Res83 2023 02
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Resumen | El presente artículo propone una aproximación cuir para analizar las
nociones de víctima emergentes en diferentes contenidos y desarrollos institucionales
de los modelos de Justicia Transicional de Justicia y Paz (2005) y del Acuerdo Final (2016)
implementados en Colombia, siendo aún una aproximación poco explorada en el campo
de los estudios sobre la construcción de paz. Se analizan las aperturas y condiciones de
posibilidad para nombrar la violencia heterosexual y los cisprivilegios como consti-
tutivos de las violencias estructurales y armadas —centrándose en los documentos
oficiales en diálogo con la literatura cuir existente en este campo de estudios—, a partir
de tres escenarios: los primeros años de implementación de la Ley de Justicia y Paz,
los aprendizajes en el componente de justicia en la aplicación del enfoque de género
y los avances en la implementación del Acuerdo Final y los desafíos persistentes. Del
análisis se concluye, y allí mismo radica la originalidad del artículo, que hay un cambio
cualitativo en el entendimiento de las violencias, que pasan de ser androcéntricas y de
asumir una interpretación binaria a reconocer explícitamente a las personas LGBTI y su
calidad de víctimas frente a las violencias heteronormativas, el continuum de violencias
estructurales, cotidianas y armadas, su imbricación con otras matrices de poder, y ante
el reconocimiento de los diferentes patrones que operaron para corregir o desaparecer
la disidencia sexual y de género.
✽ El articulo hace parte de una investigación autofinanciada sobre los marcos discursivos e interpretativos
emergentes feministas y cuir frente a la paz y el conflicto en el contexto colombiano.
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the originality of the article, that there is a qualitative change in the understanding of
violence, which goes from being androcentric and assuming a binary interpretation to
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explicitly recognize LGBTI people and their quality of victims in the face of heteronor-
mative violence, the continuum of structural, daily and armed violences, its intertwining
with other power matrices, and the recognition of the different patterns that operated to
correct or eliminate sexual and gender dissidence.
Introducción
La Justicia Transicional (en adelante JT) ha suscitado cada vez más interés dentro de las
Relaciones Internacionales, en razón de los procesos de paz, la instauración de comisio-
nes de la verdad y de mecanismos de reparación por violaciones masivas de derechos
humanos. En la actualidad, los estudios en este subcampo suelen ser heterogéneos, multi-
disciplinares, y se orientan a investigar el “gran paraguas” que implica la JT, incluyendo
mecanismos, enfoques e instituciones, tribunales, comisiones de la verdad, proyectos de
memoria, reparaciones y la administración de justicia (Buckley-Zistel et. al. 2014); en otras
palabras, examinan las dimensiones de la verdad, la justicia, la reparación y las garantías
de no repetición.
Teniendo en cuenta lo anterior, a partir del estudio de un caso empírico, centrado en las expe-
riencias recientes de JT en Colombia, este artículo examina qué elementos, de los incluidos
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disciplinaria y de normalización. Al mismo tiempo, se analizan las condiciones de posibi-
lidad para formular las bases de un proceso de reparación y su capacidad transformadora.
Para ello, se desarrolla un análisis temático (Boyatzis 1998) a partir del marco normativo,
documentos, informes, reportes y sentencias producidas por la institucionalidad concer-
niente (la Fiscalía, la Sala de Justicia y Paz del Tribunal Superior, la Jurisdicción Especial
para la Paz y la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad), así como en el marco de
los procesos de litigio, seguimiento y rendición de cuentas de organizaciones sociales. Como
eje de análisis, se pone especial atención a la incorporación de la noción y al reconocimiento
de las víctimas propuesta por cada modelo, para estudiar cómo se diagnostican las causas
e impactos de las violencias hacia las personas cuir, en qué medida se superan las nociones
heterocentradas y binarias de la noción de víctima y, finalmente, hasta dónde este diagnós-
tico permite proponer cambios estructurales y transformadores a la heteronormatividad.
Para efectos de este artículo se privilegia el sustantivo cuir con el fin de explicitar el
lugar de enunciación desde América Latina, considerando la reserva aún existente
frente al uso de este término, dada su elaboración geopolítica desde el Norte global y la
violencia epistémica que ejercieron élites académicas blancas con su adopción acrítica
en América Latina (Espinosa Miñoso 2017). En este caso, el término se retoma como
parte de un conjunto de genealogías en la región que puede dialogar de manera intersec-
cional con los contextos de violencia estructural y directa, el racismo, la colonialidad del
poder, la explotación de clase y la heteronormatividad. En tal diálogo, el término eviden-
cia, además, las particularidades en las que operan los sistemas opresivos en cuerpos
concretos. Asimismo, se asume la sigla LGBTI que, a pesar de aglutinar experiencias
diferenciales de la identidad y expresión de género, así como de la orientación sexual,
evidencia el proceso identitario y político que ha empleado el movimiento social en
Colombia en el marco de sus demandas y reivindicaciones.
Cabe mencionar que los análisis cuir y feministas resultan urgentes y políticamente rele-
vantes, pues asistimos a las álgidas reacciones conservadoras “antigénero” en la región.
Estas no solo han puesto en entredicho las posibilidades reales de materializar los acuer-
dos de paz y los procesos de justicia transicional, sino que, además, representan retrocesos
en materia de las conquistas legales y simbólicas alcanzadas por el movimiento social,
evidenciando cómo estos grupos se articulan y disputan el espacio institucional (Gil 2020;
Serrano 2020). Por otro lado, en la región, y en especial en Colombia, siguen registrándose
De silencios y aperturas: reconocimiento de las victimizaciones de sectores sociales LGBTI en los modelos recientes de Justicia Transicional en Colombia
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En las páginas siguientes se presenta el marco teórico que sirvió para esbozar claves
analíticas cuir con el fin de identificar las nociones de víctima y sus implicaciones para
las agendas de justicia, reparación y no repetición. Además, se plantean algunas conclu-
siones en las que se demuestran las transformaciones cualitativas que evidencia el
proceso de aprendizaje de la institucionalidad, que tienen la potencialidad de ser trans-
formadoras al incluir mecanismos participativos, enfoques diferenciales y territoriales
en clave interseccional y transversal, además de visibilizar el carácter estructural de la
violencia cis-heteronormativa.
En la última década asistimos a la emergencia de las teorías cuir y trans dentro de los
estudios internacionales, que empiezan a abrirse paso en los subcampos de la seguridad
(Shepherd y Sjoberg 2012; Weber 2016) y, recientemente, en la JT (Bueno-Hansen 2012;
2017; Fobear 2014; Hagen 2016; Schulz 2019). Desde estas perspectivas y la visibilidad de
los derechos LGBTI a nivel internacional y local, se ponen en evidencia los vacíos que aún
existen dentro de los estudios feministas y de género y la necesidad de desarrollar nuevas
aproximaciones teóricas y conceptuales (Bueno-Hansen 2018). De cara a este reto se
insiste en considerar los significados y significantes de la guerra en cuerpos cuir, avanzar
en el reconocimiento de estas sexualidades disidentes de la heteronorma en contextos
de violaciones masivas de derechos humanos, en sus identidades y subjetividades, y
proponer procesos de construcción de paz a través del cuestionamiento de los modelos
heteronormativos de Estado y sociedad.
Uno de estos escenarios tiene que ver con la construcción del concepto de víctima y sus
implicaciones a la hora de comprender los hechos victimizantes, los sujetos que sufrieron
y sobrevivieron diferentes tipos de violencias, el reconocimiento de actores victimarios y
sus responsabilidades y la conexión de las violencias directas con estructuras y jerarquías
sociales más amplias (Gatti 2011). En todo caso, la noción de víctima en el campo político
evidencia las disputas que desbordan incluso los procesos de JT, al tratar la construcción
de narrativas colectivas, las luchas sobre la memoria y el reconocimiento de la ciudadanía;
esto es, la redefinición de subjetividades y jerarquías (Krystalli 2019).
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heteronormativa, las personas cuir son silenciadas o borradas de los escenarios de enun-
ciación políticos, así es que la construcción social de víctima tiene que ver con las lógicas de
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desigualdad implícitas en las relaciones de poder que se establecen en la imbricación del
heteropatriarcado con otras matrices de poder.
En las páginas siguientes se plantean tres aportes teóricos provenientes de los estudios cuir:
1) el reconocimiento de la heteronormatividad, 2) la performatividad del género y 3) la reva-
lorización de lo local. Estos aportes no solo van a permitir visibilizar a las personas cuir en
el marco del contexto de violencias políticas, sino también comprender las especificidades
y los desafíos pendientes en los proyectos de posconflicto y posacuerdo.
Reconocer al género y al sexo como constructos sociales permite dar el salto cualitativo
para visibilizar la heteronormatividad como la reificación de las diferencias de género que
excluyen ciertos cuerpos, subjetividades e identidades de los análisis y de las proyecciones
de un modelo de sociedad de posconflicto. Esto sucede en la medida en que se privilegian
nociones de género limitadas y limitantes que, por un lado, equiparan el género con la cate-
goría de “mujeres” (heterosexuales, cisgénero), o bien, analizan las relaciones de género
desde la noción de masculinidad. Así, estos análisis se concentran en las subjetividades de
los excombatientes (Theidon 2008), en la idea de masculinidad hegemónica como parte
de la lógica guerrerista (Fisas 1998) y en los procesos simbólicos de construcción de la otre-
dad a través de la feminización como forma de dominar, conquistar y someter (Sirimarco
2004). Más recientemente, la ampliación del concepto de género ha servido para nombrar
y visibilizar la violencia sexual contra los hombres (Buckley-Zistel y Stanley 2012; Ní Aoláin
O’Rourke y Swaine 2015; Prada Prada, Serrano Murcia y Solórzano Vargas 2018).
Desde esta aproximación, por un lado, se cuestionan los grandes vacíos aún existentes al
abordar las victimizaciones que afectan a las personas disidentes a la cis-heteronormatividad
—dentro de ellas, la violencia sexual, la imposición de normas de género que buscan
aniquilar la diferencia, el exterminio físico, los crímenes de odio y la discriminación que
se presenta como continuum en épocas de “guerra” y épocas de “paz”—. Por otro lado, se
retoma el debate sobre la limitación de la “verdad” y la “paz” liberal, al dejar de lado el
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abordaje de “la injusticia sistémica, las graves violaciones de sus derechos socioeconómi-
cos, y la inutilidad de buscar justicia en los sistemas legales que operaban a nivel nacional
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y local” (Theidon 2008, 10), en la medida en que el paradigma liberal se concentra exclusi-
vamente en la violencia política y en los efectos del enfrentamiento armado.
En este sentido, cuirizar los estudios internacionales y los estudios sobre el conflicto y la
paz también implica indagar sobre lo dado y poner en cuestión categorías asumidas como
estables, que organizan el mundo social. Resulta significativo adoptar una visión poses-
tructural para entender al género como performativo; es decir, en proceso de estar siendo
(inacabado, en movimiento, fluido) y no como una realidad del ser (acabado, definido,
delimitado, inmutable) (Butler 2009, xi). Asimismo, esta apuesta no-binaria incluye una
lectura interseccional para llegar a comprender cómo las normas de género se imbrican
con otras relaciones sociales de poder, proyectando así diferentes posiciones de los suje-
tos frente al poder y la violencia, y poniendo en evidencia una multiplicidad de grados de
discriminación y vulnerabilidades que entran a cuestionar los marcadores esencialistas
de perpetrador/víctima, poder/vulnerabilidad, para reconocer agencias, roles, necesidades
y derechos más específicos.
Esta última idea permite entonces proponer que un análisis cuir se basa no solo en el género
como expresión de la identidad individual, sino en el examen sobre las formas en que tiene
lugar la reproducción de ordenes genéricos y sociales más amplios a través de la guerra
y la paz. Es decir, cómo el régimen heterosexual y la expresión de una serie de normas
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opresión para regular y vigilar.
Revalorización de lo local
Otro de los puntos emergentes que se resaltan desde las teorías cuir en materia de JT tiene
que ver con la puesta en valor de lo local como lugar de conocimiento, como escenario de
transformación. Esto, haciendo eco de la necesidad de deconstruir los binarios en otros
escenarios de la vida y, como propone Bueno-Hansen (2018), de atender el hecho de que la
regulación a la que se ven sometidas las personas cuir entrelaza lo íntimo con lo estructural.
Una visión expansiva pasa por comprender los significados que se construyen localmente
del género y la justicia, al tiempo que se propone un ejercicio decolonial para visibilizar la
heterogeneidad y diversidad. Esto supone cuestionar las categorías producidas desde los
lugares geopolíticos dominantes, universalizadores y neocoloniales (Mohanty [1988] 2008;
Bueno-Hansen 2012) y llevar al terreno de lo material y práctico los grandes marcos
conceptuales abstractos para comprender justamente las particularidades de las relacio-
nes de poder. Si bien el giro hacia lo local ha sido materia de análisis dentro de los estudios
decoloniales sobre la construcción y el mantenimiento de la paz (Buitrago et al. 2019), a
través de una apuesta cuir se sitúa el foco del análisis en las formas concretas de la micro
y meso política que el heteropatriarcado oculta al hacer de la violencia y la discriminación
algo cotidiano. Por tanto, un giro cuir dentro en la práctica de la JT implica asumir compro-
misos ético-políticos para (re)conocer esas dimensiones locales, partir de las experiencias
de los sujetos y de sus narrativas para dar lugar a “verdades inclusivas”, abrir espacios para
la reconciliación y proponer instrumentos que tengan enfoques diferenciales y territoria-
les desde la complejidad interseccional de las relaciones de poder.
Al analizar la noción de víctima en el andamiaje legal, esta representa una primera aproxi-
mación a la aplicación del emergente enfoque de género. La Ley 975 de 2005 hace mención
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en cuenta factores como la edad, el género y la salud, aún sin definirlas. Esta primera
conceptualización muestra un avance en términos del reconocimiento, al menos de las
experiencias de las mujeres compañeras (cónyuges) de hombres victimizados, al superar
las presunciones que se tenían en el ámbito institucional con anterioridad, las cuales
presumían que con la noción de víctima se refería al sujeto masculino. En dicha presun-
ción se daba por hecho, al mismo tiempo, la concepción de los hombres (cis) como sujetos
guerreros y principales víctimas de los hechos victimizantes que empezaban a ser tratados
dentro del marco institucional, como ocurrió con el primer reconocimiento de la existen-
cia del desplazamiento forzado, a través de la Ley 387 de 1997, y en adelante de los hechos
relacionados con masacres, asesinatos selectivos y desaparición forzada. En esta lectura
androcéntrica se propuso que mientras los hombres sufrían directamente la violencia
del conflicto, por su parte las mujeres, en calidad de madres y esposas, resultaban ser las
víctimas indirectas y principales supervivientes. En otras palabras, el reconocimiento de
la victimización se circunscribía a la maternidad y al cuidado.
Con posterioridad, esta definición se amplió de manera importante a través del Decreto
4760 de 2005, que incluyó explícitamente en su artículo 11: “los daños a la libertad, inte-
gridad y formación sexuales”, refiriendo una de las victimizaciones y de los impactos
diferenciados de la violencia que especialmente enfrentan las mujeres y personas con
identidades y sexualidades disidentes, y por las que el Estado está en la obligación de inves-
tigar y garantizar el acceso a la justicia. En el artículo 27 de este mismo decreto se prohibió
que se dieran rebajas de penas cuando se tratase de delitos de lesa humanidad o contra
la libertad, integridad y formación sexuales. Dichas rebajas eran parte de los beneficios
de la alternatividad prevista en la JT para combatientes que se sometieran a la justicia.
Asimismo, el Programa de Protección a Víctimas y Testigos (Decreto 3570 de 2007) ordenó
la capacitación de la policía judicial en enfoque de género para establecer estrategias de
protección de acuerdo a condiciones particulares (Naranjo 2021).
En los documentos emitidos por la Fiscalía General de la Nación1, se denota una presun-
ción implícita de que las víctimas de la violencia sexual son mujeres, algo relevante para
entonces, cuando apenas se empezaban a reconocer este tipo de hechos victimizantes
como violaciones a los derechos humanos. Sin embargo, también es significativo en ese
primer modelo de JT el que formas de violencia sexual —tales como la desnudez, la este-
rilización o el aborto forzados— no se encontraran tipificadas aún y los casos pudieran
desestimarse ante la ausencia de pruebas contundentes (Naranjo 2021). En este sentido,
la ausencia de un análisis crítico supone la existencia de lo que Bueno-Hansen (2018) ha
denominado “la homogenización del sujeto de víctima” en la que el género se trata como
una “añadidura” o sumatoria. Ello dista de un examen esencial los elementos estructu-
rales y simbólicos preexistentes y coexistentes con la guerra y desconoce la situación de
especial de vulnerabilidad y riesgo de las personas disidentes a la cisheteronorma frente
a las violencias de género, la desigualdad estructural y, en general, ante la masculinidad
militarizada. Así, se renunció al análisis tanto de los factores políticos y económicos que
movilizan a los actores a perpetrar violencias (Hagen 2016), como del orden simbólico
de la violencia (Segato 2003). Esta homogenización también ha supuesto una suerte de
“sexismo-unilaterial” (Radi 2020, 24) que asume hombres-cis que oprimen mujeres-cis,
en este caso, utilizando estrategias de borramiento e invisibilización de otras identidades,
mediante la reificación del binarismo de género.
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heterosexual. En este sentido, una de las limitaciones de esta concepción en JP, es que,
al desconocer el carácter sistémico y político de la violencia sexual, cae en una lógica
homogeneizadora y binaria, normativa de masculino-femenino (Bueno-Hansen 2017). Así,
por ejemplo, se reprodujo el silenciamiento epistémico (Trujillo y Santos 2014) frente a las
experiencias diferenciales de violencia sexual que viven hombres y personas con iden-
tidades y sexualidades diversas, y otras formas de victimización, con marca de género,
relacionadas con el desplazamiento forzado, la desaparición, crímenes de odio y su orden
simbólico cis-heteronormativo.
Otro de los elementos en JP en los que se desarrollan las concepciones de víctima guarda
relación con la formulación del modelo y el uso del componente de “justicia” en el marco
de las audiencias. Tal y como señalaron en su momento García-Godos y O. Lid (2010), todo
el modelo de JP se basó en las declaraciones voluntarias de excombatientes, sobre las que el
Estado tenía poco o ningún control por el gran vacío de información acerca de los crímenes
ocurridos durante el conflicto (Rúa Delgado 2015) y dada la complejidad misma que provocó
el silencio institucional complaciente ante el paramilitarismo (Sánchez León, García-Godos
y Vallejo 2016, 256). Así, el reconocimiento de un sujeto como víctima dependió de la postu-
lación del exparamilitar al sistema de JP, privilegiando la voz de los excombatientes sobre las
voces de las víctimas, sus versiones y sus experiencias.
Esto último es significativo, entendiendo lo que Serrano (2018, 25) ha denominado como
“política para-sexual” al caracterizar las particularidades que tomó la homofobia en el
marco del conflicto armado colombiano. Las alianzas y la connivencia de las fuerzas arma-
das estatales con el paramilitarismo exponen cómo la guerra propicia una imposición
violenta de sentidos y órdenes simbólicos. En este campo, se ha estudiado ampliamente
el despliegue del modelo neoliberal extractivista, pero poco se ha referenciado la manera
en que las homo/tras/bi/lesbo fobias son parte del entramado del modelo de nación y
de unas agendas políticoeconómicas sexuales que buscan el control de cuerpos, de su
reproducción y del exterminio de las amenazas “desviadas”, cuya mera existencia ponen
en cuestión estas estructuras. Del mismo modo, la limitada y tardía actuación de la Fisca-
lía para hallar a los autores directos, establecer responsabilidades de mando y clarificar
la participación de los actores postulados en JT, terminaron por producir escenarios de
desprotección y violencia institucional, exponiendo a las sobrevivientes a nuevos contex-
tos de muerte y desaparición. Entre el 2005 y 2014 se registraron las cifras más altas en los
últimos veinte años de victimizaciones en contra de personas diversas, actos cometidos
por grupos pos-desmovilización paramilitar (Prada Prada et al. 2015), por lo que en la
práctica el proceso de JP no significó una reducción de las violencias heteronormativas.
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de las primeras sentencias de la Sala Especial de JP, que, además, coincidieron con las
modificaciones constitucionales para el reconocimiento de las ciudadanías sexuales en
la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras 1448 de 2011.
Este es el caso de la “Sentencia Fredy Rendón Herrera” del 16 de diciembre de 2011 (Tribu-
nal Superior de Bogotá 2011), que permitió avanzar en la consideración de la violencia
basada en género como un patrón de macro-criminalidad, ya que no podría analizarse
de manera aislada, porque los patrones mismos se enmarcan precisamente en lo que fue
el actuar generalizado de los grupos de autodefensas del país. También es significativo
lo contenido en la “Sentencia Salvatore Mancuso y otros” del 20 de noviembre de 2014
(Tribunal Superior de Bogotá 2014a), donde se reconoce que las violencias basadas en
género incluyen dentro de sus expresiones la violencia sexual ejercida contra hombres,
mujeres e integrantes de los sectores sociales LGBTI, destacando que en escenarios de
conflictos internos e incluso internacionales esta violencia se ejerce de manera prefe-
rente contra las mujeres.
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Por otro lado, aparte de las víctimas particulares individualizadas, esta Sentencia reco-
noció a “la mesa LGBTI comuna 8” como sujeto de reparación, proponiendo la noción de
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víctima colectiva, al entender que el grupo se convirtió en un objetivo militar y que sufrió
daños graves. Esto último es relevante, pues por primera vez se reconoció el componente
colectivo y político de las personas LGBTI y la persecución de sus procesos de participa-
ción y visibilidad pública, que produjo pérdidas y daños que rompieron los vínculos y los
procesos de organización colectiva (y otras formas de existencia desde la diversidad sexual
y de género). En este sentido, se visibilizó que las estrategias de guerra buscaron eliminar a
todas las personas LGBTI del espacio público; puesto que la dicotomía publico/privado no
solo es escenario de opresión de las mujeres, tal y como lo ha sostenido la teoría feminista,
sino que también permite que la heteronormatividad y el cisprivilegio sean constituyen-
tes del ejercicio de control de los cuerpos, subjetividades y sexualidades disidentes en
las esferas de la sociedad y, por tanto, propicia que la discriminación y la violencia obli-
guen a las personas LGBT a recluirse en lo “privado” y a relegar su identidad a lo “íntimo”
(Bueno-Hansen 2018), excluyéndoles del ejercicio de su ciudadanía.
Expuesto lo anterior, esta fase de funcionamiento del modelo de JP, empieza a reflejar los
aprendizajes institucionales y sus aperturas iniciales a través del reconocimiento de las
ciudanías sexuales (derechos civiles y sociales para parejas del mismo sexo, uniones mari-
tales de hecho para personas del mismo sexo) y de las nociones no normativas de familia
que empiezan a ser incluidas con la Ley 1448 de 2011 como un marco paralelo al de JP. Así,
el marco de JP podría caracterizarse como visibilizador de la lógica heteronormativa de la
guerra, aun cuando la inclusión de las subjetividades y corporalidades disidentes se realiza
desde su condición de víctimas, y aunque no se tratan en detalle los elementos materiales
que constituyen los órdenes de género y de violencias cis-normativas, cuestión en la que
avanza el modelo de justicia transicional emergente del proceso de paz entre el gobierno y
las FARC-EP, que se expondrá a continuación.
El Acuerdo puede entenderse como un escenario de apertura política que puso de mani-
fiesto las causas estructurales de exclusión, discriminación y ausencia de justicia social que
produjo la guerra, más allá de la confrontación armada. Fundamentalmente, la desigual-
dad en el acceso a la tierra y un sistema político cerrado para ejercer la oposición por las
“vías legales” han sido los elementos que se han propuesto históricamente, sin embargo,
la participación de la sociedad civil y la inclusión de discursos desde “otros lugares” —más
allá del de los actores armados negociadores— permitió evidenciar otras causas estructu-
rales. Este es el caso las relaciones heteronormativas patriarcales y su consubstancialidad
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con la posición de clase y los procesos de racialización y etnización. Ello ha permitido que
se incorporen el enfoque interseccional y la necesidad de transversalizarlo dentro de los
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Como resultado, por ejemplo, el punto sobre el desarrollo agrario integral reconoce que la
tierra ha sido una fuente de poder y de conflicto social, y también que los indígenas, afrodes-
cendientes, mujeres y personas con identidades y sexualidades disidentes —especialmente
en lugares rurales— se enfrentan a barreras estructurales en el acceso y uso de la tierra, a
pobreza extrema e inseguridad alimentaria. Así, se desarrollaron 27 medidas que incorporan
la perspectiva de género en este punto. Por otra parte, también es relevante el punto sobre la
participación política, pues busca establecer garantías (legales y de seguridad) para la emer-
gencia de movimientos sociales (incluidos aquellos feministas, de mujeres y de identidad y
orientación sexual disidente) y para ampliar los mecanismos de participación ciudadana.
Además, las instituciones emergentes del Acuerdo Final no solo buscan, como esquemas
separados, la transversalidad de los enfoques diferenciales, sino también desde la inter-
seccionalidad e interrelación. Por ejemplo, la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP)2, en
el instrumento de trabajo de su Comisión étnica integra un “grupo de trabajo interno
permanente con mujeres pertenecientes a pueblos étnicos, con el fin de asegurar la
incorporación efectiva del enfoque de género, mujer, familia y generación reconocido en
el Capítulo Étnico del Acuerdo Final” (JEP et al. 2019, 29). A la luz de su implementación,
habría que indagar los detalles de la participación delas mujeres y diversas identidades
indígenas y afrodescendientes, si cuentan con escenarios de escucha y sus marcos simbó-
licos para entender si sus experiencias terminan siendo acogidos por la institucionalidad
misma. En otras palabras, el desafío será ver cómo estas actoras van a ser reconocidas
como autoridades epistemológicas, por ejemplo, en qué medida los “daños espirituales”
y “colectivos”, así como las nociones emergentes de “mujer indígena”, “mujer negra”,
“género” y “familia” van a ser propiamente incorporados, para entender la complejidad de
las violencias estructurales y el conflicto armado.
En este sentido, la sexualidad y el género no se utilizan solo como una mera “añadidura”
y tampoco su mención se limita a tratar las violencias sexuales. Para este caso se propuso
situar la mirada sobre la desigualdad social depositada en el centro de la cis-heteronormati-
vidad como parte de las condiciones que generan la violencia al excluir, a través de normas
sociales, el acceso a recursos, el aseguramiento de las condiciones materiales de existencia
y del reconocimiento social. Es también interesante el hecho de que se lograra cuestionar “la
temporalidad lineal” (Bueno-Hansen 2018, 14) para comprender conexiones y continuidades
en el marco de la violencia en contra de las personas cuir. De manera que el reconocimiento
no solo evidencia su nombramiento explicito dentro del articulado del Acuerdo Final, sino
la necesidad de medidas de justicia redistributiva y reparación integral, que requiere la
transformación de las condiciones materiales y simbólicas que reproducen la guerra y los
sistemas de discriminación y el cierre de las brechas de representación política.
2 La JEP nace del Acuerdo Final y tiene las funciones de Tribunal de Justicia. Dentro de su mandato, se
ocupa de conocer los delitos cometidos en el marco del conflicto y administrar la justicia transicional.
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las que la misma imbricación genera mayores condiciones de vulnerabilidad y limita las
posibilidades de agenciamiento.
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A este respecto, la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad (CEV) 3 en su Informe
Final (2022) asumió enfoques que avanzan en cuirizar la JT. En estos se diferencian
los tipos de violencia de género que se utilizaron como repertorio de los actores arma-
dos, se reconoce la violencia sexual, pero se la descentra como única, incorporando la
violencias reproductiva y por identidad u orientación sexual. Por vez primera, desde
la institucionalidad se nombran las prácticas de violación y aborto forzado en contra
de hombres transgénero, las amenazas y persecuciones a gays y lesbianas indígenas y
contra habitantes de zonas rurales o urbanas cometidas por todos los actores armados
del conflicto, visibilizando así el carácter social y político de la masculinidad hetero-
normativa. En el Informe Final de la CEV se hacen visibles las heterogeneidades en
diferentes localidades del país y, por lo tanto, se expone que la norma heterosexual no es
un lugar homogéneo y uniforme, así que si las victimizaciones y daños se experimenta-
ron de forma diferencial, ello implica pensar en procesos de reparación que respondan
a las mismas desde su diversidad.
En esta línea, el mismo informe de la CEV incluyó un análisis de las estructuras socia-
les y los discursos que circularon desde la Colonia, a través de los que se impuso una
moral judeocristiana, que buscó eliminar las expresiones de homosexualidad y traves-
tismo prehispánico a través de la persecución ejercida por la iglesia y el orden legal
(CEV 2022, 233). Es interesante esta mención, ya que avanza en un enfoque decolonial
(Bueno-Hansen 2017) al reconstruir verdades e historias subterráneas, en las que se iden-
tifican los patrones coloniales de violencia contra personas cuir, otras formas de afectos,
identidades y sexualidades que tuvieron que ocultarse o fueron objetos de exterminio en
procesos históricos de larga duración. Si bien, la colonialidad impuso formas de heterose-
xualidad, aún falta la reflexión sobre sobre el borramiento de las variaciones de género, las
formas no binarias de identidad y las culturas ginecocéntricas (Lugones 2014), así como
de los conocimientos que se producen desde estos lugares no dicotómicos. Sin embargo,
y siendo aún más relevante, la CEV deja una deuda en la comprensión la continuidad y el
entrelazamiento de la matriz colonial y la violencia armada republicana.
3 Instancia nacida de los acuerdos para ocuparse de la reparación simbólica como parte de la reparación
integral. Su mandato incluye el sostenimiento de actos públicos de reconocimiento y la visibilización de
las verdades locales de diferentes víctimas y colectividades.
De silencios y aperturas: reconocimiento de las victimizaciones de sectores sociales LGBTI en los modelos recientes de Justicia Transicional en Colombia
36
Conclusiones
Tras analizar documentos oficiales, así como los reportes de organizaciones sociales
desde las posibilidades y limitaciones de la incorporación una noción de víctima más
progresista e integral propuesta por cada modelo, se avanzó el examen sobre las interpre-
taciones y diagnósticos de las victimizaciones y violencias en contra de las personas cuir y
de los marcos de sentido sobre las condiciones estructurales, materiales y simbólicas de la
cis-heteronormatividad. Con el ejercicio realizado se entendió que los avances y cambios
en la noción de víctima, en una lectura cronológica, evidencian el proceso de aprendizaje
de la institucionalidad, del Estado y de la sociedad, los cierres y aperturas que dieron paso
a construir mecanismos más participativos y a introducir (por lo menos en la formalidad)
enfoques diferenciales y territoriales en sentido interseccional y transversal.
4 La subcomisión de Género se reunió en varias ocasiones y contó con la participación de colectivos diver-
sos de la sociedad, incluyendo a las integrantes de las FARC-EP, organizaciones de mujeres, feministas
y de diversidad sexual y dentro de ellas, representantes de sectores urbanos, rurales, campesinos, afro-
descendientes, indígenas, estudiantes y trabajadores de diferentes territorios. Como resultado de estos
encuentros se plantearon propuestas económicas, sociales, culturales y políticas que tuvieron eco en el
Acuerdo Final. Con esta subcomisión se buscó “incluir la voz de las mujeres y la perspectiva de género en
los acuerdos parciales ya adoptados, así como el eventual acuerdo que resulte de los diálogos” (Corpora-
ción Humanas 2015).
rev.estud.soc. n.º 83 • enero-marzo • Pp. 23-40 • ISSN 0123-885X • e-ISSN 1900-5180 · https://doi.org/10.7440/res83.2023.02
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