Amanda Scott - Trilogía de La Frontera 02 - Fuego Fronterizo

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Capítulo 1

“Ahora Liddisdale ha montado una incursión,


pero es mejor que se hayan quedado en casa”.

Las Fronteras
Febrero de 1596

Jirones de neblina rodeaban lo alto, ensombreciéndolo; la luna estaba en


menguante mientras los asaltantes se acercaban a la oscura aldea de Haggbeck
a la sombra de Cheviot Hills en Inglaterra. Una capa de nieve delgada y
quebradiza cubría el suelo, había treinta jinetes; pero los cascos de sus ponis
eran ágiles y rápidos y hacían muy poco ruido a pesar de ser tantos.
A una señal de su líder, un grupo de diez hombres guiados por Ally El
Bastardo se dirigió hacia las tierras comunes para recolectar el ganado, las
ovejas y los caballos. La mayor parte de los hombres continuó en la aldea.

La banda de saqueadores1 había viajado durante la noche siguiendo


caminos intrincados conocidos por pocos, salvo por su líder. Era un hombre,
decía la leyenda, que podía encontrar su camino al infierno y regresar a través
del limbo humeante y el oscuro purgatorio. Las guaridas secretas de Liddesdale
eran su refugio, las colinas de Cheviot y los bosques de Tynedale sus terrenos de
caza, las Tierras de en Disputa y Bewcastle Waste sus campos de juego.

Otros hombres lo respetaban como un líder de gran inteligencia, creyendo


que su habilidad para penetrar en la noche más oscura o la niebla más espesa
no había sido igualada por ningún otro hasta el momento. Conocía su terreno a
cada pulgada, y tenía una extraña habilidad para evadir a los vigilantes que la
Reina Inglesa había establecido para proteger su frontera.
1
NT. Reivers: saqueadores. Entre siglos XII y siglo XVII, hasta la consolidación de Inglaterra, en la difusa frontera entre Escocia
e Inglaterra, alguno residentes (de ambos países indistintamente) cruzaban la frontera y atacaban poblaciones en el país
contrario, creándose bandas semipermantentes de saqueadores, entre otras particularidades.
Esos vigías presentaban una barrera formidable, desde Solway hasta
Berwick, desde Octubre hasta mediados de Marzo, de día o de noche, toda la
frontera permanecía bajo vigilancia. La nobleza Inglesa local y el señorío
llevaban la responsabilidad de armar y dar caballos y aprovisionamientos a sus
hombres, así como de inspeccionar los puestos de vigilantes que ellos colocaban
en cada cumbre, vado y valle, para proteger cada paso posible en sus Marchas 2.

En tiempos pasados, los guardias ingleses habían condenado a muerte a


cualquier hombre que no resistiera a los asaltantes Escoceses, y los
terratenientes ingleses seguían bajo las órdenes estrictas de hacer cumplir las
reglas. Pero a lo largo de los años, esas reglas se habían relajado y, hoy en día,
los vigilantes ingleses que fracasaran en elevar el tono y gritar en contra de los
ladrones no hacían más que; a lo sumo, enfrentarse a ser responsables por los
bienes robados durante su guardia.

Ya dos veces esa noche, el líder Escocés había hecho un gesto a sus
hombres de esconderse mientras los vigilantes pasaban a pocas yardas de ellos.
Desafortunadamente, no se podía contar con que los guardianes de la Reina
estuvieran en los mismos lugares cada vez. Pares de ellos o en grupos más
grandes, patrullaban juntos moviéndose desde el valle al vado y a la cima de la
colina y de regreso, listos para capturar a cualquier saqueador descuidado que
se apareciera.

El lado Escocés también tenía sus guardias, por supuesto, y balizas en las
cimas de las colinas y los techos de las torres preparadas para advertir de las
incursiones Inglesas. Sin embargo, a menos que un poderoso señor ordenara lo
contrario, los Escoceses tendían a ser menos organizados que sus homólogos
ingleses, confiando en otros medios para advertir de un ataque o protegerse
contra uno.

En cualquier caso, esa noche los asaltantes conocían lo largo y ancho de las
Fronteras ya que los Bairns 3 de Rabbie alcanzaron su objetivo fácilmente.
Habían elegido a Haggbeck como simple represalia por una incursión Inglesa
anterior en las propiedades de Eckie Crosier, El Maldito, en Liddesdale. El
2
NT. Marcha, es un término medieval para cualquier tipo de linea fronteriza, típicamente neutral entre dos paises o estados.
La palabra Marcha (March), viene del francés Marche, que indica frontera. Durante la formacion de Inglaterra, desde el siglo
XII al siglo XVII, con el Rey James VI de Escocia (James I de Inglaterra) el área alrededor de las frotera se conoció como las
Marchas Esoccesas; conocidas tambien como la Marcha del Oeste, la Marcha Media y la Marcha del Este. Algunas de ellas
eran zonas superpuestas sin bordes estrictos, en donde las familias o clanes vivian a conveniencia.
3
NT. Bairns: Termino Inglés antiguo, del Noreste de Inglaterra que significa literalmente niño o bebé. Del inglés antiguo,
bearn. En el ámbito escocés antiguo (1700) bairn, se indica como compañero joven.
Maldito Eckie quería su ganado de vuelta, y si los asaltantes podían recoger
además, unos cuantos caballos u ovejas para el botín, mucho mejor.

El líder levantó la mano de nuevo cuando los jinetes se aproximaron al


centro de la aldea.

—No hay señales de alguien despierto —le murmuró al gran hombre que
iba a su lado con el arma amenazadora de mango largo y hoja curva conocida
como Jeddart o hacha de Jedburgh 4 colgada sobre un hombro musculoso.

—No, Rabbie —respondió el hombre. —Son criaturas perezosas, estos


ingleses.

—Baja la voz, Hob. Dicen que todos los Graham duermen con una oreja al
viento, y estamos en lo profundo del territorio de Graham. El río Lyne y el
castillo de Brackengill se encuentran justo encima de esa colina al sur de
nosotros.

—Sí, claro, voy a permanecer mudo —dijo Hob El Ratón en un murmullo


profundo y retumbante. —¿Rab Sabes dónde está la casa con rejillas de hierro
en sus ventanas? Eckie El Maldito dijo que había oído hablar de eso, y le prometí
que la encontraríamos y llevaríamos las rejas a casa.

—¿Eckie El Maldito codicia barras de hierro para las ventanas de su casa? —


la risa llenó la voz del líder.

—Sí, claro, y yo también. Puedes reírte, Rabbie, pero Eckie El Maldito y yo,
seremos los últimos en reír. Una vez que tengamos el hierro fijo en nuestras
ventanas, no habrá ningún ladrón Inglés que se meta a través de ellas, ya verás.

—Hasta que un ladrón Inglés de Thievin los robe de nuevo —replicó el líder
con una risita. —Si deben tener las rejillas, lo más probable es que las
encuentres en la casa más grande, allí en el centro del pueblo.

Uno de los jinetes levantó una trompeta, y al ver su gesto, el líder asintió. El
hombre se llevó el cuerno a los labios y su llamada de atención resonó a través
de la noche. En un momento la aldea estaba despierta. Los alaridos se
mezclaron con los gritos de los hombres enojados.

4
NT. Hacha o Bastón Jeddart/ jedwart Llamado así por la zona de Jedburgh, en la frontera entre Escocia e Inglaterra y que era
algo parecido a una Guja, pero con un sistema de fijación al asta más similar al de la Bardiche, con dos anillas de metal que
unen la moharra a esta, dejando unos huecos entre la moharra y el asta.
Los asaltantes cargaron contra las cabañas, algunos desmontaron para
reunir a mujeres y niños, mientras que otros trataron con los hombres de
familia. Las peleas se iniciaron a derecha e izquierda cuando los hombres medio
vestidos salieron corriendo con las espadas desenfundadas para defender a las
familias y sus propiedades. El choque de acero contra acero pronto se unió a los
gritos femeninos y los gritos de los niños que se despertaron sobresaltados.
Sobre la algarabía general, las notas marciales de la trompeta sonaron con una
claridad espeluznante.

Señalando al hombre de la trompeta para que permaneciera cerca, el líder


observó atentamente un destello de luz de luna sobre una pistola o espada
enemiga, y escuchó el sonido familiar de las cuerdas de arco o cualquier otro
sonido inusual en la noche sobre el estruendo de la escaramuza. Sostuvo su
espada lista en una mano y una pistola en la otra.

Los gritos de las mujeres y los niños no lo perturbaban, porque sabía que
sus hombres no harían daño seriamente o molestarían a ninguna mujer o niña.
Solo un seguidor suyo había hecho algo así, y el líder lo colgó sumariamente del
primer árbol al que llegaron después de eludir la persecución, como una
advertencia a los demás para él ver que se obedecían sus órdenes.

El enorme Hob El Ratón había encontrado sus rejillas de hierro, y mientras


otros mantenían a raya a los aldeanos con pistolas y lanzas, él y otro hombre
liberaron las rejillas por el método más simple: las arrancaron de las ventanas
con sus propias manos.

Mientras lo hacían, un joven jinete llamado Davy de Sim vino galopando por
la aldea y gritó:

—¡Rabbie, hay jinetes que vienen del sur!

—¿Cuántos?

—¡Treinta, tal vez cuarenta!

—¿Ally El Bastardo juntó las bestias?

—Sí, claro, unas treinta vacas y otros tantos caballos, pero también hay
ovejas, Rabbie, y los jinetes vienen muy rápido.

—¿Pueden ver a Ally y sus muchachos ya?


—No, porque están detrás de la colina, hacia allá, al este.

—Entonces cabalga como el diablo, muchacho, y dile a Ally que divida a sus
hombres, la mitad para que avance con el ganado y los caballos y los otros para
conducir las ovejas. Dile que les ordené que abandonaran las ovejas si era
necesario, pero que llevaran los caballos y el ganado a Liddesdale.

—Sí, claro, pueden dispersar a las ovejas que están detrás de mí para
frenarlos —dijo Davy de Sym, sonriendo. —Entonces ¿Qué hay de estos
muchachos aquí?

—Ellos cabalgarán conmigo. Atraeremos a los perseguidores tras nosotros


para cubrir su retirada. Vete ahora —haciendo un gesto a su hombre trompeta,
gritó: —Aléjalos, Jed. Nos vamos a toda velocidad.

La respuesta llegó en un estallido de notas de la trompeta, tocando la


retirada. Los asaltantes, que estaban involucrados en peleas de puñetazos,
escaramuzas de espadas y otras acciones similares, interrumpieron sus
actividades de inmediato. Los que habían desmontado saltaron a sus sillas de
montar con el botín que les habían robado a los aldeanos, y en unos momentos
la pequeña banda ya estaba ausente; el hombre de la trompeta cabalgando
detrás de su líder, soplando alegremente mientras cabalgaba. Las notas de la
trompeta se burlaban y provocaban a los ingleses para que les siguieran, si se
atrevían.

Los cascos tronaron a través del valle. Mirando hacia atrás, el líder sonrió al
ver que su táctica había llevado a los perseguidores directamente a través de la
aldea detrás de ellos. El grupo de seguidores era lo suficientemente grande, lo
que hacía improbable que los aldeanos se hayan dividido para buscar más de
sus saqueadores en un terreno tan escarpado. Conociendo las colinas y las
cañadas como sólo él las conocía, podía permitirse mantener a su grupo a la
vista de sus perseguidores el tiempo suficiente para alejarlos al oeste de los
otros. Cuando se habían alejado lo suficiente como para estar seguros de que
Ally El Bastardo, Eckie El Maldito y los demás tenían a los animales seguros en
su camino a Liddesdale, podían entonces alejarse fácilmente de sus
perseguidores.

Exaltado de alegría por la victoria, gritó:

—¡Volveremos a tener luz de luna, muchachos!


Risas y vítores saludaron su eslogan, haciéndose eco de las notas de la
trompeta. Decidiendo minutos más tarde que habían cabalgado lo
suficientemente lejos al oeste de la aldea, volvió mirar a atrás. Habían entrado
en una cañada sinuosa y estrecha, y él sabía que la cabecera no estaba muy
lejos. Los perseguidores no los habían alcanzado, pero tampoco se habían
quedado atrás.
Las laderas de la cañada eran moderadamente empinadas y cubiertas con
helechos, arbustos de bayas, montones de nieve y matorrales de abedules y
hayas. Sabía que quienquiera que liderará la persecución esperaría a que
subiera la cuesta gradual hacia la cabecera de la cañada, en vez de intentar una
ruta más difícil. Esperando sólo hasta que una curva los ocultará brevemente de
la vista, tiró de la cabeza de su poni hacia la derecha.
Liddel Water estaba cerca, pero a dos millas más allá de la colina. La nieve
que quedaba en los parches abiertos del suelo era delgada y con surcos, y así no
revelaría instantáneamente sus huellas; y los matorrales los cubrirían el tiempo
suficiente para llegar a la cima de la colina si sus ponis eran rápidos. Jed, El
Trompeta subió por la cañada, sabiendo por experiencia exactamente lo que su
jefe esperaba de él. Con suerte, sus perseguidores continuarían persiguiendo las
notas de la trompeta el tiempo suficiente para que el resto de ellos pudieran
cruzar la colina. En cuanto a la propia seguridad del hombre de la trompeta, era
relativamente fácil para un jinete encontrar un agujero escondido y eludir la
búsqueda.
El plan funcionó perfectamente. Cuando los jinetes llegaron a la cima de la
colina, escucharon el tamborileo de golpes de cascos debajo. Intercambiando
sonrisas de felicidad a la pálida luz de la luna, dejaron que los ponis se abrieran
camino por el otro lado.
Hob El Ratón avanzó junto al líder.
—Eso es uno en el ojo de los ingleses, pienso yo.
—Sí, lo es —dijo el líder con una risita. —Es una buena noche de pelea,
Hob. Un buen aire fresco, una luna obediente y una buena dosis de ingenio
hacen que la vida sea excelente para un hombre de aventura.
—También es rentable —dijo Hob con una risa. —Eckie El Maldito y yo,
tenemos suficientes rejas para su catre y el mío.
—Shh —ordenó Rabbie mientras se acercaban a un oscuro montículo
coronados de arbustos. —¿Puede ser esto... una emboscada? —gritó, dándose
cuenta de que las sombras en la cima de la colina no eran arbustos sino
hombres montados. Dirigió su caballo hacia una hendidura que llevaba a un
riachuelo en la ladera de la colina, pero antes de haber cabalgado diez pies, vio
por encima de él una pantalla de lanzas y más hombres con bonetes de acero.
Sombríamente, él tiró de las riendas.
—No te apartes, Rabbie —gritó uno de sus hombres detrás de él. —¡No
pueden ser más de diez los villanos!
—No, muchachos —dijo lo suficientemente fuerte como para que su voz
llegará a los silenciosos emboscadores. —En cinco años, solo he perdido tres
hombres, cuatro si contamos el ahorcamiento, y no voy a perder ninguno esta
noche a menos que Dios mismo lo ordene. Nos superan en número y nos han
cortado por dos lados. Hay lanzas por delante.
—¡Con seguridad nos azotarán a todos en hierros!
—No a nosotros —bajando la voz, dijo: —Hob, lleva a los muchachos de
regreso por el camino por donde venimos hasta que llegues a ese estanque con
forma de hoja de abedul. ¿Lo recuerdas?
—Sí, pero entonces ¿no vas a ir con nosotros, Rab?
—No. Cuando llegues a ese estanque, corta hacia la parte baja de las dos
colinas que verás delante de ti. El Bosque Kershopefoot comienza justo al otro
lado. Cabalga hacia el norte y mantente a cubierto por el bosque hasta llegar a
Kershope Burn. Puedes cruzar fácilmente a Escocia y llegar a casa a través de
Liddesdale.
—Sí, claro, pero ¿a cuál de los muchachos te llevarás?
—A ninguno de ellos. No podemos esperar que esa artimaña funcione dos
veces en una noche, especialmente contra tantos. Ellos sólo se separaron y nos
siguieron. Sin embargo, si hay algo que podría mantenerlos juntos, sería la
oportunidad de capturar a Rabbie Redcloak.
Con consternación, Hob dijo:
—¡No cabalgaras solo hacia ellos, muchacho!
—No. Quiero llevarlos a una alegre persecución, pero primero debo
asegurarme de que saben qué premio ganarán si son lo suficientemente
rápidos.
—Pero, Rabbie —protestó Hob, —¿qué pasa si envían unos pocos detrás de
usted y el resto detrás de nosotros? Verán en un santiamén que no eres más
que un solo hombre.
Él sonrió.
—Sí, pero piensan que uno tiene la fuerza y la habilidad de un mago, y
creerán que el resto de ustedes están tratando de alejarlos de mí. No pensarán
ni por un momento que es al revés, no cuando vean esto a la luz de la luna —
añadió, tirando de la oscura y peluda capa con capucha que llevaba sobre su
chaqueta de piel acolchada y pantalones, y volteándola mostró el forro de seda
roja.
—Pero si te atrapan...
—Entonces emplearé mis dones de gentil persuasión para obtener una
buena ventaja hasta que tú y los muchachos vengan a rescatarme. Si ocurre lo
peor, simplemente esperaré el próximo Trace Day 5 y ganaré mi libertad por
rescate.
—Sí, si él Mismísimo acepta pagar por un rescate —dijo Hob dudoso.
—Nunca temas. Hablaré para salir de mi problema mucho antes de que
tengamos que preocuparnos por eso.
—Sí, bueno, tienes una lengua con la que podrías sonsacar a un pato a salir
fuera de una laguna, es cierto.
—Así es, vete ya —dijo el líder. —Solo han esperado tanto tiempo para ver
lo que haremos. No esperarán mucho más tiempo —levantando un brazo,
gritó:— ¡Cabalguen, muchachos! ¡Volveremos a tener la luz de la luna!
Todavía saludando, hizo girar a su poni hacia la cabecera de la cañada,
instándolo a un galope. Cuando creyó que ambos grupos de emboscadores
podían ver su figura claramente y darse cuenta de que sus hombres no lo
seguían, recogió las riendas hasta que el caballo se alzó y giró nuevamente,
haciendo que su capa se alzara ancha y libre. Al hacerlo, las nubes brumosas
que cubrían la luna se abrieron para iluminar el ardiente color rojo de la capa.
Espoleando a su poni con fuerza, subió la pendiente hacia su izquierda, frente a
los lanceros que esperaban. Manteniéndose alejado de los emboscadores a su
derecha, a la cabecera de la cañada, se lanzó al corazón de Graham Country.
Después de sólo un momento de vacilación, los dos grupos jinetes
galoparon tras él, gritando de entusiasmo por haber deducido la identidad del
saqueador más notorio a ambos lados de la Frontera.

5
NT. Trace Day, Days of March: Día de Tregua. Un mecanismo que adoptaron los guardianes (de ambos países) para intentar
controlar los saqueos en la frontera común, en el cual los atacantes capturados tenían la posibilidad de un jucio público y
eventualemnte, pagar por los delitos cometidos y regresar entonces a su país de residencia.
Con la certeza de que podía eludirlos fácilmente cada vez que lo deseaba,
los dejó tenerlo a la vista. Sabía que el robusto poni de la frontera que montaba
tenía millas de experiencia, y la emoción lo invadió, llenándolo de energía.
La niebla se estaba despejando en lo alto, lo que era tanto una bendición
como una preocupación; una bendición en que podía ver fácilmente su camino,
la preocupación de que sus perseguidores pudieran verlo claramente. Giros y
vueltas aparecieron en el paisaje accidentado y montañoso, pero él los conocía
a todos. Su cerebro ágil había estado clasificando y tamizando las mejores rutas
para escapar desde el instante en que había visto a los primeros emboscadores.
No desperdició ningún pensamiento considerando la identidad de quienes
lo perseguían. Ya que estaba en lo profundo del país Graham, era probable que
al menos algunos fueran Grahams, pero el área cercana a ambos lados de la
Frontera estaba llena de miembros de esa tribu impía, que era tan probable que
luchara contra los propios como contra hombres de otras lealtades.
Al llegar a la cima de un pico, miró hacia atrás y vio que varios saqueadores
habían reducido la distancia. Dos estaban a tiro de arco, así que no se atrevió a
quedarse.
De repente, por detrás, sonó una trompeta. Por un instante, pensó que era
Jed El Cuerno pero las notas que se tocaron pronto le dijeron que no lo era.
Luego, para su sorpresa, respondió un segundo cuerno y un tercero: uno por
delante, el otro a su izquierda y ambos demasiado cerca para su comodidad. Si
no se cuidaba, se advirtió, lo rodearían. La luz de la luna ya no se sentía
amistosa.
Un perro aulló, luego otro, y otro.
Él instó a su poni a alejarse de los sonidos. Sólo una dirección llamaba
ahora. Se volvió hacia el Mote de Liddel, donde el río Esk se unía a Liddel Water
unas pocas millas al noreste. Desde ese punto, a corta distancia, el Liddel
formaba la frontera entre Escocia e Inglaterra. Espoleando a su poni, se dio
cuenta de que su única esperanza restante estaba en la ágil velocidad de la
valiente bestia.
Coronando una colina poco tiempo después, vio la luz de la luna brillar en el
agua negra a la distancia y supo que era el Liddel. Minutos más y, salvo algún
accidente, cruzaría a Escocia.
Podrían seguir, por supuesto, y legalmente, declarando una; ardua huella 6,
e informando a la primera persona que encontraran al otro lado que estaban en
busca de un saqueador cobarde. Incluso podrían exigir que el alcaide del oeste
Escocés y de la Marcha Media ayuden a capturarlo. Sonrió ante el pensamiento,
pero la sonrisa se desvaneció cuando se dio cuenta de que la luz de la luna
brillaba no solo en el agua sino también en el acero de los jinetes que se
movieron en la línea de la orilla del agua. Estaba atrapado.
Resignado, refrenó su poni para andar al paso, esperando que sus hombres
y su botín difícilmente ganado no hubieran caído en lo que ahora parecía una
trampa singularmente bien organizada que involucraba a más de cien hombres
y, por el verdadero coro de aullidos detrás de él, un número igual de sabuesos.
Divertido por la idea del disgusto de Hob El Ratón y Eckie Crosier El Maldito de
perder sus preciosas rejas de hierro antes de colocarlas en sus ventanas, se le
ocurrió que si sus hombres habían eludido la captura, podría usar esas rejillas
para ayudar a negociar su libertad.
A unas veinte yardas de la línea de jinetes armados, con otros que se
cerraban detrás de él, tiro de su poni para detenerlo y murmuró:
—Vengan a buscarme, muchachos. El poder reside en quien hace al otro
mover primero.
Tendría entonces que recurrir a su segundo famoso don, esa lengua
elocuente que supuestamente podría sonsacar un pato de una laguna o a un
águila de su nido. Esperaba que el don estuviera a la altura de la leyenda. Si le
fallaba, sus captores lo mantendrían encerrado hasta el próximo Día de Tregua,
y luego tendría que enfrentar a su propia gente con una lista de quejas
pendientes sobre él. Había una cierta ironía en esa situación, pero aun así haría
todo lo posible por evitarlo.
Los jinetes que estaban cercanos a la línea del borde del agua permanecían
donde estaban, casi, pensó, como si se temieran que aún pudiera escapar si
incluso uno de ellos se moviera.
Esperó pacientemente y con dignidad hasta que los jinetes que escuchó
acercarse por detrás de él se detuvieron. Los caballos cansados y resoplando, las
jaeces tintinearon y sacudieron, pero durante un largo y tenso momento nadie
habló. Sabía que su líder esperaba que se moviera, y saberlo le divertía. Era un

6
NT. Hot trod. Equivalente a; persecución en caliente, procedimiento mediante el cual se cruza una frontera en persecución
de un transgresor de facto que recientemente ha cometido una falta.
juego, después de todo, y todos los hombres en las Fronteras conocían sus
reglas.
Al recordar al menos un incidente en el que un captor disparó a un cautivo
desde cerca y por la espalda con una flecha, sintió un estremecimiento entre sus
hombros. Sin embargo, no creía que los hombres que habían capturado a
Rabbie Redcloak se atreverían a hacer tal cosa. De ese modo, solo tendrían éxito
en convertir a Rabbie en un mártir cuyo fantasma vagaría por las Fronteras
durante los años venideros. Ningún Inglés querría lograr tal resultado.
El tenso silencio se extendió, y sintió que los hombres delante de él se
impacientaban. Su líder debe haber sentido lo mismo, porque al fin habló.
—Rabbie Redcloak, por la presente ordeno su arresto por liderar las
incursiones contra los súbditos de la Reina; por llevarse rebaños de ganado,
caballos y ovejas; por matar personas inocentes y robar sus bienes; por
secuestrar a los súbditos de la Reina y retenerlos ilegalmente mientras exigen
un rescate por su liberación.
—¿Todo eso? —se volvió sin prisa, buscando en los rostros sombríos a
quien le había hablado, mientras agregaba a la ligera: —De hecho, es una
letanía de ofensas, aunque sean falsas. ¿Quién, si puedo ser tan audaz como
para preguntarte, tiene el honor de ser mi captor?
—Sir Hugh Graham de Brackengill, subjefe de la Marcha oeste Inglesa, es
quien tiene ese honor; usted, canalla abandonado por Dios. ¡Agárrenlo,
muchachos! ¡Armas!
Los siguientes momentos podrían haber sido deshonrosos si no hubiera
sido por la gran dignidad del cautivo. Los hombres que se acercaron a él,
claramente esperando que él se resistiera, se detuvieron y se miraron con
incertidumbre el uno al otro cuando él con calma extendió sus manos, sus
muñecas juntas, esperando ser atado.
Cuando le quitaron su espada, pistola y daga, uno dijo:
—¿Lo dejamos sobre su caballo, Sir Hugh?
—Sí, tengo prisa por llegar a mi cama, muchachos, así que lo dejaremos
cabalgar.
Al oír el regocijo en su tono, el cautivo se puso rígido.
—Atadlo boca abajo sobre su silla de montar —dijo Sir Hugh. —Cubre todo
menos su cara de demonio con esa maldita capa roja, para que el mundo pueda
ver lo que hemos capturado.
Estoicamente, su cautivo les permitió obedecer esa humillante orden,
manteniendo su semblante y calma por pura fuerza de voluntad. Pasaron
cuerdas debajo del vientre del poni para atar sus muñecas a sus tobillos,
estirando su cuerpo sobre la silla de montar. Solo cuando la bestia fiel se movió
y se sacudió en protesta de las manos desconocidas debajo de su vientre, él
habló, diciendo en voz baja:
—Quédate tranquilo, muchacho.
Sintió que el animal se estremecía, pero se calmó, y respiró hondo para
intentar calmarse. Sin embargo, cuando el líder les pidió que montaran, la
humillación fue menos preocupante que el dolor causado por la posición
desgarbada.
Su chaqueta acolchada protegía su pecho y estómago, y sus pantalones de
cuero protegían sus partes inferiores, pero los hombres que lo habían atado lo
habían estirado con fuerza y las ataduras le dolían. No se habían molestado en
quitarle su capó de acero ni en atar sus estribos, y el estribo cerca de su cabeza
comenzó a rebotar cuando el jinete que llevaba el poni lo impulsó a trotar. El
estribo de metal sonó tortuosamente contra el casco del cautivo y amenazaba
su cara si miraba hacia adelante o hacia atrás. El que estaba al otro lado golpeó
sus pantorrillas y muslos, recordándole un día en su adolescencia cuando su
madre le había azotado con una vara de haya por algún pecado ya olvidado.
Esperaba no enfrentarse a un largo viaje. En el humor en el que estaba Sir Hugh,
no pasaría que el hombre que lo hiciera cabalgar boca abajo todo el camino
hasta Carlisle 7.
De hecho, habían cabalgado durante menos de una hora cuando vio que las
murallas del castillo se acercaban. Aunque su posición incómoda le permitía ver
menos paisaje de lo habitual, sabía que habían llegado a Brackengill, la casa de
Sir Hugh. Al recordar que Sir Hugh se desempeñó como diputado de Lord
Scrope, director de la Marcha oeste Inglesa y guardián del castillo real de
Carlisle, concluyó que Sir Hugh tenía la intención de alojarlo durante la noche
antes de entregarlo a Scrope.
Cabalgando, atravesaron puertas altas y abiertas hacia un patio iluminado
por antorchas, y antes de que las puertas se cerraran detrás de ellos, el cautivo
notó que la cantidad de hombres que lo escoltaban había disminuido
significativamente.

7
NT. Castillo de Carlisle, situado en Carlisle. Construido por William II, es un Castillo del tipo Motte and Bailey francés, del lado
Inglés en la frontera con Escocia, cerca del Muro de Adriano.
—Tráelo.
La brusca orden de Sir Hugh resultó en que el cautivo fue rápidamente
desatado y arrancado del poni para levantarse precariamente en las piernas
debilitadas y adoloridas entre dos de los hombres armados. Lo arrastraron sin
querer a un edificio oscuro de techo bajo que parecía y olía a establo. Hacía frío.
Su anfitrión, decidió sardónicamente, albergarlo sin ningún grado de
comodidad.
Sus muñecas aún estaban atadas, y sus dedos y manos se habían
adormecido. Le dolía todo el cuerpo como si hubiera sido torturado.
Las antorchas ardían y proyectaban una luz roja-naranja parpadeante sobre
la escena. Sus sentidos no lo habían engañado. Estaban dentro de un establo, y
algo más de media docena de hombres lo rodeaban, sus rostros sombríos
reflejaban el resplandor rojizo. Involuntariamente el cautivo pensó en el infierno
ardiente.
Cruelmente ahuyentó la comparación de su mente, se obligó a mantenerse
erguido y enfrentarse a su captor. Para su sorpresa, miró a Sir Hugh casi cara a
cara. Eso no era algo común, ya que con la excepción de Hob El Ratón, debido a
su altura, solía mirar; hacia abajo, a sus compañeros.
Sir Hugh se quitó su propio casquete de acero, revelando una gruesa masa
de pelo rojo rizado. Colgando el casquete en un pilar del establo, se pasó una
mano fornida a través de los rizos y se rascó la cabeza. Su barba pulcramente
recortada brillaba roja a la luz de las antorchas. Sus ojos brillaban como el frío
acero gris.
El cautivo inhaló profundamente, luego con una voz cargada con el acento
de los Fronterizos Escoceses8, dijo:
—Estaría dispuesto a hacer un trato justo sobre este malentendido entre
nosotros.
—Usted no está en posición de hacer ningún trato —espetó Sir Hugh. —Tu
carrera es conocida, Rabbie Redcloak.
—Es cierto que me sorprendió, señor —dijo, —pero no puedo pensar qué
queja quiere reclamarme.
—¡Robo, por una parte, canalla!

8
NT. Fronterizos / Borderes Escoceses Poblacion que vivía en el lado Escocés de la frontera Escocia – Inglaterra en la época
medieval. Regularmente era un territorio con dominio de familias más que de los gobiernos de Escocia e Inglaterra
respectivamente.
—Ah, pero no llevo ningún artículo robado, como debes saber.
—¡Eres un asesino ladrón!
—Sin embargo, no hay ningún hombre, muchacha o niña que pueda decir
que ha sufrido daño en mis manos esta noche, señor.
—Tal vez sea así esta noche, pero es de no...
—Además —el cautivo intervino rápidamente, —pudiera poner un dedo en
determinadas cosas que han desaparecido en el último mes o dos, me dan una
causa para actuar de manera generosa hacia usted, señor.
—No lo dudo —dijo Sir Hugh con gravedad. —¿No se te ha ocurrido todavía
preguntarte cómo es que te encuentras en esta situación esta noche?
Ya que se había estado preguntando por muchas cosas desde el momento
en que se dio cuenta de que una fuerza considerable de hombres lo había
llevado a una trampa y lo había rodeado, simplemente dijo:
—Sí, no puedo negar que me ha despertado considerablemente la
curiosidad en ese punto.
—Sabíamos que atacaría a Haggbeck —dijo Sir Hugh con aire de suficiencia.
El cautivo no dijo nada, sabiendo que Sir Hugh quería que él sospechara la
traición de uno de los suyos. Rechazando acercarse al cebo, esperó
pacientemente a que continuara.
—Sabía que no podrías resistirte a tomar represalias después de que
atacáramos a los Crosiers en Liddesdale. En esa ocasión, mis hombres
declararon a propósito que cabalgarían desde Haggbeck.
—Veo. Es una pequeña trampa que habéis puesto, entonces.
—Sí, y he tenido a grupos de milicianos que vigilan todas las noches desde
entonces —dijo Sir Hugh. —Su única misión era capturarte y poner fin a la idea
absurda de que eres una especie de leyenda invencible de la Frontera.
—Sí, claro, y parece haber sido un gran esfuerzo, de hecho, señor, pero
¿para qué? Aún no tiene pruebas que respalden una simple factura de queja.
—Tengo su presencia aquí en el lado Inglés —espetó Sir Hugh.
—Hay eso, es cierto —admitió Rabbie generosamente. —Sin embargo, los
hombres de ambos lados cruzan la línea con frecuencia para beber en una
taberna o asistir a una carrera de caballos. Además, y si no me equivoco, el lugar
donde me capturaron está en la Tierra en Disputa 9. Así que incluso esa
evidencia probablemente dará lugar a una compensación del reclamo.
—Ya no hay ninguna Tierra en Disputa —dijo Sir Hugh, ignorando al jinete.
—No en este lado, al menos. El Dique Escocés 10 le puso fin hace años.
—Sí, para que nuestros gobiernos nos lo hagan creer —respondió. —Sin
embargo, la gente de la Frontera todavía cree firmemente en eso, y así verás
venir el Día de la Tregua.
—No debemos preocuparnos por el Día de la Tregua —dijo Sir Hugh.
—Ah, eso está bien, entonces, solo un pequeño malentendido entre
amigos.
—Tampoco hay malentendidos. Tus días de robo y creación de caos en las
Fronteras han terminado.
—Sí, claro, si lo dices. Podemos hacer cualquier acuerdo que desee.
—Lo digo porque es verdad. Además, si estás pensando que tus Bairns
ladrones descubrirán dónde estás y atacarán este castillo para liberarte, puedes
pensarlo de nuevo. Ninguno, excepto mis hombres de confianza, sabe dónde
estás ahora, y ellos tampoco lo dirán. Mientras hablamos, un grupo
fuertemente armado se dirige hacia Carlisle. Si alguien logró seguirnos esta
noche, asumirán que usted fue con ese grupo y no se atreverá a atacar a un
grupo tan grande y fuertemente armado. Y, para mañana, pensarán que es
demasiado tarde para hacer algo por ti.
El prisionero permaneció en silencio, aunque había mucho que le hubiera
gustado decir. Sir Hugh se equivocaba al pensar que las líneas de comunicación
mágicas de los Fronterizos no revelarían su paradero a sus Bairns. En un máximo
de días, sabrían exactamente dónde estaba y, en consecuencia planificarían, su
rescate. Si no lograba su libertad en una noche, se sorprendería mucho.
Con una formalidad sombría, Sir Hugh dijo:
—Lord Scrope está ausente, pero como director adjunto, actúo por él. En
esa capacidad, por la presente le condeno a usted, Rabbie Redcloak, a que se le
aloje durante una semana en un calabozo aquí en Brackengill para contemplar

9
NT. Debatable Lands: Tierra en Disputa. Territorio entre Escocia e Inglaterra al norte de Carlisle, en donde el Castillo de
Carlisle, era el centro de las Marchas del Oeste. Durante muchos años esta region estuvo bajo el control de clanes locales
que resisteiron el intento de los gobiernos de Escocia e Inglaterra por gobernarlas.
10
NT. Scots´Dike. Dique Escocés. Es un dique contruido entre Escocia e Inglaterra al norte del Castillo Carlisle. En 1552 una
comission dividió las Tierras en Disputa en dos, una inglesa y otra escocesa. El Dike de Scott, es una barrera de piedra, que
fue señalada como parte de la nueva frontera.
sus pecados y hacer su paz con Dios Todopoderoso. Al final de ese tiempo,
erigiré una horca y te colgaré por el cuello hasta que estés muerto. Llévenlo
abajo, muchachos.
A pesar del brillo infernal de la luz de las antorchas, el prisionero sintió un
frío gélido.
Capítulo 2
“Y bastante justo tu corazón se alegrará,
Cuando ella se levante ante tu vista”.
Bewcastle Waste, La Marcha Inglesa Del Oeste

El pequeño valle yacía sombrío en invierno bajo una fina capa de nieve. Su
único signo de vida era una débil espiral de humo que emanaba de una casona
de piedra gris junto a un arroyo semicongelado que atravesaba su centro. Al
igual que otras casas similares, ésta consistía en un establo, una vaquera en un
extremo y la vivienda familiar en el otro. Descuidadamente, como si desafiara el
frío invernal, las puertas del establo y de la vaquera permanecían abiertas, al
igual que la puerta de la casa. Las únicas otras estructuras en la granja eran un
corral de ovejas de piedra seca y un destartalado granero de muros de piedra.
Desde la cima de la colina baja que formaba el lado sur del valle, las piedras
desnudas y los techos de pizarra gris de los edificios parecían manchas de ceniza
en la nieve brillante.
Un jinete solitario bajó la colina en un elegante castrado gris con melena y
cola negras. El jinete era una mujer pequeña y de constitución ligera, con el
cabello largo, lacio y rubio plateado, que le caía libre, llevaba una capa gris
envolvente que casi igualaba el color de su caballo. Ella cabalgaba a
horcajadillas, usando una montura cruzada 11, de la manera práctica que en
todas las ocasiones, menos en las más formales, las mujeres de la Frontera
habían preferido durante los últimos cien años. Cabalgó lo suficientemente
rápido como para que muchos la consideraran temeraria, pero a diferencia de la
mayoría de las mujeres, cabalgó hábilmente, como si fuera parte de su caballo.
Más adelante, en la granja, vio pollos y gansos, pero ningún perro, ni
animales más grandes, ni niños, de hecho, no había gente en absoluto. Las
gallinas y los gansos se dispersaron ruidosamente cuando ella entró en el patio.
Desmontando, le dio unas palmaditas cariñosas al caballo y ató sus riendas
a la puerta de la reja del corral de ovejas. Luego, metiendo su látigo de montar
en su cinturón junto a la pequeña daga que llevaba allí, donde otras mujeres

11
NT. Cross saddle. Tipo de silla de montar estándar, destinada para jinetes que usan pantalones.
llevaban bolas de pomandro o espejos, arregló hábilmente su largo y fino
cabello en un nudo más civilizado en la nuca. Mientras lo hacía, una voz infantil
y femenina llegó hasta sus oídos.
—¡Andrew, baja esa pistola antes de que hagas daño a alguien!
—No la dejaré, y no puedes obligarme. ¡Voy a dispararle a un maldito
saqueador escocés!
Sin prisa, la jinete desató uno de sus bultos de la silla y caminó hacia el final
de la casa familiar mientras la discusión continuaba adentro.
—Och, tu niño pagano, nuestra madre va a lavarte la boca con jabón si
dices cosas tan perversas. ¿Y qué diría el párroco? ¿Qué hay de eso, eh?
—No dirá nada y no se lo dirás. No es asunto suyo a quien le disparo. Yo
podría dispararte, Nancy boca-chismosa. Entonces, ¿qué harías?
Al llegar al umbral, la jinete examinó rápidamente la escena que había en el
interior tenuemente iluminada y luego dijo con severidad:
—Andrew, baja el arma de inmediato y ven a mí. Nancy, levanta a John del
suelo antes de que se arrastre hacia el fuego, y Peter, tú, fuera, por favor, y trae
el otro paquete de mi silla de montar.
Los niños se congelaron al oír su voz. Incluso el bebé que gateaba hacia la
chimenea abierta se detuvo y miró por encima del hombro.
—¡Señora Janet! —Tres voces hablaron como una.
—Sí, y estoy sorprendida de escucharlos discutiendo así. Haz lo que te pido,
Andrew, a menos que quieras sentir mi látigo en tu trasero.
En medio de la habitación, el desafiante niñito seguía apuntando a su
hermana con una pistola de bloqueo 12, que no era mucho mayor que él.
Bajando el arma, miró cautelosamente el látigo que Janet Graham había metido
en su corsé.
—¿Me escuchaste? —Preguntó ella.
—Sí, lo hice.
—Entonces ven acá.
—¿Me golpearás?
—Te lo mereces —dijo Janet, extendiendo su mano hacia la pistola.

12
NT. Pistola de bloqueo. Es un tipo de pistola desarrollado en Europa alrededor de 1500, y su nombre deriva del mecanismo,
de una pequeña rueda que giraba para lograr la ignición.
Al encontrarse con su mirada, el niño dijo:
—Mi papá dijo que las mujeres no debían tocar las armas. Es peligroso
dejarlas —dijo, —porque se dejan hechizar por ellas.
—¿Me veo asustada, Andrew?
—La señora Janet no se asusta para nada —declaró la niña, poniendo sus
puños en sus caderas delgadas y apuntando su mentón hacia su hermano.
—Gracias, Nancy… —dijo Janet sin apartar la mirada de la pistola —pero
ahora estoy hablando con Andrew. Recoge al pequeño John y limpia el hollín de
sus manos.
—Sí, señora —la niña recogió al bebé con facilidad y lo llevó al lavamanos.
La palma de Janet permaneció extendida, esperando.
Lentamente, con clara mala gana, el muchacho le entregó la pistola de
cañón largo.
Examinando la pistola con natural competencia, dijo:
—Por suerte para ti, Andrew, el mecanismo de disparo no estaba
preparado, pero dudo que lo supieras cuando le apuntaste a Nancy.
Los delgados labios de Andrew se torcieron, pero si su molestia provenía de
su conocimiento o de la falta de él, Janet no lo sabía, ni le importaba.
Poniendo la pistola sobre el único armario y colocando su paquete en la
mesa cercana, se volvió hacia Andrew y le dijo:
—Ven aquí conmigo ahora, y cuida tus modales. ¿Dónde está tu madre?
Después de una pausa durante la cual el niño dio un pequeño paso hacia
ella, pero no respondió, su hermana dijo:
—Nuestra madre subió al valle a buscar a las ovejas.
—¿Andrew, por qué tú y Peter no hicieron eso por ella? Ambos tienen la
edad suficiente para atender las ovejas.
Una vez más, fue su hermana la que respondió, diciendo:
—Nuestra madre dijo que había saqueadores a mitad de camino de aquí y
Brackengill, señora. A pesar de que Sir Hugh atrapó a algunos de ellos en la
noche, dijo que hoy no era seguro que los muchachos buscaran a las ovejas.
—No es necesario que le digas a la señora Janet lo que Sir Hugh trata de
hacer —dijo Andrew con desdén. —Él es su hermano, ¿no es así?
Probablemente ella sabrá de qué se trata.
—Cuida tus modales con ella dijos —dijo su hermana con arrogancia, —o le
digo a nuestra madre que fuiste grosero y que la Señora Janet te quitó la pistola
de nuestro padre.
—Chismosa.
—Eso hará —dijo Janet. Estaba agradecida de saber a dónde había ido Hugh
durante la noche. Su negativa constante a explicar sus acciones la irritó, y esa
irritación se agitó mientras hablaba. Su tono enrojeció las mejillas de Andrew.
—¿Dónde quiere esto, señora Janet? —Peter estaba en la puerta,
sosteniendo el paquete que había traído para ella. Era más joven y más
pequeño que Andrew.
Sonriendo, le dio las gracias al niño y le dijo:
—Ponlo en la mesa, muchacho, pero primero cierra esa puerta. Estás
desperdiciando mucho el fuego, dejando que salga todo el calor.
Cuando Peter cerró la puerta, agregó:
—Tú y Nancy pueden abrir los dos bultos y guardar las cosas. Les he traído
pan y algunos bollos de nuestra panadería y galletas como un hombre de
jengibre para cada uno de ustedes, aunque estoy pensando que tendré que
devolver el hombre de Andrew y dárselo a Jemmy Bigotes, ya que Andrew está
hecho un demonio hoy.
—¡No alimentarás a tu gato con mi hombre!
Nancy y Peter se apresuraron a abrir los dos bultos, y con deleite en su voz
de niña, exclamó:
—¡Nos has traído mermelada de arándanos!
—Es cierto —dijo Janet, —y algunas otras cosas para tu madre y para el
nuevo hijo cuando llegue. Si rebanas el pan en rodajas finas, puede hacer una
pieza para cada uno de ustedes y guardar la galleta de jengibre para la cena.
Mientras haces eso, Nancy, Peter puede ver a nuestro pequeño John. Andrew
ven afuera conmigo para hablar —colocando una mano en el hombro del niño
mayor, ella lo empujó hacia la puerta.
Él no se resistió. Afuera dijo:
—No le darías realmente mi hombre de jengibre a tu gato, ¿verdad, señora
Janet?
—Eso depende de ti. ¿Agitarás de nuevo una pistola de esa manera?
—Mi papá lo hizo —murmuró Andrew obstinadamente.
Janet guardó su opinión sobre el padre de Andrew, Jock Graham, para sí
misma.
—Él era un hombre adulto —dijo ella. —tú no lo eres.
—Bueno, no lo haré de nuevo si te molesta —dijo. —¿Puedo tomar mi
hombre de jengibre ahora?
—Si lo comes ahora, no tendrás nada en la cena.
—Pero no se lo darás al gato.
—No —dijo ella, —pero si alguna vez te veo agitando un arma así otra vez,
muchacho, te abofetearé yo misma.
—Sí, creo que lo harías.
—Lo haría, y tampoco puedes matar a ningún escocés hasta que seas
mayor.
—Los malditos saqueadores escoceses mataron a mi papá, ¿no es así?
—Sí, pero tú papá estaba en una incursión en ese momento —le recordó
Janet.
—Nuestro grupo se ha convertido en esclavos de los malditos escoceses —
declaró el niño, repitiendo claramente las palabras que había escuchado de los
labios de su padre. —Si nosotros incursionamos nuevamente después de que
nos hayan robado, no es más que lo que merecen, los paganos asquerosos.
—Sí, quizás, pero, ya ves, los escoceses piensan lo mismo de nosotros. Tu
padre estaba en Liddesdale cuando lo mataron, y Liddesdale está en Escocia.
—Lo sé —murmuró el muchacho con desprecio. —Él estaba con Sir Hugh,
recuperando el ganado que nos había sido robado.
Janet suspiró.
—Ellos siempre, todos ellos, dicen que están recuperando ganado,
muchacho. Aun así, alguien debe haber organizado la primera incursión,
¿sabes?
—Los malditos Escoceses, ellos fueron. Bueno, ahora tenemos uno de ellos,
y eso es algo muy bueno, creo yo.
—¿Quién tiene uno?
—Sir Hugh, él es quien tiene uno. Él capturó a Rabbie Redcloak, y desearía
haber estado con él cuando lo hizo. Es por eso que agitaba la pistola. No sé
cómo dispararla, pero quiero aprender, y cuando Sir Hugh vaya por el próximo...
—¿Hugh atrapó a Rabbie Redcloak?
—Sí, y también colgara al sucio bastardo.
Sabiendo que la noticia de cualquier evento importante en Las Fronteras
volaba por el aire como por arte de magia, Janet no perdió el aliento
preguntándole al chico cómo sabía sobre la captura, ni cuestionó la exactitud de
su información. Sin embargo, se sintió obligada a señalar un error evidente en
su informe.
—Él no puede colgarlo, Andrew. Eso es contra la ley. Primero debe formular
una queja contra él en el próximo Día de la Tregua con los escoceses. Hasta
entonces, debe entregarlo al custodio de Warden Lord Scrope en el castillo de
Carlisle.
—Él lo va a colgar —dijo Andrew rotundamente. —Él mismo lo dijo.
Janet tenía un punto sensible en su corazón por los cuatro hijos sin padre.
Nancy le recordaba a la niña que había querido ser. La sonrisa alegre de Peter y
sus modales sencillos despertaron un afecto casi envidioso, y el pequeño John
con sus murmullos y sonidos secretos la hicieron anhelar tener un hijo propio.
Pero a ella le gustaba más el travieso Andrew. De todos ellos, él era el más
parecido a la verdadera Janet, la Janet que se quedó después de que su fachada
educada y sumisa se había caído. Andrew anhelaba tanto como ella controlar el
mundo inmanejable que los envolvía. Contra todo pronóstico, el niño sin padre
se esforzó por proteger a su familia, encendiéndose como un banty cock 13
cuando los adultos o, peor aún, otros niños se reían de su determinación.
Janet sabía cómo se sentía y hacía todo lo posible por evitar tratarlo como a
un niño. Por lo tanto, en respuesta a su insistencia de que Sir Hugh colgaría el
infame saqueador, ella moderó sus palabras y sólo dijo que lo vería.
En verdad, su certeza la desconcertó, ya que ella conocía bien a su hermano
y no podía negar que él era completamente capaz de hacer y llevar a cabo
semejante amenaza. Lo único que podría detenerlo era la demanda de la paz en
Las Fronteras a menudo repetida por parte de la Reina Elizabeth. Elizabeth no
agradecería a ningún representante de la Marcha por provocar más inquietud, y
Hugh debe saber que colgar al más notorio saqueador a cada lado de la línea
probablemente resultará en un caos.

13
NT. Banty Cock: en antiguo dialecto ingles como una variación de Bantam, nombre de pequeña ave doméstica. Los bantams
masculinos fueron conocidos por su característico comportamiento beligerante y arrogante (gallito de pelea) y es de allí de
donde también deriva el nombre de la clasificación de boxeadores, peso gallo.
Dejando a los niños para que guardaran sus golosinas, Janet salió afuera,
tomó un cayado de pastor del establo para usarlo como bastón, y siguió el
meandro del arroyo hacia las colinas cercanas, buscando a la madre de los
niños. La nieve crujía bajo los pies, y resbaló más de una vez, pero era tan
competente a pie como a caballo. Media hora más tarde, vio a Meggie de Jock
como se conocía a la madre de los niños, siguiendo a un rezagado rebaño de
ovejas por el pequeño valle. El vientre hinchado de Meggie la precedió, y su
forma de andar se veía incómoda y desgarbada.
Janet se apresuró a encontrarse con ella, forzando un camino entre las
ovejas que se mueven lentamente con el cayado.
—Meggie —la regañó tan pronto como estuvo al alcance de la mano, —no
debiste haber venido aquí sola de esta manera. ¿Y si viene el bebé? ¿Qué harías
tú?
—Sentarme y sacarlo, espero —dijo Meggie de Jock, con una sonrisa. —No
podía dejar que los niños las trajeran, Señora Janet, no con los saqueadores en
las cercanías. Dicen que se escaparon con todo el ganado, caballos y ovejas de
Haggbeck por la noche; pero Sir Hugh, bendito sea, tendió una trampa y atrapó
por fin al espantoso Rabbie Redcloak.
—Así me lo dijo Andrew.
—Dicen que el diabólico escocés ha matado a más de cien buenos ingleses,
señora, y probablemente a mi Jock entre ellos. Será una bendición para todos
nosotros que Sir Hugh lo cuelgue alto.
Tomando la delantera y empuñando su cayado hábilmente para animar a
las ovejas rezagadas y vagabundas a mantenerse con el rebaño, Janet dijo:
—Así que también oíste que Sir Hugh quiere colgar al saqueador, ¿verdad?
—Sí, me lo dijo el Tailor Cuello Corto, y lo supo directamente de uno de los
hombres de armas de Sir Hugh. Dijo que lo colgaría dentro de una noche, así
dijo el Cuello Corto.
—Ciertamente —los pensamientos de Janet se aceleraron. No podía dejar
que Hugh hiciera algo tan atroz, porque una vez que los hombres con
posesiones se burlaban de las leyes de Las Fronteras, era mejor no tener
ninguna. Muchos ya llamaban a los Fronterizos ilegales y cosas peores. También
era el deber de Hugh mejorar la situación, no empeorarla. Estaba bien que
hubiese atrapado al villano, pero ella tendría que hacerle entrar en razón antes
de que le colgara. Tendría que persuadirlo para que llevara a su cautivo al
Castillo de Carlisle para esperar el próximo Día de la Tregua, cuando podía
presentar una denuncia en su contra. Una vez que Hugh logre enjuiciarlo, podrá
colgar al saqueador.
Una hora más tarde, después de haber ayudado a Meggie a encerrar sus
ovejas, Janet montó el caballo castrado gris y se fue a casa, su ágil mente
tamizaba formas de tratar con su hermano. Cuando llegó a Brackengill había
considerado y rechazado una serie de planes y sólo sabía lo que ella conocía
desde el principio, que primero debía conseguir tratar el tema sin provocar una
de sus infames rabietas.
Cabalgando a través del portal de entrada al patio, miró a su alrededor
buscando señales de algo inusual y no vio nada. Había hombres armados por
todas partes, pero así era como debía ser. Cinco estaban tirando dados en una
esquina. Un par más luchaban en el centro entre un pequeño grupo de
espectadores. Al pasar por delante de ellos, un muchacho salió corriendo del
establo para ayudarla a desmontar y tomar su caballo.
Todavía alerta ante la más mínima indicación de que el castillo albergaba a
un prisionero de renombre, se paseó por el pozo cerca de la entrada de la
cocina y sumergió el cubo en el agua del soporte. Bebiendo del cazo, continuó
examinando, y decidió que si Hugh estaba reteniendo a un prisionero en el
lugar, ciertamente había hecho todo lo posible para ocultar los hechos.
Metiendo el látigo bajo el brazo y quitándose los guantes, cruzó a través de
la entrada principal y subió por la escalera de piedra de caracol hasta el gran
salón. Cruzando el umbral, olfateó automáticamente. En el mismo instante en
que decidió que había que cambiar los juncos, rápidamente escudriñó la sala
para asegurarse de que su hermano era actualmente su único ocupante.
Sir Hugh Graham se sentó en su sillón en la gran mesa principal de roble
cerca del fondo, escribiendo en su libro de contabilidad. Cerca de sus pies, dos
perros de pelea gruñían, y detrás de él un fuego rugió en una de las dos
enormes chimeneas que se enfrentaban la una a la otra desde los extremos del
salón. No levantó la vista.
Un lacayo vino a tomar la capa, los guantes y el látigo de Janet. Al
despedirlo, pasó al lado de su hermano para calentar sus manos ante el fuego.
Hugh levantó la vista y frunció el ceño.
—¿Dónde diablos has estado?
—Visitando a la Meggie de Jock y a otros, como todos los jueves, Hugh.
Horneamos el miércoles, y llevo nuestros panes horneados extras a aquellos
que los necesitan el jueves. Lo he hecho durante años, y cada semana haces la
misma pregunta.
—No tienes por qué cabalgar sola —gruñó. —También te lo digo todas las
semanas, muchacha, pero nunca me haces caso. Un día, un escocés pagano te
secuestrará, y cuando lo haga, espero que no cuentes con que te rescate.
—No lo haré, Hugh. Pero sin embargo creo que le advertirías que tenga
cuidado.
—Sí, de tu afilada lengua —a regañadientes, le sonrió. —En verdad, Janet,
deberías llevarte a uno de los muchachos contigo: un novio, un lacayo, el chico
de la cocina. No me importa quién sea, siempre y cuando lleve algún tipo de
arma.
—Tengo mi daga, Hugh. Nunca salgo sin ella.
—De mucho te serviría si te atacaran. Una muchacha contra un hombre de
peso no es competencia, como has descubierto su costo más de una vez.
No respondió, porque era cierto, y no era un tema que se haría más
agradable con la discusión. Sir Hugh, como la mayoría de los hombres que ella
conocía, se apresuraba a la violencia, y su respuesta a cualquier confrontación
era explotar su superioridad física. Era más probable que derribara a un hombre
a que razonara con él, y a una mujer también. Como resultado, Janet escogía
sus batallas con él cuidadosamente.
Ahora ella dijo casualmente:
—Oí que los saqueadores atacaron a Haggbeck anoche.
—Sí, lo hicieron.
—Uno de los muchachos dijo que atrapaste a algunos de ellos.
—Sí, bueno, atrapamos a uno —sus ojos grises brillaban, pero no dijo nada
más.
—¿Sólo uno?
El resplandor se convirtió en pedernal.
—En este caso, uno es suficiente.
—En efecto, señor, ¿y cómo es eso? Creo que la gente de Haggbeck
preferiría que los atraparas a todos y les ahorrases un viaje a través de la línea…
—El que atrapemos salvará más que su ganado. Capturamos al Rabbie
Redcloak. ¿Qué piensas de eso, eh? —subrayó sus palabras con presumido
triunfo.
—Bien hecho, Hugh. Lord Scrope estará tan contento que le garantizo que
le escribirá a la Reina y le dirá lo agradecida que debe estar. ¿Fuiste a Carlisle
anoche, entonces? Debes haber cabalgado rápidamente para llegar tan lejos y
regresar tan pronto.
—No cabalgué hasta Carlisle.
—Ah, entonces confió en uno de sus sargentos para que se lo entregara a
su señoría. Eso me sorprende, pero no cuestiono su juicio en tales asuntos.
—Está en el calabozo —Sir Hugh dijo secamente, —y en el calabozo se
quedará.
—¿Nuestro calabozo? Pero Hugh, seguramente debes llevarlo a Carlisle.
—No tiene sentido. Mi calabozo aquí es tan robusto como cualquier otro en
Carlisle y será más robusto por el hecho de que sus Bairns no saben dónde
encontrarle.
—Pero, Hugh…
—Ya basta, Janet —dijo implacablemente. —El Rabbie Redcloak ha llevado
a cabo más incursiones en Cumbria, Redesdale y Tynedale que cualquier otro de
esos malditos villanos escoceses. Cuanto antes conozca a su Creador, mejor será
para todos nosotros. Voy a colgar al bastardo a primera hora de la mañana del
miércoles.
Pensando en el joven Andrew y decidiendo que los hombres sonaban igual
a los nueve o noventa, dijo:
—Hugh, has jurado defender la ley.
—Sí, ¿y qué?
—La Ley Fronteriza es clara en estos asuntos, señor. Cuando capturen a un
hombre del otro lado, debes ofecerle la posibilidad de rescate hasta que puedas
presentar una factura de agravio...
—No sabes nada de eso —dijo él. —Ve a ocuparte de tus trabajos de mujer.
—Pero lo sé —dijo con calma. —Lo que tus tutores no me enseñaron junto
con la lectura y la escritura, tú mismo me lo enseñaste, Hugh. Tu me explicaste
acerca de las reuniones de los guardias, y hace menos de quince días te
quejabas porque Sir Walter Scott de Buccleuch se había negado a aceptar el
sitio que Lord Scrope sugirió para el siguiente encuentro. Tu culpaste a
Buccleuch por retrasarlo, pero luego tú y Scrope se negaron a aceptar el sitio
que él sugirió, ¿o fue la fecha? No recuerdo con precisión, pero se suponía que
las Jornadas de la Tregua tendrían lugar una vez al mes, ¿no es así? Tal vez la
razón por la que ahora ocurren sólo unas pocas veces al año es porque los
hombres nunca pueden ponerse de acuerdo sobre cuándo o dónde tener una.
—¿No tienes deberes domésticos que atender?
—Sí, pero quiero entender esto porque soy una Graham, señor, igual que
tú. Cuando un tal Graham infringe la ley, los hombres nos llaman a todos
infractores.
Se puso de pie con tanta prisa que volcó la silla, se inclinó sobre la mesa y
rugió:
—¡Cállate, mujer! Hablas de asuntos que no te conciernen.
—Pero si me conciernen —insistió. —Hugh, nunca debemos olvidar que los
Graham Escoceses son un clan roto. Son ellos y hombres como ellos quienes
han mantenido la Tierra en Disputa como un refugio para la anarquía. Aunque
nos esforzamos constantemente por separarnos de esos Graham, es sólo por la
gran suerte que Thomas Scrope te quiera lo suficiente como para haberte
nombrado su representante.
—Es asunto de los hombres ocuparse de los saqueadores —dijo
bruscamente, ignorando, como era su costumbre, un punto que no quería
debatir. —Es asunto tuyo cuidar la cocina, o tus bordados o encajes, o lo que
sea que las mujeres encuentren para pasar el tiempo. Ya deberías estar casada,
Janet, ¿pero te aceptará alguien? No, porque no puedes tener una lengua cortés
en tu cabeza. Te atreves a mirar a todos los hombres a los ojos como si tú
también fueras un hombre. Lo que necesitas, muchacha, es una buena paliza, y
si no te apartas de una vez, eso es lo que conseguirás.
Lo decía en serio, y ella sabía que no se atrevía a presionarlo más. Haciendo
una reverencia, dijo:
—Me iré, señor, porque no quería enfurecerle, pero creo que es injusto que
ustedes, los hombres, hagan todas las reglas y simplemente esperen que
nosotras, las mujeres, las obedezcamos.
—Bueno, al menos sabes cómo debería ser —murmuró. —Podrías poner
ese conocimiento en práctica, muchacha, y comportarte como debería hacerlo
una joven bien educada. Ahora, vete —dijo, y añadió: —Dudo que mi prisionero
te agradezca por tu interés. Sin duda ya se siente bastante apenado por sí
mismo sin tu compasión.

***
Aunque el prisionero no era alguien que perdiera el tiempo en
autocompasión, cuando la puerta de la parte superior de los escalones de
piedra se cerró de golpe, la oscuridad que lo envolvía le había parecido
absoluta, incluso aterradora. Había sido incapaz de ver nada, y sus otros
sentidos parecían haberse apagado junto con su vista. Sabía que estaba
encerrado en una celda subterránea detrás de una puerta robusta, con barras
de hierro, con un banco de piedra en la parte de atrás. El estado del suelo de
piedra le dijo que su anfitrión había encarcelado a otros allí antes que él y que
no era un hombre al que nadie alabaría por sus tareas domésticas. Pero el
hecho de que tuviera razón al esperar una falta de comodidad no le dio ninguna
satisfacción, sin embargo cuando la oscuridad lo envolvió, el choque de su
totalidad era petrificante.
El tiempo parecía haberse detenido, y en ese momento, ese que se alarga y
expande de forma poco natural, momento atemporal, su imaginación había
creado un pozo sin fondo que lo rodeaba. Se sintió como si estuviera sobre un
pináculo de piedra no más grande que sus propios pies. Siempre había pensado
que eran enormes, pero de repente, en esa oscuridad, parecían anormalmente
pequeños y se volvían cada vez más pequeños. Se sintió mareado y aterrorizado
por la posibilidad de caer, un terror no mitigado en lo más mínimo por su vaga
conciencia de que era totalmente irrazonable.
Con sorna, cuando el terror comenzó a amainar, recordó su rendición,
recordando su actitud descarada y la forma en que se había burlado de Sir
Hugh. Recordó sonriendo al pensar en la furia de su propio Laird 14 al tener que
dar rescate por él en el próximo Día de la Tregua. Su creencia en la seguridad de
su nombre, en la protección que su posición como legendario líder de hombres
le proporcionaría, parecía en la repentina y opresiva oscuridad de su solitaria
celda como una arrogancia sin sentido.
En su mente aún podía oír el eco de las palabras de Sir Hugh. No hay Día de
Tregua, no hay rescate, no hay traslado al Castillo de Carlisle para esperar una
reunión de los guardias y la reparación de los agravios. Antes de eso, su mayor
preocupación había sido saber que tendría que pararse frente a Buccleuch, para
ver su furia y saber que más tarde tendría que lidiar con esa furia cara a cara.
Buccleuch no era un hombre con el cual enojarse, ciertamente no era un
hombre para enfurecer; pero con el pensamiento de la muerte colgando
14
NT. Laird: Nombre genérico para el poseedor de tierras y de la anuencia de Reyes y autoridades religiosas en tierras de
Escocia, terrateniente. En términos de jerarquía inferior a un Barón y superior a un Caballero.
alrededor de él como si fuera un hoyo sin fondo, enfrentarse a Buccleuch de
repente representaba seguridad y nada más.
Un sonido de ronroneo le sorprendió en su conmoción, desviando
abruptamente sus pensamientos. Sabía que las ratas hambrientas podían
devorar a un prisionero, e instintivamente se puso la capa protectora a su
alrededor. Ese movimiento repentino y la sensación de la espesa piel de seda lo
estabilizaron. Sus rodillas se sentían de forma que todavía le parecía sabio no
confiar en ellas, pero un buen sentido común le dijo que no había pozo, que los
mareos que aún sentía eran simplemente un resultado desorientador de la
repentina negrura.
Respirando hondo, ignorando el dolor seco en su garganta y la repentina y
casi abrumadora demanda de alivio de su vejiga, extendió la mano derecha y dio
un cuidadoso paso a la vez hasta que tocó piedra. No estaba lejos, porque la
celda era pequeña. Tanteando a lo largo de la pared, encontró una esquina,
luego el banco.
Aunque satisfecho por el pequeño logro, sabía que no dormiría hasta que
hubiera aliviado su vejiga. Agachándose, usando la pared como guía y
esperando que las yemas de sus dedos no se encontraran con pieles ajenas,
extrañas o dientes afilados antes de que encontrara el cubo que estaba seguro
de que debía estar allí, anduvo a tientas hasta que lo encontró.
Aliviándose cuidadosamente a sí mismo, reemplazó el cubo y volvió a
tientas al banco, donde se envolvió en su gruesa capa con capucha y se acostó.
Su chaqueta de cuero, que le llegaba al muslo contenía chapa de acero, y por lo
general no estaba destinada para dormir, pero le ayudaría a mantenerse
caliente y por lo tanto era soportable. Usando la capucha como almohada en la
cabeza, se durmió.
La siguiente vez que abrió los ojos, se asombró al ver la luz. No mucha luz,
sin duda, pero suficiente para discernir los barrotes de su celda. Levantándose,
consciente de que su cuerpo le dolía desde su implacable banco, caminó con
rigidez hacia los barrotes y miró hacia arriba por la empinada escalera.
La fuente de luz resultó ser una grieta estrecha debajo de la puerta, y
decidió que debía ser la luz del sol. Se desvaneció en la oscuridad y luego volvió
a mostrar la luz durante algún tiempo antes de que un par de guardias
finalmente vinieran a vaciar su cubo de desperdicios y a darle una pequeña jarra
de agua.
La luz del sol inundó la escalera y la celda cuando abrieron la puerta
superior, haciéndole hacer un gesto de dolor ante su brillo. Entonces uno le
apuntó con una pistola amartillada y le ordenó que retrocediera mientras el
otro abría la puerta enrejada para cambiar el cubo por la jarra y un cubo vacío.
Aparte de la ruda orden, ninguno de los dos había hablado, ni regresaron antes
de que la delgada línea de luz se desvaneciese de nueva mente y regresara.
A juzgar por esa luz, era la tercera mañana desde su llegada, lo que
significaba que era sábado. Había dormido esporádicamente, pues su estómago
gruñía constantemente, y había bebido muy poco de su agua. Sabiendo que no
duraría mucho más, se preguntó si Sir Hugh Graham quería reducirlo a un
esqueleto loco de sed antes de colgarlo el miércoles.
Capítulo 3

“El gran amor que descubren para ser bastante justos…


Su hermana suave y querida...”

Janet aprovechó su tiempo, empleando medios sutiles en lugar de directos


para conocer dónde estaba alojado el prisionero y tratando de disfrazar su
búsqueda como parte integrante de sus deberes habituales. Su hermano había
dicho; el calabozo, pero Brackengill tenía más de un alojamiento desagradable.
Uno de ellos era una mazmorra secreta, cuya entrada enrejada se
encontraba en el centro de un pequeño patio de lajas en el lado sur de la
fortaleza. Nadie la cuidaba. Sin embargo, no era necesaria ninguna protección,
porque la reja tenía un candado con maña, el agujero en sí tenía una
profundidad de casi veinte pies 15, y sus paredes de piedra goteaban lodo incluso
en invierno.
Ella visitó el patio, pero mirando por el agujero, sólo podía ver oscuridad.
Ninguna voz respondió cuando llamó para preguntar si había alguien allí. Sabía
que apenas era prueba de que no había nadie, ya que el prisionero podía estar
inconsciente o demasiado débil para responder. Aun así, la probabilidad era
pequeña.
Luego visitó los sótanos bajo la cocina del castillo, pero tampoco encontró
allí a ningún guardia ni a ningún prisionero. Eso dejaba el lugar más probable, el
calabozo más antiguo del castillo, muy por debajo del suelo de piedra del
establo; sin embargo, esa era también la menos accesible, ya que se encontraba
en una zona que ella raramente frecuentaba. Dudaba que los hombres de su
hermano le permitieran ver al prisionero, y mucho menos visitarlo, si ella
simplemente les pedía que lo hicieran. Tampoco era probable que dejaran pasar
la más mínima muestra de curiosidad sin decirle a Hugh que ella había
expresado un interés especial en su prisionero.
Por lo tanto, esperó pacientemente hasta el sábado por la mañana, cuando
Sir Hugh salió temprano con un grupo de sus hombres. Como de costumbre, no
le informó de su destino ni le dijo cuándo tenía intención de regresar, pero la
15
Aproximadamente 6.096 metros.
experiencia le aseguró que no lo haría durante al menos tres o cuatro horas. Así,
la costa permanecería despejada el tiempo suficiente para confirmar su
sospecha y quizás incluso para echar un vistazo al cautivo.
En consecuencia, fue a la cocina y le pidió a la cocinera que preparara una
bandeja con dos tazas de cerveza y generosas raciones de rebanadas de pan y
jamón. Llevando la bandeja al establo, Janet se acercó a la entrada de la
mazmorra, donde un hombre armado estaba de guardia. Su expresión se
iluminó, y él le sonrió.
—Buenos días, señora Janet. Le digo que la bandeja es muy bienvenida.
Ella sonrió.
—Traje sólo las dos tazas, Geordie, así que espero que seas el único que
está de guardia sobre nuestro cautivo. Sir Hugh no me dijo a cuántos guardias
había puesto cuando me pidió que le diera de comer al villano.
—¿La bandeja es para él? —el guardia sonó sorprendido y decepcionado.
—Sí, lo es —dijo Janet, inculcando su voz con cansada resignación
subrayada por un toque de ira. —Sir Hugh quiere que sufra, dijo, pero no quiere
que el hombre se debilite demasiado para apreciar su castigo.
Los ojos del guardia brillaban de humor.
—Sí, eso suena como el señor, así es. Entonces, se lo llevaré a él —extendió
sus manos.
Janet se lo esperaba, sin embargo, y sacudió la cabeza, sonriendo.
—No, Geordie. En verdad, quiero ver al rebelde. Puedes tomarte un tiempo
para disfrutar de tu cerveza mientras yo le llevo esto. Está cautivo tras las rejas,
¿no?
—Sí, pero…
—Entonces no podrá hacerme daño, y puede que nunca vuelva a tener la
oportunidad de ver a un tipo tan ruin y peligroso como para que Sir Hugh quiera
colgarlo sin juicio. Primero sírvete un poco de pan y jamón, y luego ábreme esa
puerta.
—Pero, señora, yo…
—Abre la puerta, Geordie —dijo ella con firmeza, mirándolo a los ojos.
—Sí, señora —tomando un puñado de carne y una gruesa rebanada de pan,
abrió la puerta, dejándola entreabierta para que ella tuviera luz. —Ahora tenga
cuidado.
—Sí, lo haré —ella descendió con cautela porque su cuerpo bloqueaba la
mayor parte de la luz, haciendo difícil ver los escalones irregulares de abajo. En
la parte inferior, las barras de hierro brillaban. Cuando llegó a ellas, dijo en voz
baja: —¿Estás despierto?
La respuesta llegó al instante.
—Lo estoy, de hecho, pero aquí está tan sucio como un pantano, y no es
apto para un hombre de buen gusto, y mucho menos para entretener a una
compañía femenina.
Su voz profunda la sorprendió, pues aunque tenía el acento familiar y, para
su oído, fácilmente identificable como del lado Escocés de la línea, tenía un
toque musical que le pareció particularmente agradable. No sonaba en absoluto
como el canalla que ella se había imaginado.
—¿Tienes hambre?
—¿Enloqueciste, muchacha? Por supuesto, tengo hambre. Estos villanos no
me han dado de comer durante casi tres días. Tampoco he bañado o cepillado
estos harapos míos. Me comería las ratas, pero son toda la compañía que he
tenido, y comerlas parecería descortés.
Ella temblaba.
—¿Hay ratas de verdad contigo?
—Sí, por supuesto, las hay. No me sorprendería que también tuvieran
pulgas. Ten cuidado de que las criaturas no se suban por tus faldas.
Ella siguió escuchando después de que él se quedó callado, y no oyó nada.
—No te creo —dijo ella. —No oigo ninguna rata.
—Es probable que estén entrenadas para no hacer ruido cuando una
muchacha está presente —dijo amablemente. —¿A qué debo el placer de su
visita a este sucio agujero?
—He traído comida, eso es todo.
—Es suficiente. ¿Debo realizar un servicio antes de recibirla?
Suprimiendo una inesperada burbuja de diversión, dijo:
—Perdóneme. No estoy versada en la manera correcta de servir comidas en
los calabozos. Sin embargo, prometí no ponerme en peligro, así que debo
confiar en ti para que tomes las cosas cortésmente de mi bandeja.
—Nunca le haría daño a una joven, y ciertamente nunca a una tan linda
como tú, cariño. ¿Dónde aprendiste a hablar tan bonito?
Él mismo hablaba bastante bien, pensó ella mientras balanceaba la bandeja
con una mano. Con la otra extendía la taza de cerveza hacia él, dijo:
—No sea impertinente, señor. ¿Tomarás esta taza cortésmente, o la pondré
en el suelo?
—¡Por el amor de Dios, muchacha, no la dejes en el suelo! Las ratas la
tendrían en un santiamén. Te prometo que no te haré daño. Sólo pásalo
suavemente a través de los barrotes.
Se adelantó entonces, y lo vio por primera vez, aunque sólo como una
figura de sombras. Aun así, pudo ver que bajo su desgreñada barba, su cara era
la de un hombre joven, e incluso en la tenue luz, sus ojos parecían expresivos.
No podía discernir su color, pero detectó un destello de humor.
Cuidadosamente pasó la taza a través de los barrotes, y cuando sus dedos
tocaron los de ella, su calidez la sorprendió. Parecían normales, pero había algo
en su tacto que despertaba sentimientos desconocidos. Se dijo a sí misma que
no era más que la emoción de tocar a un famoso forajido. Sin embargo, era
todo lo que ella podía hacer para mantener su mano firme hasta que él tomó la
taza.
La bandeja se inclinó sobre su otra mano, y ella rápidamente se acercó para
estabilizarla. Esperando que no se hubiera dado cuenta de su nerviosismo,
levantó la bandeja y dijo:
—Tengo jamón y pan, señor, si... —ella se interrumpió, dándose cuenta de
que era la segunda vez que lo llamaba; señor. Pero ella no cometería más
errores, no hablaría de ello. Sin duda él la había tomado por una sirvienta del
castillo, mejor hablada que la mayoría, pero aun así una sirvienta. No le
parecería extraño que ella lo llamara así.
—Sujétalo más cerca, muchacha. Se me hace agua la boca al oler ese
jamón. Es cruel sostenerlo de forma tan tentadora en el lugar donde no lo
alcanzo.
—Perdóname —dijo ella. —Te lo dije, no he hecho esto antes.
—Y antes te pregunté, muchacha, por qué lo haces ahora. Usted no
pertenece a este sucio lugar, y dudo que Sir Hugh lo haya ordenado. Prefiere
que me muera de hambre.
—Sí, lo haría —ella estuvo de acuerdo. —Pensé que deberías comer.
—Bueno, te lo agradezco, pero si te atrapa haciendo esto, ¿qué hará?
—No lo sé —contestó ella, ignorando un escalofrío. —Sin embargo, mi
llegada aquí no está exenta de riesgos. Sir Hugh no siempre es amable con sus
sirvientes.
—No eres una sirvienta, muchacha.
Había empezado a disfrutar del papel que se había creado, pero las
palabras de él la detuvieron.
—¿Cómo sabes eso? Quiero decir, qué te hace pensar... —ella se detuvo
cuando él se río. La risa estaba totalmente fuera de lugar en ese agujero, pero la
suya era tan contagiosa que ella casi se le unió antes de darse cuenta de que la
puerta superior aún estaba abierta y que Geordie los escucharía. —Por favor,
deja de reírte —suplicó con urgencia. —Si Geordie oye...
—Así que el guardia cree que Sir Hugh te envió, ¿no?
—Sí, lo cree.
—¿Quién eres, muchacha? —Su voz tomó una clara nota de mando.
Ella dudó, pero luego decidió que si él supiera la verdad no cambiaría nada.
Geordie le diría a Hugh que ella lo había visitado, y lo que ocurriera luego sería
culpa suya y de nadie más.
—Mi nombre es Janet Graham —dijo.
—Y en una tierra llena de Graham, Janet Graham es...
Otra vez dudó.
Él no habló. En el silencio ella pudo oírlo masticar.
—Soy la hermana de Sir Hugh —dijo por fin.
—Santa María —exclamó, ahogándose. —¿Te has vuelto loca?
—No esperaba tener una conversación con usted —señaló. —Pensé sólo en
llevar comida a un prisionero hambriento.
—El prisionero está agradecido, señora —dijo. —Espero, sin embargo, que
Sir Hugh no nos cuelgue a los dos con la misma cuerda.
—Él podría querer, supongo —admitió ella, —pero no se atrevería.
Tenemos amigos poderosos que protestarían con fuerza. ¿Quieres el resto de
esto?
—Sí, pero luego te vas y no vuelvas.
Otra vez su diversión brotó.
—¿Te atreves a darme órdenes, saqueador?
—Sí —dijo, moviéndose cerca de las rejas para sacar el resto del jamón y el
pan de su bandeja. —Necesitas a alguien que te diga qué hacer, muchacha,
porque es evidente que no tienes sentido de auto preservación. Sir Hugh
Graham es un hombre duro.
—Debo llevar la taza cuando me vaya —dijo ella tranquilamente.
Asintió con la cabeza, se tragó lo que quedaba, y levantó la taza, diciendo:
—Te estoy muy agradecido, muchacha, pero lo que dije era en serio. No
intentes hacer esto de nuevo.
Al alcanzar la taza, se encontró de nuevo con sus dedos, y cuando ella
intentó tomarla, sus dedos la envolvieron alrededor de los suyos. Su agarre era
firme pero gentil, y cuando su mirada se encontró con la de él, le resultó difícil
apartar la vista. Poco a poco, la acercó más.
Unas pisadas rozaban arriba y Geordie dijo:
—Señora Janet, será mejor que se apresure. Alguien vendrá pronto a
ocupar mi lugar.
—Vete, muchacha —dijo el prisionero, soltándola y dando un paso atrás, —
y sabes que te vas con mi agradecimiento.
Otra vez, no podía ver más que su sombría figura en la parte de atrás de la
celda.
Colgando la taza por el asa y llevando la bandeja con la misma mano, subió
lentamente por los escalones irregulares, sus pensamientos congelados, su
cuerpo sobrecalentado.
El prisionero la vio marchar, pensando que era una mujer valiente pero
insensata por haber desafiado así a su hermano. Sin duda Sir Hugh pronto se
enteraría de lo que había hecho y la castigaría. Esperaba que el hombre no fuera
demasiado duro. Ella había sido generosa, nada más, y ninguna muchacha
debería sufrir por tener un corazón bondadoso.
Pensando en lo que ella había arriesgado, se sentó en su banco de piedra y
comió lo último de su poca comida más lentamente, saboreando cada bocado.
Su benefactora no merecía menos.
Janet devolvió la bandeja y las dos tazas a la cocina, y se detuvo lo
suficiente para decirles a Sheila y Matty, dos de las empleadas de la cocina, que
Sir Hugh esperaría su cena a la hora habitual.
—Si, él cena en casa, eso es —añadió con una sonrisa. —Por supuesto, si no
regresa al mediodía, todavía esperará comida caliente poco después de
regresar.
—Ya lo sabemos, señora Janet —dijo la gordita Sheila con una sonrisa.
—Sí, lo sé —dijo ella, —pero siendo el temperamento de Sir Hugh como lo
es, naturalmente uno quiere asegurarse de que no se disgustará.
—Sí, señora —estuvo de acuerdo Sheila, asintiendo fervientemente.
Volviéndose a Matty, Janet dijo:
—Los juncos en el pasillo deben ser cambiados. Reúne a algunos
muchachos para que limpien los viejos de inmediato, y prepara otros para que
traigan nuevos de la buhardilla larga. Todavía tenemos romero secándose en el
estante del techo, y algunas otras hierbas también, que se pueden mezclar con
los juncos. También, pídale a uno de los muchachos que reemplace el umbral de
la escalera. Ned Rowan tropezó con él en la noche de ayer y rompió un trozo
considerable. Pronto tendremos juncos esparcidos por las escaleras, y alguien se
resbalará.
—Sí, señora, me encargaré de ello —dijo Matty.
Ocupándose de las tareas domésticas, Janet trató de no pensar en el
hombre del calabozo, pero a medida que avanzaba la mañana, su imaginación
seguía presentándole imágenes tentadoras de él. La fascinación rivalizaba con la
ira por su difícil situación, y como su temperamento era casi tan volátil como el
de Sir Hugh, cada vez que pensaba que escuchaba un sonido que podía anunciar
su regreso, se apresuraba a mirar por la ventana más cercana que daba vista
sobre el patio. Pronto su paciencia se agotó.
Cuando llegó el mediodía sin ninguna señal de él o de su grupo, ordenó que
la cena se retrasara una hora, declarando que cenarían entonces,
independientemente de que Sir Hugh y sus hombres hubieran llegado o no.
Mientras esperaba, abordó su preparación, pero aunque trató de pensar en
otras cosas que no fueran el desafortunado prisionero, no pudo hacerlo.
Seguramente, pensó, toda la frontera Inglesa al oeste de los Cheviots ya debe
haber oído que Hugh había capturado a Rabbie Redcloak y tenía la intención de
colgarlo sin juicio.
Incluso Thomas Lord Scrope debe haberse enterado de la intención de
Hugh. Scrope vivía a millas de distancia en Carlisle, donde servía como guardián
del gran castillo de Carlisle cuando no estaba en Londres sirviendo como
miembro del Parlamento de Cumberland. Ella sabía que ahora podría estar
lejos, aunque Hugh no hacía mucho que había recibido mensajes de él,
quejándose de que los Escoceses; es decir, de Buccleuch de Hermitage, por
supuesto, se habían negado a aceptar el último lugar o la última fecha sugerida
para la próxima reunión de los guardias.
La idea del Día de la Tregua no fue de ayuda, ya que su imaginación le
presentó de inmediato una lista mental de los Señores de la Frontera a ambos
lados de la línea que se enterarían de lo que Hugh había hecho. Cuando
consideró sus posibles reacciones, su enojo con su hermano aumentó.
No perdió el tiempo preocupándose por lo que dirían los escoceses, aunque
le molestaba saber que tendrían razón al protestar. Tampoco se preocupaba
mucho por los señores ingleses que vivían cerca de Brackengill. La mayoría de
ellos, en particular Sir Edward Nixon de Bewcastle, había sufrido graves pérdidas
a manos de los saqueadores Escoceses, y, en todo caso, en la actualidad varios
de ellos eran amigos de los Grahams ingleses…. Por lo tanto, había buenas
posibilidades de que apoyaran las acciones de Hugh, quizás hasta el punto de
colgar al saqueador. Después de todo, no sería como si lo hubieran hecho ellos
mismos.
Sin embargo, Lord Medford de Bellingham era muy riguroso. Él y sus
antepasados habían hecho mucho para crear las; leges marchiarum, o “Leyes de
la Marcha” 16 , que gobernaban las Fronteras, por lo que no miraría con buenos
ojos a ningún hombre que las rompiera.
Desafortunadamente para Hugh, la mayoría de los señores de la Marcha
Media Inglesa; y Hargrave, Loder y Sawkeld de la Marcha del oeste, se aliaron
más estrechamente con Medford que con Scrope o con el propio Hugh, o con
cualquier otro Graham. Sabía Esos hombres, se opondrían enérgicamente a sus
acciones. De hecho, Hargrave era un Bell, y los Bell ingleses estaban peleados
con los Graham, que habían estado peleando con los Bell Escoceses durante casi
una década. Todo era muy complicado, como Hugh debería saber, y aquellos
que pudieran estar con él en un momento dado podrían volverse contra él al
siguiente. Ella tenía que hacerle entrar en razón.
Él y sus hombres regresaron por fin unos minutos antes de la una, y para
entonces ella ya estaba deseando pelear. Aunque los sirvientes hacía tiempo
que habían levantado las mesas de taburete, y todos en el castillo ya habían
esperado una hora después de la hora habitual, ella solo sintió una leve

16 NT. March Law. Leyes de la Marcha, son unas leyes que abordaban las disputas en la frontera Escocesa e Inglesa, en el
periodo medieval e inicio de los tiempos modernos. Básicamente abordaban el tema de las violaciones de territorio de una
region en la otra.
molestia cuando les ordenó que volviesen a poner la cena en su sitio después de
media hora más. Sabía que él quería tiempo para vestirse con un atuendo más
cómodo que el chaleco de cuero chapado en metal, el casco de acero y otros
accesorios de protección que usaba cada vez que salía de los muros del castillo.
Sin embargo, cuando él entró por fin en la sala, ella estaba paseando por el
salón, agitando los juncos frescos y llenando el aire con el aroma del romero y
las hierbas.
Sin hablar, se dirigió a la chimenea cerca de la mesa principal y extendió sus
manos para calentarlas. El ruido de otros entrando en el salón después de él la
obligó a caminar más cerca para hacerse oír.
—Buenas tardes —dijo ella, manteniendo la voz tranquila, sabiendo que
llegaría más lejos con palabras amables que con palabras agudas. —¿Su negocio
prosperó?
—Sí —dijo sin mirarla. —También le disparé a un par de urogallos. Hice que
un muchacho se las diera a Sheila para que los colgara. Podemos cenar con ellos
algún día.
—Aún es temprano para el urogallo —dijo.
—Sí.
—Hugh, yo…
—Mis hombres y yo tenemos hambre, Janet, y están listos para que sirvan
la comida —ofreció su brazo. —Ven, no hagamos esperar a todo el mundo.
Echo un vistazo hacia las mesas inferiores para ver que sus hombres se
habían reunido a su alrededor y esperaban para sentarse, ella puso una mano
sobre su antebrazo y fue con él a la mesa principal. Tan pronto como se
sentaron, los sirvientes con cestas corrieron de hombre en hombre repartiendo
pan viejo en los trincheros y los demás tomaron sus asientos. Hugh dijo una
breve bendición, y un sirviente le preparó una enorme bandeja de jamón en
rodajas.
Aunque ella se sentaba a su lado, el silencio casi total de los hombres y
mujeres que cenaban hacía difícil mencionar a su cautivo con algún grado de
casualidad. Aún quedaba mucho por hacer antes de que terminara el día, y
todos comían apresuradamente, no de la manera más pausada con la que más
tarde comerían su cena.
Esta última comida, aunque más pequeña, era la hora social del día en
Brackengill, al igual que en la mayoría de los hogares de La Frontera. La risa y la
conversación reinaban entonces, y alguien tocaba música. Ahora el sentimiento
era más bien de compañía que de alegría. Los fuegos rugieron, y los olores de la
leña ardiente, la carne asada y la cerveza caliente se mezclaron con los dulces
olores herbales de los nuevos juncos.
A pesar de que Sir Hugh poseía tierras considerables y recaudaba un
ingreso respetable para un Señor Fronterizo, su casa no funcionaba a gran
escala. El dinero que podía conseguir se destinaba a mejorar Brackengill, y a lo
largo de los años desde que alcanzó la mayoría de edad, había hecho mucho.
Había reemplazado las paredes de madera de la empalizada por piedra, y había
ampliado las habitaciones de la familia, animando a su hermana a hacerlas lo
más cómodas posible.
Vivían bien comparados con muchos, pero incluso cuando él tenía
compañía para la cena, no había ningún mayordomo que preparara cuchillos
para el tajadero o que cortara el pan antes de que llegara a la mesa.
Generalmente, todo el mundo usaba trincheros en lugar de platos, excepto, por
supuesto, cuando los visitantes importantes cenaban con ellos. En tal caso,
ningún señor que tuviera platos de cualquier tipo usaría pan en los trincheros, a
menos que circunstancias inusuales como la llegada de un número súbito e
inesperadamente grande de invitados le obligaran a hacerlo.
El pan fresco que llegaba a la mesa de Sir Hugh era pequeño, panes
individuales que los comensales podían trozar a voluntad. Janet rápidamente
escudriñó la canasta que el sirviente puso delante de él, buscando panes que
estuvieran bien dorados o que aún tuvieran arenilla del horno. Ellla no quería
que él encontrara hoy una razón para quejarse de la comida.
En las mesas de taburete, el pan era con frecuencia de varios días de añejo
y cada uno raspaba el suyo. Cuando los panes sobrantes se volvían demasiado
duros para romperlos fácilmente, las empleadas de la cocina los cortaban por la
mitad para usarlos como tajaderos.
Cuando Hugh alcanzó la sal, Janet contuvo la respiración. Hasta que los días
se hicieran más cálidos, siempre había el riesgo de que se endureciera. El
trabajo de Sheila era asegurarse de que la parte superior del recipiente no
tocara su contenido ni lo decolorara, y que la sal permaneciera fina, blanca y
seca. Aun así, uno nunca podría estar seguro.
Al parecer, encontrando la sal satisfactoria, Sir Hugh pidió cerveza de su
provisión personal, y una copa de peltre se llenó rápidamente para él. Viéndolo
rasgar un pollo asado en pedazos mientras jugaba con su propia comida, Janet
notó con satisfacción que, a pesar de la espera, la piel estaba crujiente como a
él le gustaba.
Aunque en las grandes casas era frecuente que los perros deambularan por
el pasillo a voluntad, mendigando y peleando entre sí por las sobras y otros
trozos de comida que los hombres les arrojaban, no había perros que asistieran
a las comidas en Brackengill. Una vez que Janet se enteró de lo fácil que era
mantener el suelo del salón presentable sin ellos, los había desterrado de las
comidas.
Los minutos pasaron, pero al no encontrar una manera fácil de sacar el
tema del cautivo mientras comían, ella esperó, respondiendo cuando Hugh le
hablaba, pero contenta de dejarle hablar con Ned Rowan y otro de sus
sargentos que se sentaba con ellos. No fue hasta que los sirvientes comenzaron
a retirar la comida y todos los demás comenzaron a volver a sus deberes que
ella dijo:
—Me gustaría hablar en privado contigo, hermano.
—¿Ahora? —preguntó, frunciendo el ceño. —Tengo mucho que hacer,
muchacha.
El ceño fruncido no auguraba nada bueno para su discusión, pero Janet
siguió adelante, manteniendo el tono mientras decía:
—Quiero volver a hablar de su prisionero, señor.
—No tiene sentido —soltó, añadiendo más moderadamente. —Cuidas bien
la casa, muchacha. Me di cuenta de los juncos frescos, y sé que no es un logro
poco importante mantener un hogar fresco en esta época del año. También sé
que tengo que agradecerte por tener mi cena cuando la quiero, por cuidar la
ropa de cama y demás, y por mantener a los sirvientes contentos, incluso
alegres. Sin embargo —añadió con severidad— no creas que tu experiencia en
asuntos domésticos te califica para entrometerte en aquellos que no te
conciernen.
—Tu honor es asunto mío —insistió ella, luchando para no levantar la voz.
—Lo que toca tu honor toca el mío.
—¡Mi honor! ¿De qué demonios crees que estás hablando? —No hizo
ningún intento de bajar la voz.
Suprimiendo una mueca de dolor, se las arregló para no mirar alrededor de
la habitación para ver si otros los estaban observando. Aunque muchos de los
hombres se habían ido, ella sabía que los que se quedaban, y los sirvientes,
podían escuchar todo lo que él le decía.
—Por favor, Hugh, no grites.
—He estado en la silla de montar toda la mañana, Janet, y como voy a
cenar con Nixon esta noche en Bewcastle, voy a pasar gran parte de esta tarde
en la silla de montar también. No tengo tiempo ni paciencia para lidiar con tus
lloriqueos de mujer ahora.
—¿Entonces cuándo, señor? Si cuelgas al hombre sin un juicio, enfurecerás
a todos nuestros amigos y aliados que creen en las Leyes de Las Fronteras.
Podrías incluso perder tu puesto de representante del alcalde.
—Tonterías. Scrope quiere deshacerse de ese diablo Redcloak tanto como
yo, y también de muchos otros de por aquí... Sir Edward Nixon, es uno.
—Sí, ¿pero qué hay de Medford? Exigirá tu cabeza, Hugh, o al menos que
pagues una multa por evadir los procedimientos adecuados. Colgar a un
hombre sin juicio puede ser incluso un asesinato a sus ojos... ¡y a los ojos de
Dios también!
—No seas tonta —soltó, señalando a un chico que pasaba para que le
trajera más cerveza.
Janet se mordió el labio inferior para no volverse loca con él. Esperando a
que el sirviente se hubiera marchado de nuevo, dijo con una calma forzada:
—Hugh, te ruego que consideres cuidadosamente lo que haces. Eres un
hombre de palabra, ¿no?
—Sí, cuando me conviene. ¿Qué pasa con eso?
—Usted se burla, señor. Te conozco bien, y sé que cuando le das a un
hombre tu palabra solemne, la cumples. Es una insignia de honor para ti.
—No voy a debatir mi decisión contigo, Janet. No es decoroso para un
hombre discutir tales asuntos con una mujer.
—¿No se hacen leyes porque los hombres están de acuerdo y luego juran
defenderlas?
—Nadie de nuestro lado de la línea tiene la intención de que la ley proteja a
sinvergüenzas que nos roban como Redcloak.
—Le ruego que no intente vestir su ira con piadosa respetabilidad, señor.
Acabamos de acordar que te conozco bien. No son los ladrones los que los
enfurecen, porque ustedes mismos han llevado a cabo incursiones de saqueo en
Escocia, y también lo han hecho casi todos los demás hombres con propiedades
de este lado de la línea. Nuestra tierra no es más respetuosa con la ley que los
escoceses.
—Sólo buscamos reparación por los males que nos han hecho —gruñó.
—Ahora suenas como un mojigato santurrón —contestó ella impaciente. —
Sabes tan bien como yo que los hombres de ambos lados dicen lo mismo cada
vez que atacan. La excusa es tan antigua como el comportamiento que quieren
hacer respetable.
—Ellos roban nuestros caballos y nosotros los recuperamos, eso es todo.
—Eso no es todo. Hombres, mujeres y niños son asesinados en incursiones
en ambos lados. Las incursiones destruyen vidas y propiedades, Hugh —
consciente de que su voz se había alzado, miró culpable por el salón para ver
que tres de los hombres de Hugh y los dos muchachos que desmontaban las
mesas del caballete seguían allí.
Siguiendo su mirada, Sir Hugh dijo con gravedad:
—Cierra la boca. Gracias a Dios que son los hombres los que deciden estos
asuntos, no las mujeres.
—Las mujeres tendrían más sentido común —respondió ella. —No
esperaríamos que otros obedezcan leyes que nosotros mismos desacatamos.
¿Cómo puedes quebrantar una ley que has jurado defender, Hugh?
—He jurado servir a mi reina y al alcaide de la Marcha Oeste —dijo Hugh. —
Ese maldito saqueador abandonado en mi mazmorra es uno de los ladrones más
escurridizos de las Fronteras, y merece ser ahorcado.
—Entonces que declaren su sentencia en el próximo Día de la Tregua.
—Un jurado escocés escucharía nuestra queja en su contra, no uno Inglés
—le recordó. —Aunque seleccionáramos a sus miembros, ¿cree que un jurado
así ordenaría que colgaran a Rabbie Redcloak? Es una leyenda para ellos,
muchacha, un hombre que admiran mucho. Probablemente le recompensarían.
—Pero...
—Hemos enviado reclamos contra él antes —continuó Hugh con
impaciencia, —y él y sus partidarios las han ignorado. La mayoría de las veces
los Escoceses insisten en que no existe. Bueno, he demostrado que sí, pero si
algún escocés exige saber cómo nos atrevimos a ahorcarlo, me referiré
simplemente a su propia insistencia en que no existe tal persona, y eso será
todo.
—Hugh, puedes lograr el mismo fin reteniéndolo hasta la reunión de los
guardias de la manera legal, y presentándolo para el juicio. Nadie puede negar
su existencia después de presentárselo en persona.
—Es suficiente, Janet. No quiero oír ni una palabra más de ti sobre el tema.
—¿Me entiendes? —su voz se elevó de nuevo.
Antes de que pudiera contestar, un hombre habló desde el umbral.
—Disculpe, Sir Hugh, ¿querrá una compañía completa para ir a Bewcastle?
—Sí, sí quiero —dijo Hugh, arrastrando su silla hacia atrás y poniéndose de
pie, claramente después de haber decidido que su discusión con su hermana
había terminado.
Respirando para calmarse, Janet dijo audazmente:
—Si insistes en seguir adelante con este loco plan, Hugh, no tendré más
remedio que hacerle saber a Thomas Scrope lo que quieres hacer.
La miró con ira.
—Maldita sea, muchacha, ¿quién crees que tomará ese mensaje si se lo
prohíbo?
—No lo sé —contestó ella honestamente. —Si tengo que ir yo misma, lo
haré.
—¡Por Dios, no me desafiarás más en esto! —gritó.
Rápidamente se encendió su ira, ella se puso de pie para enfrentarse a él,
deseando ser más alta para poder mirarle a los ojos. Ella dijo con tristeza:
—No lo considero un desafío, Hugh. Scrope debe apoyarme en esto. No
querrá que se sepa en todas las Fronteras que permite que sus representantes
desafíen la ley cuando les convenga, o que colgarán a hombres sin un juicio.
Se acercó más cerca, con furia era evidente.
—No irás a ninguna parte más que a tu alcoba, muchacha, y te quedarás allí
hasta que te dé permiso para salir de nuevo. ¿Me oyes?
—¡Hugh, estás loco! Si lo cuelgas, serás afortunado de sobrevivir una
noche, porque cuando su pueblo se entere de ello, te exigirán la vida a cambio
de la suya. ¿Qué harás si el Rey James de Escocia exige tu arresto?
—Le diré a James lo que te digo —gruñó. —Atrapé al hombre con las manos
en la masa y tengo derecho a colgarlo.
—Pero Hugh…
—¡Ya no más! —Rugió. —¡Vete a tu cuarto!
Dando un paso atrás involuntariamente, dijo con firmeza:
—Encontraré la manera de detenerte, Hugh. Puede que lo sienta, pero…
Sus palabras terminaron en un llanto cuando él la abofeteó, dejándola casi
sin aliento. Ella consiguió permanecer erguida sólo por una mínima buena
fortuna. Presionando una mano fría contra su mejilla en llamas, se enderezó.
Consciente de su audiencia, aumentado ahora con rostros que se asomaban
atreves de los portales, le miró a los ojos y le dijo:
—¿Busca usted silenciarme con violencia, señor? Creo que nuestra gente no
te apoyará en este caso. De hecho, creo que una vez que se sepa que quiere
colgar su saqueador Escocés el miércoles...
—Ya no quiero colgarlo el miércoles —dijo uniformemente.
Su comportamiento sombrío hizo que se le quedara sin aliento en la
garganta, pero ella pudo responder de igual manera:
—Espero que eso signifique que le he hecho entrar en razón, señor.
—Rabbie Redcloak será colgado mañana al amanecer —declaró. Mirando al
hombre que estaba cerca de la puerta, dijo: —¿Me oyes, Ned? Quiero una horca
construida para ese sinvergüenza, y la quiero construida antes de regresar de
Bewcastle. ¡Ocúpate de ello!
—Hugh, por favor.
Amenazante, volvió a acercar su cara a la de ella y gruñó:
—Si no vas a tu cuarto, sentirás mi mano en tu trasero, muchacha.
Incapaz de creer que había fracasado tan miserablemente, Janet dudó, pero
cuando él se enderezó y la alcanzó, su coraje se desvaneció y ella huyó.
Capítulo 4
“Sola te vigila todo el día
Sus criadas vigilan toda la noche....”

Peleando contra las lágrimas de furia por la desesperanza, Janet se fue


directamente a su alcoba, sólo para encontrarse con la criada de la cocina,
Sheila, en el pasillo frente a su puerta. Janet, recomponiéndose como lo había
hecho muchas otras veces en el pasado en circunstancias similares, dijo en voz
baja:
—¿Qué es esto?
—Disculpe, señora Janet, ¿pero Matty podría saber dónde cenará usted
cuando sea el momento? Sir Hugh ha dicho que quiere cenar en Bewcastle.
—Gracias de Dios, justo acabo de comer mi cena —al darse cuenta de que
la criada estaba tratando de asegurarle que, a pesar de las órdenes de Hugh, de
alguna manera le proporcionarían la cena, sonrió con pesar y dijo: —Alguien
puede traerme un poco de pan caliente y leche aquí, Sheila. Dudo que quiera
algo más.
La chica asintió, con los ojos fijos en la cara de Janet. Su expresión de
simpatía dejó claro qué quería decir algo más.
Janet devolvió la mirada directamente, y la sirvienta bajó la mirada.
—Se lo diré a Matty —dijo ella, haciendo una reverencia.
Janet sabía que Sheila estaba preocupada por ella y había querido decir
otro tanto, pero la criada sabía que no era lugar hacer eso. Aunque agradecida
por su amabilidad, Janet estaba aún más agradecida de que Sheila se quedara
callada, porque la simpatía abierta sólo la habría hecho sentir peor de lo que ya
se sentía. Se alegró también de que el intercambio la hubiera ayudado a
recobrar la compostura. Su estómago todavía se sentía como si contuviera un
par de musarañas en lucha libre, y sus ojos aún ardían por las lágrimas que ni
había derramado ni había conseguido suprimir, pero rápidamente estaba
recobrando su habitual compostura.
Al entrar en la alcoba y cerrar la puerta, sintió el frío, vio la hoguera bien
barrida y dudó si encender el fuego, sabiendo que si lo hacía pronto tendría que
enviar a alguien a buscar más leña. Generalmente, un sirviente no encendería el
fuego en esta habitación hasta después de la cena, dándole el tiempo suficiente
para calmarse antes de que Janet se preparara para retirarse. Ahora la recámara
de piedra estaba fría; no, helada, pero no deseaba ver a nadie más hasta que
estuviera segura de que volvía a tener el control.
Hugh podía despertar sus emociones como nadie más. Disfrutaba
ejerciendo poder sobre ella. De hecho, probablemente lo disfrutaba más
sabiendo que ella resentía su autoridad masculina para darle órdenes. Sabía que
si sus padres hubieran vivido, su actitud podría haber sido diferente, y que
incluso podría aceptar su suerte como lo hacían otras mujeres. Sin embargo, no
podía saberlo de una forma u otra, ya que sus padres no habían sobrevivido a su
primera infancia. Apenas los recordaba. Lo que más recordaba eran sus voces,
una suave y la otra, ruidosa como la de Hugh.
Al recordar ahora esa voz estruendosa, decidió que probablemente había
respondido a su propia pregunta. Después de todo, Hugh era el hijo de su padre.
El difunto Sir Harold Graham probablemente habría golpeado a cualquier hija
rebelde para someter debidamente su suerte de vida al mandato de Dios. El
hecho de que Hugh no haya podido hacerlo no es prueba de que Sir Harold
también haya fracasado. El retrato de su madre sobre una de las chimeneas del
salón representaba a una mujer pálida y bonita con los ojos abatidos. Eso
debería ser prueba suficiente de los métodos dominantes de Sir Harold. No
podía imaginar permitir que alguien pintara su propio retrato para mostrar tal
mansedumbre de cera.
Como el vidrio era prohibitivamente costoso, la única ventana de la
recámara no estaba vidriada; sin embargo, sus persianas se abrían al aire
exterior invernal para admitir la luz. Caminando, cruzando el piso de piedra para
asomarse afuera, se quedó mirando la creciente penumbra. El muro de abajo
formaba parte de la muralla del castillo, uniéndose con el nuevo muro de piedra
de la empalizada que Hugh había terminado el año anterior. Las ventanas de los
pisos de abajo no eran más que troneras, pero la que estaba mantenida tenía
casi dos pies 17 de ancho y se arqueaba con gracia en la parte superior. Sintió el
frío, allí de pie, pero la maravillosa vista la tranquilizó como siempre.
El sol estaba bajo en el cielo, pero los días eran cada vez más largos. Al este,
aún resplandeciente por la luz menguante, el paisaje formaba un mosaico de
tierras de labranza doradas por el sol y moteadas de nieve, situadas en las
colinas onduladas, salpicada con granjas aisladas y aldeas con cabañas de techos
17
Aprox 60.9 cm
de piedra o de pizarra. Puentes angostos de piedra cruzaban veloces arroyos
que dividen vastos campos nevados punteados debajo por hierba gruesa,
oscura y por cañas y juncos de ciénagas dispersas.
Gimiendo, el viento siempre presente soplaba desde el oeste, esculpiendo
los árboles en formas extrañas y surrealistas. A lo lejos vio a un pastor
caminando por un campo con su rebaño, y como siempre, al ver a sus perros
trabajar, las ovejas despertaron una breve fascinación. Los perros corrieron, se
agacharon, y luego volvieron a correr, moviendo las enlodadas ovejas tan rápido
como podían, llevándolas desde cualquier pasto que hubieran podido encontrar
hasta el refugio de sus corrales. Las ovejas eran reacias, pero los perros las
animaban, necesitando llevarlas a un lugar seguro antes de que el creciente frío
convirtiera el suelo húmedo en hielo traicionero. Se le ocurrió entonces que el
hielo obligaría a Hugh a viajar más despacio de lo habitual cuando regresara de
Bewcastle a altas horas de la noche.
El gris y el blanco predominaban por todas partes, pero pronto la primavera
volvería a visitar las Fronteras y las flores silvestres pintarían de color el paisaje
ondulado. El Rabbie Redcloak nunca vería las flores. Estaría muerto.
Ella se frotó las manos, repentinamente consciente de su frío helado; pero
frotarse no sirvió de nada, porque el frío se había extendido al resto de ella.
Recordando la forma en que el saqueador la había hecho sentir, la manera en el
que su cuerpo se calentó a su más leve contacto se preguntó cómo sería que él
tocara algo más que sólo las puntas de sus dedos.
Sentimientos extraños y sorprendentemente eróticos agitaban lo más
profundo de su ser, en lugares que ella no sabía que se podían remover tanto.
Mirando por encima de su hombro, temiendo que tal desenfreno pudiera
de alguna manera revelarse a un observador, sólo vio la fría y vacía recámara.
Por supuesto, sabía que estaba sola, sólo había mirado porque por culpa de
esos pensamientos tan inquietantes habían bloqueado momentáneamente su
sentido común. En materia de tales cosas, como quiera que sea, en ese
tranquilo momento en soledad, los recuerdos de Rabbie Redcloak volvieron a
encenderse, luego se enfriaron y luego volvieron a encenderse, como si bloques
de hielo flotaran sobre la sangre caliente que corría por sus venas.
Con demasiada facilidad podía volver a imaginarse a solas con él. Con
demasiada facilidad podía recordar la radiante calidez de su mano, la manera en
que su voz profunda y melodiosa había tocado su alma, y la memoria
despertaba sentimientos y fantasías que ella nunca antes había experimentado
pero que instantáneamente reconoció como inquietantes, o al menos carnales.
Recordó la manera en que sus dedos habían atrapado los de ella, el modo en
que se había acercado antes de que la voz de Geordie rompiera el hechizo. Ella
sabía por la manera en que el saqueador la había tocado que ella también había
despertado algo en él. ¿Podrían los hombres ser libidinosos?
Que sólo viviera hasta el amanecer la hacía querer llorar, y su dolor la hacía
desear poder tocarlo una vez más antes de que muriera.

***

En su celda, el prisionero había decidido por lo poco que había visto de


Janet Graham que era una muchacha bonita pero un poco tonta. Recordando el
tacto suave de sus delgados dedos cuando le había dado la taza y la tomó de
vuelta, lo que le otorgó un poco de placer en su soledad, por lo demás triste; sin
embargo, esperaba de nuevo que si Sir Hugh se habría enterado del audaz
desafío de su hermana, no habría sido demasiado duro con ella.
El saqueador había pasado la mayor parte del tiempo desde su visita
pensando en ella, dando rienda suelta a su imaginación siempre y cuando se lo
imaginara con ella y no se detuviera en las imágenes de una horca. Le resultó
fácil cerrar los ojos e imaginarse a sí mismo con ella. Podía imaginarla en su
cama en casa. Podía imaginarse acariciando su suave piel, seguramente era lisa
e inmaculada, sonrosada y limpia. Se preguntó de qué color eran sus ojos.
Serían azules, decidió, un azul suave y verdadero.
Ella era altiva, y a él le gustaban las mujeres altivas.
La puerta en la parte superior de los escalones de piedra se abrió de golpe,
destrozando su ensueño. La abundante luz del día desde afuera se desvanecía,
parecía tan brillante como el sol del mediodía. Escuchó los sonidos
inconfundibles de martillos, apuntalando clavos en la madera.
—¿Oyes eso, saqueador ladrón? —la voz del guardia resonó por las
escaleras, retumbando en las paredes de piedra, un sonido estruendoso, en el
hasta ahora, opresivo silencio. —Esa es tu horca, la que están construyendo,
saqueador. ¿Qué te parece eso?
La puerta se cerró estrellándose de nuevo, y otra vez la oscuridad lo
envolvió.

***
Los rasguños que sonaban en su puerta oportunamente desviaron los
pensamientos de Janet hacia asuntos más prácticos. Ella no se molestó en
ordenar al visitante que entrara, pues sabía que hacerlo sería inútil. No era la
mano de un sirviente quien causaba el ruido. Al abrir la puerta, ella retrocedió
para dejar entrar a Jemmy Bigotes.
El pequeño gato anaranjado paseó, con la cola en alto, como si su tamaño y
peso fueran diez veces mayor de lo que era en realidad. Con cuidado,
ignorándola, el gato se acomodó en la chimenea, donde se detuvo y miró a las
frías piedras durante un largo y silencioso momento; luego, mirando por encima
del lomo, hizo un breve ruido inquisitivo.
—Muy bien, encenderé el fuego —dijo Janet, cerrando la puerta y yendo a
buscar la lumbre. —He tenido asuntos más importantes en los que pensar, y no
se calentará de inmediato. Si tienes frío, puedes saltar a la cama.
Había transcurrido el tiempo vagamente, su mente parecía incapaz de
captar ningún pensamiento y retenerlo. Su furia con Hugh resultó inútil, había
intentado pensar en sus deberes, en las tareas que quedaban por hacer o que
debían ser cumplidas en los días venideros. Pero, aunque los minutos pasaron,
no pasaron con rapidez. Ella no era una criatura de hábitos sedentarios, y el
tiempo que se había escurrido le había mostrado que los largos periodos de
tiempo gastados así seguramente volverían loco a cualquier persona cuerda. Ese
pensamiento la había llevado inevitablemente a pensar de nuevo en el
prisionero.
Arrodillándose para encender el fuego, lo convenció pacientemente,
consciente de la intensa supervisión del gato. Cuando empezó bien el fuego,
cerró las persianas y sacó hacia delante un pequeño banquillo del tipo conocido
como un cracket 18. Sentada, observaba las llamas, dejando que sus
pensamientos tomaran el rumbo que eligieran. Cuando el gato saltó sobre el
cracket que estaba a su lado, tocó su cabeza, acariciándolo ligeramente.
Jemmy Bigotes ronroneó, volviendo su cara hacia la palma de su mano y
empujando contra ella. Janet le acarició bajo la barbilla con la punta de un dedo,
contenta de su compañía mientras sus pensamientos se detenían en el hombre
alto, de hombros anchos, en la oscura celda del calabozo.
Ella no podía dudar de que Hugh mantendría su palabra. Aunque no
siempre creía estar atado a las reglas que otros habían hecho, se enorgullecía de
18
NT. Cracket: una silla pequeña y baja, construida frecuentemente de tres patas con tres posabrazos.
ser fiel a su palabra cuando la había dado. Por lo tanto, le sorprendió que
pudiera despreciar tan fácilmente una ley que había jurado defender. ¡Cómo
podía atreverse a reducir un juramento solemne a una mera objeción!
Las Leyes de La Frontera habían sido elaboradas a lo largo de los siglos para
proteger a todos a ambos lados de la línea. Aunque los clanes habían ocupado
durante ese tiempo casi la misma tierra que ahora, la línea misma había
cambiado muchas veces. Incluso Brackengill había estado una vez en el lado
Escocés; como todo Cumberland, como parte del reino de Strathclyde. Cuatro
largos siglos habían pasado desde entonces, y durante ese tiempo los hombres
habían trabajado para producir las leyes bajo las cuales ahora vivían todos los
Fronterizos. Para Hugh, ignorar a uno de los más poderosos de ellos era una
medida de su furia contra Rabbie Redcloak y sus Bairns.
Se preguntó de nuevo qué pensaría Scrope de la decisión de Hugh de colgar
al saqueador; sin embargo, como no se le ocurría ninguna manera de llamar su
atención sobre el asunto e incitarlo a actuar antes de que se realizara la horrible
acción, rechazó esa línea de pensamiento por improductiva. Se preguntó si
alguien más cercano a Carlisle podría hacer cambiar de opinión a Hugh, pero
pronto también descartó ese pensamiento. Si ella no pudo persuadir a Hugh
para que hiciera lo correcto, nadie podía. Nada podría salvar al saqueador
ahora.
A menos que...
Miró pensativa a Jemmy Bigotes.
—¿Podría hacerlo sola?
Los párpados del gatito habían estado caídos, pero se abrieron en respuesta
a su voz. Tomando sus palabras como una invitación, Jemmy murmuró
somnoliento y se subió a su regazo, empujándole la mano con su cabeza,
animándola a seguir acariciándolo.
Finalmente accedió, encontrando por fin la posibilidad de poner orden en
sus pensamientos. Él necesitaría un caballo; preferiblemente el suyo propio si
ella pudiera identificarlo y proporcionárselo, y necesitaría comida, en caso de
que tuviera que esconderse por un tiempo antes de poder cruzar la línea.
También necesitaría saber cuál es la ruta más segura. Primero, sin embargo,
tendría que liberarse del calabozo, librarse de los guardias, de Hugh.
Se le ocurrió que a estas alturas alguien podría haberle dicho a Hugh sobre
su visita a la celda del prisionero. Claramente no se había enterado de ello antes
de su discusión en la sala, pero era solo cuestión de tiempo antes de que lo
hiciera. Si él se hubiera enterado de ello, ella lo sabría pronto, y no tendría
oportunidad de acercarse al calabozo.
Sin embargo, Hugh había tenido prisa por llegar a Bewcastle y ella dudaba
de que se hubiera preocupado de su cautivo antes de partir. En cualquier caso,
no creía que Geordie hubiera dado voluntariamente la noticia de su visita.
Alguien más habría tenido que hacerlo, y a la mayoría de los hombres les
agradaba Geordie y se habrían mostrado reacios a tener que someterlo a una
paliza o algo peor. Si Hugh no lo hubiera sabido antes de partir, tendría al
menos una pequeña oportunidad de éxito, pues no volvería hasta tarde. Tenía
que hacer el intento.
Era posible proporcionarle al saqueador su propio caballo si ella podía
identificarlo, y la comida presentaría pocas dificultades, ya que quedaba mucho
de la cena que se proporcionaba a la familia y aun así dejar algo para que se lo
llevara con él. El gran problema era el guardia en la entrada del calabozo y
cualquier otra persona que pudiera estar despierta en el establo o en el patio a
una hora adecuada para cualquier plan que ella decidiera intentar. La mitad de
la noche sería lo mejor en lo que respecta al castillo, ya que todos menos los
guardias de la muralla estarían dormidos en ese momento; sin embargo, Hugh y
sus hombres podrían regresar a medianoche, y cualquiera que se moviera
después de eso parecería sospechoso. Tendría que actuar antes.
Ella pensó que los guardias de las murallas no intentarían detener a un
jinete solitario que salía por la poterna 19 antes de medianoche. Asumirían que
los hombres de abajo lo conocían y habían aprobado su partida. En cualquier
caso, no se le ocurría forma alguna de incapacitar a los hombres de las murallas,
ni podía justificar que pusiese todo el castillo en riesgo de ataque para salvar a
Rabbie Redcloak. Además, Hugh la mataría si volvía a casa para enterarse de
que de alguna manera ella había inhabilitado a todos sus guardias.
El gato murmuró, molesto porque lo habían dejado de acariciar.
—Tengo cosas que hacer, Jemmy Bigotes —dejó al gato en el suelo y fue a
abrir la persiana y mirar hacia afuera. El paisaje estaba oscuro y aún no había
luna. —Hace mucho frío —le dijo al gato. —Necesitaré mi capa más cálida.
Recogiendo una pesada capa de lana oscura y forrada de piel del armario,
se la puso sobre los hombros, dejando la capucha abajo mientras buscaba
guantes. Rechazando las patenas a favor de botas pesadas que le darían más

19
NT. The Postern Gate o Poterna: puerta posterior o puerta secundaria en una fortificación de muralla, a menudo se ubicaban
en un lugar oculto lo que permitía a los ocupantes ir y venir discretamente.
libertad de movimiento, salió de la recámara, dejando que la puerta se
balanceara detrás de ella. Luego tuvo que abrirla de nuevo cuando el gato
protestó fuertemente por haber sido abandonado.
Cruzando la escalera de servicio, se apresuró a bajar a la cocina con Jemmy
Bigotes corriendo delante de ella. El gato corrió hacia la cocina, pero Janet se
detuvo afuera para escuchar. Sólo sonaban voces femeninas en su interior, por
lo que se asomó por la puerta para asegurarse de que los únicos ocupantes de la
sala eran las dos sirvientas, Sheila y Matty, ocupadas preparando la cena para la
familia. Lo que observó la hizo darse cuenta de que su plan concebido
apresuradamente requería un ajuste.
—Matty —dijo enérgicamente al entrar, —Voy a salir a caminar unos
minutos para hacer algo de ejercicio antes de tomar mi cena.
Las dos sirvientas intercambiaron una mirada que le dijo que sabían que
Hugh le había ordenado que se quedara en su habitación. Sin embargo, Matty
sólo dijo:
—Está como el hielo ahí fuera, señora. Te vas a morir.
—Tú sabes que no es así —dijo Janet sonriendo. —Sin embargo, si hace
tanto frío esta noche, tal vez los hombres disfruten de un ponche más tarde
para calentarlos. Lo pensaré mientras camino. Sigue adelante y sirve a la familia
cuando la cena esté lista. Puedes servir la mía arriba después de que termines
de comer la tuya.
—Muy bien, señora —dijo Matty, asintiendo.
Janet salió por la puerta de la cocina, caminando enérgicamente, iluminada
por el cálido resplandor de las antorchas colocadas entre corchetes en la pared.
El frío era aún más agudo de lo que ella había esperado, debido a una brisa que
se arremolinaba en el patio, haciendo que las antorchas temblaran y
parpadeasen. La zona estaba protegida de los vientos que parecían soplar
siempre, aunque no tan protegidos como su dormitorio, que daba al este, y
tampoco era tan frío como los páramos abiertos. Ella esperaba que Hugh le
hubiera permitido a Rabbie Redcloak conservar su particular capa. Si no lo
hubiera hecho, el hombre se congelaría. Tal vez debería llevarle una de las de
Hugh, por si acaso.
Frecuentemente caminaba por el patio para hacer ejercicio antes de la
cena, por lo que los hombres le prestaban poca atención. Pronto se reunirían en
el salón para comer, y eso, sabía, era lo más importante en sus mentes.
Mientras caminaba hacia el establo, vio que muchos de ellos ya se estaban
moviendo hacia la entrada principal, dejando atrás sólo a los que vigilaban la
muralla.
Cuando vio a los muchachos del establo unirse a los demás, entró en el
establo, notando que uno de los hombres más jóvenes estaba de guardia fuera
de la puerta que llevaba al calabozo. Ella vio que la miraba y levantó su mano
para saludarlo.
Dentro del establo, los muchachos habían apagado las antorchas mientras
cenaban, pero el resplandor de los que estaban fuera proporcionaba suficiente
luz para su propósito. Caminó lentamente de puesto en puesto, reconociendo a
muchos de los animales por su ubicación y tamaño. Su propio caballo castrado
de color gris empujó su hocico contra su hombro, y deseó tener un terrón de
azúcar o una zanahoria para dárselo. Ella le traería algo especial la próxima vez
para expiar el descuido.
Al final de la fila de puestos, encontró lo que buscaba. El poni era más
grande que los otros, y recordando la altura del cautivo y la anchura de sus
hombros, ella sabía que debía pertenecerle. Hugh apreciaría su tamaño, porque
también era un hombre grande. El caballo resopló, y se preguntó si estaría sin
castrar, pero descartó el pensamiento mientras se formaba. Un semental olería
a la yegua que estaba a dos puestos mas allá incluso cuando no estuviera en
celo, mostrándose inquieto. El caballo se mantenía en pie con calma, así que sin
duda era un castrado.
Al salir del establo, ella saludo al guardia del calabozo deseándole que
pasara una buena noche.
—¿Acabas de empezar tu guardia, o estás cerca de terminar?
—Casi el final, señora —dijo Taylor El Cuello Corto. —Wat El Canalla
ocupará mi lugar cuando termine su cena; entonces obtendré la mía; también
estaré encantado de conseguirla, se lo aseguro.
—Estoy segura de que lo harás —dijo ella. —Hay mucho jamón de la cena
que sobró, y vi a Matty cortando queso, así que estoy segura de que tendrás
una buena ración.
Sonrió, claramente deseando ver el jamón y el queso, y ella se apresuró a
volver a la entrada de la cocina. No había visto ninguna señal de que alguien
recordara que estaba en desgracia con Hugh. No es que los hombres fueran algo
más propensos que Sheila o Matty a hablar de esa desgracia u ordenarle que
regresara a su recámara. Aun así, tendría muchas más dificultades para poner
en práctica cualquier plan si los hombres creyesen que Hugh castigaría a
cualquiera que obedeciera una orden de su parte.
En la cocina, sólo encontró a Sheila, poniendo la comida en una bandeja.
—Estoy casi lista para preparar su cena, señora.
—Bien —dijo Janet. —Trae un poco de jamón y queso también, y tal vez un
pan de manchet 20 o dos. Mi paseo me ha despertado el apetito, después de
todo.
—Sí, señora, con mucho gusto.
Arriba, Janet esperó hasta que la criada trajo su bandeja, consiguió la leña
para el fuego y se fue de nuevo. Entonces, corriendo a la habitación de Hugh,
segura de que su hombre se quedaría en el salón, encontró un grueso manto de
lana en su armario y lo llevó a su habitación. Allí bebió su leche y comió un poco
de pan, pero puso el jamón, el queso y el resto del pan en una bolsa con cordel
para el saqueador.
Se sentó cómodamente junto al fuego con Jemmy Bigotes acurrucado en su
regazo durante una hora más o menos hasta que Sheila regresó para llevarse la
bandeja. Mientras la criada estaba en la habitación, Janet se esforzó para
parecer una mujer a punto de prepararse para ir a la cama, y después de eso, el
tiempo pasó lentamente, pero pasó. Por fin, bajando al gato, tomó su capa y la
de Hugh y, colocando la primera dentro de la segunda, se puso ambas sobre sus
hombros. Su peso total era suficiente para que se sintiera agradecida por no
haber hecho algo así con frecuencia.
Ató la bolsa con cordel a su faja debajo de las capas, se quitó los guantes y
se apresuró a bajar a la cocina.

20
NT. Pan de Manchet. Pan blanco delgado de buena calidad, elaborado en base a harina de trigo, usualmente circular, de
tamaño pequeño para llevar en los guantes; existen registros del mismo desde 1588.
Capítulo 5

“Jamás me alojé en un hostal


Pero pagué mi cuenta antes de marcharme”.

Matty y sheila estaban guardando el gran fuego de la cocina, y la entrada de


Janet las asustó a ambas.
Sonriendo, ella dijo:
—Antes de que tú y Sheila se retiren, Matty, creo que deberíamos llevar el
ponche a los guardias en el patio. Es una noche muy fría, y no quiero que
pongan excusas para escabullirse dentro en lugar a quedarse en sus puestos,
donde pertenecen. Trae un poco de sidra, por favor, y viértela en la olla de la
cocina. Usaremos el atizador para apresurar la calefacción, así que ponlo en el
carbón para que se caliente. Sheila, ¿sabes dónde guarda Sir Hugh su brandy?
—Sí, señora — dijo la chica, sus ojos abriéndose de par en par, —pero no se
nos permite...
—No importa, lo traeré —dijo Janet. —A los hombres se les debe un regalo,
pero tienes toda la razón al recordarme que a él no le gusta que los sirvientes
toquen sus espíritus. No quiero que su ira caiga sobre ti por esto en vez de sobre
mí. Trae media docena de medias pintas 21 Eso debería ser suficiente, creo.
—Sí, señora. ¿Estás segura, entonces, del brandy?
—Sólo hay que calentar la sidra —dijo Janet, corriendo desde la cocina
hasta la pequeña recámara privada de Hugh cerca del salón, donde ella sabía
que él guardaba su brandy francés en una caja de madera. Podía oír a los
hombres en el salón riendo y hablando, y a alguien tocando el laúd. Se estaban
acomodando para la noche, y como la mayoría de ellos dormían en el salón, no
la molestarían.
Se arrodilló junto al baúl para abrirlo. No estaba cerrado con llave, pues
Hugh creía; y con razón, que nadie se atrevería a sacar nada de allí. Como quería
hacer que los ponches fueran lo suficientemente potentes para entorpecer la
21
NT. Chopins. Palabra de origen francés, obsoleto) Una unidad de medida liquida de casi media pinta Pinta: Unidad de
volumen inglesa equivalente a 20 onzas/568,26 ml. En este caso refiere tanto a la unidad de medida líquida como al
recipiente para contenerla.
vigilancia de los guardias el tiempo justo para servir a su propósito, se sintió
tentada a tomar tres botellas; pero decidió que Matty y Sheila se opondrían a
un uso tan descarado del brandy de su Señor. La sidra era potente incluso sin el
brandy añadido, y en una noche tan fría los hombres sin duda habían bebido
una buena cantidad de cerveza con su cena. Se conformó con dos.
Llevando las botellas de vuelta a la cocina, los abrió y vertió su contenido en
la olla de sidra caliente.
—¡Señora Janet! —Matty estaba escandalizada. —Sir Hugh nunca dijo que
les diera de beber a esos hombres todo ese brandy.
Janet la guiñó un ojo.
—Sir Hugh me molestó hoy, Matty. Esto le servirá de excelente castigo, y
los hombres se alegrarán con su calor.
—Esa sidra es fuerte por sí misma, señora —dijo Matty, intercambiando
una mirada con Sheila. —Con brandy añadido, es más como si los pusiera a
dormir, lo juro.
Sheila frunció el ceño.
—El amo se enfurecerá con usted, señora.
Suprimiendo un escalofrío por lo enojado que estaría su hermano, Janet se
las arregló para decir a la ligera:
—Ya ha estado enojado conmigo antes, y espero que lo vuelva a estar, pero
los hombres de afuera tienen frío. Si se pasan todo el tiempo dando pataletas
con los pies para calentarse, o se meten dentro para buscar calor, no nos
protegerán bien. Creo que si les hacemos un favor, se esforzarán más, y con los
saqueadores, tal vez pensando en rescatar a su líder... —se encogió de
hombros, dejando que la imaginación de las sirvientas completase el resto.
Matty dijo:
—La nueva muralla de Sir Hugh es robusta, señora. Ningún saqueador
pagano la superará.
Sheila no parecía tan confiada, pero como ninguna de las dos mujeres
ofreció más argumentos, Janet quedó satisfecha. En otras circunstancias podría
haber aprovechado la oportunidad para explicar el error de Matty, pero en la
actualidad su plan era dejar que ambas pensasen con desprecio en los
saqueadores, y creer que con los guardias incluso medios despiertos, los Bairns
de Rabbie nunca podrían violar los muros de piedra del castillo.
Cuando la sidra estuvo caliente, le dijo a Sheila que terminara de guardar el
fuego y que se fuera a la cama.
—Matty puede ayudarme a llevar el ponche a los hombres —dijo.
—Yo la ayudaré, señora. No deberías volver a salir en una noche tan fría.
—No seas tonta —dijo Janet. —Estoy más abrigada que tú o Matty.
Además, no debe haber duda en la mente de Sir Hugh de que esto fue obra mía,
así que los hombres deben verme. Ahora atiende el fuego como te pedí, Sheila,
para que Matty pueda irse a la cama tan pronto como hayamos terminado.
Sheila obedeció, así que Janet tomó las medias pintas y siguió a Matty hasta
la puerta de la cocina.
Sosteniendo la olla con una mano, la criada abrió la puerta con la otra. Tres
escalones de piedra conducían hasta el patio iluminado con antorchas, donde
Janet vio con alivio que Wat El Canalla había ocupado el lugar de Tailor Cuello
Corto en la entrada del calabozo. Sabía que los hombres no seguían ningún
horario en particular, y temía que Geordie hubiese decidido ponerse de guardia
en lugar de Wat quien era más pequeño y ligero. Geordie tenía una resistencia
para los espíritus que era la envidia de muchos Graham, y su presencia bien
podría haber estropeado su plan apresuradamente concebido.
Los únicos otros hombres a la vista eran un mozo de cuadra que limpiaba
los establos y un guardia junto a la Poterna, que sin duda se quedaría para
admitir a Hugh y a sus hombres a su regreso. Las puertas principales
generalmente permanecían cerradas y trabadas después de oscurecer.
Matty dijo con firmeza:
—Primero serviré a los tres hombres de la muralla, señora. Subir los
escalones debería evitar que me congele mientras lo hago. Sólo espero que no
se me caiga la olla. Mis dedos están como carámbanos con este frío.
—Yo sostendré la olla mientras tú llenas tres medias pintas —dijo Janet. —
Diles que cada uno puede cargar con una, pero no más. Sir Hugh no debe
encontrarlos borrachos cuando vuelva a casa.
Matty hizo una mueca, pero no hizo ninguna objeción cuando Janet le quitó
la olla y la sostuvo mientras sumergía cada pinta para llenarla.
Janet dijo casualmente:
—Yo serviré a los tres aquí abajo.
—Pero, señora, ya es suficiente con que esté aquí. No debería estar
sirviendo...
—No discutas. Cuanto antes lo hagamos y volvamos a entrar, antes volverás
a tener calor. Llevo una pesada capa y no me importa el frío, pero no estás
vestida con la suficiente calidez como para quedarte. Ahora vete.
Matty obedeció con una gratitud apenas disimulada, y Janet se acercó
primero al hombre junto a la poterna, ofreciéndole una buena media pinta de la
potente bebida y asegurándole que lo calentaría. Él la aceptó con gratitud.
Llenando otra para el muchacho que limpiaba los establos, lo llevó al
establo, que ahora estaba iluminado por la luz de las antorchas. Mientras ella le
ofrecía el ponche, dijo:
—No creo que conozca a esa bestia grande en el último establo.
—Es el poni del saqueador, señora —dijo el muchacho, apoyando su
rastrillo contra una pared y cogiendo la, media pinta, que ella le tendió. —Se lo
agradezco. Hace frío, la noche.
—Sí —dijo ella, aun mirando al magnífico caballo. —Le garantizo que a Sir
Hugh le gustaría tenerlo. Me gustaría a mí misma.
—Esa bestia; no es un caballo de mujer, señora Janet. Los ponis de la
Frontera Escocesa no son más que bestias medio entrenadas, en el mejor de los
casos. Sir Hugh dijo que pronto le enseñará modales.
Eso resolvió el asunto en lo que respecta a Janet. Además, si el saqueador
se iba en su propio poni, Hugh no podía acusarlo de otro robo de caballos.
Ofreciendo al chico una recarga de la bebida, se aseguró de que aún tenía
suficiente para el Wat El Canalla, y salió a la puerta del calabozo.
—Espero que no tengas que quedarte aquí toda la noche, Wat —dijo. —
Hace mucho frío aquí afuera.
Tomando la taza que ella le ofreció, él sorbió y luego la miró con curiosidad.
—Esta cosa es fuerte, señora.
—Sí —dijo ella, sonriéndole. —Pensé que te alegrarías de ello.
—Así es. Me calienta hasta el final.
—Bien. ¿Tendrás que quedarte aquí toda la noche?
—Sólo hasta las dos. Entonces Geordie dijo que ocuparía mi lugar hasta el
amanecer.
—¿Por qué no dejo el bote, entonces? —Sugirió Janet. —La sidra no se
mantendrá caliente, pero tal vez se te ocurra una manera de calentarla.
—Y que quede algo —dijo Wat, riendo entre dientes, —encontraremos una
manera, lo garantizo.
Satisfecha, Janet se dio la vuelta para encontrar a Matty corriendo hacia
ella.
—No deje ese bote con él, señorita Janet. La cocinera estará fuera de sí y
por la mañana la encontrará perdida. Desde luego, tanto Sheila como yo nos
encargaremos del bote.
—Entonces vierta el resto en el balde libre —dijo Janet. —Alguien estará
encantado de acabar con la sidra, no debemos desperdiciarla.
—Sí —dijo Matty dudosa, pero sabía que no debía discutir la decisión de
Janet frente al Wat El Canalla. Recogiendo el cubo, ella vertió la sidra en él,
luego lo dejó junto al sonriente Wat y caminó con Janet de vuelta a la entrada
de la cocina. Allí, sin embargo, dijo ansiosa:
—Señora Janet, los muchachos no deberían beber de eso hasta hartarse.
Estarán borrachos como simios o algo peor en menos de una hora.
—Silencio, Matty. Esto es asunto mío, y si Sir Hugh se entera, sabrá
exactamente a quién culpar. Si eres sabia, no le dirás a nadie que tuviste algo
que ver con ello. Los hombres no te traicionarán, te lo aseguro. De hecho, lo
más probable es que no digan nada sobre la sidra, así que a menos que
suframos alguna desgracia, Sir Hugh nunca tendrá que enterarse de lo que les
pasó.
—Muy bien, señora, le advertiré a Sheila que mantenga la boca cerrada.
Tiene una lengua como la palma de un mendigo, pero ella me escuchará. Aun
así, usted está haciendo algo; y no me gustaría pensar qué hará Sir Hugh cuando
se entere de lo que ha hecho.
—Nadie más sufrirá por ello, Matty —dijo Janet. —Si es necesario, le diré
que me bebí su estúpido brandy yo misma.
—¡Nunca lo harás!
—Lo haré si es necesario. Les deseo buenas noches —añadió antes de que
la mujer pudiera pensar en algo más que decir sobre el tema. —Aún no estoy
lista para subir. Creo que voy a dar otra vuelta por el patio.
Matty suspiró, pero sólo dijo:
—Buenas noches, señora. No olvide cerrar la puerta de la cocina cuando
entre.
Esperando en las sombras justo afuera de la puerta hasta que pudiera estar
segura de que Matty se había ido a la cama y la cocina estaba vacía, Janet
regresó a la chimenea y levantó el pesado atizador de su gancho. Sosteniéndolo
bajo sus dos mantos, contó lentamente hasta tres mil, y luego volvió a salir. El
establo estaba oscuro y sólo las dos antorchas que flanqueaban la puerta
principal permanecían encendidas. Por el resplandor de su ambiente podía ver a
Wat El Canalla, su cabeza inclinada hacia atrás mientras terminaba lo que
quedaba en su media pinta. Se preguntó si quedaba algo en el cubo a sus pies.
Esperando hasta que temió que sus pies habían empezado a congelarse,
salió por fin de entre las sombras, tan segura como podía estar que los hombres
de la pared se habían protegido del frío; Incluso si no lo hubieran hecho, pensó
que estarían vigilando más cuidadosamente el regreso de Hugh que la actividad
dentro del patio. Habría sido más feliz si Wat se hubiera ido a dormir, pero
confió en su imaginación y en sus debilitados sentidos por el brandy para
llevarla al calabozo.
Había caminado lo suficientemente cerca como para sorprenderse de que
él no la saludara antes de que ella se diera cuenta de que, aunque él se apoyaba
en la pared, tenía los ojos cerrados. Si no se hubiera quedado dormido de pie,
estaba tan cerca de ese estado que no había ninguna diferencia.
Rápidamente, ella se deslizó a través de él y había puesto su mano en el
cerrojo antes de recordar que, antes, él había tenido que abrir la puerta para
ella. Suavemente intentó levantar el pestillo, pero no se movió. Frustrada, miró
más cerca a Wat. No se movió. Para el beneficio de cualquiera que pudiera estar
mirando, asintió, esperando que pareciese que estuvieran hablando. Luego,
manteniendo su espalda hacia el patio y a la pared opuesta, deslizó suavemente
una mano dentro de su abrigo y desenganchó de su cinturón el anillo con las
dos llaves. Sus manos temblaban, y apenas podía respirar. Estaba segura de que
él se despertaría en cualquier momento y le pediría que le devolviera las llaves.
Abriendo la puerta, ella entró y rápidamente la cerró. La oscuridad la
envolvió, y se sintió mareada, sabiendo que las empinadas escaleras se
desplomaban ante ella como un abismo que bostezaba. Cuidadosamente,
recogiendo sus faldas con la misma mano que agarraba el atizador que tomo de
la cocina, colocó la otra, con las llaves de Wat, contra la pared para estabilizarse
mientras sentía que debía dar el siguiente paso. Sabiendo que lo arruinaría todo
si se caía, se abrió paso con una lentitud enloquecedora, paso a paso, hasta el
fondo. No salió ni un sonido de la celda.
—Soy yo —susurró ella.
—Puedo verlo —dijo.
—¿Puedes ver?
—Sí, en cierto modo, pero baja la voz. Cuando uno pasa los días y las
noches en negro intenso, los ojos se adaptan a la más mínima luz y usted abrió
la puerta después de todo. No puedo ver mucho ahora, y sólo vi a un demonio
camuflado antes de que hablaras. ¿Qué haces aquí, muchacha? Te dije que no
volvieras.
—He venido a dejarte salir.
—Entonces debes ser el diablo.
—No blasfemes —dijo ella con severidad. —Te he traído comida, y sé
dónde está tu caballo. Casi todos en el castillo están dormidos, pero hay
guardias arriba, y dos de los muchachos duermen en el establo, así que debes ir
con cuidado, y en silencio. Te ayudaré a escabullirte por la poterna. Entonces
debes ir a Liddel Water. Te diré exactamente cómo…
—Muchacha, nadie sabe mejor que yo cómo encontrar el Liddel, o qué ruta
es la mejor y más segura para llevarme allí, ¿pero qué hay de ti?
Apoyó el atizador contra la pared.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir —dijo pacientemente, —¿qué arriesgas al liberarme?
—No tienes que preocuparte por eso —dijo impaciente mientras
manipulaba con los dedos y la llave en el ojo de la cerradura de la puerta de
hierro.
—No deberías hacer esto —dijo. —Sería suficiente si pudieras avisar a mis
Bairns. Son muy astutos y pueden comprender dónde estoy a tiempo para hacer
algo antes de que tu hermano me cuelgue el miércoles. Pero como dijo que sólo
sus hombres de mayor confianza saben que estoy aquí...
—Hugh no va a esperar hasta el miércoles —dijo. —Quiere colgarte al
amanecer. Ya han construido la horca.
—El guardia me dijo muy amablemente que la estaban construyendo, pero
lo tomé como que tu hermano tenía la intención de estar preparado para el día
en caso de que tuviéramos una tormenta. Seguramente, sin embargo, te
equivocas acerca de su intención de colgarme mañana. Según mis cálculos,
mañana es domingo. ¿Colgaría a un hombre el Sabbath?
Ella respondió con tristeza:
—¿Quieres apostar tu vida a que no lo hará?
Se quedó callado. El único sonido era el cascabel de las llaves mientras ella
continuaba buscando en el ojo de la cerradura.
—¿Qué es ese sonido?
—Tengo el llavero de Wat. No estoy segura de cuál es la llave correcta.
—Buena chica. Pero dámelo antes de que se te caiga. Podría llevar una
semana encontrarlo en medio de la suciedad del suelo.
Sólo pensar en lo que podría estar bajo sus pies, algo en lo que no había
pensado antes, fue suficiente para hacer que le entregara las llaves. Sus dedos
rozaron los de ella, enviando una ola de calor a través de ella. Entonces,
después de un sonajero de metal contra metal, sintió la puerta abierta hacia
ella.
Era libre.
Se sintió repentinamente vulnerable. ¿Y si realmente era tan malo como
habían dicho que era? ¿Y si la estrangulaba y la dejaba tirada en el suelo? Dos
manos fuertes encontraron sus hombros, sorprendiendo un chillido de protesta
de ella.
—Cállate —murmuró. —Tendrás a la guardia sobre nosotros.
—Está borracho, creo —murmuró ella, consciente sólo de las cálidas manos
que le agarraban los hombros. —Se cayó contra la pared cuando me acerqué, y
ni siquiera me miró cuando le quité las llaves del cinturón.
—Tu hermano debería tener guardias más confiables.
—Les di a todos sidra con brandy —dijo ella. —Pero no debemos perder el
tiempo. Hugh cenó en Bewcastle, pero puede que regrese antes de la
medianoche, y deben faltar unos diez minutos. Por muy frío que sea, cuento con
los caminos helados para frenarlo, pero el hielo también te frenará a ti, por
supuesto.
—¿Qué te hará? —preguntó de nuevo.
Ella temblaba.
—No debemos pensar en eso. ¿Todavía tienes tu capa o te la quitaron?
—La tengo —dijo. —Es todo lo que me ha impedido congelarme aquí abajo,
porque debe hacer más calor aquí que afuera.
—Traje una de Hugh por si la necesitabas —dijo. —La llevo sobre la mía.
—Piensas en todo, muchacha, pero aún te falta ese sentido de
autopreservación que discutimos la última vez que nos vimos. Ahora, dime qué
te hará tu hermano cuando descubra lo que has hecho. ¡Y no me mientas!
—¿Quién le dirá que hice algo? —contestó ella. —Nadie me vio.
Permaneció en silencio durante un tiempo. Entonces, meditando, dijo:
—Si un hombre que yo había puesto para proteger a un cautivo cayera en
un estupor de borracho y lo dejara escapar, lo colgaría antes del cantar de gallos
si ya tuviera una horca construida y una soga preparada.
Ella no había pensado en eso. La imagen que sus palabras crearon la hizo
sentir mal.
—Ah, bueno —dijo, —no pensaremos en eso ahora. Sin duda, por la
mañana pensarás en una forma de prevenirlo. Parece que tienes una
imaginación fértil.
—Sí —dijo ella con dudas. Entonces, temiendo que él se preocupara si ella
no le persuadía de que podía manejar a Hugh, dijo con más firmeza: —Ya
pensaré en algo. Hugh no es tan difícil de manejar, si uno conoce el camino.
—Aunque golpea a sus sirvientes.
—¿Cómo sabes eso?
—Me lo dijiste. ¿Recuerdas?
No recordaba haberlo dicho así, exactamente, pero se encogió de hombros.
—He manejado a Hugh durante veinte años, señor. Puedo encargarme de él
ahora —al oír su voz vacilar, agregó apresuradamente: —Debemos darnos prisa.
—Sí, deberíamos —estuvo de acuerdo. —Permítanme que le indique el
camino, ya que sin duda puedo ver mejor que usted. Sostén mi mano y cuida tus
faldas.
Ella le dejó tomar su mano antes de recordar el atizador.
—Traje un arma por si la necesitas —dijo ella. —Está por aquí en alguna
parte —sintiendo a lo largo de la pared, ella encontró el atizador y se lo entregó.
—Preferiría tener una espada, pero esto servirá —dijo con un toque de risa
en su voz. —Veo que eres una asistente capaz. Ven rápido ahora.
Seguirlo por las escaleras era más fácil de lo que ella había pensado. A
medida que se acercaban a la cima, podía ver los escalones. Abrió la puerta sin
dudarlo, aunque lo hizo lentamente, asomándose antes de abrirla por
completo.
—La poterna está al final del establo —murmuró. —Tu poni está atado en
el último puesto en el establo.
No respondió. Mirando alrededor del patio, salió, aun tomándola de la
mano. Pero una vez fuera de la puerta, la soltó y le dio un suave empujón hacia
el establo.
Apresurándose delante de él, Janet esperó ansiosamente un grito de
alarma de las murallas o de cualquier otro lugar, pero no llegó ninguno. Si algún
guardia seguía mirando la poterna, estaba tan embotado como Wat.
Al no escuchar ningún sonido detrás de ella, miró hacia atrás cuando llegó a
la entrada del establo y se percató de que él estaba más atrás de lo que ella
había pensado. Pero él cerró la distancia con unos pocos pasos rápidos,
moviéndose con un silencio espeluznante, y ella lo guio hacia el establo. Cuando
estaban a mitad de camino a lo largo de la fila de puestos, ella se sorprendió al
oírle dar un silbido agudo. Al no oír respuesta, se volvió y dijo con curiosidad:
—¿No es tuyo, entonces?
—Sí, lo es. Sin embargo, no quería que me saludara, y debemos rezar para
que ninguno de los demás sea demasiado amistoso. Mi valiente compañero es
un astuto.
Algo se enganchó en el dobladillo de Janet, sorprendiéndola. Trató de
soltarse la falda, pero lo que sea que la había atrapado, se la tiró hacia atrás.
Luego escuchó un, miau, agudo y gorjeante.
El saqueador murmuró:
—¿Qué demonios?
—Es Jemmy Bigotes —dijo, recogiendo al gatito y abrazándolo. Jemmy
empezó a ronronear fuerte.
—Es un maldito fastidio. Suéltalo.
—No puedo. Llorará si lo ignoro, y alguien lo escuchará. Pero no dejaré que
te delate. Sólo lo sostendré.
Hizo un sonido como un gruñido pero no discutió, y pronto ella escuchó los
sonidos familiares del cuero y el arnés.
—¿Lo estás ensillando? —ella no esperaba que se tomase el tiempo para
hacerlo.
—Sí, la silla de montar está justo aquí en el riel del establo, y es una buena
silla de montar. No quiero dejarla. ¿Dijiste que trajiste dos capas contigo?
—Sí, pero no creo que ninguna de las dos sirva como manta de silla de
montar.
Se rió, y un momento después, retrocedió. Sólo entonces se dio cuenta de
que las antorchas que flanqueaban la puerta se habían apagado. Sólo la luz de
las estrellas iluminaba el patio ahora.
—Ven —murmuró.
—¿No oirán sus herraduras en los adoquines patio?
—Dios te bendiga, muchacha, la mayoría de los ponis escoceses van sin
herraduras a menos que los saqueadores los coloquen en la parte de atrás para
desviar a sus seguidores. Mi muchacho se mueve tan silenciosamente como el
gatito, y también es casi tan hábil en sus movimientos —añadió con orgullo.
Todavía llevando a Jemmy Bigotes, agradecida por el calor de su pequeño
cuerpo, Janet lo siguió mientras el saqueador sacaba al poni del establo,
permaneciendo cerca del muro y luego hacia la muralla cortina mientras se
dirigían hacia la poterna. A medida que se acercaban, un ronquido los asustó a
ambos. El guardia yacía acurrucado frente a la puerta.
—Condenación —murmuró el saqueador. —Tendré que usar el atizador
después de todo.
El muchacho era joven, Janet lo sabía, y tendría que enfrentarse a Hugh.
Mientras ella intentaba decidir si era mejor que se enfrentara a su amo con la
cabeza rota o entera, el saqueador murmuró contra su oído:
—¿Se abre hacia afuera o hacia adentro?
—Afuera —dijo ella.
—Como debe ser —dijo. —Una puerta es más segura contra los intrusos de
esa manera, ni un ruido ahora, muchacha, ni siquiera un susurro.
Apenas podía ver lo que él estaba haciendo, pero él se alejó de ella, y un
momento después la puerta se abrió. Para su asombro, el poni pisó con
delicadeza eludiendo el cuerpo reclinado, y el guardia no se movió.
—Levántese las faldas al pasar por encima de él —dijo el saqueador,
respirando las palabras lo suficientemente fuerte para que ella lo oyera.
—No necesito hacerlo —susurró ella. —Si solo empujas la puerta para
cerrarla, el pestillo y la barra volverán a su lugar. No se puede abrir desde el
exterior.
—Si la cierras, hará demasiado ruido —dijo. —Tendrás que atraerlo hacia ti
y cerrarla suavemente, y no puedes hacerlo desde donde estás.
—¡Pero está demasiado cerca! Le pisaré.
—No, no lo harás. Hay espacio suficiente a este lado de él para pararse
mientras cierras y aseguras la puerta, y no tendrás que sacrificar al maldito gato
para hacerlo.
Era difícil creer que ella encajaría, pero como él podía ver mejor que ella
desde donde él estaba, decidió confiar en su juicio. Era difícil manejar tanto al
gato como a sus faldas, pero recogió todo lo que pudo sostener y
cuidadosamente pasó por encima del guardia. Pero apenas lo había hecho, dos
manos fuertes le agarraron de los brazos y la acercaron. Pensando que quería
besarla, y dudando en pelear con él, ella se quedó callada el tiempo suficiente
para darse cuenta de que él había cerrado la puerta con su pie. Oyó que el
pestillo encajaba en su sitio.
Horrorizada, dijo.
—¡No puedo volver a entrar ahora sin despertar a alguien!
—Esperaba que ese fuera el caso —dijo. —No vas a volver, muchacha.
—¿No voy a volver? Por supuesto que sí. ¡Debo hacerlo! ¡Hugh me matará!
—luchando por bajar la voz, esperaba en cualquier momento escuchar un
clamor al otro lado de la puerta.
—Tengo miedo de que te mate —dijo el saqueador. —Por eso estoy
haciendo esto.
—¿Haciendo qué?
—Secuestrarte, muchacha. Confieso, sin embargo, que no contaba con
llevarme al gato.
Capítulo 6
“La amabilidad de mi dama, probarías
La cual nunca odiaría mortalmente”.

—No puedes llevarme contigo —protestó Janet, volviendo la espalda al


viento helado y agarrándose a las dos capas que la rodean a ella y al pequeño
gato.
—Tendría que ser un bribón para dejarte aquí —respondió. —¿Qué es lo
mínimo que tu hermano te haría por traicionarlo así?
—No se atrevería a hacerme daño —murmuró ella.
—Ya que por seguridad debes hablar bajo, no puedo pretender saber con
certeza que estás mintiendo —dijo, y aunque él también mantuvo su voz baja,
ella pudo detectar una irónica burla en su tono. —Sin embargo —añadió, —tus
palabras no me convencen.
Ella no podía culparlo. Tampoco estaba haciendo mucho para persuadirlo,
porque sabía tan bien como él que, bajo la ley Inglesa, ayudarlo a escapar
constituía; alta traición y felonía. Al ayudarlo, no sólo estaba arriesgando el
disgusto de su hermano. Estaba arriesgando su vida.
Suavemente, con las manos sobre los brazos, dijo:
—¿La dejo aquí para que haga frente a las consecuencias de su amabilidad,
señora Janet Graham?
Ella sabía que él podía sentir el escalofrío que ondulaba por su cuerpo.
Jemmy Bigotes también lo sintió, porque el pequeño gato maulló, sin embargo,
no intentó liberarse de ella. El maullido era claramente sólo un comentario.
Aunque el saqueador no presionó para obtener una respuesta a su
pregunta, sabía que él debía estar impaciente. Hugh y sus hombres podrían
regresar en cualquier momento.
—Por lo general, no me faltan las palabras —dijo. —Aunque las tengo, sin
embargo, me has puesto en una posición espantosa al cerrar la puerta.
—Te pusiste en esa posición cuando me liberaste, muchacha.
—Sí, eso es verdad.
—¿Dejarías colgar a ese desdichado guardia en vez de admitir ante tu
hermano que me ayudaste? Y no es que tu confesión ayudaría al guardia, lo
apostaría.
Permaneció en silencio, incapaz de fingir que le mentiría a Hugh.
—Eso pensaba yo — dijo. —Es una pena que no pensara en todo esto antes
de ensillar un sólo caballo.
Ella suspiró.
—Habría discutido con más ferocidad contigo dentro de los muros.
—Sí, lo sé muy bien —ella escuchó de nuevo la risa en su voz.
—¿Te atreves a reírte de mí, saqueador?
—Muchacha, que pueda reírme de cualquier cosa ahora mismo es buena
señal. Debemos irnos.
—Tienes razón —ella estuvo de acuerdo. —Vamos a vadear el río Lyne al
pie de la colina. Entonces deberíamos cabalgar en dirección noreste para cruzar
el Liddel en el puente Kershopefoot.
—Algo me advierte de que eres una especie de mujer gestora, Janet
Graham.
—Sí, tal vez —estuvo de acuerdo. —He manejado un hogar grande durante
casi ocho años, así que no es de extrañar que haya aprendido a ser decidida.
—Yo la llamaría entrometida, y por favor tendremos un poco menos de eso.
No vamos a cabalgar hacia el este o incluso hacia el norte todavía. Seguiremos
el río hacia el oeste por un tiempo, y luego iremos al Dique Escocés.
—Pero eso está en Tierras en Disputa…
—Sí, lo está —interrumpió. —Sé lo que hago, muchacha, y tú me ayudarías
más si te quedas callada. Debemos...
—¡Pero esa área es peligrosa! —pensando que había oído un sonido desde
el este, y temiendo que pudiera ser Hugh, se volvió y añadió: —Además, sería
mucho más rápido...
Una mano se posó contra sobre su boca, silenciándola. En su oído, dijo con
severidad:
—Estarás en silencio cuando yo te diga que guardes silencio. Nuestras vidas
podrían depender de ello, y tengo más experiencia que tú en este asunto de
escapar del enemigo. ¿Me entiendes?
Su tono expresó su punto de vista por él. Ella asintió.
—Bien. Ahora, ¿puedo confiar en que te quedes quieta mientras monto, o
debo ponerte primero y luego tratar de montar por detrás de ti? Te lo advierto,
mi muchacho no está acostumbrado a las faldas de las damas ni a los gatos, ni
siquiera a los pequeños.
Cuando él le quitó la mano de la boca, ella murmuró:
—Me callaré.
—Excelente —en un momento él estaba en la silla de montar, extendiendo
una mano hacia ella. De alguna manera se las arregló para sostener a Jemmy
Bigotes y levantando sus faldas lo suficiente para poner un pie sobre el suyo y
dejar que él la impulsara al subir para sentarse de lado frente a él.
—¿Será capaz tu poni de llevarnos a los dos a una distancia como esta?
—Oh, sí. Ahora, silencio. Cabalgaremos cercanos a la muralla para que los
muchachos de arriba no nos vean hasta que lleguemos a un punto un poco más
cerca de los árboles junto al río.
—Seguramente no querrás bajar al galope por esta colina.
—Deja de intentar decirme qué hacer —dijo. —De hecho, puedes dejar de
balbucear. Si no fuera por este viento incesante, ya nos habrían oído, borrachos
o sobrios.
Sabiendo que él tenía razón, ella se mantuvo en silencio, y cuando por fin
apartó al poni de la muralla, ella contuvo la respiración, esperando en cualquier
momento escuchar gritos desde arriba. Sin embargo, no vino nadie y bendijo el
viento helado y el brandy de Hugh.
El castrado pisó con suavidad, en silencio durante toda la noche oscura. Ella
podía distinguir formas de árboles y arbustos a la luz de las estrellas, y sabía que
la luna saldría pronto. Con suerte, estarían lejos antes de que Hugh y sus
hombres regresaran. Pero cuando este pensamiento cruzó su mente, miró hacia
el oeste y se puso rígida al ver las antorchas que iluminaban la cresta de la
colina más cercana.
—Ya vienen —exclamó ella. —¡Deprisa!
—Mantendremos un ritmo sensato —contestó con calma. —No pueden
vernos desde donde están. Los árboles de adelante forman una sombra negra
que nos oculta a cualquiera que esté detrás de nosotros. Si estuviéramos
cabalgando a lo largo del horizonte, podrían vernos, o si la luna repentinamente
nos pillara en la cima al subir, también lo harían. Pero la luna está de mi lado,
muchacha. Es una buena luna de la frontera que saldrá más tarde para
mostrarnos el camino.
—¡Pero estarán tras nosotros para entonces!
—No necesariamente.
—No seas tonto —dijo ella. —¿Crees que mi hermano no levantará el
campo para seguirnos cuando se entere de tu fuga?
—Bueno, ahora, le garantizo que lo haría si se diera cuenta de que me he
ido, pero si tenemos suerte, no se enterará nada de esto antes de mañana.
—¿Cómo puedes decir eso? Con Wat El Canalla en su letargo, y… Santo
Cielo —exclamó cuando otro pensamiento la golpeó. —¡Las llaves! ¡Las dejaste
en la puerta de la celda! Incluso si por algún milagro Hugh no se diera cuenta de
que Wat...
—¡Susurra suavemente ahora, muchacha! No dejé las llaves en la puerta de
la celda.
—Entonces todavía las tienes contigo, ¡y eso es peor! Hugh colgará a Wat, y
Wat es amable. No se merece un destino tan horrible.
—Entonces lamento que sufra por esto —dijo el saqueador. —Aunque, te lo
advierto. Es mejor que nunca trates de usar a alguno de mis hombres de la
misma manera, porque si uno de ellos se emborrachara de tal manera que una
muchacha pudiera quitarle sus llaves o sus armas, lo colgaría del árbol más
cercano.
Janet hizo una mueca de dolor, sabiendo que Hugh haría lo mismo y no
necesitaría buscar un árbol, gracias a la horca que ya estaba en el patio. Habría
dado cualquier cosa en ese momento por poder volver atrás el reloj, para...
—Si estás deseando no haberlo hecho, muchacha, espero que también
recuerdes que tu hermano quería colgarme al amanecer. Te estoy agradecido
por mi vida y haré todo lo posible para que no sufras ningún daño por
ayudarme. Por eso no tengo las llaves de tu Wat. Él las tiene.
—¿Qué? ¿Pero cómo...?
—Las guardé, y cuando te empujé hacia el establo, me tomé un momento
para cerrar la puerta del calabozo y volver a poner el aro cerca de su cinturón.
Lo más probable es que cuando tu hermano regrese, él y sus hombres hagan
suficiente ruido para despertar al muchacho que duerme en la puerta y para
que tu Wat vuelva a la vida también. Si eso ocurre, ninguno de ellos nos echará
de menos hasta el amanecer, cuando Sir Hugh me busque para colgarme.
También cerré la puerta de la celda, añadió riendo.
—¿Pero por qué?
—Piénsalo, muchacha. ¿Qué pensarán cuando encuentren ambas puertas
cerradas, las llaves donde se supone que deben estar?
—¡Pensarán que el diablo se fue volando contigo!
—Sí, o que yo también soy el Viejo Clarty22. En cualquier caso, está
destinado a aumentar mi estatura legendaria, ¿no te parece?
Su audacia la sorprendió. Había estado a pocas horas de conocer a su
Creador, y aquí estaba, riéndose de una travesura infantil. Hugh ciertamente
pensaría que se trataba de magia, tal vez incluso sospecharía que el diablo se
había ido volando con su prisionero… su tren de pensamiento se detuvo
abruptamente, sobrepasado por otro.
—No es sólo contigo con quien Hugh pensará que el diablo se fue volando
—dijo.
Volvió a reírse.
—Me preguntaba si eso se te ocurriría.
—Santa María, protégeme —murmuró Janet. —¿Realmente crees que
creerá que el diablo nos llevó?
—Bueno, eso depende.
—¿En qué?
—De si alguna vez te has escapado de casa.
—No estoy huyendo ahora —protestó ella.
—Sospecho que eso depende del punto de vista de cada uno —dijo. —Sin
embargo, soy lo suficientemente razonable para aceptarlo como un hecho en
aras de un argumento mayor.
—Estás haciendo que me dé vueltas la cabeza. ¿Qué mejor argumento?
—El diablo. ¿Te acuerdas de él?
—Sí, y no estoy segura de que debamos hablar de él tan abiertamente. Sin
duda oye cada palabra que decimos.

22 NT. Clarty Dialecto de Northern England ahora Escocia; es una palabra que generalmente se asocia con el habla mas que con
la escritura. Verbo relacionado con Biclarten que significa profaner, manchar; asociado también a cosas misterioras y
malévolas.
—Oh, sí, pero él y yo nos conocemos bien, muchacha, y mientras tú y yo
tengamos la razón de nuestro lado, no debemos temerle demasiado.
—¿Estás tan seguro de que tenemos la razón de nuestro lado?
—Sí, por supuesto. Nos hemos salvado, ¿no es así, al menos por el
momento?
—¿Y estás seguro de que fue lo correcto para mí? —preguntó
amargamente. Cuando él volvió a reírse, ella agitó la cabeza, sintiendo la
necesidad de despejarla, y luego respondió a su propia pregunta. —Por
supuesto, usted pensaría que sí. Debes pensar que soy una tonta si te hago esa
pregunta.
—Sí, fue una tontería preguntarme. No puedo pensar en muchas cosas que
un hombre sensato consideraría más correctas que preservar su propia vida.
Ciertamente no estoy listo para cambiar la mía por la gran incógnita de qué hay
más allá de ella.
Habían llegado a la seguridad de los árboles, y mirando hacia atrás, vio que
el grupo de Hugh se acercaba a la poterna. A lo lejos, oyó sus gritos y luego
escuchó a alguien golpeando la puerta con una empuñadura de espada o algún
otro instrumento pesado. Momentos después, desaparecieron dentro.
Ni ella ni el saqueador pronunciaron palabra durante un momento, sabía
que él estaba escuchando, igual que ella, los sonidos de una persecución
inminente. Cuando no llegó nadie, ella lo sintió relajarse.
Ella dijo en voz baja:
—Parece que tu diablura ha hecho su magia, saqueador.
—Hasta ahora —dijo, —pero creo que seguiremos cabalgando por el Dique.
Si tu hermano nos extraña antes de la mañana, se dirigirá al puente de
Kershopefoot, creyendo que haríamos lo que tú sugeriste.
—Ante eso supongo que él podría hacer lo que dices —estuvo de acuerdo
con un suspiro.
—Lo hará. Sin embargo, no quise decir eso como una crítica —añadió. —Sé
que sólo querías ponerme en la ruta más directa, y te agradezco por tu
amabilidad, de hecho, por tus muchas amabilidades. ¿Hay algún lugar lejos de
Brackengill donde tu hermano pueda creer que te fuiste esta noche?
El cambio brusco de tema la tomó por sorpresa.
—¿Por qué?
—Bueno, estaba pensando que tal vez no quieras ir a Escocia conmigo, así
que si hay algún lugar cercano a donde puedas haber ido a cenar con tus
amigos, tal como él fue a Bewcastle....
Cuando dejó la frase sin terminar, ella volvió a suspirar.
—Incluso si hubiera un lugar así, y gente allí que accediera a mentirle a
Hugh para protegerme, el hecho de que yo haya hecho algo así sin su permiso
sólo lo enfurecería.
—Él parece enfurecerse con una facilidad diabólica —dijo con una audible
molestia.
—La mayoría de los hombres lo hacen —dijo. —Por supuesto, espero que
me digas que eres un hombre de temperamento suave.
—Oh, sí. Dicen que yo soy el plácido —respondió. —Por supuesto, eso es en
comparación con mi primo, que es famoso por su temperamento, así que
algunos podrían llamar a esa descripción un poco engañosa.
—¿Cómo se llama tu primo?
Él se río entre dientes.
—Ahora, muchacha, ¿crees que te voy a regalar mis datos antes de que
crucemos la línea? No soy tan tonto.
—No creo que quiera ir a Escocia —dijo, más para escuchar lo que él diría
en respuesta a porque ella creía que él, placido o no, le daría muchas opciones.
Ni él tampoco.
—Irás adonde yo diga, muchacha. No soy un hombre insensible, y sé bien
que dejas mucho atrás. Aunque, si juntamos nuestras cabezas, todavía podemos
pensar en una manera de llevarte a casa de nuevo y aun así mantener esa
bonita cabeza sobre tus hombros, sin embargo, hasta que no se nos ocurra tal
cosa, te quedarás conmigo.
—¿Quedarme contigo? Si piensas por un minuto, saqueador, que vas a...
—No, no quise decir eso como una amenaza, muchacha. Tu honor está a
salvo conmigo.
—Lo dudo.
—Sí bueno, tienes derecho a dudar, y en verdad, dado que aun aún no te he
visto a plena luz, tal vez lo prometí demasiado a la ligera; sin embargo, antes
hablábamos del diablo. Debemos terminar un tema antes de empezar otro.
Parecía tan tranquilo, tan seguro de que estaban a salvo y de que podía
protegerla, que su confianza era contagiosa. Se sintió relajada.
Curiosamente, dijo ella.
—¿Estás diciendo que crees que Hugh creerá que ambos hemos sido
arrastrados por el diablo?
Volvió a reírse.
—No, muchacha, por mucho que me gustaría creerlo. Tu hermano no es un
ingenuo. Puede que pierda un momento o dos rascándose la cabeza, pero una
vez que sepa que usted se ha ido y que yo he escapado, reunirá los hechos y lo
más probable es que llegue a la conclusión correcta. Todo lo que hemos ganado
con mi pequeño truco es tiempo, pero el tiempo es siempre un aliado amistoso.
Con suerte cruzaremos la línea antes de que sepa que nos hemos ido, que es
más de lo que esperaba.
—¿Pero qué pasa si declara un trote caliente 23? Sólo tiene que gritar a sus
hombres, atar un poco de hierba ardiente a una lanza y cruzar la frontera detrás
de nosotros.
—Sí, podría hacer eso. Durante veinticuatro horas tiene derecho a
declararse a sí mismo en persecución de cualquier delincuente fugitivo, incluso
a cruzar la línea y exigir que el primer ciudadano de Escocia al que le ponga los
ojos encima vaya por el director de la Marcha, informe de que está en
persecución y pida su ayuda. Pero no creo que lo haga, o que le serviría de
mucho si lo hiciera.
—¿Por qué no?
—Bueno, verás, primero tendría que determinar en cuál Marcha entramos.
—Pero ¿no es el Laird de Buccleuch el guardián de las Marchas del oeste y
del medio? Estoy seguro de que Hugh dijo que lo era.
—Sí, y guardián de Liddesdale también; pero la ley es la ley, y Sir Hugh no
puede insistir en buscarnos en dos Marchas. En cualquier caso, Buccleuch le dirá
que se vaya al diablo.
—¡No puede hacer eso! Por ley debe honrar una petición legítima.
—No si él dice que no conoce a Rabbie Redcloak y duda de que encontraría
a alguien en sus Marchas o en toda Liddesdale que admita que conoce a algún
bribón tan astuto como su hermano me describe.

23 NT. Persecucion legal de ladrones o saqueadores en la frontera Ecocesa -Inglesa, para recobrar lo saqueado.
Sentada de costado como estaba, Janet pudo mirarle a la cara, y sus ojos se
habían adaptado lo suficiente a la oscuridad como para poder distinguir sus
rasgos generales y su forma, pero no pudo leer su expresión. Pero aún podía
detectar la siempre presente nota de regocijo en su voz.
—No sé cómo puedes burlarte tan fácilmente de la ley —dijo. —¿No temes
que te cuelguen?
—Bendita seas, muchacha, todo hombre teme a la muerte, porque estamos
a sólo un momento de ella en cualquier instante; Sin embargo, aquellos que
pasan sus horas de vida pensando en nada más en ello, desperdician sus vidas.
Yo disfruto de la mía, y más aún cuando me arriesgo a morir.
—Hombres —murmuró Ella.
—Sí, lo sentimos mucho —estuvo de acuerdo.
—Ojalá dejaras de burlarte de todo lo que digo.
—Entonces debes decir algo sensato —dijo. —¿Realmente crees que todos
los hombres son iguales?
—No en todos los sentidos —dijo, —sino en muchos sentidos. Les gusta su
comodidad y esperan que las mujeres se las proporcionen. Son brutales y
crueles cuando les conviene serlo y no les importa el caos que su
comportamiento causa en la vida de los demás. Todavía tengo que encontrar a
alguien que no sea egoísta y terco y...
—Basta —dijo, riéndose de nuevo. —Sé que hice la pregunta, pero me
parece que has conocido a muchos hombres lamentables. Los que conozco son
felices, incluso cuando luchan por encontrar comida para sus mesas. Se cuidan
unos a otros, y también a sus familias y amigos. Si, esperan que sus mujeres les
proporcionen las comodidades que usted menciona, y generalmente las
aprecian cuando las reciben. Cualquier comodidad de cualquier tipo es rara en
sus vidas.
—La mayoría de los hombres que conozco son miembros de la nobleza o
sus secuaces —dijo ella. —Cuando pienso en ellos con sus familias, y no sólo
hablando entre ellos, quizás no sean tan malos.
—Debes tener sirvientas en Brackengill —dijo. —¿Tu hermano y sus
hombres los tratan mal a todos?
—No, porque en general esas cosas no se las permito. Por supuesto, si
Hugh pierde los estribos, no hay mucho que pueda hacer para proteger a su;
victima. Aun así, le gusta un hogar cómodo, y a lo largo de los años le he
convencido para que esté de acuerdo en que nuestros sirvientes se esforzaran
más para que se sienta cómodo si los trata con algún grado de cortesía. Se
enorgullece de lo que ha conseguido en Brackengill y sabe que la comodidad
con la que se ha rodeado contribuye en gran medida a la impresión que
Brackengill produce en los visitantes.
—¿Qué más ha logrado entonces? Vi que tiene un fuerte muro de piedra,
pero el alojamiento que me dio no era lo que yo llamaría espléndido.
Ella reprimió una risa, aún no lo suficientemente segura de su irónico
humor como para creer que quería que ella lo compartiera.
—Hugh ha pasado años haciendo de Brackengill un hogar del que puede
estar orgulloso —dijo. —No sé si alguna vez lo viste como era antes, pero
cuando lo heredó, el castillo no era más que una torre de cascara 24 rodeada de
una empalizada de madera. La heredó cuando tenía doce años, pero nuestro tío
sirvió como su tutor, y no fue hasta que Hugh cumplió dieciocho que el tío le
permitió tomar sus propias decisiones; sin embargo, una vez que pudo hacerlo,
se propuso convertir a Brackengill en lo que es hoy en día.
—No sin ayuda, apostaría.
—Si te refieres a mi ayuda, no puedes saber mucho de las niñas de nueve
años. Si yo ayudé entonces, fue sólo proporcionando cojines mal bordados para
los asientos de piedra de la ventana. He aprendido a ayudar más desde
entonces, por supuesto, ya que he organizado las cocinas y he hecho mucho de
los trabajos de costura. El Tapiz de las Arras 25 en el pasillo vino de Bélgica, por
supuesto, pero...
—No lo he visto —dijo secamente. —¿Es particularmente bueno?
—Oh, sí, magnífico —dijo ella. —Sin embargo, no creas que puedes atacar a
Brackengill para robarlo. Dudo que se vea tan bien en las paredes de la cabaña
de un saqueador.
Volvió a reírse, pero no negó que él había estado contemplando tal cosa.
Abrazando para sí misma lo que parecía una pequeña victoria, deseaba poder
pensar que lo había solucionado en su mente, pero no podía. En un momento
habló con el amplio acento de la frontera Escocesa y al siguiente sonó como

24
NT. Pele tower or a peel tower: Torre de Palado o de Cáscara. Las Torres Peel son una serie de pequeñas casa-torre
fortificadas en la frontera entre Escocia e Inglaterra a finales de la edad media, destinadas como torres de vigilancia.
25
NT. Tapiz (Tela) de Arras (Arazzo). Tapiz realizado mediante telares, se combinan en él los artistas que dibujan y expertos
tejedores, se trata de pintura textil. En algunos casos funciona como pared colgant, conformada por uno o varios tapices.
Hugh. Decidió que él había pasado tiempo con hombres educados y que, en su
presencia, él trataba de imitar sus modales.
El viento racheado se asentó en una brisa fuerte, y por encima de su
murmullo, Janet pronto oyó el gorgoteo de un rio cercano. Momentos después
pudo ver la blanca espuma de sus rápidos mientras se movían sobre rocas y
piedras a su paso.
Ella dijo:
—Supongo que sabes exactamente dónde estamos.
—Tengo una idea justa —dijo. —Cada pedacito de agua que fluye hacia el
oeste por aquí desemboca en el Esk, así que una vez que encontremos un lugar
para cruzar este rio, deberíamos estar a sólo unas pocas millas del Dique.
Cruzaremos el Esk al este de Netherby, donde conozco un vado. Si tu hermano
te sigue, llegará a la línea bien al este de ese punto. Sin duda, tienes sueño —
agregó. —¿Por qué no descansas un rato?
—¿Te has cansado de mi conversación tan rápido?
—No lo he hecho, pero hay muchas aldeas por aquí, y ahora que el viento
ha bajado a un susurro, creo que deberíamos guardar silencio, no sea que
alguien nos escuche y salga a ver quiénes somos.
La advertencia fue suficiente para silenciarla. Todavía estaban en el
territorio de Graham, y aunque cualquier Grahams que encontrara al sur de la
línea sería amistoso con ella, probablemente le dirían a Hugh que la habían
visto. Sin embargo, no tenía la intención de aceptar la invitación del saqueador a
tomar una siesta, por muy tentadora que fuera.
Mientras hablaban, era posible ignorar la cercanía entre ellos. Cabalgar en
silencio lo hacía más difícil. Su cuerpo tocaba el suyo en demasiados lugares, y el
movimiento del caballo constantemente los empujaba uno contra el otro.
Además, por necesidad sus brazos estaban alrededor de ella, y el izquierdo
seguía rozándole el pecho mientras manipulaba las riendas. No llevaba un
látigo, así que su mano derecha, detrás de ella, estaba generalmente
desocupada, y ella asumió que él la apoyaba sobre su muslo mientras
cabalgaba. Cuando guío al poni hasta el borde del rio y lo introdujo en el agua
unos instantes después, la estabilizó con esa mano como si temiera que se fuera
a caer.
Al otro lado, la sostuvo mientras el poni subía a toda velocidad por la
escarpada orilla, y cuando llegaron al explanado, ella casi sintió lástima cuando
él le quitó la mano.
Una vez más, el silencio le hizo tomar conciencia de su cercanía de forma
poco natural. Sabía que debía estar indignada de que se la llevara de la única
casa y familia que había conocido, pero estaba agradecida de no tener que
enfrentarse a Hugh y no podía pensar en otra cosa más que en el saqueador.
Podía oírlo respirar, podía sentir el más mínimo movimiento de su brazo
izquierdo, y cada uno de esos movimientos agitaba otras sensaciones, más
profundas, que la hacían sentir inquieta.
El sólo hecho de pensar en tal inquietud evocaba una visión inminente de
Hugh, y el pequeño escalofrío que le siguió expulsó momentáneamente los
malos pensamientos. Entonces el saqueador se movió sobre la silla de montar.
Su mano derecha la estabilizó de nuevo, y el sentir esa mano en su brazo le dio
nuevas sensaciones de hormigueo de un nervio a otro, directamente al centro
de su cuerpo. Los sentimientos la desanimaron y despertaron pensamientos que
ella sabía que debía rezar a Dios para que le diera la fuerza para resistir.
—Apóyate en mí, muchacha —murmuró. —No te voy a morder.
Su voz era seductoramente aguda. Parecía vibrar a través de ella, y tenía
demasiado sueño como para oponer más resistencia. Su cuerpo se sentía como
cera caliente en sus brazos, como si se estuviera moldeando contra el suyo. Ella
obedeció su orden sin pensar en protestar.
Él supo el instante en que ella se durmió, porque su peso se acomodó
contra él. No era pesada, y su cuerpo parecía encajar justo al de él como si
hubiese sido creado para tal propósito. Se preguntaba qué le había poseído para
huir con ella como lo había hecho. Seguramente, había sido la cosa más
imprudente que había hecho en una vida llena de actos imprudentes. Nunca
escucharía el final de esto. Buccleuch se ocuparía de eso si nadie más lo hacía. El
sólo hecho de pensar en la inevitable ira de su primo despertó una sensación de
hormigueo a lo largo de su columna. Seguramente hasta los pelos de la nuca
estaban erguidos.
Ella se movió; acurrucándose, buscando comodidad, y cuando él
automáticamente movió su mano derecha y su brazo para sostenerla, encontró
que las puntas de sus dedos descansaban sobre la curva de su cadera. Una
oleada de su aroma tocó su nariz, y la imagen feroz de su primo desapareció en
un santiamén, mientras los instintos y reflejos corporales desterraron cualquier
pensamiento menos el de Janet Graham. El olor de ella, y el calor que emanaba
de su esbelto y curvilíneo cuerpo bajo las gruesas capas, revivieron otras partes
de él. La tentación de dar rienda suelta a sus fantasías era casi irresistible.
Un ronroneo llegó a sus oídos, y por un momento pensó que el sonido
provenía de la muchacha. Cuando continuó constante y rítmicamente, se dio
cuenta de que provenía del pequeño gato que aún tenía en el refugio de sus
brazos bajo sus dos mantos.
El sonido le recordó su locura. Ya era bastante malo que se hubiera llevado
a la muchacha, pero también se había llevado al maldito gato. Si alguien
requiriera pruebas de que la Señora Janet Graham lo había desquiciado, el gato
se la proporcionaría. Decidió que cuando llegara el momento de describir su
fuga, omitiría al gato. La leyenda de Rabbie Redcloak comprendía una serie
escapadas audaces, hazañas atrevidas y logros admirables; algunos de los cuales
eran incluso ciertos, pero no creía que la leyenda se beneficiaría al añadir su
secuestro de Jemmy Bigotes.
La muchacha no se movió hasta que comenzó a descender por la orilla de
Esk en el cruce poco utilizado cerca de Netherby. Para entonces su cabeza yacía
contra su hombro, y su brazo derecho sostenía su cuerpo. Somnolienta, inclinó
la cabeza hacia atrás para mirarlo.
—¿Dónde estamos? — murmuró.
—Cerca del Dique, a punto de cruzar el Esk. Iremos a la casa de Jess
Armstrong. Es un hombre quebrantado, pero mantiene la boca cerrada y te
garantizo que nos alojará por hoy sin hacer ningún escándalo.
—¿Por el día?
—Sí, es más seguro acechar un poco, creo, ya que tendremos que ir hacia el
este y es probable que tu hermano nos busque pronto. Quiero escuchar las
noticias antes de arriesgar tu bonito cuello cabalgando más lejos.
—¿Adónde iremos?
—A mi casa, creo, hasta que pueda decidir qué hacer contigo. Hay Grahams
a este lado de la línea, por supuesto.
—Sí, pero no son amigos míos —dijo.
Chasqueó su lengua.
—Ahora, la lucha dentro de las familias es algo con lo que no estoy de
acuerdo —dijo él virtuosamente.
Dulcemente dijo:
—Háblame otra vez de tu primo.
Se rió.
—Dios te bendiga, muchacha, no nos asustamos. Bueno, no como quieres
decir, en todo caso. Se enojará conmigo. No puedo negar eso, pero es sólo
porque le he dado la espalda a tu hermano. Es que él es un representante del
alcaide, lo que pondrá a Wat en aprietos. Wat tiene escrúpulos. Rara vez los
muestra, pero los tiene. Ahora, agárrate fuerte. Este es probablemente el peor
vado en 20 millas, y el agua fluye alto y se mueve rápido ahora que el deshielo
ha comenzado.
Miró con recelo el río que se movía rápidamente.
—¿Es seguro?
—Oh, sí, mi muchacho lo logrará. Sin embargo, cuida el gato, porque puede
que todos nos mojemos un poco y que el agua esté fría.
Eso resultó ser una subestimación, pero Jemmy se mantuvo seco; y no
mucho después de llegar a la orilla opuesta, llegaron a una cabaña y el
saqueador se detuvo.
Sin desmontar, gritó:
—¡Jess!
La puerta se abrió tan rápido que Janet estaba segura de que el granjero no
había estado durmiendo. De hecho, parecía que casi había estado esperando su
llegada. Se apresuró a salir y dijo:
—No te bajes del poni, Rab. No te quedarás.
—Por favor, Jess —dijo el saqueador con calma, —la muchacha está
cansada, y yo también. Puede que no hayas oído las noticias, pero he estado
encarcelado estos tres...
—Oye, ¿No lo sé? Quieto, Rab, no te quedarás aquí. Él mismo dijo que
cabalgaras para el Hermitage26 tan rápido como las patas de tu poni te lleven.
Se encontrará contigo allí.
—Maldición —dijo el saqueador. —Muchacha, nos ponemos en ello de
inmediato.

26
NT. Hermitage. Famoso Castillo en la frontera Escocesa de estilo normando, erigido alrededor de 1240. Su ubicación es clave
para el control de Liddesdale. Famoso tambien porque en él María Estuardo, Reina de Escocia, visitó al entonces su amante
James Hepburn, IV Conde de Bothwell, después de que éste resultara herido en una disputa.
Capítulo 7
“Con las palabras más hermosas y la razón más fuerte,
Se esforzó cortésmente en vano”.

—Lo siento mucho por esto —dijo el saqueador.


—Pero ¿cuál es la prisa? —preguntó Janet. —Seguro que podemos entrar y
descansar un poco.
—Créeme, me quedaría aquí si pudiera —contestó, —pero no me atrevo.
—¡Pero no puedes llevarme al Hermitage! Es la fortaleza más fuerte del
lado Escocés de la línea. Es más, es una prisión.
—Sí, sé muy bien que es así —dijo. —Aun así, debo ir allí, muchacha. Hasta
el Rabbie Redcloak debe obedecer sus órdenes.
—Pero el Señor del Hermitage es Buccleuch, ¡y es un hombre terrible! Hugh
dice que como guardián de dos Marchas y guardián de Liddesdale, el ejerce su
poder como una espada ardiente. Hugh dice que es imprudente que James
ponga tanto poder en manos de un sólo hombre. Dice que Buccleuch es casi tan
poderoso como el mismísimo Rey.
—Sí, es verdad —dijo el saqueador con un suspiro. —Puedes ver mi dilema,
muchacha. Podría dejarte aquí, supongo, aunque Jess se resista a la idea y no
encuentres en su hospitalidad todo lo que puedas desear.
En cuanto al fornido y desaliñado Jess, Janet apenas pudo reprimir un
escalofrío.
—No puedes dejarme aquí —dijo ella con firmeza. Al menos, esperaba que
sonara firme y que ningún rastro del escalofrío hubiese tocado su voz. —Desde
que tomaste la decisión de secuestrarme, Redcloak, ¡estás pegado a mí! Sólo
espero que Buccleuch te crea cuando le digas que esta locura fue idea tuya y
que no me llevaste como a una novia común que de alguna manera te sedujo.
Dios Santo —añadió cuando se le ocurrió otra idea. —¡Podrías incluso decidir
retenerme para pedir un rescate!
—Muchacha, has mantenido tu cordura hasta ahora; no la pierdas ahora —
dijo el saqueador. —Te prometo que no tienes por qué temer a Buccleuch.
Reservará su ira para mí. Si tengo suerte, se alegrará de ver que estoy libre. Jess
—añadió, —no sabía nada de lo que pasaba cuando me dijo que debía ir al
Hermitage.
Jess puso los ojos en blanco.
—Hob el Ratón vino aquí —dijo. —Me dijo que El Mismísimo estaba
dispuesto a levantar Las Fronteras, si no escuchó nada hasta el miércoles antes
de tu regreso a salvo de donde te tenían retenido los bastardos.
—Ahí, ¿ves, muchacha? Sólo han estado un poco preocupado por mí.
—Dijo —añadió Jess, —que daría diez libras al hombre que le dijera dónde
podía encontrarte, para así ponerte las orejas hacia atrás él mismo.
—Ah, ya veo —dijo el saqueador. —No perderemos el tiempo entonces, y
me encargaré de que recibas las diez libras, Jess.
—Te lo agradezco, Rabbie. Ahora cuídate bien. Tengo una espada y una
pistola para ti, así que no perderás la cabeza ante algún ladrón malvado.
El saqueador le sonrió.
—Te agradezco las armas, Jess. Me he sentido desnudo sin las mías.
¿También tienes un poco de comida de sobra para nosotros?
—Sí, mi hermana está dentro poniendo un poco para ti, y tengo un poni
que puedes tomar para la chica, si quieres. Espera un poco, y yo iré a buscarlo
todo —se dio la vuelta, y luego se volvió con el ceño fruncido para pedir perdón
a Janet: —Debo pedir perdón, señora, porque no poseo un sillín lateral 27.
—No necesito una —le dijo ella con una sonrisa. —Una simple silla de
montar me servirá de mucho si tienes una que pueda usar.
—Me alegro de que puedas montar a caballo, muchacha —dijo el
saqueador cuando Jess fue a buscar el caballo y ensillarlo. —Muchas damas no
lo hacen, pero nunca pensé en preguntar. Si hubieses necesitado un sillín
lateral, habríamos tenido que viajar mucho más despacio, y tal como está, nos
llevará la mayor parte del día para llegar al Hermitage. Nunca he entendido
cómo las mujeres pueden estar cómodas cabalgando de lado, en cualquier
camino.
—Las mujeres tienen mejor equilibrio que los hombres, eso es todo —
respondió dulcemente.

27
NT. Side saddle. Sillin o Montura Lateral. Tipo de silla de montar especial que permite cabalgar, de lado, destinada
principalmente para permitir que mujeres cabalguen usando faldas. Caracteristico de la Edad Media
Hugh se habría mofado, incluso podría haberle dicho que se callara, pero,
para su sorpresa, el saqueador sonrió y dijo:
—Nunca pensé en esa posibilidad. En realidad, sin embargo, cualquier silla
de montar de Jess está obligada a estar desgastada, y no tan cómoda como a lo
que estarás acostumbrada. Podrías usar tu segundo manto para amortiguarlo, y
estaré encantado de ponerte arriba. No tienes que preocuparte de que Jess vea
más de lo que debería. Tus faldas son lo suficientemente amplias para mantener
tu decencia.
—Estoy acostumbrada a montar a caballo —dijo. —Lo he hecho desde la
infancia y a veces incluso llevo los pantalones de mi hermano bajo la falda para
mayor comodidad. No tenía ni madre ni padre que me dijeran que no debía y
Hugh estaba ausente a menudo.
—Creo que empiezo a ver cómo llegaste a ser como eres —dijo pensativo,
—pero no discutiremos lo que pienso de una educación así. En este momento
sólo estoy agradecido de que mi muchacho cansado ya no tenga que cargarnos
a los dos.
No sabía si alegrarse o lamentarse por ello. Ella había disfrutado más bien
de sentir sus brazos a su alrededor, y ahora que podía ver sus rasgos claramente
en la temprana luz gris del amanecer, vio que él era más guapo de lo que
cualquier saqueador tenía derecho a ser.
No llevaba casco, y su pelo lanudo y barba eran más oscuros de lo que ella
se había imaginado. Sus ojos eran de color marrón claro o avellana. Necesitaría
más luz para discernir su color exacto. Cuando caminaba, lo hacía con gracia ágil
y poderosa, y en el silla se sentaba erguido y se movía con su caballo como si
hubiera nacido montando; sin embargo, se cuidó de no mirar fijamente, sin
tener el deseo de traicionar pensamientos que eran totalmente inapropiados
para sus diferentes posiciones en la vida.
Cuando Jess regresó con una yegua gris y regordeta, Janet no hizo ninguna
objeción cuando el saqueador la levantó hasta su silla de montar. No necesitaba
ayuda para arreglar sus faldas o su capa, pero no despreciaba su ayuda cuando
él sostenía las riendas mientras ella lo hacía y se ofrecía a doblar la capa de
Hugh para proporcionar un cojín a Jemmy Bigotes.
La pequeña yegua no parecía preocuparse mucho por sus faldas, pero el
proceso puso a prueba sus modales y la paciencia del gato. Recordando lo que
el muchacho del establo Brackengill había dicho sobre los ponis escoceses
medio rotos28, se preguntó si la yegua habría sido criada en Inglaterra. El
comercio de caballos a través de la línea era ilegal, pero eso no detuvo la
práctica. Tampoco impidió que los saqueadores hicieran su propio tipo de
trueque.
El sol estaba saliendo a través de una neblina ligera mientras cabalgaban
sobre la primera colina y más allá de la vista de la cabaña. El día prometía ser
más cálido que el anterior.
—¿Cómo vas a devolverle la yegua a Jess? —preguntó Janet, rompiendo el
silencio.
El saqueado se encogió de hombros.
—Uno de mis muchachos se encargará de que ella vuelva con él —dijo. Un
momento después, mientras bajaba por el otro lado de la colina, añadió: —Nos
dirigiremos hacia el norte por un rato. El Liddel fluye tanto desde el norte como
desde el este, ya sabes, y no nos convendría encontrarnos con tu hermano y sus
hombres antes de llegar al Hermitage.
Asintió, aunque en realidad no sabía por dónde fluía el Liddel. Nunca antes
había estado en el lado Escocés de la línea, y estaba un poco sorprendida de que
se pareciera tanto a Cumberland. Por alguna razón había esperado que fuera
diferente, pero las colinas tenían el mismo mosaico de nieve que se derretía y,
en muchos lugares, la misma hierba marrón y rígida se asomaba. En las
depresiones orientadas al sur, empezaban a aparecer trozos de hierba verde, al
igual que en depresiones similares en Inglaterra. La mayoría parecía haber
sobrevivido a la helada de la noche anterior, pero aún era demasiado pronto
para contarlos como presagios de la primavera a ambos lados de la línea.
La niebla pronto desapareció, dejando un cielo azul brillante, y el aire,
aunque fresco, mantuvo el calor que había estado faltando durante meses.
Janet sabía, sin embargo, que las temperaturas más altas podrían desaparecer
de la noche a la mañana y que más nieve podría cubrir las colinas antes de que
la primavera extendiera el verdadero calor a través de las Fronteras.
Pronto llegaron a las orillas de un río tan ancho como el Esk.
—Este no puede ser el Esk —dijo ella. —Lo cruzamos otra vez justo antes de
llegar a la cabaña de Jess. Debemos estar bien al este de él ahora.
—Sí, así es —dijo. —Cruzamos el Esk cerca de Langholm, donde las carreras
de caballos serán el próximo mes. Jess vive en Ewesdale, y ésta es Tarras Water.

28
NT. Ponos de media rotos: Ponis de media altura
Tarrasdale es el país de los Scott, así que estamos a salvo por un tiempo.
Seguiremos las aguas de Tarras hasta la cima de Pike Fell. Por al otro lado, nos
encontraremos con el Hermitage Water y lo seguiremos hasta el castillo. De
esta manera, evitaremos encontrarnos con tu hermano si decide visitar a
Buccleuch y presentar una solicitud para un trote caliente. El seguiría el Liddel
hasta Hermitage Water y seguiría hacia el norte hasta el castillo.
Cabalgaron en silencio por media hora después de eso antes de que Janet
notara que el saqueador seguía mirándola. Su expresión era ilegible, pero por
una vez ella no pudo discernir nada divertido. Parecía que de alguna manera la
estaba midiendo.
—¿Qué? —ella ladeó la cabeza. —¿Por qué sigues mirándome como si mi
pelo se hubiera puesto verde o tuviera una mancha en la nariz?
—¿Es así como crees que te estoy mirando? Sólo trataba de juzgar si
parecías capaz de cabalgar todo el camino sin parar. Estuviste despierta la
mayor parte de la noche, muchacha, y creo que de la mañana ya pasó más de la
mitad.
—Estuviste despierto toda la noche —señaló ella.
—Sí, pero te garantizo que he descansado más que tú estos últimos días.
Ella no podía decir nada a eso. Había tenido mucho más tiempo para
descansar.
—No estoy cansada —dijo ella. —No debes temer por mi seguridad.
—Este es un país salvaje —dijo. —No tendremos ninguna pista que seguir,
sólo el agua, y la mayor parte del tiempo no podremos cabalgar junto a ella. Hay
demasiados arbustos, y en algunos lugares el terreno es poco fiable.
Pronto descubrió que su descripción del terreno era una subestimación. El
país era tan escarpado y pantanoso como cualquier otro que hubiera visto.
Cumberland, en comparación, era una tierra suave. Esperaba que la yegua gris
fuera de pisar firme.

***

Sir Hugh Graham no descubrió que su prisionero había escapado hasta una
hora después del amanecer, porque su hombre le permitió quedarse dormido.
Como había sido inusualmente tarde cuando se acostó, Hugh no había regañado
a su sirviente. El prisionero ciertamente no se quejaría si su ahorcamiento se
retrasaba.
Por consiguiente, Sir Hugh había desayunado y se había ocupado de otras
tareas matutinas antes de gritar a sus hombres para que preparasen al
saqueador para encontrarse con su Creador.
Diez minutos más tarde, Geordie entró corriendo a la sala, con la cara
blanca y los ojos muy abiertos.
—¡Señor, ha desaparecido!
Sir Hugh levantó la vista de los papeles que había estado leyendo en la
mesa del pasillo.
—¿Qué diablos quieres decir con “desapareció”?
Geordie extendió las manos impotente.
—No está allí, señor. Las puertas están cerradas, las dos, y yo tengo las
llaves.
—Entonces debe estar en la celda.
—Sí, debe estarlo, pero no está allí, os lo aseguro. Es un hechizo de bruja, lo
más parecido, o uno lanzado por el viejo Clarty —Geordie hizo una señal
apresurada de la cruz.
Con dificultad Sir Hugh controló su temperamento lo suficiente como para
decir:
—Registren el castillo, cada centímetro de él. Y si salió de la muralla,
averigua cómo lo hizo. Y, Geordie —añadió en un tono suave pero amenazador
mientras el hombre se giraba para retirarse.
Con visible renuencia, Geordie se dio la vuelta.
—¿Sí, Señor?
—Si se ha escapado, no malgastaré su horca. Quienquiera que sea el
responsable de esto será ahorcado, cada uno de ellos.
Sir Hugh se levantó para seguir a cuando Geordie salió a toda prisa del
salón, pero cuando se dirigió a la puerta, otro pensamiento le golpeó y gritó a
un lacayo. Cuando uno vino corriendo de la cocina, Hugh dijo:
—¿Se ha levantado ya la señora Janet?
—No lo sé, Señor.
—¡Entonces averígualo, maldito seas!
En unos minutos supo que su hermana no estaba en ninguna parte del
castillo y que nadie la había visto en toda la mañana. Al cabo de una hora se
enteró de que el prisionero tampoco estaba en ninguna parte.
—¿Debería tener a los muchachos listos para ir tras él? —preguntó
Geordie.
—¿Y hacia dónde crees que deberían ir? —preguntó secamente Hugh.
Geordie pensó por un momento y luego dijo:
—¿Norte, señor?
Con un suspiro, Hugh dijo:
—Envía las divisiones a los lugares habituales para preguntar si alguien
pudo verle. Si se enteran de la dirección que tomó, podemos organizar una
persecución. Dándoles dos horas. Si no se enteran de su dirección, iremos al
Hermitage y les pediremos a los malditos escoceses que lo encuentren y nos lo
devuelvan.
Él no le dijo al hombre que sospechaba que Janet tenía las manos metidas
en la fuga del saqueador. Si ella lo hubiera hecho, habría cometido traición a la
Marcha y habría quien exigiera su muerte. Enfadado como estaba, no quería
eso. Esperaría su tiempo, pero volvería a ponerles las manos encima a los dos, y
cuando lo hiciera, se aseguraría de que pagaran mucho por sus travesuras.

***

Janet había estado siguiendo al saqueador por afloramientos rocosos y


prados pantanosos durante más de una hora, cuando él dijo casualmente:
—Para una muchacha, cabalgas tan bien como cualquier otro que haya
visto.
El cumplido la tomó desprevenida. Sabía que era una amazona competente,
incluso hábil, pero Hugh era un hombre que prefería la crítica a los cumplidos, y
siempre podía encontrar algo que criticar.
Con calor en sus mejillas le dio las gracias, contenta de que no la mirara
directamente, porque estaba segura de que él discerniría tanto su asombro
como su deleite. No le pareció sabio darle a un hombre como Redcloak la
satisfacción de saber cuán profundamente la habían tocado sus palabras.
No hablaron mucho después de eso, excepto cuando él reseñaba ciertos
signos una y otra vez de los pasajes de sus propios hombres. Le fascinaba que
pudiera saber quién se había cruzado en su camino y por cual dirección el jinete
había ido, sólo por algunos arañazos en la tierra.
—Dios te bendiga, muchacha, así es como nos comunicamos —dijo. —Si
hay una incursión, no siempre podemos esperar a que todos lleguen al lugar de
reunión. Así que dejo mi propia señal para los rezagados, señalando el camino.
A pesar de las señales que vieron, no se encontraron con nadie, y aunque
siguieron adelante sin detenerse más de lo necesario, la tarde había avanzado
considerablemente cuando Janet vio por primera vez el Castillo del Hermitage.
Por muy grande que fuera, pensó que podría haber sospechado su
identidad si el saqueador no hubiera dicho:
—Ahí está, muchacha, la fuerza de Liddesdale.
Espeluznante, sombrío y prohibitivo, incluso a la luz del sol, el castillo
rectangular se asomaba al norte de un matorral de árboles que se alineaban en
el Hermitage Water. Situado contra el páramo de Liddesdale, de color marrón
oscuro y blanco como la nieve, era uno de los castillos más grandes que había
visto, pero tenía poco en común con los palacios-fortaleza que estaban
surgiendo en el norte de Inglaterra. El Hermitage era austero y excepto por su
cercado, almenas sobresalientes y parrillas de hierro en las ventanas en el nivel
superior, no tenía ningún toque decorativo, aunque el alto arco volante que
unía dos torres de esquina en el extremo norte era llamativo. A su derecha, más
allá del bloque central, podía ver otra torre y la cima de otra más al norte.
Construido en piedra tallada, sillarejo, cuadrada y muy ajustada, su suave color
marrón se adaptaba al paisaje.
Había oído hablar mucho de la gran fortaleza escocesa, ya que era una sede
real y antigua. Durante muchos años había pertenecido a los famosos Condes
Stewart de Bothwell. Durante su administración, Mary Queen de Scots había
cabalgado cincuenta millas hasta el Hermitage para estar con su amante, el
cuarto Conde, y casi había muerto en su aventura. El quinto y último Conde de
Bothwell había tenido una fuerte presencia en las Fronteras, pero no era sólo su
nombre Stewart o su poder personal lo que lo había hecho así. Había sido su
administración del castillo real del Hermitage. Esa mayordomía, y su poder,
había pasado de él a Sir Walter Scott de Buccleuch, y ella había oído decir más
de una vez que Buccleuch era un adversario aún más temible de lo que Bothwell
jamás había sido.
Janet vio que Redcloak la estaba vigilando.
—Es un lugar de aspecto feroz —dijo, mojando de repente los labios secos.
—¿Tenemos que entrar de verdad?
—Sí, debemos —dijo, —pero estarás a salvo, muchacha. No es mi intención
pedir un rescate por ti, ni mi Laird lo permitiría. Pensaremos en una forma de
volver a verte a salvo aunque eso signifique consignarte a la tutela personal de
Scrope.
Ella arrugó su nariz.
—No me gusta Thomas Scrope o su esposa —dijo. —Sólo piensan en los
juegos de azar, en sí mismos y su casa es generalmente un desastre porque no
puede pagar sus deudas.
Se rió.
—Yo mismo he oído decir eso de él —dijo. —También que es un cobarde.
¿Qué sabes de Hermitage?
Se encogió de hombros.
—Que su actual amo es tan feroz como su predecesor.
—Sí, eso es cierto, pero Buccleuch tiene una imagen que mantener,
después de todo. Me referí a la historia del castillo, sin embargo. ¿Sabes algo de
eso?
—He oído historias —admitió. —Es una fortaleza importante.
—Si vas a llevarte bien con la gente de por aquí, sería mejor saber más que
eso. Después de todo, lleva aquí más de trescientos cincuenta años. Lo
construyó un tipo llamado Sir Nicholas de Soules. Dicen que era el mayordomo
del Rey.
—Más bien un lugar aislado para guardar al mayordomo, creo yo —dijo
secamente.
Se rió.
—Lo más probable es que se hubiera levantado un poco antes de construir
el Hermitage. Sin embargo, a los ingleses no les importaba mucho tener un
castillo tan fuerte en la frontera, así que lucharon por él, y pasó casi tanto
tiempo en las manos de tu gente como en las de los míos durante sus primeros
cien años. Entonces Sir William Douglas se apoderó de él. Un hombre
despiadado era Sir William. Cuando el Rey no lo nombró sheriff de Teviotdale,
rectificó el error encarcelando al nuevo sheriff en Hermitage y matándolo de
hambre. Después de eso, el Rey accedió a dejar que Sir William ocupara su
lugar.
—Si este discurso tiene la intención de crearme expectativas por mi visita,
déjeme decirle que no está a la altura de las circunstancias —dijo Janet
tersamente.
Volvió a reírse.
—No te atormentes a ti misma, muchacha. Todo estará bien, te lo prometo.
Ahora, ¿dónde estaba?
—Explicando más de la historia del Hermitage de lo que yo quería oír —
respondió Janet. —Por cierto, ¿cómo es que sabes tanto sobre eso?
Se encogió de hombros.
—Corresponde a quien responde a Buccleuch saber todo lo que pueda
sobre el hombre y sus posesiones. Hago lo que debo, muchacha, eso es todo.
—Bueno, no sé mucho de Buccleuch aparte de que es un hombre al que
muchos temen, así que cuéntame más sobre él.
—Bueno, es hijastro del quinto Conde de Bothwell.
—He oído hablar del Señor Bothwell —dijo sagazmente.
Él le sonrió.
—Todo el mundo ha oído hablar de Bothwell. Los Condes de Bothwell
fueron dueños del Hermitage durante más de cien años, pero el quinto Conde
perdió sus tierras hace dos años cuando se exilió, por lo que ha perdido el
Hermitage para siempre. Se casó con la madre de Buccleuch después de la
muerte del padre de Buccleuch, y ahora pertenece a los escoceses, a Buccleuch.
—¿Porque Bothwell está en el exilio?
—En parte, pero Buccleuch también está conectado con muchas otras
familias poderosas, incluyendo el Douglas de Angus.
—¿Buccleuch no tuvo nada que ver con los crímenes de su padrastro?
El saqueador se encogió de hombros, diciendo a la ligera:
—Espero que sepas que no es un tema de conversación para complacer a
Buccleuch. Basta decir que Jamie lo perdonó por los errores que cometió en su
juventud.
Estaban lo suficientemente cerca como para ver hombres en las almenas,
de hecho para ver los cañones de las armas atravesando varios de los agujeros
de las armas.
—¿Nos están apuntando con esas armas?
—Oh, sí, supongo que sí. La Corona ha gastado una fortuna en los últimos
cuarenta años, instalando artillería aquí. Hacen agujeros por todas partes, como
si esperaran que el lugar sea atacado con artillería.
—Pero seguramente podría serlo —contestó ella razonablemente.
Agitó la cabeza.
—Mira a tu alrededor, muchacha. ¿Qué posibilidades hay de que alguien
arrastre artillería pesada a Liddesdale? Traer esas armas que ven les llevó meses
y les costó varias vidas. Afortunadamente, cuando un imbécil descerebrado
sugirió construir un camino para hacerlo más fácil, un tipo más brillante señaló
que los ingleses harían más uso de ese camino de lo que lo haríamos nosotros.
—Ya veo que todavía hay hendiduras de flechas.
—Sí, y aunque el Hermitage es impermeable a las flechas, sus atacantes son
más propensos a llevar arcos y flechas que armas pesadas —mientras hablaba,
se quitó el manto y lo giró del revés, agitándolo sobre su cabeza. —Ahora me
reconocen —dijo cuándo un estandarte ondeó libremente desde las almenas.
Janet respiró hondo mientras se acercaban a la entrada. Las paredes se
elevaban por encima de ella, y era todo lo que podía hacer para mantener su
plácido comportamiento. El Hermitage era una fortaleza, no una residencia.
Aunque Buccleuch estuviera casado, no había mujeres aquí. De eso estaba
segura, pues las sirvientas tenían más sentido común que buscar trabajo en los
establecimientos exclusivamente masculinos. No sabía si ese pequeño hecho le
había ocurrido a Redcloak, o si él vería que podía plantear algún problema.
Él guio el camino, y para cuando llegaron a la puerta, dos hombres armados
y un par de muchachos habían salido a saludarlos.
—Está esperando arriba —dijo uno, echando una mirada curiosa a Janet.
Se preguntaba cómo iba a desmontar con gracia y sin perder a Jemmy
Bigotes, pero Redcloak ya lo había pensado.
—Aquí, señora —dijo, tirando sus riendas a uno de los muchachos y
moviéndose a su izquierda. —Dame al pequeñito primero, y luego te bajaré.
Agradecida por su ayuda, no discutió, sino que le entregó el pequeño y
cálido gato. Jemmy se estiró y bostezó, pero no hizo ninguna objeción cuando
Redcloak lo entregó a un asombrado hombre armado.
Sonriendo al tipo, Redcloak le dijo:
—Reténgalo hasta que la señora haya desmontado y pueda llevárselo de
vuelta. Y cuidado con lo que haces, hombre. Tiene garras afiladas.
—Sí —gruñó el hombre.
Redcloak regresó, y para entonces Janet había logrado deslizar su pierna
derecha sobre el codo de la montura. De nuevo estaba agradecida por los
buenos modales de la yegua, porque la pequeña bestia se quedaba quieta como
si tratara con damas y faldas todos los días. Redcloak la levantó como si no
pesara más que el gato.
Sus manos estaban firmes y calientes en la cintura de ella, y cuando la puso
en el suelo, la acercó lo suficiente para que sus pechos tocaran su pecho. Que lo
hiciera a propósito estaba claro por el malvado brillo de travesura en sus ojos.
Por primera vez desde que vio el castillo prohibido, se olvidó de Buccleuch.
Pero ella lo recordó rápidamente cuando entraron en la fortaleza y oyó el
pesado ruido del portal que se cerró tras ellos. Estaban en la torre suroeste, en
una recámara poco iluminada.
El saqueador le dijo al lacayo:
—¿Dices que está arriba?
—Sí, señor, en sus aposentos privados.
—Lo encontraremos, gracias, muchacho. Por aquí, señora —añadió,
tomando el codo de Janet e instándola a seguir hacia una escalera de caracol en
la esquina de la recámara. —Sigue subiendo hasta que te diga que pares —dijo.
El hecho de que los aposentos privados del señor estuvieran cerca de la
cima del castillo no la sorprendió. Sería donde podría disfrutar del lujo de las
ventanas sin preocuparse de que los invasores entraran por ellas. En el siguiente
nivel, vio a través de una puerta arqueada hacia un gran salón central que
llenaba la mayor parte del bloque central del castillo. Sin duda era el gran salón
y servía a los hombres armados y sirvientes para comer y dormir. El Laird
querría alojamiento privado cuando su familia lo visitara, o para cualquier
entretenimiento que pudiera elegir hacer.
La torre de la esquina suroeste era claramente la mejor de las cuatro. Por su
calidez, se dio cuenta de que las cocinas estaban en su nivel más bajo. El calor
de sus hornos aumentaría el de las chimeneas de los pisos superiores.
—Ahí —dijo Redcloak cuando llegaron al siguiente nivel.
Janet se giró y atravesó un arco de piedra para entrar en una sala bien
equipada, casi tan grande como la de abajo, con una chimenea de campana en
una esquina, alfombras, colgantes de Arras en las paredes, bancos acolchonados
en la larga mesa y varias sillas, una de las cuales tenía brazos. Iluminada por la
luz del sol del atardecer a través de una estrecha ventana arqueada frente a la
escalera, la sala parecía estar desocupada en ese momento.
—Ponte cómoda —dijo Redcloak como si fuera su propia casa. —Lo
encontraré.
Janet miró a su alrededor.
—¿Habrá quizás...? —se detuvo, deseando que el Hermitage tuviera una
anfitriona que entendiera su situación sin palabras.
Redcloak le sonrió.
—Hay un armario justo a través de ese pequeño arco de allá. Nadie lo usa
excepto el Laird y sus amigos elegidos.
Esperando no encontrar allí a Buccleuch, dejó a Jemmy Bigotes en la sala
del Señor, atravesó el arco indicado, encontró lo necesario y rápidamente se
ocupó de su necesidad. Volviendo a la sala, la encontró todavía vacía, excepto
por su gato. Al levantarlo, se sentó cautelosamente en uno de los bancos
acolchados, y mientras trataba de decidir si quería que Redcloak y Buccleuch se
unieran a ella o que la dejaran en paz, escuchó una voz masculina desconocida
en el foso de la escalera.
—¡Así que ahí estás! ¿Quién diablos es la muchacha que has traído contigo?
—Ahora, Wat... —reconoció la voz de Redcloak.
El otro contestó airado:
—Cuidado con la lengua si no quieres sentir la espada en la espalda,
maldito e insolente réprobo.
—Si crees que puedes, muchacho...
—Por las heridas de Cristo, ¿desobedecerías mi autoridad? ¡Pelele
escrófula! Mereces ser azotado. Por qué, al menos, debería...
—Cuida tu lengua —interrumpió con calma Redcloak. —La señora nos
espera en su sala, y te garantizo que puede oír todo lo que digamos.
—Esponja ingeniosa, cuando pienso lo que mereces por esto...
—Entonces no pienses en ello. Eres demasiado joven para una apoplejía.
Un hombre frunciendo el ceño, delgado y de cabello oscuro que parecía
tener más de treinta y tantos años caminaba enérgicamente a través del arco, y
la energía que crepitaba de él hizo que Janet se pusiera de pie
instantáneamente.
Redcloak dijo suavemente:
—Laird, te presento a la señora Janet Graham.
Todavía sosteniendo a su gato, Janet hizo una reverencia, sabiendo que se
enfrentaba al Laird de Buccleuch.
—¿Graham? ¡Graham! —balbuceó. —¡La sangre de Cristo, Quin, dime que
no es pariente de esa maldita y apresurada deformación de Brackengill!
—Sir Hugh Graham es mi hermano —dijo Janet con dignidad.
—No lo has dicho muy bien, muchacha —reprendió Redcloak. —Debes
aprender a decir que Sir Hugh Graham tiene el honor de ser tu hermano.
Buccleuch la miraba con consternación.
—¡Su hermano! ¿Qué locura es esta, Quin? ¡Has secuestrado a la hermana
de un alcaide de Marcha!
—Un representante del director de la Marcha —dijo Redcloak.
—¡Och, tonto! Y él pisándote los talones, sin duda.
Redcloak se encogió de hombros.
—No he visto señales de persecución, pero no puedo negar que esperaba
encontrarlo aquí con usted.
—¿Y qué le diré cuando venga aquí? ¿Has pensado en eso, zoquete
pestilente?
—Sí, lo he hecho, y he decidido que puedes fingir una gran indignación;
aunque sin duda te resultará difícil, y negar conocer a alguien con el nombre de
Rabbie Redcloak.
—Sí, claro —Buccleuch miró especulativamente a Janet y se dio cuenta de
que estaba considerando seriamente la sugerencia. —No creo —dijo
pensativamente, —que usted apoyaría esa declaración, ¿verdad, señora?
—No digo mentiras, señor —dijo simplemente.
Las cejas de Redcloak se elevaron.
—¿Nunca, muchacha?
Sintiendo que el calor inundaba sus mejillas, Janet dijo al Señor del
Hermitage:
—No haré nada con el propósito de traer el desastre a usted o a los suyos,
señor. No puedo decir que nunca he dicho una mentira, pero tampoco puedo
fingir que alguna vez le he mentido a mi hermano cuando me ha hecho una
pregunta directa. No creo que pudiera hacer eso.
—Le agradezco su honestidad, señora. Quin, por Dios, debería ordenar que
te ataran al viejo roble y te azotaran por esto.
Para sorpresa de Janet, el saqueador se abstuvo de hacer otra réplica ligera.
En el silencio que siguió a la severa amenaza, ella dijo:
—¿Por qué le llamas Quin, señor? ¿No se llama Rabbie, entonces?
—Tiene muchos nombres, señora —dijo Buccleuch, lanzando otra mirada
de disgusto hacia el saqueador.
—Incluyendo varios que llevas —dijo en voz baja el saqueador.
—Le agradeceré que recuerde, que yo también soy su Liege Lord 29.
—Sí, es verdad, lo eres —el saqueador hizo una reverencia y extendió su
mano derecha. —¿Deberé prometer esta mano otra vez? Siento haber dejado
que me llevaran, pero en ese momento pensé que era lo mejor que podía hacer.
Seguí pensando eso hasta que Sir Hugh Graham me informó que quería
colgarme sin el beneficio de un juicio.
—¡Al diablo con lo que hizo! —exclamó Buccleuch. —Me preguntaba por
qué ese estúpido Scrope no avisó de tu llegada a Carlisle.
—La razón es que Sir Hugh me arrojó a su calabozo en Brackengill. Al
principio, dijo que me dejaría podrirme allí hasta el miércoles, pero la muchacha
me informó anoche que el amanecer de esta mañana iba a ser el último.
—¡En verdad, pero es Sabbath! ¿Es eso cierto, señora?
—Para mi vergüenza, señor, lo es —dijo Janet. —Mi hermano estaba
enfadado con... con este hombre. No sé cómo llamarlo —añadió con
frustración.

29
NT. Liege Lord. Señor feudal, caudillo de una región.
—No se moleste con trivialidades —recomendó Buccleuch. —Llámelo
“truhán” “insolente” y “lacayo”, como lo hago yo.
—Cuida tus modales, Wat —dijo el saqueador. —Si ella le cree, la Señora
Janet pensará que ha arriesgado su vida sin un buen propósito. Ofenderás su
sensibilidad y la mía también.
—¡Arriesgó su vida! ¿Qué es esto? Asumí que la habías secuestrado para
picar.
Su expresión de asombro fue tan ridícula que Janet se mordió el labio
inferior para no sonreír y rápidamente bajó la mirada a la rica alfombra turca.
—Ella me liberó —dijo solemnemente el saqueador, —y si no me equivoco,
cometió traición a la Marcha. Sir Hugh Graham puede que no la desee muerta,
pero no le dará las gracias por sus actos. No podía dejar que se enfrentara a su
furia.
Las siguientes palabras de Buccleuch borraron la media sonrisa de los labios
de Janet.
—Por Dios —declaró, —no hay nada más que hacer entonces. Tendrás que
casarte con la muchacha.
Capítulo 8

“Con él ninguna suplica podría


Prevalecer...”

Janet miró a Buccleuch, preguntándose si estaba loco.


Su lengua se negaba a moverse, y su cuerpo parecía pertenecer a otra
persona, pues no se sentía como si estuviera conectado a ella. No quería hablar
tanto como quería gritar que esa idea era una locura. Su pulso trabajaba horas
extras, porque los sonidos de su esfuerzo rugían en sus oídos.
Los coloridos y ricos adornos de la sala parecían girar a su alrededor como si
estuviese en un extraño sueño y no pudiera despertarse porque no podía mover
una mano para pellizcarse.
La voz profunda del saqueador la trajo de vuelta al momento en que dijo
casualmente:
—No creo que tenga ganas de casarme todavía.
Buccleuch dijo:
—No me importa un bledo lo que piense, señor. Considera las
consecuencias si no te casas con ella.
—Piensa en las consecuencias si lo hago —dijo el saqueador, aún en ese
tono enloquecidamente suave. —La pena por casarse al otro lado de la línea es
la muerte, Wat, ¿o te olvidaste de ese pequeño detalle?
—No he olvidado nada, pero será mucho más fácil para mí organizar un
matrimonio que protegerte de las consecuencias de este loco secuestro. ¡Cristo,
Quin, pero me has metido en un buen lío! Debo pensar en esto. Váyanse de aquí
ahora, los dos, y déjenme a mí.
—¿Y a dónde? —preguntó el saqueador. —Si no me equivoco, me ha
convocado públicamente al Hermitage, y Jess Armstrong ha visto a la Señora
Graham en mi compañía. No tengo mucha fe en su discreción, así que creo que
estará más segura bajo su protección que conmigo.
—No puede quedarse aquí —contestó Buccleuch. —No hay otras mujeres
en los recintos, porque Margaret y los niños están en Branxholme. Si quieres
llevar a la Sra. Graham allí… ¿qué diablos quieres? —esta última pregunta,
aunque tuvo el efecto de hacer que la cabeza de Janet volviera a girar, fue
dirigida a un lacayo que había entrado en la sala apresuradamente y sin
ceremonia.
—Discúlpame, Laird —dijo el muchacho, —pero hay un caballero abajo que
pide hablar con usted. Se hace llamar Sir Hugh Graham.
Jadeando, Janet se balanceó, pero una mano firme agarró su codo, y el
saqueador dijo con calma:
—Tranquila, muchacha.
Buccleuch hizo un sonido tan parecido al gruñido de uno de los perros de su
hermano que Janet sostuvo a Jemmy más cerca y casi le echó un vistazo al salón
en busca de uno.
El silencio que siguió fue breve. Entonces el Señor del Hermitage dijo al
lacayo:
—Vuelve a bajar e invita a Sir Hugh a que se una a mí aquí. Que todos los
hombres que estén con él reciban cerveza y pan en el gran salón y que alguien
provea a sus caballos de agua y grano. No voy a invitarlo a tomar la cena
conmigo.
—Sí, Laird —el chico se giró para irse, pero se detuvo ante una orden
murmurada de su señor.
—Nadie de abajo mencionó a mis invitados, ¿verdad?
—No, Laird, ellos no lo saben.
—Excelente. Mira que mantengan sus lenguas cerradas detrás de sus
dientes hasta que Sir Hugh y sus hombres se hayan ido —cuando el lacayo se
fue, Buccleuch dijo: —Vosotros dos pueden subir a mis aposentos privados
hasta que me deshaga del hombre. No tiene por qué temer daño aquí, señora.
Él la trajo hasta aquí a salvo, y entre nosotros la veremos salir salva de este
embrollo.
—Gracias, señor. Rezo para que no le diga a mi hermano que me ha visto.
—No le temas a eso. Vete ahora, y rápido.
Para su sorpresa, el saqueador no dijo ni una palabra, sino que obedeció
inmediatamente, empujándola delante de él hacia el hueco de la escalera.
Mientras ella se apresuraba a pasar al siguiente nivel, seguía esperando oírle
hacer uno de sus comentarios descarados, pero él no lo hizo.
La recámara del Señor resultó ser tan confortable como el salón de abajo;
sin embargo, la chimenea tenía una repisa tallada y ocupaba el centro de la
larga pared. Las gruesas cortinas de la cama, en gran medida bordadas,
mostraban las mismas escenas de caza y batalla que decoraban la cubierta de la
cama, y la alfombra en el suelo era otra muy bonita. Otras alfombras cubrían
varios cofres y baúles. Claramente, Buccleuch era un hombre de grandes
riquezas y de gran poder.
—No es necesario que te alejes tanto —dijo el saqueador mientras
caminaba hacia el hueco de una ventana arqueada con bancos de piedra en sus
tres paredes.
—Quiero mirar hacia afuera, para ver dónde estamos dentro del castillo.
Perdí el sentido de la orientación en esa escalera circular.
—Bueno, no te muestres en esa ventana, muchacha. Nunca se sabe quién
podría estar mirando hacia aquí arriba. Mira hacia el sur, sobre Hermitage
Water y Liddesdale.
Ella dudó, y luego decidió que debía escucharlo. Si Hugh realmente
sospechaba que Buccleuch la protegía, podría dejar hombres fuera del castillo
con el único propósito de vigilar para ver si aparecía en una ventana.
Todavía cargando a su gato, decidió cambiar de rumbo y fue a parar junto a
la chimenea. Era lo suficientemente alta como para que, si estaba dispuesta a
hacerlo, pudiera entrar en ella sin hacer nada más que inclinar un poco la
cabeza. No es que ella albergara tal deseo. Críticamente, notó que la chimenea
no había sido barrida recientemente. De hecho, a ella le pareció que no se había
limpiado en algunas semanas. Nuevas hogueras habían sido puestas sobre las
cenizas de las antiguas. En Brackengill, ella no permitiría tal desorden.
El saqueador permaneció en silencio, y consciente como estaba de su
presencia, no pudo pensar en nada que decirle. Declarar que Buccleuch debe
estar loco por pensar que podría organizar un matrimonio entre ellos sería un
desperdicio de aliento y, dadas las circunstancias, anunciar que no tenía
intención de casarse con un saqueador parecía demasiado directo e ingrato.
Decidió que la gratitud era una emoción extraña, y también fugaz. Que no
hubiese tenido que enfrentarse a Hugh en el punto álgido de su furia con ella
era una bendición, pero el saqueador claramente no había pensado más allá de
ese momento. ¿Qué pretendía hacer con ella después de llevarla a Escocia? La
respuesta obvia no parecía ser aplicable. Aunque el Laird del Hermitage le había
acusado de secuestrarla, Buccleuch parecía sentirse más molesto que enojado, y
había prometido verla a salvo. Claramente no se le había ocurrido que el
saqueador podría haberla violado ya.
—¿Qué será de mí? —preguntó sin rodeos.
—No sufrirás por ayudarme, muchacha. Te prometo que me encargaré de
eso.
—No puedes pensar que me casaré contigo —protestó ella. —No sólo sería
una unión terriblemente inapropiada, sino que te colgarían por ello.
—Sí, tal vez.
—No puedo imaginarme cómo un hombre tan poderoso como Buccleuch
puede impedirlo. Una vez que Hugh pida su ayuda, está obligado a arrestarte y a
ver que te presentes para el juicio en el próximo Día de la Tregua. Y aunque
Hugh cree que un jurado podría disculparte por tus crímenes, secuestrarme es
un motivo claro para que te cuelguen aunque testifique que fui contigo
voluntariamente. Si me obligas a casarme contigo, ningún hombre podría hablar
por ti, y menos Buccleuch.
—Sí, estoy seguro de que tienes razón en eso, muchacha, si eso es lo que
sucediera.
—Entonces, ¿qué será de mí? —repitió.
—No lo sé, pero estarás a salvo porque yo lo he prometido y porque
Buccleuch lo ha prometido. Si ocurre lo peor y decide que debe enviarte de
vuelta a Brackengill, obligará a Sir Hugh a prometerte seguridad primero. Tal vez
insista en mantenerte bajo su protección hasta que pueda hacer que haga esa
promesa ante los testigos en el próximo Día de la Tregua. De hecho, puede ser
un plan excelente —añadió con un parpadeo. —Con tal evento pendiente,
Scrope podría acordar una fecha y lugar adecuados antes del cambio de siglo.
—No creo que el problema esté en Lord Scrope —dijo Janet amablemente.
—¿No es así?
—No, a pesar de todas sus faltas, es un hombre de honor.
—No es más honorable de lo que era su padre antes que él —dijo
simplemente el saqueador. —Scrope dijo a algunos de sus propios hombres que
elige responder a Buccleuch con retraso, y así lo hace. Se ha convertido en un
patrón y una práctica para él.
—Mi hermano dice que los retrasos son obra de Buccleuch. Hugh dice que
Buccleuch recurre a cualquier excusa para demorarse, que culpa al clima o a
alguna violación de modales imaginada, o que simplemente declara que no le
gusta el sitio sugerido. Dijo eso de Sark, después de todo, y Sark había sido un
lugar de reunión aceptable durante años.
—Sí, pero ahora está demasiado cerca de Carlisle para nuestro gusto. El
lugar debe estar más cerca del Hermitage, más céntrico, para que ninguno de
los guardianes, ingleses o escoceses tenga que viajar mucho más lejos que el
otro.
—Eso es sólo una excusa —dijo Janet con desdén.
—Es una buena razón —respondió. —Además, no creo que Buccleuch haya
culpado nunca al clima. Esa es la excusa favorita de Scrope. No le gusta la lluvia,
dice, porque no puede ver lo que todo el mundo está haciendo y alguien puede
hacer travesuras. No le gusta la nieve porque tiene demasiado frío sentado en la
mesa de agravios y sólo un tonto trataría de trasladar los procedimientos a un
lugar cerrado.
—Esas son excelentes razones para mí.
—Sí, bueno, los que se levantan para hacer travesuras no necesitan lluvia o
nieve para hacerlo. Y Scrope es el que usa lo que Buccleuch llama sutilezas
legales de “escarabajo-ingenioso” para evitar las reuniones.
—Siempre hay más quejas contra los escoceses que contra los ingleses —
dijo Janet. —¿Por qué Scrope se retrasaría?
—Porque sabe que la mitad de los agravios ingleses provienen de hombres
quienes, debería saberlo mejor, hombres que han robado a los escoceses sólo
para recuperar sus bienes. Los escoceses no se apresuran a presentar una queja,
porque saben que las posibilidades de recuperar sus bienes a tiempo son
escasas, por ejemplo, antes de que sus familias mueran de hambre. Por lo tanto,
es más probable que tomen el asunto en sus propias manos, para recuperar sus
propios bienes.
—Deberían dejar que la ley decida quién tiene la razón —dijo Janet.
—Sí, claro, pero creo que cuando la ley está en manos de hombres como
Scrope, que se deleitan en hacer un juego y apuestan por el resultado, no
puedes culparlos con demasiada dureza.
—No puedo culparte, es lo que quieres decir, ¿no?
—Sí, muchacha, eso es. No negaré que soy uno de ellos.
Otra vez enmudeció, y Janet se dio cuenta de que había evitado
cuidadosamente hablar de la amenaza de matrimonio. No es que fuera una
amenaza real, por supuesto. Buccleuch, aún con todo su poder, no podía
obligarla a casarse con un hombre que no quería. Sólo su hermano podía hacer
eso.
La idea de casarse con el saqueador despertó los recuerdos de la forma en
que él la había hecho sentir cuando la tocó, y ese recuerdo errante despertó
esos sentimientos de nuevo. Sin piedad los reprimió y se dijo a sí misma que no
importaba cómo la hacía sentir. Janet Graham no podía casarse con un ladrón
común, y eso era todo. Hasta Buccleuch lo vería. Tenía que ver eso.
Una persiana tembló, y se dio cuenta de que el viento de afuera había
aumentado de nuevo. Cuando llevó a sus oídos los sonidos de hombres
gritándose unos a otros, un rayo de miedo la atravesó. ¿Y si Hugh atacó el
Hermitage?
Seguramente, no podría ser tan tonto. Incluso ella sabía que el castillo era
inexpugnable. Había oído hablar de su fortaleza mucho antes de haberlo visto.
Ahora, visto sus gruesos muros y contado mentalmente a sus hombres armados,
y doblando ese número para dar cuenta de los que no había visto, se dijo a sí
misma que Hugh nunca sería tan tonto. No poseía armas lo suficientemente
grandes como para hacer mella en las defensas de Buccleuch, pero no se relajó
hasta que el lacayo que les había traído la noticia de la llegada de Hugh entró en
la habitación para decir:
—Él Mismísimo los quiere abajo.
Esperando encontrar a su hermano paseando por la alfombra roja y azul
turca en la sala del Señor, Janet entró con temor, pero el único hombre que les
esperaba era Buccleuch.
—Por ahora está a salvo, señora. Se ha ido. Le garantizo que volverá a
Inglaterra por la noche, aunque sin duda se refugiará al otro lado de la línea y
regresará por la mañana para renovar su búsqueda. Aparentemente, él cree que
un saqueador llamado Rabbie Redcloak ha secuestrado a su hermana y tiene la
intención de retenerla para pedir un rescate. Exigió mi cooperación en la
entrega de dicho Redcloak guindado por los talones, y como estoy obligado
como guardián a proporcionar tal cooperación, envié a diez de mis hombres con
él.
Detrás de Janet, el saqueador se rió y dijo:
—Le garantizo que casi se atragantaría al agradecer su ayuda.
—Es un hombre triste y desagradecido, ese Hugh Graham —dijo Buccleuch
con el humor brillando en sus ojos color avellana. —Dijo que mis hombres le
servirían mejor simplemente trayéndole el maldito saqueador. Insinuó que
sabían exactamente dónde ponerle las manos a este Redcloak. Incluso insinuó
que yo no decía la verdad cuando dije que no creía que tal hombre existiera en
todo Liddesdale.
—¡Seguramente no llegó a llamarte mentiroso! —Janet exclamó mientras
dejaba a Jemmy Bigotes para explorar.
—No, él sabe que no debe alterar mi temperamento aquí en mi propia
guarida —dijo Buccleuch con una sonrisa de lobo. —Dijo que estoy tristemente
mal informado, y sugirió que si el hombre no era residente de Liddesdale, igual
podría conocerlo, ya que soy nativo del Alto Teviotdale. Dije que, por lo que yo
sabía, ningún hombre así vivía en el Alto Teviotdale. Pensé que me guiaría por
cada valle, uno tras otro, pero se abstuvo de ese ejercicio inútil.
—Debe estar furioso —dijo Janet, reprimiendo un escalofrío. —¿Qué dijo él
de mí?
—No dijo nada que pudiera contar en su contra, señora, pero apuesto a que
tiene la idea de que usted ayudó a Quin a escapar. Aun así, es un hombre
orgulloso, ese Sir Hugh. No querrá que otros lo sepan, y creo que podemos usar
su orgullo en nuestro beneficio.
—¿Cómo es eso, Sir?
—Le prometí que le informaría de su situación y de la de Liddesdale y sus
alrededores. Le dije que mucha gente ayudará a buscarte.
—¿Te creyó?
—No importa si lo hizo —dijo Buccleuch. —Quiero decir, en breve inventaré
un rescate para ti.
—Oh, señor, si pudiera hacer eso, entonces podría volver con seguridad.
Dudo que Hugh se atreva a castigarme severamente, porque otros pronto se
enterarían de ello y lo harían responsable si me creyeran víctima de un
secuestro.
—Sí, muchacha, eso sería bueno, estoy de acuerdo; pero hay un pequeño
obstáculo.
—¿Un obstáculo?
—Sí. Según tu hermano, por más que todo esto suceda, tu reputación está
destruida irreparablemente. Dijo que ningún inglés decente ofrecería por ti,
sabiendo que habías pasado una noche entera y más como rehén de un
saqueador. Incluso si te hiciera una prueba y demostrara que sigues siendo
virgen...
Janet se quedó boquiabierta ante la imagen humillante que estas palabras
producían.
—Es triste, señora —dijo Buccleuch, asintiendo con la cabeza, —pero son
sus palabras, no las mías. Evidentemente no le importa un bledo cuánto pueda
ofenderte.
—No, él no lo haría —dijo Janet, —pero incluso por haber sugerido
someterme a tal humillación... Es… no debo pensar en ello.
—No lo serás —dijo el saqueador con tristeza. —Te prometí que te
veríamos a salvo, muchacha, y así lo haremos.
—Entonces debes aceptar casarte con ella de inmediato —dijo Buccleuch
con seriedad.
—Sí, bueno, en cuanto a eso —contestó el saqueador con una mueca.
—Por favor, señor, debo objetar —interrumpió Janet. —Legalmente, mi
hermano podría forzarme a un matrimonio que no quiero, pero seguramente
nadie más puede hacerlo. Al menos, nadie más puede hacerlo bajo la ley inglesa
—agregó, cuando el desagradable pensamiento le llamo la atención de que las
leyes de Escocia podrían ser diferentes. Su estómago se apretó dolorosamente
mientras esperaba la respuesta de Buccleuch.
Él sonrió, y para su sorpresa, la sonrisa fue encantadora y sincera.
—En Escocia —dijo, —una muchacha generalmente obedece a su familia
como lo haría en Inglaterra, pero ni siquiera su familia puede forzarla a casarse
en contra de su voluntad.
El dolor de estómago se alivió.
—Me alegro de ello —dijo ella.
Antes de que ella pudiera decir más, sin embargo, añadió:
—No eres responsable ante mí, muchacha, excepto en la medida en que
desees reclamar mi protección. En ese caso, espero que obedezcas mis órdenes
—volviéndose hacia el saqueador, dijo severamente: —Esto es cosa tuya, así
que te guste o no, aceptarás las consecuencias. Llevas un nombre antiguo y
honorable, y por la gracia de Dios y la mía, harás lo que tengas que hacer.
—¿Qué nombre? —mirando desconcertada de un hombre a otro, Janet
dijo: —¿A qué se refiere saqueador? No te habla como a un vasallo común, ni te
comportas como tal. De hecho, le hablas como si fueras su igual. ¿Cuál es su
apellido? ¿Quién es usted?
El saqueador dijo uniformemente:
—Más vale que el resto de nuestra conversación se lleve a cabo sin el
beneficio de tu presencia, muchacha. ¿Por qué no vas...?
—¿Quién eres tú? —Janet repitió, poniendo sus manos sobre sus caderas.
—Claramente, no eres un ladrón de ganado ordinario, o no hablarías como lo
haces con el Señor del Hermitage —cuando él no respondió, ella le dijo con
gravedad: —Dime. ¡Ahora!
Miró a Buccleuch, que le devolvió la mirada con firmeza, diciendo
solamente:
—¿Tienes miedo de que ella te desenmascare?
—No lo hago —dijo el saqueador. Volviéndose hacia Janet, añadió con una
sonrisa de pesar: — Lo que temo es encontrarme en el extremo receptor del
temperamento de la señora Graham.
—Ya se encuentra allí —dijo ella. —Si no pone fin a esta tontería, aprenderá
rápidamente la extensión de la misma. ¿Cuál es su apellido, señor?
Claramente tan cansado de los rodeos como estaba Janet, Buccleuch dijo:
—Su apellido es Scott, señora, como el mío. Es mi primo, y si mi hijo
pequeño no me sobrevive, Quin será mi heredero y si yo muero joven, él será el
guardián del muchacho.
—Por Dios, deberías traer a Margaret al Hermitage —dijo el saqueador. —
Su presencia aquí resolvería todo...
—Ella no está aquí, ni yo le ordenaré que venga aquí —soltó Buccleuch. —
Vas a casarte con la señora Graham, Quin, así que será mejor que pares de
“Moverte rápida y sigilosamente” y dile exactamente quién eres. Si bien
sabemos que eres mi primo, puede que no te recomiende lo suficiente como
esposo.
Janet no creía que fuera bueno declarar de nuevo que no se casaría con el
hombre sin importar quién fuera, sobre todo ahora que Buccleuch había
explicado que la legislación escocesa apoyaría su negativa. Miró al antiguo
saqueador, sin sentir simpatía por su visible incomodidad.
Por fin, de frente a ella, hizo una reverencia y dijo en voz baja:
—Quinton Scott de Broadhaugh a su servicio, señora.
—¿Broadhaugh? No conozco ese lugar —dijo. —¿Es una cabaña, una casa
solariega o una de las muchas Torres de Pelado 30 que me han dicho que
ensucian el lado Escocés de la línea?
Él sonrió, y su cuerpo traicionero respondió instantáneamente,
consternándola y haciéndola parecer como si sus palabras, cuando volvió a
hablar, se marcaran en su mente.
—Broadhaugh es mi hogar, señora. Es una casa de paz, y si tengo algo que
decir al respecto, seguirá siendo una casa de paz.
—Es... es una casa, entonces —dijo ella, fijándose en la única palabra que
parecía responder a su pregunta.
Buccleuch dijo:
—Broadhaugh se define más correctamente como una casa solariega
fortificada, señora. No está tan bien fortificada como el Hermitage o el Castillo
de Carlisle, por supuesto, pero está situada en lo alto de una colina, y sus
defensas son adecuadas para su ubicación.
Obligándose a mirar al Laird para recobrar el juicio, dijo:
—¿Dónde está Broadhaugh exactamente?
—En Teviotdale —dijo Quinton Scott. —No tanto el Alto Teviotdale.
Buccleuch no le mintió a tu hermano, pero podría haberle engañado un poco.
—No le mentí ni le engañé —dijo Buccleuch. —Que yo sepa, no hay ningún
Rabbie Redcloak en ninguna lista parroquial de Teviotdale.
Janet cometió el error entonces de mirar atrás a Quinton Scott, y su mirada
captó la de ella. La luz del fuego reflejada en sus ojos hizo que parecieran de oro
fundido, y ella se dio cuenta de que nunca antes había visto ojos de ese color.
—Es cierto que no hay Redcloak —murmuró en respuesta a Buccleuch, pero
su mirada seguía enlazada con la de Janet. Después de una larga pausa, añadió
suavemente: —¿Bueno, muchacha? No sé si estamos hechos el uno para el
otro, pero el Laird lo ordena, así que si estás de acuerdo, consideraría un honor
arreglar un matrimonio entre nosotros.
Cuanto más tiempo le miraba a los ojos, más se desmoronaba su
resistencia. Pero ahora sentía que si se permitía mirar hacia otro lado antes que

30
NT. Pele Towers. También llamadas Torres de Pelado (Torres de Cáscara, Torres lisas). Una torre pequeña fortificada para
residencia o uso durante un ataque. Comunes en la frontera entre Inglaterra y Escocia durante el siglo XVI.
él, eso sería de alguna manera una señal de debilidad. A sus oídos, su voz sonó
débil cuando dijo:
—Mi hermano... mi hermano nunca aceptará un matrimonio así, señor. En
cualquier caso, a pesar de su conexión con el Laird y su poder, las leyes de
nuestros dos países prohíben tal unión.
—Eso es perfectamente cierto, Wat —dijo Quinton Scott, sin apartar la
vista. —¿Cómo superamos esa ley?
—Es la naturaleza de los guardias moldear las leyes de nuestros países para
que se adapten a la ocasión —dijo Buccleuch encogiéndose de hombros. —
Pidamos la cena y discutamos el asunto. ¿Tiene el deseo de retirarse un poco
antes de que comamos, señora?
Quinton Scott volvió a sonreír y Janet se sintió relajada. Se volvieron hacia
el Laird del Hermitage, y ella dijo ligeramente:
—Me gustaría refrescarme, señor, si uno de ustedes puede darme un peine
o un cepillo.
—Puedo hacer eso —dijo, yendo a la escalera y gritando por alguien
llamado Will.
A pesar de su reticencia a dejar a los dos hombres solos para planear su
futuro; o su versión de su futuro, Janet necesitaba unos minutos para sí misma.
Recogiendo a Jemmy Bigotes justo cuando estaba sentado frente a la chimenea,
salió de la habitación.
—Tráenos cerveza, Will, cuando encuentres un cepillo para el pelo para la
señora Graham —dijo Buccleuch.
—¿Cómo diablos vas a conseguirlo, Wat? —preguntó Quin. —Hugh Graham
nunca aceptará un matrimonio entre su hermana y yo.
—No lo hará si sabe que eres el Rabbie Redcloak, pero no me dio ninguna
razón para pensar que alberga una sospecha tan poco amistosa.
—Mi identidad no es un secreto muy guardado en Liddesdale —señaló
Quin. —Muchos de este lado de la línea lo saben. Aunque no hablan
abiertamente, tenemos pocas razones para creer que nadie del otro lado lo
sabe.
—A veces es necesario mantener una ficción bonita, sin embargo, no me
sorprendería encontrar a Sir Hugh Graham tan dispuesto como cualquier otro
hombre a aceptar una si podemos mostrarle una que se ajuste mejor a su
propósito que la verdad.
—¿Por qué debería creer todo lo que le digamos?
—Primero, porque un matrimonio adecuado para la muchacha crea menos
escándalo para él. No querrá admitir que un saqueador común se llevó a su
hermana de abajo de sus narices; pero si tiene que hacerlo, le dará la facilidad
de añadir que un caballero escocés la rescató, mató al saqueador, y se enamoró
apasionadamente de ella. No mencionaremos al pequeño gato —añadió con
una sonrisa irónica.
—Gracias por esa pequeña misericordia, pero todavía no puedo pensar
mucho en la idea.
Ignorando la débil protesta, Buccleuch añadió:
—Sí Sir Hugh está de acuerdo con el matrimonio, él puede describir los
hechos que llevaron a este matrimonio de la manera que guste. Le habremos
dado una versión; si la rechaza, hay otras. Creo que preferirá a cualquiera de
ellas al dolor de decir la verdad, que es que su propia hermana ayudó a escapar
a su cautivo más importante, y luego agravó su crimen huyendo con él.
—¿Entonces, cuál es exactamente nuestra versión?
Indignado, Buccleuch dijo:
—¿No escuchaste, hombre? Sir Quinton Scott de Broadhaugh; ese eres tú,
no sea que se te haya olvidado rescató a la desafortunada hermana de Sir Hugh
Graham, esa es nuestra querida Janet que esta arriba de las escaleras, del
malvado saqueador. Al hacerlo, Sir Quinton ha expresado una fuerte voluntad
de casarse con ella.
—¿Qué evitará que Sir Hugh desprecie mi oferta? Puede simplemente
señalar que la ley prohíbe tal unión y exigir su regreso.
Buccleuch miró pensativo al techo de paneles por un momento antes de
decir:
—Le diré a Sir Hugh que sabemos muy bien que necesitas su permiso para
casarte con ella. Diré también que esperamos que sea lo suficientemente
generoso como para concederlo; sin embargo, también advertiré al pestilente
granujiento que nos iremos ante a Scrope o incluso ante la propia Elizabeth, si
es necesario. Eso le hará pensar que tanto Scrope como Elizabeth pueden
descubrir la verdad si no se cuida de prevenirla.
—Sí, puedo ver que él podría pensar de esa manera.
—Lo hará. He estudiado al hombre. Es el representante de Scrope, después
de todo, y aunque aún no he tenido que tratar con él en una mesa de tregua,
eso podría suceder algún día.
—Sí, pero lo he conocido —le recordó Quin. —Es un hombre duro, Wat.
Dudo que tenga mucha prisa por darle permiso a la muchacha para casarse con
alguien.
—Puede que quiera que ella sufra, pero ese hombre piensa primero en sí
mismo y en sus propios intereses —dijo Buccleuch con firmeza. —Luego
considera los intereses de Graham, y sólo después de eso tiene en cuenta los
intereses de Inglaterra o de cualquier otra entidad. Le diré que usted cree en la
virtud de su hermana, pero comprende que incluso un soplo de escándalo la
arruinaría en Inglaterra. Le diré, también, que simpatizamos con él, porque
como hombres sabemos que ese escándalo lo avergonzaría profundamente a él,
a su familia y a cada uno de sus pestilentes ingleses Grahams.
—Sí, eso podría abollar su armadura —estuvo de acuerdo Quin, —¿pero no
sabrá mucho de ti también, primo, lo suficiente como para sospechar de tus
motivos?
—Sí, claro, pero no es un secreto ahora que Jamie y Elizabeth han decidido
que la paz en las Fronteras sirve a sus intereses políticos mejor que la guerra. Es
mi esperanza procurar esa paz, o eso es lo que quiero decirle a Hugh Graham.
Le explicaré que si puede aceptar el matrimonio servirá; como tales uniones han
servido históricamente, para ayudar a asegurar la gran Unión que vendrá.
Quin sonrió.
—Es un pensamiento astuto, muchacho, hacerle creer que su decisión
podría traer paz a las Fronteras. No hará tal cosa, por supuesto, porque los
malditos ingleses no pueden mantenerse a sí mismos. Ellos ven a los Escoceses
como vasallos que deben ser sometidos, pero...
—Pero puede servir lo suficiente para asegurar la seguridad de la señora
Graham y la tuya, Quin, y por el momento eso será suficiente. En cuanto a tu
locura en conseguir que te atrapen, sin mencionar el secuestro de la muchacha,
aún tengo más que decirte.
—No lo dudo, pero no me gustaría oírlo.
—Lo oirás de todos modos —dijo su primo, su tono lo suficientemente
sombrío como para agitar las punzadas de desasosiego a lo largo de la columna
de Quin.
Se quedó quieto durante los siguientes momentos, suprimiendo su
resentimiento, mientras Buccleuch destrozaba su carácter y le informaba que su
comportamiento estaba a punto de sufrir un cambio radical.
—Esperemos que la señora Graham no se le meta en la cabeza rechazar
este matrimonio, porque si lo hace, usted responderá de sus actos. Te he
advertido, una y otra vez, que te estabas volviendo demasiado imprudente.
—Espera un minuto —dijo Quin, su temperamento finalmente en erupción.
—Eres tan culpable como yo de imprudencia, Wat. ¡Peor! Su reputación por
hacer incursiones excede todo lo que se le atribuye a Rabbie Redcloak.
—Sí, así es —estuvo de acuerdo Buccleuch, —pero tengo el poder de
protegerme. Hasta que asumas ese poder en mi lugar, primo, si alguna vez lo
haces, servirás a mi voluntad y a la de Jamie. Si nos enfadas a alguno de los dos,
sufrirás por ello —sostuvo la mirada de Quin durante un largo e incómodo
momento antes de añadir en voz baja: —¿Tienes algo más que decir sobre el
tema?
Quin tragó. No sólo su propio destino dependía de su respuesta, sino
también la de sus Bairns, porque sin el apoyo de Buccleuch, todos ellos sufrirían.
—No diré nada más —dijo. —Debo asumir la responsabilidad de lo que he
hecho, y ciertamente es mi culpa que Janet Graham dejara Brackengill en mi
compañía y que ahora esté aquí en el Hermitage. Si crees que la única forma de
protegerla es que me case con ella, lo haré. Eso ya lo he dicho. Pero también les
debo mucho a los Bairns, Wat, y sabes que no podía permitir que ninguno de
ellos sufriera sólo para salvarme a mí mismo.
—Cásate con la muchacha, Quin. Lo que venga después vendrá como Dios
quiera, y al final tú debes responder por tus acciones así como yo debo
responder por las mías.
— Sí, pero primero debe aceptar el matrimonio —le recordó Quin, —y no
he visto nada en esa muchacha que me haga pensar que se someterá sólo
porque nosotros le digamos que debe hacerlo. Sus garras están casi tan afiladas
como las de su gato.
Capítulo 9
“Adiós, mi dama, hasta pronto, guía inigualable,
Y él la tomó de la mano...”

En la escalera, Janet escuchaba a escondidas sin vergüenza. Le había


tomado sólo unos momentos ordenar su cabello en la recámara del Laird, y
había empezado a bajar las escaleras de piedra en espiral con Jemmy Bigotes en
sus brazos cuando se dio cuenta de que podía oír sus voces. De puntillas, se
dirigió a la curva justo antes del rellano, fuera de la entrada de la sala del Señor,
donde se detuvo a escuchar.
Escuchó mucho de la reprimenda de Buccleuch, y sabía que, antes, él no
había exagerado para su beneficio su disgusto con su pariente. Casi podía sentir
lástima por Quinton Scott. Buccleuch tenía un carácter duro y era hábil en el uso
de las palabras para expresarlo. Escuchó con respeto, contenta de que Quinton
Scott y no ella estuviera soportando lo peor. Claramente, Buccleuch se había
enfrentado a un dilema, ya que, entre otras cosas, le oyó decir a su primo que
había reflexionado sobre la sapiencia de revelar la verdadera identidad de
Rabbie Redcloak con el fin de asegurar su liberación.
—Y eso hubiera funcionado sólo si hubieras podido evitar que te ahorcaran
durante el tiempo suficiente para que yo le avisara a Scrope y él a Hugh Graham
—ella lo escucho gruñir. —En realidad, como creí que te alojarían en Carlisle
para esperar la próxima reunión de guardias, habrías muerto mucho antes.
Al oír eso, Janet hizo una mueca y sintió vergüenza de nuevo porque su
hermano se había burlado de la ley. No podía culpar a Buccleuch por creer en
los hechos que tenía. Se preguntaba si podía confiar en que Hugh cumpliría con
su parte del trato si accedía a dejarla casarse con Quinton Scott. Eso era, por
supuesto, si ella accedía a casarse con él, y eso no era tan cierto como lo había
dicho Buccleuch. La alternativa, sin embargo, no era tentadora, ya que si volvía
a casa, se enfrentaría tanto a la ira de Hugh como al ostracismo social. Aunque
dudaba de que la colgaran por ayudar a un delincuente, nadie la recibiría
después de saber que había pasado una noche en compañía de un hombre que
no era ni su padre ni su hermano. Sin duda el mismo estándar sería válido si
permaneciera soltera en el lado Escocés de la línea, asumiendo que Buccleuch le
permitiría quedarse si rechazara a su pariente.
Su resolución se debilitó aún más cuando escuchó a Quinton Scott
reivindicar la plena responsabilidad de su difícil situación, porque sabía que su
situación no era del todo culpa de él. Si no hubiera decidido en primer lugar
desafiar la autoridad de su hermano, no estaría en ningún aprieto. Por otro
lado, se recordó a sí misma, si ese hubiera sido el caso, Quinton Scott estaría
muerto.
Al escuchar a Buccleuch ordenarle de nuevo que se casara con ella, decidió
que era mejor que añadiera su propia voz a la conversación. Un estruendo de
pasos desde abajo urgió apresurarse, pues sólo podía ser uno de los hombres de
Buccleuch, y lo más probable es que fuera el lacayo, Will. No sabía si
quienquiera que fuese llegaría más lejos que la sala del Señor, pero no quería
que la pillaran escuchando a escondidas. Por consiguiente, se levantó la falda
con la mano libre y corrió por los pocos escalones que le quedaban hasta el
salón, cuidando de hacer un poco de ruido por su cuenta.
Por encima de los sonidos que hacía, podía oír a Quinton Scott diciendo:
—Te digo, Wat, que la muchacha no se inclinará ante tus órdenes como tú
crees.
—No lo haré, señor —dijo enérgicamente al entrar. —No soy tan sumisa, ni
lo seré ahora que sé que la ley escocesa me apoyará si me niego. No deseo
casarme con un hombre que me ha engañado tan groseramente, o con uno que
se dedica a actividades tan nefastas como Rabbie Redcloak.
Antes de que Quinton Scott pudiera responder, Buccleuch dijo:
—Sí, bueno, todavía tenemos trabajo por hacer, todos nosotros. Ah, bien,
Will —dijo con una nota más cordial, —has traído nuestra cerveza, muchacho.
¿Tomará algo de beber, Señora Graham, mientras preparan la mesa para
nuestra cena?
—No, gracias, señor —contestó Janet, aun observando a Quinton Scott.
Oblicuamente, vio a Buccleuch hacer señas al lacayo para que se alejara, y
cuando él se fue, se dio cuenta de que otros estaban entrando, trayendo los
medios para prepararse para la cena.
Buccleuch y Quinton Scott parecían considerar a los recién llegados a lo
sumo como muebles, no le prestaban atención, pero la mirada de Janet cambió
automáticamente para seguirlos en su trabajo. La naturaleza y el hábito la
incitaron a ver lo bien que se ocupaban de sus tareas.
Sin embargo, su distracción fue fugaz, porque Quinton Scott dijo
gentilmente:
—Le recuerdo, señora, que su hermano se dedica a esas mismas actividades
nefastas; peor aún, finge actuar para el gobierno Inglés cuando lo hace.
—Hugh tiene autoridad para actuar en nombre del gobierno —dijo Janet,
levantando la barbilla. —Él es, se lo recuerdo, señor, representante del alcaide
de la Marcha Oeste. Cuando actúa en esa capacidad, actúa con toda la
autoridad de su majestad la Reina de Inglaterra. Sin embargo, usted no posee
tal autoridad. Si el Rey James respalda sus acciones, no he oído hablar de ello, ni
tampoco mi hermano.
—Tu hermano es...
—Basta, Quin —soltó Buccleuch. —¡Deja de fruncir el ceño! Le has dado a
Hugh Graham el derecho de reclamar que secuestraste a su hermana. Eres tú
mismo quien entregó a nuestros enemigos más amargados los medios para
poner de rodillas a nuestro clan. Si quieres arreglar las cosas, no lo harás
ofendiendo a la señora Graham o a la plaga de su hermano.
—Pero si ella no quiere nada de mí...
—Entonces enfrentarás las consecuencias legales de tu fuga y su secuestro
—declaró Buccleuch. —No me importa si lo haces como Rabbie Redcloak o
como Sir Quinton Scott de Broad…
—¡Sir Quinton! —exclamó Janet, más indignada que nunca.
—Sí, lo es —dijo Buccleuch. —Jamie se encontró de buen humor hace unos
años, en la coronación de su Reina, y nos nombró caballeros a los dos.
—Deberías avergonzarte —le dijo Janet a Sir Quinton. —¡Un hombre de alta
posición estar jugando tales juegos, llevando a hombres al peligro! Una cosa es
hacerlo en tiempos de guerra, señor, pero hacerlo ahora. Juro que no sé lo que
te mereces.
—Tu hermano también es un caballero, señora, aunque sea Inglés. Pero si
tiene honor, protege a su propia gente, y eso es todo lo que yo hago. Apoyo a
los hombres que han sufrido privaciones a manos de los ingleses. Les ayudo a
recuperar lo que les pertenece por derecho, y apoyo los esfuerzos de los
hombres quebrantados; aquellos que no pueden reclamar el apoyo de sus
parientes, para presentar sus casos ante los guardias o para hacer lo que sea
necesario para evitar que sus esposas y sus hijos se mueran de hambre.
—Usted debe confiar en que la ley se encargará de esas cosas —dijo Janet
obstinadamente. —Usted no es mejor que Hugh, señor. Si hombres como usted
no apoyan la ley, si en verdad la desprecian, ¿cómo pueden esperar que los
hombres menores la obedezcan?
—Sí, esa es una excelente pregunta —dijo Buccleuch virtuosamente.
—Tal vez lo sea —estuvo de acuerdo Sir Quinton, —pero siendo las cosas
como son, la discusión filosófica no nos sirve de nada. Apenas podemos resolver
asuntos más abstractos cuando nuestras dos partes no pueden ponerse de
acuerdo sobre un lugar o una fecha para el Día de la Tregua.
Buccleuch dijo testificando:
—No necesitamos resolver los problemas del Día de la Tregua ahora. Es de
mayor importancia resolver el asunto de este matrimonio, Quin; y eso sigue
siendo tu preocupación. He dicho todo lo que quería decir.
Janet dijo:
—Señor, usted afirma que mi hermano puede obligar a Sir Quinton a
enfrentarse a consecuencias legales por secuestrarme. Hugh podría darse
cuenta de que Sir Quinton y Rabbie Redcloak son uno y el mismo; sin embargo,
le prometo que antes de permitirle exigir su cabeza, yo testificaría que Sir
Quinton me rescató no sólo de Redcloak sino también de la ira de Hugh.
Muchos también me creerían.
—Puede que sí, señora —dijo Buccleuch, —pero nadie aquí te pedirá algo
así. Por mucho que deplore la naturaleza entrometida de tu hermano y su
escandalosa intención de colgar a Quin sin un juicio adecuado, su ira actual está
justificada. Desafiaste su autoridad, y luego agravaste tus pecados ayudando a
escapar a su prisionero. Él o Scrope podrían ordenar que te ahorquen por
traición a la patria sólo por esa cuenta. Lo dudo, pero no me arriesgaré. Los dos
se casarán, o yo retiraré mi protección, y ésa es mi última palabra sobre el tema.
No necesitas decidir ahora. Te daré hasta que terminemos de comer para que
se decidan.
Los hombres que servían llegaron con su comida, y se sentaron en una
mesa cerca del fuego. Janet encontró la comida más agradable de lo que
esperaba. Jemmy Bigotes se acurrucó junto a su pie derecho, y la conversación
se mantuvo sobre asuntos genéricos. Buccleuch y Sir Quinton hablaron de
parientes y de asuntos familiares, haciéndola reír con frecuencia de los cuentos
que contaban sobre ciertos parientes. Sin embargo, sus pensamientos volvían a
la decisión que iba a tomar y, al final, incapaz de contener su curiosidad, dijo sin
rodeos:
—¿Qué vas a hacer conmigo?
Buccleuch la miró divirtiéndose.
—Eso va a depender de lo que usted decida hacer, señora.
—Me parece —dijo pensativamente— que aunque me niegue a casarme
con Sir Quinton, usted está obligado por el honor a protegerme, señor. Él es tu
pariente, y tú eres su jefe, ¿no?
—Sí, claro, es verdad, lo soy —él sonrió. —¿Vas a acatar mis decisiones?
—Creo no tener muchas opciones al respecto.
Sir Quinton se rió.
—Ella ha tomado tu medida, Wat.
—Sí, lo ha hecho. Se lo agradezco, señora, la enviaré a Branxholme; con mi
esposa Margaret, hasta que podamos devolverla a Brackengill o hasta que se
case.
Janet asintió.
—Estoy de acuerdo con eso, señor. Su esposa es una Douglas, ¿no?
—No, es mi madre la que es la Douglas —dijo Buccleuch, y añadió: —Ha
vivido recluida en su granja de Whitlaw desde que mi padrastro, Bothwell, huyó
del país. Mi esposa también se llama Margaret, pero es una Kerr —sonrió y
añadió: —Me sorprende que sepas algo de los orígenes de mi familia señora.
—Mi hermano habla de esos asuntos —explicó. —Tengo una buena
memoria, y las familias me interesan, pero es difícil mantener a todo el mundo
en orden cuando tanta gente lleva el mismo nombre.
—Sí, yo mismo lo he notado —dijo Buccleuch. —Mi Margaret es una buena
chica, y disfrutará de tu compañía mientras desentrañamos este enredo. Quin
te llevará con ella, pero primero los dos deben determinar qué curso quieren
tomar.
Ella volvió a asentir con la cabeza, y cuando él dirigió su siguiente
comentario a Sir Quinton, ella volvió a prestar atención a su cena.
Los dos hombres continuaron conversando desordenadamente. Le gustaba
escuchar, quería saber más sobre ellos.
La voz profunda de Sir Quinton parecía resonar en su mente cada vez que
hablaba, y ella recordaba cómo la había conmovido la primera vez que lo
escuchó en el calabozo. Era guapo y estaba bien conectado. Hay cosas peores
en un marido.
Su hermano estaría furioso con ella sin importar lo que hiciera. A pesar de
cualquier acuerdo al que Buccleuch pudiera llegar, pasaría mucho tiempo antes
de que Hugh la perdonara, si es que alguna vez lo hacía. Y si el acuerdo incluía
su regreso a Brackengill, él se encargaría de que ella sufriera por su desafío.
Nada de lo que le hicieran prometer le disuadiría; y el matrimonio con el
saqueador parecía ciertamente preferible a eso.
El matrimonio al otro lado de la línea conllevaría desventajas aunque Hugh
y Scrope; y quizás incluso la Reina Elizabeth, lo permitieran. Los Graham: los
ingleses, de todos modos, lo verían como una traición, y los Graham Escoceses
no estarían dispuestos a aceptarla como una de ellos. Era mucho más probable
que la abandonaran, como lo harían los ingleses. ¿Se preguntaba si los
escoceses en general la aceptarían si se casaba con Sir Quinton, o también la
rechazarían?
Débilmente consciente de las voces de los hombres, se dio cuenta de que,
aunque había considerado las posibles consecuencias, había pensado poco en el
matrimonio en sí. ¿Cómo sería Sir Quinton Scott como marido? El pensamiento
despertó instantáneamente esas sensaciones cada vez más familiares dentro de
ella.
Discretamente, tratando de hacer parecer que ella enfocaba su atención en
su plato, lo observó a través de sus pestañas mientras usaba su cuchillo para
atravesar un trozo de carne de res salada. Era un hombre guapo, sin duda. Sus
ojos la fascinaron. Ahora parecían avellanas, no realmente doradas, pero
cuando se volvía hacia la luz del fuego, las luces anaranjadas danzaban en ellas,
dándole una apariencia diabólica. No obstante, era un hombre guapo. Podía ver
un parecido familiar entre los dos, pero Buccleuch era más bajo y más ligero, y
portaba menos volumen en sus hombros.
La mirada de Sir Quinton pasó de Buccleuch a ella, casi como si hubiera
sentido su curiosidad. Rápidamente bajó la mirada.
—Señora, ¿quiere tomar un poco de vino? —preguntó en voz baja.
—Sí, señor, gracias —murmuró.
Puso una copa de peltre frente a ella y la llenó de una jarra sobre la mesa, y
luego se volvió hacia su primo.
Manteniendo la mirada fija en la mesa, Janet continuó considerando sus
opciones, pero su mente parecía resistirse a la decisión, resistirse incluso al
pensamiento ordenado. Ahora era demasiado consciente de la voz profunda y
musical de Sir Quinton.
Mientras Buccleuch arrastraba su silla y se ponía de pie, se dio cuenta de
que él le estaba hablando.
Mirando hacia arriba, ella dijo:
—Le ruego que me perdone, señor. No estaba atendiendo.
Su sonrisa caprichosa iluminó su rostro.
—Le dije, señora, que tal vez debería dejarlos a los dos para hablar sobre
que elección tomarán. Grita por las escaleras, Quin, cuando me necesites. Con
la muchacha bajo tu cuidado no llegaran a Branxholme al atardecer aunque
salgan en menos de una hora, pero enviaré a algunos de mis muchachos para
asegurarme de que los dos lleguen sanos y salvos.
Sir Quinton asintió con la cabeza y un momento después Janet estaba a
solas con él.
Se sentía más vulnerable de lo que se había sentido desde que dejó
Brackengill. No se le ocurrió ni una sola cosa que decirle.
El silencio se alargó mientras se servía más vino. La miró, aún con la jarra en
la mano.
—¿Un poco más, quizás?
—No, gracias, señor. Si sigo bebiendo, tendré dificultades para sentarme en
mi caballo sin caerme. ¿A qué distancia está Branxholme?
—A unas nueve millas, creo, si pudiéramos viajar en línea recta. Como no
podemos, está más cerca de los doce o más. Debes estar casi agotada,
muchacha.
—Estoy cansada —admitió. Entonces, sonriendo, dijo: —Por eso no discutí
cuando Buccleuch dijo que probablemente te retrasaría.
—Tal vez sería mejor que nos quedáramos aquí toda la noche.
—Creo que eso sería imprudente —dijo ella.
—Sí, tal vez —dijo. —No tengo la costumbre de considerar las
conveniencias, pero te garantizo que tu hermano nunca te aceptaría de vuelta si
pasaras una noche en el Hermitage sin una anfitriona adecuada.
—No, no lo haría.
—Si, por otro lado, decidieras aceptar mi oferta de matrimonio, no me
importaría un bledo que te quedaras aquí toda la noche con nosotros. Wat y yo
podríamos dormir aquí, y tú podrías tener la alcoba arriba. La puerta tiene una
barra y cerrojos, así que estarás a salvo.
—No quiero casarme contigo —dijo sin pensar.
—¿No? Reconozco que yo tampoco sé bien si me gustará el matrimonio. No
tengo nada contra de ti, muchacha, salvo esa afilada lengua tuya; pero si puedo
persuadirte de que le pongas límite, nosotros podríamos llevarnos bastante
bien juntos.
—Su Majestad nunca lo permitiría —dijo Janet.
Sir Quinton agitó su cabeza, pero más por consideración a su ingenuidad
que por estar de acuerdo con ella.
—No le das a Buccleuch el crédito que merece —dijo. —Recuerda que dijo
que tanto Jamie como Elizabeth anhelan la paz en las Fronteras. Es una ventaja
política para ellos arreglar las cosas, y hasta ahora sus demandas han tenido
poco resultado porque Buccleuch no ha visto ninguna razón para poner las
preferencias de Elizabeth y Jamie por encima de las suyas.
Janet levantó la barbilla.
—Haces que parezca que sólo tiene que decidir que debe haber paz, y que
la habrá. Seguramente, no es tan simple como eso.
—¿No es así? Aún no lo conoces. Aun así, recuerdo que usted dijo que Sir
Hugh está impresionado de que Buccleuch pueda actuar como guardián de dos
Marchas y también de Liddesdale. Considéralo antes de descartar sus
capacidades.
—¿Pero cómo le ayudaría nuestro matrimonio a lograr la paz, asumiendo
que realmente desea tal fin?
—Sí, bueno, ese es el problema, ¿no? —el señor Quinton se rió entre
dientes. —Hasta ahora, lo admito, no ha mostrado mucho interés en la paz.
Cree que su gente necesita un propósito en sus vidas tanto como necesitan
creer que los malditos ingleses no pueden robar su ganado y caballos con
impunidad; sin ofenderte, por supuesto, así que él se los permite. De hecho, a
menudo los dirige, aunque tiende a restringir su liderazgo sólo a las incursiones
más grandes. Cuando Buccleuch envía un llamado a las armas, puede levantar a
tres mil hombres en medio día, sin embargo él no guía las incursiones que lidera
Rabbie Redcloak.
—Dios Santo, ¿tantos?
Sir Quinton se encogió de hombros.
—Le garantizo que podría conseguir más si quisiera. Mi punto, sin embargo,
no es que él declarará la paz en las Fronteras como su parte en cualquier
negociación para nuestro matrimonio, sino que el deseo de paz de Elizabeth le
impedirá exigir mi cabeza si yo expreso mi deseo de casarme contigo.
—Todavía no me importa mucho la idea —dijo Janet. Evitando mirarlo
cuidadosamente, consciente de que cada vez que lo hacía se sentía más
intrigada por la idea de casarse con él.
—Te garantizo que puedes ver que a mí tampoco me gusta mucho —dijo.
—Creo que reaccioné con Buccleuch por ordenarlo. Tendré que casarme algún
día, supongo. De hecho, mi madre dice que debería haberme casado hace
mucho tiempo. Estoy en mis veintiséis años, y dice que antes de que alguien me
mate sería prudente conseguirme un heredero. Antes me he reído de ello, pero
tu hermano me llevó cara a cara con el más allá. Ahora puedo entender por qué
ella se preocupa.
—¿Cómo es ella, tu madre?
Se encogió de hombros.
—Como cualquier madre, espero.
—Bueno, nunca supe de la mía —dijo Janet, —así que no sé cómo es la
mayoría de las madres.
—¿Realmente has vivido todos estos años sólo con ese hermano tuyo para
cuidarte? —Parecía bastante sorprendido por la idea.
Janet sonrió.
—No era tan malo como parece, señor.
—Bueno, no desearía a mi peor enemigo en la casa de Sir Hugh Graham. De
hecho, empiezo a pensar que deberías casarte conmigo, muchacha. Es una pena
que no podamos hacer que el capellán de Buccleuch haga esto aquí en el
Hermitage esta noche, en la capilla.
—¿Tiene su propia capilla, incluso aquí? Hugh ha construido mucho en
Brackengill en los últimos años, pero aun así debemos ir a la iglesia del pueblo.
—El Hermitage tiene su propia capilla y un cementerio, también. Supongo
que es más probable que nos casemos en Branxholme o Broadhaugh. Preferirías
eso, te lo aseguro, a estar casada en una fortaleza fronteriza.
—Suena como si hubiéramos acordado casarnos, señor —dijo Janet.
—¿No lo hemos hecho?
Ella pensó por un largo momento, y luego dijo en voz baja:
—Permitiré que Buccleuch le presente la idea a Hugh, pero la decisión debe
recaer en él. No puedo desafiarlo en un asunto tan importante. Si me ordena
que regrese, estaré obligada a hacerlo.
—Eso ya lo veremos —dijo. —¿Le informamos de tu decisión?
Janet asintió nerviosa, segura de que el Señor del Hermitage no aceptaría
sus estipulaciones; pero de nuevo la sorprendió, simplemente asintiendo y
diciendo que se ocuparía de los arreglos. Su actitud era la misma, decidió ella,
como si se hubiera sometido completamente a su voluntad. Los despidió poco
después, asegurándoles que tendría todo listo para su boda para el fin de
semana siguiente.
Aunque comenzaron el viaje al Castillo de Branxholme una hora y media
antes de la puesta del sol, oscureció mucho antes de llegar a su destino. No
había ninguna pista que Janet pudiera discernir, pero la noche estaba clara, y Sir
Quinton le aseguró que podría encontrar su camino incluso en la oscuridad
total. Como no había nada que pudiera hacer, pero confiaba en él, ella se
contentaba con dejar que su poni siguiera al suyo. Estaba tan cansada que sólo
el frío la mantenía lo suficientemente despierta como para permanecer en su
silla de montar, y antes de llegar a Branxholme, estaba tumbada hacia adelante,
inclinada sobre el pequeño gato con la cabeza apoyada en el cuello del poni. No
tenía conciencia de haber cabalgado hacia el patio, ni se movió mucho cuando
Sir Quinton la levantó, la llevó adentro con Jemmy Bigotes acurrucados entre
ellos, y la acostó en una cama.
Él se había ido antes de que ella se despertara a la mañana siguiente, pero
encontró rápidamente a una amiga en Margaret Kerr Scott. La esposa de
Buccleuch, a pesar de haber estado casada casi diez años y de ser madre de tres
hijos enérgicos, no era mucho mayor que Janet. Ella generosamente le ofreció
ropa y consejos adicionales y, evidentemente, poniendo gran confianza en la
habilidad de su esposo para poner no sólo a Sir Hugh Graham sino también a la
Reina de Inglaterra en favor a su causa, comenzó inmediatamente a hacer los
preparativos para una boda que se llevaría a cabo en Branxholme. Para
satisfacción de Janet, Margaret se contentaba con hablar durante horas sobre la
familia con la que se había casado.
—Buccleuch fue criado entre pollos de engorde y enemistades —dijo
Margaret más tarde ese primer día mientras se sentaban en su pequeño salón
para un breve respiro después de que un inventario sorpresivo de su
guardarropa hubiera producido varios artículos provechosos para que Janet los
usara.
—Una vida volátil no es inusual para cualquier hombre criado en las
Fronteras —dijo Janet.
—Sí, tal vez, pero comenzó a participar en las hazañas por las que sus
parientes son conocidos desde muy temprana edad. Apenas había entrado en
su noveno año cuando murió su padre. Tenía la misma edad que nuestro Wattie
ahora.
—Santo Dios —dijo Janet. —Es de esperar que Buccleuch viva hasta una
gran vejez y no deje a su hijo con un destino similar.
—Todos esperamos eso — dijo Margaret en voz baja, —pero si Wattie
alcanza su mayoría de edad antes de entrar en su herencia, será el primero de
los escoceses en hacerlo desde 1470. Por eso, poco después del nacimiento del
pequeño, Buccleuch decidió que en caso de su propia muerte prematura, Quin
debía servir como guardián y mantener la propiedad en fideicomiso hasta que
Wattie alcanzara su mayoría de edad.
—¿Quiere decir que Sir Quinton controlaría las propiedades de Buccleuch?
—Sí, lo haría. El padre de Buccleuch y el de Quin eran hermanos, así que a
menos que tengamos más hijos, Quin heredará de todos modos si Wattie
precede a Buccleuch.
—Ya veo —dijo Janet, sin estar segura de que realmente entender. La
mayoría de los hombres, con una historia que los guíe, dudarían en nombrar
como guardián de su sucesor a la persona que heredaría en caso de la muerte
del heredero. El arreglo de Buccleuch era un fuerte testimonio de su confianza
en su primo.
Margaret sonrió.
—Veo que se pregunta por el acuerdo, pero Buccleuch cree que servirá
admirablemente a su propósito. Pasó su infancia bajo la tutela de tutores y
curadores nombrados por la última voluntad de su padre. Santiago, Conde de
Morton, sirvió como su tutor y gobernador, junto con el Conde de Angus, y bajo
ellos estaban otros hombres severos y poderosos. Debido al estado de posesión
feudal de ciertas partes de las propiedades de Buccleuch, hubo un gran alboroto
legal que finalmente requirió la intervención real.
—Pobre muchacho —dijo Janet con simpatía. Había oído mucho sobre el
Conde de Morton, que ahora estaba, creía ella, misericordiosamente muerto.
—Sí, Morton era un hombre duro —dijo Margaret. —De hecho, una de las
razones por las que Buccleuch ha disfrutado de los favores del Rey; la mayoría
de los días, en todo caso, es que compartieron una educación similar y cada uno
tuvo que luchar para controlar su derecho de nacimiento. Jamie es sólo un año
más joven que Buccleuch, y también pasó su juventud a merced de Morton.
Buccleuch quiere algo mejor para su hijo. A diferencia de Buccleuch, que luchó
contra sus tutores en cada paso del camino, Quin disfrutaba aprendiendo a leer
libros. Se educó en casa y en la universidad en Edimburgo, y Buccleuch dice que
es un hombre con mucho conocimiento.
Janet rara vez había pasado mucho tiempo con otras mujeres, y disfrutó su
semana en Branxholme, especialmente las largas conversaciones con su dueña.
Para su sorpresa, descubrió que no extrañaba a Brackengill tanto como había
temido. Sólo se preguntaba dos o tres veces al día qué tan bien se las arreglaba
su hermano sin ella.

***

Si alguien le hubiera preguntado a Sir Hugh Graham por la mañana que


había descubierto la desaparición de su hermana si la extrañaba, habría
declarado categóricamente que no lo hacía. Su furia lo llevó al día siguiente,
apaciguado sólo por los pensamientos de lo que haría cuando finalmente
colocara las manos sobre ella. El lunes por la mañana, sin embargo, cuando
descendió a su sala en anticipación al desayuno, descubrió que no todo era
como había sido en Brackengill.
Incluso desde la escalera se dio cuenta de que el lugar parecía
extrañamente silencioso. Le tomó varios momentos darse cuenta de que lo que
echaba de menos era el sonido de las sirvientas cantando y riendo mientras se
ocupaban de sus tareas. También echaba de menos los olores de la carne asada
y del pan horneado, y a pesar de la estación, esperaba que le recibiera el
sabroso olor de los dos urogallos que se habían quemado al encender un asador
en la cocina. Quizás, se dijo a sí mismo, era demasiado pronto para empezar.
Al entrar en la sala, la encontró vacía. No se habían hecho preparativos para
servirle el desayuno. Gritando por un sirviente, pronto escuchó ruidosos pasos
en las escaleras que conducían a la cocina, y un momento después apareció un
muchacho, que parecía asustado.
Hugh gritó:
—¿Dónde diablos está mi comida?
—Discúlpeme, amo, pero Sheila, Matty y otras no vinieron este día. Geordie
dijo que sus hombres les dijeron que no volverían hasta que la señora Janet
regresara. Me dice que no es seguro para ellas estar aquí sin la señora Janet.
Sir Hugh se quedó boquiabierto ante el muchacho, pero cuando el enviado
de Buccleuch; para el asunto del matrimonio de Janet, llegó a Brackengill esa
tarde, ya había visto por sí mismo cuánto le habían robado y estaba listo y de
ánimo para el asesinato.
Buccleuch había maquinado bien, y su emisario era de lengua suave y
experto en el arte de la diplomacia, pero Sir Hugh se ocupó de que persuadirlo
de aceptar cualquier matrimonio llevaría varios días y mucho dinero.

***

Buccleuch y Sir Quinton llegaron a Branxholme el jueves por la noche,


sorprendiendo a Margaret y a su invitada. Las dos mujeres estaban sentadas
junto a un fuego rugiente en el salón cuando los hombres entraron, y Margaret
saltó para abrazar a su marido.
—Podemos celebrar la ceremonia el domingo si quieres —dijo Buccleuch
con naturalidad mientras la recibía en sus brazos, hablando por encima de su
hombro con Janet.
Janet reaccionó con asombro.
—¿Hugh estuvo de acuerdo?
—Sí, lo hizo —dijo Buccleuch, soltando a su esposa para que dejara que un
sirviente le quitara el casco, los guantes y el manto.
Sir Quinton se volvió hacia el fuego mientras se quitaba los guantes.
Metiéndolos dentro de su jubón, extendió las manos para calentarlas,
aparentemente sordo al intercambio y no deseoso de participar en la
conversación. Janet había captado una mirada de punta de flecha al entrar, pero
ella no había sido capaz de leer su expresión.
—¿Qué dijo Hugh? —preguntó ella.
Buccleuch se encogió de hombros.
—¿Qué puede importar, señora? Ha accedido a permitir su matrimonio y
por lo tanto no hará ninguna objeción legal a ello.
—Si le complace, señor, me gustaría saber exactamente lo que dijo. ¿No me
envió ningún mensaje?
—No, muchacha, y como a...
—Dijo que soy bienvenido —dijo Sir Quinton sin girarse.
—Entonces no sospecha que usted es el Rabie Redcloak —dijo Janet.
—No —dijo Buccleuch, y añadió con suficiencia: —Puedes agradecerme por
eso.
—Estoy segura de que puedo, señor —dijo ella, —pero ¿cómo puedes estar
tan seguro de su aprobación?
En un gruñido, Sir Quinton dijo:
—Porque su enviado le dijo a tu hermano que te rescaté de Rabbie
Redcloak —su voz se endureció cuando añadió: —Su hombre llegó a sugerir que
estoy dispuesto a pasar por alto la forma en la que entraste en Escocia, eso
porque me gustabas mucho, me casaría contigo a pesar del daño causado a tu
reputación.
—¿Hugh se lo creyó?
—¿Quién puede decir lo que cree? —dijo Buccleuch, mirando a Sir Quinton
con desaprobación.
Sir Quinton se giró entonces, y para su sorpresa detectó un destello de
satisfacción en sus ojos. Dijo:
—No te sorprenderá que tu hermano parezca estar convencido de que
tanto Buccleuch como el primo idiota de Buccleuch están mano a mano con los
saqueadores.
—Eso no importa —dijo Buccleuch. —Tenemos detalles que arreglar ahora,
así que escuchen bien, todos ustedes. Para la reservación, señora, enviaré a mis
propios hombres a esperar al empleado de la sesión en Hawick, para informarle
que usted y Quin han acordado un compromiso. Mis hombres también
informarán al párroco. Confío en que no seas una muchacha papista, o si lo
eres, que no insistirás en tener un sacerdote. Los sacerdotes no huelen bien hoy
en día, y ningún matrimonio bendecido por un sacerdote sería legal por aquí.
—No soy papista —dijo Janet, sintiéndose abrumada y recordando lo que
había dicho al entrar. —¡Seguro que todo esto no puede estar listo para el
domingo!
—No hay nada malo en casarse un domingo — dijo.
—¿Pero qué hay de los carteles?
Un gesto de impaciencia descartó los carteles.
—Una sola lectura será suficiente —dijo, —y tenemos nuestra propia capilla
aquí en Branxholme. El párroco puede casarlos directamente después del
servicio.
—Por una cuota —dijo Sir Quinton.
—La que pagarás, muchacho, y sin ningún problema —le dijo Buccleuch. —
Puedes permitírtelo mejor que yo ahora. También pagaras la comisión de
compromiso y dará a mis hombres suficientes fondos para poner los peones en
Hawick.
Confundida, Janet miró a Sir Quinton en busca de iluminación.
—Otra cuota más —explicó. —Colocar peones garantiza que nuestro
matrimonio será solemne. El secretario de sesión se quedará con el dinero hasta
que podamos demostrar que un clérigo apropiado nos ha casado. Entonces lo
devolverá. Sin embargo, no me devolverá los honorarios que pagaré por enviar
a otros en nuestro lugar para atestiguar nuestro compromiso.
—No entiendo esto —dijo Janet. —¿No necesitamos celebrar una
ceremonia de compromiso para firmar los papeles y legalizar todo?
Buccleuch dijo:
—Aquí en Escocia sólo hace falta decir las palabras del rito matrimonial
ante los testigos, señora, después de lo cual cada uno mojará su pulgar derecho
con su lengua y los apretará juntos. Consideramos que la violación de cualquier
contrato así consagrado equivale a perjurio.
—Ya veo. ¿Hugh mencionó por casualidad mi dote?
—Sí, lo hizo —dijo Buccleuch, su mirada evadiendo la de ella.
—¿Y bien? —Miró de un hombre a otro.
Buccleuch hizo una mueca, pero Sir Quinton parecía comprensivo.
—Me encargaré de que no necesites una dote, muchacha —dijo en voz
baja.
—Está bien —dijo Buccleuch antes de poder protestar por una idea tan
ridícula y humillante. —El gallo cabeza de cerdo de tu hermano dijo que podías
casarte con el delantal, señora. No hará nada para impedir el matrimonio, dijo,
pero tampoco hará nada para que nadie piense que lo favorece. También dijo
que ningún inglés respetable te tomaría después del tiempo que habías pasado
en las garras del saqueador. Fue entonces cuando dijo que Quin era bienvenido
para ti.
Margaret Scott dijo indignada:
—¡Marido, ten piedad! ¡Qué cosas tan horrible le dices!
—Sí, pero ella quería saber la verdad —dijo Buccleuch.
—Sin embargo, no es necesario que se lo hayas arrojado como si fuera un
lanzamiento de piedras —replicó la esposa desde su corazón con una mirada de
grave disgusto.
Buccleuch se acercó a Margaret, murmurando con insistencia:
—No te enojes conmigo, dulzura. Te he echado mucho de menos.
—Apuesto a que sí, encerrado en esa gran pila de rocas con nada más que
cien hombres ruidosos y sucios que te hagan compañía, pero pronto pensarás
que su compañía es preferible a la mía si no tratas a mi huésped con amabilidad.
Sorprendida al saber que Hugh tenía la intención de retener su dote, Janet
les prestó poca atención. Se dio cuenta de que las leyes de ambos países
apoyarían a su hermano y que no tenía ningún recurso contra él. Por primera
vez, simpatizaba de todo corazón con los saqueadores. Nada le hubiera gustado
más que cabalgar hasta Brackengill con un ejército para recuperar su legítima
propiedad a punta de espada.
Capítulo 10
“Su corsé mostró su corazón limpio
y dorado brillo de su cabello”.

La mañana del viernes, uniéndose a Margaret en su salón para conversar y


desayunar, Janet dijo con tristeza mientras se sentaba a la mesa:
—Desearía que Hugh hubiera tenido la amabilidad de enviar algo de mi
ropa a Branxholme. Todo ha sucedido tan rápido, y no tengo ninguna prenda
para vestir en mi propia boda. Si no fuera por su generosidad, señora, no
tendría nada más que la ropa que llevaba cuando llegué. Le agradezco
sinceramente la bata limpia que su sirvienta me ha proporcionado esta mañana.
—No necesitas darme las gracias —dijo Margaret con una sonrisa mientras
servía cerveza en una copa para su invitada. —Es un placer para mí ayudar.
Pronto tendrás vestidos propios. Quinton es un hombre generoso, a pesar de
sus quejas sobre el dinero.
—Sin embargo...
—No te preocupes por esas cosas ahora —intervino Margaret. —Tenemos
mucho en lo que debemos pensar. Confíe en Buccleuch al declarar que todo se
puede arreglar en un abrir y cerrar de ojos, y después me deja a mí para
arreglarlo.
—De hecho, no sé cómo te las arreglarás.
—Todo se solucionará por sí solo —dijo Margaret plácidamente. —Él
invitará a todo el mundo a millas a la redonda, y a la nobleza desde tan lejos
como un día de viaje, supongo.
—No entiendo cómo se las ingenió para todo de esto —dijo Janet. —No
puede haber obtenido el permiso de la Reina en tan poco tiempo. Dudo que
haya tenido tiempo incluso para obtenerlo de Lord Scrope.
—Como me lo explicó, solo necesitaba el de tu hermano. Sin embargo, sin
duda el merchet será alto.
—Por favor, señora, ¿qué es el merchet?
—Es otro impuesto al matrimonio —dijo Margaret. —Cuando me casé con
Buccleuch, mi padre me explicó que el merchet data del sistema feudal escocés.
Es un impuesto que un superior exige a un vasallo al casarse la hija del vasallo.
De acuerdo con el principio de que dar a una hija al matrimonio priva al señor
de sus servicios, un caballero o barón cobra el impuesto a su fiador y luego se lo
paga a su soberano.
—Pero ¿cómo puede eso afectarme? Ni mi hermano ni yo somos vasallos
de tu Rey, y Hugh ciertamente se negará a pagarle ese impuesto a la Reina
Elizabeth.
—Buccleuch dice que está bien, pero alguien esperará recibir lo que le
corresponde. En la actualidad, el Rey dona dicho merchet proveniente de
personas de opulencia a individuos en recompensa por su servicio. Desde mi
punto de vista, dado que Buccleuch o Quinton le pagarán al Rey, lo hacen más
para persuadir a Jamie de que se alíe con Quinton si Elizabeth hace un
escándalo por su matrimonio. Pero no es necesario que le digas a Buccleuch que
he sugerido tal cosa.
—No claro que no. ¿Crees que la Reina se molestará la cabeza pensando en
mí?
—Buccleuch dice que es mejor prevenir que lamentar, ya que uno no puede
saber de qué manera puede responder un soberano. Él dice que puede que a la
Reina no le guste que te vayas de Inglaterra, pero también dijo que ella no
puede sentir ni expresar demasiado rencor cuando todavía insiste en que
después de su muerte, todos seremos ciudadanos de un sólo país.
—Sin embargo, ella no cree que ese día esté cerca —señaló Janet.
—No, por supuesto que no, pero está envejeciendo y tiene poco
entusiasmo para pelearse con Jamie, o eso me dijo Buccleuch.
Janet había notado poco después de su llegada a Branxholme que su
anfitriona tenía el hábito de citar a su marido con frecuencia y de creer que él
sabía más que ella sobre la mayoría de las cosas. Había notado una tendencia
similar entre las mujeres Inglesas que había conocido, y se preguntó si era
habitual con las esposas Escocesas. Esperaba que no fuera así, porque no podía
imaginarse a sí misma asumiendo que Sir Quinton era el único cuya opinión
importaba en su vida. No había permitido que Hugh la redujera a una persona
insignificante sin opinión propia. Ciertamente no permitiría que Sir Quinton
hiciera algo así.
El día de la boda de Janet amaneció en medio de una densa niebla, pero las
paredes del Castillo de Branxholme vibraron bastante con sus numerosos
invitados. El banquete del novio, que Buccleuch había informado a Sir Quinton
que pagaría por él, había durado hasta altas horas de la madrugada, y cuando la
sirvienta la despertó, Janet no estaba segura de querer levantarse.
—Ya no puede ser de mañana —murmuró en su almohada mientras se
hundía más en el acogedor colchón de plumas.
—Sí, pero lo es, señora Janet —dijo la criada en voz baja. —Te he traído
agua caliente, y la señora vendrá en breve para ayudarte a vestirte.
Cuando Margaret llegó, otras damas la acompañaban, y la ceremonia de
vestir de Janet procedió con pompa y circunstancia. Para su sorpresa, Margaret
sacó un vestido precioso que ella declaró era completamente nuevo.
—¿Pero cómo...?
Margaret la silenció con una risa.
—Esto lo está haciendo Quinton por supuesto. Le dije que mi doncella
podría fácilmente reelaborar uno de mis vestidos, y que ya que sería nuevo para
ti, cumpliría con la tradición, sin embargo, él no quería nada de eso.
—Es hermoso —dijo Janet, tocando la suave y cremosa falda de terciopelo
cuando Lady Gaudiland, una mujer regordeta y canosa con unos cuarenta y
cinco años en su haber, lo ofreció para su inspección. —Sin embargo, no
entiendo. ¿Cómo pudo él lograr todo esto en tan poco tiempo?
—Por supuesto él intimidó a Francis, el sastre en Hawick. Francis había
terminado de cortar este vestido para Lady Roxburgh, quien le había pedido tres
vestidos, y cuando Quinton le dijo que necesitaba un vestido de novia, Francis le
dijo, eventualmente y sin duda después de mucha discusión y persuasión, que
podía tener éste. Mantuvo a sus costureras despiertas dos noches enteras para
terminarlas.
—Pero, ¿cómo podría el sastre saber mi talla?
—No lo sabía, pero Quinton dijo que le dijo a Francis que eras alta y que sus
manos, las de Quinton, casi podrían abarcar tu cintura. Eso, dijo, y fue suficiente
para que Francis dijera que este vestido te iría bien. Si no encaja perfectamente
puedes pedirle que lo altere después de la boda, porque la tradición prohíbe
cualquier alteración el día de hoy. Todo lo que uses para tu boda debe ser
nuevo, por lo que no tendremos ningún argumento para hacer cambios.
Quinton incluso pensó en los corsés. Ella levantó un par de corpiños de seda
color marfil con cordones y adornos a juego.
—Es bueno que esté delgada, señora Janet —dijo Lady Gaudiland. —El
vestido no encajaría si tuvieras que depender del corsé para hacerte lo
suficientemente delgada, ya que no podemos hacer ningún nudo este día.
—Tampoco se le permitirá a Quinton anudar sus cordones —dijo Margaret
con una sonrisa. —Es una tradición que ha llevado a muchos momentos
divertidos, puedo decirles, porque he conocido a personas que casi han perdido
casi toda su ropa durante la ceremonia o después.
Desanimada, Janet dijo:
—Me desmayaría si tal cosa me pasara. Seguramente en tal caso podríamos
juntar las cosas, así que no tengo miedo de quedar desnuda ante la compañía.
—No tengas miedo, querida —dijo Lady Gaudiland. —Sé algunos trucos
para prevenir tal desastre. La regla dice que no hay nudos. Se dice ahora acerca
de torcer cintas una alrededor de la otra. Aquí, te mostraré. Quítate esa bata y
ponte la nueva que Margaret te está guardando.
Al poco tiempo, Janet estaba lista para ponerse el vestido y lady Gaudiland
había cumplido su promesa. Incluso el corsé se sentía como si se estuviera en su
lugar, ya que ella había retorcido los lazos entre sí y metido en los extremos. A
pesar de la falta de nudos o alfileres, Janet ya no temía perder la ropa si se
atrevía a moverse mucho.
El rico vestido de terciopelo de marfil, con falda abierta, se jactaba de una
cola y le colgaban mangas de terciopelo de marfil sobre una falda de tafetán de
seda. El corpiño de terciopelo tenía bandas estrechas de encaje de bolillos
dorado y plateado, y las mangas de raso doradas estaban cortadas y ajustadas
con bandas del mismo cordón metálico. Ambos dobladillos, de la enagua y el
vestido, y las mangas colgantes, también fueron adornados con encajes y se
forraron con satén dorado y rosado.
Cuando estaba vestida, todas las damas, excepto Margaret y su sirviente
personal, se marcharon, y las tres esperaron pacientemente hasta que oyeron
los disparos de descarga fuera de los muros del castillo para anunciar la llegada
del párroco.
—Este es el feu de joie 31 —dijo Margaret, mirando por la ventana. —Ven y
verás.
Janet obedeció, sintiendo una emoción de orgullo por la enorme procesión
que acompañaba al párroco. Se sentía triste por el hecho de que su familia no
pudiera estar presente, pero su corazón se animó al ver que la gente de
Liddesdale y Teviotdale tenían la intención de mostrarle un gran honor a la
novia de Sir Quinton. La procesión era muy alegre, y eso también la sorprendió.
Varios invitados habían llegado la noche anterior y habían disfrutado de la fiesta
del novio con sus acompañantes bebiendo, por lo que había esperado que
muchos de los hombres que habían asistido a esas festividades todavía
estuvieran tumbados en la cama, cuidando los efectos del exceso de bebida.
Evidentemente, sin embargo, los escoceses tenían cabezas de acero.
—¿No me pongo un tocado? —Dijo ella.
Margaret sonrió.
—¿Lo harías en tu casa?
—Es la primera vez que me preguntas qué costumbres tendrían en mi casa,
y si, son algo diferentes —dijo Janet con una sonrisa. —Por un lado, dudo que
Hugh me hubiera permitido tener un vestido nuevo. El costo de las telas finas y
los adornos es demasiado alto, y los vestidos a la moda consumen vastas
cantidades de ambos —miró hacia abajo, tocando con placer el lujoso
terciopelo. Luego, observando la mirada de Margaret, dijo: —En cuanto a lo que
me pondría en la cabeza, he oído hablar de novias que llevaban cofias doradas o
incluso velos que llegaban hasta el piso. En primavera, sin duda debería llevar
una guirnalda de rosas. Sin embargo, como todavía no hay ninguna floración,
supongo que cualquier corona habría sido tejida con romero seco o paja de
trigo dorada.
—Bueno, habrá un montón de mirto y romero perfumando los juncos en el
salón, y pétalos de rosa secos para esparcir a tus pies, pero una novia Escocesa
lleva la cabeza al descubierto a su boda a menos que sea de sangre real, y luego
se pone la gorra de dama casada. Sin embargo, en Escocia se espera que incluso
la novia más pobre tenga un vestido nuevo para su boda. A menudo, el clan o la
gente del pueblo ayudarán con el costo como un regalo de novia. Mira ahora —
agregó. —Es casi la hora.

31
NT. Francés en el original: Fuego de la Hoguera.
La procesión de abajo estaba desapareciendo al entrar en el castillo. Janet,
observando esto, dijo:
—¿Deberíamos bajar?
—No todavía. Primero tengo un pequeño regalo para ti, de mí parte y de
Buccleuch —de su manga, Margaret extrajo una caja plana, estrecha y cubierta
de terciopelo gris y se la entregó a Janet, observándola con anticipación
mientras la señalaba.
Janet dijo con pesar:
—Has hecho tanto, señora. Me abrumas.
—Tómalo, querida. Estarás a punto de convertirte en un miembro de la
familia. Realmente sería indecoroso si no hiciéramos esto por ti, o por Quinton.
—No me dejas nada por decir, excepto gracias.
—Ábrelo.
Janet lo hizo y dio un grito de alegría al ver la cadena de oro exquisitamente
forjado que contenía la caja.
—Es hermosa —murmuró ella, sacándolo. —Mis manos están temblando.
¿Me ayudarás a ponérmela?
—Sí, te quedará bien, creo —Margaret desabrochó el cierre y luego lo
colocó alrededor del cuello de Janet dentro del cuello alto y rígido de la bata. La
cadena era lo suficientemente larga como para colgar solo de la hinchazón de
sus pechos. —Eso es adorable. Mírate en el espejo, querida.
Janet lo hizo, y mientras admiraba la cadena, un ruido de rasguño en la
puerta hizo que la criada se apresurara a abrirla. Lady Gaudiland intervino y dijo
alegremente:
—Están siendo solicitadas en la capilla para iniciar el servicio.
Era hora. Reprimiendo una oleada de pánico, Janet obedeció la citación.
Incluso antes de entrar en la capilla, Janet notó el aroma de romero que
llenaba la cámara de piedra. Lo primero que notó al entrar fue a Sir Quinton
Scott, quien estaba a un lado cerca del frente entre dos bancos de madera de
iglesia. Usando una capa corta de terciopelo negro sobre un jubón de satén
blanco acolchado con botones grandes de perlas y un volante blanco estrecho,
una gola blanca de terciopelo y lana bordada en negro, hizo de él una figura
fina. Con su barba desgreñada recortada en el estilo de moda, era incluso más
guapo de lo que ella recordaba. Cuando su mirada se encontró con la de ella,
sonrió, y sonriéndole, Janet sintió una oleada de cálida bienvenida.
No hubo una gran ceremonia sobre el servicio dominical, ya que el párroco
también tomó nota de la impaciencia de su anfitrión y la aceleró en lo que Janet
pensó que debía haber sido un tiempo récord. Llamó a la constricción de los
pecados en el punto apropiado, luego comenzó a hablar más rápido que nunca
para llegar al final y así poder comenzar el rito nupcial.
Janet cometió el error de mirar a Sir Quinton justo después de que el
párroco llamara a la constricción de los pecados y lo encontró ya mirándola. El
brillo divertido en sus ojos casi resultó demasiado para su compostura.
Rápidamente miró hacia abajo, a los pies bien calzados del párroco, obligándose
a respirar lenta y profundamente, con la esperanza de sofocar sus incipientes
risitas a tiempo para repetir sus votos sin atragantarse con ellos.
El rito nupcial comenzó por fin, y ella descubrió que también era diferente
en Escocia. Solemnemente, comenzó con una oración, tal como lo habría hecho
en Inglaterra. Después de eso, el párroco se lanzó a una exhortación,
invitándolos a los dos a unirse en santo matrimonio, a considerar sus deberes el
uno al otro y pensar solemnemente en todo lo que su nueva relación les
exigiría. Como esta parte parecía sobrecargada con los deberes que la esposa le
debía al marido, Janet comenzó a pensar que hacía que el matrimonio se
pareciera más a la esclavitud que a la unión bendecida por el cielo como él
seguía llamándola. Se atrevió a mirar de nuevo al novio y descubrió que, aunque
tenía la cabeza bien inclinada y los ojos abatidos, él la observaba por el rabillo
del ojo, con la boca torcida en lo que sólo podía ser una diversión descarada.
Fastidiada, volvió a mirar al suelo y, cuando llegó el momento de que ella
repitiera sus votos, lo hizo con voz irritada, sin prestar atención a sus palabras.
Cuando Sir Quinton recitó sus votos, ella escuchó con más atención, pero aparte
de sus votos para protegerla, vestirla y protegerla, no creía que su parte del
trato lo sobrecargara demasiado.
El párroco comenzó otra oración, pero cuando Buccleuch se aclaró la
garganta ruidosamente, la oración llegó rápidamente a su fin, y el párroco los
pronunció solemnemente marido y mujer. Estaba hecho. Era una mujer casada.
Después, los hombres le dieron una palmada a Sir Quinton en la espalda, y
más de uno sugirió que con una novia tan graciosa se debería excusar del
banquete de bodas y llevarla directamente a casa, a Broadhaugh. Buccleuch
puso fin al alboroto y a los chistes de sus amigos antes de que se convirtieran en
más incisivos, y anunció que cualquier hombre que quisiera probar su agilidad y
velocidad podría participar e intentar ganar la broose32.
—Se trata de una carrera a pie de Branxholme a Hawick y de vuelta —
declaró, —el ganador tendrá un chelín, la copa de la broose y un beso de la
novia. Puede gastar el chelín y guardar la copa hasta la próxima boda. Los
corredores comenzarán en media hora y para recibir el beso debe estar de
vuelta antes de que la pareja nupcial se vaya, así que no llene su estómago con
bebidas o no podrá poner un pie delante del otro.
La risa saludó su advertencia y todos se dirigieron a la sala, donde los
gaiteros los saludaron con música alegre. Janet sintió un renovado asombro por
todo lo que Margaret había hecho en tan poco tiempo. Largas mesas de
taburete acomodaban a los invitados, y la mesa del Laird estaba en un extremo
del estrado. Cuando entraron los primeros invitados, los sirvientes ya traían la
comida.
Tomando asiento en la mesa del Laird, Janet le dijo a Margaret, que estaba
parada muy cerca:
—Has trabajado mágicamente, señora.
—Sí, bueno, creo que tú te las arreglarías igual de bien en tu propia casa —
respondió Margaret, riendo. —Branxholme parece tener siempre llenas las
bodegas para atender a los invitados. Nos hubieran asignado más impuestos
para proporcionar una fiesta de este tipo en pleno invierno, pero menos habrían
llegado a ella. Ahora que el deshielo ha comenzado, podemos proporcionar
cordero fresco y carne de res, y he recibido mucha ayuda, como ya sabes.
Muchos de nuestros invitados también han traído alimentos y suministros para
compartir.
—Sería lo mismo en mi casa —dijo Janet, dándose cuenta de que se había
sentido sorprendida de que una Escocesa pudiera organizar tales eventos tan
rápida y eficientemente como una Inglesa. Había subestimado a sus anfitriones.
Se preguntaba si también había subestimado a su nuevo marido.
El pensamiento generó incomodidad, y de repente se mostró renuente a
mirarlo, no sea que parezca ser diferente del hombre que se había arrodillado a
su lado para recitar sus votos.

32
NT. Broose. Tradición escocesa; es una carrera desde la iglesia de un poblado hasta la casa del novio, como parte de las
festividades de una boda.
Se sentó a su izquierda y ella pudo sentir su presencia en oleadas de
energía. Su cuerpo se estremeció al percatarse de él, y cuando escuchó que
alguien gritaba una atrevida esperanza de que Sir Quinton encontraría su cama
tan cálida dentro de cien años como lo encontraría esta noche especial, se dio
cuenta de que estaba temblando.
Cuando todos los demás encontraron lugares para sentarse, un sirviente
colocó un plato de plata frente a ella con un golpe que atestiguaba su peso.
Otros tazones y platos cayeron sobre la mesa, uno tras otro. Un trinchador
estaba junto a Buccleuch, y cuando el Laird le indicó que comenzara a trinchar,
Janet observó con una intensidad que podría haber llevado a los espectadores a
preguntarse si estaba estudiando la técnica del hombre.
—¿Estás cansada, muchacha?
Comenzando con el sonido de la profunda voz de su marido a pocos
centímetros de su oreja izquierda, ella apartó la mirada del tallador para
encontrarse con los ojos brillantes de Sir Quinton.
—Creo que debo estarlo —dijo ella, tragando con esfuerzo.
—Yo también —admitió. —Pensar que hace sólo unos días, estaba
disfrutando de la soledad de mi propia compañía, reflexionando sobre asuntos
tan importantes como el destino y la muerte. Sin embargo, aquí estoy hoy,
anticipando mi noche de bodas. También es un asunto de gran importancia, por
supuesto, pero tengo la certeza de que lo espero mucho más que la suerte que
tu hermano pretendía darme.
Ella sintió que el calor inundaba sus mejillas pero logró no mirar hacia otro
lado. A pesar de que trató de concentrar sus pensamientos en Hugh, incluso se
las arregló para preguntarse qué había estado haciendo mientras ella se estaba
casando, sus pensamientos volvieron rápidamente a la noche de bodas que se
avecinaba. Las rodillas se debilitaban al pensarlo, pero estaba decidida a
demostrarle a su marido que no se había casado con una debilucha.

***

En ese mismo momento, en el gran salón de Brackengill, Sir Hugh Graham


estaba pensando en su hermana mientras intentaba ordenar sus asuntos. Había
estado pensando en ella casi constantemente desde su partida y era consciente,
desde que se había despertado esa mañana, que era el día de su boda.
No le había llevado mucho tiempo darse cuenta de que, aunque Janet se
había marchado con el saqueador éste no la había secuestrado de su habitación.
Al mantener su oído atento, había entendido acerca de los ponches que les
habían servido a los guardias, y desde ese momento se las había arreglado para
aclarar gran parte de la verdad. Hasta ahora, no había compartido la plenitud de
su descubrimiento con nadie.
Al principio, cuando estuvo tentado a pedir que azotaran a Wat El Canalla
por dejar escapar al saqueador, se dio cuenta de que también tendría que pedir
que lo azotaran a Geordie, ya que no tenía pruebas de lo que había ocurrido y
había descubierto la ausencia del saqueador durante la guardia de Geordie.
Hugh estaba tan seguro como podría estarlo de que Janet y su saqueador
habían huido antes de su regreso de Bewcastle, y sabía que si interrogaba a
todos los que se habían quedado en el castillo esa noche, pronto descubriría
todo el relato. Pero eso significaría admitir abiertamente que su hermana había
liberado al prisionero. Él creía que ella lo había hecho, y todo lo que sabía sobre
los eventos que habían tenido lugar esa noche reforzaban esa creencia. Sin
embargo, no creía que ella hubiera ido voluntariamente con el saqueador. La
conocía bien. Se habría quedado para enfrentarle y pelear con él por lo que ella
había hecho. Ella no se habría escapado.
Sin embargo, a pesar de esa creencia, tampoco creía que Sir Quinton Scott
la había rescatado del saqueador. Si lo hubiera hecho, el saqueador estaría bajo
custodia en el Hermitage, pero Buccleuch insistió en que Rabbie Redcloak no
existía. Sin duda, los escoceses estaban apoyando a Redcloak. Se decía que
procedía de Teviotdale, después de todo, y esa región era el país de los
escoceses. Que Quinton Scott se casara con Janet significaba que Buccleuch le
había ordenado que lo hiciera. Hugh no podía pensar en ninguna otra razón
para que un hombre se casara con una mujer que había pasado una noche sola
con un saqueador.
—¿Qué has hecho con la señora Janet?
La voz indignada lo sobresaltó de su ensueño. Levantando la vista de su
libro de contabilidad, Hugh vio a un niño pequeño con una gorra tejida sobre un
mechón de rizos marrones, que lo fulminó con la mirada, los pies separados, las
manos apretadas y la barbilla sobresaliente.
—¿Es así como habitualmente hablas con tus mayores?
El chico se estiró y se quitó la gorra de la cabeza, diciendo:
—Mi mamá la necesita. ¿Dónde está ella... por favor, señor? —añadió con
un pensamiento obviamente tardío.
—Ella se ha ido —dijo Hugh bruscamente. —No hay mujeres aquí.
—Sí, eso me dijeron, pero no les creí. ¿Qué has hecho con ellas?
—No hice nada con ellas —dijo Hugh. Luego, al ver al chico parpadear y
darse cuenta de que estaba luchando contra las lágrimas, dijo: —Tú eres el
Andrew de Jock y Meggie, ¿no es así?
—No más Jock. Él ha muerto desde antes de Navidad.
—Andrew de Meggie, entonces. ¿Por qué tu mamá necesita a alguien?
—¡No a alguien! Ella dijo que buscara a la señora Janet. Ella va a tener a su
bebe, dice nuestra Nancy, y no hay nadie que la ayude a cuidarnos a Nan y a mí.
Apartando su silla, Hugh se levantó.
—Te encontraremos a alguien para ayudar a tu madre. Todos debemos
aprender a movernos por nosotros mismos ahora que la señora Janet se ha ido.
—¡No deberías haberla enviado lejos! La necesitamos.
Provocándolo, Hugh dijo:
—No la envié lejos. Un saqueador escocés la robó.
—Entonces debemos recuperarla —declaró Andrew con fiereza.
—Ella no va a volver —dijo Hugh, parándose frene al muchacho y mirándolo
con severidad. —Lo que es más, muchacho, lo único que me impulsa a darte el
apoyo que mereces es que, por la forma en que me has hablado, ayudar a tu
madre es lo más importante ahora. Aun así, mantén esa lengua impudente
detrás de tus dientes, o pronto sentirás la parte plana de mi mano en tu delgado
trasero.
Mirándolo con el ceño fruncido, Andrew tuvo la sensatez de guardar
silencio, pero su expresión dejó claro que pensaba que Hugh había atendido mal
a la Señora Janet.

***
Quin nunca se había acostado con una virgen antes, y aunque Janet había
recibido sus comentarios con una intensidad constante, sus sonrojos le habían
advertido que él podría haberla asustado. Ella no había hablado con él en casi
un cuarto de hora, no desde que había dicho que esperaba con ansias el
momento en el que estuvieran juntos y compartieran el lecho, y aunque
esperaba que el ruido constante del banquete explicara su silencio, no creía que
fuera la única razón.
La experiencia sexual que había tenido eran breves relaciones con mujeres
conocedoras, y verla colorearse como una rosa de primavera le recordaba su
inocencia. También vio cómo ella reaccionaba ante los atrevidos comentarios
que les gritaban desde la multitud de los parranderos y se reprendía
mentalmente. Después de todo, no hacia ni una hora desde que había jurado
que la cuidaría y la protegería.
Su silencio continuo lo inquietó.
—¿Has perdido la lengua, muchacha?
—No sé qué decirte.
Se alegró de que su pregunta no la hubiera desconcertado, porque no había
querido hablar tan bruscamente. Su lengua habilidosa aparentemente lo había
abandonado la noche de la incursión de Haggbeck y no tenía intención de
regresar pronto. Primero, se presentó ante Buccleuch, sintiéndose más como un
escolar errante que se enfrenta a un Señor iracundo que el hombre que, si la
historia de Scott continuaba como había comenzado, podría eventualmente
controlar todo lo que poseía Buccleuch. Ahora, aquí estaba, burlándose de la
mujer que era su esposa desde hace menos de una hora y sin poder pensar en
nada sensato que decirle.
Aunque su cabello rubio plateado, sus ojos azules y su piel clara lo habían
complacido desde el momento en que los vio por primera vez, no se había dado
cuenta de lo hermosa que era. El vestido de terciopelo cremoso
complementaba su piel, y su largo y fino cabello parecía la luz plateada de la
luna cayendo por su espalda. Todavía no se había puesto la gorra de una dama
casada y él quería alcanzar y acariciarle el cabello para ver si era tan suave y
sedoso como parecía.
—¿Están muchos de tus Bairns aquí hoy?
Su tono era práctico, tomándolo desprevenido.
—¿Bairns? Seguramente, no crees que tenga una camada de ellos corriendo
a mí alrededor.
Ella sonrió, levantando la barbilla.
—No tienes que fingir conmigo, Sir Quinton. Si lo recuerdas, discutimos…
De repente, al darse cuenta de lo que quería decir, él la interrumpió y le
dijo:
—No discutiremos esas cosas en este momento, señora —había
concentrado su sagacidad, y al darse cuenta de que ella no había pensado antes
de hablar, añadió con severidad: —Jenny, muchacha, con respecto a ciertos
asuntos, debes aprender cuándo hablar y cuándo callarte.
—Mi nombre es Janet, señor.
Su pequeña barbilla lo sobresalía, haciéndolo querer atraparla y acariciarla
para calmarla. No había tenido tiempo de considerar todo lo que podía significar
casarse con ella, porque su primo impaciente no le había dejado tiempo para
pensar. El tiempo que había pasado tratando de organizar sus asuntos,
organizar los fondos para pagar el merchet y conseguir un vestido para su novia.
Ni siquiera le había dado las gracias por eso, y Dios sabía que él había obrado un
milagro para procurárselo. Francis Tailor no había querido desprenderse de él, y
no era de extrañar, ya que era una creación exquisita y le quedaba muy bien. Sin
duda, el Francis lo había visto por sí mismo, ya que contaba entre los invitados.
También lo hizo Lady Roxburgh, que había tenido el tacto suficiente para elogiar
la apariencia de Janet.
En ese momento, Buccleuch, que estaba sentado a su derecha, se ofreció a
servirla en una bandeja de cordero en rodajas. Ella volvió su atención hacia él y
luego a su plato. Estaba melindrosa con su comida.
Al escuchar la risa masculina a su izquierda, se volvió y vio a algunos de sus
hombres mirándolo con una amplia y sabia sonrisa en sus rostros. No le costó
mucho interpretar su risa y decidió que si quería ahorrarle a su novia un toque
de rebeldía, haría bien en dedicar la misma concentración a su comida que la
que ella le estaba dedicando a la de ella.
Janet también escuchó la risa, pero la ignoró con facilidad que da la
práctica. Si hubiera sido demasiado sensible a las burlas de los hombres
mientras tomaban, la vida en la casa de su hermano habría sido una miseria.
Hacía mucho tiempo que había logrado frenar el peor comportamiento de sus
hombres, y había estado satisfecha con las victorias que había ganado sin
preocuparse por las que había perdido. Si los hombres y mujeres que
compartían su banquete de bodas querían alegrarse, ella no quería detenerlos.
Rápidamente se había dado cuenta de que pronto se convertiría en un
blanco para las preocupaciones si se sonrojaba durante la comida. Eso
significaba, sin embargo, que tenía que alejar sus pensamientos de lo que había
por delante. De todos modos, todo el asunto del lecho matrimonial era un
misterio. Conocía los conceptos básicos del acoplamiento humano, como
cualquiera que haya asumido que se parecía a actividades similares en el mundo
de los animales de granja. Pero a partir de ese momento su imaginación le
fallaba. Había ayudado dos veces en los partos, a pesar de su estado de soltera,
por lo que sabía de dónde venía el bebé. También sabía que le debía a Sir
Quinton un deber indefinido, porque su hermano había hablado con suficiente
frecuencia de cómo deseaba ver el día en que tendría que someterse a un
marido. Pero más allá de esos vagos fragmentos de conocimiento había un
vasto territorio inexplorado en el que no cabía pensar mientras estaba en una
sala llena de personas que la miraban con atención.
Resueltamente, volvió sus pensamientos a Broadhaugh. Según la
descripción de Buccleuch, ella pensaba que el lugar debía ser más refinado que
Brackengill, si no tan fino como Branxholme. El asiento de Buccleuch era
magnífico en comparación con cualquier otro que hubiera visto antes. No había
visitado a menudo a gente de la nobleza, pero había visto los hogares de varios
notables Ingleses, y Brackengill en su estado actual era el mejor que había visto
antes de Branxholme, excepto Alnwick, por supuesto. Ella había visitado esa
magnífica residencia algunos años antes, cuando el tutor de Hugh esperaba que
su hermano pudiera arreglar un matrimonio para ella con la poderosa familia
Percy.
Sin embargo, Branxholme estaba más allá de cualquier otra cosa en
esplendor. Los expertos habían tejido las telas de un tapiz de Arras en las
paredes de su sala. Las cámaras de piedra y los pasillos estaban impecables, sus
muebles pulidos, las chimeneas barridas a diario. La comida era tan buena que
ya había solicitado varias de las recetas de Margaret.
—¿Qué tan lejos está Broadhaugh de aquí? —le preguntó a Sir Quinton.
Él sonrió, y de nuevo ella notó el calor de su sonrisa, y un hambre creciente
en su mirada, lo que sugería que, en lugar de ser un hombre que había estado
comiendo de manera constante durante más de un cuarto de hora, era un
hombre que no había comido en una semana.
—No muy lejos —dijo, y su voz parecía más profunda que nunca.
Su mirada intensa disparó sensaciones de hormigueo a través del núcleo de
su cuerpo. Se sintió más cálida y deseó que alguien abriera una puerta para
dejar entrar aire fresco. Tragó con cuidado, esperando que pareciera
simplemente interesada en lo que él diría.
—¿Tiene tanta prisa por llegar a casa, señora?
—Yo... me preguntaba cuánto tiempo nos llevaría viajar allí —deseó que él
volviera a mirar su comida. La forma en que la miraba la hacía sentir su piel
caliente, como si tuviera fiebre.
—Habrá primero el baile —dijo.
—Sí, me lo dijo Margaret. ¿Debemos ir a casa en la oscuridad?
—Así que tienes prisa —dijo con satisfacción.
—No, no sería tan descortés como para querer apresurarme con los
anfitriones que han sido tan amables conmigo, pero me gustaría ver mi nuevo
hogar a la luz del día —dijo.
—Entonces lo harás —él estuvo de acuerdo. —Partiremos tan pronto como
podamos hacerlo sin ofender a nadie. Sin embargo, tendremos que esperar a
que los corredores del broose regresen.
—Pienso que una carrera así en un terreno accidentado debe ser peligrosa
para ellos después de comer y beber tanto.
—Sí, tal vez, pero los muchachos de la frontera prosperan en el peligro.
Ella lo miró fijamente entonces.
—¿Te gusta el peligro, señor?
—Debes saber que lo hago.
—Bueno, he pensado en eso, sabes, y me temo que debe detenerse.
El parpadeó.
—¿Qué quieres decir, muchacha?
—En general, quiero decir exactamente lo que digo, señor. Ahora que
estamos casados, debes dejar de asaltar y saquear a mis amigos y parientes.
Nunca me perdonarían si te dejara robar su ganado o quemar sus casas.
Simplemente debe detenerse.
Sir Quinton la miró fijamente, aparentemente sin palabras.
Decidida a asegurarse de que había expresado su opinión, Janet dijo con
calma:
—Me gustaría que me diera su palabra, señor, su palabra como un
Fronterizo.
—Ahora mira, Jenny, muchacha... —se interrumpió cuando el ritmo de la
música aumentó bruscamente, y se hizo más fuerte.
Buccleuch se puso de pie, agitando una copa.
—Un brindis por los novios —gritó.
Rugiendo, los hombres se pusieron de pie de un salto, alzando sus tasas y
copas.
Casi por necesidad, Sir Quinton se levantó para responder con su propio
brindis por la compañía. Luego él brindó por su novia.
Una gran cantidad de otros brindis siguieron hasta que Janet estuvo segura
de que todos los que estaban en la sala debían estar borrachos. Entonces la
música volvió a cambiar, y su esposo le tendió una mano.
—Debemos dirigir el baile, muchacha. Terminaremos nuestra charla luego.
Su voz era severa y su comportamiento ya no era el de la alegre leyenda. De
repente, no estaba tan segura de querer estar enfadada con él.
Capítulo 11
“En lo alto de una colina estaba su castillo,
Con salones y torres de gran altura...”

Delineado contra el sol poniente, el conjunto de las almenas de la Torre


Broadhaugh se alzaban tras un espeso bosque cerca de la aldea de Teviotdale,
coronando sombríamente un montículo escarpado en lo alto de una cresta larga
e inclinada. A pesar de las defensas naturales proporcionadas por su entorno,
Janet pensó que el castillo no parecía particularmente formidable.
Estaba cabalgando por una vez como toda una dama, en una silla lateral
prestada de Margaret. Forrada con piel de oveja y con un basto alto, era lo
suficientemente cómodo pero no tan estable como la silla italiana que Hugh le
había dado para su decimoctavo cumpleaños con la desesperada esperanza de
que dejara su silla de montar cruzada para siempre. Todavía llevaba el vestido
de novia debajo de la cálida capa que había usado en Brackengill. Tanto la capa
como la cola de su vestido cubrían las ancas del poni. Sir Quinton, que iba a su
lado, también vestía su ropa de boda debajo de su gruesa capa.
Detrás de ellos, seguían una veintena de jinetes armados, pero aunque su
grupo había empezado alegremente con mucha risa y procacidades, ahora
estaban casi en silencio, excepto por el tintineo del arnés y el ruido sordo de los
cascos de los ponis.
Janet apenas había hablado con Sir Quinton desde que se había salido de
Branxholme, porque era consciente de las afiladas orejas de sus acompañantes.
No había hecho ningún intento de volver a despertar la conversación sobre su
ataque, y ambos estaban cansados después del largo día. Fiel a su palabra, la
había llevado a Broadhaugh a tiempo para verlo a la luz del día, pero el sol ya se
había deslizado por debajo del horizonte.
—Se ve mucho más pequeño que Branxholme —dijo ella.
Con un toque divertido, Sir Quinton respondió:
—Si Broadhaugh fuera más grande que Branxholme, pertenecería a
Buccleuch en lugar de a mí. Aún así, es una casa soberbia, muchacha, y una de
las más antiguas de Escocia.
—Margaret me dijo que una vez la Reyna Mary se quedó aquí —dijo Janet.
—Sí, ella lo hizo. Antes de la mitad del siglo XIII, Broadhaugh era una Torre
de Pelado de madera lisa; que dominaba vastas extensiones de bosques de
Craik y Ettrick, pero con los señores más ricos comenzaron a cambiar a piedra,
nuestro antepasado reconstruyó Broadhaugh a la manera francesa que era
popular en ese entonces. La torre original, la más cercana a nosotros en el
peñasco, sirvió como pabellón de caza real para Alexander I.
—¿Cuándo se quedó aquí la Reina de Escocia?
—Hace treinta y un años, en la primavera de 1565 —dijo. —Fue cuando
estuvo involucrada con el cuarto Conde de Bothwell. Esa vieja torre contiene
algunos de sus bordados —agregó. —Sé muy poco sobre tales cosas, pero mi
madre siempre dijo que la Reina producía un buen trabajo.
—No has hablado mucho de tu madre antes —dijo Janet. —Margaret me
dijo que tu padre había fallecido, pero ella no mencionó a tu madre. Supuse que
tanto ella como la madre de Buccleuch estarían en nuestra boda, pero ninguna
de las dos estaba allí. ¿Está usted con ella, señor?
—No, pero ella vive con Lady Bothwell, y como, por orden real, la Condesa
ha vivido recluida desde que Bothwell se exilió, mi madre no se movió de su
lado. Las visito de vez en cuando, pero no estamos cerca. Apenas la vi cuando
era pequeño. ¿Te gusta la costura? —preguntó bruscamente.
—Disfruto del trabajo elegante cuando puedo encontrar tiempo para
hacerlo —dijo Janet, agregando francamente, —Sin embargo, nunca creí que mi
trabajo fuera superior al promedio. No tenía una madre que me enseñara como
la mayoría de las jóvenes, ya que la mía murió cuando era muy pequeña. A Hugh
le gusta mi trabajo, pero tampoco creo que él se capaz de juzgar tales cosas.
—Bueno, no debes temer que yo sea crítico. Puedes tener libre albedrío
con esta casa, muchacha. Ordené un poco para preparar tu llegada, pero
Broadhaugh necesita el toque de una mujer.
—Ahora sé por qué no luchaste más duro para evitar casarte conmigo —
dijo ella, dándole una mirada directa desde debajo de sus pestañas. —
Necesitabas un ama de llaves.
Él le devolvió la mirada, y por un momento ella pensó que lo había
desconcertado, pero luego él sonrió.
—Sí, esa sería la razón —dijo.
Sin pensarlo, sacó la lengua y luego, mirando hacia adelante, se asombró de
haberse rendido ante un impulso tan infantil. Al oírlo reírse, sintió que el calor
inundaba sus mejillas y no volvió a mirarlo.
A medida que se acercaban al castillo, se dio cuenta de que, aunque al
principio parecía haber salido del bosque circundante, cualquiera que se
acercara tenía que cruzar una extensión de tierra árida o el río Teviot. Así
mismo, en el estado actual de turbulencia de principios de primavera, el río
formaba una barrera formidable, aún más en el lugar donde se encontró con un
alegre y vertiginoso arroyo al pie de la escarpada colina del castillo.
—Eso es Broadhaugh Water —dijo Sir Quinton, alzando la voz para que ser
escuchado sobre el agua agitada mientras hacía un gesto hacia el arroyo. —Hay
un lugar en el Teviot no muy lejos de donde nos encontramos, que está bien
para nadar cuando hace más calor.
—Es hermoso aquí —dijo Janet. Aunque estaba acostumbrada a las
sombrías vistas de Bewcastle Waste y las tierras de Cumberland, le encantaba la
exuberante vegetación que servía de soporte y telón de fondo a las duras
paredes de piedra de Broadhaugh.
Cruzaron un puente arqueado de piedra gris y siguieron un estrecho camino
de tierra hasta las puertas principales, que se abrieron antes de llegar a ellas.
Dentro del patio, notó de inmediato que era más pequeño que el de Brackengill,
pero alguien con un ojo de artista había colocado en sus adoquines un mosaico
de colores que encontraba placenteros incluso en la luz gris del atardecer.
Deseó que Hugh lo hubiera visto antes de que sus trabajadores hubieran
escogido las piedras para el patio de Brackengill.
Le parecía que muchos de los hombres de sir Quinton debían haber
abandonado las festividades en Branxholme antes que ella y su Señor, ya que
además de la docena que estaba en fila para saludarlos, otros gritaron y otros
más salieron corriendo de las dos torres y también de varias dependencias.
—Hay tantos —dijo ella. —No supe de nadie que se fuera de la fiesta antes
que nosotros.
—Ellos no fueron a Branxholme —respondió. —Seguramente usted no cree
que dejaría a Broadhaugh sin vigilancia en un día en que todos en los dos países
sabían que estaría fuera.
—No pensé en eso —admitió. —¿De verdad crees que alguien se hubiera
atrevido a atacar tu casa el día de nuestra boda?
—¿Qué mejor día, muchacha? —su sonrisa era sardónica. —Yo haría una
cosa así, si quisiera enseñarle una lección a alguien y si podía estar seguro de
que él y la mayoría de su compañía estarían fuera de casa.
—¿Estás sugiriendo que Hugh haría una cosa tan cobarde?
—No quise decir nada tan particular. He aprendido a estar preparado para
lo peor, eso es todo. Aprenderás a hacer lo mismo. Los Ingleses han convertido
en práctica en los últimos doscientos años barrer en Escocia con ejércitos de dos
a diez mil por el puro disfrute de los estragos. Saquean y destruyen sin más
propósito que la destrucción, y lo han hecho desde los días de Edward I.
—Pensé que Buccleuch dijo que Elizabeth y James querían la paz.
—Oh, sí, eso dicen cuando les complace decirlo. Sin embargo, los ingleses
logran inventar una razón para justificar hacer lo que quieran hacer.
—¿Y los escoceses no?
Su sonrisa volvió a brillar cuando dijo:
—Veo que estar casado contigo va a poner a prueba mi ingenio, muchacha,
pero no nos pelearemos el día de nuestra boda. Bienvenida a tu nuevo hogar.
Como dije, les dije a los muchachos que ordenaran, pero no tengo grandes
esperanzas en el resultado. Ni ellos ni yo somos expertos en ese arte.
—El patio se ve ordenado. No veo heces de caballos en los adoquines.
—No, no permitiría eso. También las dependencias son limpias. No vivimos
en la miseria, muchacha. Simplemente no tenemos la habilidad de una mujer
para crear un nido cómodo.
Desmontó y la alcanzó. Cuando sus manos la abrazaron alrededor de la
cintura bajo su capa, ella deslizó sus pies de los estribos y tomó las faldas y la
cola del vestido en su mano izquierda para que no permanecieran colgando
vergonzosamente sobre el caballo cuando él la bajara.
La fuerza de Sir Quinton se hizo evidente en la facilidad y gentileza con que
la levantó y la colocó en el suelo, y cuando levantó la vista para agradecerle, su
mirada se encontró con la suya y su cuerpo se calentó en respuesta a la
renovada hambre que veía en sus ojos. Deseó entonces haber pensado pedirle a
Margaret que le explicara ciertos asuntos. Aunque la oportunidad de hacerlo
había surgido más de una vez, se había resistido a revelar su ignorancia. Ahora,
reconociendo la lujuria que veía en él, deseó haber lanzado el orgullo al viento y
haberle rogado a Margaret que describiera cada detalle de lo que se avecinaba.
—Tu vestido es suave, muchacha —dijo en voz baja sin quitarle las manos
de la cintura. —Mis dedos se deleitan al tocarlo.
Sintiéndose extrañamente atada, e incómodamente consciente de las
miradas de sus hombres, ella quería alejarse y correr hacia el refugio del castillo.
Pero no sabía a dónde ir, y, en cualquier caso, sus pies no parecían pertenecerle.
El momento se alargó, y aún así ella lo miró a los ojos. Sus labios se habían
separado, y parecía estar respirando a través de su boca, porque sentía sus
labios secos. Ella los lamió y sintió las manos de Quinton la apretaban. Su mano
derecha, todavía apoyada en su hombro, se resbaló un poco. El material de su
capa se sentía áspero contra su palma.
—Hace frío aquí —dijo. —Será mejor que te metamos dentro, muchacha, y
te calentemos —mirando hacia otro lado, aparentemente sin darse cuenta de lo
cálida que se sentía, le dijo a uno de sus seguidores: —Invita a los muchachos y
dile a alguien que querrán comida…
—¿Qué estás haciendo, Laird?
Él dudó y luego dijo:
—Dile a alguien que envíe comida y vino a mi habitación.
Sintiéndose como si el intercambio la hubiera liberado de un hechizo, Janet
miró a su alrededor, buscando en la multitud de hombres y caballos para
encontrar al hombre alto que había llevado a su gato por ella. Sir Quinton había
insistido en que estaría más segura si pudiera mantener su mente en su poni, y
no había discutido.
—¿Dónde está Jemmy Bigotes?
—Allá —dijo, gesticulando. —Hob El Ratón lo tiene. Lo llevará a la cocina y
alguien allí lo alimentará.
—Lo quiero —dijo Janet con firmeza. —Él siempre se queda conmigo.
—No esta noche, muchacha. No quiero compartirte con tu gato.
—No necesita compartirme, señor, pero él no conoce este lugar. Si no
puede encontrarme, puede intentar regresar a Branxholme o incluso a
Brackengill. Está acostumbrado a seguirme donde quiera que vaya.
Parecía molesto, y por un momento ella temió que le prohibiera quedarse
con el gato. Si lo hacía, se resistiría a obedecer, pero sabía que su voluntad
prevalecería. Él era el Señor de Broadhaugh. Ni siquiera tenía un sirviente
propio. De hecho, comenzó a creer que ella era la única mujer allí.
Con ese pensamiento, ella dijo:
—¿No tienes sirvientas?
Sus cejas se dispararon hacia arriba, y al encontrarse con una mirada
insinuante, supo que él pensaba que estaba tratando de distraerlo del tema de
su gato y decidió que tal vez lo estaba haciendo. Entonces ella lo vio relajarse, y
el momento pasó.
Él dijo:
—Aparentemente no habría sido muy correcto y decente tener criadas aquí
antes de ahora, muchacha. Ningún hombre quiere que su hija sirva en un
castillo lleno de hombres, en particular la clase de hombres que se reúnen en
Broadhaugh para que me sigan.
—Bueno, voy a requerir sirvientas, señor.
—Sí, lo sé, y he hecho arreglos para que varias comiencen a trabajar
mañana. Usted puede elegir una para servir como su criada personal. No
necesitarás una esta noche, te lo prometo y te protegeré de mis hombres.
Ella no temía a sus hombres, pero comenzó a preguntarse quién la
protegería de él.
—Entremos —dijo de nuevo, presionando una mano contra su espalda para
guiarla.
Ella se clavó en sus talones, deteniéndose firmemente.
—Jemmy Bigotes —dijo de nuevo. —Lo quiero.
Él suspiró.
—Muy bien —luego gritó: —Hob, ¿dónde diablos estás?
—Aquí, Laird —gritó una voz.
—Trae al maldito gato. Su señoría lo quiere.
Su señoría. Janet saboreó las palabras. Sin duda, otros la habían llamado así
después de la boda o durante el banquete y el baile posterior, pero ella había
pasado por esas festividades en una niebla tan densa como cualquier neblina
cegadora de la frontera. En cualquier caso, estaba segura de que Sir Quinton no
la había llamado así antes.
El hombre enorme, con la cabeza velluda y tan asombrosamente llamado
Hob El Ratón, vino rápidamente a entregarle una cesta de mimbre cerrada que
contenía a Jemmy, que protestaba fuertemente.
—Él quiere salir —dijo Hob con una sonrisa.
—Puedo escuchar eso —dijo ella, sonriendo. —Gracias por cuidar tanto de
él. Estoy muy agradecida.
—De nada, señora —dijo, tocándose la gorra. —Él no se peleó conmigo.
Abrió un lado de la canasta, acarició la cabeza del gatito y murmuró
palabras tranquilizadoras. Al oír su voz, Jemmy se calmó y, acercando la canasta
a su oído, escuchó su ronroneo.
Un empujón de la mano que le tocaba la espalda la hizo cumplir con su
deber, y ella acompañó a su esposo por un tramo de los escalones de piedra
hacia el castillo, al ver que su diseño era similar al de Brackengill. La entrada no
estaba al nivel del suelo, sino en el piso de arriba, y en un momento ella supo,
las escaleras probablemente eran de madera, estaban diseñadas de modo que
durante un ataque los habitantes podrían quemarlas para evitar la entrada del
enemigo.
La pesada puerta principal de madera estaba enmarcada en hierro, de
modo que si un enemigo intentaba quemarla, las correas de hierro los
mantendrían afuera. Sin embargo, en lugar de entrar directamente a la escalera,
como se hacía en Brackengill, se entraba en el vestíbulo de Broadhaugh. Aunque
no era tan grande ni tan magnífica como la sala de Branxholme, sus
equipamientos eran casi igual de modernos y estaba cómodamente amueblada
con bancos y mesas. Sus paredes estaban desprovistas de revestimiento, pero
en algún momento, alguien había invertido esfuerzos en el lugar. A pesar de sus
residentes masculinos, en general parecía más civilizado que el Hermitage.
—Te llevaré por el lugar por la mañana —dijo Sir Quinton. —Sin embargo,
los muchachos desearán su cena ahora, así que continuaremos arriba.
—Las cocinas están abajo, supongo.
—Sí, hay una cocina y una pastelería debajo del gran salón, así como un
asador y unas cuantas habitaciones que pueden servir de alojamiento para las
sirvientas cuando lleguen. Vamos por este camino —agregó, guiándola hacia
una escalera circular situada en la esquina posterior izquierda del pasillo. —Voy
a llevar esa cesta por ti ahora —agregó. —Te caerías si intentas manejarla junto
con tus faldas mientras subes las escaleras.
Sin protestar, ella le entregó la cesta con el gato.
Mientras subían las escaleras, Janet vio que una ventana arqueada en la
pared daba al pasillo. Uno podría ver fácilmente quién estaba allí sin ser visto a
cambio. A partir de ahí, la sala lucía cálidamente acogedora. Varios hombres
habían entrado y tomaban sus asientos con entusiasmo en una larga mesa. Al
ver que los sirvientes ya estaban pasando platos de comida, se dio cuenta de
que tenía hambre.
Una puerta arqueada con su puerta entreabierta reveló otra sala más
pequeña en el siguiente nivel, y se dio cuenta de que, como el Hermitage,
Broadhaugh contaba con una sala principal. Sin embargo, no era tan colorida, y
su mobiliario parecía aburrido. Aquí, entonces, fue donde Sir Quinton esperaba
beneficiarse del toque de una mujer. Sin embargo, no tuvo tiempo de examinar
la recámara, porque él dijo en voz baja:
—Vamos al siguiente nivel, muchacha.
Consciente de su presencia detrás de ella, ya que ella no se había percatado
de ningún hombre antes, se apresuró, levantándose las faldas, observó dónde
ponía los pies y utilizaba el pasamano de la cuerda que se enroscaba en
soportes de hierro en la pared exterior. Lo último que quería era perder un paso
y caer. Tan cansada como estaba, podría hacerlo fácilmente, y no quería que el
recuerdo más duradero del día de su boda fuera una imagen de sí misma
cayendo contra él y tirando de los dos al fondo de las escaleras.
La imagen producida por ese pensamiento la hizo reír, y detrás de ella, él
dijo:
—¿Qué es tan divertido?
—Sólo un pensamiento tonto —dijo ella, preguntándose si él esperaría que
ella lo compartiera. No sabía mucho sobre lo que los hombres esperaban de sus
esposas. De hecho, aparte de lo que ella había recogido de algunas visitas cortas
y formales a hogares distintos a los suyos, tenía poco conocimiento de los
hábitos o costumbres de las personas casadas.
Cada vez que ella hacía preguntas sobre tales cosas, la respuesta común era
que una vez que Hugh se casara, su esposa le diría todo lo que necesitaba saber.
Pero Hugh, después de haber evitado con éxito los numerosos intentos de su
tutor de arreglar un matrimonio para él antes que su mayoría de edad, no había
encontrado a nadie fuera conveniente para él. Se preguntaba si sería ahora más
probable que se comprometiera en matrimonio, cuando ya no tenía una
hermana competente para dirigir su hogar por él.
Ese pensamiento no se le había ocurrido antes, pero antes de que pudiera
considerarlo detenidamente, llegó al siguiente piso. Allí la puerta estaba
cerrada.
—No está cerrado —dijo. —Solo gira el anillo, y se abrirá.
Ella obedeció, empujó la puerta para abrirla y se quedó quieta en el umbral
para contemplar la habitación que se mostraba ante sí.
Lo primero que notó fue que un alma previsora había encendido un fuego
en la chimenea. El olor a madera quemada y el alegre crepitar del fuego hicieron
más para que se sintiera bienvenida que cualquier comentario cortés de los
hombres. Entró, se quitó los guantes y miró a su alrededor con interés.
Incluso en la penumbra, podía ver que la tela de Arras que cubría dos
tercios de la larga pared necesitaba una buena sacudida y barrido. Pero la
alfombra Turca cerca de la cama parecía como si alguien la hubiera cepillado
recientemente, y el edredón de cama bordado en azul parecía haber sido
sacudido si bien no se habían quitado y se había limpiado a fondo. La simple
colcha azul era lisa, y la habitación estaba tan limpia y ordenada como
cualquiera podría esperar que lo estuviera.
—¿No hay cortinas en las ventanas?
Él sonrió mientras colocaba la canasta del gato en el piso justo delante de la
puerta.
—No es como si alguien nos pudiera mirar.
—Tal vez no —dijo, —pero se mantendrían en el calor del fuego.
—También el humo —señaló. —Esa chimenea es temperamental.
—Sin duda necesita limpieza —dijo.
Levantó las cejas.
—¿Limpieza? ¿Sabes dónde se asienta esa chimenea?
—No se preocupe, señor. Veré que alguien la atienda.
—¿Sin enviarlos a estrellarse contra las piedras de abajo?
—Sí, yo sé cómo se puede hacer de manera segura —ella lo observó con
recelo mientras él se daba vuelta y cerraba la puerta, lanzando ruidosamente el
cerrojo.
Se volvió, la vio mirar y le dijo con una sonrisa:
—Tip, el muchacho que atiende mis necesidades personales, piensa que
esta habitación es tan suya como mía. Hasta que aprenda a anunciar su
presencia, pondremos el cerrojo cuando queramos privacidad.
—¿Qué hay de la comida que pediste?
—Los dejaré entrar, nunca temas. ¿Tienes hambre, Jenny? —él dio un paso
hacia ella.
—Si —dijo ella, retrocediendo. —Ha pasado tiempo desde nuestra fiesta de
bodas, y yo... ni siquiera recuerdo qué comí, si es que comí algo.
—Comiste lo suficiente para tres mujeres —le dijo, riéndose. —Estate
quieta.
A pesar de que le tomó esfuerzo obedecer, lo hizo. A ella le gustaba la
forma en que sus ojos brillaban cuando estaba feliz. Su sonrisa era irresistible,
sacando una sonrisa de ella a cambio; pero la suya se desvaneció cuando él
alcanzó el broche de su capa.
—Puedo deshacerlo —dijo ella.
—Estoy seguro de que puedes, pero quiero hacerlo —dijo, tomando su
mano con la suya. Todavía llevaba sus guantes de cuero, y la mano desnuda de
ella se sentía tragada por ellos. Él lo acercó más hasta que los dedos de ella
tocaron el material áspero que cubría su pecho. Con su mano libre, alcanzó de
nuevo el broche y lo abrió. Soltando su mano, él levantó la capa de sus
hombros. —Me gusta ese vestido —dijo.
—Es hermoso —dijo ella. —Sin embargo, no sé si era correcto que lo hayas
comprado para mí. Mi hermano debería haber pagado por mi vestido de novia.
—No pensaremos en tu hermano —dijo en voz baja. —No me importó
comprar el vestido, porque me gusta saber que soy dueño de cada puntada y
hueso de ti, Jenny.
Poniéndose rígida ante la idea de ser poseída como una yegua, pero
sabiendo que en verdad esa era la naturaleza de las cosas, dijo:
—Ya le dije, señor, mi nombre es Janet. Nadie me llama Jenny.
—Ahora alguien lo hace —dijo. —Me gusta el sonido de Jenny más que el
de Janet.
—Bueno, a mí no —dijo de manera uniforme. —Jenny suena como una niña
pequeña.
—No, entonces. Jenny suena como... como una muchacha suave y gentil,
una que quiere, sobre todo, complacer a su marido —mientras hablaba, le tocó
el hombro con suavidad. Luego, frunciendo el ceño de nuevo, se detuvo para
quitarse los guantes.
Alejándose mientras él estaba ocupado, ella se volvió para mirarlo.
—Sé que es mi deber complacer a mi esposo, señor, pero debe saber que
no me criaron como otras niñas. He administrado una casa que quizás sea
incluso más grande que esta, y aunque he vivido con un hombre
temperamental...
—Dije que no quiero hablar de tu hermano —dijo. Se desabrochó la capa, la
arrojó a un lado y se movió hacia ella de nuevo.
Janet dio un paso atrás y dijo con firmeza:
—No se trata de Hugh, Sir Quinton. Esto es sobre mí. No debes entrar en
este matrimonio pensando que seré como otras mujeres, porque no lo soy. Lo
siento si eso te decepciona, pero no puedo alterar ese hecho.
Su sonrisa se desvaneció y una mirada severa tomó su lugar.
—Mi muchacha Por lo que sé sobre Sir Hugh Graham, no lo dirigiste todo en
Brackengill, Jenny. Para el caso, dudo que hayas ganado muchas batallas con él.
¿No me dijiste una vez que le dio un trato rudo a alguien que lo disgustó?
—Sí, y así lo hace —admitió ella, —pero él rara vez prestó atención a lo que
hice con respecto a la familia. Fue sólo cuando interferí en sus competencias
que él consideró lo suyo que cruzamos las espadas.
—¿Cruzaron espadas?
—Es simplemente una forma de hablar —dijo, agregando con un suspiro, —
No es que no me guste aprender a manejar una. Es muy injusto que solo los
hombres puedan tener armas. Casi siempre llevo mí...
—Las mujeres no son adecuadas para portar armas —dijo. —No es que las
chicas no empuñen ciertas armas propias, claro. Algunas de ellas son bastante
inofensivas, como una sonrisa o el bailoteo de un par de caderas finas, pero he
visto uñas lo suficientemente largas y afiladas como para sacar los ojos de un
hombre. Ahora que lo pienso, no he examinado las suyas para ver si requieren
recorte. Tal vez debería.
Ella puso sus manos detrás de ella.
—Por favor, señor, no bromeo.
—Déjame ver tus manos, pequeña esposa.
Manteniéndolas a salvo detrás de su espalda, retrocedió otro paso,
diciendo con frustración:
—¿Por qué los hombres nunca escuchan?
Suavemente dijo:
—Jenny, muchacha, si uno de mis hombres ignorara una orden de la forma
en que estás ignorando la mía ahora, rápidamente le enseñaría a no volver a
hacerlo.
Inclinando la cabeza, ella dijo:
—¿Qué le harías?
Él hizo una mueca.
—El punto no ha surgido en años, pero haría lo que mejor me pareciera. En
cualquier caso, lo que le haría a un hombre que me debe lealtad y lo que le haré
a una esposa que me debe obediencia es casi lo mismo.
—¿Estás amenazando con pegarme si me niego a mostrarte mis manos?
—Jenny, este es nuestro día de boda. No quiero pelear contigo. ¿Por qué
sigues alejándote de mí?
—Porque no te conozco —dijo ella. —Porque quiero conocerte mejor, y no
quiero que creas que al cambiar el nombre por el que me llamas, puedes
cambiar mi naturaleza. Si no me quieres como soy, deberías haberlo dicho
desde el principio. Si entras en nuestro matrimonio creyendo que puede
moldearme para que se adapte a la imagen que tiene de Jenny, le recordaré,
señor, que ella es tanto una jenny-mala como una jenny-buena.
—Hablando bonito —dijo. —¿Quieres desafiarme a cada momento?
—No quiero desafiarte en lo absoluto —dijo. —Solo quiero aclarar las cosas
entre nosotros. Quiero saber lo que esperas de mí, y quiero que sepas que no es
probable que cambie mi naturaleza simplemente porque tú quieres que lo haga.
Un ruido sordo los distrajo a ambos, y se giraron para ver la cabeza de
Jemmy Bigotes sobresaliendo de debajo de la tapa en un extremo de la canasta.
Un momento después, el gatito emergió por completo e inmediatamente se
sentó para arreglarse.
Con una sonrisa irónica, Sir Quinton dijo:
—Ahora hay un muchacho que sabe cuidar lo que es importante. Tomaré
una lección de él solo para mostrarte que no estoy dispuesto a seguir siempre
mi camino. ¿Piensas pararte contra esa pared toda la noche, pequeña esposa?
Mirando por encima del hombro, Janet vio que casi había retrocedido
contra la pared cerca de una ventana. Afuera estaba casi oscuro, pero mirando
hacia afuera, vio que la vista abarcaba acres de bosques en la parte superior de
Teviotdale. El Teviot se unió a Broadhaugh Water muy por debajo, y ella pudo
escuchar su risa alegre.
—Es hermoso, ¿no es así? —Dijo, moviéndose para pararse a su lado. El
orgullo y el amor que sentía por su hogar coloreaban cada palabra.
—Sí —dijo, —aunque lo veré mejor a la luz del día. ¿Qué ciudad es la más
cercana?
—Por millas la única ciudad real es Hawick —dijo. —Ahí es donde compré
tu vestido —él le pasó un brazo por los hombros y la atrajo hacia sí. —Es un
vestido suave y encantador, pero es tiempo de quitárselo, muchacha. Te miraría
sin eso.
Ríos de calor la atravesaron, por lo que era difícil respirar. Ella no sabía qué
hacer con sus manos, o qué decir. Seguramente, debería decir algo inteligente,
algo conyugal, pero su imaginación le falló. No tenía experiencia sobre la cual
tratar. Sus labios se sentían secos, y su aliento retumbaba en su garganta. Podía
sentir el latido de su corazón. De hecho, podía oírlo, como un ruido sordo en sus
oídos.
La palma de la mano de sir Quinton acunó un lado de su cara.
—Te prometo que no tienes por qué temerme, Jenny. Nunca he golpeado a
una mujer en mi vida.
—No es eso —murmuró ella.
—¿Y qué es?
—No sé lo que se supone que debo hacer.
—No necesitas hacer nada todavía. Primero, actuaré como tu sierva. Solo
imagíneme, si puedes, con una gorra y un delantal de sirvienta.
Lo absurdo de la sugerencia la hizo sonreír.
—Eso es mejor. Si hubiera estado pensando con claridad en ese momento,
le habría pedido a Francis Tailor que dejara ver las ataduras de este vestido.
¿Dónde diablos están?
—Pensé que era usted el que tenía experiencia, señor —dijo con tono
recatado.
—Mi experiencia no es tan amplia como para incluir todo tipo de botones y
cordones, señora. ¿Me lo mostrarás o debo idear mi propio camino con este
vestido?
—¡No, no! Lo rasgarás, y entonces no tendré nada que ponerme.
—Entonces muéstrame.
A regañadientes, ella le mostró los inteligentes amarres de Lady Gaudiland.
Él demostró ser un estudiante apto, y cuando llegó a su corsé, ella se apartó de
la ventana, incapaz de creer que nadie podía verlos allí de pie. Él se rió de su
modestia pero aprovechó la oportunidad para cerrar las contraventanas contra
el frío de la noche. Luego encendió las velas junto al fuego y las puso en sus
estantes; después se quitó el jubón y la camisa antes de devolverle toda su
atención.
—La próxima vez te mostraré cómo debes quitarme la ropa —dijo él,
mientras le quitaba el vestido a Jenny por encima de los hombros. Cayó, un
remanso de terciopelo se formó a sus pies.
Aunque sabía que se estaba sonrojando, se sentía más cómoda con él.
Había temido que un marido simplemente le exigiera que se desvistiera y le
permitiera hacer lo necesario para embarazarla, pero claramente ese no sería el
caso. Parecía querer que ella disfrutara de su unión marital.
Su toque continuó agitando nuevos y emocionantes sentimientos en su
cuerpo, fascinándola y deleitándola, y haciendo que se preguntara qué los había
causado. ¿Podría ella despertar sentimientos similares en él? ¿Era insensato
preguntarse tales cosas?
Su corsé, su enagua y sus apuntalamientos se desprendieron a
continuación, y ella se estremeció en su delgada bata.
—Ve a la cama, muchacha —dijo. —Voy a agitar el fuego.
Un golpe en la puerta la sobresaltó y la envió volando hacia la cama. Él se
rió cuando ella arrebató la colcha azul y se zambulló debajo de ella.
Todavía riéndose, él dijo.
—¿Debo dejarlos entrar?
—¡No! ¡Oh, por favor, señor, no!
Todavía se estaba riendo cuando fue a abrir la puerta.
Preguntándose si podría cerrar la cortina de la cama desde donde estaba
acostada, decidió, en cambio, tirar de la colcha hacia su barbilla.
—Tomaré eso —dijo Sir Quinton en la puerta. —Puedes irte a la cama
ahora, Tip. No requeriré nada más esta noche.
Ella escuchó una respuesta murmurada, y luego la risa contagiosa de su
marido. Cuando pateó la puerta para cerrarla y giró, sostenía una bandeja
grande y bien cargada.
—Ahora, aquí hay un dilema —dijo sonriendo. —¿Debemos satisfacer
primero el hambre en nuestros estómagos o el de nuestra lujuria?
Su estómago gruñó en respuesta.
—Creo que estoy hambrienta, señor —dijo.
—Tip no nos trajo nada tan grandioso como lo que Margaret proporcionó
en Branxholme —dijo. —Solo pan y carne, y creo que esa olla tiene sopa —
agachó la cabeza y olfateó. —Caldo de res con trozos de algo flotando en él, y
tazas para beberlo, pero se olvidaron de enviar un cucharón.
—Podemos tomarlo con las tazas —dijo. —Ponga la olla cerca del fuego
para mantenerla caliente, y podemos tomar la sopa más tarde si la queremos.
Todo lo que quiero ahora es una rebanada de pan y carne. ¿Tu asistente Tip nos
trajo algo más para beber además de la sopa?
—Sí, cerveza y vino a la vez. ¿Cuál te gustaría?
—Vino, por favor.
Él vertió un poco de la jarra en una copa de peltre y se la entregó.
Ella tomó un sorbo, sintiendo el calor que se filtraba a través de su cuerpo
mientras lo veía desechar la olla de sopa poniéndola casi en las brasas al borde
del fuego. Luego puso la jarra de vino al alcance de su mano en una mesa lateral
cerca de la cama. A ella le gustaba ver el juego de músculos en sus brazos y
espalda mientras él se movía. Era un hombre bien hecho.
Al final, él llevó la bandeja a la cama, y ella recogió sus piernas para que él
pudiera colocarla en la colcha, algo que ella nunca habría permitido en
Brackengill. ¿Qué persona civilizada comía en la cama? Pero ella no dijo una
palabra hasta que él le entregó un grueso trozo de pan con una rebanada
caliente de carne rara encima del pan. Luego, con profunda sinceridad, dijo:
—Gracias.
Mientras mordisqueaba, tratando de evitar que las migas cayeran en la
cama, lo vio cortar otra rebanada de carne en tiras. Se los metió en la boca, uno
a la vez, masticando mientras limpiaba las gotas de carne de la bandeja con una
rebanada de pan tan gruesa como la que él le había dado. Claramente, él
también tenía hambre.
Cuando ella terminó su pan y carne, él retiró la bandeja y la puso en un
cofre cerca de la chimenea. Apagando las velas, volvió a la cama. Ya estaba
oscuro afuera, pero el fuego arrojó un resplandeciente brillo naranja-dorado
sobre el dormitorio, y cuando se metió en la cama, dejó las cortinas abiertas.
—Quiero verte —murmuró, deslizándose bajo las mantas a su lado. —
Quítate la bata.
Atrevidamente, ella dijo:
—Pensé que usted iba a actuar como sirvienta, señor.
—¿Tu doncella te quita la bata?
—Si le digo que ella debe hacerlo, lo hace.
Él rió de nuevo, complaciéndola, porque ella había querido hacerle reír. Ella
lo estaba conociendo mejor, y eso también le gustaba. Sin embargo, cuando él
alcanzó su bata, a ella le resultaba incómodo seguir cambiando de posición para
dejar que se la quitara, así que lo ayudó, sentándose mientras él se la quitaba
por encima de la cabeza. Sin embargo, cuando ella se movió para recostarse de
nuevo, él la detuvo con una mano en su brazo.
—No te muevas. Quiero festejar mis ojos. Jenny, muchacha, tienes
hermosos pechos. Empiezo a pensar que me he ganado un gran premio contigo
—inclinando la cabeza, besó el suave ascenso de su pecho izquierdo y la hizo
jadear.
Mientras su atención estaba enfocada en sus labios en movimiento, la
mano derecha de él acunó su pecho, sorprendiéndola de nuevo; pero cuando su
pulgar rozó su pezón, ella inhaló bruscamente, sorprendida por sensaciones más
fuertes que ninguna otra que hubiera sentido antes. Ella quería tocarlo.
Tentativamente, movió su mano para acariciarle el hombro desnudo,
sorprendida de lo cálido que se sentía. Curiosa ahora, le acarició el brazo,
sintiendo los poderosos músculos tensos bajo sus dedos.
—Tus manos son suaves y cálidas —dijo él. —Las mías no son demasiado
frías, ¿verdad?
—No —la palabra susurrada apenas era audible.
—Ah, muchacha, creo que voy a disfrutar del matrimonio después de todo.
Acuéstate ahora y déjame complacerte.
Inhalando profundamente, con la esperanza de calmar sus nervios
revoloteando, ella obedeció.
Capítulo 12
“Si los enemigos, sólo reconocían la mano desarmada
Pronto habían huido por miedo.”

Quin estaba maravillado por la suavidad de su piel. Sus pechos eran firmes,
altos y gordos, su cintura tan pequeña, pero sus caderas anchas y femeninas.
Ella tendría buenos hijos, y él tenía el anhelo de verlos. Tendrían hijos; una
docena de hijos, y todos hombres fuertes y buenos de los que un padre y una
madre podrían estar orgullosos. Era fácil imaginar a esta hermosa muchacha
madre de hijos fuertes y hermosas hijas.
Ella yacía desnuda bajo él, el brillo de la luz del fuego bailando sobre su piel.
Sus ojos estaban muy abiertos, y él sabía que ella seguía desconfiando de lo que
le esperaba. Fue una pena que no tuviera una madre que la preparara para el
matrimonio, que no hubiera pensado en preguntarle a Margaret, o que
Margaret no se hubiera dado cuenta de que necesitaba que la enseñaran. Al
mismo tiempo, se alegró de que él le enseñaría, de que ella no aprendiera de
nadie más.
Le dolía el cuerpo debido a ella. La tentación de hacerla suya a la vez era
casi abrumadora, pero temía herirla. Él admiraba su orgullo, la forma en que ella
mantenía la cabeza alta y miraba a los hombres a los ojos. La mayoría de las
mujeres Inglesas que conocía se comportaban de manera más sumisa.
Mantenían sus ojos abatidos, sus palabras suaves y gentiles. Parecían
obedientes. Sin embargo, no todas eran iguales, ya que la gente era diferente
en todas partes, y un hombre que se comportaba con delicadeza un día podía
ser cualquier cosa menos gentil al siguiente. Seguramente, era lo mismo con las
mujeres.
Aun así, las escocesas que conocía parecían diferentes de las inglesas. Sus
lenguas eran más agudas, y parecían más propensas a decir lo que pensaban.
Sorpresivamente, se dio cuenta de que estaba pensando en las mujeres de su
familia, y sabía que Margaret Scott hablaba más claramente a Buccleuch cuando
estaban entre parientes que cuando había otras personas. Tal vez eso era todo.
Sin embargo, Janet Graham le había hablado bruscamente desde el
principio. ¿Fue porque ella lo había visto como un cautivo y por lo tanto un
inferior? Seguramente su comportamiento hacia él se enmendaría ahora que
era su esposa. Tal vez, como Margaret, ahora hablaría francamente sólo cuando
estuvieran solos o con parientes cercanos, y se comportaría con sumisión
apropiada y obediente cuando otros estuvieran cerca.
Impulsivamente, dijo.
—A veces me recuerdas a mi madre.
—¿Lo hago? —sus ojos parecían más amplios, más grandes que nunca. —
¿Cómo es eso, señor?
—Cuando mi padre aún vivía, a menudo ella le decía lo que pensaba. Me
dijo que una vez, cuando pensó que no habría suficiente comida para el
invierno, le sirvió las espuelas en una bandeja.
—Santo cielos, ¡ella no podía esperar que se las comiera!
—No, ella esperaba que se las pusiera y se fuera a saquear. Durante años,
nuestra carne fue casi toda criada en Inglaterra. En aquellos días, nuestra
riqueza, como la de Buccleuch, no residía tanto en el oro como en el ganado que
poseíamos. Esta es una situación común en las Fronteras Escocesas, porque los
hombres temen plantar o incluso cultivar su tierra. Creen que los ingleses sólo
tienen que enterarse de la existencia de un campo arado para formar un
ejército de saqueadores.
—Bien, usted ha sido más listo que los ingleses, señor, pues ha tomado a
una por esposa, pero si piensa que alguna vez le serviré sus espuelas para la
cena, está equivocado. Como dije antes, tus días de incursión deben terminar.
Seguramente, si tanto el Rey James como la Reina Elizabeth quieren la paz, y si
los dos países se convertirán en uno cuando Elizabeth muera, puedes empezar a
cultivar la tierra sin temer su destrucción.
—¿Puedo, muchacha? ¿Crees que tu hermano quiere dejarme en paz?
Ella frunció el ceño.
—Tu silencio es suficiente respuesta —dijo. —Sir Hugh no me perdonará
por casarme contigo, o a tí por casarte conmigo.
—Tal vez no lo haga.
Su tono triste le sorprendió.
—Pensé que no te gustaba tu hermano —dijo.
—¿Qué te hace pensar eso? Hugh es mi hermano, mi único pariente
cercano, y lo amo. No siempre estamos de acuerdo, ciertamente, pero somos
hermanos, señor, y es la naturaleza humana que los hermanos no estén de
acuerdo. Le echaré mucho de menos.
—Entonces debemos ver si podemos solucionar el problema lo suficiente
como para ponerlo en términos de hablar nuevamente —dijo con una sonrisa.
—Pensaremos en eso mañana.
Ella sonrió.
—¿Mañana?
—Sí, porque ahora sólo quiero pensar en hacerte mía.
—Sigues haciéndome parecer una propiedad —se quejó.
—Sí, bueno, tal vez sea así. ¿De qué otra forma describirías a la esposa de
un hombre?
—¡Espero que ella sea más importante que sus vacas!
Sonriendo, tocó con un dedo la punta de un seno, haciéndola jadear de
nuevo. Queriendo demostrarle lo fácil que era agitarla, inclinó la cabeza y se
metió el pezón en la boca.
Ella parecía haber dejado de respirar.
Movió una mano, con la palma hacia abajo, sobre su vientre y hacia abajo
para tocar los suaves rizos en la unión de sus muslos. Haciendo primero
cosquillas en los rizos y luego en la abertura que ocultaban, él insertó un dedo y
la sintió rígida, luego se relajó cuando su cuerpo comenzó a responder a sus
caricias.
Ella estaba preparada para él, pero él la acarició un poco más, hasta que la
oyó gemir con placer. Luego, moviéndose para que poder tocar sus labios con
los de ella, la besó inicialmente con suavidad, luego más posesivamente;
explorando la boca de ella con su lengua mientras sus dedos permanecían
ocupados debajo. Se agitó, se estiró y gimió más. Sus manos lo tomaron,
inciertas al principio y luego con más confianza.
Cuando por fin creyó que ella estaba sufriendo por él casi tanto como él
sufría por ella, la tomó rápidamente, sabiendo que poco podía hacer para
protegerla del dolor de aquella primera vez. Él se arrepintió cuando ella gritó
pero sofocó el sonido rápidamente con más besos mientras él alcanzaba su
propio clímax. Luego, saciado, se relajó y la abrazó. Besándola suavemente, él
murmuró:
—No siempre te dolerá, muchacha, te lo prometo. La próxima vez será más
agradable para ti.
—¿Lo será? —la mirada perezosa y contenta en sus ojos le sorprendió. Ella
se estiró un poco, y cuando él se movió de modo que su cabeza yacía contra su
hombro, ella giró su cara hacia él y sonrió. —Pensé que sería terrible —dijo en
voz baja, —pero no lo fue. Creo que podría llegar a gustarme un poco el
matrimonio.
Se rió, besándola suavemente.
—¿En serio?
—Sí —dijo ella.
Cerró los ojos, y lo siguiente que supo fue que era de mañana. Cuando
despertó, ella estaba enroscada como un gatito a su lado, y pensó que incluso
podía oírla ronronear. Se tardó un momento en darse cuenta de que el
ronroneo venía de detrás de él, y un momento más para darse cuenta de que un
cuerpo caliente y peludo estaba estirado a lo largo de su espalda desnuda,
debajo del cobertor.
Besando el hombro desnudo de su mujer, murmuró:
—Por favor, no me digas que tu gato siempre duerme bajo las sábanas
contigo.
—Por supuesto que no —dijo ella, volviéndose para mirarle. —En casa
duerme a los pies de mi cama, pero nunca bajo el cobertor.
—Bueno, ahora está debajo de él —dijo. —Su pelaje me hace cosquillas en
el trasero.
Ella se rió y se giró para enfrentarse a él, descubriendo, como él había
esperado, que él estaba hambriento de ella de nuevo. Sin pensar en el gato, se
movió sobre ella, cuidando de moverse suavemente. Sus labios se tensaron,
diciéndole que todavía le dolía un poco por la noche anterior, pero luego se
relajaron y su cuerpo le dio la bienvenida. Se tomó su tiempo, disfrutando de su
creciente placer tanto como el suyo, y cuando terminó, ambos se recostaron,
sintiéndose agradablemente agotados, y volvieron a dormir.
Un golpe en la puerta acompañado de un maullido lastimero de Jemmy
Bigotes los despertó algún tiempo después.
Cuando Quinton se levantó y caminó desnudo hacia la puerta, Janet dijo
divertida:
—¿Planea ayudarme a vestirme, señor, o ya habrá llegado una de esas
sirvientas?
—Preguntaré —dijo, abriendo la puerta a su hombre. —No moleste a su
señoría, Tip —dijo, como si fuera necesario advertir al hombre que no estaba
solo. —¡Y cuidado con el maldito gato!
Mientras hablaba, sin embargo, Jemmy Bigotes salió por la puerta,
aceptando la oportunidad de hacer una buena escapada.
Quin dijo con tristeza a Janet:
—Haré que los muchachos lo atrapen. No llegará lejos.
—No se escapará ahora —dijo ella. —Déjalo explorar. Sólo lo asustarían.
Asintió, y luego se volvió hacia su hombre.
—Olvida mis cosas por el momento, Tip, y mira si una de las criadas que
encontraste para su señoría ya ha aparecido.
—Sí, Laird, Ardith está aquí. Pensé que primero vería si la querían, sabiendo
el estado en el que probablemente vestirías cuando abrieran la puerta por la
mañana. Habrías rechazado a la pobre chica y mandado a gritar por su madre.
Quin miró su cuerpo desnudo y suspiró.
—Supongo que tendré que cambiar algunos de mis hábitos ahora que
tenemos mujeres en el lugar —dijo.
—Lo hará, señor —dijo Janet desde la cama, —y no sólo con respecto a su
vestimenta. Aún no me ha dado su palabra sobre ese otro asunto, sabe, y me
temo que debo insistir. Es de suma importancia para mí que renuncies a tus
métodos de incursión ahora que te has casado conmigo. Nunca te perdonaría
que mataras a uno de mis parientes en una redada, o que destruyeras su casa.
Le dio una mirada severa.
—Luego Hablaremos más al respecto. Vete ahora mismo, Tip, y envía a
Ardith con su señoría inmediatamente.
—¿Pero qué hay de tu ropa, Laird?
—Me vestiré antes de que la traigas. Unos pantalones y un camisón me
vendrán bien.
Tip se deslizó por delante de él y corrió del cofre al vestuario, arrojando
prendas de vestir sobre un brazo, teniendo cuidado de no mirar en la dirección
de Janet.
—Yo debería tener mi propia recámara, ¿no? —dijo ella cuándo Tip puso un
par de netherstocks 33 y un par de túnicas de lino en las manos de Quin.
—Espero que la tengas —dijo Quin. Mientras se sentaba en un baúl para
tirar de los netherstocks, y añadió, con una sonrisa burlona: —Para vestirse.
—Veo que disfrutaste de una buena porción de la sopa —dijo Tip,
deteniéndose junto al fuego. —¿Por qué no usaste las tazas?
—No tocamos la sopa —dijo Quin, moviéndose para unirse a él. Pequeñas
huellas de patas en las cenizas le dijeron de inmediato quién era el culpable.
Miró a Jenny.
Ella sonrió pero luego se quedó en silencio mientras él se vestía. Cuando
cerró la puerta por fin detrás de Tip, ella miró con cautela, y él se dio cuenta de
que había notado su molestia de momentos antes. Por lo tanto, eligió sus
palabras con cuidado, aunque hubiera preferido emitir una orden directa, igual
que lo habría hecho con cualquiera de sus hombres que se atrevieran a hacerle
demandas impertinentes e inoportunas.
—Puedes darme tus opiniones en privado —dijo, —pero no debes hacerlo
cuando otros están cerca. Te garantizo que Sir Hugh no fomenta esa franqueza.
—No lo hace —admitió ella, —pero esto me preocupa mucho, señor. No
debería haber hablado tan claramente delante de tu hombre, pero debo insistir
en que prometas no atacar a mis parientes ni a mis amigos.
Su temperamento se agitó, pero dijo uniformemente:
—Mis hombres esperan que yo los guíe, muchacha. Es lo que hago.
—Entonces deberías guiarlos por el camino de la paz, señor —dijo ella, su
tono coincidiendo con el de él.
—La paz requiere que ambas partes cooperen.
—Sí, pero un lado debe comenzar. ¿Por qué no el tuyo?
—¿Crees que mi gente debería sentarse mansamente mientras los Ingleses
asaltan sus casas, las queman, matan a sus esposas y niños, y roban su ganado?

33
NT. Netherstocks: Medias largas hasta la altura de las rodillas., características del atuendo medieval.
—Seguramente no matarán a las personas que no se opongan a ellos.
—Si crees eso, no conoces a tus compatriotas — respondió.
—Los hombres que conozco no matarían a mujeres y niños inocentes.
—Entonces los hombres que usted conoce no han tomado parte en los
incursiones contra Escocia —dijo. —No hace mucho tiempo, al quemar la mitad
de Tarrasdale, los hombres de Bewcastle Waste quemaron una veintena de
cabañas, mataron a seis hombres, ocho mujeres y siete niños. Esos eran los
hombres de tus hermanos, muchacha. Lo hicieron, sabiendo que mis Bairns
vengarían la incursión y esperando atraparme. Como sabes, ese plan tuvo éxito.
Ella frunció el ceño.
—No sabía de los asesinatos ni de las quemas, pero muchas mujeres y niños
Ingleses también han muerto en las incursiones.
—Sí, lo han hecho. No niego eso. Mis Bairns no matan a inocentes, a menos
que quieran responder ante mí. Ellos saben bien que los colgaría por ello.
Oyó su grito ahogado y presionó su punto de vista.
—La vida en las Fronteras es dura, Jenny, y los hombres deben ser lo
suficientemente duros para estar a la par. Tal vez algunos días todos podamos
disfrutar de la paz, pero ese día aún no ha llegado. Hasta que lo haga, no puedo
y no abandonaré a mis hombres, no importa lo bien que me lo supliques. Es mi
guía la que los mantiene a raya. Sin esa guía, habría más muertes.
Ella agitó la cabeza.
—Ese argumento no servirá. Tienes el poder de impedir que tus propios
hombres hagan saqueos. Quizás no podamos acabar con todos los asesinatos,
señor, pero usted debe impedir que sus hombres; nuestros hombres, ataquen a
otros. Defender sus hogares es otra cosa. No te pediría que les niegues tu ayuda
en tal caso.
—No te escucharía si lo hicieras —dijo con una leve sonrisa. —Lo que no
pareces entender, sin embargo, es que el ataque es la defensa de sus hogares.
Si no respondemos de la misma manera, los ingleses nos aniquilarían.
—Eso no tiene sentido. Si dejaras de atacarlos, ellos dejarían de atacarte a
ti. ¿Cuál sería el punto?
—El punto —respondió, forzando la paciencia —es que antes de que los
ingleses se detuvieran, matarían de hambre a todos los escoceses de las
Fronteras. No puedo permitirlo, y aunque fuera tan tonto como para dejarlo
pasar, Buccleuch no lo haría.
Ella suspiró.
—No puedo detener a Buccleuch.
Casi le dijo que ella tampoco podía detenerlo a él, pero decidió callarse.
Permaneció en silencio durante un largo momento, aún mirándolo.
Entonces, repentinamente, dijo:
—No puedo culparte por negarte a escuchar. No querías casarte conmigo.
—Es cierto que el matrimonio no era una noción que entraba en mi cabeza
—admitió. Luego, con una sonrisa, añadió: —Pero después de anoche, creo que
me adaptaré a ello sin demasiadas dificultades.
El color saltó a sus mejillas, y por primera vez evitó su mirada. Mojando los
labios con la lengua, dijo:
—Yo... yo también creo que podemos llegar a un entendimiento, señor. Sin
embargo, será mucho más difícil para mí si tengo que preocuparme por los
ataques a los que amo y cuido.
—Debes aprender a amar y cuidar a tu nueva familia —dijo.
—Sí, y lo haré. Sin embargo, eso no altera mis sentimientos sobre los
saqueos. ¿No hay algún compromiso al que podamos llegar?
Dudó. Era una pregunta justa.
—Haré lo que pueda —dijo al fin. —No puedo prometer más que eso. Si
Buccleuch ordena una incursión, debo ir. Él es mi señor y esperará y exigirá mi
obediencia. Además, si mi tierra o la de alguno de mis seguidores cae bajo
ataque, haré lo que deba hacerse.
—Aún así, no es necesario iniciar ninguna incursión o ataque —dijo. —
También podría animar a su gente; la nuestra, a probar los caminos de la paz.
Así estarías obedeciendo una orden real, después de todo.
—Las órdenes de Jamie y los deseos de Jamie a menudo se contradicen
entre sí —dijo. —Dice una cosa, a menudo sin más razón que poder decirle a la
Reina de Inglaterra que lo ha hecho, pero desea otra. Es totalmente capaz de
ordenar a Buccleuch que aniquile una aldea Inglesa el mismo día que deplora
públicamente la violencia en las Fronteras. Aquí está tu criada —añadió
innecesariamente cuando un golpe en la puerta anunció el regreso de Tip. —
Adelante —ordenó. —Trae mi navaja, Tip. Puedes afeitarme mientras mi señora
se viste.
Janet vio a Sir Quinton irse, sintiendo frustración y preguntándose si
respondería a alguno de sus deseos con algo más que una discusión. Al menos
parecía haberla escuchado, lo que era una mejora con respecto a Hugh. Aún así,
escuchar no significaba que él cumpliría con sus peticiones.
No tuvo más tiempo para pensar en el asunto, pues la pelirroja y regordeta
Ardith esperó para ayudarla y otro golpeteo anunció la llegada de un lacayo que
llevaba una jarra de agua caliente para sus abluciones.
No esperaba encontrar gran placer al vestirse, ya que había pocas opciones
en cuanto a lo que podía ponerse. Tenía las dos faldas y el corpiño que había
usado cuando dejó Brackengill, un vestido que la mujer de Margaret había
alterado para que le quedara bien, y su vestido de novia. Durante su estancia en
Branxholme había alternado los dos vestidos que usó esos días, y estaba
completamente cansada de ambos. Sin embargo, conocía a mujeres que
poseían mucho menos, y si Margaret era típica, las Escocesas prestaban menos
atención a su atuendo que las Inglesas del mismo rango.
Cuando visitaba Bewcastle u otras residencias similares, siempre había
llevado una variedad razonable de ropa, y su anfitriona frecuentemente
esperaba que se cambiara varias veces al día. En Branxholme, sin embargo, ella
y Margaret se habían vestido por la mañana y no se habían cambiado en todo el
día, ni siquiera para cenar.
Se le ocurrió que Margaret podría haber alterado su práctica habitual para
acomodarse a una huésped que había traído poco con ella para vestirse. Aún
así, el hecho de que Margaret le hubiera dado sólo un vestido, indicaba que ella
había pensado que no necesitaría más.
—Me pondré el corpiño azul y la falda, Ardith —dijo mientras se dirigía a
realizar sus abluciones en el lavabo, donde la joven sirvienta estaba vertiendo
agua del aguamanil en una vasija.
—El hombre del Laird, ese Tip, dijo que al Laird le gustaría que se pusiera
uno de los vestidos nuevos, mi Lady.
—¿Qué vestidos nuevos?
—Dijo que los encontraría en el armario —dijo Ardith, mirando a su
alrededor y señalando el armario. —Yo creo que los encontraremos allí. ¿Voy a
ver, entonces?
—Sí, por favor —dijo Janet, despertando su interés.
Miró con creciente deleite mientras Ardith abría el armario y sacó un
vestido suelto de seda marrón dorada brillante bordeado de una rica trenza
bordada. Un segundo vestido seguido de satén verde hierba recortado con
terciopelo blanco.
—También hay zapatos, señora —dijo Ardith. —¿No sabías que estaban
aquí?
—No —dijo Janet. —Sir Quinton debió querer sorprenderme. Me fui de
casa bastante rápido, y... —ella se separó, viendo la sorpresa en los ojos de
Ardith. —Pero tú lo sabes todo sobre mí, ¿no?
La chica sonrió.
—No, no todo, mi Lady, pero sé algo. Ayudaste a escapar al Laird, y eso es
todo lo que necesitamos saber, eso y que eres la señora de Broadhaugh. ¿Qué
te pondrás, entonces?
El primer impulso de Janet fue usar su propio vestido viejo, ya que quería
explorar Broadhaugh desde las torres hasta los sótanos y probablemente
ensuciaría lo que llevara puesto. Cuando dudó, mirando los vestidos
desgastados, la expresión de desilusión de la sirvienta tomó la decisión por ella.
Sería su primera aparición como señora de Broadhaugh. No lograría nada bueno
apareciendo con ropa usada.
—Me pondré el verde —dijo ella.
Ardith asintió con la cabeza.
—Ese vestido te quedará bien. El Señor eligió bien.
—Sí —mientras pronunciaba la palabra, Janet pensó en Lady Roxburgh y se
preguntó si la pobre mujer había conseguido alguno de los nuevos vestidos que
había pedido a Francis Tailor. También se preguntaba para cuántas otras
mujeres había comprado ropa Sir Quinton. Sintiendo sus dedos enroscarse en
garras, se tranquilizó rápidamente.
—Llevaré el pelo en una red —dijo mientras Ardith sujetaba los pequeños
ganchos y ojuelos en el ajustado corpiño. —Te mostraré más tarde cómo me
gusta arreglarlo, pero quiero inspeccionar la casa hoy, y mi pelo se verá
bastante ordenado en la red.
—Es precioso —murmuró Ardith, su atención se centró en el cordón de la
parte de atrás del corpiño. Al apretar más los cordones, añadió, —Nunca he
visto un pelo tan pálido como el suyo. Es casi plata, como la luz de la luna.
—Sí, y también es muy delgado y fino —le dijo Janet riendo. —Verás que no
se trenza bien, ni se enrosca. Me gusta hacer un nudo en la nuca para
mantenerlo ajustado y fuera de mi vista, pero cuando debemos inclinarnos ante
la moda, hay formas de hacerlo.
—Estoy pensando que sería una lástima rizarlo todo —dijo Ardith con una
mirada especulativa.
—Es inútil —le dijo Janet. Veinte minutos más tarde, se paró ante el espejo,
contenta con lo que vio. Su pelo fue alisado desde su frente y confinado en una
red recortada con cinta. El vestido de raso verde hacía que sus ojos se vieran
verdes y le daba a su piel un aspecto suave y cremoso. Pellizcando sus mejillas
para forzar más color en ellas, se anunció lista para inspeccionar la casa.
—Ustedes querrán desayunar primero —dijo Ardith.
Janet estuvo de acuerdo, y permitió que la joven sirvienta la guiara al salón
del Señor, donde encontró a Sir Quinton discutiendo mientras recibía su comida
de mayor abundancia y variedad de lo que era habitual en Brackengill.
Acercándose a él, se contentó con un bollo recién horneado y una taza de leche.
—Me gusta ese vestido —dijo. —Te sienta bien.
—Gracias —dijo ella. —Fue muy amable de tu parte que me compraras más
ropa.
—Necesitarás más que eso —dijo. —Pronto iremos a Hawick para que
conozcas a Francis Tailor.
—Casi tengo miedo de enfrentarme a él —dijo. —Me estremezco al pensar
en lo que debes haber hecho para que me proporcione un buen vestuario.
Se rió.
—Se alegró de poder complacerme, y a Buccleuch también. Si te preocupa
que Lady Roxburgh esté corriendo desnuda, no es necesario. Su marido me
agradecerá que le haya ahorrado el gasto.
—Déjame escribirle a Hugh antes de que te encargues de algo más —dijo.
—Sin duda, una vez que haya superado su ira, enviará mis cosas a Broadhaugh.
—No cuentes con eso, muchacha —advirtió Sir Quinton. —Dijo que te vería
casada con tu bata, y lo dijo en serio. Dudo que se rinda fácilmente. En cualquier
caso, no le pediremos favores por un tiempo. Puedo darte todo lo que
necesites.
—No deberías tener que hacer eso —protestó ella. —Tengo derecho a una
dote.
—Sin embargo, no molestaremos a tu hermano. No soy Croesus 34, Jenny,
pero puedo cuidar de mi esposa.
Abrió la boca para objetar de nuevo al apodo, y luego la cerró cuando vio
que él la miraba con divertida anticipación.
Suavemente, agregó.
—No dudo de que también querrás cosas para la casa. Haz una lista.
Contenta de que estuviera demostrando ser razonable, Janet dirigió su
atención con placer a la casa, encontrando pronto sus pies avocados en tareas y
problemas familiares. Al principio había temido que la gente de Sir Quinton la
considerara una intrusa, pero rápidamente aprendió que todos en Broadhaugh
compartían el placer de Ardith. No sólo se había corrido la voz de que Janet
había rescatado a su amo, sino que su pueblo parecía sentirse orgulloso de
tener de nuevo una señora en Broadhaugh.
La semana siguiente la pasó en una ráfaga de tareas domésticas. Por
insistencia de Janet, Sir Quinton contrató más sirvientas. La cocina zumbaba de
actividad. Trapeadores y escobas llegaron a áreas que no habían visto los
efectos de ambos dos en dos años, y las losas de la sala brillaban después de un
buen fregado. La madera brilló con un nuevo pulido. Las cortinas de la cama y
las cortinas de las ventanas bajaron para ser sacudidas, incluso lavadas, y luego
volvieron a subir. Los paños de Arras también bajaron para ser limpiados. Las
ventanas de vidrio volvieron a brillar, y los hombres desempolvaron y pintaron
cada persiana.
Janet descubrió con deleite que las vigas ennegrecidas por el humo en el
vestíbulo y en los techos de las alcobas, cuando se limpiaban, revelaban escenas
pintadas de colores brillantes, algunas ilustrando textos bíblicos familiares, otras
baladas bien conocidas. Las prensas de lino se apagaron, se limpiaron las
chimeneas y se fregaron todas las ollas. De hecho, en menos de quince días
cada rincón de Broadhaugh mostró signos de su energía y competencia. El hollín
34 NT. Croesus. Creso. Rey griego de Lidia. último rey de Lidia (entre el 560 y el 546 A.C.)
de la chimenea ya no caía en macetas para dar sabor a todo lo que se cocinaba
sobre el fuego de la cocina. Las sirvientas cantaban mientras se ponían a
trabajar; de las cocinas emanaban deliciosos olores, que ponían sonrisas en los
rostros de los hombres mientras realizaban sus tareas; y las risas resonaban con
frecuencia por todo el castillo.
El hombre de Sir Quinton, Tip, se convirtió en el esclavo dispuesto de Janet
y, siempre que su amo no requería sus servicios, se le podía encontrar
hostigando a los lacayos para que cumplieran sus deseos lo más rápidamente, o
haciéndole pequeños favores él mismo. Janet había hecho arreglos para que la
anciana madre de Tip y muchos otros inquilinos en circunstancias similares
recibieran pan recién horneado de la casa de horneado del castillo una vez a la
semana, tal como lo había hecho en Brackengill, y Tip era casi como un cachorro
en su gratitud. Supuso que una vez que el alegre hombrecillo se habituara a sus
costumbres, su asistencia cercana se reduciría, pero por el momento, ella
aceptaba la ayuda de cualquier procedencia.
Al final de la quincena, Sir Quinton cumplió su promesa de llevarla a
Hawick, y a pesar de la torpeza de la montura, un sillín lateral que Margaret le
había prestado; y que él insistió en que usara, tanto la excursión como el
bullicioso pueblito la deleitaron. Entraron por el puerto oeste en lo alto de una
hilera de casas que dividían dos calles, y siguieron la de la derecha hasta llegar a
una intersección.
Sir Quinton dijo:
—Seguiremos el Howegate hasta la Vieja Brigada, que conecta la parte
oeste de la ciudad con la Calle Mayor.
—Hawick es más grande de lo que esperaba —dijo Janet.
—Sí, bueno, es la única ciudad propiamente dicha al sur de Jedburgh. Su
mayor reclamo a la fama es que cuando los ingleses atacaron hace treinta años,
la gente del pueblo arrojó toda su paja a las calles y le prendió fuego. El humo
era tan fuerte y olía tan mal que los invasores no podían entrar en la ciudad
hasta que hubieran apagado los fuegos. Era irónico, también, porque antes de
eso los Ingleses habían pasado el día prendiendo fuego a todo Teviotdale y
habían venido a Hawick esperando encontrar comida y refugio. En vez de eso, la
gente del pueblo, conociendo su propósito, llevó todos sus bienes a la Torre
Drumlanrig —señaló hacia la alta torre, de piedra desnuda, en la orilla este del
Teviot.
—¿Qué hicieron los ingleses entonces?
Se encogió de hombros.
—Quemaron el resto de la ciudad. La mayoría de estos edificios fueron
construidos en ese entonces, aunque no afectaron a Drumlanrig. A pesar de que
Douglas es pariente nuestro, era amigo de Elizabeth en ese entonces, y no
querían enemistarlo quemando su torre. Cruzaremos por aquí —añadió. —La
tienda de Francis Tailor's está junto al Mercado Cross.
Janet asintió con la cabeza, contenta de seguir por donde él la guiaba, y
cuando llegaron a la sastrería, encontró a Francis y a su esposa serviles y a su
nuevo esposo generoso. No sólo le compró ropa, sino también una nueva
montura similar a la montura italiana que Hugh le había regalado. Cuando
regresaron a Broadhaugh, estaba en plenamente agradecida con él. Tenía
muchas ganas de lucir su nuevo vestuario y confiaba en que lo harían bien
juntos. Gracias a su deleite con ella como compañera de cama y ama de casa, y
a su determinación de llevar rápidamente a Broadhaugh a un alto nivel, ésta
feliz situación continuó durante algún tiempo.
El que Sir Quinton todavía mostraba poco interés en preparar el terreno
para las cosechas Janet lo atribuyó al continuo tiempo sombrío y mal clima.
Aunque el aire se había calentado lo suficiente como para traer ventiscas o
lluvia en lugar de nieve, sabía que la primavera podría no revelar los efectos de
su gentil mano sobre el paisaje durante varias semanas más. Había mencionado
que tenía asuntos que atender en Edimburgo, pero no creía que fuera seguro
dejarla a ella o a Broadhaugh todavía. Aún así, podía ver que se estaba
aburriendo de la falta de acción real, y que estaba inquieto. Lo único de lo que
parecía hablar con mucho interés eran las próximas carreras de caballos en
Langholm.
Cuando les llegó la noticia de una incursión llevada a cabo por los hombres
de Eskdale contra una aldea en la Marcha del oeste Inglés, ella casi podía sentir
su anhelo. Sabiamente, no dijo nada, pero cuando Buccleuch y Margaret
hicieron una visita casi un mes después de la boda, no había pasado ni una hora
antes de hablar con Margaret de su preocupación.
—Es como una gallina en una plancha caliente —dijo Janet después de una
gira para mostrarle los cambios que había hecho. Las dos mujeres se habían
instalado en una pequeña sala de estar cerca de la habitación que ella había
tomado como su dormitorio, justo encima de la de Sir Quinton.
—Sé cómo puede ser Quin —dijo Margaret riendo. —Déjame ver si puedo
ayudar a remediar la situación.
Cuando se sentaron a cenar esa noche, Buccleuch dijo abruptamente:
—He estado pensando, Quin. Debería tener un ayudante, y tú deberías
aprender los deberes que tengo como guardián de la Marcha y como guardián
de Hermitage y Liddesdale.
Mirando interesado, Sir Quinton dijo:
—¿Qué quieres que haga?
Buccleuch se encogió de hombros.
—En cuanto a eso, ¿quién sabe? Podrías ir como mi ayudante al Día de la
Tregua si ese imbécil de Scrope alguna vez decide dónde realizar la bendita
cosa. Tal vez también pueda dejar el Alto Teviotdale bajo tu cuidado mientras
estoy en el Hermitage. El título de diputado te dará más poder, y quizás pueda
conseguir un pequeño estipendio de Jamie también. ¿Qué dices tú?
Para sorpresa de Janet, Sir Quinton no señaló que Buccleuch nunca antes
había necesitado los servicios de un ayudante, o para enumerar las tareas que le
harían difícil realizar tal servicio; el tipo de argumento casual que ella había
aprendido era característico de él. En cambio, él asintió con la cabeza y dijo:
—Soy tuyo, primo, como siempre.
—Bien, ya está arreglado —Buccleuch miró a su esposa y sonrió.
Margaret rápidamente le hizo una pregunta a Sir Quinton sobre uno de sus
inquilinos, y Janet esperaba que él no hubiera sospechado nada inapropiado en
la repentina oferta de Buccleuch.
Si Sir Quinton sospechaba de la intervención de Janet o de la de Margaret
en su nueva posición, no dijo nada al respecto. De hecho, parecía que se
tomaba en serio las nuevas obligaciones, incluso para disfrutarlas, y ella empezó
a esperar que sus días de incursiones y asaltos se acabasen de verdad. Sin
embargo, se entregó a esta esperanza durante no más de cinco días, antes de
que descubriera su inutilidad.
En la noche de ese quinto día, ella y Sir Quinton estaban caminando juntos
en el patio, charlando con los muchachos que estaban realizando labores de
aseo al final del día, cuando el guardia en la puerta trasera repentinamente la
abrió de par en par para admitir a Hob El Ratón. El gran hombre saltó de la silla
de montar antes de que su poni se detuviera.
—Señor —gritó, —¡los invasores de Kielbeck han asaltado la aldea de
Cotrigg! Obligaron a todos a salir, luego quemaron los catres y mataron a la
esposa de Ally El Bastardo, a su primo Jock de Tev, y a los tres hijos de Jock!
Sorprendida, Janet jadeó.
—¿Mataron a niños? ¡No pueden haber hecho eso!
La mano de Sir Quinton se sujetó a su brazo, silenciándola.
—Reúne a los muchachos —ordenó. —Nos encontraremos en el lugar de
siempre en una hora —mientras Hob corría de vuelta a su poni, Sir Quinton dijo
con tristeza: —Ve adentro, muchacha, y quédate ahí. Dejaré que los muchachos
te protejan, pero no te arriesgues. Ni siquiera te pares cerca de una ventana
hasta que regrese.
—¿Pero quién puede haber hecho esto? ¿Y a dónde vas a ir? Hemos
disfrutado de semanas de paz, señor. ¿No ves que si tomas represalias, todo
volverá a empezar?
—Lo que veo es una esposa desobediente —respondió. —Entra y sube
ahora mismo, donde sé que estarás a salvo. Debo irme.
—Pero...
El resto de la frase se detuvo en su garganta cuando él la agarró del brazo y
la empujó hacia el castillo. Dentro, la soltó, pero cuando ella se volvió enojada
para enfrentarlo, le dijo:
—Sube esas escaleras, y no discutas conmigo. No se trata de un asunto de
países o de parientes, ni de un asunto entre tú y yo. Han atacado a mi gente y a
mi tierra. No puedes esperar que les deje salirse con la suya. Ahora, ni una
palabra más a menos que quieras hacerme enojar, y te prometo que no quieres
eso. Vete ahora —él señaló, y ella se fue.
Capítulo 13
“Ensilla para mí el marrón —dice Janet,
—Ensilla para mí el negro...”

Furiosa y asustada, Janet fue a la sala del Señor. Una hora más tarde aún
estaba sentada mirando el fuego allí, escuchando cómo crepitaba mientras su
miedo luchaba con su ira. Recordó su amenaza al joven Andrew; hace ya mucho
tiempo, de golpearlo si se atrevía a agitar un arma de nuevo antes de llegar a la
edad adulta, y deseaba que ella pudiera hacer la misma amenaza a Quinton y
hacerle creerle como lo había hecho Andrew.
El sólo hecho de pensar en confrontar a su gran esposo y amenazarlo con
levantarle la mano le trajo una sonrisa reacia. La amenaza sería tan inútil con él
como lo era con Hugh. No pensó que Quinton la golpearía contra la pared más
cercana o la arrastraría por el pelo hasta la alcoba y la encerraría, ambos
remedios que Hugh había empleado en el pasado. Pero tampoco Sir Quinton
Scott, Laird de Broadhaugh, toleraría que su esposa le diera órdenes o le
regañara.
El fuego volvió a chisporrotear y las chispas se dispararon al aire. Mientras
observaba, su ágil imaginación comenzó a presentarle fotos de los Bairns
cabalgando hacia Inglaterra para vengar el asesinato de Jock de Teviok
quienquiera que fuera, o de Ally El Bastardo, para el caso. Si hubiera estado en
Brackengill, habría conocido a todos los involucrados. Pensando en casa,
entendió la furia de Sir Quinton.
Ahora los estaría guiando, su capa volando detrás de él mientras cabalgaba.
El recuerdo de su ceño fruncido y su enojo cuando se marchó la entristeció,
porque ella no quería pelear con él. Estaban unidos de por vida, y enfrentar un
futuro lleno de tales conflictos era impensable. De alguna manera tenían que
llegar a un acuerdo con el que ambos podían vivir. Primero, sin embargo, ambos
tenían que sobrevivir la noche que se avecinaba.
Más imágenes llenaban su mente. Para llegar a Kielbeck, Sir Quinton y sus
hombres probablemente cruzarían el Liddel al sur de Hermitage y la frontera en
algún lugar de Larriston Fells, donde sabía que los guardias armados hacían sus
rondas en patrullas de hasta cuarenta jinetes. Varios de los hombres; y el propio
Sir Quinton, le habían asegurado que conocía las Colinas Cheviot y las colinas
entre ellas y Bewcastle Waste mejor que cualquier otro hombre vivo. Aún así,
ella sabía que él antes casi había encontrado su fin en esas colinas, y no podía
creer que él y los demás pudieran volver a escabullirse impunemente por esa
zona tan fuertemente custodiada. ¿Y si esto resulta ser otra de las trampas de
Hugh para atrapar a Rabbie Redcloak?
Levantándose, caminaba de un lado a otro, con toda su falda
balanceándose en su agitación. Sus pensamientos caían a través de su mente
como las turbulentas aguas del Teviot. En un momento se sintió como si se
estuviera ahogando por el temor de que Sir Quinton fuera capturado, y al
siguiente se dio cuenta de que él se negaba a discutir sus decisiones o
intenciones con ella.
Jemmy Bigotes, enroscado por el fuego, abrió los ojos y recostó las orejas
en desaprobación de sus movimientos impredecibles.
—Debería hablar conmigo sobre lo que quiere hacer —le dijo Janet al
gatico. —Él debería permitirme tener al menos una parte en sus decisiones,
aunque sólo sea por mi conocimiento de los ingleses. Fui uno de ellos durante
dos décadas, ¿no? He oído a Hugh y sus hombres hablar de tácticas y
estrategias. Sé cómo piensan, así que podría ayudar si ese testarudo me dejara.
Una razón aún más importante, se dijo a sí misma, era que un hombre
debía tratar a su esposa como parte de sí mismo. No sólo debe buscar a sus
secuaces para que le ayuden, sino también a ella. Las mujeres a menudo veían
las cosas bajo una luz diferente pero útil.
—Odio que me dejen fuera de los asuntos importantes —le informó al gato,
que ahora, excepto por el ocasional movimiento de una oreja, ignoraba
cuidadosamente su agitación al andar a pasos agigantados. —Durante toda mi
vida los hombres me han dicho que lo que hacen no es asunto mío, que no me
concierne —continuó Janet, —y eso es simplemente una tontería. Los hombres
son tontos. Uno sólo tiene que ver cómo manejan eventos como éste para ver
eso. Piensan con sus espadas y sus penes y nada más —mordiéndose el labio,
miró fijamente a su alrededor para ver si alguien más podía haberla escuchado.
Excepto por Jemmy Bigotes y ella misma, la habitación estaba vacía. Sin
embargo, sintiéndose culpable, murmuró: —No debí haber dicho eso de los
penes, Jemmy.
El gato parpadeó, luego cerró los ojos y no los volvió a abrir.
Janet suspiró y caminó hacia la ventana cerca de la chimenea. Había
corriente de aire, y el calor del fuego no la alcanzaba. Levantándose las faldas,
se subió al banco y miró hacia afuera, recordando sólo después de haber abierto
la persiana que Sir Quinton le había advertido que se mantuviera alejada de las
ventanas.
El paisaje podría haberla deleitado en otra ocasión, menos tensa, ya que la
luz de la luna brillaba sobre el Teviot mientras se abría paso entre los pies del
risco, convirtiendo el río en una cinta oscura y brillante. Sombras pálidas y
plateadas donde los árboles salpicaban el paisaje más allá de él, revelaban
suavemente curvas que ondulaban. Pero miraba en la dirección equivocada y se
sentía frustrada. Desde las murallas más allá de la alcoba de Sir Quinton, podía
mirar hacia el Hermitage y hacia Inglaterra, pero incluso desde allí, el simple
hecho de mirar no le serviría de nada.
Una idea la agitó. Miró pensativamente al gato, midiendo el mérito de la
idea en su mente. Si Sir Quinton la atrapaba, seguramente estaría tentado a
usarla como Hugh la había usado tan a menudo, y nadie lo culparía si lo hiciera.
—Pero si me quedo aquí, Jemmy, volverá a casa y se encontrará con una
esposa demente. Seré más feliz haciendo algo, cualquier cosa. Y tal vez, si algo
sale mal, yo pueda ayudar.
Pensando en ello, saltó del banco, se levantó las faldas y salió corriendo de
la habitación. La creciente excitación desterró las preocupaciones persistentes
sobre lo que su marido podría decir, subió apresuradamente los escalones de
piedra que la llevaban a su dormitorio, sólo para detenerse en el umbral cuando
un pensamiento desconcertante la golpeó.
—No tengo ropa adecuada para...
Mirando a su alrededor, mordió las palabras antes de decir cualquier otra
cosa en voz alta. No serviría de nada si algún lacayo bien intencionado la
escuchase murmurar. Pensando rápidamente, bajó a la habitación de Sir
Quinton y se quedó mirando a su alrededor con creciente frustración. Era
demasiado grande. Nada de lo que poseía le quedaría lo suficientemente bien
como para serle útil. Tenía que encontrar a alguien que la ayudara.
La pequeña y delgada imagen de Tip saltó a su mente. Él había sido amable
con ella desde el principio, y gracias al pan recién horneado que ella le enviaba
cada semana a su madre, ahora parecía adorarla casi tanto como adoraba a Sir
Quinton.
—Tal vez él ayude —le dijo al gato cuando entró, buscándola. —Y aunque
no lo haga, no creo que me traicione.
Sin embargo, no podía llamarlo a gritos, así que fue a buscarlo, lo encontró
en la cocina, coqueteando con la hija del nuevo cocinero.
—Tip, quiero hablar contigo.
—Sí, ¿señora? —La miró expectante.
Janet no habló.
Se levantó, sonrió a la hija del cocinero y se disculpó.
En el pasillo de piedra, débilmente iluminado, dijo:
—¿Qué haré por ti, señora?
Lo alejó de la puerta de la cocina y dijo:
—Necesito ropa, Tip.
—Sí, entonces iré a buscar a Ardith, señora. Le garantizo que no ha ido muy
lejos. Probablemente, la encontraré en el gran salón con las otras muchachas,
ya que el Señor dijo que todas estarían a salvo dentro de las paredes esta
noche.
—No quiero a Ardith, Tip. Te quiero a ti. Aléjate de la cocina, no sea que
alguien nos escuche.
Su expresión cambió, y miró ansiosamente a su alrededor como si esperase
ver las mismas piedras de las paredes del pasillo empezar a crecer.
Cuando llegaron a la escalera, Janet dijo:
—Quiero ropa de chico, Tip, o algo como una camisa de hombre pequeña,
chaqueta corta de cuero, pantalones, y medias largas —ella lo había estado
midiendo con sus ojos, y él no tardó en captar el significado de su mirada.
Sus cejas móviles se elevaron.
—¿Quieren ropa de chico?
—Sí, o la de un hombre pequeño.
—¿Para qué? —Su tono ahora era decididamente suspicaz.
Janet puso una mueca.
—Quiero seguir al Señor, Tip. Está cabalgando hacia el peligro, y ahora se
debe tanto a mí como a Buccleuch y a sus hombres.
—Pero los bastardos de Kielbeck asaltaron y quemaron Cotrigg y asesinaron
a la esposa y al primo de Ally El Bastardo y a los tres hijitos de su primo —
protestó Tip.
—Sé que lo hicieron, pero si nuestros hombres los atacan a cambio, la
enemistad crecerá y crecerá hasta que ninguno de nosotros siga vivo y ningún
edificio permanezca en pie. ¿Quién cuidará del ganado o de los niños entonces?
¿No ves, Tip? Alguien tiene que tomar la iniciativa. Tanto el Rey James como
Elizabeth de Inglaterra han exigido la paz, y ninguno de ellos es conocido por su
paciencia o por gastar compasión en aquellos que los desafían. Elizabeth ya ha
ordenado que se establezcan patrullas de dos personas en lugar de las patrullas
que solían vigilar los puntos de cruce más comunes. ¿Qué nos pasará a todos
cuando envíe ejércitos?
—Les daremos una paliza —dijo el hombrecito con firmeza.
—Sí, tal vez, ¿pero y si no podemos? ¿Y qué haremos cuando Jamie tome el
trono Inglés cuando muera? ¿Crees que la lucha se detendrá?
Frunció el ceño, pero ella no tuvo tiempo de seguir debatiendo el asunto.
—Voy tras ellos, Tip. Si ocurre algo, quizás pueda ayudar, porque conozco a
muchos de los hombres que luchan en el bando Inglés. Al menos, conozco a sus
comandantes y a la mayoría de los terratenientes Ingleses de la zona. En
cualquier caso, si no puedo ayudar, al menos sabré qué fue de ellos y podré ir
con Buccleuch por ayuda.
—Sí, eso es verdad —dijo pensativamente, —como usted lo sabe, señora, el
Señor tendrá que dejar atrás a alguno de los muchachos para evitar emboscadas
a su regreso. —Esa es siempre su forma de hacer las cosas.
—Sólo se lleva a veinte hombres, Tip.
El sirviente se encogió de hombros.
Janet lo miró con ira.
—Mira aquí, voy tras ellos, me ayudes o no, pero estaré mucho más segura
con tu ayuda que sin ella, ¿no es así?
—Sí —no dijo nada más, pero corrió por el pasillo hasta la escalera de
servicio, y ella lo siguió en la oscuridad hasta la alcoba de su Señor.
—¿Por qué hemos venido aquí? —preguntó ella cuando él abrió la puerta.
—No puedo usar la ropa de Sir Quinton. Son demasiado grandes para mí.
—Sí, pero tampoco podéis acompañarme a mi pequeña habitación, señora.
Si alguien os viera... —puso una mueca expresiva.
Ella no quería perderlo de vista.
—No quiero quedarme aquí esperando mientras buscas ropa, Tip. Debo
partir de inmediato. Si no lo hago, nunca los alcanzaré.
—No se preocupe —dijo con calma. —Tengo ropa aquí que puede usar —
desapareció en el pequeño armario donde esperaba a su Señor cuando Sir
Quinton llegaba tarde y quería ayuda para desvestirse a su regreso. En un
momento, regresó con las prendas de vestir sobre un brazo.
—¿Sabe cómo se ponen? —preguntó. —Porque si tú no sabes...
—Sí —dijo, sonrojándose al pensar que Tip intentaba ayudarla. —He usado
los breteles de mi hermano, y he ayudado a vestir a los niños pequeños. No
puede ser tan diferente.
—No —dijo dudoso.
—Vete, Tip.
Huyó al pasillo, cerrando cuidadosamente la puerta tras él.
Mientras tiraba de las largas medias, Janet arrugó la nariz. Claramente
habían estado bien vestidos desde su última limpieza, y ella era fastidiosa, pero
no podía pensar en eso ahora. Notando que Tip había traído todo menos botas,
decidió que sería mejor que se pusiera las de piel que se había puesto antes
para pasear por el patio con su marido. Tirando de ellas hacia atrás, se puso de
pie y metió en su cinturón la pequeña daga envainada que siempre llevaba.
Por fin, mirando su reflejo tan bien como pudo y usando el espejo de
afeitar, de metal pulido de Sir Quinton para ver pedacitos ocultos de su cara,
escondió una sonrisa. Nadie la reconocería. Para empezar, lucía en mal estado.
Sus botas parecían extrañas, porque había demasiado espacio entre la su parte
superior y la parte inferior de los pantalones, y las medias de Tip eran holgadas
en sus delgadas piernas. En cualquier caso no eran detalles que alguien notara
una vez que estuviera a salvo a caballo. Hasta entonces, sólo tendría que
cuidarse de no atraer la atención de nadie en particular.
Una gorra de punto floja ocultaba su cabello, y sobre sus hombros cubría
una simple capa negra que encontró en uno de los baúles de Sir Quinton.
Aunque el manto le sería corto, era lo suficientemente largo como para ocultar
casi todo, y toda la ropa que llevaba era oscura. Incluso la camisa de Tip había
sido teñida de un suave marrón oscuro, que era igual de bueno. La luz de la
luna, aunque pálida, se podría reflejar en una camisa blanca y así delatar
rápidamente su presencia a cualquier observador.
Necesitaba sus guantes, y entonces estaría tan preparada como era posible
estarlo en esas circunstancias. Al sujetar el broche del manto, salió de la
habitación y encontró a Tip esperándola afuera. Se había cambiado el atuendo y
ahora estaba vestido con el mismo tipo de ropa que ella.
—Debo ir a buscar mis guantes —le dijo Janet, —pero no es necesario que
vengas al establo conmigo —dijo ella. —Puedo arreglármelas, y cuanto menos
tengas que ver con esto, será mejor para ti.
—Voy con usted, señora.
—No, Tip, no lo hagas.
—No tiene sentido discutir —dijo con calma. —Cabalgaré con usted o le
seguiré. Preferiría cabalgar contigo, porque conozco el terreno. Le he traído tus
guantes, y necesitarás esto también —agregó, entregándole los guantes y un
látigo para cabalgar.
Tomándolos, puso una mueca. Conocer el terreno era un punto que no
había considerado tan cuidadosamente como debería haberlo hecho.
Suponiendo que sólo tuviera que seguir la pista hacia el Hermitage, había creído
que encontraría su camino fácilmente a la luz de la luna y que, gracias a las
instrucciones de Quinton cuando cabalgaron juntos hacia el Hermitage, podría
leer la señal que él dejaría a los rezagados en el lugar de reunión. Sin embargo,
desearía conocer el paisaje Escocés tan bien como conocía el paisaje cercano a
Brackengill.
—No me gusta ponerte en peligro —dijo, metiendo el látigo bajo su brazo
para quitarse los guantes.
Los ojos de Tip parpadeaban.
—Cualquier peligro que pudiéramos encontrar, señora, no sería nada
comparado con el peligro en el que me encontraría si dejara que usted
cabalgara sola tras ellos. Garantizo que el amo dirá que debo encerrarla en su
alcoba o sentarme sobre usted para que se quede aquí.
—Si te atreves a intentarlo...
—¡No, no lo haría! —Tip se rió. —Hace tiempo que tomé su medida,
señora, y no soy tan tonto como para equivocarme con usted. Pero voy a ir con
usted de todas formas. Será mejor que te decidas.
Ella sonrió.
—Confieso, Tip, que me alegro de tu compañía, pero me temo que pagarás
mucho por ayudarme.
—Sí, lo haré. Quizás debas abandonar esta estúpida idea —dijo
esperanzado.
—No puedo. Tengo la sensación de que ésta debe ser otra trampa, que mi
hermano atrapará a Sir Quinton y que esta vez no habrá nadie a mano para
ayudarle a escapar. Debo evitarlo si puedo.
—Sí, seguro, y ¿crees que el amo no se arriesga tanto cada vez que dirige
una incursión? Puede ser que usted no conozca de su gran reputación, señora.
—Puede que olvides que lo conocí en una celda de una mazmorra —le
recordó Janet con ternura.
—Sí, bueno, está eso.
—Estamos perdiendo el tiempo —dijo. —Si vienes conmigo, date prisa —
con eso, se le adelantó y bajó a toda prisa por las escaleras, deleitándose con la
libertad que los pantalones le daban para hacerlo. Las faldas eran una molestia.
—Estoy pensando —dijo Tip mientras evitaba hacer ruido detrás de ella, —
que mejor nos escabullimos por la cocina. Podemos ir al establo y no nos
prestarán mucha atención —al llegar a la entrada de la cocina, añadió
pensativo: —Podrías haberte encontrado con problemas tratando de llevarte un
caballo por tu cuenta.
Ella le miró por encima del hombro.
—¿Realmente crees que alguien se atrevería a intentar detenerme?
—Si vienes como la señora, y si el Señor no ha dejado órdenes que lo
prohíban, podrías ganar, si los muchachos no se escandalizan tanto al verte en
medias que se caen muertas en su camino.
—En ese caso, no me detendrían —señaló ella, al darse cuenta, a partir de
su expresión fija, de que quería continuar con un argumento que le parecía
prometedor, añadió uniformemente: —Tú ganas, Tip. Me has convencido de
que necesito tu ayuda. Diles lo que sea que tengas que hacer en el establo, pero
date prisa.
—Sí, claro —obedeció, pero no antes de murmurar, aparentemente a sí
mismo: —De cualquier manera, ya se habrán ido y volverán antes de que los
alcancemos.
Ignorándolo, y usando el resplandor que emanaba de los fogones de la
cocina para ver su camino, Janet corrió hacia la puerta que conducía al patio.
Abriéndola y espiando, dijo:
—Dudo que ocurra algo malo antes de que los Bairns lleguen a la aldea de
Kielbeck, Tip, porque los emboscadores seguramente querrán atraparlos con la
mercancía en la mano. Es su regreso a salvo lo que más me preocupa.
Se callaron mientras cruzaban los adoquines.
Dentro del oscuro establo, Janet ayudó a ensillar dos caballos que Tip
seleccionó, y salieron corriendo por la poterna, donde el único guardia apenas
miró al “muchacho” que acompañaba a Tip.
—Ya vés —dijo cuando llegaron al áspero camino que conducía al sur a lo
largo de la cresta entre las aguas de Teviot y Broadhaugh. —Apenas me miró.
—Sí —dijo Tip, —porque cabalga conmigo, y porque sin duda él piensa que
cabalgamos para unirnos a la incursión o para encontrarnos con ellos a su
regreso.
Sabiendo que era mejor no continuar con la discusión, o de hecho,
continuar hablando mientras ellos cabalgaban, Janet volvió su atención para
seguirlo por el áspero camino. No habían llegado al paso a Liddesdale hasta que
se dio cuenta de que había subestimado gravemente la capacidad de Tip para
seguir una pista estrecha y casi invisible en la oscuridad. A menudo ella no tenía
idea de lo que Tip veía que lo llevaba a tomar un camino en vez de otro. Cuando
se dio cuenta de que la luna de niebla, que había estado flotando a la izquierda
durante la mayor parte del camino, aparentemente se les había adelantado,
pidió que se detuviera.
—¿Dónde estamos? —preguntó ella mientras ponía su caballo junto al
suyo. —Juro, Tip, que si me estás guiando en círculos para evitar que los
encuentre, a la primera oportunidad te atravesaré con una espada yo misma.
—No quiero desviarla del camino, señora —dijo.
Ella escuchó tono de hombre ofendido en su voz, pero no había vivido toda
su vida con un señor de la Frontera solo para aceptar lo que podría no ser más
que una mentira inútil.
—¿Por qué está la luna delante de nosotros entonces? Se había mantenido
a nuestra izquierda hasta ahora.
—Hemos cambiado un poco, eso es todo —dijo. —¿Vés esas dos colinas de
allá, las que parecen las suaves senos de una muchacha?
Siguiendo su gesto, ella vio los montículos oscuros gemelos que había
delante.
—Sí, ¿y qué?
—Nos dirigíamos directamente hacia el de la derecha. Ese es Cauldcleuch
Head. Dos mil pies, por lo menos. Igual que Greatmoor Hill, allá a la izquierda.
Nuestro objetivo es ir entre los dos, a través del paso. Luego seguiremos la
hoguera hasta que se encuentre con el Hermitage Water.
Ella asintió, sabiendo ahora a donde iban.
—Cuando podamos ver el castillo, será más fácil ver el camino, ¿no?
—Sí, bueno, eso depende de si quieres que nos vean en el Hermitage o no.
Janet suspiró.
—No tenía idea de cuántas trampas debería encontrar en esta empresa,
Tip. Tienes razón en estar exasperado conmigo. No quiero tener que dar
explicaciones a Buccleuch. No antes de que encontremos a los otros, en todo
caso.
—Ahora, eso es justo lo que estaba pensando yo mismo —dijo. —Él mismo
no apreciaría la necesidad que tenemos de cuidar al Señor.
Detectando ironía en su tono, ella eligió ignorarla.
—Exactamente —dijo ella.
Alcanzar la cima del paso no le llevó tanto tiempo como ella temía, y
cruzando el Hermitage Water tan pronto como llegaron a él, lograron pasar
cerca del castillo sin tener que pasar a la vista de sus grandes murallas. Los
arbustos de las orillas del río los protegían, pero Janet estaba agradecida
cuando la luna eligió los pocos minutos de su paso para deslizarse detrás de una
nube. Para cuando la luna se mostró de nuevo, habían llegado a la orilla
noroeste del Liddel.
Con satisfacción vio que podía haber encontrado fácilmente el vado, pero
no hizo ninguna objeción cuando Tip se bajó de su silla de montar para buscar la
marca de Sir Quinton. La encontró rápidamente.
—Han ido a Larriston y Saughtree —dijo. —Es justo lo que esperaba.
Querrán cruzar la línea entre Saughtree y Deadwater, en los Larriston Fells, ya
saben, en el otro lado de Foulmire Heights.
—¿Por qué?
—Es la ruta más fácil hacia Tynedale, por eso.
—¿Pero no estarán los Ingleses vigilando la ruta más fácil con más cuidado?
—Sí, lo harán, pero los Altos de Foulmire son bien conocidos, señora. Pero
dudo que los conozcan tan bien como el Señor. Y, también, como sabe muy bien
que estarán en algún lugar, los espiará fácilmente y evitará a sus vigías.
Haremos lo mismo si confía en mi guía.
—Tendrán patrullas montadas, Tip.
—¿No sé eso? ¿No lo hace el Señor? Señora, usted se ha aventurado en un
negocio que es mejor conocido por aquellos que lo han manejado estos cien
años y más.
—Te garantizo que tienes razón —dijo Janet suspirando, resistiendo el
impulso de señalar que ni Tip ni su amado Señor habían estado haciendo nada
durante cien años. —No puedo quitarme de la cabeza que necesitarán ayuda
esta noche. ¿Cómo podría vivir conmigo misma si ignorara esa voz y algo
terrible les pasara?
—Sí, eso sería muy difícil —estuvo de acuerdo Tip.
—Así que ya ves, entonces.
No habló durante unos momentos. Entonces dijo:
—Ya veo, señora, pero no creo que ninguno de los dos pueda convencer al
Señor de tal necesidad.
Volvió a suspirar.
—¿Qué hará, Tip... contigo, quiero decir?
—Mejor si no pensamos en eso —murmuró.
La culpa casi hundió su determinación, ya que era tan claro como si hubiera
dicho en voz alta que se había resignado a un destino nefasto.
—No dejaré que te azote —dijo ella con fiereza.
—Si puede detenerlo, es más poderosa de lo que creo que es —dijo Tip.
Janet tragó con fuerza.
—¿Deberíamos volver, entonces? No quiero que te lastime.
Silencio. Entonces Tip dijo:
—No, ya que hemos llegado hasta aquí. Será mejor que vayamos un poco
más lejos y veamos qué hora es —Le dio espuela a su poni.
Aliviada, Janet lo siguió, esperando que su poni tuviera el sentido común
suficiente para evitar caer en un agujero.
Pasaron por el pueblo de Larriston sin ver ni un perro ni un gato. Si quedaba
gente en las cabañas, se mantenían sensatamente fuera de la vista. Poco
después, Janet discernió el oscuro contorno de Saughtree en la cima de la
siguiente colina, pero antes de llegar a la aldea, Tip giró hacia el sur. Después de
eso, cabalgaron cuesta arriba durante un tiempo, manteniéndose en las
sombras más oscuras y escuchando con atención mientras cabalgaban.
Las pezuñas de los ponis hacían poco ruido en el suelo cubierto de hierba,
pero Janet sabía que el sonido llegaba lejos en la noche y que entre los dos
tenían que hacer más ruido que uno solo. Aún así, estaba cada vez más
agradecida por la compañía de Tip. No habría querido estar sola en las oscuras
sombras vacilantes.
Los sonidos de un río burbujeante llegaron a sus oídos, y se alegró de oírlo.
Se estaban acercando al paso, el lugar más probable para los observadores,
pero seguramente el ruido del río cubriría cualquier sonido que ella y Tip o sus
ponis hicieran.
Apenas veía movimiento cuando Tip levantó una mano, pero había estado
observando y bajo la rienda al mismo tiempo. Estaban en una sombra profunda
en una ladera cubierta de arbustos.
Tip se deslizó de su silla de montar, ató sus riendas a una rama que estaba
al alcance de la mano, y se movió silenciosamente hacia ella.
Se inclinó y murmuró:
—¿Qué pasa? ¿Qué oyes?
—Nada —contestó. —Pero seríamos tontos si cabalgamos más lejos sin
antes asegurarnos de que el camino que tenemos por delante está despejado.
No seguiremos la pista, por ningún camino, sino que nos mantendremos bien a
la derecha. Hay otro camino; a lo largo de esa colina de allá, y no creo que los
Ingleses sepan que la ruta existe. Un ciervo tendría problemas para verlo, dice el
Señor, y él lo conoce bien.
—¿Me dejarás aquí, entonces, mientras miras?
—Puede venir si quiere, pero estaría más segura aquí. Es oscuro y está
fuera de la ruta habitual y no se tropezará fácilmente con ellos con lo que va a
estar bien.
Lo que él estaba pensando, ella sabía, era que le iría mejor sin ella. Él estaba
más acostumbrado que ella a moverse en silencio cuando un enemigo estaba
cerca. Rápidamente estaba llegando a una nueva evaluación de su destreza, y
no le gustó mucho. Suprimiendo un escalofrío inesperado de miedo a ser
abandonada, dijo:
—Ve, pues, Tip. Me quedaré con los caballos. ¿Qué hago si veo a alguien?
—No se quedarán con los ponis —dijo. —Los arrastraremos hasta la maleza,
y usted se mantendrá a cubierto a poca distancia. En ese camino, si alguien
tropieza con ellos, también la encontrarán a usted.
Su tono era natural, pero sus palabras dispararon otro escalofrío en la
columna de Janet. Su coraje había huido, y no estaba segura de si lo recuperaría.
Momentos después, estaba sola en la oscuridad. La niebla se había engrosado,
cubriendo la luna con un velo. Su pálido resplandor aún brillaba, apenas
iluminando objetos en el suelo, pero no podía ver tan bien como antes.
Decirse a sí misma que estaba más segura con la luz más tenue no ayudó,
porque ya no podía ver a Tip. Lo había perdido de vista casi inmediatamente, y
no podía discernir ningún movimiento o sonido que traicionase su paradero.
También podría haber sido un fantasma que había desaparecido. Si fue
capturado o ya había sido capturado, no lo sabría hasta que él no regresara.
Sólo pensarlo le dio un nuevo escalofrío. ¿Qué haría ella? No podía estar
segura de que Quinton regresaría por el mismo camino por donde se había ido.
Era igual de probable que se dirigiera al cruce de Kershopefoot. De hecho, esa
fue la razón por la que sus ansiedades se agitaron, porque temía que Hugh lo
capturara de nuevo y lo colgara antes de que nadie supiera que se lo había
llevado.
Apretando los dientes, se dijo a sí misma que dejara de ser tan tonta. Sus
instintos le habían dicho que lo siguiera, y ella lo hizo. Ella estaría disponible
cuando se la necesitara. Ella lo sabía... o así se dijo a sí misma.
Los minutos se convirtieron en minutos más largos, hasta que pareció que
las horas habían pasado. El sentido común le dijo que no había pasado tanto
tiempo, que el tiempo simplemente se había ralentizado. No debía dejar que la
impaciencia la incite a hacer ninguna tontería. Sin embargo, cada minuto se
alargaba hasta que veinte de ellos parecían un año.
Escuchando, todo lo que podía oír era al río cerca burbujeando y
revoloteando sobre rocas y cantos rodados mientras caía colina abajo para
unirse al Tyne en Kielbeck. Lo que estaba pasando allí, ella no lo sabía, ni podía
saberlo. Si tan sólo, pensó, pudiera apagar su pensamiento, y dormir con los
ojos abiertos, de modo que pudiera ver cualquier peligro que se presentara,
pero no se imaginaba ninguno que no se presentara, todos los peligros estaban
ahí.
El movimiento en la maleza cercana la asustó. Casi se apresuró a ver lo que
era, y luego se dijo a sí misma con firmeza que no era más que uno de los
caballos en movimiento. La lógica le dijo, sin embargo, que los caballos estaban
demasiado lejos. Podría oír un silbido si uno se olvidara tanto de su
entrenamiento como para hacer tanto ruido, pero no lo oiría si simplemente se
moviera un poco. El ruido vino de nuevo.
Janet se tiró al suelo, dispuesta a que los arbustos que la rodeaban la
cubrieran por completo.
—Han estado por este camino, pudren sus pieles diabólicas, y no hace
mucho tiempo, tampoco.
Asfixiada por el sonido de la voz del hombre, ella se aplanó más y trató de
abrirse paso bajo el arbusto más cercano.
En ese mismo momento, un gran pie cayó sobre su pantorrilla, y ella no
pudo sofocar un grito de dolor.
—Bueno, bueno, bueno, ¿qué tenemos aquí?
Capítulo 14
“Los pícaros Ingleses pueden oír, y sufrir
El peso de sus espadas trenzadas para sentir.”

A pesar de que Janet deseó poder desaparecer en la tierra, se sentó y se


quitó las manos de encima, y luego casi extendió la mano para que el hombre la
ayudara a levantarse antes de recordar su disfraz. Al recordarlo, se puso de pie
lentamente, temiendo que si se levantaba demasiado rápido él la pudiera
derribar de nuevo.
—Me asustó, señor —dijo ella, tratando de hacer que su voz sonara baja y
ronca, y logrando que sólo sonara ronca.
—¿Qué diablos haces aquí, muchacho? Podría haberte escupido tan
fácilmente como si te hubiera pisado.
—Les doy las gracias por no hacer nada de eso —dijo ella. Aunque era su
naturaleza pararse derecha y mirar directamente a la gente, mantenía los ojos
bajos y dejaba que sus hombros se desplomaran, sabiendo que eso la haría
parecer más pequeña y menos amenazante.
—¿Qué has encontrado ahí, Gibby?
Un segundo hombre se acercó, y el que se llamaba Gibby dijo:
—Sólo un muchacho al acecho, Lem. Dime, muchacho, ¿has visto algún
asaltante esta noche?
—No, señor —dijo Janet. —Me avergüenza decirles que algo asustó a mi
poni cuando cabalgaba medio dormido. Podrían haber sido asaltantes, aunque
creo que no fue más que una llamada de un pájaro nocturno.
El recién llegado se acercó, llevando a dos ponis por las riendas, y Janet lo
miró con recelo, evaluándolo desde el rabillo de un ojo. Ella no pensó que Gibby
notaría su interés en su compañero. La luz no era lo suficientemente fuerte
como para que él percibiese que ella no estaba mirando al suelo.
El que se llamaba Lem parecía más alto y mucho más delgado que Gibby,
pues la figura sombría de Gibby parecía casi cuadrada. No había suficiente luz
para ver sus caras claramente, pero Lem tenía una barba puntiaguda y Gibby
parecía limpio y afeitado, aunque un poco desaliñado.
Un crujido en los arbustos cercanos hizo saltar a ambos hombres, pero
cuando ningún otro sonido se elevó por encima del burbujeo del río, volvieron a
prestar atención a Janet.
Se preguntaba a dónde había ido Tip y esperaba que no se diera a conocer
su presencia si regresaba mientras los dos estaban todavía con ella. Estaba
desarmado, igual que ella, salvo por su daga, y ésta sería de poca ayuda para en
este momento.
—¿De dónde vienes, muchacho? —Fue el segundo hombre, Lem, quien
preguntó.
—Brackengill —dijo al instante. —¿Qué hay de ustedes? ¿Son ustedes
hombres del sargento de esta tierra?
—Sí, de Bewcastle —dijo Lem. —Brackengill, ¿eh? ¿Quién es tu Señor?
—Sir Hugh Graham —dijo ella, como si se sorprendiera de que se lo pidiera.
—¿No conoces al hombre?
Gibby dijo:
—Lo vi una vez. Es un hombre grande, Sir Hugh lo es, con un temperamento
temible que se ajusta a su tamaño.
—Sí —estuvo de acuerdo Janet. Entonces claramente los dos no eran
Grahams. Había pensado que no podían serlo, pero con un clan tan grande, y
con miembros que vivían a ambos lados de la línea, no los conocía a todos.
—Miremos más de cerca, muchacho —dijo Lem, y antes de que Janet se
diera cuenta de su intención, le arrebató la gorra tejida de la cabeza. —¡El pie
de Cristo! —exclamó cuándo su largo cabello rubio plateado se derramó
libremente, —¡es una moza!
Agarrando la gorra, gritó:
—¡Devuélveme eso!
—Oh, sí, claro —dijo Lem, riendo y sacando la gorra fuera de su alcance. —
¿Qué diablos hace una chica como tú en una noche como ésta?
—Yo... vine a encontrarme con alguien —dijo ella, esperando que él la
dejara en paz si creía que venía otro hombre. —Es tan grande como Sir Hugh —
añadió.
—¿Está él aquí ahora? Sin embargo le garantizo que compartiré su buena
fortuna ¿o no?
—¡No! —Trató de correr, pero Gibby le cogió el brazo.
Y él le dijo:
—Debemos dejarla ir, Lem. Al sargento no le gustará y nos entretengamos
con ella.
—No le importará si le llevamos a la niña como regalo —dijo Lem.
—¡Cómo te atreves! —exclamó Janet. —Quiero que sepas que soy...
A punto de identificarse como hermana de Sir Hugh Graham, mordió las
palabras. La probabilidad de que Hugh se enterara del incidente era demasiado
grande si proclamaba su relación, y eso no le serviría de nada. Además, se le
ocurrió que podrían llevársela directamente a él con la esperanza de una
recompensa, y eso era lo último que quería. Hugh no dudaría en pedir un
rescate si pensara que esto avergonzaría a Sir Quinton o a Buccleuch. De hecho,
le encantaría tener la oportunidad.
—Bueno, muchacha, ¿quién eres entonces? —el tono de Lem era natural,
incluso amable, pero cuando ella no contestó, dijo: —Lo mismo pensaba yo. Si
no nos dices tu nombre, debemos asumir que eres de Brackengill, como dices,
¿pero quién eres? uno de los escoceses ladrones. ¿Con quién cabalgaste?
—Nadie —dijo ella tristemente. —Vine aquí por mi cuenta y perdí mi
caballo tal como te dije. Nadie más sabe que estoy aquí.
Lem se rió.
—Seguiste a vuestro hombre, ¿verdad? Tienes más valor que sentido
común, muchacha. Creo que le harás un buen regalo a nuestro sargento, pero
quizá debamos probarlo para ver si mereces ser su presa.
Consternada por su obvia intención, se alejó e intentó liberarse de Gibby,
pero Lem cogió su muñeca libre y la tiró hacia él.
Gibby la soltó antes de que se estirara entre los dos.
—Lem —dijo ansioso, —No creo que...
—Calla tu boca, muchacho. Una oportunidad como esta no le llega a un
hombre todos los días. Es una chica muy atractiva en pantalones, ¿no? Tengo la
intención de verla sin ellos, sin embargo, y te garantizo que no te importará
tomar tu turno cuando termine con ella.
Janet intentó gritar, pero el sonido se le atascó en la garganta, y antes de
que pudiera forzarla a liberarse, Lem había tapado con una sucia mano sobre su
boca, sofocando cualquier segundo intento. Su otra mano agarró la parte
delantera de su chaleco. Ella agarró su daga.
—Cuidado con sus pies, Gib —advirtió Lem cuando ella luchó, —y quítale
los pantalones de encima. ¡Rápido, ahora!

***

Quin y los otros, habiendo atacado rápidamente y sin previo aviso, habían
enseñado con éxito a los ciudadanos de Kielbeck una lección de incursión. Hob
El Ratón y Willie La Campana barrieron el ganado del prado en un santiamén y
los llevaron rápidamente hacia los Larriston Fells. No se habían llevado ninguna
oveja, pero se habían llevado todos los caballos y vacas de la aldea, muchos de
los cuales reconocieron como suyos tomados de saqueos anteriores en
Liddesdale y Upper Teviotdale.
Quin cabalgaba delante del ganado con la mitad de sus hombres. La otra
mitad los seguían para protegerlos de un ataque por la retaguardia. Con un
grupo tan pequeño, no había dejado a nadie que guardara su ruta, confiando en
sus instintos y conocimiento de la tierra para llevarlos a casa a salvo.
Cuando se acercaron al bosque al pie de las colinas, se detuvo y se volvió
hacia Eckie Crosier El Maldito, que cabalgaba a su lado.
—Retrocede y dile a los demás que tú y yo iremos adelante. Deben
proceder con cuidado, escuchando nuestra advertencia. Si nos encontramos con
una patrulla, dispararé un tiro para atraer a sus miembros hacia nosotros, y tú y
yo nos los llevaremos. Si nuestros muchachos ven a alguien, dile a Jed que
toque la bocina, y volveremos enseguida.
—Sí, se lo diré —dijo Eckie El Maldito. Se fue con su poni y regresó minutos
más tarde. —Escucharán y mirarán bien, Señor —dijo.
—Entonces, vamos a cabalgar —instando a su caballo a un ritmo más
rápido, dirigió el camino hacia el bosque, sabiendo por experiencia que las
patrullas Inglesas generalmente no cabalgaban sin luz. Llevaban antorchas que
amenazaban con prender fuego a cualquier bosque por el que pasaban, y
cabalgaban sin pensar mucho en el ruido que su paso creaba. Mientras podía
escuchar a los pájaros nocturnos llamándose entre sí desde los árboles, sabía
que él y sus hombres estaban a salvo de todas las patrullas de dos hombres,
más silenciosas y generalmente bien escondidas. Esta noche, sin embargo,
pensó que podía contar con los ingleses para montar sólo grupos de vigilantes.
Contra ellos, un pequeño grupo como el suyo se mantendría a salvo si se
permanecía alerta.
Se ralentizó para dejar que sus ojos se ajustasen a la oscuridad más
profunda del bosque, y pronto pudo escoger fácilmente su camino por el pálido
resplandor de la neblina velada por la luz de la luna, donde se filtraba a través
del dosel. Las pezuñas de su poni hacían un ligero ruido en el suave suelo del
bosque, y aunque podía oír el poni de Eckie El Maldito detrás de él, dudaba de
que el ruido llegase a más de una docena de pies, si es que llegaba tan lejos.
El río que fluía por el bosque en su camino para unirse al Tyne hacía un
sonido silbante como el crujido de las faldas de seda de una dama. Mientras se
dirigían hacia las alturas, mantuvo sus oídos atentos a los sonidos del bosque,
particularmente por cualquier alteración en ellos. Sabía que cuando llegaran a
las alturas, la ruta se volvería más peligrosa, ya que las recientes lluvias habían
hecho que las zonas pantanosas fueran más traicioneras de lo normal. Al mismo
tiempo, sin embargo, esas lluvias fueron las responsables de la suavidad del
terreno, por lo que no podía quejarse.
Estaba tan seguro de que nadie merodeaba cerca que la figura que surgió
de los arbustos justo delante le asustó y le lanzó un grito ahogado mientras él
apresuradamente arrancaba la espada de su vaina.
—¡No, Señor, espere! —las palabras murmuradas llegaron fácilmente a sus
orejas, y posiblemente a las de Eckie El Maldito, aunque no habrían llegado más
lejos.
—¡Imposible! ¿Qué diablos estás haciendo aquí? Me has dado un susto de
muerte. ¿Qué pasa?
—La señora —dijo Tip. —Los patanes Ingleses la capturaron, y no suenan
como caballeros.
—¿Dónde? ¡No me digas que has venido a pie desde Broadhaugh!
—No, Señor. Estarán allá, en las alturas.
—¿Cómo escapaste?
—La dejé a ella y a los ponis por unos instantes para buscar observadores.
Pero ella estaba lejos de los ponis y bien escondida —añadió apresuradamente.
—¡Pensé que estaría a salvo, Señor, de verdad! Pero cuando regresé, oí voces.
Creo que sólo hay dos de ellos con ella, creo, pero no significa nada bueno.
—No le preguntaré qué diablos quiso hacer con traerla aquí. No hay tiempo
para eso ahora, pero dime esto. ¿Seguiste nuestras huellas?
—Sí, señor, tan cerca como pude.
—Entonces sé adónde ir. Me quedo con Eckie El Maldito, porque será más
útil en una pelea que tú. Espera a los otros aquí y cabalga con uno de ellos. Tú y
yo hablaremos más tarde.
—Sí —dijo Tip tristemente. —No lo dudo.
Indicándole a Eckie para que lo siguiera, Quin instó a su poni a una mayor
velocidad, ya no le importaba si había patrullas alrededor.

***

Cuando Janet trató de agarrar su daga, Lem la detuvo y la tiró a un lado.


Entonces luchó como una gata salvaje, pateando y rasguñando cualquier parte
de cualquier hombre que pudiera alcanzar, y tuvo la satisfacción de sentir que
su pie se conectaba duramente con una parte suave de la anatomía de Gibby
justo cuando hundía sus dientes en la mano de alguien. Su única recompensa
fue un doble grito de dolor que le dijo que la mano pertenecía a Lem. En unos
momentos, sin embargo, sus pantalones se encontraban alrededor de sus
pantorrillas y el chaleco que ella llevaba había sido arrancado y empujado hasta
la mitad de sus brazos, sujetándolos con la misma fuerza con la que cualquier
cuerda podría haberlo hecho.
Tan pronto como mordió a Lem, él le dio una bofetada en la cara. Lo
siguiente que supo es que estaba boca arriba con las piernas enredadas en los
pantalones, los brazos retorcidos y dolorosamente debajo de ella, y un trapo de
mal sabor atascado en su boca, amenazando con ahogarla.
Las grandes manos de Lem se agarraban a sus pechos, sus largos y delgados
dedos la apretaron y pellizcaron hasta que gimió de dolor, obteniendo poca
protección de la camisa que llevaba puesta.
Gibby murmuró:
—¡Date prisa, Lem! ¿Y si viene alguien?
—¡Cierra tu boca! Pensé que te había dicho que le quitaras los pantalones
de encima.
—¡Me pateó en las pelotas!
—No lo volverá a hacer. ¡Arráncaselos! —puso su cara a pulgadas de la de
Janet, añadiendo: —Si pateas, muchacha, usaré mi puño para meterte los
dientes por la garganta.
Su aliento apestaba, y ella volteó su cara, aún trabajando con su lengua
para empujar la horrible mordaza de su boca. Le tocó el cordón de la camisa,
luego agarró un trozo de la camisa e intentó arrancársela, pero la tela gruesa no
cedió. Finalmente, poniendo una pierna sobre su cuerpo para inmovilizarla en el
suelo, usó ambas manos y rasgó la camisa por la mitad, haciendo que sus
pechos salieran al aire frío. Al mismo tiempo, Gibby jaló con fuerza de sus
pantalones, tirando de ellos hacia sus tobillos.
—Suéltala ahora —dijo una voz severa, —y te concederé un minuto más de
vida antes de que te envíe al diablo.
Janet sintió a Lem ponerse rígido encima de ella y oyó a Gibby jadear. No
reconoció instantáneamente la voz desencarnada en la oscuridad. Sólo cuando
los dos hombres se alejaron de ella escuchó su eco en su mente y supo que era
Quinton. El alivio surgió a través de ella, y agarró los pedazos de camisa
desgarrados y los juntó, ocultando sus pechos mientras luchaba por sentarse.
—Santo cielos, es Rabbie Redcloak —jadeó Gibby. —¡Seamos rápidos!
Lem Gruñó:
—Cierra tu boca, tonto de remate. ¿Quieres que nos tirotee como a perros?
—Tengo mucho más respeto por los perros —dijo Quinton amablemente.
—Será mejor que se vayan de aquí mientras puedan —murmuró Lem. —
Eres un ladrón asesino, y la mitad de la frontera se ha despertado en la noche,
buscándote.
—Sí, pero no están aquí en este momento, muchacho.
—Si disparas esa pistola, pronto veremos cuán lejos están.
—Un punto para ti —admitió Sir Quinton. —Además, a pesar de lo que
hayas oído, no soy un asesino. ¿Tienes una espada, patán, o debemos luchar
como niños?
—¡Señor, no!
Janet escuchó la segunda voz, pero no estaba segura de que Lem o Gibby la
hubieran escuchado. Ella no lo reconoció, así que supo que no era Tip o Hob El
Ratón. Se preguntó a dónde había ido Tip. ¿Era él quien había ido a buscar a Sir
Quinton, o lo había hecho Sir Quinton y el segundo hombre se tropezó con ellos
como Gibby se tropezó con ella? ¿Y dónde estaban ahora Hob y el resto de los
Bairns de Rabbie Redcloak?
Se las arregló para sentarse y recomponer la chaqueta de piel a donde
pertenecía, pero para arreglar los pantalones se requería una finura extrema si
no quería dejar desnudas de nuevo sus partes inferiores. ¿Adónde diablos había
ido a parar su capa?
Quinton no le había dicho ni una palabra. Otro pensamiento siguió a ese
pensamiento, y el profundo alivio que había sentido se evaporó. Ella tampoco se
atrevía a hablar con él, no como una esposa a su esposo frente a Lem y Gibby.
Sus ojos se llenaron de lágrimas y le dolía la garganta, pero no se atrevió a llorar.
Incluso si Quinton la perdonara por todo, ella no se perdonaría pronto a sí
misma. Se dio cuenta de que su capa estaba debajo de ella. Usándolo para
cubrirse, luchó de nuevo con los pantalones.
Durante los pocos momentos que habían pasado desde que Quinton exigió
saber si Lem llevaba una espada, ella había observado sus formas oscuras y las
de Gibby. Quinton se había bajado de su silla de montar, ignorando la
advertencia de su compañero. Ni Lem ni Gibby habían dicho una palabra más.
—Bueno —dijo Quinton, —¿Tienes una espada o patrullas desarmado?
—Tengo una espada —gruñó Lem. —Ahí es donde la puse mientras yo...
—Mientras violabas a una muchacha indefensa, o creías que ella era un
muchacho...
—¡Yo nunca! —Lem parecía más molesto por la sugerencia de la sodomía
que por la inminencia de su muerte.
—¿Qué hay de ti? —Sir Quinton le dijo a Gibby, ignorando la indignación de
Lem. —¿Tienes una espada? Pelearé con los dos a la vez, si quieres. Te lo
advierto, si no peleas limpio, mi hombre te disparará donde estás parado.
—No quiero pelear contigo en absoluto —dijo Gibby, sonando cerca de las
lágrimas.
Escogiendo sus palabras y su acento con cuidado, Janet dijo:
—Trató de detener al otro, señor. No creo que me hubiera molestado por
su cuenta.
Sir Quinton no la miró, sino que le dijo a Gibby:
—Apártate, muchacho, pero presta atención a mi advertencia. Si
interfieres, pronto conocerás al diablo en el infierno.
Saliendo del camino, Gibby extendió las manos a los costados como para
asegurarle que no llevaba ningún arma. Janet también se hizo a un lado, sin
querer mirar, pero aterrorizada de que de alguna manera Lem ganara la mano y
Sir Quinton pudiera morir. Si eso sucedía, no sería culpa de nadie más que de
ella misma, y no creía que podría vivir sabiendo eso.
Quinton levantó su espada pero no atacó, esperando a que el otro hombre
se le acercara. Lem, mirándolo, fintó ligeramente, pero cuando Quinton no saltó
al cebo, se lanzó hacia adelante con más confianza, apuntando directamente a
su corazón. Quinton detuvo el corte fácilmente por la parte exterior de su
espada y le dio un empujón en la cara a Lem, manteniéndose cerca.
Janet, que a menudo había visto a Hugh practicar su destreza con la espada,
necesitó poco tiempo para reconocer que su marido era, con mucho, el mejor
espadachín de los dos, que sólo estaba jugando con Lem. Desempeñarse de tan
pobre manera, cuando fácilmente podía juzgar mal los movimientos del otro
hombre, parecía temerario. Además, notó, no se había quitado el manto, lo que
era otro gesto de temeridad, ya que solo podía entorpecer su movimiento. Era
como si se estuviera burlado de Lem. Parecía animar a Lem a empujar y parar,
dándole una falsa sensación de confianza.
Lem amenazó con una serie de movimientos espurios y ataques falsos,
fintas que Hugh llamaba “revolotear”, pero Sir Quinton detuvo a cada uno con
un suave giro de muñeca, manteniendo hábilmente su espada donde podía
desviar la punta de la espada de Lem.
Janet vio que Lem estaba cansado, que su trabajo de pies se había vuelto
menos seguro. Se resbaló, y Sir Quinton rápidamente recogió su espada,
esperando a que se recuperase.
—¡Maldito seas, Redcloak! Acaba con esto.
—¿Te lastimó, muchacha? —Sir Quinton preguntó con naturalidad mientras
detenía otro golpe.
—Sólo mi orgullo —contestó ella. —Llegaste a tiempo para evitar el resto.
—No necesito la protección de una mujer—, gruñó Lem, saltando de nuevo
hacia delante, su espada apuntando directamente al estómago de Sir Quinton.
—¡Por Dios, no soy yo quien verá al diablo en el infierno!
Con otro hábil despeje, Sir Quinton retomó el ritmo, lanzándose hacia
delante, cogiendo la espada de Lem y retirándose sólo para volver a atacar.
Moviéndose hacia adelante, obligó al otro hombre a ir atrás y atrás, y luego se
relajó, dejando que Lem volviera a él.
Cuando Lem lo hizo, cortando y empujando más imprudentemente, el
pecho de Janet se apretó. Podía sentir el latido de su corazón y apenas se
atrevía a respirar, porque los dos hombres parecían sombras del Hades 35
revoloteando a la luz de la luna. Los únicos sonidos eran su respiración, los
tenues ruidos de sus pies en el suelo, y el metálico choque de las espadas.
Incluso el silbido del río se había desvanecido. La capa de Sir Quinton se agitaba
a su alrededor, haciéndolo parecer una polilla negra gigante.
—Ríndete —dijo de repente, con dureza. —Te concederé la vida si te
rindes.
—¡Nunca! Tú te someterás a mí, Rabbie Redcloak —exclamó Lem. —Me
cantarán baladas a partir de esta noche —saltó hacia delante, su espada
parpadeando.
En lugar de detener el empuje recto. Sir Quinton sacó su brazo izquierdo y
agarró la hoja con su capa, al mismo tiempo empujando fuerte y fielmente con
su espada a todo lo largo, perforando profundamente la axila derecha expuesta
de Lem.
Con un grito de consternación, el inglés se desmayó. Siguieron sonidos
horribles, y Janet se dio la vuelta, sintiéndose enferma.
Un momento después, sintió unas manos fuertes sobre sus hombros. La
giró y ella miró a la sombría cara de su marido.
—Lo mataste —dijo ella.
—¿Pensaste que no lo haría?
—No lo sabía.
—No me dejó otra opción, pero siento que tuvieras que verlo. No digas
nada más ahora —añadió en un tono que no admitía discusión. Entonces,
35
NT. En mitología griega. Hades EL mayor hijo varón de Cronos y Rea; alude al antiguo inframundo griego, asi como a la
morada de los muertos
volviéndose, dijo a Gibby: —Tú, muchacho, dime esto. ¿Quieres reclamar su
cuerpo y devolvérselo a su gente, o lo enterramos aquí y dejamos un mojón
para marcar el lugar?
—¿Me despacharías si te dijera que quiero llevármelo de vuelta?
—No, entonces, te ofrecí libertad de elección —dijo Sir Quinton. —La
muchacha dijo que trataste de protegerla, así que puedes elegir quedarte con el
cuerpo o seguir con nosotros.
—¿Con vosotros? ¿Me llevarían con ustedes?
—Sí, si quieres venir. ¿Cómo te llamas?
—Me llaman Gibby, Gibby Potts.
—Un hombre de Reddale, entonces. Tengo algunos Potts entre mis
seguidores.
—Sí, hay Potts a ambos lados, lo sé.
—Elige, entonces.
—Me quedaré con Lem, si a usted le da igual, señor.
—Buen chico. ¿Te ayudamos a enterrarlo o tu gente se ocupará de él?
—Lo haremos, pero creo que lo mejor es que vosotros me ayudéis.
—No somos bárbaros —dijo bruscamente Sir Quinton.
Nuevos sonidos en la noche anunciaron la llegada del resto de sus hombres,
y por un momento, Gibby pareció aterrorizado, pero Sir Quinton le tranquilizó
con un gesto.
Janet, al ver la pálida luz de la luna brillar sobre el metal y reconocer su
daga, rápidamente aprovechó la oportunidad para recogerla y ponerla de nuevo
en su vaina.
Diez minutos más tarde, Tip había recuperado su caballo y el de Janet, y su
grupo montó y se fue, dejando a Gibby en la desolada asistencia a su camarada
muerto.
Janet iba detrás de Sir Quinton y el hombre al que descubrió en ese
momento fue Eckie El Maldito, con Tip a su lado. Hob El Ratón y otros lo
siguieron. Sir Quinton no la había invitado a cabalgar a su lado, ni ella quería
hacerlo. No pensó que él la regañaría delante de sus hombres, pero no podía
estar segura de que no lo hiciera.
Que estaba enfadado con ella era evidente. Ninguno de sus hombres habló
con ella tampoco. Al principio se dijo a sí misma que cabalgaban en silencio
porque aún se arriesgaban a encontrarse con una patrulla, pero una vez que
estuvieron a salvo en Escocia, ella sabía que no era así. Permanecieron callados
porque no querían arriesgarse a enfadar ni a su líder ni a su dama.
Al descender hacia el Liddel, las murallas del Hermitage se asomaban en el
horizonte como una gran sombra negra a la luz de la luna. Sin embargo, se
sorprendió, después de cruzar, cuando Sir Quinton tomó las riendas antes de
que su grupo pudiera despertar el interés de los guardias en las murallas del
castillo.
En voz baja le dijo a Eckie El Maldito:
—Toma a algunos de estos muchachos y ayuda a conducir el ganado hacia
el norte a lo largo del agua, pasando Sandy Edge, hasta que llegues a Stirling
Water. Sigue esa ruta hasta Broadhaugh. Envía a los otros a casa por la ruta más
rápida.
—Sí, Señor.
Hob El Ratón, cabalgando justo detrás de Janet y Tip, murmuró:
—Señor, ¿cuántos de nosotros quieres que te acompañemos?
—Sólo tú y otros tres, Hob. Elige hombres con ponis rápidos. Me voy a casa
enseguida, y a mi propia cama. Tip —añadió: —irás con Hob y los demás. Tú y
yo hablaremos por la mañana. Mi muchacha cabalgará conmigo ahora.
La mitad de Janet esperaba que él la arrebatara de su silla de montar para ir
con él, y se preparó para resistir, pero ni siquiera le habló. Cuando le dio espuela
a su poni y se adelantó, dejándola decidir por sí misma si obedecía su orden
implícita o si se quedaba con sus hombres, su acción la tomó por sorpresa.
Medio tentada a quedarse atrás, decidió que eso sólo lo enfurecería más y
retrasaría la inevitable confrontación. Recordándose a sí misma que no era una
cobarde, y sacando de su mente el recuerdo contradictorio de Lem y Gibby,
cabalgó detrás de él, esperando que su poni pudiera ver mejor de lo que ella
podía ver.
Capítulo 15
“Quien se mantuvo inmóvil al acercarse
Su furia resistió.”

Sir Quinton anduvo más lento cuando llegaron al bosque al pie de


Cauldcleuch Head, permitiéndole a Janet alcanzarlo. Hob y los otros tres se
quedaron a una discreta distancia.
Janet instó a su montura a que se acercara más a la de Quinton, pero se
alegró al ver que el camino era demasiado estrecho para que pudieran cabalgar
a su lado. Se ensanchó en el lado inferior del paso, pero ella se quedó donde
estaba, esperando a ver qué hacía él.
No le dijo ni una palabra, y recorrieron las diez millas desde el Hermitage
hasta Broadhaugh en silencio. Cuando entraron en el patio, él desmontó y se dio
la vuelta, por un momento ella pensó que él quería dejarla sola para que se
enfrentara a sus hombres en sus pantalones y botas.
Gritó:
—Ferdie, ven a llevarte los ponis, ¿quieres?
—Sí, Laird —un caballerizo salió corriendo del establo, con los ojos
brillantes y alerta, a pesar de haber esperado claramente el regreso de su Señor.
Sir Quinton la miró.
—¿Puedes bajar por ti misma?
—Sí —dijo, adaptándose a las palabras, pero sintiendo que lo último de su
coraje la abandonaba. Cuando sus pies golpearon los adoquines, sus rodillas casi
la traicionaron. Se enderezó, esperando tener toda su ropa en su sitio y que
nada revelara su lucha con Gibby y Lem. Tomando el manto de Quinton más
cerca de ella, se volvió para seguirlo, evitando aún sus ojos y los de los demás.
Al parecer, decidiendo que ella lo seguiría, Sir Quinton se dio la vuelta y se
dirigió hacia la entrada principal.
Dudando lo suficiente como para decidir que no ganaría nada perdiendo el
tiempo, Janet corrió detrás de él, sabiendo que cada hombre que la veía debía
estar preguntándose por su extraña apariencia y por el comportamiento inusual
de su Señor hacia ella.
Adentro, ella lo siguió arriba, pasando por el gran salón y la sala del Señor.
—Por favor, señor, ¿dónde...?
—Ahora no —dijo secamente, volviéndola a silenciar.
Cuando llegaron a la alcoba, abrió la puerta, dejándola golpear contra la
pared, y luego cruzó hacia el otro lado de la habitación, donde se detuvo.
Ella le miró con recelo desde el umbral, y su tensión aumentó
considerablemente cuando él no se giró de inmediato para mirarla.
El silencio se alargó hasta que dijo:
—Por favor, sé que estás enojado...
Se volvió bruscamente y dijo:
—Cierra la boca y cierra la puerta, a menos que quieras que todos los
hombres del lugar oigan lo que te voy a decir.
Su garganta amenazó con cerrarse, dificultando la respiración. Nunca antes
había visto una mirada tan furiosa en la cara de nadie. Su enojo le hizo parecer
que la reacción de Hugh en cualquier ocasión que ella pudiera recordar era
pálida en comparación. Sus rodillas se habían sentido débiles antes, pero ahora
temblaban. Aunque su instinto era huir, no sólo sospechaba que sus piernas no
la sostendrían, sino que sabía que Quinton la atraparía fácilmente y que sólo
habría logrado enfurecerlo más.
Reuniendo todo el coraje que pudo, cerró la puerta, tratando de hacerlo
con dignidad para demostrar que le obedecería pero que no le temía. Aunque
se sentía acalorada y le hubiera gustado quitarse el manto, no le pareció
prudente volver a mostrar sus pantalones tan pronto. Se obligó a respirar
profundamente, esperando calmar sus nervios para poder aguantar la
confrontación que se avecinaba. Él no la apresuró, y por eso ella estaba
agradecida. En el momento en que ella cerró la puerta para enfrentarse a él de
nuevo, se sintió más tranquila y segura de sí misma.
Pero una mirada a sus ojos ardientes, y su resolución se evaporó. Ella abrió
la boca para hablar, pero él la mantuvo en silencio con un pequeño gesto.
—Ni una palabra —dijo con severidad. —También quédate donde estás. No
me he atrevido a tocarte, porque temo lo que podría hacerte si lo hago. No soy
un matón, Jenny, pero tampoco permitiré que me hagas quedar como un tonto
o un criminal. Esta noche he matado a un hombre por pura furia.
—Sé que no debería haber...
—No, no debiste —dijo, —pero lo hiciste, y las consecuencias pueden ser
mucho más de lo que esperabas. Sin embargo, no pensaste en los resultados.
Eso está claro. No pensaste en cómo tus acciones afectarían a los demás, no
sólo a mí, sino a los hombres que cabalgaban conmigo. ¿Y si en vez de esos dos
patanes que conociste, hubieras encontrado a tu hermano con cien hombres?
¿Crees que simplemente te habría enviado de vuelta a Broadhaugh?
—Pero sí pensé en Hugh. No de inmediato —modificó apresuradamente, —
pero más tarde, cuando casi les dije a esos dos que yo era su hermana. Antes de
decir las palabras me di cuenta de que podrían entregarme a él y que sería tan
probable que me retuviera por un rescate como que me devolviera a ti.
—Mucho más probable, diría yo, pero eso no es todo —su tono era más
tranquilo, como si hubiera recuperado el control sobre su temperamento, pero
aún así sonaba sombrío cuando dijo: —¿Ya has considerado cuál será la
consecuencia más probable de que yo haya matado al sinvergüenza que trató
de violarte?
No lo había hecho, pero lo hizo, y las posibilidades la enfriaron.
—Seguramente cualquiera entendería que me estabas protegiendo —dijo
ella.
—Oh, sí, estoy seguro de ello —dijo, y ella no podía confundir el sarcasmo
en su tono. —Sólo tengo que explicar a los guardias en el Día de la Tregua que
dos hombres atacaron a mi esposa en el lado Inglés de la línea unos momentos
después de una incursión Escocesa en Kielbeck. Yo, por supuesto, explicaría que
la incursión no tuvo nada que ver con eso, que ella simplemente tropezó con
dos vigilantes ingleses durante un paseo nocturno...
—¡Quinton, detente! En primer lugar, se tropezaron conmigo. Me escondí
completamente de ellos, pues no me moví ni un paso de donde Tip me dejó. Si
ese muchacho, Gibby, no hubiera dejado a su compañero y se hubiera puesto
en marcha...
—Lo más probable es que buscara un lugar para hacer sus necesidades —
respondió Quinton. —¿Qué habrías hecho si, en vez de pisarte, te hubiera
meado encima?
Ella hizo un gesto de dolor, sintiendo como las llamas saltan a sus mejillas.
Él dijo:
—No importa lo que hubieses hecho entonces, ni tampoco influiría en los
guardias o en el jurado. Nadie lo creería.
—¡Pero tus Bairns respaldarían cualquier historia que contaras!
—¿Lo harían? Quizás lo harían si yo fuera tan pícaro como para pedirles
eso. ¿Te has puesto a pensar cómo explicarían su presencia en el lado Inglés de
la línea? Más allá de eso, ¿Te has detenido a pensar que tal vez Scrope y su
jurado sólo creerían que mis hombres apoyaban un cuento inventado para
excusar un asesinato a sangre fría?
—Pero...
—No, Jenny, no intentes excusar tu comportamiento. No hay excusa.
Desafiaste mis órdenes, y no lo toleraré de nadie en Broadhaugh. Yo soy el
Señor aquí, no tú, y cuanto antes aprendas eso, mejor será.
—¿Qué vas a hacer?
—Te mereces que te ponga sobre mis rodillas y te enseñe a someterte a mis
órdenes. Puede que aún lo haga, pero estoy demasiado enfadado contigo como
para arriesgarme ahora, cuando mi inclinación es usar mi látigo en vez de la
palma de mi mano.
Ella cerró los ojos ante la imagen que sus palabras despertaban. Tenía todo
el derecho a castigarla como quisiera, pero ni siquiera Hugh le había dado con
un látigo.
—Te quedarás en tu alcoba hasta que yo esté de mejor ánimo para tratar
contigo —dijo. —Si eres sabia, te esforzarás por complacerme durante los
próximos días. Sube ahora y no vuelvas a bajar hasta que te llame.
Temiendo que si intentaba hablar, perdería los estribos y le gritaría,
momento en el que lo más probable es que cumpliera su amenaza de azotarla,
se volvió y se fue de la habitación. Sin embargo, no pudo resistirse a cerrar la
puerta con un golpe, y para cuando llegó a su dormitorio, su furia se había
disparado. Él se equivocaba al estar enojado, ella había hecho bien en ir.
Sus instintos no la habían engañado. Si ella no lo hubiera seguido, Lem y
Gibby habrían acechado a los Bairns. Podrían haber convocado fácilmente a una
patrulla más grande, y Quinton y los Bairns habrían sido capturados. Pero sabía
que ahora sería inútil debatir el asunto con él. Al igual que Hugh, se negaba a
escuchar y simplemente reaccionaba, muy probablemente con violencia. Pero
ella no le permitía que la acobardase, ni tampoco intentaría convencerle de que
se pusiese en mejor estado de ánimo. Por la mañana estaría bien lejos de
Broadhaugh.
Quin se quedó mirando fijamente a las llamas de la chimenea, luchando
para controlar su ira y otras emociones menos familiares que luchaban entre sí.
Odiaba enviarla lejos. Había querido abrazarla. El sólo hecho de pensar en lo
que debió sentir cuando el patán Inglés le arrancó la camisa le hizo sentir mal.
Incluso ahora, él quería ir a su dormitorio, abrazarla fuerte y asegurarse de que
realmente estaba bien.
Sin embargo, no podía hacerlo. Tenía que aprender a obedecerle. Cualquier
otra cosa era demasiado peligrosa, y ella parecía estructuralmente incapaz de
entenderlo. Admiraba su valentía tanto como su belleza, pero no admiraba su
terquedad ni su rebeldía. Claramente, estaba demasiado acostumbrada a salirse
con la suya, a hacer exactamente lo que quería. Ella pensaba que había vivido
bajo la dominación de Sir Hugh, pero Quin sabía que no podía haber sido así. Si
hubiera vivido así, nunca se habría atrevido a desafiar sus órdenes y a seguirlo
desde Broadhaugh como lo había hecho. Habría aprendido a mostrar una
sumisión adecuada a la autoridad masculina.
Como Sir Hugh había fracasado, tendría que enseñarle él mismo, pero por
el momento no sabía cómo hacerlo.
Tampoco sabía lo que iba a hacer con Tip. El hombre había hecho todo lo
que cualquiera podía esperar de él, menos llamar a otros para que le ayudaran a
encerrar a su señora en su recámara. Los labios de Quin temblaban al pensarlo,
pero rápidamente volvió a estar lúcido, sabiendo lo que le habría hecho a
cualquier hombre; incluso a uno de los suyos, que se hubiera atrevido a ponerle
las manos encima a su Jenny.
El hecho es que no creía que ninguno de ellos se hubiera atrevido. Tip
habría sido el más probable, y sólo en la medida en que Quin creyera que el
hombrecito podría haber pensado en una forma de haber encerrado a su
esposa en su habitación. Sin embargo, no había tal manera, ninguna que Tip
hubiera podido lograrlo sin la cooperación de Jenny.
Tip esperaba una paliza, y se merecía una por desobedecer la orden de su
Señor de permanecer dentro de las murallas de Broadhaugh. Ciertamente, los
otros muchachos esperaban que sufriera un castigo por ayudar a Jenny en su
loca aventura. Sin embargo, ese argumento no bien se le ocurrió a Quin, otra
voz resonó en su mente, recordándole que Tip había cabalgado bastante y
rápidamente a través de la ciénaga oscura para encontrarle. El hombrecito
había mantenido su cabeza lúcida y había dejado de lado cualquier temor a las
consecuencias para salvar a Jenny. Por eso, merecía una recompensa sustancial.
Quin estaba acostumbrado a las voces conflictivas en su cabeza, pues las
había oído toda su vida. Sólo tenía que decidir hacer algo para escuchar una voz
razonable en su mente diciéndole que existía un mejor camino. A lo largo de los
años había aprendido a tomar decisiones, incluso difíciles, a pesar de los
incesantes debates mentales; y creía que el constante cuestionamiento y
replanteamiento lo convertía en un líder más sabio de lo que habría sido sin
tales cuestionamientos. No obstante, hubo ocasiones en que deseaba no ser
siempre tan consciente del hecho de que las preguntas en general parecían
invitar a más de una respuesta razonable.
Se le ocurrió entonces preguntarse qué había pensado Jenny que podría
lograr siguiéndolo, y esta vez su fértil imaginación produjo rápidamente una
respuesta. Ella no confiaba en él como para que ver a sus Bairns o a sí mismo
volver a casa a salvo. Sabiendo que había fracasado una vez, ella esperaba que
él volviese a fracasar.
Su ira se agitaba de nuevo cuando un suave maullido le asustó. Mirando por
encima de su hombro, vio a Jemmy Bigotes saliendo de detrás de la cortina de la
cama, donde aparentemente había sido acurrucado sobre su almohada favorita.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Quin, mientras se daba cuenta de
que Jenny probablemente ya había echado de menos al gatito y se preguntaría
dónde estaba.
Jemmy Bigotes se estiró, luego se sentó y se rascó una oreja.
—Aquí —dijo secamente Quin, caminando para abrir la puerta de la alcoba.
—Ve y encuentra a Jenny. Vete ahora mismo. ¡Fuera!
Jemmy Bigotes ladeó la cabeza, parpadeó, luego levantó una pata delantera
y comenzó a limpiarse la cara.
Quin volvió a la cama, levantó al gato y lo llevó hasta el umbral. Dejándolo
fuera de la alcoba, cerró firmemente la puerta y volvió a contemplar el fuego.
Momentos después, un suave rasguño anunció el deseo de Jemmy Bigotes
de regresar. Quin resistió una fuerte tentación de dejarlo entrar y con dificultad
se obligó a ignorar el persistente sonido rítmico hasta que se detuvo.
Janet caminaba a través de su dormitorio, tratando de concentrarse,
decidida esta vez a hacer un plan que no fallara instantáneamente. Recordando
los detalles que Tip le había indicado antes, se dio cuenta de que por mucho que
quisiera hacerlo, no sería posible escapar de Broadhaugh durante la noche.
Sería más sabia si esperase hasta la mañana y confiar en que su marido no
hubiese dado órdenes estrictas que le impidiesen marcharse.
Él no tenía motivo para hacerlo, se dijo a sí misma. Sin duda esperaría que
ella obedeciese una orden que le había dado tan severamente. Pero no sería tan
mansa. Incluso con Hugh había establecido su propia manera de hacer las cosas,
de abrirse camino en asuntos que eran importantes para ella, y de participar en
cualquier evento significativo en Brackengill. En realidad, nunca había tenido
éxito en doblegar a Hugh a su voluntad, ni había intentado hacerlo realmente.
Con el mundo gobernado por hombres, como lo fue generalmente (a pesar
de Elizabeth de Inglaterra), era prácticamente imposible que una mujer
gobernara a un hombre. Ciertamente no era tan fácil como lo era para los
hombres gobernar a las mujeres. Pero había maneras, sin embargo, de evitar la
subyugación total, de defender las cosas en las que uno creía, de persuadir a los
hombres para que hicieran lo correcto. Si Hugh no había logrado aplastar su
espíritu, ningún escocés lo haría.
Estaba agradecida a Sir Quinton por su protección, y admiraba el amor y el
respeto que sus hombres le conferían, pero también veía mucho de Hugh en sus
maneras dominantes. Ambos hombres exigían respeto, pero no parecían
respetarla. No esperaba que Quinton le hiciera cumplidos después de los
desastrosos sucesos de la noche, pero pensaba que al menos él podría haber
considerado la posibilidad de que los acontecimientos pudieran haber ocurrido
de otra manera. Sólo el hecho de que ella se encontrara a Lem y a Gibby les
había impedido emboscar a los Bairns. Si eso hubiera sucedido, ella podía
imaginar fácilmente maneras en las que su proximidad a la escena podría haber
sido útil.
Como su esposo, Quinton tenía todo el derecho legal de exigir su
obediencia, y ella sabía que cada vez que desafiaba su autoridad él trataría de
restablecerla. Aún así, ella no podía dejar que la excluyera de las cosas que la
afectaban, cosas que afectarían a su gente en Broadhaugh, cosas que afectarían
a sus hijos cuando tuvieran hijos. Como su esposa, ella quería el derecho de
expresar sus opiniones antes de que él los pusiera a todos en peligro.
Ella comprendía su lealtad hacia sus hombres y la de ellos hacia él, pero
creía que ya era hora de que empezase a asumir sus nuevas obligaciones como
esposo y ayudante de guardia, y se preparara para los deberes mucho mayores
que asumiría cuando los dos países se convirtieran en uno solo. Tanto si se
consideraba el guardián heredero de Buccleuch como si se limitaba a servir
como terrateniente y Laird por derecho propio, tendría grandes
responsabilidades cuando la Unión trajera por fin la paz a las Fronteras.
Continuó su paseo mientras estos pensamientos y otros de su clase
desfilaban por su mente, hasta que al fin se quitó las prendas de vestir, las
metió en el fondo del armario y se arrastró desnuda bajo el cubrecama. Aunque
estaba segura de que sus pensamientos la mantendrían despierta hasta que se
le ocurriese un plan para escapar de Broadhaugh; al menos el tiempo suficiente
para que Quinton entendiera la diferencia que había hecho allí, sus intrigas sólo
duraron hasta que su cabeza se asentó en la almohada. En cuestión de minutos,
estaba profundamente dormida.
Cuando Ardith despertó a Janet poco después del amanecer, abrió los ojos
y los volvió a cerrar con un gemido de protesta.
—Ya es de día, señora —dijo Ardith. —Los días se alargan cada noche.
Ustedes pueden ver el sol a través de la niebla, y estoy pensando que; estará
despejado mucho antes de que se vaya la mañana, aunque dicen que pronto
veremos lluvia de nuevo. ¿No durmió bien la noche?
Al darse cuenta del alegre saludo de la doncella de que los hombres habían
guardado silencio sobre su participación en las actividades de la noche anterior,
invocó bendiciones silenciosas sobre ellos y también sobre su esposo.
Claramente, él no había informado a los sirvientes que ella se quedaría en su
dormitorio. Aliviada, tiró un poco de la colcha para que Ardith no se diera
cuenta de que estaba desnuda debajo de ella.
—Me quedé despierta hasta tarde —admitió.
Ardith sonrió, y sus ojos brillaron.
—Le garantizo que se quedó despierta hasta que el Señor regresó y algún
tiempo más.
—Sí, estaba despierta entonces —dijo Janet, ignorando su conciencia
revoloteando.
—Que se le haga justicia, mi Lady —dijo Ardith. —Tal vez prefieras quedarte
en cama una hora más.
—Me levantaré —dijo Janet. —Estoy hambrienta, Ardith, pero creo que voy
a desayunar aquí, en lugar de ir abajo. Tal vez mientras me lavo, podrías
traerme un tazón de avena y algo de pan para tostar sobre el fuego.
—Sí, señora, me encargaré de ello en un santiamén. Ya les he preparado
una bata y un corpiño limpios, y encendí el fuego antes de despertarla.
—Gracias —Janet esperó hasta que la criada se fue antes de levantarse de
la cama. Como se había quitado toda vestimenta y se había acostado en su piel,
sabía que Ardith podía asumir ciertas cosas, y no quería engañarla más de lo
que ya lo había hecho.
Revolviéndose en el delantal limpio y en la primera de sus enaguas, había
atado las cintas de ésta última y estaba buscando su cuerpo inferior cuando
recordó que había empujado la ropa que se había quitado la noche anterior al
fondo del armario. Diciéndose a sí misma que era una maravilla que Ardith no la
hubiera visto allí cuando sacó su ropa para el día, ciertamente lo haría más tarde
cuando ordenara la habitación, Janet fue inmediatamente a guardarla con más
cuidado.
Doblando las prendas, las puso en el estante alto del armario, donde Ardith
tendría menos probabilidades de notarlas. Le devolvería las cosas a Tip en la
primera oportunidad.
Recordando su decisión de irse, miró pensativamente a sus vestidos. Casi
había decidido no usar un corpiño rígido y formal, podía arreglárselas con una
camisa estrecha para la parte superior; sin embargo, sólo había un lugar al que
podía ir si se iba de Broadhaugh, y no quería llegar luciendo como una mendiga.
Así fue que cuando Ardith regresó, llevando una bandeja, encontró a su
señora vestida con su mejor ropa interior de seda y vistiendo una enagua de
satén verde sobre la franela roja de todos los días. Janet había logrado atar las
cintas de la parte inferior del cuerpo, pero el par de bodies que ella usaría sobre
éste estaba listo sobre la cama.
—Voy a usar el de terciopelo verde —dijo con calma.
Los ojos de Ardith se abrieron de par en par.
—¿Espera visitas, señora?
—No, pero quiero salir a cabalgar para disfrutar del día, y quiero
mantenerme caliente.
—El sol brillará antes del mediodía.
—Tal vez —dijo Janet, relajándose ante esta nueva indicación de que
Quinton no había dejado ninguna orden que la mantuviera en su dormitorio. —
Sin embargo, aún estamos en marzo —añadió suavemente. —No me asfixiaré
con terciopelo. ¿Es esa mi avena?
—Sí, señora. Lo pondré en la mesita de allá, mientras le ayudo con el
cordón.
Janet asintió con la cabeza, y minutos después, con el corpiño firmemente
atado, se puso una bata suelta para protegerse de las corrientes de aire
mientras desayunaba. Acercando una silla a la mesita, se sentó y vertió crema
fresca sobre la avena caliente.
Ardith colgó una pequeña olla para calentar leche en el fogón, diciendo
sobre su hombro:
—También le traje una manzana, señora.
—Excelente. Me la llevaré conmigo cuando salga a cabalgar.
—Se llevará a uno de los muchachos. ¿Tal vez debería decirle a Cook que
ponga algo de comida para los dos, y algunos trozos para los que visiten? Es un
día de hornear, pero tendrá pan o bollos que estará encantada de llevar con
ustedes.
Janet dudó. Decir que no tomaría nada seguramente despertaría la
curiosidad de Ardith, pero no quería agobiarse, ni tampoco quería visitar a los
inquilinos en el camino.
Casualmente, dijo ella.
—¿Está Sir Quinton en casa?
—No, desde luego señora. El Señor salió muy temprano. Dijo que iba a la
aldea de Cotrigg a ver qué se podía hacer. No regresará antes de la cena.
Janet comenzó a comer su avena para darse tiempo para pensar. Si Quinton
estaba fuera, lo más probable es que ninguna otra barrera se interpusiera en su
camino. Ella no creía que él hubiera dado órdenes para impedir que se fuera.
Era un hombre justo, y suponía que ella le obedecería. Además, no querría
traicionar su pelea con sus hombres. La noción de su justicia detuvo por un
momento su hilo de pensamiento, y la culpa le dificultó continuar.
Vio a Ardith mirándola con curiosidad y rápidamente se volvió loca,
diciendo:
—Es bueno que esté cuidando a la gente de Cotrigg. Debería haber sabido
que lo haría, por supuesto. Estoy tratando de pensar en alguien más que pueda
necesitar algo que pueda llevarles hoy.
—Fuisteis a ver a la madre de Tip y a los demás, pero hace dos días —dijo
Ardith.
—Sí, lo hice, y los hombres se repartirán las provisiones tomadas anoche,
supongo. Tal vez sería más prudente esperar hasta que hayan terminado con
eso.
—Sí, seguro, entonces sabrán bien quién puede necesitar algo más.
—Cabalgaré hacia el norte por el Teviot entonces —dijo Janet con una
sonrisa. —Ya terminé, así que puedes ayudarme con mi vestido.
Mientras Ardith traía la falda de terciopelo verde del armario, Janet miraba
para ver si se fijaba en la ropa de Tip. Se le ocurrió entonces que Ardith podría
haberlo olido en el momento en que abrió el armario, pero rápidamente se dio
cuenta de que los fuertes olores de hierbas y otros edulcorantes que
habitualmente lo llenaban debían haberlo impedido. En cualquier caso, la criada
no pareció notar nada extraño. Tampoco le hizo más preguntas sobre sus
planes, como cualquier sirvienta que la hubiera servido en Brackengill desde su
infancia lo habría hecho como algo natural. Era bueno, decidió Janet, de vez en
cuando tener sirvientes que no creían que cada uno de sus movimientos era
tanto asunto suyo como de ellos.
Tomando el látigo y los guantes de la mesa donde los había puesto la noche
anterior, dejó que Ardith le cubriera los hombros con su capa y se declaró
preparada. Si la criada pensó que se veía demasiado bien simplemente para
estar tomando el aire en una mañana agradable, se guardó esa opinión para sí
misma.
Para cuando Janet llegó al patio, había decidido que no podía negarse a
recibir una escolta. Si Quinton hubiera dicho algo a los hombres, sería que no
debe salir sola. De hecho, conociendo los caminos de las Fronteras, sus hombres
eran tan propensos a oponerse a que ella cabalgase sola a plena luz del día
como lo había sido Tip a oponerse a que ella fuese sola la noche anterior.
Pensando de nuevo en Tip, se preguntaba cuál había sido su destino, y esperaba
que Quinton no hubiera sido demasiado duro con él.
No vio al hombrecito, ni preguntó por él. Haberlo hecho hubieras sido poco
usual generando suspicacias, a menos que se le ocurriera una razón para querer
hacerlo. Era el sirviente personal de Sir Quinton, y aunque frecuentemente se
ofrecía a cumplir sus órdenes, no era su costumbre enviar a buscarlo.
No más que el número habitual de hombres se ocupaban de las tareas en el
patio o en el establo, y el muchacho al que pidió que ensillara su caballo
simplemente asintió educadamente y gritó:
—Ferdie, saca el poni de su señoría y uno para ti. Y no pierdas tiempo.
Menos mal que Janet ya había decidido que tenía que llevarse a alguien con
ella.
La culpa se agitó de nuevo cuando vio la montura que Quinton le había
comprado en Hawick, pero se mantuvo firme. Tenía sus puntos fuertes, pero si
iban a vivir juntos el resto de sus vidas, tenía que aprender a respetar sus
opiniones y sus decisiones. Poniendo su pie en las manos de Ferdie, montó
rápidamente.
El guardia de la poterna le sonrió mientras le abría.
—Es una mañana muy suave para cabalgar, mi Lady. Creo que verán que la
niebla se va en menos de una hora —entonces, acercándose, como si quisiera
hablar sin que Ferdie lo oyera, añadió en voz baja: —Usted no cabalgará hacia el
sur, ¿verdad?
—A lo largo del valle —dijo Janet.
—Sí, eso es, eso es bueno. Estará a salvo en el valle, pero después de lo de
anoche, creo que al Señor no le gustaría que lo hicieras y que cabalgaras hacia la
Frontera. A los ladrones de Kielbeck les gusta cruzar la frontera y pueden
encontrar ponis para llevarlos consigo —se rió suavemente, creyendo
claramente que no encontrarían caballos en Kielbeck.
—Estoy segura de que estaré a salvo —dijo Janet.
—Sí, lo estará —dijo Ferdie, quitando su corta capa para revelar una pistola
debajo. —También me he proveído de mi arco —dijo, señalando hacia el arco
largo que tenía en la espalda.
—Sí, entonces —dijo el guardia, —estarás tan segura como un pollito en su
nido con Ferdie, señora.
Sonriendo calurosamente a cada uno de ellos, Janet cabalgó a través de la
puerta y bajó por la colina, dando un estímulo a su montura cuando llegó a la
estrecha senda a lo largo del río. La mayor velocidad la regocijó, y respiró
profundamente el aire fresco y húmedo de la mañana. Jirones de neblinas se
aferraban a las ramas de los árboles, pero podía ver que se estaban formando
nuevas hojas donde ninguna había sólo dos días antes. La primavera se agitaba.
Ferdie era un hombre taciturno, pero, en cualquier caso, el ruido del río que
se movía a gran velocidad habría impedido una conversación casual. Por lo
tanto, Janet estaba sola con sus pensamientos, y pronto resultaron ser
desconcertantes. A pesar de la facilidad con la que se instalaron, ella sabía muy
bien que iba a dejar atrás a Broadhaugh. Una sensación de culpa empezó a
mordisquear su conciencia. ¿Qué resultaría de su último impulso?
Quinton se enfadaría. Eso era muy sencillo de predecir. Sin embargo, lo que
él haría al respecto no estaba nada claro. Ella pensó que él no la golpearía. No
parecía un hombre que alguna vez empleara la violencia contra aquellos que no
podían defenderse. Sus sirvientes y sus hombres mostraron un profundo
respeto por su temperamento, y no lo trataban con el mismo profundo temor
que a Buccleuch. Se le ocurrió que Buccleuch podría estar en Branxholme
cuando llegase.
Durante unos momentos temblorosos, estuvo a punto de dar marcha atrás.
Entonces se dijo a sí misma que no había nada malo en visitar a Margaret.
Branxholme estaba a menos de ocho millas de distancia, después de todo, ella
había viajado más lejos que eso cuando visitó a los inquilinos, tanto con Quinton
como sin él. A este razonamiento, su conciencia le respondió rudamente
recordándole que su marido la había confinado en su dormitorio y que esperaría
encontrarla allí a su regreso de Cotrigg.
Se acercaba el mediodía y su estómago había empezado a gruñir cuando las
murallas de Branxholme aparecieron por fin en el horizonte.
—No sabía que iría tan lejos, señora —dijo Ferdie dudoso. —Le garantizo
que el Señor diría que deberíamos haber traído a más de los muchachos con
nosotros.
—Apenas vimos un conejo —dijo Janet. Ya que habían pasado por varios
pueblos pequeños a lo largo del río, eso no era precisamente cierto, pero a ella
no le importaba. Su mirada estaba fijada en las murallas sobre la entrada del
castillo. —La bandera de Buccleuch ondearía si estuviera en Branxholme, ¿no?
—Sí, así sería —gruñó Ferdie. Mirándolo fijamente, ella vio que él estaba
mirando fijamente hacia adelante. Su mandíbula estaba preparada.
Persistiendo, ella dijo:
—Entonces no está aquí.
—No, no lo está. ¿Quería que estuviera, señora?
—Vine a presentar mis respetos a su señora —dijo ella con donaire. —No
pensé una cosa u otra sobre él, pero espero que esté en el Hermitage.
—Sí, debería estarlo.
Janet logró ocultar su alivio. No estaba de humor para enfrentarse a
Buccleuch. Sin embargo, si él hubiera estado en Branxholme, ella no habría
tenido elección. Los guardias ya habían notado su acercamiento, y si hubieran
tratado de volver atrás, sin duda un grupo fuertemente armado habría
cabalgado detrás de ellos para indagar sobre sus intenciones. Habría tenido que
avergonzarse y enfrentar las consecuencias más tarde. Era mucho mejor si
Buccleuch estaba todavía en el Hermitage.
Quince minutos más tarde, cuando la llevaron al salón de Margaret, ésta se
puso de pie de un salto y exclamó:
—Querida mía, ¡qué providencia! No sabes cuánto me alegro de verte, pero
¿dónde está Quinton? ¿No te acompañó?
—No, vine sola —dijo Janet. —Vine a...
—Qué irritante —Margaret cortó con el ceño fruncido. —Su presencia aquí
nos habría ahorrado mucho tiempo. Iba a enviar a alguien con un mensaje para
él, porque Buccleuch llegará en menos de una hora.
—¿Aquí? —Janet sabía que parecía consternada, pero Margaret no se dio
cuenta. Sus propios pensamientos parecían consumir su atención.
—Querrá ver a Quin de inmediato —dijo ella preocupada. —Al menos lo
hará si quiere hablar con alguien.
—En cualquier caso... —Janet la miró entonces, olvidando sus miedos. —
¿Qué ha pasado, señora? ¿Algo está mal con Buccleuch?
—Dicen que se cayó de su caballo —dijo Margaret, retorciéndose las
manos. —Tal torpeza no es propia de él, pero uno de sus hombres cabalgó no
más de un cuarto de hora antes que usted para decir que lo están trayendo
hasta aquí en una camilla. Branxholme estaba más cerca que el Hermitage, dijo,
pero eso sólo tiene sentido si uno sabe dónde estaban cuando Buccleuch cayó,
por supuesto.
—¿No sabe dónde estaba, señora?
Margaret se encogió de hombros.
—Puede que me lo haya dicho, pero yo no le hice caso, porque también dijo
que aparentemente Lord Scrope ha decidido por fin celebrar la próxima reunión
de guardias dentro de diez días. Perdóname, querida, pero no debo hablar —
añadió. —Simplemente debo enviar a alguien a buscar a Quinton de inmediato.
Capítulo 16
“Alta era su fama, alto era su poder
Y el alto mando era suyo.”

Buccleuch no llegó en una camilla pues no permitió que sus hombres lo


cargaran al entrar al castillo. Llegó en su caballo, pero se balanceó
peligrosamente en la silla de montar, y cuando intentó desmontar, sólo la
rápida acción de dos de los hombres lo salvó del colapso.
Margaret estaba estoicamente en la puerta, mirando.
A su lado, Janet dijo:
—Al menos no está sangrando.
—No que podamos ver —murmuró Margaret. —Su padre murió cuando él
tenía sólo veinticinco años, como recordarás.
—No va a morir —dijo Janet con firmeza. —Míralo.
Buccleuch tenía los brazos alrededor de los hombros de dos de sus
hombres, y en ese momento sonrió al que estaba a su izquierda, diciendo algo
que hizo reír al hombre.
—Quiere que los miremos —dijo Margaret. —Si miramos su sonrisa de
mono, puede que no nos demos cuenta de que su cara está raspada y
sangrando o que no está poniendo ningún peso sobre su pie izquierdo. Sin duda
se niega a soportar peso, y es muy posible que esté roto. Al menos su caballo
parece sano. Él odiaría tener que sacrificarlo, y si tuviera que hacerlo porque se
había metido en un agujero de conejo por descuido suyo, se comportaría como
un oso hosco durante semanas.
Volviéndose, levantó la voz y dijo a una criada que estaba flotando:
—María, diles que traigan agua caliente y paños limpios al gran salón.
Deben rasgar tiras de lino si no tienen ninguna a mano. Su pierna necesitará
ataduras, también quiero compresas, tanto frías como calientes. Oh, y envía a
alguien a buscar a Alys, la yerbatera de su casa inmediatamente.
—Sí, mi Lady.
Mientras Buccleuch subía los escalones hacia ellos, apoyándose
pesadamente en sus ayudantes, dijo:
—Quítate esa mirada sombría de la cara, Mag. Oirán rumores de mi muerte
en Londres si alguien te ve tan adusta.
—Llévenlo al salón —dijo Margaret en voz baja a los hombres —y siéntalo
en su propia silla. Ponle un taburete para la pierna. ¿Qué tan grave es, señor?
—No es más que una molestia —dijo, pero Janet notó que no sostuvo la
mirada fija de su esposa. —El único dolor es que fue culpa mía —añadió. —Todo
parece funcionar bien, pero veo cada cosa doble.
Janet respiró para hablar, pero antes de que pudiera, Margaret dijo con
calma:
—Te golpeaste la cabeza entonces, supongo.
—Sí, lo hice —admitió. —Tengo un nudo de buen tamaño sobre mi oreja
derecha. No sé a qué le pegué, pero me sacó de quicio, y cómo diablos me
lastime una pierna y la cabeza de un tirón, no lo sé.
—Deberíais haberlo visto, mi Lady —dijo el hombre de su izquierda. —El
poni dio un paso en falso, y él mismo voló por el aire como si le hubieran
crecido alas. Si no se hubiera tomado de las riendas, aún estaría volando, creo.
—Fue el poni pisando su pierna cuando aterrizó a los pies de la pobre bestia
el que hizo el daño —añadió el segundo hombre, —pero sí está roto, nosotros
no lo podemos decir.
Habían llegado al salón y Margaret hizo un gesto hacia el sillón de
Buccleuch.
—Trae almohadas —le dijo a un lacayo que se asomó por una puerta al final
del pasillo.
—Y cerveza, muchacho —dijo Buccleuch mientras el lacayo se volvía para
cumplir sus órdenes.
—Tráele agua —ordenó Margaret. —No permitiré que se engañe más de lo
que ya lo ha hecho, señor —agregó con una sonrisa encantadora.
Frunció el ceño, pero cuando al fin se encontró con la mirada de ella, su
expresión se suavizó.
—Lo disfrutarás más que yo, muchacha —dijo, poniendo una mueca de
dolor. —¿Te dijeron los muchachos que la maldita serpiente Scrope accedió por
fin a reunirse en Dayholm el día diez y siete?
—Sí, lo hicieron, y antes de que preguntes, he enviado a alguien a buscar a
Quinton.
Miró fijamente a Janet.
—¿Quiere decir que no está aquí?
—No, señor —dijo Janet. —Vine... vine sola.
—¿Para qué demonios? No es que no seas bienvenida —añadió
apresuradamente con una mirada culpable a su esposa. —Aún así, los
fronterizos se quejan más de lo normal. No es seguro para alguien que viaja
sola, especialmente para una chica tan bonita como tú.
—Tenía a Ferdie conmigo —dijo Janet. Cuando él frunció el ceño, ella
agregó rápidamente: —Tal vez no era prudente traer sólo a un lacayo, señor,
pero era un día tan bueno que no pude resistirme a cabalgar a lo largo del río.
Seguimos cabalgando y... —separando las manos, dejó el resto de la frase sin
pronunciar, dejándole a él sacar sus propias conclusiones. Aunque había
planeado ser franca con Margaret y rogar por su apoyo, se sintió incapaz de
decirle a Buccleuch que había dejado Broadhaugh.
Él pareció aceptar la insinuación de que ella simplemente había cabalgado
más allá de lo que ella se había propuesto, pues dijo:
—Menos mal entonces que Mag mandó a buscar a Quin. No estará
contento de encontrarte aquí, muchacha. No creas que lo hará.
—Sé que no lo hará —dijo Janet sinceramente.
El intento de Margaret de quitarle la bota a Buccleuch le devolvió la
atención a sus heridas y demostró que había subestimado el dolor que le
causaban. Su esposa pronto le proporcionó compresas para la pierna hinchada y
el nudo en la cabeza, y logró persuadirlo de que bebiera agua de cebada en
lugar de la cerveza que él hubiera preferido. Rápidamente se impacientó, sin
embargo, con su incapacidad de moverse libremente o de ver con claridad, y
para cuando la anciana yerbatera por fin llegó, Janet sabía que todos en el salón
sentían el mismo alivio que ella sentía al ver a la anciana.
Margaret dijo calurosamente:
—Gracias por venir tan rápido, Alys. Como ve, el Laird se ha hecho daño a sí
mismo. Se queja de que ve dos de todo, y su pierna herida se ha hinchado
considerablemente a pesar de mis compresas.
—Sí, bueno, así sería —dijo la anciana, mirando al miembro herido durante
un largo momento, y luego dejando a un lado la compresa para examinar la
herida con movimientos rápidos y experimentados a través de sus medias
tejidas. Al final, miró a Margaret y dijo en un tono de profunda desaprobación:
—Algo cayó sobre la pierna.
Buccleuch le dijo:
—Me dicen que mi caballo la pisó después de que me diera un tirón y
aterrizara sobre mi cabeza.
Janet pensó que su tono parecía sorprendentemente respetuoso. Hugh no
tenía ninguna delicadeza para las yerbatera o los boticarios y tendía a descartar
cualquier consejo que cualquiera de ellos pudiera darle. Claramente Buccleuch
no era tan intolerante.
—Probablemente está rota entonces, y harías bien en mantenerte en cama
y mantenerla descansada —le dijo la anciana. —No camines sobre la pierna, o le
harás más daño, y también a tu cabeza. He visto quienes se sintieron bien en un
minuto y cayeron muertos al siguiente. Permanezca en cama hasta que pueda
volver a ver con claridad.
—Entonces, sus lesiones no le causarán ningún daño duradero —dijo
Margaret, haciendo una declaración de hechos en lugar de formular una
pregunta.
La yerbatera sonrió, revelando amplios espacios entre sus amarillentos
dientes.
—No, siempre que él mantenga la cabeza quieta y se cuide a sí mismo —
dijo ella.
—Entonces él hará lo que se le pida —dijo Margaret, dándole a su esposo la
misma mirada que podría haberle dado a un niño recalcitrante.
Buccleuch le sonrió.
Ella dijo severamente:
—Te necesito sano y salvo, señor. ¿Permitirás que estos muchachos te
lleven tranquilamente a tu cama ahora, o te dejaré aquí solo para que te cuides?
—Sí, y ella también lo haría —dijo Buccleuch. —Dejaré que me lleven
arriba, pero sólo a tu acogedor salón, cariño. Alguien puede poner una cama allí
si usted insiste en que yo esté acostado, pero a diferencia de los días en que un
caballero se ocupaba de sus asuntos diarios en su dormitorio, el mío es un lugar
mucho menos cómodo para recibir visitas que el suyo, y yo tengo mucho que
hacer.
Margaret apretó los labios de tal manera que Janet sabía que le habría
gustado decir más, pero en vez de eso se limitó a indicar a los hombres para
llevar a Buccleuch arriba. Que ella se preocupaba por él estaba claro, pero él se
veía suficientemente saludable para Janet. Un golpe en la cabeza podía ser
preocupante, lo sabía; pero no creía que él estuviera débil. Lo más probable es
que haya abollado la piedra con la que se golpeó.
Janet tenía más de qué preocuparse, en cualquier caso, y mucho antes de
que alguien pudiera razonablemente esperar la llegada de Sir Quinton, se
encontró mirando hacia el patio para ver si ya lo había hecho. Se había retirado
a una pequeña sala de estar para que su anfitriona pudiera atender a Buccleuch
con privacidad en su salón, y la ventana del salón daba al patio. Mientras
observaba, se dijo a sí misma más de una vez que no tenía miedo de su marido.
Desafortunadamente para su tranquilidad, no podía recordar exactamente
lo que esperaba lograr al dejar Broadhaugh. De alguna manera, en su
pensamiento anterior, había decidido que su esposo aprendiera una lección,
que sólo tenía que darse cuenta de que ella le había dejado para que entendiera
que él se había excedido en el límite de lo que ella aceptaría en su
comportamiento hacia ella. Ella esperaba que él viera que, al seguir a los
invasores, sólo quería ayudar. Debería reconocer que ella había sido valiente al
seguirlos, y que podría haber sido útil en una emergencia. Sin embargo, cuanto
más intentaba persuadirse a sí misma, más culpable se sentía. Como resultado,
ella no debía negociar en ningún caso con su anfitriona, y mucho menos con Sir
Quinton.
Margaret pronto se le unió en la sala de estar, diciendo con un suspiro:
—Finalmente lo convencí de que intentara dormir. Sin embargo, su visión
no ha mejorado, y esperaba que lo hiciera de inmediato. No sé cuánto tiempo
podré darle para que se mime a sí mismo. Es necesario que Quinton llegue aquí
a la brevedad.
Janet puso una mueca.
Margaret dijo amablemente:
—¿Qué pasa, querida? Se me ocurrió mientras estaba sentada con
Buccleuch, y rezando para que se recuperara rápidamente, que nunca pensé en
preguntarte por qué viniste aquí sola como lo hiciste. No eres una tonta, aunque
Buccleuch quiere que te comportes como una, y sin duda Quin hará lo mismo.
—Me escapé de casa —dijo Janet sin rodeos.
Por primera vez desde la llegada de Buccleuch, la preocupación desapareció
de la expresión de Margaret y se rió.
—Déjame coger mi bordado y algo para que hagas, y me lo contarás todo.
Cuando Janet terminó de relatar su historia, Margaret ya no sonreía.
—No fue sabio que te fueras como lo hiciste —dijo ella.
—No, puedo ver eso muy claramente ahora. Usted conoce a Sir Quinton
mejor que yo, señora. ¿Qué va a hacer?
—Santo Dios, podrías preguntarme si el próximo martes lloverá o nevará
mañana. Su temperamento es más predecible que el de Buccleuch, sin duda,
pero eso es cierto para todos los Escoceses excepto para el Rey. Quin se
enfadará. No puedo dudarlo, pero no creo que haga nada horrible mientras
estés aquí con nosotros.
—Entonces quizás debería quedarme hasta Navidad —dijo Janet
suspirando.
—No anticipes problemas —recomendó Margaret. —Ya es bastante difícil
lidiar con tu situación, además de enfrentarte cien veces con una posibilidad
que aun no ha ocurrido. Le pusiste una puntada muy fina —agregó. —¿Tuve la
oportunidad de mostrarte el bordado de la Reina Mary la última vez que
estuviste aquí?
—No —dijo Janet, reconociendo y aceptando la distracción.
—Entonces este sería un excelente momento para hacerlo. Ven y deja tus
preocupaciones aquí por un rato. Es probable que se desgasten.
Era casi la hora de la cena cuando Sir Quinton llegó a Branxholme, y si
estaba furioso, Janet no podía discernirlo. Él le dio una mirada fría y atractiva
que convirtió sus entrañas en gelatina, pero luego exigió saber qué le pasaba a
Buccleuch, y Margaret lo llevó arriba.
Ella regresó minutos después para decirle a Janet que Buccleuch se había
despertado e insistía en que le llevaran la cena con él.
—Dice que se muere de hambre y que no comerá papilla, que es lo que Alys
dijo que debía comer, por supuesto. Sin embargo, no puedo impedir que haga lo
que le plazca en ese sentido, ni quiero intentarlo.
—En mi experiencia —dijo Janet en voz baja, —los hombres comen lo que
quieren y cuando quieren. Rara vez he visto que les haga daño. De hecho, creo
sería peor que se sintiera débil.
—Bueno, no sé qué consejo es el mejor en tal caso, pero tomaré el suyo
porque evitará que mi esposo arroje botas o cualquier otra cosa a la que pueda
ponerle la mano. Les diré en la cocina que nos sirvan arriba, y luego tú y yo
podremos subir. Tú y Quin se quedarán a pasar la noche, por supuesto… más
tiempo si quieren.
Janet tragó. Branxholme era lo suficientemente grande para que Margaret
le ofreciera una habitación privada, pero como no lo había hecho ya, lo más
probable es que no lo hiciera. La idea de pasar la noche que viene sola con
Quinton le puso de los nervios de punta. Si sus nervios bailaban por miedo o por
mera anticipación, no lo sabía.
Él y Buccleuch estaban hablando en voz baja cuando ella y Margaret
entraron al salón. Se había colocado una cama contra la pared interior cerca de
la chimenea en el extremo opuesto, y Quinton había llevado una silla cerca de la
cama. Se puso de pie educadamente cuando entraron, y Buccleuch dijo:
—Acabo de explicarle lo que hay que hacer.
—¿Sobre qué, señor? —preguntó Margaret.
—La reunión de guardias, por supuesto. Gracias a esta pierna diabólica y a
mi maldita visión, no puedo hacerlo todo, y Quin también puede aprender qué
deberes tengo. Estaremos enviando noticias de inmediato, por supuesto, así
que debemos decirles a todos que cualquier queja contra el otro bando que aún
no haya sido presentada ante un alcaide debe ir a Quin en Broadhaugh o venir
aquí a mí.
—¿Debemos investigarlos a todos de antemano? —preguntó Quinton.
—No, no importa lo que pensemos de ellos, aunque querremos saber su
naturaleza, por supuesto, ya que ese conocimiento nos ayudará a seleccionar a
los miembros del jurado. Simplemente enviaremos las quejas como mucho a
ese imbécil de Scrope, y él nos enviará cualquier queja que reciba entre hoy y
mañana. Nuestra responsabilidad es que todos los reclamos con un nombre
Inglés en sus quejas atiendan a los procedimientos.
Levantando las cejas, Quinton dijo:
—¿Has recibido muchos de ellos?
—Sí, por supuesto.
—¿Algo en contra del Rabbie Redcloak?
—No, y eso me preocupa un poco. Hay casi siempre varios, como ya sabes,
y excepto por la oportunidad en el que el tipo de Hawick les dijo que Rabbie era
inglés, alguien constantemente ha dado un paso adelante para afirmar que él
no existe. Puede que simplemente hayan renunciado a intentar identificarlo.
—Lo dudo —dijo Quinton.
Los ojos de Buccleuch se entrecerraron.
—Me enteré de lo de anoche —dijo.
El aliento de Janet se detuvo en su garganta. No se atrevía a mirar a
Quinton.
Él dijo con calma:
—¿Qué has oído?
—Que estabas por ahí otra vez, por encima de Kielbeck.
Janet miró sus zapatos, esperando a que él continuara.
Permaneció en silencio.
Quinton dijo:
—¿Algo más?
—¿No es suficiente? Dios, Quin, ahora eres un hombre casado, y mi
ayudante. No deberías ir revoloteando por el campo con nada más que una
veintena de hombres que te cuiden.
—Tenía la impresión de cuidar de ellos y defendiendo con razón lo que es
mío —dijo Quinton.
—Sí, tal vez usted estaba en eso. ¿Cómo te fue?
—Cuarenta cabezas de ganado, la mitad en caballos. La mitad fue para Ally
El Bastardo.
—Espero que él prefiera tener a su esposa de vuelta.
—Sí.
Janet echó un vistazo a Quinton y vio que la estaba mirando. Volvió a mirar
apresuradamente hacia otro lado.
Buccleuch dijo:
—Si vas a ser mi representante, tendrás que dejar atrás la incursión. Pensé
que ya lo había dejado claro antes, pero entiendo su reacción a la incursión en
Cotrigg. Yo habría hecho lo mismo, aunque con más de veinte hombres.
—Sí, lo sé —dijo Quinton. —La última vez que dirigió una incursión, según
recuerdo, dirigió dos mil.
—Yo no me meto, yo controlo —dijo Buccleuch con tristeza. —Quiero tu
palabra ahora, Quin. Ya habría sido suficientemente malo tener que pedir
rescate cuando ese maldito Hugh Graham te puso las manos encima. Pero
ahora... Cristo, no quiero encontrar el nombre de mi representante en la lista de
quejas.
—Prometo de buena gana mi palabra de que me ocuparé —dijo Quinton en
un tono uniforme. —No puedo prometer, sin embargo, hacer nada que pueda
requerir tu rescate. Eso significaría dejar que los ladrones Ingleses quemen a mi
gente, y no lo haré.
Janet miró a Buccleuch y vio su cara enrojecida siniestramente.
El silencio que se produjo a continuación era amenazante, pero el peligro se
evaporó cuando se encogió de hombros y dijo:
—Yo diría lo mismo, supongo. Sólo observen bien entonces, y sepan que
están invitando al desastre si no se cuidan.
—Sí —dijo Quinton, y luego añadió en un tono diferente: —¿Esperamos
hasta el Día para decidirlo todo? Me parece que en ocasiones anteriores, usted
logró resolver algunas de las disputas de antemano.
—Sí, eso es cierto. Ellos harán algunas ofertas, y nosotros haremos algunas
otras. Pero cualquier caso no resuelto de antemano, estamos obligados a
convocar al acusado al día de la tregua, y también a entregar a cualquier
persona previamente condenada para que responda por sus crímenes. Tengo
una lista, y tú te encargarás de todo eso. De hecho, estoy pensando que usted
podría tener que asistir a la reunión en mi lugar. Que me maldigan si dejo que
ese idiota de Scrope me vea cojeando.
—He asistido a los Días de la Tregua antes, por supuesto —dijo Quinton, —
pero no puedo decir que haya prestado atención a los procedimientos. Tendrás
que decirme cómo seguir adelante.
—No estarás solo —dijo Buccleuch, sonriéndole. —Gaudilands y Todrigg y
otros de su calaña vendrán para evitar que pongas un mal pie. Aún así, te diré
un poco ahora, y más a medida que se acerca el momento. Todavía tenemos
diez días para planear, después de todo, y quizá me recupere para entonces.
Asistirás, en cualquier caso.
—Aquí está nuestra cena —dijo Margaret, cuando primero un sirviente y
luego varios otros entraron y comenzaron a poner comida en una mesa. —¿Le
preparo una bandeja, señor?
—No, muchacha, me sentaré a la mesa como un cristiano —dijo su marido.
—Pero... —Ella se detuvo cuando él la miró fijamente, y luego le dijo: —Sí
es necesario que te sientes a la mesa.
—Debo hacerlo. Quin, dame una mano.
Le tomó a Quinton, y a un sirviente, un período de incomodidad que puso a
prueba el temperamento de Buccleuch, pero finalmente lo sentaron a la cabeza
de la mesa. Cuando las bandejas estaban en su lugar, despidió a los sirvientes,
diciendo:
—Hablaremos más cómodamente sin ellos. Puedo confiar en que guarden
silencio sobre la mayoría de los temas, pero no queremos que las lenguas
repitan lo que digo sobre Scrope o sus ayudantes.
Janet dijo con dureza:
—Tal vez debería recordarle, señor, que mi hermano es uno de los
representantes de Lord Scrope.
—Lo sé, señora, pero ahora eres una de nosotros. No sería bueno que te
echara cada vez que quisiera hablar de los ingleses. Creo que puedo confiar en
que no repitas lo que oyes entre estas paredes.
—Sí, señor, puede. Te agradezco que me honres con tu confianza.
—Bah, no hay honor en eso. Sería ser un buen pariente y no lo soy.
Le gustaba más el hombre en ese momento que en todos los momentos
que había pasado hasta entonces en su presencia. Mirando a su marido, vio que
su atención estaba firmemente fijada en Buccleuch. Ella deseaba poder saber lo
que Quinton estaba pensando. Sintió un miedo profundo y tembló al pensar en
enfrentarlo más tarde, sola.
Buccleuch dijo:
—Tendrás un papel importante que desempeñar, Quin, y nunca debes
olvidarlo.
—Sabes —dijo Margaret, —se me ocurre que Sir Hugh Graham
probablemente estará presente en Dayholm. ¿No reconocerá a Quin y causará
revuelo?
—Si está allí, no estará en la mesa de los guardias, porque sólo los guardias
y su empleado se sientan allí —dijo Buccleuch. —Además, conoce a Quin sólo de
una forma. No se han encontrado en otra ocasión, por lo que yo sé —le echó un
vistazo a Quinton.
—Sospecho que ambos hemos asistido a las mismas funciones en la corte
de Jamie, pero nadie nos ha presentado nunca —dijo Quinton. —Ciertamente
no lo reconocí como alguien con quien había hablado antes. En cualquier caso,
creo que alguien tendría que cuidar de Cumberland y Carlisle en ausencia de
Scrope. Lo más probable es que sea Graham, ¿no?
—Sí, quizás —estuvo de acuerdo Buccleuch.
—Incluso si él asistiera, me vería muy diferente como Sir Quinton Scott que
como el Rabbie Redcloak, y él me vio sólo en la oscuridad, nunca bajo una luz
clara. Tuve cuidado de no acercarme a él, te lo juro.
—Excelente —dijo Buccleuch. —Tú también tenías la barba llena, según
recuerdo. Si te afeitas la barba, no debemos preocuparnos —ignorando la
mirada de consternación de Quinton, añadió: —Una vez que resolvamos las
quejas que podamos resolver de antemano, tendrás que asegurarte de que
cualquiera de nuestros muchachos que se supone que esté en Dayholm
aparezca. No quiero ser fiador de nadie si podemos evitarlo —añadió. —Eso
puede resultar muy costoso.
—Quizás debería reunir a todos los delincuentes y encerrarlos en el
Hermitage hasta el Día de la Tregua —dijo Quinton con una sonrisa irónica.
—No, ni siquiera pienses tal cosa —dijo Buccleuch. —Mantener prisioneros
es una molestia muy costosa. Sólo consigue que cada hombre jure por su honor
que estará allí.
—Sí, lo sé —dijo Quinton riendo, indicándole a Janet que se diera cuenta de
que había estado molestando a su primo en represalia por la orden de afeitarse.
Buccleuch le miró fijamente y le dijo sin rodeos:
—Te vas a afeitar, muchacho. Puede que parezcas un poco infantil sin la
barba, pero tendrás a Gaudilands y Todrigg para fortalecer tu presencia.
Gaudilands es ampliamente conocido por ser mi hermano natural y llevar el
peso de mi nombre, al igual que tú. Y Todrigg comanda un gran número de
hombres armados. Eso atrae respeto en cualquier foro.
Hablaron más sobre los deberes de Quinton como representante de
Buccleuch, y Janet escuchó atentamente, queriendo entender los
procedimientos y el razonamiento que había detrás de ellos. Había asistido a
varias reuniones de guardas y las había considerado como ferias de la ciudad.
Aunque sabía que a veces en el pasado algunas de esas reuniones habían
resultado peligrosas, nunca había visto nada que justificara preocupación. En su
experiencia, fueron emocionantes y divertidas, y le proporcionaron una rara
oportunidad de socializar.
Evidentemente, sin embargo, Buccleuch no compartía su opinión.
—No puedo advertirte lo suficiente, Quin, para que cuides tu espalda.
Scrope no quería esta reunión. Cuando le presioné, me respondió con retraso.
Recuérdalo, y anda con cuidado.
—Sí, tomaré precauciones.
—Aferrarse rígidamente a las tradiciones —aconsejó Buccleuch. —Cuando
se sigue un procedimiento estricto, es menos probable que ocurran
malentendidos fatales.
—Sí —contestó Quinton solemnemente. —Eso tiene sentido.
—Sopesa todo el estado emocional antes de acercarte al otro lado. Examina
sus líneas para los alborotadores, cuenta a sus hombres armados y observa su
comportamiento. Observa a los campesinos Ingleses, los vendedores y otros
que asisten con la esperanza de aumentar su riqueza. Esta gente no se
arriesgará de forma absurda. Si parecen genuinamente alegres y bulliciosos, no
esperan problemas, pero tienen formas y medios de sentir el peligro en el
viento.
—Una vez que hayamos elegido los jurados, ¿hay algo más que deba hacer?
—Serán juramentados por el secretario, y cuando se presenten quejas, sea
necesario o no un juicio, se espera que usted ayude a decidir las penas para
aquellos contra quienes se ha probado una queja. Si el jurado decide imponer
una pena de muerte, no hay nada más que decidir, pero si exigen el pago de una
multa, usted y Scrope deben decidir la cantidad, y debe ser cuidadosamente
calculada.
Quinton asintió.
—Una cosa más —dijo Buccleuch. —No se deje arrastrar a declarar por su
honor que cualquier acusado Escocés es un hombre honesto y respetuoso de la
ley. La tentación puede ser grande, pero sopesa cuidadosamente tu
conocimiento del hombre, porque si es sorprendido con las manos en la masa
por la misma ofensa poco después, tú pagarás sus multas, no yo.
—¿Qué hay de aquellos que no se presentan para responder a las quejas en
su contra?
—Serán declarados culpables —dijo Buccleuch sin rodeos. —Sin duda
aprenderás después que muchos han buscado la libertad condicional.
Desconcertada, Janet dijo:
—¿Libertad condicional?
Buccleuch sonrió.
—Significa que han cruzado a otra jurisdicción, ya sea a la siguiente Marcha
o sobre la Frontera en busca de refugio —volviendo a Quinton, dijo: —Siempre
que sea posible, es importante encontrar un equilibrio entre las sanciones
inglesas y escocesas, incluso si eso significa dejar que las facturas de las quejas
se mantengan hasta la próxima reunión. Los dos lados pueden ocasionalmente
hacer borrón y cuenta nueva aceptando usar una cuenta para cancelar otra.
—¿Es eso justo?
—Es conveniente —dijo Buccleuch. —Si tuviéramos que perseguir cada
queja hasta el final, pronto nos retrasaríamos años en el manejo de todas ellas.
Sin embargo, dudo que este método de; ojo por ojo, se recomiende mucho
a aquellos cuyo ganado fue robado —dijo Quinton.
—Harán lo que se les diga —dijo Buccleuch.
Quinton se rió.
—Sí, tal vez. Pueden simplemente esperar a la próxima luna llena, puede
que no, y recibir una compensación de la manera difícil.
Buccleuch se encogió de hombros.
—A menudo es más rápido que depender de una acción legal.
—Y mucho más satisfactorio —dijo Quinton, mirando oblicuamente a Janet.
Ella lo vio y supo que él se estaba burlando de ella. Sin embargo, no se dejó
arrastrar por la conversación, sabiendo que aprendería más si guardaba silencio.
Los hombres continuaron hablando, y los platos de comida pronto estaban
vacíos, pero nadie se movió de la mesa. Bebiendo vino de su copa, Janet se dio
cuenta de que estaba casi vacía y se acercó a la jarra para que le sirviera un
poco más para ella.
La mano de Quinton se cerró sobre la suya, cálida y asombrosa. Ella se
encontró con su mirada.
—Te lo serviré, muchacha —dijo.
Fueron las primeras palabras que le había dirigido desde su llegada.
Buccleuch se había callado, y en ese momento fue como si él y Margaret
hubieran desaparecido. No podía apartar la mirada de Quinton. Sólo cuando
levantó la jarra se rompió el hechizo. Ella volvió a poner su mano en su regazo y
lo vio servir.
Como si el interludio no hubiera ocurrido nunca, Buccleuch dijo:
—Y por el amor del cielo, no te ofrezcas como rehén por nadie.
Mirando asombrado, Quinton se volvió y dijo:
—¡Yo no lo haría!
—Bien. Otros se pueden ofrecer. Si una oferta es buena, y los Ingleses la
aceptan, usted puede aceptarla. Sin embargo, debe tener especial cuidado al
entregar cualquier rehén, especialmente si es el prisionero y no puede pagar su
multa. El proceso de entrega puede ser delicado, porque ha habido casos en el
pasado de prisioneros que se escaparon en el momento de la transferencia.
—¿No se castiga con la muerte?
—Sí, así es, y lo ha sido durante años, pero aún así puede suceder.
—Eso parece demasiado duro —dijo Janet. —Uno no puede culpar a
alguien por tratar de escapar, especialmente si va a ser encarcelado por su
enemigo.
—La ley es justa —le dijo Buccleuch. —Debes recordar que un intento de
fuga en un Día de la Tregua iniciaría casi con toda seguridad una pelea entre los
dos bandos. Una pelea así podría resultar en una masacre masiva.
La idea de tal escena hizo que el estómago de Janet se agitara. ¿Y si Quinton
actúa impulsivamente y tal cosa ocurre? ¿Y si alguien más causa que suceda y
Quinton es asesinado?
Sin pensarlo, ella dijo:
—Yo también asistiré a la reunión, ¿no es así?
Los dos hombres respondieron juntos en una maraña de palabras.
—Sí, muchacha, por supuesto, si quieres.
—¡No lo harás!
Mirando a Quinton, dijo en voz baja:
—¿Quiere que mis parientes concluyan que se casó conmigo en contra de
mi voluntad, señor, o que me ha encerrado en Broadhaugh para mantenerme
en Escocia? ¿O preferirías mostrarles lo feliz que estoy en nuestro matrimonio y
lo mucho que te apoyo a ti y a tus parientes?
—Irás con él, muchacha —dijo Buccleuch, su tono y la mirada que le disparó
a Quinton dejó claro que no toleraría más debates. —Que venga mi hombre
ahora —le dijo a su esposa. —Estoy a favor de regresar a la cama.
—Entonces te daremos las buenas noches, Wat —dijo Quinton. —Ven,
Jenny. Creo que tenemos algunos asuntos que discutir en privado.
Sus espíritus se hundieron, ella se levantó para ir con él, sabiendo que
habría sido más sabia al no anunciar su deseo de asistir al Día de la Tregua. Casi
había sonreído ante ella hacía unos momentos, pero ahora parecía un trueno
otra vez.
A Quinton no le gustaba ser desafiado cuando otros estaban cerca, recordó
tardíamente. Ella aún no lo conocía tan bien como conocía a Hugh, pero en ese
aspecto ambos hombres eran iguales, y ella debería haberlo recordado.
Capítulo 17
“Su mirada se hizo más aguda, que de costumbre,
Para correr grandes riesgos.”

Envuelta en sus pensamientos; en verdad, tratando de ignorar las imágenes


que sugerirían sobre su futuro inmediato, Janet no hizo caso a donde Quinton la
estaba llevando. Sin embargo, parecía que apenas había pasado un minuto
cuando abrió una puerta y, con una mano firme en la espalda, la empujó a una
acogedora recámara donde un pequeño fuego que crepitaba alegremente en la
chimenea hizo que las sombras danzaran sobre las paredes.
Apenas se dio cuenta de nada pero con las llamas que tenía por delante y la
intimidante presencia de su gran marido detrás de ella, experimentó una breve
y desorientadora sensación de haber tropezado con la guarida del diablo. El
pensamiento la asustó, se dio una sacudida y trató de recuperarse.
El sonido del pestillo de la puerta que se encajaba detrás de ella casi
destruyó su cuidadosa compostura, pero no había tratado con Hugh durante la
mayor parte de su vida sin aprender a ocultar las molestias. Se volvió para mirar
a su marido.
Su expresión no era difícil de leer. Sus ojos se habían entrecerrado, y
brillaban peligrosamente. La lógica le dijo que sólo reflejaban la luz del fuego,
pero ese razonamiento poco hacia para calmar sus nervios. El impulso la urgió a
defenderse; el instinto le recomendó el silencio. Los dos se agitaron en su
mente mientras se esforzaba por presentar una imagen de calma. Al menos su
cara no se puso roja como la de Hugh cuando se enojaba. Trató de decirse a sí
misma que era una buena señal, pero su fracaso al intentar hablar en el
momento en que cerró la puerta fue más desconcertante de lo que ella habría
esperado. Aparentemente esperaba que ella hablara primero.
El silencio se alargó incómodamente hasta que ella ya no pudo soportarlo.
Apenas abrió la boca para hablar, dijo en voz baja:
—Me has decepcionado, Jenny.
Las cinco palabras la golpearon como si fueran golpes físicos. Su garganta se
cerró dolorosamente, y no pudo encontrar palabras para responder. De hecho,
ella no lo entendía, pero cuando trató de decírselo, no pudo forzar las palabras
más allá del terrible dolor de garganta. Lágrimas inesperadas cayeron de sus
ojos.
Mientras ella luchaba contra sus emociones e intentaba hablar, él añadió:
—No creí que fueras tan cobarde como para huir.
Las lágrimas se evaporaron, y ella dijo indignada:
—¡Yo no hice tal cosa!
—¿De qué otra forma describiría este vuelo impulsivo a Branxholme?
Tarde, recordó haberle dicho a Margaret que se había escapado de casa.
Pero ella no quiso decir lo que él estaba diciendo, Margaret lo sabía. Quinton
también debería saberlo.
Levantando la barbilla y enderezando los hombros, intentó igualar su tono
cuando dijo:
—Usted me envió lejos, señor.
—Yo no te envié a Branxholme.
—No, pero me enviaste a mi habitación como a un niño sin siquiera discutir
lo que había pasado. Nunca me preguntaste por qué te seguí a ti y a tus
hombres. Simplemente asumiste que había actuado estúpidamente.
—No asumí nada. No habría sido tan cruel como para llamar estúpida tu
acción. Pero actuaste impulsivamente y sin usar el sentido común, desafiaste
mis órdenes, y merecías mi ira, Jenny. Te mereces más ahora.
Ella sabía lo que se merecía, pero no le dio la satisfacción de admitirlo. Aún
luchando por la calma, dijo:
—Puede que haya actuado impulsivamente, Quinton, pero debes entender
que no estoy acostumbrada a buscar consejo antes de actuar. Durante años, no
he tenido a nadie que me aconsejara más que a Hugh, y por lo general sabía lo
que él diría. Y para el caso, no esperabas que buscara tu consejo antes de
comprar estiércol para Broadhaugh o contratar nuevos sirvientes, incluso un
nuevo cocinero.
—Eso es diferente, pero aún así, si hubieras contratado a alguien que no me
gustaba, te lo habría dicho y esperado que buscaras a alguien más. Además, en
asuntos relacionados con el hogar, sé que eres capaz. La mayoría de las mujeres
lo son.
Al no tener interés en hablar de la mayoría de las mujeres con él, dijo con
firmeza:
—También soy competente para expresar opiniones y tomar decisiones por
mí misma.
—No decisiones que van en contra de mis órdenes, muchacha. Te
encontrarás con el dolor cada vez que tomes ese camino. Sin duda, no vas a
intentar decirme que tu decisión de seguirnos ha sido sensata. Recuerdas lo que
casi te pasa como resultado, ¿no?
—Eso fue desafortunado —dijo ella, añadiendo apresuradamente, —y
admitiré que en mi prisa no pensé lo suficiente en mi propia seguridad, pero…
—O la de Tip —interrumpió.
—¿Qué le hiciste? — preguntó ella.
Se quedó callado.
—Si tú...
—No vamos a hablar de Tip —dijo. —Has admitido que no pensaste antes
de seguirnos. Tampoco es necesario que hablemos de eso. En el futuro,
controlarás tus impulsos y harás lo que te pida.
Luchando contra la frustración y la ira, se mordisqueó el labio inferior.
Quinton dijo sin alterarse:
—No quiero ser un marido duro, Jenny, pero estaría fallando en mi deber
hacia ti si no tomara medidas para evitar que te pongas en peligro.
—No me expuse al peligro. Temía por tu seguridad, y como sucedió, te
habrías encontrado con una emboscada si esos patanes no hubieran tropezado
conmigo antes.
—Sé que tienes poca fe en mi capacidad para cuidarme a mí mismo o a mis
hombres —dijo.
—¡Eso no es verdad!
—Es verdad —soltó él. El tono agudo la silenció. Dijo con más calma: —No
puedo culparte por albergar tales sentimientos, teniendo en cuenta cómo nos
conocimos. Sin embargo, aunque de alguna manera no hubiera podido cuidar a
mis muchachos, no habrías podido hacer nada para ayudar a la situación.
Por mucho que quisiera discutir el punto, sabía que no podía ganar. Peor
aún, sospechaba que él tenía razón, que al pensar que ella podría haber sido de
ayuda en cualquier situación, había estado albergando un delirio. Lo que parecía
lógico mientras ella estaba sentada, preocupada por lo que podría pasar con él,
ahora parecía cualquier cosa menos lógico. Y sin la lógica firmemente de su
lado, sería particularmente difícil hacer que él entendiera su punto de vista.
El dolor volvió a su garganta. Eso, sumado a su frustración, la mantuvo en
silencio.
Él dijo:
—¿Por qué huiste de mí?
El primer pensamiento que le vino a la mente fue: Para que descubrieras
cuánto me extrañarías. Al suprimirlo, murmuró en su lugar:
—Estaba enfadada, señor, tan enojada como usted —el dolor se alivió lo
suficiente como para añadir: —Sé que gran parte de tu enojo fue provocado por
el miedo. Tú lo dijiste, y entiendo esa clase de ira. Desearía que intentaras
entender que mi necesidad de seguirte, de ayudar si puedo, nació de una ira
similar.
—Lo entiendo —dijo.
—No creo que lo sepas. No es lo que piensas.
—No importa —dijo con un gesto de impaciencia. —Te juro, muchacha, que
hasta la paciencia de Job se pondría a prueba —respiró hondo, encontrando
claramente difícil contener su temperamento. —No vamos a seguir debatiendo
esto.
La nota de firmeza en su voz la irritó, pero la irritación de ella se volvió
cautelosa cuando se volvió y empezó a desabrocharse el cinturón.
Defensivamente dijo:
—No me trate como a un niño, señor. En casa, he tratado con muchas
responsabilidades como la suya a lo largo de los años, y soy capaz de tratar con
ellas de manera competente. Ni siquiera Hugh ignora mis consejos u opiniones.
Sólo creo que deberías...
—Quítate la ropa, Jenny.
Se congeló.
—¿Qué... qué vas a hacer?
—Nos vamos a la cama, muchacha. Estoy demasiado cansado para disputas,
y si me presionas demasiado, no me gustaría hacer algo de lo que ambos nos
arrepentiremos. Ahora, ¿puedes arreglártelas sola o necesitas ayuda?
—Necesitaré ayuda —admitió. —Este vestido tiene demasiados cordones y
ganchos en la espalda para que lo haga yo misma.
Quin observó el juego de las emociones en su rostro expresivo y esperaba
que le hubiera dejado clara su posición. Él entendió su dificultad. Viviendo con
un hombre como Hugh Graham y careciendo de la guía de una madre o de
cualquier otra mujer responsable, ella había crecido de una manera muy
desordenada. No la enseñaría rápidamente a someterse a su autoridad a menos
que estuviera dispuesto a tratarla como él creía que lo había hecho su hermano.
No quería ser duro, pero le daban ganas de sacudirla con sus manos por lo que
había hecho. Ella podía encender su temperamento más rápidamente que nadie
que hubiera conocido antes.
Se había quitado el cinturón y el jubón, se había quitado también la camisa
y sus pantalones antes de poder confiar en sí mismo y tocarla. Se alegró de que
ella no hablara. Ella solo le miraba, y su expresión seguía siendo cautelosa.
También se alegró de que ella mostrara la sensatez de tenerle un poco de
miedo. Nunca volvería a tener un momento de paz si no pudiera confiar en ella
para que frenara sus impulsos y se comportara con sensatez. Las fronteras eran
demasiado peligrosas, y los escoceses tenían demasiados enemigos. Además no
todos esos enemigos vivían al otro lado de la línea. Jenny no sabía en quién
podía confiar y en quién no.
Ella tembló cuando él puso su mano sobre su hombro y la giró para poder
desengancharle la bata.
Su cuerpo se agitó, sólo por estar cerca de ella, y quiso tomarla en sus
brazos y hacer el amor con ella, para forzarla a rendirse completamente a su
voluntad. Suavemente, resistiendo la tentación, la ayudó a quitarse el vestido, y
luego aflojó el cordón de la parte inferior. Unos minutos más tarde, de pie
enfundada en su bata, con su fino cabello rubio plateado sin atar y empujado
hacia atrás detrás de sus orejas, se parecía a la niña que ella insistía en que él
creía que era. Pero no era una niña. Los suaves y acogedores pechos bajo el
guardapolvo eran un claro testimonio de ello. Sus pezones empujan fuerte
contra el lino. Se estaba enfriando.
—Métete en la cama, Jenny —dijo bruscamente.
—Quinton, quiero...
Las palabras terminaron en un grito ahogado cuando él la agarró del
hombro y la giró hacia la cama con una mano y le dio una palmada en el trasero
con la otra.
—Vete —dijo, sabiendo por la reacción de ella que había golpeado más
fuerte de lo que pretendía. Viéndola meterse en la cama, sintió un impulso
propio de disculparse, pero lo aplastó sin piedad. Sabía que cualquier disculpa
sería falsa. Así también, fue la idea de que él la había golpeado más fuerte de lo
que pretendía. No lo había hecho. En verdad, él había querido castigarla,
ponerla sobre sus rodillas y golpearla hasta que ella le prometiera que nunca
más le daría tanto susto.
Incluso ahora no estaba seguro de si su incapacidad para hacerlo provenía
de la nobleza o del temor de que pudiera herirla.
Ella lo había aterrorizado, no una sino dos veces. Primero estuvo a punto de
ser violada, tal vez incluso asesinada, y luego, sólo unas horas más tarde, dejó a
Broadhaugh con un solo muchacho para que la protegiera.
Se detuvo para poner dos leños más en el fuego antes de despojarse del
resto de su ropa y moverse para unirse a ella en la cama. Ella no había
preguntado de nuevo sobre Tip, y eso era lo mejor. La conocía lo suficiente
como para creer que, como castigo, su preocupación por el destino del pequeño
hombre serviría tanto o más que cualquier paliza.
Ella se movió hacia el otro lado de la cama cuando él entró. Colocando las
almohadas detrás de él, se apoyó en ellas, extendió un brazo y dijo:
—Ven aquí, muchacha. Me quedan algunas cosas que decirte. Quiero que
prestes atención.
Aunque su reticencia era clara, ella obedeció, moviéndose para acostarse
rígidamente en la curva de su brazo con su cabeza contra su hombro.
Decidió que esta posición no funcionaría. Quería ver su expresión mientras
hablaba con ella. Con el fuego bailando de nuevo en alto y las cortinas de la
cama abiertas, había suficiente luz, pero el ángulo era incorrecto. Estaba
mirando la parte superior de su cabeza.
Al pasar a su lado, sintió que ella se ponía más rígida y supo que aún tenía
miedo de lo que él pudiera hacer.
—Relájate, Jenny —dijo. —Estamos en la cama porque tenías frío y porque
no quería enfadarme tanto contigo que me lleve a hacer algo que no quiero
hacer.
—Sólo quieres darme órdenes —murmuró ella. —Todos los hombres son
iguales.
—Garantizo que todos tenemos rasgos en común —dijo, —pero no todos
somos iguales. ¿Hugh reaccionaría a lo que hiciste de la misma manera que yo
reaccioné?
Se quedó callada, pero cuando la vio mordisquearse el labio inferior, supo
que se dio cuenta de que Hugh habría estado igual de enfadado con ella, de
hecho, mucho más.
—Más al grano, muchacha, dices que nos seguiste porque tenías miedo de
que algo pasara. Me has dicho que también te preocupas por tu hermano. ¿Lo
habrías seguido a él y a sus hombres en una incursión?
La sintió temblar.
—Respóndeme, Jenny. ¿Habrías hecho eso?
Su mirada miró hacia él con resentimiento.
—Sabes que no lo haría, pero tampoco permití que Hugh dictara cada uno
de mis movimientos y opiniones.
—Tampoco he intentado hacer eso —señaló. Su ira se había disipado en el
momento en que se había acostado con ella. La agitación en sus entrañas, en
cambio, no lo había hecho. Necesitó cada gramo de su voluntad para yacer
silenciosamente a su lado sin tocarla. Pero este asunto era demasiado
importante para ambos como para dejar que sus instintos más básicos guiaran
sus acciones. Sólo deseaba que la mitad inferior de su cuerpo lo entendiera tan
fácilmente como su mente, o que su mente pudiera controlar su mitad inferior
más fácilmente.
Ella se movió, y él suprimió un gemido ante las sensaciones que irradiaban a
través de él. Entonces ella dijo en voz baja:
—Es verdad que no tratas de ordenar cada uno de mis alientos, señor, y has
sido generoso con la casa y... y con mis ropas. También se ha esforzado por ser
paciente conmigo, quizás más paciente de lo que merezco. Yo sé eso. Pero
también desestimas mis sentimientos y mis opiniones como si no tuvieran
ningún mérito. Si no me hubieras mandado lejos cuando se supo de la incursión
en Cotrigg, si me hubieras permitido participar en la discusión, al menos, y saber
más sobre tu plan, quizás no me habría sentido tan temerosa por tu seguridad.
—No es asunto de los hombres discutir sus planes de batalla con las
mujeres, muchacha; y las incursiones son parecidas como ir a una batalla. Te he
dicho que te protegeré, y lo haré. De verdad, puedes confiar en mí en esa
cabeza.
—No es que no confíe en ti —dijo ella. Entonces, llamando su atención, ella
puso una mueca. —Puede que tengas parte de razón en eso. Quizás no habría
reaccionado tan impulsivamente a mi sensación de malestar si no te hubiera
conocido en una mazmorra. No puedo estar segura de una forma u otra en eso,
pero su punto es razonable. Puedo verlo ahora. ¿Pero, por qué no puedes ver
que mis sentimientos de malestar eran igualmente razonables? Si esos hombres
no se hubieran topado conmigo, te habrías topado con ellos.
—Lo más probable es que se hubieran encontrado con Tip primero —dijo.
Ella se encontró con su mirada fija, y guardó silencio.
Entonces se dio cuenta de que había hecho una argumentación a favor de
ella.
—Muy bien, podrían habernos sorprendido —admitió. —Podrían incluso
haber tenido éxito en llamar a una gran patrulla y rodearnos. Concederé que tu
instinto para los problemas fue bueno, pero lo que hiciste en respuesta a ello no
lo fue, Jenny. Sabes que no lo fue.
—Sí, puedo verlo ahora —dijo ella. —De hecho, si debo hablar
honestamente, lo supe cuando Tip y yo llegamos al patio y me di cuenta de que
por mi culpa no había podido ordenar a un caballo que cabalgara, que cualquier
persona a la que le preguntara probablemente se habría negado a cumplir mis
órdenes —ella se detuvo, y él supo como si ella hubiera dicho las palabras con
las que ella quería preguntarle de nuevo sobre el destino de Tip.
—No sé si alguien se habría atrevido a desafiar tu orden directa, Jenny —
dijo, decidiendo que su honestidad exigía una franqueza similar por su parte. —
Lo que espero que haya sucedido es que hayas tenido que explicarte, y que
alguien nos haya seguido para advertirnos... —se quedó en silencio, dándose
cuenta de que la argumentación no era buena.
—Sabes que después, nadie más habría prestado atención a mis instintos
de antemano —dijo ella.
—Incluyéndome a mí —admitió. —Ya lo veo. Ni siquiera hice caso de mis
propias costumbres anoche, y he estado agradeciendo el hecho de que
Buccleuch no se enterara de eso cuando se enteró del resto. El único lugar
donde dejé a alguien para que nos cuidara las espaldas era cerca de Kielbeck, así
que sabríamos que nuestra ruta para salir del valle era segura. No me llevé
suficientes hombres para dejar a los muchachos en los puntos a lo largo del
camino.
—Gracias por admitirlo —dijo. —Ahora, si me llamaras Janet, en vez de
Jenny....
Agitó la cabeza.
—No lo hago para molestarte —dijo. —Me gusta Jenny, porque tiene un
sonido más suave en mi mente que el de Janet, y es la forma en que pienso en
ti. Tal vez, Jenny suena más obediente —agregó con un suspiro.
Cambiando de posición para mirarlo directamente, dijo:
—Sé que he cometido errores, Quinton. Actué sin pensar bien las cosas,
tanto al seguirte anoche como al ir a Branxholme esta mañana. De hecho,
supongo que Hugh diría que actué impulsivamente cuando te liberé de tu celda
en Brackengill.
—Sin embargo, no me he opuesto a ese impulso —dijo con una pequeña
sonrisa.
—Eso no es verdad —dijo. —Estabas enfadado cuando me viste por
primera vez esa noche, porque me dijiste que me mantuviera alejada. Entonces
me secuestraste porque pensaste que no podía lidiar con la ira de mi hermano.
Ahora veo que no puedo pasar a la acción aquí de la misma manera que en casa,
porque no sé cómo son las cosas aquí también. Aún así, aprenderé, señor. Que
yo sea mujer no me convierte en una tonta.
A punto de asegurarle que nunca la había considerado una tonta, se dio
cuenta de que la había despedido, que la había echado cuando había surgió algo
importante, y que lo había hecho la noche anterior sabiendo que ella se oponía
a la incursión. No sólo había temido por su seguridad y la de sus hombres, sino
también por la gente de Kielbeck, que eran sus compatriotas.
Se movió y su mano tocó inadvertidamente su muslo desnudo. Inhalando
bruscamente, se obligó a concentrarse en su discusión, diciendo:
—Ambos hemos sido desconsiderados, Jenny. Si yo trato de hacerlo mejor,
¿tú harás lo mismo?
—Sí —dijo, pero su expresión volvió a ser cautelosa.
—¿Qué?
—¿Esperas que obedezca todas tus órdenes sin cuestionarlas?
—Debería poder esperar eso —dijo, pero la diversión que sus palabras
despertaron se reveló en su tono, y supo que ella lo había oído.
Sus cejas se elevaron.
—No creo que ni siquiera el rito del matrimonio Escocés me haya hecho su
esclava, señor.
—Prometiste obedecerme.
—Sí, y lo haré cuando tus órdenes sean razonables.
Él suspiró.
—Jenny, muchacha, he admitido ser desconsiderado. Sé que, para ser
justos, debería haberme tomado tiempo para escuchar lo que tenías que decir
antes de enviarte lejos, tanto antes de irme a Kielbeck como después, antes de
enviarte a tu habitación. Pero no tomes eso como que voy a consultar todas mis
órdenes contigo, porque no lo haré. Si insistes en desafiarme, invitarás al dolor,
así que de ahora en adelante, si decides ignorar una orden de mi entrega,
prepárate para sufrir las consecuencias. Te prometo que no siempre soy tan
comprensivo como trato de serlo ahora. Nuestro matrimonio es joven, y quiero
que crezca fuerte. Por lo tanto, estoy dispuesto a comprometerme, pero sólo un
poco, muchacha. No usurparás mi posición como Señor de Broadhaugh.
Esta vez, cuando su mano tocó su muslo, él supo que ella lo hizo
deliberadamente. Pero su cuerpo no sabía la diferencia. Saltó en respuesta.
Ella dijo en voz baja:
—Abrázame fuerte, Quinton. Quiero que me hagas el amor.
No dudó, y si había alguna pregunta sobre quién ganó el punto final, no le
importó.
Janet permaneció despierta durante algún tiempo después de que su
marido se durmió. El fuego se había apagado en las brasas, y ella ya no podía
distinguir sus rasgos, pero le gustaba escuchar su respiración y sentir su cuerpo
cerca de ella mientras dormía.
Sus relaciones amorosas habían tomado una nueva dimensión. La había
tomado como si hubiese querido conquistarla, forzarla a una rendición abyecta,
y parecía curioso que no le hubiese importado. De hecho, cuando él había
acariciado de su cuerpo, llevándola a alturas de sensación más allá de lo que ella
había experimentado antes, ella había respondido de una manera que la
sorprendió. Aprendiendo de sus acciones, intentó muchas de las mismas
tácticas con él, y aprendió que podía disfrutar atormentándolo y haciéndolo
rogar por más. Al final no estaba segura de quién había conquistado a quién,
pero el encuentro había sido más que satisfactorio. Estaba deseando repetirlo.
Durante los siguientes diez días, ella le dio notas completas por mantener
su palabra. Señaló en más de una ocasión que antes de dar una orden, se tomó
un momento para explicarle lo que estaba a punto de hacer. En vez de
simplemente desaparecer del castillo con un grupo de hombres, le dijo a ella a
dónde iba. Y dos veces, cuando se fue a otra parte, incluso envió a alguien con
un mensaje. Era mucho más de lo que Hugh había hecho nunca.
Ella también se mantuvo ocupada, preparándose para ir con él a la reunión
de los guardias; y cumplió con su parte del trato. Ni siquiera intentó salir del
castillo sin una escolta armada de al menos dos hombres, y una vez, cuando
Quinton dijo que no creía que fuera seguro para ella salir, se sometió con
dignidad a su decisión.
Permanecieron en Branxholme durante dos días, para que Buccleuch
pudiera preparar lo mejor posible a su representante para la reunión. Antes de
que se fueran, había aceptado el hecho de que su pierna no se curaría a tiempo
para que pudiera hacer el viaje a Dayholm y dejó claro que Quinton actuaría en
su lugar.
—Es bueno que las carreras de caballos en Langholm estén aún a más de un
mes —añadió, —o es probable que también tenga que extrañarlas.
Orgullosa como estaba de saber el importante papel que desempeñaría su
marido en Dayholm, Janet saludó la noticia con sentimientos encontrados. Ella
vio poco a Quinton después de que regresaron a Broadhaugh, porque sus
deberes lo sacaban de casa casi todos los días, y a menudo él se iba de la casa
durante la noche.
Tan pronto como regresaron, ella trató de descubrir cuál había sido el
destino de Tip, pero aunque el hombrecillo respondió a su llamada, se negó a
responder a sus preguntas.
—No voy a hablar de ello —dijo simplemente. —El Señor dijo que me haría
arrepentirme si les decía lo que pasaba entre nosotros, y yo sabía que lo haría.
Por favor señora, no me de órdenes para que hable de ello.
Como Tip no mostraba signos visibles de maltrato, Janet estaba dispuesta a
dejar el asunto, reconociendo inmediatamente la intención taimada de su
marido.
Se dijo a sí misma que él no había azotado al hombrecito, que él
simplemente lo había regañado de la misma manera que la había regañado a
ella. Aún así, no pudo evitar preguntar y supo que Sir Quinton le había dado una
lección.
Por el momento, las cosas seguían siendo buenas entre ellos, pero ella creía
que eso se debía tanto a sus frecuentes ausencias como a cualquier otra cosa, y
no era tan estúpida como para creer que seguirían siéndolo indefinidamente. En
cualquier caso, decidió no involucrar nunca a otros en una escapada futura.
Capítulo 18
“Oh, hubo guerra entre las tierras,
También he dicho que no hay ninguna....”

Por fin llegó el día de la tregua y Sir Quinton y su dama cabalgaron a la


cabeza de un respetable séquito hasta Dayholm, donde el estrecho
Kershopefoot Burn dividía los dos países. Se habían vestido con un cuidado
especial: Sir Quinton porque quería verse tan bien como un Buccleuch se vería
en una ocasión así, y Janet porque su orgullo estaba en juego. Esperaba ver a
viejos amigos y no quería que pensaran que había cometido un terrible error al
casarse al otro lado de la línea.
—Te ves grandiosa, cariño —dijo Quinton con una sonrisa, levantando su
voz para ser escuchado sobre el tintineo y el golpeteo del arnés y los cascos,
interrumpido por estallidos de conversaciones y risas. —Tendrás a todos los
hombres esclavizados por la lujuria y a todas las mujeres escupiendo de envidia.
—No busco reacciones tan vulgares —dijo, levantando la barbilla pero
luchando por no devolverle la sonrisa. —Sólo quiero hacer mi parte para darle
apoyo, señor. Scrope será menos propenso a hacer demandas escandalosas si te
rodeas de los adornos del poder de Buccleuch, y eso incluye una esposa
ricamente vestida.
—Y obediente —contestó secamente. —Sin duda probaré ese rasgo antes
de que acabe el día, muchacha. Sólo mira si no lo hago.
—Puedes intentarlo —dijo, pero se rió de la amenaza. El día estaba lleno de
sol, su poni llevaba adornos lo suficientemente ricos como para el Rey Jamie, y
ella sabía que se veía lo mejor posible. Ardith le había arreglado el pelo más
elaboradamente de lo habitual, y si los alfileres tendían a tirar, la pequeña
incomodidad no estropeaba el día.
Los hombres y mujeres que estaban detrás de ellos se reían y charlaban
alegremente. El séquito no era excesivamente grande, pero incluía a muchos
miembros de la nobleza de la Frontera Escocesa, a sus hombres de armas y a
algunas de sus esposas.
Incluso los aspectos más sombríos del día no restarían importancia a la
alegría y al festín, pensó Janet. La certeza de que ambas partes honrarían la
tregua daría a todos una sensación de libertad sin trabas. El sentimiento fue
bienvenido, ya que rara vez estaba presente en las Fronteras. Janet escuchó a
los hombres cantando mientras cabalgaban, y alguien tocaba las gaitas. La
música animada la hizo sonreír de nuevo.
Cabalgando hacia el sur por el Hermitage Water hasta que se encontró con
el Liddel, cruzaron el río en Whithaugh y continuaron hacia Kershope,
manteniéndose en un terreno más alto una vez que pudieron ver el alegre
arroyo y seguir su curso. Ahora cabalgaban en una dirección más hacia el oeste,
hacia el lugar de la reunión en Dayholm, en el terreno llano donde el Liddel se
encontró con Kershopefoot Burn.
Janet miró a Quinton, recordando que no estaban muy lejos, al borde de
ese arroyo, de donde los hombres de Hugh lo habían atrapado. Pensar en Hugh
le recordó que su hermano podría asistir a la reunión, pero consideró que no
reconocería a Rabbie Redcloak en el caballero bien vestido y afeitado que
cabalgaba a su lado.
Si Scrope siguiera el patrón que Buccleuch había descrito, dirigiría una
cabalgata desde Carlisle compuesta por la alta burguesía y la nobleza de
Cumberland y Northumberland, que ciertamente incluía a Sir Hugh Graham. Sin
embargo, alguien tendría que actuar como representante de Scrope mientras él
no estaba. Como Buccleuch había sugerido, era probable que ese alguien fuera
Hugh, pero Scrope tenía otros representantes.
Era tanto para reforzar su valentía como por otras razones que había tenido
tanto cuidado con su vestido. Necesitaría valor si tenía que enfrentarse a Hugh.
Al no haber visto o escuchado directamente de él desde la noche en que
Quinton se la había llevado de Brackengill, no tenía idea de cómo se
comportaría. Ella le había echado de menos, pero sus emociones estaban
mezcladas. Quizás no vendría.
Determinando que él no vendría, descartó todas las preocupaciones que le
quedaban, y se decidió a disfrutar, esperando ver la primera cara reconocible de
algún Graham. Si sus parientes no estuvieran encantados con su matrimonio, al
menos nadie tendría prisa hoy en día por expresarle su descontento en la cara.
Había echado de menos a su familia y a sus amigos y estaba deseando volver a
verlos.
Media hora más tarde coronaron una subida y miraron hacia abajo a la
llanura plana cerca de la aldea de Dayholm, que se acurrucaba en el área en
forma de “V” donde Liddel Water se encontró con el pequeño arroyo. Sir
Quinton levantó la mano para pedir un alto.
—¿Por qué hemos parado? —preguntó Janet.
—Esperaremos aquí a que Scrope y sus hombres se muestren —dijo.
—¿No deberían estar ya a la vista?
Él sonrió.
—Buccleuch me advirtió cómo sería. Scrope querrá saber que estamos aquí
para que no parezca que lo hemos hecho esperar. Todo es parte de la pequeña
danza que hacemos —agregó. —Sin duda alguien está mirando desde la cima de
la colina, y Scrope está debajo de la cresta esperando su señal.
El canto y la risa habían cesado, y ahora la charla se había acabado en
comentarios murmurados. Era, pensó Janet, como si una nube se hubiera
deslizado sobre el sol.
Cinco minutos más tarde, al otro lado del camino, un revoloteo de coloridos
estandartes precedió a la aparición de una amplia gama de jinetes que se
alineaban en la cima de la colina.
—Esperaremos un poco más —dijo Quinton. —Mira cuántos son.
Al escuchar una nota desconocida en su voz, Janet le volvió a mirar, pero no
había nada que leer en su pétrea expresión.
Mientras las trompetas sonaban a ambos lados, Quin trató de recordar
todo lo que Buccleuch le había dicho durante los últimos diez días. Sin embargo,
todo lo que podía recordar en ese momento era la confesión de su primo,
asombroso en ese momento, que siempre se sentía nervioso en los momentos
previos a la reunión de los guardias. Eso había sido, Quin se dio cuenta ahora,
una gran subestimación de la realidad. La impresionante aparición de los jinetes
armados a través del valle, anunciada por las notas marciales de las trompetas,
agitó su columna y apretó cada músculo, haciéndole desear que sus seguidores
fueran mil más.
La distancia entre las dos fuerzas era de menos de un cuarto de milla,
reconoció un montón de estandartes conocidos, incluso algunas caras
familiares. Muchos de los que estaban alineados en el otro lado eran enemigos
que en el pasado, cuando no estaban en el fragor de la batalla, habían
demostrado ser más amistosos que hostiles. Probablemente había bebido
cerveza o vino con la mitad de ellos en las tabernas de Carlisle y Kelso.
Instintivamente estimó el número de puntos de lanza, evaluó el porte de los
jinetes, el peso y la letalidad de sus brazos.
—Supongo que son unos quinientos —murmuró Hob El Ratón a su lado.
Quin le miró.
—Buccleuch dijo que podíamos esperar tantos. Después de todo a Scrope le
gusta hacer un gran despliegue, y tenemos casi tantos como ellos.
—Sí, contando a nuestras chicas, pero allá no tienen ninguna —señaló Hob.
—Es probable que sus mujeres esperen detrás de la colina —dijo Quin. —
Sólo unos pocos hombres se comportan como si estuvieran aquí por algo que no
sea un ritual común, y les garantizo que lo hacen por costumbre —volvió a mirar
al gran hombre que tenía a su lado.
Hob seguía observando a la fuerza opositora, pero en unos instantes se
relajó visiblemente.
—Así es —dijo. Mirando por encima de su hombro como para hacer un
balance de los hombres que están detrás de ellos, añadió: —Nuestra suerte es
muy parecida, y nadie aquí busca la guerra. Aún así, Señor, se sabe que hay Días
de la Tregua que han terminado en sangre.
—Sí —Quin estuvo de acuerdo. Ambas partes habían sido culpables de
transgresiones. Sólo diez años antes, en Cocklaw, los Escoceses habían
asesinado al Inglés Lord Russell. En esa ocasión, dijo Buccleuch, los Ingleses
cometieron el error de tomar previsiones antes de ver a las fuerzas Escocesas,
que más tarde afirmaron que eran inusualmente fuertes y que estaban
preparadas para la batalla. Quin no cometería ese error.
—Hob, dile a las mujeres y a otras personas desarmadas que se queden
atrás hasta que nos hayamos reunido para el abrazo y hayamos tomado asiento
en la mesa de los guardias —dijo, buscando todavía a los alborotadores
conocidos del grupo de enfrente.
—Sí —dijo el gran hombre, moviendo su montura para llevar a cabo la
orden.
—Esa no es la bandera de Scrope —exclamó de repente Jenny, llamando su
atención. Inclinada hacia adelante sobre su silla, murmuró: —Dios Santo, es...
—Hay muchas banderas, muchacha —interrumpió, intentando seguir la
dirección de su mirada.
—El central —dijo impaciente. —Ese es el estandarte de Brackengill, señor,
o estoy equivocada. Que el cielo nos ayude, es Hugh quien los dirige, no Scrope.
Suprimiendo su propia consternación, forzó la calma en su tono mientras
decía:
—Scrope debe haber sabido que Buccleuch estaba enviando a un
representante y decidió que era indigno de él reunirse con un inferior, así que
ha enviado a su propio representante. Puedes quedarte a mi lado hasta que
pidan garantías, Jenny, pero luego quiero que te retires y esperes aquí con las
otras mujeres hasta que sepamos que no significan ninguna amenaza.
—Mira, está enviando a sus hombres ahora.
De hecho, dos jinetes se habían separado de los otros y estaban bajando la
colina hacia la hoguera. Los escoceses observaron cómo los ingleses penetraban
al lado escocés. Momentos después se pusieron las riendas frente a Quin.
El mayor de los dos dijo formalmente:
—En el nombre de Thomas, Lord Scrope, el guardián de la Marcha del oeste
de Inglaterra, Sir Hugh Graham solicita la seguridad de que usted y los suyos
prometen mantener la paz hasta el amanecer de mañana.
—En el nombre de Sir Walter Scott de Buccleuch, guardián de las Marchas
Escocesas del oeste y del medio, y Guardián de Liddesdale, juro y declaro que
habrá paz hasta el amanecer de mañana —dijo Quin en voz alta para que sus
seguidores lo escuchasen.
Los dos visitantes asintieron con la cabeza, luego condujeron sus ponis y se
fueron cabalgando al trote.
Cuando llegaron a la pequeña y apresurada hoguera, Quin dijo:
—Hob, dile a Gaudilands y Todrigg que pasen ahora y pidan las garantías de
Graham.
—¿Por qué esperaste a que Hugh pidiera la tregua primero? —preguntó
Jenny.
—Es la tradición —dijo. —Buccleuch dijo que generalmente las reuniones
tienen lugar en el lado Escocés y que los ingleses piden las primeras garantías.
Cuando termina una guerra entre nosotros, dice, los escoceses deben exigir
primero la paz, pero en tiempos de paz, en reuniones como ésta, los Ingleses
exigen primero.
—¿Pero por qué?
—Dijo que hace mucho tiempo un alcaide Escocés, Robert Kerr, fue
asesinado en una reunión en el lado Inglés. Después de eso, los Escoceses
juramos que no volveríamos a buscar justicia en suelo Inglés —sus hombres
habían llamado a Sir Hugh. —Vete ahora, Jenny, y únete a las otras mujeres
hasta que sepamos que todo está a salvo.
—Antes creía que Hugh no te reconocería, pero ¿no temes que te
reconozca si los dos se pasan el día sentados uno al lado del otro?
—Dudo que me conozca sin barba y con estos adornos —dijo Quin,
esperando tener razón. —No obstante, me ocuparé de todo, muchacha, te lo
prometo.
Los dos jinetes Escoceses estaban tardando más de lo que él esperaba.
Recordando las estrictas instrucciones de Buccleuch, Quin se resistió a su
inclinación natural a observarlas y continuó buscando en su lugar señales de
problemas entre los seguidores de Sir Hugh. No podía ver nada malo.
—Aquí vienen —dijo Jenny con una nota de alivio.
—Te dije que volvieras, muchacha. ¡Ahora, vete!
Obediente por una vez, dio marcha atrás a su poni y comenzó a dar la
espalda.
Satisfecho, volvió a prestar atención al lado opuesto.
Minutos más tarde, Gaudilands y Todrigg se acercaron a él, y antes de que
se pusieran manos a la obra, Quin supo por sus expresiones que se había
producido un contratiempo.
—¿Qué pasa? —preguntó.
Sardónicamente Gaudilands dijo:
—Sir Hugh Graham, liderando a quinientos jinetes armados, saluda a Sir
Quinton Scott y le pide que su “abrazo” con él tenga lugar a mitad de camino.
—Parece —dijo Todrigg, añadiendo en un sombrío ácaro un tono áspero, —
que Sir Hugh Graham exige tal reunión para que no se piense que un guardián
Inglés tiene la obligación de ir a Escocia, sino que la cruza la línea por su propia
voluntad.
—Dijo —añadió Gaudilands, —que cuando levantes la mano, él aceptará el
gesto como tu acuerdo para hacer el abrazo de la paz a mitad de camino.
Jenny dijo ansiosamente:
—¿Qué quiere decir? ¿Esto es algún tipo de truco?
—Conoces a tu hermano mejor que yo —dijo Quin, sonriendo para
tranquilizarla y asegurarle que no lo sentía. En presencia de los demás, se
abstuvo de exigir que se supiera lo que diablos quería decir ella con volver a
desafiar sus órdenes.
—No es la manera normal —dijo secamente Gaudilands. —Buccleuch no
aceptaría tales términos, ni Scrope sería tan tonto como para exigirlos.
Aunque su preferencia era decirle a Sir Hugh Graham que tomara sus
nociones de abrazo de la paz y volara con ellos, Quin sabía que su primo exigiría
su cabeza en una bandeja si hacía algo así. Sofocando la molestia, se apoyó lo
suficiente en su caballo como para poder ver a sus hombres sin apartar la vista
de los que estaban al otro lado. Levantando la mano, dijo claramente:
—Espero no tener que recordar a ningún hombre de aquí su juramento de
mantener la tregua. Cualquiera que cree problemas o ataques sin la inevitable
provocación de una violación por parte de la otra parte responderá ante mí y
luego ante el Laird de Buccleuch. ¿Me escuchan y me entienden?
Un coro de síes le respondió.
—¿En su palabra de fronterizos?
—¡Sí!
—Entonces cabalgaremos. Me reuniré con el representante Inglés a mitad
de camino. Permanecerán todos en la orilla, pero manténganos el camino libre
para llegar a la mesa de los guardias.
Su atención estaba tan concentrada en el inglés que no se dio cuenta hasta
que casi habían llegado al río, que Jenny volvió a cabalgar a su lado.
—Maldita sea, muchacha —murmuró. —Retrocede como te dije que
hicieras.
—Es mi hermano, señor —dijo ella con firmeza. —Permaneceré a tu lado, y
nadie me hará daño. Mi posición como su esposa me protege de los escoceses,
y mi parentesco con Hugh y muchos otros me protege de los Ingleses.
—¿Y crees que eso también me protege de ellos? —gruñó.
—Sí, debería.
—¿Y que tu parentesco con ellos te protegerá de mí?
Ella le miró fijamente entonces, y él le devolvió mirada por mirada, pero ya
era demasiado tarde para insistir en que se retirase, y pudo ver que ella lo sabía.
Además, sabía que, en ese momento, su repentina partida hacia la retaguardia
parecería como si temiera un ataque, lo que socavaría considerablemente la paz
antes de que ésta comenzase. Resignado, miró hacia delante, refrenando su
temperamento y fijando toda su atención en Sir Hugh Graham.
A su lado, Hob dijo:
—No abrazarás a ese sinvergüenza, ¿verdad?
Sorprendido por una burbuja de risa, Quin le miró.
—Buccleuch dijo que en raras ocasiones los guardias se abrazan, pero creo
que no lo haremos.
A pesar de lo que le había dicho a Jenny, parecía imposible que Graham no
lo reconociera instantáneamente como Rabbie Redcloak, lo cual no le dejaba
más remedio que tomar la iniciativa. Después de todo, se dijo a sí mismo que
eso era lo que haría Rabbie. Enderezando y levantando con arrogancia su
barbilla recién afeitada, se recordó a sí mismo que Sir Hugh nunca lo había visto
a plena luz del día y sin barba. Ni el hombre lo había visto vestido con el
atuendo que le correspondía a su rango. El hombre sólo lo había visto en la
oscuridad y a la luz de la antorcha en un oscuro establo. Intentó recordar los
rostros de los hombres que le habían rodeado, y descubrió, para su alivio, que
no podía.
En aquel entonces su manto había cubierto su figura, y no había hecho
ningún intento de ponerse en pie ni de mirar a los ojos a sus captores. De
hecho, y lo que es más inusual, había mantenido los ojos entrecerrados. Al
menos, esperaba haberlo hecho así. Tenía la sospecha de que era improbable
que se hubiera sometido a su destino tan completamente como parecía ahora
que lo había hecho. Se conocía lo suficientemente bien como para sospechar
que se había burlado de Sir Hugh al menos un poco, quizás incluso se había
reído de él. Sin embargo, incluso si pudiera mantener el comportamiento de un
extraño que sólo conocía a Sir Hugh como su representante opuesto, tendría
que cuidarse de que su voz no le traicionara. Como Rabbie, él generalmente
simulaba el más amplio de los acentos de la Frontera, pero sabiendo que
ocasionalmente era propenso a olvidar, sólo podía esperar que tal lapsus no
hubiera ocurrido en Brackengill.
El detalle más angustioso, por supuesto, fue que muchos en el lado Escocés
sabían exactamente quién era Rabbie Redcloak, y los Grahams vivían a ambos
lados de la línea. De hecho, muchos Graham le habían seguido en ocasiones,
porque los escoceses eran hombres rotos; abandonados o desalojados por su
clan, que habían establecido su residencia en la Tierra en Disputa y que servirían
a cualquier señor que pudiera mantenerlos en orden. No reveló fácilmente su
verdadera identidad a tales hombres, y dudaba que sus secuaces más fieles le
hubiesen delatado intencionadamente. Sin embargo, demasiada gente del lado
Escocés conocía su doble identidad para que se sintiera cómodo mientras
observaba cómo se acercaba Sir Hugh. Cara a cara con el hombre, sin discernir
ninguna señal de reconocimiento, Quin sintió una oleada de confianza que era
bienvenida.
Se recordó a sí mismo que muchos de los hombres Graham eran conocidos,
incluso amigos, de Sir Quinton Scott y que aquellos que no lo eran respetarían el
poder de su posición actual. La conciencia de ese poder se asentó sobre él como
una prenda familiar y mágica, incrementando su confianza de tal forma que casi
igualaba el placer que experimentaba al liderar una incursión. El poder era algo
embriagador.
Al llegar al arroyo, hizo señas a sus hombres para que esperaran y
cabalgaron sin pausa para encontrarse con Graham.
Sir Hugh también cabalgó solo.
Cuando Quin se encontró con su mirada severa, su confianza disminuyó un
poco. Su respiración le costó trabajo, pero ignoró la tensión, manteniendo su
mirada fija en el otro hombre. El alivio que sintió cuando Sir Hugh extendió su
mano derecha lo regocijó, renovando su confianza.
—Por fin nos conocemos —dijo Quin de todo corazón, enfatizando su inglés
universitario mientras agarraba la mano extendida.
Sir Hugh dijo:
—No supe hasta ayer que el representante de Buccleuch era mi nuevo
cuñado —no parecía particularmente complacido por el hecho, pero tampoco
mostró ningún signo de reconocer a su antiguo cautivo.
—Nosotros hasta hace unos minutos fue que nos dimos cuenta que Scrope
estaba enviando a un representante —contestó Quin. —No supe tu identidad
hasta que tus hombres te llamaron y Jenny no expresó su alegría por verte.
—¿Cómo está Janet?
El gentil énfasis en la forma preferida de dirigirse a Jenny hizo que los labios
de Quin temblaran, pero él reprimió la sonrisa, diciendo de una manera lo
suficientemente arrogante como para satisfacer al propio ministro de estado de
Jamie:
—Usted mismo debe preguntárselo, Sir Hugh. Como ves, nos espera con los
demás. Le garantizo que estará encantada de hablar con usted.
—Me enteré del accidente de Buccleuch —dijo Sir Hugh. —Espero que se
esté recuperando.
—Lo está —contestó Quin. —Perdóneme por insistir, y le ruego que crea
que no quiero ofender, pero esperaba tratar con Scrope.
—Pensó que la experiencia me beneficiaría —dijo Sir Hugh suavemente.
—Ah, por supuesto. ¿Tomamos nuestro lugar entonces? Esta agua está
demasiado fría para que los caballos se queden mucho tiempo en ella.
Sir Hugh le dio una mirada desafiante.
—Espero que mi petición de encontrarnos a mitad de camino no le haya
ofendido.
—En absoluto —contestó Quin, devolviendo la mirada. —Cuando los
procedimientos son estrictos, es menos probable que se produzcan
malentendidos fatales. ¿No está de acuerdo?
—Sí —dijo secamente el otro hombre. Gesticulando con sus seguidores y
espoleando a su montura, cruzó a la orilla escocesa.
Volviéndose hábilmente con él, Quin cabalgó a su lado por el sendero
formado por sus propios hombres hasta la mesa donde los dos representantes
se sentarían para escuchar las quejas.
En momentos, hombres de ambos lados se habían mezclado para levantar
tiendas de campaña y mesas de taburete, y para golpear enormes barriles de
cerveza. Las mujeres se derramaron por la ladera de la colina en el lado Inglés
de la línea, llevando canastas y manteles que esparcieron sobre las mesas antes
de ayudar a las mujeres escocesas a preparar la comida. Los perros ladraban y
trataban de robar bocados de comida. Los comerciantes ambulantes
aparecieron con sus caballos de carga, los descargaron rápidamente y
prepararon sus mercancías para atraer a los compradores. Los vendedores de
vino, licores y otras mercancías también se instalan. Incluso hubo espectáculos
adicionales, con portavoces pidiendo a gritos a todos y a todos que vieran
delicias como un cordero de dos cabezas y una mujer que podía atarse así
misma en nudos.
Aunque algunas personas se alejaron para ver los lugares de interés, la
mayoría se quedó cerca de la mesa de los guardias para vigilar, al menos
durante un tiempo, los asuntos del día. Los denunciantes y los defensores se
apiñaron con amigos y familiares para apoyarlos, no en grupos solitarios, sino en
centenares de personas. Las risas y los gritos de los vendedores interrumpían un
estruendo de conversación con un trasfondo musical de flautas, bocinas
sonoras, el sonido de bridas y otros equipos, y el estampido y el resoplido de los
caballos. Incluso había niños, corriendo unos detrás de otros, gritando y riendo,
alegres por la gran libertad del día.
El secretario resultó ser un hombre bajito, delgado y de mediana edad de
Carlisle que había sido aprobado por ambas partes. Extendió una tela de
terciopelo rojo bordeada de oro sobre la mesa de los guardias, y Quin y Sir Hugh
colocaron sobre ella sus cajas de bronce con los agravios. Siguiendo el
procedimiento normal, Lord Scrope había enviado las quejas Inglesas a
Buccleuch y había recibido las escocesas a cambio.
El secretario ocupó su lugar entre los dos ayudantes, tomó su cuaderno de
registro, extrajo cuidadosamente dos plumas y su tintero de una bolsa de cuero,
y colocó todo ordenadamente entre las arcas de latón. Luego se enderezó, miró
a los dos diputados y dijo en tono solemne pero estentóreo:
—Sir Quinton Scott, de Broadhaugh, y Sir Hugh Graham, de Brackengill,
¿están dispuestos a prestar juramento?
—Sí —dijeron como uno.
La multitud se quedó en silencio.
El empleado continuó.
—Entonces, si le place, Sir Quinton, repita conmigo... “Yo, Sir Quinton Scott
de Broadhaugh....”
—Yo, Sir Quinton Scott de Broodhaugh...
—“...jura por el Dios Supremo que reina sobre todos los reyes y reinos, y a
quien todos los cristianos deben obediencia...”
Cuando Quin terminó, Sir Hugh hizo el mismo juramento, y luego tomaron
sus asientos: los guardias en sillones, el secretario en un taburete.
El secretario dijo:
—Si le parece bien, Sir Hugh, puede llamar a su primer jurado.
Sir Hugh asintió y miró a la multitud. El murmullo de la conversación que
había comenzado cuando los tres hombres ocuparon sus asientos se apagó en
anticipación de escuchar el primer nombre. Sir Hugh elegiría a los seis jurados
Escoceses y Quin a los seis Ingleses. Quin apreciaba la sutil sugerencia de que
tomarían sus decisiones en el acto y al azar, porque a pesar de la pretensión
casual de Sir Hugh de buscar entre la multitud, Quin sabía que se había hecho
tanto cálculo en las elecciones del Inglés como en las suyas propias.
Los guardianes no podían simplemente arrancar a los jurados como si
fueran flores del campo. Tenían que sopesar la personalidad, las circunstancias y
las relaciones familiares contra los agravios con los que tenían que lidiar. A
veces, como había aprendido de su hosco mentor, el cálculo requería la astucia
y la habilidad de un sabio. Además, se suponía que debían incluir sólo hombres
respetables en sus jurados. Puesto que la ley prohibía que los traidores,
asesinos, fugitivos y otras personas infames se sentaran, siendo la vida lo que
era en las Fronteras, los guardias de ambos lados a menudo tenían que pasar
por alto las reglas para encontrar a doce hombres a los que acudir.
Sin embargo, la elección de los dos jurados llevó poco tiempo, y el
secretario hizo que todos ellos juraran como uno solo. Estaban listos para
comenzar el asunto del día.
El secretario seleccionó primero la carta de reclamación más reciente y la
leyó en voz alta a la compañía para que la considerara. La queja era contra un
inglés, los seis ingleses que Quin había seleccionado la escucharían.
Con una voz solemne y portadora, más fuerte de lo que cualquiera podría
esperar de un hombre tan pequeño, el secretario entonó:
—Jed Elliot y Wat Tailor, adelántense y sean escuchados.
Dos hombres fuertes salieron de la multitud, animados por los gritos de sus
cohortes. Mirando a los guardias y a los miembros del jurado por igual, ambos
parecían muy decididos.
El secretario dijo:
—Jed Elliot, has presentado una queja ante este cuerpo. ¿Has declarado
honestamente la verdad de lo que valían tus bienes en el momento de su toma,
si hubieran sido comprados y vendidos en un mercado todo a la vez, y también
declaras que no conoces otra recuperación que ésta, con la ayuda de Dios?
El fornido escocés puso los ojos en blanco y murmuró:
—Bueno, como para no conocer otro recurso...
Quin aclaró su garganta en voz alta, llamando la atención de Elliot.
El escocés suspiró, miró al jurado, y luego declaró roncamente:
—Lo hago, pues, por Dios y por Cristo Todopoderoso, como el trigo.
El empleado, sin expresión alguna, se giró al lado del inglés.
—¿Jura usted, Tailor Wat, por el cielo sobre usted, el infierno debajo de
usted, por su parte del Paraíso, por todo lo que Dios hizo en seis días y siete
noches, y por Dios mismo, que usted está desprovisto de arte, parte, manera,
en el camino, en el conocimiento, en la posesión, o en el restablecimiento de
cualquiera de los bienes y el ganado nombrados en esta declaración, con la
ayuda de Dios?
—Sí, lo juro —murmuró el inglés.
El empleado se volvió hacia los dos guardias.
—Esta declaración es aprobada por el propio juramento de inocencia del
acusado —declaró.
—Aquí y ahora —manifestó Elliot. Se quedó en silencio cuando Quin le
miró, pero la expresión de su cara dejó claro que, en el mejor de los casos, su
silencio sería sólo momentáneo.
Quin entendió la advertencia de Buccleuch sobre la justicia. Cuando un
hombre tenía el destino de otro en sus manos, fácilmente podía perder de vista
todo excepto el impresionante poder que ejercía. En Broadhaugh poseía gran
poder, incluyendo la autoridad para ordenar a los hombres a ahogarlos en el
pozo o fueran colgados en la horca, pero las consecuencias que podrían resultar
de la justicia de Broadhaugh eran pequeñas comparadas con esto. En Dayholm,
un error podría iniciar una guerra entre dos países. Este pensamiento le despejó
la mente.
A Sir Hugh le dijo:
—¿Puede Tailor llamar a otros para que juren por su inocencia?
Sir Hugh gritó la pregunta a la multitud, y luego esperó un momento.
Cuando nadie se adelantó, dijo:
—Aparentemente, nadie habla por él.
—Entonces que el jurado decida —dijo Quin, asintiendo a los seis ingleses
que había elegido para su tribunal de primera instancia.
Ellos emitieron su veredicto después de una breve conferencia de
murmullos:
—Culpable.
Mirando la declaración de queja, Quin dijo:
—La acusación declara cuarenta cabezas de vacas y tres bueyes. A treinta
chelines cada uno para la vacas y cuarenta para los bueyes, la cantidad...
—...serían sesenta y seis libras, señor —dijo rápidamente el secretario.
—Sterling —añadió Quin. —¿Puede Tailor pagar esa cantidad?
—Puede y lo hará —dijo Sir Hugh, intercambiando una mirada con el
fornido Tailor. —Yo mismo lo apoyaré.
El secretario llamó al siguiente caso, y las actividades procedieron de
manera ordenada hasta el mediodía, cuando los guardas interinos declararon
un receso para el almuerzo.
Capítulo 19
“Y se lo han llevado
¿Contra la tregua de la marea fronteriza?”

Janet había vigilado el proceso durante sólo unos minutos antes de haber
visto a una pariente que ayudaba a preparar la comida. Desmontando con la
ayuda de Hob El Ratón, dejó su caballo con otro hombre armado para cuidarlo y
fue a reunirse con las otras mujeres. Pensaba que sus viejos amigos y familiares
parecían contentos de verla, pero al principio parecían reticentes y menos
amigables que en el pasado. No fue sino hasta que se dio cuenta de que cada
mujer con la que hablaba miraba más allá de ella, que entendió que había traído
una escolta un tanto intimidante.
Como ella se había alejado después de ver a su caballo a salvo al cuidado
del hombre de Quinton, no había visto a Hob hacer señas a otros dos para que
la siguieran. Al verlos ahora y sabiendo que no podía hacer nada al respecto, se
encogió de hombros, sonrió a la mujer con la que hablaba y le dijo:
—Me temo que mi marido se preocupa por mi seguridad. No parece darse
cuenta de que con parientes a ambos lados de la línea, estoy más segura que la
mayoría de la gente.
—No está bien estar tan seguro de esas cosas —dijo sabiamente la mujer.
Janet estuvo de acuerdo con ella, pero se alegró de volver a ver a viejos
conocidos y estaba segura de que, debido a la tregua, no pasaría nada malo.
Disfrutando de la compañía de mujeres de ambos lados de la línea, prestó poca
atención a los juicios mientras éstos se sucedían. Justo cuando una de las
mujeres mayores estaba sugiriendo que los hombres pronto harían un alto para
que pudieran comer su cena, ella vio a otro viejo amigo.
—Andrew, ¿eres tú?
El niño estaba con varios hombres, y cuando ella lo llamó, él la miró, y luego
volvió a mirar hacia otro lado.
Reconoció a uno de los hombres con los que el niño estaba de pie como
amigo de Hugh. El hombre dio un paso hacia ella, luego pareció cambiar de
opinión, y ella recordó su omnipresente escolta. Cuando miró por encima de su
hombro para ver a los dos hombres de Quinton frunciendo el ceño, con las
manos sobre las dagas, suspiró. Explicaba, sin embargo, por qué el amigo de
Hugh se alejaba sin hablar con ella.
Andrew también se había dado la vuelta.
—Andrew, ven aquí. Quiero hablar contigo.
Vacilando sólo un momento, el muchacho fue a su encuentro. Tocando su
gorra, le dio los buenos días, era su manera digna de decirle que quería que la
gente pensara que él era mayor de lo que aparentaba.
Ocultando su regocijo, dijo:
—¿Qué haces aquí, muchacho?
—Vengo a ver a los sangrientos saqueadores Escoceses, para eso vine —
contestó con severidad.
—¿Y qué más has visto?
La miró directamente, y sus ojos se iluminaron con placer más acorde con
su edad. Él dijo:
—He visto un cordero con dos cabezas, señora Janet. ¿Lo viste?
—Lo hice —reconoció ella. —¿Cómo está tu mamá? ¿Está aquí hoy?
—No, ella está con los niños. Tenemos un nuevo bebé desde que te fuiste.
No es más que una chica, y además es una bebé muy lindo. Pero el propio Sir
Hugh la ayudó en su nacimiento.
—¿Hugh lo hizo? —Janet estaba asombrada.
—Sí, no había nadie más para ayudar, así que fui a buscarlo, y entonces
envió a Ned Rowan a cuidar el lugar, porque dijo que necesitábamos un
hombre. Podría haberme ocupado de ellos —añadió resentido. —No me gusta
Ned Rowan. Es dulce con mi mamá, pero ella no lo quiere.
—Entonces ella no necesita su compañía —dijo Janet amablemente.
—Sir Hugh dice que tendrá que aceptar, a menos que ella quiera ir a
Brackengill a cuidarlo. Todas las mujeres del castillo se fueron cuando usted lo
hizo, señora Janet, y sus hombres no las dejarán volver.
—Oh, querido —dijo Janet, sabiendo que si su partida por sí sola no hubiera
enfurecido ya a su hermano, las circunstancias que resultaron de ella lo habrían
hecho.
—Sí —dijo Andrew. —¿Es verdad, entonces, que el saqueador se la llevó,
como dicen que lo hizo?
—Sí, es cierto —dijo ella.
—Dicen que fue Rabbie Redcloak quien la tomó y que se casó con él.
¿También es cierto?
Janet se quedó sin aliento en la garganta. Antes de que se le ocurriera algo
sensato que decir, se asustó al escuchar la severa voz de su hermano detrás de
ella.
—Janet, quiero hablar contigo.
Volviéndose para ver a Hugh caminando hacia ella, notó con alivio que él no
podía haber escuchado el comentario de Andrew. Se inclinó rápidamente para
decir en voz baja:
—Andrew, lo que has oído no es verdad, y no debes decirle a nadie que lo
es. ¡Prométemelo!
—Pero yo…
—Vete, muchacho —dijo Hugh secamente. —Quiero hablar con Lady Scott.
Andrew se quedó perplejo y Janet dijo:
—Ese es mi nombre ahora, Andrew. Vete ahora, y recuerda decirle a tu
madre que pienso en ella a menudo.
Mientras el niño se ponía en pie, desapareciendo entre la multitud, Hugh
dijo:
—¿De qué le hablabas?
—Me dijo que ayudaste a la Meggie de Jock cuando le llegó el momento —
dijo con calma. —Muy amable de tu parte, Hugh.
—Sí, lo fue —estuvo de acuerdo. —También fue una maldita molestia.
—También dijo que enviaste a Ned Rowan a cuidar el lugar. Sin embargo, a
Meggie no le gusta Ned, y no se casará con él. Tendrás que encontrar a alguien
más.
—Eso no es para que lo digas tú, Janet. Haré lo que me parezca mejor.
¿Estás bien?
—Puedes ver como estoy —contestó ella, aceptando el cambio de tema. —
Gracias por aceptar el matrimonio. Fue el mejor camino, creo.
—Era el único camino —dijo sin rodeos. —Un día hablaremos de tu
participación en la fuga del saqueador, muchacha. Sé bien que no eres inocente,
pero este no es lugar para hablar —su tono prometía que la conversación futura
no sería agradable.
Antes de que ella pudiera responder, uno de sus hombres gritó que el
secretario estaba listo para llamar los procedimientos de nuevo al orden, y Janet
se sintió aliviada de que la conversación se interrumpiera. Claramente, no era el
momento de mencionarle su dote.
Sin embargo, lamentaba no tener tiempo para hablar con Quinton antes de
que éste tuviera que volver a sus funciones. A ella le hubiera gustado contarle lo
que Andrew había dicho. Pero no había prisa. La tregua lo mantendría a salvo el
tiempo suficiente para volver a la seguridad de Hermitage o Broadhaugh. Ella se
lo diría entonces.
Tan pronto como Quin y Sir Hugh, volvieron a ocupar sus asientos el
secretario llamó a la siguiente acusación:
—Sir Edward Nixon acusa a Arch y Will Crosier de tomar ocho cabezas de
ganado y seis caballos de Bewcastle. ¡Acusado y acusador, den un paso al frente
y sean escuchados!
Sir Edward Nixon, un caballero ricamente vestido y conocido por todos, fue
el primero en obedecer. El empleado recitó el juramento del acusador, al que
Sir Edward declaró en voz alta:
—Lo juro, por Dios.
Los dos acusados caminaron hacia adelante, y cuando el secretario recitó el
juramento, se miraron entre sí y murmuraron bruscamente al unísono:
—Sí.
El secretario se volvió hacia los guardias.
—Los acusados renuncian por sus propios juramentos.
El silencio cubrió a la multitud, y Quin no se lo podía creer. Los dos
hermanos Crosier, parientes de Eckie El Maldito; de esa calaña, eran un par de
ladrones sinvergüenzas conocidos a lo largo y ancho de las Fronteras a ambos
lados de la línea. No se sorprendió cuando Sir Hugh, con un destello de
diversión en sus ojos, dijo:
—¿Puede cualquier otro hombre confesar la inocencia de esta digna
pareja?
Ocultando su propio regocijo, Quin estaba a punto de gritar la pregunta a
todos y cada uno cuando Will Crosier; conocido cariñosamente por sus amigos
como Will El Salvaje dijo:
—Hay dos que hablarán por nosotros. Rob y Martin Armstrong lo harán.
Las risitas se desparramaron entre la multitud, y al ver a los dos hombres a
los que Will El Salvaje había nombrado de pie cerca de la parte delantera, Quin
les hizo una seña.
—¿Admitirán la inocencia de estos dos hombres?
—Sí, lo haré —declaró Martin Armstrong, sobresaliendo su quijada barbuda
como si fuera a desafiar a alguien a cuestionar su palabra jurada. —Por las
heridas de Cristo, lo haré.
Ante esa mirada desafiante, Quin la sostuvo durante un largo momento, y
luego se volvió hacia Robert Armstrong.
—Rob, ¿vas a confesar la inocencia de estos dos?
Rob miró al suelo y se rascó los pelos de la barbilla durante un largo
momento mientras la multitud parecía contener la respiración colectiva. Luego
miró a Quin.
Quin le devolvió una mirada fija.
La mirada de Rob se deslizó y retrocedió. Respiró hondo, evitó mirar a nadie
más que a Quin, y dijo en voz baja:
—No, pues, no renunciaré a mí mismo ante Dios Todopoderoso para decir
lo que yo no sé si es verdad.
Quin dijo:
—Entonces, bajo la tregua, esta acusación será declarado aprobada.
—La sangre de Cristo —juró Will El Salvaje. —¡Tenemos tres juramentos
contra uno!
Quin miró a Sir Hugh y luego al acusado. Su voz se oía fácilmente, dijo:
—Hemos sopesado tus tres juramentos contra los de Sir Edward, Will, y
encontramos que los tuyos son los más débiles —a Sir Edward le dijo: —
¿Aceptará el pago, señor?
—Lo haré por el ganado —dijo Sir Edward. —Quiero los caballos de vuelta si
puedes conseguirlos. Como han visto en mi declaración, son bestias
particularmente valiosas.
—Veremos qué se puede hacer —prometió Quin. —Tienes mi palabra.
Los Crosiers parecían descontentos, pero no debatieron la decisión, y los
juicios continuaron hasta que se resolvió el último reclamo contra los escoceses.
Varios reclamos seguían sin resolverse contra los ingleses, pero cuando Quin
sugirió que se pusiera fin a la situación, Sir Hugh asintió con la cabeza.
—Estos otros aguantarán hasta la próxima vez —dijo, —y Scrope se
alegrará de que tú lo hayas sugerido. Me recordó que aunque la ley dice que
debemos ocuparnos de todas las quejas que se han presentado, es preferible
llegar a un acuerdo de cado en caso. En cuanto al desequilibrio en las cantidades
que favorecen a Inglaterra hoy en día, eso no tiene por qué preocuparnos.
Nuestro lado siempre paga puntualmente, después de todo, y sin duda lo hará
esta vez mucho antes de que su lote de Liddesdale pague una pizca de su parte.
Quin reconoció el comentario como una provocación e ignoró la tentación
de recordarle que se habían presentado más quejas contra los ingleses. Eso
podría cambiar para la próxima reunión de los guardias, y además, sabía que lo
que Sir Hugh había dicho era cierto. Sin embargo, no fue sólo porque a
Liddesdale no le gustaba pagar. En general, los hombres de Liddesdale tenían
menos capacidad de pago que sus homólogos Ingleses. Guardándose estos
pensamientos para sí mismo, comenzó a guardar sus papeles.
Poco quedaba por hacer más allá de permitir que el secretario leyera su
proclamación conjunta de lo que el día había logrado y nombrar una fecha para
la siguiente reunión. Habiendo logrado la primera tarea con facilidad y la
segunda con menos convicción; sin sorprender a nadie, ya que todos sabían que
habría mucho regateo sobre esa fecha o cualquier otra, el secretario declaró
que los asuntos del día habían terminado.
Los guardias en funciones encargaron a sus seguidores que mantuvieran la
paz hasta el próximo Día de la Tregua, y luego se despidieron de la asamblea.
Mientras sonaban las trompetas y la multitud se alejaba para recoger sus
pertenencias y prepararse para partir, el secretario dijo a Quin y a Sir Hugh:
—Haré copias justas del orden del día para cada uno de ustedes. Y ya que
ninguno de sus directores estaba aquí, haré copias para ellos también, y los
enviaré a todos tan pronto como los haya completado.
Agradeciéndole, los dos representantes se retiraron de la mesa y se
mantuvieron vigilantes el uno al otro mientras se unían a sus respectivas
compañías.
Quin tardó unos instantes en encontrar a Jenny, pero por fin la vio,
hablando con un muchacho que asumió que era un pariente. Logrando llamar su
atención, hizo un gesto con la mano, y luego gritó a Hob El Ratón para que
recogiera a su gente y se preparara para partir.
El sol se acercaba al horizonte occidental y pronto se pondría. Quería estar
lejos de Dayholm antes de que lo hiciera.
Su grupo estaba pronto montado y listo. Levantando a Jenny hasta su silla
de montar, se balanceó hacia la suya, dio señal a los demás y espoleó a su
caballo hacia un galope, alejándose de Kershopefoot Burn para seguir a Liddel
Water hasta el lugar de vadeo más cercano. El grupo que lo seguía era más
pequeño y tranquilo que al principio del día. Muchos ya se habían ido a sus
casas, y todos estaban cansados.
Mirando hacia atrás, Quin vio que un número significativo de jinetes de la
cabalgata Inglesa permanecían en el lado Escocés del río, y aunque cabalgaban
cerca del río, parecían estar siguiendo el ritmo de su grupo. Cuando él y sus
hombres cabalgaron sobre la cima de Liddesdale, los perdió de vista
brevemente, pero los volvió a ver poco después, cabalgando a lo largo de la
cresta. Reconoció a algunos de los hombres, pero no el estandarte de su líder.
Mientras él y sus hombres se acercaban al vado, dos de los jinetes Ingleses
gritaron burlas a Will El Salvaje y Arch Crosier. Los Crosiers les devolvieron los
gritos.
Quin miró a Hob El Ratón, que gruñó a los Crosiers.
—¡Guárdense las burlas, hagan silencio, niños fachos!
Quin vio a Jenny fruncir el ceño a los jinetes que les seguían, pero no se
preocupó demasiado. Cada uno de los asistentes a la tregua era, por ley,
inviolable para sus enemigos hasta el amanecer del día siguiente. Por lo tanto,
incluso con los jinetes hostiles en la ladera de la colina por encima de ellos, que
mantenían el mismo paso que su grupo, él y su compañía debían estar a salvo.
Sin embargo, los instintos afilados por años de incursiones y batallas hicieron
que los pelos de la nuca sintieran hormigueo.
En un punto en el que el paisaje hacia el este se elevaba a través de los
bosques hasta los Larriston Fells y los Cheviots, cuando Quin y su grupo se
acercaban al vado, el grupo que estaba encima de ellos espoleó repentinamente
a sus caballos.
—Cabalgue, Señor —gritó Hob. —¡Están rompiendo la tregua!
Incluso antes de que Quin escuchara la advertencia y viera la bien
practicada maniobra del campo de batalla con los caballos, había temido un
ataque. Las señales habían sido innegables, ya que la otra parte estaba
fuertemente armada y lo había observado a él y a su gente más de cerca de lo
que podría explicar un mero acto de burla. Más de una vez había visto a un
hombre inclinarse cerca de otro para hablar sin apartar la mirada de los
Escoceses.
—Quédense donde están todos —gritó antes de que sus hombres pudieran
espolear a sus ponis. —Nos superan en número, y no voy a arriesgar a mi Jenny
ni a ninguna de las otras mujeres animándolas a perseguirnos o a luchar. Los
enfrentaremos.
—Nunca se atreverían a hacerme daño —dijo Jenny con firmeza. —Conozco
esa bandera señor. Es mi primo, Francis Musgrave. No puedo creer que se
atreva a romper la tregua.
Momentos después, el líder del grupo Inglés, seguido de cerca por sus
hombres, se acercó a Quin y declaró en voz alta:
—Estás arrestado, Rabbie Redcloak, por robo y asesinato. Vendrás con
nosotros.
Aturdido por la inesperada identificación, Quin luchó para recuperar su
sagacidad.
Jenny dijo enfadada:
—Estás loco, Francis Musgrave. Este es Sir Quinton Scott, Laird de
Broadhaugh, ¡primo cercano del Laird Buccleuch, y mi esposo! No puede
arrestarlo. Es subdirector de las Marchas Escocesas del medio y del oeste, como
bien sabe.
—Sin embargo, está bajo arresto —dijo Musgrave con firmeza, añadiendo
con una mirada frívola a Quin: —Te superamos en número, Broadhaugh, dos a
uno.
Quin vio a otros jinetes que venían por la subida y se dio cuenta de que
Musgrave había planeado bien su ataque.
—Me iré pacíficamente —dijo. —Jenny, ve con Buccleuch, con Hob y
nuestros otros hombres y cuéntale esto. No te pongas en peligro bajo ninguna
circunstancia, pero haz exactamente lo que Buccleuch te diga que hagas. Ahora,
vete, muchacha.
Las lágrimas brillaban en sus ojos, pero ella levantó la barbilla.
—Recuerda que te conozco bien, Francis Musgrave —dijo enojada. —
Además, si descubro que Hugh tuvo algo que ver con este ultraje, yo...
—No culpes a Sir Hugh, prima —dijo Musgrave. —Supimos hace poco que
Broadhaugh es el célebre Rabbie Redcloak. Te haré la cortesía de fingir que no
conocías su pasado. Sin embargo, debes saber que queremos hacer de él un
regalo para tu hermano, y Hugh puede que no sea tan crédulo. Pero no
queremos hacerles daño a ti ni a los demás. Puedes irte en paz.
—¡Paz! —dijo ella. —¿Qué sabes tú de paz, para romper una tregua
solemne como esta? Deberías estar avergonzado de tí mismo. Dios te castigará,
Francis, y por el cielo, si puedo ayudarlo a enviarlos a todos a la perdición, lo
haré.
—Ya basta, Jenny; vete con Buccleuch —dijo Quin con calma. Volviéndose a
Hob, añadió: —Quédate con ella. Dependo de ti para que la protejas bien.
—Sí, Señor —contestó Hob. —Y, cuidado, tendremos luz de luna otra vez.
Capítulo 20
“Ahora la palabra es al valiente guardián,
En Branksome tenía, donde yacía él...”

Con lágrimas que eran ignoradas y que corrían por sus mejillas, Janet
observó cómo forzaban a Quinton como un delincuente común con sus brazos
atados detrás de él y sus pies atados debajo de la barriga de su caballo. Se
mantuvo erguido durante todo el proceso humillante, y su dignidad le recordó
su posición como su esposa. No levantó la mano para secar sus lágrimas, pero
siguieron fluyendo.
A su lado, Hob murmuró:
—Debemos irnos, señora, mientras podamos.
—Esperaremos hasta que se hayan ido —dijo ella, sin preocuparse de bajar
la voz para que coincidiera con la de él. —Deben ver que estamos indignados,
Hob, y no pensar ni por un minuto que les tememos. Nos sentaremos
tranquilamente y observaremos, para que sean conscientes de que podemos
servir como testigos de este acto ilegal.
—Por Dios, señora —dijo Gaudilands detrás de ella. —Si no fuera por usted
y las otras mujeres, pronto les daríamos una lección. Puedo prometerle eso.
—Entonces usted les daría motivos para declarar después que usted causó
el problema en lugar de ellos —dijo Janet sin girar la cabeza. —De esta manera,
nunca podrán decir que nosotros iniciamos nada de esto. Están totalmente
equivocados, y podremos decirlo sin temor a oír condenas por nuestra parte.
Los escoceses aguardaron en silencio después de eso hasta que la banda
Inglesa desapareció con su prisionero.
Hob dijo en voz baja:
—¿Ahora, señora?
—Ahora —estuvo de acuerdo Janet.
Dejando a la mitad de sus hombres para escoltar a las otras mujeres,
cabalgó con Hob, Gaudilands y Todrigg hasta Branxholme, donde Buccleuch se
había quedado para dejar que su pierna se recuperara. La oscuridad cayó unas
horas antes de que las grandes puertas se abrieran para admitirlos en el patio
iluminado con antorchas.
Dejando sus caballos con los lacayos, Janet se apresuró a entrar en la sala
con Hob y los dos caballeros que la seguían. Encontró a Buccleuch solo, sentado
cómodamente en un sillón acolchado con la pierna apoyada en un banco a lo
largo. Una copa de vino descansaba sobre una pequeña mesa a la altura de su
codo.
Frunció el ceño ante su apresurada entrada, pero no hizo nada para
ponerse en pie.
—¿Qué pasa, muchacha? —preguntó. —¿Y por qué demonios has traído a
Todrigg y Gaudilands contigo? ¿Dónde está Quin?
—Lo han capturado, señor. Han roto la tregua, y me avergüenza decir que
los que se lo llevaron son Musgraves, miembros de la familia de mi madre y
hombres por los que hasta ahora sentía respeto y afecto.
Su sorprendida reacción hizo que el cáliz volase a la altura de su codo, pero
no prestó atención al ruido o al desorden resultante.
—¡Qué diablos dices! —reclamó sentándose ahora erguido. —¿Han roto la
tregua?
—Sí, Wat —dijo Gaudilands enfadado. —Apenas nos habíamos ido cuando
Francis Musgrave y unos cien más cayeron sobre nosotros.
Todrigg dijo:
—Lo arrestaron como Rabbie Redcloak.
—Condenación —exclamó Buccleuch, y añadiendo como una obvia idea de
último momento: —Te ruego que me perdones, muchacha.
—Quinton dijo que cabalgara directo hacia usted, señor —dijo ella. —¿Qué
podemos hacer?
—Protestaremos, por supuesto, porque han violado la ley. ¿Está seguro de
que ninguno de ustedes cruzó a su lado de la línea?
Gaudilands dijo:
—¡Claro que nadie lo hizo! Cristo, Wat, estábamos a punto de cruzar el
Liddel cerca de Whithaugh. Apenas hubiéramos podido cruzar el Kershope hacia
Inglaterra sin darnos cuenta.
—Enviaré de inmediato una protesta a ese maldito Scrope.
Todrigg dijo:
—Será mejor que se la enviéis a Sir Hugh Graham a Brackengill. Los que se
llevaron a Quin dijeron que querían hacer de él un regalo a Sir Hugh.
Buccleuch frunció el ceño pensativamente a Janet.
—¿De verdad lo hicieron?
—Sí —dijo ella, —lo hicieron. También dijeron que Hugh no sabía de su
intención. De hecho, dijeron que acababan de enterarse de que Quinton es
Rabbie Redcloak. Alguien debe habérselo dicho, alguien que asistió al Día de la
Tregua.
Buccleuch asintió.
—Veo lo que estás pensando, muchacha, y pienso igual, debería haber
considerado esa posibilidad antes. ¿Quién de nuestro lado podría haber tenido
razones hoy para sentir ira o resentimiento hacia Quin?
—Esos diabólicos hermanos Crosier —dijo Gaudilands al instante.
—Sí, Arch y Will El Salvaje —estuvo de acuerdo Todrigg.
Los dos hombres, hablando por turno, describieron los acontecimientos del
día. Antes de terminar, los sirvientes trajeron vino y cerveza, y después
Buccleuch los invitó a quedarse a cenar con él.
—Por lo demás —añadió, —es mejor que se queden a pasar la noche todos
ustedes. No puedo enviar a la dama de Quin de vuelta a Broadhaugh sin una
escolta armada, y mis muchachos cumplirán esa labor con mayor seguridad por
la mañana —volviendo a Janet, añadió, —muchacha, Margaret ha tomado a los
Bairns y se ha ido a Ferniehurst a visitar a sus parientes, pero usted puede pasar
la noche en su antigua habitación. Sólo manda a buscar a una de las sirvientas
para que se quede contigo.
—Gracias, señor; con gusto aceptaré su amable oferta —dijo Janet. —Por
favor, ¿enviarás a alguien de inmediato a Brackengill? No creo que Hugh se
atreva a colgar a Quinton cuando tantos saben exactamente lo que pasó. De
hecho, creo que Hugh se sorprenderá al saber lo que Francis Musgrave se
atrevió a hacer en su nombre. Aún así... —dejó que sus palabras se quedaran en
silencio y le envió una mirada suplicante.
—Me rehúso a pensar en la conmoción de Hugh —dijo Buccleuch con
severidad. —Sin embargo, si se atreve a ponerle la mano encima a Quin,
responderá ante mí. Eso te lo prometo ante Dios.
Su tono la helaba, pero ella no podía defender a Hugh… no mientras
Quinton seguía en peligro.
—Todrigg —prosiguió Buccleuch, —llevarás mi mensaje a Brackengill tan
pronto como hayas cenado. Cristo, me molesta este ultraje, porque toca mi
honor. Es un insulto a Escocia y un desafío a mi autoridad como guardián. Me
quejaré ferozmente de esta violación de la tregua y exigiré la liberación
inmediata de Quin.
—Bien —dijo Todrigg con severidad.
—Toma una veintena de mis hombres para aumentar los tuyos, diez de aquí
y diez de Hermitage, porque le pasarás cerca durante en tu camino. Y prepárate
para ir a Carlisle —añadió pensativo. —Dadas las circunstancias, Sir Hugh puede
pensar que es mejor dejar que Scrope se encargue del asunto esta vez.
—Sí, Buccleuch, me encargaré de todo —dijo Todrigg, asintiendo. —Si Dios
quiere, tendremos a Quin a salvo en casa mañana al atardecer.
—Me gustaría quedarme aquí hasta que sepamos que está a salvo —le dijo
Janet a Buccleuch, con la esperanza de que su tono firme y realista lo
persuadiera a pesar de la ausencia de Margaret.
Agitó la cabeza.
—Eso no sería adecuado, muchacha. Aunque mi pierna se está
recuperando, en ningún caso voy a cuidar de ti, y la mayoría de las mujeres se
han aprovechado de la ausencia de mi señora para visitar a sus propias familias.
Si no quieres quedarte sola en Broadhaugh, haré que mis muchachos te lleven
con Margaret en Ferniehurst, pero en cualquier caso, debes salir de aquí al
amanecer. Le ordenaré a Hob El Ratón que te cuide hasta que vuelva Quin.
Nadie te molestará con Hobbs a tu lado.
Se mordió el labio pero no intentó discutir con él, sabiendo que sería inútil.
Era suficiente por el momento que no la enviara a casa de inmediato. Mientras
cenaban, los tres hombres hablaron de todo lo que podía pasar, y ella escuchó
con interés. Pero no se sorprendió cuando Buccleuch la despidió tan pronto
como los lacayos empezaron a quitar los platos de la mesa.
—Ahora vete —dijo distraídamente. —Tenemos asuntos importantes que
discutir.
Escondiendo su resentimiento, ella le obedeció, dándose cuenta de lo
cansada que estaba cuando llegó a su vieja habitación. Cuando alzó la voz
pidiendo agua a gritos y una sirvienta encontró un viejo vestido de Margaret
para que lo llevara a como ropa de cama, apenas podía mantener los ojos
abiertos. Despidiendo a la criada, prometió cerrar la puerta con llave. Al hacerlo,
se metió en la cama, se durmió de inmediato y no se movió hasta que la misma
sirvienta golpeó la puerta tarde a la mañana siguiente.
—Mi Lady, él Mismísimo dijo que le dijera que se vistiera y bajara a
desayunar, porque Hob y ellos se irán en menos de una hora —gritó la criada. —
¿Me oyó?
—Oí —murmuró Janet, deseando poder decirle a la mujer que se fuera y la
dejara en paz. La criada volvió a golpear y Janet gritó: —¡Ya voy!
—Sí, bien —le gritó la criada. —¡Tengo agua caliente para usted!
Permitiendo que entrara, Janet rápidamente se echó agua en la cara y se
vistió. Rechazando más ayuda, se pasó un peine por el pelo y lo encerró en la
red que llevaba cuando cabalgaba. Luego, alisando sus faldas arrugadas lo mejor
que pudo, se apresuró a bajar al salón.
La mesa estaba llena de comida otra vez, y Buccleuch estaba comiendo.
Miró su entrada y le dijo sin preámbulos:
—El mensajero de Todrigg ha llegado hace unos minutos. Estaba casi
dormido en su silla de montar, y lo he mandado a la cama.
—Aún no esperaba ninguna noticia —dijo ella, sabiendo que no podía ser
bueno si el hombre había cabalgado durante la noche a lo que debe haber
venido a una velocidad imprudente.
—Han llevado a Quin a Carlisle —dijo Buccleuch con tristeza. —Tu hermano
me envió un maldito mensaje oficial, pero he decidido ignorarlo.
—¿Qué dijo, señor?
—Insiste en que no sabe nada del arresto de Sir Quinton Scott —dijo
Buccleuch. —Sin embargo, admite haber recibido la noticia de que su primo
Musgrave capturó un famoso saqueador en una redada en Bewcastle.
—¿Qué? ¿Bewcastle?
—Sí, Bewcastle. Los hombres de Musgrave tuvieron que perseguir al
saqueador, dijo, y cuando el villano cruzó a Escocia y trató de levantar al país
contra ellos, fueron forzados; en defensa propia, dicen sus hermanos, a llevarlo
bajo custodia y entregarlo en Carlisle.
—¿Es posible que Hugh no sepa la verdad?
Buccleuch la miró, con la cara despejada.
—No, eso no es posible —admitió Janet suspirando. —Francis Musgrave
nunca le mentiría a Hugh sobre un asunto así, ni sobre ninguna otra cosa. No se
atrevería.
—Eso es lo que pienso yo también —dijo Buccleuch. —Todrigg me envió a
su hijo para que me informara de todo lo que había visto y me dijera que se
había ido a Carlisle. Reza a Dios para que ese villano Scrope tenga más sentido
que Musgrave o del estúpido de tu hermano. Ahora come. Hob y los otros están
listos para partir hacia Broadhaugh o Ferniehurst. Sólo esperan a que tú decidas
cuál será tu destino.
—Broadhaugh, por favor, señor. Debería estar en casa.
—Sí, eso es lo que yo también pensaba, muchacha. También enviaré a los
Gaudilands a casa. Él proveerá parte de tu escolta, y como su casa torre 36 está a
pocos kilómetros de Broadhaugh, estará cerca si lo necesitas para cualquier
cosa.
—Gracias —dijo Janet. —Me mantendrás informada de la situación a
medida que se desarrolle, ¿no es así?
—Lo haré —prometió. —Puedes estar segura de eso.
Dudaba de que él hiciera algo así, y más tarde ese mismo día, cuando
Gaudilands y sus hombres la dejaron en Broadhaugh sin más compañía que a
Hob El Ratón y su criada, Ardith, en quien confiar, se sintió abandonada y más
resentida que nunca. Si hubiera sido un hombre, se dijo a sí misma, Buccleuch
no la habría despachado tan fácilmente.
Dos días después, sin embargo, se enteró de que lo había juzgado mal.
Estaba hablando con una lechera en la despensa cuando un lacayo entró

36
NT. Tower House. Es un tipo particular de estructura de piedra, erigida en zonas montañosas o con acceso restringido con
fines defensivos y con pocos recursos humanos para la defensa. Característica de la Edad Media; se observan en Inglaterra,
Escocia y Europa Continental, particularmente en los Balcanes.
corriendo para decirle que Buccleuch había enviado un mensajero. Corriendo a
saludar al hombre, ella lo reconoció inmediatamente como uno de Branxholme.
—¿Qué noticias tienes? —preguntó ella.
—No es bueno, mi señora —dijo el hombre con recelo.
—No te arrancaré la cabeza —dijo ella, —pero no me tengas en vilo. Dímelo
de una vez.
—El Laird de Todrigg vino a Branxholme esta mañana —dijo. —Él mismo
dijo que te dijera que Scrope… ese sinvergüenza, Scrope, es lo que dijo.
—Sí, sé lo que piensa de su señoría —dijo Janet. —Todrigg no tenía a Sir
Quinton con él, entonces. ¿Qué más dijo Buccleuch?
Poniendo los ojos hacia arriba y retorciendo la cara, el hombre se esforzó
por recordar las palabras exactas de su Señor. Por fin, cuando Janet estaba lista
para gritar, dijo cuidadosamente:
—Él Mismísimo dijo que primero agotaría los recursos de la civilización para
que nadie pueda quejarse de que es tan bárbaro como los ladrones Ingleses. Por
lo tanto, dijo, enviará una carta formal a Lord Scrope, declarando que Sir
Quinton ha sido capturado ilegalmente y detenido en violación directa de la ley
fronteriza. Se está poniendo muy peleón, mi señora —añadió con su voz
natural.
—Te garantizo que lo es —dijo Janet. —¿Cree que Lord Scrope atenderá
una segunda demanda cuando ignore la primera?
—No, entonces, llamó a Scrope un tonto diabólico, casi tan grande como lo
que es Sir Hugh Graham. Discúlpeme —añadió apresuradamente.
—No es necesario que te disculpes —dijo Janet. —Estoy de acuerdo en que
Sir Hugh se comportó mal, y los Musgrave se comportaron peor. Me avergüenzo
de mis propios parientes, y esos son los hechos.
Pasaron tres inquietantes días antes de que oyera más, y todo lo que pudo
hacer fue llenar su alma de paciencia. Entonces fue Margaret quien se acercó a
ella, desafiando una ligera lluvia y acompañada por una veintena de hombres de
Buccleuch.
—No pongas esa cara tan agitada, querida —dijo cuando, a pesar de la
lluvia, Janet corrió hacia el patio para recibirla. —Traigo malas noticias, pero
podría ser mucho peor.
—No lo han colgado entonces —dijo Janet, tratando de parecer confiada y
sonando sólo cautelosa. Apenas se dio cuenta de las gotas de lluvia.
—No, por supuesto que no —dijo Margaret, aceptando la ayuda de uno de
sus escoltas para desmontar. —Sería suficiente para empezar una guerra, con
Buccleuch tan furioso como está. Recibió un mensaje de Scrope, sin embargo, y
eso lo ha puesto de peor humor que nunca. Volví de Ferniehurst y lo encontré
empacando para salir hacia el Hermitage. Se fue de inmediato, a pesar del mal
tiempo y de su pierna, y me pidió que te avisara yo misma, porque sabía que
querrías saberlo.
—¿Qué dijo Scrope?
—El villano elige fingir que Quin no es nadie más que Rabbie Redcloak —
dijo Margaret con indignación. —Escribió que Rabbie era un delincuente tan
notorio que no se atrevía a liberarlo sin autorización de la propia Elizabeth.
—¡Santo Dios!
—Sí, Buccleuch está furioso —dijo Margaret, agarrándole suavemente el
brazo a Janet e instándola a volver a entrar. —Dice que es como si lo hubieran
capturado a él mismo, porque Quin es su ayudante, así es que viene a ser lo
mismo. Le gustaría levantar todo Liddesdale y Teviotdale y poner el castillo de
Carlisle alrededor de las orejas de Scrope, pero hasta que su pierna se recupere,
no puede hacer más que jurar y maldecir.
—Espero que no se haga más daño, cabalgando hacia el Hermitage —dijo
Janet.
—Bueno, lo haga o no, no pude detenerlo —contestó Margaret. —
Claramente se había estado preocupando en Branxholme, sintiéndose
demasiado alejado de las cosas. No lo habría dejado, pero él lo ordenó, diciendo
que uno de nosotros mataría al otro si me quedaba —sonriendo, dijo ella, —
Pídenos comida, querida, y te diré todo lo que sé. No es mi intención quedarme,
pero quizás tu gente podría proveer a la mía con algo caliente para beber y un
bocado para comer.
—Perdóneme, señora, me olvido de mis deberes —exclamó Janet
avergonzada, mirando a su alrededor en busca de un lacayo.
Hob El Ratón, nunca lejos de su lado, asintió tranquilizadoramente y se
volvió para ocuparse del asunto.
—Tu gente te sirve bien, querida —dijo Margaret alegremente, —Hob se
encargará de todo, y tú y yo podemos hablar tranquilamente arriba por nuestra
cuenta.
Cuando llegaron a la sala del Señor, Janet volvió a tener sus emociones bajo
control. Gesticulando para que Margaret tomara el cómodo sillón italiano
acolchado de Quinton, dijo:
—Seguramente, si Buccleuch ha cabalgado hasta el Hermitage, su pierna
debe estar recuperándose más rápido de lo que nadie esperaba.
—Está rugiendo —dijo Margaret, —así que supongo que está en la mejor
forma posible en este momento. Sin embargo, necesitaba ayuda para montar su
caballo, y era claramente una prueba dolorosa para él. Dudo, por lo que me
dicen Alys, la yerbatera y otros, volverá a ser él mismo en un mes o más.
—Dios Santo —dijo Janet. —Entonces, ¿qué puede hacer al respecto?
—Ha enviado un mensaje al embajador Inglés en Edimburgo y al rey Jamie
—dijo Margaret. —Está seguro de que Jamie le escribirá a Elizabeth.
—Londres —dijo Janet, frunciendo el ceño. —Deben recorrer todo el
camino a Londres.
—Sí, pero Buccleuch dice que lo harán a toda velocidad. Deberíamos saber
la respuesta de la Reina en quince días o tal vez menos tiempo que eso, dijo él.
—Quince días —Janet suspiró, agregando: —Eso es muy rápido, lo sé, pero
parece una vida entera. Y para Quinton, puede ser justo eso.
—Sé que debes extrañarlo terriblemente, porque está claro que lo amas —
dijo Margaret. —Te digo, sin embargo, que no se atreverán a hacerle daño.
Janet no le creía, por mucho que quisiera, pero apenas podía decirlo, por lo
que no se opuso cuando la mujer mayor cambió de tema. Sin embargo, a
medida que pasaban los días, sus preocupaciones aumentaban hasta que
apenas podía concentrarse en algo. El tiempo seguía produciendo tanta lluvia
como sol, lo que no hacía nada para levantarle el ánimo, y las cosas ahora iban
tan bien en Broadhaugh que no tenía que pensar mucho en las tareas diarias. A
veces se encontraba deseando tener más cosas que hacer.
No es que extrañara particularmente a Quinton, o eso se decía a sí misma al
menos una vez al día. Ella solo temía por su seguridad, como lo haría cualquiera
que tuviese un grano de compasión. Ella también estaba enfadada, por
supuesto, como debe estarlo cualquiera que tenga sentido de la justicia. Pero
que Margaret o cualquier otra persona sugiriera que se había enamorado de su
marido era una tontería.
Incluso sugerir que ella le echaba de menos era poner el asunto demasiado
fuerte. No estaba sola. ¿Cómo podía estar sola alguien que estaba rodeada de
seguidores leales y que había crecido de la manera que ella lo había hecho?
Incluso hombres que se sabe que figuran entre los Bairns de Rabbie aparecieron
con frecuencia en Broadhaugh para pedirle noticias, y todos ellos prometieron
hacer todo lo que pudieran para ayudar. Nadie podría estar solo con un apoyo
como el que ella tenía.
A menudo había anhelado que Hugh se fuera sólo para poder tener soledad
y libertad para hacer lo que quisiera sin tener que enfrentarse a la censura o a la
crítica, o algo peor. Y así como había sido con Hugh, con Quinton alrededor,
nadie podía preguntarse quién estaba a cargo. A pesar de que la gente de
Broadhaugh le mostraba respeto, y a pesar de que Quinton le había dado rienda
suelta para dirigir la casa, ella sabía que muchas veces su gente acudía a él para
asegurarse de que cumplieran sus órdenes. Él nunca había contramandado una
de sus órdenes, eso era cierto; pero aún así, él estaba ahí.
Sintió la falta de su presencia más de lo que sintió la de Hugh, ya que
Quinton había surgido como lo más grande en la vida desde ese primer
encuentro. Incluso como prisionero en una mazmorra, había hecho sentir su
presencia con más fuerza que cualquier otro hombre. Además, ella siempre
sabía cuando él estaba dentro de los muros de Broadhaugh. El lugar crepitaba
bastante con su presencia y, en comparación, se sentía sin vida con su ausencia.
Había dormido en su cama todas las noches que había pasado en su casa
desde que se lo habían llevado, pero ¿quién no haría lo mismo si tuvieran el
derecho? Su cama era más cómoda que la de ella. Cuando recordó haber
despertado con lujuriosa intención de un sueño en el que los brazos de Quinton
la abrazaban para encontrarse sola en su cama, una lágrima se deslizó por su
mejilla. Ella apartó la lágrima. No lo extrañaba y no podía imaginar por qué tenía
ganas de llorar. En cualquier caso, él llegaría pronto a casa, o el buen Dios
estaría escuchando sus ruegos durante sus oraciones diarias.
Como sabía por un cuento que uno de los tutores de Hugh le había dicho
que los dioses sólo ayudaban a los que se ayudaban a sí mismos, decidió hacer
su parte sin molestarse en consultar a nadie más. En consecuencia, envió un
mensaje a Lord Scrope, solicitando formalmente permiso para visitar a su
marido.
La respuesta de Scrope llegó rápidamente, informándole que, a su leal
saber y entender, su marido no residía en Carlisle. En cualquier caso, el mensaje
continuó, Sir Hugh Graham nos ha informado de que se opone enérgicamente a
la afición de su hermana por confraternizar con delincuentes.
No era una misiva tranquilizadora, pero no podía quejarse con nadie, ya
que estaba bastante segura de que Buccleuch no aprobaría que le escribiera a
Scrope sin antes pedirle permiso para hacerlo. Aunque Hob El Ratón sabía
adónde había ido su mensajero, no le dijo a nadie más lo que había hecho, pero
cuando pasaron diez días más sin que Buccleuch se enterara, no pudo
soportarlo más. Enviando a Hob, ella le dijo:
—Ordena que me escolten. Me propongo cabalgar hacia el Hermitage en
menos de una hora. Avisa a los Bairns de Rabbie que se preparen en caso de
que yo necesite su ayuda.
—Señora, usted no puede...
—No me digas lo que no puedo hacer —soltó ella. —Arregla esa escolta y
ármalos bien. Entonces avisa a los demás. Si Buccleuch se niega a hacer algo
más para ayudar a Quinton, debo ir a Carlisle y enfrentarme a Lord Scrope, y
necesitaré a los Bairns y a nuestros propios hombres para protegerme.
—Pero, señora...
—Ni una palabra más, Hob. No te atreverías a discutir conmigo si el Señor
estuviera aquí.
—Pero si estuviera aquí... —sus palabras se quedaron en silencio ante su
creciente ira. De repente, asintió y salió.
Llamando a Ardith, Janet le dijo que empacara ropa para llevarla al
Hermitage.
—Dile a Tip que quiero la ropa que me proporcionó antes, que le devolví, y
un traje para el Señor en caso de que Buccleuch consiga que lo suelten. Tendrás
que venir conmigo —añadió. —Tendrá el diablo que pague por hacer esto, pero
al menos si tengo a otra mujer conmigo y voy en una silla de montar lateral,
Buccleuch no puede simplemente ordenarme que vuelva a casa otra vez.
Él podía, por supuesto, y ella lo sabía. No podía pensar en otra cosa durante
el enloquecidamente lento viaje hacia el sur hasta el Hermitage, pero se dijo
una y otra vez que no dejaría que él la enviara a casa. Para cuando su pequeña
compañía atravesó las puertas, ella casi se había convencido a sí misma de que
él no lo haría.

***

Quin pensaba que el alojamiento en la prisión de Carlisle era muy superior


al de Brackengill, aunque sólo fuera porque, gracias a una pequeña ventana
enrejada en lo alto de una pared, su celda disfrutaba de luz natural normal. Su
mobiliario dejaba mucho que desear, pues no había una cama ni siquiera un
banco en el que sentarse. Sin embargo, tampoco había mugre en el suelo, sólo
un montón de trapos para aliviar su dureza, cuyo origen era imposible de
adivinar.
A diferencia de Sir Hugh Graham, Scrope no lo mató de hambre, pero la
única comida que recibía cada día consistía sólo en pan y agua, y
ocasionalmente algo de sopa. Había sufrido algunas contusiones en las manos
de los hombres de Francis Musgrave antes de su llegada a Carlisle, pero se había
recuperado de ellas y no había sufrido ninguna desde entonces, aunque sus
guardias se deleitaron en entretenerlo con especulaciones sobre si Scrope lo
colgaría, lo ahogaría en un pozo, o simplemente lo enviaría a la Reina como
regalo. Sabía que había perdido peso, y la falta de comida lo debilitó, pero no
cedió. Trabajaba diariamente para mantener la fuerza que tenía.
Lo peor de todo era el aburrimiento. La ventana estaba demasiado alta para
mirar hacia afuera a menos que se empujara hacia arriba, lo cual se obligó a
hacer diariamente a manera de ejercicio. Sin embargo, no podía mantenerse allí
por mucho tiempo, y tuvo mucho cuidado cada vez que un guardia entraba en
presentar la imagen de un prisionero que se debilitaba rápidamente. La ventana
daba al este, y saber que estaba mirando hacia su casa le daba una sensación de
paz.
Para aliviar el aburrimiento y ocupar su mente, a menudo pensaba en
Jenny. Verla llorar cuando se lo llevaron le había dolido más que la paliza que le
dieron después. Pero también le había agitado su temperamento el saber que
ella había sido testigo de su humillación. Si le hubiesen dado la oportunidad de
defenderse, no dudaba que habría dado una buena imagen de sí mismo.
Pasaba buena parte de cada día, que transcurría lentamente, sentado en el
suelo, apoyado en la pared frente a la puerta de la celda, con los ojos cerrados,
imaginando a Jenny en Broadhaugh. Sin duda le estaba haciendo la vida
miserable a Buccleuch, pensó, pero quizás Buccleuch podría manejarla.
El pensamiento le hizo sonreír. Dudaba de que alguien pudiera manejar a su
Jenny. Probablemente estaba deseando ahora mismo haber nacido como un
hombre; un hombre muy poderoso, para poder liderar un ejército de diez mil
soldados para liberarlo. Probablemente también estaba deseando no haber
prometido frenar sus impulsos. Era muy impulsiva, era Jenny.
Durante las largas y solitarias horas, se presentaron varias imágenes: Jenny
con su pelo largo y plateado colgando hasta su cintura; Jenny con sus manos en
las caderas, escupiendo furia hacia él; Jenny riendo; y Jenny en la cama junto a
él, gimiendo con placer mientras acariciaba su cuerpo suave y flexible y le hacía
el amor. Ese pensamiento agitó los recuerdos de otro cuerpo, uno peludo, que
se extendía a lo largo de su trasero, ronroneando.
—Maldita sea —murmuró, —Incluso extraño a su maldito gato.
Capítulo 21
“Guau, la maldición de Cristo sobre mi cabeza, dijo,
¡Pero seré vengado de Lord Scrope!”

Cuando Janet entró en la sala del Señor en el Hermitage, Buccleuch estaba


sentado en su mesa con los libros de la finca extendidos ante él y la pierna
levantada, tal como había sido la última vez que ella lo había visto. Líneas de
dolor y preocupación se habían grabado en su cara, haciéndole parecer mayor.
—¿Qué pasa, muchacha? —preguntó. —¿Qué pasa ahora?
—Lo que está mal, señor, es que no he oído ni una palabra en quince días, y
no puedo quedarme quieta en Broadhaugh ni un minuto más.
—No hay nada más que puedas hacer, pase lo que pase —dijo, frunciendo
el ceño.
—Entonces esperaré aquí en el Hermitage hasta que alguien traiga noticias
—dijo, esforzándose por sonar implacable.
Sus ojos se entrecerraron.
—Envía a tu doncella arriba —dijo. —Hob, baja al gran salón con los
muchachos. Enviaré a buscarte cuando te necesite.
Hob se fue sin hacer comentarios, y tragando con fuerza, Janet asintió a
Ardith. Cuando la doncella se fue, se preparó, segura de que estaba a punto de
experimentar toda la fuerza del famoso temperamento de Buccleuch. Antes de
hablar, sin embargo, la puerta se abrió de nuevo, y el Laird de Gaudilands entró.
Él asintió a Janet, y luego le dijo a Buccleuch:
—¿Aún no se lo has dicho?
El ceño fruncido de Buccleuch se volvió aún más feroz.
—¡Cierra el pico, tonto!
—¿Decirme qué? —Preguntó Janet, y luego respondió a su propia pregunta.
—¡Has oído de la Reina Elizabeth!
—No lo he hecho —contestó Buccleuch. —Su embajador paloma retorcida
por las tripas se niega a escribirle, y aunque nuestro Jamie convenció al pez
chupador de pantano que escribiera a Scrope, esa carta no nos brindó más
resultados que la mía. Scrope sigue insistiendo en que no tiene a nadie más que
un famoso saqueador encerrado en Carlisle. Incluso si así fuera, todavía toca mi
honor —agregó con un gruñido cercano. —Los Ingleses han violado
flagrantemente las leyes fronterizas de las que todos dependemos. Peor aún,
han infringido mis poderes y parecen pensar que no hay nada que pueda hacer
al respecto.
Janet se mordió el labio, forzándose a guardar silencio.
Un resplandor de agradecimiento iluminó los ojos de Buccleuch.
—Habla, muchacha —dijo. —Has mostrado coraje hasta ahora. No te
guardes tus pensamientos para ti misma.
Levantando la barbilla, dijo francamente:
—Estaba pensando, señor, que de todas esas leyes fronterizas, la
inviolabilidad de la tregua parece ser la única a la que usted y sus Fronterizos
prestan atención. Pero aquí te estás comportando como lo harías si el cielo se
hubiera caído.
—Sí, ¿y qué si lo estoy? —respondió. —El objetivo de declarar un día de
tregua es asegurar que los que asisten; en particular los testigos, por supuesto,
puedan viajar en paz sin arriesgarse a ser intimidados, agredidos o golpeados en
el camino. Además, ese bastardo Scrope le informó al embajador de la Reina
que nuestra tregua sólo dura desde el atardecer del día anterior hasta el
atardecer del día de la reunión.
—Bueno, sé que eso no es lo que acordaron en Dayholm, pero si hay alguna
duda sobre eso en otro…
—No hay duda —rugió, añadiendo más suavemente: —Sólo tienes que
pensar en ello, muchacha. ¿De qué serviría una tregua que terminara antes de
que la mayoría de la gente se hubiera alejado del territorio de paz? ¡No es nada
más que ese gusano de malta Scrope escupiendo mentiras a través de sus
dientes amarillos y podridos! No tenía por qué detener a Quin ni a ningún otro
hombre dentro de mi jurisdicción.
De acuerdo, ella dijo sin rodeos:
—¿Qué quieres hacer al respecto?
—Puedo decirte lo que haría si tuviera todas mis miembros conmigo —
soltó. —Levantaría dos mil Fronterizos enfadados y derribaría las paredes de
Carlisle sobre la cabeza de ese murciélago malhechor de Scrope.
—Pero usted no tiene todas sus miembros consigo, señor —dijo ella. —
Tampoco puedes ir tan lejos con tu pierna mala. ¿Tiene algún ayudante que
pueda guiar a sus hombres?
—Nadie con mi genio —contestó. —Eso no es engreimiento —añadió
cuando ella levantó las cejas. —Es un hecho evidente. Nuestros Fronterizos no
seguirán a cualquiera. El único hombre al que podrían seguir tan fácilmente
como a mí es a Quin. Ni Todrigg ni Gaudilands, ni ningún otro hombre de por
aquí, tiene nuestra habilidad o mi poder. Tendré que pensar largo y tendido
sobre esto, pero pensaré en algo.
Aunque se moría por hacer una sugerencia, Janet se mordió la lengua, y
esta vez no le ordenó que hablara.
Gaudilands, habiendo permanecido en silencio durante el intercambio, se
enrojeció cuando Buccleuch le miró con ira y gruñó:
—¿Qué querías entonces, además de remover el carbón con la muchacha?
Con dignidad visiblemente creciente Gaudilands dijo:
—No tenía esa intención, sólo vine a ver si habías decidido lo que quería
hacer. No podemos dejar a Quin pudriéndose en una celda a conveniencia de
Scrope.
Buccleuch puso una mueca. Volviéndose hacia Janet, dijo:
—Vas a querer lavarte, muchacha. Puedes quedarte a cenar, pero luego
debes llevarte a ti y a esa joven a Broadhaugh y dejarnos este asunto a nosotros.
Respirando hondo para calmar sus nervios, dijo en voz baja:
—No quiero faltarle el respeto, señor, pero Quinton es mi marido. Me
gustaría oír su respuesta a la pregunta que le acaba de hacer el Laird de
Gaudilands.
—No te gustará —dijo. —He empeorado mi pierna cabalgando hasta aquí, y
me dicen que no debo volver a cabalgar durante al menos quince días más, a
menos que quiera arriesgarme a sufrir una invalidez permanente. No lo sé, así
que nos vemos obligados a esperar un poco más antes de poder hacer algo más
para ayudar a Quin. Aún así, Scrope no se atreverá a hacerle daño, y algo puede
suceder mientras tanto...
—¡Lo más probable que suceda es su inoportuna muerte! —contestó Janet.
—¡No puede dejarlo allí para que se pudra! Con todo respeto, señor —añadió
tardíamente.
—Tu “respeto” deja mucho que desear, muchacha.
—Tal vez estoy un poco alterada —admitió.
Inclinó la cabeza hacia un lado.
—Pensé que ni siquiera te gustaba Quin. Según recuerdo, te casaste con él
sólo porque te dejé pocas opciones.
Sintiendo una oleada de calor en sus mejillas, ella hizo todo lo que podía
hacer para mantener su semblante.
—Cuido a mi marido como debe hacerlo cualquier esposa, señor. En
cualquier caso, mis sentimientos son irrelevantes para el asunto que nos ocupa.
Señor, sería un terrible error esperar. Seguramente, puedes llamar a sus Bairns
para que te ayuden. Se han ofrecido a hacer lo que puedan, y son leales. Te
garantizo que no te fallarán a ti ni a él.
—Así que te preocupas sólo como debería hacerlo cualquier esposa, ¿eh?
—la miró sagazmente durante un largo momento, y ella se encontró
preguntándose si Margaret le había confiado sus pensamientos sobre ese tema
en particular.
Ella no respondió, y después de un momento, dijo:
—Los Bairns ciertamente me seguirían, muchacha. Además, no temas de
que haya puesto mi pierna por encima de la seguridad de Quin, permítame
asegurarle que no es así. Sin embargo, debo considerar la lesión cuando juzgo la
probabilidad de que una incursión resulte exitosa. No me gusta sentirme
indefenso, créeme, pero en las circunstancias actuales probaría más
responsabilidad siendo pasivo que activo, y mis Fronterizos, como los de Quin,
tienen suficiente sentido común para no seguir a un líder débil.
Podía ver que le había costado tanto admitirlo, pero dijo con obstinación:
—Creo que usted podría persuadirlos a seguir a alguien más, señor. Si
nombraras a alguien como Gaudilands o Todrigg como su representante...
—Te lo dije, muchacha, ninguno tiene mi habilidad —dijo Buccleuch.
—Desafortunadamente, eso es cierto —le dijo Gaudilands. —Ninguno de
nosotros tiene el don de mantener en orden a los pícaros como los Bairns de
Rabbie. Recordemos que muchos son hombres quebrantados que tienen la
misma afición a prestar su lealtad a un líder Inglés que a un Escocés. Una
incursión exitosa; especialmente de la magnitud que usted quiere, dependería
de que tales hombres accedieran a seguir nuestras órdenes sin debatir
constantemente su valor.
—Si le place, señor —le dijo Janet a Buccleuch, —Creo que puedo
persuadirlos. Ellos... han mostrado una lealtad considerable hacia mí, así como
hacia Quinton. Creo que, por nosotros, estarían de acuerdo en hacer cualquier
cosa que les ordenaras, incluso si no estuvieras presente para hacer cumplir tus
órdenes —al darse cuenta tardíamente de que sus palabras podrían ofender,
añadió apresuradamente: —No quise decir que usted necesita mi apoyo, ni el
de Quinton, para ver que sus órdenes se cumplen, señor, pero…
—Entiendo lo que quieres decir —dijo secamente Buccleuch. —Es una
suerte para ti que lo haga. Cuando no estoy a mano para golpear cabezas, mis
propios Fronterizos olvidan cualquier sentido de disciplina. Pocos líderes han
logrado el compromiso de lealtad de los hombres de Liddesdale, y mucho
menos de los que viven en las Tierras en Disputa, y nadie lo ha hecho nunca a
distancia, no sin enviar a un diputado igualmente temible.
—¿Podría al menos dejarme hablar con Hob El Ratón, señor? Confío en sus
instintos, y si cree que puede llevar a los Bairns a rescatar a su Señor, me lo dirá.
Si no puede, también lo admitirá, pero si puede, ¿proporcionaría a algunos de
sus propios hombres bajo la dirección de Todrigg o Gaudilands para ayudarles?
Buccleuch dudó, y no pudo decir si él quería rechazar la idea sin más o si
realmente estaba considerando a Hob como un líder adecuado. Sabía que sería
difícil para cualquier caballero dejarle a un súbdito la dirección de una incursión
lo suficientemente grande como para tomar el Castillo de Carlisle, pero
esperaba que él quisiera que ella le creyera dispuesto a intentar cualquier cosa
para liberar a Quinton.
Él dijo a la ligera:
—Al menos podemos intentarlo, supongo —él le echó una mirada a
Gaudilands, y ella supo que simplemente la estaba siguiendo la corriente.
Pero a ella no le importaba su razón. Ya era suficiente con que estuviera de
acuerdo.
—Gracias, señor —dijo ella. —Hablaré con Hob El Ratón de inmediato. Si
está dispuesto, podemos avisar rápidamente a los Bairns. Pero debemos confiar
en usted para un buen plan de ataque. Quinton dijo que nadie es mejor que
usted para planear una gran incursión.
Parecía divertido.
—Me halagas, muchacha. Sin embargo, no creas que puedes ponerme a
girar alrededor de tu pulgar. No habrá incursión a menos que puedas llevar a los
hombres rotos y a los Bairns de Rabbie y garantizar su absoluta e incuestionable
obediencia a Todrigg y Gaudilands, así como a Hob El Ratón.
—Bueno, creo que yo puedo hacer eso, o que Hob puede alistar su lealtad
hacia mí y hacia Quinton, pero ¿qué debo indicarle a Hob les diga exactamente?
¿Cómo haremos para reunir a todos en caso de que tenga éxito?
—Habrá tiempo de sobra para discutir eso después de que usted los haya
persuadido a aceptar a Hob como su líder y a obedecer las órdenes de los
demás —dijo Buccleuch.
—¡Pero eso es todo! La única manera en que un plan puede tener éxito con
ellos es si se pone en práctica rápidamente. Todos sabemos que los Bairns no se
quedarán sentados esperando esas órdenes, y usted dijo que no puede cabalgar
por lo menos en otra quincena...
—Quizás más —interrumpió con un gruñido.
—¡No podemos esperar! Quinton podría tener un accidente, o podrían
colgarlo por traición a la Marcha como Rabbie y decir después que lamentan
haber confundido a su ayudante con un saqueador.
—No lo harán...
—Por favor, señor, al menos haga un plan para que si todos los hombres
están de acuerdo, podamos proporcionarles una forma sencilla de saber cuándo
y dónde reunirse. De lo contrario, tendremos que perder más tiempo enviando
mensajeros para explicar los detalles.
Cuando Buccleuch dudó, Gaudilands dijo tímidamente:
—Que haya carreras en Langholm el día 12, Wat. Está bien que todo el
mundo esté allí.
—Sí —estuvo de acuerdo Buccleuch. —Dile a Hob que puede decirles a los
muchachos que les pasaremos la última palabra sobre el asunto. Tal vez mi
pierna me sorprenda, y yo estaré ahí para guiarlos —sonriendo, añadió, —Tu
corazón te ha guiado bien, muchacha, como sea que termine. Ahora, vete a
lavarte la cara. Pronto traerán la comida.
Janet hizo una reverencia y obedeció sin otra palabra. Si parecía un poco
sorprendido por su pronta aquiescencia, ella sabía que no era nada comparado
con lo que él sentiría si pudiera escuchar los pensamientos que caían por su
cabeza.
Ardith esperó para ayudarla a cambiarse el vestido para la cena, pero Janet
se negó a hacerlo.
—Empaca mis cosas otra vez —dijo ella. —Nos iremos de nuevo después de
cenar.
—¿Tan pronto te vas? Pero ¿a dónde, señora?
—Te vas a casa a Broadhaugh —dijo Janet.
—¿Pero qué hay de ti?
—No te preocupes por mí —dijo Janet, sacudiendo sus faldas mientras
Ardith intentaba arreglar su cabello. Por muy finas que fueran las trenzas rubias
plateadas, se resistieron a todo esfuerzo por mantenerlas confinadas. —Puedes
atenderme mientras ceno —añadió Janet. —No sería conveniente que fueras
sola al vestíbulo a cenar con los hombres armados.
Ardith no discutió, y Buccleuch le dio la bienvenida a la mesa, claramente
aliviado por haber logrado calmar a Janet tan fácilmente. Sabía que él creía que
su misión fracasaría, y ella se contentaba con dejarle disfrutar de esa creencia
mientras sirviese a su propósito. Cuando terminaron de comer, él se ofreció a
acompañarla hasta su caballo. Claramente ya había avisado a sus hombres,
ordenándoles que se preparasen para volver a Broadhaugh con su señora.
Janet no contrarrestó la segunda parte de esas órdenes hasta que quedaron
fuera de la vista de los hombres armados en las murallas del Hermitage. Sin
embargo, una vez en la primera subida, dijo:
—Detente, Hob. Quiero hablar contigo.
—Podemos hablar mientras cabalgamos, señora. Él Mismisimo dijo que no
debemos perder el tiempo más de lo que debamos con usted en esa silla. El
tiempo no es tan seguro en estos días, y las nubes de allá están hirviendo —
señaló hacia el oeste, donde las nubes blancas e hinchadas se estaban juntando
como lo habían hecho casi todas las tardes o noches durante semanas. Es cierto
que frecuentemente se sucedían chubascos, si no por la tarde, en algún
momento de la noche, pero Janet no quería hablar sobre el tiempo.
—Veo las nubes —dijo, —pero no vamos a volver a Broadhaugh, sea lo que
sea que traigan las nubes. Al menos, tú y yo no vamos a Broadhaugh… no
todavía.
Él se detuvo.
—¿Qué está diciendo, señora? Debemos regresar.
—Aléjate de los demás —dijo ella. Cuando él obedeció, ella le dijo en voz
baja: —¿Qué te parecería si te dijera que Buccleuch ha accedido a que
conduzcas a los Bairns de Rabbie a Carlisle?
—Creería que se había vuelto loca, señora —dijo con franqueza el gran
hombre. —El Mismísimo no trataría de ponerme en el lugar del Señor, pase lo
que pase. Hay muchos hombres en Liddesdale… sí y en Teviotdale, también... en
los que pensaría antes de elegir a alguien como yo.
—Bueno, para ser sincera, él no te eligió a ti —admitió Janet. —Lo hice yo.
Por otra parte, estoy segura de que cree que sólo me estaba siguiendo la
corriente cuando accedió a dejarle intentar persuadir a los Bairns. Exige su total
obediencia a sus mandamientos y a los de Todrigg y Gaudilandia, ya que no
estará presente para guiarlos. No cree que estén de acuerdo con eso, o que te
seguirán.
—Yo tampoco lo creo.
—Quieren rescatar al Señor, ¿no?
—Sí, pero sin un líder apropiado...
—El Señor me dijo cuando lo tuvieron prisionero en Brackengill que sólo
tenía que comunicar su paradero a sus Bairns y ellos lo liberarían. ¿No era eso
cierto?
—Sí, era verdad —dijo Hob, pero su tono era vacilante. —Pero entonces era
diferente —agregó.
—Escúchame ahora —dijo Janet con firmeza. —Aunque la lesión de
Buccleuch le impide liderar una incursión de cualquier tipo, y mucho menos una
en un castillo tan fortificado como Carlisle, ha prometido idear un plan para
llevarla a cabo. Los Lairds de Todrigg y Gaudilands guiarán a tantos hombres
como puedan reunir. Sólo tenemos que persuadir a los Bairns para que se unan
a ellos y sigan las órdenes de Buccleuch.
—Necesitaremos lenguas tan habladoras como la de Rabbie para hacer eso,
señora. Ni Todrigg ni Gaudilands saben mucho de saqueadores. Sólo se siguen a
sí mismos.
—Los Bairns podrían hacerlo por Rabbie Redcloak —dijo Janet. —Y por mí,
Hob. Muchos han ofrecido ayuda, después de todo. ¿Quién de ellos podría
persuadir a los demás?
—Sí, bueno, tal vez me escuchen —dijo Hob después de pensarlo un
momento.
—Creo que sí, pero te necesito conmigo.
—En cualquier caso, no la dejaría, señora. Tanto el Señor como él Laird
mismo esperan que la vigile.
—Lo sé —dijo Janet con suavidad, —y nadie podría mantenerme a salvo.
¿Quién más podría persuadirlos?
—Ally El Bastardo podría, si pudiera persuadirlo.
—Entonces lo persuadiremos juntos —dijo Janet.
—Pero, señora...
—Es inútil discutir conmigo, Hob. Ya hemos perdido casi tres semanas
desde que se lo llevaron. Sólo el cielo sabe lo que le han hecho o en qué estado
se encuentra. Sir Hugh ni siquiera lo alimentó, recordarás, y dudo que Scrope
sea más hospitalario. Tengo que hacer algo. En cualquier caso, no puedes ir por
Ally El Bastardo y también vigilarme, no a menos que yo vaya contigo.
—Él podría venir a Broadhaugh, ¿no?
—Iremos por él —dijo Janet con firmeza. —Escoge a otros hombres para
que nos acompañen, y escoge uno con un buen caballo en caso de que
tengamos que viajar cualquier distancia para encontrar a Ally El Bastardo.
—Sé bien dónde encontrarlo —dijo indignado Hob El Ratón.
—No discutas. Solo haz lo que te digo.
—Sí, claro —dando espuela a su poni, se acercó a uno de los otros hombres.
Janet aprovechó la oportunidad para llamar la atención de Ardith y le hizo
un gesto. Cuando la criada se acercó, dijo:
—Ese gran bulto atado a tu silla de montar contiene mi ropa extra, ¿no es
así?
—Sí, señora, y las cosas del Señor que Tip envió. Nunca confiaría tus
vestidos a estos hombres estúpidos.
—Bien —dijo Janet. —Desmonta y sígueme, y trae ese bulto.
—Pero, señora...
—Ojalá todos dejaran de decir “pero, señora” —dijo Janet. —No te pedí tu
opinión, Ardith. Solo haz lo que te digo.
—Sí, mi señora.
Los hombres, creyendo claramente que las dos mujeres buscaban la
privacidad de los arbustos cercanos por la razón habitual, no las cuestionaron y
miraron discretamente hacia otro lado. Tan pronto como se perdieron de vista,
Janet dijo:
—Conseguiste esas otras ropas de Tip como yo te lo ordené, ¿no?
—Sí, señora —Ardith cogió el paquete. —Ellos también estarán aquí.
—Sácalos y hazlo rápido. Quiero cambiarme antes de que Hob El Ratón se
pregunte por qué tardamos tanto.
Los labios de Ardith se fruncieron, luego se apretaron firmemente mientras
abría apresuradamente el fardo y se sacaba las prendas solicitadas. Janet se
quitó traje de montar con una velocidad inusual, ella envió un silencioso
agradecimiento hacia el cielo por el hecho de que la ropa masculina se ponía
más rápidamente que la femenina.
—Guardaré mi capa —dijo ella. —Lo necesitaré para calentarme, y es lo
suficientemente claro como para pasar por un hombre. Además, puede que los
muchachos no se den cuenta de inmediato de que me he cambiado de ropa.
—Seguramente verán que ha perdido sus enaguas, señora.
—Tal vez lo hagan —estuvo de acuerdo Janet, y señaló también que el
paquete de Ardith, que ya era difícil de manejar, había crecido aún más en
tamaño. Mientras se arrodillaba para ayudar a atarlo, añadió: —No importa si se
dan cuenta.
Con el bulto bien sujetado, se apresuraron a volver a reunirse con los
hombres.
Janet dijo:
—Tú y yo intercambiaremos caballos, Ardith. El suyo es un caballo pequeño,
robusto y bien construido, y es más fácil para nosotros intercambiar caballos
que sillas de montar. Quiero viajar más rápido de lo que mi sillín me permite.
—Por favor señora, dígame lo que quiere hacer.
—No te muestres tan temerosa —le dijo Janet. —Sólo voy a ayudar a Hob a
formar un ejército para liberar a Sir Quinton.
—Le garantizo que tiene más en su mente que sólo hablar —dijo Ardith con
astucia. —He visto esa mirada antes. Lo que es más, le garantizo que Hob El
Ratón no sabe todo lo que le tienes reservado.
Evitando su mirada aguda, Janet dijo:
—Harías bien en callarte, Ardith, si eso es lo que piensas.
—Sí, claro, pero cuídese. Si se lanza en una pelea es probable que el Señor
tenga algo que decir al respecto después, y eso no será tan bueno.
—Mientras esté libre, puede estar tan enojado como quiera —dijo Janet.
—Sí, bueno, primero veremos lo que Hob El Ratón tiene que decir sobre
esto.
Hob tenía mucho que decir, tanto entonces como en las horas siguientes,
pero nada de eso le sirvió de mucho.
Casi veinticuatro horas más tarde, cuando las sólidas murallas del Castillo
de Carlisle se abrían en el horizonte ante ellos, Hob El Ratón las vio con desdén.
—No sé cómo dejé que me convenciera de esto —dijo con hosquedad.
El tercer miembro de su grupo se rió, y luego se quedó en silencio cuando
Hob le miró con ira. Era más joven y de constitución mucho más ligera y se le
conocía con el interesante nombre de Wee Toad Bell.
—Venir a Carlisle era lo más natural —respondió Janet. —Una vez que
hablamos con los hombres y nos dimos cuenta de lo ansiosos que estaban por
rescatar a su Señor, naturalmente nos dimos cuenta de que todos
necesitábamos saber más sobre el lugar. Después de haber llegado tan lejos
anoche, era sólo un paso más para nosotros buscar el castillo.
—Sí, claro, así lo dice —dijo, —pero no teníamos por qué cabalgar todo el
camino hacia las Tierras en Disputa. No es apropiado que esté solo con nosotros
dos.
—Le llevó mucho menos tiempo persuadir a la mitad de los hombres,
mientras que Ally El Bastardo persuadió a los demás —le recordó Janet. —En
cuanto a montar a caballo hasta ahora, lo hicimos para reunirnos con Jess
Armstrong debido a que yo lo conocí antes con el Señor y ambos sabíamos que
era leal. Hemos discutido todo esto, Hob.
—Sí, pero sé muy bien lo que el Señor dirá al respecto. No le gustaba antes
cuando llevaba ropa de muchacho y usted cayó en un hueco, y él...
—Ya no los llevo puestos —señaló Janet, cortándole el paso sin escrúpulos.
—Estas faldas tal vez no sean lo que él desearía verme usar, pero fue una
gentileza de la hermana de Jess Armstrong prestarlas para que nos cobijen
durante la noche. Mientras que para mí era más seguro ir vestido con la ropa de
Tip para persuadir a los Bairns, hay muchos Grahams viviendo en Carlisle que
podrían conocer mi cara. No estaría bien que ninguno de ellos me viera con
ropa de hombre, así que esto me servirá mejor hoy.
Cabalgaba a horcajadas, como lo había hecho desde que se alejó de Ardith y
de los demás el día anterior, aunque ahora con las faldas dobladas hacia arriba
revelaba sus pantorrillas desnudas. Llevaba su monótona capa gris y sus botas
de cuero, y le gustaba parecerse a cualquier mujer común y corriente de la
ciudad en un día de mercado. En una canasta cubierta atada a su silla de
montar, llevaba pasteles de cordero picados que la hermana de Jess había
horneado para que los vendiera. Cualquiera que no la reconociera de inmediato
sólo vería a un vendedor ambulante común.
Hob y Wee Toad llevaban su equipamiento habitual, incluyendo sombreros
de acero 37 y chaquetas de cuero, pero ninguno de ellos llevaba el número
habitual de armas. La ballesta de Hob estaba atada a su silla de montar, su
espada colgaba a su lado, y su daga y su pistola ocupaban sus lugares
habituales. Pero no llevaba ni lanza, ni hacha de Jedburgh.
—Vamos a estimar la altura de las paredes, eso es todo —dijo.
—Bueno, debemos tener alguna idea de la longitud de las escaleras de
escalada —dijo Janet razonablemente. —Tú mismo me lo dijiste.
—Estaba hablando con Jess —dijo. —Estabas durmiendo, o eso creí.
—He aprendido la importancia de escuchar —dijo Janet. —¿Cómo las
medirás?

37
NT. Steel bonnets. Tipo de casco de metal, más pequeño y liviano que un yelmo.
—No podemos hacer más que mirar y adivinar —dijo, aún frunciendo el
ceño. —Con frecuencia, estas escaleras son demasiado cortas, pero lo
intentaremos.
Wee Toad Bell miró de un lado a otro, su cabeza moviéndose sobre su
delgado cuello como una manzana sobre una ramita. Sin embargo, no dijo nada,
habiendo encontrado el disgusto de Hob casi cada vez que había reunido el
suficiente coraje para hablar. Janet sabía que el hombre más joven sólo había
oído lo que Hob quería decirle, y ella lamentaba causar molestias a Wee Toad,
pero habiendo llegado tan lejos, no se iría de Carlisle sin antes conseguir
exactamente lo que había venido a buscar.
Pensamientos ocasionales se inmiscuían en lo que pasaría cuando
Buccleuch descubriera; como ciertamente lo haría, que ella no se había ido a
casa como él había pensado que habría hecho. Quinton también se enfadaría
con ella. No lo dudó ni por un momento, y el solo hecho de pensar en ello hizo
que le salieran chispas de hielo por las venas, pero tampoco dejó que eso la
detuviera. Hablaba en serio en cada palabra que le dijo a Ardith. Sería mucho
peor no volver a oírle regañarla nunca más. Ella soportaría cualquier castigo que
él decidiese imponer si tan solo estuviera vivo para hacerlo. En cuanto a
Buccleuch, no pensaría en ello hasta que fuera inevitable.
Su vista del gran castillo era desalentadora. La gran fortaleza ocupada,
conformada de piedra roja cuadrada, se mantenía en sólida y fuerte en la cima
de una pendiente escarpada detrás de muros lisos pero macizos. Desde su
posición en el Stanwix Bank, una línea de acantilados que se elevaba sobre el río
Eden en su lado norte, el enorme castillo parecía sobresalir por encima de ellos.
Era la fortaleza más grande de la frontera Inglesa, una fortaleza que no se podía
tomar fácilmente.
Descendieron de los acantilados para cruzar el río en un vado que las
recientes lluvias y la escorrentía de la nieve derretida habían hecho más
profundo de lo normal, y Janet notó que Hob la vigilaba de cerca. A pesar de
toda la atención que le prestaba a Wee Toad Bell, el hombre más joven podría
haber sido arrastrado a Solway Firth sin que se diera cuenta.
Casualmente, mientras se acercaban a la bulliciosa ciudad situada alrededor
de la base de la muralla del castillo, Janet dijo:
—Se te reconocerá más fácilmente que a cualquiera de nosotros, Hob.
Quizás deberías estudiar la altura de las paredes mientras caminamos un poco
más lejos de ti y nos mezclamos con la gente del pueblo. Nadie pensará que es
extraño que hayas venido a Carlisle, pero si alguien nos reconociera a ti y a mí
juntos, las lenguas se agitarían, y no podríamos ganar nada bueno de eso.
Sabiendo que él podía descartar su razonamiento como débil,
especialmente porque ser reconocido sería mucho más peligroso para ella que
para él o para Wee Toad, ella no lo miró, fingiendo estar fascinada por el bullicio
de la calle.
Wee Toad dijo alegremente:
—Es verdad, Hob. Los que conocéis en Carlisle sólo pensarían que habéis
cruzado la línea para tomar una copa en una taberna.
En vez de volver a silenciar al hombrecito, Hob dijo:
—No se aleje mucho, señora. Quiero mantenerle a la vista.
—No me desviaré mucho —dijo Janet, pensando que; mucho, era una
palabra ambigua en el mejor de los casos. —Ven, Wee Toad, vamos a atar
nuestros ponis allá.
—No, desde luego —protestó Hob, —no dejaremos buenos ponis al alcance
de estos Ingleses ladrones, pidiéndole perdón, señora.
Ella le sonrió.
—Entonces llévatelos. No puedo fingir que vendo pasteles de carne de
desde la parte atrás de un caballo.
—Era una idea tonta —dijo Hob.
—Servirá excelentemente bien —contestó ella. Sin esperar a que Wee Toad
le ofreciera ayuda, se bajó de su silla de montar y desató la cesta de pasteles de
carne. Levantándolo sobre un brazo, empezó a caminar hacia el castillo. Durante
unos instantes, sintiendo la aguda mirada de Hob, deambuló sin rumbo de un
lado a otro de la calle. Mientras el gran hombre se acercaba a la muralla del
castillo, ella hizo lo mismo, esperando que él pensase que ella estaba
merodeando cerca de él. Pero en el momento en que le dieron la espalda, ella
se deslizó entre la multitud y corrió hacia una poterna que había notado cuando
cruzaban el Edén.
—¡Señora, espere! —Wee Toad se lanzó a correr detrás de ella. Tuvo que,
por la fuerza, frenar, para que no gritara su nombre o, peor, gritar su
preocupación por que todos los que estaban en la calle la escucharan. —No
debes ir tan lejos—regañó sin aliento cuando se puso a su alcance.
—Voy a entrar en el castillo, Wee Toad —dijo ella con calma. —Si quieres
venir conmigo, cállate. Si quieres decirle a Hob lo que estoy haciendo, entonces
vete. Él no puede detenerme, ni tú tampoco. Quiero saber exactamente dónde
estos villanos tienen al Señor.
Capítulo 22
“Desearía menos al alto Castillo Carlisle
Aunque fue construido de piedra de mármol...”

Graciosamente, las cejas de Wee Toad Bell volaron hacia arriba.


—¿Cree que puede encontrarlo, señora?
—Sí, porque sé de al menos dos Grahams que trabajan dentro de los muros
—dijo Janet. —Son parientes míos, y si alguno de ellos está aquí hoy, me
ayudarán.
Wee Toad no ofreció más argumentos después de eso, siguiendo su estela
mientras se acercaba a la puerta. Casualmente, giró su cesta y sonrió al portero
y al hombre armado que estaba de guardia al lado de la puerta.
—Es una linda mañana, ¿no? —dijo ella, hablando con el amplio acento de
una mujer de la Frontera Inglesa.
—Sí, lo es —dijo el portero, sonriéndole. —¿Qué hay en tu cesta,
muchacha?
—Pasteles de carne para mi primo, Neal Graham —dijo. —¿Crees que
alguno de ustedes podría ser tan amable de traerlo para mí?
—No soy un lacayo —dijo el guardia, —pero si nos das un pastel a cada uno,
el guardia te dejará entrar y buscar a tu primo por ti misma. Les dará a los
muchachos una sorpresa ver a una bella muchacha como tú pavoneándose.
—Son bienvenidos a comer un pastel cada uno —dijo ella, agitando las
pestañas. —Neal no los echará de menos, porque he hecho muchos para que las
comparta.
—Ojalá tuviera una prima como tú —dijo el portero, tirando de la barbilla
con un grueso y sucio dedo.
Sacudió la cabeza con cautela.
—Puede que sí —dijo ella. —Te garantizo que no conoces a todos tus
primos, muchacho.
Riendo, él abrió la puerta, y ella miró el mecanismo al pasar. Sin embargo,
los cerrojos eran fuertes, y la puerta de hierro. Ya en el interior, notó que había
gruesas barras de hierro que se colocaban a lo largo de la puerta por la noche.
Sin duda Buccleuch ya conocería estos detalles, pero nunca se sabe. En
cualquier caso, decidió, sería una tontería desperdiciar esa oportunidad.
Encontrar a Neal Graham resultó ser más fácil de lo que ella esperaba,
cuando uno de los hombres en el patio interior se ofreció a buscarlo.
Unos momentos después, el fornido primo de Matty se apresuró a
atravesar un arco cercano. Si no hubiera estado buscando claramente a alguien,
Janet no lo habría reconocido, porque habían pasado años desde que ella lo
había visto y él había crecido considerablemente en circunferencia. Ella se
acercó a él antes de que él le prestara atención, y entonces lo hizo sólo porque
ella le dijo claramente:
—¿Primo Neal?
—¿Quién eres, muchacha? Estoy buscando a mi prima Matty de Brackengill.
—Mírame, Neal.
Lo hizo entonces, conmocionado, y sus ojos se abrieron de par en par.
—¿Señora Janet?
—Sí —dijo ella, —pero, por favor, no grites mi nombre a todos los que
están aquí.
—Bueno, oí que Sir Hugh estaba aquí, y me pareció extraño que Matty
hubiera venido con él, pero si ella hubiera venido contigo...
—¿Hugh está aquí? —Las rodillas de Janet amenazaron con traicionarla.
—Sí, ¿no viniste con él, entonces?
—¡No, y no debe saber que estoy aquí! Neal, por favor, te lo suplico, no se
lo digas.
—Lo más probable es que no lo vea —dijo Neal encogiéndose de hombros.
—Pero si no habéis venido con él, ¿cómo habéis llegado hasta aquí?
—Ahora estoy casada, Neal. Me casé con Sir Quinton Scott de Broadhaugh.
—Ohhh, si, escuché algo sobre eso.
—¿Está bien, Neal? ¿Le han hecho daño?
—¿Quién?
—¡Sir Quinton, por supuesto! No seas un cabeza hueca. Es un prisionero
aquí.
—Si él está aquí, señora, no lo he visto. El único prisionero que conozco es
el saqueador, Rabbie Redcloak.
—Tienen encerrado al hombre equivocado, Neal. Ese supuesto saqueador
es mi marido. Estaba con él cuando rompieron la tregua y se lo llevaron.
Por la forma en que abrió la boca, ella sabía que él quería contradecirla. Sin
duda, en cualquier versión que hubiera escuchado, nadie había roto la tregua. Él
no habló, y ella dijo en voz baja:
—Por favor, Neal, dime al menos que está bien.
—Sí, él es está bien. Esa es su ventana, la segunda desde el final en la parte
superior. Pero no lo verán mirando hacia afuera. Esa ventana está demasiado
alta en la pared.
—¿Al menos le han dado de comer?
—Le llevan comida de vez en cuando. No es como lo que está
acostumbrado al ser su marido, señora. Si lo fuera, pensarías que Sir Hugh lo
conocería.
—Él sabe muy bien quién es —dijo indignada, pero esta segunda mención
de su hermano le recordó que ella estaba tomando tiempo prestado. No tendría
ninguna oportunidad de ver a Quinton, pero había conseguido lo que había
venido a buscar.
—Debo irme, Neal. No sería bueno que nadie de la gente de Hugh me viera,
y debes prometerme que no dirás nada de esto.
—No puedo hablar mucho, señora. Si nadie me pregunta si he hablado con
ustedes, no lo mencionaré por mi cuenta.
Agradeciéndole, recordó entregarle la cesta de pasteles, sonriendo ante su
asombro. Luego, señalando a Wee Toad para que la siguiera, se apresuró a
volver al patio exterior, y hacia la poterna. Al girar, se hizo a un lado para dejar
pasar a dos hombres armados, y cuando se adelantó de nuevo, un niño que
llevaba un par de botas corrió hacia ella, con la cabeza hacia abajo, demasiado
rápido como para que ella no se topara con él. Cuando él levantó la vista, ella
exclamó en voz alta, pues era el Andrew de Meggie.
Su asombro no era nada comparado con el de él.
—¡Señora Janet!
—Andrew, ¿qué haces aquí?
—Vine con Sir Hugh y Ned Rowan —dijo el chico. —No se lo dije, Señora
Janet. Lo juro. Fueron los escoceses los que dijeron. Estaba tratando de
advertirle.
Entendiendo que quería decir que no le había dicho a nadie que había oído
a hombres relacionar a Sir Quinton con el Rabbie Redcloak, ella dijo:
—No pensé ni por un momento que habías repetido lo que habías oído,
Andrew. Hombres malvados empezaron los rumores, y fueron ellos los que
causaron que Sir Quinton fuera capturado. Pero ¿dónde está Sir Hugh?
—No lo sé Ned Rowan me envió a buscar sus botas con un zapatero de la
calle High —levantó el par que llevaba.
—No debes decirle a nadie que me has visto —dijo Janet.
—No, desde luego, no lo haré.
—¿Volverás pronto a Brackengill?
—Creo que sí. Sir Hugh y Ned Rowan irán a las carreras de Langholm el
sábado —dijo el niño encogiéndose de hombros, sin darse cuenta del efecto
que sus palabras tuvieron en ella.
Cuando Janet y Wee Toad se encontraron con Hob El Ratón fuera de las
murallas del castillo, en lugar de pensar que la presencia de Hugh en Langholm
lo arruinaría todo, había pensado en una forma de convertirlo en algo positivo.
Estaba tan encantada consigo misma con esta hazaña que pasó un momento
antes de que notara la expresión en la cara de su protector más grande. Cuando
lo hizo, decidió que era algo excelente que Hob no tuviera autoridad sobre ella.
Wee Toad se agachó detrás de ella, y cuando pareció que Hob podía pasar
junto a ella para agarrar al hombrecillo por su escuálido cuello, Janet dijo:
—No debemos quedarnos aquí. Acabo de enterarme de que mi hermano
está aquí, y no le vendría bien verme.
—No, desde luego, no lo sería —gruñó Hob. —Podría estar tentado de
darte a Sir Hugh como un pequeño regalo. No me corresponde a mí decirle lo
que tiene que hacer, señora, pero no debería haberme asustado tanto.
Al darse cuenta de que realmente lo había alarmado, se disculpó
sinceramente.
—No pensé en lo que podrías creer si yo desaparecía, Hob, pero sabía que
sólo discutirías conmigo si no lo hacía. Descubrí dónde lo tienen.
Él suspiró, relajándose visiblemente.
—No negaré que eso es bueno, señora, pero no quiero estar cerca cuando
él sepa lo que usted hizo, o cuando el Mismisimo lo descubra.
Esforzándose por sonar casual, ella dijo mientras él la levantaba hasta su
silla de montar:
—No creo que necesitemos decírselo todavía, ya sabes. Ese conocimiento, o
la falta de él, apenas alterará cualquier plan que haga para romper la muralla
del castillo, y no queremos que se enoje tanto que nos ordene olvidar nuestra
misión por completo.
La admiración de Hob por su señor era tal que resultó difícil de convencer,
pero el viaje de regreso a Liddesdale lleva tiempo, y Janet era persuasiva.
Se detuvieron brevemente en casa de Jess Armstrong y de nuevo en
Tarrasdale para que Hob pudiera transmitir su estimación aproximada de la
longitud requerida para las escaleras de escalada; pero el clima amenazador se
mantuvo a raya, por lo demás, hicieron buen tiempo.
En la cresta sobre el Hermitage, Janet hizo un alto.
—Ahora, recuerda, Hob —dijo ella, —le dirás a Buccleuch que los Bairns
han accedido a sus condiciones si él ayuda a liberar a su Señor. También debe
decirle que visitaste a Carlisle el tiempo suficiente para estimar la altura de las
paredes y que te has tomado la libertad de ordenar a los hombres que
construyan las escaleras de escalada.
—Según recuerdo, usted misma dio esa orden —dijo sarcásticamente el
gran hombre.
Ella sonrió.
—Quieren complacerme, creo. Tus Fronterizos Escoceses han sido muy
amables conmigo, Hob.
—Ellos saben muy bien lo que el Señor siente por usted, señora.
Sintiendo de nuevo calor en sus mejillas, Janet dijo apresuradamente:
—No pueden saber lo que él piensa de mí. Simplemente honran a la esposa
de su Laird.
—No, además —dijo Hob, con su áspera cara suavizándose. —Has sido muy
amable con muchos de ellos y con los suyos, señora, y no olvidarán tu bondad.
—No tenemos tiempo para esto —contestó, sintiendo una opresión
desconocida en su garganta. —Buccleuch estará esperando noticias tuyas, y
Wee Toad puede esperar aquí conmigo. Te prometo que no te dejaré
enfrentarte a él solo por mucho tiempo.
—No sé cómo lo engañarás con ese vestido, señora.
—Sólo porque sabes de dónde vino —dijo Janet. Se había quedado con las
faldas de la hermana de Jess Armstrong, no se molestó en disfrazarse para el
viaje de regreso, excepto en atar su pelo distintivo en una gorra de gran
tamaño. La gente de Quinton la conocía ahora, y no le harían daño.
Hob no parecía convencido, pero si había aprendido algo, era de la futilidad
de los argumentos cuando ella estaba decidida. Tocando su gorra, giró su poni y
cabalgó por la colina hasta el Hermitage.
Veinte minutos más tarde, después de haber dado la vuelta para acercarse
desde la dirección de Broadhaugh, le siguieron Janet y Wee Toad Bell. Un poco
para su consternación, Buccleuch estaba en el gran salón para saludarlos. Se
sentó en un gran sillón con la pierna mala apoyada en un banco acolchado.
—Te he estado esperando, muchacha —dijo, mirándola directamente.
—¿Lo ha hecho, señor? —ella sonrió. —Le garantizo que ha aprendido que
no tengo mucha paciencia. Pensé que encontraría a Hob, El Ratón, ya de regreso
con usted, así que vine a escuchar sus noticias —habiendo evitado
cuidadosamente presentarle una completa falsedad, trató de ignorar el sentido
de culpa que se agitaba dentro de ella.
Su expresión era ilegible. Él dijo uniformemente:
—Al parecer, los Bairns han accedido a seguirla. Lo reconozco, no creí que
pudiera ser tan persuasiva.
—Pero eso es excelente —dijo.
—Ciertamente —se volvió hacia Hob y dijo en el mismo tono: —Tendrás
que hacer los arreglos antes del sábado, así que consíguete algo de comer.
Entonces regresa a mí en una hora y discutiremos exactamente lo que quiero
que hagas. Todrigg está aquí, y Gaudilands vendrá más tarde. Haré arreglos para
que una escolta acompañe a su señoría de vuelta a Broadhaugh. Puedes
seguirnos después de que hayamos tenido nuestra charla.
Aunque estaba tentada a protestar por el hecho de que la enviaran lejos,
Janet se mordió la lengua.
—Iremos arriba —le dijo Buccleuch, señalando a varios de sus hombres.
Con su ayuda, y a pesar de las dificultades logísticas, subió por la escalera de
caracol hasta el vestíbulo del Señor, donde lo instalaron de nuevo. Luego, a su
brusca orden, se quitaron de en medio, dejando a Janet sola con él.
Por primera vez desde su llegada, el instinto le advirtió del peligro.
Recordándose a sí misma que él era más pequeño que Quinton o Hugh, que su
pierna lesionada hacía improbable que él pudiera hacerle daño, ella tomó aire
profundamente y lo dejó salir. No sirvió de nada. Sus nervios revoloteaban, su
piel picaba, y su boca se sentía seca.
—Así que viniste desde Broadhaugh sólo para hablar con Hob El Ratón,
¿no? —Su tono seguía siendo natural, pero ella no se dejaba engañar. Aunque
tenía muchas ganas de humedecer sus labios secos, no lo hizo, ni tampoco
respondió.
El silencio se alargó hasta que se hizo evidente que él esperaría.
—Quinton es mi marido, señor —dijo en voz baja por fin.
—Eres una mujer extraña —contestó, agitando la cabeza.
—Si te refieres a que la mayoría de las mujeres se retorcerían las manos y
llorarían, y esperarían impotentes a que los hombres actuaran, entonces tal vez
yo sea extraña —dijo.
—La mayoría de las mujeres mostrarían el sentido común de darse cuenta
de que los hombres son más aptos para actuar —replicó, sin molestarse ahora
en ocultar su ira. —No te pediré que me digas todo lo que has hecho, y por eso
puedes agradecer mi profundo afecto por tu marido. Si supiese hasta que punto
has persuadido a los hombres que me deben lealtad para que desafíen mis
órdenes, me vería forzado a castigarlos, y los necesito con todas sus fuerzas
ahora mismo. Pero no seguiré dependiendo de otros por mucho tiempo,
muchacha. Recuérdalo y al desafíame de nuevo será por tu cuenta y riesgo.
—Bueno, en cuanto a eso, señor...
—¡No hay nada en cuanto a eso! —soltó. —Harás lo que te ordene.
—Perdóneme, señor, pero en verdad, no actúo por desafío.
—Ah, Cristo, muchacha, entiendo bien por qué actúas, pero no eres un
poco más que una muchacha. Quiero a Quin libre, pero no quiero enfrentarme a
él en el caso de dejar que te hagan daño por no forzar tu obediencia.
—Por favor, señor, ¿me daría sólo quince minutos para explicar mis
pensamientos? Juro que si no puedo persuadirte, haré exactamente lo que me
pidas.
—Harás lo que se te pida, porque no hay nada que puedas decirme que
pueda alterar mi opinión.
—Mi hermano Hugh estará en Langholm —dijo. —Sin duda tendrá a varios
de sus seguidores con él.
—Sí, ¿y qué? No es inusual que hombres de ambos lados de la línea asistan
a las carreras. ¿Qué mejor manera de juzgar la carne del otro? A pesar de que es
casi una traición vender caballos al otro lado de la línea, los hombres lo hacen
todo el tiempo.
—Sí, señor, pero lo que quiero decir es que la gente de mi hermano es tan
leal a mí como a él, y no es tan inusual que las mujeres asistan a las carreras. A
nadie le parecería extraño encontrarme allí, en cualquier caso. Le escribí a Lord
Scrope hace quince días, rogándole que me diera permiso para visitar a
Quinton.
—Sé que lo hiciste, muchacha. No sería quien soy si no supiera cómo
mantener un oído atento a lo que ocurre en el castillo. También sé que rechazó
su petición.
Se preguntó qué más sabía, pero dejó a un lado el pensamiento
desconcertante para decir:
—Entonces debes ver que la gente simplemente creerá que todavía estoy
tratando de conseguir noticias de Quinton. Tendré la oportunidad de hablar con
muchos Graham, señor, y les diré lo que realmente pasó. Tengo buenas razones
para creer que muchos no saben la verdad sobre cómo se lo llevaron. Además,
independientemente de lo que pienses de ellos, no estarán de acuerdo en
romper la tregua. Eso ciertamente no puede dañar nuestra causa.
Para su sorpresa, no le ordenó instantáneamente que sacara de su cabeza
toda la idea de asistir a las carreras. Ella incluso detectó un brillo en sus ojos
cuando él le dijo:
—Creo que ya he mencionado antes que no soy tonto, muchacha. Lo que
usted dice tiene sentido, pero hay más, ¿no es así? Tú, no Hob El Ratón, eres el
faro alrededor del cual los Bairns de Rabbie se han reunido. Es por usted que
ellos actuarán y por usted que han acordado obedecer a hombres a quienes
consideran líderes menos capaces. Se me ocurre que será útil si logran
mantener su propósito firmemente en mente hasta el momento en que se
reúnan para partir hacia Carlisle.
Apenas se atrevía a respirar. Era como si le hubiera leído la mente.
—Puedes asistir a las carreras, muchacha —dijo al fin. —Mi peor temor ha
sido que sin un líder fuerte, los Bairns inadaptados de Rabbie puedan empezar a
pelear entre ellos, o simplemente ignorar las órdenes y de esta manera hacer
que toda la incursión sea en vano. Tu presencia en las carreras les recordará por
qué van a Carlisle. Hob El Ratón dará a conocer en Langholm el lugar y la hora
del encuentro con Todrigg y Gaudilands. Dirigirá a los hombres de Liddesdale
que están participando.
—¿Cuántos hombres enviará? —preguntó.
—El grupo de asalto no será grande, menos de cien hombres, pero será lo
suficientemente grande para el propósito. Queremos cruzar la línea sin llamar
demasiado la atención, y debo asegurarme de que Broadhaugh también esté
bien vigilado —ella asintió, capaz de volver a respirar con facilidad. Cien
hombres no parecían suficientes, pero sabía que una fuerza mayor haría que su
plan tuviese menos posibilidades de éxito. Llegar a las carreras sería sólo el
principio. Mientras el plan pasaba de hombre a hombre, ella hacía su parte
evitando cuidadosamente a Hugh y a cualquier Musgrave que estuviera
presente. No pensó que la buscarían, y eso subrayaría para el resto de sus
parientes lo que pensaba acerca de que ellos rompieran la tregua. Cuando
terminaran las carreras, dondequiera que se reunía el pequeño ejército,
comenzaba su verdadero trabajo.
Si Hob se sorprendió al saber que había sobrevivido a su enfrentamiento
con Buccleuch con su dignidad intacta, ella no podía ver ninguna señal de ello.
Cuando ella le informó que quería asistir a las carreras, él le dijo:
—Sí, él Mismísimo me lo dijo.
Tranquila, ella dijo.
—Vas a reunir a los hombres después, ¿no es así?
—Sí —la miraba con fascinación.
—Yo también quiero estar allí —dijo con firmeza. —Buccleuch está de
acuerdo en que los Bairns deberían verme allí —Buccleuch no había dicho eso
exactamente, pero estaba segura de que él no se opondría. No a esa parte de su
plan, en todo caso.
Había esperado encontrar resistencia, y cuando no lo hizo, sus sospechas se
agitaron. Buccleuch no era un hombre que tolerara mucho desafío. ¿Era posible
que él hubiera tomado medidas para impedir que ella pusiera en práctica su
plan?
Poco antes del amanecer del sábado por la mañana, cuando descendió al
patio, a pesar de las garantías de Ardith de que Hob y un escolta armado la
estaban esperando para acompañarla a Langholm, ella casi esperaba
encontrarlos ya desaparecidos. Estaban allí, sin embargo, y ella vio de
inmediato, por el número de armas que llevaban, que, como ella esperaba,
tenían la intención de actuar con rapidez después de las carreras.
—No quiero el sillín lateral —dijo cuando lo vio sobre su poni. —La distancia
es demasiado grande, y deberíamos viajar demasiado despacio.
Hob asintió a uno de los muchachos, y Janet casi se rió cuando el muchacho
inmediatamente condujo otro caballo desde el establo, ya ensillado con su silla
de montar cruzada favorita. Miró a Hob.
Sonriendo, se encogió de hombros, y luego fue a ayudarla a montar.
—¿Ataré este bulto a su silla de montar, señora?
—Por favor —dijo ella, esperando que no le preguntara qué contenía.
No lo hizo. Tampoco preguntó qué había sido de Ardith, y de nuevo se
despertaron sus sospechas. Seguramente se preguntó qué creía que estaba
haciendo, cabalgando a casi veinte millas de su casa sin una mujer que la
atendiese.
Habían viajado casi cinco millas antes de que el sol se asomara sobre las
colinas hacia el este. Janet, cabalgando al lado de Hob a la cabeza de su séquito,
no había hecho ningún intento de iniciar la conversación. Los hombres hablaban
entre ellos, pero Hob parecía perdido en sus pensamientos.
—Hay muchas nubes —dijo al final, mirando hacia el cielo.
—Sí, volvió a llover en la noche —dijo. —Es probable que esta noche
también llueva.
Ella lo miró directamente.
—¿Cuántos de estos hombres espera enviar conmigo esta noche?
Devolviéndole la mirada, dijo:
—Tantos como necesite, señora.
La incertidumbre la inundó. ¿Se atrevió a amenazarla?
—Te lo dije —dijo ella, —Quiero ir al lugar de reunión.
—Sí, la Torre de Tromble. Ahí es donde nos encontraremos todos.
—¿No intentarás detenerme?
—No, señora. Él Mismísimo dijo que no debía pelear con usted.
—¿Qué más dijo? —preguntó ella con suspicacia.
—Dijo que te diera en la cabeza —dijo Hob.
—¡No lo hizo!
—Sí, desde luego que lo hizo. Dijo que podía ordenar que la encerraran,
pero que probablemente usted encontraría una salida y se metería en un lío
peor.
—Yo saldría, en cualquier caso —estuvo de acuerdo Janet.
—Sí, bueno, dijo que no es nuestro trabajo ponerla en una jaula. Nuestro
trabajo, dijo, es liberar al Señor para que pueda tratar con usted.
Segura de que escuchó una nota de satisfacción en su tono, Janet no
presionó más el asunto. No la detuvo, y eso fue suficiente. Si su sangre se le
helaba un poco al pensar en enfrentarse después a Quinton, lo ignoró.
Fue una hora antes del atardecer cuando se reunieron, más de cien
personas. Janet, usando los breteles y botas que llevaba en su bulto, y vistiendo
una chaqueta de chapa como muchas de las demás, cubrió con su pesada capa
el arco de su silla de montar para aceptar el gorro de acero de color marrón
dorado que Ally El Bastardo le entregó. El casco brillaba por el pulido regular
con grasa de oveja. Era incómodo de llevar, pero se había recogido el pelo largo
hasta convertirlo en un moño para que sirviera de cojín.
Ally El Bastardo dijo con curiosidad:
—¿Por qué el sombrero, señora?
—Voy contigo —dijo ella.
A medida que se corrió la voz de su respuesta por toda la reunión, escuchó
gruesas protestas y juramentos.
—Escúchame —gritó. —Debo ir. El castillo de Carlisle es inmenso, y yo soy
la única que sabe exactamente dónde tienen prisionero a Sir Quinton.
—Sí, es verdad —gritó Hob El Ratón.
—¡Sólo díganos dónde está, señora!
—No puedo hacer eso a menos que alguien entre ustedes ya conozca lo
suficiente el interior del castillo como para entender mis instrucciones. Además,
puedo encontrar mi camino más fácilmente de lo que puedo describirlo.
Más gruñidos recibieron sus palabras, pero no hubo más protestas públicas.
Se ajustó cuidadosamente la correa de su casco, y luego se giró hacia Hob El
Ratón.
—¿Servirá esto?
—Sí, señora —dijo riendo.
—Dulce Jesús —exclamó Wee Toad Bell, agitando la cabeza. —¡El Señor nos
hará perder la cabeza por esto!
—Sólo la mía —le dijo Janet.
Hob se puso de pie en sus estribos y saludó con la mano.
—Muchachos, ¿pueden oírme?
—Sí —gritaron.
Janet inspeccionó el ejército que rápidamente llegó a considerar como
suyo. Ally El Bastardo había reunido a sus exploradores; la mayoría Armstrongs,
a poca distancia a su derecha. A su izquierda, hombres del grupo de combate
ayudaron al grupo de asalto de Todrigg a atar las largas escaleras de escalada,
dos a un poni. También los cargaban con palancas, picos, mazas, palas y otras
herramientas; cualquier cosa que pudiera ser útil para derribar paredes o
puertas, o para socavarlas, si fuera necesario.
—Ustedes conocen nuestro plan —gritó Hob. —¡Ally El Bastardo será el
capitán de los exploradores! El grupo de combate irá a mi lado, junto al Laird de
Gaudilands y a la señora. El Laird de Todrigg seguirá con el cuerpo principal.
Llevarán las escaleras y las herramientas de asalto, así que no podemos
alejarnos de ellos.
Un rugido lo saludó, y Janet sonrió ante su creciente entusiasmo. Después
de un momento, levantó una mano para pedir silencio. Cuando se volvió a
callar, gritó:
—¿Me oyen?
—Sí —rugieron.
—Recuerden, todos, esto es un rescate, no una incursión. No debe haber
saqueo esta noche.
Exagerados lamentos y quejido le respondieron.
Esperó a que el ruido amainara.
—Escúchenme bien, todos los Bairns —gritó ella entonces, queriendo
asegurarse de que ningún hombre de entre ellos pudiera decir más tarde que no
la había oído. —Nadie debe ponerle las manos encima a ningún habitante del
pueblo ni a ninguna mujer. Ningún hombre debe tomar ni siquiera una piedra
del Castillo de Carlisle o herir a uno de sus reclusos sin una fuerte provocación.
Cualquiera que lo haga responderá tanto ante Sir Quinton como ante Buccleuch.
Dicho claramente, muchachos, no debe haber asesinato ni caos. Simplemente
estamos reclamando a uno de los nuestros que fue capturado violando la
tregua.
Esta vez el silencio continuó después de que ella dejó de hablar. Pasó un
momento en el que se sintió tentada a mirar a Gaudilands o a Hob El Ratón para
tranquilizarse, pero no lo hizo. En vez de eso, gritó:
—¿Tengo su palabra, muchachos?
—Sí —le gritaron.
—¿Su palabra como fronterizos?
—¡Sí! —esta vez su respuesta fue más lujuriosa, y los aplausos siguieron.
Satisfecha, asintió a Ally El Bastardo, quien espoleó su montura y salió al galope,
seguido por sus diez exploradores. Incluso antes de que desaparecieran de la
vista, Janet los vio empezar a dispersarse, cada uno tomando una ruta diferente.
Flanqueada por Hob y Gaudilands, siguió a Ally a un ritmo más lento pero
constante, y los demás se quedaron atrás. El sol estaba justo tocando el
horizonte occidental, disparando rayos bajo el ominoso banco de nubes que se
veía en lo alto, poniendo las nubes onduladas en llamas de color naranja y rojo.
Mientras la compañía cabalgaba, el cielo se oscureció, y llegaron a la línea del
río Esk cuando los últimos colores se desvanecieron, haciendo demasiado
sombrío ver las famosas arenas rojizas en las orillas del Esk.
Ella no miró hacia atrás hasta que su caballo salió de la arena húmeda y se
metió en el agua. La excitación y el orgullo en igual medida la llenaron cuando
volvió a ver a la multitud de jinetes que les seguían. Cuando cruzó de Escocia a
Inglaterra, entendió como nunca antes lo había hecho el poderoso entusiasmo
de Quinton por la incursión.
Capítulo 23
“Pero era viento y lluvia, fuego y ventisca,
Cuando llegamos debajo del castillo...”

Oscuridad cerrada alrededor de los jinetes. Nubes negras escondían la luna,


y el viento en rachas sacudía los árboles y los arbustos y hacía que la
temperatura bajara, pero la tormenta que se acercaba emocionó a Janet casi
tanto como el tamborileo constante de los cascos detrás de ella. El plan de
Buccleuch contaba con otra noche sombría, y el esperado mal tiempo
ciertamente amenazaba. Pronto llovería, y todavía les quedaban seis millas de
territorio hostil por cruzar antes de llegar a Carlisle.
Su sangre se aceleró, y cuando los primeros copos de aguanieve le picaron
en las mejillas, sintió el impulso de gritar: “¡Volveremos a tener luz de luna!”
Solo su conciencia de que sus enemigos podrían estar al acecho cerca la
mantenía quieta.
Siguieron cabalgando, empujando con sorprendente tranquilidad hacia el
musgo del sur, pero su paso pronto se hizo más lento. Los vientos nocturnos se
volvieron más salvajes, aullando al barrer sin control a través del Rey Moro, y la
oscuridad era completa. Sin siquiera una estrella, por no hablar de una buena
luna de la Frontera, el ritmo parecía agonizantemente lento, pero una mayor
velocidad pondría en peligro no sólo a los hombres sino también su causa.
Poco después de cruzar el Esk, Ally El Bastardo envió a un hombre de vuelta
para decirles que el camino estaba despejado, y para advertirles que no
rebasaran a sus exploradores, que también, por la fuerza, se movían
lentamente. Después de eso, un explorador se reportó cada media hora y
permaneció con ellos hasta que llegó el siguiente informe antes de seguir
adelante. Lo único bueno de la lentitud era que el grupo de asalto podía
seguirles el ritmo fácilmente. No les serviría de nada llegar horas antes que los
ponis cargados, porque sólo tendrían que esperarlos.
La noche oscura y lluviosa proporcionó una excelente cobertura; Janet lo
sabía, y por eso no le importó el horrible clima. Incluso cuando el aguanieve se
mezclaba con la lluvia que caía en sábanas, y los relámpagos centelleaban y los
truenos resonaban como el fuego de un cañón, su sombrero de acero y su
pesada capa forrada de seda la protegían de lo peor del frío.
Aunque estaba a sólo seis millas del Esk, ellos tomaron la mejor parte de la
noche para cubrir la distancia al Stanwix Bank, pero gracias al clima, lo hicieron
sin conocer a nadie. La mayoría de la gente sensata se había cubierto de la
tormenta.
Por fin llegaron a la línea de acantilados que se eleva por encima de la orilla
norte del Edén, y en el resplandor de los relámpagos dentados obtuvieron su
primera vista de Carlisle. Cuando el cielo se oscureció de nuevo, Janet se volvió
hacia Gaudilands. Por encima del trueno, gritó:
—¿Cuánto falta para el amanecer?
—Dos horas, es lo más cierto que puedo estar —le gritó.
—¡El río se ve amenazadoramente inundado!
—Sí —dijo.
Con cada relámpago, incluso a través de la lluvia, llena de aguanieve, podía
ver tapas blancas espumosas en el agua enrarecida mientras descendían por la
resbaladiza pista desde los acantilados. Cuanto más se acercaban, más su
imaginación amenazaba con deshacerla. Su poni nunca lograría cruzar. Todos
ellos podrían ser arrastrados a SolwayFirth y salir al mar. La gente sensata daría
la vuelta. Entonces pensó en Quinton, prisionero y miserable en el interior del
gran castillo, cuyas inmensas murallas se asomaban oscuramente en el
horizonte sur. Ella no podía abandonarlo, ni dejar que estos hombres fieles y
decididos supieran lo asustada que estaba.
Ella también sabía que su miedo podía comunicarse con su caballo. Ya se
sentía asustada por debajo de ella. Inhalando profundamente, luchó para
estabilizarse tanto en mente como en cuerpo. La vida y la libertad de Quinton
podrían depender de ella. Los hombres seguirían sin ella, pero no lo
encontrarían tan rápido. La descripción nunca era tan buena como conocer el
lugar, o conocer la puerta detrás de la cual yacía. Su marido sin duda la acusaría
de actuar impulsivamente de nuevo, pero ella había sopesado las alternativas, y
esta vez sabía que había hecho lo correcto. Al menos, ella lo había creído antes
de enfrentarse a las hirvientes aguas del salvaje y claramente mal llamado rio
Edén.
—Seññ... mi señora... —el tono de Hob era ansioso.
Janet se giró, logrando una sonrisa para el hombre enorme, dudando de
que pudiera verlo, pero segura de que oiría su voz. Ella dijo:
—Estoy aquí, Hob. ¿Cabalgamos directamente al otro lado? Confieso que
no he cruzado antes aguas tan bravas como estas.
—Seguirán el Laird de Gaudilands con el hombre de Ally río arriba para
interrumpir la corriente, y yo me quedaré debajo de ustedes en su flanco
derecho. Estos ponis son criados para tareas como esta, así que si puedes
confiar en el tuyo, seguramente cruzarás. Y si no lo haces —añadió riendo, —le
arrebataré antes de que el agua le lave en el río.
Entonces se rió, volviendo su cara hacia la lluvia y el aguanieve.
—Cabalguemos entonces.
Cuando Gaudilands tomó la iniciativa, ella lo siguió hasta el agua. Quince
minutos después, toda su fuerza de combate estaba cruzando, al igual que la
mayor parte del grupo de asalto. Sabiendo que la tierra que tenían por delante
era en su mayor parte una ladera estéril, siguieron cabalgando hacia el castillo a
toda velocidad.
La tormenta alcanzó su cenit cuando la fuerza de asalto llegó a la muralla, y
Janet miró ansiosamente las almenas, sabiendo que todos los demás estaban
haciendo lo mismo. Escuchó atentamente las voces, pero no oyó ni vio ningún
signo de vida. Evidentemente, la gente del pueblo e incluso los guardias de
Scrope se habían refugiado de la furia de la tormenta.
Su alivio se convirtió en consternación, sin embargo, cuando las primeras
escaleras subieron, y vio que eran demasiado cortas.
—Los hombres no pueden atravesar las paredes —gritó. El viento se llevó
sus palabras, pero sabía que no necesitaba repetirlas. Todrigg y Gaudilands
también había visto que las escaleras eran demasiado cortas. Vio a Todrigg
alejar a sus hombres de la pared y se sorprendió al verlos correr hacia los ponis.
Al principio, temía que tuvieran la intención de regresar. Cuando comenzaron a
tomar herramientas de las espaldas de los ponis, ella se relajó de nuevo y volvió
a prestar atención a las almenas. El castillo podría haber estado vacío por todo
lo que podía ver.
Gaudilands condujo parte de la fuerza de combate a través de la ciudad
para asegurarse de que nadie les sorprendiera desde esa dirección, pero la
ciudad también permanecía tranquila. Otra mirada a los hombres de Todrigg les
mostró corriendo hacia una poterna con palas y picos en la mano. Otros
siguieron a los hombres de Todrigg, llevando hachas, espadas, dagas, lanzas e
incluso horcas.
Janet miró a Hob El Ratón, aún cabalgando a su lado.
—¿Qué están haciendo ahora, Hob?
—Socavarán la puerta o romperán el cerrojo y las rejas —gritó. A ninguno
de los dos les importaba hacer ruido. Nada de lo que hicieran o dijeran pasaría
por encima del muro. La tormenta era demasiado fuerte.
—Debemos quedarnos con ellos entonces —gritó Janet. —Cuando se abran
paso, entraremos con ellos. No intentarás detenerme, ¿verdad?
—No, señora, no a menos que los vea caer en una trampa. También me
necesitarán dentro, en caso de que el Señor no pueda moverse rápido por su
cuenta.
Nadie había mencionado antes, en voz alta, esta última posibilidad, pero
Janet la había pensado. No le había gustado pensar que Quinton podría estar
lesionado o, peor aún, incapacitado, pero estaba agradecida de que Hob; y sin
duda otros también, lo hubieran pensado y se hubieran ocupado del estado en
que se encontrara cuando llegara el momento.
Ella espoleó a su poni alrededor de la pared hasta la poterna y se acercó
justo cuando los hombres se abrieron paso. Vio a Gaudilands y Todrigg tomar la
delantera, abordando al portero. Otros agarraron al guardia con él, y pronto los
dos fueron atados como gansos de navidad. Los invasores los metieron en el
cuartel de guardia, fuera de la tormenta, y luego cruzaron el patio hacia el arco
que conducía al patio interior y al retén.
—Sígueme, Hob —dijo Janet mientras se deslizaba de su silla de montar y
sacaba su daga de su vaina.
Hob hizo una señal a Ally El Bastardo, que reunió a varios Bairns, enviando a
otros para ayudar a asegurar el castillo propiamente dicho. El primer grupo
siguió a Janet hasta la puerta en la pared oeste que Neal Graham le había
señalado. Las hachas y las ganzúas redujeron rápidamente la puerta cerrada y
enrejada a escombros, y ella se abrió paso cuidadosamente a través de ella
hasta convertirse en una antesala con paredes de piedra. Sosteniendo su daga
con una mano, cogió una antorcha de un soporte con la otra para iluminar su
camino.
—Adelante, muchacha —murmuró Hob El Ratón tras ella, sin tener en
cuenta las propiedades. —Estamos detrás de usted. Si la desafían, hágase a un
lado rápidamente.
—Debemos encontrar las escaleras —dijo ella.
En ese mismo momento, vio a un guardia en la habitación de enfrente, y
cuando él desapareció al verlos, el miedo se apoderó de ella de que él o alguien
más pudieran hacerle daño a Quinton. Corriendo ahora, oyendo gritos adelante,
encontró las escaleras y subió corriendo hasta el siguiente nivel, donde
encontró un corredor largo y vacío. Apresurándose a lo largo del corredor,
pasando por varias puertas cerradas, no se detuvo hasta llegar a la segunda
desde el otro extremo.
Se detuvo y apartándose, señaló.
—Ahí —dijo ella. —Oh, ¡sean rápidos!
Cogiendo un hacha de uno de los hombres que estaba detrás de él, Hob El
Ratón golpeó la puerta. El segundo golpe astilló la madera y rompió la puerta
casi en dos. Ésta se tambaleó y dio sacudidas por una bisagra de hierro, y
cuando el perno se deslizó fuera de su zócalo, esa mitad cayó al suelo. Hob El
Ratón comenzó a empujar los restos a un lado, pero con impaciencia Janet dejó
caer su antorcha y corrió por debajo de su brazo hacia la oscura celda.
—Quinton, somos nosotros —gritó. —¡Oh, querido, háblame! Santo Dios,
odio encontrarte tras las rejas.
Estaba caído en un rincón en lo que parecía un montón de trapos sucios.
Aunque él se conmovió, ella dudó de que él la hubiese reconocido.
—¡Quinton, despierta! ¡Háblame! —Agarrando su cara entre sus manos, lo
obligó a mirarla. —Es Jenny, mi amor. ¡Oh, mírame!
—¿Qué demonios? —Sus palabras eran casi indistinguibles. Si no lo hubiera
conocido bien, no los habría entendido. —No puedes ser Jenny.
—Sí, soy yo. Te desobedecí de nuevo —se enderezó, poniendo sus puños en
sus caderas. —¿Qué vas a hacer al respecto, eh? Ni siquiera puedes levantarte.
Uno de los hombres había llevado una antorcha a la recámara, y ella pudo
ver a Quinton recuperarse. Sus ojos se entrecerraron mientras luchaba para
recuperar su lucidez. Ella vio moretones en su cara, y se veía delgado y
demacrado.
—Tengo comida, amor y cerveza —dijo ella con insistencia, añadiendo en
un tono más áspero cuando no respondió: —Te llevaremos a casa. ¡Ahora,
maldita sea, levántate! No puedo llevarte, sabes.
—Yo lo llevaré, señora.
Levantó la vista y vio a Hob El Ratón que se asomaba sobre ellos.
Sintiéndose peligrosamente cerca de las lágrimas, ella murmuró:
—Sí, llévalo tú. Pero tenga en cuenta que debe estar de pie cuando
lleguemos al patio. No querrá que ningún Inglés lo saque de aquí como si fuera
un saco de ropa sucia.
—Quieres que te lave la boca con jabón de lejía fuerte —murmuró Quinton,
gruñendo mientras Hob lo levantaba y lo tomaba de un hombro.
Janet miró de arriba abajo.
—Al menos no me tiraste mi nacimiento Inglés entre los dientes, pero
prueba ese jabón, mi muchacho, y verás lo que te da. No podrías lavar ni a un
bebé, estando tan débil como lo estás tú.
—Eso ya lo veremos —dijo, y ella notó con alivio, bordeando la euforia, que
su voz sonaba más fuerte. Sin embargo, que no se quejara de que Hob lo
cargara no era una buena señal.
Siguiendo al enorme hombre y su preciosa carga fuera de la celda, decidida
a mantener a Quinton hablando con la esperanza de que le ayudara a recobrar
fuerzas, ella se burló de él de nuevo cuando llegaron a las escaleras.
—Supongo que querrás tomar el mando cuando volvamos a estar afuera —
dijo, —pero este es mi ejército, así que no pienses que puedes empezar a darles
órdenes. Me responden a mí, señor.
Hob la miró por encima del hombro, y ella estaba agradecida de ver el brillo
en sus ojos. Él sabía lo que ella estaba haciendo. Para su sorpresa, ninguno de
los otros Bairns contradijo su declaración.
Uno de ellos estaba al pie de las escaleras.
—Bien, lo tienes —dijo, y añadió alegremente: —Hemos tomado el castillo.
Dieron la voz de alarma, pero nuestros muchachos de afuera levantaron un
clamor tal que Scrope y los suyos piensan que debemos ser mil o más. Salieron
corriendo cuando oyeron el estruendo, y se escondieron en su fortaleza tras una
gran puerta enrejada.
—Déjalos allí —dijo Janet al instante.
—Sí, claro, señora, pero pensábamos que sería bueno llevar uno o dos
cautivos. Su rescate podría alimentar a todo Liddesdale durante un año o más.
—No —dijo Janet, y escuchó a su esposo hacer eco de su respuesta.
—Bájame, Hob —dijo Quinton.
Sin protestar, el gran hombre obedeció.
—No habrá saqueo —dijo Quinton con severidad, su voz sonando más
firme de lo que parecía.
—Ya les dije eso antes —dijo Janet, —y me lo prometieron —miró
directamente al hombre de la puerta. —Tú, Will Elliot, y los otros prometieron
como Fronterizos. No permitiré que te retractes de tu palabra.
—No lo haríamos, señora —le aseguró el hombre. —Sólo pensamos...
Quinton se enderezó, pareciéndose más a sí mismo.
—No haremos nada para enfadar a Elizabeth —dijo. —Scrope se ensuciará
con este asunto, tal como está, y eso debe satisfacernos por ahora. ¿Es mi capa
lo que llevas puesta, Jenny?
—Sí —dijo ella. —Está un poco húmeda. ¿La quieres?
Hob dijo:
—Tengo una capa extra y mantas en mi silla de montar, Señor.
—Quédatela entonces, muchacha —dijo Quinton. —Te mantendrá caliente
el trasero hasta que volvamos a casa.
Una nota en su voz le dijo que estaba enojado con ella, pero a ella no le
importaba. Estaba a salvo. Si él decidiera golpearla por su parte en el rescate,
ella se ocuparía de eso cuando llegara el momento.
Hob El Ratón puso una mano fuerte bajo el codo de Quinton hasta que
llegaron al patio. Luego lo soltó, pero Janet se alegró de ver que se quedaba
cerca, listo para atrapar a Quinton si tropezaba.
No lo hizo. A cada paso, su marido parecía hacerse más fuerte. El aire frío
claramente lo estimuló. Ella le vio mirar a su alrededor alerta, buscando un
ataque, pero no llegó nadie. El castillo era suyo para que lo tomaran, y ella sabía
que sus hombres debían estar deseando tomarlo, para poder decirle al mundo
que habían conquistado la gran fortaleza Inglesa con menos de cien hombres.
—Recoge a nuestros muchachos, Hob —dijo Quinton cuando se acercaron a
la poterna. —Se impacientarán, y la tentación de hacer travesuras es grande
aquí.
—Sí —dijo Hob. —Supongo que podríamos hacer pipí una o dos veces...
—Ni siquiera un trozo de la mesa de comedor de Scrope —gruñó Quinton.
—Así las cosas, gritará sus penas todo el camino a Londres. Consíguelos ahora
antes de que alguien ponga un mal pie. ¿Lo sabe Buccleuch? —añadió,
dirigiéndose a Janet.
—Sí, lo sabe —dijo ella. —Él lo planeó.
—No me digas que sabía que estarías aquí esta noche.
—Él no dijo que no podía hacerlo —dijo ella cuidadosamente.
Quinton no miró para otro lado. Sus ojos se entrecerraron, haciéndole
parecer feroz.
—Sabía que los vería partir, pero no sabía que quería venir con ellos —
admitió ella.
—Justo lo que pensaba. Bueno, puedes decírselo tú misma, y tal vez puedas
hacerle entender qué demonio te poseyó para hacer tal cosa.
—Ahora no —él dijo. —Usa el tiempo que tengas antes de que lleguemos a
casa para inventar una buena historia. No es que cualquier historia sea lo
suficientemente buena —añadió siniestramente.
Hob murmuró:
—No te habríamos encontrado tan rápido, Señor, si la señora se hubiera
quedado en casa, porque fue ella misma la que supo dónde te guardaba Scrope.
Un escalofrío le subió por la columna a Janet. Sabía que su intención era
sólo ayudar, pero por la forma en que Quinton se puso rígido, pudo darse
cuenta de que Hob sólo había empeorado las cosas.
—Hablaremos más tarde —dijo Quinton al pasar por la puerta. Saludó a Ally
El Bastardo y a los demás. Todrigg ya había reunido a la mayoría de ellos, y en
pocos minutos el resto se les unió sin signos de resistencia desde el interior del
castillo.
Mientras montaban, Quinton miró hacia atrás con una repentina sonrisa.
—Me hace sentir casi como si nosotros mismos debiéramos cerrar con llave
después de salir —dijo entre risas.
Los hombres más cercanos se rieron y pasaron su comentario a los demás,
de modo que mientras se alejaban, un creciente rugido de risa acompañó el
aullido del viento y el toque de clarín de las trompetas que resonaban en su
retirada.
Mirando hacia atrás, Janet vio balizas encendidas en el pueblo, y cuando las
notas de la trompeta y la risa se desvanecieron, pudo escuchar el sonido de las
campanas y los tambores sonando a las armas. El día estaba amaneciendo, el
aguanieve se había detenido, y aunque todavía lloviznaba, le preocupaba que
cualquiera que los persiguiera pudiera verlos fácilmente y atraparlos. Sin
embargo, una neblina espesa surgió del suelo, y para su sorpresa, cuando
llegaron al lado norte del Edén, la niebla parecía haberse tragado la ciudad.
Incluso el castillo no parecía nada más desalentador que una sombría sombra
gris en la cima de la colina.
Capaces de ver más claramente en la penumbra que durante la negra
noche, incluso la fuerza de asalto podía moverse rápidamente, y una hora de
viaje los vio en lo profundo de la Tierra en Disputa, cerca del río Esk. Janet
comenzó a pensar que su aventura terminaría sin incidentes.
Quinton cabalgaba a su lado, con una pesada capa que Hob El Ratón le
había dado y masticando pan y carne, con un trago ocasional de cerveza de un
frasco que Janet había traído. Parecía cansado, pero el triunfo en su expresión
cuando miraba a sus Bairns y a todos los que la habían apoyado le dio la
esperanza de que su ira con ella se calmara mucho antes de que llegaran a
Broadhaugh.
Diez minutos más tarde, sin previo aviso, jinetes con cascos de acero,
portando lanzas y espadas salieron galopando de la brumosa oscuridad que se
avecinaba.
—¡Emboscada! Haz sonar la carga —gritó Quinton.
—Esos son los colores de Hugh —protestó Janet mientras sonaban las notas
de la trompeta.
—Te caes hacia atrás, mi muchacha —replicó Quinton. —¡Ahora!
En vez de eso, cogió la correa de su sombrero de acero y se lo arrancó.
Cabalgando sólo por el equilibrio, se quitó el casco con una mano y cogió su
moño con la otra. Con un giro de su mano y un movimiento de su cabeza, su
cabello rubio plateado fluyó libremente. Espoleando a su caballo, ella corrió
delante de Quinton y sus hombres antes de que él pudiera darse cuenta de lo
que ella quería hacer.
—Retrocedan, Graham —gritó a los hombres que la precedieron. —No
tenemos nada en contra de ti. ¡Cabalgaremos por Escocia!
—¡Es la Señora Janet! —Las palabras volaban de lengua en lengua en un
verdadero coro. Los jinetes fuertemente armados volvieron rápidamente sus
monturas para dejarla pasar, y mientras lo hacían, ella oyó su asombro resonar
de hombre a hombre.
Sonriendo a los hombres que reconocía, siguió cabalgando, sintiendo como
si tuviera a todos a su alrededor en la palma de su mano. Su sonrisa se amplió, y
asintió y saludó a los demás al pasar.
—Señora Janet —gritaron, saludando.
Estaba disfrutando a tope, segura de que cuando reconocía a los leales
parientes de Graham en todas partes miraba que el peligro se había evaporado.
Mientras se giraba para saludar a los hombres que tenía a su izquierda, un
solitario jinete surgió de la niebla que tenía ante ella, sorprendiéndola y
forzándola a frenar con fuerza.
—¡Hugh!
—Sí, es Hugh, con razón —gruñó él. —Acompañaré al prisionero de Lord
Scrope de vuelta con él ahora, si te haces a un lado.
—No lo haré —dijo ella. —Francis Musgrave lo arrestó en violación de la
tregua, y nosotros simplemente lo hemos recuperado. Déjanos pasar, Hugh, ¿o
quieres atravesar a tu propia hermana con esa espada?
Su caballo se acercó a ella, pero él lo dominó incluso antes de que sus
hombres empezaran a murmurar en protesta. Mirándolos a su alrededor, gritó:
—El Rabbie Redcloak es nuestro prisionero, muchachos. ¿Quieren decir que
una muchacha nos hará dejarlo ir?
—No tocarán a la señora Janet —gritó una voz desencarnada de la multitud,
y otros gritaron: —¡Déjenlos pasar!
—Todos pueden pasar menos Redcloak —dijo Sir Hugh sombríamente
cuando volvió a caer el silencio. —Lo llevaremos de vuelta a Carlisle.
—No sin pelear, Hugh —dijo Janet. —Le recuerdo que el hombre al que
llama Rabbie Redcloak es mi esposo, Sir Quinton Scott. Francis Musgrave
cometió un error, y rompió una tregua honorable al hacerlo. Si presionas este
asunto ahora, serás tan culpable como él. Ahora, déjanos pasar en paz.
—Musgrave no cometió ningún error, muchacha, y bien lo sabes —dijo Sir
Hugh.
Vio la determinación en sus ojos, pero su tono era suave, no desafiante. Ella
pensó que sonaba casi cansado.
Detrás de ella, Quinton dijo:
—Pelearé contigo si quieres.
—¡No! —Janet gritó sin pensar. Mirándolo de nuevo, se dio cuenta de que
debería haberse callado, porque todo lo que había conseguido era una mirada
de enojo y nada de lo que podía decir detendría lo que estaba a punto de
suceder. Ella quería llorar, pero hombres de ambos lados gritaban por una
pelea.
Sir Hugh asintió con la cabeza y dijo con tristeza:
—¿A caballo o a pie?
—Lo que tú quieras.
—Entonces lucharemos a pie —dijo con una ligera sonrisa.
Quinton desmontó, espada en mano, y arrojó su capa a Hob El Ratón.
Tirándose al suelo, Janet se enfrentó a su marido con enojo.
—Estás demasiado débil, Quinton. ¡Te matará!
—No lo hará.
—Entonces lo matarás —luchó contra las lágrimas. —Él es mi hermano.
—Es mi enemigo, Jenny. Deberías haber hecho lo que te dije y haberte
quedado a salvo en Broadhaugh. Ahora, hazte a un lado, muchacha.
Mirando por encima de su hombro, vio que Hugh estaba tan decidido como
Quinton. Una gran mano agarró su hombro, y miró a Hob a través de sus
lágrimas.
—Debe estar alejada, señora —dijo. —No querrá interponerse en su
camino.
Ahogando un sollozo, ella dejó que él se la llevara. Los hombres de ambos
lados formaron un gran círculo, dejando espacio para que ella se parara cerca
del frente.
Quinton y Hugh giraron en círculos, observándose intensamente el uno al
otro. La luz era gris, pues aunque ya había amanecido, el día seguía siendo
sombrío y húmedo. La tierra fangosa bajo sus pies parecía resbaladiza. Si
cualquiera de los dos sobrevivía, pensó Janet, sería un milagro.
—Que Dios se apiade de ellos —murmuró.
—Sí, y sobre sus almas inmortales —murmuró un hombre junto a ella.
Dieron vueltas en círculos durante lo que parecía una eternidad. Tenían los
ojos entrecerrados, la boca abierta. Sus barbillas sobresalían tercamente.
Ninguno de los dos tenía la intención de dar cuartel.
Janet sabía lo pesada que era la espada de Quinton. La había robado ella
misma, y no creía que en ese momento él fuese mucho más fuerte que ella.
Había comido pan y carne mientras cabalgaba, y había bebido cerveza de su
botella, pero sabía que no podía estar ni cerca de su acostumbrada preparación
física. Las semanas de encarcelamiento habían tenido un alto costo, y Hugh era
un hábil espadachín.
Los hombres permanecieron en silencio. Nadie vitoreó ni gritó aliento. Sólo
esperaron. Quinton y Hugh seguían dando vueltas, sus pies con botas haciendo
ruidos de sorbos en el lodo. Llovizna ligera continuó, pero ambos hombres se
habían quitado sus mantos y cascos, y ambos parecían empapados hasta la piel.
Quinton hizo un gesto con su espada, y el arma de Hugh parpadeó para
encontrarse con ella. Quinton paró y Hugh se lanzó al ataque de inmediato. Sus
espadas parecían recibir fuego, pero después de sólo un minuto o dos, Janet se
dio cuenta de que Quinton no estaba haciendo ningún intento de atacar. Ella le
había visto pelear antes y le había visto practicar lo suficiente como para saber
que estaba fuera de su ritmo habitual. Paró cada golpe hábilmente,
conservando la fuerza que tenía, pero Hugh le presionó con intensidad.
Sabía que su hermano había insistido en que lucharan a pie porque cansaría
a Quinton más rápidamente que a caballo. La decisión fue sensata para Hugh,
que sin duda se sabía a sí mismo superado en habilidad y sólo podía esperar
derrotar a Quinton si las semanas en prisión lo habían desgastado lo suficiente.
Quinton se resbaló, y ella gritó, tapando su boca con una mano para
detener el sonido. Pero otros también gritaron a ambos lados, y el tenso silencio
se desvaneció en el alboroto. El público quedó atrapado en la pelea. Cuando
Hugh casi penetró la guardia de Quinton, sus hombres vitorearon, pero el otro
lado hizo eco de esos aplausos cuando Quinton rechazó el envite y sacó la
espada de Hugh de su mano.
La espada cayó en el lodo.
Janet podía respirar de nuevo, pensando que Hugh tendría que someterse,
pero el miedo se apoderó de ella de nuevo cuando Quinton bajó su espada y
Hugh saltó para asir la suya.
—Límpiala —dijo secamente Quinton, y uno de los hombres le tiró un paño
a Hugh.
Por algunos momentos su lucha fue más feroz que nunca.
Sudor y gotas de lluvia caían por la cara de ambos hombres, ignorados, pero
retirados por movimientos ocasionales con una manga libre, aunque empapada.
La tierra bajo ellos se volvió más traicionera por momentos. Sus pies cavaron
surcos y empujaron hacia arriba crestas mientras saltaban y esquivaban la
familiar danza de la esgrima.
La pelea parecía haber durado horas, pero Janet sabía que sólo habían
pasado unos minutos. Recordó que Quinton le dijo una vez que incluso el
espadachín más fuerte podía durar sólo diez minutos antes de que el cansancio
y el entumecimiento comenzaran.
Mientras el pensamiento revoloteaba por su mente, vio que el ritmo había
cambiado. Ahora Quinton estaba presionando. En vez de esquivar ágilmente y
moverse en círculos, presionó hacia adelante, forzando a Hugh hacia el
perímetro del círculo. Los hombres retrocedieron, pero Quinton movió
rápidamente su espada entrando, saliendo, subiendo y bajando con tal
velocidad que parecía tener tres hojas atadas a su empuñadura en vez de una
sola.
Una raíz traicionera atrapó el talón de Hugh y lo mandó a estrellarse. Al
aterrizar, la punta de la espada de Quinton tocó su garganta y se detuvo justo
antes de alcanzar su objetivo.
Janet trató de gritar pero no se oyó nada. Los rugidos de los hombres
también se detuvieron, y en el silencio que siguió, ella solo escuchó el susurro
del rápido golpeteo de gotas de lluvia.
Capítulo 24
“Si te gusta mi visita a la alegre Inglaterra
¡En la bella Escocia, ven a visitarme!”

Excepto por su agitado pecho, Quinton se quedó completamente quieto,


con la punta de su espada en la garganta de Hugh. Hugh yacía con la barbilla
hacia arriba, los ojos bien abiertos, el pecho bombeando con fuerza, esperando
el golpe de gracia.
Janet no podía respirar. Nadie habló. Los únicos sonidos que se mezclaban
con el silbido de la lluvia eran un silbido ocasional de uno de los ponis y la
respiración estertorosa de los otrora combatientes.
Entonces Quinton dio un paso atrás, levantando su espada.
Un suspiro general se elevó, pero aún así nadie habló.
Con la respiración entrecortada, Quinton dijo con un regocijo detectable:
—¿Quieres quedarte ahí hasta la Segunda Venida 38?
—Termina el trabajo, maldito seas —gruñó Hugh.
—Un buen tipo debes considerarme si crees que puedo escupir al único
hermano de mi esposa sin pensarlo dos veces. Levántate antes de que cambie
de opinión. Si quieres otra pelea, ven a desafiarme en Broadhaugh. Estoy
demasiado cansado para acomodarte hoy —con eso, le extendió una mano a
Hugh.
Después de un momento de pausa, Hugh la tomó. Sin embargo, cuando
Quinton trató de levantarlo, ambos hombres vacilaron, y al final Hugh tuvo que
ejercer lo que quedaba de su propia fuerza antes de que pudiera levantarse.
Janet quería correr y abrazarlos a los dos, y luego golpear sus dos
testarudas cabezas juntas. Como no podía hacer ninguna de las dos cosas, se
quedó donde estaba. El vapor se elevó de ambos hombres. Estaban creando sus
propias nubes de niebla.

38
NT. Hace referencia a la creencia Cristiana e Islámica entorno al segundo regreso de Jesús después de su ascensión al cielo,
basada en las profesías Mesíanicas.
Nadie parecía saber qué decir a continuación.
Finalmente, fue Hob El Ratón quien dijo prácticamente:
—Será mejor que nos vayamos a casa, Señor. La señora está empapada
hasta la piel.
Indignada, Janet se volvió hacia él, pero antes de que ella pudiera hablar,
Quinton dijo:
—Sí —y luego: —Muchachos, monten. Tendremos luz de luna otra vez.
Janet se acercó a él.
—Jenny, tú también te montas —ordenó. —¿Necesitas ayuda?
—Quiero hablar con Hugh.
—Como quieras, muchacha, pero sólo esperaremos un momento. Sabes, no
eres la única que está mojada.
¡Como si se hubiera quejado! ¡Como si realmente se atreviera a irse sin ella!
Ella le frunció el seño pero no le dijo nada, temiendo que él le ordenara
montar su caballo de inmediato y sabiendo que Hugh le apoyaría si daba tal
orden. Guardándose estos pensamientos para sí misma, asintió y corrió hacia
Hugh.
—¿Estás herido? —preguntó ella. —Golpeaste el suelo con fuerza.
—No me lo recuerdes —dijo, luciendo arrepentido.
Su actitud la sorprendió.
—Hugh, debes estar herido. ¿Es tu cabeza?
Uno de sus hombres, escuchando por casualidad, sofocó una carcajada y se
giró apresuradamente.
Janet lo miró y luego se volvió hacia su hermano.
—No quise decir eso de la forma en que sonaba, ya sabes. Fue sólo.... caer
hacia atrás así... ya sabes.
—Lo sé, muchacha. Fue una buena pelea, una pelea justa. Es mejor con una
espada que yo, aunque esté desgastado hasta los huesos como debe estar.
—Sí, puede luchar mientras duerme, creo.
—¿Es eso lo que hace en la cama entonces? —Una vez más, la extraña nota
de arrepentimiento le tocó la voz.
—¡Hugh!
—Lo siento, muchacha. Tal vez mi cerebro estaba confundido por esa caída.
—No los entiendo, a ninguno de los dos. Hace sólo unos momentos,
querían matarse unos a otros, y ahora...
—No era asesinarlo —protestó Hugh, —sólo llevarlo de vuelta a prisión.
—De vuelta a prisión injustamente.
—Sí, tal vez. Es un punto discutible ahora a menos que Jamie se lo devuelva
a Elizabeth voluntariamente.
—Sabes que él no lo hará, ni ella tampoco se lo pedirá.
—Tal vez no lo haga, pero se pondrá a gritar por esto, ya sabes. Aún podría
pedir la cabeza de tu marido en una bandeja, o la de Buccleuch. Cualquiera que
no pueda detectar su estrategia y buena mano en estos asuntos, no conoce al
hombre.
Janet se mordió el labio inferior para detener las palabras de acuerdo en su
garganta. Qué fácil era casi traicionar a alguien. No es que Hugh estuviera
equivocado, porque sabía que él tenía razón. Elizabeth, incluso el Rey James,
buscaría a alguien a quien culpar, y no se conformarían con los Bairns. Buscarían
a un líder, y cualquier sugerencia de que una mujer había instigado todo lo
sucedido sería rechazada de plano.
Incluso sin nadie que señalara a Buccleuch, James y Elizabeth asumirían que
el poderoso señor de la frontera había guiado a los rescatadores, y ninguna
negación lo protegería si decidieran acusarlo de la incursión. Lo sabía cuando
aceptó planearlo, y aceptaría la responsabilidad porque sabría que podría
haberlos detenido. Por mucho que a Janet le hubiera gustado pensar que podría
haber rescatado a Quinton ella sola, sabía que no lo habría intentado. Sin el
acuerdo reticente de Buccleuch, ella habría aceptado su derrota.
Hugh cogió su espada y se giró para coger su capa y su casco mojados del
secuaz que los sostenía.
—Hugh —su nombre saltó de sus labios sin pensarlo.
Miró por encima del hombro.
—¿Sí, muchacha?
—Me alegro de que no te hirieran.
Se volvió hacia ella, abrió la boca como para hablar, luego la volvió a cerrar
y se acercó, su largo manto colgando pesadamente de su brazo. Gotas de lluvia
brillaban en su barba. Su expresión se suavizó.
—Yo también me alegro —dijo. Luego, de prisa, poniendo una mano sobre
su hombro, añadió: —Jannie, te he echado de menos. Todos te hemos echado
de menos.
Escucharle llamarla por un nombre que ella no había oído desde su infancia
le hizo llorar. No se había dado cuenta hasta ese momento de cuánto había
extrañado a su propia gente, incluso a su hermano dominante. Era poco
probable que volviera a Brackengill para vivir, pero ahora sabía que no quería ir
por la vida pensando en la gente de allí como enemigos.
—Yo también te he echado de menos, Hugh, y a todos en Brackengill.
¿Cómo están Matty y Sheila, y los otros? ¿Y cómo le va a Meggie de Jock y sus
hijos? —no quiso decirle que había hablado dos veces con Andrew, pero se
relajó cuando él le sonrió.
—Meggie está en Brackengill, y el joven Andrew y Peter están ayudando en
el establo. Les gustan los caballos y parecen tratar bien con ellos.
—¿Y Nancy?
—Ayuda a su madre. Echaba de menos la música, muchacha —añadió. —
Todo el mundo se puso tan adusto, que no conocerías el lugar. Al principio, sólo
saqué a Meggie y a ellos de la granja porque quería mantener a Ned Rowan allí
y Meggie se negó a casarse con él. Iba a echarla, ordenarle que se fuera a vivir
con sus parientes, pero sabía que ese montón de Grahams harapientos
montarían una algarabía temible.
Cierto, pensó, pero cómo debe haberle enfadado cuando Meggie se negó a
someterse a su decreto de que se casara con Ned Rowan. Ella le dijo:
—Pero ¿por qué la mantuviste en Brackengill?
Otra vez el brillo de la tristeza bailó en sus ojos.
—Ella sabe hornear —dijo, —y es una muchacha práctica cuando todo está
dicho y hecho, cuando todo está decidido. Y, también, una vez que se instaló
como cocinera, con sus hijos corriendo por todo el lugar, algunos de los otros
aceptaron volver.
—Gracias por ser amable con ellos, Hugh.
Se encogió de hombros.
—¿Vendrás a casa de vez en cuando para visitarnos?
—Tendré que preguntarle a Quinton sobre eso —dijo.
—Sí, puedo ver cómo te inclinas ante todos sus deseos y decretos —dijo
secamente.
Ella sonrió y dijo:
—Sigue siendo mi marido.
Hugh miró más allá de ella.
—Sí, y si tienes respeto por su temperamento, te aconsejo que vuelvas a
montarte en tu caballo, muchacha. Está empezando a parecer más oscuro que
las nubes de truenos de anoche. Acude a nosotros cuando puedas —agregó. —
Serás bienvenida.
—Gracias —dijo de nuevo, sonriéndole cariñosamente.
Girando sobre sus talones con un corazón más ligero de lo que había
sentido en algún tiempo, había caminado varios pasos hacia Quinton y Hob El
Ratón antes de darse cuenta de que la lluvia había cesado y que Quinton se veía
tormentoso. Con un suspiro, aceleró su paso. Claramente su victoria sobre Hugh
no había desterrado su ira hacia ella. Ella aún tendría que responder por su
desobediencia, y por el momento él no parecía estar de humor para ser
misericordioso.
Janet prestó poca atención a su ruta hasta que las nubes se rompieron y los
cálidos rayos del sol se asomaron. Entonces, viendo que habían llegado a la
confluencia del Esk y el Liddel, se dio cuenta de que Quinton quería llegar a
Hermitage en lugar de cabalgar a través de Teviotdale hasta Broadhaugh. No
sabía si alegrarse o lamentar su presencia cuando Buccleuch se enterase de que
habían tenido éxito.
La mayoría de los Bairns y muchos de los hombres que cabalgaban con los
Gaudilands y los Todrigg se dirigieron a sus propias casas mucho antes de llegar
al Hermitage Water. Su grupo contaba con menos de una veintena cuando
llegaron al castillo.
Cuando entraron en la gran sala, Buccleuch se puso de pie para saludarlos,
olvidando claramente su pierna en su alivio al ver a Quinton. Janet pensó que se
veía mucho mejor, pero no estaba de humor para escucharla decir eso. Ni
siquiera la miró, ni mencionó su poco femenina vestimenta.
—¿Estás bien, entonces? —preguntó cuando Quinton se le acercó.
—Sí, lo suficiente —contestó Quinton.
—Se peleó con Hugh —dijo Janet.
—Y le gané —añadió Quinton.
—¿Lo hiciste? Bien hecho. Esto va a causar un maldito escándalo, sabes.
—Sí, a Elizabeth no le gustará que su fortaleza sea violada por menos de
cien hombres.
Buccleuch se encogió de hombros.
—Apuesto a que la cuenta de Scrope será de dos o tres mil, si no más —
dijo.
Con sobriedad, Janet dijo.
—Hugh lo mencionó, señor. Sospecha que tú estabas detrás de todo esto.
¿Scrope sospechará lo mismo?
—Sin duda lo hará, pero no hay diferencia. Lo haya planeado o no, Elizabeth
me culpará a mí, y Jamie también. Son mis Fronterizos, muchacha.
Llamando la atención de Quinton, Janet no dijo nada más.
Los dos hombres hablaron durante un rato sobre la incursión, pero ninguno
de ellos le hizo ninguna pregunta. Ninguno de los dos le ordenó que se fuera, así
que se sentó tranquilamente hasta que Quinton le dijo:
—No nos quedaremos, Wat. Quiero volver a casa en Broadhaugh.
Sorprendida, dijo:
—¡Deberías descansar! ¿No deberíamos pasar la noche aquí, al menos, y
volver mañana?
—Quiero dormir en mi propia cama —dijo Quinton. —No he pensado en
más nada estas últimas cuatro semanas.
—Estarás a salvo aquí —dijo ella.
—También estaré a salvo en casa —dijo. —¿Estás lista, o deberías hacer tus
necesidades antes de que nos vayamos?
Dándose cuenta de que no serviría de nada discutir con él, se preparó para
irse. Varios de sus hombres aún estaban en el castillo, pero si estaban
decepcionados por partir tan pronto, ninguno de ellos lo dijo.
Excepto por unas pocas nubes blancas que corrían por encima, no había
nada que les recordara la gran tormenta. El aire se calentó mientras cabalgaban,
y las millas hacia Broadhaugh pasaron rápidamente, casi demasiado rápido para
satisfacer a Janet. Ella sabía muy bien que una de las razones por las que
Quinton tenía tanta prisa por regresar era que quería tratar con ella en privado.
Cuanto más se acercaban a Broadhaugh, más nerviosa se ponía.
Cuando las murallas del castillo aparecieron a la vista, ella le miró, pero él
no parecía enfadado. Sus ojos brillaban y sus labios se abrían. Miró a
Broadhaugh, que, a la luz del sol, parecía una corona de oro en la escarpada
cima de la colina con las brillantes aguas de Teviot y Broadhaugh Water
formando una cinta azul ondulante a los pies. Lo que Quinton había estado
pensando o sintiendo antes, lo único que tenía en mente ahora era su regreso a
casa. Se sintió relajada.
En el patio, despidió a sus hombres, dando órdenes solo para estar seguro
de que algunos mantendrían una guardia normal en las murallas mientras que
otros necesitaban descansar.
Janet habló con uno de los sirvientes, ordenando que la cena se sirviera tan
pronto como el cocinero pudiera preparar una comida decente para ellos. Se dio
la vuelta y se dio cuenta de que Quinton seguía hablando con Wee Toad Bell y
Hob El Ratón.
—¿Queréis quedaros a cenar con nosotros? —preguntó.
Los labios de Hob se movieron, y ella vio que él evitaba mirar a Quinton.
Wee Toad no tuvo tanto tacto. Con una mirada a Quinton, dijo
apresuradamente:
—Será mejor que me vaya a casa con mi propia muchacha, señora. Estará
preocupada por mí.
—Hob también tiene que irse —dijo Quinton. —Necesita dormir bien.
—Cierto... eso es cierto —dijo Hob.
Ella vio simpatía en sus ojos.
Instantáneamente, ella se enderezó, dándole una mirada.
—Gracias, Hob, por toda tu ayuda. Nuestra empresa nunca hubiera tenido
éxito sin ti. Tú también, Wee Toad. Mi marido es afortunado al tener
compañeros tan leales.
Ambos hombres asintieron con gratitud. Entonces Hob dijo:
—Fuiste tú misma la que lo hizo, señora. Ninguno de nosotros habría
pensado en tomar a Carlisle si no nos hubieras incitado a hacerlo. El Señor
debería estar agradecido de tener una esposa tan valiente. Vendré por la
mañana para recibir órdenes, señor —agregó. Metiendo su sombrero de acero
bajo su brazo, agitó su versión de una reverencia y se fue, con Wee Toad Bell
corriendo tras él.
El silencio reinó durante varios momentos antes de que Quinton dijera
provocativamente:
—Ojalá pudiera estar seguro de que sigo siendo yo quien reclama su
lealtad.
—¡Sabes que lo eres!
—Sí, tal vez. ¿Ya me has inventado ese cuento?
—No tengo necesidad de inventar nada. Sabes perfectamente bien todo lo
que pasó. Has hablado de todo el asunto con Buccleuch, ¿no?
—Sí, y me dijo que no sabía que querías acompañar a los muchachos a
Carlisle. Si no fuera un buen marido, te dejaría responderle por eso.
—Le dijo a Hob que me dejara tener mis pensamientos —dijo ella, sin ver
razón alguna para decirle que Buccleuch también le había dicho que se la dejaría
a su marido para que se ocupara de ella más tarde. —Además —añadió
pensativamente, —no parecía enfadado.
—No, estaba furioso —dijo Quinton. —Lo conozco mejor que tú.
Eso era cierto. Aún así, no pensó que Buccleuch se había enfadado.
—Tiene un temperamento temible cuando está enojado —dijo.
—Sí, es un rasgo heredado.
No parecía haber nada beneficioso que decir al respecto.
—Deberíamos entrar —dijo al fin. —Les dije que prepararan tu cena tan
rápido como pudieran.
—Bien, estoy hambriento. Pero primero quiero lavarme el hedor de Carlisle
yo mismo.
—Ve arriba entonces. Enviaré hombres con una bañera, agua y jabón —dijo
ella
Sonrió, pero había poco humor en la sonrisa.
—No necesito una bañera, muchacha. El Teviot me servirá bien. ¿Por qué
no caminas conmigo? Si aún tienes tu pequeña daga, puedes cortarme un buen
azote mientras disfruto de mi baño.
Espinas apuñalaban su columna, pero ella no le dio la satisfacción de ver
que sus palabras la perturbaban lo más mínimo. En cambio, con calma, dijo:
—Incluso en el Teviot, señor, querrá un poco de jabón. Y te garantizo que te
gustaría ponerte ropa limpia después de usar esas ropas todas estas semanas.
Se ven y huelen como algo que debería ser enterrado.
Se encogió de hombros.
—Ya casi no me doy cuenta del olor.
Se arrugó la nariz.
—Le diré a Tip que te traiga ropa limpia y te traeré jabón. Vaya al río. Te
encontraré.
Le dio una mirada severa.
—Más te vale. Si tengo que ir a buscarte, lamentarás haberme metido en
problemas.
Ella miró hacia atrás.
—No soy una cobarde, señor.
Entonces sonrió, una verdadera sonrisa.
—No, Jenny, desde luego que no. Vete ahora, y recoge lo que quieras, pero
bájalo tú misma. Estaré en el río.
Se fue rápidamente y pronto encontró a Tip, diciéndole que su Señor
necesitaba una muda de ropa.
—Cosas cálidas —agregó. —Le gustará estar relajado después de nadar en
el río.
—No es tan malo, señora —dijo el hombre mientras recogía la ropa
necesaria. —Estamos en abril, el frío se ha ido, y el sol brilla. Los Bairns han
estado nadando hace una noche o más en estos días, y en realidad no nadan
tranquilos, prefieren estar chapoteando alrededor. Estarán entrando y saliendo
del agua todos los días hasta que deje de nevar.
Sus palabras despertaron una idea. Rápidamente arrebató el bulto que él le
había preparado, ella bajó apresuradamente por las escaleras y salió por la
poterna, luego bajó por la colina hacia la curva del río, donde Quinton había
dicho que le gustaba bañarse.
Estaba en el río, chapoteando infantilmente en una piscina profunda.
Ella saludó con la mano.
—He traído jabón. ¿Lo quieres?
—Sí, tíralo aquí. Déjame ver si tienes un buen brazo para lanzar.
Ella lo tiró, y él lo atrapó fácilmente. Metió la cabeza por debajo y subió
sacudiéndola. Gotas de agua volaban por todas partes, brillando a la luz del sol.
Se enjabonó toda la cabeza, luego se trasladó a aguas poco profundas y se puso
de pie, un reluciente dios húmedo y musculoso. Janet lo miró fijamente,
pensando en lo mucho que le había echado de menos. Había perdido peso, y su
cuerpo estaba pálido en todas partes. Incluso sus brazos, que habían sido
profundamente dorados por el sol, se habían descolorido casi hasta igualar las
partes más blancas de su cuerpo.
Recordando su plan, arrancó la mirada de su todavía espléndido cuerpo y
pronto espió la ropa que había derramado en una pila cerca de la orilla del río.
Los arbustos y los árboles de mayo crecían cerca del río, y ella cuidadosamente
metió su bulto entre el follaje de uno de ellos, donde se mantendría seco y fuera
de la vista. Luego, caminando hacia la pila de ropa desechada, empezó a
recogerla en otro bulto, con botas y todo. Dejando sólo su espada y su daga, ella
se dio la vuelta y volvió a entrar en los arbustos y se adentró en la espesura de
los árboles. Mirando por encima de su hombro, vio que él seguía fregando,
claramente disfrutando, contento de estar limpio de nuevo. Sonriendo, ella
volvió a entrar en el arbusto, fuera de su vista.
Se movió con cautela para que él no pudiera saber con exactitud dónde
estaba agitando los arbustos, y se alejó río arriba de él, escuchando, consciente
de que él ya había tardado más de lo esperado en darse cuenta de que ella se
había ido. Claramente se sentía a salvo de ser atacado, aunque estaban fuera de
la vista de las murallas del castillo. Si hubiese estado tan alerta como siempre,
habría notado sus movimientos en el momento en que ella se dio la vuelta.
La perspicacia se agitó, y ella se preguntó si él la estaba ignorando a
propósito para atender sus propias necesidades. Probablemente pensó que ella
estaba preocupada por si él realmente quería golpearla, preguntándose si
realmente haría que ella cortaría el mimo azote que él usaría. Sin duda quería
que ella lo supiera.
Para cuando él gritó su nombre, ella ya estaba lo suficientemente lejos en el
río como para cumplir con su propósito. Rápidamente se quitó la ropa
masculina que aún llevaba puesta y la dobló en una pila ordenada sobre una
roca cálida, colocando sus botas y su daga junto a ella.
—Jenny —rugió, —¡respóndeme! ¿Dónde diablos está mi ropa?
Manejando una sonrisa, fingiendo que no se había asustado ni en la mitad
de su tranquilidad, se giró y se metió en el agua, dándose cuenta
instantáneamente de que la noción de calor de Tip y la suya propia estaban
muy, muy separadas. Pero ahora estaba desnuda, y si alguno de los hombres de
Quinton lo escuchaba gritar, los dos pronto tendrían compañía no deseada.
Tenía que darse prisa.
Sin dejar de pensar en la ira de Quinton o en la temperatura del agua, se
sumergió y salió chisporroteando. El agua helada la dejó sin aliento, y se dio
cuenta de que su temperatura podría enfriar su plan antes de que pudiera
ponerlo en marcha. Ella no podía dejar que eso pasara. Nadando hacia el medio,
dejó que la corriente constante la llevara río abajo. La corriente no era
particularmente rápida, pues justo allí el río fluía ancho sobre bancos de arena
poco profundos a ambos lados.
Ella vio a Quinton antes de que él la viera. Estaba cerca de la orilla del río en
agua hasta las pantorrillas, las manos sobre las caderas desnudas, mirando a los
matorrales como si su ira pudiese forzarla a que se materializase de la nada.
Pudo ver que la corriente se aceleraba no muy lejos de él, porque había
rocas en el lado de Broadhaugh, y agua espumando a su alrededor. Gracias a las
enseñanzas de Hugh años antes, ella era una nadadora fuerte y sabía cómo
trabajar con la corriente para evitar ser arrastrada, pero no le serviría de nada
dejar que el agua la arrastrara demasiado rápido más allá de Quinton. Si tuviera
que perseguirla río abajo, su ira sólo aumentaría.
Ella silbó y tuvo la satisfacción de verle sobresaltarse. Miró a derecha e
izquierda, luego río arriba, pero su mirada pasó por encima de ella porque
estaba buscando en las orillas del Teviot. Ella silbó de nuevo.
—¿Qué demonios? —Su voz llegó fácilmente a sus oídos. —¿Jenny?
Ella saludó con la mano.
—¡Qué diablos! —se dirigió impulsivamente hacia ella, y se resbaló o se
metió en un hoyo, porque se tropezó con el agua y subió jadeando en busca de
aire. Pero rápidamente volvió a encontrar sus pies y se lanzó en pos de ella.
Cuando sus manos se cerraron alrededor de sus tobillos desde abajo, ella gritó y
trató de liberarse.
La sostuvo con facilidad, y lo siguiente que supo fue que sus manos estaban
a la altura de su cintura, y luego se había girado, poniendo un brazo alrededor
de sus hombros, para que su cabeza descansara contra él. Con unos pocos
golpes fuertes, estaba en el agua lo suficientemente poco profundo como para
volver a estar de pie. Su cuerpo presionó contra el de ella, y ella se apoyó en él.
—¿Estás bien? —le gruñó al oído.
—Sí, estoy bien.
—¿Dónde diablos está mi ropa? De hecho, ¿dónde diablos están las tuyas?
Su mano se movió hacia un pecho desnudo, y ella jadeó.
—Las tuyas están allá en la orilla donde están esos árboles. Las mías... —ella
se rió. —Las mías están río arriba. Sólo pensé en sorprenderte, no en cómo
volvería con ellas.
—Confiada, muchacha, debería golpearte aquí y ahora. ¿Me pregunto si
hubo alguna vez antes de una muchacha tan impulsiva y tonta?
—Deberíamos estar en el agua o fuera de ella, señor. ¿Perdiste el jabón?
—No lo hice. Está en esa roca a plena vista. ¿Lo quieres?
—Sí, ya que estoy mojada. Esas ropas que me prestaron no son mucho más
dulces que las tuyas.
—Entonces puedes dejarlas donde están.
—¡Quinton! ¿Me harías desfilar por el patio desnuda?
—No me tientes, Jenny. Te mereces lo que sea que yo elija hacerte —se
movió a buscar el jabón mientras hablaba, y ella se escondió en el agua, ya que
ahora se sentía más caliente al estar dentro y fuera del alcance la brisa.
Ella esperaba que él se burlara de ella. Seguramente no la haría caminar
desnuda de vuelta al castillo. Mirando hacia atrás, hacia donde había dejado su
ropa, se preguntó si la corriente era lo suficientemente suave como para dejarla
nadar contra ella.
—Ni siquiera pienses en volver a nadar —le advirtió, vadeando hacia ella
con la pastilla de jabón en una mano extendida. —Sólo te agotarías.
Ella buscó el jabón, pero él lo mantuvo alejado, fuera de su alcance.
—No te burles de mí, Quinton. Esta agua es poco más que hielo derretido.
—Cuanto antes te lavemos, antes te calentarás de nuevo. Levántate,
muchacha.
Involuntariamente, miró hacia el recodo del río y el matorral de árboles que
ocultaban el castillo.
—Nadie vendrá si no les grito —dijo. —Ahora bien, puedes levantarte, o si
lo prefieres, puedes ir y darme el azote que te pedí.
—Dejé mi daga con mi ropa.
—Puedes usar la mía —esperó, con los brazos cruzados sobre su pecho.
Lentamente, a regañadientes, se puso de pie.
—Extiende los brazos.
Ella le obedeció y él le enjabonó los brazos, comenzando con las puntas de
los dedos de la mano izquierda y enjabonando con jabón su hombro. Luego hizo
lo mismo con el brazo derecho.
—Ya puedes bajar los brazos y darte la vuelta —dijo.
Temblando, ella obedeció.
—Date prisa —dijo ella. —Seré un bloque de hielo antes de que termines.
—Entonces tendremos que pensar cómo descongelarte, ¿no?
El filo agudo de su voz la mantuvo en silencio mientras la enjabonaba la
espalda, las nalgas y los muslos. Pronto, a pesar del agua fría que se
arremolinaba a sus pies, el sol comenzó a calentar el resto de ella.
—Gira de nuevo.
Ella dudó.
—Ahora, Jenny. Vuélvete y mírame.
Se volvió, sus ojos al principio abatidos, pero cuando vio que estaba
excitado, levantó la vista con sorpresa.
Estaba sonriendo.
—Lo que le haces a un hombre es probablemente prohibido por la iglesia,
muchacha —dijo. —Acércate más ahora.
Olvidó el agua fría y se acercó para que él pudiera enjabonarle los pechos y
el vientre, pensando ahora sólo en las sensaciones que él revolvía en su cuerpo
con el jabón. Bajó la barra hasta la unión entre los muslos de ella, y sus dedos le
hicieron cosquillas y penetraron, haciéndola gemir suavemente e inclinándose
hacia él. Su mano libre estaba en el pecho derecho de ella, deslizándose sobre el
pezón, acariciándolo, moviéndose hacia su garganta y luego hacia el pecho
izquierdo. La barra de jabón y los dedos de su mano derecha continuaron con su
ocupado trabajo, acariciándola, haciéndola retorcerse y arquearse contra su
mano.
—Tenemos que enjuagarte el jabón, cariño —murmuró. —Quiero entrar
donde hace calor para continuar con esto —con eso, él la recogió y caminó
directo a la piscina profunda con ella, sosteniéndola cerca mientras él agitaba el
agua sobre y alrededor de ambos para enjuagar su jabón. —Ahora, muéstrame
dónde está mi ropa.
—La mía también —dijo ella mientras él la ayudaba a salir del agua.
Caminando cautelosamente sobre guijarros sueltos, raíces y otros escombros en
la orilla del río, ella lo llevó al árbol donde había dejado los paquetes de su ropa.
—Aquí —dijo, entregándole la camisa que Tip le había enviado. —Ponte
esto.
—Pero mi ropa...
—No vamos a ir río arriba a donde sea que los dejaste sólo para traer esas
ropas sucias —dijo.
—Pero...
—No —dijo simplemente. —Tip puede encontrarlos él mismo, y nunca más
los volverás a usar, Jenny. ¿Me entiendes?
—Sí, señor, pero por favor no me hagas volver desnuda.
—Entonces ponte esa camisa.
A regañadientes, ella le obedeció, y luego se rió cuando el dobladillo de la
camisa llegó a sus rodillas y los volantes de sus mangas colgaron a centímetros
por debajo de las puntas de sus dedos.
—Vas a poner una nueva moda —dijo, riendo también.
—No estoy vestida decentemente —dijo ella, —¿y qué te pondrás?
—El jubón, los pantalones y la chaqueta serán suficientes. Puedes usar mis
medias altas para mantener tus piernas calientes, y la capa. Nadie verá que
estoy con las piernas denudas debajo de mis botas y de mis pantalones. Tip
envió suficiente ropa para una noche de invierno.
—Le dije que tendrías frío —dijo mientras se sentaba en una roca para
colocar las medias de punto sobre sus piernas. Cuando ella las ató, él puso su
capa sobre sus hombros. Aunque le llegaba hasta la rodilla, le colgaba
respetablemente hasta los tobillos. —No tengo zapatos —dijo ella. —Si fuera
tan amable de traerme las botas y la daga...
—No los necesitarás —dijo, abrochando sus pantalones.
—No puedo volver a caminar con tus medias altas. No proporcionan
suficiente protección para mis pies. Además, se engancharán con todo lo que
encuentre a cada paso que dé.
—Más vale que no. ¡Ese par me costó cinco chelines!
—Bueno, pero… —La protesta terminó en un chillido cuando él la recogió y
la arrojó sobre su hombro. —¡Quinton! ¡Bájame!
—No puedo tenerte enganchando a mis medias, cariño. Ahora cállate.
Haces que me zumben los oídos.
—¡No me callaré! ¡Bájeme, señor!
En respuesta, le dio una palmada en el trasero.
Jadeando, se quedó en silencio al instante.
—Así está mejor —dijo amablemente. —Habrías sacado a la guarnición con
ese chirrido tuyo. Ahora, mira si puedes comportarte hasta que volvamos
adentro. Quiero calentarme de nuevo.
Con el consuelo de saber que su situación podía ser mucho peor, Janet se
calló, pero juró que de una forma u otra se vengaría de él.
Cerró los ojos cuando entraron en el patio por la poterna, ignorando los
gritos y las risas que les saludaban. Quinton la llevó dentro y subió por las
retorcidas escaleras. Cuando llegaron al rellano del salón del Señor, ella abrió
los ojos cuando un sirviente le dijo:
—Señor, el cocinero dice que puedes cenar enseguida.
—Dile a Cook que lo mantenga caliente —dijo Quinton sin pausa. —Tengo
negocios con mi chica antes de comer.
Janet volvió a cerrar los ojos con fuerza, temiendo que si no lo hacía vería la
mirada de asombro o de caballo del muchacho, su diversión al ver a su señora
llevada colgada por las nalgas como todo un premio de guerra.
Subieron más escaleras hasta llegar a la alcoba de Quinton. Abriendo la
puerta, él entró, todavía sosteniéndola.
—Vete, Tip —dijo.
Deseando que fuera la gata salvaje a la que más de una vez la había
llamado, para que pudiera gruñir y rascarse, Janet apenas respiró cuando sintió
que Tip los dejaba.
—Bienvenido a casa, Señor —dijo educadamente. —Buenas noches,
señora.
El sonido que salía de la garganta de Janet en respuesta sonaba más como
un gruñido que como un comentario humano.
Quinton la dejó en el suelo.
—Creo que esa es mi ropa, cariño —dijo. —Veamos ahora. ¿Voy a ver cómo
te los quitas o lo hago por ti?
Capítulo 25
“Ven, abrázame fuerte, y no me temas,
El hombre que más amas.”

Las rodillas de Janet se sintieron débiles, y ella miró a Quinton con cautela.
—No sé qué preferirías —dijo ella, esforzándose por sonar tranquila y
apenas capaz de oírse a sí misma a pesar de los latidos de su corazón.
Sus cejas se elevaron.
—Así que mis preferencias son importantes para ti, ¿no?
—Quinton, yo…
—Contéstame, muchacha. Dime lo importante que es mi voluntad para ti.
Ella no podía seguir su estado de ánimo. Justo antes de que dejaran el río, él
había parecido alegre, pero ahora ella no estaba segura de lo que él parecía. Al
tragar, se recordó a sí misma que él había estado en prisión durante semanas.
No sólo eso, sino que había luchado contra Hugh, había cabalgado desde Carlisle
hasta Hermitage y luego hasta Broadhaugh, y se había dado un refrescante
baño antes de llevarla de vuelta al castillo. No le quedaba mucha fuerza. Incluso
si la castigase como la había amenazado antes, ella probablemente sobreviviría
a la prueba con solo unos pequeños moretones. Y el hecho es que ya no parecía
estar pensando en el castigo.
Respirando hondo, dijo:
—Usted es importante para mí, señor, más de lo que puede pensar.
Vio como sus labios se movían, y definitivamente pudo discernir un brillo en
sus ojos, pero él agitó la cabeza.
—No le oigo decir, sin embargo, que mis órdenes son importantes para
usted.
Tranquilizada por el tic y el brillo, se arriesgó. Mirando a sus ojos, ella cogió
el broche que sujetaba su capa a su garganta, la soltó, y se encogió de hombros,
dejándola caer a un remanso de lana oscura a sus pies. Luego, sosteniendo y su
mirada, levantó el dobladillo de la camisa lo suficiente como para llegar a los
puntos de encaje de los medias altas y holgadas, que simplemente había atado
alrededor de sus muslos. Un empujón envió primero a uno y luego al otro para
unirse a la capa. Saliendo de la piscina de ropa, metió el dedo en el cordón de la
camisa, y luego se detuvo.
El hambre en sus ojos era clara. Él esperó.
Ella no se movió.
—Quítatelo, muchacha —murmuró.
—Tal vez —aún mirando sus ojos, se lamió los labios invitándola y movió su
mano del cordón para tocar su pecho. Rozando un dedo contra un pliegue del
material allí, dejó que su mano girara, por lo que la parte posterior de sus dedos
rozó el pezón. Ella lo oyó inhalar. Los únicos otros sonidos eran el movimiento
de una cortina movida por una brisa a través de la ventana abierta y el lejano
murmullo del río.
—Ven aquí —dijo Quinton, su voz sonando más grave de lo habitual, como
si casi no hubiera salido de su garganta.
—Tal vez —dijo ella de nuevo, las yemas de sus dedos aún moviéndose
suavemente mientras agarraba con su otra mano para desatar el cordón. La
abertura de la camisa se abrió. Sabía que era lo suficientemente ancho como
para que se le resbalasen los hombros. Distraídamente, se arrastró con las
puntas de los dedos hacia su cuello, jugando con el estrecho borde de encaje.
Con su otra mano, un herretea la vez, soltó el cordón, dejando que la abertura
se abriera cada vez más.
Quinton la miraba, transfigurado. Vio que la punta de su lengua se le
escapaba para humedecer sus labios, y vio también que se estaba excitando
tanto como lo había hecho en el río. Ya no la miraba a los ojos. Estaba mirando
sus manos.
Despacio, despacio, soltó la camisa de un hombro y luego del otro,
dejándola deslizarse por sus brazos hasta que la parte superior de sus pechos se
vio por encima del borde de encaje de la abertura. Luego, sin decir nada más,
bajó los brazos y dejó que la camisa se deslizara por ellos y cayera al suelo.
Quinton estaba prácticamente jadeando. Ya estaba buscando los botones
de su jubón. Ella sonrió y se adelantó, desnuda.
—Déjame —dijo ella.
Sus ojos se abrieron de par en par, pero no habló, quitando sus manos y
dejando que se relajaran a sus lados. Ella desabrochó el primer botón,
tomándose su tiempo, sabiendo que cuanto más tiempo tardara, más se
excitaría él.
No esperó a que ella terminara. Cuando ella alcanzó el tercer botón, él la
agarró y la tiró a sus brazos, abrazándola fuerte y reclamando sus labios con los
de él. Él gimió profundamente en su garganta cuando ella respondió, y un
momento después, la levantó y la llevó a la cama.
Ella yacía allí y observaba mientras él se deshacía del jubón, los pantalones
y las botas. Su hambre por ella era tan clara que se preguntaba si él se arrojaría
sobre ella y se la llevaría rápidamente. Hasta el momento en que él se quedó
desnudo, mirándola, ella pensó; incluso esperó, que lo hiciera, y su propio
deseo se encendió en consecuencia.
Se subió a la cama, pero luego, con una sonrisita irónica, dudó.
—Deberías tener cuidado, muchacha —dijo, —no sea que te cuelguen por
brujería.
—¿Va a hablar o a hacer el amor, señor?
Riéndose entre dientes, lamió un dedo y lo tocó en la punta de un pecho.
Ella jadeó y se acercó a él, pero él se echó hacia atrás.
—Es mi turno —dijo.
Sonriendo, ella dijo:
—Haz lo peor, entonces. Sobreviviré.
Su mano dejó el pecho de ella y se movió hacia abajo, hacia el vientre de
ella y hacia abajo. Ella cerró los ojos, dejando que las sensaciones fluyeran a
través de ella hasta que sus labios y luego su lengua reemplazó sus dedos, y ella
ya no pudo permanecer quieta. Siguiendo su ejemplo, empezó a intentar cosas
que nunca antes había imaginado hacer, y cuando él la reclamó por fin, ella
sintió como si hubieran tentado las llamas del fuego del infierno, pero no
pareció importarle. Todo lo que le importaba era Quinton y lo que él podía
hacerla sentir.
La tomó dos veces antes de que se saciaran, y cuando por fin se recostaron
contra las almohadas, ella sintió como si cada onza de energía se hubiera
drenado de su cuerpo.
—Nunca más me moveré —murmuró soñolienta.
No respondió durante tanto tiempo que ella pensó que podría haberse
quedado dormido. Entonces dijo perezosamente:
—No cuentes con eso.
—¿Otra vez, señor? ¿Tan pronto?
—No, pero he adquirido un gusto por tus favores, muchacha, y te he
extrañado mucho. Voy a querer saborearlos de nuevo muy pronto.
—Bien —no tenía suficiente energía para decir más, pero cuando los
rítmicos arañazos en la puerta de la alcoba interrumpieron el silencio, empezó a
sentarse.
—Quédate donde estás —dijo Quinton. —Le dejaré entrar. Yo también le
he echado de menos.
Dejó entrar a Jemmy, luego volvió a la cama y, acercándola, la cubrió con
las sábanas. Un suave golpe al pie de la cama y un ronroneo anunciaron que
Jemmy se había unido a ellos, pero Janet apenas lo reconoció. Su cabeza se
había asentado en el hueco del hombro de Quinton, y un momento después
durmió.
Janet se despertó con un cosquilleo que irradiaba a través de su pecho
derecho. Un dedo burlón acariciaba su pezón, y el cosquilleo fluyó a través de
ella como un río en una riada. Mientras se agitaba en respuesta, los labios
calientes tocaron los suyos, y abrió los ojos para ver la cara de su marido contra
la luz gris del amanecer que iluminaba la habitación.
—Buenos días —murmuró contra sus labios. —Supongo que no importa,
pero estaba durmiendo.
—Es hora de despertar —dijo, mientras una mano se movía sobre su
vientre y hacia abajo, siguiendo el curso del río. Sus dedos la acariciaron solo
unos momentos antes de que él estuviera dentro de ella y su cuerpo se agitara
en respuesta. Cuando se relajó de nuevo, dijo: —Esta es una forma mucho más
satisfactoria de levantarse por la mañana que la de Scrope. Estoy muy contento
de estar en casa.
Decidiendo que sus tácticas habían funcionado maravillosamente bien, dijo
recatadamente:
—Entonces, ¿puedo entender, señor, que ha decidido no golpearme
después de todo?
—Tendré que pensar en eso —dijo, —pero creo que puedo cobrar todo lo
que me debes sin disponer de un azote. Disfrutaré acostumbrándome a algunas
de las cosas que hiciste para entretenerme anoche y que no habías hecho antes.
Sintiendo calor en sus mejillas por el recuerdo, dijo.
—Tal vez podamos llegar a un acuerdo entonces.
—No es un acuerdo lo que necesitamos, cariño, más bien practica.
Oyendo risas en su voz, dijo:
—Podemos hacer lo que quiera, señor, pero tenga cuidado de no
sobrepasar su marca. Recuerda que mi temperamento no es plácido.
—Gracias a Dios —dijo.
—Hay una cosa que debo decirte —dijo ella.
—¿Mientras estoy de buen humor?
—Sí. Ayer hablé un poco con Hugh después de...
—Sí, ¿y...?
—Y me echa de menos, dice. Quiere que visite Brackengill. Dice que extraña
la música y la risa.
—Y tú, Jenny, ¿echas de menos a Brackengill?
—No lo suficiente para querer volver a vivir allí, pero me gustaría visitar de
vez en cuando, sólo para ver que todo está bien.
—¿Confías en él?
—No lo sé.
—Entonces lo pensaremos juntos y no tomaremos una decisión de
inmediato.
Ella asintió.
—Esa es una buena idea, creo.
Este acuerdo entre ellos continuó; sin embargo, diez días después de su
regreso de Carlisle, llegó un mensajero del Hermitage con un mensaje
inquietante de Buccleuch.
El señor Quinton y su señora estaban sentados en la sala del Señor,
mientras ella remendaba una de sus camisas y él miraba sus cuentas para
decidir si sometía uno de sus campos al arado. Después de leer
apresuradamente la misiva y despedir al mensajero, dijo:
—Al parecer, Scrope envió a Elizabeth su propia versión de la incursión y
ella le está pidiendo la cabeza de Buccleuch.
—¿Buccleuch? —exclamó Janet. —Sabía que tal cosa era posible, por
supuesto, y él planeó la incursión. Sin embargo, no parece justo que su
majestad se enfade con él cuando no puede saber que lo hizo y cuando ni
siquiera estaba allí.
—Según Scrope, no sólo estaba allí, sino que dirigió la incursión él mismo e
hizo todo tipo de daño a Carlisle. Scrope le dijo a Elizabeth que Buccleuch era el
quinto hombre en el castillo, que en realidad se le escuchó gritar amenazas a la
guarnición. Además, Scrope escribió que había quinientos en el grupo de asalto,
que socavaron el cartel y entraron y salieron antes de que se pudiera resistir.
—Debería estar avergonzado de escribir tales mentiras a su Reina —dijo
Janet con indignación. —Nada de eso es realmente cierto.
—Hay más —dijo Quinton con una sonrisa irónica. —Se dice que he dado
mi palabra de no escapar, lo que efectivamente no es cierto, y culpa a los
Grahams.
—¡Los Graham! ¿Acaso culpa a Hugh?
—No. Al menos Buccleuch no lo dice, y dudo que Scrope lo diga. Dice que
Scrope llamó a los Grahams las orugas de que roen a sus propios compatriotas y
a una “generación víbora”. Y —añadió con una mirada resplandeciente, —
sugiere que fue una mujer Graham quien supo el paradero exacto de su
prisionero. Aún no hemos discutido esa empresa tuya, ¿verdad, cariño?
—¿Le escribió Elizabeth directamente a Buccleuch? —preguntó Janet
apresuradamente.
—Peor —dijo Quinton con una mirada que le dijo que sabía que ella quería
desviarlo del tema de esa primera visita a Carlisle. —Ella envió sus quejas a
Jamie, y aparentemente Jamie ha sugerido que Buccleuch las responda en
persona.
—¡En persona!
—Sí. Según Buccleuch, que parece estar tratando todo el asunto como una
broma, Elizabeth lo llamó “la maldición de Dios” e incluso sospecha que es un
conspirador papista. Ella exige que él sea encarcelado de inmediato.
—Santo Dios, James no meterá a Buccleuch en prisión, ¿verdad?
—Buccleuch no lo cree así. Cree que podemos confiar en que el embajador
de Elizabeth, que es un tipo astuto y capaz, le explique que Scrope,
comprensiblemente, se olvidó de mencionar su propia incompetencia al
representarse a sí mismo como una mera víctima de la villanía de Buccleuch. Sin
embargo, dudo que algo la calme. Una fortaleza real fue violada, después de
todo. Ella no lo perdonará fácilmente.
—¿Qué va a hacer?
—Lo más probable es que ella y Jamie disfruten de un debate que los
ocupará por algunos meses, pero al final su necesidad de darle satisfacción
puede resultar en que ordene a Buccleuch ir a Londres que se enfrente a ella.
—Santo Dios —dijo Janet otra vez. —Bueno, si él se va, yo debo ir con él.
—¡No harás tal cosa!
—Pero debo hacerlo. Fue tanto mi obra como de cualquiera, así que debo
decírselo.
—¿Y qué hay de mí? ¿Te acompaño o me quedo seguro en casa?
—¡No puedes ir! —En su prisa por asumir parte de la culpa de Buccleuch,
no había pensado en eso. —¿Y si te pone en la Torre?
—Supongo que sería mejor a que capturara a mi esposa.
Ahora su tono era sarcástico, y ella sabía que se estaba enfadando de
nuevo. Al tragar con fuerza, se mordió la lengua, incapaz de pensar en nada que
pudiera calmarlo o hacerle entender sus sentimientos.
Después de un largo rato, él dijo:
—¿Qué le dirías si fueras?
—Ahora te estás burlando de mí —murmuró resentida.
—Tal vez un poco, pero tienes el hábito, cariño, de actuar primero y pensar
después, y una vez que tienes una idea en la cabeza, no es fácil sacarla.
Imagínate en Londres con Buccleuch. Imagínalo de frente a Elizabeth, diciéndole
que él no dirigió la incursión, que de hecho fue Lady Scott quien lo hizo.
—¡Pero no lo hizo! En efecto, era Hob El Ratón, y el Laird de Todrigg, y
Gaudilands.
—Imagínatelo —dijo severamente mientras se ponía de pie y asumía una
postura real con los brazos cruzados sobre el pecho y los pies separados. —Yo
seré Elizabeth. ¿Qué me dirás después de que Buccleuch declare tu parte en el
asunto?
Sus ojos se entrecerraron, y en ese instante parecía tan temible como
cualquier monarca, y ella vio lo absurda que había sido su sugerencia. Nunca
había visto a la Reina, pero había oído hablar mucho de su temperamento, y no
podía, ni en sus fantasías más descabelladas, imaginar al poderoso Buccleuch
ofreciendo a la esposa de su primo como un cordero para el sacrificio.
—Lady Scott —dijo Quinton a la manera real y desalentadora, —¿es cierto
que usted dirigió a los Fronterizos que atacaron mi castillo en Carlisle?
—Sí, señora —soltó Janet, decidiendo jugar su tonto juego y ver hasta
dónde llegaba. —Todo fue obra mía. Los hombres cabalgaron porque yo se lo
pedí.
La mirada enrevesada se estrechó aún más.
—Levántese, Lady Scott, y acérquese. Uno no permanece sentado en la
presencia real si quiere mantener la cabeza sobre sus hombros.
Dejando a un lado su arreglo, Janet se levantó e hizo una profunda
reverencia. Lo que comenzó en un sentido de burla, sin embargo, de repente ya
no se sintió como un juego tonto. La Reina de Inglaterra llevaba el poder de la
vida y la muerte en un dedo real.
—Acérquese, Lady Scott —repitió Quinton en voz baja.
Janet obedeció, deteniéndose a pocos metros de él y tratando de controlar
los nervios agitándose recordándose a sí misma que era sólo un juego.
—Tú eres súbdita nuestra, ¿no?
Forzando la calma, dijo:
—Es cierto que soy Inglesa de nacimiento y de raza, señora, pero me casé al
otro lado de la línea. Mi marido reclama mi lealtad.
—Muy bien dicho. ¿Su marido le ordenó, entonces, que dirigiera esa
incursión impertinente contra nuestro castillo en Carlisle?
Janet dudó, menos preocupada por lo que una Reina imaginaria podría
pensar de su respuesta que por lo que pensaría Quinton. Sin embargo, ella no
prevaricaría. Ella dijo:
—Mi marido me ordenó que le dejara todo a Buccleuch, pero cuando sus
esfuerzos diplomáticos fracasaron, tomé el asunto en mis propias manos.
—En efecto, señora. Queremos saber cómo se atrevió a emprender una
aventura tan presuntuosa contra la paz de la Reina, particularmente cuando
actuó en oposición directa a la voluntad de su marido.
Enderezándo su postura, Janet levantó la barbilla y dijo con firmeza:
—¿Qué es lo que una mujer no se atreve a hacer cuando su honor y todo lo
que le importa están en juego?
La mirada áspera en la cara de Quinton se alivió, reemplazada por una
sonrisa reacia.
—Bien dicho, muchacha. Una declaración así podría influir en Elizabeth. De
hecho, Buccleuch podría hacer algo peor que decirle lo mismo cuando nuestro
Jamie le ordene que se vaya a Londres a enfrentarla.
—Crees que eso va a pasar, entonces.
—Sí —dijo. —Es una vieja cascarrabias a la que le gusta hacer las cosas a su
manera, y Jamie está decidido a aplacarla por el bien de la paz.
—¿No deseas aplacar a Jamie?
—No, me importan un bledo los sentimientos de Jamie —respondió. —Mi
lealtad es para Buccleuch y para nuestros Fronterizos. Cuando Buccleuch quiera
la paz, la tendremos.
—¿Aquí también, Quinton? ¿Tendremos paz en Broadhaugh?
Él la miró pensativamente, y en ese momento ella supo que si la Reina
Inglesa tenía el poder de la vida y la muerte en la punta de su dedo meñique,
Quinton tenía el poder de la felicidad o la miseria en movimiento de una ceja.
Su corazón latía con fuerza, porque sabía que su respuesta le importaba más de
lo que ella había pensado.
Él dijo:
—¿Es verdad que todo lo que te importaba estaba en juego en Carlisle?
—Sí, señor —dijo en voz baja. —Sabía que mi partida te enfadaría, pero no
podía sentarme mansamente en casa y esperar a que otros decidieran tu
destino. ¿Sigues enfadado conmigo por participar en la incursión?
—Muchacha, ¿cómo podría estar enfadado contigo por salvarme la vida? Si
nuestro Jamie tuviera diez mil hombres con el coraje como el suyo, podría
sacudir el trono más firme de Europa. Deberías saber —añadió con suavidad —
ya que cuando mis hombres o los de Buccleuch hablan de la incursión de
Carlisle, hablan de ti como de “Janet La Valiente”. Sin duda, pronto cantarán
baladas sobre tus hazañas.
—¿Significa eso —dijo sin rodeos —que en el futuro prestará más atención
a mis opiniones, señor, y no simplemente me dará órdenes?
—¿De verdad quieres paz, Jenny?
—Sí —dijo ella, suspirando, —Sí, quiero.
Se metió una mano en el pelo, un gesto juvenil de irritación y
arrepentimiento.
—Te diré la verdad, muchacha, puedes hacer que me enoje como nunca
antes me había sentido, y aunque el enojo que sentí cuando me di cuenta de lo
que habías hecho ya pasó, no sé si alguna vez viviremos en verdadera paz. Al
final vamos a tener hijos, y no me puedo imaginar que estemos de acuerdo en
todo, incluso sin ellos. Una vez que los tengamos, será imposible. Los dos somos
demasiado testarudos y obstinados, y parece que los dos nos ponemos en
marcha demasiado rápido. Nos vamos a morir, Jenny, y cuando lo hagamos, las
vigas temblarán. Pero creo que ambos hemos aprendido algunas cosas.
—Sí —dijo ella, —¿Pero hemos aprendido lo suficiente?
—Ya veremos, pero te diré una cosa, muchacha. Te amo como nunca creí
que pudiera amar a nadie, y ahora sé que tú me amas. Hemos aprendido un
poco sobre el arte del compromiso y podemos aprender más. Estoy dispuesto si
tú lo estás.
Ella se quedó callada por un momento. No había ofrecido ninguna disculpa,
pero tampoco la había pedido. El compromiso tenía sus puntos.
—Estoy dispuesta —dijo ella. —Oh, Quinton, estoy más que dispuesta. Te
quiero tanto. ¿Quién iba a pensar que una inglesa y un escocés se querrían
tanto?
—La pasión es sólo una manera de que los sentimientos fuertes se revelen,
cariño, y la pasión puede surgir tan fácilmente del amor como de la ira.
Inglaterra y Escocia también aprenderán de otras maneras, lo garantizo. Cuando
Jamie ocupe el trono de ambos países, ya no habrá frontera, después de todo.
—Siempre habrá una frontera —insistió Janet.
—No, muchacha, no cuando nos mezclan a todos en un solo país, pero no
quiero hablar más de política esta noche, ni nacional ni personal. Ven aquí
conmigo.
—¿Me está dando órdenes arbitrarias de nuevo, señor?
—Lo estoy, y usted las obedecerá, señora, o pagará la pena.
—¿Qué castigo?
—Verás si no me obedeces —sus ojos brillaron.
Se levantó la barbilla.
—Creo, señor, que debe aprender a dar sus órdenes más
diplomáticamente. Deberías calmarme, y hacerme muchos cumplidos.
—No tengo paciencia para calmarme. Tengo una lengua muy habladora
cuando la necesito...
—Sí, y casi te convences de ponerte la soga del verdugo con ella antes de
que nos conociéramos —le recordó. —¿Y si no hubiera estado a mano para
salvarte?
—Mis Bairns me habrían encontrado a tiempo.
—Según recuerdo, todos estaban en casa cuando llegamos a Broadhaugh.
Asintió pensativo.
—Es un hecho, es cierto.
Ella sonrió, y luego gritó cuando le cogió el brazo y la abrazó. El chillido se
convirtió en una risita apagada cuando la besó, pero ella respondió rápidamente
a su pasión. Sus labios se sentían calientes contra los de ella, y sus manos se
movían posesivamente sobre el cuerpo de ella, buscando lazos y cordones. En
unos momentos, su falda y sus enaguas cayeron al suelo en nubes de encaje y
algodón. Su corpiño pronto se unió a ellos, y luego su corsé. Su boca mantuvo
prisionera a la de ella hasta que se quedó con su bata. Luego se enderezó, pero
sus manos se movieron acariciando sus pechos, haciéndola jadear ante las
sensaciones que surgían a través de su cuerpo.
—Hora de dormir, cariño —murmuró, cogiéndola en sus brazos sólo para
arrodillarse un momento después y acostarla suavemente sobre la alfombra
peluda de la chimenea.
—¿Y si alguien entra?
—Mi pueblo sabe que no debe interrumpir a su señor cuando está ocupado
en asuntos importantes —levantándose, se soltó su jubón, se despojó de sus
medias altas y las botas de sus piernas, luego se detuvo un momento en su
camisa, mirándola fijamente. —Eres la chica más hermosa de la frontera, cariño,
a ambos lados de la línea.
—Sí —le dijo sonriendo perezosamente, —y usted es el hombre más
afortunado, señor, de tener a Janet la Valiente por su esposa.
Riéndose entre dientes, se quitó la camisa y se acostó en la alfombra junto
a ella.
—Muéstrame lo valiente que eres, cariño —dijo. —Me gustaría que me
sirvieras.
—¿Más órdenes, señor? Preferiría que me sirvieras.
Levantó las cejas.
—Veo que otro compromiso está en orden.
—¿Compromiso? Pero ¿cómo se puede llegar a un compromiso en un
asunto así?
—Te mostraré, muchacha.
Y, para su deleite, lo hizo.
Estimado lector

Espero que hayan disfrutado de Border Fire. La inspiración para la historia


vino en parte de la lectura de una gran cantidad de baladas Border y en parte
del interés de la autora en la genealogía de su propia familia. La trama general
está basada en La Balada de Kinmont Willie. La versión utilizada es citada en
Scottish & Border Battles & Ballads por Michael Brander (Charles N. Potter, Inc.,
Nueva York, 1975) y también en muchas otras fuentes. Las citas utilizadas para
los títulos de los capítulos provienen de Kinmont Willie y también,
generalmente cuando se hace referencia a la heroína, de Hardyknute o The
Battle of Larges (misma fuente). Hay una excepción, por supuesto, en que la cita
del primer capítulo aparece en varias formas en numerosas baladas Border.
Aparentemente, los hombres de Liddesdale deberían haberse quedado en casa
en más de una ocasión.
Como Kinmont Willie era una persona real, y definitivamente no era el
material del que están hechos los héroes, me tomé ciertas libertades, la más
grande de las cuales era dejar que la heroína hiciera mucho de lo que, en
realidad, hacía Buccleuch u otros.
Los detalles generales de las incursionesson tan exactos como yo podría
hacerlos (si se omite la presencia de la esposa del prisionero). La información
vino no sólo de la balada, que es más dramática que precisa en los espacios
publicitarios, sino también de los siguientes: Border Raids & Reivers de Robert
Borland, The Steel Bonnets de George MacDonald Fraser, Upper Teviotdale &
the Scotts of Buccleuch de Mrs. J. Rutherford Oliver (1887), y The Border Reivers
de Godfrey Watson. De todo corazón los recomiendo a todos a cualquier
persona interesada en aprender más sobre los saqueadores de la frontera.
Por lo general, evito largos períodos de descripción histórica, pero en el
caso del Castillo del Hermitage, escribí más de lo habitual. Lo hice para el
beneficio de los lectores que, como yo, se enamoraron de los Condes de
Bothwell en los maravillosos libros de Jan Westcott, Border Lord y The Hepburn.
Dándose cuenta de que les gustaría saber cómo un castillo que figuraba tan
poderosamente en la historia de Bothwell había caído en manos de Scott me dio
la pequeña excusa que necesitaba para incluir buena parte de su historia.
Sospecho que a algunos de ustedes también les gustaría saber que el joven
Wattie logró su mayoría de edad antes de heredar la posición de su padre. Tenía
24 años cuando Buccleuch murió en 1611. Wattie fue, de hecho, el primero de
los herederos Scott en hacer eso desde 1470. También se dice que fue el
primero de su línea durante un tiempo de paz en las Fronteras.
Por último, para que no piensen que algunas de las distancias recorridas por
los Fronterizos parecen demasiado grandes, ya sea en las incursiones o
simplemente yendo a las carreras de caballos, permítanme asegurarles que no
lo son. Según todas las fuentes, los hombres y mujeres de las Fronteras eran
jinetes intrépidos y los ponis de la frontera que montaban eran robustos,
seguros y rápidos. Se sabe que han viajado distancias asombrosas en muchas de
estas ocasiones.
Si le gustó Border Fire, espero que esté atento a Border Storm, que se
producirá en enero de 2001.
Sinceramente,
Amanda Scott

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