José Santos González Vera. Estética de La Contención y Ética Anarquista - Marcela Campos

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Universidad de Chile

Facultad de Filosofía y Humanidades


Escuela de Postgrado
Departamento de Literatura

JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:


ESTÉTICA DE LA CONTENCIÓN Y ÉTICA
ANARQUISTA

Tesis para optar al grado de Magíster en Literatura, mención Literatura Chilena e Hispanoamericana
Alumna:
Marcela Campos Rojas
Profesor guía: Leonidas Morales Toro
Santiago de Chile, 2009.
Dedicatoria . . 4
AGRADECIMIENTOS . . 5
I Introducción. . . 6
II Objetivos, corpus e hipótesis. . . 9
III Marco teórico . . 11
1. Modernidad chilena temprana: una aproximación a los años 20. . . 12
– El referente europeo. . . 12
2. El Criollismo. . . 54
a) Acerca del movimiento. Paralelos Latinoamérica-Chile. . . 55
b) Sector popular, sujeto popular y sujeto literario en el Criollismo chileno de
primera generación. . . 60
c) Criollismo chileno de tercera generación (o primera generación
superrealista): canon, mundo popular y sujeto popular. . . 65
IV José Santos González Vera: nota biográfica. . . 68
V Aproximación a las coordenadas éticas y estéticas de González Vera en torno al mundo
popular. . . 72
a) El oficio del cronista y la preferencia por la contención narrativa. . . 75
b) “Alhué”, “Vidas Mínimas” y “Cuando era muchacho”: textos de respuesta
estética literaria y ética anarquista, frente al mundo popular del canon criollo. . . 79
VI Conclusiones . . 87
Bibliografía crítica y teórica . . 89
Bibliografía de autor . . 91
JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

Dedicatoria
A mi hijo Camilo, por toda su luz.

4 Campos R., Marcela


AGRADECIMIENTOS

AGRADECIMIENTOS
Deseo expresar mi gratitud a Roberto “Linyera” Pérez, el amigo de siempre, quien una vez me
presentara Alhué como otro de sus tantos tesoros; a don Álvaro González-Vera Marchant, por la
gentileza de compartir conmigo la memoria de su padre, así como a Omar Sarrás por sus oportunas
referencias y, por cierto, a mi madre y hermana, cuya presencia y ayuda imprescindibles me
permitieran completar esta tarea.

Campos R., Marcela 5


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

I Introducción.

“Volvía a ver la cosas desde el ángulo de un hombre cuyo nivel es el mismo que el
de los demás hombres.”
Jean Renoir (“Renoir”, biografía del pintor)
El recorrido por la historia chilena de los últimos cien años, especialmente en las primeras
décadas del siglo pasado, sorprende por la importancia de esa generación de intelectuales
y artistas, a pesar de su lejanía de los centros de reflexión occidental. Los años 20 y 30
que ven surgir a Juan Emar, Gabriela Mistral o Huidobro, fueron los mismos en los cuales
el movimiento anarquista, el sindicalismo y los partidos políticos de izquierda consolidan
su presencia para influir en el rumbo de la historia de Chile. Si bien de tardía reacción
al canon europeo, como es de rigor en un país sudamericano con dificultades de todo
orden para abrirse a la corrientes de reflexión más importantes de esos años, el círculo
de académicos, intelectuales y escritores nacionales manifestó, en su propio medio y bajo
su propias circunstancias, una inquietud paralela a la que cruzaba a Occidente y sus
principales centros de creación, en donde las tensiones de la Modernidad se tradujeran en
dos guerras mundiales y el surgimiento de las Vanguardias.
Al mismo tiempo que un reducido grupo de escritores tuvo oportunidad de tomar
contacto con el momento más álgido del Surrealismo, la literatura chilena y latinoamericana
–es decir, la de un país con apenas cien años de vida independiente y cuyos escritores
aún están poderosamente influidos por el Romanticismo y el Naturalismo francés, amén
de los rusos, reconoce como corriente principal al Criollismo. Este movimiento, extendido
por América Latina y centrado en el paisaje geográfico y humano, adoptará especial fuerza
en nuestro joven país, constituyéndose en un punto de referencia para tres generaciones
de escritores, atraídas por “lo chileno”, tanto en lo territorial como en las costumbres y
actitudes observadas, siguiendo el canon de observación naturalista francés. El Criollismo,
específicamente el de primera generación, propone una mirada que no puede ni quiere
eludir el sesgo proveniente del origen social de sus escritores, y como observación “de
campo” sufrirá no sólo variaciones de una generación de narradores a otra, sino además
reacciones a su propuesta estética y, lo que nos resulta particularmente interesante ahora,
al interior del propio movimiento criollista. Esta tesis gira en torno a la figura del escritor José
Santos González Vera y su prosa, en tanto se resuelve como un gesto que contradice, sin
furor aunque con elegante firmeza, el hacer del canon criollista en torno al personaje popular
chileno, señalando además el fin de ese movimiento como referente para los narradores
chilenos.
José Santos González Vera fue, en pleno Criollismo de tercera generación, escritor de
prosa incisiva y en constante equilibrio entre el humor implacable y una cuidadosa elección
de la palabra. Estas características, si bien reconocidas por la crítica y confirmadas en la
lectura, fueron hasta la década de los ’90 el lugar común para referirse a su obra, sin mayor
profundización salvo las lecturas de Roberto Hozven y Jaime Collyer en sendos artículos
sobre el escritor. Compartiendo el interés que despierta el autor de Alhué, la recepción
que propone esta tesis considera relevante la articulación dialéctica de dos elementos: por
una parte postulamos que las preferencias de tratamiento de los personajes de González
Vera forman una respuesta que, desde la corriente Criollista, se opone a la construcción
6 Campos R., Marcela
I Introducción.

del sujeto literario popular característica de esa narrativa, reacción sólo puede entenderse
considerando el momento histórico que vivía Chile, su experiencia de la Modernidad en los
decisivos años ’20 y la huella ética que dejara en las decisiones estético-literarias el ideario
anarquista clásico del cual González Vera era seguidor. Por otra parte, pienso que se trata
de una poética capaz de construir una narrativa singular e interesante, irónica y pudorosa, al
extremo que esta última característica complota contra sus posibilidades de trascendencia,
estableciendo un cerco de efectos negativos en los alcances de su literatura.
El lector de una narrativa nacional participa del dictamen que propone la observación
naturalista y criollista, y en ellas encuentra nociones del Yo, del Nosotros y del Otro que,
en el caso de los libros considerados en el canon, contribuyen a la formación de una
imagen social del país descrito, imagen que podría depositar en el subconsciente lector una
suerte de estereotipos y prejuicios favorecedores de un sujeto social sobre otro, difundida
a través de los textos obligatorios en programas escolares de educación básica y media.
El peso de lo que Ángel Rama denomina ”la ciudad letrada” tradicional recae en al menos
tres generaciones de chilenos entre 1950 y hasta los años 70, quienes conocieron obras
canónicas del Criollismo chileno como el relato “Paulita” de Federico Gana o la obra
canónica Zurzulita de Mariano Latorre. Esta investigación parte preguntándose hasta qué
punto la novela criollista nacional ha sido capaz de crear una imagen generalizadora y
estereotipada del sujeto literario popular chileno, imagen que responde a la formación
de clase de los escritores del caso, recogida, narrativizada y masificada por los circuitos
oficiales de lectura. La siguiente pregunta fue si, confirmada la existencia de un grupo
de escritores en reacción a esta imagen de sujeto popular, constituía dicha literatura una
aproximación distinta y reveladora de la identidad social y moral del otro, un reconocimiento
a dicha identidad, o se resolvía como reacción enaltecedora, una vuelta de mano literaria,
equivalente en cierta forma a la contradicción que registra la historia musical de Chile entre
la tonada tradicional y la Nueva Canción Chilena. ¿Qué media entre el narrador de dos
novelas exitosas o reconocidas en su tiempo como Casagrande, de Luis Orrego Luco, y La
sangre y la esperanza, de Nicomedes Guzmán, por ejemplo?
Estas preguntas, sin embargo, no surgen de un acercamiento primario a dos instancias
en la historia de la literatura chilena. Son consecuencia de la lectura de González Vera y
lo que pareciera proponer desde una voz narrativa que no pertenece ni se asimila al poder
social ni económico, y tampoco pretende una prosa como acto de restitución de imagen
del sujeto literario popular. Hablamos de un escritor de reconocida filiación anarquista,
resuelta en la vida y en la literatura como respeto primario y esencial ante la condición
del otro, en contraposición al estereotipo del ácrata con el cuchillo pronto a clavarse en la
espalda de la realeza. Esta noción ideológica del autor de Vidas Mínimas, Alhué y otras,
obliga a plantearse nuevas preguntas: ¿es que la obra de González Vera propone no un
Yo ante el Otro, sino un Entre Nosotros? Sus personajes, privilegiados, de clases medias
o populares, ¿no parecen revelarse como dotados del mismo derecho a ser ficción de
sujetos históricos, el mismo derecho al juicio y calificación que en otras literaturas resuelve
al personaje popular con una adjetivación que borra perfiles y acrecienta rechazos? Y si así
es, ¿desde qué perspectiva social escribiría González Vera respecto de sus predecesores?
¿Qué nos dicen las decisiones estéticas del autor respecto de sus fundamentos éticos? Aun
más: ¿qué justifica concentrar esfuerzos de investigación en este autor, desde hace tiempo
eludido en programas escolares y académicos? Las únicas tesis de grado encontradas
sobre el escritor, específicamente cuatro y todas de autoría femenina, fueron escritas entre
1955 y 1968. Se registran artículos y prólogos escritos por amigos del autor para las
ediciones de sus libros o con posterioridad a su fallecimiento, algunas notas periodísticas
referentes a la recopilación de las crónicas anarquistas de González Vera y Manuel Rojas en
Campos R., Marcela 7
JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

1
su juventud, la referencia en memoriachilena.cl y los lúcidos artículos de Roberto Hozven
y Jaime Collyer sobre la novela Alhué, ya mencionados. En el círculo de estudiantes
de literatura chilena y dueños de pequeñas editoriales, se dejan escuchar ocasionales
comentarios de admiración por el autor que no llegan al papel impreso. Una nueva pregunta
surge entonces: ¿no son todos estos silencios y susurros o las decenas de notas de diario
reiterando las mismas cosas, una constatación de que la literatura de González Vera no
parece resistir la prueba del tiempo y el interés del público post neoliberalismo a la chilena,
por una parte, o de la crítica especializada y nacida bajo la misma condición histórica, por
otra?
Me asiste el convencimiento, otorgado por la experiencia estética, de que la prosa
de González Vera representa, en su elegancia, contención y afirmación de la calidad del
sujeto, un momento necesario –y diferente– en nuestra literatura, puestos frente a un Chile
que persiste en evadir el espejo social, en inventarse mitos de origen que suplen una
historia manipulada o traumática, y en confirmar los conceptos de la novela criolla chilena
tradicional sobre el sujeto popular, aunque, salvo Martín Rivas, se la haya dejado de leer,
y que perduran en la novela moderna, especialmente la de mediados y fines del siglo XX.
Por cierto, esto no constituye de ningún modo una crítica al valor literario y estético de la
obra de Blest Gana, Donoso y otros, sino que busca destacar la diferencia que propondría
González Vera en la evolución de la literatura chilena a hispanoamericana, y en el intento
por precisar la relación entre ética anarquista y estética narrativa que podrían subyacer en
la prosa del autor. Esta certeza nos lleva a otra, ya mencionada: la prosa gonzalezveriana,
en sus opciones éticas y estéticas, constituye uno de los hitos que señalan el paso hacia
nuevos referentes de creación en la narrativa chilena moderna.
Para estos efectos se definió una metodología de aproximación que contempla tres
aspectos: caracterización histórico-social de Chile en el período 1900-1920 y su experiencia
de la Modernidad en el marco de los importantes movimientos políticos e ideológicos
de la época, como marco contextual de la biografía del autor. En cuanto a este tema,
se revisarán los aportes de Marshall Berman, Mario Góngora, Gabriel Salazar y Julio
Pinto, así como Sergio Grez. A ello se une la revisión de la bases éticas del anarquismo
propuesto por Kropotkin y otros, elementos que se contrastarán con la noción de analéctica
propuesta por Enrique Dussel en torno a la discusión filosófica latinoamericana sobre ética
(incluida su crítica), y que permitiría acercarse a las bases éticas que justifican las opciones
estéticas del autor. En ese marco y para obtener una noción de “sujeto” se tuvieron en
cuenta dimensiones terminológicas, filosóficas y gramaticales del concepto, mientras que
su tratamiento ético se vislumbró desde lo que proponen tanto Ferrater Mora como José
Luis Aranguren.
Finalmente y en el ámbito acotado de la literatura, el rol del escritor se revisa desde
la perspectiva de Ángel Rama en La ciudad letrada, mientras que la figura del cronista
se considera a partir de la reflexión de Julio Ramos en Encuentros y desencuentros de
la Modernidad en América Latina. Literatura y Política en el siglo XX. La influencia del
Criollismo y su capacidad para tejer redes de significación social, en tanto, se consideran
a partir de la “macrofigura” señalada por Leonidas Morales
De este modo, se espera que el marco teórico señalado conforme la herramienta que
permita abordar el corpus de obras seleccionadas para esta tesis, las preguntas que genera
esta narrativa y el intento por responderlas.

1
Hozven, Roberto. “Los mitos de Chile de Sonia Montecino. Relectura de Alhué de González Vera”. Revista chilena de
Literatura . Nº 66, Santiago, abril de 2005, págs., 119-127.

8 Campos R., Marcela


II Objetivos, corpus e hipótesis.

II Objetivos, corpus e hipótesis.

Como ya se ha señalado, lo que esta tesis espera es reiniciar el diálogo entre la narrativa
de González Vera y el lector chileno del siglo XXI, interrumpido entre otras cosas por el
desinterés que provoca la literatura Criollista, las más de las veces disminuida ante voces
como las de un Donoso o un Bolaño, o por resultar mucho menos dinámica y restringida
que la escritura de Rivera Letelier o Pedro Lemebel. Precisamente es este lector, siempre
atento al humor que hila fino, quien podría encontrar en González Vera una veta de ironía
elegante aunque implacable, de naturaleza distinta a la de su contemporáneo Juan Emar,
aunque similares en la percepción certera del sujeto literario retratado, como esperamos
demostrar más adelante. Este humor sutil, presente en la viñeta de la que González Vera
gusta tanto, es particularmente agudo en torno al habitante de la ciudad, elemento que
el santiaguino sometido a anestesia local de los medios en nuestros días, pero ávido de
2
señales inteligentes, parece necesitar para entender las contradicciones de su tiempo .
Otros elementos que se agregan a esta meta dicen relación con el reconocimiento de la
singularidad literaria que, nos parece, constituye González Vera en el marco del Criollismo,
movimiento que se hace necesario observar a la luz de la experiencia moderna del Chile de
los años ’20 y ’30, singularidad que creemos tiene como uno de sus elementos principales
3
el modo de abordar la figura del sujeto popular , modo que es al mismo tiempo heredero de
la bases estética del naturalismo que explica el Criollismo chileno, aunque en una faceta de
reacción tanto al canon del movimiento como a las prefiguraciones sobre este sujeto que
emanan del origen de clase de los escritores del período. A modo de síntesis, postulamos
lo siguiente:
Objetivo general:
∙ Abrir una vía de aproximación a la narrativa de González Vera como producción
sustentada por elecciones éticas para la constitución de una singular estética literaria
moderna.
Objetivos específicos:
∙ Esbozar las posibles contradicciones históricas y literarias que animaran la
producción criollista y su visión del sujeto popular.
∙ Reconocer los elementos textuales modeladores del sujeto popular transmitidos por
el Criollismo.
∙ Revitalizar el acercamiento a un autor cuya obra es al mismo tiempo parte y
diferencia de una generación esencial en la constitución del proyecto histórico
chileno.
Corpus:

2
Nos referimos a reacciones sociales como la respuesta tan masiva como respetuosa ante la visita del espectáculo callejero “La
pequeña gigante” hace dos años, o el éxito de Stefan Kramer, un imitador de pocas concesiones.
3
En estricto rigor, y como se expone más adelante, el sujeto popular es un ente distinto del sujeto literario popular. Por el
momento se utilizará la expresión, en su sentido lato.

Campos R., Marcela 9


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

Inicialmente parecía una tarea relativamente fácil reunir el corpus, ya que González
Vera fue un escritor de producción acotada: los relatos Vidas mínimas (formado por dos
novelas breves), Alhué (narraciones dotadas de cierta autonomía, unidas por el tema
común del pueblo donde transcurren –o más bien se detienen– los hechos; La Copia
y otros originales (relatos) y Necesidad de compañía , textos breves alrededor de
personajes femeninos. Las memorias Cuando era muchacho (también formadas por
narraciones breves publicadas en revistas, y posteriormente reunidas a instancias de su
amigo Enrique Espinoza) y la antología de esas memorias llamada Aprendiz de hombre .
Se cuentan también las biografías de Algunos y las reflexiones de Eutrapelia, honesta
recreación . Este escueto catálogo, sin embargo, va unido a una de la características del
escritor: González Vera hizo numerosas revisiones de sus obras, especialmente de Alhué ,
Este continuo recorte de las ediciones implica que junto con elegir la obra es necesario optar
por una edición –en este caso dos–, para hacer un contraste relativo a una de las hipótesis
a plantear, y que apunta a que la contención, en tanto eje estético del autor, también es
un factor que complota contra esta literatura. De este modo, el corpus queda constituido
por las novelas Vidas Mínimas (1923), Alhué (1928 y 1955) y las memorias Cuando
era muchacho (1951).
Otro elemento que se tiene en cuenta en el análisis es la posible influencia que la
práctica constante de la crónica pudo haber ejercido en la narrativa gonzalezveriana. Para
abordar este punto se ha realizado una selección de crónicas, tanto de la época juvenil en
periódicos anarquistas, las revistas Claridad y Babel y otras, como las editadas en diversos
diarios durante la madurez del autor. A estos efectos fue clave la publicación de Letras
anarquistas , selección y edición a cargo de Carmen Soria, nieta del autor, junto a Nibaldo
Mosciatti, en 2005.
Hipótesis de trabajo:
1. La narrativa de González Vera, surgida en el apogeo del Criollismo de tercera
generación, corriente literaria nacida al alero de la Modernidad chilena, constituye
una reacción estética ante el sesgo ideológico sobre el sujeto popular que comunica
dicho movimiento literario.
2. Un aspecto modelador de la estética que propone González Vera, proviene de
la articulación entre ética anarquista como analéctica, y las soluciones narrativas
que genera la crónica periodística de los años '20, heredera de las tensiones entre
periodismo y literatura que caracterizan a la Modernidad latinoamericana.
3. Uno de los pilares estéticos de esta narrativa radica en la contención verbal,
elemento que genera al mismo tiempo tanto una marca estilística como limitaciones a
las posibilidades de trascendencia de esta literatura.

10 Campos R., Marcela


III Marco teórico

III Marco teórico

El acercamiento a la singularidad de la narrativa gonzalezveriana y la búsqueda de


las marcas textuales que permitan identificar su reacción al canon criollista chileno,
hacen necesario revisar los ejes históricos que caracterizan a la sociedad chilena de las
primeras décadas del siglo XX, especialmente en cuanto a la constitución de las clases
medias, los altos niveles de organización y presencia de los grupos obreros, así como las
principales tendencias del movimiento anarquista europeo a su llegada a América Latina y
la consolidación de los partidos políticos de izquierda chilenos. Por cierto, resulta esencial
formar un perfil de nuestra clase alta, no sólo por originar la noción de “el peso de la
noche” portaliana a la cual deberemos hacer constantes alusiones, sino también porque
de ella surgen importantes escritores representantes del Criollismo, cuya literatura, con las
ineludibles marcas de clase de sus creadores, convoca y da forma a una idea de la clase
trabajadora que, siguiendo a Salazar y Pinto, es un importante factor en el delineado de
los modelos sociales, si se considera la circulación de esta narrativa ya desde los textos
escolares.
Esta contextualización histórica reconoce el trabajo de tres destacados académicos: los
Premios Nacionales de Historia Mario Góngora y Gabriel Salazar –en colaboración con Julio
Pinto–, y el aporte del distinguido historiador Sergio Grez Toso. Se busca evitar sesgos en la
visión de campo de época, por la vía de incluir miradas provenientes de veredas ideológicas
opuestas, aunque de probada seriedad en la investigación, amén de complementar lo que,
en virtud de las orientaciones metodológicas (e ideológicas) de cada historiador, se pase
por alto. Cabe destacar que el estudio de Salazar y Pinto sobre los grupos populares y
las capas medias de la sociedad chilena, con las dificultades y vacíos teóricos que los
mismos autores reconocen, resulta especialmente valioso en el análisis del discurso literario
gonzalezveriano y su estrategia narrativa que, desde dentro del Criollismo, se opone al
tratamiento del canon para el sujeto literario popular. No menos valioso resulta el trabajo
de Sergio Grez, que permite distinguir y aclarar el proceso de evolución del anarquismo
chileno.
Esta panorámica de la historia chilena, sin embargo, se resentiría sin una perspectiva
sobre el momento en la historia de Occidente que conocemos como Modernidad. Para
ello se recogen las reflexiones de Marshall Berman en Todo lo sólido se desvanece en
el aire (2004), y a la hora de revisar los antecedentes histórico-culturales que explican el
rol del escritor en la Modernidad, se reconoce la reflexión de Ángel Rama en La ciudad
letrada (1988). En cuanto a la crónica –género que practicara González Vera y de donde
pensamos provienen algunos recursos que influyen en la estética narrativa del autor-
resulta particularmente valioso el texto de Julio Ramos Encuentros y Desencuentros de
la Modernidad en América Latina. Literatura y Política en el Siglo XX (1981), así como
las notas del curso “Crónica Urbana. Su teoría, su práctica chilena”, dictado en 2006 por
Leonidas Morales.
Otro elemento importante que se integra a esta panorámica histórica y social del
período lo constituye la aparición del movimiento anarquista europeo y su peso en la historia
chilena de inicios del siglo XX. A este respecto, la obras de James Joll Los anarquistas
y los artículos de Luis Vitale permiten elaborar una línea de evolución en el tiempo hasta

Campos R., Marcela 11


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

llegar a la inserción de González Vera en el anarquismo kropotkiniano, tendencia cuyas


bases éticas parecen dialogar con las decisiones estéticas del narrador.
Precisamente con respecto a la ética y su reflexión filosófica en América Latina, un
concepto que consideramos relevante es el de analéctica, idea propuesta por el filósofo
argentino Enrique Dussel a principios de los años ’70 y que pensamos permite aproximarnos
a las motivaciones de González Vera para su literatura en rechazo al canon criollista. En
este punto es necesario ampliar la discusión bibliográfica, pues existen críticas importantes
de considerar al momento de identificar la analéctica y sus alcances, especialmente
literarios.
Con respecto al discurso literario propiamente tal y las dimensiones estéticas que
caracterizan la narrativa de González Vera, prima la observación de las técnicas literarias
recurrentes en el autor, como la contención, la cautela con el adjetivo, la ironía por sobre el
sarcasmo y, creemos, una suerte de pudor narrativo muy característico del prosista, ligado
con frecuencia a la crónica, así como las consecuencias que pensamos derivan de estas
opciones estéticas.

1. Modernidad chilena temprana: una aproximación a


los años 20.

– El referente europeo.
A principios del siglo pasado Chile tiene, como la mayor parte de los países del cono sur,
menos de cien años de existencia como nación independiente (de la Corona española).
Comparte con sus vecinos la obligación de enfrentar los desafíos políticos y económicos de
un país joven, tercermundista, en permanente tensión con su reciente pasado colonial y del
cual hereda la devoción por la metrópoli (Madrid, París, Nueva York, etc.) como punto de
referencia, tanto como suele ser ignorada por ésta ante las dificultades de nuestra ubicación
geográfica y la tendencia a relativizar el valor de nuestra producción cultural. El largo
proceso que dará lugar en Occidente al cambio de paradigma que llamamos Modernidad
no significa para nuestro continente, ni en particular para Chile, una diferencia con respecto
a este status periférico. De hecho, el esfuerzo por generar una discusión y experiencia
de lo moderno, de cómo adherir a la Modernidad en un pie relativamente digno, cruza los
recientes espacios de crítica que se abren en la América Latina de fines del siglo XIX, y
se traducen en la producción literaria del período. Los ensayos fundamentales de Martí,
Rodó y el Facundo de Sarmiento, entre otros de la época, responden a esta búsqueda de
caminos que conecten nuestro continente-provincia con la Roma Moderna. Es necesario
entonces revisar las contradicciones que mueven la historia continental y chilena desde la
formación de su institucionalidad política la de sus movimientos literarios y culturales, pues
sirven de marco y explican la elección de determinadas estéticas en tanto eje rector de la
escritura, como creemos ocurre con González Vera, Manuel Rojas y otros narradores de
esta primera parte del siglo pasado. Esto significa reconocer algunos aspectos modeladores
de la Modernidad en el Primer Mundo, y de los que la ex colonia intenta ser eco.

12 Campos R., Marcela


III Marco teórico

4
A partir de la lectura de Berman en Todo lo sólido se desvanece en el aire ,
observamos que hacia 1900 Europa experimenta en el espacio cotidiano las consecuencias
que la Revolución Francesa, la Ilustración y la discusión filosófica iniciada doscientos años
antes significan para la apertura intelectual de Occidente, superado el temor a la herejía
que significaba trastocar el viejo orden, y alentada por la fuerza de la Reforma protestante.
El hombre y la mujer de la calle conocen el telégrafo, la luz eléctrica, el teléfono y la
fotografía, es decir, desarrollan una nueva expectativa en cuanto a la velocidad aceptable
para una respuesta. Al mismo tiempo, el vapor y otros elementos transformarán el taller
de manufacturas en una fábrica, mientras procede la ampliación de las calles para dar
lugar al automóvil. La velocidad con que se derriban espacios públicos y privados que
habían permanecido en pie por generaciones, son la señal de que ha llegado una forma
nueva de vivir, de espaldas a la antigua, una forma moderna, equivalente a progreso, mejor
calidad de vida y cambio para bien, como proclaman muchos periodistas y defensores de
la Modernidad temprana, aunque luego sometida a reflexión crítica en las postrimerías del
siglo XX. Marshall Berman se refiere a ello de este modo:
Hay una forma de experiencia vital –la experiencia del tiempo y el espacio de
uno mismo y de los demás de las posibilidades y los peligros de la vida– que
comparten los hombres y las mujeres de todo el mundo de hoy. Llamamos a
ese conjunto de experiencias la “modernidad”. Ser modernos es encontrarnos
en un entorno que nos promete aventuras, poder, alegría, conocimiento,
transformación de nosotros y del mundo y que al mismo tiempo, amenaza
con destruir todo lo que creemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos.
Los entornos y las experiencias modernas atraviesan todas las fronteras de la
geografía y la etnia, de la clase y la nacionalidad, de la religión y la ideología: se
puede decir que en este sentido, la modernidad une a toda la humanidad. Pero
es una unidad paradójica, la unidad de la desunión: nos arroja a todos en una
vorágine de perpetua desintegración y renovación de lucha y contradicción, de
5
ambigüedad y angustia.
La noción de una Modernidad que desintegra, se contradice y genera angustia se alcanza
al tomar contacto con los efectos de este cambio de paradigma: ya no se trata sólo de
echar abajo un barrio antiguo, sino de la fiebre por demoler y construir edificaciones cuya
materialidad y solidez no dan ninguna garantía de permanencia en la retina del ciudadano,
6
lo que a la postre atenta contra nociones de pertenencia e identidad . Al mismo tiempo que
la ciencia moderna obtiene respuestas que elevan la expectativa de vida promedio, la clase
obrera asalariada experimenta la hacinación y maquinización del hombre por el hombre,
viviendo más, pero no mejor que su antepasado campesino medieval. Esta clase, sometida
a la dependencia del modo capitalista de producción, encontrará eco a sus necesidades
en el discurso anarquista e izquierdista que promueve la sindicalización y organización.
Dicho de otra forma, los movimientos sociales y políticos cuyos “grandes relatos” recibieran
apresuradamente certificado de defunción a fines de los años ’80, son resultado de la misma
Modernidad cuyos aspectos éticos cuestionan y ante los que proponen un nuevo pacto de
4
Berman, Marshall. Todo lo sólido se desvanece en el aire. México: Ed. Siglo XXI, 2004.
5
Op. cit., “Prefacio”, p. 1
6
Este hecho llevó a una protesta sostenida en las viejas capitales europeas por conservar su arquitectura, generando políticas de
rescate del espacio público. La Modernidad santiaguina, en cambio, no registra efectos de estas protestas, casi siempre aisladas,
con la pérdida dramática de patrimonio cultural que ya conocemos.

Campos R., Marcela 13


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

relaciones sociales, muchas veces traicionado por los continuadores de la idea original.
De estos movimientos modernos, el anarquismo, aún con presencia en la actividad política
de nuestros días, tuvo un lugar ineludible en la discusión pública de fines del XIX y hasta
entrados los años ’30, tanto en Europa como en América Latina, como se comentará más
adelante.
Resulta de particular interés la percepción que Berman tiene del espacio público
moderno, al incluir en su mirada crítica otras emanadas de la literatura, como la de
Baudelaire y Dostoievski y la forma en que éstos dan cuenta del nuevo personaje, el
ciudadano de a pie acogido o rechazado, pero a fin de cuentas redefinido por el nuevo
estar cuyos límites son la acera, el bulevar, las plazas y los paseos públicos. La Modernidad
como “experiencia vital” se reconoce de forma evidente en la calle, el topos donde se erige,
borra y vuelve a erigirse el perfil de la ciudad, dando lugar a un nuevo trato entre clases
sociales. La calle misma es muy distinta de su similar premoderna. El antiguo sitio de paso
obligado hacia los mercados y lugares de culto o fiesta, ahora se transforma en un espacio
que señala, como elemento inevitable de la nueva urbe mecanizada, un “estar” urbanizado,
con un protocolo determinado a su vez por la nueva división del espacio público: la calzada
para los vehículos, la vereda para los peatones que, antes del automóvil e incluso del coche
de caballos no obligaba a esta segregación.
El suelo de tierra ha sido domesticado por el pavimento, por lo que resulta más cómodo
transitar por la acera. El peligro del viejo “¡Agua va!” desaparece en la medida en que se
generaliza el acceso al alcantarillado. El mercado, que nunca duerme, toma nota rápida de
este nuevo público más alfabetizado que repleta las calles, y desarrolla la vitrina o vidriera
como espectáculo, mientras que el público y la moda responden espectacularizándose a
sí mismos con nuevos trajes y calzado que ya no luchan contra las piedras o el barro
premodernos. La ahora confortable calle se reproduce y mejora con la construcción de
bulevares o pasajes (calles techadas) en el París de Haussman, a fines del siglo XIX. El “ver
y ser visto” es lema válido que acerca a las personas al mismo estatus de las mercancías,
con diferentes valores de cambio (y a veces de uso).
La segregación vereda/calzada es superada dialécticamente en la manifestación
social, en particular la de carácter político. La protesta de las masas que nacen con la
Modernidad industrial se apodera de las calzadas para hacerse notar por la vía de impedir
el tránsito de vehículos, declarando a gritos que la vida “normal” no lo es para miles de
personas.
La ciudad moderna, la urbe con su urbanismo y urbanidad, los nuevos edificios y
especialmente la nueva higiene resultan de enorme atractivo para el latinoamericano que
tiene oportunidad de viajar, contrastando esa experiencia con la polvorienta ciudad del
Nuevo Mundo, escasamente pavimentada, sufriendo el polvo del verano y el barro del
invierno. Importar la ciudad europea moderna se vuelve un imperativo de las políticas de
Estado y una vía para demostrar que se ha superado la barbarie, gran sueño de pensadores
latinoamericanos como Bello y Sarmiento.
Ensanchar las calles, erigir edificios más altos, derribar el adobe (o por lo menos
recubrirlo, como se observa en los antiguos barrios de la clase alta chilena del 900) para
imponer el acero, el cristal y el cemento, movilizan grandes presupuestos y esfuerzos
de todo orden. Hacia 1870 y de la mano del Intendente Vicuña Mackenna, se da inicio
al proyecto que cambiaría la ciudad de Santiago, como señala el artículo al respecto en
memoriachilena.cl:

14 Campos R., Marcela


III Marco teórico

(...) no sólo pretendió mejorar los servicios públicos de alumbrado, agua potable,
seguridad y transporte, sino también regenerar las conductas y hábitos de sus
habitantes, erradicando ciertos vicios como la mendicidad, la prostitución, la
pobreza y los constantes brotes de pestes y enfermedades que retrataban un
paisaje de barbarie y rusticidad dentro de la capital del país. Dicho proyecto se
constituyó a partir de un ideal civilizador que buscaba modernizar el modelo
de vida urbana, a fin de hacer prevalecer el orden, la belleza y la cultura dentro
de la convivencia espacial y social de sus habitantes. A la serie de programas
de pavimentación y extensión de los servicios públicos, siguió un plan de
segregación urbana que se concretó en la construcción del camino de la cintura,
7
a fin de separar la ciudad bárbara de la ciudad ilustrada, opulenta y cristiana (...)
A principios del siglo XX y en el marco de la preparación de los festejos del Centenario,
se construye el Parque Forestal de Santiago, transformándose desde entonces en un polo
de atracción para el habitante de la capital. En las calles remodeladas el “carro de sangre”
convivirá, aunque no por mucho tiempo, con el tranvía y las góndolas, como gustaban llamar
a los taxibuses nuestros abuelos. Es el Santiago que conoce la Generación del año 20 de
González Vera, y donde cantó himnos anarquistas tomados del brazo de sus compañeros
para ocupar el ancho de la vereda. Por cierto, la acera moderna apenas se deja habitar
por el sujeto popular, entendido desde Salazar y Pinto como el ciudadano consciente y
crítico, aquél que a cambio de desarrollar esta condición resulta invariablemente reprimido,
especialmente al momento de ocupar los espacios públicos, en donde se opone al orden
Moderno impuesto por el capital. El estado moderno, especialmente el estado portaliano
defensor del orden, se niega a esta “interrupción del tránsito”, en sentido lato. Su idea del
ciudadano, aún teórica, es una proyección hacia el indefinido futuro en donde la Modernidad
se haya consolidado. No concibe masa crítica ni sujeto histórico más allá de la élite
dominante, y aun ésta (como ocurrió con José Miguel Infante y Victorino Lastarria) es
cuestionada. El anarquismo genera una ruptura de la noción estereotipada del chileno de
extracción popular, y en tanto moderna recoge tanto los ideales de la Ilustración como una
ética libertaria que se niega a aceptar que el hombre y la mujer popular estén incapacitados
para desarrollar un proyecto propio con derecho legítimo a ser parte del proyecto histórico
chileno mayor. La arista ética del anarquismo pretende ser lo suficientemente afilada como
para abrir un espacio social que convoque al habitante de la periferia económica y cultural
al encuentro con la estatura cívica que hasta entonces solo define a la élite.
La ética anarquista necesariamente tiene que reaccionar contra la imagen del “pueblo
llano” que comunica la literatura criollista chilena, guiada las más de las veces por la mejor
de las intenciones y que, a la postre, restringen los alcances estéticos del ejercicio escritural
(el Criollismo chileno no tuvo ni tiene lectores más allá de nuestras fronteras, siendo el
término de la enseñanza secundaria una de ellas, salvo excepciones como Coloane). En
esa medida Santiago y las capitales de provincia, modernizadas apenas ayer, observan
la aparición de un chileno popular que, a diferencia de los milicianos independentistas, de
la montonera o el bandidaje, instala en la calle su mensaje y su idea del Chile futuro, en
donde los beneficios de la Modernidad sean moneda común, lo que significa atacar la idea
tradicional de orden, término siempre caro a la élite económica y política. A propósito de
esta palabra, Ángel Rama se refiere al concepto en los siguientes términos:

7
“Benjamín Vicuña Mackenna (1831-1866). Remodelación de Santiago”, recurso electrónico disponible en http://
www.memoriachilena.cl//temas/dest.asp?id=vicunaremodelaciondesantiago

Campos R., Marcela 15


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

La palabra clave de todo este sistema [el del proyecto imperial español]
es la palabra orden, ambigua es español como un Dios Jano (el/la),
activamentedesarrollada por las tres mayores estructuras institucionalizadas (la
Iglesia, el Ejército, la Administración) y de obligado manejo en cualquiera de los
sistema clasificatorios (historia natural, arquitectura, geometría) de conformidad
con las definiciones recibidas del término: “Colocación de las cosas en el lugar
que les corresponde. Concierto, buena disposición de las cosas entre sí. Regla o
8
modo que se observa para hacer las cosas.”
La arquitectura, como asimismo las obras públicas, no ha estado al margen del proyecto
ideológico que sustenta el poder. En el caso particular de la ciudad colonial latinoamericana,
Rama señala que las reglas que orientan la construcción de lugares públicos y privados
está regida por los intereses de la Corona española, centrados en el reforzamiento de la
relación jerárquica con el Otro, y no es difícil notar que esto sobreviven a la Independencia
y la consolidación de las repúblicas del continente. La relación del ciudadano en nuestras
calles se habría definido en la medida en que existe:
El principio rector que tras ella [la forma de damero de las calles] funciona y
asegura un régimen de transmisiones: de lo alto a lo bajo, de España a América,
de la cabeza del poder –a través de la estructura social que él impone– a la
conformación física de la ciudad, para que la distribución del espacio urbano
9
asegure y conserve la forma social.
Portales como sus predecesores y continuadores, perpetúan este orden imperial, por lo
que no debe extrañarnos que fuera y sea precisamente la calle un espacio de especial
preocupación y control social. Los anarquistas en tanto (quienes por regla general llevan
vidas personales pulcras y correctas) ven en el desorden público una manifestación de
desobediencia civil ante la que por lo demás prácticamente no existen alternativas para la
expresión de un proyecto popular. Sus periódicos, incluso las ediciones gratuitas, llegan a
un sector reducido de los trabajadores alfabetizados y aún más reducidos de la clase media.
El anarquista González Vera dice: “¿No es preferible que se rompa el equilibrio, a condición
10
de que todos los hombres puedan, en el mismo instante, mirar abiertamente el sol?”
El acto público, la marcha, proporcionan la posibilidad de hacer propaganda de impacto
por la vía oral y visual. Es otro “espectáculo”, desde la perspectiva de Debord, protagonizado
por nuevas oleadas de ciudadanía en evolución y que, incluso reaccionando al orden
mercantil, necesita utilizar los recursos que la publicidad, hija legítima de dicho orden, utiliza
como vía de comunicación. La Modernidad ha cambiado las pautas, los grupos y los ámbitos
de alcance posible de un mensaje. El antiguo salón con acceso limitado a la élite artística
e intelectual desaparece, y en su lugar emergen el café y la bohemia. El Santiago moderno
de principios del siglo XX, como realización del orden monárquico y luego portaliano, es
al mismo tiempo territorio donde la reacción al orden tiene posibilidad de instalarse hasta
nuestros días tecnologizados, en una ruta que va de la ciudad moderna y letrada a la ciudad
virtual en progresiva masificación. Para comprender de mejor manera la forma en que este
proceso se desarrolló en la Modernidad chilena, específicamente en la capital, procede la
revisión del marco histórico a continuación.
8
Rama, Ángel. “La ciudad ordenada” en La ciudad letrada . Montevideo, Arca, 1988, pág. 19. Cursiva en el original.
9
Op., cit., pág. 21.
10
Soria, Carmen (comp.). “El espíritu de Chile”, Stgo., Claridad , 30 de junio de 1923., en Letras anarquistas . Stgo: Ed. Planeta,
2005, págs. 119-121.

16 Campos R., Marcela


III Marco teórico

a) El estado moderno chileno bajo dos perspectivas: Mario Góngora y


Gabriel Salazar.
Los referentes históricos que explican la formación y evolución del estado, especialmente
el período entre 1900 y 1920, es decir en los albores del intento chileno por adscribir a la
Modernidad, son objeto de natural interés para nuestros historiadores. A partir de 1973,
la Dictadura militar manifestó evidente interés en controlar el discurso histórico, para lo
cual contó con el apoyo de académicos interesados en transmitir una visión afín a los
intereses el régimen. Esta visión parcial en la que al menos dos generaciones de chilenos
fuimos educados, hace necesaria la búsqueda de perspectivas serias y reconocidas que,
asumiendo el ideario político o social que las alimenta, ofrezca la posibilidad de obtener
una perspectiva más amplia sobre el desarrollo de la historia de Chile. Para ello se ha
recurrido al análisis de dos Premios Nacionales de Historia: Mario Góngora y Gabriel
Salazar, quienes desde veredas más bien opuestas, intentan explicar en qué forma se
originó el estado chileno moderno, quiénes fueron los protagonistas de este intento y de qué
forma impactaron en la evolución de nuestra sociedad. El contraste entre ambas posiciones
nos permitiría delimitar un marco general de análisis histórico que facilite el acercamiento
a González Vera, miembro de la generación del ’20 en reacción al Criollismo, cronista y
narrador.
Para Mario Góngora (1915-1985, Premio Nacional de Historia 1976), la génesis
del estado de Chile se encontraría en el legado político de Diego Portales, Ministro y
Vicepresidente en 1830 y 1835, respectivamente, y figura política de un país con apenas
veinte años de vida independiente. Portales llega al poder en conocimiento de los ideales
democráticos que animan los proyectos constitucionales de Europa y Estados Unidos y,
reconociendo la necesidad de adherir a estos principios, cree firmemente que la población
chilena no está capacitada para ejercer estos derechos de participación, a causa de su
inmadurez política, lo que explica la necesidad de resaltar el principio de autoridad:
La concepción fundamental de Portales, para Alberto Edwards, consiste en
restaurar una idea nueva de puro vieja, a saber, la de la obediencia incondicional
de los súbditos al Rey de España, durante la Época colonial. Ahora se implantaba
una nueva obediencia, dirigida hacia quien ejerciera la autoridad, legítima en
11
cuanto legal.
La Constitución de 1833 no es más que la legalización de este principio de férrea autoridad,
esencial para la conducción de un pueblo incapaz – en lo inmediato– de disfrutar en
forma razonable de los derechos que otorga la participación democrática, los cuales
presupondrían determinados rasgos de los que el pueblo chileno no privilegiado carecería
del todo:
El hecho efectivo es que surge hacia 1830 un gobierno fuerte, extraño al
militarismo y al caudillismo de los tiempos de la Independencia, que proclama en
la Constitución de 1833 que Chile es una República democrática representativa,
y que afirma su legitimidad en quien ha sido elegido según un mecanismo
legal, y que rige al país según esas normas legales. Pero la específica
concepción “portaliana” consiste en que realmente Chile no posee la “virtud
republicana” que, desde Montesquieu y la Revolución Francesa, se afirmaban
ser indispensables para un sistema democrático, de suerte que la Democracia
11
Góngora, Mario. Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX . Santiago, Ediciones La
Ciudad, 1981, pág.3.

Campos R., Marcela 17


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

debe ser postergada, gobernando, entretanto, autoritariamente pero con celo del
bien público, hombres capaces de entenderlo y realizarlo. Esta es la sustancia
de la célebre carta de 1822 a Cea. Portales, que tenía entonces solamente 29
años, no se empeña en discutir la doctrina de la “virtud” propia de cada forma
de gobierno, ni en atacar teóricamente la Democracia, da por sentado que en
América no hay otra posibilidad, pero el realismo de su visión se manifiesta
en que posterga su vigencia y confía solamente en “un gobierno fuerte y
12
centralizador”.
La frase subrayada nos da cuenta del reconocimiento del historiador hacia el hombre
público que está en lo correcto cuando afirma que la democracia es un bien para el pueblo,
siempre que tenga la capacidad del ciudadano europeo para el ejercicio democrático. Se
desprende que Portales poseería la visión a futuro del hombre de estado que necesitaba
la joven e inmadura república. Ahora bien, aunque Góngora reconoce el carácter de
definitivo autoritarismo que encierra esta fórmula, resulta particularmente interesante que,
comentando su diferencia con Alberto Edwards en torno a la concepción portaliana de
estado, resalte la visión del Ministro sobre quienes integran la sociedad chilena y el rol que
les cabe bajo un gobierno como el que él propone:
Pero donde me aparto de la visión de Edwards es en su idea de que para Portales
el gobierno no sólo debe ser fuerte y centralizador, sino también impersonal y
abstracto. Pienso, por el contrario, que para Portales “el principal resorte de
la máquina” era la distinción entre los que él llama en sus cartas “los buenos”
y “los malos”. Los “buenos” son “los hombres de orden”, “los hombres de
juicio y que piensan”, “los hombres de conocido juicio, de notorio amor al país
y de las mejores intenciones”. Los “malos”, sobre quienes debe recaer el rigor
absoluto de la ley, son “los forajidos”, “los lesos y bellacos”, aludiendo sin
duda a los pipiolos y los conspiradores de cualquier bando. Lamenta a veces
la tibieza en el Gobierno y aun de aquellos que son afectos al Gobierno “por
su natural propensión al orden y la paz”, “todas las piezas de la máquina se
van desencajando sensiblemente”, “porque los malos no le tienen respeto” al
13
Gobierno.
No puede menos que reconocerse la falta de eufemismo de Portales para referirse a
quienquiera que se oponga a su forma de gobernar por el bien público. En cuanto a “los
buenos”, no parece haber mayor dificultad en señalar de quiénes se trata:
El régimen portaliano presupone que la aristocracia es la clase en que se
identifica el rango social, y todos sus intereses anexos, con la cualidad moral de
preferir el orden público al caos. Esto sería “el principal resorte de la máquina”
14
en el portalianismo, a nuestro juicio.
Como un eco de la relaciones sociales impuestas durante la Colonia, caracterizadas por
un verticalismo sin ambages y la oposición encomendero-dueño de fundo versus rotos,
el estado portaliano perpetúa esta noción del pueblo bárbaro, carente de cualidades que
faciliten su acceso a la civilización moderna. Más aún, se perpetúa la idea de que el pueblo

12
Ibid. El subrayado es mío.
13
Op., cit., págs. 14-15.
14
Op., cit., pág. 16.

18 Campos R., Marcela


III Marco teórico

se puede resumir en un concepto: los rotos. Ahí caben, entre otros, inquilinos, artesanos,
peones, propietarias de cocinerías y chinganas, personas que desconocerían todo sobre el
bien público y su administración. Un pueblo sin opinión que necesita de alguien opine por
él. Esto explica que la Guerra Civil de 1891, en donde los políticos conservadores de clase
alta se opusieron al presidente liberal Balmaceda (también de extracción aristocrática), se
hubiera recibido con indiferencia entre los sectores populares:
La figura de Balmaceda, representada en miles de litografías populares como
“el Presidente mártir”, a comienzos del siglo XX, ¿contó en realidad con el
apoyo popular en su lucha con el Congreso? El asunto es materia muy debatida.
Abraham König, político radical y antibalmacedista, en un artículo publicado
durante el destierro en “La Nación de Buenos Aires”, escribe que la revolución
ha sido el resultado de una cuestión de Derecho Constitucional, discutida desde
distintos puntos de vista; y “la aplicación de un precepto constitucional no está
al alcance de todos y, como es natural, losque se interesaban vivamente en la
contienda eran los hombres ilustrados, losde buena posición social, que por
su educación y cultura estaban en situación de comprender la gravedad del
conflicto y apreciar sus consecuencias. En este sentido, la Revolución de Chile
es aristocrática, porque ha sido empeñada, sostenida y dirigida por las clases
directoras de la sociedad”. (...) En fin, el mismo Valentín Letelier, (...) ya pasada
la Guerra Civil, escribía: “Mas, acaso se dirá que todo esto era pleito entre
ricos, ajenos del todo a losintereses del pueblo; se dirá acaso que el pueblo,
que no se reúne en clubs ni en asambleas, que no publica ni lee diarios, y a
quien no importan un ardite los derechos políticos, no tenía motivo alguno para
alzarse en armas contra el Gobierno establecido ... Por mi parte, no he de negar
que efectivamente en losprimeros meses de la contienda política entre losdos
15
grandes poderes del Estado, el pueblo se mostró del todo indiferente a ella”(...)
Inmediatamente a continuación comenta Góngora:
Los testimonios son bastantes claros, y vienen de ambos lados, como para negar
la indiferencia popular, y lo atestigua más todavía la neutralidad del Partido
Demócrata, de base social artesanal y de pequeña clase media; incluso, su jefe,
Antonio Poupin, murió en Lo Cañas junto a jóvenes aristócratas. Sin embargo, la
16
póstuma popularidad de Balmaceda es un hecho histórico innegable.
Sobre la indiferencia del pueblo chileno “que no publica ni lee diarios”, Góngora se hace
eco de la voz oficial sobre los sectores populares y no parece conocer ni mucho menos
reconocer que este pueblo sí desarrolló canales de comunicación social alternativos, cual
es el caso de la “literatura de cordel”, como se llamó a esos pliegos sueltos ilustrados que,
heredados de la tradición española, se publicaron entre mediados del siglo XIX e inicios
del siglo XX, y en donde se comentaban hechos de interés, muchos de ellos de carácter
sensacionalista, como los crímenes y asaltos, pero donde también tuvo cabida la expresión
del redactor en torno a las crisis políticas del período. Micaela Navarrete señala al respecto:
Los acontecimientos de la Guerra del Pacífico fueron descritos en los versos
del más importante de los poetas populares, Bernardino Guajardo. Qué decir de
la época de Balmaceda y la revolución del 91: Rosa Araneda, Daniel Meneses,
15
Op., cit., pág. 25
16
Op., cit., pág. 26.

Campos R., Marcela 19


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

Nicasio García y otros, escribieron dando su visión. Todos tenían opinión sobre
la situación política que les tocaba vivir, los problemas de los pobres la carestía,
17
los fusilamientos; junto a versos por el amor, o satíricos.
La académica María Eugenia Góngora XIX, también se refiere al carácter de espacio de
opinión que tuvo la lira popular:
Gracias a las descripciones de Rodolfo Lenz y a los trabajos posteriores de
Juan Uribe Echevarría y de Antonio Acevedo Hernández, podemos conocer en
alguna medida las condiciones de circulación de las hojas de versos, que están
documentadas en Chile desde inicios de la década de 1860 (Uribe Echevarría,
1979). A propósito de la guerra de Chile con España, entre los años 1865 y 1866
se publicó un gran número de versos patrióticos, de nuevo en la guerra de 1879
contra Perú y Bolivia, los poetas populares participaron con una importante
producción de poesía política, como volvió a suceder en el período que va
de los años 1886 a 1896: La ascensión al poder del Presidente Balmaceda,
sus enfrentamientos con diversos sectores populares y aristocráticos, la
Guerra Civil que culminó en el derrocamiento y suicidio del Presidente, y por
último el gobierno de Jorge Montt, caracterizado por una fuerte represión a los
balmacedistas pero también a sectores populares simpatizantes del Partido
18
Democrático.
La indiferencia de Mario Góngora sobre el tema, que se explica porque también él es un
sujeto cultural que se ha formado en la tradición académica ilustrada, se extiende a otras
formas de manifestación popular que también sirvieron de espacio para la opinión, como la
cueca; nos referimos en particular a la conocida “Cueca balmacedista”, difundida en 1886 y
conocida en la versión de 1969 del grupo chileno Quilapayún. No fue la única escrita sobre
el mismo tema, ni fue ése el único tema relativo a la situación social y política, recogido
en la cueca, si bien el asunto amerita, si no existe ya, otro espacio de análisis. Lo que nos
parece esencial al respecto es que Mario Góngora se suma a la opinión general de la élite
chilena sobre la apatía política del pueblo, del chileno de extracción popular en definitiva,
cuyo status parece resultarle siempre de difícil reconocimiento.
Con posterioridad a la Guerra Civil de 1891, otro momento que Góngora considera
importante en cuanto a la formación del estado chileno, es el relativo a la llamada “cuestión
social”, o la discusión relativa al problema de los chilenos pobres, especialmente la clase
obrera que surge por efecto de la naciente industrialización, en la minería (salitre, carbón
y cobre) y las fábricas instaladas en las ciudades. Este grupo invierte la distribución de
la población nacional que, de habitar preferentemente los campos, emigra en masa a la
ciudad para proveerse de mejores condiciones de vida ante la crisis del agro. La élite política
ve con preocupación que la mano de obra barata crece en número y podría volverse una
amenaza, pues ya se conoce en Chile el ideario de socialistas y anarquistas. Esta situación
y el ya mencionado tema de la necesidad de superar la “barbarie” pre modernista, impulsan
propuestas de diverso tipo. Un concepto tan importante como polémico fue la noción del
Estado docente, definido así por Pedro Godoy:

17
Navarrete, Micaela. La lira popular. Literatura de cordel en Chile . Recurso electrónico disponible en http://
www.dibam.cl/upload/i5395-2.pdf
18
Góngora, María Eugenia. La poesía popular chilena del siglo XIX . Recurso electrónico disponible en http://
www2.cyberhumanitatis.uchile.cl/03/textos/MEGONGORA.HTML .

20 Campos R., Marcela


III Marco teórico

El Estado docente es la doctrina según la que la República asume el compromiso


de educar a la población En nuestras constituciones aparece este deber como
preferente. La Iglesia sintió que al imponerlo se invadía su ámbito. Ello será
uno de los ingredientes de las querellas político-teológicas del siglo XIX. Tal
afán jamás es monopólico y, por ende, no excluye la iniciativa privada. Desde
otro ángulo, es laico, pero no ateísta. Nuestro Estado, apoyado en la Ley de
Instrucción Primaria Obligatoria, reduce el analfabetismo. Surgen escuelas para
la infancia y liceos para la adolescencia. Son confortables y se edifican en medio
del pobrerío. Allí se civilizan los hijos del taller junto con los del palacio y los de
familias inmigrantes. Esas aulas los emulsionan, contribuyendo a democratizar
y a chilenizar. Aportan a plasmar un estrato, factor de estabilidad sociopolítica:
la clase media. El Estado docente funda una red de institutos que culmina con
la Universidad de Chile. Todo el sistema es gratuito y ajeno a la concientización
19
sectaria.
El elemento conservador vio siempre con sospecha y rechazo esta condición del Estado,
que hasta el día de hoy genera escozor, Como el mismo Godoy señala un poco antes:
Es una teoría pedagógica y una praxis educativa. Las facultades de Educación
que, se supone, preparan al magisterio no la analizan. La ciudadanía –
siempre amnésica– no sabe de qué se trata. Aun más, ciertos expertos a la
violeta la juzgan pieza arqueológica y se permiten estimar la condición de
“estadodocentista” como un estigma. Tienen a flor de labios la frase: “Yo no soy
partidario del Estado docente”. Como si serlo fuese estar prontuariado o padecer
20
de sida.
Lo cierto es que junto con el Estado Docente y su preocupación por educar y “civilizar” a
la masa, aparecen también reacciones de tipo asistencialista o derechamente paternalista,
como las agrupaciones de damas de alta sociedad, los patronatos y las casas de acogida,
por una parte, comentados por Pinto y Salazar de esta forma:
La caridad decimonónica y sus “señoras” de la que ya hemos hablado,
manifestaron esa actitud: el horror ante su brutalidad [la del “bajo pueblo”], y la
necesidad de construir casa de huérfanos, de poner a las “chinas” a trabajar en
21
casas respetables, de sacar a los vagos de las calles.
Góngora, por su parte, lo reseña de la siguiente forma:
La investigación ha destacado ya suficientemente los esfuerzos de laicos y
eclesiásticos en un sentido social-cristiano: la fundación de Patronatos por
Carlos Casanueva, Juan Enrique Concha y Carlos Silva Vildósola; la labor de
Francisco de Borja Echeverría y el mismo Concha en la cátedra de Economía
Social en la Universidad Católica; las intervenciones de Concha en el Senado
19
Godoy, Pedro. “Estado Docente”, en la sección Cartas de La Nación , 15/07/2006, versión electrónica disponible en
http://www.lanacion.cl/prontus_noticias/site/artic/20060714/pags/20060714184111.html .
20
Ibid.
21
Salazar, Gabriel y Julio Pinto. “Actores, identidad y movimiento” en Historia Contemporánea de Chile . Santiago, LOM,
1999, Vol II, pág. 55.

Campos R., Marcela 21


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

a favor de la legislación social. Para él, es esencial, justamente para impedir la


propagación del socialismo, la intervención estatal legislativa y el trato familiar,
paternal, con el obrero, a diferencia del impersonalismo del capitalismo de
sociedades anónimas. (...) El grueso del Conservantismo no se interesó a fondo
por la “cuestión social”. En el Partido Liberal se sabe que Arturo Alessandri hizo
su tesis de Licenciado en Leyes sobre “Habitaciones obreras” (1892).Manuel
Rivas Vicuña se interesóconstantemente, nos lo dice en sus Memorias, por la
dictación de la ley de Instrucción Primaria Obligatoria, promulgada solamente en
1918, pues los conservadores hasta entonces la veían como una maniobra del
22
Estado docente y laicista.
Lo que parece colegirse de la cita es que según su autor, no se puede negar tanto la
iniciativa de la élite política respecto de la cuestión social, ni tampoco que no fue una
preocupación crucial ni parte de su proyecto, como sí ocurrió con el Partido Radical.
Prefiere eludir, por estar muy estudiado, declara, el tema de los movimientos huelguísticos
ocurridos entre 1905 y 1921, y no hace ninguna alusión a agrupaciones populares como
las mancomunales y mutuales surgidas por iniciativa de artesanos y obreros mucho antes
de la llegada del pensamiento anarquista a Chile. Sí reconoce la importancia de la juventud
universitaria de 1920 a la que perteneció González Vera, como otros, sin ser alumno de la
universidad, como factor de influencia en la solidificación del estado chileno:
La Federación de Estudiantes de Chile (FECH), fundada en 1907, pasó a ser,
desde ese mismo año, un órgano de rebeldía, por problemas domésticos
universitarios, pero que pronto derivaron también aun anticlericalismo militante,
expresado en lasmanifestaciones contra el Nuncio Sibilia, en 1913 y en defensa
siempre del Estado Docente. Sus dirigentes provenían inicialmente, sobre todo,
de jóvenes radicales o liberales doctrinarios, pero a fines de la década de 1910
23
son sobre todo anarquistas y antimilitaristas. (...)
Góngora precisa el lugar de los intelectuales jóvenes en espacios paralelos a la Federación:
Humanitarismo antibélico, Socialismo y Anarquismo eran consignas
propias de toda la juventud “de ideas avanzadas” desde antes de 1920, pero
singularmente señalado en ese año tormentoso, y a ellos se unieron intelectuales
y escritores de la generación anterior, como losTolstoyanos y “el grupo de los
Diez” (D’Halmar, Fernando Santiván, y otros). Todo se conjuraba en su favor. En
1917 había triunfado la Revolución Rusa y aun aquellos que no eran comunistas
o socialistas creían en su sentido liberador. El fin de la Guerra Europea trajo
consigo una oleada pacifista y antimilitarista, entusiasta del moralismo del
Presidente Wilson. En el ámbito doméstico, había triunfado en el Congreso la
24
Alianza Liberal, de un tinte marcadamente mesocrático (...)
El discurso universitario, en cambio, respondería a las siguientes coordenadas:
Del viejo radicalismo decimonónico subsiste aún el anticlericalismo y la
denuncia contra los bienes de la Iglesia; pero predomina la lucha social y
antimilitarista, anarquista y socialista. El “proceso contra lossubversivos”,
22
Op., cit., págs. 42-43.
23
Op., cit., pág. 46.
24
Op., cit., pág. 47

22 Campos R., Marcela


III Marco teórico

iniciado contra los anarquistas por denuncia del Gobierno, que se fundaba en el
cargo de antipatriotismo, llevó a una excitación culminante cuando el estudiante
JoséDomingo Gómez Rojas, incomunicado y maltratado por disposiciones
del Ministro de la Corte de Apelaciones, JoséAstorquiza, tuvo que ser al fin
25
trasladado al Manicomio, donde falleció a lospocos días.
Estos hechos, resumidos por Góngora para describir a los miembros de la generación que
formó la masa crítica chilena de los años ‘20, tuvieron entre sus testigos directos a González
Vera, quien jamás olvidó (aunque evitó el dramatismo con pinceladas de ironía) el asalto a la
FECh ni la muerte de Gómez Rojas, como él mismo comenta en sus artículos de Claridad
26
y en Cuando era muchacho .
Con relación al peso ideológico del anarquismo de estos jóvenes y la huella que dejaran
en la sociedad chilena, Góngora afirma lo siguiente:
“Claridad”, que se titulaba “Periódico semanal de Sociología, Arte y
Actualidades”bien merece unas líneas, como órgano representativo de una
generación, entonces juvenil, cuya mentalidad influyó mucho en esos años. (...)
Una declaración de principios en torno de “la cuestión social”, publicada en el
número 5, de 6 de noviembre de 1920, sostiene: “la Federación reconoce la
constante renovación de todos los valores humanos. De acuerdo con este hecho,
considera que la solución del problema social nunca podría ser definitiva y que
las soluciones transitorias a que se puede aspirar suponen una permanente
crítica de lasorganizaciones sociales existentes. Esta crítica debe ejercerse
sobre el régimen económico y la vida moral e intelectual del país”. Estápor “la
socialización de las fuerzas productivas y el consecuente reparto equitativo del
producto del trabajo común, y por el reconocimiento efectivo del derecho de
cada persona a vivir plenamente su vida intelectual y moral...Declara finalmente
que todo verdadero progreso social implica el perfeccionamiento moral y cultural
de los individuos”. Como se ve, aparte de la frase sobre la socialización de la
producción, el lenguaje dista mucho de ser marxista, y se enlaza más bien con
un anarquismo intelectual libertario e individualista (...) Otro punto siempre
recurrente en “Claridad” es el pacifismo antimilitarismo, entonces de moda,
27
como hemos ya dicho.
Esta visión es objeto de las siguientes reflexiones:
La generación del año 20 ha conformado el tipo chileno del “intelectual de
izquierda”, pero de una izquierda no oficial, sino permanentemente en crítica
del orden social existente, crítica mordaz de la vieja aristocracia; de la nueva
plutocracia; del clero; de los partidos titulados “avanzados”, con todas sus
inconsecuencias y traiciones. (...) Su idealismo moral quiere disfrazarse siempre
de “ciencia”, sobre todo de “Sociología”. (...) Son todos ellos fuertemente

25
Op., cit., pág. 49.
26
González, Vera, José Santos. Capítulos 91-93 y 100 en Cuando era muchacho . Santiago, Universitaria, 1996, Primera edición,
págs. 187-196 y 209, respectivamente.
27
Op., cit., págs. 49-50.

Campos R., Marcela 23


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

individualistas, aunque profesen teóricamente el socialismo, por odio a la


28
injusticia social.
Góngora reconoce la influencia del proyecto libertario, aunque no consigna efectos sociales
mediatos ni a largo plazo de la batalla por sus causas, ni se refiere a éstas más allá de lo que
lo obliga la revista de la Generación del ’20 en el ámbito universitario. Sí reconoce que el
estilo de participación social de influencia ácrata, independiente y separado del partidismo
político, hará escuela en las futuras generaciones de la izquierda chilena con acceso a
educación superior:
Es cierto que “la generación del 20” es un pequeño grupo de intelectuales y no
un pueblo entero; pero esto es un error grave enhistoria cultural, sobre todo en
tiempos inestables y críticos, usar de un criterio cuantitativo. Esta generación,
aun cuando no contó con ningún pensador” (una categoría típicamente
hispanoamericana) de la talla de loshombres de la generación de 1842, ni de la
generación de los años 1930-40,tuvo un rol capital en la topología intelectual y en
29
las concepciones políticas y sociales chilenas.
Entre los personajes mencionados, González Vera recibe un comentario como redactor
de Claridad, especificando su condición de ex anarquista. La investigación nos revela que
González Vera siempre se refirió a sí mismo, especialmente en su trabajo literario, como
un anarquista y antimilitarista, e hizo de su literatura un acto libertario que se condijo de la
adultez y madurez del escritor. Pero a eso nos referiremos más adelante.
Al introducir la década que nos interesa con el capítulo El tiempo de los caudillos.
(1920-1932), Góngora hace suyas las certezas de Portales sobre la inmadurez del pueblo
chileno para el ejercicio democrático, y deduce que esta alternativa lógica ante el fin de la
monarquía, se resuelve en Chile con el fenómeno del caudillismo:
Estos caudillos sustituían la legitimidad tradicional de la Monarquía Española y
sujetaban a su arbitrio a los aristócratas tradicionales, que sin embargo habían
sido los primeros inspiradores del movimiento de Independencia: la espada
surgía como el poder primordial, tal como en la época de la Conquista. En
1829-1830,son los generales vencedores, Freire y Prieto, sucesivamente, los que
asumen el poder, y el segundo después fue Presidente legalmente elegido, y tras
30
él, la “eminencia gris” de Portales.
En su análisis de los aspectos modeladores del estado chileno, Góngora hace referencia al
fenómeno de Arturo Alessandri, elegido en 1920 como el primer presidente surgido desde
la mesocracia, cuyo discurso populista y demagógico lograra captar la adhesión ciudadana
tanto como la suspicacia aristocrática, el recelo de la generación universitaria y el rechazo
anarquista. Se trataría, según Góngora, de una suerte de continuismo caudillista, esta vez
adaptado a la democratización del derecho a voto:
Max Weber hablaría de una “democracia plebiscitaria”, pero en Hispanoamérica
es más realista hablar de “Democracia caudillesca”. (...) en Chile, en 1920,
se trata de masas dotadas del sufragio universal, en que se han disuelto las
antiguas deferencias a la aristocracia, o de muchedumbres movidas por los
28
Op., cit., págs. 50-55.
29
Ibid.
30
Ibid nota 1, págs. 56-57

24 Campos R., Marcela


III Marco teórico

discursos, la prensa o la canción. El caudillo debe persuadir a las masas que


ellas son “el pueblo soberano”, que él no es sino el ejecutor de sus voluntades
y sentimientos. La elocuencia de Alessandri, en su manera decimonónica,
sobre que “sólo el amor es fecundo”, etc., acompañada de su simpatía cordial,
ayudan a la adhesión; además de que él posee la legitimidad legal de la elección
popular. Hay pues algo ambiguo en la Democracia caudillista hispanoamericana:
no existen ya las legitimidades tradicionales aristocráticas, las religiosas
están puestas en duda por el anticlericalismo ambiente, queda sólo el carisma
personal. Pero éste puede no ser duradero, depende de las circunstancias o del
31
capricho de las masas, de la opinión pública (...)
La cita nos permite identificar algunos elementos de base en torno al sujeto popular:
primero, que no es sujeto, al menos no para el análisis de la constitución de estado en Chile.
Los sectores populares se describen no como ciudadanía con derecho a voto, sino como
“masas dotadas del sufragio universal”, cuyas decisiones cívicas no son fruto de ninguna
decisión razonada ni de la capacidad de pensar la realidad, sino que dependen de aspectos
emocionales como la impresión que provoca un discurso, la canción, el “carisma personal”
como sustituto de las “legitimidades tradicionales aristocráticas” y religiosas. Sin pretender
afirmar que para 1920 existía en Chile una masa crítica participativa sita en el sector popular,
la investigación arroja la existencia de numerosos sindicatos organizados, con espacios
de encuentro, difusión, discusión y actividades culturales frecuentes. El periódico Claridad,
órgano oficial de la FECh, tiene entre sus redactores a González Vera y Manuel Rojas,
ninguno de los dos estudiantes universitarios, pero sí miembros activos de la decisiva –
el mismo Góngora lo reconoce y reitera– comunidad de estudiantes de la Universidad de
Chile. Y ocurre que tanto uno como otro son jóvenes de extracción popular no obrera,
modesta, aunque letrada. No tienen lugar en la “masa dotada con derecho a voto” que
se encanta con los discursos alessandristas, descrita así: “(...) estas inconsistentes clases
medias, los profesionales, el pequeño mundo de los empleados particulares y los pequeños
funcionarios, el proletariadoindustrial y el ‘Lumpenproletariado’, acompañan al Presidente,
que aparece siempre en primer plano, no detrás de su gabinete, como en el régimen
32
parlamentario (...)” , aunque por derecho se cuentan entre quienes dieron forma a la
brillante generación chilena de los años ’20. Sin embargo el mismo historiador no evita
cuestionar veladamente, gracias al expediente de las comillas, la manera en que estos
jóvenes deciden afrontar la crítica social de la que se hacen cargo.
Hacia 1920 la sociedad chilena se conforma entonces por una élite aristocrática,
para utilizar los términos de Góngora, un sector medio de profesionales, funcionarios y
empleados públicos y particulares, y las masas con derecho a voto. Con respecto a la
primera, es interesante la forma en que Góngora perfila al poderoso sector:
La aristocracia chilena, liberal por instinto y a veces por doctrina, tenía que
odiar a los presidentes que eran a la vez “hombres fuertes”, porque ella tiene
algodel sentimiento de clan, enemigo de lo que es demasiado individual (en el
bueno y en el mal sentido). Tampoco es democrática –salvo en las leyes y en
losdiscursos–, jamás aceptará sin repulsa el connubium y la comensalidad con
clases medias bajas, lo que, según Max Weber, constituye la mejor expresión de
que se pertenece a igual estamento. Los hombres nuevos a quienes ellas reciben
31
Op., cit., pág. 62.
32
Ibid nota 1, pág. 61.

Campos R., Marcela 25


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

tienen que haberse ya destacado como políticos o como extranjeros de ciertas y


33
determinadas nacionalidades.
En cambio “Las ‘clases medias’ no son una burguesía asentada en el comercio o la
industria, como en Europa. En Chile no ‘se vivió’ la Revolución Francesa, sino, a lo más,
en las leyes de 1874, una reforma a la inglesa (como la de 1832 en ese país). Las clases
medias provienen en Chile de profesionales universitarios y de burócratas, o de propietarios
34
provincianos.” Al parecer, el problema acerca de qué es en realidad la clase media se
resuelve en Góngora como un sector de la sociedad que, –colegimos– tiene acceso a
educación superior que le permite ejercer cargos públicos y privados, aunque sin control de
esos sectores, como ocurre con la clase alta, y con mejor calidad de vida que los sectores
populares. Pequeños propietarios, trabajadores administrativos con cargos de jefatura,
profesionales. De este sector emerge también la oficialidad que se manifestará en contra
de las políticas de salarios para los militares, cuyo líder fue Ibáñez del Campo quien, como
Alessandri en su momento, incluiría en su discurso oficial al sector popular para evitar que
éste sea absorbido por los partidos de izquierda y el movimiento anarquista:
(...) la generación del año 20 es antimilitarista, en tanto que en 1925 la juventud
militar tiene un lugar fundamental, pues está en lucha contra los viejos generales
y losviejos políticos ala vez. Se semejan porque, en 1920 como en 1925la
juventud redescubre “la cuestión social” y se declara solidaria de lospobres
y de lasbajas clases medias. En ambos casos, el poder político fue tomado
por caudillos que se declararon jefes de la revolución, Alessandri e Ibáñez, y
en ambos casosse proyectó o se dictó una amplia legislación social (...) “Lo
social” pasó a ser determinante del Estado, en parte por un sentimiento de
culpa hacia “los de abajo”, pero también porque Alessandri e Ibáñez sabían que
asíincorporaban el proletariado y las bajas clasesmedias al Estado, y frenaban la
35
lucha de clases y la revolución social.
La necesidad de mantener bajo control al “bajo pueblo”, al parecer menos manipulable que
en los siglos anteriores (si bien no se mencionan las razones de esta merma en el poder
de manipulación) explicarían, en parte, los sucesivos períodos de crisis política: “Chile ha
vivido desde 1920 entre continuas crisis de autoridad, de legitimidad y de poder, y eso es
36
natural en épocas desquiciadas por la necesidad de halagar a las masas.”
Se deduce que las masas son grupos de personas pobres o muy pobres que actúan
movidas por la seducción publicitaria de un discurso atractivo como el de Alessandri o la
promulgación de leyes sociales que frenen su descontento. No se mencionan sus canales
de expresión ni reflexión. Pero es evidente que no son ya un sector que deba ser pasado
por alto por quienes quieran mantenerse en el poder. Mejor parada resulta la generación
universitaria de 1933 a 1945, destacada ”por su independencia de todo oficialismoy de
todo acartonado academicismo” y liderada –en esto no se puede menos que reconocer
la sensibilidad del historiador– por un escritor tan brillante como Huidobro, aristócrata por
cierto, de quien se dice que:

33
Ibid, págs. 58-59.
34
Ibid, ibid.
35
Op., cit. pág. 75
36
Op., cit., pág. 83.

26 Campos R., Marcela


III Marco teórico

Aun cuando la generación juvenil que se reunía en torno suyo no fuera


compuesta estrictamente de discípulos, el hecho es que suformación, sus
lecturas entusiastas y sus propias creaciones habrían sido tal vez imposibles sin
las espléndidas dotes poéticas de Huidobro. Elpoeta de vanguardia, una figura
antes totalmente desconocida en Chile, o sea, un nuevo y auténtico modelo
37
cultural en nuestra patria, surge de la empresa huidobriana.
La perspectiva de Mario Góngora presenta un Chile movido a instancias de la iniciativa
empresarial y política de las clases altas chilenas, siguiendo la ruta que Diego Portales
enuncia para el joven país inmaduro para la democracia plena, tema que nadie parece
discutir seriamente sino hasta 1920, década en la que la clase media anunciada por el
Martín Rivas de Blest Gana irrumpe en la discusión pública, si no como propietaria de los
medios, al menos como importante sector de influencia social, con medios periodísticos,
educación superior, representación cameral y un líder de innegable discurso atractivo,
Alessandri, quien llegará al poder y luego será sustituido por un uniformado también de
clase media. El ensayo de Góngora, muy detallado en cuanto a la investigación de las
sesiones del poder legislativo, no sólo pasa por alto los canales de expresión popular
que efectivamente existieron, como la lira popular, las revistas y diarios anarquistas e
izquierdistas y la cueca urbana; también ignora las formas de organización popular que
devinieron en los mencionados partidos y orgánicas sindicales, sus desafíos, derrotas
y conquistas. Lo reiteramos: el sujeto popular, para Góngora al menos, no es sujeto ni
ofrece un campo de investigación histórica. En su lugar, y con evidente respeto aunque no
menos sutil ironía, se destaca el rol de la juventud universitaria de los años 20, cuya huella
permanece aún en los modos de generar protagonismo político de sus sucesores.

Manifestación pública en Santiago, 1920


Antes de que la investigación de Gabriel Salazar adquiriera la relevancia que tiene
hoy, historiadores como Luis Vitale, Hernán Ramírez Necochea, Julio César Jobet y
Marcelo Segall, todos de declarada tendencia izquierdista, entregaron una propuesta que
integra a la historia el devenir de un importante sector popular chileno, como fue la
clase obrera, hasta ese minuto prácticamente ignorada por los historiadores oficiales,
la mayor parte de ellos de extracción social media alta y alta. La labor de los cuatro
historiadores, iniciada a mediados de los años ’50 y relevante para conocer la evolución
37
Op., cit., pág. 112.

Campos R., Marcela 27


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

del movimiento obrero chileno, resulta de gran importancia a la hora de obtener una
panorámica general de nuestra historia, si bien concentra su esfuerzo en el desarrollo de las
organizaciones de trabajadores como las mancomunales y sindicatos, o las federaciones
de estudiantes. Otros sectores populares, como el peonaje agrario, los empleados públicos
y particulares, las organizaciones poblacionales, que en sí constituyen un problema de
análisis para la academia, no se consideran como tema de investigación. Precisamente
por integrar dichos tópicos, con todas las dificultades metodológicas que los mismos
investigadores declaran, y porque González Vera fue miembro activo de prácticamente
todas las comunidades mencionadas, es que se ha optado por incluir aquí el aporte
de Gabriel Salazar, Premio Nacional de Historia 2006, quien reconoce ya en sus bases
metodológicas a un sector importante de las clases populares como “sujeto”, considerando
su reconocimiento consciente del derecho de ciudadanía y su participación activa en la
construcción del Estado chileno. Otro elemento de interés radica en el sistema de trabajo de
este equipo, que reconoce el valor de la interdisciplinariedad y aquilata el aporte de los co-
investigadores. Finalmente, la perspectiva de que la historia de Chile no pretende reiterar el
tantas veces difundido relato lineal de hechos considerados relevantes, con protagonistas
de nombre y apellido y sus hazañas de distinto orden, o la no menos recurrente oportunidad
de resaltar los valores de la chilenidad. Sin embargo, la orientación metodológica del equipo
prefiere no incluir la dimensión político-partidista en el análisis de los hechos, lo que incluye
el factor ácrata. Para solventar aquello, se complementa el estudio del anarquismo chileno
con la investigación sobre el particular de Sergio Grez y Luis Vitale, respectivamente.
Para Salazar y Pinto, en tanto, historia se aborda en tanto conjunto de problemas para
el análisis que todos nos debemos, en tanto detentores de ciudadanía. En la “Introducción
General” del trabajo Historia contemporánea de Chile (Santiago, LOM, 1999, Vol. I ), co-
escrita con Julio Pinto y con el apoyo de un equipo de ocho jóvenes historiadores, se
declara:
... esta Historia Contemporánea de Chile quiere ser una recepción de, y una
primera reflexión sobre los problemas históricos que nuestra sociedad no nos ha
entregado resueltos, y que, por ello, permanecen en torno nuestro no sólo como
legados del pasado, sino, sobre todo, como retos, desafíos y tareas para las
nuevas generaciones (...) Problemas que, a la larga, terminan siendo una carga
histórica creciente que rodea, aplasta y frustra la vida, sobre todo, del ciudadano
corriente. Porque – ¿alguien piensa lo contrario?– la carga histórica más pesada
del país la sostiene y absorbe la’mayoría inferior’ de la sociedad civil. La que,
por ello, está permanentemente forzada a repasar y repensar la historia (...) es el
ciudadano corriente el que, en la alta densidad de su anonimato, ‘vive’ y ‘conoce’
la historia según todas las urgencias de la humanidad. (...) En cierto modo, es
una historia mirada ‘desde abajo’; pero no desde la ‘marginalidad’, porque el
ciudadano, en una sociedad, no es ni puede ser periférico a nada que ocurra
en ella. Pues tiene el máximo derecho: la soberanía; que es el máximo ‘derecho
38
humano’.
Salazar y Pinto consideran, igual que Góngora, el problema de la construcción de Estado,
y para ello abordan el tema de sus orígenes a partir de la lucha de intereses opuestos entre
dos grupos protagonistas de la sociedad chilena con posterioridad a la Independencia de
1810: el sector dominante, llamado “pelucón”, constituido por mercaderes con intereses
38
Salazar, Gabriel y Julio Pinto. “Introducción General” en Historia Contemporánea de Chile . Santiago, LOM, 1999, Vol I,
pág. 8

28 Campos R., Marcela


III Marco teórico

en el mercado extranjero, provenientes o ligados a antiguas familias de encomenderos


españoles de la Colonia, versus los “pipiolos”, mercaderes también, aunque con menor
acceso a la propiedad de los medios. Los primeros, ansiosos de insertarse en el nuevo
orden global cuyo líder indiscutido es Inglaterra, buscan asimilar los procedimientos legales
que controlan y reprimen el comercio a espaldas de la institucionalidad (mercado negro,
piratería, etc.). Desde su posición privilegiada, ejercen una influencia en los demás sectores
de la sociedad que, por su particular densidad, Portales denominó “el peso de la noche”,
entendido como la tendencia de la masa a seguir pasivamente a la élite en todo orden de
cosas, actitud que se reproduce a lo largo de las generaciones.
Los pipiolos, en cambio, persiguen objetivos contra el monopolio y el centralismo:
eliminar los mayorazgos que concentran la propiedad, frenar la presencia extranjera en
el mercado interno, fomentar y proteger la producción nacional, crear un Banco Central,
proponer la elección popular de los cargos públicos y privilegiar los gobiernos locales,
siempre en desmedro ante el poder central, programa que, afirman Salazar y Pinto, será
sistemáticamente catalogado de “anarquista” por sus contrarios.
Este escenario de intereses contrapuestos facilita la llegada al poder de una figura
controvertida como la de Diego Portales. Salazar y Pinto, sin negar su protagonismo
histórico ni su peso en la Constitución de 1833, optan por mirar esta coyuntura desde una
perspectiva que ponga en otro lugar las cosas. Cualquier alumno chileno de educación
media, especialmente desde mediados de los ’70, ha tenido que estudiar a Portales elevado
a la categoría de constructor de las bases del Estado chileno moderno que progresa en
el orden, la disciplina y el respeto a la autoridad, valores caros a la élite neoliberal criolla,
quien ensalza la figura portaliana en la historiografía oficial desde 1973 hasta mediados de
los ’80, lo dibuja en el billete de $100 ya fuera de circulación, y finalmente bautiza centros
educativos e incluso una importante universidad privada con su nombre. Sobre la figura
portaliana, Salazar y Pinto en cambio señalan lo siguiente:
La historiografía y la política han atribuido a Portales el mérito de haber
articulado e implementado, por sí solo, todo ese discurso [el del poder centrado
en el orden como ente controlador de la conducta económica que atente contra
los intereses de economía global impuestos por Inglaterra en ese momento],
dando al ciclo de construcción pelucona del Estado el nombre mismo de
Portales. Portalianizando el período. La época, incluso. Haciendo de esa
personalización un concepto arquetípico, de culminación de la historia nacional.
No es el interés de este trabajo ofrecer ‘otra’ versión sobre la personalidad y
obra de Portales. Sólo decir que la producción ideológica de Portales no se
expresó en grandes discursos públicos, ni en libros o folletos, ni en forma
de encantamiento pedagógico sobre la juventud, sino en cartas y opiniones
privadas y pullas de salón o chingana. No se puede comparar, salvo en
desventaja, esta producción con la que dejó J. M. Infante o J. J. de Mora (por los
pipiolos), o Juan o Mariano Egaña o el propio Andrés Bello (entre los pelucones).
En rigor, la teoría portaliana del Estado más parece el memorándum de un
conspirador que la propuesta pública de un gran estadista. Y no podía ser de
otro modo, siendo un hombre de élite mercantil y no de ‘comunidad productiva’;
comandante de milicias y no patrón de inquilinos; de Santiago y no de provincia.
(...) No fue la teoría portaliana del estado sino el trabajo conspirativo el que,

Campos R., Marcela 29


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

basado en esa ‘clase’–, en definitiva, consumó (...) la construcción del Estado


39
Oligárquico-Liberal de 1830 (...)
De acuerdo a esta visión, el estado chileno centralista, obediente a las reglas económicas,
respetuoso tanto de las instituciones como de las minorías selectas a cargo de las mismas
y amante del orden, nace en 1830 y se legitima gracias al trabajo de intelectuales y
políticos como Bello o el mismo Lastarria quienes “en periódicos de Gobierno, salones
universitarios o cenáculos privados, montaron un ‘espacio público’ de debate y legitimación,
como remedio elitista de lo que debió ser el espacio cívico y federado de todas las
40
comunidades locales” . Este joven país ordenado bajo un sistema autoritarista garantiza
al mercader extranjero las condiciones más ventajosas para hacer negocios, las cuales
en muchas ocasiones perjudicaron la iniciativa interna, con graves secuelas para sectores
populares como el campesinado, los artesanos y los mineros. Esta crisis interna, gatillada
por el fracaso económico de la oligarquía chilena, no así el de sus pares extranjeros,
llevará a estos sectores a encontrar formas de unión y organización. Las pérdidas del
sector propietario fueron cuantiosas, dando paso a la idea de “ineficacia” que será la señal
del fin del autoritarismo como eje del Estado. Nuevas formas de organización y expresión
popular encuentran camino, anunciando lo que a futuro serán las bases del movimiento
obrero: mutuales y mancomunales. La crisis, sin embargo, si bien estimuló estas formas
primarias de organización de base y dio lugar a alzamientos y asonadas, poniendo en
jaque el poder de los monopolios y obligando a la represión militar para mantener el orden
estatal, no significó la apertura a la participación ciudadana en la construcción de estado.
Lo que sí ocurrió fue que en 1860 algunos grupos, hasta ese momento desfavorecidos
por las políticas del caso, mejoraron sus opciones por la vía del acceso al capital. Los
opositores tuvieron acceso a cargos fiscales o en el Poder Legislativo, espacio utilizado
para aliarse con mayor éxito que sus predecesores, la oligarquía de origen colonial, que
debió tolerar a los advenedizos, ahora prósperos, terminando por aliarse con ellos. Esto
significó el fin oficial del modelo portaliano, para dar paso al denominado parlamentarismo,
sistema que, a ojos de ambos historiadores, no fue más que la forma legalizada del
continuismo autoritarista. De hecho, la crisis del gobierno liberal de 1891 que dio lugar al
parlamentarismo no habría sido otra que una lucha entre representantes del mismo sector
social –la oligarquía–, en su afán de controlar el mercado. A pesar de ello, la memoria
popular, agregamos, conserva con afecto la figura de un presidente Balmaceda progresista.
La participación popular, sin embargo, ya era un hecho, aunque se produjera fuera de
los canales que aún no se abrían para sí y sufriera el castigo de la más severa represión.
Desde 1890 a 1907, año en que ocurre la matanza de obreros del salitre y sus familias
en la Escuela Santa María de Iquique, el Estado portaliano y sus herederos reaccionan
contra los sectores sublevados y, en términos económicos, resultan triunfadores. Pinto
y Salazar admiten como un hecho que las élites chilenas, lograron repartirse el Estado,
vía no pago de impuestos y consecuente bancarrota fiscal, y gracias a que su presencia
en la gestión de la Hacienda Pública facilitó la alianza de los oligarcas chilenos con
la empresa extranjera. La situación no pasó desapercibida por la nueva generación de
estudiantes universitarios, quienes decretaban la bancarrota del modelo parlamentarista,
mientras que sus defensores proclamaban que la crisis era sobre todo moral y se producía
por la decadencia de la sociedad chilena. Esta sociedad, sin embargo, se organizaba
social y políticamente: Ligas de Arrendatarios, Liga de Acción Cívica, Federación Obrera,
asociaciones de profesores, profesionales y otros estamentos iniciaron una demanda de
39
Op., cit., pág. 34.
40
Op., cit., pág. 35.

30 Campos R., Marcela


III Marco teórico

protección a la industria nacional, traducidas en movilizaciones y “marchas del hambre”.


Surge en forma consciente el deseo de reformular las bases del estado por la vía de una
Asamblea Constituyente, proyecto cuyas reivindicaciones registran antecedentes desde el
discurso pipiolo. Aparece en la discusión pública el problema de la “cuestión social” y el
tema resulta ineludible: los pobres se organizan, crean diarios, forman sindicatos y partidos
políticos, eligen a sus primeros representantes. Tanto Grez como Vitale nos ayudan a saber
que se trata de la prédica anarquista, comenzando a dar sus frutos.
El análisis en torno al crucial año de 1920 de Salazar y Pinto considera no sólo los
intereses económicos de la clase dirigente, sino también el nuevo protagonismo de la
sociedad civil no privilegiada, así como las preocupaciones de la élite económica, social y
religiosa que ve con alarma el aumento en el número y complejidad de las organizaciones
de base con un discurso propio que sale de la copla popular, la cueca o la literatura de
cordel para acceder a medios de comunicación diversos. El bajo pueblo desarrolla una
voz propia que resulta extraña, como si hablara en un idioma incomprensible para dos
sectores habituados a la relación dominante-dominado regida por “el peso de la noche”.
La clase alta siente que el viejo pacto en el que cada uno conocía su inamovible lugar
social se ha roto. Millar, citado por Salazar y Pinto, comenta sobre el “(...) rompimiento de
los vínculos espirituales con la clase dirigente. La prensa obrera... también desempeñó un
papel importante en el quiebre de la identidad con los grupos rectores de la sociedad...”.
Así 1920 constituiría un momento crítico para las tradicionales relaciones patrón-inquilino
que están en la base del ethos chileno. El efecto de eso se refleja, por una parte, en
las leyes de protección social ratificadas en la década y, por otra, en las campañas y
organizaciones de caridad ligadas a la Iglesia Católica o a las damas de familias adineradas,
ambas iniciativas en afán de recuperar y amortiguar la pérdida de densidad del peso de la
noche que retrocede ante el nuevo peso de la organizaciones de base, como los sindicatos,
federaciones estudiantiles y partidos políticos, la mayor parte de ellas inspiradas en la
porfiada labor anarquista.
Salazar y Pinto, sin embargo, asumen un hecho ineludible: estas instancias que
organizan actos multitudinarios, protestas, prensa y la ansiedad del poder, no son capaces
de dar el salto cualitativo que se habría esperado. El Estado chileno que nace en 1833
no es superado por la elección de Alessandri en 1920, a pesar de todas las esperanzas
del sector popular puertas en el candidato, cuyas habilidades retóricas son muy conocidas.
Ninguna de las iniciativas del nuevo movimiento popular (probablemente porque se trataba
de acciones parciales carentes de liderazgo común) tuvo por sí misma la capacidad de
proponer un orden nuevo, verdaderamente pluralista, democrático y participativo para todos
41
los sectores de la sociedad . Tampoco de unirse en una acción de interés común como la
Asamblea Constituyente. Los historiadores concluyen:
El hecho histórico es que, desde el punto de vista del movimiento ciudadano,
se dio, durante la coyuntura, un vacío de conducción. Sin discurso de poder,
sin una concertación social políticamente orientada, la poderosa expresión
legitimante de la ciudadanía podía ser (y fue) tierra fértil (fronteriza), abierta
para el arado oportunista. Para la arenga demagógica. Para la conspiración neo-
parlamentaria. Para la emergencia de algún “caudillo” (que no podía ser popular,
por la misma razón que Recabarren terminó no siéndolo) fraguado en el vértigo

41
Se lee entre líneas una crítica a la escasa capacidad de los grupos opositores (anarquistas y demócratas) para dar solidez
y permanencia a sus propuestas.

Campos R., Marcela 31


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

revuelto de la tradición parlamentarista. Y tuvo que ser, claro, Arturo Alessandri


42
Palma.
Tanto Góngora como Salazar y Pinto coinciden en que la elección de Alessandri significa
la llegada al poder de un caudillo con el don de la palabra, aunque la perspectiva es
diametralmente distinta: mientras Góngora se explica el fenómeno basado, una vez más,
en la inmadurez ciudadana, aunada a la tradición de mando y obediencia característica
de la relación patrón-peonaje, Salazar y Pinto creen que la sociedad civil ha mostrado
signo de maduración desde 1810, en términos de poder verse y nombrarse a sí misma,
de expresar claramente sus deseos, aspiraciones y proyectos y su derecho a que esos
proyectos participen de la construcción de estado. Lo que no madura en forma suficiente
es la organización social, que existe y toma lugar en el escenario político, pero carece de
herramientas y sistemas de interrelación capaces de proponer un discurso con el poder
de convocar, unificar y defender a los numerosos grupos de intereses de la heterogénea
clase popular y las capas medias. El olfato político de Alessandri percibe este vacío. Su
elección es, sin embargo, a los ojos de los dos historiadores, una forma renovada de
parlamentarismo, en la medida en que Alessandri recoge el proyecto de la clase política
tradicional y la alta oficialidad; no cambia, sino que reforma la Constitución de 1833,
rescatando el sistema político y a los grupos que siempre habían estado en contra de
éste, terminando por debilitar y neutralizar al movimiento social. Todas las iniciativas que
surgen en los efervescentes años 1924 y 1925, centradas en la formación de una Asamblea
Constituyente –instancia en la que se resumieron proyectos ciudadanos de diversa índole, y
que fuera convocada en distintos momentos por sendas agrupaciones sociales– se podrían
resumir como la respuesta de la sociedad chilena ante la crisis económica y valórica a la
que había llegado el parlamentarismo. “La enorme muchedumbre que no piensa ni actúa”,
según Carlos Vicuña Cifuentes, citado por Salazar y Pinto, se ha complejizado, diversificado
y organizado. Se está autoconvocando para reflexionar y proponer un nuevo marco legal
y político que, producto del aporte de cada elemento (gremios, militares, estudiantes,
profesionales, mujeres, sindicatos, partidos políticos, etc.) cambie la noción de Estado
autoritarista por otro en donde la heterogénea sociedad se vea representada. A la luz del
análisis de Salazar y Pinto, éste fue un momento de gran importancia en la gestación de
la sociedad chilena que daría lugar a un nuevo ciclo, roto en 1973. Es también, colegimos,
el momento en el que esta misma sociedad activa y organizada se muestra incapaz de
reconocer la dimensión –y eficacia– del “peso de la noche” portaliana. Los partidos de
izquierda vacilan, los militares de alta graduación dan sucesivos golpes que cancelan los
llamados a la Asamblea y Alessandri termina por cambiar esta convocatoria por la formación
de un Comité Político que redacta la Constitución de 1925, y que según Salazar y Pinto “fue
la antípoda de la evacuada por la Asamblea Constituyente de Trabajadores e Intelectuales
43
que se reunió espontáneamente en marzo de 1925” .
Seguirá la caída de Alessandri, la efímera República Socialista de 1933, la dictadura
del general Ibáñez del Campo. La sociedad chilena de clase media y popular continuará
buscando espacios de representatividad en partidos políticos, sindicatos y el Frente
Popular. Levantará un proyecto y reivindicaciones, algunas de antigua data. Continuará en
su proceso de maduración, aunque lo hechos manifiestan que están lejos aún de manifestar
la solidez y capacidad de respuesta que se espera de la sociedad madura:

42
Op., cit., pág. 42.
43
Op., cit., pág. 45.

32 Campos R., Marcela


III Marco teórico

(...) no se han desarrollado en Chile ni comunidades cívicas ni ‘instituciones


política efectivas’. Es decir: que a la sociedad civil –o la gran masa ciudadana.,
si se prefiere– se le ha impedido, o no ha podido ella misma, madurar como
‘comunidad política’. La ‘participación’ de los ciudadanos, no sólo en las
coyunturas constituyentes –como se vio– sino en el proceso político regular, ha
sido débil, limitada, o inexistente; razón por la cual el pretorianismo en todas sus
variedades (‘oligárquico, radical y de masas’) semeja un rasgo reiterativo desde
1830 hasta el día de hoy. Y el mismo ha sido determinante en que los ciudadanos
electores hayan aprendido de la historia a sacar o esperar, como outputs del
Estado, sus propias satisfacciones, y no a producir inputs que modelen el estado
según una cultura participativa, en la que ‘los electores se comprometan en la
44
articulación de las demandas tanto como en la formación de las decisiones’.
En la revista a la dialéctica entre participación de la sociedad civil/exclusión desde la élite,
Salazar y Pinto señalan que ésta ha ido una batalla desigual en la que, sin embargo,
los segmentos populares en un principio y las capas medias después han creado, sin
esperar autorización, formas de supervivencia que se tradujeran en organizaciones civiles
(mancomunales y mutuales de artesanos en el siglo XVIII, gremios y sindicatos en el siglo
XX, etc.) o espacios de diálogo, encuentro y construcción de identidad cultural, como ocurre
con las pulperías, chinganas y fondas, generalmente propiedad de mujeres, lugares en
donde la cueca, la paya y la sátira serán formas de expresión y muchas veces de crítica
social. La sociedad civil, al mimo tiempo que se complejiza y adquiere conciencia de sí
misma, hará sentir su incomodidad, el ahogo que siente al cargar con “el peso de la noche”.
Para contrarrestar la acción de estos grupos, el 10% de la sociedad chilena que forma
la élite nacional utilizará la fuerza, en no poca ocasiones, aunque en otras cederá cuotas
básicas de participación, casi siempre en un marco tal que no signifiquen en los hechos
lo que tanto teme esa élite: ejercicio ciudadano participativo y consciente, que a la postre
pueda significar injerencia en la gestión se quienes siempre han ejercido el poder y cesión
de derechos que inhiban lo que hoy suele denominarse como “libre empresa”. De este modo
el voto censitario, que excluía de él a prácticamente todo el espectro social chileno, da
paso al voto universal (marginando a los sirvientes hasta 1925 y a las mujeres hasta 1949),
sin ninguna facilidad para la participación ciudadana, excepto a través del clientelismo, la
beneficencia y las trabas burocráticas. Conceder el voto a sabiendas de que estos nuevos
ciudadanos carecen de tradición y madurez cívica es una forma más sofisticada de hacer
sentir “el peso la noche” y origina, según Salazar y Pinto, el encauzamiento de las energías
sociales hacia los movimientos de masas, instancias de fácil manipulación ideológica:
Los fenómenos de politización masiva surgen, regularmente, como casos de
‘fiebre coyuntural’, y asociados a formas más bien espurias de participación
(seguidismo, farándula y murga callejera, etc.). La ‘politización masiva’ (que
incluye clientelismo militante que sustenta a los partidos) es la antítesis de la
politicidad propia de una comunidad republicana. Es política de comparsa, no
política responsable (...) La ‘masa’ es un conjunto de ciudadanos a los que se les
extirpó su ‘cerebro cívico’. Androides sobre lo cuales –teóricamente– se puede
45
construir cualquier política virtual. Cualquier tipo de pretorianismo. (...)

44
Op., cit., pág. 88.
45
Op., cit., págs. 89 y 97.

Campos R., Marcela 33


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

Éstas habrían sido las condiciones bajo las que se produjo el fervor eleccionario de
1920 que llevó a Alessandri a la presidencia de la república, con efectos mucho menos
renovadores de lo que se habría esperado para la llegada al poder de un representante
de la clase media con indiscutible arrastre entre la masa. Salazar y Pinto concluyen que
este hecho, más que dar término al parlamentarismo oficial, alarga su agonía, si bien bajo
nuevas formas de operar que no pueden resistir la presión social que caracterizan a los
años 20 y 30 del siglo pasado. “El peso de la noche” cambia su densidad y sus puntos de
mayor presión, obligados por el accionar de una sociedad civil que avanza en la conquista
de mayores espacios de ejercicio ciudadano, aunque con deudas aún pendientes en su
proceso de maduración.
Al comparar el análisis de Mario Góngora frente a Salazar y Pinto, se obtiene una
perspectiva que confirma lo que ya se sospechaba al inicio de esta tesis: pocas décadas
serán más trascendentales en la formación del estado chileno como la que media entre
1920 y 1930, y pocos años tendrán tanta relevancia para la constitución del marco social
y el hacer cultural de Chile como el crucial año de 1920. Desde posturas opuestas en la
que subyacen valoraciones sociales evidentemente distintas, se concluye que el estado
chileno adquiere sustancia y cuerpo a partir de un proyecto político autoritario, el de
Portales, sus seguidores y la Constitución de 1833, con origen en la clase alta chilena. Esta
clase establecerá las cláusulas de un pacto social de larga duración entre sí misma y los
chilenos que no forman parte de ella, el 90% de la población según Salazar y Pinto. Este
porcentaje abrumadoramente mayoritario es calificado por el grupo dominante como falto
de las capacidades sociales e intelectuales necesarias para el ejercicio de la democracia
que europeos y estadounidenses reclaman para sí en el curso del siglo XIX, tarea que
naturalmente debe quedar en manos de quienes sí poseen estas cualidades cívicas, como
la clase alta alfabetizada, con acceso a la cultura oficial y los estímulos intelectuales que
promueven la reflexión ciudadana. En otras palabras, el 90% de los chilenos era, a ojos
del proyecto portaliano, incapaz de ejercer y disfrutar los beneficios de la democracia y sus
responsabilidades, tema que sería solventado a futuro, un vez que los legisladores crearan
las condiciones para el acceso a la participación. El estado chileno, a partir de 1833, lo
ratifica oficialmente a través del denominado “voto censitario” que limita el derecho sólo a
los hombres alfabetos y con alguna propiedad, condiciones mínimas para participar en la
cosa pública. Portales y su idea del estado fuerte conciben un proyecto de país que cumplirá
su programa, es forzoso reconocerlo, haciendo necesarios 112 años para terminar con la
exclusión de los trabajadores y las mujeres. El ejercicio del poder político y económico
prácticamente sin oposición relevante, al menos hasta 1890, entrará en crisis por efecto
de la incapacidad de la oligarquía terrateniente para hacer frente a las demandas de la
globalización económica de la época, así como a la corrupción y la burocracia internas.
La nueva clase media y los sectores populares ejercen una presión que obliga al poder a
acoger algunas demandas sociales, entre éstas, la apertura de espacios para el ejercicio
ciudadano. La crítica social hacia los sectores dominantes se ejerce a través de diarios y
revistas de oposición que surgen en las federaciones universitarias, los partidos políticos
y las organizaciones de inspiración anarquista. La formación del estado de 1833 se ve
obligada reformular algunas de sus bases en 1925, traducidas en una nueva Constitución.
La sociedad chilena se muestra compleja, en la medida en que voces que hasta ahora
no tenían cabida desarrollan vehículos de expresión, reivindicaciones y, de fondo, su
propio proyecto de estado. La clase dominante y la Iglesia reaccionan con políticas de
proteccionismo social, una intensa actividad de beneficencia y la aplicación de una feroz
represión traducida en numerosas matanzas entre principios de siglo y fines de los años
‘20. Son los tiempos de la cuestión social que darán paso a nuevas reglas en el juego entre

34 Campos R., Marcela


III Marco teórico

dominantes y dominados, si bien en la práctica no cambiarán el eje de las relaciones entre


un sector y otro.
Lo interesante de las visiones que se contrastan aquí radica en el lugar desde donde
se enuncian y las visiones valóricas que trasuntan. Mario Góngora describe el proyecto
portaliano y en ningún momento cuestiona los planteamientos de base que allí se suscriben:
sólo una porción muy específica y restringida de los chilenos califica para el estatus
de sujeto social. El historiador se remite a fuentes oficiales, como registros de sesiones
camerales, editoriales de prensa y ensayos o artículos. La producción cultural popular no
reviste ningún interés como fuente, ni siquiera la que viene en letras de imprenta. Los
alzamientos de 1903 a 1907 apenas se mencionan y la actividad sindical y gremial es
fruto de agitación extraña a los trabajadores mismos. Los únicos actores de oposición con
alguna relevancia son los universitarios chilenos, influidos por anarquistas europeos cuyos
seguidores chilenos, si se revisa su evolución social, terminarán por abandonar esta ideas y
vivir de manera tradicional, citando como ejemplo a González Vera y el cargo que ejerciera
en la Universidad Chile. Para enfatizar su percepción, Góngora recurre al uso de comillas y
comentarios de sutil ironía sobre conceptos recurrentes en la discusión política de la época,
como oligarquía, ácrata, anarquista, etc. No sólo enuncia el rol del proyecto portaliano, sino
que destaca su visión de estado.
Salazar y Pinto, por el contrario, deciden revisar este proyecto, reconociendo el
importante efecto que tuvo en la constitución del estado chileno, pero resueltos a considerar
aristas pocas veces estudiadas en la investigación histórica chilena. Renuentes a pasar
por alto al sector popular, ponen de manifiesto su carácter reconociendo a sus miembros,
deslindando roles sociales, identificando formas de asociatividad que reúnen a grupos
como los artesanos y más adelante los obreros, reconociendo instancias de convocatoria
participativa tan importantes como fueron los llamados a Asamblea Constituyente. Estudian
la forma en que evoluciona y toma conciencia de sí mismo el sector popular, dando
señales de madurez que se traducirán en conquistas sociales y también retrocesos que
evidencian las carencias y deudas del proceso de maduración. Carece, in embargo, de una
metodología que considere las expresiones de inquietud social emanadas del arte popular,
como la literatura de cordel, la paya o la décima. Menciona, pero no analiza, al menos
en la primera parte, el rol que cupiera al movimiento anarquista en el desarrollo de los
movimientos sociales., también por efecto de la escuela a la que adhiere para realizar su
análisis.
La investigación revela que lo que pasó por alto la historiografía oficial acerca de los
grupos populares no sólo fue muy significativo para el futuro del estado chileno y el curso
de las relaciones con el poder. También afianza nuestra idea de que la indiferencia de los
sectores dominantes hacia el mundo popular tiene un correlato en destacados escritores
criollistas de primera generación provenientes de la élite, así como una respuesta estética
de parte de la generación siguiente. Lo que hace diferente el asunto es que los primeros
construyen una estética alrededor de su curiosidad o su compasión por los pobres de Chile.
Es una estética de la distancia, con un horizonte de expectativas claro, vertical y asumido.
Lo que importa del contraste de ambas lecturas es que permiten formarse una idea del
Chile que conoció a dos generaciones de escritores reunidos en torno a la idea de revelar
a su propio país en un momento de gran importancia histórica: los años 20 fueron en la
pequeña nación sudamericana tan convulsos y definitorios como lo fueron para el resto
del mundo occidental, cada cual en su esfera de desafíos sociales y culturales. Europa no
termina de contar a los muertos de la Primera Guerra, entre ellos la tradición plástica y
literaria que las Vanguardias rechazan de plano. Las mujeres se apropian de espacios como

Campos R., Marcela 35


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

la cátedra y el discurso político, y logran el derecho voto desde 1918. La Revolución Rusa
pone fin al paradigma monárquico y divide la historia Occidental, precedida por las teorías
de Marx y Engels sobre la evolución dialéctica de la historia con la economía como su
motor, proporcionando las bases filosóficas e ideológicas para el nacimiento de importantes
movimientos sociales, el anarquismo moderno entre ellos.
Latinoamérica y por cierto Chile asisten a sus propias contradicciones y crisis. El
modelo de relaciones sociales fundado en la autoridad monárquica y aristocrática que cae
en la Europa de la Reforma (sostenido con represiva porfía en la España contrarreformista)
sobrevive en la sociedad latinoamericana de herencia virreinal. Góngora mismo afirma que
este tipo de relaciones en torno a la figura de autoridad de tan antigua data se resuelve
mediante el caudillismo cuando entra en crisis el referente tradicional del poder. Visto así,
José Santos González Vera nace en un Chile que ingresa, de una forma u otra, al orden de
la Modernidad industrial, con el surgimiento de la clase media –de la que él mismo forma
parte–, la crisis del parlamentarismo y la llegada del ideario anarquista en 1890. Es un
Chile inquieto cuya sociedad civil, al menos un parte importante de ésta, reacciona al “peso
de la noche” creando nuevas instancias de asociatividad de inspiración ácrata. El joven
González Vera, quien, como veremos, deja pronto el colegio e ingresa al mundo del trabajo,
encontrará en Santiago espacios de participación social y política que, a la distancia de
noventa años, resultan variados y apasionantes si se los compara con la extendida apatía
cívica de la generación joven actual. El escritor había completado su educación media en
una escuela nocturna, lo que no le impidió ser redactor de la revista Claridad, órgano de
prensa de la FECh, y creador o colaborador de medios como las ya legendarias revistas
Babel, La Pluma, Numen y otras. Lo que identifica a la Generación de 1920 es su decidida
vocación por participar en la cosa pública y abrir el debate en torno a la cuestión social más
allá de las fronteras de la universidad. Lo nuevos partidos políticos, también con sus sedes
y diarios, refuerzan la idea de que el orden de relaciones sociales ha cambiado porque
uno de sus interlocutores tradicionales, el sector popular, desarrolla voz propia y actitud
crítica sobre las verdades que se creían definitivas. La élite reacciona con actitudes que
van desde la represión masiva, como ocurrió con las matanzas de obreros y campesinos,
pasando por las ya citadas propuestas de beneficencia, hasta la mera paliza de parte de
sus miembros más jóvenes, una suerte de contra-Generación de los ’20 que, amparada
en su fervor patrio y decidida a acallar a los anarquistas universitarios que reniegan del
militarismo y la totemización de los símbolos patrios, las emprende a bastonazos, golpes
y destrucción contra la imprenta de Claridad y la sede de la FECh. El hecho es recordado
en más de una ocasión por González Vera, evidentemente impresionado por la barbarie de
jóvenes como él, que provienen precisamente del sector que ha optado históricamente por
frenar la barbarie, si bien con este concepto se refieren al modo de vida popular, alejado de
las finezas de la clase alta. Herederos e impugnadores del proyecto portaliano autoritarista
tendrán más de una escaramuza, generalmente con triunfos para los primeros. No será la
única vez, como recuerdan algunas escenas de la cinta “Palomita Blanca” en donde jóvenes
de la élite cortan a la fuerza el pelo a otros muchachos en lugares públicos.
Médicos, escritores, abogados y arquitectos, éstos y otros profesionales que forman
parte de la Generación del ’20 con su estilo provocador y directo, pero las más de la veces
dialogante, tendrán un innegable peso en la formación del perfil del ciudadano chileno
que, al menos hasta mediados de los ’70, lee diarios, simpatiza o es miembro de una
colectividad política, mantiene una biblioteca personal y considera que la educación es la
vía que permite mejorar la calidad de vida. En paralelo, los pioneros de la sindicalización
dejarán por herencia la noción de que las relaciones obrero-patrón deben superar las
condiciones que denunciara tantas veces Baldomero Lillo en su “Subterra”. Los partidos
36 Campos R., Marcela
III Marco teórico

políticos de izquierda y centro que surgen a fines de estos años y a lo largo de las siguientes
décadas, desarrollarán un estilo de participación social que resulta, por contraste con
nuestra época post dictatorial, de gran frescura y libertad de expresión. Las reglas del juego
social cambian, y en mucho debe agradecerse a la Generación de 1920, de una forma que
perdura y da relativa estabilidad –y no menor prestigio– a la democracia chilena, al menos
hasta 1973. Los años ‘20 ven nacer a nuevos protagonistas sociales y en paralelo, asisten
al nacimiento de nuevas formas de estética literaria que, aún a cierta distancia del influjos
de las Vanguardias, desarrollan al interior del Criollismo aproximaciones a su sujeto estético
–el personaje popular– con una forma distinta de observación, menos distante, aunque no
menos lleno de curiosidad, y que en el caso de González Vera, el joven anarquista que no
elude ser parte de su tiempo, construirá, creemos, una estética que sintetiza esta toma de
posición ideológica bajo “un ángulo cuyo nivel es el mismo que el de los demás hombres”.
Más aún, señalará el final del Criollismo como corriente significativa en la evolución de la
literatura chilena.

b) Anarquismo europeo y chileno: esbozo de figuras, tendencias y valores


éticos adscritos.

Ácratas, anarquistas, libertarios... Las denominaciones surgen en el siglo XVIII, si bien


hay consenso en declarar que se trata de una ideología que reconoce precursores en el
socialismo utópico del siglo XIX (a su vez influido por el espíritu crítico de la Ilustración
y los afanes de libertad que caracterizaron al Romanticismo) y el liberalismo radical. De
éstos (Thomas Paine, Herbert Spencer y otros) recoge la crítica a la coacción del individuo
y la certeza de que éste no podrá ser libre a menos que se logre la igualdad social. El
socialismo utópico, por su parte, propone formas de organización en las que el individuo
ejerza el trabajo que más le guste y se lo recompense a partir de la relación “Trabajo según
capacidad y vocación, salario según necesidades”. Estas ideas influyen en los fundadores
del anarquismo, la mayor parte de ellos simpatizantes del socialismo en un primer momento:
el campesino francés Joseph Proudhon (1809-1865), artesano y autodidacta, y su opción
federalista; los aristócratas rusos Mijaíl Bakunin (1814-1876), creador de la corriente
anarco-colectivista y el príncipe Piotr Kropotkin (1842-1921), cuyo ideario estimulara la
corriente anarco-comunista. La reflexión que cada uno propone es parte de la inquietud
socialista de la época, que se traducirá en el libertarismo y el marxismo, coincidentes
en la búsqueda de una sociedad libre de injusticias sociales. Estas dos filosofías creen
que la libertad del hombre tiene por obstáculo el capital que sojuzga, y proponen eliminar

Campos R., Marcela 37


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

la propiedad privada, a cambio de colectivizar los bienes y derribar las instituciones que
promueven y cuidan los intereses privados (leyes de herencia, etc.). El marxismo señala
un camino que culmina en una sociedad dirigida por la clase obrera, mientras que el
anarquismo rechaza esta alternativa, pues implica la continuidad de una relación autoritaria
y politizada con la sociedad. Estas diferencias generarán visiones contrapuestas y muy
críticas entre ambas corrientes, cuya agudización producirá la expulsión de lo anarquistas
de la Primera Internacional en 1864, ante las diferencias insalvables entre los seguidores
de Bakunin y Marx, especialmente por el tema de la validez de la violencia para enfrentar
al sistema.
En la lectura y análisis de los filósofos que preceden al anarquismo, éstos concluyen
que el camino para alcanzar la sociedad soñada pasa por algunos principios básicos:
reconocimiento de la libertad y respeto por el derecho a la autonomía del individuo
(incluyendo al enemigo) y, por consiguiente, rechazo frontal a todo tipo de coacción o
imposición de una autoridad (monarquía, Iglesia, partido político, militarismo etc.), ante lo
cual se propone una ética de acción o acción directa: los medios son más importantes que
los fines, y la elección de éstos no puede imponerse, sino ser resultado de la legitimidad
de los mismos sancionada por el grupo; la relación con el otro en asociación voluntaria,
horizontalidad, iniciativa y apoyo mutuo; rechazo a la propiedad privada y los canales
de la legalidad que el sistema ofrece para perpetuarla; confianza en la educación como
camino para alcanzar la autonomía individual. Estas bases se traducen en tres pilares:
autogestión, acción directa y trabajo desde las capas que están en la base de la sociedad:
los trabajadores, las mujeres, los dominados. Estos principios, sin embargo, no adquieren
espesor filosófico sino hasta el siglo XIX, de la mano de pensadores rusos, franceses e
italianos hoy considerados clásicos: Proudhon, Bakunin, Kropotkin y Malatesta. Junto con
el marxismo, el anarquismo establece la bases de sus postulados al calor de la Revolución
Industrial, el liberalismo económico y el surgimiento del proletariado; dicho de otra forma,
es un movimiento que debe entenderse en el marco de la Modernidad y cuya solidificación
sólo puede aquilatarse tomando en cuenta el clima de discusión post Iluminismo y post
Revolución Francesa que animara los salones y cafés europeos de la época. Esta discusión
generará corrientes al interior del anarquismo, si bien el hilo conductor básico acusa al
menos tres tendencias básicas: anarcosindicalismo (que apuesta por el trabajo de base
sindical como camino para la apropiación de los medios productivos y la Huelga General
que derrocará al sistema), anarquismo individualista (apuesta por el ejercicio de la libre
voluntad de asociación que sabrá encontrar el camino para alcanzar la sociedad anarquista,
incluyendo la acción directa violenta) y se contrapone al anterior, en la medida en que el
primero asume, indirectamente, la necesidad de organizaciones y jerarquías) y anarquismo
socialita, con dos vertientes que emanan de la propuesta colectivista de Bakunin (el
colectivismo obrero como unidad básica de la sociedad) y Kropotkin con su dimensión
anarco comunista en donde los bienes surjan del trabajo asalariado que se asigna según
las capacidades del individuo, mientras que se le retribuye según sus necesidades.
La síntesis anterior nos lleva a la pregunta sobre la forma en que se expresó el
anarquismo chileno y cuál o cuáles de sus vertientes lograron echar raíces en el movimiento
popular. Por cierto, cuál de ellas fue la que interpretó y orientó éticamente a González
Vera. Al revisar la bibliografía del caso, se observa que el tema ha adquirido un interés
reciente entre los historiadores, al mismo tiempo que pone en evidencia las conclusiones
contradictorias que surgen en el contrate de resultados. Luis Vitale y memoriachilena.cl
señalan entre su precursores a algunos obreros europeos (entre ellos el español Manuel
Chinchilla) como los primeros ácratas en llegar a Chile a diseminar “la Idea”, gracias a
los contactos que redundaron en la creación de periódicos de difusión obrera. Sergio
38 Campos R., Marcela
III Marco teórico

Grez, sin embargo, en Los anarquistas y el movimiento obrero (2007) discute algunas
afirmaciones de otros historiadores como Ramírez Necochea y Marcelo Segall, quienes
adjudican la aparición del anarquismo a obreros franceses escapados de la Comuna e
instalados en Magallanes alrededor de 1871. Según Grez no existe dato ni evidencia de este
hecho, aceptado muy rápidamente por investigadores posteriores. Junto con ello, señala
que si bien es innegable que el anarquismo es una doctrina europea, su instalación en Chile
sólo fue posible gracias a la iniciativa popular chilena de organización social, traducida en
las mancomunales y mutuales de artesanos y trabajadores, instancias de unión ante las
crisis del capital que fueron estimuladas por los anarquistas, pero no son obra exclusiva
de su creación. Por cierto, el nombre de Chinchilla ni siquiera aparece mencionado. Ya
sabemos que Salazar y Pinto hacen escasa mención de los anarquistas en la historia social
chilena del siglo XX. Este panorama nos hace optar por la investigación de Sergio Grez
Toso y la de Luis Vitale, como ya se mencionara, no sólo por ser ésta uno de los primeros
textos sobre el tema o aquélla por reciente y rigurosa, sino también porque éste reconoce
críticamente la investigación de sus predecesores en el tema, incluidos sus yerros.
A la acracia chilena la precede la formación de núcleos libertarios desde 1860 en
países como México (en donde Robert Owen fundó la primera comunidad), Uruguay y
Argentina, entre muchos otros, y surgidos al calor del incansable trabajo difusor que
trabajadores y líderes anarquistas desarrollaron en el continente, muchos de ellos en
su calidad de refugiados políticos. Una práctica común del anarquismo era (y es) la de
crear órganos de difusión como revistas y periódicos escritos, impresos y vendidos (y
muchas veces repartidos gratuitamente) por los mismos redactores en lugares de afluencia
obrera. Según Grez, hacia 1891 y en el marco de la Guerra Civil, se puede rastrear la
existencia de los primeros simpatizantes libertarios chilenos, quienes mantenían contacto
con sus pares argentinos vía envío de material escrito, al calor de cuya lectura comienza
a formarse trazas de grupos que deciden ampliar la presencia de “la Idea” en Chile
con la fundación, en 1892, del periódico de corta vida “El Oprimido”. Seis años más
tarde el anarquismo chileno adquiere una presencia más clara y definida en el escenario
46
sociopolítico nacional , reconociéndose una primera generación de líderes como Magno
Espinoza, Luis Olea y quien sería una de sus figuras señeras, a pesar de abandonar más
tarde el movimiento que defendiera con notable entrega: Alejandro Escobar y Carvallo.
Ellos, junto a Esteban Cavieres, Benito Rebolledo, María Caballero y otros, constituyen la
primera generación libertaria chilena y fueron los nombres recurrentes en la redacciones
de periódicos, fundación de centros de estudio y, principalmente, el liderazgo y conducción
de las huelgas que marcarían la actividad popular a principios del siglo XX, en particular
su primer decenio.
Infatigables y con una característica prosa inflamada que llama la atención por su
falta absoluta de eufemismos o “bajadas de perfil” tan comunes en la política actual, estos
anarquistas, sin embargo, no son los iniciadores del movimiento obrero chileno, como se
suele creer, sino más bien el agente catalizador de la actividad sindical para la que ya
estaban dadas las condiciones. Hacia 1900 existía el que fuera prácticamente el único
referente político contrario a los intereses de la élite: el Partido Democrático, más conocido
como “la Democracia”. Fundado en 1887, para inicios del siglo XX se postulaba como
una orgánica animada por ideales de corte liberal, aunque claramente influenciada por el
socialismo. Su carácter partidario y opción por establecer diálogo con el Estado provocó
que muchos de sus miembros, decepcionados ante la falta de resultados concretos, vieran

46
Grez Toso, Sergio. “La formación y expansión de una corriente libertaria en el cambio de siglo”, en Los anarquistas y el
movimiento obrero. La alborada de “la Idea” en Chile, 1893-1915 . Stgo., LOM, 2007, págs. 26-27.

Campos R., Marcela 39


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

en el anarquismo un espacio en el que se mostraba, al menos en su discurso, coraje y


claridad para exponer la problemática de la situación en el mundo popular, tradicionalmente
constituido por artesanos organizados que veían engrosar sus filas por el cada vez mayor
contingente de obreros –y estudiantes– que engendraban la industrialización y la crisis
económicas internacionales:
La corriente ácrata, beneficiándose de una larga experiencia asociativa del
movimiento popular, representaría, a la vez que una continuidad de su ideario
de regeneración popular ilustrado, una ruptura con la línea reformista, liberal y
democrática que había prevalecido hasta entonces. Las condiciones –objetivas
y subjetivas– para la aparición y desarrollo de expresiones políticas populares
más radicales estaban madurando y el anarquismo sería parte importante de esta
47
maduración.
El ideal anarquista de sociedad sin clases ni estructuras de poder, centrado en la libertad
del individuo y su tendencia natural a la cooperación y solidaridad, sin propietarios de
los medios productivos ni autoridades morales institucionales, sólo tenía esperanza de
arribo en las clases oprimidas. Para alcanzar ese estado revolucionario respecto de las
condiciones hostiles objetivas que impone el capital, los ácratas apostaban por una Huelga
General, un paro de todos los sectores productivos de la economía, que obligara a entrar
en crisis el modelo de relaciones sociales hasta alcanzar el nuevo estado, la Anarquía. La
Huelga General era el paso previo a la revolución social, y por ello los libertarios pusieron
todo sus esfuerzos no sólo en la educación de los trabajadores y la difusión periodística
de sus ideas, sino también en los movimientos de reacción social sitos en los polos de
producción y el artesanado. Estimular, orientar y liderar las huelgas fue una tarea tan
importante como la convocatoria al mitin, espacio en el que además de mostrar su fuerza, el
anarquismo podía instalar la bases de su discurso. La crisis del parlamentarismo a la que ya
hemos aludido, el cierre de las oficinas salitreras, los niveles de cesantía y sobreexplotación
obrera generaban las condiciones óptimas para el apostolado libertario, al menos hasta
1907.
En cuanto al perfil ideológico de estos líderes, es interesante el contraste que hace
Grez entre el anarquismo europeo y el chileno. En el Viejo Continente la discusión
acerca de los modos de alcanzar el ideal de sociedad había decantado en las corrientes
mencionadas anteriormente. Estas tendencias al interior del libertarismo no fueron, a pesar
de ello, esenciales ni definitivas en los centros de encuentro anarquista. El anarquismo
individualista, el anarcosindicalismo, la vía pacífica o la armada (esa última una variante del
individualismo) tuvieron, como tema de discusión, un protagonismo menor:
Si bien algunos militantes incurrieron en una verborrea violentista, la práctica
de los libertarios criollos estuvo más cerca de los conceptos emitidos por lo
redactores del periódico “ La Campaña” en septiembre de 1900, para quienes
la violencia era “solo un medio discutible como cualquier otro”, sin llegar a ser
“la suprema finalidad de la anarquía”. En realidad, al igual que en muchos otros
tópicos, no existía un consenso en las filas anarquistas sobre este tema. Las
posiciones cambiaban de un individuo a otro (...). Con el tiempo los postulados
anarquistas se fueron haciendo más heterogéneos, surgiendo incluso posiciones

47
Op. cit., pág. 29.

40 Campos R., Marcela


III Marco teórico

contrarias a la acción colectiva que ponían énfasis en el camino y el esfuerzo de


48
los individuos.
Otro aspecto de la actividad afín con el espíritu libertario fue la constitución de algunas
comunidades de vida, falansterios al modo de Fourier y colonias según la propuesta de
Owen. Éstas fueron escasas y, en opinión de Grez, sin ningún efecto en el curso del
movimiento ni la sociedad, promovidas y llevadas a cabo por grupos de intelectuales,
artistas, escritores, escultores y obreros especializados, muchos de ellos líderes del
anarquismo, como Escobar y Carvallo. La más conocida de ellas fue la Colonia Tolstoyana
de San Bernardo, formada por su líder, el escritor Augusto D’Halmar, el también escritor
Fernando Santiván y el pintor Julio Ortiz de Zárate. Es importante señalar que ninguno de
ellos se autodefinió como “anarquista”, aunque el ejemplo de Tolstoy se considera como una
forma de anarquismo cristiano. La otra colonia, de clara y expresa inspiración libertaria, se
fundó en la calle Pío Nono y vivieron en ella el mencionado Escobar y Carvallo, junto al pintor
Benito Rebolledo, Manuel Cádiz, Teófilo Galleguillos, Julio Fossa Calderón y otros, junto a
las esposas e hijos de los casados o emparejados. Salvo Rebolledo y Fossa (estudiante
de Artes), los demás fueron artesanos de prestigio en su área, la mayor parte de amplia
y refinada cultura. Si nos detenemos en estas experiencia de vida comunitaria es porque,
como se comentará más adelante, de los testimonios de sus protagonistas se desprende el
ideal ético que inspirara a los anarquistas chilenos y que se tradujera en un perfil que explica
no sólo muchas de las cosas que se firman sobre el carácter personal de González Vera
(benigno, discreto, respetuoso): también ayudan a aclarar la relación entre ética anarquista
y estética literaria que se postula en esta tesis.
En el curso de su investigación y al igual que otros historiadores como Vitale y la dupla
Pinto-Salazar, Sergio Grez afirma que la primera etapa de influencia ácrata en el movimiento
obrero chileno iniciada en 1898, culmina alrededor de 1903, debido entre otras causas a
factores como el aumento del empleo, abaratamiento del precio de los alimentos y, por
cierto, la contradicción entre la fuerza del impulso fundador anarquista, versus la capacidad
para mantener las organizaciones fundadas. Para 1907, año de la matanza de obreros
de la Escuela Santa María de Iquique, en la que participaran algunos líderes ácratas, el
efecto del exterminio de estos trabajadores fue tal que contrajo la actividad inicial en el país.
Muchos de sus líderes tuvieron que escapar del país, otros resultaron encarcelados y se
registró un declive en las habituales formas de participación libertaria. La muerte de alguno
de los integrantes de esta generación y el regreso a la filas del Partido Democrático de
otros, completan el panorama de declinación de “la Idea” en la escena pública. Declinación,
no desaparición: si bien perdieron presencia en la dirección sindical, crearon instancias
ligadas a la difusión del ideario, como los centros de estudios sociales, entre otras. Esta
situación cambia, sin embargo, debido a circunstancias como el encarecimiento de los
artículos de primera necesidad y la demanda de trabajo, presentando situaciones de fuerte
contrate: mientras por un lado existía más oferta laboral para el rubro de la construcción y se
mejoraba el sueldo de los empleados públicos, al mismo tiempo que se registraba el boom
salitrero, otros sectores populares y especialmente la mujeres, quedaban en desamparo
ante el aumento generalizado de precios. El movimiento alcanzó un nuevo auge hacia
1905 y, a pesar de la contracción que ocurre con posterioridad a la matanza de la Escuela
Santa María, los anarquistas no cejan en su labor de agitación y propaganda, esta vez con
llegada a espacios como la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, FECh y
su legendario órgano de prensa “Claridad”, espacio en el que tendrá importante presencia
González Vera, ya integrante del movimiento libertario. Otras instancias relevantes son La
48
Op. cit., pág. 76.

Campos R., Marcela 41


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

Federación de Obreros de Imprenta (FOI) y la Federación de Trabajadores de Chile, entre


otras que contarán con la presencia de cuadros ácratas.
El anarquismo chileno de esta época resulta hoy tan interesante y decisivo en algunos
aspectos como opinable en otros. Los historiadores consultados, incluso los de tendencia
conservadora, coinciden en resaltar el rol decisivo que tuvo la acracia chilena en el
desarrollo de la madurez política de la clase trabajadora. El sujeto popular tiene la capacidad
de mirarse a sí mismo y nombrar sus necesidades, metas y caminos hacia ellas gracias,
en grado no menor, a la porfiada labor libertaria por la promoción de ese nivel reflexivo
en las capas dominadas de nuestra sociedad. La clase trabajadora chilena conquista
para sí misma el rango de sujeto, sistemáticamente negado desde la élite y pasivamente
asumido así por “el bajo pueblo”, gracias al antecedente de quienes precedieron a la acracia
chilena, si bien el momento de mayor claridad en esta conciencia ciudadana difícilmente
se alcanza sin la labor anarquista. Lo hemos dicho: el grado de madurez cívica de los
sectores populares entre 1891 y 1970 le debe mucho al anarquismo. Aparte de su vocación
por el individuo libre y preparado para una sociedad justa y nueva, los libertarios resultan
particularmente vanguardistas en temas como la alimentación y la vida sana, la práctica de
ejercicios, el contacto con la naturaleza, el vegetarianismo, abandono del tabaquismo y el
alcoholismo. Fueron los primeros en hablar de la relación de pareja libre de las ataduras del
matrimonio legal, tema que hoy ya no reviste polémica. En ese mismo tenor, su lucha por la
emancipación de la mujer y su derecho a ser considerada una ciudadana con voz (aunque
no fomentaban que tuviera voto, por acercarla al trato con el estado y caer en el juego
político engañoso) fue absolutamente radical respecto de todas las demás tendencias,
movimientos y partidos políticos de la época. Esta noción se entronca con un aspecto de la
ética anarquista que describe el pintor decorador Benito Rebolledo en su carta a Fernando
Santiván:
(...) todos eran bondadosos. Vivíamos en un continuo torneo de tolerancia y
bondad, influenciados por el ambiente moral que nosotros mismos habíamos
creado... Vivíamos en común,..., todos éramos vegetarianos; no bebíamos licores
ni fumábamos, lo mismo nuestras mujeres. Era la misma que hacían ustedes
[en la Colonia Tolstoyana], a excepción del voto de castidad. A pesar de tantos
hombres y mujeres reunidos, jamás hubo disgustos, ¡para eso éramos apóstoles
de la paz y de la fraternidad! Dios es testigo de que éramos inocentones...
Éramos iluminados por una luz mística: el amor a la Humanidad. Sobre todo a los
humildes, a los pobres, por lo que luchan sin esperanza, por los que mueren sin
haber tenido jamás una satisfacción de verdadera vida... teníamos la consigna
de no mentir, sobre todo no engañar a las mujeres (...) Fue..., la Edad de Oro del
desinterés y del sacrificio por los demás de un puñado de hombres jóvenes,
tan raro en los tiempos que corremos de miseria moral y mezquindad. Nuestras
colonias [la de Pío Nono y San Bernardo] dejaron constancia de la nobleza de
49
nuestras intenciones y marcaron una época en la Historia de nuestro Chile .
Finalmente la arista de la autogestión, que en la práctica significa que el desarrollo de un
trabajo estimula espacios de acción cultural antisistema, son hoy por hoy un práctica común
en las numerosas organizaciones culturales alternativas que surgen en el Chile de fines del
siglo XX y hasta ahora, en que el acceso a las tecnologías facilita el fomento y la difusión de
ideas. Pero así como demuestran infatigable porfía para generar espacios de encuentro,
49
Carta de Benito Rebolledo Correa a Fernando Santiván, en repuesta a la pregunta de éste sobre la naturaleza de la
colonia de Pío Nono, 31/10/50, en Grez, Sergio, op. cit., “Anexos”, págs. 375, 349, 350 y 351.

42 Campos R., Marcela


III Marco teórico

educación y fomento de la lucha sindical, conquistando logros que hoy son derecho legal
de los trabajadores chilenos, esta energía creadora resultó tan intensa como incapaz de
mantenerse en el tiempo:
A menudo, la desconfianza de los anarquistas hacia las organizaciones muy
estructuradas se convertía en el mayor obstáculo que impedía la continuidad
de su trabajo (...). La lógica implícita de esta forma de actuar de los anarcos
–inorgánica y con poca preocupación por lo resultados de su acción– se
encuentra, probablemente, en lo que Irving Horowitz denominó necesidad de
participación, de acción directa”. Para este modus operandi del anarquismo,
el resultado afortunado de su praxis no tiene tanto valor como la redención
personal (...) de modo tal que el acto revolucionario es “útil en su naturaleza, por
encima de su éxito o su fracaso político, principalmente porque la acción guiada
por un fin moral es redentora”. Llevando este razonamiento hacia el extremo se
podría sostener que en la perspectiva anarquista el fin importa poco y que el
50
movimiento lo es todo porque es movimiento portador de redención.
El comentario de Grez confirma que el anarquismo tiene en su propio código genético las
probables causas de su ir y venir por la escena social desde entonces hasta nuestros días.
Pero de ninguna manera impide afirmar que ya no parece posible hacer una historia de Chile
a espaldas del factor libertario, no sólo en cuanto a la evolución del movimiento popular
y su autoconstrucción de la categoría de sujeto, sino también en otros órdenes de la vida
que hoy parecen un aspecto más de la heterogeneidad postmoderna, cuya instalación en
las prácticas sociales comunes de fines del siglo XX e inicio del XXI (la vida en pareja
sin matrimonio, el pacifismo antimilitarista y antichauvinista, el autocuidado de la salud, la
conciencia de la relación hombre-naturaleza, igualdad de géneros, etc.) tienen como base
original la inserción de estos temas en el debate público gracias a la crítica anarquista.
Así, el aún adolescente González Vera ingresa al anarquismo chileno en el momento
de mayor relevancia social y política de este movimiento, como evidencian sus numerosos
órganos de prensa, presencia en el movimiento obrero, centros de estudio, teatros y
federaciones estudiantiles. Con bases de pensamiento filosófico y social provenientes de
la obra de Bakunin, Kropotkin y Malatesta, entre otros, y también con lazos estrechos con
otros movimiento anarquistas en el mundo, el joven redactor de La Batalla y Claridad cuenta
con algo más que discusiones teóricas o revolución de café. En sus alusiones personales y
literarias, como ocurre en el relato “Una mujer” de Vidas Mínimas , reconocemos el mismo
eclecticismo teórico del anarquismo chileno de la época, sin mayores preocupaciones
por delimitar diferencias entre una tendencia u otra. Considerando su estilo de vida y
construcción estética, es posible postular la preferencia de González Vera por el libertarismo
kropotkiniano, pero visto el tenor de la discusión de la época, no parece que valga la pena
intentar ningún encasillamiento.
El anarquismo es una presencia viva, temida, espiada y perseguida. Cuenta también
con un ideal ético que intenta hacerse carne en el actuar individual de su miembros, de una
forma – forzoso es reconocerlo– que se tomó mucho más en serio que el slogan sobre “el
hombre nuevo” que promoviera la izquierda chilena de los ’80, en tanto la mayor parte de
su adherentes mantuviera una conducta tradicional en todos los temas de relación social
que no fueran los estrictamente asociados a la labor militante. González Vera llegaba a un
Chile en plena reacción al proyecto monárquico y luego oligárquico que representaba el

50
Op. cit., págs. 56-58.

Campos R., Marcela 43


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

ya agonizante parlamentarismo. Y no eludió hacerse parte de este decisivo momento en


nuestra historia.

c) Ética anarquista y analéctica: puntos de contacto.


Para la época en la que Kropotkin, Bakunin y otro pensadores anarquistas fundamentales
discutían los caminos del socialismo europeo e internacional, Charles Darwin (1809-1882)
y su teoría sobre el origen de las especies publicada en 1859 continuaba generando
polémica. La discusión acerca de las nuevas forma de sociedad que debían oponerse
al orden burgués necesitaba de sustento teórico y, por supuesto, de una base moral y
ética que orientara las reflexiones y decisiones de una izquierda cada vez más inquieta. El
planteo básico de Darwin en cuanto a que la conservación de las especies era resultado
de la capacidad de adaptación al medio, especialmente cuando éste es hostil, introdujo el
problema de la supervivencia del más fuerte y la competencia que esto involucra. Kropotkin
se negó a aceptar que ese punto fuera el único que permitiera establecer la causa de la
perduración de los seres vivos y acusó a los difusores del darwinismo de ser parciales,
posición a la que contrapuso las ideas de Adam Smith en La Teoría de los sentimientos
morales (1759), en donde se señala que la moral emana de la simpatía del hombre hacia
sus semejantes, que a su vez surge de la imaginación: al contemplar el sufrimiento infligido
a otro, podemos imaginarlo, y esta empatía lleva a impedir que ese mal subsista; la empatía
da paso a la simpatía, y la simpatía es la base del sentimiento moral. Sobre esta obra,
Kropotkin señala:
Libre de todo prejuicio religioso, buscó la explicación en un hecho de la
naturaleza humana: he ahí por qué durante un siglo la clerigalla con o sin sotana
ha hecho el silencio alrededor de este libro. La única falta de Adam Smith está
en no haber comprendido que tal sentimiento de simpatía, convertido en hábito,
existe entre los animales al igual que en el hombre. No desagrada esto a los
vulgarizadores de Darwin, ignorando en él todo lo que no había sacado de
Malthus; el sentimiento de solidaridad es el rasgo predominante de la existencia
51
de todos los animales que viven en sociedad.
La moral anarquista constituye uno de los textos fundamentales en el desarrollo del ideal
libertario. Publicado en 1890, constituye una reflexión sobre los efectos de la educación
moral cristiana sobre el individuo ante la cual se opone otra que –para quien fuera antes de
su opción anarquista una destacada promesa científica–, emana de la observación de la
conducta animal. Con un afán descriptivista centrado en la conducta más que en los rasgos
heredables y la relación entre congéneres más que las luchas territoriales, Kropotkin asume
que la naturaleza no hace otra cosa que ofrecernos ejemplos de supervivencia a partir de
la solidaridad entre los miembros de un género, y a partir de ello propone algunos de los
mensajes más conocidos del anarquismo, alrededor de los cuales se plantea un análisis
de fondo para explicar sus fundamentos:
La moralidad que se desprende de la observación de todo el conjunto del reino
animal, superior en mucho a la precedente, puede resumiese así: Haz a los
otros lo que quieras que ellos te hagan en igualdad de circunstancias. Y añade:
Nota bien que esto no es más que un consejo; pero ese consejo es el fruto de
una larga experiencia de la vida de los animales asociados y entre la inmensa
51
Kropotkin, Piotr. La moral anarquista . Recurso electrónico disponible en: http://www.nodo50.org/codoacodo/
mayojunio07/lamoral.pdf Pág. 11

44 Campos R., Marcela


III Marco teórico

multitud de los que viven en sociedad, comprendiendo al hombre, obrar según


ese principio ha pasado al estado de hábito. Sin ello, además, ninguna sociedad
52
podría vencer los obstáculos naturales contra los cuales tiene que luchar.
De este modo, los sueños anarquistas dependerían de la claridad con que se asume un
principio elemental:
Cuanto mejor cada miembro de la sociedad comprende la solidaridad para
con los demás, mejor se desarrollan en todos esas dos cualidades que son
los factores principales de la victoria y del progreso: de una parte, el valor, y
la libre iniciativa del individuo, de la otra. Y cuando más, por el contrario, tal
colonia o tal grupillo de animales pierde ese sentimiento de solidaridad (lo
que sucede a consecuencia de una excepcional miseria o bien de una gran
abundancia de alimento) tanto más los otros dos factores del progreso, el valor
y la iniciativa individual disminuyen, concluyendo por desaparecer, y la sociedad
en decadencia sucumbe ante sus enemigos. Sin confianza mutua no hay lucha
posible, no hay valor, no hay iniciativa, no hay solidaridad, no hay victoria; es la
53
derrota segura.
Antes de continuar con el comentario sobre la moral anarquista, y precisamente porque
es necesario deslindar esa moral de una ética libertaria, se hace necesario intentar una
distinción de ambos términos, problema que se ha vuelto un lugar común en la discusión
filosófica elemental. Etimológicamente son sinónimos el griego ethos (costumbres) y el latín
mos-mores. El uso corriente muchas veces apela a ambos término para señalar un mismo
fenómeno de conducta social: la capacidad de actuar de acuerdo a un principio rector de la
54
conducta, nacido en la propia comunidad histórica donde se actúa. Ferrater Mora , por su
parte, prefiere diferenciar el conjunto de prácticas rectoras del estudio filosófico del sentido
de dichas prácticas, llamando moral a la primera y ética a la segunda. De esta definición
resulta interesante el perfil de la ética como el acto consciente y metódico de reconocer la
naturaleza del comportamiento moral, para desde ahí distinguir su sentido en la comunidad
de donde proviene. Moral, entonces, se entiende como preceptos, valores, formas de hacer
y vivir, “costumbres” sancionadas por la aceptación, difusión e imposición (vía tradiciones,
pedagogías, ordenanzas, leyes, etc.), mientras que la ética es una disciplina filosófica cuyo
objeto es la moral.
Una segunda posición al respecto y que guarda cierta afinidad con Ferrater Mora,
reconoce en la moral un conjunto de prácticas capaces de regir la conducta social, nacidas
en una sociedad y cultura diferentes de otra cultura y sociedad. Se reconoce en la relación
del grupo y los niveles que éste adopte, se mantiene y reproduce en el grupo para la
conducta del individuo como parte del mismo, y se entiende como algo dado, como un hacer
que acepta o rechaza, legitimado por la tradición y con poder rector, aunque no siempre
como decisión en el plano consciente de los miembros de la comunidad. Cuando éstos se
detienen a observar el carácter del elemento moral en la toma de decisiones, y cuando
producto de tal observación racional y consciente deciden orientar su conducta personal
en el tejido social, entonces se está en el nivel ético de la cuestión. La ética corresponde
al plano personal del ejercicio moral, asumido en forma consciente y crítica como lo que
52
op., cit. Pág. 10. El subrayado es mío.
53
op., cit. Pág. 32.
54
Ferrater Mora, José. Diccionario de Filosofía. Recurso electrónico disponible en: http://www.scribd.com/doc/2538434/
Diccionario-de-Filosofia-Jose-Ferrater-Mora

Campos R., Marcela 45


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

permite hacer y no hacer al individuo. Para efectos teóricos y de análisis, he preferido esta
última acepción.
De acuerdo con ello, la visión kropotkiniana propone una moral que se niega a la
aceptación pasiva de la moral oficial, proveniente de las instituciones: la Iglesia, la tradición
impuesta, etc. Esa moral ha estado, al decir de los anarquistas, al servicio de las instancias
que mantienen la relación dominante-dominado y carecerían de legitimidad, pues no
reconocen la autonomía del individuo capaz de elegir. La moral anarquista asume que los
ejes orientadores de su práctica son tan sencillos como antiquísimos, pues están en la
base de la supervivencia tanto de nuestra especie como de las demás: la cooperación, la
solidaridad, el placer de dar y compartir. Reivindica el carácter hedonista de la solidaridad,
en la medida en que todos los actos humanos y, por extensión, cada acto de un ser vivo
carece de ninguna otra motivación que el placer de ejecutarlo, incluso cuando se trata del
sacrificio por otro o por un ideal (lo que a la postre siempre resulta ser un sacrificio por el
otro..., el que vendrá).
Asumiendo que los humanos son una especie más que actúa por placer, y que la
solidaridad y colaboración son los ejes que no han permitido llegar a este punto en nuestra
evolución (al menos el de la supervivencia), se entiende el sentido de clásica máxima
anarquista sobre hacer al otro lo que quisiéramos que, en iguales circunstancias, el otro
hiciera por nosotros.
La ética anarquista entonces se manifiesta en bajo las siguientes premisas de acción:
∙ Asume la natural bondad humana y su tendencia a la cooperación mutua.
∙ Implica el reconocimiento de la libertad del otro, de un derecho a la diferencia y del
ejercicio libre de esa diferencia.
∙ Reconoce como legítimas las prácticas morales que surgen del desenvolvimiento
libre, la aceptación voluntaria de estas prácticas. Una moral que es legítima
porque proviene de la voluntad individual que, en sintonía con otras ante un mismo
fenómeno, opta por un camino para regir la conducta.
∙ Establece que el ejercicio de la libertad, supremo bien y derecho del individuo, sólo
tiene sentido en la aceptación de la libertad del otro y la comprensión mutua de los
límites que el libre ejercicio social significan.
∙ La ética anarquista encuentra bondad, cooperación y solidaridad en la praxis en
y para la sociedad oprimida, estimulando la creación de canales de educación y
desarrollo de conciencia social, la autogestión y formación de espacios que faciliten
la educación como la expresión libre de necesidades como oprimidos (sociedades,
grupos, sindicatos, etc.) y su enfrentamiento directo con los opresores.
∙ De acuerdo con ello, se valora el hacer liberador y antisistema, más que el resultado
o la permanencia del hecho fundado. Este hacer es ya la respuesta liberadora, pues
en la acción misma radica la meta.
∙ Se entiende a sí misma como la negación de la ética tradicional de origen burgués
con raíces en la moral judeo-cristiana en todo lo relativo a la conducción, coacción y
cooptación de la conducta del individuo en tanto miembro de la sociedad.
∙ Asume que esta colaboración y solidaridad natural se encuentra en forma clara en el
mundo de los oprimidos.
Antes de revisar la forma en que estas nociones maduraron y llegaron a ser parte de la
estética narrativa de González Vera, es necesario detenerse en otro aspecto teórico de
la cuestión: desde dónde acercarnos a dicha estética, desde qué considerando elemental
poder entender el mecanismo bajo el que opera el gesto ético en el gesto estético, vistos
46 Campos R., Marcela
III Marco teórico

desde una perspectiva cultural que comprenda –y permita comprender– no sólo el problema
de la ética desde su perspectiva filosófica, sino también las coordenadas históricas, políticas
y culturales en las que se entiende esa filosofía, qué métodos propone para abordar el
problema de la ética y, especialmente, qué supuestos de la relación humana son parte de
sus premisas. Se trata de encontrar una herramienta teórica que sintonice con el marco
general de la historia y la ideología marcadas por la relación conflictiva entre los intereses
del poder y los de las clases oprimidas. Pero más importante aún, que permita abordar los
supuestos éticos que animan la creación narrativa.
La respuesta, al menos inicialmente, la encontramos en una corriente filosófica que
surge en América Latina a fines de los ’60, llamada Filosofía de la Liberación, en particular
en la noción que uno de sus principales exponentes, Enrique Dussel, propone para el
análisis filosófico, la noción de la “analéctica”. La Filosofía de la Liberación forma parte
de la línea evolutiva del pensamiento filosófico latinoamericano que comienza con sus
precursores del siglo XVII, personalidades que, animadas por la inquietud independentista
de las colonias, se formularan las primeras preguntas acerca de la libertad, la dependencia,
la autonomía, e hicieran las primeras lecturas de los filósofos europeos que la Ilustración
instalaba en importantes centros de divulgación del Viejo Continente. La paradoja se
anuncia: para reflexionar sobre las formas de alcanzar libertad y autonomía respecto de
la potencia dominadora, los intelectuales y políticos americanos apelaron al cuerpo de
ideas que explica y da sentido a ese canon europeo dominador, animado a su vez por
sus propias contradicciones y oposiciones, por sus propios conflictos y críticas, difícilmente
podría ser de otra forma: cualquiera fuese el estado de la reflexión entre los intelectuales
prehispánicos de las culturas y civilizaciones conquistadas, el conquistador tuvo cuidado
de eliminar prácticamente todo rastro (salvo por felices excepciones) de la expresión de
su pensamiento e historia. A cambio instaló sus propios códigos, leyes, estética y teología,
manifestaciones todas que no pueden entenderse sin conocer los fundamentos últimos que
dan sentido a estas producciones culturales e ideológicas: Grecia, y con ella, culturas de
mayor antigüedad que animan lo que fuera la discusión griega, como el aporte sumerio
y egipcio. El hecho es que la reflexión filosófica latinoamericana como tal, reciñen da sus
primeras señales a fines del siglo XIX.
De ese modo, Enrique Yepes, profesor de Literatura Hispanoamericana de la
Universidad de Rutgers, reconoce el aporte de precursores como Andrés Bello y su
noción de “lo americano”, la visión pedagógica de avanzada en Simón Rodríguez, también
destacada por Ángel Rama y, más adelante, la construcción del “latinoamericanismo” de
la mano de Rodó, Martí y otros intelectuales cuyas líneas de pensamiento encontraron
acogida en el siglo XX con las propuestas de los mexicanos José Vasconcelos y Alfonso
Reyes, el dominicano Pedro Henríquez Ureña y el peruano José Carlos Maríategui. Hacia
mediados de siglo Yepes y a propósito de la Filosofía de la Liberación, señala que:
La revolución cubana de 1959 y las profundas reformas del Concilio Vaticano
II de la Iglesia Católica en 1962, generaron nuevos marcos de pensamiento
dentro de los que numerosos pensadores produjeron la línea de reflexión que
más trascendencia internacional ha tenido en América Latina. Fue una filosofía
basada en el concepto de la liberación de los oprimidos, es decir, la construcción
de condiciones materiales y educativas que permitieran superar la miseria
55
económica de vastos sectores de la población.
55
Yepes, Enrique. La Filosofía de la Liberación Latinoamericana . Abril 2006. Recurso electrónico disponible en: http://
www.bowdoin.edu/~eyepes/latam/liberac.htm

Campos R., Marcela 47


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

La intensa discusión crítica en todo Occidente que caracterizara a los años ‘60, llegó hasta
la Iglesia Católica, cuya reacción a los cambios sociales tuviera lugar protagónico en el
Concilio Vaticano II. Las conclusiones de este encuentro influyeron en pensadores como
Leonardo Boff y Helder Cámara, quienes dan origen a la Teología de la Liberación. En el
mismo tenor, el brasileño Paulo Freire genera su propuesta de una Pedagogía del Oprimido
orientada a cambiar el verticalismo en las relaciones profesor-alumno tradicionales hasta
entonces, asumiendo que las experiencias y saberes del estudiante deben ser consideradas
como otro elemento de aprendizaje enriquecedor para el docente, quien también aprende
y es educado, en la medida en que realiza la apertura a estos saberes del otro. El
argentino Enrique Dussel, junto a filósofos como Scanonne, Cerruti-Goldberg y otros,
acusa recibo y se propone desarrollar una filosofía que esta vez emane de la misma
Latinoamérica, rompiendo la relación tradicional de relectura del pensamiento europeo y
apelación constante a sus escuelas y corrientes. Esta filosofía gira sobre el supuesto ético
fundamental de la apertura y escucha del Otro –el oprimido hasta entonces sometido al
silencio, el negado– y quiere superar la metodología dialéctica o mejor dicho, incluirla y
luego superarla en un nuevo plano de relación entre el hombre y la realidad: la analéctica.
Al respecto, señala Yepes:
A partir de un análisis de la historia de conquista e invasión desde Europa sobre
América, y de cómo creó estructuras de dominación, marginación y dependencia,
Dussel demuestra cómo estas prácticas de dominación se basaron en una
filosofía universalista del Occidente europeo. Al atribuirse la autoridad sobre
el conocimiento universal, la filosofías europeas han definido la "naturaleza
humana" según los parámetros, modos de comportamiento y orientación
racionalista de Occidente, condenando a las culturas invadidas a condiciones
de no-ser, caos e irracionalidad. De este modo, las filosofías occidentales han
legitimado históricamente la dominación que oprime al llamado Tercer Mundo,
escondiéndola bajo la apariencia de "promover civilización". Para responder
a estas condiciones, Dussel propone una filosofía basada en el diálogo y la
escucha de los excluidos, del "Otro radical", es decir, del sujeto que ha sido
convertido en objeto por la dominación occidental. Esta práctica reflexiva
organizaría una "analéctica de la liberación" como alternativa para la "dialéctica
de la dominación" prevaleciente. El desarrollo teórico de Dussel se basa en
una crítica detallada de la ontología de Kant, Hegel, Heidegger y otros filósofos
alemanes, franceses e ingleses, ya que, para él, la voz de los oprimidos tiene que
pasar por la paradoja de hablar con la lengua del opresor para poderla cuestionar
y superar: "Para descubrir nuevas categorías con las cuales nos sea posible
pensarnos a nosotros mismos, hay que comenzar por hablar como los europeos
56
y, desde ellos, probar sus limitaciones" (Dussel 1979: 108)
Dussel hace hincapié en que ni la dialéctica ni la analéctica son filosofías, sino métodos que
facilitan el trabajo reflexivo de la filosofía y, particularmente la última, descansa sobre una
base que es ante todo ética. Mientras que la dialéctica es una aproximación a la reflexión
filosófica trascendente que nace de la totalidad que presenta el cotidiano, totalidad asumida
en sí y aceptada para luego ser criticada, en un acto en el que el acercamiento es a lo que
está, lo que es, lo que logra ser reconocido, la analéctica se esboza como la aceptación
de que, en lo que es, hay realidades no totalmente conocidas, aunque no por ello menos

56
Ibid.

48 Campos R., Marcela


III Marco teórico

reales, realidades que escapan al horizonte desde el cual la dialéctica aprehende y critica
la realidad. Lo desconocido, cuyos códigos ignoramos, comienza a ser aceptado y luego
escuchado: es la voz del Otro que apela, y a la cual se responde. Un Otro que, hasta ese
momento, no ha sido invitado al horizonte de la realidad asumida y aceptada. Es el Otro
negado, marginado, oprimido:
El método ana-léctico surge desde el Otro y avanza dialécticamente; hay una
discontinuidad que surge de la libertad del Otro. Este método, tiene en cuenta la
palabra del Otro como otro, implementa dialécticamente todas las mediaciones
necesarias para responder a esa palabra, se compromete por la fe en la palabra
histórica y de todos esos pasos esperando el día lejano en que pueda vivir con
el Otro y pensar su palabra, es el método ana-léctico. Método de liberación,
57
pedagógica analéctica de liberación.
Esta inclusión del Otro necesita de un ejercicio que, antes de ser método, supone algunas
actitudes preliminares:
El filósofo, racionalidad actual refleja auténtica, sabe que el comienzo es con-
fianza, fe, en el magisterio y la verdad del otro: hoy es con- fianza en la mujer,
el niño, el obrero, el subdesarrollado, en una palabra, el pobre: él, el alumno,
tiene el magisterio, la pro-vocación ana-lógica; él tiene el tema a ser pensado: su
58
palabra revelante debe ser creída o no hay filosofía sino sofística dominadora.
Dussel cree que la analéctica es el método que permitirá a la filosofía volverse un
instrumento de liberación para el Oprimido, sea éste o no latinoamericano, y donde el
filósofo mismo también resulta incluido y afectado:
El filósofo que se compromete en la liberación concreta del otro accede al mundo
nuevo donde comprende el nuevo momento del ser y desde donde se libera
como sofista y nace como filósofo nuevo, ad-mirado de lo que ante sus ojos
venturosamente se despliega histórica y cotidianamente. El mito de la caverna de
Platón quiso decir esto pero dijo justamente lo contrario. Lo esencial no es el ver
ni la luz: lo real es el amor de justicia y el otro como misterio, como maestro. Lo
supremo no es la contemplación sino el cara-a-cara de los que se aman desde el
59
que ama primero.
En una aproximación más cercana a la naturaleza de este método, Dussel indica:
(...) podemos hablar del método analéctico que no niega el valor ontológico
(dentro de la totalidad entonces y solamente) del método dialéctico, pero
descubre una dimensión humana de significación metafísica y liberadora.
El método dialéctico avanza de totalidad en totalidad, de lo mismo hacia lo
mismo y no puede pensar adecuadamente la negatividad del otro. Es por ello

57
Dussel, Enrique. Introducción a la Filosofía de la liberación. 1972. Recurso electrónico disponible en:
http://www.crefal.edu.mx/Biblioteca/CEDEAL/acervo_digital/coleccion_crefal/no_seriados/enrique_dussel/
textos/14/08pp221-241.pdf
58
Dussel, Enrique. Método para una filosofía de la liberación. Superación analéctica de la dialéctica hegeliana.
Ediciones Sígueme, Salamanca, 1974. Págs. 193-194. Recurso electrónico disponible en: http://www.ifil.org/Biblioteca/
dussel/textos/08/09pp175-197.pdf
59
Op., cit., pág. 194.

Campos R., Marcela 49


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

que más allá de los que creen interpretar la realidad con sentido común (los
defensores ingenuos del statu quo) y, de los que crítica-mente empuñan el
método dialéctico, el respeto de la voz del otro, la aceptación del otro como
más allá de todo sistema o totalidad instaura no sólo una actitud de escucha
creadora sino igualmente un nuevo método en las ciencias humanas (ya que en
las ciencias naturales es el método dialéctico el único que puede emplearse). La
exterioridad del otro, como momento meta-físico primero, nos permite interpretar
la historia, la economía (tal como lo hace la socioeconomía de la dependencia
que se abre a la exterioridad cultural de los pueblos periféricos), la sociología,
60
etc.
Esto nos devuelve al marco histórico señalado anteriormente... Los historiadores que
deciden enfrentar la historiografía tradicional, en la que no se discute el uso de expresiones
como “el bajo pueblo” y, por cierto, no se incluye a éste como sujeto de la investigación
histórica, están apelando al componente ético en su metodología de investigación y
análisis, señalando expresamente que este silencio sobre el Otro elude asumir el rol que
el ciudadano (y la historia en la que éste alcanza dicha ciudadanía) son parte esencial del
presente de las sociedades que quiere entenderse en el estudio de su pasado. No utilizan
la expresión “analéctica”, pero a la luz del texto citado, resulta muy clara la sintonía de
perspectivas que surge entre esta corriente histórica y la filosofía de la liberación. No es de
extrañar, si consideramos que Dussel, Salazar y otros filósofos e historiadores son parte
de la generación que vivió la intensidad de los años ’60 y ‘70 latinoamericanos, cargados
de sueños, militancias y certezas, una época que asistía a la concreción de los ideales
revolucionarios, que vio levantarse y caer al Che, que vio el dolor y el triunfo de Vietnam.
La victoria de la Revolución Cubana marcó a una generación completa de la izquierda
continental. En el contexto que tratamos ahora, quizás si la certeza más clara fue la de que
había algo propio que decir, y para decirlo había que encontrarlo, porque se lo sospechaba
sin precisarlo con nitidez. El problema de la identidad de América Latina resurgió no
sólo en la discusión intelectual, sino también en la de los artistas y creadores “cultos” y
folklóricos. Ni los filósofos ni los historiadores de izquierda se marginaron del tema. Crear
para los latinoamericanos (y por extensión, para los marginados del canon occidental) un
referente propio, nutrido de nuestros saberes y experiencias, dotado de categorías surgidas
desde ese encuentro y descubrimiento de lo que siempre había estado en el cotidiano y,
es esencial reiterarlo, el cotidiano popular, periférico, no imitativo ni arribista en el plano
intelectual. Decir desde acá, para los de acá, y para que nosotros, los de acá, tuviéramos
forma de nombrarnos a nosotros mismos y al camino que nos conduzca a resolver nuestras
demandas y desafíos.
Dussel cree que la Filosofía de la Liberación es la respuesta a estas aspiraciones.
Menciona en muchas ocasiones la noción del método para esta filosofía, habla del momento
analéctico en la dialéctica y luego de la analéctica como herramienta basal del análisis que
lleva a la liberación. Lo que nos interesa es esta propuesta inicial de inclusión, de apertura
y escucha. Sin embargo como método explícito, como ejercicio intelectual en torno a algún
aspecto, situación, proceso o fenómeno, es forzoso coincidir con los críticos a Dussel: el
método se menciona, pero no se perfila con claridad. En Ética comunitaria (Ediciones
Paulinas, Madrid, 1986), por ejemplo, el análisis se centra en la noción de comunidad,
tomando como base la formación de las comunidades cristianas y la evolución y crítica de
la teología al respecto, a partir de una relectura bíblica. Sin cuestionar lo interesante que

60
Ibid, Pág. 205.

50 Campos R., Marcela


III Marco teórico

pueda ser la propuesta, resulta arduo dilucidar el plano teológico –es decir idealista– del
abordaje dialéctico y analéctico de la cuestión, y no porque el autor repare en contextualizar
toda vez que sea necesario.
A propósito de los desafíos de la filosofía latinoamericana moderna, el académico
peruano David Sobrevilla ha concentrado su investigación en el desarrollo de los fenómenos
y sintetiza de la siguiente forma los principales hitos evolutivos de la misma:
Encuentro en la filosofía actual en América Latina cinco corrientes principales.
De éstas, tres corresponden a corrientes trasplantadas de Europa y dos han
surgido en el suelo latinoamericano sobre la base en parte de impulsos propios
y en parte de influencias ajenas. Las primeras son el movimiento fenomenológico
61
y existencialista, el marxismo y la filosofía analítica.
Más adelanta cita a Cerruti-Goldberg, quien caracteriza la filosofía de la liberación de la
siguiente forma:
1) Se trata de elaborar una filosofía auténtica en América Latina, 2) Se piensa
que es necesario destruir la situación de dependencia que afecta a América
Latina, 3) Se sostiene que esta situación dependiente está apuntalada por una
filosofía justificatoria y académica que la convalida, y que es preciso reemplazar
entonces por otra que haga críticamente explícitas las necesidades de las
grandes mayorías explotadas del pueblo pobre y oprimido de América Latina, y 4)
Se afirma que este pueblo es el portador de una novedad histórica que debe ser
62
pensada y expresada por la filosofía de la liberación.
Esta “novedad histórica” lo es, en rigor, para los intelectuales formados al alero del
canon occidental en diversas disciplinas que también surgen en ese referente cultural. Es
“novedad histórica” para quienes, por formación académica y orígenes sociales, la palabra
del Otro apenas era perceptible en el folklore, la feria artesanal y por cierto, la literatura
criollista. Deslindar sin embargo, esta idea del Otro de cierta tendencia al paternalismo, a
la idea de que porque es popular tiene, necesariamente, que estar cargado de una verdad
expresable filosóficamente nos parece una alta posibilidad (lo sabemos por Violeta Parra,
pero resulta más difícil asegurar que Violeta o Yupanqui son los únicos representantes de
la compleja heterogeneidad popular latinoamericana), pero no tenemos ante nosotros el
ejercicio de aproximación a estas realidades desde la analéctica.
Sobrevilla no teme enfrentar algunos supuestos de la filosofía de la liberación. El
primero se relaciona con la originalidad de la propuesta que parte por liberarse del peso
que la filosofía occidental impone en nuestros intelectuales:
Quisiera indicar en primer lugar que la fenomenología y el existencialismo
fueron de una gran ayuda para el descubrimiento de la realidad latinoamericana
al acentuar aquélla el aspecto descriptivo del trabajo filosófico o al proponer
éste como categorías centrales conceptos como los de la «autenticidad» o «lo

61
Sobrevilla, David. “Situación y tareas actuales de la filosofía en América Latina”. Revista Logos Americano, Año
1, nº 1, 1994. Recurso electrónico disponible en: http://sisbib.unmsm.edu.pe/Bibvirtual/publicaciones/Logos/1994_n1/
situacion.htm
62
Ibid.

Campos R., Marcela 51


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

propio». En este sentido, jugaron un gran papel en el surgimiento de la filosofía


63
de lo americano.
El análisis continúa con la revisión de lo que, en los hechos, ha sido el marxismo
latinoamericano, el cual, desde el punto de vista de Sobrevilla, no ha hecho ningún aporte
original a la discusión –hoy retomada, ante la crisis económica del neoliberalismo–. Propone
entonces una mirada crítica que rescata valores, pero no deja de perfilar las debilidades
de las cinco tendencias filosóficas estudiadas. Con respecto a la filosofía de la liberación,
indica:
Deseo señalar que en algunos representantes aislados de la filosofía de la
liberación latinoamericana o en la inculturada hay un perceptible interés por
el problema del método de la filosofía o de la historia de las ideas. Este es
el caso de Enrique Dussel o de Juan Carlos Scannone cuando hablan del
«método analéctico» –aunque entendiéndolo en distintos sentidos, o el de
Horacio Cerutti Goldberg en su libro Hacia una metodología de la historia de las
ideas (filosóficas) en América Latina. No obstante, juzgamos que aún no se ha
logrado perfilar lo suficiente el mencionado método analéctico en sus pasos y
procedimientos, y tampoco la metodología propia para una historia de las ideas
64
en América Latina.
Si bien es razonable que Sobrevilla tienda a criticar el carácter instrumental que Dussel
adjudica a la Filosofía de la Liberación, es muy sabido que los movimientos políticos
europeos más importantes del siglo XIX y XX adquieren su espesor apelando al
expediente de una escuela o tendencia filosófica que, voluntariamente o no, se utiliza
para dar consistencia a la ideología del caso. Es aceptable, en todo caso, que Dussel
y otros extremen las posibilidades de una filosofía, dándole una responsabilidad que le
corresponde a otras instancias.
Más adelante, Sobrevilla agrega:
Critico al grupo «universalista» por su asunción acrítica de la filosofía
occidental y por no pensar los problemas filosóficos desde una perspectiva
latinoamericana. Pero critico al mismo tiempo al grupo «regionalista» por
instrumentalizar la filosofía al concebirla solamente como un medio para lograr
la liberación, la revolución o la claridad conceptual de la sabiduría popular; y lo
critico asimismo por su insuficiente nivel metodológico y por su falta de limpieza
65
conceptual.
El investigador concluye que la filosofía latinoamericana tiene aún pendientes las tareas
que dice haber asumido, como el conocimiento profundo de autores clásicos del canon que,
a su juicio, no han sido abordados con la profundidad y dominio que corresponde, como
paso previo a indispensable antes de formular, desde esa crítica, una propuesta continental
que efectivamente reconozca las necesidades y peculiaridades que nos caracterizan como
continente.
Aún más crítico resulta el catedrático español Eliseo Rabadán Fernández, quien
apunta sus dardos directamente a Enrique Dussel en Algunas consideraciones sobre la
63
Ibídem.
64
Ibidem
65
Ibidem.

52 Campos R., Marcela


III Marco teórico

«lógica» de la liberación latinoamericana a partir de la crítica que, a su vez, planteara


el cubano Rafael Plá en Una lógica para pensar la liberación de América (La Habana,
1994). Éste le habría señalado a Rabadán que ante las críticas del primero, Dussel habría
reaccionado “con actitudes destructivas, en son de polémica o de desafío del más puro estilo
sofista, es decir, cerrándose al diálogo constructivo, lo que supone defender las posiciones
propias desde el recurso al dogmatismo”. Más allá del carácter anecdótico (y grave) del
comentario, Rabadán acoge las ideas de Plá, que extractamos aquí:
... la crítica de un concepto fundamental en la metodología que propone Dussel, y
no sólo él, sino que ya el teólogo de la liberación Juan Carlos Scannone lo había
propuesto. Lo que proponía Scannone era nada más y menos que el concepto
de analéctica, entendido como una especie de síntesis de la analítica filosófica
con la dialéctica, con lo que a su juicio se adquiriría un método superior a ambos
por separado. Como el mismo Plá aclara: «La analéctica no llega a constituirse
en sí misma en método de pensamiento dada la simplicidad de lo que propone:
basta situarse en la "exterioridad" con respecto a una totalidad y saber oír la
"voz del otro" para "servirle" en su liberación... Otra razón para negarle categoría
de método a la analéctica dusseliana es, como lo reconoce el propio autor,
su carácter "intrínsecamente ético y no meramente teórico"; asume así como
virtud lo que es uno de sus defectos más notables: la confusión teórica entre
los distintos campos en que se ejercita el pensamiento humano, el intento de
superar la división lógica interna de la ciencia como si fuera algo artificial y no
66
objetivamente determinado (...)».
De acuerdo a Rabadán, Dussel peca de confusión teórica al mezclar categorías de la
historia, la antropología y la teología, tema del cual resulta además contaminado de
idealismo, es decir, abiertamente contradictorio con su tendencia basal materialista. Es
además un utopista, problema que habrían logrado sortear con éxito los filósofos marxistas.
No sólo eso: Dussel no parece darse cuenta de que su propuesta, teñida de idealismo
cristiano, coincide con la visión socialdemócrata e incluso conservadora y católica. Y
remata:
La crítica de Plá resulta, en cuanto a las acusaciones de «idealismo», tan clara
como acaso excesivamente «suave», pero si leemos estas referencias, respecto
de cuyos términos subrayados el propio Plá nos ruega fijar nuestra atención,
podremos entender la inconsistencia y el carácter de impostura de esta «filosofía
67
de la liberación».
Es perfectamente posible que la crítica de Rafael Plá tenga asidero en cuanto al carácter
débil de la metodología analéctica. No queda tan claro que por eso o porque Dussel apele
al discurso cristiano para definir la forma en que surge una ética comunitaria, su propuesta
caiga en la mera impostura. La revisión bibliográfica tocante a este punto muestra que,
salvo la Filosofía de la Liberación y, por extensión, la propuesta pedagógica de Freire y la
teológica de Boff (que no constituyen una filosofía), no puede negarse dicho estatus a la de
66
Rabadán Fernández, Eliseo. Algunas consideraciones sobre la “lógica” de la liberación latinoamericana. (Diálogo
crítico con algunos planteamientos del libro de Rafael Plá: Una lógica para pensar la liberación de América). Proyecto
Filosofía en español. Anuario Hispano Cubano de Filosofía. Recurso electrónico disponible en línea: Disponible en línea:
http://www.filosofia.org/mon/cub/dt009.htm
67
Ibid.

Campos R., Marcela 53


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

Dussel. Lo que es aún más importante para efectos de esta tesis, Dussel y sus seguidores
(aunque luego algunos resultaran críticos) son los únicos en elaborar un constructo como
la analéctica, y asumir expresamente el carácter ético que debería teñir a cualquier intento
de hacer filosofía desde América Latina.
Escuchar la apelación del Otro como un ser libre, escucharla en la aceptación de
que no se conoce el contenido de esa apelación, pero no habría razón para asumir que
no es un discurso válido... Abrir la reflexión desde la dialéctica que asume totalidades
a la analéctica que incluye exterioridades... El Otro que está afuera, en el margen, la
periferia, la dominación... Parece una paráfrasis de la ética anarquista en sus puntos
esenciales, como el reconocimiento de la libertad de cada individuo y su derecho a ejercerla,
la certeza de que es tarea esencial crear espacios para dar voz al oprimido y de que
el fin último del pensamiento es la acción liberadora. Los anarquistas del continente no
estaban exactamente preocupados por definir si sus fundamentos filosóficos eran o no
latinoamericanos, porque entre otras cosas asumían el aporte de los teóricos italianos,
franceses o ingleses como valores con la suficiente universalidad y claridad para acoger
en su seno las demandas más urgentes de todos los oprimidos de un continente u otro.
Hasta hoy se sabe poco de la “teoría anarquista latinoamericana”, y no es de extrañar si
conocemos su opción por el hacer más que el teorizar. Pero es innegable la convergencia
ética libertaria y analéctica en sus aspectos esenciales. Lo que resulta más revelador
para acercarnos a la obra del escritor González Vera: la analéctica, con o sin deficiencias
metodológicas, alcanza a señalar un supuesto teórico que nos ayuda a leer la prosa
gonzalezveriana como una aproximación desde la ética a la estética. O al menos eso es lo
que nos proponemos en los apartados siguientes.

2. El Criollismo.

Alameda esquina Bascuñán, 1920

54 Campos R., Marcela


III Marco teórico

a) Acerca del movimiento. Paralelos Latinoamérica-Chile.


En literatura como en otras cosas, algunos silencios tienen el poder de arrasar con todo.
Ocurre por ejemplo que un movimiento como el Criollismo chileno ocupa importante lugar
en listados, periodizaciones, cuadros comparativos y series de Premios Nacionales de
Literatura, aunque las obras suelan pasarse por alto o, en otra forma de elusión, se reiteren
los mismos nombres en reseñas o investigaciones de la academia. Se trata, sin embargo, de
un silencio no exento de cierta justificación: las novelas y cuentos chilenos de corte criollista
difícilmente han resistido nuevas lecturas, pues su afán estético, seguidor del Naturalismo
europeo, resulta menoscabado por el esfuerzo descriptivo en torno a una anécdota que
muchas veces se agota en sí misma, alcanzando pocas veces el poder revelador que se
espera de una literatura con la capacidad de iluminar lo que el lector querría saber sobre
sí mismo, su tiempo y sus contradicciones. Las excepciones son conocidas: la pluma de
Manuel Rojas o un criollista de finales del período, como Francisco Coloane, mantienen
vigencia en el comentario crítico. Uno de los escritores de los cuales se dice poco, a pesar
de haber recibido el Premio Nacional de Literatura en 1950, es uno de los incluidos en este
silencio.
Hacia 1923, año en el que González Vera publica sus Vidas mínimas , la narrativa
hispanoamericana estaba cruzada por una suerte de particular “heterogeneidad” dentro del
Criollismo. El Romanticismo había llegado tarde, pues su auge en Europa coincidió con
el nacimiento de las primeras repúblicas independientes, cuyas urgencias y condiciones
objetivas no facilitaban el nacimiento de una literatura nacional, excepto en el plano de los
estímulos: el estatus de país independiente significaba que, llegado el momento, surgiría
la pregunta por el nuevo “nosotros” y a la que la literatura daría su propia respuesta. Ese
momento llegó hacia fines del siglo XIX, momento en el que la sociedad latinoamericana
manifestaba un perfil diferente al de su momento colonial, al menos en lo referente a las
formas de relación social que derivan de la nueva condición. Ya sabemos, sin embargo,
que la mayor parte del pueblo era analfabeto, salvo casos excepcionales, y que el acceso
a la cultura ilustrada, su discusión, lecturas e influencias se concentrarían en el segmento
con acceso a dichas posibilidades, la élite, especialmente la de corte liberal, al menos
hasta la aparición de las clases medias. Este conjunto de factores (independencia reciente,
urgencia por consolidar las nuevas repúblicas, concentración del poder y acceso al libro)
explica que las primeras generaciones de escritores, nacidas entre 1830 y 1870, estuvieran
frecuentemente constituidas por personas de clase alta o de ciertas posibilidades, con
acceso a educación formal, a la literatura de los románticos españoles y la poesía francesa,
puesto que en la época se consideraba un imperativo el conocimiento de esa lengua. Se
trata de lectores de Larra y Balzac que conocen el atractivo de la literatura que reacciona al
Romanticismo y que, ante el nuevo escenario social del naciente industrialismo, reconoce
nuevos problemas que dicha corriente ya no parece capaz de expresar, lo que determina
la aparición del Naturalismo, movimiento que tanta influencia tuviera en los narradores
del continente americano, gestores del Criollismo. Pero se trata además de escritores que
asisten a la formación de un país cuyo vecino también está en formación y todos sienten la
necesidad de explorar en su propia región, en busca de lo que los identifica y particulariza.
Con excepciones, diferencias y preferencias temáticas que varían de un país a otro, la
característica común tiene que ver con el tema de estas literaturas: los habitantes de cada
país, la forma del paisaje, las creencias y los usos. En palabras de Mariano Latorre: “la
pintura del hombre de América y de sus costumbres, clases bajas, medias y altas, ciudades
68
y campos” (Mariano Latorre, 1953, citado por Dieter Oelker). El foco de interés se vuelve
68
Oelker, Dieter. “El Criollismo en Chile”, Acta Literaria Nº 8, 1983. Concepción, Chile, págs. 37-38.

Campos R., Marcela 55


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

a las formas de hablar, vestir y comportarse del mestizo pobre, temas que por ser tratados
con énfasis en aspectos anecdóticos y descriptivos, reciben el apelativo de costumbrismo.
El atractivo de la descripción costumbrista inicial sería superado por la necesidad de
explorar con mayor profundidad en las actitudes y maneras de vivir de los personajes desde
sus circunstancias culturales. Este punto converge con el tema central de la discusión
entre la intelectualidad latinoamericana del período: el camino que le toca recorrer al
continente, constantemente sometido a la tensión entre los arrestos bárbaros del nativo,
versus la civilización europea. Se trata de autores que desde su identidad urbana, educada
y privilegiada, destacan por su afán de asimilarse al canon europeo, de poner distancia
con el bárbaro no ilustrado, circunstancia que tiene el defecto de alejarlos de los habitantes
“auténticos” que son, por oposición, los pobres del mundo rural y, más adelante, los
trabajadores dependientes de las ciudades. Sarmiento en su Facundo (1845) adhiere a la
tesis civilizadora. Martí, entre tanto, afirma en su ensayo capital “Nuestra América” que
la mejor forma de gobernar pasa por reconocer las particularidades sociales y raciales de
cada país, para generar aparatos legales que asuman esa diferencia, en vez de meramente
reproducir los sistemas que Europa propone para su propia circunstancia. La literatura
más significativa dentro de los intereses del Criollismo se escribe como respuesta a esta
cuestión: Martín Fierro , el poema de José Hernández acerca del mundo gaucho, es una
reacción contra el europeísmo convencido de Sarmiento, por nombrar dos obras del canon
criollista argentino. Lo que está en cada extremo de este eje es, a fin de cuentas, una forma
más de manifestar la tensión entre colonizadores y colonizados en constante negación de
su mestizaje los unos, o en el ejercicio de asumir su diferencia los otros.
Se señalaba al principio que el Criollismo, tendencia literaria latinoamericana con
acento en el tema de la realidad social y geográfica, y la forma en que marca el perfil
de los habitantes del territorio, se manifiesta de forma heterogénea en tanto literatura: se
reconocen tendencias que nacen por reacción a las primeras obras publicadas, o exploran
en sus posibilidades. De este modo la teoría se refiere al costumbrismo, Criollismo, realismo
social, mundonovismo, neoCriollismo... Los énfasis se relacionan con el acento que unos
u otros ponen en el papel del espacio físico, su diversidad y los desafíos que moldean
el carácter de quienes lo habitan ( Doña Bárbara ), llegando incluso a superar a los
personajes humanos en protagonismo ( La vorágine , los cuentos de Horacio Quiroga,
etc.). La atención también se desplaza a las relaciones de poder en el mundo agrario: el
carácter de patrones y peones, el modo en que las relaciones de dependencia afectan el
carácter individual y llegan a formar un ethos particular, como ocurre con Gran señor y
rajadiablos , del chileno Eduardo Barrios o, desde una perspectiva de clase muy distinta
y más cercana a la denuncia (que no oculta el valor estético del texto), Subterra , de
Baldomero Lillo. En cualquiera de los casos, estas obras adhieren a la intención básica
69
del movimiento, formando una corriente que podríamos calificar de macrofiguradora ,
para usar los términos de Leonidas Morales, en tanto adquiere un peso e influencia que
se extendería a tres generaciones de literatos que tienen presente el principio básico de
retratar la realidad característica de sus países. La evolución de esta corriente, sin embargo,
no puede entenderse sólo desde este postulado y sin considerar la especificidad de la

69
Morales plantea el concepto de la macrofigura como un principio narrativo que propone cierta perspectiva de sentido: “La
actividad del principio marca tanto el modo de presentar las historias como el tratamiento dado al escenario geográfico en que se
desarrollan. Su aplicación en estos dos planos correlacionados (historia y escenario) tiene efectos configuradores que atraviesan el
conjunto de relatos; subsumen el mundo particular que cada relato contiene, en un universo que los trasciende y a la vez los integra.”
Ver Morales, Leonidas T. “Misiones y las macrofiguras narrativas hispanoamericanas”, en Figuras literarias, rupturas culturales
. Santiago: Pehuén Editores, 1993. Págs. 19-20.

56 Campos R., Marcela


III Marco teórico

historia sociopolítica del país en que surgen estos escritores, como tampoco se entiende
cabalmente ésta sin atender al marco general de dependencia y dominación económica y
cultural (transada o resistida), eurocentrismo (buscado o rechazado) y mestizaje (rehuido
o asumido) que implica pensar en América Latina.
Como lo señalaba Mario Góngora en una cita anterior, las repúblicas independientes
latinoamericanas del siglo XX sufrieron, en ausencia de la tradicional voz de mando
española, la experiencia del cacicazgo, suerte de liderazgo asumido por terratenientes
(es decir, herederos de la tradición de mando desde las encomiendas en adelante), el
caudillismo –autoridad impuesta por un jefe militar o una figura de arrastre popular) y, por
cierto, las dictaduras militares o apoyadas en los militares. A ello es necesario agregar
que el período posterior a la Independencia estuvo marcado por la necesidad geopolítica
de determinar los límites y fronteras de cada país, con los conflictos del caso, siempre
observados, monitoreados y derechamente intervenidos por los países de mayor peso
económico con intereses en la región: Inglaterra, al menos hasta fines del siglo XIX,
sucedido luego por los Estados Unidos. Las guerras del Pacífico, el Chaco, etc., cambiaron
en forma dramática no sólo la forma física de los países, sino que inventaron otros nuevos
(como en el caso de Panamá) y reforzaron la experiencia de dominación que se reproduce
históricamente desde el vínculo continental Europa-América Latina, pasando por el trato
entre países hasta llegar al nivel cotidiano de las relaciones sociales. En ese contexto, la
producción escritural en torno a la realidad de cada país o región del continente que luego
será denominada Criollismo, de una forma u otra trasunta este verticalismo histórico, y si
bien se asoma al final de la primera generación post independentista, sólo da señales de
madurez estética casi un siglo más tarde, una vez que las naciones han alcanzado un clima
de convivencia interno y externo de cierta estabilidad (si bien sabemos que ésta suele estar
jalonada por tensiones de diversa índole).
El Criollismo chileno no escapa al influjo de las coordenadas descritas más arriba, si
bien reviste ciertas particularidades que es del caso analizar. Al respecto me ha parecido
valioso el artículo de Dieter Oelker citado más arriba, ya que sintetiza la mirada crítica
chilena sobre la corriente, considerando la clasificación de tres importantes historiadores
y críticos de nuestra literatura (Mario Ferrero, Ricardo Latcham y Cedomil Goić). Amén de
ello, profundiza en torno a las reacciones estéticas que se produjeran al interior y exterior
del Criollismo, postulando finalmente las razones por las que esta corriente evidenciará
debilidad para alcanzar un lugar de trascendencia en la historia de la literatura chilena
e hispanoamericana. Más adelante retomaremos este último y crucial elemento, cuando
corresponda abordar la obra de González Vera. Por lo pronto y como fue señalado, Oelker
pone en paralelo tres maneras de conocer la evolución del Criollismo chileno, problema
que fuera abordado por Ferrero, Latcham y Goić desde sendos puntos de vista. Mientras
Ferrero considera la corriente desde el foco temático que estimula la creación –el Criollismo
70
como una forma chilena de hacer literatura realista–, reconociendo tres generaciones en
torno a esta energía matriz, Latcham prefiere considerar al Criollismo como un movimiento
71
que se desarrolla en al menos dos generaciones (aunque esboza una tercera), con inicio
entre 1900 y 1910, y término en 1930. Goić, en tanto, opta por una periodización organizada
según el método de las generaciones, y aborda el tema postulando la diferencia que existiría
entre el Criollismo entendido tradicionalmente, y una forma chilena ligada estrechamente
al naturalismo. Señala Oelker:

70
Op., cit, págs. 39 y 41.
71
Ibid. La cursiva es de Oelker, y me parece muy oportuna.

Campos R., Marcela 57


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

Para el Criollismo... adopta el nombre de mundonovismo que, en su concepto,


surge hacia 1905 y desaparece alrededor de 1934, reúne a los escritores de la
generación de 1912 y cierra el período naturalista, iniciado en 1875. Es por eso
que no se debe confundir el “Criollismo” que, en la sistematización de este
autor, define a la primera generación del período naturalista, con el Criollismo,
72
comprendido conforme a la crítica tradicional.
73
Sintetizando el útil cuadro comparativo que propone Oelker , observamos que para
1956, Ricardo Latcham describe al movimiento criollista con antecedentes en el
costumbrismo romántico, el naturalismo –en lo que coincide con Goić– y el realismo
de raíz balzaciana, registrándose tres etapas: Criollismo fundador, constituido por dos
generaciones precursoras (1900 y 1920) y la primera a su vez separada en los hitos
de 1900 (Baldomero Lillo, Federico Gana, Joaquín Díaz Garcés, etc.) y 1910 (Mariano
Latorre, Augusto D’ Halmar, Víctor Domingo Silva, Eduardo Barrios, etc.), y NeoCriollismo
(Francisco Coloane, Nicomedes Guzmán, Óscar Castro, Daniel Belmar y otros), entre 1940
y 1941. Junto a Manuel Rojas, Marta Brunet y Luis Durand, José Santos González Vera
formaría la Tercera promoción criollista de 1920.
Cedomil Goić propone entre 1967 y 1968 dos períodos generales: naturalista y
superrealista. En el primero reconoce una generación naturalista-criollista, la de 1882
(Vicente Grez, Daniel Riquelme...), que va entre 1890 y 1904, y la siguiente, de tipo
naturalista-modernista (Orrego Luco, Federico Gana, Baldomero Lillo...), la de 1897 entre
los años 1905 y 1919, con gestación en la primera. En este último período nace y
alcanza vigencia (entre 1920-1934) la tercera generación de 1912, de corte naturalista-
mundonovista: D’Halmar, Latorre, Santiván, Barrios y otros. Al período superrealista
(cruzado por la generación anterior y la siguiente de 1927) adhieren Manuel Rojas,
Huidobro, Brunet y otros cuatro autores. Finaliza esta clasificación con la gestación del
superrealismo neorrealista de 1942: María Luisa Bombal, Braulio Arenas, Nicomedes
Guzmán y otros tres autores más. González Vera no se menciona en la periodización
reseñada, pero por su fecha de nacimiento y más importante aún, por la manera en que
toma distancia del Criollismo y se aproxima estéticamente a la literatura contemporánea,
es posible ubicarlo con el grupo superrealista.
En 1959 Mario Ferrero alude al “problema del realismo” reconociendo antecedentes
(nativismo, Lastarria y la generación de 1842, costumbrismo, realismo y naturalismo),
precursores (Baldomero Lillo y Federico Gana) y luego precisando la existencia de tres
grupos criollistas: el de 1900 a 1915 (Januario Espinoza, D’Halmar y ocho autores más), el
de 1915 a 1930 (Latorre, Santiván, Edwards Bello, Waldo Urzúa y Durand). A este grupo
seguiría un tercero, el de 1922 a 1942, donde junto a Marta Brunet, Alberto Romero, Manuel
Rojas, y tres autores más figura José Santos González Vera. La generación de 1938 que
sigue, y que Ferrero denomina realismo popular, la conformarían Nicomedes Guzmán,
Francisco Coloane, Volodia Teitelboim y numerosos escritores más que, en conjunto,
escapan al rótulo del Criollismo.
Si bien los tres autores coinciden, fechas más o menos, en reconocer una suerte de
“núcleo duro” del Criollismo alrededor de los años 1900 a 1930, la ordenación de Latcham
deja fuera la influencia de los rusos, tan caros a los contemporáneos de González Vera, y
desconoce la presencia del realismo social como ente diferenciador, reuniendo al alero del
neoCriollismo a autores de filiación social y estética muy distinta. La lectura de Goić resulta
72
Ibid. La última parte de la cita hace imposible no recordar Instrucciones para subir una escalera de Cortázar.
73
Op., cit., pág. 40

58 Campos R., Marcela


III Marco teórico

de alguna manera interesante, en la medida en que el gran esfuerzo taxonomista revela la


complejidad del fenómeno criollista chileno, difícilmente asimilable a un par de etiquetas.
Esta clasificación y subclasificación que resulta francamente agotadora y difícil de recordar
por los numerosos cortes en las fechas, da cuenta de la heterogeneidad y complejidad
del momento literario en sus distintas sensibilidades y focos de atención, influencias y
opciones estéticas. En contraste, la propuesta de Ferrero, al contemplar elementos de
influencia estética y social, parece más atractiva y operativa, aunque cierta tendencia a la
generalización obliga a tomar préstamos de las otras. La lectura de González Vera y el
reconocimiento de su estética de la contención, en donde se articulan el humor, la ironía y
la distancia social típica del Criollismo, señalan como hemos dicho antes, la declinación de
la influencia de esa corriente. Esto lo identifica como un autor cercano a la literatura realista
contemporánea, por lo que la periodización de Goić, si bien algo intrincada, ofrece espacio
para reconocer la diferencia de González Vera.
Retomando el contraste entre otras literaturas criollistas y el caso chileno, me parece
importante mencionar que el Criollismo chileno, afecto a las largas descripciones del paisaje
74
que tanto criticaran Raúl Silva Castro y Domingo Melfi , presenta las más de las veces una
exterioridad que enmarca sin agredir, una naturaleza que desafía, sin alcanzar la dimensión
dramática de Doña Bárbara ni el protagonismo de La Vorágine o la selva de Quiroga.
La naturaleza se describe bajo “esa justa nota de enfocación que hace pensar al que lo lee
que nada hay inventado y que el novelista ha procedido como un pintor y a veces como un
fotógrafo”, al decir de Latorre, citado por Oelker. Y sigue este último:
La otra posibilidad para comprender y explicar la naturaleza documental y
descriptiva de esta literatura reside en la concepción que tenía Mariano Latorre
de su origen, desarrollo y proyección. El Criollismo nace, según este autor, con
el cuento rural, como “la búsqueda del héroe que la vida urbana no da en un
sentido elemental”, evoluciona hacia el descubrimiento de un medio bárbaro que
“determina un tipo también elemental y ligeramente heroico, en su lucha con la
naturaleza, aún no conquistada”, adquiere “un marcado carácter psicológico”
o deriva hacia una dimensión neorrealista y decae, por “agotamiento del tema,
carencia de observación original o influencias de las nuevas corrientes europeas
75
(Latorre 1938...)”.
El comentario de Latorre es elocuente en cuanto al carácter moderno del Criollismo,
recogiendo el contraste entre la vida de la ciudad, espacio donde el afán de progreso arrasa
con la permanencia de las relaciones, los espacios y las cosas, y el campo, lugar en donde
las formas de vida premodernas se conservan y reproducen a un ritmo también premoderno.
La crítica, sin embargo, coincide en un diagnóstico riguroso: la literatura chilena criollista
no ha demostrado tener la capacidad de alzarse por sobre la anécdota y el color local,
los esfuerzos por reproducir la fonética ( On Panta ) o la lucha entre el ritmo del citadino
respecto del hombre de campo. La temática hegemoniza a la estética y se contraen las
perspectivas, muchas veces como si no se tratara más que de una especie de costumbrismo
sofisticado. Oelker incluye en el apartado sobre la crítica al Criollismo las impresiones de
Raúl Silva Castro y Manuel Rojas sobre los limitados alcances de esta corriente en Chile.
El primero señala en 1930 que “La literatura chilena es una literatura de la cual están

74
Op., cit., pág. 45 y siguientes.
75
Op. cit., pág. 44.

Campos R., Marcela 59


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

76
ausentes todos los grandes problemas de la vida y todas las inquietudes de la inteligencia” .
Según Silva Castro esto se explica porque los escritores se limitan ante las conveniencias
y preocupaciones, lo que se traduce en “su moral estrecha, su rutinarismo de funcionarios,
sus minúsculos puntos de vista..., su egoísmo realista y... su miedo rastrero a la poesía”.
El origen de clase (media) de los autores causaría ese efecto de mediocridad estética. El
juicio drástico sobre lo que se ha escrito entre 1910 y 1930 es confirmado por Manuel Rojas,
aunque éste no cree que sea la clase social la que determina el pobre efecto, sino a la
escasa cultura ilustrada de los escritores, en todo orden de cosas, excepto en cuanto a la
literatura misma: “el escritor chileno se dedica a lo que le rodea, a lo que menos preparación
y esfuerzo intelectual le cuesta, a lo que no le exige sino cierta preparación literaria, espíritu
de observación, retentiva y habilidad; a la descripción de lo objetivo, que a veces llega ser
77
superficial a fuerza de ser objetivo: el campo, las montañas, el mar y los hombres de Chile”
Oelker concluye que ambas posturas complementan la razón que explica “la falta de
dimensión y vuelo intelectual de nuestra literatura narrativa y crítica”. Personalmente no
puedo menos que reconocer que en la relación entre cantidad de autores y publicaciones del
Criollismo chileno, versus el peso estético de los textos, resulta más favorable a la cantidad
que la calidad. Los autores que trascienden son los que superaron el momento criollista,
hecha excepción de algunos que resaltan entre los lectores nacionales, fenómeno similar a
lo que ocurre con nuestra pintura: no hay galerías fuera de Chile para un Helsby –y por cierto
que no fue este último un pintor tradicionalista– o un Valenzuela Puelma. Matta o Claudio
Bravo son artistas que escaparon a la anécdota en la pintura. Esto ocurre por similares
razones con un Manuel Rojas o un Latorre. O un González Vera. Se sabe poco de lectores
en Argentina o Ecuador de estos escritores, menos aún en otros continentes. Francisco
Coloane constituye una excepción por su éxito en Francia de hace poco más de una década
e infiero que algo similar podría pasar con la Bombal, a encontrarse interesados en difundir
su obra fuera de Chile. Esta tesis busca reanimar la lectura de González Vera, porque como
se espera demostrar más adelante, el análisis de su obra da cuenta de un peso estético
no suficientemente aquilatado, no sólo porque se opone a los procedimientos tradicionales
del Criollismo, negándolo dialéctica y analécticamente, sino porque en su visión de mundo
pueden sentirse convocados los lectores del tercer milenio dispuestos a sorprenderse.

b) Sector popular, sujeto popular y sujeto literario en el Criollismo


chileno de primera generación.
“Sujeto es el que realiza la acción” solía ser la frase sacramental en las clases de gramática
castellana, y eso incluía a las cosas –los objetos– como los fenómenos climáticos. Más
adelante la explicación fue “el sujeto es de quien se habla en la oración, y el predicado
es lo que se dice de él”. La Real Academia apoya esta tradición pedagógica, señalando al
78
sujeto como el “asunto o materia sobre que se habla o se escribe” y sólo en una tercera
acepción declara que el sujeto es una “persona innominada”. La definición siguiente de la
RAE emana de la filosofía: “ Espíritu humano, considerado en oposición al mundo externo,
en cualquiera de las relaciones de sensibilidad o de conocimiento, y también en oposición
a sí mismo como término de conciencia”.
76
Op., cit., pág. 48.
77
Ibid. Las cursivas son mías.
78
Diccionario de la lengua española . Real Academia Española, vigésima segunda edición. Recurso electrónico disponible en
línea: http://www.rae.es/rae.html

60 Campos R., Marcela


III Marco teórico

Para complementar este acercamiento filosófico al concepto, se recoge la siguiente


definición de Ferrater Mora:
Desde el punto de vista lógico, aquello de que se afirma o niega algo. .. Desde
el punto de vista gnoseológico, el sujeto es el sujeto cognoscente, el que
es definido como "sujeto para un objeto" en virtud de la correlación sujeto-
objeto que se da en todo fenómeno del conocimiento y que, sin negar su mutua
autonomía, hace imposible la exclusión de uno de los elementos. .. En toda
investigación acerca del concepto de sujeto debe diferenciarse así el sentido en
que el término es empleado y en particular debe distinguirse entre las acepciones
lógica, gnoseológica y ontológica que pertenecen a planos distintos y que son
79
confundidas con gran frecuencia.
El sujeto es el individuo en estado de conciencia de sí, del Otro y de las cosas, en sus
límites, relaciones e interrelaciones. Objeto en cambio, es la “materia de conocimiento” del
sujeto. Puede ser otro sujeto, o algún elemento del mundo inanimado. Continuando con la
RAE, en tanto objeto, otro sujeto/individuo es un fin, un término, una materia o asunto que
no actúa, sólo es motivo de la acción de otro y aún siendo ser consciente, aún actuando, es
una actuación que se objetiviza, se cosifica para someterse a la observación de un sujeto
primero.
En su propuesta para una hermeneusis del sujeto literario, José Manuel Cuesta Abad
señala que el proceso interpretante se concentra en la percepción del sujeto:
La construcción lingüística de la obra literaria conduce al intérprete a pensar
en quién o quiénes hablan en el texto hasta que se `produce una inducción
de los rasgos individuales de los sujetos representados que asciende hacia
la generalización de un sujeto complejo resultante de la conformación
estética de contenidos sustanciales pertenecientes al mundo de la vida. La
tendencia inductora de la lectura convierte a los personajes, a los sistemas
de relaciones entre ellos, a las visiones que tienen de su realidad, a los
acontecimientos que protagonizan, gozan o padecen, en sujeto referido a marcos
de existencia colectiva o a concepciones del mundo de las que se extraen ideas
80
presumiblemente universales.
De acuerdo con Abad, el sujeto literario es una forma de exposición del individuo en sus
reacciones culturales, como “entidad multívoca de un ancho espacio de experiencias y
prácticas sociales” y citando a Bajtín, destaca que el hombre es el centro de la visión
artística, su organizador; lo que me parece aún más relevante: “se trata de un hombre dado
81
en su existencia valorativa en el mundo” .
El acto de creación que da lugar a la ficción narrativa es, entonces, una acción cargada
de perspectiva ética, de los supuestos morales (o las dudas morales) del escritor. El
problema del personaje que debe decidir, lo que decide y los efectos de esta decisión han
sido, probablemente, uno de los focos alrededor del cual oscilan las elecciones estéticas del
escritor, especialmente el escritor de la Modernidad. Es difícil pensar en Sófocles, Anouilh,

79
Ferrater Mora, José. Diccionario de Filosofía . Buenos Aires, Sudamericana, 1975, pág. 745.
80
Cuesta Abad, José Manuel. Teoría hermenéutica y literatura . Madrid, Visor Distribuciones, 1991. Pág. 241. Cursivas en
el original.
81
Ibid. El destacado es mío.

Campos R., Marcela 61


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

Dostoievski o Nabokov sin evocar el estremecimiento y (o) admiración que produce el efecto
estético de la palabra que gira alrededor de la dimensión ética y moral de sus obras, sin
eludirla, pero tampoco sin someterse a ésta.
¿Cómo ha asumido este problema el Criollismo chileno? Es el momento de observar
la relación dialéctica entre sujeto literario y sujeto popular. Ocurre sin embargo que “los
pobres” son un concepto que parece tan claro como difícil de precisar, si bien son la
respuesta casi inmediata. Ocurre que en cuanto sujeto, la condición básica es que éste
tenga la capacidad de actuar en la realidad. Salazar y Pinto, en el Capítulo III de Historia
contemporánea de Chile II... llamado el “El sujeto popular”, señalan que la modernidad
ha respondido ante la pregunta por el sujeto histórico reconociéndolo como “los individuos
que tienen conciencia de sí mismos, una conciencia que los lleva a tener la voluntad de
influir sobre su ‘yo y su circunstancia’, asegurando, por medio de sus actos, la protección
82
y extensión de su libertad.” El sujeto es, ya lo sabemos, “quien realiza la acción”. Sujeto
popular no es necesariamente el pobre, pues dicha calificación incluye tanto a los proletarios
que carecen de medios de producción para garantizar una cómoda autonomía y deben
vender su fuerza de trabajo, como a quienes sobreviven con los medios mínimos materiales,
privados del acceso a los bienes y servicios de la cultura y la tecnología, o quienes deben
caer en endeudamiento permanente cuando las condiciones les permiten el acceso al
crédito, lo que impide el paso significativo a una mejor calidad de vida. Dentro de esta
heterogénea clasificación caben quienes deciden reaccionar contra su precaria condición,
apelando a la agrupación y organización necesaria para instalar su problema y/o propuesta
en la discusión pública. A estos últimos se los considera actores sociales, en la categoría de
sujeto actante. Salazar y Pinto comentan que las ciencias sociales partieron refiriéndose al
sujeto social como aquel que es parte de la estructura socioeconómica y posee intereses de
clase, lo que permitía reconocer a los obreros como sujetos sociales, excluyendo a quienes
no trabajaban en las fábricas. El marxismo otorgó al obrero el carácter de encargado
de hacer la revolución, lo que influyó en los estudios posteriores al enfocar el problema
preferentemente en la clase obrera.
Los enfoques estructurales han dado paso a posturas que proponen complementar
esta perspectiva con el componente cultural, pues el obrero no es el único que integra a
los sectores populares:
Pero ese enfoque [el estructuralista] debiera ser complementado con un análisis
histórico que dé cuenta del mundo cultural que incide sobre los sujetos y
que, a su vez, es incididos por éstos. Es en este espacio donde se plantea la
pregunta fundamental en el proceso constitutivo de los sujetos. ¿Quiénes somos
nosotros? Los obreros se plantearon esta pregunta, pero otros miembros de
los llamados sectores populares también lo hicieron. Para Gabriel Salazar,
ellos pudieron no haber levantado discursos ni organizaciones estables,
pero su experiencia cotidiana y de sus aspiraciones como personas nació
una conciencia, unas identidades y un proyecto histórico que, aunque tal
vez confuso, siempre ha estado latente en el mundo popular. Las palabras
y los sueños de los pobres representaban ese proyecto en los términos de
una “sociedad mejor”, mejor en cuanto a los valores que sustenta (sencillez,
autenticidad, hospitalidad, camaradería, comunidad, esfuerzo, y, sobre todo,

82
Op., cit., Vol. II, pág. 93.

62 Campos R., Marcela


III Marco teórico

solidaridad) y que por su contenido humano son lo opuesto al individualismo y la


83
desintegración social por la modernidad liberal.
Ya sabemos, por el análisis de Salazar y Pinto, que Portales y quienes sintonizan con su
credo social (entre ellos muchos historiadores), sólo es interlocutor válido todo aquel que
adhiera y manifieste capacidad de ejercer las ideas de “patria, orden, progreso económico,
autoritarismo presidencialista, servicio público, estabilidad monetaria, apertura comercial
84
externa” Desde el punto de vista de la acción, todos los que criticaron o actuaron en contra
de estas ideas que los dejaban fuera del proyecto social y les negaba el estatus de sujeto
social, fueron con mucha frecuencia ignorados por la historiografía. La prensa creó para
ellos (des)calificativos como “bárbaros, fieras, antipatriotas”. Puedo agregar que la palabra
“anarquista” se volvió un sinónimo de los anteriores. Lo importante es que la discusión sobre
el sujeto popular ha obligado a detenerse a sociólogos e historiadores en el particular y,
al menos para Salazar y Pinto, sujeto popular es todo grupo, movimiento u organización
que desarrolla una actividad por la que se manifiesta como actor social con conciencia
identitaria y proyecto de autonomía social. Ello implica, en el marco de esta tesis, asumir que
el sujeto popular no necesariamente coincide con el sujeto literario, por lo que un personaje
podría ser parte del sector popular (externo a la élite y la clase media con posibilidades, lo
que González Vera califica en su obra llanamente como “burguesía”). También significa que
será necesario distinguir, en el análisis del tratamiento estético (y su proyección ética) de
los criollistas, a los sujetos literarios (personajes) que se presentan como parte del sector
popular, y a los personajes que son sujeto popular.
Para estos efectos, y considerando la propuesta inicial de Latcham (con los préstamos
a Ferrero y Goić que sean del caso, dado que ninguna clasificación agota las otras),
he considerado a los siguientes autores: del Criollismo fundador (generación de 1900),
a Baldomero Lillo con “El grisú” ( Subterra , 1904) y Luis Orrego Luco y su Casa
grande (1908; el autor sólo es mencionado por Goić) , por considerarlos los escritores más
destacados del período, y también por su distinto origen social. En cuanto a la segunda
generación precursora de 1910, se consideró a Augusto D’Halmar con su Juana Lucero ,
por su aproximación al mundo de la pequeña burguesía urbana, y por tratarse de una figura
con gran arrastre entre la pequeña comunidad de escritores chilenos de la época.
Preludiando a Lillo y Orrego Luco, Augusto D’Halmar publica en 1902 su Juana Lucero
. Lector de Zolá y fundador de la Colonia Tolstoyana que comentáramos en otro momento,
D’Halmar denuncia las circunstancias que llevan a la protagonista a la prostitución, en el
marco del Santiago del 900. El mundo popular urbano se deja conocer por un narrador
cuya omnisciencia tiene foco en los personajes femeninos, especialmente en Juana y su
mamá, una madre soltera y modista independiente que muere en forma prematura. La
novela, subtitulada “Los vicios de Chile”, denuncia la suerte de condena social de las
adolescentes bonitas y sin familia en la época, cosificada sexualmente ante el secreto
desenfreno masculino, una suerte de derecho de pernada ante el que todos cierran los ojos.
En la novela el sujeto popular está ausente, y apenas sugerido el mundo popular. El énfasis
está en la clase media urbana, aspiracional y arribista, que se pinta con el detalle de un
naturalista asumido como D’Halmar. Más que descripción de costumbres (si bien dedica un
notable capítulo al barrio Yungay, que parece un homenaje a Blest Gana), D’Halmar hace
una aproximación a las motivaciones sociales que hay tras esta pequeña burguesía local. La
diferencia de educación y la nacionalidad se reflejan en la construcción sintáctica y algunos
localismos de época, pero se evita el recurso fonético tan caro a Latorre. Un elemento que
83
Op., cit., págs. 94-95. Negritas en el original. El subrayado es mío.
84
Ibid.

Campos R., Marcela 63


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

cruza en forma determinante la conducta de la protagonista es la práctica del espiritismo,


afición a la que muchos anarquistas derivaron luego de su experiencia libertaria.
Baldomero Lillo fue hijo de comerciantes y se desempeñó como empleado, primero
de comercio y luego de la Universidad de Chile. Ganador de dos concursos de cuentos,
su obra, aunque publicada en los primeros lustros del siglo XX, sólo fue objeto de interés
gracias a la difusión de González Vera, seguido más tarde por Raúl Silva Castro, trabajos
que permitieron la valorización de su obra, vigente hasta hoy y muy conocida gracias a que
es parte del curriculum escolar. En el”El grisú”, relato de una jornada trágica al interior de
una mina de carbón, Lillo propone personajes del sector popular (mineros experimentados
y aprendices) y de éstos, reconocemos como sujeto popular al grupo que presenta una
petición al jefe, encabezados por un minero de edad avanzada, y al joven aprendiz de
carácter impulsivo cuya fingida obediencia luego de ser maltratado por el jefe detonará
(literalmente) la explosión fatal. En el texto todos los personajes hablan un castellano sin
marcas dialectales, a pesar de su distinto origen y su educación. El narrador explica el
origen de las reacciones estólidas del grupo de peticionarios al escuchar la respuesta que
no sólo niega sus expectativas, sino que los deja en peor posición que al principio. Se los
describe como un grupo temeroso, con dificultades para enunciar el valor de su trabajo,
incapaz de reaccionar ante el castigo físico que contempla o recibe, por efecto de una
historia de sumisión y explotación. Lo que lo hace sujeto popular es que tiene la iniciativa
para plantear sus necesidades, y es evidente que le falta la preparación para defenderlas. El
personaje de “Viento negro” expresa con pocas pero precisas palabras su negativa a hacer
un trabajo que le puede costar la vida, y cuando parece acceder, luego del brutal castigo,
es sólo para castigar al castigador, aunque le cueste la vida. Se menciona también al grupo
de mujeres que corre desesperada para saber lo que ha pasado, con un arrebato que
entorpece las labores de rescate. Salvo esta descripción del comportamiento de descontrol
femenino generalizado, el narrador no transmite simpatías por un tipo de personaje u otro,
dejando en manos del lector ese juicio. Las antipatías son más evidentes, pero también
contenidas; califica de duro, inflexible e impío al ingeniero Davis, y de estúpida la expresión
facial o idiota el estupor de los mineros luego de la reacción violenta y despiadada del
ingeniero.
Cuatro años después que Lillo, Luis Orrego Luco publica su segunda novela: Casa
grande . Descendiente de una familia de élite, el abogado y escritor disfrutó de una
educación refinada en Chile y Europa. Incursionó en la prosa, la crónica y también el
derecho. Su conocimiento directo del estilo de vida de la clase alta chilena se plasmó en
Casa grande , en donde narra la historia de dos jóvenes de la élite santiaguina, su idilio,
matrimonio y el crimen que pone fin a éste. El narrador, también omnisciente, revela los
aspectos menos conocidos de este sector de la sociedad, con descripciones de caracteres,
gustos, usos y formas de vida, en el marco de la vida social y económica chilena de fines
del siglo XIX. Por lo mismo la novela causó un enorme revuelo en todos los segmentos, ya
que la trama ponía en evidencia muchas de las limitaciones, orgullos e hipocresías de la
oligarquía criolla. La élite reaccionó con furia, y hubo polémica en los medios periodísticos
y literarios. A la distancia de los años, se puede observar que el narrador expone un
mundo en donde conviven, juntos en el espacio y a gran distancia de trato, dos sectores: la
“aristocracia” santiaguina y el mundo popular: empleados, modistas (“modistillas”), criados,
campesinos. En el horizonte narrativo no existe sujeto popular, de ninguna especie. Las
alusiones al mundo marginal están, casi sin excepción, plagadas de adjetivos que por su
carga despectiva realzan aún más la descripción morosa y sensual del lujo. Las ropas,
perfumes, tapices y muebles de la clase alta, expuestos en detalle y con el savoir faire
del narrador, se contraponen a comentarios que comunican la idea de desorden general
64 Campos R., Marcela
III Marco teórico

del mundo popular: “confusión democrática”, la “revuelta confusión”, “la muchedumbre...


sudorosa”, “torbellino de las fiestas populares”. En el plano individual, los servidores tienen
“esa insolencia peculiar en sirvientes de casa grande” o “el tono imperativo y familiar de
sirvienta antigua que forma parte de la familia”. Los personajes hablan de acuerdo a sus
diferencias de clase y cultura. El mundo narrado funciona como un círculo de relaciones
donde nadie discute el lugar que tiene respecto del otro. La novela funciona como una
ventana desde donde es posible atisbar la vida privada del sector privilegiado y urbano de
Chile.
Hasta aquí, esta revisión muestra que lo que se denomina “personaje típico chileno”
aparece en el Criollismo como un sujeto/objeto, producto de su posición económica y social
subalternas. En las tres obras revisadas la constante es evidente: el mundo popular se
reconoce por su inmovilismo, por la instantánea que el narrador (salvo en Lillo) toma desde
un afuera, una exterioridad que está en el opuesto (como pasa con Orrego Luco) o en
un punto dominado por la compasión ( Juana Lucero ). Incluso en Lillo el sujeto popular
se asoma, pero no se dibuja porque los personajes definen lo que quieren y por qué lo
quieren, pero carecen de un discurso para defenderlo y de la fuerza para obligar al otro
a escuchar. Hay una constante referencia a la mujer de clase alta, la prostituta de burdel
acomodado y la figura física de Juana, que delata el origen “aristocrático” que, a su pesar,
transmite el padre que nunca la reconoce, figura que aumenta el “valor de uso” de la joven
prostituida. El Otro dusseliano interpela, pero no existe un interlocutor, como teme Edgardo
Pérez cuando señala, a propósito de la analéctica: “(...) ¿quién estaría en condiciones de
85
escuchar la interpelación que realiza ese Otro (los pobres) desde su silencio…?" . En los
mundos narrados de D’Halmar y Orrego Luco el pueblo es muchas cosas: imagen, retrato
y viñeta, pero nunca sujeto.

c) Criollismo chileno de tercera generación (o primera generación


superrealista): canon, mundo popular y sujeto popular.
Conservé, eso sí, recelo de los individuos de espíritu anodino. Hay que observarles
con paciencia. De repente sacan de entre sus andrajos un magnífico diamante, y, sin
inmutarse, lo arrojan al aire.
José Santos González Vera (Eutrapelia)
Hacia 1920 el sujeto popular ya es un hecho de la vida social chilena, como sabemos
por la revisión del marco histórico. El trabajo de organización y/o difusión y discusión que
instalan el Partido Demócrata, las sociedades de resistencia, mancomunales y sindicatos,
y en general la tenaz labor anarquista, dan forma a comportamientos que distan del perfil
estático y pasivo que los dominados de Chile presentan en la literatura que precede a este
período. El Otro ha hablado, y si no encuentra interlocutores en la élite, ha logrado algo
tan importante, el paso previo a hacerse oír: es su propio interlocutor, se está reconociendo
a sí mismo, se interpela y así, se reconoce y da forma a discursos, lemas, esperanzas,
diferencias. El Otro de élite ya no puede ignorarlo desde ese momento, y busca soluciones
que calcen con la ética católica y conservadora propias de la oligarquía chilena: la caridad,
el asistencialismo, los paños fríos.

85
Pérez, Edgardo. Aportes a la reflexión sobre el sujeto popular latinoamericano. Recurso electrónico disponible en http://
serbal.pntic.mec.es/AParteRei/edgardo.pdf

Campos R., Marcela 65


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

En este tercer momento del Criollismo aparecen los escritores de origen popular o
86
interesados en ese referente, como González Vera, Manuel Rojas o Alberto Romero . Por
González Vera ( Vidas mínimas ) sabemos que Edwards Bello era una de sus lecturas. En
1920 éste publica El roto , considerada una de sus novelas más importantes y cuyo tema
es el mundo popular, visto, por cierto, desde la vereda del narrador culto, horrorizado ante la
bestialidad y el efecto de las enfermedades sociales, como se denominaban en ese tiempo
al alcoholismo y la idiotez hereditaria. Ese mismo año, adhiriendo a la lista de eventos
importantes y decisivos, Mariano Latorre publica Zurzulita , obra que sintetiza el canon
criollista y donde esta corriente termina por adquirir el rótulo que lleva hasta hoy (aunque
muchos de sus seguidores, Latorre entre ellos, prefirieran referirse a su trabajo como
una forma de Realismo). Sabemos también que Rojas, González Vera y otros conocen,
respetan y reciben influencia de Zolá y a Balzac, como hicieran sus antecesores, aunque
a eso deben agregarse los rusos y, por cierto, los efectos de su toma de posición ante
la situación política y social de Chile. La cantidad de obras que circulan y el crecimiento
del círculo de escritores traen consigo el desarrollo de la crítica literaria. Frecuentemente
es un escritor quien publica reseñas y comentarios muy breves en diarios y revistas de la
época, como pasa, por ejemplo, con Januario Espinoza. La figura del crítico Hernán Díaz
Arrieta, Alone, señala el nacimiento de un público distinto, una comunidad lectora que se
ha ampliado gracias a la alfabetización y las leyes de enseñanza obligatoria, sin olvidar el
efecto ilustrador en el mundo popular de los grupos de lectura y teatro propiciados en buena
parte por el anarquismo y que, para 1920, tienen la presencia que ya conocemos.
Manuel Rojas, Alberto Romero, Carlos Sepúlveda Leyton y González Vera son,
en esta generación, quienes se sintieron convocados por el mundo popular urbano y
campesino, como todos los criollistas, aunque es evidente que no quedaron satisfechos
con la noción de mundo popular de la narrativa que los precediera. Se trata de una
prosa que se niega –y niega dialécticamente– a construir un horizonte donde el narrador
evidencie su distancia del Otro, traducida en las adjetivaciones despectivas, el foco
descriptivo siempre puesto en el detalle chocante, la generalización o la clasificación casi
taxonómica de las dependencias: antiguas sirvientas de familia con derecho a cierto nivel
de intervención, versus la doméstica joven y en entrenamiento; lacayos y mayordomos
ligeramente insolentes y profundamente clasistas, prostitutas de triste historia, campesinos
embrutecidos y desconfiados, la confusión, el torbellino, la masa. Es casi adivinable el
propósito de sacar a estos estereotipos del canon y ponerlos en un espacio literario donde
se reconocen sus individualidades, sus pequeñeces y sus heroísmos, su estrechez de
cuarto y miras, sus gestos grandiosos e ignorados.
El mundo popular de esta generación es precario, carente e injusto, pero es por
sobre todo un mundo propio, un espacio de relaciones donde no se está en calidad de
turista, un mundo recién abierto al lector, donde la prosa se resiste (aunque no pocas
veces termina plegándose) a la acongojadora denuncia d’halmariana, plena de compasión,
optando, especialmente en el caso de González Vera, por proponer al lector la realidad
popular en sus matices y distinciones. En la ficción cuyo referente es la calle moderna,
heterogénea, multiforme, el sujeto popular da señales de vida pero no de épica (al menos
hasta la generación posterior, con Nicomedes Guzmán). Se muestra, en cambio, en el plano
de las señales, los asomos, los índices. Los héroes o heroínas suelen provenir del mundo
popular, pero difícilmente serán parte del sujeto popular. González Vera escribe sobre lo
que conoce, un mundo periférico y dependiente donde no todos se hacen esperanzas sobre

86
Marta Brunet, también integrante de esta generación, escribe desde coordenadas que escapan al marco ético-estético que
motiva esta tesis, por lo que no se hace referencia a ella en esta oportunidad.

66 Campos R., Marcela


III Marco teórico

el porvenir, no todos tienen un proyecto. Es el mundo de la capital y del puerto, propenso


a la pequeñez y la medianía, pero es también el lugar donde lo cotidiano está preñado de
posibles sorpresas, mientras el mundo rural se resiste pacíficamente a la Modernidad.

Campos R., Marcela 67


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

IV José Santos González Vera: nota


biográfica.

José Santos González Vera


La vida de un hombre cuya vocación por el bajo perfil fuera tan intensa como su serena
adhesión al anarquismo, no reviste mayores misterios, excepto algunos silencios relativos
al plano íntimo. Éstos resultan perfectamente razonables y, por lo mismo, de saludable
contraste con la tónica de nuestro siglo, rico en impudicia.
Los datos, presentes en fuentes diversas como memoriachilena.cl, escritores.cl,
prólogos de sus obras y sus memorias en Cuando era muchacho , confirman que José
87
Santos González Vera nació en 1897 en el entonces pueblo de San Francisco de El Monte,
hijo de un funcionario policial de quien heredó sus nombres de pila, y de Laura Vera, dueña
de casa. Ambos modestos, pero alfabetos y aficionados a la lectura. Uno de sus tíos fundó
la primera escuela nocturna de El Monte y el padre dedicó tiempo a la alfabetización de
sus subalternos, mientras que la madre le contaba a la tía el argumento de las novelas de
Dumas. El matrimonio tuvo seis hijos, de los cuales sobrevivirían los tres mayores, Miguel,
Efraín y José Santos.
87
El autor comentaba que, para burlar a los funcionarios del registro Civil, su padre lo habría inscrito con fecha 2 de noviembre
de 1897, aunque el nacimiento habría ocurrido el 17 de septiembre de ese año. Véase Donoso, Gustavo. “Nota sobre González Vera”,
recurso electrónico disponible en http://rayentruvirtual.es.tl/Jos-e2--Gonz%E1lez-Vera.htm

68 Campos R., Marcela


IV José Santos González Vera: nota biográfica.

En 1903 la familia se traslada a Talagante y más tarde, en 1908, a Santiago, donde se


instalan en forma definitiva. El padre, educado gracias al estímulo de quien fuera uno de sus
primero patrones, tiene evidente fe en el poder de la enseñanza formal, tan característica
de nuestras clases medias de mayor esfuerzo, y matricula a su hijo en el Liceo. José Santos
permanece ahí hasta que decide no asistir a las clases de canto, caligrafía y gimnasia,
razón por la que es expulsado y debe ponerse a trabajar. Inicia un recorrido por el trabajo
de aprendiz en diversos oficios (peluquero, recadero, cortador de boletos, etc.) y más tarde
empleado de tienda. Aunque él cuenta que de niño conoció a un joven zapatero cuya
descripción coincide con la de los anarquistas de la época (pues el narrador no lo declara
explícitamente) no será sino en su vida como trabajador que tendrá contacto con las ideas
del anarquismo, por medio de las numerosas conferencias que los liberatorios realizaban
para difundir “la Idea”. Precisamente en una obra de teatro anarquista, donde tiene un
minúsculo papel, conoce a Manuel Rojas, aunque la amistad que se extenderá hasta la
muerte de ambos escritores, tomará un tiempo en cristalizar. Junto a otros amigos asiduos
del Parque Forestal e influidos por sus reflexiones filosóficas de adolescente, forman la
88
cofradía “Los cansados de la vida” .
Militante en el momento de mayor presencia pública libertaria de nuestra historia, y en
una de las coyunturas más decisivas para la formación de la conciencia ciudadana chilena,
el joven González Vera, quien había colaborado con artículos para periódicos anarquistas
como Verba Roja y La Batalla, extiende su actividad a la Federación de Estudiantes de la
Universidad de Chile, la FECh, y comienza a colaborar en su revista Claridad, así como
crea o es articulista de La Pluma, Selva Lírica, Numen, Atenea y Babel. En su paso por
la Federación de Estudiantes fue testigo en 1920 del ataque que un grupo de jóvenes
de familia oligarca y miembros del Club Fernández Concha lanzan contra la sede de la
FECh y la imprenta Numen, donde se publica la revista del mismo nombre, asalto en el que
desaparece el original de la primera obra de González Vera, Vidas mínimas . Los hechos,
narrados con la habitual continencia y humor sutil de González Vera, impactan al escritor,
quien los seguirá recordando en otros lugares. Debido a esta situación se le aconseja salir
de Santiago, ya que se inicia una suerte de caza de brujas anarquista que terminará con la
muerte del joven poeta y líder José Domingo Gómez Rojas, figura de gran influencia entre
los ácratas, especialmente los ligados a alguna actividad artística. De hecho es Gómez
Rojas quien impulsa a González Vera a escribir. Maltratado por la policía y acosado por el
89
juez Astorquiza, Rojas pierde la razón y muere de pulmonía . González Vera se entera de
su muerte una vez establecido en Valdivia como cronista de La voz del sur. Sin salirse de su
estilo libre de efervescencia verbal, puede adivinarse el dolor con que recuerda enterarse
de la noticia.
El escritor regresa a Santiago y a pesar de todo, recupera sus originales perdidos en
el asalto y devueltos por un carabinero. Con el apoyo de anarquistas y amigos reúne el
dinero necesario para autoeditar Vidas mínimas en 1923. Cinco años más tarde aparece
Alhué. Estampas de una aldea . Continúa como empleado particular, hasta que obtiene
un cargo en la oficina de Cooperación Intelectual de la Universidad de Chile, puesto en el
que permanece hasta su jubilación. En 1932 se casa con la profesora María Marchant, con
quien tiene dos hijos, Álvaro y Laura. Escribe sus crónicas en medios como La Segunda.
88
Una genial descripción de este grupo puede leerse en el texto “Los cansados de la vida”, de Sergio Atria, ex cofrade
y compañero de colegio de González Vera. Recurso electrónico disponible en línea: http://rayentruvirtual.es.tl/Los-cansados-de-la-
vida.htm
89
González Vera, José. “91”, “92” y “100”, en Cuando era muchacho . Santiago, Ed. Universitaria, 1996, 1ª edición, págs.
187-193 y 209.

Campos R., Marcela 69


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

La publicación de las dos obras mencionadas lo hace acreedor del Premio Nacional de
Literatura, en 1950 lo que despierta la furia de escritores más prolíficos y con trayectoria
más intensa, como Pablo de Rokha. No vuelve a publicar sino hasta 1952, cuando lanza
sus memorias tituladas Cuando era muchacho , a instancias de Enrique Espinoza. Lo
sigue la colección de relatos Eutrapelia , honesta recreación (1955), Algunos , perfil
biográfico de determinadas personalidades chilenas (1959), La copia y otros originales ,
de 1961, también serie de narraciones y posteriormente Necesidad de compañía (1968),
colección de relatos sobre mujeres solitarias. Su última obra, Siempre en primavera ,
permanece sin editar.
Impermeable a la tendencia de los tiempos, consistente en entablar dura batalla verbal
y crítica a través de los medios, González Vera se hizo cargo de los comentarios sobre su
obra, particularmente los negativos. En las reediciones de sus obras incluyó estas críticas,
y reaccionó a las mismas con estas palabras, tomadas de su breve autobiografía:
Opinantes zahoríes decidieron que es seguidor de Gorki, Baroja o Azorín.
Aducen que domina la superficie pero que alma adentro no sabe atar ni desatar.
No falta quien le niegue toda imaginación. Un literato de aventajada estatura
aseveró que en sus primeras obras había algo de poesía y nada de ternura.
En las posteriores no se ve poesía pero sí ternura. Varios lo creen fotógrafo
de la realidad, frívolo, incapaz de trazar grandes caracteres. Ingenios hay que
lo hallan esquemático y apático. Hubo quienes dijeron que si va al bosque, en
vez de elegir materiales para un edificio, recoge lo necesario para una caja de
fósforos. Los apasionados los sienten frío. Alguien lo tiene por retratista un tanto
chaplinesco, sin ñeque para escribir novelas. Un cura lo calificó de resentido. El
hijo de un pastor protestante, de enemigo del pueblo. Los fervorosos le enrostran
que sea escéptico. Respecto al color, dan por cierto que no ve sino lo blanco y
negro. Estos lo consideran buen estilista. Aquellos arguyen que no es tal, que
escribe como le sale. Otros le reputan de bien dotado. Alguien sorprendió a
González Vera, a solas, tomándose la cabeza a dos manos y exclamando: “¿qué
90
seré, Dos mío?”.
González Vera fallece en Santiago en 1970, tres años antes del Golpe Militar que derribara
el gobierno de Salvador Allende, a quien siempre apoyara como candidato, al decir de su
hijo Álvaro, y cuya ola represiva posterior alcanzará a su yerno, el diplomático español
Carmelo Soria, asesinado por la CNI. Su nieta Carmen y el periodista Nibaldo Mosciatti,
reúnen y publican las crónicas de González Vera y el amigo de toda una vida, el también
Premio Nacional de Literatura Manuel Rojas, en el libro Letras anarquistas (Santiago,
Planeta, 2005).
Salvo por afanes anecdóticos, no se suele considerar relevante el perfil personal de
un escritor. De la cultura popular urbana viene el consejo “No intentes conocer en persona
al artista que admiras”. En este caso, resulta pertinente aludir al carácter personal de
González Vera, calificado por todas las fuentes como un hombre culto, gran conversador, de
talante particularmente pacífico y bondadoso. Estas características son las que definieron
al anarquista de los años ’20, al decir de los miembros de la colonia de Pío Nono y
otros testimonios. Existió una mística libertaria y una ética que debía regir todos los actos,
tanto públicos como privados. Los líderes anarquistas chilenos y sus seguidores fueron, al
90
“González Vera, el anarquista apacible”, prólogo de Luis Alberto Mansilla, en González Vera. Vidas mínimas . Stgo:
LOM, 1996, págs. 15-16.

70 Campos R., Marcela


IV José Santos González Vera: nota biográfica.

parecer, hombres y mujeres de aspecto, conducta y trato de particular pulcritud, respeto y


solidaridad. Cuando González Vera se refiere a sí mismo como un anarquista de toda la
vida, no está hablando de poner bombas o de haber roto cristales en la calle. Su anarquismo
era rupturista porque hacía del actuar generoso una pasión, a diferencia de militantes de
otras veredas izquierdistas, cuyas vidas personales no necesariamente dan cuenta del
esfuerzo por construir el “hombre nuevo”. Más aún y en lo que toca a esta tesis, se trata
de un perfil ético que traspasa toda la literatura gonzalezveriana como un gesto analéctico
que hace parte esencial de su estética de la contención, tema del siguiente apartado.

Conventillo santiaguino, circa 1920

Campos R., Marcela 71


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

V Aproximación a las coordenadas


éticas y estéticas de González Vera en
torno al mundo popular.

Ayer y hoy, un anarquista se plantea ante el mundo liberal y neoliberal como individuo
consciente de que las injusticias del sistema económico y su consecuente jerarquización
social, cultural y económica alejan al hombre de lo que fuera el basamento de la vida:
la cooperación como germen de la supervivencia y camino a la experimentación de la
plenitud del ser –la libertad–, gracias a la oportunidad generada por el colectivo de que
cada miembro de éste pueda ejercer la actividad para la cual esté mejor dotado y en la
que sienta realización vital. La cooperación que reconoce el anarquismo es una suerte de
“ayudar a ser, cuando las condiciones no lo favorezcan”. La solidaridad y el apoyo mutuo,
el derecho a hacer al otro lo que nos gustaría que ese otro hiciera por nosotros, en igualdad
de condiciones, significa una condición mínima para el trato social: la igualdad del género
humano para acceder y ejercer ese derecho, y para disfrutar de ese supremo beneficio: ser
libre, auténticamente libre. El respetuoso trato anarquista que se describiera en otro lugar
es mucho más que una norma de etiqueta: es la manifestación concreta de la praxis ética
que reconoce el derecho del otro, mientras el otro reconoce el mío.
El canon criollista chileno de primera y segunda generación, por el contrario, trasuntan
una ética distinta, la ética católica de la compasión y el determinismo biológico tan en boga a
principios del siglo pasado. La voz narrativa criollista que enmarca otras voces y controla su
participación, habla desde las coordenadas “civilización, comodidad material, compasión”
y/o “rechazo despectivo, juicio descalificador, generalización del mundo popular”. No me
refiero al personaje que habla directamente con un discurso elitista (aunque se percibe que
el narrador principal no critica esta actitud, como ocurre con Orrego Luco o Latorre), sino al
narrador omnisciente, autor de las señales de “existencia valorativa” de que hablaba Bajtín.
El mejor de los mundos (narrados) posibles para el personaje popular es el de la
compasión, el lamento, la lástima (Juana Lucero), forma sutil del verticalismo. El autor
real escribe desde su diferencia social o, al menos en el Criollismo esta circunstancia es
evidente. Eso, hasta que las primeras generaciones de escritores de origen no elitista se
plantean con una voz narrativa diferente. Una voz que acoge analécticamente al Otro, el
personaje popular. Se trata de escritores cuya formación ideológica tiene, en su proyecto, un
mundo popular con estatus de sujeto social , pero por tratarse de escritores influenciados
por el naturalismo y el realismo, quieren recoger el estado actual del mundo popular que
transforman en sujeto literario. La condición basal de la praxis narrativa es distinta, y
en el período que nos interesa, está animada por los puntos esenciales del anarquismo
y el socialismo: la igualdad del individuo ante otros individuos, el derecho a expresar y
ser escuchado en el acto de expresión, negando dialécticamente la condición anterior de
escucha parcial, cruzada de ruidos sociales (educación en el prejuicio, rechazo por la
pobreza, preferencia por la vía rápida del estereotipo, negación de la individualidad).
La posibilidad de una literatura paternalista es alta. La historia de la discusión social
de izquierda, especialmente la ligada a los partidos históricos, genera en ocasiones, y por
72 Campos R., Marcela
V Aproximación a las coordenadas éticas y estéticas de González Vera en torno al mundo popular.

defecto, la victimización del personaje popular, proponiendo una imagen heroica, muchas
veces bondadosa y plena de valores (“Paulita”, “Juana Lucero”, etc.). La perspectiva
anarquista asume que el derecho del otro a ser reconocido incluye sus diferencias
ideológicas, incluso las que se contraponen y combaten la posición libertaria. La posibilidad
de que exista algo qué escuchar y acoger en el Otro, si bien expresa preferencia por el
oprimido, no niega la posibilidad de que el burgués, por ejemplo, tenga algo interesante qué
decir, o viva de acuerdo a valores que el anarquismo reconoce como positivos, aun cuando
emane de una postura religiosa e incluso tradicionalista.
En palabras de González Vera:
El católico, el budista, el musulmán, tiene un dios a su disposición y puede
componer el paso muy luego. Eso de creer quizás sea un don. Hogaño podría
recuperarnos una religión más razonada. Sin embargo, algo muy escondido
en mí, algo que no fenece, me dice que el hombre no habrá encontrado su
camino sino cuando aviente todas las creencias y tenga el valor de atenerse a
los hechos. Hay que formar una sociedad a base de evidencias. Mas, si de mí
91
dependiera, no empujaría a nadie por este camino. Preferiría esperarlos en él.
Lo que González Vera hace, su praxis anarquista, es esencialmente una praxis literaria
basada en las evidencias. Y las evidencias arrojan que la descripción narratoria criollista
de primera y segunda generación, tiende al estereotipo del personaje popular y la ausencia
total de todo vestigio de sujeto popular, por más que éste fuera verificable en el plano
de la realidad histórica de la que estos escritores formaran parte. No es obligación del
literato hacer la novela de las mancomunales o los líderes anarquistas, por cierto, pero
resulta particular que en su búsqueda del personaje chileno sito en el mundo popular, éste
siempre coincida con el individuo sometido, desconfiado, bárbaro y desagradable, o al
menos reprobable desde el punto de vista de la forma y la conducta. La posibilidad de que
tengan diamantes que arrojar al aire ni siquiera forma parte del horizonte de expectativas
del narrador criollo canónico. Esa posibilidad, y toda la riqueza que puede emanar desde
el punto de vista estético, requieren de una noción humana que, a falta de otra alternativa,
provee el anarquismo de los años 20. Al menos para el caso de González Vera.
Pienso que esta construcción ética basal anarquista no se reduce a la construcción
de un narrador analéctico, sino que abarca en el acto de escritura y revisión posterior, la
idea del receptor. El lector ideal (Eco, 1979) de González Vera es, desde el punto de
vista anarquista, un individuo que debe ser tratado de la misma forma que el autor real
anarquista y su proyección ficticia animada de esa ética, esperan que se les trate. González
Vera señalaba que no se debe cansar al lector, aconsejaba a los aspirantes a escritor
que se debía escribir y luego corregir y corregir, pulir para eliminar, dejar lo preciso, que
significa dejar también la opción de que el lector tenga el placer de completar los espacios
en blanco. Pienso que estas opciones estéticas emanan de la ética anarquista a que me
he referido, y hacen parte de la poética gonzalezveriana que se induce de su lectura:
prosa breve, párrafo de trayecto controlado, preferencia por la oración corta, sintética y
abarcadora, un enunciado que encuentre en la sinécdoque el camino para condensar la
experiencia estética del Otro observado (escuchado). Entender estos postulados, sugeridos
en las contadas entrevistas a las que González Vera accedió, y nunca sistematizados en
una publicación, permite a su vez entender por qué escribió poco, publicó menos y dedicó
tanta energía a “corregir y disminuir” cada nueva edición.

91
Op., cit., nota 73, pág., 96.

Campos R., Marcela 73


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

La poética gonzalezveriana de raíz ética anarquista se puede sintetizar en una palabra:


pudor. No cansar al lector, trabajar la frase para que alcance su máximo rendimiento
estético en el mínimo de palabras elegidas con precisión, en una economía de medios que
92
Jaime Collyer describió como “proverbial” , y que Leonidas Morales califica de “estricta”,
todo ello me parece una manifestación de pudor como uno de los ejes rectores del hacer
estético, generando la marca estilística de González Vera, y también su talón de Aquiles.
Los comentarios que él mismo cita acerca de los alcances limitados de su prosa tienen cierta
razón de ser. La adhesión a la viñeta, el cuadro, “la estampa”, a retratar instantes y gestos,
y luego pasar a otro gesto e instante, responden a este pudor estético. Este lineamiento
se articula éticamente con el tratamiento analéctico del narrador, de lo que resulta una
construcción narrativa que, mientras puede, elude los estereotipos y las adjetivaciones
despectivas. Eso no quiere decir que la prosa carezca de juicios, pero la expresión de los
mismos se elide en una descripción indirecta, en el uso más cauteloso posible del adjetivo:
Si me venía por una acera, hacíalo él por otra. Al cruzarnos, sorprendía en su
mirada algo así como un reproche. Era hijo único y quizás qué ideas dominaban
en su casa. Continuaba siendo un niño compuesto, ordenado y aséptico. Al
hacerme hombre dejé de verle. Tal vez sea un profesional grave. Acaso tenga
93
hijos y los eduque al margen del tumulto y de la vida” .
La descripción alude a un individuo prejuicioso y despectivo, y es tan clara como sutil. Algo
parecido ocurre aquí:
(…) el sastre, italiano, bajito, gordo, coloradote... la hija mayor, doncella con
el cuerpo de su padre y los ojos orgullosos de la madre...Si en ese evento me
encargaba una compra, cumplía su deseo poco menos que volando. ¡Qué callado
poder el de la criatura! Mientras estaba ahí costábame no mirarla. ¡Había tanto
94
que mirar en ella! La miraba a pesar mío, la miraba sin saciarme” .
El narrador tolera la obligación de describir la gordura del sastre, pero para referirse a la
misma característica de la hija que tanto le gustara, manifiesta una gran delicadeza. Cuando
se trata de un personaje de evidente y oligárquica soberbia, prefiere que hable por sí mismo:
Un caballo es capital. La vaca también lo es... La casa es capital. ¿Por qué no va
a ser capital un hombre? Eso es lo que me digo... ustedes que viven aquí, que
poseen tierras, tendrían que reflexionar. Hagan comer al roto, vístanlo con ropa
apropiada, enséñenle a trabajar y este paisito volverá a tener coraje. ¿Qué el roto
95
se subleva? ¡Se le da su varapalo y tan amigos como antes!”
El lector gonzalezveriano aparece así como un sujeto, incluyendo al sujeto popular: es un
ser activo, tal como lo concebía Cortázar, con la capacidad y la experiencia necesaria para
completar con su juicio y sus adjetivos aquellos que reemplaza o silencia el narrador.
El mundo popular narrado y tratado bajo esta dialéctica ético-estética, presenta a
individuos que actúan y/o reaccionan, libres del comentario descriptivo enfáticamente
descalificador de la narrativa canónica criollista. El narrador no padece de ninguna
compulsión por describir los marcadores de clase que suelen determinar la recepción del

92
Collyer, Jaime. “Chile adentro”, sección Leer y Viajar. Revista del Domingo. El Mercurio , 20/06/98.
93
Op., cit., pág. 60.
94
Op., cit., págs. 89-90.
95
Op., cit., pág. 122.

74 Campos R., Marcela


V Aproximación a las coordenadas éticas y estéticas de González Vera en torno al mundo popular.

sujeto de élite, como determinados detalles de vestuario (etiqueta, grado de desgaste y


especialmente, de intento por ocultar ese desgaste), olor corporal, marcas físicas de falta
de aseo, jerga, pronunciación, coprolalia, marcadores raciales, etc. Estos elementos, si
aparecen, hacen parte de una impresión que está libre del horror, el rechazo, la distancia
Nosotros (los no pobres)-ellos (los pobres, sometidos o rebeldes, es decir, los sujetos
populares).
Este efecto del cuidado estético regido por la valoración ética del sujeto del enunciado,
parece haber evolucionado desde un realismo más cercano al énfasis en el lado negativo,
presente en Vidas mínimas , hacia el estado de extremo control que acabamos de describir
en Cuando era muchacho . El González Vera de 1923 sí califica, pero no carga cada
párrafo con estas calificaciones, como leemos en la primera:
La casa tiene una apariencia exterior casi burguesa. Su fachada, que no
pertenece a ningún estilo, es desaliñada y vulgar... Los pequeños harapientos
gritan, chillan, mientras bromean con los quiltros, gruñones y raquíticos... Al lado
de cada puerta, en braseros y cocinitas portátiles, se calientan tarros con lavaza,
tiestos con puchero y teteras con agua. Pegado a las paredes asciende el humo,
96
las manchas de hollín y por sobre los tejados forma una vaga nube gris.
En la descripción de caracteres, sin embargo, González Vera describe las intenciones y
conductas sin la propensión a ver en la barbarie la única explicación de las reacciones. Los
motivos para hacer y hablar se explican, pero sin énfasis descalificatorio:
Durante unos minutos seguía hablando a fuertes voces renegaba del destino,
de Dios, de los santos; maldecía la desobediencia de los hijos y, sin que se
diera cuenta, alegrábase y metía asuntos que no cabían en su discurso ni
correspondían a la idea inicial. Apenas se apaciguaba, traía materiales y se ponía
a trabajar, sin cerrar la boca. Puyaba a los vecinos, hacía observaciones inútiles,
97
no concebía el silencio.
Este cambio parece obedecer a un paulatino alejamiento de los márgenes naturalistas,
en pro de un realismo animado por este eje de relaciones ético-estéticas ya mencionado.
El escritor, además, ya tiene la experiencia de la crónica, género del que probablemente
aprendió el arte de la concisión y que, asimilado al ejercicio narrativo, probablemente
facilitaría las condiciones para desarrollar la condensación tan característica en González
Vera.

a) El oficio del cronista y la preferencia por la


contención narrativa.
La crónica, género que en la Modernidad se entiende como expresión de impresiones sobre
algo, en el marco del lenguaje periodístico, ha sido una de las actividades preferidas por los
escritores latinoamericanos, y especialmente los chilenos. Desde la época premoderna de
la Conquista y la Colonia, los encargados de hablar del presente continuo, el cronista de los
primeros europeos en llegar a nuestro territorio, pasando por la creación de los primeros
96
Op., cit., pág. 19.
97
Op., cit., pág. 37.

Campos R., Marcela 75


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

periódicos y el afán de conocer la marcha del mundo, en especial el mundo europeo,


generan el oficio del cronista.
A este respecto, Julio Ramos consigna algunos elementos que vale la pena tener en
cuenta sobre la crónica: además de ser un género periodístico, es en sí un producto híbrido,
pues del periodismo abarca la obligación de aludir a temas relativamente contingentes y de
posible interés público, aunque ofrece la posibilidad de utilizar mayor libertad de lenguaje,
apelando a los recursos de la literatura en lo que toca a la descripción del fenómeno que
se revisa. Esto obedece, entre otras causas, a que la “ciudad letrada” enunciada por Rama
(o República de las letras” para Julio Ramos) entra en crisis ante el advenimiento de la
Modernidad y el escritor pierde buena parte de su aura en el juego de poder mercantilista,
por lo que está obligado a profesionalizarse. El periódico, que está en sintonía con el
mercado (la palabra escrita es mercancía fugaz, pero de renovado valor de uso) ofrece
el espacio para que el escritor juegue en esta dinámica. La toma de posición ideológica
sobre el problema de Latinoamérica post colonial y, por extensión, los problemas que siguen
a lo largo de nuestra historia, harán que el cronista opte por mantenerse en la línea de
temas aquiescentes, novedosos y más bien acríticos (decorar la ciudad) o, reconociendo el
valor del espacio masivo al que tienen acceso, lo utilicen para instalar su crítica. González
Vera opta claramente por la segunda opción, más aún, se sostiene aquí que el ejercicio
constante de la crónica, género obligado a la brevedad, establecerá una sinergia estética
con la actividad del narrador por sobre el periodista.
El cronista que parte siendo el nexo entre el público del periódico y los haceres y usos
de la metrópoli del caso, desarrollan, como se ha dicho, un género periodístico que sólo
se entiende en el marco de las necesidades de la Modernidad temprana en Latinoamérica
en cuanto a información y construcción de referentes para el hacer y no hacer “civilizados”.
Desde el rol del recopilador de nuevas al comentador de la actualidad interna, no noticiosa,
sino receptora de ciertos énfasis en la experiencia del cotidiano, el cronista desarrolla un
lenguaje que es distinto de otros usos en el mismo medio. La noticia que se concentra en
el pasado inmediatamente reciente, la crónica política que analiza motivaciones y anuncia
consecuencias, la entrevista, son todos mensajes organizados para remitir al aquí/allá-
ahora (ayer), mientras que el reportaje se concentra en un hecho estudiado con gran detalle
y desde distintas facetas. Se trata de una “observación del momento”, como titula el autor
uno de sus artículos. La crónica, en cambio, revisa el presente que no es exclusivamente
el ayer-hoy, sino el efecto de un acto que tiñe con su influencia ese anteayer-ayer-hoy y
probables mañanas. Reconoce un hito y los efectos del hito en el tiempo reciente y presente.
Distingue tipos de reacciones, comunica la novedad del hecho de dominio público asumido
sin más reflexión. La crónica es una reflexión en torno al cotidiano de un tiempo cercano,
no precisado en un hoy, sino en un tiempo presente. No es noticia del hoy, sino del ahora.
La crónica de este tipo, no política ni realizada exclusivamente por periodistas, pero
siempre en un medio periodístico sin el cual no se entiende al género, necesita, por
razones de tema, condensar impresiones, elegir el rasgo representativo, describir una
escena que recoja la suma de las escenas y permita al lector hacerse una idea de la
forma en que un hecho, actitud, lenguaje o conducta están orientando la conducta social
del presente, incluido el hoy. Este procedimiento parece guardar estrecha relación con
la poética gonzalezveriana descrita más arriba, y como en ese caso, registra marcas de
lenguaje que evidencian cambios, los que tienen directa relación con las urgencias sociales
de la juventud del autor, articulando un nuevo eje crítico-ideológico a la luz del anarquismo.
Así, al revisar las crónicas de González Vera en su juventud militante, la adjetivación es

76 Campos R., Marcela


V Aproximación a las coordenadas éticas y estéticas de González Vera en torno al mundo popular.

bastante más evidente, dura y taxativa, como era esperable en el periodismo libertario de
la época:
Las burguesillas van aprendiendo movimientos voluptuosos; sus angostos
vestidos de seda producen sonidos quejumbrosos que reflejan tal vez el pedazo
98
de vida que arrancó a la operaria al hacerlo.
A los 27 años y como cronista de Claridad, comenta respecto de la reciente matanza de
obreros en la oficina San Gregorio, en un tono más cercano a la lírica revolucionaria:
(...) Esta ha sido la última masacre. A ésta seguirá otra. Debéis esperarla. Pero
nosotros os decimos, trabajadores de Chile, que en esa pampa, bajo ese sol que
ha caído sobre las espaldas robustas como un castigo, ya hay hombres que han
99
aprendido a tener ensueños rudos.
En la nota al pie de la crónica “Observaciones del momento” publicado en La Batalla, 1921,
se lee: “Como el Ministerio del Interior declaró en el Senado que la policía no había tenido
necesidad de disparar, y como tenemos la obligación de creerlo, nos permitimos suponer
100
que el obrero Reveco murió de un resfriado o de alegría”. El humor, más cercano al
sarcasmo que a la ironía, lo que queda justificado por el tema, da señales de presencia en
la prosa. Un estilo que se reiterará en la crónica “La bala inefable” de 1922, en Claridad:
No cabe duda que durante las marchas, los portadores de carabinas se sumen
en la distracción más profunda. De otra manera resulta inverosímil creer
que teniendo la presa en las manos se les escape. (...) no se puede explicar
bondadosamente esta coincidencia periódica. Sería menester pensar que los
carabineros dan muerte a sus enemigos a boca de jarro. Y que son asesinos. Y
este pensamiento no podría sostenerse porque la fama pinta a los carabineros
101
como los pedestales del orden y los guardadores de la propiedad.
El humor que oscila entre la ironía y el sarcasmo se reitera en este fragmento de una crónica
escrita en 1923:
Los tribunales recientemente condenaron a tres años de prisión a un campesino
de Quillota. El pobre hombre iba cierta vez arriando una vaca. Un señor dijo
que era suya; pero el campesino también dijo lo mismo. Y –esto es indudable- la
102
razón favoreció al señor. Un señor no se roba nunca una vaca sola.
Leyendo la cita a continuación, se vislumbra al futuro autor de Vidas mínimas en la crónica
escrita en 1922, con el testimonio del autor sobre el asalto a la Federación de Estudiantes
y la paliza recibida, hecho ocurrido tres años antes: “yo quedé en la esquina como podría
quedar un hombre que durante el sueño fuese trasladado a una ciudad desconocida. Me
103
sentía solo, absolutamente solo, y la vida me sobraba.”

98
“Cuadros de la vida”, Verba Roja, primera quincena de 1914, en Soria, Carmen (comp.). Letras anarquistas. Artículos
periodísticos y otros escritos inéditos . Santiago: Ed. Planeta, 2005. Pág. 18.
99
“La masacre de los obreros de la pampa del salitre”, op., cit., pág. 44.
100
“Observaciones del momento”, op., cit., pág. 90.
101
Op., cit., págs. 108-109.
102
“No robéis poco...”, op. cit., págs. 117-118.
103
“El patrotismo es ansí”, op., cit., pág. 99.

Campos R., Marcela 77


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

A propósito de las elecciones en que participara Marmaduque Grove, fundador del


Partido Socialista y protagonista de la República Socialista de tan corta vida, González Vera
comenta lo que sigue en el Diario Célula, en 1932:
Ahora, si por una casualidad muy grande triunfara Grove, las clases
conservadoras moverían a sus elementos militares y a sus guardias blancas
para arrojarlo del gobierno. La guerra civil podría producirse entonces y con
seguridad, porque el pueblo no tiene defensa, triunfaría la reacción y aniquilaría
radicalmente a sus contrarios. (...) Si no existe un partido poderoso, capaz de
sostener al gobierno elegido, habrá siempre el peligro de nuevas y prontas
104
intromisiones del ejército.
El efecto de estas líneas impresiona no sólo por la claridad del autor de 25 años para
retratar el comportamiento de la clase política y militar chilenas, sino también porque, sin
pretenderlo, causa el efecto de una predicción del Golpe Militar que depusiera al presidente
socialista Salvador Allende 41 años más tarde.
Al llegar a la madurez, el articulista de Babel, en 1946, confirma lo que se deja leer en
Alhué : la condensación por medio de la sollertia, al redondear con una frase inesperada
el párrafo de forma tal que se construye una suerte de universo de significación que no
necesita más explicaciones:
Decidí acabar. Una noche tomé el camino del río. Me detuve ante el muro, frente
al Forestal, y miré hacia abajo no sé cuánto tiempo. El Mapocho, cubriendo
apenas una franja de su lecho, se deslizaba sin mucho ruido. Luego, con un
movimiento natural, como si no hubiera ido hasta su borde para suicidarme,
seguí andando por la orilla. ¿Había comprendido oscuramente que la vida,
aunque se desenvuelva en condiciones penosas, se basta a sí misma? Después
105
me sumé al tumulto.
Este constante diálogo escritural entre la demanda de brevedad y eficacia expresiva del
artículo y la crónica, parecen tener solución de continuidad en el cuadro y la viñeta de
Cuando era muchacho y Alhué , tema del que tratan las páginas siguientes. Por lo pronto
es posible decir que, al revisar la evolución del González Vera cronista, se puede observar
la variación de tono desde el ácido comentario de actualidad política o social y la denuncia,
hasta el tono reposado del escritor al pasar el umbral de los 40 años. El anarquista de
la madurez concentra su fuerza expresiva en nuevos cuadros autónomos, como ocurre
con Cuando era muchacho , y la única excepción a la serenidad proverbial de González
Vera, confirmando la regla, ocurre excepcionalmente en su artículo “González Vera contra
Charles Maurrás”, publicado en 1952 en el diario Las Últimas Noticias:
Ha muerto Charles Maurras, al que se considera uno de los grandes prosistas de
la lengua francesa. Dedicó casi toda su existencia a defender causas perdidas,
no por buenas, sino par estorbar al progreso, como fue su monarquismo.
Luego, con igual brío, abogó por un nacionalismo patriotero, es verdad que
en elocuentes términos, pero ¿quién ignora el resultado de tal prédica, que
inevitablemente rebaja el sentido de humanidad y degrada al individuo?
El texto continúa, breve y cáustico, sorprendiendo a sus más cercanos, como comenta
su hijo Álvaro. En el entorno familiar le preguntaron por qué la reacción tan agresiva,
104
“Grove, Zañartu, Alessandri”, op., cit., pág. 146.
105
“Mis relaciones con la religión”, op., cit., pág. 219.

78 Campos R., Marcela


V Aproximación a las coordenadas éticas y estéticas de González Vera en torno al mundo popular.

pero González Vera no justificó sus palabras. Saber que era anarquista ayuda entender la
necesidad que trasunta el texto por colocar las cosas en su sitio, previendo los posibles
homenajes a una figura que representaba la antítesis de los sueños libertarios. Los escritos
posteriores retoman el tono reposado.

b) “Alhué”, “Vidas Mínimas” y “Cuando era


muchacho”: textos de respuesta estética literaria y
ética anarquista, frente al mundo popular del canon
criollo.
Vidas mínimas , publicada en 1923, es el nombre bajo el que se reúnen dos relatos
breves titulados “El Conventillo” y “Una mujer”. El primero, narrado en primera persona
por una voz masculina, relata el curso de un accidentado romance en un conventillo. El
narrador establece en la primera frase el marco de precariedad social en que transcurren la
totalidad de los hechos, un espacio cerrado que se presenta en la primera frase como una
suerte de declaración macrofiguradora desde donde el lector debería entender una forma
particular de precariedad: “Vivo en un conventillo”. La descripción posterior se percibe ligada
aún al referente naturalista que Zolá desarrollara muchos años antes de su auge chileno,
conformando un horizonte de materialidad carente y desagradable:
La puerta del medio permite ver hasta el fondo del patio. El pasadizo está casi
interceptado con artesas, braseros, tarros con desperdicios y cantidad e objetos
arrumados a lo largo de las paredes ennegrecidas por el humo. Hay en el fondo
del patio un hacinamiento de muebles deteriorados que yacen allí por negligencia
o previsión de sus dueños. Sobre una mesa, aprisionadas en tarros y cajones,
matas de hiedra, claveles y rosas elevan sus brazos multiformes en un impulso
irresistible de ascensión. El verde tonalizado de las plantas se desprende del
106
conjunto incoloro y sin fisonomía de las cosas.
Lo que hace diferente a esta literatura de corte naturalista es que, aun cuando tiene una
influencia evidente de su referente literario, anuncia ya lo que parece ser la diferencia ético-
estética de González Vera: la percepción interna del narrador se concentra en los caracteres
individuales que describe y con los que se interrelaciona, evitando a toda costa caer en
la explicación naturalista de la conducta del pobre, o en concentrarse en los detalles de
la miseria. Es un texto de estilo naturalista en la descripción material, pero se anuncia al
narrador analéctico en la aproximación al personaje, y una vez instalada en ella, la pobreza
no parece ser la causa directa, o al menos la única, de una conducta o perfil conductual.
En el desarrollo de los diálogos, esta sensación de que, salvo por la alusión directa a la
pobreza, lo que acontece podría pasar en una calle, un restaurante o un salón de clase alta,
se refuerza por el tipo de lenguaje utilizado, en donde se reconocen marcadores comunes
del español de Chile (giros, diminutivos, construcciones sintácticas), pero sin la fonetización
ni el uso de coprolalias que enfaticen la “chilenidad” del hablante:

106
González Vera, José Santos. “El Conventillo”, en Vidas mínimas . Stgo.; LOM, 1996. Pág. 19. El texto no menciona los
nombres de pila del autor en portada ni portadilla, sólo en el colofón.

Campos R., Marcela 79


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

– ¡Qué colección de puercos tengo en casa!– exclama–. Parece que no fueran


cristianos. ¡Ah, Dios mío! ¡Todo lo echan al patio! Si pudieran... también lo harían.
Y, sin embargo, hay tarros. ¡Pensar que una ha sido decente y tiene que limpiar
sus mugres! ¡Si es para morirse! ... –Pobrecitos– les decía–. Casi me acrimino. Ya
107
saben que cuando me da la rabia...
Otros elementos estilísticos diferenciadores de esta prosa con el Naturalismo clásico se
reconocen en el párrafo breve y la adjetivación discontinua en las descripciones, acotadas a
su vez a determinados rasgos, evitando escarbar en aspectos que en Zolá resultan algunas
veces densos y algo morbosos:
La tísica está en pie. Se sienten sus trajines por la pieza. Tose, tose
intermitentemente. La tos le hace retumbar el pecho. Saca un viejo sillón de
mimbre y se sienta al sol. Los rayos, débiles todavía, caen sobre su pecho, y
108
multitud de reflejos se deslizan a lo largo del vestido, manchándolo de luz.
El conflicto se describe a través de los caracteres, pero no existe la tendencia a extender
un rasgo a toda la clase: Margarita, personaje de “El Conventillo” y objeto de los amores
del narrador, es instintiva y rústica a ojos de su enamorado, pero esos rasgos no aparecen
como los típicos de la mujer chilena, ni la obrera o la dueña de casa. Es Margarita la que
los ostenta, y no se achacan a su origen ni la rusticidad ni el arribismo, a lo más a la
nacionalidad:
Margarita tiene prejuicios de clase. Considérase superior al zapatero, aunque ella
potencialmente es lavandera, pues ayuda a su madre a poner alba la ropa blanca.
Al vendedor de pescado, también lo tiene en menos. Sin embargo, éste hace
cocinas, ralladores, escobas y varios artefactos. Casi es un enciclopedista. En
109
Chile, sabiéndolo o no, todos se creen descendientes de los conquistadores.
La notable descripción de la actividad artesanal paralela del pescadero es, sin estilizaciones
demás, la de una voz anarquista: el narrador acoge desde su dimensión ética los saberes
del artesano, abre su perspectiva y no ve conflicto en comparar la sabiduría del que fabrica
objetos útiles para la vida cotidiana, con los conocimientos del enciclopedista. Ambos son
variados, heterogéneos y cargados de sentido. Lo que se opone al saber es el no saber, la
ignorancia arribista y por lo mismo prejuiciosa de quien no construye nada, y no la altura
académica del conocimiento. El lenguaje se objetiva y alcanza el nivel del comentario sin
hacer “literatura”, en el peor sentido del término, es decir, sin sentimentalizar, pero tampoco
con capacidad de dar forma a una estética narrativa. Perfectamente podría extraerse la cita
e instalarse en una crónica chilena escrita en las últimas dos semanas. Se trata de una
verdad evidente de nuestro ethos y de una novedad rupturista en el canon del Naturalismo,
pero el estilo carece de la intensidad que eleva lo nuevo a la categoría de experiencia
aprehendida desde lo estético.
El mundo popular narrado es extremadamente precario; impresiona como lo harían
los movimientos de un equilibrista, pero no es un mundo donde la explicación genética o
social reduzca las causas o las consecuencias. El individuo toma decisiones dentro de sus
márgenes. Es una novela del mundo popular, no del sujeto popular: los seres gravitan en
círculos pequeños, y eso incluye a sus esperanzas. El carácter del sujeto literario cambia en
107
Op., cit., págs. 22-23.
108
Op., cit., pág. 25.
109
Op., cit., pág. 30.

80 Campos R., Marcela


V Aproximación a las coordenadas éticas y estéticas de González Vera en torno al mundo popular.

“Una mujer”. La historia de los amores no correspondidos del protagonista por María gira en
torno a un grupo de anarquistas de Valparaíso, sus actitudes y formas de vida, cruzadas por
el proyecto de sociedad que ilumina “la Idea”. El cambio en la actitud narratoria es evidente:
cautela, descripción objetiva, distancia con la adjetivación descalificadora desde la clase:
Fatigado, abrí un libro y puse en sus páginas toda mi atención. Mas no conseguí
avanzar mucho, porque el tren barquinaba hasta el punto de empujarme contra
110
una doble señora, que me miraba enconadísima.
111
Éste es el González Vera que llegará a escribir Alhué , en despliegue de su
humor fino, agudo, sutil, pero hasta en la broma, respetuosísimo, particularmente con las
figuras femeninas. Se observa nuevamente el pudor y cuidado al referirse a las mujeres
obesas. Este humor es muchas cosas, y entre ellas, una herramienta estética de expresión
analéctica: reconocer la ineludible gordura, sin la tentación del escarnio.
En otros momentos, el detalle naturalista crudo se entrecruza con la altura ética del
narrador, y el resultado es una nano-novela inserta en la nouvelle:
Era su rostro un trapo ajado y sus piernas y su cuerpo parecían solamente
una blusa y una pollera rellenas de papel. Sus movimientos producíanse
accidentalmente y su voz nacía desacorde, dispersa; pero no se cortaba jamás.
Carecía de realidad activa, sin embargo, barría, limpiaba de manera cierta. No
dejaba la sensación de vivir para más. Equivalía a un árbol, una pared, un banco.
Y de seguro en otros tiempos, muchos ojos la miraron con placer y acaso hubo
112
alguien para quien ella fue un ser único.
Una particularidad del sujeto literario es que el narrador en primera persona es, junto
a sus camaradas anarquistas, parte del sujeto popular. El relato de las reuniones y
desplazamientos por la calle casi no menciona nada relativo a la pobreza. Son habitantes
y ciudadanos que lucen su camaradería en el espacio público, orgullosos:
(...) Su vivienda estaba atestada de hombres y mujeres que discutían y se
agitaban. Los había españoles, argentinos, ingleses y rusos. El inglés, de cara
ancha, era silencioso; el ruso era persona menuda, bajita, muy atenta, con
aire de hombre de salón. Algo los asemejaba. Tal vez cierto fervor que daba
a sus miradas, sus voces y ademanes, significación especial. Sentado en un
rincón, me dejaba penetrar por las ideas audaces. Las mujeres, reunidas en un
ángulo penumbroso, hablaban con más alegría y liviandad. (...) Caminábamos
por una avenida bulliciosa, pues la gente se había vaciado en esa calle, acaso
por su amplitud. Del extremo derecho de nuestra fila nació una voz que se
propagó anudándose a la atmósfera. (...) El día que el triunfo alcance.. mos Ni
esclavos ni dueños habrá. Los odios que al mundo envene.. nan Al punto...
se extinguirán. Un coche con hombres, mujeres y guitarras pasó rozándonos.
113
También cantaban, pero su canto era pagano.
110
Op., cit., pág. 68.
111
El nombre no alude al pueblo de Alhué que efectivamente existe. González Vera consideró su significado etimológico (“lugar de
los muertos”) para metaforizar su impresión del Talagante de su niñez.
112
Op., cit., pág. 77.
113
Op., cit., pág. 73.

Campos R., Marcela 81


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

El relato nuevamente se concentra en los tormentos de un amor no correspondido. Esta


vez se trata de una mujer que participa del sujeto popular, informada, con lazos sociales
que escapan al marco de la familia y las vecinas. La dimensión sensual se sugiere con
nuevas formas de sutileza y siempre sometida a la condensación en un remate que forma
un universo diminuto en el universo diminuto inserto en el de la narración. El pudor es una
fuerza modeladora que en el tema del amor romántico encuentra el mejor pretexto para
articularse con la estética libertaria de González Vera:
Sus ojos le vestían el rostro de una luz tenuísima. Sus palabras no contenían
para mí ideas, impresiones ni matices apreciables, pero sentía que al tocarme
la piel, esa sensación íbaseme cuerpo adentro, con lo cual experimenté la más
deliciosa angustia. (...) Mi corazón callaba sus latidos. Mi cuerpo aligerábase
de todo lo externo. Sólo quedaban mi atención invisible y ella. (...) Llegué a
sentir que era más alta que los campanarios y más ancha que las ciudades. Las
casas, los hombres, las mujeres, lo que comprende la realidad, se me figuró la
114
consecuencia de su vida.
El amor alcanza una dimensión casi idéntica a la relación que sueña el anarquismo para
la sociedad, en donde no son las jerarquías, las armas o el miedo los que impulsan seguir
a alguien:
De instante en instante sentíame más suyo. Si me hubiera pedido que hiciera
algo descabellado, creo que sin vacilar le habría dicho que sí. ¿Por qué un ser
115
conocido apenas, sin forzarnos ni pedir, asume tal poder en el alma de uno?
Los tres años que median entre la escritura de “El Conventillo” (1918) y “Una mujer” (1921)
parecen significativos. Aunque coinciden en su preferencia por el relato de primera persona,
el primero se decide por las soluciones del diario de vida, con comentarios en tiempo
presente relacionados por una línea de tiempo continua, entreverados de reflexiones para
explicar la conducta contradictoria de la mujer amada y escenas de la vida en el conventillo.
En “Una mujer”, por otro lado, parece aumentar la distancia con esta corriente, mientras
que el lenguaje literario adquiere mayor espesor y la práctica cronista aporta lo suyo de
condensación y síntesis descriptiva, sin que irrumpa como un lenguaje escritural otro,
distinto de la literatura.
Para aproximarnos a Alhué es necesario hacer algunas precisiones. El texto está
formado por un conjunto de relatos breves, dotados de cierta autonomía temática, pero
todos como una arista de la vida en Alhué. La explicación del subtítulo es elocuente:
“Estampas de una aldea”, eliminado a partir de la segunda edición. Publicado en 1928,
resume lo mejor de los procedimientos estéticos ya mencionados. La condensación y la
sinécdoque alcanzan, en su brevedad, a ocupar tan poco espacio en la línea como obligan
a permanecer en ella y saborear el resultado:
En Alhué nadie tenía idea del porvenir. Los días no traían angustias, pero
tampoco eran portadores de mensajes alegres. Llegaban y se extinguían sin
ningún suceso. Y los meses, por su índole más abstracta y arbitraria, se hubiera
creído que transcurrían de noche. Frecuentemente, cuando un sujeto necesitaba

114
Op., cit., págs. 73 y 78.
115
Ibid.

82 Campos R., Marcela


V Aproximación a las coordenadas éticas y estéticas de González Vera en torno al mundo popular.

escribir alguna carta, podía oírse esta pregunta: – ¿Todavía estamos en tal
116
año?
Se trata de uno de los pasajes más citados por la crítica. La voz narrativa, siempre en
primera persona, concentra su energía estética en presentar un gesto, un rincón, un rasgo
que totalice, dé cuenta del mundo. Personalmente creo que logra construir, con gracia y
humor, una voz narrativa serena que habla desde su experiencia de la Modernidad y la urbe
turbulenta, en sintonía con los ritmos ansiosos que impone el nuevo paradigma, la capital
de vida comparable al desafío diario del campo y la naturaleza sin trabas, para contrastarla
con la forma premoderna del pueblo chico:
Dentro de las ciudades, la vida es dramática y culminante: florecen las grandes
pasiones, se suceden los hechos heroicos y el misticismo, última razón de
vida, puede asilarse en millares de almas. También los campos, los campos en
que la naturaleza conserva su iniciativa salvaje, pueden aureolar de dignidad
la existencia del hombre: allí el instinto alcanza todo su esplendor y la vida se
define a cada instante. Pero en los pueblos, lo que nace con color se descolora. Y
117
no surge ningún impulso, porque existe modelo para todos los actos.
Si bien se ha destacado la prosa gonzalezveriana por su diferencia con el canon, el plano
de la temática arroja algunas similitudes importantes, como ocurre con la página inicial de
Zurzulita :
La gris monotonía que rezumaba el poblacho agrícola de Loncomilla, a través
de sus casuchas soñolientas y sus calles llenas del barro negro de las lluvias
recientes; el nicho aislado y triste donde dormían los huesos de su padre, en un
rincón del cementerio aldeano; la pequeña agencia, hoy día cerrada, mostrando
a los pocos transeúntes los desteñidos cuarterones de sus puertas coloniales;
el silencio de la gran casa lugareña donde pasó su vida y que llenaba antes la
alta figura de su padre, con sus espaldas cargadas de sexagenario y el arrastre
118
cansado de sus chinelas por las tablas de la galería (...).
El tópico del pueblo estático y polvoriento, en donde la figura paterna es uno de los escasos
polos de atracción, es casi el mismo con el que arranca Alhué . Es el tratamiento narrativo,
la dialéctica del humor y la analéctica del sujeto lo que le dan a Alhué un atractivo que
escapa a los límites de la “descripción de lo propio”:
La primera casa que habitamos, de fisonomía vagamente española, era
demasiado grande. (...) En la vastedad de ese albergue yerto, inconmovible,
conocí todos los matices de la desesperación. Deseaba arrancar, trepar a los
árboles, gritar multitud de palabras, oír otra voz. Después el aburrimiento roía
mis deseos, aplastaba mi cuerpo y dejábame a tono con el ambiente. (...) Las
sombras iban amalgamándose por sobre las techumbres. Luego descendían
circularmente y el pueblo quedaba encerrado, sin ninguna conexión con el
119
mundo.

116
González Vera, José Santos. Alhué . Stgo.: Ed. Andrés Bello, 1982. Pág. 18.
117
Op., cit., págs, 17-18.
118
Latorre, Mariano. Zurzulita . Stgo.: Editorial Chilena, 1920, pág. 7.
119
Op., cit., págs. 21-22.

Campos R., Marcela 83


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

Loncomilla y Alhué son prácticamente el mismo pueblo rural: estático, premoderno y


dotado de la enervante capacidad de aniquilar iniciativas. Es el lugar que ocupa en la
narración lo que establece la diferencia. Para Latorre es el tema (el sujeto) de sus profusas
descripciones, y el marco del romance entre Milla y Mateo. En Zurzulita , subtitulada
como “Sencillo relato de los cerros”, todo es paisaje: los caracteres, los cerros y la fauna,
capturados y definidos sin apresuramiento. Latorre, el representante del espíritu criollista,
se extiende por la vía del detalle, fiel a su poética realista de fotografiar la realidad por la
vía del lenguaje literario. El proyecto estético de González Vera tiene que ver con utilizar la
condensación verbal, hasta tensar al máximo las posibilidades expresivas de su lenguaje
literario, la estricta o proverbial “economía de medios” gonzalezveriana que, reitero, parece
ser otro ángulo de una ética anarquista animando la construcción de una estética de la
palabra. La ya legendaria advertencia al lector de que la nueva edición había sido “revisada
y disminuida”, el intenso trabajo sobre la frase, la elección cuidadosa del adjetivo que
permite reunir en el mismo enunciado la descripción, la crítica, la sorpresa o el desconcierto:
Mi padre comenzó a existir de improviso (...) Generalmente su aspecto lindaba en
la severidad; pero cuando conversaba, solía reír con una risa lenta, continuada y
loca que lo transformaba en absoluto. La puerta era casi un tratado de historia...
El empedrado del patio, las pilastras y los muros eran como miembros de un
120
cuerpo yacente. Todo estaba dormido.
La parte titulada “Mi padre” trata el tema de la relación filial marcada por la distancia entre
padre e hijo, y la contención, esta vez despojada de casi todo rasgo humorístico o dramático,
logra un efecto intenso, desolador, que merece un estudio más detenido en otro momento.
Por ahora, la lectura nos lleva a la expresión analéctica: Dussel describe los pasos del
método de observación de los filósofos latinos, quienes llamaron “sollertia”, concepto ya
mencionado, a esa capacidad de observación que se transforma en el giro inesperado
para el remate de un comentario. Esta marca de Alhué se va a trasladar a Cuando
era muchacho , incluido el método de la pequeña unidad, la “estampa” del personaje y
el espacio que el autor real sintetiza a partir del ejercicio de la crónica. Alhué tiene de
ese género la brevedad y concentración en un tema, y también la capacidad de captar lo
esencial del pueblerino que adhiere a una premodernidad porfiada y sin ruido. La novela se
desenvuelve como género literario en la elección estética de su lenguaje, y como crónica
de la vida de pueblo en su tendencia a la condensación y la descripción de ese renovado
“más de lo mismo” donde, a pesar de todo, el narrador adivina y comunica al lector lo que
sabe sobre el diamante que los habitantes del pueblo mortecino lanzan a veces al aire, sin
inmutarse.
Alhué es también un ejercicio de humor que se prolongará en Cuando era muchacho
, aunque en éste el tono de la memoria haga énfasis en la anécdota reveladora, mientras
que en Alhué se traslada al carácter del individuo. Porque de nuevo se trata del mundo
popular campesino, en donde se produce una razón inversamente proporcional: mientras
más ausente está todo rasgo del sujeto popular, más se realzan los marcadores de
individualidad del personaje popular. Éstos pueden no ser parte de ningún sujeto, pero
siguen integrando el universo humano que tiene una forma personal de estar en las cosas,
aunque sea Alhué el espacio-personaje que controla las energías de esta individualidad,
sometiéndolas al efecto de su fuerza gravitacional.
En “Hombre triste”, el retrato del almacenero don Nazario es tan elocuente como sutil:
“altísimo… de sus hombros, ya un tanto cansados, nacíale el cuello, Y sobre éste gravitaba

120
Op., cit., págs. 27 y 38.

84 Campos R., Marcela


V Aproximación a las coordenadas éticas y estéticas de González Vera en torno al mundo popular.

su pequeña cabeza. Y del rostro, más reducido aún, caía, sin desprenderse, una enorme
121
nariz” Lo interesante es, sin embargo, el carácter del personaje, que se conoce por su
particular relación con el lenguaje oral:
(...) La posibilidad de asociar muchas palabras maravillábalo. Tal vez entendía
las palabras, pero en sus relaciones con los demás no emitía más de cuatro. Su
frase de ceremonia era ésta: - ¡Ah!, sí, cómo no. De ordinario bastábale la mitad.
Nadie pudo superarle nunca en su buen uso. Cuando recibía una proposición de
crédito, para indicar que lo resistía un poco, pero que cedía por rara deferencia,
profería un pensativo “Aaaa... sí”. Y si le contaban algo próximo a lo inverosímil,
su comentario era “¿Ah... sí?”. Variaba la expresión si el visitante le interrogaba
122
sobre la marcha del negocio. La fórmula exacta concretábase “Así- así...”.
Es posible identificar al anarquista ateo, o al menos agnóstico, en la descripción de la
curandera y enfermera ad honorem de Alhué:
La buena Loreto, que en el pueblo tenía un vago prestigio de santa, ensayó en
las piernas de nuestra tía las más excelentes yerbas del contorno. A veces las
prescribía en forma de emplasto; pero los dolores no cesaban ni se atenuaban.
Entonces iba a su farmacia de frascos verdosos, volvía con una toma y se la
ofrecía siempre en los mismos términos: - Me dice el corazón que le hará bien. Mi
123
tía murió a los dos años completamente vegetalizada.
En la revisión de la primera edición de Alhué de 1928, respecto de la 5ª publicada en 1955,
observamos 28 modificaciones al original. De éstas no todas son disminuciones, como
podría creerse, aunque lo relevante es más bien el efecto estético de los cambios, que
en no pocos casos resultan, en mi opinión, de efecto negativo. A continuación un cuadro
contrastivo al respecto:

“Alhué. Estampas de una aldea” (1928) “Alhué” (1955)


Los comerciantes momificábanse Los comerciantes y los artesanos se
en sus sillones y los artesanos se tornaban idiotas (Pág. 23) Era un avaro
tornaban idiotas. (Pág. 17). Era un de sí mismo. (Pág. 36) Pero, avanzada la
egoísta de sí mismo. (Pág. 32) Pero, noche, tuvo un despertar súbito. Cuando
avanzada la noche, despertó de se acercaba con el guante, el discípulo
improviso, violentamente sacudido. chillaba, cerraba los ojos, se retorcía.
(Pág. 35) Mientras iba por el guante, Daba gritos que hervían las entrañas.
el discípulo chillaba, cerraba los ojos, (Pág. 75) Caminando de un lado a otro,
se retorcía. Daba gritos inverosímiles. como si el horizonte se moviera. (Pág.
(Pág. 72) (..) caminando de un lado a 105). Los pescadores habitaban casuchas
otro, como si el centro del horizonte miserables. (Pág. 111) Su anchísima cabeza
pudiera variar de ubicación. (Pág. era tremeluciente. (Pág. 121).
95) Éste, ése y aquél habitaban
casuchas miserables. (P 106) De
su anchísima cabeza partían
fosforescencias. (Pág. 115)

121
Op., cit., pág. 23.
122
Ibid, págs. 23-24.
123
Op., cit., pág. 43.

Campos R., Marcela 85


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

Me parece que las decisiones tomadas colaboran con la concisión, pero generan
remates sonoros abruptos que la frase siguiente, si la hay, no logra suavizar. En el último
ejemplo el cambio es inexplicable. El pudor de no cansar al lector, tan caro a González
Vera, paradojalmente constituye un exceso estilístico. Son los riesgos del minimalismo
(independientemente de que no fuera ésa la corriente del escritor), particularmente cuando
éste brota de una actitud ética centrada en el respeto por el lector. La literatura que atraviesa
las épocas y modas tiende más bien a soslayar el exceso de respeto. Pero así y todo Alhué
sigue siendo un libro para redescubrir.

86 Campos R., Marcela


VI Conclusiones

VI Conclusiones

La obra literaria de González Vera muestra, en el curso de su análisis, un rasgo particular


relativo a la construcción de la actitud narrativa, su efecto en la forma de presentar al
sujeto literario, en tanto éste representa al individuo que hace parte del mundo popular
chileno de las primeras décadas del siglo XX. Este interés en lo popular se explica, entre
otras causas, porque el autor hace parte de una generación que se encuentra en las
postrimerías del Criollismo chileno, expresión nacional de cierta búsqueda literaria por lo
propio, característica de los escritores de fines del siglo XIX, una vez que nuestra inestable
nacionalidad consiguiera, de una forma u otra, afincarse y desarrollar una cotidianeidad
poscolonial que diera oportunidad para preguntarse por lo propio, en ejercicio de la
observación naturalista de medio siglo atrás.
El Criollismo chileno fundador demuestra una tendencia a generalizar el mundo
popular, bajo la forma de diferencia vertical entre el yo que narra y el tú narrado, ambos
entes de ficción a partir de un autor real que se hace parte de las condiciones de relación
social recurrentes en a narrativa continental. En ese contexto, entiendo que el Criollismo
de tercera generación, según lo propone Latcham, o superrealista para Goić, acusa recibo
de la discusión ideológica y ética que emana del anarquismo chileno de principios del siglo
XX, al cual adhieren algunos escritores, González Vera entre ellos. La marca ética nace
de la visión del Otro como un igual libre, o alguien que tiene derecho a saber bajo qué
condiciones ejerce su libertad y qué opciones tiene ante ello. Esto no ocurría en la literatura
anterior al período, excepto en Baldomero Lillo. No es de extrañar que éste tuviera entre
sus admiradores y difusores a González Vera, quien compartiera el gusto de Lillo por la
sobriedad descriptiva, aunque sin llegar a los niveles de contención del autor de Vidas
mínimas . Lo que interesa a Lillo tiene eco en las preferencias de los jóvenes escritores
anarquistas, cuya actitud ideológica traspasa la praxis del cotidiano y se resuelve como
praxis estética en torno a lo cotidiano. En ella se verifica el cambio de paradigma respecto
a la actitud del narrador, una actitud analéctica de apertura, escucha y recepción del Otro,
libre de las constantes calificaciones y el etiquetado de clase del Criollismo fundador.
Se comprueba también que la praxis literaria de González Vera no sólo es efecto de
la tendencia ideológica libertaria, también opta por cuidar el efecto estético tanto como
los efectos de humor, la imagen captada al primer golpe de vista con remate inesperado
y muchas veces sutilmente gracioso. Se trata de un eje de relación ético-estético que
determina la existencia de una poética de la condensación, animada también por el factor
del pudor temático, pudor que no resulta inhibitorio sino más bien humorístico, aunque su
contención y fragmentación impiden seguir el desarrollo de hechos y caracteres, y por eso
no se escriben novelas, en el sentido tradicional del término, sino textos sorprendentes y
originales, aunque de alcance limitado. El pudor determina tanto efectos de estilo como
defectos de concreción artística en la palabra. No mata, pero tampoco fortalece, aunque sí
genera sensación de constancia y placer estético por sus hallazgos en la brevedad.
Se confirman así las hipótesis de trabajo. También el que nos encontramos ante una
narrativa original, más bien olvidada y por ello, subvalorada. Leer a González Vera parece
ser un atavismo o, en el mejor de los casos, un secreto muy bien guardado. Lo uno y lo otro
ha puesto distancia entre el autor y sus probables lectores, quienes han perdido contacto

Campos R., Marcela 87


JOSÉ SANTOS GONZÁLEZ VERA:

con uno de los escritores más originales del país. Se lo ha validado por su retrato de época
y por su imaginario del Chile de los años ’20. Esta tesis espera confirmar que en su lectura
hay espacio para algo más que las preocupaciones documentales. Su poética es elocuente,
precisamente en el cuidado por ser lacónica. Lo más interesante, me parece, es que es
una poética sita en una ética de clara inspiración anarquista, y que la síntesis dialéctica
entre ambas nos ofrece una literatura original, limitada por lo mismo que le ha dado vida: el
respeto llevado al nivel del pudor. Es una prosa libertaria no por los temas, sino por el trato
igualitario hacia el personaje popular que protagoniza el mundo narrado. Es una narrativa
analéctica, que ha escuchado al Otro presentirse en su circunstancia.
A partir de esta experiencia de lectura me parece que pueden plantearse nuevos
problemas que sobrepasan el análisis estrictamente literario y se acercan a la
interdisciplinariedad, como el que sugirieran Salazar y Pinto al referirse al poder modelador
de los textos escolares, en relación al momento criollista tan difundido entre los años ’20
y ’50 del siglo pasado. Más cerca de nuestro tema, la literatura chilena, la investigación
permitió postular que González Vera es un autor al que vale la pena volver la mirada más
allá de su lugar dentro o fuera del Criollismo, del realismo o incluso del mismo Anarquismo.
Vale la pena porque se trata de una literatura distinta, estimulante, limitada en algunos
alcances, pero ancha en sus efectos. Una literatura de hombres que insisten en ser libres.

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Bibliografía crítica y teórica

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