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LA REALIDAD Y EL DESEO.

LUIS CERNUDA
Nació el 21 de septiembre de 1902 en Sevilla. Su madre era una sevillana burguesa con
valores tradicionales. Su padre, portorriqueño, comandante del Regimiento de Ingenieros,
era un hombre de carácter rígido que implantó una férrea disciplina en el hogar. Esta
atmósfera provocó en el joven Luis una sensibilidad a flor de piel, estrechamente
encadenado a sus más íntimos y ocultos deseos, por oposición al entorno al que tan
extraño se sentía. Toda su vida fue un individuo solitario, de carácter tímido y poco
desenvuelto. Impartió clases de Literatura en Toulousse; Surrey, Cambridge y Londres
en Inglaterra; Los Ángeles en EEUU y en México, donde murió en 1963.
La poesía de Luis Cernuda, cuyos libros agrupa bajo el título La realidad y el deseo, es
la expresión de una perfecta alianza de maestría técnica y sinceridad poética y personal.
Desde los poemas, Cernuda se defendió, se explicó, manifestó sus emociones y maldijo,
con apasionada sequedad, a sus imposibilidades. Desde su marginalidad, resguardó a su
obra y fue fiel a una intensidad que unificó y fundió vida, poesía y proceso cultural. En
él todo es autobiografía y, al mismo tiempo, todo es literatura: un poema extiende y
subraya —sin regateo ni autocomplacencia— la experiencia personal, y su visión tajante
de las relaciones humanas parte de una poética de la desolación. Buscó en el surrealismo
la libertad expresiva que necesitaba.
Se caracteriza su poesía por mostrar un universo en tensión constante de un hombre
sensible, solo e inteligente, cuya soledad vital y anímica le crea un insaciable deseo,
siempre insatisfecho, de amor universal. Recurre en su búsqueda a los recuerdos, a los
sueños, al olvido, términos todos de gran importancia en su obra. Es la suya una poesía
nada desgarrada ni altisonante por contraposición a la de Baudelaire y Rimbaud. Tiene
la elegancia y serenidad expresiva de los clásicos. Con ello consigue penetrar la intimidad
de todo lector sensible en un camino de introspección lírica y conectar con casi todas las
corrientes de la tradición poética.
La idea esencial que Cernuda inserta de forma diferencial, a mi modo de ver, es el morir
de todos, encarnado, como es lógico, en el suyo propio. Para él, a morir se empieza cuando
sobrepasamos la infancia. Morir cuando tratamos de realizar (hacer realidad) nuestro
deseo (o nuestra idea). Morir cuando no hay nada que vaya a quedar de nosotros después
de la muerte. Morir cuando olvidamos. Y la única posibilidad de pervivir de algún modo
es a través de la propia poesía. Somos y seremos sólo sombra. La sombra es concepto de
uso permanente en nuestro poeta. La obra cernudiana explora todos los registros para
expresar a un hombre en crisis de amor y de deseo. Su cotidiana lectura de la Biblia le
hace aceptar la muerte, su propia transitoriedad, como una afirmación de la vida
Otro de los grandes temas en la poesía cernudiana es el amor, para él, iluminación
privilegiada del ser humano, lo que se opone y define al mundo. Para Cernuda el amor es
más platónico y contemplativo que dionisíaco o sexual. La capacidad de enamorarse es
para él raíz estética que permite al poeta, aun en las peores horas, cuando todo parece
confabularse contra él, que siempre le quede, cuando menos, la embriaguez dramática de
la derrota.
También aparece una amarga crítica a un mundo que no presta atención ni profunda, ni
siquiera suficiente a las manifestaciones artísticas.

UNOS CUERPOS COMO FLORES


Unos cuerpos son como flores,
Otros como puñales,
Otros como cintas de agua;
Pero todos, temprano o tarde,
Serán quemaduras que en otro cuerpo se agranden,
Convirtiendo por virtud del fuego a una piedra en un hombre.
Pero el hombre se agita en todas direcciones,
Sueña con libertades, compite con el viento,
Hasta que un día la quemadura se borra,
Volviendo a ser piedra en el camino de nadie.
Yo, que no soy piedra, sino camino
Que cruzan al pasar los pies desnudos,
Muero de amor por todos ellos;
Les doy mi cuerpo para que lo pisen,
Aunque les lleve a una ambición o a una nube,
Sin que ninguno comprenda
Que ambiciones o nubes
No valen un amor que se entrega.
Luis Cernuda, Los placeres prohibidos (1931)

a) Tema: ansias de amor incomprendidas.

b) Estructura del poema: el texto se divide en dos partes:


- la primera ocupa las dos primeras estrofas: se describen en ella distintos tipos de
amantes, los efectos que produce el amor en el amado hasta que este, con el tiempo,
desaparece y lo deja insensible;
- en la segunda parte, Cernuda se refiere a él mismo, a su entrega amorosa, que no es
apreciada en su justo valor por sus amantes.

c) Comentario de los rasgos más destacados.


Se trata de un poema de dieciocho versos libres sin rima.
La idea del amor que describe el poema hace sentir y ser a las personas cuando llega,
pero es efímero y está limitado en el tiempo. Tras su desaparición solo queda la
nostalgia (unos cuerpos son como flores, otros como puñales, otros como cintas de agua),
la soledad y el anhelo de alcanzarlo de nuevo, sin que sea posible convertir este deseo en
realidad. Es una visión desengañada y pesimista, no exenta de dolor y una cierta
frustración, que muestra al poeta herido, abandonado y solo.
No aparece el amor como un sentimiento placentero. Se desea el amor en cuanto que da
vida, puesto que tiene el poder de convertir por virtud del fuego a una piedra en un
hombre, es decir, hace sentir. Pero unido a él está el sufrimiento: el fuego del amor quema
y destruye al amado, sobre todo cuando este es abandonado y se queda solo con la
memoria y el olvido, convertido de nuevo en piedra en el camino de nadie.
El poeta no describe un amor en su plenitud, sino su deseo malogrado de amar y ser amado
-a pesar de los fracasos-, lo que parece que impide la realidad, cuando se lamenta, en lo
que podríamos tomar como una «confesión», de que ninguno comprenda / que
ambiciones o nubes / no valen un amor que se entrega.
Destaca la utilización del término quemadura en referencia a lo que produce el contacto
amoroso de los cuerpos. En poesía, a través de los siglos, ha sido frecuente la asociación
de amor-fuego: el amor hace arder a los enamorados y su fuego (la pasión amorosa)
termina destruyéndolos, destrucción que los amantes no pueden evitar porque, aunque
sean conscientes de esta aniquilación, prefieren seguir amando antes que alejarse de la
persona amada.
Luis Cernuda se hace eco de esta tradición: el amor destruye y aniquila al enamorado,
sin embargo ello no impide que este lo desee, porque da sentido a su vida, aunque traiga
parejo el dolor.
Para el poeta, la única forma de lograr la plenitud y superar la soledad es a través del
amor. El deseo de ser feliz (amar y ser amado) le lleva a ofrecerse y entregarse por
completo a los otros cuerpos aunque sepa de antemano que no existen paraísos y que la
ofrenda amorosa en que ha convertido su vida -la experiencia se lo ha demostrado- está

TE QUIERO
Te lo he dicho con el viento,
jugueteando como animalillo en la arena
o iracundo como órgano impetuoso;
Te lo he dicho con el sol,
que dora desnudos cuerpos juveniles
y sonríe en todas las cosas inocentes;
Te lo he dicho con las nubes,
frentes melancólicas que sostienen el cielo,
tristezas fugitivas;
Te lo he dicho con las plantas,
leves criaturas transparentes
que se cubren de rubor repentino;
Te lo he dicho con el agua,
vida luminosa que vela un fondo de sombra;
te lo he dicho con el miedo,
te lo he dicho con la alegría,
con el hastío, con las terribles palabras.
Pero así no me basta:
más allá de la vida,
quiero decírtelo con la muerte;
más allá del amor,
quiero decírtelo con el olvido.
En este poema observamos que ha desaparecido el tono de frustración existencial a partir
de una experiencia amorosa de otros poemas y observamos un ansia de gozar los placeres
del amor.
1ª parte: 1r verso
Al decir “Te quiero” significa que se va a registrar un tono dialógico. Cada una de las
repeticiones de “Te quiero” son la explicitación de esa afirmación de la primera estrofa.
El afán de todo el poema es describir y dar expresión a ese “te quiero”.
2ª parte. Vs. 2-18
El viento, el sol, las nubes, el agua son cinco elementos naturales y son el instrumento
perfecto para que el poeta pueda trasladar el sentimiento amoroso de manera cósmica. “El
sol” supone la intensidad del amor, “las nubes” representan esas sombras que pueden
situarse en la relación amorosa y “el viento” la fugacidad del amor. Estos cinco elementos
están estructurados a partir del paralelismo sintáctico, pero observamos un cambio en la
5ª estrofa. Aparecen tres elementos: el miedo en la relación amorosa, la alegría del amor
y la crisis amorosa, el hastío. En el verso 14 introduce una palabra importante: “el agua”,
afinando aún más la descripción de los elementos (el agua como símbolo de vida, pero
también aparece una contraposición luz/sombra. Es el tránsito del deseo a la realidad: el
agua es la vida que se lleva el amor). Ese “Te lo he dicho” insiste en la importancia de la
palabra. Es importante marcar la presencia del adjetivo “terribles” aplicado a las palabras.
Las palabras nos limitan, son como un cuchillo de doble filo, porque nunca expresan lo
que queremos decir. Antes de llegar a la explicitación, ha mostrado el miedo, la alegría.
Sólo al llegar al último verso de esta secuencia el poeta se permite cambiar la estructura.
A partir de ese adjetivo está preparando ya el paso del deseo a la realidad, del amor al
desamor, del miedo al hastío y a las terribles palabras.
3ª parte: Vs. 19-23
Si el poeta ha intentado dar forma a esa afirmación primera a lo largo de 18 versos, ahora
el poeta relativiza lo anterior con la conjunción “pero”. Hasta ahora el poeta se ha servido
de versos de 11 o 9 sílabas. Ahora, cuando llegamos a esta última estrofa, hallamos un
cambio rítmico, de versos de arte mayor a menor. Este cambio tiene su significación. El
poeta intenta acuñar la mayor síntesis expresiva al final del poema: “Pero así no me
basta”. Introduce el concepto del “fervor”. El fervor necesita renovarse, y para ello
necesita finalizar ese amor. Ese afán de autoaniquilación ha tenido distintas lecturas según
diferentes críticos:
Una primera lectura, interpretaría que es el ansia de muerte para llegar a ese éxtasis: esa
desaparición del yo permite la entrega amorosa, la pervivencia del amor.
Una segunda lectura indica que es la muerte del mismo deseo. Antes de llegar a la absoluta
muerte del deseo, da la oportunidad de renovar ese deseo a través del olvido. El olvido,
por lo tanto, permite la renovación del deseo.
La naturaleza se expresa mejor que el hombre. El poeta ha pasado de ese “te quiero”
(individualización del amor a través del tú) a la aniquilación de ese deseo, estableciendo
una paradoja. El tema del amor / muerte tiene una tradición, pero él le da la originalidad
de la paradoja final.

DONDE HABITE EL OLVIDO


Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.

El título está extraído a partir de un verso de Bécquer. El poeta da un nuevo giro a su


poesía escribiendo un libro bajo este título. El romanticismo de Bécquer pasa por el
cedazo del surrealismo con Cernuda. En este poema, como en el de Bécquer, se insiste en
el motivo de la muerte. Pero en el poema de Cernuda el paisaje se ha despojado del
ambiente romántico y el poeta establece una especie de monólogo interior.
Según Borges, “Sólo es nuestro lo que perdimos”, sólo lo que olvidamos es
verdaderamente nuestro, porque no está sometido a la alarma del recordarlo. Primero
necesitamos el recuerdo y luego el olvido. Un tercer paso sería el olvido del mismo olvido,
y ésta es la forma que encuentra Cernuda. No es memoria como ansia de recuerdo, sino
su olvido. Salinas dice: “Ha sido tan hermosa que no sufre recuerdo”.
Cada una de las secuencias de Cernuda están presididas por un “donde”, sin hallar la
oración principal. La elipsis de esa oración estaría en el mismo proceso de
intertextualidad: “allí estará mi tumba”, pero el poeta va más allá, en una escenificación
del ansia de autoaniquilación. Bécquer situaba ese espacio en una tumba, mientras que
Cernuda no ha querido concretizar ese espacio. El término “habitar” del título significa
hacer nuestro un espacio. El poeta reflexiona aquí en la importancia de la memoria del
olvido y cómo hay otras muertes: la física y la pérdida de la memoria, que es la muerte
absoluta. Aparece un tono de desengaño de la experiencia amorosa que ha vivido el poeta.

1ª estrofa
En la primera estrofa se desarrolla un tópico romántico: la tumba abandonada. Esa
“piedra” es la metonimia de la tumba, la inexpresividad total. Cernuda no sería “una
piedra”, sino la “memoria de una piedra”. El paisaje inhóspito imposibilita la memoria.
En esta primera secuencia el poeta escenifica la situación simbólica de esa “piedra”. El
viento es quien circula por ese paisaje, trasunto del alma en pena. “Los insomnios”, son
los insomnios de aquellos que habitan la imposibilidad del deseo.

2ª estrofa
Incide en la importancia de la memoria, mediante su opósito. Aparece una
antropomorfización del tiempo (“en brazos de los siglos”). La negación “donde el deseo
no exista” tiene como función subrayar la imposibilidad del mismo deseo.

3ª estrofa
Llegamos a una gradación ascendente, que encierra una contraposición: “el amor, ángel
terrible”, “acero/ala”. Insiste en unir a la gracia erótico-amorosa el tormento que le
acompaña.

4ª estrofa
Aparece una escala superior: la posesión. El amor intenta crear cercos para protegerse:
“El amor significa desposeer al otro de su sombra”. El poeta muestra el carácter negativo
del amor: la sumisión, la pérdida de identidad.

5ª y última estrofa
Se llega a la irrelevancia de todas las pasiones humanas, porque están sometidas a la
relatividad del tiempo en que duran. El poeta recupera a partir del motivo del amor un
ritmo descendente, asociando el amor a la ausencia. El poeta va al tiempo de la ignorancia
de la niñez.
El poema termina con una mención a la niñez que nos conduce a los románticos: la
exaltación de la niñez como el paraíso perdido por medio de la razón. A partir de la
repetición del adverbio “allá” el poeta sujeta ese espacio que estaba ya implícito en
“habite”. El ansia de fusión con lo absoluto es otro rasgo romántico.

Con este poema se inicia una clara declaración de principios: el tema del olvido y el deseo
de autodestrucción por el desengaño amoroso. El poema expresa el dolor por la
infelicidad que le genera no poder realizar ese amor, no ser correspondido, mientras que
el cuerpo lo encadena a deseos inalcanzables que mueren sin realizarse y cuya única
esperanza es poder olvidarlos.

NO INTENTEMOS EL AMOR NUNCA


Aquella noche el mar no tuvo sueño.
Cansado de contar, siempre contar a tantas olas,
Quiso vivir hacia lo lejos,
Donde supiera alguien de su color amargo.
Con una voz insomne decía cosas vagas,
Barcos entrelazados dulcemente
En un fondo de noche,
O cuerpos siempre pálidos, con su traje de olvido
Viajando hacia nada.
Cantaba tempestades, estruendos desbocados
Bajo cielos con sombra,
Como la sombra misma,
Como la sombra siempre
Rencorosa de pájaros estrellas.
Su voz atravesando luces, lluvia, frío,
Alcanzaba ciudades elevadas a nubes,
Cielo Sereno, Colorado, Glaciar del Infierno,
Todas puras de nieve o de astros caídos
En sus manos de tierra.
Mas el mar se cansaba de esperar las ciudades.
Allí su amor tan sólo era un pretexto vago
Con sonrisa de antaño,
Ignorado de todos.
Y con sueño de nuevo se volvió lentamente
Adonde nadie
Sabe nada de nadie.
Adonde acaba el mundo.

En esta mezcla de excepticismo y rebeldía, ante una realidad que no comprende y que
hace evocar sus deseos más recónditos, surge un lenguaje nuevo, vertiginoso, imparable,
tremendamente seductor y al que el espíritu del poeta sólo puede subyugarse. Pero
Cernuda no es un esclavo. Su espíritu sabe adónde quiere llegar, y “allá, allá lejos”, sólo
un guía es capaz de acompañarle en su camino hacia las imágenes surrealistas.

ELEGÍA
Este lugar, hostil a los oscuros
Avances de la noche vencedora,
Ignorado respira ante la aurora,
Sordamente feliz entre sus muros.
Pereza, noche, amor, la estancia quieta
Bajo una débil claridad ofrece.
El esplendor sus llamas adormece
En la lánguida atmósfera secreta.
Y la pálida lámpara vislumbra
Rosas, venas de azul, grito ligero
De un contorno desnudo, prisionero
Tenuemente abolido en la penumbra.
Rosas tiernas, amables a la mano
Que un dulce afán impulsa estremecida,
Venas de ardiente azul; toda una vida
Al insensible sueño vuelta en vano.
¿Vive o es una sombra, mármol frío
En reposo inmortal, pura presencia
Ofreciendo su estéril indolencia
Con un claro, cruel escalofrío?
Al indeciso soplo lento oscila
El bulto langoroso; se estremece
Y del seno la onda oculta crece
Al labio donde nace y se aniquila.
Equívoca delicia. Esa hermosura
No rinde su abandono a ningún dueño;
Camina desdeñosa por su sueño,
Pisando una falaz ribera oscura.
Del obstinado amante fugitiva,
Rompe los delicados, blandos lazos;
A la mortal caricia, entre los brazos,
¿Qué pureza tan súbita la esquiva?
Soledad amorosa. Ocioso yace
El cuerpo juvenil perfecto y leve.
Melancólica pausa. En triste nieve
El ardor soberano se deshace.
¿Y qué esperar, amor? Sólo un hastío,
El amargor profundo, los despojos.
Llorando vanamente ven los ojos
Ese entreabierto lecho torpe y frío.
Tibio blancor, jardín fugaz, ardiente,
Donde el eterno fruto se tendía
Y el labio alegre, dócil lo mordía
En un vasto sopor indiferente.
De aquel sueño orgulloso en su fecundo,
Espléndido poder, una lejana
Forma dormida queda, ausente y vana
Entre la sorda soledad del mundo.
Esta insaciable, ávida amargura,
Flecha contra la gloria del amante,
¿Enturbia ese sereno diamante
De la angélica noche inmóvil, pura?
Mas no. De un nuevo albor el rumbo lento
Transparenta tan leve luz dudosa.
El pájaro en su rama melodiosa
Alisando está el ala, el dulce acento.
Ya con rumor suave la belleza
Esperada del mundo otra vez nace,
Y su onda monótona deshace
Este remoto dejo de tristeza.

DESPEDIDA
Muchachos
Que nunca fuisteis compañeros de mi vida,
Adiós.
Muchachos
Que no seréis nunca compañeros de mi vida,
Adiós.
El tiempo de una vida nos separa
Infranqueable:
A un lado la juventud libre y risueña;
A otro la vejez humillante e inhóspita.
De joven no sabía
Ver la hermosura, codiciarla, poseerla;
De viejo la he aprendido
Y veo a la hermosura, mas la codicio inútilmente.
Mano de viejo mancha
El cuerpo juvenil si intenta acariciarlo.
Con solitaria dignidad el viejo debe
Pasar de largo junto a la tentación tardía.
Frescos y codiciables son los labios besados,
Labios nunca besados más codiciables y frescos aparecen.
¿Qué remedio, amigos? ¿Qué remedio?
Bien lo sé: no lo hay.
Qué dulce hubiera sido
En vuestra compañía vivir un tiempo:
Bañarse juntos en aguas de una playa caliente.
Compartir bebida y alimento en una mesa.
Sonreír, conversar, pasarse
Mirando cerca, en vuestros ojos, esa luz y esa música.
Seguid, seguid así, tan descuidadamente,
Atrayendo al amor, atrayendo al deseo,
No cuidéis de la herida que la hermosura vuestra y vuestra gracia abren.
En este transeúnte inmune en apariencia a ellas.
Adiós, adiós, manojos de gracias y donaires,
Que yo pronto he de irme, confiado,
Adonde, anudado el roto hilo, diga y haga
Lo que aquí falta, lo que a tiempo decir y hacer aquí no supe.
Adiós, adiós, compañeros imposibles.
Que ya tan sólo aprendo
A morir, deseando
Veros de nuevo, hermosos igualmente
En alguna otra vida
abocada al fracaso y a la soledad.

SI EL HOMBRE PUDIERA DECIR LO QUE AMA…


Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo,
dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.
Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.
Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

IMPRESIÓN DE DESTIERRO
Fue la pasada primavera,
hace ahora casi un año,
en un salón del viejo Temple, en Londres.
Tras edificios viejos, a lo lejos,
entre la hierba el gris relámpago del río.
Todo era gris y estaba fatigado
igual que el iris de una perla enferma.
Eran señores viejos, viejas damas,
en los sombreros plumas polvorientas;
un susurro de voces allá por los rincones,
junto a mesas con tulipanes amarillos,
retratos de familia y teteras vacías.
La sombra que caía
con un olor a gato,
despertaba ruidos en cocinas.
Un hombre silencioso estaba
cerca de mí. Veía
la sombra de su largo perfil algunas veces
asomarse abstraído al borde de la taza,
con la misma fatiga
del muerto que volviera
desde la tumba a una fiesta mundana.
En los labios de alguno,
allá por los rincones
donde los viejos juntos susurraban,
densa como una lágrima cayendo,
brotó de pronto una palabra: España.
Un cansancio sin nombre
rodaba en mi cabeza.
Encendieron las luces. Nos marchamos.
Tras largas escaleras casi a oscuras
me hallé luego en la calle,
y a mi lado, al volverme,
vi otra vez a aquel hombre silencioso,
que habló indistinto algo
con acento extranjero,
un acento de niño en voz envejecida.
Andando me seguía
como si fuera solo bajo un peso invisible,
arrastrando la losa de su tumba;
mas luego se detuvo.
«¿España?», dijo. «Un nombre.
España ha muerto.» Había
una súbita esquina en la calleja.
le vi borrarse entre la sombra húmeda.

DESENGAÑO INDOLENTE
Desengaño indolente
Y una calma vacía,
Como flor en la sombra,
El sueño fiel nos brinda.
Los sentidos tan jóvenes
Frente a un mundo se abren
Sin goces ni sonrisas,
Que no amanece nadie.
El afán, entre muros
Debatiéndose aislado,
Sin ayer ni mañana
Yace en un limbo extático.
La almohada no abre
Los espacios risueños;
Dice solo, voz triste,
Que alientan allá lejos.

LA CANCIÓN DEL OESTE


Jinete sin cabeza,
jinete como un niño buscando entre rastrojos
llaves recién cortadas,
víboras seductoras, desastres suntuosos,
navíos para tierra lentamente de carne,
de carne hasta morir igual que muere un hombre.
A lo lejos
una hoguera transforma en ceniza recuerdos,
noches como una sola estrella,
sangre extraviada por las venas un día,
furia color de amor,
amor color de olvido,
aptos ya solamente para triste buhardilla.
Lejos canta el oeste,
aquel oeste que las manos de antaño
creyeron apresar como el aire a la luna;
mas la luna es madera, las manos se liquidan
gota a gota idénticas a lágrimas.
Olvidemos pues todo, incluso al mismo oeste;
olvidemos que un día las miradas de ahora
lucirán a la noche, como tantos amantes,
sobre el lejano oeste,
sobre amor más lejano.

NO DECÍA PALABRAS
No decía palabras,
acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,
porque ignoraba que el deseo es una pregunta
cuya respuesta no existe,
una hoja cuya rama no existe,
un mundo cuyo cielo no existe.
La angustia se abre paso entre los huesos,
remonta por las venas
hasta abrirse en la piel,
surtidores de sueño
hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.
Un roce al paso,
una mirada fugaz entre las sombras,
bastan para que el cuerpo se abra en dos,
ávido de recibir en sí mismo
otro cuerpo que sueñe;
mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,
iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.
Auque sólo sea una esperanza
porque el deseo es pregunta cuya respuesta nadie sabe.

LOS MARINEROS SON LAS ALAS DEL AMOR


Los marineros son las alas del amor,
son los espejos del amor,
el mar les acompaña,
y sus ojos son rubios lo mismo que el amor
rubio es también, igual que son sus ojos.
La alegría vivaz que vierten en las venas
rubia es también,
idéntica a la piel que asoman;
no les dejéis marchar porque sonríen
como la libertad sonríe,
luz cegadora erguida sobre el mar.
Si un marinero es mar,
rubio mar amoroso cuya presencia es cántico,
no quiero la ciudad hecha de sueños grises;
quiero sólo ir al mar donde me anegue,
barca sin norte,
cuerpo sin norte hundirme en su luz rubia.

COMO UNA VELA SOBRE EL MAR


Resume ese azulado afán que se levanta
hasta las estrellas futuras,
hecho escala de olas
por donde pies divinos descienden al abismo,
también tu forma misma,
ángel, demonio, sueño de un amor soñado,
resume en mí un afán que en otro tiempo levantaba
hasta las nubes sus olas melancólicas.
Sintiendo todavía los pulsos de ese afán,
yo, el más enamorado,
en las orillas del amor,
sin que una luz me vea
definitivamente muerto o vivo,
contemplo sus olas y quisiera anegarme,
deseando perdidamente
descender, como los ángeles aquellos por la escala de espuma,
hasta el fondo del mismo amor que ningún hombre ha visto.

YO FUI
Yo fui.
Columna ardiente, luna de primavera.
Mar dorado, ojos grandes.
Busqué lo que pensaba;
pensé, como al amanecer en sueño lánguido,
lo que pinta el deseo en días adolescentes.
Canté, subí,
fui luz un día
arrastrado en la llama.
Como un golpe de viento
que deshace la sombra,
caí en lo negro,
en el mundo insaciable.
He sido.

ADOLESCENTE FUI EN DÍAS IDÉNTICOS A NUBES


Adolescente fui en días idénticos a nubes,
cosa grácil, visible por penumbra y reflejo,
y extraño es, si ese recuerdo busco,
que tanto, tanto duela sobre el cuerpo de hoy.
Perder placer es triste
como la dulce lámpara sobre el lento nocturno;
aquél fui, aquél fui, aquél he sido;
era la ignorancia mi sombra.
Ni gozo ni pena; fui niño
prisionero entre muros cambiantes;
historias como cuerpos, cristales como cielos,
sueño luego, un sueño más alto que la vida.
Cuando la muerte quiera
una verdad quitar de entre mis manos,
las hallará vacías, como en la adolescencia
ardientes de deseo, tendidas hacia el aire.

NO ES EL AMOR QUIEN MUERE


No es el amor quien muere,
somos nosotros mismos.
Inocencia primera
Abolida en deseo,
Olvido de sí mismo en otro olvido,
Ramas entrelazadas,
¿Por qué vivir si desaparecéis un día?
Sólo vive quien mira
Siempre ante sí los ojos de su aurora,
Sólo vive quien besa
Aquel cuerpo de ángel que el amor levantara.
Fantasmas de la pena,
A lo lejos, los otros,
Los que ese amor perdieron,
Como un recuerdo en sueños,
Recorriendo las tumbas
Otro vacío estrechan.
Por allá van y gimen,
Muertos en pie, vidas tras de la piedra,
Golpeando la impotencia,
Arañando la sombra
Con inútil ternura.
No, no es el amor quien muere.

SOLILOQUIO DEL FARERO


Cómo llenarte, soledad,
Sino contigo misma.
De niño, entre las pobres guaridas de la tierra,
Quieto en ángulo oscuro,
Buscaba en ti, encendida guirnalda,
Mis auroras futuras y furtivos nocturnos,
Y en ti los vislumbraba,
Naturales y exactos, también libres y fieles,
A semejanza mía,
A semejanza tuya, eterna soledad.
Me perdí luego por la tierra injusta
Como quien busca amigos o ignorados amantes;
Diverso con el mundo,
Fui luz serena y anhelo desbocado,
Y en la lluvia sombría o en el sol evidente
Quería una verdad que a ti te traicionase,
Olvidando en mi afán
Cómo las alas fugitivas su propia nube crean.
Y al velarse a mis ojos
Con nubes sobre nubes de otoño desbordado
La luz de aquellos días en ti misma entrevistos,
Te negué por bien poco,
Por menudos amores ni ciertos ni fingidos,
Por quietas amistades de sillón y de gesto,
Por un nombre de reducida cola en un mundo fantasma,
Por los viejos placeres prohibidos,
Como los permitidos nauseabundos,
Útiles solamente para el elegante salón susurrado,
En bocas de mentira y palabras de hielo.

Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona


Que yo fui,
Que yo mismo manché con aquellas juveniles traiciones;
Por ti me encuentro ahora, constelados hallazgos,
Limpios de otro deseo,
El sol, mi dios, la noche rumorosa,
La lluvia, intimidad de siempre,
El bosque y su alentar pagano,
El mar, el mar como su nombre hermoso;
Y sobre todos ellos,
Cuerpo oscuro y esbelto,
Te encuentro a ti, tú, soledad tan mía,
Y tú me das fuerza y debilidad
Como el ave cansada los brazos de piedra.
Acodado al balcón miro insaciable el oleaje,
oigo sus oscuras imprecaciones,
contemplo sus blancas caricias;
Y erguido desde cuna vigilante
Soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres.
Por quienes vivo, aun cuando no los vea;
Y así, lejos de ellos,
Ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres,
Roncas y violentas como el mar, mi morada,
Puras ante la espera de una revolución ardiente
O rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo
Cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista.
Tú, verdad solitaria,
Transparente pasión, mi soledad de siempre,
Eres inmenso abrazo;
El sol, el mar,
La oscuridad, la estepa,
El hombre y el deseo,
La airada muchedumbre,
¿Qué son sino tú misma?

Por ti, mi soledad, los busqué un día;


En ti, mi soledad, los amo ahora.

ELEGÍA ESPAÑOLA II
Ya la distancia entre los dos abierta
Se lleva es sufrimiento, como una nube
Rota en lluvia olvidada, y en la alegría,
Hermosa claridad desvanecida;
Nada altera entre tú, mi tierra, y yo.
Pobre palabra tuya, el invisible
Fluir de los recuerdos, sustentando
Almas con la verdad de tu alma pura.
Sin luchar contra ti ya asisto inerte
A la discordia estéril que te cubre,
Al viento de locura que te arrastra.
Tan sólo Dios verla sobre nosotros,
Árbitro inmemorial del odio eterno.
Tus pueblos han ardido y tus campos
Infecundos dan cosecha de hambre,
Rasga tu aire el ala de la muerte,
Tronchados como flores caen tus hombres
Hechos para el amor y la tarea;
Y aquellos que en la sombra suscitaron
La guerra, resguardados en la sombra,
Disfrutan su victoria. Tú en silencio,
Tierra, pasión única mía, lloras
Tu soledad, tu pena y tu vergüenza.
Fiel aún, extasiado como el pájaro
Que en primavera hacia su nido antiguo
Llegaba a ti y en ti dejaba el vuelo,
Con la atracción remota de un encanto
Ineludible, rosa del destino,
Mi espíritu se aleja de estas nieblas,
Canta su queja por tu cielo vasto,
Mientras el cuerpo queda vacilante,
Perdido, lejos entre sueño y vida,
Y oye el susurro lento de las horas.
Si nunca más pudieran estos ojos
Enamorados reflejar tu imagen.
Si nunca más pudiera por tus bosques,
El alma en paz caída en tu regazo,
Soñar el mundo aquel que yo pensaba
Cuando la triste juventud lo quiso.
Tú nada más, fuerte torre en ruinas,
Puedes poblar mi soledad humana,
Y esta ausencia de todo en ti se duerme.
Deja tu aire ir sobre mi frente,
Tu luz sobre mi pecho hasta la muerte,
Única gloria cierta que aún deseo.

GÓNGORA
El andaluz envejecido que tiene gran razón para su orgullo,
El poeta cuya palabra lúcida es como diamante,
Harto de fatigar sus esperanzas por la corte,
Harto de su pobreza noble que le obliga
A no salir de casa cuando el día, sino al atardecer, ya que las sombras,
Más generosas que los hombres, disimulan
En la común tiniebla parda de las calles
La bayeta caduca de su coche y el tafetán delgado de su traje;
Harto de pretender favores de magnates,
Su altivez humillada por el ruego insistente,
Harto de los años tan largos malgastados
En perseguir fortuna lejos de Córdoba la llana y de su muro excelso,
Vuelve al rincón nativo para morir tranquilo y silencioso.
Ya restituye el alma a soledad sin esperar de nadie
Si no es de su conciencia, y menos todavía
De aquel sol invernal de la grandeza
Que no atempera el frío del desdichado,
Y aprende a desearles buen viaje
A príncipes, virreyes, duques altisonantes,
Vulgo luciente no menos estúpido que el otro;
Ya se resigna a ver pasar la vida tal sueño inconsistente
Que el alba desvanece, a amar el rincón solo
Adonde conllevar paciente su pobreza,
Olvidando que tantos menos dignos que él, como la bestia ávida
Toman hasta saciarse la parte mejor de toda cosa,
Dejándole la amarga, el desecho del paria.
Pero en la poesía encontró siempre, no tan sólo hermosura, sino ánimo,
La fuerza del vivir más libre y más soberbio,
Como un neblí que deja el puño duro para buscar las nubes
Traslúcidas de oro allá en el cielo alto.
Ahora al reducto último de su casa y su huerto le alcanzan todavía
Las piedras de los otros, salpicaduras tristes
Del aguachirle caro para las gentes
Que forman el común y como público son arbitro de gloria.
Ni aun esto Dios le perdonó en la hora de su muerte.
Decretado es al fin que Góngora jamás fuera poeta,
Que amó lo oscuro y vanidad tan sólo le dictó sus versos.
Menéndez y Pelayo, el montañés henchido por sus dogmas,
No gustó de él y le condena con fallo inapelable.
Viva pues Góngora, puesto que así los otros
Con desdén le ignoraron, menosprecio
Tras del cual aparece su palabra encendida
Como estrella perdida en lo hondo de la noche,
Como metal insomne en las entrañas de la tierra.
Ventaja grande es que esté ya muerto
Y que de muerto cumpla los tres siglos, que así pueden
Los descendientes mismos de quienes le insultaban
Inclinarse a su nombre, dar premio al erudito,
Sucesor del gusano, royendo su memoria.
Mas él no transigió en la vida ni en la muerte
Y a salvo puso su alma irreductible
Como demonio arisco que ríe entre negruras.
Gracias demos a Dios por la paz de Góngora vencido;
Gracias demos a Dios por la paz de Góngora exaltado;
Gracias demos a Dios, que supo devolverle (como hará con nosotros),
Nulo al fin, ya tranquilo, entre su nada.

LA SOMBRA
Al despertar de un sueño, buscas
Tu juventud, como si fuera el cuerpo
Del camarada que durmiese
A tu lado y que al alba no encuentras.
Ausencia conocida, nueva siempre,
Con la cual no te hallas. Y aunque acaso
Hoy tú seas más de lo que era
El mozo ido, todavía
Sin voz le llamas, cuántas veces;
Olvidado que de su mocedad se alimentaba
Aquella pena aguda, la conciencia
De tu vivir de ayer. Ahora,
Ida también, es sólo
Un vago malestar, una inconsciencia
Acallando el pasado, dejando indiferente
Al otro que tú eres, sin pena, sin alivio.

SER DE SANSUEÑA
Acaso allí estará, cuatro costados
Bañados en los mares, al centro la meseta
Ardiente y andrajosa. Es ella, la madrastra
Original de tantos, como tú, dolidos
De ella y por ella dolientes.
Es la tierra imposible, que a su imagen te hizo
Para de sí arrojarte. En ella el hombre
Que otra cosa no pudo, por error naciendo,
Sucumbe de verdad, y como en pago
Ocasional de otros errores inmortales.
Inalterable, en violento claroscuro,
Mírala, piénsala. Árida tierra, cielo fértil,
Con nieves y resoles, riadas y sequías;
Almendros y chumberas, espartos y naranjos
Crecen en ella, ya desierto, ya oasis.
Junto a la iglesia está la casa llana,
Al lado del palacio está la timba,
El alarido ronco junto a la voz serena,
El amor junto alodio, y la caricia junto
A la puñalada. Allí es extremo todo.
La nobleza plebeya, el populacho noble,
La pueblan; dando terratenientes y toreros,
Curas y caballistas, vagos y visionarios,
Guapos y guerrilleros. Tú compatriota,
Bien que ello te repugne, de su fauna.
Las cosas tienen precio. Lo es del poderío
La corrupción, del amor la no correspondencia;
y ser de aquella tierra lo pagas con no serIo
De ninguna: deambular, vacuo y nulo,
Por el mundo, que a Sansueña y sus hijos desconoce.
Si en otro tiempo hubiera sido nuestra.
Cuando gentes extrañas la temían y odiaban,
y mucho era ser de ella; cuando toda
Su sinrazón congénita, ya locura hoy,
Como admirable paradoja se imponía.
Vivieron muerte, sí, pero con gloria
Monstruosa. Hoy la vida morimos
En ajeno rincón. Y mientras tanto
Los gusanos, de ella y su ruina irreparable,
crecen, prosperan.
Vivir para ver esto.
Vivir para ver esto.

NOCTURNO YANQUEE
La lámpara y la cortina
al pueblo en su sombra excluyen.
Sueña ahora,
si puedes, si te contentas
con sueños, cuando te faltan
realidades.
Estás aquí, de regreso
del mundo, ayer vivo, hoy
cuerpo en pena.
Esperando locamente,
alrededor tuyo, amigos
y sus voces.
Callas y escuchas. No. Nada
oyes, excepto tu sangre,
su latido
incansable, temeroso;
y atención prestas a otra
cosa inquieta.
Es la madera, que cruje;
es el radiador, que silba.
Un bostezo.
Pausa. Y el reloj consultas:
todavía temprano para
acostarte.
Tomas un libro. Mas piensas
que has leído demasiado
con los ojos,
y a tus años la lectura
mejor es recuerdo de unos
libros viejos,
pero con nuevo sentido.
¿Qué hacer? Porque tiempo hay.
Es temprano.
Todo el invierno te espera,
y la primavera entonces.
Tiempo tienes.
¿Mucho? ¿Cuánto? ¿Y hasta cuándo
el tiempo al hombre le dura?
“No, que es tarde,
es tarde”, repite alguno
dentro de ti, que no eres.
Y suspiras.
La vida en tiempo se vive,
tu eternidad es ahora,
porque luego
no habrá tiempo para nada
tuyo. Gana tiempo. ¿Y cuándo?
Alguien dijo:
“El tiempo y yo para otros
dos”. ¿Cuáles dos? ¿Dos lectores
de mañana? Mas tus lectores, si nacen,
y tu tiempo, no coinciden.
Estás solo
frente al tiempo, con tu vida
sin vivir.
Remordimiento.
Fuiste joven,
pero nunca lo supiste
hasta hoy, que el ave ha huido
de tu mano.
La mocedad dentro duele,
tú su presa vengadora,
conociendo
que, pues no le va esta cara
ni el pelo blanco, es inútil
por tardía.
El trabajo alivia a otros
de lo que no tiene cura,
según dicen.
¿Cuántos años ahora tienes
de trabajo? ¿Veinte y pico
mal contados?
Trabajo fue que no compra
para ti la independencia
relativa.
A otro menester el mundo,
generoso como siempre,
te demanda.
Y profesas pues, ganando
tu vida, no con esfuerzo,
con fastidio.
Nadie enseña lo que importa,
que eso ha de aprenderlo el hombre
por sí solo.
Lo mejor que has sido, diste,
lo mejor de tu existencia,
a una sombra:
al afán de hacerte digno,
al deseo de excederte,
esperando
siempre mañana otro día
que, aunque tarde, justifique
tu pretexto.
Cierto que tú te esforzaste
por sino y amor de una
criatura,
mito moceril, buscando
desde siempre, y al servirla,
ser quien eres.
Y al que eras le has hallado.
¿Mas es la verdad del hombre
para él solo,
como un inútil secreto?
¿Por qué no poner la vida
a otra cosa?
Quien eres, tu vida era;
uno sin otro no sois,
tú lo sabes.
Y es fuerza seguir, entonces,
aun el miraje perdido,
hasta el día
que la historia se termine,
para ti al menos.
Y piensas
que así vuelves
donde estabas al comienzo
del soliloquio: contigo
y sin nadie.
Mata la luz, y a la cama.

IN MEMORIAM A.G.
Con él su vida entera coincidía,
Toda promesa y realidad iguales,
La mocedad austera vuelta apenas
Gozosa madurez, tan demoradas
Como día estival. Así olvidaste,
Amando su existir, temer su muerte.
Pero su muerte, al allegarle ahora,
Calló la voz que cerca nunca oíste,
A cuyos ecos despertaron tantos
Sueños del mundo en ti nunca vividos,
Hoy no soñados porque ya son vida.
Cuando para seguir nos falta aliento,
Roto el mágico encanto de las cosas,
Si en soledad alzabas la cabeza,
Sonreír le veías tras sus libros.
Ya entre ellos y tú falta de sombra,
Falta su sombra noble ya en la vida.
Usándonos a ciegas todo sigue,
Aunque unos pocos, como tú, os digáis:
Lo que con él termina en nuestro mundo
No volverá a este mundo. Y no hay consuelo,
Que el tiempo es duro y sin virtud los hombres.
Bien pocos seres que admirar te quedan.

OTRA FECHA
Acaso él mismo fuera en parte responsable
Adolescente fui en días idénticos a nubes
¿Adónde va el amor cuando se olvida?
Al caer la tarde, absorto
Aquella noche el mar no tuvo sueño
Así como en la roca nunca vemos
Aún se queja su alma vagamente

SOMBRA DE MÍ
Bien sé yo que esta imagen
Fija siempre en la mente
No eres tú, sino sombra
Del amor que en mí existe
Antes que el tiempo acabe.
Mi amor así visible me pareces,
Por mí dotado de esa gracia misma
Que me hace sufrir, llorar, desesperarme
De todo a veces, mientras otras
Me levanta hasta el cielo en nuestra vida,
Sintiendo las dulzuras que se guardan
Sólo a los elegidos tras el mundo.
y aunque conozco eso, luego pienso
Que sin ti, sin el raro
Pretexto que me diste,
Mi amor, que afuera está con su ternura,
Allá dentro de mí hoy seguiría
Dormido todavía y a la espera
De alguien que, a su llamada,
Le hiciera al fin latir gozosamente.
Entonces te doy gracias y te digo:
Para esto vine al mundo, y a esperarte;
Para vivir por ti, como tú vives
Por mí, aunque no lo sepas,
Por este amor tan hondo que te tengo.

PRECIO DE UN CUERPO

Cuando algún cuerpo hermoso,


Como el tuyo, nos lleva
Tras de sí, él mismo no comprende,
Sólo el amante y el amor lo saben.
(Amor, terror de soledad humana.)
Esta humillante servidumbre,
Necesidad de gastar la ternura
En un ser que llenamos
Con nuestro pensamiento,
Vivo de nuestra vida.
Él da el motivo,
Lo diste tú; porque tú existes
Afuera como sombra de algo,
Una sombra perfecta
Dc aquel afán, que es del amante, mío.
Si yo te hablase
Cómo el amor depara
Su razón al vivir y su locura,
Tú no comprenderías.
Por eso nada digo.
La hermosura, inconsciente
De su propia celada, cobró la presa
Y sigue. Así, por cada instante
De goce, el precio está pagado:
Este infierno de angustia y de deseo.

BIRDS IN THE NIGHT


La casa es triste y pobre, como el barrio,
Con la tristeza sórdida que va con lo que es pobre,
No la tristeza funeral de lo que es rico sin espíritu.
Cuando la tarde cae, como en el tiempo de ellos,
Sobre su acera, húmedo y gris el aire, un organillo
Suena, y los vecinos, de vuelta del trabajo,
Bailan unos, los jóvenes, los otros van a la taberna.
Corta fue la amistad singular de Verlaine el borracho
Y de Rimbaud el golfo, querellándose largamente.
Mas podemos pensar que acaso un buen instante
Hubo para los dos, al menos si recordaba cada uno
Que dejaron atrás la madre inaguantable y la aburrida
esposa.
Pero la libertad no es de este mundo, y los libertos,
En ruptura con todo, tuvieron qut pagarla a precio alto.
Sí, estuvieron ahí, la lápida lo dice, tras el muro,
Presos de su destino: la amistad imposible, la amargura
De la separación, el escándalo luego; y para éste
El proceso, la cárcel por dos años, gracias a sus costumbres
Que sociedad y ley condenan, hoy al menos; para aquél
a solas
Errar desde un rincón a otro de la tierra,
Huyendo a nuestro mundo y su progreso renombrado.
El silencio del uno y la locuacidad banal del otro
Se compensaron. Rimbaud rechazó la mano que oprimía
Su vida; Verlaine la besa, aceptando su castigo.
Uno arrastra en el cinto el oro que ha ganado; el otro
Lo malgasta en ajenjo y mujerzuelas. Pero ambos
En entredicho siempre de las autoridades, de la gente
Que con trabajo ajeno se enriquece y triunfa.
Entonces hasta la negra prostituta tenía derecho de insultarles;
Hoy, como el tiempo ha pasado, como pasa en el mundo,
Vida al margen de todo, sodomía, borrachera, versos
escarnecidos,
Ya no importan en ellos, y Francia usa de ambos nombres
y ambas obras
Para mayor gloria de Francia y su arte lógico.
Sus actos y sus pasos se investigan, dando al público
Detalles íntimos de sus vidas. Nadie se asusta ahora, ni
protesta.
"¿Verlaine? Vaya, amigo mío, un sátiro, un verdadero
sátiro.
Cuando de la mujer se trata; bien normal era el hombre,
Igual que usted y que yo. ¿Rimbaud? Católico sincero,
como está demostrado."
Y se recitan trozos del “Barco Ebrio” y del soneto a
las “Vocales”.
Mas de Verlaine no se recita nada, porque no está de
moda
Como el otro, del que se lanzan textos falsos en edición
de lujo;
Poetas mozos de todos los países hablan mucho de él
en sus provincias.
¿Oyen los muertos lo que los vivos dicen luego de
ellos?
Ojalá nada oigan: ha de ser un alivio ese silencio interminable
Para aquellos que vivieron por la palabra y murieron
por ella,
Como Rimbaud y Verlaine. Pero el silencio allá no evita
Acá la farsa elogiosa repugnante. Alguna vez deseó uno
Que la humanidad tuviese una sola cabeza, para así cortársela.
Tal vez exageraba: si fuera sólo una cucaracha, y aplastarla.

NIÑO TRAS UN CRISTAL


Al caer la tarde, absorto
Tras el cristal, el niño mira
Llover. La luz que se ha encendido
En un farol contrasta
La lluvia blanca con el aire oscuro.
La habitación a solas
Le envuelve tibiamente,
Y el visillo, velando
Sobre el cristal, como una nube,
Le susurra lunar encantamiento.
El colegio se aleja. Es ahora
La tregua, con el libro
De historias y de estampas
Bajo la lámpara, la noche,
El sueño, las horas sin medida.
Vive en el seno de su fuerza tierna,
Todavía sin deseo, sin memoria,
El niño, y sin presagio
Que afuera el tiempo aguarda
Con la vida, al acecho.
En su sombra ya se forma la perla.

PEREGRINO
¿Volver? Vuelva el que tenga,
Tras largos años, tras un largo viaje,
Cansancio del camino y la codicia
De su tierra, su casa, sus amigos,
Del amor que al regreso fiel le espere.
Mas, ¿tú? ¿Volver? Regresar no piensas,
Sino seguir libre adelante,
Disponible por siempre, mozo o viejo,
Sin hijo que te busque, como a Ulises,
Sin Ítaca que aguarde y sin Penélope.
Sigue, sigue adelante y no regreses,
Fiel hasta el fin del camino y tu vida,
No eches de menos un destino más fácil,
Tus pies sobre la tierra antes no hollada,
Tus ojos frente a lo antes nunca visto.

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