Introducción A La Historia de La Cultura Contemporánea
Introducción A La Historia de La Cultura Contemporánea
a la historia
de la cultura
contemporánea
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CC-BY-NC-ND • PID_00245930 Introducción a la historia de la cultura contemporánea
Índice
1. La historia cultural........................................................................... 5
1.1. El nacimiento de la historia como disciplina moderna y la
historia cultural: positivismo, historicismo y ciencia social ....... 6
1.2. El periodo de entreguerras: los dos caminos de la historia
cultural ........................................................................................ 10
1.3. La revolución historiográfica de la posguerra ............................. 12
1.3.1. Los Annales y el estructuralismo en Francia .................. 12
1.3.2. El marxismo británico ................................................... 16
1.3.3. Las teorías de la modernización .................................... 21
1.4. La crisis de los grandes paradigmas de posguerra ....................... 23
1.4.1. El giro cultural ............................................................... 23
1.4.2. El postestructuralismo ................................................... 26
1.5. Teorización de la narratividad: White, Ricoeur y de Certeau ...... 29
1.6. La identidad, de la representación a la construcción: nación,
género, raza e historias subalternas ............................................ 33
Bibliografía................................................................................................. 57
Anexo............................................................................................................ 59
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1. La historia cultural
Entendida como algo más amplio que las representaciones artísticas sig-
nificativas, la cultura trata del conjunto de prácticas, creencias, símbo-
los y procesos conformadores del universo no material de una sociedad.
El siglo XVIII ve nacer las academias como centros reguladores de las distintas
disciplinas, bien por parte de las monarquías ilustradas, como es el caso de
Francia o España, con la Real Academia de la Historia o la Academia de San
Fernando, o bien a partir de iniciativas privadas, como las academias de la
Junta de Comercio de Barcelona o la Academia de Buenas Letras. Es en este
momento cuando los centros científicos para el estudio de la historia y de las
bellas artes se generalizan, y todos tratan el estudio y la clasificación de las
obras de arte y sus autores, y en algunos casos toman las primeras iniciativas
museísticas al margen de las colecciones privadas o reales. Sin embargo, a me-
diados del siglo XIX, con la formulación del programa científico positivista,
las distintas disciplinas científicas adquirirán autonomía entre ellas, una clara
delimitación y unos métodos comunes, que serán considerados como el fun-
damento teórico y metodológico de estas disciplinas.
Esta corriente, fructífera desde muy pronto, se desarrolló dentro de los distin-
tos programas cientificistas que la historia llevó a cabo después de la Segunda
Guerra Mundial, y en la crisis cultural de los años sesenta y setenta colocarían
la cultura, desde varias posiciones y escuelas, en el centro del estudio de la
historia y las ciencias sociales en general. Así pues, a partir de los años seten-
ta la historia devendría cultural, y este hecho abastaría todos los enfoques y
subdisciplinas: la política, la sociedad, la guerra, el género, etc.
En este sentido, fue Herder quien formuló los elementos centrales de las ba-
ses teórico-filosóficas del romanticismo. Sin apartarse nunca de los principios
morales de la Ilustración, Herder formuló en Ideas sobre la filosofía de la histo-
ria (1774) que se alejaba de la concepción racionalista de la historia. La histo-
riografía romántica, y toda la literatura de carácter histórico que la acompa-
ñó, quería proveer a los individuos de la nueva sociedad burguesa, forjada en
el individualismo, de unos nuevos vínculos de solidaridad, que nada tenían
que ver con los de la sociedad estamental, y que se asentaban sobre el nuevo
mundo de propietarios y lectores en lenguas vernáculas de publicaciones de
gran tirada, periódicos y novelas particularmente. Estos eran los vínculos de
la nacionalidad, el primer fundamento de la ciudadanía que ponía las bases
de la sociedad liberal.
Fue la época del descubrimiento de los grandes bardos europeos, el Ossian en el caso es-
cocés, o la Chanson de Roland en el caso francés. Después, se procedía a la construcción de
un relato nacional de raíces inmemoriales, que en Europa inevitablemente se tenía que
anclar en la edad media –cuando con la disolución del Imperio de Occidente emergieron
los reinos y las hablas particulares. La operación se completaba con la construcción de
una liturgia civil que sacralizaba los hechos del pasado, desarrollaba un sistema de sím-
bolos y construía espacios de culto para la cultura nacional: bandera, padres fundadores,
recuperación del folclore local, construcción de monumentos, fiestas nacionales conme-
morativas de un hecho histórico, museos y bibliotecas.
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 8 Introducción a la historia de la cultura contemporánea
El positivismo pretendía refundar una ciencia que, abrazando todas las ramas La influencia de Ranke
del conocimiento, se fundamentara en el análisis de los hechos reales verifica-
En Alemania se crearon vein-
dos por la experiencia. En este sentido satisfacía demandas de carácter funcio- tiocho cátedras de historia an-
nal de la sociedad burguesa que el romanticismo, por su propia naturaleza, por tes de 1850, y su influencia
pronto se notó en Francia –
su exaltación del subjetivismo, no podía satisfacer. En el campo de la historia, donde August Comte había
formulado el positivismo filo-
sería el ya citado Leopold van Ranke quien formularía el programa positivista sófico–, pero donde la histo-
riografía romántica había da-
en historia, en los años treinta del siglo XIX y en oposición al historicismo fi- do su máxima figura con Ju-
losófico de Hegel. El programa de Ranke se basaba en el respeto escrupuloso a les Michelet. En Inglaterra, con
una larga tradición empírica
los documentos, única manera de acceder al pasado «tal como aconteció». En que se remontaba a Bacon, las
ideas de Ranke introducidas
su visión priorizaba la historia política y oficial, que estaba bien documentada por Lord Acton por medio de
sobre otros aspectos del pasado, y tenía una concepción del proceso histórico la English Historical Review en-
contraron una rápida acepta-
como una sucesión lineal, en la cual cada periodo se vinculaba con el anterior ción.
de manera secuencial. El historiador tenía que trabajar sobre casos particulares
en el escrutinio detallado de los documentos, con la finalidad de inscribirlos
en una visión universal a partir del estudio de las «naciones destacadas».
«El compromiso con la realidad del pasado y con la verdad que corresponde a esta reali-
dad; una separación tajante entre el conocedor y aquello que es conocido, entre hecho
e interpretación, y sobre todo, entre historia y ficción».
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 9 Introducción a la historia de la cultura contemporánea
Otro resultado de las revoluciones liberales y del nacimiento del mundo bur-
gués fue la aparición de nuevas ciencias de la sociedad que no miraban estric-
tamente hacia el pasado.
De esta corriente, nos interesan algunas obras por cuya orientación alcanza-
rían una influencia decisiva en el abordaje y la concepción de la cultura a lo
largo de todo el siglo XX. Este es el caso de La ética protestante y los orígenes del
capitalismo (1904) de Max Weber (1864-1920) en Alemania, o de Las formas
elementales de la vida religiosa, del francés Émile Durkheim (1858-1917).
La guerra había liquidado el confortable mundo ordenado de las certezas liberales y bur-
guesas. Por un lado, y con el ejemplo de la Revolución Rusa, las demandas de democra-
tización por parte de los sectores políticamente marginados (obreros, mujeres, etc.) no
pararon de crecer. Por otro, y particularmente después de la crisis económica del 29, las
atemorizadas clases medias buscaron en toda Europa refugio en las formaciones que de-
fendían valores antimodernos (jerarquía, orden, disciplina, etc.) y se opusieron violenta-
mente a la igualdad política y social y a la libertad en las costumbres.
En este contexto, vivido como una crisis de la promesa liberal anticipada par-
cialmente por los filósofos de la sospecha (Marx, Freud y Nietzsche) en las últi-
mas décadas del XIX, las discusiones sobre la filosofía de la historia reaparecie-
ron en el intento de fundamentar nuevos proyectos de futuro. Aquí destacaron
el historicismo de Benedetto Croce y José Ortega y Gasset; el marxismo reno-
vador de George Luckacs, Walter Benjamin o Antonio Gramsci (justo cuando
el marxismo se había convertido en un economicismo, ellos ponían el foco en
la cultura, a pesar de que no conseguirían una auténtica influencia hasta los
años sesenta); o el humanismo de Wilhelm Dilthey, que veía las humanidades,
y particularmente la historia, como una ciencia subjetiva del espíritu.
Sin embargo, la historia cultural, en los dos caminos que en las últimas dé-
cadas del XIX se habían abierto, dio pasos importantes que tendrían amplias
consecuencias en las décadas siguientes. En la estela de Burckhardt, el historia-
dor neerlandés Johan Huizinga (1879-1945) publicó El otoño de la Edad Media
(1919), donde trazaba un panorama de la cultura bajomedieval en Flandes a
partir del estudio de ideales como la caballería; de pensamiento y sentimien-
tos, como el miedo a la muerte, pero también de las obras individuales de los
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 11 Introducción a la historia de la cultura contemporánea
grandes artistas como Van Eyre. Huizinga se ocupaba con una prosa brillante
de todo el estilo de una cultura, pero también del estilo de los cuadros o poe-
mas individuales que habían destacado en este contexto temporal.
En el segundo camino, el que habían abierto los científicos sociales, fue preci-
samente el discípulo de Weber, Norbert Elias, quien mostró las posibilidades
del estudio de las costumbres y los hábitos como un camino a la explicación
macrohistórica, muy influido por el ensayo de Freud El malestar de la cultura
(1929).
Elias publicó en 1939 –a pesar de que por los condicionantes políticos la obra no se difun-
dió hasta bastantes años más tarde– El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéti-
cas y psicogenéticas. En esta obra se centraba no en la alta cultura y sus expresiones, sino
en las maneras en la mesa, con el fin de mostrar cómo en las cortes de Europa occidental,
entre los siglos XV y XVI, se desarrolló un proceso a favor del autocontrol que él conec-
taba con la centralización gubernamental y la transformación de la nobleza guerrera en
cortesana. Elias escribía sobre cómo se debe usar el tenedor o la servilleta, y no sobre las
grandes profundidades culturales, pero sus observaciones sobre el autocontrol relaciona-
das con el cambio social abrían el camino a la más fértil tradición de la historia cultural.
Sin embargo, la mayoría de los exilios tendrían como destino Estados Unidos,
donde la intelectualidad de origen alemán daría algunos de los más brillantes
críticos e historiadores culturales, desde Adorno, hasta Carl Schorke o Geoge
Mosse. La diáspora alemana conectaría con la propia tradición de historia cul-
tural americana, que tenía en la obra de Charles y Mary Beard, Historia de la ci-
vilización de Estados Unidos de Norteamérica (1927), el exponente principal de la
denominada Nueva Historia que los historiadores radicales practicaban, y que
ofrecía una explicación económica y social del cambio cultural americano.
En síntesis, el programa del grupo ya se había visto con claridad en la tesis de Febvre sobre
Felipe II y el Franco Condado (1912); se trataba de una historia preocupada por el empirismo
–en esto no difería del positivismo decimonónico–, pero en la que los factores históricos
objetivos tenían un papel central. De repente, los tres grandes protagonistas de la historia
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 12 Introducción a la historia de la cultura contemporánea
En el marco de la Guerra Fría, y en un mundo dividido en dos grandes bloques Marxismo frente a
provistos cada uno de sus proyectos de futuro, las preguntas sobre el pasado historiografía
se volvieron irrelevantes ante las certezas sobre el futuro. La propaganda se El marxismo escolástico se co-
imponía a la historia en el marco de un nuevo orden mundial que ha sido sificaba en la URSS como un
saber legitimador del poder,
analizado magistralmente en todos sus claroscuros por Josep Fontana en Porel mientras la historiografía occi-
dental abandonaba las amplias
bien del imperio. Una historia del mundo desde 1945 (2011). preocupaciones por una nue-
va filosofía de la historia que
habían dominado el periodo
En conjunto, la renovación historiográfica no llegaría de los grandes debates de entreguerras en la búsque-
da de saber positivo. Por fortu-
filosóficos del historicismo, sino de los sectores que de una u otra manera se na, el empirismo sin dirección
no fue la única respuesta a es-
propusieron dotar a la historia de un renovado instrumental científico que te estado de cosas, y varias es-
atendiera a los avances de las otras ciencias del hombre. El esfuerzo principal se cuelas historiográficas produje-
ron procesos de renovación de
centraría en construir una ciencia nueva, con un aparato metodológico nue- gran alcance.
vo. En este sentido, algunas de las iniciativas más renovadoras del periodo de
entreguerras no fueron en balde. Particularmente en Francia, la innovadora
iniciativa en torno a la revista Annales encontró un grupo de discípulos excep-
cionales, justo en los años de la posguerra, cuando forjó uno de los procesos de
renovación más exitosos. No fue la única iniciativa renovadora; paralelamen-
te, se desarrolló una nueva historia económica de base cuantitativa de gran
ambición, particularmente en Estados Unidos; en Alemania, la sociología his-
tórica, siguiendo la figura de Norbert Elias, abrió también nuevos desarrollos;
y el marxismo británico, pese al reducido número de sus efectivos, iniciaba un
proceso de renovación de los estudios históricos y del marxismo que tendría
una amplia influencia en todas las ciencias sociales y crearía las bases de los
estudios culturales.
Acabada la guerra, el clima para una buena recepción de estas propuestas había
mejorado. El historicismo alemán salía desacreditado, y los enfoques estricta-
mente políticos, en el contexto de la Guerra Fría, tampoco podían satisfacer la
búsqueda de explicaciones útiles ni a la tragedia del pasado reciente, ni a las
incertidumbres de un futuro amenazante. Y en este contexto, un grupo relati-
vamente marginal –a pesar de que Bloch había muerto en 1944 a manos de los
nazis– tomaría posiciones centrales en el mundo académico francés durante
varias generaciones.
A pesar de que Febvre vivió y trabajó hasta 1956, la figura predominante de Nota
esta segunda generación de los Annales, su periodo de institucionalización,
La influencia del grupo no se
fue Fernand�Braudel. Formaron parte del mismo grupo figuras como Ernest redujo a Francia, puesto que
Labrousse –que introdujo los estudios seriales–, Charles Morazé, o Pierre Vilar; historiadores como el polaco
Witol Kula, el checo Bronislaw
y fueron discípulos directos George Duby, Jacques Le Goff, Emmanuel Le Roy Geremek, el ruso Aaron J. Gou-
revitch, o el catalán Jaume Vi-
Ladurie y Michel Vovelle, entre otros. cens Vives, creador de la es-
cuela de Barcelona, recibieron
una influencia directa y a su
La obra de Braudel sobre el Mediterráneo en la época de Felipe II (1949) marcó vez la trasladaron a sus discí-
pulos, cada cual en su país.
de manera clara un modelo, que sería seguido con distintas variantes por va-
rios historiadores del grupo. Se trata de una obra innovadora, a pesar de que se
puede ver la inspiración del Febvre de 1912, en el que encontramos varias rup-
turas con la historia tradicional. Por un lado, la desaparición de un protago-
nista de la historia –ya sea una personalidad, una institución o el estado mis-
mo. La historia aspira a ser total y a explicar la sociedad en su conjunto como
una totalidad. Una segunda ruptura es con el tiempo lineal que dominaba la
narración histórica. En este punto, Braudel distingue tres niveles temporales:
En muchos sentidos, las ideas de profundidad histórica y de agencia individual Influencia del
fueron rechazadas o minimizadas por el estructuralismo, que en sus versiones estructuralismo
«Lo que hacía interesante el marxismo en Occidente era su crítica ante las relaciones
que imperan en una moderna sociedad industrial capitalista, y su compromiso con los
socialmente perjudicados. Por otra parte, estas mismas relaciones cuestionaban, en una
época postindustrial, las concepciones básicas en las que se fundamentaba el marxismo.
Estas se hallaban profundamente ancladas en el siglo XIX».
Este grupo marxista británico, cuyo modo creativo de abordar esta contradic-
ción le convirtió, aún siendo marginal, en el más potente actor de la reno-
vación marxista de los sesenta setenta, era un grupo realmente heterogéneo.
Lo formaron, entre otros, Cristopher Hill, George Rude, Víctor Kiernan, Eric
Hobsbawm, Dorithy Thompson, Edward P. Thompson, Rodney Hilton, y el
más joven Raphael Samuel, que sería el impulsor del movimiento de los His-
tory Workshop en los años setenta. Pocos ocuparon posiciones académicas
sólidas, como Hill, mientras que otros ocuparon posiciones tan periféricas co-
mo la enseñanza en el sistema de extensión universitaria para adultos (Rude
y Thompson).
En 1952, algunos miembros del grupo impulsaron en Oxford una nueva revista, Past &
Present, subtitulada Journal of Scientific History, que quería ser un lugar de encuentro y
diálogo entre historiadores marxistas y no marxistas. Entre los impulsores estaban Hobs-
bawm, Hill, Dobb, el también marxista Vere Gordon Childe, y entre los no marxistas, el
primer director, el historiador de la antigüedad John Morris, Geoffrey Barraclough y, más
adelante, Lawrence Stone y John Elliott. En conjunto, el papel de la revista resultó deci-
sivo en la renovación de los métodos y la orientación de los estudios históricos, primero
en Gran Bretaña, y posteriormente en la comunidad científica internacional.
Las primeras discusiones del grupo giraron sobre los problemas planteados en Nota
el trabajo del economista marxista Maurice Dobb, formulados en torno a la
Paralelamente, George Rude,
transición del feudalismo al capitalismo para conocer en profundidad la na- junto con Eric Hobsbawm, ini-
turaleza, con un planteamiento eminentemente estructural, en consonancia ciarían sus trabajos sobre las
formas de protesta en el An-
con otros científicos sociales marxistas. tiguo Régimen, y comenza-
ron una perspectiva de historia
desde abajo.
Aun así, desde el periodo de entreguerras algunos autores marxistas como
Gramsci, Luckacs o Walter Benjamin ya habían iniciado una revisión de la
The Jazz Scene
perspectiva economicista dominante. Tomando en consideración el peso de
la cultura en las relaciones sociales y la publicación en 1932 de los Manuscritos En 1959, Eric Hobsbawm pu-
blicaba con el seudónimo de
Filosóficos de Marx de 1844, en los que colocaba el concepto de alienación en Francis Newton The Jazz Scene,
una historia social del jazz. Era
el centro de su crítica al capitalismo, abundaron en esta dirección, también
un libro prácticamente ama-
muy presente en el desarrollo de la escuela de Fráncfort. Crecientemente, la teur, fuera de la actividad aca-
démica del autor. El hecho de
perspectiva culturalista iba tomando cuerpo como una alternativa al sesgo de- utilizar un seudónimo ya mos-
traba un cierto distanciamien-
terminista y economicista dominante. to, pero la obra prefiguraba
el tipo de perspectiva sobre la
cultura que la historia social to-
El iniciador y primer artífice de este cambio no fue, sin embargo, uno de los maría en los años siguientes,
muy especialmente en Gran
miembros del grupo comunista británico, sino Raymond Williams, un histo- Bretaña.
riador de la literatura que mantuvo siempre unas relaciones ambiguas con el
marxismo. Williams, al igual que Thompson y Rude, trabajaba en la enseñanza
universitaria de adultos, fuera del sistema académico establecido. En sus pri-
meras obras, Cultura y Sociedad 1750-1950 (1958) y La larga revolución (1961),
Williams planteaba una crítica cultural del capitalismo, desarrollando un re-
lato del impacto de la revolución industrial en la sociedad británica a partir
de una historia de la idea de cultura. Esta idea combinaba la lectura rigurosa
de los escritores ingleses canónicos con una historia social de la educación,
el público lector y las instituciones culturales. Además, utilizaba una idea de
cultura amplificada y más extensa que la convencional y le incorporaba las
formas de vida y «las estructuras de sentimiento» que van asociadas a aquella.
«Más que ver la cultura como separada de la vida material, limitada al mismo tiempo
por determinaciones sociales pero moviéndose sobre ellas, señaló las verdaderas formas
prácticas y concretas en las que la cultura se habría alojado siempre dentro de relaciones
sociales y de formas de práctica material».
Eley (2005).
Sin embargo, aquello que hacía del libro algo nuevo era la concepción misma
de clase obrera que manejaba y su abierta oposición a un marxismo reduccio-
nista y mecánico. La «clase» para Thompson era una producción histórica,
fruto de un proceso de resistencia, creencias y luchas, no el puro resultado de
la asignación de papeles sociales en el proceso productivo. La famosa distin-
ción de Marx de 1859 entre la «clase en se» –la clase como «existencia social»
determinada por la posición de los individuos en el sistema de producción– y
«clase per se» –es decir, la conciencia de pertenecer a un grupo con intereses
comunes– quedaba ahora eliminada. La clase para Thompson no era otra cosa
que la conciencia común, es decir, la cultura de grupo, nacida entre los traba-
jadores como fruto de sus luchas contra la explotación capitalista y la repre-
sión del Estado. Y como corolario, la división entre una base o estructura de
naturaleza económica, y una sobreestructura política y cultural resultaba tam-
bién refutada. En definitiva, frente a los acentos objetivistas y sociologistas,
dotaba a la clase de un fuerte acento de agencia colectiva. Tal y como afirmaba
en el prefacio de la obra de manera muy clarificadora, «la clase obrera estaba
presente en su propia formación».
De más alcance fue el impacto sobre la historia social, que en general ya no Nota
se podría desprender del enfoque culturalista. Y finalmente, la acción de Rap-
En los últimos años de su vida,
hael Samuel y el movimiento de los History Workshops, que representaría una Thompson abandonó la activi-
ampliación y una innovación en el campo de la historia y las prácticas socia- dad académica y se convirtió
en un agitador pacifista anti-
les participativas, también se vería fuertemente influenciado por estos antece- nuclear, y también medioam-
bientalista. Así conectaba con
dentes. la generación salida de mayo
del 68 que él, con su obra, ha-
bía ayudado a crear.
1.3.3. Las teorías de la modernización
Aquí se mantuvo un ominoso silencio sobre el pasado nazi hasta los años se-
senta en la sociedad y en el mundo académico. En este último caso, a raíz de
la polémica Fischer sobre las condiciones políticas que propiciaron el desen-
cadenamiento de la Primera Guerra Mundial, la situación cambió.
La tesis de Fischer
Fischer defendía una continuidad en la política expansionista alemana entre 1900 y 1939,
y responsabilizaba a esta del desencadenamiento de las dos guerras. A raíz del debate en
torno a estas tesis, la cuestión del Sonderweg (excepción) ocupó el centro de la renova-
ción de la ciencia social histórica alemana. La tesis planteada, y desarrollada por Hans-
Ulrich Wehler, era la de un desarrollo anómalo de la modernización alemana. En este
caso concreto, había un desajuste entre un desarrollo capitalista acelerado y un subdesa-
rrollo del estado liberal.
muro de Berlín– acabaron siendo descartadas por los estudios empíricos que
negaban las evidencias de una realidad alemana sustancialmente diferente de
la del conjunto europeo.
En los últimos años setenta y bajo el impacto del cambio cultural y político, las
voces críticas con los grandes paradigmas de posguerra no pararon de crecer.
Primero en los círculos más radicales, pero más adelante, como una respuesta
a los interrogantes del mundo exterior y a las incertidumbres de la disciplina
histórica misma.
El feminismo empezó a hacer una crítica radical del concepto mismo de clase. Lo mismo
pasó cuando algunos investigadores plantearon la cuestión racial en Estados Unidos. Y,
más adelante, cuando desde el mundo colonial recientemente emancipado se quiso re-
considerar el eurocentrismo de los relatos históricos en uso.
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 24 Introducción a la historia de la cultura contemporánea
En 1979 Lawrence Stone publicó un artículo en Past & Present con el título
«El retorno de la narrativa. Reflexiones acerca de una nueva y vieja historia».
En síntesis, ponía en entredicho la posibilidad de encontrar una explicación
científica coherente a las transformaciones del pasado, y reivindicaba el lugar
determinante de la cultura y la voluntad de los individuos en el cambio so-
cial. Se trataba de una insistencia en los aspectos subjetivos de la experiencia
humana que no podían ser reducidos a leyes generales y que solo podían ser
aprehendidos desde el regreso a una historiografía narrativa. Un giro cultural
que tendría muchas caras se empezó a imponer en la historiografía, y logró el
dominio en las décadas siguientes.
Así, en El queso y los gusanos (1976), Carlo Guinszburg narra, a partir de la documenta-
ción de un proceso judicial, la visión del mundo de un molinero de Friuli en el siglo XVI
llamado Menocchio, y a partir de una fidelidad absoluta al documento, intenta penetrar
en el universo mental de un hombre de aquel tiempo. En un sentido parecido, la norte-
americana Natalie Z. Davis, en El retorno de Martín Guerre (1983), explica la historia de
un forastero que se hace pasar por el esposo retornado después de una larga ausencia
de una campesina que acepta la impostura en la Francia del siglo XVI, y explica así la
condición femenina en el campo de aquella época y las relaciones familiares. El objeto
de estos trabajos es acceder a los protagonistas de esta historia desde abajo, que rara vez
dejan otros testigos que los procesos judiciales o las actas testamentarias.
El uso de los testamentos como fuente era un instrumento de primer orden; así, Medick
pudo estudiar la cultura libresca a partir de los inventarios que encontró.
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 26 Introducción a la historia de la cultura contemporánea
Pero en líneas generales, el giro cultural también encontró sus límites como
planteamiento metodológico; si la ciencia social histórica de la posguerra ha-
bía mirado preferentemente hacia la sociología y la economía, el giro cultural
lo hacía hacia la antropología de manera preferente. En el fondo se ponía de
manifiesto la incomodidad de la historia para ser una ciencia social total, ca-
paz de entender y explicar la complejidad de los mundos pasados que quería
penetrar.
1.4.2. El postestructuralismo
Esta atención al lenguaje guardaba relación con la recepción entre los histo-
riadores de la obra de Foucault, y particularmente de su idea de discurso vin-
culada a las formas de poder. Las concepciones tradicionales, relacionadas con
una visión institucionalizada de este y con las formas de dominación econó-
mica o la acción del Estado, quedaron superadas por una concepción del po-
der centrada en las relaciones interpersonales y su relación con el saber. Se
hacía hincapié en el papel disciplinador del lenguaje por medio del concepto
de discurso que delimita lo que puede ser, o no ser, pensado en contextos es-
pecíficos de espacio y de tiempo. Tomando como eje el concepto foucaultiano
de discurso, autores como Roland Barthes y Jacques Derrida plantearon que
el texto no guarda ninguna relación con el mundo exterior. Es, por lo tanto,
una unidad cerrada donde lo que importa es el texto y no el contexto en el
que fue producido.
Por su parte, el filósofo Paul Ricoeur, que ya se había interesado antes por la
historia como proceso y como conocimiento, publicó entre 1983 y 1985 su
obra en tres volúmenes Tiempo y narración. Aceptaba que la historia es una
forma de conocimiento distinta de la ficción, en cuanto que aquello que na-
rra sucedió realmente y no solo en la imaginación del autor. Los individuos
se aprehenden ellos mismos explicando su historia, y los grupos sociales tam-
bién. Por eso, el elemento central de la narración histórica es la trama, aque-
llo que religa los sucesos singulares y los dota de significado explicativo. Por
eso, la escritura�histórica, por muy académica y fiel a los datos que sea, no se
limita a reproducir hechos del pasado, puesto que aquello que pasó está más
allá de cualquier reconstrucción.
De esta manera la historia actúa por analogía, representa el pasado del mismo
modo que una metáfora puede representar un hecho análogo.
Finalmente, Ricouer señala que la historia tiene una dimensión ética, puesto Nota
que los sucesos memorables, aquello que merece ser recordado, guardan rela-
A pesar de que la aportación
ción con un fuerte compromiso al servicio de la idea de un «nosotros», que de Ricoeur avala la historia co-
puede ser el «deber con los muertos» que formuló Michelet para la historia mo una rama del conocimien-
to, algunos autores la han criti-
nacional, o el rescate de las historias de los grupos desposeídos que forman cado por su generalidad, de tal
manera que los procesos expli-
el programa de «la historia desde abajo». La historia siempre tiene una fina- cados por el autor se podrían
aplicar a la crónica o el análisis
lidad ética, cuya ficción está liberada. En este sentido, en la medida en que (Burke, 1993).
la historia tiene un propósito moral e intelectual ineludible, su narratividad
y sus operaciones metafóricas no la disminuyen en absoluto como rama de
conocimiento humano.
se podía explicar. La historia trata de construir un discurso sobre el otro (el del
pasado), pero de otro que queda siempre abierto: el pasado puede cambiar y no
puede ser nunca completamente fijado. Toda interpretación es por definición
incompleta. En definitiva, Certeau vio la historia como una disciplina crítica,
que trabaja en los límites del conocimiento, cuyo fin debe ser la perturbación
del orden establecido; el historiador no es el intérprete del pasado, sino un
pertinaz crítico de los sistemas de racionalización totalizadora.
Se pueden citar algunos ejemplos fuertemente influidos por esta perspectiva, como el
trabajo de Judith Walkowitz La ciudad de las pasiones terribles: narraciones sobre el peligro
sexual en el Londres victoriano (1992), en el que la autora, a partir de las narraciones de
la prensa sensacionalista o de los melodramas victorianos, se aproxima al estudio de
las identidades de género, la sexualidad y la historia urbana. O el de Callum Brown,
The Death of Cristian Britain (2001), en el que el proceso de secularización occidental
es examinado como una narrativa autónoma que entra en crisis, y no solo como una
consecuencia ineluctable del proceso de modernización.
Los años ochenta profundizarían esta sensación, la revolución thatcheriana en Gran Bre-
taña y la histórica derrota del sindicalismo inglés; las enormes grietas de los sistemas
comunistas puestas en evidencia por los obreros polacos; el rápido y decisivo proceso de
desindustrialización pesada en la Europa occidental y la fragmentación consiguiente de
la clase obrera como sujeto social; la crisis y disolución de la nueva izquierda europea a
raíz de su deriva violenta en Italia y Alemania, etc.
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 34 Introducción a la historia de la cultura contemporánea
Estos y otros eran los signos de un cambio de tiempo que el año 1989 se en-
cargaría de sentenciar. Los vínculos estrechos entre política, compromiso so-
cial e historia habían sido evidentes, y los intentos de una ciencia histórica
social no serían ya objeto de crítica y revisión, sino que estallarían debido a
su inviabilidad política propia.
La clase obrera
Un marxista como Eric Hobsbawm, en el texto «¿Se ha detenido la marcha hacia delante
de la clase obrera?», planteaba en 1978 que la desintegración de la antigua estructura de
la clase obrera, que permitía una filiación y una identificación políticas, se estaba des-
membrando debido a la creciente fragmentación social. Y si la izquierda quería mantener
la relevancia primaria de las desigualdades materiales y de poder en su discurso, tenía
que repensar las formas de unidad política, tanto en lo que respectaba a las bases sociales
a quienes se dirigía, como renovando su retórica y sus ideas. La reflexión de fondo sobre
la categoría analítica de clase social se ha mantenido muy abierta en el debate historio-
gráfico hasta hoy, tal y como han explicado Eley y Nield en El futuro de la clase en la
historia (2010).
La historia social que había construido los grandes paradigmas de la posguerra Nota
a partir del afán de cientificidad se encontraría en las dos décadas siguientes,
En parte fruto de su desarro-
los ochenta y noventa, con una avalancha de críticas y replanteamientos. En llo propio, las grandes tradi-
definitiva, lo más parecido a un naufragio. ciones que hemos expuesto
en los apartados anteriores si-
guieron una evolución que las
transformaría radicalmente en
El problema de la identidad, al fin y al cabo un problema fundamentalmente un sentido de dar una centrali-
dad creciente a la subjetividad
cultural, ocuparía el centro de todas las discusiones: la identidad nacional, en su orientación.
de género, de raza, la identidad colonial o subalterna, aparecerían como los
nuevos campos de estudio histórico.
Movimientos sociales
Sin embargo, el concepto era notablemente ambiguo y polisémico. En primer La emergencia en los años se-
senta de movimientos sociales
lugar, se puede referir a un individuo o a un grupo. En segundo lugar, la iden-
como el feminismo, el poder
tidad se puede forjar desde el interior y desde el exterior, como una expresión negro o la liberación gay era
un elemento subyacente a las
de la agencia de un individuo o un grupo –un elemento característico de la nuevas orientaciones centradas
en la identidad.
nueva centralidad de la subjetividad en la cultura de los últimos años del siglo
XX–, o como resultado de identificaciones construidas desde el exterior por
instituciones externas al sujeto. Esta plasticidad del concepto nace en parte de
su inestabilidad, es decir, de su historicidad.
Esta línea conectaba con otro campo que desde finales de los setenta se es-
taba desplegando a partir de la obra de Eduard W. Said Orientalismo (1978).
Said era un palestino, profesor de literatura en varias universidades america-
nas, influido por Williams y los estudios culturales. En su libro Orientalismo
mostraba cómo a partir del Renacimiento los occidentales habían construido
un conjunto de representaciones y una matriz conceptual Oriente a partir de
la cual se pensaba al otro. Said seguía la literatura, las imágenes, el arte, los
estudios académicos de todo tipo. Apelaba al análisis de las prácticas culturales
y al mundo de las ideas, para hacer evidente esta construcción, que era una
negación de este otro real y existente, y constituía una forma de imperialis-
mo cultural que se continúa renovando hasta nuestros días. Hacía notar que
la aventura colonial, con la fuerza militar y burocrática del Imperio, estuvo
sostenida por una invasión ideológica del espacio cultural de los países colo-
nizados, mientras que en la metrópoli, el hecho del Imperio fue más allá del
espacio político y económico, para hacerse una estructura constitutiva de la
sociedad misma y de su cultura.
Said no había sido el primero en señalar tal relación, puesto que autores como
C. L. R. James, en su libro Los jacobinos negros (1938), un estudio sobre la re-
volución antillana, ya señalaba esta relación en dos sentidos entre colonia y
metrópoli. Y de una manera ya bastante influyente, el libro de Frantz Fanon
Los condenados de la tierra (1961) interpretaba la expansión colonial europea
no solo como una manera de dominar el mundo, sino también como una
manera de reconfigurar Europa. En este sentido, afirmaba que el fascismo no
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 38 Introducción a la historia de la cultura contemporánea
había sido más que la importación de los métodos coloniales a las metrópolis
europeas (una idea que ya había enunciado Hannah Arendt en 1949). Haría
falta, junto con Fanon, tener presente la aportación de Aimé Césaire, que en
el conjunto de su obra definiría y desarrollaría el concepto de negritud, espe-
cialmente en Discours sur le colonialism y Discours sur la négritude.
El trabajo de Said recibió la crítica de autores más radicales como Homi Baha
en The Location of Cultura (1994), en el sentido de que en el planteamiento de
Orientalismo el discurso era unidireccional y pertenecía a los occidentales, de
tal manera que el poder está por un lado y por el otro hay tan solo subordi-
nación. Frente a ello, Baha ve el poder colonial como algo más fragmentado
e incompleto, de lo que los colonizados pueden escapar con sus estrategias
propias.
Destacaría en este grupo por su proyección posterior Dipes Chakravorty, autor Ejemplo
de Al margen de Europa (2000), en un campo que se ha identificado como el de
Un ejemplo significativo en es-
los estudios poscoloniales, y que desde esta mirada ha abrazado la literatura, ta dirección es el libro del his-
el arte, la política y la sociedad. Y en el límite, ha cuestionado también la idea toriador indio Cristopher A.
Bayly, El nacimiento del mundo
de historia universal de fuertes connotaciones eurocéntricas, para proponer moderno 1780-1914 (2004).
la revisión por una nueva historia del mundo de alcance efectivamente pla-
netario, que ensaye una explicación del desarrollo de las distintas culturas y
naciones de manera interrelacionada y sin subordinaciones.
Sin embargo, la influencia del giro cultural sobre terrenos históricamente con-
solidados como la historia intelectual o política también ha sido relevante.
En este sentido, son destacables las obras de Michel Winock Las voces de la libertad (2001)
sobre el siglo XIX, y El siglo de los intelectuales (2010) sobre el siglo XX; o las nuevas visiones
panorámicas sobre historia cultural, en el mundo francés, El mundo como representación.
La historia cultural entre práctica y representación (1988) de Roger Chartier, y en el mundo
de habla inglesa, Cultura (2006) de Donald Sassoon, e Historia social del conocimento (2000)
de Peter Burke, por citar algunos ejemplos.
Esta continuidad, sin embargo, pasó a ser cuestionada a raíz de la crisis deci-
monónica del liberalismo. Ante la creciente incertidumbre, se esparcieron por
Europa respuestas que iban de los movimientos revolucionarios hasta el con-
servadurismo nacionalista extremo. Ninguna de estas, sin embargo, evitó la
creciente conflictividad social y política. Todo ello estallaría a partir de 1914
con las dos�guerras�mundiales, el surgimiento�de�la�cultura�de�masas y la
posmodernidad.
«El objeto de la historia del tiempo presente no puede ser otro que la historia de los
hombres vivos, de la sociedad existente, en cualquier época».
La historia del presente se asocia así a los acontecimientos más recientes, a la Nota
vivencia de estos y al uso (y abuso) del relato histórico. Esta última circunstan-
Hoy, hacer historia del mundo
cia está estrechamente relacionada con los usos de la historia, las interferen- actual quiere decir hablar de
cias políticas y de todo tipo sobre el relato histórico, así como la memoria y los la revolución de las comunica-
ciones y de la información, de
debates de memoria frente a historia. En esta historia del tiempo presente la digitalización, de gobernanza
global, de ciencia y tecnología,
cultura tiene un papel central, puesto que es donde mejor se resumen muchos de identidad y de riesgo.
de los fenómenos de interés del periodo.
A finales de los setenta y principios de los ochenta, el gran público recibe el impacto
de la miniserie americana Holocausto (1978) y del filme documental francés de Claude
Lanzmann Shoah (1985). De repente, se produce un redescubrimiento. Pese a precedentes
relevantes de filmes como Noche y niebla de Alain Resnais (1955), y de libros como Si
esto es un hombre de Primo Levi (publicado en 1947, pero no reconocido hasta finales
de la década de los cincuenta) o las reflexiones de Hannah Arendt a raíz del juicio de
Eichmann (1961), será ahora cuando la voz de los testigos será escuchada.
Les lieux de mémoire (dirigido por Pierre Nora, 1984-1992) constituye el primer estudio
sobre la concreción de la memoria colectiva en símbolos, lugares y relatos, su importancia
y su influencia en la configuración de la historia, especialmente, la nacional.
En el caso español, esto ha implicado una especial atención a la represión franquista, a los
costes humanos y morales de la Dictadura, y al proceso de transición hacia la democracia.
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 47 Introducción a la historia de la cultura contemporánea
Ejemplos de procesos
Además del caso sudafricano, sin duda los dos ejemplos más conocidos son los de Chile
y Argentina. Los dos países retornaron a la democracia después de dictaduras militares
especialmente represivas. A pesar de la fragilidad institucional inicial y las amnistías im-
puestas por los regímenes salientes, en los dos casos se elaboraron informes exhaustivos
para dar a conocer qué había sucedido realmente en el pasado reciente: la Comisión Na-
cional para la Desaparición de Personas argentina presentó el informe Argentina nunca
más en 1984; y la Comisión Nacional de la Verdad y Reconciliación chilena presentó el
Informe Rettig en 1991.
En primer lugar, se vincula a un pasado más distante y más extenso (República, Memoria e historia en
Guerra Civil y Dictadura). En segundo lugar, quiere dotar a este pasado de España
una continuidad que no tuvo a consecuencia de la larga dictadura, por ello la En 1996 aparece el trabajo
obsesión por «recuperar la memoria». Y finalmente, incorpora un componente pionero de la profesora de
ciencia política de la UNED Pa-
reivindicativo –político, civil y sentimental–, y a menudo apologéticamente loma Aguilar Memoria y olvi-
do de la Guerra Civil española,
acrítico respecto de los vencidos. Este maniqueísmo ha merecido críticas tanto en el que se analizan los pro-
cesos políticos respecto de la
por parte de sectores moderados (que ven una mistificación del pasado) como
memoria y la historia recientes
de los más radicales (que los acusan de querer «reabrir las heridas»), dado que en la España contemporánea.
Para la autora, la Transición se
este legado no es asumido globalmente por la sociedad española. construye sobre un pacto táci-
to para evitar el conflicto y la
incomodidad, y así facilitar el
Sin embargo, como ya se ha dicho, a finales de los noventa surge una nueva consenso. Por lo tanto, se apa-
gan las voces más molestas, se
generación –no mayoritaria– que ya no hereda el miedo a reeditar los errores generalizan las responsabilida-
des, se prioriza la no repetición
anteriores y cuestiona la Transición. Para ellos, el consenso se habría construi- de la experiencia y este mismo
do sobre el olvido por miedo a un regreso de la dictadura y, por lo tanto, con- fantasma evita el uso del pasa-
do como arma política.
dicionando la naciente democracia y malogrando su legitimidad. Una inter-
pretación que contrasta con la visión de sus protagonistas, para los cuales, en
palabras del catedrático de Historia social y pensamiento político de la UNED
Santos Juliá, la opción del olvido habría sido voluntaria y justamente contra-
ria a la amnesia:
«Echar al olvido es recordar el pasado con el propósito de que la conciencia que perdura
clara, vívida, de su existencia como pasado, no bloquee los caminos de futuro».
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 49 Introducción a la historia de la cultura contemporánea
Ejemplo
El choque en la escena pública entre dos lecturas tan opuestas del pasado no encuentra
mejor representación que la simultaneidad y el contraste entre la mediática corriente re-
visionista de éxito de aquellos años, y la apertura en el 2000, impulsada por el periodista
Emilio Silva, de una fosa común para localizar a su abuelo, acicate de la posterior funda-
ción de la primera Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica.
A finales del 2007, se aprobó Ley de reconocimiento y extensión de los derechos a las
víctimas de la Guerra Civil y de la Dictadura, popularmente denominada Ley de la me-
moria histórica. La falta de unanimidad parlamentaria recogía las diferencias existentes
dentro de la sociedad, desde los medios de comunicación hasta la comunidad académica
misma. Todo esto acabó restando valor anticipadamente a los avances planteados por el
texto legislativo final.
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 50 Introducción a la historia de la cultura contemporánea
En este sentido, hay que distinguir la academia de la calle, puesto que el co-
nocimiento histórico sobre el pasado reciente español, a pesar de las dificulta-
des, no ha dejado de aumentar, especialmente desde la muerte del dictador. El
pacto politicosocial de la Transición para no usar como arma política el pasa-
do se ha confundido con un silencio falsamente extendido a la investigación
histórica.
Hijos de una nueva cultura política, de ellos surge la demanda de una memo-
ria de restitución o reconocimiento que entronca con el amplio movimiento
internacional de reparación de las víctimas. Se exigen políticas públicas que
permitan superar el pasado traumático por medio de un relato ético. No solo
piden una compensación moral y jurídica de las víctimas –con una frecuente
idealización del periodo–, sino que condenan con dureza el franquismo y la
Transición, por haberse apropiado de una fórmula que ha acabado debilitando
la democracia misma.
Nota
Ante una cierta saturación, buscan fórmulas para ordenar y positivar este movimiento,
en la línea de la cátedra Memoria histórica del siglo XX de la Universidad Complutense
de Madrid (2004), dirigida por el ya mencionado Julio Aróstegui, hasta su fallecimiento
(2013), y ahora encabezada por la profesora Mirta Núñez Díaz-Balart tras la muerte del
profesor Aróstegui, y rebautizada como Cátedra Memoria Histórica del Siglo XX. Precisa-
mente desde esta Cátedra se elaboró el Plan Integral de Memoria de Madrid en colabora-
ción con el Ayuntamiento de la misma ciudad que acarreó una virulenta campaña políti-
ca contra la labor científica de los integrantes de la Cátedra y que supuso su desaparición
tras doce años de actividad pública y académica.
Así, la «verdad» del testigo tiene que merecer todo el respeto y cumple un pa-
pel. A menudo se trata de una narración personal que da sentido a la vivencia
propia, que necesita ser escuchada y que, por ejemplo, es objeto de atención
por parte de las comisiones de la verdad y los diferentes elementos de justicia
transicional. Pero esta no necesariamente tiene que coincidir con la «verdad»
histórica. Esta última suele ser mucho más rica y objetiva, y por eso tiene que
incluir la primera como una fuente más, pero sin someterse a ella. Igualmente,
el llamado deber de memoria que invocan plataformas, asociaciones y movi-
mientos cívicos se mueve en la misma tensión entre los aspectos valorativos y
éticos y el conocimiento histórico. Como deber de memoria se tiene que en-
tender la identificación existente entre el recuerdo colectivo con la obligación
moral respecto a las víctimas o los derrotados de la historia. Con el deber de
memoria, la memoria colectiva deja de ser un fenómeno social amplio y con
múltiples derivaciones para pasar a ser patrimonio exclusivo de los de abajo o
de los que ejercen, a través de la memoria, la solidaridad con los vencidos en
las múltiples guerras y episodios traumáticos del pasado.
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 53 Introducción a la historia de la cultura contemporánea
Incluso las concreciones más clásicas del hecho histórico han vivido una re-
cuperación. En general, los museos actuales están lejos de aquellas institucio-
nes donde se reunían de manera estática y vagamente cronológica o temática
los diferentes fondos acumulados y decantados a lo largo de los siglos. La re-
volución museográfica, fruto de la aplicación de las nuevas tecnologías y de
las nuevas aproximaciones teóricas y prácticas, ha diversificado la oferta y ha
integrado al visitante por medio de nuevos discursos y experiencias. La simple
contemplación ha dado paso al encuentro directo con el pasado, con elemen-
tos de interacción, reflexión y disfrute.
Si vemos ejemplos particulares, esta evolución es evidente en los grandes museos (Prado,
Louvre, Thyssen de Madrid, Picasso de Barcelona, etc.), donde disponen de capacidad
para invertir y actualizarse. Evidentemente, esto se da especialmente en las exposiciones
temporales, en las que resulta más sencillo escaparse de la rigidez de las colecciones per-
manentes.
Esta mirada más abierta y transversal también llega al resto de los espacios
de presentación de patrimonio, reflexión o exhibición que no responden a la
definición más clásica de museo.
La renovación y actualización del discurso pasó por una primera etapa de mu-
seografías más cercanas, más de «toca-toca», para ir evolucionando en los últi-
mos años hacia una integración de la tecnología en la explicación y compren-
sión de la muestra misma. Esta creciente tecnificación no se limita a la parte
museística estricta, sino que ha implicado al resto de los procesos de gestión,
como la catalogación, el acceso en línea a la información, la conservación o
la investigación, entre otros.
los colegas sino que han buscado por temática o voluntad divulgativa un pú-
blico más genérico interesado en cuestiones históricas. Hoy no es extraño en-
contrar entre los ensayos más destacados obras de historiadores o de historia.
No obstante, sin duda, allí donde el vínculo entre narrativa e historia ha teni-
do más éxito es en la�novela�histórica. Pese a no tratarse de ningún género
nuevo, su implosión sí que se puede considerar nueva, tanto por la diversi-
dad de ambientaciones como por el número de ejemplares vendidos. Dentro
de este apartado encontramos desde recreaciones de escrupulosa fidelidad a
relatos más o menos libres, que a menudo incorporan personajes inventados
dentro de trasfondos verídicos. El boom del género no parece que haya tocado
techo, y semanalmente se publican nuevos títulos.
A los best-sellers internacionales como Bernard Cornwell, Lindsey Davis, Christian Jacq
o Valerio Massimo Manfredi, se han añadido en los últimos años otros locales, que no
tienen nada que envidiarles, como por ejemplo Arturo Pérez-Reverte, Juan Eslava Galán
o Santiago Posteguillo. Cabe decir que el boom de la novela histórica, a veces de la mano
de otros géneros también en auge como la novela negra, parece del todo imparable co-
mo fenómeno de alcance internacional. En el año 2010 Laurent Binet se llevaría el pre-
mio Goncourt con su excelente novela HHhH, centrada en la Operación Antropoide para
asesinar al dirigente nazi Reinhard Heydrich; la premio Nobel Svetlana Aleksiévich ha
desarrollado buena parte de su obra reflexionando sobre el pasado soviético de Rusia, y
en otro sentido, el británico Simon Scarrow se ha convertido en un auténtico fenómeno
con sus diversas novelas de temática histórica, que le han valido el Premio Internacio-
nal de Novela Histórica Barcino 2015. El mismo hecho se ha producido en los ámbitos
catalán y español: el éxito de los libros de Javier Cercas; de Albert Sánchez Piñol, con
Victus, o de un clásico de la literatura catalana como Incierta gloria a raíz de su adaptación
cinematográfica.
Desde el Yo, Claudio (1976) adaptado por la BBC a partir del clásico de 1934 de Robert
Graves sobre la Roma imperial, hasta las más recientes creaciones de cadenas extran-
jeras como la ITV –la Inglaterra de principios de siglo XX de Downton Abbey (2010-)–,
HBO –la miniserie sobre la Segunda Guerra Mundial Band of Brothers (2001), la película
biográfica sobre el segundo presidente de EE. UU. John Adams (2008), la América de la
Gran Depresión en Mildred Pierce (2011), la Atlantic City de la mafia en Boardwalk Empire
(2010-2014)–, AMC –los sesenta reconstruidos en Mad Men (2007-2015)–, o La Commune
(2007), un falso documental de seis horas sobre los hechos de la Comuna de París. La
lista sería muy larga, desde las más trabajadas visualmente, a pesar de que con licencias
de guion – Roma (2005-2007), Los Tudor (2007-2010), etc.–, hasta las más irreverentes –
Allo allo! (1982-1992), La víbora negra (1983-1989). Entre las más recientes encontramos
The Promise (2011), sobre el conflicto palestino-israelí, o Burning Bush (2013), sobre la
ocupación soviética en Checoslovaquia en 1969.
sores romanos (Antena 3, 2010-2012), o Isabel, sobre la reina Isabel la Católica de Casti-
lla (TVE, 2012-2014), junto con series de nostalgia histórica como Cuéntame cómo pasó
(2001-2012) o Amar en tiempos revueltos (2005-2012), y también divertimentos más de
acción que con fidelidad histórica, como Águila Roja (2009-2012), las tres de TVE. Aparte,
nos encontramos con el curioso caso de las películas biográficas sobre personajes de la
Transición –Tarancón, el quinto mandamiento (2011) en TVE, Adolfo Suárez, el presidente
(2010) en Antena 3– o miniseries sobre el golpe de Estado de Tejero en 1981 –23-F: El día
más difícil del rey (2010) en TVE–, o ejemplos más llamativos, como las series biográficas
Felipe y Letizia (2010) y La Duquesa (2011, sobre la duquesa de Alba) producidas por ca-
denas como Tele 5, más interesadas en el morbo mediático y la crónica rosa que en la
verosimilitud histórica. TV3, por su parte, ha hecho series de mejor calidad, con menos
medios y tocando temas locales, como Temps de silenci (2001), La Mari (2003), Ermessenda
(2010) y Tornarem (2012), y todas han conseguido un gran éxito de audiencia, y se ha
reavivado el interés por la historia con programas documentales como Sota terra (2012),
la serie 300 (2014) o, más recientemente, el programa Trinxeres (2017), que en formato
de road movie recorre el frente de Cataluña durante la Guerra Civil a lo largo de 1938.
Sin embargo, no todos los contenidos tienden a la recreación, sino que tam-
bién encontramos programas y canales temáticos dirigidos expresamente a la
divulgación histórica.
Desde las reconocidas producciones presentadas por el historiador inglés Simon Schama,
a la más polémica Memoria de España (2003-2004), asesorada por el historiador español
Fernando García de Cortázar; sin dejar de lado el cariz conspiranoico de muchos docu-
mentales de History Channel (o «Canal Hitler», como es denominado en Estados Unidos
por la profusión de documentales sobre este personaje).
Sin demasiada dificultad, hoy podemos localizar en las diferentes escaletas te-
levisivas espacios centrados en dar a conocer hechos y biografías de nuestro
pasado –Los niños perdidos del franquismo (2002), Operación Nikolai (2004) o Las
fosas del silencio (2005). A pesar de que la referencia clásica en este ámbito son
las producciones inglesas, el origen de estos espacios es cada vez más diverso.
Muy relacionado con este interés por la divulgación encontramos también es-
pacios radiofónicos, así como una gran oferta de revistas generalistas o espe-
cíficas en nuestros quioscos (Historia y Vida, L’Avenç, La Aventura de la Historia,
Sàpiens, Clío o Historia National Geographic).
Páginas web como Hislibris o Novilis, con miles de lectores diarios, con reseñas de no-
vedades y clásicos en literatura histórica de todo tipo, aseguran la participación de lecto-
res aficionados y consiguen llamar la atención de editoriales, instituciones culturales e
incluso instituciones públicas.
Cada vez resulta más común toparse con ferias medievales, exhibiciones romanas (Ta-
rraco viva) y todo tipo de recreaciones históricas más o menos fidedignas (Legión VII
Gémina) que apelan a esta fascinación por el pasado.
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 57 Introducción a la historia de la cultura contemporánea
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