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Capítulo 1

Introducción

Me desperté de una tardía siesta. Miré el reloj digital en mi mesita de luz y me


indicó que eran las nueve y media de la noche, del sábado. Me enojé conmigo misma, ya
que en lugar de disfrutar del día de descanso, me la pasé vagando por la casa como un
alma en pena, y durmiendo. Me dolía la cabeza, por haber dormido tanto, y mi humor era
pésimo. Hubo una época en la que fui una mujer activa, ya que mis hijos dependían
totalmente de mí, yo tenía que cumplir el rol de madre divorciada, ama de casa y sustento
familiar. Pero los años pasaron, mis hijos ya tienen más de veinte años, y cada vez
necesitan menos de mis atenciones. Ésto debió suponer un alivio para mí; pero significó
todo lo contrario. Sigo trabajando, pero ellos ya tienen sus propias formas de generar
ingresos, así que no dependen tanto de mí. De pronto comencé a sentirme como una carga
para los demás.

Antes tenía un propósito: tuve que cuidar sola a dos hijos maravillosos. Ellos
siempre fueron mi “cable a tierra”, mi mayor alegría. Fabián, el mayor, que ahora tiene
veinticuatro años; y Luisa, quien hace poco cumplió veinte. A mí ya me cayó encima la
enorme pila de cuarenta y siete años. 

Seguramente muchas divorciadas dirán «Mi ex marido se llevó los mejores


años de mi vida». Es un cliché bien conocido, y muchos piensan que son exageraciones;
pero en mi caso esta frase es totalmente cierta. Perdí la mayor parte de mi juventud al lado
de un hombre que nunca me apreció, sólo porque cometí el estúpido error de casarme con
él y nunca me animé a pedirle el divorcio. Me criaron con el viejo concepto de que el
matrimonio es para toda la vida; pero a esta altura de la vida ya perdí la fe en muchos de
esos viejos conceptos. 

Transcurrieron siete años desde mi divorcio, pasé de ser una esposa


insatisfecha a ser una vieja divorciada y depresiva. Además de mis mejores años, mi ex
marido también se llevó mi confianza en los hombres; ya no los veo como una futura
pareja, sino como algo pasajero. Alguien que puede estar bien para disfrutar un momento,
y que luego se descarta. No volví a tener pareja desde que mi marido se fue... bueno, en
realidad yo lo eché; solamente me arrepiento de no haberlo hecho antes. Después de él mis
relaciones con los hombres fueron sumamente fugaces y efímeras, y siempre me dejaban
con un cargo de conciencia tan grande, que al final opté por evitarlas por completo. 

Estaba despierta, pero no sabía qué hacer con mi tiempo. Luego de pasar
unos veinte minutos mirando televisión, me envolví en una bata y salí de mi cuarto,
ofuscada. Vi a mi hija salir del baño, envuelta en una toalla, ella heredó de mí un cabello
oscuro y ondulado, pero ahora parecía lacio, porque lo tenía mojado. Seguramente había
pasado varios minutos desenredándolo, luego lo secaría y lo plancharía. Ella siempre odió
sus rulos; en cambio yo aprendí a querer los míos. Aunque a veces me peleaba con ellos. 
Nos saludamos con un gesto de la mano, y sonrió tímidamente; seguramente
ella prefirió evitarme al notar mi evidente mal humor. Fui a la cocina-comedor y allí
encontré a Fabián, mirando televisión, recostado en un sillón. Parecía estar aburrido y
supuse que sólo estaba haciendo tiempo para irse a dormir. Él no era un chico amante de
las salidas nocturnas. A veces me incomodaba un poco verlo de espaldas ya que su cabello
negro ondulado me recordaba demasiado al de su padre; hasta tenía el mismo corte. La
gran diferencia entre ambos era que Fabián tenía los hombros más anchos y era un poco
más alto.

Abrí la heladera, en busca de algo para comer. Realmente no tenía apetito,


solamente deseaba encontrar algo con lo que entretener la boca. Vi un gran racimo de
uvas, supuse que las había comprado Luisa, a ella le agrada mucho la comida sana; las
frutas y verduras en especial. Tomé una parte del racimo y la coloqué sobre un plato. Volví
a mi cuarto con paso lento y pesado, lamentándome de no tener ni siquiera una buena
amiga con la que salir a pasear un rato. Con los años me fui alejando de mis amistades. Se
me hizo muy duro ver la felicidad de mis amigas y sus andanzas románticas y sexuales,
mientras yo no tenía a nadie con quien tener un momento íntimo. Nunca tenía nada para
contarles, ya hasta me daba pena. Lo peor fue que, con el tiempo, hasta dejaron de
preguntar: «Hey, Carmen… ¿tuviste suerte con algún tipo lindo?». Si bien me ahorraron la
vergüenza de decir que no, al mismo tiempo me sentí desplazada.

Disfruté durante un tiempo de sus anécdotas sexuales, me ayudaban a


mantener la imaginación activa… especialmente cuando me las relataban de forma muy
explícita. Pero al mismo tiempo me avergonzaba saber que mi vida sexual dependía tanto
de la vida sexual de mis amigas. Si ellas me contaban alguna buena anécdota, entonces
esa misma noche yo me masturbaba, imaginándome a mí misma en esa situación. La culpa
llegaba siempre, porque me sentía patética. Ellas vivían grandes aventuras sexuales, y yo
me pajeaba, como una adolescente virgen.   

Entré a mi cuarto y cerré dando un portazo. Estaba ofuscada. No sabía qué 


hacer con mi enojo, porque no estaba dirigido a ninguna persona en particular, sino a la
vida misma. 

Una vez que estuve en mi cama, me desprendí la bata. Me agradaba estar


desnuda dentro de mi propio dormitorio, ésta era una de las pocas libertades que me daba
en la vida. Mis hijos ya lo sabían, por lo que tenían estrictamente prohibido entrar en mi
cuarto sin golpear la puerta. 

Prendí el televisor y empecé a hacer zapping a través de toda la


programación, mientras me llevaba uvas a la boca, una por una; estaban muy buenas. Eran
dulces y jugosas, pero no estaban demasiado maduras; justo como a mí me gustaban.
Estaba sentada en la cama, con las rodillas flexionadas, tenía un pie en el colchón y la otra
pierna estaba flexionada hacia un lado, lo que dejaba mi entrepierna bastante expuesta. No
solía sentarme de esa forma, pero mi mal humor era tal que no me importaba nada. Llegué
a la conclusión de que no encontraría nada divertido para ver por televisión ya que en
realidad no buscaba divertirme. Estaba apática, tenía la sensación de haber desperdiciado
todo mi sábado sin haber hecho nada productivo o entretenido. 
«Bueno, basta de depresion» —me dije a mí misma. 

Tenía que hacer al menos un intento para cambiar mi estado de ánimo.


Apagué la televisión, porque allí no encontraría la respuesta. En ese momento recordé mis
épocas de juventud, en las que me bastaba con masturbarme. La excitación no siempre era
lo que me llevaba a tocarme, a veces lo hacía por mero aburrimiento; para sentirme bien al
menos por un rato. Hacía mucho tiempo que no me tocaba y supuse que no podría
conseguirlo estando tan malhumorada; sin embargo no perdía nada con intentarlo. Tal vez
mi cuerpo captaría las señales y reaccionaría.

Comí otra uva y abrí más mi bata, con la mano izquierda comencé a tocar
directamente mi vagina, en círculos; para ver cuáles eran sus primeras reacciones. No sentí
nada interesante al principio, la tenía seca y muy suave. Con mi otra mano seguí comiendo
alguna que otra uva ocasionalmente, repitiéndome mentalmente que yo podía hacerlo; no
quería que mi fin de semana fuera un fracaso tan rotundo. Para ayudarme un poco, me
lamí los dedos, volví a tocarme y esta vez la sensación fue un poco más agradable; una
leve sonrisa apareció en mi rostro. Tal vez sea cierto eso de que las uvas son buenas como
afrodisíacos; porque poco a poco fui acalorándome. La siguiente uva que tomé, la dejé
apretada entre mis labios, mientras le pasaba la lengua por alrededor; esto me ayudó a
erotizarme. Cuando la mordí dejé su jugo cayera hasta el fondo de mi garganta y lo fui
tragando mientras estimulaba mi vagina con los dedos. Tomé un nuevo fruto e
instintivamente lo froté contra mi clítoris, el frío me hizo estremecer; pero, en general, fue
muy placentero. Me comí esa uva y pude sentir el sabor de mis propios jugos, esto me
gustó tanto que quise repetirlo; con la diferencia de que esta vez deslicé esa pequeña y fría
esfera entre mis carnosos labios vaginales, suspirando de gusto. Antes de comerla ya había
tomado otra del plato y allí fue cuando la verdadera diversión comenzó. 

Mientras acariciaba mi vagina con la uva, tuve la loca idea de meterla por mi
agujerito. No lo pensé dos veces, mi cuerpo ya estaba lo suficientemente caliente como
para aceptar locuras. Al meterla pude sentir cómo mi orificio se dilataba, dándole lugar. La
uva se calentó poco a poco. Gemí, masajeé mi clítoris y cerré los ojos. 

No recordaba exactamente cuándo había sido la última vez que había


disfrutado tanto metiendo algún objeto en mi vagina; pero calculaba que debían haber
pasado unos dos o tres años. “La gran noche de los pepinos”, recordé.

En realidad, esa gran noche tuvo una precuela. Las sensaciones y emociones
son mucho más difíciles de olvidar que las fechas.

Aún recuerdo perfectamente la primera vez en la que me escondí en mi cuarto


para masturbarme usando un grueso pepino. Fue unos meses después de la separación con
mi marido. Aquella vez me puse de rodillas y lo monté sobre mi cama, como si se tratase
de un viril amante. Culpo a la soledad por haberme llevado a semejante situación; sin
embargo mientras lo hice, lo disfruté mucho. La mayor evidencia de que me gustó fue
forma en la que me moví, mientras sostenía el pepino con una mano y me apoyaba con las
rodillas sobre el colchón. Para rematar me puse en cuatro y me lo introduje por el culo. 
No fue algo premeditado, surgió por la excitación del momento, simplemente
lubriqué mi ano con saliva y me esforcé para que el pepino entrara. Nunca me había metido
algo tan grande por allí. El sexo anal era algo que reservaba exclusivamente para mi
intimidad. Jamás le había confesado a un hombre que me agradaba practicarlo ya que me
avergonzaba mucho; ni siquiera mi ex marido lo supo. Era uno de mis placeres culposos y
secretos. Al sexo anal lo practicaba solamente con objetos, cuando estaba sola. 

Esa manía comenzó cuando yo tenía unos veinte años. Lo hice a conciencia,
por curiosidad. No tenía mucha experiencia en el sexo, hacía poco que había perdido mi
virginidad. Pero algunas de mis amigas de aquella época me comentaron que ya se las
habían metido por el culo. Una de mis amigas en particular me contó que ella al principio
no quería saber nada con el sexo anal; pero desde que lo había probado, prácticamente le
suplicaba a cada uno de sus amantes que se la metieran por el culo. Y ella tuvo muchos
amantes. Me dio descripciones tan gráficas y precisas de lo que era el sexo anal, que me
llené de curiosidad y quise probarlo. Por supuesto que ésto no se lo dije a ella, ni a nadie.

Quería experimentar el sexo anal, pero nadie podía enterarse. Por eso mi
primera opción fue con una delgada zanahoria. Aquella vez me encerré en mi dormitorio y
me puse en cuatro sobre la cama. Me costó mucho trabajo hacerla entrar, y me ardió
bastante; pero yo estaba decidida a probar. Lo conseguí y me gustó tanto que esa misma
noche me metí tres veces la zanahoria por el culo.

 Con esa experiencia aprendí que llego a tener intensos orgasmos cada vez
que incluyo sexo anal en mis masturbaciones. Luego vinieron experimentos con diversos
objetos, los cuales me metía en mis momentos de calentura solitaria. No ocurría con mucha
frecuencia, pero cuando tenía la oportunidad, no la desaprovechaba. Tenía un pequeño
desodorante que, de vez en cuando, terminaba dentro de mi culo. Lo amaba, pero tuve que
tirarlo cuando mi madre comenzó a sospechar; porque a pesar de que ya estaba vacío,
seguía formando parte de mi repisa. Nunca me voy a poder olvidar de la vergüenza que
pasé aquella tarde en la que mi madre me preguntó, directamente, si yo me estaba
metiendo cosas por la cola. Me quedé helada. No entendía por qué sus sospechas eran tan
certeras. Podría haber pensado que usaba el desodorante por la concha, pero fue precisa y
habló del culo. Ella me dijo que unos días antes, cuando entró al baño mientras yo me daba
una ducha, notó algo extraño. A mí no me molestaba que ella me viera desnuda, por lo que
actué con naturalidad; pero cometí un error al agacharme para juntar el jabón del suelo.
Ella pudo ver mis nalgas bien abiertas. Me dijo que era evidente que yo tenía el culo
dilatado. ¡Y era cierto! Apenas minutos antes había estado metiéndome un pequeño envase
de shampoo por el culo. Me había masturbado con él durante bastante tiempo, por lo que
mi culo debía mostrar claras señales de haber sido penetrado recientemente. No tenía
forma de esquivar ese momento incómodo, tuve que reconocer que, efectivamente, me
había masturbado por el culo. Ella me hizo prometer que no hiciera más eso, porque no era
propio de una “chica de bien”. Desde ese entonces tuve que tolerar más momentos
vergonzosos, en los que mi madre revisaba cualquier objeto que pudiera servir como
consolador, y se deshacía inmediatamente de él. 

Sin embargo no perdí el gusto por las penetraciones anales, siempre que
quería hacerlo, me las ingeniaba de alguna manera. Aunque tuviera que usar mis propios
dedos.
El uso de un pepino, esa noche de soledad posterior a mi separación, me llevó
a un nivel superior de placer anal. 

Mientras me metía otra uva en la concha fui recordando la forma en la que mi


culo intentaba expulsar ese pepino a medida que yo lo introducía. Me llevó un buen rato
pero logré meterlo completo, recuerdo que lo apreté allí con la punta de mis dedos y luego
lo dejé salir de forma natural. Cuando salió hasta la mitad, lo empujé una vez más hacia
adentro, pero sin dejar de pujar. Gemí de placer. Repetí esto muchas veces. En mi mente
aún queda el vago recuerdo de haber estado mucho tiempo metiendo y sacando el cilíndrico
vegetal. Aquel día fue cuando evalué la posibilidad de comprar un consolador. Sin embargo
me aterra que éste pudiera ser descubierto por mis hijos, por lo que seguí recurriendo a los
pepinos; los cuales se volvieron mis grandes aliados sexuales durante unas cuantas
semanas.

La que bauticé como “La gran noche de los pepinos” fue aquella en la que me
dije a mí misma: «Carmen, ¿por qué no probás penetrarte los dos agujeros a la vez, qué te
lo impide?». Nada me lo impedía. Así fue que terminé una vez más, de rodillas en mi cama
con un grueso pepino metido en mi vagina y el otro en mi culo. Fue increíble, maravilloso e
inolvidable. Con una mano por delante y la otra por detrás, fui empujándolos una y otra vez
hacia adentro mientras gemía. Me imaginaba que estaba a merced de dos fornidos hombres
que me cogían sin piedad. Lo más difícil era meterlos y sacarlos al mismo tiempo, pero yo
me concentré más en el pepino que tenía clavado en el culo, el cual era el que me daba
más placer y el que me hacía sentir más puta. 

Sí, porque ese es otro de mis placeres culposos. En la intimidad, cuando me


masturbo, me encanta jugar a que soy muy puta. Me excita tanto que termino con potentes
espasmos orgásmicos. Sin embargo me da mucha vergüenza comportarme de esa manera
mientras tengo sexo con otra persona. Ni siquiera con mi ex marido conseguí hacerlo. 

Durante “La noche del pepino” me pajeé como nunca lo había hecho, y sé que
lo disfruté más que la mayoría de mis experiencias sexuales con un hombre. Tuve varios
húmedos e intensos orgasmos. Estaba tan eufórica que varias veces saqué el pepino casi
por completo de mi culo para luego caer sentada contra el colchón y que éste se enterrara
con fuerza, y por completo, dentro de mi ano. Me vi obligada a taparme la boca para no
gritar de placer. Durante casi todo el tiempo estuve susurrando palabras, como si hablara
con un amante invisible, diciéndole cosas como: «Me encanta sentarme en tu pija», ó «Está
tan dura que me vas a partir al medio». Sé que en varias ocasiones dije: «Me encanta que
me metan pijas grandes por el orto… metemela toda». Sentirme tan puta me hacía gozar
de verdad. 

Como todas las cosas buenas de la vida, mi afición a los pepinos no duró para
siempre. Una tarde me encontraba en la sección “Verdulería”, del supermercado, se me
acercó una chica joven, de aproximadamente veinticinco años; yo me debatía entre dos
pepinos, analizando sus diámetros y formas. Miré a la chica que se paró junto a mí y me di
cuenta que ella intentaba contener una sonrisa, la cual esbozó cuando ya no pudo
reprimirla. Esa simple sonrisa me trastornó, pude comprender que ella sabía perfectamente
qué intenciones tenía yo para esos pepinos. Sin darme tiempo a buscar una excusa, me
dijo: «Llevá este, yo sé por qué te lo digo». Con un dedo señaló un pepino largo que tenía
una pequeña curvatura en uno de los extremos; luego se alejó. Me sentí tan avergonzada
por eso que huí del supermercado sin comprar nada. Ese mismo día me dije a mí misma:
«Carmen, ya estás grande para hacerte la paja con pepinos. Tenés que dejarlos y buscarte
un hombre de verdad». Cumplí a medias con mi promesa, dejé de masturbarme utilizando
pepinos; pero nunca busqué a un hombre de verdad.    

El contraste entre las uvas y el pepino era inmenso, sin embargo estaba
gratamente sorprendida de cómo algo tan pequeño era capaz de brindarme una sensación
tan placentera. Cuando tuve tres metidas dentro de la concha, comencé a masturbarme
intensamente, abriendo y cerrando mis piernas; preocupándome frotar mi clítoris. Podía
sentir las pequeñas bolitas moviéndose y empujándose unas a otras dentro de mi sexo.
Metí una más, luego otra. Lo más rico era sentir cuando penetraban. Me sacudí en la cama,
intenté contener mis gemidos, fruncí los dedos de mis pies y mi respiración agitada
amenazaba con ahogarme si no exhalaba el aire; pero cada vez que hacía esto, un quejido
de placer nacía en el fondo de mi garganta. 

Mis dedos estaban sumamente húmedos, los chupé una y otra vez;
deleitándome con el sabor de mis propios jugos. Me metí un dedo mojado en el culo y
comencé a estimularlo. No quería meter uvas allí, pero sí podía gozar con mis propios
dedos; sabía cómo hacerlo, ya que era el método que utilizaba con mayor frecuencia. 

Por lo general podía controlar muy bien mi excitación cuando me masturbaba,


pero en ciertas ocasiones, como ésta en particular, mi cuerpo tomaba el control absoluto.
Mi culo se dilató gentilmente cuando introduje el segundo dedo. Los recuerdos evocados
sumados con la excitación que me producía el juego con las uvas, me transportaban a un
mundo de placer que llevaba mucho tiempo sin visitar. Éstos eran los únicos breves lapsos
en los que olvidaba todas las penas de mi vida; sólo existía mi placer sexual. Me revolqué
entre las sábanas, me puse boca abajo, luego giré y quedé mirando nuevamente el techo,
arqueé mi espalda y me apoyé en mis pies, elevando todo mi cuerpo, sin dejar de
estimularme ambos orificios simultáneamente. 

¡Necesitaba más! Los dedos y las uvas no eran suficiente. Di un salto y me


dirigí al ropero, abrí su puerta de un tirón y agarré un pequeño recipiente de desodorante
femenino. Curiosamente, tenía una forma que emulaba muy bien a un pene; inclusive el
glande. Aquí no estaba mi madre para inspeccionar mis adquisiciones fálicas. Agarré una
suave crema de manos y unté con ella el desodorante y repetí la acción en mi cola. 

Regresé a la cama y me fui sentando en el borde de la misma, como si se


tratara de una silla, sosteniendo con mi mano derecha el recipiente del desodorante. Éste
se fue enterrando lentamente en mi culo. Al principio me produjo un dolor agudo, por lo
que me detuve. Retrocedí y le di un poco de tiempo a mi ano para acostumbrarse mientras
lo amenazaba hincando la punta. La lubricación que proporcionaba la crema era excelente y
el desodorante era relativamente pequeño, comparado a otras cosas que me había metido
por el culo. No tardé mucho en conseguir tenerlo bien adentro del orto. Me encantaba esa
sensación de “puta barata” que me daban las penetraciones anales. Siempre me consideré
una mujer bien educada, que se hace respetar y que no va por la vida encamándose con
cualquiera; pero en el momento en que me metía algo por el culo, un interruptor se
activaba en mi cerebro. Cuando esto ocurría, poco me importaba ser una mujer
“respetable”. Ahí era cuando la puta dentro de mí tomaba el control. Esa puta que le
hubiera entregado el culo a cualquier hombre con una verga de buen tamaño. Esto sólo
pasaba cuando me masturbaba estando sola, pero en momentos como éste he llegado a
pensar que si un extraño, con una buena verga, me dijera algo como: “Vení, puta, que te
voy a romper el orto”; no lo dudaría ni un segundo. Me pondría en cuatro sobre la cama, y
me dejaría hacer el culo toda la noche. Dejaría que me montaran como a una yegua en
celo.  

Más de una vez, frente a un hombre, intenté dejar salir de adentro a esa puta
que habita en mí; pero es algo que me cuesta mucho. Porque me atemoriza lo que
pensarán de mí, o qué pasaría si alguien se enterase. 

Pero las preocupaciones quedarán para más tarde; ahora lo importante es el


placer que me estoy dando a mí misma, nada más. En poco tiempo el desodorante se
perdió completamente dentro de mi culo. Quedé sentada sobre él y resoplando de gusto,
tomé otra uva, la llevé a mi vagina y la pasé entre mis labios. Acaricié mi clítoris con ella y
luego la llevé hasta mi boca; pero no la mordí, sólo la lamí para probar una vez más mis
propios jugos. Al mismo tiempo saltaba contra la cama, provocando que el desodorante en
mi culo saliera un poco y luego se volviera a clavar con fuerza. Esto podría haberme hecho
daño, pero mi culo ya estaba acostumbrado a recibir esos castigos. 

La lujuria se había apoderado de mi cuerpo. Bajé una vez más la uva hasta mi
concha y esta vez la metí directamente por mi agujerito, disfrutando mucho la dilatación y
posterior contracción de los labios internos. 

Dejándome llevar por la calentura, me puse en cuatro arriba de la cama, con


el culo apuntando hacia la puerta de entrada; como si el hombre de mis sueños fuera a
entrar por ella a metérmela hasta el fondo por cualquiera de mis orificios. Con una mano
mantuve dentro el desodorante, dándole leves empujoncitos; con la otra mano me
masturbé intensamente y gemí de placer con la cara pegada al colchón. Estuve haciendo
esto durante un buen rato hasta que llegó el momento que tanto buscaba: el orgasmo. 

Me atrapó en el preciso momento en que intentaba tomar aire, por lo que mis
gemidos de placer fueron sordos. Sacudí rápidamente mi clítoris y bombeé dentro de mi
cola con el desodorante, sin detenerme. Logré tomar aire pero fue sólo para dejarlo escapar
entre jadeos de placer. Pude notar los flujos que se acumularon en mi vagina, éstos
hicieron que mis dedos se sintieran más suaves contra mi clítoris, por lo que el gozo
aumentó. Finalmente caí rendida. Quedé tumbada hacia el costado, como un animal que
muere súbitamente. 

Intenté recuperar el aliento, mientras sonreía. Me sentía feliz, hacía mucho,


pero mucho tiempo que no la pasaba tan bien. Miré el plato con las uvas y les agradecí
mentalmente por haberme brindado tanto placer... por haberme regalado nuevas
sensaciones. 

Extraje el desodorante de mi culo lentamente y lo dejé sobre la mesita de luz.


Luego me senté contra el respaldar de la cama, abrí las piernas e introduje dos dedos en mi
concha, en busca de las uvas. No pude sentir otra cosa que mis propios jugos y las paredes
internas de mi cavidad. Separé un poco más las piernas y metí los dedos más adentro.
Nada. Las uvas no estaban. 

Fui a sentarme en el lado opuesto de la cama, mirando para todos lados, con
la esperanza de que las uvas estuvieran entre las sábanas. Tal vez las había expulsado con
mi orgasmo, pero no pude verlas. Me clavé los dedos una vez más, casi haciéndome daño...
pero de nuevo, la desesperante nada. 

Asustada me puse en cuclillas arriba de la cama, continué hurgando mi


intimidad, utilizando ya tres dedos, ésta estaba dilatada y húmeda; pero las uvas no
bajaban, no aparecían por ninguna parte. 

—¡Ay, no, no, no! No me hagan esto... —exclamé, con desesperación. 

Me puse de pie a un costado de la cama, levanté una pierna y busqué una vez
más dentro de mi vagina. ¡NADA! No estaban, se habían esfumado. El miedo comenzó a
invadirme. Me aterraba la idea de que no salieran. Me arrodillé en el piso con las piernas un
tanto separadas, esperando a que la fuerza de gravedad me ayudara. Mientras me invadía
el terror, las busqué. Si las uvas no salían naturalmente, entonces debería sacarlas de la
forma que fuera. Dejarlas allí dentro sería sumamente peligroso ya que se pudrirían y
podrían ocasionarme una grave infección... ni siquiera quería pensar en esa idea... las
sacaría, como sea... en ese instante pensé en un ginecólogo y pude sentir mis mejillas
ruborizándose. «¡Ni loca!» me dije a mí misma. No quería ir a un consultorio y explicarle al
médico de turno que había estado masturbándome con uvas. No me sometería a semejante
humillación. 

Estuve alrededor de veinte minutos, o más, intentando inútilmente sacar las


putas uvas; pero nada funcionó. Mis palpitaciones aumentaban y disminuían
vertiginosamente. Repentinamente se me bajó la presión y me mareé, allí fue cuando decidí
que debía relajarme y pensar las cosas con mayor claridad. Si seguía cayendo en la
paranoia, entonces estaba perdida. Me acosté boca arriba en la cama y me abaniqué con
una revista vieja. Necesitaba refrescarme y cambiar el aire. «Tranquila, Carmen, ya vas a
encontrar la forma de sacarlas», me dije a mí misma. Pensé en llamar a alguien de
confianza... pero ya no me quedaban personas de confianza. Mi ex marido ya había
quedado completamente borrado de mi vida y no tenía amigas en las que pudiera confiar
en una emergencia semejante. 

No tenía más alternativa... debía salir de mi cuarto y pedirle ayuda a Luisa, si


mi hija no me salvaba de esta... entonces estaba en un serio problema. Me avergonzaría
mucho tener que explicarle la situación, pero ella ya tenía dieciocho años, comprendería
muy bien la masturbación femenina. Al fin y al cabo no soy una loca, sólo intentaba pasarla
bien un rato... seguramente ella también se masturbaba y habría hecho alguna locura
semejante...

Me envolví con la bata y miré la puerta de mi dormitorio. Tomé aire y salí en


busca de mi hija. Ella era mi única esperanza.
Capítulo 02.
Desesperación.
 

Golpeé la puerta del dormitorio de mi hija Luisa. Ella no respondió. Estaba desesperada, no
podía quitar las uvas que yo misma, como una estúpida e inmadura, había introducido en
mi vagina. Intenté abrir la puerta, pero estaba cerrada con llave; mi impaciencia se
transformó en furia.

—¡Luisa, abrí! —Volví a golpear.

—¿Qué querés? —me respondió ella, empleando el mismo tono de voz que yo. 

—Te estoy diciendo que abras la puert...

La puerta se abrió. 

Mi hija me miró con el ceño fruncido, estaba prolijamente maquillada, su cabello formaba
perfectos bucles y llevaba puesto un corto vestido de noche, color vino tinto. 

—¿Qué hacés vestida así? —le pregunté.

—Me tengo que ir. Tengo una fiesta.

—No, pará... primero tenés que ayudarme con algo... 

—¡Ah no, mamá! Otra vez no me cagás la noche —la miré boquiabierta—. Siempre es lo
mismo con vos, cada vez que yo quiero hacer algo divertido con mis amigas, vos empezás
con que te duele algo... con que te sentís sola... con que nadie te quiere. Lo único que
lográs es amargarme tanto que me quitás las ganas de salir. Lo único que querés es que yo
me quede dando pena con vos. ¡Ya me tenés harta! Si estás deprimida... ¡entonces buscate
un macho que te atienda! A mí no me jodas. ¡Me voy! 

Diciendo esto me dio un leve empujón y pasó a mi lado hecha una furia. Luisa siempre
había tenido carácter fuerte, pero no acostumbraba a ser tan directa conmigo; sólo decía
esas cosas cuando estaba realmente enojada. Me avergoncé de mí misma mientras la
miraba marcharse. ¿Esa era la imagen que tenía mi hija de mí? ¿Me creía una vieja
depresiva y aguafiestas? De pronto invadió mi mente una seguidilla de recuerdos. Sus
acusaciones no eran muy disparatadas, más de una vez me había sentido mal, recurrí a
Luisa. Por eso ella canceló su salida en más de una ocasión. Siempre creí que lo hacía por
amor a mí; pero no se me ocurrió pensar que tal vez yo la estuviera manipulando para que
no saliera. Yo no tenía con quién salir. 

¿Un macho que me atienda? Esas palabras dolían mucho... si yo tuviera un macho que me
atienda seguramente no sería la vieja depresiva en la que me convertí. 

Volví abatida a mi dormitorio, me sentía muy triste. Luisa tenía razón en todo lo que dijo...
dolía mucho admitirlo, pero tenía razón. No quería ser una mala madre, solo... solo
necesitaba a alguien que me hiciera compañía. Una lágrima se desprendió de mi ojo, pero
la sequé inmediatamente con mi mano, si lloraba sólo empeoraría las cosas. 

Ahora no tenía quién me ayudara a quitar las uvas, sentí un horrible escalofrío de sólo
imaginarme la cara que pondría el ginecólogo de turno cuando le contara lo que había
hecho. ¿Y si esto quedaba dentro de mi historial médico y luego distintos doctores lo leían?
También podría ocurrir que el ginecólogo tuviera alguna asistente y que luego de mi partida
se pusieran a comentar lo ocurrido. Se reirían de mí diciendo cosas como: “Esa vieja es
más pajera que una pendeja”, “¿Cómo puede ser que a su edad siga haciéndose la paja y
que se meta cosas por la vagina?”. Lo que más me aterraba era que dijeran algo como: “Lo
peor de todo era el culo... ¿vio lo abierto que lo tenía?. Esta vieja puta seguro se mete
muchas cosas por el culo”. No podía tolerar semejante vergüenza. 

—¿Qué pasó mamá? —Giré la cabeza y vi que mi hijo Fabián estaba parado en la puerta de
mi cuarto, mirándome con preocupación—. Escuché que discutías con Luisa. 

—No pasa nada, Fabián. No te preocupes.

—Algo pasa, te veo muy mal. ¿Se pelearon porque vos no querías que ella salga a bailar?

—No, para nada... sólo le pedí que me ayudara con algo... ella malinterpretó las cosas. Se
enojó, me gritó de todo y se fue.

—¿Te gritó sólo por eso? ¡Qué pendeja de mierda! La voy a llamar y le voy a decir de todo.

Fabián era algunos años mayor que Luisa y siempre obraba como tal, su personalidad se
diferenciaba mucho a la de ella. Él era muy práctico, muy maduro, sumamente centrado y
tranquilo. No acostumbraba a salir mucho de la casa y por lo general nunca se metía en
problemas. 

—No, Fabián. No quiero que se peleen... además, ella tiene razón. Siempre le arruino las
salidas. 

—No es cierto, ella sale mucho a bailar, tiene dieciocho años, no puede pretender salir
todos los fines de semana. 

—De todas formas eso no viene al caso... esta vez sí necesitaba que me ayudara con algo...
creo que me pasó como al pastorcito mentiroso; tanto gritar que venía el lobo... y cuando
el lobo vino de verdad, nadie acudió a ayudarlo.
—¿Y qué lobo vino a amenazarte? 

—No puedo contarte —bajé la cabeza, avergonzada.

Pasados unos segundos lo miré a los ojos, él parecía un hombre adulto, hasta su
complexión física le aportaba años que no tenía. Su mentón cuadrado, su piel morena y su
ceño serio hacían que pareciera de treinta años, o más. 

—¿Asunto de mujeres? —Preguntó. 

—Sí, exactamente eso... es un asunto muy femenino. Tu hermana era la única que podía
ayudarme y ahora no sé qué hacer, no quiero ir al... —me quedé callada porque me di
cuenta de que estaba hablando más de la cuenta.

—¿Ir a dónde?

—A ninguna parte —respondí.

—Mamá, no soy un nene idiota. Podés contarme lo que pasa. 

Miré a Fabián fijamente. ¿Podría él ayudarme con mi problema? Era sumamente


vergonzoso confesarle lo que había hecho y contarle cuál era el problema; sin embargo él
sería reservado y nunca le contaría a nadie. Mi secreto moriría con él... y tal vez yo me
moriría de la vergüenza. Intenté relajarme, respiré suavemente, mirando mis manos, las
cuales reposaban sobre mis rodillas. Sería cuestión de un minuto, sólo necesitaba que
alguien introdujera sus dedos y retirase las uvas; problema resuelto. Es decir, el problema
físico quedaría resuelto, el psicológico comenzaría a partir de ese momento. Tendría que
cargar con la imagen de mi hijo introduciendo los dedos en mi vagina y él tendría que
cargar con la noción de que su madre se masturbaba... bueno, tal vez eso ya lo suponía y
ni siquiera pensaba en el asunto. Pero sabría que además de hacerme la paja, lo hacía de
forma poco convencional. 

Definitivamente no quería ir al ginecólogo y debía considerar que si lo hacía, tendría que


pedirle a Fabián que me llevara. Yo no sé manejar y él es quien se encarga del el auto.
Podría pedirme un taxi; pero Fabián insistiría, me quitaría la información de una u otra
forma. No podía hacer otra cosa que contarle lo ocurrido y dejar que me ayude. 

—Te voy a contar, pero tal vez no te agrade lo que vas a escuchar —le advertí—. ¿Estás
preparado? Después no quiero quejas.

—Sí, mamá. Contame lo que pasa, quiero ayudarte. 

Intenté hablar lo más rápido posible, para soltar toda la información de una sola vez.

—Hace un rato estaba... —Mordí mi labio inferior; me sentí extraña al pensar en esa
palabra; pero quería ser lo más clara posible—, me estaba masturbando... y usé algunas de
esas uvas. —Señalé con un gesto de la cabeza el plato de uvas que estaba sobre mi mesa
de luz—. El problema es que se me quedaron adentro y no puedo sacarlas. Quería que tu
hermana me ayudara, pero se fue... por eso te quiero pedir a vos que me ayudes —lo miré
fijamente, él tenía los ojos muy abiertos.

—Perdón mamá, pero no puedo ayudarte con eso. —Se había puesto incómodo, podía
notarlo. Esto era extraño en él porque solía ser un chico capaz de controlar sus emociones
—. ¿Por qué mejor no vas a un médico?

—¿A esta hora... un sábado... por unas uvas de mierda? Me van a tener toda la puta noche
esperando en la guardia, atendiendo a los que realmente necesitan ayuda. ¿No me vas a
ayudar? 

—No... perdón... pero no puedo.

—No podés o no querés? —Volví a enfadarme— ¿Para qué carajo una tiene hijos si cuando
necesita ayuda la ignoran? Te imaginaba más maduro, Fabián. Al fin y al cabo te estás
comportando como un chiquillo. Está bien, no te preocupes, ya voy a encontrar algo con
qué sacarlas.

—Te podés lastimar si usás cualquier cosa. La vagina es una zona sensible, si te cortás con
algo por dentro podrías tener un gran problema.

—¿Si sos tan experto en conchas, por qué no me ayudás? —Lo que más me molestaba de
Fabián era su inoportuna forma de hablar, como si fuera una enciclopedia con todas las
respuestas.

—Porque sos mi mamá...

—¿Y eso qué tiene? Te estoy pidiendo ayuda con un problema... nada más. Yo te vi las
bolas durante muchos años... inclusive cuando ya tenías edad para que no te las vea...

Sabía que eso era un golpe bajo para él, indirectamente le recordé un suceso que había
ocurrido hacía apenas un año y medio. Lo sorprendí en el baño, sentado en el inodoro, con
la mano derecha en su verga, sacudiéndosela con la intención de masturbarse. Fue una
situación incómoda para ambos, pero hicimos como si nada hubiera ocurrido. 

—Está bien... está bien. Te voy a ayudar —dijo, con poca convicción.

—No, Fabián. Si no querés hacerlo, no te puedo obligar.

—¿Otra vez con lo mismo, mamá? 

—¿A qué te referís?

—Es que siempre hacés lo mismo... exigís que haga algo y cuando accedo, empezás a decir
que ya no tengo que hacerlo. No entiendo por qué.
—¿Pero qué le pasa hoy a mis hijos? —Me pregunté en voz alta—. ¿Hoy todos me van a
psicoanalizar? Si querés ayudarme... bien... sino, también. 

—Te voy a ayudar porque no quiero que te pase nada malo. Si no podés sacar las uvas se
te puede infectar.

—Sí, lo sé. Ya pensé en eso. Gracias por recordármelo, me deja muy tranquila —Fabián se
acercó a mí, lo noté decidido—. Quiero que sepas que esto es muy vergonzoso para mí y
esta situación me incomoda tanto como a vos. 

—Está bien mamá, no te preocupes. Son cosas que pasan...

—¿Cosas que pasan? ¿A quién le pasan estas cosas? —Por la mueca que hizo con su boca
supe que no quería responderme a esa pregunta—. No pienses eso de mí, Fabián. Por favor
te lo pido.  

—No pensé nada malo. 

—Sí que lo pensaste... esto le pasa a las pajeras ¿cierto?

—No pensé eso. 

—¿Entonces en qué? 

—Hace mucho tiempo que no estás con un hombre, al menos eso imagino. Nos contás casi
todo a Luisa y a mí... si hubieras salido con alguien, nos hubiéramos enterado.

—Así es.

—Y bueno... el cuerpo tiene necesidades que necesitan ser aplacadas, de lo contrario la


tensión emocional podría crecer mucho. —Otra vez con ese tonito de “Wikipedia parlante”.

—No me vengas con sermones, Fabián. Me quiero morir. 

—No es tan grave, mamá. Tiene solución. Mientras antes empecemos, antes vamos a
terminar. 

—Cortala con ese tonito de “Señor maduro”, que me desespera.  

—¿Qué tonito? 

—¡ESE tonito! ¡La puta madre! ¿No entendés que esto es muy difícil para mí? —Estrujé la
tela de mi bata con los dedos. 

—Lo entiendo perfectamente, mamá. Por eso dije que estaba dispuesto a ayudarte. Perdón
por haberme negado al principio, es que me puse un poco nervioso y no pensé con claridad.
—Otra vez ese puto tonito; pero esta vez no se lo recriminé. Quería terminar con todo lo
antes posible e irme a dormir... si es que podía hacerlo. 

—¡Bueno, basta! —Exclamé—. Ayudame y terminemos con esto. Si le contás algo a alguien
lo que pasó hoy... te mato.

—Entiendo...

—No, no entendés. Te mato en serio. —Lo amenacé con mi dedo índice; pero él solamente
sonrió—. Y te entierro en el patio. 

—Mamá, vos no agarraste nunca una pala en toda tu vida.

—Tampoco nunca me había metido uvas... ¡y ya ves!

—Bien, bien... bien. Capté el mensaje. ¿Cómo las sacamos? —Preguntó acercándose.

—Yo ya probé todo lo que se me ocurrió. Pedirte ayuda es mi último recurso... ya te


imaginarás qué tenés que hacer para sacarlas.

—Comprendo. —¿Por qué mierda estaba tan tranquilo? Me exasperaba; pero necesitaba su
ayuda y no quería hacerlo enojar—. ¿Te vas a acostar? 

—Supongo... creo que sería la forma más fácil —le dije, intranquila. 

Miré la cama, no quería hacerlo. Dios sabe que no quería que mi hijo me viera desnuda;
pero era eso o ir al hospital, lo cual me avergonzaba aún más. Además ya le había contado,
esa vergüenza no podría sacármela nunca más en la vida... ya estaba hecho. Me tendí en la
cama y me acomodé en el centro de la misma, apoyé la cabeza en la almohada y una vez
más los nervios se apoderaron de mí. 

—No sé... no sé... —comencé a decir incoherentemente. 

—Tranquila mamá. Lo vamos a poder solucionar rápido —me dijo Fabián, sentándose a mi
lado. Agarró firmemente una de mis manos, eso me tranquilizó un poco.

Mordí mis labios hasta que me dolieron y junté todo el coraje que tenía. Abrí la bata de una
sola vez, sentí que todo mi cuerpo se calentaba, por pura vergüenza; debía tener las
mejillas rojas. Mi hijo podía ver mis pechos caídos, mi vientre con ondas, el cual ya no era
ni remotamente parecido al de mi juventud, y mi pubis cubierto de enmarañados pelitos
negros. 

—Está bien, ahora tenés que separar las piernas. —El muy desgraciado me hablaba como si
fuera un médico experimentado, me daban ganas de matarlo. 

Abrí lentamente las piernas y flexioné las rodillas, como si estuviera a punto de parir...
“Parir un viñedo”, pensé. Intenté abstraer mi mente, pensar en otra cosa; pero no lo
conseguí. Me sobresalté cuando sentí una de las cálidas y pesadas manos de Fabián contra
mi muslo derecho. 

—Tranquila —repetía incesablemente—, voy a intentar sacarlas. ¿Te acordás de cuántas


eran?

—No sé... cuatro o cinco... o... diez ¡no sé! —Estaba bloqueada. 

Me avergonzaba de mí misma por haber puesto a mi hijo en semejante situación. Para él no


debía ser nada agradable verme toda la concha en un detallado primer plano. Para colmo
tendría que usar sus dedos para rescatar esas malditas uvas, y todo por culpa de que su
madre era una cuarentona depresiva y pajera. 

—Bueno, voy por la primera. —Un leve cosquilleo me invadió en los labios de mi vagina.

—¡Ay no! —Grité, apartando rápidamente su mano. 

—Mamá, si no te calmás un poco no voy a poder ayudarte. 

—Es que... 

—“Es que”, nada. Seguramente salen enseguida. —Una leve sonrisa apareció en sus labios.

—¿Y si no salen? —Tenía la sensación de que todo mi cuerpo se entumecería, debido a lo


tensionados que tenía los músculos. 

—Vos no te preocupes por eso ahora, yo me encargo.

—Está bien... y Fabián...

—¿Qué?

—Cortala con el puto tonito —dije, con los dientes apretados; clavé mis uñas en su muñeca,
poniéndole esa parte de la piel blanca y luego ésta tomó color otra vez, cuando lo solté.

Me recosté, tragué saliva y aguardé. Mi corazón latía rápidamente y el sudor cubría mi


frente, como si tuviera fiebre. Uno de los dedos de Fabián acarició suavemente mis labios
vaginales. Estrujé la sábana con mis manos para evitar apartarlo otra vez. Las caricias
continuaron, podía sentir la yema de su dedo moviéndose lentamente de arriba abajo,
provocándome un incómodo cosquilleo. Era muy incómodo, viniendo de mi propio hijo; casi
parecía que fuera un amante intentando calentarme. Estuve a punto pedirle que se
detuviera, cuando me di cuenta por qué hacía eso. Mi vagina comenzó a humedecerse, él
recolectó esos jugos con la punta del dedo y lo fue esparciendo por el exterior de mi
vagina. Si bien estaba estimulando sexualmente mi concha, lo hacía para lubricarme; tenía
sentido... era vergonzoso, pero tenía sentido. Tenía la esperanza de que eso sirviera para
rescatar las uvas. Llegó el momento de la verdad: su dedo índice comenzó a entrar
lentamente.
—Despacito —le dije.

—Sí, vos quedate tranquila —dijo, con ese puto tonito. 

Noté que él estaba muy concentrado mirando mi entrepierna, como si fuera un doctor. Tal
vez debería estar estudiado algo relacionado a la medicina, sin embargo prefirió iniciar la
carrera de economía, vaya uno a saber por qué. 

Su dedo avanzó lentamente, al ritmo que mi incomodidad crecía; hacía mucho tiempo que
una mano ajena no me tocaba esa zona. Unos minutos atrás estuve fantaseando con la
idea de que un hombre se entretuviera con mi concha, y por las vueltas de la vida, ese
deseo se volvió en mi contra. Ahora tenía el dedo de mi propio hijo dentro que de una de
las zonas más íntimas de mi anatomía. Él utilizó el dedo como un gancho dentro de mi
cavidad, pero no logró capturar nada. Pude darme cuenta que apenas estaba hurgando en
la entrada de mi vagina. 

—Fabián, si realmente queremos sacar las uvas… vas a tener que meter el dedo más
adentro. Ahí, en la entradita, no vas a encontrar nada. Sé que te incomoda tener que
hurgarme así… pero yo sola no puedo. 

—Está bien, lo voya  intentar. —Ahora él también sonaba nervioso, estuve tentada a
decirle: “¿Viste que no era tan fácil?”, pero guardé silencio. 

Mis nervios no ayudaban en mucho, hacían que mi sexo se contrajera; sin embargo él
insistió y entró un poco más. Me moví incómoda, podía sentir cómo se me dilataba la
vagina con su invasión. Me dolía un poco pero sabía que si me quejaba por eso, sólo
preocuparía más a Fabián... y a mí también. Estaba a punto de decirle que se detuviera,
pero él mismo retrocedió, aliviándome por unos instantes. Luego volvió a introducir su
dedo, siempre lenta y cuidadosamente; como si realmente supiera lo que hacía. 

—Mamá, respirá más lento; si estás tan alterada es peor. 

—¿Y cómo querés que esté? —No me había dado cuenta de lo agitada que era mi
respiración. 

—Pasaste por dos partos, no creo que esto sea peor.

—Sí, pero el médico no era ningún hijo mío. 

—Y tampoco estaba sacando uvas, lo cual creo que es más fácil. Intentá respirar con más
tranquilidad. —Lo miré a los ojos e intenté hacer lo que él me pedía—. Eso mismo, así. Me
voy a ayudar con otro dedo. —Asentí, mientras intentaba controlar mi ritmo cardíaco. 

El segundo dedo dilató aún más mi vagina y también me produjo un poco de dolor. Fabián
era muy cuidadoso y eso me ayudaba a tranquilizarme, aunque sea un poco.

—Creo que tengo algo, —me dijo por fin.


—Con cuidado...

Podía sentir el movimiento de sus dedos dentro de mí, me entusiasmé cuando sentí algo
más moviéndose lentamente hacia afuera. Un poco más... ¡y salió!

—Tengo la primera —me dijo, mostrándome una uva llena de flujos vaginales. A pesar de lo
incómodo de la situación, sonreí aliviada. 

—¡Ay, gracias a Dios están saliendo!

—¿Gracias a Dios? ¡Gracias a mí!

—Callate... —Sabía que él no opinaba igual que yo en cuanto a creencias religiosas. No era
el momento de discutir por eso. 

—Al menos te veo más tranquila, hasta estás sonriendo. ¿Dónde dejo tu bebé uvita? 

—¡La puta que te parió! —Me hizo reír, muy en contra de mi voluntad. Cubrí mi cara con
ambas manos, sonrojándome aún más por la vergüenza—. Tirala al tacho de basura. —
Señalé la papelera que tenía dentro de mi cuarto—. No la quiero ver nunca más.  

—Pobrecita, ni siquiera la bautizaste.

—Te voy a bautizar por segunda vez si seguís haciendo esos chistes. 

—No gracias, me bastó con la primera. 

Tenía que admitir que mi estado de ánimo había mejorado considerablemente, el ver que
las uvas saldrían me trajo una enorme satisfacción. Ahora era sólo cuestión de buscar las
otras. 

—Voy por la segunda —dijo él. 

—Está bien, pero tené cuidado. —No era necesario advertirle, pero no sabía qué otra cosa
decirle.

Al hundir sus dedos fue tan cuidadoso como antes, la dilatación de mi vagina era un poco
mejor, lo cual le permitía maniobrar con mayor facilidad; yo intentaba relajarme lo máximo
posible. Tal vez esto ayudaría a que mi vagina no estuviera tan tensa y las uvas se
aflojaran solas. Giró los dedos dentro de mí, poniendo las yemas hacia arriba, y los dobló
dentro, tocando las paredes superiores de mi cavidad vaginal.

—¡Ay! —exclamé aferrándome a las sábanas.

—¿Qué pasó, te hice mal?

—No, sólo me... sorprendiste. 


No iba a decirle que una extraña puntada de placer me invadió. Había tocado una fibra
sensible en mi sexo. Entiendo que esos dedos pertenecen a mi hijo, pero pasé tanto tiempo
sin recibir esa clase de “afecto”, que cualquier roce en la vagina me producía placer.
Además sus dedos se movían muy bien dentro de mí. Lo veía concentrado, mirando
fijamente mi agujero vaginal. Hasta el detalle más íntimo de mi anatomía ya había quedado
expuesto a los ojos de Fabián, y ambos tendríamos que aprender a vivir con eso. Él ya
sabía cómo era cada pliegue de mi concha y cómo mi clítoris se asomaba fuera de su
capullo, como pidiendo un poco de atención. Además no podía negar que estaba
verdaderamente excitada, no habían pasado ni quince minutos desde que estuve
masturbándome. Mi cuerpo aún conservaba secuelas de ese acto. Mi concha lubricaba como
si los dedos que la penetraban fueran los de un gran amante. Yo intentaba pensar en otra
cosa, pero mi vagina me decía que esa sensación era agradable. 

Inspiré y exhalé una gran cantidad de aire, luego separé un poco más las piernas, con la
esperanza de que esto facilitara la extracción de las uvas. Esto también me expuso aún
más como mujer. Fabián estaba con el ceño fruncido y continuaba hurgando en mí, con
aparente preocupación. A veces recibía otra puntada, de dolor o de placer; aunque no
quisiera admitirlo. Él notaba mis sobresaltos, sin embargo no decía nada al respecto. 

—No las encuentro —me anunció.

—Tienen que estar ahí, en algún lado. —Sacó sus dedos y vi que estaban empapados con
mis flujos. Se habían formado delgados hilos que colgaban entre un dedo y otro—. Tenés
que sacarlas, Fabián. No quiero ir al médico. 

Debía hacer algo que ya había pensado, pero quería evitarlo, a no ser que no tuviera más
alternativa. Levanté mis piernas y flexioné más las rodillas, dejando mis pies en el aire.
Luego crucé mis brazos por la parte posterior de las rodillas y con ellos sostuve mis piernas.
Utilicé la punta de mis dedos para abrirme la concha tanto como pude. Ésta era la pose que
adoptaba cuando quería que un hombre me metiera su verga. Así dejaba mi concha
absolutamente expuesta y abierta, para que me metieran todo lo que tuvieran que meter.
Jamás me imaginé que pudiera adoptar esta pose tan sexual frente a mi propio hijo. Pero
ya no me quedaban más alternativas. Él necesitaba tanto acceso a mi concha como yo
pudiera brindarle. 

 Estaba totalmente expuesta ante mi hijo pero también estaba decidida a sacar esas
malditas uvas de mi interior. Por más que odiara admitirlo, el calor en el interior de mi
cuerpo había aumentado considerablemente. Estaba en una posición sumamente
vergonzosa y que ésta sería una imagen que mi hijo recordaría durante toda su vida; sin
embargo sentía un inquietante morbo, que intentaba alejar de mi cabeza de la forma que
sea. Creo que esto se debía a que había pasado mucho tiempo desde la última vez que me
abrí la concha de esa manera frente a un hombre. 

Él se acomodó en la cama, acercándose más a mí, me miraba confundido; como si no


pudiera creer que fuera su madre la mujer que aguardaba completamente abierta, a que él
metiera los dedos.
—Fabián, por favor. Apurate, quiero terminar con todo esto de una vez. Sé que es difícil
para vos… pero también lo es para mí. —Él asintió con la cabeza. 

Me penetró una vez más, con dos de sus dedos; fue sumamente cuidadoso. Esta vez sus
dedos buscaron los laterales de mi orificio, palpando las paredes internas de mi vagina.
Nunca un hombre me había tocado de esa manera. Si no estuviera buscando las uvas,
hubiera pensado que su intención era calentarme; y lo estaba consiguiendo. 

Intenté apartar mi vista del rostro de mi hijo, miré puntos aleatorios en el techo; otra vez
me llenó esa calidez que produce el morbo. En ese momento supe que había sido un gran
error pedirle ayuda a mi hijo con un tema tan delicado. ¿Qué estaría pensando él?
Seguramente me veía como una desviada sexual por haber hecho semejante cosa.

—Fabián... 

—¿Si? —Preguntó, sin quitar su atención de la labor que estaba realizando. 

—Espero que no pienses mal de mí. 

—¿Por qué lo decís? —Seguía sonando despreocupado.

—Por haber hecho esto... con las uvas. 

—No pienso mal de vos, mamá.

—Está bien, pero igual te lo quería aclarar... es que... llevo mucho tiempo sin estar con un
hombre, en eso tenías toda la razón... me siento muy insatisfecha con la vida. Antes no era
así, era más alegre, más activa... sexualmente hablando; pero lo que pasó con tu padre me
dejó muy dolida. 

—Aja, estuviste muchos años sin sexo, lo entiendo.

—Sé que este tema debe ser incómodo para vos, te pido perdón por eso.

—No me incomoda, es parte de la naturaleza humana, mamá. Digamos, no pensaba que te


masturbabas, esas son cosas que no se piensan; pero no quiere decir que sea una sorpresa
para mí descubrirlo. Es algo que, inconscientemente, se sabe. 

—Está bien —le dije sin mucha convicción.

Él comenzó a mover sus dedos formando amplios círculos en la entrada de mi vagina. Los
labios interiores se estiraban cada vez que él empujaba hacia algún lado, esto me provocó
aún más placer; pero al mismo tiempo aumento mi incomodidad. ¿Estaba mal sentir placer
al ser tocada de esa forma por mi hijo? La respuesta era obvia: Sí.
En mi defensa debo decir que mi cuerpo estaba reaccionando de forma instintiva. Para mi
vagina no había mucha diferencia entre los dedos de mi hijo, de un doctor o de algún
amante. Es parte de la naturaleza humana, como había dicho Fabián. 

Sus movimientos se fueron acelerando gradualmente, siempre formando círculos dentro de


mi cavidad. 

—¿Qué hacés, Fabián? —Le pregunté sin moverme.

—Estoy intentando dilatarte, así las uvas salen más fácil. —La respuesta tenía mucho
sentido, no me agradaba el método; pero él tenía razón, podría ayudar.

—Bueno, está bien... 

Apoyé la cabeza en la cama, no tenía más alternativa que aguantar las intensas
sensaciones que me producía el toqueteo de mi hijo. Podía notar la humedad de mi sexo
chorreando fuera y cayendo por mi cola. Esto me producía un molesto cosquilleo, estuve a
punto de decirle a Fabián que me secara con algo, pero no me atreví. Los movimientos
circulares se mantuvieron, me resultaba cada vez más difícil mantener un ritmo de
respiración normal y mis piernas se estaban entumeciendo. 

—¡Ay! —Exclamé, cuando repentinamente sentí cosquillas en mi cola; mi hijo había pasado
sus dedos por allí.

—Perdón, es que estaba cayendo una gotita, pensé que te molestaba.

—Sí, está bien... sí me molestaba. Te iba a pedir que la quitaras, es sólo que estaba
distraída y me sorprendí. 

Tenía las nalgas completamente abiertas y el ano tan expuesto como la vagina, era
inevitable para mí sentir un poco de morbo por esto; especialmente con mi secreta afición
al sexo anal. 

Para colmo mi hijo volvió con sus dedos a ese agujerito y lo masajeó con movimientos
circulares, como si quisiera quitar de allí todo rastro de flujo vaginal. Ese suave toqueteo
me produjo un cosquilleo muy placentero. Fabián me sorprendió con su cambio de postura,
dejó los dedos de su mano derecha suavemente apoyados en el agujero de mi culo e
introdujo dos dedos de su mano izquierda en mi vagina. Intenté buscar algún argumento
lógico que explicara esto y sólo se me ocurrió que los jugos vaginales seguían cayendo en
mi ano y él continuaría quitándolos. Mi concha podía lubricar mucho en momentos de
extrema excitación, pero al parecer esto no facilitaba la extracción de las uvas. Supuse que
eso podía deberse a que seguía estando muy nerviosa y por ello se estaban contrayendo los
músculos internos de mi vagina; apretando los pequeños frutos e impidiéndoles salir. Otro
de mis temores era que estas pequeñas bolitas estuvieran en un rincón muy profundo, del
cual no se las podría extraer con los dedos.  No quería pensar de qué forma las sacaría si
esto no funcionaba, aparté esa idea de mi cabeza; ya tenía suficientes preocupaciones con
el constante cosquilleo que me producían los dedos que masajeaban el culo y los otros, que
penetraban mi vagina moviéndose en todas direcciones. 

—Mamá...

—¿Qué?

—Nunca te dije esto pero... dada la situación, creo que puedo preguntártelo.

Me puse aún más tensa. Los músculos de mi vagina se contrajeron, esta vez fue evidente.
Hasta pude sentir cómo presionaban los dedos de mi hijo. ¿Acaso había notado que mi ano
estaba dilatado? 

—¿Qué querés preguntarme?

Quitó sus manos de mi intimidad y me miró a los ojos.

—¿Pensás que es normal tener un testículo más grande que el otro? —Noté cierta angustia
en su tono de voz.

—¿Q...? ¿Qué decís? —Solté mis piernas y me senté en la cama para mirarlo.

—Eso que escuchaste, no estoy seguro, pero creo que yo tengo ese problema... y nunca me
animé a preguntárselo a nadie.

—¿De qué hablas, Fabián? Nunca te vi nada raro ahí abajo. 

—Es que no se nota a simple vista, es decir, por fuera parecen iguales... pero por dentro,
no. Creo que el testículo izquierdo es más grande que el derecho. Dejá, no importa... sólo
te preguntaba porque creí que... por el momento... es decir...

—Está bien, te entiendo. Estábamos hablando de genitales y quisiste preguntar por los
tuyos. —De pronto me escuché a mí misma diciendo una frase como si Fabián lo hubiera
hecho. Debía admitir que a veces resultaba una forma sencilla de decir algo de forma
impersonal.  

—Así es. 

—¿Querés que me fije? —No sabía qué otra cosa decirle.

—No mamá, no hace falta... 

—Es que ahora no sé si te pasa algo. Es cuestión de un segundo. Dejame ver. —No quería
parecer preocupada, pero me daba un poco de temor que él estuviera en lo cierto. Aunque
en realidad no supiera si podía causar problemas tener un testículo más grande que el otro.

—No hace falta, de verdad.


—Fabián, ¿me viste todo y te avergüenza mostrar los huevos durante un segundo? —Le
reproché.

—Es que...

—Es que nada. Mostrame y si es cierto lo que decís, bueno, lo hablaremos con un
especialista. 

—Ok.

—Parate ahí y bajate el pantalón —le pedí.

Se puso de pie al lado de la cama y yo quedé sentada en el borde, frente a él. Dudó un
instante pero luego se quitó el pantalón junto con la ropa interior. Por primera vez en
mucho tiempo, tenía frente a mis ojos un miembro masculino, oscuro y peludo, de gran
tamaño, colgando como la trompa de un elefante. Me quedé un tanto sorprendida, no
recordaba que mi hijo la tuviera tan grande. La última vez que se la había visto la sujetaba
con su mano, esto la cubría en parte; además no la vi erecta y fue sólo un instante. Esta
vez también estaba en estado de reposo, pero nada la tapaba. Estaba tan cerca de mí que
me causaba cierta impresión. Me invadió un extraño revoltijo en el interior de mi pecho.
Sus testículos colgaban como dos pesadas bolsas. A simple vista no noté nada extraño, sólo
me llamaba la atención el glande asomando por el arrugado prepucio. Acerqué mis manos,
pero no sabía dónde ponerlas, no me atrevía a tocar el pene de mi hijo, sin embargo tuve
que hacerlo. Con la punta de mis dedos agarré esa salchicha que colgaba y la moví hacia
un lado.

—No veo nada raro —le dije por fin-, pero tal vez no se note. 

Coloqué mis manos como si fueran pequeños cuencos y las junté para luego depositar en
ella los testículos de Fabián. Estaban muy suaves y tibios, casi había olvidado lo bien que se
sentía acariciar un par de huevos masculinos; sin embargo no podía dejar de lado un
pequeño detalle... éstos eran los huevos de mi hijo. 

Esto trajo a mi memoria la primera vez que toqué los huevos de un hombre. Fue con un
amigo de mi papá, treinta años mayor que yo. En esa época yo tenía apenas diecinueve
años, y era virgen. Él era un tipo en el que mis padres confiaban mucho, incluso lo
invitaban a cenar con cierta regularidad. Una vez se quedó a dormir en el sofá. Como me
olvidé que estaba, me crucé con él a mitad de la noche. Yo iba a buscar agua para tomar, y
estaba en ropa interior. Él me miró, sentado en el sofá. Pude notar un brillo de deseo en
sus ojos. 

Me avergoncé e intenté cubrir mi casi total desnudez; pero él me tranquilizó, acercándose a


mí. Mientras me acariciaba el pelo y me sonreía, empezó a decirme cosas agradables como:
“Qué linda estás”; “Con toda la ropa que usás, no me imaginé que me encontraría con un
cuerpo de mujer tan bien formado”. Yo era una boluda, y me dejé seducir por sus encantos
de hombre maduro.
Recuerdo perfectamente que, sin pedirme permiso, se bajó el pantalón. Me preguntó:
“¿Alguna vez tocaste una verga?”. Casi me derrito de la vergüenza. 

Quedé hipnotizada por estar viendo eso en vivo, por primera vez en mi vida. Mi mano
curiosa tanteó sus velludos testículos. Tocarlos me causó cierta gracia, y a la vez mucho
morbo. En mi defensa debo decir que yo, a esa edad, me moría de ganas de estar con un
hombre. Fantaseaba con eso todas las noches. Sin embargo, ese gran momento aún no
había llegado.

No sé por qué me arrodillé frente a él y le agarré la verga con una mano. Tal vez mi
primera intención fue solamente analizarlo de cerca. Quitarme la curiosidad. Me quedé
contemplando su largo miembro durante unos segundos. Sin que él me lo pidiera, me metí
la verga en la boca, y empecé a chupar. No sé qué fue lo que me llevó a hacer esto, si yo
apenas había escuchado algunas anécdotas sobre sexo oral; no sabía nada del tema. Sin
embargo en cuanto empecé a chupársela, lo sentí todo muy natural. Lo hice con muchas
ganas, sonriéndole como una niña inocente que cayó en la perversión. Él quería una
pendeja de diecinueve para que le chupara la pija, y yo le di el gusto. 

Esa fue la primera vez, pero no la última. Perdí la cuenta de la cantidad de veces que le
chupé la verga a ese tipo. Lo hice cada vez que tuve la oportunidad. Cuando nos
quedábamos solos en mi casa, por cualquier motivo, yo me ponía como loca. Desesperada,
buscaba su verga como si fuera el mejor regalo de cumpleaños. Me podía pasar largos
minutos chupándola sin parar. Allí descubrí los inmensos placeres que me producía tener un
miembro erecto dentro la boca, poder recorrerlo todo con mi lengua. Por lo general soy
tímida y temerosa con los hombres; pero con él ya había quedado todo más que claro. Yo
no necesitaba poner excusas ni pedir permiso. Si tenía la oportunidad para comerme su
verga, lo hacía. Además él sí que sabía cómo calentarme, con sus toqueteos. No me
penetraba, pero sí me manoseaba toda. Le encantaba meterme mano cada vez que mis
padres miraban para otro lado. Cuando cenábamos con mi familia, yo siempre me sentaba
a su lado, y él, con mucha maestría y disimulo, me tocaba la concha tanto como le era
posible. Me volvía loca que me agarrara de los pelos y me obligara a tragarme su pija. 

 Con él perdí el miedo a las vergas, aunque no a los hombres. Aprendí a disfrutar de una,
cuando tenía la oportunidad. Con mi marido no me atreví nunca a soltarme de esa manera;
pero con ese tipo sí. Incluso llegué a recibir muchas descargas de semen en toda la cara, o
dentro de la boca. Algo que, en secreto, me fascina. Yo adquirí la costumbre de
masturbarme frente al espejo, admirando el semen que él había dejado en mi cara, o sobre
mis tetas. Ésto me hacía delirar. Me sumergía en fantasías en las que yo era una verdadera
puta. Una mujer libre, que no le importaba el “Qué Dirán”. La mujer que nunca me atreví a
ser.

Mis padres nunca se enteraron de ésto, yo le seguí chupando la verga durante dos años
completos; él se limitaba a manosearme. Tenía miedo de dejarme embarazada. Pero hubo
una noche en la que no aguantó más. Se quedó a dormir en mi casa y yo le confesé,
mientras le comía la verga, que ya no era virgen. Eso lo puso como loco. No quedé
embarazada de pura casualidad… porque esa noche me cogió tanto que al otro día me ardía
la concha. Fue maravilloso.
—¿Estás segura mamá? Porque yo los noto diferentes. —La voz de mi hijo me arrancó de
mis ensoñaciones y me hizo volver a la realidad.

Por alguna razón yo tenía la boca abierta. Casi como si estuviera a punto de engullir esa
gran verga. La distancia que separaba mis labios de esa larga trompa era mínima, un leve
movimiento hacia adelante y se hubieran rozado.

“¿Pero qué te está pasando, Carmen?”, Me pregunté a mí misma. Una cosa era estar
caliente y desear la compañía sexual de un hombre; pero esto era muy distinto. Tenía que
convencer a mi cerebro de que ese pene no podía ser, ni remotamente, un objeto de deseo.
Y para colmo, aún le debía una respuesta a mi hijo.

Capítulo 03.
 

Afición. 
 

Me encontraba desnuda, sentada al borde de la cama, frente a mi hijo, sosteniendo su gran


pene entre mis manos. Esta situación podría malinterpretarse si alguien entrara en mi
habitación en ese preciso momento; pero la verdad era que sólo nos estábamos ayudando
mutuamente. Mi hijo se vio obligado a auxiliarme cuando yo, por idiota, metí uvas dentro
de mi vagina; de las cuáles apenas habíamos conseguido sacar una. Él tenía dudas sobre la
simetría de sus testículos, yo solamente intentaba ayudarlo con ese asunto.

Levanté la vista y me encontré con los ojos de Fabián, en sus pupilas vi algo que no me
agradó en absoluto, se trataba de ese extraño brillo que producían cuando algo no andaba
bien... para ser más precisa, en estos casos sus ojos reflejaban cierto estado mental que se
asociaba con la obsesión. Muchas pequeñas obsesiones habían invadido a mi hijo a lo largo
de su vida; tal vez la mayoría escapaban de mi vista. No era un asunto grave, pero a veces
me preocupaba. Solía ponerse nervioso cuando ciertos objetos de la casa eran cambiados
de lugar; o cuando imperceptibles arrugas o manchas, que tan solo él era capaz de ver,
aparecían por arte de magia en su ropa. Incluso notaba esa clase de obsesión cuando se
encontraba fascinado por algún tema en particular. Por ejemplo aquella vez en la que se
obsesionó bastante con un libro de problemas de ingenio y matemáticas. Quería resolverlo
completo a toda costa, aunque algunos ejercicios eran verdaderamente difíciles. Estuvo
molestándome a mí y a su hermana con ese asunto, hasta que un día tiré el libro a la
basura; no aguantábamos más quedar como idiotas al no poder responder esos malditos
problemas. 
Presioné un poco los testículos con mis manos, cerciorándome de que no había una
diferencia perceptible de tamaño.

—¿Viste? Son de tamaños diferentes —dijo, con una obsesiva convicción.

—No vayamos por ese lado, Fabián —intenté persuadirlo.

—Pero en serio, mamá... yo los noto diferentes...

—Fabián, te digo que están bien... hasta las mujeres tenemos una teta más grande que la
otra. A veces se nota más, otras veces menos; pero el cuerpo no tiene por qué ser
simétrico. No tiene nada de malo.

—Puede ser... pero...

Enmudeció repentinamente. Mis masajes estaban haciendo efecto en su masculinidad. Me


quedé idiotizada mirando como su miembro crecía y se elevaba. Mantuve el tenue
movimiento de mis dedos. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que tuve un pene
entre mis manos que me sentía como una primeriza en el mundo del sexo; el corazón me
vibraba como si fuera la primera vez que tocaba uno.

—Aparentemente te funciona todo bien —le dije, con una sonrisa. Debía esforzarme para
alejar esas ideas absurdas que atacaban su cabeza.

—Perdón, es que… no sé por qué se puso así.

—Porque es normal que se te ponga dura si alguien te la toca... hasta con una revisión del
doctor te puede pasar. Creeme, he ido al ginecólogo y se me ha humedecido la vagina en
las revisiones. Pasé cada papelón… me mojo toda, apenas me tocan. Por eso me da tanta
vergüenza ir al médico.

Sin querer mis uñas rozaron la parte baja de sus testículos, esto debió producirle una
espontánea ola de placer. Su verga se puso tiesa de golpe, dando un salto, como si fuera
una criatura lista para atacar. Quedé boquiabierta, el pene, en toda su dimensión, era
realmente imponente. Su hinchado glande quedó tan cerca de mi nariz que pude olfatear
ese añorado perfume a hombre. Mi vagina, que aparentemente había olvidado a quién
pertenecía ese miembro, se hizo agua al instante. Con mi mano libre le di una suave caricia
al largo tronco. Me pregunté qué sentiría una mujer al ser penetrada por algo tan grande.
¿Alguna vez una mujer había probado el pene de mi hijo? De ser así, era posible que ella se
hubiera sentido asustada, por el imponente tamaño. Pero yo, que en secreto disfrutaba de
penetrarme con objetos de buen tamaño, sentí un repentino deseo de tener una verga
como esa dentro la concha. Ahí fue cuando me arrepentí y lo solté. Me avergoncé de mí
misma, no importaba cuánto tiempo hubiera pasado desde la última vez que toqué un
pene, no era excusa para hacerlo con el de mi hijo. 

—Mejor sigamos con las uvas —le dije—. Quiero que terminemos con esto lo antes posible. 
—Está bien, pero probemos de otra forma.

—¿Cuál?

—Date la vuelta y ponete de rodillas.

No podía creer que mi propio hijo me estuviera pidiendo eso, sin embargo debía ser
consciente de que no lo hacía con mala intencion; era para ayudarme con un problema.
Accedí y me puse en posición de perrito, en el centro de la cama. Me sentí incluso más
vulnerable que antes. Más sabiendo que mi hijo estaba desnudo de la cintura para abajo, y
tenía una potente erección. 

Fabián se puso de rodillas a mi lado y, sin darme tiempo a prepararme, hincó dos de sus
dedos en mi mojada vagina. Gemí cuando entraron completos, pero creo que mi hijo no lo
notó. Estiré un brazo, agarré una almohada, la puse frente a mí y apoyé mi cabeza en ella;
luego separé un poco más mis piernas. Sabía muy bien que de esta forma quedaba
grotescamente expuesta, pero también le permitiría a Fabián introducir los dedos con
mayor comodidad. 

Me abrumaba el incesante movimiento los dedos dentro de mi intimidad femenina y me


impresionaba la forma en la que esta se dilataba. Fabián retiró los dedos, pero
repentinamente volvió a clavarlos completos, con fuerza. No pude contener un potente
gemido ante la penetración. Una intensa oleada de placer me recorrió el cuerpo; pero
también debía admitir que me había dolido. Eso me permitió disimular mi reacción.

—¡Auch! ¡Cuidado Fabián! —Me quejé, sin parecer muy enojada.

—¡Fue sin querer! 

—Está bien, agradezco mucho tu ayuda; pero tené un poquito más de cuidado, es una zona
muy sensible —dije, intentando estabilizar mi respiración.

En el interior de mi vagina aún quedaban leves reflejos de esa repentina penetración. Tuve
que luchar contra la absurda tentación de acariciarme el clítoris. Por lo general, si me
encontraba en esta posición ante un hombre, mi primer impulso era masturbarme; para
estar bien lubricada y lista para la penetración. Pero era la primera vez en la que me
encontraba en esta posición y no recibiría sexo a cambio. 

Fabián retiró sus dedos una vez más, pero no se apartó. Al contrario, lo sentí aún más
cerca. Algo largo y rígido se apoyó contra una de mis nalgas, no me llevó mucho tiempo
darme cuenta de que se trataba de la verga de mi hijo. Me puse muy nerviosa, pero no me
moví de mi lugar. 

Mi traicionera imaginación me llevó a pensar cómo debería ser la perspectiva de Fabián.


Quitando el hecho de que yo era su madre, él debía estar viendo a una mujer caderona,
entrada en carnes, de gruesos muslos, con las nalgas bien abiertas, la concha
completamente mojada y dilatada. No hay que olvidarse del culo. Temía que ese orificio
también hubiera quedado dilatado luego de meter el desodorante; pero ya no podía hacer
nada para cambiar eso, ya estábamos allí y suspender todo por culpa de mis
preocupaciones, sería ridículo. Y sí, a quién quería engañar, mi culo debía estar bien
abierto. Me había clavado el desodorante sin ningún tipo de piedad. Con lo detallista que
era Fabián, ya debería haber notado que su madre estuvo metiéndose algo por el culo. 

No tenía sentido intentar disimular. Con mis manos separé mis nalgas, con esto la
dilatación del agujero de mi culo se haría más evidente. Era como si le estuviera diciendo a
mi hijo: “Sí, me metí el desodorante por el orto. Además de hacerme la paja, también me
gusta meterme cosas por el culo”. Esperaba que esto me ahorrase tener que dar
explicaciones al respecto. Él lo sabría, pero también podía ser discreto con el asunto. 

Estaba humillada y expuesta ante mi propio hijo, y por alguna razón había algo agradable,
casi adictivo, en mostrarme de esa manera. Era como presentar mi cara oculta, esa puta
amante del sexo anal que habita en mí. Casi podía decir que disfrutaba al estar en esa
posición, mostrando a otra persona mis agujeros dilatados; como si los ofreciera,
aguardando una penetración.

—Dale, Fabián… meteme los dedos —dije, casi suplicando—. Sino no vamos a terminar
más.

Él me acarició la concha, como si quisiera desparramar mis juegos por todas partes, y luego
metió dos dedos tan hondo como le fue posible. Volví a gemir. Podía sentir la presión de su
pene erecto contra una de mis nalgas. Intenté no moverme, supuse que si apartaba Fabián
podría ofenderse, al fin y al cabo no era su culpa tener una erección. 

¿Qué importaba si se le paraba la verga? Al fin y al cabo era un chico sano, joven y que
estaba atravesando por un momento muy particular. Me estaba ayudando con un problema
en el cual nunca debí meterlo; la culpa era mía y no de él. Era mi responsabilidad hacerlo
sentir cómodo. Separé un poco más las piernas, él estaba de rodillas entre ellas, bastante
cerca de mí, con la verga cruzando en diagonal una de mis nalgas

Mientras mi hijo me colaba los dedos, y mi calentura aumentaba, se me ocurrió pensar en


cómo sería Fabián en la cama, con una mujer. Debería haber sorprendido a más de una,
quizá una compañera de la facultad que quisiera pagarle algún favor al cerebrito de la
clase, y se topara con semejante verga. No podía más con la curiosidad y tuve que
preguntarlo.

—Fabián ¿Vos tenés novia?

—¿Eh? —La pregunta pareció tomarlo por sorpresa, ya que dejó los dedos quietos en el
interior de mi concha.

—Si tenés novia... o tuviste alguna; porque nunca me contaste...

—Será porque nunca tuve. 


—¿Nunca? ¿Ni una sola? —Imaginaba esa respuesta.

—No.

—Eso quiere decir que... nunca estuviste con una mujer. 

—Así es. ¿Hay algo de malo en eso? —Noté cierta incomodidad en su voz.

—No, para nada. No tiene nada de malo, hijo. Todavía sos un chico joven y seguramente ya
llegará la indicada. La vas a hacer muy feliz, creeme. —Lamenté haber dicho eso, esperaba
que él no se diera cuenta de que estaba haciendo referencia al tamaño de su verga.

—Eso espero. Me ponen un poco nervioso las mujeres. 

—¿Y a quién no? Incluso a mí me ponen nerviosas. 

—¿En qué sentido? —Preguntó, mientras volvía al ritmo habitual del mete y saca; mi vagina
volvió a gozar las constantes oleadas de placer. 

—Es que las mujeres solemos ser muy competitivas. Cuando yo tenía tu edad y me gustaba
un chico, siempre tenía miedo de que alguna de mis amigas intentara acostarse con él.
Nunca sabía qué intenciones tenían.

—Eso me pasa a mí, nunca sé qué intenciones tienen las mujeres. A veces parecen
demasiado amigables y otras veces intentan alejarte. 

—Si alguna chica intenta alejarte es porque todavía no te conoció bien.

“No conoce el pedazo que tenés”, pensé. 

—Supongo —dijo, con resignación. 

Sentí un poco de pena por él, era un buen chico y no merecía sufrir; pero yo no podía salir
a la calle a buscarle una novia. Intenté dejar el tema atrás y volver a preocuparme por esas
malditas uvas. 

—Creo que vamos a tener que probar de otra forma —le dije, apartándome.

—No se me ocurre nada. 

Me puse de rodillas en la cama y me quedé pensando. Mis ojos fueron atraídos por el erecto
y venoso miembro de mi hijo. Curiosamente ya no me sentía tan avergonzada como al
principio. Súbitamente llegué a la conclusión de que, al tener mi cuerpo en posición
vertical, la gravedad podría ayudar a que las uvas bajaran. Separé una pierna y apoyé la
planta del pie sobre la cama, manteniendo la otra rodilla hincada en el colchón. 

—A ver si esto ayuda un poco —dije. 


Fabián me miró intrigado durante unos segundos, pero luego se colocó justo frente a mí;
quedamos cara a cara. Apenada bajé la cabeza, para no tener que mirarlo a los ojos. Él
movió tímidamente los dedos por fuera de mi vagina, esto me produjo tanto placer que mi
rostro se convirtió en la mueca sorda de un gemido. Introdujo una vez más sus dedos, él
debía inclinarse un poco para hacer esto. La punta de su verga quedó contra mi muslo
izquierdo. Sus dedos me ponían intranquila, se movían con demasiada ligereza dentro de
mi vagina y su mano ocasionalmente me rozaba el clítoris. «Es lógico que te calientes,
Carmen—me decía una y otra vez—. No importa quién te toque, no dejan de ser dedos
dentro de tu vagina».

Tenía la sensación de que sus dedos estaban yendo más profundo en mi interior. Se
hincaban de a dos y se movían dentro, deleitándome con rítmico baile circular. El dorso de
mi mano rozó el tibio y suave glande mi hijo, debería haberme apartado ante el más
mínimo contacto; sin embargo no lo hice. La muñeca de Fabián comenzó a moverse, sus
dedos entraron y salieron de mi vagina a mayor velocidad de la que hubiera preferido. Mi
traviesa mano se movió por sí sola y cuando me di cuenta ya estaba pasando suavemente
las uñas a lo largo de esa verga erecta. 

—No sé de dónde la sacaste tan grande. —Ni siquiera yo podía creer que esas palabras
hubieran salido de mi propia boca—. Tu padre no la tenía así, para nada. 

—¿No? Siempre creí que sí. —Respondió Fabián con una sorprendente calma. 

—Para nada... la de él era tamaño medio, tirando a pequeña. 

Las yemas de mis dedos acariciaron la tersa piel que cubría ese duro falo, desde la base,
donde terminaba el espeso vello púbico, hasta el glande. 

—Creo que hubiéramos sido más felices juntos si la hubiera tenido así... —me quedé muda
durante un segundo—. Perdoname hijo, estoy muy nerviosa y no sé qué estoy diciendo. 

—Sí, lo noto. Creo que por eso las uvas no bajan. Al estar tan nerviosa se quedan
apretadas dentro. 

—Creo que sí... ya lo había pensado, pero no sé qué hacer. 

—Me parece que estamos encarando mal la situación —«Como si quedaran dudas de eso»,
pensé—. Tal vez lo único que hay que hacer es relajarte. 

—¿Y cómo pensás hacer eso? Sabés que no tomo calmantes, no me gustan. 

—Podrías acostarte, cerrar los ojos un rato... ya sabés, relajarte.

—No soy muy buena para esas cosas —admití.

—Puedo intentar hacerte un masaje en la espalda ¿eso ayudaría? 


—Sí, me vendrían muy bien unos masajes —le sonreí maternalmente.

Me gustó esa idea porque no implicaba ser penetrada por los gruesos dedos de mi hijo. 

Me acosté boca abajo en la cama, estirando todo mi cuerpo y apoyé la cabeza en una
almohada. Fabián se colocó de rodillas a mi lado y me regaló unas cuantas caricias dulces,
capaces de calmar una fiera. Luego comenzó a hincar sus dedos en los tensos músculos de
mi espalda.

—Uf, esto sí me gusta —aseguré. 

—No hables, vos hacé todo lo posible por relajarte. 

—Está bien... y gracias. 

Sus manos llegaron hasta mi cuello, donde no se detuvieron ni por un segundo. Podía notar
como cada músculo se relajaba, dejando atrás esa horrible sensación de pesadez. Habían
pasado años desde que alguien me hizo un masaje, mi cuerpo lo necesitaba. De pronto algo
tibio se posó en mi cadera, me di cuenta de que Fabián se había acercado más, y su gruesa
verga estaba rozándome. No podía decirle nada, al fin y al cabo no era su culpa tener una
erección, yo se la había provocado. Como no quería avergonzarlo, me quedé callada.  

El masaje continuó, pero ya no me estaba relajando tanto al sentir su virilidad frotándose


levemente contra mi cuerpo. No sé si él habrá notado esto o simplemente quiso cambiar de
posición, pero se apartó de allí y se puso más atrás. Una de sus rodillas quedó hincada
entre mis piernas, desde esa posición sus manos podían abarcar más de mi espalda, a lo
largo. Sus duros dedos se hundieron en mi suave carne y suspiré por el inmenso alivio que
esto me provocaba, tenía que admitir que mi hijo era bastante bueno haciendo masajes. 

Luego de varios segundos volvió a moverse, pero esta vez me obligó a separar más las
piernas. Él se puso justo entre ellas. Sus pesadas manos cayeron sobre mi cintura y
presionando con sus palmas, recorrió toda mi espalda desde abajo hasta los hombros.
Después hizo el camino inverso, llegando al punto de partida. Repitió este proceso varias
veces y me di cuenta de que sus manos, al bajar, avanzaban siempre un poco más hacia mi
cola; hasta que en un momento se detuvieron allí, en el centro de mis nalgas. Sentí una
leve presión de sus dedos y luego volvió a subir. Cuando regresó hasta mis nalgas me
sorprendí al sentir los pulgares acariciando levemente mi ano; no se detuvieron allí, sino
que siguieron bajando un poco más hasta que presionaron contra mis ya húmedos labios
vaginales. Un quedo suspiro escapó de mi boca. Fabián repitió esto una vez más, fue desde
allí hasta mis hombros y luego volvió, acariciando una vez más mi culo y luego mi vagina.
Podría haberme quejado, pero esas sutiles caricias me ayudaban mucho a relajarme,
aunque al mismo tiempo elevaran mi temperatura corporal... si es que eso aún era posible.

Fabián sujetó mis piernas, elevándolas unos centímetros; entendí que su intención era
separarlas un poco más, y yo, que estaba considerablemente más relajada, no hice nada
para impedírselo. Se movió un poco sobre la cama, para acomodarse mejor, y volvió a
masajearme; sólo que esta vez lo hizo comenzando directamente por mi cola. Abrió mis
nalgas un poco y sin detenerse llegó hasta mi vulva, presionándola con la yema de sus
pulgares. Me la abrió un poco y luego la soltó, sólo para acariciarme el clítoris desde abajo
hacia arriba. Sus dedos se movieron rápidamente contra mi zona más erógena, como si me
estuviera masturbando. El ritmo de mi respiración se aceleró; no tenía argumentos para
quejarme, él ya me la había tocado toda, no podía impedirle que lo hiciera una vez más.
Luego introdujo dos dedos, pero éstos no llegaron muy adentro. Los retiró. Me di cuenta de
que la posición no favorecía mucho la búsqueda, por lo que se me ocurrió tomar una
almohada y colocarla bajo mi vientre; de esta forma mi cola quedaba más arriba. Al
acomodarme procuré mantener las piernas bien separadas. 

Fabián volvió a juguetear con mi clítoris y mis labios vaginales, después metió los dos
dedos y esta vez noté cómo se introducían más adentro. A partir de ese momento mi hijo
comenzó con una serie de movimientos consecutivos. Con la mano derecha acarició mi
espalda y mi cola, al mismo tiempo que con la mano izquierda hurgaba dentro de mi
concha; luego estos dedos salían, frotaban y presionaban mi clítoris durante unos segundos
y se volvían a meter. Esto se repitió dos veces... tres... cuatro... y a mí cada vez me
costaba más controlar mis gemidos que luchaban por manifestarse. Sus dedos se movían
tan rápido que superaban por mucho el trabajo que yo misma podía hacer al masturbarme.

¡Me estaba haciendo una paja! ¡Mi hijo me estaba pajeando! 

Cuando sus dedos salieron una vez más de húmeda caverna lujuriosa, se centraron en mi
clítoris, formando pequeños círculos hacia un lado y luego hacia el otro. Pasados unos
pocos segundos me di cuenta de que se estaba tomando más tiempo para esto del que se
había tomado antes; también noté que lo hacía con más energía y que con su otra mano
me apretaba con fuerza una nalga. Mi concha se encargaba de lubricarle los dedos y éstos
se movían con gran facilidad contra mi pequeño botoncito. Flexioné levemente una rodilla y
creo que esto aumentó la apertura de mis piernas. Mi hijo no se detenía y yo me aferré con
fuerza a las sábanas, estrujándolas. 

Esto no era parte del acuerdo. Estiré mi mano izquierda hacia atrás, con la intención de
detenerlo, sin embargo cambié de opinión en cuanto llegué. Fue casi como si mi mano se
moviera por voluntad propia. En lugar de apartar la de Fabián, me metí dos dedos en la
concha y comencé a moverlos rápidamente de adentro hacia afuera. La sensación fue
grandiosa, el placer formado en el epicentro de mi feminidad se esparcía hacia todo mi
cuerpo. Tenía ganas de hacerme una paja, y mi calentura era tal que ya no me pude
resistir, aunque mi hijo estuviera mirando.

Lo único que se escuchaba en la habitación era mi agitada respiración y el húmedo


chasquido de mis dedos, sumados a los de Fabián, moviéndose a gran velocidad contra mi
húmeda concha. Comencé a menearme lentamente, subiendo y bajando mi pelvis, ya no
podía contener los gemidos y éstos escapaban ocasionalmente de mi boca. Saqué los dedos
del agujero y abrí mis labios vaginales, como si quisiera mostrarle todo mi sexo a mi hijo,
luego deslicé los dedos hacia arriba y acaricié el agujero de mi culo; mojándolo con mis
propios flujos vaginales. El cosquilleo fue tan agradable que me dieron ganas de penetrarlo,
pero luché por contenerme. Aparté la mano de allí. 
Fabián también quitó su mano pero fue solo para reemplazarla por la otra. Acarició toda mi
concha, desde abajo hacia arriba, luego hizo lo mismo con mi culo. Volvió al clítoris y siguió
frotándolo. Llevé mi mano derecha hacia atrás, para volver a colarme los dedos, pero esta
vez me llevé una gran sorpresa... tan grande como la verga de mi hijo. Casi
automáticamente mis dedos se ciñeron a su pene, el cual estaba completamente rígido. 

Cuatro dedos frotaban de un lado a otro toda mi concha y yo, perdiendo la compostura,
comencé a acariciar y a apretar esa dura verga. Al empujarla hacia abajo la punta de ésta
quedó apoyada en ese espacio de separación que hay entre el culo y la vagina. Sin ser del
todo consciente de mis actos, sujeté la verga con fuerza y la bajé un poco, provocando que
el glande surcara entre mis carnosos labios vaginales y al mismo tiempo se humedeciera
con mis jugos. ¡¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que un pene estuvo tan
cerca de mi concha?! 

Sentí que mi vulva se hinchaba ante la presión del glande y los dedos de Fabián.
Lentamente fui subiendo ese duro falo hasta que su punta quedó contra mi culo. Lo dejé
ahí y lo acaricié en toda su extensión, centrándome durante unos segundos en el glande.
Inconscientemente lo presioné un par de veces, casi como si quisiera que se hundiera en mi
ano; esa leve presión me produjo una sensación muy placentera. Sin embargo recobré
leves vestigios de cordura y dejé de tocar el pene. 

Mi hijo dejó de frotar mi clítoris al instante y, para mi alivio, volvió a posar sus grandes
manos en la parte baja de mi cintura. Las podía sentir húmedas, pero no me importó, lo
importante fue que él retomó los masajes; sin embargo su dura verga quedó cómodamente
posada entre mis nalgas. Cuando las palmas de sus manos llegaron a mis omóplatos noté
que su miembro se deslizaba un poco hacia arriba. Al hacer el camino inverso por mi
espalda noté que esta vez su pene se deslizaba hacia atrás, quedando una vez más contra
mi concha. Las manos de Fabián volvieron a subir y su verga hizo lo mismo, provocándome
un agradable cosquilleo en el culo. Nunca un hombre me había tratado de esa manera, tan
dulce y erótica; mi cerebro se confundía y mientras la acción se repetía, olvidaba que en
realidad se trataba de mi propio hijo. 

Todo lo que él hacía, mi cuerpo lo interpretaba como “juego previo al sexo”, y yo nunca
había disfrutado tanto tiempo de estos juegos; casi siempre me penetraban pocos
segundos después de que me quitara la ropa. 

Una vez más sus manos recorrieron toda mi espalda, desde abajo hacia arriba y esa dura y
gran verga se deslizó entre mis labios vaginales. Flexioné la otra pierna, separándola aún
más, y me apoyé un poco sobre las rodillas elevando levemente mi cola. Estaba toda
abierta y detrás de mí había una verga erecta frotándose contra mis partes íntimas.
Abandonando una vez más mi sentido común, pasé una mano por debajo de mi propio
cuerpo y comencé a masturbarme enérgicamente. Fabián agarró mis nalgas y comenzó a
amasarlas, dejando su miembro reposar justo entre ellas, mientras se meneaba lentamente
de atrás hacia adelante. Dejé de tocarme, para acariciar los velludos huevos de mi hijo, y
luego volví a mi botoncito de placer. 

Fabián se acomodó, apartando su verga de mi cola, pero dejándola apuntando hacia abajo,
con el tronco contra mis labios vaginales. Mientras me frotaba el clítoris podía acariciársela.
Se inclinó hacia adelante y me regaló una sensual caricia que me hizo estremecer. Sus
varoniles manos subieron por los lados de mi espalda, llegaron hasta mis hombros y antes
de que me diera cuenta, bajaron hasta aferrarse a mis tetas. Sentí dos descargas eléctricas
de placer en cuanto tocó mis rígidos pezones. Comenzó a sobarme los pechos al mismo
tiempo que meneaba su cadera, haciendo que su verga se deslizara de arriba abajo contra
mi concha. Noté que su estómago estaba apoyado contra mi cola y su pecho muy cerca de
mi espalda. Empezó a moverse con cada vez más brío, yo estaba sumergida en un trance
de pasión y lujuria, ajena a la realidad; cuando la punta de su verga amenazó con meterse
dentro del agujero de mi concha. Allí recobré súbitamente la cordura y me di cuenta de que
eso no podía estar pasando. Me moví rápidamente para alejarme, él me liberó de sus
brazos y me dejó ir. 

—Esperá —le dije sentándome en la cama, miré atónita su larga verga con las venas bien
marcadas, cubierta de mis propios flujos vaginales.

—¿Pasa algo? —Preguntó él, confundido. 

—Mejor paremos un poco —le dije, luego tragué saliva.

—¿Cómo?

—Que paremos, porque... —No quería decirle que la verdadera razón era que me sentía
muy incómoda con lo que había ocurrido—, porque tengo sed. Quiero tomar algo fresco.
Después seguimos intentando.

Me levanté de la cama y enfilé hacia la puerta. Estaba desorientada, como si me hubiera


despertado de un sueño irreal. No podía creer que hubiera llegado tan lejos con mi propio
hijo, pero al mismo tiempo todo mi cuerpo se estremecía por el placer que lo había
inundado. 

—Está bien, tomemos algo...

—Sí, estoy muerta de sed. ¿No sabés si quedó algún vino tinto? —Intenté apartar de mi
mente todo lo ocurrido.

—Creo que sí. 

Fuimos hasta la cocina comedor, que estaba ubicada en la parte posterior de la casa, luego
de pasar por todos los dormitorios. Abrí la heladera y me encontré con una reluciente
botella de vino tinto aguardando pacientemente por mí. La saqué y se la cedí a mi hijo, él
se encargó de quitarle el corcho mientras a mí la cabeza me daba vueltas. Pensaba en todo
lo que había ocurrido, había sido una situación sumamente excitante, pero sabía que nunca
tendríamos que haber llegado tan lejos; sin embargo una parte en el fondo de mi ser
agradecía el momento erótico y morboso. Esa parte de mí lo necesitaba, aunque me
costara mucho admitirlo. 
—¿Te sirvo un vaso? —Me preguntó Fabián. Me di cuenta de que le estaba mirando
fijamente la verga.

—Sí, por favor, uno bastante cargado. 

Bebí de un sorbo la mitad del contenido del vaso, el dulce néctar vigorizó todo mi cuerpo,
provocándome una agradable tibieza en la garganta. En ese momento comencé a reírme.

—¿De qué te reís? 

—Por la ironía. Quiero sacar las uvas de mi cuerpo, pero al mismo tiempo tomo jugo de
uvas. De todas formas lo necesitaba... y mucho.

—¿El vino o el meterte las uvas? —Curiosamente su insolente pregunta no me molestó.

—Las dos cosas —respondí, con picardía.

Tomé de la copa con naturalidad, como si no me importara en lo más mínimo estar


desnuda frente a mi hijo.

—¿Y dónde aprendiste a hacer tan buenos masajes? —Le pregunté.

—En ningún lado —respondió, encogiéndose de hombros—. Solamente hice lo que pensé
que sería mejor.

—Tenés talento para los masajes, me gustaron mucho.

—¿Estás más tranquila?

—Sí, un poco más tranquila. Todavía estoy algo asustada por lo de las uvas, pero ya salió
una. Lo más probable es que podamos sacar las otras. Ahora ya no siento que la noche se
haya arruinado por completo. Incluso estoy un poco más contenta. Necesitaba hacerme una
buena paja y disfrutar un poco… ¡Ay, perdón! Me fui al carajo diciendo eso…

—Está bien, mamá —me pareció notar que su verga daba un pequeño saltito, como si se
hubiera puesto más dura—. Entiendo que hayas necesitado eso, hacía tiempo que venías de
mal humor…

—¿Vos también pensás eso?

—Bueno, sí… un poco. Estaba algo preocupado, porque te veía mal. 

—Podés quedarte más tranquilo, lo de las uvas me preocupa un poquito; pero de verdad
que estoy contenta. Hacía rato que no me toqueteaban la concha de esa manera. —Esas
palabras salieron de mi boca sin que yo pudiera controlarlas. Di media vuelta, dándole la
espalda a mi Fabián, y dije:—. Vení, colame los dedos un ratito. —Me incliné, separé mis
piernas y le ofrecí mi sexo—. Aprovechá que tengo la concha bien abierta, y los dedos
entran fácil. —Él no me hizo esperar, se acercó a mí y clavó dos dedos en mi orificio,
mientras yo tomaba un buen sorbo de vino—. Movelos rápido, como si me estuvieras
haciendo una paja. Tal vez eso ayuda a que bajen. —Él obedeció, los movimientos
empezaron a ser cada vez más rápido, produciendo húmedos chasquidos—. Eso, así así —
dije, con la respiración agitada. Realmente me estaba dejando pajear por mi propio hijo,
aunque era por una buena causa—. Mirá que yo tengo lugar en la concha, ya me metí cosas
bastante grandes. —Mi excitación me estaba llevando a confesar cosas que nunca le había
contado a nadie—. Si querés podés meter otro dedo.

—¿Segura? ¿No te va a hacer mal?

—Segura, ya la tengo re abierta. Meteme otro dedo, dale.

El tercer dedo estaba entrado, y yo bebía otro sorbo de vino, cuando escuché ruidos
provenientes de la puerta de entrada de la casa. Tanto Fabián como yo nos pusimos en
alerta, alguien estaba haciendo girar la llave. 

La puerta se abrió y pudimos escuchar una alegre risotada, esa voz era inconfundible, se
trataba de Luisa... y no venía sola.

Capítulo 04.
Interrupción.
 

No cabía duda, inesperadamente mi hija había vuelto a casa. Esto era poco usual. Cuando
ella salía a bailar, tenía la costumbre de no regresar hasta la mañana siguiente. Giré la
cabeza para mirar a mi hijo, que estaba parado detrás de mí, metiéndome los dedos en la
concha. Como si esto fuera poco, estaba desnudo de la cintura para abajo, y tenía la verga
totalmente dura. A esto había que sumarle mi propia desnudez. Para quien no supiera cómo
llegamos a esta situación, la escena sería muy difícil de explicar. 

Estaba aterrada, no sabía qué hacer. Nunca antes me había visto envuelta en una situación
como esta. Mi cerebro hacía lo posible por buscar una solución, pero estaba bloqueado.

Escuché la risa de mi hija y una grave voz masculina acercándose. Miré una vez más a
Fabián intentando encontrar en él alguna ayuda; pero parecía estar tan desesperado como
yo. Me aparté de él, sólo para que mi hija no viera esos dedos invadiendo mi concha; pero
aún así la situación era extraña, especialmente por la verga parada de mi hijo.

Técnicamente no habíamos hecho nada malo… supongo; pero en el momento en que mi


hija y su acompañante nos vieran así, podrían sacar la situación de contexto e imaginar
cualquier cosa. ¿Cómo les explicaríamos lo que estaba ocurriendo? Ni siquiera sabía quién
estaba con Luisa y no tenía idea de cómo reaccionaría ella. 

—¡Qué linda casa tenés! —Exclamó la voz masculina desconocida.

—¡Gracias! No es tan grande, pero sí está muy linda...

No había más tiempo para nada, estaban cada vez más cerca. No podíamos hacer nada
para remediarlo, estábamos atrapados. Nos veríamos obligados a explicar todo de la mejor
forma posible y rogar que ellos comprendieran. Tuve que armarme de coraje y enfrentar mi
destino, tomé aire y al exhalar procuré mantenerme tranquila. Debía encarar la situación
con la mayor normalidad posible.

—A mí me encanta el patio —continuó diciendo Luisa—. Es donde más paso el tiemp... 

Se quedó petrificada al verme, sus ojos se abrieron tanto que parecieron a punto de saltar
fuera de sus cuencas. Estaba pálida y boquiabierta. 

―¡Mamá! ―Exclamó repentinamente.

—Luisa, ¿qué hacés acá? —Fue la primera estupidez que atiné a decir. 

—¿Vos qué hacés acá... desnuda?

El muchacho que estaba junto a ella estaba tan asustado como un gato que ve a un feroz
perro enseñándole una boca espumosa cubierta de dientes afilados; retrocedió un paso y se
puso tan nervioso que imaginé que en cualquier momento se echaría a correr. Debía tener
la misma edad que mi hija, era un chico bonito, con barba de unos días, algo delgado, de
cabeza fina y alargada y cabello negro peinado con raya al medio; aunque no a la manera
antigua, sino que se trataba de un corte más moderno. 

Giré la cabeza para buscar apoyo en Fabián y me llevé la sorpresa de mi vida al ver que él
no estaba allí. Había desaparecido, como si fuera un fantasma. Antes de colapsar ante las
incongruentes explicaciones paranormales que giraban en torno a mi cabeza, vi la puerta
blanca y entendí todo. Ya sabía dónde se encontraba. Me había olvidado por completo de
ella ya que era relativamente nueva y nunca la había usado. Era una puerta que estaba en
un extremo de la cocina, y daba a un pequeño pasillo. Allí estábamos construyendo un
quincho, que se conectaba con el patio de la casa. Al parecer Fabián pensó rápido y se
escapó, como una rata;  pero yo fui tan estúpida que no pensé ni por un segundo en eso. 

Me sentí una estúpida al saber que toda esta incómoda situación se podría haber evitado si
sólo hubiera podido reaccionar. 

El problema se había reducido un poco, pero aún estaba yo, sin nada de ropa, frente a ese
pibe que ni siquiera conocía. No me importaba que Luisa me viera así, ya que ella era mi
hija y varias veces me había visto sin ropa; pero no me agradaba nada la idea de que ese
fulano me conociera tal y como vine al mundo. 
—Es mi casa... ¿no tengo derecho a andar desnuda? —Intenté sonar lo más autoritaria
posible.

—Pero... pero... ¿y Fabián?

—Tu hermano se fue... a la casa de un amigo —Inventé. Dije esto con la voz lo
suficientemente alta como para mi hijo pudiera oírme desde su escondite.

—¿Pero por qué andás así?

—Quería estar cómoda, pensé que vos ibas a volver tarde. Fabián me dijo que me iba a
avisar cuando estuviera volviendo. —Eso, en parte, era cierto ya que mi hijo siempre me
avisaba dónde estaba, para dejarme tranquila. 

En ese momento me percaté de que el flaquito, amigo de mi hija, tenía una erección
totalmente evidente, que amenazaba con romper su pantalón color beige. Esto me pareció
muy raro, era muy poco probable que se le hubiera parado tan rápido, sólo con verme; por
lo que la explicación más lógica era que ya la tenía así desde antes. Luisa se dio cuenta de
que yo estaba mirando a su acompañante y en cuanto ella también notó la erección, le dijo:

—Pablo, ¿podrías esperarme en la sala? Necesito hablar con mi mamá. —Ella se ruborizó;
mejor dicho, su cara empezó a recuperar su color habitual. 

El pibe no se movió, Luisa tuvo que hacerle un gesto con la mano para que reaccionara.
Cuando por fin estuvimos solas volvió a mirarme con sorpresa, como si fuese ésta la
primera vez que me veía en mi patético estado de desnudez. 

—¿Qué está pasando, mamá? No te creo ese cuento de que simplemente querías estar
“cómoda”. —Preguntó, con su dulzura característica. 

Ella siempre me hablaba en ese tono cuando quería ser sincera conmigo o cuando quería
que yo me sincerara con ella. Era un truco infalible con el que Luisa contaba. Sabía muy
bien que conmigo no funcionaba el acto de la niña rebelde, enojada con su madre. Si ella
en verdad quería conseguir algo de mí, entonces mostraba su lado más tierno y cariñosos. 

—Tuve un accidente —dije, con espontánea sinceridad.

—¿Qué te pasó? —Su mirada reflejó espanto. 

—No te asustes, Luisa. No es tan grave. Es más bien algo… vergonzoso. —Tuve que bajar la
cabeza, no me animaba a mirarla a los ojos. 

—Mamá, contame qué te pasó. —Se acercó a mí y me tomó de las manos. 

—Es que yo… —Ya se lo había contado a mi hijo y había sido suficientemente vergonzoso.
No me agradaba para nada tener que atravesar otra vez por la misma situación; pero
tampoco podía mentirle, ella me miraba con genuina preocupación—. Me sentía un poco
sola e hice algo de lo que me arrepiento.

—No seas así mamá, me estás preocupando. Por favor, contame de una vez.

—Bueno… es que… se me ocurrió la estúpida idea de meterme uvas por la vagina. —En ese
instante sus ojos se volvieron enormes y su boca se frunció y empequeñeció, como si
quisiera silbar; pero ningún sonido salió de ella—. No me mires con esa cara, me hacés
sentir una estúpida total.

—¡Perdón! Es que… no me esperaba eso. Mamá, no hacía falta que me contaras esas…
intimidades.

—Te lo conté porque ese es el problema, las uvas quedaron adentro.

—¿Qué? ¿Todavía las tenés adentro?

—Sí, y no las puedo sacar, de ninguna forma. Intenté de mil maneras, y no hubo caso.
Apenas si pude sacar algunas, pero sé que quedan más adentro. 

—¿Por qué no me llamaste mamá? ¿Y Fabián? ¿Dónde está? ¿Él no te ayudó? —Esa
pregunta me tomó por sorpresa, pero no le iba a confesar a mi hija que había permitido
que Fabián hurgara en mí; aunque ella lo viera como una opción.

—No, ya te dije, él se fue a la casa de un amigo. —Mantuve la mentira. Esperaba que ella
me creyera, pero era poco probable ya que Fabián no salía mucho.

—¿Justo hoy tuvo que irse?

—No, justo hoy tuve que hacer esto… es que esperé a que se fuera, para probarlo —mentí
descaradamente; pero inconscientemente me preocupaba lo que ella pudiera opinar si se
enteraba lo que había pasado con Fabián.

―Pablo me trajo en su auto, ¿querés que te llevemos al médico?

―Imagino que Pablo es ese chico con el pito duro. También me puedo imaginar qué habrán
estado haciendo el auto.

―¿Te parece que este es el momento para estar echándome eso en cara?

―No te lo echo en cara, Luisa. No soy tan ingenua, vos sos una chica muy hermosa, te
gusta salir a bailar. Me puedo imaginar las cosas que harás, no te voy a juzgar por
eso. ―No me sentía en posición de juzgar a nadie―. ¿No querés tomar algo, para sacarte el
sabor? ―Le pregunté, con una sonrisa, para que comprendiera que mis intenciones eran
amistosas. 
Ella abrió una vez más su boca, empezó a gesticular con las manos y a balbucear
incoherencias. Tomé dos sillas y las coloqué una frente a la otra. Me senté y le hice señas
para que ella también lo hiciera. Dudó por un instante, pero luego hizo lo que le pedía. 

―Sé que fui muy severa con vos durante todo este tiempo ―comencé diciendo―; pero lo
que me pasó hoy me hizo recapacitar. Soy una mujer y como tal, tengo necesidades. Vos
también las debés tener, especialmente a esta edad, donde las hormonas están más
alteradas. Mi mamá fue muy estricta conmigo, no me dejaba hacer nada. No quiero ser esa
clase de madre. No quiero que llegues a ser una vieja amargada, como yo; quiero que
disfrutes de la vida. ―Luisa me miró como si yo fuera una extraña―. No me molesta lo que
hayas hecho con Pablo en el auto, sólo espero que no lo hayas hecho mientras él iba
manejando. Eso sería peligroso.

―¿Qué… qué te imaginás que hice? ―Parecía confundida.

Tomé aire, no era nada fácil hablar de estas cosas con mi hija; pero quería que ella fuera
testigo de mi cambio de actitud. Por eso intenté ser lo más franca y directa posible. Con
una sonrisa cómplice, le dije:

―Me imagino que le chupaste la verga. Es más, diría que lo hiciste justo antes de entrar a
la casa, apenas unos segundos antes.

―Y suponiendo que sea cierto, ¿de verdad no te molestaría?

―Ya te lo dije, sólo me molestaría que lo hayas hecho mientras él iba manejando; porque
sería peligroso. Pero si fue después, cuando estacionaron, no me molestaría. Supongo que
habrán sido lo suficientemente cautelosos para evitar que los vecinos los vieran.

―Esperamos a estacionar acá. En realidad llegamos hace un poco más de media hora.
Nadie podía ver nada, estacionamos cerca del garaje de casa… 

Sabía que nadie los había visto, la entrada al garaje estaba rodeada por tupidos arbustos,
de ambos lados. Prácticamente era como estar en el interior de la casa. Eso me dejó más
tranquila, no quería que los vecinos estuvieran hablando de las cosas que hace mi hija.

―¿Y todo ese rato estuviste…? ―Con la mano y la boca hice el típico gesto del sexo oral.

―¡Ay, mamá! Me da mucha vergüenza que me preguntes esas cosas.

―Te acabo de contar lo más vergonzoso que me pasó en la vida y tu… “noviecito” me vio
totalmente desnuda. Además vos fuiste la que entró sin avisar. Sabías que yo estaba acá.
Creo que merezco saber qué pasó. Así al menos estaríamos a mano.

―A veces te ponés muy infantil ―lo dijo con una sonrisa, no parecía estar molesta―. No
avisé porque pensé que ibas a estar durmiendo. No te quería molestar.
―Lo que menos tengo, es sueño. Dormí toda la tarde, y con todo el asunto de las uvas no
voy a pegar un ojo en toda la noche. Así que dale, podés contarme. ¿Se la estuviste
chupando en el auto?

―¡Ay, me da mucha vergüenza! Nunca hablamos de estas cosas…

―Y creo que es un buen momento para empezar a hablarlas.

―¿Justo hoy?

―Sí, especialmente hoy, Luisa. Carajo, te conté que me hice una paja con uvas… ¿sabés lo
íntimo que es eso? ¿Acaso vos le contarías a alguien cómo te hacés la paja? Porque a mí no
me vas a mentir, sé que sos bastante pajera. 

Ella se puso roja, escondió su cara entre las manos, y empezó a reírse.

―¿Y qué te hace pensar que soy pajera?

―Ay, nena… soy madre. Las madres sabemos esas cosas. Mi mamá siempre se enteraba si
yo andaba pajeándome.

―Igual no entiendo, ¿cómo podés saber? Si nunca me viste haciéndolo.

―Porque cada vez que entro a tu pieza agarro los cepillos para el pelo… y a pesar de que
yo los lavo, casi siempre los encuentro con olor a concha. Un intenso olor a concha. 

―¡Ay, no! ¡Me muero! ―Volvió a reírse, era su forma natural de reaccionar ante los
momentos incómodos―. Soy una boluda…

―Sos una pajera… nena, hubo veces que les sentí el olor a la mañana y a la tarde.
Habiéndolos lavado muy bien. Yo te sugiero que seas un poquito más higiénica, y laves los
cepillos después de metértelos en la concha. Para colmo se ve que te gusta probar con
todos, no hay uno que no te hayas metido en la concha, y tenés como diez. Casualmente
todos tienen un mango que parece un consolador. 

―¡Ay, mamá! Me da mucha vergüenza que sepas esas cosas de mí…

―¿Y vos pensás que yo no me meto cosas en la concha? 

―Bueno, pero vos te metés cosas que después no se pueden sacar. Sos más boluda que
yo.

―Eso fue un golpe bajo. ―Nos reímos las dos―. Nena, quiero que empecemos a llevarnos
mejor. No quiero ser la madre amargada, que le arruina la vida a sus hijos. Para mí lo más
importante es la felicidad de ustedes. Y si a vos te hace feliz meterte cosas en la concha,
entonces te voy a regalar un lindo consolador.
―¿Lo decís en serio? ―Ella seguía roja como un tomate.

―Sí, lo digo muy en serio. Me parece que es mejor que andar usando cepillos, o uvas… es
decir, el consolador está diseñado para eso. 

―Yo también pienso que es más seguro; pero siempre me dio vergüenza… pensé que si
llegabas a encontrar un consolador en mi cuarto, lo ibas a tirar a la basura.

―Posiblemente te lo hubiera robado, para usarlo yo.

―Ay, no puedo creer que mi mamá sea más pajera que yo.

―Lo soy, creeme. Tengo muchos más años de experiencia en el tema. Pero como una
boluda, no sabía que las uvas eran tan difíciles de sacar. Nunca te metas uvas en la concha.

―Tomo nota. 

―Entonces… hagamos un trato ―le dije, con calma, para que supiera que hablaba en
serio―. Vos me contás qué pasó con ese pibe, y yo te compro un lindo consolador. De paso
me compro uno para mí, así no te lo tengo que estar robando. ¿Le estuviste chupando la
verga todo ese tiempo?

―Sí, se la estuve chupando desde que llegamos a casa. Fue más de media hora, estoy
segura, porque miré el reloj antes de empezar. 

―Te debe gustar mucho.

―¿Pablo?

―La verga. ―Su sonrisa se hizo más amplia y noté un brillo de lujuria en ella.

―Sí, mucho.

―Saliste a tu madre. ―Volvió a mostrar sorpresa―. Aunque hace mucho tiempo que no
hago eso. ―Luisa se cubrió la cara con las manos y comenzó a reírse bajito.

―No quería enterarme de que vos hiciste eso.

―Qué egoísta, vos sí tenés derecho a disfrutarlo, pero yo no. 

―Vos tenés todo el derecho del mundo, mamá. Otra cosa es que yo quiera enterarme.

―Chupé varias pijas en mi vida…

―¡Ay, no! 
―…y me gusta mucho hacerlo, extraño hacerlo…

―¡No me digas esas cosas! ―La estaba haciendo sufrir; pero las dos encontrábamos
graciosa la situación. Lo sabía porque, aunque ella se estuviera muriendo de vergüenza, no
dejaba de reírse. 

―…no tiene nada de malo, ―volví a sentir el calor en mi vagina, era como si mi excitación
reprimida por la repentina aparición de mi hija estuviera aflorando otra vez―. Me gusta
chupar vergas. 

―¡Ay, me muero!

―Mientras más gordas y venosas sean, más me gustan.

―¡Por favor, mamá! ¡No digas más nada! ―Me resultaba sumamente divertido decirle esas
cosas, no podía detenerme.

―Por el bulto que tiene, se ve que Pablo tiene una buena verga…

―¡Mamá! 

―...se ve que te comiste una buena… ¿te costó tragarla entera? Yo me mojo toda cuando
no la puedo tragar completa…

―¡Ay, no! ¡Por favor!

―...porque si así me llena la boca, ya me pongo a imaginar cómo me va a llenar la concha

―Me costó tragarla entera ―confesó―. La tiene de buen tamaño. 

―Pero me imagino que vos insististe, hasta que pudiste comértela toda.

―Sí, tuve que chupar mucho… y él también colaboró.

―¿De qué forma?

―Me agarró de los pelos, me hizo tragarla entera.

―Me re calienta cuando me agarran de los pelos y me clavan la pija en la boca. ―Aseguré,
llena de morbo.

―A mí también, me pone como loca…

―Mirá como estoy ―abrí las piernas y separé los gajos de mi concha―. Me mojé toda, de
solo imaginar cómo se la chupaste.
Pensé que esto ya era demasiado, y que mi hija se espantaría; pero ella demostró tener
mucha actitud. Separó sus piernas, provocando que su corta pollera se subiera. Hizo a un
lado la pequeña tanga, y me mostró su juvenil concha, cubierta de flujos.

―Yo también estoy toda mojada. Mientras la chupaba, Pablo me metió los dedos en la
concha. Tiene dedos largos.

―¡Ay, qué chico atento! Así es como debe ser… aunque pocas veces tuve la oportunidad de
disfrutar de ese tipo de atenciones mientras chupaba una verga. Casi siempre estuve con
tipos que solamente estaban preocupados en acabar. Pero, hey… tampoco es que la haya
pasado tan mal. Chupé varias vergas muy buenas, y no estoy precisamente hablando de la
de tu papá.

―Me sorprende mucho enterarme de eso. Nunca pensé que hubieras estado con otros
hombres.

―Me preocupé mucho por parecer una santa, ante los ojos del mundo; pero siendo
honesta, yo también hice algunas cositas como lo que hiciste vos.

―¿Se la chupaste a algún tipo en un auto?

―Si, alguna vez lo hice… y también hice algún que otro pete en el baño de un restaurante.
Aunque no es algo que me enorgullezca.

―¿Y por qué no? ―Dijo ella, encogiéndose de hombros―. ¿Acaso no la pasaste bien?

―Bueno, sí…

―Entonces no tenés que arrepentirte de nada, mamá. Vos deberías preocuparte más por tu
felicidad, y menos por lo que opina la gente.

―Gracias… me dejás muy sorprendida.

―Más sorprendida estoy yo, que jamás pensé que podía hablar de esta manera con vos. O
sea, sos mi mamá...

―Yo todavía no puedo creer que te hayas soltado tanto, al confesar lo que hiciste con
Pablo.

―¡Ni yo! Pero… estuve tomando mucho, y después de chuparla me quedé muy excitada. No
sé, no puedo pensar con mucha claridad. Además vos empezaste a decir barbaridades muy
rápido… una detrás de la otra… 

―Y eso que no tomé tanto como vos. Pero te aseguro que sí tengo la calentura. Ustedes
llegaron justo cuando yo estaba…

―Pajeándote…
―Bueno, sí… en parte porque todavía estoy caliente, y también porque pensé que eso me
ayudaría a sacar las uvas. Si hubiera sabido que vos estabas haciéndole un pete a un tipo,
en la puerta de casa… al menos me hubiera puesto a mirar. Me hubiera calentado el doble.

―¡Ay, mamá! Soy tu hija…

―¿Y eso por qué sería un problema? Al fin y al cabo lo que a mí me calienta es ver a una
mujer linda chupando una buena verga… es como cuando mirás porno.

―Puede ser… no sé… creo que no te hubiera gustado verme chupándola.

―Yo creo que sí, hasta te puedo imaginar con la pija en la boca. Es muy probable que le
pongas tantas ganas como yo.

―Tal vez ―la sonrisa picarona volvió―. Sí le puse ganas, eso te lo aseguro.

Acaricié mi concha, sin ningún tipo de disimulo. Ella lo vio, pero no hizo ningún comentario
al respecto. 

―Te aseguro que no me hubiera molestado verlo. Debés ser buena petera.

―Puede que eso sea algo hereditario… desconocía tu afición por el pete. 

―Y no es la única afición que tengo…

―¿Y cuál otra tenés?

―Mmm…. me gusta que me acaben en la boca. Me gusta sentir la boca y la cara bien llena
de leche.

Ella de pronto se quedó muda y se cubrió la cara con las manos. Me miró con un solo ojo
que se asomaba entre los dedos, como si éstos fueran una persiana. Por un momento creí
que había ido demasiado lejos. 

―A mi también me gusta ―dijo por fin. 

Ese instante fue mágico. Nos quedamos mirando con una sonrisa cómplice. Esa barrera que
existía entre mi hija y yo parecía haberse desmoronado en tan sólo unos pocos minutos. De
pronto entendí que yo podía ser, además de madre, amiga de Luisa. 

―Eso quiere decir que recién… ¿te acabó en la boca? 

Ella asintió con la cabeza. 

―Sí, y me la tragué. 

―¿Estaba rica? ―Le pregunté, con picardía.


―Muy rica ―dejó de cubrirse con las manos y me miró con media sonrisa libidinosa.

―Me alegro mucho por vos, Luisa. Hace tanto que no me toca un hombre que… que
termino haciendo locuras, como la de esta noche.

―Yo también hago locuras, a veces. 

―¿Qué tipo de locuras?

―Por ejemplo, Pablo es mi amigo, bah, en realidad era el novio de una de mis amigas…

―Ay, nena… eso no se hace. Pobrecita tu amiga.

―Es una pelotuda, ya me peleé con ella. Maltrataba mucho a Pablo, ella no quería un novio,
quería un esclavo. Yo hablé con él y se dio cuenta de que no podían seguir juntos. Ella no lo
dejaba vivir. A mi amiga siempre le pasaba algo “malo”, y él tenía que estar ahí, para
ayudarla. No lo dejaba salir a ningún lado. 

―¿Por eso me gritaste cuando te fuiste de casa?

―Emm… ―ella estrujó sus dedos, parecía apenada.

―Podés ser sincera conmigo, Luisa. Sé que no fui la mejor madre…

―Tampoco es que seas mala madre. Yo te adoro. Pero bueno… a veces te ponés un poquito
dependiente.

―Sí, lo sé… siempre me pasa algo “malo”. Ahora caigo. Muchas veces tuviste que quedarte
sin salir, porque yo no me sentía bien. Eso es horrible, Luisa. No puedo pretender que mi
hija se encargue de mi felicidad. Tampoco tenés por qué ayudarme con todos…

―Bueno, pero con este asunto de las uvas sí te voya  ayudar. O sea, siempre y cuando sea
algo importante, podés contar conmigo.

―Pero no te tengo que molestar con mis boludeces…

―Solamente quiero que entiendas que yo también estoy haciendo mi vida, intento ser
feliz…

―Sí, y me encanta que estés poniendo tanto esfuerzo a tu felicidad, incluso si eso significa
mandarme a la mierda a mí.

―Perdón,  no quería gritarte de esa manera…

―Está bien, Luisa… eso fue lo que me ayudó a recapacitar. Si no te hubieras enojado de
esa manera, posiblemente no me hubiera puesto a pensar en todas las molestias que te
causé. Yo quiero que salgas a divertirte, que conozcas chicos buenos y atentos como
Pablo… quiero que cojas mucho. 

Ella empezó a reírse.

―Lo voy a intentar, mamá.

―Pero lo digo en serio, Luisa. No cometas el mismo error que yo, de atarte toda la vida a
un hombre que no te haga feliz. Cogé mucho, con tipos distintos. Me encanta que te lleves
bien con Pablo; pero si un día conocés a otro que te guste, acostaste con ese también. Y
con otro más… cogé mucho. Disfrutá, porque coger es algo hermoso. Me encanta que se la
hayas chupado a Pablo…

―No se suponía que se la tendría que haber chupado… pero no me aguanté las ganas. Él
me cae bien, me cae mucho mejor que mi amiga. 

―¿Te gusta mucho?

―Em… no sé. Puede ser… tal vez no me pondría de novia con él; pero sí quiero aprovechar
para….

―Para coger…

―...para pasarla lindo. Y sí, coger mucho.

―Linda sorpresas le diste hoy. Le hiciste un pete y después me vio a mi desnuda.

―Bueno, técnicamente los petes no empezaron hoy. Esta es como la quinta o sexta vez que
se la chupo…

―Ahh bien petera saliste. ―Ella estalló en risas. Por primera vez en muchos años, sentí a
mi hija como una amiga. Una verdadera amiga―.  Esto empezó hace un par de semanas. 

―Y yo pensando que mi hija se comportaba al salir. Pero andabas haciendo petes por ahí.
―La expresión de alegría de su rostro se borró súbitamente―. Hey, pará… no te lo tomes
como un reproche. Te lo digo en serio, vos sos grande y sabés cuidarte sola. Confío en tu
criterio y se te gusta este chico tanto como para estar chupándosela, entonces me parece
perfecto. ―Luisa se mostró más tranquila y la sonrisa volvió a aparecer―. Espero que
entiendas que estoy dispuesta a hacer un gran cambio de paradigma con vos. Me di cuenta
que al limitarte y al prohibirte cosas sólo consigo que me odies…

―Yo no te odio, mamá. ―Levanté mi índice, para pedirle que no me interrumpiera.

―…esta es una etapa de mi vida en la que comienzo a darme cuenta lo mucho que
desperdicié mi juventud. Tuve mis andanzas, claro, yo no era ninguna monja; pero me
hubiera gustado disfrutar mucho más del sexo sin compromisos y no pensar tanto en
casarme lo más rápido posible. Por la forma en la que hablaste de Pablo imagino que no
hay ningún tipo de compromiso serio entre ustedes, además de una amistad con derecho a
roce. 

―Sí, es algo así… 

―Está bien. Disfrutá todo lo que puedas. Si querés contarme algo, lo que sea, podés
hacerlo.

―Me está gustando esta “nueva mamá”. ¿Te hicieron algún lavado de cerebro mientras yo
no estaba?

―Podría decirse que sí, pero me lo hice yo solita. ―No le iba a decir que Fabián también
contribuyó mucho a ese súbito cambio―. Tendríamos que haber tenido esta misma charla
hace mucho tiempo.

―Sí, totalmente, mamá. No sabés cuántas veces quise hablar sobre estos temas con vos…
o sea, no me imaginé que fuéramos a hablarlos de forma tan explícita; y yo te imaginaba
con la ropa puesta. Pero desde hace unos meses empecé a volverme activa sexualmente, y
me moría de ganas por compartirlo con alguien.

―Pero para eso tenés tantas amigas…

―Sí, pero no es lo mismo. Yo necesitaba hablarlo con una mujer…

―¿Vieja?

―Experimentada. A mis amigas las quiero mucho, pero ellas son unas pendejas que recién
están conociendo el mundo; igual que yo. La única persona que se me venía a la mente,
para hablar de esto, eras vos. Varias veces lo intenté… pero tuve miedo.

―Sí, no creas que no me di cuenta de esos intentos. Sé que varias veces quisiste
preguntarme cosas íntimas, relacionadas a la sexualidad. Pero por andar tan metida en mi
propia depresión, te ignoré. 

―Yo sabía que estabas deprimida… pero también creí que no querías hacer nada para
cambiar la situación.

―Y no quería, en eso tenés razón. Pero esta noche algo cambió en mí… no sabría decir
exactamente qué; pero sé que toda esta situación con las uvas me hizo recapacitar. Para
poder satisfacerme sexualmente llegué a cometer una idiotez. No quiero estar así;
preferiría llevar una vida sexual más parecida a la tuya, con un tipo lindo que me traiga en
el auto… y chuparle la verga.

―La verdad es que la estoy pasando muy bien con Pablo.

―Eso se nota. Aunque… hay una cosa que no me quedó clara. ¿Por qué vinieron hasta
acá? 
―Prometeme que no te vas a enojar. ―Me miró con sus ojos de cachorrita.

―Si tenés algo que confesar, este es el mejor momento el que podés hacerlo. 

―Mi intención era buscar algo de ropa e irme a pasar el resto del fin de semana con Pablo. 

Abrí grandes los ojos. Eso sí que no me lo esperaba.

―¿Todo el fin de semana? ¿Y con el permiso de quién ibas a hacer eso?

―Con el tuyo… pero te iba a mentir. Pretendía decirte que me quedaba en lo de una
amiga. 

―Muy, muy mal Luisa. 

―Perdón, mamá… estoy intentando ser honesta…

Levanté mi mano, pidiéndole silencio. Ella enmudeció al instante. Respiré profundamente y


dije:

―No estoy enojada, Luisa. Estoy intentando ver esto desde tu punto de vida. Entiendo que
lo hiciste porque yo siempre me pongo en contra de esas cosas, sin ninguna verdadera
razón. No te di muchas alternativas. Si no hubiéramos pasado por esta situación, si no
hubiéramos tenido esta charla… tal vez no te hubiera dejado pasar el fin de semana con
Pablo. Pero… quiero cambiar las cosas, quiero que entiendas que confío en vos. Siempre
fuiste muy responsable, nunca me diste problemas. Al contrario, era yo quien te daba
problemas a vos. Estás en edad de disfrutar, no conozco mucho a este chico; pero te juro
que prefiero saber que te vas a estar todo el fin de semana cogiendo con un pibe antes de
no saber realmente dónde estás. Así me quedaría más tranquila. Prometeme que siempre
vas a ser sincera conmigo. Aunque me tengas que decír: “Mamá, me voy un fin de semana
a una quinta, y me van a coger entre cinco”. 

Ella volvió a reírse a carcajadas.

―No creo que me animara a hacer algo así. Pero, suponiendo que se de el caso… ¿Estás
segura de que eso también te lo puedo decir? 

―Sí, totalmente. Solamente te pido que te cuides de las enfermedades de transmisión


sexual, que me imagino que ya lo hacés; y que no uses drogas. 

―No las uso, quedate tranquila. 

―Eso lo sabía, pero es bueno confirmarlo. En cuanto al sexo… qué se yo, a veces pienso
que me preocupé demasiado por el “qué dirán”. Pero los tiempos cambian. Vos tenés que
vivir tu vida, disfrutala. Porque después se te pasa el tiempo, y te arrepentís. Si tenés
ganas de ir a coger con cinco tipos, hacelo. Yo no te voy a juzgar, para mí vas a seguir
siendo mi hija, y te voy a seguir amando.
―Ay mamá…

Se lanzó sobre mí, y me abrazó con fuerza. Cuando se apartó pude ver que secaba algunas
lágrimas de sus mejillas.

―¿Este chico es de confianza? ―Le pregunté.

―Sí, lo conozco hace mucho. Además de ser el novio de mi amiga, íbamos juntos al colegio
secundario. Él se queda solo en el departamento, por un fin de semana, porque los padres
se van de viaje… y bueno, se nos ocurrió esto.

―Igual te digo que tuviste suerte de encontrarme de buen humor; porque no te hubiera
creído la mentira de tu amiga. 

―¿Por qué no?

―Porque entraste con el pibe con la pija dura. ¿Qué hubiera pensado?

―Bueno, en primer lugar él no iba a entrar; pero como quería hacer pis no me quedó más
opción que decirle que pase. Era eso o mearte las plantas de la entrada.

―Agradezco mucho que hayas sido considerada con mis plantas. Está bien Luisa, podés ir,
pero quiero que me mandes mensajes diciéndome que estás bien. Voy a intentar no
llamarte a cada rato, no me gustaría estar interrumpiendo nada.

―Tampoco vamos a estar… cogiendo todo el tiempo.

―Sí, claro… y yo nací ayer. Tienen dieciocho años y una casa sola para ustedes. No tengo
que ponerme muy creativa. Van a estar cogiendo como conejos. Te va a quedar paspada la
concha. Es más, si podés, pasá por la farmacia a comprar un buen lubricante. 

―¿A esta hora?

―Emm, sí… tenés razón. Bueno, cuando puedas, compralo. El chico parece estar bien
dotado, y si te la da todo el día, entonces es mejor que estés bien lubricada. Ah, y no te
olvides de tomar las pastillas anticonceptivas.

―Me encanta que me hables de esto de forma tan directa. Gracias, mamá. Por todo, pero
especialmente por la confianza. No puedo creer que seas la misma mamá que vi hoy, antes
de irme. 

―Ni yo tampoco, pero ¿sabes qué pasa? Yo también me harté de la vieja Carmen. ¿Por qué
tengo que pasar toda mi vida malhumorada? Lo único que conseguí con eso es que mi hija
no me cuente lo que hace y que no confíe en mí. ―Ella estuvo a punto de decir algo, pero
levanté una mano, para que no me interrumpiera―. No tenés por qué pedir perdón, yo
solita me lo busqué. Sin embargo ya ves que mi actitud, de ahora en adelante, va a ser
muy diferente. No quiero prohibirte el sexo, quiero que puedas disfrutarlo de la misma
forma que debí haberlo hecho yo. Así que, tenemos un acuerdo: desde ahora quiero que
confíes en mí y me cuentes con quién salís y qué hacés con esa persona. Pero ya sabés, no
te lo digo para prohibirte nada, sino por dos motivos totalmente diferentes: el primero,
para quedarme tranquila y saber dónde y con quién estás; el segundo es para que
podamos compartir algún tipo de diálogo juntas, hace un montón que no hablamos de
nada. Antes éramos muy amigas; pero a medida que vos fuiste creciendo y yo fui
volviéndome una vieja amargada, nuestra amistad se perdió.

Los ojos de mi hija lagrimeaban cada vez más.

―A mí también me encantaría que volviéramos a ser amigas. ―Se lanzó otra vez sobre mí
y me dio otro fuerte abrazo―. Gracias mamá, sos la mejor. 

―Ahora sí puedo decir que soy la mejor. ―Nos quedamos abrazadas durante unos
segundos―. ¿Te molesta si hablo un poquito con este tal Pablo?

―¿Por qué? ¿Querés interrogarlo? ―Preguntó apartándose de mí.

―Más o menos. Sólo quiero hacerlo sufrir un poquito. ―Le mostré una sonrisa maliciosa―.
Soy tu madre, tengo derecho a hacer sufrir un poquito a tus pretendientes.

―¿Y eso por qué? ¿No dijiste que no me ibas a prohibir…?

―No quiero prohibirte nada, vos lo sabés… pero él no. Sólo quiero divertirme un poquito
con él. Al fin y al cabo él me lo debe, por haberme hecho pasar el papelón de mi vida, al
verme desnuda.

―¿Al menos te vas a vestir para hablar con él? 

―No, ya me vio desnuda. No me importa que me vea un ratito más. Además, si estoy
desnuda se va a poner nervioso…

―Eso seguro….

―Lo quiero bien nervioso ―me reí―. Pero no importa qué escuches, yo sólo voy a estar
jugando con él. No te voya a prohibir que vayas el fin de semana a su casa. Pero eso él no
lo sabe...

―Sos una maldita. ―Ella había heredado mi sonrisa de bruja malvada―. Pero me gusta la
idea, porque se lo merece. Él me siempre me carga diciéndome que yo me dejé coger muy
fácil. 

―¿A vos te molesta que diga eso?

―No mucho; pero me gustaría tener algo para reírme un poquito de él, y un interrogatorio
tuyo, al desnudo, sería genial. 
―Está bien. Decile que pase, ¿podés dejarme un ratito a solas con él?

―Sí, mientras tanto yo voy a estar preparándome el bolso con ropa. Ya lo llamo. 

La vi salir de la cocina, y me puse de pie para preparar mi papel de bruja malvada… y


nudista.

Capítulo 05.
Interrogación.
 

Caminé desnuda hasta la botella de vino, me serví otro poco en una copa, y me lo bebí casi
de un sorbo. Quería tener la garganta clara para hablar con el pibe que se cogía a mi hija.
Si él pensaba meter el pito entre las piernas de mi nena, debería pagar peaje… y yo sería la
cobradora.

Tengo que admitir que esa actitud de “madre superada” se deterioró mucho en el instante
en que vi a Pablo entrar. Una vez más me sentí desnuda (bueno, realmente lo estaba) y
expuesta. Tal vez todo esto era una locura. ¿Cómo se me ocurrió hablarle al chico estando
completamente desnuda? Él podía ver las areolas de mis pezones, coronando mis grandes
tetas. Y mi concha, sus ojos no dejaban de bajar hasta mi concha. Al parecer él quería
evitar mirarme, pero no lo conseguía. Ahí estaba, toda mi húmeda concha, expuesta ante
un desconocido.

Lo único que me ayudó a tomar un poco de coraje fue ver que el pibe tenía más miedo que
yo. Estaba pálido, sus ojos se movían nerviosos sin saber dónde posarse y, por alguna
razón, aún conservaba una marcada erección. Al parecer el tiempo que estuvo sólo no le
bastó para “enfriarse”. ¿Habrá estado pensando en mi desnudez o en el pete que le hizo
Luisa? Tal vez en ambas, sumando a la idea de que pronto se cogería a mi nena. Recordar
eso me dio fuerzas para permanecer firme. Lo miré con actitud desafiante, poniendo los
brazos en jarra e inflando mi pecho. 

―Bueno, Pablo. Vos y yo tenemos que hablar muy seriamente ―comencé diciendo; esto lo
hizo detener en seco, pero yo caminé hasta quedar muy cerca de él―. Luisa me habló de
vos, me dijo que sos un buen chico; pero yo no estoy tan segura de eso.
Su mirada viajaba desde mis tetas hasta mi pubis velludo, una vez que llegaba allí abajo se
detenía por un poco más de tiempo antes de volver a subir; separé un poco mis piernas,
esto captó su atención de inmediato, se quedó mirándome la concha fijamente y su pene se
puso más duro. Admito que me mojé. No sé si la calentura se debió al  hecho de estar
desnuda frente a un hombre, o si fue por la sensación de empoderamiento que me daba la
situación. Posiblemente se deba a las dos cosas.

―Yo… 

―Esperá, que todavía no terminé, ―le dije con severidad―. Sé que Luisa debió estar
haciendo algo raro con vos, antes de que entraran. ¿Qué fue lo que pasó? ―Ya lo sabía,
pero quería escucharlo de él. 

―N… no pasó nada.

―Mirá, Pablo, yo soy una mujer grande y tengo mucha experiencia en estos temas ―Lo
primero era cierto, lo segundo, no tanto―. ¿Te creés que yo no sé qué pudieron estar
haciendo justo antes de entrar? No me mientas, porque es peor. Te vi entrar con el pito
duro… es más, todavía lo tenés duro. ¿Me vas a decir que es casualidad? 

―Bueno, es que yo… ella… ella quiso, yo no la obligué a nada. 

―¿Te la chupó la verga? ―Pregunté. Por primera vez me miró a los ojos, pero estaba más
confundido que antes―. Estoy segura de que eso pasó. Sé muy bien cómo son esas
situaciones. Un chico y una chica en un auto, de noche… yo también he estado en esas
situaciones. ―Me invadió la fuerte necesidad de sincerarme con él. De ser explícita―. Más
de una vez tuve que hacer lo mismo que hizo Luisa. ―Esto pareció impactar mucho a
Pablo―. No soy tonta, sé qué pasó; pero si querés que empecemos con buen pie, te
sugiero que no me mientas. ¿Te la chupó? Contestame.  

―S… sí ―agachó la cabeza otra vez.

―Ya veo. Así me gusta, que digas la verdad. ―Estaba muy caliente, el corazón me latía
muy deprisa. Estaba disfrutando mucho del interrogatorio y de sus miradas mal
disimuladas―. ¿Y cuáles son tus intenciones con mi hija? ―Mantuvo la cabeza agachada y
no respondió―. ¿Podés dejar de mirarme tanto la concha? No es mi culpa que ustedes
llegaran cuando yo andaba desnuda por mi propia casa…

―Perdón… perdón, señora. No quise ofenderla. Es que… ―apartó la mirada, y la fijó en un


punto aleatorio de la pared―. Es que me pone un poco nervioso que usted esté desnuda.

―Más nerviosa me pone a mí, que lleguen sin avisar. Para colmo entrás con la verga dura…
y me tengo que estar haciendo la idea de que tuviste a mi hija en el auto, comiéndote la
verga. ¿No te parece que ese es suficiente motivo como para que yo esté incómoda?

―S… sí… perdón. Es que…


―No respondiste mi pregunta. ¿Qué intenciones tenés con mi hija?

―Em… si le digo se va a enojar.

―Más me voy a enojar si me mentís. Me hago una idea de qué está pasando entre ustedes;
pero prefiero que seas sincero y me lo digas. 

―Yo… yo la invité a mi casa. 

―Para coger… me imagino ―él volvió a quedarse mudo―. Mirá, no soy tonta. Conozco a
Luisa. A veces hablo con ella sobre estos temas. Sé bien cómo es. Si ella te chupó la verga,
seguramente ya se habrá dejado coger… porque no es de las que se conforman con un
pete. ―Mientras más explícitas eran mis palabras, más me calentaba. Podía sentir la
humedad acumulándose en mi concha―. Lo sé muy bien porque yo soy igual, creo que es
de familia. ―Pablo me miró a los ojos, con la cara llena de sorpresa―. Y si mi hija se
parece a mí en otra cosa, vos debés estar bien dotado. Yo sé que vos te querés llevar a mi
nena, para coger con ella. Pero no me importa, siempre y cuando me prometas que la vas
a tratar bien. 

―S… sí, la voy a tratar bien. Lo prometo.

―Perfecto. ¿Y te la vas a coger bien? ―Le pregunté acercándome mucho a él―.


Contestame. ―Él no respondió―. Veo que la tenés re dura. ―Posé mi mano en su bulto. Me
desconocía completamente, ni siquiera sabía qué me impulsaba a actuar de esa manera;
pero era un impulso demasiado fuerte como para poder resistirse―. ¿Se la vas a meter
toda? ―Apreté su verga con más fuerza.

Miré a Pablo con una sonrisa picarona, mientras le desprendía el pantalón. Había perdido
completamente la compostura. Sabía que mi juego estaba yendo demasiado lejos; pero mi
abstinencia sexual no me permitía detenerme. Liberé su pija del pantalón, y empecé a
acariciarla y a presionarla con fuerza. Esto hizo suspirar a Pablo. 

―Bien ―dije, soltando su verga―. Creo que pasaste la prueba. Ahora que estamos más en
confianza… ¿te puedo pedir un favor?

―¿Qué favor? 

Él estaba algo asustado, pero si conozco a los hombres la mitad de lo que creo conocerlos,
puedo decir que le gustó mi actitud. Le agradó que le agarrara la pija de esa manera. No
hizo ningún intento por cubrirse, la dejó fuera del pantalón, bien parada; apuntando hacia
mí. 

―Antes de que ustedes llegaran, me estaba haciendo tremenda paja ―dije, casi en un
susurro―. Me interrumpieron, y me quedé con una calentura tremenda. Pero bueno, ese no
es el caso. Lo que ocurrió fue que yo, como una boluda, decidí meterme uvas dentro de la
concha… y quedaron ahí. No puedo sacarlas. Así que… ¿me podés meter los dedos en la
concha? Vos tenés dedos largos…
Tragó saliva y pude ver cómo su verga daba un pequeño saltito. 

―¿Esto también es parte de alguna prueba?

―No, de verdad que no. Lo de las uvas en serio, y me tiene preocupada. Logré sacar un
par… y tal vez esas eran todas; pero no me voy a quedar tranquila hasta estar segura. ―Le
agarré la mano y la dirigí hacia mi concha―. Dale… te vas a coger a mi hija; lo mínimo que
podés hacer por mí es ayudarme con esto. ―Pude sentir la yema de sus finos dedos
acariciando mis gruesos labios vaginales―. Dale, sin miedo, meteme los dedos bien adentro
de la concha.

Por suerte el chico no era ningún quedado, ya le había quedado claro que yo estaba
hablando en serio. Tal vez también pensó que él podía aprovecharse de esa situación. Me
devolvió la sonrisa picarona, y comenzó a acariciarme la concha como si su única intención
fuera masturbarme. Esta vez la que suspiró fui yo. Estaba demasiado caliente, y hacía
tiempo que un hombre no me tocaba de esa manera… bueno, un hombre que no fuera mi
hijo. 

Tengo que reconocer que Pablo sabía cómo tocar a una mujer. Sus dedos se movieron con
suavidad, buscando mi clítoris y acariciando mis labios vaginales.

―Si lo que intentás es lubricarme, te aseguro que estoy bien mojada. La calentura no se
me pasó. Así que, meté los dedos sin miedo, que van a entrar muy bien.

Separé levemente mis piernas y él me clavó dos dedos, tan adentro como pudo. Empezó a
meterlos y sacarlos rápidamente. Me dio la impresión de que no le importaba demasiado
buscar las uvas, el pibe me estaba haciendo una paja… y una muy buena. Mi mano,
picarona, buscó su pija. Yo también podía jugar a ese juego.  

Empecé a masturbarlo lentamente, y le dije:

―Eso, así… buscá bien adentro. Sin miedo… me han metido cosas más grandes por la
concha. 

Esto pareció entusiasmarlo, porque sacó los dedos, me dio una buena frotada en el clítoris,
y después clavó de a tres a la vez. Mi concha estaba de fiesta, y mi mano no perdía la
oportunidad de recorrer todo ese falo masculino, desde el glande hasta los huevos. 

Levanté un poco una de mis piernas, permitiéndole explorar con mayor libertad. Su pulgar
no dejaba de frotarme el clítoris.

―Uf… ahora entiendo lo bien lo que la habrá pasado Luisa mientras te chupaba la pija… si
la tocaste así, se habrá puesto como loca. 

―Ella me puso como loco a mí… la chupa muy bien.

―Debe ser que lo heredó de mí. Yo también soy una buena petera.
Sabía que había entrado en otro terreno, las insinuaciones habían quedado detrás. Ahora lo
único que me interesaba era pasar a la acción.

Me agaché ante él y, sin darle ningún aviso, me la metí en la boca. No se comparaba en


tamaño a la de mi hijo, pero sí estaba muy buena. No quise mirar para arriba, por
vergüenza, pero me aferré a ese miembro con una mano y empecé a mamarla como una
experta. 

Estaba motivada, por dos grandes razones. La primera era que llevaba mucho tiempo sin
chupar una pija, y mi desesperación me llevó a comérmela como una actriz porno.
Salivando mucho, llegando a atragantarme con toda esa carne. Manteniéndola bien metida
dentro de la boca. Mi segunda motivación era mi propia hija. Sentía una especie de orgullo
maternal al saber que ella era buena petera; pero quería demostrar que yo también sabía
cómo chupar una pija. 

No sé cuánto tiempo estuve metiendo y sacando esa pija de mi boca; sólo sé que Pablo no
se quejó en ningún momento. 

―¡Ah, bueno! Veo que no perdés el tiempo.

Miré a mi derecha, allí estaba Luisa de pie, con los brazos en jarra. Me asusté mucho y
comencé a balbucear alguna explicación, pero ella no parecía estar enojada; por el
contrario, sonreía. 

―Si es por mí, no hace falta que pares ―me dijo.

La quedé mirando y le di una tímida lamida al glande. Ella me hizo una seña con su mano,
invitándome a que siguiera adelante. Metí el glande en mi boca y lo lamí. Luisa seguía sin
dar señales de enojo. ¿De verdad no le molestaba que le chupara la verga a su…? Allí
recordé que en realidad ese no era su novio, sino un “amigo”. Tal vez ella no estaba
demasiado vinculada emocionalmente a él, por eso no le importaba que yo le mamara la
verga.

Con más confianza, reanudé mi mamada. Estaba muy sorprendida por la actitud de mi hija;
sin embargo mi sorpresa no hacía más que comenzar.

Luisa se agachó a mi lado y sacó su lengua. Dio una lamida a la parte del tronco que no
estaba dentro de mi boca. Quedé boquiabierta y al hacerlo liberé el pene. Ella aprovechó
para tragárselo. Al parecer a ella también le había afectado mucho la charla que habíamos
tenido minutos antes. No sabía qué estaba pasando por su cabeza, pero la noté decidida.
Empezó a chupar la pija con tanta soltura como lo había hecho yo. 

Miré hacia arriba y la sonrisa de felicidad de Pablo era indescriptible, nunca en mi vida
había visto a alguien tan contento. Me reí. La noche marchaba muy bien para el pibe. Luisa
le había hecho un pete en el auto, y ahora recibiría una mamada a dúo, de una madre y
una hija. Seguramente esa debía ser una de las más grandes fantasías eróticas que podía
tener un hombre heterosexual. 
Después de chupar unos segundos, mi hija apartó la cara. No tuvo que deci nada, yo
entendí perfectamente cómo haríamos esto. Empecé a chupar; pero no me entretuve
mucho tiempo. Solo la metí hasta el fondo de mi garganta dos o tres veces, y luego se la
cedí a ella; que hizo lo mismo. Fuimos adquiriendo un buen ritmo, en perfecta sincronía.
Mientras ella se la metía en la boca, yo lamía los testículos o el resto del tronco. Luego
intercambiamos lugares. Jamás imaginé que mi hija pudiera chupar pijas con tanta
naturalidad… ¡y frente a su madre! Pero seguramente ella también estaría sorprendida de
que yo accediera a hacerlo. 

Empecé a masturbarme y a entrar cada vez más en calor. Me agradaba mucho el sexo oral
y el compartir de ese momento con mi hija, tenía un gustito extra que me agradaba. Sabía
que no deberíamos estar haciéndolo; pero ninguna de las dos mostraba la intención de
detenerse.

Estuvimos concentradas bastante tiempo en esa tarea, hasta que yo dejé de chuparle la
verga a Pablo. No podía resistirme más, la necesitaba dentro de mí. La calentura me estaba
desbordando. 

―Pablo me estaba ayudando con el asunto de las uvas…

―¿Ah sí? ¿Por eso le estás comiendo la pija? ―Preguntó ella, con una sonrisa picarona. 

―Bueno, eso fue porque no aguanté la tentación… el chico tiene una buena verga; pero
todavía necesito que me saquen las uvas…

―Ya entendí, vos seguí chupando tranquila. Yo te ayudo con las uvas.

―¿Segura?

―Sí, sos mi mamá. Te voy a ayudar con esto, ya te lo dije.

Me puse en cuclillas, con las piernas bien separadas. En mi mano tenía la pija de Pablo.
Luisa se acostó bocabajo, en el piso, con la cara apuntando hacia mi concha. Empezó a
explorarla con sus delicados dedos. 

Cuando Fabián hurgó en mí, me sentí muy extraña; pero ahora se sentía todo incluso más
raro. Tenía a mi hija metiéndome dedos en la concha, y al mismo tiempo estaba
disfrutando de una pija en la boca… y no quería dejar de disfrutar.

Al menos Luisa sí parecía más concentrada en buscar las uvas. Se quedó allí, explorando mi
intimidad, con mucha concentración. Yo seguí con mi tarea de comerme esa pija y lamer
cada rincón de ella. Envidiaba un poco a mi hija, ella podría disfrutar todo un fin de semana
de una verga tan hermosa. Definitivamente tenía que hacer grandes cambios en mi vida. Yo
también tenía que conseguirme un buen amante, con una buena pija.

―A pesar de que tenés la concha re abierta ―dijo Luisa―, no puedo sacar ninguna uva. Tal
vez ya salieron todas… o quedó alguna muy adentro.
―Puede ser ―dije, mientras pasaba toda la verga por mi cara―. Pero ahora mismo me
tiene más preocupada otra cosa…

―¿Qué cosa?

―La calentura que tengo. No doy más… hace mucho que me meten una buena pija.

Me puse de pie y le di la espalda a los dos. Me incliné delante de la mesa, y apoyé mis
grandes tetas en ella. Separé mis nalgas, exponiendo toda mi concha, y le dije a Pablo:

―¿Por qué no me mostrás cómo cogés? Quiero estar segura de que mi hija la va a pasar
bien con vos. 

Miré de reojo, Luisa no había perdido el tiempo, ya estaba comiendo verga otra vez; pero
se detuvo y me miró. Con una sonrisa y un gesto de la mano le indicó a Pablo que hiciera lo
que yo le pedía. 

Mi hija ya me había visto chupando una verga, ¡y la habíamos chupado juntas! Estaba tan
caliente que poco me importó que me viera coger. 

Ni bien el pibe me la clavó, solté un fuerte gemido. Como tenía la concha muy húmeda y
muy abierta, pudo metérmela toda de una sola vez. No me dolió, pero sí la sentí. El gemido
no sólo simbolizaba el placer, sino que era también un gran gesto de alivio, por todo el
tiempo que me había pasado sin una verga de verdad. 

―¡Ay, por fin! ¡Cogeme bien fuerte! ―le pedí.

Pablo me tomó por la cintura y empezó a darme con todo lo que tenía. Su verga se
enterraba completa y salía con total facilidad. En ese momento no me preocupó que
pudieran quedar uvas adentro, ya que estas debían estar bastante profundas y la verga del
pibe no llegaba tan lejos. Incluso, tal vez, con tanto bombeo, las uvas podrían llegar a salir
solas.

«¡Al fin, una pija de verdad!», pensaba mientra s él me la metía. Tal vez no fuera el mejor
del mundo, pero hacía su trabajo, al menos le ponía ganas. Yo sólo quería sentir una buena
verga entrando y saliendo de mi concha, lo demás no me importaba. 

Sentí una mano apoyándose en una de mis piernas. Giré la cabeza para ver hacia atrás y
descubrí que Luisa se había agachado a mi lado y estaba metiendo la cabeza entre mis
nalgas y el pubis de Pablo. No tuve que ponerme muy creativa para darme cuenta de que le
estaba lamiendo los huevos y, posiblemente, parte de la pija. Pude sentir el cachete
izquierdo de mi hija apretado contra mi cola, esto se debía a que Pablo le empujaba la
cabeza contra mí cada vez que me penetraba; pero si a ella no le molestaba, a mí
tampoco. 

Las embestidas del amante de mi hija prosiguieron, yo cerré los ojos y me dediqué a gemir
y a disfrutarlas. Hasta que de pronto sentí un húmedo cosquilleo en uno de mis labios
vaginales. Abrí los ojos, sorprendida. Ese cosquilleo volvió a producirse, era algo húmedo
tocándome. Caí en la cuenta de que se trataba de la lengua de Luisa. Tal vez en su afán por
lamer la verga, había tocado sin querer mi vagina. 

Cuando el pene retrocedió, volví a sentir ese cosquilleo, y otra vez cuando Pablo volvió a
metérmelo. El corazón me dio un vuelco, se sentía muy bien. Sabía que era la lengua de mi
hija y que lo hacía sin intención; pero de todas maneras se sentía muy bien. Lamió una vez
más, mi concha estaba muy mojada, por lo que Luisa debía estar saboreando mis jugos.
Otra más. Gemí. Una lamida más, pero esta vez fue más lenta… y le siguió otra. 

Me costaba creer que lo estuviera haciendo sin querer. Pablo se detuvo y sacó toda su
verga, dejando mi concha expuesta. La lengua de mi hija volvió a acariciarme el mismo
labio vaginal. Me calenté aún más. De pronto sentí una fuerte succión. Luisa me había dado
un tremendo chupón en la concha. Giré mi cabeza y la miré, con dificultad.

―Hija… ¿qué hacés?

―Perdón, mamá… no es nada raro, es que se me ocurrió que con la succión las uvas
podrían salir. 

―Ah, bueno… em… eso tiene sentido. 

―¿Entonces, sigo?

―¿No te molesta? Soy tu mamá…

―Solamente lo hago para ayudarte con este problema. 

―Em… bueno, si es por eso… entonces podés seguir.

Para brindarle mayor comodidad en su tarea, levanté mi pierna izquierda y la puse sobre la
mesa. Requirió un gran esfuerzo hacerlo, pero lo conseguí. Ya no tengo veinte años, mi
flexibilidad no es la misma que antes. Ahora mi concha estaba más expuesta. 

Luisa volvió a lamer mi vagina, esta vez se tomó su tiempo, lo hizo lentamente, sin
despegar la lengua, partiendo desde el clítoris hasta el otro extremo. Luego empezaron las
fuertes succiones. Nuna antes me habían chupado la concha de esa manera. Mi hija lo hacía
tan bien, con tanta destreza, que me resultó evidente que no era la primera vez que comía
una concha. Eso tenía sentido… alguna vez llegué a sospechar de que ella tenía algunos
jueguitos extraños con sus amigas, cuando se encerraban en su cuarto. A veces las
escuchaba reírse a carcajadas, y luego se hacía el silencio… para dar paso a una especie de
jadeos. Más de una vez estuve tentada a interrumpir lo que podrían estar haciendo; sin
embargo no lo hice, por vergüenza. No quería descubrir que a mi hija le gustaba chupar
conchas. 
Pero ahora, que todas mis sospechas prácticamente se convirtieron en certezas, no me
molestaba que Luisa le chupara la concha a alguna de sus amigas. Si a ella le gustaban
esas prácticas, entonces estaba en todo su derecho poder disfrutarlas.

La puntita de su lengua me rozó el clítoris y me hizo soltar un fuerte gemido de placer.


Pablo volvió a clavarme la pija, sin pedir permiso. En lugar de reprocharle su acción, usé
una mano para abrir más mis nalgas. Fue una invitación a pasar, y él la aceptó. Luisa no se
quedó fuera del juego, comenzó a darme rápidas lamidas, de abajo hacia arriba, a todo el
largo de la concha, quedándose siempre del mismo lado; porque la verga de Pablo seguía
entrando y saliendo y le impedía cruzar. Sin embargo ella pudo lamer cómodamente mi
clítoris. De pronto le dio un fuerte chupón a mi botoncito, y me hizo estremecer. 

Bajé la pierna de la mesa y me di la vuelta. Luisa se saltó como un resorte y me quedó


mirando. Noté miedo en sus ojos.

―Me estaba doliendo la pierna ―dije, acariciándome el muslo. No quería que ella se
sintiera mal. 

Tampoco quería que se terminara la cogida que me estaba dando Pablo. Me senté en el
borde de la mesa y separé las piernas. No tuve que decirle nada al pibe, él se acercó y me
clavó otra vez. Luisa también se acercó, dubitativa. Me miró con sus ojos muy abiertos e
hizo un amague por bajar la cabeza. Era muy tarde para arrepentirse. Puse una mano en la
parte posterior de su cabeza y la guié hasta mi concha. Ella comenzó a jugar con mi clítoris,
utilizando la punta de lengua, la cual estaba muy estirada fuera de su boca. Se me cerraron
los ojos, por el placer. No quería pensar en lo que realmente estaba ocurriendo, sólo quería
disfrutarlo. Esta vez mi calentura fue aún mayor, porque podía verla lamiéndome la concha.
Aunque su lengua no sólo se interesaba en mi sexo, sino que también recorría el pene de
Pablo, recolectando el flujo vaginal que éste extraía de mi cuevita. 

Nunca en la vida había experimentado algo similar, mi cuerpo apenas podía contener tanta
calentura. Mi hija cerró sus labios alrededor de mi clítoris y comenzó a chuparlo. 

―¡Ay, sí! Así… así ―empecé a repetir.

La verga abandonó mi concha y Luisa aprovechó ese instante para metérsela en la boca. La
saboreó durante unos segundos y luego la liberó. Ésta volvió a clavarse en mi agujero y la
boquita de mi hijita regresó a mi clítoris. 

Gemí descontroladamente.

―¡Chupá, chupá! ―Comencé a alentarla. 

Ni yo podía creer mis palabras, no estaba pidiéndole a Pablo que me cogiera con más
fuerza, sino que le estaba pidiendo a mi hija que me comiera el clítoris. 

El pibe retrocedió, sacando toda su vega. Luisa se agachó delante de mí y hundió su cabeza
entre mis piernas. Su lengua se encerró en mi húmedo huequecito y comenzó a moverla.
Ya no se trataba de brindarme algún “estímulo extra”, ahora lo único que recibía eran las
chupadas de mi propia hija. No podía pedirle que se detuviera. No quería que se detuviera.
Nunca me la habían chupado de esa manera, y me volvía loca. 

Bajé la mirada y me encontré con los grandes ojos de Luisa, nos quedamos mirando
fijamente. Ella tenía su boca pegada a mi concha y chupaba sin despegarse. Sólo con la
mirada le di a entender que me gustaba mucho lo que hacía. 

Pablo se quedó de pie a mi lado, mirando la escena con una gran sonrisa. Apuesto toda mi
casa a que nunca se imaginó que esa noche vería algo como esto. 

Luisa continuó chupándome la concha con alevosía, los minutos pasaban y ella no me
soltaba; yo tampoco dejaba de gemir. Nunca me había imaginado que una de mis mayores
experiencias sexuales pudiera provenir de la boca de mi propia hija. 

―Pará, pará, Luisa ―le dije cerrando las piernas. Ella se puso de pie.

―Mamá, perdón… sé que esto se ve raro; pero yo sigo intentando sacar las uvas.

―Está bien. Te dije que pares porque es muy incómodo estar sentada en esa mesa. Mejor
me siento en el sillón. 

Me acerqué hasta el gran sofá que había contra la pared, y me dejé caer en él. Levanté mis
piernas y posé los pies sobre los suaves almohadones. Le hice señas a mi hija para que se
acercara, ella sonrió y sin decir nada, se arrodilló una vez más frente a mí y comenzó a
chuparme la concha. También le indiqué a Pablo que se nos uniera. Agarré su verga y la
llevé a mi boca. Comencé a mamarla al mismo ritmo en que mi hija me comía la raja. 

Con un ojo miré hacia abajo y noté que ella también tenía las piernas abiertas, la corta
pollerita se le había levantado y había hecho a un lado la tanga. Se estaba masturbando
copiosamente. 

Pasados unos minutos Pablo anunció:

―Estoy por acabar.

―Mejor ―le dije―. Quiero tomarme toda la lechita. 

―Yo también quiero.

Luisa dejó de chuparme la concha para llevar su cabeza hasta la verga. Una vez más nos
vimos las dos mamando juntas ese falo; pero esta vez tenía sus ágiles dedos
masturbándome. No podía ser tan egoísta y no devolverle el favor a mi nena. Con mi mano
izquierda acaricié su cola y busqué su concha. Sin asco, se la acaricié. La tenía muy caliente
y mojada. Le metí dos dedos y éstos entraron con facilidad. Ella chupaba la pija de Pablo
con los ojos cerrados, mientras yo hacía lo posible por lamer el tronco. 
De pronto ella sacó la verga de su boca y ésta comenzó a escupir leche en grandes
cantidades. Nuestras lenguas se peleaban por recolectar la mayor cantidad posible. Tragué
todo lo que pude y luego sentí la lengua de mi hija en mi mentón. Ésta subió hasta mis
labios y se coló dentro. Comenzamos a besarnos y a intercambiar semen, sin dejar de
masturbarnos mutuamente. 

Cuando el apasionado y húmedo beso terminó, le dije: 

―¿Me das otra chupadita? Estoy por acabar… puede que eso ayude a que las uvas salgan
de una vez.

―Sí, yo te la chupo. 

Se agachó una vez más y reanudó su excepcional trabajo. Metí la verga de Pablo en mi
boca y limpié de ella los últimos rastros de semen. 

―Si te chupo el culo, ¿eso te ayudaría a acabar más rápido? ―la pregunta de Luisa me
descolocó; pero no podía responderle de otra manera.

―Sí. Definitivamente me ayudaría mucho… tengo la cola muy sensible. 

―Entonces date vuelta.

―¿De verdad? ¿No te molesta chupar un culo?

―Mamá, no vas a ser la primera mujer a la que le chupe el culo, ni la última. Ya le chupé el
orto a varias de mis amigas. 

―Me parecía… se te nota la experiencia comiendo conchas.

―Bueno, creo que esa fue mi forma poco sutil de decirte que soy medio lesbiana. Me
encanta la concha… bueno, la pija también. Me gusta todo. Me gusta coger. 

―Y me alegra mucho que tengas amigas con quién disfrutar de eso. Bueno, estoy
dispuesta, si vos también lo estás.

―Sí, date vuelta.

Hice lo que me pidió. Me puse de rodillas en el sofá y apoyé mis brazos en el respaldar.
Casi de inmediato Luisa hundió su cara entre mis nalgas. Su lengua buscó rápidamente mi
culo, éste se resistió un poquito, pero terminó cediendo ante las incesantes lamidas. Era la
primera vez que me chupaban el culo y me lo estaban haciendo de maravilla. Luisa
demostró ser una experta en sexo oral. Su lengua no se olvidó de mi concha, ya que ésta
también recibió muchas lamidas. Comencé a masturbarme mientras ella volvía a centrarse
en mi culo. 
No pasó mucho tiempo hasta que pude comenzar a gozar de una seguidilla de orgasmos,
algunos de los más ricos que experimenté en toda mi vida. Mi hija no dejó de lamerme ni
por un segundo. 

Cuando me di la vuelta, ella estaba con los ojos cerrados, masturbándose intensamente. La
miré con una gran sonrisa en la cara y la dejé acabar. Sabía, por la expresión en su rostro,
que ella estaba disfrutando de un intenso orgasmo.

Acumuló aire en sus pulmones y por fin lo dejó salir, en forma de un hermoso suspiro de
placer. 

―Eso fue de locos ―dijo entre jadeos―. De locos, pero mal. 

Comencé a sentirme avergonzada por la forma en que había actuado y por lo permisiva que
había sido con mi hija. No quería que ella se sintiera de la misma manera, por eso hice el
comentario más positivo que se me ocurrió:

―A mí me gustó. 

Ella me miró y me regaló una cálida sonrisa. 

―Me alegro. Pero… me da pena que no haya servido para sacar las uvas. Tenía esperanzas
de que fuera a funcionar.

―Eso no importa, al menos me ayudaron… y más de lo que se imaginan. Yo me voy a


encargar de sacar las uvas. No te preocupes. Ustedes tienen que irse. No quiero robarles
más tiempo.

―Pero…

―Nada, Luisa. Vayan tranquilos ―intenté mostrarme lo más alegre posible―. Además,
después de esto estoy fundida. Necesito dormir. Antes voy a ir a algún ginecólogo de turno,
para que me revise bien. Así me quedo tranquila.

Todo era una treta para que ella se fuera lo más rápido posible. No tenía intenciones de ir
al médico, cuando en casa quedaba otra persona que me podía ayudar. Sabía que
habíamos sido partícipes de algo demencial, y no quería hablar del tema en ese preciso
momento. No quería que nada me arruinara la hermosa experiencia que había tenido. 

―Vayan ―volví a decirles―. Después me cuentan qué tal la pasaron. 

Luisa se resignó, pero no se enojó. Se despidió de mí con un fuerte abrazo y me dio otro
beso en la boca. ¿Esa sería la forma en la que nos saludaríamos de ahora en adelante?
Pablo también quiso darme un beso, pero me aparté. Riéndome le dije que se los reservara
para mi hija. Él no comprendió, pero Luisa tiró de su brazo y lo arrastró fuera de la cocina-
comedor. 
Poco después los escuché salir de la casa. 

Me quedé sentada en el sillón, con la cabeza a punto de estallar. Debía procesar demasiada
información. De pronto recordé las malditas uvas y a mi hijo.

―¡Fabián, ya podés salir! ―grité. 

Salió, completamente desnudo, pero su verga estaba flácida y se hamacaba como la


trompa de un elefante. Soy su madre y puedo reconocer cuando mi hijo está enojado. Pero
esta vez, enojado era poco. Estaba furioso. Imaginé que le su molestia se debía a todo el
tiempo que tuvo que quedarse escondido, y desnudo; como si fuera un criminal escapando
de la policía. 

―¿Me vas a ayudar a sacar las uvas? ―Le pregunté, con la intención de calmarlo.

―¿Por qué no le pedís a Luisa y a su noviecito que te las saquen? 

Caminó delante de mí, hecho una furia. Se fue directo hacia su cuarto y se encerró, dando
un portazo que resonó en toda la casa. 

Capítulo 06.
Confesión.
 

La reacción de Fabián me puso triste, obviamente estaba celoso de su hermana... y del


“novio” de ésta. Me había propasado, no debió ser nada agradable para mi hijo ver como se
la chupaba a un chico de su edad… y luego ver como su propia hermana me comía la
concha. Fue una completa locura. Fue muy irresponsable de mi parte comportarme de esa
manera, pero algo extraño me ocurrió cuando admiraba la erección que tenía Pablo. Me
sobrepasó la increíble necesidad de sentir una verga dura dentro de la boca, poder
saborearla y envolverla con mi lengua, degustar el amargo sabor de los jugos
preseminales... y de que me la metiera toda por la concha. 

Volví a mi dormitorio, cerré la puerta y me recosté en la cama. Sin darme cuenta mis dedos
comenzaron a acariciarme el clítoris, la humedad de mi sexo aún era abundante. En mi
mente todavía estaba muy viva la gratificante sensación que me produjo de ese suculento
pene. Recordé que, tal vez, con un poco de suerte, las malditas uvas saldrían; si es que
podía alcanzar el orgasmo... otra vez. Porque en el preciso momento en que llegué al
clímax, luego de que mi hija me chupara el culo, sentí algo bajando en mi interior; pero en
lugar de pujar, provoqué que el objeto volviera a entrar. Ahora sabía que, de ser realmente
una uva, debería pujar en ese momento, y posiblemente también necesitaría introducir mis
dedos para sacarla. Al menos tenía esperanzas. 

A esta altura de la noche lo más sensato era ir al ginecólogo, pero como aún era de
madrugada y prefería agotar todas las posibilidades. Tal vez ocurriera un milagro y me
ahorraría la vergüenza de ir… ¿a quién quería engañar? Sabía que no me quedaría tranquila
aunque viera salir diez uvas más; siempre me quedaría la sensación de que alguna pudo
quedar dentro. De todas formas estaba muy excitada y quería llegar al orgasmo. 

Comencé a masturbarme a conciencia, cerrando los ojos para poder imaginar mejor que se
la estaba chupando otra vez a ese chico.

Mi imaginación comenzó a traicionarme, de a ratos me veía comiendo esa misma verga que
minutos antes había estado dentro de mi boca, y en ocasiones veía aparecer el imponente
miembro viril de mi hijo, con la venas bien marcadas y el glande suave y brilloso. También
se cruzaban por mi mente imágenes de mi hija comiéndome el clítoris. 

Escuché un ruido proveniente de la puerta de mi dormitorio y regresé a la realidad. Al abrir


los ojos vi a Fabián, completamente desnudo, ingresando. No dejé de masturbarme, eso
me produjo una sensación extrañamente placentera; había llegado al punto en el que podía
hacerme una paja frente a mi hijo como si eso fuera lo más normal del mundo… o tal vez
era porque me calentaba hacerlo. No quería saberlo, cualquier posible respuesta me
resultaba aterradora. Él se acercó y se quedó de pie junto a mí, me fijé que su grueso
miembro se tambaleaba entre sus piernas, flácido pero aún con un tamaño envidiable. 

Miré a Fabián a los ojos mientras mis dedos seguían moviéndose entre mis labios vaginales,
sin perder el ritmo. Mis piernas estaban algo separadas y él podía ver claramente cómo me
masturbaba. Tomar conciencia de esto hizo que algo en el interior de mi pecho se
revolviera vertiginosamente. Instintivamente separe un poco más las piernas e introduje
dos dedos en mi concha, iniciando así el mecánico movimiento de meterlos y sacarlos. 

—¿Pasa algo? —Le pregunté con gran naturalidad, sin dejar de tocarme. Había un leve tono
de “madre enfadada” en mi voz.

—Em... quería pedirte disculpas, creo que te traté un poco mal.

—Sí, así fue —el húmedo chasquido de mis dedos invadiendo mi sexo cubría los pequeños
silencios entre las palabras.

—Me pone mal saber que te maltraté, injustamente.

Algo que caracterizaba a Fabián era que rara vez se mantenía enojado por mucho tiempo.
Por lo general solía ser el primero en pedir perdón, algo de lo que su hermana y yo nos
aprovechábamos un poquito. 
—Así es —le dije, manteniendo un tono ligeramente severo—. Sé que no actué de la forma
más coherente del mundo, pero me sorprende que me hayas tratado de esa forma,
después de todo lo que hablamos. 

Sabía que él me estaba mirando, abrí los labios de mi concha tanto como pude y luego
froté mi clítoris formando círculos.

—Lo que pasó es que...

No dijo más nada, se quedó hipnotizado mirando cómo mis dedos recorrían ávidamente mi
sexo. No sabía exactamente por qué me estaba comportando de esa manera, pero un
placentero impulso me obligó a seguir adelante, y a ser más osada. Es curioso, porque la
osadía nunca fue una de mis principales características; sin embargo toda esta situación,
tan surrealista, me invitaba a comportarme como jamás antes lo había hecho. Llevé los
dedos cubiertos de flujos vaginales hasta mi boca, cuando rozaron mis labios, los separé,
un delgado hilo de jugos quedó colgando entre ellos, lo junté con mi lengua y luego chupé
los dedos lentamente. Una vez terminada mi clara manifestación de calentura, continúe
pajeándome frente a mi hijo, abriendo mi concha, casi como si quisiera decirle: «Mirá lo
mojada que estoy».

—¿Qué es lo que pasa? —Le pregunté.

—No importa, no lo entenderías. 

—Podrías intentar explicarme al menos.

Se quedó dubitativo durante unos segundos, mirando como yo me tocaba. 

—Tiene que ver con lo que hiciste con ese pibe... y con Luisa.

—Me lo imaginé.

—Pero no es lo que vos pensás. No me pareció mal que lo hayas hecho; pero sí me puso un
poco celoso.

—Creo que es entendible, al fin y al cabo soy tu mamá.

—Tampoco va por ese lado la cosa. Los celos eran con todos, con vos, con Luisa, con el
chico ese...

—Vas a tener que explicarte mejor, Fabián ―me sorprendía que le costara tanto
expresarse, él solía ser exageradamente práctico para explicar algo. 

—Lo que pasa es que... ese pibe ahora debe estar con Luisa, cogiendo, y vos se la
chupaste... y también te cogió… y pasó todo eso. Luisa también se la chupó. Es decir, todos
pueden disfrutar de un momento de sexo, menos yo. Yo no tengo a nadie. 
Me detuve al instante, las palabras de mi hijo me tomaron por sorpresa y me conmovieron.
No tenía idea de que su bronca estuviera relacionada con la falta de sexo. Me sentí una
mala madre, yo debí notar las señales. Fabián pasaba solo muchas horas al día, y nunca
me presentó a una pareja. Ni siquiera me comentó que estuviera interesado en alguna
chica en particular. Pero ahora, después de su confesión, ya me quedaba perfectamente
claro que él no había tenido la posibilidad de disfrutar del sexo con nadie. 

—¿De verdad te sentís así?

—Sí. Yo sabía que Luisa no era virgen, pero me jodió un poquito saber con certeza que esta
misma noche iba a tener con quién acostarse, y yo no... como siempre. Y si a eso le sumo
el momento en que se la chupabas al pibe, me pongo peor.

―¿Estás seguro de que eso fue lo peor? ―La pregunta iba por lo que ocurrió con Luisa.

―Sí, eso fue lo que más me molestó. Porque él ya tenía a Luisa y después a vos también.
Se la terminaron chupando entre las dos. Yo nunca pude sentir… bueno, es decir, a mí
nunca nadie me la chupó. Perdoname si me la agarré con vos, sé que no es justo; pero ese
fue el motivo por el cual me enojé. Sé que puede parecer una boludez… 

—No hace falta que me pidas disculpas, mi amor ―lo interrumpí. Me sorprendió que no le
molestara lo que había hecho con su hermana y se centrara más en lo que pasó con el
pibe―. Entiendo perfectamente cómo te sentís. Si bien yo no soy virgen, y vos sos la
prueba irrefutable de eso, me sentí igual que vos en muchas ocasiones, especialmente
cuando salía con mis amigas. Ellas siempre tenían alguna anécdota sexual nueva, o un
nuevo admirador que les andaba atrás; y yo, desde que me separé de tu padre, tuve muy
pocas cosas nuevas que compartir con ellas. Aunque la verdad es que antes tampoco
tenía... en fin, el punto es que muchas veces tuve que volverme sola y triste a mitad de la
noche porque ellas salían con sus parejas. Lo peor de todo era tener que aparentar que
estaba todo bien que era muy feliz estando sola, sin un hombre que me complicara la vida;
pero después terminaba llorando en la cama, sola.

Me había sincerado con mi hijo como nunca lo había hecho con nadie en toda mi vida. Los
sucesos ocurridos durante las últimas horas habían quebrado una gran barrera entre mis
hijos y yo. Sentía que podía confiar totalmente en Fabián y hablar de cualquier cosa, y ya
no me inhibía estar exponiendo mi desnudez ante él.

Fabián me quedó mirando en silencio, tal vez lo había puesto incómodo con mi confesión
sentimental. Pensé rápido en algo que decir, algo para romper el frío silencio que se había
formado entre los dos; pero él se me anticipó diciendo:

—Siempre creí que había muchos hombres interesados en vos. 

—¿Qué? ¿Quién? ¿Yo? —Comencé a preguntar con incredulidad— ¿Por qué creíste eso?

—No sé… supongo que porque sos una mujer muy linda. 
Lo dijo con tanta naturalidad que casi me lo creí, pero luego comencé a reírme.

—Ay, Fabián, vos decís eso porque soy tu mamá. Es como si yo te dijera a vos que sos
lindo, por más que seas el hombre más hermoso del mundo, no lo creerías viniendo de mí. 

—Tenés razón, no te lo creería. 

—Sin embargo tenés algo muy a tu favor, y eso no lo podés discutir. 

—¿Qué cosa? —preguntó arqueando las cejas.

—Bueno —mi mirada se posó en esa especie de trompa de elefante que le colgaba entre las
piernas—, me da un poco de vergüenza; pero te lo digo como mujer, olvidate por un
segundo de que soy tu mamá. —Me miró como si me estuviera apurando para que le
respondiera—. Es que… tenés una verga bien grande… y muy linda.

¿Linda? ¿Por qué carajo le dije linda?

—Es decir… —continué—, es de buen tamaño, y eso le va a gustar a muchas mujeres. Te lo


aseguro.

Estaba completamente segura de que me había puesto roja como un tomate, casi tanto
como cuando le pedí que me ayudara con el problema de las uvas. 

—Qué se yo... soy muy tímido con las mujeres. Me cuesta mucho hablarles.

—Lo sé. Pero seamos sinceros, si le mostraras eso —señalé su pene flácido, pero imponente
— a la chica indicada, la tenés rendida a tus pies… o al menos le vas a despertar
curiosidad; la va a querer probar. 

—Las mujeres son complicadas, siempre se muestran distantes cuando se les hace una
referencia al sexo.

—No sé en qué chica estarás pensando, pero no todas son así. Es cierto que hay muchas
que son bastante cerradas en cuanto al sexo, pero otras son mucho más liberales, o
simplemente se lo toman con más naturalidad. Como te dije, es cuestión de que encuentres
la chica indicada para que te la… bueno, para que puedas saber cómo se siente una
mamada. 

—¡Uf! Hasta que pase eso, me muero virgen. 

Me dio mucha pena la forma en la que lo dijo, en su voz había un genuino tono de
resignación. Una vez más, me sentí una mala madre. Volvió a mí el recuerdo de las noches
solitarias de mi hijo y el hecho de que nunca me había presentado una novia; yo decidí
ignorar esos factores y pensar que él era feliz. Estaba tan centrada en mi propia depresión
que me olvidé por completo de los sentimientos y los problemas de mi propio hijo. Él
estaba atravesando un duro momento en su vida, se suponía que a su edad ya debería
estar disfrutando del sexo. Especialmente estando tan bien dotado. Era una verdadera pena
que su timidez le impidiera socializar con chicas. Estaba convencida de que más de una se
interesaría en él, si viera lo que cargaba entre las piernas. Tal vez la culpa era mía. A él
también le exigí compañía, como lo hice con Luisa. Puede que yo sea la causa de que él no
se animara a salir por las noches, a conocer gente.  

Empecé a tomar consciencia de todo el daño que había hecho a mis hijos con mi maldita
depresión y me sentí horrible, no sólo como madre, sino como persona. En ese preciso
instante me prometí a mí misma que ya no les complicaría la vida con mis problemas;
debía hacer lo posible para que ellos sean felices. Sabía que el primer paso era ser feliz yo
misma, demostrarles que estaba bien y que no necesitaba que se quedaran un fin de
semana encerrados en la casa, solo porque yo andaba triste, deambulando por los rincones.
Mi hijo tenía un serio problema de autoestima, y yo quería hacer todo lo que estuviera a mi
alcance para solucionarlo. 

—No te preocupes, Fabián. ¿Querés que sea lo más sincera que puedo ser? —él asintió
rápidamente con su cabeza. Suspiré y le dije lo que tenía en mente—. Tenés que animarte
más con las mujeres. Te aseguro que algún día vas a encontrar una putita que se vuelva
loca al verte la pija. Tal vez te cueste creerlo, pero es la verdad. Ni siquiera vas a tener
necesidad de hablarle que, cuando vea la verga que tenés, se va a arrodillar para
chupártela toda. —A medida que hablaba una fuerte ola de calor subía por mi cuerpo ¿por
qué me resultaba tan excitante decirle esas cosas a mi hijo? Lo mismo me había pasado al
ser directa con Luisa; lo peor era que no me podía quedar callada, de mi boca seguían
saliendo frases con contenido sexual explícito. Y allí estaba la clave. El cerebro me pedía a
gritos que fuera lo más explícita posible—. Creeme, yo sé lo que te digo, tengo amigas que
han estado hablando mal de algunos hombres, incluso los trataban de idiotas aburridos;
pero cuando vieron la pija que tenían, ya estaban con la concha abierta esperando a que
las claven. —Mi mano se dirigió hacia  mi entrepierna por voluntad propia y comencé a
acariciarme el clítoris suavemente.

—¿De verdad?

—Claro que sí Fabián. Algunas de mis amigas parecen bastante santitas; pero tendrías que
ver cómo se ponen cuando conocen a un tipo con una buena pija, como la tuya. Ahí
muestran que son bien putas, y que les encanta la verga. Ellas mismas me lo contaban, con
lujo de detalles. A veces hasta me mostraban fotos, con las conchas chorreando de
calentura, con tremendas pijas clavadas. De ser señoras casadas y respetables, pasaban a
ser putas baratas, que se dejaban coger por todos lados… a veces incluso por el culo. Eso
es lo que lograba en ellas conocer a un tipo que cogiera bien, y tuviera una pija de buen
tamaño. Yo me quedaba tan caliente con esas anécdotas que a veces hasta me toqueteaba
la concha delante ellas, abajo de la mesa. Claro que se daban cuenta, pero como ellas
seguramente hacían lo mismo… no decíamos nada. Después, cuando llegaba a casa, tenía
que clavarme el pepino más grueso que pudiera encontrar. ¡Lo que yo hubiera dado, en
esas noches de calentura, por conocer a un tipo tan pijudo como vos! —Hice una pausa,
para pajearme con más soltura. La verborragia erótica me había hecho arder por dentro, y
mis gemidos se escucharon en toda la habitación—. Ya te lo dije, Fabián, hay mujeres de
todo tipo, simplemente tenés que encontrar alguna que se ajuste a tus necesidades, ya sea
que prefieras algo serio o sólo coger. Si sabés buscar, lo vas a encontrar ―volví a clavar la
mirada en su miembro―. Lo más lindo de tu verga —mi otra mano, que también pareció
moverse por voluntad propia, se dirigió directamente hacia su pene, mis dedos se cerraron
alrededor de ese blando cilindro de carne—, lo más lindo es que es bien ancha —mi pecho
se aceleró, al igual que la mano que acariciaba mi entrepierna—. Lo bueno de una verga
grande no es que sea larga, sino ancha… es hermoso sentir cómo la concha se te va
abriendo mientras te la van enterrando poco a poco —comencé a masajear el pene de mi
hijo mientras miraba fijamente cómo se sacudía entre mis dedos. 

―¿De verdad pensás que puede ser tan fácil?

―Claro que sí ―una fugaz ráfaga de placer me recorrió el cuerpo cuando toqué mi clítoris
de la forma apropiada; eso me dio coraje para sincerarme aún más―. Confieso que yo
también caí en la tentación que provoca una verga de buen tamaño. Antes de conocer a tu
papá tuve un… digamos… “noviecito”, con el que me animé a tener relaciones sexuales.
Cuando le vi la verga por primera vez quedé encantada, y eso que no era tan grande como
la tuya; sin embargo en aquellos tiempos yo no había visto muchas vergas y esa me
pareció muy grande —lo que se estaba poniendo grande era el pene de mi hijo, que se
endurecía bajo la juguetona presión de mis dedos—. La primera vez que me la metió me
hizo ver las estrellas, al principio me dolió un poco, pero cuando entró toda…. ¡uf! Quería
que me cogiera durante toda la noche. Con él supe lo que era recibir una BUENA cogida —
mientras más hablaba más me calentaba y mis manos ganaban confianza, los dedos de mi
vagina movían mis labios de forma descontrolada y mi hijo ya tenía la verga
completamente dura debido a que, prácticamente, lo estaba masturbando a él también—.
Él me levantaba las piernas hasta que mis rodillas quedaban a la altura de mi cabeza, me
dejaba bien abierta y después me la clavaba hasta los huevos… cuando me acostumbré a
su tamaño le pedía que me la metiera toda de una, porque adoraba sentir cómo se me
abría la concha ante semejante pedazo. A mí me gustaba que me hiciera lo que quisiera, a
veces me calentaba tanto que me daban ganas de pedirle que me pusiera en cuatro y que
me diera por el culo, que me rompiera bien el orto…

Me quedé callada al instante y mis manos se detuvieron, en ese momento me di cuenta de


que había hablado de más.

—¿Y qué pasó? —Preguntó mi hijo, con naturalidad.

Lo miré a los ojos y no vi ninguna señal de vergüenza en ellos. ¿Acaso no le molestaba que
su madre le contara semejantes anécdotas sexuales y que además confesara que le
gustaría probar el sexo anal? Pasados unos pocos segundos me vi obligada a seguir
hablando, para romper el incómodo silencio.

—Eh… al final no sucedió, cortamos antes de que pudiera animarme a pedírselo.


Aparentemente consiguió una mina que cogía mejor que yo. Otra pendeja de mi edad. Era
un tipo maduro… le calentaban las pendejas inexpertas. Cuando yo empecé a tener más
experiencia, dejé de resultarle tan interesante. Sé que me dejó por otra, aunque él haya
dicho que no. 

—Qué triste.
—No, eso no es lo más triste, lo peor es que poco tiempo después conocí a tu padre y mi
vida sexual se fue al caño. 

—¿Tan malo era el sexo con papá?

—Al principio no, tampoco era grandioso, pero estaba bien. Yo creía estar muy enamorada
de él, pero después, cuando llegó la vida de casados, todo se volvió rutina, mal humor,
discusiones… yo intenté muchas pero muchas veces restaurar la pasión en la cama, pero
nada fue suficiente. 

—¿Con él si llegaste a hacerlo por la cola? —Preguntó con la tranquilidad de un periodista


haciendo una rutinaria entrevista. Me irritaba esa tranquilidad; pero estaba tan excitada
que no me importó mucho.  

—No, nunca llegué a pedírselo, tal vez haya sido por rencor; algo en mí me decía que él no
merecía hacerme la cola. Siempre me quedé con las ganas de probarlo. —No podía creer
que le estuviera contando eso a mi propio hijo. Sentía más confianza con él que con todos
los hombres de mi vida. 

—¿Después de papá no estuviste con nadie más?

—Hubo algunos intentos, a los que les puse muchas ganas, pero la mayoría no pasaron del
sexo oral. 

—Se ve que te gusta eso… 

—Bueno, sí —sonreí—, nunca me negué a hacer un buen pete —de nuevo la calentura se
apoderó de mí—. Sé que a muchas mujeres no les gusta, pero para mí es una de las
sensaciones más lindas que hay en el sexo… tener una pija bien dura dentro de la boca,
chupar unos buenos huevos… tragarse toda la leche. 

—No te imaginaba haciendo eso —me sorprendía cómo su voz podía ser tan monótona. 

—¿Qué? ¿Chupando vergas?

—No, tragándote la leche.

—Uy sí, eso lo hice muchas veces. No sólo porque sé que a los hombres les fascina ver
como una mujer se la traga toda, sino porque yo también lo disfruto, me encanta…
especialmente cuando sale bien espesa y cremosa —mis manos retomaron el trabajo
masturbatorio, tanto en mi concha como en la verga de mi hijo—. Poco después de
haberme separado de tu papá le di una sorpresa muy grata a un tipo con el que salí a
cenar. Era un hombre sumamente correcto y con muy buenos modales, de anteojos,
peinado con la raya al costado; el típico Nerd de escuela secundaria. Me lo habían
presentado mis amigas porque era un “buen tipo”. Como me estaba aburriendo y estaba
muy caliente, lo convencí para que fuéramos al baño del restaurante y ahí nomás, sin darle
tiempo a lamentarse, me arrodillé y empecé a comerle la pija. Mientras se la chupaba yo lo
miraba con cara de puta viciosa; el tipo no lo podía creer —vi que mi hijo sonreía, lo cual
era muy raro en él, eso me animó a seguir contándole y a ser más explícita—. Le hice de
todo, me metí las bolas en la boca y al mismo tiempo lo pajeé con fuerza —al decir esto la
mano que masturbaba a Fabián se aceleró durante unos instantes—, me la tragué
completa… la tenía re dura, justo como a mí me gustan. Cuando le pasaba la lengua por la
cabeza de la verga le empecé a decir cosas chanchas, como «Me vas a dar de tomar toda la
lechita», ó «¿Vamos a un telo y me partís la concha?»; me acuerdo que también le dije:
«Hoy estoy re puta, quiero que me den bomba toda la noche». Ahí fue cuando el tipo acabó
y yo, como había prometido, me tomé toda la lechita; y fue bastante, se notaba que él
llevaba largo tiempo sin descargarse. Tengo que admitir que la disfruté mucho, estaba muy
rica. Me puse contenta porque al tipo no se le bajó, así que me paré y me saqué la
bombacha, puse las manos contra la pared y le pedí que me cogiera. Él me levantó el
vestido, yo estaba re mojada así que la verga entró muy fácil ―al decir eso me metí dos
dedos en la concha y me alegré de que mi hijo me viera hacerlo―. Le pedí que me diera
con fuerza y él obedeció. La estaba pasando muy pero muy bien cuando al muy pelotudo se
le ocurre acabar otra vez. Para colmo estaba tan agitado que parecía que se iba a morir de
un infarto. Me enojé y me fui del restaurante, sin bombacha, y con la concha chorreando
leche. Tuve que volver a casa a hacerme una paja. La noche no terminó muy bien, después
me sentí culpable por haber actuado de esa manera, pero estaba muy resentida por haber
desperdiciado tanto tiempo con tu padre.

—No creo que hayas hecho mal.

—¿Te parece? 

—Sí, hiciste lo que hubieras querido hacer con papá. Te liberaste…

—Sí, yo creo que sí, a pesar de que no haya salido tan bien, tengo que admitir que fue una
de las noches más calientes que tuve, me gustó eso de sentirme una puta por un rato. Y a
eso es a lo que me refería con lo que te dije, Fabián. Si un tipo que me cayera simpático
me ofreciera una pija como ésta, no dudaría ni un segundo en comérmela toda. ¿Sabés
cuantas putitas peores que yo andan dando vuelta? Si lo que vos querés es ponerla podés
encontrar una mina buena con la que tener una linda relación; pero si eso tarda mucho en
llegar estás en todo tu derecho de cogerte a la primera putita que se cruce en tu camino.
Buscate una veterana que ande medio depresiva, como yo… y que sea bien puta… como yo.
Te juro que si viene un tipo que no conozco, me dice de coger, y tiene una pija como la
tuya, ni lo pienso. Me pongo en cuatro y le digo: “Taladrame bien la concha, papito…
llename de leche”. Y esto te lo digo basándome en hechos reales. Después del divorcio con
tu padre tuve mi tiempo de “puta liberada”. Me dejé coger por unos cuantos tipos que ni
conocía. Me iba a un pub de tipos maduros, me dejaba toquetear, y terminaba yendo a un
telo, a coger toda la noche… bueno, al menos esa era mi intención. Dejé de hacerlo por dos
grandes motivos: el primero fue que algunos conocidos empezaron a enterarse de que yo
hacía esto, y me dio mucha vergüenza. El segundo es que no siempre el tipo era rendidor
en la cama. A veces acababan tan rápido que volvía a casa de mal humor. Ahí me di cuenta
que lo que yo necesito es un tipo de confianza, con una buena pija, que me coja bien.
Necesito tenerle la suficiente confianza como para poder decirle: “Me gusta meterme cosas
por el culo”. —Nunca hubiera imaginado que podría decir esas palabras frente a mi hijo;
pero tenía la certeza de que él no me juzgaría. Con él podía ser tan sincera como se me
diera la gana—. Me gustaría poder contarle de todos mis experimentos… probé con muchas
cosas.

—¿Como cuáles? —Noté un genuino interés de su parte.

—Uf… bueno, —me alegró mucho que hiciera esa pregunta, me dio pie para poder decir
todas esas cosas que tenía guardadas—. Experimenté con envases de desodorantes… al
principio eran chicos, porque el culo me ardía. Pero después de meter eso, empecé a buscar
cosas un poco más grandes. Lo peor de todo, y esta sí que es una gran confesión, es que
mi mamá sabía que yo me metía cosas por el culo. Ella tenía la certeza total y absoluta. Y
yo cada vez hacía menos esfuerzo por disimularlo. Al principio me dio mucha vergüenza
que ella supiera. Pero después empezamos como una especie de guerra entre madre e hija.
Yo buscaba cosas para meterme por el orto, y me las ingeniaba para esconderlas en mi
dormitorio. Ella, por su parte, ponía todo su esmero en encontrar esas cosas, y tirarlas a la
basura. Digamos que mi vida sexual se vio truncada por mi madre. Y yo no quiero que a
vos o a Luisa les pase lo mismo. No sé cómo no me di cuenta antes… supongo que la
depresión me tenía cegada. Pero no quiero poner excusas. Quiero que ustedes puedan
disfrutar mucho de su vida sexual, para que no lleguen a mi edad con las mismas
lamentaciones que yo. Hay muchas mujeres como yo, que se perdieron de disfrutar de una
vida cargada de sexo, y ahora están divorciadas… y se mueren por comerse una buena pija.
Tenés que buscarte a una puta como yo, y no vas a andar con vueltas, te la vas a coger
enseguida. Apenas vea el pedazo de verga que tenés, se te va a entregar, con la concha
bien abierta… o el orto; porque yo, con una pija así, definitivamente entregaría el orto. 

De pronto se produjo un profundo silencio. Fabián miró para todos lados, como si ahora le
diera vergüenza admirar mi desnudez. Mi mirada se perdió en el punto que se dibujaba en
el centro de la reluciente cabeza de la verga. De allí caía una gotita de líquido preseminal y
algo en mi interior se prendía fuego de deseo, si bien hacía pocos minutos había estado
disfrutando de una rica pija en mi boca, había algo me hipnotizaba y me atraía hacia esta.
Un repentino cosquilleo en mi parte baja me despertó de ese trance tan obsceno,
curiosamente se trataba de los dedos de Fabián, que rápidamente se estaban introduciendo
por el húmedo orificio de mi vagina. Lo miré sorprendida. 

Fue Fabián quien rompió el silencio, al decir:

—Todavía tenemos que sacar esas uvas —habló con esa calma tan propia de él. 

—Ah, sí, sí… tenés razón. Justo te iba a pedir que me ayudaras con eso. 

Para ser honesta, me había olvidado por completo de esas uvas. Ya estaba convencida de
que sólo meter los dedos no ayudaría en prácticamente nada; pero la sensación que me
provocó sentirlos entrando en mi cavidad fue tan hermosa que me nubló el sentido común.
Lo único que hice fue abrir las piernas y recostarme sobre la cama. Fabián hincó una rodilla
en el colchón y su verga quedó, aún aferrada por mí, a unos centímetros por encima de mi
pecho. Sus dedos fueron aún más profundo en mi vagina y se me escapó un suspiro
cargado de placer. 
Estaba prácticamente delirando de calentura. La pija de mi hijo estaba peligrosamente
cerca de mi cara y sus dedos me exploraban de forma magistral. Con lo desesperaba que
estaba por comerme una buena verga, me daba miedo pensar adónde podría ir a parar
todo este asunto de sacar las uvas de mi concha.

Capítulo 07
 

Obsequio. 
 

Permanecí acostada, con los ojos cerrados, permitiendo que mi hijo hurgara dentro de mi
vagina con total libertad. Sus dedos parecían haber adquirido cierta destreza, o tal vez él
había ganado un poco de seguridad. Los toqueteos no se limitaban a las paredes internas
de mi sexo sino que también estaba su pulgar haciendo un trabajo maravilloso sobre mi
clítoris.

Él era demasiado bueno conmigo y yo comprendía sus celos a la perfección, es más, si yo


hubiera estado en su lugar me habría puesto igual de celosa. No es agradable saber que
todos a tu alrededor pueden disfrutar del sexo, mientras que a vos te toca quedarte
mirando o, peor aún, irte sin siquiera poder ver lo que van a hacer. No tenía idea de que
Fabián aún seguía siendo virgen y, para empeorar las cosas, ni siquiera le habían chupado
la verga… esa verga que ahora estaba erecta bajo la fuerte presión de mis dedos, que se
negaban a soltarla. Una disparatada idea se me cruzó por la cabeza, estuve a punto de
comentársela a mi hijo, pero me asusté. Dos segundos más tarde me dije a mí misma que
no era tan mala idea, era una pequeña retribución a la enorme ayuda que me había
prestado; pero seguía sin animarme a decírselo. Dudé una tercera vez y está vez busqué
convencerme con el argumento de que Fabián no sólo se lo había ganado sino que también
se lo merecía, por todos los años de espera. Además había permitido que su hermana me
chupara la concha… ella también tenía una excusa para haber actuado de esa manera, y no
era mejor que la mía. Esto solamente sería una muy pequeña muestra de… afecto, para
que él pudiera tener aunque sea una pequeña anécdota para contar si alguien le
preguntaba sobre ese asunto. Anécdota que obviamente debería contar evitando unos
cuantos detalles, pero confiaba en su discreción. El corazón me palpitaba con fuerza por la
incertidumbre, al final dejé de racionalizar tanto el problema y decidí actuar. 

—Fabián…

—¿Si?

—Cerrá los ojos un ratito.


—¿Para qué?

—Vos hacelo, confiá en mí.

—Está bien —dejó caer sus párpados con suavidad. Miré fijamente sus velludos testículos. 

—Ahora quiero que pienses en alguna chica que te guste mucho.

—No sé en quién pensar…

—Fijate, tiene que haber alguna chica de tu facultad que te parezca sexy.

—Emm… sí, Yamila —había visto una vez a esa tal Yamila, era una chica muy bonita, con
cara de angelito, pero con unas tetas que infartarían a cualquiera. Además era caderona y
culona, lo que la hacía un imán para las miradas, ya sean masculinas o femeninas. 

—Esa nena está muy linda, y te aseguro que debe tener su lado de putita atrás de esa
carita de mosquita muerta. Bueno, pensá bien en ella, imaginala lo mejor que puedas. 

—Listo —dijo él sin abrir sus ojos.

Mi mente quedó en blanco, simplemente actué. Acerqué mi cabeza hasta su sexo, lo dejé
apuntando hacia arriba y, sin perder ni un segundo, abrí mi boca e introduje uno de sus
arrugados testículos. Me pareció demasiado grande, pero de todas formas me las ingenié
para pasarle la lengua y darle un buen chupón. Fabián no dijo ni una palabra, tampoco
abrió los ojos.

Luego me incorporé en la cama, quedando sentada, aún con los dedos de mi hijo dentro de
la concha. Volví a abrir la boca, saqué la lengua y ésta comenzó a danzar en círculos sobre
el brilloso glande, recolectando las amargas, pero morbosamente agradables, gotitas de
líquido preseminal. No me entretuve mucho con esa tarea, a pesar de que me resultaba
muy placentera. Estaba muy nerviosa ya que no podía dejar de pensar que se trataba de la
verga de mi propio hijo; una verga que yo no debería estar chupando. Sin embargo, ya lo
estaba haciendo… y quería darle una grata experiencia, aunque fuera de pocos segundos.
Junté más coraje aún, abrí mi boca tanto como pude, incluso sentí la tensión en la comisura
de mis labios, y me metí esa dura pija tan adentro como me fue posible. A pesar de mis
esfuerzos solo llegué a tragarme el glande y un poco más. Bajé la cabeza y conseguí
engullir otro poco, pero luego tuve que sacarla para tomar aire. Inspiré con fuerza y volví a
comérmela, llenándola con mi saliva e intentando acariciarla con mi lengua, pero no tenía
mucho para maniobrar. Los dedos dentro de mi concha se movieron en círculos, casi como
si me alentaran a seguir, y de hecho lo consiguieron, ya que mi intención era dar por
terminado el “obsequio” a mi hijo en ese momento. Él ya sabía lo que sentía tener la verga
dentro de una boca y yo podía (o debía) detenerme; pero no pude hacerlo. Comencé a
mover mi cabeza de atrás hacia adelante, dejando que esa gran verga se deslizara por mis
labios y se posara completa sobre mi lengua. La saliva me chorreaba por los lados, pero ni
siquiera eso me detuvo. El no haber chupado pijas durante tanto tiempo había hecho mella
en mí, y si bien esa era la segunda que me comía en el transcurso de la noche, un extraño
revoltijo en mi interior me produjo la sensación de que era la primera vez que chupaba
una. Estoy segura de que eso se debió al inmenso morbo provocado porque esa pija era la
de mi propio hijo. Además poseía un tamaño intimidante. Casi me sentía una actriz porno,
degustando esas enormes vergas que solo había visto en películas de esa índole… y en
contadas ocasiones en la vida real. 

Sabía que estaba actuando mal, las madres no deben comerse la pija de sus hijos; pero mi
orgullo femenino me decía que debía demostrarle a Fabián que si yo chupaba una verga,
podía hacerlo bien.

La saqué de mi boca, busqué rápidamente uno de sus testículos y le di unos buenos


chupones para luego subir por todo el tronco, lamiéndolo lentamente. Cuando llegué a la
cabeza volví a tragarla. Me sentía una sucia petera… y me encantaba. Nada me importaba,
me encantaba sentirla dura dentro de mi boca, estaba re caliente. 

Sin dejar de mamarla, tomé la mano que mi hijo tenía en mi entrepierna y la presioné más
hacia adentro. Sus dedos se pusieron a jugar en el interior de mi húmeda y dilatada
concha. Me sentía una estrella porno dándole chupones a la cabeza de la pija mientras
saltaba saliva para todos lados. Apoyé esa verga contra mi cara y mientras me la
restregaba por las mejillas y la boca, lo masturbé con fuerza. Luego volví a engullirla para
dejármela dentro de la boca varios segundos, saboreándola todo lo que me fuera posible. 

Este morboso acto sexual me tenía absorbida por completo; pero en cuanto escuché gemir
a mi hijo, volví a la realidad. 

No podía estar haciéndole eso a Fabián, era irresponsable e insensato de mi parte. Me


detuve en el acto y me dejé caer en la cama, hasta que mi cabeza chocó contra el colchón.
Respiré de forma agitada para recuperar aire, aunque no se debía solo al haber mamado
una pija tan grande, sino a los incesantes dedos que se movían dentro de mí.

—Ahora ya sabés cómo se siente —le dije; esta vez sí abrió los ojos, me miró fijamente y la
vergüenza me invadió.

—Eso no me lo esperaba —parecía confundido, alterado. Desvié la mirada, centrándome en


un punto imaginario del techo. 

—Tomalo como un pequeño regalito por todo lo que me estás ayudando. Espero que hayas
pensado todo el tiempo en Yamila. 

—S… Sí… gracias —parecía genuinamente contento. Eso me devolvió un poco la calma. 

—Como madre, te digo que estoy muy agradecida con vos, porque me estás ayudando con
un tema tan delicado, y te merecías un regalito a cambio. Como mujer te digo que tenés
una pija muy rica, que da gusto chupar —estaba demasiado excitada, las palabras salían de
mi boca sin filtro alguno—. Mirá que me he comido varias pijas a lo largo de mi vida, —
estaba exagerando, no había chupado tantas—; pero nunca una que no pudiera tragar
completa. Ni me quiero imaginar la cantidad de leche que saldrá de esa manguera cuando
acabás…

—Bueno sí, a veces sale bastante —ese comentario me sacó una perversa sonrisa.

—Si te buscás una putita que le guste tragarse toda la leche, como a mí, la vas a hacer
muy feliz. A la edad de Yamila las minas suelen andar con las hormonas alteradas, y
aunque no lo demuestren, se mueren de ganas de coger.  

—Parece que vos también tuviste tus momentos de… putita, en tu juventud —dijo esas
últimas palabras con timidez. Pero como yo seguía caliente y sus dedos aún seguían en mi
húmeda y dilatada vagina, no me dio pudor contestarle, al contrario, me daba cierto gusto
hacerlo. 

—¡Claro que sí! Pero no tuve tanto sexo como me hubiera gustado; sin embargo estando
sola he llegado a hacer varias locuras.

―¿Qué tipo de locuras? ―Noté genuina curiosidad en él. 

―Como la que hice esta noche.

―¿O sea que ya habías probado antes con uvas?

―No, eso no; pero sí había probado con otras cosas.

―¿Cómo qué?

―Me da vergüenza.

―Con todo lo que me contaste, ¿ahora me venís con que te da vergüenza?

―Imagino que debe parecer contradictorio; pero esto es diferente…

―Está bien, no te voy a obligar a que me cuentes nada, sólo preguntaba por mera
curiosidad.

En ese momento sus dedos comenzaron a entrar y salir del agujero de mi concha.
Instintivamente me recosté y separé más las piernas. Realmente me acaloraba mucho
tener a alguien tocándome de esa manera, aunque ese alguien fuera mi hijo… pero, tal
vez… eso hacía que me calentara aún más, porque sabía muy bien que nada de esto
debería estar pasando. Así como tampoco debió pasar lo que hice con Luisa. 

Sin querer las cosas habían llegado demasiado lejos, y no me apetecía volver atrás. Mi
calentura era como una montaña rusa, con altibajos y emociones vertiginosas sorpresivas.
Una de estas sensaciones me invadió cuando volví a sujetar firmemente la gruesa verga de
Fabián y quedó erecta e imponente justo sobre mi cara, a escasos centímetros de mi boca.
Tenía unas ganas locas de volver a tragármela otra vez, de volver a disfrutar de su rigidez,
de pasarle la lengua de punta a punta… pero no podía hacer eso; ya me había excedido con
el “obsequio” que le di. La idea era que él supiera qué se siente que alguien se la chupe, no
hacerle un pete completo. No correspondía que yo le estuviera haciendo petes a mi hijo.
Debía ser honesta conmigo misma, ya no tenía motivos para estar mamando esa verga.
¡Era la de mi hijo! No podía comportarme de esa manera. Logré contenerme, pero toda esa
calentura acumulada debía ser canalizada hacia otro lado, por eso es que le confesé que
era eso “diferente” que había experimentado.

―Cuando era joven y no tenía novio ―comencé diciendo mientras acariciaba el venoso


falo―, me gustaba masturbarme usando zanahorias ―hice una breve pausa pero Fabián no
dijo nada―. Sé que te parecerá una locura, pero a mí me encantaba; especialmente cuando
me las metía por el culo. 

Al decir esto último sentí una vez más esa vertiginosa ola de calentura, inconscientemente
apunté la verga hacia mi cara y el glande de mi hijo se deslizó por mi mejilla y por la
comisura de mis labios, dejando allí un amargo pero sabroso líquido preseminal. 

―A esta altura ya no me sorprende…

―¿No?

―No mucho. Es que después de que me dijiste lo de las uvas imaginé que no era la primera
vez que experimentabas con alguna fruta o una verdura ―él decía cosas tan íntimas como
esas en un tono tan calmado que hacía que pareciera lo más normal del mundo―. Lo que sí
me sorprende un poco es que también lo hayas probado por la cola… ¿por eso es que te
gusta el sexo anal? 

―Yo creo que sí. Tenía más o menos la edad de Luisa la primera vez que me animé a
meterme una zanahoria por el culo. Si te digo la verdad, al principio no me agradó mucho,
me ardió y pensé que nunca la iba a poder meter completa; sin embargo seguí insistiendo.
Me embadurne el culo con una crema de manos y volví a probar… no te puedo explicar lo
mucho que me gustó sentir cómo se deslizaba hacia adentro ―mientras hablaba recibía los
dedos de Fabián dentro de mi concha y yo seguía sujetando firmemente su verga y
frotándola contra mi cara―. Por ser la primera vez usé una zanahoria bastante delgada y
no estuve mucho rato haciéndolo, sin embargo cuando me fui acostumbrando a la
sensación me animé a probar con una bastante más gruesa. La sensación fue mucho más
agradable, me gustó tanto que me pasé toda la noche dándome por el culo con eso…
imaginando que un hombre pijudo me poseía y me hacía su puta. 

A medida que le iba contando a mi hijo uno de mis más íntimos secretos, él no dejaba de
mover sus dedos dentro y fuera de mi concha… sí, por fuera también. No se limitaba a
penetrarme sino que también, esporádicamente, se tomaba la molestia de acariciar
frenéticamente mi clítoris. Cada vez me resultaba más difícil resistir la tentación; de mi
boca seguían escapando palabras imprudentes.

―Desde aquella vez siempre tuve ganas de que me montaran por el culo, pero nunca
encontré un hombre que me inspirara la confianza suficiente como para pedírselo. Se debe
sentir hermoso que te claven una buena verga por atrás ―mi lengua furtiva escapó de mi
boca por un segundo y fue directo a acariciar la punta del glande, recolectando así ese
meloso líquido preseminal―. ¿Te imaginás metiéndosela por el culo a Yamila? Ella es
bastante culona, pero con este pedazo la vas a partir al medio… la vas a hacer feliz ―volví
a darle otra lamida―. A mí me haría muy feliz que me metieran una pija bien gruesa por el
culo ―una lamida más―. Me gustaría que me agarren de los pelos y me monten por el
culo, como a una yegua ―volví a lamerlo; no podía controlar mi boca, en ningún sentido―.
Quiero que me rompan el orto, y me lo dejen bien lleno de leche. 

Allí fue cuando perdí la escasa compostura que aún me quedaba. Actué prácticamente por
acto reflejo, como si mi cerebro ya no estuviera a cargo de mis movimientos. 

Cerré los ojos, porque no quería verlo a la cara. Abrí la boca y le di un fuerte chupón a la
punta de la verga de Fabián. 

―Hasta me da un poco de envidia ―continué―. A esa putita de Yamila, ya le deben haber


hecho la cola unas cuantas veces ―mi lengua acarició la pequeña rayita en la punta de la
verga―. Pero vos no te preocupes, Fabián, cuando vos le metas todo esto, se va a sentir
virgen otra vez.

 Como si ya nada importara, comencé a chuparla otra vez. Esta vez no tenía excusa para
hacerlo. Simplemente lo hice. 

Me resultaba un poco frustrante el no poder tragarla completa, pero me esforcé por


meterme un buen pedazo, aunque la boca me doliera. Al estar acostada debía subir y bajar
la cabeza, como si estuviera haciendo abdominales; a mi edad esto también podía resultar
un tedioso. 

―Vení ―le dije a mi hijo al mismo tiempo en que me apartaba de él―, sentate en la


cama ―él obedeció rápido, se sentó en el borde, dejando sus pies en el suelo, y al suelo fui
yo, a ponerme de rodillas―. Ahora vas a saber lo que es un pete de verdad.

Le di un leve empujón en el pecho, él cayó de espaldas sobre el colchón y yo volví a


aferrarme a su dura pija. Estaba exaltada y no me demoré ni un segundo en volver a
tragármela, pero esta vez pude hacerlo con mayor comodidad, bajando la cabeza para
engullirla. Debido al largo que tenía, se me facilitaba mucho la tarea de masturbarlo
mientras se la mamaba. En ese momento no me importaba en absoluto que mi hijo me
viera como una petera durante el resto de su vida; de hecho yo estaba decidida a darle una
mamada que, justamente, pudiera recordar durante el resto de su vida. 

No perdí la oportunidad de lamer sus huevos y engullirlos, pero principalmente me


concentré en el glande, que era la parte que más me gustaba y la que menos me costaba
chupar. 

Mecanicé mis movimientos, subí y bajé mi cabeza rápidamente, teniendo cuidado de no


atragantarme con toda esa carne, pero engulléndola lo máximo posible. Con una mano lo
masturbaba constantemente y con la otra le acariciaba los huevos. Los segundos pasaban y
mi boca se acostumbraba cada vez más a ese ancho falo. Era la mejor pija que me había
comido en toda mi vida. De a ratos la sacaba de mi boca y me golpeaba la cara con ella,
me gustaba sentirla tan dura; pero más me gustaba tragarla y sentirla palpitar dentro de
mi boca. 

―Qué rica está, me encanta ―dije jadeando. La lamí como si fuera un helado, desde los
huevos hasta la punta―. Siempre quise comerme una así de grande.

Puse esa dura pija entre mis tetas y las apreté. La punta sobresalía para que yo pudiera
chuparla cómodamente. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había usado
mis pechos de esa forma y estaba temerosa de hacerlo mal, sin embargo la respiración
agitada de mi hijo me indicaba que lo estaba disfrutando. 

―¡Uf! Comerme todo esto me pone re caliente. Sí, así de rico se siente chuparla, ni me
quiero imaginar lo que se debe sentir tenerla dentro de la concha. Se me abre toda de sólo
imaginarlo. 

Estaba completamente loca; me carcomía la cabeza de morbo al decirle esas cosas a mi


hijo, y no quería detenerme.

Tuve que dejar mis tetas fuera del juego sólo porque necesitaba una de mis manos para
masturbarme. De todas formas me mantuve chupando ávidamente mientras mis dedos
surcaban mi concha. Le di una intensa lamida a su glande.

―¡Ay, Dios! Qué linda cabeza, para tenerla metida en el culo. 

Estaba diciendo las peores guarangadas de mi vida, y lo peor de todo era que lo decía
acerca del pene de mi hijo. Me la tragué otra vez, mi concha era una catarata de flujos. 

Noté que la verga de mi hijo palpitaba con mayor intensidad. 

―¿Estás por acabar? ―lamí su glande―. No te preocupes, quiero ver esa lechita saltando.
Dejá salir toda la lechita, que yo me encargo.

Me la comí otra vez y lo masturbé con mucha fuerza.

―Dame la lechita, que me la voy a tomar todita.  

Tal vez estas palabras lo relajaron, porque luego de seguir chupando durante unos pocos
segundos un pequeño chorro de semen cayó sobre mi lengua. Anticipándome a lo que
estaba por venir, me alejé un par de centímetros de la verga y abrí la boca. Tal y como lo
había imaginado, el segundo disparo de leche fue mucho más potente, vino bien cargado y
espeso; la mayor parte cayó dentro de mi boca, pero también sobre mi mentón. Mientras
me tragaba ese blanco néctar sexual, una nueva descarga cayó de lleno contra mi cara y
otra más impactó sobre el puente de mi nariz. Volví a abrir la boca para dejar entrar la
leche; me sorprendía que salieran tantos chorros tan cargados, pero yo los recibía con todo
gusto, ya sea dentro de mi boca o en cualquier parte de mi rostro. Incluso el semen llegó a
chorrerar por la mano con la que sostenía la verga. 

Pude haber dejado de chupar en el mismo instante en que la última gota salió, sin embargo
el tragarla me había dejado tal euforia.

―¡Uf! ¡Cuanta lechita, que rico! Bien espesa y calentita, justo como a mí me gusta.

Reanudé la mamada, incluso con más ímpetu que antes, sin dejar de pajearme. Como una
puta adicta al semen, lamí el dorso de mi propia mano, también me pasé la verga por la
cara, recolectando el esperma que yacía allí y tomándomelo con mucho gusto. Di
suculentos chupones a la punta de esa pija y luego me la metí en la boca todo lo que pude.
Comencé a subir y bajar mi cabeza frenéticamente. 

No podía dejar de chupar, en parte porque me agradaba mucho hacerlo y también porque
no sabía con qué cara miraría a mi hijo luego de lo ocurrido. Sin embargo ese miembro tan
viril comenzó a morir lentamente, poco a poco fue perdiendo su rigidez y el glande fue
refugiándose dentro del prepucio. Extendí la acción todo lo que pude, dando constantes
lamidas a todo el tronco, pero llegó un momento en el que supe que debía detenerme y
encarar la situación. 

Sin mirar a Fabián me senté en la cama, a su derecha, y como si fuera lo más natural del
mundo tomé la punta de la sábana y limpié con ella el exceso de semen que quedaba en mi
rostro; de todas formas tendría que lavarlas, por lo que no me importó ensuciarlas. Me
quedé en silencio escuchando la agitada respiración de Fabián, éste aún permanecía
acostado, con los brazos extendidos, mirando el techo como si se tratara del mismísimo
paraíso. Podría estar muerta de vergüenza por mi alocado comportamiento; pero a mí la
calentura no se me había pasado, por lo que no me importó. 

―¿Qué tal estuvo? ―me animé a preguntarle, para romper el silencio. 

―Fue mucho mejor de lo que me imaginaba.

―Supuse que merecías tener la experiencia completa, no me gusta dejar las cosas a
medias ―era una excusa muy mala, pero fue la única que se me ocurrió.

―Muchas gracias. Al menos ahora sé cómo es, ya no me siento tan mal. Aunque tengo que
admitir que nunca me imaginé que llegarías a tanto.

―Yo tampoco. Pero te pido que no le demos muchas vueltas al asunto ―me atemorizaba
que él empezara a hacer algún tipo de análisis de la situación―. Simplemente tomalo como
un regalito, y nada más.

―Bueno, está bien ―al parecer él también prefería hablar lo menos posible sobre lo
ocurrido. 

―Ahora necesito acabar yo, porque de lo contrario voy a explotar.


Posiblemente Fabián ya había tenido suficiente con el “regalito” que le di, pero yo seguía
estando igual de caliente, tal vez más incluso, debido al sabor a semen que inundaba mi
boca. Me acosté en la cama, boca arriba, separé mis piernas y reanudé la masturbación con
total soltura. No sólo le había hecho un pete a mi hijo y me había tragado su semen, sino
que ahora estaba haciéndome un paja justo delante de él, indicándole que mi intención no
era otra que acabar. Todo eso generaba un inmenso cúmulo de morbo en mí. 

―¿Necesitás ayuda? ―me preguntó sentándose en la cama.

Por supuesto que debía decirle que no, ¿por qué motivo él debería ayudarme a
masturbarme? Pero lo que salió de mi boca fue:

―Sí, meteme los dedos. 

Acto seguido flexioné mis rodillas y separé las piernas tanto como pude, froté mi clítoris
intensamente y los dedos de Fabián volvieron a introducirse con absoluta facilidad; pero
brindándome mucho placer. Él los flexionó, acariciando internamente el techo de mi
cuevita. 

―Ay, eso me gusta ―dije acelerando el ritmo. 

Repitió la acción varias veces, por mi parte yo me dedicaba a imaginar que todavía le
estaba chupando la verga. 

―Fijate si podés meterme otro dedo ―le supliqué.

Fabián obedeció sin poner peros. El tercer dedo me dilató aún más la concha, pero entró
con relativa facilidad. 

Allí estaba yo, con mi hijo pajeándome a tres dedos, luego de haberme llenado la boca con
su espeso semen. La calentura fue tanta que no pude soportarlo más, estallé en un fuerte
orgasmo. Solté varios gemidos acompasados y froté mi clítoris mientras los dedos de
Fabián entraban y salían rápidamente. Me retorcí en la cama, arqueé mi espalda. Un flujo
de goce bajó por el interior de mi concha, mis músculos se estremecieron y mi corazón se
aceleró tanto que temí que me diera un infarto; por suerte esto no ocurrió. Esta vez
recordé pujar.

Mientras yo intentaba recobrar la compostura Fabián soltó un gritó de júbilo:

―¡Mirá! ¡Pude sacar otra uva!

Con la sonrisa de un niño inocente me mostró el endemoniado fruto cubierto por mis flujos
vaginales. Me contagió con toda su alegría.

―¡Qué bueno! ¡Yo sabía que esto tenía que funcionar! 


Mis esperanzas de quedar completamente liberada de esas putas uvas, volvió. La fruta
había salido, pero mi calentura aún permanecía prácticamente intacta.

―¿Me vas a seguir ayudando? ―pregunté.

―Obvio. 

Capítulo 08.
Confianza.
 

Fabián seguía mirando la uva, que había logrado extraer de mi vagina, como si fuera una
pepita de oro.

―¿Pensás que esa fue la última? ―preguntó.

―No lo sé. Si te soy sincera no sé cuántas metí. Pero al menos ahora sé cómo sacarlas.

―¿Con los dedos? La verdad es que demoramos un montón…

―No, me refiero al orgasmo. La uva salió cuando tuve un orgasmo. Tuve que pujar un poco
cuando sentí que bajaba, y vos pudiste agarrarla con los dedos.

―Comprendo, hay que combinar las tres cosas, el orgasmo, la puja y…

―Fabián, no me importan los detalles técnicos, lo importante es que salió, y no me voy a


quedar tranquila hasta saber que fue la última. Tengo que aprovechar ahora, que sigo
caliente ―me di la vuelta y me puse en cuatro sobre la cama, con la cola apuntando hacia
mi hijo―. Dale, ayudame.

Pasé un brazo por debajo de mi cuerpo y comencé a frotarme el clítoris. Fabián no dijo
nada, pero si actuó. No se quedó detrás de mí, sino que se colocó de rodillas a mi lado.
Posó su mano izquierda en el centro de mi espalda y con la derecha se fue directamente a
mi concha. Me clavó dos dedos y empezó a masturbarme con ellos.

Estaba a merced de mi propia calentura. Sabía que ésta era una tarea inútil, pero la
encontraba morbosamente excitante. Nunca había experimentado algo semejante con otro
hombre, ninguno fue capaz de inspirarme tanta confianza. Fabián empezó a meter los
dedos tan rápido y con tanta fuerza que tuve la sensación de que me estaban cogiendo. Los
chasquidos húmedos que provocaba este frenético movimiento ayudaban a aumentar la
ilusión. ¡Cuántas veces había fantaseado con un hombre que me cogiera de esa forma! Con
alguien que me cogiera duro y constante. Todo esto me hacía desear una buena verga.

―Mmm, que rico. Lo estás haciendo muy bien. De paso estás practicando para cuando
tengas que pajear a una mina.

Fabián se detuvo repentinamente, cuando estuve a punto de preguntarle por qué lo hizo,
uno de sus dedos se me hincó en el culo.

―¡Ay!

―Perdón, ¿te dolió?

―No, no… lo que pasa es que me tomó por sorpresa.

―Es que como dijiste que te gustaba…

―Sí, sí me gusta. Meteme el dedo en el culo.

Supliqué como una puta, agarrándome las nalgas con ambas manos y abriéndolas para que
mi hijo pudiera enterrar su dedo en ese agujero que tantas fantasías sexuales había
despertado en mí.

El dedo comenzó a ejercer presión en el orificio, debido a la buena lubricación brindada por
mis propios flujos, éste comenzó a introducirse lentamente.

―Ahh, qué rico se siente ―Fabián empujó hasta que su dedo no pudo entrar más, pero aún
no me lo había metido completo―. Sacalo y volvé a meterlo. Sí, así… ay, ay… ay qué rico.

Esta vez sí consiguió metérmelo completo. Fabián tenía unos dedos maravillosos para esa
tarea, eran bien gruesos y firmes.

―Movelo hasta que el culo me quede bien abierto.

Él obedeció y yo cerré los ojos para disfrutar de la sensación. Me lo estaba dilatando de


maravilla. Podía sentir esa rica succión cada vez que lo movía, todo mi bajo vientre se
estremecía de placer.

Después de un rato, le dije:

―Ahora meteme otro dedo.

Él, sin decir ni una palabra, sacó el dedo y a continuación regresó con dos. Tuvo que
ejercer más presión, pero al fin sentí cómo mi culo se abría y los dejaba entrar. Sin que se
lo pidiera, él comenzó a meterlos y sacarlos lentamente.
―¡Ay, cómo me lo estás abriendo! Me gusta. Tenés los dedos tan gruesos que parece que
me estuvieran metiendo una verga.

Si bien nunca había sentido un pene el culo, sí los había recibido en mi vagina, y sabía
perfectamente cómo se sentían.

Fabián comenzó a aumentar el ritmo progresivamente, pasados unos segundos ya me daba


toda la sensación de que me estaban cogiendo por el culo, por primera vez. Esto no se
comparaba en nada a masturbarme sola, ya que, al no tener el control, no sabía cuándo me
penetraría ni cuándo los sacaría. No quise masturbarme porque prefería que todo el placer
que sintiera, proviniera de mi culo.

―Así… así. Dame rápido. Colame los dedos sin miedo, que a mí me gusta.  

Gracias a este incentivo verbal conseguí que Fabián pusiera más ímpetu. Su mano parecía
estar temblado vigorosamente entre mis nalgas, los dedos casi no salían de mi culo, pero el
movimiento era tal que me estaba rebalsando de placer. Comencé a gemir. Luego de unos
cuantos segundos de goce, dije:

―¡Cómo me calentaría tener una buena pija en la boca! ―con la mano izquierda busqué el
miembro de mi hijo―. ¡Ay, qué lindo! Ya se te puso bien dura otra vez. Vení, traela para
acá.

Fabián avanzó un poco, sin dejar de darme placer anal. Al tenerlo más cerca, me bastó con
inclinar un poco el torso y la cabeza, para que esa potente verga quedara al alcance de mi
boca. Él podía seguir metiéndome los dedos cómodamente. Le chupé el glande con pasión.

―Esta verga me vuelve loca, es la más rica que me comí en mi vida.

La manía de decirle locuras sexuales a mi hijo seguía teniendo un increíble efecto en mí.
Volví a meterla en mi boca, intentando tragar un poco más. No me importaba que él no
respondiera a mis comentarios, ya que esa no era mi intención, me bastaba con que
escuchara lo que yo tenía para decir.

Comencé a mover mi cabeza. No era la posición más cómoda para hacer un pete, pero era
la única que se me ocurría, si es que también quería seguir recibiendo esos adictivos dedos
por el culo.

―Qué lindo sería poder cabalgar una poronga como ésta. Si toda la leche que me tomé, me
la hubieras metido dentro de la concha, me la rebalsabas ―le di un chupón al glande―.
Debe ser muy lindo que te la llenen de esa manera. ¡Uf! Se me hace agua la concha de sólo
imaginarlo.

Estaba disfrutando tanto que mi cabeza comenzó a trabajar para idear una forma de estar
más cómoda. Hasta que por fin se me ocurrió.
―Frená un poquito, Fabián ―le pedí; él me hizo caso―. Acostate en la cama, bocarriba
―mientras él cambiaba de posición, yo seguía hablando―. Quiero estar más cómoda, para
poder comerme toda esta pija.

Una vez que Fabián quedó mirando al techo, yo me coloqué, en cuatro patas, arriba de él;
pero con la cabeza apuntando hacia su verga erecta, y ofreciéndole mi culo.

―Ahora sí ―dije aferrándome a ese rígido mástil, con ambas manos.

Mi hijo volvió a introducir sus dedos en mi culo y yo volví a reanudar el pete. Esta vez podía
tragármela hasta donde me entrara. Tal vez había sacrificado un poco la velocidad con la
que mi hijo me daba por detrás, pero valía la pena.

―Lo estás haciendo muy bien, Fabián. Cuando tengas una novia a la que le guste que le
metan los dedos por el culo, la vas a hacer muy feliz. Y ni te digo cuando le entierres toda
esta verga por la cola ―acaricié sus huevos y le di varias lamidas al pene, como si fuera un
helado―. ¡Qué envidia me da! A mí también me gustaría que me metieran por el culo una
pija como ésta ―chupé el glande―. Bien despacito, hasta que el culo me quede bien
abierto ―tragué todo lo que pude y luego la saqué lentamente, apretando mis labios―. Y
después que me den bien duro, y bien rápido.

Empecé a chupársela tan rápido como podía mover mi cabeza. Me dediqué a esto durante
varios segundo, disfrutando de los dedos de mi hijo entrando y saliendo de mi culo. Pensé
en la chupada de concha que me había dado Luisa y me dije a mí misma que no había
razón para negársela a mi hijo.

―Fabián, me imagino que nunca chupaste una concha…

―Eh… ―estaba atontado, no era para menos, después de todo lo que estaba pasando―.
No, nunca.

―¿Y por qué no te sacás las ganas? Y quién sabe, en una de esas hasta sirve de algo… si es
que todavía quedan uvas adentro.

Di golpecitos con la manos a mi rajita húmeda, indicándole que podía proseguir sin miedo.
Continué mamándosela y aguardé hasta que él se animó a dar la primera probada. Sólo
pasó su lengua, de forma tímida. No quise presionarlo, él tenía todo el derecho del mundo
al sentirse inhibido, después de todo no sólo era la primera concha que chupaba, sino que
además era la de su madre.

Al final tomó coraje y se prendió a mis carnosos labios usando toda su boca. Esperaba que
pudiera disfrutarlo tanto como yo disfrutaba chupar su pija. Empezó a recorrer mi vulva con
su lengua, sorbiendo todos mis jugos. Los dedos se detuvieron en mi culo, pero no me
importaba demasiado, ya que aún los seguía teniendo dentro, y el placer ahora era por
parte triple. Reanudé la mamada y caí en la cuenta de que estaba haciendo un espectacular
69 con mi hijo. Eso, en lugar de asquearme, me calentó.
Él comenzó a chuparme el clítoris y yo me estremecí de placer mientras engullía su verga.
Fabián no tenía el talento de su hermana, pero al menos lo hacía correctamente. Debía
tener en cuenta que era su primera vez. Además conseguía el objetivo: calentarme.

―Mmm, esta pija me pone muy puta.

Continué con mis comentarios cachondos intercalados de intensas chupadas a la verga.

―Espero que todavía le quede mucha leche adentro, porque todavía tengo ganas de tomar.

La mamé durante unos cuantos segundos más y luego dije:

―¡Cómo me gustaría que me dieran una buena cogida!

De todos los comentarios que había hecho, este último fue un error.

Repentinamente Fabián se movió a gran velocidad, sacó los dedos de mi culo y se deslizó
debajo de mí, hasta salir por completo. Luego apoyó una de sus pesadas manos en mi
espalda y acercó su verga a mi concha.

―¡No, no. Pará Fabián, pará! ―Exclamé entre risas.

Él se detuvo en seco. No me reía porque fuera gracioso, sino por puros nervios. Él se había
tomado demasiado a pecho mi comentario; pero por suerte logré detenerlo antes de que
fuera demasiado tarde.

―No dije que vos lo hicieras ―le aclaré―. Simplemente era una loca fantasía que tenía en
la cabeza ―él se apartó de mí.

―Perdón, yo creí que…

―Todo bien, no pasa nada. Pero sos mi hijo, Fabián, no me podés hacer eso.

No sabía si esa excusa seguía siendo válida a esa altura de la noche, pero tendría que
bastar.

―Perdoname, soy un boludo.

Giré en la cama y vi sus ojitos tristes.

―No, Fabián. No lo sos. Yo también estoy caliente y sé que uno puede perder la cabeza por
la excitación ―de hecho, yo ya la había perdido casi por completo… casi, no iba a permitir
que él me penetrara. Lo noté tan desilusionado que se me encogió el pecho―. Ya sé qué
podemos hacer ―le dije con una sonrisa―. Si prometés no metérmela, te voy a dejar que
me la pases por afuera, un ratito. Después te la sigo chupando. ¿Querés?
Él asintió con la cabeza, me dio la impresión de que si yo no sugería eso, se largaría a
llorar. A pesar de su madurez, para ciertas cosas él seguía pareciendo un niño.

Me puse en cuatro sobre la cama y separé las piernas, ofreciéndole toda mi retaguardia. No
tuve que pedirle que se acercara, él lo hizo solito. Puso una mano en mi espalda, pero con
mucha más suavidad que la vez anterior. De reojo pude ver que se agarraba la verga y me
la acercaba a la concha.

―Con cuidadito ―le dije―. Sin meter nada. Y si yo digo alguna locura, no hagas nada sin
preguntarme primero.

―Ok.

La gran cabeza de su pene se posó entre mis labios vaginales. Él comenzó a mover su
miembro como si me estuviera acariciando con él. Lo hacía muy bien, justo como yo se lo
había pedido, con mucha cautela y sin apuntar hacia adentro. Al principio estuve un poco
tensa, pero luego de unos segundos supe que podía confiar en él y me relajé, apoyando la
cara contra el colchón. Me dio suaves golpecitos con la verga, lo cual me excitó mucho y
me permitió volver a juntar coraje para seguir con mis comentarios cachondos.

―Mmm, eso me va abrir la concha, más de lo que está ―él aceleró los golpecitos―. Qué
rico, Fabián, me gusta ―él comenzó a moverla de forma circular, la punta de su verga
dilataba mi agujerito, pero no entraba nada―. ¿Por qué no me metés los dedos en el culo,
mientras tanto?

Abrí mis nalgas usando las manos, y él me enterró los dos dedos, de una sola vez.

―Ay, cómo se nota que lo tengo bien abierto ―le dije.

Empezó a hurgarme el agujero anal, haciendo girar sus dedos hacia un lado y hacia el otro;
suspiré de placer, era una sensación demasiado deliciosa. Su verga también me daba
mucho placer, no sólo por el roce contra mis labios, sino porque en varias ocasiones la rozó
contra mi clítoris.

Después de darme un ratito con los dedos, los sacó. Acto seguido comenzó a darme
golpecitos con la cabeza de la verga contra el agujero del culo.

―Sí, eso me gusta ―dije en un suspiro.

Los golpes se hicieron más potentes, ya podía sentir mi culo abriéndose de deseo. Mi
cuerpo sudaba por la inmensa calentura. Me hacía sentir joven y bella otra vez saber que
tenía a un muchacho golpeándome la entrada del culo con un pene enorme; aunque se
tratase de mi hijo.

 ―¡Qué rico! A mí me gusta que me peguen con la verga, especialmente en la cara.

―¿Si? ―al parecer logré captar su curiosidad.


―Sí, me encanta que me den pijazos en la cara.

―¿Querés que…?

―Sí, sí quiero ―le respondí antes de que terminara de formular la pregunta.

Me di la vuelta y quedé de rodillas en la cama. Fabián dudó unos segundos hasta que
decidió que la mejor opción era ponerse de pie. Su gruesa y venosa verga quedó muy cerca
de mi boca, por eso aproveché a darle un chupón. Luego él se la agarró con una mano y
me dio golpecitos cortos y suaves en la mejilla.

―¿Así? ―preguntó.

―No, así no. Más fuerte.

Intensificó los golpes, pero aún seguían siendo demasiado débiles.

―Fabián, vos sos demasiado cuidadoso. Hay mujeres a las que les gusta que las traten
como damas durante todo el día; pero que las traten como putas en la cama. Yo soy una de
esas. Vos tenés que aprender a tratar a una mujer como puta ―como madre sabía que le
estaba dando un pésimo consejo, por eso quise mejorarlo―. Pero sólo si la mujer quiere y
lo hacés dentro del respeto. No seas tan gentil cuando la situación no lo requiere.

Asintió con la cabeza, su mirada se volvió más severa. Sujetándose la pija firmemente, me
azotó la cara. Se escuchó un chasquido.

―¡Ay, sí, eso!

Me dio otro pijazo, con la misma intensidad. Cerré los ojos y disfruté. Él comenzó a repetir
la acción una y otra vez. Me encantaba sentirla golpeando contra mi cara y el ruido que
hacía. Cuando podía intentaba lamerla o metérmela en la boca, pero era muy difícil hacerlo,
ya que él no dejaba de moverla y azotarme.

De pronto él me sujetó la cabeza y me metió buena parte de su falo dentro de la boca.


Cuando lo sacó, intenté recuperar el aire. De mis labios caía saliva.

―¡Uf, eso me hizo sentir re puta! ―le dije―. Me gusta.

Me cacheteó la cara con la verga un par de veces más y luego me obligó a tragarla otra
vez, pero en esta ocasión me obligó a tenerla un poco más dentro la boca, mientras él
movía su cadera de atrás hacia adelante.

―¿Te gusta chuparla, p… puta? ―dijo en un tímido susurro.

Mi hijo me dijo puta… y me gustó, aunque lo haya dicho con tanta vergüenza. Al pobre le
costaba mucho soltarse, pero yo pensaba ayudarlo a hacerlo.
―Sí, me encanta chupar pijas, especialmente esta, que es tan grande.

Me llevó a un mundo de pleno goce cuando reanudó los azotes. Ya se medía menos,
algunos hasta me dolían, pero era un dolor placentero y morbosamente excitante. Los
dedos de Fabián se aferraron a mi cabello y una vez más me enterró la verga en la boca.
Me obligó a mover la cabeza de atrás hacia adelante. Mientras yo me atragantaba con toda
esa carne, lo escuché decir:

―Cometela toda, puta.

Noté un poquito más de confianza en la voz de mi hijo. Algo vibró en mi interior, entre mi
pecho y la boca de mi estómago. Era un revoltijo sumamente agradable. La sacó de mi
boca y la saliva saltó, formando finos hilos. Necesitaba tomar aire; pero él no me dio
mucha tregua. Me pegó tres o cuatro veces con su pija y una vez más me obligó a
engullirla. La tenía tan adentro que temía que me dieran arcadas, pero me tranquilicé y
dejé que el falo se deslizara de la forma más cómoda posible. Mi hijo se estaba
comportando como un salvaje, pero sabía que yo no podía tragarme toda su verga.  

―Ay, estoy toda mojada ―dije cuando me liberó.

―¿Y por qué te mojás?

―Porque esta pija me encanta. Me la quiero comer toda.

―¿Por eso te mojás?

―Sí, y porque cada vez que la chupo, se me abre la concha… ella también la quiere tener
adentro.

―Te mojás porque sos puta.

Me encantó escucharlo decir eso.

―Sí, soy puta. Soy puta y quiero pija.

Diciendo esto me puse de pie en la cama, dándole la espalda. Luego me incliné hacia
adelante y me abrí la cola con las manos. Sentí la verga deslizándose por toda la raya de
mi concha, hasta llegar a mi culo. Allí ejerció un poco más de presión, pude sentir cómo mi
agujero se abría levemente. Luego volvió a bajar e hizo lo mismo con mi concha, ésta
estaba más dilatada y mejor lubricada, por lo que pude sentir una pequeña invasión de la
punta de esa verga. Retrocedió y volvió a posarla de la misma manera.

―Te sale juguito de la concha ―me dijo.

―Sí, es que mi concha está emocionada, nunca había tenido una verga tan grande
amenazándola.
―Reconocé que te morís de ganas de sentirla adentro, puta.

―Sí…

―Sos muy puta, no te podés resistir a una buena verga.

―Es cierto, no puedo… me gustan mucho las vergas ―mi corazón se sacudía
violentamente, me encantaba este juego morboso, aunque supiera lo peligroso que era
jugarlo con mi hijo.

―Cuando ves una pija, te gusta entregar la concha… —no era una pregunta, sino una
afirmación. Él no dudaba de que su madre era lo suficientemente puta como para abrirse
de piernas ante la promesa de una buena pija.

―Sí, la entrego toda ―no podía más, estaba padeciendo la peor calentura de toda mi
vida―. Así la entrego, mirá… ―Comencé a retroceder muy lentamente―. La entrego toda.
Me gusta sentir cómo la cabeza de esa pija me la abre ―el glande comenzó a introducirse,
dilatando mi sexo como nunca lo había hecho ante un pene―. ¡La quiero toda adentro
―seguí retrocediendo y pude sentir cómo esa gruesa y venosa verga se me iba enterrando
lentamente, de no haber tenido la vagina tan dilatada, me hubiera dolido mucho, ya que
podía sentir cómo mis músculos internos se estiraban―. ¡Uf, qué rica está! Y parece que no
se termina nunca ―me daba la sensación de que nunca podría meter todo ese pedazo de
carne dentro de mí―. Desde que te vi la pija que estoy con ganas de tenerla bien metida
dentro de la concha ―el último tramo fue el más difícil, tuve que apretar los dientes por el
esfuerzo y presionar intensamente hacia atrás, me ayudaba mucho el que mi hijo también
estuviera empujando lentamente hacia adentro.

―¿Querés que te la clave toda, puta?

―Sí, sí… eso quiero. Clavamela toda.

Empujó hacia adelante con fuerza y me invadió un agudo dolor, junto con todo el resto de
esa gran pija. Solté un largo gemido de placer, era lo más maravilloso que me habían
metido por ese agujero, el cual parecía que no podría contener todo por mucho tiempo.

―¡Ay, pero qué delicia! Ahora ya sabés lo que se siente tener la verga bien metida en la
concha de una puta.

Él se mantuvo estático y yo comencé a masturbarme, disfrutando al máximo de ese


miembro viril en toda su extensión.

―Ahora sácamela despacito ―le dije después de unos segundos.

Fabián obedeció, fue retrocediendo lentamente, haciéndome gozar de cada centímetro de


su verga. Era hermoso poder sentirla deslizándose de esa manera. Hasta que por fin la sacó
completa. Había tenido la verga de mi hijo adentro, pero estaba tan caliente que no podía
sentirme culpable.
Volví a girar hacia él, me arrodillé y le di una larga lamida a todo el glande. Estaba lleno de
mis propios juguitos, lo cual me gustó mucho.

―Me dejaste re abierta ―le dije, mientras con una mano me tocaba los labios vaginales y
con la otra lo masturbaba.

―Eso te pasa por puta.

Incentivada por esas palabras, empecé a mamársela con alevosía. Estaba enloquecida, no
sabía qué me pasaba, pero tampoco me importaba descubrirlo; sólo quería seguir
comiéndome esa pija.

―Cómo te gusta hacer petes ―me dijo agarrándome de los pelos.

―Sí, me encanta. Es más, en forma de agradecimiento a todo lo que hiciste por mí, te voy
a hacer petes todo el fin de semana. ¿Querés? Y cada vez que acabes, me voy a tomar toda
la leche.

No sabía lo que decía. Estaba hablando sin pensar. Algo en mi interior me decía que no
podía conformarme con chuparla una sola vez, quería más…

―¿Todo el fin de semana? Pero ya es la madrugada del domingo.

―Sí, pero es fin de semana largo, el lunes no trabajo; y tu hermana se queda en la casa
del novio hasta el martes ―le di un chupón en el glande―. Ahora lo que quiero es que me
des toda la leche.

Reanudé el pete con mucho entusiasmo, ya poco me importaba que fuera la verga de mi
hijo, me encantaba chuparla. Si bien no podía tragármela toda, la parte que me metía en la
boca me dejaba tan llena que no necesitaba más. Él empezó a moverse otra vez, como si
me cogiera la boca. Esto me fascinaba, hacía que me chorreara la baba.

Estuve chupándosela sin parar durante un buen rato, ya me dolía la mandíbula de tanto
tener la boca abierta; pero no me importaba, quería que él acabara.

―¿Te falta mucho? ―Pregunté―. Me quiero tomar la leche.

―Bueno, sí… todavía falta.

―¿Y qué puedo hacer para estimularte un poquito más? Ah, ya sé ―no esperé su
respuesta, volví a pararme en la cama y me incliné como lo había hecho antes―. A vos te
calienta pasármela por la concha, y por el culo.

Con eso le dejé en claro lo que debía hacer. Agarrándose la verga, comenzó a darme
golpecitos entre las nalgas y a frotarme el glande entre los labios de la concha, haciendo un
poco de presión contra el agujero. Luego hizo lo mismos con el agujero del culo, el cual se
abrió menos, pero se sintió aún más rico.
―Mejor me pongo en cuatro, así estoy más cómoda ―le dije.

Me puse de rodillas y él se puso de pie junto a la cama, yo me acerqué al borde y le ofrecí


mi cola. Fabián reanudó la tarea que tanto placer me producía. Esta vez fue un poco más
intenso. Cuando me pasó la pija por la concha, sentí que me metía la punta, pero la sacó
rápidamente. Presionó mi culo, pero con más fuerza que antes, noté que se dilataba y que
el glande comenzaba a entrar; pero no lo hizo, ya que él retrocedió. Volvió a mi vagina y
una vez más, me clavó la cabeza de su pija. La sacó y la volvió a meter, agregándole un
pedacito más. Suspiré de placer, dándole a entender que eso me gustaba. Estaba mal…
pero me gustaba.

Se mantuvo restregándome la verga de forma ininterrumpida. No siempre me la introducía


en la concha, pero cuando lo hacía, me encantaba. Eso sí, siempre la metía un poquito y
nada más. Me la apoyó en el culo, otra vez, pero esta vez sentí una presión bastante
mayor. El agujero se me fue abriendo tanto que empecé a gemir.

―Cómo te gusta que te abran el culo, puta.

―Sí, me encanta, especialmente si me lo hacen con una pija tan gorda.

―¿Querés sentir la cabeza adentro?

―Sí, sí quiero. Meteme la cabeza ―le supliqué; siguiendo un impulso de completa e


irracional lujuria.

Presionó un poco más y sentí que mi culo se abría como nunca lo había hecho, hasta que,
de repente, se tragó completo todo el glande.  

―¡Ay, pero qué delicia! ―Fabián la sacó, sólo para volver a introducirla de la misma
manera―. ¡Ay, sí! Esta pija me vuelve loca. ¡Qué lindo que es sentirla en el culo! ―él
empezó a empujar lentamente hacia adentro, se sentía muy rico, pero a la vez me dolía―.
¡Ay, Fabián! Si me la metés toda, me rompés el orto ―se detuvo―. Me gustaría que me lo
rompieras ―no podía creer que le estuviera diciendo eso a mi hijo―; pero no creo estar
preparada. Me encantaría sentirla toda adentro, pero me dolería mucho.

―Pero esto te gusta…

La sacó y me metió otra vez la punta de la verga.

―¡Ay, sí, eso me encanta! Además así me lo estás abriendo de a poquito.

―Entonces, ¿sigo?

―Antes me gustaría sentirla toda dentro de la concha, una vez más.

Se posicionó en la entrada de mi vagina y comenzó a enterrármela lento, pero sin pausa.


Yo gemí todo el tiempo, hasta que la tuve completamente adentro.
―Ya la tenés bien abierta, puta.

―Sí, esa pija me abre toda. ¡Me encanta! Me gustaría que me dieras un buen pijazo, que
me la clavaras toda de una sola vez. Fuerte.

  Retrocedió lentamente, hasta que sólo su glande quedó en el interior de mi concha, luego,
sin previo aviso, arremetió contra mí como si fuese un ariete intentando derrumbar la
puerta de un castillo. Sentí que le concha se me iba a romper, pero antes de que pudiera
darme cuenta ya estaba soltando un fuerte grito de placer y la tenía completamente
adentro. La sensación fue tan intensa que al gritar levanté mi espalda hasta que ésta chocó
contra el pecho de mi hijo, él se apresuró a agarrarme una teta con una de sus fuertes
manos.

―¡Ay, Fabián… por dios! ¡Eso fue tremendo! ―exclamé jadeando.

La concha me dolía pero al mismo tiempo me chorreaba de placer, comencé a masturbarme


de forma frenética, él no la sacó ni un milímetro.

―¿Te gustó, puta? ―me preguntó susurrándome al oído.

―¡Sí… me encantó! ¡Nunca me habían clavado así!

—Te morís de ganas de que te den una buena cogida, puta.

—¡Ay, sí! Quiero que me cojan toda la noche.

—Entonces, yo te voy a coger —de pronto sentí cómo sacaba su verga para volver a
clavarme otra vez; me hizo gemir de placer.

—Pero… soy tu mamá, Fabián…

—Sí, puede ser… pero también sos una puta, y a las putas como vos les gusta que se las
cojan —comenzó a bombearme aumentando gradualmente la intensidad, me daba la
impresión de que esa verga me partiría al medio en cualquier momento, pero al mismo
tiempo se sentía de maravilla—. ¿Te gusta, puta? —preguntó, agarrándome de los pelos,
sin dejar de clavarme.

—¡Ay, sí… me encanta! ¡Cogeme, Fabián, cógeme bien fuerte! —él lo hizo—. ¡Ay, cómo me
gusta!

Si bien podía notar que mi hijo era inexperto en el sexo, ya que le costaba mantener un
ritmo constante, no podía negar que me estaba dando la mejor cogida de mi vida, y esa
sensación no sólo se debía al tamaño de su verga, la cual me estaba abriendo toda la
concha, sino también al morbo que le sumaba que él fuera mi hijo. Nunca jamás se me
cruzó por la cabeza que yo podría llegar a convertirme en una mujer incestuosa, pero las
frenéticas descargas de placer que me provocaba la cogida que me estaba dando mi hijo,
me dejaban bien claro que me volvería adicta a ellas, y que habíamos cruzado un punto sin
retorno.

Todo mi cuerpo se sacudía ante las tremendas embestidas de Fabián, y podía sentir cada
centímetro de su verga deslizándose dentro de mi concha, él fue tomando un mejor ritmo y
me sumergí en un agónico momento de placer. En tan sólo unos pocos minutos, me hizo
acabar, y al parecer él lo notó, porque dijo:

—Acabaste como una puta —me volvía loca que él me dijera esas cosas, nunca me habían
tratado de esa manera y que lo hiciera mi propio hijo lo hacía como veinte veces más
morboso.

—No pares, Fabián… por favor no pares… haceme acabar otra vez.

Él estuvo a punto de detenerse, pero luego de escuchar mis palabras volvió a acelerar el
ritmo, tanto como lo había hecho antes. Comencé a gemir como una puta, de esas que
salen en las películas porno, nunca antes había gemido de una manera tan exagerada, pero
me provocaba mucho hacerlo, y estaba segura de que a mi hijo le gustaba. No tardé mucho
en volver a tener otro orgasmo, no podía recordar la última vez que había acabado dos
veces seguidas… o que hubiera acabado tantas veces en una misma noche. Mi concha ya no
daba más; pero yo aún seguía caliente.

—Rompeme el orto, Fabián.

—¿Tan puta sos que también me vas a entregar el culo? —no sabía de dónde había sacado
tanta confianza mi hijo, pero me volvía loca escucharlo hablar de esa manera.

—Sí, quiero que me metas toda la pija en el orto —mientras hablábamos yo aún tenía su
miembro introducido en la vagina.

—¿Y qué pasa con las uvas, no las buscamos más?

—Me importan un carajo las uvas… ya salieron todas. No te lo dije porque estaba caliente, y
quería pija…quiero que me cojas toda la noche, Fabián. Y ahora quiero que me des por el
culo.

Separé mis nalgas usando ambas manos, ya no podía más, quería sentirla adentro. Por
suerte Fabián no me hizo esperar, sacó la verga de mi concha y la posicionó en la entrada
de mi culo. De pronto sentí cómo me clavaba un buen pedazo, haciéndome gritar de dolor y
placer. Empezó a bombear y pude sentir cómo ese pedazo de carne se abría paso
lentamente. En ese momento agradecí todas las veces que me introduje objetos por el culo,
ya que de lo contrario no estaría preparada para recibir la gruesa verga de mi hijo.

—¡Ay, sí, me está entrando toda… qué rico! No pares…


Sabía que él no se detendría, pero disfrutaba incentivándolo. Tanto como a mí me gustaba
que me tratara como a una puta, seguramente a él le gustaría que yo me comportara como
tal.

—¡Ay, Fabián, me voy a hacer adicta a tu pija, cada vez me gusta más!

—Pero… ¿Qué carajo?

Escuchamos una voz femenina dentro del cuarto, giré la cabeza hacia la puerta y allí estaba
Luisa, mi hija, mirándonos boquiabierta.

—¿Qué carajo es esto? —Preguntó una vez más.

Capítulo 09 [FINAL].

Irresponsable.

Luisa entró al dormitorio justo en el preciso instante en el que Fabián me estaba dando por
el culo, y yo estaba gritando como una puta. Por la sorpresa me quedé paralizada, al igual
que mi hija. El único que siguió moviéndose fue Fabián, pero sin retirar su gruesa verga de
mi culo. Parecía estar poseído por una incontrolable fuerza sexual. No podía verle la cara,
ya que me tenía agarrada de los pelos, y no paró de bombearme el orto ni por un segundo.
Luisa miraba hipnotizada ese constante vaivén, y la gran pija que se perdía dentro de mi
culo y volvía a emerger, erecta e imponente. 

Mi cerebro comenzó a trabajar rápidamente, intentando encontrar la mejor forma de


explicarle a mi hija por qué su hermano me estaba dando por el orto. De pronto llegó una
respuesta a mi cabeza, no debía alarmarme tanto por el hecho, ella debería comprenderlo,
y si no lo hacía, era una hipócrita.

—No te enojes por lo que te voy a decir, Luisa —hablé con toda la calma que me era
posible, aunque mi voz estuviera algo entrecortada por jadeos y gemidos involuntarios—,
pero hace un rato estuve haciendo algo parecido con vos… y bueno, me pareció que lo más
justo era permitirle a tu hermano hacer lo mismo.

—Pero… yo… yo no… —comenzó a balbucear.

—¿Vos qué? —pregunté, mientras me sentaba en la cama—. ¿Vos no me penetraste?


Bueno, no lo hiciste porque no tenés verga… pero no podés negar lo que pasó, Luisa. Eso
fue sexo. ¿O te parece que no lo fue?

—No dije eso… es que… no me imaginé que ustedes dos… ¡Por Dios, mamá! ¿Qué mierda
está pasando? 
—No sé… te juro que no lo sé… pero vos también sos culpable de esto, así que antes de
juzgarnos, ponete a pensar qué te motivó a chuparme la concha de la manera que lo
hiciste.

—Yo… estaba caliente… y había estado tomando mucho, no estaba pensando con claridad.

—Y bueno… ¿te creés que esto es muy diferente?

—¡Fabián! ¿Podés parar un poquito? —Exclamó ella.

—¡No! No pares… —supliqué—. No pares. ¿Sabés cuánto tiempo estuve deseando que me
metieran una buena pija en el orto? No voy a permitir que arruines este momento.

—¡Pero es tu hijo, mamá! 

—Y vos sos mi hija… y bien que me chupaste la concha. Además, ¿no ibas a pasar la noche
cogiendo con Pablo?

—Sí… pero me sentí muy mal por lo que pasó… necesitaba hablar con vos. Porque lo que
hicimos fue una locura.

—Puede ser, pero yo la pasé muy bien. ¿Vos no? —me mantuve firme en mi postura,
buscaría cualquier argumento para minimizar el drama de la situación—. No hay nada de
qué hablar, Luisa. Ya pasó… y lo disfrutamos las dos, y estoy segura de que Pablo también
la pasó muy bien. Dio la casualidad de que Fabián vio todo lo que hacíamos, y bueno…
mientras le explicaba se me ocurrió que esta era la mejor manera de igualar las cosas.
Siempre los quise a los dos por igual, no podía tener relaciones sexuales con uno de mis
hijos y negárselo al otro.

—¡Ay, mamá! Lo decís como si fuera lo más natural del mundo… y es una locura. Está mal.

—Sí que está mal, nunca dije que no… pero ya está hecho. Ahora no podemos volver atrás
—me di cuenta de que Fabián había perdido toda su seguridad, ya que no abría la boca ni
para respirar; pero seguía moviéndose como un burro en celo. La concha se me hizo agua,
la cogida que me estaba dando era espectacular. No podía recordar otro momento en el
que el sexo se hubiera sentido tan bien… y tan morboso—. Puede que esto te resulte algo
traumático, Luisa… tal vez sea traumático para todos… pero ya está, ya lo hicimos. Vas a
tener que aprender a vivir con eso, te guste o no. Quieras admitirlo o no, me cojiste,
Luisa… y tu hermano está haciendo lo mismo. Me está dando una cogida tremenda. ¡Uf!
¡Me encanta!

—Tengo que asimilar muchas cosas, no puedo pensar con claridad ahora mismo. Además…
te escuché decirle cosas re zarpadas a Fabián…

—¿Y qué tiene? ¿Te pone celosa de que a vos no te haya dicho lo mismo?

—¡No, nada que ver! Es que me parece una locura que te lo tomes todo de esta manera.
—¿Y de qué manera querés que me lo tome? ¿Querés que ande llorando por los rincones de
la casa, como hice siempre? Vos fuiste la primera en quejarte de que soy una depresiva…
bueno, todo pasó muy rápido, pero ustedes, en una noche, me dieron más razones para
estar feliz que las que tuve en toda mi vida. ¿Sabés qué? Me importa una reverenda mierda
si ésto está mal… tal vez mañana me arrepienta de todo, pero esta noche no. Esta noche
pienso disfrutar… y al carajo con todo.

Fabián se detuvo y sacó su verga. Él era primerizo en esto del acto sexual, imaginé que
estaba recuperando el aliento, y posiblemente no quería acabar tan rápido. Mi culo también
agradeció esa pequeña tregua.

Luisa no respondió. Su mirada se clavó en el miembro erecto de su hermano.

—¿Te gusta? —Pregunté, al mismo tiempo que estiraba una mano y comenzaba a acariciar
la verga de Fabián. Ella tragó saliva, pero siguió sin decir nada—. Es obvio que te parece
una linda verga —continué—. ¿Sabías que tu hermano la tenía tan grande? 

—No… no sabía. 

—¿Tenés ganas de…? —Le guiñé un ojo. Ella me miró detenidamente, con una gran
expresión de sorpresa—. Vamos, Luisa… esto ya se fue a la mierda hace rato… ¿qué
problema hay que se vaya a la mierda un poquito más? Yo creo que en realidad volviste
porque te quedaste caliente… sé honesta. ¿Por qué viniste? ¿Realmente quería que
hablemos del tema, o tenías la loca fantasía de que íbamos a terminar cogiendo otra vez?
—Ella volvió a quedarse muda—. Está bien, Luisa, hacé lo que quieras, no digas nada… pero
las cosas son como son, aunque no te gusten.

A continuación giré mi cuerpo hacia Fabián, abrí grande la boca y comencé a mamarle la
verga lentamente. De reojo pude ver a Luisa estupefacta. Me quedé un rato tragando ese
gran miembro viril, sin dejar de mirar a mi hija. Lo chupé con tanta calma como me fue
posible y de a poco fui acelerando el ritmo. Me detuve sólo un instante, para decirle:

—Tu hermano tiene la pija más linda que me comí en mi vida. 

Su mandíbula se abrió de golpe. Volví a chupar la verga de Fabián, él también parecía algo
confundido, desde que entró su hermana no había dicho una sola palabra, lo cual era de
esperar; por lo general él se inhibe bastante cuando Luisa está presente; ella tiene una
personalidad mucho más fuerte. Además él estaba en clara desventaja, completamente
desnudo y en la cama conmigo; mientras Luisa conservaba toda su ropa, y nos miraba
desde el borde de la cama, como si fuéramos animales en un zoológico.

Luisa nos miró incrédula, pero en sus ojos pude notar ese brillo de lujuria que mostró
durante nuestra morbosa conversación. No podía verle la concha, pero apostaría todo a que
la tenía tan mojada como yo. Empecé a masturbarme, disfrutando al máximo de la
situación. No tenía que dar excusas, no tenía que pedir perdón. Ella también se había
comportado como una puta irresponsable cuando le pedí ayuda con el asunto de las uvas.
Esas magníficas uvas. Sin ellas no hubiera podido disfrutar de la que, sin dudas, era la
noche más morbosa de mi vida. Nunca había fantaseado con tener relaciones sexuales con
mis propios hijos, si alguien me lo hubiera insinuado hace una semana, hubiera tratado a
esa persona de demente, de degenerada; pero ahora… ahora esa fantasía estaba tan
metida en mi mente que no podía dejar de chuparle la pija a mi hijo. No quería dejarla. La
estaba disfrutando mucho y sé que a él le estaba ocurriendo lo mismo. Si a Luisa le parece
mal, entonces que se vaya a la…

Luisa se acercó a mí, gateando en la cama, y puso su cara junto a la mía. Miró fijamente la
verga de su hermano. Yo la fui sacando lentamente de mi boca, como si le estuviera
diciendo: “Mirá lo grande que es”. 

Ella miró hacia arriba y se sonrojó. No recuerdo cuándo fue la última vez que ella estuvo en
una posición desfavorable frente a Fabián.

—No sabía que estuvieras tan bien dotado, hermano —dijo, con una timidez que no era
propia de ella. 

Fabián no respondió, probablemente su cerebro estuviera bloqueado al tener las dos


mujeres de su familia de rodillas, contemplando su enorme pija. Cualquier hombre se
hubiera sentido poderoso en esa situación, pero Fabián no. Conozco bien a mí hijo. Él debía
estar aterrorizado. 

Pero yo estaba tan caliente que las consecuencias negativas que pudiera tener esta locura,
ya no me importaban en lo más mínimo. Más adelante tendríamos tiempo para reflexionar
sobre eso. Ahora lo importante es disfrutar. 

—Probala —le dije a Luisa—. Si sos como yo, seguramente te morís de ganas de chupar
una pija como esta. —Ella me miró, confundida—. Vamos, Luisa… te dije que no te iba a
prohibir el sexo. Vos podés coger todo lo que quieras… es más, te voy a ayudar a coger con
cuantos tipos quieras. No tenés que cometer los mismos errores que yo, disfrutá de tu
juventud. El sexo es algo hermoso. Quiero que te cojan mucho —Ella tragó saliva—, y
también quiero que experimentes. Se ve que eso también te interesa mucho. No puedo leer
tu mente, pero sé que acá adentro —le dí un par de golpecitos en la frente—, hay una puta
con fantasías muy morbosas… fantasías tan locas como chuparle la concha a su madre.
¿Cuánto tiempo estuviste soñando con hacer eso? ¿Meses, años? Dudo mucho que lo que
pasó esta noche sea fruto de la casualidad. Vos te morías de ganas de comerme la concha…
y te diste el gusto de hacerlo. —Sus mejillas estaban totalmente rojas y sus ojos bien
abiertos, estaba preciosa—. ¿Alguna vez fantaseaste con chuparle la pija a tu hermano?
Mirá que no me voy a enojar si decís que sí…

—Tal vez…

—¿Cómo? No te escuché —sí la había oído, pero lo dijo con tanta timidez que hasta me
molestó—. ¿Podés repetirlo?

—Tal vez… sí… —dijo ella, levantando un poco más el tono de su voz. 
—Sos una puta muy morbosa —le dije, con una sonrisa cargada de lujuria—. Si vos no me
hubieras chupado la concha, tal vez tu hermano y yo no hubiéramos llegado tan lejos. Vos
nos diste coraje para seguir. Acá la más puta sos vos, así que no vengas a hacerte la
sorprendida… seguramente te encantó entrar a la pieza y ver cómo tu hermano me rompía
el orto a pijazos… yo siempre tuve la fantasía de que me metieran buenas pijas por el culo.
Me encanta meterme cosas por el orto…

—¡Ay mamá! —Exclamó ella, cubriéndose la cara con ambas manos. Soltó una risita
nerviosa.

—Es la pura verdad. Desde que tengo tu edad me pajeo metiéndome cosas por el culo… me
encanta, me fascina. Y cuando vi esta tremenda poronga que tiene Fabián dije: “La tengo
que probar… tengo que animarme… la quiero bien metida en el orto”. ¿Y sabes qué? ¡Me
encantó! Fabián —mirá hacia los ojos de mi hijo—, sé que no vas a decir nada, pero quiero
que sepas que me encantó la forma en la que me montaste por el culo… quiero que me la
metas otra vez… al menos hasta que tu hermana se decida a probar ella también.

Volví a ponerme en cuatro y abrí mucho mis grandes nalgas, seguramente mis hijos fueron
testigos de mi dilatación anal, y eso me llenó de morbo.

—Dale, Fabián… rompeme el orto. Sin miedo. Estoy re entregada, quiero que me llenes el
culo con esa hermosa pija que tenés.

Fabián, sin decir una palabra, acercó su imponente miembro a la entrada de mi culo y clavó
su pija tan hondo como pudo. Solté un potente gemido de placer. 

—¡Ay sí, qué maravilla! Cogeme el culo, que me encanta… a mami le encanta que le metas
la pija por el orto. El culo de mami es tuyo, para que lo cojas cada vez que quieras.

Esto pareció darle coraje. Me agarró fuerte de la cintura y empezó a moverse con esa
fuerza salvaje que había mostrado junto antes de que Luisa nos interrumpiera. Su enorme
verga recorrió las profundidades de mi culo, entró y salió violentamente, obligándome a
apretar los dientes y gruñir, como una cerda en celo. Y así me sentía, como una puta
incestuosa… y me encantaba. 

—¿No te duele? —Preguntó Luisa, subiéndose a la cama.

Detrás de ese gesto había mucho más. Era como si nos estuviera diciendo: “Me interesa
formar parte de esto”.

—Tengo el culo bien dilatado —se me complicaba un poco hablar con las fuertes sacudidas
que me estaba dando Fabián. Mis tetas saltaban para todos lados—. Pero ya estoy
acostumbrada a meterme cosas grandes por el orto… me calienta mucho. Así, Fabián…
seguí… así…

El siguiente gran salto de Luisa fue quitarse la ropa, ella se colocó en posición inversa a la
mía, para poder tener su cara cerca de mi culo, y así ver cómo esa ancha verga entraba y
salía. Aproveché el momento para quitarle la tanga. Quería demostrarle que estaba
dispuesta a interactuar con ella, y de una forma en la que nunca había fantaseado… bueno,
casi nunca. Sí, lo admito… alguna vez me pajeé imaginando que le comía la concha a una
mujer. Esta era mi oportunidad de hacer realidad esa fantasía. 

Agarré sus piernas y las acerqué a mí, ella también colaboró. Su rajita era preciosa y
juvenil, la mía ya era la de una mujer entrada en años, a la que le habían metido varias
vergas… aunque no tantas como me hubiera gustado. En cambio la concha de Luisa parecía
casi a punto de estrenar, aunque yo sospechaba que además de Pablo, otros habían pasado
por allí. Esa idea, en lugar de disgustarme, me dio mucho morbo.

Me lancé a chupar esa concha, pensando en cuantas pijas habían entrado en ese agujero.
Para mi sorpresa, no sentí nada extraño cuando mi lengua tocó esos labios vaginales. Fue
como darle cariño a mi propia concha, solo que con lamidas. La sensación rara llegó cuando
mi cerebro hizo “click” y fui consciente de que esa no era una concha cualquiera, sino la de
mi propia hija. Esa misma hija con la que había discutido tantas veces, tal vez por
pretender que llevara una vida “normal”. Pero ahora ya sé que la vida normal es aburrida, y
que hay que disfrutar de cosas atípicas, de vez en cuando. Esta era una noche atípica.

Mis insistentes lamidas hicieron mella en Luisa, ella de a poco se fue soltando cada vez
más, y sus dulces gemidos se hicieron oír; fueros suaves, como si tuviera vergüenza de
expresar su deleite sexual frente a su hermano. Pero al parecer estos nervios se fueron
diluyendo. Ella se movió y me indicó, con sus gestos, que pretendía colocarse debajo de mí.
Ésta me pareció una maravillosa idea, no solo me permitiría seguir chupando su concha
desde una posición más cómoda, sino que además ella podría ver las penetraciones anales
en un primer plano. Sin embargo lo mejor de todo era que Luisa tendría acceso directo a
mis labios vaginales. No me hizo suplicar, se prendió a ellos tal y como lo había hecho
horas antes.  

Conozco a mi hija, y con esto me dejó más que claro que, por ahora, no emitiría quejas
sobre lo extraña que era la situación. Se dedicaría a disfrutarla, ella siempre fue de dejarse
llevar por el momento. La vieja aguafiestas soy yo… mejor dicho, fui yo. Pero ya no más.
Desde ahora en adelante aprendería a ser un poco más como Luisa y así poder disfrutar del
presente. 

No podía verlo, pero mi instinto femenino me dijo que Luisa, además de chupar mi concha,
también le dedicó varias lamidas a la verga de Fabián. Lo que sí pude sentir fue su lengua
trazando el contorno del agujero de mi culo, mientras la pija entraba y salía. Sin dudas
tuvo que lamer un poco de ese rígido tronco. Ya se estaba familiarizando con el
instrumento sexual de su hermano, y yo me encargaría de que lo probara de forma más
directa.

Me costó mucho interrumpir tan magnífico momento… bueno, solo a medias. Le pedí a
Fabián que dejara de penetrarme, pero seguí en la misma posición, comiéndole la concha a
Luisa, y ella a mí. 

—Vení, mostrale a tu hermana la pija que tenés. 


—Em… ¿segura?

—Sí, dale… aprovechá ahora, que está caliente.

—Pero…

—Pero nada, vení. ¿Vos te creés que Luisa va a ser tan hipócrita de quejarse porque le
metés la pija un rato? Mirá cómo me está chupando la concha, se nota que esto le encanta.

Luisa no dijo nada, pero empezó a darme chupones más intensos, demostrando que yo
tenía razón. 

Fabián se colocó delante de mí y yo me encargué de orientar esa linda pija hacia el interior
de la concha de mi hija. 

—Andá despacito, porque tal vez ella no esté acostumbrada a porongas tan grandes…
aunque estoy segura de que ya le metieron varias.

Él tuvo mucha consideración con su hermana, le fue metiendo la pija de a poco… tan lento
que tuve que apurarlo un poquito.

—Tampoco exageres tanto, che… ni que tu hermana fuera virgen. Ponele un poquito más
de ganas. 

—¿No le va a doler? —Preguntó Fabián, preocupado.

—No me duele.

Luisa habló con timidez, como si no quisiera recordarnos que ella podía escuchar todo.
Sabía que para ellos dos era mucho más fácil si yo estaba en el medio, y así evitaban tener
que mirarse a la cara.

—Ya la escuchaste —le dije a mi hijo—. Ahora… cogela bien.

Esta vez Fabián dejó salir el macho cabrío que habita en él, o al menos una parte. Enterró
la verga en esa concha y empezó a bombear con fuerza, Luisa gritó de puro gusto. Sé que
Fabián puede dar más de sí, pero es inexperto en esto del sexo. Al fin y al cabo esta noche
es su primera vez, y me alegra haber formado parte de este momento. Luisa y yo le
regalamos a Fabián el debut más morboso que puede tener un hombre: cogerse a su
madre y a su hermana. Tocó la cima desde el principio… y lo mejor de todo era que podía
seguir subiendo. Con una pija tan buena, tiene la obligación de aprender a coger bien.

Sin embargo no creo que Luisa emita queja alguna sobre la forma en la que su hermano le
metió la pija, para ella habrá sido puro deleite físico… y la parte del disfrute psicológico
vendría del lado de lo prohibido: dejarse coger por su propio hermano. 
Después de un buen rato así, Luisa y yo nos pusimos de rodillas, y Fabián se paró en la
cama, ofreciéndonos su erecta verga. Empezamos a chuparla sin miramientos, como si
hubiéramos hecho eso mismo muchas veces. Noté que Luisa no quería levantar la mirada,
tal vez para ella era más fácil así. En lo que sí puso énfasis fue en tragar tanto de ese trozo
de carne como le fuera posible. Es una buena petera, salió a su madre… pero creo que
puedo aprender algunos truquitos de ella. Tendré que prestarle más atención la próxima
vez que la vea haciendo un pete.

Para cerrar este gran momento, Fabián acabó en nuestras caras… especialmente en la de
Luisa. Ya me había llenado de leche a mí, supuse que ahora quería ver cómo le quedaba a
su hermana el maquillaje de leche. Luisa y yo nos besamos, mientras tragábamos los retos
de esa eyaculación, que no fue tan potente como las anteriores; pero que nos dejó
bastante con qué jugar.

En una sola noche de sexo desenfrenado con mis hijos, aniquilé la mujer depresiva que
habitaba en mí; ese ser denso y gris que no me dejaba sonreír, que me quitaba las ganas
de levantarme cada mañana… esa amarga sensación que me arrebataba las ganas de vivir.
Por primera vez en mucho tiempo, estaba feliz. Sabía que lo que habíamos hecho estaba
mal, si nuestros vecinos lo supieran, nos echarían del barrio a piedrazos; pero la alegría
que inundaba mi cuerpo me llevó a poner todos esos miedos en un segundo plano. Les
resté importancia, porque al colocar todo en una balanza imaginaria, los beneficios
superaban con creces cualquier punto negativo. Además nuestros vecinos no tenían por qué
enterarse de lo que ocurrió esta noche en mi casa. Para algo existen las paredes. 

Abracé a Luisa como si fuéramos viejas amantes, mis tetas quedaron contra su espalda y
yo aproveché para poder aferrarme a sus pechos con ambas manos. Fabián se ubicó detrás
de mí, con su verga ya en reposo; pero me encantó sentir la calidez de su cuerpo pegado al
mío. En esa posición, rodeada por mis dos grandes amores, me quedé dormida. 

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Los días siguientes transcurrieron con cierta normalidad; una nueva normalidad, que en
realidad era una amalgama entre la vida a la que estábamos acostumbrados, y elementos
nuevos. Luisa nos demostró una de estas nuevas costumbres al salir del baño
completamente desnuda, después de haberse dado una ducha. Se acercó a Fabián y a mí,
que estábamos conversando en el living, y nos habló como si nada. Nuestros ojos
recorrieron toda su anatomía, en especial los de mi hijo. Allí se generó un acuerdo tácito: si
queríamos andar desnudos por la casa, podíamos hacerlo. Al fin y al cabo ya habíamos
explorado nuestros cuerpos al detalle. 

Se empezó a volver algo completamente corriente deambular por la casa y encontrar a


alguno de mis hijos sin ropa, incluso yo me sumé a esa costumbre, desnudándome en más
de una ocasión. 
El mayor cambio lo tuve yo, porque ya no discutía con mis hijos. Si Luisa quería salir me
bastaba con pedirle que tuviera cuidado y que no volviera sola a casa. Ella empezó a
generar más confianza en mí y me contó sobre sus amistades. Una de sus confesiones más
interesantes fue cuando me contó, con lujo de detalle, su primera experiencia lésbica. Fue
con una amiga, después de una de estas salidas a la discoteca. Se quedó a dormir en casa
de su amiga y terminaron cogiendo. Al parecer lo hicieron como un acuerdo entre ellas,
porque ambas se querían quitar la duda. Deseaban experimentar el sexo con otra mujer y
simplemente lo hicieron, se comieron las conchas durante toda la noche. Me hubiera
encantado tener amigas así y poder decirles: “Che, ¿querés que te chupe un rato la
concha? Después vos me la podés comer a mí”. El solo pensar en esa situación me dejó
toda mojada. 

Mientras Luisa me contaba todo esto, estuvimos tendidas en su cama, acariciándonos


mutuamente, y claro… cuando la narración empezó a ponerse picante, ella me mostró cómo
le había chupado la rajita a su amiga. Metió la cabeza entre mis piernas y empezó a darme
unas deliciosas lamidas. Fue fascinante poder verla tan comprometida con la tarea de
brindarme placer, no noté en ella ningún atisbo de duda, lo que hacía aún más probable mi
teoría de que Luisa llevaba tiempo fantaseando con hacer una cosa así.

Me la chupó tan bien que en poco tiempo llegué a tener un orgasmo. Estuve a punto de
devolverle el favor; pero ella tenía que irse, porque iba a salir con Pablo, y claro… él se la
iba a coger. Sí, a mi hija le iban a meter la pija esa misma noche, y no me molestó. Al
contrario, le pedí que cogiera mucho, que se animara a entregar el culo y que después me
contara qué tal la había pasado. Tal vez ya no era la madre que debía ser; pero sí la madre
que mi hijos querían.  

Después de esta intensa charla con Luisa, quise tener un momento de intimidad con
Fabián. Fue al día siguiente, mi hija aún no había vuelto de su salida, pero podía estar
tranquila, me dejó un mensaje de texto aclarándome que pasaría el día en el departamento
de Pablo… comiendo pija. Hizo mucho énfasis en esta última parte. Y eso me dio ganitas…
yo también tenía ganas de desayunar una buena poronga. 

Encontré a Fabián sentado en el sillón del living, mirando la tele. No le dije nada, me
acerqué a él con movimientos felinos, completamente desnuda, y me arrodillé. Saqué su
pija del bóxer, que era lo único que él tenía puesto, y empecé a chuparla con devoción. Se
la comí toda, todo el proceso duró varios minutos, en los que yo me encargué de poner en
práctica todo lo que sabía de sexo oral; recorrí todo su tronco con la lengua, no dejé ni un
solo rincón sin explorar. Lo mejor vino cuando él acabó, fue como estar ante una fuente
que emanaba semen. Todo el líquido blanco cayó sobre mi cara y tragué tanto como me fue
posible, pero también dejé una buena cantidad cubriendo mi rostro, sentí como si mi hijo
me estuviera marcando como su puta. No sabría cómo explicar el morbo que eso me
produjo. Se me mojó toda la concha.

No dejé que él me metiera la pija, me fui a mi pieza, con la cara aún llena de semen, y me
hice una buena paja. Me moría de ganas de coger con él, pero me dije: “Carmen, tal vez no
sea buena idea, es tu hijo… lo que pasó esa noche estuvo bien; pero eso no significa que
debas repetirlo”.
Creí que este tipo de encuentros breves, dedicados exclusivamente al sexo oral, se
repetirían dos o tres veces más, y luego ya nos olvidaríamos de ello. Lo que ocurrió la
noche de las uvas quedaría en el pasado y ya no se volvería a repetir. Sin embargo, una
tarde en la que volví del trabajo, supe que esa noche no sería un evento aislado.

Me encontré con una imagen espectacular. Luisa estaba acostada boca abajo, en el sofá del
living, exhibiendo todo su menudo cuerpo, con el culo en pompa. ¡Dios, ese hermoso culo,
elevándose después de la pronunciada curva de su espalda! Una maravilla. Encima de ella
estaba Fabián, con la pija completamente dura… bien metida en el agujero del culo de
Luisa. Ella tenía la cara roja y apretaba los dientes. ¡Ay, hija… no es fácil aguantar
semejante poronga en el orto! Pero me alegré por ella, me entusiasmó ver que se había
animado… y con su propio hermano. Y claro, si le iban a romper el culo, que lo hicieran con
una buena pija.

Fabián me miró, cuando entré, pero no se detuvo. Él se estaba cogiendo a su hermana y no


se detendría por nada. 

—¡Ah, bueno! —exclamé—. ¡Así los quería agarrar!

Ninguno de los dos dijo nada. Luisa me miró con cara de preocupación, como si me
estuviera diciendo: “Perdón mamá, no me aguante… soy una puta”. 

Yo no me iba a quedar afuera de un momento tan excitante. Ahí nomás me quité toda la
ropa, lo cual sorprendió mucho a mis hijos… lo pude notar en sus perplejas miradas.
Cuando tuve la concha libre me senté sobre el apoyabrazos del sofá, justo donde Luisa
tenía la cara.

—Como castigo, por ser tan puta… me vas a tener que comer la concha —le dije, abriendo
las piernas.

Ella ni siquiera lo dudó, se lanzó al instante contra mi clítoris y empezó a darme fuertes
chupones.

—Y vos —dije, señalando a Fabián—. No creas que te vas a salvar… ni se te ocurra acabar,
porque después me vas a tener que hacer bien el orto… y más te vale que hagas lo mismo
con tu herma. Nada de cogerla despacito… mostrarle a esta puta lo que es tener toda esa
poronga en el orto.

Fabián se envalentono y empezó a moverse con más fuerza. Tenía buen estado físico, ya
que para él era prácticamente como hacer flexiones de brazos, apoyando una mano en el
respaldo del sillón y la otra en la cintura de su hermana. Empezó a taladrar el culo de Luisa
sin miramientos. Ella tuvo que detener las chupadas que le estaba dando a mi concha.

—¡Uf… ay! ¡Dio! ¡Uf… por favor! —Dijo, bajando la cabeza y apretando los dientes.

Esa pija entraba y salía de su agujero que ya estaba bien dilatado. 


—No pares —le dije a Fabián—, a la puta le gusta… y sé que puede aguantarlo,
seguramente estuvo practicando entregándole el orto a Pablo… y puede que a alguien más.
¿Es cierto? —La agarré del mentón, ella tenía la frente cubierta de sudor y una mueca que
mezclaba dolor y placer.

—Es cierto —dijo, entre jadeos—. A Pablo y a un amigo de él… me garcharon entre los
dos…. por el ¡uf!... por el orto… todo el día… me cogieron como cuatro veces. 

—Me parece muy bien, sino no hubieras podido aguantar la pija de tu hermano.

—¡Me está matando! ¡Dios! ¡Me encanta! ¡Seguí… seguí… rompeme el orto! ¡Así… así! ¡Ay!
¡Mpff…!

Aplasté su cara contra mi concha y la obligué a seguir chupando. No fueron lamidas suaves,
sino chupones, en toda regla, como si quisiera arrancarme el clítoris a fuerza de succión.

Toda mi vida me la pasé frustrada por no haber tenido experiencias sexuales


verdaderamente morbosas e interesantes, y ahora estaba viviendo un momento que
desafiaba hasta la más loca de mis fantasías sexuales. Jamás, ni por un momento, se me
ocurrió pensar en coger con mis propios hijos… hasta la noche de las uvas.

Con cada embestida de Fabián contra el culo de su hermana, y cada chupón que ella daba a
mi concha, íbamos dándole forma a algo que se volvería una práctica común. No quedaban
muchas barreras inhibitorias entre nosotros, y con esto estábamos derrumbando los
últimos vestigios, y deshaciéndonos de todos los escombros. Coger en familia ya era una
realidad, para nosotros. 

Toda mi líbido vibraba al ver cómo recibía esa gran verga el culo de mi hija. Mi placer no
solo estaba en el maravilloso sexo oral que ella me estaba dando, sino especialmente en
ver cómo se rompían el orto. Luisa es una chica preciosa, y ese culo tan hermoso se
merecía una pija bien grande, como la de Fabián. Muchas noches las pasé atormentada con
la idea de que a mi hija le estuvieran haciendo algo como esto, a la salida de la discoteca.
Yo miraba la ventana, esperando que ella volviera, con la maliciosa idea de que, tal vez, en
ese preciso momento estuviera boca abajo, en la cama de algún hotel, recibiendo una
gruesa verga por el culo. Eso martirizaba… pero ahora… ¡Uf! ¡Cómo me calienta que le
hagan el culo! Especialmente si se lo hace su hermano. Ellos nunca tuvieron una relación
cercana, pero estoy segura de que eso va a cambiar de ahora en adelante. Van a ser muy
unidos, los va a unir esa gran pija y ese hermoso culo. 

Con el cuerpo ardiendo de deseo, me puse en cuatro en el sillón que estaba a la derecha
del sofá, abrí las nalgas y le dije a Fabián:

—Mostrale a tu mamá lo que sos capaz de hacer con esa pija tan hermosa.

Él se alejó de su hermana y vino derecho hacia mí. Por mi posición, él podía permanecer de
pie. Apuntó su verga hacia mi concha y me agarró de la cintura con ambas manos. De reojo
pude ver el dilatado culo de Luisa, que palpitaba y se cerraba lentamente, mientras ella
recuperaba el aliento. 

Fabián me metió la verga sin piedad, por suerte mi concha ya estaba acostumbrada a ese
trato duro, no gracias a mis amantes, sino a las cosas que yo acostumbraba usar para
pajearme.

Después del incidente de las uvas junté coraje y, por fin, fui a una tienda a comprarme un
consolador. Un reglamentario pedazo de pija de plástico. Algo que estuviera diseñado
específicamente para dar placer, y que sea difícil de perder dentro de la concha.

—Luisa —dije, disfrutando de la penetración—, si revisás el cajón de mi mesita de luz vas a


encontrar algo muy interesante. Traelo.

Mi hija, tal vez suponiendo con qué se iba a encontrar, se apresuró. Fue hasta la pieza, con
un trote rápido. Noté que se movía de una forma un poco extraña, como si fuera un pato…
cualquiera que la viera le preguntaría. “Flaca, ¿por qué caminás así? ¿Acaso te rompieron el
orto?” 

Ella volvió cuando Fabián ya iba por la cuarta o quinta embestida; eran lentas, pero
potentes. Cada vez que la pija entraba en mi concha, me hacía suspirar.

Luisa sacudió el consolador negro, con una radiante sonrisa en los labios. 

—¡Me encanta! —Exclamó, soltando una risita nerviosa—. ¡Quiero uno para mi cumpleaños!

—Y lo vas a tener —le aseguré—. Ahora vení para acá, que mami también quiere jugar con
vos.

Le hice un lugar justo delante de mí, ella abrazó el respaldo del asiento y su culo quedó
contra mi cara. Abrí sus nalgas y me deleité al ver lo dilatado que había quedado ese
agujero y me dio morbo pensar que el mío pronto quedaría igual… Fabián realmente se
estaba esmerando por meterme toda la verga. Le demostré que yo estaba dispuesta a
recibirla moviendo las caderas y acompañando el ritmo de las penetraciones. Esto me
provocó un poco de dolor, ya que a la verga todavía le quedaba bastante por entrar; pero
por suerte estaba bien lubricada, supuse que antes de penetrar a su hermana Fabián se
había puesto alguna clase de aceite o gel… y no me extrañaría que éste perteneciera a la
propia Luisa. Ya me podía imaginar la escena previa, ella con una botella de lubricante en la
mano, mirando a su hermano con sus tetas empinadas y los pezones duros, vistiendo
solamente una tanga blanca… esa misma tanga blanca que estaba tirada en el piso. Antes
de dejarse clavar el orto, seguramente Luisa le había chupado la verga durante un buen
rato… y yo llegué en el mejor momento.

Si en mí se esconde algún instinto lésbico, este se despierta con Luisa. Sí, lo sé… el mundo
me dirá que estoy loca; pero el mundo no tiene por qué saberlo. Empecé a lamer la concha
de mi hija, saboreando sus jugos sexuales. También lamí el agujero de su culo; supuse que
eso aliviaría un poco el castigo que recibió por la pija de su hermano, y la prepararía para lo
que vendría después. Porque ella iba a recibir más. Le metí el consolador en la concha,
lentamente, y luego ella lo sostuvo con una mano, para que no se saliera. Lo empezó a
mover rápidamente y yo pude seguir con mi tarea de chuparle el culo. 

—¡Ay, qué rico! —Exclamó ella.

Me alegró mucho saber que Luisa estaba disfrutando tanto como yo, siempre fui una madre
temerosa de que su hija pudiera gozar con el sexo; pero esa mujer ya está muerta para mí,
ahora soy una nueva Carmen. Quiero que Luisa experimente mucho con el sexo… y Fabián
también. 

Mi hijo me cogió muy bien por el culo, aunque todavía le falta un poco de confianza, tiene
que aprender a hacerlo con confianza. Un hombre con semejante pija no puede ser tan
inseguro en el sexo. Mi culo a estaba lo suficientemente bien dilatado como para ya no
tener que sufrir con las penetraciones. Disfruté un poco más de esta sensación y luego le
cedí el turno a Luisa. Sin embargo ella sugirió que estaríamos más cómodos en una cama.
Los tres nos trasladamos hasta mi dormitorio, allí donde empezó todo el dilema con las
uvas. 

Luisa se puso en cuatro en la cama y separó sus nalgas, ofreciéndole el orto a Fabián. 

—Andá, cogela bien fuerte —le dije al oído, mientras acariciaba su verga erecta—. Metele
toda la pija hasta el fondo.

Ella no dijo nada, tal vez todavía no se animaba a suplicarle a su hermano que le metiera la
pija; pero sí que estaba dispuesta a recibirla. Estoy segura de que con el tiempo ella ganará
confianza y se animará a decirle las barbaridades que yo le digo. 

Fabián se acomodó detrás de su hermana, posicionó cuidadosamente su glande en la


entrada del culo, y la penetró. Ella soltó un grito de placer y empezó a acompañar la cogida
con sensuales movimientos. 

Me acerqué, con el consolador en la mano, y se lo di a Luisa. Me acosté boca arriba, justo


delante de su cara, y levanté las piernas. No tuve que explicarle nada, ella entendió
perfectamente. Metió de una vez el consolador dentro de mi culo, completo. Fue casi tan
placentero como tener la pija de Fabián… casi.

Luisa empezó a comerme la concha otra vez, mientras su hermano le daba una cogida que
no olvidaría nunca en su vida. 

Así fue como sellamos nuestro pacto incestuoso. Intercambiamos posiciones varias veces,
me senté en la cara de mi hija, para que ella me chupara toda; luego ella se sentó en mi
cara. Hicimos un 69, y hasta nos dimos el gusto de frotar nuestras conchas una contra la
otra. Siempre con la pija de Fabián cerca, si no la teníamos bien metida en el orto,
entonces nos cogía por las conchas, o se la chupábamos entre las dos. Mi hijo eyaculó dos
veces, la primera fue mientras nosotras le comíamos la poronga, nos bañó con su semen,
como la noche en la que Luisa nos sorprendió cogiendo, y al igual que esa noche, nos
lamimos la cara la una a la otra. La segunda acabada de Fabián llegó en una de las tantas
ocasiones en las que le metió la pija en la concha a Luisa. Yo, por supuesto, se la chupé
toda, y tragué hasta la última gota de semen.  

-----------

Unos días después de ese increíble trío con mis hijos, Luisa y yo decidimos hacerle una
visita sorpresa a Pablo.

No tuvimos que explicarle por qué estábamos allí, él entendió todo en cuanto nos vio. Se
puso nervioso y su ansiedad se hizo evidente. Sin embargo cuando Luisa empezó a
chuparle la verga, comenzó a relajarse. Después yo me sumé a ella, y entre las dos
disfrutamos comiendo esa poronga y provocando que nuestras lenguas se entrelazaran. La
primera que se dejó coger fui yo, y Pablo encaró el asunto con mucha confianza. El
tenernos a las dos de rodillas, chupándole la verga, seguramente infló su ego. Ahí nomás,
en el living, me puse en cuatro, sobre la alfombra, y dejé que él me la metiera todo lo que
quisiera. No era lo mismo que recibir la potente verga de mi hijo; pero la situación tenía un
morbo especial. Tal vez más de una madre fantaseó con cogerse a su yerno, y yo lo estaba
haciendo… y con la aprobación de mi hija. Luisa se masturbó durante un buen rato,
mirando la escena, y después se sumó a la acción.

Le sonrió a su novio con picardía, como si le estuviera diciendo: “Mirá lo que vamos a
hacer”. Se acostó frente a mí y abrió las piernas, ofreciéndome su sexo. Ataqué sin dudas,
me prendí a esa concha de la misma forma en que me había prendido a la pija de Pablo. Al
parecer a él la escena le causó mucho morbo, porque empezó a cogerme muy rápido, como
un conejo en celo. El muy desgraciado ni siquiera me pidió permiso, orientó su verga hacia
mi culo y me la clavó. Seguramente Luisa le había dicho a alguna vez: “A la puta de mi
mamá le encanta que le den por el orto”. Me calentó que Pablo fuera tan impertinente, que
me clavara sin preguntarme antes. Esa era la forma en la que yo quería que me cogieran y
fantaseé con la idea de que, algún día Fabián se animara a cogerme así. Él tiene una pija
hermosa, pero es demasiado gentil. Sin embargo Luisa y yo lo estamos entrenando de a
poquito, para que nos coja como a putas en celo. 

Esa tarde Pablo se centró más en cogerme a mí, apenas si le metió la pija a Luisa por el
culo, durante unos minutos, y lo hizo porque yo se lo pedí. Me calienta mucho ver cómo le
rompen el orto a mi hija, y lo disfruté en un primerísimo primer plano, ya que él la penetró
mientras nosotras estábamos haciendo un hermoso 69. Luisa estaba arriba mío y yo le
chupé la concha durante todo el proceso; por supuesto, ella hizo lo mismo conmigo… y
además se tomó la libertad de meterme los dedos por el culo, cosa que agradecí
enormemente. 

Coronamos ese increíble momento con una escena muy similar a la primera, Luisa y yo, de
rodillas ante Pablo. Él se pajeó para nosotras y nos acabó en la cara, como si estuviera
marcándonos como objetos de su propiedad. Pobre, si supiera de las potentes
eyaculaciones de Fabián, su ego se pincharía al instante. Sin embargo el morboso
simbolismo del momento nos sirvió de mucho. Luisa y yo nunca olvidaríamos ese día.

Mi hija y su novio me contaron que pretendían llevar su relación a otro nivel y que por eso
Luisa se instalaría a vivir en ese departamento. Antes del episodio de las uvas me hubiera
negado rotundamente a esto; pero ahora veía las cosas desde otra perspectiva. Les di mi
bendición y les dije que los apoyaría en todo lo necesario… y si algún día querían meterle
un poquito de condimento extra a la relación, yo podría venir a hacer un trío con ellos. Esto
a Pablo le encantó. 

--------

Unos días después de hacer el segundo trío con mi hija y su novio, Luisa entró a mi cuarto
y me dijo que tenía que hablar conmigo. 

—¿Qué pasa ahora? —Creí que ella empezaría otra vez con el asunto de que el sexo entre
parientes está mal.

—Estoy pensando en dejar a Pablo.

—¿Qué? ¿Por qué? Si se llevan tan bien. Y ahora que van a vivir juntos… ¿Qué pasa? No
entiendo nada. 

—Sí, es cierto, nos llevamos muy bien… y después de lo que hicimos con vos, nos tenemos
mucha más confianza…

—¿Pero?

—Pero… em… a ver ¿cómo digo esto? Fabián… él, bueno… él…

—Sé clara, hija… porque no te estoy entendiendo nada. ¿Qué tiene que ver tu hermano en
todo esto?

—Está bien, voy a ser bien sincera: Fabián me coge mejor, mucho mejor. Me encanta la
pija que tiene, nunca me habían cogido con una pija de ese tamaño. Creo que, para ser
feliz, voy a tener que buscarme un novio con una pija como la de Fabián.

—¡Ay, hija! En parte me pone muy contenta escuchándote decir eso, a mí también me
vuelve loca la pija de Fabián… y él coge cada día mejor. —Ella asintió con la cabeza y soltó
una risita—. Pero dejame decirte algo que te va a servir para el resto de tu vida: La pareja
no se sustenta solamente en el sexo. Vos tenés una conexión especial con Pablo… ¿acaso te
parece poco que puedas coger conmigo y con tu novio a la vez? 
—No, la verdad es que eso es muy zarpado… y a Pablo le encanta, dice que nunca se va a
aburrir de cogernos a las dos juntas.

—Mejor, porque yo lo quiero repetir. Pablo no tendrá la pija como la de Fabián, pero es un
chico muy sexy… me cae muy bien, y me calienta la idea de coger con mi yerno. 

—Y a él le calienta la idea de coger con su suegra… y a mí no me molesta. Es más, si un día


querés visitarlo vos sola y coger con él, podés hacerlo.

—Eso lo decís para poder quedarte sola con tu hermano, y que él te coja a vos.

—Puede ser —respondió, con una risita.

—Está bien, voy a aceptar la oferta, me gustaría tener un momento a solas con Pablo. Coge
muy bien. Pero a lo que iba… coger no lo es todo en la pareja. Es muy importante lo que
hacés con Pablo una vez que terminaron de coger. El otro día lo pude presenciar, cuando
salimos de la cama ustedes se pusieron a hablar de un montón de cosas que les gustan:
series, películas… incluso hicieron planes para ver algunas entre los dos, o para viajar
juntos… quiero decir: ustedes se llevan muy bien incluso aunque no estén cogiendo. Eso es
súper importante. Yo te sugiero que sigas de novia con él… además a tu hermano lo vas a
tener siempre disponible. Él vive acá, y no creo que se vaya a mudar… es poco sociable y si
quería sexo, ya se lo estamos dando nosotras. A mí me gustaría que tuviera una novia,
pero conciéndolo, él es más feliz estando soltero.

—Sí, eso mismo me contó ayer… después de darme una buena cogida. Es increíble, ahora
estoy conociendo a mi hermano mejor que nunca, y ya no me dan ganas de pelear con él.
Es raro, sí… pero también tiene sus cosas buenas.

—Como la pija.

—Sí, como la pija. —Ambas nos reímos—. Él asegura que prefiere estar soltero, y quedarse
todo el día en casa, no le gusta salir ni hablar con la gente. 

—Por eso mismo, vas a poder coger con él todas las veces que quieras. El día que andes
necesitada de una pija grande, nos hacés una visita… mientras tanto, te sugiero que le des
para adelante en tu relación con Pablo. Tal vez algún día le puedas contar sobre Fabián, no
creo que se escandalice demasiado… incluso puede que hasta te cojan los dos a la vez.

—¡Uf… eso me encantaría!

—¡Y a mí también! Pero bueno, eso depende de si vas a seguir con él o no. 

—Ahora que me diste otra perspectiva, creo que lo voy a pensar mejor. Voy a seguir con él
durante un tiempo, y voy a ver qué tal funciona nuestra relación. Y, como vos dijiste,
cuando quiera una pija grande, vengo a visitarlos. Gracias, mamá. Hace unas semanas ni
siquiera hubiera podido imaginarme teniendo esta conversación con vos. 
—¿Ya no pensás que soy una vieja depresiva?

—No, para nada. Sos la mamá más linda y más sexy del mundo. Puede que también seas la
más loca, pero eso sólo me hace quererte más.

Se acercó a mí y me dio un profundo beso en la boca. Inmediatamente supe cómo iba a


terminar todo esto, tal y como había terminado la última vez que ella me besó de esa
manera. Tuvimos sexo durante horas, y yo estaba dispuesta a repetirlo. Así como también
estaba dispuesta a coger con mi hijo todo lo que él quisiera. Mi vida había dado un
tremendo giro, y me encantaba, por primera vez en años puedo decir que soy feliz, gracias
a mis hijos… y a un racimo de uvas.

FIN.

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