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Lexis Vol.

XLII (2) 2018: 473-502

Una crónica alternativa de la conquista de México.


Otra Historia verdadera de la conquista
de la Nueva España

Rubén D. Medina
Universidad Nacional Autónoma de México

Resumen
La Historia verdadera de la conquista de la Nueva España por el capitán
Fernando Cortés es un manuscrito de 382 folios, recto y verso (signatura
MSS/2997 de la Biblioteca Nacional de España), de la autoría de Pedro
Fernández de Pulgar (1621-1697). Reconstruye los acontecimientos de la
ocupación militar de los territorios maya, tlaxcalteca y azteca por parte
de las tropas comandadas por Hernán Cortés, hasta la capitulación de la
ciudad de México Tenochtitlán. Basada en historias previas, esta versión
realiza un balance histórico e intenta abatir la “leyenda negra”, cuyo origen
atribuye a fray Bartolomé de las Casas.
Palabras clave: crónica, manuscrito, retórica, edición

Abstract
The True story of New Spain conquest by captain Fernando Cortés is a
manuscript with 382 sheets (classification MSS/2997 in the Spain National
Library). The author is Pedro Fernández de Pulgar (1621-1697). The facts
of the military occupation of the Mayan, Tlaxcaltecan and Aztec territo-
ries, by the Cortes’s troops, are reconstructed in this book, until Mexico

https://doi.org/10.18800/lexis.201802.007
ISSN 0254-9239
474 Lexis Vol. XLII (2) 2018

Tenochtitlan downfall. Based on previous stories, the perspective of this


writing is to tear down the “black legend”, supposedly created by father
Bartolomé de las Casas.
Keywords: chronicle, manuscript, rhetoric, edition

1. Introducción
El presente artículo se propone ofrecer los primeros pormenores de
un material manuscrito que se encuentra en la Biblioteca Nacional
de España: la Historia verdadera de la conquista de la Nueva
España por Fernando Cortés, elaborado por Pedro Fernández de
Pulgar. Tras una dilatada labor, el texto se encuentra en prepara-
ción para ser publicado. Las palabras que siguen intentan hacer
una semblanza sucinta del contenido de la obra y de algunas de sus
estrategias discursivas.

2. El texto y el paradigma
En la nutrida bibliografía sobre la conquista de México, los escri-
tores españoles del siglo XVII contribuyen con dos trabajos
destacables: Antonio de Solís (Alcalá de Henares, 1610 - Madrid,
1686) con su Historia de la conquista de Méjico, y Pedro Fernández
de Pulgar (Medina de Rioseco, 1621 - Madrid, 1697) con la crónica
que da pie a las presentes líneas. Con el título que escoge para su
escrito, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (en
adelante, Historia verdadera)1, Fernández de Pulgar hace evidente
su visión de la historia. Actitud temeraria, sin duda, pero Fernández
de Pulgar asume la verdad por sobre las historias de primera mano
como la de Hernán Cortés y la de Bernal Díaz del Castillo. Deja

1
Pedro Fernández de Pulgar, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España.
S/l, s/a. BNE mss/2997. La clasificación de la biblioteca la presenta como “Conquista de
la Nueva España por Fernando Cortés”; sin embargo, me parece clara la intención del
autor —explícita en el folio 1r, que se constituye como portada del trabajo puesto que en
él se consignan título íntegro y dedicatoria— de llamarle Historia verdadera.
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claras, además, las dianas hacia las que dirige los dardos de su verdad:
la primera, el escrito del viejo soldado castellano, con respecto al
cual manotea el título, lo expropia y lo subraya (la que presenta,
desde la perspectiva de su hacedor, equivale a una versión corre-
gida y aumentada de la veracidad). El otro blanco al que apunta, y
que acaso le interesa corregir con más vehemencia, es la mencionada
Historia de Solís. Sucesor inmediato de este en el cargo de cronista
mayor de Indias (desde 1686 hasta el final de sus días), Fernández
de Pulgar desliza, por aquí y por allá en su Historia verdadera, crí-
ticas contra la reconstrucción de la conquista escrita por Solís. Los
motivos de tal acrimonia parecen delatarse solos; al menos, en parte.
Heredar el nombramiento obliga al heredero a mejorar la hacienda.
Y la figura de Antonio de Solís era, en sus días, muy ilustre. Prosista
reconocido, historiador que se atreve con el pasaje de la conquista
de México en forma mesurada y, en lo posible, objetiva, drama-
turgo amigo y colaborador de Pedro Calderón de la Barca (con
quien traduce El pastor de Fido de Giovanni Guarini) y aun poeta
conocedor del oficio,2 representaba un desafío de mucho peso para
su sucesor. Aunque se defiende Fernández con denuedo, como pro-
sista y como historiador parecería perder el combate. La prosa de

2
Prefiere el tema religioso por formación y por moda. En este soneto puede advertirse
su aprendizaje de la muchedumbre de poetas religiosos españoles e hispanoameri-
canos del tiempo. Pero puede observarse también una huella personal, por ejemplo, en
la búsqueda de rimas no convencionales como las que se construían, incontables, con
inflexiones verbales: “¿Hasta cuándo mi torpe desvarío / abusará, Señor, de tu clemencia?
/ Que parece que aprendo en tu paciencia / más libertad que diste a mi albedrío. // Juzga,
corrige, enmienda el error mío / antes que se pronuncie la sentencia. / No llegue, en mi
postrera negligencia, / la primera señal de tu desvío. // Tú me diste tu imagen: mi pecado
/ la borró. Mas, ¡ah, triste! no perezca / tu retrato en mi ciega destemplanza: // vuelva
a imprimir tu sangre lo borrado / y, para que la imagen permanezca, / defiéndame de
mí tu semejanza” (Solís 1843 XXII). Este otro soneto igualmente da testimonio de sus
buenas maneras de poeta: “El curso de los años repetido / gasta la edad con natural vio-
lencia, / y el tardo amanecer de la prudencia / conoce el tiempo cuando le ha perdido.
// La mitad fue del sueño y del olvido, / la otra mitad, o error o negligencia; / mas, ¡oh
vivir!, dificultosa ciencia, / ¿quién en toda una vida te ha sabido? // Duran los días, ¿pero
quién percibe / su duración, si es menos inconstante / la intrepidez de nuestra fantasía?
// ¿O qué importa el durar, si solo vive / el que sabe acertar aquel instante, / principio y
siempre del eterno día?” (Blecua 1984: 365).
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Solís es mucho más cuidada y rica, y su visión histórica más pano-


rámica, más generosa y más informada. Bastarían unas cuantas citas
(que el espacio de esta disquisición no permite): por ejemplo, del
pasaje de la matanza de Cholula narrada por ambos cronistas, para
advertir esas diferencias (Solís [1684] 1970: 166-167; Fernández:
165v-166v).3
Pero no es Antonio de Solís el único objetivo de la crítica de Fer-
nández. A este lo acusa a veces de omisiones o de ligerezas — “digo
que no sé cómo compone Solís el dar título a esta acción de resolverse
a prender a Motezuma de resolución heroica” (190v)... “pasó don
Antonio Solís los límites de su profesión, y así erró enormemente”
(199v)—, de permitir que los lectores interpreten a su leal entender
la historia, —“ni la civil ni la sagrada deben ser interpretadas libre-
mente”, parecería decir con índice inflexible de dómine severo—,
de timorato en asuntos de doctrina — “por todo lo cual, pues, Solís
deja al juicio del que leyere este punto... y repruebo el [punto de
vista] de Solís, que dice que no halla razón de congruencia política
o cristiana para que se perdonasen tantos inconvenientes” (200r-
200v)—, y de limitado —“si hubiera ponderado Solís con verdadera
inteligencia este suceso, le hallara muy creíble” (200v)—. Su cen-
sura, en ocasiones invectiva, como puede verse, se enfoca en varios
escritores a quienes denuesta por una supuesta falta de mesura, que
tasa en función de su visión particular de la historia y de los vectores
políticos que operaban en su tiempo.
Por ese motivo, también Bernal Díaz del Castillo ocupa su aten-
ción y recibe reproches. No puede restarle méritos como soldado:
su historia como participante en las tres expediciones oficiales al
territorio continental desde Cuba no admiten regateo, y, de manera
muy subrayada, su aceptación sumisa del papel de peón leal en los
tableros bélico y político bajo las órdenes de Hernán Cortés le
resultan cualidades de muy crecido valor. Defensor de la idea de
algo así como un destino providencial, según puede colegirse con

3
En adelante, cito la Historia verdadera de Fernández de Pulgar solo por folios; en este
caso, por ejemplo, 165v-166v.
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frecuencia de su escrito y según declaración explícita, la asunción


del papel que la suerte asigna a cada quien constituye una de las más
altas virtudes del ser humano. A los capitanes toca mandar y a los
soldados, obedecer; a los reyes, gobernar; y a los vasallos, acatar,
según esa lógica, tal como pontifican estas palabras: “Nacen los súb-
ditos para obedecer y no especular los decretos de los superiores”
(14v). Como soldado, entonces, como pieza del ajedrez bélico
(“peón ladino” diría Borges) el desempeño de Bernal no le merece
recriminación a Fernández; no le dedica los elogios que parecerían
innegables, puesto que todos los dirige al capitán Cortés, pero al
menos nada le echa en cara. Ya con respecto a la Historia de Bernal
la historia es otra. Le concede el valor de un testimonio... limitado;
y, más o menos, la dirección de su voluntad al esclarecimiento de la
verdad, no sin bemoles: “Conque parece que por asegurar la verdad
escribió Bernal Díaz del Castillo, como conquistador y cuasi testigo
de vista. Pero no está libre de censura, como luego se verá” (12r).
Pese a ello, una lectura ligera del libro del soldado castellano4 es
suficiente para percibir la fuerza narrativa del protagonista y para
advertir su cautela con respecto a la presentación de la verdad his-
tórica. La repetición de expresiones equivalentes a “yo no lo vi”,
“no me consta” prueban tal cuidado. Y lo prueban más aún las
enmiendas que el propio Bernal realizó de una versión a la otra de
su escrito, como en este pasaje:
Otra cosa dijo el Pedro de Alvarado, y esta sola cosa la dijeron otros
soldados, que las demás pláticas solo el Pedro de Alvarado lo con-
taba, y es que no tenían agua para beber, y cavaron en el patio e
hicieron un pozo y sacaron agua dulce, siendo todo salado también;
todo fue muchos bienes que Nuestro Señor Dios nos hacía. E a
esto del agua digo yo que en México estaba una fuente que muchas
veces, e todas las más, manaba e tenía agua algo dulce. Estas cosas y
otras sé decir, que lo oí a personas de fe y creer que se hallaron con
el Pedro de Alvarado cuando aquello pasó.

Dejo de lado la hipótesis de Duverger (2015), quien propone que la autoría de la


4

Historia verdadera de la conquista de la Nueva España no es de Díaz del Castillo sino de


Hernán Cortés. Me parece insostenible.
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Nota 8. Alvarado se justifica señalando posibles prodigios o reve-


laciones divinas que confirmasen que actuaron correctamente en la
matanza del templo... El propio Bernal incluía en el texto primitivo
una referencia a la intervención maravillosa de la Virgen María y
del apóstol Santiago, que luego tachó; también eliminó la referencia
(difundida supuestamente por el padre Las Casas) a la codicia de
Alvarado; ambas tachaduras, obviamente, figuran en la edición
impresa (Serés, 2011: 462 n.).

Bernal se cuida mucho de afirmaciones indemostrables a la


luz de la historia, y su cuidado se acentúa cuando los hechos que
menciona atañen a pasajes coyunturales para la apreciación de
las decisiones que tomaban los responsables y que determinaron
el derrotero de la conquista, además, desde luego, de las expre-
siones tocantes a la doctrina cristiana. Creyente de buena fe, en
su escrito trasparece el respeto sincero a las figuras ideológicas y
emblemáticas del catolicismo. Muy probable es, en cambio, que
en cuestiones de menor monta se haya explayado, acaso de más,
y hasta haya llegado a inventar,5 por ejemplo, en la descripción de
sitios, de personajes y de incidencias. Los ojos encandilados de
quien presencia una realidad que sobrepasa la imaginación ejer-
cieron —parece probable— presión poderosa para engrandecerla,
para magnificar las experiencias y para colorear su relato: no es lo
mismo decir que Diego de Ordaz tenía una yegua —así, sin más—,
que decir que era suya “una yegua rucia machorra, pasadera, y
aunque corría poco” (Díaz [1632] 2011: 91). Pero en esa procli-
vidad al adjetivo se apuntan, en principio, los valores literarios de
su libro. Cortés y Bernal se deleitan en la descripción de sitios. El
retrato que ambos hacen del tianguis de Tlatelolco, por ejemplo,
da fe de ello. Ambos se solazan en el recuerdo y dan testimonio de
la magnitud, de la riqueza, de la “policía” que imperaba allí (Díaz
[1632] 2011: 330-331; Cortés 2009: 136-140). Y aunque la represen-
tación de ese mercado responde, en los dos casos, al asombro ante

5
Son varias las voces que lo califican como el narrador fundacional de América Hispá-
nica. Carlos Fuentes (1990: 71), por ejemplo.
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lo insospechado, resultan obvias las diferencias (las cuales, por otra


parte, bastarían para atribuir a cada escritor la autoría de su propia
obra y no a Cortés la de ambas, aparte de otros detalles de mayor
valía). La escritura del capitán obedece al esquema de la relación,
esto es, al informe que se envía a la superioridad. Imposible que no
se trasluzca en ella el pasmo (Cortés era consciente del tamaño de
su hazaña y de la magnitud de su conquista), pero escribe movido
por intereses políticos y aun por la necesidad de defenderse de los
ataques de sus detractores. A diferencia de este, Bernal escribe para
regodearse en el recuerdo —y en la exageración fantasiosa—6 y para
quejarse un poco de su suerte. Conocedor de las cartas escritas por
su jefe y también de la historia que este ordena escribir a Francisco
López de Gómara, no muestra empacho en reproducir pasajes con-
vividos con aquel y en calificarlos con sus propias sensaciones. Por
ejemplo: “Digo que traían tantos dellos a vender aquella gran plaza
como traen los portugueses los negros de Guinea […] de la manera
que hay en mi tierra, que es Medina del Campo, donde se hacen las
ferias, que en cada calle están sus mercaderías por sí; ansí estaban en
esta gran plaza...” (Díaz del Castillo 2011: 330 – 331). Esta y otras
afirmaciones semejantes son expresiones más inclinadas a mani-
festar admiración que a redactar un reporte, con clara tendencia a la
búsqueda retórica de la hipérbole.7
No bastan, sin embargo, las cualidades de una narración directa
y emotiva para que Fernández de Pulgar permita la salida de su par-
ticular purgatorio de historiadores a Bernal. Lo salva, en cambio,
la opinión que de él formula fray Juan de Torquemada: “A Bernal
Díaz del Castillo le vindica el padre Torquemada en el Libro cuarto,
capítulo IV de su Monarquía indiana, que dice: ‘Yo conocí en la
ciudad de Guatemala a Bernal Díaz del Castillo en su última vejez,
y era hombre de todo crédito, etc.’” ([1615] 1975: 14v). Lo ve, de

6
Afirma que los comerciantes aztecas vendían pieles de tigre y de león; no existían en
América antes de la Conquista.
7
En su sentido de “exageración o audacia… que consiste en subrayar lo que se dice al
ponderarlo con la clara intención de trascender lo verosímil, es decir, de rebasar hasta lo
increíble el ‘verbum proprium’” (Beristáin 1985: s. v. Hipérbole).
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todos modos, con menosprecio. Bernal justifica la escritura de su


Historia por el propósito de repartir la gloria de la conquista del
territorio más grande, más rico, más promisorio y menos imaginado
por la España imperialista. No fue solo el capitán, dice, el artífice
de la gloria. Los soldados, por igual cabos que rasos, merecen men-
ción y reconocimiento. En términos generales, Hernán Cortés
no menciona a sus colaboradores y eso encorajina a uno de ellos,
Bernal, que, de paso, se siente mal remunerado, viejo, menospre-
ciado, olvidado. Pero el reproche contraría a Fernández de Pulgar,
que reclama en exclusiva la honra para Cortés, con una admiración
que raya en veneración sin cortapisas. Aun aquellos detalles que
Bernal menciona como al desgaire y que abonan para la configu-
ración cabal del extremeño resultan soslayados en el manuscrito
del cronista mayor de Indias si estos desvelan la faceta negativa del
capitán. Así, verbigracia, el pasaje del escrito con carbón en la pared
de la casa de Coyoacán, en el que se relata cómo cansados de esperar
la parte del botín que consideraban suyo después del saqueo final de
México Tenochtitlán, las huestes españolas, representadas por una
voz anónima, se lamentan: “¡Oh qué triste está la ánima mea hasta
que todo el oro que tiene tomado Cortés y escondido lo vea!” (Díaz
[1632] 2011: 692);8 también la alusión suspicaz de la muerte de la
Marcaida en extrañas condiciones: “también le pusieron [a Cortés]
por delante la muerte de Catalina Juárez la Marcaida, su mujer”
(Díaz [1632] 2011: 793). Un ejemplo más es el de la muerte en cir-
cunstancias por igual extrañas del licenciado Luis Ponce, encargado
de fincar juicio de residencia a Cortés por la muerte de su mujer y
por varias otras acusaciones: “Que luego que se comenzó a tomar la
residencia quiso Nuestro Señor Jesucristo que por nuestros pecados
y desdicha que cayó malo de modorra el licenciado Luis Ponce […]
Pues como fue muerto y enterrado […] ¡oír el murmurar que en
México había de las personas que estaban mal con Cortés y con
Sandoval! Que dijeron y afirmaron que le dieron ponzoña con que

8
La leyenda dice que se trataba de un dístico: “Tristis est anima mea / hasta que la parte
vea”. La cita bíblica, parodiada en el muro de la casa de Cortés, de Mateo, 26: 38.
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murió, que ansí había hecho [Cortés] al Francisco de Garay” (Díaz


[1632] 2011: 925-926).
Mucho más allá de la indulgencia, puesto que esta implicaría
el reconocimiento de culpas en Cortés, y mucho más allá de la
justificación de su conducta en atención —por ejemplo, a las cir-
cunstancias—, el encubrimiento de esta información por parte del
cronista mayor obedece, sin duda, al propósito principal de su
manuscrito: purificar de toda falta la imagen histórica de Cortés y,
con ello, colaborar con su aportación en la justificación de la Con-
quista y del imperio católico español; sobre todo, si se considera que
un propósito elemental del escrito de Fernández de Pulgar es el de
disminuir los efectos de la leyenda negra, iniciada, según el propio
riosecano, por fray Bartolomé de las Casas.9 En el ambiente cultural

Dice el manuscrito: :
9

quien mas ensagrento La pluma fue el Ob.po de chiapa d fr Bartolome de las casas,
o Casau, en differentes escritos. copio algo de el, el R. P.e fr Fran.o Mazedo en el
Propugnaculo. Lusitano gallico. imitale Hieronimo Benzon Milanes. q imprimio
Bry lib2 de la aMerica, eyô el contrapunto un escritor, q saco el ano 1612 un libro
intitulado: Recentes historias novi orbis. en otra impreʃion se intitula, urbano Cal-
veton, historia Latina, traducta es Benzone cum annotationibus a estos aʃʃienten
otros […] Si estos authores pudieran sepultarᶴe en el olvido, era lo que merezian,
pero como esto no es fazil; ya que andan en manos de muyos, vaya el veneno, con
su antidoto, y aora, por lo general, pondre esta precauzion, Con Augusto Vis-
chero, en su discurʃo Historico Politico de la election de el Emperador, pag. 5. aun
q los herejes dize, comunmente vozean, q el imperio hispanico en los indios, es
injusto, por q el fin que tubieron los mas capitanes, y Legados, fue una insaziable
avarizia, y no la enmienda, y converʃion; sino la evaʃion, y destruction de estos
amplissimos Reynos, y para esto se valen de el testimonio de B.me de las Caʃas,
Obp.o Espanol, en la Relazion de la destruction de la indias. Pero los Catholicos
xpanos no ignoran, y las historias con continuada serie abundantemente testifican,
q los Catholizissimos Reyes de España, nunca se dejaron, ni se dejan llebar, de el
appetito de dominar, sino de procurar la Salud de las almas, no de la avarizia de
el oro, como estilan los herejes, derribando tantos obispados, abbadias, monaste-
rios, etc., q es una hambre execrable; sino de una codizia de sacar las almas de las
gargantas de el demonio. no por appetito de gloria mundana, y transitoria; sino de
la Eterna, y q ha de durar para siempre, no finalmente por vengarse de los indios;
sino de el comun enemigo, q anda por todas partes, como leon, buscando a quien
tragar, y todo esto perfezionô. y perfeziona felizissimamente el Moderno Catho-
lizissimo Rey, ayudado de el auxilio y trabajo, de los P.pes de la compania de Jhs
(y lo mismo puede dezir de otros Religiosos, de las demas ordenes, y ecctesiasticos
seculares) q no perdonaron, ni perdonan, a su propria sangre; sino q estubieron
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de España, en su balanza de poderes, en la crisis del siglo XVII,


la apología resultaba urgente. Pero aun con respecto a Antonio de
Solís la contribución de Fernández de Pulgar es, más bien, exigua.
Carece, en comparación con aquel, de los recursos retóricos
necesarios para dibujar a cabalidad la compleja personalidad del
extremeño. Un ejemplo de ello es lo siguiente: cuando Fernández
da cuenta de la actitud de Cortés ante la inminencia de la celada en
la ciudad de Cholula (165r-v), aliada de los aztecas y enemiga de los
de Tlaxcala, desperdicia la oportunidad de resaltar un aspecto deter-
minante en sus éxitos militares: la astucia diplomática para doblegar
el ánimo del enemigo y las virtudes de semiólogo que le permiten la
lectura de los hechos sociales (Todorov 1989: 106-136).
En contraste, Solís saca provecho del relato de ese momento
con maestría retórica. Los indicios implícitos de su personaje, las
reticencias, la hipérbole y hasta el retruécano (“con reparar sin
atender”) proponen un personaje sagaz, calculador aun en trances
de desesperación al borde de la fatalidad. Estas son sus palabras:
Llamó Cortés a los embajadores de Motezuma, y con señas de inti-
midad, como quien les fiaba lo que no sabían, les dijo que había
descubierto y averiguado una gran conjuración que le tenían armada
los caciques y ciudadanos de Cholula […] Y añadió que no sola-
mente lo sabía por su propia especulación y vigilancia, pero se lo
habían confesado ya los principales conjurados, disculpándose del
trato doble con otra mayor culpa, pues se atrevían a decir que tenían
orden y asistencias de Motezuma para deshacer alevosamente su
ejército, lo cual ni era verosímil ni se podía creer semejante indig-
nidad de un príncipe tan grande […] Los embajadores procuraron
fingir como pudieron que no sabían la conjuración, y trataron de
salvar el crédito de su príncipe siguiendo el camino en que los puso
Cortés con bajar el punto de su queja. No convenía entonces des-
confiar a Motezuma ni hacer de un poderoso, resuelto a disimular,

apparejados a derramarla por la salud de las almas, y lo estan, porq han convertido
infinitas almas de Barbaros, a la verdadera, y vivifica fee, y por ella muchos han
padezido martyrios, como lo testifican Las historias, y las Cartas, q han escrito
muchos y se han publicado, y los que cada dia vienen de los Reynos de las indias
etc. (16 r y 16 v).
Medina • Una crónica alternativa de la conquista de México 483

un enemigo poderoso descubierto; por cuya consideración se deter-


minó […] castigar la obra en sus instrumentos y contentándose con
reparar el golpe sin atender al brazo10 (Solís [1684] 1970: 165).

No está exenta de cualidades la Historia verdadera de Pedro


Fernández de Pulgar. La mayor de ellas, me parece, consiste en el
juicio de las historias previas y en la confrontación de los escritos.
Subyace a este examen una hipótesis histórica, por supuesto. De esa
manera intenta pasar por el tamiz de su propia visión de la historia
las apreciaciones de quienes la juzgaron con anterioridad, inclu-
yendo, como queda dicho, a los propios protagonistas. Desde este
punto de vista, Fernández de Pulgar representa una visión novedosa
de la historia, cercana a la moderna. Lejos de reconstruir aconte-
cimientos desde la memoria personal o de algún actor, emplea el
procedimiento de acopiar —y, por desgracia, también de copiar—
información extraída de una seleccionada bibliografía. Sus autores
preferidos (Cortés, Díaz del Castillo, Gómara) menudean en sus
referencias por otra parte jamás señaladas con comillas y, si acaso,
indicadas con un “esto Fulano”. Alguna lectura clerical, por ahí
una transcripción de algún historiador antiguo, alguna cita que evi-
dencia su cultura de bibliófilo.11
Pero el favorito por encima de todos es fray Juan de Torque-
mada. En la Monarquía indiana (1975) entra a saco y sin anuncio ni
registro hurta tiradas desmedidas (es el caso, por mencionar el más
notorio, de la copia textual que aparece del folio 327r al folio 370r; o
sea, una copia de cuarenta y tres folios a dos caras, sin referencia).12
Tratándose de un manuscrito que no llegó a las prensas, se impone

10
Modifico la puntuación.
11
“Su bibliofilia le llevó a crear dos magníficas bibliotecas que, reunidas y donadas por
él a la Catedral de Palencia poco antes de su muerte, forman la que, no muy acrecentada,
disfruta hoy el cabildo de aquella Santa Iglesia” (Cuesta 1951: 12).
12
Toma Fernández de Pulgar extractos a veces de muchas páginas, como puede verse en
la relación que sigue, del volumen II, libro cuarto de la Monarquía indiana de fray Juan de
Torquemada (a excepción de una cita expresa que procede del libro tercero). A esta obra
corresponden las referencias, muy pocas veces citadas (consigno los casos en que aparece
la referencia, así sea difusa), que se permite el cronista. Me ha simplificado en gran medida
la labor de localización la edición digital que ha realizado el Instituto de Investigaciones
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la atenuante de que el autor pudo haber realizado enmiendas. En


el documento, como está, se presenta como una larga copia, sobre
todo en los capítulos finales.

3. La circunstancia del manuscrito


La Historia verdadera de Fernández de Pulgar es explicable por el
ambiente en que se escribió, como cualquier texto. De su urdimbre
es posible tirar a fin de identificar las circunstancias políticas,
sociales, económicas en que se produce. A continuación, algunas
reflexiones en torno a este tema.
Aun tratándose de un manuscrito, no deja de ser extraño que el
de Fernández de Pulgar carezca de fecha. Tal falta podría verse justi-
ficada por la esperanza del autor de ver el texto en letras de imprenta,
de modo que el impresor se encargara de esa tarea y consignara el
pie editorial: ciudad, casa impresora y año. Como queda claro, no se
produjo el acontecimiento, y el legajo de 382 pliegos a dos caras se
conservó sin más datos que los que pueden inferirse de su ­contenido

Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México, consultable en la siguiente


dirección: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/monarquia/

Es de advertir que hay extensas copias en que el autor introduce una decena de pala-
bras propias. Aun así, el original es de Torquemada. Esta es la relación, en que presento
el número de folio del manuscrito seguido de las páginas de la edición digital.
F
olios: 34v (con cita), pp. 255-256; 171v (con cita), libro tercero, p. 416; 172r-73r (sin
cita), pp. 144-146; 173r-173v (sin cita), pp. 146-147; 174r-175v (sin cita), pp. 148-150;
175r-176r (sin cita), pp. 150-51; 200v-205r (sin cita), pp. 168-173; 207v-209r (sin cita), pp.
173-175; 209r-211r (sin cita), pp. 173-179; 215r (con cita), pp. 179-180; 227v (sin cita), p.
273; 239r-240r (con cita), pp. 188-189; 248r-248v (con cita), p. 184; 248v (con cita), pp.
185-186; 275r (sin cita), p. 194; 257v-260v (sin cita), pp. 196-200; 262v-263r (sin cita), pp.
201-202; 276r bis-276v bis (sin cita), pp. 215-216; 279v-280r (con cita), pp. 214-215; 280r
(con cita), p. 215; 280v (con cita), pp. 273-274; 284v (con cita), pp. 213-214; 285r (con
cita), p. 217; 290r (sin cita), pp. 217-218; 291v (sin cita), p. 211; 292v-294v (sin cita), pp.
218-221; 295r-298v (sin cita), pp. 222-230; 301v (sin cita), p. 231; 310v-312v (sin cita), pp.
235-239; 313r (sin cita), p. 239; 313v-314v (sin cita), pp. 239-241; 315r-315v (sin cita), pp.
241-243; 316r-316v (sin cita), pp. 244-245; 323r-323v (sin cita), pp. 245-246; 324r-324v
(sin cita), pp. 247-248; 327r-370r (sin cita), pp. 249-310; 370r (sin cita), p. 312; 370v (sin
cita), p. 313; 373v (sin cita), p. 313; 375v-381v (con cita), pp. 320-327.
Q
uien coteje ambas obras, el manuscrito de Fernández de Pulgar con la Monarquía
indiana, advertirá con facilidad el plagio.
Medina • Una crónica alternativa de la conquista de México 485

o de la biografía del autor. Del contenido poca información que


conduzca a la datación puede esperarse. Se centra en el recorrido de
Hernán Cortés desde su estancia en Cuba hasta la capitulación de
la ciudad de México Tenochtitlán; el procedimiento de narración es
cronológico, como conviene a un relato histórico convencional, y no
hay referencias que delaten el momento de la creación. Tampoco las
virtualidades lingüísticas aportan mucha información. Aunque hay
expresiones que determinan dialecto y norma, por ejemplo, resultaría
poco técnico definir un período de la transformación del castellano
con base en el empleo de alguna palabra o de alguna peculiaridad
sintáctica. Por tanto, no hay más opción que recurrir a las noticias
acerca de la vida del escritor, que tampoco son muchas. La única
conjetura posible es que el volumen fue escrito en la segunda mitad
del siglo XVII, a juzgar por la época en que el historiador ostentó
el cargo de cronista mayor. No hay más pistas. Inclusive aquello
que en una primera lectura genera expectativas se desvanece con
rapidez. Así sucede con la mención de “don Pedro de Moctezuma,
que aún vive” (277r). Claro: es una cita —declarada a medias— de la
Historia de la conquista de México de Francisco López de Gómara.
Pedro Tesifón de Moctezuma y de la Cueva, conde de Moctezuma
por decreto de Felipe IV, había muerto en 1639. Pudo el autor tener
noticia de él —el conde muere cuando Fernández cuenta con die-
ciocho años—, pero lo cierto es que no lo menciona por su cuenta,
sino como parte de una cita sin referencia. La sola posibilidad de
ubicar el texto, en suma, se deriva de la biografía del cronista.
Si la deducción no fuera descabellada (y si lo fuera, de todos
modos, es la única posible), el entorno del infolio pertenece al
reinado de Carlos II, el Hechizado. Se produce, por tanto, en el
contexto de una España en crisis, simbolizada por la propia figura
de un rey incapacitado en lo mental y en lo físico para ejercer el
gobierno. A las graves dificultades sociales que distinguen los rei-
nados de Felipe III y Felipe IV (abuelo y padre de Carlos II), habrían
de sumarse momentos de incertidumbre en que el rey se convierte
en figura de paja y la Corona pierde el control de España y de sus
posesiones ultramarinas. Circunstancias en verdad poco favorables
486 Lexis Vol. XLII (2) 2018

para el optimismo y para la fe en el futuro. Anulado el lazo que


dotaba de coherencia al imperio hispánico, esto es, disminuido el
poder hegemónico de un monarca a cuyo control se sometía toda
decisión de importancia, como ocurría en los reinados de Carlos I
y Felipe II, parecería que el imperio quedaba al garete con peligro
inminente de naufragio, y que lo advertían las clases política y culta.
Ante tal ausencia de dirección, se antojarían probables dos posturas:
el examen riguroso de las circunstancias a fin de reconocer fallas y
proponer remedios, o la vuelta de la mirada —un tanto evasiva—
hacia atrás, con el propósito de lamentar que “todo tiempo pasado
fue mejor” y de distinguir los mecanismos que propiciaron épocas
heroicas. Sin suponer que estas dos actitudes son exclusivas entre
sí, parecería que la Historia verdadera de Fernández de Pulgar se
decanta por la propuesta de efectuar una revisión de los orígenes
históricos del imperio, con objeto de reproducirlos y de recrearlos
en su calidad de ejemplos, y depone cualquier actitud crítica de
análisis y de proyecto; actitud conservadora, por otra parte, que,
lejos de plantear la subversión histórica del concepto de nación y
lejos de someter a juicio la gestión gubernativa del rey, se plantea
la refundación de los muros de la patria, “si un tiempo fuertes, ya
desmoronados”, sobre los cimientos de glorias pasadas.
Desde esa mirilla política (la que incide en el presente) e histó-
rica (la que busca en el pasado), toca a Hernán Cortés convertirse
en el emblema, en la piedra angular de la restauración. En la piedra
angular y en la piedra de toque, en tanto que su imagen consti-
tuirá el catalizador para contrastar la valía (y, con ello, para tasarla
también) del heroísmo español después de dos siglos de la gesta
­fundacional de la Nueva España. No faltaban modelos, desde luego.
La historia española del siglo XVI cuenta con una multitud de per-
sonajes voluntariosos (héroes, stricto sensu) en los terrenos político,
militar, religioso, artístico; pero a Fernández de Pulgar le resulta
en particular atractiva la personalidad de Cortés y su aporte en la
construcción de un imperio cuya extensión superaba la de todos los
conocidos hasta ese momento. Las causas quedan apuntadas: su fe
en una organización social en pirámide, desde la punta de la cual
Medina • Una crónica alternativa de la conquista de México 487

se giran directrices; la labor denodada y disciplinada en la edifica-


ción de esa estructura por parte de todos los agentes, desde el más
encumbrado hasta el más obscuro, igual que en una colmena a cuyos
integrantes mueve el instinto de conservar el grupo; la creencia en
la imposición de pensamientos que se juzgan verdaderos —los
dogmas religiosos son quizás los más trascendentes de ellos—; y la
defensa de una moral, que no de una ética, que preconiza el derecho
y la obligación que asisten al fuerte para ejercer tutela sobre el débil.
Por otro lado, controversial como es en sí misma, la figura his-
tórica de Hernán Cortés exigía una revisión para validar la columna
vertebral de la economía peninsular. Consecuencia de corruptelas
como la venta de nombramientos civiles y eclesiásticos, de pésimas
gestiones administrativas, del estancamiento científico y técnico, y
aun de costumbres seculares como la negativa de nobles e hidalgos
a ganarse la vida trabajando, las finanzas españolas (con la repercu-
sión natural en la situación de las colonias) zozobraban. No habían
desembocado en el desastre total merced a las pingües remesas que
llegaban a la Corona desde el otro lado del Atlántico. Las ingentes
cantidades de metales preciosos y de materias primas sostenían, así
fuera con alfileres, la hacienda nacional pese a las equívocas adminis-
traciones de los Austrias y sus validos. En la producción de recursos
americanos, suficiente apenas para mantener el inflado organismo
burocrático en ambos lados del océano y la voracidad de boato de
las cortes real y virreinales, se cifraba la garantía de una endeble
estabilidad y, en buena medida, de la sobrevivencia pacífica. Sin
posibilidades de variación, tal statu quo se preservaba en la Nueva
España por el monopolio de las funciones administrativas en manos
de peninsulares (con el disgusto de criollos y mestizos, como habría
de verse andando el tiempo), pero exigía argumentos que la justifi-
caran. La revalidación de la Conquista y de los derechos de usufructo
que había generado, en su calidad de obra redentora de almas desca-
rriadas, representaba una buena coartada. Vilipendiado y censurado,
Hernán Cortés era una pieza inútil en esa estrategia; elevado a la altura
de prócer, de generador de un nuevo estado, constituía el emblema de
la pujanza española y reivindicaba la justicia del atraco.
488 Lexis Vol. XLII (2) 2018

Por último, ya que no es la intención de estas líneas calar a fondo


en los entresijos del siglo XVII, sino solo resaltar algunos aspectos
que tocan de cerca y ayudan a explicar el manuscrito que aquí
se juzga, sería necesario considerar también la función social del
escritor en el período previo al nacimiento de los burgos —y de los
burgueses—, llamados a convertirse en los motores económicos de
una nueva disposición social, caducos el modelo medieval del feudo
y el esquema renacentista de supremacía nobiliaria. En las parti-
cularidades de este último molde, el de la primacía de los nobles,
germinan los rasgos distintivos de la Historia verdadera escrita por
Pedro Fernández de Pulgar.
Superada la obligación primaria del escritor novel o poco (re)
conocido, o sea, la de encauzar sus esfuerzos de creador a la mayor
gloria de su benefactor, el título de cronista mayor aseguraba una
cierta independencia. En el entendido de que el nombramiento
se otorgaba tras una larga carrera, después de vencer muchas
oposiciones y luego de mostrar adhesión institucional plena, la
autonomía del historiador no representaba peligro ninguno para la
monarquía ni para la Iglesia. Más aún, el cronista real se convertía
en brazo armado —así fuera de péñola— del aparato de gobierno,
en proclamador de dogmas y en difusor del discurso oficial. Los
escritores contestatarios, los artistas opuestos al régimen, echaban
mano de argucias para encubrir críticas y protestas (innumerables
pasajes proporcionan la literatura y la pintura hispánicas del siglo
XVII para ilustrar el recurso); disfrazaban el significado real con
dobles sentidos, con elementos de disyunción referencial (Morin
1974: 127-130)13 o, de modo más tajante, se ocultaban en el anoni-
mato o en el seudónimo. Unos, los institucionales, solían gozar de
prebendas y de holgura económica; los otros, no.

13
Un ejemplo clásico del recurso de disyunción referencial en un texto del siglo XVII
se encuentra en El buscón, en el pasaje que habla de los cardenales: “Por éstas y otras
niñerías, estuvo preso; aunque, según a mí me han dicho después, salió de la cárcel con
tanta honra, que le acompañaron doscientos cardenales, sino que a ninguno llamaban
‘señoría’” (Quevedo [1626]1969: 71).
Medina • Una crónica alternativa de la conquista de México 489

4. La retórica del manuscrito. Un apunte


En el fondo de cualquier escrito existe una intención persuasiva,
aunque, claro, pesa mucho más en un discurso político o en un
sermón que en un poema lírico. De todos modos, aun en la comu-
nicación en apariencia más trivial se intenta la imposición de ideas;
es el ejercicio del poder en la comunicación cotidiana. El escrito de
Fernández de Pulgar se cubre con una apariencia de reconstruc-
ción de acontecimientos, pero se propone, sobre todo, aleccionar
en materia de religión, de moral y de política. La recapitulación
histórica en su obra adquiere sentido en razón de la interpretación
de los hechos y a efecto de valorarlos desde la perspectiva de sus
consecuencias. Rehúye, no obstante, la disquisición filosófica con
respecto a temas embarazosos como, por ejemplo, la legitimidad de
la Conquista. En la disyuntiva —acaso representada paradigmáti-
camente por Francisco de Vitoria y Juan Ginés de Sepúlveda— del
posible contraste de ideas en ejercicio de dialéctica civilizada a fin
de llegar a la verdad, o de la imposición de dogmas por las buenas o
por las malas, Fernández se inclina sin más por la segunda opción.
Pontifica, así, acerca de derechos y obligaciones naturales; el señor
rige y el siervo acata o el capitán ordena y el soldado ejecuta, como
queda dicho. Lo hace también con respecto a conceptos religiosos
(en el cristianismo está la verdad; no en otras creencias), en relación
con la organización política de las comunidades (por ello, jamás
cuestiona el régimen monárquico de la cultura azteca), en torno a
valores éticos (es pecado inmolar seres humanos como ofrenda para
dioses; no lo es cuando el fin consiste en acrecentar la creencia en
uno solo, cuando el homicidio se realiza ad maiorem Dei gloriam).
En una escala de valores que concuerda por completo con la de la
Iglesia posterior al Concilio de Trento, Fernández de Pulgar escribe
su texto con el propósito básico de adoctrinar, emparejando de este
modo el objetivo final de la narración histórica con la práctica del
púlpito; después de todo, ambos, sermón y relato (en el de ficción
no hay ni por qué pensar) parecerían proceder de un común origen,
el del entrenamiento en la palestra:
490 Lexis Vol. XLII (2) 2018

La virtus más general del discurso se halla contenida en el adverbio


bene dicere, y el fin más general del discurso consiste en persua-
dere. También la narratio, naturalmente, tiene que tener esta virtus
y servir a este objetivo. Dentro del fin general de persuadere hay
que considerar como fin específico de la narratio el docere… y el
movere. Pero el docere es imprescindible y nuclear… y a él sirven
las tres virtutes necesarias… dentro de las cuales el delectare y
movere desempeñan una función auxiliar (Lausberg, 1975: 266).

Obvio parecerá a quien lea las páginas del escrito de Fernández


que no se ha propuesto delectare a sus lectores. Enseñarles, persua-
dirlos y moverlos (docere, persuadere et movere eos), sí. Enseñarles
la verdad histórica de la gesta fundacional de la Nueva España,
convencerlos de los beneficios que produjo a la humanidad como
cruzada catequética y de la potencia de la religión católica y de la
casta hispana, y alentarlos —moverlos— a la defensa de la fe y del
imperio en momentos que se vislumbraban aciagos. Por ello, hasta
gestos y actos dignos de censura desde la perspectiva del teólogo
inflexible que se agazapa atrás de comentarios y apostillas apa-
recen atenuados, se soslayan o se justifican mediante la esgrima
retórica de la explicación o en atención a la conquista de un bien
que —con sofismas por argumentos— se presuponen supremos
con razonamientos de premisa mayor adulterada. Esto es: sobre la
base sin pruebas de que la doctrina católica es la verdadera, de que
la salvación del ser humano depende de su conocimiento, de que
es obligación de todo cristiano divulgar su convicción, el autor de
esta Historia verdadera valida la imposición de una cultura sobre
otra a la que se aniquila, y la práctica de la violencia para llegar
a tal fin. Nada nuevo, en realidad. Fernández de Pulgar encarna
las ideas de su clase en su tiempo. Pero parece preciso consignar
estos recursos y esta visión a modo de muy apretado compendio
de su concepción del discurso histórico-literario y de su finalidad
docente. En el propósito de enseñar, de desvelar hechos y revelar
su verdad —la considera universal y en eso se equivoca, es solo su
verdad—, estriba su punto de vista de la estética. El deleite (delec-
tare), según esa apreciación, se vuelve complemento y resultado del
Medina • Una crónica alternativa de la conquista de México 491

conocimiento (docere), de manera que la belleza (de nuevo, según


esa visión) no radica en la organización de los componentes de un
discurso (función poética) ni menos aún en el deleite producido a
los sentidos (como en las artes no poéticas), sino en la obtención de
saberes y en el hallazgo de la verdad.
Subsumidos en ese proyecto, otros procedimientos palidecen. A
la distancia de dos siglos, los hechos que se cuentan en esta Historia
verdadera pertenecen al dominio generalizado de los letrados; en
realidad, al material de Fernández le queda vetado el impacto de
la auténtica revelación. Después de las Relaciones (s/f S. XVI) de
Cortés, de la Historia de López de Gómara (1552), de la Historia
verdadera de Bernal (probablemente 1568) y de otras obras escritas
por protagonistas (los Comentarios reales del Inca Garcilaso y
los Comentarios de Álvar Núñez, por ejemplo), a las posteriores
crónicas de la Conquista no les quedaba más remedio que adoptar
un papel antifónico y, si acaso, interpretativo o valorativo; inclu-
sive trabajos tan inmediatos de los sucesos como la Monarquía
indiana, en la parte que corresponde a la llegada y presencia de
los conquistadores, tienen que recurrir a las fuentes originales
y reiterar la narración. Absorbidos por la finalidad didáctica, los
recursos estilísticos, las estrategias de presentación narrativa, las
figuras del narrador, el planteamiento de la temporalidad —que con
otros constituyen la dispositio clásica— y hasta las tácticas de pre-
sentación del discurso que modifican la forma y dan testimonio de
un uso poético del lenguaje quedan preteridos y subordinados a
un fin magisterial. Como queda apuntado líneas arriba, la Historia
verdadera de Bernal —que menciono en este punto puesto que sig-
nifica la referencia paradigmática de la que aquí se presenta— es
muy superior en ese aspecto. Díaz del Castillo no intenta prac-
ticar el magisterio, por descontado que se propone persuadir, pero
desea, quizás con más ahínco, participar de una memoria, compartir
recuerdos y maravillar (delectare) a sus lectores con la remem-
branza. Este fin, el de provocar admiración, aunado a su intuición
de relator-novelista, lo obliga por necesidad a echar mano de argu-
cias que le garanticen la atención creciente de sus lectores. Es muy
492 Lexis Vol. XLII (2) 2018

amplio su bagaje de medios narrativos: la descripción detallada de


lugares, la relación de acontecimientos (en especial, los de carácter
bélico), la reticencia irónica con respecto a hechos que le incon-
forman y, muy en particular, el bosquejo de personajes, a quienes
representa con indicios explícitos e implícitos tanto en sus pro-
cederes como en su aspecto (canon renacentista). Baste recordar,
como ejemplo, el acabado retrato del tlatoani Moctezuma (por no
hablar del de Hernán Cortés). Dedica a la composición del perso-
naje el capítulo XCI (Díaz [1632] 2011: 321-329); Fernández, una
veintena de líneas (179r). Pero, al margen de la extensión —que no
deja de ser significativa por aquello de que ex abundantia cordis
os loquitur—, se distinguen con claridad dos proyectos de litera-
tura. En Bernal el boceto es poliédrico, en tanto que toca múltiples
aspectos de la apariencia y, en particular, de la conducta y de las
costumbres de Moctezuma. Su dibujo, por otra parte, además de su
colorido narrativo, esboza un personaje complejo y polifacético, de
modo que nos plantea la contradictoriedad, la humana sutileza del
monarca augusto y del hombre pusilánime, espantado por el mis-
terio de lo ignoto y de los meandros del sino. Así adquiere vigor,
por contraste, como paradoja, el pasaje en que ese mismo personaje
a quien nadie se atreve a mirar cara a cara sea lapidado por una mano
anónima, firma colectiva de la desaprobación.14 Acaso, en efecto, la
descripción que elabora el soldado se aleja de las costumbres de la
época.15 Tal vez el alejamiento es deliberado: impactado por la pre-
sencia de un personaje al que los conquistadores subyugan en el
terreno militar y bélico, Bernal, paradójicamente, no puede evitar
mirarlo hacia arriba (de rodillas él, de pie el personaje, como en
las epopeyas griegas) y lo describe bajo los principios de un canon
personal, guiado por su instinto narrativo. De todas maneras, el
canon de descripción física al que parece adherirse Díaz del Castillo

14
Gesta similar a la de Fuente Ovejuna, cuatro décadas antes de que naciera Lope.
15
Serés opina que tal “semblanza... no se ajusta a las convenciones del género, pues
pasa de una cosa a otra por asociación, concomitancia o contigüidad; por ejemplo, de
la limpieza corporal a la moral, apuntando de paso, por concomitancia, sus costumbres
sexuales y hábitos vestimentarios” (2011: 321).
Medina • Una crónica alternativa de la conquista de México 493

c­ oncede igual importancia a lo físico que a lo moral: es renacentista.


En ese aspecto, el esquema que traza Fernández de Pulgar corres-
ponde a modelos anteriores.
Como era de esperarse de acuerdo con su actitud magisterial,
en los proemios de la Historia verdadera de Pedro Fernández de
Pulgar se concentra la intención de su relato. El proemio es el sitio
natural del exordio, que a su vez “es el comienzo del discurso. El
objetivo del exordio es ganarse la simpatía del juez (o, en sentido
más amplio, del público) hacia el asunto del discurso, defendido
parcialmente” (Lausberg 1975: 240). A la manera de los tribunos,
Fernández de Pulgar expone desde un principio el punto en contro-
versia que quiere ventilar y la solución por la que opta. Su postura,
eso sí, es clara y honesta. Aquí, por ejemplo:
escribo en este libro La Conquista de Mexico. grande empreʃa, y
dignissima de La memoria de toda La posteridad. y q mereze dezirse
con toda verdad, assi porq depende de ella El dominio Justo. q tienen
los catholicos Reyes de la nueva España. Como por la gloria de el
Conquistador fernando Cortes. resplandezieron en este heroe La
prudenzia. y el valor. y aunq comunm.te donde ay mas prudenzia,
y valor, suele andar escaʃa la fortuna. en cortes andubo liberal La
fortuna, y quiso competir con su valor, y prudenzia. o digamos, que
le gobernaba con espezialidad La divina providenzia inspirandole,
tan peculiarmente Las actiones, q ni las podra prevenir prudenzia
humana, ni el mayor valor emprenderlas y menos perfezionarlas. ni
de la buena fortuna se podian esperar. (177r)

Seguido de explicaciones, de argumentaciones, de


amplificaciones,16 el planteamiento general de los exordios propone
de entrada una postura con respecto a una controversia. El discurso
de esta laya pertenece más bien al ámbito del pleito jurídico o de la
discusión forense que al de la reconstrucción histórica o del relato

16
Lausberg: “Al exordium sigue ahora la participación (parcial) a los jueces del estado
de la causa (que hay que demostrar en la argumentatio) … Esta comunicación se llama
πρόθεσις. Su fin es… proponere… quae sis probaturus. La narratio es, pues, la exposición
detallada, parcial, encarecedora, de lo que de manera ceñida y escueta se expresa en la
propositio” (1975: 260-261).
494 Lexis Vol. XLII (2) 2018

literario; sin embargo, posee la cualidad de transparentar desde el


inicio la finalidad de una disquisición. En este caso, según confe-
sión de parte, la demostración de “el dominio justo que tienen los
católicos reyes de la Nueva España”, “la gloria del conquistador
Fernando Cortés” y la manifiesta intervención de “la divina pro-
videncia inspirándole tan peculiarmente las acciones, que ni las
podía prevenir prudencia humana, ni el mayor valor emprenderlas
y menos perfeccionarlas, ni de la buena fortuna se podían esperar”.
En suma, el aspecto retórico de la Historia verdadera de Fernández
de Pulgar guarda relación más estrecha con el debate forense que
con la disposición estética o con el empleo de la lengua poética.

5. La práctica de la imitación y de la copia


Cobró prestigio en el Renacimiento. La emulación de modelos
prestigiosos constituía un reto que muchos escritores asumieron,
y son célebres algunos casos. Sor Juana, por ejemplo, era imitadora
contumaz. Su Primero sueño pudo y debió haberse llamado, sin
más, El sueño (Alfonso Méndez Plancarte evitó publicarlo con el
ordinal en su edición de la Biblioteca del Estudiante Universitario
de la UNAM); la intención de numerarlo —atribuible a sus pri-
meros editores, puesto que ella refiere, en su Respuesta al obispo
Fernández de Santa Cruz, que “no me acuerdo haber escrito por
mi gusto sino es un papelillo que llaman El sueño” (Sor Juana 1976:
471)— se debía a la esperanza de que la jerónima escribiera otros y a
que se advertían como modelo las Soledades gongorinas. Otro tanto,
el título de su drama Los empeños de una casa, que guarda un volun-
tario parecido con el título de la obra de Calderón, Los empeños de
un acaso. Y más muestras en la obra de sor Juana, que alguna vez
inclusive se pasa de tueste y copia a plenitud. La imitación era, sin
embargo, un modo de tributo. Se imitaba a los escritores consa-
grados, a quienes se trataba de emular o de superar. Son conocidos
los intentos exitosos, además del de sor Juana imitando a Góngora:
Boscán imitando a los poetas italianos y aun a algún catalán como
Ausiàs March, Matías de Bocanegra imitando a Calderón, Juan de
Medina • Una crónica alternativa de la conquista de México 495

Palafox y Mendoza imitando a San Juan; pero con seguridad los fra-
casos habrán sido mucho más numerosos. Los poetas cuya imitación
constituía un desafío y cuya emulación garantizaba un apreciable
galardón (Góngora, Quevedo, Calderón, Lope, sor Juana misma y,
de modo muy especial, los clásicos griegos y latinos) personificaban
también una piedra de toque rigurosa que dejaba al descubierto el
metal de que estaba hecha la lengua poética que los remedaba. Solía
ser, por ello, un envite para poetas prominentes:
Por ese motivo, la imitación no solo era juzgada como actividad
propia de ingenios reducidos, sino que, por el contrario, se creía
reservada a los auténticos poetas de calidad —aquellos que osaban
imitar a los universalmente reconocidos porque se consideraban
aptos para ello—, al grado de que el Brocense llegó a considerar
“que no (se) tiene por buen poeta al que no imita a los excelentes
antiguos” (Valencia 2005: 15).

Aunque se practicó de modo sistemático durante el Renaci-


miento17 y la costumbre de la imitación-emulación perduró por
siglos, “en los albores del romanticismo alemán” decayó (Alatorre
2003: 35). Cobró valor, entonces, la originalidad. Y aun en las
ocasiones en que un poeta o un prosista se inspiraba en los procedi-
mientos de otro, desvelaba su modelo y presentaba su trabajo como
un “homenaje a...”:
No es que los poetas de estos dos siglos [XIX y XX] se hayan abste-
nido ya de imitar a los anteriores a ellos, pero lo hacen, por así decir,
al margen de su quehacer verdadero, como simples pasatiempos,
y cuando los imprimen suelen hacerlo al final de todo, como en
apéndice: “Traducido de Catulo”, “Imitación de John Donne”, “A
la manera de Mallarmé” (Alatorre 2003: 35).

17
“La doctrina sobre la imitación (mimesis) en la Poética de Aristóteles, redescubierta
y celebrada por los humanistas italianos, es bastante compleja, pero el uso acabó por
recortarla y simplificarla, de manera que imitación vino a significar la adopción de ideas
e imágenes de los poetas ‘clásicos’ (los consagrados). Así, por ejemplo, el mérito número
uno de Virgilio era haber ‘imitado’ en su Eneida a Homero” (Alatorre 2003: 35).
496 Lexis Vol. XLII (2) 2018

En lo que respecta a las crónicas de la Conquista, la imitación


y, más que ella, la reiteración resultaba inevitable. Como queda
dicho arriba, la originalidad en la relación de descubrimientos y de
conquistas era potestad casi exclusiva de los protagonistas. Los epí-
gonos tenían que documentarse en sus testimonios y extraer de ellos
información y aun apreciaciones de carácter emotivo, pues parece
difícil que alguien ayuno de experiencia propia, alguien que no haya
visto personajes, sitios o hechos, alguien que no haya presenciado la
gesta del descubrimiento y la conquista fuera capaz de interpretar
el impacto sensorial y psicológico con intensidad sino a través de
la mirada del actor. Hubo, por ello, a fin de no asumir el papel de
seguidor o discípulo, quien prefirió transitar por otras vertientes de
la historia, reconstruir la gesta desde el punto de vista de los per-
dedores (desde la visión de los vencidos), como fray Bernardino
(Sahagún 1989: 717-809), o emprender el camino de la configuración
conceptual de un nuevo mundo, maravilloso también en su aspecto
natural, como Gonzalo Fernández de Oviedo (Gerbi 1978: 310-363).
Resulta fácil comprender el deseo de emular a escritores acredi-
tados. Por más compleja que sea la “doctrina sobre la imitación” —y
sí lo es—, su procedimiento tiene un principio no tan complicado,
sin embargo. Pretende reproducir esquemas, tropos (metáforas y
metonimias, sobre todo), temas y, en suma, estrategias propias del
lenguaje artístico. Pero sobra decir que en esa práctica el modelo
sirve de base de una creación en que habrán de imponerse la inven-
ción y la marca del retador. Lo contrario daría como resultado la
copia, plagio o reproducción, según la intención de quien repro-
duce. No obstante que la idea de plagio parece haberse afirmado
después del romanticismo, existe en la naturaleza de los escritos la
exigencia básica de una cierta originalidad. Esto es: lo menos que se
puede pedir a un escritor es que sea capaz de hablar con sus pro-
pias palabras. Aun en el caso de la escritura científica, tan precisada
de préstamos y de citas, la diferencia entre la copia y la erudición
puede ser, a veces, el uso de comillas. Pero también en el ámbito de
la escritura científica, con legitimidad puede exigir un lector que
existan, al menos, visos de novedad. Novedad en el enfoque, en
Medina • Una crónica alternativa de la conquista de México 497

el uso de fuentes, en la emisión de juicios de valor y, como mínimo


requerimiento, en el pensamiento propio.
La Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de
Pedro Fernández de Pulgar reproduce, sin pizca de variación, frag-
mentos —enormes en ocasiones— de sus fuentes. La Monarquía
indiana de fray Juan de Torquemada se lleva la palma. Fernández
la convierte en su botín y le birla grandes parrafadas.18 No lo hace
así con ningún otro texto. Ni con las Cartas de Cortés ni con la
Historia de Bernal, a pesar de su valor de testimonio original, y eso
parece significativo. A Cortés no lo copia porque su escrito pre-
tende erigirse en pedestal del marqués del Valle y absurdo resultaría
copiar las palabras del homenajeado, porque los documentos corte-
sianos son más conocidos que otros (la Monarquía de Torquemada
y la Historia natural y moral de Acosta, por ejemplo) y porque él
mismo les reconoce carácter de alegato reivindicativo. A Díaz del
Castillo tampoco lo copia, aunque por razones diferentes. Bernal,
inclusive leído en la versión alterada que publicó fray Francisco
Remón, representa su antípoda, un punto de vista opuesto, en tanto
que exige el reconocimiento de méritos para sí y para el resto de las
huestes españolas, y la aceptación de que la empresa gigantesca de
la dominación fue obra colectiva. A ellos dos no los copia, pero a
otros los reproduce palabra por palabra o con ligeras variaciones, y
se cuida muy poco de indicarlo,19 de modo que su Historia parece
obra tramada con hilvanes que unen, según su decisión, partes más
o menos extensas de textos consagrados, en particular, aquellos que
apuntalan el enfoque crítico que pretende defender. De acuerdo con
las convenciones de la época, declara —solo a veces— que emplea
palabras ajenas; usa para ese fin la fórmula “esto fulano”, aunque
deje al lector la tarea de distinguir o de adivinar los límites de la cita.

18
Parrafadas o páginas, según queda apuntado en la nota 12 de este trabajo.
19
Cuesta (1951) se equivoca: “Pero si la mayor parte de los manuscritos son originales
del cronista, no puede afirmarse otro tanto con el contenido de ellos, pues utiliza la obra
ajena abundantemente, aunque con la honradez de citar siempre la procedencia” (16).
Las citas de la procedencia se reducen a la expresión “esto”, seguido del nombre del
autor de las palabras que transcribe. Sin embargo, no acostumbra el uso de comillas. Ni
siquiera indica siempre el uso de palabras ajenas.
498 Lexis Vol. XLII (2) 2018

No es despreciable el trabajo, a pesar de lo anterior. Dos ate-


nuantes lo amparan e impiden tachar algunas de sus partes, de
plano, como plagio. El primero: se trata de un manuscrito que no
llegó a publicarse, es decir, algo así como un pecado que no llegó a
cometerse o un crimen que no se perpetró. Los preparativos para
la imprenta habrían forzado al autor a una revisión concienzuda y
quizás a la depuración de los “préstamos”. El segundo (creo que de
mucho más peso): inclinado por la función docente de la narración
por encima de la recreativa, como he dicho antes, el autor hace uso
de recursos que le permitan allegarse elementos de construcción de
una hipótesis (“el dominio justo que tienen los católicos reyes de
la Nueva España”, “la gloria del conquistador Fernando Cortés”
y la manifiesta intervención de la divina providencia) y que a su
vez operen como argumentos probatorios de sus asertos. Esta estra-
tegia, aunada a una flaca capacidad creativa, le permite ejercer de
dómine, ya que no de creador.

6. Coda
Resguardado por la Biblioteca Nacional de España en su sede
madrileña de Recoletos, el material sobre el que aquí se diserta es
un manuscrito de 382 folios escritos a dos caras. No es posible saber
si su autor manuscribió algunas páginas, pero sí que son varios los
amanuenses (al menos tres, uno de los cuales probablemente es el
novohispano Carlos de Sigüenza y Góngora [Cuesta 1951: 16]). De
la lectura detenida de este infolio es posible inferir que se propone
dos fines preponderantes:
(1) Persuadir a sus lectores acerca de la legítima conquista y
posesión de los reyes de España sobre territorios ameri-
canos (“el dominio justo que tienen los católicos reyes
de la Nueva España”), lo cual explica, además, la dispo-
sición retórica de su escrito a manera de reconstrucción
histórica y de discurso forense, alternadamente. Con
ello, de acuerdo con los postulados de la retórica clásica,
se propone convencer, conmover y mover a acciones
Medina • Una crónica alternativa de la conquista de México 499

­consecuentes, de manera particular en momentos de frágil


gestión administrativa de los territorios coloniales.
(2) Para lograr ese fin, Pedro Fernández de Pulgar se impone
la tarea de socavar el valor histórico de la obra de Bernal
Díaz del Castillo, cuya actitud crítica con respecto a
Hernán Cortés significa, aparte de una insubordinación
bajo el punto de vista del cronista mayor, una descalifi-
cación de la figura histórica del capitán, y Cortés, desde
su misma perspectiva, constituye el pilar del esquema
político del espíritu conquistador y de la institución
monárquica.
La Historia verdadera de la conquista de la Nueva España
de Pedro Fernández de Pulgar, a pesar de las claras inclinaciones
conservadoras del autor (aspecto que automáticamente resta
objetividad a su crónica), posee un alto valor en la historia de la his-
toriografía y en la historia de la literatura. En cuanto a la historia de
la historiografía, constituye un ejemplo de los procedimientos cien-
tífico-históricos distintivos del siglo XVII, puesto que transparenta
los recursos de que se vale para llegar al conocimiento y para lograr
la reconstrucción del pasado; esto es, el proceso de acumulación
documental y el del contraste de los documentos, pese a que —como
ya se ha dicho— tal contraste se realice mediante el balanceo de
pesos específicos; esto es: unos documentos valen más que otros,
por no hablar de los que quedan soslayados en absoluto (la crónica
indígena recopilada por fray Bernardino de Sahagún, por ejemplo).
En el aspecto histórico de la literatura, la obra de Fernández de
Pulgar representa también un prototipo; ejemplifica el lapso en que
la crónica —como relación de hechos sociales que se organiza bajo
un esquema temporal canónico, a diferencia de la novela— adquiere
valor de palestra para la difusión de saberes y para el examen del
transcurso comunitario; falta mucho para que se presente en escena
la crónica periodística y el análisis sociológico, pero son escritos de
la naturaleza de esta Historia los que plantan los cimientos de aque-
llos, así sea para enmendar sus estrategias.
500 Lexis Vol. XLII (2) 2018

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Recepción: 28/06/2017
Aceptación: 4/05/2018
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