LECTURA 1 Pedro Cerezo Pensar en Español
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PENSAR EN ESPAÑOL
1
Metakritik über den Purismus der Vernunft, en Vom Magus im Norden und der Verwegenheit des
Geistes, ausgewählte Schriften, Bonn, Parerga, 1993, pág. 122.
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2
Ibíd., 124.
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3
“El filósofo y la sociología”, en Signos, Barcelona, Seix Barral,1973, págs 119-120.
4
Metakritik…, cit., 124.
5
Ensayo sobre el origen del lenguaje, en Obra Selecta, ed. y trad. de Pedro Ribas, Madrid, Alfa-
guara, 1965.
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6
En torno al casticismo, en Obras Completas, Madrid, Escelicer, 1966. En lo sucesivo se cita por
esta edición.
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7
“Pero, hija de la Poesía, la Filosofía vino a crear en sus momentos de madurez, en la plenitud
de la posesión de sí misma, una forma en que la antigua unidad reaparece, aunque irreconocible
de pronto” (recogido en Hacia un saber sobre el alma, Madrid, Alianza Editorial, 1989, pág. 45).
8
“Algunas notas” en Obras Completas, Madrid, Revista de Occidente, 1966. En lo sucesivo
será citado por esta edición.
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Como no se abren todas las puertas con la misma llave, no todos los pensa-
mientos se pueden pensar en una lengua, ni todas las metáforas florecen en un
solo vocabulario, ni todas las emociones son compatibles con unan gramática
única. Los idiomas son como cauces de la actividad espiritual que en ellos se
pone a fluir, pero cauces vivos y dotados de un oscuro poder de orientación que
les hace conducir la líquida energía hacia campos sedientos e ignorados (I, 547).
junción de la ciencia con el arte, y por ello tiene tanta vida, por estar preña-
da de intra-filosofía”(I, 788)9. El argumento unamuniano es del siguiente
tenor: por ser la filosofía, no ciencia, sino un intermedio o híbrido entre la
ciencia y el arte, la sustancia nacional intrahistórica debe tener en ella mayor
peso que en la ciencia y casi tanto como en el arte. El término intra-filoso-
fia, gemelo al de intra-historia, es un gran acierto expresivo. No es el poso
que dejan las distintas filosofías en el alma colectiva, algo así, por ejemplo,
como si alguien defendiera que el senequismo es una constante del alma
española, sino a la inversa, la potencia de la sustancia histórica o materia
nacional, como fondo subconsciente, para generar filosofía o transmutarse
filosóficamente. Claro está que la intra-filosofía se presta a una versión
cerrada casticista. De ahí que Unamuno revise la idea en un ensayo posterior
de 1904, que lleva por título “Sobre la filosofía española”, en la forma de un
auto-diálogo en que hace hablar a opuestos registros y voces de su alma, y
que parece un eco tardío de la “polémica sobre la ciencia española”. Pues
bien, para evitar el interpretación estrecha, que podría inferirse de entender
esta intrafilosofía al modo castizo, como el presupuesto de “una visión total
del Universo y de la vida a través de un temperamento étnico”, otra voz le
replica:
pues yo creo, digas lo que digas, que si ha de surgir una filosofía española que
sea nuestra visión del Universo y de la vida y a la vez el fruto de nuestra dolo-
rosa experiencia histórica, sólo será ahitándonos antes de cultura europea, lle-
nándonos de ciencia moderna, de la que llamas, con cierto retintín, ortodoxa,
digiriéndola y asimilándonosla (I, 1162).
9
Y otro tanto piensa Baroja, al distinguir las ciencias exactas y puras de la historia y la filoso-
fía “impregnadas de espíritu nacional”. “Cuando más abstracto sea el objeto de una actividad
humana, hay menos vaho de nacionalidad en ella” (“Divagaciones apasionadas”, en Obras
Completas, Madrid, Biblioteca Nueva, 1948,V, 513.
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razón la que puede explicar, a fin de cuentas, las vicisitudes internas y el per-
fil propio de la filosofía, que se haga en cada país. En España hemos tenido
una anómala modernidad, deficiente en su origen y agónica en su desarrollo.
Como señala Américo Castro,“nunca se produjo, desde dentro de la vida
misma, un cambio de modos de vida inspirados en ideas y creencias seculares, terre-
nas”10. Ni tuvimos Reforma ni Revolución, y en cuanto al Renacimiento, –
las tres “erres” de la modernidad, según Unamuno– es bien sabido que en
España convivió con la medievalidad, buscando formas de transacción y en-
tendimiento con ella. Y cuando estalla en toda Europa la Reforma, España se
retrae y enroca contra ella. Esto explica el conflicto intestino entre la Con-
trarreforma antimoderna y la Ilustración reformadora y contraortodoxa. De
ahí la trascendencia del factor religioso en nuestra cultura, ya sea en la pola-
ridad ortodoxia/heterodoxia, o en la más radical, de fe /ateismo, o de místi-
ca/nihilismo, como troquel de la conciencia española. Este conflicto, des-
arrollado desigualmente por lo que respecta a la hegemonía de las partes has-
ta dar lugar a la tragedia de las dos Españas, ha ocasionado una cultura
traumática, polémica y batallona, cruzada de anatemas, exilios y persecucio-
nes, con algún breve y precario estado de reconciliación civil. Tenerlo ya
vivido y sentirlo así es una condición histórica nacional propia, que determi-
na un modo de hacer filosofía, según se asuma el conflicto, ya sea para repe-
tirlo compulsivamente, o ya sea para trascenderlo desde su seno mismo en
formas audaces de diálogo integrador. Pero obviamente esta herida, abierta o
cicatrizada, según los casos, no deja de ser una marca en la historia española.
Decía Hegel que el espíritu cura sus heridas, pero lo que no puede hacer es
que no hayan existido, en un borrón o cuenta nueva, sino más bien hacer de
ellas motivos de regeneración y creatividad.
Por último, una tercera “facticidad” del pensamiento lo marca su lugar
de “instalación” en la realidad. No es cierto que el pensamiento sea ubícuo,
como no sea el puro y formalizado. El pensamiento se debe a la circunstancia
en que nace, sustentado e instado por una experiencia determinada de su
situación, desde la meramente material y hasta geográfica a la social. No es
preciso para ello caer en la fantasía positivista de asociar, al modo determi-
nista, las peculiaridades del lugar y las formas del espíritu. No hay un “espí-
ritu territorial”, como aún creía Ganivet, pero sí un lugar o escenario del
espíritu en acción. España, península extrema, cabo de Europa, –Juan de
Mairena decía humorísticamente “rabo de Europa sin desollar–, farol de cola
Más sobre el pasado de los españoles” en Cervantes y los casticismos españoles, Madrid, Alianza
10
11
Ibíd., 146.
12
Puede verse sobre estas notas, LAÍN ENTRALGO, PEDRO, Menéndez Pelayo. Historia de sus pro-
blemas intelectuales, o. c., 214-218.
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13
Pensamiento y poesía en la vida española, ed. de Mercedes Gómez Blesa, Madrid, Biblioteca
Nueva, 2004, pág. 130.
14
Ibíd.., 158.
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que, según Juan Marichal, España “puede aparecer como la tierra-madre del
ensayismo europeo, junto a Inglaterra, su morada tradicional”15 y natural-
mente junto Francia, cabe añadir, su tierra natal a partir de los Essais de
Montaigne16.Ya en pleno Barroco, advierte Gracián al lector en la Introduc-
ción a su Agudeza y arte de ingenio “héme dejado llevar del genio español, o por
gravedad o por libertad en el discurrir17 fórmula certera este discurrir a lo
libre, libre de reglas metódicas y convenciones doctrinales, que ha llegado
a ser un rasgo inherente a nuestra cultura. Y más tarde, en el XVIII, Feijóo
compone los distintos discursos que integran su Teatro crítico, en un juego
continuo de crítica y reflexión, conforme al espíritu del ensayo18. No es,
pues, extraño admitir una cierta afinidad del pensamiento español con la for-
ma/ensayo. Este ha sido un género constante a lo largo de su historia, pero
muy especialmente, a partir de Larra, alcanzando en el siglo XX un cultivo
intensivo de primera calidad. Novela o ensayo, o bien el híbrido ensayo/no-
vela o novela/ensayo con abundantes ejemplos en nuestra literatura de ideas,
a lo que puede añadirse el teatro, constituyen, pues, los géneros preferentes,
aun cuando no exclusivos, del pensamiento en español.
El perspectivismo de la razón
15
La voluntad de estilo, Madrid, Revista de Occidente, 1971, pág. 18
16
Sobre la forma/ensayo puede verse mi trabajo “El espíritu del ensayo” en El ensayo. Entre la filo-
sofía y la literatura, ed. de J.F. García Casanova, Granada, Univ. De Granada, 2002, págs 1-32.
17
Arte de ingenio. Tratado de la agudeza, ed. de Emilio Blanco, Madrid, Cátedra, 1998, pág. 134.
18
Véase mi trabajo “El ensayo crítico en B.J. Feijóo”, en Razón, tradición y modernidad: re-visión
de la Ilustración hispánica, ed. de F. de la Rubia Prado y J. Torrecilla, Madrid, Tecnos, 1996,
págs 101-131.
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miento de que la razón histórica, a la par que destruye toda pretensión abso-
luta, se erige en el órgano único que puede dar cuenta de la relatividad de lo
particular y de su integración en un proceso universal en curso, pero del que
no tenemos ninguna clave de su orientación ni posible consumación en un
espíritu absoluto. Es la “historia como sistema”o, lo que es lo mismo, la
razón histórica en cuanto orden inmanente de la realidad. Subsiste, empero,
la creencia racional de que la multi-versidad del mundo conspira hacia un
uni-verso integrador de sentido. Esto le permite entender el espacio cultu-
ral, como la proyección en distintos escorzos y perspectivas de una verdad
total, que trasciende y abarca los tiempos en una “historia policéntrica uni-
versal”.
Sin entrar en la discusión de tamaña propuesta, me limito a aplicar este
esquema al asunto que nos ocupa, entendiendo analógicamente que los
diversos modi res philosophandi y sus correspondientes ámbitos culturales y
estilos nacionales pueden integrarse, de modo perspectivista, en el acaecer
único y comprehensivo de la filosofía. Comparto, en este sentido, la postura
de Javier Muguerza a este propósito, a partir de las mismas premisas de
Ortega y Gaos:
Pero esto supone, aplicado a nuestro caso, que al igual que la Cultura, en
cuanto razón histórica, traspasa y enhebra, según Ortega, el hilo articulador
de las diversas culturas, hay también una cierta trascendencia en la inma-
nencia de la Filosofía, en cuanto Cultura superior, a los modos concretos de
filosofar. La actividad de filosofar, en el sentido hemenéutico sapiencial que
aquí se le ha dado, implica al menos que sus problemas, aun siendo particu-
lares en su motivación, concreción y surgimiento circunstancial y ocasional,
sean universales en su pretensión universal de interesar a todo hombre, y
que, en congruencia, sus propuestas y resoluciones puedan alcanzar un eco o
reconocimiento universal. Dicho en otros términos, que la filosofía misma,
19
“La razón y sus patrias”, en Pensar en español, Revista de Occidente, Madrid, 2000 (nº 233)
pág. 11.
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Epílogo