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Introducción

a la historia
de la cultura
contemporánea
PID_00245930

Jaume Claret Miranda


Manel López Esteve
Joan Fuster Sobrepere

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CC-BY-NC-ND • PID_00245930 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

Jaume Claret Miranda Manel López Esteve Joan Fuster Sobrepere

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CC-BY-NC-ND • PID_00245930 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

Índice

1. La historia cultural........................................................................... 5
1.1. El nacimiento de la historia como disciplina moderna y la
historia cultural: positivismo, historicismo y ciencia social ....... 6
1.2. El periodo de entreguerras: los dos caminos de la historia
cultural ........................................................................................ 10
1.3. La revolución historiográfica de la posguerra ............................. 12
1.3.1. Los Annales y el estructuralismo en Francia .................. 12
1.3.2. El marxismo británico ................................................... 16
1.3.3. Las teorías de la modernización .................................... 21
1.4. La crisis de los grandes paradigmas de posguerra ....................... 23
1.4.1. El giro cultural ............................................................... 23
1.4.2. El postestructuralismo ................................................... 26
1.5. Teorización de la narratividad: White, Ricoeur y de Certeau ...... 29
1.6. La identidad, de la representación a la construcción: nación,
género, raza e historias subalternas ............................................ 33

2. La historia de la contemporaneidad como problema.............. 40


2.1. El nacimiento de la historia contemporánea como disciplina
moderna ...................................................................................... 41
2.2. De la contemporaneidad a la historia del tiempo presente ........ 42
2.3. Historia y memoria ..................................................................... 44
2.4. Los debates sobre la memoria histórica ...................................... 47

3. La historia de la cultura en la era de la información.............. 53

Bibliografía................................................................................................. 57

Anexo............................................................................................................ 59
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1. La historia cultural

La historia de la cultura entendida como subdisciplina que se ocupa de las pro-


ducciones y manifestaciones artísticas es tan antigua como la propia historia.
En nuestra tradición occidental, junto con el estudio de la política, la guerra,
el estado o la vida de los grandes hombres, se ha centrado siempre en el estu-
dio y evolución de las obras artísticas en su marco histórico. Sin embargo, este
apartado no se ocupa específicamente de presentar el estudio de la historia del
arte, la literatura o las ideas, sino de un concepto más amplio definido a partir
de finales del XIX por parte de las nuevas ciencias sociales: la cultura.

Entendida como algo más amplio que las representaciones artísticas sig-
nificativas, la cultura trata del conjunto de prácticas, creencias, símbo-
los y procesos conformadores del universo no material de una sociedad.

Con el siglo XX, esta concepción se ha ido consolidando y, a partir de mediados


de siglo, ha incorporado también los medios de masas y el mercado asociado a
estas actividades: el mercado�cultural. La historia ha sido muy sensible a esta
transformación, puesto que la cultura ha ido ocupando un papel cada vez más
central en su material de estudio: el ser�humano y su vida�en�sociedad.

El siglo XVIII ve nacer las academias como centros reguladores de las distintas
disciplinas, bien por parte de las monarquías ilustradas, como es el caso de
Francia o España, con la Real Academia de la Historia o la Academia de San
Fernando, o bien a partir de iniciativas privadas, como las academias de la
Junta de Comercio de Barcelona o la Academia de Buenas Letras. Es en este
momento cuando los centros científicos para el estudio de la historia y de las
bellas artes se generalizan, y todos tratan el estudio y la clasificación de las
obras de arte y sus autores, y en algunos casos toman las primeras iniciativas
museísticas al margen de las colecciones privadas o reales. Sin embargo, a me-
diados del siglo XIX, con la formulación del programa científico positivista,
las distintas disciplinas científicas adquirirán autonomía entre ellas, una clara
delimitación y unos métodos comunes, que serán considerados como el fun-
damento teórico y metodológico de estas disciplinas.

Como veremos, en el caso de la historia será el alemán Leopold von Ranke


(1795-1886) quien en el segundo tercio del siglo XIX asentará las bases de una
manera de entender la práctica de la historia, que ha llegado hasta hoy como
una especie de «sentido común disciplinario», al menos en cuanto a los su-
puestos de la práctica del historiador. Esto no quiere decir que el positivismo
de Ranke, basado en la creencia de que los procesos históricos están sujetos a
leyes o generalizaciones parecidas a las de las ciencias naturales, fuera en este
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periodo fundacional de la moderna disciplina histórica –hasta el final de la


Segunda Guerra Mundial– la única corriente historiográfica, ni la única filo-
sofía de la historia. Al mismo tiempo que el positivismo se desarrolló el his-
toricismo, nacido también en Alemania y vinculado al idealismo hegeliano,
que parte de la idea de que cada periodo histórico es único y tiene que ser
estudiado en sus propios términos. Asimismo encontramos el humanismo,
que trata la historia como el estudio del hombre y su naturaleza esencialmente
inmodificable a través del tiempo, es decir, la existencia de valores suprahis-
tóricos inmutables.

Aun así, a pesar de que la herencia rankiana ha tenido un largo y poderoso


impacto en los historiadores, en los años de entreguerras el historicismo dis-
frutó de un amplio reconocimiento en el campo de la filosofía de la historia.
Sin embargo, las corrientes que impactaron con más fuerza a partir de la se-
gunda mitad del siglo XX sobre el estudio de la cultura tendrían como fuente
de inspiración los trabajos de los maestros fundadores de las modernas cien-
cias sociales, y particularmente Weber, Freud, Comte, Marx y Durkheim. Estos
autores, desde varias perspectivas, ayudaron a considerar la cultura como algo
más amplio que la producción de obras de arte significativas. Además, toman-
do el concepto de cultura en un sentido más vasto, lo aplicaron a un conjunto
de prácticas de naturaleza simbólica extendidas a toda la población y no solo
a los artistas e intelectuales.

Esta corriente, fructífera desde muy pronto, se desarrolló dentro de los distin-
tos programas cientificistas que la historia llevó a cabo después de la Segunda
Guerra Mundial, y en la crisis cultural de los años sesenta y setenta colocarían
la cultura, desde varias posiciones y escuelas, en el centro del estudio de la
historia y las ciencias sociales en general. Así pues, a partir de los años seten-
ta la historia devendría cultural, y este hecho abastaría todos los enfoques y
subdisciplinas: la política, la sociedad, la guerra, el género, etc.

Este apartado intenta explicar cómo se ha producido este proceso, y cuáles


han sido sus hitos principales, así como los procesos históricos en los que hay
que inscribirlos. Las distintas fracturas del siglo XX en el mundo occidental
han dado lugar a cambios culturales de gran alcance, como no podía ser de
otra manera, también han afectado a la historia. Siguiendo la historia cultural,
seguiremos también la historia de la cultura misma y de la sociedad que la
impulsa.

1.1. El nacimiento de la historia como disciplina moderna y la


historia cultural: positivismo, historicismo y ciencia social

En la historia, como en toda la cultura occidental, se produce un proceso de


transformación que empieza en el Renacimiento y culmina en la Ilustración,
en el transcurso del cual, la ciencia se separa gradualmente de la religión e
incrementa su autonomía. El paso de la Ilustración al Romanticismo tendrá
para la historia una significación especial. Si el programa ilustrado tomaba co-
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mo consigna el sapere aude kantiano, y se proponía descubrir los mecanismos


universales de funcionamiento del mundo natural y social por medio de la
observación y el análisis, en este punto, la historia no era una excepción.

El romanticismo, sin embargo, con su exaltación del yo y la voluntad, y en su


consideración del hombre como creador de valores, hacía hincapié en lo que
es particular y específico. La cultura, entendida como tradición, como lo que
hace a unos grupos humanos diferentes de los otros y otorga especificidad, se
situaba en el centro del programa romántico. Y la historia era el instrumento
privilegiado para llegar a comprender y dotar de atributos a esta particularidad
y su genealogía.

El romanticismo, pues, colocaba la historia en el centro de la explicación


sobre los orígenes y el funcionamiento de la vida social, y señalaba la
cultura y las tradiciones nacionales como el elemento forjador de los
pueblos y las naciones.

En este sentido, fue Herder quien formuló los elementos centrales de las ba-
ses teórico-filosóficas del romanticismo. Sin apartarse nunca de los principios
morales de la Ilustración, Herder formuló en Ideas sobre la filosofía de la histo-
ria (1774) que se alejaba de la concepción racionalista de la historia. La histo-
riografía romántica, y toda la literatura de carácter histórico que la acompa-
ñó, quería proveer a los individuos de la nueva sociedad burguesa, forjada en
el individualismo, de unos nuevos vínculos de solidaridad, que nada tenían
que ver con los de la sociedad estamental, y que se asentaban sobre el nuevo
mundo de propietarios y lectores en lenguas vernáculas de publicaciones de
gran tirada, periódicos y novelas particularmente. Estos eran los vínculos de
la nacionalidad, el primer fundamento de la ciudadanía que ponía las bases
de la sociedad liberal.

Y la nacionalidad, en su búsqueda de especificidad, necesitaba una lengua y


una cultura comunes, al mismo tiempo particulares, y una historia, también
común, que la explicara y justificara. Para lograrlo, la narrativa histórica bus-
caba sobre todo conmover al lector y producir en él un efecto de identifica-
ción. El romanticismo empezaba, en esta tarea de construcción de un pueblo,
por la búsqueda de unos orígenes fundadores.

Fue la época del descubrimiento de los grandes bardos europeos, el Ossian en el caso es-
cocés, o la Chanson de Roland en el caso francés. Después, se procedía a la construcción de
un relato nacional de raíces inmemoriales, que en Europa inevitablemente se tenía que
anclar en la edad media –cuando con la disolución del Imperio de Occidente emergieron
los reinos y las hablas particulares. La operación se completaba con la construcción de
una liturgia civil que sacralizaba los hechos del pasado, desarrollaba un sistema de sím-
bolos y construía espacios de culto para la cultura nacional: bandera, padres fundadores,
recuperación del folclore local, construcción de monumentos, fiestas nacionales conme-
morativas de un hecho histórico, museos y bibliotecas.
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La historia fue, para el movimiento romántico, el fundamento que forjó


el sentimiento nacional entre los ciudadanos de los viejos estados trans-
formados por la revolución liberal, o el impulso para movilizar las as-
piraciones de las nuevas naciones, que fruto de los procesos de unifica-
ción primero (Italia y Alemania), o de disgregación más adelante (Hun-
gría, Irlanda, Finlandia, y todas las que vendrían después de la Primera
Guerra Mundial), devendrían estados nación.

Sin embargo, de manera paralela a la historiografía romántica, más pendiente


de conmover los sentimientos del lector que del rigor de los datos, la nueva
sociedad burguesa empezó a atender su necesidad de racionalización y orden
en el campo de la ciencia con la aparición en Francia de una nueva corriente:
el positivismo.

El positivismo pretendía refundar una ciencia que, abrazando todas las ramas La influencia de Ranke
del conocimiento, se fundamentara en el análisis de los hechos reales verifica-
En Alemania se crearon vein-
dos por la experiencia. En este sentido satisfacía demandas de carácter funcio- tiocho cátedras de historia an-
nal de la sociedad burguesa que el romanticismo, por su propia naturaleza, por tes de 1850, y su influencia
pronto se notó en Francia –
su exaltación del subjetivismo, no podía satisfacer. En el campo de la historia, donde August Comte había
formulado el positivismo filo-
sería el ya citado Leopold van Ranke quien formularía el programa positivista sófico–, pero donde la histo-
riografía romántica había da-
en historia, en los años treinta del siglo XIX y en oposición al historicismo fi- do su máxima figura con Ju-
losófico de Hegel. El programa de Ranke se basaba en el respeto escrupuloso a les Michelet. En Inglaterra, con
una larga tradición empírica
los documentos, única manera de acceder al pasado «tal como aconteció». En que se remontaba a Bacon, las
ideas de Ranke introducidas
su visión priorizaba la historia política y oficial, que estaba bien documentada por Lord Acton por medio de
sobre otros aspectos del pasado, y tenía una concepción del proceso histórico la English Historical Review en-
contraron una rápida acepta-
como una sucesión lineal, en la cual cada periodo se vinculaba con el anterior ción.
de manera secuencial. El historiador tenía que trabajar sobre casos particulares
en el escrutinio detallado de los documentos, con la finalidad de inscribirlos
en una visión universal a partir del estudio de las «naciones destacadas».

En definitiva, las ideas de Ranke actuaron como elemento fundador de la mo-


derna disciplina histórica, particularmente en su versión académica, y domi-
naron el mundo universitario hasta bien entrado el siglo XX, cuando a partir
de los años sesenta algunos de sus fundamentos fueron puestos en cuestión.
Es más, tal y como ha señalado Novick (1988), hasta hoy han actuado con una
especie de sentido común disciplinario que se podría formular como

«El compromiso con la realidad del pasado y con la verdad que corresponde a esta reali-
dad; una separación tajante entre el conocedor y aquello que es conocido, entre hecho
e interpretación, y sobre todo, entre historia y ficción».
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Paralelamente a la extensión de la historiografía positivista, especialmente en Obras de Burckhardt


la historia política –convertida en historia general–, se abre el terreno para la
Su principal obra es La cultu-
aparición de la historia�cultural, que quiere ir más allá del estudio de las obras ra del Renacimiento en Italia
de arte y sus creadores, y que tuvo a la figura del suizo Jacob� Burckhardt (1860), pero también escribió
sobre la época grecolatina, en
(1818-1897) como el paradigma de la innovación. sus Reflexiones sobre la histo-
ria de la humanidad (aparecida
póstumamente en 1889).
Burckhardt, sin abandonar una idea restringida a las grandes manifestaciones
de la alta cultura, intenta pintar por medio de ella el retrato de una época.
La novedad de este planteamiento respecto de los clásicos historiadores del
arte, la literatura o la arquitectura es el interés, más que por las obras y su
técnica, por las conexiones entre las diferentes manifestaciones culturales que,
junto con la política y la religión, explican una época. Una visión que adquiere
particular relevancia si consideramos que las principales obras de este autor se
publicaron antes de la unificación alemana, cuando esta no era más que una
unidad cultural. Para Burckhardt la cultura era el conjunto de manifestaciones
espirituales que se producían de manera espontánea y que no reivindicaban
una validez de tipo universal. Este planteamiento significaba una renovación
en la concepción de la historia de la cultura, que iba más allá de la estricta
descripción de las obras artísticas, y por este motivo, ha sido considerado, sin
duda, el fundador de la moderna historia cultural.

Otro resultado de las revoluciones liberales y del nacimiento del mundo bur-
gués fue la aparición de nuevas ciencias de la sociedad que no miraban estric-
tamente hacia el pasado.

Las ciencias sociales, y particularmente la sociología, nacieron simultá-


neamente en varios países del mundo occidental con la aspiración de
describir y medir la realidad social, y en algunos casos con el fin de sub-
vertirla.

De esta corriente, nos interesan algunas obras por cuya orientación alcanza-
rían una influencia decisiva en el abordaje y la concepción de la cultura a lo
largo de todo el siglo XX. Este es el caso de La ética protestante y los orígenes del
capitalismo (1904) de Max Weber (1864-1920) en Alemania, o de Las formas
elementales de la vida religiosa, del francés Émile Durkheim (1858-1917).

En La ética protestante, Weber sostenía que la condición que había permitido


la acumulación originaria capitalista se encontraba en la ética calvinista, una
forma de rigorismo cristiano que exaltaba el trabajo y el ahorro como formas
de salvación. El hecho relevante del libro está en cómo se da una explicación
de naturaleza cultural a un fenómeno económico que posibilitó el capitalis-
mo. El planteamiento no solo invertía la tradicional concepción materialista
según la cual la vida humana está regulada por factores de carácter material,
de los cuales la cultura, la política o la religión solo son una consecuencia o un
síntoma, sino que sobre todo era un planteamiento que, surgido en el corazón
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de la ciencia social y lejos de planteamientos idealistas o culturalistas, daba


a la cultura el rango de fenómeno social en interacción con los otros en un
nivel de igualdad y no solo de representación. Como contrapunto a Weber,
hay que tener presente la obra de R. H. Tawney, uno de los pioneros de la his-
toria social y económica británica, que en 1926 publicaría Religion and the rise
of capitalism, donde cuestionaba la tesis weberiana de la relación entre ética
calvinista y el espíritu del capitalismo.

Durkheim, paralelamente, en Las formas básicas, tomaba una orientación si-


milar al afirmar que el sistema de creencias y rituales de una sociedad son re-
presentaciones elaboradas para expresar el sentido mismo de esta sociedad, y
que es por medio de este sistema como una sociedad se reproduce. Se hacía,
por lo tanto, necesario su estudio y comprensión para entender los mecanis-
mos de reproducción que hacían viable la vida en sociedad.

1.2. El periodo de entreguerras: los dos caminos de la historia


cultural

Después de la Primera Guerra Mundial, a pesar de que la mayor parte de los


historiadores se mantuvieron fieles a los métodos empíricos rankianos, el pe-
riodo destacó por un renovado interés por la filosofía de la historia después de
lo que se interpretaba como una quiebra del modelo occidental de civilización.

La guerra había liquidado el confortable mundo ordenado de las certezas liberales y bur-
guesas. Por un lado, y con el ejemplo de la Revolución Rusa, las demandas de democra-
tización por parte de los sectores políticamente marginados (obreros, mujeres, etc.) no
pararon de crecer. Por otro, y particularmente después de la crisis económica del 29, las
atemorizadas clases medias buscaron en toda Europa refugio en las formaciones que de-
fendían valores antimodernos (jerarquía, orden, disciplina, etc.) y se opusieron violenta-
mente a la igualdad política y social y a la libertad en las costumbres.

En este contexto, vivido como una crisis de la promesa liberal anticipada par-
cialmente por los filósofos de la sospecha (Marx, Freud y Nietzsche) en las últi-
mas décadas del XIX, las discusiones sobre la filosofía de la historia reaparecie-
ron en el intento de fundamentar nuevos proyectos de futuro. Aquí destacaron
el historicismo de Benedetto Croce y José Ortega y Gasset; el marxismo reno-
vador de George Luckacs, Walter Benjamin o Antonio Gramsci (justo cuando
el marxismo se había convertido en un economicismo, ellos ponían el foco en
la cultura, a pesar de que no conseguirían una auténtica influencia hasta los
años sesenta); o el humanismo de Wilhelm Dilthey, que veía las humanidades,
y particularmente la historia, como una ciencia subjetiva del espíritu.

Sin embargo, la historia cultural, en los dos caminos que en las últimas dé-
cadas del XIX se habían abierto, dio pasos importantes que tendrían amplias
consecuencias en las décadas siguientes. En la estela de Burckhardt, el historia-
dor neerlandés Johan Huizinga (1879-1945) publicó El otoño de la Edad Media
(1919), donde trazaba un panorama de la cultura bajomedieval en Flandes a
partir del estudio de ideales como la caballería; de pensamiento y sentimien-
tos, como el miedo a la muerte, pero también de las obras individuales de los
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grandes artistas como Van Eyre. Huizinga se ocupaba con una prosa brillante
de todo el estilo de una cultura, pero también del estilo de los cuadros o poe-
mas individuales que habían destacado en este contexto temporal.

En el segundo camino, el que habían abierto los científicos sociales, fue preci-
samente el discípulo de Weber, Norbert Elias, quien mostró las posibilidades
del estudio de las costumbres y los hábitos como un camino a la explicación
macrohistórica, muy influido por el ensayo de Freud El malestar de la cultura
(1929).

Obra de Norbert Elias

Elias publicó en 1939 –a pesar de que por los condicionantes políticos la obra no se difun-
dió hasta bastantes años más tarde– El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéti-
cas y psicogenéticas. En esta obra se centraba no en la alta cultura y sus expresiones, sino
en las maneras en la mesa, con el fin de mostrar cómo en las cortes de Europa occidental,
entre los siglos XV y XVI, se desarrolló un proceso a favor del autocontrol que él conec-
taba con la centralización gubernamental y la transformación de la nobleza guerrera en
cortesana. Elias escribía sobre cómo se debe usar el tenedor o la servilleta, y no sobre las
grandes profundidades culturales, pero sus observaciones sobre el autocontrol relaciona-
das con el cambio social abrían el camino a la más fértil tradición de la historia cultural.

Elias no fue una figura aislada en el mundo cultural centroeuropeo; en estos


años destacaron asimismo Ady Warburg, el filósofo Ernest Casirer, y sobre to-
do Erwin Panofsky, que publicaría después de la guerra El significado de las Ar-
tes Visuales (1957). La llegada del nazismo produjo, sin embargo, una signifi-
cativa diáspora de la intelectualidad alemana y centroeuropea, en gran parte
de origen judío. Elias marcharía a Inglaterra, al igual que el húngaro discípulo
de Lukács, Arnold Hauser, cuya Historia social del arte y la literatura (1959), de
inspiración marxista, favorecería su fama.

Sin embargo, la mayoría de los exilios tendrían como destino Estados Unidos,
donde la intelectualidad de origen alemán daría algunos de los más brillantes
críticos e historiadores culturales, desde Adorno, hasta Carl Schorke o Geoge
Mosse. La diáspora alemana conectaría con la propia tradición de historia cul-
tural americana, que tenía en la obra de Charles y Mary Beard, Historia de la ci-
vilización de Estados Unidos de Norteamérica (1927), el exponente principal de la
denominada Nueva Historia que los historiadores radicales practicaban, y que
ofrecía una explicación económica y social del cambio cultural americano.

Mientras tanto, justamente en Francia se había desarrollado a lo largo de los


años de entreguerras la más innovadora iniciativa historiográfica del periodo
y también la que más influencia ejercería después de la guerra. Bajo la guía
fundacional de dos estrasburgueses, Lucien Febvre y Marc Bloch, en 1929 na-
cía la revista Annales, que pondría las bases de la renovación historiográfica
francesa.

Proyecto de Bloch y Febvre

En síntesis, el programa del grupo ya se había visto con claridad en la tesis de Febvre sobre
Felipe II y el Franco Condado (1912); se trataba de una historia preocupada por el empirismo
–en esto no difería del positivismo decimonónico–, pero en la que los factores históricos
objetivos tenían un papel central. De repente, los tres grandes protagonistas de la historia
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tradicional (los grandes personajes, la política y la cronología) perdían el protagonismo a


favor de factores como la geografía, la demografía, la economía y las estructuras mentales
colectivas. El proyecto de Bloch y Febvre era reconstruir la historia como ciencia guía
para todas las ciencias sociales, pero sin separarse de estas, e incorporando los nuevos
enfoques disciplinarios: la geografía�regional de Vidal de la Blache, y la sociología de
Durkheim y Weber eran su inspiración decisiva.

Si Febvre había introducido en su tesis el estudio regional y, por lo tanto, un


fuerte vínculo entre historia, geografía y economía, Bloch –más influido por
la sociología de Durkheim– en su primer trabajo Los reyes taumaturgos (1924)
incorporaba elementos esenciales de economía, sociología y psicología colec-
tiva, no ya para explicar las milagrosas curaciones de estos reyes por medio de
la imposición de manos, sino para explicar la realidad mental y social que ali-
mentaban una creencia como esta. No era el fenómeno aquello que interesaba
a Bloch, sino lo que revelaba sobre aquella sociedad, su cultura y sus relaciones
de poder político y económico. Lo que él denominaría «la mentalidad» (Bur-
ke, 1990). Los trabajos pioneros de estos historiadores se convertirían en el ca-
mino central de la historia después de la guerra, pero también en la fundación
de una nueva historia cultural de gran influencia posterior, que tendría en la
obra de Febvre El problema de la incredulidad en el siglo XVI: la religión de Rabelais
(1947), un título de claras reminiscencias durkhianas, su punto de arranque.

1.3. La revolución historiográfica de la posguerra

1.3.1. Los Annales y el estructuralismo en Francia

Después de la Segunda�Guerra�Mundial y con el estallido de la Guerra�Fría,


la historia quedó durante unos años congelada. El peso de un pasado, reciente,
terrible e inexplicable para la moderna y civilizada sociedad occidental, y la
presencia amenazadora de la destrucción nuclear, favorecieron una sensación
general de suspensión del tiempo histórico. Si en las décadas�de�los�cuaren-
ta�y�cincuenta la culpa y el resentimiento eran tan fuertes que necesitaban
una contención inhibidora para alejarse profilácticamente de la tragedia, y la
nueva amenaza nuclear resultaba aterradora y paralizante, a medida que el
paso de los años fue banalizando ambos procesos y las nuevas generaciones
que no habían protagonizado la guerra se incorporaron a la vida social activa,
el sentimiento de culpa y horror empezó a encontrar vías de expresión en la
publicación de algunos de los testimonios más hirientes, y la amenaza nuclear
empezó a devenir un elemento benigno que se podía interpretar como la ga-
rantía de la paz que el terror imponía.
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 13 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

En el marco de la Guerra Fría, y en un mundo dividido en dos grandes bloques Marxismo frente a
provistos cada uno de sus proyectos de futuro, las preguntas sobre el pasado historiografía

se volvieron irrelevantes ante las certezas sobre el futuro. La propaganda se El marxismo escolástico se co-
imponía a la historia en el marco de un nuevo orden mundial que ha sido sificaba en la URSS como un
saber legitimador del poder,
analizado magistralmente en todos sus claroscuros por Josep Fontana en Porel mientras la historiografía occi-
dental abandonaba las amplias
bien del imperio. Una historia del mundo desde 1945 (2011). preocupaciones por una nue-
va filosofía de la historia que
habían dominado el periodo
En conjunto, la renovación historiográfica no llegaría de los grandes debates de entreguerras en la búsque-
da de saber positivo. Por fortu-
filosóficos del historicismo, sino de los sectores que de una u otra manera se na, el empirismo sin dirección
no fue la única respuesta a es-
propusieron dotar a la historia de un renovado instrumental científico que te estado de cosas, y varias es-
atendiera a los avances de las otras ciencias del hombre. El esfuerzo principal se cuelas historiográficas produje-
ron procesos de renovación de
centraría en construir una ciencia nueva, con un aparato metodológico nue- gran alcance.
vo. En este sentido, algunas de las iniciativas más renovadoras del periodo de
entreguerras no fueron en balde. Particularmente en Francia, la innovadora
iniciativa en torno a la revista Annales encontró un grupo de discípulos excep-
cionales, justo en los años de la posguerra, cuando forjó uno de los procesos de
renovación más exitosos. No fue la única iniciativa renovadora; paralelamen-
te, se desarrolló una nueva historia económica de base cuantitativa de gran
ambición, particularmente en Estados Unidos; en Alemania, la sociología his-
tórica, siguiendo la figura de Norbert Elias, abrió también nuevos desarrollos;
y el marxismo británico, pese al reducido número de sus efectivos, iniciaba un
proceso de renovación de los estudios históricos y del marxismo que tendría
una amplia influencia en todas las ciencias sociales y crearía las bases de los
estudios culturales.

Acabada la guerra, el clima para una buena recepción de estas propuestas había
mejorado. El historicismo alemán salía desacreditado, y los enfoques estricta-
mente políticos, en el contexto de la Guerra Fría, tampoco podían satisfacer la
búsqueda de explicaciones útiles ni a la tragedia del pasado reciente, ni a las
incertidumbres de un futuro amenazante. Y en este contexto, un grupo relati-
vamente marginal –a pesar de que Bloch había muerto en 1944 a manos de los
nazis– tomaría posiciones centrales en el mundo académico francés durante
varias generaciones.

Por un lado, la revista se refundó en 1946 y adoptó el título Annales: Economies,


Sociétés, Civilisations, que indicaba muy claramente dónde se querían poner
los acentos. Paralelamente se creaba la sexta sección en la prestigiosa École
Practice des Hautes Études, al margen de la sección cuarta, la de historia. Y
se hizo con una clara vocación de ser un punto de encuentro entre todas las
ciencias humanas, no solo de las ciencias sociales, que tan importantes habían
sido en el programa de los Annales, como la sociología, la geografía o la antro-
pología, sino también de la literatura, el arte, el psicoanálisis o la lingüística,
que gracias a Saussure había sido el terreno de formulación del moderno es-
tructuralismo. La sexta sección, en la que los historiadores tuvieron un papel
directivo excepcional, se convirtió en 1972 en la prestigiosa École des Hautes
Études en Sciences Sociales. El pequeño grupo provincial de estrasburgueses
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 14 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

de los años veinte se había convertido en el centro de gravedad no solo de la


historia en Francia, sino de las ciencias sociales en general, y había ganado al
mismo tiempo un reconocido prestigio internacional.

A pesar de que Febvre vivió y trabajó hasta 1956, la figura predominante de Nota
esta segunda generación de los Annales, su periodo de institucionalización,
La influencia del grupo no se
fue Fernand�Braudel. Formaron parte del mismo grupo figuras como Ernest redujo a Francia, puesto que
Labrousse –que introdujo los estudios seriales–, Charles Morazé, o Pierre Vilar; historiadores como el polaco
Witol Kula, el checo Bronislaw
y fueron discípulos directos George Duby, Jacques Le Goff, Emmanuel Le Roy Geremek, el ruso Aaron J. Gou-
revitch, o el catalán Jaume Vi-
Ladurie y Michel Vovelle, entre otros. cens Vives, creador de la es-
cuela de Barcelona, recibieron
una influencia directa y a su
La obra de Braudel sobre el Mediterráneo en la época de Felipe II (1949) marcó vez la trasladaron a sus discí-
pulos, cada cual en su país.
de manera clara un modelo, que sería seguido con distintas variantes por va-
rios historiadores del grupo. Se trata de una obra innovadora, a pesar de que se
puede ver la inspiración del Febvre de 1912, en el que encontramos varias rup-
turas con la historia tradicional. Por un lado, la desaparición de un protago-
nista de la historia –ya sea una personalidad, una institución o el estado mis-
mo. La historia aspira a ser total y a explicar la sociedad en su conjunto como
una totalidad. Una segunda ruptura es con el tiempo lineal que dominaba la
narración histórica. En este punto, Braudel distingue tres niveles temporales:

• Un primer nivel geográfico de larga�duración, el Mediterráneo;

• un segundo nivel estructural, la coyuntura, que atribuye a la sociedad las


mentalidades y la economía;

• y un tercero, el rápido de la política, los acontecimientos.

Junto con el tiempo lineal, se disuelve la idea de progreso histórico, en el que


un sujeto principal –la clase, la nación– tiene una misión teleológica. La for-
mulación temporal de Braudel en El Mediterráneo sería considerada por varios
historiadores de la historiografía como una especie de motor de tres tiempos
que permitía captar las diversas dimensiones de la temporalidad en la expe-
riencia humana en su relación con el medio.

La historia de los Annales tendió a ser supranacional (el Mediterráneo) o re-


gional (la Cataluña de Vilar, la Provenza de Le Roy Ladurie, el Franco Conda-
do de Febvre). Unas dimensiones que permitían estos discursos temporales a
diferentes niveles y, sobre todo, eludían el protagonismo directivo de la polí-
tica. Finalmente, las estructuras, tanto de larga duración como de coyuntura,
tienen una vertiente mental, sin cuya realidad estas no existirían.
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 15 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

En el trabajo de los hombres de los Annales de estos años, los fundamentos


materiales de la historia se ven continuamente subrayados, hasta el punto de
que a partir de 1956 devienen una variante del estructuralismo dominante en
tantos otros campos de las ciencias humanas en la Francia de la época (Dosse,
1991-1992).

El estructuralismo había nacido en el terreno de la lingüística de la mano de


Ferdinand de Saussure en torno a la Primera Guerra Mundial, pero pasó a las
ciencias sociales gracias a la antropología de Lévi-Strauss. Para resumir, el es-
tructuralismo intentaba identificar las condiciones objetivas que generan los
fenómenos observados. En este sentido, los individuos o las clases eran vistos
como productos de procesos estructurales o sistemáticos, no como sujetos o
agentes de la historia. En los años sesenta, la principal figura del estructuralis-
mo, el filósofo Louis Althusser, sostenía que la cultura y la ideología producían
formas de conciencia humana y de acción, pero que este hecho no se producía
en sentido contrario: el sujeto individual era, en consecuencia, una creación
de la ideología.

Más que ninguna otra filosofía desde la Ilustración, el estructuralismo quiso ir


más allá del humanismo y del sujeto como base de conocimiento, sobre tres
bases:

• el lenguaje como modelo de organización de los fenómenos que se tenían


que estudiar;

• las estructuras que, se afirmaba, funcionaban de manera inconsciente; y

• los fenómenos que, al combinar el plano sincrónico con el diacrónico,


eran comprendidos de manera relacional o procesual.

En muchos sentidos, las ideas de profundidad histórica y de agencia individual Influencia del
fueron rechazadas o minimizadas por el estructuralismo, que en sus versiones estructuralismo

finales llegó a ser un antihumanismo. A pesar de ser aparentemente


una corriente ahistórica, se hi-
zo notar de manera creciente
Aun así, el enfoque historiográfico material, casi materialista, de los Annales y, particularmente, en la obra
de Braudel –Civilización mate-
constituye solo una cara de su renovación, ya que se mantuvo siempre atento rial, economía y capitalismo: si-
glos XV a XVIII (1967) es quizá
a la investigación sobre las mentalidades. Un aspecto que iría tomando un
el ejemplo más exitoso–, pero
creciente protagonismo sobre todo a partir de los años setenta y de la llamada también en otras obras de la
misma orientación como Eco-
tercera generación de la escuela, justo cuando el primer estructuralismo em- nomía rural y vida campesina en
el Occidente medieval de Geor-
pezó a recibir una dura crítica de los denominados postestructuralistas. ge Duby, o Teoría económica
del sistema feudal de Kula, las
dos de 1962.
Concepto de mentalidad

Mentalidad es un concepto impreciso. No significa en ningún caso la tradicional historia


de las ideas o de la alta cultura de las élites, o la clásica historia intelectual. Estas parten
del supuesto de que las personas tienen ideas claras y de que estas son transmitidas por
medio de los productos culturales más o menos institucionalizados. La mentalidad in-
tenta abrazar ideas, concepciones del mundo o creencias mucho más difusas, que tienen
un carácter colectivo o social, y que en cualquier caso no son la creación de un individuo,
sino más bien el clima de una época. Se trata de un intento de penetrar en las estructuras
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 16 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

ocultas del subconsciente colectivo, generalmente por medio de estudios monográficos.


Una perspectiva que encuentra antecedentes tan remotos y apreciables en la historiogra-
fía francesa como el trabajo del historiador marxista de la Revolución Francesa Henri
Lefebvre sobre el «gran miedo», creado por los rumores extendidos por toda la geografía
francesa y que siguió a los acontecimientos de 1789 en París.

En los años setenta y en un clima general de retroceso de la historia estructu- Nota


ral, la historia de las mentalidades se fue imponiendo entre los historiadores
Esta retirada de aquello que
más representativos de los Annales, particularmente en los trabajos de Le Roy podemos denominar «mate-
Ladourie, George Duby, Jacques Le Goff o Philippe Ariès. rial» en un sentido más clásico
fue –como veremos más ade-
lante– general en la historio-
grafía occidental.
En este sentido, merece la pena reseñar que el enfoque antropológico que des-
de el comienzo influyó tan poderosamente en los historiadores de los Annales
ayudó, a partir de los años ochenta, de una manera determinante a abando-
nar los enfoques eurocéntricos que tanto peso habían tenido incluso en las
perspectivas críticas de Marx y Weber. El cambio facilitó una nueva visión del
hombre, del progreso y de la historia misma. En definitiva, un giro radical
hacia aquello que es cultural.

1.3.2. El marxismo británico

La guerra no trastornó sustancialmente los centros de producción históri-


co-académica en Gran Bretaña. Sobre la base del empirismo, el mundo acadé-
mico británico continuó unas tradiciones sólidamente consolidadas. En este
contexto conservador y a partir de trabajos pioneros en historia social de antes
de la guerra, como los de los Webb, Cole y Tawney, la formación del grupo
de historiadores del Partido Comunista Británico en 1946 sirvió de punto de
encuentro de una hornada de historiadores marxistas que producirían un fe-
nomenal impacto tanto en la historiografía europea como en el pensamiento
marxista y la formación política de la Nueva Izquierda a partir de los años
sesenta.

La historia moderna no es imaginable sin considerar a Marx. Este, al igual que


los positivistas, partía de la idea de que hay una lógica de la investigación que
es común a todas las ciencias: la cientificidad, cuyo método analítico permite
explicar el mundo visible. Además, como Weber, consideraba que la sociedad
y la historia poseen una coherencia interna, formulada en el concepto de for-
mación social y su desarrollo hacia delante (es decir, inscrita en el desarrollo
histórico). Finalmente, rechazaba una concepción de la ciencia histórica asép-
tica o neutral, puesto que la concebía como un instrumento de la transforma-
ción social.

No obstante, esta triple definición resultó ciertamente problemática en el Nota


desarrollo�del�marxismo. Si por un lado aspiraba a una ciencia social rigurosa
Esta concepción encontró en
en el sentido de las ciencias naturales, por el otro rechazaba, desde su perspec- el academicismo soviético su
tiva comprometida y crítica, el afán de objetividad característico del positivis- máxima exacerbación.

mo. A lo largo de casi un siglo, y a partir de la publicación de la Anti-Düring


de Engels, fue una debilidad del marxismo la fuerte decantación hacia una
concepción determinista de la historia, cuyas primera y segunda premisas in-
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 17 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

tentaba satisfacer, presentando el conjunto de la historia humana como un


proceso predeterminado por leyes y etapas condicionadas de manera mecáni-
ca por el desarrollo económico.

Tal vez por eso, y de manera aparentemente paradójica, la principal caracte-


rística del marxismo occidental –y especialmente británico– en el periodo de
la posguerra fue la capacidad para cuestionar este planteamiento mecanicista
a favor de una consideración auténticamente crítica de la experiencia históri-
ca. La famosa supeditación�de�la�superestructura (política, cultura, institu-
ciones, etc.) a la base�naturalmente�económica se hizo crecientemente pro-
blemática para muchos historiadores marxistas occidentales. Inscritos en la
realidad de un capitalismo de éxito y en pleno despliegue, su visión crítica se
agudizaba en proporción a la quiebra de las previsiones del desarrollo mecá-
nico de una transformación social que no se divisaba en el mundo capitalista.

Como ha señalado Georg Iggers:

«Lo que hacía interesante el marxismo en Occidente era su crítica ante las relaciones
que imperan en una moderna sociedad industrial capitalista, y su compromiso con los
socialmente perjudicados. Por otra parte, estas mismas relaciones cuestionaban, en una
época postindustrial, las concepciones básicas en las que se fundamentaba el marxismo.
Estas se hallaban profundamente ancladas en el siglo XIX».

Iggers (1998, pág. 75).

Este grupo marxista británico, cuyo modo creativo de abordar esta contradic-
ción le convirtió, aún siendo marginal, en el más potente actor de la reno-
vación marxista de los sesenta setenta, era un grupo realmente heterogéneo.
Lo formaron, entre otros, Cristopher Hill, George Rude, Víctor Kiernan, Eric
Hobsbawm, Dorithy Thompson, Edward P. Thompson, Rodney Hilton, y el
más joven Raphael Samuel, que sería el impulsor del movimiento de los His-
tory Workshop en los años setenta. Pocos ocuparon posiciones académicas
sólidas, como Hill, mientras que otros ocuparon posiciones tan periféricas co-
mo la enseñanza en el sistema de extensión universitaria para adultos (Rude
y Thompson).

Past & Present

En 1952, algunos miembros del grupo impulsaron en Oxford una nueva revista, Past &
Present, subtitulada Journal of Scientific History, que quería ser un lugar de encuentro y
diálogo entre historiadores marxistas y no marxistas. Entre los impulsores estaban Hobs-
bawm, Hill, Dobb, el también marxista Vere Gordon Childe, y entre los no marxistas, el
primer director, el historiador de la antigüedad John Morris, Geoffrey Barraclough y, más
adelante, Lawrence Stone y John Elliott. En conjunto, el papel de la revista resultó deci-
sivo en la renovación de los métodos y la orientación de los estudios históricos, primero
en Gran Bretaña, y posteriormente en la comunidad científica internacional.

El diálogo entre marxistas y no marxistas se hizo más sólido a partir de 1957,


cuando la mayoría del grupo marxista, salvo Hobsbawm, abandonó el Partido
Comunista Británico a raíz de la invasión soviética de Hungría.
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 18 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

Las primeras discusiones del grupo giraron sobre los problemas planteados en Nota
el trabajo del economista marxista Maurice Dobb, formulados en torno a la
Paralelamente, George Rude,
transición del feudalismo al capitalismo para conocer en profundidad la na- junto con Eric Hobsbawm, ini-
turaleza, con un planteamiento eminentemente estructural, en consonancia ciarían sus trabajos sobre las
formas de protesta en el An-
con otros científicos sociales marxistas. tiguo Régimen, y comenza-
ron una perspectiva de historia
desde abajo.
Aun así, desde el periodo de entreguerras algunos autores marxistas como
Gramsci, Luckacs o Walter Benjamin ya habían iniciado una revisión de la
The Jazz Scene
perspectiva economicista dominante. Tomando en consideración el peso de
la cultura en las relaciones sociales y la publicación en 1932 de los Manuscritos En 1959, Eric Hobsbawm pu-
blicaba con el seudónimo de
Filosóficos de Marx de 1844, en los que colocaba el concepto de alienación en Francis Newton The Jazz Scene,
una historia social del jazz. Era
el centro de su crítica al capitalismo, abundaron en esta dirección, también
un libro prácticamente ama-
muy presente en el desarrollo de la escuela de Fráncfort. Crecientemente, la teur, fuera de la actividad aca-
démica del autor. El hecho de
perspectiva culturalista iba tomando cuerpo como una alternativa al sesgo de- utilizar un seudónimo ya mos-
traba un cierto distanciamien-
terminista y economicista dominante. to, pero la obra prefiguraba
el tipo de perspectiva sobre la
cultura que la historia social to-
El iniciador y primer artífice de este cambio no fue, sin embargo, uno de los maría en los años siguientes,
muy especialmente en Gran
miembros del grupo comunista británico, sino Raymond Williams, un histo- Bretaña.
riador de la literatura que mantuvo siempre unas relaciones ambiguas con el
marxismo. Williams, al igual que Thompson y Rude, trabajaba en la enseñanza
universitaria de adultos, fuera del sistema académico establecido. En sus pri-
meras obras, Cultura y Sociedad 1750-1950 (1958) y La larga revolución (1961),
Williams planteaba una crítica cultural del capitalismo, desarrollando un re-
lato del impacto de la revolución industrial en la sociedad británica a partir
de una historia de la idea de cultura. Esta idea combinaba la lectura rigurosa
de los escritores ingleses canónicos con una historia social de la educación,
el público lector y las instituciones culturales. Además, utilizaba una idea de
cultura amplificada y más extensa que la convencional y le incorporaba las
formas de vida y «las estructuras de sentimiento» que van asociadas a aquella.

En Cultura y Sociedad, contrapuso la interpretación dominante de la literatura


inglesa, como la obra de una minoría austera y altruista que preservaba los
bienes culturales elevados, frente a los efectos corruptores del consumo y las
masas, con una visión democrática de las actividades comunes de la sociedad;
una concepción que denominó «materialismo cultural». En Marxismo y litera-
tura (1971) desarrollaba un argumento sobre la materialidad misma de la cul-
tura que rompía con las visiones deterministas y funcionalistas:

«Más que ver la cultura como separada de la vida material, limitada al mismo tiempo
por determinaciones sociales pero moviéndose sobre ellas, señaló las verdaderas formas
prácticas y concretas en las que la cultura se habría alojado siempre dentro de relaciones
sociales y de formas de práctica material».

Eley (2005).

La cultura no era únicamente un producto de la base económica, sino que


era considerada como un elemento constitutivo de todas las otras prácticas
sociales y políticas, pero también económicas.
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 19 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

La obra de Williams, pese a ser pionera, no resultó un fenómeno individual.


Algunos de los historiadores marxistas británicos, especialmente a partir de
1957, fueron adoptando posiciones similares en sus trabajos. Hemos hablado
del trabajo temprano de Hobsbawm sobre el jazz, pero la obra decisiva, que
construiría un paradigma nuevo, fue La formación de la clase obrera en Inglaterra
(1963) de Edward P. Thompson. Un colosal libro de ochocientas páginas, cuya
visión, centrada en la cultura en un sentido amplio, explicaba la experiencia
de la resistencia política de la clase obrera en el momento de su formación a lo
largo del medio siglo anterior a las reformas de 1832. Desde la perspectiva de la
historia británica, se trataba de una ruptura completa con la tradición liberal,
que quería ver la historia inglesa como el triunfo gradual del parlamentaris-
mo. A esta benévola versión del éxito histórico de la ampliación de derechos
políticos y sociales para sectores cada vez más amplios de la población, Thom-
pson oponía una historia de victorias democráticas de los trabajadores a partir
de la resistencia popular contra la violencia, la desigualdad y la explotación,
recurriendo a una narrativa épica y vigorosamente comprometida.

Sin embargo, aquello que hacía del libro algo nuevo era la concepción misma
de clase obrera que manejaba y su abierta oposición a un marxismo reduccio-
nista y mecánico. La «clase» para Thompson era una producción histórica,
fruto de un proceso de resistencia, creencias y luchas, no el puro resultado de
la asignación de papeles sociales en el proceso productivo. La famosa distin-
ción de Marx de 1859 entre la «clase en se» –la clase como «existencia social»
determinada por la posición de los individuos en el sistema de producción– y
«clase per se» –es decir, la conciencia de pertenecer a un grupo con intereses
comunes– quedaba ahora eliminada. La clase para Thompson no era otra cosa
que la conciencia común, es decir, la cultura de grupo, nacida entre los traba-
jadores como fruto de sus luchas contra la explotación capitalista y la repre-
sión del Estado. Y como corolario, la división entre una base o estructura de
naturaleza económica, y una sobreestructura política y cultural resultaba tam-
bién refutada. En definitiva, frente a los acentos objetivistas y sociologistas,
dotaba a la clase de un fuerte acento de agencia colectiva. Tal y como afirmaba
en el prefacio de la obra de manera muy clarificadora, «la clase obrera estaba
presente en su propia formación».

La historia del trabajo, después de la publicación de La formación, quedaba Nota


también reformulada y tomaba una amplitud nueva. No era solo el puesto de
Estos trabajos, muchos de ellos
trabajo y sus prácticas laborales políticas o sindicales aquello que había que artículos, aparecerían recopi-
estudiar, sino también la vivienda, la familia, la nutrición, las prácticas reli- lados en 1991 en el volumen
Costumbres en común, donde
giosas, la criminalidad, el tiempo libre, la educación, la literatura, la infancia, se encontrarían trabajos tan in-
fluyentes como «Tiempo, disci-
el noviazgo, la sexualidad, la muerte y todos los aspectos de la vida. Un campo plina del trabajo y capitalismo
industrial» (1967), o «La eco-
infinito se abría a la historia social pensada como una historia total de base nomía moral de la multitud in-
cultural. Thompson, a lo largo de una década, se dedicaría a investigar sobre glesa en el siglo XVIII» (1971),
aparecidos inicialmente en
las transformaciones culturales de los trabajadores en el proceso de implanta- Past & Present.
ción del capitalismo, «la cultura plebeya».
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 20 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

Su influencia fue enorme. El legado de Thompson tiene, como ha señalado Nota


Eley (2005), seis dimensiones.
Su reconceptualización com-
pletamente desinstitucionali-
En primer lugar, replanteó el discurso�dominante�sobre�la�historia�inglesa zada de la política conectaría
con el espíritu del 68 y con la
en los términos que hemos señalado, mediante una historia de oposición pre- emergencia de nuevas formas
de crítica radical de la Nueva
parada para el combate, convencido como estaba de la capacidad generado- Izquierda o del feminismo.
ra del conflicto como fuerza emancipadora. En segundo lugar, y en esto coin-
cidió con Williams, particularmente en sus estudios sobre Willliam Morris y
William Blake, hizo una relectura�de�la�tradición�cultural�inglesa�del� XIX
y de los autores�visionarios�románticos, en defensa de su revuelta contra el
capitalismo naciente. En tercer lugar, su atención puesta en La formación a las
formas de vida corriente, en cuyos aspectos culturales globales se centraba: va-
lores corrientes, prácticas rituales, dimensiones simbólicas de la vida, sugerían
formas de etnografía que lo aproximaban a la antropología cultural. En cuar-
to lugar, la valoración y la identificación con la gente�corriente actuaban
como una forma de empatía que le permitía entrar en sus mundos mentales y
reconstruir las formas de racionalidad ocultas y restañadas de los perdedores.
En quinto lugar, y rechazando junto con Williams el modelo de base y super-
estructura, veía la clase como una formación tanto económica como cultural
de una manera indistinguible. Y en sexto lugar, retomaba el proyecto del grupo
de historiadores marxistas británicos en su discusión sobre la transición�del
feudalismo�al�capitalismo, y lo reformulaba construyendo la primera histo-
ria de la transición al mundo moderno y de la industrialización desde abajo,
es decir, desde el punto de vista de los perdedores.

El legado de estos nuevos enfoques tomó distintas direcciones. En el terreno


del marxismo representó la reaparición de un marxismo humanista y cultu-
ralista, directamente enfrentado tanto con la escolástica soviética como con
el estructuralismo francés que representaba Louis Althuser. En el campo de
las ciencias sociales, Williams y Thompson inspiraron un nuevo ámbito: los
estudios culturales. Estos nacieron en el Centro de Estudios Contemporáneos
de Birmingham en torno a una nueva generación de científicos sociales, como
R. Hoggart y especialmente Stuart Hall. Se caracterizarían por la interdiscipli-
nariedad y la apertura a las nuevas formas de conocimiento crítico, como el
feminismo o las culturas subalternas, e impactarían en terrenos tradicionales
como los estudios literarios o la sociología. Y dejaron planteados algunos de los
problemas más debatidos en historia cultural, la distinción entre alta cultura o
cultura de élite, y cultura popular, lo que les valdría la acusación de populistas.
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 21 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

De más alcance fue el impacto sobre la historia social, que en general ya no Nota
se podría desprender del enfoque culturalista. Y finalmente, la acción de Rap-
En los últimos años de su vida,
hael Samuel y el movimiento de los History Workshops, que representaría una Thompson abandonó la activi-
ampliación y una innovación en el campo de la historia y las prácticas socia- dad académica y se convirtió
en un agitador pacifista anti-
les participativas, también se vería fuertemente influenciado por estos antece- nuclear, y también medioam-
bientalista. Así conectaba con
dentes. la generación salida de mayo
del 68 que él, con su obra, ha-
bía ayudado a crear.
1.3.3. Las teorías de la modernización

El estructuralismo francés y el marxismo heterodoxo británico no fueron las


únicas formas de renovación historiográfica de posguerra. Particularmente en
la Alemania Federal, pero también en Estados Unidos, se desarrolló la denomi-
nada teoría de la modernización, generalmente desde la práctica sociológica
histórica y desde perspectivas bastante diferentes metodológicamente.

En Estados Unidos, lo hizo a partir de cuatro supuestos como teoría general


para el análisis de las sociedades modernas:

• la existencia de leyes de bronce en economía (las formuladas por Adam


Smith y David Ricardo);

• la economía�capitalista se caracteriza por un crecimiento imparable que


adopta formas parecidas en todas las sociedades en proceso de moderni-
zación, tal como había explicado Rostow en 1960;

• la modernización�económica conduce necesariamente a procesos de mo-


dernización social y política, es decir, al establecimiento de una economía
de mercado y de democracia liberal; y

• los métodos�cuantitativos, medición y cuantificación, se pueden exten-


der del estudio de los procesos económicos a los sociales y a los políticos.

Esta concepción, que fundamentaba la teoría de la modernización, no solo


abogaba por una historia racional y objetiva, sino que contenía una fuerte
carga ideológica fundamentada en el optimismo histórico y vinculada a una
idea de progreso lineal e ineludible. En Estados Unidos, la teoría de la moder-
nización disfrutó de un creciente prestigio y aceptación, tanto en las ciencias
sociales como en una historiografía cada vez más influida por la sociología. Era
una respuesta y un resultado de la Guerra Fría que se entregaba en un ámbito
planetario, y una explicación del éxito de un capitalismo creciente, que llegó
a su zenit en los años cincuenta y sesenta con las políticas expansivas keyne-
sianas y el nacimiento de la sociedad de consumo. Aquello que Galbraith de-
nominaría la «sociedad opulenta».

En la Alemania Federal, esta misma visión se basaría en una experiencia que


tenía un sentido profundo muy diferente. A pesar de que la realidad material
del éxito del capitalismo keynesiano y el desarrollo de la sociedad de consu-
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 22 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

mo eran características comunes, en el caso alemán, y en la medida en que


se planteaban cuestiones como la división misma del país y el sentido de res-
ponsabilidad por la Segunda Guerra Mundial y los crímenes del nazismo, la
cuestión adquiría una perspectiva moral diferente que no podía disfrutar del
ingenuo optimismo americano.

Aquí se mantuvo un ominoso silencio sobre el pasado nazi hasta los años se-
senta en la sociedad y en el mundo académico. En este último caso, a raíz de
la polémica Fischer sobre las condiciones políticas que propiciaron el desen-
cadenamiento de la Primera Guerra Mundial, la situación cambió.

La tesis de Fischer

Fischer defendía una continuidad en la política expansionista alemana entre 1900 y 1939,
y responsabilizaba a esta del desencadenamiento de las dos guerras. A raíz del debate en
torno a estas tesis, la cuestión del Sonderweg (excepción) ocupó el centro de la renova-
ción de la ciencia social histórica alemana. La tesis planteada, y desarrollada por Hans-
Ulrich Wehler, era la de un desarrollo anómalo de la modernización alemana. En este
caso concreto, había un desajuste entre un desarrollo capitalista acelerado y un subdesa-
rrollo del estado liberal.

En definitiva, estaríamos hablando de una transformación incompleta o una


modernización fallida. La ausencia en la historia de Alemania de un gran paso
al liberalismo en el siglo XIX como en Gran Bretaña o Francia habría permiti-
do a las antiguas élites preindustriales seguir ejerciendo su dominio. Además,
la falta de legitimidad de un desarrollo democrático del Estado lo llevó a per-
petuar formas represivas y manipuladoras. El conflicto entre modernización
económica y retraso político llevó a un autoritarismo estructural que desem-
bocaría en un «desarrollo desviado» del modelo de modernización occidental,
y que se expresaría en la constante inestabilidad del Imperio, el fracaso de
Weimar y, finalmente, explicaría la anomalía del nazismo. Se establecía, por
lo tanto, una línea de argumentación que inscribía los orígenes del nazismo
en el siglo XIX, el momento en que la historia alemana se desvió del modelo
occidental.

La discusión propició la aparición de la productiva escuela de Bielefield. Es-


ta, enfrentada al conservadurismo dominante en el mundo académico de la
Alemania occidental y al marxismo mecanicista de la oriental, intentó recu-
perar la historia como ciencia social, una tradición alemana que se remonta-
ba a Marx y Weber. Así, buscaba enlazar con la teoría crítica de la Escuela de
Fráncfort en la voluntad normativa de unir la ciencia con valores políticos, y
ofrecer una visión en la que a la industrialización y a la revolución tecnológi-
ca asociada (como factor decisivo de la modernización económica) le corres-
ponde una evolución institucional hacia una sociedad de ciudadanos jurídi-
camente libres y políticamente responsables y emancipados. Aun así, después
de años de investigación, la teoría de la desviación y la propia teoría de la
modernización –pese a un periodo de éxito indiscutible a raíz de la caída del
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 23 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

muro de Berlín– acabaron siendo descartadas por los estudios empíricos que
negaban las evidencias de una realidad alemana sustancialmente diferente de
la del conjunto europeo.

1.4. La crisis de los grandes paradigmas de posguerra

1.4.1. El giro cultural

En los últimos años setenta y bajo el impacto del cambio cultural y político, las
voces críticas con los grandes paradigmas de posguerra no pararon de crecer.
Primero en los círculos más radicales, pero más adelante, como una respuesta
a los interrogantes del mundo exterior y a las incertidumbres de la disciplina
histórica misma.

Si el trabajo de los propios historiadores críticos había ido erosionando las


concepciones estructurales de la historia para hacer hincapié en los elementos
culturales, simbólicos y experienciales, el clima cultural y político de los últi-
mos años setenta acabó de favorecer un cambio de sensibilidad. Se planteaban
serios interrogantes sobre la idea de progreso lineal inscrita en el corazón del
proyecto moderno (tanto en su versión liberal como marxista). Estos interro-
gantes se abrieron con la explosión de la individualidad y el consumo que ca-
racterizó la culminación de la revolución keynesiana en el mundo occidental
y, al mismo tiempo, la crisis de este modelo cuestionado por los jóvenes con-
traculturales sesentayochistas, y sobre todo, por su interrupción repentina a
raíz de la crisis económica de 1973 después de veinticinco años de crecimiento.

La historia social había construido los grandes paradigmas de la posguerra a


partir del afán de cientificidad. En parte fruto de su desarrollo propio, las gran-
des tradiciones expuestas en el apartado anterior siguieron una evolución que
las transformaría radicalmente.

El renovado marxismo occidental, influido por los autores británicos y sin


abandonar su compromiso político, abrazó la causa de la microhistoria o tomó
un giro marcadamente antropológico (algo similar pasó también en Alemania
con la recuperación de la obra de Norbert Elias). Además, la aparición de la
crítica�postestructuralista dominaría la ciencia social francesa por su fuerte
impacto sobre la revuelta juvenil y los movimientos sociales emergentes de
alcance mundial nacidos en los años 68-69. Todo esto daría un vuelco defini-
tivo a los argumentos de la crítica y la renovación historiográfica.

El feminismo empezó a hacer una crítica radical del concepto mismo de clase. Lo mismo
pasó cuando algunos investigadores plantearon la cuestión racial en Estados Unidos. Y,
más adelante, cuando desde el mundo colonial recientemente emancipado se quiso re-
considerar el eurocentrismo de los relatos históricos en uso.
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 24 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

Los autores postestructuralistas fieles a la idea de estructura del lenguaje la


revisaron en el sentido de reconocer la autonomía completa de este. El texto
dejaba de ser un correlato con la realidad y una representación para aduirir
una autonomía completa.

En 1979 Lawrence Stone publicó un artículo en Past & Present con el título
«El retorno de la narrativa. Reflexiones acerca de una nueva y vieja historia».
En síntesis, ponía en entredicho la posibilidad de encontrar una explicación
científica coherente a las transformaciones del pasado, y reivindicaba el lugar
determinante de la cultura y la voluntad de los individuos en el cambio so-
cial. Se trataba de una insistencia en los aspectos subjetivos de la experiencia
humana que no podían ser reducidos a leyes generales y que solo podían ser
aprehendidos desde el regreso a una historiografía narrativa. Un giro cultural
que tendría muchas caras se empezó a imponer en la historiografía, y logró el
dominio en las décadas siguientes.

En Francia, la dimensión cultural, en el amplio sentido de «mentalidad» ya


presente en la obra de los fundadores de los Annales, adquirió relevancia. Sin
embargo, fue con la publicación de Hacer Historia (edición de P. Nora y J. Le
Goff) en 1974 y de La nouvelle histoire (edición de Le Goff, Revel y Chartier)
en 1978 cuando, de una manera programática, se abrió el campo temático
tradicionalmente centrado en las estructuras profundas. Hasta el punto de que
la clara voluntad de abandonar un canon de explicación total de la historia
sería calificada por Dosse como el nacimiento de «la historia en migajas».

En los volúmenes de los años setenta, la centralidad se desplazó en la escue-


la francesa. Cambió de temas y de acento, y fue ocupada por autores margi-
nales hasta entonces, como Ariès, que habían estudiado la muerte. A finales
de los ochenta, comenzaría junto con Duby una colosal Historia de la vida pri-
vada. Más significativos aún son los cambios de orientación de autores cen-
trales del grupo, como Duby mismo, que pasó del estudio de las estructuras
de la sociedad medieval a publicar obras como Las tres órdenes o el imaginario
del feudalismo (1978), o El caballero, el cura y la mujer (1981); y el de Le Roy
Ladurie, que después de su estudio sobre los campesinos de la Provenza a lo
largo de tres siglos, publicaría Montillou, una aldea Occitana (1975), un trabajo
precursor en microhistoria, en el que a partir de un proceso judicial en una
pequeña localidad occitana se explicaba la herejía albigense. Más adelante, Le
Roy se ocuparía de la historia del clima o de la brujería. Este impulso, que se
había iniciado entre los medievalistas con trabajos como el de Le Goff sobre el
purgatorio, se extendió a la historia moderna y a la contemporánea mediante
otros escritos como el de M. Vovelle sobre la descristianización en la Provenza
del siglo XVIII (1978).

La reorientación francesa tenía su origen en el diálogo con la antropología,


pero no sería una excepción. En Italia, pero también entre los historiadores
americanos, se desarrollaría un esfuerzo similar que se conocería con el nom-
bre de microhistoria. Influidos por la inspiración de Thompson de hacer una
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 25 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

historia desde abajo, y comprometidos también con una perspectiva política,


aquello que alejó a los nuevos microhistoriadores de los grandes relatos de la
historia social fue el cuestionamiento de su idea lineal de progreso. En adelan-
te, ya no se trataría de conocer las condiciones materiales de la vida cotidiana
de los hombres en general, sino cómo estos hombres habían experimentado
estas condiciones, comprender la experiencia de los historiados, es decir, con-
siderarlos en su subjetividad, individualmente.

Metodológicamente, la antropología de Clifford Geertz influyó y facilitó esta


perspectiva cultural. Este consideraba que la cultura no podía ser explicada
como una ciencia experimental que tuviera que formular leyes generales, sino
como una ciencia interpretativa en busca de significado, que dotara el mundo
de sentido y lo hiciera comprensible. Para ello, proponía sustituir los métodos
analíticos característicos de la ciencia experimental por lo que él denominó la
descripción densa, es decir, la comprensión de los significados clave de cada
cultura a partir de una aproximación al objeto de estudio, no guiada por una
teoría y un cuerpo conceptual, sino dejando que el sujeto de la investigación
hablara por sí mismo.

Carlo Guinzburg y Giovanni Levi, desde Quaderni Storici, y también su com-


patriota e historiador de la economía Carlo Cipolla, fueron, junto con la nor-
teamericana Natalie Zenon Davis, los iniciadores de la microhistoria con un
conjunto de trabajos que obtendrían un gran impacto internacional y de pú-
blico. En el planteamiento�microhistórico se da prioridad al relato, puesto
que se trata de aprovechar un pequeño acontecimiento singular como fuente
de conocimiento universal, es decir, de un intento de acceder a consideracio-
nes y explicaciones macrohistóricas a partir de estudios micro.

Así, en El queso y los gusanos (1976), Carlo Guinszburg narra, a partir de la documenta-
ción de un proceso judicial, la visión del mundo de un molinero de Friuli en el siglo XVI
llamado Menocchio, y a partir de una fidelidad absoluta al documento, intenta penetrar
en el universo mental de un hombre de aquel tiempo. En un sentido parecido, la norte-
americana Natalie Z. Davis, en El retorno de Martín Guerre (1983), explica la historia de
un forastero que se hace pasar por el esposo retornado después de una larga ausencia
de una campesina que acepta la impostura en la Francia del siglo XVI, y explica así la
condición femenina en el campo de aquella época y las relaciones familiares. El objeto
de estos trabajos es acceder a los protagonistas de esta historia desde abajo, que rara vez
dejan otros testigos que los procesos judiciales o las actas testamentarias.

En Alemania, la ciencia social histórica también fue contestada desde plantea-


mientos parecidos por los representantes de la antropología histórica, inspira-
dos en la obra de Geertz y del también antropólogo Marshall Shallins. En este
caso, fue el esfuerzo por estudiar la protoindustrialización. Estos estudiosos
llegaron a la microhistoria a partir justamente de la macrohistoria, en concreto
de los estudios demográficos de la edad moderna que registraban por medio
de métodos cuantitativos. Pero estos métodos no tenían rostro, y de aquí pa-
saron al estudio de las familias y a las historias de vida que permitían conocer
las relaciones personales y las redes sociales familiares en periodos largos.

El uso de los testamentos como fuente era un instrumento de primer orden; así, Medick
pudo estudiar la cultura libresca a partir de los inventarios que encontró.
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 26 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

El enfoque microhistórico y la introducción de los métodos de la antropología


histórica abrieron la puerta a una avalancha de estudios locales en todo el
mundo, que a menudo confirmaban hipótesis generales o las cuestionaban
seriamente.

El género biográfico renació poderosamente como una manifestación de este regreso a


la cultura y a la narración después de décadas de ser considerado poco menos que divul-
gación.

Pero en líneas generales, el giro cultural también encontró sus límites como
planteamiento metodológico; si la ciencia social histórica de la posguerra ha-
bía mirado preferentemente hacia la sociología y la economía, el giro cultural
lo hacía hacia la antropología de manera preferente. En el fondo se ponía de
manifiesto la incomodidad de la historia para ser una ciencia social total, ca-
paz de entender y explicar la complejidad de los mundos pasados que quería
penetrar.

La Nueva Historia Cultural, sin embargo, no fue un fenómeno únicamente


europeo y vinculado a la crisis de la historia social comprometida con la iz-
quierda. En Estados Unidos tomó sus propios caminos como un desarrollo de
la tradicional historia intelectual, en la que tuvo un papel relevante la gene-
ración de intelectuales judíos de origen alemán que llegó a la madurez en los
años sesenta y setenta.

El estudio de las ciudades como sujeto histórico establecido, menos problemá-


tico que el de los estados, también renació. En este campo, el trabajo de Carl
Shorcke resultó un modelo. Fin-de-Siècle Vienna: Política y cultura (1980) com-
binaba la tradicional historia intelectual con la historia urbana, produciendo
un relato enormemente atractivo de las transformaciones culturales de la Vie-
na de Freud y Wittgenstein, a partir de la explicación de la crisis de la sociedad
austríaca. George Mosse publicó sus estudios sobre el origen del nazismo, el
racismo y la cultura alemana y europea contemporáneas en estos años, justo
cuando el tema del nazismo dejaba de ser un tabú en la sociedad americana.
Y Peter Gay fue del estudio tradicional de las ideas, en sus libros sobre Voltaire
o la Ilustración, hacia una historia cultural de Weimar (1968) y, más adelante,
se centró en Freud, con el notable La experiencia burguesa. De Victoria a Freud
(1985-1998).

1.4.2. El postestructuralismo

Más allá de la renovación de la historia intelectual y al abrigo del cambio cul-


tural a raíz de la crisis del 68, Francia vio declinar el paradigma estructuralista,
fruto de una crítica desde dentro que se conocería como postestructuralismo.
Esta tendría un gran impacto sobre las ciencias sociales y también sobre la his-
toria. El postestructuralismo quería ser una crítica a la razón como sistema de
dominación, con dos aspectos particularmente relevantes en cuanto al campo
de la historia. En primer lugar, el rechazo�a�las�implicaciones�totalizadoras
de�la�noción�de�«sistema», ya sea aplicada al lenguaje, a la cultura o a la so-
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 27 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

ciedad. Se entiende que estos sistemas son un producto del observador y no


del objeto mismo, y esto implica también un rechazo a la noción de estructu-
ra, no necesariamente profunda, y a la idea de historia total –que compartían
los Annales y el marxismo.

En segundo lugar, el postestructuralismo compartía con el estructuralismo la


atención�hacia�el�lenguaje�como�fuente�de�significado, destacaba la inesta-
bilidad y, en último término, la indeterminación, puesto que el «significado»
siempre queda abierto.

Las dos consideraciones tenían serias consecuencias sobre la práctica histórica.

La primera resultaba una negación frontal del historicismo y la segunda ponía


seriamente en crisis los métodos tradicionales del historiador, que construye
el relato histórico a partir de documentos a los que atribuye carácter estable
y veracidad en su capacidad de representar aquello que pasó (Gunn, 2006).
En líneas generales, la perspectiva postestructuralista profundizaba en el papel
central de la cultura en las estructuras de poder y en las propias estructuras
sociales.

Este camino ya lo había iniciado Gramsci con su concepto de hegemonía –considerando


el dominio cultural como una pieza clave de la estructura de dominación de clase–, y
Williams y Thompson con su crítica al economicismo y su acento en el carácter�econó-
mico�de�los�fenómenos�culturales, y algunos de los autores de la Escuela de Fráncfort
como Habermas con su concepto de esfera�pública como espacio de sociabilidad política
moderna basado en el debate público y la prensa.

El asunto de la relación entre poder y cultura se situaba, para los postestruc-


turalistas, en el centro de sus relaciones, de tal manera que la historia cultural
recibiría, al menos en este punto, una influencia decisiva. De los muchos au-
tores que se pueden adscribir a esta corriente, nos fijaremos, por su impacto
en la historiografía posterior, en Foucault y Bourdieu.

Michel�Foucault era un filósofo formado en el estructuralismo que evolucio-


nó hacia la historia de las ideas y, más adelante, de esta a la historia social.
Allí donde Norbert Elias había subrayado la idea de autocontrol en el proceso
histórico, él destacaba el control sobre las personas y especialmente sobre los
cuerpos que ejerce el poder establecido. Definió el estudio del control del pen-
samiento, incluyendo el sistema de exclusión de ciertos temas e ideas, como su
objeto de trabajo en un cierto momento. Su obra, que es evolutiva, se desplie-
ga en una serie de libros sobre la locura, Historia de la locura en la época clásica
(1966), los sistemas intelectuales, Las palabras y las cosas (1970), las prisiones,
Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión (1979), y la sexualidad, Historia de la
sexualidad (1980-1987). Foucault se oponía abiertamente a cualquier interpre-
tación teleológica de la historia basada en el progreso. Esta idea, tomada de
Nietzsche, le oponía pues al grueso central de la tradición moderna.
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 28 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

En segundo lugar, señalaba las discontinuidades o rupturas entre las palabras


y las cosas en el tiempo, y remarcaba la invención de la locura en el siglo XVII,
o de la sexualidad en el siglo XIX a partir de la asignación de nuevos significa-
dos. En tercer lugar, concebía los sistemas de clasificación, que él denominaba
«regímenes de verdad», como producciones de una determinada cultura y al
mismo tiempo como agentes de conformación de esta cultura. Y, en cuarto
lugar, prestaba una atención central a lo que es excluido como mecanismo de
control. Como hemos visto, sus principales estudios giran en torno a la locura,
los criminales, las prisiones y las formas socialmente reprobadas de sexualidad.

Lo que en realidad le interesaba eran las categorías, cuyos principios subyacen-


tes organizan en «discursos» lo que se puede pensar, decir o escribir en un de-
terminado momento histórico. Estos discursos colectivos y subyacentes eran
para él más importantes que las obras de los autores particulares, que entendía
solo como representación. Algunos autores, sin embargo (Burke, 2004), ven
en este punto su debilidad principal, puesto que consideran que el concepto
de discurso resulta ambiguo.

En cualquier caso, su enorme influencia posterior se debe al hecho de que


no solo escribió teoría, sino también historia intelectual y social, que incluía
tanto las prácticas como las ideas, las mentes y los cuerpos. Y, a partir de estas
historias, intentó reconstruir una idea del poder que no solo se ejerce desde
los grandes mecanismos de coacción regulados, sino desde una «microfísica»
del poder que abarca todas las formas de relaciones interpersonales.

Pierre�Bourdieu, por su parte, era un sociólogo también formado en el marco


de la École Normal que, a pesar de que no escribió sobre historia, tenía una
buena formación en este ámbito. Además, los conceptos creados por él han
tenido una fuerte influencia sobre los historiadores culturales de las genera-
ciones siguientes. Sus ideas más importantes sobre la cultura se encuentran en
su obra La distinción: criterio y bases sociales del gusto (1979). Este es un trabajo
sociológico sobre el consumo cultural en Francia en los años sesenta y setenta,
y el intento de clasificarlo a partir del gusto. En conjunto, se trata de una crí-
tica al concepto kantiano de estética pura, que presentaba el arte y la cultura
como un elemento independiente de lo que es social y de cualquier propósi-
to moral. Al contrario, el trabajo de Bourdieu intenta demostrar que las ideas
sobre el gusto y el valor cultural se sobreponen y refuerzan la jerarquía social
y la división de clase. Utilizando un concepto de cultura amplio, que no solo
atañe al arte, a la música o a la literatura, sino también a la vida cotidiana,
al mobiliario, al vestir o a la comida, se esfuerza en desnaturalizar categorías
como mirada, gusto o distinción dotándolas de historicidad.
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 29 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

En esta perspectiva, la cultura no es ni una creación autónoma, ni un subpro- Nota


ducto de la estructura económica, puesto que interactúa con la economía y el
La influencia de estas ideas ha
orden social, los refuerza y es un agente decisivo de su reproducción. El gusto sido enorme entre los histo-
clasifica las cosas y clasifica al clasificador. Si bien la clase no es un producto riadores de la burguesía y de
la formación de las élites con-
cultural, la cultura tiene un papel central en su reproducción y sostenimiento. temporáneas. Esta influencia es
particularmente visible en los
La cultura representa una forma de capital, «el capital cultural», que se puede trabajos de Christophe Charle,
iniciador en Francia de los tra-
elaborar, heredar o intercambiar como el capital económico. Las formas de bajos sobre sociología históri-
comportamiento, conocimiento, percepción y gusto que conforman el gusto ca de los intelectuales, los fun-
cionarios, los profesores y otras
se educan en la familia y en el entorno social. Esta larga y compleja gestación élites, que culminó con Les In-
tellectuels en Europe au XIXe siè-
ambiental del gusto es lo que hace que el de las clases dominantes aparezca cle (1996).
como un hecho natural, es decir, una manera «natural» de distinción social.
El poder y la autoridad no son nunca, por muy decisivos que resulten, algo
únicamente fruto de la riqueza, la propiedad y el poder. El prestigio cultural y
la capacidad de manejar el capital simbólico definen los esquemas de percep-
ción de clase e identifican a sus individuos.

Sin embargo, y sobre todo, las críticas de Foucault y Bourdieu, y en general


el postestructuralismo, tuvieron impacto entre los historiadores por dos mo-
tivos. En primer lugar, porque ponían el peso en aquello que es cultural en las
relaciones de poder, en el momento en que la historia, por muchos motivos,
estaba preparada para adoptar esta perspectiva. Y en segundo lugar, porque
defendían la idea de construir un conocimiento social abierto y dinámico, en
el que los discursos son por definición inestables y cambiantes, es decir, hacían
hincapié en la historicidad.

1.5. Teorización de la narratividad: White, Ricoeur y de Certeau

El giro cultural había propiciado al mismo tiempo un giro hacia la narrativa,


tal y como señaló Lawrence Stone en 1979. Sin embargo, la recepción en el
campo historiográfico de la crítica postestructuralista y más adelante del pos-
modernismo fue mucho más allá. No eran ya las dudas sobre la idea lineal de
progreso acuñada por la Ilustración lo que se planteaba, sino la validez misma
de los ideales modernos y de su racionalidad.

Las insuficiencias teóricas, metodológicas y políticas que mostraba la historia Nota


social abonaron la búsqueda de nuevos caminos, y entre estos tomaría rele-
Este quería ser una continua-
vancia el giro�lingüístico, un concepto nacido en Gran Bretaña en torno a ción directa de la línea iniciada
trabajos justamente inscritos en la tradición de la historia social, como el de por Thompson en la dirección
de entender la construcción de
William Sewell sobre el lenguaje�laboral francés en el siglo XIX (1980), o el de una cultura desde abajo, y lo
hacía atendiendo a las formas
Gareth Stedman Jones sobre los lenguajes�de�clase (1983). del lenguaje plebeyo.

Esta orientación influiría sensiblemente en la apertura de nuevas perspectivas,


como la de género en los trabajos de Joan Wallach Scott (1988), la de raza, etc.
Para estos autores, el estudio del lenguaje era un poderoso instrumento para
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 30 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

la comprensión del cambio político y social. Se trataba de la reconstrucción


del discurso para comprender los marcos mentales de los sujetos históricos y
la construcción de su propia historicidad.

Esta atención al lenguaje guardaba relación con la recepción entre los histo-
riadores de la obra de Foucault, y particularmente de su idea de discurso vin-
culada a las formas de poder. Las concepciones tradicionales, relacionadas con
una visión institucionalizada de este y con las formas de dominación econó-
mica o la acción del Estado, quedaron superadas por una concepción del po-
der centrada en las relaciones interpersonales y su relación con el saber. Se
hacía hincapié en el papel disciplinador del lenguaje por medio del concepto
de discurso que delimita lo que puede ser, o no ser, pensado en contextos es-
pecíficos de espacio y de tiempo. Tomando como eje el concepto foucaultiano
de discurso, autores como Roland Barthes y Jacques Derrida plantearon que
el texto no guarda ninguna relación con el mundo exterior. Es, por lo tanto,
una unidad cerrada donde lo que importa es el texto y no el contexto en el
que fue producido.

En el fondo, esta crítica se dirigía contra las concepciones ideológicas subya-


centes que guían a cualquier autor, intentando ponerlas a cuerpo descubierto.
Pero iba mucho más allá cuando reducía las prácticas discursivas a las trazas
del texto. La historia como disciplina tenía que ser repensada, puesto que los
fundamentos en que se había asentado a lo largo de más de un siglo, desde
la formulación rankiana, estaban seriamente debilitados. Nuevas perspectivas
teóricas intentaron repensar los fundamentos de la disciplina a partir de la
aceptación de su carácter narrativo. Entre estas destacan los trabajos del ame-
ricano Hayden White, y los franceses Paul Ricoeur y Michel de Certeau.

Los trabajos de White y LaCapra estaban decididamente influenciados por el


posmodernismo, difundido en los años setenta por autores como Lyotard. La
obra más significativa en el campo de la historia de esta corriente es Metahisto-
ria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX (1973), de Hayden White.
Este intentaba mostrar por medio del estudio de cuatro historiadores clásicos
del siglo XIX –Michelet, Tocqueville, Ranke y Burckhardt– y de cuatro filósofos
de la historia –Hegel, Marx, Nietzsche y Croce– que no hay ningún criterio
histórico-científico para establecer la verdad, pero que tampoco hay ninguna
diferencia entre ciencia histórica y filosofía de la historia. White admite que el
trabajo filológico científico sobre las fuentes puede establecer los hechos, pero
niega que se pueda, a partir de estos, construir ninguna concatenación causal
que dé como resultado una visión coherente del pasado guiada por criterios
científicos, e intenta demostrar que estos criterios son de naturaleza estética
o moral. La estética estaría determinada por la elección de una de las posibili-
dades retóricas –limitadas– que el historiador tiene al alcance, y las morales –
es decir, ideológicas– a criterio de esta naturaleza. En esta visión, la diferencia
entre descubrimiento e invención en historia queda completamente difumi-
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 31 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

nada, y a su vez cualquier criterio de veracidad real o formal también. En de-


finitiva, la historia es considerada como una rama de la literatura, como por
ejemplo la narrativa o la poesía.

El principal problema de esta concepción, denominada posmodernismo, que


han desarrollado posteriormente autores como Jenkins, ha sido su dificultad
para producir textos históricos que fueran más allá de la pura teoría. De hecho,
se ha limitado a señalar algunos de los riesgos a los que se enfrenta el historia-
dor ante su narrativa, pero sin aportar elementos operativos a la construcción
de un nuevo saber.

Por su parte, el filósofo Paul Ricoeur, que ya se había interesado antes por la
historia como proceso y como conocimiento, publicó entre 1983 y 1985 su
obra en tres volúmenes Tiempo y narración. Aceptaba que la historia es una
forma de conocimiento distinta de la ficción, en cuanto que aquello que na-
rra sucedió realmente y no solo en la imaginación del autor. Los individuos
se aprehenden ellos mismos explicando su historia, y los grupos sociales tam-
bién. Por eso, el elemento central de la narración histórica es la trama, aque-
llo que religa los sucesos singulares y los dota de significado explicativo. Por
eso, la escritura�histórica, por muy académica y fiel a los datos que sea, no se
limita a reproducir hechos del pasado, puesto que aquello que pasó está más
allá de cualquier reconstrucción.

El proceso de narración histórica, en la teoría de Ricoeur, opera a partir de la


mímesis (imitación) que representa aquello que pasó. La mímesis se desarrolla
en tres dimensiones dentro de la narración histórica:

• la prefiguración, que requiere la comprensión del mundo y las acciones


humanas que hacen inteligible la narración;

• la configuración, que se ocupa de la trama ordenando los sucesos en for-


ma de historia; y

• la reconfiguración, que referencia la narración en el mundo real de modo


que se haga comprensible al lector.

De esta manera la historia actúa por analogía, representa el pasado del mismo
modo que una metáfora puede representar un hecho análogo.

No obstante, Ricoeur se esfuerza mucho en señalar que este modus operandi no


se puede confundir con ninguna forma de ficción, puesto que el historiador
está sujeto a una serie de restricciones. Primero, la historia trata de hechos que
realmente ocurrieron y han dejado trazas inteligibles. Y, segundo, los hechos
históricos tienen que ser presentados respetando la sucesión cronológica. En
otras palabras, mientras que la ficción se ocupa de contar, la historia tiene que
argumentar y explicar.
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 32 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

Este argumento y explicación se centran en establecer la causalidad, es decir,


la capacidad de crear relaciones que expliquen por qué las cosas se produjeron
de una manera y no de otra.

Efectivamente, en su narratividad, la historia, igual que la literatura, es una obra de ima-


ginación, pero esta se ciñe en interpretar los indicios del pasado en el presente, en el
marco del contexto histórico que les aporta significado.

Finalmente, Ricouer señala que la historia tiene una dimensión ética, puesto Nota
que los sucesos memorables, aquello que merece ser recordado, guardan rela-
A pesar de que la aportación
ción con un fuerte compromiso al servicio de la idea de un «nosotros», que de Ricoeur avala la historia co-
puede ser el «deber con los muertos» que formuló Michelet para la historia mo una rama del conocimien-
to, algunos autores la han criti-
nacional, o el rescate de las historias de los grupos desposeídos que forman cado por su generalidad, de tal
manera que los procesos expli-
el programa de «la historia desde abajo». La historia siempre tiene una fina- cados por el autor se podrían
aplicar a la crónica o el análisis
lidad ética, cuya ficción está liberada. En este sentido, en la medida en que (Burke, 1993).
la historia tiene un propósito moral e intelectual ineludible, su narratividad
y sus operaciones metafóricas no la disminuyen en absoluto como rama de
conocimiento humano.

Por su parte, Michel�de�Certeau, antropólogo, psicoanalista e historiador de


la religión, en su obra La escritura de la historia (1975), se centra en la historia
como práctica. Es decir, en el conjunto de operaciones que la separan de otras
empresas intelectuales, en una forma de pensamiento que no pretende desa-
rrollar un sistema explicativo como los de Ricoeur y White. En este sentido, el
carácter narrativo de la historia, para Certeau, se encuentra en el hecho de que
opera con textos del pasado para producir textos sobre el pasado, y su carácter
científico se reconoce por medio de la identificación de una serie de prácticas
necesarias para esta producción. La relación de la historia con el pasado es
forzosamente ambigua, puesto que los mismos textos sobre los cuales opera
el historiador y los que produce no son el pasado real, sino el resultado de un
conjunto de presiones e influencias que condicionan su producción. El pasado
se convierte en historia a partir de un conjunto de prácticas que él denomi-
na «la operación historiográfica». Estas implican un lugar, un procedimiento
analítico, y la construcción de un texto.

En la perspectiva de Certeau la historia se produce siempre desde un lugar


institucional (universidad, archivo, biblioteca) y social (una escuela historio-
gráfica, un entorno académico), y por lo tanto, se trata siempre de una obra
que hay que comprender como colectiva y no individual. En segundo lugar,
la operación historiográfica no es una representación directa del pasado, sino
que se produce a partir de una serie de procedimientos analíticos establecidos
que cambian algo que tenía un estatus en el mundo en que se produjo –el
documento, el dato–, por una cosa nueva, y esta adquiere sentido por el lugar,
las operaciones analíticas y la escritura del historiador.

Certeau, más que reconstruir el pasado, proponía utilizar críticamente el co-


nocimiento histórico para cuestionar los modelos heredados. Igual que había
hecho Foucault, se interesaba por aquello que había sido eliminado, lo que no
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 33 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

se podía explicar. La historia trata de construir un discurso sobre el otro (el del
pasado), pero de otro que queda siempre abierto: el pasado puede cambiar y no
puede ser nunca completamente fijado. Toda interpretación es por definición
incompleta. En definitiva, Certeau vio la historia como una disciplina crítica,
que trabaja en los límites del conocimiento, cuyo fin debe ser la perturbación
del orden establecido; el historiador no es el intérprete del pasado, sino un
pertinaz crítico de los sistemas de racionalización totalizadora.

Algunas de las críticas al planteamiento de Certeau, como las de Ricoeur, seña-


lan que este tiende a exaltar la resistencia en sí misma sin ninguna valoración
de carácter moral. Aun así, como ha señalado Chartier (1997), la creencia de
Certeau en el potencial de radicalidad del estudio histórico es lo que lo hace
más valioso, singularmente en una disciplina con una inclinación permanen-
te al conservadurismo empírico. Justamente, colocando la historia en el lugar
de la experimentación, el descubrimiento del conflicto y la diferencia, Certeau
la identifica como una forma de conocimiento del otro y, por lo tanto, del yo.

Todavía es difícil identificar la influencia de estos intentos teóricos en la pro-


ducción historiográfica, pero, como veremos en el apartado siguiente, han si-
do relevantes. La narración se ha convertido en un concepto común en la his-
toriografía de hoy.

Se pueden citar algunos ejemplos fuertemente influidos por esta perspectiva, como el
trabajo de Judith Walkowitz La ciudad de las pasiones terribles: narraciones sobre el peligro
sexual en el Londres victoriano (1992), en el que la autora, a partir de las narraciones de
la prensa sensacionalista o de los melodramas victorianos, se aproxima al estudio de
las identidades de género, la sexualidad y la historia urbana. O el de Callum Brown,
The Death of Cristian Britain (2001), en el que el proceso de secularización occidental
es examinado como una narrativa autónoma que entra en crisis, y no solo como una
consecuencia ineluctable del proceso de modernización.

1.6. La identidad, de la representación a la construcción: nación,


género, raza e historias subalternas

Los serios interrogantes que se planteaban sobre la idea de progreso inscrita


en el corazón del proyecto moderno no eran ya solo la anticipación de unas
minorías intelectuales defraudadas o radicalizadas, ni la decepción de las ex-
pectativas de las generaciones nacidas en el confort del paradigma keynesiano.
La crisis de este modelo de desarrollo económico y los acontecimientos tras-
cendentales y sorpresivos de la década de los ochenta produjeron un gran im-
pacto sobre la cultura, y también sobre la historia como disciplina, abocada a
una crisis, en parte de perplejidad, en parte de quiebra de modelos.

Los años ochenta profundizarían esta sensación, la revolución thatcheriana en Gran Bre-
taña y la histórica derrota del sindicalismo inglés; las enormes grietas de los sistemas
comunistas puestas en evidencia por los obreros polacos; el rápido y decisivo proceso de
desindustrialización pesada en la Europa occidental y la fragmentación consiguiente de
la clase obrera como sujeto social; la crisis y disolución de la nueva izquierda europea a
raíz de su deriva violenta en Italia y Alemania, etc.
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 34 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

Estos y otros eran los signos de un cambio de tiempo que el año 1989 se en-
cargaría de sentenciar. Los vínculos estrechos entre política, compromiso so-
cial e historia habían sido evidentes, y los intentos de una ciencia histórica
social no serían ya objeto de crítica y revisión, sino que estallarían debido a
su inviabilidad política propia.

La problematización de la capacidad explicativa de las categorías de análisis


social como la clase no fue tan solo, ni sobre todo, un fenómeno ligado al
debate teórico de los científicos sociales postestructuralistas o posmodernos,
a pesar de que esto evidenciaba los vacíos y los fracasos e insuficiencias en el
intento de construir un saber histórico científico y totalizador.

La clase obrera

Un marxista como Eric Hobsbawm, en el texto «¿Se ha detenido la marcha hacia delante
de la clase obrera?», planteaba en 1978 que la desintegración de la antigua estructura de
la clase obrera, que permitía una filiación y una identificación políticas, se estaba des-
membrando debido a la creciente fragmentación social. Y si la izquierda quería mantener
la relevancia primaria de las desigualdades materiales y de poder en su discurso, tenía
que repensar las formas de unidad política, tanto en lo que respectaba a las bases sociales
a quienes se dirigía, como renovando su retórica y sus ideas. La reflexión de fondo sobre
la categoría analítica de clase social se ha mantenido muy abierta en el debate historio-
gráfico hasta hoy, tal y como han explicado Eley y Nield en El futuro de la clase en la
historia (2010).

La historia social que había construido los grandes paradigmas de la posguerra Nota
a partir del afán de cientificidad se encontraría en las dos décadas siguientes,
En parte fruto de su desarro-
los ochenta y noventa, con una avalancha de críticas y replanteamientos. En llo propio, las grandes tradi-
definitiva, lo más parecido a un naufragio. ciones que hemos expuesto
en los apartados anteriores si-
guieron una evolución que las
transformaría radicalmente en
El problema de la identidad, al fin y al cabo un problema fundamentalmente un sentido de dar una centrali-
dad creciente a la subjetividad
cultural, ocuparía el centro de todas las discusiones: la identidad nacional, en su orientación.
de género, de raza, la identidad colonial o subalterna, aparecerían como los
nuevos campos de estudio histórico.
Movimientos sociales

Sin embargo, el concepto era notablemente ambiguo y polisémico. En primer La emergencia en los años se-
senta de movimientos sociales
lugar, se puede referir a un individuo o a un grupo. En segundo lugar, la iden-
como el feminismo, el poder
tidad se puede forjar desde el interior y desde el exterior, como una expresión negro o la liberación gay era
un elemento subyacente a las
de la agencia de un individuo o un grupo –un elemento característico de la nuevas orientaciones centradas
en la identidad.
nueva centralidad de la subjetividad en la cultura de los últimos años del siglo
XX–, o como resultado de identificaciones construidas desde el exterior por
instituciones externas al sujeto. Esta plasticidad del concepto nace en parte de
su inestabilidad, es decir, de su historicidad.

Crecientemente los científicos sociales, y también los historiadores, han ten-


dido a ver las identidades como una construcción histórica, tanto si era fruto
de una elección autónoma como de una identificación externa. Este desplaza-
miento ha ido paralelo y es consecuencia de los discursos históricos críticos
ya vistos, y que progresivamente dejaron de ver la historia como la represen-
tación del pasado para ir viéndola como una construcción del presente.
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 35 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

Fruto de la crisis de los grandes metarrelatos dominantes durante la Guerra


Fría, el tema de la nación y los nacionalismos volvió a principios de los años
ochenta al centro del debate histórico. En el año 1983, Benedict Anderson
publicaba su libro Comunidades Imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la di-
fusión del nacionalismo. Este trabajo apareció en el mismo año que Naciones
y nacionalismos de Ernest Gellner, y La invención de la tradición, un conjunto
de estudios editados por Eric Hobsbawm y Terence Ranger. Los tres plantea-
ban la naturaleza moderna del concepto de nación, vinculada a la difusión
del liberalismo y la industrialización, y la naturaleza legitimadora de las tra-
diciones nacionales, que eran siempre una construcción discursiva moderna,
junto con su carácter cultural. De este modo cuestionaban abiertamente las
concepciones primordialistas tanto de la nación como del nacionalismo. El
eje de los estudios nacionales se desplazaba del estudio de la política y el esta-
do a las formas culturales de legitimación. En este sentido, Anderson hablaba
de «comunidades imaginadas», puesto que la nación establecía vínculos entre
individuos que, no conociéndose, se sentían vinculados por un conjunto de
prácticas que los diferencian de los otros. Eran comunidades imaginadas, pero
no forzosamente inventadas, aclaraba. Para Anderson, los factores decisivos
de la formación de la nación Estado moderna eran:

• el desarrollo de las lenguas vernáculas en detrimento de las lenguas cultas Nota


muertas por medio de la alfabetización,
Estos historiadores, conocidos
con el nombre de modernistas,
• la difusión de las ideas de la Ilustración sobre el sistema de derechos indi- porque situaban el nacimiento
de la nación y el nacionalismo
viduales, y en el punto de la disolución de
los antiguos sistemas de domi-
nación (el Antiguo Régimen),
hacían hincapié en la natura-
• la difusión de la imprenta como vehículo de homogeneización cultural leza de construcción cultural
sobre unas sociedades tradicionales fuertemente fragmentadas. que tenía la nación moderna
y en el papel nacionalizador
de las tradiciones nacionales,
a menudo «inventadas» o re-
A partir de los años sesenta, tuvo lugar el desarrollo político del movimiento construidas.
feminista, cuya historiografía de las mujeres y reivindicaciones crearon algu-
nas dificultades para la perspectiva materialista del género.

En los años setenta, y de acuerdo con las nuevas perspectivas de la historia


social y el giro cultural, esta mirada estrictamente política se amplió hacia el
estudio de todos los aspectos del pasado de las mujeres, y el campo adquirió
un espacio académico propio. La teoría feminista se apartó rápidamente de la
terminología propia de la ciencia social para adoptar un nuevo lenguaje de
patriarcado, trabajo doméstico, reproducción social y reproducción sexual del
trabajo. Crecientemente influida por el psicoanálisis, el postestructuralismo y
el análisis del discurso, en los años ochenta se produjo el cambio decisivo: el
paso de la historia de las mujeres a la historia de género.

Se necesitaba una manera de pensar la diferencia de sexos y cómo definía


esta las relaciones entre los individuos y grupos sociales. Se pasó a insistir en
connotaciones sociales y culturales más que en connotaciones físicas. Hombre,
mujer y sexo fueron sustituidos por feminidad, masculinidad y género. Este
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 36 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

cambio conceptual estaba en la línea de reconocer una creciente pluralización


de los sujetos sociales, vistos ahora como construcciones, ya fueran la clase, la
raza o la etnia. Al mismo tiempo, permitía relacionarlos entre ellos en busca
de una comprensión que admitía más complejidad.

Esta perspectiva tuvo una primera y muy influyente formulación en el texto


de Joan Scott de 1986 «Gender: A Useful of Historical Analisys». Scott formaba
parte de los historiadores que, proviniendo de la historia social, habían adop-
tado el giro lingüístico como método de trabajo, y sus primeros pasos se cen-
traron en el estudio del lenguaje de género. Aunque se trataba aún de plantea-
mientos básicamente teóricos. Los trabajos de historia se irían desarrollando
en esta dirección en los años siguientes con enfoques tan atractivos como el
de Carolyn Steedman, Lanscape for a Good Woman (1986), en el que la autora
utilizaba la biografía propia y la de su madre para cuestionar algunas de las
imágenes principales de la historia británica; o el trabajo de Denise Riley «Am
I That name?» (1987), en el que se reflexionaba sobre la naturaleza indeter-
minada y cambiante del concepto de mujer. Incluso aparecieron nuevos plan-
teamientos, como la performatividad que definía Judith Butler en El género en
disputa (2007), en el que las identidades son vistas como papeles que los indi-
viduos tienen en distintos lugares o escenarios, y las aportaciones todavía más
recientes de Silvia Federici con Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación
originaria (2010) o, desde la ciencia política, de Nancy Fraser.

Se había pasado de la historia�de�las�mujeres a la historia�de�género. El pro-


ceso había sido del feminismo a las mujeres, y de estas al género, paralelamen-
te al paso de un interés estrictamente político a uno más amplio de carácter
cultural que impactaba sobre todo el mundo académico.

Si el feminismo fue el primer territorio donde el giro cultural y el postestructu-


ralismo dieron lugar a una perspectiva constructivista y abrió un nuevo campo
de trabajo (el género), este no fue el único. El caso de la raza planteaba pro-
blemas nuevos y diferentes de los enfocados en el caso del género. Efectiva-
mente, la raza no tenía ninguna base objetiva de naturaleza biológica y podía
ser presentada naturalmente como una construcción histórica y social. Era,
por lo tanto, ideología. Pero el hecho de ser una construcción ideológica no
la hacía menos real e influyente. Este enfoque tendía a ver la ideología racial
como una máscara de intereses para perpetuar y reproducir una estructura de
dominación. David Roediger, en The Wages of Whiteness: Race and Making of
the American Working Class (1991), hizo notar que este planteamiento tendía
a presentar la raza como una estratagema ideológica al servicio de un sistema
mayor de dominación, fuera este un poder político, económico o social. Jun-
to con otros historiadores hizo ver cómo el racismo obedece a un conjunto
de creencias explícitas, parcialmente articuladas, y presunciones inconscientes
que generan formas de connivencia y complicidad.
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 37 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

El concepto de whiteness (blancura) quería poner al descubierto formas racial-


mente configuradas de identidad comparables con la ubicación de clase a la
hora de participar en el sentido de pertenencia al mundo. No se trataba, pues,
de una máscara, sino de otro tipo de división social. Roediger se planteaba
cuáles eran las compensaciones psíquicas que la «blancura» podía proporcio-
nar a los trabajadores blancos, y señalaba cómo el estatus y los privilegios de
raza podían funcionar como un poderoso sistema de compensación y maqui-
llaje en situaciones de explotación de clase. En una cultura pública tan impla-
cablemente construida en torno a la raza como la americana, esta devenía la
condición del no blanco, la condición normal del norteamericano es ser blan-
co, y esto tenía consecuencias no solo en las condiciones sociales y el bienes-
tar psíquico, sino también en la adquisición de la ciudadanía y los derechos
políticos.

En Europa, el problema no se presentaba con esta claridad. Desde el Centro de


Estudios Culturales Contemporáneos de Birmingham, en el entorno de Stuart
Hall, autor de The Empire Strikes Back: Race and Racism in 70s Britain (1982),
se planteaba cómo la identidad nacional británica en su fase postimperial se
articulaba en torno a la blancura, es decir, la raza. Tal consideración pasó al
campo de los historiadores, que la empezaron a tener en cuenta en sus estudios
sobre el pasado británico del Imperio y las relaciones del colonialismo con la
metrópoli.

Esta línea conectaba con otro campo que desde finales de los setenta se es-
taba desplegando a partir de la obra de Eduard W. Said Orientalismo (1978).
Said era un palestino, profesor de literatura en varias universidades america-
nas, influido por Williams y los estudios culturales. En su libro Orientalismo
mostraba cómo a partir del Renacimiento los occidentales habían construido
un conjunto de representaciones y una matriz conceptual Oriente a partir de
la cual se pensaba al otro. Said seguía la literatura, las imágenes, el arte, los
estudios académicos de todo tipo. Apelaba al análisis de las prácticas culturales
y al mundo de las ideas, para hacer evidente esta construcción, que era una
negación de este otro real y existente, y constituía una forma de imperialis-
mo cultural que se continúa renovando hasta nuestros días. Hacía notar que
la aventura colonial, con la fuerza militar y burocrática del Imperio, estuvo
sostenida por una invasión ideológica del espacio cultural de los países colo-
nizados, mientras que en la metrópoli, el hecho del Imperio fue más allá del
espacio político y económico, para hacerse una estructura constitutiva de la
sociedad misma y de su cultura.

Said no había sido el primero en señalar tal relación, puesto que autores como
C. L. R. James, en su libro Los jacobinos negros (1938), un estudio sobre la re-
volución antillana, ya señalaba esta relación en dos sentidos entre colonia y
metrópoli. Y de una manera ya bastante influyente, el libro de Frantz Fanon
Los condenados de la tierra (1961) interpretaba la expansión colonial europea
no solo como una manera de dominar el mundo, sino también como una
manera de reconfigurar Europa. En este sentido, afirmaba que el fascismo no
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 38 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

había sido más que la importación de los métodos coloniales a las metrópolis
europeas (una idea que ya había enunciado Hannah Arendt en 1949). Haría
falta, junto con Fanon, tener presente la aportación de Aimé Césaire, que en
el conjunto de su obra definiría y desarrollaría el concepto de negritud, espe-
cialmente en Discours sur le colonialism y Discours sur la négritude.

El trabajo de Said recibió la crítica de autores más radicales como Homi Baha
en The Location of Cultura (1994), en el sentido de que en el planteamiento de
Orientalismo el discurso era unidireccional y pertenecía a los occidentales, de
tal manera que el poder está por un lado y por el otro hay tan solo subordi-
nación. Frente a ello, Baha ve el poder colonial como algo más fragmentado
e incompleto, de lo que los colonizados pueden escapar con sus estrategias
propias.

Paralelamente a estos planteamientos sobre el colonialismo, apareció la colec-


ción «Estudios Subalternos: Estudios sobre historia y sociedad del Sur de Asia»,
que llegó a editar once volúmenes en dos series (1982-1989 y 1996-2000). Fue
creada por un grupo de historiadores indios, australianos y británicos que,
inspirados por el historiador indio Ranajit Guha, autor de Elementary Aspects
of Peasant Insurgency in Colonial India (1983), se opusieron a la historiografía
autoconmemorativa del nacionalismo postcolonial, a la óptica eurocéntrica
de los estudios asiáticos europeos, y a las concepciones de los deterministas
y economicistas del marxismo tradicional. Utilizaban el término subalterno,
sacado de la obra de Gramsci, para referirse a los grupos sociales subordinados
que no disponían de formas de autonomía política organizada, y para hacerlo
se centraron en las formas de resistencia popular a la penetración colonial, ya
fueran de clase, casta, edad, género u oficio.

Destacaría en este grupo por su proyección posterior Dipes Chakravorty, autor Ejemplo
de Al margen de Europa (2000), en un campo que se ha identificado como el de
Un ejemplo significativo en es-
los estudios poscoloniales, y que desde esta mirada ha abrazado la literatura, ta dirección es el libro del his-
el arte, la política y la sociedad. Y en el límite, ha cuestionado también la idea toriador indio Cristopher A.
Bayly, El nacimiento del mundo
de historia universal de fuertes connotaciones eurocéntricas, para proponer moderno 1780-1914 (2004).

la revisión por una nueva historia del mundo de alcance efectivamente pla-
netario, que ensaye una explicación del desarrollo de las distintas culturas y
naciones de manera interrelacionada y sin subordinaciones.

En conjunto, los años ochenta y noventa representaron una difícil y fragmen-


tada transición desde una historia social crecientemente cuestionada por el
desarrollo mismo de sus postulados más críticos, hacia la exploración de nue-
vas maneras de hacer historia que abandonaban las formas simples de mate-
rialismo. El acento en la cultura como una parte constitutiva de los procesos
sociales y económicos y el desarrollo, a menudo en los márgenes, de nuevos
conceptos como género, raza o subalternidad fueron nutriendo una perspec-
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 39 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

tiva en la que la agencia humana se encontraba en el centro de los procesos


históricos y, en consecuencia, estos podían ser examinados como construccio-
nes tanto ideológico-culturales como políticas y sociales.

La idea de considerar la cultura como un eje central del proceso histórico se ha


ido imponiendo en todos los campos, hoy se vuelve a la historia�social, pero
desde una perspectiva que se denomina historia�cultural�de�la�sociedad. El
estudio de las sociedades se ha hecho más complejo. La caída de los paradigmas
dominantes ha tenido sus epígonos.

En el caso de la teoría de la modernización, y tomando el componente cultural en su


sentido más simplista, tenemos el libro de Huntington Choque de civilizaciones (1993),
notorio a raíz de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York.

Sin embargo, la influencia del giro cultural sobre terrenos históricamente con-
solidados como la historia intelectual o política también ha sido relevante.

En este sentido, son destacables las obras de Michel Winock Las voces de la libertad (2001)
sobre el siglo XIX, y El siglo de los intelectuales (2010) sobre el siglo XX; o las nuevas visiones
panorámicas sobre historia cultural, en el mundo francés, El mundo como representación.
La historia cultural entre práctica y representación (1988) de Roger Chartier, y en el mundo
de habla inglesa, Cultura (2006) de Donald Sassoon, e Historia social del conocimento (2000)
de Peter Burke, por citar algunos ejemplos.

En general lo cultural ha sido sinónimo de más complejidad, más reflexión


y estudio histórico más esmerado. Definitivamente caída la idea de progreso
lineal, los historiadores pisan un terreno menos seguro, pero probablemente
más útil.
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 40 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

2. La historia de la contemporaneidad como problema

Hasta el siglo XIX, la historia más inmediata prácticamente no existía como


objeto directo de la atención de los especialistas, sino que quedaba únicamen-
te como terreno propicio para diarios y biografías. La historia se construía a
partir de la evidencia documental y no de testigos directos, especialmente si
estos eran orales o extraídos de la prensa. En una relación directamente pro-
porcional, a más siglos de distancia, mejor parecía la calidad del profesional
y de su obra.

No obstante, indirectamente la contemporaneidad estaba presente.

A nadie se le escapaba que tras la preeminencia de la historia antigua y medieval siempre


se partía desde la proyección del presente mismo, por lo que se aspiraba a extraer leccio-
nes útiles. Ninguna elección de personaje, periodo o época era inocente, sino que se in-
terpretaba en función de la lectura desde la vivencia directa. En este sentido, la reflexión
de Benedetto Croce de considerar que toda historia es siempre historia contemporánea
sintetizaba esta preeminencia de la contemporaneidad.

Los nacientes estados liberales, plenamente conscientes de este valor de la his-


toria, no dudaron en encargarle la legitimidad propia, y también el reforza-
miento de la cohesión nacional. Aquello vivido en primera persona pasaba
progresivamente a concernir a la disciplina sin subterfugios. Esta reaparición
plena del pasado reciente coincidía, además, con el surgimiento y el reconoci-
miento de la especialización y la subdivisión de la historia en diferentes cortes
temporales y temáticos, no por ello excluyentes.

A las ya clásicas historia antigua y medieval se sumaba, con fuerza y reconoci-


miento especiales en la historiografía anglosajona, la acabada de nacer modern
history (‘historia moderna’). La nueva etiqueta incluía los diferentes estudios
y trabajos centrados en el periodo liberal. En otras palabras, el nuevo término
cubría desde el final de la edad media hasta el presente, dentro de un relato
que se caracterizaba por su optimismo, su confianza en el progreso inagotable
y la gradual conquista democratizadora.

La contemporaneidad pasaba a ser objeto de estudio como consecuencia del


relato determinista del pasado y como evidencia causal del progreso inagotable
del futuro. Esta integración permitía justificar la bondad del régimen liberal
y llamar a la integración de la ciudadanía dentro de sus filas. Se estaba en la
era de la modernidad.

La reforma no se limitaba a la nomenclatura, sino que también afectaba a la


práctica de la disciplina. Así, se había abandonado la versión más clásica de
compilación de informaciones y de crónica supuestamente objetivas. Hacía
falta una nueva metodología más analítica y más crítica, puesto que ya era evi-
dente el carácter polivalente de los hechos. Cada descubrimiento y cada dato
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 41 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

podían encajar en una pluralidad de interpretaciones distintas, según fueran


los intereses. Además, la creciente participación política estaba vinculada a la
difusión de esta historia secular y nacional, legitimadora de las doctrinas pro-
pias y cohesionadora de la sociedad.

Esta continuidad, sin embargo, pasó a ser cuestionada a raíz de la crisis deci-
monónica del liberalismo. Ante la creciente incertidumbre, se esparcieron por
Europa respuestas que iban de los movimientos revolucionarios hasta el con-
servadurismo nacionalista extremo. Ninguna de estas, sin embargo, evitó la
creciente conflictividad social y política. Todo ello estallaría a partir de 1914
con las dos�guerras�mundiales, el surgimiento�de�la�cultura�de�masas y la
posmodernidad.

2.1. El nacimiento de la historia contemporánea como disciplina


moderna

Cerrado el periodo liberal, se imponía el reconocimiento de un nuevo cor-


te temporal historiográfico que certificara el cambio de paradigma político e
ideológico. Con el nombre de contemporary�history (‘historia contemporá-
nea’), se comprendía buena parte de los acontecimientos del siglo XX con una
fecha de arranque variable, entre 1914 y 1945 según el autor.

Por lo tanto, el contemporanismo como disciplina plena surgía durante la


Guerra Fría para englobar el periodo más reciente del pasado, con unas fron-
teras temporales difusas. Su consolidación historiográfica y profesional en Eu-
ropa estuvo curiosamente protagonizada por una generación de historiadores
mayoritariamente provenientes del medievalismo, nacidos en la primera dé-
cada del siglo XX y testigos directos de los dos enfrentamientos bélicos que
habían asolado el continente sucesivamente. Su experiencia vital propia los
llevaba a reclamar la necesidad y vigencia de una historia capaz de permitir
entender las nuevas realidades.

Serán ellos quienes favorecerán el tránsito hacia el contemporanismo de las


comunidades profesionales nacionales y de los congresos internacionales de
ciencias históricas (en muchos de estos países en proceso de reconstrucción a
raíz de la guerra y de la política de bloques posteriores). A partir de la década
de los cincuenta, el diálogo se abrirá progresivamente hacia el resto de las
comunidades académicas fuera de la Europa occidental.

Los estudios contemporáneos surgen, por lo tanto, en plena crisis de la disci-


plina y en medio del enfrentamiento ideológico entre los dos bloques: capita-
lista y socialista. El auge o decadencia de las diferentes modas historiográficas
condicionarán el enfoque de la contemporaneidad, y los intereses partidistas
buscarán a menudo lecturas teleológicas del futuro. Nunca como entonces en-
contraremos cátedras, departamentos e instituciones interesadas en la historia
en general y en la contemporaneidad en particular, pero la fragmentación, la
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 42 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

falta de diálogo y un cierto desencanto entre la profesión misma reducirán


paradójicamente la presencia pública de los historiadores, en favor de especia-
listas de otras disciplinas.

En el caso español se dan, además, ciertas particularidades. En primer lugar,


la horquilla presentaba límites más amplios, puesto que el relevo entre histo-
ria moderna y contemporánea se fijaba en el periodo revolucionario a caballo
entre los siglos XVIII y XIX y se extendía hasta el presente. De hecho, las par-
ticularidades de la periodización española arrancaban de principios del siglo
XX, cuando en la Universidad de Madrid –la primera beneficiada por el sistema

centralista– se constituyen las nuevas cátedras temporales y temáticas (nuevas


cátedras, como por ejemplo: Historia antigua y medieval de España, Historia
universal antigua y medieval, Historia universal moderna y contemporánea,
Historia de América e Historia de la civilización de judíos y musulmanes) y
otras provenientes de la suprimida Escuela Diplomática (Numismática y epi-
grafía, Paleografía y Bibliografía).

Y en segundo lugar, la consolidación del término contemporáneo/contemporá-


nea en la Universidad española no garantizaba nada. De hecho, la reforma
encontró fuertes resistencias por parte de los sectores más tradicionales, afe-
rrados a una literatura histórica sesgada y patriotera. Durante el primer tercio
del siglo XX se produce un intenso debate entre los partidarios de un relato
idealizador de la Castilla medieval y menospreciador respecto del XIX, frente
a otros docentes que, gracias a la Junta de Ampliación de Estudios y otras ins-
tituciones, conectan con los modelos europeos y con un nuevo concepto de
divulgación histórica.

Después del paréntesis de la Segunda República, cuando parecía posible im-


poner las tesis más innovadoras y europeas, la Guerra Civil representó su des-
cabezamiento durante décadas. El franquismo retornó el foco histórico al pa-
sado imperial, arrinconando la investigación sobre periodos más recientes a
breves alusiones siempre peyorativas, a excepción de las hagiografías sobre el
propio régimen. A partir de la década de los cincuenta empezamos a encon-
trar excepciones a este silencio, a menudo protagonizadas por profesores con-
cretos –Jesús Pabón (1902-1976), Jaume Vicens Vives (1910-1960), etc.–, por
investigadores vinculados al Instituto de Estudios Políticos y por intelectuales
provenientes (y desengañados) de Falange.

2.2. De la contemporaneidad a la historia del tiempo presente

La horquilla temporal de la contemporaneidad se iba dilatando progresiva-


mente, hasta obligar a plantear la necesidad de un nuevo corte historiográfico
más cercano al presente. Con la intención de recuperar la proximidad, carac-
terística inicial de la contemporaneidad, y alejarse de los estudios más vincu-
lados a la Segunda Guerra Mundial y a los años centrales de la Guerra Fría,
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 43 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

surge en la década de los ochenta un nuevo concepto bajo varias etiquetas:


como por ejemplo Current history, Zeitgeschichte, historia del mundo actual, his-
toria del presente o historia del tiempo presente.

En buena medida, la duda nominal recoge la dificultad conceptual de aprehen-


der la categoría presente.

El presente es por excelencia un tiempo en construcción, que crea pa-


sado y futuro a la vez, en el cual vivimos y desde el que imaginamos el
futuro y nos representamos el pasado. Epistemológicamente, las dudas
son evidentes. Además, el presente es subjetivo y, a la vez, acumulativo,
dado que coinciden en él la experiencia vital y la intergeneracional.

En todo caso, el rasgo diferencial es el vínculo con la experiencia vivida (la


historización de la experiencia). En palabras del catedrático de historia con-
temporánea de la Universidad Complutense Julio Aróstegui (1939-2013):

«El objeto de la historia del tiempo presente no puede ser otro que la historia de los
hombres vivos, de la sociedad existente, en cualquier época».

Por lo tanto, la evolución es constante y está muy vinculada a las generaciones


vivas. Por delante, el paso mismo del tiempo hace avanzar los límites de la
disciplina, mientras que por detrás se suele recurrir a fenómenos traumáticos
o icónicos para fijar el punto de partida. De manera sucesiva, se ha hablado
como hechos fundacionales de las revoluciones de 1968, de la crisis de los
setenta, de la caída del muro de Berlín (1989), del hundimiento del bloque
soviético (1991), de los atentados a las Torres Gemelas de Nueva York (2001),
etc.

La historia del presente se asocia así a los acontecimientos más recientes, a la Nota
vivencia de estos y al uso (y abuso) del relato histórico. Esta última circunstan-
Hoy, hacer historia del mundo
cia está estrechamente relacionada con los usos de la historia, las interferen- actual quiere decir hablar de
cias políticas y de todo tipo sobre el relato histórico, así como la memoria y los la revolución de las comunica-
ciones y de la información, de
debates de memoria frente a historia. En esta historia del tiempo presente la digitalización, de gobernanza
global, de ciencia y tecnología,
cultura tiene un papel central, puesto que es donde mejor se resumen muchos de identidad y de riesgo.
de los fenómenos de interés del periodo.

A pesar de que otras disciplinas tienen también como objeto de estudio la


actualidad o la historia más reciente –como por ejemplo el periodismo, la so-
ciología o la ciencia política, entre otras–, la diferencia principal reside en la
aplicación de la metodología propia de la ciencia histórica. De hecho, son es-
tas herramientas contrastadas las que deben garantizarnos el análisis crítico
propio de la historia, y conjurar los peligros evidentes:
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 44 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

• la falta�de�perspectiva y de lejanía, que pueden cuestionar la objetividad


de nuestra aproximación,

• impedir una detección correcta de la causalidad de los fenómenos estu-


diados, y

• dificultar la asimilación� correcta� de� la� avalancha� de� información no


jerarquizada que nos llega por los nuevos medios.

Para el historiador y académico francés Pierre Nora, la historia del presente no


se define por una determinada cronología (dado que es dinámica), ni por un
método específico, sino por un punto de vista propio que exige una actitud
científica más abierta a la interdisciplinariedad y a la utilización de un amplio
abanico de metodologías. Es decir, no estaríamos exactamente ante un perio-
do. Más bien hablaríamos de una sensibilidad y una preocupación especiales
por el hecho histórico y su tratamiento. Seguramente, esto explica tanto su
atractivo y demanda social como los peligros de banalización y falta de refle-
xión teórica.

Esta nueva disciplina se ha ido institucionalizando en los últimos años y se ha


caracterizado por un desarrollo intenso.

Así, ha aparecido progresivamente en los planes de estudios universitarios y ha pasado


a centrar la atención de departamentos de nueva creación como el Institut d’Histoire
du Temps Présent francés (1980). En España, los primeros trabajos serios, como los de la
catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad de Salamanca Josefina Cuesta,
datan de la década de los noventa, a pesar de que en algunos lugares ya se hablaba de
«historia actual» en los ochenta. Sin ánimo de exhaustividad, hay que destacar grupos
como la Asociación de Historia Actual (fundada en Cádiz en el 2000), la Asociación de
Historiadores del Presente (vinculada a la UNED, 2001), los Estudios del Tiempo Presente
(Universidad almeriense, 2002), el Centro de Investigaciones Históricas de la Democracia
Española (vinculado a la UNED, 2009) o, en Cataluña, el Grupo de Investigación y Análi-
sis del Mundo Actual de la UB (2009) y el Grupo de Investigación en Historia Actual de la
UAB (2010), entre otros muchos. Igualmente, han aparecido nuevas revistas científicas,
como History of the Present en 2010, impulsadas, entre otros, por Joan Scott.

2.3. Historia y memoria

Historia y memoria siempre han estado estrechamente vinculadas. Sin embar-


go, en los últimos años esta relación se ha hecho crecientemente conflictiva,
y ha coincidido con la revalorización del testimonio frente a la disciplina. En
este proceso, sobresale el papel capital que ha tenido el redescubrimiento del
Holocausto.

A pesar de que la «solución final» había sido documentada suficientemente,


su recuerdo no tenía una presencia pública directa, y los supervivientes habían
optado en su gran mayoría por el silencio y el olvido. Autores como el escritor
Jorge Semprún (1923-2011), él mismo superviviente de los campos de concen-
tración nazis, hablan de cómo las víctimas necesitan un periodo de seudosi-
lencio antes de poder asimilar la experiencia vivida y verbalizar el trauma.
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 45 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

A finales de los setenta y principios de los ochenta, el gran público recibe el impacto
de la miniserie americana Holocausto (1978) y del filme documental francés de Claude
Lanzmann Shoah (1985). De repente, se produce un redescubrimiento. Pese a precedentes
relevantes de filmes como Noche y niebla de Alain Resnais (1955), y de libros como Si
esto es un hombre de Primo Levi (publicado en 1947, pero no reconocido hasta finales
de la década de los cincuenta) o las reflexiones de Hannah Arendt a raíz del juicio de
Eichmann (1961), será ahora cuando la voz de los testigos será escuchada.

El culto a la memoria rápidamente se extiende al resto de los «olvidados» en los


diferentes hechos traumáticos vividos durante el siglo XX. Como denuncia el
filósofo e historiador bulgarofrancés Tzvetan Todorov, se esparce una auténtica
obsesión por el culto a la memoria en la Europa del final del milenio.

Según el historiador italiano Enzo Traverso, el auge de la memoria surge de


la confluencia del éxito de la nueva historia cultural centrada en el sujeto; el
lenguaje y la proliferación de políticas de identidad; y el uso posmoderno del
pasado como fuente de fragmentos con la que se construye un presente según
los intereses de cada cual. Se exige que el pasado no pase. La filósofa argentina
Inés Mudrovcic, en su libro Historia, narración y memoria, reconoce la plurali-
dad en la utilización del término y plantea una definición que puede servir
de punto de partida y puede aclarar algunos equívocos sobre la categoría de
memoria colectiva. Según Mudrovcic, la memoria colectiva sería el relato o re-
presentación que un grupo posee de su pasado, que para algunos miembros se
extiende más allá de la memoria individual, y que intenta dar sentido a acon-
tecimientos o experiencias relevantes del pasado. Para Mudrovcic, la memoria
colectiva sería una especie de narrativización social de los recuerdos comunes.

En este sentido, diferentes colectivos empiezan a pedir legislación sobre el pa-


sado, fijación de fechas conmemorativas, justicia por los crímenes cometidos,
construcción de lugares de memoria, influencia en la enseñanza y extensión
de una memoria social mediante rituales y museos.

Les lieux de mémoire (dirigido por Pierre Nora, 1984-1992) constituye el primer estudio
sobre la concreción de la memoria colectiva en símbolos, lugares y relatos, su importancia
y su influencia en la configuración de la historia, especialmente, la nacional.

La falsa percepción de revelación acaba incrementando este enfrentamiento


entre historia y memoria, entre verdad y fidelidad. Se produce una revaloriza-
ción de la memoria en detrimento de la denominada historia oficial, a la cual
se imputa una supuesta marginación de las víctimas. La memoria se percibe
como superior a la historia porque otorga voz y centralidad a los supervivien-
tes. Sin embargo, este maniqueísmo también esconde una voluntad de repa-
ración –de hacerse perdonar– del supuesto arrinconamiento practicado por
las sociedades occidentales. Desde esta lógica, hay que compensar la deuda
contraída con las víctimas por medio del duelo permanente y del impulso de
políticas públicas.

Los peligros de este maximalismo, sin embargo, son evidentes. La memoria


actúa de manera selectiva y subjetiva, y sufre los cambios inducidos por las
exigencias del presente, de la biografía, de la propia historia oficial, y del en-
torno en general. La memoria está estrechamente vinculada a las emociones
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 46 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

y a la identidad, por eso aspira a legitimar, rehabilitar, honorar o condenar.


Sacralizar la memoria puede bloquear el futuro e impedir el conocimiento ob-
jetivo, puesto que este pasa a depender absolutamente de los testimonios, de
su existencia, supervivencia y veracidad.

En cambio, la historia ofrece conocimientos por acumulación y decantación,


por medio de un método que se quiere objetivo, crítico y metódico. Ningún
terreno le es vedado porque, por encima de todo, se prioriza el conocimiento,
la interpretación, la explicación y la comprensión. No es la memoria sino la
historia la que mira al pasado desde todas las perspectivas posibles, critica la
mitificación, huye de la sacralización del pasado, no pretende imponer una
verdad unívoca, acepta la pluralidad y la complejidad, y no busca celebrar o
conmemorar nada. La historia es evidentemente perfeccionable, pero tiene
conciencia de serlo y, en principio, intenta actuar en consecuencia.

Conocer el pasado pertenece a la vertiente pública, rememorarlo a la privada.


No es lo mismo. No es casual, como nos recordaba el catedrático de la Uni-
versidad de Zaragoza Juan José Carreras (1928-2006), que «ninguna memoria
puede reconocerse en el pasado construido por la investigación historiográfi-
ca», porque su exigencia crítica como disciplina hace que vaya más allá.

Ante la interpelación directa de los defensores de la memoria frente a la his- Nota


toria, los contemporanistas han mostrado básicamente tres reacciones. El pri-
En este sentido, Tony Judt
mer grupo ha descalificado directamente la memoria como fuente de conoci- (1948-2010) advertía que el
miento e investigación histórica. Son quienes, de una manera más activa, han siglo XX corría el riesgo de lle-
gar a ser «un palacio de la me-
denunciado los excesos memorialísticos y de legislación memorial. Diferentes moria moral». Para evitarlo, el
historiador inglés reivindicaba,
historiadores (Arno Meyer, Charles Maier, Henry Rousso, Pierre Nora, Tzve- ante una memoria siempre in-
suficiente, la vigencia y supe-
tan Teodorov, Carlo Ginzburg, Peter Novick, Tony Judt, etc.) de varios países rioridad de la historia.
(Francia, Italia, etc.) han levantado la voz ante lo que califican como abuso
de la memoria.

Un segundo grupo, a pesar de marcar distancias con la memoria, se ha mos-


trado más cauteloso. Para este sector, estaríamos ante un fenómeno dirigido,
con una clara intencionalidad política, cargado de falsos supuestos, ignorante
o injustificadamente crítico hacia la disciplina histórica, poco preparado me-
todológicamente, y básicamente interesado en el protagonismo mediático. En
otras palabras, se acercan al hecho pero con grandes prevenciones sobre las
intenciones últimas de sus promotores.

Finalmente, hay quien ha entendido la necesidad, a pesar del sesgo político


de ciertas reivindicaciones, de asumir desde la academia el estudio del periodo
más reciente.

En el caso español, esto ha implicado una especial atención a la represión franquista, a los
costes humanos y morales de la Dictadura, y al proceso de transición hacia la democracia.
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 47 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

Como ha esbozado el catedrático de historia contemporánea de la Universidad


de Valencia, Pedro Ruiz Torres, quizá es esta la posición más coherente y útil.
Así, el historiador tiene que someter la memoria al análisis crítico que rige para
el resto de las fuentes. Porque la memoria es falible, cambiante y nunca exac-
ta. Pero a pesar de sus imperfecciones, la memoria construye continuidades
imprescindibles para el individuo. En otras palabras, los defectos no la invali-
dan como fuente. De hecho, el testimonio y el recuerdo devienen elementos
fundamentales para el historiador, no únicos, pero tampoco prescindibles.

2.4. Los debates sobre la memoria histórica

Fruto de la revalorización de la memoria frente a la historia, en todo el escena-


rio europeo y americano surgió un movimiento con voluntad de revisar imá-
genes, vivencias y percepciones de un pasado cuyos traumas colectivos ocupa-
ban un lugar central. Bajo la etiqueta de «memoria histórica», la revisitación
va acompañada de una exigencia para definir políticas hacia el pasado en las
que se integren elementos de ética, justicia y reparación.

Hay un evidente problema conceptual en la expresión memoria histórica. La


memoria es por definición individual. Solo la memoria personal de quien ha
sufrido directamente una experiencia, una vivencia, tiene sentido como tes-
timonio. Por lo tanto, memoria histórica no tiene un vínculo directo con el
recuerdo, sino que se vincula sobre todo a los usos del pasado por parte de
intereses concretos, y esto condiciona desde el presente –desde los intereses y
conflictos del presente– la interpretación histórica.

En este sentido, el término acentúa la importancia que el presente ya tiene


habitualmente en la interpretación del pasado. La connotación diferencial se
encuentra en la vinculación directa entre el uso público del pasado y unos
hechos concretos y traumáticos vividos durante la segunda mitad del siglo XX
–guerras, dictaduras, crímenes, genocidios, desapariciones, torturas, etc. Este
pasado que, según el historiador alemán Ernst Nolte, no quiere pasar y se in-
tegra en una cultura de la memoria del pasado reciente y traumático.

En otras palabras, volvemos a la dialéctica entre la historia, vinculada como


disciplina a la verdad, y la memoria, mucho más interesada en la fidelidad
y parte esencial para entender la identidad propia, personal y colectiva. Para
el filósofo y antropólogo francés Paul Ricoeur (1913-2005), de esto surge la
necesidad de una «justa memoria» capaz de cerrar las heridas abiertas por los
procesos traumáticos del pasado. De esto nace en buena medida la reivindi-
cación del carácter catártico de la memoria y de la necesidad de rescatar un
«sujeto moral desde la narración» histórica.

En el ámbito internacional, encontramos decenas de ejemplos de procesos en


los que después de un acontecimiento traumático el regreso de la democracia
ha puesto en marcha movimientos de recuperación de la memoria de las víc-
timas. A menudo, esta verbalización del dolor ha ido acompañada de medidas
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 48 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

de justicia transicional (comisiones de la verdad, compensaciones económi-


cas, reconocimientos de las víctimas, establecimiento de lugares de memoria,
etc.) y, en menor medida, de acciones punitivas contra los responsables de las
violaciones de derechos humanos.

Ejemplos de procesos

Además del caso sudafricano, sin duda los dos ejemplos más conocidos son los de Chile
y Argentina. Los dos países retornaron a la democracia después de dictaduras militares
especialmente represivas. A pesar de la fragilidad institucional inicial y las amnistías im-
puestas por los regímenes salientes, en los dos casos se elaboraron informes exhaustivos
para dar a conocer qué había sucedido realmente en el pasado reciente: la Comisión Na-
cional para la Desaparición de Personas argentina presentó el informe Argentina nunca
más en 1984; y la Comisión Nacional de la Verdad y Reconciliación chilena presentó el
Informe Rettig en 1991.

La documentación generada permitió mantener la cuestión viva en el seno de la opinión


pública. Así, los diferentes gobiernos argentinos y chilenos han seguido buscando fórmu-
las para superar las limitaciones legales, reconociendo a las víctimas (justicia retributiva)
y persiguiendo a los máximos responsables de los delitos mayores cometidos durante las
respectivas dictaduras (justicia punitiva).

En España, este fenómeno no se da hasta la década de los noventa. Sin embar-


go, cuando aparece, lo hace con una gran fuerza social, cultural, mediática y
política, de la mano de una generación de los nietos de la guerra que quieren
exhumar y enterrar dignamente a sus parientes que todavía reposan en fosas
comunes. Además, se incorporan tres particularidades fruto de la historia es-
pañola.

En primer lugar, se vincula a un pasado más distante y más extenso (República, Memoria e historia en
Guerra Civil y Dictadura). En segundo lugar, quiere dotar a este pasado de España

una continuidad que no tuvo a consecuencia de la larga dictadura, por ello la En 1996 aparece el trabajo
obsesión por «recuperar la memoria». Y finalmente, incorpora un componente pionero de la profesora de
ciencia política de la UNED Pa-
reivindicativo –político, civil y sentimental–, y a menudo apologéticamente loma Aguilar Memoria y olvi-
do de la Guerra Civil española,
acrítico respecto de los vencidos. Este maniqueísmo ha merecido críticas tanto en el que se analizan los pro-
cesos políticos respecto de la
por parte de sectores moderados (que ven una mistificación del pasado) como
memoria y la historia recientes
de los más radicales (que los acusan de querer «reabrir las heridas»), dado que en la España contemporánea.
Para la autora, la Transición se
este legado no es asumido globalmente por la sociedad española. construye sobre un pacto táci-
to para evitar el conflicto y la
incomodidad, y así facilitar el
Sin embargo, como ya se ha dicho, a finales de los noventa surge una nueva consenso. Por lo tanto, se apa-
gan las voces más molestas, se
generación –no mayoritaria– que ya no hereda el miedo a reeditar los errores generalizan las responsabilida-
des, se prioriza la no repetición
anteriores y cuestiona la Transición. Para ellos, el consenso se habría construi- de la experiencia y este mismo
do sobre el olvido por miedo a un regreso de la dictadura y, por lo tanto, con- fantasma evita el uso del pasa-
do como arma política.
dicionando la naciente democracia y malogrando su legitimidad. Una inter-
pretación que contrasta con la visión de sus protagonistas, para los cuales, en
palabras del catedrático de Historia social y pensamiento político de la UNED
Santos Juliá, la opción del olvido habría sido voluntaria y justamente contra-
ria a la amnesia:

«Echar al olvido es recordar el pasado con el propósito de que la conciencia que perdura
clara, vívida, de su existencia como pasado, no bloquee los caminos de futuro».
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 49 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

Lentamente, las reivindicaciones de los colectivos de recuperación de la me-


moria histórica empiezan a tener la complicidad primero de las izquierdas y,
más adelante y ya en la oposición, del PSOE. Se multiplica el número de libros,
reportajes televisivos y la atención mediática sobre las víctimas del franquis-
mo. Con años de retraso respecto de otros países (pese a algún precedente, co-
mo la ley del 2000 del Parlamento catalán para indemnizar a los exprisioneros
del periodo franquista), la cuestión entra en la agenda política.

No es casual que esta nueva sensibilidad cuaje coincidiendo con la victoria


del Partido Popular en las elecciones generales de 1996. Los populares impul-
san una concepción de la historia con clara voluntad de hacerse «memoria
nacional». Por ello, la apuesta por las grandes conmemoraciones, y por la re-
cuperación de una «historia memoria» entendida como elemento básico de la
identidad nacional-estatal. Esta historia más clásica tuvo un apoyo claro de los
sectores más afines a los populares en la academia, los medios y la política.

Ejemplo

El choque en la escena pública entre dos lecturas tan opuestas del pasado no encuentra
mejor representación que la simultaneidad y el contraste entre la mediática corriente re-
visionista de éxito de aquellos años, y la apertura en el 2000, impulsada por el periodista
Emilio Silva, de una fosa común para localizar a su abuelo, acicate de la posterior funda-
ción de la primera Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica.

En el 2002, coincidiendo con el vigésimo séptimo aniversario de la muerte


de Franco, el Parlamento español condenaba por primera vez y de manera
unánime el régimen anterior. Sin embargo, con la victoria socialista posterior,
en el 2004, el Gobierno español redacta una proposición de ley para reconocer
a las víctimas de la guerra y la Dictadura, siguiendo el texto sobre víctimas del
terrorismo de 1999, pero sin conseguir el mismo grado de unanimidad.

La propuesta se centraba en el reconocimiento, el honor y la indemnización.


Quedaban fuera otras demandas, como la anulación de sentencias, la exhu-
mación de las fosas comunes o la fijación de un relato oficial sobre lo sucedido
durante el periodo.

Aquel mismo año se creaba una comisión interministerial encargada de estu-


diar qué derechos se habían reconocido a las víctimas hasta entonces, qué ac-
ceso se podía dar a víctimas y familiares a los archivos, y cómo había que con-
cretar el reconocimiento y la satisfacción morales. Sin embargo, mientras la
comisión trabajaba, se multiplicaban las iniciativas políticas sobre cuestiones
concretas, y se hacía patente el desbordamiento de la vía institucional.

A finales del 2007, se aprobó Ley de reconocimiento y extensión de los derechos a las
víctimas de la Guerra Civil y de la Dictadura, popularmente denominada Ley de la me-
moria histórica. La falta de unanimidad parlamentaria recogía las diferencias existentes
dentro de la sociedad, desde los medios de comunicación hasta la comunidad académica
misma. Todo esto acabó restando valor anticipadamente a los avances planteados por el
texto legislativo final.
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 50 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

Avances que se concretaron en centenares de declaraciones de reparación y reconoci-


miento; en miles de (nuevas o mejoradas) pensiones e indemnizaciones; en la inscripción
como españoles de decenas de miles de exiliados; en la retirada de diferentes elementos
de simbología franquista de edificios oficiales; en la creación de una oficina de asistencia
a las víctimas; en la concesión de un programa de subvenciones para entidades vincula-
das a la memoria; en la refundación y accesibilidad al Centro Documental de la Memoria
Histórica de Salamanca; y en la fijación de un protocolo de exhumaciones, a pesar de
que la iniciativa seguía quedando en manos particulares.

Pero las medidas ya se habían amortizado: ciertos planteamientos quedaban


fuera y, sobre todo, el Gobierno no se prestaba a la fijación de un relato oficial
del pasado, al entender que esto no correspondía a la política sino a la historia.
Buena parte de las asociaciones para la recuperación de la memoria histórica
querían ir más allá del resarcimiento de la dignidad a los muertos y de abrir
las fosas comunes. Así, exigían una condena explícita del franquismo y de
la supuesta impunidad surgida de la Transición, y pedían una rectificación
respecto del pasado: anulación de condenas, retirada de símbolos, homenajes,
etc.

La demanda de una «construcción social del recuerdo», de una reconstrucción


del pasado con una determinada carga ideológica y política, de una reivindica-
ción explícita de los valores resistenciales dentro de la memoria colectiva de-
mocrática, no era considerada por la ley estatal (la Ley del memorial democrá-
tico catalán del 2007 sí que reivindicaba una determinada memoria y, por este
motivo, recibió acusaciones de parcialidad). Repleta de buenas intenciones,
la ley no satisfacía prácticamente a ninguno de los directamente interesados:
para unos, no cumplía las expectativas creadas; para otros, resultaba excesiva.

Ante la creciente relevancia e incidencia social y política de la memoria his-


tórica, la academia se ha visto obligada a pronunciarse. Para los profesionales
de la historia, esta emergencia ha planteado una nueva mirada al pasado, mi-
litante, activista y no neutral políticamente. Este carácter parcial y un cierto
menosprecio hacia la historiografía existente, mezclados con aspectos biográ-
ficos, han agriado el debate entre los especialistas, y se han fijado posiciona-
mientos muy marcados.

En este sentido, hay que distinguir la academia de la calle, puesto que el co-
nocimiento histórico sobre el pasado reciente español, a pesar de las dificulta-
des, no ha dejado de aumentar, especialmente desde la muerte del dictador. El
pacto politicosocial de la Transición para no usar como arma política el pasa-
do se ha confundido con un silencio falsamente extendido a la investigación
histórica.

Sin embargo, estos avances académicos no trascendieron al resto de la socie-


dad. El relato histórico sancionado institucionalmente sobre el siglo XX espa-
ñol se fabricó, en buena medida, durante la Transición y con los principios que
esta representaba. Asumido durante años de manera acrítica por buena parte
de la ciudadanía, el consenso se rompe cuando una nueva generación –que
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 51 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

ya no era testigo directo o indirecto de la guerra, la Dictadura y la Transición–


parte de una experiencia, un presente y unas exigencias respecto del pasado
exigencias diferentes respecto del pasado.

Hijos de una nueva cultura política, de ellos surge la demanda de una memo-
ria de restitución o reconocimiento que entronca con el amplio movimiento
internacional de reparación de las víctimas. Se exigen políticas públicas que
permitan superar el pasado traumático por medio de un relato ético. No solo
piden una compensación moral y jurídica de las víctimas –con una frecuente
idealización del periodo–, sino que condenan con dureza el franquismo y la
Transición, por haberse apropiado de una fórmula que ha acabado debilitando
la democracia misma.

Ante estos planteamientos, encontramos un amplio abanico de posiciones


dentro de la profesión. En los extremos, desde actitudes de claro apoyo como
las del historiador Francisco Espinosa, para quien el silencio y el olvido prac-
ticado por las instituciones habría sido proactivo, hasta la defensa cerrada del
pacto de la Transición y la actuación de la profesión, personificada por el ya
citado Santos Juliá.

Para el primero, las debilidades del Estado se hacen patentes al no proclamarse


como adalid de la recuperación del pasado ni romper con lo que la Dictadura
representa al respecto. Solo el esfuerzo de investigadores individuales y de co-
lectivos concretos ha forzado un cambio parcial con treinta años de retraso,
pero las resistencias se mantienen por la pervivencia de un franquismo socio-
lógico. Para el último, la insistente ansia de resarcimiento hacia las víctimas
no es óbice para otras exigencias, cuyos fundamentos someten la memoria
interesada a un relato histórico.

Además de estos planteamientos más extremos, encontramos también aproxi-


maciones más templadas que consideran que la historia tiene un compromiso
ético que debe cumplir. Así, valoran como necesario heredar de alguna manera
la percepción de un pasado conflictivo, la transmisión y la reelaboración de
este de una generación a otra.

Nota

Ante una cierta saturación, buscan fórmulas para ordenar y positivar este movimiento,
en la línea de la cátedra Memoria histórica del siglo XX de la Universidad Complutense
de Madrid (2004), dirigida por el ya mencionado Julio Aróstegui, hasta su fallecimiento
(2013), y ahora encabezada por la profesora Mirta Núñez Díaz-Balart tras la muerte del
profesor Aróstegui, y rebautizada como Cátedra Memoria Histórica del Siglo XX. Precisa-
mente desde esta Cátedra se elaboró el Plan Integral de Memoria de Madrid en colabora-
ción con el Ayuntamiento de la misma ciudad que acarreó una virulenta campaña políti-
ca contra la labor científica de los integrantes de la Cátedra y que supuso su desaparición
tras doce años de actividad pública y académica.

Más allá de los conflictos ideológico-políticos y académico-profesionales, el


fenómeno de la memoria histórica plantea unos peligros evidentes. En primer
lugar, la falta de perspectiva provocada por la beligerancia en torno a la cues-
tión. En segundo lugar, la avalancha de iniciativas sin haber fijado previamen-
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 52 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

te un marco general, ni en muchos casos una reflexión adecuada sobre estas. Y,


finalmente, la práctica de una auténtica «cultura del homenaje» que, según el
investigador de la Universidad Complutense, Sergio Gálvez, prioriza el interés
político, e incluso comercial, por encima de la convivencia y el conocimiento
histórico.

Seguramente, los colectivos a favor de la recuperación de la memoria histórica


no han hecho sino señalar ciertas disfunciones entre el relato histórico insti-
tucional y la insuficiente preocupación de la investigación historiográfica por
cumplir con su función social. No obstante, normalizar y superar el conflicto
requerirá sin duda entender las diferentes dimensiones de la verdad y las di-
versas funciones de cada aproximación.

Así, la «verdad» del testigo tiene que merecer todo el respeto y cumple un pa-
pel. A menudo se trata de una narración personal que da sentido a la vivencia
propia, que necesita ser escuchada y que, por ejemplo, es objeto de atención
por parte de las comisiones de la verdad y los diferentes elementos de justicia
transicional. Pero esta no necesariamente tiene que coincidir con la «verdad»
histórica. Esta última suele ser mucho más rica y objetiva, y por eso tiene que
incluir la primera como una fuente más, pero sin someterse a ella. Igualmente,
el llamado deber de memoria que invocan plataformas, asociaciones y movi-
mientos cívicos se mueve en la misma tensión entre los aspectos valorativos y
éticos y el conocimiento histórico. Como deber de memoria se tiene que en-
tender la identificación existente entre el recuerdo colectivo con la obligación
moral respecto a las víctimas o los derrotados de la historia. Con el deber de
memoria, la memoria colectiva deja de ser un fenómeno social amplio y con
múltiples derivaciones para pasar a ser patrimonio exclusivo de los de abajo o
de los que ejercen, a través de la memoria, la solidaridad con los vencidos en
las múltiples guerras y episodios traumáticos del pasado.
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 53 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

3. La historia de la cultura en la era de la información

La historia se encuentra por doquier envolviendo nuestro entorno. Si bien ya


hace muchas décadas que trascendió el ámbito académico estricto y la doble
utilidad como legitimadora y cohesionadora social, nunca como ahora había
tenido una presencia, explícita o implícitamente, tan destacada. En esta eclo-
sión de la historia y la cultura, cuyo vínculo destaca con luz propia, han tenido
un papel esencial los nuevos medios de comunicación y las nuevas tecnolo-
gías, que la han revalorizado como fuente de contenidos y focos de interés.

Incluso las concreciones más clásicas del hecho histórico han vivido una re-
cuperación. En general, los museos actuales están lejos de aquellas institucio-
nes donde se reunían de manera estática y vagamente cronológica o temática
los diferentes fondos acumulados y decantados a lo largo de los siglos. La re-
volución museográfica, fruto de la aplicación de las nuevas tecnologías y de
las nuevas aproximaciones teóricas y prácticas, ha diversificado la oferta y ha
integrado al visitante por medio de nuevos discursos y experiencias. La simple
contemplación ha dado paso al encuentro directo con el pasado, con elemen-
tos de interacción, reflexión y disfrute.

Si vemos ejemplos particulares, esta evolución es evidente en los grandes museos (Prado,
Louvre, Thyssen de Madrid, Picasso de Barcelona, etc.), donde disponen de capacidad
para invertir y actualizarse. Evidentemente, esto se da especialmente en las exposiciones
temporales, en las que resulta más sencillo escaparse de la rigidez de las colecciones per-
manentes.

Esta mirada más abierta y transversal también llega al resto de los espacios
de presentación de patrimonio, reflexión o exhibición que no responden a la
definición más clásica de museo.

Infraestructuras de nueva creación como el Centro de Cultura Contemporánea de Barce-


lona (1994), pero también centros de arte contemporáneo o vinculados a la ciencia, han
hecho un esfuerzo por hacerse entender al público.

La renovación y actualización del discurso pasó por una primera etapa de mu-
seografías más cercanas, más de «toca-toca», para ir evolucionando en los últi-
mos años hacia una integración de la tecnología en la explicación y compren-
sión de la muestra misma. Esta creciente tecnificación no se limita a la parte
museística estricta, sino que ha implicado al resto de los procesos de gestión,
como la catalogación, el acceso en línea a la información, la conservación o
la investigación, entre otros.

Más profunda ha sido la transformación de la narrativa�histórica. La multi-


plicación de cabeceras, soportes y temáticas ha producido más referencias aca-
démicas que nunca. Algunos de estos títulos ya no se dirigen exclusivamente a
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 54 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

los colegas sino que han buscado por temática o voluntad divulgativa un pú-
blico más genérico interesado en cuestiones históricas. Hoy no es extraño en-
contrar entre los ensayos más destacados obras de historiadores o de historia.

No obstante, sin duda, allí donde el vínculo entre narrativa e historia ha teni-
do más éxito es en la�novela�histórica. Pese a no tratarse de ningún género
nuevo, su implosión sí que se puede considerar nueva, tanto por la diversi-
dad de ambientaciones como por el número de ejemplares vendidos. Dentro
de este apartado encontramos desde recreaciones de escrupulosa fidelidad a
relatos más o menos libres, que a menudo incorporan personajes inventados
dentro de trasfondos verídicos. El boom del género no parece que haya tocado
techo, y semanalmente se publican nuevos títulos.

A los best-sellers internacionales como Bernard Cornwell, Lindsey Davis, Christian Jacq
o Valerio Massimo Manfredi, se han añadido en los últimos años otros locales, que no
tienen nada que envidiarles, como por ejemplo Arturo Pérez-Reverte, Juan Eslava Galán
o Santiago Posteguillo. Cabe decir que el boom de la novela histórica, a veces de la mano
de otros géneros también en auge como la novela negra, parece del todo imparable co-
mo fenómeno de alcance internacional. En el año 2010 Laurent Binet se llevaría el pre-
mio Goncourt con su excelente novela HHhH, centrada en la Operación Antropoide para
asesinar al dirigente nazi Reinhard Heydrich; la premio Nobel Svetlana Aleksiévich ha
desarrollado buena parte de su obra reflexionando sobre el pasado soviético de Rusia, y
en otro sentido, el británico Simon Scarrow se ha convertido en un auténtico fenómeno
con sus diversas novelas de temática histórica, que le han valido el Premio Internacio-
nal de Novela Histórica Barcino 2015. El mismo hecho se ha producido en los ámbitos
catalán y español: el éxito de los libros de Javier Cercas; de Albert Sánchez Piñol, con
Victus, o de un clásico de la literatura catalana como Incierta gloria a raíz de su adaptación
cinematográfica.

A menudo, el éxito editorial ha facilitado el paso a otros formatos, especial-


mente televisivos y cinematográficos. El caso de Pan negro e Incierta gloria, am-
bas dirigidas por Agustí Villaronga, serían ejemplos recientes de éxito del paso
de la literatura histórica a la gran pantalla. Como en el caso anterior, se trata
de fenómenos tan antiguos como el medio mismo, pero que en estos años
toman una dimensión desconocida. La profusión de adaptaciones históricas
ha creado géneros propios dentro del cine, como por ejemplo el péplum, el
western, el bélico centrado en la Segunda Guerra Mundial o las películas bio-
gráficas, entre otros.

En cuanto a la televisión, la historia ha nutrido de contenidos series míticas


del medio.

Desde el Yo, Claudio (1976) adaptado por la BBC a partir del clásico de 1934 de Robert
Graves sobre la Roma imperial, hasta las más recientes creaciones de cadenas extran-
jeras como la ITV –la Inglaterra de principios de siglo XX de Downton Abbey (2010-)–,
HBO –la miniserie sobre la Segunda Guerra Mundial Band of Brothers (2001), la película
biográfica sobre el segundo presidente de EE. UU. John Adams (2008), la América de la
Gran Depresión en Mildred Pierce (2011), la Atlantic City de la mafia en Boardwalk Empire
(2010-2014)–, AMC –los sesenta reconstruidos en Mad Men (2007-2015)–, o La Commune
(2007), un falso documental de seis horas sobre los hechos de la Comuna de París. La
lista sería muy larga, desde las más trabajadas visualmente, a pesar de que con licencias
de guion – Roma (2005-2007), Los Tudor (2007-2010), etc.–, hasta las más irreverentes –
Allo allo! (1982-1992), La víbora negra (1983-1989). Entre las más recientes encontramos
The Promise (2011), sobre el conflicto palestino-israelí, o Burning Bush (2013), sobre la
ocupación soviética en Checoslovaquia en 1969.

En el caso español, recientemente han destacado productos de reconstrucción histórica


más o menos rigurosa como Hispania, con la resistencia del luso Viriato contra los inva-
CC-BY-NC-ND • PID_00245930 55 Introducción a la historia de la cultura contemporánea

sores romanos (Antena 3, 2010-2012), o Isabel, sobre la reina Isabel la Católica de Casti-
lla (TVE, 2012-2014), junto con series de nostalgia histórica como Cuéntame cómo pasó
(2001-2012) o Amar en tiempos revueltos (2005-2012), y también divertimentos más de
acción que con fidelidad histórica, como Águila Roja (2009-2012), las tres de TVE. Aparte,
nos encontramos con el curioso caso de las películas biográficas sobre personajes de la
Transición –Tarancón, el quinto mandamiento (2011) en TVE, Adolfo Suárez, el presidente
(2010) en Antena 3– o miniseries sobre el golpe de Estado de Tejero en 1981 –23-F: El día
más difícil del rey (2010) en TVE–, o ejemplos más llamativos, como las series biográficas
Felipe y Letizia (2010) y La Duquesa (2011, sobre la duquesa de Alba) producidas por ca-
denas como Tele 5, más interesadas en el morbo mediático y la crónica rosa que en la
verosimilitud histórica. TV3, por su parte, ha hecho series de mejor calidad, con menos
medios y tocando temas locales, como Temps de silenci (2001), La Mari (2003), Ermessenda
(2010) y Tornarem (2012), y todas han conseguido un gran éxito de audiencia, y se ha
reavivado el interés por la historia con programas documentales como Sota terra (2012),
la serie 300 (2014) o, más recientemente, el programa Trinxeres (2017), que en formato
de road movie recorre el frente de Cataluña durante la Guerra Civil a lo largo de 1938.

Sin embargo, no todos los contenidos tienden a la recreación, sino que tam-
bién encontramos programas y canales temáticos dirigidos expresamente a la
divulgación histórica.

Desde las reconocidas producciones presentadas por el historiador inglés Simon Schama,
a la más polémica Memoria de España (2003-2004), asesorada por el historiador español
Fernando García de Cortázar; sin dejar de lado el cariz conspiranoico de muchos docu-
mentales de History Channel (o «Canal Hitler», como es denominado en Estados Unidos
por la profusión de documentales sobre este personaje).

Sin demasiada dificultad, hoy podemos localizar en las diferentes escaletas te-
levisivas espacios centrados en dar a conocer hechos y biografías de nuestro
pasado –Los niños perdidos del franquismo (2002), Operación Nikolai (2004) o Las
fosas del silencio (2005). A pesar de que la referencia clásica en este ámbito son
las producciones inglesas, el origen de estos espacios es cada vez más diverso.
Muy relacionado con este interés por la divulgación encontramos también es-
pacios radiofónicos, así como una gran oferta de revistas generalistas o espe-
cíficas en nuestros quioscos (Historia y Vida, L’Avenç, La Aventura de la Historia,
Sàpiens, Clío o Historia National Geographic).

La popularización de la historia también se extiende a los medios de comuni-


cación más vinculados a las nuevas tecnologías. Así, encontramos temáticas
y trasfondos históricos en videojuegos, blogs, foros y otros espacios. Por sus
propias características, internet facilita el contacto y el intercambio entre es-
pecialistas y aficionados a partes concretas de nuestro pasado.

Páginas web como Hislibris o Novilis, con miles de lectores diarios, con reseñas de no-
vedades y clásicos en literatura histórica de todo tipo, aseguran la participación de lecto-
res aficionados y consiguen llamar la atención de editoriales, instituciones culturales e
incluso instituciones públicas.

Este interés creciente y diverso tiene también una traslación económica. La


historia, vinculada al patrimonio y la cultura, deviene un argumento de atrac-
ción para el turismo y para la propia actividad económica.

Cada vez resulta más común toparse con ferias medievales, exhibiciones romanas (Ta-
rraco viva) y todo tipo de recreaciones históricas más o menos fidedignas (Legión VII
Gémina) que apelan a esta fascinación por el pasado.
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