El Oficio de Venerable Maestro
El Oficio de Venerable Maestro
MORIÁ, 143
Regularmente consagrada en los VV.·. de Murcia el 9 de Julio del año 2005 (e.·.v.·.)
Bajo los auspicios de la GRAN LOGIA DE ESPAÑA
GRANDE ORIENTE ESPAÑOL
Plancha
Primer Grado
Con esta plancha abro una tanda de Planchas sobre los Oficios de la Logia que en las
sucesivas Tenidas tendremos oportunidad de escuchar por parte de los distintos
oficiales de nuestra Logia.
Sobre el Oficio del Venerable de una Logia, que es el título de la Plancha, que presento
hoy, se podría hablar mucho y casi, diría yo, hacer una tesis, pero he intentado
resumir aquellos aspectos más importantes para llegar a entender la función de este
oficio, y soy consciente de que habriá mucho más que decir.
Hay un solo Maestro de la Logia, por lo tanto es la mayor autoridad que un taller
confiere a uno de sus miembros, y el oficio que más debe servir al conjunto de los
Hermanos.
El término “Venerable”, proviene del latín, que significa digno de respeto y veneración.
Usado desde tiempos antiguos en el vocabulario religioso, durante diversos períodos
históricos ha designado a dignatarios eclesiásticos o personas imbuidas del espíritu
de santidad. De forma genérica, y concretamente en la francmasonería, se le llama
venerable maestro, o simplemente venerable, a aquel maestro masón que dirige una
logia simbólica (dentro de los tres grados simbólicos o azules: aprendiz, compañero y
maestro) o también a aquellos Hermanos que han desempeñado las funciones de
Maestro de su Logia. Desde los primeros Reglamentos se ha recomendado a las
Logias elegir para la dirección del Taller a Hermanos, que por experiencia, sabiduría,
y buen hacer inspiren gran estima y reconocimiento. Es decir, que se les reconozca
un cierto grado de “realización” espiritual, o al menos que inspiren una cierta autoridad
moral. Una vez en el desempeño de esta función, asumidos los numerosos deberes
de su alto cargo, y si no ha abusado de los poderes conferidos, el Maestro de Logia
asume con honor el título de “Venerable”; una dignidad que deberá desempeñar con
rectitud el resto de su vida masónica.
La “cátedra” del V.·.M.·. permite a su ocupante una visión total del espacio masónico,
y ser el centro de toda actividad de la Logia. Por esta razón todo V.·.M.·. instalado
debe ser consciente que todo gesto y ademán suyo se halla expuesto a la observación
de los Hermanos y tiene una notable influencia en su ánimo.
El Venerable Maestro, elegido por un año por el conjunto de sus Hermanos, se halla
asistido por un Primer Vigilante, que vela sobre la columna del Mediodía, y de un
Segundo Vigilante que se encarga de la columna del Norte. Juntos constituyen el
gobierno efectivo de la Logia, y las luces del taller, por lo tanto la delegación de
autoridad del primer mallete hacia el segundo y el tercer mallete, constituye un
perfecto equilibrio ternario. De la coordinación de estas “luces” resultará una
provechosa armonía en el ejercicio efectivo de la autoridad en Logia.
Cuando un V.·.M.·. es instalado ocupa el lugar que le es reservado, pero también entra
en posesión de los atributos que le confieren la dirección del taller, añadiéndose al
resto de herramientas que ha ido recibiendo en cada grado. Como Maestro Instalado
de la Logia asume entonces unas herramientas propias así como útiles e insignias
que varían levemente según los Ritos. Entre estos destacaré: el mallete y la espada
flamígera.
Otro de los útiles del V.·.M.·. es la Espada flamígera que representa el dominio de lo
espiritual, el ámbito del Logos universal que debe manifestarse en Logia, y que puede
ser irradiado por el V.·.M.·. La espada no es por tanto un arma, sino un símbolo de la
luz y del fuego creador que tiene el poder de disipar las tinieblas y preservar el orden.
Su energía regeneradora puede adoptar, en el caso de la espada flamígera, un
significado asociado al rayo, al fuego purificador, y a la custodia del lugar sagrado. En
nuestro Rito en que se halla presente, durante las ceremonias -especialmente en las
aperturas y cierres y la consagración de candidatos- transmite la “fuerza” o influencia
espiritual que confiere el V.·.M.·.
La Veneratura es entre todos los oficios, una función muy específica, absorbente y
difícil. A priori el V.·.M.·. es responsable de todo lo que ocurre en Logia, de la calidad
de los trabajos, y de la paz, la concordia, y la armonía entre los Hermanos. Se espera
por tanto que un Venerable Maestro sea un buen director de los trabajos, un buen
dinamizador, organizador, gestor, conciliador y representante cualificado de la
colectividad de su Taller.
Sus poderes temporales, sin ser absolutos, son amplios y están encaminados a la
realización efectiva de una “obra”. Por tanto, la influencia de su autoridad –positiva o
negativa- en los otros oficiales, en el Comité de Logia, Cámara del Medio, o Consejo
de Familia, es determinante.
El Venerable Maestro y todos los oficiales de una Logia sirven en sus respectivos
oficios como un privilegio, una alta responsabilidad, y un deber al que se deben. Todos
los masones deben trabajar y prepararse para asumir la responsabilidad de cumplir
adecuadamente un oficio, demostrar buen hacer y habilidad, y un sincero deseo de
realizar todo lo necesario para conseguir lo que se espera de su desempeño. Un oficio
masónico es, sin duda, una función que debe realizarse para que el trabajo colectivo
sea armónico. Un oficial que no cumple sus funciones perjudica en mayor o menor
medida a toda la Logia. Pues ésta existe, entre otros factores, por la labor de los
oficiales, sin los que no podría estar constituida regularmente.
Según los antiguos usos son tres los que dirigen una Logia: el V.·.M.·., el primer
Vigilante y el segundo Vigilante. Son las luces que van a servir de referencia y ejemplo
al resto de oficiales, y a todos los Hermanos del Taller.
Por ello su coordinación es vital. Si los tres malletes se hallan unidos y comparten la
dirección de la Logia, el resto de órganos de gobierno y la propia Logia percibirán que
existe una dirección efectiva de la que participar.
Para poder desempeñar un programa de trabajo el V.·.M.·. debe poder tener cierta
confianza en la rectitud y capacidad de los Hermanos. Por ello, escoger meramente a
amigos cercanos, a aquellos que puedan aprobar sin más todo lo que a un V.·.M.·. se
le ocurra, o actuar únicamente como figurantes de un ritual, no parece un criterio
adecuado si tenemos en cuenta el bienestar real de la Logia y de la Orden en general.
Al hilo de lo que acabo de decir quiero mencionar las palabras que el R.·.H.·. Jesús
Soriano indicó en el trabajo que hizo para la G.·.L.·.E.·. sobre las “Funciones de un
V.·.M.·., y cito textualmente: “Los Vigilantes no son autómatas encargados de servir
de eco a las palabras del V.·.M.·. repitiéndolas monótonamente sino que tienen una
misión más difícil y delicada que desempeñar. Son los jefes y maestros de los obreros
de sus respectivas columnas, a ellos les incumbe su formación inmediata,
enseñándoles y guiándoles no solo en la simbología y ritual masónico sino en todos
aquellos aspectos administrativos que hacen que en el Taller pueda reinar la paz y
armonía necesarias durante los trabajos. Recordemos, por ejemplo, la gran
importancia que tiene la presentación de un candidato, de una plancha o de una
proposición y que, por tanto, para no alterar esa paz y esa armonía a la que antes se
hacía referencia, es necesario hacerlo según establecen la Constitución y
Reglamentos Generales de la Orden. [..] Así pues, y de acuerdo con lo anterior,
cuando el V.·.M.·. elige a sus Vigilantes debe de tener en cuenta que han de ser HH.·.
que no solo deben tener una gran formación sobre los Rituales y Símbolos de la
Orden, sino que también han de poseer un gran conocimiento de todas las tareas
administrativas que les aguardan”. Fin de la cita.
El V.·.M.·., en todos los casos, debe ponderar el ejercicio de su autoridad, con la que
ha delegado en sus oficiales. Una adecuada delegación de responsabilidades y de
formación de equipos de trabajo le ayudará en el gobierno efectivo, en lograr una
mejor motivación de cada oficial, además de una mayor participación de todos los
Hermanos. El ejercicio efectivo de las tareas, con un seguimiento adecuado pero no
opresivo, sin ceder en los principios pero estimulando la iniciativa, hará que una Logia
sea lo que realmente puede ser.
Finalizando, quiero recalcar que el V.·.M.·. no gobierna la Logia ni dirige a sus oficiales
desde su individualidad, es decir únicamente desde las luces y sombras de su
personalidad. Si un V.·.M.·. sitúa su “yo” frente al de otros, o incluso al conjunto de la
Logia, su Veneratura derivará hacia el utilitarismo, y será una imagen difusa de lo que
supone el ejercicio de la función iniciática del oficio. Nunca debe obrar de tal manera
que “use” a sus Hermanos como medios. Sino que su acción debe hacerlos fines de
sus propios actos, orientarse hacia el establecimiento de una identidad de fines y
principios dentro de la rica heterogeneidad de las naturalezas humanas que
componen una Logia.
S.·.F.·.U.·.
He dicho QQ.·.HH.·.