The Queen Will Betray You by Sarah Henning
The Queen Will Betray You by Sarah Henning
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ATTE: GOR
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TRADUCCIÓN
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°Hina
°Kerah
°Lee
°Marii Ivashkov
°Nicte
CORRECCIÓN
°Elke
°Kerah
°Lee
°Liz Markov
DISEÑO
°Kerah
REVISIÓN FINAL
°Matlyn
CONTENIDO
Sinopsis Capítulo 22 Capítulo 44
dedicatoria VEINTE AÑOS ANTES DEL Capítulo 45
El continente arena y PRESENTE
Capítulo 46
cielo
Capítulo 23
Capítulo 47
Prólogo
Capítulo 24
Capítulo 1 Capítulo 48
Capítulo 25
Capítulo 2 Capítulo 49
Capítulo 26
Capítulo 3 Capítulo 50
Capítulo 27
Capítulo 4 Capítulo 51
Capítulo 28
Capítulo 5 Capítulo 52
Capítulo 29
Capítulo 6 EL DÍA DE LA MUERTE DEL
Capítulo 30 REY SENDOA
Capítulo 7
Capítulo 31 Capítulo 53
Capítulo 8
NUEVE AÑOS ANTES DEL Capítulo 54
Capítulo 9 PRESENTE
Capítulo 55
Capítulo 10 Capítulo 32
Capítulo 56
Capítulo 11 Capítulo 33
Capítulo 57
Capítulo 12 Capítulo 34
Capítulo 58
Capítulo 13 Capítulo 35
Capítulo 59
Capítulo 14 Capítulo 36
Capítulo 60
Capítulo 15 Capítulo 37
Capítulo 61
Capítulo 16 Capítulo 38
Capítulo 62
Capítulo 17 Capítulo 39
Capítulo 63
Capítulo 18 Capítulo 40
Epílogo
Capítulo 19 Capítulo 41
Agradecimientos
Capítulo 20 Capítulo 42 Sobre la autora
Capítulo 21 Capítulo 43
Sinopsis
La impresionante secuela de The Princess Will Save You,
de Sarah Henning, un brillante homenaje de fantasía juvenil a La
princesa prometida.
Emblema: Tigre
Castillo: El Itspi
REINO DE PYRENEE
Principales gobernantes: Rey Louis-David (fallecido); Reina viuda
Inés, regente; Príncipe heredero Renard (fallecido); Príncipe Taillefer.
REINO DE BASILICA
Principales gobernantes: El Rey Domingu; la Reina Nania (quinta
esposa); decenas de descendientes: hijos, nietos, bisnietos
Emblema: Oso
Castillo: El Aragonesti
REINO DE MYRCELL
Principales gobernantes: Rey Akil; Reina Sumira
Emblema: Tiburón
Una a un amigo.
Satisfecho y sin tiempo, selló las cartas y las envió. Luego, sin siquiera
mirar por encima del hombro, desapareció en la noche.
*****
En los aposentos del capitán del barco pirata Gatzal, la princesa vio
cómo su verdadero amor abría los ojos.
—En efecto, es poderosa, ya que es la única razón por la que sigo aquí,
respirando tu aire. Espero que nuestro amor acepte de buen grado la sangre
que he derramado y lo dé por zanjado, porque dudo que pueda soportar
mucho más.
—¿Mi... sangre?
*****
Hacia el sur, el rey que hace tiempo forjó su legado con la sangre de
su único hermano estaba sentado en su balcón en el amanecer salmón con
un contrato en la mano, el cálido aire salado empujando los restos de su
pelo blanco como la nieve alrededor de su cara.
—Vamos a dar un paseo por la playa, Nania. Sólo nosotros dos. ¿Te
gustaría?
1
En lo alto de las montañas de Ardenia, una princesa y su amor se
encontraban en una encrucijada.
Luca estaba allí, limpio, alto, de hombros anchos, pero vestido casi
como si estuviera de luto: un chico de negro.
Su chico de negro.
Amarande, por su parte, era una confección desaliñada con los jirones
manchados de sangre de su vestido de novia. La sangre del príncipe
Renard de Pyrenee nunca se había limpiado, el vestigio de su decisión
asesina recorría todo el corpiño en un marrón chocolate oxidado. Aun así,
Amarande llevaba el vestido: era la prueba de la boda a la que se había
visto obligada y a la que había puesto fin quitándole la vida a Renard. Si
realmente había traído la guerra a las puertas de Ardenia a través del
regicidio, necesitaba pruebas de lo que realmente había sucedido.
Luca se llevó el dorso de su mano a los labios. Sus ojos, dorados y tan
fieros como el sol del verano, no abandonaron su rostro.
Oh, y ella quería ir con él. Al Torrente, esta vez por su propia
voluntad, no atada al lomo de un caballo, chantajeada para forzar su mano
en matrimonio con Renard que hubiera convertido a ese cruel muchacho
en rey de Pyrenee. Ella lo tenía de vuelta. Vivo, suyo, su amor al aire libre
bajo el amplio cielo. Lo último que quería hacer era dejarlo.
Pero para estar juntos para siempre, ambos sabían que debían
separarse.
—Iré a verte.
Con eso, Amarande besó a Luca por última vez con fuerza. Tan fuerte
como deseaba haberlo hecho antes de que lo secuestraran. Tan fuerte como
lo hizo cuando estaba claro que habían escapado de Pyrenee con vida. Tan
fuerte como pudo: este beso tendría que sostenerla durante días, si no
semanas o meses.
2
Una vez más, Luca galopó hacia el Torrente con tres compañeros.
Pero esta vez, todo era diferente.
—¿Cuál es el plan, Luca? —gritó Urtzi desde atrás, donde sus anchos
hombros protegían la retaguardia de su procesión de una sola vía.
Es cierto que mantenía la cuadra real del Itspi, pero no era más que
una rueda en el carro, no era el conductor. Era alguien que se coordinaba
con otros dentro del castillo, sobre todo con el viejo Zuzen, quien, además
de ser el educador de facto de los niños del palacio, supervisaba el establo
militar, mucho más grande, que se encontraba en los terrenos. Nadie, ni
siquiera Amarande, se había fijado seriamente en Luca para una estrategia.
Mientras respondía, Luca giró sobre su caballo para ver mejor al chico
que tenía detrás, sus ojos se dispararon automáticamente por encima del
hombro de Urtzi en busca de alguna señal del caballo blanco de Amarande.
Sin embargo, estaban demasiado lejos y todo lo que Luca veía era el cielo
oscuro y las siluetas de las montañas que, en algún lugar más allá de la
vista, acunaban el Itspi en sus torretas rojas en espiral y su nube de enebros.
—¿Cómo...?
—No seas tan impaciente, Urtzi; iba a decírtelo. Empezamos en un
mercado.
Una risa jugó en los labios de Osana al captar la mirada de Ula por
encima del hombro.
—No es por llevar la contraria, pero ¿cómo sabes todo esto, Ula? —
preguntó Urtzi—. Llevo siete años con ustedes y ni una sola vez he sido
testigo de que se reunieran en secreto con algún rebelde torrenciano.
—Te olvidas de la definición de secreto, grandísimo zoquete. Es una
operación encubierta. Se supone que no debes saberlo —Lo dijo
amablemente, pero Urtzi parecía estar afectado hasta el tuétano—. Luca, ¿el
mercado?
El gran myrcelliano le dio una mirada que la clavó como daga, una
que matarían a cualquier otra persona, pero ni siquiera la tocó. Ula
mantuvo su postura y su mirada mientras refunfuñaba—: ¿Y si no le gustas
a esta persona encubierta? ¿No confían en ti?
—Confiarán en mí.
Urtzi se pasó una mano por el pelo oscuro. Los rizos volvieron
inmediatamente a su sitio.
—No tengo que hacerlo. Pero es probable que tenga que comprar
suministros como muestra de buena fe; no dejan que cualquiera entre en
su red de forma gratuita.
Ula jadeó.
Urtzi resopló.
—Lo eras, Urtzi; lo eras —Para empezar, él era la razón por la que su
antiguo líder pirata había sido abandonado en el suelo del establo de
Bellringe, tras haber golpeado a Dunixi directamente en la sien cuando lo
obligó a elegir entre seguirle a él o seguir a Ula. Ahora, Ula le sonrió
mientras dejaba caer los anillos en su bolsa y abrochaba el cordón. La
campana del mercado sonó entonces siete veces—. Debería volver en una
hora. Quizá dos.
—No.
Urtzi suspiró.
—Siempre hacemos todo juntos. ¿Cómo voy a saber que estarás bien?
Luca asintió.
—¿Es eso lo que creo que es? —Osana se inclinó tanto sobre los
hombros de su caballo que era un milagro que pudiera mantenerse en su
silla.
3
No hubo ningún funeral en el Bellringe. Todavía no.
Nadie cuestionó nada de eso. Lo cual era bueno para ellos, porque Inés
no tenía ni un momento de paciencia con nadie que pusiera en peligro sus
planes tan cuidadosamente trazados.
—Por favor, llenen los platos —dijo Inés, señalando la comida que
tenía delante—. Es probable que esta sea una reunión larga. Capitán Nikola,
una vez que esté listo, por favor, pónganos al día sobre el paradero de la
Princesa Amarande.
La reina viuda había dado esa orden, sí: que se detuviera a cualquiera
que hubiera viajado con Renard y no fuera miembro jurado de la guardia.
No se dio cuenta de que un secuestrador había sido uno de ellos.
—Sí, el Gatzal.
Inés jugó con el queso que había apilado en su plato; por una vez, no
tenía estómago para él.
Hubo una pausa en la que las sillas crujieron y los demás se movieron
para mirar al joven capitán mientras su postura se ponía rígida. Nikola olía
el peligro, todos lo olían. Como no podía ser de otra manera.
Inés suspiró.
La reina viuda levantó una ceja tan afilada como la mejor daga.
—Ya lo he hecho.
La reina viuda apretó los dientes. Tal vez su círculo había crecido
demasiado, un grupo más pequeño significaba menos desacuerdos. Inés
respiró rápidamente y miró por debajo de la nariz a la mesa llena.
—Bien. Capitán, consiga lo que necesita del pirata. Consejo, exijo que,
una vez que tenga las pruebas necesarias por cualquier estatuto que le haga
desafiarme actualmente, iniciemos el proceso para despojar a Taillefer de
su título.
—Sí, Alteza.
—No preveo que ese proceso lleve mucho tiempo; por lo tanto,
capitán Nikola, le pido que reúna a sus mejores hombres y cree un plan
para poner sus esfuerzos en localizar a Taillefer. Va a ser juzgado por
traición por su participación en el regicidio de su hermano.
—Sí, Alteza.
Esta fue la apertura perfecta, casi como si Inés la hubiera escrito ella
misma. Se puso de pie y, con una floritura, sacó dos pergaminos que
sostuvo en alto para que todos los vieran.
—Hace muy poco que se ha quedado viudo por quinta vez —La reina
viuda dejó colgar ese significado.
Laurent no cedió.
—Es una buena unión y sin duda dará de qué hablar a Ardenia, pero
me veo obligado a argumentar que tal vez no sea prudente desposarse con
un hombre que mató a su propio hermano para ganar el trono y que tiene
la costumbre de enterrar a sus esposas.
4
Las campanas de bienvenida no saludaron a la princesa cuando se
acercó al Itspi.
Amarande clavó los tacones de sus botas en los flancos del caballo.
—No es mi sangre.
*****
En la última puerta, Pualo llamó tres veces con rapidez. Los pasos
sonaron contra las tablas del suelo del otro lado: parqué de enebro, en lugar
del mármol de los espacios públicos y las alas reales. El panel de madera
que cubría la mirilla se deslizó hacia atrás, y unos ojos oscuros que
Amarande reconoció como los de Satordi brillaron desde el interior.
—¿Mi seguridad? Estuve con una guardia del castillo, es lo más seguro
que he estado en una semana. No tienes ni idea de lo que acabo de pasar,
aparte de que de alguna manera creías que no había sobrevivido.
—Es imperativo. Es imperativo que nos quedemos aquí —La voz era
de mujer, regia y directa, pero la princesa no la reconoció.
No lo hizo.
Así que Amarande hizo acopio de toda la valentía que su padre le dijo
que tenía y formuló una pregunta que le rompió el corazón tanto como le
dio una nueva e inesperada esperanza.
—¿Madre?
Capítulo
5
¿Cuántas noches había soñado Amarande con este rostro? ¿Con este
momento?
Quince años.
—Mi querida hija, tenemos mucho que discutir, pero primero, ¿qué
es esta sangre? ¿Necesitas una medikua? ¿Y qué es eso de Pyrenee te está
pisando los talones?
—Madre... ¿por qué estás aquí? ¿Ahora? —No era la pregunta más
elegante para este reencuentro, demasiado directa, pero la sospecha estaba
superando rápidamente al shock dentro de Amarande mientras su pulso
patinaba y saltaba. La atención de Amarande se centró en Satordi, que se
había desvanecido en un rincón cuando su madre se acercó—. Consejero,
¿por qué les dijiste a los guardias que estaba muerta? ¿Qué está pasando
aquí?
Algo pasó por los ojos de Geneva, pero Amarande siguió adelante. No
debería sorprenderle que su madre recordara a Lygia de sus días en el
castillo, ya que tendrían una edad similar: diecisiete o dieciocho años. La
madre de Luca había muerto de una infección pulmonar la misma noche
que Geneva había desaparecido. Perder a sus madres la misma noche era
una de las extrañas coincidencias que los unían tan estrechamente. Una
cosa era que ambos no recordaran el rostro de su madre y otra muy
distinta que la persona más cercana sintiera exactamente lo mismo durante
el mismo tiempo.
—Soy consciente.
—En lugar de escoltarnos de vuelta a Ardenia, como estoy segura de
que esperabas que hiciera, insistió en que nos dirigiéramos a Pyrenee,
donde los dos podríamos casarnos. Me negué, por supuesto, y cuando lo
hice, amenazó con matarme y culpar a Luca si no hacía lo que me pedía.
Superada en número y rodeada en el fondo de un pozo de fuego, sentí que
no tenía otra opción que ir con él.
—Así, estaba deseando que nos casáramos —La princesa tragó saliva—
. Llegamos al Bellringe por la tarde y exigió que nos casáramos antes de la
cena. En las horas intermedias, mientras me preparaban para una boda que
sabía que el pueblo de Ardenia no conocía, creí que Luca había muerto a
manos de Taillefer, que había recibido la orden de mantener a Luca como
rehén para que yo cumpliera. Taillefer sabía que, si Luca moría,
probablemente yo tomaría represalias contra su hermano.
—Y, aunque sabía que este era el objetivo de Taillefer, aun así,
reaccioné de la manera que él quería.
No se fiaba de ellos.
—Sí, pero...
El estómago de la princesa cayó tan bajo que parecía que iba a golpear
el cuchillo de su bota. Amarande miró a la generala y al niño, saltando por
encima de su madre. El calor le lamió la garganta cuando su voz se afianzó.
Las palabras le fallaron cuando Koldo asintió una vez. Esto era más
extravagante que su suposición original.
—Es una historia tan larga como la que acabas de contar —respondió
la generala, lo suficientemente directa, como siempre, para mirar a
Amarande a los ojos—. Algún día lo explicaré todo. Pero ahora, tienes
razón, debo advertir a mis soldados. Lo siento, princesa. En otra ocasión.
La mujer no se inmutó.
—Porque lo es.
Mío.
Koldo.
6
Luca y su tripulación llegaron al siguiente punto de la constelación de
la resistencia en la hora negra anterior al amanecer. Parecía ser una granja
de ovejas, acurrucada entre empinadas gradas de roca, el Torrente estaba a
un duro paso y descenso de distancia.
Ula asintió.
Luca tragó saliva, con el corazón latiéndole rápido al leer los rostros
de estas personas tan resistentes. Su gente. De verdad. Todo era tan
vertiginoso.
El hombre asintió.
Ula empujó a Luca hacia delante con sus ojos dorados encendidos.
Tal vez el plan había muerto con la madre de Luca. Como Sendoa
también se había ido, nunca lo sabría.
Todo lo que Luca sabía era que ahora dependía de él. Y después de
esto, no habría vuelta atrás.
7
Diecisiete años llevaban esperando.
Mannah y Erfu eran sus nombres, y ambas habían estado dentro del
Otxazulo cuando nació Luca. Eran de los pocos en la resistencia que lo
habían visto personalmente, vivo y tatuado, antes de que el ataque del
Señor de la Guerra dejara el castillo hecho cenizas, las cabezas de la familia
real en picas y los partidarios del Otxoa huyendo en todas direcciones.
Luca no había esperado esto. Toda una vida escondiéndose sin saber
que lo hacía, sólo para encontrar la verdad y, en poco tiempo, gente como
ésta, que había guardado recuerdos y esperanzas durante diecisiete años.
Incluso después de la confesión de Ula, de la que apenas habían hablado,
era impresionante.
El escozor del proceso era el de mil abejas bajo la piel, pero el dolor
era menor en comparación con lo que había sentido en la última semana.
Y la herida sólo tenía un poco de mejor aspecto, la piel magullada y en
carne viva con la inflamación que recorría todo el tajo de un palmo de
longitud en medio del pecho, justo al lado de su tatuaje de lobo. Las suturas
planas y negras estaban apretadas, esforzándose por mantener unidos los
bordes hinchados de la carne. Con el tiempo, su piel y sus músculos se
curarían. Pero no lo suficientemente pronto.
—Mi corazón está bien, gracias —Y lo estaba, aunque sabía que eso no
era exactamente lo que la mujer quería decir—. Es una larga historia, pero
lo importante es que Ula ha sido mejor que el mejor medikua al curarme.
Mannah asintió.
—Sí.
—He pensado estos últimos días que tal vez Ula y yo estábamos
destinados a encontrarnos y ser amigos y... ¿si nuestras madres eran así?
Dos huérfanos no podían esperar más, tal vez.
—Yo era la doncella principal. Lygia estaba entre mis cargos dentro
del castillo. Siento decirlo, mi Otsakumea, pero, aunque se conocían, dudo
que fueran lo que tú llamarías amigas. Conversé más con la reina Elixane
en un día que con Lygia o cualquiera de mis otras chicas en todo un año
y, sin embargo, no diría que éramos amigas.
8
Amarande se despertó en otro secreto del Itspi. Una cámara que se
parecía mucho a las mazmorras, enterrada como un diamante en las
profundidades de la montaña. Pero no estaba bajo tierra: la luz entraba por
dos ventanas, más altas que su vista. Parecían ser vidrieras, pero las barras
de hierro que atravesaban el interior del marco dejaban claro que eran
simplemente una forma de disimular la celda desde el exterior.
Con su cuchillo de bota, sin duda podría abrir un agujero en una parte
de madera de la puerta, lo suficiente para ver el exterior de su habitación
circular. Pero si la vigilancia de un guardia era más que superficial, el
agujero y la madera astillada serían obvios y su cuchillo sería descubierto.
—¿Por qué? Si quieres mis botas, ¿por qué no me las has quitado
antes?
¿Podía?
9
No fue Koldo quien vino a buscar a Amarande.
Era su hermano.
Era en todos los sentidos una reproducción del rey Sendoa, y sin
embargo no lo era. A los quince años ya había alcanzado la estatura de su
padre, y aún tenía espacio para crecer. Koldo era más alta que la mayoría
de las mujeres y algunos hombres, y además tenía los hombros anchos, por
lo que no era una sorpresa.
—La conozco muy bien y dudo mucho que te haya enviado solo, con
lo valioso que eres. ¿Cuántos guardias hay detrás de esa puerta? Dos por
lo menos. Posiblemente cuatro.
No se echó atrás.
Un destello de algo que podría haber sido dolor se reflejó en sus ojos
de cristal de mar.
—Por supuesto.
—¿Es realmente lo que crees que quiero? —Su voz bajó, cargada de
frustración. Ferdinand dio un paso adelante, con los dedos apretados en la
daga—. Mi mundo se ha abierto. Sé de mi padre, de mi verdadera madre,
de mi hermana. Quiero saberlo todo. Acabamos de conocernos, Amarande,
pero lo último que veo en ti es una amenaza.
—Ese es tu error.
Cuando ella dio una patada esta vez, Ferdinand estaba preparado,
agarrando su bota y tirando de ella, intentando arrancarla con ambas
manos. Ella retrocedió, pero él se mantuvo firme, logrando incluso
mantener la daga en su mano. El otro pie de Amarande salió disparado y
golpeó su mano izquierda. Su agarre vaciló, dejó caer la daga y ella volvió
a clavarle el tacón en la rodilla.
—La sacaste.
—No creo que eso sea suficiente para detener la guerra en todas las
fronteras. Pyrenee seguirá atacando, sin importar quién esté en nuestro
trono. No subestimes a Inés; tiene un plan.
—¿Cuándo se presentarán?
—¿Coronación?
Sí. Padre se convirtió en rey a los quince años. Dos años antes de
casarse. Las leyes eran diferentes a las que Renard había manejado.
Reescritas para el gobernante correcto, pero no reescritas para ella.
Era cierto que Amarande siempre supo quién era, pero se había
equivocado en cuanto al poder que ostentaba y en qué circunstancias lo
ostentaría... o se lo robarían.
—Dime.
10
—Ula, por favor, háblame de tus padres —Luca no había querido
entrometerse, porque no estaba en su naturaleza.
Sabía que Ula era huérfana. Sabía que ella culpaba al Señor de la
Guerra por eso. También al rey Sendoa, por su incapacidad para detener
la Erradicación del Lobo o incluso para organizar una venganza adecuada.
—¿Por favor?
—Bien.
Ula tragó con fuerza y cerró los ojos como si quisiera evitar las
lágrimas. Al cabo de un momento, sus ojos se abrieron y su voz volvió a
sonar más suave que antes.
—¡Donde me conociste!
—No.
—Por eso seguí a la princesa, ella me sacó. Aunque era bastante obvio
que ella era la verdadera, a diferencia de ese fanfarrón. Lo siento, pero lo
era.
—No lo niego. Pero ese fanfarrón ideó el plan. Sabía dónde había sido
incautado el barco de su padre. Éramos lo suficientemente mayores como
para saber que los niños como nosotros nunca eran realmente adoptados,
nunca eran enviados al mundo por voluntad propia. Si nos hubiéramos
quedado, Urtzi y Dunixi habrían sido reclutados en un mes: el ejército
eritreo es diferente al de Ardenia. En Ardenia, cualquiera con inteligencia
puede ascender a oficial. En Eritri, sólo los hijos de la nobleza son oficiales;
el resto son gruñones. Y los huérfanos están en primera línea.
Fuego.
Un jinete.
—¡Fuera, fuera, todos fuera! —gritó Luca. Se oyó un silbido cuando las
llamas tocaron el alero.
Por las estrellas, Luca no quería nada más que estar al otro lado de
este momento. Estar más cerca de estar con ella de nuevo. No podía perder.
No podía defraudarla. No podía dejarla así.
—Tengo una idea —anunció Osana, con los ojos puestos en los
bandidos cuando empezaron a avanzar con sus antorchas y sus duros ojos.
Empujó la espada del Rey Sendoa en la mano libre de Luca y marcó el
brazo de Urtzi—. Necesito tu ayuda.
—Espera... —empezó Ula, sólo para ser cortada cuando Osana se alejó
corriendo, sosteniendo algo que había cogido de su pila de pertenencias
salvadas.
—¡Hemos visto tu cara, chica! —gritó el líder hacia Osana antes de que
ella y Urtzi desaparecieran por el lado de la cabaña, hacia el establo y los
corrales de los animales— ¡No puedes esconderte del Señor de la Guerra!
—No lo haré.
Se hizo a un lado.
El líder se echó a reír, al igual que sus segundos: uno escuálido y otro
corpulento, ambos tan espinosos y obstinados como los brotes de una
zarza. Al igual que su líder, había algo familiar en ellos.
—Todos sabemos lo que aquí tiene valor, vieja, y no es usted. Ese chico
viene con nosotros.
No.
—No tiene sentido luchar, cachorro de lobo. Eres nuestro, tus amigos
están como muertos y este lugar es ceniza. Muchachos, llévenselo.
Ula.
Una bola de fuego del tamaño de un puño salió disparada por encima
del hombro de Luca, clavándose directamente en las tripas del líder.
Usando su espada para recoger la cabeza cortada de la antorcha del líder y
lanzarla hacia atrás, Ula había repetido el truco de Amarande en su lucha
contra los áspides de Harea.
Luca se giró para ver a dos jinetes que se acercaban a toda velocidad
y que se dirigían directamente hacia los bandidos restantes, que se alejaban
a trompicones con las antorchas aún en la mano.
Urtzi y Osana.
WHOOSH.
Urtzi golpeó a los otros dos con su propio cubo y la jarra de cristal.
En el instante en que el cáustico antiséptico hizo contacto, las antorchas se
estremecieron y explotaron.
WHOOSH. WHOOSH.
11
La reina viuda rumiaba los últimos restos de su desayuno.
Estaba ansiosa por escuchar el plan del capitán Nikola para localizar a
Taillefer, especialmente después de haber puesto en marcha con éxito su
desautorización. Tras un nuevo interrogatorio, el pirata encarcelado había
presentado un contrato de alquiler, firmado por su segundo hijo. Era
prueba suficiente de su traición para que sus consejeros hicieran su parte,
pero ella necesitaba que se le juzgara por traición para que a nadie le
quedara duda de que no debía ni podía reclamar la corona de Pyrenee.
—Sí, Su Alteza.
Muy inusual, sin duda. Con los labios de la cartera, Inés se levantó y
le quitó el pergamino. No rompió el contacto visual con Nikola, cuya
desesperación no excusaba su insolencia.
Más sorprendente aún, parecía que Ardenia había hecho sus propios
planes y preparativos: El reino había coronado a un nuevo y sorprendente
rey: Ferdinand, el hermano de la princesa Amarande, más joven por un
año escaso.
Por supuesto.
Taillefer.
Inés cerró los ojos y se apretó el puente de la nariz. Sí, el repudio no
sería suficiente. Ese chico sería su muerte si no lo mataba primero.
—¿Su Alteza? —El capitán encontró por fin la voz al ver que los ojos
de la reina viuda se abrían de golpe y su postura se restablecía: los hombros
se echaban hacia atrás en un tono regio, los codos se apoyaban en la mesa
y los dedos se juntaban. La luz de la mañana se deslizaba por su espalda
desde el balcón abierto, y ella sabía que desde su posición podría parecer
que estaba en llamas junto con el cielo ardiente.
12
Apestando a humo y urgencia, Luca y su tripulación se adentraron en
el sol naciente del Torrente. Era casi como si hubiera un segundo amanecer
aquí, en los fondos de la cuenca plana a horcajadas de las montañas. Ya
habían pasado horas y aun así habían ganado tiempo.
Y lo necesitarían.
El brazo de Ula bajó y cruzó su cuerpo, con los dedos índice y corazón
extendidos y apuntando a un tercio de la pared rocosa más lejana, a
horcajadas sobre la brecha.
Urtzi se bajó del caballo y sacó una daga de su cinturón, con los ojos
escrutando las formaciones rocosas en busca de algún movimiento. Luca
desenfundó la antigua espada basilita que llevaba a la espalda, un regalo de
despedida de Mannah, mientras Ula y Osana desenfundaban las suyas.
—Ese es el Señor de la Guerra para ti. Sólo las estrellas saben cuánto
tiempo lleva así.
—El viento corre de norte a sur, ha estado rugiendo por el corte toda
la mañana al menos. Ya ni siquiera veo mis propias huellas. La arena las
ha cubierto.
—Estás muerto.
El hombre dio otro paso doloroso hacia adelante, con todo su lado
izquierdo inmóvil. Luca recordó la soltura del cuerpo de este hombre al
caer en el campamento mientras luchaba contra él y Amarande.
Simplemente se desplomó, una marioneta con los hilos cortados, la daga
de Luca sobresalía de su espalda.
—Es él.
El fantasma respondió.
El líder asintió.
—Sígueme.
Cuando sus ojos se encontraron con los dorados de Beltza, el último
Otxoa asintió e hizo avanzar a su caballo hacia el hueco y los demás lo
siguieron.
Capítulo
13
El público esperaba un anuncio de boda y lo que obtuvo fue una
coronación.
Una sombra pasó junto a ella cuando la comitiva real pasó, Geneva,
ahora llamada Reina Madre, sumida en una conversación con Satordi
mientras desaparecían en las entrañas rojas del castillo. Ferdinand se
detuvo frente a la entrada.
—Seguro que hay una manera de enmendar esto. No soy de los que
mienten.
—Su Alteza, hay muchas cosas de ser rey que no le gustarán, pero lo
hará porque es el mejor camino para mantener a su pueblo a salvo.
—¿Bueno?
—Alteza, las decisiones difíciles nunca son fáciles. Incluso para los que
tienen las mejores intenciones, porque ninguna decisión es perfecta. Y a
los que tienen las peores intenciones no les importa.
Capítulo
14
Luca se había aventurado pocas veces en las minas de diamantes de
Ardenia. Oscuras y claustrofóbicas, no eran un lugar para jugar, pero, como
siempre, si Amarande quería ir, él le había seguido.
Tala, la líder, hizo un gesto a Luca para que entrara primero, seguido
de Ula, Urtzi le pisaba los talones como siempre y Osana iba en la
retaguardia. Frente a él, a unos 400 metros de distancia, se vislumbraba el
resplandor de un espacio mucho más amplio y, con él, el bajo susurro de
voces lejanas.
Su gente.
Quiero esto.
Sí, su gente.
Luca les devolvió la mirada, sin saber qué decir. Esto era algo para lo
que debió haberse preparado. Debería haber estado preparado; debería
haber...
De inmediato, silencio.
Tala condujo al grupo a una sala más pequeña oculta tras un pilar justo
al lado de la entrada principal. Una especie de sala de recepción, un lugar
equipado con cuencos de agua y ropa de cama para lavar las marcas de un
duro día en el Torrente.
—¿Ahora él qué?
—Seguro que sí, Tala, pero la primera y más urgente pregunta que
tengo no puede esperar —Luca lo encaró. Eran casi de la misma altura, este
hombre fue una vez tan alto como Luca, antes de que la edad encorvara la
línea de sus hombros. Era tan testarudo y enjuto como los árboles del
bosque donde Amarande lo rescató. Probablemente también albergaba un
veneno tan mortal como el del áspide. Los ojos de Tala eran tan dorados
como los suyos, pero encapuchados y delineados: no desviaron la mirada—
. ¿Cuál es el plan?
*****
Tala condujo a Luca, Ula, Urtzi y Osana por otro túnel hasta la sala de
estrategia. Las antorchas de los apliques iluminaban el espacio y la luz de
la luna se asomaba por la cresta del techo abovedado, otra visión artificial
del mundo de arriba. El suelo era un mosaico de pieles cosidas. Grandes
resmas de pergamino estaban enrolladas en posición vertical en botes a lo
largo de las paredes, y los libros, encuadernados en cuidadosa piel, forraban
estrechos estantes de madera perforados en el lecho de roca.
Tala se puso de pie y giró hacia los botes que había en la pared.
Luca indicó a los demás que se sirvieran primero. Debajo de las tapas
abovedadas había un auténtico festín: guiso de cabrito, zanahorias asadas,
patatas bañadas en mantequilla y un mosaico de hierbas. Bajo un cálido
manto de muselina se apilaban grandes trozos de pan sin levadura, que
lloraban más mantequilla y pedían ser mojados en el guiso.
Luca y los demás se inclinaron sobre el mapa, que era únicamente del
Torrente y estaba repleto de detalles. Mientras Mannah hacía sus tareas
agrícolas, Luca había pasado varias horas con un mapa como éste. Todos
los puntos de referencia importantes estaban marcados, así como las
ubicaciones de cada uno de los pozos de fuego del Señor de la Guerra, que
salpicaban el paisaje como una viruela. Se alzaban donde antes lo hacían
las ciudades, un testamento del poder del Señor de la Guerra. Una antigua
civilización destruida, y de sus cenizas más dolor, ya que el Señor de la
Guerra encendía un pozo por noche con las llamas generadas por la leña
humana.
Pero también había algo más: las líneas que marcaban los túneles,
como el que se encontraba en ese momento, salían en forma de arterias y
venas desde ciertos lugares. Los túneles no estaban completamente
conectados, pero eran extensos. Llevaban años haciéndose. Algunos
estaban marcados con tinta, dañados, peligrosos o descubiertos.
—Desde hace unos días. En nuestra posición, es difícil ser preciso con
los tiempos.
Aquella era una señal terrible: no era un secreto lo que hacían los que
tenían sangre real para mantener un tenue dominio del poder en Arena y
Cielo; otra cosa muy distinta era navegar por el derecho a gobernar sobre
el poder robado de otra persona. Luca se relamió los labios.
Luca asintió.
Tala asintió.
Luca asintió.
Los latidos del corazón de Luca se aceleraron. Había pensado que tal
vez tardarían semanas o meses en reunir lo necesario para atacar. Y de
alguna manera estaba todo aquí. Inmediatamente.
Lo único que el plan no hacía era dar a Luca tiempo suficiente para
avisar a Amarande. Si ella conseguía volver a su lado a tiempo, sería por
la mayor de las suertes. Aun así, había prometido avisar. Luca respiró tan
profundamente que sus puntos le dieron un tirón.
—Sí.
15
Los sonidos de la coronación de Ferdinand fueron lo suficientemente
fuertes como para que Amarande se alegrara de no haber tenido la
oportunidad de romper la vidriera.
Su madre.
—¿Dónde está?
—No me mires así; sé lo que hago con estas tinturas; soy más capaz
de lo que sugiere esta bata.
—Me resulta difícil creer eso mientras estoy encadenada a una pared.
—Ferdinand dijo que habías pedido hablar con la Generala Koldo. ¿Es
eso cierto?
—Ella no está aquí, pero yo sí. ¿No hay algo que quieras preguntarme?
Una vez, Amarande lo habría hecho. Habría hecho todas las preguntas
que la atormentaban desde que tenía edad suficiente para recordar que
echaba de menos a su madre.
—Ferdinand te lo dijo.
Si Geneva realmente quería tener una relación con la hija que había
abandonado quince años atrás, y a la que luego había regresado, sólo para
encarcelarla en una torre, la verdad era el único camino a seguir. Al ver a
su madre reflexionar sobre sus opciones ¿mentiría o confesaría?,
Amarande no estaba segura de que prefería. Ella sabía la verdad; ¿qué más?
—¿Padre lo sabía?
—Sí.
—¿Y qué? ¿El Torrente no fue suficiente para ti? ¿Decidiste usar a
Ferdinand como tu marioneta en Ardenia? ¿Para matar a otro reino?
—Madre...
—No.
—¿Y le creíste? —Geneva enarcó una ceja—. Conocí bien a Inés una
vez, como hacen los compañeros. Es mucho más inteligente de lo que se le
atribuye, por mucho que se distraiga con su cara y su pecho. No descartes
ni por un segundo el hecho de que ella sabía exactamente lo que estaba
haciendo, apelando a tus motivaciones en los momentos previos a ese baño
de sangre.
—No.
Eso fue todo. Ninguna explicación. Sólo una respuesta trillada, y otro
paso hacia la puerta. Amarande no estaba segura de qué creer. ¿Estaba
diciendo la verdad?
La princesa apartó la mirada, no queriendo dar a su madre la
satisfacción de una salida vigilada. Fue entonces cuando Geneva se detuvo.
—El hijo de Lygia, Luca. ¿Dónde está? Lo has arriesgado todo por él
y, sin embargo, no está aquí contigo.
—Querida hija, escúchame ahora y ten claro que lo que digo es cierto
—Geneva cruzó la corta distancia e inclinó la barbilla de Amarande para
que no pudiera mirar más que a los ojos de su madre, azules y ardientes—
. Si este muchacho y su tatuaje de lobo pretenden derrocar al Señor de la
Guerra, me encargaré personalmente de que fracase.
Capítulo
16
—¿Lo crearon? —Las palabras de Luca le supieron a ceniza en la
boca—. Tala, por favor, no escatimes en detalles —Miró a Ula, que parecía
estar a un millón de kilómetros de distancia. Ella ya culpaba a Ardenia por
no hacer nada para ayudar a Torrente, pero esta sugerencia... era un camino
ciertamente oscuro—. Sé que el Rey Sendoa no hizo lo suficiente para
desbancar al Señor de la Guerra. ¿Cómo es que esa inacción condujo a la
creación del Torrente?
—Mi Otsakumea, tu padre, el Rey Lotyoa, era un viejo amigo del Rey
Sendoa. Nuestro rey era diez años mayor y consideraba al Rey Sendoa
como un descarado hermano menor. Su conexión era mucho más fuerte
que con los otros gobernantes. El Rey Domingu era demasiado viejo para
ser un compañero. El padre del Rey Akil, el Rey Alladan, había muerto, y
la reina viuda Tiya no estaba interesada en hacer amigos. El Rey Louis-
David era un par, pero estaba aún más desinteresado en esas cosas que la
reina viuda Tiya. Con todo ello, Lotyoa y Sendoa eran amigos en un
continente donde eso es raro.
Asintió, grave.
—Sí, mi Otsakumea.
—¿Por qué?
Tala pensó un rato en esto, ya que parecía ser una novedad para él.
Después de un largo momento, dijo—: O eso podría haber sido lo que
quería todo el tiempo. El control del Torrente. Tal vez lo tenía a través de
ella. Y con su muerte, renunció involuntariamente al control.
—Tu duda sobre Ardenia está bien fundada. Aunque estas acciones
no concuerdan con el Rey Sendoa que conocí, respeto lo que nos cuentas.
Pero también debes entender que confío en la princesa Amarande con
todo lo que tengo.
El líder no respondió.
—Por supuesto que sí, Ula. Eres tan valiente, tan leal como tu madre,
dispuesta a hacer lo que sea necesario sin que nadie te lo pida.
Por supuesto que este hombre también conocía a Lygia. Tenía sentido
y, sin embargo, sus labios se abrieron, sus ojos dorados se redondearon con
sorpresa. El rostro y la garganta de Ula se sonrojaron, y su espesa cabellera
oscura no fue suficiente para ocultarlo.
—Gracias.
Osana tenía la misma actitud complaciente que había tenido desde que
se unió a su tripulación en el Bellringe, pero algo en la forma en que Luca
la leía había cambiado en el último día. Luca siempre creía lo mejor de la
gente, pero la muerte del Rey Sendoa y todo lo que había sucedido después
había añadido una nota agria a ese optimismo. Aun así, era un argumento
sólido y no quería parecer combativo ante Tala.
A mitad del bocado, Urtzi se apartó del pan que tenía en el puño e
intercambió una pesada mirada con Ula.
Luca negó con la cabeza. Si había aprendido algo del Rey Sendoa,
Koldo y Amarande, era que los líderes no se escondían y esperaban.
17
En las horas posteriores a la visita de su madre, el sueño no le resultó
fácil a la princesa prisionera.
Si lo hubiera hecho…
No era Luca.
Amarande miró a través de la tenue luz a ese chico que no era Luca.
Iba vestido con el traje granate y marfil de la guardia del castillo de Itspi,
pero no era un guardia.
Pelo corto y rubio, bien peinado. Ojos azules, del color de un glaciar
fracturado.
Sonrisa de zorro.
—¿Taillefer?
Parpadeó ante el hermano menor de Renard, sin estar segura de si
estaba realmente despierta o si había entrado en otro rincón oscuro de su
pesadilla empapada de sangre.
Ni en un millón de años.
La princesa se puso en pie con las piernas dobladas por las rodillas,
lista para la acción. Apretó la cadena en su agarre.
—Veo que estás sorprendida —Levantó las manos con las palmas hacia
fuera, como si se acercara en señal de rendición, como si fuera él quien
estuviera desarmado—. Nunca pensé que fueras una tonta y no subestimo
lo que puedes hacer incluso estando encadenada.
—Sí, eso.
—Nada de esto es sorprendente. ¿Por qué debería creer que estás aquí
por otra razón que no sea la de trasladarme de mi actual prisión a una
muerte segura en Bellringe?
Taillefer tenía un punto, pero también tenía linaje real que su madre
no tenía.
—Hace muy poco que se ahogó la Reina Nania. Tan joven, tan
desafortunada, tan inesperada.
—¿Por qué debería confiar en ti? —Taillefer dejó caer sus manos—.
Créame, princesa, es una sorpresa para mí también que esté aquí. Intentaste
apuñalarme en el pecho la última vez que tuvimos el placer de estar en la
misma habitación.
—Y sabes que esto no durará. Puede que te retengan unos días, una
semana, incluso un mes, como garantía. Pero una vez que tu utilidad se
agote, desaparecerás... para siempre.
18
Los primeros pasos que dieron Amarande y Taillefer fueron en
direcciones opuestas. Ella se dirigió hacia la ventana por la que él había
entrado. Él giró hacia la puerta cerrada de su celda.
Amarande no se movió.
—No necesito una daga —El príncipe deslizó una mano enguantada
en el bolsillo de su uniforme robado—. Tengo más tintura.
—¿Qué es eso?
—Increíble, ¿no?
—Vil.
—¿Y las bodas? Me atrevo a decir que he oído que se supone que
terminan con un beso y la unión de las familias, pero la última a la que
asistí fue mucho más mortal de lo esperado.
Si así era como Taillefer gestionaba la pizca de culpa que podía tener
por todo el sórdido asunto de la boda, ella no quería participar.
—Cállate y ven.
*****
Taillefer parpadeó.
—Si hubiera sabido que iba a irrumpir en el Itspi tan pronto después
del funeral de tu padre, no habría estado tan ansioso por salir de mi
habitación y recorrer los terrenos durante mi visita. Me crucé con
suficiente gente en mi reconocimiento de tu ubicación para saber que
eventualmente tendría la desgracia de toparme con alguien que pudiera
ponerle una cara a mi verdadero nombre. No soy tan olvidable como
supones. El segundo hijo de un rey sigue siendo un príncipe.
Taillefer suspiró.
—Hasta que no te hayas ganado algo más que una pizca de ella, no te
suministraré munición.
—¿Un montacargas?
—Entra.
—Bien, bien.
Con las piernas dentro, se retorció para apoyar las botas contra el eje,
que apenas era mucho más ancho que sus hombros. Con una mano
agarrando con fuerza el marco de la puerta, Taillefer arqueó una ceja hacia
ella.
Taillefer dudó.
Por una vez, Taillefer hizo lo que se le dijo sin intentar tener la última
palabra. Amarande contó hasta veinte, el tiempo suficiente para sentirse
segura, por sus experiencias anteriores con Luca, de que no caería sobre él,
y lo siguió hacia la oscuridad.
Capítulo
19
Amarande atravesó la rampa tras Taillefer y aterrizó en el patio de
entrenamiento sin árboles. Inmediatamente, el príncipe comenzó de nuevo
con sus preguntas burlonas.
—Aquí hay oídos y ojos por todas partes, no sólo dentro. Vamos, al
establo.
—¿Qué prisionero?
—El que custodiaba el segundo capitán Pualo —Taillefer hizo un gesto
como si no pudiera decir el resto y tuviera que ser intencionadamente
vago—. Ya sabes, ese prisionero.
—¿Todos nosotros?
—Me han ordenado hacer guardia hasta que la caza haya terminado.
—Por eso estoy allí arriba, por si el prisionero consigue salir del
castillo. Pero si tú y los demás mantienen al prisionero en el castillo, no
tendré que ser la última línea de defensa.
*****
Los guardias.
—¡Ahí! Deténganlos.
Al oír las voces de los guardias tan cerca, Amarande agarró la brida
de Bastián con los nudillos blancos, lanzándose hacia la ruptura de los
árboles y los pasos de montaña más allá de los terrenos del castillo. Se
agachó sobre el cuello del caballo, impulsándolo hasta que los únicos ruidos
que podía oír eran los latidos de su corazón, el silbido del viento en su pelo
y los cascos del caballo.
Las estrellas. Si Taillefer había sido capturado, sólo podía esperar que
mantuviera la boca cerrada. Aunque eso era poco probable.
20
El cuerpo no debería haber sido inesperado. Sin embargo, era
inquietante.
La princesa a la que habían dado por muerta era ahora conocida por
estar viva y huir, no sólo por un puñado de habitantes del castillo, sino por
todos los habitantes de los terrenos de Itspi. La noticia de la mentira y de
la audaz huida de Amarande se filtraría más allá de la puerta y se
extendería como un reguero de pólvora por toda Ardenia, sembrando la
desconfianza y la confusión.
Peor que la ira de su propio pueblo sería la ira del resto de Arena y
Cielo. No sólo habían mentido, sino que habían acusado a Pyrenee de
asesinato. Y ningún gobernante de este continente se tomaría a la ligera
una acusación falsa tan horrible.
Era una posición precaria creada por ellos mismos. Y la reina madre
no lo permitiría.
Allí fue donde ella fue, por supuesto. Por el mismo laberinto de
caminos que conducen desde la frontera occidental de Ardenia hacia el
Torrente y que había utilizado hace poco más de una semana en la
persecución de Luca y sus secuestradores.
—Sí, Pyrenee vendrá, Inés está reuniendo sus fuerzas, estoy segura.
Aun así —Geneva asintió—. Mira, hemos sabido que vendría desde que
Amarande llegó por primera vez con ese pútrido vestido de novia. Ha
colocado a sus hombres en la frontera. Deja que se encarguen de ella. Dada
la falta de urgencia de Inés hasta ahora, no dudo de que podrás recuperar
a Amarande y aún tendrás tiempo para una comida decente y un baño de
burbujas antes de volver al frente. Vete ahora, deberías haberte ido hace
horas.
El rey asintió.
—Mi rey —dijo Geneva—, las guerras se ganan por lo que piensa la
gente.
—Ah, sí, el mozo de cuadra. Ella corre detrás de él, y luego no llega
con ella al Itspi. Ni siquiera nos dijo qué fue de él después de que Taillefer
hiciera creer que había muerto —Geneva se examinó las uñas—. Curioso,
¿no?
—El Príncipe Taillefer se da cuenta de lo mal que le fue con esa táctica
a su hermano, ¿no?
—Tal vez —Fue el concejal más joven quien contestó, Joseba—. Puede
ser repudiado, pero la reclamación de su madre sería débil, en el mejor de
los casos, sin sangre.
—No, esa era una forma limpia de unir reinos. La princesa tiene la
sangre; Inés no.
Joseba, tan erudito como era, no podía dejar las cosas así.
—No. Eso sólo significará una lucha en nuestra puerta —Koldo dirigió
su mirada firme a Ferdinand—. Y, si Amarande llega con Pyrenee para
tomar Ardenia, mis soldados y sus lealtades tendrán que elegir entre la
princesa que han conocido, o el nuevo rey y sus mentiras.
—El ejército lucha por Ardenia. Mis órdenes sólo serán sugerencias
cuando mis mejores soldados se dirijan a las lealtades divididas.
—Cuídese, generala.
21
Era una verdadera parodia que Amarande estuviera en este viaje con
Taillefer y no con Luca.
A media mañana, cada vez estaba más claro que no les seguían y, por
tanto, el príncipe comenzó su jovial forma de narración, que en este caso
consistía en preguntas aparentemente con el único propósito de molestarla
mientras corrían por el rojizo y árido paisaje del Torrente.
Amarande odiaba que tuviera razón. En todo. Aun así, ella tenía que
mantener la reputación del Rey Guerrero, y aunque sabía que el afamado
ejército de Ardenia no podía manejar una guerra en múltiples frentes,
Taillefer no lo sabía.
Ella tampoco los había visto, a pesar de que le habían dicho que se
habían enviado regimientos a todas las fronteras tras las amenazas que
acompañaron al cortejo fúnebre. Además, Koldo había ido a la frontera de
Pyrenee para advertir a su contingente allí, y la generala nunca había sido
de las que van de farol, aunque toda la existencia de Ferdinand arrojaba
una nueva luz sobre la comprensión que Amarande tenía de la generala.
—¿Eso es agua?
—¿A dónde vas? —preguntó Taillefer al bajar del caballo, con una
bolsa de agua en la mano.
—Moneda.
—Sí, y será un largo viaje durante la parte más calurosa del día, así
que tomemos nuestra agua y pongámonos en marcha…
Los cuerpos se alineaban en la orilla del arroyo, dos, tres... no, cinco,
y dos más flotaban en las aguas poco profundas. Ninguna sangre manchaba
sus ropas blanqueadas por el sol, ninguna puñalada era evidente, ninguna
herida en absoluto. La punta de la bota derecha de Taillefer rozó uno de
los cadáveres, el de una mujer joven. Llevaba el tejido áspero y sin teñir
del Torrente, sus ojos dorados miraban sin ver hacia el despiadado
resplandor del sol, sus labios siempre abiertos. En su mano apretada, un
odre de agua.
—El agua.
—¿Un día, tal vez dos? El sol acelera las cosas, pero aquí hay más
sombra que en la mayor parte del Torrente.
Incluyendo la rebelión.
22
Ferdinand no sabía qué hacer en sus nuevos aposentos, un vasto
laberinto de habitaciones de gruesas paredes que habían pertenecido
recientemente al padre que nunca había conocido.
Unir dos tronos, Pyrenee y Basilica para controlar dos de los cuatro
reinos en pie de Arena y Cielo.
—Está claro que Renard tenía razón sobre las ambiciones de su madre,
Inés y Domingu probablemente llegaron a este acuerdo dentro de nuestras
murallas mientras sus hijos se sumergían en el Torrente tras la desaparición
de Amarande —dijo Satordi, sus ojos oscuros recorriendo las líneas del
texto como si pudiera ver lo que había ocurrido entre ellos mientras todo
el Itspi estaba distraído.
Geneva asintió.
—Sus ambiciones son una cosa, pero Domingu no hace nada por amor
y ninguna de sus esposas ha muerto por casualidad. Todo está calculado.
Inés es simplemente su última vía hacia su objetivo de toda la vida: unir el
continente bajo un solo gobierno, el suyo.
Fue una orden clara de la reina madre, pasando por encima del propio
rey. Satordi no la cuestionó, sólo aclaró.
—Madre, espera —Miró sus fieros ojos azules y vio a la mujer que,
noche tras noche, presidía el fuego del pozo de la hoguera, sin mostrar ni
una sola vez piedad con los que eran llevados a las cenizas como si fueran
leña. No iba a cuestionar su orden de enviar soldados, aunque estaba de
acuerdo con el razonamiento de Koldo de dejarlos en la frontera, pero no
podía dejar sin atender a su hermana—. ¿Qué pasa con Amarande? Si la
dejamos allí, es un peón.
—Lo que ella es para los que están fuera de esta habitación no es
decisión tuya, Ferdi, es de ella, como lo fue mía hace mucho tiempo —Le
puso un dedo en los labios—. Yo fui todas esas cosas una vez: peón, escudo,
amenaza y sobreviví, apenas mayor que Amarande ahora. Las estrellas
dirán si ella también lo hará.
VEINTE AÑOS ANTES DEL PRESENTE
El primer día de la primavera del año en que cumplió catorce años,
Geneva fue convocada al ala privada de su abuelo en la fortaleza de ónice
que él llamaba Aragonesti. En una familia que se extendía como las raíces
del mayor de los banianos, brotando hasta donde alcanzaba la vista, una
convocatoria del rey Domingu era un honor muy especial.
—¿Mi rey? —llamó ella, ya que ese era el título que él prefería, incluso
de los familiares.
Mi niña.
Geneva sonrió, con la barbilla erguida, mientras salía a la luz del sol.
Parpadeó, el brillo blanco del mediodía devoró sus sentidos mientras
apuntaba hacia su figura, sentada a la sombra de un toldo.
—En cierto sentido, sí, pero bajo la dirección del rey —Sonrió de una
manera que era una puerta cerrada, no abierta—. Esto es un patriarcado,
mis niñas. Y aunque soy el hombre más poderoso del mundo, no puedo
cambiarlo.
23
Los cuerpos quedaron impresos en el dorso de los párpados de
Amarande cuando ella y Taillefer dejaron atrás el horror de Cardenas Scar
y apuntaron hacia la Posada del Señor de la Guerra. Horas más tarde,
estaban casi a la vista de la misma; su silueta ramplona debería aparecer en
el horizonte en el resplandeciente calor del día en cualquier momento.
—¿Por qué se dejó que esa gente se pudriera como ejemplo? ¿Sólo fue
mala suerte? ¿O eran un objetivo real? Asarlos cada noche ha sido la jugada
para disuadir a los disidentes durante diecisiete años, ¿por qué hacer esto?
¿Y por qué ahora?
—Para informarnos.
—¡¿Crees que no soy consciente?! No puedo cerrar los ojos sin ver el
rostro moribundo de Renard. Su muerte me marcará mientras viva —Su
voz era alta y tensa como una cuerda estirada—. Y es tu culpa.
—¡Tienes años por delante y muchas vidas que salvar antes de que se
me ocurra perdonarte por lo que le has hecho a mi amor! La confianza y
el perdón no son lo mismo y no te ganarás ninguna de las dos cosas
fácilmente, no importa cuánto tiempo te aferres a mi lado —La saliva se
agolpó en las comisuras de sus labios, la preciosa hidratación se perdió en
él—. Si te quedas conmigo, apártate de mi camino. Te abandonaré o te
mataré. De cualquier manera, estarás muerto. No me pongas a prueba.
Capítulo
24
Amarande hizo que Bastian acelerara el galope, dirigiéndose a la
Posada del Señor de la Guerra en el horizonte. Taillefer la seguiría o no. A
ella le daba igual.
Su corazón tartamudeó.
Esta vez, fue Amarande quien agarró las riendas de Taillefer y tiró
de ellas. Los dos caballos volvieron a detenerse derrapando, envueltos en
una enorme nube de polvo ocre. Tosiendo al caer la tierra, Taillefer siguió
adelante.
El pulso de Amarande latía en sus oídos, tan fuerte que creía que él
podía oírlo.
Ahora no tenía opción, tenía que hacer todo lo posible para mantener
a Taillefer con ella, teniendo en cuenta todo lo que él sabía.
—Puedo irme. Lo sé. Lo has dicho tantas veces que me atrevo a decir
que lo preferirías —Entrecerrando los ojos en el edificio, Taillefer
suspiró—. Supongo que debemos acabar con esto.
*****
—La última vez que estuve aquí, el guardia del posadero intentó
matarme y las secuelas probablemente hirieron al posadero. Me fui antes
de saber si había sobrevivido.
—Sí.
No intentó negarlo.
Nada.
Todavía nada.
25
El mundo se desvaneció en un brillo cegador. Los otros sentidos de
Amarande captaron lo que su visión no podía: el peso de otros cuerpos
que la rodeaban. Y lo que fuera que sostenía su espada no estaba dispuesto
a soltarla. Así que la princesa hizo lo único que podía hacer.
La soltó.
Taillefer.
Sin embargo, estaban aquí. Con otro lobo negro imposible. Inmóvil y
desafiante en los dominios del Señor de la Guerra. Lo que le dio una pizca
de esperanza de que esa gente fuera exactamente a quien necesitaba
encontrar.
—¡Lo dice la última chica que estuvo aquí con el espía del Señor de la
Guerra!
¿Qué en las estrellas? Ella había estado aquí, sí, pero con Osana…
—¡Habla por ti! —Taillefer jadeó desde algún lugar al otro lado del
patio abierto. Era un sonido húmedo, sangre o saliva, que estropeaba el
tono. Detrás de él, el choque de metales.
—Hasta aquí llega ese afamado talento de lucha ardeniano —se burló
la mujer.
Y otra.
Luego apareció la parte superior de la cabeza rubia de Taillefer, con
el pelo pegado al cráneo. Con todos los músculos de su cuerpo, Amarande
se aferró dolorosamente a su extremo de la capa mientras Taillefer se
levantaba lentamente del lodo absorbente, con la mujer milagrosamente
aferrada a su espalda.
Donde no lo había.
Aturdida.
Taillefer trató de atrapar su brazo, pero falló al agitarse... justo cuando
la mujer que había salvado sacó una pierna y atrapó la parte posterior de
sus rodillas, haciéndole caer de bruces tras la princesa.
26
El beso no fue tan horrible como Inés esperaba.
Habían firmado los papeles para que así fuera. Ella había traído el dote
que él había solicitado, todos esos pequeños frascos de cristal que
tintineaban durante todo el trayecto, hasta que finalmente fueron llevados
por la pasarela y entregados a los guardias de Domingu. También había
traído oro, pero eso era lo de menos. Lo más importante era que se había
traído a sí misma y su voluntad de convertirse en la sexta esposa de
Domingu.
La reina sonrió.
Unas cuantas carcajadas rodaron por la sala ante las bromas poco
ingeniosas. La realeza y los aduladores que vivían en su seno no perdían
detalle.
Los ojos del anciano rey se abrieron de par en par mientras escupía y
tosía, tratando instintivamente de expulsar el líquido. Se oyó un rugido
mientras todos los presentes se esforzaban por comprender lo que sus ojos
habían presenciado. La Reina Inés confundió aún más la narración al tomar
la barbilla de Domingu, sonreírle a los ojos e inclinarse para susurrarle al
oído.
—¿De verdad creíste que sería tan estúpida como para cumplir tu
petición de los efectos de Taillefer sin investigarlos primero? ¿Realmente
pensaste que bebería este vino envenenado y moriría tranquilamente?
¿Que dejaría que me asesinaras como mataste a Sendoa?
—No...
—Sí.
La reina apretó su agarre. Le miró a los ojos.
—¡Ahora!
Nadie se movió.
—Sepan esto: yo no envenené el vino. Lo hizo Domingu —La verdad
se asentó sobre la multitud restante, y ella asintió. Sí, sí, él lo hizo. Con la
ayuda de Taillefer—. Sólo conmigo tienen la oportunidad de vivir.
Pyrenee era suyo. Basilica era suya. Y, con unos pocos trazos de tinta,
el partido restante de Myrcell le entregaría esa franja salada de tierra del
sur y el comercio de perlas y el ejército que lo acompañaba.
Pero no más.
27
Osana se detuvo en el corte de una curva, mirando a través de la
unión hendida de dos montañas, en el Itspi abajo, una gema granate bañada
en naranja del atardecer. La muralla del castillo rodeaba el terreno como
un cinturón con costuras de rubí, tensado en torno a los pastos secos de
verano, fuertemente graduados y sombreados por rodales de fragantes
enebros.
Urtzi se pasó una mano por el pelo, los rizos se alisaron por un
momento y luego volvieron a su sitio. Señaló hacia un grupo de árboles,
escondidos junto al establo.
—¿Pyrenee, tal vez? Por todo lo que la reina viuda parecía odiar a
Renard, ¿tal vez planea tomar represalias por su asesinato? Pero si ese es
el caso, ¿por qué no hemos visto ninguna señal de ello?
—Podría ser. Aunque con la muerte de Renard, ella está un paso más
cerca de la corona, ¿no? Eso no merece tanto una guerra como un “gracias”.
—Ya deben saber que está muerto —Urtzi negó con la cabeza—. Y si
asaltamos a sus soldados, probablemente no sonreirán y nos llevarán a una
audiencia con la princesa.
*****
Urtzi señaló que desenfundar una espada podría acabar con ellos con
grilletes, ya sea porque no le creyeran lo de demostrar que era del rey o
simplemente porque ella pudiera demostrarlo. Una disyuntiva de último
recurso, en realidad. Pero Osana era tan buena habladora como ladrona.
El guardia no parpadeó.
—¿La Princesa Amarande es ahora reina? Qué suerte, ya que fue ella
quien nos invitó.
—Entrégalo. Lo inspeccionaré.
—La princesa se sentirá muy decepcionada cuando vea cómo nos han
tratado.
—¿Estuvieron allí?
—Te hemos escuchado alto y claro. Y por eso, ahora estáis bajo nuestro
cuidado como prisioneros del Reino de Ardenia.
28
El pirata y la ladrona no fueron conducidos a la sala del trono, ni al
salón rojo, donde se estaba preparando la cena. No, los llevaron por cinco
tramos de escaleras, directamente a las mazmorras que bordeaban las
entrañas del Itspi, más profundas que el nivel de las famosas minas de
diamantes de Ardenia, y los encerraron en celdas iguales.
Por lo que pudo ver al inclinar el cuello hacia los bordes de su celda,
eran los únicos habitantes de la mazmorra. Escuchó, y no pudo oír nada
más que el parpadeo y el estallido de las antorchas colocadas en los apliques
a lo largo del pasillo escasamente iluminado, y los arañazos de las ratas que
correteaban por las paredes.
—Tal vez el hecho de que estemos solos sea algo bueno. Tal vez esto
sea sólo una detención de entrada y salida. Nos harán algunas preguntas,
les diremos lo que sabemos y nos mandarán a paseo —Urtzi pensó que era
una visión bastante optimista; tal vez todo ese tiempo con Luca se le había
pegado tanto como Ula se le había pegado a Osana.
Parpadeó al verla.
Nada.
—No sabía quién eras realmente —insistió. Sin parpadear. Sin apartar
la mirada. Su mandíbula era tan firme como su mirada, pero todo el color
había desaparecido de su rostro—. Lo juro. No lo sabía. No hasta que dijeron
el nombre de Ferdinand en la puerta. E incluso entonces no estuve segura
hasta que usted entró en esta habitación.
—¿Quién...?
Urtzi tragó saliva con esta nueva información zumbando en sus oídos.
Intentó leer la cara de Osana, para saber de qué lado estaba ahora, pero ella
miró hacia otro lado.
La muchacha cerró los ojos y las lágrimas salieron por las esquinas.
Entonces, rápida y claramente, desveló todo el plan.
—No veo por qué no. Les decimos que creemos que la resistencia está
ligada a la muerte del Rey Sendoa. Simple.
El corte era profundo, sin llegar a la vena, pero con una nueva cosecha
de gruesas gotas de sangre roja. La Reina Madre soltó fríamente el brazo
de Osana.
—Mi rey, llegamos tarde —le espetó su madre, sin dignarse a mirar
atrás—. No se desangrará si ella misma hace el nudo.
El rey no contestó, sino que se limitó a sacudir un poco la cabeza,
apretó los dedos de Osana y se alejó.
Capítulo
29
Amarande se despertó donde las estrellas no podían ver.
Tal vez las estrellas no podían verla porque ella era una con ellas,
envuelta en tanta luz que parecía ónix oscuro.
Volvió a parpadear y apareció una única luz. Esta bola de luz flotaba
en la distancia. Tal vez una estrella vecina. Alguien que se había ido
recientemente de este mundo.
No su padre.
Taillefer.
Debería estar con Luca. Debería estar junto a Luca en el cielo eterno.
—Sí. Pélala primero, raspa la carne interior con las uñas. Las patatas
crudas pueden enfermar lo suficiente como para volver a vomitar, pero la
toxina que causa el problema se encuentra principalmente en la piel.
Amarande se lo devolvió.
Horas. Varias.
Tiempo que no podía recuperar en su camino para encontrar a Luca.
Toda la información que necesitaba para llegar hasta él y la resistencia se
acumulaba en su mente.
Por mucho que la idea de todo el tiempo que habían perdido hiciera
que el miedo y el temor se acumularan en la boca de su recién desocupado
estómago, había algo más inquietante. Había pasado horas inconscientes
con Taillefer cerca, consciente y en plena posesión de sus facultades. No
era algo bueno bajo ninguna circunstancia.
—Taillefer, ¿has...?
—Necesitaré mi daga.
Después de su tercer tubérculo, arrancó dos más del montón, los puso
en el fuego y miró al príncipe.
—No hasta que te hayas comido todas las patatas de ese montón. No
creas ni por un segundo que no te he visto casi caerte sólo por intentar
ponerte de pie. Come. Recupera tus fuerzas. Luego nos iremos.
Capítulo
30
—Apesta, ¿verdad? —preguntó Taillefer a Amarande una vez que sus
estómagos estaban llenos, sus piernas más seguras y habían encontrado
otro palo lo suficientemente seco y largo como para que la princesa
pudiera llevar también una antorcha—. Azufre. Alimenta el manantial que
creó el lodo que nos arrastró hasta aquí.
—¿Estás seguro de que los túneles son por aquí? ¿No se han dado la
vuelta?
—Lo están. Sólo hay que ir más allá del cementerio sulfúrico, primero.
El hedor se incrementó hasta que hizo que sus ojos lloraran. Los
huesos se esparcían por el fango sulfúrico, y más allá parecía ser una pared
sólida, pero era, tras una inspección más profunda, limo y lodo, apilados
sobre sí mismos hasta la superficie. Un puñado de cráneos en diversas
configuraciones asomaba de la masa estratificada, que se agitaba con cada
trago de tierra.
—Sobrevivimos simplemente por suerte. Descendimos en el mismo
borde de esa masa y fuimos lo suficientemente pesados como para caer a
través de ella y rebotar hasta donde aterrizamos. Te trasladé a un terreno
más sólido cuando me di cuenta de que no ibas a despertar —Taillefer hizo
una pausa con intención—. De nada. De todos modos, si hubiéramos caído
en la arena a tres o cuatro metros en la otra dirección, nuestra piel se habría
quemado en ese lodo.
La princesa se mordió una risa apenada. Sí, las reinas que cazaban,
encarcelaban y posiblemente mataban a sus propios hijos eran moldeadas
en su maldad, no nacían así. No era la primera vez que Amarande se
preguntaba qué tipo de experiencias habían retorcido tanto a su madre y
cómo podría ella evitar el mismo destino.
—Esa es otra pista de que esto podría ser una estructura frecuentada
por la resistencia: esa dirección nos pondría cerca de otro hombre que
conozco con un lobo negro.
—Bueno, si encontramos alguno, tal vez nos hagan algo peor que
luchar contra nosotros, no escuchar nuestras súplicas, y luego desterrarnos
a las arenas movedizas después de que los salvemos a ellos y al lobo del
mismo destino. Como hicieron nuestros amigos allá.
Amarande lo ignoró.
—Parece razonable.
—Supongo que podrías hacerlo mejor. Tienes muchos amigos. Por eso,
cuando tuviste que huir de tu tierra, lo dejaron todo y se vinieron contigo...
oh, espera.
—No —Taillefer hizo una larga pausa—. Sí. Me gustaba más cuando
conseguía meterme en su piel. Estoy seguro de que no es saludable. No te
has perdido nada por no conocer a tu hermano, princesa.
Taillefer se rio.
—Agradezco el 'todavía'.
Tras una pausa, Taillefer volvió a la tarea que tenía entre manos.
Pero entonces, desde los recovecos entre las rocas, cuyo tamaño
oscilaba entre un melón y un guijarro, llegó más ruido. La señal de
advertencia del escorpión antes de escupir o picar, o ambas cosas.
—Podemos lograrlo.
Corrió.
Capítulo
31
La reina Inés se paró en el muelle del puerto de Basilica, examinando
todo lo que había ganado en una sola noche de esfuerzo.
Una vez había llamado amiga a Geneva, hace mucho tiempo, cuando
eran peones del mismo juego. Cuando se unieron y se rebelaron, en lugar
de llevarlo a cabo. Cuando ambas recibieron amenazas no muy veladas de
un enfurecido Domingu.
Pero ahora ella tenía un ejército tres veces mayor que el de Sendoa.
Y pronto sus grandes militares se inclinarían ante ella. Incluso los rebeldes
que rodeaban al Señor de la Guerra tendrían que arrodillarse ante eso.
O morir intentándolo.
—¿Mi reina?
Inés miró a su barco real. Los tres emblemas habían sido cosidos
juntos, la bandera era pesada pero la brisa del puerto era lo suficientemente
fuerte como para levantarla. Las cabezas del Oso, el Tiburón y el León de
montaña se unieron como uno solo. Debajo de la bandera, sus consejeros
restantes, sangre fresca de sus reinos adquiridos y la medikua Aritza se
alinearon en la cubierta.
—Sí, mi reina.
Ella tenía todo lo que necesitaba para tener éxito y algo más.
No era lo ideal, pero había trabajado durante seis años para tener esta
reunión. Y la tendría. Desarmado, solo valía la pena por la oportunidad de
paz. Para finalmente negociar con esta persona que había orquestado el
asesinato de sus amigos reales. Cuyo mismo liderazgo llevó a los bandidos
y a los asaltantes a Ardenia.
—Koldo —Asintió a su generala, un mechón de cabello de atardecer
cayendo hacia adelante, las palabras tanto un adiós como una orden. No
importaba lo que pasara dentro de esa tienda, la generala mantendría a
salvo a Amarande.
Dos mujeres del Señor de la Guerra se movieron ante él, una escolta.
Caminó entre ellas. En veinte pasos, la escolta se dividió en ambos lados
de la entrada, dando un paso al lado de antorchas gemelas impulsadas hacia
la suave tierra, abriendo cualquiera de las solapas de la cortina, revelando
nada más que una luz cegadora y calor palpable.
El Rey Guerrero entró a la tienda. Una figura estaba tan cerca del
fuego que casi parecía estar formado por humo. Retro iluminado. Negro.
Envuelto en azul y blanco de las llamas mas calientes.
Las rodillas del rey se debilitaron. Algo que podría haber sido miedo
le apuñaló directamente a través de su corazón.
—Hola, Sendoa.
Bajo varios días de barba pelirroja en las mejillas del Rey Guerrero,
todo color se drenó hasta que sólo quedo el rubor de una quemadura de
sol del Torrente en la punta de su nariz y pómulos.
—¿Por qué?
Ella comenzó a dar pasos tan poderosos y cortantes como los de los
bordes de su tono.
—¿Por qué te dejé? ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué en las estrellas
estaría de acuerdo en reunirme contigo y mostrar mi verdadero rostro? —
Ella se le acercó lo suficiente para estirar la mano, colocar las palmas de las
manos en sus mejillas y sonreírle a los ojos como solía hacerlo. Ella siempre
había sido pequeña, más de un pie más baja que él y, aun así, en ese
momento, Sendoa sintió que lo había superado en estatura—. O debería ser
¿cómo? ¿Cómo he construido esto? ¿Cómo lo hice debajo de tus narices?
¿Cómo no lo supiste?
—¿Cómo?
—El Señor de la Guerra es una idea, no una persona. Es una pena que
no lo hayas sospechado —Ella arqueó una ceja hacia él—. Viniste aquí para
reunirte con el Señor de la Guerra. La persona que mató a tus regios amigos
lobos negros y quemó su castillo hasta las cenizas. La persona que se
levantó en una ola de apoyo de aquellos cansados de la monarquía, hartos
de no tener voz. Yo no soy esa persona, pero no soy menos amada.
—Oh, ¿no era eso lo que debía hacer? —Acompañó su falsa sorpresa
con una risa coqueta—. Ah, sí, su acuerdo de apretón de manos, que le
apoyarías en la destrucción de los Otxoa y luego dentro de algunos años
lo aliviaría de la carga de dirigir y rescatar el Torrente para ti mismo,
trayendo la nación sin cabeza al redil para expandir las fronteras de
Ardenia, ¿no es así?
—Y esto se suponía que iba a ser esa reunión. Llegas siete años tarde
para Talmage, por lo tanto, me entiendes —Ella se acercó para acariciar sus
mejillas sin color—. Afortunado tú.
Años entre ellos y cada una de sus puertas a otro reino diferente.
Un matrimonio concertado: Ardenia, Pyrenee.
Una vez que la muerte había tomado a los Otxoa, la estrategia era
evitar que Domingu golpeara hasta que fuera la hora de reclamar el
Torrente para sí y un día dárselo al niño que había escondido en sus
establos en el caos. Acompañado de un nuevo nombre, mentiras y el amor
de aquellos que conocían la verdad.
El acto dejó al rey tan aturdido que Geneva pudo agarrar su barbilla
con la mano libre de cuchillas, obligándolo a quedarse quieto y nivelado,
sin ningún lugar a donde mirar excepto a sus ojos, mientras su mejilla
lloraba.
Geneva golpeó la punta del cuchillo contra su piel, justo debajo del
corte.
¿Eso era lo que realmente ella quería? ¿Con todo el poder que le había
hecho creer que tenía sobre él? ¿Era eso? Era una combinación noble pero
débil; tenía que haber algo más detrás.
32
El cielo era de un azul marino apagado cuando la generala llegó al
pozo de fuego más cercano a Ardenia.
Sí, hace cinco o seis días -una semana a lo mucho- que la caravana
del Señor de la Guerra había estado aquí. Cuerpos quemados y sólo las
estrellas sabrían qué más, cuando el título del Señor de la Guerra pasaba a
otro.
Las reglas entre los parientes del Señor de la Guerra eran claras: nadie
dentro de la caravana veía el rostro del Señor de la Guerra descubierto. La
seguridad era primordial y sólo aquellos que gozaban de la suficiente
confianza o estaba a punto de morir veían la identidad desnuda del Señor
de la Guerra. Sin embargo, los que viajaban con la caravana no eran ciegos
al cambio. Por lo que sabía Koldo, Geneva había estado con la caravana
durante la mayor parte, si no era toda, la vida de Ferdinand y también
había sido Señor de la Guerra durante gran parte de ese tiempo. Las señales
del cambio habían sido obvias, nuevas órdenes, la consolidación de las
caravanas y la más obvia indicación: la ausencia de Ferdinand. El rostro
del Señor de la Guerra no se veía, sí, pero su rostro era bien conocido y
destacado. Al menos esta fue la experiencia de Koldo durante sus viajes
anuales en la investigación a la caravana, aunque, en realidad, Ferdinand
siempre era exactamente lo que buscaba cada vez que ella visitaba.
Koldo se dio cuenta ahora del gran error que había cometido.
Koldo sabía que si le dieran una opción a Amarande siempre iría por
Luca. Siempre.
33
La princesa siguió al príncipe en silencio a través del otro túnel que
él había encontrado, serpenteando hacia el sur y al parecer hacia el oeste.
Habían dejado de correr, no sólo porque estaban en lejos de los Escorpiones
del Quemado, sino porque estaban demasiado cansados para hacerlo sin
tropezar. Aunque sus dientes estaban llenos de comida no tenían agua y
sus cuerpos estaban rígidos y adoloridos.
O tal vez Taillefer veía ahora a Luca como una herramienta de otro
tipo. Uno que aceptaría una disculpa por su crueldad y se convertiría en
un eventual aliado. Amarande nunca aceptaría algo así después de lo que
había hecho, pero sabía que Luca lo haría.
Eso decía más del buen corazón de Luca que del talento persuasivo
de Taillefer.
—De nada, ya sabes —dijo el príncipe—, por volver a salvarte, esta vez
de tu insana terquedad.
No se equivocó.
—No es probable.
—Al menos quien nos persiga no nos encontrará aquí abajo —Eso era
cierto, aunque Amarande se arriesgaría a cualquier posible cazador si eso
significaba que podían encontrar la forma de salir de este maldito túnel y
volver a la superficie.
—Taillefer, ¿qué...?
En unos pocos pasos, se adelantó con una mano en la pared del túnel.
—Quizás.
Fue la respuesta ácida que ella pensó que se merecía, pero luego,
cuando levantó la vista después de que las palabras salieran de su boca, se
arrepintió. En la roca plana frente a ella, Taillefer estaba sentado, con los
ojos leyendo sus manos, un rubor recorriendo su rostro recién limpiado a
la luz del fuego. Ovejuno, así lo llamaría alguien. La sonrisa de Amarande
se hundió y tragó saliva, esperando.
—Es que... ¿Es Luca realmente tu verdadero amor o sólo todo lo que
has conocido?
—Lo pregunto de verdad, sí. Porque creo que es una pregunta justa.
¿Cuántos jóvenes orbitan alrededor de su estrella, princesa?
—Ya sabes por qué. Mi padre podía ver la tinta en el pecho de Luca
tan fácilmente como tú.
—Oh no, no lo conocí, no realmente. Pero sabes muy bien en qué tipo
de entorno me crie —Amarande recordó su encuentro con Inés. Bellringe
era realmente un nido de víboras. Eso no excusaba sus tendencias—. Y te
puedo decir que, aún si Sendoa estuviera jugando a largo plazo, esta
creencia tuya tiene poco sentido. En cualquier momento podría haber
marchado con ese cacareado ejército suyo hasta el Torrente, matado al
Señor de la Guerra y haber vuelto a casa a tiempo para la cena.
—Él no cambió la ley —Incluso para sus oídos ahora, este argumento
era una telaraña.
Apoyado contra la pared más cercana había unas pocas balsas hechas
por el hombre, formadas a partir de los extraños árboles de hoja caduca
delgados de ese extraño bosque donde Amarande había rescatado a Luca
de los piratas.
Si las estrellas pudieran ver su corazón desde aquí, tal vez uno la
entregaría directamente a Luca y la resistencia.
—Princesa, ¿alguna vez has deseado algo tanto que te llenó, cada grieta
y hendidura dentro de ti, y cuando finalmente sucede y el deseo
desaparece, todo lo que queda es ceniza?
34
Ellos se fueron sin noticias de Osana, Urtzi o Amarande. Esto no le
sentó bien a Luca. Pero el plan no podía esperar. Después de diecisiete años,
esta era una ventana que no se podía desperdiciar.
Sin embargo, a medida que el plan se acercaba más a ser una realidad,
Luca no podía ignorar el miedo en su estómago de que algo había salido
muy mal para Osana y Urtzi. Aparentemente, Ula también estaba
pensando en eso.
—¿Por qué?
—Recuerdo a una chica allí. Debe haber sido Osana si fue encarcelada
con Amarande en el campamento del Señor de la Guerra. Pero nunca
pregunté —Una pequeña sonrisa cruzó sus labios—. Me distrajo el estar
salvándote.
Luca ignoró las bromas de Ula, su mente se atascó en las palabras del
líder durante el ataque al puesto de avanzada de la resistencia.
—Sí, pero —Luca respiró hondo— solo me di cuenta de que era ella
cuando reconocí al bandido principal y a sus hombres; ellos eran su escolta.
Luca no lo dudó.
—Me preocupa que Osana pueda ser una vigilante del Señor de la
Guerra.
—Si crees que es una observadora del Señor de la Guerra, ¿por qué
aceptó su oferta de ir tras Amarande? ¿Es por eso por lo que enviaste a
Urtzi?
35
Con los ojos pesados por el sueño no invitado, Amarande no se dio
cuenta de que la oscuridad pasaba de tono a estaño hasta que la balsa
empezó a tambalearse, raspando la tierra blanda de abajo, el agua
desapareció.
Aire fresco.
Una confirmación.
Amarande asintió.
—El Otxazulo. Si. Fue reducido a escombros y fue reformado por los
rebeldes para crear La Mano.
Esto golpeó a Amarande como una verdad probable, los túneles por
los que habían viajado estaban tan bien formados que probablemente
habían estado allí mucho más tiempo que la resistencia misma.
Taillefer asintió y trazó una línea gris que serpenteaba desde debajo
de una intrincada representación de un castillo entre las fauces abiertas de
un lobo negro aullante.
—Si esos dibujos son de tu padre, entonces tal vez esta sea su letra.
L —Trabajando con A y K
Este plan era tanto una directiva entonces como lo era ahora.
Taillefer arremetió ahora con ambas manos, yendo hacia sus piernas.
Él le agarró el tobillo, la voz se intensificó mientras se aferraba. Sus botas
resbalaron en el limo blando, incapaces de agarrarse. Ella se deslizó hacia
abajo hasta que la punta de su espada se enganchó a la tierra, deteniendo
su avance y dejando sus hombros y cabeza expuestos a cualquier persona
despierta y alerta en el campamento. A la princesa no le importaba.
—No puedes.
—Puedo y lo haré.
—Lo haré.
—Solo diré que... estaba muy claro cuánto te amaba él cuando pasamos
tiempo juntos.
—Vamos.
Capítulo
36
Cuando Luca abrió los ojos al azul de la mañana en el campamento
del Señor de la Guerra; todo olía a humo. El Señor de la Guerra dejaba que
su poder perdurara sobre su pueblo. Recordándoles con cada aliento quién
tenía su destino en sus manos.
Sin embargo, sabía que había dormido en diagonal al suelo del vagón
y Ula, encogida en el banco de su asiento, con la espada abrazada al pecho,
porque había soñado con Amarande, con la noche en que se habían
dormido uno al lado de otro en el mismo sitio, bajo las estrellas. Ella había
insistido en que durmiera en la tienda, pero él no quiso. No porque fuera
una princesa, sino porque era lo correcto. Y cuando su testarudez les había
llevado a dormir a la intemperie, se habían quedado dormidos con las
manos entrelazadas.
Cuando todo terminó, no quiso otra cosa que dormirse con la mano
de ella en la suya y despertarse con los caballos, deteniéndose lo suficiente
para ver la luz que cruzaba su rostro.
Siempre, princesa.
Luca había querido decir lo que le dijo a Tala: no había venido a este
viaje para sentarse en una relativa seguridad. Para esconderse. Sin
embargo, dudó. Tampoco había venido a este viaje para fracasar.
37
A pesar del agotamiento, la sangre y el aliento de Amarande, ella y
Taillefer repasaron su plan mientras se acercaban a los límites del
campamento del Señor de la Guerra.
—Tal vez debamos dejar la comida y los odres más cerca de los
caballos —susurró Amarande, mirando por encima de su hombro a una
especie de conmoción: dos hombres con voces elevadas cerca de donde
habían cogido la capa.
—OOF.
Taillefer estaba tumbado de espaldas antes de que Amarande
levantara la cabeza. Un hombre del tamaño del ogro que ella y Osana
habían conocido en la posada del Señor de la Guerra estaba allí, con el café
salpicado en la parte delantera de su túnica y goteando por los lados de
una taza de lata en una de sus enormes manos.
—¿Kidege? ¿Luca?
—¿Luca? —la voz del gigante era más fuerte que todo lo que
Amarande había escuchado desde la boda que no sucedió. Su mirada
carnosa se clavó en Taillefer—. ¿Este es el chico que podría desbancar a
nuestro Señor de la Guerra?
Estrellas, no.
—Libéralo, Kerbasi.
—¡Pequeña reina!
—Me vendría muy bien una espada aquí. ¡Cualquier espada! —gritó
en su dirección.
El gigante sacó su propia arma, una espada hecha a su medida, más
larga que la tradicional y más ancha. Taillefer se alejó de ella, quedándose
sin espacio en los estrechos límites de la ciudad de tiendas.
¿Cómo es posible que esto haya salido tan mal tan rápido?
Error.
—Suéltala —La otra guardia. Su voz estaba llena de sangre y era dura.
Apretó todo su peso sobre la mano de la princesa.
La princesa trató de dar una patada con las piernas desde que estaba
arrodillada: alcanzó a alguien en la mandíbula, pero la otra guardia
aprovechó su posición extendida al hacer contacto para abrazar su bota.
Su peso cortó eficazmente el impulso de Amarande, que era demasiado
pesada para sacudirse.
Pero en cuanto se volvió hacia la chica, algo golpeó con fuerza la sien
de Amarande, haciéndola perder el equilibrio. Su oponente aprovechó esa
fracción de segundo para rodar sobre la princesa, clavando la cara de
Amarande en la tierra arenosa mientras se sentaba sobre la espalda de la
princesa, inmovilizándola de una manera que hizo inútil toda la lucha de
Amarande.
Por el rabillo del ojo, la princesa observó con visión borrosa cómo su
propia bota rodaba hasta detenerse: el tacón era el objeto contundente que
la guardia había encontrado para usar contra ella.
Bien.
Si les dijera quién había dicho que era. La pequeña reina, en efecto. Si
el nuevo Señor de la Guerra se enterara y lo creyera.
38
El corazón de Luca latía en su garganta mientras apoyaba la barbilla
en el suelo, y Ula lo cubría. El fuego de la cocina y su humo los protegía a
los dos de los guardias mientras Amarande y Taillefer marchaban a la
tienda del Señor de la Guerra.
¿Kidege? ¿Luca?
Taillefer.
—Quédate abajo —susurró Ula.
—No, Sera.
—Ya lo ha hecho.
Mírame.
—Ya está.
39
La mandíbula de Amarande se tensó cuando el asta dorada de la tienda
del Señor de la Guerra se hizo visible, el humo se enroscaba a su alrededor,
alcanzando el cielo brillante.
Por el pueblo, por Luca, por el futuro del Torrente. No había manera
de evitarlo.
Sus captores los llevaron directamente a la entrada de la gran tienda
azul, sin presentación. No fue una sorpresa que el Señor de la Guerra los
esperara.
La tienda parecía vacía, salvo por las siluetas de las cosas más finas de
la vida, colocadas en las esquinas que no quedaban a la vista por el fuego
que tenían delante. Debajo de ellos había una alfombra, finamente tejida, y
más suave que cualquier cosa que cualquiera de ellos hubiera tocado desde
la noche de bodas.
—En efecto —La voz del Señor de la Guerra no dio ningún indicio de
comprensión—. Esperaba que nos conociéramos en persona, ya que sólo
he conocido el fantasma de tu presencia, ensangrentando a nuestros
guardias y liberando a toda la fila de cautivos, todo un espectáculo.
—Admito que al principio no creí que pudieras ser tú. Pero cuando
convenciste a mi hermana para que nos abandonara, supe que sólo podía
ser este mito de chica: la hija del Rey Guerrero.
Una gota de reconocimiento zumbó en la garganta de la princesa.
Podía ser una mentira, por supuesto, pero se sentía como un alarde. Y una
confirmación.
—Osana.
—Tan inteligente como violenta, por supuesto —La forma en que esta
chica lo dijo no parecía ser un cumplido—. Ella espiaba para nosotros, por
supuesto. Mis hombres la sacaban y la "capturaban" cada pocos días. Luego
se sentaba en nuestro corral durante uno o dos días, escuchando a las chicas
que iban rotando. No era mi única rehén de confianza, pero fue la única
que se tomó su papel muy en serio cuando escapó contigo.
Lo alentó. Lo apoyó.
Amarande miró al frente. Sin dar nada. Sería de piedra hasta el fin de
los tiempos, o hasta que esta chica se atreviera a acercarse a una distancia
de ataque.
El Señor de la Guerra sacó una espada de su cadera, una daga con una
ligera curva. Agarrando un puñado de su pelo corto y rubio, echó la cabeza
de Taillefer hacia atrás, dejando al descubierto la longitud de su cuello y
colocó el arco más afilado del filo de la daga contra el pulso bajo la barbilla
de Taillefer.
—Yo no miento.
La tirana se rio.
—Sólo puedo suponer que esperaba que te unieras a él. Pero llegaste
a casa con un comité de bienvenida que no apreció la visión de tu rostro.
Sé que este príncipe te rescató para su propio beneficio. Y que llega
demasiado tarde.
Sí, juzgado por traición y asesinado. Fuera del camino, sin importar la
consecuencia.
Taillefer no reaccionó, salvo para abrir los ojos; era posible que este
chico nunca hubiera sentido una verdadera sorpresa.
Las estrellas.
Una vez más, Amarande era algo que se podía trocar. Reclamada.
Ganada.
Estaba tan lejos de donde había estado en los días posteriores a la
muerte de su padre. Y, sin embargo, aquí estaba de nuevo. Igual. Esta vez,
un peón entre dos de su propio género reprimido. Tres, si se cuenta a Inés.
Y estaba claro que la reina no se dejaría contar.
—Exactamente.
40
—Dejemos el carruaje y salgamos en los caballos. Iremos directamente
al escondite. El resto del equipo puede tomar nuestro carruaje y seguir con
la caravana. Iremos al este, en paralelo. Le cortaremos el paso.
—No.
—¿No?
—No. Ella está aquí. No podemos irnos. Estamos aquí. Nos quedamos
con ella.
Ula cumplió con una sonrisa para los que los rodeaban, antes de
escupir entre dientes:
—En el carruaje.
Ula juntó los labios en otra sonrisa forzada y le tocó la mejilla como
si hubiera hecho una broma. Él se rio y aceleraron sus pasos, en silencio
por el resto del camino. La mente de Luca se agitó.
Luca comprendía ahora que la red era mucho más amplia de lo que
había pensado. Entendía también que no abandonaría esta caravana hasta
que ella lo hiciera, preferiblemente a su lado.
Nunca dejes que nadie nos lleve a ninguno de los dos de nuevo, ¿lo
prometes? Siempre, princesa.
Luca respiró profundamente. Sentía que podía inhalar todo el aire del
carruaje y no sería suficiente. Su corazón ocupaba todo su pecho.
—No, mis lealtades están unidas, más cerca que antes —¿Cómo podía
explicar esto? Luca tragó saliva—. Seguiremos haciendo todo lo que has
mencionado. Enviamos jinetes para advertirles. Y entonces Tala toma ese
plan que ha tenido funcionando durante casi toda mi vida y pivota de
nuevo. Ya sea que ese ataque se produzca esta noche o en la misma
Ardenia, no podemos cambiar el hecho de que ahora tiene dos objetivos:
este Señor de la Guerra y el actual, que maneja los hilos. El camino para
derrotarlo pasa ahora por Ardenia: el futuro de Arena y Cielo pasa por
Ardenia.
Luca no parpadeó.
—Rescatamos a la princesa.
—¿Estás loco?
Ula suspiró.
—Has oído.
Tala asintió.
—Geneva tiene las llaves del Torrente, este Señor de la Guerra tiene
a Amarande para un trato e Inés tiene planes de controlar todo el
continente. No podemos cambiar el curso de la colisión de estas poderosas
mujeres: las ruedas, los barcos y las líneas de soldados ya están en
movimiento. Sólo podemos hacer nuestro mejor esfuerzo para evitarlo. Y
socavamos a ambos Señor de la Guerras si salvamos a Amarande. Mi
corazón y la resistencia están actualmente alineados —Miró entre ellos—.
Y si no puedes verlo es porque no quieres.
Ula estaba inmóvil como una piedra. Tala se rascó la barba incipiente.
41
Amarande fue despojada de sus ropas y limpiada dolorosamente. Le
untaron las heridas con aceite de clavo y las sellaron con miel antes de
envolverlas en lino. Estaba claro que el Señor de la Guerra no tenía
intención de permitir que ninguna infección perdurara antes de que
llegaran a Ardenia, tampoco quería que Amarande sufriera de
deshidratación o hambre. Una vez que la princesa fue depositada en un
carruaje especialmente fortificado, le dieron agua fresca, cerezas
machacadas, pan de pastor, queso y carne seca especiada.
—¿Qué más no sé? Has estado ocultando algo más que esa simple
verdad. Y aunque no es un engaño absoluto, una mentira por omisión
sigue siendo una mentira.
En cuanto esa expresión salió, ella se dio cuenta de que se había basado
en una respuesta que había dado el Señor de la Guerra. Taillefer no le llamó
la atención. En su lugar, añadió: —Los peores de nosotros, también.
—Ferdinand es un bastardo.
—¿Me estás diciendo que tu madre tuvo un hijo de otro hombre que
resultó ser igual al rey Sendoa?
—Sí.
Amarande apretó las rodillas contra su pecho, haciendo una bola con
toda su tensión sobre su tierno corazón. Se imaginó a Taillefer al otro lado
de la pared, su opuesto diametral: suelto y sin ataduras, sin ninguna tensión
en su cuerpo.
—No, tenía que llegar primero a Luca. Mi madre sabía de él y del plan
de la resistencia para atacar al Señor de la Guerra.
—¿No hay castigo? —La voz de Amarande era baja; deseaba no causar
más problemas a la mujer que salvó la vida de Luca.
—Mi padre.
—No lo era. Pero estuvo enfermo durante más de dos años antes de
morir. La mayoría de la gente, incluso la realeza de Arena y Cielo, cree
que fue una infección la que se lo llevó, pero eso fue sólo el clavo en el
ataúd: llevaba mucho tiempo muriéndose.
Lo intento de nuevo.
—Tenía diez años, casi once, cuando decidí que podía hacer algo con
la tos que nunca le abandonaba. Devoré todos los libros que pude sobre
hierbas, tinturas, pociones e incluso magia. Le rogué a mi madre que me
enviara a entrenar con un medikua.
—Madre no lo hizo, por supuesto —dijo, con la ira tiñendo sus tonos
bajos—. Ni siquiera mandó a buscar a la famosa medikua Aritza; tu padre
fue quien la trajo a nuestra puerta. Fue un gesto amable, pero demasiado
tarde: llegó después de que se instalara la infección final. En una semana,
cobró su vida para siempre.
Después de todo lo que habían pasado juntos, del odio que ella le
profesaba por lo que le había hecho a Luca, no pudo evitar responder a la
desolación de su voz. Taillefer le había expuesto su corazón y ella sólo
pudo decir: —Lo siento, Taillefer.
Y así era.
—¿Princesa?
—Si has conseguido retener el mapa, ¿qué pasa con el frasco?
—¿Qué quieres decir con que no quieres escapar? —Se puso en pie de
un salto, metiendo la mano entre los barrotes y rodeando la esquina de la
mampara—. Tienes literalmente nuestra oportunidad de escapar en el
bolsillo. Desengánchalo y salgamos de aquí. Quiero llegar a Luca antes de…
—Pensé que había tiempo —Su propia rabia salió a relucir, sus
palabras agudas y afiladas—. Pensé que el Torrente podría ser nuestro, de
Luca.
—¡Todavía puede ser! —Su voz era cruda, con el tipo de dolor que ni
su esfuerzo ni el viento podían ocultar. Dudaba de que el príncipe pudiera
oírla—. Dame la botella y déjame escapar. Déjame salvar a Luca de esta
trampa. El Torrente puede ser suyo y…
42
A pesar de todo su amor por los argumentos, Taillefer no se dejaba
engañar.
Sí, era posible llegar a la frontera de Ardenia al final del día. Tendrían
que viajar aún más rápido que antes sin detenerse, lo que no podía ser
cómodo ni para los jinetes ni para los caballos, pero cuando eras el Señor
de la Guerra nadie te detenía. Sin embargo, las montañas te frenarían.
¿Tantos carruajes y cuerpos en esas empinadas curvas? Eso podría llevarles
un día o más.
Lo que significaba más tiempo para que el Señor de la Guerra la
colgara como cebo para Luca.
Las barras hacia el sur revelaron una franja del Río de la Piedra que
atravesaba la distancia; estaban bastante al norte de la enorme línea de
mesetas rojas, en lugar de bordearla como había viajado anteriormente.
Y allí, claro como el día, estaba una de las X de su padre con forma
de espada. Una antigua ciudad. Un pozo de fuego.
43
Habían elaborado un plan durante el largo viaje. Era sólido. Pero
también significaba que Luca tenía que esconderse, aunque sólo fuera por
un tiempo. Sólo mostraría su cara cuando fuera el momento adecuado. Ula
se encargó de todo. Montar el campamento con los demás, guardar de mala
gana los caballos en el corral, y trazar el mapa del lugar tal y como estaba.
Esta noche. Mañana. Para siempre con Amarande. Si todo salía como
se había planeado.
—¡Miguel, tengo las manos llenas! —llamó Ula desde fuera del vagón.
Luca cogió los platos y los dejó en el suelo mientras buscaba entre los
pliegues de su túnica y sacaba un pequeño mapa.
—Toma, come.
—¿Y Ama?
Por supuesto.
—Le quitaron las ruedas a su carruaje. Los otros carruajes de las celdas,
también. Cerraduras y guardias. No quiere que ningún idiota que odie a
Ardenia la arroje al fuego si es el billete para un imperio.
—Mírate con pensamientos oscuros, nunca pensé que vería este día.
44
Habían pasado días y el rey Ferdinand seguía pensando.
Los caracaras, mensajeros con alas, de los vigilantes del anillo del
Señor de la Guerra fueron definitivas. La reina Inés había asesinado a casi
todos los que estaban a la vista en su boda. Aunque había capturado tres
coronas, su primera orden era recoger una cuarta.
Por muy superior que fuera, por muy bien entrenado que estuviera,
no había forma de que el ejército ardeniano ganara contra un oponente
que le triplicaba en tamaño, si no más.
Si sólo Koldo estuviera aquí… Ella sabría qué hacer. Durante veinte
años, había estado al lado de Sendoa mientras construían una de las fuerzas
militares más dominantes jamás levantadas en el continente de Arena y
Cielo. Era un niño de quince años que empujaba figuritas sobre un mapa
en los aposentos del padre que nunca conoció entre sesiones de estrategia
con una madre que había pasado la mayor parte de su vida gobernando a
través del miedo y la intimidación, aunque ella lo llamara amor.
Hace sólo unos días, Ferdinand había creído que todas estas nuevas
verdades descubiertas sobre su filiación ayudarían a traer seguridad y
estabilidad a este deslumbrante lugar. Pero ese escenario se había
tambaleado y estrellado en el momento en que Amarande regresó y
comenzaron las mentiras.
Un rey de nombre, pero nada más. Una figura decorativa cuyo único
papel era legitimar las órdenes filtradas por las ambiciones de Geneva y
los objetivos de su consejo.
Y por eso Osana sufría: ya había intentado más de una vez ordenar
su liberación, pero Geneva bloqueaba cada uno de sus intentos. La reina
madre sospechaba claramente que la relación que habían forjado en la
caravana era algo más que una simple amistad. La mujer lo sabía todo; era
fácil suponer que ella también lo sabía. El nombramiento de Osana como
vigilante y espía, haciéndose pasar por rehén, se había producido sólo una
semana después de que Ferdinand se armara de valor para cogerla de la
mano una noche después de la cena.
Ferdinand se apoyó con fuerza en el parapeto de su balcón, deseando
que viniera un salvador. Koldo, con su mesurada confianza y experiencia.
O tal vez el fantasma del rey Sendoa, el gran rey guerrero, deseoso de
defender a su pueblo, su castillo y su legado incluso desde el más allá de
las estrellas. O Amarande, había recogido la sabiduría de ambos y quería a
Ardenia más que a nadie que él conociera. Si sólo...
Siempre había sido así con los retazos políticos enviados por los
vigilantes de varios reinos. Un espectador como si fuera un deporte,
devorando cada bocado de información de todos ellos: Ardenia, Basilica,
Pyrenee y Myrcell.
—¿Noticias de la caravana?
—¿Qué?
Luego añadió:
Geneva sonrió.
No, Geneva no confiaba en que tuviera las llaves del castillo. Pero
Ferdinand aún tenía mucho con lo que trabajar.
45
La intimidación estaba funcionando.
Aquí hubo una vez una ciudad. Y ahora no era más que un cráter de
huesos y sueños calcinados. Todo se volvió negro, decadente.
Desaparecido.
¿No fue así como te conviertes en un mejor líder? ¿En una mejor
persona? ¿Aprendiendo de tus errores y del residuo que dejaron en tu
alma en forma de arrepentimiento?
Pero al igual que con los planes de su padre para su futuro, para el
futuro de Luca, para todo lo que su padre le había enseñado, simplemente
se quedó con preguntas. Las preguntas, apiladas tan alto ahora, se alzaban
sobre ella, más cerca de su padre en las estrellas que de su mundo en el
continente.
46
Al oír el sonido de los tambores, Luca se asomó a la noche que caía.
—Eres el único hombre al que dejaría tocar esa espada sin sentir antes
el poder de su hoja sobre tu piel.
Estaba apretada contra los barrotes del lado de la fosa, con la cara
captando los últimos coletazos del descenso del sol. En ese momento, el
tiempo se detuvo y Luca también. Sus pies ya no se movían; no podía
apartarse. Su corazón se agitó como si fuera a atravesar los puntos de Ula
y a correr directamente hacia Amarande, su dueña.
—Obviamente.
Las risas estallaron. Luca se dio la vuelta, como si tosiera, con la cabeza
por encima del hombro. Ula, por su parte, se quedó paralizada. El ruido
alegre se extendió por la multitud, a expensas de Amarande. Hasta que,
finalmente, el Señor de la Guerra se rio también, probablemente como
señal de que les había perdonado la vida a pesar de la interrupción.
—¡Quemamos a la princesa!
De nuevo, risas.
Las risas dieron paso a los aplausos. Y luego a los cánticos. Miles de
voces, aplaudiendo y vitoreando, todo dentro de la palma de la mano del
Señor de la Guerra.
—¡Tributos!
—Y lo harán.
Ante sus ojos, los vecinos se volvieron unos contra otros. Robando el
aliento con los rostros ahogados en ceniza, puñetazos en las tripas, patadas
en la cabeza, ojos y oídos desgarrados tras los gritos furiosos.
Estrellas, no.
47
Era peor de lo que la princesa pudo haber imaginado.
El hedor era tan insoportable como el calor. Las estrellas y sus gases
infernales parecían acercarse lo suficiente como para derramar el
contenido, el agua de la parte superior de la corriente, con una llamarada
solar ondulante en la fría noche del desierto.
Tal vez ni siquiera Taillefer, tan cerca como estaba y silencioso… Tal
vez lo estaba disfrutando, no pudo oír.
Uno. Dos.
Koldo.
La generala tenía que irse. Ahora mismo. Los guardias muertos fuera
de la jaula de Amarande ya serían bastante malos. ¿Y si Taillefer se daba
cuenta? ¿Le llamaría la atención? Koldo estaría muerto por un resultado
que sería el mismo.
—No he venido aquí para hacerte daño. Y no me iré de aquí sin ti.
Y luego se fue.
Capítulo
48
El espectáculo de horror del Señor de la Guerra penas acababa de
comenzar.
—Esto no puede pasar —susurró Luca para sí mismo más que para
Ula.
Los chicos del establo podrían ser los elegidos. Héroes, incluso. ¿Pero
qué clase de héroe no intentaba salvar la vida de una buena persona?
—No lo vi.
—¿Pero sí viste que estaba con la princesa?
Esto era una mentira. Las sanadoras no podían haber pasado por alto
su nombre en la conversación, él la había llamado Ama al menos dos veces,
mientras que ella sólo lo había llamado Luca en su presencia una vez. De
lo que él era consciente, de todas formas.
—¿Estás seguro?
Naira no respondió.
El fuego crepitaba y escupía.
—¡Yo soy Luca! ¡El último de los Otxoa! —la voz de una niña.
Era un ataque.
49
Con el corazón en la tráquea, Amarande no podía recordar su último
aliento.
Así fue exactamente como ella fue por el hombre con el lobo negro,
muy rápido. La oposición inmediatamente anuló el rápido poder el Señor
de la Guerra, simplemente por tener la distracción y los medios para
golpear primero.
Y así fue.
Amarande se presionó contra los barrotes de la celda junto al fuego,
buscando a Luca. El lugar donde había estado parado era ahora un
enjambre de cuerpos, agitándose y moviéndose.
Las otras dos cayeron justo en el borde. El peso del golpe y la caída
de la guarda, en combinación con estos dos cuerpos caídos, inclinaron la
tarima. Todavía estaba sobre ruedas de carro, en un centro de gravedad
más alto que la jaula sin ruedas de la princesa. Solo un par de pies más,
pero lo suficiente como para que todo se tambaleara.
Estaba muerta.
Los tatuajes estaban todos oscurecidos ahora, era cierto. Pero ese era
un argumento estúpido.
—¡Koldo!
—¿En serio crees que tu generala puede oírte por encima de este lio?
—¿Taillefer?
Se oyó el traqueteo de las cadenas, el chirrido de las bisagras, y por
un momento todo el carro pareció estar en tierra firme, anclado en el lado
de Taillefer. Se inclinó contra los barrotes, buscando alguna forma de ver
lo que estaba pasando.
Podría salir de aquí. Para ir hacia Luca, en algún lugar de ahí fuera,
luchando.
—¡Luca!
Capítulo
50
La llamada de Amarande golpeó a Luca en las tripas como una ráfaga
de cañón.
Al otro lado del estruendo del fuego, más lejos de él de lo que había
estado antes, el caos de la batalla lo movía a lo largo del diámetro de la
hoguera. La jaula estaba allí -y honestamente, él había pensado que ella
estaba tan segura como podía estarlo hasta que llegó allí, la celda reforzada
que mantenía a los demás fuera así como la mantenía a ella dentro.
Podría haber dicho algo más, pero lo único que Luca pudo oír fue la
voz de Amarande. Su nombre. Una y otra vez. Se repetía con cada
respiración mientras corría, deseando que su pierna de serpiente no
tropezara en la zancada, el entumecimiento era una desventaja.
Con todo lo que tenía, corrió hacia su amor… ella no podía correr la
misma suerte que el Señor de la Guerra. Ella no podía.
—¡Amarande!
Capítulo
51
—¡Amarande! —La voz de Luca.
—Bien.
—Ula, dile a Luca que lo amo. Dile que lo he intentado. Que iba por
él. No quería que hiciera esto sin mí. Lo siento-
Con un rugido, el fuego desgarró el fondo de la jaula, devorando
directamente la puerta y la cerradura que la habían atrapado. Amarande
gritó y perdió una de las manos de Ula, la correa de cuero que protegía el
agarre de la restante empezó a deshacerse.
Sólo dio cuatro golpes antes de que se produjera otro chirrido y toda
la parte inferior del carro se desprendiera. Las llamas lamieron las botas
colgantes de Amarande mientras el carro se elevaba y volvía a bajar,
balanceándose como si estuviera en el agua.
—Siempre, princesa.
Luca estaba aquí. Estaba realmente aquí y era suyo y estaba vivo.
52
Amarande se aferró a la mano de Luca mientras los cuatro —la
princesa, el otsakumea, la generala y la pirata— se alejaban del pozo de
fuego y de la batalla que se libraba a su alrededor. La palma de él estaba
caliente por la vida y la emoción de la batalla y sujetó la de ella con
cuidado, con su sangre serpenteando entre ellas.
Espera. Ella apretó las palmas de las manos que la sostenían, los dedos
se curvaron con fuerza sobre los de él. Él se apartó sonriendo, apartó una
de sus manos y besó los nudillos cubiertos de arena. Sus labios eran cálidos.
—No quiero ir, pero debo guiar. No puedo alejarme hasta que haya
terminado —El corazón de Amarande se detuvo cuando él leyó su rostro,
con los ojos dorados iluminados—. Es lo que tú harías en la misma situación.
—¿Por qué estabas con Taillefer? Deberías estar con Osana y Urtzi.
¿Quién es Ferdinand? —Se giró hacia Koldo—. ¿Y quién es ésta?
¿Por dónde empezar? La princesa tenía muchas preguntas para Koldo.
Sobre sus motivaciones. Su relación con el padre de Amarande. Su relación
con el hermano de Amarande. Estrellas, su relación con la propia
Amarande. Ella tenía todas esas preguntas, pero tenía las respuestas más
básicas para compartir en este contexto. Nada de eso había cambiado.
Los ojos de Ula cortaron tan profundamente como podía hacerlo esa
hoja.
—¿Qué?
—Pero no tenemos soldados allí. Sólo guardias del castillo que todavía
mojan la cama. Son blancos fáciles.
—Sí.
—¡Yo los habría seguido! Habría hecho lo que él quería. Luca también
lo habría hecho, si lo hubiéramos sabido. Sabía que tenía que tener un plan,
pero nunca me lo dijo —Su voz tembló—. ¿Cómo voy a seguirlo si no lo
sé?
La generala respiró profundamente y deslizó una mano dentro de su
túnica. Con un movimiento suave, reveló un pergamino. No era un mapa.
Algo más.
—No es apropiado que ella esté aquí. Todavía no. Este no es lugar para
una niña.
—¿Generala?
No hubo escasez. La verdad es que no. Muchos de los que debían sus
coronas al Rey Guerrero tenían motivaciones obvias si se exponían a la
luz adecuada.
—Sí.
Koldo levantó una mano, cuyo guante desprendía una fina arenilla de
montaña arrastrada por el viento.
—El rey Sendoa no habría hecho tal cosa y no estaba sugiriendo que
lo hiciera. Estaba sugiriendo que otros pensaban que lo haría porque podía
hacerlo. Su propia reputación era una amenaza constante y acuciante para
su propia vida.
Se hizo el silencio en la sala.
Estos deseos son inusuales, de eso soy consciente, aunque los hago de
mente y cuerpo sanos y con los mejores intereses de Ardenia en el corazón.
Creo que cualquier otro camino resultaría en el fin de nuestro amado reino.
Si el clima en el continente fuera otro que el actual, desearía que mi hija
gobernara sin el matrimonio como requisito previo. He pensado durante
mucho tiempo en recabar apoyos para cambiar esta desafortunada ley,
pero creo que incluso hacer una petición tan sencilla al actual cuerpo
gobernante me dejaría expuesto al asesinato.
El rey había vuelto a pedirle a Koldo que se casara con él esa semana.
Y, aún en carne viva por haber visto a su hijo en carne y hueso, y en
posesión del Señor de la Guerra, había dicho que no. Otra vez. Como
siempre.
—No.
Satordi no se inmutó.
Tras una larga pausa, Koldo asintió. Por mucho que no le gustara nada
de esto, tenía razón.
—¿Y qué hacemos hasta que se case? Ella no aceptará nada de esto.
Ella querrá una investigación. Desafiar la ley. Desafiará a cualquier regente
que elijas...
El statu quo, por muy inusual que fuera por su parte, sería el mejor
escenario para evitar el fin de Ardenia.
53
Amarande se sentó con el último testamento de su padre entre sus
dedos temblorosos durante varios minutos. Koldo no la interrumpió. En
cambio, mantuvo su atención en los alrededores, rastreando el
movimiento. Buscando problemas. Todas las cosas para las que había sido
entrenada.
—Mi padre quería que fuera reina, pero sabía que no podía serlo de
forma pacífica.
—Acepté porque sabía que desafiar las leyes tal y como estaban
escritas significaría la guerra. Lo que no sabía era que ocurriría de todos
modos. Así, tres reyes muertos, dos reinas en pie. Y no te equivoques,
Geneva se considera reina. Es la reina madre sólo de nombre. Ella desafía
las sugerencias de Ferdinand en todo momento.
—No has tenido en cuenta eso.
—No.
—No —repitió Koldo—. No conté con eso ni con otras sorpresas que
vinieron después. No conté con el secuestro de Luca para influir en ti. No
conté con tu desaparición. No conté con el anuncio de Geneva de que iba
a traer a Ferdinand a casa. No conté con que el consejo siguiera adelante
con su plan —La generala respiró entrecortadamente—. Me he pasado la
vida ganando batallas con mi fuerza y evitándolas en lo posible con mi
cerebro y me temo que te he defraudado. He defraudado a mi hijo. Y he
defraudado a Sendoa.
La cabeza de Amarande daba vueltas a las facetas, a todas las caras del
diamante, tal y como su padre le había explicado con tanto gusto. Cada
cara reflejaba algo nuevo: una nueva motivación, un punto de vista, una
decisión, una mentira, una verdad.
—Es difícil de creer ahora, pero este camino comenzó cuando Geneva
actuó para salvar la vida de tu padre.
Este plan era, en efecto, puro Domingu, más diplomático que apuñalar
a tu hermano por la espalda, pero no menos diabólico.
—¿Inés también?
Koldo asintió.
—Sí. Es una prima muy lejana y también formaba parte del complot.
Tu padre estaba seguro de que lo llevó a cabo años más tarde, cuando el
rey Louis-David cayó enfermo y estuvo mucho tiempo con mala salud.
Siempre tuvo los medios y una década después de que se frustrara el plan,
lo llevó a cabo de todos modos.
Koldo asintió.
Koldo asintió.
—Sí. Me envió a buscar al líder adecuado al que apoyar, alguien que
pudiera hacer todos los ruidos correctos, instigar la suficiente inestabilidad
para crear una plantilla para todos los rebeldes de cada reino, tanto para
congelar el plan de Domingu como para desarrollar las suficientes fisuras
naturales que hicieran imposible que un solo gobernante se afianzara. Le
encontré un hombre llamado Jericho Talmage.
—Sí. Pero varias cosas salieron mal —La voz de Koldo era fuerte pero
baja—. Se suponía que Talmage sólo debía crear oposición; en cambio,
construyó un golpe de estado. No debía matar a la familia real, quemar el
castillo e instalar su propio gobierno. Le dimos poder y fue demasiado
lejos. A esto me refiero con lo de no seguir los planes de Sendoa.
54
Casi diecisiete años de planificación y la primera gran batalla en el
esfuerzo por restaurar el Reino de Torrence había terminado en un puñado
de horas. Una combinación de eventos había ido a favor de los rebeldes.
El elemento sorpresa.
Luca sonrió.
55
La princesa, el Otsakumea, la generala y la pirata se reunieron en la
tienda de los oficiales instalada en las afueras del campamento. Ocho
soldados pro-Otxoa vigilaban el perímetro exterior. En el interior, el
mundo tal y como lo conocían yacía en pedazos sobre mantas y
parpadeando bajo lámparas de velas.
Luego, en un segundo acto, una reina robando al hijo bastardo del rey,
abandonando a su familia, y criándolo como propio y convirtiéndose en
la líder de la revolución que su marido abandonado inició después de
negarse a matarlo.
—Sólo han tenido que pasar veinte años para que caigan las fichas y
resulta que son dos mujeres las que se disputan el fin del patriarcado.
Él no se equivocaba.
—Un poco.
Estrellas, sí. La guerra puede haber comenzado ya. Dos contra uno en
la encrucijada entre Ardenia, Basilica y Myrcell. La bilis lamió la garganta
de Amarande.
La princesa suspiró.
—Lo creo, pero su afecto por la verdad no me protegerá más que a ti,
generala. Si Geneva considera que lo más conveniente es que cualquiera
de los dos esté muerto, todas las espadas, excepto la de Ferdinand, serán
desenvainadas para intentar que así sea.
Luca asintió.
Respiró profundamente.
—¿Pero?
—Mantenemos el rumbo.
—Es una buena idea, princesa; lo es. Pero Geneva eligió a este Señor
de la Guerra, incluso si el resto de nosotros logramos disfrazarnos lo
suficientemente bien como para parecer guardias, lo cual es dudoso en el
mejor de los casos, ella sabrá que Ula es una impostora en el instante en
que abra la boca.
Ahora llegaba el consejo del Rey Guerrero, perfecto y verdadero,
directamente de su propia línea de pensamiento y no de un menú de
principios.
Amarande sonrió.
56
Taillefer no había imaginado que el final sería así. Cubierto de sangre
que podría ser la suya. Podría ser del Capitán Nikola o podría ser de otra
persona.
—Esta allí arriba con usted. —Podría haber sido una pregunta, pero el
capitán estaba sangrando por demasiados sitios como para añadirle el
subidón extra a su voz.
Sí.
—Ya está. ¿Era tan difícil? Es más fácil hacer tus anuncios sin que tu
voz se proyecte a nuestros tobillos.
—Taillefer, no sé a qué quieres llegar, pero sea cual sea el final del
juego, no tienes derecho a Pyrenee, ni por mi muerte, ni por tu sangre, ni
por nada —Se apoyó en el borde del escritorio, como si hubiera querido
golpearlo—. Ya no eres un heredero. Ya no eres un príncipe. Ya no eres
nadie importante. Simplemente, muchacho, tú, como Arena y Cielo, eres
mío.
—Me has nombrado repudiado, pero la única forma que eso funcione
por la traición es con un juicio. Créeme, me informé de las leyes antes de
huir de Bellringe.
Inés dejó caer el papel junto con el resto en una cascada de pruebas
de su relación con Domingu, que se remontaban al funeral de su padre.
Cuando un ambicioso hermano menor tomó a su lado a un niño devastado
y le habló de todo lo que un hermano menor podía ser. Lo que podía hacer.
—No hables mal de Alisea; ella hizo más por criarme que tú.
—Ella crio algo, sin duda. Creo que es mi derecho como esposa
despechada utilizar ese término cuando se habla de la mujer que se acostó
con mi marido —respondió Inés como si Taillefer no empuñara un
cuchillo.
Su sonrisa se amplió.
Sus ojos la siguieron mientras Inés y el arma cruzaban hacia las cajas
de frascos, que estaban pulcramente apiladas y tan altas que rozaban el
corpiño de su vestido. Domingu no necesitaba mucho para envenenar el
vino de la boda, tres frascos como máximo. Más de un centenar estaban
allí tranquilamente, su pantano de fuego y su extracto de cicuta. Había
suficiente allí para matar hasta la última alma de este continente con el
mecanismo adecuado. Una buena cantidad en una fuente de agua popular.
Barriles de vino. Sagardoa. Cualquier número de salsas populares en toda
la región. Los vehículos eran tan interminables como discretos.
—Sólo hay dos maneras de que esto termine para ti, mi traicionero y
repudiado vástago. O mueres o deseas estar muerto.
Taillefer resopló.
—Me veo en ti. Y por eso, no puedo dejar que tengas éxito. Tienes
menos experiencia, sí, pero sigues siendo muy, muy peligroso.
Una sonrisa se deslizó por su rostro y por una vez Taillefer se vio a
sí mismo devolviendo la mirada, ambiciosa, implacable. De pie frente a su
duro trabajo, trabajado a la sombra de su dolor por su padre.
Se estaba muriendo, sí. Pero había llegado demasiado lejos para que
éste fuera el final.
Con todas las fuerzas que le quedaban, Taillefer lanzó las dos velas
del escritorio contra los frascos.
Pero para llegar allí, tenía que pasar por el escritorio y Taillefer estaba
preparado.
Cayó casi con la misma fuerza que Nikola, disolviéndose con un golpe
y una arcada cuando la tintura se puso a trabajar en su tráquea.
—Sólo deseo que tu muerte haya sido tan lenta y dolorosa como la
que le diste a padre. Púdrete en las estrellas, reina.
Capítulo
57
Tenían el aspecto adecuado.
Pero, a medida que el sol brillaba sobre el horizonte y las agujas del
Itspi se encontraban en algún lugar al frente, su vestimenta se volvió tan
crucial como su ritmo vertiginoso en una misión.
Koldo, con la túnica marrón bronceada y las calzas, los puños en las
muñecas de cuero a juego con la vaina de la cintura para su espada y su
daga. Ula, enfundada en las ropas de seda del Señor de la Guerra y con la
cabeza cubierta, con la barbilla en alto, decidida, obviamente importante,
incluso cuando se le veía a través de la bruma de la oscuridad antes del
amanecer. Y Luca, vestido con el sombrero de ala y la lona blanqueada por
el sol de todos los bandidos del Señor de la Guerra, con un pañuelo al
cuello. Transportaba a la prisionera, atada a él con una cuerda de la misma
manera que había sido transportado por Ula no hacía mucho tiempo.
¿Sabes cuántas veces nos dijo que vendrías por él? ¿Cuánta fe tenía
—tiene— en ti? Casi podría arrancar su amor por ti del aire y cortarlo en
rodajas para la cena, era tan sólido. Él te ama y tú lo amas, Amor verdadero,
así de simple.
Tal vez por eso el amor no encajaba tan a menudo en la ecuación real.
Una vez que hubiera plena luz, no podría acurrucarse así. Así que
Amarande aprovechó los últimos momentos que tenía. En una sutil
rotación, presionó los besos en cualquier lugar que pudiera alcanzar. A su
columna vertebral. En el omóplato, uno y luego el otro. En el cuello. De
nuevo, detrás de la oreja uno, dos. Ella asentó la curva de su garganta sobre
el hombro de él, su barbilla se posó en su clavícula y sus labios resecos en
su oreja.
—Luca, pase lo que pase con mi madre, con Inés, te quiero. Por favor,
escúchame cuando te digo que, si fallo, no es que no te quiera lo suficiente.
Te quiero más que a nada en este mundo, aunque no lo dijera hasta que
fuera casi demasiado tarde.
—La princesa tiene razón —entonó Koldo—. Los guardias son novatos,
sí, pero tienen ojos. Nos descubrirán mucho antes de llegar a las puertas.
Sospecho que Geneva tiene un jinete preparado para recibirnos. A partir
de este momento, debemos asumir que estamos siendo vigilados.
Amarande sabía que era demasiado pedir que todo esto se resolviera
en conversaciones y negociaciones. Con promesas verbales y luego con
decretos, y con el juicio y el encarcelamiento de su madre por las
atrocidades que había cometido como Señor de la Guerra
Estrellas.
—Les dije que no llamaran a mis soldados de las fronteras. Está claro
que lo hicieron de todos modos.
—No. Están en alerta por Inés. ¿Ves esos grupos? Están formando
partidas para enviarlas al campo, al acecho de cualquier señal de
movimiento de Inés.
—No cuando saben que ella puede atracar barcos en las cercanías y
enviar todo un regimiento a pie para crear una obstrucción útil entre el
puerto y su llegada al castillo.
Ula tenía razón. Las flechas vendrían también para Koldo y Luca. La
princesa cifró en uno la posibilidad de que la dejaran en pie. Dependía en
gran medida del ataque que Geneva y Ferdinand planeaban desplegar
contra Inés. Aunque Amarande dudaba mucho que Inés se echara atrás en
una invasión simplemente porque Ardenia se ofreciera a extraditar a su
princesa fugitiva.
—Tal vez, pero no tenemos forma de saber cómo han sido instruidos
por la reina madre, que los recordó. No me extrañaría que Geneva me
nombrara una amenaza con la misma facilidad con la que podría
nombrarte a ti, princesa, si le resulta ventajoso y el rey no está al alcance
de sus oídos —Ella inhaló profundamente—. Creo que tal vez nuestro
mejor curso de acción es a través de ti, princesa. Si hablas, te escucharán.
58
Estrellas, es un fantasma.
Por segunda vez en este viaje, Luca tuvo casi el mismo pensamiento.
Esta vez, viendo a alguien cuya vida conocía en lugar de alguien cuyo final
había dado.
Luca se quedó mirando al chico del caballo colina abajo con los labios
abiertos, sin que saliera ningún sonido. Amarande se endureció contra él,
el espacio entre ellos se borró. Su corazón repiqueteó contra su caja torácica
en una cadencia de aleteo contra su columna vertebral. El ritmo era
repetitivo, y casi las propias palabras. ¿Amigo o enemigo? ¿Amigo o
enemigo?
Luca sabía lo que veían los concejales. Lo que el pueblo vio desde las
gradas aún calientes del funeral de Sendoa. Lo que vieron los soldados
cuando fueron llamados a defender el Itspi.
Uno, una cabeza más alto, todo rizos oscuros y piel morena bruñida.
La otra, de pelo oscuro y pequeña.
Urtzi. Osana.
Nadie le respondió.
—Una doble muy útil para Celia, sin duda —continuó él.
Koldo asintió.
Luca no sabía nada de Ferdinand, pero cualquiera con sangre real que
careciera de ambición en este continente era ciertamente alguien de quien
sospechar.
59
El rey Sendoa siempre tenía un plan.
—Así es.
—Mi rey, tal vez el mejor curso de acción aquí es doble. Puedes hacer
desfilar a Amarande y a Luca por los terrenos del Itspi como rehenes que
has salvado del Señor de la Guerra, los habitantes del castillo se alegrarán
de ello, y luego presentarlos a puerta cerrada a la reina madre como
rehenes que has recogido para ella. Geneva estará encantada de ver a las
dos personas que amenazan su poder inmediato, en lugar de una sola.
Sí, este era el plan. Tal y como su padre lo había ideado. Jugar con los
ángulos, con todas las facetas cubiertas, lo mejor posible, utilizando las
ventajas que tenían.
—Yo estaré allí. Al igual que los demás. Escuchen con atención; esto
es lo que haremos.
Capítulo
60
El Itspi era completamente diferente a la última vez que Luca lo había
visto.
El plan de Koldo era sólido. Toda la brillantez táctica que sólo había
presenciado tangencialmente en la pantalla. Era exactamente el mejor
curso de acción para anular la amenaza de Geneva y así poder centrarse
en la amenaza de Inés y su nuevo poder, agitándose en el puerto.
Amarande se relamió los labios, sin encontrar los ojos de Luca, sólo
observando a su hermano por delante, diciendo todas las cosas preparadas
a los guardias del castillo que observaban cuidadosamente a ambos.
—Siempre, princesa.
Geneva primero.
Satordi tensó los dedos con los codos aplastando el pergamino que
había estado leyendo.
—Lo que tenían era su plan y a mí, hasta que una mujer que no habían
visto en quince años apareció convenientemente con un bastardo
masculino y un plan propio en su momento de necesidad.
Luca agarró la mano de ella con más fuerza, con la palma apretada
contra el lino de la herida y con la parte superior del brazo tocándola ahora
también; su fuerza era la de ella y quería que la utilizara.
Extendió una mano para señalar la mesa pulida que tenía ante sí,
repleta de mapas, directivas amarillentas para los reinos de Arena y Cielo,
y un nuevo trozo de pergamino con tres emblemas, León de la Montaña,
Oso y Tiburón. La apertura de Inés, sin duda.
La luz del sol bailó sobre los hombros de las túnicas de marfil del
consejo, su falta de defensa era una respuesta en sí misma.
—No lo hago.
Geneva se burló.
Satordi mordió.
—¿Qué carta?
—¿Cómo...?
—Mi rey, creo que tal vez, dada esta nueva información compartida
tanto por usted como por la princesa, sería mejor que la reina madre fuera
relevada de más discusiones sobre los planes del Rey Sendoa para Ardenia,
y el Torrente, sus lealtades, como se ha dicho, son ciertamente turbias y un
peligro para Ardenia, en mi opinión. Si cree que es prudente, llamaré a
una guardia para que se la lleve.
—Mi rey, con la guerra a las puertas, ¿entiendo que está... cediendo el
poder?
Luca sonrió.
—Con mucho gusto.
—Tal vez debería hacer que votaran para concederme Basilica. Tengo
la sangre para eso, mi primo apenas puede competir.
Todos pudieron ver que las dos dagas que Geneva había estado
sosteniendo sobresalían ahora de Satordi y Garbine. Geneva había
apuñalado a la anciana en el corazón, y estaba desplomada sobre la mesa,
sangrando por todos los papeles esparcidos sobre ella. A Satordi le había
dado en el costado, sin tocar órganos vitales, pero incapacitándolo. El
consejero principal luchó por ponerse en pie, boqueando como un pez
enganchado, antes de caer finalmente detrás de la mesa.
Geneva dio un paso hacia él, con la espada en un ángulo mortal. Los
ojos de Luca se fijaron en sus zapatos: botas, no zapatillas. Podría haber una
daga en ellos, o dos. Tal vez incluso escondido en su corpiño. Una mujer
como ella podría tener fácilmente muchas más armas escondidas.
—¿Quieres que me corten, Ferdinand? —La reina madre dio otro paso,
con la frente muy arqueada—. ¿Después de todo lo que he hecho por ti?
Ferdinand no cedió.
Koldo. Ula. Urtzi y Osana. Justo a tiempo, a pesar del lugar imprevisto.
Taillefer.
Capítulo
61
La hoja de Amarande se endureció en su mano.
Taillefer.
Tal como estaba, eso lo puso en alineación literal con Geneva y sus
armas, enfrentándose al resto de la sala desde ambos extremos de la mesa
de consejo de forma ovalada.
—Estoy aquí para asistir a esta encantadora reunión, al igual que tú,
cachorro de lobo. Pido disculpas por mi tardanza, y el lamento es mío ya
que veo que me he perdido la parte de la programación en la que intentan
dejar de lado sus diferencias el tiempo suficiente para unirse y enfrentarse
a un enemigo común —Taillefer se dedicó a examinar el desorden de la
sala. Planos desechados, cuerpos esparcidos por el suelo, sangre vital en
varias fases de liberación. Líneas trazadas en mármol en lugar de arena. La
inspeccionó del mismo modo que una institutriz miraría la habitación de
un niño especialmente desordenada—. ¿No pudiste encontrar dentro de
aquí el unir fuerzas contra mi madre?
—¿No es así? ¿Es realmente más fácil para ti creer que un chico al que
intentaste asesinar se pondría de tu lado y no en tu contra, querida hija? —
El azul del tragaluz de los ojos de su madre brilló—. Dime, de nuevo, ¿cómo
se produjo tu atrevida fuga?
—¿Perdón?
—Supongo que has tenido éxito, si estás aquí —Le guiñó un ojo y le
hizo un gesto con el pulgar—. Un mozo de cuadra como heredero perdido
de un trono extinto es ciertamente uno de los cancioneros.
Y lo era.
¿Sin Inés? ¿Sin guerra para toda Arena y Cielo? ¿Sólo un simple
acuerdo, un apretón de manos, y una separación de caminos? No. No podía
ser.
—¡No! ¡Creo que no! —gritó Geneva, con sus espadas gemelas
chocando entre sí para enfatizar—. ¡El continente no se decidirá así! Por los
deseos volubles de los niños sin ninguna base. Estas palabras no significan
nada.
Koldo se puso en línea con su hijo, con los hombros hacia atrás y la
espada en alto.
—Lo que hice, lo hice por Ardenia —Los furiosos ojos azules de
Geneva encontraron el rostro de Amarande—. Protegí el legado de mi hija
de la amenaza del hijo de Koldo.
—Lo hice por ti. Lo hice por los dos. Lo hice para evitar la guerra. No
sabía lo que haría Inés —Geneva apuntó con una espada a Taillefer—. O
sus hijos psicópatas.
—¡No! Hice lo que era mejor para los dos cuando ella —Geneva señaló
a la generala— atacó el legado de mi hija.
Luca la agarró del brazo al pasar, pero Ula se lo quitó de encima con
furia, avanzando hacia el Señor de la Guerra, paso a paso. Por primera vez,
Geneva retrocedió, retrocediendo ante la furia de los ojos de Ula,
cubriendo esa debilidad involuntaria con una risa burlona.
—¿Quién por las estrellas eres tú y por qué te importa? Lygia no era
en realidad la Reina Elixane, maté a una humilde niñera —Su voz era todo
bravuconería, burlona, y Taillefer realmente tuvo el descaro de reírse,
completamente entretenido desde su rincón—. Has arruinado el glorioso
discurso de mi hijo despreciando todo lo que he hecho en los últimos
quince años. Deja de estropear la corriente; estoy segura de que está a punto
de pasar a la forma en que goberné con miedo y puño de hierro en el
Torrente, aunque él estuvo gustosamente a mi lado y vio arder a cada
víctima.
Ula levantó la barbilla, con la espada en alto y los hombros hacia atrás.
Luca se acercó, pero no intentó sujetarla de nuevo.
La sangre.
62
El panel volvió a ser de piedra. Todo el grupo, excepto Taillefer, se
abalanzó sobre él y lo pinchó. El tapiz había desaparecido y la pared era
completamente sólida.
Un pasadizo secreto.
Luca había vivido en el Itspi toda su vida, había peinado cada rincón
con Amarande, cada escalera, cada piso, cada rincón. Incluso habían pasado
años utilizando el montacargas de la biblioteca como su propia entrada
secreta al patio.
—Sí.
—Tenías que tentarme —Ula giró hacia él con la espada fuera y Urtzi
a su espalda—. Tengo mucho que decirte después de tu trato con Luca,
Taillefer.
Taillefer suspiró.
Luca tenía que ser rápido. Amarande no podía esperar, ni siquiera con
la ayuda de los demás. Le necesitaba a él. Y a ellos. Pero tampoco podían
perder de vista a ese chico malvado y que se acercara a los barcos que aún
permanecían en el puerto.
Fue entonces cuando Luca se dio cuenta de que no sólo había atrapado
la tela del cuello de Taillefer al inmovilizarlo, sino que le había atrapado
el cuello.
—Espera. Por favor —La voz de Taillefer era más débil aquí, y Luca
no tenía ganas de irse—. Necesito que le digas algo a Amarande.
Por mucho que odiara a este chico, Luca tenía que concederle esto.
Taillefer era de los que tienen la última palabra. Puede que ya estuviera a
las puertas de la muerte, pero Luca se la había cerrado en la cara. El viaje
a las estrellas de Taillefer corría por su cuenta.
63
Su madre tenía una espada única.
Una ventaja.
Un pasillo.
1
Es un piso formado por piezas de madera fina acopladas y dispuestas regularmente formando
dibujos variados.
El corazón de Amarande se estremeció ante la idea de que, después
de todos estos años, era ella quien perseguía a la reina fugitiva.
A veinte. A diez.
—No dejaré que vuelvas a huir. Ríndete o lucha. No hay nada más.
—No es una amenaza para ti; es una amenaza para tu chico allá arriba.
—Una amenaza para él es una amenaza para mí.
—Bien; entonces los golpearé a los dos —La furia bullía en sus finas
facciones—. Tengo un gran interés en mantener el Torrente a salvo del
imperialismo patriarcal. Ya sabes, el tipo exacto de cosa que ha dejado a
mi propia hija impotente.
—No —Amarande negó con la cabeza, con los ojos sin vacilar. Alcanzó
la antorcha más cercana, no como arma, sino para sostenerla entre ellas,
para poder leer cada centímetro del rostro de su madre—. Creíste que
ganarías el control de Ardenia y aumentarías tu dominio, Señor de la
Guerra. Juraste hasta el cansancio que amabas a Ferdinand. No. Amabas lo
que él podía hacer por ti.
—¿No lo es?
—Volví.
—¡Y me encerraste en una torre! Mantenerme prisionera no es una
relación; es manipulación. No es amor. No me amas, no importa lo que
digas. Y yo nunca podría amarte.
—¿Se supone que eso me corta, princesa? ¿Se supone que eso debe
herirme en lo más profundo? —Aunque sonreía, la expresión de Geneva
era tan fría como el peor de los inviernos pirenaicos—. Puede que lo haya
hecho en el pasado. ¿La mujer que era cuando me despedí de tu frente?
Claro. ¿La mujer que era cuando entré en los aposentos de Koldo a
medianoche y le arrebaté a su bebé dormido? Posiblemente. ¿La mujer que
fui cuando até a ese bebé a mi pecho y corrí hacia el establo, sólo para
encontrar a Lygia despierta, sanando su tos con agua hervida y miel? Tal
vez.
Geneva continuó, con la voz dura como el acero basilita que aún tenía
en su mano.
—¿La mujer que era cuando le aplasté la garganta a Lygia cuando hizo
sonar la alarma? No. ¿La mujer que era como Señor de la Guerra y la que
soy ahora? Nunca.
—Yo…
—No todas las princesas tienen un final feliz. Las reinas tampoco.
Sin decir nada más, Geneva se dio la vuelta, dejándola así después de
todos esos años.
—¡Ama!
La llamada de Koldo no era muy diferente a la de aquel horrible día.
Cuando se había lanzado hacia el prado, sola y llorando. Esta vez,
Ferdinand y Osana estaban en sus flancos. Entonces apareció Luca,
corriendo desde atrás, con Ula y Urtzi pisándole los talones.
—¿Luca?
A los pies de la cama, los otros. Ula. Urtzi y Osana. Los inadaptados
de Amarande, piratas y huérfanos y espías, se volvieron a su lado. Estaban
más limpios de lo que ella había visto nunca, descansados, también
moviéndose para ponerse de pie desde los muebles que se habían traído a
su lado desde todos los rincones de sus aposentos.
—¿Hemos ganado?
—¿Mi madre?
El título salió de los labios de Koldo de tal manera que robó el aliento
de los pulmones de Amarande.
Y con eso, la generala se puso de pie, con la luz salmón del crepúsculo
atrapando las mechas de su oscura trenza.
El resto hizo lo que se les dijo, la indicación de Koldo era tan buena
como una orden.
Osana se rio.
—Tus prioridades están siempre intactas, Urtzi —Se colgó del marco
de la puerta que conducía de la alcoba al salón con Ferdinand sobre su
hombro. Parecía haber crecido un centímetro más desde que lo conoció—
. Descansa bien, Amarande.
Luca sonrió, con esos ojos suyos del color del amanecer sobre la nieve,
tan cálidos como el atardecer de verano que había detrás.
—Por supuesto que me quedaré. Me quedaré hasta el fin de los
tiempos. Mientras me necesites, aquí estoy. Siempre, Mi reina.
*****
Y allí, solo en el silencio, el casi muerto aspirante a rey abrió los ojos.
AGRADECIMIENTOS
Este libro, como tantos otros, se gestó con cariño durante la
enfermedad, la agitación y el caos general que definió a Estados Unidos en
el año 2020. Creo que esa verdad debe ser reconocida, ante todo, porque
los libros no se crean en el vacío. Al igual que las personas y los lugares
pueden ser moldeados por el tiempo y los acontecimientos, lo mismo
ocurre con el arte.
Luego, a mi equipo de Tor Teen, que fue tan amable con mi princesa
y su amor. A mi editora, Susan Chang, por su entusiasmo y paciencia
mientras intentaba hacer bien este libro: su amabilidad, comprensión y
rapidez (¡cada vez!), hicieron que todo encajara, y estoy en deuda con usted.
A Melissa Frain, por amarlo primero. A Patrick Canfield, súper asistente,
por su cuidadoso trabajo entre bastidores. Al fantástico equipo de
publicidad y marketing, incluyendo a Giselle González, Saraciea Fennell,
Isa Caban, Anthony Parisi; el equipo social, por su orientación y ayuda
para llevar estos libros a las manos de los lectores. A Lesley Worrell, por
su magnífico diseño de portada y a Charlie Bowater, por el fantástico arte
para la portada. A la producción, incluyendo a Nathan Weaver, Katherine
Minerva, Jessica Katz, Steven Bucsok y Rafal Gibek. Y a todos los demás
en Tor Teen, ¡Muchas gracias!