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2 Lugar Equivocado, Momento Justo Bourbon Street Boys Elle Casey
2 Lugar Equivocado, Momento Justo Bourbon Street Boys Elle Casey
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 1
—Dios mío…, pero ¡qué rico está esto! —digo con la boca
llena, y estoy segura de que tengo un par de granos de
arroz pegados en el labio, pero no puedo parar. ¡Qué digo!
Ni siquiera puedo reducir la velocidad… Me he comido un
plato entero de jambalaya en menos de cinco minutos. Dev
tenía razón: Ozzie es un cocinero increíble.
Todos están abajo, excepto Dev y yo, pero en cuanto
aparezca ese grandullón, le diré que soy una fan. Aunque
todavía esté enfadada con él y su equipo, un talento tan
inmenso en la cocina debería tener su recompensa.
Además, tal vez podría convencer a mi hermana de que me
invite a cenar más a menudo. En su casa, por supuesto.
Porque aquí no pienso volver. Esta será mi última comida en
el restaurante de Bourbon Street Boys.
—¿A que sí? —Dev asiente con la cabeza—. Habré comido
este plato cincuenta veces, pero nunca me canso.
—¿Cincuenta veces? Uau. ¿Lo prepara todos los días?
Mojo un poco de pan en la salsa y le doy un buen
mordisco, sin importarme que eso me equipare a una
gorrina. Por suerte, Dev está tan hambriento como yo. Tiene
la nariz tan cerca del plato que me sorprende que aún no le
haya salpicado la salsa picante en las fosas nasales. Ya va
por su segunda ración.
—No. Tal vez una o dos veces al mes. Tiene un repertorio
bastante amplio y variado, y le gusta cocinar, por suerte
para nosotros.
—¿Tú no sabes cocinar?
—No exactamente. Mi madre siempre intentó enseñarme,
pero no fui un alumno muy aplicado. —Me lanza una media
sonrisa, y casi me lo imagino de niño. La imagen me
recuerda a mi hijo, Sammy, y experimento un cálido
sentimiento de felicidad.
Sonrío.
—Bueno, no sé si creérmelo… —Después de decir eso, me
doy cuenta de que parece que esté flirteando. Tengo la cara
un poco caliente, pero seguro que es por las especias del
jambalaya y no porque acabe de guiñarme un ojo.
—Créetelo. —Levanta una mano con la que estoy
absolutamente convencida de que podría botar una pelota
de baloncesto sin ningún esfuerzo—. Es difícil usar cuchillos
de tamaño normal con unas manazas como estas. —Usa esa
manaza para tomar otro pedazo de pan y sumergirlo en su
salsa. Una porción generosa de la enorme barra de pan
parece un crouton en sus dedos gigantes.
—La verdad es que tienes las manos muy grandes.
«¿Estará pensando lo mismo que yo?». Me remuevo en mi
asiento. «Maldita sea, ¡cómo pica este jambalaya!». Alargo
la mano disimuladamente y me abro un poco el cuello de la
camisa.
Él se encoge de hombros.
—Es por naturaleza.
Estoy confusa.
—¿Ser entrenador físico?
Niega con la cabeza.
—No. Los estirones en la etapa de crecimiento.
Bajo la cuchara, intrigada con su historia. Nunca he
conocido a nadie más alto de metro ochenta y cinco.
—¿Tuviste más de uno?
Mastica más despacio mientras medita sobre mi pregunta,
sin estar seguro de querer responderla. Una vez más, me
preocupa haber ido demasiado lejos con mi interrogatorio,
pero entonces responde, mientras mira fijamente su plato.
—Creo que di el primer estirón alrededor de los doce años.
Crecí dos palmos durante el verano. Luego vino otro cuando
tenía unos quince años. El tercero fue más o menos a los
dieciocho. —Me mira con una sonrisa irónica—. Digamos
que me dejó un montón de estrías en la espalda.
—Uau. Entonces ¿cuánto mides?
—Dos metros diez.
No sé por qué, pero eso hace que mi corazón dé un
brinco.
—Madre del amor hermoso…
Agarro la cuchara y hago como si fuera a tomar otra
cucharada más, aunque ya no quede nada en el plato. Me
temo que lo he insultado con mi reacción, así que me
esfuerzo por recoger los pedazos de la conversación
mientras reúno los restos de salsa y los aparto al borde del
plato.
—Eso es realmente increíble. Apuesto a que siempre
llegas a todo en los estantes superiores de la cocina. —Me
dan ganas de darme un golpe en la frente con la cuchara.
«Qué ocurrente, Jenny». Es como si nunca hubiera hablado
con un hombre.
Él se ríe.
—Todavía no he encontrado ningún estante al que no
pueda llegar, sin contar los de los supermercados Costco,
claro. Pero se me da muy bien la escalada, así que creo que
también podría con esos.
Suspiro con envidia.
—Ni te imaginas los problemas que tengo por medir solo
un metro sesenta.
—Vaya, ¿en serio? —Baja la cuchara—. Cuéntamelo todo.
Sé que se está burlando de mí, pero yo le sigo la
corriente.
—Bien… Tengo un taburete que he de llevar conmigo por
la casa a todas horas para poder acceder a la despensa, al
armario de la ropa blanca y a mi ropero.
Hago como que arrugo el ceño para asegurarme de que
quede impresionado por mi muy triste historia.
—Pobrecilla. Nunca habría sospechado lo difícil que es ser
tan menuda.
Su sonrisa se ha torcido hacia abajo en una mueca de
dolor muy exagerado.
Sé que no lo ha dicho como un cumplido, pero que me
haya llamado «menuda» me hace muy feliz.
—Sí. Esa es mi lucha personal. Aunque no me gusta
quejarme. Solo sufro en silencio… Intento ser fuerte por
todas aquellas personas con problemas de estatura que se
ven reflejadas en mí…
Se ríe y se recuesta en la silla. Luego se limpia la boca con
una servilleta que después tira sobre la mesa. Entrelaza las
manos y las coloca detrás de la cabeza, echándose hacia
atrás para poder mirar el techo.
—Ahhh… —se limita a exclamar.
—Entonces, dices que tu hijo podría ser alto para su edad,
¿eh?
Dev mueve la cabeza a derecha e izquierda, y usa las
manos para frotarse el cuero cabelludo. Luego, sin previo
aviso, se inclina hacia delante, se levanta y agarra nuestros
dos platos vacíos para llevarlos al fregadero.
Estoy aturdida por su súbita reacción, preguntándome si
me habré perdido algo. Siento como si debiera disculparme,
pero no sé exactamente por qué. «¿Es de mala educación?
¿Preguntar por la altura de su hijo?». Supongo que no estoy
acostumbrada a hablar con los hombres sobre sus hijos. Por
lo general, solo interactúo con las otras madres mientras
esperamos a que los niños salgan de la escuela, y todas
parecen estar muy felices de comparar las alturas y el peso
de sus hijos. De hecho, es casi como una competición. Dev
enjuaga los platos en el fregadero, pero justo cuando estoy
a punto de pedirle disculpas, se pone a hablar.
—No estoy seguro de dónde se sitúa mi hijo en cuanto al
percentil de altura.
Tengo unas diez preguntas en la punta de la lengua, pero
no soy del todo sorda, tonta y ciega ante el lenguaje
corporal. Veo que es un tema del que no quiere hablar, por
el motivo que sea. Tal vez él piensa que es tarea de la
madre preocuparse por esas cosas. Tal vez se sienta mal por
el hecho de que la madre de Jacob no está ni tiene pinta de
aparecer en escena.
Mi boca pasa al modo de piloto automático mientras él
limpia la cocina.
—El caso es que mi hijo es francamente bajito para su
edad. Supongo que ha salido a los dos, a su padre y a mí.
Mis dos hijas, en cambio, son tan altas que casi se salen de
la tabla de percentiles. No sé si se mantendrán en esa altura
hasta la adolescencia, pero por si acaso, voy a cruzar los
dedos.
—No querrás que tengan que luchar con todos esos
problemas de estatura a los que has tenido que enfrentarte
tú… —No puedo verle la cara, pero percibo la sonrisa en su
voz.
—Exactamente.
Ufff. Me siento aliviada de que no parezca estresado.
Espero que eso signifique que no lo he ofendido por
completo.
—¿Cómo se llaman? —me pregunta.
—Mi hija mayor se llama Sophie y tiene diez años. Mi hija
mediana es Melody, y tiene siete. Y mi hijo Sammy no ha
cumplido todavía los cuatro. Su cumpleaños es el mes que
viene. Las dos mayores son bastante fáciles, pero él es un
terremoto.
Dev regresa a la mesa cuando termina de recoger, da la
vuelta a la silla y se sienta a horcajadas sobre ella. Cruza los
brazos sobre la parte superior del asiento, dedicándome
toda su atención.
—Creo que es porque es un chico. Mi hijo siempre va
acelerado, a cien kilómetros por hora. Odio decir esto, pero
a veces me muero de ganas de salir de casa e irme a
trabajar.
Tengo que reírme.
—Sé exactamente lo que quieres decir. —Miro el reloj y
luego se lo enseño—. No dejo de mirar qué hora es para ver
cuánto tiempo me queda de mi fin de semana sin niños.
—Ah. ¿Se han ido? Pensé que estaban con una niñera.
—No, no; están en casa de mi ex hasta el domingo por la
tarde. —Hago una pausa un momento—. ¿Por qué creías
que estaban con una niñera?
Se encoge de hombros.
—No sé. Supongo que tenías tanta prisa por salir de aquí,
que pensé que tenía algo que ver con tus hijos.
—No lo entiendo —digo, con una voz sin duda más aguda
de lo normal.
—¿No entiendes qué?
—¿Es que aquí dentro estáis completamente disociados
del mundo real?
—No lo creo.
Señalo hacia la puerta por la que entramos para acceder a
esta habitación.
—Hace media hora, tú y yo estábamos encerrados juntos
en una habitación del pánico porque alguien intentaba
entrar en vuestra nave industrial en pleno mediodía. —
Levanto un dedo para callarlo, sabiendo que está a punto de
corregirme la hora del día—. Medio día, media tarde, lo que
sea. Todavía hay luz fuera. La gente no irrumpe en las sedes
de las empresas de otras personas cuando todavía hay luz.
—Estoy de acuerdo.
No sé qué decir a eso. Se supone que debería ponerse a
discutir conmigo.
Toma el control de la conversación.
—No es algo que se vea todos los días, eso seguro. En
este punto ni siquiera estamos seguros de que fuera un
intento de robo. Y siento todo el jaleo de la habitación del
pánico. Es solo que… no eres parte del equipo y sé que no
estás entrenada para ese tipo de cosas, así que me excedí
un poco en mis funciones tratando de protegerte.
Ahora me siento mal por ser desagradable con él. Y por
pensar que es tonto de remate. Quizá simplemente es un
hombre… protector. Como un lobo. Los programas de lobos
en Animal Planet son de mis favoritos. Me sale una voz
tensa.
—Te agradezco que quisieras protegerme y hacer lo que
creías que era mejor en ese momento.
Siento como si estuviera a punto de llorar. Siempre he
querido tener un hombre a mi lado con el que poder contar,
que nos protegiera a mí y a mis hijos cuando las cosas se
pusieran feas. Cierto, a mí no me dio resultado, pero eso no
significa necesariamente que tenga que ser así para todo el
mundo. Tal vez Dev sea el paquete completo. Tal vez es un
buen padre y, además, un buen hombre. Algún día será un
gran marido, si se da el caso.
Al pensar eso, me doy cuenta de que me siento muy feliz
por mi hermana. A pesar de que tiene que trabajar con
estos locos, tiene un hombre a su lado que sé que sería
capaz de encajar una bala por ella. Y es genial con su perra,
Sahara, y con el perro de May, Felix, así que tal vez también
sea un buen padre. Casi estoy a punto de creer que, si una
bala lo alcanzara, no le haría daño. Parece un superhéroe. Y
ahora, cuando miro a Dev, veo esas mismas cualidades en
él.
Él asiente, aceptando mi disculpa tácita.
—Tienes que entender que esta clase de cosas no son
normales para mí, eso es todo. Y tampoco es normal para
mi hermana. La verdad es que no entiendo por qué trabaja
aquí. —Sienta muy bien poder decir eso en voz alta.
Dev se limita a mirarme fijamente y me cuesta leer la
expresión de su rostro y su lenguaje corporal.
—¿Por qué me miras así?
—Me pregunto si me estás diciendo la verdad, o si me
estás diciendo lo que quieres que sea la verdad.
—Te estoy diciendo la verdad, por supuesto. —«Pero ¡qué
impertinente! ¿Se puede saber a qué viene eso?». Ya he
vuelto a enfadarme… Intentar hablar de cosas triviales con
él es como montar en una montaña rusa.
Pasa a modo silencioso una vez más.
Mis niveles de buen humor están agotándose por
momentos.
—¿Quieres hacer el favor de explicarte? —Resisto el
impulso de empezar a dar golpecitos con el pie.
Se encoge de hombros.
—La pregunta es, ¿quieres que me explique?
Me cruzo de brazos y me recuesto en la silla.
—Sí, Dev. Me encantaría que me explicaras qué crees que
estoy pensando o diciendo. —«Exacto. Él no me conoce».
—Eres la hermana mayor, ¿verdad? —No parece sentirse
intimidado por mi actitud desafiante.
—Sí.
No sé por qué estoy a la defensiva por el hecho de ser la
primera por orden de nacimiento, pero parece ser un
demérito en esta evaluación o lo que sea a lo que esté
sometiéndome.
Ladea la cabeza.
—Apuesto a que cuando erais pequeñas, tú eras la
protectora. ¿Tengo razón?
Miro alrededor antes de contestar, para ganar tiempo.
Realmente me molesta que ya haya adivinado cómo es mi
vida. Solo me conoce desde hace una hora, y no tengo la
impresión de que May y Dev se hayan sentado alguna vez a
compartir confidencias. Odio pensar que soy un libro
abierto. Los libros abiertos son aburridos; ser misteriosa es
mucho más sexy.
Casi me echo a reír a carcajadas. ¿Sexy yo? ¡Ja! Tal vez
hace diez años, pero ahora no, y tampoco en un futuro
cercano.
Dev espera mi respuesta. Odio admitir que tiene razón,
pero lo que es verdad, es verdad.
—Es posible que fuera la hermana protectora. De vez en
cuando.
—No, yo diría que probablemente lo eras con frecuencia.
Pongo los ojos en blanco. «Me ha pillado».
—Como tú digas.
—Tu familia atravesó un momento muy duro para las dos.
¿Quizá teníais un padre con el que era difícil convivir?
Descruzo los brazos y apoyo las manos en los bordes de la
silla para ponerme de pie. Creo que estoy experimentando
esa sensación que suele describirse como estar en la línea
de fuego. Y esas luces del comedor parecen demasiado
brillantes. Unos oscuros recuerdos relacionados con los
problemas de mi padre con el alcohol y las agresiones que
siempre los seguían llaman a esa puerta cerrada de mi
cerebro. «¡Sácame de aquí! ¡Estás a punto de
derrumbarte!»
—Esa es una pregunta bastante personal, ¿no crees?
—Me has preguntado qué pensaba, y te lo he dicho.
Cuando miras a tu hermana, supongo que ves a una chica
frívola, irresponsable pero inteligente que aún necesita tu
protección… de vez en cuando. —Me guiña un ojo para
quitarle hierro a su burla.
Me muero de ganas de llevarle la contraria a este hombre,
pero me lo pone muy difícil. Acaba de describir a mi
hermana y nuestra relación con una precisión absoluta.
«¿De verdad soy tan fácil de leer? Maldita sea. Nunca voy a
ir a Las Vegas. Perdería hasta la camisa».
—¿Y qué? —Me encojo de hombros, como si no tuviera la
menor importancia que acabara de meterse en mi cabeza y
hubiese estado a punto de despertar algunos fantasmas de
mi pasado cuando apenas me conoce—. ¿Y qué pasa si la
veo de esa manera? No es ningún insulto para ella. Mi
hermana sabe que a veces puede ser caprichosa e
irresponsable. Y sabe que la quiero de manera
incondicional.
—No hay nada de malo en que tengas esa visión de tu
hermana, excepto por el hecho de que yo diría que es
inexacta.
Lo miro arqueando una ceja.
—Ya. Así que conoces a mi hermana mejor que yo. ¿Es lo
que intentas decirme?
—No exactamente, pero te diré una cosa: a diferencia de
ti, no tengo ideas preconcebidas de tu hermana basadas en
las experiencias que podría haber vivido antes. No sabía
nada sobre su pasado antes de que empezara a trabajar
aquí. Así que cuando la vi por primera vez y empecé a
relacionarme con ella, me formé una opinión basada en
quién es hoy como mujer adulta.
Se inclina para acercarse más a mí, pero no retrocedo, a
pesar de que está a punto de darme un síncope de tenerlo
tan cerca.
—Y lo que veo, en primer lugar, es un gran corazón.
También veo que es muy inteligente y que tiene mucha
capacidad crítica. Es muy fácil entrenarla y formarla porque
tiene una mente ávida y abierta, cosa que es un gran activo
en este negocio. Es increíblemente artística y tiene mucho
talento detrás de la cámara. Y siente una pasión por la
aventura de la que ni siquiera creo que fuese consciente
cuando cruzó nuestras puertas.
Debo admitir que estoy bastante impresionada. Se me
enternece el corazón al escuchar a este hombre describir a
mi hermana de esa forma tan halagadora. ¿Quién no querría
ser todas esas cosas? No sé si estoy de acuerdo con todo lo
que dice —en especial con eso de que le gusta la aventura
— porque en nuestra vida he visto justo lo contrario, pero
eso no le resta fuerza a sus palabras.
—Vaya. Qué cosas tan bonitas dices…
—Y es todo verdad. Sin ningún adorno. —Sonríe.
Estoy a punto de decirle la única pega que le pongo a sus
argumentos, que, como yo, mi hermana nunca ha querido
correr un solo riesgo en toda su vida —al menos hasta hace
poco—, cuando la puerta se abre y tres personas entran en
la zona de la cocina e interrumpen de golpe nuestra
conversación.
Capítulo 7
—¿Dev?
Espero. No pasa nada.
—Dev, ¿dónde estás?
Tengo una sensación muy extraña. No noto mi cuerpo
exactamente, pero sí siento un hormigueo. Y no sé dónde
me encuentro, pero está muy oscuro. Creo que Dev está
aquí, o debería estarlo, pero no lo veo. No veo a nadie.
¿Dónde estoy? ¿Por qué está tan oscuro? ¡Aaargh! Por favor,
¡que no sea el infierno!
Algo me aprieta la mano y me brinda un alivio
instantáneo. Que no cunda el pánico. No estoy muerta y no
voy a conocer a Belcebú en persona. Dev está aquí. Nadie
tiene las manos tan increíblemente grandes.
Noto que estoy sonriendo. Aunque el movimiento me
produce dolor. La nariz y la cabeza me están matando.
—Estás ahí —susurro. Es lo único que puedo hacer.
Algo me hace cosquillas en la oreja, y luego oigo su voz,
insuflándome bocanadas de aire cálido en el cuello.
—Estoy aquí. No te dejaré.
—¿Por qué está tan oscuro? —Trato de abrir los ojos.
Cuando lo consigo, a medias, la luz es tan intensa que
vuelvo a cerrar los párpados—. ¿Qué…?
—Tómate tu tiempo —dice una voz femenina más suave.
Inclino la cabeza en su dirección.
—¿May? —Alguien me aprieta la mano izquierda.
—Sí, cariño. Soy yo. Estoy aquí con Dev.
Intento abrir los ojos otra vez y tengo un poco más de
suerte. Logro ver un instante la cara de preocupación de mi
hermana, antes de tener que darme por vencida de nuevo.
Esta vez no cedo a la oscuridad por culpa de la luz
cegadora; lo hago porque abrir los ojos requiere demasiado
esfuerzo y, por alguna razón, me siento agotada.
—¿Dónde estoy? —pregunto.
—En el hospital —responde Dev.
—¿Y mis hijos?
—Están bien.
Mi cerebro desconecta un momento, no estoy segura de
por cuánto tiempo. Pero luego recuerdo algo que ha dicho
Dev y me preocupo.
—¿Has dicho hospital?
Me obligo a abrir los ojos. Dev se inclina sobre mí, la
preocupación le ensombrece el rostro. Lo miro y luego
vuelvo la vista hacia May. Ha estado llorando; tiene los
bordes de los ojos enrojecidos e hinchados.
—¿Te encuentras bien? —le pregunto. Se ríe con algo que
parece alivio.
—¿Me estás preguntando si me encuentro bien? Estás
loca.
Se inclina y me besa en la mejilla. Luego trata de
abrazarme, pero me estremezco de dolor. Me duele todo,
pero sobre todo la cara.
—Ay. —Alargo el brazo y me toco la frente. Palpo un tejido
donde debería haber piel. Trato de mirar hacia arriba para
intentar verme la cara, y alcanzo a ver algo blanco—. ¿Qué
llevo en la cabeza?
May me toma la mano y me la retira para que deje de
tratar de tocarme las heridas. Veo con el rabillo del ojo que
llevo una vía intravenosa pinchada en el dorso de la mano.
—Tuviste un accidente. Te golpeaste la cabeza con el
volante. El airbag no se activó.
Arrugo la frente.
—Vaya. Pues menuda mierda. Eso no formaba parte de mi
plan.
Dev sonríe.
—Tuviste suerte. Te escapaste solo con una conmoción
cerebral, algunas costillas magulladas y la nariz rota. A tu
pasajero no le fue tan bien.
Rebusco en mi memoria un pasajero, pero me quedo en
blanco. Casi pregunto si mis hijos eran los pasajeros, pero sé
que eso no puede ser. No estaba con mis hijos cuando esto
sucedió. Entonces, ¿con quién estaba?
—¿Pasajero?
Dev y May intercambian una mirada. El silencio se alarga
entre nosotros. Entonces me viene un destello en la
memoria. Esto tiene algo que ver con doña Golpes Certeros.
—¿Está bien Toni?
—¿Por qué lo preguntas? —dice May. Mi memoria está
llena de lagunas, pero recuerdo algunas cosas. Frunzo el
ceño, tratando de recordar los detalles más vivos.
—Había un hombre… Preguntaba por Toni. —Mi hermana
mira a Dev.
—Creo que merece saber lo que sucedió.
—Estoy de acuerdo —dice él, encogiéndose de hombros—.
¿Quieres decírselo tú o lo hago yo?
May me mira con su expresión más tierna.
—¿Recuerdas que fuiste a trabajar el lunes?
—¿El lunes? Sí, claro. Hoy es lunes, ¿verdad?
—No. —Niega con la cabeza—. Es miércoles. Has estado
un poco fuera de juego un par de días.
—¿En coma? —digo con profundo asombro. Esto es como
estar en una película ahora mismo.
Ella sonríe.
—No. Por los fármacos.
No sé por qué, pero eso me decepciona. Tal vez porque
contar una historia sobre quedarse en coma es mucho más
interesante que contar una historia sobre estar tan drogada
por culpa de los fármacos que no te acuerdas de nada
durante dos días. He pasado de heroína a nada de nada en
dos segundos. Menudo chasco.
—¿Qué pasó? —pregunto, ya sin estar segura siquiera de
querer escuchar la historia.
—Viniste a trabajar temprano el lunes, y había un tipo un
tanto desagradable esperando a Toni. Sin embargo, cuando
te vio, creo que decidió que iba a tratar de obtener
información para ayudarlo a encontrarla.
—¿Por qué estaba esperando a Toni?
May tuerce la boca durante un par de segundos antes de
responder al fin.
—Es el hermano de un hombre al que mató. En defensa
propia. Bueno, sobre todo en defensa propia. Buscaba
venganza.
Por poco se me salen los ojos de las órbitas.
—¿Lo mató? ¿En serio?
Miro a Dev para confirmarlo. Él asiente y luego se inclina
hacia delante.
—Es la misma persona que hizo una abolladura en la
puerta el primer día que viniste. ¿Lo recuerdas?
Lo miro y sonrío.
—¿Cómo podría olvidarlo? Me tuviste encerrada horas y
horas en ese cuchitril de la habitación del pánico del Hotel
California.
Dev mira a May.
—Me parece que no tiene recuerdos muy nítidos de lo que
pasó. Creo que la lesión en la cabeza le ha causado un daño
permanente.
Intento alargar el brazo para pegarle, pero mi visión no
está en su mejor momento. Su apuesto rostro se difumina y
se aleja. Me toma la mano y me besa los dedos, y su cara
deja de estar desenfocada.
—Nada de pegar —dice—. No va a haber más violencia en
tu vida. Hoy voy a poner fin a todo eso.
Retiro la mano.
—¿Qué significa eso?
May interviene en la conversación.
—Podemos hablar del tema más tarde.
Dev niega con la cabeza.
—No. Ya está decidido. Ella no volverá.
Lo miro con furia.
—¿Tratas de decirme que ya no trabajo en Bourbon Street
Boys? —Miro a mi hermana—. ¿Puede hacer eso? ¿Me puede
despedir?
Empieza a invadirme el pánico. ¿Despedida? ¿Otra vez?
Pero ¿y el equipo? ¿Y Ozzie? ¿Y doña Golpes Certeros, que
necesita contarme la historia de cómo mató a alguien? ¿Y
Thibault y Lucky y Sunny, su pez de colores? Siento que
estoy perdiendo a toda mi familia de golpe. May niega con
la cabeza.
—No, él no puede despedirte. De todos modos, no creo
que eso sea lo que intenta hacer. —Mira a Dev y luego
arquea las cejas y asiente. Lo está animando a hacer algo,
pero no sé el qué. Dirijo mi atención a Dev.
—¿Qué ocurre?
Suspira y mira a la cama. Luego levanta la cabeza y me
mira a los ojos.
—Te preocupaba trabajar con nosotros por culpa de los
riesgos que entrañaba el trabajo. En tu primer día, te
encerramos en la habitación del pánico. En tu segunda
semana, te tomaron como rehén delante de la puerta
principal. Parece que siempre estás en el lugar equivocado
en el momento justo. No creo que pueda soportar esa clase
de estrés. He estado muy preocupado por ti.
No puedo evitar sonreír. Es tan tierno… Y adorable por
pensar que puede darme órdenes. Alargo la mano y le
acaricio la mejilla.
—Eres un amor, pero tienes mucho que aprender sobre
las mujeres.
Mi hermana me señala.
—Sobre esta mujer en particular. —Baja la voz para hablar
en un susurro, pero todavía se la oye—. Es una cabezota.
La ignoro.
—Sé que he tenido mala suerte en la nave industrial, pero
eso no implica que ya no quiera trabajar con vosotros. Antes
estaba asustada, pero ya no. Solo significa que debería
hacer mi trabajo desde casa. Creo que estar en la nave
industrial conlleva ciertos riesgos que preferiría evitar. Así
que, si queréis reuniros conmigo, puedo usar Skype.
Tomo la mano de Dev y la sujeto con firmeza, para que
sepa lo decidida que estoy.
—Es muy sencillo. Me encanta el trabajo, me encanta
formar parte del equipo y no voy a ir a ningún lado. —Miro a
mi hermana—. A menos que Ozzie no quiera que trabaje allí
nunca más. Sé que no puedo obligar a nadie a contratarme.
May me da una palmadita en la pierna.
—No te preocupes por Ozzie. Él piensa que eres increíble.
Quiere que te quedes, pero por supuesto, lo entenderá sea
cual sea tu decisión.
Miro a Dev. Parece enfadado, y realmente quiero que lo
entienda, para que no siga molesto conmigo. Le hago una
seña con el dedo.
—Acércate. —Se inclina hacia delante—. Estoy un poco
cansada, así que antes de quedarme dormida, solo quiero
que sepas que cuando me quedé encerrada en esa
habitación del pánico contigo, me enfadé. Sin embargo, esa
ira solo duró unos dos minutos, porque después de eso,
empecé a conocerte. Y me di cuenta de lo divertido e
inteligente que eres, y de lo mucho que me gusta estar
contigo. Por favor, no te enojes, porque quiero pasar contigo
tanto tiempo como pueda.
—¿Estás tratando de decirme que disfrutaste cuando te
retuvimos contra tu voluntad?
Algunas de las arrugas de preocupación han desaparecido
de su rostro y su hoyuelo asoma en la mejilla.
—Sí. Es justo lo que estoy diciendo… Aunque ten en
cuenta que estoy bajo los efectos de los fármacos y que, por
tanto, no puedes usar estas palabras en mi contra en el
futuro.
Se inclina y me besa con ternura en los labios. Trato de no
hacer una mueca de dolor cuando me golpea la nariz sin
querer.
—Recupérate y ya hablaremos.
—Sí, ya hablaremos. —Miro a mi hermana—. ¿Cómo tengo
la nariz?
—Bueeeno… ¿Te acuerdas de ese bulto que nunca te
gustó?
Se refiere al puente de mi nariz, el único rasgo de mi
rostro que detesto, no importa las veces que May me haya
dicho que le imprime carácter a mi cara.
—¿Sí?
—Pues ya no está. Cuando el cirujano plástico intervino
para operarte, no pudo salvarlo.
No puedo dejar de sonreír.
—Hablando de estar en el lugar equivocado en el
momento justo. —Miro a Dev—. Mírame. Ahora soy guapa.
—Para mí siempre has sido guapa, desde el momento en
que te vi. Eres la chica más guapa que he conocido en mi
vida.
—Voy a dejaros un rato a solas —dice mi hermana. Sale
de la habitación y sus pasos se desvanecen en la distancia.
Miro al hombre que tengo al lado y sonrío.
—Gracias por venir a visitarme. ¿Cómo están mis hijos?
¿Cómo está Jacob?
—Todos están bien. Miles está con tus hijos, y se está
portando muy bien. Hemos llegado a un acuerdo.
Arqueo las cejas al oír eso.
—¿Ah, sí? No me digas.
Dev se encoge de hombros.
—Simplemente fui muy directo con él. Tiene mi número de
teléfono. Cada vez que tenga un problema, sabe que puede
llamarme, sea de día o de noche. Tus hijos estuvieron en mi
casa anoche. Se quedaron a dormir con Jacob.
Agarro la mano de Dev.
—¿Y fue bien?
Me da mucha pena habérmelo perdido. También me
preocupa no haber estado allí para hacer de árbitro. Mis
hijos lo necesitan más a menudo de lo que me gustaría
admitir. Me acaricia la mano.
—Fue perfecto. Para Jacob era la primera vez que unos
niños se quedaban a dormir en casa, y cuando se fueron, no
podía parar de hablar, entusiasmado. Todo va a ir bien.
Absolutamente todo.
Cuando dice «todo» de esa manera, sé con precisión a
qué se refiere. No solo está hablando de mi conmoción
cerebral o de mi nariz rota, o de esta extraña situación con
los Bourbon Street Boys, o de nosotros o de nuestros hijos.
Él se refiere a todo. Nuestro mundo. El que estamos creando
juntos. Todo va a ir bien. Solo hay una cosa más que
necesito aclarar.
—Tengo que hablar con Miles —digo, tratando de
incorporarme. Dev me empuja el hombro con suavidad.
—Tranquila. Ya habrá tiempo para eso.
—No, tengo que hacerlo ahora. —Levanto la mano—. ¿Me
puedes prestar tu teléfono?
Dev me da el aparato sin decir otra palabra. Marco el
número de Miles y empiezo a hablar en cuanto responde.
—Hola, soy yo.
—¿Jenny? Oye, ¿cómo estás?
—Bien. Gracias por preguntar. Escucha, tenemos que
hablar.
—¿Sobre qué?
—Tú solo… escucha y ya está, ¿de acuerdo? —Respiro
hondo y dejo escapar el aire lentamente antes de continuar
—. Sobre la otra noche, cuando entraste en la casa…
—Sí, yo…
—Ya no puedes hacer eso. Nunca más. Es mi casa y las
cosas que hay dentro son mías, y ya está, punto final.
—Lo sé. Lo entiendo. Solo estaba… actué sin pensar. —
Parece avergonzado, cosa que me complace.
—Bueno. Me alegra que lo admitas. De todos modos,
también quería decir que creo que deberías esforzarte más
en tu papel como padre de nuestros hijos. —Él no responde,
así que sigo adelante. Estoy lanzada y no puedo callarme
ahora. Es necesario decir estas cosas, no solo por nuestros
hijos, sino por mi propia salud mental—. Todos los fines de
semana que te saltas o cuando acortas el tiempo que te
toca estar con ellos: tiene que parar. Estás haciendo daño a
los niños y vas a arruinar tu relación con ellos. Necesitan a
su padre.
—Ahora tienes novio. —Parece de mal humor. Herido, tal
vez. Eso es bueno. Puedo gestionarlo.
—¿Y qué? Él no es su padre, y no deberías esperar que lo
sea.
—No, yo no… No he querido decir eso. Yo solo… —Lanza
un suspiro de frustración—. Estoy pasando por un mal
momento. No soy feliz. —Baja la voz—. Lamento algunas de
las decisiones que tomé.
Me dan ganas de ponerme a dar saltos de alegría.
—No me sorprende. Has tomado algunas bastante
terribles. —Como romperme el corazón, por ejemplo. Sin
embargo, ahora me alegro de que lo hiciera, porque de no
ser así, este hombre alto y guapo y su adorable hijo no
habrían entrado en mi vida. Extiendo el brazo y apoyo la
mano en el brazo de Dev. Él cubre mis dedos con los suyos.
—¿Puedo hacerte una pregunta muy loca? —dice Miles.
—Por supuesto.
—¿Crees que alguna vez querrás volver a estar conmigo?
Es un caso hipotético, claro.
—No. —Lo digo con firmeza en mi corazón, mi mente y mi
alma—. Nunca. Fuimos muy mala pareja, Miles. Tenemos
unos hijos maravillosos, pero generamos demasiado
sufrimiento a nuestro alrededor cuando permanecemos
juntos en la misma habitación mucho tiempo. Me gusta
cómo están las cosas, con la diferencia de que, a partir de
ahora, vas a estar a la altura.
—Voy a estar a la altura, ¿eh?
—Sí. Vas a asistir a las fiestas de cumpleaños, a llevarte a
los niños de vacaciones alternas, a quedártelos el fin de
semana completo. A alimentarlos como un padre, no como
un adolescente. Las chucherías no son uno de los cuatro
grupos de alimentos.
Se ríe en voz baja.
—Ya estaba empezando a cansarme de los dolores de
estómago. —Hace una pausa—. Pero…
No termina la frase.
—Pero ¿qué? —pregunto.
—Es una estupidez. No importa.
—No, nada es una estupidez cuando se trata de nuestros
hijos. ¿Qué es? Dímelo.
—¿Qué pasa si no les gusto? ¿Qué pasa si no les doy más
dulces y no hacemos más visitas a la pizzería, y me dicen
que ya no quieren venir conmigo?
—Miles, tienes que dejar de tratar de ser su amigo y
empezar a ser su padre. Tienen suficientes amigos, pero
solo un padre. Ellos te quieren. Simplemente desean estar
contigo. No tienes que ser un padre de Disneylandia. Solo sé
tú mismo.
Puede que sea un idiota integral como marido, pero es
una persona decente cuando se esfuerza. De lo contrario,
nunca me habría casado con él. Hay un largo silencio antes
de que alguno de los dos vuelva a hablar.
—Gracias por llamar. Me alegra que estés bien. Me tenías
preocupado. Fui a verte al hospital, pero estabas
inconsciente. Eso me hizo pensar en… Bueno, digamos que
no fue nada bueno, así que dejémoslo ahí.
—De nada. —Miro a Dev y él asiente—. Pero no te
preocupes, estoy bien. ¿Cuándo vendrás a buscar a los
niños?
—Este fin de semana. Me los quedaré hasta el domingo a
las ocho.
—Estupendo. Gracias. Hasta pronto.
—Sí. Hasta pronto. Y para que conste, me alegra que seas
feliz. Dev parece un buen tipo.
No puedo dejar de sonreír.
—Sí. Es muy buen tipo.
Dev se señala a sí mismo y asiento, poniendo fin a la
llamada. Nos miramos el uno al otro durante mucho tiempo.
Estoy más que encantada de saber que este hombre forma
parte oficialmente de mi vida, pero un pequeño pedazo de
mí no puede evitar preocuparse por toda esta felicidad. ¿Y si
solo es una fase pasajera? ¿Y si resulta ser un idiota, como
pasó con Miles?
—¿Quién sabe cuánto durará esto? —susurro.
Dev se encoge de hombros.
—Ninguno de los dos puede ver el futuro. No hay
garantías. Pero si no aprovechamos esta oportunidad y
corremos el riesgo que conlleva, nunca sabremos lo bueno
que podría haber sido lo nuestro.
—Me alegro de que me encerraras en la habitación del
pánico y no pudieras dejarme salir. Para mí fue una
bendición que se te den tan mal los códigos de las puertas.
Que olvidases usar el código correcto.
Se inclina muy cerca, me besa suavemente en los labios y
dice:
—¿Quién dice que olvidé algo?
Sonríe y su hoyuelo aparece de nuevo mientras saborea
su victoria sobre mí.
Es entonces cuando lo veo todo con una claridad
meridiana, a pesar de que tengo suficiente morfina
corriendo por mis venas como para matar a una cría de
rinoceronte. En mi corazón, sé con certeza que Dev es el
hombre de mi vida. ¿Y el día que lo conocí? Tal vez estuviera
en el lugar equivocado, pero, definitivamente, era el
momento justo.
Table of Contents
Portada
Página de derechos de autor
Sobre La Autora
Dedicatoria
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44