ozzie. No creo
haberla oído antes.
Mis ojos tardan unos segundos en acostumbrarse a la luz
tenue del interior que llega hasta la puerta, pero cuando lo
consiguen, tengo que hacer un gran esfuerzo para evitar
que se me caiga la mandíbula al suelo. Hay un tipo más
guapo de lo humanamente posible justo delante de mí,
dentro de la nave industrial, sonriéndome.
«Tranquila, Jenny, tranquila…».
—Sí, esa soy yo —digo, con demasiada alegría, tratando
de ocultar el hecho de que estoy teniendo un cortocircuito
cerebral total. No es mi tipo, pero aun así… un hombre
guapo es un hombre guapo, y no se puede negar que este
lo es. Tomo un poco de aliento para calmarme—. Así me
llaman. Soy Jenny. Jenny Wexler. La hermana de May, sí, esa
soy yo. La de la informática. Con mi portátil.
«Y… ¡premio para la verborrea nerviosa! ¡Genial! ¡Estás
en racha, Jenny!».
Cuando se queda ahí parado, mirándome, algo aturdido,
levanto un poco mi portátil apartándolo de la cadera
mientras me pongo roja como un tomate.
—Me ha llamado ella. Para decirme que viniera. Con el
portátil…
El Guapo me tiende una mano que se supone que debo
estrecharle.
—Encantado. Yo soy Lucky.
«¿Lucky? ¿Como Lucky Luke?». Doy un paso adelante con
la mano extendida, más confusa que otra cosa, y espero
que no note lo sudorosa que la tengo.
—¿Lucky…?
Se encoge de hombros, casi como si estuviera
avergonzado.
—Es un apodo que me pusieron cuando tenía diez años.
Ah, ahora lo entiendo todo, especialmente la necesidad de
dormir más horas.
—Encantada de conocerte, Lucky.
Su mano es cálida y suave, lo cual no deja de
sorprenderme: pensaba que todos los tipos que trabajaban
aquí tenían callos de tantas cabezas como deben de abrir a
base de puñetazos todos los días.
Miro alrededor mientras separamos las manos, tratando
de localizar a mi hermana. Creí que saldría a recibirme, pero
no la veo por ningún lado.
—May ha tenido que salir un momento, así que me ha
pedido que te acompañara y te pusiera en antecedentes.
Intento con todas mis fuerzas no poner cara de
exasperación, pero es imposible. Primero me habla como si
estuviera desesperada por traerme aquí, ¿y luego
desaparece? ¿A qué viene eso? Será mejor que no sea un
truco. O se va a ganar una buena si es así.
—No te preocupes. No muerdo. —El Guapo me sonríe y
me guiña un ojo.
—Bueno, pues yo sí, así que ten cuidado.
Ya vuelvo a estar de mal humor. Podría encontrarme en
una bañera de agua caliente ahora mismo, terminándome
mi botella de vino, y, en cambio, me veo aquí con un tipo
que me acaba de guiñar un ojo, probablemente para
hacerme sentir mejor por el hecho de que mi hermana me
haya abandonado, o porque ve que estoy sudando como
una cerda en celo. Más vale que May no haya salido a cenar
con su novio, porque se va a enterar.
Se le borra un poco la sonrisa.
—Bueno… Pues nada…
Se produce un silencio incómodo. Yo doy unos golpecitos
con el dedo en mi portátil y él se frota las manos. Espero a
que haga el siguiente movimiento, porque no tengo ni idea
de por qué he venido aquí, pero él se limita a encogerse de
hombros.
Un ruido a su espalda me distrae del sudor que siento que
empieza a resbalarme por la zona lumbar y por la raja del
trasero. Y yo que creía que este día no podía ir a peor…
—¿Vas a dejar esa puerta abierta todo el día? —pregunta
una voz de hombre.
Lucky responde girando la cabeza ligeramente hacia un
lado y levantando la voz.
—¡Déjate los pantalones puestos! ¡Tenemos visita!
—¿Quién es?
—¡Ven a verlo por ti mismo! —Lucky me hace una señal
para que entre—. Vamos, pasa. No te preocupes, mantendré
una distancia prudencial.
—¿Una distancia prudencial?
—No me gustaría que me mordieran.
Me guiña el ojo otra vez.
Me pongo aún más colorada. Estoy a punto de
disculparme por ser tan bruta, pero entonces pienso que
eso solo servirá para dar pie a otro de esos silencios
incómodos, así que no digo nada. En cambio, entro en la
nave industrial y trato de no dar un bote del susto cuando la
puerta comienza a cerrarse detrás de mí. «Maldita sea,
cuánto ruido hace esa cosa…».
Cuando la puerta termina de cerrarse con un gran
estruendo, un movimiento hacia la izquierda capta mi
atención. Un hombre gigantesco emerge de la oscuridad; va
completamente mojado, con la camisa y los pantalones
cortos pegados a cada centímetro de su cuerpo. «Madre del
amor hermoso… No sabía que los hacían tan grandes…».
Este debe de ser el tipo del que mi hermana me ha hablado
varias veces. Si mal no recuerdo, él incluso la ha atacado en
más de una ocasión, aparentemente como una especie de
prueba. Creo que es el que está a cargo de los
entrenamientos físicos o algo así. Eso explicaría las copiosas
cantidades de sudor que veo chorrear de cada centímetro
de su cuerpo.
Entrecierro los ojos para mirarlo cuando me doy cuenta de
que podría estar lo bastante loco para creer que a mí me va
esa clase de jueguecitos. Si se le pasa por la cabeza
siquiera atacarme, le aplastaré la cabeza con el portátil y
luego haré que me compre uno nuevo. ¿Cómo se llamaba?
—Dev —dice el tipo, como si me leyera el pensamiento.
Unas zancadas gigantes para las que un hombre normal
necesitaría el doble de esfuerzo lo plantan delante de mí en
cuestión de segundos—. Tú debes de ser Jenny. Te pareces a
tu hermana.
Su sonrisa es irresistible, sobre todo acompañada de ese
hoyuelo que tiene en el lado derecho y esos brillantes ojos
azules. Y ese cuerpo… Maldita sea. ¿Ves? Este hombre, en
cambio… sí que es mi tipo. Noto que vuelvo a ponerme roja
como un tomate una vez más cuando me doy cuenta de lo
guapo que es en realidad. Y grande. Sus manos son
enormes. Parecen del tamaño de los platos de mi vajilla. La
parte de mi cerebro habitada por la mujer soltera y solitaria
que hay en mí toma las riendas y se pregunta si ciertas
partes de su cuerpo serán también proporcionales a su
estatura, y hago un esfuerzo por mantener la mirada por
encima del nivel de la cadera.
Tengo que inclinar la cabeza hacia atrás para mirarlo a la
cara cuando se planta frente a mí, lo cual es mucho mejor
que mirarle la entrepierna. «Madre mía, qué momento más
sexy…». Extiendo la mano automáticamente para estrechar
la suya y él responde restregándose la palma arriba y abajo
por la pierna.
—Es que estoy muy sudado.
Retiro la mano y la apoyo sobre mi pecho. «Se acabó el
momento sexy».
—Tranquilo, no pasa nada. Encantada de conocerte.
—«¿Unas manos sudadas del tamaño de los platos de mi
vajilla? No, gracias, a menos que yo también esté caliente y
desnuda, claro…».
Mierda, ¿de verdad acabo de pensar eso? Qué
vergüenza… Él se me presenta formalmente en el lugar
donde trabaja y yo lo estoy desnudando con la mirada.
Hablando de actitudes poco profesionales… May no me
pedirá nunca más que trabaje como freelance para la
empresa de su novio si no consigo controlarme. «A lo mejor
debería comprarme un vibrador…».
Tiene toda la cabeza salpicada de gotas de sudor, que le
resbalan poco a poco por un lado de la cara. Está
completamente calvo, por lo que el efecto es bastante
impresionante: es asqueroso y sexy a la vez. Lleva
muñequeras y usa una de ellas para limpiarse la humedad
salada de los ojos. Es entonces cuando me doy cuenta de
que tampoco tiene cejas. Por qué eso me parece aún más
sexy es todo un misterio para mí. Maldita sea. Tendré que
comprarme ese vibrador…
—¿Estás aquí para ayudarnos con el caso de Blue Marine?
—me pregunta.
Me encojo de hombros, alegrándome de que uno de los
dos esté pensando en algo serio como el trabajo y no en
juguetes sexuales.
—La verdad es que no lo sé.
Entonces interviene Lucky.
—No he tenido la oportunidad de darle una sesión
informativa todavía. Acaba de llegar.
Dev asiente.
—Entiendo.
Lucky se da la vuelta para mirar una escalera en el otro
extremo de la nave industrial.
—El caso es que necesito el expediente, que está en el
piso de arriba. ¿Te importa enseñarle las instalaciones y
ponerla al día por mí?
Dev sonríe de nuevo, haciendo que se me acelere el
corazón.
—No hay problema. —Echa a andar por la nave industrial
—. Sígueme, Jenny. Vamos a conectarte.
Dudo, preguntándome adónde voy, qué estoy haciendo y
de qué va todo esto.
—¿Qué es Blue Marine? —le pregunto a Lucky mientras se
aleja.
Su voz resuena por toda la nave industrial mientras me
responde, subiendo los escalones de metal de dos en dos.
—Es un caso en el que estamos trabajando. Voy a buscar
un contrato de confidencialidad para que lo firmes y un
registro del trabajo que he hecho hasta ahora. Me he
quedado atascado en un punto en concreto y May dijo que
podrías ayudarnos.
Asiento, aceptando su explicación perfectamente
razonable, y me vuelvo para seguir al hombre calvo, que
ahora casi ha atravesado ya toda la nave industrial. Por fin,
las cosas empiezan a tener sentido. Mis nervios se calman
un poco.
Dev hace una pausa y me mira por encima del hombro,
sonriendo de nuevo con ese hoyuelo.
—¿Te vienes?
«¡¿Que si me vengo…?! ¡Dios! ¡Esa palabra!». Me arde la
cara otra vez.
—Sí. Ya… voy.
El corazón me late a mil por hora y es como si tuviera
plomo en los pies. Esto debería ser muy sencillo, ir al
trabajo de mi hermana y hacer un pequeño encargo para
ella. Entonces, ¿por qué me parece un momento tan
trascendental? Ella confía en estas personas, así que deben
de ser buenos chicos, ¿verdad? No tengo nada que temer. Ni
siquiera por el hecho de que ha pasado tanto tiempo desde
la última vez que tuve relaciones sexuales que ni siquiera
puedo mantener una conversación normal con un hombre
sin imaginar toda clase de disparates e interpretar
insinuaciones sexuales en las frases más simples.
Un enorme estruendo a mi espalda me hace deslizarme
hacia Dev más rápido de lo que creía posible. Y estoy tan
concentrada en alejarme del foco del ruido aterrador que no
lo veo correr hacia mí, y nos chocamos de bruces el uno con
el otro. Me quedo sin aire en los pulmones y siento que me
caigo.
Extiende sus brazos enormes y me atrapa cuando estoy a
punto de caer de culo. Parecemos una pareja de baile en
una clase de swing. Menos mal que nos ha rescatado a mí y
a mi portátil, porque aquí el suelo es de cemento sólido, y
no creo que ninguno de los dos hubiésemos escapado
ilesos.
Al cabo de un momento me doy cuenta de que ha
transferido una buena cantidad de su sudor a mi cuerpo.
Puaj. Intento no hacer una mueca, pero es imposible. Ahora
huelo a calvo sudoroso.
—Lo siento —dice, poniéndome derecha y apartándose
luego—. Te he manchado con un poco de sudor.
Cuando estoy de nuevo en pie, Dev y yo nos volvemos a
la vez para mirar a la puerta de la nave industrial. Todavía
sigue vibrando en sus rieles y parece que hay una
abolladura gigante en ella, con el bulto hacia adentro. El
incidente de la transferencia de sudor pasa a un segundo
plano en mi cerebro, sustituido por la extrañeza más
inmediata.
—¿Qué diablos ha sido eso? —Me sale una voz poco
natural y aflautada.
—No tengo ni idea, pero no puede ser bueno.
Me rodea y me empuja un poco hacia atrás, de manera
que ahora me tapa por completo.
Intento moverme para ponerme a su lado, pero él me
bloquea y se interpone en mi camino.
—¿Qué estás haciendo?
Me abrazo a mi portátil, en parte para protegerlo y en
parte para usarlo como escudo. Tengo suficiente sudor de
Dev encima para toda una vida. Él vuelve la cabeza y me
mira.
—¿Qué te parece que hago? Te estoy protegiendo.
—¿Que me estás protegiendo? —Me inclino a un lado para
asomarme a mirar por detrás de él a la entrada de la nave
industrial—. ¿De qué? —Me paro un momento a pensar en lo
que acaba de decir y luego miro la abolladura en la puerta.
Estoy bastante segura de que no estaba allí antes—. Por
favor, dime que ese era el ruido de la puerta al cerrarse.
De pronto, otro estruendo zarandea la puerta y la hace
sacudirse en sus bisagras y luego se oyen unos gritos que
vienen de fuera. No distingo ni una sola palabra de lo que
dicen, pero quienquiera que sea parece muy, muy
enfadado. La rocambolesca idea de que tal vez sea el tipo
de la carretilla elevadora, que está celoso de que yo me
encuentre aquí, me flota por la cabeza antes de que el
miedo se apodere de mí. Siento que estoy a punto de
mearme en los pantalones.
—En serio, ¿qué ha sido eso?
Dev me sujeta del brazo y comienza a arrastrarme hacia
la parte más oscura de la nave industrial.
—Venga. Vámonos.
—¿Irnos? ¿Adónde? ¿Adónde vamos? —Mi grado de pánico
está por las nubes, como en el nivel diez en este momento.
Si fuera una zarigüeya, ahora mismo estaría tumbada de
espaldas, completamente rígida y con las patas estiradas en
el aire. «¡Aquí no hay nada que ver! Solo una zarigüeya
muerta. Vamos, circulen…».
—A un lugar seguro.
Ahora Dev se ha puesto muy serio, ya no sonríe ni me
muestra ese bonito hoyuelo.
Noto su mano caliente a través de la tela de mi camisa, y
no me gustan nada todas estas prisas y empujones. Hinco
los talones en el suelo y aparto el codo para deshacerme de
él.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta, alzando la voz—.
¡Tenemos que irnos!
—¿Ir adónde? —Doy un pisotón en el suelo; de pronto me
siento como mi hijo de tres años, Sammy—. No pienso ir a
ninguna parte contigo hasta que sepa lo que está pasando.
—Me alejo unos pasos de él—. ¿Esto es una especie de
broma? ¿Algún tipo de prueba de iniciación extraña? —Lo
señalo—. He oído hablar de vosotros, chicos. Sé que os
gusta gastar bromas pesadas a la gente que trabaja con
vosotros.
Mi hermana se está ganando un buen pellizco en el pezón
por esto. Uno en cada teta.
Él da un paso hacia mí con las manos extendidas. Habla
con voz mucho más sosegada que antes. Pero no veo ni
rastro del hoyuelo por ninguna parte, así que a mí no me
engaña.
—Te lo prometo, esto no es ninguna broma ni ningún tipo
de iniciación extraña. Fuera está pasando algo y necesito
asegurarme de que estés a salvo antes de investigar de qué
se trata.
—Pero ¿y mi hermana?
—Tu hermana está con Ozzie, así que está bien. Venga. —
Me toma del brazo, con más delicadeza esta vez—. Por
favor, sígueme.
Aunque, para ser el primer día de un nuevo trabajo, es la
situación más ridícula que podría imaginarme, está claro
que Dev habla en serio. Y parece que quiere hacer lo
correcto asegurándose de que estoy bien antes de pasar al
siguiente paso, así que decido hacer lo que dice. Pero si
resulta que esto es una novatada o alguna especie de ritual
de iniciación, aquí van a rodar cabezas…
Capítulo 3

Dev me desliza la mano por el brazo para agarrarme la


mía mientras me arrastra por la nave industrial hasta
nuestro destino, un destino que aún no conozco. Intento no
reaccionar de forma absurda, como una colegiala, por ir de
la mano de este extraño, pero es imposible. No recuerdo la
última vez que noté los dedos de un hombre alrededor de
los míos, y puedo decir que nunca había sentido algo
parecido a esto: tiene unas manos enooormes. Esto debe de
ser lo que siente Sammy cuando su padre le da la mano.
Claro que Sammy tiene tres años y yo, treinta y dos, y
debería quitarme estas tonterías de la cabeza. Es increíble
la de cosas que se le pasan a una por la imaginación cuando
siente que su vida corre peligro.
—¿Estoy en peligro? —Dev no me responde, así que
continúo adelante, oyendo el chirrido de las zapatillas
mientras casi tengo que correr para poder seguirle el ritmo.
Menos mal que no me he puesto pantalones de pana,
porque si no, me estaría quemando los muslos con tanta
fricción—. Porque yo no firmé nada de correr riesgos cuando
le dije a mi hermana que vendría a ayudaros. A mí no va
todo eso del peligro, como a vosotros; a mí lo que me
gustan son los baños de espuma, el vino y la tranquilidad.
La calma. A mí lo que me gusta es la calma. No voy por la
vida en plan comando. Siempre llevo ropa interior.
Por lo visto, cuando me entra el pánico, hablo más de la
cuenta. Es curioso lo de aprender cosas nuevas sobre una
misma cuando se tienen más de treinta años.
Dev hace oídos sordos a mi insistencia y no dice nada
mientras pasamos corriendo junto a un grupo de cubículos.
—¿Es aquí donde se supone que debo trabajar? —Miro por
encima del hombro, y las sillas y los cubículos de aspecto
cómodo desaparecen a lo lejos. Antes me quejaba de tener
que programar, pero ya no me quejaré nunca más. «¡Solo
dejadme programar! ¡No quiero salir corriendo para huir de
ruidos extraños!».
—Más tarde —dice.
Se oye otro estruendo detrás de nosotros, aunque más
débil, porque nos hemos alejado. Corro más deprisa, ya no
me interesan esos malditos cubículos. «A la mierda lo de
programar… Sácame de aquí cuanto antes. Será mejor que
salgamos por la puerta de atrás».
—¿Alguien está intentando entrar en la nave industrial? —
pregunto, temiendo lo obvio.
—Podría ser.
Llegamos a un pasillo y él gira a la derecha y luego vuelve
a girar rápidamente a la izquierda.
—¿Adónde vamos? —Ahora ya estoy lloriqueando. No
puedo evitarlo. Juro que cuando vea a mi hermana, la
mataré. Nada de retorcerle los pezones; eso es para cosas
menores. Esta vez le haré una llave de yudo y la haré
suplicar misericordia.
—Ya lo verás.
Se detiene en una puerta con un teclado numérico en el
exterior. Marca un código y le sigue el clic que nos permite
el acceso.
Empujando la puerta con el hombro, me toma por el codo
y me arrastra detrás de él. Una tenue luz cenital ilumina el
pequeño espacio del tamaño de un armario en el que
hemos entrado. La verdad es que este plan de rescate no
me impresiona lo más mínimo. Pero si hasta hay fregonas
en la pared, por el amor de Dios… Estiro el cuello para
mirarlo a la cara.
—¿En serio me estás escondiendo en el armario de la
limpieza?
Dev no me responde, sino que se acerca y comienza a
presionar los botones en un teclado escondido detrás de
una de las fregonas de la pared. Cuando introduce otro
código, el teclado se ilumina, mostrando tanto los números
como una pantalla negra que hay debajo. Este dispositivo
parece mucho más sofisticado que el que había en el
exterior del armario, lo que debería hacerme sentir más
segura, pero, en cambio, me preocupa mucho más.
«Exactamente, ¿en qué lío estoy metida ahora mismo?».
Dev termina de introducir el código y apoya sus primeros
tres dedos en la pantalla de abajo. El clic que oigo cuando
termina es mucho más fuerte esta vez, y eso me lleva a
pensar que vamos a entrar en un lugar más seguro; lo cual
me parece muy bien, porque este armario en el que
estamos ahora solo sirve para proteger los suministros de
limpieza. Una parte de la pared que alberga una estantería
se separa de la parte posterior del espacio y se desplaza
hacia dentro.
Caramba. Una Batcueva oculta supersecreta. No estoy
segura de si debería sentirme impresionada o más
preocupada por estar a punto de entrar ahí. Dev pasa y
enciende una luz. No distingo todo lo que hay detrás de él,
pero lo que veo basta para asustarme una vez más.
—¿Qué demonios es eso?
Señalo un espacio que no solo tiene sillas y mesas, sino
un montón de ordenadores y una hilera de literas. Allí hay
suficiente espacio para diez personas al menos.
Se inclina y me toma de la mano otra vez, atrayéndome
hacia la puerta.
—Es una habitación del pánico. Pero se supone que no te
debe entrar el pánico cuando estás aquí, porque estás a
salvo. Mantén la calma.
Cuando me alejo del umbral, él cierra la puerta detrás de
nosotros. Se oye un largo pitido y luego el ruido de las
cerraduras encajando en su lugar. En la habitación reina un
silencio sepulcral, y ahora percibo el fuerte olor a hierro que
emana de su cuerpo, seguramente por la sesión de ejercicio
o lo que sea que estuviera haciendo antes de que yo
entrara por la puerta de este sitio tan loco y al que a partir
de ahora voy a llamar Hotel California. Si me dice que puedo
irme cuando quiera, pero resulta que no puedo salir, voy a
hacer algo que no le gustará nada. No estoy segura de qué
podría ser ese algo exactamente, pero ya se me ocurrirá.
—Tienes que estar de broma —le digo, resoplando con
incredulidad—. ¿Que no me entre el pánico? ¿Que mantenga
la calma? Amigo mío, tú te has tomado algo…
Me suelta la mano y se dirige a un teléfono que cuelga de
la pared. Sin responderme, levanta el auricular y presiona
un solo botón. Espera en silencio y yo paso ese tiempo
escuchando mi corazón retumbarme en los oídos. Va
demasiado rápido. Miro a mi alrededor para ver si tienen
algún desfibrilador colgado en la pared. Es posible que
necesite uno pronto.
Esto no puede estar pasando. Tiene que ser una broma,
pero no se me ocurre por qué mi hermana trabajaría con un
grupo de imbéciles que gastan esta clase de bromas a la
gente en su primer día de trabajo. Ese tipo, Ozzie, debe de
ser realmente bueno en la cama para que ella lo aguante.
Ya sabía yo que no me convenía anular mi plan de meterme
en la bañera y beber vino. Tonta, más que tonta…
Dev vuelve a colocar el teléfono en su sitio y sacude la
cabeza, soltando un suspiro de frustración.
—¿Qué pasa? —Ni siquiera estoy segura de querer oír su
respuesta.
—Arriba no me contestan. Tal vez Lucky ya no esté allí.
Busco en mi bolsillo trasero y saco el teléfono.
—Se acabó. Voy a llamar a mi hermana. No pienso seguir
jugando a este juego. Ya podéis ir buscando otro profesional
independiente que os ayude con vuestro caso marino o
como se llame.
Él lanza un suspiro.
—Tu teléfono no funcionará aquí dentro.
Lo miro, recelosa.
—¿Por qué no?
—Pues porque es una habitación del pánico. Las paredes
tienen más de un metro de grosor. No entra ni sale ninguna
señal.
Inclina la cabeza levemente hacia el teléfono de la pared,
dándome a entender que esa antigualla es nuestra única vía
de comunicación con el mundo exterior.
Por desgracia, he visto casi todas las películas de acción
del mundo, y sé con certeza que lo único que se necesita
para inutilizar ese teléfono de pared son unas malditas
tijeras para cortar la línea exterior. Estamos perdidos.
¡Perdidos!
Levanto las manos en señal de frustración.
—Bueno, es genial, ¿no? ¿Qué se supone que debo hacer
ahora? ¿Quedarme aquí de brazos cruzados y esperar a que
alguien venga a matarme?
No me responde. Se limita a mirarme fijamente.
Echo un vistazo alrededor para no tener que mirarlo a la
cara. Me está subiendo la tensión arterial de verlo
concentrarse en mí de esa manera.
—Estás loco si crees que voy a quedarme aquí sentada en
tu habitación del pánico en el Hotel California y relajarme
mientras vosotros jugáis a policías y ladrones ahí fuera.
—Esto no es un juego, Jenny. Es muy serio. Y hasta que
sepa lo que está pasando, no irás a ningún lado.
Su voz es más suave. Casi hipnotizadora.
Me pongo las manos en las caderas y vuelvo mi atención
hacia él, lanzándole mi mejor mirada de madre enfurecida.
—Quiero que sepas que conozco muy bien las leyes de
este estado y me consta que no puedes retenerme aquí en
contra de mi voluntad. Eso se llama privación ilegítima de
libertad, amigo, y no pienso tolerarlo.
Me mira arqueando lo que sería una ceja, solo que, en su
caso, no tiene. De todos modos, surte efecto como modo de
expresar el desafío que me está lanzando.
—Conque esas tenemos, ¿eh?
Adelanto la barbilla.
—Sí, así es.
Señala la puerta.
—Adelante, entonces. Vete cuando quieras.
—Perfecto. Ahora mismo. —Sí, me da miedo salir y
meterme en una situación complicada, pero no tanto como
para dar marcha atrás ahora. Yo le enseñaré quién manda
aquí. Puedo esconderme en un cubículo. Ningún problema.
Allí mi teléfono funcionará, así que marcaré el número de
emergencias y haré que vengan agentes de policía de
verdad, y no estos aprendices de guardias de seguridad de
los Bourbon Street Boys.
Me dirijo a la puerta para abrirla, pero no hay ningún
botón, solo un teclado. Me muerdo el labio y lo miro
fijamente. ¿Me acuerdo del código que ha introducido
antes? No, no me acuerdo. Mierda. Me doy media vuelta.
—Tienes que abrirme la puerta.
—Lo siento, pero no puedo hacer eso.
—¿Qué quieres decir con que no puedes hacer eso?
Se encoge de hombros.
—Tenemos protocolos establecidos para este tipo de
escenarios, y el protocolo para la entrada de intrusos
mientras hay civiles dentro de la nave industrial requiere
que uno de nosotros garantice la seguridad del civil y
espere el contacto desde el exterior antes de abrir la puerta.
Y yo he sido el afortunado que estaba con el civil cuando se
ha presentado la amenaza.
Me sonríe y se le forma ese maldito hoyuelo.
—¿Protocolo? ¿Intrusos? —Me doy la vuelta para mirar la
puerta y darle un golpe. Luego empiezo a presionar botones
aleatorios en el teclado—. Protocolo, el que tengo en mi
trasero grande y gordo. Tengo cosas que hacer y sitios a los
que ir, así que vas a tener que olvidarte del protocolo, tipo
duro.
—Tampoco tienes el trasero tan gordo…
La mano se me queda paralizada cuando estoy a punto de
presionar otro botón. Me vuelvo lentamente.
—¿Me estás tomando el pelo? —¿De verdad se va a poner
a hablar sobre mi trasero ahora? Tal vez quiere que lo mate.
Se encoge de hombros.
—Un par de meses conmigo y lucirías unos magníficos
abdominales debajo de esa blusa.
Abro mucho la mandíbula, que se queda así, colgando. Me
he quedado sin palabras. Y no es nada fácil dejarme sin
palabras, en serio.
—¿Por qué no te sientas un rato y esperamos a ver si hay
algún contacto?
Lo miro como si estuviera loco, porque es evidente que lo
está. Al final, se me abre la garganta y consigo articular mi
voz.
—En primer lugar…, ¡no hables de mi trasero! ¡Ni siquiera
me conoces! Y, en segundo lugar, ¿crees que voy a
quedarme aquí sentada durante horas mientras esperamos
a que alguien nos llame? ¿Cómo sabes que ellos sospechan
siquiera que estamos aquí? ¡Probablemente estén
preguntándose qué diablos hacemos! Probablemente
piensen que solo hemos ido a dar un paseo o algo así.
Probablemente estén todos sentados esperando a que
regresemos.
Cruza los brazos sobre el pecho.
—¿De verdad crees eso?
Me encojo de hombros con irritación y me miro los pies.
Está haciendo que me sienta como una estúpida, pero a
estas alturas eso ya no tiene remedio. Abro la boca para
poner alguna objeción más, pero él me interrumpe.
—Oíste el ruido, sé que lo oíste. Alguien que no tenía el
código de acceso estaba tratando de entrar en la nave
industrial. Eso me indica que hay un problema. El protocolo
estándar requiere que todo el personal se asegure y proteja
el edificio cuando ocurre algo así. Entonces, nos
enfrentamos a la amenaza si es necesario. Mi equipo está
haciendo eso ahora mientras yo garantizo tu seguridad aquí
dentro. Tenemos líneas de comunicación establecidas por
todo el edificio, así que solo es cuestión de tiempo que
alguien se ponga en contacto con nosotros. Lo único que
tenemos que hacer es esperar.
Resoplo con incredulidad.
—Por favor, dime que tienes un plan mejor que este. No
soy ninguna experta en seguridad ni una chica Bourbon
Street, pero hasta yo puedo ver los agujeros en ese
supuesto protocolo tan estúpido.
Me mira frunciendo el ceño.
—¿Por qué? ¿Qué pasa con nuestro plan?
Miro alrededor de la habitación con los ojos desorbitados.
—¿Te das cuenta de que lo único que tendrían que hacer
los malos es prender fuego a este lugar y nos achicharrarían
a los dos hasta dejarnos reducidos a un par de desechos
crujientes antes de que alguien tuviera tiempo de llegar
hasta a nosotros?
Él niega con la cabeza, como si yo fuera la pobre cabeza
de chorlito sin riego en el cerebro.
—Para empezar, tenemos un sistema de extinción de
incendios de tecnología punta instalado en toda la nave
industrial. En segundo lugar, esta habitación del pánico fue
diseñada específicamente para soportar un incendio de
hasta seis horas de duración. Créeme, si alguien nos quiere
hacer tanto daño como para intentar prender fuego a
nuestra nave industrial, tendrán que traer todo un ejército
para tener éxito.
—Entonces, supongo que será mejor confiar en que no
van a traer un ejército, ¿eh?
—Supongo.
Nos miramos el uno al otro mientras van pasando los
segundos. Siento que comienza una competencia épica de
sostenernos la mirada para ver quién aguanta más, y sonrío
con alegría siniestra y malvada porque sé que voy a ganar.
Hago esto con mis hijos todos los días, así que tengo mucha
práctica, y siempre los derroto con una victoria aplastante.
«¡Sí! ¡Toma ya, hombretón! Prepárate, porque vas a pringar
de lo lindo… Se te van a secar los ojos de tanto aguantar».
Pasan más segundos todavía. Empiezo a tener los ojos un
poco resecos. ¿Juega con ventaja alguien que te mira desde
dos metros de altura? Debe de haberla, porque él ni siquiera
se estremece. Todavía tiene los globos oculares muy
brillantes, mientras que los míos seguramente parecen unas
canicas con cien años. Secas. Vidriosas. Maldita sea. Creo
que ahora se me han pegado los párpados.
—No vas a ganar —dice—. Deberías rendirte.
—Oh, sí voy a ganar, ya lo creo. —Traslado el peso de mi
cuerpo a mi otro pie—. Puedo hacer esto todo el día. Tengo
tres hijos.
—¿Ah, sí? Bueno, pues yo tengo un niño que vale por
cuatro, y no me rindo fácilmente.
Pestañeo, tan sorprendida de oír que él también es padre
que pierdo la concentración. ¡Maldita sea!
Me señala con el dedo.
—Has perdido.
Pongo los ojos en blanco, volviéndome para que no me
vea pestañear una y otra vez para tratar de rehidratar mis
pobres ojos, secos como uvas pasas.
—¿Qué pasa? ¿Tienes diez años? —exclamo.
—No, en realidad tengo treinta y cinco, pero he ganado
igualmente.
Se acerca a la pared y vuelve a descolgar el teléfono.
—Será mejor que alguien responda esta vez —murmuro
mientras camino hacia uno de los cómodos sillones.
Dejo el portátil en la mesa auxiliar que hay al lado y mi
bolso en el suelo, y luego me desplomo en el asiento
mientras espero en silencio a que alguien conteste nuestra
llamada.
Estoy cansada de pelearme con este hombre. Solo quiero
salir de aquí y volver a mi aburrida vida de antes, donde me
comporto como una persona adulta y no entro en
competiciones de miradas con desconocidos que no
deberían tener un aspecto tan sexy cuando están sudados.
Capítulo 4

Sé que alguien contesta al otro lado de la línea porque la


cara de Dev se ilumina y abre la boca para disponerse a
hablar, pero luego no dice ni una sola palabra. Simplemente
se queda allí parado como un maniquí con la cabeza hueca
y calva.
—¿Qué pasa?
Me pongo de pie, con la disparatada idea de acercarme a
él y acurrucarme a su lado, presionar la cara contra el
receptor y escuchar la conversación.
Levanta una mano para darme la señal de alto y me frena
en seco.
Arrugo la frente. Yo les hago lo mismo a mis hijos cuando
me molestan y estoy hablando por teléfono. Soy una mujer
adulta, pero por alguna razón, en la última media hora he
quedado reducida a quinceañera adolescente en presencia
de este hombre. Tal vez incluso a preadolescente.
Cualquier otro día habría llegado a disfrutarlo, porque
siempre me siento más vieja de lo que soy en realidad, pero
hoy no. Hoy quiero formar parte del mundo real en el que
soy una persona adulta y puedo decidir adónde voy, cuándo
y cómo lo hago. Toda esta historia de estar encerrada con
un comando sudoroso me está volviendo loca. Me viene a la
mente esa película, El resplandor.
Ahora mi captor está muy serio, con sus cejas invisibles
fruncidas mientras mira la pared.
—Recibido, código Harbinger. —Hace una pausa después
de esta misteriosa transmisión, asiente y continúa—. Sí.
Está bien. Entendido.
Dev cuelga el teléfono y se acerca para desplomarse en la
silla frente a mí. Separa las piernas y apoya los codos en los
brazos del asiento. Se lleva los dedos de una mano a los
labios. La otra mano cuelga en el aire a la altura de su
cintura, como si tal cosa, con toda tranquilidad… como si no
acabara de actuar como un sargento del ejército en una
película de acción donde alguien intenta asesinar al
presidente, la Casa Blanca está llena de terroristas de
Uzbekistán, y él es el único agente especial que hay en el
interior. Me está mirando como si sopesara comprarme en
una subasta o algo.
Trago saliva. «Pero qué calor…». Me siento como un
pedazo de carne, y me gusta. ¿Se puede saber qué diablos
me pasa?
—¿Y bien?
Me recuesto hacia atrás en el sillón y me aliso las arrugas
de los pantalones, tratando de ahuyentar mis alocados
pensamientos mientras espero oír las noticias sobre nuestro
rescate inminente. Me alegra saber que los malos no han
cortado las líneas telefónicas como hacen siempre en las
películas. Al menos algo sale bien hoy.
Dev aparta la mano de la cara y se incorpora en el
asiento.
—Alguien ha intentado entrar por la fuerza en la nave
industrial, pero ya hemos solucionado el asunto. Ahora solo
tenemos que esperar hasta que un miembro del equipo o
del departamento de policía pueda venir y dejarnos salir.
Eso no tiene ningún sentido para mí. Ignoro la primera
parte de su explicación —algo demasiado angustioso para
asimilarlo sin procesarlo interiormente un poco más— y me
concentro en el segundo punto.
—¿Qué quieres decir con eso de que alguien tiene que
venir y dejarnos salir? —Miro hacia el teclado de la puerta—.
¿No tienes que ir ahí, introducir números y poner tus huellas
dactilares en la pantalla y ya está?
Me mira avergonzado.
—Normalmente, sí, pero… mmm… Puede que me haya
pasado de ansioso por ponernos a salvo cuando entramos.
Hundo la barbilla en el cuello.
—¿Qué se supone que significa eso?
Él baja la cabeza y, cuando responde, noto que tiene la
cara un poco más sonrosada que antes.
—Hay dos formas de entrar en esta habitación. Una forma
es introducir el código para entrar y salir, y la otra, entrar y
quedarte atrapado dentro hasta que venga alguien de fuera
para dejarte salir.
Eso no tiene ningún sentido. ¿Se puede saber qué tipo de
sistema inútil tienen aquí montado? Pronuncio las siguientes
palabras con comedimiento y muy despacio.
—¿Para qué quieres una puerta en una habitación del
pánico que no se abre desde el interior?
Sería lógico pensar que unas personas que se dedican
única y exclusivamente a tratar con delincuentes y con
temas de seguridad serían más avispados a la hora de
configurar sus sistemas de bloqueo y cierre. «Genial. Estoy
atrapada en la guarida de los Bourbon Street Bobos.
Increíble».
Él no parece tan avergonzado como creo que debería
estar cuando me ofrece su explicación.
—Bueno, en cierto modo es el mismo concepto que una
alarma de hogar. Hay dos códigos diferentes que puedes
introducir cuando entras en la casa: un código simplemente
lo cierra todo, pero el otro código se usa cuando alguien te
está amenazando a punta de pistola. Se cierra todo, pero al
mismo tiempo, envía una alerta silenciosa al equipo de
vigilancia para avisar de que hay algo sospechoso y que
puedan enviar a la policía para que intervenga.
Determinados miembros del Departamento de Policía de
Nueva Orleans también tienen el código de acceso.
Solo me hace falta darle vueltas a eso unos segundos
para detectar los problemas obvios.
—Entonces, lo que pasa cuando usas el segundo tipo de
código es que acabas con uno de los malos apuntándote
con una pistola y encerrado dentro de esta habitación
contigo. —Asiento con la cabeza con aire sarcástico,
pensando en lo ridícula que es esta gente—. Ya entiendo.
Eso tiene mucho sentido, claro que sí.
Él se encoge de hombros.
—Lo tiene si recibes el tipo de entrenamiento que
recibimos nosotros.
Arqueo una ceja.
—¿Y qué tipo de entrenamiento sería ese? ¿La capacidad
de hipnotizar a la gente para que suelte su pistola, se
tumbe en el sofá y se rinda?
—No. Todos estamos entrenados para arrebatar el arma a
otra persona en un corto período de tiempo. Digamos que
cualquiera que entre aquí con alguien de mi equipo y un
arma no saldrá de aquí con esa arma.
Este hombre se lo tiene bastante creído, pero para ser
justa, he visto su físico y el de Ozzie, y ahora hasta mi
hermana ha sacado algunos bíceps, algo que nunca antes
había tenido. Quién sabe… Tal vez sea un ninja disfrazado
de jugador de baloncesto de la NBA. Paso a mi siguiente
argumento más lógico.
—¿Por qué no usar solo un código que abra la puerta y
permita que la gente entre y salga? No entiendo por qué
tenerla bloqueada desde fuera puede servir de algo para
alguien que esté aquí dentro.
Suspira como si fuera yo la mema.
—Entonces solo sería una puerta. Pero si está bloqueada
desde el exterior, no importa lo que le haga el malo a la
persona con la que esté aquí dentro: no irá a ninguna parte
hasta que alguien de mi equipo entre por él. No tiene forma
humana de escapar. No es solo una puerta; de esa manera,
es una cárcel.
—Pero ¿por qué crees que alguien que entre en la nave
iba a querer meterse en vuestra habitación del pánico, para
empezar? ¿Por qué iba a querer alguien encerrarse
precisamente aquí?
—Aquí es donde acudiría alguien que no quisiera pelear o
plantar cara. Si alguien entra en la nave industrial buscando
a ese otro alguien que no quiere luchar, el primero lo
seguiría.
Se encoge de hombros, como si aquello tuviera todo el
sentido del mundo.
Respiro profundamente para calmarme. Hoy no va a ser el
día en que vaya a hacerme la valiente. No, es hora de que
me largue de aquí y vuelva a una vida que no incluya a
ninguno de estos payasos de los Bourbon Street Bobos.
—¿Cuánto tiempo falta para que llegue nuestro grupo de
rescate?
—El equipo tiene que acabar unas cosas fuera primero.
¿Diez minutos tal vez?
Después de pensarlo unos instantes, decido que diez
minutos son tolerables. Y ahora que ya sé que más o menos
todo va bien, mi curiosidad natural se apodera de mí.
—Entonces, ¿dices que tienes un hijo?
Asiente con la cabeza.
—Sí. Tiene cinco años y es un terremoto.
—¿Es tan alto como tú?
Dev sonríe levemente.
—Bueno, eso sería un poco raro, teniendo en cuenta que
solo está en preescolar…
Pasa de la seriedad más absoluta al tono de broma a una
velocidad que hace que la cabeza me dé vueltas. Pero en el
buen sentido, como si acabara de apearme tras un viaje en
una pequeña montaña rusa. Pongo los ojos en blanco.
—Ya sabes lo que quiero decir.
La sonrisa de Dev estalla con toda su fuerza, y es tan
radiante que casi resulta cegadora. Me hace entrar en calor
por dentro.
—Es alto para su edad, pero su madre era muy bajita, o
debería decir que es muy bajita, por lo que podría acabar en
algún punto intermedio.
La sonrisa de Dev se desvanece un poco al final de su
explicación, lo que me crea más intriga por saber más sobre
qué es lo que le entristece tan súbitamente cuando es obvio
que está hablando de su tesoro más preciado.
—¿Y su madre?
Me mira durante largo rato, así que empiezo a
preocuparme por si he traspasado ese límite de la cortesía
que siempre me resulta un poco borroso. Quizá sea algo
impertinente hacerle esa pregunta, pero estamos atrapados
en una habitación del pánico, así que entiendo que las
reglas sociales normales deberían ser un poco más
relajadas. O tal vez sea que, después de verlo sudar tanto
en mi presencia, me ha dado confianza para preguntarle por
su vida amorosa. Solo hay un lugar en el que haya visto a
un hombre tan sudoroso, y era mi dormitorio.
Unos segundos más tarde, ya no puedo soportar el
silencio.
—¿Ha sido una pregunta demasiado personal? Lo siento,
siempre me vuelvo un poco indiscreta cuando estoy
nerviosa.
Vuelve a sonreír, así que mi ansiedad se reduce un poco.
Tal vez, en el fondo, no le he parecido tan entrometida.
—No tienes que estar nerviosa —dice—. Estoy aquí.
—¿Y se supone que eso tiene que hacerme sentir mejor?
Inclina la cabeza hacia un lado.
—¿Te pongo nerviosa?
Lanzo un resoplido.
—Sí. Pues claro… —Maldita sea. Ya me comporto como
una adolescente otra vez.
Me sonríe.
—¿Por qué habría de ponerte nerviosa? Yo soy de los
buenos.
Me encojo de hombros.
—Eso lo dices tú. Pero es el primer día que trabajo aquí
como freelance, mi hermana no aparece por ningún lado, y
estoy encerrada en una habitación del pánico con un
hombre al que acabo de conocer y que dice ser una especie
de comando karateka que tumba a los malos, les quita sus
armas y los encierra en esta cárcel. No sé cómo pretendes
que eso me tranquilice. Consigue justo lo contrario, si
quieres que te sea sincera.
—Siempre quiero que me seas sincera —dice, perdiendo
la sonrisa.
Veo el peso de un doble sentido en sus palabras, pero lo
cierto es que no sé de dónde viene ni de qué va eso, así que
no le sigo el juego. Estoy cansada de quedar como una
idiota delante de este tipo. Vuelvo a pasear la mirada por la
habitación. Me da miedo continuar con la conversación,
sabiendo que mi curiosidad natural ya me la ha jugado una
vez. Por la velocidad a la que me late el corazón, estoy a
punto de empezar a hacer preguntas incluso más
personales que las que ya he hecho. Es una especie de
mecanismo de defensa que tengo: aturdirlos con
incredulidad y distraerlos de mi comportamiento nervioso
con una batería de preguntas socialmente inaceptables. No
es muy elegante, pero suele funcionar. Aunque no tanto con
Dev…
Me sorprende hablando como si no hubiera dudado antes.
—Mi hijo se llama Jacob. Su madre no ha estado con
nosotros desde el día en que nació. Prácticamente
desapareció. —Baja la mirada hacia sus manos—. Sí, eso es
más o menos todo. Mi vida en pocas palabras. No hay
mucho más que decir.
Se examina las uñas, frunciendo el ceño.
Ahora la cabeza me bulle con preguntas. «¿A quién le
importan las reglas sociales? ¡Quiero saber qué es lo que
mueve a este hombre!». Sonrío para tranquilizarlo.
—Si creías que compartir esa pequeña información
conmigo iba a impedir que te hiciera más preguntas,
obviamente no me conoces ni a mí ni a ninguna mujer.
Asiente ligeramente.
—Diría que tienes razón en ese diagnóstico. Se me da
fatal interpretar a las mujeres. Siempre me equivoco.
—¿Creciste con alguna hermana? ¿O primas?
—La única chica que tenía cerca cuando era pequeño era
Toni, y no apareció hasta bien entrado en la adolescencia. A
los dieciséis años, más o menos.
—¿Quién es Toni? ¿Es tu exmujer? ¿Novia? ¿Esa es la
madre de Jacob?
—No. Toni trabaja aquí conmigo, y crecimos juntos en el
mismo barrio. Ha vivido en Nueva Orleans toda su vida. Toni
y su hermano Thibault han sido como otra familia para mí.
Junto con Ozzie y Lucky…
Me inclino un poco hacia delante.
—Creo haber oído a May hablar de ella. Es… una tipa dura
y guapísima que no se anda con tonterías, ¿verdad?
Dev se ríe y asiente, y su cuerpo se relaja un poco más en
el asiento.
—Sí, esa es ella. No hay nadie más duro que Toni.
De pronto, el horizonte se vuelve borroso mientras miro a
lo lejos. Me estoy visualizando a mí misma como un
pequeño Rambo en versión chica, cargándome a todo bicho
viviente, ganándome el respeto que percibo en la voz de
Dev.
—¿En qué estás pensando? —pregunta Dev.
Le respondo sin dudarlo.
—Estoy pensando en lo maravilloso que sería ser descrita
de ese modo por un tipo como tú. —Las orejas se me ponen
coloradas cuando me doy cuenta de que he revelado
demasiado mis cartas.
—¿Un tipo como yo? ¿Qué quieres decir con eso?
Me encojo de hombros, tratando de hacerme la
indiferente.
—No lo sé… Un tipo como tú. Un tipo al que… —señalo en
su dirección— le gusta entrenar y sudar a chorros por todas
partes.
Ya no está sudando, pero todavía tiene la ropa mojada y
adherida al cuerpo. Se mira.
—Ah. Ya te entiendo.
Mis ojos siguen su mirada y aterrizan en su entrepierna.
Aparto la vista rápidamente, pero no antes de que me pille
comiéndomelo con los ojos. Empiezo a agitar la mano
delante de mi cara. En serio, tienen que instalar un
ventilador aquí dentro. «¿No serán los síntomas de la
menopausia precoz?».
Sigue un silencio. Los dos intentamos no mirarnos
directamente, pero es como si nuestros ojos se negaran a
obedecer. Esto es absurdo; estoy roja como un tomate. Me
recuerda al instituto.
—¿Sabes? Podrías convertirte en Toni si quisieras.
Arrugo la frente al oír eso.
—¿Qué?
—He dicho que podrías parecerte a Toni si quisieras.
Tienes un gran cuerpo; solo necesitas un poco de
entrenamiento con pesas para desarrollar los músculos.
No sé por qué eso hace que la cara me arda aún más y
que sienta un extendido hormigueo. «¿Me está repasando el
cuerpo? ¿Piensa que tengo un gran cuerpo? ¿No me ha visto
el pedazo de trasero?».
—Y tampoco te llevaría mucho tiempo, no creas —
continúa, ajeno a mi nerviosismo—. Si te pareces a tu
hermana, podrías conseguirlo en menos de seis meses. —Se
encoge de hombros—. Pero no es que tengas que hacer
nada. Solo estoy hablando de entrenamiento de fuerza, sin
cambiar tus formas. Tu cuerpo está bien tal como está. —
Está a punto de decir algo más, pero entonces se calla y
mira hacia otro lado por un segundo.
Me paso la mano por la cara, tratando de ahuyentar sus
comentarios y las oleadas de calor que emanan de mi piel.
Qué vergüenza. Como demasiados helados de chocolate
para parecerme a como creo que es Toni, ni siquiera en seis
años, y menos en seis meses.
Solo pretende ser amable cuando dice que mi cuerpo está
bien tal como está. Le habrá entrado demasiado sudor en
los ojos o algo así.
—No me queda tiempo para eso. Tengo tres hijos y un
trabajo…
Se encoge de hombros.
—Podrías arreglar eso. Si hicieras más encargos como
freelance, seguramente dispondrías de más tiempo libre al
instante. Podrías tener tu propio horario, hacer ejercicio
cuando los niños estén en la escuela o en la guardería.
Lanzo un bufido; ya no me da vergüenza la conversación
ni mis reacciones raras por estar en un espacio cerrado con
él.
—Uf, créeme, no voy a hacer más trabajo como freelance.
Aunque tampoco es que lo haya hecho, para empezar.
—¿Por qué no?
Bajo las manos al asiento, a cada lado de mis piernas. Lo
miro fijamente, esperando que llegue a la respuesta por sí
mismo.
—¿Por qué me miras así? —me pregunta. Está sonriendo,
el muy tonto.
—¿De verdad no lo sabes?
—No, no lo sé.
Abro la boca para decirle lo que pienso, para decirle que
no invitas a una posible profesional freelance a tu nave
industrial, la encierras en una habitación del pánico durante
una hora, le dices que algún loco está intentando entrar por
la fuerza en el lugar de trabajo, y luego le sugieres que
trabaje más horas para ti. Llamarlos Bourbon Street Bobos
es darles demasiado reconocimiento. Es más bien como si
hubiera entrado en la guarida de los Bourbon Street Burros.
Pero antes de que cualquiera de estas palabras pueda
salir de mi boca, oigo un pitido y un clic, y la puerta de la
habitación del pánico se abre.
Capítulo 5

La cabeza de May aparece por la puerta.


—¿Jenny? ¿Estás ahí?
Me levanto, recojo el bolso del suelo y me cuelgo la correa
al hombro.
—Sí, estoy aquí. Pero no voy a quedarme, puedes estar
segurísima de eso.
Echo a andar hacia la puerta mientras se abre del todo.
Detrás de mi hermana aparece la corpulenta figura de su
novio, Ozzie, que ocupa casi todo el hueco.
Ozzie mira por encima de nuestras cabezas y fija la
mirada en algo que hay detrás de mí.
—¿Todo bien aquí dentro?
—Sí, estamos bien —responde Dev—. Solo un poco
nerviosos, tal vez.
Miro por encima del hombro y entrecierro los ojos.
—¿Nerviosos?
Sonríe mientras se encoge de hombros.
—¿Cómo lo llamarías tú?
Sinceramente, podría llamarlo de muchas maneras;
«nerviosos» incluso podría funcionar, pero ahora mismo
estoy demasiado enfadada para debatir el tema. Dirijo la
atención a mi hermana.
—Lo siento, May, pero voy a irme de aquí.
Ella extiende las manos hacia mí.
—¡No! ¡No te vayas! Por favor, quédate.
Niego con la cabeza.
—No. Lo siento, pero ya he tenido bastante.
Doy un paso para rodearla a ella y a su novio y salgo por
la puerta. Tengo que largarme de esta nave industrial antes
de que me encierren en otra habitación sin ventanas. Me
muevo rápidamente, pero mi hermana no tiene problemas
para darme alcance en un par de zancadas.
—Jenny, no lo entiendes. Nada de esto estaba planeado.
¡Ha sido algo totalmente casual! Ahora ya ha pasado todo;
puedes hacer el trabajo en una hora y luego te vas a casa y
el asunto habrá terminado. Y conseguirás el dinero y la
tarjeta de regalo.
—Puedes quedarte tu dinero y tu estúpida tarjeta de
regalo. Yo no tengo nada que hacer aquí.
—¿Por qué estás tan enfadada?
Me detengo tan bruscamente que se da de bruces contra
mi espalda y me roza los talones con sus zapatos. Me
vuelvo para mirarla.
—¿En serio? No puedes ser tan obtusa, May.
Me mira frunciendo el ceño.
—¿Obtusa? Te has pasado un poco, ¿no crees?
Niego con la cabeza, francamente decepcionada.
—No tengo ni idea de qué te ha pasado desde que
entraste a trabajar aquí, pero tu actitud no me gusta nada.
Por desgracia, no dispongo de tiempo para hablar de eso
contigo ahora porque quedan menos de cuarenta horas para
que mis hijos vuelvan a casa, y no pienso dejar que me las
estropees.
A May le cambia la cara.
—¿De verdad piensas que te estoy fastidiando el fin de
semana?
Levanto la mano y la suelto de golpe para darme una
palmada en el muslo.
—¿Hablas en serio, May? ¡Llevo casi una hora encerrada
en una habitación del pánico con un ninja gigante y sudado!
—¿Cómo sabes que es un ninja? ¿Te ha enseñado su
espada?
Los ojos se me salen de las órbitas. Ni siquiera sé cómo
interpretar su pregunta. No puede decirlo en serio. May
continúa hablando.
—Oye, Jenny, entiendo que estés molesta, pero es solo
porque no sabes qué es lo que ha pasado en realidad.
Encerrarte en la habitación del pánico fue un error, pero
todo esto solo es una sucesión de pequeños malentendidos.
Te lo prometo, no hay de qué preocuparse. Y el trabajo no
ha cambiado. Seguimos necesitándote, y creo que esto va a
ser pan comido para ti, porque eres muy lista con los
ordenadores y todo eso.
—No me vengas con halagos, May. Sabes que eso no
funciona conmigo.
—¿Desde cuándo? Siempre te estoy halagando para poder
salirme con la mía.
Lanzo un suspiro.
—Tampoco vas a convencerme con tus bromitas. Esta vez
no. Tengo que irme. Llámame luego.
Me doy media vuelta y empiezo a caminar en la dirección
que creo que me llevará a la puerta de entrada. Después de
doblar la esquina de un par de pasillos aparecen los
cubículos, lo que me indica que sigo el camino correcto.
Cuando paso por el último, alguien se acerca desde la
dirección opuesta. Reduzco el paso, pero no me preocupa
quién puede ser el desconocido porque siento la presencia
de May detrás de mí, y no me está gritando que eche a
correr.
—¿May, eres tú? —pregunta el hombre.
—Sí, Thibault, soy yo y esta es mi hermana, Jenny. ¿Ya os
habéis conocido?
A medida que el hombre se acerca, puedo verle mejor la
cara. Es un poco más alto que yo, con el pelo muy oscuro, y
lleva unas botas de cowboy negras, vaqueros y una
camiseta negra ajustada con las mangas un poco
arremangadas. Estoy segura de que no hay ni un solo
gramo de grasa en su cuerpo. Es más macizo que Ozzie,
pero igual de intimidatorio. Menos mal que sonríe sin parar
porque si no, empezaría a pensar que es él el que planea
robar cosas de las misteriosas taquillas de la habitación del
pánico.
—No, todavía no he tenido el placer. —Se detiene frente a
mí y extiende la mano—. Encantado de conocerte, Jenny.
Le estrecho la mano porque no quiero ser grosera, a pesar
de que está entorpeciendo mi salida.
—Encantada de conocerte yo también.
Thibault mira por encima del hombro a mi hermana.
—Está enfadada, ¿eh?
—Sí, bueno, solo un poco. Estaba intentando explicarle
que en realidad no hay para tanto, y que aún puede hacer el
trabajo para nosotros y luego irse a casa a disfrutar de su
fin de semana, pero no quiere hacerme caso.
La sonrisa de Thibault se desvanece y su expresión se
vuelve seria.
—No estoy tan seguro de que sea una buena idea.
Miro por encima del hombro a mi hermana.
—¿Lo ves? Te lo dije. Me voy a mi casa.
Me muevo para esquivar a Thibault, pero él me impide el
paso. Ahora esboza una sonrisa de disculpa.
—Si pudieras esperar un minuto, creo que a Ozzie le
gustaría hablar contigo.
Señala con la cabeza algo que hay detrás de mí.
—Bueno, si Ozzie quiere hablar conmigo, puede llamarme
por teléfono. Tengo que ir a un sitio.
Cuando doy otro paso hacia delante, Thibault extiende un
brazo. Me detengo en seco y miro hacia abajo, hacia su
extremidad ofensiva. «Pero ¿qué diablos cree que está
haciendo?».
—¡Oye, Ozzie! ¿Quieres venir aquí y discutir la situación
con la hermana de May?
Me doy media vuelta y ver a Ozzie y Dev avanzando por la
zona más oscura de los cubículos me hace dudar. Parecen
dos soldados de las tropas de asalto o algo por el estilo, por
la forma en que caminan en tándem, con los hombros
balanceándose hacia delante y hacia atrás, adelante y
atrás.
«Quédate quieto, corazón mío». Sé que estos tipos están
locos, pero creo que empiezo a entender por qué mi
hermana ha perdido el seso por ellos. Hacen que algo tan
bestia como quedarse encerrada en una habitación del
pánico no parezca tan horrible como lo es.
Me dan ganas de darme de bofetadas cuando me doy
cuenta de que me he distraído con mis propias hormonas.
«Ilusiones. ¡Alerta Hotel California! ¡Todo esto no son más
que ilusiones, Jenny! ¡Céntrate!».
—Vayamos arriba —dice Ozzie.
—Buena idea —añade mi hermana.
—¡No! ¡No es una buena idea! No pienso ir a ninguna
parte con vosotros. Voy a montarme en el coche para
marcharme a casa.
Me doy la vuelta apresuradamente y aparto el brazo de
Thibault de un manotazo, empujándolo a un lado. Me niego
a escuchar las tonterías que tengan que decirme, y por mi
parte, he terminado con este fallido rescate de hermana
mayor. May se va a enterar de lo que es bueno, ya lo creo.
El chirrido de mis zapatillas de deporte retumba por toda
la nave industrial mientras camino por el gran espacio
abierto, en dirección al teclado que abrirá la puerta
principal. «Libertad por fin. Ya casi estoy ahí».
Oigo el ruido de los pasos de alguien a mi espalda, pero
no me doy la vuelta para ver quién es. Sé que no es mi
hermana, porque son pasos pesados.
Ya me he cansado de jugar. Se acabó fingir que soy
alguien que no soy: soy una madre con tres hijos y
empleada de una empresa de programación de software de
segunda fila, y solo necesito seguir manteniendo la cabeza
agachada y no meterme en problemas durante los próximos
cuarenta años hasta poder jubilarme y viajar. Esperaré
hasta entonces para tener una vida divertida. «Trabajar de
freelance… ¡Ja! ¿En qué demonios estaría yo pensando?».
—Oye —dice una voz a mi espalda.
No contesto. Ya casi estoy junto al teclado.
—¿Adónde vas con tanta prisa?
Interrumpo mi huida un momento y me vuelvo.
Dev se para de golpe justo detrás de mí, con los brazos
todavía en posición de jogging. Me sonríe con aire inocente,
de modo que me entran ganas de gritar.
—¿Que adónde voy? Te diré adónde voy: me largo lejos de
vosotros. Alguien acaba de intentar entrar aquí por la fuerza
a plena luz del día y todos os comportáis como si no hubiera
pasado nada.
—En realidad, ya es por la tarde.
—¡Da igual!
Me dan ganas de tirarme de los pelos. ¿Está loco o qué?
¿Será eso su kriptonita? La enajenación mental podría
explicar el hecho de que no esté casado, a pesar de lo
guapo que es. Junta las palmas de las manos delante de la
cintura.
—Nos pasamos todo el día lidiando con actividades
criminales de todo tipo. No es nada del otro mundo, de
verdad.
—Colega… No sé qué fumáis todos aquí, pero no me
interesan ese tipo de alucinaciones. Yo vivo en el mundo
real.
Dev levanta una mano y se frota el cuero cabelludo
desnudo. Luego aparta la mano, se mira la palma y frunce el
ceño. Restriega la mano por la parte delantera de su camisa
y me mira con una sonrisa incómoda.
—Odio decirte esto, pero la verdad es que no puedes irte
ahora.
Lo miro fijamente, desafiándolo en silencio a que repita
eso otra vez. Ni siquiera pestañea.
—Ah, ¿que quieres que juguemos a este juego otra vez? —
No pienso volver a perder una competición de a ver quién
aguanta más tiempo la mirada.
Él niega con la cabeza, con expresión casi triste.
—No es ningún juego, lo prometo. Hemos llamado a la
policía y esperamos que uno de sus agentes pase por aquí
para hablar con nosotros sobre lo que ha pasado, y nos
gustaría que esperaras hasta que terminásemos con eso
antes de irte.
—¿Por qué?
Si no me da una razón realmente buena, me largo de
aquí. Me iré y no volveré a mirar por el espejo retrovisor,
nunca, ni siquiera una vez. «Adiós, Bourbon Street Boys, y
hola, realidad». La idea me entristece un poco, lo cual es
total y completamente irracional, por supuesto. No necesito
ver a este tal Dev otra vez. No es nadie para mí. A efectos
prácticos, un completo extraño. «Pero un extraño muy
sexy».
—Porque queremos evaluar la amenaza y averiguar
exactamente qué es lo que pasa antes de dejarte salir y que
puedas correr alguna situación de peligro.
El corazón me da un vuelco.
—¿Peligro? —Trago saliva; tengo dificultades para engullir
el bulto que se ha materializado en mi garganta—. ¿Por qué
iba a estar en peligro?
Él se encoge de hombros.
—Porque estabas aquí cuando ha sucedido todo.
Me siento un poco mejor después de su explicación breve
y para nada convincente.
—Sí, pero yo estaba dentro. Quien sea que causara el
problema estaba fuera. Y no sé si accedieron a la nave
industrial, pero sé seguro que no entraron en la habitación
del pánico, así que ¿por qué iba a tener problemas?
—No lo sabremos hasta que lo sepamos.
—Eso no tiene pies ni cabeza. —De verdad que me dan
ganas de sacarle los ojos en ese momento, de pura
frustración.
—¿Te apetece un poco de jambalaya?
Su pregunta me parece tan extraña que no sé cómo
responder. Abro la boca, pero no me salen las palabras que
me salven de parecer un pez fuera del agua.
May, Ozzie y Thibault aparecen desde la zona de los
cubículos, hablando entre ellos. May viene directa hacia mí,
sin duda con la intención de convencerme de que me
quede. Dev continúa hablando.
—Ozzie es un cocinero increíble y antes ha preparado uno
de sus mejores platos. Tenemos algunas sobras, y me muero
de hambre. ¿Te apetece compartirlas conmigo?
Sé que es una locura y que probablemente debería
largarme de aquí cuanto antes, pero cuando dice esas
palabras, mi estómago lanza un rugido realmente fuerte, y
me doy cuenta de que no he comido nada en todo el día. Y
esa copa de vino que me tomé antes de venir parece que
me está haciendo un agujero en el estómago.
—Bien. No te has ido —dice May, deteniéndose a mi lado.
—Estoy tratando de convencerla para que coma un poco
de jambalaya conmigo.
—¡Una idea estupenda! —exclama May con voz
exagerada, en plan cheerleader.
Me muerdo el labio mientras decido cuál será mi próximo
movimiento.
—Te lo prometo… No intento engañarte ni nada parecido
—dice Dev, con voz cálida y segura. «Liam Neeson no tiene
nada que envidiarle a este tipo, maldita sea».
May me mira con sus ojitos de cachorro otra vez.
Estoy empezando a ceder y me siento impotente para
impedirlo.
—¿Cuánto tiempo va a durar esto? ¿Cuánto va a tardar la
policía en llegar aquí para que prestéis declaración o lo que
sea?
—No más de una hora. —Dev señala hacia las escaleras—.
Venga, subamos. Va a ser el mejor jambalaya que hayas
comido en tu vida. Si no es así, dejaré que me dispares con
la pistola Taser de tu hermana.
—La tengo preparada aquí mismo —dice May, asintiendo
con la cabeza como una muñeca de resorte.
«Qué argumento tan convincente…». Respiro
profundamente antes de responder, tratando de no
burlarme de su promesa.
—Está bien. —La adolescente que hay en mí se ríe al
pensar que aquello parece una especie de cita; es como si
me hubiera invitado a quedar con él en la cafetería del
instituto y a sentarme en la misma mesa durante la hora del
almuerzo.
Una vez tomada mi decisión y con un plan establecido, ya
me siento mejor. Suspiro y niego con la cabeza mientras
echo a andar a su lado hacia el pie de la escalera. May se
queda hablando con su novio y Thibault.
Debo de estar colocada o algo por haberme dejado
convencer para cenar con Dev aquí. Tal vez debería trabajar
como freelance para estos locos después de todo, porque,
visto lo visto, me adaptaría perfectamente, dada la
completa incapacidad para tomar decisiones que estoy
demostrando en este momento.
«Menos mal que los niños están con Miles», es lo único
que puedo pensar. Y entonces caigo en la cuenta de lo
horrible que es haber pensado eso. Justo entonces sé que ya
me he metido hasta el fondo. ¿Dónde exactamente? No
tengo ni idea, pero no puede ser bueno.
Capítulo 6

—Dios mío…, pero ¡qué rico está esto! —digo con la boca
llena, y estoy segura de que tengo un par de granos de
arroz pegados en el labio, pero no puedo parar. ¡Qué digo!
Ni siquiera puedo reducir la velocidad… Me he comido un
plato entero de jambalaya en menos de cinco minutos. Dev
tenía razón: Ozzie es un cocinero increíble.
Todos están abajo, excepto Dev y yo, pero en cuanto
aparezca ese grandullón, le diré que soy una fan. Aunque
todavía esté enfadada con él y su equipo, un talento tan
inmenso en la cocina debería tener su recompensa.
Además, tal vez podría convencer a mi hermana de que me
invite a cenar más a menudo. En su casa, por supuesto.
Porque aquí no pienso volver. Esta será mi última comida en
el restaurante de Bourbon Street Boys.
—¿A que sí? —Dev asiente con la cabeza—. Habré comido
este plato cincuenta veces, pero nunca me canso.
—¿Cincuenta veces? Uau. ¿Lo prepara todos los días?
Mojo un poco de pan en la salsa y le doy un buen
mordisco, sin importarme que eso me equipare a una
gorrina. Por suerte, Dev está tan hambriento como yo. Tiene
la nariz tan cerca del plato que me sorprende que aún no le
haya salpicado la salsa picante en las fosas nasales. Ya va
por su segunda ración.
—No. Tal vez una o dos veces al mes. Tiene un repertorio
bastante amplio y variado, y le gusta cocinar, por suerte
para nosotros.
—¿Tú no sabes cocinar?
—No exactamente. Mi madre siempre intentó enseñarme,
pero no fui un alumno muy aplicado. —Me lanza una media
sonrisa, y casi me lo imagino de niño. La imagen me
recuerda a mi hijo, Sammy, y experimento un cálido
sentimiento de felicidad.
Sonrío.
—Bueno, no sé si creérmelo… —Después de decir eso, me
doy cuenta de que parece que esté flirteando. Tengo la cara
un poco caliente, pero seguro que es por las especias del
jambalaya y no porque acabe de guiñarme un ojo.
—Créetelo. —Levanta una mano con la que estoy
absolutamente convencida de que podría botar una pelota
de baloncesto sin ningún esfuerzo—. Es difícil usar cuchillos
de tamaño normal con unas manazas como estas. —Usa esa
manaza para tomar otro pedazo de pan y sumergirlo en su
salsa. Una porción generosa de la enorme barra de pan
parece un crouton en sus dedos gigantes.
—La verdad es que tienes las manos muy grandes.
«¿Estará pensando lo mismo que yo?». Me remuevo en mi
asiento. «Maldita sea, ¡cómo pica este jambalaya!». Alargo
la mano disimuladamente y me abro un poco el cuello de la
camisa.
Él se encoge de hombros.
—Es por naturaleza.
Estoy confusa.
—¿Ser entrenador físico?
Niega con la cabeza.
—No. Los estirones en la etapa de crecimiento.
Bajo la cuchara, intrigada con su historia. Nunca he
conocido a nadie más alto de metro ochenta y cinco.
—¿Tuviste más de uno?
Mastica más despacio mientras medita sobre mi pregunta,
sin estar seguro de querer responderla. Una vez más, me
preocupa haber ido demasiado lejos con mi interrogatorio,
pero entonces responde, mientras mira fijamente su plato.
—Creo que di el primer estirón alrededor de los doce años.
Crecí dos palmos durante el verano. Luego vino otro cuando
tenía unos quince años. El tercero fue más o menos a los
dieciocho. —Me mira con una sonrisa irónica—. Digamos
que me dejó un montón de estrías en la espalda.
—Uau. Entonces ¿cuánto mides?
—Dos metros diez.
No sé por qué, pero eso hace que mi corazón dé un
brinco.
—Madre del amor hermoso…
Agarro la cuchara y hago como si fuera a tomar otra
cucharada más, aunque ya no quede nada en el plato. Me
temo que lo he insultado con mi reacción, así que me
esfuerzo por recoger los pedazos de la conversación
mientras reúno los restos de salsa y los aparto al borde del
plato.
—Eso es realmente increíble. Apuesto a que siempre
llegas a todo en los estantes superiores de la cocina. —Me
dan ganas de darme un golpe en la frente con la cuchara.
«Qué ocurrente, Jenny». Es como si nunca hubiera hablado
con un hombre.
Él se ríe.
—Todavía no he encontrado ningún estante al que no
pueda llegar, sin contar los de los supermercados Costco,
claro. Pero se me da muy bien la escalada, así que creo que
también podría con esos.
Suspiro con envidia.
—Ni te imaginas los problemas que tengo por medir solo
un metro sesenta.
—Vaya, ¿en serio? —Baja la cuchara—. Cuéntamelo todo.
Sé que se está burlando de mí, pero yo le sigo la
corriente.
—Bien… Tengo un taburete que he de llevar conmigo por
la casa a todas horas para poder acceder a la despensa, al
armario de la ropa blanca y a mi ropero.
Hago como que arrugo el ceño para asegurarme de que
quede impresionado por mi muy triste historia.
—Pobrecilla. Nunca habría sospechado lo difícil que es ser
tan menuda.
Su sonrisa se ha torcido hacia abajo en una mueca de
dolor muy exagerado.
Sé que no lo ha dicho como un cumplido, pero que me
haya llamado «menuda» me hace muy feliz.
—Sí. Esa es mi lucha personal. Aunque no me gusta
quejarme. Solo sufro en silencio… Intento ser fuerte por
todas aquellas personas con problemas de estatura que se
ven reflejadas en mí…
Se ríe y se recuesta en la silla. Luego se limpia la boca con
una servilleta que después tira sobre la mesa. Entrelaza las
manos y las coloca detrás de la cabeza, echándose hacia
atrás para poder mirar el techo.
—Ahhh… —se limita a exclamar.
—Entonces, dices que tu hijo podría ser alto para su edad,
¿eh?
Dev mueve la cabeza a derecha e izquierda, y usa las
manos para frotarse el cuero cabelludo. Luego, sin previo
aviso, se inclina hacia delante, se levanta y agarra nuestros
dos platos vacíos para llevarlos al fregadero.
Estoy aturdida por su súbita reacción, preguntándome si
me habré perdido algo. Siento como si debiera disculparme,
pero no sé exactamente por qué. «¿Es de mala educación?
¿Preguntar por la altura de su hijo?». Supongo que no estoy
acostumbrada a hablar con los hombres sobre sus hijos. Por
lo general, solo interactúo con las otras madres mientras
esperamos a que los niños salgan de la escuela, y todas
parecen estar muy felices de comparar las alturas y el peso
de sus hijos. De hecho, es casi como una competición. Dev
enjuaga los platos en el fregadero, pero justo cuando estoy
a punto de pedirle disculpas, se pone a hablar.
—No estoy seguro de dónde se sitúa mi hijo en cuanto al
percentil de altura.
Tengo unas diez preguntas en la punta de la lengua, pero
no soy del todo sorda, tonta y ciega ante el lenguaje
corporal. Veo que es un tema del que no quiere hablar, por
el motivo que sea. Tal vez él piensa que es tarea de la
madre preocuparse por esas cosas. Tal vez se sienta mal por
el hecho de que la madre de Jacob no está ni tiene pinta de
aparecer en escena.
Mi boca pasa al modo de piloto automático mientras él
limpia la cocina.
—El caso es que mi hijo es francamente bajito para su
edad. Supongo que ha salido a los dos, a su padre y a mí.
Mis dos hijas, en cambio, son tan altas que casi se salen de
la tabla de percentiles. No sé si se mantendrán en esa altura
hasta la adolescencia, pero por si acaso, voy a cruzar los
dedos.
—No querrás que tengan que luchar con todos esos
problemas de estatura a los que has tenido que enfrentarte
tú… —No puedo verle la cara, pero percibo la sonrisa en su
voz.
—Exactamente.
Ufff. Me siento aliviada de que no parezca estresado.
Espero que eso signifique que no lo he ofendido por
completo.
—¿Cómo se llaman? —me pregunta.
—Mi hija mayor se llama Sophie y tiene diez años. Mi hija
mediana es Melody, y tiene siete. Y mi hijo Sammy no ha
cumplido todavía los cuatro. Su cumpleaños es el mes que
viene. Las dos mayores son bastante fáciles, pero él es un
terremoto.
Dev regresa a la mesa cuando termina de recoger, da la
vuelta a la silla y se sienta a horcajadas sobre ella. Cruza los
brazos sobre la parte superior del asiento, dedicándome
toda su atención.
—Creo que es porque es un chico. Mi hijo siempre va
acelerado, a cien kilómetros por hora. Odio decir esto, pero
a veces me muero de ganas de salir de casa e irme a
trabajar.
Tengo que reírme.
—Sé exactamente lo que quieres decir. —Miro el reloj y
luego se lo enseño—. No dejo de mirar qué hora es para ver
cuánto tiempo me queda de mi fin de semana sin niños.
—Ah. ¿Se han ido? Pensé que estaban con una niñera.
—No, no; están en casa de mi ex hasta el domingo por la
tarde. —Hago una pausa un momento—. ¿Por qué creías
que estaban con una niñera?
Se encoge de hombros.
—No sé. Supongo que tenías tanta prisa por salir de aquí,
que pensé que tenía algo que ver con tus hijos.
—No lo entiendo —digo, con una voz sin duda más aguda
de lo normal.
—¿No entiendes qué?
—¿Es que aquí dentro estáis completamente disociados
del mundo real?
—No lo creo.
Señalo hacia la puerta por la que entramos para acceder a
esta habitación.
—Hace media hora, tú y yo estábamos encerrados juntos
en una habitación del pánico porque alguien intentaba
entrar en vuestra nave industrial en pleno mediodía. —
Levanto un dedo para callarlo, sabiendo que está a punto de
corregirme la hora del día—. Medio día, media tarde, lo que
sea. Todavía hay luz fuera. La gente no irrumpe en las sedes
de las empresas de otras personas cuando todavía hay luz.
—Estoy de acuerdo.
No sé qué decir a eso. Se supone que debería ponerse a
discutir conmigo.
Toma el control de la conversación.
—No es algo que se vea todos los días, eso seguro. En
este punto ni siquiera estamos seguros de que fuera un
intento de robo. Y siento todo el jaleo de la habitación del
pánico. Es solo que… no eres parte del equipo y sé que no
estás entrenada para ese tipo de cosas, así que me excedí
un poco en mis funciones tratando de protegerte.
Ahora me siento mal por ser desagradable con él. Y por
pensar que es tonto de remate. Quizá simplemente es un
hombre… protector. Como un lobo. Los programas de lobos
en Animal Planet son de mis favoritos. Me sale una voz
tensa.
—Te agradezco que quisieras protegerme y hacer lo que
creías que era mejor en ese momento.
Siento como si estuviera a punto de llorar. Siempre he
querido tener un hombre a mi lado con el que poder contar,
que nos protegiera a mí y a mis hijos cuando las cosas se
pusieran feas. Cierto, a mí no me dio resultado, pero eso no
significa necesariamente que tenga que ser así para todo el
mundo. Tal vez Dev sea el paquete completo. Tal vez es un
buen padre y, además, un buen hombre. Algún día será un
gran marido, si se da el caso.
Al pensar eso, me doy cuenta de que me siento muy feliz
por mi hermana. A pesar de que tiene que trabajar con
estos locos, tiene un hombre a su lado que sé que sería
capaz de encajar una bala por ella. Y es genial con su perra,
Sahara, y con el perro de May, Felix, así que tal vez también
sea un buen padre. Casi estoy a punto de creer que, si una
bala lo alcanzara, no le haría daño. Parece un superhéroe. Y
ahora, cuando miro a Dev, veo esas mismas cualidades en
él.
Él asiente, aceptando mi disculpa tácita.
—Tienes que entender que esta clase de cosas no son
normales para mí, eso es todo. Y tampoco es normal para
mi hermana. La verdad es que no entiendo por qué trabaja
aquí. —Sienta muy bien poder decir eso en voz alta.
Dev se limita a mirarme fijamente y me cuesta leer la
expresión de su rostro y su lenguaje corporal.
—¿Por qué me miras así?
—Me pregunto si me estás diciendo la verdad, o si me
estás diciendo lo que quieres que sea la verdad.
—Te estoy diciendo la verdad, por supuesto. —«Pero ¡qué
impertinente! ¿Se puede saber a qué viene eso?». Ya he
vuelto a enfadarme… Intentar hablar de cosas triviales con
él es como montar en una montaña rusa.
Pasa a modo silencioso una vez más.
Mis niveles de buen humor están agotándose por
momentos.
—¿Quieres hacer el favor de explicarte? —Resisto el
impulso de empezar a dar golpecitos con el pie.
Se encoge de hombros.
—La pregunta es, ¿quieres que me explique?
Me cruzo de brazos y me recuesto en la silla.
—Sí, Dev. Me encantaría que me explicaras qué crees que
estoy pensando o diciendo. —«Exacto. Él no me conoce».
—Eres la hermana mayor, ¿verdad? —No parece sentirse
intimidado por mi actitud desafiante.
—Sí.
No sé por qué estoy a la defensiva por el hecho de ser la
primera por orden de nacimiento, pero parece ser un
demérito en esta evaluación o lo que sea a lo que esté
sometiéndome.
Ladea la cabeza.
—Apuesto a que cuando erais pequeñas, tú eras la
protectora. ¿Tengo razón?
Miro alrededor antes de contestar, para ganar tiempo.
Realmente me molesta que ya haya adivinado cómo es mi
vida. Solo me conoce desde hace una hora, y no tengo la
impresión de que May y Dev se hayan sentado alguna vez a
compartir confidencias. Odio pensar que soy un libro
abierto. Los libros abiertos son aburridos; ser misteriosa es
mucho más sexy.
Casi me echo a reír a carcajadas. ¿Sexy yo? ¡Ja! Tal vez
hace diez años, pero ahora no, y tampoco en un futuro
cercano.
Dev espera mi respuesta. Odio admitir que tiene razón,
pero lo que es verdad, es verdad.
—Es posible que fuera la hermana protectora. De vez en
cuando.
—No, yo diría que probablemente lo eras con frecuencia.
Pongo los ojos en blanco. «Me ha pillado».
—Como tú digas.
—Tu familia atravesó un momento muy duro para las dos.
¿Quizá teníais un padre con el que era difícil convivir?
Descruzo los brazos y apoyo las manos en los bordes de la
silla para ponerme de pie. Creo que estoy experimentando
esa sensación que suele describirse como estar en la línea
de fuego. Y esas luces del comedor parecen demasiado
brillantes. Unos oscuros recuerdos relacionados con los
problemas de mi padre con el alcohol y las agresiones que
siempre los seguían llaman a esa puerta cerrada de mi
cerebro. «¡Sácame de aquí! ¡Estás a punto de
derrumbarte!»
—Esa es una pregunta bastante personal, ¿no crees?
—Me has preguntado qué pensaba, y te lo he dicho.
Cuando miras a tu hermana, supongo que ves a una chica
frívola, irresponsable pero inteligente que aún necesita tu
protección… de vez en cuando. —Me guiña un ojo para
quitarle hierro a su burla.
Me muero de ganas de llevarle la contraria a este hombre,
pero me lo pone muy difícil. Acaba de describir a mi
hermana y nuestra relación con una precisión absoluta.
«¿De verdad soy tan fácil de leer? Maldita sea. Nunca voy a
ir a Las Vegas. Perdería hasta la camisa».
—¿Y qué? —Me encojo de hombros, como si no tuviera la
menor importancia que acabara de meterse en mi cabeza y
hubiese estado a punto de despertar algunos fantasmas de
mi pasado cuando apenas me conoce—. ¿Y qué pasa si la
veo de esa manera? No es ningún insulto para ella. Mi
hermana sabe que a veces puede ser caprichosa e
irresponsable. Y sabe que la quiero de manera
incondicional.
—No hay nada de malo en que tengas esa visión de tu
hermana, excepto por el hecho de que yo diría que es
inexacta.
Lo miro arqueando una ceja.
—Ya. Así que conoces a mi hermana mejor que yo. ¿Es lo
que intentas decirme?
—No exactamente, pero te diré una cosa: a diferencia de
ti, no tengo ideas preconcebidas de tu hermana basadas en
las experiencias que podría haber vivido antes. No sabía
nada sobre su pasado antes de que empezara a trabajar
aquí. Así que cuando la vi por primera vez y empecé a
relacionarme con ella, me formé una opinión basada en
quién es hoy como mujer adulta.
Se inclina para acercarse más a mí, pero no retrocedo, a
pesar de que está a punto de darme un síncope de tenerlo
tan cerca.
—Y lo que veo, en primer lugar, es un gran corazón.
También veo que es muy inteligente y que tiene mucha
capacidad crítica. Es muy fácil entrenarla y formarla porque
tiene una mente ávida y abierta, cosa que es un gran activo
en este negocio. Es increíblemente artística y tiene mucho
talento detrás de la cámara. Y siente una pasión por la
aventura de la que ni siquiera creo que fuese consciente
cuando cruzó nuestras puertas.
Debo admitir que estoy bastante impresionada. Se me
enternece el corazón al escuchar a este hombre describir a
mi hermana de esa forma tan halagadora. ¿Quién no querría
ser todas esas cosas? No sé si estoy de acuerdo con todo lo
que dice —en especial con eso de que le gusta la aventura
— porque en nuestra vida he visto justo lo contrario, pero
eso no le resta fuerza a sus palabras.
—Vaya. Qué cosas tan bonitas dices…
—Y es todo verdad. Sin ningún adorno. —Sonríe.
Estoy a punto de decirle la única pega que le pongo a sus
argumentos, que, como yo, mi hermana nunca ha querido
correr un solo riesgo en toda su vida —al menos hasta hace
poco—, cuando la puerta se abre y tres personas entran en
la zona de la cocina e interrumpen de golpe nuestra
conversación.
Capítulo 7

May es la primera en cruzar la puerta. Detrás de ella está


Thibault, y la última persona en entrar es Ozzie. May intenta
parecer alegre, pero tiene esa expresión enloquecida en los
ojos, así que sé que está ocultando sus verdaderas
emociones. Los otros dos tienen cara de ir a un funeral.
Me pongo de pie.
—¿Qué pasa?
Dev habla antes de que alguien pueda responder.
—¿Habéis descubierto qué ha ocurrido?
—No exactamente —responde Thibault.
—¿Por qué no nos sentamos todos para poder discutirlo?
—sugiere Ozzie.
Estoy a punto de decirles que me niego, que yo me largo
de aquí y que me trae sin cuidado lo que está sucediendo,
pero la expresión en la cara de mi hermana me frena. Me
mira con sus ojos de cachorro. Maldita sea… Otro intento
frustrado…
—Está bien. —Me siento, lanzando un prolongado suspiro
de sufrimiento.
May me las va a pagar por meterme en este lío y
obligarme a permanecer en él. Y muy pronto, además. Nada
de esas tonterías de que la venganza es un plato que se
sirve frío. A mí me gusta la venganza bien caliente y fresca,
cariño. Humeante, para que queme a rabiar.
Una vez que todos están sentados, Ozzie se inclina hacia
delante y apoya los antebrazos sobre la mesa, juntando las
manos. Recorre el espacio con los ojos, y nos mira uno por
uno antes de hablar. Es una técnica muy efectiva para
lograr un silencio total.
—Hemos presentado una denuncia y hemos hablado con
un detective del Departamento de Policía de Nueva Orleans.
La puerta de la entrada ha sufrido daños por valor de
doscientos o trescientos dólares, pero no es tan importante,
porque todavía funciona. —Se vuelve a mirarme—. Sin
embargo, tu automóvil está aparcado fuera.
Espero a que diga algo más, pero parece que él espera
que le responda. Me encojo de hombros.
—Sí, lo está. —Entonces caigo en la implicación de sus
palabras y me invade un sentimiento de ira—. ¿Le han
hecho algo a mi vehículo también? —Mi seguro es con una
franquicia muy baja… «Esto me va a doler».
Sacude la cabeza.
—No, no le ha pasado nada.
Una sensación de alivio me recorre todo el cuerpo.
—Pero me preocupa que el responsable de los daños a
nuestra puerta se haya fijado en él.
Abro la boca, con la impresión de que debería decir algo,
pero no tengo ni idea de cuál sería una respuesta adecuada.
Simplemente no entiendo cuál es el problema. Es un
maldito aparcamiento. ¿Dónde si no iba a haber aparcado?
Miro a los demás en busca de señales que me confirmen
que están conmigo. Esto no tiene sentido, ¿verdad? ¿O soy
solo yo?
Cuando mi hermana empieza a hablar, lo hace con voz
sosegada y suave. Así es como les habla a mis hijos cuando
intenta convencerlos de que se vayan a la cama a su hora y
teme que le planten cara y protesten. Se me ponen los
pelos de punta y se quedan así, tiesos.
—Jenny, no estamos del todo seguros de quién es el
responsable de los daños. Naturalmente, esperamos que
haya sido algo fortuito, que algún borracho se haya puesto
a hacer trompos como loco en el aparcamiento o algo así, y
se haya estrellado contra la puerta por accidente. Pero no
podemos ignorar el hecho de que ahí fuera hay gente
indeseable a la que le gustaría interponerse en nuestro
camino.
La miro como si estuviera loca.
—Pero ¿qué dices, May?
Thibault me dedica una sonrisa tensa.
—Nos dedicamos a la seguridad. También trabajamos con
la policía local para ayudar a presentar acusaciones
fundadas o encontrar pruebas de causa probable para
obtener órdenes de registro y de detención de ciertos
criminales prófugos. La mayor parte de nuestro trabajo se
realiza de forma confidencial y discreta, pero de vez en
cuando, alguien se da cuenta de nuestra participación, y
ocasionalmente tenemos que lidiar con amenazas.
—¿Amenazas? —Odio lo débil que suena mi voz.
May habla antes de que pueda hacerlo alguien más.
—Probablemente no sea nada. Solo estamos tomando
todas las precauciones posibles, como hizo hoy Dev cuando
te encerró en la habitación del pánico.
Lo mira de reojo.
Dev pone los ojos en blanco.
—Ya le he pedido disculpas. Lo ha entendido. —Me mira—.
¿Verdad, Jenny? Entiendes que no fue intencionado…
Todavía estoy procesando toda la parte de la amenaza.
—Sí, lo que tú digas. —Dirijo mi atención a Ozzie—.
Entonces, me estás diciendo que solo porque tenía el
automóvil aparcado fuera y unos desgraciados decidieron
venir aquí y… no sé cómo decirlo… asaltar vuestra
fortaleza, ¿ahora estoy involucrada de algún modo en
vuestros problemas? —Niego con la cabeza—. No. No lo
acepto. De ninguna manera. —Me pongo de pie, cansada de
juegos, cansada de estos obsesos de las conspiraciones y
cansada de estar alojada en el Hotel California en contra de
mi voluntad.
Dev me mira.
—¿Adónde vas?
Me sale una voz tan fuerte que rebota en las paredes.
—¡Me voy a mi casa! —Miro a mi hermana, parándome un
momento para bajar el volumen unos cuantos decibelios—.
Lo siento, May, pero esto es ridículo. Puede que esta sea la
vida que has elegido para ti, y sabe Dios que no consigo
entender por qué, pero esto no es algo en lo que quiera
participar. —Miro a Ozzie—. Gracias por la oferta del trabajo
como freelance, pero me temo que tendré que rechazarla.
—Desplazo la mirada hacia las otras personas en la mesa—.
Ha sido un placer conoceros a todos. Y sin ánimo de
ofender, pero espero no volver a veros a ninguno.
Recojo el bolso del suelo, al lado de la silla, y camino
hacia la salida. Agarro el tirador y trato de empujarlo hacia
abajo para abrir la puerta, pero no pasa nada. No me doy la
vuelta para hablar porque, si les veo las caras, me pondré a
gritar otra vez. Sabían que iba a estar cerrada y aun así me
han dejado llegar hasta la puerta solo para verme hacer el
ridículo. Cabrones.
—Como no venga alguien aquí ahora mismo a introducir el
código secreto en este teclado numérico, voy a ponerme a
romper cosas a lo bestia.
Oigo el ruido de las sillas y luego unos pasos. Percibo una
voz familiar detrás de mí.
—Déjame que te la abra.
Una mano gigante aparece sobre mi hombro y presiona
un código de cuatro dígitos en el teclado. Hay un clic que
me dice que los engranajes del interior de la cerradura se
han movido y que ahora soy libre de irme.
Abro la puerta y entro en una habitación llena de espadas
y otras armas de aspecto ridículo. ¿Quién necesita
nunchakus con bolas con púas? Una luz se enciende
automáticamente e ilumina el espacio que me pasó
desapercibido al entrar. Hay otra puerta en el otro extremo
con otro teclado.
—Joder… Esto es como una cárcel… —Ni siquiera voy a
hacer ningún comentario sobre todas las armas tan
estrafalarias que me rodean.
—No te preocupes, estoy justo detrás de ti.
Es Dev otra vez. Estoy verdaderamente enfadada
conmigo misma, porque quiero estar enfadada con él, y
quiero culparlo por todo lo que está sucediendo en este
momento, pero es tan amable que me resulta imposible.
Decido que Ozzie es un mejor objetivo. Fue él fue quien
trajo a mi hermana a este lugar y, de algún modo, la
convenció para quedarse. Es él quien dice que debería estar
preocupada por haber aparcado junto a la nave.
Llegamos a la siguiente puerta y espero impacientemente
a que Dev la abra. Se sitúa junto a mí y apoya la mano en el
teclado, pero no hace nada. No lo miro, porque ver esos ojos
y ese hoyuelo acabará con mi actitud decidida.
—Tú solo introduce el código y déjame salir.
Se aclara la garganta.
—¿Puedo llamarte alguna vez?
En ese instante, el corazón casi se me para por completo.
En realidad, ahora mismo me duele bastante en el pecho.
Dev quiere gastarme una broma cuando estoy de lo más
vulnerable. Ufff, es peor que el pez león y el caballito de
mar. Se parece más bien al rape, que se pega a la hembra y
se funde con su piel, hasta que al final solo es un simple
bulto repugnante en su lomo.
Me llevo la mano al corazón y me vuelvo para mirarlo.
—¿Es algún tipo de broma? ¿Esto te resulta gracioso?
Niega con la cabeza.
—No. Tal vez no sea el momento más oportuno, pero…
Me río airadamente.
—Sí. Casi es el peor momento que habrías podido elegir.
—Señalo hacia el teclado con la barbilla—. Necesito irme a
casa. Por favor, Dev.
Tengo ganas de llorar. Me parece que me estaba invitando
a salir con él, pero eso no es posible. ¿Por qué iba a hacerlo?
Soy una madre que parece una adicta a los helados, y he
sido muy, muy desagradable con las personas a las que
llama su familia. E incluso si lo dice en serio, yo no podría.
Este no es mi mundo. Él es guapísimo y tierno, y seguro que
es un buen padre y todas esas cosas, pero también es un
Bourbon Street Burro.
Introduce el código en el teclado sin decir nada más y, sin
dudarlo, agarro el pomo de la puerta y lo abro para poder
salir a la escalera. Me dan ganas de gritar y de tirarme de
los pelos cuando veo otro panel de teclas en la puerta
principal, pero entonces advierto que Lucky está allí y me
saluda con la mano.
—¿Podrías abrirle la puerta a Jenny? —le grita Dev a su
compañero.
Lucky parece un poco confundido.
—¿Es que se va?
No espero a que Dev se lo confirme.
—¡Sí! Me voy.
Bajo las escaleras con paso firme, agarrándome a la
barandilla con fuerza, porque si me caigo ahora terminaré
en el hospital, y no tengo tiempo para esas tonterías.
Necesito irme a casa. «Bañera. Dormir. Niños».
Lucky se encoge de hombros y luego se vuelve para
introducir el código. Estoy al pie de las escaleras cuando la
puerta grande comienza a abrirse. Lo admito, una pequeña
parte de mí teme que vaya a haber un tipo malo con una
ametralladora plantado ahí fuera, pero cuando lo único que
me recibe al otro lado es la noche sofocante con olor a río
Misisipi, me relajo. Creo que hoy me ha circulado más
adrenalina por las venas que en todo el último año. Me
siento como si estuviera bajo los efectos de una potente
droga. No me extraña que tenga estos pensamientos
ridículos sobre hombres y animales y caballitos de mar…
—Ten cuidado —dice Dev desde algún lugar a mi espalda.
—Sí, no te preocupes.
No me ve poner los ojos en blanco. Esta gente está loca.
Pues claro que voy a tener cuidado. Lo único que voy a
hacer es subirme a mi coche, conducir hasta casa y
meterme en la bañera. Eso es. Ah, y también me voy a
beber una botella entera de vino yo sola. Y luego, si tengo
suerte, encontraré una buena película romántica en la tele,
me comeré unas palomitas de maíz acompañadas de un par
de bolas de helado y me quedaré dormida en el sofá. Nunca
puedo hacer eso cuando mis hijos están en casa. Abrazar el
estilo de vida de los amantes de mantita, sofá y tele, ese es
mi único objetivo. «Adictos a los helados, ¡uníos!».
Esta es mi oportunidad de vivir como si fuera una soltera
sin hijos de nuevo. Como si no tuviera responsabilidades y
las calorías no importasen. No me puedo creer que haya
estado a punto de fastidiarlo todo trabajando en mi día
libre. ¡Ja! Pero ¿qué chaladura es esa? Puedo irme a casa
ahora mismo y fingir que acabo de graduarme de la
universidad y que me voy a comer el mundo, y que hay un
hombre ahí fuera que es un marido fabuloso y un padre
excepcional esperando a robarme el corazón, mirarme a los
ojos y decirme: «Jenny, ¿tienes idea de lo increíble que
eres? Eres divertida, inteligente, aventurera…».
Mierda. Es la voz de Dev la que oigo resonar en mi
cabeza, y casi me echo a llorar cuando me doy cuenta de
que no es a mí a quien está describiendo, sino a mi
hermana. Hay chicas que se quedan con toda la suerte para
ellas.
Abro la puerta del automóvil y subo. Arranca
inmediatamente y el climatizador me abofetea en la cara,
con un aire caliente y húmedo que hace que la perspectiva
de un baño caliente de espuma empiece a parecerme muy
mala idea. Sudar dentro de la bañera es asqueroso. De
acuerdo, así que ahora la bañera ha quedado oficialmente
descartada, cosa que hace que me den ganas de dar un
puñetazo a algo. ¿Qué más podría salir mal hoy?
Empiezo a circular y me niego a mirar por el espejo
retrovisor a la nave industrial, ese lugar terrible que me ha
robado a mi hermana y mi baño de espuma. Cuanto más
pienso en las personas de ahí dentro y en lo que hacen, y en
lo que está metida mi hermana, más me entristezco. A tres
kilómetros del puerto, me echo a llorar. Lloro casi todo el
camino a casa, y ni siquiera sé por qué son esas malditas
lágrimas. ¿Son por May? ¿Son por mí? ¿Por mis errores
pasados, o por el futuro que nunca tendré? Tal vez sean por
todo lo anterior. Está claro que tendré que ir a un médico a
que me examine la cabeza, porque estoy fatal de la azotea.
No hay suficiente helado en todo New Orleans para arreglar
esto.
No estoy segura de cómo he llegado a casa. Mi cerebro se
hizo cargo de todo y puso a mi yo conductora en piloto
automático. Recuerdo que me fui de la nave industrial y
luego llegué a mi vecindario. Espero no haber atropellado a
nadie con tanto aturdimiento.
Después de aparcar en el camino, entro en casa. Estoy
tan cansada que subo directamente al dormitorio y me
desplomo boca abajo en la cama. No cruza ni un solo
pensamiento por mi cabeza antes de quedarme
profundamente dormida.
Capítulo 8

Un sonido vago, procedente de algún rincón de la casa,


penetra en la neblina del sueño que me inunda el cerebro.
En mi estado de duermevela, me imagino que tengo algo
dentro del microondas, y que es hora de que saque el plato.
Oigo un nuevo golpe, más fuerte esta vez, o eso parece. Por
lo visto, mi microondas tiene vida propia. Me está llamando:
«¡Ven a buscar tu comida de una vez!».
Cuando me despierto del todo, me doy cuenta de que no
es el microondas el que está hablando conmigo: es el
teléfono. Alguien me ha enviado un mensaje de texto. Lanzo
un gemido, porque ya sé quién me ha despertado, y me
lamento por tener el típico oído de madre de tres críos
pequeños. Esta mierda es biónica.
—¡Déjame en paz, May!
Agarro una de mis almohadas y me tapo la cara con ella.
Podría volver a dormirme tranquilamente, salvo por el hecho
de que me huele el aliento, a rayos, para ser exactos.
«Maldita sea… ¿y ese olor? ¿Cómo ha ocurrido eso?».
Entonces recuerdo el jambalaya.
—Puaj.
Tiro la almohada al suelo y me digo a mí misma que
lavaré la funda más tarde. Estoy segura de que he estado
babeando con mi aliento apestoso de jambalaya. Doble
puaj. No pienso contestar a ese mensaje de texto, pero
ahora estoy demasiado despierta para volver a dormirme.
Me levanto de la cama y me arrastro hacia el baño,
demasiado agotada mentalmente para levantar los pies a
más de unos milímetros de la moqueta. Una vez allí, me
miro al espejo y contemplo el espectáculo de terror que es
mi cara.
Se me ha corrido el maquillaje, desde los ojos hasta la
mandíbula. Me sorprende no haber provocado ningún
accidente de tráfico en el camino a casa con esta pinta;
cualquiera que me haya visto habrá pensado que soy una
zombi lista para comerme su cerebro. Tengo un enorme
enredo en el pelo, por detrás, y llevo el lado izquierdo del
peinado aplastado como si lo tuviera pegado con
pegamento.
—Pero qué guapa… ¡Estás preciosa!
Me llevó las manos a las mejillas y las empujo hacia
dentro, arrugando toda la cara durante unos segundos. Lo
cosa no mejora nada.
Cuando Miles anunció que ya no me quería y que me
dejaba con tres niños pequeños para poder empezar una
nueva vida solo, lloré mucho, y en el proceso se me
corrieron montones de kilos de maquillaje. Ya ha pasado un
año, así que creía que eso de tener ataques repentinos de
llanto en mitad del día había pasado a la historia, igual que
lo de vomitar sin motivo en los momentos más inoportunos,
y lo de comer cantidades excesivas de helado de Ben &
Jerry’s. Pero, por lo visto, no es así. Por lo visto, aún tengo
algún tema emocional sin resolver en el que debo trabajar.
Quién lo iba a decir…
Mi teléfono suena de nuevo. Ahora ya recuerdo dónde lo
dejé; está al pie de las escaleras, en el bolso.
Probablemente debería cepillarme los dientes, quitarme el
maquillaje y hacer algo con mi pelo, pero, total, ¿para qué?
Los niños no están, no tengo vida más allá de ser su madre,
y mi hermana va a pasar todo el fin de semana con los
Bourbon Street Bobos, así que no he de preocuparme por si
se presenta aquí. Ella ya no tiene tiempo para mí. Está
demasiado ocupada con su nuevo y estúpido trabajo.
Arrugo la frente solo de pensarlo. Ahora parezco un zombi
enfadado. Le siseo a mi reflejo.
Podría ir de compras, aunque sea bastante tarde, pero la
verdad es que no tengo unos ingresos tan generosos como
para gastarlos alegremente en mí misma. Qué rabia me da
que me hayan tomado el pelo hoy, que casi haya tenido en
mis ávidas manos una tarjeta de regalo para el centro
comercial y quinientos dólares extra para gastar. Eso no es
algo que me pase muy a menudo. Suerte tengo si recibo los
cheques con la pensión alimenticia de mis hijos a tiempo, y
mi jefe no cree en las pagas extra.
Un pensamiento fugaz cruza por mi mente. Podría trabajar
como freelance. No tiene que ser en la nave industrial;
podría ser en cualquier parte. Podría buscar en internet
alguna de esas webs de profesionales freelance e
inscribirme. Y tampoco tendría por qué aceptar cualquier
trabajo; podría sondear simplemente cómo está el mercado
ahí fuera. Llevo años diciendo que quiero hacerlo, pero
siempre estaba demasiado ocupada con los niños.
Demasiado preocupada por el riesgo. Una madre soltera no
puede darse el lujo de quedarse sin un sueldo, algo que
puede pasarle a un profesional independiente. Y trabajar
como freelance sin dejar mi empleo implica pasar menos
tiempo con mis hijos, lo cual, definitivamente, no es una
opción, sobre todo con un ex como Miles, que nunca toma el
relevo. Mi reloj dice que aún me quedan más de treinta
horas antes de que regresen. Es suficiente tiempo para
comenzar el proceso…
Se me acelera el corazón solo de pensarlo. «Demasiado
riesgo. Olvídalo. Debes tener los pies en la Tierra, Jenny».
Sabiendo que no estoy en situación de alterar todo mi
mundo cambiando de trabajo, trato de imaginar cómo
podría mejorar un poco las cosas. Me muerdo el labio
mientras lo pienso. No tengo que cambiar mi vida laboral.
Podría simplemente… intentar salir más. Incluso podría
inscribirme en una de esas webs de citas online. Conocer a
alguien interesante. Simplemente salir a tomar un café de
vez en cuando. Empezar despacio. Arreglarme y sentirme
guapa para variar.
Me miro en el espejo otra vez y me río.
—Sí, claro. Adelante, Jenny, hazte un selfie. Sube tu foto
con esa pinta de zombi al perfil de tu web y a ver cuántas
solicitudes recibes.
Maldita sea. Por el aspecto que tengo ahora mismo, no
habrá un solo hombre en toda Luisiana que quiera salir a
tomar un café conmigo. Ni siquiera esos tipos del pantano
que casi no tienen dientes y que consiguen pescar peces
porque prácticamente les dejan que se les coman un brazo
entero. Hasta tiene un nombre, eso de pescar con las
manos: noodling, lo llaman. Bueno, pues ni siquiera un
noodler querría salir conmigo, así de mal tengo el tema.
Me saco la lengua, luego me doy la vuelta y apago la luz
al salir del baño. Bajo las escaleras y, haciendo caso omiso
de mi bolso y del teléfono que hay dentro de él, voy directa
a mi pequeño despacho, a la izquierda de la puerta
principal. Solo voy a investigar un poco y ver qué hay en
esas webs de profesionales freelance. No es nada. No pierdo
nada por mirar, ¿verdad? No hay ningún riesgo. Estoy a dos
pasos de la habitación cuando me doy cuenta de cuál es mi
problema. De mi gravísimo error.
—¡Maldita sea!
Me vuelvo y corro hacia el bolso para abrirlo de golpe,
sabiendo de antemano qué es lo que voy a encontrar
dentro: nada.
Cierro los ojos y trato de repetir mentalmente los pasos
que seguí después de salir de la habitación del pánico. «¿Me
llevé el portátil conmigo?». Sé que agarré el bolso, pero no
recuerdo haberme llevado el ordenador. Y no recuerdo
haberlo metido en el coche, como tampoco recuerdo
haberlo dejado aquí dentro de la casa, en alguna parte.
«¡Mierda, mierda y otra vez mierda!».
Solo por si mi memoria me falla, agarro las llaves y salgo
corriendo. Los vecinos ya me han visto en mis momentos
más bajos durante todo este año pasado, así que no me
preocupa que alguno de ellos me vea con mi último look de
zombi chic. Que piensen lo que quieran.
Presiono la cara contra la ventanilla del conductor y
examino el interior. Lo único que veo son los restos de
porquería habitual que suele estar diseminada por el
vehículo que hace las veces de taxi para tres niños
pequeños.
Abro la puerta de atrás de todos modos, tratando de no
dejarme dominar por el miedo, y me subo al asiento.
Mirando a mi alrededor, murmuro enfadada conmigo
misma.
—Vamos, maldito cacharro. Tienes que estar aquí. ¡Que
estés aquí te digo! —La porquería vuela por todas partes
mientras revuelvo la zona del asiento trasero. Casi he
conseguido convencerme de que mi portátil está aquí,
enterrado debajo de algo. Tiene que estarlo.
Encuentro tres zapatos desparejados, dos cajas de comida
rápida con envoltorios vacíos dentro, unas cien patatas
fritas petrificadas y esparcidas por todas partes, y el
corazón de una manzana podrido metido entre dos asientos.
Estoy tan asqueada con mi vida que ahora ni siquiera soy
capaz de comprenderla. ¿Cómo he llegado aquí? ¿Cómo he
podido caer tan bajo? Soy una zombi loca rebuscando entre
los restos de al menos cinco horribles tipos de comida para
niños que merecen algo mejor que el desastre de madre en
el que me he convertido.
Salgo del vehículo, cierro de un portazo y vuelvo a subir
los escalones de la entrada. No me puedo creer que me
haya olvidado el portátil en la nave industrial. ¡Mi ordenador
es mi vida! Me fui de allí haciendo tantos aspavientos…
¿Cómo voy a volver y tratar de recuperarlo como si tal cosa?
Pensarán que me lo dejé allí a propósito. Pensarán que
vuelvo para suplicar que me den ese trabajo como
freelance. La sola idea me pone tan furiosa que me dan
ganas de escupir. Y es justo lo que hago, allí mismo, entre
mis plantas. Dos veces.
Una vez dentro de la casa, respiro profundamente varias
veces en un intento por calmarme. Es evidente que estoy
reaccionando de forma exagerada como consecuencia de
haber sufrido una situación de «semipeligro». Estar
atrapada en una habitación del pánico por fuerza tiene que
dejar cicatrices, a pesar de que, técnicamente, no pasaba
nada malo, ¿verdad? Pero puedo asimilarlo. No pasó nada.
Estoy a salvo. Joder, si hasta seguramente fue ese idiota
que conducía la carretilla elevadora el que se estrelló contra
la puerta, pero allí todos están tan paranoicos que creen
que fue un gángster que fue a liquidarlos a todos con un AK-
47.
Da igual. No voy a volver allí. May tendrá que traerme el
ordenador. Y tendrá que hacerlo ya, porque lo necesito. A lo
mejor me da por apuntarme a una web de citas. A lo mejor
encuentro trabajo como freelance. Da igual. El caso es que
no puedo hacer nada sin mi portátil. Y es culpa suya que me
lo dejara allí, así que ahora tiene que solucionar esto.
Rebusco en mi bolso hasta que encuentro el teléfono. Hay
tres mensajes de May, todos mostrando preocupación y
preguntándome cómo me va.
Mis dedos escriben una respuesta.
Yo: Estoy bien. Me olvidé el portátil en la nave
industrial. Por favor, tráemelo cuanto antes. Está
en la habitación del pánico.
Hago rechinar los dientes mientras miro el teléfono y
espero una respuesta. Pasan los segundos. Empiezo a dar
golpecitos con el dedo del pie con impaciencia. Estaba
ansiosa por contactar conmigo hace apenas cinco minutos,
cuando me despertó de un sueño profundo en mi fin de
semana libre, y ahora, desaparece. Genial. Es
increíblemente genial para mi vida en este momento.
May: Está bien. Ningún problema. Enseguida voy.
Mi mandíbula hace cosas raras mientras leo el mensaje
varias veces. No me fío. Mi hermana nunca contesta de
forma tan breve ni tan complaciente. No sé si es que estoy
paranoica, si esto es algún truco, o si Dev tenía razón sobre
mi hermana y él realmente la conoce mejor que yo.
El solo hecho de pensarlo hace que me entren ganas de
arrojar el teléfono al otro lado de la habitación, pero no
tengo ni dinero ni suerte con estos estúpidos cacharros, así
que no lo hago. Sí que lo devuelvo al bolso y enfilo el pasillo
hacia la cocina. Se me acaba de ocurrir una idea.
Ahora tengo un nuevo plan: voy a obligar a May a
quedarse aquí conmigo en casa, a tomarse dos o tres copas
de vino y a explicarme exactamente qué diablos está
haciendo trabajando para esa panda de locos y viéndose
con ese tipo, Ozzie. Porque, vamos… Aparentemente, esa
gente es un imán para los delincuentes. Es peligroso
trabajar ahí, y ella es fotógrafa de bodas, por el amor de
Dios… No le hace falta ir por ahí con una panda de
aspirantes a policías solo porque pagan bien y tienen
muchas ventajas laborales. Antes ya le iban bien las cosas.
Y puede que no tenga hijos, pero es la tía de mis tres
tesoros, y eso conlleva cierta responsabilidad. Necesita
cuidar mejor de su propia seguridad personal. ¿Cómo podría
decirle a Sophie que su tía favorita, con la que planea irse a
vivir cuando cumpla los dieciséis años, está muerta? No, no,
no y no. Esto tengo que solucionarlo.
Satisfecha porque tengo un plan sólido y excelentes
razones para ejecutarlo, saco dos copas y me aseguro de
que haya una buena botella de vino enfriándose en la
nevera para cuando llegue. Se me pasa por la cabeza que
debería acercarme al espejo y tratar de adecentarme un
poco la cara, pero luego decido que seguramente es mejor
si me ve así de hecha polvo. Necesito ablandar ese
corazoncito suyo, y Dev acertó en una cosa: May tiene un
gran corazón.
En cuanto vea lo mucho que me afecta todo esto y lo
preocupada que estoy, tendrá el estado de ánimo adecuado
para entrar en razón. Voy a poner toda la carne en el asador
con esto. Siento que, en realidad, estoy salvándole la vida al
hacerlo.
La aplastante lógica de mi increíble plan hace que se me
hinche el corazón y que me sienta como si, por primera vez
en mucho tiempo, estuviera haciendo algo realmente
importante. Esa soy yo. Jenny la Superhermana Mayor. Id
con cuidado, chicos malos, porque nadie va a hacerle daño
a mi hermanita; no mientras yo tenga algo que decir al
respecto.
Capítulo 9

Oigo el ruido del coche de May al detenerse en el camino


de entrada, así que corro a la cocina y saco la botella de
vino de la nevera. No voy a preguntarle si quiere,
simplemente le serviré una copa y le insistiré para que se
sienta culpable si no lo hace.
Suena el timbre cuando estoy tirando del corcho. Me
detengo y frunzo el ceño mientras miro hacia el recibidor.
¿Desde cuándo llama al timbre?
—¡Está abierto! —grito, molesta. Ya sabe que no cierro la
puerta con el seguro cuando estoy en casa durante el día, y
además, tiene llave. Sirvo dos copas de vino casi hasta el
borde. Necesito que mi hermana se emborrache para
conseguir que entre en razón.
Sí…, es verdad. Estoy dispuesta a drogar a mi hermana
para que vea la luz. El código Superhermana Mayor permite
medidas extremas en situaciones de emergencia, y esto es,
definitivamente, una emergencia. La puerta chirría al
abrirse.
—¡Estoy en la cocina! —entono.
No quiero que sospeche nada, así que actuaré como si
todo fuera como la seda, como si solo quisiera un rato de
sintonía y confidencias con ella. No se esperará mi ataque
sorpresa, la bombardearé con consejos de hermana mayor
hasta que no le quede más remedio que rendirse.
Los tablones de madera del suelo crujen cuando May
avanza por el pasillo. Suelto la botella despacio, con una
pizca de confusión primero y miedo después flotando en mi
cerebro. Mi hermana no pesa lo suficiente para hacer crujir
los tablones del suelo…
—¿May?
No contesta. Ay, Dios… Alguien que no es mi hermana
está a punto de entrar en mi cocina… El taco con los
cuchillos está en el otro extremo de la habitación; es
imposible que llegue ahí a tiempo.
Aferro con fuerza el sacacorchos con el puño derecho y lo
subo hasta la altura del hombro, con el brazo levantado
hacia atrás. Si es uno de los malos y lleva pistola, entonces
no tengo nada que hacer, pero al menos intentaré hacerle
un agujero antes de caer, así conseguiré un poco de ADN.
Veo la serie CSI. Sé que bastan con unas pocas gotas.
Un gigante aparece por la puerta, agachándose para
evitar golpearse la cabeza con el marco al entrar en la
cocina. Me quedo plantada, olvidándome de mi arma y de
toda mi estrategia para recabar muestras de ADN.
—Hola, Jenny. —Sus ojos se desplazan de mi cara hasta mi
mano, y luego al arma punzante—. Deduzco que no me
esperabas.
Bajo el sacacorchos muy despacio hacia la encimera y lo
deposito allí con suavidad. Estoy tratando de controlar las
emociones que quieren correr a rienda suelta. Tiene mucha
suerte de que no llevara un cuchillo en la mano, porque
podría habérselo arrojado sin pensarlo dos veces, de lo
furiosa que estoy. No me puedo creer que mi hermana haya
enviado a Dev en lugar de venir ella. Se me parte el
corazón.
Sostiene mi portátil frente a él como un escudo.
—Vengo en son de paz.
Niego con la cabeza lentamente. Mi hermana ha violado
tantas secciones del Código de Hermanas hoy, que ni
siquiera sé por dónde empezar mientras intento enumerar
mentalmente todas sus transgresiones.
—¿Ese vino es para mí? —pregunta, echando un vistazo a
la encimera.
Miro las dos copas.
—No, en realidad, el vino era para mi hermana, pero
supongo que estaba demasiado ocupada para traerme el
portátil o para sentarse a charlar un rato conmigo.
No sé si llorar o tirar las copas de vino al otro extremo de
la habitación. Me planteo hacer las dos cosas. Dev da un par
de pasos más hacia la cocina y deja el portátil en la
encimera.
—Iba a traértelo ella misma, pero le pedí si podía hacerlo
yo.
Lo miro y pestañeo varias veces.
—¿Estás enfadada? —pregunta con cuidado.
Lanzo un suspiro.
—Contigo no.
—No te enfades con tu hermana; pensó que estaba
haciendo algo bueno.
—¿Algo bueno? ¿Evitándome?
—No. Enviándome a mí.
—¿Por qué el hecho de que vinieras tú iba a ser mejor que
el hecho de que viniera ella?
Se sonroja un poco y se encoge de hombros.
—No lo sé… Tal vez ella… —Se calla y mira el vino.
«Oh, Dios… ¿Mi hermana no…? No estará jugando a
emparejarnos a los dos, ¿verdad? ¡Aaargh!».
No puedo mirarlo a la cara; es demasiado embarazoso.
—No importa. Ten, toma un trago. —Le doy una copa y
derramo un poco de vino por el camino. Sujeto mi copa y
murmuro por lo bajo—. Yo voy a acabarme la copa, eso
seguro. —Doy un buen trago.
Dev toma la copa y la sostiene frente a él.
—Salud.
Yo ya he bebido un sorbo enorme, pero también levanto la
mía y brindo mientras las dos copas se tocan.
—Salud. —Me sale una voz tensa porque el vino me ha
raspado las cuerdas vocales o algo así.
Toma un sorbo y hace una mueca. Intenta sonreír, pero le
sale una cara muy rara.
—¿Qué pasa? —pregunto—. ¿No te gusta el vino?
—Sí, sí me gusta. Pero no… el vino blanco.
Resoplo al oír tamaña mentira.
—No, te refieres al vino malo. Lo entiendo. Supongo que
no soy de las que derrochan el dinero en alcohol. —Me
encojo de hombros mientras miro la copa de la que estoy
tomando otro sorbo. ¿Cuántos he bebido? ¡Qué más da!
¿Quién lleva la cuenta?
Él toma otro sorbo muy pequeño de su copa.
—No, no te preocupes por eso. Este vino está genial.
Vuelve a levantar la copa en mi dirección y sonríe con
energía.
Niego con la cabeza y hablo en voz baja, tratando de no
dejarme encandilar por el hecho de que puedo leer hasta la
última emoción que experimenta en su rostro.
—Mientes fatal.
Su sonrisa es tímida.
—Sí, probablemente tienes razón.
Estoy segura de que cree que lo estaba insultando, pero
no es así. Estoy muy en contra de los hombres a los que se
les da bien mentir. Es refrescante tener delante a alguien al
que solo se le da bien decir la verdad.
Me apoyo en el borde de la encimera. Un vistazo al reloj
me dice que son casi las diez.
—¿No tienes que volver a casa con tu hijo?
Otro sorbo y mi copa ya está casi vacía, y eso que es una
copa grande. Normalmente, me molestaría mucho que me
tomaran por una borracha, pero esta noche no. Esta noche
estoy sin niños y muy cabreada… una combinación muy
potente. ¡Más alcohol!
—Ahora mismo está con mi madre. Ella me ayuda un
montón.
Hablar de niños. Eso se me da bien, incluso cuando he
bebido.
—¿Viene ella a tu casa o le llevas a tu hijo?
—Viene a mi casa. Mi hijo está… más cómodo.
Asiento con la cabeza.
—Lo entiendo. —Extiendo el brazo a modo ilustrativo,
llamando su atención sobre el hecho de que parece que en
mi cocina haya vomitado un unicornio; todos los colores del
arcoíris están ante nosotros, representados por distintas
muñecas, figuras de acción, camiones y juguetes varios—.
Mis hijos tienen todos sus juguetes aquí. Por lo general, es
más fácil que venga May a cuidar de ellos cuando la
necesito.
—Entonces, ¿May te ayuda mucho?
Me encojo de hombros.
—Antes me ayudaba. —Odio sentir como si me estuvieran
retorciendo el corazón. Me masajeo junto a las costillas con
dos dedos y tomo otro sorbo de vino.
—¿Por qué dejó de hacerlo?
La culpa me invade cuando me doy cuenta de que he
inducido a Dev a creer que May nos ha dejado tirados a los
niños y a mí.
—Supongo que no debería haberlo dicho de esa manera.
No ha dejado de ayudarme, es solo que…
Dev asiente despacio.
—Lo entiendo. Piensas que ahora que está trabajando con
Ozzie, ya no la verás mucho.
Es demasiado perspicaz. Adelanto un poco la barbilla.
—¿Crees que me equivoco al pensar eso?
—Tal vez tengas razón por un tiempo, pero creo que May
volverá a estar al pie del cañón. Tanto lo de la empresa
como lo de Ozzie son cosas nuevas para ella, pero una vez
que lo asimile todo, se centrará de nuevo y recordará qué
es lo más importante.
—¿Cómo lo sabes? —Odio estar conteniendo la
respiración, esperando sus próximas palabras, pero lo estoy;
es absurdo negarlo. Quiero creer que tiene razón. Quiero
creer que él es tan perspicaz como parece y que no he
perdido a mi hermana en brazos de su colega musculoso.
—Porque eso es más o menos lo que nos pasó a todos
nosotros.
Dev deja su copa en la encimera y deposito la mía al lado.
Quiero mantenerme sobria esta parte de la conversación, y
no confío en mí misma si conservo la copa en la mano y
tengo la botella cerca para volver a llenarla. Me cruzo de
brazos.
—¿De verdad? ¿A ti también?
—Sí.
Da unos golpecitos con el dedo en la encimera con aire
aparentemente distraído mientras me da una respuesta más
completa.
—Fui la cuarta persona en incorporarme al equipo.
Primero fue Ozzie, por supuesto; y luego Thibault. Lucky
vino después, luego yo. Y por último llegó Toni.
—¿Hay alguna razón en particular por la que todos
llegarais en momentos distintos?
—Bueno, hubo razones, pero no son importantes. Lo que
quiero decir es que cuando te unes al equipo, puede ser
algo realmente abrumador. —Me mira, y la satisfacción y el
entusiasmo que siente por su trabajo le asoman a los ojos—.
Es totalmente diferente de cualquier otro tipo de empleo;
más que simples colegas somos como una familia. Ozzie,
Thibault y Toni crecieron juntos, son amigos desde que iban
a gatas, así que se conocen del derecho y del revés. Lucky
los conoció cuando iban a la escuela primaria. Cuando un
grupo como ese te pide que pases a formar parte de lo que
están haciendo, y hacen algo realmente diferente y
emocionante, y a veces un poco peligroso, eso ocupa toda
tu atención durante un tiempo. Pero luego tus tareas acaban
adoptando una forma y un perfil concretos y acabas por
entender qué es lo que vas a tener que hacer cada día.
Entonces se vuelve más o menos como un trabajo normal.
—Salvo por el pequeño detalle de tener que preocuparte
de si alguien te va a pegar un tiro…
Sonríe.
—Eso es un poco exagerado. No somos agentes de policía
patrullando las calles y enfrentándose a delincuentes.
Básicamente trabajamos entre bastidores.
—Entonces, ¿por qué alguien intentó entrar por la fuerza
en vuestra nave industrial?
Se encoge de hombros.
—Ni siquiera estamos seguros de que fuera eso. Pudo ser
alguien que quisiera entrar a robar en una nave industrial al
azar porque pensaba que podía haber algo de valor dentro,
y entonces el ataque no iría necesariamente dirigido contra
nosotros. Los robos en el puerto son algo que se da casi por
sentado. Y como te he dicho, fui extremadamente cuidadoso
contigo porque no eres parte del equipo; eres una civil y
eres la hermana de May. Me mataría si te pasara algo
mientras se suponía que estabas bajo mi cuidado.
Me río.
—¿Y tienes miedo de mi hermana?
Levanta una mano.
—Oye. No te rías. Y hazme un favor… No subestimes a tu
hermana como hice yo.
Habla en serio, y definitivamente estoy intrigada.
—Intuyo que aquí hay una historia realmente buena.
Arquea una ceja.
—¿Tienes un par de horas? Porque tengo algunas historias
para ti. Cosas que no creerías.
Me encojo de hombros, sintiéndome más despierta y
menos interesada en emborracharme que antes, pero no
quiero parecer demasiado ansiosa. Al fin y al cabo, este es
el mismo hombre que hoy me ha tenido encerrada en una
habitación del pánico.
—Bueno… Iba a darme un baño de espuma, pero decidí
que no era una buena idea y al final me eché la siesta. Así
que esta noche no voy a poder dormir a mi hora. Supongo
que podrías quedarte un rato y compartir algunas de esas
historias conmigo.
La mirada de Dev se desplaza a mi nevera.
—¿Tienes algo para comer ahí dentro?
Miro la nevera y luego a él.
—Acabamos de comer… como dos platos gigantes de
jambalaya cada uno hace unas horas. ¿Cómo puedes tener
hambre otra vez?
—¿Tú has visto esto? —Se señala desde los dedos de los
pies a la parte superior de la cabeza—. Se necesitan
muchas calorías para mantener esta máquina funcionando
en las mejores condiciones.
Me río, sintiendo cómo las mejillas se me ponen un poco
coloradas de vergüenza. Claro que me he dado cuenta de
que su cuerpo está en las mejores condiciones; eso es lo
que hace que sea tan difícil estar en la cocina con él y
sentirme cómoda a la vez. Necesito trasladar esta fiesta al
salón, donde podemos tener más espacio entre nosotros.
Asiento con la cabeza.
—Está bien, sí, lo entiendo. Por desgracia, vacié la nevera
el fin de semana pasado, así que la verdad es que no queda
mucha cosa. —No voy a mencionar que mi sueldo y la
pensión alimenticia esporádica de Miles no dejan mucho
para caprichos gastronómicos. Y tengo una hipoteca
increíblemente alta, además.
Saca un teléfono del bolsillo.
—¿Te importa si pido un par de pizzas?
Me choca un poco que piense que va a acampar aquí el
tiempo suficiente como para comerse dos pizzas, pero luego
pienso: «Qué narices. Tampoco es que tenga que salir a
ningún sitio». Señalo su teléfono con la mano.
—Adelante. Pide lo que quieras. —Agarro nuestras copas
de vino y me pongo la botella debajo del brazo—. Venga.
Vamos al salón, que allí nos sentiremos más cómodos.
—Buena idea. Te sigo.
Salgo de la cocina al pasillo. Una imagen destella por el
rabillo del ojo, y dudo un momento. Vuelvo la cabeza hacia
la derecha para ver qué es, y veo mi reflejo en el espejo del
pasillo. Mierda. Estoy hecha un adefesio.
—Joder… —maldigo entre dientes. ¡Todavía parezco una
zombi! ¡Horror! ¡Mi pelo! ¡Mi cara! ¡Qué vergüenza!
Me vuelvo para mirar a Dev por encima del hombro,
tratando de deducir, por su expresión facial, si se ha dado
cuenta. En la cocina no capté ninguna señal, lo cual es muy,
muy raro. ¿Acaso piensa que esta es la pinta que tengo
normalmente? ¿Que me he hecho esto a mí misma a
propósito? Todavía está absorto en el teléfono,
probablemente tratando de encontrar el número de la
pizzería.
Corro por el pasillo hacia el salón. Dejo la botella sobre la
mesa de café con tantas prisas que casi la tiro al suelo. A
continuación, dejo las copas y luego me sitúo un poco
alejada de él cuando entra en la habitación. Finjo que mis
cortinas necesitan una inspección rigurosa en ese preciso
momento.
—Voy a subir un minuto —le digo, dando un paso hacia el
pasillo de espaldas a él—. A cambiarme de ropa.
—No tienes que cambiarte por mí.
Intento reír, pero me sale una risa demasiado estridente
como para que suene natural.
—¡Ja, ja, ja! ¡No! ¡Está bien! No pasa nada. Es que cuando
duermo, sudo y luego huelo mal, y como me he echado esa
siesta… —Oh, Dios… Pero ¿qué estoy diciendo? ¿Acabo de
decir eso en voz alta? ¿Se puede saber qué me pasa?
Él se ríe.
—¿Has dicho que hueles mal?
—Cállate.
Salgo corriendo de la habitación y subo las escaleras,
dando pisotones en los últimos peldaños. Parece como si
una manada de elefantes hubiese invadido la casa.
—¿Te gusta la pizza de pepperoni? —grita él a mi espalda.
—¡Sí! ¡Lo que sea!
Corro a entrar en mi habitación y me pongo a arreglar el
espectáculo de terror que es mi cara y mi pelo, y me visto
con unos vaqueros nuevos y una blusa también nueva.
Mientras estoy delante del espejo del baño y uso doble
dosis de pasta de dientes para tratar de eliminar mi horrible
aliento a jambalaya, elaboro mi plan.
«No te preocupes, Jenny, tú puedes hacer esto. Puedes
hacerle olvidar lo que acaba de presenciar. Solo tienes que
distraerlo con respuestas ingeniosas y datos asombrosos
que has aprendido viendo cien horas de Animal Planet con
los niños, y olvidará que parecías la novia de Frankenstein
cuando llegó».
Sí. Con este plan, nada puede fallar. Es un plan
increíblemente bueno.
Capítulo 10

Después de inspirar y espirar varias veces en lo alto de las


escaleras, bajo con mucha calma. Mi pelo luce un aspecto
un poco más decente, llevo suficiente maquillaje para cubrir
el peor de mis defectos y he gastado medio tubo de pasta
de dientes. Puede que ahora mi esmalte dental sufra las
consecuencias, pero estoy decidida a borrar de la memoria
de Dev su recuerdo más reciente de mí: con el aspecto y el
olor de un zombi que acaba de comerse los sesos de
alguien. Ahora que ya me he sometido a mi cambio de
imagen ultrarrápido, estoy lista para plantarme frente al
hombre que hace que mi corazón lata a mil por hora, y no
pienso ponerme histérica imaginando que esto es una cita.
Percibo el fuerte olor a pepperoni en cuanto llego al último
escalón.
—¿Ya han llegado las pizzas?
Dev está sentado en el sofá con tres cajas de pizza
apiladas frente a él. Me sonríe cuando entro en la
habitación.
—Sí.
—Tendrás que darme el nombre del lugar donde las has
pedido. Yo nunca consigo que me las traigan en menos de
media hora.
Dev mira el reloj.
—Has estado desaparecida cuarenta y cinco minutos.
Me miro la muñeca y arrugo la frente.
—Nooo… Lo único que he hecho ha sido cambiarme de
ropa.
Levanta la tapa de una de las cajas de pizza.
—Como tú digas.
Me quedo plantada en mitad del salón, tratando de decidir
si debo seguir librando esta batalla perdida o simplemente
admitir la derrota. No parece importarle el hecho de que me
haya esforzado en estar un poco presentable. Tiene un trozo
de pizza en la mano y la boca ya entreabierta, a punto de
engullirla.
—¿Qué te apetece beber? —pregunto, resignándome. Es
simple y pura cortesía invitar a alguien a comer pizza en
casa y no parecer un murciélago yoda, ¿no?
Hace una pausa con la punta del triángulo de la pizza en
el borde de la boca y ladeando la cabeza hacia la cocina.
—También he comprado un par de litros de refresco que
he dejado en la otra habitación. Tú misma.
—¿Tú vas a querer?
—Sí. También tomaré un poco de vino. —Me guiña un ojo
—. Al final, me va a gustar.
Intento no sonreír.
—¿No tienes que conducir?
Dobla el trozo de pizza por la mitad y se la come de un
solo bocado mientras se encoge de hombros. Ahora tiene la
boca demasiado llena para responder.
Yo también me encojo de hombros mientras voy a la
cocina. A él no parece preocuparle, así que no pienso darle
importancia. Si creo que ha bebido demasiado, llamaré a un
taxi. Pero el hecho de que mida dos metros y esté a punto
de comerse tres pizzas me dice que probablemente no
tenga que preocuparme por su tasa de alcohol en sangre.
Tendría que beberse toda la botella de vino para que
afectara a su capacidad de conducir.
Preparo rápidamente dos vasos de refresco con hielo,
saco una segunda botella de vino y luego lo llevo todo al
salón para poder sentarme y verlo ingerir más comida de lo
que creía que era humanamente posible. Dejo los vasos
sobre la mesa junto a las cajas de pizza y decido sentarme a
dos cojines de mi invitado. Acercarme más sería casi como
estar insinuándome.
Abre la tapa de una de las cajas, de la que faltan ya dos
porciones. Este hombre se ha comido tres pedazos de pizza
en menos de cinco minutos. Impresionante. Me encanta
cocinar para gente a la que le gusta comer. La idea de
invitarlo a cenar alguna vez me cruza por la cabeza, pero la
descarto de inmediato. No hay necesidad de adelantarme a
los acontecimientos. Además, es un Bobo de Bourbon
Street.
—Come, anda —dice—. La verdad es que está muy buena.
Tenía la intención de decir que no cuando me la ofreciera,
pero cuando el aroma a mozzarella derretida y a los
deliciosos y grasientos pepperoni me alcanza la nariz, me
resulta imposible.
—Bueno, pero solo uno.
—Han pasado horas desde que comimos por última vez.
Lo lógico sería que estuvieras hambrienta. Cómete dos o
tres trozos.
Hace una pausa y se vuelve para mirarme, esperando mi
respuesta. Hurgo en la caja y saco un trozo con cuidado.
—Creo que será mejor que me limite a uno solo. Tengo
una especie de pasión enfermiza por los carbohidratos, pero
parece que los carbohidratos no me quieren mucho a mí, así
que trato de evitarlos cuando puedo.
—Creo que caería en la depresión más profunda del
mundo si no pudiera disfrutar de mis carbohidratos —dice
Dev.
Dobla la corteza de la pizza y se mete todo el trozo en la
boca. Hincha los carrillos al masticar. Después de ver eso,
ya no me preocupa tanto como hace dos segundos
mostrarme femenina ante él. No creo que sea de los que
agradezcan o esperen que alguien coma como si estuviera
tomando el té con la reina de Inglaterra. De pronto me
siento más cómoda en su presencia.
—Estoy segura de que, con tu programa de ejercicios,
puedes comer tantos carbohidratos como quieras y todos se
queman en cuanto acaban en tu estómago.
Asiente con la cabeza.
—Probablemente.
—¿Siempre has estado en forma? —Tomo un bocado de mi
pizza para evitar decir algo más. Lo que he dicho ya es
bastante directo. Para el caso, no sé cómo no se me ha
ocurrido soltarle directamente que vaya pedazo de cuerpo
que tiene…
—Siempre he practicado deporte, y eso hace que sea más
fácil mantenerse en forma. Pero en realidad no comencé a
entrenar con pesas y hacer otro tipo de entrenamiento
hasta que sufrí una lesión verdaderamente grave y tuve que
pasar por rehabilitación. Eso hizo que empezase a darle
importancia a trabajar el cuerpo para convertirlo en una
máquina cada vez más eficiente.
Mastico despacio, tratando de recordar si he notado en él
algún indicio de que hubiese sufrido una lesión anterior. No
he percibido signos de cojera ni rigidez en sus movimientos.
—¿Hace cuánto tiempo de tu lesión?
—Sucedió cuando tenía dieciocho años. Un accidente de
moto.
Tomo otro bocado de pizza y un sorbo de refresco con la
esperanza de que amplíe esa información y no me obligue a
someterlo a otro interrogatorio.
—Desde el accidente, me he concentrado en mantenerme
fuerte, para que, si alguna vez vuelvo a encontrarme en una
situación delicada, pueda superarla y tener una
recuperación más corta.
—Supongo que es útil en tu trabajo.
—Para mí, no importa mucho. Pero para los demás, sí,
claro. Es una gran ayuda.
—¿Qué quieres decir con que no te importa? ¿Por qué eres
diferente de los demás?
No parece muy contento con su respuesta.
—Bueno, en primer lugar, no soy muy bueno moviéndome
sobre el terreno. Y, en segundo lugar, tengo otras cosas que
me dificultan participar como todos los demás.
—¿Es por tu lesión? ¿Por eso no puedes participar?
Sacude la cabeza mientras introduce la mano en una caja
de pizza y separa las cortezas para poder sacar otro trozo.
Esta vez saca dos porciones y las coloca una encima de la
otra, haciendo un sándwich de pizza. Da un gran bocado y
lo mastica durante un rato antes de contestar.
—No, en realidad, eso no tiene nada que ver. El problema
es mi estatura. Cuando la gente me ve, sus miradas no
pasan de largo y ya está: se me quedan mirando
asombrados. Y luego no me olvidan fácilmente. Aunque no
hayan hablado conmigo ni sepan mi nombre, siempre se
acuerdan del tipo aquel que seguro que debía de ser un
jugador de baloncesto famoso que vieron en la tienda, en el
centro comercial, en la gasolinera o donde fuera.
Simplemente no puedo moverme por ahí y pasar
desapercibido, y eso es una desventaja cuando te dedicas a
un trabajo relacionado con la seguridad.
—Pues yo pensaba que justo sería una gran ventaja en un
trabajo relacionado con la seguridad. Intimida muchísimo.
¿Qué puede hacer que te sientas más seguro que tener a un
gigante como tú al lado?
Él hace una pausa.
—¿Yo te intimido? —Su tono parece triste. Me siento mal
de inmediato.
—No, no, no. No es eso lo que he querido decir. Quiero
decir, antes de conocerte, puede que me resultaras un poco
intimidante, pero ahora que te conozco, no me intimidas en
absoluto.
Sonríe.
—Estoy seguro de que has dicho eso para que me sienta
mejor.
Me inclino hacia delante y le doy un empujoncito en el
hombro.
—Para ya. Me estás haciendo sentir mal. Sabes muy bien
lo que quería decir.
Se porta bien y se mueve, haciendo que parezca que mi
empujón realmente ha tenido algún efecto. Está sonriendo.
—Que sí, que sí. Lo que tú digas.
Ya vuelve a arderme la cara. Podría seguir metiéndome
con él y convertir esto en un ejercicio de coqueteo en toda
regla, pero no quiero hacer que se sienta incómodo. Sé que
solo está siendo simpático conmigo, como hace con todo el
mundo. A mi hermana May le cae muy bien, y ahora
entiendo por qué. Es algo más que adorable.
Busco una manera de volver a comportarme como una
persona normal y no como esta colegiala estúpida que
quiere invadir mi cuerpo.
—Y aparte de la estatura, ¿qué otras cosas te impiden
participar de forma activa en el trabajo?
Mastica la comida y pasea la mirada alrededor de la
mesa, por la habitación, hasta detenerla en las cajas. Se
para un momento a empujar hacia dentro los pepperoni que
se le caen del sándwich de pizza.
—Mis responsabilidades en casa son de mayor
envergadura que las del resto de miembros del equipo.
—¿Nadie más tiene hijos?
Niega con la cabeza.
—Ninguno está casado tampoco.
—Pero tú no estás casado, ¿verdad?
Tengo el corazón en vilo mientras espero su respuesta. No
veo que lleve ninguna alianza en el dedo, y me dijo que la
madre de su hijo se fue justo después de que naciera el
niño, pero eso no significa necesariamente que no esté con
alguien. Supongo que simplemente di por sentado que no
estaba comprometido. Espero no haberme equivocado…
Aunque esto no es una cita, claro.
—No, no estoy casado. Pero tener un hijo pequeño es
mucho trabajo.
Se encoge de hombros con cierto aire de melancolía.
Asiento enérgicamente, porque siento su dolor. Lo siento,
lo vivo y lo respiro.
—Te entiendo muy bien. Es como si tu tarea nunca
terminara. Trabajas todo el día y luego vuelves a casa y te
espera más trabajo. Incluso cuando los niños duermen,
parece como si no se acabara nunca. Trabajo hasta caer
desplomada, todas las noches.
Me mira.
—Así es, ¿verdad? —Deja la pizza y aparta las manos de la
caja, luego alarga la mano y toma su refresco, se recuesta
en el sofá y extiende el brazo que tiene libre sobre los
cojines. Levanta la pierna y apoya el tobillo en la rodilla
contraria—. Mi hijo puede estar profundamente dormido, y
yo estar en mi cama, al final del pasillo, y te juro que lo oigo
cuando su respiración se altera, aunque solo sea un poco.
Doy un brinco en el sofá de pura emoción de estar
hablando con otro padre sobre algo que conozco tan a
fondo.
—¡A mí me pasa lo mismo! Es cosa de locos. Si oigo algo
que me suena un poco distinto de lo habitual, me levanto de
la cama de un salto porque tengo que ir a ver qué es. No sé
qué es lo que creo que va a pasar; no va a entrar un
secuestrador por la ventana de la segunda planta a llevarse
a mi hija. Por supuesto, en cuanto entro me doy cuenta de
que solo ha sido un cambio en el ritmo de su respiración o
cualquier cosa parecida, o que una de las figuras de acción
de mi hijo se ha caído de la cama al suelo.
Se ríe.
—Yo reviso los pestillos de la ventana de mi hijo dos veces
antes de irme a la cama. Cada noche. Tengo la paranoia de
que alguien puede intentar entrar o de que Jacob se va a
caer por la ventana.
Da gusto poder compartir las paranoias mentales típicas
de un padre o una madre con otra persona.
—¡Ja! Y yo aquí pensando que era la única con tendencia
a los TOC con respecto a mis hijos.
Niega con la cabeza.
—No. No estás sola. Créeme.
Después de ese comentario, ninguno de los dos dice nada
durante un buen rato. El silencio debería ser incómodo, pero
no lo es. Simplemente disfruto de estar en la misma
habitación con alguien que me escucha mientras le cuento
las chifladuras que hago y que no piensa que estoy chiflada
por hacerlas.
—Deberíamos juntar a nuestros hijos algún día. —Le
sonrío—. Tu hijo y el mío probablemente serían capaces de
echar abajo las paredes y lo pasarían en grande.
La reacción de Dev no es en absoluto la que esperaba. En
lugar de asentir y sonreír, y decir que sí, que podría ser muy
divertido, tuerce el gesto y se da media vuelta para mirar
hacia las cajas de pizza. Baja los pies al suelo y se inclina
hacia delante, apoyando los antebrazos sobre las rodillas. Al
cabo de unos cinco segundos se inclina un poco más,
levanta la parte superior de otra caja de pizza y saca otro
trozo.
—Sí. Tal vez. Algún día.
Es como si me hubieran clavado un cuchillo en el pecho.
¿Acaso he malinterpretado totalmente la situación? ¿Me he
extralimitado de algún modo? ¿Odia a mis hijos sin
conocerlos siquiera? Repito el momento en mi cabeza, junto
con los momentos anteriores, tratando de averiguar dónde
he patinado, pero nada de eso tiene sentido. No creo que
haya dicho nada malo. ¿Es solo que no quiere conocerme
mejor? Si ese es el caso, ¿qué está haciendo aquí comiendo
pizza y bebiendo vino en mi salón?
En lugar de hacer más preguntas y arriesgarme a decir
algo aún peor, me concentro en terminar mi trozo de pizza.
Me tapo la cara con el vaso de refresco, tomando un sorbo
después de cada bocado en un intento de ocultar mi
expresión facial. Temo que estoy dejando traslucir muchos
de mis sentimientos.
—Es una lástima que no puedas hacer ese trabajo de
freelance para el equipo —dice.
Parpadeo unas cuantas veces, dándome cuenta de que
está cambiando de tema y volviendo a colocarnos en el
punto de partida de posibles futuros compañeros de trabajo.
No creo que una ducha fría hubiera sido más efectiva para
aplacar cualquier tipo de sentimiento ardoroso que pudiera
haber albergado por él en mi corazón.
Dejo el vaso y el trozo de pizza sobre la mesa y me pongo
de pie. Me limpio las manos en los pantalones y lo miro.
—¿Sabes qué? Me acabo de dar cuenta de que tengo
mucho trabajo por hacer.
Me mira y sigue masticando más despacio. Frunce el ceño
un poco, pero no responde de inmediato.
Doy un paso hacia mi despacho.
—Voy a encender el portátil mientras recoges tus cosas.
—Señalo las cajas de pizza.
Asiente con la cabeza.
—Claro. Adelante. Haz lo que tengas que hacer.
Salgo hacia la cocina para buscar el portátil, triste porque
algo se ha roto y no tengo ni idea de cuál ha sido la causa,
pero contenta de volver a la normalidad. Tener un hombre
en mi casa, compartir una cena con un chico guapo… esto
es demasiado extraño para mí. Estoy lista para volver a mi
vida normal, aburrida y solitaria, donde mis hijos se van
algún fin de semana suelto con su padre y yo me pongo al
día con el trabajo en casa. Ni siquiera estoy de humor para
hacer palomitas y ver una peli romántica. Esto es una
mierda.
Capítulo 11

Me llevo el portátil al estudio, obligándome a no mirar a


Dev, que sigue sentado en el salón. Espero que capte la
indirecta, que recoja sus cosas y se vaya. Ha habido
demasiados momentos incómodos entre nosotros y me
preocupa que, cuanto más tiempo se quede, más alimente
mi búsqueda de motivos ocultos por su parte para estar
aquí.
Es una tarea bastante simple la de dejar mi portátil sobre
el escritorio y enchufar los cables. Abro el navegador de
internet y miro una página en blanco. La ventana del motor
de búsqueda me está llamando, preguntándome qué quiero
hacer, adónde quiero ir y qué quiero buscar.
Intento ignorar los ruidos y crujidos procedentes de la otra
habitación, dando por sentado que Dev está guardando las
pizzas para llevárselas a casa. Debería alegrarme de que
haya seguido mis instrucciones de irse, pero no me alegro.
Es un hombre muy agradable y parece un padre entregado.
Tal vez incluso es un buen padre, una rara avis en mi
mundo. Como el leopardo del Amur. Algún día volveré a salir
con hombres. No será con él, obviamente, pero sucederá.
No pienso morirme hecha una solterona.
La ventana de búsqueda sigue mirándome con fijeza.
Podría entrar en uno de esos sitios web de citas. Echarle un
vistazo…
En el momento en que ese pensamiento me revolotea por
la cabeza, siento que empieza a arderme la cara. No, eso
sería una tontería. No estoy en condiciones de salir con
nadie en este momento. Hace muy poco que me he
divorciado. Estoy en una etapa demasiado… maternal.
En vez de eso, visito uno de los sitios para freelances de
los que he oído hablar a mis compañeros de trabajo. Al
parecer, puedo publicar un perfil que enumere todas mis
habilidades, y cualquiera que busque una profesional como
yo podría encontrarme. Voy al sitio web a echar un vistazo,
pero lo único que consigo es deprimirme. Tengo ya tantas
cosas que hacer en mi empresa actual, que casi no puedo
con el ritmo. Sammy estuvo enfermo la semana pasada y
perdí un día entero de trabajo porque la guardería no me
dejó que lo llevara, así que ahora debo hacer todo lo que
tengo pendiente en la mitad del tiempo. En la empresa
funcionan con muy poco personal, por lo que no hay
ninguna esperanza de que contraten a alguien para que me
ayude.
No, no puedo asumir más trabajo. Mis hijos nunca me
verían. No creo que eso les importara, desde luego, porque
cuando el gato no está, en esta casa los ratones
definitivamente se pasan el rato bailando. La última vez que
los dejé solos e intenté adelantar tarea en casa, las chicas
untaron a Sammy con un ungüento grasiento para la
dermatitis del pañal y luego lo remataron con polvos de
talco. Dijeron que querían que pareciese un fantasma para
practicar para sus disfraces de Halloween. Desde luego,
parecía un fantasma, ¡y tardé dos horas enteras en limpiarle
todo aquello! Esa porquería se pega una cosa mala, y lleva
una base de aceite de pescado, así que nuestro baño y un
par de toallas todavía huelen a anchoas.
Siempre me siento dividida cuando sorprendo a los niños
haciendo cosas como esa. No sé si pensar que se trata de
puro amor fraternal por el que las niñas invitan a Sammy a
formar parte de sus juegos o si, por el contrario, se trata de
simple tortura entre hermanos y lo eligen a él porque es la
víctima más fácil. Al final he optado por la teoría de que, si
fuera algún tipo de juego sádico, Sammy me lo diría, y a él
nunca parece importarle, así que me quedo muy tranquila.
Además, lo hicieron realmente fenomenal cubriendo cada
centímetro cuadrado de su piel. Si decide que quiere salir en
Halloween disfrazado de fantasma, al menos ya tengo la
parte del disfraz cubierta.
Ese es otro asunto que tengo pendiente. Solo faltan unas
pocas semanas para Halloween y los niños ya me están
mareando con el tema de los disfraces. Me abalanzo sobre
el teclado y hago una búsqueda rápida en Amazon para
posibles ideas. Hay al menos cincuenta páginas de
opciones, así que cierro la ventana y respiro hondo. A lo
mejor consigo que vayan disfrazados de los Tres Chiflados.
Eso encajaría perfectamente en mi vida. Escribo una nota al
lado de mi ordenador para recordarme a mí misma que les
pregunte a los niños de qué quieren ir vestidos y así
conseguir los disfraces a tiempo.
Dejo el bolígrafo y, una vez más, me encuentro mirando la
ventana del motor de búsqueda. ¿Adónde quiero ir?
Oigo abrirse y cerrarse una puerta fuera de mi despacho,
y el ruido interrumpe mis pensamientos. Me da pena que
Dev se haya ido, pero no puedo quejarme, ya que fui yo
quien le pedí que se fuera. Soy una negada total y absoluta
a la hora de relacionarme con el sexo opuesto.
Me muerdo el labio mientras miro el ordenador. Es una
locura que el hecho de que un extraño se haya ido de mi
casa me cause tanta tristeza. Estoy fatal. Necesito
emociones en mi vida, con urgencia…
Es ese pensamiento lo que despierta mi inspiración.
Podría echar un vistazo a un sitio web de citas. Eso no
significa que vaya a buscar una. Navegar por internet no es
lo mismo que buscar desesperadamente un hombre. Solo
voy a ver lo que hay ahí fuera, ¿no?
Inicio una búsqueda rápida y hago clic en el primer
servicio que aparece. Doy por sentado que, si figuran en el
primer puesto de los resultados de búsqueda, o se están
gastando mucho dinero para estar allí o son muy populares.
Eso significa que habrá muchos más candidatos para elegir,
y tener un nutrido grupo de candidatos parece una buena
idea. Hago clic con el ratón por todo el sitio, tratando de
acceder al área del mercado de carne. «Es hora de que
mamá salga a comprar carne de primera calidad.
Muajajajá».
Por desgracia, no me deja buscar a nadie a menos que
cree un perfil. Sabiendo lo que sé sobre marketing y cómo
lograr que los usuarios de sitios web dejen sus direcciones
de correo, no me sorprende. Quieren que te quedes, y para
hacer eso, piden un pequeño compromiso por tu parte.
Me encojo de hombros. ¿Y qué? ¿Cuál es el problema?
Puedo crear un pequeño perfil. No hay nada de malo en eso,
y no tengo por qué hacerlo público para que lo vea la gente.
Solo lo usaré para navegar un poco.
Comienzo el proceso facilitando mi nombre. Prometen
revelar únicamente la inicial de mi apellido. W. Luego llego a
la parte donde piden una tarjeta de crédito. Tengo mis
reservas sobre dejar mis datos bancarios en cualquier
página de internet, porque ser ingeniera informática me
coloca en la posición perfecta para saber con qué facilidad
pueden acceder a esos datos las personas menos indicadas.
Podría dedicar un rato a probar las vulnerabilidades de
este sitio web ante posibles hackers informáticos, pero
¿para qué molestarme? Tengo mi propia manera —menos
intrusiva y también menos ilegal— de manejar esta clase de
cosas. Voy a utilizar mi tarjeta de crédito especial, la que
tiene un límite de crédito minúsculo, la que uso para todas
mis compras en línea. Si alguien obtiene los detalles de esta
tarjeta, no va a llegar muy lejos. Podrían disfrutar de una
noche yendo al cine más barato de la ciudad con unas
palomitas de maíz y una Coca-Cola. Eso si tienen suerte y
he saldado mi anterior deuda de crédito recientemente.
Ahora que he introducido mis datos, tengo acceso
completo. Me preguntan si estoy buscando un hombre o una
mujer, si soy hombre o mujer, la edad de la persona que me
interesa y si me molestan ciertos pecadillos, como fumar o
tener sobrepeso.
Lanzo un resoplido. Hay tantas opciones… ¿Qué diablos?
Estoy acostumbrada a evaluar a un tipo con solo una mirada
antes de decidir si me atrae o no. No estoy segura de que
aquí haya algún perfil que me dé como resultado una lista
de hombres que sean definitivamente mi tipo. ¿No debería
aparecer el apartado de personalidad por alguna parte?
No sé qué es lo que estoy buscando más allá de que, sí,
busco un hombre. Escaneo mis opciones. ¿Debería ser una
tigresa? ¿Debería buscar a alguien más joven, a quien no le
importe jugar con mis hijos porque él también es un niño?
Eso parece una mala idea. Lo último que necesito es otro
niño en casa. ¿Qué tal un hombre de mi edad? Podríamos
estar en el mismo punto en nuestras vidas. Tal vez él
también tenga hijos, como yo. Eso podría funcionar. O
podría ser un caos total capaz de ponerme al borde de la
locura. Tal vez debería buscar un hombre mayor. Un hombre
que tenga la vida solucionada en el aspecto económico. Un
hombre con experiencia, que haya vivido y que pueda
enseñarme cómo funciona el mundo. Un hombre con la
presión arterial alta y con descuentos en las residencias
para la tercera edad.
Todo este proceso ya es frustrante en sí. Hago clic en la
parte del sitio que me permite incluir mi propio perfil,
pensando que tal vez tenga más suerte con eso. Se me
ofrecen varias casillas, y lo único que tengo que hacer es
marcar las que me describen.
Hasta aquí todo bien. Soy mujer, clic, y tengo entre treinta
y treinta y cinco años, clic. Ahora el ordenador quiere saber
si estoy en forma, si soy una persona atlética o si detecto
signos de flacidez en la zona de la cintura.
¡Aaargh! Esto es horrible. ¿Flacidez? Me miro la cintura y
me atrevo a correr el riesgo de pellizcarme la parte
delantera de la barriga. ¡Dios! ¿Flacidez? ¡Podría llamarme
Michelines Wexler! ¿Cómo he podido pensar que esto era
una buena idea?
Un ruido en la puerta a mi espalda me sobresalta. Me doy
media vuelta y me sorprendo al ver a Dev el gigante ahí de
pie.
Hablo antes de pensar.
—Creí que te habías ido.
—Ah. —Ladea la cabeza, confuso—. ¿Me habías dicho que
me fuera? Creo que eso me lo he perdido.
Tengo que pensar un segundo en lo que ha dicho.
—Bueno… Supongo que no lo dije así específicamente,
con esas palabras, pero sí dije que tenía trabajo que hacer.
—Ahora me siento fatal por tener que explicar que intenté
echarlo y él no entendió la indirecta.
—Ah. Maldita sea. Je, je. Qué torpe…
Levanta la mano y se frota la calva.
—No, no, no te preocupes. —Además de sentirme mal por
hacerle sentirse tan avergonzado, ahora ni siquiera estoy
segura de querer que se vaya—. Quédate si quieres. Eso
solo que… estoy… Ahora mismo estoy acabando algo.
Da unos pasos por la habitación.
—¿En qué estás trabajando? ¿Algo para tu empleo
habitual o es un encargo como freelance?
Rápidamente minimizo la ventana de la web de citas.
¡Qué vergüenza! Me acaba de pillar en una web para
singles, y lo estoy haciendo justo después de comerme una
pizza con él. ¿Creerá que ha sido él quien me ha inspirado a
hacerlo? Ojalá fuera una de esas tortugas de Animal Planet.
Me gustaría meter la cabeza en mi caparazón y no salir
hasta que él se fuera.
Por desgracia, no soy una tortuga y no tengo dónde
meterme.
—No. No es ninguna de las dos cosas. —Me dan ganas de
abofetearme por lo tonta que soy. Podría haberle mentido
como una bellaca y desviar su atención, y él me habría
dejado en paz. Ahora, en cambio, veo un brillo en sus ojos
que me dice que no va a olvidar el asunto así como así.
—¿Por qué estás tan avergonzada?
Exhalo un largo suspiro de derrota. Está sonriendo. ¿Sabe
lo poderoso que es ese hoyuelo suyo?
—Está bien. Si tanto te interesa, estaba visitando una web
de citas.
Aparto la mirada, tocando la tecla de las mayúsculas una
y otra vez con el pulgar para disimular mi vergüenza.
—Ah, genial. ¿Puedo ver tu perfil?
Me quedo boquiabierta. ¿Habla en serio? ¿De verdad
piensa que esto es algún tipo de deporte con espectadores?
¿Que quiero que me vea revolcarme en mi soledad?
—Mmm…, no. No puedes.
Tengo la cara roja como un tomate ahora mismo.
Sin inmutarse, agarra una silla y la arrastra para colocarla
a mi lado. Le da la vuelta y se sienta sobre ella a
horcajadas, con los brazos apoyados en la parte superior del
respaldo.
—¿Qué sitio web es?
No digo nada. Solo abro la ventana y lo señalo.
—Ah, pues yo también estoy en ese —dice con
naturalidad.
—¿Tú también estás?
—Sí. ¿Por qué? ¿Tan extraño te parece?
—Ah, no, por nada. Supongo que no te imaginaba de ese
tipo de gente.
Sonríe, al parecer disfrutando de mi incomodidad.
—¿Cuál es ese tipo de gente?
Intento sonreír, pero me sale más bien una mueca.
—¿Gente desesperada?
Me mira frunciendo el ceño, y me recuerda a una maestra
que tuve una vez a la que se le daba muy bien regañar a los
alumnos con ese simple gesto.
—Si la desesperación es lo que lleva a las personas a las
webs de citas, entonces hay mucha gente desesperada.
—Pues sí. Mira aquí. —Hago clic en algunos botones para
que vea algunas estadísticas que están ahí mismo, en el
sitio web, para que todo el mundo las vea—. ¿Has visto eso?
Tienen más de un millón de usuarios.
—Sí, claro. No es ninguna sorpresa. Hay muchas personas
solteras por ahí. El mundo en el que vivimos es muy grande.
Me vuelvo para mirarlo a la cara, a pesar de que está muy
cerca.
—Entonces, ¿no crees que es un gesto desesperado
inscribirse en una web de citas?
—No. De ninguna manera. Creo que estos sitios web están
formados principalmente por personas solteras a las que no
les gusta salir a bares y que tal vez tienen hijos o trabajos
que les impiden ir a fiestas y a otros lugares donde pueden
conocer a otras personas sin pareja. ¿Qué otra cosa van a
hacer? ¿Ir al supermercado y buscar candidatos en la
sección de productos frescos?
Me gusta la forma en que describe a las personas que
están en la web. Gente como yo. Ahora no me siento tan
tonta como antes.
—Es realmente difícil conocer gente, sobre todo cuando
hay niños de por medio.
—Dímelo a mí…
Parece que tiene algo más que decir sobre el tema, pero
luego se calla y mira hacia otro lado.
—Así que estás en esa web, ¿eh?
Se pronto se me ocurre una idea maliciosa. Empiezo a
hacer clic con el ratón. Él se asoma a mirar.
—No, no, no, no, no.
Trata de quitarme el ratón de la mano, pero levanto el
brazo para impedírselo.
—Fuera. Nadie toca mi ratón.
—No irás a entrar en mi perfil, ¿no?
—Pues claro que sí. —No consigo reprimir la sonrisa en mi
voz—. Quiero ver cómo te has descrito a ti mismo.
Se está riendo y protestando al mismo tiempo.
—Dios, ¿por qué quieres hacerme eso?
—Porque sí. Tengo dificultades para confeccionar mi
propio perfil. Tal vez si miro el tuyo, me inspire.
Se ríe.
—Aparte de que los dos tenemos hijos, no puedo imaginar
que haya alguna otra similitud entre nosotros.
Sé que no pretendía ser grosero, pero me entristece oírlo
decir eso. Pensaba que éramos más compatibles. Me encojo
de hombros.
—Tal vez.
—Aunque tenemos el mismo sentido del humor —dice.
—Bueno, yo creo que eres gracioso.
—Gracias.
—Que tu aspecto es gracioso. —Me río. Esta es una broma
que aprendí de mis hijos.
Se lleva la mano al corazón.
—Oh, vaya, eso ha sido un golpe bajo.
Extiendo la mano, la apoyo en su brazo y lo acaricio.
—Es una broma. —Retiro la mano y hago clic en otras
partes de la web—. Lo siento, pero mi sentido del humor es
de tercero de primaria en este momento.
—Está bien, tengo otro chiste para ti. —Se inclina y me
mira—. ¿Cuál es la peor parte de comerte un vegetal?
Lo pienso unos segundos e incapaz de encontrar algo que
suene inteligente, me rindo.
—No lo sé.
—La silla de ruedas.
Me guiña un ojo.
Me llevo la mano a la boca. No me puedo creer que haya
dicho eso.
—Oh, Dios mío… Qué chiste tan malo.
Se recuesta un poco hacia atrás, agarrándose a la parte
superior de la silla.
—Sí, es un chiste de discapacitados. Mi hijo es un experto.
Eso me parece realmente cruel y no es políticamente
correcto, pero no me puedo imaginar que Dev sea el tipo de
padre que bromea sobre las personas discapacitadas con su
joven e impresionable hijo.
—¿Es que está pasando por alguna etapa crítica o algo
así?
—Más o menos.
No da más detalles, y yo no quiero hacer más preguntas
sobre el tema. No quiero que piense que estoy juzgando su
forma de educar a su hijo, aunque a estas alturas me
resulta un poco rara. Centro de nuevo mi atención en el
ordenador, donde estoy introduciendo los criterios de
búsqueda para tratar de encontrar el perfil de Dev.
—No he puesto mi verdadero nombre, como podrás
imaginar —dice—. Como decías antes, hay más de un millón
de usuarios del sitio. No me encontrarás nunca.
—No estés tan seguro —le digo—. Lo único que tengo que
hacer es describirte, y tu perfil aparecerá en los resultados.
—¿Es que crees que ya me conoces bien? —
Definitivamente, me está retando.
—Ya veremos.
Sonrío mientras hago clic.
Capítulo 12

Mis dedos revolotean por el teclado.


—Veamos… Si quisiera encontrar a un chico como Dev,
¿qué características estaría buscando? —Me siento segura
al decirlo, como si fuera una chica hipotética cualquiera
buscando pareja y no yo. Es una especie de coqueteo
furtivo. Soy como una garza negra, engañando a mi presa
haciéndole creer que es de noche, con las alas abiertas
encima del agua, convenciendo a los pececillos de que es
seguro salir a jugar fuera. ¡Ya te tengo, pececito!
—Ten cuidado, nena.
Sigo adelante, haciendo caso omiso de la advertencia de
Dev. Creo que en realidad me estimula.
—Antes que nada, tengo que seleccionar la edad correcta.
Voy a escoger… entre treinta y cinco y cuarenta años. —Mis
dedos vacilan un momento antes de hacer clic en la casilla.
Estoy casi segura de que fue eso lo que me dijo en la
habitación del pánico—. Eres un hombre. Eso es fácil. Y
supongo que buscas una mujer, ¿no?
Miro a Dev para confirmarlo. Se limita a encogerse de
hombros, pero ese hoyuelo que le aparece en su mejilla me
dice que estoy en lo cierto una vez más.
—Veamos… eres no fumador. —Hago clic en otro botón—.
Y yo diría que eres muy atlético. —Otro clic—. Y crees en un
estilo de vida saludable, por lo que probablemente solo
bebes alcohol de forma moderada.
—No te pases de lista.
Me río.
—Huy, pues esto no ha hecho más que empezar, créeme.
—Me detengo a leer detenidamente mis opciones—. Y sigo
adelante con… veamos, aficiones… —Hay varias entre las
que escoger, y aunque acabamos de conocernos, ya
identifico varias. Hago clic en una rápida sucesión—.
Deportes. Levantamiento de pesas. Ejercicio. Artes
marciales.
—¿Artes marciales? ¿Por qué has escogido eso?
Me doy media vuelta y lo miro para que pueda verme
poner los ojos en blanco.
—Era imposible no fijarse en las cincuenta espadas ninja
que había en esa habitación, ¿no te parece?
—¿Y quién dice que son mías? Ahí es donde vive Ozzie.
—Sí, pero él no parece de los aficionados a las espadas.
Además, mi hermana me dijo una vez no sé qué de que eres
un ninja o algo así, así que deduje que tenían que ser tuyas.
—Un punto positivo por tus excelentes dotes de
observación.
Siento que me invade una oleada de orgullo cuando
vuelvo a concentrarme en el ordenador.
—Exactamente. —Muevo el ratón para despertarlo—.
Bueno, vamos a ver, ¿dónde estaba? Ah, sí, estoy a punto
de reducir aún más mis opciones. —Hago clic en unas
cuantas casillas más—. Hogareño y amante de la vida
familiar. Prefiere actividades de grupos pequeños a estar
entre grandes multitudes. —De esa no estoy tan segura,
pero no quiero que sepa que no estoy segura, así que sigo
adelante—. No se inclina por actividades religiosas, disfruta
de la cocina de otras personas pero no cocina, no tiene una
comida favorita. —Hago clic, clic, clic. Vuelvo la cabeza para
mirarlo—. ¿Cómo voy hasta ahora?
Se encoge de hombros.
—Ya veremos.
No suena ni mucho menos tan impertinente como antes,
así que me parece que voy bien. Quedan algunas opciones
más, y las sopeso cuidadosamente. Yo misma he diseñado
sitios web con enormes cantidades de datos, por lo que sé
cómo se cuentan y se recopilan los resultados de búsqueda.
Este sistema no parece muy complicado. Solo es cuestión
de acercarme lo suficiente, y la combinación correcta de
entradas acertadas arrojará los resultados que busco.
—Busca…
Ahora tengo la oportunidad de describir a la mujer que
creo que Dev está buscando. Esta parte es un poco más
complicada, pero creo que puedo hacerlo. Voy a describir a
la mujer que creo que se adapta mejor a él. Parece un
hombre con la cabeza bien amueblada. Supongo que está
buscando alguien que encaje con él, que lo complemente,
no creo que sea de los buscan una mujer totalmente
inadecuada.
—De acuerdo. Estás buscando una mujer que tenga entre
treinta y cuarenta años. Supongo que preferirías que fuera
atlética y estuviera en forma, pero diría que estás dispuesto
a aceptar a alguien que no estuviera todavía en esas
condiciones, porque disfrutas tanto del ejercicio físico que
sería algo que querrías compartir con ella y ayudarla a
descubrirlo.
—Muy bien.
Lo veo asintiendo por el rabillo del ojo. Animada, continúo.
—Estás interesado en alguien que prefiera las actividades
en grupos pequeños. Tampoco te importa salir con una
mujer que ya tenga hijos. Y buscas a alguien a quien le
guste el aire libre y los deportes y que tenga sentido del
humor.
Hay varios criterios más que podría seleccionar en este
momento, pero no quiero ir demasiado lejos y excluirlo por
accidente. Creo que voy bastante bien con lo que tengo. Lo
último que he de hacer es seleccionar una región
geográfica.
—¿Dónde vives? —pregunto.
—Ah, no, no, no. Tienes que encontrarme ahí. En la web.
Tienes que describirme para encontrarme.
—Sí, pero el lugar donde vives no tiene nada que ver
contigo como persona, como candidato para una web de
citas.
—Todo lo contrario. El lugar de residencia de una persona
dice mucho sobre ella.
Me encojo de hombros.
—Está bien. —Hago clic en la zona geográfica que lo ubica
en un radio de ochenta kilómetros a la redonda de la nave
industrial. Hecho—. Muy bien, entonces, ya estamos. ¿Listo
para saber el resultado?
—Yo siempre estoy listo.
Hago clic en el botón «Buscar», sintiéndome como una
tonta porque se me ha acelerado un poco el pulso. Un
pequeño icono con forma de corazón gira en la pantalla,
transmitiéndonos que se están recopilando los resultados.
La búsqueda tarda mucho más tiempo de lo que esperaba,
pero es alentador. Creo que significa que la lista será breve.
Me vuelvo para mirarlo.
—Sabes que podrías rendirte ahora. Admitir la derrota.
Se ríe.
—Podría decir lo mismo de ti. No es demasiado tarde. Los
resultados aún no han salido.
Niego con la cabeza.
—Ni hablar, olvídalo. Voy a ganar.
El icono del corazón deja de girar por fin y aparece una
nueva ventana con una lista de perfiles de candidatos. Cada
uno es una sola línea con una cita textual de cómo
empiezan sus propias declaraciones personales. No hay
imágenes ni nombres reales, solo nombres de usuario.
—¡Ja, ja, ja! —exclamo—. Un nuevo nivel de desafío en el
juego.
Examino la lista para ver si algo me llama la atención. Hay
dos candidatos que parecen particularmente prometedores,
pero como el fragmento sobre la persona es muy breve, no
hay forma de estar segura hasta que haga clic en los
enlaces y lea más. Miro a Dev otra vez.
—¿Quieres elevar la apuesta?
—¿Cuál era la apuesta exactamente?
Tengo que pensarlo un segundo. ¿Hemos apostado algo?
Ahora ni siquiera recuerdo qué es lo que nos llevó a estar
delante de este ordenador juntos.
—La verdad es que no tengo ni idea.
—¿Una cena?
Estoy confundida por su respuesta.
—¿La pizza? Ya has pagado por ella.
—No, no me refiero a la pizza. Otra cena. El que pierda
invita al que gane.
Asiento con la cabeza. Ahora sí que estamos jugando de
verdad, y eso me gusta. Me refiero a que ganar está muy
bien, pero ganar una cena con un chico guapo está mucho
mejor, aunque solo sea como amigos.
—Trato hecho. Entonces, ¿cuáles son las reglas?
Él se encoge de hombros.
—Dímelo tú.
Me gusta ser yo quien decida cómo vamos a jugar. Un
gran poder conlleva una gran responsabilidad; lo aprendí de
Spiderman.
—Está bien, aquí tenemos una lista de candidatos y
sospecho que una de las personas de la lista eres tú.
Aguardo su respuesta, pero, por la impasibilidad de su
rostro, es como un jugador de póquer de categoría mundial.
Maldita sea. Continúo.
—Lo dejaré así, donde no puedo ver ninguna fotografía, y
guiándome solo por estas breves frases, seleccionaré mis
tres opciones principales. Estas serán las tres personas
entre las que creo que podrías estar tú.
—Pensaba que se suponía que debías elegirme
directamente.
Levanto un dedo.
—Déjame terminar. Ahora mismo solo puedo ver una
frase, lo que no me da muchas pistas. Así que haré clic en
los enlaces de «Leer más» en solo tres de los candidatos, y
no miraré las fotos. Y después de haber leído los detalles
sobre esos tres candidatos, te diré cuál eres tú.
—¿Cómo puedo evitar que mires las fotos?
Escaneo la web rápidamente y señalo la pantalla.
—Mira. Puedes elegir «navegar sin fotos». De esa forma,
no habrá trampa.
—Perfecto.
Parece muy satisfecho consigo mismo. Ya veremos quién
sonríe cuando todo haya terminado.
—¿Listo?
Su sonrisa es tan radiante que, de pronto, tengo dudas.
—Oh, sí, ya lo creo —dice—. Adelante. Definitivamente,
estoy listo para que me invites a una cena deliciosa. ¿Te he
dicho ya que tengo un gran apetito?
Ya hemos llegado a un trato y establecido el desafío. Por
desgracia para él, seré yo quien disfrute de una deliciosa
cena gratis, y no al revés. ¡Ja!
Me desplazo por las veinticuatro opciones que me han
salido, asegurándome de anular la selección de la opción de
foto. La mayoría de los perfiles son demasiado cursis para
que los haya escrito Dev; al menos el treinta por ciento de
ellos mencionan que les gustan las largas caminatas en la
playa o leer poesía. Mec. Dev es mucho más original que
eso.
En realidad, hay cinco posibilidades sobre las que hacer
doble clic. Me muerdo el labio mientras trato de decidir
cuáles son más probables. Al final opto por eliminar dos
cuando veo que carecen de la vena profundamente
romántica que intuyo que podría haber en el interior de Dev.
Podría haberme dejado tirada en la nave industrial, pero su
prioridad fue convencerme de que lo dejara jugar a ser mi
salvador. Tenemos aquí delante un magnífico ejemplar de
caballero de brillante armadura.
Ahora me quedan tres candidatos. La primera frase del
primer candidato dice: «Todavía estoy buscando a mi alma
gemela»; el segundo dice: «Creo en el amor a primera
vista», y el tercero dice: «Toma mi mano y caminaremos
juntos». Borro todos menos esos tres candidatos de la
pantalla y giro la silla para ponerme de cara a Dev.
—De acuerdo, ya casi estoy. Uno de estos tres eres tú.
—¿Tú crees?
Siento un atisbo de duda cuando veo la expresión de su
rostro, pero no le hago caso, porque sé que no puedo perder
en este juego. O paga él o pago yo, pero vamos a cenar
juntos. Me vuelvo de forma que estoy de espaldas al
ordenador.
—Anda, haz clic en el primero y asegúrate de que no
aparecen imágenes del perfil. No quiero ver una foto de tu
cara y que me acuses de hacer trampa.
Levanta la silla y la acerca al escritorio.
—Quieres decir que no quieres ver una foto de un tipo que
no soy yo.
—Lo que tú digas.
Me tapo los ojos con las manos e inspiro profundamente
cuando se inclina hacia mí. Percibo su olor a suavizante para
la ropa o tal vez sea su colonia. Es muy sexy, y demasiado
tentador. Me obligo a dejar de respirar para no caer bajo el
hechizo y decir una estupidez. El sonido de mi ratón hace
clic, y luego el olor de Dev desaparece. Ya puedo respirar de
nuevo, pero no es tan divertido.
—De acuerdo. Estás en la página «Leer más» y no hay
fotos.
Abro los ojos y aparto las manos para poder darme media
vuelta y leer lo que está en la pantalla del ordenador. Hay
un largo párrafo escrito por un hombre misterioso que busca
el amor. Está describiendo la cita perfecta. Podría ser Dev,
pero de nuevo, no estoy segura. No puedo tomar una
decisión hasta que los haya leído todos.
Cuando termino de leer la información, me aparto de la
pantalla y me tapo los ojos otra vez. Dev cumple con su
parte del trato seleccionando el siguiente perfil y verificando
que no haya foto. Probablemente ya no tenga que hacer
eso, pero me encanta que se acerque a mí.
Me vuelvo cuando me hace una señal y escaneo
rápidamente la página, sabiendo en segundos que este no
es él.
—Puedes eliminar este. No eres tú.
—¿Estás segura?
—Sí, y no intentes confundirme. Estoy segura.
—Está bien —contesta—. Si tú lo dices…
Ahora tengo en mi pantalla el tercer y último candidato,
con un gran signo de interrogación en el recuadro donde
estaría su foto de perfil si no hubiera desactivado esa
opción. Este y el primero son muy parecidos, casi no puedo
diferenciarlos.
—Esto es muy, muy difícil.
—¿Por qué dices eso?
—Porque sí. Estos dos hombres son como la misma
persona.
—Pues yo no lo creo.
Se inclina y entrecierra los ojos delante de la pantalla
como tratando de extraer un significado más profundo
simplemente por acercarse.
Señalo el segundo párrafo.
—Mira. Los dos dicen que están buscando a una mujer con
un espíritu aventurero y un cierto je ne sais quoi. —Lanzo un
resoplido desdeñoso—. ¿Quién dice eso?
—Vivimos en Nueva Orleans —dice—. Es normal que la
gente aderece sus frases con un toque elegante de francés
de vez en cuando.
—Pero no un hombre. No de esa manera.
Se vuelve hacia mí.
—Ahora intentas desdecirte de la apuesta, ¿verdad?
—No, qué va. Solo tengo que descubrir cuál de estos dos
eres tú, eso es todo. Y solo digo que… es raro que los dos
sean tan similares. —Lo miro de reojo—. ¿No tendrás un
hermano gemelo del que no me has hablado?
—No, que yo sepa.
Sacudo la cabeza lentamente.
—Estás jugando conmigo. Sé que tengo razón.
Se ríe.
—Pareces muy segura de que uno de estos dos soy yo.
Creo que será mejor que te rindas antes de que metas la
pata hasta el fondo.
Me encojo de hombros y vuelvo al ordenador, sintiéndome
frustrada de repente.
—El caso es que no soy de las que se rinden fácilmente. —
Por eso seguí con mi ex tanto tiempo. Debería haberlo
dejado después de que naciera Sophie, pero me quedé a su
lado. Aunque no todo es malo; tengo dos ángeles más bajo
mi ala.
Su voz se suaviza.
—Bueno, eso es algo de lo que deberías sentirte orgullosa.
No se está burlando de mí, aunque probablemente
debería hacerlo. No tengo ni idea de por qué me ha salido
esa frase tan cursi. ¿Acaso quiero darle lástima o algo así?
Aaargh. Mejor será que me dé una ducha fría.
Se aclara la garganta como si fuera a decir algo que va a
avergonzarme aún más, pero yo se lo impido.
—Muy bien, ahora presta atención. Estoy a punto de
tomar una decisión.
Empieza a tamborilear con los dedos sobre el escritorio,
realzando el efecto del tambor con los sonidos de su boca.
—Tachán, tachán… Y el ganador es…
Hago clic en el último, abriendo el perfil por completo otra
vez.
—Este eres tú, Dev.
Deslizo el ratón para hacer clic en el enlace que revelará
la fotografía, pero la mano de Dev en mi muñeca me
detiene.
—Antes de hacer eso, dime por qué no has elegido el
primero.
Siento un hormigueo en el punto de la muñeca que me
está tocando, y de repente siento mucho calor. Cuando me
vuelvo a mirarlo, su cara parece estar a apenas unos
centímetros de distancia. Mi voz sale como en un susurro.
—Porque el otro chico parecía triste o algo así, y yo no te
veo como una persona triste. Además, supongo que tu hijo
es tu persona favorita, así que…
Retira la mano y se aparta, con la cara inexpresiva, un
misterio. Hago clic en el enlace del tercer anuncio y
encuentro la cara de un extraño mirándome. Me da un
vuelco el corazón.
—Vaya, mierda. Realmente pensaba que te tenía.
Se inclina y se apodera del ratón.
—Casi lo consigues.
Cierra ese perfil y abre el primero, el que he rechazado
porque me parecía un hombre demasiado triste. Lo primero
que veo cuando hace clic en el enlace es la cara de Dev. Se
me cae el alma a los pies.
—Oh. Mierda. —Me vuelvo para mirarlo—. Dev, lo siento.
No solo lo he llamado triste, sino que básicamente
también le he dicho que como padre es una mierda. ¿Por
qué no lo he pensado antes de abrir esa bocaza mía? Pues
claro que no iba a incluir a los niños en la pregunta de
«persona favorita». ¡No en un sitio web de citas!
Se pone de pie.
—No pasa nada. No te sientas mal. A menos que te
preocupe tener que invitarme a cenar.
Lo miro, sintiendo un inmenso alivio de que no me esté
echando en cara mis desagradables palabras.
—¿Preocupada? ¿Por qué iba a estar preocupada?
Sonríe y se encoge de hombros.
—No todo el mundo es un buen ganador. He conocido a
muchos más malos perdedores que a buenos ganadores en
mi vida.
Tal vez mi percepción no vaya tan errada con él después
de todo. Ahora veo de dónde viene la tristeza que percibí en
esas palabras, y también sé cómo ha sido capaz de
ocultarla tan bien. Es un hombre de verdad. No solo se nota
en sus músculos sino también en su corazón. Él es uno de
los buenos.
Sin embargo, no digo nada de eso en voz alta, sino que
trato de mantener el tono festivo.
—No soy una mala perdedora, Dev. Te invitaré a cenar
donde quieras e iré cuando tú quieras.
Me da una palmadita en el hombro.
—Estupendo. Es una cita.
Se da media vuelta y sale de la habitación.
Estoy demasiado aturdida por sus palabras para
responder de inmediato, pero luego me doy cuenta de que
se dispone a irse.
—¿Adónde vas? —grito a la puerta.
—¡Tengo que volver a casa! Mi madre me está esperando.
No le gusta quedarse despierta hasta tarde.
Me levanto y me aliso la parte delantera de la ropa, triste
de que se vaya, pero consciente de que sería absurdo por
mi parte pedirle que se quedara. ¿Qué haríamos? ¿Jugar a la
Play? Ha llamado «cita» a nuestra futura cena, pero no
estoy convencida de que lo haya dicho en serio. Además,
viene con equipaje. ¿Realmente necesito más equipaje en
mi vida en este momento? Tengo todo un camión entero yo
misma.
Lo espero en la puerta. Se acerca con las manos vacías.
—¿No quieres llevarte las pizzas?
—¿Qué pizzas?
Me asomo a mirar en el salón. Las tres cajas todavía están
allí. Las señalo.
Se encoge de hombros.
—Solo son cajas vacías. Podría llevarlas al contenedor de
reciclaje, si quieres.
—No, no te preocupes por eso. —Lo miro desde los dedos
de sus pies a la parte superior de la cabeza—. Supongo que
se necesitan muchas calorías para hacer funcionar esa
máquina.
—Y que lo digas. —Sonríe—. Bueno, pues ya te llamaré
para quedar para esa cena, ¿de acuerdo?
Asiento con la cabeza.
—Claro. Mi hermana puede darte mi número.
Me guiña un ojo.
—Ya lo tengo.
No sé qué decir para no parecer una colegiala sonrojada y
balbuciente, así que me limito a sonreír. Le abro la puerta.
—Buenas noches.
—Igualmente.
Se inclina y me besa en la mejilla tan rápido, que ni
siquiera lo veo venir hasta que el beso se acaba. Me llevo la
mano flotando hasta la mejilla mientras él sale al porche y
baja las escaleras hacia su coche. Es el vehículo más feo
que he visto en mi vida. Tan feo que me saca de la nube de
felicidad en la que estoy flotando. Me río.
—¿Qué es esa cosa?
Se da media vuelta y camina hacia atrás.
—¿El qué?
Señalo el cacharro destartalado que hay delante de mi
casa.
—¿Mi automóvil? ¿Lo dices de broma? ¿No sabes qué es
esto?
Tengo la mano pegada a la mejilla donde me ha besado,
sonriendo y negando con la cabeza. Abre la puerta, con un
fuerte crujido que retumba en todo el patio delantero y
también en los jardines de los vecinos.
—Esto, querida joven ingenua, es un Pontiac Phoenix. Un
clásico. El coche de un hombre de verdad.
Arqueo las cejas todo lo posible antes de responder.
—Si tú lo dices…
Cierro la puerta despacio en las narices de su expresión
ofendida, y luego me muero de la risa en el recibidor.
Maldita sea. Me duele la cara de tanto sonreír. No me sentía
tan bien ni tan joven desde hacía mucho, muchísimo
tiempo.
Capítulo 13

Estoy en la cocina preparando huevos con beicon para el


desayuno del lunes por la mañana de los niños cuando
Sammy baja las escaleras llorando.
—¿Qué pasa, pequeñín?
Dejo la espátula en la encimera, al lado de los fogones, y
me vuelvo para mirarlo, poniéndome en cuclillas para poder
situarme a su misma altura.
—Me duele la bariga. —Unos enormes lagrimones le
resbalan por las mejillas.
Le acaricio la barriga con suavidad.
—¿Estás seguro? —Se lo pregunto porque ha tenido
muchos dolores de estómago últimamente, pero el médico
no ha encontrado ninguna razón médica para su malestar.
Estoy empezando a sospechar que hay problemas en la
guardería que Sammy no quiere contarme.
—Cí, eztoy ceguro. Y no tengo caca, ací que no me digaz
que vaya al baño a centarme en el ordinal.
Tengo que contener la risa. Parece tan ofendido… Asiento
con la cabeza.
—Lo entiendo. Pero, ¿sabes qué? No tiene nada de malo
sentarse en el orinal un rato, solo para estar seguros.
—Ya zabía yo que ibaz a decir ezo…. —Apoya las manos
sobre el vientre, levanta los ojos hacia el techo y gime—.
¡Ayyy! ¡Cómo me dueeeleee!
Dejo escapar un largo suspiro. Ni siquiera ha pasado una
hora desde que me levanté y ya se está torciendo el día. A
mi jefe le va a encantar.
—¿Te apetecen unos huevos con beicon antes de volver a
la cama? —Si es una falsa alarma, se sentirá tentado.
Niega con la cabeza sin dudarlo.
—No. Me duele mucho la bariga.
Recojo la espátula y señalo con ella hacia la entrada de la
cocina.
—Bueno, pues vuelve a tu habitación o acuéstate en el
sofá de la sala de estar y te traeré una taza de nuestra
infusión especial.
—Eztá bien, mami —dice con la voz más lastimosa que he
oído en mi vida—. Graciaz por cuidarme.
Y mi corazón se derrite allí mismo, en el suelo de la
cocina… Este niño sí sabe cómo tocarme la fibra sensible.
Es todo un artista.
Sophie entra en la cocina.
—¿Qué le pasa? —pregunta mi hija de diez años,
señalando al pequeñín que acaba de pasar arrastrándose
como un zombi apático, con los pantalones del pijama tan
largos que se le meten debajo de los pies.
—No se encuentra muy bien.
—Vaya, ya estamos otra vez.
Sophie pone los ojos en blanco.
Señalo una silla con la espátula.
—Siéntate. Y sé buena. No puede evitar que le duela el
estómago.
Baja la voz para hablar.
—Mamá, sabes perfectamente que está fingiendo.
Niego con la cabeza.
—No, no lo creo. Al menos, esta vez.
Empujo los huevos, preguntándome si alguien se los va a
comer. No parecen muy apetitosos, la verdad.
Mi hija lanza un resoplido de incredulidad.
—Lo que tú digas… A mí me da igual.
Podría empezar a discutir con ella, pero necesito ahorrar
energías para la excusa que estoy a punto de darle a mi
jefe. Tiene el don de hacer que me sienta desesperada y
tramposa, incluso cuando le digo la verdad sobre por qué no
puedo ir a trabajar. No es como si tuviera resaca y le echase
la culpa al falso dolor de estómago de un niño.
A continuación, es Melody quien entra en la cocina, lo cual
es lo más normal del mundo: mi hija de casi ocho años es
siempre la última en bajar las escaleras, la última en salir y
la última en irse a la cama. Y en estos momentos, aún está
medio dormida, que también es lo normal.
—Buenos días, tesoro —digo con una voz especialmente
alegre.
—Buenos días, mamá —murmura.
Se sube al taburete que hay frente a la encimera de la
cocina y apoya la barbilla en las manos. Segundos más
tarde, su cabeza se inclina hacia un lado y acaba de
despertarse de golpe.
Deposito un gran vaso de zumo de naranja frente a mi
muy desorientada y soñolienta hija.
—Toma, bébete esto. Te despertará.
—¿Tenemos que ir a la escuela? —protesta, tomando el
vaso y sosteniéndolo mientras espera mi respuesta.
—Sí, tienes que ir a la escuela. ¿Se puede saber qué
habéis hecho con vuestro padre este fin de semana? ¿Por
qué estáis tan cansados?
Sophie responde con entusiasmo, y parece muy contenta
de poder transmitirme la información.
—Nos dejó quedarnos despiertos hasta la una de la
mañana.
Dejo la espátula suavemente sobre la encimera, tratando
por todos los medios de controlar mi mal genio. Me dan
ganas de transformarme en el Increíble Hulk.
—Ah, pues qué bien. Genial —digo con paciencia
exagerada—. Y supongo que también os comisteis diez kilos
de golosinas y de dulces.
Melody se anima.
—Más bien como una tonelada.
Ella también parece muy feliz por su fin de semana.
«¡Eres un imbécil, Miles! ¡Te mataré!»
—Sammy vomitó —dice Sophie—. Eso fue asqueroso.
Melody hace una mueca, igual que su hermana.
—Sí. Qué asco. La novia de papá se enfadó mucho.
—No me cae bien —dice Sophie antes de que yo pueda
intervenir—. Es muy, muy creída.
—¡Sophie! ¡No digas eso!
Sophie se encoge de hombros.
—Bueno, pero es que lo es.
Es la primera vez que oigo que Miles tiene novia. Creía
que salía con chicas que acababan de cumplir la mayoría de
edad, y que evitaba cualquier forma de compromiso real.
Remuevo los huevos.
—Así que papá tiene novia, ¿eh?
—Sí. Pero nos dijo que no te lo dijéramos y que no era
asunto tuyo. —Sophie parece estar regodeándose con esos
pequeños datos. Si no la conociera mejor, pensaría que
disfruta viéndome perder los nervios.
Sujeto la espátula prácticamente como lo haría el
Increíble Hulk. Flexiono algunos músculos de los brazos y las
piernas, solo por gusto. Me ayuda a no pensar en el hecho
de que, ahora mismo, quiero asesinar al padre de mis hijos.
¿Cómo se atreve a hablarles así de mí?
—Tiene razón —digo, intentando sonar despreocupada—.
No es asunto mío y no me importa.
—Pero si tiene novia, nunca volverá a casa —dice Melody.
Dejo la espátula en la sartén, apago el fuego y me doy la
vuelta.
—Melody, cariño, tienes que dejar de pensar eso. Tu padre
y yo nunca, nunca más volveremos a estar juntos.
—«Gracias, Taylor Swift, por recordarme que no soy la única
mujer en el mundo en esta situación».
—Y menos, si tiene novia —dice, haciendo pucheros.
—No, aunque no la tuviera, tampoco volveríamos a estar
juntos. Simplemente, eso no va a pasar.
—Pero ¿es que no lo quieres? —pregunta Melody, casi
llorando. Ahora me miran las dos, aguardando mi respuesta.
¿Cómo les dices a tus hijos que te has planteado
seriamente atropellar a su padre con tu coche más de una
vez? ¿Que no recuerdas qué te hizo fijarte en él? ¿Que crees
que es un cabrón mentiroso que no merece ni siquiera ser
su padre?
Lanzo un suspiro. No puedo decir nada de eso. En una
situación así, solo se puede mentir o maquillar la verdad.
Siempre intento maquillarla primero…
—Niñas… Adoro que vuestro padre me haya dado los tres
niños más maravillosos del planeta. Tuve mucha suerte de
conocerlo.
—Estás evitando la pregunta —dice Sophie, demasiado
lista para su propio bien.
—¿Quién quiere huevos? —pregunto con voz alegre y
cantarina, porque esta mañana no estoy preparada para
hundirme hasta la rodilla en un charco de mentiras.
—Huelen fatal. Preferiría unas tortitas —dice Melody,
tapándose la nariz.
Me vuelvo y empiezo a sacar sartenes.
—¡Pues no se hable más: marchando una de tortitas! —
Normalmente no soy la clase de madre que regenta un
restaurante a la carta, pero llegados a este punto haré lo
que sea con tal de evitar tener que hablar sobre Miles—.
Niñas, vosotras vestíos y, para cuando hayáis terminado, las
tortitas estarán listas.
Se bajan de los taburetes y se van arrastrando los pies
hacia sus habitaciones, metiéndose la una con la otra todo
el camino.
Una vez más, soy yo la que tiene que lidiar con las
consecuencias de que Miles pase un día y medio con
nuestros hijos. Sammy está enfermo por culpa del empacho
de azúcar, y las niñas están sufriendo los efectos
secundarios después de un pico de glucosa, que se
manifiestan en forma de cansancio extremo y mal humor.
No me sorprendería nada que llamasen de la enfermería de
la escuela luego para decirme que tengo que ir a recoger a
mis hijas.
Alargo la mano hacia el teléfono mientras echo un poco
de mezcla de tortitas en un cuenco. Voy a llamar a mi jefe.
Más me vale quitarme esto de encima cuanto antes.
Capítulo 14

Me quedo mirando boquiabierta el teléfono, sin dar


crédito a lo que acabo de oír.
—¿Qué quieres decir con eso de que no hace falta que me
moleste en volver?
La risa de mi jefe es decididamente incómoda.
—Lo que quiero decir es que vamos a hacer una pequeña
reestructuración en las próximas semanas, así que eso de
que te vayas a quedar en casa con tu hijo enfermo es muy
oportuno para nosotros. Bueno, para ti, quiero decir.
—Ni siquiera sé qué significa eso. ¿Cómo que «oportuno»?
—Tengo la presión arterial por las nubes y oigo un extraño
zumbido en los oídos—. ¿Cómo puede mi hijo enfermo ser
oportuno para nada ni para nadie?
Entonces dulcifica el tono de voz.
—Vamos, Jenny, sabes que han sido unos últimos seis
meses muy difíciles para nosotros. Tuvimos una reunión con
nuestros inversores y nos recomendaron que recortáramos
algunos puestos. Tuvimos que tomar algunas decisiones
realmente difíciles. La buena noticia es que serás una de los
afortunados que tendrá una especie de paquete de
indemnización. Al final, podrás disfrutar de más tiempo con
tu familia, y eso siempre es bueno, ¿verdad?
—¿Suerte? ¿Qué? ¿Más tiempo con mi familia? Pero
¿qué…? ¿Me estáis castigando porque soy una madre sola?
Te lo he dicho, mi hijo está enfermo, Frank. Esto no es una
broma. No estoy llamando porque tenga resaca, como estoy
segura de que George habrá hecho ya esta mañana.
George es soltero, como la mayoría de las personas con
las que trabajo, y es famoso por la cantidad de fiestas que
organiza y a las que va; siempre es él quien acaba con la
pantalla de la lámpara en la cabeza y el trasero peludo en la
fotocopiadora en la fiesta de Navidad. Lo he visto. No es una
imagen bonita. Eso podría explicar por qué todavía está
soltero. Un hombre con tanto pelo en el trasero nunca
debería mostrarlo tan públicamente.
—No, esto no tiene nada que ver con tu condición de ser
madre separada ni con el hecho de que tu hijo esté
enfermo. Jenny, te creo. Ya sé cómo es esto de los niños:
están enfermos todo el tiempo. No olvides que yo también
tengo dos.
—Sí, Frank, y tienes una esposa en casa que no trabaja,
afortunadamente para ti, así que ninguno de nosotros ha
tenido que ver cómo tus hijos interferían en tu capacidad de
venir a trabajar a las seis de la mañana y salir a las diez de
la noche.
Su voz pierde el tono agradable.
—Nadie cuestiona tu dedicación al trabajo, Jenny. Eres una
ingeniera fantástica. Sabes mucho de lo tuyo, por eso no
estoy preocupado por ti. Encontrarás otro trabajo
enseguida.
Siento que algo me oprime el pecho. Ahora estoy
asimilándolo por fin: acaban de despedirme. ¡Mierda,
acaban de despedirme! ¿Qué voy a hacer? ¿Cómo pagaré
las facturas?
—¿Y cómo vas a saber tú si voy a encontrar otro trabajo
enseguida o no? —pregunto, al borde de la histeria—.
Estamos en crisis, y sabes que las nuevas empresas pagan
una mierda en estos momentos. —Genial. Me ha hecho
soltar una palabrota.
—¿Y qué? Pues no busques trabajo en una start-up. ¿Por
qué no te diriges a una compañía eléctrica o algo así?
—¿Quieres que me tire de cabeza al Misisipi, Frank?
Porque sabes que eso es lo que haría si tuviera que ir a
trabajar a un lugar así todos los días. No podría haber un
trabajo más aburrido en todo el planeta.
—Bueno, pues entonces ponte a trabajar por tu cuenta
como freelance. Sé que siempre has querido probarlo. Con
la indemnización tendrás el equivalente a un par de meses
de sueldo, para poder relajarte y probar.
Lanzo un resoplido de incredulidad.
—Será mejor que esa indemnización sea el equivalente a
más de dos meses de sueldo… —No puede hablar en serio.
¿Dos meses? El último tipo al que despidieron obtuvo
nueve. ¡Nueve!
Frank parece nervioso.
—¿Por qué dices eso?
—¿A ti qué te parece? Seguro que, si hiciera un pequeño
análisis sobre las personas que se van a quedar y las que se
van a ir, son los trabajadores con niños quienes acabarán de
patitas en la calle. Las primeras en salir por la puerta serán
los padres y madres solteros y las personas mayores de
treinta, ¿a que sí? Y no creas que me iré sin rechistar y sin
armar un escándalo. Esto es injusto. No está bien. Es ilegal
despedir a personas por tener hijos. Solo lo usáis como una
excusa para deshaceros de nosotros y contratar a niñatos
recién salidos de la universidad por la mitad del sueldo.
—Está bien, Jenny, ya veo que estás disgustada, y lo
entiendo perfectamente, porque no esperabas que esto
sucediera hoy. Siento mucho haberte dado esta mala
noticia, de verdad que lo siento, pero no puedo hacer nada.
No está en mi mano.
—No pienso aguantar esto.
Sueno como una auténtica justiciera, pero tanto Frank
como yo sabemos la verdad: no soy Linterna Verde. Soy
perfectamente capaz de proferir las amenazas más
terribles, pero sé muy bien que no voy a poder cumplirlas.
Estoy destrozada. Voy a tener que vender la casa. ¿Adónde
iremos? ¿Dónde vamos a vivir? La casa de May es
demasiado pequeña para todos nosotros, y prefiero vivir en
la calle que mudarme a casa de mi madre. Puedo pasar con
ella parte de las vacaciones, pero vivir juntas sería un
desastre. Estar con ella demasiado tiempo me recuerda
cuando teníamos que vivir bajo el mismo techo con el
desgraciado de mi padre, cuando una madre mejor se
habría largado con nosotras de allí, ahorrándonos todo
aquel sufrimiento. Es probable que nunca llegue a
perdonarla por eso, sobre todo ahora que tengo mis propios
hijos. Al menos aprendí una lección de mi madre: nunca
sigas en una relación que convierta a tus hijos en víctimas.
Frank suspira.
—Bueno, podrías enfrentarte a los inversores si quieres,
pero no te lo recomiendo.
—¿Por qué no? —Ya me imagino irrumpiendo de sopetón
en una sala de reuniones donde sin duda estarán
maquinando cómo contratar gente y hacer que trabajen
turnos de veinticuatro horas gratis. De hecho, en esa
fantasía, hasta llevo una capa.
—Pues porque no. Vivimos en un mundo muy pequeño. Si
te echas fama de persona difícil por plantar cara a tus jefes
y exigir grandes indemnizaciones por despido, correrá la
voz. Nadie querrá contratarte.
Intenta asustarme para que me arredre. Juraría que la piel
se me está volviendo de color verde, y que noto los
pantalones del pijama cada vez más ajustados.
—Voy a colgar el teléfono antes de decir algo de lo que
me arrepienta.
—Bueno. Lo entiendo. Sin resentimientos, Jen. Te deseo la
mejor de las suertes. ¿Cuándo crees que podrás pasarte a
recoger tus cosas?
Hago rechinar los dientes un par de segundos antes de
contestar.
—Tú mete mis cosas en una caja, y vendré a buscarlas
cuando mi hijo ya no esté enfermo.
Estrello el teléfono contra la encimera, me agarro el pelo,
tiro de él y grito.
Oigo el ruido de unos pies arrastrándose por el suelo y
luego aparece mi hijo.
—¿Mami? ¿Eztáz bien?
Suelto el pelo y lucho para mantener a raya las lágrimas y
evitar que mi pequeñín me vea llorar.
—Pues la verdad es que… ahora mismo me encantaría
transformarme en el Increíble Hulk y ponerme a destrozar
cosas. Pero estaré bien dentro de un par de minutos,
cuando me calme un poco.
Él sonríe.
—Me guzta el Increbible Hulk. ¿Vaz a volverte verde?
Me pongo de rodillas y abro bien los brazos.
—Ven a darle un abrazo a mamá.
Corre hacia mí y se arroja a mis brazos.
—No te preocupez, mami. Todo va a zalir bien.
Le doy una palmadita en la espalda y se me acelera el
corazón al imaginar que algún día será un hombre fuerte,
consolando a una esposa o a un niño como lo está haciendo
conmigo en este momento. Al menos estoy haciendo algo
bien.
—Lo sé, cielo. Lo sé. No te preocupes por tu mami. No se
va a convertir en Hulk ni a destrozar cosas ni nada de eso.
Mami va a estar bien.
Se aparta para mirarme muy serio.
—Pero cería divertido deztrozar alguna cosa, mami.
Me río.
—Probablemente tienes razón.
Lo abrazo más fuerte y entierro la cara en su cuello,
aspirando con todas mis fuerzas.
—Me hacez cozquillaz. —Cuando se ríe, suena como si un
coro de ángeles estuviera cantándole una melodía
tranquilizadora a mi pobre corazón. Respiro hondo y dejo
escapar el aire, esperando que parte de la negatividad que
Frank ha traído a mi vida escape con él.
No tengo ni idea de lo que voy a hacer ahora. Incluso
conservar la calma se me hace muy cuesta arriba. Pero si no
lo hago por mí, tengo que hacer esto por mis hijos, porque
soy madre, y eso es lo que hacen todas las madres.
Capítulo 15

Bueno entonces… A respirar profundamente: inspirar y


espirar. No tengo la piel de color verde, todavía me caben
los pantalones del pijama y Sammy está instalado en el sofá
con una taza de infusión digestiva y una caja de galletas de
animales. ¡Galletas para el desayuno! ¡Premio a la madre
del año! ¡Yuju! Con las niñas en la escuela y Sammy viendo
alegremente el programa de Barney, dispongo de un par de
minutos para decidir qué voy a hacer con el resto de mi
vida. Nada, un asuntillo sin importancia. Sin presión.
Me siento como un perezoso: no me queda ni una gota de
energía en el cuerpo. Podría tumbarme en el sofá e ir
metiéndome palomitas de maíz en la boca sin parar
mientras miro al vacío y ser perfectamente feliz. Por
desgracia, no puedo darme ese lujo. Tengo una hipoteca
que pagar, tres hijos que alimentar y un exmarido al que no
se le da muy bien asegurarse de que el banco no me va a
devolver sus cheques de la pensión.
Obviamente, necesito encontrar otro trabajo. La
indemnización por despido, sea cual sea la cantidad al final,
no va a dar mucho de sí. La economía muestra indicios de
recuperación, por lo que no creo que tenga problemas para
encontrar un empleo; la pregunta es si encontraré alguno
con un jefe capaz de tolerar que, a veces, alguno de mis
tres hijos se ponga enfermo y me tenga que quedar en casa
a cuidarlo, algo imprescindible en las madres que crían
solas a sus hijos, como yo…
Una vocecilla está cantando en mi cabeza: freelance,
freelance, freelance. Eso me produce de inmediato un dolor
de estómago de puro estrés, probablemente muy similar al
que sufre Sammy. ¡Eso es impredecible! ¡Nunca sabes si vas
a tener encargos o si te va a costar pagar las facturas! ¡Si
despidieran a Miles, los niños se quedarían sin seguro
médico! Lo que he conocido toda mi vida laboral es un
sueldo fijo. No sé si puedo soportar todo el riesgo que
conlleva el trabajo por cuenta propia. Recojo el teléfono de
la mesa y miro los mensajes de texto que mi hermana me
ha enviado en los últimos días. Se me encoge el estómago
ante la idea de llamarla. Probablemente sea demasiado
tarde. Seguro que Ozzie ha contratado ya a otra persona
para ese trabajo. ¿Por qué fui tan idiota antes? ¿Por qué
tuve que ponerme hecha una furia en esa nave industrial?
Esas personas solo intentaban ayudarme proponiéndome
ganar un dinero extra a cambio de una tarea que
seguramente era muy sencilla.
Tener un trabajo me procuraba una sensación de
seguridad, pero debería haberme planteado que el despido
era algo que podía pasar tarde o temprano. En este campo,
nunca conservas un mismo empleo por mucho tiempo.
Siempre hay empresas que compran o absorben otras
empresas, van a la quiebra o cambian de objeto social. En
este mundo solo sobreviven los más fuertes, y yo soy un
simple cachorro, una presa fácil.
Respiro hondo de nuevo. A estas alturas, ya estoy a punto
de ponerme a hiperventilar. Me acerco a la mesa de la
cocina y me llevo el teléfono. Es hora de afrontar la
situación, de tragarme el orgullo y comportarme como una
adulta.
—Contesta, May, contesta…
Será mejor que responda pronto, antes de que me eche
atrás.
—¿Diga? —contesta mi dulce hermanita. El mero hecho de
oír su voz hace que se me salten las lágrimas.
—Hola. Soy yo.
—¿Qué pasa? —Ha desaparecido la voz dulce y ahora
aparece el tono exigente. El de preocupación. Y esa es la
gota que colma el vaso. Me echo a llorar y se me cierra la
garganta. Cuando consigo volver a hablar por fin, estoy
hecha un desastre.
—Me han despedido.
—¿Despedido? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¡Eres su mejor
empleada! ¿Qué ha pasado?
—Supongo que, a sus ojos, no soy tan buena. —Intento
reír, pero me sale más bien un sonido como de asfixia—. He
llamado para avisar de que hoy no iría a trabajar porque
Sammy tiene otro dolor de estómago, y simplemente me
han despedido.
—No pueden hacer eso. No pueden despedirte porque tu
hijo está enfermo.
—No estoy segura de que tenga algo que ver con eso. O
tal vez sí. Llamé varias veces el año pasado porque alguno
de los niños estaba enfermo. De todos modos, el resultado
final es el mismo. Estoy sin trabajo a partir de hoy.
—¿Te han dado algún tipo de indemnización?
—Eso me han dicho, pero me han hablado también de
solo dos meses de paga, así que no me va a dar para
mucho. —Me detengo a pensar exactamente cuánta
información quiero compartir con mi hermana. Ella ya tiene
sus propios problemas, no le hace falta cargar con los míos.
—¿Cuánto dinero tienes ahorrado?
Me río con amargura.
—¿Me tomas el pelo? ¿Ahorros? ¿Qué es eso?
—Está bien, que no cunda el pánico. Ya pensaremos en
algo.
—No hay nada que pensar, en realidad. Solo te llamaba
para ver si todavía tenéis disponible ese trabajo como
freelance. —La humillación es grande. De hecho, estoy a
punto de suplicarle a mi hermana que me consiga un
trabajo con su novio.
Tengo el corazón en vilo, esperando su respuesta, pero
por suerte, llega bastante rápido.
—¡Por supuesto que sí! No hemos buscado a nadie más.
Además, aunque lo hubiéramos hecho, todavía habría
trabajo para ti aquí.
—Lo dices para intentar que me sienta mejor.
—No, no lo digo por eso, créeme. Ahora que estoy con
Ozzie, me he enterado de todo lo que ocurre entre
bastidores en la empresa. Anoche mismo me dijo que en los
últimos años se han duplicado sus encargos relacionados
con temas de informática y ordenadores.
—Pero ya tenéis a alguien ahí que trabaja con
ordenadores, ¿verdad?
Intento recordar el nombre del chico, pero lo único que me
viene a la cabeza es lo guapo que es y lo bonitos y blancos
que tiene los dientes.
May completa las lagunas de mi memoria.
—Te refieres a Lucky. Sí, tenemos a Lucky, pero él no es de
esa clase de informáticos. No es ingeniero como tú, sino
financiero. Puede entrar en las cuentas de la gente y ver
qué pasa, pero no puede entrar en carpetas ocultas ni
hackear los sistemas.
—¿Hackear? ¿Quieres que hackee ordenadores?
De repente, May suena muy alegre.
—¡No! ¿He dicho hackear? No quería decir eso. No seas
tonta. —Lanza un resoplido, una señal inconfundible de que
está nerviosa y tiene miedo de que sepa exactamente de
qué está hablando, pero dejo que continúe sin interrumpirla.
Al menos ha captado mi interés—. Por ejemplo, en este caso
que queremos proponerte, estamos investigando las
cuentas de una empresa porque hay algo que no encaja.
Uno de los propietarios sospecha algún tipo de fraude o
desfalco. Pero Lucky no puede acceder al contenido de todo
el ordenador. O al menos él piensa que no puede. Cree que
hay algunos archivos ocultos en alguna parte, pero no tiene
los conocimientos técnicos para encontrarlos.
Sin saber nada más, ya estoy segura de poder ayudarlos.
Es el único rayo de esperanza que ha brillado en mi mañana
hasta ahora, así que voy a guiarme por él. Ya vendrá la
realidad más tarde a estropearme el día si es necesario.
—Yo podría ayudaros. Aunque no puedo estar segura
hasta que haya visto los archivos o el disco duro en sí.
—Bueno. ¿Entonces necesitas tener el disco duro
físicamente? ¿Es eso lo que estás diciendo?
—Siempre es la mejor manera, pero tal vez no sea
imprescindible. Puede depender del tipo de encriptación que
hayan utilizado, si han protegido cualquier movimiento
detrás de un cortafuegos, si han guardado las cosas en el
servidor o en las unidades locales. Sería mucho más fácil si
tuviera en mis manos el propio servidor y luego los
ordenadores individuales que usan los empleados.
—Bien. Genial. Sabía que podías hacer esto. Entonces,
aquí está el plan…
Nunca había oído a May expresarse con tanta seguridad
en sí misma. Hace que mi mañana sea mucho menos
horrible. Mi hermanita está creciendo.
—Voy a hablar con Ozzie para decirle lo que me has
contado. Mientras, te vas a vestir, a cepillar esos dientes y a
deshacerte los enredos del pelo, para que cuando vengas a
la nave industrial, mis compañeros de trabajo no piensen
que eres una loca al borde de un precipicio y lista para
saltar al vacío.
—No puedo, ¿recuerdas? Tengo a Sammy. No puedo
enviarlo a la guardería con dolor de estómago.
—¿Está enfermo de verdad o solo está fingiendo?
Me vuelvo para mirar a mi hijo. Está comiendo galletas de
animales tan tranquilo.
—No estoy segura. Probablemente no se encuentra tan
mal. Creo que tiene problemas en la guardería con otro niño
o algo así… tal vez con algún maestro.
—Está bien. Tráetelo.
Lucho conmigo misma ante ese plan. Soy capaz de hacer
el trabajo, ya no tengo que preocuparme por esa parte, pero
aún no estoy segura de que deba aceptar la propuesta. Si lo
fastidio, no será una metedura de pata solo para mí, sino
también para mi hermana. No quiero decepcionarla.
Por otra parte, tampoco es que tenga muchas más
opciones. Necesito pagar las facturas, y esta es la solución
más fácil en este momento. Ni siquiera he tenido que enviar
mi currículum a ningún lado.
—¿Qué pasa? —May parece molesta.
Suspiro, porque siento que estoy entre la espada y la
pared.
—¿Necesito recordarte que la última vez que estuve allí
hubo una especie de intento de robo y me encerraron en
una habitación del pánico durante una hora?
—Jenny, ya te lo dijimos, fue un error. Sí, puede que
alguien intentara entrar, pero ese es el tipo de cosas que
suceden en la zona del puerto.
—Eso es justo lo que quiero decir. ¿Te parece buena idea
que lleve a Sammy a un sitio así? Y una pregunta aún mejor,
¿por qué vas tú?
—Llevo más de dos meses trabajando allí. Voy todos los
días, y no hemos tenido nunca ni un problema. —Hace una
pausa para soltar un resoplido molesto—. He hablado con
los muchachos y con Toni… Esto no había pasado nunca. Ha
sido un suceso aislado y aleatorio, y probablemente no
significa nada. La policía lo está investigando, al igual que el
equipo. Juntos vamos a descubrir qué fue lo que pasó.
Incluso si quienquiera que lo hizo es tan estúpido como para
intentarlo de nuevo, no importará, porque ahora hay policía
fuera vigilando la nave, y tenemos incluso más cámaras que
antes.
—¿Tenéis agentes de policía ahí?
Detecto la sonrisa en su voz.
—Sí. Trabajar a menudo para el departamento de policía
tiene sus ventajas. Bourbon Street Boys es un gran activo
para la ciudad de Nueva Orleans, por lo que la policía no va
a permitir que alguien entre aquí y se meta con nosotros.
—¿Y la policía tiene el dinero para pagar los salarios por
ese tipo de vigilancia?
—No te preocupes por eso, Jenny. No hace falta que le des
más vueltas al tema. Les hemos ayudado a ganar tantos
fondos con el trabajo que hemos realizado al aumentar su
tasa de casos cerrados, que están encantados de ayudarnos
a nosotros cuando lo necesitamos.
Me alegra y me entristece a partes iguales que mi
hermana esté involucrada con este grupo y que diga
«nosotros» cada vez que habla de ellos. De hecho, puede
que me dé un poco de envidia. Nunca he formado parte de
ningún «nosotros» antes en un empleo. Siempre he
trabajado sola en mi propio cubículo, en mis pequeños
proyectos, viviendo mi propia vida, porque las personas que
me rodeaban no tenían los mismos problemas ni las mismas
motivaciones que yo. En mi campo, o al menos en los
lugares en los que he trabajado, no había muchas personas
casadas con hijos. Siempre me he sentido la más vieja de la
sala, y nunca le he visto la gracia a eso de fotocopiar
traseros en las fiestas de la oficina.
—Entonces, ¿no hay ninguna posibilidad de que pueda
hacer el trabajo desde aquí, desde casa?
—¿Quieres que todo el equipo venga aquí y hagamos la
reunión informativa de la operación en tu salón?
Ahora me siento idiota.
—¿Todo el equipo? ¿Por qué está involucrado todo el
equipo?
—Todo el equipo está involucrado en todo lo que
hacemos. No es una dictadura, es una democracia. Todos
dan su opinión, y luego Ozzie toma la decisión final,
teniendo en cuenta todas las aportaciones. Es un jefe muy
justo.
Al oír esas palabras, «un jefe muy justo», me vuelvo a
echar a llorar.
—¿Qué pasa ahora?
Niego con la cabeza.
—No importa. Es solo que tengo otro momento de
debilidad.
La voz de May se suaviza.
—Tienes todo el derecho. Hoy han prescindido de ti. Y deja
de decir que te han despedido, por cierto. Han prescindido
de ti. A la gente la despiden por meter la pata o por no
cumplir con su obligación, y sé que tú no has hecho ninguna
de las dos cosas. Trabajabas como sesenta horas a la
semana en ese lugar, te llevabas a casa el trabajo que no
podías terminar allí, y es posible que no fueras a trabajar
algunos días por causa de tus hijos, pero siempre lo
compensabas. Te conozco, Jenny. No eres ninguna
holgazana.
Sonrío a través de las lágrimas.
—Siempre has sido mi fan número uno. No sé qué haría
sin ti. Sabes que es por eso por lo que me preocupo.
—Te quiero, sí, pero digo la verdad. Y tienes que hacerme
caso por una vez en tu vida: sé que te preocupas por mí,
pero estoy bien. Tengo a Ozzie y a todos los demás para
protegerme. Los malos han de pasar por ellos primero para
llegar hasta mí.
Ahora no es el momento de recordarle que uno de los
malos la encontró muy fácilmente hace solo un par de
meses, cuando descubrió dónde vivía la testigo ocular que
podía declarar que lo había visto disparar a la gente en un
bar. Además, lo cierto es que su equipo apareció justo a
tiempo de acudir en su ayuda, y eso le daría un argumento
para rebatir el mío. Y se acabó lo de discutir con mi
hermana.
—Eh, que normalmente te hago caso.
—A veces lo haces, y otras no. Bueno, ¿a qué hora crees
que puedes llegar?
Miro el reloj. Son casi las nueve de la mañana.
—Tardaré unos cuarenta y cinco minutos en prepararme a
mí y a Sammy, y luego, si salgo de inmediato,
probablemente tardaré otra media hora en llegar allí.
¿Pongamos a las diez y media?
—De acuerdo, a las once entonces.
—He dicho a las diez y media.
—Sí, pero sé cuánto le costará a Sammy levantarse del
sofá y dejar esas galletas, así que te doy media hora extra.
Una parte de mí quiere enfadarse con mi hermana y a
otra le dan ganas de abrazarla. Da un poco de miedo lo bien
que conoce a mi familia.
—Está bien, nos vemos a las once. ¿Tengo que traer algo?
—Lo que creas que puedes necesitar para entrar en el
ordenador de alguien, y tu sonrisa. Eso es todo.
—¿Felix está contigo? Porque voy a necesitar algo para
distraer a Sammy.
—Por supuesto que Felix está aquí. Es mi chihuahua y mi
mano derecha. Pero no te preocupes, te ayudaré con
Sammy. —Vuelve a ponerse en modo animadora—. No estás
sola, Jenny. Estoy contigo, el equipo está contigo… Aquí
somos como una familia, ya lo verás.
Si quería que me derritiera de emoción, probablemente
esa era la mejor manera de conseguirlo. Tengo que colgar
antes de echarme a llorar de nuevo como una boba.
—Te veo a las once.
—Hasta luego. Te quiero, Jenny. No te preocupes, todo va
a ir bien. Te lo prometo.
Capítulo 16

Me da vergüenza el margen de acierto de mi hermana en


cuanto a mi capacidad para llegar a tiempo a cualquier sitio
cuando hay niños de por medio.
Ya son las once y cinco para cuando aparco enfrente de la
nave industrial. La abolladura en la puerta del otro día ha
desaparecido, y ahora en su lugar solo hay pintura fresca.
Caramba, estos chicos no pierden el tiempo. Supongo que
las apariencias son muy importantes para ellos.
—¿Dónde eztamoz? —pregunta Sammy desde el asiento
trasero.
—Aquí es donde trabaja la tía May. Y Felix también está
aquí y quiere verte.
Mi hijo adora al perro de May. Apago el motor y me vuelvo
para mirarlo. Tiene migas de galletas alrededor de la boca.
—Bueno, le prometiste a mamá que serías un buen chico,
¿verdad?
Asiente con la cabeza.
—Te lo pometo.
—Bien. La tía May va a jugar contigo, y Felix va a jugar
contigo, y tú vas a portarte bien para que mamá pueda
trabajar un poco. Y luego, cuando hayamos terminado,
iremos juntos a McDonald’s. —La madre del año ataca de
nuevo.
Una enorme sonrisa ilumina su rostro, y Sammy empieza
a golpear el asiento del coche con las manos y las piernas.
—¡McDonald’z, McDonald’z, McDonald’z!
—Pero tienes que portarte bien, ¿eh? En este sitio vive
alguien, Sammy. Y además, aquí trabajan otras personas.
Deja de golpear y asiente muy serio.
—Y tengo que ir a trabajar contigo porque eztoy enfermo.
—Bueno, normalmente no me gusta llevar a los niños
enfermos al trabajo. Eso no es bueno para los demás,
porque podrían ponerse enfermos ellos también, así que
tienes que asegurarte de mantenerte alejado de toda la
gente que hay ahí dentro.
A Sammy le cambia la cara. Ahora veo una sombra de
miedo y me siento culpable por hacerla aparecer.
—¿Ez que zon maloz? —pregunta.
Niego con la cabeza vigorosamente.
—No, no son malos, para nada. En realidad, son muy
buenos. Es solo que si tienes un virus que te produce dolor
de barriga, no queremos que esas personas que son tan
buenas se contagien con tu virus, ¿verdad?
Lo piensa unos segundos, parpadea un par de veces y
luego asiente.
—No queremoz que nadie tenga mi viruz.
Le dedico una sonrisa alentadora.
—Exactamente. Nos guardaremos nuestros microbios para
nosotros, ¿de acuerdo?
Él se ríe.
—Y también noz guardaremoz nueztroz moquitoz.
—Sí. Eso también.
Pongo los ojos en blanco y me doy la vuelta.
Probablemente no sea una buena idea alentarlo a hablar de
mocos en este momento, pero necesito que esté tranquilito
y cómodo. Lo único que me faltaría sería que Sammy
liberase a la bestia que lleva dentro. Entonces sí que sería
mi fin. Suele hacerlo cuando intenta impresionar a alguien a
quien acaba de conocer. Podría hacer que me despidieran
antes incluso de empezar a trabajar.
Me apeo, le desabrocho a Sammy el cinturón de seguridad
y le doy la mano para que pueda caminar conmigo. Mi
portátil está en la funda, que llevo colgada del hombro junto
al bolso.
—¿Recuerdas cómo te tienes que presentar?
—Cí, mamá. Lo cé. Te ezcucho ciempre cuando me lo
dicez.
—¿Siempre?
Estamos en la puerta cuando responde.
—Bueno, caci ciempre. A vecez no quiero ezcuchar.
—Bueno, al menos eres sincero —murmuro.
Levanto la mano para pulsar el timbre y hacerles saber
que estamos aquí, pero antes de tocarlo, la puerta comienza
a abrirse. Sammy da un salto, sorprendido, y mira con ojos
llenos de asombro.
—Uala… Qué puerta máz grande…
Le sonrío.
—Sí. Esto es una nave industrial, una especie de almacén.
Es un lugar un poco extraño para que mamá trabaje, pero
intento verlo como interesante y diferente. No todo lo que
es diferente es malo. A veces las cosas diferentes son
buenas. —Espero que mis palabras calen en él y que tal vez
las aplique a su situación en la guardería. Tengo la
impresión de que debe de haber algún niño nuevo que se ha
situado en algún lugar del orden jerárquico con el que
Sammy no está de acuerdo. Hago una nota mental para
llamar a la guardería y hablar con la directora.
May aparece en la puerta tan pronto como se abre lo
bastante para que quepa una persona. Primero me sonríe a
mí y luego mira a Sammy.
—¡Sammy! ¡Has venido!
—¿Dónde eztá Felix?
May se ríe.
—Vaya, ya veo qué lugar ocupo yo en tu orden de
preferencias. —Hace un gesto para que entremos—. Felix
está por allí, en la zona del equipo para hacer ejercicio,
Sammy. Puedes ir a jugar con él, pero no toques nada de los
equipos, ¿de acuerdo?
Observo a mi hermana con dureza, como diciendo:
«¿Cuánto tiempo crees que va a obedecer esa regla si
ninguna de las dos lo vigila?».
Ella me mira mientras continúa:
—Yo iré enseguida. Y cuando vaya, te enseñaré alguna
pieza del equipo si veo que no has tocado nada, ¿de
acuerdo?
Sammy sale disparado hacia el gimnasio improvisado,
gritando mientras golpea el suelo de cemento con sus
pequeños zapatos.
—¡No tocaré nada! ¡Lo pometo!
Allí no hay nadie más que May y yo. Me decepciona un
poco que Dev no haya venido a saludarme.
—¿Dónde están todos? —pregunto como si tal cosa,
tratando de aparentar naturalidad.
—Están arriba. He pensado que no querrías que te
atosigáramos en tu primer día, sobre todo después de lo
que pasó.
Le hago una seña con la mano para evitar que siga por
ese camino.
—Me encuentro mejor, bastante mejor, pero aún sigo
vacilando en la delgada línea entre la cordura y la locura,
así que si pudieras no hablar de lo que pasó el otro día
mientras estamos aquí, te lo agradecería mucho.
—Está bien, ningún problema. Pero cuando hayas
terminado, hablaremos de todo un poco, ¿de acuerdo?
Sobre tu trabajo, sobre la habitación del pánico, sobre Dev…
—me dice, arqueando las cejas.
Hago caso omiso de sus insinuaciones. Todavía no estoy
preparada para analizar las posibles motivaciones de Dev
con respecto a mí. Por primera vez en mi vida, estoy lista
para ocultar un secreto a mi hermana. No sé si eso es una
buena o una mala señal.
—Está bien, como quieras.
May me pasa el brazo por los hombros mientras
caminamos juntas.
—Entonces, ¿te alegras de estar aquí?
Nos dirigimos hacia Sammy.
—¿Quieres que te diga la verdad o que sea amable y
cortés?
—Sé sincera. Podré soportarlo.
—Bien… Yo diría que estoy agradecida de estar aquí.
Estoy agradecida por el trabajo, a pesar de que es solo un
encargo como freelance y que será algo puntual. Si Ozzie
pudiera darme una carta de recomendación al terminar, me
ayudaría mucho con mi nueva carrera profesional.
—¿Cuál es tu nueva carrera? ¿Ya tienes una nueva
carrera? ¿Qué me he perdido?
May se ríe, pero no de mí, así que no me ofendo.
—Mi nueva carrera como profesional freelance. —Intento
sonreír, pero no sé si acabo de conseguirlo, porque May me
está mirando con una cara muy rara. Me da unas
palmaditas en la espalda.
—Así me gusta, hermanita. Esa es la actitud. Te va a ir
muy bien. —Desvía su atención hacia Sammy—. Hola,
hombrecito, ¿estás listo para ver unas cosas supergeniales?
Sammy dirige la mano hacia uno de los artilugios del
gimnasio y deja los dedos suspendidos a escasos
centímetros de su rostro. Tiene los ojos muy grandes y
redondos.
—Cí, eztoy lizto.
—¿Qué tal si vemos ese equipo de gimnasio más tarde?
Tengo otras cosas que enseñarte primero que son mucho
más geniales.
Sammy apunta a una pila de pesas.
—¿Máz genial que ezo?
—Sí. —May asiente con la cabeza—. Más genial que eso.
Como unas supercosas de ninja.
Abro mucho los ojos al oír eso.
—Será mejor que no le dejes tocar… esas cosas que están
allá arriba. —No quiero decir «espadas ninja», porque eso
solo despertaría aún más su interés.
May pone los ojos en blanco.
—Confía en mí, Jenny. Sabes que no voy a dejar que mi
sobrino se corte un dedo…
—¿Puedo cortarme un dedo?
A Sammy prácticamente se le salen los ojos de las órbitas.
May se ríe.
—No. ¿Es que no me has oído? Hoy nadie va a cortarse
ningún dedo.
Siento una imperiosa necesidad de enfatizar ese punto.
—Nada de cortarse los dedos, Sammy. Ni dedos de los
pies, ni de las manos, ni nada. Nada de cortar nada.
Sammy asiente vigorosamente.
—Bueno. No me cortaré nada.
Ya no estoy tan entusiasmada con este trabajo como hace
diez minutos.
—Vamos, chicos —dice May—. Subamos para que mamá
pueda hablar con Ozzie y el equipo y averiguar qué es lo
que necesitan que haga.
Sammy le da la mano a May y subimos juntos las
escaleras. Al llegar a lo alto nos encontramos con otro
teclado de acceso. May introduce un código, se oye un clic y
empuja la puerta para abrirla.
—Muy bien, Sammy, ahora escúchame bien: no puedes
tocar nada de lo que hay en esta sala. Puedes mirarlo todo,
pero no puedes tocarlo. Está totalmente prohibido.
—Eztá bien.
—Tienes que prometérmelo, Sammy —insiste May con voz
severa—. No puedes tocar nada.
Sammy parece quedarse sin aliento.
—Te lo pometo. No tocaré nada. Y no cortaré nada.
—Está bien, hombrecito. Confío en ti. —La tía May apoya
la mano sobre su espalda y lo empuja hacia la puerta—. La
luz se encenderá cuando entres.
Felix se cuela por delante de nosotros y desaparece en la
oscuridad. Ver a ese perro tan pequeño mostrar tanta
valentía hace que me dé cuenta de lo tonta que soy por
estar nerviosa ante la idea de entrar en la sala de los ninjas
y luego en la zona de reuniones o la cocina o como se llame
aquello. La última vez que estuve aquí hice un poco el
ridículo, y no me entusiasma la idea de enfrentarme a las
consecuencias, pero, maldita sea… si ese proyecto de perro
puede pasearse por aquí como si tal cosa, yo también
puedo. Soy tan valiente como un chihuahua, al menos. Creo.
Se enciende la luz de la habitación cuando entra Sammy,
y mi hijo se para tan inesperadamente que me doy de
bruces contra su espalda. Por poco le doy con la funda del
portátil y lo dejo inconsciente.
—Sammy, ¿qué estás haciendo?
—Uala… ¿Aquí vive un ninja de verdad?
Su comentario me arranca una sonrisa.
—Algo así —decimos May y yo al mismo tiempo.
Ella me mira divertida, probablemente porque mis mejillas
se están poniendo rojas al recordar la imagen del dueño de
estas espadas. No puedo mirarla a los ojos, así que me
concentro en Sammy.
—Lo conocerás luego. Se llama Dev, que es la abreviatura
de Devon.
—En mi ezcuela también hay una niña que ce llama
Devon.
—No tenemos que decirle eso a Dev el ninja, ¿verdad?
Sammy me mira.
—¿Por qué no?
—Porque… a veces a los hombres no les gusta pensar que
tienen nombre de niña.
Sammy vacila un par de segundos y luego asiente.
—Bueno. —Vuelve a centrar su atención en las espadas
ninja—. Podría cortar un montón de cozaz con ezaz
ezpadaz…
Hago un verdadero esfuerzo por no reír.
—Sí, podrías. Pero no lo harás, porque nos prometiste a la
tía May y a mamá que no cortarías nada. Recuerda, no
puedes tocar nada en esta sala.
Empiezo a preguntarme por qué demonios tendrán una
habitación llena de cosas tan peligrosas cuando Dev tiene
un hijo; porque debe de traer aquí a su hijo de vez en
cuando, ¿verdad? Aunque claro, es mucho más lógico tener
las espadas aquí que en su casa. Cuanto más lo pienso
como madre, mejor decisión me parece guardar las espadas
aquí. Sin embargo, también como madre, me parece una
pésima decisión haber traído a mi propio hijo a este lugar.
Definitivamente, ese premio a la mejor madre del año cada
vez está más lejos de mi alcance.
Capítulo 17

May entra en la habitación contigua, sujetándonos la


puerta para que podamos pasar. Sammy hace ademán de
dirigirse hacia una de las espadas, así que corro hacia él y lo
tomo por los hombros, moviéndolo en la otra dirección.
—Mejor vamos por aquí, anda. Vamos a ver a Felix. ¿A que
va a ser muy divertido? —Estoy tratando de vendérselo lo
mejor que puedo: estar con Felix es mejor que comer
golosinas. Mejor que las espadas ninja, incluso.
Sammy recuerda a su amigo y eso lo distrae, y echa a
andar para seguir a su tía May.
—¿Adónde vamos? —pregunta.
—Vamos a donde tienen galletas —dice May.
Niego con la cabeza y le hablo en un susurro a mi
hermana.
—Ya se ha comido una caja entera de galletas de animales
esta mañana para el desayuno.
May me dedica una sonrisa maliciosa.
—Estás haciendo méritos a la mejor madre del año,
¿verdad?
—No juzgues, no sea que tengas hijos y seas juzgada.
Dios se guarda sus maldiciones de madre más especiales
para los jueces más severos sobre otras madres, ¿lo sabías?
—Eh, que a mí me parece estupendo. Sabes que cuando
cuido de ellos comen un montón galletas.
La mando callar con la mano.
—Chist, no quiero saberlo…
Bromear con mi hermana sobre sus secretos hace que
todo esto sea más fácil de lo que pensaba. Podría estar
nerviosa por lo que estas personas piensen de mí, pero en
cambio estoy pensando en la regla de Las Vegas aplicada a
los niños: «Lo que ocurre en casa de la tía May, se queda en
la casa de la tía May». En realidad, las reglas de Las Vegas
entran en vigor cada vez que ella cuida de los niños, no
importa dónde ni cuándo. Es la mejor manera que conozco
de permitir que malcríe a mis hijos sin que eso forme parte
habitual de sus vidas.
—Ahí está —dice una voz risueña desde el interior de la
cocina. Cuando asomo por la esquina veo al hombre que lo
ha dicho: Thibault, con su acento cajún y su simpática
sonrisa. Le devuelvo el gesto.
—Hola, Thibault. ¿Cómo estás?
—Mejor que nunca. Bienvenida.
—Gracias.
Miro alrededor de la habitación. Todos menos Dev están
allí, incluida una mujer a la que aún no conozco, pero no
necesito una presentación porque ya sé quién es: doña
Golpes Certeros. La descripción que hizo mi hermana de
Toni no podría haber sido más perfecta. No me gustaría
hacerme enemiga de esta chica. A pesar de que es más
menuda que yo, sin duda podría derrotarme sin problemas.
La mujer se pone de pie y se acerca, taconeando con las
botas en el suelo. Cuando la tengo delante, se detiene y
extiende la mano con fuerza, con un movimiento casi
militar.
—Encantada de conocerte. Soy Toni.
No veo ninguna sonrisa, pero no me da la sensación de
que quiera mostrarse antipática conmigo; simplemente no
se anda con tonterías. Lo respeto. Soy fan de la Mujer
Maravilla. Le estrecho la mano con firmeza.
—Encantada de conocerte yo también. He oído hablar
mucho de ti.
Toni levanta la ceja derecha.
—¿Quiero saberlo?
Sonrío con más calidez ante lo que parece un mínimo
indicio de inseguridad por su parte.
—Todo bueno, te lo prometo. Realmente impresionaste a
mi hermana, así que debes de ser alguien muy especial.
Detecto una leve dulcificación de las facciones de Toni, o
al menos eso creo.
—Es bueno saberlo —dice, soltando mi mano.
—Este es mi hijo, Sammy.
Toni lo mira. Un atisbo de sonrisa se dibuja en un lado de
sus labios mientras le estrecha la mano.
—Encantada de conocerte, Sammy.
—Encantado de conocerla yo también, ceñorita Toni.
Deja caer la manita e inmediatamente empieza a mirar en
el espacio debajo de la mesa, buscando a Felix. Lo tomo de
los hombros para que no se ponga a cuatro patas.
Toni se da media vuelta, vuelve a su silla y se sienta. May
habla entonces.
—Ya conoces a Lucky y a Ozzie, por supuesto.
Asiento con la cabeza.
—Sí. Me alegro mucho de volver a veros a todos.
Por fin, me atrevo a mirar a Ozzie. Siento que me arde la
cara una vez más mientras espero que emita su veredicto.
Me saluda con la cabeza, sin que haya indicios de ninguna
clase de que acabe de juzgarme.
—Gracias por venir. Nos estás ayudando a salir de un
buen aprieto.
Siempre es agradable sentirse necesitada. Me pregunto si
Ozzie cuenta con eso para aprovecharlo en su beneficio.
Parece muy tranquilo y relajado, pero creo que es
muchísimo más listo de lo que parece. Sin embargo, no le
recriminaré que intente darme jabón. Me gusta el jabón.
—Bueno, no estoy segura de si podré ayudaros, pero
estoy dispuesta a intentarlo.
Lucky me ofrece la silla vacía a su lado.
—¿Por qué no te sientas y te enseño lo que buscamos?
Tomo a Sammy de la mano y lo acerco a la mesa conmigo.
—Pero yo quiero ir con la tía May… —protesta.
May nos sigue y me detengo, esperando que ella nos
alcance. Estoy a punto de decirle que no necesita hacer de
niñera, pero ella toma a Sammy de la mano sin dudarlo y se
lo lleva.
—¿Qué te parece si vamos a conocer a Sahara?
—¿Eza ez la perrita grande? —pregunta Sammy,
entusiasmado ante la perspectiva.
Intento no sentir pánico al pensar que la perra de Ozzie
podría merendarse a Sammy como si nada.
—Sí, eso es. Ya la viste una vez, ¿verdad?
Sammy asiente.
—Ez muy grande. Mamá dice que no podemoz tener un
perro grande, porque loz perroz grandez hacen la caca muy
grande y no quiere recogerla.
Todos se ríen por lo bajo.
Me sonrojo un poco, pero sé que no se están riendo de mi
hijo. Su pequeño ceceo hace que parezca que dice las cosas
en broma, cundo solo dice lo que necesita decir. Lo cierto es
que no culpo a la gente que lo encuentra gracioso.
Me han dicho que irá perdiendo el ceceo a medida que
vaya creciendo, pero que, si no lo ha hecho cuando empiece
la escuela, irá a terapia con un logopeda. A pesar de todo,
no lo presiono, porque forma parte de él y de quién es, y
creo que eso lo hace especial.
May lleva a Sammy a una zona de la nave industrial que
aún no he visto, y me siento a la mesa. Donde trabajaba
antes, el ambiente era muy informal. Las reuniones se
celebraban simplemente en un corro de taburetes. Es
agradable estar sentada en una habitación llena de adultos
que se comportan como verdaderos adultos. Con todos esos
músculos a mi alrededor, es casi como si estuviera rodeada
por los Súper Amigos, allá por el año 1973.
Todos toman asiento mientras Ozzie empieza a hablar.
—En primer lugar, supongo que May te habrá puesto en
antecedentes sobre la situación, pero solo para asegurarnos
de que tenemos cubiertas todas nuestras bases, me
gustaría comenzar pidiéndote que firmes un acuerdo de
confidencialidad.
Hace una seña a Lucky con la cabeza y me ofrece uno.
—Por supuesto.
Lo examino para asegurarme de que no les estoy
cediendo un riñón ni nada parecido, y luego uso el bolígrafo
que me da Lucky para estampar mi firma en el papel. Se
parece a casi todos los que he visto. La confidencialidad ha
sido un procedimiento bastante estándar en todos los
trabajos que he tenido desde la universidad.
—Bueno. Ahora que nos hemos quitado eso de encima,
podemos hablar sobre el caso. Está relacionado con una
cadena minorista de accesorios de náutica y navegación
llamada Blue Marine. ¿Has oído hablar de ellos?
Me encojo de hombros.
—No sigo mucho el mundo de la pesca y los barcos.
—No importa. No hace falta que entiendas de náutica para
saber si algo huele a podrido en esta empresa en particular.
Nos ha contratado uno de los propietarios del negocio, que
también es el principal accionista de la empresa. Los otros
accionistas no están al tanto de nuestra implicación en el
asunto.
Asiento para darle a entender que sigo su explicación.
Hasta aquí todo bien.
—Hay algunas irregularidades en la contabilidad, y Lucky,
nuestro experto financiero, ha estado revisando los libros de
cuentas. También realizó una visita a la empresa para
comprobar algunas de las cosas que descubrió. Dejaré que
sea él quien te proporcione más detalles al respecto, pero lo
esencial es que sospechamos que se está produciendo un
fraude financiero de bastante calado. —Su expresión se
nubla al anunciar esa mala noticia—. No tenemos idea de
quién es el responsable, no sabemos si hay un solo autor o
más de una persona, y no sabemos si los otros propietarios
son conscientes de que hay un problema.
La cosa se complica. Odio admitir que empieza a
entusiasmarme la idea de trabajar en medio de este lío.
—Al ser un negocio familiar, es una empresa muy cerrada,
así que queremos ir con mucho cuidado y no molestar más
de lo estrictamente necesario. Se trata de una operación
encubierta. Si tenéis que visitar la empresa, iréis como
clientes, como supuestos empleados de algún tipo, o incluso
como proveedores. Pero, bajo ninguna circunstancia, ningún
miembro de nuestro equipo debe permitir que alguien en
Blue Marine sepa lo que estamos haciendo. Y eso incluye a
la persona que nos contrató, Hal Jorgensen.
Ozzie hace una pausa para que todos asimilemos sus
palabras. Parece que todos están de acuerdo, así que yo
también asiento con la cabeza.
—Hal estará al corriente si infiltramos a alguien, y
también sabrá cuándo, pero esa persona no interactuará
con él, y en el caso de que lo haga, será como lo haría un
nuevo empleado o un nuevo proveedor con el propietario de
un negocio al que no conoce de nada.
Ozzie está esperando algo, y me doy cuenta de que todos
vuelven a asentir, así que hago lo mismo y asiento una vez
más, aunque no sé de qué demonios está hablando. ¿A
quién va a infiltrar allí?
—Lucky, ¿por qué no le haces un resumen de lo que has
descubierto? Y si alguno de vosotros queréis intervenir en
algún momento, sentíos libres de hacerlo. Queremos darle a
Jenny toda la información que necesita para hacer su
trabajo.
Levanto la mano y todos me miran. Ozzie arquea una
ceja.
—¿Puedo hacer una pregunta primero? —digo, tratando
de no parecer dócil, pero fracasando estrepitosamente.
Ozzie me hace una seña.
—Adelante. Aquí no nos andamos con formalidades. Si
tienes algo que decir, dilo sin más.
—¿Sabemos exactamente en qué va a consistir mi
trabajo? ¿O es algo que voy a tener que decidir más
adelante, una vez que profundicemos en las cuentas?
Ozzie mira a Lucky.
—Lucky, ¿por qué no respondes a su pregunta?
Me vuelvo para mirar al hombre que me dirá si es un
trabajo que puedo hacer o no. Esto es mucho más
interesante que programar para una empresa que odio.
Lucky abre una carpeta que tiene delante. Es muy gruesa.
Después de hojear unos papeles, saca uno y lo coloca
encima del resto.
—Este es solo un pequeño informe que he redactado para
ti. Tiene que quedarse aquí con el resto de la
documentación, pero esto te dará una idea. —Me acerca la
carpeta deslizándola y señala el primer párrafo mientras lee
en voz alta—. «Después de revisar los registros financieros
de Blue Marine Incorporated, he descubierto algunas
irregularidades, no solo en la contabilidad sino también en
las cifras publicadas, en especial con respecto a las partidas
relacionadas con determinados proveedores de servicios.
Por ejemplo, el reciclaje de los aceites usados, un servicio
que Blue Marine debe realizar por ley, cuesta un 79 por
ciento más que el promedio de la industria». —Hace una
pausa para tomar aliento—. «Del mismo modo, los servicios
de limpieza para las tiendas cuestan un 159 por ciento más
que el promedio. Sin embargo, durante una visita a una de
las tiendas, no vi muestras de que se haya utilizado un
servicio de limpieza que justifique las cantidades
desembolsadas. Por el contrario, me encontré con una
tienda que necesitaba urgentemente esos servicios».
Interrumpo su lectura.
—Entonces, ¿sospechas que alguien está creando
empresas ficticias y quedándose con el dinero por esos
servicios?
—Esa es mi teoría, o al menos mi hipótesis de trabajo,
hasta que obtenga más información.
Asiento, animándolo a continuar.
—Tengo acceso al servidor de forma remota, utilizando el
nombre de usuario y contraseña del señor Jorgensen; sin
embargo, no sé si eso es suficiente.
Me encojo de hombros.
—Puede que no lo sea.
—¿Qué quieres decir?
—Podrían estar usando la unidad local de un ordenador
que no está conectado en red o que no se ve a través del
servidor. No lo sabría sin entrar físicamente en los propios
ordenadores.
—Podríamos entrar en los ordenadores si necesitas ese
tipo de acceso —dice Lucky.
Asiento con la cabeza.
—¿Estás pensando en introducir un virus y clonar el disco
duro o en ir físicamente allí?
Lucky abre un poco más los ojos.
—¿Podrías hacer eso? ¿Lo del virus?
Me encojo de hombros.
—Por supuesto. Diseñarlo no es lo más fácil del mundo,
pero es factible. Probablemente hayas visto algo semejante
en Los hombres que no amaban a las mujeres.
Thibault interviene entonces.
—Pensaba que eso era ficción. ¿En serio puede hacerse
algo así? —Sonríe mientras mira a sus compañeros de
trabajo—. Esa chica, Lisbeth, era increíble.
Dirijo mi atención a toda la mesa, tratando de no alentar
comparaciones con Lisbeth Salander. Ella era mucho más
dura de lo que yo podría llegar a ser jamás. Yo prefiero
compararme con alguien como el señor Spock: pasivo y
lógico, con las orejas puntiagudas, la piel pálida y un
peinado alucinante.
—Claro —digo—. Yo podría hacer eso, y cosas mucho
peores, creedme. —Me callo, preocupada porque acabo de
describirme como a una psicópata informática—. Aunque no
lo llevaría nunca a la práctica, por supuesto.
Toni habla sin perder la calma.
—¿De dónde puedes sacar un virus? ¿Tenemos que
comprarlo, como un programa o algo así?
Me encojo de hombros.
—Bueno, yo podría diseñaros uno, o podría hablar con
unos amigos. Uno de ellos probablemente ya tenga uno. No
costaría nada.
No quiero dar más detalles y decirles que hay gente que
diseña unos virus horribles solo por el gusto de aterrorizar a
la gente. Eso no es lo que estamos haciendo aquí, y con el
permiso de Jorgensen, no es ilegal clonar un ordenador.
—Hablaremos sobre la logística más tarde —dice Ozzie—.
Por ahora, vamos a hacernos una idea general de cuál es el
problema y cómo creemos que Jenny puede ayudarnos.
Lucky asiente y luego mira el informe de nuevo.
—Si tuviéramos que trabajar sobre el terreno, creo que
encontrarías todos los ordenadores conectados en red.
Podríamos acceder a los datos de cualquiera de los
ordenadores desde una ubicación en la empresa a través
del servidor.
—Sin embargo, es posible que antes tengas que entrar en
los ordenadores individuales físicamente, para estar seguro
de si sus unidades locales están limpias —digo. Ahora sé por
qué May me pidió que participara en este caso. Es evidente
que Lucky no tiene los conocimientos necesarios para esta
parte del trabajo.
Ozzie interviene.
—¿Nos recomiendas cómo deberíamos actuar?
Se me acelera un poco el corazón al saber que todo el
mundo me está mirando y que me juzgarán por mi
respuesta. Aun así, entiendo que a May le entusiasme
formar parte de este equipo. Es una sensación agradable
que la gente cuente contigo, sobre todo si son unas
personas realmente entregadas y trabajadoras.
Respiro hondo y le doy mi respuesta.
—Bueno, en una situación ideal, y si tuviéramos todo el
tiempo del mundo para resolver las cosas, diría que lo mejor
sería ir físicamente a la empresa fuera del horario laboral y
entrar en sus ordenadores. Si tengo sus contraseñas y no es
necesario hackear ningún sistema, podríamos entrar allí
rápidamente y echar un vistazo. —Hago una pausa y me
visualizo en la oscuridad de la noche buscando en los
archivos de un extraño. Desde luego, tendré que diseñar
algún tipo de algoritmo para buscar y compilar datos más
rápido de lo que podría hacerlo yo sola, pero podría hacer
esa parte en casa después de clonar los sistemas—. ¿De
cuántos empleados estamos hablando? Porque eso podría
cambiar mi respuesta.
Lucky responde sin mirar su archivo.
—Hay ocho empleados en la oficina principal y otros
veinte o treinta en varias tiendas.
Me muerdo el labio mientras pienso.
—Hmmm… Eso podría llevar mucho tiempo si trabajamos
sobre el terreno. Sería mejor si clonáramos los ordenadores
individualmente, para poder trabajar fuera de la empresa
durante el día. Si tenemos que entrar fuera del horario
laboral, va a ser muy difícil para mí. —Me estremezco solo
de pensarlo—. Lo siento, pero tengo tres hijos, así que no
me sobra el tiempo precisamente, no sé si me explico.
Thibault levanta las manos.
—Eh, estamos aquí para colaborar contigo, de la forma en
que a ti te vaya bien. Si es más fácil para ti clonar los
ordenadores y trabajar desde casa o desde aquí en la nave
industrial durante el día, lo haremos de esa manera.
Queremos adaptarnos a ti todo lo posible.
Thibault no tiene ni idea de que acaba de ganarse mi
corazón. Es una de esas sensaciones que surgen cuando te
das cuenta de que has estado toda tu vida trabajando para
las personas equivocadas y que deberías haberte esforzado
más en buscar un empleo más parecido a este, para
empezar.
Me aclaro la garganta para poder hablar sin el nudo que
acaba de formarse allí.
—Te lo agradezco. Y créeme, mis hijos os lo agradecen
también. Creo que sería mejor si pudiera trabajar desde
casa. Podría venir aquí si me necesitáis, pero todo el tiempo
que pase yendo y viniendo es tiempo que podría estar en el
ordenador. Esto podría ser una tarea realmente complicada.
—Miro a Ozzie, esperando que no se ofenda por mis
próximas palabras—. ¿Sabes más o menos cuántas horas
esperáis que dedique al caso?
Necesitaré al menos diez horas para hacer lo que acaban
de describir, pero probablemente mucho más que eso, y
solo me han ofrecido quinientos dólares. Podría ser menos
aún que el salario mínimo, cosa que preferiría evitar, pero
no quiero decir eso delante de toda esta gente. Por fortuna,
Ozzie se da cuenta de inmediato de lo que quiero decir.
—La tarifa que te ofrecimos era solo por tu asesoramiento
como consultora, que es justo lo que estás haciendo ahora.
Ya te lo has ganado. Si decides hacer el trabajo, te
pagaremos tu tarifa por hora, sea la que sea.
—Ah. —Vuelvo a tener la cara roja otra vez. ¿Debo
confesar la verdad? ¿Que no tengo ni idea de cuál es mi
tarifa por hora? Cuando miro alrededor en la mesa y luego
oigo a mi hijo riendo en la otra habitación, tomo
rápidamente mi decisión: la verdad es siempre el mejor
camino, independientemente de adónde te lleven tus pasos
—. En realidad, nunca he trabajado como freelance, así que
no tengo exactamente una tarifa por hora.
—Pero sabes lo que estás haciendo, ¿verdad? —La
pregunta viene de Toni, y la hace con un dejo de desafío,
pero esta es su casa, y no puedo contestarle de malas
maneras, así que respondo con la mayor humildad posible.
Asiento con la cabeza.
—Sí, estoy perfectamente cualificada como ingeniera
informática e ingeniera de software. De todas formas, si
quieres ver mis títulos y algunas muestras de mi trabajo,
estaré encantada de proporcionártelas.
Ozzie parece un poco alterado mientras mira a Toni con
dureza.
—No hace falta. Thibault ya ha hecho todas las
comprobaciones necesarias.
¿«Todas las comprobaciones necesarias»? ¿Qué significa
eso? Decido morderme la lengua al respecto de momento.
Es posible que haya un pequeño destello de rebelión en la
mirada de Toni, pero luego mira hacia otro lado, y ya no
puedo ver qué siente respecto a la situación. Acaban de
ponerla en su sitio, así que no debe de estar muy contenta.
May la ha descrito como una persona arisca alguna vez, y
ahora sé por qué. Es como un puercoespín brasileño, listo
para desafiar a cualquiera por cualquier cosa, para hincarle
unas púas bien hincadas en la cara.
No sé si es eso lo que pretende con su actitud, pero me
dan ganas de trabajar aún más, para demostrarle que está
equivocada. Para demostrarle que sé lo que hago. Lo que
me han pedido es difícil y lleva bastante tiempo, pero puedo
hacerlo. Todavía no he encontrado ningún problema
informático que se me resista. El mundo tiene suerte de que
utilice mis superpoderes para hacer el bien y no el mal.
Podría ser Lex Luthor si quisiera.
Thibault interviene entonces.
—¿Y si nos cobras una cantidad que te parezca justa, tal
vez la tarifa media de mercado o lo que sea, y seguimos a
partir de ahí?
—Está bien, puedo hacer eso.
Se me acelera el corazón. Si hago un muy buen trabajo
para ellos esta vez, quizá me vuelvan a llamar cuando
necesiten algún experto en informática o software. Tengo
que ser muy justa con mi tarifa y esforzarme al máximo
para que esto salga bien. Si pudiera trabajar como freelance
desde casa, eso sería un sueño hecho realidad. Miles tiene
un seguro de salud que cubre a los niños, así que nunca
más tendría que preocuparme por si caen enfermos. Podría
oír: «Me duele la barriga», y en vez de dejarme dominar por
el pánico, me limitaría a sonreír y diría: «Pues vete a la
cama o al sofá» y no tendría que preocuparme por tener
que llamar a un jefe que me amenazaría con despedirme.
Thibault se pone de pie.
—Jefe, tenemos otro proyecto en el que estamos
trabajando con el jefe de policía, y necesito a May para esa
reunión. —Me lanza una mirada de disculpa.
—Es verdad. —Ozzie dirige su atención hacia mí—. Voy a
dejarte en las manos más que capaces de Lucky. Deja a tu
hijo moverse libremente por aquí si quieres, no hay nada
que pueda hacerle daño. Aunque tal vez quieras mantenerlo
alejado de la otra habitación.
Sonrío.
—Sí. Esos cuchillos son muy tentadores.
Ozzie, Thibault y Toni se levantan. Ozzie se dirige a la
puerta y se asoma al pasillo que lleva a donde están Sammy
y May.
—¡May! ¡Es hora de irse!
—¡Ya voy! —Felix comienza a ladrar, como si estuviera
respondiendo a Ozzie también. Sonrío al pensar que May
tiene su propia pequeña familia aquí.
Aparece con Sammy de la mano.
—¿Me quedo aquí? —le pregunta a su novio y jefe.
—No. Le he dicho a Jenny que Sammy puede correr todo
lo que quiera por aquí. Trae a los perros y así estará
entretenido un rato. No creo que tarde mucho más tiempo
con Lucky.
—Muy bien. —May se agacha y mira a Sammy a los ojos
—. Necesito que me hagas un favor, Sammy. ¿Puedes cuidar
de Felix y Sahara por mí? Tengo que encargarme de un
asunto.
Sammy asiente.
—Cí, claro.
—¿Y puedes prometerme algo más?
—Tal vez —dice con cautela—. ¿El qué?
—¿Me prometes que no entrarás en la otra habitación,
donde están las espadas peligrosas?
—¿Porque no quierez que me corte algo, como loz dedoz?
Alguien resopla al oír eso. Creo que puede haber sido Toni.
—Sí. Porque no quiero que cortes nada.
—Bueno. —Asiente con entusiasmo—. Te pometo que no
cortaré ni romperé nada.
Está siendo tan sutil con sus promesas que se me ponen
los pelos de punta. El pequeño diablillo cree que puede
engañarnos. Estoy a punto de contestarle, pero May se me
adelanta.
—Buen intento —dice ella—, pero lo que necesitamos que
prometas es que ni siquiera vas a entrar en esa habitación.
Él la mira muy serio.
—Pero podría entrar y no tocar nada. Zolo mirar.
May niega con la cabeza.
—No. Ni siquiera puedes entrar. ¿Quieres saber por qué?
—Cí. Ciempre quiero zaber por qué.
Ella sonríe.
—Claro. Porque eres muy listo, Sammy. La razón por la
que no puedes entrar es porque el dueño de todas esas
espadas es un ninja de verdad. Y los ninjas de verdad no
permiten que nadie toque sus armas.
Sammy abre los ojos como platos, y casi me da miedo
saber qué es lo que va a salir ahora de su boca o de la de
May. La voz de Sammy es casi un susurro.
—¿Por qué no? ¿Loz matan?
May niega con la cabeza.
—No. Pero les trae muy mala suerte, y la próxima vez que
intentan luchar, resultan heridos. Y tú no quieres herir a un
verdadero ninja, ¿verdad?
Sammy niega con la cabeza.
—No. Pero cí quiero tocarlo.
Ella le acaricia la cabeza cariñosamente.
—Sí, ya lo sé. Tal vez algún día te deje tocar a uno, pero
hoy no. —Se levanta y da la vuelta al niño para que mire
hacia los perros, que acaban de entrar en la habitación. Se
dirigen trotando a una gran cama para perros y se
acurrucan allí—. Ve a jugar con los perritos. Están aburridos.
Sammy sale corriendo para acostarse en la cama con los
perros, y May me mira.
—¿Todo bien?
Mi hijo está acostado en la cama de un perro cuando
debería estar en la guardería, y yo estoy trabajando en una
nave industrial donde el otro día me retuvieron, en contra
de mi voluntad, encerrada en una habitación del pánico.
Todo está perfecto. Le devuelvo la sonrisa.
—Sí. Todo bien.
—Llámame luego —dice, llevándose la mano a la oreja
con dos dedos extendidos, imitando nuestra futura llamada.
—Sí, lo haré. No te preocupes.
Le guiño un ojo para que sepa que no estoy enfadada con
ella. Pero tenemos mucho de qué hablar. Y en algún
momento, tendré que colar en la conversación una pregunta
sobre por qué Dev no ha estado presente en la reunión de
hoy. Solo espero que no sea porque se arrepiente de haber
coqueteado conmigo y no quiere volver a verme.
Capítulo 18

Cuando el resto se va, nos quedamos solos Lucky y yo.


Tiene un bolígrafo y un papel en blanco, y me está mirando
atentamente.
—¿Sabes cuándo estarás disponible para hacer una visita
nocturna a la empresa en cuestión? —pregunta.
—No lo sé. Supongo que dependerá de lo que haya que
hacer y del tiempo que calcules que vamos a necesitar.
Como será de noche, es posible que necesite que May se
quede con los niños, pero depende de su horario.
—Bueno, pues entonces tenemos que hablar con May.
—Puedo mandarle un mensaje de texto, si quieres.
—Es una buena idea. ¿Por qué no lo haces?
Saco el teléfono del bolso y escribo rápidamente un
mensaje a mi hermana. Le pregunto cuándo podría estar
libre para quedarse a dormir en mi casa y que yo pueda
ponerme a trabajar con los Bourbon Street Boys.
—¿Y ahora qué?
—Estaba pensando que podríamos ir a las oficinas
administrativas alrededor de las ocho de la tarde y trabajar
hasta las cuatro de la mañana. El señor Jorgensen me ha
dicho que el último en salir suele irse a las seis y media y
que los trabajadores llegan alrededor de las ocho de la
mañana. Supongo que tardaremos pocas horas en revisar
todos los ordenadores, pero por si acaso, nos dejaremos
más margen de tiempo para asegurarnos de que nadie se
presente y nos estropee la fiesta. ¿Te parece bien?
Asiento con la cabeza.
—Sí, suena bien, pero preferiría no comprometerme con
nada hasta que llegue a la empresa y me ponga manos a la
obra. Es muy difícil saber cuánto tiempo tardaré sin tener
más detalles sobre las personas que trabajan allí. Como no
tenemos información sobre ninguno de los empleados ni
conocemos cuál es el nivel de sofisticación del uso que
hacen de sus ordenadores, no sabremos con certeza la
magnitud del problema hasta que les echemos mano a sus
discos.
Él asiente.
—Sí, tienes razón. —Hace una pausa un momento y me
sonríe—. ¿Te he dicho ya lo contento que estoy de que
trabajes conmigo en este caso?
Sus palabras me alegran el corazón.
—¿Tal vez? ¿Sí? ¿No? —Me río—. Todos me habéis hecho
sentirme muy bienvenida.
—Creo que te va a gustar trabajar aquí, de verdad, a
pesar de tus primeras impresiones. Te prometo que
normalmente no es como el viernes pasado.
Intento concentrarme en lo positivo y no en el incidente
de la habitación del pánico. Seguro que fue un ejemplo de
estar en el lugar equivocado, en el momento equivocado.
Salvo por la parte de pasar un tiempo de calidad con Dev.
¿No sería más bien el lugar equivocado, pero el momento
justo?
—Bueno, a mi hermana May le encanta, así que ha de ser
un buen sitio.
—Ya sé que ahora mismo solo tienes previsto estar aquí
temporalmente, pero si en algún momento decides que te
gustaría trabajar de forma más permanente, dímelo. Ya ha
habido varios casos en los que hemos contratado a
externos, y hemos tenido que rechazar algunos encargos
más porque no estábamos seguros de poder contar con
ayuda cualificada. Por lo que me cuentan tu hermana y
Thibault, puedes abordar todos los asuntos que nos han
asignado hasta ahora.
Me siento halagada pero también estoy un poco
preocupada.
—¿Cómo sabe Thibault todo lo que hago?
Lucky se recuesta hacia atrás en su silla.
—Está a cargo de las comprobaciones de antecedentes y
de los historiales. Cada vez que nos planteamos trabajar
con alguien ajeno al equipo, realiza una investigación muy
minuciosa. Las autoridades nos permiten usar sus bases de
datos.
Eso me pone una poco nerviosa. ¿Significa que también
ha comprobado mi historial de crédito? No tengo la mejor
calificación de crédito del mundo, lo cual es un poco
embarazoso. La devolución de los cheques de manutención
infantil no ayuda, precisamente.
—Supongo que aprobé…
—Sí, aprobaste. Y no te viene nada mal la estupenda
recomendación de tu hermana. Eres su heroína, ¿sabes? Y la
respetamos muchísimo, así que lo que ella dice, nos
importa.
—Tú sí sabes cómo hacer que una chica se sonroje, Lucky.
Soy consciente de que parezco tonta al decir eso, pero no
sé de qué otro modo describir lo que estoy sintiendo. Ha
pasado mucho tiempo desde que alguien nos dedicó a mi
familia y a mí un cumplido como ese. Resulta muy
halagador que el mismo día en que te despiden de un
trabajo, un nuevo compañero te obsequie con esa muestra
de respeto, especialmente cuando se trata de alguien en un
equipo de personas que realizan labores de consultoría para
el Departamento de Policía de Nueva Orleans. Pero eso no
cambia muchas cosas muy importantes para mí.
—Solo es la verdad —me asegura.
—Acaban de despedirme de mi trabajo, pero no estoy
segura de estar preparada para formar parte de un equipo
como el de Bourbon Street Boys.
Él se encoge de hombros.
—Tú decides. Thibault dice que eres buena en tu trabajo, y
lo que has dicho hasta ahora sobre el caso Blue Marine tiene
sentido para mí, así que, si te va bien, no hay ninguna razón
por la que no puedas, por lo menos, plantearte realizar
trabajos de consultoría para nosotros. Si lo que te
preocupan son tus hijos, no te apures. Cuando trabajas
entre bastidores como hago yo, las exigencias son mucho
menores.
—¿Estás diciendo que nunca sales a hacer trabajo de
campo? Porque yo creía que eso es precisamente lo que
íbamos a hacer para este trabajo.
—Sí, de vez en cuando hago trabajo sobre el terreno,
cuando no hay nadie más que yo, o es una misión fácil
como pasearse por una tienda o algo así. Pero, como Dev, la
mayor parte de mi trabajo lo realizo aquí en la nave
industrial.
Me concentro en el teléfono un par de segundos,
comprobando si mi hermana ha respondido y disimulando
cualquier reacción tras oír el nombre de Dev. Se me acelera
el corazón.
No hay suerte con la respuesta de May. Dirijo mi atención
de nuevo hacia Lucky.
—Entonces, tu familia debe de estar contenta de que no
hagas cosas arriesgadas.
Le sonrío, tratando de disimular el hecho de que estoy
hurgando en su vida privada.
—La única familia que tengo nada en una pequeña
pecera, así que no importa mucho, pero de todos modos no
estoy hecho para el combate cuerpo a cuerpo. Me gusta
trabajar con números, no con los chicos malos. —Sonríe de
nuevo, sin mostrar la menor señal de avergonzarse de ser
un gallina, igual que yo.
Sonrío tanto por el hecho de que me gusta hablar con él
como porque lo que acaba de decir es completamente
ridículo.
—¿Tu familia nada en una pecera?
Se encoge de hombros y luego vuelve a sumergirse en
sus papeles, abriendo la carpeta de nuevo. Habla
dirigiéndose a los papeles, como si le avergonzara un poco
su respuesta.
—Tengo un pez de colores.
Trato de contener la risa. No sé si está bromeando o no. Le
sigo la corriente de todos modos.
—¿Cómo se llama?
Lucky sonríe tímidamente mientras mira sus papeles.
—Sunny.
—Ah, claro, Sunny. —Entonces me río abiertamente,
porque es un adulto, pero está claro que dentro de él vive
un niño pequeño—. Nosotros tenemos un jerbo en casa.
Lucky vuelve la cabeza para mirarme.
—¿Cómo se llama?
—Harold. Pero preferimos llamarlo Harry, en plan informal.
Lucky se ríe.
—Pues claro que se llama Harry. ¿Cómo iba a llamarse si
no?
—Pues no sé. Yo pensaba llamarlo Tyrannosaurus rex, pero
los niños hicieron mucha presión para que fuera un nombre
más suave.
Lucky se ríe entre dientes y, alentada por su respuesta,
sigo con más detalles.
—Lo heredamos de la clase de preescolar de mi hijo.
Arquea las cejas.
—¿Adoptasteis la mascota de la clase? Eso es un gran
compromiso.
Pongo los ojos en blanco.
—Y que lo digas. Al muy granuja le salieron los testículos
un día y la maestra dijo que estaba interfiriendo en el
proceso de aprendizaje, así que Harold tuvo que irse. —Me
callo, porque acabo de darme cuenta, horrorizada, de que,
una vez más, estoy compartiendo más información de la
necesaria. Me pongo tensa, esperando que el incómodo
silencio se adueñe de la situación.
Pero resulta que no tenía motivos para preocuparme,
porque Lucky continúa con la conversación como si nada.
—¿Y cómo interfieren exactamente los testículos en el
proceso de aprendizaje?
Me cuesta mantener una expresión seria llegados a este
punto.
—Bueno, al parecer, los testículos distraen mucho la
atención. A los niños les gustaba mirar, señalar y hablar de
ellos. Mucho. Y no sé si has pasado algún tiempo con niños
de tres años, pero tienden a obsesionarse con cosas como
las gónadas de los jerbos.
Lucky suelta una carcajada y luego se reclina en su silla.
—El único niño pequeño que conozco es el hijo de Dev,
pero entiendo a qué te refieres. He visto esa curiosidad en
acción muchas veces. A veces ese niño es como un perro
con un hueso.
Me entra una curiosidad inmensa por el hijo de Dev y la
relación de este con él, pero ahora no es el momento de
profundizar en eso. No puedo interrogar a Lucky sobre el
hijo de otro hombre cuando ese hombre no está presente.
Es demasiado raro. Demasiado retorcido. Mi curiosidad
tendrá que esperar. Tratando de cambiar de tema, señalo la
carpeta.
—¿Quieres que revise eso? ¿Hay algo ahí que pueda
aprovechar para lo que voy a hacer?
—Por supuesto. Echa un vistazo. —Desliza la carpeta por
encima de la mesa hacia mí—. No sé si podrás aprovechar
gran cosa, pero puedes hojearlo.
Compruebo mi teléfono otra vez y veo que todavía no hay
respuesta de May, así que abro la carpeta. Intento examinar
los documentos del interior, pero tengo la cabeza en otra
parte. Sigo pensando en Dev y en su hijo, y en el hecho de
que por lo visto su hijo se parece mucho al mío. Me
pregunto por qué, cuando mencioné que se vieran y jugaran
juntos, Dev parecía estar en contra de la idea. Tal vez a su
hijo le gusta McDonald’s tanto como a mi Sammy. Le
prometí que lo llevaría allí, así que ya sé lo que voy a comer
para el almuerzo. También sé que luego me dolerá el
estómago. Probablemente debería pasar por la farmacia y
comprar una caja de Alka-Seltzer de camino a casa.
—Puedo hacerte una copia del archivo si lo prefieres.
Salgo de mi trance al oír la voz de Lucky.
—Perdona, estoy un poco distraída.
Sonríe.
—Ya lo he visto. No te preocupes por eso.
—Vaya. ¿Tanto se me nota? Tendré que pasar al modo
escudo, supongo. —Me encojo de hombros, sintiendo que
necesito darle una explicación—. Lo siento mucho, de
verdad. Hoy me he despertado con la noticia de que me
habían despedido. Ha sido un poco impactante.
—Tu hermana lo ha mencionado. Nos dijo que estabas
muy entregada a tu trabajo allí, y piensa que tu despido
tiene que ver con el hecho de que tengas hijos.
Me encojo de hombros.
—Es imposible saberlo con certeza, pero he faltado al
trabajo varias veces por culpa de alguna enfermedad.
Nunca por mí, porque cuando caigo enferma, simplemente
sigo trabajando y me preocupo de no contagiar a nadie con
mis gérmenes. Sin embargo, cuando se trata de mis hijos,
no tengo más remedio que quedarme en casa. La guardería
no se los queda cuando están enfermos, y lo entiendo.
Nadie quiere que el hijo de otro haga enfermar a su propio
hijo. Eso no está bien.
—Por supuesto. Y cualquiera que despida a alguien por ser
un buen padre para sus hijos no merece tener una empresa.
—Su estado de ánimo se ha ensombrecido—. Cuando se
trata de la familia, aquí no tienes que preocuparte por esas
barbaridades. Eso aquí nunca sucedería. Dev tiene un hijo;
yo tengo a Sunny. Todos entienden esos compromisos.
Como lo dice tan serio, no me puedo reír, pero me estoy
carcajeando por dentro. Habla de su pez como si fuera su
hijo. Quiero preguntarle cuánto viven los peces de colores,
porque viendo el apego que siente por él, me preocupa.
Según mi experiencia, no duran más de seis meses, y me
temo que cuando a Sunny se le acaben esos seis meses,
Lucky lo pasará mal. ¿Estará loco? Estoy empezando a
pensar que aquí a todo el mundo le falta al menos un
tornillo. El único que parece estar completamente en sus
cabales es Thibault, pero no apostaría dinero por eso. Estoy
segura de que tiene problemas. Todos los tenemos. Creo
que encajo aquí más de lo que creía.
—Mami, me aburro.
Miro por encima de la mesa hacia la cama del perro.
Sammy está recostado sobre Sahara con los brazos
extendidos sobre su lomo. Con la mano derecha acaricia
una de sus orejas hacia atrás y hacia delante, mientras pasa
la izquierda por la frente de Felix, una y otra vez. Los ojos de
Felix están medio cerrados y se mece un poco en una
posición semisentada. Es posible que Sammy haya
hipnotizado al pobre perro con el dedo. Miro a Lucky.
—¿Me necesitas para algo más? Me refiero a cuando
decidamos a qué hora vamos a ir a las oficinas.
Vuelvo a comprobar mi teléfono para ver si hay respuesta
de May, pero todavía no la hay. Se va a enterar de lo que es
bueno por ignorarme. Otra violación del Código de
Hermana. Lucky niega con la cabeza.
—No, no lo creo. Te enviaré una copia del archivo en las
próximas horas, para que puedas echarle un vistazo esta
tarde. Anota todas las dudas que tengas y las resolveremos
la próxima vez que nos veamos. Asegúrate de llevar un
registro de tus horas, porque Ozzie querrá pagarte por el
trabajo que hagas.
Asiento.
—Muy bien. Eso haré. —Me pongo de pie y recojo el bolso
y el teléfono—. Prometí llevar a mi hijo a McDonald’s, así
que debería irme.
Justo cuando Lucky está a punto de responder, la puerta
de la cocina se abre y mi corazón empieza a darme
martilleos en el pecho. Es Dev.
Sahara se incorpora y hace que Sammy vuelva a caerse
en su cama. Mi hijo se queda allí mirando al techo, riendo y
gimiendo al mismo tiempo.
—Eeeh, Zahara, me haz tirado al zuelo…
Dev está de pie en la entrada mirándonos a Lucky y a mí,
sonriendo con cara de confusión.
—¿Qué es esto?
Lucky se encarga de responder, lo cual es bueno porque
no tengo ni idea de qué decir.
—Esta es nuestra especialista en ordenadores. Ha venido
a hacer un proyecto para nosotros, tal como dijimos.
La sonrisa de respuesta de Dev despeja cualquiera de mis
dudas sobre cómo se siente. Una oleada de alivio me
recorre el cuerpo.
—Qué gran noticia. Bienvenida a bordo. —Mira a su
izquierda, captando la atención de Sammy—. ¿Y quién es
este? ¿Tenemos otro cachorro?
Sammy sonríe y hace su mejor imitación canina.
—¡Guau! ¡Guau!
Dev asiente.
—Muy bien. Buen cachorro. Siéntate. —Señala a Sammy y
lo mira con dureza mientras camina alrededor de la mesa
donde Lucky y yo estamos sentados. Luego, con la mayor
naturalidad del mundo, se desploma en una silla a mi lado,
como si eso no hiciera que se me desbocase el corazón.
—Bueno, ¿y ahora qué? ¿Vamos a empezar a trabajar o
tenemos tiempo para almorzar?
Abro la boca para responder, pero Lucky se me adelanta.
—Jenny acaba de decirme que tenía que llevar a su hijo a
McDonald’s. Y Sunny me está esperando en casa, así que
iba a dejar que se fueran.
Dev se frota las manos.
—Me encanta McDonald’s. ¿Puedo ir?
Sammy salta de la cama del perro y luego continúa
saltando con cada palabra que sale de su boca.
—¡Cí! Puedez venir. ¿Verdad, mamá?
No es raro que se haga amigo inmediatamente de alguien
que le cae bien, y tratar a mi hijo como un perro da muchos
puntos en la escala de un niño de tres años.
Espero unos segundos, tratando de decidir cuál debería
ser mi respuesta. ¿Quiero que venga? Sí. ¿Debería venir?
Discutible. ¿Me gustaría tener otro adulto con quien hablar
en McDonald’s? Por supuesto.
—Sí puede, si realmente quiere.
Dev sonríe.
—Entonces, decidido. Vamos a McDonald’s. Yo conduzco.
Todos se levantan y se dirigen hacia la puerta, y yo hago
lo mismo. Probablemente no debería estar tan
entusiasmada ante la perspectiva de almorzar comida
rápida, pero lo estoy. Por suerte, he de concentrarme en
Sammy mientras salimos por la puerta, así que no tengo
tiempo para comportarme como una colegiala por el hecho
de que Dev se haya brindado a acompañarnos.
Capítulo 19

Es curioso, parece que haya espacio para dos personas


más entre Dev y yo. Nunca he estado en un vehículo con un
único asiento en la parte delantera.
—¿Se puede saber cuántos años tiene este trasto?
Miro hacia el asiento trasero, donde está mi hijo, con el
cinturón abrochado en su sillita. Sonríe mientras mira por la
ventana, como si estuviese disfrutando de un gran día.
McDonald’s suele tener ese efecto en él, pero creo que Dev
también es responsable en parte. Cuando se subió a Sammy
sobre los hombros y este pudo ver el mundo desde dos
metros de altura de camino al coche, mi hijo se puso a
chillar de alegría, como si estuviera en una montaña rusa.
—Este magnífico vehículo salió de la cadena de montaje
en 1975.
—Es más viejo que yo —digo riéndome.
—Sí, pero funciona como si acabara de salir de la fábrica
el año pasado.
En ese momento, el automóvil decide dejar escapar un
fuerte y ruidoso estallido y una nube de humo negro sale
del tubo de escape. Me vuelvo y miro por el parabrisas
trasero; la neblina negra se dispersa lentamente por toda la
calle a nuestra espalda.
Casi sin poder contener mi regocijo, me vuelvo hacia
delante y junto las manos, bajo la cabeza y entrecierro los
ojos.
—Voy a ponerme a rezar por el medio ambiente, si no te
importa.
Dev alarga el brazo y acaricia el salpicadero.
—No le hagas caso, Bessie. Tiene envidia porque ella
conduce un coche típico de mamás y no una máquina de
primera como tú.
Podría meterme aún más con él, pero me limito a sonreír.
Es divertido ir por la ciudad con Dev al volante. Me siento
como si estuviéramos dentro de un tanque y nada pudiera
hacernos daño, ni siquiera una manada de rinocerontes
negros furiosos. Aun sin ir dentro de esta máquina en la que
nos movemos, probablemente me sentiría así de todos
modos solo con tener a Dev a mi lado. Su aspecto intimida,
sí, pero sé que por dentro es muy tierno y dulce, como un
bombón de trufa y chocolate.
—¿Por qué sonríes? —pregunta Dev.
Me limito a negar con la cabeza. No me fío ni de mis
propias palabras, porque seguro que empezaría a hablar de
lo mono que es y lo mucho que me gusta y de las ganas que
tengo de salir con él. Y tenemos planes para hacer algo esta
semana, pero no voy a ser yo quien lo mencione. No quiero
parecer demasiado ansiosa. En realidad, no es una cita, solo
es una apuesta que él ganó y yo perdí. Seguramente se
limitará a darme otro de esos besos amistosos y fraternales
en la mejilla cuando nos despidamos. Solo de pensarlo, ya
soy feliz. Siempre puedo fantasear con que no es un beso
fraternal, ¿verdad?
—Ah, así que ahora te ha entrado la vergüenza, ¿eh? —
Golpea los pulgares sobre el volante mientras asiente con la
cabeza—. Está bien. Ya veo cómo eres. Muy bien, puedo con
eso y más.
No voy a darle demasiada importancia a esas palabras.
Solo es un coqueteo inocente. Es divertido. Sé que hace
poco que nos conocemos, pero por la forma en que se burla
y la facilidad con que bromea, me siento como si estuviera
con un viejo amigo, como si pudiera ser yo misma.
Sammy se pone a cantar desde el asiento trasero.
—McDonald’z, McDonald’z, McDonald’z…
Dev mira por el retrovisor a nuestro pasajero.
—No estás muy entusiasmado por ir a comer a
McDonald’s, ¿o sí?
Sammy estira los brazos hacia arriba, muy alto, y alarga
todo el cuerpo con su respuesta entusiasta.
—¡Cí, cí que lo eztoy!
Dev finge fruncir el ceño.
—Qué va. No sé, ¿por qué no vamos a otro sitio? Tal vez a
un restaurante elegante que le guste más a tu mami…
Sammy arruga la frente, preocupado por que Dev lo diga
en serio.
—¡No! No me guztan loz reztaurantez elegantez. A loz
reztaurantez elegantez no lez guztan loz niñoz.
Dev sonríe.
—Es imposible que tú no le gustes a alguien. Eres
increíble.
Sammy sonríe distraídamente.
—Zoy increíble. Zoy increíble del todo.
Vuelve la cabeza y mira por la ventanilla, balanceando las
piernas para que golpeen el asiento. Si estuviera en otro
coche, me preocuparía, pero estamos en una cafetera. Sé
que a Dev le encanta, pero es que a los asientos traseros se
les sale el relleno, por el amor de Dios.
—De acuerdo —dice Dev con un suspiro de derrota—.
Entonces creo que será mejor que vayamos a McDonald’s.
Sammy no parece oír a Dev, sino que sigue mirando por la
ventanilla, y le va cambiando poco a poco la expresión. Dev
lo ve por el espejo retrovisor y me mira. Me habla en un
susurro.
—¿Qué ha pasado? ¿He dicho algo malo?
Niego con la cabeza, y mi preocupación por mi hijo se
hace patente.
—No, no lo creo. Le ha pasado algo en la guardería, estoy
segura. Esta mañana tenía «dolor de estómago». —
Entrecomillo las palabras con los dedos en el aire para
enfatizar mis palabras.
Dev asiente con la cabeza, volviendo a fijar la vista en el
parabrisas delantero cuando el semáforo se pone verde.
Sigue hablando en voz baja para que Sammy no lo oiga.
—Ya verás como al final lo descubres. Solo tienes que
hacer las preguntas correctas y conseguir que hable.
Niego con la cabeza mientras miro el tráfico.
—Ojalá supiese qué preguntas debo hacerle, pero a veces
este hijo mío es un gran misterio para mí. Es muy diferente
de las chicas.
Dev me da unas palmaditas en la pierna antes de volver a
poner la mano en el volante.
—No te preocupes por eso. Lo atiborraremos de
hamburguesas y patatas fritas y cantará como un canario.
Sonrío. Al parecer, Dev sabe exactamente cómo funciona
el cerebro de un niño pequeño.
—¡Eh! —dice Dev de repente—. ¿Qué es eso de ahí?
Señala hacia delante.
La atención de Sammy vuelve hacia nosotros.
—¿Dónde?
Estira el cuerpo en su asiento para ver por el parabrisas.
Dev todavía está apuntando con la mano.
—¡Ahí delante! ¿Qué son esas cosas grandes y amarillas?
Parece una eme gigante o algo así.
Sammy se agarra al borde de su asiento y chilla.
—¡Ez McDonald’z! ¡Ya llegamoz!
—¡Aleluya! —exclama Dev—. Estoy hambriento. Ahora
mismo me comería ocho hamburguesas.
—Puez yo me comería diez hamburguezaz —dice Sammy,
con una sonrisa gigante.
—¿Ah, sí? —replica Dev—. Bueno, pues yo podría
comerme cincuenta hamburguesas ahora mismo.
—Bueno, puez yo podría comerme veinte millonez de
trillonez de hamburguezaz ahora mizmo —dice Sammy.
Dev niega con la cabeza.
—Madre mía… Pues sí que tienes hambre.
—Cí, ya lo cé. —Ahora habla con voz de lástima—. Mi
mamá me hizo comer galletaz ezta mañana para dezayunar.
Ezo no ez comida de verdad.
Me río de indignación y me vuelvo para lanzar una mirada
furibunda a mi hijo.
—Pequeño traidor… Fuiste tú el que me pidió esas
galletas. Dijiste que era lo único que podías comer por culpa
de tu dolor de estómago.
—Cí, pero no deberíaz darme todo lo que pido porque
entoncez ceré un niño mimado.
Me doy media vuelta y no digo nada más. Esas no son las
palabras de Sammy; han salido directamente de la boca de
Miles, y no voy a dar mi opinión en este momento. No
delante de mi dulce e inocente hijo, desde luego. Maldito
Miles.
—Hmmm… —dice Dev en voz baja—. ¿Problemas en el
paraíso?
Niego con la cabeza y balbuceo.
—No preguntes.
Dev entra en el aparcamiento de McDonald’s y se mete en
un hueco en el que habría jurado que su vehículo no cabría
si no lo hubiera visto con mis propios ojos.
—Se te da muy bien conducir este tanque.
—Me llaman el as del volante —dice Dev con su voz
burlona, entre cursi y sexy.
Me pongo a reír a carcajadas, eso me ha hecho mucha
gracia.
Dev apaga el motor, mirándome.
—¿Te parece gracioso?
No puedo responderle, porque todavía me estoy riendo.
Simplemente sacudo el brazo y le doy un golpe sin querer
en el hombro. Él reacciona como si tuviera que agacharse,
como si le hubiese hecho mucho daño.
Tengo que salir de aquí. Necesito un poco de aire fresco
para serenarme; ya casi he salido. Agarro el tirador de la
puerta y casi me caigo del coche cuando se abre con
demasiada facilidad. Extiendo el brazo para no perder el
equilibrio mientras me dirijo hacia el otro lado del vehículo
para sacar a Sammy de su sillita. Siento que me flaquean
las rodillas de toda la serotonina que me flota por el
cerebro. Quien dijo que la risa era la mejor medicina sabía
de lo que estaba hablando.
Soy tan feliz que es como si estuviera drogada, y eso es
todo un logro, teniendo en cuenta dónde estoy:
normalmente, McDonald’s es sinónimo de dolor de cabeza
para mí, y los martilleos en mi cráneo empiezan antes
incluso de que llegue a la puerta. Pero ¿ahora mismo? Estoy
flotando, y mis pies apenas tocan el suelo.
Cuando Dev sale del coche y veo su enorme cuerpo allí
plantado, me doy cuenta de que tiene razón: es un as, pero
no solo del volante. Se requiere mucha delicadeza para que
un hombre tan grande, que llama tanto la atención, sea tan
humilde, sencillo y genial. No había conocido a nadie como
él en toda mi vida.
Como ocurre siete días a la semana a esta hora del día,
McDonald’s es el mismo manicomio de siempre. Cuando
vengo aquí un día laborable a la hora del almuerzo pienso
que la mitad de la ciudad debe de estar desempleada y
tratando de encontrar un lugar para que sus hijos corran y
ellos puedan relajarse, respirar y tomarse una taza de café.
Las mesas están llenas de padres, y la zona de juegos al
aire libre está abarrotada de niños salvajes que no dejan de
gritar.
Nos ponemos detrás de una larga cola de clientes. Varios
niños pequeños, hermanos, probablemente, se pelean ante
la mirada resignada de sus padres, empujando a la multitud
desesperada que examina el menú por encima de las
cabezas de los empleados. Aaah, McDonald’s…
Dev se frota las manos.
—¿Quién quiere un Happy Meal?
Sammy empieza a dar saltos con la mano levantada.
—¡Yo, yo, yo!
Dev me mira desde las alturas.
—¿Y a ti qué te apetece, mamá? ¿Un Happy Meal?
¿Patatas fritas y un batido? ¿Un sedante?
Sonrío, encantada.
—Creo que voy a tomar unas patatas fritas y un sedante,
por favor.
Me mira frunciendo el ceño.
—No he oído nada de proteínas.
—Nada de proteína. Con unas patatas fritas tendré
suficiente, muchas gracias.
—De eso nada, tienes que comer algo de proteína.
¿Quieres pollo, pescado o carne roja?
No estoy de humor para discutir con él, así que me encojo
de hombros.
—Elige tú.
Me lanza una mirada socarrona.
—Lo siento, pero aún no he conocido a una mujer que me
deje escogerle la comida y que luego esté contenta con mi
elección. Solo dime cuál odias menos.
—La que menos odio es la carne de ternera.
Imita un acento cajún.
—Una excelente elección, mademoiselle. Te pediré la
hamburguesa más pequeña que haya existido jamás.
Bajo la mirada y veo a mi hijo a punto de estallar de
energía, feliz y rebosante del combustible que las galletas
de animales proporcionan a los críos de tres años.
—Si no te importa, voy a llevar a Sammy a la zona de
juegos para que queme parte de la energía que lleva
encima.
Los dos miramos a Sammy girar en círculos y luego caer
al suelo de rodillas. Busco en el bolso y saco mi cartera. Dev
pone la mano en mi muñeca para detenerme.
—Yo invito al almuerzo.
Su mano es tan cálida que no quiero que la aparte.
—No puedo dejarte hacer eso. Tú compraste las pizzas.
—No llevo la cuenta. Además, yo puedo recuperar el
dinero. La empresa pagará la comida si le doy los recibos. Si
pagas tú, eso no sucederá.
—¿Debería sentirme mal porque tu jefe pague mi
almuerzo y el almuerzo de mi hijo?
—No. Fue él quien me lo sugirió, así que no pasa nada.
Quiero reflexionar un momento sobre eso y decidir si debo
aprovechar la generosidad de Ozzie, pero por desgracia este
no es el mejor lugar para meditaciones. Sammy se va a
marear si sigue dando vueltas.
—Está bien. Gracias. Estaremos ahí fuera. Buscaré una
mesa para los tres; no quiero dejar solo a Sammy, a pesar
de que comer con el aire acondicionado estaría bien.
Dev mira el menú, pero me responde de todos modos.
—No te preocupes por el calor. Ya estoy acostumbrado.
Tomo a Sammy de la mano y salimos juntos a la zona de
juegos. En cuanto le quito los zapatos, sale disparado,
gritando como un animal salvaje al que acaban de soltar
después de años de cautiverio. Se lanza a la red más
cercana a la que puede trepar y que lo llevará al sistema de
túneles, que parece un patio de recreo para hámsteres
gigantes.
Por algún milagro, una familia se levanta de una mesa
justo cuando estoy buscando un sitio, y la ocupo de
inmediato, satisfecha de limpiar los restos de sal, patatas
fritas y trozos de lechuga que se les han caído al comer. Me
siento y el sol me da en plena cara. Normalmente, esto
sería motivo suficiente para quejarme, pero hoy, no tanto.
Cierro los ojos y absorbo la calidez y la energía. Sí, el calor
me va a hacer sudar, pero no me importa. En este
momento, mi vida es exactamente como yo quiero, y no es
una sensación que experimente muy a menudo. Voy a
disfrutarla mientras dure en lugar de cuestionarme de
dónde viene.
Capítulo 20

Probablemente no debería dar mucha importancia al


hecho de haber pedido que me traigan una
minihamburguesa de McDonald’s y una ración minúscula de
patatas fritas a una mesa de plástico sucia en una zona de
juegos diseñada para hámsteres gigantes, pero cuando Dev
llega con esa bandeja y el hoyuelo que le sale al sonreír, no
puedo evitar sentirme como si acabara de tocarme la
lotería.
Todos lo miran boquiabiertos, incluso los niños. Es como si
acabara de entrar una superestrella. La gente murmura, y
creo adivinar lo que dicen; se preguntan para qué equipo de
la NBA jugará.
Finjo que no me doy cuenta de lo increíble que es, como
finjo no sentirme orgullosa de que este hombre esté aquí
conmigo. La verdad es que no tengo ningún derecho; solo
somos compañeros de trabajo y tal vez amigos. Pero ser
amigos es increíble cuando se trata de un tipo como Dev,
así que me doy permiso para alegrarme inmensamente.
—Aquí tienes. —Deposita la bandeja en mitad de nuestra
mesa—. Un poco de proteína, algunos carbohidratos y un
poquito de azúcar para que sigas así de dulce.
Me da un batido en miniatura y sonríe.
Tomo el batido de sus manos e intento que mi absurdo
sonrojo desaparezca.
—Normalmente no me permito estos caprichos. Es como
comer un postre en mitad del día.
No sé cómo, logra doblarse casi por la mitad para poder
caber en la silla diminuta y se sienta. Parece realmente
incómodo, pero no se queja.
—Yo intento evitar los dulces a toda costa, pero cuando es
una ocasión especial, me permito una excepción. —Sostiene
un segundo batido y lo agita delante de mí. Entre sus
pedazo de dedos, parece del tamaño de un dedal. Dudo que
el contenido aumente siquiera sus niveles de azúcar en
sangre.
—Pues no debes de salir muy a menudo, si para ti ir a
McDonald’s es una ocasión especial. —Me río porque me
parece un comentario bastante gracioso, pero cuando
responde, se me hiela la risa.
—No es solo por ir a un McDonald’s. —Toma un sorbo de
su minibatido—. Es por ir a un McDonald’s con una mujer
muy guapa y su simpático hijo. —Dev mira hacia la zona de
juegos, así que no ve que me he puesto como un tomate,
gracias a Dios—. Por cierto, ¿dónde está ese granuja?
Busco en las zonas transparentes de los tubos de plástico
y veo un fogonazo del pelo de mi hijo cuando pasa por uno
de ellos.
—Está allá arriba. Parece que persigue a alguien o que le
están persiguiendo.
Dev distribuye la comida sobre la mesa, dejando una
cajita de Happy Meal para Sammy delante del asiento que
queda libre.
—Bueno, ¿y cuáles son las reglas? —pregunta, cuando
termina—. ¿Puede comer después de jugar, o tiene que
comer antes?
Me encanta que tenga el detalle de preguntarme cuáles
son mis reglas como madre.
—Normalmente, le hago comer dos bocados de cada cosa
y luego puede ir a jugar durante diez minutos, pero luego
tiene que volver para dar otros dos bocados más, y así
sucesivamente.
Dev asiente.
—Muy razonable. Eres una madre muy justa.
—Gracias. —No estoy segura de poder comerme lo que
me ha puesto delante. No es porque no tenga hambre, es
que de repente me está haciendo sentir… extraña. Me dan
ganas de salir a correr y dar la vuelta a la manzana un par
de veces para quemar toda esta energía nerviosa. Esta
emoción me recuerda a cómo me sentía en el instituto o en
la universidad, cada vez que me estaba enamorando de
alguien. Enamorando… Ay, Dios…
—¿Quieres que vaya a buscarlo? —pregunta Dev.
—No, ya voy yo. —Me pongo de pie y echo a andar hacia
el circuito para jerbos gigantes. Llamo a mi hijo—. ¿Sammy?
No me responde, lo cual no es ninguna sorpresa. Ya sabe
para qué estoy ahí, y hará todo lo posible para evitar tener
que comer cuando prefiere jugar.
—Mira esto —dice Dev, detrás de mí.
Camina hacia una parte de los tubos donde los niños
pueden mirar hacia abajo por un agujero cubierto por una
red. Se agacha y se sitúa debajo, para luego incorporarse
despacio una vez que está directamente debajo del agujero.
De pronto, tiene la cabeza cubierta por la red y luego se
mete dentro del túnel.
No sé cuántos niños hay allí exactamente, pero a juzgar
por los chillidos entusiasmados, hay al menos cinco.
—Sammy, estoy buscando a Sammy —dice Dev en voz
alta—. Te necesitan en la mesa de las patatas fritas. Por
favor, preséntate en la mesa de las patatas fritas.
El inconfundible sonido de la risa de mi hijo me estremece
el corazón. Su pequeño cuerpo sale disparado del túnel,
baja un tobogán cinco segundos después y corre a plantarse
a mi lado.
—¿Dónde eztán miz patataz, mami? Dev ha dicho que
tengo que comérmelaz.
Sigo a mi hijo y a Dev de vuelta a la mesa y me siento.
Supongo que Sammy comerá dos bocados y se largará de
nuevo, pero en vez de eso, sigue comiendo, tragando como
si lo hubiera hecho pasar hambre dos días. Me parece
increíble que Dev sea capaz de hacer que McDonald’s no
represente ningún problema para mí y, al mismo tiempo,
lograr que mi hijo se coma toda la comida. ¿Habrá algo que
este hombre no pueda conseguir?
Capítulo 21

Después de sentar a Sammy en la parte trasera de mi


coche y de abrocharle el cinturón, me quedo fuera del
vehículo con el motor encendido y Dev junto a la portezuela
del conductor. Con el aire acondicionado funcionando a tope
para acabar tanto con el calor como con la humedad
sofocante del interior, Sammy se queda dormido al instante.
—Bueno, menuda aventura —dice Dev, sonriendo.
—La vida con Sammy siempre es una aventura.
—Bueno, ¿y qué vas a hacer ahora? —pregunta Dev,
tocando la parte superior de la puerta con el dedo índice.
—Volver a casa a ver cómo organizar el despacho para
este trabajo de freelance. Probablemente, me conectaré a
internet y visitaré otras webs para ver si encuentro más
cosas.
—¿Webs de citas?
Se me enciende la cara.
—No, no me refiero a webs de citas. Hablo de webs para
freelances.
—Pues a lo mejor deberías entrar en esa web de citas —
dice, sin mirarme—. No deberías quedarte en casa todas las
noches a ver la tele tú sola.
De pronto, siento que me pesa mucho el corazón, como si
estuviera hecho de plomo. Yo aquí pensando que merecía la
pena arriesgarse por él, ¿y ahora resulta que me anima a
que salga con otros hombres? ¿Cómo puedo haberme
equivocado tanto?
—¿Qué te hace pensar que hago eso? —pregunto,
ofendida por la estampa que ha creado de mí, sentada en el
sofá y viendo la tele sola como la mujer más patética del
mundo.
—Fuiste tú quien me dijiste que hacías eso. Además, te vi
en ese sitio web de citas. Estabas justo en el comienzo del
proceso. Ni siquiera has tenido una cita todavía, ¿verdad?
Me cruzo de brazos.
—¿Y tú?
Me mira al fin, encogiéndose de hombros.
—No exactamente.
—Bueno, pues si yo tengo que conseguir una cita,
entonces tú también deberías hacer lo mismo.
Esta conversación es ridícula. A mí lo que de verdad me
gustaría sería salir con él, pero no pienso decírselo ahora.
—Yo lo haré si lo haces tú —dice.
—Muy bien. —Puedo salir con otro chico. Tal vez encuentre
uno más guapo que él, incluso. Y más alto, también.
—¿Qué te parece si cenamos juntos…? —Hace una pausa
—. ¿Ya sabes, esa cena que tenemos pendiente y a la que
tienes que invitarme tú, y hablamos de nuestra estrategia
para conseguir citas en el futuro?
¿Que si me entran ganas de salir pitando de allí,
derrapando sobre el asfalto y dejando un estela de olor acre
a neumático quemado y a sentimientos heridos? Pues claro
que sí. Después de todo, soy humana, y ha pasado mucho
tiempo desde la última vez que pasé un rato agradable con
un hombre interesante, y encima, no, no tengo ningún
vibrador en casa. Todavía. Y por supuesto, estoy algo más
que triste porque Dev esté pidiéndome que lo ayude a
encontrar a la mujer de sus sueños, sobre todo después de
las señales que parecían indicarme que estaba interesado
en salir conmigo.
Y entonces, de pronto, caigo en la cuenta: tal vez le gusta
jugar. Tal vez he malinterpretado todas las señales porque
no tengo ni idea de cómo jugar a esto. Levanto la barbilla.
—Está bien. Creo que podría hacerlo.
—¿Cuándo? —pregunta.
—¿Qué tal el viernes? Podría convencer a May para que se
quede con los niños un par de horas.
—Perfecto. Le preguntaré a mi madre si puede quedarse
con mi hijo. Pregúntaselo a May y dime qué te ha dicho. Si
tienes canguro, te recogeré a las seis y media.
—¿Has decidido adónde ir? Necesito saber qué ponerme.
Me guiña un ojo.
—Ya te lo diré.
Se inclina y, una vez más, antes de que me dé cuenta de
qué está pasando, me da un rápido beso en la mejilla.
Vuelvo a pensar que está de broma. Definitivamente, parece
alguna clase de juego, pero, al mismo tiempo, no parece
que quiera jugar conmigo en el mal sentido de la palabra.
No, después de la forma en que se ha comportado con
Sammy. Un hombre que quiere burlarse de una mujer no se
tomaría tantas molestias con su hijo, ¿verdad? Estoy tan
confundida… Lo veo caminar hasta la puerta de la nave
industrial y marcar el código para entrar.
Cuando la puerta comienza a abrirse, me mira y se
despide con la mano.
—Hasta pronto.
Le devuelvo el saludo.
—Sí. Hasta pronto.
Subo al coche y me pongo el cinturón. Debería estar
exhausta; ha sido un día muy largo. Pero me siento tan
ligera como el aire.
Capítulo 22

Por fin ha llegado el miércoles por la noche: mi gran noche


trabajando codo con codo con Lucky en la sede de Blue
Marine, fuera de las horas de oficina.
Todavía hay luz cuando llega May para cuidar de los niños.
Entra sin llamar al timbre, y yo estoy en la sala de estar con
el bolso ya al hombro. Se concentra en encontrar a los niños
y no me ve.
—¡Estoy aquí! —grita por el pasillo, en dirección a la
cocina.
Me aclaro la garganta para que me vea. Vuelve la cabeza
y sonríe.
—¡Ahí estás! Uau, y no veas lo guapa y elegante que te
has puesto…
—Ah, Dios mío, pareces mamá.
May entra a la habitación y me da un abrazo y un beso en
la mejilla. Le devuelvo las muestras de afecto, con la
esperanza de que no detecte mi inquietud.
—¿Estás nerviosa? —pregunta, distanciándose y
mirándome a los ojos como si fuera una especie de detector
de mentiras humano.
Pues sí que se me da bien eso de ocultar mis emociones…
—Sí. ¿Tanto se me nota?
—No. Se te ve superelegante y segura de ti misma.
Niego con la cabeza.
—Mientes fatal. —Dirijo mi atención hacia la escalera—.
¡Niños! ¡La tía May está aquí!
A continuación, oímos un ruido que se parece mucho a la
estampida de una manada de ñus, mientras los niños bajan
la escalera. La primera en llegar es Sophie, que casi no toca
el suelo siquiera para correr a arrojarse a los brazos de su
tía.
—¡Tía May! ¡Hacía siglos que no venías!
May abraza a Sophie, que se aferra a su cintura, mientras
me mira con cara de exasperación.
—Pero qué dramática eres… Sabes que estuve aquí la
semana pasada.
La voz de Sophie suena amortiguada, con la boca pegada
sobre la camisa de May.
—Pero ya nunca te quedas a dormir.
—Últimamente me ha salido mucho trabajo, por eso lo
tengo más difícil para hacer una fiesta de pijamas. Pero
ahora estoy aquí, ¿verdad?
—¡Sí!
Melody es la siguiente en aparecer. Llega a un paso más
pausado, esperando a que su hermana se separe de la tía
May antes de abrazarla.
—Hola, tía May. Me alegro mucho de que estés aquí. —
Sonríe con dulzura, como solo sabe hacer mi pequeña
Melody. Me siento muy orgullosa de ella por no hacer a su
tía sentirse culpable.
May se derrite.
—Ay, cielo, yo también estoy muy contenta de estar aquí.
Creo que ha pasado demasiado tiempo desde la última vez
que te di un abrazo.
Sammy llega el último, cargado con un montón de
juguetes. Es un milagro que no se haya caído por las
escaleras con toda esa pila. Miro furiosa a sus hermanas,
porque deberían haberlo ayudado. Yo no estaba con ellos,
pero sé exactamente lo que ha pasado: han dejado solo a su
hermano pequeño para poder ser las primeras en abrazar a
su tía. No tengo ni idea de por qué son tan competitivas.
—¿Necesitas ayuda, Sammy? —pregunto.
—No. Traigo miz juguetez. Zoy muy fuerte.
Está a dos palmos de distancia de May cuando abre los
brazos y lo deja caer todo en una pila gigante. Algunas
piezas de los juguetes junto con las figuras de acción salen
despedidas en todas direcciones, como la metralla de una
bomba. Se acerca a su tía y levanta las manos con
expectación.
May deja a Melody en el suelo y abraza a Sammy. El niño
se aferra a ella como una cría de chimpancé, envolviéndole
el cuello con los brazos y la cintura con las piernas,
enterrando la cara en su pecho.
Mi hermana lo envuelve con sus brazos. Luego cierra los
ojos e inhala el olor de su pelo.
—Te he echado de menos, Sammy. Nadie me da abrazos
de niño pequeño como tú.
—Miz abazoz zon loz mejorez, ¿a que cí?
—No son mejores que los míos —dice Melody, frunciendo
el ceño.
May es demasiado astuta para dejarse dominar por sus
juegos.
—Sammy, tú das los mejores abrazos de niño pequeño, y
Melody, tú das los mejores abrazos de niña pequeña, y
Sophie da los mejores abrazos de niña grande.
Sophie pone los ojos en blanco.
—Sabía que ibas a decir eso.
Intentando evitar una discusión, decido intervenir.
—Muy bien, niños, ¿quién está listo para cenar?
Sammy se separa de los brazos de May y se lanza al
suelo, corriendo para recoger sus figuras de Spiderman y
Superman.
—¡Eztoy lizto!
Coloca ambas figurillas en posición de vuelo, Superman
de cabeza y Spiderman al revés. Sammy me ha dicho
muchas veces que así es como Spiderman prefiere moverse,
y no soy quién para discutírselo; la verdad es que yo no lo
conozco tanto.
Melody levanta la mano.
—¡Yo! ¡Estoy lista!
Sophie pone los ojos en blanco.
—A mí me da igual.
May se acerca y le hace cosquillas a Sophie en el cuello, y
la niña se ríe un poco. Sé perfectamente que mi hija
preferiría no reaccionar así, pero May conoce sus puntos
débiles.
—¿Qué es eso de «a mí me da igual»? —pregunta May a
Sophie—. ¿Desde cuándo decimos esas cosas en esta casa?
—¿No te has enterado? —digo—. Es lo último de lo último
entre los niños mayores. Y como Sophie ya es mayor, ha
decidido que debe formar parte integral de su vocabulario.
—Bueno, pues si lo dice cuando yo esté aquí, se va a
enterar.
May lanza a su sobrina una mirada falsamente dura.
Sophie sonríe con malicia.
—Lo que tú digas. A mí me da igual.
May se abalanza sobre ella en broma y Sophie sale
corriendo a la cocina, sin dejar de chillar. May me mira y se
para entre la sala de estar y el pasillo.
—¿Estamos todos listos? ¿Hay algo especial que quieras
que haga?
Niego con la cabeza.
—No, no creo. La cena está ahí en la mesa, hay un poco
de sorbete de postre, y ya sabes dónde está todo. Ya se han
bañado, y Sophie ha terminado los deberes. Lo único que
tienes que hacer es divertirte.
Intento vendérselo con una gran sonrisa.
Pero May no se deja engatusar. Su expresión se suaviza.
—No estés nerviosa, Jenny. Tú puedes. Sabes lo que haces,
y Lucky es un buen tipo.
Asiento con la cabeza.
—Sí, es un buen tipo, no es Lucky quien me preocupa, en
absoluto. Aunque, sinceramente, May, es un poco
demasiado guapo, ¿no crees?
—Lo sé —dice, entusiasmada—. Es raro, ¿verdad? Al
principio, cuando lo conocí, me quedé alucinada, pero ahora
ya casi ni lo noto. Cuanto más tiempo estás con él, menos
te dejas distraer por su físico.
—Eso espero.
—Hmmm…, ¿no habrá algo más, quizá? —me pregunta
con tono sugerente.
Niego con la cabeza con energía.
—De ninguna manera. En serio, ni se te ocurra pensarlo.
No me interesa.
May me habla entonces en tono entre críptico y burlón.
—Me alegra oír eso, porque creo que alguien se llevaría
una buena decepción si descubriera que te interesa Lucky.
Siento que el corazón me da un vuelco doble y luego hace
un triple salto mortal.
—¿De qué estás hablando?
Intento ser tan críptica como ella, pero no estoy segura de
que funcione.
—No te hagas la tonta. Sabes exactamente de quién estoy
hablando: de Dev.
—Ah. ¿De Dev? —Me encojo de hombros, haciéndome la
interesante—. Es muy simpático. Nos llevó a Sammy y a mí
a McDonald’s el otro día.
—Oh, sí, ya me enteré, créeme.
Me invade la repentina necesidad de conocer cada
detalle. Me acerco a mi hermana y la sujeto del brazo,
lanzándole mi aliento cálido en plena cara.
—¡Cuéntamelo!
Echa a andar hacia la cocina y se zafa de mi llave de
yudo.
—Lo siento, hermana, pero tienes que irte a trabajar. Ya
hablaremos de esto más tarde.
—Pero es que quiero saberlo ahoraaa —protesto.
Ella se ríe.
—No te preocupes; te contaré hasta el último y sucio
detalle cuando vuelvas a casa.
—Pero es que tal vez no regrese hasta las cuatro de la
mañana.
Su voz burlona desaparece en un instante.
—Pues no me despiertes. No quiero levantarme antes de
las seis. —Vuelve a sonreír—. Pero desayunaré contigo y
podremos hablar entonces. Y también podrás contarme tu
emocionante noche trabajando con el guapísimo Lucky y
vuestras operaciones encubiertas.
Una nube oscura me ensombrece el rostro de inmediato.
—No digas eso.
—¿Que no diga el qué?
—No digas «operaciones encubiertas». Es solo un trabajo.
Pertenezco al equipo que no corre riesgos: Lucky y yo no
participamos en ninguna de las tonterías esas de comandos.
—Bueno, bueno, no te pongas así, solo era una broma. —
Inclina la cabeza hacia mí y entrecierra los ojos—. ¿Estás
preocupada por algo en particular?
Dejo escapar un suspiro de irritación. May es una mujer
realmente inteligente, pero a veces puede ser muy obtusa.
—Por supuesto que estoy preocupada. —Señalo hacia la
cocina—. Tengo tres hijos. No puedo permitirme hacer algo
que ponga en peligro mi vida.
May me mira como si estuviera mal de la cabeza.
—Tranquila, Jenny. Solo vas a trabajar con unos
ordenadores en una oficina vacía.
—Exacto, pero ¿y si entra alguien? ¿Qué pasa si el
responsable del fraude o lo que sea decide ir a trabajar en
plena noche? Si están robando tanto dinero como sospecha
Lucky, se pondrán furiosos. Tal vez tengan un arma o puede
que empiecen a repartir leña a diestro y siniestro. No puedo
permitirme tener los ojos morados la próxima vez que Miles
venga aquí a buscar a los niños. Me los quitaría.
May se acerca y pone las manos sobre mis hombros,
mirándome directamente.
—En primer lugar, Lucky estará allí contigo. Y llevará un
arma, por si acaso. ¡No tengas miedo! En segundo lugar…
Nadie va a entrar allí a trabajar en plena noche. ¿Quién
hace eso? Y, por último, pero no por eso menos importante:
Miles no te va a quitar a los niños. Él no quiere esa
responsabilidad, ¿recuerdas? Pero si ni siquiera puede
cuidar de ellos un fin de semana entero, por el amor de
Dios…
Una vocecilla nos habla desde atrás.
—¿Qué quieres decir con eso de que mi padre no quiere
esa responsabilidad?
Siento que se me cae el alma a los pies cuando me doy
cuenta de que es Sophie quien pronuncia esas horribles
palabras. Paso junto a May y me pongo en cuclillas para
poder mirar a mi hija a los ojos.
—Cariño, la tía May solo intentaba calmarme porque me
estaba comportando como una mamá un poco tonta. Ella no
sabe de lo que habla. Pues claro que a vuestro padre le
gustaría que fuerais a su casa con más frecuencia. Es solo
que está muy ocupado con el trabajo. Pero esta Navidad, ¡os
llevará con él dos semanas enteras! ¿A que es genial?
Sophie se encoge de hombros.
—Tal vez. Pero si todavía sigue con esa novia tan creída,
tal vez no.
—¿Novia? —Evidentemente, eso ha despertado la
curiosidad de May.
Me levanto y la miro, negando con la cabeza.
—No preguntes. Tú disfruta de los niños y pasad una
noche agradable y pacífica sin hablar de novias ni nada por
el estilo, ¿de acuerdo? —Miro a mi hija y señalo la cocina—.
Ve a poner la mesa para que la tía May os pueda servir esos
espaguetis tan ricos, por favor.
May me abraza.
—Ya verás como todo va a ir bien. Mejor que bien. Vas a
triunfar y a anotar un montón de nombres, y traerás todo
eso a Bourbon Street Boys para demostrar lo mucho que
vales.
Me aparto de su abrazo porque es demasiado tentador
quedarse aquí y acobardarse.
—Gracias. Te llamaré cuando esté de camino a casa.
Me guiña un ojo.
—Genial. Me muero de ganas de que me cuentes tu
aventura.
Me deja en el recibidor, gritándoles a los niños a medida
que se aleja de mí.
—Por si alguien quiere ser mi sobrina o sobrino favorito…
¡La tía May tiene mucha sed! ¡Quien le traiga un supervaso
de agua será su favorito durante los próximos dos minutos!
Los oigo corretear cuando salgo por la puerta, y eso me
hace sonreír. Puede que esté nerviosa por el trabajo que voy
a hacer esta noche, pero no lo estoy ante el hecho de dejar
a mis hijos en manos de mi hermana, como madre sustituta.
Aparto los oscuros pensamientos que quieren enturbiar mi
cabeza, los que dicen que, si algo me sucediera, ella se
convertiría en esa madre sustituta de forma permanente.
Capítulo 23

Después de reunirme con Lucky en la nave industrial, nos


subimos a su SUV y nos dirigimos a la sede central de Blue
Marine. Son las nueve y media de la noche, y aunque
llegamos más tarde de lo planeado, me siento más cómoda
por estar aquí a esta hora. Lucky se para en la parte trasera
del edificio y aparca el vehículo junto a la esquina, lejos de
la puerta por la que vamos a entrar.
—¿Estás preparada?
Lleva un portátil en una bolsa colgada del hombro y un
maletín lleno de expedientes. Se detiene con la mano en la
puerta, esperando mi respuesta.
Asiento, tratando de aparentar más seguridad de la que
siento.
—No podría estar más preparada.
—Así me gusta. Vamos. Hagamos lo que hemos venido a
hacer y luego vayamos a tomar algo.
Lo de irnos a tomar algo, no sé, pero definitivamente
estoy decidida a ponerme manos a la obra. Solo quiero
hacer mi trabajo y marcharme cuanto antes. Me siento rara
entrando aquí a escondidas, en la oscuridad, colándome en
la empresa de alguien, aunque tenga el permiso de uno de
los propietarios. Me sigue preocupando que otro de los
propietarios o que un empleado se presente de forma
imprevista y monte en cólera. O algo peor. No quiero ni
imaginar qué podría ser eso aún peor.
Salimos del coche y caminamos en silencio hacia la puerta
de atrás. La grava del parking cruje bajo nuestros pies, y
para mí es como si estuviéramos anunciando nuestra
presencia y nuestras malas intenciones a todo el vecindario.
—¿Estás nerviosa? —pregunta Lucky. Me habla en un tono
normal en vez de hacerlo en susurros, como creo que sería
más prudente.
—Mucho. ¿Se me nota? —Intento reírme, demostrarle que
tengo nervios de acero, pero me sale más bien como una
carcajada. Eso me recuerda que todavía necesito otra parte
de mi disfraz de bruja para Halloween. Queda menos de un
mes y solo tengo unos complementos de años anteriores.
—No, no se te nota. Pero me parecería extraño que no
estuvieras nerviosa en tu primera noche de trabajo.
—Creo que, aunque lo hubiera hecho otras cincuenta
veces, todavía estaría nerviosa por entrar de manera furtiva
en una empresa de noche.
—¿Furtiva? No estamos entrando de manera furtiva.
Tenemos permiso para estar aquí. ¿Lo ves? —Me enseña un
juego de llaves y las hace tintinear.
Levanto la mano y las agarro para que no hagan tanto
ruido.
—Creo que me preocupa que algún empleado o uno de los
otros propietarios venga mientras estamos aquí. ¿Qué pasa
si llaman a la policía? —Suelto las llaves para que pueda
abrir la puerta.
—Ya me he encargado de eso.
Usa dos llaves diferentes para abrir.
—¿Qué quieres decir con que te has encargado de eso?
—Ozzie se puso en contacto con la policía y les comunicó
lo que vamos a hacer esta noche, así que unos agentes se
pasarán más tarde para asegurarse de que todo va bien.
Lanzo un enorme suspiro de alivio.
—No tienes idea de lo mucho que me alegra oírlo.
La mayoría de los fantasmas que me perseguían se
esfuman en el aire de la noche. No tengo nada de qué
preocuparme. La policía está de nuestro lado. Ufff, menos
mal…
Se detiene un momento durante el proceso de accionar el
tirador de la puerta para dedicarme una de sus
espectaculares sonrisas hollywoodienses.
—Sí, ya imaginaba que eso te haría sentir mejor.
Empuja la puerta, la abre y la aguanta para que pase,
pero me quedo inmóvil y lo miro incómoda.
—Sé que eres un caballero y por eso me estás
aguantando la puerta, pero ¿te importaría entrar tú
primero?
—Ningún problema.
No duda ni un segundo: cruza el umbral y enciende una
luz. Al cabo de dos segundos me mira de nuevo.
—Es seguro. Puedes pasar cuando quieras.
Sintiéndome como una perfecta idiota, entro detrás de él.
Tengo cuidado de cerrar la puerta a mi espalda. Ojalá
pudiera atrancarla con una barra.
Es hora de entrar en acción. Me doy media vuelta y
examino el espacio que nos rodea. Estamos en un cuarto
trasero con un baño a un lado y un armario de conserjería
en el otro.
—Ven, por aquí —dice Lucky—. Las oficinas que buscamos
están en el pasillo a la derecha y luego a la izquierda.
Lo sigo, examinándolo todo a un lado y a otro. La cobarde
que hay en mí espera que alguien salte sobre nosotros y
nos ataque en cualquier momento. Tengo la presión arterial
por las nubes, y el corazón me late desbocado. Con este
panorama, la única buena noticia es que probablemente
estoy perdiendo un montón de peso con todo el sudor que
me sale por los poros. Lucky enciende algunas luces más.
—¿Quieres que trabajemos juntos en la misma habitación
o prefieres que nos separemos?
Se da media vuelta y me mira mientras espera mi
respuesta.
Le ofrezco la mejor de mis sonrisas de madre.
—¿Me estás tomando el pelo?
Sonríe de nuevo y se sube la bolsa con el ordenador un
poco más.
—Entonces, en la misma habitación. —Señala a la derecha
—. Comencemos por aquí.
Lo sigo y luego me siento a su lado. Estamos ante dos de
los ordenadores que usa el personal administrativo, pero
todavía no puedo saber quiénes son ni qué hacen.
Lucky deja su portátil junto con el maletín. Deposito mi
bolso al lado de sus cosas. Siento la tentación de sacar el
espray de pimienta del bolso y dejarlo en el escritorio junto
a mí, pero no lo hago. May dijo que Lucky tiene un arma, y
sé que Dev y Ozzie le han enseñado a usarla. No tengo nada
de qué preocuparme. Los agentes llegarán muy pronto,
estoy segura.
Lucky saca algo del maletín y lo despliega. Es más grande
que una hoja de papel de tamaño normal.
—Es un pequeño esquema de la oficina y de todos los
ordenadores —dice—. He pensado que podríamos empezar
por las estaciones de trabajo individuales y luego
trasladarnos al servidor.
Echo un vistazo al plano y me sitúo. Señalo el escritorio
donde estoy sentada.
—Esta soy yo, y ahí estás tú.
Él asiente.
—Sí, exactamente. Así que estás en la mesa de un
contable, y yo también. Perfecto. —Después de dejar una
marca en el papel sobre los dos ordenadores, se concentra
en el suyo—. Pongamos en marcha estos cacharros y a ver
qué encontramos.
Muevo el ratón y se activa el monitor. Me pide un nombre
de usuario y una contraseña. Como he leído el archivo que
Lucky me envió, sé que tenemos acceso a esta información.
Antes de que pueda pensar siquiera en decir algo al
respecto, Lucky ya está sacando dos papeles de una carpeta
y entregándome uno de ellos.
—Aquí están todos los nombres de usuario y contraseñas.
Una copia para ti y otra para mí.
Asiento y empiezo a introducir los datos de inmediato.
Cuanto antes pueda recopilar la información, antes
saldremos de aquí.
Lucky se pone a silbar, pero no me molesta. Es mejor que
trabajar con alguien con ganas de conversación. Con este
tipo de tarea, para mí es mejor escuchar un ruido aleatorio
o nada en absoluto. Necesito concentrar toda mi atención
en lo que hago. Es monótono, pero estoy manos a la obra,
soy una máquina. Nadie puede trabajar más rápido que yo.
Me muevo con facilidad en el interior del ordenador. A
partir de ahí, es sencillo activar las distintas partes de las
diferentes unidades y examinar el contenido para ver si
aparece algo interesante. Nos proporcionaron una visión
completa de la arquitectura de su sistema y anoche me la
estudié detenidamente en casa mientras los niños estaban
durmiendo, así que sé lo que debería estar viendo.
Cualquier cosa fuera de lo normal me llamará la atención.
Aparte del hecho de que este empleado en particular pasa
mucho tiempo haciendo compras en línea en el trabajo, no
veo ningún motivo de alarma en su ordenador; pero para
estar segura, saco del bolso la llave de memoria que he
traído, la enchufo en su torre y cargo el virus. Cuando el
programa ha terminado de ejecutarse, miro a Lucky.
—Estoy clonando esta máquina. ¿Quieres clonar tú esa
también?
Lucky me mira.
—¿Tú qué crees? ¿Debería?
Me encojo de hombros.
—No veo nada extraño en este ordenador, pero para estar
segura, voy a clonarlo de todos modos. No creo que esté de
más, ¿verdad? Solo llevará un poco más de tiempo.
Me gustaría salir de aquí lo antes posible, pero eso no
significa que quiera sabotear la operación. Clonar los
ordenadores nos permitirá monitorear lo que ocurra más
tarde y profundizar más sin necesidad de estar aquí in situ,
sino a distancia. Y si no los necesitamos, podemos
eliminarlos y ya está.
—Si crees que deberíamos hacerlo, entonces lo haré —
dice Lucky—. ¿Tienes otra de esas unidades de memoria?
Asiento con la cabeza, extendiendo la mano para hurgar
en mi bolso. Saco la segunda memoria USB y se la paso.
—Aquí la tienes. Solo debes hacer clic en el archivo
ejecutable y él hará el resto.
—¿Y no quedará rastro de lo que hemos hecho?
Vuelvo a mi ordenador y me aseguro de que el proceso
haya terminado antes de cerrarlo todo.
—No, no debería quedar ningún rastro. Es un programa
bastante bueno. Lo comprobé en casa antes de salir.
—¿Quiero saber de dónde lo has sacado?
Está sonriendo, así que sé que no significa nada malo.
—Digamos que lo obtuve de una fuente fiable.
De hecho, lo conseguí de uno de mis antiguos
compañeros de trabajo. Hay unos críos trabajando para mi
antiguo jefe que prácticamente acaban de salir del instituto,
y que pasan demasiado tiempo libre causando estragos en
internet. No son malos chicos, por naturaleza; simplemente
carecen de la madurez necesaria para evitar causar
problemas por puro aburrimiento. Por suerte para mí, me
consideraban una especie de figura materna cuando
trabajábamos juntos, así que no fue demasiado difícil
convencerlos de que necesitaba su ayuda.
De hecho, les hizo gracia que les pidiera el programa. Les
dije que quería clonar el ordenador de mi hija para poder
ver lo que estaba haciendo en los chats y esas cosas. Como
saben perfectamente la cantidad de basura que circula por
internet, estuvieron más que encantados de hacer de
hermanos mayores y ayudarme a solucionar mi «problema».
—Está bien, no haré más preguntas.
Lucky introduce su llave de memoria USB en la torre en la
que está trabajando y comienza a ejecutar el virus. Miro el
esquema.
—¿Y ahora adónde nos movemos?
Lucky está concentrado en el ordenador cuando responde.
—Donde a ti te parezca, a mí me parecerá bien.
Escojo el siguiente punto lógico, tratando de desplazarme
por la habitación de forma ordenada. Esto va más rápido de
lo que pensaba; tal vez incluso podríamos estar fuera de
aquí antes de la medianoche. Espero que sea lo bastante
temprano para pillar a May despierta y así poder hablar con
ella sobre lo que sea que le haya dicho Dev.
Capítulo 24

Estoy en una de las oficinas terminando de clonar la


última unidad cuando oigo un sonido extraño, procedente
del final del pasillo, en la zona de la puerta de atrás. Mi
mano se queda paralizada sobre el ratón.
Mierda. ¿Qué ha sido eso?
Lucky está en una parte diferente de la oficina, ocupado
con otro ordenador. Después de tres horas trabajando
juntos, ya me sentía lo bastante tranquila como para
aceptar que nos separáramos, pero ahora me arrepiento
totalmente de esa decisión.
Toda mi atención se centra en ese pasillo. ¿He oído algo o
simplemente es mi imaginación, fruto del cansancio? Quiero
llamar a Lucky, pero tengo miedo de que, si entra alguien,
me oiga.
Recurro a mi teléfono. Está encima del escritorio, a mi
lado. Gracias a Dios, lo he traído conmigo. Por desgracia,
dejé el bolso y todo lo demás en la primera oficina donde
empezamos a trabajar.
Rápidamente escribo un mensaje de texto a May,
maldiciéndome a mí misma por no haber grabado el número
de Lucky. Pongo el teléfono en silencio y envío el mensaje.
Es la una de la madrugada, por lo que sin duda May estará
profundamente dormida, pero tal vez tenga suerte y este
mensaje la despierte.
Yo: En Blue Marine. Ha entrado alguien. No tengo
el número de Lucky. Él está en la otra habitación.
Más ruidos procedentes del pasillo. Definitivamente, está
entrando alguien. Distingo dos voces, y están hablando en
voz baja. Empiezan a sudarme las palmas de las manos, y
se me acelera el corazón. Mi peor pesadilla se ha hecho
realidad. ¡Nos han pillado!
Alargo el brazo y apago el monitor del ordenador, recojo
el papel con las contraseñas y lo dejo caer debajo del
escritorio. Tengo la tentación de esconderme debajo, pero
quiero comprobar si solo son imaginaciones mías, y necesito
mirar por encima del escritorio para hacerlo. Me pregunto
qué estará haciendo Lucky. ¿Será presa del pánico como yo?
¿Estará enviando un mensaje de texto a Ozzie? ¿Llamará a
la policía?
Las voces se oyen con mayor claridad a medida que se
acercan, así que ahora distingo que al menos una de ellas
es una chica.
—¿Estás seguro? —pregunta ella.
Responde una voz de chico.
—Sí, estoy seguro. ¿Quieres calmarte? Me estás poniendo
nervioso.
Podrían ser dos adolescentes o tal vez estudiantes
universitarios. Sus voces son demasiado juveniles para
tratarse de dos adultos. No estoy segura de si eso me
tranquiliza o me da más miedo. Los jóvenes suelen tomar
decisiones precipitadas. Lo suyo es cometer estupideces
cuando están bajo presión. ¿Llevarán un arma?
—¿Dejáis las luces encendidas? —dice la chica—. Eso es
malgastar energía, ¿lo sabes?
Por lo visto, tenemos a una futura ecologista en el edificio.
Pues qué bien. Pongo los ojos en blanco. ¿No se da cuenta
de que lo que está haciendo es más grave que dejarse las
luces encendidas? ¡Esto es un allanamiento de morada!
¿Dónde están sus padres mientras ella infringe la ley?
—¿Cómo quieres que lo sepa? —responde el chico—. Yo no
trabajo aquí.
Interesante. El tipo no trabaja aquí, pero parece ser el
impulsor de esta pequeña visita. ¿Ha venido para robar
algo? ¿Está relacionado con alguien de la plantilla? Ahora
me siento como una auténtica espía. Me esfuerzo por
escuchar todo lo que puedo. ¿Quién sabe? Puede que me
pidan declarar como testigo en un juicio en el futuro.
Me agacho aún más. Ahora solo asoman por el borde de la
mesa la parte superior de mi cabeza y mis globos oculares.
Unas sombras aparecen al otro lado de las ventanas de
cristal de la oficina en la que estoy. Doy gracias a mi buena
estrella por no haberme molestado en encender la luz
cuando entré. El brillo de la pantalla del ordenador basta
para iluminar toda la habitación, sobre todo si las luces de la
oficina al otro lado de la sala están encendidas. Si entran,
aunque solo sea unos pocos pasos en esa oficina, Lucky
está perdido: es demasiado grande para esconderse en
algún sitio.
—Vamos —dice el chico—. Está aquí.
Ahora puedo ver las dos figuras claramente. Son jóvenes,
pero el chico es grande. Muy, muy grande. Como un jugador
de fútbol americano.
Ya he visto suficiente. Me agacho completamente debajo
del escritorio y me escondo con mucho cuidado y sin hacer
ruido. Rezo para que no me oigan respirar. Casi me da un
ataque al corazón cuando se enciende la luz de la oficina.
¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy a decir? ¿El grandullón me
dará una paliza? ¿Llamará a la policía? ¿Cómo voy a explicar
mi presencia aquí? ¿Creerán que soy parte del equipo de
limpieza? ¿Que tengo permiso para estar aquí?
Ya sabía yo que no debería haber venido. Sabía que no era
una buena idea. ¿Por qué he hecho esto? Es como un
allanamiento de morada. ¿Por qué creía que no implicaba
ningún riesgo? Me bullen en la cabeza un millar de
pensamientos más, y me arden los oídos mientras intento
imaginar los diferentes escenarios posibles que podrían
darse en los próximos cinco segundos.
Oigo el ruido de unos pasos en el suelo enmoquetado.
Cada vez más cerca…
Aquí viene… El momento de la verdad…
De pronto, se oye un fuerte estrépito en otra oficina.
—¿Qué ha sido eso? —pregunta la chica, casi tan asustada
como me siento yo.
—Espera. Voy a comprobarlo.
—¡No pienso quedarme aquí! ¡No me dejes sola! ¡De eso
ni hablar!
Cuando los oigo salir de la oficina, dejo escapar un largo
suspiro de alivio. Lucky ha realizado una maniobra de
distracción para salvarme, pero ahora es él quien está
metido en un lío. ¿Qué debería hacer? ¡Somos un equipo!
No puedo abandonarlo, por mucho que quiera.
Saco el teléfono y le envío un mensaje de texto a la
primera persona que pienso que puede salvarme. Dev. No
me paro a preguntarme por qué es él quien me viene a la
mente y no la policía, que se suponía que iban a ser
nuestros refuerzos.
Yo: ¡Socorro! ¡Nos han pillado! ¡Alguien está aquí!
Su respuesta llega de inmediato.
Dev: ¿Puedes salir sin que te vean? ¿Van
armados?
Yo: ¡No sé!
Dev: Llama al 911. Dales todos los detalles que
puedas. Escóndete. Voy ahora mismo.
Llamo al 911, me pego el teléfono a la oreja y me tapo la
boca para amortiguar mi voz todo lo posible. No oigo nada
en la oficina de Lucky y no tengo ni idea de adónde se ha
ido la pareja, pero no pueden estar lejos.
La operadora del departamento de policía responde a mi
llamada.
—Nueve, uno, uno, aquí emergencias.
Hablo lo más bajo posible.
—Hola. Soy de la empresa de seguridad Bourbon Street
Boys. Estamos en las oficinas administrativas de Blue
Marine haciendo un trabajo nocturno, y ha entrado alguien,
creemos que con malas intenciones. ¿Pueden enviar a
alguien?
—Señora, ya hemos recibido una llamada desde su
ubicación, y los agentes están ya en la puerta de atrás.
¿Puede decirnos si los intrusos llevan armas?
Siento una oleada de alivio. Por supuesto, Lucky los ha
llamado. Seguramente es lo que debería haber hecho en
primer lugar.
—No estoy segura. Hay dos personas que parecen rondar
los veinte años, tal vez, o que podrían ser incluso
adolescentes. Una de ellas no está familiarizada con esta
oficina, pero la otra sí; sin embargo, no trabaja aquí.
—¿Los ha reconocido? ¿Cómo sabe esta información?
—Oí su conversación. No sé para qué han venido, pero el
chico dijo algo sobre mostrarle algo a la chica. Es un hombre
muy grande. No he visto ningún arma, pero eso no significa
que no las lleven.
—Gracias. ¿Está en un lugar seguro?
—Sí. Estoy escondida debajo de un escritorio en la oficina
de la izquierda, la más alejada de la puerta de atrás.
De hecho, me siento muy orgullosa de mí misma por
haber recordado mi ubicación y haber podido localizarla con
tanta precisión. Me siento como una especie de agente
secreto. Ahora que la policía está fuera, mis temores han
quedado eclipsados por mi participación en este pequeño
escenario. La situación no es ni mucho menos tan horrible
como hace dos minutos, a pesar de que la adrenalina me
está haciendo temblar de pies a cabeza. Y, además, estoy
sudando. ¡A esto lo llamo yo un miércoles por la noche
cargado de emoción!
—Entendido —dice la operadora—. Por favor, no cuelgue.
Tengo la oreja y la mejilla sudorosas en el punto de
contacto del teléfono con mi cara. Huelo mi propio aliento, y
no es algo agradable. Pero no pienso moverme, pase lo que
pase. Me quedaré aquí hasta que me entren calambres y se
me duerman las piernas. Solo saldré si aparece Lucky y me
dice que todo está despejado.
—Señora, ¿sigue todavía al teléfono? —pregunta la
operadora.
—Sí, sigo aquí.
—Los agentes van a entrar en las instalaciones. Quédese
donde está y no se mueva.
—No se preocupe, no lo haré.
A continuación, oigo un golpe en la puerta y a alguien
gritando. He visto suficientes episodios de Mentes
criminales para saber que están anunciando que van a
entrar. Espero que no rompan la puerta. No recuerdo haber
oído a los dos intrusos cerrar la puerta con llave tras ellos.
La puerta trasera se abre de golpe y oigo una voz mucho
más clara.
—¡Departamento de Policía de Nueva Orleans! ¡Vamos a
entrar en el edificio! Si están aquí dentro, han entrado de
forma ilegal. Por favor, salgan con las manos en alto. No
desenfunden ningún arma.
Oigo el ruido de unos pasos corriendo y luego la chica
grita. A continuación, se oye una voz masculina; creo que es
el tipo alto.
—¡Eh! ¡No somos intrusos! Mi padre es el dueño de este
lugar.
Pongo los ojos en blanco. Mierda. ¿Cuántas posibilidades
hay de que la noche en que hemos decidido venir a trabajar
aquí el hijo de uno de los propietarios también decida venir
a la oficina para meter mano a su novia?
Las luces se encienden e iluminan intensamente el lugar.
Aprieto las rodillas contra el pecho. No creo que Ozzie
quiera que estos dos críos nos vean a Lucky o a mí. En el
archivo constan cuatro propietarios de esta empresa, y doy
por sentado que este chico es el hijo de uno de los
propietarios que no está al tanto de nuestra operación. El
señor Jorgensen sin duda se habría encargado de vigilar a
su hijo la noche que sabía que vendríamos aquí.
Hay un agente de policía en medio del pasillo hablando
con los dos intrusos. No veo nada, pero, por el sonido de su
voz, deduzco que no está en la oficina donde me encuentro
yo. Permanezco alerta de todos modos.
—Date la vuelta y pon las manos detrás de la espalda.
—Ya se lo he dicho, esta es la empresa de mi padre. No he
entrado ilegalmente, así que no puede detenerme.
—Oye, no voy a discutir esto contigo. No sé quién eres, y
no tengo por costumbre creer la palabra de alguien que
entra en una empresa privada a la una de la mañana, así
que date la vuelta y pon las manos detrás de la espalda. Ya
aclararemos todo esto cuando te tenga esposado.
—Jerry, haz lo que dice.
—Cállate, Heather. Él no puede decirme qué hacer. Esta
empresa es mía.
Escucho un estruendo y un forcejeo, seguidos de una
sarta de palabrotas.
—¡Suéltame, joder!
Más gruñidos, seguidos de un ruido metálico.
—Tiene derecho a permanecer en silencio…
Las voces se oyen cada vez más débiles mientras
empujan al intruso por el pasillo. Cuando por fin me atrevo a
levantar la cabeza por encima del escritorio, hay un hombre
de pie en el pasillo mirándome. Abro los ojos como platos.
Gracias a Dios, lleva un uniforme de policía, porque de lo
contrario, me habría desmayado de miedo.
Me guiña un ojo, se despide con un gesto y se va hacia la
puerta de atrás. Me vuelvo a hundir en la moqueta, con la
sensación de estar a punto de vomitar. La cabeza me da
vueltas y una capa de sudor frío me cubre el cuerpo.
No me puedo creer que acabe de pasar lo que ha pasado.
El ruido de las protestas de la chica y los gruñidos de su
novio desaparecen cuando los delincuentes y los agentes
que los custodian abandonan el edificio. Se oyen los ruidos
de una puerta al cerrarse y luego el silencio.
Espero allí mismo, en la oficina, sentada en el suelo y
notando el palpitar acelerado en las sienes. Me asombra
que no me haya dado un infarto. Ni siquiera sabía que mi
corazón pudiera ir tan rápido. Extiendo las manos frente a
mí y me maravillo de lo mucho que me tiemblan. Parezco
una drogadicta que necesita urgentemente su dosis.
No tarda en llegar un sonido desde la puerta. Lucky
aparece entonces junto a mi escritorio. Me mira mientras
extiende las manos.
—¿Te ayudo a levantarte?
Lo agarro de las manos y las uso para apoyar el peso en
los pies. Me sacudo los pantalones y me incorporo como
puedo. Me entretengo un poco más alisándome el pelo para
recomponer mi cola de caballo. Seguramente será inútil,
pero necesito esos segundos adicionales para calmarme. Lo
que ha pasado no es culpa de Lucky, pero siento una
enorme tentación de descargar mi ira sobre él de todos
modos.
—Vaya, eso sí que no me lo esperaba.
Me lanza una media sonrisa.
—Ni yo tampoco, desde luego. —No comparto su buen
humor al respecto.
Señala hacia mi ordenador.
—¿Has terminado aquí?
Sujeto la silla y le doy la vuelta para sentarme.
—Casi. —El trabajo me tranquilizará y distraerá mis
pensamientos de lo que acaba de suceder. Enciendo el
monitor y compruebo que la carga del virus se ha
completado—. Sí. Ya está. Terminado.
Extraigo la memoria USB del ordenador y me aparto de la
torre. Una vez de pie, devuelvo la silla a su sitio.
—¿Y tú? ¿Has terminado?
Me siento muy orgullosa de mí misma. Por dentro, me
entran ganas de arrancar cabezas de muñecas o de
transformarme en Hulk delante de este tipo, pero por fuera
estoy feliz como una perdiz. Lucky no adivinaría nunca por
mi expresión tranquila que tengo ganas de descuartizarlo.
—Ahora lo único que nos queda es el propio servidor.
¿Qué tal si lo hacemos juntos?
Asiento con la cabeza.
—Voy a hacer una llamada rápida y me reúno contigo, ¿de
acuerdo?
Lucky asiente y se va. Salgo al pasillo y llamo a Dev.
Responde al primer timbre.
—¿Estás bien? —Oigo el ruido de fondo del tráfico. Me
parece que todavía viene de camino para acudir en mi
rescate.
Lanzo un profundo suspiro, aliviada de oír su voz al otro
extremo de la línea. Es como si, por arte de magia, el mal
trago que acabo de pasar ya no me pareciera tan grave.
—Estoy bien. La policía se presentó y se llevó a los chicos.
No me puedo creer que me haya puesto así por dos
adolescentes. No hace falta que vengas, de verdad,
estamos bien. Reaccioné de forma exagerada.
—Oye, no digas eso. Tenías todo el derecho del mundo a
sentir miedo. Y manejaste la situación perfectamente.
—¿Perfectamente? No lo creo. Te llamé a ti, cuando estoy
segura de que debería haber llamado a la poli.
—Yo soy tu entrenador, y estoy a cargo de tu seguridad
personal. Me alegra que me hayas llamado. Pero la próxima
vez, sí, tal vez sea mejor que llames primero a la policía.
Los dos nos reímos.
—¿Qué estáis haciendo ahora? —me pregunta.
—Estamos acabando con el servidor. —Miro a la esquina,
pero no veo a Lucky por ninguna parte—. Me parece que
tengo que ir a ayudar a Lucky.
—Bueno, pues te dejo. Gracias.
—¿Por qué? ¿Por haberte contagiado mi pánico?
—No —dice, con voz más suave—. Por llamarme cuando
tenías miedo.
Lanzo un resoplido burlón.
—¿Miedo? ¿Quién tenía miedo?
Se ríe.
—Esa es mi chica.
Cuelgo sintiéndome como si tuviera el cerebro lleno de
helio. Podría flotar, de lo colocada que estoy con el cóctel de
adrenalina post ataque de pánico, hormonas del
enamoramiento y la sensación de que, cuando las cosas se
han puesto feas de verdad, lo he hecho casi todo bien. No
me he dejado dominar del todo por el pánico y he salido
ilesa. Yo soy el tejón de la miel, así que cuidadito conmigo:
tonterías, las justas.
Capítulo 25

Cuando voy de camino para reunirme con Lucky, me llevo


el teléfono, en cuya pantalla aún flota un mensaje de texto
sin respuesta para mi hermana, y le envío a May otro
mensaje diciéndole que todo era una falsa alarma y que
ignore el primer mensaje. Mentira.
Entro en un amplio almacén que alberga todo el material
de oficina y el servidor de la central administrativa de Blue
Marine. Lucky está allí y acaba de conectar su ordenador
portátil al sistema principal.
—¿Lista? —me pregunta.
Asiento con la cabeza.
—Sí.
Se pone manos a la obra, siguiendo las instrucciones que
le di antes de llegar. Miro por encima de su hombro para
asegurarme de que no se salta ningún paso, corrigiéndolo y
señalando cosas cuando comete errores menores.
—Me alegro mucho de que estés aquí conmigo —dice
mientras espera a que se acabe de ejecutar un comando.
No sé qué decir a eso. ¿Se alegra de que estuviera aquí
cuando llegaron los intrusos? ¿Se alegra de que mi vida
haya corrido peligro? ¿Está loco?
—Cuando pasan cosas como esas, solo hay que dejarse
guiar por el instinto. Obviamente, piensas rápido y actúas
con agilidad sobre el terreno.
Intento no tomarme su cumplido muy en serio, pero es
difícil. ¿A quién no le gusta que le digan esa clase de cosas?
—Bueno, envié un mensaje de texto a mi hermana y llamé
a Dev antes de recurrir a emergencias, así que creo que sí
me dejé llevar por los nervios.
Me mira un momento.
—¿De verdad? Eso es genial. Eres mejor incluso de lo que
creía.
Me niego a sonreír, a pesar de que, definitivamente, esta
vez me tomo su cumplido en serio. No me parece nada del
otro mundo haber hecho un par de llamadas. Cualquiera
habría hecho lo mismo.
—¿Por qué? No lo entiendo.
—No te quedaste paralizada. No te dejaste dominar por el
pánico. Simplemente viste la situación y la manejaste.
Hiciste justo lo correcto.
—Me sentí totalmente fuera de mi elemento, y creí que
estaba haciéndolo todo mal.
Deja de trabajar para concentrarse en mí.
—No, para nada. Sé que no has recibido ningún
entrenamiento en esta clase de situaciones ni en tareas de
seguridad de ningún tipo, pero creo que te pareces mucho a
tu hermana. Creo que tienes un don natural.
—No entiendo por qué crees que mi hermana tiene un don
natural. Quiero decir, es una fotógrafa estupenda, eso nadie
lo discute, pero no es ninguna campeona de lucha libre, que
digamos.
Señala la pantalla del ordenador.
—¿Ya está todo?
Tecleo un nuevo comando y luego asiento cuando termina
de ejecutarse, cinco segundos después.
—Sí. Hemos terminado.
Lucky apaga y cierra su ordenador portátil. Cuando lo
desconecta del servidor y lo guarda en la bolsa, me
responde.
—Ser campeona de lucha libre es útil de vez en cuando,
pero lo que necesitamos en nuestro equipo, lo que
consideramos un activo, es una persona capaz de pensar
rápidamente, que tenga reflejos y una mente aguda. Una
persona observadora, que sepa evaluar una situación y
tomar sobre la marcha la decisión correcta sobre cómo
enfrentarse a ella. Tu hermana, desde el momento en que
cruzó nuestra puerta, demostró ser capaz de eso. Lo cierto
es que eso no se puede entrenar ni enseñar. O eres ese tipo
de persona o no lo eres. —Me mira con una expresión muy
seria—. Podemos trabajar a partir de cierta base y
mejorarla, pero si no tienes la base para empezar, no se
puede hacer mucho. Tu hermana nació con esa base, y
ahora sé que tú también.
Se encoge de hombros mientras se pasa la correa de la
bolsa del ordenador por encima del hombro.
—Lucky, no pretendo ser grosera, pero tengo que
decírtelo… Casi me muero de miedo cuando entró esa
gente. No estoy tan segura de tener esa base para actuar y
reaccionar por instinto de la que hablas…
—¿Y qué? Yo también tenía miedo. Es una reacción
totalmente natural. Si hubieras reaccionado de otra manera,
estaría muy preocupado.
—¿Me estás diciendo que cada vez que os enfrentáis a un
conflicto, vosotros sentís miedo?
Lucky apoya una pesada mano sobre mi hombro y me
mira.
—Nunca subestimes el poder del miedo, Jenny. El miedo
es lo que te mantiene vivo. Y si eres especial, el miedo te
ayuda a concentrarte. El miedo ayuda a concentrarse en la
solución que hay que ejecutar de inmediato. May posee ese
instinto. Y creo que tú también. Pero vamos a dejar que Dev
y Ozzie decidan si tengo razón.
Me suelta y se dirige a la salida de la sala del servidor.
Me apresuro a correr tras él. La simple mención de ese
nombre hace que me sienta más tranquila.
—¿Por qué lo decide Dev?
—Porque es nuestro entrenador, pero no solo en el
aspecto físico. También incluye el entrenamiento mental. Por
regla general, Dev es capaz de adivinar desde el principio si
alguien posee la fortaleza mental para soportar todos los
entrenamientos.
Ahora tengo un montón de preguntas, pero me temo que
con cada una de ellas parecerá que estoy buscando que me
responda con un cumplido, así que, en lugar de seguir
interrogando, me limito a reflexionar sobre lo que acaba de
decirme. Recogemos todas nuestras cosas de la primera
sala en la que empezamos a trabajar, apagamos las luces y
nos dirigimos juntos al pasillo.
—¿Crees que es seguro salir? —pregunto.
—Haré una comprobación doble antes de abrir la puerta.
Lucky saca el teléfono y envía un mensaje de texto. Al
cabo de unos segundos recibe una respuesta y asiente.
—Estamos listos para irnos. Sígueme y quédate detrás de
mí.
Lanzo un fuerte suspiro. Él se para.
—¿Qué? ¿Qué pasa?
—¿Por qué me dices que me quede detrás de ti si todo
está en orden?
Me sonríe.
—Solo estaba poniendo a prueba tus reflejos.
Lo fulmino con la mirada.
—Tienes mucha suerte de que no crea en la violencia
física ahora mismo.
Echa la cabeza hacia atrás y se ríe.
—Por eso me llaman Lucky, porque tengo mucha suerte.
Salimos juntos bajo el cielo nocturno y aparecemos en un
aparcamiento vacío. Después de cerrar la puerta a nuestra
espalda, Lucky se dirige a su vehículo. Espero a que abra las
puertas y me subo.
—¿Crees que la pareja se habrá planteado qué estaba
haciendo este coche aquí? —pregunto.
—Lo dudo. La gente deja el coche en esta zona industrial
a todas horas por diferentes motivos. Y aunque se lo
hubieran preguntado, ¿qué? En estos momentos tienen
problemas más graves en los que concentrarse.
—¿Crees que los van a acusar de allanamiento de
morada?
—Lo dudo. Pero van a tener que dar algunas
explicaciones, eso sí. Informaré al señor Jorgensen de lo que
pasó dentro, y así podrá abordar el asunto como le parezca.
No creo que esos chicos vayan a preocuparse por la
presencia en el parking de un coche cualquiera cuando
tengan que explicarles a sus padres lo que estaban
haciendo en el interior de las oficinas en plena noche.
Realizamos la mayor parte del trayecto de vuelta a la
nave industrial en silencio. Estoy absorta en mis
pensamientos sobre lo que hemos hecho esta noche y sobre
el trabajo que tenemos por delante. Cuando estamos
llegando al parque industrial que hay cerca del puerto,
Lucky rompe el silencio.
—¿Estás disponible mañana para empezar a trabajar en
esto? ¿O vas a necesitar un día para revisar lo que has
encontrado?
—Creo que voy a necesitar un día para hacer eso, sí. —Y
para recuperarme. Ya me imagino intentando trabajar
después de dormir solo cuatro horas—. ¿Podemos empezar
el viernes?
Necesito ir a buscar las cosas de mi antiguo trabajo,
además de mi último cheque. Será mejor que hayan incluido
también la indemnización, o van a rodar cabezas. Estaré
lista para empezar de nuevo con los Bourbon Street Boys el
viernes. Es emocionante saber que me espera un nuevo
trabajo, y es la clase de lugar que me permite la flexibilidad
de trabajar con mi propio horario. Ya no tengo que sentir
envidia de May.
—El viernes es perfecto —dice Lucky—. Mañana tengo que
llevar a Sunny al veterinario. No está muy bien
últimamente.
Me muerdo el labio, preguntándome si debería ahondar
más en ese tema, pero después de lo que hemos
compartido esta noche, decido que puedo hacerlo.
—¿Puedo hacerte una pregunta sobre tu pez?
Nunca he visto a un adulto que tenga un pez de colores
como mascota, y mucho menos un adulto tan apegado a su
pez de colores como para llevarlo a un médico. Es
demasiado cursi como para no preguntar.
—Por supuesto.
—¿Qué hace un hombre adulto como tú con un pez de
colores que le preocupa tanto como para llevarlo al
veterinario?
Lucky detiene el vehículo en la puerta de la nave
industrial y deja la palanca de cambios en posición para
aparcar. Apaga el motor y deja escapar un profundo suspiro.
Luego se queda mirando el volante.
Vaya, creo que he vuelto a pasarme de la raya con mi
indiscreción, pero para ser justos, primero le pedí permiso.
Tenía que saber que le iba a preguntar algo así. Ya deben de
haberle planteado la cuestión antes. Vamos a ver, no puedo
ser la única persona en el mundo que piensa que estar tan
pendiente de un pez de colores es un poco raro.
—Sunny era de mi hermana pequeña.
No dice nada más después de eso, así que, naturalmente,
me veo obligada a sonsacarle más información. Llegados a
este punto, sería de mala educación no interesarse.
—¿Y no se ocupaba de él? —Ya me lo imagino como el
típico hermano mayor vengativo, decidido a darle una
lección a su hermana. «¡Si no puedes cuidar de tu pez, lo
haré yo!».
Lucky niega con la cabeza. Lo tomo como una simple
negativa, pero luego amplía su respuesta.
—No es que no quisiera cuidarlo; es que no podía.
Obviamente, aquí hay una historia, y estoy casi segura de
que no debería seguir indagando, pero luego siento que
sería muy insensible por mi parte dejarlo ahí. Trato de
decidir cómo continuar.
—¿Cuántos años tiene tu hermana? —Es la pregunta más
segura que se me ocurre.
—Cuando cuidaba de Sunny, tenía quince años.
La siguiente pregunta obvia queda suspendida en el aire
entre nosotros. Ha utilizado el pretérito imperfecto. ¿Qué se
supone que debo hacer con eso? ¿Seguir adelante?
¿Cambiar de tema? ¿Por qué le habré preguntado nada,
para empezar? Debería haber mantenido la maldita boca
cerrada. ¿Cuándo aprenderé a dejar de meterme en los
asuntos de los demás?
Como pienso que la sinceridad es siempre la mejor
política, decido acabar con esta farsa y atacarla de frente.
—Lucky, ¿se encuentra bien tu hermana? Tengo la
impresión de que ahora mismo estás muy triste, y siento si
he sacado a relucir un tema que te apena.
Niega con la cabeza. Cuando habla, lo hace con una voz
áspera.
—No pasa nada. La gente no me pregunta por ella porque
tiene miedo de disgustarme, o de que les cuente una
historia trágica, pero eso es casi peor, ¿sabes?
Se vuelve para mirarme y las luces del exterior de la nave
industrial iluminan sus ojos, que brillan con lágrimas
contenidas. Asiento con la cabeza.
—Lo entiendo. Cuando alguien ya no está, a veces lo
único que puede hacer que te sientas mejor es hablar de
esa persona.
Tuve una amiga en la universidad que perdió a su
hermana. Lo único que la hacía sonreír era contarme
historias sobre las cosas que hacían cuando eran niñas.
Él asiente, mordiéndose el interior de la mejilla.
Extiendo la mano y la pongo encima de la suya.
—¿Tu hermana falleció?
Asiente con la cabeza.
—¿Y ocurrió hace poco?
Niega con la cabeza.
—Murió hace dieciocho meses.
—¿Qué edad tenía?
—Dieciséis años.
Se me encoge el corazón y siento un dolor indescriptible.
Quiero llorar con él, pero creo que en estos momentos
necesita una persona serena a su lado. Y puedo ser esa
persona cuando tengo que serlo.
—¿Qué pasó? ¿Estaba enferma?
—No. No estaba enferma. No exactamente. Estaba triste.
Deprimida.
Le aprieto la mano y trago saliva varias veces, tratando
de no derrumbarme. Ya he preguntado todo lo que podía
preguntar. Ir más allá, profundizar en los detalles de lo
sucedido, no tendría nada de positivo.
—Debíais de estar muy unidos, a pesar de la diferencia de
edad.
Habla con una voz desprovista de cualquier emoción.
—Yo creía que estábamos unidos, pero resulta que no lo
estábamos lo suficiente.
Le aprieto la mano con más fuerza y me inclino hacia él,
forzándolo a mirarme.
—Lucky, si estás sugiriendo siquiera que tú tienes algo de
culpa de lo que sucedió, no lo hagas.
—No creo que ella me culpara de nada. Pero yo sí me
culpo. Si hubiera prestado más atención…
Niego con la cabeza.
—No. A veces estas cosas son batallas que se libran por
completo en el interior de uno mismo. Nadie lo ve. Pasa
constantemente. La mayoría de las personas deprimidas
también sienten mucho afecto por los demás. No quieren
que otros sufran con ellas. Se sienten muy aisladas, pero no
porque no haya otras personas que traten de estar con ellas
o porque no intenten comprenderlas. Simplemente, no
pueden conectar con los demás. Hay una gran sensación de
desconexión con el mundo cuando estás deprimido, y
muchas veces se necesita la ayuda de un profesional para
reconocerlo. —Suspiro con frustración, deseando que lo
entienda, pero consciente de que no va a creer mi palabra
—. No puedes culparte a ti mismo. Ese tipo de tortura no
tiene fin. Destrozará el resto de tu vida, y te lo aseguro, tu
hermana no querría eso para ti.
Lucky aparta su mano de la mía y saca las llaves del
contacto. Creo que va a salir del coche sin decir nada más,
pero entonces deja de mirar por la ventanilla y se vuelve
para mirarme.
—Gracias.
—¿Gracias por qué? ¿Por husmear en tu vida privada?
¿Por darte una charla sobre algo que te hace sentirte la
persona más triste del mundo? Se me ocurren formas
mucho mejores de pasar el rato. Siento haber sido
demasiado curiosa. Es un problema que tengo.
Niega con la cabeza e intenta sonreír.
—No, no es eso lo que has hecho. Eres una buena
persona. Te has dado cuenta de que me ocurría algo y te
has interesado por mí. Me alegra que lo hayas hecho. Ha
pasado mucho tiempo desde la última vez que hablé de
ella.
—¿Y eso? Siento curiosidad. No tienes que responderme si
no quieres.
—Como te he dicho… a la gente le cuesta. Ozzie y los
demás saben lo que sucedió. Estaban aquí. Fueron ellos los
que recogieron los pedazos cuando me derrumbé. Creo que
les preocupa que, si hablo de lo ocurrido, vuelva a
desmoronarme. He estado bastante mal durante mucho
tiempo.
—Pues a mí me parece que estás muy bien. Tal vez
demasiado. —Me río.
Su sonrisa es triste.
—Mi hermana siempre decía que era demasiado guapo.
Me decía que debería dejarme una barba bien larga para
afearme un poco.
Recoge sus cosas y abre la puerta.
Lo interpreto como una señal de que la conversación ha
terminado y salgo yo también. Me alivia saber que Lucky
siente que puede hablar conmigo, pero también estoy un
poco aturdida por el hecho de haber mantenido una
conversación tan profunda e intensa. Y yo que creía que
íbamos a trabajar juntos en una misión y eso sería todo. Y
que un allanamiento de morada en mitad de nuestra
operación era el suceso más estresante al que iba a tener
que enfrentarme.
Es increíble cuántas cosas me han pasado en tan poco
tiempo. Hace solo unos días llevaba una vida normal, sin
novedades ni contratiempos. Ahora voy a salir a cenar con
un hombre guapísimo y calvo, de más de dos metros de
estatura, que puede querer o no que seamos simplemente
amigos; tengo un nuevo trabajo como freelance; me
escondo debajo de escritorios para llamar al 911, y doy
consejos a un hombre sobre lo que deduzco que es el
suicidio de su hermana menor. Nunca había vivido una
semana tan extraña e interesante.
Capítulo 26

Despertarme a las seis y media y preparar a los niños


para ir la escuela es aún más difícil de lo que creía que
sería. Estoy agotada por lo que ocurrió ayer noche, y cuatro
horas de sueño no han sido suficientes para recuperarme.
Pero, al mismo tiempo, me siento muy satisfecha: puedo
afirmar, con absoluta seguridad, que en todos los años que
llevo trabajando, nunca había tenido un turno de noche
como el de ayer con Lucky.
Tenía la esperanza de poder hablar de todos los
pormenores con May durante el desayuno, junto con las
otras cosas que me rondaban la cabeza, pero la llamaron
poco después de despertarse.
Antes de salir por la puerta despidiéndose con un abrazo y
un beso en la mejilla, nos prometimos que nos
reservaríamos un rato para hablar las dos esta noche.
El tiempo que habría estado chismorreando con mi
hermana, lo empleo en una llamada rápida a una vieja
amiga de la universidad. Tengo la sensación de que voy a
necesitar su asesoramiento legal para mi reunión de hoy
con mi antiguo jefe, y por suerte ella podrá decirme
exactamente lo que quiero oír en menos de diez minutos.
Hoy no va a ser una mierda del todo. Espero.
Después de dejar a las chicas en la escuela y a Sammy en
la guardería —me he negado a tragarme la excusa del dolor
de estómago otra vez—, voy a mi trabajo anterior para
recoger mi último cheque y las cosas que dejé en el
escritorio. Si no fuera por mi nuevo empleo temporal con los
Bourbon Street Boys, estoy segura de que este viaje sería
una de las experiencias más humillantes de mi vida, pero en
vez de eso, atravieso la puerta principal con la cabeza bien
alta. Solo he estado un día sin trabajo, y ni siquiera me ha
hecho falta ponerme a buscar.
¿Y qué pasa si, técnicamente, ha sido mi hermana la que
me ha conseguido el puesto? Anoche utilicé mis habilidades
para impresionar a un hombre que me consta que es muy
inteligente, capaz de defenderse detrás de un teclado, y eso
no es poca cosa.
Ahora veo lo que quiso decir mi hermana cuando hablaba
de formar parte de un equipo que parece casi como una
familia: los Bourbon Street Boys son algo especial. Sin
embargo, no debería precipitarme. No es que me hayan
ofrecido un trabajo permanente; y aunque lo hicieran, no sé
si lo aceptaría. Todavía está lo del riesgo: a pesar de que
todos intentaron convencerme de que no iba a enfrentarme
a ninguna situación peligrosa, lo cierto es que acabé
viviéndola de todos modos. Creo que tuvimos mucha suerte
de que los intrusos solo fueran unos críos. Podrían haber
sido auténticos criminales armados.
—¡Hola! Cuánto tiempo… —Es Eddie, el chico que me dio
el programa del virus, y una de mis personas favoritas en
este sitio. Deslizo mi tarjeta identificativa a través de la
máquina y luego espero hasta que se enciende una luz roja
y el tipo de la entrada me mira.
—Solo he venido a buscar mis cosas —le digo. Asiente y
me reconoce como la mujer que le traía café y dónuts a
menudo.
—Adelante, pase. Ya me avisaron de que vendría.
Me acerco a mi antiguo compañero de trabajo.
—Hola, Eddie. ¿Qué tal?
Se inclina y me murmura al oído mientras pasamos por
unas puertas de cristal en dirección al despacho de mi
antiguo supervisor, en el otro extremo de los cubículos.
—¿Te has enterado de lo último?
—No. Ya no trabajo aquí, ¿recuerdas?
Me muevo entre los escritorios, saludando a la gente a mi
paso. No tengo ganas de entretenerme y pararme a charlar.
Estar aquí ya es bastante embarazoso; no necesito
prolongar la experiencia.
—Bueno, al parecer, nos van a inyectar nueva
financiación. Y va a haber nuevos inversores que van a
examinar con lupa todas nuestras operaciones. Se supone
que todos debemos tener una conducta irreprochable.
Lanza un resoplido burlón después de decir eso.
Sé exactamente lo que significa ese sonido. Eddie está a
punto de liarla. En general, es difícil que este chico muestre
una conducta irreprochable, pero cuando, encima, le
advierten que tiene que cumplir con su deber, es tarea
imposible. Esa es la forma más segura de que arme una
buena. Es peor que mi hijo. Supongo que la dirección lo
enviará de vacaciones justo antes de que aparezcan los
inversores.
Trato de no exteriorizar la ira que siento por la noticia.
—Tiene gracia que digas eso, porque me aseguraron que
eran tiempos difíciles y que iban a tener que echar a gente
por la terrible situación financiera.
Eddie se aparta un poco de mí.
—Oye, solo te estoy contando los rumores que he oído por
ahí, pero creo que es verdad; han bloqueado algunas fechas
del calendario del grupo y no dicen en qué vamos a trabajar
durante ese tiempo ni quién va a liderar el proyecto ni nada.
Solo insistieron en que nos portásemos bien. Tuvimos que
tirar todos nuestros muñequitos de goma, ¿a ti te parece
normal? ¿Cómo se supone que voy a programar sin Lionel?
Eddie tiene un hombrecillo de goma que aprieta cuando
está estresado, haciendo que se le salgan los globos
oculares una y otra vez. Lo ayuda a concentrarse.
—Deberías pedir que hagan una excepción con Lionel.
—¿Verdad que sí? Quiero decir, ¿cuál es el problema?
¿Quién va a venir aquí a escandalizarse porque Lionel esté
sentado a mi lado?
Ahora mismo me están pasando muchas cosas por la
cabeza, y ninguna de ellas es buena. ¿Se deshicieron de mí
porque iba a causar una mala impresión para la compañía,
como un muñequito antiestrés llamado Lionel? ¿Estaban
alardeando ante los inversores de que podían deshacerse
de los empleados menos rentables? ¿Hice algo mal?
La parte más sabia de mi personalidad me aconseja que
busque la caja con mis cosas, recoja mi último cheque y me
largue de aquí, pero la otra parte —tal vez la más
imprudente—, quiere saber qué demonios ha pasado. He
trabajado muchas horas para esta gente y me he sacrificado
mucho. ¿Por qué no han valorado mi esfuerzo? Parecían
valorarlo perfectamente en su momento. Siempre me
decían que era una empleada excelente. Mis informes de
rendimiento eran impecables.
—¿Vienes por tus cosas? —pregunta Eddie.
—Sí. Y para recoger mi cheque.
—Hay una caja con tus cosas en el escritorio. Todavía no
te han sustituido.
Pongo los ojos en blanco.
—Qué sorpresa.
—No quiero que el jefe me pille holgazaneando, así que te
dejo. Buena suerte. Dime si necesitas algo más. —Eddie me
da unas palmaditas en la espalda.
Me paro para darle un pequeño abrazo, y creo que eso lo
sorprende.
—No te metas en muchos líos, Eddie. Me caes bien. Eres
de los buenos.
Cuando lo libero, se aparta y me mira con expresión de
sorpresa.
—¿Eso crees?
—Sí, por supuesto. —Sonrío al ver su cara de incredulidad
—. ¿Crees que te tomaría el pelo con algo así?
Se encoge de hombros.
—Tal vez no. Pero tengo que decirte que no hay muchas
personas que estén de acuerdo con esa percepción que
tienes de mí.
—Pues mándalos a la mierda. ¿Qué sabrán ellos? —Le
guiño un ojo.
Me señala mientras camina de espaldas hacia su cubículo.
—Llámame si me necesitas, Jenny. En cualquier momento,
de día o de noche. Tienes mi número.
Se lleva los dedos a la oreja y la boca, articulando la
palabra «Llámame» mientras asiente exageradamente con
la cabeza.
Me doy media vuelta, sacudiendo la cabeza ante sus
payasadas. Dudo mucho que acepte su oferta, pero es
bueno saber que un chico con esa mente privilegiada está
de mi parte. Una persona nunca tiene suficientes amigos
inteligentes, en mi opinión.
He llegado al despacho de Frank, un espacio acristalado
que mira hacia el laberinto de cubículos donde yo trabajaba
junto con las demás abejas obreras. Está al teléfono, pero
cuando me ve acercarme se agacha, habla rápido y luego
cuelga, tratando de fingir que estaba sentado allí sin hacer
nada.
Lo miro entrecerrando los ojos. Está tramando algo, y
aunque no debería importarme porque ya no trabajo aquí,
sospecho que tiene algo que ver conmigo. Pongo en marcha
la operación Mucho Cuidado Conmigo.
—Hola, Frank.
Se pone de pie.
—¡Jenny! ¡Cuánto me alegro de verte! —Su voz es dulce
como la sacarina. Puaj.
Conozco lo suficiente a Frank como para saber cuándo
está ocultando algo. No te pasas seis años trabajando a
tiempo más que completo con alguien, muchas veces
atrapados en reuniones maratonianas que duran horas y
horas, sin llegar a dominar su lenguaje corporal. Le
preocupa algo; lo sé por la forma en que se retuerce las
manos antes de extender una de ellas para estrechar la
mía. Y cuando entro en contacto con la palma, sé con
absoluta certeza que trama algo turbio: tiene las palmas
sudorosas. Puaj.
—Solo he venido a recoger mis cosas y mi último cheque.
Hablo en tono ligero y desenfadado para que no vea venir
mi ataque sorpresa. Me alegro mucho de haberme
encontrado con Eddie antes de llegar; ahora tengo
munición, y planeo usarla. Frank me mintió descaradamente
para deshacerse de mí. Pensó que estaría tan enfadada y
tan asustada por haberme quedado sin empleo que saldría
corriendo a buscar otro trabajo y no cuestionaría nada de lo
que me había dicho. Odio cuando las personas que ocupan
posiciones de poder se aprovechan de los que son más
débiles que ellos. Creo que por eso me gusta tanto leer
cómics de superhéroes con Sammy: los buenos siempre
ganan y, encima, pueden lucir una capa.
Por desgracia para Frank, sé cómo funciona el mundo del
capitalismo de riesgo. No soy uno de estos mocosos que
pululan por la oficina, viviendo a base de fideos ramen y
preguntándome cuándo voy a tener una noche de sexo con
alguien. Tengo cierta experiencia, así que sé que cuando
llegan nuevos inversores, una empresa hace todo lo posible
para que su balance se vea nítido y limpio. La dirección se
deshace de cualquier cosa que los hombres de los maletines
consideren un lastre, y se supone que los empleados
mayores que les cuestan más en términos de salario y que
tienen hijos que se ponen enfermos de vez en cuando lo
son.
Probablemente para Frank fue una decisión fácil
deshacerse de mí y reemplazarme con una o dos niñatas
recién salidas de la universidad. Pero él tampoco va a
permanecer aquí mucho tiempo; es como todos los demás,
listo para usar y tirar, para obtener su parte del pastel y
largarse muy lejos. Ya casi nadie se preocupa por el largo
plazo. Lo único que les importa es el dinero, el dinero y el
dinero. Cabrones.
Frank abre el cajón de su escritorio.
—Aquí tienes, tal como quedamos. Dos meses de
indemnización.
Me tiende un sobre blanco.
Niego con la cabeza, sin apartar la vista de él.
—Lo siento, Frank. Pero eso no me va a servir.
Detiene la mano en el aire y el sobre se le cae de los
dedos. Ladea la cabeza, haciéndose el tonto.
—Disculpa, pero… Esto ya lo hablamos por teléfono,
¿verdad? —Arroja el sobre encima del escritorio y aterriza
delante de mí—. Como te dije, no podemos conservar tu
puesto en este momento. Tenemos problemas de viabilidad
con la empresa y necesitamos simplificar las operaciones.
No es nada personal, espero que lo sepas.
No muevo ni un músculo, solo pestañeo.
—Pues yo he oído lo contrario.
Abre aún más los ojos.
—¿Qué es lo que has oído?
—He oído que os va a entrar dinero nuevo.
Espero su reacción, y no me decepciona. Su boca se abre
y se cierra un par de veces y frunce el ceño, entrecerrando
los ojos hasta convertirlos en dos pequeñas rendijas. No
podría parecer más culpable aunque lo intentara.
—No sé dónde habrás oído eso, pero es falso. —Extiende
las manos con las palmas hacia arriba—. Estamos igual que
antes aquí. Nada ha cambiado. Lo único que estamos
haciendo, como te dije, es simplificar un poco las cosas.
Recortando el exceso de grasa, por así decirlo.
«Vaya, ahora sí que acabas de estropearlo, pedazo de
idiota, llamándome gorda».
—Te creo, Frank. Como ambos sabemos, cada vez que una
empresa de software como esta, por ejemplo, quiere atraer
dinero de nuevos inversores, eso es lo primero que hace.
Recortar el exceso de grasa. Esa es la primera etapa. La
siguiente es darles un pequeño tour a los hombres de los
maletines. Agasajarlos. Puede que incluso seas tan vulgar
como para llevarlos a un club de striptease. Pero ese no es
mi problema, en realidad. Porque aquí el único que tiene un
problema eres tú.
Una nube de tormenta ensombrece la expresión de Frank.
—¿Qué es lo que estás diciendo exactamente?
—Ya sabes a qué me refiero. No serás tan ingenuo,
supongo.
—Explícamelo. —Ya no se hace el tonto. Ahora me está
desafiando para que continúe, pero debe de haberme
confundido con una boba sin cerebro si pensaba que no iba
a aceptar ese desafío.
—Verás, hay otra parte de este proceso que conozco
perfectamente, ya que he formado parte de él antes, y
estoy segura de que tú también la conoces muy bien, lo que
explicaría por qué intentas hacerte el tonto conmigo en este
momento.
Trata de interrumpirme, pero yo prosigo.
—Cuando los nuevos inversores lleven a cabo las
gestiones necesarias antes de aportar capital, te
preguntarán si alguien ha interpuesto alguna demanda
judicial contra la empresa. Y también te preguntarán si hay
alguna amenaza de demanda.
Dejo pasar unos segundos para que asimile esa
información. Frank me obsequia una sonrisa maliciosa.
—Si ese fuera el caso, y no digo que lo sea, no supondría
ningún problema para nosotros, porque, como todo el
mundo sabe, nuestro balance general está limpio. No
tenemos ninguna demanda judicial en marcha ni ninguna
amenaza de demanda. Todas nuestras patentes están
actualizadas y no hemos usado la propiedad intelectual de
nadie en nuestro trabajo. Tú precisamente deberías saberlo,
ya que dirigiste nuestro comité de integridad en materia de
propiedad intelectual.
Nunca me gustó ese título estúpido. ¿«Integridad en
materia de propiedad intelectual»? ¿Y eso que significa?
Frank habla como si esta empresa estuviera generando
ideas nuevas continuamente, pero no sabría distinguir una
idea nueva de una vieja ni aunque le aporrearan en la
cabeza con ella. Es hora de que alguien le dé un pequeño
toque de atención, y no sabe con quién se enfrenta: soy
alguien que acaba de frustrar un intento de allanamiento de
morada a medianoche sin orinarse encima. Anoche, fui una
superespía. Hoy, soy un ángel vengador, y voy a
asegurarme de conseguir yo también un buen pedazo de
todo este pastel.
Capítulo 27

—Te olvidas de un pequeño detalle, Frank —digo, con las


fosas nasales dilatándose mientras trato de contener mi ira.
No quería llegar a este extremo con él, pero no me gusta
cómo ha manejado el asunto, y me gusta menos aún que
me esté hablando como si fuera estúpida. Y lo que de
verdad no me gusta nada de nada, pero nada, es que me
haya dejado con el culo al aire, después de prometerme un
ascenso hace menos de un mes. Este se piensa que nací
ayer…
—¿Te acuerdas del ascenso que me prometiste?
¿Recuerdas que me pediste que trabajara todas esas horas
extra, y me dijiste que al final me recompensarías con ese
ascenso? ¿El día que me dijiste que tenía madera de
directiva?
Me dedica una sonrisa compasiva.
—Jenny, ahora todo eso es agua pasada. Se acabó. Tienes
que olvidarlo.
—No te atrevas a mirarme con esa expresión engreída y
actuar como si sintieras pena por mí. Por el único por el que
deberías sentir lástima en estos momentos es por ti, porque
me has subestimado. Te aprovechaste de mí como te
aprovechas de todos tus empleados, y creíste que seguirías
saliéndote con la tuya. Tal vez lo hayas conseguido durante
mucho tiempo, pero eso se acabó. No pienso tolerarlo. Todo
el mundo sabe que yo he sido la escogida porque tengo
hijos y porque soy una madre sola. No hay otra razón. Tengo
los mejores informes de rendimiento de toda la planta.
—¿Quién te ha dicho eso?
No puedo evitar subir el volumen de mi voz. No quería
pensar que intentaría acusarme de ser una inútil y una
persona que merecía perder su trabajo, pero sospecho que
eso es lo que está a punto de suceder, y me hierve la
sangre solo de imaginarlo.
—¡No ha tenido que decírmelo nadie! Todos lo saben. Es
obvio. Y puede que mi contrato de trabajo te permita
despedirme sin motivos específicos, pero eso no significa
que puedas despedirme solo porque tengo hijos. Hay leyes
que tienes que cumplir en este estado. ¿Y sabes qué? Tal
vez lo que hiciste roza la legalidad, pero también roza la
ilegalidad. Definitivamente no está bien, lo sé. Esta no es
forma de tratar a las personas.
Respiro profundamente y suelto el aire antes de continuar.
—Déjame decirte lo que va a pasar a partir de ahora.
Me siento en la silla frente a su escritorio y hago una seña
para que él haga lo mismo. En ese momento, cuando veo el
destello de sorpresa en sus ojos, me doy cuenta de que sé
defenderme. La aventura de anoche lo demostró. Puede que
esta víbora intente aprovecharse de mí, pero yo me la
comeré viva. Yo soy la reina de las víboras en este
despacho, no él.
Se queda de pie unos segundos, como si quisiera retarme,
pero cuando se da cuenta de que eso hace que parezca un
niño enfadado, se sienta y apoya las manos en los brazos de
la silla.
—Adelante. Di lo que tengas que decir, pero no va a
cambiar nada.
—Esto es lo que va a pasar, Frank. Vas a sacar el cheque
que hay dentro de ese sobre y vas a romperlo en pedacitos.
Luego llamarás a contabilidad y pedirás que me extiendan
un cheque nuevo por el doble de la cantidad que tenías en
ese primer cheque. —Esbozo una pequeña sonrisa—. Creo
que eso es justo. Seis meses serían incluso más justos,
teniendo en cuenta que a ese pedazo de gandul de Nick le
disteis un cheque por valor de nueve meses cuando se fue,
a pesar de que no era ni la mitad de bueno que yo, y a
pesar de no trabajó tantas horas para ti como yo. Sin
embargo, ya sabemos que aquí el techo de cristal está del
todo intacto, y no tengo energías para librar esa batalla, así
que voy a seguir adelante y dejar que te deshagas de mí y
de mi bocaza por el fabuloso precio de cuatro meses de
indemnización.
Parece a punto de hablar, pero lo hago callar levantando
un dedo.
—Ahora bien, si quieres seguir insistiendo en tu oferta de
dos meses, adelante. Estás en tu derecho, por supuesto,
pero entonces me obligarás a hacer algo que no quiero
hacer y veremos qué pasa después.
Se encoge de hombros.
—De todo lo que me has dicho, no hay nada que me diga
que deba hacer otra cosa con este cheque que no sea
dártelo y desearte buena suerte con tu futuro. —Se ríe—.
Pero ¿sabes qué te digo? Ni siquiera se te ocurra pedirme
referencias. —Se inclina hacia delante y clava un dedo en su
escritorio, bajando la voz hasta casi convertirla en un
gruñido—. ¿Crees que puedes venir aquí y amenazarme, y
luego conseguir buenas referencias? —Sacude la cabeza
con gesto de incredulidad mientras se recuesta en la silla
con un chirrido—. No me importa cuántos años trabajaste
aquí, y no me importa lo buena que fueras en tu trabajo.
Eso se acabó. Si de mí dependiera, no encontrarías empleo
en esta ciudad nunca más.
Le sonrío con suma paciencia. Como es un hombre que
nunca ha tenido que lidiar con un techo de cristal, y como
está acostumbrado a arrollar a la gente y salirse con la
suya, no entiende lo que está sucediendo en este momento,
así que voy a deletreárselo muy despacio y con todo detalle
para que lo entienda.
—Frank, escucha atentamente. Ya me he cansado de
jugar, así que vas a tener que prestar atención. Hay unos
inversores que supongo que están dispuestos a darte varios
millones de dólares porque les has dicho que tienes un
programa informático revolucionario que va a cambiar el
mundo. Tú y yo sabemos que no va a hacer eso, y que es
muy probable que los abogados de Vedas Incorporated se te
echen encima, porque podrían argumentar que estás
usando fragmentos de su código patentado para que el tuyo
funcione correctamente. ¿Recuerdas? Yo estaba a cargo de
la integridad en materia de propiedad intelectual. —
Pronuncio esas palabras con extremo disgusto—. Te advertí,
por escrito, de los problemas que ibas a tener con ese
código, pero decidiste no hacerme caso. Sin embargo, ese
ya no es mi problema. Independientemente de si tus
inversores encuentran esa información durante las
gestiones, todavía queda la cuestión de las demandas
pendientes. —Entrecierra los ojos, dándome a entender que
podría estar empezando a captar de qué va esto, pero sigo
de todos modos—. Si te niegas a pagarme lo que me debes,
cuatro meses de indemnización, te demandaré. Es así de
simple. Lo que has hecho es ilegal y moralmente incorrecto.
No puedes ir por ahí utilizando a la gente y luego dejarla
tirada en la calle para que tus cuentas de resultados queden
más bonitas y poder mentir a los inversores sobre el
balance. No puedes hacerles eso a los inversores, no
puedes hacerles eso a los empleados, y no puedes hacerles
eso a todas las personas que van a sufrir por el camino las
consecuencias de tus terribles decisiones.
Se ríe, pero su risa no enmascara la preocupación en su
tono de voz.
—Estás loca. Nunca ganarás una demanda contra mí.
Puedo despedirte cuando quiera, como yo quiera. La ley me
ampara.
Me encojo de hombros.
—Puede que tengas razón. No creo que la tengas, pero al
margen de eso, ¿cuánto tiempo pasará hasta que un juez
tome esa decisión? ¿Esperarán tus inversores? Cuando vean
esa demanda en el registro público, ¿crees que te
preguntarán al respecto? ¿Les preocupará que algunos de
sus fondos se destinen en realidad a la defensa de esa
demanda o a llegar a un acuerdo conmigo? Porque estoy
bastante segura de que los inversores quieren que sus
fondos vayan hacia el desarrollo de la cartera de propiedad
intelectual.
Me quedo esperando con paciencia a que junte todas las
piezas, que haga la suma y la resta y se dé cuenta de que el
resultado final es que tiene que hacer lo correcto.
—Me estás… chantajeando —farfulla, incrédulo.
Estoy segura de que nunca habría esperado una cosa así
de la pequeña y dulce Jenny, la madre para todo el personal
del equipo de desarrollo de software, la chica en la que
confiaba para asegurarse de que todos sus productos salían
del edificio con todas las de la ley. Si no fuera por mí, ya
habría tenido que cerrar la empresa, y los dos lo sabemos.
Él tiene que hacer honor a eso. Me siento orgullosa de mí
misma, y enderezo la espalda para mostrar mi orgullo.
—Lo siento —le digo—, pero lo he comprobado antes de
venir aquí para asegurarme de que no hacía ninguna
estupidez con la que pudiera meterme en un lío. Esto no es
un chantaje, es una negociación comercial. Tengo el
derecho legal de presentar una demanda. Esto no es
ninguna frivolidad. Te estoy haciendo un favor al
comunicarte qué es lo que dice la ley, cómo funciona el
mundo del capital de riesgo y cuáles son mis intenciones.
¿Te había mencionado que mi excompañera de habitación
de la universidad es abogada en Hancock y Finley?
Abre la boca para responder, pero lo corto en seco.
—He hablado con ella sobre lo que ha pasado aquí, y dice
que mi caso se sostiene. Dice que el código civil de Luisiana
apoya mi argumento. Así que esto no va a desaparecer
como por arte de magia, Frank. Perdón por aguarte la fiesta,
pero eso es lo que pasa cuando intentas destrozarme la
vida. Si presento una demanda, aparecerá en el historial de
la empresa durante al menos los próximos dos años.
Apoyo las manos en los brazos de la silla y me inclino
hacia delante, mirándolo fijamente, enfadada con él por
haberme puesto en esta situación y haberme hecho sentir
sucia. No me gustan las negociaciones comerciales, aunque
sean legales. Prefiero que la gente simplemente me trate de
forma justa por propia iniciativa. Pero si quiere bajar al barro
y ensuciarse las manos, yo también lo haré. Esta es la
nueva Jenny. Jenny, la mujer que participa en operaciones
especiales nocturnas e introduce virus en los ordenadores
de otras personas mientras sueñan con los angelitos.
—Así que… —digo, usando mi voz más amenazadora—,
¿lo que quieres es bailar conmigo, Frank? Porque entonces,
bailaré. Puedo bailar salsa, tango, puedo hacer el
chachachá, el can-can, el…
—¡Ya basta! —grita, levantándose e inclinándose sobre el
escritorio para lanzarme a la cara su pestilente aliento a
café—. Ya he oído suficiente. ¿Crees que tus ridículas
amenazas significan algo para mí? Pues no, Jenny. ¿Sabes lo
que eres? No eres más que una mujer patética, una
fracasada, una chica desesperada y con sobrepeso, que no
tiene nada mejor que hacer que trabajar sesenta horas a la
semana y descuidar a sus hijos. Siento pena por ti. Eso es lo
único que siento. Solo pena, ni más ni menos. —Trata de
reír, pero le sale una risa demasiado estridente, incluso para
él—. Así que te diré lo que voy a hacer… Voy a pagarte la
indemnización de tus cuatro meses e iré riéndome a
carcajadas todo el camino hasta el banco, ¿quieres saber
por qué? Porque te habría pagado más que eso, si no te
hubieras comportado como una desgraciada. Pero me has
hecho esa oferta y la acepto. Puedes llamar a tu amiguita
del bufete y preguntarle sobre los contratos verbales si
crees que me vas a sacar otro puto centavo.
Me encojo de hombros.
—Perfecto. Eso era lo único que quería. —Sus palabras me
hieren, pero no voy a darle la satisfacción de llorar delante
de él.
Sin embargo, gritaré más tarde, en mi coche cuando esté
sola. ¿Sobrepeso? Eso ha sido un golpe bajo. El comentario
de Dev de que podría ponerme en forma en seis meses
hace que piense que ojalá estuviera aquí para pegarle un
puñetazo a este tipo en la cara por mí. Y lo haría, además.
Sería como Hellboy, le traerían sin cuidado las normas de
cortesía en la oficina. ¡Pum! Todo hecho añicos a nuestro
alrededor. Mi ángel vengador, ahí, a mi lado, igual que
anoche al teléfono.
Frank levanta la vista y frunce el ceño, y luego gesticula
violentamente a alguien detrás de mí. Me doy la vuelta y
veo a cuatro personas mirándonos a través del cristal.
Seguramente han oído todo lo que hemos dicho. Pero me da
igual. Ellos saben que es verdad. Lo más probable es que
celebren una fiesta en mi honor en el bar local después del
trabajo.
Me vuelvo hacia Frank, sonriendo.
—Adelante, extiende ese cheque para que pueda
largarme de aquí.
Frank levanta el teléfono y llama a contabilidad, haciendo
las gestiones necesarias para que recoja mi indemnización.
Una parte de mí se siente como una triunfadora, mientras
que la otra parte se siente sucia. Odio tener que amenazar
a la gente para que haga lo correcto. Miles es el único con el
que he tenido que hacer eso antes, y siempre me hace
sentir como si fuera yo la que debería estar disculpándose.
Frank cuelga el teléfono y comienza a mover papeles en
su escritorio.
—El cheque está esperándote en contabilidad. Ve a
buscarlo y recoge tus cosas. Y asegúrate de dejar tu tarjeta
de seguridad en recepción cuando te vayas.
Me levanto.
—Frank… Solo quiero decir una cosa más. —Espero a que
me mire antes de terminar—. Si alguna vez dices algo falso
sobre mi labor en esta oficina, lo lamentarás
profundamente.
Arquea una ceja.
—¿Me estás amenazando otra vez? ¿En serio?
Niego con la cabeza.
—No, no te estoy amenazando. Solo te estoy diciendo
que, por ley, tienes que decir la verdad sobre mi trabajo. Y
en todo el tiempo que estuve aquí, no dijiste ni una sola vez
nada negativo sobre mí ni sobre el producto de mi labor. Ni
a mí ni a nadie, que yo sepa. Todas mis evaluaciones han
obtenido las más altas calificaciones. No puedes cambiar la
historia; es lo que hay. Así que, si alguien te llama y te
pregunta sobre mi rendimiento y mi productividad, será
mejor que te ciñas a la verdad. Eso es lo único que digo.
No responde nada, solo finge estar ocupado. Podría
obligarlo a que reconozca mis palabras, pero no voy a
insistir. Creo que he salido bastante airosa de este asunto, y
no quiero tentar al destino para que me recuerde que soy
una simple mortal.
Echo a andar hacia la salida, pero dudo al llegar a la
puerta. No quiero irme con esta nube negra sobre mi
cabeza. Mi vida está cambiando en aspectos
trascendentales en este momento, y eso significa que
necesito diseñar esta nueva vida de manera inteligente, con
luz y no con sombras. Me vuelvo para mirar a mi antiguo
jefe.
—Frank, gracias por darme la oportunidad de trabajar aquí
contigo y con tu equipo. He aprendido mucho. He conocido
a mucha gente estupenda y he disfrutado trabajando para
ti.
Él no dice nada. Me ignora por completo, como si ni
siquiera estuviera ahí. Me encojo de hombros y me alejo con
un peso en el corazón.
Nadie dijo que hacer lo correcto fuera fácil.
Capítulo 28

Recojo a Sammy de la guardería mientras vuelvo a casa


después de mi reunión con Frank. Normalmente, el pequeño
granuja no quiere venirse conmigo cuando llego a recogerlo
porque lo está pasando demasiado bien con sus amigos,
pero esta vez me lo encuentro sentado en el despacho de la
directora, esperándome. Se me cae el alma a los pies
cuando me doy cuenta de que tiene los ojos enrojecidos: ha
estado llorando a moco tendido. Supongo que es hora de
aclarar las cosas aquí también.
—Hola, Sharon —digo, tratando de disimular la tensión de
mi voz—. ¿Qué pasa? ¿Por qué está Sammy aquí contigo?
Sharon, la directora, se levanta y me hace señas para que
cierre la puerta.
—Lo siento, intenté llamarte, pero no conseguí contactar
contigo.
Saco el teléfono del bolso y veo que tengo varias llamadas
perdidas.
—Ay, vaya, lo siento… Estaba tan ocupada con otros
asuntos que ni siquiera me he dado cuenta de que me
sonaba el teléfono. —Otra vez me voy a quedar sin premio a
la mamá del año…
Dejo caer el bolso al suelo y me agacho con los brazos
abiertos, mirando a mi hijo con expresión de lástima.
—Ven con mami, cariño mío.
Sammy se baja de la silla de un salto y corre para
arrojarse a mis brazos. No dice nada, solo llora.
Me levanto con las piernas temblorosas y prácticamente
me desplomo en la silla frente a la mesa de Sharon, con el
bolso enredado en los pies. Sammy se aferra a mí como un
mono, y lo único que puedo hacer es mirar por encima del
hombro de mi hijo e interrogar a la directora con la mirada.
Sharon se sienta con las manos entrelazadas y las coloca
frente a ella en el escritorio.
—Hemos tenido algunos problemillas últimamente, y
Sammy ha venido a mi despacho a contarme qué había
pasado. Después de hablar con él, he decidido que sería
una buena idea que tú y yo mantuviéramos una pequeña
charla.
«Ay, Dios… Más vale que me prepare». Si me dice que
Sammy no puede seguir yendo a la guardería, me va a dar
algo. Una cosa es trabajar como freelance desde casa, y
otra muy distinta es intentar trabajar y vigilar a Sammy al
mismo tiempo. Es sencillamente imposible. Soy solo una
persona, no tres.
—Sabía que ocurría algo, porque Sammy lleva varios días
diciéndome que tiene dolor de estómago antes de ir a la
escuela. Y ya sabes cuánto le gusta venir… o cuánto le
gustaba. Me parece que ya no está tan contento.
Intento arrancarme a Sammy del cuello para poder
mirarlo a la cara, pero cuanto más lo intento, más se aferra
a mí. Es evidente que no está listo para hablar del tema, así
que dejo que siga dando rienda suelta a su tristeza mientras
continúo hablando con la directora.
Ella asiente con la cabeza.
—Sammy ha tenido algunas dificultades con un par de
niños. Son niños con los que solía llevarse bien, pero por
alguna razón, ahora hay un conflicto. No sé si uno tiene más
culpa que otro, pero lo cierto es que hay un comportamiento
por ambas partes que no apruebo. Es algo que no podemos
consentir en Sunnyside Daycare.
Intento no ponerme a la defensiva, pero me resulta difícil.
Tengo la clara impresión de que cree que Sammy es un
alborotador. Y aunque sé que es muy activo y le gusta
provocar, mi hijo no haría daño ni a una mosca.
Normalmente, es él quien está debajo cuando hay un
montón de niños tirándose unos encima de otros.
—¿Sabes qué ocurre? —pregunto—. ¿Los detalles?
—Estamos intentando averiguarlo, pero sé que se han
dado algunos empujones, y varios niños se han hecho daño.
Obligo a Sammy a echar la cabeza hacia atrás para poder
mirarlo a la cara. La verdad es que me da mucha pena, pero
no veo ningún hematoma ni ningún corte por ninguna parte.
—Sammy, dime lo que pasó. No te voy a echar la culpa de
nada, solo quiero saberlo.
Sammy niega con la cabeza e intenta zambullirse en mi
pecho. Creo que se siente culpable, pero intuyo que sucede
algo más. Si él fuera el abusón o el causante de todos los
problemas, no tendría dolor de estómago; todavía querría ir
a la escuela. Va a ser necesaria una buena dosis de
delicadeza y mano izquierda para llegar al fondo del asunto,
y eso no va a pasar dentro de este despacho. No tan cerca
de la escena del crimen.
Lanzo un profundo suspiro.
—Mañana tengo que trabajar, pero luego puedo tomarme
unos días de descanso y hablar con Sammy para que me dé
su versión de los hechos y averiguar qué está pasando.
Sharon me mira con una mueca extraña en el rostro.
Parece de lo más incómoda cuando responde.
—Bueno, verás… Lo que ocurre es que no estoy segura de
que puedas traer a Sammy mañana.
Mi cerebro tarda varios segundos en procesar esa
pavorosa información.
—¿Por qué no?
En realidad, estoy muy orgullosa de mí misma, de cómo
estoy controlando mi mal genio, porque esta mujer está
pidiendo a gritos que me suba por las paredes y me
transforme en Hulk en su mismísimo despacho.
Es directora de una guardería. Sabe perfectamente cómo
funciona el mundo. No se le puede decir a una madre
trabajadora que está sacando a sus hijos adelante ella sola,
a última hora de la tarde de un jueves, que su hijo no puede
ir al día siguiente a la guardería sin avisarla con antelación.
¡Y mucho menos delante de su hijo!
—Los padres de los otros niños involucrados están muy
molestos porque alguien ha pegado a sus hijos.
Me pongo en pie y levanto la mano con gesto torpe;
Sammy sigue intentando meterse dentro de mi blusa.
—Alto ahí. No sigas. Conoces a mi hijo desde hace más de
un año. Sabes tan bien como yo que no es un niño
problemático. Nunca le haría daño a otra persona sin ningún
motivo. Él no es así.
Sharon asiente y cierra los ojos.
—Lo sé. También sé que le están pasando algunas cosas y
que hay algunos problemas que debéis abordar en casa.
Son cosas sobre las que no podemos hacer nada aquí en la
escuela.
Arrugo la frente. ¿De qué demonios está hablando?
—No entiendo qué intentas decirme. —Tengo la sensación
de que se me van a caer los brazos al suelo; Sammy pesa
mucho, parece un saco de ladrillos—. ¿Puedes dejar de
andarte con rodeos y decirme lo que realmente quieres
decir?
Sharon tarda aún unos segundos en responder. Cuando
por fin lo hace, se encoge mientras habla.
—Ya sabes que Sammy tiene un defecto en el habla,
¿verdad?
Me quedo boquiabierta. Solo puedo mirarla fijamente,
tratando de averiguar si me está tomando el pelo, porque
no consigo imaginar con qué propósito me ha dicho eso,
aparte de para ser cruel y ridícula. «¿De verdad está
echando la culpa de esto al ceceo de mi hijo?».
Supongo que se cansa de esperar a que le responda, así
que continúa.
—¿Sabes? Cuando los niños son pequeños, puede producir
ternura, pero a medida que se hacen mayores, es un asunto
más serio. Y corresponde a los padres hacer algo al
respecto.
Niego con la cabeza, impidiéndole que siga sobrepasando
la línea que acaba de cruzar.
—No te… No… No sigas por ese camino.
Me pongo de pie y echo a andar hacia la puerta,
alargando el brazo para recoger el bolso del suelo. Por
desgracia, la correa está enredada alrededor de la pata de
la silla, y al intentar desenredarla, tiro la silla al suelo. Al
caer, la silla produce un fuerte estrépito y Sammy empieza
a llorar otra vez mientras se encarama más alto en mis
brazos, prácticamente estrangulándome con la fuerza que
hace para seguir trepando.
—No tienes que preocuparte por Sammy mañana ni nunca
más. —Me coloco el bolso al hombro y me vuelvo para mirar
a una mujer que tiene la caradura de llamarse a sí misma
directora de guardería. Debería ser la directora de una
maldita prisión—. Nunca me había horrorizado tanto el
comportamiento de alguien como el tuyo ahora mismo. ¿Y
tú te llamas especialista en atención infantil? ¿Cómo te
atreves…?
No quiero oír lo que tiene que decir en defensa de sus
horribles y crueles palabras, pronunciadas delante de mi
hijo… Unas palabras que deberían haberse dicho en privado
entre adultos… Si me quedo aquí, no respondo de mí misma
ni garantizo que no le dé una bofetada.
Así pues, salgo de su despacho lo más rápida y
dignamente posible mientras mi hijo sigue agarrado a mí
como si estuviéramos unidos con el pegamento de
Spiderman. Sammy no me suelta hasta que llegamos al
coche y estamos de pie junto a la puerta de atrás, donde lo
espera su asiento. Entonces habla por fin.
—Mami, no quiero volver aquí nunca máz.
Utilizo la voz más alegre que soy capaz de articular para
responderle.
—Muy bien, porque ¿sabes qué? ¡No tienes que volver
aquí nunca más! Ya no me gusta esta guardería.
Sammy ya parece más contento.
—A mí no me guzta nada de nada ezta guardería. Eza
zeñora ez mala y loz demáz también.
Hablo atolondradamente, sin saber muy bien cómo
manejar esta situación, pero estoy segura de que es bueno
invitarle a que siga contándome cosas.
—Vaya, pues yo nunca lo había notado hasta hoy. Siempre
pensé que eran todos muy simpáticos. Pero resulta que son
malos. Y estúpidos.
Mientras le abrocho el cinturón a Sammy, me mira con
una expresión seria.
—Mami, no eztá bien llamar «eztúpida» a la gente.
Siento que las lágrimas me asoman a los ojos, pero logro
contenerlas parpadeando.
—Tienes razón, cariño. No está bien llamar a la gente
estúpida ni siquiera aunque sea estúpida.
Sammy sonríe.
—Erez divertida, mamá.
Extiendo la mano y le aprieto los mofletes, besándolo en
los labios regordetes.
—Tú también eres divertido. Me haces reír todo el tiempo.
Eres mi niño preferido.
—Zophie dice que zoy tu único niño, ací que ci dicez que
zoy tu niño preferido, en verdad no zignifica nada.
Desde luego, luego hablaré con Sophie. Debo hacerle
entender que su hermano tiene muy en cuenta todo lo que
dice.
—Vamos a ver, Sammy. ¿Y si te digo ahora mismo que
eres mi hijo pequeño favorito?
Sammy me dedica una enorme sonrisa.
—Ezo me guzta. Qué bien… Zoy tu favorito.
Le guiño un ojo y no me molesto en corregirlo.
—Pero no le digas a tus hermanas que te he dicho eso,
¿eh?
Sammy apoya los dedos en la boca y luego levanta la
mano. Lo miro confusa.
—¿Qué estás haciendo?
—Eztoy cerrando la boca y tirando la llave a la bazura.
—Ah, ya lo entiendo. —Le acaricio la cabeza—. ¿Listo para
ir a ver a tus hermanas?
—No. —Frunce el ceño, perdiendo toda su alegría en un
instante.
—¿Por qué no quieres ver a tus hermanas? Tus hermanas
te quieren.
—A lo mejor ce ríen de mí. —Lo dice con una voz tan
lastimera que me rompe el corazón.
—Ellas nunca se burlarían de ti en serio, Sammy. Solo las
personas malas hacen eso, y tus hermanas no son malas.
Puede que se metan contigo de vez en cuando, pero eso no
es lo mismo. ¿Lo entiendes?
Asiente, pero no parece muy convencido. Me quedo allí
unos segundos y suspiro. No voy a poder arreglar esto en el
aparcamiento de la guardería de las narices.
Cierro la puerta y subo al asiento delantero, mirando a mi
hijo por el espejo retrovisor.
—¿Listos para ponernos en marcha?
Asiente.
—Eztoy lizto. ¿Va a venir Dev a nueztra caza?
Lo miro perpleja unos segundos.
—¿Por qué preguntas eso?
Mira por la ventanilla y responde:
—Porque me cae bien. A lo mejor quiere venir y jugar con
mi Zpiderman. Ci quiere, ce lo dejo.
—Ah, pues el caso es que voy a cenar con Dev mañana,
así que tal vez entre en casa antes de que salgamos a cenar
y juegue con tu Spiderman un poco. No mucho, solo un
ratito.
Sammy parece contento ante la perspectiva.
—Como una hora. Una hora eztaría bien.
Niego con la cabeza.
—No, más bien como diez minutos.
—Eztá bien, le diré caci una hora, ¿sí?
En lugar de ponerme a discutir la diferencia entre horas,
minutos y segundos con mi hijo de tres años, arranco el
coche y nos ponemos en marcha hacia casa.
—Ya veremos, Sammy, ya veremos.
Mi pobre hijito, con los ojos hinchados y enrojecidos, se
queda profundamente dormido antes de llegar a casa, a las
cinco en punto. El autobús escolar se detiene justo al final
de la calle mientras lo bajo del coche en brazos, dormido,
así que me paro en el camino de entrada y espero a mis
hijas. Siento una gran alegría al verlas asomar corriendo por
la esquina y cruzar el césped para reunirse con nosotros.
—¿Quién quiere pizza? —pregunto. Probablemente
debería cocinar para ellos esta noche, pero estoy agotada.
Comer pizza cada dos semanas no va a matarlos. Mi premio
a la mejor madre del año tendrá que esperar. Otra vez.
El coro de respuestas exultantes es lo bastante ruidoso
para despertar a Sammy, pero cuando descubre por qué sus
hermanas están tan emocionadas, comienza a gritar de
alegría él también. Todos se van directos al salón e
inmediatamente empiezan a jugar juntos a las figuras de
acción de superhéroes. Me quedo observándolos un
momento, dejando que su alegría me tranquilice. Puede que
no sea una madre perfecta, pero soy una buena madre la
mayor parte del tiempo.
En ese momento suena el timbre. Sobresaltada, me
acerco para mirar por la mirilla. May está allí delante, con
Ozzie a su lado.
Abro la puerta con una gran sonrisa.
—¿Qué estáis haciendo aquí?
May me devuelve la sonrisa.
—Se nos ha ocurrido venir a cenar contigo. ¡Sorpresa!
¿Tienes comida suficiente para dos personas más?
Sujeto la puerta, dando un suspiro de alivio por tener
compañía adulta esta noche. Adoro a mis hijos, pero creo
que esta noche no me vendría nada mal poder tener una
plácida conversación con mi hermana. Con un poco de
suerte, a Ozzie no le importará que hablemos de cosas de
chicas en su presencia.
—Bueno, iba a encargar unas pizzas, así que siempre
podemos pedir para dos más.
—Estupendo.
May entra en casa y se dirige inmediatamente al salón,
con los niños.
—¡Tía May!
Se abalanzan sobre ella los tres a la vez y la tiran al suelo.
Formando una pila, estallan en risas contagiosas.
Me quedo con Ozzie en la entrada de la habitación,
contemplando el festival de amor. Mi corazón se vuelve dos
tallas más grande y me inunda todo el pecho.
—May adora a esos niños —dice Ozzie.
—¿Y te extraña? Son increíblemente adorables, aunque
esté mal que yo lo diga.
Sammy se le sube a la espalda mientras las dos niñas
tratan de zafarse de la monstruo de las cosquillas que las
tiene inmovilizadas en el suelo. May utiliza su mejor risa de
bruja malvada para que sea mucho más emocionante para
ellos.
—Sí que lo son. Y ella también será una madre estupenda
algún día.
Lo miro y entrecierro los ojos.
—¿Intentas decirme algo?
Me mira fijamente, pero antes de que pueda responder,
vuelve a sonar el timbre. Miro a la puerta.
—Pero ¿qué diablos pasa hoy?
Como el hombre de pocas palabras que es, Ozzie se
encoge de hombros. Lo señalo con el dedo.
—No creas que vas a librarte de la conversación que
estábamos a punto de tener.
Es posible que tuerza la boca en una sonrisa, pero no
tengo tiempo para comprobarlo, porque el timbre suena de
nuevo.
Me asomo a la mirilla y me da un ataque de pánico.
Es Dev.
Capítulo 29

No estoy preparada para esto. ¿Dev? ¿En mi casa? ¿Con


mi hermana y los niños aquí? ¿Y Ozzie? ¡Dios, no…! No,
después del día que he tenido hoy. Una parte de mí quiere
que se marche, quiere decirle que nos vamos a ver mañana
de todos modos, y que necesito trabajar en lo que Lucky y
yo sacamos ayer de Blue Marine.
Pero, por supuesto, no voy a hacer eso. He estado
pensando en él prácticamente a todas horas desde la última
vez que lo vi, y me muero por saber si a él le ha pasado algo
parecido conmigo. Probablemente no. Probablemente ya
haya visitado esa web de citas y haya encontrado a alguien
con quien salir el sábado. El solo hecho de pensarlo me
permite mostrarme bastante serena cuando abro la puerta
para dejarlo entrar.
—Hola…
Al principio dirijo la mirada a Dev, pero luego la bajo hasta
la figura que está a su lado. El tiempo se detiene unos
segundos. Sé lo que estoy viendo, pero no acabo de
asimilarlo del todo.
Un niño pequeño en una silla de ruedas. Y tiene los ojos
de Dev.
Miro al hombre alto, con una sonrisa aún más radiante.
—¡Y has traído a tu hijo contigo! ¡Qué bien! —Miro a su
hijo y me agacho. Extiendo la mano—. Me alegro mucho de
conocerte. Me llamo Jenny, y tú debes de ser Jacob.
—Sí, soy Jacob. —Sonríe.
No tengo idea de por qué el hijo de Dev está en una silla
de ruedas, pero veo que probablemente le resulta muy
difícil, si no imposible, caminar. Tiene el cuerpo muy
pequeño y está torcido hacia un lado. Es como si tuviera la
columna vertebral muy desviada.
Miro a Dev con la esperanza de que mi rostro no deje
traslucir la perplejidad que siento. Debo de parecer el
personaje del Joker, esforzándome por no poner una cara
rara y poco natural cuando, por supuesto, pongo una cara
rara y muy poco natural, con una sonrisa demasiado
forzada. Imposible evitarlo. Hasta me da un calambre en la
mejilla izquierda.
—Hola —dice Dev, casi con timidez—. Ozzie y May me
dijeron que iban a pasarse por aquí y que debía venir con
Jacob un momento. Les dije que tal vez no era una buena
idea, porque nadie te ha avisado de nuestra visita… Traté
de enviarte un mensaje de texto, pero no me respondiste.
Tendría que haber esperado hasta tener noticias tuyas…
Retrocedo rápidamente y abro la puerta de par en par.
—¡No, no digas tonterías! ¡Pues claro que ha sido buena
idea! Me alegro mucho de que lo hayas hecho. Estábamos a
punto de pedir pizza. ¡Quedaos a cenar con nosotros! —Miro
al hijo de Dev mientras usa un joystick para hacer
maniobras con su silla de ruedas y franquear el umbral—.
¿Te gusta la pizza, Jacob?
Odio tener que admitirlo, pero ni siquiera sé si puede
comer pizza. Tal vez haya cometido un grave error al
preguntar. No estaba preparada para esto. Si hubiera sabido
que iba a venir y que era discapacitado, podría haber
investigado sobre su enfermedad en internet o haber
hablado con alguien o algo por el estilo, y así sabría qué
hacer o decir sin meter la pata. ¡Aaargh, odio no saber
cómo reaccionar!
—Claro, me encanta la pizza —dice, contestando como si
yo fuera una persona totalmente normal haciéndole una
pregunta totalmente aceptable.
Uf, menos mal. Acabo de evitar un desastre.
Cuando Dev pasa, miro hacia arriba y le doy una
palmadita en el hombro, deseando con toda mi alma que mi
cara traidora no haya delatado mis pensamientos.
—Gracias por venir.
Veo por su expresión que está nervioso o incómodo, y no
me gustaría nada que se sintiera así por mi culpa y mi
estúpida reacción. Seguro que se está preguntando si ha
hecho bien al venir, y no quiero que tenga dudas al
respecto.
Antes siempre me ponía nerviosa cuando entraba en una
habitación llena de extraños con Sammy, sabiendo que iban
a reírse en cuanto lo oyesen hablar, pero me acostumbré. El
pequeño problema de Sammy no es nada comparado con lo
que Dev y Jacob deben de pasar, así que quiero que los dos
sepan que en esta casa no tienen de qué preocuparse.
Pueden ser ellos mismos.
En cuanto formulo esos pensamientos, oigo la voz de
Sammy destacando por encima de todas las demás voces
mientras las risas se apagan.
—¿Quién ez ece? —pregunta.
Cierro la puerta, seguramente haciendo demasiado ruido,
y corro a reunirme con los demás en el salón. Casi empujo a
Dev en mi intento por llegar antes de que Sammy pueda
decir algo que acabe hiriendo los sentimientos de alguien.
Sin embargo, antes de que me dé tiempo a hablar, el niño
en la silla de ruedas responde.
—Soy Jacob. El hijo de Dev.
Llego a tiempo de ver a Sammy caminar y pararse delante
de la silla.
—Fui a McDonald’z con Dev. Ez genial.
Jacob sonríe.
—Sí. Tienes razón. A veces a mí también me lleva a
McDonald’s.
May sujeta a las dos niñas y se las sube al regazo para
que puedan sentarse y no se note tanto que están mirando
a Jacob. Les hace cosquillas, pero básicamente la ignoran,
más interesadas en los movimientos de su hermano. Saben
que va a descubrir la historia que hay detrás de esa silla sí o
sí, a menos que yo pueda intervenir y detenerlo a tiempo.
Solo necesito hacerlo de forma un poco sutil.
Respiro hondo y le rezo una oración al universo pidiendo a
los poderes superiores que guíen a mi hijo para que haga lo
correcto. Si hubiese tenido tiempo de prepararme,
seguramente me habría sentado con él y le habría explicado
por qué Jacob va en silla de ruedas, y también le habría
dicho que deberíamos hablar del tema cuando él no
estuviese delante y que sería mejor guardarnos ciertas
cosas para nosotros. Sin embargo, no he tenido oportunidad
de mentalizarlo, así que tengo que contar con su inocencia
infantil y con mis intentos anteriores de educarlo como
madre para salir del paso.
—¿Por qué eztaz en eza cilla? —pregunta Sammy.
—Tengo parálisis cerebral. —Jacob lo dice como si tal cosa,
pero, por supuesto, mi hijo no entiende absolutamente
nada.
Sammy entrecierra los ojos y mira a Jacob con aire
suspicaz.
—¿Puedez andar?
Vaya. Pues menos mal que le he pedido a las fuerzas del
universo que me ayudasen… Entro en el salón con la
intención de realizar una espectacular maniobra de
distracción e interrumpir la conversación ahora mismo, pero
Dev me toma de la mano con delicadeza, impidiéndome
avanzar, y el contacto con su mano por poco me provoca un
ataque al corazón. ¡Me está sujetando de la mano otra vez!
Cuando lo miro, asiente y me hace una señal para que
espere.
Lo miro primero a él y luego a su hijo, tratando de decidir
si eso es lo correcto, pero al final imagino que él debe de
estar mucho más familiarizado que yo con esta clase de
situaciones, y después de haber pasado parte de una tarde
con mi hijo, desde luego sabe de lo que Sammy es capaz.
«Por favor, Dios, no dejes que mi hijo hiera los sentimientos
de nadie». Dev me suelta la mano y trato por todos los
medios de controlar mis emociones. En un momento estoy
en las nubes, volando, y al minuto siguiente, siento que
estoy cayendo en picado como Ícaro, a punto de
estrellarme.
Jacob responde con naturalidad.
—Sí, puedo andar, pero no me gusta. Voy muy lento y no
es cómodo, pero mi padre me obliga.
Sammy asiente.
—¿A cuánta velocidad puedez ir? —Señala la silla de
ruedas.
Jacob asiente.
—Bastante rápido, la verdad. Probablemente más rápido
de lo que puedes correr tú.
Sammy abre los ojos como platos.
—Hala, ezo ez muy rápido… —Levanta uno de sus pies
con las dos manos, para enseñar a Jacob sus zapatillas de
deporte de Spiderman—. Miz zapatos corren muy rápido.
Jacob asiente.
—Me gusta Spiderman.
Los ojos de Sammy se iluminan.
—¡A mí también! ¿Quierez jugar a laz figuraz de acción
conmigo?
Jacob se encoge de hombros, con la misma naturalidad de
antes.
—Pues claro. Pero yo no me he traído ninguna de las mías.
Sammy corre hacia un rincón de la habitación y saca
arrastrando una caja llena de juguetes.
—Ningún poblema. Tengo un montón. Te dejo loz míoz. —
Sammy le enseña la caja a Jacob para que vea la totalidad
de su colorido interior—. Juega con el que quieraz. Incluzo
puedez jugar con miz favoritoz.
Señala las figuras más maltratadas y queridas del grupo:
Spiderman, por supuesto, y también Superman.
Aquello es demasiado para mí. Doy la espalda a la escena
y camino hacia la cocina. Las lágrimas me inundan los ojos,
y esta vez no puedo contenerlas parpadeando.
Llego a la cocina sin llamar la atención de los niños, pero
no estoy sola. Dev viene detrás de mí.
—¿Qué pasa? —me pregunta.
Sacudo los hombros para darle a entender que se vaya y
niego con la cabeza.
—Nada. Estoy bien.
Apoya la mano en mi hombro y me obliga a volverme.
Intento mantener la cabeza agachada para que no me vea
la cara, pero me coloca el dedo debajo de la barbilla y me
obliga a levantarla.
—¿Estás enfadada conmigo porque me he presentado
aquí sin avisarte antes?
Lo sujeto de los antebrazos y lo aprieto con fuerza,
mientras lo miro y niego con la cabeza con mucho vigor.
—No, por favor, no pienses eso. Nunca pienses eso. Estoy
muy, muy contenta de que hayas venido, y estoy
especialmente contenta de que hayas traído a tu hijo. Es
solo que había tenido un día de mierda hasta que habéis
llegado vosotros, y cuando he visto a mi hijo comportándose
tan maravillosamente, me he dado cuenta de que, por muy
malo que fuera mi día, al menos hay algo que funciona en
mi vida.
Dev asiente.
—Tienes unos hijos estupendos.
No puedo decir nada porque sus palabras me hacen llorar
aún más. Asiento con la cabeza.
Dev me atrae hacia sí y me estrecha entre sus brazos. Mi
cara apenas sobrepasa la altura de su ombligo, pero no
importa. Incluso ese abrazo torpe basta para inundarme con
la felicidad más absoluta. Apenas conozco a este hombre, a
su hijo o incluso a su jefe, pero aquí están, en mi casa,
haciendo que toda esta locura que estoy viviendo parezca
que vale la pena.
—Debería haberte llamado —dice—. Esto ha sido un
golpe, sé que lo ha sido.
Me alejo y lo miro.
—Por favor, no digas eso. Te juro que no ha sido ningún
golpe. Tal vez sí me haya quedado un poco sorprendida,
pero no en un sentido negativo, en absoluto. Yo solo… —Me
aparto de Dev y me abanico la cara con la mano tratando
de tranquilizarme—. Si te contara cómo me ha ido el día,
entenderías por qué me he comportado como una idiota al
abrir la puerta.
Se inclina para mirarme a los ojos.
—Pues cuéntamelo.
—Ahora no. —Me sorbo la nariz con fuerza, tratando de
ahorrarle un espectáculo de mucosidad nasal bochornoso—.
Además, tengo que pedir unas pizzas.
Rebusco en el bolsillo trasero y saco mi teléfono.
Antes de que pueda localizar el número de nuestra
pizzería favorita en mis contactos, Dev me quita el teléfono
y lo deja en la encimera. Señala con el pulgar por encima de
su hombro.
—¿Oyes eso?
Ahora que lo dice, oigo de nuevo las risas y los chillidos de
alegría procedentes de la otra habitación de nuevo. La voz
de Jacob forma parte del resto esta vez.
—Es el sonido que hacen las personas a las que les trae
sin cuidado si habrá pizza en la próxima media hora o no,
así que puedes dedicar cinco minutos a contarme qué ha
pasado.
Dejo escapar un largo suspiro de irritación y frustración
cuando me doy cuenta de que tiene razón, y lo cierto es que
quiero quitarme este peso de encima.
—Bueno, a ver… Volví a mi antiguo trabajo para recoger
mi último cheque y mis cosas y acabé yendo a hablar cara a
cara con mi jefe para negociar la indemnización.
—Espero que te diera algo.
—Oh, sí, lo hizo. Me dio lo que quería, pero tuve que
ponerme en plan bruja odiosa para conseguirlo. No me
gusta obrar así, como tampoco me gusta sentir que estoy
amenazando a alguien solo para que haga lo correcto.
Quiero que la gente haga lo que se supone que debe hacer
sin que nadie la obligue, ¿entiendes?
—Claro, pero me alegro de que te hayas hecho valer.
—Sí, bueno, creía que esa iba a ser la peor parte del día,
pero por desgracia, no ha sido así. Cuando he ido a recoger
a Sammy a la guardería, me he enterado de que había
tenido un problema con otros niños.
—¿Un problema? ¿Qué tipo de problema?
Levanto las manos en el aire.
—¡Eso me gustaría saber a mí! Pero lo único que me ha
dicho la directora es que algunos niños se empujaron y unos
cuantos se hicieron daño. Y ahora, Sammy ya no puede
volver allí. —Bajo la voz para asegurarme de que no me
oiga nadie en la otra habitación—. Y por lo visto, soy muy
mala madre, porque mi hijo tiene un defecto del habla y yo
no he hecho nada para solucionarlo.
A Dev le cambia la cara.
—¿Cómo dices?
—Es increíble, ¿verdad? No lo entiendo. Quiero decir,
Sammy ni siquiera ha empezado la escuela infantil y esta
mujer me dice que tengo que llevarlo a terapia con un
logopeda o dejar de pensar que es gracioso cómo habla o
no sé exactamente qué es lo que pretende… —Aparto la
vista, porque si miro a Dev a los ojos, me echaré a llorar
ahora mismo—. La gente es muy mala.
Dev da un paso hacia mí y me pone las manos en la parte
superior de los brazos, zarandeándome con delicadeza para
que lo mire. Obedezco, estirando el cuello para mirarlo a la
cara.
—No toda la gente es mala. Parece que la directora de esa
guardería sí lo es, pero la mayoría de las personas que
dirigen guarderías son muy agradables y entienden que no
todos los niños nacen exactamente como los demás. Las
diferencias los hacen únicos y especiales, no deficientes.
—Gracias. Estoy completamente de acuerdo contigo. Y no
soy una mala madre, ¿de acuerdo? Claro que me doy cuenta
de que mi hijo cecea, sería imposible no darse cuenta. Pero
no creo que presionarlo a esta edad sea una buena idea.
¿Acaso es un disparate pensar eso?
Dev me aprieta los brazos otra vez.
—No, claro que no. Estoy seguro de que haces caso de su
pediatra y de que sigues sus instrucciones. Además, si
hubiera algo realmente grave, tu instinto maternal te lo diría
y tomarías cartas en el asunto, así que no tienes que
preocuparte por lo que haya dicho esa mujer. Eres una
buena madre y estás haciendo lo correcto, sea lo que sea.
No tengo más remedio que sonreír.
—Si ni siquiera sabes lo que estoy haciendo,¿cómo
puedes decir que es lo correcto?
Se encoge de hombros y esboza una discreta sonrisa, por
lo que se le marca un poco el hoyuelo.
—Porque lo sé. Sé qué clase de persona eres. No vas a
hacer nada que pueda dañar a tus hijos, y no eres
negligente. Lo sé por la manera en que se comportan estos
tres niños y por la forma como tratan a los demás. Son
amables, educados y divertidos. Los hijos no salen así si
alguien es un imbécil.
No puedo dejar de sonreír.
—Teniendo en cuenta mi conducta de hoy, hay al menos
dos personas que no estarían de acuerdo contigo.
Dev me atrae hacia su cuerpo de nuevo y me abraza con
fuerza.
—Si alguna vez te comportas como una imbécil en mi
presencia, te prometo que te lo diré.
Le doy una palmadita en la espalda.
—Yo también. Lo mismo te digo.
—¿Quieres que pida las pizzas? —pregunta.
Me encojo de hombros, dando un paso atrás para
deshacer nuestro abrazo. Un abrazo tan intenso en la cocina
probablemente es un poco exagerado para una cena a base
de pizza. No quiero que mis hijos nos vean así, porque ni
siquiera estoy segura de qué es lo que pasa entre nosotros.
—Adelante. Creo que ya tienes el número.
Dev se saca el teléfono del bolsillo y me lo enseña.
—Sí, aquí lo tengo. Voy a ir ver qué pizza quieren los
demás.
Se da media vuelta y sale de la cocina hacia el salón sin
decir nada más.
Abro la nevera y saco una botella de vino para los adultos
y una botella de zumo de manzana para los niños. Cuando
saco unas copas del armario y las pongo en la encimera, no
puedo evitar ponerme a tararear una canción. Yo aquí
pensando que iba a pasar la noche llorando y bebiendo sola,
para luego acostarme preguntándome en qué me habré
equivocado y, en cambio, estoy rodeada de personas a las
que quiero y que me quieren, a punto de celebrar una cena
improvisada. Y mañana saldré a cenar con el hombre más
tierno y comprensivo que he conocido en mi vida.
Es evidente que debo de haber hecho algo bien; solo
espero no estropearlo todo. Definitivamente, necesito hablar
con mi hermana cuanto antes, las dos solas. Antes de que
se me olvide, le envío un mensaje de texto. Aunque está en
la otra habitación, no quiero que se enteren los demás. No
quiero que Dev sepa que estoy analizando o planeando algo
que tiene que ver con él.
Yo: Tenemos que hablar, pronto.
Diez segundos después, llega su respuesta.
May: ¿Ahora?
Yo: No. Mañana por la mañana. Café aquí. 8. No
llegues tarde.
May: No faltaré, por nada del mundo.
Capítulo 30

Abro la puerta y doy la bienvenida a mi hermana antes de


que le dé tiempo siquiera a tocar el pomo. Después de
darme un abrazo y un beso, me entrega un sobre.
—¿Qué es esto? —pregunto, examinándolo. Está en
blanco, no hay nada escrito en él.
—Es tu tarjeta de regalo y el primer cheque por tu trabajo.
Sonríe de oreja a oreja.
—¿Estás segura de lo de la tarjeta de regalo?
—No digas tonterías. No es un regalo. Te lo has ganado. Y
ahora tenemos una excusa para ir de compras juntas.
Me encanta ir de compras con mi hermana, y han pasado
años desde la última vez que lo hicimos.
—Muy bien, me lo quedo. —La hago pasar a la cocina y
señalo hacia la mesa—. Siéntate. Estoy a punto de sacar
unos muffins del horno.
May obedece mis órdenes. Se sienta y rodea con las
manos la taza de café que le acabo de servir.
—Huele a gloria.
Empujo con el codo la puerta del horno para cerrarla y
coloco la bandeja caliente con los muffins sobre la
encimera.
—Esta mañana me levanté muy temprano y lo preparé
todo antes de que se despertaran los niños.
No le digo que no he pegado ojo en toda la noche porque
estaba preocupada por Sammy, ni que he tenido que tomar
medidas drásticas y llevarlo a la guardería de emergencia,
esa que odio porque siempre huele a pañales sucios, pero
que resulta que es el único lugar donde lo acogen sin previo
aviso cuando es necesario. Encontrarle una nueva guardería
es mi máxima prioridad después de presentar mi informe al
equipo de Bourbon Street Boys, pero no hace falta que
estrese a mi hermana con cosas que no puede controlar.
May me mira arqueando una ceja.
—Uau, veo que alguien está muy motivada. ¿Compraste
ese vibrador al final?
—No, no he comprado ningún vibrador, cállate. —Le
enseño un muffin—. Quieres uno de estos, ¿verdad?
—¿Cagan los osos en el bosque?
—Pues sí. —Dispongo mis creaciones culinarias en forma
de pirámide en una bandeja, sintiéndome como una
superheroína por conseguir que no se caiga ninguna—. Y
como curiosidad… ¿Sabías que puede nacer un roble de los
excrementos de los osos? Es porque comen muchísimas
semillas.
—¿Te ha dicho alguien alguna vez que ves demasiados
programas de Animal Planet?
Lanzo un resoplido antes de responder.
—La verdad es que me lo digo a mí misma a todas horas.
No tienes idea… Estoy todo el tiempo comparando a las
personas con animales del reino salvaje. Es ridículo. De
verdad, necesito emoción en mi vida.
Me siento y pongo dos platos y varios muffins entre las
dos.
May echa un vistazo a mis creaciones.
—No estoy segura de poder comerme más de uno.
—No te preocupes por eso, que ya me comeré yo lo que
tú no te termines. Últimamente como un montón para matar
la ansiedad.
May retira el envoltorio de papel de uno de las muffins.
—Vamos, he venido para hablar contigo y tengo dos
horas, así que empieza. Dime qué está pasando.
Tomo un sorbo de café antes de comenzar.
—Antes de soltarte mis miserias, háblame de Ozzie y de
ti. ¿Cómo os va a los dos?
El comentario de Ozzie sobre que algún día May será una
buena madre sigue rondándome por la cabeza.
Ella mastica su muffin y me sonríe.
—¿Qué quieres decir con que cómo nos va? Nos va bien.
Lanzo a mi hermana la típica mirada que dice: «No hagas
que me enfade».
—Cuando estuvo aquí anoche, mencionó algo sobre ti y
tener hijos. Me dio la sensación de que estaba tratando de
decirme algo, pero luego se armó tal jaleo con los niños que
ya no tuve oportunidad de seguir preguntándole. ¿Hay algo
que quieras contarme?
Si me dice que está embarazada, voy a tirar este plato al
otro lado de la habitación, lo juro. Mi reacción será fruto de
dos emociones: felicidad y frustración. Por supuesto, mi
hermana va a ser la mejor madre de la historia, pero ¿con
Ozzie? ¿Está preparada para eso? ¿Estoy preparada para
eso?
May me mira frunciendo el ceño.
—No. ¿Por qué lo dices?
Obviamente, es imposible que Ozzie sepa que mi
hermana está embarazada sin que ella lo sepa, pero eso no
significa que mi hermanita no esté intentando engañarme.
Se ha vuelto mucho más lista desde que empezó a salir con
Ozzie.
—Dime solo una cosa: ¿estás embarazada?
May se queda boquiabierta.
—¿Qué? ¡No! ¿De dónde has sacado esa idea? —Mira
hacia abajo, hacia su estómago—. ¿Es que me ves más
gorda?
Le doy un golpe en el brazo.
—Pues claro que no te veo más gorda. Dios mío, pero si
nunca has estado tan delgada… ¿Te dan de comer al menos
en esa casa? —Me temo que mi tono de voz deja traslucir
mis celos. Por suerte, mi hermana no se siente ofendida.
—No. Trago como una bestia, te lo juro. Ozzie cocina
increíblemente bien. Es solo que Dev me programa tantos
entrenamientos que quemo todas las calorías y unas
cuantas más. —Esboza una sonrisa de felicidad—. La verdad
es que yo me veo muy bien.
Asiento enérgicamente.
—Sí, se te ve muy bien. Estás estupenda. Ahora mismo te
tengo una envidia horrorosa. Eres una de esas brujas
delgadas de las que solíamos burlarnos.
May me guiña un ojo por encima de la taza de café.
—Dev se muere de ganas de ponerte las manos encima.
Va a ser muy emocionante.
Me mira moviendo las cejas, dándome a entender que sus
palabras tienen un doble sentido.
No me puedo creer que haya dicho eso. ¿Cómo se puede
tomar mi vida amorosa tan a la ligera?
—¿Por qué me miras así? —pregunta, bajando la taza—.
¿Es que te has atragantado con un trozo de muffin?
¿Necesitas que te haga la maniobra de Heimlich? —Se lleva
las manos al cuello—. Esta es la señal de la asfixia. Hazme
la señal si te estás ahogando.
Niego con la cabeza; menudas tonterías dice.
—No me estoy ahogando, tonta. Es solo que no sé cómo
puedes decir lo que has dicho así, tan alegremente.
May inclina la cabeza como un perro confuso.
—¿Qué he dicho?
Abro mucho los ojos con expresión enfática, esperando
que ella misma lo deduzca. Casi la veo presionar el botón de
rebobinado en su cerebro. Su rostro se relaja y sonríe.
—Ah, ya entiendo. Eso ha sonado un poco raro, ¿no?
—Tal vez un poco.
—Lo que quería decir es que Dev está entusiasmado ante
la idea de asignarte un programa de entrenamiento. Lucky
me dijo que te estabas planteando venir a trabajar con
nosotros, así que, si lo haces, comenzarás a ejercitarte con
Dev, como hice yo, y verás los mismos resultados. Te lo
prometo.
Ha tocado tantos temas que no sé por dónde empezar.
¿Dev? ¿El trabajo? ¿Hacer ejercicio? ¿Lucky? Dejo que mi
cerebro se ponga en modo automático y escoja por sí
mismo.
—¿Cómo sabes lo que quiere Dev?
Se encoge de hombros, tratando de actuar con
indiferencia, pero a mí no me engaña.
—Pues no sé… Hablamos a veces, cuando estamos
trabajando.
—¿Sobre mí?
Menea las cejas.
—¿A que te gustaría saberlo?
La agarro del brazo y lo aprieto.
—¡Sí! ¡Por eso te estoy haciendo estas preguntas! Por
favor, no me hagas suplicarte. Me da mucha vergüenza…
Escojo un muffin y retiro el envoltorio con mucho cuidado;
así puedo concentrarme en algo que no sea mi hermana y
su mirada de lo que parece lástima.
—La situación es muy tierna: los dos os gustáis, pero
ninguno quiere ser el primero en decirlo.
Desvío la atención de mi muffin y miro a mi hermana.
—Pero ¿tú cómo lo sabes? ¿Te lo ha dicho él?
—No hace falta que me lo diga. Eso se ve.
Niego con la cabeza, decepcionada. Mi hermana es muy
inteligente, pero eso no significa que pueda leer la mente
de un hombre. En mi experiencia, los hombres son
demasiado introvertidos para sea factible leer sus
pensamientos.
—Bueno, a mí me parece un tipo genial, pero no estoy
segura de que yo le guste de verdad. Creo que se siente
atraído por mí, sí, pero no como para empezar una relación
conmigo. No una relación seria. Podría querer jugar y punto.
—¿Por qué dices eso?
—Porque estuvimos mirando juntos una web de esas de
citas en el ordenador y me dijo que debería encontrar un
hombre y salir con él. Era la situación perfecta para que él
mismo se hubiese ofrecido a ser ese hombre, pero en vez
de eso, me sugirió que saliera con otra persona. Quiero
decir, eso no es lo que haría un hombre que estuviera
interesado por mí.
May frunce el ceño.
—Qué raro… Me ha hecho muchas preguntas sobre ti,
incluso cuando hablábamos de otras cosas. Simplemente te
mencionaba por casualidad, varias veces. Pero ¿por qué iba
a decirte que salieras con otros chicos si le gustas tanto?
—Eso es justo lo que estoy diciendo.
En este momento me siento muy triste. Dios, qué mala
pinta tiene esto… Me voy a quedar sola el resto de mi vida.
—Tal vez lo he malinterpretado. Tal vez he leído mal las
señales o algo así.
Asiento con la cabeza.
—Probablemente solo está siendo amable. Te pregunta
por mí porque sois compañeros de trabajo y te aprecia
mucho.
May no parece muy convencida.
—No lo sé. Parece estar interesado en algo más que una
simple amistad. Pero con Dev nunca se sabe. Es bastante
reservado con esas cosas, supongo.
—¿Por qué dices eso?
—Bueno, por su hijo, para empezar…
—¿Jacob? ¿Qué quieres decir?
Doy un gran bocado a mi muffin para evitar hablar
durante un rato; quiero escuchar todo lo que pueda decirme
May sobre ese tema.
—No supe lo de Jacob hasta hace poco. Quiero decir, sabía
que Dev tenía un hijo, pero no que su hijo tenía necesidades
especiales, o que era un padre solo y que se encargaba él
de todo.
—¿Cómo es posible que no supieras cuál era su situación?
Estás saliendo con su jefe, y ves a Dev todos los días…
Es evidente que mi hermana necesita un poco de
entrenamiento sobre cómo ser una buena chismosa. Y yo
que creía que le había enseñado todos los trucos…
Se encoge de hombros.
—Ozzie no suele compartir detalles personales de terceros
conmigo. Si pregunto por algo específico, generalmente me
contesta, pero nunca me da más detalles ni amplía la
información por propia voluntad. —Se encoge de hombros
de nuevo—. Supongo que nunca se me ocurrió preguntarle
por la vida familiar de Dev.
Niego con la cabeza.
—A veces ni siquiera estoy segura de que estemos
emparentadas.
Me señala con el dedo y luego se señala a sí misma.
—Tú siempre eras la psicoanalista y yo siempre era la
paciente, ¿recuerdas?
—Supongo que sí. Estoy empezando a pensar que debería
haberte dejado ser el médico más a menudo.
May se acerca y pone la mano sobre la mía, apretándola
suavemente.
—Siento no haberte preguntado más por tu vida. Debería
haberme interesado más por lo que pasaba con Miles y los
niños.
Entonces pongo la mano libre sobre la de ella, formando
así una torre de apoyo entre hermanas.
—No digas eso. No has hecho nada mal; eres la mejor
hermana del mundo. En serio. No quería hablar contigo hoy
para hacerte sentir culpable, porque no tienes nada de lo
que sentirte culpable.
Ella se recuesta hacia atrás, aparentemente más
tranquila.
—Entonces, ¿qué vas a hacer con Dev?
—Bueno, vamos a salir a cenar esta noche, y luego ya
veremos. Supongo que lo decidiré sobre la marcha.
La expresión de May se ilumina.
—¿Vais a salir a cenar? ¡Eso es genial!
Da un mordisco gigante a su muffin, haciendo que caiga
una pila de migas y aterrice en su regazo. Se las cepilla y
las arroja al suelo y luego se queda paralizada cuando se da
cuenta de lo que está haciendo.
—Oh, mieffda. Fee no efftá aquí —dice con la boca llena.
Hago caso omiso de su alusión al hecho de que su perro
no está aquí para limpiar el estropicio. Ya pasaré el
aspirador más tarde; tengo problemas más importantes en
este momento.
—No es una cita —le aclaro—. Hicimos una apuesta y la
perdí, y el perdedor tenía que invitar a una cena. Y en esta
cena o lo que sea lo de esta noche, se supone que vamos a
seguir hablando de nuestra estrategia de citas.
La boca de May todavía está demasiado llena de migas de
muffin para responder, pero lo intenta de todos modos.
—¿Vuefftra efftrategia de citas?
Salen más migas disparadas de su boca.
—Sí. Nuestra estrategia para salir con otras personas. —
Niego con la cabeza, decepcionada conmigo misma. ¿Por
qué no tengo agallas para decirle lo que siento?—. Es tan
absurdo…
May logra al fin tragarse su trozo de muffin y habla con
voz tensa.
—¿Y de quién fue la brillante idea?
—No me acuerdo. La mayoría de las veces, cuando estoy
con él, me siento muy, muy cómoda, como si estuviera con
alguien que conozco desde hace mucho tiempo, con un
buen amigo, ¿sabes? Y entonces hace o dice algo que me
hace ver lo maravilloso, lo agradable o lo divertido que es, y
entonces todos esos buenos sentimientos de amistad
desaparecen y me pongo a babear por él y empiezo a
comportarme como si solo tuviera medio cerebro. —Voy
levantando la voz a medida que mi incapacidad para llevar
una vida de soltera adulta queda cada vez más patente—. Y
luego, al cabo de un minuto, no sé por qué, resulta que
estamos hablando de salir con otras personas. Es muy
frustrante, de verdad. He perdido totalmente la práctica con
toda esta historia de ligar con hombres. Acabo de empezar
y ya tengo ganas de tirar la toalla. Y odio que a Miles se le
dé mucho mejor que a mí.
May niega con la cabeza.
—Aquí el problema no eres tú. Y ni se te ocurra
compararte con ese pedazo de mierda, Miles. Puaj. Él es un
idiota y tú no, ¿de acuerdo?
Las dos sonreímos. A mi hermana siempre se le han dado
bien las palabras.
—Todo esto con Dev… no dejes que te deprima. Creo que
es un hombre complicado. De hecho, creo que todos los
miembros de Bourbon Street Boys son personas
especialmente complicadas. Tuvieron una infancia difícil
aquí, en Nueva Orleans. Nosotras creíamos que lo habíamos
pasado mal, pero lo nuestro no fue nada comparado con lo
que tuvieron que vivir ellos, créeme. Ozzie me contó
algunas historias… —Sacude la mano, ahuyentando ese
pensamiento antes de que pueda dar más detalles—. El
caso es que juntos sufrieron muchas desgracias y eso los
unió. Son una gente especial, sin duda, y se tarda más
tiempo en llegar a conocerlos, pero cuando llegas ahí…
cuando te aceptan en su grupo… merece la pena.
Ansío la clase de aceptación que está describiendo. Ojalá
fuese distinta y pudiese dejar de preocuparme por todo.
—Me alegro mucho por ti, porque hayas encontrado a
Ozzie y su equipo. Para mí es difícil, pero es evidente que
para ti es una suerte.
Es una buena sensación poder admitirlo al fin en voz alta.
Todos los riesgos que corre mi hermana se desvanecen un
poco en mi mente cuando veo la expresión de felicidad en
su rostro y oigo la confianza que rebosa su voz. Ha
encontrado su lugar en el mundo, y eso es algo a lo que
aferrarse. Joder, yo tengo treinta y dos años y todavía no he
llegado ahí; y estoy empezando a dudar de que llegue algún
día.
—Gracias —dice ella—. Me preocupaba que no lo
aprobaras.
—La verdad es que no lo aprobaba. Si te soy sincera,
estaba histérica por tu cambio de rumbo. Sé que Ozzie es
un buen tipo, pero tu vida ha cambiado radicalmente desde
que lo conociste, y me preocupan los riesgos que corres
saliendo a tomar fotos de criminales.
—Pero sabes que recibo entrenamiento para eso, y cuento
con el apoyo y la protección de todo el equipo. Nunca hago
el trabajo yo sola, y casi todo lo que hacemos ocurre entre
bastidores.
Asiento con la cabeza.
—Lo sé. Pero aun así, en mi primer día allí… ¿Recuerdas?
Hubo ese… incidente o lo que sea. ¿Sabes ya qué fue eso?
May asiente y se pone muy seria de repente.
—Tenemos una idea.
La miro arqueando las cejas.
—¿Es ultrasecreto, información confidencial, o puedes
darme algún detalle?
No me responde inmediatamente, lo que solo hace que
sienta aún más curiosidad. Subo la apuesta dándole otro
muffin y luego me recuesto de nuevo en la silla. Si me dejo
guiar por la expresión de mi hermana, la cosa promete.
Capítulo 31

Mi hermana parece un poco incómoda.


—La verdad es que no estoy segura —dice—.
Técnicamente, no eres una empleada de Bourbon Street
Boys, al menos que yo sepa. ¿Te han ofrecido ya trabajo de
forma oficial?
—No. Lucky insinuó que podría haber trabajo para mí,
pero no tengo la impresión de que sea él quien deba hacer
la oferta.
May niega con la cabeza.
—No, debería venir de Thibault o de Ozzie. Pero sé que
hay una vacante. Supongo que solo habrías de comunicarles
que estás interesada. Todo el mundo ha tenido la impresión
de que no estás del todo convencida, y nadie quiere
presionarte.
Asiento con la cabeza.
—Han dado en el clavo. No estoy convencida del todo. Veo
las ventajas, y la verdad es que necesito un trabajo ahora,
pero todavía existe ese elemento de riesgo… Total, que he
decidido pensarlo un poco más. —Me callo unos segundos y
luego trato de actuar con despreocupación—. Entonces,
¿sabes a qué vino la abolladura de la puerta? ¿Quién lo
hizo?
May asiente.
—Supongo que puedo decírtelo. Has firmado un acuerdo
de confidencialidad y estabas presente. —Lanza un suspiro
—. Creemos que lo sabemos. Teníamos un dispositivo de
vigilancia alrededor del edificio y captamos algunas
imágenes en vídeo. Ozzie y Thibault lo están investigando
ahora mismo… junto con Toni.
La forma en que ha mencionado la participación de Toni
me hace prestar más atención.
—¿Tiene algo que ver con ella? ¿Con Toni?
—Creo que sí. Ozzie no está seguro, pero a juzgar por
algunas de las cosas que hemos visto, y algunas de las
cosas que ha dicho Toni, creo que tiene algo que ver con su
pasado. Con su ex.
—Oooh…, chismes… Cuéntamelo todo. —Tengo la
sensación de que cualquier cosa que tenga que ver con el
ex de Toni será una historia interesante. De hecho, no puedo
imaginar nada sobre la vida de Toni que sea aburrido. Estoy
segura de que hasta sus rutinas diarias harían palidecer las
mías: seguro que se cepilla los dientes mientras hace girar
nunchakus y se pone máscara de pestañas mientras lanza
estrellas ninjas al centro de una diana en el otro extremo de
la habitación. Espero con ansia a que May cante como un
pajarito.
Normalmente, mi hermana aprovecharía sin dudarlo
cualquier oportunidad de compartir conmigo los chismes
sobre personas interesantes, pero ahora se está mordiendo
el labio, actuando como si no estuviera segura de querer
hacerlo.
—¿Qué pasa? ¿A qué esperas? Vamos, hermana, o me
veré obligada a requisarte los muffins. —Agarro uno y lo
levanto a la altura de mi hombro.
—Ozzie me ha contado algunas cosas sobre el pasado de
Toni, pero estoy segura de que no querría que se lo dijese a
nadie.
De todo lo que que May ha dicho o hecho desde que
conoció a Ozzie, esto es lo que me deja más impresionada.
Hasta la fecha, que yo sepa, nunca jamás me ha ocultado
un secreto. Hasta ahora. Eso me produce tristeza y felicidad
al mismo tiempo.
May me lanza una enorme miga de muffin.
—¿Por qué me miras así? Parece como si te acabara de
dar una bofetada en la cara o algo así.
Recojo la migaja de mi camisa y se la tiro a ella.
—No, solo estaba pensando en lo mucho que jode cuando
tu hermanita crece y abandona el nido.
—Oh, qué tierno… —dice en tono burlón, justo antes de
ponerse seria—. ¿De qué diablos hablas?
Desenvuelvo el muffin lentamente mientras le respondo.
—El otro día, mientras Dev y yo charlábamos, me dio su
opinión sobre ti, y la verdad es que me hizo pensar en
muchas cosas.
—¿Como por ejemplo…?
—Por ejemplo, que siempre te he visto como a mi
hermana pequeña e indefensa, como a alguien a quien
debía proteger, y en cambio, ahora que somos mayores y
tenemos nuestras propias vidas, esa no es una imagen
precisa de quién eres tú o quién necesito ser yo.
—Ajá…
Lanzo un suspiro de frustración.
—No sé si Dev es una especie de gurú o algo así, pero
cada vez que hablo con él, siento que tengo una idea más
clara de quién soy y de cómo es mi vida.
Me entristezco al pensar en lo que viene a continuación.
Admitirlo en voz alta es más difícil que pensarlo
simplemente.
—Y no siempre me gusta todo lo que veo. Siento que he
tenido miedo de demasiadas cosas durante demasiado
tiempo, y básicamente me he convertido en una tortuga
escondida en un caparazón, dejando pasar una vida
emocionante y llena de aventura. Supongo que por eso
ahora me siento tan confundida con respecto a Bourbon
Street Boys, a los niños, a todo el tema de salir con
hombres…
—Parece que tengas la crisis de los cuarenta o algo así.
Niego con la cabeza.
—No, no creo que sea eso. No tengo ganas de comprarme
un Corvette o salir con un chico de dieciocho años o algo
así. Pero ¿estoy preparada para ser una profesional
freelance para una empresa de seguridad? No lo sé. Este
trabajo realmente te ha cambiado, May, y supongo que tú
también lo ves.
Asiente con la cabeza.
—Así es. Pero creo que todos los cambios han sido para
bien. ¿Y qué tienen que ver mis cambios contigo?
Tendremos papeles distintos. Podrías trabajar desde casa la
mayor parte del tiempo. No es lo mismo.
—Estoy de acuerdo en que son cambios positivos para ti.
Bueno, al menos ahora. No pensaba lo mismo la semana
pasada, pero después de conocer un poco mejor al equipo y
de verlos en acción, me doy cuenta de qué es lo que ves en
ellos. Entiendo por qué estás entusiasmada al ir a trabajar
por la mañana, y también veo por qué encuentras a Ozzie
tan atractivo. Tiene seguridad en sí mismo, es un hombre
inteligente y es muy leal.
—Y es increíble en la cama. No te olvides de esa parte. —
No puede dejar de sonreír.
—Tú y yo sabemos que esa no es la razón por la que estás
con él, pero es una ventaja añadida.
May tiene un brillo ausente y soñador en los ojos que me
produce mucha envidia. Rápidamente cambio de tema para
no pensar nada negativo. Estoy encantada de que sea tan
feliz.
—De todos modos, ha estado muy bien hablar con Dev, y
creo que realmente podría divertirme con él como amigo,
así que, aunque solo sea eso lo que haya entre nosotros,
una amistad, seré feliz.
—Yo también me alegro por ti. —May sonríe—. Podríais
formar una buena pareja.
Niego con la cabeza.
—No nos anticipemos. Nos conocimos la semana pasada.
—¿Y qué? El amor a primera vista es real. Créeme, lo sé.
Me río.
—Me dijiste que cuando conociste a Ozzie, pensabas que
era un hombre horrible y una bestia, con esa barba. Dijiste
que era feísimo. Eso no fue amor a primera vista, de
ninguna manera.
May me mira frunciendo el ceño.
—Esa impresión duró solo unos diez minutos. Una vez que
se afeitó y vi lo guapo que era, fue suficiente. Me enamoré
de él como una loca.
Pongo los ojos en blanco.
—Lo que tú digas.
May arruga el papel de su muffin.
—Entonces, ¿encontraste algo importante en los archivos
de ordenador de la otra noche?
—Bueno, probablemente debería guardármelo para la
reunión de hoy, pero anoche, después de que los niños se
fueran a la cama, encontré algunas cosas interesantes en
las unidades clonadas.
May se sienta con la espalda erguida en la silla.
—¿De verdad? Cuéntamelo.
Me inclino hacia delante, entusiasmada por lo que
descubrí después de trabajar hasta altas horas de la
madrugada.
—En Blue Marine hay una empleada que se sienta en la
estación número tres, llamada Anita, que ha estado
maquillando las cuentas. Aún no se lo he contado todo a
Lucky.
—¿Y qué? Cuéntamelo de todos modos.
Estoy demasiado emocionada con mis hallazgos como
para callármelos.
—Creo que puedo probar la existencia de al menos dos
empresas falsas que esa mujer ha creado para desviar
fondos a una de sus cuentas.
May se queda boquiabierta y tiene que hacer un visible
esfuerzo para hablar.
—Oh… Dios mío. Eso es… increíble. ¿Cómo lo descubriste?
Me encojo de hombros.
—Bueno, esa mujer es una experta en temas informáticos
muy sofisticados, eso tengo que reconocérselo.
—Pero no tanto como mi hermana —dice May,
apretándome el brazo.
Sonrío.
—Exacto.
Aprovecho esta oportunidad con mi hermana para explicar
lo que he hecho de forma que un lego en la materia pueda
entenderlo, sabiendo que bizqueará en cuanto diga algo
demasiado técnico.
—Utilizó un software de ocultación de archivos que tenía
una matriz de cifrado AES 256 bastante difícil…
May se pone a bizquear prácticamente en cuanto empiezo
con mi explicación.
—Oh, Dios mío, eres una nerd.
—Soy una friki de la informática, no una nerd. Hay una
gran diferencia. —Intento explicárselo de nuevo—. Digamos
que ella tenía una contraseña superdifícil en el sistema,
pero yo la descubrí. Y quizá haya accedido a algunos
documentos legales en internet que se suponía que no
debía ver y que me han permitido seguir el rastro de esas
empresas hasta llegar a ella. Creo que pagó mucho dinero a
un abogado para mantenerlo todo en secreto, pero debería
haber contratado también a un ingeniero informático. —
Sonrío como el Gato de Cheshire.
May se inclina para darme un abrazo espontáneo.
—Eres tan increíble… Sabía que podrías hacerlo. Pero
hazme un favor: no se lo expliques a ellos como me lo has
explicado a mí. Usa toda esa jerga tan rara.
Me río.
—¿Por qué?
De repente, parece desesperada.
—¡¿Que por qué?! ¡Pues porque quiero que te ofrezcan el
trabajo! Si actúas como si no fuera gran cosa, pensarán que
pueden contratar al primer tontaina que pase por la calle
para que lo haga.
Eso me sorprende un poco.
—¿Quieren contratar al primer tontaina que pase por la
calle?
May niega con la cabeza.
—No, claro que no. Quieren contratarte a ti, pero Toni
suele ser muy negativa con la gente que se incorpora al
grupo, así que me da miedo que haga extender la idea entre
el equipo de que en el fondo no quieres trabajar allí. Pero si
puedes demostrarles que lo que haces es muy especial y
que no puede hacerlo ningún payaso informático, creo que
habrá más posibilidades de que no hagan caso a Toni.
—Uau. No sabía que le cayese tan mal.
May niega con la cabeza vigorosamente.
—No es que le caigas mal. Te lo prometo. Es solo que es
muy arisca, todo el tiempo. Incluso cuando es amable
conmigo, sospecho que me la está jugando. Así que no te lo
tomes como algo personal.
Parece como si fuera a decir algo más, pero se calla.
Recelo al instante.
—¿Qué ibas a decir?
—¿Qué? ¿Qué quieres decir? No iba a decir nada. —Está
hablando con un tono demasiado despreocupado y alegre
para estar diciendo la verdad.
La fulmino con una mirada de madre furiosa.
—No juegues, May. Estabas a punto de decir algo sobre
Toni. ¿Qué era?
May juguetea con el envoltorio de uno de los muffins
durante un rato antes de responderme.
—No debería decírtelo, de verdad.
Le quito el papel para que no se distraiga.
—No, tienes que decírmelo.
May abre la boca para responder a mi pregunta cuando le
suena el teléfono. Mira la pantalla y levanta el dedo hacia
mí.
—Tengo que responder. Es Ozzie.
Intento no enfadarme cuando contesta la llamada y me
pongo a limpiar la mesa y las migas mientras intercambia
una breve conversación con su novio. Quiero saber de veras
qué iba a decirme sobre Toni. Tal vez si la conociera mejor,
podría arreglar lo que sea que haya hecho mal. No me
gustaría trabajar en Bourbon Street Boys si Toni me odia;
sería demasiado incómodo.
Estoy enjuagando las tazas de café en el fregadero
cuando May se levanta.
—¿Te vas? —pregunto.
—Sí. Ozzie necesita que haga algo inmediatamente.
Qué oportuno…
—¿Vas a acabar de decirme lo de Toni antes de irte?
—Tal vez en otro momento. —Se echa la correa del bolso
al hombro y guarda el teléfono—. Estarás en la nave
industrial hoy a las once y media, ¿verdad?
—Sí. Voy a terminar de escribir el informe sobre lo que
averigüé esta mañana, me vestiré e iré hacia allá.
May me da un abrazo y un beso en la mejilla.
—Estupendo. Te veré luego. Gracias por los muffins. —
Toma otro de la fuente de la encimera y se dirige hacia la
puerta principal—. Voy a llevarle uno a Ozzie. ¡No te
sorprendas si te pide la receta!
Niego con la cabeza mientras camino hacia el recibidor y
veo a mi hermana salir por la puerta principal. Ya casi me
veo haciendo algo tan absurdo como intercambiar una
receta con ese gigante de hombre, el hombre del que se
enamoró después de verlo solo en una ocasión. Nuestras
vidas son una locura absoluta en este momento, pero, por
primera vez, empieza a gustarme la locura.
Capítulo 32

Probablemente debería ser más responsable y terminar de


escribir mi informe para el equipo primero, pero estoy
ansiosa. Tanto hablar sobre Dev y sobre una posible relación
amorosa con él me ha hecho darme cuenta de lo mucho que
necesito salir y dejar de fingir que tengo ochenta y cinco
años y que las citas con hombres son cosa del pasado. Solo
tengo treinta y dos años, me queda mucha vida por delante.
Me queda mucho sexo por delante. Y si no va a ser con Dev,
tendrá que ser con otra persona. No puedo dejarlo todo en
manos de las buenas vibraciones que mi hermana percibe
sobre nosotros.
Cuando estoy segura de que May se ha ido, entro en mi
despacho y enciendo el ordenador. Todavía voy con la
sudadera, con el pelo totalmente despeinado, pero no
importa. Mi futuro novio nunca me verá así. Si las historias
que he leído en internet son ciertas, probablemente elegiré
al peor tipo de toda la ciudad para salir en mi primera cita, y
tendré una historia increíblemente divertida que contarles a
mis amigas después.
Entro en la web de citas y miro la pantalla de inicio.
Todavía estoy conectada desde que Dev y yo visitamos la
página juntos. ¿Qué debería hacer ahora? ¿Comenzar una
nueva búsqueda, o usar la que ya realicé cuando estaba
buscando a Dev?
Como no me decido, decido completar mi propio perfil.
Eso me lleva diez minutos largos, y luego vuelvo a estar
atascada otra vez al principio. ¿Cómo encuentro una cita?
Los resultados de mi búsqueda para encontrar Dev siguen
ahí: una lista de casi treinta nombres con frases textuales
sacadas de sus anuncios. Intento imaginar qué aspecto
tendría mi candidato potencial, y lo que le gustaría hacer en
su tiempo libre, pero lo único que me viene a la cabeza es
un hombre que se parece a Dev y que tiene sus mismas
aficiones. Debería admitir de una vez que estoy colada por
él.
Hago clic en los resultados de búsqueda para
actualizarlos. Ahora hay veintinueve nombres.
—Bueno, qué demonios… Podría empezar por estos tipos
y ver adónde me lleva.
Examino los perfiles y me sorprendo reduciendo los
candidatos a los mismos tres que había elegido antes. Sé
que el que dice que todavía está buscando a su persona
favorita es Dev, así que, obviamente, no lo selecciono a él.
Eso sí sería un acto desesperado, escogerlo de forma
deliberada y luego fingir que se me había olvidado que era
él. Ufff, qué vergüenza…
En vez de eso, hago clic en el que dice «Toma mi mano y
caminaremos juntos». Cuando hago clic en el enlace «Leer
más» y examino su perfil más detalladamente, me
sorprende una vez más lo mucho que me recuerda a Dev.
Sin embargo, Nueva Orleans es una ciudad bastante
grande, así que supongo que no debería extrañarme que
haya más de un tipo que cumpla mis criterios y se parezca a
otro. Sin pararme a pensar qué estoy haciendo, continúo y
hago clic en el botón «Enviar mensaje» y escribo uno
rápido.
He visto tu perfil en la web. ¿Te gustaría
quedar para tomar algo?
El mensaje se firma automáticamente con mi nombre de
usuario: salu2desdnola.
Espero un momento antes de hacer clic en el botón
«Enviar». No tengo nada que perder, ¿verdad? Puede que
parte de mi orgullo, pero no me queda mucho de eso. Por lo
visto, no necesito mucho orgullo para sobrevivir.
Me quedo un momento preguntándome qué hacer a
continuación, y luego percibo mi pestilente aliento.
—Puaj.
Mi próximo paso está muy claro. Es hora de prepararme
para el trabajo. Siento una punzada de emoción cuando me
doy cuenta de que, de hecho, tengo un trabajo al que ir. No
está nada mal para una chica a la que despidieron el lunes.
Justo cuando estoy a punto de cerrar sesión en la web,
oigo un pitido y aparece una pequeña ventana. Dentro de
ella hay un corazón que parece estar latiendo. A mí también
se me acelera el corazón cuando me doy cuenta de que
alguien ha respondido a mi mensaje. Leo la respuesta a
medida que aumenta mi ansiedad.
¡Eso sería genial! ¿Dónde?
Respondo sin pensar.
No sé por dónde vives, pero ¿qué te
parece el Harry’s Harborside Tavern?
No estoy segura de qué hacer a continuación. ¿Cuál es el
protocolo para una primera cita a través de una web? ¿Le
doy las gracias? ¿Le pregunto qué va a llevar? Me siento
como una perfecta idiota. Es él quien pregunta:
¿El sábado? ¿A las 19.00?
Le contesto que sí, dando por sentado que mi hermana
accederá a cuidar de los niños cuando se entere de que
tengo una cita de verdad.
Está bien.
Perfecto. Hasta entonces. Seré el hombre
de la camisa azul.
¿Debo decir algo sobre mi atuendo? Ahora mismo, no
tengo ni idea de qué voy a ponerme. ¿Eso me hará parecer
rara? Vaya. Será mejor que cuente con la sinceridad como
mi mejor aliada en este momento. Si me toca la lotería y
elijo a un hombre maravilloso desde el principio, no quiero
que se enamore de alguien que no soy. No soy una de esas
chicas increíbles que siempre saben qué decir en el
momento justo. Opto por una respuesta concisa.
De acuerdo. Hasta entonces.
Satisfecha por haber cumplido con los términos de mi
trato con Dev, me voy al baño para arreglar las terribles
consecuencias que el intento fallido de dormir ha tenido
sobre mi pelo y mi cara. Con suficiente maquillaje, tal vez
pueda ocultar los estragos sufridos por esta pobre madre
angustiada.
Capítulo 33

No debería estar nerviosa. Conozco a la gente con la que


estoy a punto de mantener una reunión, al menos un poco.
Estuve trabajando con Lucky en una operación nocturna. ¡Y
esta noche voy a salir a cenar con Dev después de navegar
con él por una web de citas! Y pese a todo, aquí estoy, en el
aparcamiento, con las palmas sudorosas, mi pequeño
maletín al lado y el ordenador portátil en su funda,
preparado.
¿Y si mi informe es demasiado amateur? ¿Y si no les he
dado suficientes detalles? ¿Y si les he dado demasiados
detalles? Es imposible saber si lo he preparado
correctamente, porque nunca he hecho algo así en mi vida.
Sí, claro, he asistido a muchas reuniones con ejecutivos de
alto rango, pero siempre conversaba con personas que
hablaban el mismo idioma que yo.
Me preocupa ser demasiado técnica con mis compañeros,
legos en informática, pero también temo no ser lo bastante
técnica. No quiero que piensen que he simplificado
demasiado mi informe solo para que puedan entenderlo. Mi
objetivo es lograr el equilibrio perfecto entre el lenguaje
especializado y el habla normal.
Un vehículo se detiene a mi lado y la puerta de la nave
industrial empieza a abrirse, por lo que deduzco que
quienquiera que conduce el coche tiene un mando a
distancia. La ventanilla del lado del conductor del SUV
oscuro se abre y veo a Toni. Primero me señala con la
cabeza y luego indica la puerta. Aunque no estoy segura de
lo que quiere decirme. ¿Es un saludo de chicas? ¿Quiere que
salga del vehículo? ¿Me está invitando a que pase yo
primero? No quiero equivocarme y quedar como una
auténtica estúpida.
Pone los ojos en blanco ante mi inacción y gesticula para
que baje la ventanilla.
Cuando la he bajado, sus palabras me llegan en voz alta y
clara.
—Deberías seguirme. Aparca dentro.
—¿Y eso? —Estar detrás de una puerta cerrada cuyo
código de acceso desconozco me dificultará mucho más la
tarea de irme cuando esté lista. Seguramente querrán
discutir sobre mi informe cuando me vaya, y será una
molestia que alguien tenga que acompañarme para
introducir el código y dejarme salir.
—Porque —empieza a decir, con irritación— aquí nos
gusta trabajar de incógnito. Si alguien aparca fuera, todo el
mundo puede saber que ese alguien está aquí.
—Ah. De acuerdo. —No tengo nada que decir a eso, pero
ya vuelvo a sentir el fantasma del peligro acechándome, y
eso me deja la conciencia muy intranquila. ¿Seguro que ha
sido buena idea venir? ¿Hago bien en plantearme trabajar
para ellos de forma más permanente?
No tengo tiempo para decidirlo ahora mismo. Toni se ha
detenido y espera que la siga. Mientras avanzo con el
coche, adentrándome en la oscuridad de la nave industrial,
me doy cuenta de que no somos las primeras en llegar: hay
varios vehículos aparcados dentro, incluidos los de May y
Dev. Cuando apago el motor, oigo unos ladridos. Sahara y
Felix bajan por las escaleras para saludarnos.
No sé qué tiene esta pareja de adorables perritos, pero
me tranquilizan inmediatamente. No hace falta que me
preocupe de dónde he aparcado o qué significa eso ahora
mismo. Puedo abrazar a los cachorros, darle mi informe al
equipo y luego irme al centro comercial. Ese es mi viernes
ideal. Nada de miedos absurdos ni de ponerse histérica.
May baja las escaleras después de los perros a un ritmo
más tranquilo, lo que significa que no aterriza en una
maraña de patas y pelo al llegar al pie de escalera, a
diferencia de los animales. Felix se vuelve loco, tratando de
desenredarse de su novia. Sahara lo mira aturdida mientras
él corretea alrededor, ladrando como si lo estuvieran
electrocutando con una Taser o algo así.
—¡Has venido! —exclama mi hermana.
—¿Se encuentra bien? —pregunto, señalando a Felix.
—Ah, sí, está bien. Es que no le gusta nada cuando Sahara
lo tira al suelo. Ahora mismo la está regañando.
Es una escena divertidísima. ¿Será ese el aspecto que
tengo cuando les grito a los niños? Cierro la puerta del
automóvil y me dirijo al lado del pasajero para recoger mis
cosas.
—Sí, he llegado a tiempo. Es un milagro.
Mira dentro del coche.
—¿Sammy está bien?
—Sí, de momento. Todavía tengo que encontrarle una
guardería fija para el resto del curso, pero hoy estará bien.
Me apunto mentalmente que tengo que hacer unas
llamadas cuando salga de aquí.
—Hola, Toni —saluda May a su compañera de trabajo.
—Hola. ¿Todo bien?
—Sí, perfecto. Con muchas ganas de oír lo que Jenny tiene
que decirnos sobre lo que encontraron Lucky y ella.
Al parecer, Toni no tiene nada que añadir a eso. Sube las
escaleras delante de nosotras, sin mirar atrás.
Es un hueso duro de roer, pero, por lo que decía mi
hermana, preocuparse por caerle bien a Toni es un esfuerzo
inútil. Probablemente, lo único que puedo esperar es
respeto mutuo. Con un poco de suerte, después de ver mi
informe, me ganaré su aceptación.
May baja la voz para que nadie nos oiga mientras
miramos hacia arriba.
—¿Estás nerviosa?
—¿Cagan los osos en el bosque?
—Sí. Porque los osos producen un abono estupendo, ¿no
lo sabías?
—¿El qué?
May me sonríe mientras sube las escaleras de lado.
—Que plantan bellotas y siembran cosas con sus
excrementos.
Pongo los ojos en blanco.
—Ja, ja, ja. Muy graciosa. —Me inclino y le susurro con la
voz más amenazadora posible—. No te atrevas a hablarle a
nadie sobre mi obsesión con Animal Planet.
—Se me puede sobornar, ¿sabes?
—¿Quieres venir al centro comercial conmigo? Tengo una
tarjeta de regalo que gastarme… —La miro arqueando las
cejas de manera elocuente.
—¿Animal Planet? ¿Quién ve esa tontería de canal? Mi
hermana no. —Sonríe—. Ahí estaré. ¿A la hora del
almuerzo?
Asiento con la cabeza. Hemos llegado a lo alto de la
escalera y Toni introduce el código que nos dará acceso a la
sala de las espadas. Empuja la puerta lo bastante fuerte
para que se abra del todo, pero no se molesta en
sujetárnosla.
En cualquier otra circunstancia, la consideraría una
maleducada, pero el hecho de que May me haya advertido
de antemano me convierte en una mujer más tolerante.
Además, no puedo permitirme el lujo de pensar que alguno
de los miembros del equipo es mala gente. ¿Qué pasa si me
ofrecen un trabajo? ¿Qué voy a decir? ¿Me echaré atrás
porque me preocupa que haya una chica mala entre
nosotros? Espero no ser esa clase de persona, alguien que
se asusta tan fácilmente.
Los perros pasan corriendo por mi lado y a punto están de
tirarme al suelo con su entusiasmo por volver a la zona de
reuniones.
—¡Maldita sea! —exclamo, tratando de agarrarme a algo
para no caer, sujetando el tirador de la puerta con todas mis
fuerzas. Mi maletín se balancea y me golpea en el estómago
—. Dios, sí que tienen prisa.
Me quedo ahí de pie, doblada sobre el estómago para
tratar de recobrar el aliento y rezando para que no me haya
visto nadie. Cuando miro hacia arriba, veo que Toni me mira
con cara rara. Genial.
—Alguien tiene que entrenar a esos perros —dice May con
aire gruñón.
La miro con los ojos abiertos como platos.
—Desde luego, alguien tendría que hacerlo…
—¡Oh, mira! ¡Espadas! —dice May, obviamente en una
maniobra de distracción para que me olvide del tema del
adiestramiento de perros, pero le hago caso y examino las
espadas de todos modos. Son impresionantes, a pesar de
que ya las he visto un par de veces. Y son todas de Dev. No
sé lo que daría por verlo manejar una de ellas…
Las voces de la habitación contigua me impiden hacer
algún comentario o avanzar en esa línea de pensamiento.
La conversación con May me ha ayudado a relajarme un
poco, pero ahora que oigo a sus compañeros, vuelvo a estar
nerviosa de nuevo. ¿Me sentiré cómoda aquí alguna vez?
Capítulo 34

May me da un suave empujón en la espalda.


—Date prisa. No quiero llegar tarde.
Entro y saludo a Lucky, que está al otro lado de la
habitación. Él gesticula señalando el asiento vacío a su lado.
También hay un asiento vacío junto a Dev, de espaldas a
nosotras, pero me falta valor para sentarme ahí. Me dirijo al
otro lado de la mesa para sentarme al lado de mi
compañero de fechorías nocturnas, mi amigo el clonador de
ordenadores Lucky. Cuando me siento, Dev me mira y
sonríe, y su cálida mirada me calma los nervios al instante.
Ozzie habla y todas las voces se callan para escucharlo.
—Parece que ya estamos todos, así que podemos
empezar.
Consulto disimuladamente el reloj, asegurándome de que
no he llegado tarde. Siento alivio al ver que son las once y
media clavadas.
—Me gustaría comenzar con Blue Marine.
Ozzie nos mira a Lucky y a mí. Por suerte, Lucky toma la
iniciativa.
—Como todos sabéis, Jenny y yo fuimos a las instalaciones
de Blue Marine el miércoles por la noche, clonamos todos
sus ordenadores y obtuvimos acceso a su servidor. Analicé
algunos de los datos que sacamos, pero estoy seguro de
que Jenny tendrá más información.
Gira la silla para mirarme de frente.
Intento hablar con naturalidad al responder, pero tengo
que aclararme la garganta un par de veces para que me
salga la voz, porque mis primeros dos intentos recuerdan al
croar de una rana más que a una voz humana.
—Sí, bueno, como ha dicho Lucky, hicimos una labor de
recopilación de datos el miércoles por la noche. Teníamos un
plano de la oficina y de los distintos sistemas informáticos
que había allí, y lo clonamos todo. Estuve un buen rato
examinando los sistemas clonados para ver qué podía
encontrar, y había una estación en particular que me llamó
la atención. —Busco en mi carpeta de archivos y saco el
informe que he redactado, avergonzada por haber
imprimido solo tres copias. Le doy una a Lucky y la otra a
Ozzie, y me quedo con la tercera para usarla como
referencia—. Lo siento, pero no tengo copias para todos.
—No te preocupes por eso —dice Thibault—. Danos
simplemente la información más relevante. Podemos leer el
informe detallado más adelante si es necesario.
Menos mal que está Thibault; tiene un don especial para
hacer que me sienta más relajada. Sin embargo, ahora
mismo ni siquiera puedo mirar a Dev; seguro que se me
olvida hasta mi propio idioma si veo ese hoyuelo.
—Bueno. Entonces, como he dicho, había una estación
que me llamó la atención. Lo he detallado en el primer
párrafo.
Miro a Ozzie y Lucky y compruebo que miran con mucha
atención lo que he escrito para ellos en el informe. Hasta
ahora no veo ninguna expresión rara, así que creo que voy
por buen camino con el primer párrafo. ¡Un hurra por mí
misma!
—La empleada que trabaja en ese ordenador se llama
Anita.
Lucky levanta la vista en ese momento y lanza un fuerte
silbido. Thibault está sacudiendo la cabeza.
—Vaya, vaya… —dice, lo que me lleva a pensar que es
una mala señal. ¿He hecho algo mal?
Ozzie resuelve el misterio.
—¿Anita? ¿No es la mujer de uno de los propietarios?
Thibault responde.
—Sí. Creo que sí, ¿no es así, Lucky?
Él asiente con la cabeza.
—Eso es lo que tengo entendido. —Me mira—. Sigue.
Asiento con la cabeza antes de proseguir.
—Bueno… ¿por dónde iba…?
Utilizo el dedo para encontrar el punto y luego paso a la
siguiente página del informe para acordarme de lo que
viene después. Hago una pausa de unos segundos para
decidir qué nivel de tecnicismos voy a emplear. No quiero
simplificar mi trabajo, como dijo May, pero tampoco quiero
que parezca que estoy alardeando de mis conocimientos. Es
fácil para mí ponerme en plan genio de la informática y que
los demás se lleven la impresión equivocada. Miro el papel
mientras continúo.
—Sí. Bueno. Podéis echar un vistazo a las capturas de
pantalla más detalladas que he incluido al final del
documento, y los detalles más técnicos, pero básicamente,
la empleada había escondido en su disco local algunos
archivos usando un software especial con una herramienta
de encriptación bastante sofisticada. En esos archivos y a
través de otras fuentes en línea, encontré documentación
que parece indicar que ha creado varias entidades, que he
verificado a través del Departamento de Estado. Cada una
de ellas la identifica como la única propietaria de las
cuentas. Hice una referencia cruzada con los pagos que
Lucky clasificó como sospechosos en el sistema, y todos
están relacionados. Absolutamente todos. Se ha estado
pagando a sí misma por servicios que, muy probablemente,
no se han prestado o, si se han prestado, ha sido a cambio
de mucho menos dinero de lo que se pagó a sí misma.
Me callo para darles unos segundos para asimilar la
información, antes de continuar.
—Trató de ocultar su identidad, y podría haberse salido
con la suya, pero… no lo consiguió.
—No lo entiendo —dice Toni—. ¿Qué quieres decir con
eso?
—Lo que quiero decir es que es muy probable que alguien
la ayudara: o ella o alguien que conoce es un experto en
ordenadores con conocimientos bastante avanzados, y
también fueron necesarios ciertos conocimientos en materia
legal para ocultar las diversas entidades y su propiedad. La
información que necesitaba encontrar no estaba disponible
en los registros públicos. Pero la encontré. Simplemente,
ella tuvo mala suerte, supongo. La mayoría de la gente lo
habría pasado por alto o no habría podido acceder a esa
información. —Sí, soy una bestia de la informática y no me
da miedo admitirlo. Frank no debería haberme despedido.
—¿Has hackeado el ordenador de alguien? —pregunta Toni
con aire escéptico.
—Sería mejor que no compartiera todos los detalles
públicamente. —Me encojo de hombros—. Por razones
relacionadas con hechos refutables, tú ya me entiendes… —
No es que nadie pueda rastrear lo que he hecho, pero aun
así. Es mejor que el número de personas conocedoras del
asunto se mantenga en un círculo muy reducido, y estoy
segura de que ella no es quien toma las decisiones aquí
dentro.
Toni frunce el ceño, pero Thibault sonríe, y lo tomo como
una buena señal. La expresión de Ozzie es tan indescifrable
como siempre. Dev y Lucky asienten. Por la cara que pone,
May parece como si acabara de ver a su hijo dar el primer
paso. Creo que se contiene para no ponerse a aplaudir.
Tengo el pecho henchido de orgullo, con el corazón a punto
de estallar.
—¿De cuánto dinero estamos hablando? —pregunta
Thibault.
Me vuelvo a Lucky para que sea él quien hable. Yo
encontré todas las conexiones e hice el recuento, pero no
quiero pisarle su terreno. Él es quien se encarga de las
finanzas, no yo. Sé trabajar en equipo.
—Casi un millón de dólares en cinco años.
Dev lanza un silbido al oír la escandalosa cantidad, y el
silbido me hace levantar la vista hacia él. Nos miramos a los
ojos y me empieza a arder la cara. Tengo que apartar la
vista. No me puedo creer lo estúpida que me siento, con el
estómago revuelto y el corazón desbocado de solo mirarlo.
Es como el calamar, hipnotizándome con su adorable poder
de persuasión.
Ozzie vuelve a centrarse en mí.
—Sé que esto es más bien un asunto legal, pero ¿qué
sabes sobre el delito por fraude financiero? ¿Crees que
tenemos pruebas suficientes?
En ese momento se me acelera el corazón, pero por una
razón completamente diferente.
—Pues… No tengo ni idea. Lo siento.
Vaya. ¿Se suponía que tenía que investigar eso?
Lucky retoma la conversación.
—No te preocupes, no es tu área de especialización. Este
informe es fantástico. Muy minucioso. Debes de haber
tardado horas en redactarlo. —Lo hojea para dar más
énfasis a sus palabras y enseña una captura de pantalla a
Thibault para que la vea.
—Sí, tardé bastante, pero tomé un montón de café y los
niños estaban dormidos, así que…
Me encojo de hombros, agradeciendo el intento de Lucky
de hacerme sentir mejor, pero frustrada por no haber
pensado en los aspectos legales. Claro, no es mi área de
especialización, pero sabía para qué estábamos haciendo el
trabajo.
—Ya os dije que era buena —dice mi hermana, radiante de
felicidad.
Cuando Ozzie termina de hojear el informe, se lo entrega
a Thibault y es este quien lo examina, asintiendo cada vez
que pasa una página. Dev asiente con la cabeza y me guiña
un ojo antes de estudiar la expresión de Thibault.
—Tienes razón, Lucky. Esto está muy bien. Muy buen
trabajo. Ni siquiera entiendo la mayor parte.
Entonces habla Dev y su voz hace que me sonroje de
nuevo.
—Así que, ¿cuál es el plan? ¿Cuál es nuestro siguiente
movimiento?
No puedo mirarlo a la cara, tengo miedo de que mi
expresión delate lo colada que estoy por él. Lucky responde.
—Bueno, voy a sentarme con Jenny para que me enseñe
todo esto en el ordenador, y luego tenemos que invitar al
señor Jorgensen a que venga y mostrarle lo que hemos
descubierto. Llegados a este punto, supongo que querrá
involucrar al departamento de policía. —Lucky me mira—.
¿Te parece bien? ¿Te importa reunirte con el cliente y
exponerle lo que has encontrado? Creo que eres la única
que realmente puede explicar los detalles.
Estoy impaciente por colaborar y que sigan las buenas
vibraciones.
—Por supuesto. Quiero ayudar tanto como pueda. Me
contratasteis para este trabajo, así que haré lo que sea
necesario para terminarlo.
—Eso nos lleva a nuestro siguiente punto en el orden del
día —dice Ozzie. La sala se calla y Thibault deja el informe
sobre la mesa, volviendo a centrar su atención sobre mí.
Los miro a todos, pero el único que me da alguna pista
sobre lo que está pasando es Dev. Me sonríe y luego me
guiña un ojo. Tengo que mirar a otro lado porque la cara se
me está poniendo roja como un tomate. Siento como si mi
cuerpo acabara de prender fuego.
—Basándome en el informe que tenemos delante y en los
comentarios que me hizo Lucky sobre el terreno y también
Dev, por no hablar de la información que recabó Thibault y,
por supuesto, de la recomendación de May… —Ozzie hace
una pausa para mirar a su novia, haciendo que se sonroje—.
Me gustaría pasar al tema de nuestra conversación anterior,
si os parece bien a todos los miembros del grupo.
Todos en la mesa a excepción de Toni asienten a la vez
con la cabeza. Ella no dice nada, sino que se limita a mirar
fijamente al vacío. Ozzie dirige su atención hacia mí.
—Sé que la semana pasada empezamos con el pie
izquierdo contigo, pero todos nos hemos quedado
verdaderamente impresionados con tu trabajo y tu
rendimiento en general. Thibault, Lucky y yo hemos
realizado un análisis de nuestra empresa y hemos llegado a
la conclusión de que hemos rechazado muchos encargos
porque en nuestros servicios actuales nos faltan una serie
de habilidades concretas. Creemos que tu podrías suplir
esas carencias.
Hace una pausa para dejar que asimile sus palabras y tal
vez para observar mi reacción. Yo mantengo una actitud lo
más serena posible dadas las circunstancias. Tener a Dev al
otro lado de la mesa me ayuda a recordar que sé reaccionar
bien bajo presión. Solo he de pensar en la otra noche en la
oficina y en que no salí corriendo por la puerta gritando
presa del pánico. Me enfrenté a eso, me enfrenté al imbécil
de Frank y, desde luego, puedo enfrentarme y manejar esto
también.
—Entonces, si tú quieres, nos encantaría que te
incorporaras al equipo. Empezaríamos con un período de
prueba de noventa días, para ver si el acuerdo funciona,
tanto para ti como para nosotros, pero si todo sale como
pensamos, podríamos contratarte a jornada completa y tú
tendrías derecho a todos los beneficios que conlleva esa
opción.
Trago saliva un par de veces tratando de encontrar mi
voz. ¿Debería hacerlo? ¿Debo correr el riesgo? ¿Debo dejar
de preocuparme por todas las cosas malas que podrían
suceder y centrarme en todas las cosas buenas que podrían
suceder?
Miro a Dev, al otro lado de la mesa, y él me observa con
expresión seria. Asiente con la cabeza, como si tuviera toda
la confianza del mundo en mí, como si realmente pudiera
ser un miembro de aquel equipo de superamigos. Siento
una mezcla de alegría y orgullo inmensos en el corazón.
Asiento con la cabeza.
—Sí, me gustaría. El período de prueba parece una buena
idea.
Esa es mi vía de salida; si resulta que odio el trabajo, no
pasa nada; decidiré no continuar y no tendré que romper
ningún compromiso con nadie. May, por su parte, no sufrirá
las consecuencias ni la ira del resto de su equipo. Prefiero
no pensar dónde encaja Dev en ese escenario.
Ozzie asiente.
—Estupendo. —Mira alrededor de la mesa—. ¿Algún otro
asunto que discutir en este momento?
Estoy segura de que a partir de entonces continúan la
reunión y hablan sobre otro cliente, pero no escucho ni una
sola palabra. Permanezco sentada en la mesa en una nube
de aturdimiento, sin poder creer mi buena suerte. ¿O es mi
desgracia? Imposible saberlo ahora mismo. Lo único que sé
es que estoy sentada a una mesa con mi hermana —que
podría decirse que es la mejor amiga que he tenido—, y con
un hombre con un hoyuelo mortal que me está lanzando la
mirada más adorable que pueda imaginar, y que acaban de
ofrecerme un trabajo a jornada completa. Creo que en este
período no se va a poner a prueba solo mi trabajo, sino
también mi corazón.
¿Sobreviviré? es la pregunta. Y si no lo hago, ¿dónde
estaré entonces? ¿Qué pasa si resulta que este es como mi
último empleo, donde trabajé mucho para luego acabar
destrozada y en la calle?
No quiero ni pensarlo en este momento. Mirar siempre por
el espejo retrovisor no es la manera de avanzar hacia
delante. «¡Arriba, arriba y fuera!», como dice Superman. Me
voy a centrar en mi futuro y no en los errores del pasado.
Capítulo 35

Bueno, ya ha llegado: el ansiado momento en el que he


llevo días pensando. Devuelvo a su sitio la cortina del
ventanal delantero. Dev está en la entrada, bajándose de su
vehículo. Tiene un aspecto muy elegante, con pantalones de
color caqui y una camisa de algodón con botones.
Me doy un repaso de arriba abajo yo también, satisfecha
de haber tirado la casa por la ventana en el centro
comercial y de haberme comprado este vestido cuando fui
de compras con May. He pasado tantos años vistiendo ropa
cómoda y aburrida, yendo a trabajar en zapatillas de
deporte y vaqueros, que casi había olvidado lo que se siente
al ir arreglada.
Los niños están felizmente instalados en la casa de la tía
May. Para ellos es toda una ocasión especial poder quedarse
a dormir allí. Por lo general, May prefiere ver a mis hijos
aquí, pero cuando se ofreció a llevárselos a su casa, estoy
segura de que lo hizo porque estaba pensando que esta cita
podría salir muy, muy bien. Sin embargo, es imposible que
vaya tan sumamente bien; no pienso acostarme con un
compañero de trabajo en nuestra primera cita. Además… no
es una cita de verdad. Perdí una apuesta, eso es todo.
Suena el timbre y se me acelera el ritmo cardíaco. Me
examino el maquillaje de los ojos y repaso los dientes en el
espejo de la entrada antes de acudir a abrir la puerta.
Intento aparentar un aire de despreocupación que no siento
cuando me apoyo en el marco de la puerta.
—Hola, Dev.
—Hola. —Está plantado en el porche de mi casa,
mirándome desde arriba, y si no me equivoco, parece un
poco nervioso—. ¿Estás lista? ¿O prefieres que nos tomemos
una copa aquí primero?
Tengo una botella de vino en la nevera, pero me preocupa
que nos quedemos sin conversación si permanecemos en la
casa vacía y silenciosa mucho tiempo.
—Podemos irnos ya, si quieres. A menos que hayas
reservado para más tarde…
Niega con la cabeza.
—No. Podemos irnos.
Agarro mi bolso de la consola del recibidor, comprobando
dos y hasta tres veces que tengo mi teléfono y la billetera.
Como la cena de esta noche me toca pagarla a mí, me
aseguré de pasar por el cajero automático para sacar algo
de efectivo. De vez en cuando, mi tarjeta de débito no
funciona, y no quiero sufrir esa clase de vergüenza esta
noche. En realidad, no quiero sufrir esa vergüenza nunca,
pero como a veces Miles me da cheques sin fondos, es
inevitable. Por alguna extraña razón, al banco no le gusta
adelantarme dinero.
Después de cerrar la puerta, bajamos juntos los escalones
de la entrada.
—¿Adónde vamos? —pregunto.
Me acompaña al sitio del copiloto y me abre la puerta.
Estoy encantada. Ya sé que es un gesto pasado de moda,
pero no puedo evitarlo. Miles nunca hacía eso, ni siquiera
cuando estábamos saliendo.
—Ya lo verás. No te preocupes, te gustará. Lo prometo.
Me siento y me aliso el vestido mientras él cierra la
puerta. Tengo unos segundos para admirar su increíble
cuerpo mientras pasa por la parte delantera del vehículo y
llega al asiento del conductor. Me siento realmente
afortunada de estar con él esta noche, aunque solo sea una
cena de amigos. También me siento muy afortunada por el
hecho de formar parte del equipo, porque si nos quedamos
sin temas de conversación en la cena, siempre podemos
hablar del trabajo. Estoy muy intrigada por las historias de
la vida de sus amigos, así que, ya solo por eso, esta cena es
una magnífica oportunidad para conocer un poco mejor a
mis compañeros.
Dev pone en marcha el trasto que es su automóvil y sale a
la calzada dando marcha atrás, usando la parte inferior de
la mano para darle vueltas y más vueltas al volante.
Salimos del vecindario en dirección norte y no tardamos en
incorporarnos a la carretera principal, que sé que nos
llevará a una zona de la ciudad que no frecuento muy a
menudo. Pero no voy a preocuparme por eso, porque confío
en este hombre. Sé que nunca me pondría en peligro.
—Muy buen trabajo lo de hoy —me felicita.
—Gracias. No ha sido para tanto.
Nunca se me ha dado bien aceptar los elogios sobre mi
trabajo. Las evaluaciones de desempeño no me suponen
ningún problema, porque son sobre todo en papel, pero
cuando la gente me felicita a la cara, siempre me hace
sentir incómoda. Miro por la ventanilla, esperando que se
me pase la sensación embarazosa.
—Bueno, a Ozzie sí le ha parecido que era un trabajo
excepcional. Y a mí también.
—Pues a Toni no. —Intento que mi voz no transmita
amargura.
Dev niega débilmente con la cabeza.
—No te preocupes por Toni. Ya se le pasará. Es muy
obstinada y protectora.
Miro a Dev.
—¿De verdad piensa que sería capaz de hacer algo que os
perjudicara?
—No lo creo. Bueno, no creo que piense que puedas
perjudicarnos deliberadamente, pero le preocupa que tener
a personas en el equipo sin formación o entrenamiento
específicos pueda resultar perjudicial. Y no anda
desencaminada con respecto a eso.
Quiero defenderme, pero probablemente ella tiene razón.
Este no es un trabajo normal en el que entras y trabajas
ocho horas y luego te vas. Es una empresa de seguridad
que maneja información realmente sensible, y yo soy todo
lo contrario a alguien especializado en seguridad.
—Pero no te preocupes por eso —dice—. Te pondremos en
forma enseguida.
—¿Lo dices literalmente o en sentido figurado?
Me río un poco, pero él no se ríe conmigo.
—Las dos cosas. Yo me encargo de tu entrenamiento
físico, así que no tienes nada de que preocuparte.
Me mira y me lanza una sonrisa elocuente.
—Suena emocionante. —Lo digo con una absoluta falta de
entusiasmo.
Se acerca y me da un golpecito en la pierna.
—Ten cuidado. Ahora soy tu entrenador, así que no me
hagas enfadar.
—Vaya, vaya, eso suena a amenaza. A ver cómo tengo el
pulso… —Apoyo los dedos en la muñeca con gesto
exagerado—. Hmmm, no. Lo siento. No me has asustado.
—Pronto lo haré. Te lo prometo.
Sé que está bromeando, pero siento un cosquilleo de
emoción en la espina dorsal al oírlo decir eso. Me gusta
cuando pasa de bromear a hablar en serio. Hace que
parezca casi peligroso, y aunque soy más bien alérgica al
peligro real, el peligro sexy es algo a lo que podría
acostumbrarme.
Realizamos el trayecto en un plácido silencio, escuchando
la radio y disfrutando de la temperatura un tanto fresca, que
nos permite conducir con las ventanillas bajadas, para
variar. Cuando «Boys Don’t Cry», una de mis canciones
favoritas de los años ochenta, suena por los altavoces, Dev
y yo nos ponemos a cantar juntos. Al llegar al estribillo,
cantamos a voz en grito. Para cuando llegamos al
aparcamiento del restaurante, prácticamente nos
desgañitamos entonando las últimas frases de la canción.
Las hormonas de la felicidad bombean por mis venas
mientras él encuentra una plaza de aparcamiento cerca de
las puertas delanteras y apaga el motor.
—¿Estás lista para una ración de bagre? —me pregunta.
Miro al letrero que hay encima de nosotros.
—En el cartel dice «El Pollo Frito». Creo que se supone que
debería estar lista para una ración de pollo.
Definitivamente, voy demasiado arreglada para comer en
este restaurante, pero no me importa, porque él también lo
está. Es toda una aventura, y podría pasar cualquier cosa.
Cosas divertidas. Cosas sexys, tal vez. ¡Yupi! ¡A por mi
ración de bagre!
—Quédate ahí.
Abre la puerta y sale del coche, la cierra y luego corre a
mi lado. Me abre la puerta y él se planta allí con la mano
extendida. Deslizo la mía y me ayudo de su mano para
apearme. Me siento como una princesa. Una princesa en la
puerta de El Pollo Frito, la capital de la comida frita de
Nueva Orleans, a juzgar por el olor.
—Confía en mí —dice—, este será el mejor bagre frito que
hayas comido jamás.
Me lleva a la puerta de entrada. El olor a grasa se vuelve
más penetrante.
—¿Y si no me gusta el bagre? —pregunto, mirándolo de
soslayo.
Él agarra la puerta y la abre, mirándome con una
expresión muy seria.
—Si no te gusta el bagre, me temo que ya no podemos
ser amigos.
Le doy un golpecito en la barriga al pasar.
—Pues menos mal que me gusta …
Pues sí, estoy coqueteando, a pesar de que ha dicho
«amigos». ¿Y qué? Es demasiado guapo, con ese hoyuelo
suyo. Estoy segura de que sabe perfectamente que me
derrito cada vez que sonríe y me lo enseña.
Varias personas saludan a Dev por su nombre cuando
entramos en el restaurante. Una mujer corpulenta de unos
sesenta años nos conduce a un reservado en la parte de
atrás.
—¿Lo de siempre? —pregunta.
—Por supuesto. Tráeme una ración doble para que pueda
compartirlo con esta encantadora señorita.
La mujer me mira y me guiña un ojo.
—Ya decía yo que algún día traerías a alguien especial.
¿Significa eso que soy la primera? Me arde la cara por el
cumplido.
—Te presento a Jenny. Es una amiga del trabajo.
La voz de Dev ha adquirido un distintivo acento cajún. Me
gusta. Mucho. La mujer asiente con la cabeza.
—Jenny, me alegro de conocerte. Yo soy Melba, y aquí
eres bienvenida cuando quieras, aunque no traigas a este
soso contigo.
Señala a mi compañero a pesar de que no es mi pareja
sentimental.
—Me han dicho que aquí se come el mejor bagre de la
ciudad —le digo sonriendo y en el tono desenfadado y
agradable del ambiente del lugar.
—Te han informado bien, pero dejaré que lo juzgues por ti
misma. —Mira a Dev—. ¿Un té dulce?
Él le guiña un ojo.
—Tráenos dos.
No voy a protestar por todas las calorías de ese té,
probablemente tan dulce como una Coca-Cola de verdad.
Esta noche voy a cometer toda clase de excesos. Voy a
comer bagre y beber té dulce hasta que mi estómago pida
clemencia.
Cuando la camarera nos deja a solas en la mesa, los
ruidos de los comensales satisfechos nos rodean con un
murmullo de felicidad. El olor a comida grasa y frita flota en
el aire, y probablemente me va cubriendo el pelo y la ropa,
pero no me importa. Esta ya es una de las mejores citas que
he tenido en mi vida.
—Entonces, ¿te gustó trabajar con Lucky?
Asiento con la cabeza.
—Sí. Pasamos un poco de miedo cuando entraron aquellos
intrusos mientras estábamos en la oficina, pero aparte de
eso, fue divertido.
Al decirlo me doy cuenta de que me divertí de veras,
mucho. Sospecho que este empleo va a ser muy parecido a
un embarazo: parece algo horrible, difícil y aterrador, pero
luego, al mirar atrás, solo recuerdas las cosas buenas. El
miedo se desvanece en un simple destello de la memoria, y
los detalles se vuelven borrosos y difíciles de recordar.
—Lucky dice que lo hiciste bien. Y no tendrás que
preocuparte por ese tipo de cosas en el futuro. Las
operaciones sobre el terreno son algo excepcional para
Lucky, y ocurrirá lo mismo en tu caso.
—Me dijo que trabaja en la nave industrial la mayor parte
del tiempo y, a veces, desde casa.
—Sí. Tú lo has dicho. Lucky suele ser muy hogareño.
Juego con el tenedor; me gustaría hablar más sobre Lucky
y su vida, pero no quiero parecer entrometida. Es solo que
es una persona interesante, un verdadero misterio, y me
encantan los rompecabezas. Tal vez por eso soy tan buena
en mi especialidad. Y tal vez por eso este trabajo con los
Bourbon Street Boys empieza a entusiasmarme de verdad.
Con ellos, podría resolver acertijos todos los días.
—¿Conoces a su pez, Sunny? —pregunto, tratando de
parecer despreocupada, lo cual no es fácil, teniendo en
cuenta que estoy hablando de un pez para dar pie a una
conversación.
Dev niega con la cabeza.
—No. Lucky se mudó a otra casa hace un tiempo, y no sé
si alguien ha estado allí todavía. Tal vez Thibault. Sunny se
fue a vivir con él un tiempo después de que cambiara de
apartamento.
—¿Cómo es que no has estado allí? ¿No le gustan las
visitas?
Dev mira a lo lejos.
—Lucky es una persona… reservada, por decirlo de algún
modo.
Contemplo la mesa, dibujando líneas imaginarias en la
superficie con la yema del dedo.
—Me habló de su hermana.
Miro a Dev para observar su reacción, y veo que parece
muy sorprendido.
—¿De verdad? Eso… no me lo esperaba.
—¿Por qué? Quiero decir, ya sé que es algo muy personal,
pero simplemente surgió en una conversación.
No quiero que Dev piense que sonsaco secretos íntimos a
la gente el primer día que trabajo con ellos.
—Lucky no habla de eso con nadie. Quiero decir, es algo
que sucedió y, por supuesto, hablamos de ello en su
momento, pero nadie ha vuelto a sacar el tema.
—Me dijo que no habla de ello porque incomoda a la
gente cuando lo hace. No es que él no quiera.
Dev se encoge de hombros.
—Bueno, es incómodo, pero eso no significa que no se
deba hablar del tema. Supongo que yo no lo menciono
porque no quiero que se sienta mal. Pensé que él querría
dejarlo atrás.
Asiento con la cabeza.
—Sí, lo entiendo.
—¿Te dijo algo sobre eso? ¿Sobre el hecho de que
nosotros no hablásemos nunca de lo ocurrido?
Me encojo de hombros, pues no quiero meterme en su
relación y causar problemas; yo aquí soy la recién llegada.
Sin embargo, si puedo ayudar a Lucky, me gustaría hacerlo.
Decido obrar con delicadeza y medir mis palabras. Si Dev
empieza a parecer molesto o incómodo, cambiaré de tema.
Me pondré a hablar sobre el pichiciego pampeano. Eso
nunca falla: seguro que le quita a su compañero de trabajo
de la cabeza en un pispás. Personalmente, los encuentro
unos animales fascinantes, y son los favoritos de mis niñas.
Continúo, observando atenta a Dev mientras hablo para
asegurarme de que no lo hago sentirse incómodo.
—Sí, mencionó que parece que nadie quiera hablar de su
vida, pero lo atribuye a que todos se sienten mal por él y no
quieren verlo regodearse en el dolor, como dijiste. No es
que esté enfadado con nadie por eso.
—¿Estás diciendo que quiere hablar de su hermana y de lo
que le pasó?
—Pues sí. Creo que sí. Creo que todavía está en fase de
duelo, y podría ayudarlo a recordarla de una forma positiva.
Como, por ejemplo, que la gente lo escuchara hablar sobre
ella, sobre sus recuerdos de ella. Se culpa a sí mismo,
¿sabes?
—Eso sí lo sé. Siempre se ha culpado por todo lo que
sucede en su familia. Si debería o no hacerlo es irrelevante.
Él es así.
—Hay una gran diferencia de edad entre Lucky y su
hermana. O la había. —Odio hablar en tiempo pasado
cuando alguien muere. Casi me parece irrespetuoso con la
vida que tuvieron. Tampoco importa que no llegara a
conocer a la persona en particular.
—Sí, es una familia dividida. Su padre se volvió a casar
con una mujer mucho más joven, y crearon una segunda
familia que incluía a su hermana. Lucky está muy unido a
todos ellos, pero sobre todo lo estaba a su hermana. Pero,
aun así, él tenía que trabajar, ¿sabes? Todos tenemos que
hacerlo.
Me acerco y pongo mi mano sobre la suya. Sé
exactamente lo que está pensando en este momento; se
está torturando por ser un padre que está ausente muchas
horas.
—No es fácil trabajar y ser responsable de los miembros
de la familia al mismo tiempo. Siempre sientes que estás
descuidando algo.
Suelta un resoplido y niega con la cabeza con frustración,
mirando nuestras manos en la mesa, la mía minúscula en
comparación con la suya.
—Dímelo a mí…
—¿Cómo está Jacob? —pregunto, forzando un cambio de
tema.
Necesitamos darle la vuelta a esto o acabaremos los dos
tan deprimidos al final de la cena que nunca más querremos
salir juntos. Y realmente me gusta pasar el rato con Dev, así
que no quiero que eso suceda.
—Él es increíble. —Dev sonríe, apartando por un momento
la tristeza sobre Lucky y su situación—. Lo pasó muy bien en
tu casa con tus hijos. Sammy le parece muy divertido.
Pongo los ojos en blanco.
—Sammy es muy, muy divertido. Yo siempre me muero de
la risa con él; el problema es que eso hace que sea difícil
educarlo con disciplina.
Dev le da la vuelta a mi mano y me toca la palma con el
pulgar. Lo hace con tanta naturalidad que no debería darle
importancia, pero hace que un cosquilleo me recorra el
brazo y el pecho. Ahora, cada pequeño contacto con su piel
me produce una oleada de placer. Las cosas parecen
distintas entre nosotros.
—Parece que no necesita mucha disciplina —comenta Dev
—. Es un niño muy educado, y es evidente que se preocupa
por los sentimientos de los demás. Es compasivo. Eso es un
gran problema para un crío de su edad. La mayoría de los
niños pequeños son unos sociópatas totales.
Me río.
—Eso que dices es cierto, pero de vez en cuando tengo
mis dudas. Su pasatiempo favorito es arrancar la cabeza a
las muñecas de sus hermanas.
—Si Jacob tuviera hermanas, apuesto a que haría lo
mismo.
—Nooo, Jacob seguro que no. Es muy tierno.
—Créeme: cuando echa a rodar con su silla por la acera,
la maneja específicamente para poder atropellar a las
hormigas. Dime que no es un comportamiento sociópata.
—Muy bien, así que no va a ganar ningún premio al
Ciudadano Cívico del Año, pero apenas tiene cinco años.
Dale tiempo.
Nos miramos a los ojos, sonriendo por lo tontos que
somos. Dos padres, felicitándose el uno al otro por sus
respectivos hijos… ¿Se puede ser más cursi? Probablemente
no. Por suerte, la llegada de nuestros tés impide que
sigamos por ese camino. Retiro mi mano de la de Dev,
agarro mi vaso y tomo un sorbo. Es tan dulce como
esperaba, con un leve toque de limón. Perfecto.
Dev toma un largo sorbo, traga el líquido y luego suspira
con satisfacción. Cierra los ojos de felicidad.
—El mejor té dulce de toda Luisiana.
Melba ya se ha alejado de nuestra mesa, pero lo oye y se
ríe. Y entiendo por qué Dev viene mucho por aquí. Lo tratan
como si fuera alguien especial, y lo es. Me alegro de no ser
la única que se ha dado cuenta. Los chicos como él merecen
que los traten bien. Tengo que mirar hacia abajo para no
sonreír como una idiota.
Capítulo 36

—Bueno, ¿y qué vais a hacer Jacob y tú para Halloween?


—pregunto.
Dev abre los ojos y se inclina un poco hacia delante.
—Halloween es todo un acontecimiento en casa de los
Lake.
—¿Ah, sí?
—Pues sí. Tengo que ser muy creativo con el disfraz. Cada
año ponemos el listón un poco más alto. Para cuando mi hijo
esté en sus últimos años de «truco o trato», tendré que
reclutar gente de Hollywood para sus disfraces.
Me inclino, intrigada.
—¿De verdad? ¿De qué se disfrazó el año pasado?
—De tiburón.
Parpadeo un par de veces, tratando de imaginarlo.
—¿De tiburón?
—Sí. De tiburón. De tiburón sarda, para ser exacto: el
tiburón más feroz y más malvado del mundo.
—Solo superado por el gran tiburón blanco —digo,
repitiendo los datos que he oído en mi canal de televisión
favorito.
—Discrepo —dice Dev—. El mordisco del tiburón blanco no
es tan fuerte, puesto que su dieta está basada en su
mayoría en animales de carne blanda, como las focas,
mientras que el tiburón sarda tiene que perforar con los
dientes las conchas de las tortugas marinas.
Intuyo haber descubierto a un compañero amante de
Animal Planet y me inclino hacia delante, lista para hacerle
frente.
—Tal vez, pero si realmente quieres ir de animal mortífero,
te sugiero que no sigas buscando y optes por el cocodrilo de
agua salada.
—Estoy de acuerdo. —Dev se inclina y me guiña un ojo—.
Creo que acabas de resolver mi problema con el disfraz.
—¿Cómo vas a hacer un disfraz de cocodrilo?
—No tengo ni idea. —Toma su vaso y da un sorbo—.
Cualquier sugerencia es bienvenida.
Hace crujir el hielo con los dientes mientras espera mi
respuesta.
Me muerdo el labio y pienso en eso unos segundos.
—Tal vez deberías hacer algo más fácil, porque no tienes
mucho tiempo. Como Batman y Robin.
—Eso ya lo hice. Hace dos años.
—¿Qué tal algo… más tradicional, como un fantasma, una
bruja o un vampiro?
—Eso es para aficionados. Hicimos eso cuando Jacob tenía
dos años.
—Yo iba a ir de bruja, pero ahora que lo dices…
—Puedes superarte. —Dev me mira fijamente—. Apuesto
a que tienes un montón de ideas creativas flotando en esa
cabeza tuya tan inteligente.
—Tal vez tenga algo de creatividad, solo tal vez, pero no
dispongo de tiempo para hacer nada con eso. Ese es mi
mayor problema. Siempre salgo en el último momento a
buscar un disfraz barato en algún supermercado.
—Bueno, ahora que trabajas con nosotros, tendrás más
tiempo libre, ¿verdad?
Me encojo de hombros.
—Supongo, ya veremos.
Dev se pone serio.
—¿Estás contenta? ¿Estás contenta de haber conseguido
el puesto?
Parece que realmente quiere saber mi respuesta, pues se
inclina y me mira con atención.
Quiero ver esa sonrisa iluminar su cara y ese hoyuelo
hundirse en su mejilla, pero también sé que debo ser
sincera con él, igual que debo serlo conmigo misma. Respiro
hondo antes de responder.
—Estoy contenta. Pero también un poco preocupada.
—¿Qué es lo que te preocupa? —La preocupación en su
voz me hace más fácil pensar en mi respuesta y
asegurarme de que lo expreso de forma coherente.
—Solo… me preocupa no poder cumplir. Y creo que
también me preocupa el peligro.
—El peligro es mínimo, te lo prometo. No querría que
trabajases allí si pensara que puedes corres peligro de
verdad.
La forma en que lo dice me produce curiosidad, como si
tuviera algún tipo de responsabilidad personal hacia mí.
—¿Qué quieres decir?
Se encoge de hombros y se recuesta hacia atrás en su
asiento. De repente, vuelve a actuar con despreocupación.
—Eres una madre sola. No puedes permitirte correr
riesgos que otras personas sí podrían correr, así que no
querría que trabajases en un lugar que no fuera adecuado
para ti.
Me encanta que me entienda tan bien. Es como si hubiera
reconocido mis sentimientos o algo así.
—¿Y crees que Bourbon Street Boys es el lugar adecuado
para mí?
Asiente.
—Sí.
Seguramente podríamos hablar sobre este tema toda la
noche, pero nuestro bagre frito aparece junto con algunos
hushpuppies y un montón de ensalada de col, así que
dedicamos los siguientes veinte minutos a sumergirnos en
la comida y disfrutar de hasta el último bocado, que —Dev
tenía toda la razón— está absolutamente delicioso.
A decir verdad, no soy la fan número uno del bagre, pero
el plato del que estoy disfrutando aquí podría hacerme
cambiar mi opinión. El rebozado es crujiente pero
quebradizo, y el bagre en sí, tierno y fresco. Ni siquiera sabe
a pescado.
Dev toma un largo sorbo de su té dulce y luego se
recuesta en la silla, dejando escapar un largo suspiro
mientras se frota la barriga.
—¿A que tenía razón cuando te dije que estaba
buenísimo?
Me limpio la grasa de los labios con la servilleta de papel y
la coloco sobre la mesa junto a mi cesta de pescado vacía.
También me apoyo en el respaldo. Confío en que no espere
que coma postre, porque no me queda espacio.
—Sí, estaba increíblemente bueno. Muchas gracias por
traerme. —Miro alrededor y veo muchas caras felices en el
restaurante—. ¿Cómo encontraste este sitio?
—Vengo aquí desde que era niño. Todos en el equipo
venimos. Nos tratan bien, y nos gusta apoyarlos en la
medida en que podamos.
Melba se acerca a la mesa y se lleva nuestras cestas,
interrumpiendo la conversación. Cuando se va, bajo la
mirada a la mesa. Joder… Lo único que queda son dos
manteles individuales, el mío y el de Dev. El aspecto del
suyo es impecable, pero el mío está cubierto de una
muestra de cada bocado de comida que ha pasado por mis
labios. ¿Pescado? Sí. ¿Rebozado? Sí. ¿Hushpuppies? Sí.
¿Ensalada de col? Por supuesto. Es como si una bomba de El
Pollo Frito hubiera explotado en nuestra mesa, pero solo
hubiese dejado metralla en mi lado. Pero ¡qué vergüenza!
¡Ahora sabe que como igual que una cerda!
Dev no dice ni una sola palabra. En lugar de eso, sustituye
su mantel por el mío. Ahora el cerdo es él y yo soy la
princesa que no se atrevería a dejar caer una pizca de
rebozado en ningún lugar que no fuera su servilleta.
Sé que es absurdo, pero las lágrimas me asoman a los
ojos. Tiene que ser la cosa más caballeresca y encantadora
que un hombre haya hecho jamás por mí. Nada de sujetar la
puerta y arrojar la chaqueta sobre los charcos. Cuando un
hombre me encubre, asumiendo él la culpa de mis horribles
modales en la mesa, se gana mi lealtad de por vida.
Cuando Melba regresa con más té, mira hacia la mesa y
sonríe. No tiene que decir nada: solo me mira y me guiña un
ojo. Siento que mi corazón se está inundando de tanta
felicidad que me parece que va a explotar.
—¿Ya tienes disfraz? —le pregunta a Dev.
—Tal vez. Puede que haya encontrado mi inspiración esta
noche.
Me lanza una mirada elocuente. Casi me da un ataque al
corazón. ¡Aaargh, ese hoyuelo!
—¿Has visto las fotos? —pregunta la camarera.
Niego con la cabeza.
Señala a Dev.
—Tienes que enseñárselas. Debes esforzarte más para
impresionar a esta chica. Me gusta.
Se aleja sin decir nada más, y bajo la mirada hacia la
mesa, avergonzada de que me hayan hecho un cumplido
tan grande.
—¿Tienes alguna idea para los trajes de tus hijos? —me
pregunta Dev.
—No, todavía he de ir a la tienda. Mi vida es un desastre.
—Suspiro, imaginándome una vez más comprando una caca
de disfraces y las protestas de mis hijos—. Siempre espero
al último minuto tratando de hacer que todo funcione.
—Si necesitas ayuda, dímelo.
No estoy segura de cómo funcionaría eso en la práctica,
pero me gusta la idea de que participe en mi celebración de
Halloween.
—Está bien. Gracias.
—¿Salís a hacer el «truco o trato» en tu vecindario?
Asiento con la cabeza.
—Sí, los vecinos se portan bastante bien. Casi no hay
nadie que dé manzanas.
Sonríe brevemente antes de continuar.
—Mi barrio no es el mejor. Jacob siempre se queja de que
hay muchas luces apagadas, así que tiene que gastar toda
la batería de su silla de ruedas para moverse por el
vecindario en busca de golosinas.
Me da vergüenza decirlo, pero parece ser la solución
perfecta para mí.
—Podríais venir y hacer el «truco o trato» con nosotros si
queréis. Casi todas las luces están encendidas todos los
años. Jacob arrasaría con su impresionante disfraz de
cocodrilo.
Dev asiente como si se lo plantease en serio.
—Hablaré con Jacob y veré qué le parece.
El hecho de que haya aceptado mi oferta con tanta
naturalidad me emociona. Es casi como un compromiso en
cierto modo. Hacer juntos «truco o trato». ¿Los amigos
hacen eso o es cosa de parejas?
—Bueno, ¿y has escogido ya a alguien de esa web para
quedar para una cita? —pregunta, y es como si me acabara
de arrojar un cubo gigante de agua helada por encima.
Yo estoy aquí fantaseando con que seamos una pareja y él
pensando en que quiere salir con otras personas. Argh… Se
me da fatal esto de interpretar a los hombres. Supongo que
no puede deprimirme tanto que haya sacado el tema de las
citas; al fin y al cabo, yo misma visité esa web y busqué
una.
¿Es posible que los dos seamos unos negados para esto
del coqueteo y ninguno tenga las agallas de decirle al otro
cómo nos sentimos realmente? Quiero creer que eso podría
ser cierto, pero en realidad es más probable que
simplemente quiera mantener abiertas todas sus opciones.
No lo culpo. Me consuelo con la idea de que lo último que
debería buscar es una relación seria. Apenas tengo tiempo
libre tal como están las cosas.
Me aclaro la garganta para deshacer el nudo.
—La verdad es que sí, tengo una cita. ¿Y tú?
—Sí. De hecho, tengo una cita mañana.
—¿Ah, sí? ¿Y cómo es ella?
—No tengo ni idea.
Arrugo la frente.
—¿Por qué no?
—Porque he hecho una búsqueda sin fotos. Quiero
sentirme atraído por una persona por lo que es, no por su
aspecto físico.
—Eso no es muy… propio de un hombre. —Lo digo y luego
gruño sin querer. Ay… se me ha escapado. Ha vuelto la
cerdita. Pero maldita sea… ¿De verdad es así este chico?
Se encoge de hombros.
—Bueno… He pensado que es mejor dejarse de tanta
tontería. De todos modos, la gente no es sincera acerca de
su aspecto. La mitad de las fotos que hay en esas webs
están retocadas, y las otras son fotografías de hace diez
años. ¿Qué sentido tiene eso? Al final, Es la persona que hay
dentro de ti la que cuenta, no el envoltorio.
—Tu explicación tiene mucho sentido… pero solo si eres
mujer. Los hombres no piensan de esa manera, ¿no? ¿Quién
te dijo que buscases sin fotos? —Sé que no ha sido nadie
del equipo. De ninguna manera me imagino a Lucky o
Thibault aconsejando a Dev que busque a una chica
basándose únicamente en su personalidad.
Su sonrisa es tan culpable que se nota a la lengua que lo
he pillado.
—Mi madre —admite al fin.
No puedo dejar de reír.
—¿Y tú?
Mi risa se apaga.
—Debo admitir que soy superficial. Miré su foto.
—La opción fácil, ya veo —dice, burlándose de mí.
Ahora me parece un desafío.
—¿Adónde vas a ir con tu cita misteriosa?
—Quieres saberlo, ¿eh? —Se inclina hacia delante y me
guiña el ojo con un gesto muy sexy.
Reacciono como si tal cosa, con la frescura de una
lechuga que ha estado en el cajón del frío de mi nevera
durante toda una semana. Hielo. Frío.
—Pues no, la verdad. Estoy segura de que no es tan
interesante como el lugar al que voy a ir yo.
Se ríe.
—¿A qué hora has quedado con él?
Su pregunta me desconcierta.
—¿Por qué? ¿Qué importancia tiene eso?
—Porque la hora del encuentro lo dice todo sobre las
intenciones de la persona.
Me incorporo en la silla, preocupada de repente por mi
supuesta cita o encuentro o lo que sea.
—¿De verdad? ¿Por qué?
—Bien, veamos… ¿Es a la hora del almuerzo? ¿Una
merienda a media tarde? ¿Una noche? ¿Cena? ¿Una
película? ¿Una copa? Todo significa algo, ya sabes.
Lo miro fijamente, tratando de descubrir si me toma el
pelo. Al principio no detecto ninguna pista, pero luego
aparece ese pequeño hoyuelo.
—Oh, vaya. Ya veo que solo estás bromeando.
Tomo mi té y doy un sorbo para tener las manos
ocupadas. Me siento como una idiota. No tengo ni idea de
por qué me he metido en este lío de las citas por internet.
Él se encoge de hombros, tratando de hacerse el
interesante.
—Si tú lo dices.
—Supongo que eres una especie de maestro ninja experto
en citas, pero esta es mi primera vez, así que estoy
descubriendo cómo funciona todo esto sobre la marcha.
Pero no creo que pueda ser muy complicado.
No recuerdo haber visto una lista de reglas en el sitio web.
¿Cómo sabe la gente cuáles son las reglas? ¿Están escritas
en alguna parte? Tendré que buscarlo cuando llegue a casa.
—Maestro ninja experto en citas…, dice… —Se ríe—. Yo
tampoco he hecho esto, al menos últimamente. Esta es mi
primera vez en años. Solo espero que no sea un absoluto
desastre.
—Apuesto a que tendremos unas historias muy jugosas
que compartir después de mañana —digo, tratando de verle
el lado positivo al asunto.
—Te llamaré el domingo y podremos intercambiar
anécdotas.
Me parece increíble que la simple idea me haga tan feliz.
Está sugiriendo una simple llamada telefónica, no otra cita
conmigo. Todo esto es tan confuso… Es triste pensar que
me cuesta tanto descifrar a los hombres ahora como cuando
tenía veinte años. Me encojo de hombros, porque me lo
tomo con frescura. Como esa lechuga de mi nevera. Fría
como el hielo.
—Por supuesto. No tengo ningún plan más que pasar el
rato con los niños.
Él mira a Melba. La camarera está de pie detrás del
mostrador, cerca de una caja registradora.
—¿Quieres postre? —pregunta.
—Dios mío, no. No me queda espacio en el estómago. Ni
siquiera para un bocado.
Dirige una seña a Melba y luego hace un gesto con el
dedo, girando y tocando el aire con él, algún tipo de
lenguaje de signos de restaurante que no entiendo en
absoluto. Cuando termina, vuelve su atención hacia mí.
—¿A qué venía todo eso? —pregunto.
—Le he dicho que me envolviera un postre y que me
trajera la cuenta.
Asiento con la cabeza, un poco triste porque nuestra cita
esté a punto de terminar. Aunque no es que fuera una cita.
Somos solo dos amigos saliendo a cenar un bagre. Eso es.
Voy a seguir repitiéndomelo hasta que me lo crea de
verdad.
—A Jacob le va a entusiasmar lo de Halloween.
Vuelvo a sonreír. ¿A quién le importa qué es esto nuestro?
Es divertido, y eso es lo único que necesito saber.
—A mis hijos, también. Les encantó jugar con Jacob el otro
día. Creo que Sammy está atravesando una fase de
adoración al héroe: Jacob es un niño mayor y tiene una silla
de ruedas muy rápida, así que…
Dev sonríe.
—Eso hará feliz a Jacob. No se lo diré, por supuesto, pero
no puede interactuar con otros niños muy a menudo, así
que está bien que hayan empezado con buen pie.
Inclino la cabeza hacia él.
—¿No va al parvulario ni a la escuela?
—A veces, durante un par de horas, va a un jardín de
infancia. El año pasado era demasiado pequeño para el
parvulario. Es muy difícil encontrar un lugar capaz de cubrir
sus necesidades, por lo que pasa mucho tiempo con mi
madre y conmigo. También por eso no trabajo a tiempo
completo en la nave industrial. Trabajo allí tantas horas
como puedo, pero también tengo que estar con mi hijo.
Asiento con la cabeza.
—Lo entiendo. ¿Haces fisioterapia con él?
—Casi siempre. Hacemos sesiones con su fisioterapeuta y
luego continuamos el trabajo en casa. A él no le gusta, así
que es una batalla, pero hay que hacerlo.
—Le dijo a Sammy que tiene parálisis cerebral. No estoy
muy familiarizada con esa discapacidad. ¿Qué significa para
él y para ti?
Rezo para no haber sobrepasado los límites del decoro
social al hacerle estas preguntas tan personales, sobre todo
porque lo hago por razones casi egoístas. No quiero hacer
suposiciones y decir o hacer algo estúpido la próxima vez
que estemos juntos. Dev no duda en contestar.
—Hay diferentes tipos de parálisis cerebral. Le
diagnosticaron parálisis cerebral espástica, lo que significa
que sus músculos sufren muchos espasmos y se tensan
hasta ponerse muy rígidos. La causó la falta de oxígeno en
el momento del parto. También le duelen las articulaciones.
Es muy, muy difícil para él. Tengo que mantener su cuerpo
siempre estirado, y hacemos un montón de masajes para
tratar de evitar que sus músculos le deformen el esqueleto
con malas posturas y desgasten el cartílago de sus
articulaciones. Como los músculos y los tendones siempre le
tiran en direcciones que resultan perjudiciales para su
estructura ósea, sus huesos no siempre crecen como
deberían. Por eso es posible que te parezca que está un
poco torcido.
Se me encoge el corazón al pensar en Jacob.
—Parece muy doloroso.
—Lo es, pero es un auténtico valiente. Es un niño muy
fuerte. Lo ha sido desde el día en que nació. Podías verlo en
sus ojos cuando solo tenía un día. Incluso cuando siente
dolor, él sigue adelante. Es mi héroe.
Dios, y también es el mío. ¿Ser tan pequeño y llevar una
carga tan pesada? Ni siquiera puedo imaginar… No acabo
de formular mi pensamiento, pero dentro de mi cabeza, en
lo único que pienso es en lo estúpida y superficial que he
sido, lloriqueando sobre lo dura que es mi vida. ¿Cuánto
tiempo he desperdiciado preocupándome por el ceceo de mi
hijo? Un ceceo no es nada en comparación con los
problemas de Jacob.
—Todo el mundo tiene que llevar a cuestas su propia
carga, y suele ser una carga que somos capaces de
soportar. Cuando miro a mi hijo, veo un superhéroe. Veo a
un ser humano que se enfrenta a algo tan difícil que
acabaría por aplastar a la mayoría de nosotros. Pero a él no;
él puede con todo. Admiro su valentía y, al mismo tiempo,
estoy allí para ayudarlo a levantarse cuando empieza a
olvidar lo increíble que es.
Me entran ganas de llorar de la emoción. Ahora mismo
este hombre me ha conquistado…
Me da un vuelco el corazón cuando mi mente formula ese
pensamiento. ¿Es posible que esté enamorada de él de
verdad, y no solo que me haya conquistado con su actitud?
Argh, pero qué patética soy… Me ha dicho claramente que
para él no soy más que una amiga, y aquí estoy, babeando
por él y esperando que algún día decida ser mi novio.
Podría pasar días, semanas o incluso meses dándome de
cabezazos contra la pared por esto, pero no voy a hacerlo.
Cualquier chica sentiría lo mismo, y no creo que ninguna
mujer en el mundo me culpe por estar tan confundida y
llena de esperanza. No solo es un gran tipo, sino que
también es un magnífico padre. ¿Por qué no me casé con un
hombre como él en lugar de con un desgraciado como
Miles? Qué forma de desperdiciar diez años…
Me consuela el hecho de que tengo tres hijos
estupendos… y la idea de que Dev es probablemente
pésimo en la cama. Tiene que serlo, ¿verdad? Ningún
hombre puede ser todo: un buen padre, un maravilloso
compañero de trabajo, un gran amigo, un fiera en la cama…
—Te juro que me encantaría saber qué te pasa por la
cabeza en este momento —dice.
Abro mucho los ojos.
—¿Por qué?
¿Acaso llevo escrito en la cara que me estoy enamorando
de él? ¿Que me lo estoy imaginando desnudo y encima de
mí?
Esboza una sonrisa casi malvada.
—Porque… Parece algo muy sexy.
—Bah, cállate. —Me ha pillado, totalmente. Tengo la cara
ardiendo, de un rojo brillante. Por suerte, aquí la luz es muy
mala. Tal vez tengo suerte y no se da cuenta—. No sabes lo
que dices.
Miro a cualquier parte menos a él.
—Bueno. Tú sabrás…
Está claro que no me cree. Se me da fatal lo de disimular
mis sentimientos. Soy tan discreta como un pavo real en
celo. ¡Mírame! ¡Estoy aquí! ¡Lista para ponerme a tono y
para ser la madre de tus hijos!
Melba viene con la cuenta y con una caja grande dentro
de una bolsa de plástico con las asas atadas.
—Aquí tienes. Un brownie de chocolate caliente con todos
los extras y unas cerezas encima.
Dev se mete la mano en el bolsillo trasero, pero lo freno,
con la mano extendida.
—No, no, pago yo. Perdí la apuesta, así que invito yo.
Dev sacude la cabeza mientras saca la billetera.
—Lo siento, pero tengo una política personal: nunca dejo
que una mujer pague las comidas. Mi madre nunca me
perdonaría si hiciera una excepción solo porque perdiste
una apuesta conmigo.
Lo miro frunciendo el ceño.
—No es justo. Pusiste tú las reglas.
Él se encoge de hombros.
—Puedes pagar la siguiente.
Quiero argumentar que esto infringe sus supuestas reglas,
y que según su razonamiento siempre terminaría pagando,
pero no quiero estropear la posibilidad de una segunda cita
que tal vez, por casualidad, podría convertirse en una cita
de verdad. No soy tan estúpida.
—Está bien. Pero no creas que podrás acogerte a esta
política personal en nuestra próxima… cena.
Dev da a Melba varios billetes y le dice que se quede con
el cambio. Ella se va muy contenta.
—¿Lista? —me pregunta. Asiento con la cabeza, pero no
estoy segura de adónde vamos a ir.
¿Me dejará sola o querrá ir a tomar una copa a mi casa?
No tengo ni idea de lo que estoy haciendo. Soy una
auténtica novata en toda esta historia de citas no amorosas
o pseudoamorosas. La última vez que salí con alguien, era
prácticamente una adolescente.
Siento la tentación de enviarle un mensaje de texto a mi
hermana, pero no quiero que vea lo perdida que estoy.
Reprimo el impulso de sacar el teléfono y en su lugar me
concentro en recoger mis cosas y alisar las arrugas
imaginarias del vestido.
Sigo a Dev hasta el aparcamiento y, por el camino, decido
que basta con que continúe haciendo lo que hago, es decir,
seguir su ejemplo y ver adónde nos lleva. Conociéndolo
como lo conozco, confío en que me conducirá a buen
puerto. Es demasiado bueno para hacer lo contrario.
Capítulo 37

No sé si Dev está tan nervioso como yo en el trayecto de


vuelta a mi casa, pero me da la sensación de que sí.
Charlamos durante tal vez cinco minutos en todo el camino
de regreso, y luego llegamos a la entrada.
¿Dejará el vehículo en marcha? ¿Supondrá que voy a
invitarlo a entrar? ¿Me preguntará si puede entrar y
quitarme la ropa? Estos son los pensamientos que cruzan
alocadamente por mi imaginación, confusa y sexualmente
ávida, mientras él aparca en el camino de entrada. Se para
sin apagar el motor, mirando por el parabrisas. Ojalá
pudiera meterme en esa cabeza suya y leerle el
pensamiento.
Pone la mano sobre la llave de contacto y se vuelve para
mirarme, con una expresión indescifrable.
—Te acompañaré a la puerta, si te parece bien.
Asiento con la cabeza.
—Por supuesto. Te lo agradezco.
Fingiré que vivo en un barrio peligroso y que necesito un
hombre grande y fuerte que me proteja. ¡Sálvame,
Spiderman! No es la invitación sexy con la que estaba
fantaseando, pero tal vez pueda robarle un beso de buenas
noches. Por alguna razón, me siento envalentonada. Tal vez
sea un efecto secundario de comer bagre frito.
Apaga el motor y rodea el vehículo para abrirme la puerta
una vez más. Resulta un gesto igual de encantador la
tercera vez que la primera. Mientras caminamos juntos
hacia mi casa, la colegiala que llevo dentro está sudando la
gota gorda. ¡Quiero que me tome de la mano y me pregunte
si quiero ser su novia! ¡Tengo quince años otra vez! ¡Yupi!
Ojalá pudiera caminar hacia el porche en cámara lenta y
hacer que el momento se prolongara más, pero sus
zancadas son las de un hombre de dos metros de estatura.
Nos plantamos en la puerta de entrada en un abrir y cerrar
de ojos.
Busco las llaves en mi bolso y luego, cuando las
encuentro, sostengo el bolso contra el pecho mientras lo
miro.
—Lo he pasado muy bien esta noche, a pesar de que
hiciste trampa.
Su sonrisa se dibuja lentamente.
—¿Trampa? ¿Quién ha hecho trampa? Yo he jugado limpio.
—El trato era que debía invitar yo. Cambiaste las reglas
para que se adaptaran a tus propósitos.
—¿Y qué propósitos serían esos?
Esto no parece una conversación entre dos amigos, pero
no quiero estropearlo presionando para conseguir algo que
no puedo tener. Pero ¿acaso me impide eso flirtear? No, esta
noche no. Y menos cuando utiliza ese hoyuelo suyo para
hacer que el corazón me palpite a mil por hora.
—No tengo ni idea —respondo, sonriendo—. Deberías
decírmelo tú, en lugar de obligarme a adivinarlo.
¡Oh, Dios mío! Había olvidado lo divertido que puede ser
el coqueteo. Todavía me está sonriendo mientras trata de
encontrar la respuesta perfecta.
Hago tintinear las llaves, dándole a entender que, si no se
le ocurre algo rápido, voy a abrir esa puerta y desaparecer.
¿Querrá que haga eso? ¿O querrá que me quede aquí en el
porche con él y este calor pegajoso, mientras las cigarras
cantan a nuestro alrededor? Juro que podría quedarme aquí
fuera toda la noche. Lo único que tendría que hacer él sería
pedírmelo.
—¿Tienes prisa? —dice.
Me encojo de hombros.
—La verdad es que no. ¿Y tú?
—No diría que no a una copa de vino.
El corazón me martillea con fuerza en el pecho. Espero
que Dev no pueda oírlo.
—Vamos. Tengo una botella en la nevera.
Me tiemblan tanto las manos que no puedo meter la
maldita llave en la cerradura. ¡Qué vergüenza! Conque
fresca como una lechuga, ¿eh? Pues mi lechuga ahora
mismo está mustia y pasada, como si la hubiera dejado en
la encimera durante días y días…
Él no dice ni una palabra; simplemente me quita las llaves
y desliza con suavidad la que necesitamos en la cerradura.
—¿Tienes frío? —me pregunta cerca de la oreja.
Me río con timidez.
—Pero si estamos como a treinta grados en este
momento…
—Entonces, supongo que eso significa que estás
temblando por otra razón.
Empuja la puerta y me hace un gesto para que pase yo
primero.
Lanzo un suspiro, molesta porque no me deja que lleve en
secreto mi vergüenza.
—Simplemente estoy nerviosa, ¿de acuerdo? —Odio
admitirlo. Por un momento, vivía en una ilusión en la que
sabía lo que me pasaba y lo estaba haciendo sudar a él.
Ahora sonríe de nuevo. Juro que parece el mismísimo
diablo en persona, y muy satisfecho de serlo, además.
—¿Por qué estás nerviosa? —pregunta—. ¿No estarás
preocupada por estar sola en la casa conmigo, o sí?
Lo miro frunciendo el ceño, sintiéndome mal porque
pueda creer eso realmente.
—No digas tonterías. De hecho, me siento más segura
contigo aquí en casa que cuando estoy sola.
—Hmm, eso es muy interesante… —dice, siguiéndome
hasta el recibidor—. Entonces, si no estás nerviosa porque
estoy aquí a solas contigo, ¿por qué es?
Lo miro batiendo las pestañas.
—No me hagas decirlo.
Echa la cabeza hacia atrás y se ríe con ganas.
—¿El qué?
Lo aparto de mi camino y echo a andar por el pasillo.
—No puedes ser tan obtuso.
Él me sigue a la cocina, todavía riendo. Estoy convencida
de que va a continuar burlándose de mí, y por eso grito de
sorpresa cuando sus brazos me rodean por detrás. Él se
inclina y acerca la boca a mi cuello.
—No tengas miedo. No te haré daño.
Unos escalofríos me recorren todo el cuerpo, haciendo
que se me erice la piel. Apenas puedo hablar, y mi voz
suena en un susurro.
—Sé que no lo harás.
De repente, es como si fuera de gelatina por dentro.
Apenas puedo sostenerme en pie.
Miro dentro de la nevera, pero no veo nada; ni el vino ni
las otras cosas que compré para cenar los próximos días. Se
me ha nublado la vista, con todo mi cuerpo centrado en las
sensaciones que Dev me provoca con sus manos. ¡Son tan
grandes!
Tiene la mano derecha abierta y apoyada en mi
estómago; lo cubre todo, creando la sensación de que soy
muy pequeñita en sus brazos grandes y fuertes. ¡Me
encanta! Tiene la otra mano sobre mi cadera, y presiona
con los dedos ese pequeño espacio justo delante del
hueso… Un gesto tan íntimo… Dios, cuánto lo deseo…
—Si no te gusta esto, dímelo —dice con voz ronca.
Niego con la cabeza vigorosamente pero no digo nada. No
confío en mis propias palabras; es probable que suelte lo
primero que me pase por la cabeza, algo que sin duda será
demasiado para esta ocasión. Solo nos estamos divirtiendo.
Somos dos padres separados y, por una vez, solos sin sus
hijos, tonteando en una casa vacía. Es casi como si
fuéramos adolescentes de nuevo y nuestros padres se
hubiesen ido el fin de semana. Dev ha logrado retrasar el
reloj. Es un regalo en más de un sentido.
Usa la presión de sus manos para darme la vuelta. Tengo
miedo de mirarlo, pero lo hago de todos modos. Es
increíblemente alto, e increíblemente guapo. No puedo
creer que esté aquí conmigo.
—Eres tan hermosa… —dice.
Sonrío, hechizada por la expresión casi inocente de su
rostro.
—Creo que ese té dulce se te ha subido a la cabeza.
Espero que sonría, pero no lo hace. Se queda sumamente
serio.
—Oh, no. Tengo todas mis facultades intactas, y la vista
perfecta. Esta noche me siento muy afortunado.
¿Quién se siente como si fuera millonaria? Yo misma.
Desde luego.
—Y yo también.
Apoyo las manos sobre sus brazos mientras me atrae
hacia sí y deslizo los dedos alrededor de sus bíceps,
deleitándome en las protuberancias de debajo de su
camisa. Me encantaría ver a este hombre desnudo. ¿Eso
está mal por mi parte? Ni siquiera hemos tenido todavía una
cita de verdad.
Él se inclina y levanto la cabeza para que le resulte más
fácil. La diferencia de más de dos palmos de altura entre
nosotros no es la más adecuada para propiciar los
momentos sexys y románticos; tiene que doblarse casi por
la mitad para besarme.
Cuando nuestras bocas se encuentran, me llevo una
sorpresa; sus labios son más suaves de lo que esperaba. Los
empuja contra los míos, primero con suavidad y luego
ejerciendo más presión. Estoy increíblemente emocionada.
Esto no es un beso de amigos: es un beso de alguien que
quiere ser algo más que un amigo. No voy a preguntar por
qué me anima a salir con otros cuando está dispuesto a
besarme así; voy a tratar de disfrutar del momento.
Sin embargo, cuando nuestras lenguas se incorporan al
juego, empieza a entrarme el pánico. Me doy cuenta de que
no ni tengo idea de lo que estoy haciendo. No he besado a
un hombre en casi un año, y antes de eso, el único hombre
al que besé durante diez años fue a Miles. La sensación de
incomodidad hace que aparte la cabeza y rompa el
contacto. Se me hace muy raro estar aquí con él. Es una
sensación agradable, pero extraña. Como si hubiera hecho
algo que no debería haber hecho. Cientos de preguntas se
me agolpan en la cabeza, y la más importante es: «¿Quieres
jugar conmigo hasta romperme el corazón?».
—¿Pasa algo? —pregunta.
—No. Solo… —Niego con la cabeza y miro hacia abajo. Me
siento avergonzada y muy decepcionada conmigo misma.
Tengo al hombre más guapo de la ciudad delante, en mi
cocina, ¿y no puedo besarlo sin convertir esto en una
telenovela? ¿Qué me pasa? ¿Acaso tengo un encefalograma
plano?
Me levanta la barbilla con el dedo, obligándome a mirarlo.
—¿Voy demasiado rápido?
Me río con amargura.
—Dios, espero que no.
Él sonríe.
—Es una buena noticia. Creo…
Niego con la cabeza.
—Lo siento, me estoy comportando como una tonta. Es
solo que… Llevo sola un año, y de repente me he dado
cuenta de que no tengo nada de práctica. Creo que se me
ha olvidado cómo besar.
Se inclina de nuevo, hablando en voz baja mientras se
acerca.
—No te preocupes, es como montar en bicicleta. Solo
necesitas subir y comenzar a pedalear.
Levanto la boca hacia la de él mientras se acerca.
—¿Comenzar a pedalear?
—Sí —dice con una sonrisa en su boca susurrante—. Sube
y pedalea.
Bah, qué narices… ¿Por qué no? ¿Por qué no puedo
dejarme llevar sin más y dar un salto al vacío, en un acto de
fe? Se me acelera el corazón al darme cuenta de lo que
estoy haciendo. Voy a darnos una oportunidad. Voy a besar
a este hombre y ver adónde nos lleva eso.
Nuestros labios se unen con mucha más confianza esta
vez. Ambos nos rendimos a la pasión que se ha ido
acumulando entre nosotros. A la mierda eso de ser solo
amigos. Esto es demasiado bueno para mantenerlo en una
simple amistad.
Noto el contacto de sus manos por todo mi cuerpo. Con
una me agarra el trasero y me lo aprieta, mientras apoya la
otra en mi espalda, atrayéndome hacia él. Nuestros cuerpos
se tocan en todas partes. Tengo los brazos casi en el aire,
envolviéndole el cuello y tirando de él hacia abajo para
intensificar nuestro beso. Vaya, parece que no he olvidado
del todo cómo se besa…
Cuando gime en mi boca, la temperatura aumenta unos
cuantos grados. No me consideraba capaz de experimentar
este tipo de pasión en tan poco tiempo. Hace dos minutos
estaba convenciéndome a mí misma de que era su amiga;
ahora intento adivinar cuánto tiempo tendremos que estar
así antes de que pueda llevarlo a mi dormitorio.
Desliza una de sus manos y me acaricia el pecho, y lo
único que pienso es: «¡Métete debajo de mi camisa!
¡Quítame el sujetador! ¡Vamos, no te cortes!».
Nuestros cuerpos se frotan con frenesí, pero estamos en
una posición muy incómoda. Si su estatura fuera normal,
podría haber funcionado, pero con él, es como si alguien me
estuviera presionando un martillo contra el estómago. Hablo
entre besos, y mis palabras salen en jadeos.
—¿Quieres que vayamos a mi habitación?
Se detiene de repente y se separa, inclinándose hacia
atrás para poder mirarme a los ojos.
—¿Tú quieres?
Me entra el pánico. ¿Por qué me está preguntando eso?
¿No quiere ir tan lejos? ¿He malinterpretado su pasión? Me
encojo de hombros.
—Solo si tú quieres. No tenemos por qué hacerlo. No pasa
nada si prefieres que nos quedemos aquí en la cocina. —
Miro a mi izquierda—. Delante de la nevera.
A continuación, lo único que sé es que mi mundo está
patas arriba. Dejo escapar un grito antes de darme cuenta
de lo que está pasando: me ha tomado en sus brazos y, con
sus largas zancadas, ya estamos en la mitad del pasillo. Me
pongo a reír como una loca.
—¿Qué haces? —Mi pelo se balancea en el aire, colgando
por encima de su brazo, y pataleo con las piernas cuando
intento ponerme derecha.
—Me estás volviendo loco. ¿Crees que no quiero ir a tu
habitación? No tienes ni idea.
Giramos cuando llegamos al pie de la escalera y, sin
querer, me golpeo la cabeza en la esquina de la barandilla.
Por suerte, el pelo ha amortiguado el golpe, pero el ruido
que hace es horrible.
—¡Mierda! ¡Lo siento mucho! —Me suelta las piernas y
acuna la parte superior de mi cuerpo en sus brazos mientras
me mira—. ¿Estás bien? No me puedo creer que acabes de
darte un golpe por mi culpa. Qué torpe soy.
Alarga el brazo y me frota tanto el pelo que me lo enreda.
Me echo a reír de nuevo y dejo caer la cabeza hacia atrás.
—Vaya, esa sí es forma de cortejar a una mujer, dejarla
inconsciente y llevarla a su dormitorio al más puro estilo
cavernícola.
Me toma en sus brazos de nuevo, abrazándome como a
un bebé pero apretándome más fuerte esta vez. Ahora los
dos nos reímos mientras corre escaleras arriba en diagonal
para evitar que vuelva a golpearme la cabeza con la
barandilla. Se detiene al llegar a lo alto.
—¿Por dónde?
—Izquierda.
Dejo de reír y empiezo a susurrar. No puedo creer que
estemos haciendo esto. Mi corazón está totalmente a favor,
pero mi cerebro se resiste. ¿Y si estoy cometiendo un error?
¿Y si lo estropeo todo?
Las puertas de mi habitación se abren de golpe y Dev
entra sin dudarlo. A un metro de la cama, me lanza y salgo
volando por el aire. Grito y me río antes de aterrizar. Apenas
acabo de entrar en contacto con el colchón cuando él ya
está saltando a la cama a mi lado.
Durante dos segundos, parece un verdadero superhéroe:
Superman, brazos extendidos y volando hacia mí. Por
desgracia, no tengo el armazón de cama más robusto del
mundo, porque lo compré en un mercadillo de barrio antes
de casarme con Miles. Cuando su cuerpo gigante se
desploma en el lado izquierdo, el armazón se rompe y se
derrumba bajo su peso. El colchón se desplaza y caigo
rodando de lado directa hacia él.
Grito de miedo y sorpresa, y él grita a la vez. Él también
se resbala. Somos una maraña de brazos y piernas, y vamos
directos al suelo.
—¡Ay! —exclama cuando aterriza de espaldas en la
moqueta.
Me precipito sobre él y le arranco un gemido.
He oído un crujido mientras nos caíamos. Al levantar la
vista desde donde estoy, sobre su pecho, lo veo frotarse la
cabeza.
—Eso me va a dejar marca. —Al parecer, se ha dado un
golpe bastante fuerte contra mi mesita de noche.
—Oh, Dios mío… No me puedo creer que me hayas roto la
cama.
Él me mira, yo lo miro y los dos nos echamos a reír. En
cuestión de segundos estoy riéndome a carcajadas. Tengo
que apartarme de él y cruzar las piernas para no hacerme
pis en el suelo.
Me recuesto de espaldas, mirando al techo con las piernas
cruzadas y sujetándome la entrepierna con las manos.
Siguen saliéndome algunas risitas mal contenidas, así que
no confío en soltarme la entrepierna todavía. No me
acuerdo de la última vez que me dio un ataque de risa como
este. Tal vez nunca lo he vivido.
Dev vuelve la cabeza para mirarme y yo hago lo mismo.
Nos miramos el uno al otro durante un buen rato mientras
nuestra risa se va desvaneciendo.
—Esta debe de ser la cita más sexy que has tenido en tu
vida, ¿a que tengo razón?
Me mira meneando las cejas.
Empiezo a reír de nuevo. No puedo evitarlo. ¡Ha llamado a
esto nuestro una cita! Y es un loco como yo. Se apoya en un
costado y me mira un momento. Luego abre la boca para
decir algo, pero un zumbido lo interrumpe y pierde la feliz
expresión de su rostro.
—¿Qué es eso? —pregunto, y la risa muere en mis labios
de repente.
—Mi teléfono.
Mueve la mano y saca el aparato del bolsillo.
Lee un mensaje de texto y se incorpora inmediatamente.
Me invade un mal presentimiento.
—¿Pasa algo?
Suspira con los hombros encorvados.
—Es mi madre. Tengo que irme.
Otra vez me viene a la cabeza la imagen de que somos
una pareja de adolescentes, robando momentos que no
merecemos tener.
—¿Jacob está bien?
—Creo que no. Me parece que tiene dolores. De lo
contrario, mi madre no me pediría que volviera a casa. —Me
mira con expresión de tristeza—. Lo siento mucho.
Me levanto de golpe y extiendo la mano.
—Por favor, no te disculpes. Lo entiendo perfectamente. Si
me llamara mi niñera y me dijera que les pasa algo a mis
hijos, me iría de aquí corriendo como The Flash.
Dev me toma las manos y se pone de pie.
—Lo que pasa es que esto ocurre bastante a menudo.
Probablemente para ti no sea algo tan cotidiano.
Me suelta y comprueba el teléfono de nuevo.
Lo miro y niego con la cabeza.
—No importa. Somos padres. Hacemos lo que tenemos
que hacer, ¿verdad? —Le doy una palmadita en el brazo y
luego le tomo de la mano, sin preocuparme por lo que
pueda pensar de que me conceda a mí misma esas
libertades—. Vamos. Te acompaño fuera.
Tira de mi mano y me impide salir de la habitación. Dejo
que me arrastre contra él. Nos abrazamos y me mira a los
ojos.
—En serio, iba a hacer una maratón de sexo contigo, así
que, o bien has tenido mucha suerte, o la has tenido muy
mala.
No puedo evitar sonreír.
—Tal vez lo descubramos algún día.
—Tal vez sí.
Me da un beso tan aséptico que parece más un beso de
despedida, pero voy a seguir teniendo fe y esperar que sea
un beso de «volveremos a intentarlo más adelante».
Bajamos las escaleras hacia la puerta y se la abro. Ahora, en
lo único que pienso es en que mañana tengo una cita con
un extraño a la que no me apetece ir.
Dev se separa de mí y sale por la puerta principal. Cuando
llega al coche, abre la puerta y me dice sus últimas
palabras.
—Tienes que llamarme el domingo.
—Ah, muy bien, pero ¿por qué? —Quiero oírle decir que no
soporta estar lejos de mí, que espera escuchar mi voz, que
quiere que seamos algo más que amigos.
—Porque tienes una cita el sábado y quiero que me lo
cuentes todo.
Y así, se me caen el corazón y el alma a los pies. Intento
aparentar alegría, porque ya no soy una adolescente, y él es
un padre con cosas que hacer y que nada tienen que ver
conmigo. Ya me han hecho trizas el corazón otras veces, y
ya sé cómo funciona el proceso. Puedo ser valiente. Puedo
soportarlo. Incluso podría tener una aventura sin
compromiso con este hombre, porque insiste en que yo
salga con otras personas.
Ahora recibo el mensaje alto y claro. Hemos salido juntos
en una cita, pero no tenemos una relación. Una especie de
cita sin cita. Supongo que se supone que tenemos que salir
con otras personas y luego contarnos mutuamente cómo
nos ha ido. Este tipo de sistema debe de ser algo nuevo en
el mundo de los solteros, algo que me perdí durante los diez
años que estuve casada. Tendré que adaptarme, si quiero
que Dev forme parte de mi vida. Y la verdad es que eso es
lo que quiero.
—¡Muy bien! —grito, con el entusiasmo de una animadora
—. ¡Ningún problema! ¡Yo también quiero que me lo cuentes
todo sobre tu cita!
Levanta el pulgar y se sienta al volante.
Cierro la puerta de casa y me apoyo en ella, deseando
que las lágrimas desaparezcan, pero por supuesto, las
lágrimas no obedecen. Subo las escaleras despacio y me
regodeo en mis sentimientos heridos. Esta noche, lloraré
hasta quedarme dormida una vez más.
Capítulo 38

Prepararme para esta noche es un momento agridulce


para mí. Esta es una cita de verdad, no una de broma como
la que tuve con Dev, pero no me entusiasma nada la idea.
Me miro en el espejo, tratando de animarme ante la
perspectiva de un acontecimiento tan importante.
—Solo vais a tomar algo —digo en voz alta—. Ni siquiera
tiene por qué ser una bebida alcohólica. Un café, si quieres.
Solo necesitas salir y perder tu virginidad en cuanto a las
citas con hombres.
Pienso entonces en mi virginidad, la auténtica, que perdí
con Miles hace mucho tiempo, y en el hecho de que, por un
momento, anoche creí que estaba viviendo mi primera cita
de verdad en años, y eso me entristece de nuevo.
Arrugo la frente ante mi reflejo.
—Déjalo ya. ¡No puedes colarte por un hombre con el que,
simplemente, lo pasaste muy bien! ¡Eso es ridículo! Dev
será un muy buen amigo para ti. Maldita sea, hasta podría
acabar siendo un amigo con derecho a roce si juegas bien
tus cartas. —Respiro profundamente y dejo escapar el aire
despacio—. Tranquilízate. Eres una mujer sola, libre para
disfrutar de la vida. Has tenido dos noches seguidas para
salir sin niños. Esta noche es especial, y no puedes
estropearla preocupándote por tonterías.
Después de la merecida reprimenda, fuerzo una sonrisa y
me miro en el espejo.
—Así me gusta. Recuerda: eres la mejor, Jenny. La mejor.
La Mujer Maravilla.
Me he puesto el mismo vestido que llevaba anoche con
Dev. Probablemente no debería, porque aún huele un poco a
comida frita, y me recuerda a sus manos sobre mi cuerpo y
la imagen de los dos rodando por el suelo de mi habitación,
pero mi presupuesto no me permitía dos vestidos nuevos, y
mi ropa de siempre está demasiado vieja para ponérmela
en una cita de verdad. Ayer le compré un suéter a May y
este vestido para mí, junto con un par de zapatos baratos
que me llamaron la atención y un conjunto muy sexy de
ropa interior. El resto fue a mi cuenta de ahorros. Solo estoy
en período de prueba con el nuevo trabajo, y todavía no sé
si seguiré trabajando allí en el futuro, así que necesito
controlar los gastos. Además, un poco de perfume
enmascarará el olor a bagre frito en un santiamén. Doblo mi
dosis habitual, rociándome con perfume suficiente para
asfixiar a un gusano, y me obligo a abandonar los confines
de mi baño.
Compruebo la hora. Tengo treinta minutos antes de que
empiece oficialmente esta cita. No he recibido ningún
mensaje, así que doy por sentado que la cosa sigue en pie.
¿Estará tan nervioso como yo? ¿Se preguntará en qué
dirección va esto? ¿O será uno de esos tipos que solo busca
un rollo rápido de una noche?
Había un lugar en el perfil para decir qué es lo que estás
buscando, y estoy segura de que no puse en ningún
momento que buscaba un encuentro pasajero. Por supuesto,
no soy tan tonta como para pensar que un hombre no
aceptaría esa opción si se la ofrecieran, pero no voy a
ofrecerle eso. ¿Y lo de anoche con Dev? ¿Cuando lo invité a
mi habitación? Eso fue una anomalía. No volverá a suceder.
No soy esa clase de chica. A menos que Dev quiera que
suceda. Podría hacer una excepción para él.
Obligo a mi cerebro a ahuyentar esos pensamientos,
negándome a seguir por ese camino otra vez. Necesito
concentrarme, poner mi mejor cara. Tengo una cita de
verdad con un perfecto desconocido que me recuerda tanto
a Dev que parece cosa de locos. Releí su perfil y eso no hizo
más que confirmar mis impresiones.
No quiero aparecer antes de tiempo, pero quedarme en
casa, regañándome a mí misma frente al espejo y soñando
con lo que pudo haber sido y no fue con Dev, no me está
llevando a ninguna parte. Siento la tentación de cancelarlo
todo, así que sé que debo irme de una vez. Además, es
mejor que me marche antes de que May regrese del parque
con los niños. Llorarán cuando me vean salir y luego,
encima, tendré un sentimiento de culpa tremendo.
Me siento al volante y conduzco hacia el bar. Estaré allí en
veinte minutos, si el tráfico me lo permite. Por el camino,
dejo volar mi imaginación, rememorando los
acontecimientos de la noche anterior. Me pregunto si Dev y
yo habríamos llegado al final de no haber llamado su madre.
¡Y si él no hubiera destrozado mi cama con su salto de
superhéroe! He tenido que dormir con el colchón en el
suelo… No sé qué explicación voy a darles a los niños
cuando me pregunten.
Dev debe de pesar cien kilos, tal vez incluso ciento diez,
de músculo puro. Probablemente tenga una cama especial
en su casa: extralarga y extrafuerte. Me entra mucho calor y
me pongo muy nerviosa solo de pensar en eso. Larga y
fuerte. Cama grande. Hmmm…
—¡Para ya!
Miro a mi alrededor, casi esperando ver un letrero de neón
en una tienda que diga: «¡Aquí tienes tus vibradores!
¡Oferta especial! ¡Anonimato garantizado!»… Es evidente
que llevo demasiado tiempo sin sexo, pero qué narices…
Vamos a ver, soy una mujer sana, estoy prácticamente en
mi mejor momento, médicamente hablando. ¡Debería tener
una sesión de sexo todos los días! Este tipo de frustración
es normal.
Se me enciende la bombilla. ¡Ese es mi problema! ¡Por
eso me estoy enamorando de un tipo al que apenas
conozco! ¡Necesito más sexo! Estoy obsesionada con el
coito. Es casi una enfermedad. Lo llamaré «coitus queremus
muchus» y está entorpeciendo mis procesos cognitivos
normales. Eso lo explicaría todo.
Quizá el hombre al que voy a conocer esta noche sea
interesante. La foto que colgó en su perfil estaba bastante
bien. Dev dice que todo el mundo usa Photoshop con sus
fotos o sube las antiguas de cuando eran más jóvenes, pero
aunque este hombre sea mayor de lo que parecía,
probablemente es el tipo de persona que mejora con la
edad. Tal vez haya química entre nosotros y él me proponga
algo. Entonces yo diré: «Claro, me encantaría acostarme
contigo esta noche. Soy libre, estoy abierta a probar cosas
nuevas. Soy una mujer arriesgada, aventurera, que vive
para disfrutar del momento». ¡Ja! Me sudan las palmas solo
de imaginarlo. Es imposible que esto salga bien.
Cuando entro en el aparcamiento del bar, me siento
bastante segura de mí misma, a pesar de todo. Me miro el
vestido, apreciando la manera en que se adapta a mi
cintura y me resalta las caderas. Mi pelo también pone de
su parte, enmarcando mi cara con sus ondas naturales, y mi
maquillaje es perfecto, ni mucho ni poco, con un acabado
un tanto difuminado. Dev me encontró bastante irresistible
con este modelito… Tal vez tenga más opciones de las que
pensaba. Salgo del coche con una enorme sonrisa en la
cara. La negación puede ser tremendamente poderosa
cuando se emplea con moderación.
Compruebo el teléfono solo para asegurarme de que no
hay mensajes de texto de May. Va a tener una recompensa
muy especial por hacernos de niñera dos noches seguidas,
porque sé que mis hijos la están volviendo loca. Hasta a mí
me vuelven loca después de dos noches seguidas, y eso que
fui yo quien parió a esos pequeños granujas.
Le envío un mensaje de texto rápido, solo para hacerle
saber cuánto le agradezco sus esfuerzos.
Yo: Muchas gracias. Eres mi heroína.
Responde de inmediato.
May: ¡Diviértete! ¡No hagas nada que yo no haría!
Sonrío, pero no respondo. Su mensaje deja mucho espacio
para la imaginación. He oído las historias sobre ella y Ozzie
y sus escapadas. Es hora de ponerte en plan sexy, Jenny.
Camino hacia la entrada del bar, contoneando las caderas
un poco más de lo habitual. Me siento despampanante. Voy
a ser la dueña del lugar.
La puerta de madera de la entrada está llena de marcas y
un poco combada, y me da la bienvenida a un lugar en el
que, tiempo atrás, disfruté de muy buenos momentos. Aquí
era donde veníamos Miles y yo, antes de tener hijos, a
disfrutar de una cerveza y ver los partidos en el televisor de
encima de la barra. Guardo muy buenos recuerdos de este
lugar, así que experimento una sensación especial y buenas
vibraciones cuando agarro el pomo y tiro de él.
El aire acondicionado y el olor a cerveza rancia es lo
primero que me llega. Puede que vaya demasiado arreglada
esta noche, pero por una vez, voy perfectamente
maquillada y por primera vez en mucho tiempo me he
pintado las uñas y llevo un sujetador y unas bragas a juego.
Espero que este hombre valore todos mis esfuerzos, porque
mañana todo se acabará y volveré a ser una mamá experta
en informática en vaqueros y zapatillas de deporte, con ropa
interior de lunares de algodón y un sujetador deportivo de
tirantes anchos. Pero ¿esta noche? Cuidado. Soy una mujer
muy, muy peligrosa; una auténtica tigresa.
Como premio especial, en este preciso instante decido
llevar a los niños a un pícnic en el parque mañana. Han sido
muy pacientes conmigo y no se han quejado ni una sola vez
de que no estuviera con ellos dos noches seguidas. Eso es
un gran cambio para ellos, y con Miles y su nueva novia en
escena, debo mantener a toda costa la estabilidad en la
vida de mis hijos. Este ha sido mi fin de semana egoísta,
pero mañana todo girará en torno a ellos.
Ahora mi mente se ha liberado de toda culpa y estoy lista
para jugar. Examino la espalda de las personas sentadas en
los taburetes alrededor de la barra, con la esperanza de que
el hombre con la camisa azul esté ya allí y no tener que
quedarme esperando demasiado rato.
Al principio no lo veo, pero luego, entre las sombras de la
parte trasera del local, percibo un destello de azul. Creo que
está allí, con una jarra de cerveza en la mano. Me mira
como si me conociera. Y es muy, muy alto.
Monstruosamente alto.
El corazón me da un vuelco y luego una voltereta.
Empiezo a temblar cuando mis ojos se detienen en los
detalles del hombre de la camisa azul. Empiezo a susurrar
para mis adentros cuando resulta más que evidente que mi
noche está a punto de irse al garete. Oh, Dios mío… ¡No me
puede pasar esto!
Es Dev, y está aquí para ser testigo de mi vergüenza.
Luego aflora un pensamiento aún más horrible: ¿y si mi
cita es él?
No, no puede ser. Estaba sentado junto a mí en el
ordenador cuando hice clic en su perfil. Vi su foto, y vi la
foto del hombre con el que he quedado aquí, y
definitivamente, no era la imagen de Dev.
Dejo unos instantes para asimilar la gravedad del asunto.
Hemos quedado en el mismo lugar, así que cada uno verá la
cita del otro… ¡Qué desastre! Cuando me preguntó adónde
iba a ir, ¡debería habérselo dicho! ¿Por qué decidí que
flirtear y jugar fuerte era una buena idea?
El destino realmente me la ha jugado; es la única
explicación para lo que está sucediendo. Hay más de mil
bares en esta ciudad, y podría haber elegido cualquiera de
ellos, ¡pero está aquí! ¡En mi bar! ¡Maldita sea!
Reconozco la expresión de su rostro como la que
probablemente se refleja en el mío. Está confundido, pero al
mismo tiempo, parece que le hace gracia.
Me muero de vergüenza. ¡Se está riendo de mí! Supongo
que se ha dado cuenta de que llevo el mismo vestido que
anoche. ¿Qué dice eso sobre mí? Nada bueno, desde luego.
Él lleva otra camisa. Tal vez se ha puesto los mismos
pantalones, pero la camisa es definitivamente azul, y la que
lucía anoche era amarilla.
Mis ojos escanean de nuevo la multitud. Hay otro hombre
con una camisa azul, pero debe de rondar los setenta. No
creo que sea legal cambiar tanto tu imagen con Photoshop.
Dev echa a andar a través del bar. Me encuentro con él a
mitad de camino. Él habla primero, ahorrándome el
problema de tener que inventarme algo simpático y
ocurrente, una hazaña que soy incapaz de lograr en este
momento.
—Supongo que ahora ya sé dónde has quedado con tu
cita.
Mi sonrisa seguramente parece más bien una mueca
horrorizada que otra cosa. Nivel de humillación: ocho sobre
diez.
—Sí, supongo que sí. Parece que tenemos el mismo gusto
en cuanto a bares.
Asiente con la cabeza y mira alrededor, por encima de mi
hombro y luego a los lados. Consulto el reloj. Es la hora
exacta.
—Entonces, ¿tu cita no ha llegado todavía? —pregunto.
—No lo creo. Es difícil saberlo, porque no llegué a ver su
foto.
Lo miro y niego con la cabeza.
—¿Por qué no la miraste? ¿Cómo vas a reconocerla si no
sabes cómo es?
Se encoge de hombros.
—Pensé que ya me reconocería ella.
Asiento con la cabeza, sintiéndome incómoda pero
satisfecha por la conversación. El silencio sería peor.
—Supongo que es una buena estrategia. Resulta difícil
que pases desapercibido.
—Además, así no hay ninguna presión. Ella puede
mirarme y decidir, sin llegar a conocerme, si realmente
quiere hablar conmigo o no.
—Eso es muy considerado por tu parte. —Lo miro más de
cerca, entrecerrando un poco los ojos. No parece en
absoluto preocupado por el hecho de que le den plantón—.
¿Cuánto tiempo tienes previsto quedarte para ver si
aparece?
Se encoge de hombros.
—No lo sé. ¿Media hora?
Asiento porque no se me ocurre otra cosa que hacer, y
examino otra vez a los clientes del bar. En ese momento, la
puerta se abre y entra un hombre con una camisa azul.
Definitivamente es más recio de lo que esperaba a partir de
su perfil, pero tiene el pelo castaño como el hombre de la
foto. Aguardo a ver qué pasa. Parece estar buscando a
alguien.
Dev señala con la barbilla.
—Tal vez ese sea tu hombre. Debería irme, darte espacio.
—Está bien —digo, sin prestar realmente atención a Dev.
Estoy concentrada en el hombre que acaba de llegar,
tratando de averiguar si es el que vi en la foto. Aunque no
creo que lo sea. Su nariz es totalmente diferente. ¿Alguien
utilizaría Photoshop para ponerse una nariz distinta?
Debería haber mirado la foto más detenidamente. Debería
haberla imprimido. Dev ya me advirtió que la gente hace
trampas en esas webs. Imaginándome a ese tipo como mi
cita, me visualizo a mí misma sosteniendo la foto impresa
junto a su cara, señalándolo con furia y gritando: «¡Quiero
una explicación!». Las fotos retocadas con Photoshop
deberían estar prohibidas, y a aquellos que incumpliesen la
prohibición habría que arrojarles huevos podridos. Odio esta
situación. ¿Qué estoy haciendo aquí?
—Voy a volver a mi rincón —dice Dev—. Hazme una señal
si tienes algún problema.
Ahora Dev tiene toda mi atención.
—¿Qué pasa? ¿Eres mi guardaespaldas?
Parece confundido.
—No. A menos que quieras que lo sea.
Tal vez todavía esté dolida por el hecho de que él quisiera
que saliéramos con otras personas después de romperme la
cama. Mi respuesta es más agresiva de lo que pretendía.
—Estoy bien. Puedo apañármelas yo sola. Llevo un espray
de pimienta. —Doy unas palmaditas en el lateral del bolso
con aire de seguridad.
—Deberías llevar una Taser, como tu hermana. Aprendí de
primera mano que es muy efectiva.
Antes de que pueda pedirle más detalles, me deja y se va.
Estoy sola junto a la barra, y el hombre de la nariz falsa que
creía que podría ser mi cita se acerca a un grupo de amigos
y toma una cerveza que le ofrece uno de ellos. Todos se ríen
de algo que dice.
Si esa es mi cita, ya puede olvidarse del asunto. Yo no me
metí en esto para salir con alguien con una nariz falsa o con
una reunión de amigos. Mi indignación desaparece al cabo
de unos minutos, cuando una chica entra por la puerta, se
acerca al hombre y le da un abrazo y un beso. Game over.
Capítulo 39

Compruebo de nuevo mi teléfono; han pasado otros


quince minutos. En cuanto veo la hora, me doy cuenta de
que no tengo ningún interés en salir con un tipo que se
presenta quince minutos tarde en nuestra primera cita.
Respeto el tiempo de otras personas, por lo que es justo que
hagan lo mismo por mí.
Dev está ocupado mirando su propio teléfono, así que no
me molesto en hacerle ninguna señal para avisarlo. Voy a
visitar el baño antes de irme. Mi noche es un fracaso oficial.
Haré un pis primero, y luego me iré a casa. Probablemente
todavía tenga tiempo para hacer palomitas y encontrar una
buena peli romántica en la tele. La noche aún es joven, y yo
también. O algo así.
Me miro en el espejo del baño y frunzo el ceño. Qué
lástima que me haya vestido para nada. Esto de las citas es
una mierda. Creo que cuando era más joven era diferente.
Los tiempos han cambiado, y no para mejor. Hoy los
hombres plantan a las chicas y se retocan la cara con
Photoshop, para fingir ser alguien que no son. Imbéciles.
Salgo del baño y vuelvo al bar, examinando a la multitud
una vez más para poder localizar a Dev y despedirme. Pero
no está aquí. Se ha ido. Siento que se me abre una grieta en
el corazón, y no es nada agradable. ¿Se ha ido sin decir
adiós? Y yo que creía que mi noche no podía ir a peor… ¡Me
equivocaba de nuevo!
La tristeza que siento ahora es completamente
desproporcionada con respecto a lo que ha ocurrido. Dev ya
es mayorcito, y estaba aquí para conocer a su propia cita. El
hecho de que se haya ido no tiene nada que ver conmigo.
Debería alegrarme por él. Joder, tal vez su chica apareció al
fin y están en el aparcamiento montándoselo en su coche. O
tal vez ha habido mucha chispa entre ellos y están haciendo
algo más que eso.
Sé que mi reacción es ridícula, pero no puedo evitarlo.
Solo estuve en el baño cinco minutos, y me da pena que se
fuera sin despedirse. En realidad, ha sido increíble verlo
aquí. Parece que nunca me canso de ver a este hombre.
Salgo hacia mi vehículo, pero cuando estoy a un par de
metros me detengo. Hay alguien esperándome. Sufro un
ataque cardíaco momentáneo hasta que me doy cuenta de
que es un hombre muy alto con una camisa azul. Dev. Mi
corazón sale volando disparado, como si tuviese alas, como
si fuera un cohete y alguien hubiera encendido la mecha
para lanzarlo. Me dan ganas de cantar como Maria en
Sonrisas y lágrimas. «¡El dulce cantaaar!».
Intento recuperar mi movimiento sexy contoneando las
caderas, pero termino torciéndome el tobillo con mis
estúpidos zapatos nuevos. Dev extiende los brazos como si
quisiera intentar ayudarme, pero todavía está a un metro de
distancia. Me recupero sin caerme de espaldas, por suerte,
y recorro cojeando el resto del camino. Saco las llaves del
bolso para que no haga ningún comentario sobre mi
lamentable tropiezo.
—Pensé que te habías ido —dice Dev.
—Yo también pensé que te habías ido.
Nos miramos el uno al otro mientras las cigarras cantan a
nuestro alrededor, marcando el ritmo de la noche, algo
exclusivo de Nueva Orleans.
—¿Me esperabas? —le pregunto.
Se encoge de hombros.
—Cuando creí que te habías ido, pensé en irme a casa.
Pero luego salí y vi tu coche, así que me preocupé. Pensé
que te esperaría un rato y, si no aparecías, pondría en
marcha un dispositivo de búsqueda.
No puedo evitar sonreír.
—¿Un dispositivo de búsqueda? Eso suena a algo serio.
Asiente despacio.
—Lo es.
Quiero creer que su respuesta encierra mucho más que
esas dos simples palabras, pero antes de que pueda
pararme a pensar en eso más detenidamente, me arranca
de mis pensamientos.
—¿Ha aparecido tu chico?
Niego con la cabeza.
—No. Supongo que son cosas que pasan.
En realidad, ahora que estoy aquí con Dev, no me parece
algo tan malo, después de todo.
—¿Estás segura de que no estaba allí? Había muchos
hombres que parecían estar solos.
Me encojo de hombros.
—Me dijo que llevaría una camisa azul, y los únicos con
camisas azules erais tú, un vejestorio y otro hombre, pero
iba acompañado de una chica.
Dev abre más los ojos.
—¿Una camisa azul?
Asiento con la cabeza.
—Sí, una camisa azul. Así es como se suponía que debía
identificarlo. Y yo puse mi foto en mi perfil, por lo que
debería haber podido reconocerme fácilmente. No la
retoqué con Photoshop, y tampoco usé una de hace diez
años.
Dev sonríe y luego apoya el puño en la frente y echa la
cabeza hacia atrás, riendo como si estuviera en una
comedia.
—¡Ay, Dios! —exclama, incorporándose de nuevo.
—¿Qué pasa? ¿Te parece gracioso? ¿Te hace gracia que
me hayan dado plantón?
—Ay, Dios mío… —repite, mirándome de nuevo—. No. No
es eso. No me lo puedo creer.
Estoy empezando a enfadarme, porque no tengo ni idea
de qué está hablando. Sin embargo, parece como si se
estuviera riendo de mí. Me cruzo de brazos.
—¿Qué? ¿Qué es lo que no te puedes creer?
Aparta el puño de la frente, se agarra la parte delantera
de la camisa y me la enseña.
—Llevo una camisa azul.
Me encojo de hombros.
—Sí. ¿Y qué?
Niega con la cabeza.
—Yo soy tu cita.
Lo miro como si estuviera loco. Creo que con toda esta
historia de las citas ha perdido algún tornillo por el camino.
—¿Qué? No. No eres mi cita. Él se llamaba Brian no sé
qué.
La web solo ofrece los nombres de pila, pero eso me
parecía suficiente en su momento.
—Escogiste al hombre que dijiste que era mi gemelo,
¿verdad?
Ahora vuelvo a sentirme avergonzada. ¡Lo sabe! ¡Sabe
que estoy loquita por él! Necesito manejar esto.
—¿De qué estás hablando? —Sí, ese es mi plan: voy a
hacerme la tonta y ver hasta dónde me lleva.
—Escogiste al hombre que dijiste que era mi gemelo, para
salir con él. Ese era yo.
Se señala el pecho.
La imagen que está tratando de describir comienza a
tener sentido.
—¿Qué estás diciendo? ¿Tienes dos perfiles en ese sitio
web?
Ahora le toca a Dev pasar vergüenza.
—Sí —confiesa a regañadientes.
En este momento no solo estoy confundida, también me
siento molesta.
—¿Por qué? ¿Por qué lo has hecho?
Intento averiguar si me ha tendido una elaborada trampa
para atraparme y hacerme quedar como una tonta, pero tal
como ese pensamiento entra en mi mente, se va. En primer
lugar, nadie es tan inteligente, y en segundo lugar, él no es
tan malo.
Mira hacia el cielo nocturno y luego a sus pies. Se
balancea hacia delante y hacia atrás desde los talones
hasta los dedos de los pies y al fin responde.
—Tal vez me preocupaba que nadie quisiera salir con un
tipo calvo y tan alto que parece que debería trabajar en un
circo.
Si me hubiera dado cualquier otra excusa, o tal vez si yo
fuera una persona diferente con menos cicatrices en el
alma, podría enfadarme por el engaño; pero mi corazón está
con él. Siempre parece tan seguro de sí mismo que no se
me pasó por la cabeza, ni por un segundo, que pudiese
avergonzarse de su físico.
Lo miro a los ojos para que vea que hablo con el corazón
en la mano.
—Eso es ridículo. ¿Por qué iba a importarle eso a alguien?
Me mira levantando una ceja invisible.
—¿Hablas en serio? ¿Tú has estado en el mundo
últimamente?
Dejo escapar un largo suspiro. Tiene razón. En nuestro
mundo, las personas son completamente superficiales y se
fijan sobre todo en el físico. Maldita sea, si hasta yo miré las
fotos en la web y elegí a un hombre basándome no solo en
su personalidad, sino en lo guapo que era en la foto.
—¿De dónde sacaste la imagen que pusiste en el perfil? —
pregunto.
—Es una foto de mi primo. Pero me dio su permiso, así
que no fui un canalla integral… Quiero decir que no le robé
la identidad a nadie. —Mira las estrellas con aire reflexivo—.
Aunque todavía puedo ser un canalla, ahora que lo pienso.
—Dirige su atención hacia mí—. Siento mucho haberlo
hecho y que te hayas visto involucrada. —Trata de quitar
hierro al asunto, pero no acaba de conseguirlo—. De todas
formas, tú eres la primera que me ha pedido una cita, así
que solo hay una víctima de mi estupidez.
—No lo entiendo. ¿Por qué tanto misterio? ¿Por qué no ser
simplemente tú mismo?
Mira al suelo.
—Llámalo falta de confianza en uno mismo. Esa es
probablemente la manera más precisa de describir mi forma
de enfocar este asunto.
—¿Cómo puede un hombre como tú carecer de confianza
en sí mismo? Eres alto, guapo, encantador, inteligente, un
gran padre… Lo tienes todo.
Su sonrisa es tan seductora que casi no puedo respirar.
—¿Es que te has olvidado de ponerte las lentes de
contacto hoy? —pregunta.
Le doy un empujoncito.
—Cállate. Y también tienes un gran sentido del humor.
Se encoge de hombros.
—Tú ves lo que ves, pero créeme, la mayoría de las
mujeres no tienen la misma impresión cuando me miran.
Lanzo un suspiro.
—Bueno, pues permíteme disculparme en nombre de
todas las mujeres por ese puñado de bobas que son sordas,
tontas y ciegas. Créeme, no representan a la mayoría.
—Gracias por decirme eso.
Patea la gravilla del suelo, moviéndola con el pie, y por
primera vez veo de verdad su parte vulnerable. Eso solo lo
hace aún más atractivo a mis ojos, sabiendo que no es un
engreído, sino una persona humilde y sincera consigo
misma. Prefiero este tipo de hombre a un individuo que crea
que es un regalo del cielo para las mujeres.
Me quedo callada, asimilando todo lo que me ha dicho.
Aquí estamos, dos personas solas, ambos en busca de amor.
Hicimos un pacto para encontrarlo con otras personas, pero
el destino nos ha unido de nuevo. Eso solo puede significar
una cosa, y no soy tan tonta como para ignorarlo esta vez.
—Y ahora ¿qué hacemos?
Me muerdo el labio después de formular la pregunta para
evitar dejar escapar algo que todavía no se debe decir en
voz alta.
Él se inclina y me toma de las manos. El bolso se me cae
a los pies, pero no hago caso.
—Creo que eso significa que deberíamos salir en una cita
de verdad y ver qué pasa.
Intento no emocionarme demasiado con la idea de que él
está pensando lo mismo que yo.
—Pero es un riesgo. Uno podría romperle el corazón al
otro.
Se encoge de hombros.
—El que no arriesga, no gana. Estoy dispuesto a correr
ese peligro si tú también lo estás.
Me muerdo el labio otra vez. Es una persona tan bella…
Bueno de verdad por dentro. No me importa que haya
puesto un perfil falso en una web de citas. Lo entiendo.
Quiero decir, lo entiendo de verdad. Entiendo lo que es
sentirse solo, sin seguridad en uno mismo, volverse
paranoico y preocuparse por que a la gente no le gustes por
lo que eres. Cuando Miles me dejó, perdí la esperanza de
encontrar a alguien que quisiera volver a estar conmigo.
Habría que ser muy estúpido para desaprovechar esta
oportunidad…
—Está bien, yo también voy a correr el riesgo. —Siento
que voy a vomitar, y estoy asustada y feliz al mismo
tiempo.
Dev sonríe y luego esa expresión vuelve a aflorar a su
rostro: su hoyuelo precioso y seductor aparece y transforma
al guerrero en un osito de peluche. Calvo. Un oso de
peluche grande y calvo que me hace sentir segura, feliz y
lista para comerme el mundo.
—Bien… ya hemos cenado —dice—. ¿Qué harías en una
cita de verdad después de la cena?
Me siento sexy, así que me arriesgo y le doy la respuesta
que aguarda en mi corazón.
—Te preguntaría si quieres tomar una copa en mi casa.
—¿Están tus hijos en casa? —pregunta, con un brillo
travieso en los ojos.
Hago una mueca.
—Voy a ser muy mala madre y decir que, por desgracia,
sí, lo están. En una cita de verdad probablemente me habría
asegurado de que estuvieran en otro sitio. Lo siento. He
perdido toda la práctica.
Frunce el ceño.
—Mi hijo también está en casa. —Me aprieta las manos y
me mira apesadumbrado—. Es una lástima que seas una
mujer con tanta clase.
Lo miro arqueando las cejas.
—¿Y por qué es una lástima?
—Porque… si te dejaras llevar por tu lado más salvaje, te
diría lo grande que es el asiento trasero de mi coche…
No puedo evitar reírme.
—¿Por qué te ríes?
Se acerca y me estrecha en sus brazos, y su cuerpo duro
me envía una descarga de placer que me recorre de arriba
abajo. La risa cesa de inmediato.
Lo miro, con los ojos ardientes por el calor que se acumula
en el interior de mi cuerpo.
—Porque… En el fondo, me gusta el lado salvaje…
Capítulo 40

No puedo dejar de reírme. Llevo el vestido subido hasta la


cintura, y estamos apretujados en el asiento trasero de su
coche, tratando de usarlo como nuestra plataforma de
lanzamiento para esto que acabamos de empezar, sea lo
que sea. No voy a ponerle ninguna etiqueta ni a
preguntarme cuánto va a durar. Quiero disfrutarlo mientras
pueda.
—Soy demasiado alto —dice con frustración mientras se
golpea la cabeza en la ventanilla trasera. Lo atraigo hacia
abajo para que me bese de nuevo. Tengo los labios
hinchados después de todo lo que hemos estado haciendo.
—No eres demasiado alto; eres perfecto.
Sonríe y se zambulle en mi boca. Nuestras lenguas se
enredan y nuestra respiración nos templa la cara mientras
avanzamos y profundizamos el contacto. Desliza la mano
entre mis piernas, acariciándome con los dedos sobre las
bragas, haciéndome retorcerme de pura excitación. El sudor
le gotea de la frente y aterriza en mi cuello mientras mira
hacia abajo, al espacio que hay entre nosotros.
—Lo que daría por una cama en este momento… —gruñe.
—Podríamos hacerlo sentados —sugiero.
Él se detiene y se queda mirándome.
—¿De verdad?
Asiento con la cabeza, mordiéndome el labio para no
reírme. No es que esto sea gracioso; es que lo estoy
pasando tan bien que quiero reírme y dar rienda suelta a mi
lado loco y salvaje al mismo tiempo. Nunca he
experimentado algo así. Estoy en un aparcamiento,
montándomelo prácticamente con un extraño en un Pontiac,
¡por el amor de Dios! Entonces se me ocurre algo, pienso en
la parte poética de mi vida sexual en este momento. Está,
literalmente, resurgiendo de las cenizas en el interior de un
modelo Phoenix. No puedo dejar de reírme.
Dev intenta levantarse y no solo se hace un nuevo
moretón en el proceso, sino que arranca de cuajo el
reposacabezas directamente de la parte superior del
asiento.
—¡Oh, Dios mío! —grito mientras gruñe y lo arroja al suelo
de la zona delantera del coche.
—Ven aquí —dice, mientras ocupa el asiento trasero,
estirando las piernas todo lo posible.
Presiona el respaldo con las rodillas y un bulto sobresale
en su entrepierna. Le abulta tanto que la cremallera le tira.
Estoy de rodillas junto a él y no puedo evitar mirarlo.
—Uau —exclamo. Antes, cuando estaba encima de mí,
percibí el tamaño de su paquete, pero creo que no llegué a
apreciar lo grande que era.
Él también lo mira y luego me mira a mí.
—Estoy a tu merced.
Con una sonrisa maliciosa, alargo el brazo y le desabrocho
el cinturón, el botón y la cremallera, liberándolo de la parte
superior de sus bóxers con cuidadosas maniobras.
—Madre mía… —susurro—. Lo tuyo sí es proporcionado…
Apoya la cabeza en el asiento y suspira.
—¿Es que quieres que me vuelva loco antes incluso de
que me toques?
Alargo la mano y me aparto un mechón de pelo de la cara,
metiéndomelo por detrás de la oreja.
Él gira la cabeza para observarme.
—¿Qué pasa? —pregunto con timidez.
—No me mires así —dice—. ¿Sabes lo que me estás
haciendo?
Me siento como una campeona del sexo, como una diosa
a la que debe adorar. Olvido por un momento que no había
hecho algo así en mucho tiempo. Tomando su miembro duro
en la mano, comienzo a acariciarlo hacia arriba y hacia
abajo. Él cierra los ojos y suspira, y empieza a arrugar la
frente y a gemir mientras encuentro el ritmo.
Me relamo los labios. Estoy completamente excitada,
tanto por sus caricias de antes como por verlo ahora. No
estoy segura de qué hacer a continuación, pero siento que
voy a explotar de deseo e impaciencia. Él abre los ojos.
—¿Vas a subirte encima o qué?
No pierdo el tiempo. Después de quitarme mis bragas
nuevas y sexys, me subo el vestido alrededor de las caderas
y hago todo lo posible por montarme a horcajadas sobre él
sin golpear ninguna parte sensible. Es más fácil si me quito
los zapatos.
Me arrodillo con una pierna a cada lado de las suyas. Su
erección se yergue entre nosotros, más de un palmo que
apunta hacia el techo del coche. Se coloca lo que debe de
ser un condón de tamaño especial, y ambos miramos
fijamente hacia abajo, a lo que ahora sé que es imposible.
¡Madre mía! ¡Pero si es del tamaño de una porra! ¿Qué se
supone que debo hacer con eso?
—¿Y si no cabe? —digo en un susurro, sin aliento.
—Iremos muy despacio —contesta, alargando la mano por
debajo de mi vestido y tocándome entre las piernas.
Cierro los ojos y disfruto de las sensaciones durante unos
segundos antes de hacer mi próximo movimiento. Ya basta
de juegos; tengo un reto ante mí. Ojalá hubiese ido a más
clases de gimnasia cuando era más joven.
Me incorporo sobre las rodillas y me doy cuenta enseguida
de que eso no es suficiente. Pongo el pie izquierdo en el
asiento al lado de Dev y levanto aún más el cuerpo. Por fin
puedo colocarme encima de él, y la punta dura de su
erección aguarda justo a mi entrada. Parezco una loca, pero
me da absoluta y completamente igual. Podría llegar la
mismísima policía ahora mismo y eso no me detendría.
Levanta el pulgar y lo frota sobre mi punto más sensible.
—Sin prisa —dice, observando la expresión de mi rostro.
Lo miro mientras me deslizo sobre él, muy despacio.
Nunca había odiado tanto los condones como en este
momento. Por suerte, gracias a todas las atenciones de Dev,
podemos frotarnos el uno contra el otro sin demasiada
fricción. Él se desliza dentro de mí prácticamente sin hallar
resistencia.
—Oh, Dios… —exclamo con una voz a medio camino entre
un susurro y un gemido.
Apoya la mano que tiene libre en mi cadera, ayudándome,
guiándome hacia abajo. Al final puedo volver a colocarme
de rodillas, pero tengo que parar antes de que se haya
hincado por completo dentro de mí. Es demasiado.
Cierro los ojos y espero.
—¿Estás bien? —pregunta.
Asiento con la cabeza.
—Es… increíble. —Sonrío, sintiendo cómo el calor me
invade todo el cuerpo mientras su dedo se mueve en
pequeños círculos. Intento levantarme y luego vuelvo a
bajar, disfrutando de la sensación de la cercanía de nuestros
cuerpos, de tener a esta bestia de hombre dentro de mí. Las
ventanillas se han empañado por completo, es imposible
ver desde dentro o desde fuera, y me he convencido de que
estamos a millones de kilómetros de cualquier otra persona.
—Qué bueno es estar dentro de ti… —dice, con la
respiración entrecortada.
Apoyo las manos sobre sus hombros, aferrándome con
todas mis fuerzas. Me da miedo que se rompa algo dentro
de mí si empiezo a montarlo como realmente quiero. Me dijo
que me lo tomara con calma y eso es lo que voy a hacer.
¡Maldita sea! ¡Quiero ir más rápido!
Trato de controlarme, con la respiración cada vez más
entrecortada.
—Suéltate —susurra, como si me estuviera leyendo la
mente—. Déjate ir. Haz lo que necesitas hacer.
Muevo las caderas en círculos pequeños mientras me
desplazo hacia arriba y luego hacia abajo otra vez.
—Rápido, sí, así está mejor —me digo sobre todo a mí
misma. Tengo los ojos cerrados. La oscuridad se cierne a mi
alrededor y me dejo invadir por el cúmulo de sensaciones.
Con cada segundo que pasa, siento cada vez más la
necesidad de desahogarme por fin, y eso me arrastra a un
lugar cada vez más profundo. Relajo la presión y me hundo
un poco más en él.
—Sí, sigue así, nena. Eso es —dice, levantando las
caderas para acudir a mi encuentro.
El asiento empieza a chirriar al ritmo de nuestros
movimientos, y estoy segura de que el coche también se
mueve, ¡pero no me importa! ¡Que sepa todo el mundo lo
que estamos haciendo! ¡Estoy en plena sesión de sexo en el
interior de un Phoenix con un pedazo de hombre que lo
tiene todo muy proporcionado…! ¡Y es increíble! ¡Yuju!
Mi boca empieza a emitir unos sonidos sobre los que no
ejerzo ningún tipo de control. Aunque no me importa,
porque solo los oigo de lejos. Estoy cerca… tan cerca. Solo
unas pocas embestidas más, algunas más…
—¡Oh, Dios mío! —grito, riendo y llorando al tiempo que
me abrazo a Dev con todas mis fuerzas.
¡Ya está aquí! ¡Fuegos artificiales! ¡Explosiones! ¡Alegría
apoteósica! Oigo todo eso en mi cabeza cuando llega al fin
y el orgasmo se apodera de todo mi cuerpo. Grito como una
posesa mientras mi cuerpo se convulsiona con la liberación
y Dev ruge como un león sexy y muy complacido. Me aferro
a él, como una mujer a punto de ahogarse que encuentra en
él su chaleco salvavidas. Lo siento palpitar dentro de mí
cuando encuentra su propia liberación.
Unos segundos más tarde, bajando de mi posición
poderosa y sexy, me doy cuenta de lo sudorosa que estoy.
Mi cara resbala de la suya, literalmente, cuando me aparto.
Observo su cara pálida mientras las perlas de agua salada
le ruedan por las sienes.
—Uau —exclamo, preguntándome cómo voy a salir de
este lío del que yo misma soy responsable. ¿Sexo en su
coche? ¿En el aparcamiento? Debo de ir colocada. ¿Llegué a
beber alcohol, ahora que lo pienso? No lo creo. No hay
excusa para mi comportamiento, salvo que estar con Dev
me hace perder la cabeza. Aunque en el buen sentido. No
me arrepiento de nada de lo que ha pasado. De nada.
Él se inclina y me da un beso justo en los labios. Es un
beso casto, pero lento. Dulce. Delicado. Mi corazón se
encoge y luego explota. Oh, mierda… Estoy loca por sus
huesos…
—Me haces feliz —dice. Luego me da una palmada en el
trasero—. ¿Lista para salir de aquí?
Asiento con la cabeza y luego ejecuto unos movimientos
casi acrobáticos necesarios para desencajarme de su
erección —aún semidura—, y poder ocupar el asiento junto
a él para ponerme las bragas.
No estoy segura de si debería sentir vergüenza u orgullo
en este momento. Menos mal que no me está mirando justo
ahora, porque probablemente me echaría a llorar. No es que
esté triste; simplemente, me siento confusa. Flotando en el
éter. Preguntándome qué demonios va a pasar ahora con mi
vida. Es como si hubiera entrado en una dimensión
desconocida o algo así. Tal vez sí tengo la crisis de los
cuarenta. Tal vez debería comprarme un Corvette mañana.
—Me gustaría quedarme más tiempo contigo —dice—,
pero me temo que mi madre no estaba preparada para que
alargara tanto mi cita.
Lo miro.
—¿Es que solo ibas a tomar algo y ya está?
Tarda unos segundos en responder.
—Sí. Yo solo… Me parecía lo correcto.
Me detengo mientras me estoy poniendo los zapatos y lo
miro.
—¿Lo correcto?
¿Qué quiere decir con eso? Mira por la ventanilla unos
segundos antes de volverse hacia mí.
—Lo pasé muy bien contigo anoche. No me parecía bien
salir con otra mujer en una cita romántica después de eso.
Tengo que morderme el interior de los carrillos para no
sonreír como una loca. Asiento con la cabeza.
—Claro. Lo entiendo. —Mi voz me delata. Quería aparentar
indiferencia, pero me es imposible. Completamente.
—No pretendía ponerte presión —dice.
Niego con la cabeza.
—No, si estoy muy contenta. —Intento sonreír, pero me
flaquea la sonrisa.
—¿Qué pasa? —pregunta, mirándome tan serio, tan
expectante, que hace que se me salten las lágrimas.
—Nada. Es solo que soy una tonta, eso es todo. Yo soy así.
Me toma la mano y la aprieta.
—He hecho algo mal.
—No. —Pongo mi otra mano sobre la suya—. Lo has hecho
todo bien. Me gustas de verdad. Solo me preocupa que
estemos yendo demasiado deprisa y esto parece tan
increíble… Me preocupa estropearlo todo.
Esboza una sonrisa triste.
—Tú también, ¿eh?
Asiento con la cabeza.
—No soy normal.
Alarga la mano y me acaricia la mejilla con ternura con un
dedo.
—Odio lo normal. Es muy aburrido. Muy predecible.
Miro hacia abajo, tratando de controlar mis emociones. Sin
embargo, nada puede borrarme la sonrisa de la cara.
—Menos mal.
Pasan unos minutos que se hacen eternos antes de que
alguno de los dos vuelva a hablar.
—¿Sigue en pie lo de Halloween? —pregunta.
Miro hacia arriba y asiento. Ese es un terreno seguro.
Nuestros hijos y disfraces, puedo manejarlo.
—Sí.
—Estupendo. Entonces, ¿nos vemos la semana que viene?
¿En tu casa?
Asiento, preguntándome si eso significa que no lo veré en
el trabajo.
—Por supuesto.
—Vendré sobre las cinco para asegurarnos de que no hay
fallos de última hora en el vestuario.
—Sí. Buena idea.
Me bajo el vestido con naturalidad y me aseguro de que
todos los botones están en su sitio y de que no queda nada
donde no debería estar. Dev apoya la mano en mi pierna
cuando estoy a punto de abrir la puerta.
—Prométeme una cosa.
Miro hacia abajo a su mano y luego a su cara. Su
expresión es ilegible.
—¿El qué?
—Prométeme que siempre serás sincera conmigo.
Siempre me dirás exactamente lo que sientes cuando te lo
pregunte.
Asiento, feliz de hacer esa promesa. No quiero más
mentiras ni juegos en mi vida, en especial con un hombre
como Dev. No puedo permitirme que me destrocen
emocionalmente en este momento. Tengo hijos, un trabajo
recién estrenado y una hipoteca, por no hablar de un
corazón herido.
—Yo lo haré si tú lo haces.
—Trato hecho. —Se inclina y me da un beso muy
prolongado antes de incorporarse—. Quédate ahí —dice,
abriendo su puerta y bajándose de la parte de atrás. Es
sorprendentemente ágil teniendo en cuenta su tamaño y el
hecho de que aún lleva los pantalones medio bajados.
Rodea el coche y me abre la puerta, ofreciéndome su
mano. Vuelve a tener un aspecto impoluto, con los
pantalones abrochados y la camisa metida por dentro, y
salvo por el sudor, nadie diría que acaba de mantener unas
apasionadas relaciones sexuales en el asiento trasero.
Acepto su mano extendida y salgo como si fuera una
princesa a punto de ser presentada a sus súbditos. Una
princesa que acaba de darse un buen revolcón en la parte
de atrás de un Phoenix, sí, señor…
De pie, delante de él, ya recompuesta pero oliendo a
cuerpos sudorosos y acalorados, miro hacia arriba y sonrío.
—Gracias por el sexo.
Él sonríe despacio, haciendo que me derrita de nuevo con
ese hoyuelo.
—De nada. Y gracias a ti por el sexo, también.
—De nada. ¿Nos vemos en el trabajo?
Me alejo despacio, dejando mi incómoda despedida ahí
entre los dos. No sé comportarme con normalidad cuando
me estoy enamorando, y me da un poco de miedo lo que
podría significar esto para mi vida y para mis hijos, pero
estoy dispuesta a correr el riesgo pese a todo. Quien no
arriesga, no gana, y hay mucho que ganar con este hombre
guapísimo que acaba de tener conmigo una increíble sesión
de sexo en la parte trasera de su Pontiac.
—Sí. Nos vemos muy pronto.
Me pregunto si va a tenderme la mano y estrecharme de
nuevo entre sus brazos, pero no lo hace. Deja que me vaya,
y eso está bien. Estoy feliz, satisfecha, todavía medio
aturdida. Echo a andar hacia el coche, con la cabeza bien
alta. Mi cuerpo agradece el aire freso de la tarde, a pesar de
que es húmedo y cálido, y mis pensamientos flotan
perezosamente. Siento que me envuelve un halo muy
agradable. Tal vez sea amor verdadero, real, capaz de
sacudir los cimientos de mi vida. Sea lo que sea, me gusta,
y no voy a estropearlo parándome a analizarlo en este
momento.
Capítulo 41

No me puedo creer que haya llegado Halloween. Ayer


terminé de recopilar todas las piezas de los disfraces, y aquí
estamos, esperando a que Dev y Jacob lleguen a nuestra
casa.
—¿Cuándo van a llegar? —pregunta Sammy con
impaciencia. Empieza a llevarse el dedo meñique hacia la
cara.
Le agarro la mano, deteniéndolo antes de que pueda
emborronarse el maquillaje. No quería ponerse la máscara,
así que he tenido que improvisar una cara de Spiderman
con mucho delineador de ojos y sombra de ojos oscura.
Tendremos suerte si sale por la puerta sin estropeárselo
todo.
—Estarán aquí pronto, tranquilo. Todavía tengo que
ponerme mi disfraz.
Ayer estuve media hora en la sección de Halloween de la
tienda de disfraces local, tratando de decidir si iba a ir de
bruja normal y corriente o quería ir un paso más allá. Había
un traje de doncella francesa particularmente sugerente,
pero al final, decidí que era mejor ser un poco más sutil.
Sophie ya parece bastante suspicaz con respecto a mis
verdaderas motivaciones con Dev. Creo que el hecho de que
su padre tenga novia ha sido un verdadero problema para
ella. Otro problema para mí también.
Por suerte, a pesar de que Sophie está de los nervios, he
encontrado una nueva guardería para Sammy que creo que
nos va a gustar más que la última, así que al menos, me he
quitado eso de encima. Solo puedo manejar una crisis a la
vez.
Suena el timbre y comienza la estampida. Sammy
desaparece en un instante.
—¡Abro yo! —grita Sophie mientras corre
desordenadamente por las escaleras. Imagino que irá a la
cabeza de la manada, con Melody y Sammy pisándole los
talones.
—¡No! Ya voy yo. ¡Tú todavía tienes que ponerte la capa!
Sí, esa es Melody, la primera en ir vestida para Halloween,
como de costumbre. Ella es la última en bajar las escaleras
cualquier otro día del año, pero hoy no. Va disfrazada de
princesa, por tercer año consecutivo. Siempre puedo contar
con mi hija mediana para hacer mi vida más fácil. Oigo
voces en la puerta principal, pero no estoy lista para bajar.
—¡Voy enseguida! —grito. Me acerco más al espejo,
poniéndome otra capa de máscara de pestañas. Que no
vaya disfrazada de doncella francesa no quiere decir que no
pueda hacer algo interesante con este disfraz de bruja.
El vestido de nailon negro que venía con el kit me queda
sorprendentemente bien, teniendo en cuenta que lo compré
en la tienda de al lado. Lo aliso sobre mis caderas y me
pongo recta, admirando mi reflejo. Desde la aventura con
Dev en el coche, estoy mucho más contenta con mi
aspecto. No es que estuviera demasiado acomplejada ni
deprimida antes, pero ahora ya no me preocupa mi cuerpo
de madre de tres hijos. Porque resulta que esta madre de
tres hijos puede hacerlo en el asiento trasero de un coche y
volver loco un hombre.
Creo que Dev me ha sometido a una auténtica sesión de
terapia sexual o algo así. Es una locura, lo sé, pero ¿y qué?
Me he pasado casi toda la vida dudando de mí misma, así
que es agradable tener confianza y estar relajada, para
variar. Creo que mi semana en Bourbon Street Boys también
ha ayudado. Son un gran equipo de estupendos
profesionales, y también es divertido estar en su compañía.
He pasado por la oficina en algún momento casi todos los
días de la semana, aunque la mayor parte de mi trabajo lo
he hecho en casa. Entre los momentos robados en la nave
industrial para estar con Dev y las llamadas nocturnas
después de que los niños se fueran a la cama, he
encontrado un espacio íntimo con él. Cada noche pasamos
horas riéndonos de bromas compartidas y preparando
nuestra próxima cita, cuando ambos podamos contar con
niñeras. Nuestros planes convierten nuestra relación
incipiente en algo emocionante y fresco, algo que
esperamos con ilusión. Tenemos que tomarnos las cosas con
calma debido a nuestra situación con los niños y el trabajo,
pero a veces, ir más despacio es mejor: crea expectativas.
El hecho de que el encargo de Blue Marine haya
terminado no significa que mi labor también lo haya hecho,
por suerte. Ya tengo listo otro caso para empezar el lunes.
Este debería ser interesante; se trata de un robo de
identidad que nos ha derivado el departamento de policía
local.
—¿Bajas o subo?
Dev está en la parte inferior de las escaleras. Su voz hace
que un estremecimiento me recorra todo el cuerpo. Solo lo
he visto unas cuantas veces en el trabajo porque ha estado
ocupado con Jacob, pero cuando nos encontramos, las
miradas entre nosotros son algo más que tórridas. No puedo
evitar sonreír y casi se me escapa la risa cada vez que está
a menos de tres metros de mí. Estoy segura de que todos
los del equipo se han dado cuenta. May dice que Dev
también se comporta de forma diferente. Nunca lo había
visto sonreír tanto. Hago un pequeño paso de chachachá
frente al espejo para celebrar mi increíble suerte.
—Ya bajo. Solo me estoy dando los últimos retoques.
Sin embargo, hay algo que todavía me inquieta. Es la
segunda vez que nuestros hijos coinciden, y me preocupa
que uno de mis pequeños monstruos le diga algo
desagradable a Jacob. Esta semana hemos hablado largo y
tendido sobre él y su enfermedad, pero la curiosidad natural
de los niños acabará imponiéndose, estoy segura. Es el no
saber cuándo y cómo lo hará lo que me pone nerviosa. Lo
último que querría es que Jacob se sintiera mal cuando esté
con mis hijos.
Me aparto del espejo. Imposible mejorar el resultado. Ha
llegado la hora de la verdad, tengo que bajar de una vez y
ver al hombre del que estoy locamente enamorada.
Desciendo las escaleras y llego a un recibidor vacío. Ahora
las voces vienen de la cocina. Sigo los sonidos y me
detengo en la entrada. Los niños están reunidos alrededor
del bol gigante de golosinas que tengo sobre la mesa,
hurgando en él, eligiendo cuál de ellas les gusta más. Jacob
está en la cabecera de la mesa, como si fuera el líder del
grupo.
Dev levanta la vista y me sorprende mirándolos. Me
sonríe.
—Aquí estás. ¡Por fin! —Exagera su impaciencia para que
los niños se den cuenta de mi presencia. Y vaya si se dan
cuenta…
—Por fin —dice Sammy, poniendo los ojos en blanco—.
Haz tardado una eternidad.
—Nunca habías tardado tanto para arreglarte para
Halloween —señala Sophie.
Me ha pillado.
—Estás muy guapa, mamá —dice Melody.
—Gracias, cariño.
Le lanzo un beso y le saco la lengua a Dev.
Este me guiña un ojo. Niego con la cabeza. Es imposible
para una madre mantener la calma cuando sus hijos se
ponen a airear todos sus secretos.
—¿Quién está listo para ir a buscar golosinas por el
barrio? —pregunto. Un coro de voces responde tan alto que
hace que me zumben los oídos.
Mis hijos ya están disfrazados, pero cuando miro a Jacob,
solo veo un pijama verde pintado con garabatos de
rotulador negro. Un único calcetín verde relleno cuelga de
cada una de las cuatro esquinas de su silla de ruedas.
Sonrío al pequeño con una expresión que espero que resulte
alentadora.
—¡Uau, mírate!
—Soy un cocodrilo —dice.
Asiento con la cabeza.
—Los cocodrilos son increíbles. Un cocodrilo puede
derrotar a un tiburón sarda. ¿Lo sabías?
Asiente.
—Sí. Papá me lo dijo, y luego vimos un vídeo en el
ordenador.
—El resto de su disfraz está en el porche —explica Dev—.
Era demasiado grande para meterlo en la casa.
—Ah. Qué interesante… ¿Demasiado grande? Vamos a
verlo, ¿de acuerdo?
Sophie sale corriendo de la habitación, gritando.
—¡Quiero verlo primero!
—¡No, yo! —Melody es la siguiente en salir.
Miro hacia Sammy, esperando que eche a correr mientras
grita como un salvaje. Asombrosamente, no se mueve, sino
que pone la mano en la silla de ruedas de Jacob y mira a su
nuevo amigo.
—Puedez zalir antez que yo. —Señala hacia el pasillo—. Ez
por allí.
Tengo que volver la cabeza un momento para serenarme.
Mi dulce angelito… Lo quiero con locura. Verlo comportarse
de una forma tan amable y gentil hace que me entren
ganas de llamar a esa estúpida directora de guardería y
decirle unas cuantas verdades. Es imposible que mi hijo
estuviera causando problemas con los otros niños. Seguro
que eran los demás los que lo intimidaban a él, lo sé. Uno
de estos días, cuando sepa que puedo conservar la calma y
comportarme como una madre civilizada, la llamaré y le
preguntaré qué cree que pasó. Pero aún no estoy en ese
punto.
Dev se acerca y apoya la mano en mi espalda,
atrayéndome hacia él mientras caminamos por el pasillo
detrás de los chicos. Sostengo el bol con las golosinas
debajo del brazo contrario.
—¿Estás lista para pasar un buen rato? ¿Una sobredosis
de azúcar?
Lo miro, impresionada aún por lo increíblemente alto que
es.
—Estoy lista desde que nací. ¿Y tú?
Estira la mano y me agarra el trasero.
—Yo ya tengo suficiente azúcar aquí.
Lo golpeo en el estómago con la palma de la mano,
fingiendo que es un bárbaro por hacer eso, pero los dos
sabemos que no lo es. Por supuesto, no ha habido tiempo
esta semana para tener más relaciones sexuales, con los
niños en casa por la noche y los estrictos horarios de la vida
diaria, pero eso no significa que no haya estado pensando
en ello dieciocho horas al día. Se acabó eso de plantearse
comprar un vibrador: a partir de ahora solo me conformo
con el sexo de verdad.
Todavía no me puedo creer que lo hiciéramos en la parte
trasera de su coche. Ha despertado algo dentro de mí que ni
siquiera sabía que estaba allí. Me siento joven, salvaje y
libre. Más incluso que cuando acabé la universidad. Y eso es
un gran problema para una madre separada con tres hijos.
Voy a saborearlo todo el tiempo que dure.
Los niños están reunidos en el recibidor, esperándonos a
nosotros, los rezagados.
—Sophie, ¿puedes abrir la puerta? —le pide Dev.
Ella asiente muy seria, como si le hubieran encomendado
una misión muy importante. Se detiene allí, sujetando la
puerta para que podamos salir todos delante de ella. Beso
su delicada mejilla por el camino. Me siento muy orgullosa
de mi hija.
En el porche hay dos bultos gigantes; parecen dos piñatas
en forma de cono diseñadas para que parezcan… pepinillos.
—Son geniales —dice Sophie. Estoy segura de que no
tiene ni idea de lo que está viendo.
Cierro la puerta detrás de ella y dejo el bol de golosinas
en una silla en el porche junto con el letrero que Sophie ha
hecho dando instrucciones a la gente para que tomen todas
las que quieran.
—¿Eso qué es? —pregunta Melody.
Sammy corre hacia la figura más cercana.
—¡Ezo sí que ez un cocodrilo! ¡Uno grande! ¡Increíble! —
Me mira—. ¡Mamá, quiero cer un cocodrilo!
Cómo envidio la imaginación de mi hijo. A mí nunca se me
habría ocurrido relacionar estas dos monstruosidades de
papel maché con las partes de un cocodrilo.
—Este año no. Eres Spiderman, ¿recuerdas?
Me alegré tanto que no me lo creía cuando me dijo que
quería volver a disfrazarse de su amigo Spiderman. Y, por
suerte, su disfraz del año pasado aún le va bien,
prácticamente. ¡Viva el Spandex!
Jacob habla.
—Puedo ser el cocodrilo mascota de Spiderman. Podemos
formar un equipo.
Sammy piensa en eso unos segundos y luego asiente.
—Bueno, cí. Creo que Zpiderman podría tener un cocodrilo
como mazcota.
Dev se inclina y me habla al oído.
—Acabamos de evitar el desastre.
—¿Me lo dices o me lo cuentas? —le respondo en un
murmullo.
Dev baja a Jacob en la silla por las escaleras hacia el
camino de entrada, y luego dedica unos minutos a
ensamblar la cola del cocodrilo y la cabeza con la silla de
ruedas. Cuando termina, tenemos una bestia reptiliana de
un metro de largo rodando por la acera, rodeada de
Spiderman, una princesa y un pequeño y precioso vampiro,
con capa y todo. Miro a Dev.
—¿Y tú qué se supone que eres?
Va vestido todo de verde. Ahora que tengo tiempo para
centrarme en él, me doy cuenta de que va totalmente
cubierto de un solo color. No puedo dejar de reír.
Hace una pausa y extiende los brazos.
—¿No es evidente? Soy una judía verde.
Sacudo la cabeza, sonriendo hasta que me da un
calambre en la mejilla.
—Eres demasiado.
Él no dice nada, se limita a extender la mano y tomar la
mía. Caminamos juntos por la calle, la bruja y la judía verde,
dejando que los niños vayan ellos solos a las puertas de los
vecinos. Es todo un acontecimiento, porque normalmente
insisto en acompañarlos hasta el final.
Al cabo de dos casas, ya se establece una rutina: las
chicas van delante, pero miran atrás cuando se acercan a la
puerta para asegurarse de que los chicos están cerca.
Sammy camina al lado de Jacob, por el césped si es
necesario. Se ha tomado muy en serio su papel de dueño de
un cocodrilo como mascota; no lo pierde de vista.
—¡Truco o trato!
Sus voces resuenan por todo el vecindario junto con el
centenar de niños cargados con sus botines rebosantes de
azúcar. Varios de los padres que pasean por la calle se
detienen a saludar. Son personas que normalmente
pasarían de largo y me saludarían simplemente con la
mano, pero cuando ven a Dev, se ven obligados a ser más
sociables. Seguro que creen que es un jugador de la NBA
que se ha venido a vivir al barrio.
Me siento la chica más popular de toda la calle, algo que
nunca experimenté mientras estuve casada con Miles. Y
Dev es increíblemente encantador. A pesar de que va
vestido como una judía verde gigante, logra entablar
conversaciones inteligentes con todo el mundo y hacerles
reír. Incluso lo invitan a tomar una cerveza en algún
momento. Cuando los niños terminan con su ronda de
visitas a las casas, me siento aún más enamorada de él. Eso
casi hace que me preocupe.
—¿Por qué pareces tan triste de repente? —pregunta Dev
mientras caminamos por la acera delante de mi casa.
Esbozo una sonrisa.
—No es eso. Solo pensaba en lo bien que lo estamos
pasando.
—¿Y eso te hace fruncir el ceño?
Niego con la cabeza.
—No. Es que tengo algún que otro momento de
melancolía a veces, y me preocupo por cuánto pueden
durar las cosas buenas. No me hagas caso.
Me sujeta y me atrae hacia sí.
—No te preocupes por eso. Nos estamos divirtiendo,
¿verdad?
Asiento con la cabeza y froto mi mejilla contra su pecho
verde de judía.
—Sí.
De pronto miro la puerta de mi casa, que se abre mientras
mis hijas suben los escalones de la entrada. ¿Quién se ha
colado en mi hogar?
—¡Parad! —les grito a los niños.
Todos se detienen y se vuelven para mirarme. Jacob y
Sammy se vuelven más despacio, y mi hijo se aparta del
camino de la silla de ruedas en movimiento antes de que lo
atropelle.
—Parece que hay alguien —dice Dev, irguiéndose y
echando a andar sobre el césped.
Por un momento, creí que había un intruso en mi casa,
pero ahora ya veo quién es. Con la luz encendida detrás de
él, distingo la silueta de mi exmarido en la entrada. Y no
está solo. ¿Qué demonios…?
Capítulo 42

Dev da unos pasos más antes de darse cuenta de que ya


no estoy con él. Se da la vuelta y me mira con aire
interrogador.
—No me lo puedo creer —exclamo en voz baja para que
nadie me oiga.
Dev mira hacia la puerta principal y luego hacia mí.
—¿Hay algún problema?
—Es mi exmarido. —Hago rechinar los dientes antes de
seguir hablando—. Y apuesto a que ha venido con su nueva
novia.
Dev mira una vez más la entrada de la casa antes de
volverse hacia mí.
—¿Por qué han venido?
Echo a andar, dando grandes zancadas.
—Esa es una excelente pregunta a la que voy a encontrar
respuesta.
Mientras me muevo para pasar junto a Dev, él se acerca y
me toma de la mano. Dudo y lo miro.
—Sé que quieres entrar ahí y arrancarles la cabeza. Te
entiendo, créeme. Pero no lo olvides: tienes público.
Le aprieto la mano.
—Tienes razón. No te preocupes. Nunca mataría a mi ex
delante de tantos testigos.
Se ríe.
—Esa es mi chica.
Sus palabras ejercen un efecto sumamente tranquilizador
sobre mí. ¡Me ha llamado «su chica»! Así que mi marido es
un imbécil. ¿Y qué? Mi nuevo novio es increíble. Estoy
mucho mejor en mi nueva vida con Dev a mi lado y los
Bourbon Street Boys como mis jefes que con Miles y la
desastrosa existencia que tuvimos juntos. Había demasiada
tristeza. Demasiada falta de respeto. Dev nunca me trataría
como lo hizo Miles, y me enorgullece saber que, en este
momento de mi vida, nunca dejaría que un hombre me
volviese a tratar de esa forma. Ahora soy más fuerte, más
inteligente, menos ingenua, y tengo las ideas muy claras
sobre lo que quiero en la vida y con quién quiero vivirla.
A medida que me acerco, veo mejor a la mujer de la que
han estado hablando mis hijos, la que tiene tan molesta a
Sophie. No puede tener más de veinte años. Dios, no me
extrañaría que todavía fuera una adolescente… Joder, ¿se
puede saber a qué juega mi ex? A eso lo llamo yo una
buena crisis de los cuarenta…
—¡Hola, chicos!
Miles es todo sonrisas y derrocha falso encanto.
—¡Papi!
Sophie es la primera en plantarse a su lado, por supuesto,
arrojándose a su cintura y abrazándolo con fuerza. Jacob se
detiene al final de la escalera, esperando que su padre lo
suba. Me prometo a mí misma que usaré mi próximo cheque
para colocar una rampa allí y que no tenga que esperar
nunca más.
La atención de Miles se desplaza de sus hijos a las otras
personas en el grupo.
—¿Quién es este?
Se desprende del abrazo de las niñas y echa a andar hacia
nosotros. Al llegar al pie de las escaleras, se detiene junto a
Jacob y extiende la mano.
—Encantado de conocerte. Me llamo Miles.
Al menos no está siendo un completo idiota. Llegamos
justo cuando Jacob le ofrece su manita.
—Yo soy Jacob. Soy el cocodrilo mascota de Spiderman.
—¿En serio? ¡Qué bien!
—Hola, Miles —le digo, tratando de aparentar cordialidad
sin conseguirlo del todo—. ¿Qué haces aquí?
—¿Es que no puedo ver a mis hijos en Halloween?
Me encojo de hombros.
—Por supuesto que sí, pero avisarme con una llamada o
un mensaje de texto habría estado bien. —Miro a su novia
un segundo antes de dirigirme a él otra vez—. Aunque tal
vez eso habría interferido en tus planes de entrar en mi
casa cuando yo no estaba.
Su gesto se ensombrece.
—No empieces, Jenny…
Dev extiende la mano, interviniendo en la conversación.
—Hola, soy Dev. Me alegro de conocerte.
Miles echa la cabeza hacia atrás para mirar a Dev a los
ojos. Le da la mano, tal vez un poco impresionado, si
interpreto bien su expresión.
—Miles. Un placer conocerte también. —Entrecierra los
ojos—. Aunque me parece que tu nombre no me suena…
Dev le suelta la mano y sonríe.
—No. Probablemente no. Soy nuevo en el barrio.
—¿De qué se supone que vas disfrazado? —pregunta
Miles, mirando a Dev de arriba abajo—. ¿Del Gigante Verde?
—Se ríe de su propia broma.
Dev también se ríe afablemente.
—Casi. De judía verde, en realidad.
Miles niega con la cabeza, pero, en un alarde de cordura,
no dice nada. Tiene suerte, porque me estoy planteando
muy en serio abofetearlo ahora mismo. Solo necesito una
razón más. «Solo dame un motivo, Miles. Solo uno».
Miles se vuelve y mira hacia su novia, que sigue en la
puerta de casa.
—Chastity, ¿por qué no bajas y dices hola?
La chica —que, por lo visto, aún tiene que aprender
modales para comportarse en sociedad— baja los escalones
tambaleándose sobre unos tacones altísimos. Tengo que
apretar los dientes para evitar murmurar algo desagradable.
Es muy joven. Tarde o temprano aprenderá a comportarse,
espero. Bueno, siempre y cuando no se quede con Miles
mucho tiempo.
—Hola —dice—, encantada de conocerte.
Me tiende la mano, pero solo me roza con los dedos. Son
tan flácidos como un montón de gusanos.
—Un placer. —Quiero decirle que he oído hablar mucho de
ella, que a mis hijos no les gusta, y que creo que es
demasiado joven para salir con un viejo como Miles, pero,
naturalmente, no lo hago. Solo sonrío, sonrío y vuelvo a
sonreír. Es más fácil hacerlo con Dev a mi lado.
—Voy a llevar a Jacob adentro, si te parece bien —me dice
él.
—Claro, entra. Yo iré enseguida.
Dev se pone manos a la obra y levanta la silla de su hijo
hasta el porche, caminando de espaldas. Admiro la manera
en que sus músculos se tensan bajo el peso, y sonrío para
mis adentros mientras lo imagino debajo de mí en el asiento
trasero de ese estúpido Pontiac. Es un hombre tan bueno…
Verlo aquí junto a Miles lo hace mucho más evidente. Me
parece increíble que fuese tan ciega. Pasé diez años con
este pedazo de imbécil.
Concentro mi atención en mi exmarido, hablando en voz
baja para que solo él me oiga.
—Bueno, ¿y para qué has venido en realidad, Miles?
Porque sé que no es para visitar a los niños. —Ahora están
dentro de la casa, rebuscando entre sus golosinas, así que
puedo ser sincera.
Miles lanza un suspiro de enojo.
—No quiero volver a pelearme contigo.
Me encojo de hombros con indiferencia.
—Yo tampoco. Solo quiero que seas sincero. Puedes
hacerlo, ¿verdad?
Miro a su novia, que tiene la mirada clavada en el suelo.
Bien. Está incómoda. Debería estarlo.
—Ay, vaya… Espera, resulta que ese no es tu fuerte,
¿verdad? Lo de ser sincero…
—Cállate, Jenny. Estoy aquí por el reloj.
Lo miro frunciendo el ceño. Vaya, esto sí que no me lo
esperaba.
—¿El reloj? ¿Qué reloj?
—El reloj que te di. Es mío. Quiero que me lo devuelvas.
Me quedo boquiabierta.
—¿Hablas en serio?
—Sí, hablo en serio.
Tiene el detalle de parecer incómodo, al menos.
Me pongo a gritar y a susurrar a la vez.
—¿En serio te has colado en mi casa para robarme el reloj
que me regalaste para mi cumpleaños hace dos años?
Su mandíbula se tensa.
—No me he colado en la casa, Jenny. Yo vivía aquí. Todavía
tengo una llave.
Niego con la cabeza.
—Bueno, pues no deberías tenerla. Voy a cambiar las
cerraduras. No vuelvas a entrar aquí sin mi permiso.
Me alejo, porque no respondo de mí con este hombre.
Obviamente, le falta un tornillo y no se da cuenta de que
está a punto de enfrentarse con una tigresa de Bengala en
el jardín delantero de la casa. En mi territorio, nada menos.
Le clavaré las garras en su patético trasero.
Cambia el tono de voz. Ahora trata de darme lástima.
—Voy un poco justo de dinero, Jenny. Necesito ese reloj.
Me río con amargura.
—¿Y por qué no te buscas un trabajo de verdad, Miles? Así
no tendrás que preocuparte por robarle las joyas a tu
exmujer.
Seguro que, como siempre, decidió que con las
comisiones de su única semana de ventas tendría bastante
para pasar todo el mes, se ha relajado y se ha gastado
hasta el último centavo que ganó esa semana. Dios, cuánto
me alegro de no seguir casada con ese holgazán.
Los niños están dentro, pero la puerta ha quedado
entreabierta. Camino hasta el porche y la cierro antes de
darme media vuelta para mirar de frente a la pareja. Ambos
me miran.
—Chastity, no te conozco de nada, pero déjame darte un
pequeño consejo: si eres igual de inteligente que guapa, no
deberías conformarte con un tipo como Miles. Créeme. Estás
mejor sin él.
—Vete a la mierda, Jenny —escupe Miles.
Sonrío y asiento con la cabeza, mirándolo.
—Muy bonito. Tú siempre tan elegante. Justo lo que
esperaría de un tipejo como tú.
Entro en casa y cierro la puerta detrás de mí, echando el
cerrojo por si acaso. Saco el teléfono del bolsillo y me envío
un correo electrónico.
Querida yo: Tienes que cambiar las
cerraduras inmediatamente.
Aunque no es que vaya a poder olvidar algo así. Este
incidente me dará vueltas en la cabeza por lo menos todo el
próximo mes. ¡No puedo creer que se haya colado en mi
casa para robarme el reloj! Espera a que se lo cuente a May.
Se va a poner hecha una furia.
Encuentro a Dev en el recibidor, esperándome.
—¿Estás bien?
Asiento, pero no confío en poder hablar con serenidad. Es
tan vergonzoso que haya sido testigo de eso… ¿Pensará que
soy una idiota por haberme casado con alguien así?
Me toma en sus brazos y me estrecha, porque sabe
exactamente que me hace falta. Su amabilidad, su
delicadeza y su comprensión, el hecho de que sepa que solo
necesito un poco de espacio para solucionar mis propios
problemas… me impresionan.
—¿Cómo he tenido tanta suerte? —pregunto.
—¿Suerte?
—Sí. La suerte de tenerte en mi vida.
Me besa en lo alto de la cabeza.
—Ambos hemos tenido suerte. Y creo que podemos
agradecérselo a tu hermana.
A mi hermana y al destino. El destino es lo que me
encerró en esa habitación del pánico con Dev hace dos
semanas. Pensé que estaba en el lugar equivocado en el
momento justo, pero no fue así. Definitivamente, era el
lugar ideal y yo me encontraba allí en el momento idóneo.
Los niños están en la cocina, sin duda con las golosinas
desparramadas por toda la mesa. Los oigo hacer
comentarios y admirar los dulces tan ricos que han recogido
por todo el barrio.
Me aparto un poco de Dev y lo miro.
—Gracias por ser tan increíble.
Él sonríe, señalando su cuerpo.
—Pues sí, señora. Soy una judía verde. No hay nada más
increíble que eso.
Incluso con ese estúpido disfraz verde, veo sus músculos
por debajo. Eso me inspira algunas ideas…
—Creo que estoy lista para comenzar mi entrenamiento.
Sus cejas invisibles se arquean mientras se le ilumina la
cara.
—¿De verdad? Eso es genial. Podemos empezar el lunes.
Camino por el pasillo con él hacia la cocina para reunirme
con nuestros hijos.
—¿Debería tener miedo? —pregunto.
—Sí. Ten mucho miedo.
Me detengo en la entrada de la habitación admirando a
los niños y la feliz camaradería que se respira entre ellos.
Cuando me separé de Miles, anhelaba la simplicidad de la
vida de un niño. No quería estrés, no quería preocuparme,
no quería todas estas responsabilidades. Pero ahora que
estoy con Dev, mi perspectiva es diferente. Me gustan las
complicaciones. Me gusta la emoción. Me gustan las
ventanillas empañadas y el sexo salvaje en un
aparcamiento. Me gusta estar con un hombre que mide más
de dos metros y que es lo bastante audaz como para salir
en Halloween disfrazado de judía verde.
Dev se coloca detrás de mí y apoya el pecho en mi
coronilla.
—¿Contenta? —pregunta.
Asiento con la cabeza.
—Sí. Mucho.
Capítulo 43

La vida no podría ser mejor. Esta ya es mi segunda


semana de trabajo en Bourbon Street Boys, tengo un nuevo
novio que es mucho mejor que cualquier otro que haya
tenido en toda mi vida y mis hijos son felices. ¿Qué más
podría necesitar?
Antes, cuando conducía a la zona del puerto, me sentía
incómoda. Sentía que no era mi sitio. Sin embargo, esta vez,
en este momento, una mañana de lunes radiante, la
sensación es completamente diferente.
Estoy lista para darlo todo en este nuevo trabajo y para
empezar con otro caso, ahora como parte oficial del equipo.
Estoy lista para desterrar el miedo que ha estado
gobernando mi vida demasiado tiempo.
Hoy he llegado temprano a propósito. He podido dejar a
mis hijos antes en el colegio, y Ozzie siempre está aquí, así
que he pensado que podía dejarme entrar y así sentarme en
uno de los cubículos a revisar el archivo preliminar que
Lucky me envió por correo electrónico durante el fin de
semana. Quiero estar lista para dejarlos boquiabiertos a
todos en la reunión, para demostrarles lo profesional que
soy y cuánto me entrego a mi trabajo. Tengo poco menos de
noventa días para enseñarles quién soy, y estoy lista para
mostrar además que nadie puede hacer este trabajo mejor
que yo.
Me detengo en la parte delantera de la nave industrial y
dejo el motor en marcha unos segundos. ¿Debería sentirme
mal por llamar al timbre de Ozzie a las siete en punto de la
mañana? No parece el tipo de persona que duerma hasta
tarde, pero si ha tenido otra noche loca con mi hermana,
creo que es posible.
Me muerdo el labio inferior mientras sopeso mi siguiente
paso. Tal vez debería esperar un poco más. Siempre puedo
abrir el ordenador portátil y adelantar trabajo en el coche.
Lo llamaré a las siete y media. O tal vez…
Interrumpo mis pensamientos distraída por un sonido a mi
izquierda. Tengo la ventanilla a medio bajar, para que entre
el aire fresco de la mañana. Oigo el ruido de unos pasos.
Me vuelvo justo cuando algo destella en mi visión
periférica.
—No te muevas —dice la voz gutural de un hombre.
Se me salen los ojos de las órbitas mientras mi cerebro
procesa lo que están viendo. En mi visión de cerca aparece
el cañón de un arma. Parece mucho más grande de lo que
creía después de verlas en la televisión.
Entonces se me ilumina el cerebro: esta arma es de
verdad. Esto no es la televisión. ¡Un delincuente te está
apuntando con una pistola con la que podría matarte en
menos de un segundo! Nunca había visto a este hombre en
mi vida. Es grueso, va desaliñado, necesita un afeitado y no
es nada atractivo. Sorpresa, sorpresa: los criminales de la
vida real no se parecen a Colin Farrell.
Abro la mandíbula, pero parece que soy incapaz de
articular palabra.
—¿Dónde está Toni? —pregunta.
Parpadeo un par de veces, con la esperanza de que mi
corazón vuelva a funcionar muy pronto. Estoy a punto de
desmayarme de puro terror y también por una grave falta
de oxígeno.
Él agita el arma.
—¿Eres sorda? Te he hecho una pregunta. ¿Dónde está
Toni?
—Mmm…, ¿en la cama?
El hombre se acerca un poco más, ofreciéndome una
mejor vista de su rostro desaseado y una generosa dosis de
su aliento a café de la mañana. Maldita sea. Mi mano se
levanta sola y mueve lentamente el espacio que queda
delante de mi nariz, tratando de despejar un poco el aire.
—Te parece gracioso, ¿eh? ¿Sabes qué es esto?
Empuja el arma por la ventanilla, deteniéndose justo al
lado de mi ojo izquierdo. Parpadeo un par de veces. Mis
pestañas literalmente rozan el metal.
—Es un arma. Estoy bastante segura de que es un arma.
Aunque es difícil verlo si la tengo apoyada en mi globo
ocular. —Mi aliento sale en pequeños jadeos. Lo miro con
ojos suplicantes—. Por favor, dime que no hay balas.
Su acento sureño es muy marcado.
—¿Y por qué demonios iba a apuntarte con un arma
descargada?
—¿Porque no quieres ir a la cárcel por dispararme? —
Soñar es gratis…
—Quita el seguro de las puertas. —Aparta la pistola de mi
ojo y señala la esquina de la portezuela.
—¿Quieres el coche?
Mis dedos se mueven muy lentamente hacia el botón de
desbloqueo de la puerta, como si no tuvieran más remedio
que obedecer. En un rincón de mi cerebro pienso que, si
estuviera viendo esta escena en un programa de televisión,
sabría lo que hay que hacer. Probablemente estaría
gritándole a la chica: «¡No abras la puerta, idiota! ¡Te va a
matar!».
Pero no estoy viendo la televisión. Estoy aquí sentada, soy
la estrella del espectáculo, y es una escena realmente mala.
Descubro que cuando se está aterrorizada, la sensación va
acompañada de una buena dosis de parálisis. Mi cuerpo no
quiere escuchar a mi cerebro ahora mismo. Tal vez sea el
arma. Quizás ese sea el verdadero problema. Cuando me
apuntan con una pistola a la cara, descubro que estoy muy
motivada para hacer exactamente lo que se me ordena.
Resulta mucho más fácil ignorar a un criminal armado desde
la comodidad del salón. Es una lástima.
Quito los seguros de las puertas. Espero que me diga que
me baje, pero rodea el vehículo por la parte delantera, sin
dejar de apuntarme con el arma. A continuación, veo que se
sube al asiento del copiloto.
Tira mi ordenador al suelo para hacer espacio para su
gordo trasero. Eso me parece muy ofensivo. Tan ofensivo,
de hecho, que por un momento me olvido de estar
aterrorizada.
—Por favor, no trates así mi ordenador… Se va a romper.
Se acomoda en el asiento, volviéndose para mirarme,
pero el grosor de su cintura le hace difícil hacerlo
cómodamente.
—Me parece que no entiendes lo que está pasando aquí,
guapa. No tienes que preocuparte por tu portátil: tienes que
preocuparte de que no te dispare.
Las lágrimas me humedecen los ojos. Ahora en lo único
que pienso es en lo tristes que estarían mis niños si nunca
volviera a casa.
—Por favor, no me dispares. Tengo tres hijos. Y mi ex es
un imbécil integral, así que, si muero, crecerán solos con él,
y eso les destrozará la vida, te lo prometo. Trató de robarme
un reloj, un regalo que me hizo por mi cumpleaños. ¿Qué
tipo de hombre hace eso?
—Puedes llorar todo lo que quieras. Me importan una
mierda tus hijos o tu ex.
Obviamente, este hombre es un criminal. O ya ha matado
a alguien o está a punto de hacerlo y no le importa. Su
respuesta no es ninguna sorpresa, claro, pero me parece
inaceptable. Eso me irrita. ¿Espero acaso que tenga
modales y buena educación? Aparentemente, sí. No cabe
duda de que estoy loca. Que me amenacen a punta de
pistola no saca a la heroína que hay en mí, sino a la loca
que llevo dentro. No soporto sus malos modos. Me devoran
hasta que no puedo permanecer callada más tiempo.
—No digas eso sobre mis hijos.
Abre un poco la boca.
—Oye, pero ¿tú estás chalada?
Aprieto el volante con ambas manos y miro por el
parabrisas. Me hierve la sangre y el cerebro. No puedo
pensar con claridad. Lo único que sé es que a este tipo no le
importa una mierda nada, y está amenazando mi vida y, por
tanto, amenaza con dejar a mis hijos sin madre.
—Sí, puede que esté loca. Tú sigue diciendo cosas malas
sobre mis hijos y a ver qué pasa.
No tengo ni idea de dónde ha salido tanto coraje o tanta
imprudencia. Me doy cuenta de que es muy posible que mis
palabras cabreen tanto a este tipo que me mate solo para
que me calle, pero por lo visto, no puedo contenerme. Es
como si una extraña corriente de adrenalina circulara por
mis venas, controlando mi cerebro, controlando mi boca,
controlando todo lo que sucede a mi alrededor. Y parece
que la única forma de deshacerse de esta energía nerviosa
sea hablando. Así que eso es lo que hago, hablar.
—Ya he tenido que aguantar que suficiente gente hable
mal de mis hijos, ¿entiendes? Expulsaron a mi pequeño de
la guardería porque la estúpida directora tiene un problema
con los niños con trastornos del habla. ¿Cómo se puede ser
tan cruel, joder?
Miro al hombre, pero él se limita a observarme fijamente.
—Eso no se hace. Nunca hay que ser desagradable con un
niño solo porque tiene una discapacidad. Hay que intentar
entender de dónde viene, ponerse en su piel. Y si tienes
algo que decir al respecto, no se lo puedes decir al niño.
Puedes marcarlo de por vida por culpa de eso. Se lo
comentas a los padres. A solas. Las discapacidades no se
eligen. Nunca debes hacer que un niño se sienta mal por
haber nacido así.
El hombre no tiene nada que responder a eso. Se ha
quedado boquiabierto, como si lo hubiera hipnotizado.
Niego con la cabeza, disgustada. No estoy llegando a
ninguna parte con este tipo, y ahora, en lugar de asustarme,
estoy enfadada. Esta reacción mía debe de ser algún tipo de
mecanismo de supervivencia o algo así, porque no tiene
sentido. Lo sé, y aun así, no puedo cambiar lo que siento.
—¿Y ahora qué? ¿Se supone que debo llevarte a algún
lado? La verdad es que preferiría no hacerlo, si es que tengo
voz en el asunto, pero te diré algo: no me importa dejarte
mi automóvil. Pero tendrás que venir aquí y ocupar el
asiento del conductor.
Acerco la mano al tirador de la puerta con la esperanza de
que me deje ir. Saltaré y echaré a correr más rápido de lo
que he corrido en mi vida. Él ni siquiera me verá, de lo
rápido que saldré volando de aquí. Como The Flash. ¡Zas!
¡Desaparecí!
—Quiero que me lleves con Toni —dice con un gruñido.
Pongo las manos sobre el volante y lanzo un suspiro de
irritación. Lo fulmino con la mirada.
—¿Has hecho los deberes?
—¿Hacer los deberes? ¿De qué rayos estás hablando?
Suena aún más frustrado que antes.
Es el colmo. Como si tuviera tiempo para delincuentes que
no hacen la más mínima búsqueda en Google antes de
perpetrar sus crímenes.
—Los deberes. Es algo básico. Antes de ir a un sitio y
apuntar a alguien con un arma y además tomar a un rehén
en un vehículo, ¿no crees que tendría sentido averiguar si
realmente sé algo sobre esa tal Toni? ¡Eh! ¡Se me acaba de
ocurrir una idea! ¡Tal vez podrías haber esperado a que
apareciera!
—Trabajas con ella. No finjas que no la conoces. Y ella
nunca está aquí. Ya he esperado otras veces. Solo la he
visto una vez, y entró en esa nave industrial. Está protegida
como si fuera una maldita fortaleza. He pensado que
contigo aquí fuera, ella tendrá que salir y vérselas conmigo.
Hacer frente a lo que le espera.
—Oye, sé quién es. Pero ¿la conozco? No. No es una
persona muy abierta, por si no lo sabes. Es muy reservada;
no comparte información personal con nadie. —Levanto la
voz con frustración—. ¡No tengo ni idea de dónde vive, no
tengo ni idea de qué días viene a trabajar, y no tengo ni
idea de qué horario tiene!
—¿Esperas que crea que trabajas con ella y no sabes nada
de eso?
Me encojo de hombros.
—Créetelo o no, no me importa. Es la verdad. —Señalo el
cristal delantero—. ¿Ves a alguien ahí? ¿Me ves abriendo la
puerta grande? No, no me ves. Porque no tengo el código de
acceso. No soy una empleada fija de este lugar.
No sé de dónde saco todo eso. Solo estoy soltando lo
primero que se me ocurre. Rezo para que el universo esté al
mando y mi ángel de la guarda lleve el volante, porque si
solo soy yo quien conduce este autobús, estoy metida en un
lío. En un buen lío. Este hombre está perdiendo la paciencia
conmigo.
Golpea el salpicadero para dar más énfasis a sus palabras.
—¿Qué haces aquí si no eres una empleada, eh? Ya he
visto tu coche aquí antes, ¿sabes? Estás mintiendo. ¡Y eso
no me gusta!
Respiro hondo para tratar de calmarme. No puedo
permitirme que este tipo se enfade más de lo que ya lo
está.
—No te miento. Solo he hecho algún encargo como
freelance para ellos, eso es todo. ¿Pero sabes qué? Después
de esta mierda, se acabó. No vale la pena. Estoy tan harta
de que me retengan en contra de mi voluntad…
—No estás retenida.
Lo miro, con muchas ganas de abofetearlo.
—Ah, ¿en serio? ¿Y cómo llamas a esto? —Señalo a
nuestro alrededor—. ¿Quiero estar aquí? ¡No! ¿Tengo un
cartel en la frente que dice «Secuéstrame»? No creo. ¿Por
qué me pasa esto una y otra vez? ¿Qué dice eso sobre mí?
Él se encoge de hombros, confundido.
—No lo sé. ¿Que estás en el lugar equivocado en el
momento justo?
Golpeo el volante, lanzándoles una mirada asesina a él y a
la malvada fuerza que parece disfrutar permitiéndome ser
feliz durante aproximadamente veinticuatro horas antes de
arrebatarme de las manos esa misma felicidad.
—En efecto. Lugar equivocado, momento justo. —Me callo,
pensando en eso por un momento—. O tal vez es el lugar
equivocado en el momento equivocado.
Agita el arma en mi dirección.
—Por lo que a mí respecta, es el momento adecuado.
Llama a Toni. Dile que salga o que mueva el trasero hasta
aquí. Dile que tienes algo importante que enseñarle, que es
muy urgente. Pero no le digas que soy yo, o lo lamentarás.
Me empuja en el hombro con la pistola.
—¿Llamarla? ¿Con qué? —Gracias a Dios, me metí el
teléfono en el bolsillo trasero cuando salí de casa. Miro
alrededor y me hago la tonta.
—Con el teléfono.
Sus ojos escanean el interior del vehículo y se fijan en mi
bolso, en el asiento trasero. Se desplaza para agarrarlo y
vuelca el contenido en su regazo.
—Tiene que estar aquí en alguna parte.
Mis ojos aterrizan en el bote de espray de pimienta que
cae sobre su pierna. Si pudiera distraerlo con algo… Levanta
el bote de espray de pimienta y le da la vuelta para leer la
etiqueta. Suelta un resoplido.
—Supongo que no necesitarás esto. —Baja la ventanilla y
arroja el bote fuera, al aparcamiento. Me mira—. ¿De verdad
que no tienes teléfono?
—Creo que eso ya lo he dicho. —Miro por la ventanilla
para que no pueda verme los ojos mientras me invento una
historia que espero que me saque de este lío—. Tengo
problemas con los mensajes de texto. No soporto el
corrector automático. Convierte todas mis frases en
palabrotas. Así que lo he llevado a la tienda. Lo están
arreglando. —Sí. El equipo de soporte técnico de los
correctores automáticos antipalabrotas me va a solucionar
el problema. Espero que sea tan tonto como para creerse mi
historia. Si me encierra en el maletero o me mantiene
prisionera en alguna parte, como pasa siempre en las
películas, podré pedir ayuda por teléfono. Dev estaría
orgulloso de mí.
Se ríe.
—Está bien. Eso lo hará más fácil. —Se da media vuelta—.
Conduce.
Mi corazón deja de latir durante varios segundos
angustiosos. Trago un poco de aire, tratando de forzar el
reinicio de mi sistema. ¿Por qué facilita su plan el hecho de
que no tenga teléfono? ¿Se supone que debo conducir? ¿Voy
a morir? ¿Va a obligarme a llevarme a mí misma a una fosa
común perdida? Me parece increíblemente injusto, sobre
todo teniendo en cuenta que acabo de descubrir el mejor
sexo de mi vida. ¡No puedo dejar que mi vida sexual
termine aquí!
—¿Conducir adónde? —pregunto, esperando que aparezca
alguien del equipo y me salve mientras intento ganar
tiempo.
—Fuera de aquí. Te daré indicaciones cuando salgamos
del puerto. Podemos llamar a tus amigos desde otra
ubicación. Haz que Toni venga hasta nosotros en un lugar
donde podamos estar solos y ninguno de esos imbéciles
tenga la sartén por el mango, escondidos detrás de sus
puertas de acero. —Mira hacia la nave industrial y da un
resoplido burlón.
Tardo tres segundos en decidir lo que he de hacer. Este
tipo es un completo idiota. No tiene ningún plan. Se guía
únicamente por odio puro, tal vez aderezado con una
pequeña dosis de venganza, cambiando de opinión sobre lo
que quiere hacer conforme sopla el viento. Y no sé cómo,
me he visto atrapada en medio de esto. No soy ninguna
guerrillera, no he recibido ningún tipo de entrenamiento. No
puedo negociar con un secuestrador ni doblegar su voluntad
con una llave de yudo. Hoy se suponía que iba a ser mi
primer día de entrenamiento con Dev. Si hubiera tenido al
menos un día de entrenamiento, aunque fuese solo uno, tal
vez habría contado con más herramientas para decidir cómo
manejar esta situación. Pero no ha sido así. Solo cuento con
mi intuición de madre, la que me dice que debo correr un
pequño riesgo para evitar otro más grande. No puedo dejar
a mis hijos sin madre.
—¡Conduce! —grita, golpeándome en el hombro con el
arma lo bastante fuerte como para dejar un hematoma.
—¡Muy bien! ¡Ya conduzco!
Estoy temblando. Aterrorizada. Cabreada más allá de las
palabras. Si pudiera ponerle la mano encima a esa arma, le
dispararía con ella en la entrepierna. Doy marcha atrás y
agarro el volante, mirando la puerta que tengo delante, a
diez metros de mí.
—¿A qué esperas? Vámonos.
Mira detrás de nosotros. Espera que dé marcha atrás para
irnos. Para ir a un lugar donde pueda pegarme un tiro y
enterrarme en alguna zanja. Lástima que no me guste el
plan.
No. No lo acepto. No moriré hoy. Tengo tres hijos increíbles
y un novio que también tiene un hijo increíble. Me queda
mucho que hacer aquí abajo antes de morder el polvo: más
noches de Halloween, más casos con los Bourbon Street
Boys, y más sexo con Dev.
Ha llegado la hora. La hora de transformarse en el
Increíble Hulk.
Pongo primera, piso a fondo el acelerador y levanto el pie
del embrague.
Un rugido digno del episodio más impactante de El
increíble Hulk sale de mi boca, inundando el interior del
coche con el eco de mi rabia.
La puerta de la nave industrial se acerca volando hacia
mí, tan rápido que es como si hubiera abandonado su sitio
en el edificio para reunirse conmigo en la misión de
destrozar mi coche para obtener mi libertad.
—Pero ¡¿qué…?! —grita mi captor, justo en el momento
del impacto.
Lo último que recuerdo es un fuerte ¡¡bum!!… y luego solo
la oscuridad.
Capítulo 44

—¿Dev?
Espero. No pasa nada.
—Dev, ¿dónde estás?
Tengo una sensación muy extraña. No noto mi cuerpo
exactamente, pero sí siento un hormigueo. Y no sé dónde
me encuentro, pero está muy oscuro. Creo que Dev está
aquí, o debería estarlo, pero no lo veo. No veo a nadie.
¿Dónde estoy? ¿Por qué está tan oscuro? ¡Aaargh! Por favor,
¡que no sea el infierno!
Algo me aprieta la mano y me brinda un alivio
instantáneo. Que no cunda el pánico. No estoy muerta y no
voy a conocer a Belcebú en persona. Dev está aquí. Nadie
tiene las manos tan increíblemente grandes.
Noto que estoy sonriendo. Aunque el movimiento me
produce dolor. La nariz y la cabeza me están matando.
—Estás ahí —susurro. Es lo único que puedo hacer.
Algo me hace cosquillas en la oreja, y luego oigo su voz,
insuflándome bocanadas de aire cálido en el cuello.
—Estoy aquí. No te dejaré.
—¿Por qué está tan oscuro? —Trato de abrir los ojos.
Cuando lo consigo, a medias, la luz es tan intensa que
vuelvo a cerrar los párpados—. ¿Qué…?
—Tómate tu tiempo —dice una voz femenina más suave.
Inclino la cabeza en su dirección.
—¿May? —Alguien me aprieta la mano izquierda.
—Sí, cariño. Soy yo. Estoy aquí con Dev.
Intento abrir los ojos otra vez y tengo un poco más de
suerte. Logro ver un instante la cara de preocupación de mi
hermana, antes de tener que darme por vencida de nuevo.
Esta vez no cedo a la oscuridad por culpa de la luz
cegadora; lo hago porque abrir los ojos requiere demasiado
esfuerzo y, por alguna razón, me siento agotada.
—¿Dónde estoy? —pregunto.
—En el hospital —responde Dev.
—¿Y mis hijos?
—Están bien.
Mi cerebro desconecta un momento, no estoy segura de
por cuánto tiempo. Pero luego recuerdo algo que ha dicho
Dev y me preocupo.
—¿Has dicho hospital?
Me obligo a abrir los ojos. Dev se inclina sobre mí, la
preocupación le ensombrece el rostro. Lo miro y luego
vuelvo la vista hacia May. Ha estado llorando; tiene los
bordes de los ojos enrojecidos e hinchados.
—¿Te encuentras bien? —le pregunto. Se ríe con algo que
parece alivio.
—¿Me estás preguntando si me encuentro bien? Estás
loca.
Se inclina y me besa en la mejilla. Luego trata de
abrazarme, pero me estremezco de dolor. Me duele todo,
pero sobre todo la cara.
—Ay. —Alargo el brazo y me toco la frente. Palpo un tejido
donde debería haber piel. Trato de mirar hacia arriba para
intentar verme la cara, y alcanzo a ver algo blanco—. ¿Qué
llevo en la cabeza?
May me toma la mano y me la retira para que deje de
tratar de tocarme las heridas. Veo con el rabillo del ojo que
llevo una vía intravenosa pinchada en el dorso de la mano.
—Tuviste un accidente. Te golpeaste la cabeza con el
volante. El airbag no se activó.
Arrugo la frente.
—Vaya. Pues menuda mierda. Eso no formaba parte de mi
plan.
Dev sonríe.
—Tuviste suerte. Te escapaste solo con una conmoción
cerebral, algunas costillas magulladas y la nariz rota. A tu
pasajero no le fue tan bien.
Rebusco en mi memoria un pasajero, pero me quedo en
blanco. Casi pregunto si mis hijos eran los pasajeros, pero sé
que eso no puede ser. No estaba con mis hijos cuando esto
sucedió. Entonces, ¿con quién estaba?
—¿Pasajero?
Dev y May intercambian una mirada. El silencio se alarga
entre nosotros. Entonces me viene un destello en la
memoria. Esto tiene algo que ver con doña Golpes Certeros.
—¿Está bien Toni?
—¿Por qué lo preguntas? —dice May. Mi memoria está
llena de lagunas, pero recuerdo algunas cosas. Frunzo el
ceño, tratando de recordar los detalles más vivos.
—Había un hombre… Preguntaba por Toni. —Mi hermana
mira a Dev.
—Creo que merece saber lo que sucedió.
—Estoy de acuerdo —dice él, encogiéndose de hombros—.
¿Quieres decírselo tú o lo hago yo?
May me mira con su expresión más tierna.
—¿Recuerdas que fuiste a trabajar el lunes?
—¿El lunes? Sí, claro. Hoy es lunes, ¿verdad?
—No. —Niega con la cabeza—. Es miércoles. Has estado
un poco fuera de juego un par de días.
—¿En coma? —digo con profundo asombro. Esto es como
estar en una película ahora mismo.
Ella sonríe.
—No. Por los fármacos.
No sé por qué, pero eso me decepciona. Tal vez porque
contar una historia sobre quedarse en coma es mucho más
interesante que contar una historia sobre estar tan drogada
por culpa de los fármacos que no te acuerdas de nada
durante dos días. He pasado de heroína a nada de nada en
dos segundos. Menudo chasco.
—¿Qué pasó? —pregunto, ya sin estar segura siquiera de
querer escuchar la historia.
—Viniste a trabajar temprano el lunes, y había un tipo un
tanto desagradable esperando a Toni. Sin embargo, cuando
te vio, creo que decidió que iba a tratar de obtener
información para ayudarlo a encontrarla.
—¿Por qué estaba esperando a Toni?
May tuerce la boca durante un par de segundos antes de
responder al fin.
—Es el hermano de un hombre al que mató. En defensa
propia. Bueno, sobre todo en defensa propia. Buscaba
venganza.
Por poco se me salen los ojos de las órbitas.
—¿Lo mató? ¿En serio?
Miro a Dev para confirmarlo. Él asiente y luego se inclina
hacia delante.
—Es la misma persona que hizo una abolladura en la
puerta el primer día que viniste. ¿Lo recuerdas?
Lo miro y sonrío.
—¿Cómo podría olvidarlo? Me tuviste encerrada horas y
horas en ese cuchitril de la habitación del pánico del Hotel
California.
Dev mira a May.
—Me parece que no tiene recuerdos muy nítidos de lo que
pasó. Creo que la lesión en la cabeza le ha causado un daño
permanente.
Intento alargar el brazo para pegarle, pero mi visión no
está en su mejor momento. Su apuesto rostro se difumina y
se aleja. Me toma la mano y me besa los dedos, y su cara
deja de estar desenfocada.
—Nada de pegar —dice—. No va a haber más violencia en
tu vida. Hoy voy a poner fin a todo eso.
Retiro la mano.
—¿Qué significa eso?
May interviene en la conversación.
—Podemos hablar del tema más tarde.
Dev niega con la cabeza.
—No. Ya está decidido. Ella no volverá.
Lo miro con furia.
—¿Tratas de decirme que ya no trabajo en Bourbon Street
Boys? —Miro a mi hermana—. ¿Puede hacer eso? ¿Me puede
despedir?
Empieza a invadirme el pánico. ¿Despedida? ¿Otra vez?
Pero ¿y el equipo? ¿Y Ozzie? ¿Y doña Golpes Certeros, que
necesita contarme la historia de cómo mató a alguien? ¿Y
Thibault y Lucky y Sunny, su pez de colores? Siento que
estoy perdiendo a toda mi familia de golpe. May niega con
la cabeza.
—No, él no puede despedirte. De todos modos, no creo
que eso sea lo que intenta hacer. —Mira a Dev y luego
arquea las cejas y asiente. Lo está animando a hacer algo,
pero no sé el qué. Dirijo mi atención a Dev.
—¿Qué ocurre?
Suspira y mira a la cama. Luego levanta la cabeza y me
mira a los ojos.
—Te preocupaba trabajar con nosotros por culpa de los
riesgos que entrañaba el trabajo. En tu primer día, te
encerramos en la habitación del pánico. En tu segunda
semana, te tomaron como rehén delante de la puerta
principal. Parece que siempre estás en el lugar equivocado
en el momento justo. No creo que pueda soportar esa clase
de estrés. He estado muy preocupado por ti.
No puedo evitar sonreír. Es tan tierno… Y adorable por
pensar que puede darme órdenes. Alargo la mano y le
acaricio la mejilla.
—Eres un amor, pero tienes mucho que aprender sobre
las mujeres.
Mi hermana me señala.
—Sobre esta mujer en particular. —Baja la voz para hablar
en un susurro, pero todavía se la oye—. Es una cabezota.
La ignoro.
—Sé que he tenido mala suerte en la nave industrial, pero
eso no implica que ya no quiera trabajar con vosotros. Antes
estaba asustada, pero ya no. Solo significa que debería
hacer mi trabajo desde casa. Creo que estar en la nave
industrial conlleva ciertos riesgos que preferiría evitar. Así
que, si queréis reuniros conmigo, puedo usar Skype.
Tomo la mano de Dev y la sujeto con firmeza, para que
sepa lo decidida que estoy.
—Es muy sencillo. Me encanta el trabajo, me encanta
formar parte del equipo y no voy a ir a ningún lado. —Miro a
mi hermana—. A menos que Ozzie no quiera que trabaje allí
nunca más. Sé que no puedo obligar a nadie a contratarme.
May me da una palmadita en la pierna.
—No te preocupes por Ozzie. Él piensa que eres increíble.
Quiere que te quedes, pero por supuesto, lo entenderá sea
cual sea tu decisión.
Miro a Dev. Parece enfadado, y realmente quiero que lo
entienda, para que no siga molesto conmigo. Le hago una
seña con el dedo.
—Acércate. —Se inclina hacia delante—. Estoy un poco
cansada, así que antes de quedarme dormida, solo quiero
que sepas que cuando me quedé encerrada en esa
habitación del pánico contigo, me enfadé. Sin embargo, esa
ira solo duró unos dos minutos, porque después de eso,
empecé a conocerte. Y me di cuenta de lo divertido e
inteligente que eres, y de lo mucho que me gusta estar
contigo. Por favor, no te enojes, porque quiero pasar contigo
tanto tiempo como pueda.
—¿Estás tratando de decirme que disfrutaste cuando te
retuvimos contra tu voluntad?
Algunas de las arrugas de preocupación han desaparecido
de su rostro y su hoyuelo asoma en la mejilla.
—Sí. Es justo lo que estoy diciendo… Aunque ten en
cuenta que estoy bajo los efectos de los fármacos y que, por
tanto, no puedes usar estas palabras en mi contra en el
futuro.
Se inclina y me besa con ternura en los labios. Trato de no
hacer una mueca de dolor cuando me golpea la nariz sin
querer.
—Recupérate y ya hablaremos.
—Sí, ya hablaremos. —Miro a mi hermana—. ¿Cómo tengo
la nariz?
—Bueeeno… ¿Te acuerdas de ese bulto que nunca te
gustó?
Se refiere al puente de mi nariz, el único rasgo de mi
rostro que detesto, no importa las veces que May me haya
dicho que le imprime carácter a mi cara.
—¿Sí?
—Pues ya no está. Cuando el cirujano plástico intervino
para operarte, no pudo salvarlo.
No puedo dejar de sonreír.
—Hablando de estar en el lugar equivocado en el
momento justo. —Miro a Dev—. Mírame. Ahora soy guapa.
—Para mí siempre has sido guapa, desde el momento en
que te vi. Eres la chica más guapa que he conocido en mi
vida.
—Voy a dejaros un rato a solas —dice mi hermana. Sale
de la habitación y sus pasos se desvanecen en la distancia.
Miro al hombre que tengo al lado y sonrío.
—Gracias por venir a visitarme. ¿Cómo están mis hijos?
¿Cómo está Jacob?
—Todos están bien. Miles está con tus hijos, y se está
portando muy bien. Hemos llegado a un acuerdo.
Arqueo las cejas al oír eso.
—¿Ah, sí? No me digas.
Dev se encoge de hombros.
—Simplemente fui muy directo con él. Tiene mi número de
teléfono. Cada vez que tenga un problema, sabe que puede
llamarme, sea de día o de noche. Tus hijos estuvieron en mi
casa anoche. Se quedaron a dormir con Jacob.
Agarro la mano de Dev.
—¿Y fue bien?
Me da mucha pena habérmelo perdido. También me
preocupa no haber estado allí para hacer de árbitro. Mis
hijos lo necesitan más a menudo de lo que me gustaría
admitir. Me acaricia la mano.
—Fue perfecto. Para Jacob era la primera vez que unos
niños se quedaban a dormir en casa, y cuando se fueron, no
podía parar de hablar, entusiasmado. Todo va a ir bien.
Absolutamente todo.
Cuando dice «todo» de esa manera, sé con precisión a
qué se refiere. No solo está hablando de mi conmoción
cerebral o de mi nariz rota, o de esta extraña situación con
los Bourbon Street Boys, o de nosotros o de nuestros hijos.
Él se refiere a todo. Nuestro mundo. El que estamos creando
juntos. Todo va a ir bien. Solo hay una cosa más que
necesito aclarar.
—Tengo que hablar con Miles —digo, tratando de
incorporarme. Dev me empuja el hombro con suavidad.
—Tranquila. Ya habrá tiempo para eso.
—No, tengo que hacerlo ahora. —Levanto la mano—. ¿Me
puedes prestar tu teléfono?
Dev me da el aparato sin decir otra palabra. Marco el
número de Miles y empiezo a hablar en cuanto responde.
—Hola, soy yo.
—¿Jenny? Oye, ¿cómo estás?
—Bien. Gracias por preguntar. Escucha, tenemos que
hablar.
—¿Sobre qué?
—Tú solo… escucha y ya está, ¿de acuerdo? —Respiro
hondo y dejo escapar el aire lentamente antes de continuar
—. Sobre la otra noche, cuando entraste en la casa…
—Sí, yo…
—Ya no puedes hacer eso. Nunca más. Es mi casa y las
cosas que hay dentro son mías, y ya está, punto final.
—Lo sé. Lo entiendo. Solo estaba… actué sin pensar. —
Parece avergonzado, cosa que me complace.
—Bueno. Me alegra que lo admitas. De todos modos,
también quería decir que creo que deberías esforzarte más
en tu papel como padre de nuestros hijos. —Él no responde,
así que sigo adelante. Estoy lanzada y no puedo callarme
ahora. Es necesario decir estas cosas, no solo por nuestros
hijos, sino por mi propia salud mental—. Todos los fines de
semana que te saltas o cuando acortas el tiempo que te
toca estar con ellos: tiene que parar. Estás haciendo daño a
los niños y vas a arruinar tu relación con ellos. Necesitan a
su padre.
—Ahora tienes novio. —Parece de mal humor. Herido, tal
vez. Eso es bueno. Puedo gestionarlo.
—¿Y qué? Él no es su padre, y no deberías esperar que lo
sea.
—No, yo no… No he querido decir eso. Yo solo… —Lanza
un suspiro de frustración—. Estoy pasando por un mal
momento. No soy feliz. —Baja la voz—. Lamento algunas de
las decisiones que tomé.
Me dan ganas de ponerme a dar saltos de alegría.
—No me sorprende. Has tomado algunas bastante
terribles. —Como romperme el corazón, por ejemplo. Sin
embargo, ahora me alegro de que lo hiciera, porque de no
ser así, este hombre alto y guapo y su adorable hijo no
habrían entrado en mi vida. Extiendo el brazo y apoyo la
mano en el brazo de Dev. Él cubre mis dedos con los suyos.
—¿Puedo hacerte una pregunta muy loca? —dice Miles.
—Por supuesto.
—¿Crees que alguna vez querrás volver a estar conmigo?
Es un caso hipotético, claro.
—No. —Lo digo con firmeza en mi corazón, mi mente y mi
alma—. Nunca. Fuimos muy mala pareja, Miles. Tenemos
unos hijos maravillosos, pero generamos demasiado
sufrimiento a nuestro alrededor cuando permanecemos
juntos en la misma habitación mucho tiempo. Me gusta
cómo están las cosas, con la diferencia de que, a partir de
ahora, vas a estar a la altura.
—Voy a estar a la altura, ¿eh?
—Sí. Vas a asistir a las fiestas de cumpleaños, a llevarte a
los niños de vacaciones alternas, a quedártelos el fin de
semana completo. A alimentarlos como un padre, no como
un adolescente. Las chucherías no son uno de los cuatro
grupos de alimentos.
Se ríe en voz baja.
—Ya estaba empezando a cansarme de los dolores de
estómago. —Hace una pausa—. Pero…
No termina la frase.
—Pero ¿qué? —pregunto.
—Es una estupidez. No importa.
—No, nada es una estupidez cuando se trata de nuestros
hijos. ¿Qué es? Dímelo.
—¿Qué pasa si no les gusto? ¿Qué pasa si no les doy más
dulces y no hacemos más visitas a la pizzería, y me dicen
que ya no quieren venir conmigo?
—Miles, tienes que dejar de tratar de ser su amigo y
empezar a ser su padre. Tienen suficientes amigos, pero
solo un padre. Ellos te quieren. Simplemente desean estar
contigo. No tienes que ser un padre de Disneylandia. Solo sé
tú mismo.
Puede que sea un idiota integral como marido, pero es
una persona decente cuando se esfuerza. De lo contrario,
nunca me habría casado con él. Hay un largo silencio antes
de que alguno de los dos vuelva a hablar.
—Gracias por llamar. Me alegra que estés bien. Me tenías
preocupado. Fui a verte al hospital, pero estabas
inconsciente. Eso me hizo pensar en… Bueno, digamos que
no fue nada bueno, así que dejémoslo ahí.
—De nada. —Miro a Dev y él asiente—. Pero no te
preocupes, estoy bien. ¿Cuándo vendrás a buscar a los
niños?
—Este fin de semana. Me los quedaré hasta el domingo a
las ocho.
—Estupendo. Gracias. Hasta pronto.
—Sí. Hasta pronto. Y para que conste, me alegra que seas
feliz. Dev parece un buen tipo.
No puedo dejar de sonreír.
—Sí. Es muy buen tipo.
Dev se señala a sí mismo y asiento, poniendo fin a la
llamada. Nos miramos el uno al otro durante mucho tiempo.
Estoy más que encantada de saber que este hombre forma
parte oficialmente de mi vida, pero un pequeño pedazo de
mí no puede evitar preocuparse por toda esta felicidad. ¿Y si
solo es una fase pasajera? ¿Y si resulta ser un idiota, como
pasó con Miles?
—¿Quién sabe cuánto durará esto? —susurro.
Dev se encoge de hombros.
—Ninguno de los dos puede ver el futuro. No hay
garantías. Pero si no aprovechamos esta oportunidad y
corremos el riesgo que conlleva, nunca sabremos lo bueno
que podría haber sido lo nuestro.
—Me alegro de que me encerraras en la habitación del
pánico y no pudieras dejarme salir. Para mí fue una
bendición que se te den tan mal los códigos de las puertas.
Que olvidases usar el código correcto.
Se inclina muy cerca, me besa suavemente en los labios y
dice:
—¿Quién dice que olvidé algo?
Sonríe y su hoyuelo aparece de nuevo mientras saborea
su victoria sobre mí.
Es entonces cuando lo veo todo con una claridad
meridiana, a pesar de que tengo suficiente morfina
corriendo por mis venas como para matar a una cría de
rinoceronte. En mi corazón, sé con certeza que Dev es el
hombre de mi vida. ¿Y el día que lo conocí? Tal vez estuviera
en el lugar equivocado, pero, definitivamente, era el
momento justo.
Table of Contents
Portada
Página de derechos de autor
Sobre La Autora
Dedicatoria
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44

También podría gustarte