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Jornadas Internacionales Literatura, Artes, Revolución y Poder en América Latina

Actas de las Jornadas Internacionales Literatura, Artes, Revolución y Poder en


América Latina / compilación de Catalano Agustina; Rocío Fernandez. - 1a ed. - Mar
del Plata: Rocío Fernandez, 2022.
Libro digital, PDF

Archivo Digital: descarga y online


ISBN 978-987-88-4013-0

1. Crítica Literaria. I. Agustina, Catalano, comp. II. Fernandez, Rocío, comp. III.
Título.
CDD 807

Hecho el depósito que indica la Ley 11.723

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ISBN 978-987-88-4013-0
Marzo, 2022

Las I Jornadas Internacionales "Literatura, Artes, Revolución y Poder en América Latina"


se realizaron gracias al auspicio de la Universidad Nacional de Mar del Plata, Facultad
de Humanidades.
Los trabajos aquí compilados fueron sometidos a un proceso de arbitraje llevado a cabo
por los miembros del Comité académico de dichas Jornadas.
Discurso trans y figuraciones de lo animal en la narrativa de Camila Sosa Villada

Matías Pardini
Universidad Nacional de Mar del Plata

En este trabajo se busca dar cuenta de las formas que adopta lo animal en la narrativa
de Camila Sosa Villada, partiendo del supuesto que la animalidad, así como también la
problematización del binomio humano-animal – al que se sumarían otros como puede
ser el de hombre-mujer – forma parte de una discursividad trans que ha tomado
impulso en los últimos años, y entre las cuales, además de la autora cordobesa que nos
convoca, encontraríamos a otras referentes, como es el caso de Susy Shock y Marlene
Wayar. Para esto, se comenzará trabajando brevemente algunas nociones que
resultan de particular importancia en miras de comprender el alcance de este tipo de
textualidades.
Una de las problemáticas más interesantes a las que en tiempos recientes se han
abocado las ciencias sociales es aquella que remite al campo de la biopolítica,
entendida como las formas de control de los individuos, de sus cuerpos, filiaciones y
afectos, que las esferas del poder han implementado con el objetivo de, en palabras de
Foucault, “hacer vivir o rechazar hacia la muerte” (1984: 167). Lo biopolítico se
desenvuelve entonces a partir de la estructuración de lógicas y discursos que giran en
torno a los modos de favorecer el avance de determinadas formas de vida, y de dejar
morir, a su suerte, otras (Giorgi, 2014: 18), estableciendo así una serie de matrices y
estrategias detentoras del poder que dispongan aquello que es legítimo de aparecer
en el marco de la vida social, y aquello que debe ser eliminado o abandonado.
Históricamente, una de aquellas formas de vidas que se han visto sometidas a la apatía
son la de les individues trans – transexuales, transgénero y travestis – para les cuales
la esperanza de vida apenas supera los 30 años, víctimas de la violencia constante, y
destinataries de una ayuda residual del Estado que, si bien, en el caso argentino, llega,
lo hace siempre tardíamente.
Frente a esta búsqueda de delimitar la vida y las formas de lo vivible, Gabriel Giorgi
observa, en su trabajo Formas comunes, que la literatura latinoamericana ha
encontrado la forma de inscribir al animal como “un artefacto, un punto o zona de cruce
de lenguajes, imágenes y sentidos desde donde se movilizan los marcos de
significación que hacen inteligible la vida como humana” (2014: 15). En los textos
analizados por Giorgi, el animal funciona como un signo político que disloca
“mecanismos ordenadores de cuerpos y de sentidos” (2014: 13) y favorece la aparición
de nuevos discursos de lo viviente que comienzan a problematizar nociones
estructurantes de lo biopolítico, como es el caso de “cuerpo”.

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A todo esto se había aproximado Giorgio Agamben al hablar de “máquina antropológica”
como el mecanismo que permite establecer aquello que se considera humano
mediante la puesta en juego de un conjunto de oposiciones binarias, como es el caso
de las que se dan entre hombre/animal, humano/monstruo, todos términos que aquí
nos resultan particularmente productivos. La máquina, propone Agamben, “funciona
necesariamente mediante una exclusión (que es también y siempre ya una captura) y
una inclusión (que es también y siempre ya una exclusión)” (2006: 75). La máquina
antropológica no es productiva en tanto que la polarización a la que somete las formas
de lo vivible no va en pos de la creación de nuevos procedimientos de individuación,
sino que favorece el cese de todo movimiento. Agamben propone a la máquina
antropológica como partícipe de un estado de suspensión que no puede hacerse cargo
del espacio que vincula los dos términos que separa: “volver inoperante la máquina que
gobierna nuestra concepción del hombre significará (…) exhibir el vacío central, el
hiato que separa – en el hombre – el hombre y el animal, arriesgarse en este vacío:
suspensión de la suspensión” (2006: 167). Es en esta suspensión de la suspensión
donde se da la posibilidad de crear nuevas formas de la vivencia, y en donde entra en
juego la figura del animal como un signo eminentemente político.
Esta idea de suspensión del ejercicio de lo vital en un estado determinado por la
separación nos lleva a pensar en la serie de maniobras biopolíticas a la que son
sometidos no solo los cuerpos, sino también las formas de generación de afectos y
filiaciones entre individuos, frente a las que se levanta toda una gama de estrategias
defensivas que favorecerían la aparición y el reconocimiento de formas de
individuación alternas. Entendemos en este trabajo que la discursividad trans, tal
como la podemos ver en la novela Las Malas, de la escritora cordobesa Camila Sosa
Villada, se arma del campo de lo bestial para dinamitar los cimientos que hacen a la
separación de lo humano y lo animal y favorecer la amalgama entre los términos, como
dos elementos en simbiosis que se alimentan mutuamente y se despliegan en torno a
una instancia de permanente transformación. La vida trans, separada de los ámbitos
sociales por el estigma de la incomprensión, encuentra en su fusión con lo animal un
campo fértil para el establecimiento de filiaciones afectivas que favorezcan el
desarrollo vital: la animalidad se convierte en un mecanismo de defensa frente a la
violencia humana y forma entre les individues trans conexiones que van mucho más
allá de la mera supervivencia individual.
No es inocente, en este sentido, que una de las primeras palabras que Camila Sosa
Villada utiliza para aproximarse al grupo de travestis1 del Parque Sarmiento, sea

1
Se notará que a partir de este punto se abandona el lenguaje inclusivo para darle preponderancia al
femenino, y que se deja de lado la terminología “trans” para referirse a únicamente a “las travestis”.
Mediante este cambio se busca respetar las formas de expresión que tiene la autora de Las Malas,

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“manada”: “Parecen parte de un mismo organismo, células de un mismo animal. Se
mueven así, como si fueran manada. Los clientes (…) eligen a una que llaman con un
gesto” (2019a: 17). El movimiento en grupo pone en primer plano las líneas de filiación
que se establecen entre las travestis con el objetivo de asegurar su conservación.
Como también señala Agustina Gálligo Wetzel en su trabajo “Formas de la aparición en
Las Malas”, la novela de Sosa Villada “introduce formas de solidaridad y parentesco que
rompen con radicalidad los esquemas que ubican el destino de las travestis en la única
vía de la fatalidad” (2020: 60). Como si se tratara de lobas cuya unidad asegura la
supervivencia del colectivo, ya sea en la búsqueda de alimento – en este caso, por
medio de la prostitución como única forma de acceso a la supervivencia económica –
o en la defensa contra aquellos que busquen hacerle daño a una de ellas, la unión entre
las travestis del parque Sarmiento ingresa en el terreno de lo múltiple, al decir de
Deleuze y Guattari, entramándose en un organismo que se mueve como uno, que
compone un todo indisoluble y a la vez diferenciable en sus componentes, “términos
heterogéneos en simbiosis” (2002: 250) que no dejan de transformarse, de
modificarse, de devenir bajo la mirada de una que actúa como líder del colectivo: la Tía
Encarna.
La travesti más vieja del Parque Sarmiento, que con su absurda edad de 178 años se
levanta por sobre todo intento de apedreamiento y humillación, llegando incluso a
cometer homicidio y salir libre por su implacable belleza y ferocidad, se constituye, en
el sentido de Deleuze y Guattari, como todo un anomal: “Allí donde haya una
multiplicidad encontraréis también un individuo excepcional, y con él es con quien
habrá que hacer alianza” (2002: 249). Las travestis más jóvenes e inexpertas, entre las
que se encuentra una recién llegada estudiante que adopta por nombre Camila, van
tras la figura de Encarna, se establecen en su casa, aprenden el oficio e ingresan en un
mundo en el que toda categoría binaria se desnaturaliza y es constantemente
problematizada. Porque Encarna juega con las categorías de hombre, de mujer, de
humano, de animal, e incluso se introduce de lleno en ese mundo vedado para las
travestis, el mundo de la maternidad. “Es un fenómeno, pero un fenómeno de borde”
(2002: 250), dirán Deleuze y Guattari, descripción que se ajusta a la perfección a
aquella que amamanta al Brillo de los Ojos, el bebé abandonado en el parque y
encontrado por el grupo, con un cuerpo operado, colmado de aceite de avión en lugar
de leche materna, saturado de cicatrices y golpes pobremente sanados, productos de
su choque con un mundo social que no termina de comprenderla.
Las travestis del Parque Sarmiento entran en una alianza que por contagio se apropia
de características que no son ajustadas a lo humano y que funcionan, como ya dijimos,

Camila Sosa Villada, a la hora de referirse a su propio colectivo y a aquellas compañeras con las que vivió
su etapa como estudiante en Córdoba.

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como un signo político de disidencia, de inconformidad frente a toda una serie de
normas sociales que les son completamente ajenas:

Las travestis perras (…) de la ciudad de Córdoba escuchan mucho más que
cualquier vulgar humano. Escuchan el llamado de La Tía Encarna porque
huelen el miedo en el aire. Y se ponen alerta, la piel de gallina, los pelos
erizados, las branquias abiertas, las fauces en tensión. (2019a: 21)

Camila y sus compañeras escuchan, con su oído agudizado por los escapes constantes
de la policía y de los clientes violentos, el llamado de aquella que las representa a todas.
Han adoptado ya facultades que superan a la especie humana (descripta a partir del
adjetivo vulgar, en una subversión de la dicotomía), facultades que no se condicen con
aquello que realmente deberían ser, y abandonan la espera del encuentro sexual para
congregarse en torno al niño oculto entre los arbustos. El instinto maternal prohibido
despierta en todas y acompañan a Encarna en esa misión que parece imposible. El
Brillo de los Ojos será adoptado por la manada, convertido en cría animal del colectivo
travesti, capaz de revelar “el secreto mejor guardado de las nodrizas, el placer y el dolor
de ser drenadas por un cachorro” (2019a: 25).
Si lo animal se inserta en la escritura de Sosa Villada a través de Encarna, también lo
hará por medio de otros personajes cuya historia se desarrolla a la par que la del Brillo
de los Ojos. El mito del lobisón, producto que surge de la cultura guaraní y que versa
sobre la transformación del séptimo hijo varón de una familia en un ser que cabalga
entre lo humano y lo animal, entre la vida y la muerte, es readaptado en Las Malas a
través de la historia de Natalí que cada mes, con la luna llena, debe encerrarse para no
convertirse en loba: “Natalí se encerraba en un cuarto al fondo de la casa, vigilada por
la Tía Encarna, con el niño en un brazo y la escopeta en el otro, la puerta asegurada con
una cadena gruesa y con un candado enorme” (2019a: 103). El mito se perturba desde
el momento en que el relato no se confina al cuerpo masculino: Natalí, que ha
modificado su apariencia para que concuerde con las formas de su subjetividad, en
clara oposición a las convenciones de lo vivible que son impuestas socialmente,
compromete las bases de la leyenda para emerger no como el lobo masculino que le
estaría destinado ser, sino como amalgama, como multiplicidad que juega dentro de la
categorías de lo femenino, lo masculino, lo humano y lo animal. Dirá Sosa Villada al
respecto: ““Era la más valiente de todas las travestis que he conocido, porque era dos
veces loba, dos veces bestia” (2019a: 104).
La animalidad como parte de una textualidad trans también entra en estrecho
contacto con las formas de la violencia indiscriminada contra especies animales que
se ejercen como reflejo de una supuesta superioridad de lo humano. El hombre se
permite la prerrogativa de acabar con aquellas formas de vida que considera

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inferiores, en muchos casos apelando a intenciones que apenas buscan acercarse al
entretenimiento. Del mismo modo, Sosa Villada pone en relación las muertes en el
mundo animal con la persecución sufrida por las travestis al hacer uso de expresiones
como “temporada de caza” (2019a: 77), como si la muerte de los individuos socialmente
abyectos se configurara como un mero deporte. En otra oportunidad, incluso, las
travestis del Parque Sarmiento adquieren los nombres de aquellos animales que son
asesinados por diversión, y se denuncia “el lento homicidio cometido sobre las de
nuestra especie, las zorras, las lobas, las pájaras (…)” (2019a: 153). La muerte se da
como resultado del esparcimiento malintencionado del otro-humano, luego de que
haya saciado sus instintos más bajos con los cuerpos de las travestis-animales, cuyas
vidas se ven sujetas a la voluntad del otro y, como las de las bestias, muchas veces
terminadas solo por placer. Así, Natalí, la lobisona, muere joven, “tal como envejecen
(…) las lobas y las travestis: un año nuestro equivale a siete años humanos” (2019a: 104).
Otro caso en el que podemos encontrar una marcada presencia de la animalidad es el
de María, la muda. Ya desde un primer momento se nos indica su parecido a especies
que se alejan de lo humano: “Era como un cabrito” (2019a:85) dirá Sosa Villada del
encuentro entre la Tía Encarna y María, la cual posteriormente se verá sujeta a una total
transformación que generará modificaciones extremas en su cuerpo y en su forma de
relacionarse con sus compañeras. A María le crecen plumas grises y negras y comienza
a acercarse a un “destino de pájaro” (2019a: 87) que podría analizarse desde la idea de
la libertad. Los cuerpos travestis, despojados de toda red de protección, solo pueden
ser libres cuando entran en filiación comunitaria con subjetividades afines, y esto es
lo que ocurre en la casa de la Tía Encarna. El pájaro, animal en el que se transforma
lentamente María, también está relacionado con este ideal de libertad, pero a la vez
con el enclaustramiento; el pájaro vuela y puede ser libre, pero también puede ser
enjaulado. María es libre entre sus compañeras, pero se encierra en la casa de Encarna
a cuidar al Brillo de los Ojos para no tener que enfrentarse al mundo exterior. Además,
es interesante pensar el choque entre la dificultad para hablar de María que,
recordemos, se nos dice muda, con la promesa del canto del pájaro. El animal se
convierte entonces no en una forma de la violencia, como en el caso de Natalí, sino que
se configura como la promesa de algo más, algo que se esconde más allá de las
dificultades fisiológicas y de las cuatro paredes a las que se confina María. Dirá Sosa
Villada, atenta a este simbolismo: “El hombre que no quisiera a una mujer que prometía
ser pájaro era un hombre estúpido y olvidable” (2019a: 86).
Pasemos brevemente, y para finalizar, a otra de las novelas de Camila, en donde
también encontramos esta analogía entre animalidad y libertad. Si Las Malas toma
como objeto las dolorosas vivencias de las travestis del Parque Sarmiento, entre las
cuales se encontraba nuestra escritora, Tesis sobre una domesticación se aproxima
hacia un futuro utópico, en el que “la actriz” – que es como se denomina a la

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protagonista de este escrito – se ve inmersa en lo que parece ser un futuro laboral
prometedor en el mundo del teatro, con un esposo que la acepta y con un hijo adoptado
al que adoran. Sin embargo, a lo largo de toda la novela subyace la idea de que el
acoplarse a los ideales de vida heteronormativos constituye también, en parte, una
traición a lo que se es, o mejor dicho, para entrar en el campo de lo animal, una
domesticación. A la travesti loba del Parque Sarmiento se la ha domesticado, se le ha
enseñado cómo debe comportarse, con sus aciertos y falencias, en el ámbito de lo
social y de lo familiar. Hacia el final de la novela Camila se ha convertido, en “un animal,
dejando un rastro de sangre por las alfombras” (2019b: 207), que abandona todo lo que
fue y se traiciona a sí misma por apenas unas muestras de simpatía social.

Bibliografía
Agamben, Giorgio (2006) Lo abierto: el hombre y lo animal. Buenos Aires: Adriana
Hidalgo.
Deleuze, Gilles, y Guattari, Félix (2002) Mil mesetas: capitalismo y esquizofrenia.
Valencia: Pre-textos.
Foucault, Michel (1984) Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión. México: Siglo XXI.
Gálligo Wetzel, Agustina (2020) “Formas de la aparición en Las malas de Camila Sosa
Villada”. Revista Landa Vol. 8. Nº2. Disponible en https://revistalanda.ufsc.br/vol-8-
n2-2019/. Última consulta: 22/09/2021.
Giorgi, Gabriel (2014) Formas comunes: animalidad, cultura, biopolítica. Buenos Aires:
Eterna Cadencia.
Sosa Villada, Camila (2019a) Las malas. Buenos Aires: Tusquets.
---. (2019b) Tesis sobre una domesticación. Buenos Aires: Página 12.

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