Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 112

EL

VALLE DE LAS HADAS BLANCAS


Eva Gil Soriano




















©2018 Eva Gil Soriano
Título: El valle de las Hadas Blancas
Corrección: Tamara Bueno

ISBN-13: 978-1986537810
ISBN-10: 1986537811

Todos los derechos reservados. Queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del
Copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento.

Índice


Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Epílogo
Agradecimientos
Trilogía Reino de Xerbuk
Prólogo


Hace miles y miles de años los xerbuks vivían en un reino opresor llamado
Mardom en el que gobernaban personas envidiosas de sus poderes mágicos.
Los xerbuks, fuertes guerreros que gracias a la Fuerza Vital que habita en
la naturaleza son capaces de atravesar paredes, hacer bolas de fuego, crear rayos
eléctricos y campos de fuerza, entre otras cosas. También tienen el don de abrir
portales a reinos paralelos y así poder viajar entre los diferentes mundos,
aprendiendo de ellos, expandiendo sus mentes.
Pero el poder más envidiado es el de ser capaces de comunicarse con los
dragones. ¿Quién puede meterse con ellos cuando un dragón los respalda?
El rey de Mardom, junto a sus fieles seguidores, tuvo miedo a una rebelión
por parte de los xerbuks, y eso lo llevó a tomar medidas muy drásticas con los
dragones.
Indignados por aquella gran injusticia, los xerbuks unieron sus poderes y
crearon un mundo nuevo, uno en el que ellos gobernarían con sabiduría e
igualdad. Invitaron a las razas pacíficas y a las más vulnerables a vivir en él, y
todos juntos cruzaron el portal hacia una nueva vida.
Así fue como nació el Reino de Xerbuk.
Capítulo 1


Reino de Xerbuk

En el salón del palacio, el rey Marco se reunía con sus hombres para
resolver los conflictos que surgían entre las distintas razas dentro del reino, pues,
desde hacía un tiempo, se estaban complicando.
En estos momentos tenían un gran problema que afectaba no solo a unas
razas, sino a todo el reino, desde el más vulnerable al más poderoso. La bardana,
uno de los ingredientes principales para fabricar la poción sanadora de la que
dependía la salud de los habitantes de Xerbuk, escaseaba en el Bosque del
Álamo. Los sharks, que tenían el poder de hacer crecer las plantas a más
velocidad de lo normal, no entendían por qué estaba sucediendo eso, por qué
ellos no podían hacer nada. Al parecer, no creaban suficientes semillas.
El poder de los xerbuks era grande y muy variado, cada uno en particular
tenía el suyo propio; Marco creaba bolas de fuego mientras que Benjamín, uno
de sus mejores hombres, era capaz de hacer rayos eléctricos con sus manos, pero
ninguno de ellos podía crear la bardana que, sin entender por qué, se estaba
extinguiendo.
Desde hacía meses la poción estaba siendo racionada entre todos los habitantes
del reino y eso creaba riñas y disputas, ya que unas aldeas tenían más enfermos
que otras y solicitaban que se les asignase más cantidad. A los lugareños que
estaban sanos les preocupaba que pudiesen enfermar en un futuro y les faltase el
milagroso brebaje. Así pues, necesitaban encontrar una solución ya mismo.
—¿Qué podemos hacer? —preguntó Marco con preocupación a sus
hombres, tal vez entre todos lograsen hallar una solución.
—Lo que creamos más conveniente, no debemos obedecer a los aldeanos
—opinó uno de los guerreros.
—Volveremos a reunirnos con los sharks y mandaremos buscar a otro
hechicero, quizá tenga una fórmula diferente — aventuró Sebastián, la mano
derecha del rey .
—Los buenos hechiceros no abundan, habría que ser prudentes —contestó
Marco.
—Se me ha ocurrido que… bueno, es una tontería —intervino Benjamín,
uno de los guerreros de más confianza.
—Ninguna opinión es tontería —lo animó su rey.
—Yo… estaba pensando en pedir ayuda a las hadas —sugirió Ben.
—¿Las hadas? —dijeron extrañados varios hombres a la vez.
—No es mala idea, ¿qué se te ha ocurrido? —Marco estaba intrigado ante
aquella propuesta, había visitado a las hadas un par de veces, sabía que tenían un
gran poder, pero eran en extremo reservadas con las razas que no pertenecían a
su valle.
—Aprendí algo de ellas la vez que estuve allí. Tienen un especial
conocimiento de la naturaleza y la dominan muy bien, es posible que nos puedan
ayudar.
—Muy bien, Ben, por una vez has pensado con la cabeza —se burló
Sebastián al tiempo que se sentía orgulloso de su amigo y compañero.
—¿Qué has querido decir?
—Ya sabes, normalmente piensas con otra cosa. —La respuesta de
Benjamín fue darle un codazo en el estómago que hizo a Sebastián encogerse
dolorido—. No hacía falta ponerse así —jadeó.
Los demás hombres allí reunidos soltaron unas carcajadas.
—¡Silencio! —bramó Marco—. Esto es serio.
Los soldados se callaron y agacharon la cabeza avergonzados por haber
perdido las formas frente a su rey y ante un problema tan preocupante para todo
el reino.
—Lo sentimos, mi señor.
—Bien, ya no importa. —Se pasó los dedos por el mentón madurando la
idea de Benjamín. Sí, podría funcionar.
—A mí no me mires —soltó Sebastián al ver que Marco posaba sus ojos
sobre él. No tenía intención de lidiar con las hadas, la última vez que fue allá no
consiguió entenderse con ellas.
—Tranquilo, no pensaba mandarte a ti, prefiero que la misión tenga éxito.
—La culpa es de esas hadas, no hay quien las entienda.
Marco comprendía a la perfección a Sebastián, él tampoco las entendía
muy bien, aunque siempre respetó su forma de vida.
—Benjamín —lo llamó el rey ignorando ya a su mano derecha y mejor
amigo—, reúne a tres o cuatro hombres y ve al Valle de las Hadas Blancas —le
ordenó—. Date prisa, hay que partir hoy mismo, necesitamos esa planta con
urgencia.
—En seguida, mi señor. —Benjamín recordó la vez que estuvo en el valle
años atrás, en aquel momento las hadas le parecieron unos seres verdaderamente
seductores. Sería de lo más interesante volver y, además, salvaría Xerbuk.
—Que triunfes en tu misión, amigo —le deseó Sebastián colocando su
mano sobre el hombro de Ben, que a su vez también colocó la suya en el hombro
del guerrero.
—Gracias —contestó, después hizo una reverencia a su rey y se marchó
lleno de orgullo por la confianza que depositaban en él.

En un par de horas Benjamín había reunido a un pequeño grupo de
guerreros para pedir voluntarios que le acompañasen al valle. Excepto David, los
demás eran jóvenes inexpertos que todavía no habían entrado en combate, pero
él sabía perfectamente que estaban muy bien entrenados. Dado que no tenían
ninguna experiencia bélica, bien podría llevarlos para que fueran adquiriendo
práctica, y por ese motivo los había elegido.
—David, ¿hace falta que te lo pida? —preguntó Ben a su compañero de
innumerables misiones.
—Ya lo daba por hecho —contestó al tiempo que avanzaba y se colocaba a
su lado.
—Gracias, amigo. —Le puso la mano en el hombro cuando llegó hasta él y
después miró al grupo—. Necesito dos hombres más.
—Cuenta conmigo —se ofreció Rodry.
—Y conmigo —le siguió Alejo rápidamente antes de que se le adelantara
nadie más. Xerbuk vivía tiempos de paz y tenía ganas de un poco de aventura.
—De acuerdo, venid con nosotros.
—Señor, ¿no necesita a nadie más? —insistió otro muchacho que había
sido demasiado lento en responder.
—Lo siento, para la próxima vez.
Decepcionados, el grupo restante se marchó cabizbajo, llevaban años de
entrenamiento y todavía no habían podido demostrar sus habilidades.

Ben y los tres hombres que ya tenía reclutados se reunieron para preparar el
viaje; debían ser rápidos, pues su rey deseaba que partieran cuanto lo más pronto
posible.
—El Valle de las Hadas Blancas está situado en mitad de un bosque, viven
en grandes árboles rodeadas de una inmensa naturaleza, es la base de sus poderes
—les explicó Benjamín, ya que los dos jóvenes guerreros no habían visitado el
valle con anterioridad—. Nuestra misión será llegar hasta allí y hablar con la
reina para hacerle la petición en nombre de Su Alteza Real.
—¿Qué petición vamos a hacer? —quiso saber Alejo.
—¿Acaso no eres consciente del problema por el que pasa Xerbuk?
—¿Lo de la bardana? —dijo indeciso.
—Exacto, les pediremos semillas de bardana.
—¿Es seguro que crecen en el valle? —Esta vez la pregunta la realizó
Rodry.
—Por supuesto, de allí las trajo un hechicero hace cientos de años. Tenéis
mucho que aprender, muchachos.
—Supongo que te dirigirás tú a la reina —intervino David.
—Así me lo ha encomendado nuestro rey, vosotros seréis mi apoyo.
—Estaremos a la altura —dijeron los jóvenes casi al unísono.
—Eso espero. —Miró a David y sonrió, sería interesante la compañía de
estos jóvenes, harían que el viaje fuese más entretenido—. Os quiero a todos
listos al amanecer.
Ambos jóvenes asintieron con la cabeza y se marcharon bastante
entusiasmados por su primera misión. Los veteranos los miraron sonriendo a la
vez que recordaban cuando ellos tenían esa misma edad, claro que esos eran
otros tiempos.

Rodry y Alejo ya estaban esperando impacientes a la entrada del Bosque
del Álamo cuando Ben y David llegaron. Se saludaron con un simple
movimiento de cabeza y se adentraron en la arboleda. Caminaron durante unos
minutos hasta verse totalmente envueltos por la naturaleza, entonces Ben
extendió su mano y se concentró en la Fuerza Vital que le daba su poder, y al
instante una luz blanca azulada salió de sus dedos. Él comenzó a mover la mano
dibujando así una puerta resplandeciente.
—En marcha —les dijo a sus compañeros.
Uno a uno cruzaron el portal que les trasladaba, en un instante, del Reino
de Xerbuk al Valle de las Hadas Blancas.
El portal se cerró sin más al atravesarlo el último de ellos.
Capítulo 2


Valle de las Hadas Blancas

Benjamín se quedó paralizado en cuanto pisó el valle, solo pudo girar sobre
sí mismo mirando a su alrededor. Estuvo allí hacía tan solo unos años, cuando
acompañó a Marco en una visita protocolaria. Apenas se quedaron unas horas,
pero recordaba a la perfección la belleza del lugar, y para nada se parecía al
paraje que tenía frente a sus ojos.
Tanto los árboles como la hierba estaban de un color grisáceo y apagado,
no había ni flores, ni mariposas, no se escuchaba el canto de los pájaros. El valle
estaba en silencio y totalmente descolorido. ¿Qué había ocurrido?, se preguntó
sin poder imaginarlo.
—Vaya, es para deprimirse —comentó Rodry.
—Para nada me lo esperaba así —soltó Alejo.
—Esto no es normal, debería estar florecido y verde —les informó David
que también conocía el valle.
Benjamín estaba desconcertado, algo malo estaba pasando y tenía que
averiguar qué era. De pronto, una extraña sensación invadió su ser, alguien les
observaba, podía sentirlo. Desenvainó la espada con rapidez y se puso en alerta.
—Creo que no estamos solos, estad atentos.
Aquel comentario de Ben subió la adrenalina de Rodry y Alejo, que
esperaban la ocasión para demostrar su pericia en batalla.
Caminaron con extrema lentitud, pendientes de cada rama que el viento
movía; el olor a humedad rancia impregnaba el ambiente haciendo que en
ocasiones tuviesen que taparse la nariz. El sol se escondía tras unas nubes
negras, ni siquiera un rayo se atrevía a rozar el valle.
Benjamín encabezaba el pequeño grupo un par de metros por delante de
sus compañeros. Avanzó un poco más y descubrió una dríade, estaba dormida y
no parecía muy saludable, su cuerpo femenino, de un color ceniciento, ascendía
desde la tierra hasta acabar en largas ramas desnudas que parecían tocar el cielo.
—Hey, disculpe —la llamó Ben.
Paulatinamente la dríade despertó de forma perezosa y abrió los ojos, dio
un bostezo y agitó sus ramas.
—¿Quién anda ahí? —preguntó.
—Me llamo Benjamín y he venido con mis compañeros desde Xerbuk.
—Yo soy Daira —respondió algo fatigada.
—¿Qué es lo que ha sucedido en el valle, Daira? —inquirió.
—La reina de las hadas así lo ha decidido.
—Vuestra vitalidad proviene de la naturaleza, ¿por qué la reina pondría en
peligro a todos los seres vivos de este lugar?
—Me siento muy cansada. —Daira cerró los ojos para seguir durmiendo
sin poder contestar a Ben.
—No lo entiendo —dijo David.
—Yo tampoco, algo muy grave está pasando para que la reina haya tomado
una decisión tan arriesgada.
—Creo que las hadas tienen más problemas que nosotros —comentó
Rodry.
—No podrán ayudarnos —apoyó Alejo.
—No regresaremos hasta encontrar una solución para nuestro reino, es la
misión que nos encomendó el rey, y confió en nosotros para llevarla a cabo —
apuntó Benjamín con rotundidad.
—Mira a tu alrededor, ¡no nos van a ayudar! —insistió Alejo.
—Eso lo veremos.
—Yo creo que ya no tienen poderes.
—No digas sandeces, Rodry —lo regañó David.
—Estamos cerca de la aldea, iremos allí y hablaremos con la reina.
Tanto Rodry como Alejo resoplaron ante las palabras de Benjamín, habían
creído que irían a un lugar paradisíaco, después llegaron a pensar que entrarían
en combate, pero no, esta misión se estaba convirtiendo en un aburrimiento.
—¡Muchachos! ¡Obedeced! —bramó David.
Los dos jóvenes asintieron con la cabeza y siguieron a Ben, que ya se había
puesto en marcha.
Caminaron durante largos minutos por el sendero que cruzaba el valle entre
árboles y plantas mustias, casi muertas.
Un crujido llamó la atención de Ben, levantó el brazo para dar el alto al
grupo, pero antes de poder reaccionar, sintió la presión de un objeto metálico y
puntiagudo en su cuello. Miró de soslayo para descubrir que era una lanza
empuñada por un joven delgado vestido con un quitón verdoso que llegaba hasta
sus rodillas y su cintura estaba ceñida por un cordón dorado. Tenía el rostro
pálido, los ojos claros y el pelo, largo hasta los hombros, de un color castaño
muy claro. Por su espalda asomaban las puntas de unas alas transparentes con
bordes resplandecientes.
—No os mováis —ordenó al resto de su equipo, que también estaban
siendo amenazados por las lanzas de más de estos seres.
De entre la vegetación apareció una mujer, vestía de blanco, mostrando
unas bellas piernas hasta la mitad de sus muslos, su cintura también iba ceñida
por un cordón dorado y su piel era de un tono rosado. Benjamín subió la mirada
hasta su rostro, donde unos ojos del azul del cielo lo miraban con intensidad.
Tenía el cabello del color del trigo, apartado de la cara por trenzas a ambos lados
y, por supuesto, pudo apreciar sus orejas ligeramente puntiagudas. Agitaba con
suavidad sus alas transparentes y brillantes. Sin duda habían encontrado a las
hadas, pensó Ben.
—¿Quiénes sois y qué habéis venido a hacer aquí?
—Me llamo Benjamín, venimos desde Xerbuk y lo único que deseamos es
la ayuda de las hadas.
—No te creo. ¿Cómo pueden unas simples hadas ayudar a fornidos
guerreros como los xerbuks?
—Es la verdad. En nuestro reino escasea la bardana y la necesitamos con
urgencia para la fabricación de una poción sanadora.
—En este valle no crece la bardana.
—No es posible, un hechicero la consiguió hace muchos años aquí y la
llevó a Xerbuk.
—Tal vez la cogió más allá de las montañas, pero no podemos ir allí.
—Habíamos estudiado la posibilidad de…
—¡No! ¡Marchaos!
—Nuestro rey nos encomendó una misión y la cumpliremos.
—No si estáis muertos. —Dicho esto, la lanza se clavó un poco más en la
piel de Ben provocando que una gota de sangre corriera por su cuello.
De acuerdo, pensó Benjamín, había creído que ir en son de paz era lo
mejor, pero las hadas estaban siendo demasiado hostiles, así que no tendría más
remedio que usar la fuerza.
Con un rápido movimiento de su mano agarró la lanza. Dio un fuerte tirón
y se la arrebató al joven ante sus atónitos ojos. Bajo la mirada de aquel
muchacho levantó la rodilla y partió la lanza por la mitad. Sus compañeros, al
tiempo que rieron, hicieron lo mismo con las armas que los amenazaban. Los
jóvenes, asustados, corrieron a esconderse entre la vegetación, todos excepto la
mujer vestida de blanco que lo miraba con los ojos muy abiertos; lejos de estar
asustada, lo retaba a que le hiciese daño.
—No es necesario que os escondáis, no vamos a haceros nada malo —
anunció Ben.
—¿Quién lo garantiza? —preguntó el hada.
—Yo, en nombre de mi rey, Marco de Xerbuk.
Ella conocía muy bien a esa raza, eran nobles y honrados, sin embargo, no
podía fiarse, en sus mentes tenían la traición demasiado fresca, ya habían sufrido
demasiado, no sobrevivirían a otro ataque. Pero ¿qué podía hacer frente a estos
guerreros? Una lucha cuerpo a cuerpo era impensable.
—¿Cuál es tu nombre? —quiso saber Ben al ver que no decía nada.
—Corina —respondió sin más.
—Corina. —Benjamín pronunció su nombre de forma suave—. ¿Nos
llevas hasta tu reina?
—¿Prometéis no hacernos daño?
—Claro.
—¿Lo juráis?
—Lo juro por nuestro rey —contestó sintiéndose un poco tonto al tener que
prometer algo tan absurdo para él.
Corina decidió confiar en ellos, tampoco tenía más opciones, si esos
guerreros hubiesen querido matarlos, ya lo habrían hecho. Así pues, hizo una
señal a los protectores de la aldea para que saliesen de sus escondites. Ellos
obedecieron con cierta vacilación.
—Seguidme —les dijo a los guerreros xerbuks.
Los jóvenes protectores de la aldea se colocaron alrededor de Corina y
caminaron todo el tiempo a su lado. Alejo y Rodry iban discutiendo sobre quién
había sido el primero en deshacerse de la lanza en cuanto Ben dio la orden.
David miraba a Benjamín con resignación, los muchachos se
entusiasmaban demasiado pronto, ellos dos esperaban no tener que volver a usar
la fuerza.
No tardaron en vislumbrar una cascada de no más de metro y medio de
altura, el agua caía hasta un río cristalino que cruzaba el valle. Lejos estaba el
recuerdo que Ben tenía del lugar. Nada quedaba de su belleza, todo era gris y
apagado, ni siquiera cerca del agua había algo verde. Hasta los insectos huían de
ese lugar, y no los culpaba.
Volteó la cabeza para admirar los grandes árboles que, con troncos de más
de tres metros de diámetro y veinte de altura, daban cobijo a las hadas.
Los cuatro guerreros se quedaron mirando hacia arriba, donde habían
instaladas cabañas de madera. Advirtieron cómo las hadas salían de sus casas
para mirarlos con curiosidad y confusión. No había ni cuerdas ni escalera para
subir, pero las hadas no las necesitaban.
—¿Cuándo podremos ver a la reina? —preguntó Benjamín a Corina.
—La reina solo recibe a la salida del sol.
—Es decir, que hasta mañana ya no podremos.
—Así es, pero os permitiremos pasar aquí la noche.
—De acuerdo, gracias. —Después se dirigió a David—. Enciende una
fogata junto al río.
Corina abrió mucho los ojos y se puso la mano en el pecho al escuchar las
palabras del guerrero.
—¡No!
—¿Te sientes bien?
—No podéis hacer fuego en el valle, está prohibido.
—¿Las hadas nunca hacen fuego? —preguntó Rodry con un deje burlón.
—¿Os coméis la carne cruda? —se burló también Alejo.
—¡Callaos! —les ordenó Ben—. Respetad las costumbres de otros seres.
A Corina le gustó que aquel guerrero defendiera a su raza y la respetara,
ella también lo hacía y por eso decidió explicarles.
—Las hadas solo nos alimentamos de frutas y vegetales.
—Así que moriremos de hambre —susurró Rodry al oído de Alejo para no
ser escuchado.
—Y de frío esta noche —contestó el otro joven.
Benjamín, que sí los había oído, los miró con cara de asesinarlos si no
dejaban de quejarse. Suspiró y se dirigió a Corina:
—¿Nos prestaríais algunas mantas para la noche? Tengo dos muchachos
inexpertos y quejicas en el grupo.
—No es necesario que paséis la noche a la intemperie, os
proporcionaremos comida y un techo.
—Gracias.
—¿Ahí arriba? —volvió a protestar Rodry.
—Cállate de una vez. Maldigo el momento en que acepté que me
acompañarais.
—Si llego a saber que esto era así no me hubiese presentado voluntario y
habría cedido mi puesto.
—Cuando el rey Marco me pida que informe de la misión y os evalúe, no
será nada positivo.
Tanto Alejo como Rodry abrieron la boca sorprendidos. No imaginaban
que el rey había pedido una evaluación sobre ellos, esta era su primera misión y
podría ser un aburrimiento, pero no estaba dispuesto a fastidiar su futuro como
guerrero de Xerbuk.
—No volverá a pasar, señor, te obedeceremos en todo, ¿verdad, Alejo?
—Sí, sí. No tendrás queja de nosotros.
—Eso espero.
Ben se giró para buscar con la mirada a Corina, que estaba hablando con
varias hadas, masculinas y femeninas. Al acabar, todos volaron hacia los árboles
sin decirles nada. Sería paciente y esperaría su regreso. Lo que había imaginado
que sería un viaje de un par de horas como mucho se iba a convertir en días.
Esperaba que no fueran más de uno o dos, apenas había salido de Xerbuk y ya se
sentía ansioso por volver.
—¿Crees que es buena idea que pasemos aquí la noche? —preguntó David
un tanto desconfiado.
—Las hadas son protectoras de la vida y la naturaleza, estaremos a salvo,
por eso no te preocupes.
—No me refería a que sean ellas las que nos ataquen.
—¿Te refieres al problema que las ha llevado a estos extremos?
—Sí. Además, puede que lo que les haya pasado las haya hecho cambiar y
estén a la defensiva.
—Entonces no nos habrían traído hasta aquí. Cuando las desarmamos
estaban asustadas.
—Sería muy fácil acabar con nosotros mientras dormimos.
—Conozco a las hadas, ya estuve aquí hace años, no son peligrosas.
—Yo también estuve, ¿recuerdas?
—Sí, y por eso también deberías saberlo.
—Pero no eran muy sociables.
—Solo son diferentes.
—Está bien, confiaré en tu criterio.
—Se agradece, bastante tengo con lidiar con esos dos memos.
—Son solo unos críos, ya aprenderán.
—Lo sé.
Capítulo 3


En pocos minutos, Corina descendió agitando con suavidad sus alas a la
vez que lo llamó.
—Benjamín.
Él se giró al escuchar su nombre en un tono melodioso y autoritario a la
vez. Sonaba muy bonito en labios de aquella hada.
La vio descender lentamente, sus alas se movían en armonía con su cuerpo.
Cuando sus pies tocaron el suelo las juntó en su espalda y caminó hacia él al
tiempo que Ben lo hizo hacia ella.
—Dime. Estoy a tus órdenes.
—Ya tengo lugar donde alojaros esta noche. —Dos hadas masculinas se
posaron tras ella—. Estos son Korey y Prisco, tus hombres más jóvenes se
pueden quedar con ellos. Tienen las viviendas adosadas y podrán estar juntos.
Korey era un hada de veintisiete años, de cabello rubio oscuro que le
gustaba llevar corto a pesar de que siempre se le ponía de punta. Su primo,
Prisco, era dos años menor, también llevaba el pelo corto, pero al contrario que
Korey, este lo tenía rizado y de un rubio más platino.
Dada su habilidad con la madera, se dedicaban al mantenimiento de los
hogares de otras hadas, arreglaban toda clase de desperfectos y siempre tenían
trabajo acumulado.
—Rodry, Alejo, id con ellos y sed respetuosos.
—Sí, señor —contestaron al unísono, no tenían intención de arriesgar una
evaluación positiva ante su rey por nada del mundo.
—¿Y nosotros?
—Vosotros os quedaréis conmigo. Soy la que más espacio tiene en su
vivienda después de la reina.
—¿Eres su mano derecha o algo así?
—Soy su consejera y confía plenamente en mí. —Les dio la espalda y les
hizo un gesto con la mano—. Acompañadme.
David y Benjamín se miraron las caras y la siguieron sin poder evitar fijar
su mirada en las preciosas piernas que lucía de forma sensual. Pues sí que era
ingenua, pensaron, al permitir que dos fornidos guerreros durmiesen bajo el
mismo techo que ella. Él nunca se habría fiado de un desconocido de esa forma.
Se adentraron entre los árboles alejándose del río. Toda la aldea estaba
suspendida en las alturas, era una auténtica belleza, aunque podría serlo más, se
lamentó Ben.
Se detuvieron junto a uno de los troncos más gruesos, Corina agitó sus alas
y se elevó hasta llegar a su casa. Entró, cogió una cuerda, la ató a un poste y la
lanzó abajo.
—¿Sabéis trepar?
—Claro, ¿por quiénes nos tomas? —respondió Ben con cierta suficiencia al
tiempo que agarraba la cuerda.
—Antes de subir, debéis dejar las armas.
—Lo siento, Corina, no podemos complacerte.
—Me pides que confíe en vosotros, pero vosotros no os fiais de mí.
—No es por eso, ¿y si surgen complicaciones durante la noche? Es
evidente que tenéis problemas.
En eso tenía que darle la razón, pensó Corina. Si el renegado se enteraba de
que tenían guerreros como invitados podría querer atacar. Benjamín había
notado que el valle se estaba muriendo. Además, sentía en su corazón que podía
creer en sus palabras, que era sincero.
—Está bien, subid. Las podéis dejar aquí antes de entrar en la casa.
Ben miró a David, este asintió con la cabeza y cogió la cuerda para trepar
en primer lugar. Una vez arriba, dejó la espada donde Corina le había indicado y
le hizo una señal a su compañero. Este agarró la cuerda y subió también con
bastante agilidad. Dejó la espada y su ballesta al lado del arma de David y se
permitió fijarse en el lugar.
Ella había dicho la verdad, su casa era más grande que las demás. Se
comunicaba con otra, situada en un árbol relativamente cercano, por medio de un
puente de madera. Una espesa enredadera decoraba la baranda dándole un
aspecto casi mágico, a pesar de su color grisáceo.
—Os quedaréis al otro lado del puente.
—Gracias, señora, por su amabilidad —se expresó David.
Benjamín solo le sonrió y Corina no supo cómo interpretar aquello, así que
suspiró y trató de olvidarlo.
—Pasad, ya podéis instalaros —los invitó a que avanzaran con un gesto de
su mano.

Tras dejar a los xerbuks en su casa, Corina se dirigió a informar a la reina
Maeve. Los jóvenes encargados de proteger la aldea ya debieron de avisarla de
que tenían visita, ahora ella misma tenía que ir a contarle los detalles de lo que
ocurría, el porqué de su estancia en el Valle de las Hadas.
La reina vivía en una casa suspendida entre tres árboles, tenía dos plantas
que se comunicaban con una escalera exterior. Al contrario que las demás
cabañas que tenían el tejado de heno, esta lo tenía de madera.
Corina batió sus alas y voló hasta la segunda planta donde sabía que estaría
Maeve. Tocó la puerta.
—Pasa, Corina —habló la reina desde el interior.
Al entrar vio a Maeve sentada entre almohadones. Vestía una prenda de
muselina celeste y corta, ceñida por un cinturón con bordados plateados.
Su cabello era blanco, liso y muy largo. Lo llevaba retirado de la cara con
una diadema de platino con gemas incrustadas. Sus ojos eran grises, su nariz
pequeña y sus labios de un rosado muy pálido, casi como su piel.
A la derecha de la reina había una mesita de forja dorada donde descansaba
una jarra con zumo de frutas y una bandeja con varias copas de bronce.
A la izquierda había más almohadones de diferentes colores y tamaños.
Varias ventanas decoradas con gasas fucsias permitían que la luz entrase. Flores
de varios tipos repartidas por toda la sala aromatizaban la estancia. Aquel olor le
recordó, tristemente, tiempos mejores. Allí dentro no daba la sensación de que
tuviesen problema alguno.
—Buenos días, Maeve.
—Siéntate conmigo, querida —la invitó dando ligeras palmaditas a uno de
los cojines que tenía a su lado.
Corina avanzó y se sentó junto a ella. Después cruzó las piernas y se puso
cómoda antes de empezar a hablar.
—Los hombres xerbuks ya están instalados.
—¿Qué es lo que desean?
—Que les ayudemos a que crezca bardana en su reino.
—Ahora mismo no estamos en condiciones de ayudar a nadie.
—Lo sé, pero insistieron en verte.
—Que pasen aquí la noche, pero mañana deben marcharse.
—No creo que lo hagan, fueron muy persistentes en su idea de venir hasta
aquí y no podremos obligarlos.
—¿Tanto desean esa planta?
—La usan para fabricar una poción sanadora. Creo que están desesperados.
La reina frunció el ceño y se pasó los dedos por los labios mientras pensaba
en las palabras que le había dicho su consejera.
—Desde que el rey Marco subió al trono no hemos tenido problemas con
los xerbuks, y no los tendremos ahora, estoy segura. —Respiró hondo para soltar
el aire muy despacio—. Que se vayan por la mañana.
—De acuerdo, les informaré. No les agradará tu decisión.
Corina sospechaba que, en cuanto les diera la orden de la reina, iban a
rebelarse, eran guerreros, no se iban a conformar. Estaba segura de que eran
pacíficos, pero si los llevaba al límite, lucharían, lo había visto en los ojos de
Benjamín.
—No me importa, ya tenemos suficientes problemas como para ocuparnos
de los de otros reinos.
Corina se levantó para marcharse, pues ya había cumplido con su
obligación, pero Maeve la retuvo tomándola de un brazo.
—¿Algo más?
—¿Deseas tomar jugo conmigo y hacerme compañía un rato?
La respuesta de Corina fue una sonrisa, sabía de la soledad de su reina,
pues se había aislado del resto de las hadas el último año, desde que las atacó el
renegado. Solo con ella se sentía relajada.
Fue hasta la mesita, sirvió dos copas de zumo, le entregó una a Maeve y
volvió a sentarse donde estaba antes. Ahora charlarían de cosas triviales, pensó
Corina.
Capítulo 4


David caminaba de un lado a otro por la pequeña estancia cuadrada con
ventanas redondas en todas las paredes. Había un largo catre en uno de los lados
para al menos tres personas, sobre él descansaban varias almohadas de diferentes
tamaños y colores. En el centro, una mesa de madera bajita y redonda con
taburetes a su alrededor fabricados con troncos.
—¿Puedes estarte quieto? Me pones nervioso —le dijo Benjamín cansado
de verlo andar de aquí para allá.
—No estoy acostumbrado a estar encerrado.
—No estamos encerrados.
—¿Insinúas que no hace falta que nos quedemos aquí, que podemos pasear
por la aldea libremente?
—Creo que deberíamos esperar a Corina antes de ir por ahí.
—¿Y si el hada no aparece hasta mañana?
—Paciencia, compañero. Si en una hora no regresa, bajaremos.
Nada más decir eso vio por el hueco de la puerta como Corina cruzaba el
puente hacia ellos. La seguían dos hadas que cargaban algo en sus manos.
—Hola. Os hemos traído comida —comentó ella nada más llegar.
Ben, que se había acercado al verlas venir, se apartó de la puerta para
dejarlas pasar. Tras Corina iban las otras dos, una llevaba una bandeja con dos
cuencos rebosantes de frutas troceadas espolvoreadas con una especia parecida a
la canela, y la otra portaba una jarra con dos copas de latón.
—Muchas gracias, sois muy amables —agradeció con cortesía Ben a pesar
de su nerviosismo.
Debían portarse de forma considerada si lo que pretendían era pedir su
ayuda. Esperaba que Corina le hubiese conseguido una audiencia con la reina.
—Gracias. —Las palabras de David fueron algo más secas debido a la
impaciencia que estaba soportando. Pero su rostro cambió en cuanto el hada que
llevaba la bebida levantó su rostro y lo miró.
Su belleza era comparable a la de una diosa, pensó David. Sus ojos, de un
azul intenso, se clavaron en su pecho, y cuando el hada le sonrió, creyó morir.
Antes de poder articular palabra, las dos hadas dieron media vuelta y se
marcharon dejando a un David sin palabras.
Benjamín tuvo que darle un codazo a su compañero para que reaccionara.
Después se sentaron y comenzaron a engullir toda la fruta bajo la atenta mirada
de Corina.
—¿No comes con nosotros? —se interesó Ben.
—Lo haré más tarde, con alguna de mis hermanas.
—¿Sabes cuándo podremos hablar con la reina?
—Esta noche os digo.
Los xerbuks eran invitados de la reina por un día, y no tenía ni ganas ni
tiempo para tener que lidiar con ellos hasta que se fueran, porque estaba segura
de que no aceptarían la decisión de Maeve sin más.

Los dos hombres no tardaron en devorarlo todo, estaban famélicos y a
pesar de que se habían quedado llenos, tenían la sensación de que pronto
volverían a tener hambre.
Corina no volvió a aparecer por la cabaña hasta pasada la cena. Había
estado muy ocupada atendiendo a las hadas que estaban asustadas por la reciente
llegada de los guerreros xerbuks. Apenas tuvo tiempo de pasar unos minutos con
sus hermanas, Lara y Sara, que únicamente se preocupaban por ella.
Ahora tocaba lo más difícil, comunicar la decisión de la reina a esos
hombres, y tenía el presentimiento de que no lo iban a aceptar con facilidad,
tendría que convencerlos de alguna manera.
Nada más entrar en la cabaña los vio recogiendo los cuencos donde antes
había estado su cena. Le dio la sensación de que se quedaban con hambre.
—Buenas noches. Lamento no haber podido venir antes, pero mis
obligaciones como consejera me han mantenido ocupada.
—No importa, hemos pasado la tarde conociendo la aldea —le comentó
David.
—¿A qué hora tenemos la audiencia con la reina? —preguntó Benjamín sin
más rodeos, necesitaba hablar con ella lo antes posible.
—La reina no desea hablar con vosotros, os marcharéis mañana.
—¡Eso es inadmisible! —rugió al tiempo que daba un par de pasos hacia
ella.
—Se os permite quedaros esta noche, pero nada más —contestó
retrocediendo un poco.
—Hemos venido en busca de vuestra ayuda y no nos iremos sin ella. Al
menos que nos deje exponer nuestros motivos.
—Ya se los expliqué yo.
—¿Por qué se niega? Nuestra causa es noble y está a vuestro alcance.
—Porque tenemos demasiados problemas, como ya adivinaste, no
podemos preocuparnos de nada más.
—Quizá podamos ayudaros. —Tras decir estas palabras, David puso los
ojos como platos, jamás habría pensado en esa posibilidad, pero tal vez esa
táctica pudiera funcionar.
—No podéis hacer nada.
—Explícanos y ya nosotros decidiremos.
—No es de vuestra incumbencia.
—Si es el motivo por el que no queréis ayudarnos, sí nos incumbe.
—¿Tiene que ver con que el valle se esté muriendo? —intervino David
tratando de ayudar a su compañero. Debían convencer al hada.
—Sí.
—Vamos, Corina, puedes contárnoslo —la animó Ben con sus palabras
casi susurradas.
Ella sintió el arder de las lágrimas en sus ojos y se giró con rapidez para
que no la vieran. ¿Qué perdía explicándoles los problemas que sufría su pueblo?
Y lo cierto era que tenía deseos de hablar con alguien, de desahogar su
frustración. Dado que era la consejera de la reina, todas las hadas de la aldea
acudían a ella en busca de respuestas a sus inquietudes, de consejos o
recomendaciones para sus problemas, pero ¿quién escuchaba los suyos?
Permaneció unos minutos más mirando por una de las ventanas mientras
sopesaba las razones para hablarles claramente.
Benjamín se percató del malestar que sufría Corina y con el deseo de poder
consolarla, se acercó a ella.
Sus brillantes alas estaban plegadas en su espalda, que llevaba desnuda
hasta el inicio de la cadera. Ansiaba tocarla, pero tenía miedo de asustarla, de
que echara a volar sin que le dejara hablar.
Descansó la mirada en uno de sus pálidos hombros, quizá si solo la rozaba
para llamar su atención…
Armándose de valor, levantó su mano y la posó sobre su tersa y delicada
piel.
—Corina —musitó.
Ella sintió el calor de la manos sobre su hombro sin sobresaltarse, al
contrario, había deseado que se acercara a ella, que la tocara, que la consolara.
Corina limpió sus mejillas con las yemas de los dedos y se giró para mirar
los ojos del guerrero, oscuros, sinceros, honrados.
Benjamín dejó caer su mano en cuanto ella se dio la vuelta, pudo ver su
zozobra en el cielo de su mirada y odió al responsable de esa angustia.
—Se trata de Dacio, el renegado —comenzó a decir ella—, quiere el valle
para sí. Tras rebelarse contra la reina fue expulsado de la aldea, pero unos meses
después regresó con un ejército de ogros. No sé qué les habrá prometido para
tenerlos a su servicio, pero no podemos contra ellos, son demasiado fuertes
físicamente y nosotros, seres de paz.
»La reina decidió mantener el valle medio muerto porque así no le sirve;
mientras lo conservemos en este estado, no nos atacará. Pero llevamos
aguantando un año y no sé cuánto tiempo más duraremos en esta situación. Hay
árboles que ya han empezado a morir y las dríadas están muy débiles. Cuando el
valle muera, las hadas también moriremos.
—Puedo cruzar el portal hacia Xerbuk en cuestión de minutos. El rey
Marco me confiará hombres para venir a ayudaros, no te quepa duda.
—¡No! No vamos a involucrar a otros reinos en nuestra lucha, podríamos
iniciar una nueva guerra y no estamos dispuestas a llevar ese peso encima.
— No tiene por qué haber una guerra.
—Pero la habrá si viene un ejército de tu reino.
—Entonces, nos quedaremos nosotros cuatro.
—La reina no quiere —contestó ella al límite de la desesperación. ¿Acaso
esos hombres no se enteraban de nada de lo que les había dicho?
—Pues no nos iremos, tendréis que echarnos por la fuerza. —Y sonrió de
forma burlona.
Corina, al ver su gesto, suspiró derrotada. Estaba cansada de luchar y no se
refería solo a la discusión con el guerrero xerbuk, sino a todo lo sucedido.
Agotada por la situación de escasez en que vivían para mantener así el valle, de
lidiar con la reina, con el resto de hadas y el miedo a que el renegado regresase.
No quería más complicaciones.
—¿Vais a causarnos más problemas?
—Eso está muy lejos de nuestras intenciones.
—Entonces, marchaos.
—No. Como te dije antes, no nos marcharemos sin la bardana. Podemos
ayudaros.
—Pero la reina… —Corina iba a insistir, no obstante, desistió; ese guerrero
era un cabezón y no atendería a razones, al menos hoy—. Medítalo durante la
noche.
—Lo mismo digo.
Iba a ser una larga noche, pensó Ben, pero no tenía intención de ceder.
Estaba seguro de poder solucionar los problemas de las hadas y así ellas les
ayudarían con la bardana, era un buen plan, solo faltaba que la reina de las hadas
blancas aceptara.
Capítulo 5


En cuanto Corina cruzó el puente de madera, voló para ver a la reina.
Debía avisarla de que los xerbuks no se irían de forma pacífica. Imaginaba su
reacción, no claudicaría y los guerreros presentía que tampoco. ¿Qué podía
hacer?
—¡Maeve! —la llamó desde fuera.
—Mañana, Corina, voy a dormir.
—Tienes que saberlo ahora.
—De acuerdo, pasa —respondió con desgana, pero si su consejera insistía,
debía de ser importante.
Corina entró y vio a Maeve que estaba lavándose las manos y la cara en un
aguamanil de bronce grabado con motivos florales.
—Vengo de hablar con el jefe de los xerbuks y no están dispuestos a irse
sin que les demos lo que piden.
—Pues no les daremos ni cobijo ni comida.
—Benjamín, quiero decir, el xerbuk tiene una propuesta que quizá sea
interesante.
—¿Cuál?
—Sabe que tenemos problemas y se ha ofrecido a ayudarnos.
—No.
—Dijo que hasta podía cruzar el portal y pedirle a su rey más hombres.
—¡No! Eso es un disparate, no involucraremos a otros reinos, somos un
pueblo pacífico.
No sabía ni por qué se lo había contado, cuando ella ya sabía la respuesta,
de hecho, le había dicho a ese hombre que no aceptaban su propuesta. Maeve
tenía razón, pero había sentido la obligación de que su reina lo supiese.
No obstante, la idea de que los cuatro guerreros se quedaran no le parecía
tan descabellada.
—Si aceptas mi opinión de consejera, creo que deberían quedarse los
cuatro xerbuks, nos podrían servir, coger al renegado por sorpresa o al menos
asustarlo para que nos deje en paz.
—Hay algo que no has pensado, Corina. Si esos hombres pierden la vida en
nuestro valle, ¿crees que su rey se quedará tan tranquilo? —Se secó las manos
con un paño de lino blancobordado con hilo de oro y lo colgó junto al
aguamanil — . No lo hará, mandará un ejército que desencadenará una guerra
con el Reino de Xerbuk, una guerra que no ganaremos.
Vaya, tenía sentido. Como siempre su reina le había dado una lección de
sabiduría. No podían arriesgarse a provocar una contienda, y mucho menos con
un pueblo tan poderoso.
—No sé cómo lo haré, pero trataré de echarlos por la mañana.
—Gracias, Corina. Buenas noches.
—Buenas noches, Maeve.

***

Ben se estiró perezosamente, la mañana había llegado y con ella el
problema que tenían con las hadas. No pensaba luchar contra ellas, eso jamás,
pero no se iría sin la bardana. Se dispuso a bajar al río con su compañero, que ya
estaba despierto. Se lavaron la cara, el cuello y los brazos. Al rato se les unieron
Rodry y Alejo un tanto desconcertados.
—¡Benjamín!
Al escuchar su nombre, se incorporó y fue hasta los muchachos, ya
imaginaba lo que iban a decirle.
—¿Habéis pasado buena noche?
—Sí, han sido muy amables con nosotros, pero… —respondió Alejo.
—Pero… —continuó Rodry— nada más levantarnos, nos han dicho que
debemos abandonar el valle.
—A nosotros también —contestó despreocupado.
—¿Has podido hablar con la reina?
—No.
—¿Entonces? —Rodry no entendía la tranquilidad con la que el jefe de
aquella expedición hablaba.
—No nos iremos —intervino David uniéndose al grupo.
—¿Vamos a luchar contra las hadas? —Alejo apenas podía creer eso.
Estaba deseando entrar en combate, pero no contra unos seres indefensos que ni
idea tenían de luchar.
—Por supuesto que no —espetó Benjamín—. Sencillamente no nos
moveremos de aquí.
—Que nos echen, si es que pueden —añadió David curvando un tanto los
labios.
Ambos muchachos dejaron ver sus amplias sonrisas al captar el plan de sus
compañeros, que tenían mucha más experiencia que ellos. Ahora sí se alegraban
de haberse presentado voluntarios para viajar hasta allí, iban a aprender
diferentes estrategias y ardides.
—Tendremos que instalar un campamento, no creo que nos alojen otra
noche más —comentó Ben.
—Talaremos algún árbol y… —empezó a sugerir Rodry.
—No podemos matar árboles si deseamos que las hadas nos ayuden, no lo
verán con buenos ojos —explicó David.
—Buscaremos troncos, ramas y hojas secas —añadió Ben—. Lo
levantaremos junto a la cascada, así aprovecharemos algunas rocas, y nos vendrá
bien estar cerca del agua.
Los cuatro hombres se pusieron en marcha, se separaron para buscar todo
lo necesario para montar el campamento.

Corina volaba por la aldea tras haber desayunado con sus hermanas
menores, Lara y Sara, cuyo trabajo era la recogida de alimentos. Las dos
compartían casa, como casi todas las hadas. Ella también vivía allí hasta que se
convirtió en la consejera de la reina y esta le ofreció vivienda propia.
Desde lo alto vio cómo los hombres, que ya deberían estar muy lejos del
valle, se hallaban recogiendo ramas y hojas secas. La verdad era que se esperaba
algo así, tendría que ponerse más seria.
De inmediato voló hacia Benjamín y se plantó frente a él para encararlo. Se
cruzó de brazos y levantó la barbilla.
—¿Se puede saber qué estáis haciendo?
—Montamos un campamento.
—La reina dio una orden y espera que se acate.
—No vamos a hacerlo. —Dicho esto, la miró fijamente, retándola a que
hiciese algo en su contra—. Oblígame.
Aquella última palabra fue la gota que colmaba la copa. Así que esas
teníamos, pensó ella, iba a demostrarle de qué era capaz un hada enfadada.
Levantó su mano hasta la altura de su pecho con los dedos índice y corazón
juntos, los agitó en el aire de forma circular y un leve resplandor con pequeños
brillantes, semejantes a las estrellas del firmamento, apareció alrededor.
Ben se quedó ensimismado viendo cómo hacía magia. Su rostro se había
iluminado, sus ojos centelleaban risueños y sus labios se curvaron ligeramente.
Era evidente que adoraba practicar la magia.
Se había quedado tan absorto observándola que no se percató de una rama
de enredadera que reptaba hacia él. Con gran velocidad, se enroscó en sus pies
haciéndole caer a tierra de espaldas. Corina aprovechó su desconcierto para ir
hasta él y robarle la espada. Firme a sus pies, ella colocó el arma en su pecho.
—He dicho que os marchéis.
Los compañeros de Benjamín, que vieron lo ocurrido a varios metros de
distancia, empuñaron sus espadas para defenderlo, pero él levantó su mano para
que no hiciesen nada, lo tenía todo controlado, su raza jamás atentaba contra la
vida, estaba seguro de que no corría peligro. Corina era un hada valiente,
orgullosa y con mucha dignidad, sabía con exactitud cuál era su deber, y por ello
a Ben le dio pena lo que estaba a punto de hacerle.
Con las palmas de las manos, el guerrero agarró la hoja de la espada e
invocó a la Fuerza Vital. La descarga eléctrica recorrió el arma hasta llegar a las
manos de Corina que, dando un grito, la soltó y cayó hacia atrás quedándose
sentada sobre su trasero.
Benjamín también colocó sus manos sobre la enredadera que atrapaba sus
pies y le dio otra descarga haciendo que la planta le soltase de inmediato.
Después, dando un brinco, se puso en pie, fue hasta su valiente hada y le
tendió la mano para ayudarla a levantarse.
—¿Vas a hacerme eso otra vez? —preguntó ella insegura.
—No voy a hacerte daño.
—Me lo has hecho.
—Tú me has atacado primero, y lo que has sentido solo ha sido una brizna
de mi poder.
Corina miró su mano extendida, dudosa de tomarla o no, después posó sus
ojos en los oscuros del guerrero, deseosos de que aceptase su ayuda. Al menos
no estaba enfadado por haberlo atacado, como habría esperado. Así que, sin
pensárselo más, alzó su mano y tomó la de Benjamín, tan grande y robusta que
la suya se perdía en la de él. Su intenso calor la reconfortaba y volvió a sentir ese
consuelo que tanto ansiaba.
Un corro de hadas se había formado a su alrededor al haber visto en la
distancia lo ocurrido. Unas apoyaban la idea de que los xerbuks se marcharan,
otras preguntaban sin entender lo que había pasado. Todas querían ayudar a su
consejera.
—No ha pasado nada, dispersaos —ordenó Corina.
Como era habitual, todas las hadas le obedecieron excepto Lara y Sara, sus
hermanas menores, que estaban preocupadas por ella.
—No te dejaremos sola con él —dijo una de ellas mientras la otra le
dedicaba una mirada asesina a Ben.
—Estoy bien, de verdad.
—Ese hombre te atacó, a ver si es tan valiente para hacerlo con tres hadas a
la vez.
—No pienso pelear con vosotras —contestó sonriendo, le parecieron dos
muchachas muy graciosas.
—No vuelvas a tocarla.
—Hermanas, por favor —suplicó Corina un tanto avergonzada por tanta
protección.
Antes de que se pudiese decir algo más, alguien irrumpió en la aldea
dejando a todas las hadas mudas y con el corazón acelerado.
Capítulo 6


Recios ogros, de más de dos metros de altura, llegaban a la aldea haciendo
cundir el pánico entre los habitantes que ya los habían visto. Se pararon antes de
entrar, dos ogros se apartaron y dieron paso a un hada masculina vestido de
negro. Sus ojos maliciosos y su risa espeluznante hizo a Corina reaccionar.
—¡Escondeos antes de que os vea! —les dijo a los xerbuks.
—¿Es el renegado?
—Sí, idos o tendremos problemas.
—No.
—Por favor, por favor. Os lo ruego.
Ante la súplica de ella, Benjamín aceptó, dio una señal a sus hombres y se
ocultaron entre la vegetación que había cerca del río. Estaría atento, si ese
malnacido se atrevía a hacer daño a Corina, nada le retendría allí escondido. No
creía en la solución que la reina estaba dando al problema que tenían entre
manos.
Dacio caminó hacia el río, donde había visto a Corina, lo hizo de un modo
lento, como si tuviese todo el tiempo del mundo. Se quedó plantado a escasos
metros de ella. Vestía pantalones y chaleco de cuero negro, nada habitual en un
hada. Su cabello, largo y castaño, lo llevaba recogido en una coleta baja con
varias greñas sueltas. Sus ojos, de un azul intenso, eran fríos como el hielo. Sus
labios, apenas una línea recta, y al sonreír de forma malvada se veían sus dientes
torcidos y grisáceos.
—¿Qué traman mis queridas hadas? —se burló Dacio.
—Nada. ¿Qué es lo que quieres ahora?
—¿Hasta cuándo vais a aguantar en esta situación? —dijo levantando las
manos y señalando el estado lamentable del valle.
—Hasta que decidas no volver por aquí.
—Moriréis, y lo sabes muy bien.
—Lo preferimos antes que entregar nuestro hogar a un traidor como tú.
—¿Quién es un traidor? Si yo gobernara en el valle, no permitiría que mis
súbditos sufrieran de esta forma, en cambio, vuestra reina deja que paséis
hambre y necesidades.
—Es por tu culpa que la reina tomó estas medidas.
—Y todo por no ceder su trono, ¿no te parece eso una traición a su pueblo?
—No, no lo veo así.
—Es una egoísta que prefiere veros morir.
—¿¡Y quién nos está asesinando!? ¿Cómo te atreves a decir eso?
—No os faltará de nada cuando yo reine en el valle, no os haré daño.
—Has segado la vida de muchas hadas cuando te rebelaste, ¿cómo puedes
asegurar que no nos harás daño?
—Yo solo quería la cabeza de Maeve, pero esas hadas se interpusieron, no
tuve elección.
—Jamás la tendrás.
La actitud soberbia y firme de Corina lo sacaba de sus casillas, esa estúpida
hada era la culpable de que las demás no se hubiesen rendido todavía, pensaba
Dacio.
—Vamos, Corina, ¿no te gustaría ser reina?
—Ya te dije que no hace un año, y mi respuesta no ha cambiado.
—Qué desperdicio. —El renegado fijó su mirada lasciva en sus piernas y la
fue subiendo muy despacio hasta descansar en sus pechos.
Corina sintió asco al ver cómo la desnudaba con los ojos. De inmediato
cruzó sus brazos tapándose el escote.
—¡Márchate!
—Quizá si Maeve se quedara sin consejera… —Dacio, pensativo, se pasó
los dedos por el mentón.
—¡Ni lo sueñes! —gritó Lara interponiéndose entre su hermana y el
renegado. Sara la siguió.
—La familia siempre estorbando. —Miró al ogro que tenía a su derecha—.
Ocúpate.
En tres zancadas el ogro alcanzó a las tres hadas, y con un par de
manotazos apartó a las hermanas, que cayeron al suelo doloridas, quedando solo
frente a Corina.
Levantó sus grotescas y gigantes manos para atraparla, pero antes de llegar
a rozar su piel, un rayo azulado, como los que lanzan las nubes durante una
tormenta, impactó en el costado de la bestia. El ogro cayó de rodillas aullando de
dolor por la quemadura que le había provocado.
Dacio clavó la vista en el lugar de donde había emergido el ataque. No
tardó en ver al responsable, de entre la vegetación grisácea apareció Benjamín
seguido por David y los dos jóvenes.
—¡Hechiceros! —rugió.
—Te equivocas, no somos hechiceros —indicó Benjamín.
—¿Y qué sois, entonces?
—Solo están de paso —se apresuró a explicar Corina.
—Tal vez nos quedemos por aquí una temporada. ¿Qué decís, muchachos?
—La última pregunta la lanzó mirando a sus compañeros.
—Sí, nos quedaremos un tiempo —lo apoyó David, al igual que Alejo y
Rodry.
—Vaya, la reina está buscando aliados. —El renegado apretó los labios,
esta nueva situación no le gustaba nada, indicaba que no tenían intención de
rendirse y que apoderarse del valle le iba a costar mucho más de lo que esperaba.
—¡No! —soltó Corina—. Ya he dicho que…
—No necesitamos permiso para permanecer aquí —la interrumpió Ben.
Sabía que estaba asustada, pero ahora más que antes no quería irse y dejar a las
hadas a merced de un renegado loco.
—Estos ogros que ves a mi alrededor no son nada comparado con el
ejército que me espera tras la colina.
—Nosotros cuatro podemos con todos tus ogros.
Dacio soltó una fuerte carcajada, aquel comentario le pareció una
bravuconada dicha para amedrentar a sus enemigos, él mismo había usado esa
táctica, pero… ¿serían capaces de llevarla a cabo? No lo creía.
—Muy pronto lo veremos, y si no derrotáis a mis ogros, las hadas pagarán
las consecuencias.
—Nosotras no tenemos nada que ver con estos hombres. —Corina trató de
defender a su pueblo de la amenaza—. Dacio…
—No supliques —aconsejó Ben.
Sin contestarle al hada, el renegado hizo una señal a los ogros para que
recogieran al herido y poder marcharse. Él extendió sus alas y se elevó por
encima de sus bestias sin dedicar ni una mirada hacia atrás. La amenaza estaba
dada, les dejaría pensar, decidió.
—¿Te has vuelto loco? ¡Nos has puesto en peligro!
—En peligro ya estabais.
—Pero ahora…
—Vuestra situación sigue siendo la misma. Ese traidor está esperando que
empecéis a morir para hacerse con el valle, no desistirá y vosotras no
aguantaréis.
Tenía razón, pensó Corina, odiaba darle la razón a ese guerrero arrogante,
pero así era. Debía informar a la reina de inmediato y ver qué hacer, aunque no
veía solución alguna.
Capítulo 7


En cuanto el renegado se marchó, un tremendo revuelo se formó en el
centro de la aldea. Unos gritaban que los xerbuks debían irse porque estaban
empeorando su situación y otros argumentaban que era más seguro que se
quedaran, que podían ser capaces de derrotar a los ogros. Las hadas estaban
divididas en dos bandos y no dejaban de discutir.
Corina se acercó hasta sus hermanas, que tras la agresión de los ogros se
habían refugiado detrás de los guerreros, para ver si estaban heridas.
—Solo es un pequeño moretón, no te preocupes —contestó Lara.
—Estamos bien —corroboró Sara al ver que Corina ponía cara de no estar
muy convencida.
—No sé qué haría si os pasara algo malo. —Dicho esto, se fundieron en un
abrazo.
—Ni nosotras si te pasara algo a ti —respondieron ellas.
— No quiero que volváis a poneros en peligro nunca más.
—Pero nosotras…
—¡Prometédmelo!
—Promete tú que estarás bien. —Lara no estaba dispuesta a prometer algo
que quizá no pudiese cumplir.
—Voy a estar bien.
Las hermanas menores no estaban muy convencidas de las palabras de
Corina, pero si seguían discutiendo, nunca se pondrían de acuerdo. Así que
decidieron asentir con la cabeza.
Ya más tranquila, Corina se separó de sus hermanas y se dirigió hacia el
tumulto que discutía sin llegar a ningún acuerdo.
—¡Silencio! —les ordenó, pero los gritos era tan fuertes que nadie la
escuchó.
Al ver los problemas que Corina tenía para hacerse oír, Benjamín caminó
hasta ponerse a su lado. Quería darle todo su apoyo y que lo sintiera también,
tenía la sensación de que sobre sus hombros recaían muchas más
responsabilidades de las que debieran.
En cuanto llegó hasta ella no tuvo tiempo de abrir la boca, pues todas las
hadas callaron al tiempo que miraban hacia arriba. Ben lo hizo también para ver
el motivo de aquel inesperado silencio.
Desde lo alto descendía un hada de cabellos blancos ataviada con un
vestido de gasa celeste que le cubría hasta los pies, llevaba un cinturón de flores
ceñido a su estrecha cintura.
Lentamente batía las alas hasta que sus pies se posaron en tierra, en mitad
de la multitud que la miraba asombrada.
—Queridas hadas del valle —comenzó la reina su discurso—. He visto lo
que ha ocurrido y también he escuchado vuestros comentarios al respecto. Me
doy cuenta de que hay opiniones opuestas y para tratar de solucionar este
problema, tengo tres opciones que proponeros.
Benjamín miró a Corina y esta se encogió de hombros, pues no tenía ni
idea de qué iba a proponer su reina. Ambos volvieron la atención a Maeve.
—Opción número uno: que yo me entregue a Dacio y que sea él quien
reine en el valle. Si así lo decidís, lo haré y me sacrificaré por todas las hadas.
Pero debéis tener en cuenta que tal vez no sea de fiar y no cumpla sus promesas.
»Número dos: podemos no hacer nada, seguir como hasta ahora, con la
esperanza de que Dacio se canse de esperar antes de que el valle muera.
»Y número tres: aceptar la ayuda de los guerreros xerbuks, con el riesgo
que eso conlleva. Si uno de ellos pierde la vida podemos vernos implicados en
una guerra con su reino, solo son cuatro contra un ejército de ogros.
—Mis respetos, reina Maeve —intervino Benjamín—. ¿Se me permite
hablar?
—Habla, pues.
—No habrá peligro de una guerra con mi pueblo. Enviaré a un emisario
para que informe a mi rey de que estamos aquí por voluntad propia para ayudar,
nosotros asumimos los riesgos.
—¿Y tu rey lo permitirá?
—Si a cambio de luchar a vuestro lado nos ayudáis con la bardana, mi rey
aceptará.
—De acuerdo, si esta decisión es la elegida, así lo haremos. —Comenzó a
girar sobre sí misma observando a todas las hadas que había a su alrededor—.
Mañana, a la salida del sol, se convocará una asamblea en la que se decidirá qué
opción tomamos. Mientras tanto, regresad a vuestras casas y volved a los
quehaceres de cada una.
Las hadas empezaron a dispersarse entre murmullos. Lara y Sara también
se marcharon, no sin antes darle otro abrazo a su hermana para infundirle
ánimos, ambas sabían que la tarea de Corina no era fácil.
Una vez que se quedaron casi solos, la reina volvió a tomar la palabra.
—Os permito quedaros una noche más, hasta que se decida lo que vamos a
hacer —les dijo a los guerreros xerbuks—. Ocúpate de ellos, Corina.
Ella asintió con la cabeza a modo de respuesta y observó cómo Maeve
desplegaba sus alas y emprendía el vuelo.
—Iré a avisar a Korey y Pisco para que tus compañeros se queden una
noche más con ellos.
—Gracias, pero no te molestes, iremos nosotros —contestó Alejo dándole
un codazo a Rodry. Los dos muchachos habían congeniado muy bien con sus
caseros.
—Eh… vale. —Una cosa solucionada, pensó ella. Posó entonces su mirada
en Benjamín y David—. Vosotros os quedaréis conmigo de nuevo.
—Gracias —expresó David—, iré a recoger las maderas que dejamos por
medio para el campamento. —Se marchó rápidamente al presentir que esos dos
tenían cosas que aclarar.
—Bueno… me marcho, tengo cosas que hacer —señaló Corina apartando
la mirada de Ben.
—¡Espera! —la llamó al tiempo que acortaba la distancia que los separaba
y se colocaba a escasos centímetros de ella.
—Dime —respondió un poco tímida al verse demasiado cerca del guerrero,
tanto que tenía que alzar la mirada para poder verle los ojos, unos ojos oscuros y
profundos que no la dejaban indiferente.
—Mañana, en la asamblea, ¿hablarás?
—Seguramente la reina, como consejera que soy, me pida que les hable a
las hadas.
—Doy por hecho que les dirás que voten por la opción número tres.
—Yo no puedo decirles lo que deben hacer. Explicaré los pros y los contras
de las tres opciones y aconsejaré la más viable.
—Que es la última.
—Tengo que estudiarlas.
—¡Por el amor de Dios! No hay nada que estudiar —bramó mientras
manoteaba tratando de expresar su opinión y hacérselo entender a Corina—. No
podéis entregar a vuestra reina y tampoco podéis continuar con esta situación,
solo os queda una salida, aceptar nuestra ayuda.
—No me hables de ese modo, no te lo voy a permitir.
—Lo siento, es que me desesperas.
—Supongo que un bruto como tú no suele usar el cerebro, solo los
músculos.
—¿Me acabas de llamar estúpido?
—Tal vez. —Tras ver su expresión de desconcierto, se arrepintió de
haberlo llamado tonto—. Lo que no comprendes es que las hadas somos seres
pacíficos y si aceptamos vuestra ayuda, tendremos que luchar, y no vamos a
segar la vida de nadie, va en contra de nuestra naturaleza.
—Vuestro renegado sí lo ha hecho.
—Él ya no forma parte de nuestro pueblo, pero las demás no lo harán.
—Está bien, no será necesario —declaró—, podemos capturar a los ogros
sin necesidad de matarlos, y si hubiese que matar a alguien, mis hombres y yo no
somos melindrosos. —Al ver que no contestaba, continuó—: Con un poco de
suerte cogeremos al renegado con vida y todo acabará.
—Si capturamos a Dacio, ¿no tratarán los ogros de rescatarlo?
—Lo dudo mucho, he visto a esos seres en acción y siempre siguen a un
líder, sin él se sentirán perdidos y no lucharán.
—Espero que así sea.
—Confía en mi experiencia.
Ambos se miraron fijamente durante largo rato sin decir nada, Corina se
sintió cómoda por primera vez en presencia de aquel guerrero. Sus ojos hablaban
con tanta convicción que era imposible no confiar en él. Tal vez la Diosa de la
Vida, a la que tanto habían rezado, les había escuchado y enviado a estos
guerreros.
Capítulo 8


Benjamín llevaba toda la tarde dándole vueltas al tema de la asamblea del
día siguiente. No confiaba mucho en que las hadas votaran para que ellos se
quedaran, pero una cosa tenía clara, fuera cual fuere el resultado, no pensaba
marcharse.
Miró a David con decisión, lo enviaría hoy mismo a Xerbuk con un
mensaje para Marco. No tenía la menor duda de que estaría de acuerdo en que
ellos ayudasen a las hadas, sobre todo porque esperaba la ayuda de ellas
también.
Justo cuando iba a abrir la boca para hablar aparecieron las mismas hadas
del día anterior con la comida. Observó cómo su compañero se quedaba
ensimismado mirando a una de ellas. Sacudió su cabeza, esas féminas eran una
auténtica tentación y no culpaba a su amigo por mirarlas. Ignorándolo, fue a
sentarse en el taburete.
David permanecía de pie viendo cómo dejaban las bandejas en la mesa.
¿Cómo se llamaría aquel ángel alado?, se preguntó, y sin ser consciente expresó
en voz alta su pensamiento.
—¿Cómo te llamas?
—Alma —contestó ella sorprendida de que le dirigiera la palabra.
—Precioso nombre, yo soy David.
—Gracias, y ya lo sabía.
—Oh. Quería darte las gracias por tu amabilidad trayéndonos la comida.
—Mi compañera Lais también la ha traído —le dijo sonriendo.
—Ah, claro. —Echó un ligero vistazo a la otra hada—. Gracias a ti
también. —Y volvió enseguida su atención a Alma.
—Es nuestro trabajo, todas las hadas tienen tareas en la aldea.
—Igualmente gracias por ser tan amables.
—¡Alma! —gritó Lais desde la puerta donde la esperaba para marcharse
juntas.
—Debo irme.
—Podríamos vernos mañana y me explicas cosas sobre tu pueblo.
—Mañana es la asamblea, un día decisivo para nuestro pueblo, no
tendremos tiempo.
—¡Alma! —volvió a gritar su compañera.
—Adiós —dijo apresurada, se dio la vuelta y salió de la cabaña
acompañada de Lais.
David caminó hasta la puerta y se apoyó en el dintel hasta que perdió de
vista a su diosa de cabellos de oro.
—Anda, siéntate a comer —le ordenó su compañero.
Él así lo hizo, se sentó en silencio y comenzó a devorar las verduras de su
cuenco bajo la atenta y sonriente mirada de Benjamín.
—Jamás imaginé que de tu boca saliesen palabras tan cursis —soltó de
pronto.
—No he dicho nada cursi —alegó David.
—«Precioso nombre» —se burló.
—¡Cállate!
Benjamín rio a carcajadas al ver la cara que había puesto su amigo. Estaba
prendado de esa hada, en menudo lío se estaba metiendo.
—No sé de qué te ríes si tú estás en las mismas —añadió.
—¿Yo?
—No me hagas hablar, no estoy de humor.
—Vale, dejemos las bromas y hablemos de cosas serias.
—Adelante.
—He estado pensando que pase lo que pase en la asamblea de mañana, no
nos vamos a ir de aquí.
—Estoy de acuerdo contigo.
—Me alegro, hay que avisar a Marco de lo que está pasando. Y también
necesitaremos nuestras cosas si vamos a permanecer bastante tiempo en el valle.
—¿Quieres que vaya yo?
—Es mejor que tú hables con nuestro rey y no esos dos críos alocados.
—Tienes razón, iré ahora mismo.
—Procura volver lo más pronto posible, por si el renegado decidiera
regresar antes de lo previsto.
—No te preocupes.
Dicho esto, acabó de un trago el zumo de frutas que le quedaba y se
marchó a las afueras de la aldea. Necesitaba abrir un portal hacia Xerbuk sin
llamar la atención, las hadas todavía no habían decidido si debían quedarse y
ayudarlas, así que no deseaba que alguien le viera y se cuestionase hacia dónde
iba y para qué.

La noche estaba bastante avanzada, Corina dio varias vueltas en su mullida
colcha sin lograr dormir. Los acontecimientos ocurridos durante el día le habían
quitado el sueño. No dejaba de dar vueltas en su cabeza esas tres opciones que
les había propuesto la reina. Mañana se adoptaría la decisión más importante que
hasta ahora habían tenido que tomar los habitantes del valle. El pueblo estaba
dividido y no tenía ni idea de cuál se elegiría.
¿Y los xerbuks? ¿Realmente podían ayudarles o solo empeorarían las
cosas? ¿Se podía confiar en ellos? ¿Estaban dispuestos a arriesgar sus vidas en
una lucha que no les incumbía? Todas aquellas dudas la atormentaban, así que
decidió levantarse; necesitaba despejar su mente, quizá de ese modo podría
volver a conciliar el sueño.
Se levantó de su lecho y salió afuera para meditar. Cuál fue su sorpresa al
descubrir que no era la única que no podía dormir, que no estaría sola con sus
pensamientos. Lo encontró apoyado sobre la baranda del puente, con la mirada
perdida en la oscuridad del valle.
—¿No puedes dormir? —preguntó ella llamando su atención.
—Esperaba a David, pero no creo que vuelva antes del amanecer.
—¿Dónde lo manaste?
—No quería que nadie se enterase, pero te lo diré a ti, lo mandé a Xerbuk.
—¿Nos deja?
—No, es solo que, pase lo que pase en la asamblea, no vamos a irnos, así
que fue a informar a nuestro rey de lo que está sucediendo y también traerá
algunas cosas que necesitamos.
—No quiero hablar de eso ahora.
—Eres tú la que no puede dormir, ¿qué ocurre? —afirmó.
—Me preocupa la decisión que se tome mañana.
—Todo dependerá de tus argumentos, si usas las palabras adecuadas, tu
pueblo confiará en ti y elegirán la opción más acertada.
—Gracias, pero ni yo misma sé cuál es.
— Deja a un lado las emociones y piensa con frialdad, te darás cuenta de
qué es lo mejor para tu pueblo.
Tenía razón, pensó Corina. Asintió con la cabeza y caminó hasta él, apoyó
las manos en la baranda de madera y miró hacia la aldea.
— ¿Volveremos a ser las que éramos?
—Estoy seguro de ello.
Instintivamente pasó su brazo, sorteando las alas, sobre los hombros
desnudos de Corina.
Ella cerró los ojos y se dejó embriagar por el calor que desprendía su mano,
era muy reconfortante. Sin darse cuenta se pegó a él y apoyó la cabeza sobre el
hombro del guerrero.
Cuando Ben sintió cómo dejaba caer su peso sobre su cuerpo, sonrió.
Había conseguido que aquella hada confiara en él, saber eso le provocó una
sensación muy agradable. Algo extraño, que no había sentido nunca, comenzaba
a removerse en su estómago. No sabía qué era, pero le gustaba.
—¿Tienes hambre? —soltó ella de pronto.
A Benjamín le sorprendió la pregunta, que nada tenía que ver con las
preocupaciones que asaltaban su cabeza. Quizá solo tenía ganas de olvidarlo
todo por un rato, así que sonrió antes de contestar.
—Yo siempre tengo hambre.
—Mis hermanas me trajeron semillas e hice algo especial. Pensaba dártelo
mañana, pero como estás despierto.
—¿No es fruta ni de color verde?
Desde que llegó al valle estaba a rigurosa dieta, ya que las hadas eran
veganas y tenía que aceptar sus costumbres.
—No, te prometo que es otra cosa.
Ilusionada por darle la sorpresa, Corina se separó de él y lo tomó de la
mano.
—Estoy ansioso.
—Ven —lo invitó mientras tiraba de su mano.
Capítulo 9


Lo llevó hasta su parte de la cabaña y le indicó que se sentara sobre unos
cojines de colores que tenía bajo una de las ventanas.
Corina se dirigió hasta un armario y sacó un cuenco con un bollo dentro,
fue hasta donde Ben se encontraba y se lo ofreció dedicándole la mayor de las
sonrisas, sabía la importancia que la comida tenía para esos guerreros curtidos.
—¿Es pan? —preguntó mientras se le hacía la boca agua de pensarlo.
—Es pan de semillas, no es fácil conseguirlas en este tiempo de escasez.
—No deberías malgastarlo conmigo, entonces.
—No es malgastarlo, eres un invitado en nuestro valle.
—Muchas gracias, y ¿cómo…? —Le pareció que su pregunta era indiscreta
y se calló.
—¿Cómo… qué?
—Solo es una curiosidad.
—Adelante.
—Si jamás hacéis fuego, ¿cómo lo has horneado?
Como respuesta, ella soltó una carcajada, levantó sus dedos índice y
corazón juntos y los agitó con suavidad provocando destellos brillantes que
bailaron alrededor de su mano.
—¡Vaya! —exclamó admirado.
—Sé que estáis acostumbrados a otro tipo de alimentos y estoy convencida
de que estáis pasando hambre, pero…
—No sufras por eso, por favor. —Benjamín partió el bollo por la mitad y le
entregó a ella una parte.
—No, es para ti.
—Solo comeré si lo haces conmigo.
Corina lo tomó y se sentó junto a él. Ben le habló de cómo era la vida en
Xerbuk, algunas de sus costumbres y cuál era su trabajo allí. También le contó
sobre las penalidades más graves que hacía algunos años había padecido su reino
y que gracias a una profecía habían logrado superar.
Ella también le habló de cómo era el valle en tiempos mejores, de cómo
llegó a ser la consejera de la reina…
Charlaron durante varias horas sin apenas darse cuenta de que había pasado
tanto tiempo. La confianza había nacido entre ellos y sentían que se conocían
desde hacía mucho tiempo y no de solo unos días.
—Creo que es mejor que me vaya o llegaremos tarde a la asamblea de
mañana —comentó Benjamín con pesar, porque lo último que le apetecía era
marcharse de su lado.
Se levantó y caminó hacia la salida, estaba por cruzar el umbral cuando la
delicada mano del hada le sujetó del brazo.
—Ben —susurró.
Era la primera vez que le llamaba de forma tan familiar y le gustó, le gustó
mucho escuchar el diminutivo de su nombre en sus labios.
—¿Qué ocurre? —inquirió mientras se perdía en sus ojos.
—Podrías quedarte conmigo.
Los ojos de Benjamín se abrieron desmesuradamente. ¿Había oído bien?
¿Quería acostarse con él? Era un hada muy atractiva, no le desagradaba para
nada la idea. Además, también la consideraba inteligente y muy valiente. Pero le
parecía demasiado pronto para que ella le hubiese propuesto algo así. Quizá las
hadas tenían otras costumbres o le gustaba lo suficiente para querer llegar más
lejos.
Bueno, si ella lo deseaba, él no se iba a negar, pero antes debía asegurarse
bien de que eso era lo que quería y que luego no se arrepintiera.
—¿Estás segura de eso, Corina?
—Sí.
—Como hace tan poco tiempo que nos conocemos…
—Lo sé, pero también sé que en tus brazos estaré segura, tu calor me
reconforta y así quizá pueda dormirme.
—Dormir… —murmuró. Así que solo quería dormir acompañada. Puede
que ella conciliara el sueño, pero él lo perdería por completo—. Claro, me
quedaré si eso te ayuda —respondió a pesar de sus pensamientos.
—Gracias —dijo con timidez, todavía no sabía de dónde había sacado el
valor para pedirle tal cosa. Nunca había sido una fémina atrevida, y mucho
menos desvalida, pero deseaba tanto apoyarse en alguien…
Benjamín se acomodó junto a Corina en la gruesa y confortable colcha, ella
apoyó la cabeza sobre su pecho y pasó un brazo por su abdomen.
Los dos se habían acostado con la ropa puesta. A Ben no tardaron en
molestarle los pantalones en cierta parte de su anatomía, no obstante, cerró los
ojos y olió el perfume a lilas de su cabello. A los pocos minutos escuchó el ritmo
pausado de su respiración que indicaba que el sueño la había atrapado. Trató
entonces de relajarse, iba a ser una larga noche, pero valdría la pena, de eso no
tenía la menor duda.

—¡Vamos! ¡Levántate! —lo sacudió Corina. Como respuesta solo recibió
un gruñido—. Dormilón, hace mucho que salió el sol.
Lentamente Benjamín abrió los ojos y vio el rostro risueño del hada que le
había quitado el sueño. Se encontraba a escasos centímetros de él, sus cabellos
dorados hacían cosquillas en su mejilla y los rayos del sol que entraban por la
ventana lo hacían brillar todavía más, si cabía. Era una aparición celestial o
todavía estaba dormido, aún no estaba seguro.
Trató de sacudir su cabeza y despertar por completo, pero ella seguía sobre
él, así que, y sin poder evitarlo, tomó su rostro con las dos manos y la atrajo
hacia sí.
La sorpresa del beso la dejó paralizada, pero poco a poco fue sucumbiendo
a la pasión, abrió los labios y permitió que Ben incursionara en su boca.
Bajó las manos hasta su cintura y tiró de ella hasta colocarla sobre él, a
horcajadas. La fina tela que cubría el cuerpo de Corina permitía a Ben deleitarse
con cada caricia, sentir sus pechos, su trasero… se estaba excitando
sobremanera, hacía demasiado tiempo que no gozaba de un cuerpo femenino y el
de ella lo estaba llevando al límite.
—Llegaremos tarde —murmuró Corina sobre los labios masculinos.
Benjamín, haciendo acopio de todas sus fuerzas, la soltó entre jadeos y
gruñidos. No era el momento adecuado, debían asistir a una asamblea muy
importante, no obstante, pensaba retomar lo que había dejado a medias en cuanto
pudiera. Corina había respondido activamente a sus besos y eso avivó su orgullo
masculino. Ella se merecía que se tomase todo el tiempo del mundo. Debía
encontrar el momento adecuado para recrearse en su cuerpo, para sucumbir al
placer y dárselo a ella también.
—¡Vaya! Ha sido increíble —alabó Ben.
—Sí que lo ha sido —confirmó ella sonrosada todavía por causa de la
pasión.
—Esto no estaba planeado, yo…
—No te preocupes, Ben. Ya hablaremos, ahora tengo que cumplir con mi
deber.
—Voy al río a lavarme un poco, luego te alcanzo.
—Desayuna antes. —Corina le entregó un cuenco con un líquido blanco un
tanto violáceo. Al ver que él lo miraba con desconfianza, añadió—: Es leche
hecha a base de bayas.
—¡Leche! ¡Trae para acá! —Ben le arrebató el cuenco de las manos y se lo
bebió de un solo trago mientras escuchaba la risa fresca de su hada.
—Es gracioso ver cómo te entusiasma la comida.
—Hay cosas que me entusiasman más.
Ella observó cómo la devoraba con la mirada tras decir aquellas palabras,
había dejado bien claro a qué se estaba refiriendo y por primera vez en su vida se
sintió atrevida.
—Creo que pronto lo descubriré.
—¿Es obligatorio que asistas a esa asamblea?
—Lo siento, pero sí.
Benjamín bufó al ver cómo la oportunidad de estar con ella se desvanecía.
Capítulo 10


En la parte sur de la aldea estaba todo dispuesto para la asamblea, había
unos troncos viejos, ordenados en una hilera, formando un semicírculo, detrás
había otra fila y después otra, así hasta veinte. Muchas hadas ya estaban sentadas
mientras otras permanecían de pie. Estaban ansiosas por llegar a una decisión
que pudiese acabar con la situación en la que se encontraban desde hacía ya un
año. La comida escaseaba y las fuerzas mermaban, no podrían seguir así mucho
más, y todas lo sabían.
Corina fue hasta la primera fila y se sentó en un hueco que habían
reservado para ella. Benjamín prefirió quedarse atrás del todo, de pie, junto a los
jóvenes Rodry y Alejo. Esperaba que David no tardara mucho más en llegar, lo
mejor era que estuviesen los cuatro juntos cuando tomasen la decisión, sea cual
fuere.
A los pocos minutos de estar allí, la reina Maeve hizo su aparición desde
las alturas, moviendo con suavidad sus traslúcidas y brillantes alas. Una vez tocó
el suelo, se dirigió a su pueblo en un tono suave y cariñoso pero firme y sin
vacilación.
—Buenos días, mis queridas hadas.
—Buenos días, mi reina —respondieron.
—Espero que hayáis meditado las tres opciones que os propuse ayer. —Las
hadas comenzaron a mirarse unas a otras y a murmurar—. Antes de la votación y
para que tengáis las ideas claras, le pediré a mi consejera que hable, que exprese
su sabia opinión al respecto y así os ayude a disipar dudas.
Todas las miradas recayeron sobre Corina. Esta se levantó y caminó hasta
colocarse en el centro del semicírculo, junto a Maeve.
—Como ha dicho nuestra reina, he meditado en los pros y los contras de
las opciones que ella nos propuso. En la primera, según la oferta de Dacio, si
nuestra reina se entrega, todo habrá acabado, pero ¿qué nos garantiza que
cumpla con lo prometido y todo vuelva a ser como antes? Ha matado a hijos,
hermanos y amigos nuestros, es algo que debemos tener presente y no olvidar
jamás. ¿De veras deseamos a un asesino en el trono? ¿Dirigiendo a nuestro
pueblo? Nada nos garantiza que sea justo.
»Otra de las posibilidades es la de no hacer nada, seguir como hasta ahora,
quizá Dacio se canse de esperar a que nos rindamos, pero ¿y si no es así?
¿Cuánto más podremos resistir? La comida escasea y el valle se muere, y cuando
eso pase todas las hadas moriremos también. ¿Creéis que debemos arriesgarnos?,
¿que hay alguna posibilidad de ganar de esta forma?
»Por último, podemos recurrir a la ayuda que nos ofrecen los guerreros
xerbuks. Sé que no la hemos pedido y que no esperábamos su llegada, pero aquí
están, quizá el destino hizo que se presentaran cuando más los necesitamos o
quizá la Diosa de la Vida escuchó nuestros ruegos y los puso en nuestro camino.
Lo único que nos piden a cambio es que les ayudemos con una planta muy
importante para ellos. Además, si fracasaran, no entraríamos en guerra con su
reino pues en estos momentos un emisario está informando a su rey de que se
quedan aquí de forma voluntaria y con todas las consecuencias. Por otro lado, si
aceptamos su ayuda, nos veremos implicadas en una guerra con Dacio que
podría desencadenar en muertos. ¿Creéis que los xerbuks son nuestra única
posibilidad? ¿Merece la pena arriesgar nuestras vidas? ¿No hay otro modo de
detener a Dacio?
Las murmuraciones se elevaron tras decir estas palabras, las hadas estaban
divididas y confusas, pero confiaban en las palabras de su consejera, pensaban
que tenía razón en todo lo que había dicho. Pero ¿habría represalias si aceptaban
la ayuda de aquellos guerreros? Eso era lo que más inquietaba a todos los
presentes.
—Después de mucho meditar —dijo Corina continuando su explicación—,
mi consejo es que con esta última opción tenemos una oportunidad y nada que
perder, pues a la larga el valle morirá al igual que todo nuestro pueblo.
Una vez había expuesto todos sus argumentos, regresó a su asiento en
mitad de los acalorados comentarios de los asistentes.
—¡Silencio! —exclamó la reina levantando ambas manos. Cuando todos
callaron, ella volvió a tomar la palabra—. Ya hemos oído las sabias palabras de
Corina, ahora comenzará la votación.
Eric, el secretario de la reina, un hada de pelo corto, rubio oscuro y un
cuerpo atlético se colocó en el centro de la asamblea. Portaba una caja grande, de
madera tallada en sus manos.
—Eric, procede —ordenó Maeve.
—Cada hada cogerá una nuez de aquella cesta —explicó señalando a su
derecha—. Colocaréis una, dos o tres semillas, según la opción que elijáis, y
después cerraréis la nuez. En cuanto tengáis el voto listo, una a una os acercaréis
para introducir la nuez en esta caja. En el momento en que el sol esté en lo más
alto, se hará público el resultado y será acatado.
Eric abrió la caja de madera y en riguroso orden las hadas fueron
colocando su voto en el interior.
Benjamín se paseaba de un lado a otro nervioso, los argumentos de Corina,
a su parecer, habían sido muy convincentes, pero el razonamiento de las hadas
distaba mucho de parecerse al suyo, así que no tenía ni idea de qué iban a hacer.
—¿Tardarán mucho en tener los resultados? —preguntó Rodry.
—¿Estás sordo? Ha dicho que cuando el sol esté en lo más alto.
—¿Y Corina no puede adelantarte nada?
—No lo creo, habrá que tener paciencia.
— Habló el rey de la paciencia —se quejó Alejo.
—Con tus tontas preguntas no ayudas —se defendió Ben.
—Entonces, deja de ir de aquí para allá, porque también nos pones
nerviosos.
Al escuchar esas palabras, Ben se paró en seco. Tenía que admitir que
estaba más nervioso que esos dos chicos, y al parecer no lo había disimulado
mucho.
Sin ser consciente, empezó a retorcerse las manos mientras miraba hacia el
hada que portaba la caja de madera; le había llegado el turno a Corina. La
observó levantarse, avanzar e introducir su voto. No dudaba de que ella había
elegido luchar con ellos.
—Ya llegué. ¿Cómo van las cosas por aquí? —se interesó David
acercándose por la espalda a sus compañeros.
—Están votando —resumió Ben. Dio media vuelta para ver a David—.
¿Cómo ha ido con Marco?
—Bastante bien. Se preocupó porque las hadas tuviesen problemas, quería
enviar a medio ejército, pero le dije que no.
—¿Le explicaste el porqué?
—Sí, y no se sorprendió, las conoce bien y sabe de su naturaleza pacífica.
—Gracias, David. —Se miró la ropa sudada y recordó el otro pedido—.
¿Trajiste ropa limpia?
—Así es, dos baúles. Ropa para los cuatro.
—¡Maravilloso! —gritaron Rodry y Alejo a su lado—. ¿Podemos ir ahora
a bañarnos?
—¡Marchaos! —gruñó Ben dándoles un ligero empellón.
David y él se quedaron largo rato esperando a que todas las hadas se
fuesen. Por último, Eric cerró la caja y junto a Corina y a la reina emprendieron
el vuelo.
Cuando estaba a unos metros de altura, Corina buscó con la mirada a los
xerbuks, estaba preocupada por saber la decisión que su pueblo había tomado. Si
ellos se quedaban en contra de la voluntad de todas las hadas no sabía qué podía
pasar, y Ben ya la había avisado de que no pretendía irse. Solo esperaba no tener
más problemas de los que ya padecían, ojalá su pueblo hubiera seguido su
consejo.
Benjamín alzó la vista para verla marchar y, por un momento, sus miradas
se cruzaron y ambos adivinaron los pensamientos del otro.
Capítulo 11


La mañana avanzó con bastante rapidez, Ben y David la habían pasado
conociendo un poco más la aldea. Se encontraron con las hermanas de Corina
que, admiradas por haber dado la cara por ellas, se ofrecieron a acompañarles.
Ambas jóvenes miraban encantadas a los fornidos guerreros mientras les
explicaban que no tenían ganado, ni gallinas ni ningún animal encerrado, todos
vivían en libertad. Se adentraron en el bosque y les enseñaron dónde recogían
alimentos todos los días. Los frutos eran bastante escasos, ya que el bosque
moría un poco más a cada hora que pasaba, pero iban aguantando.
—Sé que a partir de hoy todo irá mejor —comentaba Lara.
—Sí, la Diosa de la Vida os ha enviado —corroboró Sara.
—Ojalá seamos capaces de mejorar vuestra situación.
—El enfrentamiento con el traidor y su ejército de ogros será duro. —Ben
quería dejar clara la situación a esas muchachitas que les veneraban como a
dioses.
—Confío en vosotros.
Ben esperaba no defraudar a esas jóvenes esperanzadas de tener un futuro
mejor.

El sol ya estaba en lo más alto cuando Ben y David llegaban a la asamblea.
Poco a poco se fueron acercando todas las hadas y se sentaron en los
troncos habilitados como bancos.
Eric, Corina y la reina no se hicieron esperar y pronto volaron hacia el
centro de la asamblea, mientras el pueblo esperaba con impaciencia los
resultados de la votación. Los xerbuks, de pie en la última fila, también estaban
ansiosos por saber qué habían decidido.
—Atención, Valle de las Hadas Blancas —anunció Eric—. Ya hemos
hecho el recuento de votos.
Un silencio sepulcral invadió el lugar. Las hadas aguantaban la respiración
expectantes. El único deseo que todas compartían era que acabase la situación
que las mantenía al borde de la desesperación.
—Esperábamos que esta votación fuera más reñida —continuó Eric—,
pero para nuestra sorpresa no ha sido así y una de las opciones ganó por gran
mayoría.
«Pero dilo de una vez», refunfuñó Benjamín para sí mismo. Había pasado
horas nervioso por saber qué iban a hacer las hadas, tratando de distraerse sin
conseguirlo del todo. Él tenía claro lo que pensaba hacer, pero dependía de ellas
que fuera por las buenas o por las malas.
—Después de haber hecho el recuento por dos veces —seguía el secretario
de la reina ajeno a la desesperación de todos los presentes—, pondremos en
práctica la opción número tres, y para ello la reina solicita una reunión urgente
con los guerreros xerbuks para urdir un plan de acción.
Las hadas saltaron de alegría, vitorearon y aplaudieron los resultados. A
pesar del pavor que les daba entrar en un conflicto, sabían que era la única
solución para resolver sus problemas. Los xerbuks eran la respuesta que la Diosa
de la Vida había dado a sus oraciones.
Las miradas se posaron en Ben y sus compañeros con admiración. Por
primera vez en mucho tiempo veían el final de su agonía, un rayo de luz para
que el valle no muriese. Aquellos hombres eran toda su esperanza y toda la aldea
estaba dispuesta a colaborar con ellos.
Benjamín al fin pudo respirar aliviado, ya tenía vía libre para poder
quedarse y ayudar como él deseaba, podría pedir la colaboración de la reina y de
las demás hadas, y sus jóvenes guerreros pondrían a prueba su entrenamiento.
Rodry y Alejo no hacían más que mirarse las ropas limpias, satisfechos.
Les había dado tiempo de sobra a darse un baño y recrearse bajo la cascada, y
eso, añadido al resultado de la votación, les mantenía en un estado casi eufórico.
Ya estaban ansiosos por enfrentarse a esos asquerosos ogros y a su traicionero
líder. Defenderían a las hadas a muerte, no defraudarían a Benjamín y su rey
estaría orgulloso de ellos.

Apenas había pasado una hora desde que se conoció la decisión de la
asamblea y los xerbuks ya estaban reunidos en una de las pequeñas salas de las
que disponía la cabaña de la reina. Era redonda, con una mesa baja en el centro y
rodeada de cojines. Ellos se sentaron alrededor y esperaron a que Maeve tomara
la palabra.
La consejera y el secretario se encontraban junto a su reina dispuestos a
apoyar sus palabras y a ayudarla en todo lo que necesitase.
—Supongo que tenéis claro que somos un pueblo pacífico —comenzó
informando la reina.
—Así es, pero no podemos garantizar que no morirá nadie, solo que
trataremos de que las bajas sean la menos posibles en ambos bandos —contestó
Ben seguro de sus palabras.
—Las hadas no pueden segar vidas o condenarán su alma inmortal al vacío
infinito.
—De eso nos encargaremos nosotros, y solo en caso necesario.
—¿Cómo procederéis, entonces? —intervino Corina.
—Construiremos trampas —se aventuró a decir Ben, que había estado
barajando esa idea desde la noche anterior.
—Sí, trampas es lo más adecuado —lo apoyó David animándolo a seguir
con el plan que suponía tenía su compañero en mente, ya que no le había
contado nada con anterioridad.
—Haremos grandes hoyos alrededor de la aldea y los cubriremos a fin de
que no se note nada.
—Calculo que con un buen socavón parte de la avanzadilla caerá ahí,
después echaremos redes y los dejaremos atrapados —indicó David.
—Y una segunda línea con cuerdas que los capturen si esquivan la primera
trampa —continuó Ben.
—¡Sí! —Se entusiasmaron los dos jóvenes xerbuks—. Colgarán bocabajo
como conejos —añadió Rodry.
Corina se tapó la boca, asustada de solo imaginar a los pequeños seres de
largas orejas tratados de ese modo.
Benjamín les dio una colleja a cada uno con la mano extendida por aquel
comentario inapropiado. Debían recordar que las hadas amaban y respetaban a
los animalillos del bosque, no se los comían como ellos.
—¡Au! ¿Qué hemos hecho? —se quejaron. Como contestación Ben les
gruñó para que se mantuviesen callados.
—Los que superen las primeras trampas —continuó Ben ignorando a los
dos muchachos— caerán en las segundas y haremos una tercera con más redes.
Reduciremos bastante el número de ogros que lleguen hasta la aldea —concluyó
Ben.
—¿Y cómo combatimos a los que logren pasar? —quiso saber Corina.
—Con magia —respondió él—. ¿Recuerdas cómo me atacaste hace unos
días?
—¿Le atacaste? —preguntaron Maeve y Eric al tiempo e igual de
extrañados.
—Eh… yo… Bueno, se resistía a marcharse cuando diste la orden de que
se fueran.
—Explícaselo —la animó el guerrero.
—Usé mi magia para que una enredadera le atrapase los pies y lo hiciese
caer. No es gran cosa.
—Pero servirá para cazar a los ogros —dijo Benjamín.
—Corina, no conocía esa destreza tuya con la magia —comentó Maeve
orgullosa de su consejera.
—Como veis, podéis usar vuestra magia para inmovilizar a esas bestias; si
alguno se resiste, nos ocuparemos nosotros, y de Dacio también.
—Es de suma importancia capturarlo —intervino David—. Una vez lo
tengamos a él, los ogros huirán.
—¿Estáis seguros de eso? —La reina se pasó la mano por su pálido rostro,
esperanzada.
—Los ogros son muy torpes —intervino Alejo—, siempre necesitan un
líder.
—Se verán perdidos sin él, será pan comido cogerlos —corroboró Rodry.
—No cantéis victoria antes de tiempo, chicos —los regañó Ben.
—De acuerdo, me parece bien —afirmó la reina—. Tenéis mi
consentimiento para llevar a cabo vuestro plan.
Fantástico, pensó Benjamín. Ahora sí tenían vía libre para cumplir su parte
del acuerdo, y cuando acabasen con el renegado la reina les daría la ansiada
bardana.
—Necesitaremos la ayuda de un gran número de hadas.
—La tendréis.
—Corina, sería bueno que informases a tu pueblo de cómo deben atacar a
los ogros —le pidió Benjamín.
—Vale, lo haré.
—Si no hay nada más que decir podéis marcharos. Descansad hoy y
mañana, a primera hora, podéis comenzar los trabajos.
Con una inclinación de cabeza, los xerbuks de despidieron de Maeve y
abandonaron la cabaña de la reina seguidos por Corina y Eric. Este último se
marchó volando a informar al pueblo de la decisión que se había tomado,
mientras que la consejera los acompañó durante un rato.
—Parece un buen plan —comentó ella.
—Verás que todo saldrá bien —la tranquilizó Ben.
—Supongo que tenéis experiencia en conflictos como este.
—Exactamente como este no, pero no es la primera vez que guerreamos.
—La reina confía en vosotros, y yo también.
—No os defraudaremos.
Benjamín miró con intensidad a Corina durante largos segundos, deseando
abrazarla, protegerla de todo mal, pero no lo hizo. Estaban en mitad de la aldea a
la vista de cientos de ojos.
Corina sintió esa mirada abrasante y apartó la vista del guerrero antes de
acabar lanzándose a sus brazos sin pensar en las consecuencias.
—Debo ocuparme de algunas cosas.
—Ve tranquila.
Y dicho esto, emprendió el vuelo para ocuparse de sus quehaceres y,
mientras, los xerbuks tendrían su propia reunión.

Capítulo 12


Rodry y Alejo se marcharon a inspeccionar los alrededores acompañados
por Pisco, tenían orden de buscar buenas zonas para colocar las trampas.
Mientras tanto, David y Benjamín subieron hasta la cabaña donde estaban
instalados. Usaron la escalera de cuerda que Corina, con ayuda de otras hadas,
había colocado en su lado para no tener que cruzar el puente desde una estancia
hasta la otra y que así les resultase más cómodo e independiente.
—¿Crees que hacemos bien en enfrentar a las hadas contra un ejército de
ogros? —preguntó David inquieto al haber estado dándole vueltas al asunto en
su cabeza.
—¿Ahora te entran dudas? Ya no hay vuelta atrás, es posible que algunas
pierdan la vida, pero si no luchan, todas perecerán a largo plazo. Ellas son
conscientes de eso, por ese motivo votaron para que nos quedásemos.
—Sé que es lo correcto, pero… las veo tan débiles. —En la mente de
David apareció la imagen de Alma, su ángel, su diosa, su… Sacudió la cabeza
para dejar de pensar en ella.
—Puede que te lo parezcan, pero no lo son. Su magia es muy poderosa y
piensa en qué condiciones han sobrevivido el último año.
—En eso tienes razón, aun así…
—No le des más vueltas. Como te he dicho, no podemos echarnos atrás, y
tampoco podemos volver a Xerbuk sin la bardana.
—Lo siento, Ben, no quería ponerme pesimista.
—Lograremos liberarlas de ese desgraciado, estoy seguro.
En esos momentos llegó Alma y ambos guardaron silencio. Iba más
cargada de lo habitual, David corrió a ayudarla sin tan siquiera pensárselo. Tomó
la jarra de zumo que era lo que más pesaba y la dejó sobre la mesita.
Alma, un tanto apurada porque su deber era servirles, trató que el guerrero
no le quitara nada más de las manos.
—No te preocupes, puedo yo sola.
—No es ninguna molestia ayudarte. ¿Por qué no ha venido tu compañera?
—La mandó llamar la reina.
—Yo… me daré un baño primero, más tarde cenaré —comentó Ben
mientras iba hasta el arcón, sacó ropa limpia y salió de la cabaña sin mirar atrás.
David sonrió al percatarse de la maniobra de su compañero, pensaba
aprovecharla sin lugar a dudas. Ya le daría las gracias más tarde.
—¿Por qué no me acompañas y cenamos juntos? —la invitó el guerrero
xerbuk.
—Todo esto no es para mí.
—¿Me vas a dejar solo con toda esta comida? —preguntó con cierta
picardía que no pasó inadvertida por Alma.
—Es la cena de tu compañero, no voy a comérmela.
—Se conseguirá otra, no te preocupes por eso.
—Corina me matará.
—No tiene por qué enterarse, ¿vamos?
David le tendió la mano y ella la aceptó un tanto dudosa. En cuanto la
tomó, la sintió fuerte, callosa y ruda, tan diferente a la suya… Además era
cálida, muy cálida y reconfortante. Sin darse ni cuenta estaba sentándose sobre
los cojines y riendo como una tonta.

Benjamín se alejó de la aldea con una sonrisa en sus labios, esperaba que
David supiese sacarle partido a su sacrificio, estaba hambriento y había
renunciado a su cena por él.
Caminó sin prisas a través de los grandes árboles hasta escuchar el ruido de
la cascada, entonces, giró a la izquierda y se dirigió hacia ella. El sonido del
agua se hacía cada vez más fuerte al tiempo que el sol descendía a gran
velocidad, poniéndose sobre la copa de los árboles. En otros tiempos el paisaje
habría sido de ensueño, pensó Ben con tristeza.

La luz crepuscular caía sobre el valle cuando Corina volaba bajo en
dirección al río. Hacía unos minutos había cruzado el puente de madera en busca
de Benjamín, pero encontró a su amigo en compañía de Alma, cosa que le había
sorprendido enormemente, sin embargo, no era asunto suyo. Por otro lado,
entendía a su compañera porque los guerreros xerbuks tenían algo que atraía a
cualquier fémina. Durante la asamblea había podido observar cómo más de una
no les quitaba el ojo de encima.
La cosa era que había esperado encontrar a Benjamín para hablarle sobre
los planes de la inminente guerra, pero le informaron que estaba en el río, y
además sin cena, pues esos dos inconscientes se lo estaban comiendo todo.
Así que, en vez de esperar a que volviera, había decidido ir en su busca, le
llevaría algunas verduras que había recogido para sí misma. Sería bonito
compartirlo junto a la cascada antes de que la noche llegara por completo.
Sus brillantes alas se agitaban con delicadeza al tiempo que sorteaba los
árboles, volaba casi a ras de suelo porque quería que Ben la viera llegar.
El crepúsculo coloreó el cielo de tonos ámbar, anaranjados y violetas. Una
suave brisa sacudía el follaje que cubría las ramas más altas. Cuánto deseaba
volver a oler la hierba fresca y las flores; escuchar el canto de los pájaros, a las
ardillas saltar de árbol en árbol… Muy pronto, se dijo Corina, muy pronto todo
volvería a la normalidad, solo tenía que tener un poco más de paciencia, solo
esperar un poco más.
El sonido de la cascada llegó hasta sus oídos y lo que vio le hizo dibujar
una «O» en sus labios. Sus alas dejaron de moverse y cayó al suelo de pie,
gracias a que no volaba alto. Por poco no tiró el contenido del cuenco que
llevaba entre sus manos.
Siguió mirando fijamente cómo el agua de la cascada resbalaba sobre el
cuerpo desnudo de Benjamín. El río le cubría hasta la cintura y pudo apreciar
cómo se frotaba los fuertes brazos y el musculoso pecho. Observó cómo se
giraba para tomar agua de la cascada con sus manos para echársela a la cara. Fue
entonces que vio el tatuaje de un dragón con las alas extendidas en su hombro
derecho. Era fascinante.
Volvió a girarse dejando a la vista su pecho fornido. Estaba totalmente
embelesada. Jamás había visto un cuerpo tan prominente, ni el vello que lo
cubría, ya que las hadas masculinas no poseían. Deseó poder pasar sus dedos por
él y conocer su textura, su calor, sentir su corazón.

Con el agua bañando su piel Benjamín se sentía como en el cielo. Después
de un día de nervios, ahora se encontraba relajado.
Llevaba veinte minutos bajo la pequeña cascada, si no salía se quedaría
arrugado como una pasa, pero se sentía tan bien que apenas tenía ganas.
Estiró sus brazos para eliminar la tensión de sus músculos y se dispuso a
salir del agua. Se frotó la cara una última vez y sumergió la cabeza para retirarse
el pelo de la cara. Se giró ligeramente y caminó despacio hasta la orilla.
Poco antes de salir del río la vio, estaba parada junto a una roca, el cabello
dorado caía lacio hasta sus pechos, lo mantenía apartado de la cara con una
corona de flores rosas y una pequeña trenza adornaba uno de sus lados. Sostenía
algo entre las manos que no alcanzaba a ver. Se fijó en cómo su mirada estaba
puesta en él y apenas parpadeaba.
Conforme se acercaba a ella, advirtió que sus ojos cambiaban de dirección
y se posaban en cierta parte de su anatomía, entonces, no pudo resistir las ganas
de sonreír, el deseo que recorría la mente y el cuerpo de Corina era más que
evidente.
Sin pensárselo dos veces aceleró el paso para llegar antes hasta ella, se paró
a escasos centímetros de su cuerpo, le quitó el cuenco que sostenía entre las
manos y lo dejó sobre la roca. Después se quedó allí parado, sin dejar de mirarla.
¿Querría Corina dar el primer paso?
Tras un minuto desesperante, Benjamín agarró su mano y la llevó hasta su
pecho para que lo tocara. Corina aceptó de buen grado la invitación y enroscó
sus dedos en el vello que cubría el cuerpo del guerrero. Había deseado tanto
acariciarlo que pensaba aprovechar la oportunidad que él le brindaba.
Ben cerró los ojos y gozó de la caricia, aunque no hacía demasiado tiempo
que disfrutó de una mujer, Corina le despertó una sensación de placer que no
estaba seguro de haber sentido alguna vez. ¿Podía ser que en las anteriores
ocasiones solo había sido deseo carnal? A Corina también la deseaba de esa
manera, pero de forma inexplicable sentía deseos de pasear con ella cogidos de
la mano, charlar, comer juntos…
Al observar Corina la cara de gozo de Ben, se animó a seguir explorando el
cuerpo masculino. Bajó hasta su duro abdomen y sintió cómo aguantaba la
respiración, al mirar más abajo descubrió que aquella parte, que antes había visto
en total reposo, había cobrado vida de forma sorprendente.
Abrumada, apartó la mano, pero Ben volvió a tomársela y esta vez la posó
sobre su miembro. Al instante Corina jadeó por la sorpresa, su tacto era duro y
fuerte, pero a la vez suave y cálido, muy cálido. Jamás había tocado los atributos
masculinos, y que su primera vez fuera con Benjamín le agradaba sobremanera.
Mientras ella le acariciaba, él desató el cinturón dorado de su muselina
blanca y tomó el bajo para sacárselo por la cabeza.
—¡No! —dijo Corina tajante.
—Lo siento, pensé que…
Benjamín estuvo a punto de darse de patadas por haber malinterpretando la
curiosidad de aquella hada.
—No se quita por la cabeza, sino por los pies —explicó ella moviendo sus
alas para que entendiera el porqué.
—¡Oh! Es mi primera vez con un hada —comentó a modo de disculpa
mientras el alivio regresaba a su cuerpo. Después, obedeciéndola, deslizó la
prenda por su piel hasta detenerse en sus tobillos.
El cuerpo de Corina era increíble, sus pechos turgentes coronados por unos
pezones de un rosado pálido, su cintura estrecha y una hermosa cadera a la que
sujetarse.
Su pene palpitó desesperado por estar dentro de ella. Sin previo aviso el
guerrero la tomó en brazos y la llevó hasta el río, donde la depositó con cuidado
sobre la escasa hierba grisácea que cubría la orilla. De inmediato se colocó sobre
ella y comenzó a besarla en los labios para continuar bajando por su cuello, al
mismo tiempo que sus manos estrujaban con suavidad sus senos.
Los jadeos de ella se intensificaron, lo que animó más a Ben que sustituyó
sus manos por la boca, le lamió los pezones y jugueteó con ellos detenidamente.
El hada entremetió los dedos por el ensortijado de sus cabellos húmedos
sintiendo con total intensidad cada sensación que despertaba el guerrero en su
interior. No quería que parase, pero a la vez sentía la necesidad de que la tocara
en otro lugar. Comenzó a levantar sus caderas buscando ese roce que la calmara.
Benjamín levantó la cabeza de sus pechos y sonrió.
—Tranquila, amor, ahora mismo me ocupo de tu necesidad.
Corina no dijo nada y dejó que él hiciese cuanto le apeteciese, ya que cada
toque con sus dedos o su lengua era una delicia.
Ben se deslizó hacia abajo dejando delicados besos en su piel hasta llegar a
su zona íntima, entonces, la con la boca. Ella soltó un grito en ese instante y su
cuerpo se convulsionó sin tregua. Jamás había imaginado que un placer tan
intenso existiera.
Él se incorporó sabiendo que ya estaba suave y preparada para recibirle. La
penetró despacio y comenzó a moverse sobre ella con embestidas largas y
suaves. No tardó más de sesenta segundos en unirse a ella en la cumbre. Corina
había batido su record y no estaba seguro de que aquello fuese buena señal. Se
había dejado llevar por la pasión muy rápidamente.
Sin querer darle demasiadas vueltas y disfrutar de la experiencia, se apartó
de ella y se acostó de espaldas a su lado, resollando todavía.
Corina se giró hacia él para apoyar la cabeza sobre su hombro.
—Ha sido maravilloso —soltó.
—Yo diría que ha sido sublime, me has desarmado en apenas un minuto —
confesó Ben.
Tras aquel comentario, que ella había creído entender, ambos se echaron a
reír.
Capítulo 13


Benjamín tenía trabajando a tres hadas en cada foso. Con su magia iban
levantando la tierra y llevándola a un lado para luego seguir sacando más.
Corina y Eric habían pedido voluntarias y la respuesta había sido masiva,
todas querían colaborar para acabar con el renegado de una vez. Además, se
sentían importantes al poder ayudar a unos guerreros tan fuertes como lo eran los
xerbuks.
De tanto en tanto iban relevándose porque, a pesar de que no cargaban
físicamente la tierra, usar la magia de forma intensiva las dejaba agotadas.
—Más hondo, algunos ogros llegan a los dos metros de estatura y no
queremos que vayan a escapar cuando caigan —comentó Ben animando a que
continuasen.
—No, no los dejaremos escapar —contestó un hada masculina intentando
sonreír. El sudor empapaba su frente, pero deseaba continuar trabajando.
— David, quédate en este lado de la aldea y yo iré a ver cómo van los
trabajos en el otro. Que no se cometan errores.
—Vale, ve tranquilo. Yo vigilaré por aquí.
Benjamín caminó por las afueras de la aldea viendo la organización de los
trabajos tal y como él había indicado. Todo marchaba a la perfección.
Siguió su recorrido hasta llegar justo al lado opuesto al que estaba David,
allí encontró a Corina animando a las hadas, de cuando en cuando les echaba una
mano ella también. Tenían el trabajo bastante avanzado, ramas largas y muy
finas cubrían el profundo hoyo que habían cavado. Solo les quedaba camuflarlo
con hierba, tierra y dejarlo bien oculto, con un poco de magia de hada ni se
notaría el socavón.
Sonrió y siguió su camino hacia la línea interior en la que se hallaban
Rodry y Alejo. Estaban ayudando a colocar bien las cuerdas, después, varias
hadas volaban hacia lo alto del árbol para sujetarlas y esconderlas.
—¿Cómo va, chicos?
—Genial, esos ogros ni se enterarán hasta que se vean colgados bocabajo.
—No seáis arrogantes, os puede costar la vida.
—Sí, jefe —contestaron en tono condescendiente.
Estaba a punto de despedirse de los chicos para seguir haciendo la ronda
cuando un ligero aroma a lilas le hizo detenerse.
—La reina te manda llamar —anunció de pronto Corina, que apareció por
su espalda. Instintivamente le acarició el hombro.
Desde que habían hecho el amor junto al río se había formado una relación
íntima entre ellos, dormían todas las noches juntos y para él que ambo se tocasen
se había convertido en algo imprescindible cada vez que estaban cerca. Qué
extraño era el amor, se dijo.
—Continuad así, chicos —les dijo a los muchachos antes de volverse hacia
su hada.
—A sus órdenes —contestó Alejo con jovialidad.
—Estoy deseando enfrentarme a esos malditos ogros —comentó Rodry
entusiasmado con la batalla que se aproximaba.
Benjamín ignoró los comentarios jocosos de los jóvenes xerbuks, no había
forma de que aprendieran, ya lo harían con la experiencia.
Pasó el dorso de su mano por la fina piel de la mejilla de Corina, esta plegó
sus alas y caminaron juntos sin decirse nada, pues la comodidad que había entre
ellos se lo permitía. En pocos minutos llegaron hasta la cabaña de la reina, el
hada voló hasta la segunda planta mientras Ben subía por una cuerda.
Una vez estuvo frente a Maeve, esta tomó la palabra sin dilación, los
trabajos ya estaban durando demasiado tiempo.
—Mis hadas están agotadas, llevan muchos días casi sin descansar, no
están acostumbradas a este ritmo. ¿Cuánto queda para acabar las trampas?
—Lo siento, quería acabar lo antes posible y le he dedicado excesivas
horas. Creo que mañana habremos terminado, hoy les diré que se marchen
temprano.
—Está bien. —Permaneció unos segundos callada y después preguntó—:
¿Crees que el traidor tardará mucho en atacarnos de nuevo?
—Pienso que no deberíamos esperar a que nos ataque.
—¿Qué sugieres? ¿Atacar nosotras?
—No, no sería prudente. Lo que he pensado es en provocarlo, lo haremos
venir, que sea él quien nos ataque.
—Te has vuelto loco —afirmó Maeve mientras Corina miraba al guerrero
esperando una explicación.
—Así estaremos preparados y no nos pillará por sorpresa, sino al revés.
—¿Tú crees?
— Confía en mi experiencia.
—De acuerdo, ¿y cómo hacemos eso?
—Fácil, una vez tengamos las trampas listas, debes devolver el esplendor
al valle. En menos de veinticuatro horas te aseguro que lo tendremos aquí —
sonrió Ben de forma burlona. Ese Dacio no tenía la menor idea de con quién se
estaba metiendo.
—Si hago eso vendrá furioso, ¿no crees que es demasiado arriesgado?
—Toda guerra tiene sus riesgos, pero si lo hacemos venir cuando nosotros
queramos, el factor sorpresa estará de nuestro lado. No esperará lo que le
tenemos preparado.
—¿Qué opinas, Corina? —quiso saber la reina.
—Creo que es peligroso enfrentarnos al traidor, pero ya que lo vamos a
hacer, mejor saber cuándo va a atacar, eso nos dará ventaja.
—Está bien, así se hará. Informadme cuando todo esté listo.
—Por supuesto. —Ben acompañó su afirmación con una inclinación de
cabeza.
—Podéis marcharos —le dijo al guerrero, después miró a su consejera—.
Tú quédate un rato más conmigo. —Con la mano señaló los almohadones que
tenía a su lado para que se sentase con ella. Hacía días que no mantenía una
conversación amigable con Corina, desde que habían llegado los xerbuks para
ser precisos, y lo echaba de menos. Habían tenido tantos problemas que se había
aislado de su pueblo y de su querida amiga y consejera. Nada le apetecía más
que todo volviera a ser como antes de que Dacio se rebelara.
Benjamín se fue a seguir supervisando los trabajos, su idea era terminar ese
día, pero al escuchar los reproches de la reina, les diría que se marchasen todos a
descansar, ya acabarían mañana. Debió haberse percatado de que no podrían
continuar a ese ritmo, él estaba acostumbrado a tratar con guerreros curtidos, no
con seres alados que no habían trabajado exhaustivamente jamás, así que no lo
pensó más.
Al acercarse a uno de los grupos escuchó la voz de su compañero David
dando órdenes a las hadas, sonrió satisfecho al ver la eficiencia de su amigo y
siguió acercándose a él hasta que una voz femenina le detuvo en seco.
—Te traje leche con frutas —ofreció Alma a David.
—Gracias, hace mucho que no tomo leche.
—Supongo que desde que llegaste al valle.
—Supones bien. —Tras reír juntos, David tomó la leche y la bebió
combinándola con la fruta.
—¿De qué es? —preguntó al no haber visto ni cabras ni vacas.
—De oveja.
—No te veo ordeñando a una oveja. —Rio de su propia broma al
imaginarla.
—¡No! ¡Ni en sueños! Jamás le tocaría las ubres.
—¿Entonces?
—Se la pedí y ella me la dio.
—Eh… Eso es mucho mejor. —La admiración por las hadas y por Alma en
particular creció en el interior de David.
—Aquí no es como en tu reino, las ovejas viven en rebaños, pero en
completa libertad. Cuando necesitamos algo de ellas, como lana para fabricar
hilo y hacernos ropa o en este caso leche, ellas nos la proporcionan de forma
voluntaria, siempre y cuando no abusemos. Como nosotras no tomamos leche de
animal, vosotros podréis beber todos los días, las ovejas no se enfadarán, aunque
con moderación, tienen crías y escasea la comida.
—Es fantástico que podáis comunicaros de esa forma con los animales y la
naturaleza en sí.
—Gracias.
—Hace miles de años, los xerbuks se comunicaban con los dragones, ojalá
hubiera vivido aquellos tiempos.
—Debió de ser hermoso, pero no hay que lamentarse por lo que no
podemos hacer, sino alegrarse de lo que sí está en nuestras manos, así se disfruta
más de la vida.
—Me gusta cómo piensas.
David agotó toda la comida en apenas unos minutos. Todavía no estaba
acostumbrado a los alimentos del valle, que solían ser demasiado suaves para él.
Además, eran tiempos de escasez y se pasaba bastante hambre.
—¿Crees que algún ave te daría huevos?
Ella soltó una carcajada antes de contestarle.
—Lo dudo si espera prole. Quizá los patos, a veces ponen huevos que no
son fecundados.
—Sería maravilloso si nos consiguieras algunos, Rodry y Alejo hasta te
besarían los pies.
—Qué exagerado eres —dijo risueña.
—Para nada estoy exagerando, prueba y verás. Y a mí me tendrás a tu
merced.
—Lo intentaré, pero no prometo nada. —Cuanto más conocía al guerrero,
más se prendaba de él. Le parecía de lo más gracioso que le diese tanta
importancia a esos alimentos. Era como si llenándose la barriga ya fuera feliz.
Benjamín observó cómo se quedaron mirándose fijamente sin decir una
palabra más. Tendría que darle un par de consejos a su compañero sobre seducir
a una fémina. Había visto muchas veces a David con mujeres, pero con esta
hada, al parecer, no sabía qué hacer. Sacudió su cabeza y decidió intervenir.
—¿Qué tal va todo?
—Bien —contestó David rompiendo el contacto visual con Alma.
—Yo… ya me iba. —Batió sus alas y echó a volar sin decir nada más.
—Me la has espantado —gruñó David.
—Estabas embobado como un tonto, así no conseguirás nada con ella.
—Habló el experto.
—No voy a hablarte de Corina y de mí, solo te diré que nos está yendo
bastante bien.
—Ya me di cuenta que no regresas por las noches. Me alegro por ti.
—¿Por qué no la invitas a dar un paseo?
—¿Un xerbuk y un hada?
—Y eso qué importa.
—Si acepto mis sentimientos por ella, no podré volver a Xerbuk. —Al ver
la cara de estupefacción de Ben, prosiguió con su explicación—. ¿Acaso no te
has dado cuenta? Las hadas no pueden vivir fuera del valle, necesitan estar en
contacto directo con la naturaleza, es la fuente de su magia, de su vitalidad.
Morirían entre cuatro paredes de piedra o en cualquier aldea atestada. Son seres
en libertad que jamás podrían vivir como nosotros, se horrorizarían.
—¡Joder! —maldijo al darse cuenta de que su compañero tenía razón, no
podría llevarse a Corina con él.
No debió haber puesto sus ojos en ella, ahora era consciente del terrible
error que había cometido. Pero quizá estaba a tiempo de enmendarlo, quizá
Corina no estaba todavía enamorada y él tampoco, podrían vivir el uno sin el
otro como si lo sucedido estos últimos días no hubiese ocurrido. Tal vez si se lo
repetía muchas veces, empezaría a creérselo.
—Veo que ya lo has entendido —comentó David al ver la cara de
estupefacción de su amigo.
Capítulo 14


Al fin habían terminado, las trampas ya estaban listas y ahora solo
necesitaban descansar un poco antes de provocar al traidor. Todas las hadas
debían estar en plena forma para la lucha. Su magia era imprescindible, pues
solo ellos cuatro no serían suficientes contra un ejército de ogros, por muy
guerreros que fueran.
Ben quería que Dacio se enfureciera, que llegase rabioso al valle; si perdía
los estribos, cometería errores que ellos podían aprovechar. En toda guerra había
que actuar con cierta prudencia, y a él le había bastado con los pocos minutos
que le había tratado para saber que carecía de ella. Al provocarlo, respondería
sin pensar demasiado.
Seguramente, Corina o Eric, ultimados los preparativos, habían avisado a la
reina, al día siguiente todo tendría que estar listo para poner en marcha su plan.
Al igual que las hadas, él también necesitaba descansar, así que tenía la
intención de pasar el día tumbado en su catre y bañándose en el río.
Mirando las vigas de madera que cruzaban el techo, no pudo evitar que su
mente viajara hasta su querida hada de cabellos dorados. Aquella sería la
segunda noche que pasaba lejos de ella. Había dormido con su compañero al otro
lado del puente sin haberle dado una explicación de por qué se alejaba y ella
tampoco se la había pedido. No quería ni imaginar lo que estaría pensando de él,
lo que le estaría pasando por la mente al sospechar que no tenía intención de
volver a dormir con ella nunca más.
David trató de tener alguna conversación con él al respecto, pero se negó,
deseaba estar solo. Pasó toda la mañana dándole vueltas a la cabeza hasta que
Alma le llevó la comida, por la tarde se fue a caminar por el bosque, lejos de
todos, no quería tropezarse con Corina, y mucho menos con su compañero, que
le asesinaba con la mirada. Después de un baño en las frías aguas, se fue a la
cabaña a dormir, ni siquiera tuvo ganas de cenar, y eso no se lo explicaba ni él.

La mañana llegó tras una noche de pesadillas en las que veía a Corina
morir en la batalla, en otras agonizaba tras no recuperarse el valle.
Era evidente que su preocupación por ella no le dejaba descansar. La había
visto a la hora del desayuno, apenas se habían dirigido la palabra y el dolor que
vio en sus ojos hizo que su corazón se retorciera. La desazón que le provocaba
su situación con Corina estaba yendo demasiado lejos y no tenía la menor idea
de cómo afrontarla.
Se dio una bofetada en la cara para espabilarse, David y él tenían reunión
con la reina y debía centrarse, por muy difícil que le resultase. Recién había
descubierto el intenso deseo que sentía por el hada blanca, tanto que lo mantenía
en un sinvivir. ¿No era muy pronto para sentirse así? Tenía que centrarse en los
problemas que le habían llevado hasta allí y olvidarse de Corina de una vez por
todas.
—Estás hecho un asco —observó David.
—No necesito de tus ánimos.
—Hoy te daré yo un consejo.
—No lo necesito.
— Igualmente, te lo daré.
—Suéltalo.
—Habla con ella, explícale lo que te está pasando.
—No me está pasando nada.
—¿A quién quieres engañar?
David tenía razón, le conocía demasiado bien para saber que sí sucedía
algo. Esto era una locura.
—Lo mejor es que se olvide de mí, que piense que soy un canalla, que me
odie; además, me lo merezco.
—No creo que eso sea bueno para ninguno de los dos.
—Juré lealtad al rey Marco hasta el día de mi muerte.
—Que te hayas enamorado y decidas vivir fuera del reino no te convierte
en desleal.
—¿Y renunciar a Xerbuk?
—Tú decides qué es más importante.
—¿Y quién dice que Corina me quiere aquí?
—Eso es bastante evidente.
—De todas formas, me sentiría como un traidor.
Oyeron pasos en los tablones de madera del puente, al escucharlos cada vez
más fuertes cambiaron de tema rápidamente.
—Buenos días —saludó Corina de forma seca y distante al entrar en la
pequeña estancia—. La reina Maeve os espera.
—Gracias —contestó David, ya que Ben se había quedado mudo
mirándola. Estaba preciosa.
—Como ya sabéis donde es, no hace falta que os acompañe.
—Tranquila, llegaremos.
—Adiós.
Nada más salir por la puerta, Corina emprendió el vuelo y atravesó el valle
para seguir ocupándose de sus quehaceres. No pensaba perder ni un minuto más
con ese guerrero sinvergüenza. ¿Cómo se había atrevido a aprovecharse de ella?
A tomarla porque le apetecía y dejarla porque se había cansado. No era más que
un canalla que haría con todas las mujeres lo mismo que con ella.
Aún no se podía creer la noche en que ella fue a besarlo y Ben se apartó,
después le dio las buenas noches y cruzó el puente tras su compañero. La dejó
completamente atónita, jamás había imaginado algo así por parte de su guerrero.
Le había parecido tan honesto, honrado, sincero… Qué estúpida había sido.
Las lágrimas escaparon de sus ojos sin poder remediarlo. Lo amaba,
todavía lo amaba, y hasta que pudiese arrancarlo de su corazón, así sería.

Hacía varios minutos que el hada se había ido de la cabaña cuando David
le dio una fuerte palmada en la espalda, en señal de ánimo, que trajo a Benjamín
a la realidad de golpe. Le respondió con un gruñido y salió delante de él. Tenían
reunión con la reina, y lo peor de todo era que vería a Corina allí.
Caminaron a grandes zancadas entre los árboles, ignorando a las hadas que,
eufóricas por el inminente fin de su sufrimiento, trataban de darles la mano, las
gracias o incluso queriendo acompañarles allá donde fueran. En apenas unos
minutos lograron deshacerse de las hadas entusiastas y ambos xerbuks lograron
llegar hasta Maeve.
—Ya me informaron que todo está preparado para la llegada de Dacio.
—Así es, los conduciremos hasta las trampas. Un grupo de valientes hadas
se ofrecieron para colaborar en llevarlos hasta allí —indicó Ben.
— Será peligroso —dijo la reina.
—Son conscientes de ello y tomarán las debidas precauciones.
—Que los niños y quienes no trabajaron en las trampas se mantengan
alejados de los límites del valle. No deseamos que suceda ningún accidente —
informó David.
—Corina ya dio el aviso.
Las miradas inevitablemente se posaron en el hada que se mantenía de pie,
inmóvil y silenciosa en una esquina de la estancia.
—Entonces, solo queda una cosa, hacer venir a ese traidor. —Ben estaba
deseando acabar con aquella guerra para poder alejarse de su hada de cabellos
dorados, ojos hipnotizantes y cuerpo de diosa.
—De acuerdo. —Maeve tomó una campanita que tenía a su derecha y la
hizo tintinear.
—¿Me llamaba? —Eric apareció casi de inmediato.
—Necesito al menos diez hadas con suficiente experiencia en el uso de la
magia. Búscalas, y cuando las tengas, las reúnes en la asamblea, después vienes
a llamarme.
—Enseguida. —El secretario hizo una reverencia y salió volando.
—Mantenedme al tanto de vuestros planes cuando el valle recupere su
esplendor —ordenó la reina a Benjamín y a su compañero.
Los dos xerbuks asintieron con la cabeza y se marcharon, Ben evitó mirar
hacia la esquina donde sabía que estaba el hada que le quitaba el sueño.

***

Corina, junto a nueve hadas más, fue volando hasta la asamblea donde
todas debían reunirse. Nada más llegar, se unió al círculo que ya habían formado
en el centro. Maeve no tardó en descender delicadamente batiendo sus brillantes
alas hasta posarse en medio de ellas con total majestuosidad.
—¡Valle de las Hadas Blancas! ¡Devolvamos la vida!
Las hadas que no participaban, pero que habían acudido para presenciar ese
momento, aplaudieron y vitorearon a su reina. Todas la querían, respetaban y
apoyaban, ni por un instante pensaron en entregarla al renegado cuando ella lo
propuso, aunque les costase la vida.
Maeve cerró los ojos y levantó ambas manos con las palmas abiertas, para
balancear los brazos con suavidad a derecha e izquierda. Una luz brillante,
formada por puntitos similares a las estrellas del firmamento salió de sus manos
en dirección al cielo. Las diez hadas que formaban el círculo imitaron a su reina,
la magia que emanó de cada una de ellas se juntó en el centro con la de Maeve y
ascendió con más intensidad que nunca.
El rayo de luz alcanzó la copa de los grandes árboles para después
expandirse por encima de todo el valle. De pronto, millones de estrellitas
luminosas caían pausadamente como lluvia sobre las plantas, las rocas y sobre
cada habitante del valle.
La hierba creció al momento bajo los pies de las hadas, las plantas
recobraron su verdor y la frondosidad que su naturaleza les había dado en un
principio. Flores de cientos de colores se abrieron desprendiendo, al fin, el
aroma perdido e inundando el valle de esplendor.
El musgo creció sobre las rocas, el follaje de los árboles se hizo más espeso
haciendo crecer sus frutos en pocos segundos. Las orugas formaban sus
crisálidas para, instantes después, aparecer como hermosas mariposas que
decoraban el lugar con los colores alegres de sus alas.
Los pájaros llegaron en bandadas hasta el valle, se posaron sobre las ramas
de los árboles y cantaron felices de poder volver a su hogar.
Corina aspiró en profundidad el olor de su hogar y cerró los ojos
maravillada al escuchar, después de tantos meses, la música que tocaba la Diosa
de la Vida.
Ahora solo faltaba que los guerreros venidos de otro mundo cumplieran
con su promesa. Unos días atrás habría puesto la mano en el fuego por
Benjamín, pero después de su abandono ya no confiaba en nada que viniese de
él. Solo una certeza tenía, que deseaba la bardana y quizá, solo por eso,
cumpliese con lo prometido.
Los cuatro xerbuks observaban alucinados desde el centro de la aldea cómo
el esplendor y la vida crecían bajo sus pies. Giraron sobre sí mismos para ver lo
maravillosa que era la naturaleza cuando se la dejaba en paz. Fueron testigos de
la inmensidad de poder que poseían aquellas bellas criaturas, eran magníficas.
Benjamín, admirado por aquella magia, corrió hacia la asamblea, deseaba
contemplarlas, en especial a una con cabellos del color del trigo.
Maeve posó su mirada en Benjamín, que llegaba fatigado, y lo invitó a
acercarse con un simple ademán, este caminó hasta situarse frente a ella. La
reina, entonces, le hizo un gesto con la mano para que tomara la palabra. Ben
asintió con la cabeza adivinando lo que deseaba de él. Dio varios pasos hacia
adelante hasta situarse al lado derecho de la reina.
—El momento que ansiabais ha llegado. En cuanto el traidor descubra que
el valle volvió a ser lo que era, vendrá con sus ogros para apoderarse de él.
Calculo que eso sucederá esta misma noche, ya que la rabia no le permitirá
pensar demasiado, se precipitará y eso será su perdición. —Hizo una pequeña
pausa para dejar que las hadas asimilaran sus palabras—. Necesitaré grupos de
quince voluntarios apostados al otro lado de los límites del valle que conduzcan
a los ogros hacia las trampas cuando aparezcan. También será necesario un vigía
que nos avise en cuanto vea llegar al traidor con su ejército.
—Eric, Corina —les llamó Maeve—. Ocupaos de todo lo que necesiten los
xerbuks.
Mientras que Erik sonrió entusiasmado, Corina bufó fastidiada. Por
primera vez deseaba que otra hada ocupara su cargo y así poder encerrarse en su
cabaña y recomponer su corazón.
Capítulo 15


Las hadas esperaban con ansiedad en sus puestos, Alejo y David vigilaban
la parte norte del valle y, mientras, Rodry y Benjamín lo hacían en la parte sur.
La reina estaba refugiada en su cabaña acompañada por Corina y Eric, y un
pequeño grupo de hadas les protegían desde fuera. Los nervios estaban a flor de
piel. Si Benjamín estaba en lo cierto, esta noche se decidiría su suerte y la de
todos los habitantes del lugar. Habían deseado celebrar la recuperación de la
naturaleza, pero no podían, todavía no. Ahora se debían enfrentar a lo más
peligroso, a Dacio y a su ejército. Corina rezó a la Diosa de la Vida junto a la
reina para que todo acabara pronto y a su favor.

Hacía horas que la noche había caído y con ella los ánimos de las hadas; el
renegado no se había presentado. ¿Era posible que se hubiese equivocado?, se
preguntó Ben. Quizá había subestimado las dotes estratégicas de Dacio. Con su
escaso trato y su forma de actuar se había hecho un perfil sobre él, el de un
hombre calculador si no lo sacabas de sus casillas; una vez lo hacías, actuaría sin
pensar, y la noche era el mejor momento para atacar. Debían esperar, al menos
hasta el amanecer, estaba convencido de que aparecería.
Caminó por el perímetro del valle haciendo su ronda, solo un hada de cada
grupo estaba en pie, las otras dormían a la espera de la señal que les indicara que
el traidor estaba allí. Iba de un lado a otro mirando sin cesar el lugar desde el
cual el vigía debía avisar.
—¿Y si no viene hoy? —le preguntó una de las hadas que hacía guardia.
—Lo hará, tal vez pasemos toda la noche, pero lo hará.
—Estaremos agotadas.
—Entiendo tu impaciencia, pero hay que tener calma y si sigues los turnos
de guardia que ordené, estaréis bien para la batalla.
—Quiero que todo acabe ya.
Ben notó la desazón en su voz y lo entendía, él también deseaba que todo
terminara cuanto antes. Pero su experiencia le decía que las guerras no eran
fáciles, y esta no iba a ser la excepción. Observó a la bella hada de largos
cabellos color miel, estaba pálida, muy pálida y, por un momento, pensó que
todo aquello había sido un error, que tal vez debió traer guerreros de Xerbuk,
aunque fuera en contra de la voluntad de Maeve.
—Acabará —le respondió sin más y continuó con su ronda.
Una fina lluvia comenzó a caer haciendo que la espera fuese aún más
molesta. Él estaba acostumbrado a vivir en condiciones extremas, todavía
recordaba los años en los que el Reino de Xerbuk estuvo en poder de una
malvada hechicera y todos los xerbuks fueron perseguidos, pero le apenaban las
pobres hadas.
Se paró y observó la noche con detenimiento. Las nubes cubrían todo el
firmamento y ni un solo rayo de luna lo atravesaba, solo la escasa luz de las
lámparas luminiscentes que llegaba desde la aldea proporcionaba un poco de
visibilidad. Respiró hondo y siguió andando, su mente voló hacia Corina sin
darse ni cuenta, «otra vez no, Ben», se dijo con pesar. Recordó cada palabra que
le dijo su compañero y sí, tenía razón, pero no estaba preparado para renunciar a
Xerbuk, para olvidar su juramento con su rey.
Sacudió la cabeza y volvió a mirar la noche, no podía distraerse, en
cualquier momento llegaría el traidor. Si todo acababa ahora, mañana estaría en
su casa con los suyos y se olvidaría del valle, de las hadas y de Corina.
Iría hasta la parte donde estaba colocado Rodry para ver qué tal andaban
los ánimos por allí. Había conseguido centrarse en lo que estaba por venir
cuando, desde el lugar en el que estaba escondido el centinela, advirtió un haz de
luz rojiza. ¡Al fin!, gritó su mente. Era la señal, el renegado ya estaba aquí y no
pudo contener la alegría junto con el nerviosismo por ver cómo sucederían las
cosas.
—¡Todo el mundo en pie! —bramó Ben.
El primer grupo se despertó y al instante se prepararon, avisaron al segundo
grupo, este al tercero y así sucesivamente hasta que todos los grupos de este lado
estuvieron en alerta. En la parte norte, sus compañeros, David y Alejo, se
suponía que habían visto también la señal. Dacio intentaría rodear la aldea, así
que los ataques podrían ser desde cualquier lugar.
Por lo pronto, los ogros avanzaban hacia ellos por la parte suroeste del
valle, lo hacían a pasos agigantados y sin preocuparse de ser descubiertos.
Ben mandó a Rodry que llamara a sus compañeros, estos dejaron la
vigilancia en la parte norte y llegaron con rapidez hasta el sur con hadas de
refuerzo.
Sin hacer apenas esfuerzo, vieron como la primera línea de ogros se dirigía
velozmente hacia las trampas sin que nadie tuviese que guiarlos, se debía a la
zona estratégica en la que se habían construido.
Ben dio la orden de retroceder despacio y dejarlos caer en los primeros
hoyos. Varias hadas, escondidas en lo alto de los árboles, esperaban para
echarles redes y atraparlos en el interior.
Casi toda la avanzadilla cayó en los socavones ocultos, emitieron fuertes
rugidos que se escucharon en el silencio de la noche y alertaron al líder del
ejército ogro. Algo no andaba nada bien, sospechó el traidor.
—¡Alto! —gritó Dacio—. ¡Es una trampa!
Los ogros se detuvieron y las hadas, volando sobre ellos, comenzaron su
ataque. Usaron su magia para ordenar a las enredaderas que los atrapasen, estas
les enrollaron los pies y los hicieron caer de bruces. En esos momentos, unas
hadas les echaban las redes para inmovilizarlos y otras se encargaban de
arrebatarles las espadas cuando estos caían a tierra.
Con sus pesadas espadas, los ogros se defendían cortando las ramas de
algunos arbustos que les cerraban el paso.
—Son esas malditas hadas —informó Dacio—. ¡Id por ellas!
Los ogros descubrieron a los seres alados revoloteando sobre ellos, usando
su magia alzaron las espadas y saltaron tratando de alcanzarlos.
Las hadas aprovecharon que iban por ellas para dirigir al ejercito enemigo
hacia la segunda línea de trampas, donde un gran número de ogros volvieron a
caer sin remedio. El plan estaba saliendo según lo previsto por los xerbuks y
todas empezaban a entusiasmarse. Habían tenido la duda, desde que se tomó la
decisión de combatir, de si serían capaces de enfrentarse a esas horribles bestias,
pero ahora sí veían posible ganar.
Ben luchaba con varios ogros a la vez, con la espada en una mano paraba
los golpes que le arremetían, mientras, trataba de invocar su poder y traspasarles
una descarga eléctrica que los dejara sin sentido. A otros que se le acercaban con
el hierro en alto les lanzó varios rayos, a cuantos alcanzó cayeron inconscientes.
Ben no llegó a rematarlos por honor y la promesa hecha a Maeve; respetaría la
vida hasta donde pudiese.
De pronto, advirtió cómo dos hadas habían sido atrapadas por esas bestias,
observó que uno de ellos alzaba su arma para darles la estocada final. Sin
pensárselo ni un segundo, Ben atravesó el pecho del ogro con el que estaba
luchando para concentrarse en la Fuerza Vital una vez más, el rayo de
electricidad salió de sus manos e impactó en el pecho del ogro, que murió en el
acto. Había tenido que acabar con dos vidas, pero había sido necesario, Maeve lo
entendería.
Varios de esos horrendos seres vieron cómo el xerbuk acababa uno a uno
con todos los de su especie y fueron por él. Nuevamente, Ben tuvo que
defenderse con su espada, con su cuerpo y con su poder. Los ogros poseían una
fuerza física impresionante, pero nada podían hacer frente a sus rayos, aunque
tuviera enfrente a dos o tres rivales a la vez.
Alejo y Rodry también tuvieron que usar sus poderes para deshacerse de
los enemigos, ondas expansivas salían de sus manos y derribaban a cuanto ogro
se acercaba a ellos, también tuvieron que defender a varias hadas en dificultades.
Ambos jóvenes no se vieron en serios apuros, los ogros eran seres bastos que
solo usaban su fuerza y no su cerebro, si es que lo tenían.
David, al contrario que sus compañeros xerbuks, se vio obligado a usar
toda su fuerza física porque no se atrevía a invocar a la Fuerza Vital, su don de
crear fuego era peligroso para el valle y prohibido por las hadas. Solo faltaba que
ahora que el valle resplandecía, fuera él y lo quemara. Así que luchó para salvar
tanto su vida como la de las hadas que tenía a su alrededor. Los ogros eran altos,
grandes y muy forzudos, cada golpe que paraba le dejaba más debilitado, pero él
no se dejaba vencer y replicaba cada ataque con todo su coraje. Sin pensar en la
promesa hecha a la reina, mató a cada ogro que se le cruzó. Mientras luchaba
contra uno de los más fuertes con los que se había topado, escuchó el grito de un
hada masculina a su espalda. Se giró por inercia para ver cómo el ogro aplastaba
con sus pies el pequeño cuerpo alado. Ya nada podía hacer por él. Al volverse
para proseguir con su lucha, su contrincante había aprovechado esos segundos de
despiste para cubrir la distancia que los separaba, arremetió contra David, a este
no le dio tiempo a parar el golpe con su espada y lo recibió de lleno. Un fuerte
dolor atravesó todo su cuerpo antes de caer inconsciente sobre la tierra
embarrada.
Dacio observó desde las alturas cómo perdía gran parte de su ejército y la
ira se apoderó de él. Maeve le dijo que no había contratado a esos guerreros,
pero le había mentido descaradamente, los tenía luchando para ella. ¿Cómo
había sido tan estúpido de presentarse allí sin haber mandado a un espía
primero? Debió de intuir que si Maeve le desafiaba devolviendo la vida al valle,
habría de tener un motivo oculto. Había sido un tonto y había caído en la trampa.
No pensaba enfrentarse a esos malditos xerbuks. Sin que nadie lo
advirtiera, abandonó la lucha, a su ejército y se adentró en la aldea. La reina
pagaría con su vida este ataque, había sido un grave error esperar a que se
rindiera. Maldijo la hora en la que no atravesó con su espada a la reina a la
primera oportunidad, hacía ya casi un año. Si lo hubiese hecho, a estas alturas ya
sería rey y las hadas estarían postradas a sus pies. Maldijo también la hora en la
que los xerbuks aparecieron en el valle, pero se arrepentirían también, todos
pagarían por esta derrota.
La cabaña de Maeve estaba vigilada por tres hadas masculinas que no
dejaban de mirar en todas direcciones, sabían que la batalla se libraba muy cerca
y no podían despistarse.
El traidor, escondido en medio de las ramas de unos arbustos, saltó con su
espada desenvainada y cargó contra los que, en otro tiempo, habían sido sus
compañeros. Apenas tuvieron tiempo de defenderse, pues no esperaban un
ataque de ese tipo, habían pensado que verían llegar a los ogros y se prepararían,
pero Dacio los había pillado por sorpresa y el traidor aprovechó su ventaja para
atravesarlos uno a uno con su arma sin que los protectores de la reina tuviesen
una sola oportunidad.
Una vez acabó con la vida de las hadas que custodiaban la cabaña, limpió
la sangre con la ropa de uno de los muertos y voló hacia el interior de la
vivienda.
Encontró a Maeve junto a Corina y su secretario, vio cómo, de un brinco,
se ponían en pie y a la defensiva. Para nada habían imaginado que llegaría hasta
allí, que iría por la reina, pensó Dacio con agrado.
—Te arrepentirás de haberme atacado, sucia hada —escupió el traidor.
—No tienes nada que hacer, tu ejército está perdido —le dijo Maeve, que
hacía pocos minutos había sido informada de una pronta victoria.
—Puede que yo pierda esta noche, pero tú también.
Apretando los dientes con furia, Dacio se dispuso a atacar con su espada en
alto. Eric vio lo que estaba a punto de hacer y rápidamente se interpuso entre su
reina y el enemigo. El filo de la hoja impactó contra el abdomen del joven y lo
atravesó sin remedio.
—¡No! —gritó Corina, que de inmediato usó su magia contra el traidor.
De una de las macetas que había sobre una mesita soltó una rama que
envolvió el arma de Dacio, este la sujetó con tanta fuerza que cayó de espaldas
sin soltarla, provocando que la pobre planta volcara.
—¡Huye, Maeve! —espetó la consejera. La reina debía aprovechar ese
momento para escapar o no tendría otra oportunidad.
Maeve miró dudosa a Corina, no podía marcharse y dejarla sola con aquel
asesino que acababa de matar a su querido secretario. Pero su consejera y amiga
le insistía con la mirada, como si tuviese algún plan pensado. Vio cómo el traidor
comenzaba a ponerse en pie.
—¡Vete! —volvió a insistir mientras escudaba con su cuerpo a la reina.
—¡Maldita guarra! —la insultó Dacio rabioso viendo cómo Maeve
escapaba de él sin poder hacer nada.
Tanto su victoria como su venganza se le escapaban de entre las manos.
Dacio descargó su frustración y su ira sobre Corina y la golpeó brutalmente en la
cabeza con la empuñadura de la espada. Ella se desplomó tras el impacto,
entonces, la tomó en brazos y voló lejos del valle.
¿Sería la reina capaz de hacer un intercambio? Conocía muy bien el cariño
que sentía por su consejera, estaba seguro de que negociaría, no la dejaría morir
y él se aprovecharía de esta estúpida debilidad.
Capítulo 16


La fina lluvia había cesado dejando el aroma a hierba y tierra mojada
impregnando el ambiente. El cielo empezaba a despejarse y el aire había
amainado por completo, como si la naturaleza supiese que la batalla había
acabado. El amanecer comenzó clareando el cielo, dando paso a un nuevo día,
un día que prometía ser muy bueno.
Los guerreros xerbuks habían acabado con un gran número de ogros, otros
habían sido atrapados y reducidos por las hadas y los restantes huyeron cuando
advirtieron que su líder los había abandonado.
—¡Victoria! —gritaban las hadas con euforia.
Aunque no fueron muchas, lamentaban las bajas que habían padecido; así
eran las guerras y sabían los riesgos de enfrentarse a un ejército. Habían
aceptado el plan de los xerbuks con sus consecuencias y habían ganado. Lo
habían logrado, ya no moriría ninguna más y el sacrificio de estas pocas había
valido la pena.
—¿Y David? ¿Alguien lo ve? —preguntó Ben.
Las hadas que había a su alrededor buscaron con la mirada al guerrero sin
dar con él, otras se unieron al rastreo y enseguida, no muy lejos de donde había
finalizado la batalla, alguien gritó:
—Está ahí —exclamó al tiempo que indicaba con la mano el lugar.
Tanto Ben como los jóvenes xerbuks corrieron hacia él nada más
localizarlo. Había caído en la batalla a escasos metros ellos.
—¡David! —lo llamó Ben palmeándole la cara con preocupación, y al ver
que no reaccionaba, insistió—. ¡David!
Tras varios minutos, este reaccionó y abrió los ojos con lentitud. Observó
el rostro nervioso de su amigo y quiso calmarlo.
—Benjamín —musitó.
—Todo ha acabado, hemos ganado.
David sonrió levemente mientras se agarraba la herida. Ben advirtió de
inmediato su gesto y posó allí su mirada. Le habían atravesado el hombro con
una espada, a simple vista no parecía demasiado grave, pero nunca se sabía,
además, había perdido mucha sangre y se le veía agotado.
Alma llegó volando en cuanto la avisaron de que un xerbuk había caído.
Sus peores temores se hacían realidad, se tapó la boca con la mano al ver a su
amado tirado en tierra y agitó sus alas con más fuerza para llegar junto a él lo
antes posible. Descendió justo a su lado y le tomó la mano.
—Yo te cuidaré, te pondrás bien —le dijo cariñosamente mientras una
lágrima escapaba de sus ojos claros.
—Casi que me alegro de estar herido —le contestó tratando de sonreír,
pero solo consiguió hacer una mueca con sus labios.
David respiró aliviado al ver a su hada sana y salva. Una oleada de
simpatía, cariño y amor lo invadió, estaba inquieta y preocupada por él. No
deseaba estar en otras manos que no fuesen las de ella. Aparte de sus
compañeros de guerra, nunca nadie se había preocupado por él de esa forma, ya
que su familia murió cuando el Reino de Xerbuk fue tomado, hacía ya muchos
años.
Sabiendo que su amigo estaría bien cuidado, Benjamín se incorporó
dispuesto a buscar a la reina, debía informar de cómo habían ido las cosas.
Benjamín se dio la mano y un par de palmadas en la espalda con sus
compañeros. Mientras caminaba hacia el centro de la aldea con un grupo de
admiradoras a su alrededor, recordó que el renegado había desaparecido. Su
inquietud por el estado de David cuando la batalla terminó le había hecho
olvidar su huida. Para que todo acabara era precisa su captura. Era un gravísimo
error por su parte.
—¿Habéis visto al traidor?
—Habrá huido con el rabo entre las piernas. —Rio un hada de pelo blanco
y largo.
—Sí, es un cobarde —comentó otra sonriendo.
—Debimos cogerlo, esto no me gusta nada—musitó Ben a los jóvenes
xerbuks.
—¿Crees que intentará algo? —preguntó Alejo.
—Ha pasado meses esperando pacientemente para hacerse con el valle, no
creo que se rinda con tanta facilidad. No debió escaparse.
Estaba llegando al centro de la aldea cuando vio a Lara y Sara corriendo
hacia él, las lágrimas y el pánico que advirtió en sus rostros lo pusieron en alerta.
—¡Está muerto, está muerto! —sollozaba una de ellas.
Las hermanas llegaron hasta Benjamín y, justo antes de que se
derrumbaran, las tomó a cada una con un brazo y las atrajo hacia sí.
—Tranquilas, ¿quién ha muerto? —Ben se compadeció de ellas, era cierto
que habían vencido, pero una decena de hadas habían muerto, quizá algún
enamorado se encontraba entre las víctimas, pensó.
—Eric está muerto —logró decir Lara.
El rostro de Corina pasó por su mente. Eric estaba con ella y con la reina.
¿Estaría bien? Si algo malo le había pasado, jamás se lo perdonaría. ¿Cómo
habían llegado los ogros tan lejos? No era posible que hubiesen franqueado sus
defensas, a no ser que… ¡el traidor! Había tenido que ser él, estaba seguro de
que no se iba a quedar pasivamente aceptando su derrota, debió hacerlo antes de
que todo acabara.
—¿Y Corina?
—No lo sabemos, no la hemos visto.
Ahora tenía la certeza de que algo malo le había sucedido, aunque tal vez
estuviese con la reina. Se aferró a esa última idea porque era la única que le daba
esperanza.
—¿Y la reina?
—Tampoco la hemos visto —contestó Sara.
—Quizá escaparon juntas y están escondidas —dijo Lara con optimismo.
Benjamín dejó a las hermanas con sus aprendices y corrió a toda velocidad
atravesando la aldea hasta el lugar donde vivía Maeve. Al llegar, miró a los lados
buscando la cuerda con la que solía subir cuando iba. Necesitaba averiguar qué
había pasado y la cabaña era su única pista. La encontró a un lado, en el suelo, y
la lanzó hacia la casa donde el gancho del extremo se agarró a la baranda.
Cuando ya se disponía a subir, alguien le agarró un brazo.
—¡Espera!
—Maeve… —susurró Ben aliviado al verla sana y salva. Si la reina había
sobrevivido, seguramente Corina también.
—Se la ha llevado, no pude hacer nada, te juro que no pude hacer nada —
sollozó apesadumbrada.
—¿Qué? —preguntó él imaginando de quién hablaba, pero no queriendo
entender.
—A Corina, se la ha llevado el traidor después de matar a Eric, mi querido
Eric… —La reina se deshizo en lágrimas recordando lo sucedido.
—¿Por dónde se fueron?
—No lo sé, Eric me salvó la vida y luego ella me exigió que huyera, me
resistí, pero… no podía dejar que se sacrificara para nada y, entonces, escapé.
Alejo y Rodry, junto a las hermanas, alcanzaron a Ben. Este miraba en
todas direcciones tratando de decidir cuál tomar para buscar a su hada de
cabellos dorados.
—¿Dónde tenía instalado el campamento ese desgraciado? —preguntó a
Maeve.
—No le conviene ir ahora, señor —intervino Alejo antes de que lo hiciera
la reina.
—¡No puedo dejarla en manos de ese asesino ni un minuto más!
—Piense como un guerrero, señor. Hay que trazar un plan, estudiar el
terreno…
Maldita sea, se dijo Ben, el joven aprendiz tenía razón, pero la
preocupación por Corina no le había permitido pensar con claridad. Necesitaba
ser objetivo, mantener la mente fría, aunque era casi imposible tratándose de
ella. Necesitaba a su compañero.
—¿Cómo está David?
—Alma lo llevó a su casa para encargarse de él.
—Vosotros dos —les dijo a Alejo y Rodry—, quedaos con la reina y
protegedla con vuestra vida.
—Así lo haremos.
Ben les pidió a Lara y a Sara que lo acompañaran hasta la casa de Alma
para ver a su amigo. Ahora más que nunca lo necesitaba por completo
recuperado.
En apenas unos minutos llegó hasta su lado. Al verlo tumbado en el catre,
malherido, se odió por no haberse dado cuenta durante la batalla de que le había
necesitado. Bien sabía que David no pensaba usar la Fuerza Vital.
—Tienes mala cara, hemos ganado, ¿no? —preguntó David, que ya había
recuperado la voz, en cuanto Ben se colocó a su lado.
—Sí y no.
—¿Qué quiere decir eso?
—Al ver que perdía la guerra, ese desgraciado mató a Eric y…
—¿Y qué?
—Y se llevó a Corina.
—¡Joder!
—Tengo que trazar un plan de rescate.
—Y pronto, ese tipo no es de fiar.
—Así es —corroboró las palabras de su amigo—. ¿Tú, cómo estás? ¿Te
sientes con fuerzas?
—Alma ha cerrado mi herida con su poder sanador, pero todavía no me
puedo levantar, me siento sin energía.
—Ha perdido mucha sangre, debe reposar al menos un par de días —
intervino Alma.
—No tenemos un par de días —contestó Ben al hada. Después miró a su
compañero y se dirigió a él—. Voy a estudiar el terreno con Rodry y Alejo, para
mañana te necesito en condiciones, haz lo posible.
—Cuenta con ello.
—Pero un par de días de reposo le hará bien y… —replicó Alma con
preocupación.
—Cariño —dijo David—, con unas horas tengo más que suficiente, soy
más fuerte de lo que piensas.
—¿Seguro?
—Claro. —Y le dedicó una amplia sonrisa para tranquilizarla, aunque en
realidad no tenía la certeza de lo que había dicho.
Capítulo 17

Agachados a un lado de la aldea, Ben dibujaba en la tierra, ayudado por
dos hadas masculinas expertas en la zona, un mapa de caminos y entradas al
campamento del traidor. Debían idear un plan seguro para rescatar a Corina y
acabar con el renegado de una vez por todas.
—Necesitaré al menos a treinta hadas que nos acompañen.
—Te las buscaré —respondió Zacary, uno de los expertos.
—Haremos tres grupos. Alejo liderará uno, Rodry otro y yo el último.
Vosotros —expuso mirando a Alejo— entraréis por el oeste. Después os seguiré
yo, mientras el grupo de Rodry vigila desde aquí. —Ben hizo las indicaciones
necesarias en la tierra mientras continuaba explicando el plan.
—¿Cuándo cargaremos? —preguntó Rodry.
—A mi señal os uniréis a nosotros.
—No sabemos cuántos ogros le quedan en su ejército —intervino Zacary
inquieto.
—Entre los muertos, los apresados y los que desertaron, no creo que le
queden muchos. Además, el secuestro de Corina muestra una clara
desesperación por su parte.
—¿Y David? —se interesó uno de los jóvenes xerbuks.
—Lo necesito aquí, por si el traidor escapa y viene hasta el valle a por
venganza antes de nuestro regreso. La reina debe estar protegida por uno de
nosotros, eso es lo que debimos haber hecho desde un principio y no dejar a unas
pocas hadas inexpertas la misión de protegerla.
—Hay que estar preparados contra la cobardía de Dacio.
—No nos pillará desprevenidos otra vez.
Se quedaron largo rato planeando estrategias y barajando posibilidades
hasta que el sol comenzó a ponerse sobre las copas de los árboles. Benjamín se
despidió de sus compañeros con un simple ademán y fue a ver a Maeve.

La reina estaba consternada por lo sucedido y no imaginaba su vida sin
Corina, era su única amiga, su compañera, la única con la que podía hablar ahora
que ya no tenía a Eric, su querido secretario. Pasaría mucho tiempo llorando su
muerte, solo esperaba que todo este sacrificio valiese la pena y lograsen salvar el
valle.
Se encontraba tumbada sobre los almohadones barajando la posibilidad de
entregarse para salvar a su consejera. Era evidente que Dacio la quería a ella,
quizá se equivocó al permitir aquella guerra. Debió entregarse desde el principio,
sacrificarse por el valle y todos sus habitantes, pero rápidamente desechó aquella
idea. Si entregaba su poder al renegado, estaba segura de que gobernaría bajo un
yugo dictatorial, siempre en su propio beneficio y no en el de los habitantes de la
aldea.
El sonido de su nombre, al otro lado de la puerta, interrumpió sus
pensamientos.
—Adelante —respondió la reina.
Ben entró despacio y la saludó con una inclinación de cabeza.
—¿Cuándo os marcháis? —preguntó Maeve antes de que él pudiera decir
nada. Era evidente que el xerbuk iría en busca de Corina y para ella esa era su
prioridad.
—Mañana, antes del alba.
—Corina estará bien, seguro —comentó más para consolarse ella misma
que al xerbuk, pues era consciente de la preocupación de ese guerrero por su
consejera.
—La traeré de vuelta, David se quedará en el valle para protegeros.
—Gracias. —Se quedó reflexiva unos segundos y expuso—: Si necesitas
que me entregue, lo haré.
—¡No! —espetó—. Eso no arreglará nada, el traidor sometería a todo
vuestro pueblo. No hemos llegado hasta aquí para dejarlo ganar.
—Lo sé, pero me siento tan inútil…
—Vuestra labor es inmensa, Maeve. En esta aldea y en todo el valle, solo
tenéis que mirar a vuestro alrededor. —Se acercó a la reina, la tomó de la mano
rompiendo cualquier protocolo y la sacó de la cabaña—. Este esplendor es obra
vuestra, las hadas os admiran y respetan, son felices bajo vuestro reinado.
—¿Tú crees?
La fragilidad e inseguridad que vio en sus ojos le enterneció. Nunca
imaginó que una reina se cuestionara de ese modo. Su rey era tan seguro de sí
mismo que luchar a su lado era como dar por ganada la batalla, aunque sabía que
no era prudente suponer tan fácilmente las cosas. Ahora él debía infundir
confianza en la reina y en las hadas que le acompañarían en la misión de rescate.
También era preciso que Maeve confiase en sí misma para dar seguridad a su
pueblo.
—Por supuesto, si no, ellas habrían sido las primeras en votar para que os
entregarais; sin embargo, no fue así.
—Gracias, vuestra llegada ha sido una bendición.
—Habrá sido el destino —dijo tratando de sonreír—. Ahora debo
marcharme.
La reina pasó sus manos sobre Benjamín sin llegar a tocarlo. Comenzó por
la cara, los hombros, bajó por los brazos y volvió a subir. Después las desplazó
hacia su tórax. Una mágica luz rosada emanaba de sus palmas para atravesar la
piel del xerbuk. Este se quedó muy quieto, sintiendo cómo la magia penetraba y
recorría todo su cuerpo, era una sensación de hormigueo agradable que le hizo
sentirse más fuerte tanto física como mentalmente.
—Te dará fuerza y sabiduría en tus decisiones —le informó ella dejando
caer las manos y dando un paso más hacia él.
Ben observó cómo sus ojos grises se oscurecían, cómo sus labios pálidos se
entreabrían. Sus redondeados pechos subían y bajaban agitados bajo la muselina
blanca que apenas la cubría. No tenía dudas de lo que Maeve deseaba, sin tener
el valor suficiente para rechazarla se quedó inmóvil, a la espera de ver qué hacía
ella.
No tardó mucho en descubrirlo, la reina dio otro paso más hacia él, movió
sus alas con suavidad y se elevó unos centímetros para colocarse a la altura de
sus labios, se inclinó y depositó un tierno beso sobre ellos. Por un momento,
Maeve pensó en el guerrero como rey consorte, sería un gran protector para el
valle y nadie se atrevería a atacarles, además, su cercanía le hacía sentir tantas
cosas que daba por hecho que también sería un amante maravilloso. Necesitaba
un hombre así en su vida.
Pero aquel pensamiento duró eso, un momento, pues murió al notar cómo
Benjamín no movía ni un músculo. El guerrero xerbuk no respondió a su beso,
así que ella se apartó de inmediato sintiéndose avergonzada y tonta. Ben la tomó
del brazo para que no se fuese de ese modo.
—Me siento inmensamente halagado, pero no puede ser.
—Es por Corina, ¿verdad?
—Así es, estoy enamorado de ella. — Él mismo se extrañó de sus palabras,
era la primera vez que admitía sus sentimientos en voz alta, sin prejuicios, y ya
iba siendo hora de aceptarlo.
—Corina es un hada extraordinaria y tú un gran hombre y un gran
guerrero. Los dos tenéis mucha suerte de haberos encontrado. Me alegro por
vosotros.
—Gracias, aunque… la fastidié hace unos días.
—Seguro que podrás arreglarlo.
—Gracias de nuevo, he de irme.
—Toda mi magia y energía irán con vosotros.
Ben, haciendo una pequeña inclinación de cabeza, se marchó. Jamás habría
imaginado que la reina estaba interesada en él. Sacudió su cabeza mientras se
dirigía hacia sus compañeros. Ella no estaba enamorada, solo había sido un
momento de vulnerabilidad y él había estado allí para consolarla, nada más.
Durante el tiempo que llevaba en el valle, había podido ver lo solitaria que era su
vida y se entristeció por ella.
Desde la distancia, Maeve observaba cómo el guerrero se alejaba. Por
primera vez desde que era reina se sintió desolada.
Capítulo 18


Agazapado tras unas rocas, Benjamín, junto a un grupo de hadas de ambos
sexos, observaba el campamento del traidor. Había al menos una veintena de
chozas de paja, un par de ogros se paseaban por en medio vigilando. ¿En cuál de
ellas estaría Corina?, se preguntó. Debía tomar la decisión correcta o pondría
toda la misión de rescate en peligro y ella podría acabar muerta.
Faltaba una hora para el alba y la oscuridad que había en el lugar le daría
una buena ventaja. Varias antorchas, colocadas estratégicamente, mantenían la
zona en penumbra, aquello también le serviría para encontrar a su hada, tenía
que dar las gracias a Dacio por ignorar el peligro que suponía el fuego.
De repente vio al traidor salir de una de las chozas que había por la zona
del centro, lo siguió con la mirada hasta que se paró en el límite del
campamento. Se hurgó en sus partes, al parecer le habían dado ganas de orinar,
no obstante, y a pesar de su repulsión, no le quitó el ojo de encima. Cuando
acabó no entró en la misma choza, sino que lo vio caminar hacia otra que estaba
colocada justo en medio de todas; empujó la puerta y se agachó antes de
desaparecer en su interior. Ahí debía de estar Corina, era la opción más lógica.
Tendría que arriesgarse porque no había otro modo de averiguarlo.
Al otro lado de la montaña, Alejo esperaba ansioso la señal de Ben para
comenzar el asalto. Se había preparado durante años para esto, pero la paz que
reinaba Xerbuk había impedido que pudiera entrar en combate, no es que se
quejara de la paz, sino que tenía ganas de un poco de acción sana. Ese día tan
esperado había llegado y estaba ansioso por demostrar sus habilidades, el
corazón le latía con fuerza en el interior del pecho y la adrenalina bullía en sus
venas.
Al contrario que él, el grupo de hadas que le acompañaba estaban nerviosas
y muy preocupadas, y era de suponer, pues nunca habían entrenado para nada
parecido; sin embargo, ahí estaban y pensaban cumplir con su deber, de eso
estaba seguro, asintió Alejo mentalmente.
De pronto, el ulular pausado de una lechuza le hizo desenvainar la espada,
era la señal esperada. Sonrió con satisfacción y dio una orden directa a su grupo,
el ataque comenzaba.
Benjamín había bajado por la ladera y se hallaba escondido entre los
matorrales, Alejo estaría a punto de hacer su entrada, porque ya le había dado la
orden. Con un poco de suerte, el joven xerbuk podría acabar con los vigilantes
sin dar la alarma, entonces, él correría hasta la choza donde tenían a Corina. El
desgraciado de Dacio no había salido todavía; si le estaba haciendo algún daño,
moriría de la forma más cruel jamás pensada. No quería ni imaginar lo ocurrido
durante las horas que había estado en manos de ese mal nacido.
Si, por el contrario, los ogros los descubrían, esperaría a que estuviesen
distraídos con el primer ataque para ir por su hada.
—Zacary, en cuanto Alejo y su grupo ataque, salís y os unís a ellos. Yo iré
por Corina. Debéis mantener a los ogros ocupados.
—¿Tú solo?
—Me las arreglaré, no sabemos cuántos de esos monstruos se ocultan en
las chozas y alrededores, si salen antes de que yo rescate a Corina, debéis luchar
juntos.
Zacary aceptó la decisión de Ben sin volver a cuestionarla, sabía que era un
guerrero experimentado y él solo era un hada rastreadora. Observó cómo el
xerbuk bajaba hasta el límite del campamento con cautela mientras esperaba la
llegada de Alejo para salir de su escondite.

Las hadas hicieron ruido con unas ramas para atraer la atención de los dos
vigilantes que caminaban haciendo su guardia. Estos, al escucharlo, se giraron
buscando qué o quién había sido, y, en ese momento, Alejo saltó sobre ellos
desde el lado opuesto a donde miraban y rápidamente ensartó a uno con su
espada. Al mismo tiempo, la magia de las hadas hizo que las raíces de los
árboles atraparan al otro. En cuanto el xerbuk se libró del primero fue a por el
segundo, no podía permitir que diera la voz de alarma antes de hora, así pues, lo
atravesó con su espada sin vacilación alguna entretanto, las hadas lo miraban con
asombro, ellas eran incapaces de hacer algo así, pero conscientes de que, tanto
Dacio como los ogros, no les habían dejado otra opción.
—Buen trabajo —les dijo a las hadas sonriendo con satisfacción.

Benjamín había llegado hasta la parte de atrás de la choza donde,
supuestamente, se encontraba Corina. Observó en mitad de la penumbra cómo el
joven xerbuk acababa con la vida de los dos ogros vigilantes. Debía darse prisa,
Alejo no tardaría en incendiar el campamento, todos saldrían y el infierno se
desataría.
Se disponía a atravesar la pared de paja cuando escuchó voces en el
interior.
—La reina jamás se entregará.
—Ya veremos. Mientras tanto, aprovecharé que estás en mi poder.
—Si me tocas, te mataré.
A la amenaza de Corina, Dacio contestó con una sonora carcajada.
—No puedes matarme, nunca romperías la regla de la vida.
—Contigo haré una excepción.
—No te creo, jamás condenarías tu alma.
—Tú lo hiciste, ¿por qué yo no?
—Está bien, inténtalo si puedes.
Dacio la agarró del pelo provocando una exclamación de dolor por parte de
ella. Tenía las manos atadas a la espalda y uno de sus pies sujeto con un grillete
al suelo, así que, como tenía cierta movilidad con las piernas trató de darle una
patada. Dacio soltó su melena dorada para agarrarle los tobillos, separó sus
piernas y se colocó sobre ella.
—¡Maldito!
—Te disfrutaré antes.
Ese desgraciado iba a pagar con su vida, se dijo Benjamín. Seguidamente
atravesó la pared que lo separaba de ellos, sin tiempo a que reaccionara ninguno
de los dos lanzó un rayo azulado que impactó en la espalda del traidor. Sus alas
se ennegrecieron y cayó de lado aullando. Antes de terminar con él necesitaba
saber que Corina estaba bien. Fue hasta ella y comenzó a desatarle las manos al
tiempo que se interesaba por su estado.
—¿Te ha hecho daño ese malnacido?
—No le dio tiempo, estoy bien.
Cuando acabó de desatarla, sacó su espada y con un fuerte golpe rompió la
cadena que la mantenía presa.
Una vez libre, Corina saltó a sus brazos aliviada de verlo, de saber que
había ido a buscarla, que le importaba aunque fuera un poco, ya que la estaba
rescatando arriesgando su vida. Desde que Dacio la había secuestrado no tenía ni
idea de lo que iba a ser de ella. Sabía que Maeve no la dejaría a su suerte, pero
las hadas no permitirían que se entregase. En los xerbuks, lamentablemente, no
podía confiar después del abandono de Benjamín. Estando así las cosas no sabía
qué podía pasar. Pero él había ido, estaba ahí por ella y su alegría iba más allá de
verse en libertad.
Ben la separó un poco de él para verla bien, se fijó en que tenía el pelo
enmarañado, cercos oscuros bajo sus preciosos ojos claros y el pómulo
amoratado.
—¿Te ha pegado?
—No es nada, marchémonos.
—Antes acabaré con él. —Benjamín se giró para encargarse del traidor,
pero descubrió que se había escapado aprovechando su distracción—. ¡Maldita
sea!
En cuanto salió de la choza con Corina a su lado, Alejo tomó una a una las
antorchas y las fue lanzando hacia las casas de paja y madera. Una treintena de
ogros salieron despavoridos a por sus atacantes.
Zacary y su grupo se unieron a ellos lanzando piedras y usando su magia.
Tras escuchar una corneta, varias decenas más de ogros aparecieron de entre los
árboles.
—¡Pagarás con tu vida lo que me has hecho! —gritó Dacio desde el límite
del campamento al tiempo que trababa de mover sus alas ya inservibles—. ¿Solo
has traído a estas pocas hadas, necio?
Los ogros habían dado caza a varias hadas, les superaban en número. Había
llegado la hora, pensó Ben. Lanzó un rayo al cielo y al instante Rodry y su grupo
de hadas, que se ocultaban en el bosque a escasos metros, aparecieron
dispuestos a dar batalla.
El joven xerbuk, que acababa de llegar, se unió a Alejo en la lucha, invocó
su poder para lanzar ondas expansivas y derribar a sus enemigos para luego
atravesarlos con la espada, esta vez no habría piedad para ellos. Las ramas y
raíces de los árboles atrapaban los pies de los ogros gracias a la magia de las
hadas.
Benjamín, que se encontraba a poca distancia de Dacio, sacó su espada
para defender a Corina de los ogros que les atacaban sin cesar. Ella trató de
ayudarlo con su magia, pero estaba demasiado débil, agotada por el tiempo que
había estado cautiva sin alimentos y sin dormir.
— No puedo hacer nada —se lamentó.
—Tú quédate detrás de mí —le indicó él mientras daba una estocada a uno
de los ogros que venían por ellos. Después soltó la espada y arremetió con rayos
eléctricos, no permitiendo que ninguno se acercara.
—¡No! —Dacio estaba perdiendo de nuevo y no estaba dispuesto a aceptar
su derrota—. ¡Matadlos! ¡Matadlos! —aulló desesperado.
El campamento estaba completamente en llamas, las hadas revoloteaban
sobre los ogros que todavía no se deban por vencidos y trataban de alcanzarlas.
Dacio vio a Corina tras el maldito xerbuk, tenía que reconocer que era muy
poderoso, pero un auténtico estúpido, debió matarle cuando tuvo la ocasión en la
choza. Descubrió la espada tirada a su lado. Con un movimiento de su mano
ordenó a los ogros que atacaran a la vez al líder de los xerbuks. Estos así lo
hicieron y Ben se vio desbordado, apenas tenía tiempo de invocar la Fuerza
Vital. Uno de los ogros logró alcanzarlo y propinarle un fuerte golpe en el
estómago; no pudo evitar encogerse y en ese momento otro de esos seres
aprovechó la situación para alzar su espada e intentar atravesarle, pero justo
cuando la bajaba, Ben lanzó un rayo que le impactó en el cuello y cayó muerto.
De inmediato, otro ogro ocupó el lugar del abatido para seguir arremetiendo
contra el xerbuk.
Mientras lo mantenían ocupado, Dacio rodeó a Ben y agarró la espada que
había dejado en el suelo. Sin pensárselo dos veces atacó a Corina por la espalda.
Benjamín se giró de inmediato al escuchar el grito femenino, los ojos se le
abrieron como platos. Corina, su dulce Corina se encontraba en el suelo
sangrando y el traidor se hallaba empuñando su espada y sonriendo con maldad.
—¡Ah! —bramó con fuerza.
Su poder se intensificó por la rabia y el dolor, y al momento, una onda
expansiva de electricidad derribó a los ogros que lo rodeaban.
Dacio abrió la boca con asombro, la saliva se le atascó en la garganta, trató
de agitar sus alas y huir, pero estaban inservibles. Acababa de darse cuenta de
que nada podía hacer contra aquel poderoso xerbuk, entonces tiró la espada y
echó a correr hacia el bosque abandonando de nuevo a los ogros.
Benjamín corrió tras él, esta vez no se escaparía, no le daría la oportunidad
de volver a hacer daño a las hadas. Entró en el bosque y lanzó un rayo a un árbol
que cayó frente al traidor cortándole el paso. Esto le permitió al guerrero
alcanzarlo, la mirada asesina que le dirigió lo hizo temblar de terror.
—Podemos hacer un trato.
—El único trato que haré contigo será el de matarte.
—Eres poderoso, si te pones de mi parte, te prometo…
—¡Jamás! —gritó lleno de odio—. Te has atrevido a herir a mi amada y
eso te costará la vida.
Avanzó hacia él mientras Dacio daba pasos hacia atrás, Ben levantó el
brazo, lo cogió por el cuello y lo alzó un palmo del suelo. Dacio pataleó sin
ninguna posibilidad de escapar, en ese momento el guerrero invocó su poder y lo
atravesó con una corriente eléctrica tan potente que acabó con su vida al instante.
Solo entonces lo soltó y lo dejó caer sobre el barro.
Los ogros, que vieron cómo su líder les dejaba, huyeron despavoridos
también.
Tanto Rodry como Alejo y las hadas, convertidas en guerreras, gritaron
eufóricas hasta que una de ellas la exclamó:
—¡ Corina ha muerto!
Todos callaron cuando vieron que el hada a la que tenían que rescatar,
aquella que todas admiraban, había caído.
La batalla había acabado, pero… ¿habían ganado?
Benjamín salió del bosque y corrió hacia Corina, tomó en brazos su cuerpo
laxo y besó su blanca mejilla. No estaba muerta, no podía estar muerta.
Alzó su mano derecha y abrió un portal para que todos pudiesen regresar al
valle lo antes posible.
Capítulo 19


Benjamín cruzó el portal luminoso con Corina en los brazos y apareció en
el centro de la aldea ante las miradas atónitas de sus habitantes, que jamás
habían visto algo parecido. Tras él llegaron los jóvenes xerbuks, Zacary y el
resto de hadas que les habían acompañado.
Lara y Sara escucharon el alboroto y corrieron a ver qué ocurría. En cuanto
llegaron al lugar un muro de hadas les tapaban la visión, así que alzaron
levemente el vuelo. Los ojos se les agrandaron en cuanto vieron a su hermana,
inmóvil en brazos de Ben, su pelo enmarañado y su rostro demasiado pálido.
—¡Corina! —gritó una de ellas. Ambas hadas volaron sobre las demás para
situarse junto al guerrero.
—¿Está muerta? —preguntó la otra sollozando sin cesar.
—¡No! —bramó él—. No se va a morir. No puede morir —contestó
tratando de convencerse a sí mismo de sus palabras.
—¡Llamad a la reina! —apuntó Zacary—. Solo su magia podrá ayudarla.
Al escuchar las palabras del hada, Ben, a grandes zancadas, caminó hacia
la vivienda de Maeve.
—Dámela —le pidió el hada—, la subiré hasta la cabaña.
Benjamín aceptó su ofrecimiento y depositó a Corina en los brazos de
Zacary, que voló a toda velocidad para llegar hasta la reina. Mientras, Ben subió
por la cuerda para estar junto a ella. Si despertaba quería estar ahí, ser la primera
cara que viera, demostrarle que se había comportado como un idiota.
La reina había sido informada momentos antes de que Zacary entrara con
la consejera.
—Oh, no. ¿Por qué ella? —se lamentó entre sollozos—. Acostadla aquí. —
Maeve señaló sus grandes almohadones y el hada la recostó con cuidado
colocando su cabeza ligeramente alzada.
La cantidad de sangre le impedía a la reina ver la herida.
—Traed agua y paños.
Las hermanas de Corina escucharon la petición y volaron por las cosas que
había pedido. Mientras, Maeve cortó la muselina que vestía su consejera y la
recubrió con una sábana.
— Corina necesita intimidad.
—Esperaré fuera —se apresuró a decir Zacary.
—No pienso irme.
Maeve observó los ojos de Ben y contempló el gran amor que le profesaba.
Suspiró y colocó a Corina de costado para ver la herida de la espalda. En ese
momento llegaron las hermanas con agua limpia y paños. Entre las tres
limpiaron la sangre y la tierra que cubrían su piel y su herida.
—Necesito loto.
—Yo iré —se ofreció Zacary, que lo había escuchado desde la puerta.
—El muy cobarde la atacó por la espalda —comentó Ben—. ¿Cómo la
encuentras?
—El corte es demasiado profundo, puede haber tocado algún órgano vital.
La reina colocó sus manos sobre la herida y la magia actuó sobre ella, dejó
de sangrar y comenzó a cerrarse, pero no lo hizo del todo.
—¿Ya? —preguntó nervioso al ver que no se curaba completamente.
—La herida es honda.
—¿Y no puedes hacer nada más?
—Necesito la flor de loto.
—¡Joder! ¿Por qué tarda tanto?
—No la perderemos. —Los ojos de Maeve denotaban preocupación y
esperanza al mismo tiempo.
—Júramelo —pidió Ben desesperado.
Maeve notó la aflicción y el agobio en su voz, era debido al amor
desmesurado que ese guerrero sentía por su consejera y se sintió tonta por
haberlo besado, no había tenido la más mínima oportunidad. Ese hombre tenía
dueña y sintió cierta envidia por ambos. No podía perder a Corina, por
Benjamín, por ella y por sí misma
—Te lo juro —contestó, aunque era consciente de que si la Diosa de la
Vida se la quería llevar, lo haría sin pedirle permiso.
—Aquí la tengo —anunció Zacary entrando a la cabaña con la flor entre las
manos.
La reina la tomó y la estrujó en el interior de un cáliz plateado que había
preparado sobre la mesita de forja. Después posó sus manos encima de las
escasas gotas y recitó unas palabras en un lenguaje extraño para los presentes. El
idioma de las hadas antiguas, pensó Ben.
—Ayudadme a que se la tome —pidió Maeve una vez había acabado el
brebaje.
Ben se apresuró a coger a Corina y apoyar la cabeza en su pecho. Con una
mano abrió su boca para que la reina pudiese darle la poción.
—¿Servirá?
—Debería, la flor de loto hace olvidar a su cuerpo que está herido para que
funcione con normalidad, y yo seguiré usando mi magia para cerrar la herida. —
Se sentó junto a ella y miró a Ben—. Ahora debemos esperar.
—Deseo quedarme junto a ella.
—La trasladaremos a su casa, allí estará más cómoda y podrás cuidarla.
—Gracias.
—No me las des, al contrario, yo debo dártelas por salvar el valle y a todos
los seres que viven en él, siempre estaré en deuda contigo.
—Tampoco tanto, hicimos un trato —respondió un tanto avergonzado por
tanta adulación. Si salvaba a Corina, él le debería la vida.

Habían pasado varias horas desde el traslado de Corina a su cabaña,
Benjamín había colocado un camastro a su lado para permanecer junto a ella
todo el tiempo, no pensaba descansar hasta que despertarse. Las hermanas, Sara
y Lara, tenían muchos quehaceres, habían estado yendo y viniendo para
comprobar su estado sin haber podido quedarse demasiado tiempo.
Maeve le había jurado que no dejaría morir a Corina, pero bien sabía que
no se podían hacer esa clase de promesas, la vida nunca dependía de uno mismo,
como guerrero entendía eso a la perfección. Pero necesitaba aferrarse a ese
juramento para mantener la esperanza.
Le pasaba un paño húmedo por la cara, el cuello y los brazos cuando David
apareció en la habitación.
—Tendría que haber estado allí —dijo mirando el cuerpo dormido de
Corina.
—Tú estabas donde debías estar, aquí, protegiendo a la reina. Además, ella
era responsabilidad mía. Si alguien tiene la culpa, ese soy yo.
—No te culpes, amigo. Estoy seguro de que no podías haber hecho nada
para evitarlo. —Se quedó callado unos minutos observando a su amigo—. Alma
quería venir, pero como estás tú…
—Puede venir cuando lo desee, a Corina le gustaría.
—Se lo diré. —Pasó otros largos minutos en silencio sopesando las
palabras adecuadas para contarle a su amigo la decisión que había tomado—.
Eh… Ben, he pensado en que voy a quedarme aquí.
Benjamín levantó la cabeza y lo miró con los ojos muy abiertos, la
determinación que vio en él le asustó. Conocía a David desde los ocho años,
cuando ambos comenzaron su entrenamiento. Se hicieron grandes amigos y
habían sido compañeros de armas desde entonces. Ahora quería renunciar a su
vida por un hada. Él tenía miedo de que se arrepintiera de aquella decisión y
también de perderlo para siempre. Habían vivido juntos tantas aventuras,
anécdotas, travesuras… Lo conocía demasiado bien como para saber que, si
había tomado una decisión, esta era firme. Sabía que no serviría de nada
convencerlo de lo contrario, pero, al menos, debía intentarlo.
—¿Te has vuelto loco?
—No.
—Hace unos días ni se te pasaba por la cabeza la idea de quedarte aquí.
—Lo sé, pero… estos días que he estado en casa de Alma me han abierto
los ojos. Estar con ella es todo lo que quiero en la vida. Regresar cada noche y
no estar solo, sino con una mujer que se preocupa por mí, que me ama. Despertar
a su lado cada mañana me da energía para vivir un nuevo día.
—Para no estar solo hay miles de mujeres en Xerbuk.
—Pero yo solo quiero a Alma. Nunca me había pasado algo así y no quiero
renunciar a ella, no quiero, Ben.
—No voy a hacerte cambiar de opinión, ¿verdad?
—No —contestó sonriendo, sabiendo que su amigo aceptaba su decisión y
lo apoyaría aunque no pensara como él.
—Me alegro de que hayas encontrado la felicidad. Te echaré de menos.
—Gracias, yo a ti también. Supongo que vendrás a vernos a menudo, aquí
es muy fácil abrir portales.
—Eso ni lo dudes.
Benjamín se acercó a su compañero y le dio un abrazo palmeando con
fuerza su espalda. Después regresó al lado de Corina para humedecer el paño de
nuevo.
—Tú sí piensas marcharte, ¿verdad?
—Por supuesto.
—¿Estás seguro? Mírate, estás tan enamorado como yo.
Benjamín volvió a mirar a su amigo con el ceño fruncido, sabía que tenía
razón, pero no podía abandonar Xerbuk, era su hogar y lo amaba por encima de
todo, por encima de Corina… ¿Estaba seguro de aquella última afirmación?, se
cuestionó Ben. ¿Por qué la vida tenía que hacerle elegir, por qué no podía tenerlo
todo?
—Necesito un baño —comentó sin querer contestar la pregunta de David
—. Di a Alma si puede quedarse con ella un rato y me iré en cuanto llegue.
—Ahora mismo voy —respondió resignado, estaba claro que su amigo no
aceptaba sus sentimientos. Dudaba, sabía que dudaba aunque era demasiado
testarudo para admitirlo. Quizá cuando Corina despertara cambiaría de opinión,
deseaba que fuera tan feliz como él, y si renunciaba al amor, no lo sería.
Capítulo 20


La reina se encontraba sola en su casa, se sentó sobre los almohadones y se
tapó la cara con las manos. Esto no debía de haber pasado. Había logrado salvar
el valle y a todos sus habitantes, pero… ¿a qué precio? No quería perder a su
única amiga.
Corina llevaba ya unas horas en su cabaña. Maeve había usado toda su
magia para curar a su consejera, ahora dependía de ella si deseaba vivir; si
deseaba luchar, lo lograría. Ahora, más que nada, necesitaba el amor del guerrero
xerbuk. Corina era valiente, decidida y muy fuerte, el amor intensificaba todos
esos dones, solo esperaba que ella también lo supiese. Tenía que vivir, necesitaba
que viviera o jamás se perdonaría seguir en este mundo.
Respiró hondo y cogió fuerzas para levantarse, fue hasta la ventana y,
mirando al sol que entraba por ella, rezó a la Diosa de la Vida.

Alma, en cuanto David le dijo que podía ir a verla, voló a toda velocidad
hacia la cabaña de Corina. No eran grandes amigas, pero la admiraba
sobremanera y siempre se habían llevado bien. Al entrar no pudo evitar que las
lágrimas rodaran por sus mejillas. Ver a aquella hada, que volaba con su porte
invencible, inmóvil y atrapada en un sueño del que no sabía cuándo iba a
despertar, si es que despertaba, la entristecía. Ella había tenido un papel muy
importante en la recuperación del valle y acabar con Dacio.
—Se va a poner bien —le dijo Ben tratando de creerlo él también.
—Seguro que sí, la reina es el hada más poderosa y tengo fe en ella.
—Yo también confío en eso.
—No hay hada más luchadora que Corina, lo superará.
Benjamín estuvo de acuerdo con Alma, su amada Corina era un hada
extraordinaria y lamentaba tremendamente el daño que le había causado estos
días atrás. En cuanto despertara le explicaría sus motivos, el porqué no podían
estar juntos, estaba seguro de que lo entendería y esperaba que el daño fuera
menor.
—¿Te puedes quedar con ella? No tardaré más de una hora —le pidió a
Alma.
—Tómate el tiempo que necesites, llevas muchas horas aquí.
—Si se despierta, envía a alguien que me llame.
—Por supuesto, ve tranquilo.
Benjamín salió a toda prisa hacia el río. En cuanto llegó, se quitó la ropa y
dejó que el agua helada envolviera por completo su cuerpo. Sus músculos,
contraídos por las horas pasadas en la misma posición, se relajaron causándole
cierto placer. Solo necesitaba una cosa para sentirse en paz, que Corina se
recuperase, ver de nuevo sus ojos cristalinos brillar llenos de vida.
Suspiró profundamente y volvió a sumergirse en las frías aguas tratando de
no pensar en lo peor, despejar su mente y tomar las mejores decisiones para
todos.

****

Ben pasó otra larga noche en la que apenas pudo dar un par de cabezadas.
Por el momento Corina iba mejorando, pero con mucha lentitud y comenzaba a
impacientarse. Llevaba tres días así, Maeve se había pasado para aplicarle su
magia y darle más brebaje de loto. Lara y Sara también habían estado horas y
horas a su lado, Ben tuvo la oportunidad de ir conociendo mejor a las que
podrían haber sido sus cuñaditas. Cuando tomaban confianza no había quien las
callara. Para ellas el guerrero xerbuk y su reino era toda una incógnita, le habían
acribillado a preguntas sobre cualquier cosa que se les ocurría. Al menos habían
sido una distracción y en esos momentos no pensaba en que podía perder a
Corina.
Pasaron veinticuatro horas más hasta que al fin el hada blanca de cabellos
como el trigo abrió los ojos. Se sentía un poco desorientada, sin saber muy bien
dónde estaba y qué había pasado. Al incorporarse se mareó un poco y tuvo que
apoyarse en la pared. Cuando logró reponerse descubrió que se encontraba en su
propia casa. ¿Ya había acabado todo? ¿Qué habría pasado con Dacio? Y
Benjamín, ¿estaría bien? Recordó entonces cómo el renegado la había herido por
la espalda; bueno, al menos ya había conseguido recuperarse.
Sacó los pies del camastro y los colocó sobre el suelo preparándose para
levantarse en cuanto tuviera fuerzas. Observó su alrededor, se encontraba sola,
aunque la almohada y la sábana revuelta que tenía a su lado le indicaba que
alguien más había dormido allí.
No tardó mucho en escuchar unas voces procedentes del otro lado de la
puerta. Agudizó su oído para reconocer de inmediato que pertenecían a Ben y
David.
—Maeve dice que es cuestión de horas que despierte, que está totalmente
curada —indicó Benjamín.
—Eso es una gran noticia, se lo comunicaré a Alma, se alegrará mucho.
—Dile que avise a sus hermanas, querrán saberlo.
—Por supuesto, han estado en un sinvivir desde que Corina fue
secuestrada.
Hubo unos momentos de silencio, luego prosiguieron la conversación.
—¿Cuándo vas a prepararte?
—En cuanto se despierte, ya avisé a la reina.
—¿Y cuándo os vais?
—Es posible que mañana. Maeve se está encargando de recogernos la
bardana.
—Esta mañana vi a Alejo y Rodry, están listos para cuando ordenes el
regreso.
—Ya están ansiosos por volver y alardear de su papel en la batalla.
—Es normal, son jóvenes y es la primera vez que entran en combate.
—Recuerdo cuando nosotros éramos así. —Al decir estas palabras ambos
hombres se echaron a reír.
Se iba, pensó Corina al escuchar la conversación, ahora que todo había
acabado, se iba. No tenía por qué sorprenderle después de que la hubiera dejado,
no obstante, había tenido la esperanza de que se quedara, de que ella sí le
importaba, un poco al menos. Sus ojos se encharcaron y tomó el extremo de la
sábana para limpiarlos. No quería que la vieran llorar.
—¡Vaya! Al fin estás despierta —dijo Benjamín al entrar en la cabaña y
verla sentada. El alivio que sintió fue indescriptible, ya podía respirar tranquilo.
A pesar de que la reina ya le había dicho que estaba recuperada, hasta que no
viera sus ojos color cielo no lo creería del todo.
—¿Qué ha pasado? ¿Y Dacio? —se interesó ella dejando de lado sus
sentimientos y tratando de disimular su desazón.
—Muerto, y los ogros que salvaron la vida huyeron como perros heridos.
—¿Cuánto tiempo llevo dormida?
—Casi cuatro días. —Tras unos segundos de silencio añadió—: Siento
mucho no haberte protegido.
—Me salvaste la vida, no tengo nada que reprocharte —contestó ella
intentando sacar su mejor sonrisa. No quería que notara la zozobra que su
presencia le producía.
Benjamín soltó lentamente el aire que retenía y la miró largo rato. Su pelo
rubio, largo hasta su pecho, sus labios carnosos, sus ojos del color del cielo más
claro. Era preciosa y sentía tanto alivio de verla bien que llegó a pensar que se
desmayaría como una tonta damisela.
El deseo de tomarla en brazos, tocarla y besarla hasta perder la razón se
estaba apoderando de él. Necesitaba hacerla suya de nuevo, sentir su piel cálida,
su magia burbujeante y todo su ser. Pero no podía ser, su decisión estaba tomada,
no traicionaría a su rey ni a su pueblo, regresaría a Xerbuk sin mirar atrás,
aunque le costase la vida, lo haría, él no era como David.
—Avisaré a Maeve de que ya estás recuperada. —Dichas esas palabras,
salió de la cabaña casi corriendo. Si no lo hacía pronto, no sería capaz de
renunciar a ella, se lanzaría sobre su cuerpo sedoso y al diablo con sus
decisiones y sus consecuencias.
Capítulo 21


En el lugar donde realizaban las asambleas, los habitantes de la aldea se
despedían de los guerreros xerbuks. Las hadas daban gracias a la Diosa de la
Vida por haberlos hecho venir cuando más los necesitaban. Les regalaron
coronas de flores que, muy agradecidos, se colocaron en la cabeza. A Rodry le
dio la risa al ver con ese aspecto a todos sus compañeros, pero Benjamín lo
acalló con un cachete en la nuca. Las costumbres de las diferentes razas tenían
que ser respetadas.
Maeve se abrió paso entre las hadas para llegar hasta el líder xerbuk.
—A pesar de que la bardana no crece en el valle, sí sabemos dónde
encontrarla, aquí tenéis las semillas que os prometí. —Maeve extendió su mano
y ofreció a Ben un saquito de tela marrón anudado con un cordón.
—Gracias.
—Korey y Prisco os acompañarán. —Al ver la cara de sorpresa de
Benjamín, Maeve se explicó—: Con su magia extenderán la planta con más
rapidez allá donde la necesitéis.
—Gracias de nuevo, los traeremos de vuelta lo antes posible.
—Sé que lo haréis.
Benjamín buscó entre la multitud a Corina. Desde que se recuperó había
estado desaparecida, ni siquiera había tenido tiempo de explicarle por qué se
marchaba. Escrutó cada rostro de cada hada, hasta que tropezó con unos ojos
azul cielo. Corina estaba apartada del grupo que se despedía de ellos. Ben
caminó hacia ella. No se iría sin hablar, tenía que escucharle.
—Corina —la llamó al ver que se daba la vuelta antes de que él llegara a su
altura.
Ella agachó la cabeza al tiempo que se giraba, no quería mirarlo a los ojos
y ver su indiferencia.
—Corina, debo irme.
—Lo sé.
—Quiero que sepas que lo que hubo entre nosotros fue verdadero, pero no
puedo quedarme y tú no puedes seguirme.
—Está bien —contestó sin levantar la mirada todavía.
—¿Lo entiendes?
—Pues no. —Ahora sí alzó la cabeza para clavar sus ojos en él—. No
entiendo que dejes a la persona amada. —Sin darle tiempo a replicar, Corina
alzó el vuelo. Iba a llorar y no deseaba que la viera.
—¡Corina! —la llamó sin obtener respuesta.
Había estado equivocado, no había comprendido sus motivos. Tal vez él no
se había explicado con claridad, aunque ella tampoco le había dado tiempo para
hacerlo mejor.
Abatido por la forma en la que se había despedido de ella, se reunió con
sus compañeros.

A las afueras de la aldea, junto a una dríada alegre y frondosa, Benjamín
abría el portal hacia Xerbuk.
—Saluda a nuestro rey de mi parte y dile que si necesitara mi espada algún
día, siempre la tendrá —anunció David más emocionado de lo que cabría esperar
en un guerrero curtido como él.
—Lo haré, amigo mío. Cuídate. —Y se dieron un fuerte abrazo.
—Que la vida recompense tu bondad y generosidad. —Los bonitos deseos
de Maeve fueron recibidos por Ben con una amplia sonrisa.
—Lo mismo deseo para ti, Reina de las Hadas Blancas.
Volvió a buscar con la mirada por los alrededores esperando verla por
última vez, esperando que pudiesen despedirse de otra manera, que tal vez
Corina pudiera desear que hablaran antes de partir, pero no la vio, ella no estaba
allí. Pensándolo bien, era lo mejor, quizá si la veía una vez más podría
arrepentirse de su marcha y mandarlo todo al diablo.
—¿Vamos? —preguntó Alejo.
—Te concedo los honores.
Alejo sonrió ante aquellas palabras, se adelantó varios pasos y alzando su
mano derecha invocó la Fuerza Vital que le daba su poder. Al instante un haz de
luz azulada salía de sus dedos y moviendo el brazo dibujó una puerta. Su interior
se rellenó de un resplandor brillante y sobrecogedor.
Rodry cruzó primero seguido de las dos hadas que debían acompañarles.
Después, Ben se dispuso a dar el paso hacia su mundo, pero antes miró hacia
atrás con el deseo de poder ver aquel rostro hermoso que tanto anhelaría durante
toda su vida. Sacudió su cabeza, volvió su mirada al frente y sin vacilar atravesó
el umbral luminoso. Por último, Alejo pasó y cerró el portal tras de sí.
Desde lo alto de un árbol, escondida entre su follaje, Corina vio partir a su
amado guerrero. Se secó dos solitarias lágrimas que resbalaron por su
blanquecino rostro, nunca más volvería a verlo. Cómo había sido tan estúpida de
enamorarse de un guerrero de otro reino. Necesitaba trabajo, mucho trabajo para
mantener su mente ocupada y no pensar en Benjamín. Acabaría olvidándolo con
el tiempo, al menos eso esperaba.
Se puso de pie sobre la rama del árbol y dio un salto para salir volando
hacia la aldea.

****

—Pido audiencia con nuestro rey de inmediato —exigió Benjamín al entrar
en palacio con las dos hadas y los jóvenes guerreros a sus espaldas.
—El rey está ocupado, le avisaré. Venid mañana —respondió el
hombrecillo vestido con pantalones de lana y túnica hasta las rodillas.
—Si no le avisas, te arrepentirás. Acabamos de cumplir con una misión que
nos encomendó hace unas semanas y necesitamos verle de inmediato.
El hombrecillo que apenas le llegaba al hombro lo miró con el entrecejo
fruncido. Después, observó a sus acompañantes y descubrió a las hadas. Al
instante supo que era de suma importancia avisar a su soberano y se apresuró a
decir:
—Pasad, pasad a la sala del trono y esperad allí.
Las hadas siguieron con pasos cortos a los xerbuks hasta una gran sala con
suelo de mármol blanco. Cuatro columnas sostenían un techo alto y tallado.
Óleos de anteriores reyes decoraban las paredes, cortinajes rojos y dorados
cubrían los enormes ventanales por donde la luz entraba a raudales.
Marco no se hizo esperar más de quince minutos.
—¡Benjamín! Mi fiel guerrero —lo saludó el rey acercándose a él y
dándole una palmada en el hombro. Consideraba a muchos de los guerreros sus
amigos y odiaba recibirlos desde lo alto del sillón del trono.
—Mi señor —dijo Benjamín inclinando la cabeza, pues su respeto estaba
por encima de todo.
—Alejo y Rodry, jóvenes aprendices, espero os haya servido esta misión
para madurar como guerreros y diplomáticos.
Estos, que jamás se habían dirigido a su rey directamente, saludaron al
soberano clavando una rodilla en el frío suelo.
—Sí, mi señor, hemos aprendido mucho.
Marco asintió con la cabeza y después la volteó para observar a las dos
hadas que se encontraban detrás de sus guerreros sin entender qué hacían allí,
levantó las cejas en señal de desconcierto.
Benjamín se apresuró a hacer las presentaciones pertinentes.
—Mi señor, estos son Korey y Prisco, vienen para ayudar a extender la
bardana con rapidez.
—Magnífico, ofrecedles algo de comer y beber —dijo dirigiéndose a uno
de sus sirvientes que esperaba junto a una de las puertas. Luego posó su mirada
en los jóvenes guerreros—. Alejo, Rodry, acompañadles y luego guiadles al
Bosque del Álamo para que esparzan allí las semillas, aseguraos de
proporcionarles todo lo que necesiten.
—Así lo haremos. —Con una suave reverencia ambos muchachos se
marcharon junto a las hadas.
—Ben —lo llamó en cuanto se quedaron solos—, sígueme.
Benjamín acompañó a Marco hasta una sala más pequeña y acogedora. El
rey le sirvió una copa de vino y otra para él antes de acomodarse en un sillón e
invitar a Ben a sentarse en el otro.
—¿David ha caído? —soltó la pregunta a bocajarro con el miedo instalado
en el pecho por si la respuesta era afirmativa.
—No, mi señor. Él… decidió quedarse en el valle —respondió vacilando
—. Me pidió que os dijera que su espada estará siempre a vuestro servicio
cuando lo necesitéis, que no olvidará el juramento que os hizo un día. Su
intención no era la de traicionaros, él solo…
—Se ha enamorado de una bella hada, ¿no es así? —comentó Marco
interrumpiendo a Benjamín.
—Eh… así es. Él no pensaba…
—No tienes que defenderlo, sé lo que es el amor y de lo que se es capaz de
hacer por él. El amor verdadero solo da una oportunidad en la vida y no hay que
desaprovecharla porque no habrá otra ocasión de encontrarlo y vivirlo con esa
intensidad. Solo aceptándolo se consigue la felicidad.
Aquellas palabras hicieron que Ben pensara en su dulce Corina. Estaba
seguro de no encontrar a nadie como ella. Se quedaría solo o se conformaría con
un amor a medias, eso era lo que le deparaba el futuro si renunciaba a su hada.
David había sido mucho más inteligente y valiente que él. Sabía que su rey
entendería, sin embargo, él se escudó en ese sentimiento de traición para no
arriesgar su corazón.
Marco estudió la reacción de Benjamín a su comentario sobre el amor y
supo al instante que había perdido a otro de sus mejores guerreros.
—Soy un completo idiota —musitó Ben.
—En ocasiones todos lo somos.
—Lo siento mucho, mi señor.
—Ve y sé feliz —Marco le dio su bendición, no deseaba para nadie los
amargos años que había pasado él lejos de su amada.
Capítulo 22


En el Bosque del Álamo, Korey y Prisco plantaban las semillas de bardana
lanzándolas al aire con su magia. Cuando caían en la tierra se hundían con
suavidad, después movían sus manos en círculos. Destellos amarillos, vaporosos
y centelleantes iban naciendo de sus dedos y cayendo sobre la simiente como
cascadas ardientes.
Las plantas crecieron a gran velocidad llegando a alcanzar el metro de
altura, flores color púrpura se abrieron, posteriormente formaron una cáscara con
espinas que contenía decenas y decenas de semillas.
Las hadas siguieron moviendo sus manos, esta vez de atrás hacia delante,
provocando un fuerte viento que arrancó las cáscaras de las plantas que volaron
por todo el bosque y esparcieron más simiente por él.
—Tomad esto —dijo Prisco entregándole a Rodry el saquito donde todavía
quedaban unas pocas semillas—. Convendría que se guardasen muy bien.
—Aunque, con lo que habéis hecho por nuestro pueblo —intervino Korey
—, la reina estará encantada de proporcionaros más si llegáis a necesitarlas.
Rodry las tomó y las sujetó a su cinto para entregárselas al rey a su vuelta.
Todo había salido como esperaban, las plantas habían crecido y cientos de
semillas estaban esparcidas. En las siguientes lluvias crecerían más. Los
hechiceros tendrían suficiente bardana para que a nadie en Xerbuk le faltase.
Tras pasar toda la mañana en el bosque, el grupo regresó al palacio. A su
paso por la aldea todos sus habitantes les vitorearon. Las hadas, un tanto
cohibidas, saludaban a las gentes con una débil sonrisa.
Las hadas tenían que volver a su hogar antes de que les mermasen las
fuerzas, llevaban muchas horas alejadas de la magia del valle, imprescindible
para su supervivencia.
Así pues, se dirigieron directamente al salón del trono para despedirse del
rey.
—Quiero daros las gracias y pediros que le llevéis un presente a vuestra
reina de mi parte —anunció Marco entregándole una caja alargada de madera de
roble tallada por los laterales.
—Fue gracias a vuestros guerreros que la vida regresó al valle, según
nuestra reina, estamos en paz.
—Dádselo igualmente —insistió.
—Así lo haremos —contestó Korey ante la insistencia del rey de Xerbuk y
tomó la caja entre sus manos.
—Y decidle que si alguna vez necesita de unas espadas afiliadas, el Reino
de Xerbuk es vuestro aliado.
—El Valle de las Hadas Blancas también está a vuestra disposición si
volvéis a necesitar nuestra ayuda.
Tras las reverencias pertinentes, Benjamín tomó la palabra.
—Vamos, abriremos el portal cerca del río para evitar a los curiosos —
indicó. Cuando ya se disponían a marchar, se volvió hacia su rey—. Ha sido un
verdadero honor luchar a vuestro lado y estar a vuestro servicio. Ya sabéis donde
hallarme si me necesitarais en el futuro.
—Que encuentres la felicidad que te mereces.
Ben inclinó la cabeza y salió en pos de sus compañeros, que ya guiaban a
las hadas hasta el río. Mientras cruzaba la aldea se despidió de sus conocidos
más allegados con apretones de manos y buenos deseos.
—¡Eh! ¿Me han dicho que te vas? —le sorprendió Sebastián por la espalda.
—Las noticias vuelan.
—¿No pensabas decirme nada?
—Sabía que me encontrarías tú primero.
—Yo tenía razón —soltó de pronto su amigo con una sonrisa traviesa en
los labios.
—¿Sobre qué?
—Que la mayoría de veces no piensas con la cabeza, sino con…
Benjamín le dio un puñetazo en la mandíbula antes de que acabara esa
frase.
—¡Joder! Era una broma —se quejó tocándose la zona de la cara donde
había recibido el golpe.
—Lo sé, mi puño también bromeaba —respondió alzando la mano cerrada.
Ambos rompieron a reír, se iban a echar tremendamente de menos. Se
abrazaron dándose unas fuertes palmadas en la espalda, después Benjamín corrió
para alcanzar a las hadas. Tenía que abrir el portal y llevarlas al valle lo antes
posible.
No tardó en llegar hasta donde los jóvenes xerbuks le esperaban junto a
Prisco y Korey.
—Te he visto despedirte, te vas, ¿no es así? —inquirió Alejo.
—Sí.
—Me alegro de haberme presentado voluntario aquel día, me ha servido de
mucho. —Alejo le tendió su brazo y lo colocó sobre el hombro de Ben y este
hizo lo mismo.
Rodry imitó a su compañero y Ben los miró sintiéndose orgulloso de su
pueblo. Seguidamente, alzó su mano derecha, invocó a la Fuerza Vital del lugar
y abrió el portal hacia el Valle de las Hadas Blancas.
La euforia regresó al valle cuando Korey y Prisco aparecieron en mitad de
la aldea. Corina escuchó desde su cabaña las aclamaciones y la festividad de su
pueblo, pero ella no quiso participar, ni siquiera se atrevió a mirar, no se
encontraba con ánimos para celebrar nada.
Esquivando a su propia gente, los dos emisarios fueron a ver a su reina para
hacerle entrega del presente que portaban. Agitando sus alas ascendieron hasta
donde Maeve ya les esperaba.
—Mi reina, esto es un regalo del rey de Xerbuk —le ofreció Prisco.
—El rey de Xerbuk es muy amable, espero que le hayáis dado las gracias
de mi parte —comentó ella cogiendo la caja con especial emoción. Jamás había
esperado algo así.
—Sí, nos trató muy bien —afirmó Korey junto a su compañero.
Maeve abrió la caja de madera y encontró una daga sobre un lecho de
terciopelo del color del mar. En la empuñadura de plata había grabado un dragón
rojo con las alas extendidas, el símbolo del pueblo xerbuk, recordó la reina con
una sonrisa. La guardaría como un gran tesoro.

Al otro lado de la aldea, un hada de cabellos como el trigo intentaba no
compadecerse de sí misma. Envidiaba a las dos hadas que habían viajado a
Xerbuk, habría sido bonito haber ido ella, conocer su mundo, aunque fuera solo
por unas horas. Ahora ya nunca lo vería… y a su guerrero tampoco.
Una voz masculina, muy familiar, llegó hasta ella interrumpiendo sus
tristes pensamientos. Cerró los ojos creyendo que eran imaginaciones suyas o
que se estaba volviendo loca. No podía ser él.
—Corina —musitó la voz de nuevo.
Ahí estaba otra vez, pensó ella. Abrió los ojos y descubrió que no estaba
loca, Ben se encontraba de pie en su cabaña, no lo había imaginado, estaba allí
de verdad. Se quedó paralizada, trató de hablar, pero las palabras se le atascaron
en la garganta.
—Soy el ser más estúpido de todos los reinos —confesó Ben al ver que
Corina no reaccionaba lanzándose a sus brazos como a él le habría gustado.
Ella, sin poder contener la emoción, se mordió el labio inferior. Se estaba
disculpando, pensó. Aun así, no iba a ceder tan fácilmente, Ben le había hecho
mucho daño.
—¿Podrás perdonarme? —insistió Ben sin perder la esperanza de
recuperarla.
—Me abandonaste —logró decir casi en un susurro—. ¿Cómo sé que no te
volverás a marchar?
—Sabía que si me quedaba contigo tenía que renunciar a mi vida en
Xerbuk, traicionar a mi rey. No podía hacerlo y pensé que sería capaz de regresar
a mi vida de antes como si nada hubiera pasado. Pero estaba tan equivocado…
»Cuando te hirieron quise mandarlo todo al demonio y quedarme contigo,
pero la idea de la traición seguía en mi mente. Quise explicártelo antes de irme,
pero no me diste la oportunidad.
—¿Qué te hizo cambiar de opinión?
—Antes que nada debes saber que he sufrido un infierno desde que me
alejé de ti. —Hizo una pequeña pausa para continuar su explicación—. Hablé
con mi rey y sus palabras sobre el amor me hicieron ver lo idiota que estaba
siendo renunciando a mi felicidad y condenándote también a ti. Mi rey lo
entendía mucho mejor que yo. —Dio un largo suspiro al ver que Corina seguía
plantada ante él, no podía perderla ahora que sabía lo que era estar sin ella—. No
puedo vivir sin ti. Haré cualquier cosa con tal de que me perdones.
—Podrías… podrías acercarte y besarme —lo invitó sin poder seguir
haciéndose la dura. Amaba a ese guerrero por encima de su orgullo, por encima
de todo, y la explicación que le había dado no era mala del todo. No lo entendía
muy bien, pero seguramente todo se debía a las costumbres de su pueblo. Al
final en su lucha interior de prioridades había acabado ganando ella.
En dos zancadas Ben llegó hasta ella, la alzó por la cintura y la besó como
si no hubiera un mañana, con el anhelo y la desesperación de un náufrago por un
poco de agua dulce.
Corina cruzó sus piernas en la espalda de él. Sin poder contener la pasión,
Ben la acostó sobre los almohadones, se quitó la ropa en tiempo récord y cayó
sobre ella para hacerle el amor como jamás se lo había hecho a nadie. Piel con
piel, corazón con corazón y alma con alma.
Epílogo


El valle se vestía de fiesta, en el centro de la aldea un improvisado altar
mantenía a las hadas en un estado de gran entusiasmo.
Habían formado un pasillo de flores rosas. A ambos lados las hadas
revoloteaban impacientes por ver a los novios.
Del cielo descendió majestuosamente Maeve, batiendo sus alas que
brillaban más que nunca. Vestía su habitual traje blanco, la corona era de platino
y adornaba un cabello largo de un rubio casi blanco con trenzas pequeñas que se
mezclaban entre la melena. Portaba un libro antiguo con tapa de cuero en sus
manos.
David y Benjamín se acercaron por el pasillo florado hasta quedar parados
frente al altar. Maeve los saludó con la cabeza y al instante la música procedente
de siringas anunciaba la llegada de las novias.
Las bellas féminas hicieron su aparición. Corina portaba un vestido fucsia,
largo hasta rozar el suelo y vaporoso; el de Alma era morado, también largo
hasta cubrir sus pies. Las dos hadas caminaron entre las flores saludando a
derecha e izquierda a todos los que habían venido para presenciar el ritual. Se
pararon al llegar frente a sus futuros esposos.
Los guerreros xerbuks, orgullosos de sus damas, las tomaron de la mano y
las colocaron cada uno a su lado.
Marco y su esposa Estefanía, junto a Sebastián y su esposa Elena, sonreían
desde la primera fila. Por nada del mundo iban a perderse aquel enlace de
ensueño. Los cuatro habían cruzado el portal para acompañar a sus guerreros y
amigos en ese día tan importante para ellos. Habían prometido mantener el
contacto y así lo harían.
Maeve abrió el viejo libro y comenzó a recitar el rito de unión de las hadas
en su lengua antigua. Tanto Corina como Alma les susurraron a sus futuros
esposos lo que la reina iba leyendo para que lo entendieran. Una vez concluida la
ceremonia, los novios se besaron y los vítores resonaron en todo el valle.
Después quedaría la fiesta que Maeve había encargado a Lara y Sara. La música
y la algarabía durarían todo el día y la noche.
Agradecimientos

Quiero dar las gracias, en primer lugar, a Rosa, mi lectora cero, a Encarna,
por ser mi lectora número uno y a Paky por creer en mí y en mi trabajo.
A Tamara Bueno que aguantó con paciencia todas mis dudas en la
corrección de la novela.
A mi familia por estar siempre ahí, apoyándome y animándome. En
especial a mi marido que aguanta día tras día todas mis locuras.
Gracias a las autoras Romantik Zone y a las lectoras de este mismo grupo
por estar pendientes.
También a mis compañeros de la Asociación Escritores en su Tinta por su
amistad y apoyo. Mi pensamiento para un miembro especial que ya no está con
nosotros, Manuel V. Seguerra Berenguer.
Y un especial agradecimiento a todos los lectores y lectoras que han dado
una oportunidad a mis novelas.
Trilogía Reino de Xerbuk

Si te ha gustado esta novela y todavía no has leído la Trilogía Reino de
Xerbuk, te la recomiendo, pues descubrirás muchas cosas sobre este reino y
sobre todo te ayudará a entender a los guerreros xerbuks que aparecen en esta
novela.

También podría gustarte