Alfareria y Urbanismo
Alfareria y Urbanismo
Alfareria y Urbanismo
Introducción
De acuerdo con los arqueólogos, la alfarería y la cerámica eran conocidas hace más
de 6000 años por las culturas amerindias, de manera que muchas comunidades
elaboraban recipientes, instrumentos musicales y otros elementos útiles para la vida
diaria, a partir de la arcilla y el fuego. Además, algunas culturas americanas
recurrieron a la alfarería y a la cerámica para la construcción de sus templos y
ciudades. Ejemplo de esto son las culturas olmeca, maya y azteca. Los primeros
incluyeron el ladrillo de manera modesta en los templos y palacios que construyeron
entre el año 1500 a. C y el siglo II de nuestra era, obras en las que predominan la
piedra y el adobe, pero en las que ya está presente el ladrillo, aunque de manera
secundaria. En el Viejo Mundo, fueron los sumerios quienes cocinaron los primeros
ladrillos. Ellos los emplearon de manera similar a los olmecas, es decir, como
material de construcción poco predominante, en medio de grandes cantidades de
adobe y/o piedra.
Entre los siglos VII y IX de nuestra era los mayas construyeron templos y palacios
con ladrillos de diferentes tamaños y enormes dimensiones, estas obras las
adelantaron en Comalcalco y en otras ciudades del estado mexicano de Tabasco:
Entre los aztecas el uso del ladrillo para la construcción era tan común en el siglo
XV que lo vendían en los mercados. Durante la Conquista de México, el joven
Hernán Cortez reportó la venta de ladrillos y adobes en el impresionante mercado
de la Gran Tenochtitlán (la ciudad más grande del mundo de su tiempo), en medio
de piedras y otros materiales de construcción. De modo que el ladrillo en América,
era conocido mucho antes de que llegaran los españoles: tres mil años antes por los
olmecas; ocho siglos antes por los mayas; y como relató Cortez, su uso se hallaba
muy extendido entre los aztecas cuando él dirigió la cruenta conquista de México.
Si bien todas las culturas amerindias recurrían a la alfarería para elaborar vasijas,
recipientes y otras piezas útiles de cerámica, no todas recurrían al ladrillo para sus
construcciones, puesto que la relación entre las culturas amerindias y los
ecosistemas siempre fue lógica y armónica, de manera que los arquitectos
indígenas recurrían (y aún lo hacen) a los materiales locales para la construcción de
sus diseños. Por esto en América encontramos malocas de madera y palma en
donde abundan los materiales vegetales, como en el Amazonas; complejos
arquitectónicos en piedra donde hay piedra, como en el asombroso Machu Picchu
de los incas; arquitectura de adobes secados al sol en los desiertos, como las
viviendas de los indios puebla en Nuevo México; y arquitectura en ladrillo donde hay
arcilla y madera (o carbón) que permita hornear los ladrillos, como los ya
mencionados templos y palacios mayas de Comalcalco, donde se fabricaron
ladrillos en gran- des cantidades, precisamente porque la naturaleza no ofrecía otros
materiales pétreos para la construcción, o se agotaron esos recursos tras siglos de
explotación.
Cuenta Gustavo Wilches Chaux (2006) que cuando Gonzalo Jiménez de Quezada
llegó a la Sabana de Bogotá, se encontró con un asentamiento bien consolidado,
llamado Bacatá por los nativos, que era la capital geopolítica de los muiscas. Narra
además, que al poco tiempo los europeos ya se habían instalado en medio de la
población, pero los muiscas se sintieron invadidos , e incendiaron las casas de los
españoles que ardieron rápidamente, pues estaban construidas como ya se dijo,
con palma y con paja.
En 1492 llegaron los españoles y todo cambió, (…). Las casas comunales fueron destruidas
y el bohío debió acoger sólo viviendas unifamiliares, entonces, poco a poco y mientras
ayudaban a construir las casas de los señores blancos, (los indígenas) asimilaron las
tipologías y técnicas hispanas: la tapia pisada, el adobe, el ladrillo, la teja cerámica y la
La llegada de los europeos generó entre los muiscas una catástrofe de carácter
arquitectónico y social. Arquitectónico porque las casas comunales fueron
destruidas y reemplazadas por viviendas unifamiliares; y social, porque el concepto
muisca de vida comunitaria, que se reflejaba en su arquitectura, fue destruido. Fue
además una debacle urbano-ambiental, puesto que la disposición de las casas
comunales y su ubicación, que respondía a los ecosistemas locales fue ignorada por
completo por los invasores, y se borró para siempre la estrecha y armónica relación
que existía entre el hábitat muisca y los ecosistemas del entorno (quebradas, ríos,
humedales y bosques nativos). La invasión tuvo además efectos desastrosos sobre
la flora y la fauna de la Sabana de Bogotá. La introducción de especies animales y
vegetales, como los cerdos que trajo consigo Belalcázar, las vacas y caballos que
introdujo Lebrón, las ovejas que traía Alfonso Luis de Lugo, las gallinas del capellán
del ejército de Federmán, Juan de Verdejo, así como el trigo con el que Elvira
Gutiérrez, en 1542, montó la primera panadería de la ciudad, incrementaron
notablemente el consumo de leña para asar carnes rojas y hornear pan, y
fomentaron la tala de los bosques nativos para establecer los potreros requeridos
para la cría del ganado (Martínez, 1976: 34-36), (Molina, 2000: 5).
“Cuando Humboldt (1803) estuvo en la capital, anotó con sorpresa y dolor que entre Tunja y
Bogotá casi no había bosques, que los árboles se habían talado para hacer potreros,
alimentar chircales, chimeneas y cocinas” (Molano, 2005).
Chircal
La palabra chircal proviene del nombre del árbol que se empleaba como leña para
hornear tejas, tablones y ladrillos durante la época colonial: el chilco Baccharis
latifolia, arbolito que aún crece en el pie de monte de los cerros orientales, donde
encuentra las condiciones ambientales (como humedad y suelo arcilloso) que
fomentan su crecimiento y desarrollo. La relación entre el nombre del árbol que
sirvió de leña, y el horno para cocinar tejas y ladrillos, la hacen Tobón y Rufino José
Cuervo, y se encuentra en los Apuntes lexicográficos sobre la industria del ladrillo
en Bogotá de Luis Simbaqueba:
Las fábricas de ladrillo o ladrillares son chircales. Tobón (Colombianismos, 91), registra este
vocablo como de uso corriente en Boyacá y Cundinamarca; vale tanto como ‘tejar’ o ‘ladrillar’.
Cuervo registra para Bogotá chircal como ‘tejar’, y chircaleño como ‘tejero’. Cuervo conjetura
que la formación de este término se debe a evolución fonética (Apuntaciones § 808): “Chircal
decimos al tejar, adobería o ladrillar; y chircaleño al tejero ¿se buscarían para los tejares los
sitios abundantes enchilco (Boccharis chilco de Humboldt y Bonpland) para emplearlo como
combustible?” Según el mismo CUERVO, chircal y chircaleño, se han formado por
disimilación inversa de L > R; de chilco, chircal y no chilcal, “cuando se olvidó la relación
entre el primitivo y el derivado” (Simbaqueba, 1958: 59).
“Los ricos estratos de arcilla de los cerros orientales estimularon la fabricación de ladrillos
para muros, pisos, tejas, utensilios y vasijas diversas, cuyas primeras fábricas y talleres se
ubicaron en las laderas de Guadalupe, en el barrio de Santa Bárbara” (CIFA, 2000: 140).
“La leña extraída de los cerros orientales era un producto de primera necesidad en Santafé.
Era tal su importancia para el sustento de la ciudad que, en la primera mitad del siglo XVI se
fijó un servicio obligatorio a las comunidades indígenas para aportar a la ciudad una cuota
determinada en cargas de leña, que recibió el nombre de mita de leña” (CIFA, 2000: 140).
“También relatan los historiadores que al poco tiempo de asentarse los conquistadores en los
cerros, comenzaron a crecer allí barrios ‘informales’, asociados ‘desde los primeros años al
trabajo de la población marginada, consistente en el abastecimiento de leña y agua, y la
explotación de chircales y tejares necesaria para la construcción y para el funcionamiento de