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POEMAS DE CARLOS DRUMMOND DE ANDRADE

Traducidos por DÁMASO ALONSO y ÁNGEL CRESPO

Carlos Drummond de Andrade nace en 1902 en Itabira do


Mato Dentro (Minas Gerais). Hijo de unos hacendados, estu-
dió en Belo Horizonte y Nova Friburgo. Se hizo farmacéutico.
Fue profesor de portugués y periodista. En 1929 ingresó en la
administración pública y hasta la fecha continúa siendo funcio-
nario. Desde 1933 reside en Rio de Janeiro.
Su primer libro, Alguma poesia, se publica en 1930, pero
contiene, según el autor, poemas de 1925 a 1930. Sería intere-
sante conocer obra anterior a 1925, por ejemplo, esos 25 poe-
mas da Triste Alegria que parece se conservan inéditos. Tuvo
que existir una época formativa, un irse soltando de la tradición
anterior. Tal como conocemos su obra, resulta notable, quizá
asombroso, ver que en Alguma poesia Drummond de Andrade
ha roto amarras con todo el pasado poético de su país: ni rastro
de los inmediatos parnasianismo y simbolismo. Hay un eviden-
te rompimiento por lo que toca a la palabra poética: el poeta
evita, y aun casi llega a eliminar, las troquelaciones y nexos
verbales de toda una larguísima tradición (desde el petrarquis-
mo, por lo menos, hasta sus inmediatos antecesores).
Lo mismo que ocurre con el léxico y la sintaxis se ve en el
ritmo. La tercera estfofa del Poema de sete faces (composición
inicial de Alguma poesia) demuestra la actitud consciente del
poeta en este sentido. En la siguiente traducción no hemos al-
terado ningún valor rítmico:
Pasa el tranvía lleno de piernas:
piernas blancas, negras, amarillas.

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Para qué tanta pierna, oh Dios, pregunta mi corazón.
Pero mis ojos
no preguntan nada.

El desdén de la rima es aún más evidente. El poeta no la


usa; pero si alguna vez la emplea suele ser para ponerla en tol~
ja. Otra estrofa del mismo Poema de sete faces:

Mundo vasto vasto mundo


si me llamara Raimundo
sería una rima, no sería una solución.

Mundo mundo vasto mundo


más vasto es mi corazón.

No sólo hay ese deseo de esquivar los modos poéticos tradi-


cionales: hay además—como se ve en esos ejemplos—un gusto
de hacer manifiesto ese desvío, con una violencia, que es en
sí una protesta contra lo anterior: de manifestarlo con ironía,
con humor, con incongruencias, con salidas de tono. Hay una
abierta intención de exasperar al público formado en el gusto
de las generaciones antecedentes. Son las características de una
generación literaria. Esta poesía crea elementos positivos; pero
es al mismo tiempo una protesta tácita.
El mismo rompimiento ocurre con los temas y con la rela~
ción en que el poeta se sitúa ante la realidad. Se diría que apa-
renta colocarse en una especie de indiferencia frente a lo que le
rodea y aun frente a sí mismo: léase Muerte en el avión. Pero
aunque en la poesía de Drummond de Andrade el mundo está
visto primero como formas, en seguida como relaciones exter-
nas (visión objetiva) y, en fin, como una serie de relaciones
conceptuales (en la mente del poeta), lo efectivo subyace a
todo esto y, de vez en cuando, estalla como en Niño llorando en
la noche (1), o como En los muertos de levita (2), donde el
poeta nos habla de uno de esos álbumes familiares, con viejas
fotografías, que sirven más bien para burla de las viejas modas,
y que la polilla va royendo:

(1) Se halla en la antología publicada en la Colección Adonais por


Rafael Santos Torroella,
(2) No incluimos este poema porque se encuentra también en la obra
citada en la anterior nota.

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Solamente no royó el sollozo inmortal de vida que reventaba,
que reventaba de aquellas páginas.

O léase el Desaparecimento de Luisa Porto, intenso, emo-


cionado poema que no hemos traducido aquí por dos causas: por-
que siendo de los Novos poemas (1947) pertenece a la parte de
la obra de Drummond de Andrade que no incluimos en la pre-
sente selección, pero que nos proponemos antologizar otra vez,
y porque ya ha sido bellamente traducido por Pilar Vázquez
Cuesta.
La agria, irónica, punzante, protestataria manera de Alguma
poesia se habrá de suavizar poco a poco. Coincide este suavi-
zarse con la lenta recesión de la manera modernista. También
se nota que empieza a haber una mayor frecuencia de metros
regulares. Siguen a Alguma poesia, Brejo das Almas (1934), Sen-
timento do Mundo (1940), José (1942). A rosa do povo (1945) es,
a nuestro juicio, el libro central en el desarrollo poético de
Drummond. Cierto que la primera estrofa de su primera com-
posición (Consideração do poema) empieza con una protesta de
rimar la voz sono (sueño) con outono:

No rimaré la palabra «sono»


con la incorrespondiente palabra «outono».
Rimaré con la palabra carne
o cualquier otra, que todas me convienen.
Las palabras no nacen amarradas,
sino saltan, se besan, se disuelven...

El programa aún recuerda al Raimundo que no sería una so-


lución. Pero el poeta, a los cuarenta años, ya mira hacia atrás,
rememora. Muchas veces recuerda aquella «piedra en medio del
caminoy). Una nueva ternura corresponde a algunos de sus Novos
poemas (1947), breve libro que comienza con esta

Canción amiga

Yo preparo una canción


en que mi madre se vea,
todas las madres se encuentren
y que hable como dos ojos.

Camino por una calle


que pasa muchos países.

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Y si no me ven, yo veo:
saludo a viejos amigos.

Yo distribuyo el secreto
como quien ama o sonríe.
Del modo más natural,
dos cariños se desean.

Mi vida, y nuestras vidas,


forman un solo diamante.
Aprendí nuevas palabras,
y otras las hice más bellas.

Yo preparo una canción


que haga despertar los hombres
y que adormezca a los niños.

El poeta incorpora, desde aquí, a la evidencia de su poesía


esa veta de ternura que antes llamábamos subyacente: desde
ahora aflorará, de vez en cuando, con relativa frecuencia (léase de
nuevo el mencionado Desaparecimento de Luisa Porto, que es del
mismo libro).
Es de observar que el poema que hemos traducido poco más
arriba no deja de tener que ver, en su espíritu, con los poetas de
tendencia unanimista. Recordemos, por ejemplo, a Paul Fort

(Si toutes les filies du monde voulaient s'donner la inain, tout aulour
de la mer, elles pourraient faire une ronde.
Si tous les gars du monde voulaient bien etr'marins, ils j'raient avec
leurs b-arques un joli pont sur Vonde.
Alors on pourrait faire une ronde aulour du monde, si tous les gens
du monde voulaient s'donner la mainj

o a Jules Romains, o quien no citamos en gracia a la brevedad.


Permítasenos, sin embargo, indicar que la trayectoria de esta
clase de poesía puede también seguirse a través de la escrita
en lengua castellana. No hagamos, para comprobarlo, sino recor-
dar el poema Masa, de César Vallejo, en el que, primero uno,
luego varios, más tarde muchos y, finalmente, todos los hombres
quieren dar nueva vida a un cadáver. Esta composición poética
termina así:
Entonces todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer h o m b r e ; echóse a andar...

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Pero volvamos a la evolución de Drummond de Andrade. Un
poco más, y en Claro enigma (1951) encontraremos la rima:
sonetos con rima, aunque el poeta, como recuerdo de sus repug-
nancias antiguas, aún querrá de vez en cuando hacer una trans-
gresión. El pensamiento poético se desenvuelve también dentro de
cauces que están más próximos a los modos de la poesía tradicio-
nal tan odiados en la época de Alguma poesia. He aquí un so-
neto:
Legado

¿Qué recuerdo daré al país que me dio


cuanto recuerdo y sé, todo cuanto sentí?
En noche del sin fin, pronto el tiempo olvidó
mi dudosa medalla, y se ríe de mí.

¿Merezco esperar más que esperan otros, yo?


Tú no me engañas, mundo, y no te engaño a ti.
Monstruos de ahora Orfeo nunca los cautivó,
vagando, taciturno, entre el tal vez y el sí.

No dejaré de mí ningún canto radioso:


una voz matinal palpitando en la bruma
y que arranque de alguien su más secreto espino.

De todo cuanto fue mi paso caprichoso


tan sólo ha de quedar, pues el resto se esfuma,
una piedra que había en medio del camino

En los siguientes libros—Fazendeiro do a r (1952-1953) y


A vida passada a l i m p o (1954-1958)—encontramos nuevos sonetos
y estrofas más o menos regulares que alternan con el verso libre
y parecen anunciar una nueva ruptura formal. Esta se produce,
en efecto, en su último libro, Lição de Coisas, publicado en este
año de 1962. Bien es verdad que en el mismo hay atisbos y hasta
ejemplos de una nueva forma poética, muy eficaz hoy en el
Brasil, a cuyo nacimiento no podemos considerar completamen-
te ajeno a Drummond de Andrade.

* * *

La poesía de Carlos Drummond de Andrade debe enfocarse


según una doble vertiente, la de la forma y la del contenido,
puesto que en ambas ha sido muy significativa su aportación.

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La materia de su poesía es, según ha manifestado repeti-
damente el poeta, la realidad de su tiempo. El se quiere realista
y ya cinco años antes de publicar su primer libro expresa así
sus propósitos, si bien de manera oblicua, en Revista de Belo
Horizonte: «El exceso de crítica, dominante en los años anterio-
res a 1914, se resolvió en el exceso contrario, de extrema pasivi-
dad ante los fenómenos del mundo exterior. El paroxismo de las
doctrinas estéticas llegó a DADA; se repitió el descalabro de la
Torre de Babel. Ahora, el escritor, huye de teorías y construccio-
nes abstractas para trabajar la realidad con manos purasy> (3).
Su inmersión en la realidad, no carente de humor ni de un
agudo sentido crítico, le lleva, tras haberla transcendido, a su li-
bro A rosa do povo, en el que reacciona contra el desgarro y la
tragedia de un mundo en llamas, inclinándose, sin falsos senti-
mentalismos, por la libertad y la paz. Pero no vayamos a pen-
sar en una poesía panfletária o en la que se propongan solucio-
nes utópicas, perdiendo así el poeta los estribos y metiéndose a
reformador. Drummond de Andrade se limita a poner de mani-
fiesto el miedo (léase nuestra traducción del poema Congreso
Internacional del Miedo), la protesta y la esperanza, pero es lo
suficientemente elegante y reservado—Lo bastante minero—para
no intentar una actitud profética.
Su realismo tampoco es regionalista y, aunque es verdad que
sus versos resultan muy brasileños, tendremos que convenir con
Paulo Rónai en que «sus anclas fondean antes en el tiempo que
en el espacio. Está más ligado al tiempo que al medio. Aunque
sea revelador de varios aspectos del paisaje íntimo del Brasil, el
arte de este poeta es antes que nada el arte de nuestra época, cu-
yas crisis y ansias expresa con innegable grandeza:

El tiempo es mi materia, el tiempo presente, los hombres presentes,


la vida presente* (4).

(3) Revista citada. Número 1, julio de 1925. Cita tomada de A literatura


no Brasil, volumen III, tomo I. Livraria São José, Rio de Janeiro, 1959, pá-
ginas 578 y 579. (La obra ha sido dirigida por Afrânio Coutinho y el artículo
al que pertenece la cita es original de Péricles Eugenio da Silva Ramos y se
titula O modernismo na poesia.)
(4) Paulo RÓNAI, Encontros corn o Brasil. Ministerio da Educação e
Cultura. Instituto Nacional do Livro. Rio de Janeiro, 1959, página 74.

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Caracterizada a grandes rasgos su actitud realista, conviene
referirse de modo semejante a lo ya dicho en relación con el as-
pecto formal de su poesía. En este sentido. Drummond de Andra-
de ha dado un ejemplo que han sabido comprender muchos de
los poetas posteriores a él: se trata de su largo camino hacia
cada vez mayores exigencias formales. Drummond llega a la poe-
sía cuando ya empiezan a estar hechos los hombres de la revolu-
ción modernista y sabe usufructuar como nadie la liberación
formal e ideológica que dicho movimiento comporta. Pero esta
libertad es voluntariamente vigilada por el poeta—que no si-
gue en este sentido el ejemplo del gran Mario de Andrade, muy
preocupado por las experiencias vanguardistas—primero, median-
te la eliminación de lc< que pudiéramos llamar divagaciones te-
máticas (la materia poética es clara, definida, objetiva y propor-
cionada, o así quiere serlo, en cada uno de sus poemas) y en se-
gundo lugar, mediante la adopción de metros tradicionales, tales
como los romances de seis, siete y ocho sílabas y el soneto, al que
ya nos hemos referido. El ejemplo de Drummond cundió entre
los poetas de la generación postmodernista (baste con citar los
nombres de Mauro Mota, Ledo Ivo y, sobre todo, João Cabral de
Melo, auténtico renovador, en la actualidad, del verso brasile-
ño) y quiere ser llevado a sus límites extremos por las últimas ge-
neraciones poéticas, presas de un afán de orden y concierto en un
panorama sobre el que todavía se reflejan las sombras de perio-
dos anárquicos muy anteriores en el tiempo.
Esta es, nos damos cuenta de ello, la silueta, más que él
retrato, de Carlos Drummond de Andrade. Aunque pensamm
volver sobre su poesía, esperamos que la presente selección de
versos de la que hemos considerado primera parte de su obra,
añada nuevos rasgos a la imagen que nos proponemos completar
cuando traduzcamos una selección de poemas de sus últimos
libros.
U. A. y A. € .

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CONGRESO INTERNACIONAL DEL MIEDO

Provisionalmente no cantaremos al amor,


que se refugió más abajo de los subterráneos.
Cantaremos al miedo, que esteriliza los abrazos,
no cantaremos al odio porque ese no existe,
apenas si existe el miedo, nuestro padre y nuestro compañero,
el miedo grande de las estepas, de los mares, de los desiertos,
el miedo de los soldados, el miedo de las madres, el miedo de
las iglesias,
cantaremos el miedo de los dictadores, el miedo de los demó-
cratas.
cantaremos el miedo de la muerle y de después de la muerte,.
después moriremos de miedo
y sobre nuestros túmulos nacerán flores amarillas y medrosas.

(De Sentimento do Mundo, 1935-1940.)

TRISTEZA EN EL CIELO

En el cielo hay también una hora melancólica,


hora difícil en que la duda penetra las almas.
¿Por qué hice el mundo?. Dios se pregunta,
y se responde: No sé.

Los ángeles lo miran con reprobación


y plumas caen.

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Todas las hipótesis: la gracia, la eternidad, el amor
caen, son plumas.

Otra pluma, y el cielo se deshace.


Tan manso, ningún fragor denuncia
el momento entre todo y nada,
o sea, la tristeza de Dios.
(De José, 1941-1942.)

MUERTE EN EL AVIOM

Me despierto para la muerte.


Me afeito, me visto, me calzo.
Es mi último día: un día
cruzado por ningún presentimiento.
Todo funciona como siempre.
Salgo para la calle. Voy a morir.

No moriré ahora. Un día


entero se desata por mi frente,
iCómo es de largo un día! Cuántos pasos
en la calle: la cruzo. Y cuántas cosas
que hay en el tiempo, acumuladas. Sin reparar
sigo mi camino. Muchos rostros
se aprietan en el cuaderno de notas.

Visito el banco. ¿Para qué


ese dinero azul, si algunas horas
después vendrá la policía a retirarlo
de lo que fue mi pecho y está abierto?
Mas no me veo cortado, ensangrentado.
Estoy lirppio, claro, nítido, estival.
Y, no obstante, camino hacia la muerte.
Paso por los despachos. Por espejos,
por las manos que aprietan, por los ojos miopes, por bocas
que sonríen o simplemente hablan, yo desfilo.
No me desembarazo, de nada sé, no temo:
la muerte disimula
su hálito y su táctica.
Almuerzo. ¿Para qué? Almuerzo un pez en oro y crema.
Es mi último pez en mi último
tenedor. La boca distingue, escoge, juzga,
absorbe. Pasa música en dulce, es un escalofrío
de violín o viento, no'sé. No es la muerte.
Es el sol. Los tranvías repletos. El trabajo.
Estoy en la gran ciudad y soy un hombre
en su engranaje. Tengo prisa. Voy a morir.
Pido paso a los lentos. No miro a los cafés
con su ruido de tazas y de anécdotas,
como no miro al muro del viejo hospital en sombra.
Ni a los carteles. Tengo prisa. Compro un periódico. Es prisa,
aunque va a morir.

El día en su mitad ya rota no me avisa


que comienzo también a acabar. Estoy cansado.
Quería dormir, pero los preparativos... El teléfono.
La factura. La carta. Hago mil cosas
que crearán mil otras, aquí, allí, en los Estados Unidos.
Me comprometo en firme, combino encuentros,
a los que nunca iré, digo palabras vanas,
miento diciendo: hasta mañana. Pues no habrá.

Declino con la tarde, me duele la cabeza, me defiendo,


la mano alarga un comprimido: el agua
ahoga la menos que dolor, la mosca,
el zumbido... De eso no moriré: la muerte engaña,
igual que un jugador de fútbol la muerte engaña,
lo mismo que los cajeros escoge
meticulosa, entre dolencias y desastres.
Aún no es la muerte, es la sombra
sobre edificios fatigados, pausa
entre dos carreras. Desfallece el comercio al por mayor,
se van a descansar los ingenieros, los funcionarios, los canteros.
Pero, continúan los motoristas, los garçons,
mil otras profesiones nocturnas. La ciudad
muda de mano, de golpe.

Vuelvo a casa. De nuevo me limpio.


Que mi pelo se presente ordenado

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y las uñas no recuerden la antigua criatura rebelde.
La ropa sin polvo. La maleta sintética.
Cierro mi cuarto. Cierro mi vida.
El ascensor me cierra. Estoy sereno.
Por la última vez miro a la ciudad.
Aún'puedo desistir, aplazar la muerte, no tomar ese auto. No-*
seguir, parar.
Puedo volver, decir: amigos,
se me olvidó un papel, no hay viaje,
ir al casino, leer un libro.

Pero tomo el auto. Indico el lugar


donde algo espera. El campo. Reflectores.
Paso entre mármoles, vidrio, acero cromado.
Subo una escalera. Me agacho. Penetro
en el interior de la muerte.

La muerte dispone butacas para la comodidad


de la espera. Aquí se encuentran
los que van a morir y no saben.
Periódicos, café, chiclets, algodón para los oídos*
pequeños servicios rodean de delicadeza
nuestros cuerpos amarrados.
Vamos a morir, ya no es apenas
mi fin particular y limitado,
somos veinte para ser destruidos.
moriremos veinte,
veinte nos haremos pedazos, es ahora.

O casi. Primero la muerte particular,


restricta, silenciosa, del individuo.
Muero secretamente y sin dolor,
para vivir apenas como pedazo de veinte,
y me incorporo todos los pedazos
de los que igualmente van pereciendo callados.
Somos uno en veinte, ramillete
de soplos robustos prontos a ser deshechos.

Y resbalamos sobre el aire.


frígidamente resbalamos sobre los negocios

175-
y los amores de la región.
Calles de juguete se deshacen.
luces se extinguen; apenas
colchón de nubes, oteros se disuelven,
apenas
un tubo de frío roza mis oídos,
un tubo que se obtura: y dentro
de la caja iluminada y tépida vivimos:
cómoda soledad y calma y nada.

Vivo
mi momento final y es como
si viviese hace muchos años
antes y después de hoy, una continua vida irrefrenable,
donde no hubiese pausas, síncopes, sueños,
tan suave es en la noche esta máquina y tan fácilmente corta
bloques cada vez mayores de aire.

Soy veinte en la máquina


que suavemente respira,
entre candelas estelares y remotos soplos de tierra,
me siento natural a millares de metros de altura,
ni ave, ni mito,
guardo conciencia de mis poderes,
y sin mixtificación yo vuelo,
soy un cuerpo volante y conservo bolsillos, relojes, uñas,
ligado a tierra por la memoria y por la costumbre de los múscu-
los,
carne en breve estallando.

Oh, blancura, serenidad bajo la violencia


de la muerte sin aviso previo,
cautelosa, no obstante irreprimible aproximación de un peligro
atmosférico,
golpe vibrado en el aire, lámina de viento
en el pescuezo, rayo
choque, estruendo, fulguración,
rodamos pulverizados
caigo verticalmente y me transformo en noticia.

(De A rosa do povo, 1943-1945.)

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CANTO AL HOMBRE DEL PUEBLO CHARLIE CHAPLIN

Era preciso que un poeta brasileño»


no de los más grandes, sí de los más expuestos a la burla,
moviéndose un poco en tu atmósfera o aspirando a vivir en ella
como en la poética y esencial atmósfera de los sueños lúcidos,

era preciso que este pequeño cantor obstinado,


de ritmos elementales, llegado de la pequeña ciudad del interior
donde no siempre se usa corbata pero todos son en extremo ci-
vilizados
y es detestada la opresión, si bien el heroísmo se baña en ironía,

era preciso que un antiguo muchacho de veinte años,


preso a tu pantomima por filamentos de ternura y risa, dispersos
en el tiempo
fuese a recomponerlos y, hombre maduro, te visitase
para decirte algunas cosas, so color de poema.

Para decirte cuánto te aman los brasileños


y que en ello, como en el resto, nuestra gente se parece *
a cualquier gente del mundo: incluso a los pequeños judíos
de garrotita y sombrero hongo, zapatos anchos, ojos melancó-
licos,

vagabundos que el mundo ha rechazado, mas se burlan y viven


en las películas, en las calles torcidas con letreros: Fábrica, Pe-
luquero, Policía,
y vencen el hambre, burlan la brutalidad, prolongan el amor
como un secreto dicho al oído de un hombre del pueblo caído
en la calle.

Yo bien sé que el discurso, un arrullo burgués, no te envanece,


y sueles dormir mientras los vehementes inauguran la estatua,
y entre tantas palabras que recorren las calles como autos,
sólo las más humildes, las de afrenta o de beso, te penetran.

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No es la salutación de los devotos ni de los partidarios la que
te ofrezco,
—no existen—es la de los hombres vulgares, en una ciudad
vulgar,
ni hago seria cuestión de la materia de mi canto, ahora en torno
de ti
como un ramo de flores absurdas enviado por vía postal al in-
ventor de los jardines.

Hablan por mí quienes estaban sucios de tristeza y feroz disgus-


to de todo,
que entraron en el cine con la aflicción de ratones que huyen
de la vida,
son dos horas de anestesia, oigamos un poco de música,
visitemos las imágenes en lo oscuro; y te descubrirán y han de
salvarse.

Hablan por mí los abandonados de la justicia, los sencillos de


corazón,
los parias, los frustrados, los mutilados, los deficientes, los re-
primidos,
los oprimidos, los solitarios, los indecisos, los líricos, los me-
ditabundos,
los irresponsables, los pueriles, los acariciantes, los locos y los
patéticos.

Y hablan las flores que tanto amas cuando son pisadas,


hablan los cabos de vela que comes en la extrema penuria, ha-
blan la mesa, los botones,
los instrumentos del oficio y las mil cosas en apariencia cerra-
das,
cada trasto, cada objeto del sótano, cuanto más oscuros más
hablan.

II

La noche baña tu ropa.


Mal la disfrazas con el chaleco de lunares,
con la helada pechera de baile,

178
de un imposible baile sin orquídeas.
Estás condenado a lo negro. Tus pantalones
se confunden con la tiniebla. Tus zapatos
hinchados, en lo oscuro del callejón,
son hongos nocturnos. La casi chistera,
sol negro, cubre todo esto, sin rayos.
Así, nocturno ciudadano de una república
enlutada, surges, a nuestros ojos
pesimistas, que te inspeccionan y meditan:
He aquí el tenebroso, el viudo, el desconsolado,
el cuervo, el nunca más, el llegado muy tarde
a un mundo ya muy viejo.

Y la luna se posa
en tu rostro. Blanco, encalado de muerte.
que sepulcros evoca, más que astiles
submarinos y álgidos y espejos
y lirios que el tirano mutiló, y faces
amortajadas con harina. El bigote
negro crece en tí como un aviso
y luego se interrumpe. Es negro, corto,
espeso. Oh rostro blanco, de lunar materia,
faz recortada en sábanas, rayajo en la pared,
cuaderno de la infancia, imagen sólo,
pero los ojos son profundos y la boca viene de lejos,
sola, experimentada, callada viene la boca
a sonreír, para todos aurora.

Y ya no notamos la noche,
y nos evita la muerte, y disminuimos
como si al contacto de tu bastón mágico volviésemos
al país secreto donde duermen los niños.
Ya no es la oficina de mil fichas,
ni el garaje, la universidad, la alarma,
es realmente la calle abolida, las tiendas repletas,
y vamos contigo a romper vidrieras,
y vamos a tirar al guardia al suelo,
y en la persona humana vamos a redescubrir
aquel lugar—¡cuidado!—que atrae los puntapiés: sentencias
de una justicia no oficial.

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III

Lleno de sugestiones alimenticias, matas el hambre


de quienes no han sido llamados a la cena celeste
o industrial. Hay huesos, hay pudings
de gelatina y de cereza y chocolate y nubes
en los pliegues de tu chaqueta. Están guardados
para un niño o un perro. Pues bien conoces
la importancia de la comida, el gusto de la carne,
el olor de la sopa, la blandura amarilla de la patata,
y sabes el arte sutil de transformar en macarrones
el humilde cordón de tus zapatos.
Has comido otra vez: la vida es buena.
Ahora un cigarro: y tú lo sacas
de la lata de sardinas.

No hay muchas cenas en el mundo, ya lo sabías,


y los pollos más bellos
son protegidos en platos de china por espesos cristales.
Siempre el cristal, y no se quiebra,
el acero, el amianto, la ley,
hay milicias enteras protegiendo al pollo,
y hay un hambre que viene del Canadá, un viento,
una voz glacial, un invernal soplo, una hoja
baila indecisa y se para en tu hombro: mensaje pálido
que mal descifras. Entre el pollo y el hambre,
las vallas de la ley, las leguas. Entonces te transformas
tú mismo en el gran pollo asado que gravita
sobre todas las hambres, en el aire; pollo de oro
y llama, comida general
para el día general, que se retrasa.

IV

El propio año nuevo se retrasa. Y con él las amadas.


En el festín solitario tus dones se aguzan.
Eres espiritual y danzarín y fluido,
pero nadie vendrá aquí a saber cómo amas

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con fervor de diamante y delicadeza de alba,
cómo, gracias a tu mano, la cabana ge vuelve luna.
Mundo de nieve y sal, de gramófonos roncos
desde lejos rugiendo el gozo del que no participas.
Mundo cerrado, que aprisiona las amadas
y a todo deseo, en la noche de comunicación.
Tu palacio se desvanece, te lame el sueño,
nadie te ha querido, todos poseen,
quisiste darlo todo y no te lo aceptaron.

Entonces caminas por el hielo y rondas el grito.


Pero no tienes gula de fiesta, ni orgullo,
ni herida, ni rabia, ni malicia.
Eres el propio año nuevo, que te detienes. La casa pasa
corriendo, los vasos vuelan,
los cuerpos saltan rápidos, las amadas
te buscan en la noche... y no te ven.
tú, pequeño;
tú, simple; tú, cualquiera.

Ser tan solo entre tantos esfuerzos,


llevar a mil en sólo un cuerpo débil,
y tener brazos enormes sobre las casas,
y tener un pie en Guerrero y otro en Tejas,
hablar al chino, al maráñense,
al ruso, al negro; ser uno sólo, mas de todos-,
sin palabra, sin filtro,
sin ópalo:
hay en tí una ciudad que no sabemos.

Una ciega te ama. Se abren los ojos.


No, no te ama. Un rico, alcoholizado.
es tu amigo mas lúcido rechaza
tu riqueza. La confusión es nuestra, que olvidamos
lo que hay de agua, de inspiración y de inocencia
en el fondo terrestre de cada uno. Mas, oh mitos
que veneramos, falsos: flores pardas,
ángeles desleales, cofres redondos, jadeos
poéticos académicos: convenciones
del blanco, azul y rojo; maqumismos,
telegramas en serie, y fábricas y fábricas
y fábricas de lámparas, prohibiciones, auroras.
Te has quedado en un simple obrero
mandado por la voz colérica del megáfono.
Eres tornillo, gesto, mueca.
Recojo tus pedazos: aún vibran,
lagarto mutilado.

Pego tus pedazos. Unidad


rara la tuya, en mundo así pulverizado.
Y nosotros, que a cada paso nos cubrimos
y nos desnudamos y disfrazamos,
mal en ti retenemos al mismo hombre,
aprendiz
bombero
dependiente
pastelero
emigrante
presidiario
maquinista
novio
patinador
soldado
músico
peregrino
artista de circo
marqués
marinero
cargador de pianos
apenas sin embargo siempre tú mismo,
el que no está de acuerdo y es afable,
el incapaz de propiedad, el pie
errante, la carretera
huyendo, el amigo
que desearíamos retener
en la lluvia, en el espejo, en la memoria
y al que, sin embargo, perdemos.

182
VI

Ya no pienso en ti. Pienso en el oficio


a que te entregas. Extraño relojero,
hueles a pieza desmontada: los muelles se unen,
el tiempo anda. Eres cristalero.
Barres la calle. No importa
que el deseo de partir te roa; y la esquina
haga de ti otro hombre; y la lógica
te aparte de sus fríos privilegios.
Se da el trabajo en ti, mas caprichoso,
mas benigno,
y de él surgen artes no burguesas,
productos de aire y lágrima, indumentos
que nos dan ala o pétalos, y trenes
y barcos sin acero, en donde los amigos
haciendo corro viajan por el tiempo,
libros se animan, cuadros se hablan,
y todo liberado se resuelve
en efusión de amor sin paga, y risa, y sol.

El oficio, es el oficio
quien te coloca en medio de todos nosotros,
vagabundo entre dos horarios; mano circunspecta
en el golpear, en el cortar, en el hilar, en el revocar,
el pie insiste en llevarte por el mundo,
la mano coge la herramienta: es una navaja,
y al compás de Brahms haces la barba
en este salón desmemoriado en el centro del mundo oprimido
donde al fin de tanto silencio y vacío te recobramos.

Fue bueno que callases.


Meditabas en la sombra de las llaves,
de las cadenas, de las ropas rayadas, de las cercas de alambre,
juntabas palabras duras, piedras, cemento, invectivas,
anotabas con lápiz secreto la muerte de mil, la boca sangrienta
de mil, los brazos cruzados de mil.
Y no decías nada. Y un bollo, una náusea
se estaba formando. Y las palabras subiendo.

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Oh palabras desmoralizadas, salvadas sin embargo, dichas de
nuevo.
Poder de la voz humana inventando nuevos vocablos y dan-
do aliento a los exhaustos.
Dignidad de la boca, abierta en ira justa y amor profundo,
crispación del ser humano, árbol irritado, contra la miseria y
la furia de los dictadores,
oh, Charlot, amigo mio y nuestro, tus zapatos y tu bigote cami-
nan por una carretera de polvo y de esperanza.

(De A rosa do povo, 1943-1945.)

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