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Ivonne Vivier

©Edición Julio, 2018


"Un inesperado segundo amor”
Derechos e-Book IVONNE VIVIER
Prohibida su copia sin autorización.
@2018, 07
Safe Crated: 1805217145389
Portada: Alejandra Mancilla

La licencia de este libro pertenece exclusivamente al


comprador original. Duplicarlo o reproducirlo por cualquier
medio es ilegal y constituye una violación a la ley de
Derechos de Autor Internacional. Este e-Book no puede ser
prestado legalmente ni regalado a otros. Ninguna parte de
este e-Book puede ser compartida o reproducida sin el
permiso expreso de su autor o la editorial
Agradecimientos

mi familia por permitirme dedicarle tanto

A tiempo como le dedico a esta fantástica


actividad que es escribir.
A mi esposo particularmente, por
animarme a seguir y creer en mí.
A Kathy y Laura, por ser las primeras lectoras y críticas
de esta novela.
A Maru Rasia, Flavia Farías, R.M. Madera, Laura Duque
Jaenes y Begoña Medina gracias por ser objetivas y
ayudarme de forma tan desinteresada.
A Alejandra Mancill, por la portada, gracias por la
paciencia y la creatividad.
Y a ustedes que me eligieron una vez más.
¡Bienvenidos!
Sinopsis
Maite, una divorciada de cuarenta y un a ñ os, organizada, pulcra, exigente y
valiente, arrastra un pasado con p é rdidas irreparables incluyendo al amor de
su vida.
Luca es un empresario viudo de cuarenta y siete a ñ os, quien no comprende
el porqu é la vida lo expuso a é l y a sus dos hijos a semejante dolor. Todav í a
no es capaz de dejar ir a la mujer que le ense ñó a amar, aquella a la que vio
sufrir demasiado y por la que a ú n no se anima a continuar con su vida.
Maite se deslumbr ó con la elegancia de Luca y toda su inmejorable
apariencia cuando se tom ó cinco minutos para admirarlo. Luca, comenz ó a
replantarse sus pensamientos en el mismo instante en que vio a Maite pasearse
frente a é l.
Ambos se dejar á n llevar por sus emociones dejando atr á s el pasado.
Asustados y desconcertados se dar á n el permiso de conocerse y enamorarse, a
pesar de que Piero, el hijo de é l, no acepte la relaci ó n.
Lo que comienza como un bonito romance, se ir á complicando cada vez
m á s.
Maite y Luca tendr á n que descubrir si ese inesperado segundo amor es tan
profundo como parece y si es posible salvarlo de una realidad que no se puede
evitar o, por el contrario, deben dejarlo pasar y seguir cada uno con su vida.
aite volvió a mirar el salón. Se sentía orgullosa

M además de cansada, o cansadísima, y no exageraba.


Apoyada en el elegante mostrador blanco,
inmaculadamente ordenado como a ella le gustaba
mantenerlo, se quitó un zapato y masajeó su pie. Tuvo que
retener el gemido de placer que le provocó tal movimiento y
sonrió al ver a Rose dirigiéndose hacia ella.
―Mala elección del calzado ―dijo su jefa, señalando el
zapato de tacón lustrado de un negro reluciente.
―Antes muerta que sencilla. Eso me enseñó mi abuela
―respondió riendo.
Lo cierto era que por su trabajo de encargada de salón
en Rose’s Boutique debía mantenerse siempre bien vestida,
aunque era su minuciosa perfección la que la obligaba a
estar impecable a cualquier hora del día y practicando
cualquier actividad. Tal vez, para enfrentar ese día, no era
necesario el par de stilettos ni la blusa entallada de seda
floreada o la falda negra ceñida y larga hasta las rodillas; al
menos el tajo lateral sobre una pierna le daba algo de
movilidad. Definitivamente, ese día con un jean combinado
con alguna de sus tantas túnicas bordadas, cómodas y
elegantes, y un par de zapatos bajos, hubiese estado
perfecta, porque era demasiado pedir un par de zapatillas.
―Ha quedado espectacular. No parece mi vieja boutique,
Maite.
―Gracias, Rose. Con las chicas hicimos lo mejor que
pudimos. Y los muchachos que contratamos fueron muy
detallistas.
―Y fue muchísimo lo que han podido hacer entre todos.
Sabes que no soy de hacer halagos en vano. ―Rose volvió a
revisar el maniquí vestido con un majestuoso traje de novia
y alisó las mangas―. Maite, eres mi mejor empleada. Todo
lo has logrado sola, no te he regalado nada.
―Ay, Rose, no comiences con estos discursos que me
suenan a despedida y me ponen nerviosa ―dijo, poniéndose
el zapato y enderezando su postura.
―De ninguna manera, mujer. Es solo un comentario
antes de felicitarte por tu ascenso.
―Eso fue hace un año. Aunque en el taller no me sentía
mal y adoro coser, disfruto mi nuevo puesto. Creo que salí
ganando porque ahora tengo menos trabajo.
―Este es otro ascenso. Y lo siento, vas a tener más
trabajo esta vez. Te proclamo gerente de esta tienda. Tu
salario será revisado y lo aumentaremos acorde a tus
nuevas tareas.
―¡Ay, Dios mío! Me da miedo y emoción. No sé qué es
primero. ¡Gracias! Muchas gracias, pero… explícame.
―Respiró profundo, hizo una pausa para hilar las frases e
intentar bajar su ansiedad y miró a Rose para que le
reconfirmara sus palabras con un solo gesto.
Su jefa no era una mujer expresiva, pero la sonrisa que
tenía dibujada en el rostro era tan grande que Maite tuvo
que imitarla. Definitivamente, la propuesta era real.
―¿Ya estás más tranquila? ―preguntó Rose, y ella asintió
con la cabeza―. Bien, entonces te cuento. Quiero delegar
un poco más. Tengo planeado un viaje con mi hermana y es
un viaje largo que…
―¿Quieres que me encargue de todo esto yo sola?
―interrumpió, inquieta.
―Sí, confío en ti. Puedes hacerlo. Te lo prometo. ¿Qué me
dices? ¿Te animas?
―Supongo que sí ―respondió, sonando más dudosa que
segura.
La campanilla de la puerta de entrada sonó
entorpeciendo la conversación. Maite tuvo que tragar con
fuerza para poder deshacerse del nudo que tenía alojado
allí, era de emoción. Rose había sido su mentora, un
ejemplo a seguir y un gran apoyo en su vida. Sin ser su
amiga, sin duda alguna, se había comportado como una. Y
ahora le estaba poniendo en sus manos lo que ella sabía
que era lo más importante en su vida: su boutique.
―Deja, yo atiendo. Ve a contarle a las chicas del taller
―indicó Rose, dándole unos cariñosos golpecitos en la
mejilla y entonces saludó a la visita―. Luca, querido amigo.
―¡Rose, cuánto lujo! Esto ha quedado fantástico
―exclamó el nombrado.
Luca miró a su alrededor: los candelabros de plata, los
maniquíes vestidos de gala, las mesas distribuidas con
inteligencia ya tenían las copas de cristal encima y algunas
de las bandejas con las que se servirían los bocadillos,
algunas sillas y un par de sofás blancos que ocupaban
estratégicos espacios, y el gran chaise longue antiguo que
caracterizaba a la boutique. La vidriera decorada con la más
exquisita elegancia resaltaba por la magnífica iluminación y
el nuevo logo se veía hermoso, pintado en la pared, detrás
del mostrador. La reapertura era inminente y Luca sabía,
porque la conocía, que su amiga Rose estaría nerviosa y
ansiosa en partes iguales.
―Gracias. Fue una gran inversión y no me arrepiento.
Las marcas nuevas están encantadas. Las colecciones son
increíbles y mis chicas han diseñado algunos vestidos que
van a dejar maravillados a los más exigentes clientes. Estoy
emocionada… y aterrada.
La última palabra salió expulsada con un largo suspiro y
Luca largó la carcajada abrazándola por los hombros.
―Lo presentía.
―Vamos, sácame un rato de aquí ―le pidió―. Maite,
corazón, ¿puedes venir un momento?
Maite todavía no lograba asimilar las palabras de Rose.
Sus compañeras, Emma y Silvi, la felicitaban y su amiga
Fabiola solo sonreía. Ella ya la había abrazado tan fuerte
como había podido. Al escuchar el llamado de Rose la nueva
gerente subió los pocos escalones que separaban el taller
de costura del salón de ventas.
―Aquí estoy.
―Salgo un momento, querida. Tenemos esa conversación
pendiente, no la he olvidado.
―Sí, claro. Yo tampoco, créeme ―aseguró, sonriente a la
vez que emocionada. Cómo olvidar la charla que había
quedado incompleta si tenía más dudas que certezas al
respecto.
Observó a su jefa salir del brazo de un apuesto caballero
al que solo le había visto la espalda. Sin proponérselo había
reparado en su porte elegante y en el olor del perfume que
había quedado en su lugar.
Cerró los ojos y volvió a sonreír emocionada mirando
todo a su alrededor. El cuerpo le pedía un poco de
clemencia, si no estuviese tan ansiosa podría dedicar unos
minutos a tomar una rica taza de té, sin embargo, no se
concedería ese lujo. ¿Con todo lo que quedaba por hacer?
De ninguna manera.
Luca y Rose caminaron del brazo hasta el bar de la esquina,
tomaron asiento en una de las mesas vacías y enseguida el
camarero tomó su pedido. Una vez que volvieron a estar
solos se miraron y se sonrieron.
―¿Cómo estás? ―preguntó la mujer, sin quitar la vista
de los ojos de su amigo―. Hace mucho que no hablamos,
solo te veo de pasada en alguna reunión o a deshora en la
boutique. Ya casi ni vienes.
―Rose, te pido disculpas. Estuve…
―Sin excusas. Puedo entenderte. Solo quiero saber cómo
estás.
―Cada día mejor. ―Luca sonrió sin ganas, e inspiró con
fuerza.
No le gustaba hablar de su duelo, no quería ahondar en
su dolor y reflotar todos esos feos recuerdos. Aunque, con
amigos como Rose esos detalles quedaban de lado. Ella era
la persona ideal para hablar sobre Ana, después de todo,
había sido su gran amiga.
―Ya no lloro, es más, río cada tanto. Me mudé, por fin. La
casa es más pequeña, así lo quise yo y a los chicos no les
desagrada. Ya la conocerás. A ti no tengo que contarte lo
duro que fue.
―No, no tienes que hacerlo, pero ya pasó un año… Todas
esas fechas importantes y dolorosas tuvieron su primera
vez. Ya has vivido a solas un primer cumpleaños tuyo y de
ella, un aniversario de casados, los cumpleaños de los
chicos, las navidades, las vacaciones… Todos esos
acontecimientos que te daban miedo y a la vista está que
pudiste sobrevivir a ellos. Lo peor pasó, Luca. Lo sé por
experiencia propia y también sé que eres fuerte.
―Sí, supongo que lo soy.
Luca cerró los ojos y suspiró otra vez. Sí, tal vez era
fuerte, al menos lo suficiente como para soportar el dolor de
ver agonizar al amor de su vida hasta el momento de partir,
doblegada por una enfermedad cruel que no le había dado
tregua. Todavía no podía creerlo, aunque cada vez le era
más fácil vivir el día a día. Se refugiaba en la idea de haber
vivido un gran amor, corto tal vez, aunque grande, mejor
dicho, inmenso y fuerte. Tan fuerte que hasta superaba a la
muerte misma.
Aún estaba enamorado de su mujer y no creía posible
que ese afecto muriese nunca. Rose había pasado por algo
similar con su esposo, aunque sin la agonía, él había muerto
de un accidente coronario de la mañana a la noche,
literalmente. Y la había dejado sola, sin hijos que la
sostuviesen, sin familia que la acompañase, solo una
hermana y amigos, entre ellos había estado su adorada Ana
y él mismo. Rose lo entendería como nadie, sin embargo,
hasta de ella se había alejado un tiempo para asimilar su
nueva viudez.
―¿Cómo están los chicos? ¡Hace tanto que no los veo!
―Bien, mejor que yo. Olivia con sus estudios y Piero…
enamorado hasta lo indecible ―dijo riendo, y sus ojos se
iluminaron.
Luca era un hombre apuesto de sonrisa fácil y mirada
dulce. Sus ojos eran de ese extraño color que mutaba según
el clima y, en ese día soleado, estaban de un precioso color
miel que embellecía sus masculinos rasgos. La barba
crecida no le quitaba encanto y, mucho menos, las canas
que habían comenzado a crecer desde sus treinta y pico,
mezclándose con su cabello castaño oscuro, corto y siempre
bien peinado. Cuarenta y siete años no aparentados
cargaba sobre su erguida espalda y su estilizada figura. Ni
esas arruguitas a los costados de los ojos o en el entrecejo
le robaban su buena apariencia, detalle que envidiaban más
de uno de sus coquetos amigos de la alta clase social a la
que pertenecía.
―Supongo que cuento contigo esta noche ―dijo Rose.
―No me lo perdería por nada del mundo. La gran
reapertura de Rose’s Boutique es el evento del momento.
Estás en boca de todos, ¿lo sabías?
―No exageres, Luca.
―Rose, no lo hago. En el club de golf es lo único que se
comenta. En el río también lo he escuchado este fin de
semana pasado mientras navegaba con unos amigos. Las
mujeres están ansiosas por ver todos esos vestidos que
prometiste y los maridos ya saben lo abultada que será la
cuenta que tendrán que pagar.
―Los perversos me mandan a sus amantes también,
¡¿puedes creerlo?! Nada me pone más incómoda que mentir
u ocultar. Algunas de esas esposas engañadas son mis
amigas.
―Hay personas que no saben de códigos, pero otros son
secretos a voces, supongo que esas mujeres se reconocen
engañadas y hacen oídos sordos. Tal vez no todas, no
pongamos a todos en la misma bolsa.
―Supongo que tienes razón. En fin… cada uno con su
vida hace lo que quiere y puede. Ahora debo volver con mis
chicas. Me gustó mucho verte, no me abandones.
―Lo prometo. Olivia quiere venir a comprarte algo para
una fiesta que tiene. Y si no, encuentro alguna excusa y
vengo igual ―sentenció, dibujando esa fabulosa sonrisa que
ya era su sello personal.
―Eso espero. Gracias por el café. Nos vemos esta noche.

Maite estaba peleando con uno de los maniquíes que no


quería mantenerse en la posición que ella pretendía, ya
percibía que los nervios comenzaban a florecer y el
cansancio no colaboraba en nada.
―¡Maldita muñeca! ―exclamó.
Emma se asomó desde el taller con su brazalete lleno de
alfileres enredado en la muñeca y la larga cinta métrica
colgada del cuello.
―¿Necesitas ayuda? Esas palabras no parecen dignas de
una gerente y mucho menos esa pinta.
―¿Qué tiene mi pinta? Estoy…
―Despeinada ―Emma le señaló tres hebras de cabello
que se habían zafado de su tirante cola de caballo y
acomodó el brazo del maniquí logrando la posición
necesaria para que sostuviera una pequeña cartera de
fiesta de diseño exclusivo.
―Gracias. Ya qué más da mi aspecto. Terminé y me voy a
preparar a casa. Todas deberían hacer lo mismo.
―Ya escucharon a la nueva jefa ―dijo Rose, entrando por
la puerta vidriada―. Esto está listo, más no se puede hacer.
La empresa de catering llega en pocas horas, que son las
que emplearemos para ponernos más bellas de lo que
somos. Silvi, Fabiola, vamos que cerramos.
Todas enfilaron hacia afuera con una sonrisa y la
satisfacción del trabajo realizado. Desde la acera la tienda
se veía sublime y destacaba con su distinción.

Maite llegó a su departamento sin energía, por eso dejaría


la ducha para después de dormir unas horitas. Se desnudó y
se metió en la cama con el teléfono móvil en las manos.
Tenía una llamada perdida de Kano, dos mensajes de su
madre (uno deseándole suerte en la reapertura y otro
porque había olvidado decir hola antes de suerte) y también
alguna que otra cosita en sus redes sociales; era todo lo que
había. Cerró los ojos y se durmió, supuso que al instante
porque al despertar todavía tenía el teléfono entre sus
dedos. La vibración la había despertado antes que el sonido
de la llamada.
―Hola ―dijo, sin mirar quien era y con su voz
adormilada.
―Te desperté, te pido disculpas. Imaginé que estarías
preparándote.
―Hola, Kano, no todavía. Pero ya estaba por sonar mi
alarma.
―Solo quería desearte suerte y decirte que tal vez no
pueda pasar. Tengo una cena de trabajo, pero te prometo
que lo voy a intentar, al menos unos minutos, quiero darte
un beso y un abrazo.
―No te preocupes. Entiendo.
Su exmarido, convertido en amigo, era muy atento. Más
incluso que antes. Durante sus años de casados lo había
sido también, no podía quejarse, pero el divorcio los había
cambiado a ambos. Debía reconocer, y lo hacía, que tenían
una mejor relación desde entonces. Hasta con su exsuegra
estaba mejor, ella seguía demasiado arraigada a su cultura
japonesa, cultura que nunca había querido compartir con
Maite y ahora ya poco le importaba. Lo había intentado,
había estado de verdad interesada en saber secretos y
costumbres, hasta había aprendido algunas recetas típicas,
no obstante, nada había alcanzado para la madre de su
esposo que lo único que quería de ella había sido lo que no
había logrado: un nieto.
―Con la promesa de intentarlo me alcanza. Tengo una
noticia increíble, Kano.
―Dime, suenas muy entusiasmada.
―Soy la flamante gerente de Rose’s Boutique. Sea lo que
sea que eso implique ―dijo riendo, y le contó la
conversación trunca que mantuvo con la dueña de la tienda.
El diálogo con su exesposo duró unos cuantos minutos
incluyendo varios temas. Él le había contado lo frustrado
que estaba por esa cena de último momento y alguna que
otra cosa más. Siempre se ponían al tanto de lo que ocurría
en sus vidas, su contacto era prácticamente diario.
Después de colgar el llamado Maite se tomó su tiempo
para alistarse. Le gustaban los detalles, todos, también en
su atuendo; el maquillaje debía ser perfecto, el peinado
impecable, los zapatos adecuados y el perfume suave. Tenía
una imagen que dar, en nombre de Rose’s Boutique, a toda
la selecta clientela que la visitaba.
Tenía la suerte de no adquirir peso fácilmente y, además,
disfrutaba mucho de las comidas sanas, eso la conservaba
delgada a pesar de mantenerse alejada de cualquier
gimnasio. A sus cuarenta y un años la única actividad física
que disfrutaba eran las clases de yoga de los días martes y
jueves.
Volvió a alisarse la inexistente arruga de la falda de su
vestido azul. Se sentía abrumada con él porque le parecía
demasiado sensual la forma de sirena que le daba a su
cuerpo. Las buenas confecciones se notaban y ese vestido
era de buena confección. Una de las diseñadoras de las
nuevas marcas que la boutique representaba se lo había
regalado para vestir en esa ocasión. Giró para verse de
espaldas.
―¡Dios santo! No me reconozco ―dijo en voz alta, al ver
su trasero y su cintura. Guió su mirada a la barriguita que
tanto procuraba disimular. Estaba bastante apretada, no
necesitaba mantener forzada su postura esta vez.
No era acomplejada, solo presumida, y un poco nada
más, lo suficiente. Tal vez algo perfeccionista, sí, y por eso
se consideraba buena en su trabajo.
Calzó sus zapatos de tacón y peinó su melena lisa y corta
hasta los hombros, había decidido cortarlo un poco en los
laterales para darle marco a su rostro, algo así como un
flequillo largo, y no se había arrepentido: su peluquero daba
buenos consejos. Quitó un pelito de su ceja con la pincita de
depilar y la peinó con su dedo índice. Perfectas, así le
gustaban y así las mantenía. La única forma que había
encontrado de resaltar sus simplones ojos marrones había
sido mantener una buena forma en sus cejas, más bien
delgadas, como sus labios, pero a estos los delineaba un
poco por fuera de sus bordes para que se vieran más
rellenos y no contrastasen con su nariz algo más grande de
lo que le gustaría.
No comulgaba con las cirugías estéticas, porque de ser
así, su nariz hubiese sido un objetivo para el bisturí y tal vez
sus pechos. Un poquito más de volumen en ellos no estaría
mal, así conjuntarían mejor con su cadera que no era
angosta precisamente.
―Lista ―dijo en voz alta, y sonrió. No estaba loca, pero
le gustaba hablar con ella misma. Esas eran las cosas que
traía el vivir sola.

Luca arregló el nudo de su corbata por quinta vez, ya había


olvidado lo que era salir con las mujeres. Hacía media hora
que él estaba listo, sin embargo, ellas no.
―Olivia, por favor. ¿Se pueden apurar? ―gritó por el
hueco de la escalera para que lo escucharan.
―Ya estamos. Eres impaciente.
―No lo soy. Son ustedes las… ¡Guau, que lindas! ―dijo,
al ver a su hija Olivia y a Andrea, su nuera―. Debo
reconocer que valió la pena la espera.
―Gracias ―susurró Andrea. Todavía la intimidaba su
suegro. Era un hombre imponente y no solo físicamente,
todo él emanaba respeto, distinción y autoridad. Al menos
para ella que hacía demasiados años que no tenía una
figura paterna que admirar. Su padre había desaparecido
hacía años.
―Vámonos ya que Rose me reprochará si llego
demasiado tarde.

Las luces de la tienda eran tenues, sugestivas; la música


agradable y el champagne delicioso. Las personas parecían
hermosas en ese ambiente tan moderno y refinado. Todas
sonreían y se saludaban. Muchas mujeres se exhibían, les
gustaba hacerlo. Maite había descubierto ciertos secretos
de las damas que concurrían a la boutique, al menos, las
asiduas; sabía cuánto gustaban de los halagos hacia ellas y
Maite no escatimaba ninguno.
Los clientes la adoraban porque sabía mantener su lugar;
esas señoras le dejaban claras las cosas con pocas palabras
y algunas miradas, ella entendía a la perfección las
sutilezas. «Eres una empleada, querida», decían sus
silencios. No era una amiga, nadie esperaba consejos de
ella, aun así, muchas le contaban sus problemas y se
quejaban de sus respectivos hijos y maridos, también de sus
amistades, mientras Maite escuchaba, sonreía o se
lamentaba, según la ocasión y siempre sin palabras.
―Maite, querida, esto es fantástico. Un vestido más bello
que otro.
―Gracias, Señora Susana. Tengo reservadas algunas
cositas para mostrarle, tal vez el martes pueda darse una
vueltita y se prueba, ¿qué le parece?
―Me parece perfecto. ―Fabiola, la modista que arreglaba
la mayoría de las prendas de esa señora, sonrió y la saludó
con un suave movimiento de su cabeza.
―Claro, véndele que yo arreglo ―se quejó en broma una
vez que la vio alejarse.
―Yo no tengo la culpa de que le guste ajustarse tanto la
ropa.
Con conversaciones como esa y entre clientes, pasó la
primera hora.
Cada vez que podía Maite se alejaba de los casi
desconocidos, como ella decía que eran sus clientes, y se
agrupaba con sus compañeras. Le resultaba demasiado
esfuerzo mantener las apariencias ante todas esas personas
juntas. Podía lograrlo sin problema durante las horas de
trabajo y cuando estaba con una o dos, no con muchas.
Había aprendido a sonreír falsamente, a no incomodarse
por comentarios descalificadores o a veces discriminatorios,
a no sorprenderse por el cotilleo o las críticas con mala
intención, a silenciar sus pensamientos, a ignorar
proposiciones indecorosas de supuestos caballeros… A
tantas cosas había aprendido atendiendo a todas esas
personas en Rose’s Boutique, que hasta se sentía más allá
del bien y del mal.
―Bueno, bueno... nuestra querida Rose tiene un
pretendiente ―dijo Fabiola, al ver como su jefa era abrazada
con efusividad por un caballero.
―No parece un pretendiente, más bien parece uno de los
tantos viejos que aprovechan su dinero para comprar la
compañía de jovencitas ―agregó Emma, al ver como el
susodicho presentaba a Andrea que, con sus veinticinco
años, era dueña de una belleza juvenil que no pasaba
desapercibida al lado de un casi cincuentón adinerado como
Luca.
Mucho menos se le escaparía el detalle a una mujer
envidiosa y poco agraciada que superaba los treinta y pico,
como Emma. Por más que se esforzara horas en el gimnasio
nunca lograba bajar esos pocos kilos de más que anidaban
en sus caderas y piernas y el maquillaje no podía cubrir su
cara avinagrada ni suavizar sus rasgos agresivos. Tan
agresivos como su trato a los demás.
―No prejuzgues, Emma ―dijo Silvi, reconociendo al
esposo de una de sus clientas preferidas―. Es Luca Di
Pietro. He atendido a Ana, su esposa, muchas veces,
aunque hace muchísimo que no la veo por aquí. La
chiquilina de cabello rubio es su hija, Olivia.
Maite observó la escena, podría ser que ese hombre
fuese la pareja de la otra jovencita, después de todo era el
tipo de hombre que gustaba a las mujeres: elegante,
simpático, cariñoso… Podía ver como acariciaba a su hija y
a esa otra señorita, incluso a Rose. Si estaba ahí como
invitado era un hombre de dinero, dedujo. No cualquiera
podía pagar los altos precios de las prendas que se vendían
en Rose’s Boutique. Quiso recordar el nombre que su amiga
había dicho, solo por curiosidad, no obstante, no había
podido retenerlo en su memoria.
Volvió su mirada hacia otra de las mujeres que la llamaba
y casi se persigna al ver que no estaba sola, sino
acompañada por una de las arañas ponzoñosas, como ella
denominaba al grupo de las más criticonas de sus
compradoras. Necesitaba acabar con esa tortura y todavía
quedaban algunas horas por delante.

―Olivia, ¡estás preciosa! Debes haber crecido medio metro


desde la última vez que te vi.
―No es para tanto, Rose ―respondió la jovencita,
mientras se dejaba besar la mejilla―. No perdonaré a Piero
que no haya venido, al menos puedo conocerte a ti. Andrea,
esta es tu casa, puedes venir cuando gustes.
―Gracias, señora. Piero quiso venir, pero tuvo una
llamada de último momento y...
Luca ya no escuchaba la conversación, se había distraído
hacía ya varios minutos. Exactamente cuando la mujer de
vestido azul había girado sobre sus talones y le había
regalado la hermosa imagen de su curvilíneo cuerpo. Hacía
bastante que su mirada no quedaba prendada de una mujer.
Reconocía la belleza femenina y la admiraba, claro que sí,
no era un santo, sin embargo, no se quedaba embobado
mirando por largos minutos el contoneo de unas caderas
como lo estaba haciendo. Eso no le pasaba seguido y mucho
menos si estaba acompañado de su hija, su nuera y la mejor
amiga de su esposa fallecida.
Cerró los ojos y exhaló el aire retenido. Ahuyentó los
recuerdos e intentó volver a la conversación; era una tarea
imposible, no podía concentrarse. Su mente se debatía
entre retener la imagen de Ana o dejarse tentar por la de
esa mujer desconocida. Luca había aprendido a no luchar
demasiado con esos pensamientos y a dejarlos fluir. Era
sensato, sabía que debía dejar ir, de una vez por todas, la
sensación de sentirse todavía casado; no era sano
mantenerse atado a ese matrimonio que ya no existía. De
verdad lo intentaba con todas sus fuerzas, a veces, sin
lograrlo.
Caminó en solitario por el salón simulando ver algo de la
ropa colgada en los percheros. Necesitaba esos minutos
lejos del mundo. La enfermedad de su mujer y la posterior
soledad le habían enseñado mucho de sí mismo, a tal punto
que ya se consideraba experto dominando sus sensaciones,
pensamientos, sentimientos y todo lo que pudiera exponerlo
o sensibilizarlo.

―Kano, ¡pudiste venir! ―dijo Maite, colgándose a los


hombros del sonriente hombre que se acercaba a ella.
Luca la observó más de cerca, no podía verle el rostro,
pero no le importaba, el curvilíneo cuerpo ya había llamado
demasiado su atención. Un cosquilleo incómodo sintió en
sus manos al ver como el hombre rodeaba la cintura de esa
mujer y la pegaba a su cuerpo con confianza.
Suspiró frustrado. Las mujeres comprometidas no le
interesaban, no era como algunos de sus conocidos que no
reparaban en ese detalle y solo se abalanzaban a por la
presa por haberla visto agradable, bella o fácil. Así
pensaban algunos de sus compañeros de golf o conocidos
del club social sobre las mujeres, por supuesto que no sobre
sus madres, hermanas, esposas o hijas… Vaya necedad. Él
no era así, a él le gustaba la fidelidad, la intimidad y la
confianza que daba una pareja que se disfrutaba, que se
quería, que se acompañaba y mantenía el mutuo deseo. Si
eso no existía no quería mantener una relación. Había
amado, por eso creía en el amor y sabía que todo lo que le
gustaba era posible.
Maite rio sonoramente robando su mirada otra vez. Luca
negó con la cabeza, por todas esas razones antes pensadas
intentó alejarse de la pareja que tenía tan cerca, desviar sus
ojos y olvidar que una mujer lo había despertado de esa
forma.
No pudo.

―Vamos a saludar a Rose que hace mucho que no te ve


―dijo Maite, tomando de la mano a su exmarido.
―Mai esto ha quedado precioso. Felicitaciones ―dijo
Kano, dejándose llevar mientras miraba la nueva
decoración.
Maite se giró al escuchar las palabras de Kano, solo para
sonreírle en agradecimiento, y entonces vio a Luca casi
escondido entre los vestidos. Sus miradas se cruzaron el
tiempo suficiente como para incomodarla. Sin motivo
alguno su corazón se aceleró y ella lo atribuyó al
conocimiento de que ese hombre era casado, según había
dicho su amiga, o estaba en pareja con esa jovencita que
andaba por ahí, como había pensado Emma, o ambas cosas,
todo podía ser. Le molestaban los hombres atrevidos que
lejos de su mujer, o mujeres, coqueteaba con otra. Si es que
eso era un coqueteo, poco sabía ella al respecto.
―Kano, querido, ¡qué placer volver a verte! ―exclamó
Rose.
Maite volvió a mirar a Luca, esta vez de reojo, y solo
porque sus ojos le habían desobedecido un momento. Ahí
estaba parado y sonriente, con una copa en la mano,
abrazando a su hija y conversando animadamente con
quien sería su pareja. Otra vez sus miradas se
encontraron... Esta vez ella no se intimidó, se la mantuvo lo
suficiente para demostrarle cuan desubicado era y entonces
él levantó su copa y la saludó. Maite no podía creerlo.
Luca, tampoco. Estaba extrañado con su
comportamiento, pero más lo estaba con esa mujer. Tenía
que averiguar quién era y, sobre todo, si ese hombre era su
esposo, novio o cualquier cosa que lo pudiera alejar de esa
tentación, nueva y rara, por cierto.
―Chicas si les parece bien ya nos podemos ir. Piero debe
estar en casa esperándonos ―dijo Luca.
Ante el consentimiento de Olivia y Andrea se dirigió al
pequeño grupo que formaban Rose, la mujer que lo tenía
algo confuso, el japonés que no paraba de parlotear y un
matrimonio que conocía de algún lado, aunque no tenía
intención de ponerse a pensar de dónde.
―Perdón por la interrupción ―señaló mirándolos a todos,
pero reparando en Maite quien intentaba mantener las
manos quietas. Hacía mucho, mucho tiempo que no le
temblaban tanto.
―No te disculpes ―dijo la anfitriona, forzando la sonrisa.
Bien sabía él que a esa mujer no le gustaba sonreír por
compromiso.
―Nos vamos, Rose. Solo pasamos a despedirnos.
Maite tomó a Kano del brazo y se disculpó alejándose
con él. Luca suspiró ante el intento frustrado de una
presentación oficial.
¡Qué pocas posibilidades tenía! Estaba desentrenado. En
su juventud no se le hubiera escapado, no hubiera tenido
que ver la espalda de la chica que le interesaba huyendo así
de él.
Saludó como era lo debido y se fue sin saber más de lo
que sabía de esa desconocida mujer.
iez días más tarde la vida de Maite había sufrido un

D gran cambio. Rose le había explicado lo que pretendía


de ella en su nuevo puesto: era demasiado. No se
creía capaz de lograrlo, al menos, no con la perfección
con la que ella procuraba hacerlo.
―Dime otra vez en qué estabas pensando cuando
decidiste que sería la gerente de todo esto, Rose ―había
dicho, moviendo papeles y carpetas que tapaban por
completo el escritorio de la oficina que alguna vez fuese de
la propietaria, y ahora le pertenecía, por decirlo de alguna
manera.
Le gustaba tanto la idea como le aterraba. Nunca se
había imaginado tras un escritorio, sumando y restando
cifras que significaban dinero, comprando o discutiendo
costos con proveedores, jamás pensó en entregarles el
salario a sus compañeras de trabajo ni elegir las colecciones
que se presentarían para las próximas temporadas y eso,
solo en principio… Todavía tenía mucho, muchísimo por
aprender.
Lo bueno era que Rose, a pesar de ser una persona de
poca paciencia, le explicaba todo y, si lo requería, más de
una vez.
El mayor problema de Maite era sentir que se inmiscuía
en temas demasiado ajenos como el dinero que entraba y
salía, por ejemplo, y algunos gastos que eran muy
personales. No le importaba hacer el balance diario, estaba
acostumbrada a eso o, al menos, algo familiarizada, pero el
balance mensual era otra cosa, ahí había más información
de la que pretendía conocer y no quería pensar en el arqueo
anual… Por suerte de eso todavía poco sabía, solo había
echado una mirada rápida al del año anterior, además, con
eso la ayudarían los contables que Rose contrataba.
―Pensé en tu capacidad y en mis ganas de dejar de
trabajar en algunos años ―respondió su jefa sin sonrisa
alguna―. Esto es lo que quiero que veas. Nunca podemos
olvidarnos de esta cuota, el día diez de cada mes debe estar
depositado este dinero.
Maite escribió en su computadora cada detalle
conversado con Rose. No podía permitirse ningún error.
Sonrió con satisfacción al ver que ese dinero tenía como
destino la fundación para madres y niños de bajos recursos
con la que ella misma colaboraba y, desde hacía algunos
años, Rose donaba dinero porque tiempo no tenía y
capacidad de lidiar con los pequeños tampoco. Capacidad
que Maite tenía de sobra.
La campanilla de la puerta sonó con su armonioso
tintineo, señal de que un cliente entraba. Maite suspiró algo
frustrada todavía. Ya entendería y se acostumbraría a sus
nuevas tareas… con tiempo y paciencia, pensó.
Habían empleado a una nueva muchacha para la
atención al público, ya eran dos las vendedoras; tres las
costureras o modistas, como le gustaba decir a ella
(recordando a su madre y abuela que habían sido las
modistas del barrio); una gerente (ella) y la dueña, Rose.
Era mucho con lo que batallar, su cabeza a veces quería
dejar de pensar y, por momentos, se encontraba distraída y
como alejada de su propio cuerpo. Eso antes no le pasaba y
estaba un poco asustada porque sentía que, con frecuencia,
estaba perdiendo su concentración o ese eje en el que le
gustaba mantenerse.
La nueva vendedora, Mary, se asomó a la oficina para
decirle a Rose que el cliente recién llegado preguntaba por
ella. A través de las cortinas algo traslúcidas Maite pudo ver
a un hombre y a una mujer.
―¿Quieres que vaya yo? ―le preguntó a su empleadora,
al ver que se fastidiaba por la interrupción. A Rose no le
gustaba que la molestaran cuando estaba ocupada.
―No, no, deja que voy yo. ¿A ver qué tanto me
necesitan? Gracias, querida ―le dijo a la vendedora,
tocando su hombro de pasada.
Rose no era una persona precisamente fácil de tratar, era
más bien huraña, poco expresiva y menos demostrativa,
selectiva en sus relaciones y no muy simpática; pero con un
corazón enorme y una experiencia que pocos tenían en el
rubro, además de los contactos y la clientela que, vaya a
saber por qué motivos, la adoraban. Por norma no
recordaba los nombres, al menos, no los que poco le
interesaban y por eso la palabra querida o querido no
desaparecía de sus labios.
Maite quedó enredada en sus papeles, liberó a Rose y
Mary le dedicó una sonrisa rápida cuando cerraba la puerta
de la oficina dejándola a solas.

Luca saludó a su amiga con más efusividad de lo que Rose


esperaba, aunque ya debería estar acostumbrada a los
abrazos de ese hombre. Lo quería mucho, era un buen
amigo y lo conocía desde hacía años, aun así, no podía
aceptar todavía la tendencia hacia el contacto físico con la
gente de la que él tanto abusaba. Siempre abrazaba,
besaba, acariciaba, toqueteaba, y ella odiaba todos los
“abas” que incluían el roce con otras personas. Sin
embargo, parecía que esos “abas” eran disfrutados en
demasía por Luca Di Pietro.
―¿Debo asustarme o preocuparme? Me visitas dos veces
en ¿cuánto…? ¿Diez días?
―No exageres. Te encanta verme ―dijo divertido Luca,
en respuesta a la mofa de Rose.
―Papá me acompañó a comprarme un vestido, Rose. Lo
quiero largo, de seda, sin mangas, de algún color clarito y
sexi ―le contó Olivia, con una sonrisa radiante en su rostro.
―Bien, dejamos hasta color clarito. El resto lo obviamos
―murmuró el padre, mientras le acariciaba el cabello.
Los tres rieron por la broma. Lo cierto era que la dulce
Olivia estaba rompiendo el cascarón de la tristeza, por fin.
La enfermedad y posterior muerte de su madre había
dejado una profunda depresión en ella y apenas había
disfrutado de su juventud. Solo tenía dieciséis años recién
cumplido y poco los había gozado realmente. Luca hacía lo
posible por ayudarla y sabía que ella tenía amigas que
valían su peso en oro. Piero también era invaluable con su
colaboración. La diferencia de edad lo convertía en un
hermano mayor demasiado protector, pero muy presente. Él
estaba por cumplir los veintiséis.
Cuando las mujeres se dispusieron a buscar entre todos
los percheros, Luca tomó asiento en el inmaculado chaise
longue. Recordaba haberlo hecho alguna vez cuando había
acompañado a su mujer y también recordaba cómo le
gustaba verla desfilando para él esos hermosos vestidos de
fiesta o las elegantes prendas que ella sabía lucir tan bien.
Cerró los ojos para lidiar con el dolor, una vez más.
El nudo en la garganta, de forma mágica, se disolvió al
recordar el motivo por el que había acompañado a su hija:
Necesitaba saber quién era esa mujer que no había podido
olvidar, pero ¿cómo?
Maite no podía quitar los ojos de Luca. Al menos detrás de
la cortina estaba protegida, él no la podía ver, sin embargo,
ella podía observarlo a gusto. Era el mismo hombre que la
había mirado de esa incómoda forma, sí, lo había
reconocido. Ni siquiera podía explicarse el motivo de la
incomodidad que había sentido. Al verlos sonreír en ese
instante se estremeció lo suficiente como para olvidar la
extraña impresión y el cosquilleo de aquella noche, ante el
escrutinio de él sobre su persona.
No era el primer hombre que la observaba o le sonreía,
tampoco era el primer hombre que se sentaba en ese
mismo sillón esperando a alguna mujer. Todos eran más o
menos atractivos o refinados y algunos más interesantes
que otros, sin embargo, ella no les prestaba demasiada
atención. En cambio, este señor en particular, era
distinguido, más que cualquiera ante los objetivos ojos de
Maite y, por ese motivo, la tenía embelesada.
Mientras lo miraba se le ocurrió que con esos hombros
cuadrados y rectos podía lucir, con la misma gracia, desde
un esmoquin hasta una camiseta desgastada. Pudo notar
que tenía piernas largas, cintura estrecha y pies grandes.
Así deberían lucir todos los hombres, aseguró en silencio y
se guardó una sonrisa. Lo imaginó con diez años menos y
un escalofrío recorrió su espalda ante la imagen de la
perfección. El hombre era todo lo que alguna vez había
soñado.

Luca se puso de pie y al ver a su hija tan bonita tuvo que


abrazarla; no pudo contenerse, estaba preciosa y tan
mayor… Había perdido la noción del tiempo mientras los
días pasaban y él seguía encerrado en ese cuarto con olor a
desinfectante y remedios, con ruido de aparatos y… Sacudió
la cabeza alejando recuerdos.
No era el momento, todo había pasado y la realidad ya
era otra. Su hija era una adolescente que había crecido
mientras él no se daba cuenta por estar despidiendo al
amor de su vida. No se arrepentía, no obstante, le hubiese
gustado haber recordado que otras cosas importantes
también pasaban a su alrededor.
―Estás preciosa, Olivia. Y sexi ―dijo, girando los ojos.
La enorme sonrisa de su hija bien valía ese gasto y todos
los necesarios. Miles de vestidos le compraría si de eso
dependía la sonrisa de su niña, porque lo que realmente la
haría feliz no podía dárselo. Su madre ya no volvería, él no
podía hacerla regresar.
―Puedes llevarte los dos y elegir en casa. Tal vez, Piero,
tenga algo que opinar.
―No dejaré que Piero opine. No lo aceptaría. Le gusta ver
medio desnuda a su novia con esas falditas cortitas, pero a
su hermana bien tapadita.
―Bueno, creo que es lo lógico ―aseguró Rose, sonriente.
Esa jovencita era de las pocas personas que le robaban
sonrisas sinceras.
―Papi, me llevo los dos y elijo tranquila en casa.
―O no elijas, quédate con ambos, son lindos y hoy estoy
regalón. Aprovéchate ―le dijo, guiñándole un ojo.
―Han tenido el honor de ser atendidos por mí, no
obstante, de ahora en adelante lo hará Maite, mi nueva
gerente. Me voy despidiendo del negocio.
―¿Eso te tiene contenta o triste? ―le preguntó su amigo,
con sincera preocupación.
―Entusiasmada. Me voy a hacer ese viaje que tanto
planeé con mi hermana. Europa me espera y estoy segura
que no me va a querer devolver por dos meses, tal vez más,
quién sabe, con tanto amigo y pariente que visitar.
―Eso está muy bien. Es bueno empezar a recoger los
frutos de tanto trabajo, Rose. Te felicito. Déjame conocer a
esa nueva gerente entonces ―le pidió abrazando los
hombros de su amiga. Poco le importaba que a ella no le
gustasen sus abrazos.
Rose entró en el despacho de Maite y la encontró
concentrada en una llamada telefónica, intentando hablar
en un mal pronunciado italiano. Imaginaba con cuál de los
diseñadores estaba hablando y también imaginaba el
tiempo que tardaría.
―Creo que no va a poder ser hoy. La tengo demasiado
ocupada a la pobre, pero te va a gustar más que yo, al
menos es simpática.
Olivia no se había despegado de su padre y no le había
dado la oportunidad de indagar en la lista de invitados del
ágape de la otra noche, por lo que Luca se retiró sin saber lo
que quería, o más bien, a esa altura necesitaba. Por su bien
debía averiguarlo, ya eran bastantes las noches de insomnio
tratando de adivinar si la había visto antes en algún otro
lado, tal vez en el club de golf, en un restaurante, en alguna
fiesta…
―Maldita sea mi cobardía. Debería haberme acercado
esa noche importándome un rábano ese tipejo ―gruñó por
lo bajo, mientras entraba a su coche.

Rose le había contado que su amigo quería conocerla y


Maite se había puesto colorada de solo imaginarlo
tendiéndole la mano. Con todo lo que lo había mirado se
sentía culpable y hasta vergüenza le daba su propia
desfachatez, pero no había podido evitarlo. Lo bueno había
sido no tenerlo frente a frente y esa idea le quitó un suspiro
de alivio.
La boutique estuvo bastante concurrida todo ese día; eso
pasaba cuando alguna fiesta importante sucedía en la
ciudad. Si bien era una ciudad enorme muchos de sus
clientes pertenecían al mismo grupo de amigos o conocidos
o iban al mismo club social, entonces todos concurrían al
mismo tipo de reuniones y banquetes.
La alta sociedad gustaba del buen trato personalizado y,
de preferencia, glamoroso. En Rose’s Boutique encontraban
eso y mucho más como, por ejemplo, las mejores marcas
internacionales, buenos consejos y, fundamentalmente,
discreción. Todo estaba en un solo lugar y, por tal motivo,
era la elegida para comprar los vestidos de esas elegantes
mujeres.
―Maite, debemos anotar lo que vendemos para la fiesta
de cumpleaños de quince de los Fernández Lorenz, y a
quién. Que no se repitan modelos o colores porque nos
linchan en la plaza del centro si eso sucede ―dijo en tono
gracioso, aunque sin ninguna sonrisa.
―Aquí dejo la lista, yo ya la había comenzado. Ahora
mismo le explico a las demás vendedoras.
―Bien, lo dejo en tus manos. Me voy a casa. El Señor Di
Pietro olvidó su tarjeta de crédito, toma, ponla en un sobre.
Llámalo y pregúntale si quiere que se la enviemos o viene
por ella. En la agenda está su número de móvil.
―Claro, ahora mismo lo llamo. Ve a descansar.
Maite tomó el teléfono, se sentó y se recostó en el
respaldo del sillón de ejecutivo de su oficina, se quitó los
zapatos y apoyó los pies en el escritorio. Soló una carcajada,
era como una imagen de película… ella en esa postura y en
su propia oficina, si hasta le había resultado cómodo y como
nadie la veía... ¡Qué más daba!
―Buenas tardes, Señor Di Pietro, lo llamo de Rose’s
Boutique. Mi nombre es Maite y quería avisarle que su
tarjeta de crédito quedó hoy en la tienda ―había dicho todo
de corrido, después de escuchar el grave «hola» del otro
lado del tubo telefónico.
―Muchas gracias por avisarme ni cuenta me había dado.
¿Puedo ir a retirarla ahora mismo? Me queda de paso.
―Maite cerró los ojos y se mordió el labio inferior para no
decirle que no. Quería irse a su casa, pero tenía el sí fácil.
―Claro, lo espero.
No había reconocido la voz y ya ni recordaba cuántos
hombres habían pasado en el día por la boutique. Esperaba
que no fuese ese jovencito indeciso que no había comprado
nada de lo que había revuelto, porque le tenía reservadas
unas cuantas palabras. Si ella lo hubiese atendido no le
hubiese mostrado ni la mitad de las prendas, ¡si a simple
vista se notaba que no compraría nada!
Decidió matar el tiempo acomodando algunas blusas que
habían quedado fuera de lugar y entonces escuchó el suave
golpecito de unos nudillos sobre el cristal de la puerta
cerrada. Caminó hacia ella sin mirar, casi de memoria,
intentando que las prendas que llevaba en la mano no
cayeran al suelo y al llegar levantó la mirada para
encontrarse con el apuesto caballero que tanto había
observado desde su oficina.
―Demonios ―murmuró, y los nervios se presentaron
atontándola de tal manera que no pudo girar la llave.
Apenas si se animaba a mirarlo a los ojos y, lo peor de todo
era, que no quería hacer otra cosa.
Luca disimuló no solo la sonrisa de alegría, sino también
la sorpresa. Era ella. Por fin. Entonces, empezó a hacer
conjeturas, tiempo tenía porque la hermosa dama no podía
con la cerradura y poco le importaba si a esos minutos los
podía emplear observándola y atando cabos. Podía adivinar
con facilidad que era la tal Maite que lo había llamado, al
menos eso deducía. La boutique estaba cerrada y no había
nadie más adentro, eso parecía dada la penumbra, no podía
equivocarse en su conclusión.
La llave cedió, la puerta se abrió y Luca la saludó con un
susurro que a ella le calentó la sangre.
―¿Señor Di Pietro?
―Sí, soy Luca Di Pietro ―dijo, extendiendo su mano.
Pudo ver la pequeña y elegante mano, con dedos largos
y uñas perfectamente pintadas, acercándose a la suya. Al
sentirla entre sus dedos quiso apretarla y acariciarla con el
pulgar para disfrutar la suavidad de su piel. Tal vez se tomó
demasiado tiempo en el saludo porque ella se la retiró casi
con brusquedad y eso le hizo sonreír.
Nunca había sido atrevido con las mujeres. Claro que
poco recordaba cómo se coqueteaba o se cortejaba. Ni
siquiera sabía cómo se llamaba, en la actualidad, a la acción
de seducir a una mujer con la intención de conocerla. Y,
definitivamente, no utilizaría las palabras que sus hijos
pronunciaban.
Maite caminó delante de Luca sin mirarlo, ya lo había
hecho lo suficiente o quizá no, aun así, no lo volvería a
hacer. No después de haber recibido todo ese calor que
había nacido en su palma y había avanzado hasta su
hombro al darle la mano. Tal vez el ardor había abarcado
más, aunque se negaba a pensar hasta dónde había llegado
esa sensación de calidez.
Intentando no analizar su agitada respiración tampoco se
dispuso a buscar el sobre que debía entregarle y rogaba
que, una vez lo hubiese recibido, se fuera de inmediato.
Incluso decidió que sería una buena idea no mirar más allá
de sus propios dedos como para evitar distracciones.
Aparentemente seguía un poco mareada por la presencia
de ese hombre porque había buscado en el mostrador y los
cajones durante unos cuantos minutos, que se le hicieron
eternos, aunque sin suerte de encontrar la bendita tarjeta.
―Maldición ―volvió a decir. No se había dado cuenta que
lo había dicho en voz alta hasta que Luca rio―. Perdón, es
que no la encuentro.
―No tengo prisa. Estoy entretenido.
Luca no mentía. Estaba disfrutando del momento de
observarla. Había pasado días intentando recordarla y se le
habían escapado algunos detalles. Era más hermosa y
sensual de lo esperado. Con aquella primera impresión le
había parecido vulnerable, tímida tal vez, pero no opinaba lo
mismo ahora. Más bien podía notar que todo en ella era
seguridad y fortaleza, desde su postura hasta su forma de
vestir hablaban de una mujer que sabía lo que quería.
―Para usted puede ser entretenido, sin embargo, para
mí no lo es ―le aseguró ella, caminando hasta su escritorio
sin darse cuenta de que él la seguía de cerca―. Aquí estás,
traviesa ―dijo en un suspiro, al encontrar lo que buscaba.
Todo sucedió en segundos: Ella se giró con rapidez
levantando el sobre que contenía la tarjeta para mostrársela
suponiendo que él estaba lejos. Luca no pudo hacer todo lo
que hubiese necesitado hacer, o evitaba el choque, o la
caída de ella, o el golpe en su ojo.
Solo pudo evitar la caída de la mujer reteniéndola entre
sus brazos junto a su pecho y cerrar el ojo después de ser
golpeado, con fuerza, con la punta del papel.
Maite estaba demasiado cómoda en ese huequito
calentito que los brazos de ese desconocido le brindaban.
Hacía demasiado tiempo que no le daban un abrazo de esos
que abrigaban. Inspiró todo el olor a hombre limpio que
emanaba de ese pecho masculino y se retiró disculpándose
apenas pudiendo controlar sus suspiros. En los saltos
ansiosos de su corazón al latir, no repararía. Al levantar la
vista lo vio a Luca con una mano en su ojo derecho.
―Dios mío, ¿lo golpeé? ―preguntó, y sin más intención
que no fuese la de ayudar, le acarició el ojo y se acercó más
para mirar bien si no lo había lastimado.
Luca no había estado más incómodo en su vida. ¿Esa
mujer no se daba cuenta cuánto de su cuerpo estaba en
contacto con el de él? Él sí, era demasiado consciente.
―Estoy bien. No te preocupes ―dijo él, alejándose como
si ella lo quemase. Las consecuencias podían ser notorias y
no pretendía asustarla o pasar vergüenza.
Maite lo miró sin entender su reacción, estaba demasiado
confundida.
Esa mirada de perrita asustada calentó aún más la
sangre de Luca y supo que si no se marchaba en ese
instante se lanzaría a esa boca en un abrir y cerrar de ojos
mientras la abrazaba por la cintura.
―Muchas gracias, Maite.
―De nada ―respondió ella, titubeando mientras lo veía
partir y se tocaba el pecho intentando frenar su revoltoso
corazón.
uca despertó sobresaltado. No le gustaba sentirse así y

L tampoco sabría definir cómo se sentía.


―Maite ―susurró, solo para escucharse decir el
nombre de la mujer que lo estaba volviendo loco.
Tapó sus ojos con el antebrazo y se quedó tendido en la
cama. Hacía demasiado tiempo que no soñaba con una
mujer, que su cuerpo no amanecía en ese estado de
urgencia y necesidad, que no despertaba buscando excusas
para volver a ver a alguien. Hacía demasiado tiempo que no
tenía una ilusión, que no respiraba profundo intentando
recordar un perfume, que no fantaseaba con besar y
acariciar.
¿Qué tan justo era hacerlo?
Se puso de pie sin pensarlo. Se colocó los jeans que
encontró sobre una silla y tomó su saxo.
Nunca más había tocado.
Nada le gustaba más que relajarse tocando el saxo, sin
embargo, el dolor había arrasado con tantas cosas… Hasta
con ese pequeño placer.
Apoyó los labios en la boquilla y comenzó a tocar una de
las tantas melodías que conocía de memoria. Cerró los ojos
y Ana vino a su mente, pálida, ojerosa y casi consumida,
aun así, hermosa. Lo miraba con esos ojos celestes que
combinaban con aquel pañuelo de seda que ocultaba su
calva… Ya nada quedaba entonces de su larga cabellera de
color castaño claro. Era tan presumida, eso le gustaba de
ella.
―Creo que voy a pedirte una nueva promesa ―había
dicho, entre ahogos y demasiado cansada ya.
―¿Una más? Ya tengo una lista y temo olvidar algo. Pero,
a ver, enumeremos: prometo nunca dejar de sonreír,
prometo no dejar que nuestro hijo se vuelva un adicto al
trabajo. ―Luca recordaba vívidamente como ese día le
acariciaba la mejilla mientras ella sonreía apoyada en su
pecho, ya no se levantaba de la cama―. Prometo no olvidar
mis chequeos médicos anuales, prometo que Olivia…
―Ya entendí, las recuerdas todas.
―Todas y cada una.
―Bien, ahora vas a tener que agregar esta. ―Sus ojitos
lo habían mirado fijo y habían buscado su alma―. Eres un
maravilloso esposo y un buen amante.
―¿Qué insinúa, señora? ―había preguntado con picardía
y besándola suavemente.
Ya entonces no podía profundizar sus besos porque ella
se ahogaba. Sus hombros huesudos entraban en uno solo
de sus brazos y podía pegarla a su lado para tenerla bien
cerca. Era uno de los pocos contactos que ella aceptaba que
él hiciera, porque decía que sus abrazos no dolían. Sin
embargo, Luca no le creía, aunque la abrazaba igual a pesar
de saberla sufriendo; eran sus últimos abrazos y no se los
quería guardar.
―No me cambies de tema, Casanova. Quiero que me
prometas que, si una mujer te hace desviar la mirada para
observarla por segunda vez, si te roba una sonrisa solo por
descubrirte echándole un vistazo o si te provoca conocerla…
Prométeme que lo vas a intentar.
―Amor… yo no.
―Luca.
―Ana, no quiero prometerte lo que no sé si voy a poder
cumplir.
―No lo hagas. No te pido que me prometas que te vas a
volver a enamorar. Solo que, si se te presenta la
oportunidad, al menos, lo vas a intentar, pero tiene que ser
una mujer hermosa.
―Ah, ¿sí? ―la risa le había producido otro ahogo que
había ocultado las lágrimas.
―Por supuesto, y mayor de treinta años.
―Mi amor, tengo cuarenta y seis años ―le había dicho,
elevando una ceja y sonriendo.
―Lo sé y no parece. Eres apuesto y refinado, llamas la
atención de las jovencitas también.
―Haberlo sabido antes. ―Ella le había dado un golpe
juguetón sin fuerza, en el pecho, y había reído.
―Bien. Quiero mi promesa. ―Había levantado la vista y
descubierto las lágrimas que su marido quería ocultarle―.
Sin lágrimas.
―Jamás prometí no llorarte. Y no lo haré.
―No te lo pediría. Pero todavía estoy contigo.
―Todavía me haces feliz.
―Y tú a mí. Alguien más te merece, mi amor. Fui
demasiado feliz contigo. Alguien más merece una felicidad
así y tú mereces más de la vida. Otra oportunidad.
―Lo prometo, prometo intentarlo si se dan las
condiciones.
―Gracias ―había dicho ella secando las lágrimas de su
mejilla.
Luca notó sus nuevas lágrimas, pero no hizo nada. La
música era su catarsis, su dejar ir. Necesitaba soltar todos
esos recuerdos malos y quedarse con los buenos. Una
nueva canción llegó a su memoria y la tocó con pasión y los
ojos cerrados. «Por ti Ana, lo voy a intentar, pero no te voy a
olvidar».
Maite terminó su desayuno y volvió a mirarse al espejo.
Acomodó su cabello y el corbatín de su blusa. El pantalón
había sido minuciosamente planchado la noche anterior. Se
pintó los labios y puso un caramelo de menta en su boca.
El taxi ya la esperaba para llevarla al trabajo. Con suerte,
y bastante tiempo ocupada, tal vez podría olvidarse de esos
brazos rodeándola y esa voz susurrante.
Fue llegar y ocupar su mente. Debía acomodar algo de
mercadería nueva y, sin perder tiempo, a eso se dedicó.
Después dio algunas órdenes necesarias para los arreglos
del día y junto con Fabiola se pusieron a planchar y
embolsar las entregas. Era la oportunidad justa de
conversar con su amiga sobre todo lo que rondaba por su
mente.
―Fabiola, ¿recuerdas al Señor Di Pietro?
―Claro, aunque mucho no lo conozco a él. Sí lo he visto y
no muchas veces.
―Todavía no me hagas muchas preguntas, amiga, pero
dime por favor, ¿qué sabes de él?
―Nada, Maite. Solo conozco a su esposa y a su hija. Se
que hay un hijo también, al menos, la Señora Ana lo
nombraba mucho.
―Yo puedo contarte más sobre él, Maite. Solo necesito
saber el motivo de tu intriga ―dijo Rose, sobresaltándolas a
ambas.
Maite quería que la tierra se la tragase. Rose no era la
indicada para ese tipo de conversaciones, ella odiaba los
chismes y si eran entre empleadas, más todavía.
―Rose, buenos días. Es solo curiosidad. No lo conocía y
vino ayer, bastante tarde, por cierto, a buscar su tarjeta.
―¡Santo cielo! Le temblaban las rodillas.
―Perdono esta conversación porque se trata de ustedes
dos. ―Ambas bajaron las cabezas como niñas escolares
reprendidas―. Ana, su esposa, falleció el año pasado de una
enfermedad muy larga. Es lo único que voy a decir y solo
para que no hablen de ella ni se la nombren.
―Sí, señora ―dijo Fabiola, y ante el gesto de manos de la
dueña de la boutique, se encaminó hacia el taller. No era
una noticia con la que podía lidiar, había aprendido a querer
a esa señora, siempre había sido agradable y simpática.
Una lágrima solitaria descendió por su mejilla justo cuando
los brazos de su amiga la rodeaban― Era una mujer
amorosa y muy joven. Me duele muchísimo enterarme de
una cosa así.
Maite consoló a su amiga que era todo corazón, no tenía
maldad y quería a la gente. El abrazo que le daba a Fabiola
le servía a ella misma para sentirse refugiada. La noticia era
impactante para ella también y era una información que no
podía amoldar en ningún lado; era molesta, incómoda,
inesperada y la hacía poner en guardia, levantar los escudos
para cubrirse, solo que no sabía de qué.
Había querido olvidar el abrazo de Luca, sin embargo, en
lo único que pensaba era en ser abrazada otra vez y eso
ahora le parecía una falta de respeto. ¿A quién y por qué?,
no tenía ni idea.
La hora del almuerzo se la tomó para estar sola. Caminó
por el parque, en silencio, solo escuchando los ruidos
ajenos, el griterío infantil, el murmullo de las
conversaciones, los automóviles al pasar... ¿Qué le pasaba?
¿Por qué estaba triste?
Volvió a la tienda a la hora justa, jamás había llegado
tarde a ningún lado. Entró con la cabeza gacha y respirando
profundo para ponerse la misma careta de todos los días,
aunque esta vez necesitaba un poco más de esfuerzo. No se
entendía.
―No recuerdo qué fue lo que hice como para olvidarla,
nunca me pasa ―dijo Luca, justo cuando ella entraba y su
corazón se aceleró. Otra vez su voz le producía esa
reacción.
―Maite, qué gusto volver a verte.
―Señor Di Pietro, el gusto es mío.
―¿Eso es así o es solo un formalismo? ―le susurró, al ver
a Rose atendiendo un llamado telefónico.
―Me incomoda su broma, Señor Di Pietro.
―Soy Luca para los conocidos y no es una broma. Es
simple curiosidad.
Maite vio a Rose acercarse y la miró con una sonrisa
rígida dibujada en los labios.
―Rose, voy a repasar la lista de los arreglos, cualquier
cosa que necesites estaré en la oficina.
―Gracias, Maite. ¿Qué demonios te traes con mi
empleada? ―le preguntó en un gruñido a su amigo que casi
babeaba su mostrador.
―¿Yo? ―Luca no podía bajar la mirada. Sabía que estaba
mirando ese caminar lento y elegante con demasiada
alevosía.
¿Qué le pasaba con esa mujer? Apenas la conocía y lo
irritaba, pero de una manera encantadora. Lo ponía tenso y
atento, no solo a sus movimientos, sino a los propios
también. Quería ser visto, quería gustarle. No extrañaba
nada esa vulnerabilidad e inseguridad frente a una mujer,
pero ahí estaba esa sensación lejanamente familiar.
No se sabía un hombre apuesto, no importaba cuánto se
lo hubiesen dicho Ana u Olivia, ellas no eran objetivas. Podía
reconocer que era refinado y que estaba en forma a su
edad, pero ¿buen mozo? De pronto se encontró dudando de
poder gustarle a una mujer más joven (podía notar que lo
era) y tan atractiva como Maite.
―Déjate de tonterías, Luca.
―Rose, esto es difícil de decir y más a ti… Ok, te lo digo,
me gusta. La vi en la fiesta por la reapertura de la tienda y
no pude dejar de pensar en ella.
Rose comenzó a reír a carcajadas. Luca supuso que le
alcanzaban los dedos de las manos para contar las veces
que la había visto reír con tantas ganas. Lo enojaba que se
riera de él. Le había costado muchísimo decir cada palabra
y ella se burlaba de esa forma.

Maite escuchaba a su jefa y no podía creerlo. Para ella sí


que era una novedad esa sonora risa. Sonrió al verla,
parecía más joven con esa mueca dibujada en su rostro, y
entonces se distrajo.
Otra vez estaba prendada de Luca Di Pietro. Parecía tan…
tan… aristocrático, sí, esa era la palabra que daba en la
tecla justa para describirlo. A simple vista parecía un
hombre lejano, inalcanzable, de modales estudiados y
practicados hasta hacerlos naturales y fluidos, tan propios
como perfectos. Un caballero de sonrisa adecuada, de
mirada simpática, palabras justas y postura erguida.
Suspiró mirándole las manos cuando las apoyó sobre el
mueble blanco, parecían suaves y estaban cuidadas, sus
dedos eran largos, pero con nudillos robustos. Elegancia era
otra palabra que lo podía describir. Observó el masculino
rostro de ojos cambiantes y nariz tan varonil, con arrugas
deliciosas, las justas como para hacerlo lucir más
interesante y atractivo, y esa sonrisa de cara completa... Le
gustaba la gente que sabía sonreír con tanta sinceridad que
hasta los ojos lo hacían.
Inspiró profundo y desvió la mirada. Estaba en
problemas, gravísimos problemas… Inusuales, sorpresivos y
aterradores problemas.

―¿Puedo saber que te causa tanta gracia? ―preguntó Luca,


y no de muy buen modo. Estaba furioso―. ¡Rose!
―Discúlpame. Es que eres tan obvio. Además, nunca creí
que me lo dirías así sin más. No quiero problemas. No la
distraigas. Y no me pidas ayuda, no te la voy a dar. Solo
puedo decir que es una buena mujer y mi mejor empleada.
Luca la miró entre divertido y extrañado.
―Lo pensé mucho, Rose. Y no es injusto, ¿cierto?
―No lo es, Luca. Ten por seguro que no lo es. Por el
contrario, cuando sepas de ella descubrirás que ambos
merecen esta oportunidad. Solo ruego que Maite quiera
dártela y aceptarla.
―¿Le hablarás bien de mí? ―preguntó, ya bromeando.
―Jamás. ¡Por el amor de Dios!, resultaste un chiquilín
―Luca comenzó a reír con ganas, y entre risas se despidió
de su amiga.
Ya pasaría por ahí, pero a visitar a Maite. Debía revisar un
poquito sus formas de abordarla, pensar, sacar ideas de su
oxidada experiencia y modernizarlas. Había tiempo.
Por lo pronto ya sabía que no era una mujer dócil ni que
se quedaba callada si algo no le gustaba. «Me incomoda su
broma, Señor Di Pietro». Había dicho sin sacarle la mirada.
Era ruda, firme y directa. Sonrió. Desde el asiento de su
coche podía verla conversar con Rose y estaba a punto de
volver a entrar a esa boutique para…
Arrancó el vehículo negando con la cabeza, estaba
aturdido.
―Es hermosa y con seguridad tiene más de treinta
―susurró, y levantó el sonido de la radio. Lo demás solo lo
pensó: «giré para mirarla por segunda vez, me hizo sonreír
y tengo muchísimas ganas de conocerla».
Llegó a la empresa con una exagerada sensación de
dicha. Inusual en alguien como él.
Como presidente de su empresa debía guardar ciertas
apariencias, al menos con el personal, pero ese día estaba
delirante.
―Buenos días, Carla ―dijo al entrar al edificio.
Acodado en el mostrador de entrada se encontraba Piero
y giró para mirar a su padre. Ese saludo había sido dicho en
un tono de voz desconocido. Dio un par de pasos largos
hacia su padre y se dispuso a caminar a su lado.
―Bueno, bueno, papá. ¿Qué ha pasado desde anoche
que no te veo? Estás radiante.
―La vida, hijo.
―La vida pasa todos los días y no recuerdo haberte visto
sonreír así desde hace mucho. ¿Tal vez cerraste un buen
negocio?
Piero era un jovencito independiente, soberbio e
inteligente. Adoraba a su padre, pero más había adorado a
su madre. Desde hacía varios años, inclusive mientras
estudiaba, trabajaba en All Yachts, la empresa de su padre
fundada a partir de un pequeño astillero que tenía su
abuelo. Claro que, con los años, esta había crecido
muchísimo y ya fabricaban todo tipo de embarcaciones,
desde pequeños veleros y lanchas deportivas hasta los
barcos más lujosos; incluso exportaban. Sabía mucho del
rubro y de negocios en general, además tenía miles de
ideas. Su padre le permitía avanzar con algunas y eso lo
ponía orgulloso porque generalmente no se equivocaba.
La marca ya figuraba en una buena posición en el
ranking mundial como una de las más confiables y
vendidas. Piero no se otorgaba los créditos, de ninguna
manera, no todavía, no obstante, sabía que en algo había
colaborado. Apenas tenía veintiséis años y él mismo se
auguraba un futuro increíble y lleno de triunfos. Tal vez más
que los de su padre quien parecía haber tirado la toalla.
―No todo en la vida son los negocios, Piero. Ya te lo he
dicho un millón de veces. A tu madre…
―Vamos, papá. No empieces con ese sermón que me
aburre. Mamá estaba feliz de verme crecer.
Luca vio la espalda ancha de su hijo alejarse hasta la
puerta de la oficina que ocupaba, en el mismo piso que la
de él. Negó con la cabeza porque se sentía impotente. No le
había contado a su hijo sobre su promesa a Ana, pero
intentaba convencerlo por todos los medios de que la
verdadera felicidad venía de otro lado, no de los negocios,
de la posición económica o de los logros laborales. Él mismo
tenía todo eso y más y, sin embargo… Abrió la puerta de la
antesala que tenía su oficina y su secretaria personal se
puso de pie con una libreta en la mano, tres carpetas y
varias cartas apresadas entre sus brazos y su pecho.
Comenzaba el día.
―Buenos días, Nora
―Buenos días, señor. ―Luca no se detuvo, sabía que ella
lo seguía como era la costumbre. Colgó su chaqueta en el
respaldo del sillón ejecutivo mientras Nora enumeraba la
lista de mensajes y reuniones. Abrió su maletín y tomó
asiento. Ella lo hizo también en una de las sillas frente a su
escritorio.
―Eso es todo.
―Bien. Lo de la reunión del mediodía queda cancelado,
postérgala para la semana que viene. No tengo la respuesta
para ellos todavía, por supuesto, no se lo digas. Lo de la
publicidad, pásaselo a Piero. Nora, hoy almuerzo con Olivia,
hazme una reserva donde ella quiera y avísame cuando
llegue. Y me voy temprano, sin excusas esta vez.
Nora le sonrió con picardía. La teleconferencia de ayer
había sido una urgencia, ¿cómo podía saber ella que duraría
casi una hora?
―Tomo nota de eso, señor ―dijo, cerrando la puerta.
Maite apareció en su cabeza distrayéndolo de sus
obligaciones y no era capaz de luchar con eso. Cerró los ojos
y se recostó en el sillón, sentía como su pecho se inflaba al
inspirar aire. Aire que se le hacía incluso más puro de lo
normal y la sensación era escalofriante y placentera. ¿Y si
ella no estaba interesada? ¿Si no lograba gustarle?

Maite confirmaba por segunda vez que la ventana del taller


estuviese cerrada. El día laboral había sido agotador.
Algunas de las mujeres más irritantes habían pasado por ahí
con sus modos arrogantes, todas eran del grupo de las
arañas ponzoñosas. ¡Eran tan difíciles de tratar y
convencer!, nada les iba bien y eso, a Maite, le consumía
toda la energía de la que disponía. La única forma de
recargarse sería un tibio baño de espuma, una copa de
malbec y algo de jazz. No veía la hora de llegar a su
departamento para ponerse a ello.
Apagó las luces del salón, prendió las de la vidriera,
recogió un papelito que encontró a su paso y salió. Cerró
con llave la enorme puerta de cristal y se giró para alejarse.
―Buenas noches. ―Maite ahogó un grito, y se llevó la
mano al pecho. Sin poder controlar el susto se recostó sobre
la puerta y entonces lo vio―. Perdón, no quise asustarte.
¿Estás bien?
―Señor Di Pietro… ¡Por todos los santos!, no debe hacer
eso.
―Soy Luca. Y otra vez te pido disculpas.
―Está bien, lo disculpo. Pero ya está cerrado y Rose hace
una hora que se retiró.
―Todo eso ya lo sé. Vine a verte a ti.
Maite sintió que su corazón aceleraba sus latidos, las
rodillas de pronto no la sostenían como pretendía y las
manos comenzaban con un estúpido movimiento
incontrolable. Estaba casi temblando. Él no podía ponerla
tan nerviosa, no podía permitir que así fuera, pero ¿qué
podía hacer ella si eso pasaba?
―Mi horario laboral terminó y…
―Es solo un momento. Tengo algo en mi coche y
necesito dártelo.
―No me parece correcto, Señor Di… Luca ―se corrigió,
al ver el gesto de cejas levantadas de Luca, justamente.
―Eso está mejor ―dijo él, sonriendo y hundiendo su
mirada, esta vez de un marrón verdoso, en los ojos de
Maite. Podía adivinar todas y cada una de las dudas, hasta
el desconcierto que ella sentía estaba ahí―. Vamos, soy de
fiar. No dudes tanto.
Luca comenzó a caminar invitándola a seguirlo. No tenía
un plan o sí, pero lo estaba modificando sobre la marcha. Le
había parecido buena idea ofrecerse a llevarla a casa o a
acompañarla, pero en el camino se le había ocurrido que si
ella tenía coche propio poco podía hacer él. Entonces se dio
de bruces con la realidad: Nada sabía de ella y quería
saberlo todo.
Maite apenas si controlaba sus pasos. Hacía cuarenta
años que caminaba, ¡por Dios, como podía trastabillar
tanto! Al menos podía disimularlo.
―Entonces, Maite ―dijo Luca, y la miró a los ojos―. ¿Qué
puedo saber de ti?
―No entiendo.
―Me gustaría conocer algo más que tu nombre y el lugar
donde trabajas. ¿Eres casada?
―Divorciada.
―Yo soy viudo. Para que no sientas que te interrogo te
voy contando sobre mí, tal vez puedas sentirte interesada.
¿Tienes hijos? Yo sí, dos. Olivia y Piero.
―Conocí a Olivia, es preciosa.
―Gracias. No me respondiste todavía.
―No, no tengo hijos. ―Los pasos se hacían cada vez más
lentos y los codos se rozaban cada vez más seguido.
Ya llevaban una cuadra y media caminando. Maite creía
que el aire le era escaso. Necesitaba hacer una inspiración
profunda, pero le parecía inapropiado. Además, el caballero
no le quitaba la vista de encima, lo que le provocaba la
necesidad de arreglarse la ropa y quitar las arrugas que
sabía que había en sus prendas después de todo un día de
trabajo. Hasta el maquillaje estaría casi desaparecido, lo
intuía. Tenía tantas ganas de huir, salir corriendo y muy
rápido, como de quedarse y ver hasta dónde podía llegar
esa conversación.
―Voy con ventaja, sé dónde trabajas. Para empatarnos
te cuento que yo lo hago en All Yachts.
―Ok ―respondió ella. No tenía demasiada idea de qué le
hablaba, pero solo escuchar el sonido de su voz era lindo,
dijese lo que dijese―. Parece que te ha costado demasiado
estacionar, ya caminamos dos cuadras.
―Mmm, bueno, creo que hice trampa.
―¿Puede explicarse?
―Puedo hacerlo, sí. Solo si empiezas a tratarme de tú.
―Se detuvo en ese instante parándose frente a ella,
esperando. Todo su rostro se contrajo en una hermosa
sonrisa y el estómago de Maite se pobló de mariposas.
―¿Puedes explicarte? ―preguntó otra vez, y sus labios
se inclinaron imitándolo.
Notó en la mirada de Luca que algo había cambiado, una
intención diferente adivinó en sus ojos, pudo verlo. Hubiese
preferido que ni siquiera se le ocurriese, pero… Luca se
acercó decidido, ya era desmedida la tentación. Acercó su
boca con lentitud para besarla y al llegar a destino ella giró
su cabeza y le ofreció la comisura de sus labios. Peor era
nada. No se retiró, por el contrario, el beso fue más húmedo
y elaborado que el que tenía pensado. La vió cerrar los ojos
y a punto estuvo de gritar de alegría.
―Yo… no… ―titubeó Maite, al verlo alejarse.
Curiosamente la que se sentía en falta era ella―. No me
malinterpretes, es que no soy demasiado moderna.
―Entiendo. Me disculpo otra vez, no pude resistir la
tentación.
Maite volvió a retomar su caminar y sonrió nuevamente.
Era mucho hombre y le gustaba todo.
―No es necesario que sigamos avanzando. Mi coche está
frente a la boutique ―dijo Luca. Su cara reflejaba toda la
picardía que podía y Maite no necesitó explicación alguna―
Quería pasar un rato contigo. No pienso disculparme.
―No es necesario.
―Maite, ¿puedo llevarte a tu casa?
―Hoy no. Aunque, otro día, tal vez.
Esa noche necesitaba estar sola, entender lo que estaba
pasando. Había sido demasiado rápido todo y no estaba
acostumbrada a sentirse atrapada. Sí, así se sentía.
Atrapada en esa mirada y en ese timo tendido sin maldad
que había sido perfecta e intimidante.
―Entonces te invito a cenar mañana.
―Creo que necesito tiempo para pensar. ―Luca ya no lo
necesitaba. Había pensado demasiado. Podía adivinar que
para ella era algo imprevisto. Él no era más que un simple
desconocido que había intentado besarla, si había tenido
esa reacción, tal vez era una mujer conservadora y
entonces su propio arrebato la hacía ponerse a recaudo.
―Bien, puedo darte tiempo para que lo pienses.
Volvamos.
El silencio no era incómodo, estaba lleno de
pensamientos, de sensaciones y de emociones dormidas
que de pronto despertaban de su extendido letargo.
―Soy un hombre con mucha paciencia, Maite ―dijo Luca,
y ella se estremeció de ansiedad. Hubiese querido ser más
arriesgada, pero no podía serlo. No esa noche y menos con
él.
―Gracias.
―De nada. ―Se sentía entusiasmado, como un niño con
un juguete nuevo que no quería soltar. A ella tampoco
quería soltarla. Volvió a mirarla, esta vez con una ceja
levantada y con muchísimas ganas de abrazarla―. ¿Lo
pensaste?
―Luca, por favor. ―Maite entendió la broma y rio con
ganas. Podría decirle que sí, que aceptaba, sin embargo,
ahora la que quería jugar era ella.
―Ok, ya no te presiono. Olvídalo, es que estoy un poco
ansioso hoy y desconozco el porqué. ¿Ya lo pensaste?
Maite no aguantó y soltó la risa también que de pronto
se había vuelto contagiosa y los dos llegaron a su coche con
los ojos llorosos de tanto reír. Estaban tan cómodos que
apenas si recordaban que se habían conocido hacía pocas
horas.
Maite detuvo un taxi y subió sin mirar atrás pensando
que, tal vez, ahora necesitaba dos copas de malbec en vez
de una.
Luca la vio partir, aunque sabiendo que algo había
comenzado entre ellos. No podía estar tan confundido.
a mañana se hacía cada vez más larga para ambos.

L Maite no esperaba nada, sin embargo, quería verlo


aparecer con sus graciosas insistencias inquietándola
aún más de lo que estaba. No habían hecho planes y
tampoco le había pedido su número de teléfono, por lo que
no estaba segura de cómo actuaría. Su única opción era
esperar.
Las ansias la estaban consumiendo.
―¿Piensas aceptar? ―le preguntó Fabiola a Maite
durante el almuerzo, justo en el instante en que Emma
había ido al servicio y Silvi llegaba de las entregas de los
arreglos del día.
Por supuesto que Maite se lo había contado todo ni bien
la había visto. Ese tipo de cosas no eran las que le pasaban
normalmente y las palabras le salían a borbotones, justo a
ella que era tan reservada. Tal vez hubiese tenido que
callarse, no obstante, era demasiada la emoción y la
ansiedad. Apenas si había pegado ojo, al menos el
maquillaje había tapado las consecuencias.
―Creo que sí. ¿Te parece mal?
―No, no me parece mal, para nada. Solo averigua qué
tipo de relación lo une a esa jovencita que vimos aquella
noche. Hazlo antes de que te sientas demasiado atraída por
él. No queremos un picaflor para ti.
―De ninguna manera. No quiero un picaflor para mí
―respondió Maite, sonriendo. Ya había pensado en esa
mujercita, de todas maneras.
―Chicas, creo que la palabra picaflor se dejó de usar el
siglo pasado ―dijo Emma, tomando asiento a su lado―. Hay
que modernizarse un poco.
Su voz era irritante y más si utilizaba ese tono altanero
como si ella lo supiese todo, todo el tiempo.
―¿De qué hablan? –preguntó la recién llegada, Silvi.
―Por fin llegas. ¿Cómo te fue en casa de Izaguirre? Dime
que lo viste y te preguntó por mí –indagó Emma.
―No lo vi. Solo dejé el vestido de su esposa y me vine.
Eso no está bien. Si Rose se entera de que estás
coqueteando con el esposo de una de sus clientas…
―¿Se lo piensas decir?
Maite miró a su amiga y se entendieron con la mirada. A
veces Emma era insoportable. Tenía unas terribles ínfulas y
una necesidad incontrolable de llamar la atención. Deberían
decirle eso a Rose y tantas otras cosas que hacía, no
obstante, eran razonables, esa mujer trabajaba porque lo
precisaba. No querían ser las responsables de su despido.
Habían conversado entre ellas, al respecto, una vez que el
Señor Laurent le había dicho un piropo y Emma lo había
acosado tanto, en respuesta, que el buen hombre había
dejado de acompañar a su esposa a comprar los serios
trajecitos que gustaba de usar. A veces se comportaba
como una mujerzuela y otras como una arpía. Y muchos de
sus ácidos comentarios eran dirigidos a Fabiola, quien era
más buena que el pan y no le contestaba.
―Emma, creo que deberías dejar de hacerlo por ti no por
si se enterara Rose. Esos hombres son casados y tú te
ofreces sin respeto alguno por sus esposas ni por ti misma.
―No me ofrezco, solo coqueteo. Quiero que vean lo que
se pierden.
Todas pensaban que lo que ella buscaba era un amante
que la mantuviese y poco se equivocaban. Sin embargo, era
un hecho que no era demasiado bonita ni su cuerpo era del
todo armonioso, entonces utilizaba otras armas como eran
las palabras atrevidas, los escotes pronunciados y el roce
descuidado de cuerpos, entre otras muchas cosas, como
para pescar a algún desprevenido.
Por suerte para todas, el almuerzo pasó rápido y tuvieron
que volver al trabajo. Todavía quedaba la tarde por delante
para Maite, que no podía mantener la correcta
concentración.

Olivia había llegado a la oficina de su padre antes de lo


acordado con él y era solo por un motivo: ver a Roni.
Desde que trabajaba como mensajero en la empresa lo
veía más seguido. Siempre le había gustado el muchacho,
no obstante, para él ella había sido la simpática y pequeña
hija del jefe de su madre. Claro, era un joven de veinte años
recién cumplidos contra los nuevos dieciséis de ella.
―Hola, Nora.
―Olivia, ¿cómo estás? Tu papá todavía no se desocupa,
¿lo esperas aquí?
―Sí, no tengo apuro. ¿Hoy viene Roni?
―Sí, debe estar al llegar. El otro día hablé con él de ti.
Olivia se ilusionó, hasta su mirada había cambiado, ahora
un brillito de esperanza se prendía ahí, inquietándola. No le
importaba que solo habían comentado que ella también
estaba invitada al mismo cumpleaños que Roni, para Olivia,
lo importante era que él la había pensado. Y aunque no lo
hacía tanto como ella lo pensaba a él, por algo se empezaba
y tal vez…
―Hola, mamá, pude entregar todo. Acabo de cruzarme…
¡Olivia! ―Se interrumpió Roni, al verla.
Era un joven alto y flaco. Sus rasgos bien masculinos y
sus cejas pobladas junto con esa sonrisa pícara y el dorado
color de su cabello, tenían fascinada a Olivia. Lo había visto
crecer de prisa, convertirse en hombre ante sus ojos, sin
embargo, a ella le gustaba desde antes. Desde siempre.
Desde el primer día que lo vio en esa misma oficina en la
que ahora trabajaba para ayudar a su madre a solventar sus
estudios de medicina. Entonces era un adolescente que
adoraba jugar con su pelota de fútbol y decir malas
palabras, pero ya no.
―Hola, Roni.
―¿Mamá si ya terminé puedo salir a conversar un rato
con Olivia? ¿Me necesitas?
―No se alejen de la puerta del edificio. Olivia le aviso a
tu padre que allí te encuentra.
Olivia salió del despacho de Nora como flotando en una
nube. ¡Él había querido estar a solas con ella! Sus
esperanzas se hacían cada vez más grandes y poderosas.

Luca volvió a mirar el teléfono y volvió a negar. Todavía no,


pensó y dejó su oficina dispuesto a tener un ameno
almuerzo con su hija.
Había estado ocupado, sí, pero en su mente todavía
había quedado algún lugarcito para que Maite se
acomodase y no lo dejase olvidar que ella estaba pensando
si aceptaba o no su invitación.
Para la hora de finalizar su jornada laboral estaba
demasiado nervioso y apenas podía con su genio. Tomó el
teléfono y marcó el número de la boutique, ya no esperaría
más. Si a ella le parecía ansioso, pues que le pareciera.

Maite seguía sonriendo en su oficina, Kano le contaba una


de las ocurrencias de su madre. Ahora disfrutaba de ellas y
hasta le divertían, no obstante, la mujer le había hecho
pasar bastantes malos ratos.
―Kano no deberías dejar que haga esas cosas, a la gente
no le gusta.
―¿De verdad crees que puedo evitarlo? Mai, la conoces.
La única persona en el mundo que la llamaba Mai, era él.
Nunca, en todos sus años, a Maite le había gustado ese
diminutivo, sin embargo, esa lejanísima tarde de otoño en la
que había conocido a Kano no había podido evitarlo; había
caído en el hechizo de esos rasgados ojos y esa perfecta y
carnosa boca en el mismo instante en que lo había visto. Su
hablar pausado con acento extraño y su ronca voz suave
habían sido demasiado sensuales para una joven de su
edad desilusionada con su primer amor de adolescencia.
Con esa voz él le había dicho: «Mai es un hermoso nombre
japonés». Todavía recordaba al muchacho larguirucho que
la había engañado con su amiga de entonces y que, esa
misma tarde, había dejado de existir para ella. Ante la
imponente presencia de Kano no había tenido oportunidad
de ocupar ni uno más de sus pensamientos.
Kano había sido otro tipo de muchacho, no como los que
ella frecuentaba, los tres años que le llevaba le habían dado
experiencia y sensatez. Al menos eso había visto Maite ese
día. Había llorado demasiado por culpa de jovencitos
inmaduros que no sabían lo que querían y la presencia de
ese serio e inteligente personaje había sido como una
refrescante lluvia de verano.
No se había equivocado con él. Era su alma gemela, su
hombre ideal, su gran amor frustrado y una de sus grandes
pérdidas.
La vida a veces no era justa con el amor, ellos lo sabían.
La vida y las circunstancias, habían matado ese amor y lo
peor era que había sido dolorosamente. Día a día lo habían
visto agonizar sin poder hacer nada.
Emma la vio muy risueña y concentrada en la
conversación y, arbitrariamente, decidió no pasarle la
comunicación.
―Lo siento, Señor Di Pietro, Maite está ocupada. ¿Quiere
que le de algún mensaje de su parte?
Luca se negó a dejar un recado. No le gustaba mucho la
sensación de sentirse rechazado. Si le habían dicho a Maite
quién era la persona que preguntaba por ella, negándose a
atenderlo, le había dado una respuesta, ¿o no? Aunque no la
que esperaba, por cierto.
Rose se lo había dicho, parecía un chiquilín y uno
inseguro, además. Calculó de nuevo sus opciones durante
algunos minutos. Era un hombre adulto, demonios… Si ella
no había podido atender la llamada había sido por estar
ocupada ni más ni menos. ¿Por qué daba tantas vueltas?
Volvió a tomar su teléfono y antes de marcar el número
se arrepintió. Se levantó de su sillón como un resorte y sin
dudar tomó sus cosas, y se marchó.
―Nos vemos mañana, Nora ―dijo al pasar, y no se
detuvo hasta llegar a la puerta de la boutique. No recordaba
siquiera cómo se había subido al coche ni cómo había
manejado hasta allí.
La vio detrás del mostrador conversando con dos
muchachas, una la conocía, era la vendedora, a la otra no
recordaba haberla visto. Tal vez era una clienta, entonces
decidió no interrumpir. Se quedó a un costado, solo
observándola e intentando disimular una sonrisa.
―Caramba, creo que a este lo atiendo yo ―dijo Emma,
desprendiendo un botón de su blusa.
Maite lo vio y su corazón se aceleró al instante. No había
tenido tiempo de arreglarse. Sus manos volaron a su falda y
alisaron las inexistentes arrugas en el mismo momento que
Emma daba sus primeros pasos hacia Luca quien, al verla
llegar con todo el contoneo de sus prominentes caderas y el
sostén a la vista, se inquietó. No era una situación cómoda,
el pavoneo de esa mujer era alevoso.
Emma nunca recordó que ya había visto al Señor de Di
Pietro, no solía reparar en detalles sin importancia, y eso
había sido ese hombre aquella noche de la inauguración,
pero ya no.
―¿Puedo ayudarlo? ―preguntó con la voz melosa. Luca
tenía una carcajada retenida al ver las cejas levantadas de
Maite. Podía verla con claridad desde su posición.
―Por supuesto que puedes. Busco a Maite.
Emma giró sobre su eje para mirar a la nombrada. Estaba
furiosa. Ese hombre era más apuesto que Izaguirre y no
llevaba alianza matrimonial, necesitaba algunos minutos
más con él.
Maite se acercó y sonrió con disimulo.
Luca fue un poco menos disimulado.
―Nos puedes dejar solos, por favor ―pidió él, sin quitar
la mirada de la mujer que no le había permitido un segundo
de paz en todo el día. Maite volvió a sonreír y susurró un
«hola»―. Vengo por mi respuesta. Y como soy un hombre
de negocios, no acepto un no.
―Bueno, entonces me queda solo el sí. Eres un poco
déspota me parece.
―No. Por favor no pienses eso de mí. Puedes decir que
no, pero la realidad es que, intentaré conseguir el sí ―dijo
riendo, y tomando su mano para llevársela a los labios―.
¿En dos horas te parece bien?
―Me parece bien.
―Dime dónde te busco.

Maite no recordaba si las luces del negocio habían sido


apagadas o si había cerrado con llave. Ni siquiera recordaba
haber saludado a sus compañeras, mucho menos haber
subido al taxi y haber llegado a su casa. Pero sí recordaba la
cara sonriente del apuesto hombre que la pasaría a buscar
en unos pocos minutos y, por más que intentase olvidarlo,
recordaba también la boca tibia sobre el dorso de su mano.
Maite no tenía cosquillas en el vientre, jamás. No se
humedecía los labios soñando con un beso, no se
despertaba a la madrugada sudando por culpa de un sueño
indecente, no sonreía por coquetería, no cerraba los ojos
suspirando con la imagen que su mente recreaba de un
elegante caballero, no se vestía pensando en un hombre…
Esas cosas no le pasaban a la Maite que ella conocía. La
simple empleada, la mujer divorciada, la buena amiga y
solidaria ciudadana.
Sin embargo, le estaban pasando.
Se dejó caer de espaldas desnuda sobre la cama y liberó
esa nerviosa carcajada que estaba atascada en su garganta.
Infló su pecho con todo el aire que pudo juntar y lo expulsó
con un grito de júbilo.
―Luca Di Pietro ―dijo después en voz alta, y cerró los
ojos―. Luca. Me gusta. Le queda bien.
Decidió ponerse el vestido que casi nunca se ponía. Tal
vez porque con ese vestido se sentía demasiado atractiva y
a veces hasta se avergonzaba de sentirse así, pero esta vez
lo necesitaba, quería gustarle. Quería entretener la mirada
del hombre que entretenía la suya y no era por vanidad,
tampoco por inseguridad, era solo para satisfacer su ego
femenino. ¿Acaso estaba mal querer gustarle a quien le
gustaba?
Retocó su maquillaje; resaltó sus pestañas y sus labios;
acomodó su cabello, esta vez suelto; y se colocó unos
pequeños aretes a juego con sus pulseras. Los zapatos le
dieron el toque perfecto de color. Le agradaba el resultado
final.
Luca se puso la chaqueta y un poco de perfume. Sus manos
tenían un cierto sudor desconocido y ese pequeño
cosquilleo entre sus omóplatos era tal vez un poco
incómodo, aunque estimulante.
Por supuesto que no se había mantenido célibe ni se
había convertido en monje después de Ana, aunque sus
experiencias podían ser contadas con los dedos de una
mano y habían surgido por haber estado en el momento
oportuno y en el lugar adecuado. No había dependido en
absoluto ni de su seducción ni de su atractivo; como era
este el caso.
Con Maite buscaba ese algo más que no había creído que
buscaría nuevamente en una mujer. Y eso traía aparejado
un sinfín de sensaciones diferentes, algunas nuevas y otras
no tanto, aunque estaban casi olvidadas y eso las convertía
en novedosas otra vez.
a sentados en la mesa más apartada de uno de los

Y restaurantes más exclusivos de la ciudad, Maite y Luca


se miraban a los ojos.
Maite había intentado no observarlo demasiado, su
idea era disimular todo lo posible la buena impresión que le
había causado su aspecto. Hasta ese momento solo lo había
visto con traje y corbata, sin embargo, esa noche, vestido
con una camisa desabrochada en los primeros botones, un
pantalón sport y una chaqueta a tono parecía más joven y
atractivo. Sus ojos estaban más verdes esta vez y se había
recortado la barba, ya no la llevaba tan tupida y podía ver
algo más de sus labios rosados.
¡Por todos los santos!, necesitaba sacar la mirada de esa
boca. Lo había intentado hasta que, enfrentados en esa
pequeña e íntima mesa, no había tenido más opción.
Luca agradecía haber llegado por fin a destino. Quería
admirar la belleza de Maite y, sobre todo, hacerle saber lo
linda que la veía. Ella se había esmerado para estarlo y era
de caballero reconocerlo, además, si con eso robaba una
sonrisa de esas que arrugan los ojos, mejor todavía. Porque
ella tenía una sonrisa muy bonita.
―Estás preciosa.
―Gracias ―respondió Maite, bajando la vista y
sintiéndose algo cohibida, no era para menos, Luca había
clavado su mirada en ella y no había vuelto a pestañear.
Él estaba fascinado con la femenina elegancia que ella
dejaba ver en cada movimiento.
―No fue un cumplido, Maite. De verdad lo estás. ―Hizo
una pausa para permitirle al mesero tomar el pedido―.
Hubiese podido esperar y no apurarte, tal vez unos días
hubiesen estado bien, pero necesitaba verte otra vez.
Anoche cerré los ojos pensando en ti, incluso me dormí y
soñé contigo. Pero no me alcanzó, quería tenerte cerca.
―Luca me pone un poco nerviosa que me digas estas
cosas.
―Lo siento. Creo que estoy fuera de ritmo en esto de las
citas.
―No te creo. No quieras disimular conmigo, seguro
debes haber tenido unas cuantas.
―No es cierto, desde que enviudé eres la primera dama
a quien le pido que me acompañe en una salida. Aunque
hubo algunas escapadas, no lo voy a ocultar. La verdad es
que las mujeres de hoy en día son más osadas y eso me
puso el camino fácil cuando necesité ponerme a prueba. Las
oportunidades que tuve surgieron gracias a la desinhibición
femenina actual y soy totalmente consciente de ello.
Por supuesto que no le contaría que, por entonces,
estaba enojado con la vida, contrariado y frustrado. Había
dejado de pensar con inteligencia y nada lo satisfacía ni
siquiera el sexo que creyó que su cuerpo necesitaba. Jamás
hubiese creído que podía sentirse asexuado, sin embargo,
así había sido por largos meses y un día había necesitado la
confirmación de que el equipo funcionaba si se lo trataba
como era debido.
―Eres un hombre interesante, seguro que eso también
debe haber tenido que ver.
―No olvides que tengo dinero y parece que eso lo huelen
las mujeres en ciertos lugares. No sabes lo apuesto que me
hace ser una cartera cargada de billetes y un buen traje de
marca.
Luca no renegaba de su poder adquisitivo y a Maite no
podía escapársele el detalle, comprar en Rose’s Boutique
era sinónimo, como mínimo, de una buena situación
económica . ¿Para qué esconder lo evidente?
―Estás faltándote el respeto a ti mismo, Luca. Eres un
hombre encantador, atractivo y distinguido. Podrías gustar
sin poner el dinero de por medio.
―Gracias y no dudo que algunas personas piensen como
tú, no es falsa modestia, hay gusto para todo, supongo. Pero
créeme si te digo que no era el caso de esas mujeres. Ellas
solo buscaban engancharme en una relación en la que las
monedas de cambio fueran el dinero, las apariencias y el
sexo. Pero yo lo sabía y eso buscaba, de alguna manera
necesitaba encontrar al hombre que había dejado atrás. Tal
vez no es algo fácil de entender, era lo que necesitaba en
ese momento y me lo procuré. No duraba más de una
semana en ese trato, era una locura. Lo intenté dos veces.
―agregó bebiendo un sorbo de su copa de vino.
―Lo siento ―dijo Maite. No podía asociar la imagen de lo
que él le contaba con el hombre que tenía enfrente.
―No, no lo sientas. Me sirvió para darme cuenta que no
era lo que quería. ―Tomó su mano y la acarició con el
pulgar. No quería incomodarla, aun así, no podía dejar de
tocarla―. Ya no hablemos de mí. Me interesa saber más
sobre la hermosa mujer que tengo enfrente.
―No soy lo suficientemente interesante, me temo. Pero
te garantizo que no busco ni dinero ni regalos ni sexo a
cambio de esta cita.
―Eso resulta tranquilizador ―dijo, aunque hubiese
querido tener el valor de aclarar un poco el tema del sexo.
Porque definitivamente, y a juzgar por su caluroso
despertar, él sí buscaba sexo con ella. No en ese instante
por supuesto, y si algo había aprendido sobre mujeres a lo
largo de su vida, podía adivinar que Maite tampoco
aceptaría nada esa noche.
Maite tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no
ahogarse con el vino que intentaba tragar. La frase que
había pronunciado había estado tan fuera de lugar como el
calor que sentía entre sus pechos. Esa simple caricia en su
mano la ponía alerta, expectante de un próximo avance.
Nunca había deseado que un hombre fuese audaz, sin
embargo, estaba rogando en silencio que él lo fuese por un
instante y le robase ese beso que ella quería darle.
La comida había llegado a la mesa y la íntima caricia en
la mano la había abandonado. No así la mirada ni esa
fabulosa sonrisa que la hacía consciente de partes de su
cuerpo que estaban olvidadas y solo recordaba cada tanto,
por mera necesidad fisiológica. Esta vez no era ese el caso,
la presencia de Luca, su voz, sus palabras; todo él le
avivaba esa necesidad que la incomodaba, sin embargo, la
hacía sentir diferente, inmoral, sensual, atractiva e
insolente. Escudada con esa insolencia quiso sacarse la
duda que la carcomía.
―Luca, debo preguntarte algo. Esa jovencita con quien
fuiste a la boutique…
―¿A quién te refieres, a mi hija o a mi nuera?
―Ah, era tu nuera ―repitió Maite, sonriente.
Luca por fin entendió la pregunta y se carcajeó. Volvió a
tomar la mano de ella, esta vez poniendo su pulgar en la
palma, y comenzó a dibujar círculos.
―No me gustan las mujeres demasiado jóvenes. Yo no lo
soy. No tendría nada que ofrecerles ni ellas a mí. En cambio,
alguien como tú... ―Su seriedad lo volvió sugerente e
implacable. Maite comenzó a temblar ante esa mirada. Iba a
por todo y ella se lo daría con gusto―. Estoy seguro que
tienes mucho para dar y yo quiero recibirlo, además de
darte todo lo que pueda.
―Luca, por favor. ―Él sonrió ante su sonrojo y le acarició
la parte interna de la muñeca, justo en el lugar en que su
pulso se sentía acelerar.
Ya estaban por el café. Él decidió que con una mano
podía tomarlo y le mantuvo la otra atrapada para
acariciarla.
―Maite, me gustas mucho.
―Tú también me gustas mucho ―reconoció ella por fin, y
el rostro masculino que la tenía hipnotizada, se distendió en
una hermosa mueca de alegría.
―Con este punto aclarado, quiero saberlo todo de ti. Me
dijiste que no tienes hijos y eres divorciada.
―Así es.
Luca no quería preguntar más, pero esas escasas
palabras no le alcanzaban. Su historia le importaba. Ella le
importaba. Podía ver en sus ojitos que quería compartir
más, aun así, no se animaba.
―Bueno, creo que esta conversación no va a ningún
lado.
―Perdón, tienes razón. No estoy acostumbrada a hablar
sobre mí. No me gusta la lástima de la gente y créeme que
puedo dar lástima.
―No creo ser el indicado para sentirla ―dijo, refiriéndose
a todo lo que había tenido que vivir con la enfermedad de
Ana, pero sería una conversación para más adelante―.
Puedo sentir compasión, tal vez, sin embargo, lástima te
prometo que no.
―Bien entonces, no me sueltes la mano mientras te
cuento ―le pidió, y Luca hubiese querido abrazarla.
¡Qué poco parecía acariciarle la mano en ese instante en
que ella contaba con él para escuchar! Besó su palma, tres
dulces besos que le calentaron la sangre o tal vez había sido
el suspiro que había salido de esos brillantes labios pintados
de rojo, el que logró ese efecto. Se guardó toda esa
movilización que sentía bullir en su interior y la incitó a
hablar.
―Kano, mi exmarido, y yo, tuvimos un bebé que falleció
a pocos días de nacer, luego perdimos un embarazo.
―Lo siento.
―Gracias.
Bajó la vista intentando retener las lágrimas. Nunca
estaría lista para hablar sobre el tema sin llorar. ¡Dolía
tanto! Era una herida tan profunda que jamás cicatrizaría y
lo sabía. Había aprendido a vivir con eso.
―No es por lástima, es sentido de la oportunidad. Quería
acercarme. Solo eso ―dijo Luca, sonriente, mientras
acercaba la silla. Ya estaba a su lado acariciando ese
maravilloso rostro que ahora estaba acongojado y luego
había atrapado las dos manos entre las suyas para seguir
escuchando―. ¿Por qué te separaste?
―Bueno, eso es más fácil de contar. Después de la
pérdida de mi embarazo nos alejamos un poco. Era un duelo
más que elaborar y lo procesamos como pudimos. Ambos
enfrentamos nuestros fantasmas por separado. No supimos
hacerlo mejor. Amaba a Kano, muchísimo, y sé que él me
amaba a mí, pero hasta durmiendo juntos estábamos
separados. Nos habíamos convertido en dos solitarias
personas, diferentes y enojadas. Si hubiésemos sido
valientes, tal vez hubiésemos podido compartir el dolor. Yo
sufría por él y él por mí y no supimos demostrarlo. Los
duendecillos del amor no nos ayudaron… Y todo se terminó
de complicar cuando él quiso tener otro bebé o adoptar un
niño y yo me negué. ―Una mueca que quería ser sonrisa se
dibujó en sus labios y él los acarició.
―¿Cómo están hoy? ¿Kano es el hombre con quien te vi?
―Sí, es él. Estamos muy bien. Nos queremos muchísimo.
Somos algo así como amigos. ¿Quieres que te cuente la
parte divertida? Porque la hay.
Ahora sí sus ojitos brillaban y Luca se animó también.
―Nada me gustaría más.
―Bien. Mi proceso de separación duró varios días. Él se
fue a casa de su madre que lo recibió feliz, dicho sea de
paso. No me quería ni lo hace hoy, supongo que por no ser
japonesa. El primer día no hice nada. Nada de nada, Luca,
no me levanté de la cama solo miré el techo. El segundo día
se complicó porque no podía parar de llorar, recuerdo que
me dolían la cabeza y los ojos, hasta la nariz. El tercer día
no tenía fuerzas para mantener la decisión y tomé el
teléfono para llamarlo, marqué el bendito número miles de
veces, sin embargo, me contuve, no lo hice. Aquí viene la
parte divertida ―dijo entre risas. Realmente recordaba todo
como si hubiese pasado ayer. Luca reía con ella, parecía
entusiasmada contando sus desventuras―. Tenía algo de
licor en casa, muy poco, ninguno de los dos tomaba, pero
había un licor de menta y uno de café con caramelo,
estaban casi por la mitad o un poco menos. Me tomé las dos
botellas. Nunca en mi vida me emborraché tanto. Amaneció
y yo seguía con una terrible resaca, los ojos hinchados, la
boca reseca, despeinada, sucia, con un pijama descolorido y
viejo…
―No tienes una idea de lo que me hubiese gustado verte
en ese estado.
―Te aseguro que no. Era un desastre. Me dio por gritar y
el enojo me cegó, rompí algunos adornos chillando como
posesa por toda la casa y cuando me cansé, miré fotos,
todas las fotos que tenía. Mientras lo hacía, lo insulté a él, a
su madre y a todo su árbol genealógico. Después comencé
con el mío por las dudas. Luego los recuerdos me impidieron
pensar en todo lo malo y retazos de la buena vida que
tuvimos se presentaron ante mí ahogando mi desdicha. Al
otro día comencé a dejarlo ir.
―Eres una mujer fuerte entonces. Decidida.
―Creo que lo soy, sí. Hoy sé que aprendí mucho en mi
vida.
―A ver, mujer inteligente, ¿qué aprendiste? ―preguntó
maravillado.
No veía resentimiento ni enojo en su mirada. Nada de
todo lo que él tuvo en la suya al pelear con una enfermedad
que no logró vencer y que al final se llevó lo más hermoso
que había conquistado. Admiraba a la mujer que tenía a su
lado y, como lo había hecho con Ana, sabía que necesitaba
de esa admiración para creer en alguien.
―Hoy sé que las promesas se rompen; que el amor
acaba o muta; que los besos se enfrían y el futuro es,
definitivamente, incierto. Pero sobre todo aprendí que los
fracasos son parte de la vida y el saber enfrentarlos es una
capacidad que se adquiere solo si así lo quieres. Entonces
puedes transformarlos en enseñanzas, duras, pero
enseñanzas al fin.
Luca se quedó mirando el rostro de ella por largos
minutos. Maite le sonrió satisfecha y le acarició la mejilla.
No lo pensó, solo quiso hacerlo, y lo vio disfrutar de esa
caricia con los ojos cerrados.
―¿Te dije que soñé contigo? ―preguntó Luca en un
susurro.
―Me dijiste que soñaste conmigo.
No pudo decir más porque los labios de Luca estaban
sobre los suyos. Fue un roce, un contacto suave de bocas
cerradas que incluyó un profundo suspiro y un apretón de
manos. Mientras se alejaba, Luca la miró inquieto, no
arrepentido.
―Me robaste un beso ―dijo Maite, murmurando.
Su corazón aturdía sus sentidos y era un solo beso, corto,
casto, seco. No quería imaginar las consecuencias de otro
tipo de besos.
―Y tú me robaste los sueños. Fue justicia por mano
propia o, mejor dicho, por boca propia.
ueno, pero miren esa carita ―dijo Rose, al ver que
―B Maite traía una sonrisa dibujada en su rostro.
―Tengo que contarte algo. Espero que no te incomode.
―Por Dios, querida. No tienes nada que contarme.
―Sí, sí tengo. Es sobre…
―Maite, lo sé. Luca me llamó hoy temprano y me dijo
que te invitó a cenar y me dijo también que va a volver a
hacerlo. ¿Ves? No tienes nada que contarme.
―Rose. Sé que es un cliente y que no debería.
―Luca es un amigo además de un cliente. Y no, no
deberías, sin embargo, te conozco y a él. Maite, te mereces
esto. Te aseguro que hasta Kano te felicitará. Luca es un
hombre maravilloso que le tocó sufrir en la vida, como a ti.
Es hora de que sean felices si pueden.
Rose nunca creyó estar hablando así con nadie y menos
con una empleada suya. Pero no era cualquier empleada,
era Maite, una persona fuerte que había sobrevivido a una
de las pérdidas más dolorosas que una mujer podía tener.
Eso decía la gente. Ella no podía dar fe de que así fuera
porque no era madre, aun así, entendía el concepto y
reconocía que el amor maternal era tan profundo que
dejaba huellas imborrables.
Todavía recordaba los llantos, los gritos ahogados, las
ojeras en ese rostro hoy impoluto. Los abrazos que nunca le
había gustado dar, había tenido que dárselos a ella cada
mañana mientras la ayudaba a acicalarse un poco con algo
de ropa de la boutique y un poco de maquillaje. La miró
como si fuese una madre orgullosa y vio una mujer entera y
digna. Ya no tenía que ayudarla a arreglarse, lo hacía tan
perfectamente que hasta consejos podía pedirle.
―¿Qué? ―preguntó Maite, ajena a todos los
pensamientos que Rose tenía sobre ella.
―Nada. Vamos a trabajar, hay mucho por hacer
―respondió, dándole una palmadita en la mejilla.
Maite se sentó frente a los papeles que debía revisar y se
estremeció. El rostro de Luca apareció de pronto en su
recuerdo y le robó una sonrisa. Se rozó los labios con la
yema de los dedos y ese beso robado cobró vida en ellos.
Las sensaciones habían sido hermosas, tan inesperadas
como intensas. Hubiese querido otro beso, más de uno en
realidad y más profundos inclusive, sin embargo, Luca no
había vuelto a acercar su boca y por ese solo motivo se
encontraba suspirando por la frustración.
Se había ido a dormir con una feliz sonrisa en los labios y
había despertado de la misma manera. Claro que podía
agregar algunas otras cositas a su novedosa felicidad, se
sentía rara, en un estado de alerta permanente. Su cuerpo
parecía estar despertando de un largo sopor, podía sentir el
roce de la seda de la blusa en sus brazos, el encaje del
sostén en sus pechos, el viento en sus piernas por debajo de
la falda. Su pecho pedía más inhalaciones profundas y su
mente con frecuencia se distraía. Hasta sentía que
necesitaba soltar una fuerte carcajada al aire y acompañarla
de un grito liberador, como lo había hecho sobre su cama.
―¿Estaré enloqueciendo? ―se preguntó a sí misma.
Sabía que no, que eran todas consecuencias de la nueva
presencia de Luca Di Pietro en su vida.
―Papá, llegaste tarde ―dijo Piero en tono casi
recriminatorio, al verlo entrar a su oficina.
―Sí, porque me quedé dormido. Anoche salí y volví casi
de madrugada.
No le gustó la mirada de su hijo, no obstante, ya eran
muchas las actitudes que no le estaban gustando de él, por
lo que no le dio importancia. Estaba preparando la lista para
tener una conversación de padre a hijo, sin embargo, esa
mañana nada opacaría su buen humor.
―Esta noche tenemos la cena en casa de Andrea, papá.
―Sí, lo tengo presente, no te preocupes. Ahí estaré.
Por fin, Piero, lo dejaba solo en su oficina y se alejaba con
su avinagrada cara. Odiaba no poder cumplir una de las
promesas más importantes que Ana le había pedido. Su hijo
se estaba convirtiendo en alguien que poco le hubiese
gustado a su madre y en manos de él estaba intentar
desviarlo de ese camino.
Tomó su teléfono y marcó el nuevo número agendado.
Piero quedó relegado, de momento.
―Buenos días ―dijo la dulce voz de Maite.
Otra vez estaba en deuda con él, le había robado nuevos
sueños y quería cobrárselos con intereses. Había olvidado lo
delicioso que se sentía el deseo en el cuerpo. Las manos
picaban, los labios se secaban y sus pantalones se
abultaban. Sonrió con ese hecho. No era muy cómodo
despertar así, pero hacía tanto que no pasaba, que lo
disfrutaba. Cerró los ojos recordando esa ducha matinal y
lejos de sentirse mal por haber desnudado a Maite en su
mente, se sentía excitado, otra vez.
―Buenos días, ladrona.
―¿Y eso por qué?
―Lo volviste a hacer. No pude dormir.
―Lo siento ―dijo ella, con timidez y entre risas. Le
encantaba la situación. No quería indagar para no enterarse
qué tipo de sueños rondaban en esa hermosa cabeza. Si
juzgaba por los propios, podía adivinar que se incomodaría
si él decidía contárselos.
―Mentirosa.
Conversaron unos minutos y con las ganas de
escucharse ya saciadas, se dedicaron a sus trabajos.
Luca recibió la visita de uno de sus grandes amigos. No
era una visita social precisamente porque tenían negocios
en común, sin embargo, podía aprovechar para disfrutar un
almuerzo con él.
―Nora, por favor, consigue una mesa para el Señor
Laurent y para mí. Donde sea ―le pidió a su secretaria, una
vez que su amigo hubo aceptado.
Hugo era de esos amigos con los que se animaba a
compartir todo, hasta los detalles más escabrosos. Habían
hecho muchas travesuras siendo jóvenes alocados y, una
vez adultos, habían seguido compartiendo sus vidas y sus
negocios. Había sido su cable a tierra durante la
enfermedad de su esposa, desde el día que se había
enterado hasta el día del sepelio. Él lo había visto llorar,
maldecir, golpear paredes y siempre lo había contenido.
―Bien, creo que tienes algo que contarme. Estás
inquieto y poco atento.
―Es cierto, tengo algo que contarte. He conocido a una
mujer increíble.
―Y necesitas mi aprobación ―bromeó Hugo.
―Ya quisieras. No necesito la aprobación de nadie. Solo
de mi conciencia y creo que ya la tengo.
―No empieces con esas patrañas. Ana quería que fueras
feliz, no que te convirtieras en un aburrido viejo solitario. Lo
sabes.
―Sí, sí, lo sé. Pero no es fácil para mí asumir que puedo
olvidarla y suplantar sus besos y abrazos. Me incomoda el
hecho de sentirme tentado por otro cuerpo. A veces siento
que la estoy engañando.
―Ya has estado con mujeres. No me vengas con esto
ahora.
―Es distinto, Hugo. Maite me gusta mucho. Quiero
comenzar algo serio con ella.
―Ve despacio, adaptándote. Date tiempo.
Luca lo pensó y sintió como si un peso extra e
innecesario lo abandonaba. Se daría tiempo, sí.
No se había dado cuenta de toda la presión que él mismo
se ponía. Era cierto que Maite despertaba en él demasiadas
cosas, todas involuntarias y movilizantes. Le gustaba
sentirse así de vivo, sin embargo, algo en su inconsciente
seguía frenándolo. Todavía no podía abandonar del todo la
idea de creerse poco digno de algo de felicidad. Esa misma
felicidad que le había dado Ana, aunque ahora, originada
por otra mujer.
Se daría el tiempo necesario, pero sin alejarse de ella.
Lucharía por liberarse de los fantasmas que lo acechaban,
porque en los pocos momentos de lucidez que tenía podía
ver con claridad que era merecedor de una nueva
oportunidad.
Y más tarde, ese mismo día, antes de subirse al coche
con sus hijos para manejar rumbo a la casa de Andrea y su
familia, volvió a llamar a Maite para desearle una buena
noche y prometerle pasar por la boutique al día siguiente.

Maite no quiso quedarse sola en casa, era viernes y, muy a


su pesar, se había ilusionado con una nueva salida con
Luca. Fabiola la había invitado a su casa y al menos,
conversando con ella se olvidaría de todos sus
pensamientos.
Tenía muchos miedos, ese tipo de miedos indomables y
poco racionales. Esos que le decían que Luca podría
haberse arrepentido o que, por el contrario, había desistido
porque ella no había sido como esas mujeres que él le había
contado que había conocido.
Osadas y desinhibidas, así las había buscado. Ella no era
ni lo uno ni lo otro. Era una divorciada de cuatro décadas,
una sufrida madre frustrada, una mujer independiente con
muchas manías que necesitaba la seguridad de ser
aceptada para avanzar en una relación de cualquier tipo,
una señora que hacía años que no estaba con un hombre y
hasta tenía miedo de haber olvidado como satisfacer. Y ante
la angustia, a algunas de esas inquietudes, las había
compartido con su fiel amiga Fabiola.
―Tonterías, Maite. Todas tonterías. Si tienes dudas
pregúntale por qué no te invitó nuevamente y listo.
―¿Con qué derecho? ¿Con el que me da haberme
ilusionado con él?
―Entonces deberás esperar ―dijo Fabiola, ante la
terquedad de su amigo.
Y eso había hecho Maite, esperar.

La mañana del otro día estaba casi por llegar a su fin en la


tienda. Había habido demasiado trabajo porque esa noche
sería la gran fiesta tan esperada por una buena cantidad de
la clientela de Rose’s Boutique.
Entre pruebas y entregas, el horario de cierre se había
excedido.
Los sábados por la tarde no trabajaban y era hora de
irse, pero aún quedaban vestidos por probar. Emma (que no
dejaba de refunfuñar), Fabiola y Silvi, habían abandonado el
taller para entregar los vestidos y ver si quedaba algún
retoque por hacer. Mary intentaba acomodarse al
movimiento histérico de todos y ayudar en lo necesario, era
la primera fiesta que había desde que trabajaba en la
boutique y no se había imaginado semejante movimiento de
gente.
Eran tanto el ajetreo que Maite no vio entrar a Luca
acompañado de su hija. Emma sí lo había visto, también
Silvi, quien se acercó a Olivia para saludarla. La niña
avergonzada y algo intimidada se dejó saludar.
―Perdón, pero no la recuerdo ―murmuró.
―Me imagino, no te sientas apenada. Yo le hacía los
arreglos a tu mamá y tú venías con ella, pero eras una niña.
―Claro, ahora sí me acuerdo. Le pido disculpas.
―No son necesarias. Estás muy mayor y linda, tengo que
decírtelo. Ya te traigo el vestido para que te lo pruebes.
―Muchas gracias ―dijo Olivia, aceptando el vestido que
le extendía una joven y exuberante mujer, no la señora tan
amable que la había saludado y había desaparecido a través
de la puerta del taller.
Emma se había apresurado a buscarlo, todavía recordaba
el apellido del hombre que acompañaba a la niña. No era
del todo de su agrado, la verdad, pero más apuesto que
Izaguirre era y para su cometido servía también. No había
nada en el mundo que Emma quisiera más que salir de
pobre y lo haría a cualquier costo.
―Me lo voy a probar, papá.
―Claro, aquí te espero ―respondió él, sin dejar de
buscar a Maite con la vista. Sin embargo, lo único que
encontró fue una exagerada sonrisa de la misma señorita a
la que le había visto el sostén―. ¿Está Maite todavía en la
boutique o ya se retiró? –preguntó sin simpatía.
Emma lo aborreció en el mismo instante, dos veces la
había ignorado ya.
No hizo falta que nadie la buscase, Maite salió de su
oficina seguida de Rose y sus miradas se cruzaron.
―Qué sorpresa, mi querido Luca ―dijo su amiga, en una
voz más elevada de lo normal. Sabía que lo estaba
molestando un poco, habían tenido una pequeña
conversación sobre Maite y, a pesar de su escaso humor,
cada tanto Rose era capaz de hacer alguna broma―. ¿Qué
te trae por aquí, además del vestido de Olivia?
―Déjate de tonterías, Rose y déjame saludar a Maite
―dijo, apurando el beso en la mejilla y acercándose a la
nombrada. Le extrañó advertir su seriedad y hasta creyó
que le evitaba la mirada―. Me parece que no tenías tantas
ganas de verme como yo a ti.
Maite se sintió insultada, pero otra vez, sin tener
derecho.
―No es eso… es que estoy en el trabajo.
―Maite, ¿qué pasa? ―preguntó Luca, no aceptaba su
excusa.
Emma observaba todo sin entender nada, distinto sería si
pudiese escuchar, no obstante, eso era imposible dada la
distancia que habían puesto con ella.
―Mira, papá. ¿Te gusta? ―Luca y Maite se giraron a la
vez ante esas palabras.
Maite sintió una profunda inquietud en sus entrañas, era
una jovencita preciosa y tendría la misma edad que… Sus
ojos dejaron de ver, su mente se puso en blanco y su
respiración se aceleró.
―¡Maite! ―repitió Luca por tercera vez―. ¿Estás bien?
―Sí, sí. Lo siento. ―Sonrió forzadamente y se acercó a la
niña. No se había percatado de su ausencia momentánea y
no se pondría a pensar en eso―. Vamos a ver, ¿cómo lo
sientes?
―Muy cómodo ―respondió Olivia.
Luca se tensó de pies a cabeza. Las manos de Maite
acariciaban el cabello y el brazo de su hija quien le sonreía
con esa preciosa sonrisa heredada de su madre. ¿Así sería?
¿Debía ser así o eso no debería pasar? ¿A Ana le molestaría?
Rose vio el semblante pálido de su amigo y se acercó, sin
bromas esta vez.
―Luca, deja que surja solo.
―A veces creo que no voy a poder ―aseguró, y se
acercó a su hija. Tampoco quería pensar―. Estás muy
bonita, Olivia.
―Maite ve a mostrarle la factura a Luca, yo me encargo
de esta niña preciosa.
Luca no comprendía eso de la factura, nunca la pedía.
Levanto una ceja a modo de pregunta, ella señaló a Maite
sutilmente con un movimiento de cabeza y entonces se
percató de lo que su amiga había ideado. Era astuta, de
alguna manera había percibido que ellos necesitaban una
conversación a solas.
Ambos se dirigieron a la oficina. A Maite le temblaban las
rodillas.
―No sé qué te pasa, Maite, pero quiero saberlo. Anoche
no podía dejar de pensar en que podríamos haber salido
juntos y apenas si pude mantenerme concentrado en la
conversación con la suegra de mi hijo durante la cena.
Vengo a verte ni bien puedo ausentarme un momento de la
empresa y me encuentro con una mujer que no reconozco.
¿Hice algo que no te gustó?
―No. Luca, te pido…
―Ya… ya pediste disculpas hace un rato ―dijo,
levantando la mano para evitar que ella volviera a evitar el
tema.
―Yo también estuve pensando en ti y hubiese querido
salir contigo.
―Entonces, ¿por qué esta frialdad?
―Tuve mis dudas. No confié en ti.
Luca la miró a los ojos y hubiese querido devorarle boca
de un beso. Sin embargo, solo se animó a sonreír. Pudo leer
esas dudas, le dejaría claro que él no era ese tipo de
hombres. Poco sabía qué experiencias había tenido ella para
sentirse así, sin embargo, con él estaba a salvo de
decepciones de ese tipo.
―No voy a desaparecer. Te lo dije, Maite, me gustas
mucho.
―Bien, ya no me digas nada. Te creo y no me voy a dejar
llevar por mi vocecita interna nunca más.
―Y yo voy a confiar en que no lo harás. Esta noche tengo
esa bendita fiesta y no podré verte tampoco. Y el domingo
tengo un compromiso de trabajo, debo salir a navegar para
mostrar unos barcos ―le dijo, acercándose y acariciándole
el cabello con la punta de los dedos―. Si vuelvo temprano a
casa te aviso.
―No quiero tus explicaciones, no tengo derecho, es solo
que…
―El derecho te lo di yo. Tengo ganas de besarte, Maite.
Dime si estas cortinas tapan lo suficiente. ―Ya había sido
bastante la espera.
―Supongo ―comenzó a decir y en dos segundos estuvo
encerrada entre dos brazos fuertes.
Los labios de Luca se apretaron con los suyos obligándola
a dejarse besar. Hundió sus manos en el cabello de él y
prolongó el beso hasta que no fue suficiente el simple roce.
La lengua de Luca se liberó y comenzó una lenta danza con
la de ella, que esperaba ansiosa.
Fueron los segundos más hermosos de los últimos meses
de Maite, o años.
―Quiero hacerlo otra vez –susurró Luca, tan cerca de ella
que hasta podía respirar su aliento mentolado.
―No, por favor. Rose puede entrar, las chicas o tu hija.
―Se alejó lo suficiente para no tentarse ni tentarlo―.
Aprovecho para decirlo otra vez, esa jovencita es preciosa.
―Gracias, es muy parecida a Ana, su madre. ¿Qué te
pasó cuando la mirabas hace un rato? Te ausentaste. Me
asustaste.
―Otro día te lo cuento. Vamos, salgamos de aquí ―dijo,
dándole un fugaz beso en los labios, y ganándose una
sonrisa. Por nada del mundo quería romper con ese
hermoso momento.
l fin de semana había pasado lento y aburrido para

E Maite. La única distracción que había tenido había sido


el almuerzo con Kano, el domingo al mediodía.
Habían compartido una rica comida y un mejor vino.
No era una costumbre, pero tampoco una rareza, que Kano
almorzara o cenara con ella. Tampoco era una locura que, al
encontrarse con su sincera mirada, tuviese la necesidad de
hablar con él sobre lo que le había pasado al ver a la niña
de Luca. Después de tantos años era el único que podía
entenderla.
―Tuve uno de esos episodios que ya no tenía.
―Mai, no me asustes.
Maite había pasado por una época bastante mala en la
que solo vivía de posibles recuerdos, de imágenes
inventadas, de sueños inverosímiles. Perdía su mirada y su
cabeza se ausentaba imaginando a sus hijos haciendo una u
otra cosa y cuando reaccionaba, la tristeza de la realidad la
golpeaba duro y la sumía en una depresión de la que había
salido gracias a la ayuda de psicólogos y antidepresivos
recetados. Pero de eso hacía tantos años que apenas
quedaban algunos feos recuerdos.
Kano había estado a su lado, todavía eran pareja por
entonces, y había sido una desgastante etapa para un amor
que ya venía inestable.
―No es para que te asustes. Fue algo fortuito y raro. Una
niña, hija de un cliente de la boutique, salió del vestidor con
un hermoso vestido largo y… ―Las lágrimas serían
inevitables, lo sabía. Kano también, por eso la rodeó con los
brazos y besó su frente―. Estaríamos eligiendo su vestido
para la fiesta de sus quince años.
―Lo sé. ¿Pero de qué sirve esto, Mai? No te hace bien y
lo sabes.
―Sí, lo sé. Y… no sé qué me pasó. Es la hija de alguien
que conozco, será por eso. Además, cuando salió dijo:
«mira, papá».
Ya no pudo seguir, rompió en un llanto desgarrador
rodeada por los brazos de Kano quien se limitaba a susurrar:
«Tranquila, Mai. Tranquila».
Por la mente de Maite y Kano pasaban como diapositivas
todas esas horas, días, meses y hasta años de sufrimiento.
Un sufrimiento que se había llevado cosas hermosas, tal vez
las más bellas que pudieron tener, un amor y una familia.
Kano había estado dispuesto a no permitir que se llevase
nada más y había podido contagiar a Maite con esa idea.
Ella confiaba en él tanto como él en ella, eran dos mitades
de una misma medalla, aunque separadas por vicisitudes
imposibles de modificar. Tan mitad suya sentía a Maite que,
aunque lo hubiese intentado, no había vuelto a enamorarse
con tanto ímpetu como lo había hecho de ella en aquel
otoño que parecía tan lejano.
Maite odiaba llorar y dar lástima. Tal vez era por eso que
solo les contaba sus penas a cuatro personas, su madre,
Rose, Fabiola y Kano. Eran los únicos que no la defraudarían
con sentimientos poco constructivos, y los únicos que la
inspiraban a hablar sin reservas y a llorar esas rebeldes
lágrimas que no podía retener.
Aunque, a decir verdad, se había sentido bastante
cómoda con Luca y suponía que, dada su historia que aún
desconocía, no podría sentir lástima por ella. Él mismo
había vivido el dolor de una pérdida, claro que nada se
comparaba a perder un hijo, sin embargo, ella sabía que
cada uno hacía con sus duelos lo que podía y a cada uno le
dolía de diferente forma. Eso lo entendía muy bien Maite
que, como parte de su terapia de curación, había podido
conversar con varias personas que habían perdido seres
importantes en sus vidas.
Debía plantearse la posibilidad de poder contarle a Luca
sus angustias si es que seguían viéndose con la intención de
conocerse. Incluso quería saber más sobre la mujer que
había sido su esposa.
Suponía que todo llegaría, solo había que darle tiempo al
tiempo, también de eso sabía porque solo el tiempo había
podido ayudarla a aceptar sus mermas.
―Ya estoy mejor, Kano. Por favor, vete antes que te
llame tu madre ―bromeó ella. Ya estaba repuesta y hasta
parecía que el episodio estaba olvidado.
―No voy a casa de ella, hoy veo a Bea. Sus hijos estarán
con el padre.
―¿Cómo está esa relación? No me cuentas mucho.
―Está y con eso me alcanza. A sus hijos les parezco raro,
demasiado serio dicen, y por eso ella prefiere mantenernos
alejados. Son dos niños caprichosos y yo no tengo paciencia
para tolerar semejante locura, porque eso es cuando están
juntos, una locura. Así lo prefiero yo también, por ahora.
Kano no estaba muy seguro de esas palabras, Bea se
estaba instalando en su corazón y él apenas si se animaba a
permitírselo por miedo a contaminar el recuerdo de un amor
enorme, aunque acabado. Los hijos de esa mujer (que no
eran los propios), los anhelos silenciados y los dolores
escondidos, los recuerdos y la soledad de Maite… todo
sumaba para obligarlo a negarse a vivir el amor que se
escondía en su duro y lastimado corazón
―Es que esa cara de traste tuya… ―dijo Maite, con
convicción.
―Bueno, veo que ya te repusiste y yo mejor me marcho
antes que empiecen tus críticas.
―Kano, puedes querer otros niños. Los niños son los
seres más preciosos del mundo, no te prives de tener el
cariño de alguno. Son sinceros y no juzgan.
―No quiero hablar de esto.
Maite sabía que a él le costaba reconocer su recelo para
con los niños, porque no había podido tener a los suyos no
se animaba a querer a los ajenos. Pero tenía esperanza en
que, Bea, a quien todavía (y a pesar del año y medio que
llevaban juntos) no conocía, lo hiciera cambiar de opinión.
Tenía que pensar en hablar con Kano sobre Luca, pero
eso sería cuando tuviese algo que contar. No podía hablarle
de las cosquillas en su estómago ni de la flojedad de sus
rodillas ni del calor en sus muslos, o las ganas de gritar de
felicidad que la invadía a cada rato cuando pensaba en él y
la imperiosa necesidad de besarlo cada vez que lo tenía
enfrente.
Kano se había ido casi de noche, no había querido dejarla
sola para que no volviese a pensar en nada que le afectase
y cambiar de tema había sido su mejor arma. Hasta que esa
mujer implacable, la que más lo conocía, había puesto su
dedo en la llaga. Había amado a Maite más que a nadie y
aún lo hacía a su modo. Daría su vida por verla feliz y sabía
que ella la daría por él, sin embargo, no dejaría que ella lo
convenciera de nada de lo que no quería hacer.

Luca había vuelto demasiado cansado como para organizar


algo con Maite. Le hubiese gustado verla, pero casi se
dormía parado. La fiesta había terminado a la madrugada y
con cinco horas de sueño había salido a navegar para
probar uno de los barcos que estaba por vender. Sin
embargo, todo el cansancio que sentía no le impedía hacer
una llamada telefónica. Le alcanzaría con saludarla y crear
la promesa de verla al día siguiente.
―¿Qué cuenta la bella usurpadora de sueños? ―había
dicho, al escuchar el saludo de Maite.
―No te creo que anoche también soñaras conmigo.
Empiezo a pensar que, además de dictador, eso ya quedó
demostrado, eres un hombre un poco mentiroso. O
exagerado, al menos.
―Caramba, qué fea imagen estás armando de mí en tu
cabecita.
―No, no tan fea, no te preocupes. Nadie es perfecto, ni
tú. ―Maite hubiese preferido no ser traicionada por su
subconsciente, ese que lo había visto demasiado perfecto
aquel día a través de la cortina de su oficina.
―¿Acaso eso pensabas? ―De pronto Luca se arrepentía
de no haber sacado un poquito de fuerza de algún lado para
visitarla un ratito y darle ese beso que ardía en sus labios.
―Bueno, es que a veces las apariencias engañan y tu
apariencia es muy buena.
―Gracias, qué lindo piropo. Porque lo es ¿no es cierto?
―Sí, puede ser un piropo y tómalo como la devolución de
los tuyos. ¿Cómo te fue hoy?
―Muy bien. El cliente compró el barco y le va a
recomendar nuestros servicios a un par de amigos.
―Grandioso.
―Prometo llevarte a navegar y mostrarte un hermoso
atardecer.
―Vamos a ver si eres de los que cumplen promesas.
La conversación entre ambos duró más de lo pensado y
terminó cuando Olivia irrumpió en la habitación de Luca
quien, al instante, se sintió incómodo. Se despidió de Maite
con la frialdad que no hubiese querido utilizar con ella, sin
embargo, todavía no podía unir en su cabeza a otra mujer
con sus hijos. Al menos ya habían organizado algo para
hacer al día siguiente y entonces le pediría las disculpas
necesarias.
Luca se quedó conversando unos minutos con su hija a la
que no había visto en todo el día, hasta que el sueño lo
venció.

La mañana se había presentado con un sol brillante y una


temperatura demasiado agradable. Maite tenía que
organizar la cena que le había prometido a Luca y Silvi era
la indicada para que la asesorara sobre un buen lugar
donde comprar algo rico. Ya hacía muchos años que había
dejado de luchar contracorriente, la cocina no era lo suyo y
no lo sería jamás. La hora del almuerzo era la ideal para
esas conversaciones que nada tenían que ver con ropa,
arreglos, medidas, botones o costuras.
―Para comida italiana te recomiendo este ―dijo Silvi,
escribiendo el nombre del restaurante que además
preparaba comida para llevar. Había invitado a Luca a su
departamento, para variar.
―Ahora, es solo una sugerencia ―interrumpió Emma―,
si es alguien importante o especial deberías cocinar tú.
―Sí, debería, pero no soy buena en la cocina.
―Pues, tendrías que aprender.
Maite prefirió ignorar, una vez más, los comentarios
punzantes de Emma y conversar con Fabiola y Silvi.
Ya en la boutique, llamó al restaurante para hacer el
pedido de la comida y así quedarse tranquila con la cena
resuelta. De esa manera, su mente estaría más enfocada en
su trabajo. Se puso un caramelo de menta en la boca, se
acomodó la ropa y se encaminó al salón donde ya había un
par de señoras esperando para ser atendidas.
Luca había tenido un día complicado, además de sus tareas
del día, había tenido que sumarle la solución de algunos
problemas: uno de los empleados del taller había tenido un
accidente y la entrega de una lancha deportiva se había
demorado por quién sabe qué motivo; además, una de sus
reuniones se había retrasado más de la cuenta dilatando su
agenda completa. Olivia había llegado por sorpresa a su
oficina argumentando no entender algo de una asignatura
que debía estudiar para el siguiente día y su tiempo se
acortaba. Si quería cumplir con el horario en que le había
dicho a Maite que llegaría a su casa debía terminar en ese
momento.
―Papá si tienes que ir a esa cena yo puedo esperar a
Roni, seguro que él me ayuda. Puedo tomarme un taxi o
hacerme llevar después con el chofer de la empresa.
―Prefiero eso, Olivia, dile una hora para que te espere en
la puerta. Debo irme. ¿Nora estás segura que Roni está en
camino? ―preguntó a su secretaria por el intercomunicador.
―Sí, señor. Hace diez minutos se comunicó conmigo.
Olivia se quedó sola en la oficina de su padre esperando
a que el muchacho apareciera. Todavía recordaba el
perfume que se había puesto la noche de la fiesta. Había
suspirado tantas veces viéndolo bailar y saltar con sus
amigos, riendo a carcajadas y volviendo descuidada su
perfecta apariencia con ese traje azul oscuro y corbata a
juego… Había terminado con la impecable camisa blanca
hecha un desastre, arrugada, fuera del pantalón y sin
corbata; su cabello, que había tenido peinado, se había
descontrolado y mechones amarillos se habían movido en
su frente tapando por momentos sus preciosos ojos. Pero lo
que más había disfrutado había sido el momento en que la
había sacado a bailar y le había tocado la espalda con su
mano tibia.
Olivia odiaba sentirse enamorada, porque si bien era un
estado hermoso de ilusión permanente, no veía que su
amado diera algún paso firme para demostrarle si ella le
importaba. A veces creía que sí, como la semana anterior,
conversando en la puerta de ese mismo edificio, o durante
ese interminable baile. Las miradas que se cruzaban, a
veces parecían cómplices. Claro que otras veces él se
asombraba de encontrarla mirándolo y le sonreía solo por
cortesía.
―Hijo, Olivia te está esperando porque necesita un poco
de ayuda en una asignatura ―dijo Nora.
―¿A mí? ―preguntó Roni, mirando la puerta entreabierta
de la oficina del Señor Di Pietro.
Olivia había sonreído escuchando la voz del muchacho.
Por fin había llegado.
Nora levantó los hombros en señal de no saber más
detalles y Roni fue en busca de la jovencita a la que
tampoco podía denominar su amiga. Era la hija del jefe de
su madre como siempre había sido. El único cambio que
había surgido era que, al ser un poco más mayor y tener
amigos en común, podían encontrar más temas para
conversar. Además, era una buena amiga de la hermana de
la chica que le gustaba y tal vez podía hablarle bien de él,
aunque no había llegado todavía a armarse de valor y
pedírselo.

Maite tembló de emoción al escuchar el sonido del timbre.


Volvió corriendo a su dormitorio y se miró al espejo otra vez.
Fabiola le había dicho que podía recibirlo con ropa informal,
las palabras exactas habían sido, «nada acartonado», es
que así decía su amiga que ella vestía. Entonces había
optado por uno de sus pocos pantalones de jean y una
camisola bordada de las que tanto le gustaban, hasta había
desistido de sus tacones, como excepción. Quitó una
inexistente pelusa del mantel que había puesto en la mesa
y corrió la copa de vino, vacía, un milímetro a la derecha.
El timbre volvió a sonar y esta vez sí, abrió la puerta.
―¿Agrego impaciente a tus defectos? ―Fue su saludo al
hombre de apariencia juvenil que la visitaba. Años habían
abandonado ese rostro de barba ahora casi inexistente, ojos
verdosos y brillantes y sonrisa amplia. Vestía una simple
camiseta gris y un pantalón oscuro. Hasta esas modernas
gafas de montura negra le quedaban hermosas.
―Solo si no me abres la puerta y tengo ganas de verte
―dijo Luca, abrazándola por la cintura y dejando un beso en
su mejilla, aunque muy cerca de la comisura de sus labios.
Maite hubiera preferido uno en la boca.
―Este vino me encanta ―dijo ella, recibiendo la botella y
la bolsa en la que, suponía, habría algún postre.
―Alguna vez comentaste que no bebías, pero te vi tomar
vino, por eso pensé en traerlo. Y debo reconocer que hasta
te imaginé saboreando esos licores.
―No me recuerdes los licores que me descompongo.
Aunque después de ese día me corrompí, sin embargo, solo
disfruto de un buen vino, de cualquier color, y del
champagne.
―Coincidimos en eso ―dijo él, recorriéndola con la
mirada.
Estaba preciosa, fresca y femenina. Se movía por el
departamento con desenvoltura, sin preocuparse por su
mirada o su presencia; cómoda, como él estaba frente a
ella.
―Bien, esto ya está listo. No quiero darte falsas
expectativas por lo que, desde hoy mismo, quiero que sepas
que no cocino nada bien ―dijo Maite, acercando un par de
fuentes con comida comprada a la mesa donde comerían.
―No soy exigente en ese punto, no te preocupes
―aseguró él, ayudándola a sentarse y dándole un beso en
la boca al pasar.
Luca estaba nervioso y ansioso, como un colegial que
intentaba seducir a la niña más bella del colegio. No sabía
cómo actuar o cuándo en esa primera e íntima soledad que
invitaba a tantas cosas. Procuraba no defraudar. Además, si
bien estaba cómodo con ella, no lo estaba con sus
preocupaciones, esas que le había contado a Hugo, su
amigo. Maite era una mujer muy inteligente y para él, a
pesar del poco tiempo que hacía que se conocían, era
importante. Era alguien que podía transformarse en especial
y por eso quería cuidar más sus acciones y no solo por ella,
sino por él mismo también.
Luca manejó la situación lo mejor que pudo sin dejarse
llevar por miedos tontos. Lo de tontos no era algo que él
pensara, por el contrario, los creía más importantes de lo
que eran en realidad.
Maite hizo lo suyo, era una hábil conversadora que lo
llevaba de tema en tema entre bromas y ocurrencias. Se
contaron anécdotas y algo de la propia historia de cada uno
estuvo presente en la charla.
Ana había sido una parte importante de esa tertulia, por
supuesto, y era lógico. Él comprendía que Maite se sintiera
intrigada y hasta comprendería que ella tuviese sus
inquietudes con respecto al proclamado amor por su esposa
muerta, ese que nunca callaría ni a la mujer que tenía
enfrente y lo miraba deslumbrada por su sinceridad.
Maite había quedado fascinada con cada cosa que sabía
de él, hasta le había resultado tierna la precaución que
había tomado al hablar de su mujer. No podía negar que le
incomodaba saber que él aún la amaba, como le había
dicho. Eso sería una sombra entre los dos todo el tiempo, o
eso pensaba, y por primera vez en años estaba celosa, y
bien sabía ella que los celos hacían doler la barriga y actuar
sin pensar.
Decidió no darle importancia a esa turbadora sensación y
servir el café en la sala. Ya vería como lo manejaría,
después.
Fue en esa sala que todo comenzó con un roce, un beso
simple de agradecimiento por una rica comida, otro beso
por sentirse cómodos con la intimidad del momento, otro
beso porque sí, y otro más, y otro…
Sus labios ya no quisieron despegarse.
El contacto era excitante, pero si a la ecuación se unían
las lenguas y los dientes, la cosa se ponía peor y se volvía
turbadora. Eso no lo habían tenido en cuenta cuando
abrieron con necesidad sus bocas y se dejaron llevar por la
urgencia de sentirse.
Los suspiros y algún gemido, bajito y controlado por
Maite, eran algunos de los sonidos de la habitación. La
música ya no se escuchaba.
Luca luchaba por no pensar más que en esa boca de
labios finos e insaciables que pedían más y más. Y él le
daba, porque tenía el mismo apetito de besos. No le
alcanzaba con toques suaves y cerrados, tampoco con
tirones del labio inferior, quería disfrutar del sabor de Maite
invadiendo con furia, con intención de bloquear
pensamientos, sentimientos lejanos, comparaciones sin
sentido… Y así fue como reconoció que Maite ocupaba su
deseo, sus ganas y su todo en ese instante. Estaba pletórico
de felicidad de haberlo logrado.
Las manos de Luca no se alejaron del cuello femenino o
de la espalda. Se contuvo. Era suficiente todo ese alboroto
de sensaciones en su interior como para sumar otras más
intensas, seguramente. No importaba cuánto calor tuviese o
cuánto apretase su pantalón, lo que importaba era la
confianza ciega que quería sembrar en la mujer que lo
estaba ayudando a descubrirse nuevamente como un
hombre que disfrutaba de seducir y ser seducido.
A partir de ese café no fue mucho lo que hablaron. Sus
bocas se mantuvieron ocupadas, disfrutándose. Entre besos,
caricias y alguna mirada cómplice que hablaba de esas
dudas e inseguridades que atormentan las mentes adultas e
inexpertas en eso de volver a empezar. Porque ambos
sabían reconocer, en silencio por el momento, que no era
fácil cuando la práctica se perdía. Aunque, de seguro, era
como andar en bicicleta porque de eso uno nunca se olvida.
En esa idea descansaban y se dejaban llevar por el deseo.
En definitiva, uno nunca pierde la habilidad, sin embargo, a
veces los miedos se interponen ante las palabras que
quieren ser dichas, las caricias que pretenden ser más
atrevidas, los besos que despiertan ardores incontrolables.
No habría tantas dudas si ambos no fuesen conscientes
de todo lo que apostaban en esa nueva relación.
Luca se fue alejando lentamente con besos suaves de
labios cerrados. Acunó con sus manos el rostro de Maite y
besó la punta de su nariz.
―En este momento siento una terrible y casi inmanejable
lucha interna entre mi instinto y mi razón. Deseo tantas
cosas… físicas, se podría decir. ―Hizo una pausa aspirando
profundo y mirando esos ojos brillantes y expectantes―. Sin
embargo, me da miedo estropear todo lo sentimental que
puede nacer de aquí en adelante, que es más importante e,
indefectiblemente, nos hará llegar a todo lo demás, a eso
que ahora deseo con urgencia y necesidad.
Maite suspiró y acarició sus mejillas, la barba era suave y
le hacía cosquillas en las palmas, esa era también una
nueva sensación. Estaban ambos en esa terrible indecisión
de quedarse quietos o avanzar y ella sabía que su cuerpo
estaba en llamas, aunque su mente era más lenta y
anhelaba un poco de tiempo y distancia.
―Luca, sé que somos adultos y que yo debería…
―No, Maite, no deberías nada ―dijo, acariciando su
rostro sin perder detalle―. No se trata de obligaciones, sino
de un consentimiento de ambos. Y aunque somos adultos,
sí, es cierto, creo que yo también necesito más tiempo.
―Yo… ―Él la silenció con un dedo sobre sus labios y
negó con la cabeza, no necesitaba de ninguna
explicación―. No tengo la seguridad que necesito.
―Lo sé.
aite había dormido poco y mal. Desde que Luca se

M había marchado la noche anterior no había podido


dejar de pensar en todo lo hablado. Conociendo más
sobre él se sentía más cercana. Había visto en sus
ojos la angustia por la pérdida tan dolorosa de su
esposa, sin embargo, había visto también la resignación.
También había notado cómo se reflejaba el horrendo
sentimiento de frustración que no lo dejaba descansar, no
había tenido que explicarse demasiado. Él no había podido
hacer más de lo que había hecho por Ana y, sin embargo,
pensaba que podía haber hecho mucho más si hubiese
tenido tiempo. Igual que ella se sentía con respecto a su
pequeña. A pesar de que la voz de la conciencia dijera lo
contrario, el corazón no podía comprender esas razones.
Luca había compartido su dolor y ella estaba en deuda
con él porque ella no había podido mostrar su parte
vulnerable. No era desconfianza, era inseguridad propia,
temor a quebrarse. No le era fácil llorar frente a los demás,
se había vuelto dura al respecto. Tan dura que, a veces,
parecía que nada tan trágico le hubiese ocurrido.
Pero no todo habían sido conversaciones, su cuerpo bien
lo recordaba. También había habido francas sonrisas,
sinceras palabras, cálidas caricias y dulces mimos. Además
de los arrebatadores, implacables e insolentes besos que le
habían robado el aliento.
Hacía mucho que no se le adormecían los labios de tanto
besar y ¡era una sensación tan maravillosa! ¿Por qué la
había olvidado?
Esos roces curiosos y asustados que vagaban por su
espalda la habían llevado a un estado de alerta delicioso.
Había recordado esa ansiedad juvenil cargada de pasión
que erizaba su piel ante un beso, se había sentido como si
fuese una colegiala virgen, temerosa, como alguna vez
había sido, pero segura de querer más y más.
Ahora ya conocía su cuerpo y sabía de ese deseo que era
incentivado solo por explorar con sus manos y labios y por
dejarse conocer de la misma forma. Toda esa seguridad
propia de la madurez, esa que sabe cómo son las cosas, esa
que habla de experiencias repetidas, esa… estaba vagando
perdida en su mente llena de deseos nuevos, que ardían
como llamas en sus entrañas.
Si tan solo supiera los motivos por los que no podía dar el
paso… Pero no lo sabía, entonces se respetaba y aceptaba.
Y él también lo había hecho, haciendo crecer todas esas
nuevas ilusiones que estaban haciendo nido en su interior.
Se levantó con parsimonia y de la misma manera se
vistió. No quería dejarse llevar por toda la energía que
llevaba dentro. Estaba conteniéndose porque su cuerpo
pedía liberación y no sabía por dónde dejaría ir toda esa
pasión acumulada, esa alegría, esa felicidad… Un grito, eso
pedía; una carrera de quinientos metros a toda velocidad;
una caída libre sin paracaídas; una carcajada a todo
volumen.
Fabiola notó al instante esa tonta sonrisa dibujada en la
cara de su amiga y la abrazó cariñosamente.
―Verte feliz, me hace feliz.
―Ay, Fabiola, me siento en las nubes.
―Pues ve bajando, que llegó Rose ―dijo Emma,
rompiendo su burbuja.
Luca había discutido con Piero en el desayuno, una vez más
había querido enseñarle la importancia de las otras cosas
que no eran trabajo y había fallado, no obstante, ni eso le
había quitado la buena predisposición para enfrentar el
ocupado día laboral.
Había llevado a Olivia a la escuela y, aunque retrasado,
había llegado a tiempo a su primera reunión.
Lo que no le había gustado demasiado había sido
enterarse de la reunión que tenía por la noche con uno de
sus representantes extranjeros y su amigo, Hugo. Un
compromiso que hubiese querido postergar para dedicarle
tiempo a Maite, pero ya la compensaría.
Después de los negocios, Hugo y él disfrutaron de una
copa de vino en la intimidad del despacho de su nueva
casa.
―Esa mujer te tiene donde quiere.
―No sé dónde ella me quiere tener, Hugo, solo sé que
hacía tiempo que no me sentía así. Tengo un motivo para
levantarme por la mañana y saboreo emociones que me
entusiasman. Estoy con renovadas ganas de vivir.
―Eso me alegra, amigo.
―Volví a tocar el saxo.
―No bromees.
―No lo hago.
―¿Pudiste…?, digo, tuvieron… Ya sabes.
―No, todavía no pasamos de los besos. Pero tengo las
hormonas despiertas y no necesito de pastillas para hacer
funcionar la maquinaria ―dijo, entre divertido y exaltado.
―Entonces es como dije, te tiene donde quiere.
―¿Y si fuera así?
―No tengo nada que objetar. ¿Cómo vas a hacer con los
chicos?
―Bueno, todavía no lo pensé ―contestó, aunque eso no
era del todo cierto.
Luca no podía entender los motivos por los que no quería
juntar a sus hijos con Maite. Era algo incomprensible y lo
sabía, sin embargo, prefería dejarse llevar por sus instintos
que le decían que todavía no era el momento.
Estaba seguro de querer avanzar en esa relación, tanto
como de que hasta podía enamorarse de esa mujer. Aun así,
era tan pronto y todo era tan incierto que no se armaba de
valor para tomar decisiones, esas que podían poner en
peligro la buena armonía familiar. No tenía la más mínima
idea de cómo reaccionarían sus hijos y ese desconocimiento
era aún peor que la certeza de saber que Maite no les caería
bien, si es que ese fuese el caso.
―Puedes llevarla a mi fiesta de cumpleaños. Tal vez es
una buena opción para presentarte en sociedad otra vez
acompañado y aprovechar para que las aves de rapiña
dejen de revolotear sobre ti ―dijo Hugo, haciendo referencia
a un par de madres ansiosas por cazar a su amigo para sus
hijas solteronas, e incluyendo a alguna divorciada que no
hacía otra cosa que preguntar por Luca en el club de golf al
que asistían.
―Lo que tú quieres es la oportunidad de conocer a Maite
para bromear a mi costa.
―Eso también ―dijo Hugo, brindando con el último trago
en su copa antes de ponerse de pie y marcharse.
Luca había quedado solo en la penumbra de su despacho
recordando a Maite y todos esos detalles de ella que lo
tenían cautivado. Esa forma de hablar tan clara, con ideas
tan pensadas y tan prácticas. Le dolía su dolor, ese que
todavía le ocultaba, y no la juzgaba, él sabía esperar. Ella le
contaría todo tarde o temprano, estaba seguro. Por ahora le
alcanzaba concluir que el tal Kano no era peligroso para él.
No era celoso, jamás lo había sido, aun así, no estaba de
más asegurar el terreno que pisaba. Todavía podía recordar
las manos del hombre en la cintura de Maite y esa cercanía
de cuerpos rozándose con confianza. Eso, tal vez, no le
gustaría volver a verlo, pensó y sonrió con picardía.
Los besos largos y profundos que se habían dado,
volvieron a su mente y cerró los ojos. Había buscado, entre
beso y beso, alguna evocación entrometida de otros besos o
una comparación estúpida de esas que, suponía, su
inconsciente haría bailar en su cabeza; y no había pasado ni
lo uno ni lo otro.
Solo había tenido deseo y ganas de Maite, solo de ella.
Cada vez sus temores se disipaban más. Aunque faltaba
el peor de todos: el de ver el rostro de Ana, en vez del de
Maite, bajo su cuerpo a la hora de hacer el amor. Por nada
del mundo quería que eso le volviera a pasar, porque esta
vez no solo sentiría que le faltaba el respeto a la memoria
de su amada esposa, sino también a la mujer que estaba
comenzando a calentar su corazón.
Sacudió el recuerdo de esa noche lasciva y vacía en la
que terminó llorando como un niño. Y subió a su habitación
para hacer lo que quería, tocar su saxo un rato y en lo
posible, pensando en Maite.

Nuevamente, Emma, había sacado de las casillas a Silvi con


un comentario agresivo. Esta vez había sido porque el Señor
Izaguirre había ido a buscar un vestido de su esposa y había
aprovechado esos minutos para coquetear con Emma en la
puerta de la boutique, demás estaba decir que Rose no
estaba.
―No puedo entenderla. ¿Qué cree que ganará con eso?
―Supongo que piensa que los hombres son como los de
antes que mantenían a una esposa y a una amante
―respondió Fabiola a Silvi mientras zurcía sin detenerse―.
No creo que piense que este señor dejará a su familia para
irse con ella.
Maite las volvió a mirar asintiendo, justo en el momento
que Emma volvía al taller y se terminaba la paz de la
conversación.
―Avísenme cuando lo terminen que paso a verlo.
Pónganlo en el maniquí, por favor―pidió Maite, antes de
retirarse y haciendo referencia al vestido de novia que
estaban terminando.
Ya faltaba poco más de media hora para cerrar y Rose se
había tomado muy en serio eso de ir dejando de trabajar,
apenas si aparecía por la tienda argumentando que estaba
recorriendo agencias de turismo con su hermana.
―¡Qué mujeres interesantes trabajan en esta boutique!
―dijo una voz a su espalda, y Maite se sobresaltó ante el
agarre en su cintura.
―Señor Di Pietro, ¡qué atrevido! ―murmuró, dejándose
besar―. Uno solo es suficiente.
Luca tomó la mano de ella que intentaba apartarlo y la
llevó a sus labios sonriendo con ese gesto completo de ojos
incluidos, que a Maite tanto le gustaba.
Por fin logró apartarlo sin que nadie la viera. Odiaba dar
que hablar en el trabajo. Siempre había sido muy cuidadosa
de las formas y ningún amigo de la dueña cambiaría esa
conducta. Aunque tuviese ganas de saltar para colgarse a
su cuello, apretar las piernas en su cintura y los labios en su
boca.
―Estás preciosa toda alterada. Te espero y vamos a
cenar, ¿puedes? ―Quería aprovechar que ninguno de sus
hijos cenaría en casa para dedicarle un rato a Maite.
―Sí, puedo.
―No tengo mucho tiempo. Olivia está en casa de una
amiga y debo recogerla, pero quería verte y en lo posible
robarte algunos besos.
―Luca, por favor ―dijo, alejándose ante sus avances.
Las chicas del taller la llamaron para mostrarle el vestido
y una vez que dio el visto bueno todas salieron para poder ir
a descansar. Fabiola quedó un poco rezagada a pedido de
Maite, quería presentarle a Luca.
Emma se sintió intrigada, presentía que la estaban
excluyendo de algo importante y no lo soportaba, de a poco
su ira y envidia crecían. Maite era un dolor de cabeza
constante en la vida de Emma que, sin darse cuenta, lo
único que anhelaba era ser como ella y tener lo que ella
tenía.
―Buenas noches ―le dijo con coquetería a Luca, quien
esperaba apoyado en el mostrador―. ¿Lo atendieron?
―Sí, muchas gracias ―respondió él, sin dedicarle su
mirada.
Emma bufó y se marchó, la tercera era la vencida.
«Estúpido, arrogante, bueno para nada», pensó Emma.
Luca esperó en silencio hasta que vio a Maite caminar
hacia él junto a esa modista que había saludado con tanto
cariño a Olivia. Podía recordarla vagamente de las veces
que había ido con Ana en el pasado.
―Luca quiero presentarte a Fabiola.
―Nos conocemos. ¿No es así, Fabiola? Aunque debo
reconocer que desconocía tu nombre.
―Sí, es cierto, es que nunca fuimos presentados, señor.
―De ninguna manera aceptaré un señor. Soy Luca para
las amigas de Maite.
―Pero es… ―Luca la interrumpió elevando las cejas, y
sonriendo con complicidad―. Está bien, Luca.
―Conociste a Ana, ella hablaba muy bien de tu trabajo y
de ti.
―Gracias ―dijo, y con una gran incomodidad miró a su
amiga, que le sonrió.
―Está bien, Fabiola, no te pongas nerviosa. Luca me
contó sobre Ana. Además, es justo que alguien te felicite por
tu trabajo de vez en cuando.
La conversación siguió por unos minutos mientras, entre
las dos, cerraban la boutique. Se despidieron frente a la
tienda y cada uno tomó su camino.
Maite y Luca comieron en un restaurante pequeño frente
al río y luego caminaron un rato tomados de la mano. Luca
quería invitar a Maite al cumpleaños de Hugo, sin embargo,
estaba algo inquieto porque de ninguna manera aceptaría
una negativa, y es lo que esperaba.
―Maite, tú me acabas de presentar a tu amiga y para ser
justos quiero presentarte a mi amigo Hugo.
―Me parece bien. Será un placer conocerlo.
―Perfecto, entonces el sábado lo conocerás. Es su
cumpleaños y tiene una reunión en su casa. ―Maite inspiró
profundo, llenando su pecho de aire. Luca le sonrió con
culpa y le tomó las manos―. Sabe de ti y quiere conocerte,
por lo que me pidió que te invitara en su nombre. No
puedes decir que no.
―Esto es una emboscada. Otra de tus trampas.
―Puede ser. De verdad quiero que me acompañes. Sé
que es pronto, lo sé. Diremos que eres una amiga, no
daremos más datos que ese.
―¿Y qué otra cosa podríamos decir? ―preguntó,
apenada e intrigada. No sabía lo que eran en realidad. No
había títulos que los encasillaran.
―Somos una pareja, Maite. Una nueva, que se está
conociendo y que tiene un futuro brillante.
―Ah, ¿sí? ―de pronto se sintió coqueta y segura.
Lo abrazó por el cuello, acarició su cabello y luego sus
mejillas. Se acercó para besarlo y entonces fue él quien la
abrazó y la pegó a su cuerpo.
El beso fue largo, profundo y desvergonzado. Pero
estaban en la vía pública y se dieron cuenta de eso poco
después, cuando sus cuerpos necesitaban más.
El resto de la semana pasó más o menos con la misma
rutina.
Luca con mucho trabajo y solo teniendo tiempo de verla
un rato por la noche y Maite, lidiando con los clientes y los
comentarios de su compañera del trabajo.
Rose había aparecido, por fin, en su propio negocio con
una inesperada sonrisa de felicidad en los labios, los ojos
brillando como nunca y diciendo a viva voz que su viaje
estaba organizado y que, en dos meses, se iría con su
hermana a Europa.
Maite se tensó al escucharla, solo por imaginar no
tenerla a su lado y cargar con toda la responsabilidad de la
tienda ella sola. De inmediato llamó a Kano para
desahogarse, quien con una risa burlona le garantizó que
ella era capaz de hacerlo. Maite le creyó, ¿cómo no
hacerlo?, si ese hombre nunca le había mentido en su vida.

El sábado era el día de la fiesta de Hugo. Olivia salía esa


noche con amigos, por primera vez. Luca la había dejado ir
a bailar solo porque Roni estaba con ellos. Confiaba en ese
chico al que conocía desde niño y que ahora trabajaba con
él, además, la madre era su secretaria y sabía cómo lo
había educado. Eran muchos puntos a su favor como para
que cometiese un error y saliese indemne de él.
Relajado y vestido con elegancia pasó a buscar a Maite.
El timbre sonó y ella todavía estaba insegura de su atuendo,
y no era por falta de tiempo.
―Solo quiero saber si es adecuado este vestido ―dijo al
abrir la puerta, estaba algo ansiosa―. Perdón… hola. Estás
muy guapo. Pasa y responde.
Luca rio sonoramente ante los innecesarios nervios de
Maite. Sin apuro alguno acarició su mejilla la abrazó por la
cintura y la besó en los labios.
―¡Estás fantástica! Gracias por el halago y hola para ti
también.
Maite sonrió y le devolvió el beso. Alisó su falda,
acomodó las mínimas mangas y giró sobre sus talones,
mientras Luca la admiraba. El confirmó con un movimiento
de cabeza las palabras anteriores y le dio otro beso.
Estaba preciosa. El vestido era sencillo, largo hasta las
rodillas y marcando su cuerpo. «Así deberían lucir todas las
mujeres», pensó Luca. No era una prenda atrevida ni
mostraba de más, por el contrario, tal vez no era todo lo
ajustado o corto que esperaba, sin embargo, en ella lucía
naturalmente sensual, o tal vez los etéreos movimientos
femeninos la hacían lucir así.

El jardín de la casa de Hugo estaba colmado de invitados y


camareros deambulando por todos lados. Todos tenían en la
mano una copa de champagne, vino o alguna bebida; Maite
también y, a su lado, Luca ya estaba tomando la propia.
―Bien, creo que fue suficiente el anonimato. Te voy a
presentar.
―Espera, espera ―pidió Maite. Estaba nerviosa.
Había visto a un par de clientes de la boutique y el señor
que le había devuelto la mirada era el esposo de una sus
preferidas, Susana, a la que buscaba con la vista solo para
conocer la reacción de esta al encontrarla en un lugar en el
que, de seguro, jamás hubiese pensado en coincidir.
Estaba más que orgullosa de sí misma por haber sido
siempre cordial con toda esa gente, porque las vueltas de la
vida la habían puesto en el mismo espacio social. Una vez
más confirmaba que en el futuro no había nada demasiado
inverosímil.
Inspiró con profundidad ensanchando su pecho y,
tomando la mano de Luca, dio los primeros pasos hacia su
presentación.
―Hugo, amigo. Feliz cumpleaños ―dijo Luca, palmeando
la espalda del nombrado en un abrazo cariñoso.
―Gracias. Y tú debes ser Maite.
―Lo soy. Feliz cumpleaños y gracias por la invitación.
Esa fue la primera de muchas presentaciones. Entre
amigos y clientes o compañeros de golf, Maite había dejado
de intentar recordar algún nombre. Entonces sí, apareció
Susana, quien la reconoció al instante y se quedó a
conversar con ella un rato hasta que su marido, Antonio, se
acercó a saludar también y le sonrió con demasiada
simpatía.
Maite intentó relajarse, lo peor había pasado. No todas
habían sido miradas de aceptación, podía reconocerlo.
Alguna de las arañas andaba por ahí y había buscado
mantenerse alejada con intención. No le importaba mucho,
aunque solo sería así si a Luca tampoco le molestaba.
Luca la miró a los ojos y le sonrió para darle ánimo, ella
le devolvió la sonrisa que fue demasiado tonta, y no era
para menos, el hombre estaba demasiado atractivo con su
traje negro y camisa blanca sin corbata. Maite volvió a
pensar que cualquier cosa que Luca vistiese le quedaría
bien. No solo era su altura, era todo el conjunto, los
hombros cuadrados, la delgadez y la espalda tan recta… y
también la barba bien recortada y el cabello tan cuidado;
además de los movimientos masculinos, lentos y seguros…
y esa sonrisa.
Negó con la cabeza y evitó suspirar. ¡Cómo le gustaba
Luca!
Pidió permiso y se alejó hacia el servicio.
―¿Qué tal? ―preguntó el esposo de Susana a Di Pietro,
señalando con el mentón la espalda de Maite mientras ella
se alejaba. Luca reconocía a Susana, por recordarla con
Ana, pero a él solo lo había visto de pasada en el club de
golf. No era su amigo como para que le preguntase sobre su
pareja en ese tono tan íntimo, sin embargo, como Luca era
educado y cortés, le respondió con sinceridad.
―Muy bien, es una mujer maravillosa.
―A veces es necesario tener la cama tibia ―murmuró el
atrevido señor. Luca lo miró furioso. No por el comentario
desubicado, sino también por el gesto libidinoso que tenía
dibujado en el rostro. No podía creerlo.
―No entien… ―se interrumpió, y se acercó a los oídos de
ese desconocido imprudente al darse cuenta de lo que este
quería insinuar.
Pensar que ese hombre creía que Maite era su amante no
le gustaba nada y podía intuir por dónde venía la idea. Los
comentarios volaban y todo se escuchaba. Odiaba el
veneno que algunas mujeres con dinero largaban en las que
no lo tenían. Y muchas de ellas habían reconocido a la
empleada de Rose’s Boutique. «Estúpidas, ignorantes»,
pensó Luca. Hubiese reaccionado con una violencia que casi
desconocía, ella merecía eso y más, pero de pronto tuvo
una mejor idea que una discusión verbal con alguien tan
tonto.
―Hagamos un trato. Yo te cuento qué tal me va solo si
me describes, con lujo de detalles, cómo te va a ti con tu
mujer.
―¡Estás loco! ―respondió Antonio, enojadísimo, mientras
Luca sonreía con sorna y elevaba los hombros como si lo
ofrecido fuese el trato más justo del mundo―. Eres un
irrespetuoso, no puedes comparar a Susana con esa
mujerzuela, por favor. No está mal, pero yo las elijo un poco
más jóvenes.
―Luca ven que quiero presentarte a alguien ―los
interrumpió Hugo, por suerte.
Luca estaba rabioso, no podía con su ira. Quería
desfigurar la cara de ese tarado. Maite no tenía pinta de
mujerzuela, ¡por el amor de Dios! La mujer de él era quien
se apretaba la ropa para mostrar más de lo necesario… Tan
enojado estaba que en su cabeza atacaba a la pobre mujer,
sin buen gusto para vestir, que nada le había hecho.
Las palabras de ese hombre daban vuelta en su cabeza y
no podía sacarlas, mientras Hugo le presentaba a un posible
cliente italiano del que no había escuchado ni el nombre. No
podía concentrarse.
Maite salió del sanitario buscando con la vista a su
pareja. Al pasar recibió alguna sonrisa cordial de mujeres y
hombres que le habían sido presentados. El Señor Antonio
se acercó a su lado y le guiñó el ojo. No le gustó la actitud
chulesca que mostraba, no tenía ni un poco de confianza
con él como para que hiciera ese gesto. Se detuvo cuando
él se paró enfrente impidiéndole el paso. Definitivamente
ese hombre no la había reconocido de la boutique.
―Estás guapa, lo disimulas muy bien.
―No le entiendo― le dijo.
―No disimules conmigo, conozco a las de tu tipo. ¿Qué
recibes, dinero o regalos? ¿Qué quieres? Tengo amigos,
encajas bien, puedo recomendarte―Maite se sonrojó de
furia.
¿De qué tipo creía que era ella? ¿De las busconas?
Demasiado las conocía él y a ella le constaba, pero con su
propia persona se había equivocado de cabo a rabo.
―¿Qué pasa aquí? ―preguntó Luca, sin respeto alguno y
tomando de la cintura a Maite.
―Me miraste toda la noche, mujer. Podrías respetar al
menos el trato que tienes con él antes de buscar el próximo.
―Antonio se sintió insultado, él sabía de lo que hablaba, no
podía confundirse. Nunca lo hacía y odiaba que lo tomasen
por tonto. Además, unas mujeres se lo habían confirmado.
Luca quiso hablar, pero Maite lo silenció con una mirada,
estaba acostumbrada a luchar sola sus batallas.
―Lo miré porque me resultaba conocido y lo es. Su
esposa compra los vestidos que luce para usted, en la
boutique en la que trabajo. Eso me deja libre de culpa.
Ahora dígame, ¿a usted que lo liberaría de su ofrecimiento?
―Discúlpate en este instante ―gruñó Luca entre dientes.
Casi fue un murmullo, aunque demasiado furioso. Jamás le
arruinaría la fiesta a su amigo por un idiota desubicado.
―No me interesan sus disculpas, Luca. No te preocupes.
No sirven de nada si lo obligas. Ya se dará cuenta de su
error o tal vez no, va a depender de cuán necio sea ―dijo
Maite, alejándose con cara de asco.
abían pasado dos semanas desde aquella fiesta de

H cumpleaños y todo se había ido al demonio en pocos


días.
Luca se había enojado porque ella no había
permitido que la defendiese. Durante dos días había
tratado de hacerle entender que ella era independiente
desde hacía demasiados años, por lo que estaba
acostumbrada a protegerse sola y que, además, no había
sido necesario.
Después de aquella pequeña discusión con el esposo de
la Señora Susana habían abandonado la fiesta, los dos de
muy mal humor. Luca la había dejado en su casa y ella, más
triste que enojada, había bajado del coche después de
recibir un beso frío en los labios.
Mientras Maite pensaba en la mala fama que él podría
tener entre sus amigos a partir de ese instante; él, se
frustraba porque, una vez más, no había sabido cómo
manejar una situación.
Claro que a Maite le había dolido lo que aquel hombre
pensaba de ella, aunque poco le importaba lo que él dijera.
Ella sabía quién era y tenía muy claro que, con Luca, no
buscaba ni dinero ni regalos. No tenía por qué darle
explicaciones a un estúpido que le compraba ropa cara a
una amante barata. Seguro que de eso se había acordado
ese señor cuando había decidido enviarle a la boutique un
ramo de flores con una tarjeta de disculpas, ramo que ella
había recibido en presencia de Kano, quien había ido a
comprar un regalo para Bea.
―Rosas… ¿Mai, hay algo que tengas que contarme?
―había preguntado con una pícara sonrisa en sus
voluminosos labios. Entonces Maite lo había invitado a
esperar a que su horario terminara y compartir la cena. Le
había contado todo sobre Luca y como era de esperar, le
había pedido conocerlo para ver qué tan confiable era.
¡Qué tan confiable era!
Otra discusión que había tenido que enfrentar. No era
justo que su exmarido le pidiese explicaciones. Ni siquiera
buscaba un visto bueno de él y no lo necesitaba tampoco.
Por muchos motivos no era justo que Kano actuara así.
Partiendo de la base que era su ex, ok, también era un buen
amigo que la cuidaba, no obstante, eso no le daba el
derecho de elegirle pareja. Además, él tenía una desde
hacía tiempo y ella todavía no la conocía.
Una semana sin hablarse habían estado hasta que él
había llamado para contarle que Bea le había dicho que sus
hijos querían volver a verlo a pesar de que fuera raro o
antipático. Maite no tenía corazón para dejarlo sufrir solo y
no tenía ganas de quedarse con las ganas de decirle que
dejara de ser tan cobarde, que enfrentara a esos niños y se
decidiera a tener una familia, aunque fuera una familia
ensamblada o prestada, como él decía.
Maite pudo olvidar sus dolores de cabeza y espalda una
vez que tuvo sus dos batallas ganadas. Kano había dejado
atrás su actitud incoherente y Luca había entendido la
postura de ella y se había disculpado por su ausencia e
indiferencia de varios días.

Esa disculpa no había sido fácil para el Señor Di Pietro, algo


de la descendencia italiana fluía en sus venas y, para él, ser
el protector, el hombre de la casa y el jefe de familia era
algo importante. Lo llevaba en los genes. Aun así, había
podido notar que lo que decía Maite era real y hasta había
podido reconocer que había tenido un buen efecto una vez
que ella le había mostrado las rosas y la tarjeta. Con cara de
triunfo y sonrisa burlona, eso sí.
Esos días de distancia le habían demostrado que tan
necesaria se estaba volviendo esa mujer para él. Hugo
había quedado encantado con ella y se lo había dicho.
Incluso se había enterado del comentario desafortunado de
algunas mujeres y el de ese hombre también. Además, se
había molestado bastante porque habían tomado la decisión
de irse ellos y no le habían permitido a él, siendo el
anfitrión, invitar, con cordialidad, al estúpido Señor Antonio
a abandonar su casa.
―¡Caramba, hombre! Tú eres mi amigo. Ese tipo es un
conocido que fue invitado por compromiso ―había dicho
Hugo, haciéndolo sentir culpable.
Después se había carcajeado por su inexperiencia en las
discusiones con las mujeres al contarle su primera pelea con
Maite. Bien recordaba Hugo que, Ana, ganaba todas las
batallas sin esfuerzo. Su amigo se había dejado imponer
siempre por el carácter de su esposa.
Para Luca, la realidad era que le faltaba práctica, porque
Ana no había discutido jamás sus posturas o decisiones… o
ya no lo recordaba y era debido a esa bendita idealización
que le obligaba a retener lo bueno de su maravillosa esposa
y nada de lo que la pondría a la par de cualquier persona
con defectos y virtudes. Sin darse cuenta cómo y cuándo
Luca había santificado a su esposa.
Una vez arregladas las diferencias con Maite, ella le
había contado que Kano quería conocerlo. Los celos,
desconocidos intrusos a los que solo conocía en teoría, lo
golpearon en el medio del pecho. No creía, de ninguna
manera, que ese hombre quisiese volver con su exmujer
(ahora suya) después de tantos años, sin embargo, le
molestaba esa presencia y esa imposición de querer
conocerlo. Y todavía no había pensado ni un solo segundo
en lo que llevaba a Maite a hacer lo que él pedía. No se
animaba a intentarlo siquiera porque entonces toda esa
inseguridad que le había sido siempre ajena podía ponerlo
en una posición vulnerable a la que tampoco estaba
acostumbrado.
Otra vez había conversado con Hugo al respecto.
―Es que los años no vienen solos, mi querido amigo ―le
había dicho sonriente―. Traen vacilaciones, además de
arrugas y alguna que otra respuesta a las preguntas más
importantes de la vida. Sólo piensa en que están
divorciados hace mucho tiempo y ese hombre tiene pareja.
―Sí, eso pienso, pero también pienso que ella jamás
volvió a enamorarse y esa pareja que Kano tiene es poco
más que un pasatiempo. Según ella me contó, él no se
anima a comprometerse. ¿No te preguntas por qué?
―No, la verdad es que no.
―Ya sufrí mucho y con esto no quiero compadecerme ni
victimizarme, pero… ―Su amigo había interrumpido con la
parsimonia que lo caracterizaba.
―Vive el día. Déjate llevar. Ya te lo dije, ve lento, tómate
tu tiempo.

Pero el tiempo que pretendía darse le había explotado en la


cara esa misma noche, durante la cena con sus hijos.
―Me puedes explicar, papá, ¿qué es eso de que al
cumpleaños de Hugo fuiste con una mujer? ―Olivia lo había
mirado con mucha curiosidad, no obstante, Piero le había
mostrado todo su descontento y había osado darle una
orden. ¡Por todos los santos!, ¿¡qué le pasaba a ese chico!?
―No, la verdad es que no creo tener que hacerlo, Piero.
―¿Papá, es cierto que estás saliendo con una mujer?
―había preguntado dulcemente la niña, y él le había
sonreído para responderle.
―Algo así. Estamos conociéndonos. ―Piero lo había
mirado con furia y chasqueado la lengua contra el paladar
para hacerse notar. Entonces se había levantado dejando
caer ruidosamente la silla y había abandonado el comedor.
Las formas de Piero no eran las adecuadas, pensaba
Luca, no tenía que darle explicaciones a su hijo. Si lo
hubiese preguntado de otra manera le hubiese contado
sobre la presencia de Maite en su vida. No era lo que quería,
al menos, no por el momento, sin embargo, las cosas
sucedían y se haría cargo de las consecuencias. Si a sus
hijos les costaba aceptar a Maite los convencería de a poco
y con paciencia porque lograba entender que, para los dos,
podía no ser fácil la imagen de su padre con otra mujer que
no fuera su madre, a la que ya no tenían con ellos.
Desde esa noche Piero había desaparecido de casa, hacía
ya cuatro días que solo lo veía en la empresa, le gruñía las
palabras necesarias y, aunque sabía que dormía en su
cuarto, se las arreglaba para no cruzarse con él.
Olivia se había sentido más intrigada, tal vez algo triste,
pero dispuesta a conversar y entender, y eso habían hecho.
Hasta le había contado que Maite era empleada en la
boutique de Rose y la niña la había recordado como una
mujer simpática y linda. Luca había sonreído a las palabras
de su hija y la había abrazado para susurrarle:
―Jamás me olvidaré de mamá, te lo prometo. Maite lo
sabe y respeta eso. Ella no viene a ocupar su lugar, debe
quedarte claro esto.
Olivia había llorado mucho ese día, y los días siguientes,
aunque estaba muy apegada a él desde entonces y le había
prometido que, cuando estuviese lista, le pediría conocerla.
Eso estaría por verse, Luca estaba todavía algo inquieto
con la idea, no le había gustado mucho lo que había sentido
al verlas juntas esa vez en el probador de Rose’s Boutique,
aunque ya había pasado tiempo y cada vez estaba más
seguro de que sus sentimientos por Maite crecían a una
velocidad sorprendente.
Luca suponía que la madurez traía consigo, además de
las cosas que su amigo había dicho, la inteligencia de
manejarse con franqueza en las relaciones y eso haría con
Maite. Entonces le había contado que sus hijos se habían
enterado y por primera vez la vio llorar angustiada.
Maite entendió las dos posturas, tanto la de Olivia como
la de Piero, pero no por eso no se sentiría mal al saber que
ese muchacho no le quería dar ni siquiera la oportunidad de
conocerla. Ya su cariño por Luca le vaticinaba que no saldría
ilesa de esa relación si, de manera arbitraria, se terminaba y
mucho más si era por ajenos a la pareja. Ajenos que, por
otra parte, si pensaba fríamente, eran más importantes que
ella misma en la vida de su hombre.
Había sido el turno de Maite de llorar varias noches
seguidas. Las largas comunicaciones telefónicas con Fabiola
y Kano le traían algo de distracción y algo de seguridad,
porque ambos confiaban en que Luca sabría llevar la
situación de la mejor manera. Eso no lo dudaba, solo que no
sabía cuál sería la mejor manera, bien podría ser cortar una
relación problemática de raíz para evitar un problema
mayor con sus hijos, ¿o no?
Luca había decidido pasar ese fin de semana en el río
con Olivia y unas amigas. Habían salido el sábado a media
mañana, habían dormido en el barco y ya estaban
regresando, muy agotados. Pero se sentía feliz de ver a su
hija bien. Quería demostrarle que nada cambiaría con su
padre a pesar de que tuviese una relación con una mujer.
Maite había entendido todo lo que Luca se proponía con
su hija y le dolía verlo enfrentado con Piero, podía notar la
angustia en su mirada y se culpaba por ser, en parte,
responsable de ese enfrentamiento.

Ese lunes por fin se volverían a ver. Las cosas estaban más
calmadas entre los dos y se habían extrañado bastante
como para dilatar más el encuentro.
Maite cerró la boutique como de costumbre después de
verificar luces y puertas, además, claro estaba, su
maquillaje y vestido.
Luca la esperaba apoyado en su coche y cruzado de
brazos mientras la veía pelear con las llaves de la enorme y
pesada puerta. Era hermosamente terca cuando se lo
proponía, y decidida. ¿Cómo podría no admirarla? Ella no le
permitiría que le ayudase, ya lo había intentado alguna vez.
―Listo, ya nos podemos ir ―dijo un poco agitada,
parándose frente a él con toda esa arrogancia femenina que
la caracterizaba. Luca la miró en silencio con una sonrisa
completa en los labios o, mejor dicho, en toda su cara―.
¿Qué?
―Nada. Solo que eres hermosa y no me has saludado.
Después de un par de besos y bromas, por fin llegaron al
restaurante. Mientras comían disfrutaban de la conversación
que pasaba por varios temas, a veces, a la vez.
―¿Cómo están las cosas con Piero? –preguntó Maite.
Cada vez estaba más dolida con la situación.
―Igual, es un hombrecito bastante caprichoso. Le gusta
que las cosas salgan como él quiere.
―Lo siento mucho.
―Ya lo sé. No te preocupes, se le pasará. No pongas esa
carita, de verdad, se le va a pasar. Así son los hijos, a veces
amorosos y otras unos ingratos, pero parece que es su
naturaleza. Claro, hasta que se convierten en padres y
entonces ven todo lo que no vieron antes. Alguna vez
fuimos hijos.
―Supongo que así será.
―Lo siento, Maite. No quise… ―Maite le sonrió, le
acarició la mejilla con esa barba suave que tanto le gustaba
y le dio un fugaz beso en los labios.
―No te preocupes. Estoy un poco vulnerable con el
tema. Kano me llamó hoy temprano, estaba muy contento
porque por fin había podido pasar una buena tarde con los
hijos de Bea, su pareja, y tal vez… Dios mío, es una
tontera… Me da un poco de celos, no Bea por supuesto, sino
que Kano pueda vivir una experiencia parecida a la de ser
padre. Yo le insistía para que lo intentara y lo convencí, pero
ahora...
―Maite, no te pongas mal. Supongo que es normal, no lo
sé. Pero ustedes tienen esa extraña relación y…
―¿Estás celoso? ―preguntó, interrumpiéndolo, al notar
el tono diferente que utilizó Luca para la palabra relación. Él
sonrió culposo y negó con la cabeza, sin embargo, ella
insistió.
―Ok, solo un poco. Pero no voy a hablar del tema. ―Le
guiñó el ojo y acarició su mejilla, de verdad no quería hablar
del tema―. Si quisieras, ¿podrías tener más hijos?
―No lo sé. Supongo que sí, pero no quiero saberlo.
Cuando perdí el embarazo me negué a volver a intentarlo.
No quería volver a vivir uno para después quedarme con las
manos vacías. Las probabilidades me habían demostrado
que era así, en mi caso, por supuesto. Estaba enojada con
mi cuerpo y conmigo misma cuando tomé la decisión, ahora
ya no me arrepiento de no haber sido convencida por mi
esposo. No soportaba la idea de volver a sufrir, estaba muy
dolida, en carne viva. No tenía el valor de hacerlo.
―Te entiendo. Ya no creo que sea necesario recordar
esto, fue una pregunta innecesaria.
―Es un tema con el que todavía no puedo lidiar, pero no
está mal que lo hablemos, es parte de lo que soy también.
―Eso mismo pienso. Supongo que todos tenemos un
fantasmita dentro de nuestra cabeza. Un tema de esos que
nos duelen al momento de hablarlos.
―Y el tuyo es tu mujer ―sentenció Maite, sin dejar de
mirarlo.
―Mi mujer eres tú. Pero si te refieres a Ana, sí, su
recuerdo es mi fantasma. Pero de una linda manera. Ella es
mi pasado. Maite, tú eres mi presente, ella no se interpone
ni lo hizo nunca. Estoy seguro que le hubieses gustado para
mí.
―¿Sabes que es muy loco escucharte decir eso?, y más
loco es no tener ni un poco de los celos que creí que
tendría. Hablas de ella de una manera que me hace sentir
segura del lugar que ocupo. No me siento la usurpadora de
un sitio que no me corresponde.
―Porque no lo eres. Cambiemos de tema.
―Bien, ¿de qué quieres hablar? ―preguntó, coqueta y
sonriente. La había llamado su mujer y así se sentía.
―De tus andanzas por mis sueños ya hablamos.
―Sigues con eso, ya no te creo.
―Deberías hacerlo ―dijo Luca, acercando sus labios a los
de ella. Su mirada pasó por el escote femenino y una mano
se apoyó en una de las tentadoras piernas que la falda
dejaba a la vista―. Me encanta soñar contigo.
Terminaron la cena compartiendo un postre y
seduciéndose como no lo habían hecho nunca. Maite estaba
encantada con la caballerosidad de Luca y toda la hombría
que su apariencia tenía. Con sus grandes manos la guio
hasta el coche disculpándose porque tenían que irse. Olivia
lo esperaba en casa de una amiga con la que había estado
estudiando y ya se estaba haciendo la hora en que habían
quedado que pasaría a recogerla.
Una vez en la puerta del departamento se besaron como
lo hacían de forma usual. Sin embargo, no era usual la
nueva necesidad de Luca de prolongar el beso y de
profundizarlo hundiendo su lengua con una insolencia que,
antes, no había estado ahí.
Maite gimió bajito y por sus piernas corrió un cosquilleo
incómodamente delicioso que ancló dentro de su ropa
interior. Sus manos volaron a la nuca de Luca para
atraparlo, quería más, necesitaba volver a sentir todo lo que
había provocado ese beso furioso.
El gruñido de él casi la hizo sonreír, pero estaba más
concentrada en impedirle terminar el contacto. Una idea
que a Luca no se le había cruzado por la cabeza, todo lo
contrario. La mano que, con timidez, estaba sobre el muslo
de ella comenzó a subir por el costado pasando por su
vientre y rozando por primera vez los pechos femeninos.
Ninguno necesitaba decir nada, el permiso era ese
desenfrenado beso cómplice. Los largos dedos de Luca
desprendieron uno a uno los primeros botones de la blusa
de Maite dejando al descubierto un hermoso sostén blanco
de encaje que, no miró, sino que lo deslizó hacia un costado
con su dedo índice, rozando lo que quería y
estremeciéndose al escuchar el sonido que salió por la
garganta de su mujer.
La mano de Maite se mezcló entre las hebras del cabello
de él y lo presionó más contra sus labios. Su cuerpo era una
brasa ardiendo y el roce había sido tan sutil que hasta le
parecía que no había pasado. Lo que sí estaba pasando era
que, la curiosa boca del hombre que le estaba robando la
decencia, estaba succionando su cuello y mordiendo con
suavidad, erizando la piel a su paso, y podía adivinar el
destino.
Respiró profundo sobre la cabeza de él y despegó la
espalda del asiento al sentir la tibia lengua sobre su seno
derecho. La mezcla de la humedad y el calor la estremeció y
gimió, no pudo evitarlo cuando, con suavidad, él mordió ese
punto tan sensible. Acarició cuanto pudo de la espalda
masculina disfrutando cómo los músculos se movían bajo su
palma.
Luca odiaba tener que irse, por fin el deseo había podido
con sus dudas y estaba más fuerte que nunca.
Se dejó vencer por las ganas, bajó la mano hasta el final
de la falda de Maite y, con suavidad, comenzó a subir
acariciando todo a su paso. La escuchaba suspirar con
pudor mientras disfrutaba de sus atenciones. Atenciones
que él mismo gozaba, por cierto. Sintió como su mujer se
acomodaba para que su mano llegase más fácilmente a
destino y sonrió para sus adentros. Ella estaba igual de
necesitada que él. Una vez más pasó de largo el encaje y
sus dedos tocaron la piel caliente de Maite, quien ya se
retorcía y se apretaba contra su boca. Luca cerró los ojos
con fuerza al sentirla tan entregada.
Era hermoso escucharla gemir cada vez más alto, ya casi
sin control. Sus dedos hacían movimientos lentos y
experimentaban en el desconocido cuerpo de la mujer que
parecía demasiado sensible a sus caricias. El silencio
ahogado de una profunda inhalación le dijo que era el
momento. Subió sus labios a la boca de ella que lo recibió
encantada y se tensó por completo, apretando sus dedos en
el proceso. No paró, solo aminoró las caricias. La invitó a
disfrutar todo, a sentirlo hasta el final.
Maite casi sollozaba en silencio. Había sido
estremecedor, una sacudida a su cuerpo falto de compañía
masculina. Esa intromisión había despertado todos sus
sentidos. Una maravillosa y olvidada sensación de plenitud
llenaba su pecho. Claro que no era lo mismo cuando ella lo
hacía en la soledad de la noche.
Su respiración poco a poco se recobraba. Aunque no
colaboraban nada los besos de Luca, quien parecía querer
robarle el aliento. La caricia descendiendo sobre su pierna
se hizo demasiado notoria y la vergüenza la tomó por
sorpresa.
Con el cuerpo enfriándose todo se veía más claro. En
medio de la calle y dentro de un coche había sido tocada
íntimamente por el hombre al que deseaba aún sin tenerlo
enfrente.
El sonido de una llamada rompió la burbuja de deseo de
Luca.
¡Su hija! Tenía que ir a buscar a Olivia. No contestó la
llamada, sabía lo que le diría.
Primero quería terminar con lo que había empezado. Se
alejó despacio de la boca de Maite e intentó mirarla. Ella ya
estaba cerrando su blusa sin verlo a los ojos. Estaba
ruborizada y su maquillaje se había corrido. Él lo acomodó
con un dedo y sonrió ante la incomodidad de ella, que
giraba los ojos sin dignarse a mirarlo.
―Se me hace tarde. Maite, me encantaría quedarme.
―No te preocupes. Mañana es un día laboral. Debemos
descansar y, sí, es preferible que ya…
Luca la interrumpió con un beso y una risa silenciosa. Él
era demasiado consciente de que ella no había estado con
un hombre desde hacía años y, suponía, que toda esa
postura de mujer que todo lo puede escondía a una Maite
dulce y vacilante en cuestiones de hombres o tal vez, la
inesperada pasión la había bloqueado. Ya lo sabría. En ese
momento la dejaría escapar para no incomodarla más.
―Ve, espero a que entres y arranco el coche ―le susurró
después de un beso en la frente. Entonces sí, con una
rápida mirada acompañada de una sonrisa, ella lo despidió.
aite subió su cuerpo en el ascensor, porque mental y,

M ¿por qué no?, emocionalmente, no estaba ahí. Estaba


todavía en ese vehículo que manejaba el hombre que
robaba todos sus suspiros y sonrisas tontas, el que
sin pedir nada recibía todo de ella, incluso recato.
«¿Cuál recato?», pensó. En ese coche no lo había tenido y
qué poco le importaba ya.
Lo único que sentía era un poco de bochorno al recordar,
pero suponía que era normal porque hacía demasiado
tiempo que no recibía ese tipo de atenciones, tanto que
hasta había olvidado lo maravilloso que se sentía y lo frágil
que parecía el cuerpo después. Apenas podía caminar.
Suponía que la conmoción colaboraba con esa sensación de
flojera. Se abrazó con un brazo a su cintura y con la otra
mano se acarició los labios. Sonrió como una quinceañera y
suspiró una vez más.
―Luca, no te esperaba en mi vida, no obstante, no te voy
a dejar pasar. Quiero ver hasta dónde podemos llegar ―dijo
en voz alta mientras todos esos nuevos sentimientos
revoloteaban a su alrededor y algunos de los ya oxidados
también.

Luca pasó a buscar a Olivia, como había prometido. La niña


no tenía un pelo de tonta y, con frasecitas suaves y
preguntas adecuadas, dedujo que su padre había llegado
tarde por estar con esa mujer.
No le molestaba, no demasiado si confiaba en las
palabras de su padre quien jamás le había mentido. Ni
siquiera cuando le había preguntado si su madre iba a morir
lo había hecho. Su cruda respuesta había sido, «sí, lo siento
hija, mamá está demasiado enferma para seguir a nuestro
lado». ¿Cómo dejar de confiar en ese padre que llorando le
daba la cena y la ayudaba con sus tareas, el mismo padre
que, con semblante serio y ojeras oscuras, la llevaba a los
cumpleaños de sus amigas para que no se olvidara de vivir,
como él le decía?
Si él afirmaba que Maite era una buena mujer y que,
además, respetaba a su madre, ella le creía.
―Está bien, papá, no me molesta. Solo me preocupé
porque tardabas.
―Lo siento.
―Mentiroso ―dijo Olivia entre risas, y contagió a su
padre. Él solo elevó los hombros como respuesta a su
broma.
Luca estaba anonadado con todo lo que Maite producía
en él. Era extraño, pero cada vez que ella lo rozaba su
cuerpo se prendía como si sus dedos fuesen la corriente que
él necesitaba. Era fantástico mirarla a los ojos y descubrir
que ella no veía otra cosa más que a él, notaba como se
concentraba solo en estar ahí en ese lugar y con su
compañía. Era tranquilizador porque a él le pasaba lo
mismo. El mundo desaparecía, como lo había hecho hacía
un instante en el coche y no se sentía orgulloso,
precisamente, de haberla tocado con tanta desfachatez, y
no porque no le gustaría repetir, sino por el lugar y el
momento en el que lo había hecho. Hubiese preferido otra
cosa, sin embargo, no se había limitado ni había luchado
con sus deseos, no había sido tan fuerte resistiéndose. Ella
tampoco, se dijo, y sonrió al recordarlo.
Ya en su cuarto anestesió todas las mariposas de su
estómago con un poco de su terapia musical. Tocar el saxo
bajaba sus ansiedades. Aunque parecía que no los latidos
de su corazón que se mantenían acelerados si ella estaba
en su mente, y esa maldita sonrisa no aflojaba... «¡Por favor,
no he enganchado ni una nota!», se regañó en silencio, y
abandonó la tarea, era imposible.
―Hola ―susurró al teléfono, una vez que ella
respondió―. ¿Dormías?
―No todavía. El sueño no quiere ser mi amigo esta
noche.
―Tal vez no es culpa del sueño, sino de tus
pensamientos. Yo tampoco puedo dormir y es porque no
dejo de pensar en lo que pasó hace un rato.
―No fue justo para ti, lo siento y… ¡Por Dios!, fue
vergonzoso.
―No digas eso. Fue hermoso y excitante. Y más que justo
para mí. Maite, sentirte, tocarte, escucharte…
―Basta, basta, por favor. Me resulta todavía un poco
incómoda esta situación.
―A mí también. Definitivamente ―dijo Luca, sonriendo.
Lo incómodo era que el deseo otra vez ocupaba un lugar en
sus pantalones―. Nos vemos mañana, que descanses.

Pero el descanso no había podido ser para ninguno de los


dos. La ansiedad lo consumía todo, no había sueño ni
cansancio que valiera. La mañana había llegado y apenas si
habían podido dormir de a ratos, despertando entre sueños
y fantasías, con sudor, sonrisas nerviosas e inhalaciones
profundas.
Maite tuvo que poner un poquito más de esmero en su
maquillaje, claro que, sus ojitos brillaban, su piel estaba
sonrojada y su boca tenía esa pequeña mueca que le
iluminaba el rostro de una manera especial, sin embargo,
sus ojeras estaban ahí. Su elección de ropa era semejante a
su estado de alegría, colores fuertes y un estampado
divertido, además de zapatos altísimos y la falda ajustada
con un corte en la parte de atrás que acentuaba su
sensualidad de una manera descarada. Sin embargo, ella
apenas lo notaba. No pasó lo mismo con Luca que fue lo
primero que vio al entrar a la tienda.
―Estás radiante ―le dijo en un susurro, acercándose por
detrás. Ella se sobresaltó, pero al instante sonrió. Estaba en
su oficina repasando la agenda de las citas pedidas.
―Gracias ―dijo, aunque sin mirarlo a los ojos―. ¿Qué te
trae por aquí tan temprano?
Maite necesitaba una distracción, tal vez acomodar su
lapicero era una buena idea y en esa tarea se puso,
mientras Luca sonreía con ganas de besarla. Maite sabía
que era una labor imposible olvidarse de él teniéndolo
justamente ahí, mirándola. Podía sentirlo. No levantaría la
vista porque se sonrojaría, lo sabía, era consciente de todos
sus deseos, de sus imaginaciones, del recuerdo, de sus
gemidos y de esa mano ahí… Negó con la cabeza
intentando ahuyentar los pensamientos.
Las manos de Luca eran lindas, cuidadas y efectivas al
momento de acariciar, y las tenía delante. Otra vez
rememoraba cuán fantástica había sido la sensación de
esos dedos sobre su piel y entonces volvió a recordar su
boca contra sus pechos... Su cuerpo había despertado,
estaba más vivo que nunca y aquellos recuerdos de una
lejana sexualidad disfrutada a pleno golpeaba su mente, las
fantasías eran demasiado vívidas y producían tanta
urgencia… ¡Tenía tanto calor!
―¿Vas a volver a mirarme a los ojos alguna vez?
―preguntó él, levantándole la cara desde el mentón.
―Claro que sí ―respondió ella, relegando todas esas
exquisitas ideas suyas al fondo de su cerebro. Por el
momento.
―Vine con Olivia. Quiere conocerte.
―¿De verdad? Y a ti, ¿qué te parece la idea? ―preguntó,
acariciándole la mejilla.
Él se retiró un poco y le guiñó un ojo, señalando a su hija
del otro lado del mostrador. No creía que a ella le gustaría
ver como acariciaban a su padre, o tal vez sí, pero quería
ser respetuoso con su hija.
Maite lo comprendió al instante.
―No lo sé. Me gusta que quiera conocerte, de verdad
que sí, es que… quiero serte sincero, Maite, esto me tiene
un poco desconcertado. Es raro lo que siento, aunque no me
disgusta tanto como antes. Lo hablamos después, ahora
vamos que ella nos espera.
Maite lo miró a los ojos, olvidando pudor y fantasías,
quiso ver sus miedos, sus dudas, y encontró voluntad y
cariño. Le hubiese contado, en ese mismo instante, la
maraña de hermosos sentimientos que estaban creciendo
en su interior por él y lo hubiese besado mientras lo hacía.
―Quiero que sepas que eres un hombre increíble. Vamos,
esto también lo hablamos después ―dijo, al ver que él
quería agregar algo.
Mientras se acercaban, Fabiola, quien había ido a buscar
a Maite al salón, conversaba con Olivia.
―Te pareces mucho a ella. Pensar que eres la niña
traviesa que tanto trabajo le daba.
―Yo no era una niña traviesa ―dijo Olivia, sonriendo al
ver llegar a su padre que levantaba las cejas.
Definitivamente había sido una niña traviesa que había
olvidado todas y cada una de esas travesuras al ver a su
madre debilitarse día a día.
―No te preocupes, nunca le creí ―rio Fabiola―. Los dejo.
Maite, después baja al taller, por favor.
―Claro. Hola, Olivia, ¿cómo estás? ―dijo Maite, y sintió
que un peso se posicionaba en su espalda y la hundía con
fuerza.
Luca se ubicó al lado de su hija y le guiñó un ojo a su
mujer como si hubiese presentido que necesitaba de su
buena energía. Ella no podía creer que estuviese tan
nerviosa conversando con una adolescente. Por suerte entre
la intención de querer agradar y la de no decir nada fuera
de lugar, sus emociones y pensamientos que relacionaban a
esa jovencita con su pequeña hija fallecida, ya no existían.
―Yo muy bien. Así que eres la amiga de papá ―afirmó,
no preguntó. Como si quisiera convencerse―. Él me contó
algo sobre ti. ¿Conociste a mi mamá también?
―No la recuerdo por su nombre, tal vez la vi por aquí
alguna vez.
―¿Podrías mostrarme algunas prendas? Tengo otro
cumpleaños de quince y yo no tengo ropa de fiesta. Esta
vez no es tan formal como la anterior.
―Claro. ¿Tú ya los festejaste?
―No, no quise hacerlo; mamá ya no estaba bien.
―Lo siento mucho ―dijo Maite, acariciando el cabello de
la niña.
―Lo sé. Papá me dijo que le guardas respeto a mi madre.
―Por supuesto, cómo no hacerlo. Además, la admiro,
mira qué bien te ha educado y cómo ha sabido hacerse
querer. Vamos a ver ¿qué te gustaría probarte? ―le
preguntó animada, y miró de reojo a Luca que sonreía.
Parecía feliz.
Estaba feliz.
Mientras las observaba interactuar pensaba que Maite
era una mujer de un corazón enorme, podía adivinarlo.
Seguro que entre ellas no habría problemas, Maite era
cordial y cariñosa, Olivia era sensible y se amoldaba a las
situaciones. A ambas las creía lo suficientemente
inteligentes como para aceptarse.
Poco a poco el fantasma de sus inseguridades se
desintegraba, muy a su pesar. Ana la hubiese aceptado,
estaba seguro, de lo que no estaba seguro era de querer
seguir pensando así. Ana ya no estaba presente como para
darle la opción a ella de elegir u opinar, no quería seguir
rigiéndose por lo que ella hubiese hecho, dicho o querido.
Ella ya no decidía, él todavía tenía una vida y podía optar
como vivirla.
Negó con la cabeza sintiéndose egoísta y silenció sus
pensamientos, por primera vez no soportaba su forma de
pensar con respecto a su amada Ana. Ella no merecía eso.
Rose estaba ocupada con algunos llamados telefónicos,
sin embargo, al ver la escena y la sonrisa amarga de su
amigo se acercó y le acarició el hombro después de besarle
la mejilla, gesto inusual en ella que sorprendió a Luca
devolviéndolo a su estado de felicidad.
―¿Qué te parece este? ―preguntó Maite.
―Me gustaría algo un poco… ―la niña bajó la voz, y se
acercó un poco a Maite que hizo lo mismo sin darse
cuenta―. Quiero algo lindo, algo con lo que pueda gustarle
a un chico.
Maite abrió los ojos de golpe y afirmó con la cabeza, en
silencio.
―Él es un poco mayor que yo, pero me gusta. Trabaja
con papá, lo conozco desde hace años porque es el hijo de
Nora, su secretaria, y ella trabaja en All Yachts desde que yo
era una niña. Por eso conozco a Roni desde hace mucho.
Roni es el chico que me gusta, así le dicen.
―Entiendo ―logró decir Maite, entre palabra y palabra
de la niña que parloteaba a una velocidad casi histérica.
Maite creía que lo que estaba buscando era agradarle,
como si tuviese que hacerlo. No le gustaba saber que esa
preciosa niña estaba esforzándose para encantarle por
algún motivo. Sonrió y pestañeó varias veces. Tenía muchas
ganas de abrazar a esa criatura y pedirle que se calmara,
que no se esforzara más, que ella pensaba que era una
bella y adorable jovencita. Entonces se dio cuenta de que lo
que Olivia le había contado era su preciado secreto. Le
estaba dando algo de un incalculable valor. Le estaba dando
su confianza. ¿Qué se suponía que ella debía hacer con esa
valiosa información?
―Por eso necesito algo mejor que este vestido, para que
se fije en mí y por fin me diga algo. No sé, creo que no se
anima. A veces pienso que no le gusto, pero otras veces
pienso que sí, porque ahora compartimos más
conversaciones que antes y nos reímos mucho juntos.
―Olivia, ¿está bien que me cuentes esto a mí?
―preguntó, con verdadera intriga y algo de diversión. ¡Era
tan bonita y tan inocente a pesar de su edad!
―Claro que sí. Supongo que no le cuentas todo a mi
papá ―Maite negó con la cabeza sin saber muy bien que
decir―. Entonces sí, está bien que te lo cuente. ¿Qué te
parece una falda corta?
―Sí, me parece bien, creo que tengo algo nuevo que
puede gustarte ―se alejó unos pasos hacia uno de los
percheros intentando entender qué era lo que había pasado
durante esos minutos y sonrió al sentir que su espalda
volvía a estar liviana.
Luca miraba a su pareja y a su hija desde el chaise
longue, sin escucharlas. Podía notar los nervios de Olivia, su
verborragia la delataba. Suspiró orgulloso, era hermoso ver
como intentaba amoldarse a una situación que podía serle
ajena, indiferente incluso, o podía repudiarla de algún modo
si quisiera, sin embargo, ahí estaba colaborando de alguna
forma para hacerle las cosas más fáciles. ¡Era tan parecida
a Ana!

La presentación y compra había durado poco más de una


hora y tenía que volver a la oficina. Olivia había pedido
faltar a la escuela con excusas que su padre había
descubierto, pero entendía que el motivo verdadero había
sido ir a Rose’s Boutique. No podía poner ningún pero
porque había sido una buena intención.
Ya en la oficina se había cruzado con Piero, quien apenas
si lo había mirado. Esa situación no daba para más. No
sentía que hubiese hecho nada malo, ese muchacho era su
hijo y debía entenderlo, aunque no compartiera sus
opiniones. Debía respetarlo solo por el hecho de ser su
padre.
Luca se estaba cansando de buscar en su mente excusas
para sus propias acciones. Cada vez que sentía algo
diferente, le pedía permiso a su conciencia. ¿Qué tan justo
era eso? Él estaba vivo, más que nunca. Su corazón latía
con furia y empezaba a sentir ese calorcito que daba el
amor. Su cuerpo despertaba al deseo de una forma brutal y
casi adolescente. No quería contenerse y hasta sentía que
no debía hacerlo, sin embargo, por momentos así era.
«Tiempo al tiempo», dijo en voz alta, dándose ánimos.

Maite conversaba con Rose sobre Olivia. No le gustaba


exponer a su jefa a esas charlas porque sabía que había
sido amiga de Ana y que aún lo era de Luca. No quería
incomodarla, sin embargo, había sido ella quien había
tomado asiento frente al escritorio de su oficina con dos
cafés en la mano.
―¿No es una muñeca esa nena?
―Es preciosa, sí. Y muy simpática. Pobrecita estaba más
nerviosa que yo.
―Olivia es muy sensible y tan parecida a su madre... Ana
era una persona a la que le gustaba agradar, no importaba
si eso implicaba camuflar sus ideales ―dijo, con una mueca
de desaprobación―. Hemos tenido muchas discusiones al
respecto. Olivia es parecida en ese aspecto y no me gusta.
¿Acaso no tiene derecho a aborrecerte?
―Supongo. ―Maite estaba a punto de llorar, esas
palabras no eran propias de Rose. Claro que esa niña podía
odiarla tanto como lo hacía el hermano. Aunque en ese caso
era distinto, Piero era un hombre que podía pensar un poco
más las cosas.
Rose vio el semblante serio de su empleada y las
lágrimas nublando su vista, de forma inmediata se dio
cuenta de la mala elección de sus palabras.
―¡Oh, Dios mío! No me malinterpretes, Maite. Perdón, no
me expresé correctamente. Lo que quiero decir es que ella
debería sentirse libre de elegir entre quererte o no sin
pensar en lo que su papá desea.
―¿Crees que está engañándonos?
―No lo sé, pero me da miedo que se esté engañando a
ella misma y no se dé el permiso a sentir enojo, o celos, o lo
que sea.
―Intentaré proponer sinceridad entre las dos. Se me dan
bien los niños, lo sabes ―dijo Maite ya repuesta, y
terminando su café. Miró a Rose agradeciendo la charla y se
sonrieron con complicidad.
―Sí que lo sé. ¿Vas este sábado al comedor? Tengo una
ropita que compré para los más pequeños, algo de abrigo
para pasar el invierno.
Conversaron un rato más sobre los niños y sus madres
carenciadas, esas que ayudaban con todo lo que podían.
Maite asistía cada quince días a colaborar con los
alimentos y la selección de la ropa a distribuir. Eran muchas
las donaciones, por suerte, sin embargo, tantas las
necesidades a cubrir. Había que mantener el orden para ser
equitativos, si es que se podía. Lo que cada vez era más
difícil era encontrar ayuda médica y remedios, eso era
costoso, y los médicos que colaboraban no parecían poder
con el compromiso a largo plazo.
a era tarde. La conversación con el distribuidor de esa

Y marca italiana la había puesto tensa. Su italiano era


espantoso y solo había ayudado la buena voluntad del
hombre del otro lado de la línea telefónica para
entenderla.
En esas oportunidades era en las que flaqueaba y
dudaba en ser apta para manejar la boutique como
pretendía Rose y el tiempo de titubear se le agotaba. En
casi un parpadeo ella se marcharía a Europa y la dejaría
sola. Aunque decir sola era una exageración y lo sabía, tenía
dos abogados y un estudio contable a disposición, además
de una línea directa con la dueña (con permiso de llamar a
cualquier hora), sin embargo, le gustaba exagerar al
respecto. Las empleadas, quienes sabían como nadie hacer
su trabajo, y su amiga Fabiola, eran su mejor apoyo. Sonrió
sentada aún en su sillón y se calzó los zapatos. Había
tomado por costumbre eso de descalzarse cuando nadie la
veía y hundir los dedos de los pies en la mullida alfombra de
su oficina.
Se puso de pie alisando su ropa, ese movimiento era casi
instintivo ya. Su día laboral había terminado, solo quedaba
esperar a Luca que le había dicho que pasaría para llevarla
a casa.
―Por fin, llegas. Estoy agotada ―dijo, al verlo entrar por
la puerta de su oficina. Era la primera vez que lo veía un
poco desarreglado. Si desarreglado se podía llamar a verlo
sin la chaqueta del traje y sin la corbata, con un botón
desprendido de la camisa y cara de cansado.
―Somos dos. Ven aquí, dame un beso ―le pidió,
abrazándola por la cintura y pegándola a su pecho―. ¿Qué
te pareció mi hija? Perdónala, estaba un poco excitada. No
puedo imaginar la cantidad de cosas que te dijo por minuto.
―Es una niña preciosa. Me hacía gracia, sí, ya ni
recuerdo la cantidad de temas sobre los que habló ―dijo
disimulando. No podría jamás romper la confianza de Olivia
contándole al padre su secreto compartido.
―Le caíste muy bien, dice que eres linda y simpática.
―¿Eso dice?
―Eso decimos los dos. ―De pronto la voz de Luca
sonaba ronca y seductora. Los vellos de la nuca de Maite se
erizaron y otra vez su mente comenzaba a divagar por esos
calientes lugares del deseo―. ¡Qué pocas ganas tengo de
dejarte en tu casa! Pero quiero esperar a Piero para hablar
con él, ya no es concebible que no me dirija la palabra.
―Me parece muy bien.
Maite temblaba con esos roces de la barba sobre su
mejilla. En ningún momento Luca se había separado de ella
y ahí estaban abrazados, cuerpo a cuerpo.
Los labios de Luca curiosearon en su cuello mientras ella
enredaba sus dedos en el cabello de él. Podía escuchar
como la respiración de ambos se aceleraba. Eso no estaba
bien.
Luca deseaba con tanta pasión el cuerpo de Maite que le
era imposible resistirse al momento de penumbra e
intimidad. No era el lugar y lo sabía, otra vez no lo era, pero
¿cómo frenar su necesidad de tocarla, de olerla, de besarla?
Sus dientes encontraron tentador un pedacito de piel y se
hundieron provocando en ella una deliciosa exhalación
como respuesta.
Maite sintió el escalofrío recorrerla de pies a cabeza y
después de disfrutarlo, sonrió.
―No hagas eso ―le pidió en un susurro descarado y
sensual. Luca sintió como su entrepierna respondía al
instante.
―¿Por qué no? A tu cuerpo le gusta.
―Mi cuerpo es traicionero, a veces se revela. Sobre todo,
en tu presencia.
―Un cuerpo rebelde significa que tiene vida, que vibra y
se apasiona ―volvió a morder y después se atrevió a
remediar el escaso dolor con su lengua. Escuchó un casi
insonoro gemido y sonrió―. Es un cuerpo que siente y
necesita.
―Yo te siento, Luca, y te necesito cada día más. ―Las
manos de él bajaron con lentitud hasta el trasero de Maite,
ella cerró los ojos ante el atrevimiento.
Estaba pasando, sus fantasías se estaban realizando.
Hacer el amor en cualquier lugar, solo por el hecho de
desearse, porque los cuerpos lo pedían, por esa necesidad
carnal de entregarse al placer… Así entendía Maite el sexo.
Así había sido siempre para ella en su matrimonio, sin
restricciones, sin miedos, sin culpas, sin vergüenzas.
Ahora recordaba todo, ¿cómo no hacerlo?, si Kano y ella
habían tapado sus dolores con sexo ardiente, vivo, pasional,
desenfrenado, instantáneo y furioso. El sexo había tapado,
además, frustraciones y enojos. Había habido muchísimo
amor entre ellos, sin embargo, la desdicha se había colado
entre besos y pasión para dejarlos desahogar sentimientos
enfrentados.
Aunque no eran del todo conscientes de ello ni lo habían
sido antes tampoco.
No obstante, así sabía Maite hacer el amor, en el lugar
que aparecían las ganas, en el momento que despertaban
las gana. Ahora podía acordarse de todo eso que había
estado guardado como un secreto, encerrado dentro del
arcón de sus deseos. El recuerdo había llegado así de
rápido, como aquel maravilloso orgasmo nocturno dentro de
un coche ajeno, provocado por unos largos dedos elegantes.
Los mismos dedos que apretaban sus nalgas.
―Eso es muy halagador, Maite ―ronroneó Luca, en
respuesta a esas palabras que se quedarían grabadas en su
memoria: «te siento y te deseo»―. Creo que deberíamos
parar con esto.
Luca sabía que no podría controlarse si ella seguía
gimiendo y acariciándolo de esa forma. Las manos de ella
en su cuello, su espalda y pecho eran brasas calientes que
encendían sus ganas. Podía ver las llamas en los ojos
femeninos, podía sentir en su pecho la urgencia.
Maite comenzó a desprender su camisa y con dedos
insolentes acariciaba su piel.
Luca cerró los ojos fuertemente. Él no podía permitir eso.
Ana le había enseñado que el caballero debía saber elegir el
momento adecuado, que debía saber seducir sin dar tregua
y esperar sin impaciencia. Se le haría insoportable, pero
podía hacerlo.
Tomó los hombros de Maite y la alejó sin pensarlo más.
―Maite, no así. Mereces otro lugar. No quiero que así sea
nuestra primera vez.
―Si es por ti, lo respeto. Si es por mí, no quiero parar.
―La mirada de Luca le contaba sus indecisiones. ¡Cómo le
gustaba ese hombre! Quería conocerlo desinhibido, suelto,
sin todas esas dudas carcomiendo su mente, sin ataduras
manejando sus acciones. Lo imaginaba pasional, fiel,
enérgico, como lo era cuando se descuidaba, cuando no
pensaba―. Tendremos muchas noches en una cama. Esto
es lo que pocas veces se repetirá, lo momentáneo. El deseo
urgente es liberador. Disfrutémoslo, dejémonos llevar.
―Maite… mujer… Me dejas sin palabras ―dijo, tomando
el rostro de ella entre sus manos y perdiéndose en un beso
desgarrador. Por suerte había tenido la buena idea de cerrar
con llave la puerta de entrada que ella había dejado abierta
para su llegada.
Maite siguió desprendiéndole camisa y se la quitó
acariciando sus hombros en el proceso. Sin demoras y con
las manos ardidas recorrió su pecho, lento y sin dejar de
besarlo.
Maite supo que estaba perdida. Si ese hombre le gustaba
vestido, sabía que sin ropa la volvería loca. Gustaba del
hombre varonil, de pelo en pecho, de caricias toscas y
apretones sin control, de cuerpo delgado y fibroso, de voz
gruesa y postura arrogante, de personalidad atractiva y
mirada inquietante, de brazos venosos, manos de nudillos
huesudos, mandíbula cuadrada y nariz prominente.
Le gustaban las masculinidades marcadas y bien
exhibidas, como las tenía Luca. Así, exactamente así.
No había nada más erótico para Luca, que sentir como
los dedos de una mujer lo desnudaban y lo acariciaban con
la lánguida parsimonia femenina. Se dejó tocar por las
cálidas manos de Maite que lo investigaban en detalle.
Cuando ella llegó a sus pantalones y los desprendió supo
que era el turno de él para comenzar a desnudar.
Se alejó con una sonrisa traviesa en el rostro y la
escuchó suspirar. Desprendió la blusa de ella mientras era
empujado con suavidad hacia atrás. Perdió el equilibrio al
chocar con una silla y cayó sentado en ella. Fue el turno de
Maite de sonreír con picardía.
La vio levantarse la falda y sentarse a horcajadas sobre
él. Ya su blusa abierta le regalaba la hermosa vista de un
sostén celeste de seda y encaje cubriendo y elevando unos
pechos anhelantes. Se la quitó sin miramientos, de un solo
movimiento y su boca, sin previo aviso, se deslizó
hambrienta hacia esas apetecibles redondeces. El roce de
sexos era una dolorosa agonía.
Maite hundió los dedos entre los vellos del pecho de Luca
y tiró hacia atrás la cabeza, esos pequeños mordiscos eran
inesperados y, por lo mismo, intensos.
Los largos minutos de tortura en sus senos la hicieron
gemir en diferentes volúmenes e intensidades. Su cadera se
movía para lograr un necesario masaje, anticipando con ese
roce un desenlace excitante.
Los gruñidos de Luca fueron bajos y roncos hasta que por
fin pudo tocarla entre las piernas. Escucharla era hermoso y
quería incentivar más y más esos sonidos, quería oírla
gritar.
Ante la desesperación y el inminente final, Maite se
deshizo del cinturón de Luca y comenzó a luchar con el
pantalón. Luca sonrió al verla tan apurada, él no estaba
mucho mejor.
―Levántate un momento ―le pidió entre besos, y una
vez que ella lo hizo, deslizó su ropa hacia abajo―. Vuelve
aquí. Te necesito, Maite.
No tuvo que rogar, mientras corría la ropa interior
femenina hacia un costado, ella dejaba que la llenara
lentamente.
Entre suspiros y besos sus cuerpos se unieron por fin.
Maite ancló su mirada en la de él. Sus ojos brillaban. La
boca entreabierta le regalaba su aliento caliente. Ese jadeo
la hacía arder más, saberlo deseoso de ella era una
sensación poderosa. Movió su cadera con brío, mientras él
colaboraba con sus manos.
Luca sabía que su mujer era increíble y que por ella
estaba sintiendo más cosas de las esperadas en tan poco
tiempo, sin embargo, no estaba preparado para mantenerle
la mirada. Una mirada íntima, transparente, resignada.
¡Santo cielo! Él también se resignaba, él también se quería
entregar a ese amor así, con todo lo que era y tenía.
―Maite, ¡eres tan hermosa! ―dijo entre jadeos,
abrazándola contra su cuerpo, tomándolo y dándolo todo.
Sus bocas se rozaban en cada subida y bajada y sus pechos
se frotaban colaborando con las magníficas sensaciones que
estaban por originar una mega explosión.
Y así pasó. El cuerpo de ella se tensó por completo y con
un gemido perezoso se dejó caer sobre el hombro de Luca,
quién todavía intentaba controlar los espasmos de un final
que le resultó asombrosamente eterno.
El cuerpo caliente y semidesnudo de Maite, contra el
suyo sudado y agitado, era una perfecta combinación.
Podría pasar horas así.
Maite elevó la cabeza y lo miró con una sonrisa preciosa
dibujada en su rostro.
―Luca. No pretendo nada más que hacértelo saber, de
verdad. Mis sentimientos por ti están creciendo de una
manera incontrolable. Me gustas muchísimo más que
mucho. –Él rio ante esas palabras y volvió a besarla.
―Me pasa lo mismo, hermosa. ¿Sabes?, oficialmente te
has convertido en mi mujer.
―Eso sonó algo posesivo y anticuado, Señor Di Pietro.
―Son mis genes italianos, ya no lucho contra ellos.
Vamos a tener que ponernos en marcha si quiero encontrar
a Piero en casa.
―Claro, asumo mi responsabilidad esta vez ―dijo ella,
guiñándole un ojo mientras se acomodaba el sostén y se
bajaba la falda.
Luca se acomodó el pantalón y su ropa interior en un
solo movimiento sin quitar la mirada de la de ella que,
juguetonamente, le sonreía. Él negaba con la cabeza, no
podía creer que lo único que quería hacer era meterla en
una cama y volver a hacerle el amor. Pero la próxima vez
sería a su manera: desnudos, acariciándose, conociéndose y
tomándose su tiempo.
Ya listos, cerraron la tienda y entonces Luca hizo lo que
había ido a hacer: la llevó a su casa. Se bajó del coche para
acompañarla hasta la puerta del edificio y tomó su mano
para llevársela a los labios.
Se miraron en silencio, largamente. Luca llevó esa mano
femenina y delgada a su pecho. Eran tantas las emociones
que nada salía de su boca. No encontraba las palabras.
Maite le sonrió y acarició ese pedacito de piel que
calentaba su palma. Sentía que su cuerpo era como un
globo al que estaban inflando y explotaría en cualquier
momento dejando salir toda esa felicidad, porque por algún
lado tenía que salir. Era feliz otra vez y no era algo que
hubiese extrañado, ni siquiera esperaba volver a serlo de
esa forma. Por supuesto que no se quejaba y estaba muy
segura de animarse a amar después de haber amado.
El beso de despedida fue lento, silencioso y dulce.
Un beso de enamorados.
uca se había quedado en el sofá del gran salón de su

L casa. Después de mucho pensar y suspirar con el


recuerdo de lo vivido horas antes con Maite, había caído
rendido. No había tenido ni fuerzas para tocar un poco
el saxo.
Se despertó cuando escuchó las llaves y los pasos de
Piero volviendo de quién sabía dónde. Podía suponer que
había estado con Andrea, pero ya ni de eso se enteraba.
Piero había abandonado todo contacto con él por puro
capricho de niño consentido. Así lo había criado Ana
después de todo y ahora se veían los resultados.
Una vez más Luca se alejaba de la imagen idealizada de
su esposa, esta vez reconociéndole un error como madre, si
hasta podía recordar algunas de las discusiones que habían
mantenido al respecto. Sin darse cuenta se estaba
permitiendo pensar con claridad, sin ese velo del duelo
doloroso después de una larga enfermedad con el que había
inventado, sin ser consciente, a una santa.
Tal vez, su nueva situación sentimental despejaba su
mente y empezaba a ver con claridad la real personalidad
de su esposa y no la que en ese sueño perfecto había
inventado. O tal vez no estar pendiente de ella, de sus
opiniones o de lo que hubiese hecho o dicho en una u otra
oportunidad le estaba permitiendo despertar, dejar ir y
replantearse sus recuerdos.
Sin embargo, todavía faltaba mucho para entenderlo. Sus
reacciones eran por completo inconscientes.
Intentó ponerse de pie y despabilarse antes de que su
hijo abandonara el recibidor, cuando estuvo ya despejado lo
llamó.
―¿Qué haces despierto? ―preguntó Piero, sobresaltado,
al escucharlo.
―Esperándote. Necesitamos hablar y si vuelves tarde,
tarde será.
―Estoy cansado, papá.
―Te aguantas. Yo también estoy cansado. Siéntate aquí,
hijo. No quiero que discutamos. Quiero que nos pongamos
de acuerdo.
―Bien, ¿cortaste tu estúpida relación con esa arrimada?
―Respeto, Piero. Tú decides como vamos a tener esta
conversación. Ni Maite es una arrimada ni nuestra relación
es estúpida.
―Así no vamos a ponernos de acuerdo en nada, papá.
―Preferirías que hiciese lo que tú quieres, ¿verdad?
―Me parece lo más sensato, sí. ―Piero miró a Luca en
silencio solo unos instantes y le hizo la pregunta que más le
dolía, porque no podía creer lo que su padre hacía―. Dime,
¿cómo puedes reemplazar a mamá?
―No lo hago, Piero. No la estoy reemplazando. Solo sigo
viviendo.
―Sí, lo haces, viejo. Lo haces. ―Piero decidió ignorar la
segunda parte porque creía que su padre no tenía derecho a
pensar así, no si su madre estaba muerta.
―Piero, tu madre es irremplazable. Fue el amor de mi
vida, ella fue quien me enseñó a amar, quien me regaló una
familia. No podría reemplazarla.
―Sin embargo, lo haces. No te pones a pensar ni un
minuto en lo que ella sentiría al verte con otra mujer ―gritó
Piero.
Luca suspiró llevándose las manos a la cara, no le
gustaba discutir a los gritos, mucho menos con su hijo.
Tampoco le gustaba dar explicaciones a quien no las
merecía. Piero, en realidad, no merecía que le contara
cuantos minutos había dedicado a pensar en lo que Ana
opinaría sobre Maite, o lo que pensaría de su intento de
formar una pareja nuevamente, de animarse a amar otra
vez. No, no le contaría de sus dudas, miedos y lágrimas, no
a él y menos en ese momento en que parecía que lo
estuviese culpando de algo que no correspondía.
―Y lo peor de todo es que el recuerdo de su sufrimiento
no te alcanza para mantenerte fiel a ella ―le recriminó.
―Pero, ¿qué dices? No tiene que ver con la fidelidad.
Piero, conocí de su sufrimiento más que tú, hijo. No puedes
venir tú a decirme cómo sufría tu madre. ―Su paciencia
tenía un límite cada vez más definido en lo referente a Piero
y su actitud tan necia. Se acercó a su hijo y sin quitarle la
vista largó todo lo que tenía clavado dolorosamente, como
una espina, en el medio de su corazón―. Conmigo ella no
disimulaba sus dolores, conmigo ella lloraba de tristeza y de
impotencia. A mí se abrazaba enojada con su cobardía
porque hubiese querido no tenerla para quitarse la vida
cuando su cuerpo se doblegaba ante los tratamientos y el
padecimiento era inaguantable. Su sensibilidad era tal que
el pinchazo de una pequeña aguja le producía un dolor
terrible. Hasta mis caricias le dolían. Yo sí supe de sus
sufrimientos, Piero.
―No sigas.
―Sí, lo voy a hacer. Tu madre me dejó una lista
larguísima de promesas que cumplir. Todos estamos en ella,
hasta tú y esa manía de creer que el trabajo lo es todo, ella
no quería eso para ti. Me rogó que lo evitara, que te
ayudara a cambiar tu punto de vista y a mostrarte que la
vida es otra cosa.
―¡No te creo! ―gritó el joven.
Luca ignoró las lágrimas de su hijo, la petición de que
callara, la angustia en sus ojos. Ignoró todo porque quería
sacar lo que tenía guardado en su interior de una vez por
todas. Piero era un hombre que podía lidiar con todo eso y
más. La vida estaba hecha de dolor y pérdidas también y
era necesario que él supiera manejarlos tan bien como
manejaba el poder, el dinero y el orgullo.
―Y entre todas esas cosas, también me pidió que, si una
mujer me gustaba, intentara ser feliz con ella. Te juro por su
memoria, Piero, que he intentado cumplir todas y cada una
de mis promesas. Esta es una más de ellas.
―No te creo. No puedo creerte ―dijo, gritando y
rompiendo en sollozos como si fuese un niño pequeño.
Luca hubiese querido abrazarlo y consolarlo sin importar
la edad que tenía, pero sabía que él no lo aceptaría, al
menos no el Piero pedante y altanero en el que se había
convertido. Ya nada quedaba de ese jovencito cariñoso y
atento, con ganas de triunfar. Sí, claro que siempre había
estado ese empuje, sin embargo, antes era sano, envidiable
incluso… Ahora todo era más oscuro en él.
―Lo siento, hijo. Supongo que creer o dejar de hacerlo ya
es tu problema.
Piero se levantó hecho una furia y se encerró en su
dormitorio.
Luca hizo lo mismo, el dolor de ver a su hijo tan triste le
partía el alma, aun así, no podía dejar que siguiera
pensando que era todopoderoso y que todo lo sabía.
Olivia cerró los ojos con fuerza, reteniendo todas las
lágrimas que ya no quería soltar por su madre, había
escuchado toda la conversación. Ella no estaba de acuerdo
con Piero, deseaba ver a su padre riendo y siendo feliz,
como antes. Y en cuanto a su madre… quería dejarla
descansar en paz. Ella creía que había sido suficiente todo
el dolor que había tenido que pasar como para estar
llorándola después de tanto tiempo. Quería quedarse con lo
mejor de la mujer que ya no estaba ni estaría más y seguir
con su vida. Su padre tenía razón, ellos estaban vivos, su
madre no y dolía, mucho, demasiado, era una ausencia
punzante y constante que se mantenía viva en su
adolescente corazón, pero nada podía hacer para que
desapareciera y tampoco quería.
Su madre permanecería para siempre en sus recuerdos,
fotos, videos y hasta en sus sueños. Existiría en su
memoria, no la olvidaría jamás y para eso debía seguir con
vida ella misma, solo para recordarla y que desde donde
estuviera, si es que estaba en algún lugar, pudiera verla
sonreír, como le había pedido alguna vez. «Hija, nunca dejes
de sonreír», le había dicho.
Piero se tapó los ojos con las palmas de las manos.
Sentado en el suelo del baño y recostado contra la pared,
lloró como un niño. Quiso, intentó, luchó mucho para
evitarlo, por eso de «los hombres no lloran», sin embargo,
ya no podía aguantar las lágrimas. ¿Quién carajo había
inventado esa frase?, mentirosa y engañadora frase. Él era
un hombre, lo había demostrado con creces y estaba
llorando.
Su padre no entendía, era egoísta, según su forma de ver
las cosas, aunque, parecía que nadie las veía así. ¿Acaso
todos estaban ciegos? Hasta Andrea y su suegra estaban de
acuerdo en que su padre era joven, que estaba lleno de vida
y merecía una nueva oportunidad.
―¿Una que tú, mamá, no tuviste? No, no se la merece.
Ninguno nos merecemos la felicidad sin ti ―gritó, con la
cara tapada y la angustia a flor de piel.
Su duelo todavía no estaba cerrado. En su corazón el
dolor pesaba más que el resto de los sentimientos. No se
permitía la risa ni el divertimento ni las emociones fuertes,
esas que tanto le gustaban desde niño. Apenas si se
animaba a sentir amor por la jovencita dulce que lo miraba
con admiración, Andrea había logrado en él un gran cambio,
pero no uno completo.
Desde la muerte de su madre él solo tenía un propósito
en la vida y era justo el que su padre le había dicho que ella
no aceptaba. Y entonces, ¿qué…? ¿Cómo seguir…? ¿Hacia
dónde…?
―Piero ―dijo Olivia, muy suavecito, casi susurrando.
―Vete.
―¿Me abrazas? ―Piero levantó la vista y su hermanita,
preciosa y frágil, estaba parada a su lado sin una lágrima
derramada. Le tendió la mano y la sentó sobre su regazo
para abrazarla demasiado fuerte―. Piénsalo mejor, Piero.
―No tengo nada que pensar ―mintió.
No era capaz de asumir todo ese revoltijo de ideas y
pensamientos encontrados. No todavía.

A la mañana siguiente la empleada de la casa sirvió el


desayuno para dos, como venía haciendo desde hacía
varios días. Piero no comía nada y se iba sin saludar
siquiera, sin embargo, esa mañana las cosas habían
cambiado.
―Hola, Piero ―dijo Olivia, sonriente. El muchacho tenía
los ojos hinchados y el rostro cargado de angustia.
La misma angustia que Luca disimulaba en su interior.
Adoraba a sus hijos, sin embargo, no permitiría que ellos
gobernaran su vida. Estaba dispuesto a cualquier
conversación, por más dura o difícil que fuera, pero no a
seguir órdenes sin sentido. Se había hecho mayor hacía
demasiado tiempo como para no entender lo que estaba
pasando. Piero necesitaba a su padre firme y exigente,
necesitaba comprender que no todo se podía lograr solo por
desearlo y sin esfuerzo, y si él era el responsable de
causarle ese irremediable dolor lo haría porque el resultado
posterior sería positivo. A la larga, su hijo entendería, y la
enseñanza dejaría huellas bien marcadas, profundas. Eso
esperaba.
―Buenos días, papá.
―Hola, hijo.
―No quise gritarte ―dijo sin mirarlo, un poco
avergonzado y otro poco contrariado. Todavía no estaba
seguro de sus sentimientos ni había cambiado de parecer,
no obstante, su padre no merecía ese trato.
―Yo tampoco. Lo siento. ―Luca sí, clavó su mirada en la
de él y dibujó una sonrisa.
―¿Quién es esa mujer? ―preguntó, más receloso que
curioso.
Olivia sonrió satisfecha, con su inocencia creía que todo
estaba solucionado.
―Maite es una empleada de Rose, yo la conocí ―dijo la
niña, emocionada.
―¿Una empleada? ¿Papá, una empleada?
―Te juro, Piero, que no te reconozco. No puedo… ―Luca
negó con la cabeza y suspiró frustrado―, no puedo
escucharte hablar así.
―No es porque lo sea, digo, me parece perfecto y digno,
es solo que… Tú eres quién eres y tienes lo que tienes. ¿Qué
crees que puede buscar en ti?
―No lo sé, Piero. Dímelo tú.
―No discutan más ―pidió Olivia, sin comprender lo que
estaba pasando, si todo estaba solucionado, ¿cómo podían
volver a reñir?
―Dinero. Busca dinero.
Piero se sentía tan inteligente y tan racional que no podía
comprender cómo su padre no lo veía. Seguro que era una
de esas exuberantes mujeres… Hasta podía imaginarla
joven, con senos grandes y teñida de rubio. Sí, estaba
prejuzgando y no le importaba.
Luca no podía cerrar la boca, su asombro no desaparecía.
¡Su hijo había juzgado a Maite de tantas maneras, en tan
poco tiempo y sin conocerla! Si la conociera… Quería reírse,
pero se contendría.
―Todas esas mujeres son iguales ―volvió a arremeter
Piero al no escuchar ni una palabra de su padre. La imagen
que se había inventado de Maite era tan real y tan clara que
no cabía otra idea en su cabeza. Esa mujerzuela era una
cazafortunas, una aprovechada, no tenía dudas.
―Mira tú ―dijo Luca, untando una tostada, no discutiría
necedades―. ¿Andrea también?
―Es diferente, papá, por favor. Andrea…
―Ten en cuenta esto, Piero ―lo interrumpió, por
supuesto que no pensaba nada malo de su nuera, pero sería
para incentivarlo a pensar, tal vez―, tú eres mejor partido
que yo. Eres joven, apuesto, ocupas un lugar importante en
una empresa con futuro y eres heredero. Yo estoy viejo y
tengo hijos que me heredarán. Conmigo tienen menos para
recibir. No lo pensaste así, ¿no?
―No, ni lo haré.
Luca afirmó con la cabeza, era obvio que no lo haría. Ni
siquiera se ofendería con él por pensar que no era capaz de
no dejarse enredar por esas mujeres, que sí, obvio que
existían y las había conocido. Pero no había nacido ayer, era
un hombre mayor ya como para reconocer quien se
acercaba con intenciones poco sinceras.
―Mira, papá. Haz lo que quieras yo no voy a interferir.
Solo quiero que sepas que, cuando vengas lamentándote,
yo te voy a decir te lo avisé.
―Me queda claro. Y yo quiero que sepas, hijo ―dijo,
enfatizando la palabra para que le quedara clarísima la idea,
era su hijo―, que no necesito ni tus permisos ni tus
advertencias. Creo que ha quedado todo claro, me voy a
trabajar. Olivia, mi amor, vamos que te llevo al colegio. Te
quiero hijo, nos vemos luego.
l día de Luca había sido largo y horrible. El recuerdo de

E la discusión nocturna y la conversación del desayuno lo


habían dejado con un humor espantoso. Había
intentado olvidar tanto las palabras pronunciadas por
su hijo, como esa mirada cubierta por incontrolables
lágrimas, dolorosas, aunque necesarias. Tenía tantas ganas
de fundirse en un abrazo eterno y bien apretado con su
hijo… pero sabía que Piero no estaba preparado para
aceptarlo todavía.
Por fin podía irse de la oficina y dejar todo atrás por un
rato, Maite lo haría olvidar.
Luca condujo su coche hasta la boutique y una vez que
tuvo enfrente a Maite pudo dibujar la primera sonrisa
verdadera del día.
―No sabes lo que necesitaba este abrazo ―dijo,
apretado contra el cuerpo de ella, ya en la oscuridad de la
tienda vacía.
―¿Estás bien? ―Él negó con la cabeza y le dio un beso
en la boca que duró más de lo esperado―. ¿Piero?
―Sí. Discutimos fuerte. Hace años que no lo veía llorar
como lo hizo anoche. Tiene tanto que entender todavía,
tanto que asumir.
Maite acarició sus mejillas y su frente, nunca se separó
de él. El contacto de sus cuerpos parecía lógico y necesario.
Luca no había aflojado su agarre, la mantenía atrapada
entre sus brazos y se dejaba acariciar.
―Luca, estás haciendo todo lo que puedes.
―Te volviste ese lugar mágico, Maite. Ese en el que
quiero estar un rato cada día para sentirme protegido,
acompañado y querido. Olvidarme de todos los problemas
con un beso tuyo es lo mejor que me puede pasar.
Maite le sonrió y besó sus labios en silencio. Lo miró a los
ojos, verdosos y brillantes, todas esas arruguitas a los
costados le contaban de sus lágrimas derramadas, de ese
sufrimiento no olvidado, de años y experiencias vividas,
pero también de sonrisas, y hasta carcajadas, de felicidad.
Ambos tenían en común una vida vivida, con cosas buenas
y no tan buenas también, pero todas eran enseñanzas que
se reflejaban en los ojos, en la piel, en cada arruga y en
cada cicatriz, como la que ella tenía en su vientre.
―Hoy solo puedo llevarte a tu casa, estoy muy cansado y
quiero cenar con los chicos.
―No te preocupes, ya llega el fin de semana. El viernes
puedes quedarte a comer en casa. Olivia tiene ese
cumpleaños, ¿no? ―Luca afirmó sonriendo, claro que a ella
no se le escaparía la información ni la olvidaría. Era
perfecta, tan meticulosa y tan predecible, a veces. «No
siempre», pensó recordando la seductora propuesta de
aquella ardiente noche, justo en ese lugar en el que estaban
abrazados.
―Tal vez me puedas invitar a dormir también. Olivia no
vuelve hasta el sábado por la tarde. No me mires así. Mira,
no quiero sonar arrogante, pero soy muy bueno en la cama,
de verdad. ―Maite sonrió con picardía, arqueó las cejas y le
golpeó el hombro, en broma.
―Suenas arrogante.
―No fue mi intención, solo quiero que sepas que no
pateo, no ronco, no hablo dormido y puedo ser calentito. Así
de bueno soy.
Maite soltó la carcajada y Luca la acompañó después.
Lo cierto era que, más allá de toda broma, necesitaba
una noche completa con ella. Hacer el amor hasta agotarse
y dormirse enredados. Extrañaba esa sensación de plenitud
y quería revivirla con ella. Además, quería sentir otra vez
ese calor, esa urgencia; la piel femenina sobre la suya, tibia,
sudada, sensible. La mirada de Maite era tan transparente y
tan hermosa… se perdía en ella sin necesidad de palabras y
quería volver a hacerlo, una y mil veces más.

Ya en la puerta del departamento, por fin ella aceptó la


autoinvitación y él la agradeció como si no hubiese sido su
idea.
―No mal interpretes mi invitación. No quiero solo
tumbarte en una cama, desnudarte y hacerte el amor. Eso
va a llegar, sí, lo vamos a hacer y va a ser increíble y
hermoso porque, entre otras cosas, voy a volverte a
escuchar. Eso es lo que quiero, Maite. No puedo olvidar tus
sonidos porque son míos, yo los provoqué y nadie los
conoce como yo los conocí. Tal vez tu cuerpo desnudo fue
visto por otros hombres, pero esa respuesta la tuve yo, esos
gemidos, esas miradas, esa sonrisa maravillosa… Ellos
tuvieron otras, suyas, no las mías. Y a todo eso le quiero
agregar los abrazos mientras dormimos.
Todo lo dijo sin negarle la mirada, muy cerca de sus
labios y con una sonrisa de rostro completo. Maite suspiró
enamorada y solo movió la cabeza afirmativamente.
Lo despidió con un beso dulce y corto, y lo vio partir.

En ese estado de atontamiento pasó los dos días siguientes


hasta que lo vio entrar a su departamento, vestido con un
jean y una camiseta. Cuando se quitaba el traje se quitaba
también años de encima y eso a Maite le fascinaba porque
era como tener a su disposición a dos hombres, un novio y
un amante. Los dos le gustaban por igual.
Durante la comida Luca le había contado que Olivia
estaba feliz con su nuevo vestido, que estaba hermosa y
que, al dejarla en la fiesta, había podido ver alguna que otra
mirada masculina dirigida a ella. También le había contado
que Piero seguía sin aceptar que su padre tuviese una
relación, pero no se había animado a hablarle sobre las
opiniones negativas que él tenía de ella. Eso no le parecía
necesario.
Maite escuchaba y se permitía opinar con cautela. Le
gustaba que él compartiese esas cosas tan íntimas con ella.
Sentía como la incluía en su vida. Por más insignificante que
fuese el comentario, para ella era relevante.
Él tenía una rutina tranquila, ordenada, a la que no le
molestaría pertenecer si seguían juntos. Definitivamente se
animaría a participar de ese día a día. Tal vez era una
postura algo irreverente por su parte, o tal vez era su íntimo
deseo y apenas si lo estaba descubriendo, animándose a
reconocerlo en silencio, por el momento. Un deseo que,
incluso, superaba la ardiente expectativa de meterse en su
cama junto a él y dejarse acariciar por sus masculinas y
perfectas manos.
Luca estaba demasiado pensativo. Indeciso también era
una palabra que coincidía con su estado, pero sobre todo
estaba excitado, porque sabía que en pocos minutos más
estaría con ella en la situación que había imaginado todo el
bendito día. Se sentía hasta injusto por solo pensar en eso.
No la quería solo para hacer el amor, sin embargo, en ese
instante sí, y no podía negarlo. La deseaba con locura, con
intensidad.
―Basta, mujer. Así no hay cuerpo que aguante ―dijo,
viéndola caminar una vez más hacia él con ese balanceo de
caderas tan propio, tan insinuante y hasta podría jurar que
estaba siendo desconsideradamente atrevido―. Ven aquí.
Bésame, no tengas piedad de mí.
Maite se sentó sobre su regazo con ambas piernas hacia
un lado y sonriendo ante su pedido exagerado. Él rodeo sus
hombros y su cadera con sus brazos y la besó. Luca tenía
demasiadas ganas de liberar por fin sus manos y tocarla sin
límites ni frenos y le parecía tan inapropiado ese pantalón
que ella se había puesto, siempre vestía esas fabulosas
faldas…
―Odio tu pantalón ―susurró, acariciándole las piernas.
―Quítamelo ―dijo ella sonriente. Y sin demoras Luca se
dedicó a ello. Abrió el botón, la cremallera y con ayuda pudo
deshacerse de la intrusa prenda―. Yo odio tu camiseta
―agregó Maite con picardía, y Luca entendió la sutileza. Se
la quitó de un solo tirón, mientras ella quitaba su blusa con
la misma rapidez.
―¿Mejor? ―le preguntó, recorriéndola con la mirada y la
yema de sus dedos.
―Mucho mejor ―susurró ella, mezclando sus dedos entre
el vello del pecho desnudo que tenía frente a sus ojos. Llevó
sus manos al rostro de Luca y besó sus labios―. Me gustas.
Me gusta tu cara y tu cuerpo, todo… Me gustas mucho.
Luca sonrió y le besó cada rasgo del rostro: la punta de la
nariz, los pómulos, la frente… Fueron muchos besos, tibios,
sonoros, dulces y no tanto, hasta llegar a su boca y hundirse
en ella con furia, desesperación y necesidad.
La mano con que la había acariciado el cuello y el cabello
comenzó a bajar por los femeninos brazos desnudos,
provocando escalofríos y suspiros, hasta llegar a las piernas,
también desnudas. Todos sus sentidos estaban despiertos,
Maite lo tocaba y lo besaba sin darle la posibilidad de
pensar en otra cosa que no fuese en poseer su cuerpo otra
vez.
Maite suspiraba agitada, su cuerpo era un volcán y
faltaba muy poco para ver como erupcionaba. Las manos de
Luca eran tibias, ásperas, fuertes, presionaban al acariciar,
raspaban con las uñas y apretaban con deseo. Notó como la
inclinaba un poco para recostarla sobre su espalda en el
sofá y él se inclinaba más hacia su pecho, apoyándose un
poco contra su piel. Podía sentir la calidez de su contacto.
Una mano efectiva y rápida desprendió su sostén y sus
pechos se liberaron. La boca que la besaba con desenfreno
abandonó sus labios con un destino nuevo y ansioso de su
llegada. Inspiró profundo y elevó su espalda para ofrecerse
y la invitación fue aceptada. El primer mordisco fue
electrizante y el resto, desquiciante.
Luca pudo liberarse de la presión de las piernas de ella,
ya estaban recostados en el sofá, algo incómodos, pero no
importaba. Su boca estaba descubriendo la tibia piel
femenina, por fin, qué importaba si estaba cómodo o no. El
vientre de ella era suave al tacto, quiso comprobar cómo se
sentiría en sus labios.
―Maite, quiero seguir besándote ―dijo, mordisqueando
la piel de su cintura y acariciando sus glúteos.
Deseaba más sabor, quería probarlo todo.
Maite sabía que ese momento llegaría, no era pudorosa
al respecto. No era pudorosa en ningún aspecto, hacía el
amor con desinhibición y entrega, sin embargo, no lo
esperaba esa primera vez. Se había equivocado suponiendo.
―Hazlo, Luca, no te detengas ―le rogó con los ojos
cerrados y guiando su cabeza. Quería todo de él, eso ya
estaba decidido, por el mismo motivo daría todo de sí. No
quería que ninguno se guardara nada.
Sintió cada beso como si fuese de fuego, cada pellizco,
cada lamida que él dio en su recorrido hasta llegar a su sexo
fue deliciosa. Con la lengua plana acarició su destino,
robando un suspiro a la exquisita mujer que se derretía en
su boca y, la punta de su lengua en ese lugarcito, justo ahí,
la obligó a retorcerse y a abrir más sus piernas, exhalando
con expectativa.
Luca entendió el lenguaje corporal y repitió sus
movimientos, ella reaccionó igual o mejor. Él jugó con su
deseo, con su placer, con sus ganas, la guio al final con
destreza, estudiando lo que le gustaba y lo que no; lo que la
enardecía y lo que la descontrolaba. Sabiamente la posó en
ese punto conclusivo y la empujó hacia un éxtasis
arrollador.
Maite levantó su cadera, se pegó a sus labios y gimió.
Casi aulló suplicando aire fresco. Inspiró profundo y sus
piernas vibraron.
Luca sonrió con pedantería, orgulloso de haberle
regalado tanto placer. Un placer compartido, por supuesto.
La observó en detalle, los labios entreabiertos, los párpados
caídos, el pecho subiendo y bajando, el vientre contraído...
Besó el interior del muslo y quiso besar su ombligo, tal vez
subir más, mimando todo su cuerpo, sin embargo, ella se
encogió por completo y lo apartó casi temblando.
Maite le acarició el rostro y sonrió negando con su
cabeza. Estaba sensible, demasiado sensible. Su piel no
soportaba ningún roce.
Luca rio y esperó con paciencia mientras le acariciaba el
cabello y las mejillas.
Maite abrió los ojos y el rostro de su hombre
conquistador la colmó de ternura, una ardiente y
apasionada ternura.
―¿Ya puedo besarla, señorita?
―Ahora sí. ―Comenzó por los labios, siguió por el cuello
y ahí dejó su rostro, aspirando el olor de la piel, mientras
ella le acariciaba la espalda, la cabeza y los hombros―.
Vamos a la cama que tengo trabajo pendiente ―dijo ella,
riendo mientras besaba su frente.
―¿Eres de las mujeres que se llevan el trabajo a la
cama? ―Preguntó él, acunando uno de sus pechos y
dibujando el contorno con el pulgar.
―No, pero hoy estoy tentada de hacerlo.
Caminaron hasta el dormitorio entre besos y caricias.
Maite se detuvo frente a los pies de la cama y giró entre
los brazos de Luca. Lo encontró mirando su dormitorio de
arriba abajo sin perder detalle.
Era un dormitorio muy femenino; en tonos rosados; con
flores pequeñas en el edredón; muebles de madera
lustrada, antiguos y elegantes; nada estaba fuera de su
lugar, nada sobraba. Hasta el perfume del ambiente era el
ideal.
―Esto es tan… tú ―dijo él, susurrando sobre su boca. No
esperó respuesta. La besó apretándola contra su cuerpo.
Entre besos y caricias la dejó tendida sobre las sábanas
blancas. Ahí estaba ella con su maravillosa desnudez, sin
pudor, sin recelos, extendiéndole los brazos en una
silenciosa invitación y produciéndole muchas emociones de
diferentes intensidades, de las que no era del todo
consciente. Luca negó con la cabeza, no creía todavía su
suerte. Una mujer de verdad, una con toda esa femeneidad
y con cada una de esas perfectas imperfecciones ante sus
ojos.
¡Es exquisita!, pensó.
Se dejó caer sobre ella apoyando el codo para no
aplastarla y dejando una mano libre para las caricias que le
había reservado. Comenzó por su cabello y su rostro,
acompañando con besos, algunos castos y otros impúdicos.
A todos, ella respondía con intensidad, despertando al
amante dormido que llevaba dentro.
Maite suspiraba y disfrutaba la lenta tortura de una mano
caminando por su cuerpo. La boca de Luca se sentía tan
tibia sobre sus pechos… La barba le hacía un poco de
cosquillas, lindas cosquillas que le robaban gemidos bajitos.
―Tus manos son muy suaves ―le dijo él, mordiendo el
lóbulo de su oreja. Maite no se había dado cuenta que le
acariciaba la espalda y los hombros. Estaba demasiado
concentrada en lo que él le producía.
―Y tú eres muy dulce ―respondió ella con una sonrisa.
Luca se recostó sobre la espalda y trajo el cuerpo
femenino consigo. Toda esa piel perfumada sobre él… Le
levantó el cabello con ambas manos y decidió ponerle fin al
juego previo con un beso profundo. Su lengua fue cruel con
la de ella, la abrazó con furia. Maite sacó a relucir sus
dientes y le mordió los labios, en respuesta él bajó las
manos por su espalda y terminó apretando sus nalgas con
absoluto descaro. Ella levantó la mirada apoyando sus
codos y sonrió.
―No más dulzura ―dijo él, guiando sus dedos hasta la
entrepierna femenina.
El primer sonoro gemido de Maite fue la bisagra. Todo se
volvió salvaje a partir de ese instante. Ella levantó su torso
y le ofreció sus pechos, el mordió uno y otro, tironeó con sus
labios una y otra vez mientras sus dedos se entretenían
haciendo música con los sonidos agudos de Maite. Esa
danza erótica de cadera que acariciaba sus sexos era
perfecta.
La llevó al límite, el éxtasis que buscaba estaba al
alcance de un roce más, la giró para dejarla sobre la cama.
Luca la observó unos momentos esperando su mirada y la
obtuvo acompañada de una sonrisa preciosa. La volvió a
besar con energía.
Maite abrió las piernas y lo ayudó a entrar en ella. No
quiso gemir, pero le fue imposible, tan imposible como le
fue a Luca retener su jadeo.
―Espera. Espera. Quédate así… solo un momento ―le
pidió, sintiéndolo profundo y colmándola. Definitivamente
había necesitado un hombre. Todas esas sensaciones no se
podían lograr de otra manera que no fuese con un dedicado
amante.
―¿Estás bien?
―Muy bien. Es que… hace mucho que no estaba tan
bien, Luca.
Sin palabras él comenzó a moverse en su interior.
Mirando sus ojos, conociendo sus respuestas y haciendo
pausas para lamer sus senos y morder sus labios. Dándole
tiempo al fuego para que lo quemara todo.
¡Era perfecto! Una cadencia impecable, una profundidad
ideal. Maite lo acarició, lo arañó y lo disfrutaba todo,
miradas, sonrisas, mordidas, besos, roces, gruñidos… todo.
Levantó su espalda y se apoderó del trasero masculino,
elevó más las piernas y le mordió el hombro en el mismo
instante que se abandonaba al placer en un sonoro sollozo.
―Eres hermosa, mujer, hermosa. Ahora voy yo ―dijo
Luca, agitado y gruñendo sin control mientras su cadera
golpeaba la de ella con furia y urgencia.
Adoraba la sacudida de sentimientos que estaba
experimentando. Su cuerpo necesitaba liberación, explosión
y Maite estaba ahí para dársela. No otra, Maite, nadie más
que ella, quien con su boca tentadora le mordía el cuello y
la oreja, elevándolo más metros, encendiendo más fuego y
alejando más fantasmas.
Algunos segundos, ¿quién podría saber cuántos?, fue lo
que duró su abrumador orgasmo. Sin embargo, para él
había sido casi eterno.
No quería separarse de ella, no podía dejar de abrazarla
y acariciar su rostro mientras besaba cualquier pedacito de
piel.
―Perdón, te estoy aplastando.
―Estoy muy bien. No te preocupes ―respondió Maite,
mientras jugaba con sus uñas sobre la piel de la espalda
que se estremecía ante su paso. Había sido maravilloso.
―Ven aquí ―le pidió él. Giró apoyando su espalda y la
atrajo contra su cuerpo―. Tú también me gustas mucho,
Maite. Toda tú. Eres mi nueva ilusión.
―Y tú la mía. No te esperaba… y aquí estás.
espués de haber pasado una noche apasionante y

D calurosa, ambos partieron a sus actividades.


Maite había tenido que correr con sus tacones para
poder llegar a hora al trabajo. El despertador había
sonado, sí, no había sido ese el problema. Luca lo había
sido. Sus besos y caricias, y hasta sus palabras.
―No me dejaste dormir bien, mujer malvada.
―Eso no es verdad ―había dicho entre risas, mientras él
le hacía cosquillas.
―Lo es. Eres calurosa, movediza, acaparadora, me
apretaste toda la noche, me enredaste tus piernas y hasta
me apoyaste tu trasero justo ahí.
―Bueno, yo no prometí ser buena en la cama.
―Eres muy buena en la cama, me gustaron tu calor, tus
abrazos y ni hablar de tu trasero ahí. No es una queja ―le
había dicho, mientras ella acariciaba su barba y sus labios,
enamorándose de unos ojitos soñadores, oscurecidos e
hinchados. Las manos de Luca habían acariciado su piel con
suavidad y habían llegado hasta su cicatriz, incluso sus
labios habían estado ahí―. ¡Qué gran mujer eres, Maite!
Admiro tu entereza.
―Gracias. Es muy lindo que no sientas pena por mí.
―Me inspiras muchísimas cosas, pero no pena.
Y más de los minutos necesarios se habían consumido
entre caricias y besos, otra vez.
Maite sonreía frente a Fabiola mientras repartía los arreglos
del día entre las máquinas de coser.
―¡No lo puedo creer! ―dijo la amiga, negando con su
cabeza―. ¡Si vieras tu sonrisa!
―Silencio ―dijo, riendo con complicidad.
―Secretos en reunión, es mala educación ―cantó Emma,
con altanería. Irritada por quedar siempre afuera de los
cuchicheos.
El mediodía llegó y la tarde sin trabajo también, con
mucho cansancio, y sueño, podía agregar. Maite durmió
unas horitas para recuperar el descanso perdido, mientras
Luca navegaba con amigos y clientes, como era costumbre
los fines de semana, después de jugar un rato al golf.
Kano llegó a casa de Maite todavía reticente a sonreír.
Ella lo había perdonado, sin embargo, no habían vuelto a
hablar demasiado del tema. Cuando le abrió la puerta la vio
vestida para gustar. Seguramente estaba interrumpiendo
una salida, al menos eso pensó.
―Me hubieses dicho que no viniera. Estás preciosa, Mai.
―Gracias. Pasa, no te hagas el tímido. No me molesta.
Luca está retrasado. ¿Qué necesitas?
―Nada, pero si Mahoma no va a la montaña…
―Ahora eres una montaña. Bien, qué gran cambio. No
estoy enojada contigo, Kano, pero estuve muy ocupada ―le
dijo, con una sonrisa sincera mientras se colocaba los aretes
a juego con el collar. Al terminar lo abrazó como era la
costumbre y Kano suspiró aliviado. Odiaba cometer errores
con ella.
―Voy a creerte.
―Debes hacerlo porque te invito a cenar con nosotros.
Conocerás por fin a Luca.
―No creo que hoy sea el día.
―No acepto negativas ―dijo, abriendo la puerta después
de que el timbre sonara.
Luca la abrazó por la cintura y devoró sus labios en un
beso agresivo. Ese vestido era una provocación para sus
ojos y otras cosas…
―Luca, Kano está mirando ―susurró ella, contra sus
labios deteniendo la mano que quería apretar su trasero.
―Lo siento ―susurró sonriente mientras le guiñaba un
ojo.
Una vez recuperada la situación, hizo las presentaciones.
Por fin, Maite, vió el tan esperado apretón de manos entre
sus dos hombres. Kano seguía perteneciendo a su vida y lo
haría por siempre. Esperaba que Luca hubiese llegado para
quedarse también.
Kano se alejó unos pasos, necesitaba hacer una llamada
telefónica para poder aceptar la invitación. Maite lo vio
apartarse y entendió enseguida el apuro. Sonrió con ternura
y luego se puso seria, no quería que él malinterpretara su
sonrisa si la veía.
―Bea, cariño. No me esperes a cenar ―dijo el hombre
japonés. Maite escuchaba la conversación con una mueca
que, Luca, no pudo identificar. Su mente le jugó una mala
pasada, odiosa y molesta, por cierto. Le hizo creer que eran
celos, que esa mirada implicaba angustia al escuchar la
palabra cariño.
Maite hizo unos pequeños pasos alejándose de Kano y
acercándose a su novio. De esa forma le daba intimidad a la
pareja para ponerse de acuerdo en el teléfono. Por primera
vez escuchaba a Kano decir una palabra bonita a Bea. Tenía
esperanzas de que ese dulce y excelente hombre pudiera
encontrar el amor otra vez. Las ilusiones se acrecentaban al
escucharlo decirle mi amor, como en ese instante.
―¿Qué pasa, Maite? ¿Te incomoda mi presencia o la
conversación telefónica? ―preguntó Luca, al borde de un
ataque de celos infundados e infantiles. Y desconocidos,
nunca había sido celoso o inseguro y estaba siendo las dos
cosas. Por ese motivo no sabía cómo actuar y lo hacía con
torpeza.
―No, en absoluto. Es solo que… le dijo mi amor. ―Luca
estaba a punto de responder, torpemente, otra vez―. Si lo
dice es porque lo siente y me encanta que así sea, Luca.
Kano merece enamorarse, quiero que sepa lo que se siente
estar enamorado por segunda vez.
Pocas palabras y una mirada soñadora le demostraron a
Luca el gran error que estaba cometiendo. Se refugió en
esos ojitos brillosos y con ambas manos le tomó el rostro.
Ella apoyó las suyas sobre las de él y sonrió tomando
conciencia de lo que había dicho.
―Maite, ¿tú sabes cómo se siente estar enamorada por
segunda vez?
―Sí, lo sé.
―¿Estás enamorada?
―Claro ―dijo, sonriendo y temblando a la vez.
Hacía demasiado tiempo que no hablaba de amor. Luca
suspiró sobre su rostro. No podía creer que ese diálogo se
estuviese dando con el ex de ella delante. Necesitaba estar
a solas con Maite en ese preciso instante.
―¿Irremediablemente?
―Muy enamorada. ―Maite cerró los ojos al percibir la
suave caricia que él dibujaba en sus labios. El aliento tibio
de Luca era una dulzura inquietante, pero más inquietante
era su inactividad―. ¿Vas a besarme?
―No puedo hacerlo como quiero ―respondió Luca,
después de negar con la cabeza.
―Ya estoy listo ―dijo Kano, habiendo carraspeado para
llamar la atención de los tortolitos.
―Qué bueno que Bea te haya dado permiso.
―¡Qué graciosa estás, Mai! Muy graciosa.
―Bea es su pareja y tiene dos niños pequeños ―le
explicó Maite a Luca mientras caminaban rumbo al
ascensor. Algo le había contado, pero sin demasiado detalle.
―Y muy revoltosos.
―En eso puedo ayudarte, sé cómo dominar revoltosos,
Kano. Olivia, mi hija, era terrible de pequeña y si estaba en
silencio más de cinco minutos, era preocupante. Con Piero
estuve un poco más distraído, lamentablemente. Y me
arrepiento de eso.
―Bueno, creo que voy a tener que acostumbrarme a
esos pequeños salvajes, son divertidos después de todo.
―Ya estaban caminando rumbo a un restaurante que
quedaba a pocos metros del edificio donde vivía Maite. Kano
se acercó a ella y le sonrió antes de hablar―. Me voy a vivir
con Bea, Mai.
Ella se detuvo y lo miró con seriedad.
―¿Cómo? ¿Estás convencido?
―Supongo que lo estoy ―dijo, tomándole las dos manos.
Luca se sintió excluido. Se convirtió en mero espectador
de una conversación que parecía serle ajena. La mirada de
Maite y Kano era cómplice e íntima, guardaba demasiados
sentimientos y no todos eran de felicidad; algo de dolor
habitaba en ellos, un dolor que jamás desaparecería. Sin
embargo, lo dominaban como bien podían.
―Estoy feliz por ti. Es lo mejor que puedes hacer. Eres un
hombre de familia, Kano, y vas a tener una, como siempre
soñaste ―dijo Maite, con ojos vidriosos acariciando las
mejillas de quien había sido su marido.
―Sí, eso parece. ―Él le besó la mejilla y sonrió―. Ella
aún no lo sabe, se lo voy a proponer hoy.
―¡¿De verdad?! ¿Escuchaste eso, Luca? ―dijo, volviendo
su mirada y tomándole de nuevo la mano para seguir
caminando.
Luca reaccionó apretando sus dedos con cariño. Le
asombraba el poder de comprensión de Maite y la fortaleza
para enfrentar las situaciones incómodas o dolorosas Por
Dios, ¡cómo admiraba a esa mujer!
―Felicitaciones, entonces. Ya nos enteraremos del
resultado de la propuesta ―dijo Luca.
Ya sentados en una mesa, después de haber pedido sus
respectivos platos, Maite les sonrió a ambos.
La presentación no podría haber salido mejor.
―Cuéntale sobre tu barco, Luca. A Kano le encantan.
―¿Tienes uno? ―preguntó Kano―. Adoro los barcos, es
mi sueño poder tener uno algún día.
Luca aumentó su enamoramiento hacia Maite. Si ser
dueño de All Yachts hubiese sido un detalle importante para
ella se lo hubiese comentado antes y no lo había hecho, eso
era evidente. Si Piero supiera…
―Los vendo también. Soy el presidente de All Yachts.
―¡No lo puedo creer! Maite no tiene ni idea de quién
eres, hombre.
―No la tengo, tampoco me importa y no te burles.
―Pasa por la empresa, Kano. Con gusto te la muestro y
hasta podemos ver la fábrica.
―Lo haré. Pero no quieras venderme nada, no puedo
permitírmelo. De todas formas, gracias.
―Pero tenemos un buen departamento de alquiler de
barcos y siendo amigo del presidente seguro recibes alguna
promoción beneficiosa.
―Esa es una buena idea.
Comieron y charlaron sin reservas. Kano se sintió muy
cómodo con Luca y este ya no sintió celos. Notaba el cariño
entre ellos, no podía estar ciego ante ese hecho, no
obstante, no molestaba, era un cariño bueno, sincero y sin
atracción de por medio. Ese hombre le gustaba, y más le
gustaba que estuviese ahí, protegiendo a Maite.
―Bueno, creo que me marcho. Luca, fue un gusto
conocerte.
―Lo mismo digo, Kano y, lo dicho, te espero por la
empresa.
―¿Puedo ser franco contigo antes de irme? ―Luca
asintió y Maite se cubrió la cara, sabía lo que pasaría―. Yo
no voy a inmiscuirme entre ustedes, no es mi problema ni
mi relación, pero quiero que sepas que seré siempre
incondicional a Maite. Espero lo mismo de ti, que no
interfieras entre nosotros. Somos...
―No lo haré, lo prometo ―dijo Luca interrumpiendo el
monólogo de Kano. Ambos miraron a Maite que se secaba,
disimuladamente, una lágrima rebelde.
―¿Estas llorando? ―preguntó Kano.
―¡Cómo se te ocurre! ―bromeó ella.
Lo despidió con un beso y un golpecito nervioso en el
hombro. No podría haber amado a un hombre más bueno.
Solo deseaba no haber elegido mal a su segundo amor.
Ya solos y entre sonrisas, Maite y Luca, pudieron darse
los besos que se debían, tal vez, no tan intensos como los
deseaban. Caminaron de vuelta al departamento entre
bromas y mimos.
Luca ansiaba otra noche con Maite. Maite quería a Luca
en su cama.
―Me gusta este vestido. Con él puedo ver lo que tengo
para esta noche ―dijo Luca, recorriendo con un dedo el
borde del escote, al llegar al centro lo retiró un poco de la
piel y espió, divertido―. Parece delicioso.
―No estoy acostumbrada a la libertad que te tomas de
asaltar mi cuerpo.
―Suena como si fuese un ladrón.
―Lo eres. El ladrón de mi decencia.
―Tú también puedes serlo. Te doy la libertad de asaltar
mi cuerpo.
―Ah, ¿sí? ―susurró Maite, poniendo sus manos dentro de
los bolsillos traseros del pantalón de Luca.
―Señorita, ¡por todos los santos!, está tocándome el
trasero. ―Rieron juntos y entonces Luca la tomó del cuello
con ambas manos y se lo acarició con lentitud. Su sonrisa
desapareció. Rozó la nariz de ella con la suya unas cuantas
veces sin retirar su mirada.
―¿Me vas a besar de una vez?
―No ―dijo sonriente, y ella se mordió el labio ante la
cercanía de esa boca deseada―. Vamos a mi casa.
―Luca, no creo. ―Entonces sí, la besó. Con intensidad,
de una manera que podía avergonzarlos, con abrazo
incluido y una mano sobre sus nalgas. Hasta sumó un jadeo
atrevido. Arrasó con su negativa, con su reticencia. Le
mordió la lengua y después la enredó con la suya. La apretó
más a su cuerpo, le mostró cruelmente su necesidad de
ella.
―Vamos a mi casa ―repitió―. Los chicos no están,
ambos salieron con amigos.
―No me parece apropiado.
―Eres mi mujer y quiero que sientas mi casa como un
lugar más al que ir con gusto. Suena apropiado para mí.
A pesar de sus dudas, Maite creyó que era lógico. Luca la
estaba invitando a su casa y ella se estaba negando, tal
vez, de una forma caprichosa. Claro que solo pensaba en
Piero… aunque en Olivia también, sin embargo, no se negó
otra vez.
Subió a su departamento por algunas prendas para el
otro día y algo para su higiene personal.

La casa de Luca era enorme y hermosa, se notaba que era


costosa y nueva. No le importaba el detalle, estaba
asumiendo, poco a poco, que él era un hombre acaudalado
y poderoso. Aun así, se negaba a pensar en su novio como
una persona inalcanzable o demasiado importante porque
desistiría de intentar una relación con alguien así. Se
conocía y prefería pecar de ingenua, no de prejuiciosa.
La casa estaba en silencio y, como le había dicho Luca,
los chicos no estaban.
―Bienvenida, Maite. De corazón lo eres, en mi hogar y
en mi vida.
―Qué bonita declaración.
―Es solo para convencerte de que me dejes quitarte el
vestido.
―Tramposo.
―Suma eso a mis cualidades ―le dijo, besando su cuello
y guiándola hasta su dormitorio.
Llevaba en sus manos una botella de vino que había
tomado de la bodega y dos copas. Se sentaron en el balcón
de su cuarto, daba a un enorme jardín arbolado, se veía
también una piscina, un solárium y un poco más lejos
alguna casa vecina, sin embargo, contaba con mucha
privacidad.
―Un fin de semana de estos te invito a nadar y pasar la
tarde al sol, ¿qué te parece?
―Una buena idea ―dijo ella, aceptando la copa de vino
que él le ofrecía. Estaban sentados en un cómodo sillón de
dos cuerpos.
―¿Usas traje de baño de una sola pieza?
―No. Uso biquini, todavía, tal vez por pocos años más.
Pero me gustan los biquinis.
―Sí, sí, a mí también ―agregó él, sonriendo con picardía.
La tomó entre sus brazos y la apoyó sobre su hombro, el
silencio se presentó aplastante y poderoso.
Maite suspiró pegándose más al cuerpo tibio de su
amado. Luca acarició el cabello de ella y besó su frente.
―¿Qué pasa, Luca?
―Nada malo. Estaba pensando que me haces bien. Me
gusta mucho estar contigo, me siento joven, enérgico,
divertido. Me estás devolviendo la alegría, Maite, esa que
perdí hace algunos años. Me estás ayudando a recuperar al
hombre que fui, ese hombre que desapareció entre pastillas
y tratamientos dolorosos, entre llanto e impotencia.
―Fuiste muy valiente. Eres un gran hombre y nunca
dejaste de serlo.
―No me considero valiente. Aunque debo reconocer que,
en todo lo referente a Ana, no me arrepiento de nada. Hice
todo lo que pude, le di todo lo que tenía y un poco más. No
sé si fue suficiente.
―Seguro que lo fue.
―Aunque me fui consumiendo con ella. Elaboraba mi
duelo con cada recaída. En cada uno de sus kilos perdidos,
yo la despedía un poco. Por eso, el día que nos dejó,
además de sentir una inmensa soledad, sentí paz, una
enorme paz.
―Ella necesitaba descansar. Fue demasiado sufrimiento
y lo fue para todos, incluyendo a tus hijos.
―¡Pobrecitos, mis hijos! Olivia se apoyaba en sus amigas
y Piero en su novia. Andrea fue un bastón para él, sin
embargo, aún necesita a su madre, estaba muy unido a ella.
Ahora está serio y malhumorado todo el tiempo. Es un
adicto al trabajo, Ana me pidió que le mostrase otro camino
y no puedo hacerlo. No sé cómo.
―Ya descubrirás la forma, no te presiones. Es un hombre.
Él también decide, ya no es aquel niño que reprendías
cuando hacía algo mal, Luca. Déjalo crecer con sus propios
ideales a pesar de que no sean similares a los tuyos.
Luca la miró a los ojos y le sonrió. Nunca había visto esa
opción, estaba cegado por una promesa. Y aunque veía el
punto de Maite, no desistiría todavía en cumplir lo
prometido.
―Perdón por aburrirte.
―No me aburres. Me encanta conocerte. Somos adultos,
venimos con historia.
―Maite, hasta ahora he sido el único que ha mostrado su
lado doloroso. Tienes uno y quiero ayudarte a llevarlo,
déjame conocer tus secretos.
Maite tomó distancia de él, dejó la copa en la mesita
cercana y le sonrió con tristeza. No se creía capaz, al
menos, no de contar su dolor sin dejarse llevar por la
angustia, y las lágrimas llegarían, lo sabía.
―¿Qué tal si volvemos al tema es de quitarme el
vestido? Después vemos ―le dijo seductoramente,
acercando sus labios a los de él―. Te prometo que después.
Luca se apropió de su boca. La entendía, tantas veces
había rehusado contar sus penas… ¿Cómo no entender el
miedo de volver a enfrentarse con todo eso que una vez la
había hecho sufrir? Maite se sentó en sus piernas, a
horcajadas, y él ronroneó al sentirla sobre su sexo. Le
gustaba que fuese atrevida y que tomara la iniciativa.
No quería ponerse a pensar en Ana justo en ese
momento, por eso descartó sus recuerdos de todos los
reclamos de un poco de osadía de parte de su esposa, y
movió las manos levantando más el borde del vestido de su
mujer.
Maite agradeció en silencio, y con besos más intensos, la
predisposición de Luca a darle tiempo. Quitó su camisa con
prisa, quería ver y acariciar el pecho tibio de su hombre,
sentir ese cosquilleo de vellos canosos sobre sus senos.
Luca encontró el cierre en la espalda femenina y lo
deslizó con demasiada lentitud, acariciando la piel a su
paso. Una vez abierto, bajó el vestido por los hombros y
brazos y le quitó el sostén.
―Es hermoso y te queda muy bonito, pero molesta. Lo
entiendes ¿no? ―preguntó juguetón, mientras se inclinaba
para besar los pechos desnudos. En verdad el conjunto de
ropa interior era bello y elegante, sensual y atrevido
también. Pero a Luca le gustaba desnuda, aunque si tenía
que ser sincero, le encantaba desnudarla mientras iba
mirando lo que destapaba.
Maite sonrió y arqueó su espalda. Luca era un amante
apasionado, dedicado y cariñoso; pero todavía ponía ciertos
frenos y conservaba esa inhibición de los principios de una
relación. Era tiempo lo que necesitaban para conocerse y
saber todo del otro. Por lo pronto, Maite había descubierto
que a Luca le gustaba mucho que lo atacase por sorpresa.
Su respuesta era inmediata, sus ojitos cambiaban de color y
esa boca se volvía pecaminosa entre sonidos y besos,
además de algunas sonrisas seductoras y alguna que otra
palabra ardiente.
―Sácate el vestido, quiero verte ―pidió él, sin dejar de
besarla por todas partes. Maite obedeció poniéndose de pie
y desnudándose frente a él. Con la mirada la acariciaba y la
encendía. Luca entrecerró los ojos exponiendo esas
pequeñas arruguitas tan sexis y ella creyó que perdería el
equilibrio―. Déjate los zapatos, son preciosos.
―¿Puedo quitarte el pantalón? ―preguntó, simulando
una dulce vocecita y él asintió gruñendo por lo bajo.
Era tan intrépida y sensual que sacaba lo peor de su
imaginación, ¿o lo mejor? Seguro que era lo mejor. Las
manos femeninas, tan delicadas y arregladas, lo acariciaron
con maestría obligándolo a cerrar los ojos y a suspirar.
Maite sonrió, le gustaba mucho ese hombre, demasiado,
y que él gustara de ella era algo así como un sueño
cumplido, uno de los que a esa edad ya no pensaba cumplir.
Se arrodilló entre las piernas masculinas desnudas y tensas
y lo repasó con la mirada.
―Maite, estás siendo cruel.
―Lo sé ―dijo, acariciando su sexo mientras se mordía el
labio inferior.
―¿Qué vas a…? ―No pudo seguir preguntando. La
sensación era fantástica.
Esa boca prometía placer, toda una artillería usada para
complacerlo, lengua, labios, dientes, aliento tibio… y lo
estaba logrando. No quería gemir tanto ni desesperarse, era
imposible. La cadera de Luca se movía sin el control de su
mente y con la mano guiaba la cabeza de ella por instinto.
La observaba con lujuria, con avidez, con necesidad.
―Mírame. ¡Me encantas, mujer! Eres sorprendente.
Maite gimió de placer al escucharlo y se acarició los
pechos. Por más deseo que tuviese de sentirlo explotar en
su boca, más deseo tenía de sentirlo explotar entre sus
piernas. Sus besos lentos y húmedos subieron por el vientre
masculino, el pecho velludo, las tetillas y los hombros. Luca
solo suspiraba extasiado, con los ojos cerrados y
concentrado en no caer por ese abismo que tan cerca veía.
―Más lento, Maite. Por favor, vayamos más lento ―le
pidió, comiéndose su boca de un solo lametazo.
La ayudó a ponerse de pie frente a él, era su turno de
acariciar y adorar ese cuerpo hermoso, femenino, curvado,
experto... Sus dedos y su boca obraron maravillas en él.
Maite respondía a todo de una manera deliciosa y sonora,
como le gustaba. La vio estremecerse y tensarse mientras
gemía con la boca abierta y los ojos cerrados, mientras
tiraba de su cabello y desesperadamente le rogaba que no
parara, que siguiera con lo que estaba haciendo entre sus
muslos.
Ella se derritió en sus manos, se abandonó en sus labios
y terminó acurrucándose en sus brazos. Abrazada a su
cuerpo, temblando de placer y recuperándose entre
suspiros. Recordó que ella necesitaba esos segundos, tal
vez minutos y se los dio. Con una sonrisa en los labios le
besó la frente y le acarició su espalda.
De a poco ella recuperaba sus dominios y su deseo volvía
encendido por las caricias masculinas que llegaban hasta
sus glúteos y sus senos. El calor regresaba y la necesidad lo
volvía a tomar todo.
Maite se reflejó en los ojos de Luca, estaba despeinada;
su maquillaje era un desastre; su boca, otro desastre; pero
qué importaba. Eso era hacer el amor para ella: entregar
todo sin que importase nada más.
―Estás hermosa.
―Mentiroso.
―No miento, el placer te queda muy bien.
Luca comenzó un nuevo ritual, uno que empezó con un
intenso beso y terminó en la cama; con los dos exhaustos,
sudados, saciados y sonrientes. Debían probar sus voces
para confirmar si no estaban también roncos, al menos las
gargantas secas se sentían rasposas.
―Estoy mayor para estas maratones, Maite.
―Me lo hubieses avisado antes ―dijo, acurrucando su
cuerpo contra el de él. El abrazo era firme y le gustaba.
―Quiero que compartamos sueños además de la
almohada. No te vayas de mi vida, Maite.
―No pienso moverme de tu vida y, de momento,
tampoco de tu cama.

l silencio no era incómodo, era necesario. Acomodar

E sentimientos nuevos en una vida que no los esperaba,


era un poco inquietante.
Luca apretó su abrazo, la tenía desnuda, pegada a su
cuerpo y se sentía… raro. Sí, eso era, se sentía raro;
aunque, placenteramente raro. Tanto tiempo sin dormir con
una mujer en una situación similar, lo ponía en un estado de
excitación constante. No el tipo de excitación que había
acabado en un orgasmo intenso, no, era ese tipo de
excitación que despertaba sentidos, dibujaba sonrisas y
obligaba a soltar suspiros.
Lo mejor de todo era que no pensaba en Ana, ella no
rondaba en su cabeza, no impedía que su corazón latiera
más fuerte al reflejarse en otra mirada, una de ojos
marrones, brillosos y sinceros. Tampoco le impedía expandir
su pecho para tomar aire antes de besar con ganas de no
detenerse nunca.
Besó la frente de Maite al enfrentarse con la idea de que
dormiría con ella otra vez, toda la noche. Abrazados o solo
rozándose, ya lo vería al despertar, pero lo haría a su lado.
Maite subió una de sus piernas sobre las de él,
necesitaba más contacto. Le daba miedo sentirse tan bien,
sin embargo, no se negaría la oportunidad. No era temerosa
del amor, por el contrario, le gustaba estar enamorada. Y
mucho más ahora que recordaba cómo era sentirse así,
como flotando en nubes de algodón, como una adolescente
risueña, como la mujer más bella de todas, como una
atontada soñadora.
El amor era compromiso, lealtad, complicidad,
sinceridad, era compartir y acompañar; todo eso era amar
para Maite. Era ayudar a soportar el dolor ajeno y
apaciguarlo si se podía. Sabía que Luca pensaba parecido,
no en vano pasaban tanto tiempo conversando y
conociéndose.
―Las mujeres somos fuertes, ¿sabes? Muy fuertes.
Guerreras ―comenzó a decir sin dejar de acariciarlo―. Si
nos proponemos algo, es casi seguro que lo logramos.
Tenemos la potencia de un huracán para defendernos. Pero
el perder un hijo, en las condiciones que sean, nos debilita.
Es lo que nos vence. Es una lucha perdida antes de
comenzarla, somos tan conscientes de eso, que ni siquiera
lo intentamos. Nos entregamos al dolor y dejamos que
duela, todo lo que quiera doler.
Luca besó su frente y luego sus labios. Ella asintió,
necesitaba hacerlo en ese instante.
―Durante el embarazo, muy avanzado ya, nos dijeron
que mi hija tenía un problema, pequeño y remediable, en su
corazoncito. Podía operarse una vez nacida y tendría una
vida normal después, no aseguraron. Fue terrible enterarnos
de eso, sin embargo, le pusimos mucha fuerza y fe en que
la operación la curaría. Teníamos un porcentaje muy
elevado de posibilidades de que así fuese. Seguimos
adelante con muchísimas esperanzas, nunca las perdimos.
Al nacer…
―No sigas ―dijo él, besando sus ojos. No quería verla
llorar, su voz se quebraba y él no soportaba escucharla.
―Déjame sacarlo, necesito hacerlo. Estaría por cumplir
sus quince años… Tres días la tuve conmigo. No sabemos
qué fue lo que pasó ni por qué se agravó su estado… Solo
tres días vivió y no me alcanzó, Luca, no fue suficiente.
Pero, la conocí... Es un consuelo de tontos, lo sé, sin
embargo, me sirve. Vi su carita, sus deditos, la abracé y la
despedí. Vi a su padre abrazarla con pánico de que se le
cayera, vi lágrimas de amor en él y también de dolor.
Supimos lo que es cantar una canción de cuna, aprendimos
a cambiar un pañal… Nació muy temprano por la mañana.
La tuve en mis brazos todo el tiempo que pude. Los médicos
decían que no lo hiciera, pero yo no podía mantenerme
lejos, no podía dejarla ir, no quería. Respiró por última vez
en mis brazos. Parte de mí murió con ella en ese último latir.
Nunca fui la misma después de ese día. Mi sonrisa ya no
hacía brillar mis ojos; esto me lo dijo mi madre una vez y
me abrazó rogándome que no dejara de intentar ser feliz.
―Fue un excelente consejo.
―Que no escuché. Antes de entender que podía seguir
viviendo, tuve que hacer muchos duelos, ¿sabes? El de mi
hija dolió mucho, aunque también estaba el de la madre
que no sería, el de una vida que no tendría. La madre en la
que pude transformarme murió con ella y nunca sabré si
hubiese podido hacerlo bien.
―Lo hubieses hecho maravillosamente, mujer. Yo no
tengo dudas.
―Kano las tuvo, o eso creo. Eso imaginé, nunca se lo
pregunté, no me animo a descubrir que alguna vez me
creyó culpable de algo. Yo sí lo creí. Y al haber perdido un
embarazo posterior, uno que no me animaba a vivir… Esa
culpa se agigantó tanto… Lo perdí a él también. Nos
perdimos los dos.
Maite recordó con demasiada claridad esa sensación
aterradora al enterarse de un nuevo embarazo, uno que la
había hecho temblar de miedo y de angustia por no creerse
capaz de soportar una nueva desilusión, porque muy dentro
suyo ella sabía que eso sería. Apenas si había sido un
suspiro de esperanza que nunca llegó a concretarse. La
ilusión no había anidado en su corazón todavía cuando ese
vientre había dejado de crecer.
Sin fuerza, sin ganas de vivir, sin corazón sano con el que
amar ¿cómo podía mantener una pareja? Había sido
imposible. Ni los arrebatos sexuales ni las palabras cargadas
de una frustración palpable, habían podido reflotar lo que
estaba hundido. Un amor ahogado por el dolor, eso había
sido el matrimonio de Kano y Maite.
―Lo siento, amor mío. Lo siento mucho, mucho ―dijo
Luca, apretándola contra su pecho. Acunándola hasta
calmar su llanto.
Maite se durmió entre sollozos y Luca se enamoró más
aún.
Ambos habían descansado demasiado bien, no habían
sentido incomodidad en una cama compartida ni calor de
una piel contra otra piel. Luca había sonreído semidormido
al sentir como ella apoyaba su trasero en él y Maite había
suspirado en sueños cuando él la rodeaba con sus brazos.
Amanecer en una cama ajena no era una costumbre para
Maite, y mucho menos si un hombre semidesnudo la miraba
con una sonrisa dibujada en los labios.
―No sabes lo imponente que es tu cuerpo desnudo ―le
susurró, al verla abrir los ojos.
―Buen día y gracias ―dijo, abrazándolo y sonriendo. No
se avergonzaba de su desnudez. Él no estaba viendo nada
que ya no hubiese visto ya.
―Buen día y de nada. ¿Cómo dormiste? ―La pregunta
fue acompañada de caricias en su espalda y besos en el
hombro.
―Deliciosamente bien. Raro en mí, no suelo dormir bien
en cama ajena.
―¿Muchas camas ajenas?
―Algunas, la de la casa de mi madre algún fin de
semana que la visito, a veces me quedo en casa de Fabiola,
algún hotel en vacaciones. Aunque si tu pregunta tiene una
parte atrevida, y es saber cuántas camas de hombres
conocí, la respuesta es que hace años que no comparto
cama y que no me gusta ningún hombre como para hacerlo.
―Gracias por la parte que me toca.
―De nada, te lo mereces. Ahora creo que podríamos salir
a desayunar. No quisiera encontrarme con tus hijos.
Y eso hicieron. Después cada uno se ocupó de sus cosas.
Para Maite, visitar el comedor solidario y ayudar a todas
esas madres e hijos que no tenían demasiado, y
necesitaban mucho, era un placer. Ella tenía de más,
incluyendo los abrazos y besos que le regalaba a cada uno
de esos niños que ayudaban a su parte maternal negada y
mutilada. Con esos pequeños canalizaba sus frustraciones.
Había aprendido que era menos doloroso hacerlo de esa
forma, que llorando y maldiciendo a diestra y siniestra. Así
no le había ido demasiado bien, no negaba que lo hubiese
probado, sin embargo, el sabor salado y amargo de las
lágrimas no era de su agrado. Su forma de ser la obligaba a
avanzar y eso hacía, siempre, no le gustaba estancarse.
Sabía que eso tampoco era agradable.
Ese fin de semana tenía algo que festejar con los
organizadores de la entidad benéfica, Luca le había
prometido ayuda, de la importante, de la que hacía
diferencia, y ella estaba entusiasmadísima porque hasta el
contacto con un doctor le había prometido. Eso ya estaba
siendo demasiado necesario.

Luca volvió a su hogar después de un par de horas en el


club de golf y Piero estaba en casa junto con Andrea y
Olivia. Ninguno de los tres tenía buena cara, desconocía los
motivos, aunque viendo a Piero ponerse de pie y caminar
unos decididos pasos hacia él, supo que enseguida se
enteraría.
―Yo me voy, amor, hablamos después ―dijo Andrea con
angustia en la voz.
―¿Andrea, estás bien?
―Sí, Luca, lo estoy. Gracias por preguntar. Adiós.
Olivia miró a su padre y sonrió, se acercó por su beso y
un abrazo. Y después se encaminó hacia su dormitorio. Luca
no entendía nada de lo que estaba pasando.
―¿Qué les pasa?
―No sé. Olivia está silenciosa desde hace unos días y
Andrea insoportable desde ayer. Papá, me enteré de algo
que podría no gustarte. Sólo quiero que lo sepas para que
no te tome por sorpresa. A mí no me sorprende, como
comprenderás.
―A ver, Piero, no te entiendo. Sé claro y concreto. ¿De
qué tengo que enterarme que a ti no te sorprende?
―Una de las empleadas de Rose, no sé cuál todavía, y
espero que no sea la que te gusta, está intentando seducir
al tío de Andrea. Luis Izaguirre, se llama. ¿Qué te parecen
ahora las empleadas de tu amiga?
Luca quedó mudo ante el comentario y el atrevimiento
de Piero. Evidentemente seguía buscando la forma de
desacreditar a su mujer de una u otra manera. Le enfurecía
la idea, no obstante, intentaba entenderlo.
Si se hacía eco de sus palabras y su mente no actuaba
prejuiciosamente, la tal empleada buscona era la atrevida
mujercita que se mostraba bastante desinhibida hasta con
él. ¿Debía hablarlo con Rose? Conocía el esfuerzo que esa
boutique había sido para ella y el renombre que tenía no le
había salido gratis. No podía dejar que se ensuciara por una
empleada que no cuidaba las formas. Aunque, ¿sería cierto?
Piero podía estar empeñado, no lo creía tan necio como
para inventar una cosa semejante, sin embargo, sí
enceguecido como para creerla.
―No sé de qué me hablas, pero si tu intención es
hacerme pensar en que es Maite quien se comporta así con
ese señor, no me conoces. No me dejo llevar por chismes,
nunca. No te olvides que en las empresas eso es moneda
corriente, deberías saberlo, algún día ocuparás mi lugar. Y,
además, no conoces a Maite. Si te dieras el permiso y le
ofrecieras a ella la posibilidad de conocerse, te prometo que
dejarías de pensar en estas cosas y te pondría feliz el saber
que he conocido a una gran mujer.
―No puedo ponerme feliz por eso, papá. No puedo verte
con nadie más, ¿no lo entiendes? ―gritó, sin poder mirarlo a
los ojos.
Luca lo vio marcharse angustiado. Las dudas
comenzaban otra vez a querer invadir su felicidad. ¿Acaso
debía pesar todo en una balanza y ver para qué lado se
inclinaba? Su familia o su amor… ¿Qué pesaba más?
Sin permitirse ni un minuto más de pensamientos
negativos, llamó a Rose para invitarla a cenar. Además, iba
siendo hora de que conociera su casa nueva y viera a los
chicos.

Maite había llegado con el mínimo tiempo disponible,


todavía tenía que darse una ducha y preparar la comida.
Kano se había invitado a comer y ella no se había opuesto, a
pesar de su cansancio. La voz de ese hombre tenía varios
matices acordes a sus estados de ánimo y ella los conocía
todos, los matices y los estados de ánimo. Por eso sabía que
la necesitaba.
Hizo lo que pudo con los minutos que tenía. Mientras se
peinaba el cabello húmedo, revisó la cena y ordenó lo que
creyó fuera de lugar, no había tenido tiempo de hacer la
limpieza. Nadie lo notaría, ella limpiaba sobre limpio.
Kano, puntual como de costumbre, llegó con una botella
de vino y una sonrisa algo maliciosa.
―Te llamé anoche ―le dijo después del beso que
acostumbraban darse como saludo. Kano se dispuso a poner
la mesa mientras Maite seguía con los preparativos en la
cocina.
―Me quedé en casa de Luca.
―Parece que te estás desoxidando entre sábanas ajenas.
―Eres un ordinario ―dijo ella. Ante la risa y picardía de
Kano no pudo no reír también―. ¿Además, qué sabes tú de
mi vida sexual?
―Cierto, no sé nada sobre ti; mis disculpas, señorita
promiscua. Ya me estaba mareando ante el desfile de
hombres de todas las nacionalidades, edades y colores que
me he encontrado en tu casa.
―¡Serás tonto!
―Desde ese fulano, cajero del banco creo, que no te veo
con alguien, Mai. ¿Cuánto hace, tres años?
―¿Cómo recuerdas eso?
―Porque sentí celos de él. De que tuvieses una pareja y
yo no.
―Yo nunca tuve celos.
―Eso, mi querida Mai, es porque eres mejor persona que
yo. Sólo dime si te trata bien ―le dijo abrazándola por los
hombros y besando su frente.
―Mejor que tú. Mentira es una broma ―aclaró, por las
dudas.
―Lo sé, Mai. No tienes que aclararlo. Ven, sentémonos.
―Ay, ay, ay… ¿qué te traes?
―Bea aceptó la convivencia y, en principio, será en casa
de ella porque es más grande y los chicos no sufrirían tanto
cambio. Ya es demasiado con mi presencia.
―Eso es una muy buena noticia. ¿Cuál es el problema?
―Hace un tiempo que hablamos de que, si lo nuestro
llegaba a ser algo serio, ella querría tener otro niño. ―Maite
se levantó, incómoda. No entendía bien su reacción, no
quiso pensarlo siquiera, solo estaba siendo fiel a su
necesidad de alejarse―. No, Mai. Quédate aquí, conmigo.
Mírame, dime algo.
¿Qué derecho tenía de sentir enojo, celos, miedo?
Ninguno, no tenía derecho. Kano merecía una oportunidad si
él quería tenerla. Ella había elegido hacía muchos años.
Había tomado una decisión y tenía que ser consciente de
que el reloj biológico había corrido tan a prisa que ya casi
nada de oportunidades le quedaban, y tampoco las quería.
Eso no significaba que el padre de sus hijos, como ella
todavía lo veía, no las quisiera.
―Sigo sin saber cuál es el problema ―murmuró
recuperando un poco su cordura.
―Tú. Tú eres el problema. Mi problema. ¿Qué sentirías?
―No lo sé, Kano. ¡Por Dios…! No... ―Y las lágrimas
brotaron sin control, como era de esperar. Hacía años que
no lloraba tanto. ¿Por qué ahora sí? ¿Qué la ponía tan
sensible? Se enojó consigo misma, no soportaba ser egoísta.
No lo era nunca―. Te juro que me encanta la idea, es solo
que me pone un poco celosa. No quiero que olvides ni que
dejes de ser el padre de mis hijos, aunque no los tengamos
con nosotros. Me estoy comportando como una caprichosa
egoísta, lo sé, dilo si quieres.
―No, o bueno, un poquito. Sabes que eso de olvidar no
pasará. Mi vida sin ese recuerdo y sin ti, no sería nada. Los
tres son parte de mí, son mi historia, Mai. Y aunque es un
sueño que no he cumplido, me doy cuenta que también va
siendo tarde y, si tengo que cumplirlo a costa de tu
sufrimiento, lo pensaría más y mejor.
―No voy a sufrir ―dijo sonriendo, con una luz en los ojos
que Kano creía irreal.
Eso era Maite para él, pura luz, una que nunca debió
dejar de brillar, una que hubiese sido una perfecta madre,
una a la que se le negó serlo de forma arbitraria, sin
derecho. Eso, Kano, no podía perdonarlo. No tenía un
destinatario su enojo, no había culpables y eso era más
doloroso aún, porque ese enojo se volvía frustración. Una
frustración que le había vendado los ojos y no lo había
dejado caminar, por años, sin el peso de ese dolor ajeno
sobre las espaldas; pero el amor le había llegado y las
ganas de volver realidad un sueño abandonado, por
imposible, habían vuelto. Y justo en el momento en que la
bella mujer que adoraba comenzaba a ser otra vez feliz.
―Puedo imaginar ese bebé precioso de ojitos rasgados y,
cuando me diga tía Mai, moriré de amor. Sí ―dijo, afirmando
con la cabeza, se lo estaba creyendo de verdad―. Voy a
estar bien.
―¿Y si es una niña?
―Ojalá que no, lo siento por pensar así. Pero si lo es,
seguro que será preciosa con su pelo negro y lacio como el
tuyo. ―Kano sonrió pensando en los rizos de Bea y sus
pecas, pero no era momento de contradecir a Maite―. ¿Qué
dice tu madre sobre Bea y este cambio?
―Sobre mi posible paternidad no le he hablado todavía.
Con lo de Bea no está feliz, obviamente, aunque dice que
podría colaborar con la crianza de esos pequeños diablillos.
Le entusiasma la idea de conocerlos.
―No lo permitas. Sabes que los pondría en contra de su
propia madre.
―Jamás lo lograría. Bea no es muy diferente a ti.
―Quiero conocerla.
―Ella también quiere conocerte, ahora que ya te acepta
y no te cela. ―Maite levantó las cejas, y sonrió. Bueno, era
de esperarse, la relación que tenía con su exmarido no era
fácil de entender. Kano levantó los hombros dándole poca
importancia al comentario―. El domingo organizamos algo
en mi nueva casa y están invitados tú y Luca.
―¿Puedo invitar a Olivia, su hija? Es encantadora.
―Claro. Ahora comamos que muero de hambre.
ose hizo su ingreso a su tienda sin disimular su estado.

R Estaba enojada. Furiosa era una palabra más realista y


dolida, también. Creía tener un lindo grupo de
empleadas en las que se apoyaba sin miramientos. Las
consideraba parte de su familia; ella no era ni
carismática ni demostrativa y su familia era pequeña y
lejana, por eso eran como su familia. Los quería a su modo,
y a sus chicas también las quería.
Quiso tomarse la mañana para estudiarlas objetivamente
a cada una. Tenía una idea de a quién se había referido
Piero; sin embargo, tal como lo había hablado con Luca, no
quería dejarse llevar por los prejuicios. Por supuesto sacaba
de la mira a Maite y estaba inclinada a retirar a Fabiola
también, aunque no quería pecar de emocional, que le
cayera bien y le pareciera una dulce mujer no era suficiente.
Volvió a asomarse por la entrada del despacho que ya
era de Maite, aunque lo utilizaba ella también, porque no
había otro disponible. El grupo entero estaba alborotado,
era el horario del almuerzo y se habían reunido para
conversar antes de volver a abrir las puertas.
―Es mi boutique, tengo derecho ―se dijo en voz baja,
acercándose para escuchar la conversación. Estaba
intrigada e insegura de tomar decisiones y no lo haría sin
cerciorarse de hacer lo correcto. Nunca le había pasado
nada parecido.
―No es que me parezca importante, pero creo que,
como…
―Deja de dar vueltas, Maite, me aburro ―la interrumpió
Emma.
Quiso suavizar el comentario con una mentirosa sonrisa,
pero nadie le creyó. De verdad, todo lo referente a Maite y
ese grupo de insulsas mujeres le aburría cada día más. Ella
estaba lista para volar bien alto y no encontraba desde
donde desplegar sus alas.
¡Pobrecita!
―Bien voy a ser clara. Estoy saliendo con un hombre
―agregó Maite.
―Por fin ―susurró Emma, pero fue ignorada.
―No es algo que les debería importar, sin embargo,
como es alguien que he conocido aquí, y resulta ser amigo
de Rose, quiero contárselos.
―Qué calladito lo tenías. Tú sí que lo hiciste bien. No creo
que a la jefa le guste mucho. ―Emma estaba ensañada con
Maite, no la quería, no le gustaba y no compartía ni una de
sus ideas. Ya tenía una vaga idea de quién era el fulano y
por eso no la había ni mirado… Claro, a él le gustaban las
viejas destetadas, pensó sin quitarse créditos―. Eres una
cínica, ¡con todo lo que me decían a mí sobre Izaguirre!
―Sabes que es distinto, Emma. ―Rose agudizó el oído,
Fabiola estaba a punto de desenmascarar a quien ella creía
responsable de las habladurías. Ya estaba dejando de
sentirse mal por juzgar sin motivo aparente―. Ese señor
está casado y Maite está hablando de una relación, no de
intentar tener un amante o un benefactor, llámalo como
quieras.
―¡Tú qué sabes, mojigata! Maite, supongo que
aprendiste de tus errores.
―No te entiendo, Emma.
―Digo por tu anterior divorcio, las cosas son mitad y
mitad, los errores también.
Maite inspiró profundo, Emma era insoportable y no
quería darle la oportunidad de que la viese enojada por sus
palabras. Ni siquiera conocía su historia como para decir
algo al respecto. Silvi quiso defenderla, pero no tuvo tiempo.
Mary ni pensó en hablar, todas ellas la intimidaban todavía
y a Emma, un poco le temía.
―Bien, chicas, es hora de abrir ―dijo Rose.
Ya entendía todo, mirar de verdad, con los ojos abiertos y
sin vendas de cariño, era lo mejor. Cuántas de esas
conversaciones había escuchado y por no darle importancia
se había dejado avasallar. Así lo veía ella. Emma la había
defraudado en su confianza.
―Maite, por favor, ¿puedes venir a la oficina? ―le pidió,
dirigiéndose hacia ella.
El grupo se dispersó, no sin antes felicitar a Maite por el
comienzo de su noviazgo. Todas lo hicieron, menos Emma
que sonrió con soberbia creyendo que, Rose, la pondría de
patitas en la calle por haberse animado a enredarse con un
cliente. Ella era más inteligente, nadie la veía y sus
compañeras no contaban, eran cobardes y tontas. No se
animarían a contarle nada a Rose. Eso pensaba.
―Rose, antes de comenzar a hablar de trabajo quiero
contarte que acabo de poner en conocimiento a las chicas
sobre mi relación con Luca. No quiero especulaciones de
ningún tipo, sobre todo sabiendo que es tu amigo, por eso lo
hice.
―Sí, las escuché. No es algo que me concierne, Maite,
ustedes dos son personas adultas. De lo que yo quiero
hablar tampoco es de trabajo, y me temo que no va a ser
cómodo. Me he enterado de que, una de ustedes, está
coqueteando con clientes casados.
―Rose...
―Déjame terminar. No quería pensar en ninguna en
particular, las aprecio lo suficiente como para no haber
creído el chisme, pero me dieron nombres y… acabo de
confirmarlo con un solo comentario. ¿Emma está haciendo
cosas indebidas, Maite? Eres la autoridad aquí, no te lo
pregunto como compañera de trabajo.
Maite suspiró indecisa. No quería obrar mal, sin embargo,
tampoco podía perder su trabajo por el accionar de otra
persona.
―Mira, Rose, lo ha intentado sin llegar a nada. Podemos
pedirle que desista y…
―No. Lo siento, Maite. Esto llegó muy lejos, lo que pasó
ya salió a la luz. Está ensuciando el nombre de mi negocio y
también la reputación de ustedes. A mí me llegó la
habladuría como «una de las empleadas de Rose’s
Boutique» y podría ser cualquiera, ¿lo entiendes?, hasta tú.
Maite afirmó con la cabeza y sí, era cierto. No podía
culpar a Rose por no darle una oportunidad y Emma no
había tomado las que ellas le habían dado en cada
conversación. No podía hacer nada, se sentía atada de pies
y manos.
―Por favor, Rose, apóyame, no me dejes sola en esto.
Seré la que se lo diga, pero contigo a mi lado.
―Por supuesto, lo haremos al cierre del día. Comunícate
con el contable para que arme la liquidación y con el
abogado, para poder hacer las cosas bien y sin feas
consecuencias.
La tarde pasó entre llamadas y reuniones. Maite no había
disfrutado nada el día y todavía quedaba lo peor. Despedir a
una compañera de trabajo. Merecido despido, por cierto, y
sabía que sin su presencia la boutique sería un lugar mejor,
sin embargo, era una persona de pocos recursos, sin
estudios y con mal carácter; poco podía conseguir si
sumaba el despido a su currículum. Una verdadera lástima.
Cuando tuvo un ratito llamó a Luca para escucharlo,
nada más, eso le valía para sonreír como una colegiala y
suspirar sonoramente.
―Nos vemos a la noche, te busco y comemos algo. Creo
que Olivia viene con nosotros. ¿Espero que no te moleste?
―De ninguna manera. Me gusta su compañía.
―Y creo que a ella le gusta la tuya ―dijo Luca,
sonriendo.
Al menos su niña no le ponía trabas en la rueda como lo
hacía su hijo. Y todas esas dudas que había tenido ante el
encuentro de ambas estaban olvidadas, se habían diluido en
el tiempo y la confianza que su mujer se ganaba, además
del amor.
Olivia era cariñosa y sensible. Si ella no hubiese
aceptado a Maite las cosas serían más difíciles. No porque
Piero no mereciera consideración, no obstante, él ya era un
hombre, poco le faltaba para dejar el techo paterno y formar
su propia familia. Además, sus razones lo invalidaban. No
era coherente ni razonable, no estaba dando la oportunidad
de poder resolver ese tema, no daba lugar ni siquiera a una
charla.
Luca conversó con Rose sobre cómo se había resuelto su
problema y podía imaginar a Maite sintiéndose entre las
cuerdas sobre un ring de boxeo. Ya lo conversarían por la
noche.

―Hola, veo que tenemos compañía ―dijo Maite, saludando


a Olivia. Se ganó una sonrisa radiante de la jovencita.
―Papá me dijo que podía venir.
―Por supuesto que puedes.
―¿Mi beso? ―preguntó Luca, alguna vez tenía que
ocurrir y esa le parecía la oportunidad ideal.
Olivia era mayor como para imaginar lo que pasaba en
una pareja adulta y eso incluía los besos. Maite dudó y su
mirada le produjo mucha ternura. Por supuesto no le daría
el tipo de besos que le daba al verla después de veinte
horas sin tenerla cerca, aunque uno tranquilo no podía
negarle y no lo hizo.
―No te incomodes, hermosa ―le susurró al abrirle la
puerta del coche.
La conversación en el restaurante pasó por muchos
temas, desde las asignaturas complicadas de la niña, hasta
el color de los vestidos de la nueva temporada, incluyó la
noticia de la invitación de Kano, la última fiesta que no
había disfrutado Olivia y por supuesto el despido de Emma.
―No debes sentirte mal, Maite. Es incómodo, pero no fue
tu culpa.
―Sí, lo sé.
―Rose está como tú. Cuando lo hablamos, me dijo que
intuía que podía ser ella, yo también lo pensé, la verdad.
―¿Cuándo lo hablaron?
―Papi voy al baño ―dijo la niña, el tema la aburría.
―Creí que te lo había dicho. Yo fui quien le contó sobre lo
que se decía por ahí. Piero conoce al hombre, es tío de
Andrea. Solo por querer molestarme vino con estos
comentarios.
―Creía o quería que fuese yo, me imagino.
―Algo así. Jamás se me cruzó por la cabeza, por
supuesto.
―No lo dudo. Sin embargo, me duele que no me lo hayas
contado antes, al menos no me hubiese llevado la sorpresa.
―No hubo tiempo. Piero me lo dijo y en el mismo
instante llamé a Rose para invitarla a casa, y lo
conversamos. No hubieses podido modificar nada, Maite.
―No tienes ni idea de lo mal que me trató Emma. Creyó
que yo le fui con el cuento a Rose.
―Lo siento, de verdad ―le dijo, acariciando su mano y
besando su mejilla―. Cuéntame cómo te fue con los niños.
―¿Qué niños?
Olivia volvió a la mesa y con mucho entusiasmo escuchó
a Maite contar sobre sus chicos y las madres que poco
tenían. Olivia sabía que había una realidad diferente a la
suya, sin embargo, no la rodeaba, por eso nada conocía y,
ante la conversación, se sintió intrigada; hasta con
esperanzas de poder hacer algo. Algo más que solo donar
dinero y ropa que ya no usaba, como solía hacer.
―Me gustaría acompañarte, Maite.
―Sería lindo. Los niños a veces quieren caras nuevas y
gente joven con energía para jugar y correr en el patio.
Aunque, solo te llevo si tu padre lo aprueba.
Olivia miró a Luca como solo una adolescente sabe mirar
a un padre para pedir permiso y no obtener una negativa.
Luca largó la carcajada, los ojos de su hija parecían los de
un perrito asustado. No tendría que insistir, por supuesto
que la dejaría. Y al decírselo, la niña agradeció con euforia.
De a poco la carita de su hija dejaba la tristeza y el
llanto. Ya casi nada quedaba de las ojeras oscuras y hasta
las mejillas estaban más rellenitas y rosadas. Solo había
vuelto a ver algo de angustia el fin de semana, no obstante,
le daría tiempo.
No era fácil para él perder a su esposa, podía entender lo
duro que sería para su hija perder a la madre.
a semana fue un desastre. Maite no tenía tiempo de

L nada, ni de un almuerzo tranquilo. Sin Emma en el


taller el trabajo se acumulaba. Retomó su oficio y se
puso detrás de la máquina de coser cuando la clientela
se lo permitía. No podía permitir que el retraso en los
arreglos trajera reclamaciones y quejas.
Rose estaba más presente y le ayudaba a entrevistar
candidatas para el puesto vacante, uno que era imperioso
reemplazar con alguien idóneo.
―¡Qué pena con Emma!, con lo meticulosa que era en el
trabajo ―comentó Fabiola. Era quien la acompañaba cuando
podía quedarse a deshora.
―Se lo advertimos muchas veces y no nos escuchó
ninguna.
―No me siento culpable, solo me da rabia que perdiera
de vista lo importante. ¿Cómo van las cosas con Luca?
―Bien, me tiene enamoradísima. Pero me preocupa su
hijo. No quiero estar en medio de ellos y creo que lo estoy.
Es poco lo que me cuenta. Pudieron pasar por todo lo de
Ana porque estaban unidos y ahora aparezco yo a
estropearles esa relación.
―No creo que sea así, Maite. Luca es un hombre
inteligente y si ese jovencito está casi al mando de una
empresa, debe serlo también. Tal vez solo es necesario que
se conozcan.
―No quiere conocerme, se lo dijo al padre y Olivia me lo
contó. Es muy inocente esa niña, a veces se le escapan los
comentarios. Sé que Piero no tiene un buen concepto sobre
mí.
―Lo tendrá cuando te conozca.
―Supongo, si me da la oportunidad. Cambiando de
tema, Kano ya se mudó con Bea.
―¡Qué buena noticia!
Y la conversación se fue para ese lado. Maite sabía que lo
tenía difícil con Piero, no quería pensar demasiado porque
hacerlo no le hacía bien. No quería bajar los brazos, ni tener
que pelear por un amor que creía lícito y sano, incluso
merecido. No pretendía tampoco actuar a espaldas de Luca.
Ella ya hubiese hablado con Piero, sin embargo, Luca decía
que él necesitaba tiempo y eso le estaba dando. Después
de todo el padre lo conocía mejor que ella, no le quedaba
más opción que esperar.
Secretamente guardaba esperanzas de encontrarlo algún
día y así poder mantener una conversación amable. Por ese
motivo había aceptado una nueva invitación a dormir en
casa de Luca ese sábado, después irían a casa de Kano.
―Ya va siendo hora de dejar de analizar todos los
movimientos, Maite ―había dicho Luca, un poco convencido
y otro poco para convencerla a ella. La verdad era que esa
frase debía tener un poco más de análisis. Sin embargo, lo
dejó así. Quería pasar la noche con Maite, casi no la había
visto en la semana.
La respuesta había sido positiva. Maite ya no estaba
pensando las cosas con la frialdad de antes, ahora la tibieza
de su corazoncito enamorado se anteponía a sus decisiones.
Juntos habían llevado a Olivia a casa de su mejor amiga,
la hermana ofrecía una fiesta y la había invitado, también a
dormir después. Entre susurros, Olivia le había contado a
Maite que, Roni, estaría presente también en esa fiesta.
Esta vez la niña no había brillado al nombrarlo. Maite no era
madre, estaba claro, aun así, podía distinguir en los ojos de
una persona tan transparente como esa inocente
adolescente que no todo estaba bien.
Al volver a la casa de Luca, Piero estaba con Andrea y,
sin más saludo que un movimiento de cabeza, él se marchó
argumentando que no pasaría la noche ahí. Andrea se había
detenido a saludar con cordialidad y, al hacerlo, no había
recibido una buena mirada de su novio.
―No te preocupes, ya se le pasará ―le había dicho Luca,
besándole la mejilla y acariciándole el cabello. De verdad,
Maite, se sentía muy mal con la situación y, por desgracia,
estaba entre la espada y la pared sin poder hacer nada por
el momento.
―No lo veo tan posible como tú ―afirmó dejándose
mimar.
―Olvidemos todo y recuperemos el tiempo perdido ―dijo
Luca, acercándose a ella para abrazarla y besarla como
quería.
Maite no se negaría a sus besos. Adoraba esos besos, el
picor de su barba, la voz ronca que le susurraba palabras
dulces y las manos que la apretaban contra el cuerpo
masculino haciendo promesas deliciosas. Definitivamente
adoraba todo eso.
―Deberíamos comer algo antes de tentarnos con el
postre ―susurró. Luca se carcajeó y la guio a la cocina para
ver lo que podían comer, poco sabía él de esas cosas.
―Vamos a ver, rebusco entre estas puertas y en la
heladera, algo encontraré.
Luca estaba embelesado observando los movimientos de
Maite. Ella se movía con seguridad y lentitud. Sus manos
eran preciosas y muy femeninas, como toda ella y sus
curvas eran una locura. Adoraba su cintura y la manera en
la que perdía su estrechez justo ahí donde se formaba la
redondez de su cadera.
Ana había sido una mujer más bien delgada y con pocas
de esas curvas de las que ahora gustaba. Negó con la
cabeza, no quería comparar y no lo hacía, solo reconocía
hechos.
Sonrió al verla agacharse a recoger algo que se le había
caído, hasta para eso tenía gracia y elegancia. Lo hizo con
las rodillas juntas, ambas hacia un costado y bajó el cuerpo
completo hasta ponerse en cuclillas, entonces sus largos
dedos tomaron lo caído y se incorporó lentamente.
Esa lentitud produjo un escalofrío en Luca, uno que
terminó entre sus piernas y, el deseo por ella, que no era
desconocido ya para su cuerpo se hizo presente y muy
notoriamente. Estaba encantado con todas esas cosas
olvidadas que no creyó que volvería a vivir.
Se acercó por detrás y la tomó por la cintura. No tenía
hambre.
Sus manos apretaron los muslos de ella, después de
acariciar su vientre y cadera y la pegó contra su pecho.
Inspiró profundo. Su olor era cautivador, suave, hermoso.
Apoyó sus labios en el cuello femenino y sonrió con picardía.
Maite suspiró. Todo ese movimiento pausado y silencioso
la acomodó en el limbo al que él la guiaba con sus caricias.
Ahí estaba, dejándose querer y tocar.
―¿Y la cena? ―preguntó. Había dudado si la voz le
saldría, pero lo había logrado.
―Puede esperar.
Maite sonrió. Y una mano atrevida subió hasta su pecho
izquierdo. Giró su cara y por fin los labios de él se robaron
sus suspiros en un profundo beso.
Luca estaba anonadado. Sus impulsos eran extraños.
Siempre había necesitado otro tipo de lugar, tal vez más
íntimo y acogedor, para dar rienda suelta a sus deseos.
¿Una cocina? Sí, una cocina. Una fría, blanca e impoluta
cocina era el lugar indicado para dejarse llevar esta vez.
―¿Qué vas a hacer conmigo? ―Maite jugaba, adoraba
provocar al amante dubitativo que Luca tenía dentro. No la
defraudaba y eso le gustaba mucho.
―Tal vez te recueste sobre esa mesa o tal vez te deje de
pie.
―Suena interesante de cualquier forma.
Luca rio y le levantó la falda con una mano. Ya había
liberado sus pechos y podía admirarlos desnudos. Se
deshizo de la prenda más íntima de Maite y luego del resto.
Era precioso ver asomar su piel a medida que las prendas
desaparecían. Esas formas femeninas que lo tenían
demente ya estaban ante sus ojos. Sus manos apretaron
todo lo que pudieron, no importaba si producían cierto
dolorcito, ella no se había quejado. Algunos dientes se
habían clavado también en alguna parte. No era de esas
demostraciones tampoco, sin embargo, ella producía esa
necesidad.
Sin demora se dispuso a hacerle el amor, ahí, en esa
cocina, de pie, de espaldas, ruidosamente,
apasionadamente, con necesidad y con un poco de lujuria.
Con sonrisas atrevidas, pellizcos y mordidas, apretones y
arremetidas. Jadeos perdidos, gemidos provocados. Placer
del bueno, del puro, del nuevo, del rico.
―¡Ay, mujer!, me tienes loco.
―No pares ahora ―gimió ella, agarrándose más fuerte
para evitar golpearse contra el borde del mármol. Llevó su
trasero hacia atrás, por inercia. Luca gruñó y le mordió el
hombro con suavidad. Su mano cayó sonoramente sobre las
nalgas de ella en un chasquido que picó deliciosamente―.
Otra vez.
Luca volvió a hacerlo y estalló al escucharla a ella. La vio
dejarse caer sobre la fría encimera, vencida de placer. Le
acarició la espalda mientras su propio goce terminaba de
vaciarlo y entonces la rodeo con los brazos para apoyarse
en su espalda a medio desnudar.
―No soy así, Maite ―susurró, besando su cuello―, mejor
dicho, no lo era, y me gusta.
Maite se enderezó y, sin poder evitarlo, él se alejó de su
cuerpo dejando un estremecedor vacío. Se giró entre sus
brazos y lo miró a los ojos.
No entendía. ¿Qué no era? Sus dedos se hundieron en la
barba que tanto le gustaba.
―Explícate.
―No quiero parecer un hombre que solo piensa en el
sexo, no lo soy. Tú no eres eso para mí. Sin embargo, te veo
así, tan mujer, tan hermosa... Me tientas, me llamas la
atención, me gustas y te deseo mucho, carnalmente, con
furia. Nunca fue así. Contigo es instinto masculino, no sé
explicarlo.
―Me gustas así. Que me desees como un animal en celo,
que me tomes por sorpresa. Que te desahogues en mí, me
gusta. Es la novedad y va a desaparecer, algún día todo se
tornará conocido y no será tan explosivo. Disfrutémoslo sin
culpas. Eres un hombre pasional y yo salgo beneficiada.
Luca sonrió sobre sus labios. Sí, estaba cargado de
pasión por la novedad de tener en brazos a una mujer
ardiente y pícara, tal vez ella tenía razón. Rogaba que la
novedad durara por siempre porque le estaba encantando,
tanto que su corazón galopaba ligero y aturdido por las
emociones.
Maite no quiso ponerse melancólica, no después de un
acto tan sexual. El amor pegaba fuerte y, en ella, el último
golpe había dado por terminada la pelea racional. Amaba
todo de él, desde sus seguridades hasta sus vacilaciones,
todo. No le daría más vueltas al asunto. Su amante ardiente
estaba descubriendo su lado libidinoso, sonrió ante esa
carita de hombre bueno y dulce. Sí, lo era también, pero
poseía unas caderas pecaminosas y picantes bajo esos
jeans oscuros que tan bien le quedaban.
―Tus tacones y tu trasero son una perfecta combinación,
pero deberías taparte un poco. Soy un hombre mayor, mi
corazón puede estar envejeciendo ―le dijo sonriente, y
amasando sus glúteos.
Maite se rio por la broma. Era un hombre mayor, sí, sus
años eran experiencia, arruguitas sexis, canas sensuales y
miradas seguras. Maite adoraba que fuese un hombre
mayor con todo ese bagaje interesante.

La noche había tenido de todo: comida improvisada, película


no vista, arrumacos y besos, confidencias y charla íntima, y
hasta abrazos entre sueños.
Luca pensó que tenía que empezar a poner en orden su
desorganizada agenda, desde hacía unos meses poco le
importaban los fines de semana libres de trabajo o
compromisos de algún tipo. Ya no era ese el caso. Ahora sus
fines de semana tenían compañía y ya no necesitaba llenar
sus días para olvidar y evitar el enfrentamiento con los
recuerdos y la soledad.
Bufó al ver el mensaje de Hugo. Tenía que ir al yacht club
a cerrar ese trato y no tenía escapatoria. Su cliente viajaba
ese mismo día de vuelta a su país. Besó la frente de Maite,
estaba bellamente dormida en sus brazos. Se movió
despacio para no despertarla y se adentró en el baño para
darse una rapidísima ducha.
Maite estiró sus piernas, estaba sola en la cama. Abrió un
ojo, todavía tenía sueño, debía ser temprano aún, eso pensó
ante el cansancio que sentía. La imagen de Luca le produjo
cosquillas en la panza. ¡Malditas mariposas!
Estaba de pie frente a un enorme espejo. Con el cabello
húmedo bien peinado, la camisa en proceso de ser prendida
botón a botón por las cuidadas manos masculinas y venosas
que la habían tocado sin pedirle permiso… y otra vez, esa
idea de que a su novio toda la ropa le quedaba como
pintada sobre su cuerpo, se hacía presente en su cabeza.
Pocos hombres eran así de elegantes, por lo menos, pocos
de los que ella conocía. El traje, para él, era como un guante
lo era para la mano, le quedaba perfecto. Era alto, delgado,
pulcro... divino. Maite sonrió para sí misma.
Luca se sintió observado y giró su cabeza. Ella dormía,
hubiese jurado que había notado su mirada.
Sin embargo, ella no dormía, había cerrado los ojos
rápidamente porque quería otro ratito para admirarlo en
secreto.
Luca la vio de reojo y sonrió de lado; era tramposa, le
gustaba tramposa. Le gustaba gustándole. Le gustaba,
punto.
El pantalón se aflojó porque él lo desprendió para colocar
dentro los faldones de la camisa. Maite suspiró, era un
movimiento demasiado practicado; sin fisuras, sin errores.
En pocos segundos estaba perfecto, el pantalón calzaba
ajustando lo que debía ajustar y el cinturón marcaba su
cintura, la blanca e impoluta camisa le caía sobre esos
maravillosos hombros como si ahí la hubiesen zurcido. Él
levantó el cuello de la prenda para colocar la corbata, volvió
a mirarla de reojo y la dejó observar más, ya sería su turno.
Con sus largos dedos ajustó el nudo levantando el mentón.
Ya listo se puso perfume y entonces, sin movimientos
previos, giró y la atrapó comiéndoselo con la vista.
La sonrisa dulce de Luca, esa que ella le producía, se
ensanchó un poco más y contagió a Maite.
―¿Le gusta espiar a la señorita?
―Un poquito ―dijo ella, todavía prendida a la perfecta
apariencia de su hombre.
Él recorrió el cuerpo de ella con la mirada, estaba debajo
de las sábanas, sin embargo, la delgada tela dejaba adivinar
su figura. Una pierna había escapado y se ofrecía desnuda
para su disfrute. Caminó los pocos pasos que los separaban
y se sentó en el borde de la cama acariciando esa piel que
cosquilleaba en sus yemas.
―Estás muy buen mozo.
―Tú también estás muy buena moza.
―¡Ay, Dios mío!, qué antigüedad. Creo que así decía mi
abuelo de muchacho cuando veía a una linda jovencita.
―¿Me estás diciendo viejo? ―preguntó, acariciándole
pierna y dibujando corazones sobre ella.
―Y eso que estás haciendo es de adolescente virgen
después de su primera vez. ―Luca largó la carcajada y ella
lo acompañó.
―Ahora soy un joven inexperto. Por favor, decídete de
una vez. ―Ya su mano se apoyaba pesada sobre la pierna y
peligrosamente avanzaba entre las sábanas.
―¿Corbata para un domingo? No creo que Kano y Bea
necesiten tanta seriedad.
―Me surgió una reunión imprevista, te prometo que
serán solo un par de horas, como mucho.
―En cinco minutos me cambio.
―No, no. No es necesario. Disfruta la cama por mí y
desayuna rico, hay de todo en la cocina. Espérame aquí.
―Su invitación fue acompañada de un señor beso, de esos
que dan los buenos días y otras cosas.
La sábana descubrió uno de sus senos, Luca aprovechó
para acariciarlo después de pasar por su cuello y hombro,
sus labios lo acariciaron también con infinita ternura. Maite
cerró los ojos ante la suave sensación y así la descubrió él al
levantar la mirada. Con castos besos volvió a sus labios en
un camino ascendente de dulzura. Maite estaba rendida a
sus pies.
―Tengo que irme. Tal vez a la noche podamos seguir con
esto.
Ella sonrió y lo atrajo contra su cuerpo abrazándolo por el
cuello. Lo besó con pasión y suspiró en sus labios. Adoraba
todas las sensaciones que él le regalaba. Cerró los ojos y así
los dejó hasta que él alejó su cuerpo, largó otro suspiro y
entonces reaccionó levantando los párpados. Él acarició su
rostro con un solo dedo, uno solo, y ese gesto la hizo
temblar.
―Me voy, quédate en la cama, es temprano.
Lo vio caminar dos pasos, tomar la chaqueta que colgaba
de una silla, abrir la puerta, salir y cerrar. Ella casi sollozó de
emoción, inspiró profundo, se llevó la mano al pecho y la
otra a la boca para no hacer ruido. Tenía un grito de
felicidad atragantado, uno furioso y largo.
Así la encontró Luca que volvió sobre sus pasos y sonrió,
le pareció el momento más oportuno del mundo, no podía
esperar para hacerlo. Asomó su cuerpo sin entrar del todo a
su propio cuarto y golpeteó los dedos en la puerta.
―¿Qué? ―preguntó ella al notarlo nervioso, además
estaba avergonzada, la había encontrado en una situación
bastante incómoda y algo infantil también.
―Yo también te amo ―le susurró guiñándole un ojo, y
ella sonrió iluminándolo todo.
―Yo no dije que te amaba.
―Cierto. Pero no vamos a discutir por semejante tontería
justo ahora que se me hace tarde, ¿no? ―Ella negó con la
cabeza, muda. ¿Qué podía decir?―. Te veo en un rato.
―¡Te amo! ―le gritó segundos después de ver la puerta
cerrada. Segundos que necesitó para reaccionar.
―Lo sé ―respondió él, y rieron los dos.
«El amor duele», pensó Maite. Duele en el pecho, en la
panza, en la comisura de los labios que no dejan de sonreír,
en los músculos tensos del cuerpo ante la presencia de esa
persona amada. Sí, el amor duele, de una hermosa y
placentera manera.
Maite no podía darse el permiso de dormirse, no era su
cama ni su cuarto ni su casa. Nada de ahí le pertenecía y
estaba incómoda sin la presencia de Luca. Había preferido
no decírselo, él le había ofrecido su hogar, «de corazón», así
le había dicho y se lo creía. ¿Cómo no hacerlo después de
ese hermoso «te amo»?
Se tomó su tiempo de modorra, se estiró en la cama
enorme de suaves sábanas e inspiró todo el olor a hombre
que tenían las almohadas. Rio bajito, suspiró, rememoró,
envió un par de mensajes de texto, conversó por teléfono
con su madre, ¿qué más podía hacer para matar el tiempo?,
darse un largo baño, no muy largo, no, sería abuso. Uno
normal estaría bien, y eso hizo.
Ya vestida sintió hambre y recordó que en la cocina había
una cafetera, leche, pan, mermeladas… ¡Qué tentación! No
la resistió y hasta ahí se dirigió.
iero estaba enojado. Muy enojado y frustrado.

P Últimamente nada le salía como quería. ¡Mierda de vida


que tengo! quería gritar, pero no lo haría. Todavía tenía
orgullo, uno muy grande, por cierto.
Su enojo no era nuevo, no, y tenía muchos responsables.
Sus amigos, para empezar, que le decían que estaba
intratable y engreído. ¿No entendían que ser huérfano de
madre era angustiante? Ya nadie le preguntaba por eso y él
necesitaba hablarlo, aunque parecía que a nadie le
importaba. Y si tocaba el tema de su trabajo ya todos salían
a los gritos y carcajadas a burlarlo. El trabajo era su escape,
era algo suyo, eran sus logros; y tampoco le permitían
compartirlo.
Andrea… ella lo enfurecía, no estaba bien desde hacía
días. No sabía el motivo y ella no quería contarlo, decía que
no quería sumarle problemas. Ese silencio para él se había
convertido en una desagradable idea que le producía mucho
malestar. Sabía que ella, su novia, la única persona que lo
miraba con admiración y con amor; la que creía que lo que
él decía era interesante, que le hablaba de cariño, esa
misma persona a la que amaba más allá de lo que alguna
vez había imaginado amar; estaba a punto de cortar la
relación y dejarlo solo. Solo, como lo había dejado su madre.
Su madre… Con ella también estaba enojado, tal vez
podría haber luchado un poco más, tal vez hubiera podido
evitar enfermarse si tan solo hubiese ido más seguido al
control médico y se hubiese dejado de andar de aquí para
allá con sus amigas y esos paseos de compras, y tantas
horas al sol en esos eternos torneos de golf y los viajes de
fin de semana en el barco y todo ese maquillaje, cremas,
comidas raras… Tal vez se podría haber evitado. ¿No?
Y su padre… ¡Otro dolor de cabeza! Pobre hombre, lo
había visto llorar, enojarse y hasta pegarles puñetazos a las
paredes; sin embargo, no había podido salvar a su mamá y
él la necesitaba. La quería de vuelta. ¿Su padre no entendía
que él era parte de lo poco que le quedaba? No podía mirar
a otra mujer, no podía hacerlo, no podía si quiera pensar en
amar a nadie más. ¿Acaso no se daba cuenta? El recuerdo
de su madre era lo que debía estar ahí presente, por
siempre. Si a él le dieran otra madre a quien amar no la
aceptaría, ¿cómo él podía pensar en tener otra mujer?;
besarla, abrazarla y meterla en su cama. ¡Era asqueroso!
Y esa mujer… Ella era el peor de todos sus enojos.
Usurpadora, eso era, una usurpadora. Metida, atrevida,
nada tenía que hacer en su casa esa noche en que le había
sonreído con dulzura y sinceridad al verlo. No era tan necio,
no tanto, podía ver la buena intención de ella. Claro, era
imprescindible ganarse a los hijos para que fuera más fácil
después ganarse al padre. Con Olivia le había salido bien la
jugada. También estaba enojado con ella. Su dulzura, su
inocencia y sus ganas de ser mimada la habían llevado a
aceptar a esa arrimada que, para colmo, no le caía tan mal.
Si Olivia fuese caprichosa y revoltosa… ¡qué fácil se le haría
hacerle la vida imposible descargando sus broncas!, pero
era un caramelo, un bomboncito que nada sabía de la
maldad y conocía tanto del padecimiento, la soledad y el
abandono. Lo mismo que sabía él, que dolía, mucho,
desgarraba el alma y dejaba vacío el corazón.
No, definitivamente su enojo no era nuevo, aunque se
hacía notorio e insoportable porque hasta sus ideas eran
refutadas por su novia, sus amigos, su padre, esa
desconocida, su hermana y hasta por su difunta madre
quien, aparentemente, estaba en contra de su trabajo. Eso
le había dicho su padre, pero para él era muy importante su
trabajo, porque él no lo defraudaba, no se ausentaba, no
desaparecía, no se enfermaba, no lloraba ni lo contradecía.
Su trabajo le daba placer sin condiciones, sin peleas, no lo
hacía dudar… ¿Acaso no entendían que todos ellos hacían
todo eso?
Piero bajó de su coche sin querer seguir pensando en su
dolor, en realidad nunca lo hacía. Él lo camuflaba, lo teñía
de furia y ahí se equivocaba. No estaba siendo reflexivo el
pobre, era inexperto en eso de sufrir. No sabía mucho de
equivocaciones, pocas veces las había tenido y su madre
había ocultado las otras pocas que se le habían escapado.
¿Cómo aprender de algo que desconocía?
Bufó con furia. ¡Encima se le caían las putas llaves!

Maite apoyó sus codos en la encimera de la cocina, los


recuerdos le produjeron una sonrisa que se desintegró al oír
las llaves tintinear cerca. Los oscuros ojos de Piero se
clavaron en ella con tanta fuerza que hasta creyó que sus
rodillas se vencerían.
―Hola, buen día ―dijo Maite.
Le temblaban las manos y apenas si podía hablar sin
titubear. Piero no tenía buena cara y sabía que estaba a
punto de atacar. Quería disuadirlo de hacerlo. Si tan solo
lograra una comunicación, una charla amena, esa con la
que hasta soñaba ya.
―Acabo de preparar café, puedo servirte uno si quieres.
―Estoy en mi casa, puedo hacerlo yo solo.
―Sí, por supuesto, solo quise…
―¿Mi padre? ―Piero quería decirle tantas cosas… largar
todo el veneno acumulado y después echarla de su casa, de
la vida de su padre, de su vida... «Molestas, ¿no ves que
molestas?».
―Tuvo una reunión inesperada, aunque seguro que ya
está volviendo. Dijo que no tardaría mucho.
―El trabajo es necesario y es importante. No lo
perjudiques con tus exigencias.
Maite contó hasta diez, y luego hasta diez más. No le
contestaría mal. Estaba enojado, su presencia le molestaba
y le dolía, podía entenderlo. Tomó unos sorbos de café. El
silencio era tenso y embarazoso. Piero no dejaba de mirarla
y tampoco se movía.
―¿Ya te apropiaste de su cama? Eres rápida.
―Mira, Piero, yo puedo entenderte, de verdad que lo
hago. Pero no me insultes.
―¿Qué buscas con mi padre? ¿Qué quieres de él?
No le debía explicaciones, pero se las daría de todas
formas. Quería ayudar y tal vez hablando lo conseguía.
―No creo que sea de tu incumbencia, pero puedo decirte
que ambos buscamos lo mismo: Una relación amorosa,
adulta y sincera.
―Podrías comenzar con lo de sincera y decir que te
gusta mucho su dinero.
―Estaría mintiendo si dijera eso.
―Eres una aprovechada, una buscona, dilo. No lo
embauques. ¿Acaso no sabes todo lo que sufrió? ¿Cómo
puedes dormir por las noches sabiendo que te estás
metiendo en una casa donde se lloró mucho? Mi hermana
no puede volver a sufrir, mi padre no se lo merece tampoco.
Desaparece, vete. Estás a tiempo.
Maite lo miró con los ojos llenos de lágrimas. Dolía
mucho, muchísimo. Ese hombre, porque lo era, uno joven,
inexperto y cruel, pero hombre al fin; estaba lastimándola.
―Basta, Piero, no me conoces.
―¿Vas a llorar? ―se burló, y hasta agregó una risa
sarcástica.
―¿Qué crees que estás haciendo, Piero? ―preguntó
Luca, alarmado.
El rostro de Maite lo decía todo. La había agredido y no lo
dudaba. Así era Piero, el nuevo y soberbio Piero.
―¿Me vas a mandar a la cama, papá? ¿Sin almuerzo o
sin postre?, recuerda.
―Te desconozco, Piero. Te lo juro. ¿Estás bien? ―Se
acercó a su novia y la miró a los ojos. Ella disimulaba, no lo
estaba pasando bien, la conocía.
―Sí, claro. Solo estábamos poniéndonos de acuerdo. Me
pidió que me sincere contigo. Es justo lo que pide y creo que
deberíamos hacerlo.
―Lo hicimos esta mañana, Maite. ―Luca no creía
necesario que ella dijera más.
No la quería humillada ante su hijo, no la quería dolida
tampoco ni vulnerable. Odiaba la situación. Ella no tenía que
darle explicaciones, sin embargo, era su hijo quien las
pedía. Se sentía tironeado de los dos lados, quería gritar de
impotencia y desaparecer esa innecesaria discusión.
―Exacto. Mira, me había olvidado ―dijo mirando a Piero,
y este comprendió que con ella no sería fácil, tenía lengua
de serpiente y era venenosa.
Luca suspiró, no sabía cómo actuar. Maite elevó su
barbilla no quería que ese muchacho la intimidara, estaba
demasiado enojada.
―Cuando te haya sacado todo lo que haya podido, va a
buscar a uno más joven o más rico o más tonto. Pero va a
buscar otro. Ya lo verás ―sentenció Piero.
―Eso no va a pasar, hijo.
―No soy así, Piero. No puedes juzgarme tan mal si no me
conoces ―dijo ella, elevando la voz más de lo esperado.
―Lo siento, Maite. Hubiese preferido que esto no
sucediera. Piero está… no sé qué le pasa. Ya lo entenderá.
―Luca quería defender a su hijo de alguna manera. Dejar la
posibilidad de entendimiento para más adelante.
―No te preocupes ni te disculpes. No eres responsable.
Piero, no quiero nada de tu padre, al menos nada de valor
material. Lo quiero a él por lo que es no por lo que tiene.
―Eso lo veremos.
―Hijo.
―No, papá. No me voy a callar.
―Permiso, voy a buscar mis cosas ―dijo Maite.
Ya no quería seguir escuchándolo. No tenía por qué
hacerlo, no era justo. Dio por terminada la conversación
alejándose a paso firme.
Maite creía que su amor no estaba abierto a
interpretaciones, ni siquiera debía ser juzgado por nadie,
mucho menos por alguien que no sabía nada de él. Ni de
ella. Piero no la conocía, no habían cruzado más de diez
palabras y ninguna con buenas intenciones. Ese jovencito se
atrevía a criticarla y no lo podía soportar. Quería una
oportunidad para demostrar que amaba a Luca, con o sin
dinero. Se sentía violada en su confianza, en su buena fe.
Maite no era ni parecida a todo lo que ese chiquillo le había
dicho, no lo era y quería gritárselo en la cara. Por respeto a
Luca no lo haría.
Luca miró a su hijo a los ojos y negó con la cabeza.
―Piero, no te metas. No soy un niño, sé lo que hago.
Maite no se merece ni tu desprecio ni tu destrato y mucho
menos tu prejuicio. Yo no me merezco tus dudas. Y tú
mereces la oportunidad de conocer a una mujer de verdad,
con una vida dura a la que supo dar batalla. Tiene mucho
que enseñarte. Aprovecha, inténtalo.
―Vida dura, sí, lo imagino. Ahora se le va a hacer más
fácil gracias a ti.
Luca sonrió con angustia. «¡Pobre hijo mío!», pensó.
Luca no era capaz de ver lo que Piero pedía en silencio,
aunque con gritos y palabras dolorosas.
Piero no sabía decirlo de otra manera.
No había posibilidad de entenderse.

Olivia entró a su casa en silencio. Ya estaba cansada de


tanta pelea que no llevaba a nada y ella estaba triste. No
quería verlos ni escucharlos ni saludarlos, solo quería tirarse
en su cama a llorar. Y eso hizo.
Maite la vio y la escuchó. Titubeó mucho, no sabía si
podía o si debía, pero el llanto de la niña la estaba
asustando. No lo dudó más. Golpeó con suavidad los
nudillos en la puerta del cuarto desde donde provenía el
llanto.
―¿Puedo pasar? ―preguntó, y Olivia le confirmó entre
sollozos.
Maite le inspiraba confianza. Además, ya conocía su
historia con Roni. No le había contado todo, le daba
vergüenza. No le había dicho que le había escrito una carta
contándole sus sentimientos. Sus amigas la habían
convencido argumentando que las mujeres ya no esperaban
a que los hombres se declarasen. Ahora las mujeres se
declaraban también, le habían dicho, y eso había hecho.
Roni iba lento, parecía que no se animaba, quiso darle el
empujoncito necesario y asegurarle que a ella le pasaba lo
mismo, que dejara de tener miedo.
Maite se acercó a la cama y se sentó en el borde, Olivia
la miró y las lágrimas volvieron a caer.
―¿Estás bien? ―La niña negó con la cabeza y largó el
llanto que intentaba retener.
―No, no llores así, bonita ―le dijo, abrazándola por los
hombros y pegándola a su pecho. Le acarició el pelo cuan
largo era y le susurró pidiendo que dejara de llorar. No
quería alarmar a Luca, demasiado ya con la discusión que
había tenido con Piero―. Mejor así.
―A papá no le gusta verme llorar ―aseguró Olivia,
hipando todavía e intentando secarse las mejillas.
―Me imagino que es porque te quiere mucho.
―Y yo a él. Es un buen papá. Pero a veces, necesito a mi
mamá.
―Es lógico. De verdad, lo siento mucho, Olivia. Tu papá
me dijo que era una gran mujer.
Olivia suspiró afirmando, lo era. Su madre era genial y le
hacía falta. Los hombres no entendían de problemas
amorosos. Solo una madre podía escucharla o ayudarla. Su
madre ya no estaba y entonces caía en la cuenta que ya
nadie lo haría, nunca más. Ya no tenía mamá ni la volvería a
tener.
―Mi mamá era maravillosa.
―Como suelen ser las mamás ―dijo sonriendo.
―No tienes celos de ella. Mi padre la adoraba ―afirmó
las dos frases, y Maite negó con la cabeza en silencio.
―No puedo tener celos. Yo también estuve casada y
enamorada. No es lo mismo, pero es parecido. Somos
adultos, tenemos un pasado y así lo entendemos.
―¿Lo quieres? ―preguntó la niña.
―¿A tu padre? Mucho. Sí.
―Es muy divertido y cariñoso.
―Sí, lo es. Aunque a veces no tanto. Cuando habla de
negocios y esas cosas, me aburre. No se lo digas. ―Rió y
pudo ver la sonrisa de la jovencita también, eso buscaba.
¡Con ella era todo tan fácil!―. Cuando se disfraza de
empresario, con sus corbatas elegantes y sus trajes, es un
señor muy serio.
Olivia reía sonoramente mientras Maite intentaba imitar
a Luca poniéndose la corbata y acomodándose la chaqueta.
―Pero le queda bien el traje.
―Sí, es muy distinguido. Yo lo conocí así de serio y así
me gustó, pero creo que es más lindo con ropa más sencilla.
―¿Te acuerdas de Roni? ―Maite asintió con la cabeza―.
Se puso de novio con la hermana de mi mejor amiga. Yo creí
que gustaba de mí. Estaba casi segura, a veces, no siempre.
Le dije que yo lo quería y él estuvo sin hablarme varios días,
muchos. No entiendo… compartimos fiestas y bailábamos
juntos, nos reíamos y…
―Te ilusionaste.
―Sí. Creo que sí. Después de estar días sin hablarme, lo
encontré en la empresa de mi papá y me dijo que a él le
gustaba alguien más, que no quiso hacerme creer otra cosa.
Se pusieron de novios ayer. Los vi besándose.
Maite recordaba esa verborragia nerviosa.
―No sé qué decirte, Olivia. Porque me sale una frase
común que tal vez no te sirva mucho, pero es verdadera: “El
tiempo todo lo cura”. Te vas a olvidar de él y eso va a hacer
que veas a alguien más, tal vez a ese chico que ahora no
ves, y es lindo y bueno… y te quiere. Seguro hay alguien así
a tu alrededor.
―No quiero verlo con la novia.
―Me imagino que no.
―Aquí estás. ¡Por Dios, mujer!, me asusté ―dijo Luca.
―Perdón, me entretuve conversando con Olivia. No
preguntes, son cosas de chicas ―le dijo, levantando el dedo
índice y guiñándole el ojo a la adolescente que se había
olvidado de llorar, al menos por un rato.
―No me gusta que me dejen afuera. ―Ambas rieron ante
la queja masculina―. Vamos, a prepararse que Kano nos
espera.
l domingo en casa de Kano estaba saliendo perfecto.

E Los tres intentaban olvidar la mañana, al menos por un


rato.
Maite por fin había conocido a Bea y jamás hubiese
imaginado que así luciría. Era joven, bonita,
espontánea, divertida. Todo lo opuesto a Kano, tuvo que reír
al reconocerlo.
―Ella va a hacer desaparecer tu cara de… mala cara. Ya
lo vas a ver.
―Y a ti, ¿quién te quita lo bruja?
―Eso no se quita. ―Había respondido ella, jugando.
Luca y Bea los miraban desde un poco más allá y
cuchicheaban entre ellos. Estaban seguros de que jamás
podrían desarmar esa dupla. Parecía que hubiesen nacido
para estar juntos, tal vez no para estar enamorados, pero sí
juntos.
―Elegir a uno, es elegir a los dos ―susurró Bea.
―Vamos a tener que aceptarlo. Nosotros venimos con
hijos y ellos, juntos. Son un paquete completo ―aseguró
Luca.
Al finalizar la tarde, Luca había llevado a Olivia a casa y
pretendía estar un rato con Maite a solas. Tenía una
conversación pendiente y no quería dejarla pasar, sin
embargo, el destino no estaba de su parte esta vez. Maite
no se sentía bien y prefería quedarse sola y recostarse. No
hubo insistencia posible, ella no aceptó su compañía.
―No me gusta mentirle, Fabiola ―dijo Maite.
―No te sientas culpable. Es entendible que no quisieras
hablar con él.
―No es que no quiera ―le aseguró, acomodando el
teléfono en la otra oreja. Estaba ya acostada y contándole a
su amiga todo lo sucedido con Piero―. Es que, si lo hago
ahora, voy a soltar todo mi enojo contra ese muchacho y no
puedo. Es su hijo, por más que me desprecie y diga todas
esas cosas de mí, es su hijo. No estuve bien, yo soy la
adulta y le contesté mal.
―Tal vez. No estabas preparada para que él reaccionase
así.
―No, no lo estaba. Creí que si nos veíamos las caras
podría mostrarle mi verdadero yo y hasta creí que se
olvidaría de toda esa tontería que se inventa. Me odia,
Fabiola.
―No lo creo.
―No tienes idea de cómo me mira. Me odia.
―¿Qué piensas decirle mañana a Luca? Porque de
mañana esa conversación no pasa.
―No quiero disculparme, no lo siento del todo, pero
tengo que hacerlo; es su hijo y yo no puedo meterme entre
ellos, no debo gritarle. ¿Quién sabe qué fue lo que le dijo
Piero?

Esa noche casi no durmió y, en la mañana, pudo notarlo en


su rostro. Su humor no era el habitual, su ropa lo reflejaba:
falda negra, blusa gris y poco maquillaje, solo el necesario
para quitar el mal aspecto.
Rose la vio entrar y notó que algo no estaba bien.
―Maite, ¿pasó algo?
―No, Rose, nada de lo que debas preocuparte. ―Prefirió
dejarla al margen, no era su amiga, era la de Luca. No
quería que tomara partido ni pensara que era una cotilla
contando sus problemas. Ella no era así y ese mocoso
malcriado no la cambiaría, pensó, y al instante se
arrepintió―. Necesito un favor enorme. ¿Puedo tomarme un
rato de la mañana para un asunto personal? Sé que
estamos complicados sin Emma, pero lo necesito.
Rose no había podido negarse, nunca le había pedido
nada parecido. Si lo hacía era porque lo necesitaba de
verdad.
Maite tomó un taxi hasta All Yachts, necesitaba hablar
con Luca. Le envió un mensaje de texto avisándole que
estaba yendo para allá.
Luca avisó a Nora de la llegada de Maite y esta no la hizo
esperar afuera. Al verla llegar y, después de un saludo
rápido, la dejó pasar a la oficina de su jefe.
―Hola ―susurró intimidada por el hombre que la miraba
con una tímida sonrisa en los labios. Era imponente detrás
de su enorme escritorio colmado de carpetas, papeles,
computadora y teléfonos.
―Hola. ¿Cómo te sientes? ―le preguntó Luca.
―Bien, gracias. Todavía no me diste los buenos días.
―Es cierto, discúlpame. Ven aquí ―le dijo él poniéndose
de pie, besándola y abrazándola después. No podía creer
que estuviese ahí, en su lugar de trabajo; no era una
imagen que pudiera asociar tan fácilmente. Le tomó el
rostro con ambas manos y le sonrió con dulzura. Maite
acarició su mejilla y su barba―. Me quedé preocupado, no
pudimos hablar después de tu encuentro con Piero.
―Por eso vine. Luca, te pido disculpas por haberle
levantado la voz. No debí hacerlo.
―Ven, sentémonos. ―La guió hasta una pequeña sala
que tenía a un costado―. Mira, no quiero tus disculpas.
Piero no quiso contarme y no te lo voy a pedir a ti. Puedo
imaginar que no fue cordial contigo porque su opinión sobre
ti no es buena y siento mucho que no quiera conocerte para
entender que no eres como imagina. Sin embargo, estoy
entremedio de los dos y es un lugar muy incómodo.
―Te entiendo y prometo no volver a dejarme encerrar en
una tonta discusión. Dejémoslo que piense de mí lo que
quiera.
―No es justo, Maite. Pero no sé qué más hacer. Ya no
quiero discutir con él y no quiero que lo hagas tú tampoco.
La conversación duro unos minutos más. No tuvieron
mucho más tiempo, Luca tenía una reunión.
―Nos vemos luego. Te llamo. Te amo, ¿lo recuerdas? ―le
susurró sobre sus labios, y ella sonrió. Sí, lo recordaba.
―Y yo a ti. Me voy.
―Después de mi beso ―indicó sonriente.
El beso fue interrumpido por Piero.
―Buen día… ―dijo, y al verla a Maite cortó el resto de la
frase―. Es hora de la reunión, papá.
―Yo los dejo trabajar.
Maite salió de la oficina seguida por Luca y Piero. Recién
en el ascensor pudo respirar tranquila. Ese muchacho la
miraba tan feo que la ponía nerviosa.
Caminó los pasos necesarios hasta la puerta de salida del
edificio. Al mirar hacia un costado vio a Andrea secándose
las lágrimas y la notó pensativa, tal vez dudando de subir o
no al ascensor.
―¿Andrea? Hola. ¿Estás bien? ―preguntó, acercándose a
ella. La nombrada se sobresaltó y tomándose el pecho por
instinto negó con la cabeza.
―No, no lo estoy y ya no puedo más.
―Vamos a tomar un café ―dijo Maite, no la veía bien y
no tenía corazón para dejarla así, sola.
Una vez sentadas frente a una de las mesas del primer
bar que encontraron Andrea la miró a los ojos, inspiró con
fuerza y comenzó a hablar.
―Creo que estoy embarazada. ―Maite no supo cómo
actuar. La noticia no era motivo de llanto, ¿o sí?
―Y no quieres un embarazo ahora ―supuso, pero se le
escapó el pensamiento en voz alta.
―No lo sé. Lo que sí sé, es que Piero no está de acuerdo
con la paternidad temprana. Somos muy jóvenes todavía,
yo estoy estudiando y él recién se está recuperando de lo
de su madre.
―¿Se lo dijiste? ―Andrea negó con la cabeza―. ¿Lo vas a
hacer?
―Estaba por hacerlo recién y no me atreví. Anoche
discutimos. Todos los días discutimos. Está mal, no sé por
qué está tan gruñón, un poco es por ti también. Mamá y yo
queremos convencerlo de que te acepte, le decimos que
Luca necesita compañía y tú se la das. Ahora pasamos a
ser del bando de sus enemigos solo por reconocer eso. Sé
que discutieron ayer.
―Sí, pero no es importante, ya lo olvidé ―mintió. La
jovencita se quería escapar del problema y no la dejaría―.
¿Vas a subir a hablar con él?
―No creo, es una tontería hacerlo. Me arrepentí de venir.
No quiero decirle nada sin confirmarlo primero. Mañana voy
al médico. Si llego a estar embarazada, Maite, no sé si
quiero tenerlo. ¿Está mal pensar así? Piero no lo va a querer
y yo no puedo perderlo a él, lo amo. Además, mi madre no…
Es muy conservadora y religiosa.
―Andrea, no soy objetiva con este tema, no comparto tu
pensamiento. No puedo siquiera contemplar la idea de que
no tengas a tu bebé por lo que piensen los demás. Tú no
eres una marioneta ni Piero o tu madre son tus titiriteros.
Debes pensarlo bien.
―Tú no tienes hijos, ¿no es cierto?
―No, no los tengo. Tuve una niña que falleció a los pocos
días de haber nacido. ―Maite no podía creer que estaba
hablando sobre ella con una, casi, desconocida muchachita,
pero haría cualquier cosa con tal de que esa jovencita no se
arruinara la vida―. Después tuve un embarazo que no llegó
a término. Sé de lo que hablo cuando te digo que perder un
hijo, en cualquier condición, te abre una herida incurable. Lo
que piensas como una posibilidad, es definitivo y no habrá
una segunda oportunidad ni para ti ni para ese bebé ni para
Piero. Un pedacito de tu corazón morirá y en tu conciencia
quedará por siempre eso que hiciste. Debes estar muy, muy
segura de que no va a afectarte. Si tienes una pequeñísima
duda, una ínfima duda, no lo hagas. Ni lo pienses. Si llegas a
estar embarazada, disfrútalo. Eres joven, es cierto, pero
¿qué importa?
Andrea lloraba en silencio. Desde hacía dos semanas que
estaba nerviosa. Tenía que haber tenido su período hacía
cinco días y no tenía ni noticias. Su madre no la perdonaría
ella lo sabía y Piero, la dejaría. Habían hablado de casarse y
tener hijos, sí, como casi todas las parejas, pero en unos
años.
¡Por todos los santos!, estaba tan asustada. No quería ir
a ningún médico y no había tenido el valor de hacerse un
test rápido. Era cobarde, estaba sola y tenía miedo de saber.
Piero no estaba pasando su mejor momento y ella sumaba
problemas. La odiaría, seguramente que sí. Se quedaría sola
y embarazada. No podría hacerlo sola, no podría.
Todas esas ideas rondaban por la cabecita de Andrea.
―No llores más. No ganas nada poniéndote así. ¿Quieres
que vayamos a una farmacia? ―preguntó Maite, intentando
colaborar.
―No, no. Prefiero esperar a mañana.
Una vez que Andrea se calmó, Maite la dejó sola y se
marchó a la boutique.
Su cabeza era un tambor, le dolía, y sus pensamientos
no colaboraban en nada apareciendo y dando mil vueltas.
La niña con mal de amores se había desahogado con ella,
Piero había largado su veneno en una conversación
espantosa, Luca se sentía mal por estar en medio de ella y
su hijo, y ahora Andrea le había contado que había una
posibilidad de que estuviera embarazada. ¿Qué debía hacer
con toda esa información?
Nada de eso le pertenecía, sin embargo, la habían
mezclado. Como si fuera poco todo eso, Rose tenía apenas
un mes para poner en orden el trabajo. Los tickets de avión
ya estaban comprados y se iría. Emma había
desestabilizado todo con su ausencia y todavía no tenía
reemplazo y parecía que la clientela hubiese estado
esperando a que ella estuviese con problemas para venir
toda junta.
―Señora Susana, qué gusto volver a verla ―dijo,
saludándola y entonces se percató de su compañía: un par
de arañas―. Buenos días, señoras. ¿En qué puedo
ayudarlas?
Odiaba que la miraran con desprecio, no había cambiado,
ella era la misma Maite de siempre.
―¿Cómo está Luca, querida? No lo vimos este fin de
semana en el club.
―Él está muy bien, gracias por preguntar.
―Cuéntanos, ¿ya conociste a la niña?
Rose notó la incomodidad de su empleada. Esas mujeres
querían noticias para repartir, las conocía.
―Maite, tienes una llamada telefónica en la oficina. Yo
sigo aquí, con ellas. Ve, atiende. Disculpen señoras, la
gerente tiene otras ocupaciones. Veamos, ¿en qué las
ayudo?
Maite sonrió al despedirse y se encerró en el despacho.
Estaba nerviosa y con dolor de cabeza. Se acomodó la ropa
y el pelo, solo por hacer algo. Se sentía desestabilizada,
fuera de su eje y no le gustaba nada. Sentía que perdía el
control y no estaba acostumbrada a esa situación. No sabía
manejar tantos inconvenientes a la vez y, sobre todo,
porque algunas no eran complicaciones suyas, eran ajenas.
Una lágrima recorrió su mejilla y la limpió, enojada. No
quería llorar, pero se sentía impotente ante la vida que la
rodeaba. Una nueva vida que no se acomodaba en su
tranquila rutina.
Su cuerpo estaba tenso, necesitaba un abrazo apretado,
muy apretado.

Luca terminó demasiado tarde el día laboral, su agenda


había sido una locura. No había tenido tiempo de nada.
Después de cenar con los chicos y tocar un poco el saxo,
quiso ver a Maite. Subió al coche sin dudarlo, pasaría por su
departamento. Ella era el bálsamo que necesitaba para
calmarse. Piero había estado peleador y malhumorado y así
se había marchado a casa de Andrea. Olivia estaba triste,
no sabía los motivos y ella no se los quería contar.
―Necesito un abrazo, Luca ―le había dicho su mujer,
nada más verlo.
―Yo también lo necesito.
Maite todavía tenía el cabello húmedo y se había puesto
un quimono de seda sobre la ropa interior. Solía hacerlo así
cada noche.
―¿Quieres un café?
―No, no quiero nada. Solo pasar un rato juntos y
olvidarnos de todo lo demás. Estás preciosa.
―Gracias, pero no seas exagerado. ―Luca le sonrió
acariciando sus mejillas con el dorso de la mano. No
exageraba, esos colores brillantes le lucían divinamente con
el color de su piel y su cabello.
―¿Qué tienes debajo de esta cosa? ―preguntó. No había
pensado en ocupar el tiempo en la cama, pero su cuerpo
parecía interesado.
―Esto ―respondió Maite, abriéndose el quimono y él la
miró sorprendido. Solo una pequeña y fina prenda de encaje
y seda que tapaba poco, eso tenía.
―Definitivamente, estás preciosa.
Luca se pegó a su cuerpo y la abrazó fuerte otra vez. En
demasiado poco tiempo se había hecho necesaria en su
vida. No extrañaba las noches de lágrimas y adoraba los
sueños subidos de tonos que tenía a veces. Ella había
girado el rumbo de su vida.
Maite lo besó acomodando su cabeza de lado. Era un
beso de los largos, de los que necesitaban comodidad.
Hundió sus dientes en el labio inferior de él y tironeo con
suavidad.
―Vamos a tu cama. Quiero desnudarte, me encanta
desnudarte ―le susurró sobre los labios.
Maite no pudo escapar a esa tentación. Pensó que lo que
necesitaba de Luca era un abrazo y un par de besos castos
y tibios, nada más.
¿Nada más? No, de ninguna manera, lo necesitaba todo,
el cuerpo entero y cambiaba los besos castos por los otros,
por los que la devoraban y succionaban, esos que la
enloquecían.
Su vida estaba dando vueltas como una pelota y no
dejaba de girar. Nada era igual. Ni sus días ni sus rutinas ni
su cuerpo ni sus problemas ni sus pensamientos y mucho
menos sus sentimientos. Todo estaba revolucionado y el
responsable era el hombre que tenía entre sus piernas
llevándola sin prisa, aunque sin pausa, a otro maravilloso
orgasmo.
―Bésame ―le pidió la voz ronca y agitada de Luca.
Maite le apretó los hombros en un abrazo duro y
posesivo. La otra mano se clavó, con uñas y todo, en el
trasero de él que subía y bajaba al compás de sus quejidos
de placer.
Luca no aguantaba más. El sudor le caía por las sienes y
su espalda estaba completamente húmeda. La mujer que lo
había enamorado era un volcán y le encantaba hacerla
erupcionar. Metió sus dedos entre el alborotado cabello
oscuro de su novia y los cerró con un pequeño tirón, fue
entonces que Maite gimió furiosamente, tensa y perdida.
Luca gruñó al sentirla. Lo aprisionaba, le obligaba a seguirla,
lo dominaba. Levantó la cabeza y el torso y como si de un
lobo aullador se tratara. Jadeó y se fue con ella a disfrutar el
fuego que creaban juntos.
Sin consideración alguna cayó sobre el cuerpo de Maite.
A ella, poco le importó, lo apretó con brazos y piernas y así
lo acunó por varios minutos.
Al menos hacer el amor los liberaba de la carga de todos
los problemas que tenían, incluso de los que compartían.
l móvil de Luca no dejaba de sonar, una vez, dos, tres,

E diez... Estaban adormilados y estaba muy mal, no


quería quedarse a dormir entresemana porque tenía
mucho trabajo y a los chicos en la casa. Olivia con
carita triste…Piero con cara de ogro…
―Hola, papá, ¡por fin atiendes! Tienes que venir. Piero
está ebrio, papá. Tengo miedo, está muy enojado y rompió
adornos.
Luca ya estaba de pie vistiéndose torpemente con una
mano mientras intentaba calmar a su hija. Colgó la llamada
y apenas si entendía lo que pasaba. El despertar había sido
brusco, demasiado brusco.
―Piero, está borracho.
―¿Qué quieres que haga?
―Ven conmigo. ―Maite negó con la cabeza. Dudaba que
fuese lo mejor, pero Luca la necesitaba―. Por favor, ven.
Ayúdame con esto.
―¿Qué podría hacer yo? Luca no… ―Luca le apretó las
mejillas con ambas manos y la miró a los ojos.
―Por favor. No quiero dudar. Si estás ahí no voy a
empezar a pensar otra vez en que estoy haciendo todo mal.
Luca ya se estaba mal acostumbrando a pensar que no
podía y que los chicos lo superaban con sus complicaciones.
A veces se sentía confuso y empezaba a pensar que la
presencia de Maite no era buena idea. Sí, estaba
volviéndose loco. Maite era una idea increíblemente buena,
aunque tal vez lo era solo para él. Por eso no quería pensar
como un egoísta y las dudas se ensañaban en mostrarle el
camino anterior como la alternativa más fácil, dolorosa
claro, pero más fácil: La soledad.
Hacía varios días que Ana no aparecía por su mente y no
la extrañaba. Si lo hacía era con recuerdos lindos y solo de
paso, no se instalaba ni lastimaba. Eso era bueno, ya su
pecho no dolía al respirar profundo y no temía cerrar los
ojos. Ella ya no estaba en sus párpados caídos.
―Por favor ―volvió a rogar.
―Está bien. Vamos.
El viaje fue un caos. Olivia estaba llorando sin consuelo
detrás de la línea telefónica, Luca apretando el acelerador
más de lo debido mientras conducía furioso y asustado.
Maite intentando calmarlo, sin lograrlo, por supuesto.
―No lo puedo creer. ¡Ebrio! Un lunes. Tiene veintiséis
años, ¡por Dios!
―Tranquilo, sus razones tendrá ―Maite no quería pensar
en esas razones, no se animaba a adivinar. Su estómago
estaba revuelto y tenso, su espalda tiesa. Se avergonzaba
de su silencio, sin embargo, no quería romperlo. Andrea
había confiado en ella y… podía no ser ese el problema de
Piero. Cerró los ojos y controló la culpa.
Al llegar a la casa, Luca, bajó del coche a la velocidad de
un rayo. Los gritos y sollozos se escuchaban desde la
entrada.
La empleada doméstica abrazaba a Olivia sin poder
contenerla. Estaban arrinconadas en la cocina mientras
vigilaban que Piero no se lastimara con los vidrios
esparcidos por todos lados.
Luca odió la visión al instante. Le dolía su hogar, su
familia, y se sentía impotente. «Ana ayúdame con esto»,
pensó en silencio, y giró su rostro a Maite que, todavía
azorada por lo que veía, ya caminaba hasta Olivia para
calmarla. Luca se arrepintió de pedir ayuda a alguien que no
podría dársela, sin embargo, se sintió sabio al habérselo
pedido también a la mujer que controlaba sus miedos y,
¿por qué no reconocerlo?, también sus fantasmas.
―Piero, ya cálmate.
―No me pidas que me calme. No tienes ni idea de la
mierda que tengo que escuchar. ¿Por qué la trajiste?
―¡Basta! Cálmate. ―Le apretó los hombros y lo obligó a
sentarse en un sillón. Se arrodilló frente a él y susurró―.
Piero. ¿Qué te pasa? Dime, hijo, qué te pasa. Quiero
ayudarte.
―Tengo una vida de mierda, papá.
―Sabes que no es cierto.
―Nadie me quiere y la única persona que lo hacía murió,
se fue, me dejó. Y ahora me va a dejar Andrea, me va a
abandonar ella.
―¿Por qué?
―Porque no soy digno, porque dice que no soy su puto
titiritero. ¿No es cierto, arrimada? ―gritó furioso otra vez y
quiso levantarse para encarar a Maite. Ella tenía los ojos con
lágrimas y la angustia no le permitía enojarse con ese
vulnerable muchacho. Olivia se ahogaba en llanto y pedía
por su padre. Se puso de pie con la niña y caminó hacia los
hombres ―. Aquí estás ―dijo Piero, y no pudo ponerse de
pie como pretendía, cayó sobre el cuerpo de su padre que lo
recibió como pudo.
―Piero, siéntate ―pidió Luca, no podía contenerlo, era
grande y pesado y en su estado poco colaboraba.
―No, me siento bien así. Abrázame, papá. Abrázame
como antes.
A Luca se le llenaron los ojos de lágrimas y abrazó a su
hijo tan fuerte como pudo. Quería tener superpoderes para
aliviar su dolor, su hijo, ese que supo ser pequeño y
sonriente, le pedía un abrazo. ¿Cómo negarse?
―Te quiero hijo, te amo. Mis enojos son momentáneos,
no dejo de amarte por tenerlos. Te lo juro. Te amo. Me tienes
aquí, incondicionalmente.
―Papi, papá. No llores. ¡No lloren! ―pidió Olivia,
desconsolada.
Maite estaba igual, rota, su corazón estaba estrujado.
Quería unirse a ese abrazo. Consolarlos también. Sintió frío
al perder contacto con la niña que se metió entre los
hombres y se quedó inmóvil. Fuera de lugar, como una
arrimada, sí, como una intrusa.
―Voy a buscarte un vaso de agua. No te muevas de aquí
que te vas a caer. Olivia ve a tu cuarto a descansar. Ya todo
pasó. Mañana tienes colegio. Ve.
Piero y Maite quedaron solos en el salón mirándose fijo.
Los ojos de Piero la fulminaban.
―¿Por qué te metes donde no te llaman? No te quiero en
mis problemas, no metas tu nariz en mis cosas. ―Otra vez
el enojo se mezclaba con el alcohol y salían de su boca
palabras duras y resentidas.
―Tienes razón. Te pido disculpas.
―No te hagas la santita, ahora. Quiero vomitar y me
duele la cabeza ―dijo, intentando ponerse de pie sin
lograrlo―. Lo peor de todo es que eres simpática y pareces
buena. La casa gira ―balbuceaba sin pensar lo que decía.
―Ven que te ayudo.
―¡No me toques! ―le gritó, abrazándola por los
hombros. La cuestión era pelearla. Caminaron juntos hasta
el baño. Maite sonrió, su corazón se había salteado un
latido. Él le había dicho simpática y buena, no todo estaba
perdido―. No quiero un hijo, no lo quiero ahora.
Piero se arrodilló frente al retrete y descargó todo lo que
pudo. Se sentía fatal. El llanto no lo abandonaba y no quería
llorar, pero ¡qué bien se sentía haciéndolo! A pesar de las
lágrimas y la descompostura que tenía, seguía susurrando
incoherencias, a veces. Otras veces eran verdades.
Maite acariciaba su espalda para que se sintiera
acompañado. Era angustiante ver a los hombres llorar, al
menos lo era para ella.
―No puedo tener un hijo, ¿lo entiendes? ―Maite negó
con la cabeza. No, no entendía―. No sé qué le dijiste, pero
no lo podemos tener ahora.
―Piero, lo hablamos con calma otro día. Pero no le dije
nada en tu contra, solo le conté mi experiencia. ¿Se hizo el
test, fue al doctor?
―No, no se anima a ir sola. Quiere ir conmigo.
―Es lógico.
―Lo lógico es que a nuestra edad trabajemos, no tengo
edad ni tiempo. No es nuestro proyecto. No está incluida la
paternidad en él. ―Se sentía un poco mejor, se sentó en el
piso y se tomó la cabeza con ambas manos. La angustia
otra vez lo obligó a llorar. Era un llanto compungido que
hasta le hacía temblar el cuerpo―. No quiero ser padre y no
quiero que me deje por pensar así. La quiero.
―Tranquilo, no llores más. No te conviertas en un
chiquilín justo ahora que debes comportarte como hombre.
Espera a mañana y ya lo hablarán. Vamos.
―¡Puedo solo! ―le gruñó, tomando su mano para
ponerse de pie. Se dejó guiar en silencio. Su padre lo
esperaba cabizbajo y triste. Le tendió el vaso de agua, se lo
agradeció y se fue a su dormitorio―. Mañana recojo todo
esto. Siento los destrozos.
Hubiese dicho más lo sientos, porque sentía todo, quería
pedir perdón por ser tan poco hombre, tan desconsiderado,
tan débil. Su madre no perdonaría su crueldad y su falta de
responsabilidad, lo sabía. Se fue a paso lento a su
dormitorio, quería retener consigo la sensación de calma y
protección que le había dado el abrazo de su padre.
Maite empezó a levantar los vidrios más grandes para
evitar accidentes. Luca no se levantaba del sofá, estaba
hundido en su dolor. No entendía nada y quería hacerlo,
pero no tenía fuerzas, no esa noche. Necesitaba estar solo,
tal vez tocar un poco de su música.
―Deja que mañana lo acomodamos. Las empleadas lo
harán mejor que nosotros. Hay vidrios por todos lados, te
vas a lastimar.
―Me voy a casa, Luca. Necesitas estar con ellos sin mi
presencia complicándolo todo.
―Sí, creo que es lo mejor. Te llevo.
―No, no. Me tomo un taxi. Ve a ver a los chicos. Te
necesitan.
―Dame un beso antes que eso es lo que yo necesito.
―Y un abrazo también te doy― dijo ella.
Maite se sentía fatal. No podía con su culpa. Estaba
bloqueada y no sabía por dónde empezar a desenredar el
nudo de ese problema.
Piero no le había dicho a su padre lo del posible
embarazo y lo de sus miedos. Pero sí se lo había dicho a
ella. ¿Por qué?
Sin respuestas cayó en un profundo sueño, logrando
escapar de sus pensamientos.
Para Luca el sueño no había llegado. Su música le ayudó
a analizar todo lo que recordaba de la charla con su hijo. Le
dolía su dolor, su hombrecito se sentía no querido,
abandonado, no comprendido… No era esa su visión de
Piero. No lo creía inseguro o frágil, todo lo contrario. Sabía
camuflarse demasiado bien y eso no era bueno. También
recordó lo que le había gritado a Maite, algo de no ser un
titiritero, ¿qué significaba eso?
Por la mañana todo estaba en calma, menos su cabeza y
su corazón. Ahí estaban las dudas, los miedos, los
fantasmas. Todo estaba otra vez ahí. Hasta había soñado
con Ana regañándolo por no haber visto lo que pasaba a su
alrededor. Había sido clara: «Otra vez te concentras en tus
cosas y dejas afuera a todos los demás». Esta vez sus cosas
llevaba falda ceñida y tacones, y no estaba enferma
consumiéndose de a poco.
Por sus cosas ¿estaba olvidando ser padre? Otra vez.
No, claro que no, sin embargo, ¿cómo se le devolvía la
seguridad a un hombre dolido que estaba intentando
encajar las piezas de su vida que, de pronto, se ponía color
de rosas, mientras que las de sus hijos todavía estaban
cargadas de grises? Tal vez más de la de Piero, Olivia ya
estaba viendo algo del arcoíris. Su problema era un sencillo
desengaño que olvidaría rápidamente, aunque en su mente
de adolescente ese desengaño era lo peor del mundo. Sin
embargo, ya no lo era la ausencia de su madre, a eso ya se
estaba acostumbrando, ¿acaso no era esa una buena
noticia? Para Luca, ciego ante sus inquietudes, no lo era.
―Buenos días ―dijo a ambos hijos que desayunaban en
silencio.
―Hola, papá. ¿Estás bien? ―preguntó la niña, y su
respuesta fue una sonrisa sincera y un beso en la frente―.
Piero no.
―Me imagino. ¿Tomaste un analgésico?
―Sí, lo hice y no es suficiente. Buen día. Lo siento, no
tengo excusa. Fui un tarado.
―No puedo decirte que no. ¿Quieres que hablemos? ―Su
hijo afirmó con la cabeza, y señaló a Olivia con disimulo. A
su hermanita no la contaba como oyente―. Bien, antes de
irnos a la empresa lo hacemos.
―¿Sabes que Roni está de novio con la hermana de
Yessi?
―Yessi, ¿tu amiga? ―Olivia afirmó, y ese aguijoncito que
la pinchó en su inocente e inexperto corazón se reflejó en su
mirada. Entonces Luca entendió. Piero también lo hizo y se
mordió el labio inferior. Odiaba a ese estúpido desde ese
mismo instante.
―Lo siento, Olivia. De todas maneras, es un chico mayor
para ti, piensa que es mejor así.
―No me importa. No lo dije por eso. Solo para contarles,
nada más. Me voy a buscar la mochila de la escuela, hoy me
voy en el ómnibus, no tienes que llevarme. Piero cuídate, no
tomes hoy, ayer me asustaste mucho. Eres un mal borracho.
―Luca sonrió con ternura, cuando la elocuencia de Olivia
aparecía, era por nervios. No la iba a contradecir, ese
pequeño duelo debía transitarlo solita.
―Bien, hijo, ya estamos solos. Por favor, dime qué te
llevó a beber a lo tonto.
―Hoy a la tarde tenemos cita con el ginecólogo de
Andrea. Ella piensa que está embarazada.
―¡Piero!
―No me digas nada ni te ilusiones ni te agobies, todavía
no sabemos. Pero no quiero un hijo, papá. No lo quiero
ahora. Tengo proyectos y un hijo sería una complicación.
―Lo sería, sí. Pero es un hijo, no algo descartable que se
puede desconocer. Debes responsabilizarte por lo hecho.
―¡Por Dios, papá! Lo haré, eso no se discute. Pero mis
sentimientos de culpa por pensar que no lo quiero, me
llevaron a tomar para evadirme. Eso pasó. No es excusa, ya
lo sé. Discutí con Andrea porque se lo dijo primero a tu
novia. Ella lo sabía.
―¿Qué? ¿Cómo?
―La encontró en la empresa ayer y la vio llorando.
Andrea está muy angustiada y yo le sumo angustia en vez
de acompañarla, soy un desastre. La madre no se lo
perdonará. Tiene mucho miedo, papá.
Luca no podía parar su mente. Maite lo sabía y no se lo
había dicho. Estaba enojado, furioso.
―Papá, ¿me escuchas?
―Sí, sí, perdón, quedé impresionado con la noticia
―mintió.
La conversación duró un rato más. Piero puso en
palabras sus temores y se sintió mala persona, sin embargo,
no podía modificar lo que sentía. Él quería cumplir sus
sueños. Pedirle casamiento a Andrea de una forma
romántica, casarse una vez que ella terminara sus estudios
y pasados unos años convertirse en padres. Algo organizado
y premeditado por ambos. No así, como algo obligado,
impuesto por las circunstancias. Era una locura y no se
sentía estable como para hacerlo bien, no podía educar a un
hijo con todos sus problemas sin resolver.
El día de trabajo para Luca fue confuso. ¿Un nieto? Otra
pieza para agregar a su rompecabezas.
―Señor Di Pietro, su abogado está aquí ―dijo Nora por el
intercomunicador.
―¿Mi abogado? Bien, hazlo pasar.
aite necesitaba una palabra de aliento, alguien que le

M diera energía. Ya no la tenía. Luca no la había llamado


en todo el día y ella sabía por qué, o pensaba saberlo.
―Gracias por venir, Kano.
―Siempre lo hago y no lo agradeces. Hey, hey.
¿Por qué lloras? ―preguntó abrazándola contra su pecho al
ver las lágrimas.
Y Maite se desahogó. Le contó todo con lujo de detalles,
la conversación con Olivia y toda esa confianza que
depositaba en ella, la discusión con Piero y su borrachera de
la noche anterior, la culpa de mantener secretos que no
debía mantener y el temor de enfrentarse a Luca, al padre,
no a su novio.
―No puedo aconsejarte, Mai. No sé cómo lo tomaría yo si
estuviese en el lugar de Luca.
―Estoy convirtiéndome en un estorbo para su vida.
―Eso es un poco exagerado.
―Fabiola me dijo lo mismo, pero yo sé que es así.
Cuando conocí a su hija me dijo que la situación lo ponía
tenso. A pesar de que no me niega su compañía,
principalmente la de Olivia, me deja afuera cuando de ellos
se trata porque no puede todavía mezclarme con su familia.
No sabe explicarme bien los motivos, pero así lo siente. Y yo
me mezclo sin su permiso.
―Supongo que si lo hablan pueden solucionarlo.
Cuéntale cómo fue que terminaste en medio.
―No puedo aparecer en su casa, no quiero encontrarme
con Piero y complicar más las cosas.
―Ve a su oficina. Otra vez. Ahí estarán a solas y sin
interrupciones. Si quieres te llevo.
Todavía era temprano y Luca estaba en la empresa, lo
sabía. No quería llamarlo por teléfono y no creía que él fuera
esa noche a su casa.
―No me parece buena idea.
―Pero tampoco es buena idea quedarse en silencio. No
arruines tu relación. Se te ve feliz con él. No pierdas lo
ganado, Mai. Te llevo.
Maite se dejó convencer. Y, ya en el ascensor de All
Yachts, su estómago se retorció. Tenía miedo, inexplicable e
inquietante miedo.
La secretaria no estaba, seguramente ella ya se había
retirado. La puerta de la oficina de Luca estaba entreabierta
y escuchaba voces masculinas. Supuso que debía esperar y
se sentó en una de las cómodas sillas que había ahí.

Luca estaba alucinado. No podía entender el razonamiento


de Piero. No lo podía asimilar. Escuchaba toda esa sarta de
estupideces con la boca abierta.
―Papá, es lo mejor.
―A ver si entiendo ―dijo, poniéndose de pie. Su voz ya
sonaba más elevada y Maite podía oírla―. Crees que
debería hacer los cambios legales necesarios para que, en
caso de que Maite me convenza de algo… ¿qué sería ese
algo? ¿Casamiento? Supongamos…, si inventamos lo
haremos a lo grande. Como decía, hacer esos cambios para
que ella no pueda quedarse con lo que me pertenece.
Supongo también que piensan que ella se divorciaría luego
con esa intención de hacerse de mis bienes y hasta se
casaría conmigo con esa idea bien organizada.
―Luca, Piero tiene razón. No la conozco, pero si es como
él dice y tú estás tan encandilado que no lo ves… Podemos
cuidar tu patrimonio de alguna manera. No todo, por
supuesto, sabes que el matrimonio es una sociedad, algo le
va a corresponder.
Maite ya estaba de pie al costado de la puerta, con
lágrimas en los ojos. No quería creer que había escuchado
bien. ¿Hasta dónde llegaría ese muchacho? Se tapó la boca
para no dejar salir la angustia. Tenía un nudo en la
garganta.
―¿Te escuchas? ¿Sabes que no tenemos ni dos meses de
relación? Además, lo mío no es encandilamiento. La quiero,
es una buena mujer que supo enamorarme. No, Aldo, no la
conoces. Si lo hicieras no estarías aquí sentado hablando
sobre estas tonterías. Sin embargo, ahora que lo pienso
podemos hacer algo así con los bienes de Piero. Andrea
puede estar tramando cazarte, hijo. ¿Qué me dices, Aldo?
―Sí, también podemos analizar esa posibilidad
―respondió el letrado, ajeno al sarcasmo de Luca.
―No vamos a hacer eso. Andrea acaba de demostrar que
no es una cazafortunas. Podría haberme embaucado con un
embarazo y no lo hizo. Ella, de verdad, tenía miedo de estar
embarazada y a pesar de no estarlo me podría haber
mentido.
A pesar del dolor causado por todas esas palabras. Maite
se alegró de la noticia, porque había visto la angustia en los
ojos de Piero y de Andrea ante una posible realidad
inoportuna.
Suspiró y cerró los ojos. ¿Cuándo se había complicado
todo? Su amor era sano y demasiado nuevo como para
roturarlo y convertirlo en algo tan grotesco. Sus rodillas
apenas la mantenían en pie. Su angustia era dolorosa, la
garganta, el pecho, los puños, el corazón… todo le dolía y
mucho.
―Claro. Maite todavía no lo demostró, es cierto. A ti, no
te lo demostró, porque a mí sí. Yo no tengo dudas de ella. Y
no, no voy a hacer nada. Aldo, gracias por molestarte en
venir tan tarde, pero fue innecesario.
―No te preocupes, yo estoy aquí para lo que necesites.
Saben dónde encontrarme. Adiós.
Al salir, Aldo se encontró con una mujer destrozada. No
tuvo que preguntarle su nombre. Solo el ver sus ojos le
bastó para darse cuenta frente a quien estaba.
―Lo siento ―le dijo a modo de disculpas. Ella solo asintió
con la cabeza, en silencio.
Tomó su cartera y comenzó a caminar para el ascensor.
No quería ver a nadie.
―Papá, eres un necio.
―¿Necio yo? ¿Y tú qué eres? ¡Vete! Sal de mi vista ―le
gritó, señalando la puerta.
Maite había escuchado los gritos y sin más demora
caminó hasta las escaleras, el maldito ascensor no llegaba.
Pero ella no se quedaría a esperarlo.
Piero estaba enajenado. Maite había metido ideas
absurdas en la cabeza de su novia y su relación estaba en
peligro. Andrea se lo había dicho: «No quiero que hables mal
de esa mujer, es una buena persona. Se llama Maite, no
mujerzuela, arrimada o todas esas cosas que dices tú. Le
hace bien a tu padre y a tu hermana, ¿no lo ves? Si no
cambias tu actitud voy a replantearme mi amor. No me
gusta el hombre en el que te estás convirtiendo. Te amo,
pero no quiero tus enojos y prejuicios. No me gustas
antipático. Como te dije ayer, no soy un títere al que puedes
manejar a tu antojo».
Titiritero era una palabra de esa sabelotodo que a Andrea
le había gustado demasiado, ya se la había dicho más de
una vez.
Piero creyó que todo ese repentino cambio en Andrea era
por lo conversado con Maite. La responsabilizaba sin
dudarlo. Nunca contempló la idea de que, a Andrea, el susto
de creerse embarazada le había hecho replantear
demasiadas cosas. Tampoco se dio el tiempo necesario para
analizar que el enojo que cargaba sobre sus espaldas se
estaba acomodando en su personalidad volviéndola osca y
fea. Algo que Andrea no quería. Tampoco notó que había
convertido a Maite en un blanco fácil y cómodo para
descargar todo el enfado que acumulaba por tantos
motivos.
Al salir de la oficina de su padre la vio. No le importó su
rostro desfigurado de dolor, no reparó en sus lágrimas, solo
sentía la rabia pasear por sus venas. Odiaba que ella se
hubiese ganado el respeto de todos y que nadie pensara en
los celos que él tenía, en su dolor, en su miedo. No quería
que nadie olvidara a su madre, nadie. Y ella haría eso, ella
haría que todos olvidaran a su madre.
―¿Qué haces aquí? ―le gritó.
―Piero, no quiero escucharte. Tengo que respetar a tu
padre, eres su hijo, pero tú no me lo estás poniendo fácil
―dijo con la voz quebrada.
Quería decirle tantas cosas, hasta una bofetada quería
darle.
―No te hagas la buenita conmigo. Yo veo el hilo de tu
careta ―susurró, no quería que su padre escuchara. No
quería verlo defenderla otra vez.
―Piero, no soy nada de eso que crees, soy una buena
mujer y no merezco tu desprecio.
―Que se te haya muerto un hijo no te hace una buena
mujer ―dijo, y al instante se arrepintió.
Se sentía un monstruo. Su estómago se tensó. No había
disculpa posible para pedir, lo que había dicho había sido
horrible. Sus ojos buscaron los de ella y negó con la cabeza.
Era muy lógico que nadie lo quisiera, se había convertido en
un demonio.
Maite abrió la boca, asombrada ante semejantes
palabras. Tuvo que agarrarse de la pared. Era demasiado. Ya
no soportaba más. Si de escupir enojo se trataba, ella
también estaba enojada y el filtro hacia sus pensamientos
estaba bloqueado de dolor.
―No, claro que no, no soy mejor mujer por tener, no uno,
sino dos hijos muertos. Pero que tu hayas perdido a tu
madre no te convierte en víctima ni en una persona a la que
deba perdonarle todo.
―No te he pedido perdón.
―No, es cierto, no lo hiciste. Ni lo espero. Tampoco creo
que me sea fácil cuando llegue el día que lo quieras hacer.
Porque lo vas a hacer, ese día va a llegar, Piero. Cuando
descubras que no soy lo que imaginas. Y antes que me
preguntes, no es una amenaza, es un aviso. ―Se secó las
lágrimas y se acercó al joven que había enmudecido, pero,
aun así, destilaba veneno con sus ojos―. Me da rabia y
pena reconocer que ante palabras tan duras y crueles como
las que me dijiste, me vuelvo rencorosa. Las palabras
duelen, a veces, más que los actos, muchacho. La vida te va
enseñar eso.
Piero la vio partir en silencio. No tenía derecho a decir
nada más. Se había convertido en una persona espantosa.
―¿Con quién hablabas? ―preguntó Luca al salir de su
despacho.
Necesitaba aire fresco y compañía. Hugo se había
ofrecido, después de haber conversado por teléfono, para
escuchar todo lo que su hijo se había animado a hacer.
Piero no pudo sostenerle la mirada a su padre, estaba
avergonzado. Señaló la escalera, quería que él corriera a
consolar a su mujer porque él la había lastimado, sin
embargo, no podía hablar. La garganta se le había cerrado.
El ascensor se abrió y Luca entró.
―Piero.
No lo escuchó, caminó hasta su oficina y ahí, en su
silencio ensordecedor, rompió en llanto. Una vez más.
aite no podía ni quería ver a nadie. Luca la había

M llamado por teléfono y ella no había atendido. Solo


para que no hubiera malas interpretaciones pensó en
enviarle un escueto mensaje argumentando jaqueca
y responsabilizando al trabajo. Era una mentira
piadosa de la que no se sentía orgullosa, aunque no le
importaba su orgullo en ese momento. Había sido tan
vapuleado y pisoteado el pobre, poco podía hacer.
Kano también había llamado. De solo imaginarse
contándole todo se había largado a llorar. No, no podía.
Prefirió enviar otro mensaje.
No me fue muy bien. Mañana te cuento, no quiero hablar
hoy.
¿Voy?
Esa respuesta se había robado una sonrisa.
Mañana hablamos.
Y el mañana llegó. La cara de Maite contaba sin disimulo
que había pasado una muy mala noche. Su aspecto
también. Rose recordó a aquella Maite que iba a trabajar en
jeans y zapatos de tacón bajo, sin maquillaje y con un corte
de pelo espantoso. Al menos esta vez el maquillaje, aunque
escaso, estaba presente; y el peinado era impecable. La vio
entrar en silencio e instalarse en su sillón. Su vista estaba
perdida, algo no andaba bien.

―Hola, Luca.
―Rose, qué temprano llamas. ¿Todo bien?
―Dímelo tú.
―No sé a qué te refieres.
―Maite trae una cara... que habla por sí sola.
Luca se sorprendió. Acababa de enviarle un mensaje de
texto preguntándole por su dolor de cabeza. Todavía no
había tenido tiempo de llamarla. La respuesta había sido
positiva, le había dicho que estaba muy bien y de camino a
la boutique. ¿Qué estaba pasando?
―Ayer no nos vimos. No sé qué decirte. Ahora la llamo
―dijo preocupado.
―Está con un proveedor que acaba de llegar. Luca no me
mientas.
―No lo hago, Rose, no sé qué le pasa. No creo que sea
por lo que pasó el lunes. Piero se emborrachó… es una larga
historia. Estaba asustado creyendo que Andrea estaba
embarazada y esa fue la gota que colmó el vaso. Está triste,
a veces no lo entiendo, bueno, casi nunca. Ayer se quedó en
la empresa a dormir. ¿Puedes creerlo? Hoy llegué y tuve que
despertarlo. Estuvo llorando, pude notarlo en sus ojos, aun
así, no me quiso contar nada.
Piero estaba esperando que Maite diera el primer paso.
Se merecía todo lo que su padre quisiera gritarle. Hasta
había tenido una pesadilla con él echándolo de su casa.
Cuando esa mujer le contara la bestialidad que le había
dicho no intentaría ni defenderse, ya lo tenía decidido. No
había defensa posible. ¿Qué le iba a decir? ¿Que estaba
celoso, enojado? ¿Que no le importaba decir crueldades con
tal de desahogarse él?
Luca cortó la comunicación con su amiga y suspiró. Había
disimulado bastante bien. Era real que no sabía el motivo
por el que Maite estaba mal, intuía que podía ser temor a
que él se hubiera enterado de su intromisión. Sí, era una
entrometida, no debía meterse con sus hijos. Se lo había
dicho desde un principio: «No estoy cómodo con la idea»,
pero a ella poco le había interesado, aparentemente.
¿Cómo no le había contado lo de Andrea y Piero? No
podía entender ni ponerse en su lugar. A sabiendas de que
Piero la aborrecía se había metido entre él y su novia. Poco
sabía de cómo se habían dado las cosas, no obstante, daba
igual el cómo, lo que importaba era que lo había hecho.
La sensación de agotamiento emocional que Luca tenía
no le dejaba margen a los pensamientos coherentes. Era
demasiado, sus hijos con caras de angustia, una mujer que
no terminaba de encajar en su vida, o sí, encajaba a la
perfección, pero ¡qué miedo le daba eso! Prefería pensar
que no encajaba, era más fácil.
Lamentaba el error de Maite. Era una mujer hermosa por
dentro y por fuera y el amor que le tenía hablaba por sí solo
de que, realmente, pensaba que era así. Sin embargo,
estaba cansado, desde el día que la conoció su vida había
empezado a danzar al compás de una música que no le
gustaba. Era inquietante, era confuso, era molesto… era
maravillosamente excitante. Sin embargo, no se daba
cuenta de lo último, solo de la otra parte.
El horario del almuerzo llegó y Kano con él. La conocía
demasiado, sabía qué tan mal podían estar las cosas a
juzgar por su silencio. Muy mal, sí. Pero no podía adivinar los
motivos.
―Bien, ya es tiempo, puedes contarme.
―¿Cómo están Bea y los chicos?
―No me cambies de tema, están muy bien. Bea te
adora, ya tiene tu número de teléfono, te lo aviso, va a
llamarte para invitarte a tomar un café. Los chicos en el
colegio y bien. Ahora a lo nuestro.
―El hijo de Piero me cree capaz de cazar a su padre y
creyó pertinente contratar un abogado para que ponga a
resguardo la fortuna que, supuestamente, tiene ―dijo todo
sin pestañear ni respirar.
―¡No lo puedo creer! ¿Cómo lo sabes? ―En su mente,
Kano ya estaba ensayando la conversación, en muy malos
términos, que tendría con Luca.
―Al llegar a la oficina los escuché. Luca se negó a hacer
nada y hasta los sacó a los dos de su despacho. Entonces
me encontré con Piero afuera y nos dijimos muchas más
cosas, muy dolorosas, y yo ya no quiero esto. No puedo
formar una pareja y vivir con la sensación de estar
molestando. No puedo perjudicar la relación de Luca con sus
hijos y lo estoy haciendo. Ellos pasaron por mucho dolor y
eso los unió. ¡Ahora yo los separo! No, no puedo cargar con
eso en mi conciencia. Al principio, creí que la presencia del
recuerdo de su esposa fallecida lo complicaría todo, y te juro
que lo hubiese preferido mil veces.
―¿Qué te dijo Luca?
―No hablo con él desde el domingo.
―Mai, debes hacerlo.
―Sí, es cierto. Lo voy a hacer.
―Luego me llamas y me cuentas, o vienes a casa o voy a
la tuya. No te quedes sola.
Maite le sonrió a modo de despedida y le dio el abrazo de
costumbre. Entró en la boutique y caminó directamente al
taller, necesitaba a Fabiola. Ahí estaba ella sentada en su
máquina de coser, concentrada y sola.
―¿Tienes un ratito para mí?
―Todo el ratito que quieras.
―Voy a cortar con Luca. ―Fabiola dejó la tijera y levantó
la vista. No podía creerlo.
―¿Qué pasó?
Y Maite le contó todo, con detalles, y hasta repitió las
palabras hirientes que había recibido. No omitió siquiera la
dolorosa frase que ella le había dedicado a Piero, porque
había actuado con bajeza, había querido lastimarlo como él
lo había hecho. Eso no estaba bien y podía empeorar. Como
había supuesto, Fabiola había quedado muda.
―¿Sabes qué es lo más molesto? Que yo estaba bien con
mi soledad. Me había acostumbrado y no la padecía. Me
costó mucho tiempo adaptarme a ella, pero ya éramos
buenas amigas, tú lo sabes. Lo eché a perder. No me
arrepiento o eso intento, decidí arriesgarme yo sola, nadie
me obligó. Luca valía la pena. Vale la pena.
―Se quieren, Maite. No abandones la pelea en la mitad.
―No puedo. No tengo fuerzas. Ese muchacho tiene más
energía que yo, más poder con Luca y mucho más que
perder. No me importa su dinero ni sé qué tanto puede
tener. No tengo idea ni quiero tenerla. Tengo mi propio
capital, sabes que he trabajado toda mi vida y estoy sola.
Soy de bajo mantenimiento, siempre me lo criticas… Salvo
por el vino.
―Es cierto, el vino te gusta caro. ―Ambas rieron
recordando anécdotas―. No estoy de acuerdo con lo que
vas a hacer, Maite. No me pidas el consentimiento que no
quiero darte.
―Fabiola, ¿no entiendes que puede lastimarme mucho y
puedo hacerlo yo también? Me entregué a un amor adulto
porque creí que sería fácil, seguro. No conté con el resto del
equipo, los hijos son lo más importante en la vida de
alguien. ¿Quién soy yo para interferir en eso? Además, me
gusta vivir tranquila. Sufrí mucho y peleé mucho para
conseguir la tranquilidad que tenía, me la merezco.
―Aun así. Luca es un gran hombre, te quiere, se nota.
―No es suficiente. Yo lo sé, lo aprendí a la fuerza. La
lucha gasta el amor. También aprendí del fracaso y sé
aceptarlo. Ya encontraré algo de enseñanza en esto.
―¿Cuándo dejes de llorar?
―Nunca dije que no me dolería, Fabiola. Me enamoré.
Luca no se sentía bien con la indiferencia que quería
mantener hacia Maite. Él era más de conversar hasta
aclarar las cosas. Así había sido con su esposa siempre.
También era de dejar ganar para evitar más disputas,
porque Ana era implacable en las discusiones. Le gustaba
apoderarse de todas. ¡Esos recuerdos se le hacían tan
nuevos! Había olvidado todo lo que podía opacar la imagen
de su mujer, aunque ya empezaba a recordar. También
recordaba el amor que le tenía y sin miedo lo comparaba
con el que ahora sentía por Maite y los dos eran profundos,
sanos, verdaderos; sin embargo, tan distintos.
Alejó a Ana de sus pensamientos y se concentró en
Maite. Se debían una charla. Él la necesitaba. Sin demasiado
titubeo tomó el teléfono y marcó su número.
La llamada lo derivó al contestador, una vez, dos, cinco.
El teléfono de Maite descansaba abandonado sobre el
escritorio. Maite todavía estaba rearmando su vida, en
principio con palabras, en el taller de costura.
Luca no tomó demasiado bien que no contestara sus
llamados. El enojo aumentó y no quiso darle la oportunidad
de que desapareciera.
Yo no soy de los que desaparecen, te lo dije hace tiempo.
Necesitamos hablar, hoy paso por tu casa. No te molestes
en preparar la cena.
Escribió en el mensaje y lo envió. Claro que después de
borrar muchos que habían sido un poco más agresivos.

―Hola. ―Luca quiso lanzarse a por esos labios tensos y


acariciarle las mejillas. Su mirada no le gustaba, estaba
opaca, triste y la distancia que ella le ponía le dolía. ¡Cuánto
la amaba! Sin embargo, su enojo estaba ahí, palpitando en
sus sienes. Las lágrimas de sus hijos eran imperdonables,
¿cierto?
¿Lo eran?
¡Qué difícil es ver a través de las vendas del enojo y de la
ignorancia!
―Pasa, no preparé nada de comer, como pediste. ―Su
garganta le impedía hablar bien, el dolor punzante era casi
insoportable.
―No tengo hambre. ―Ella sí lo tenía, de sus besos y de
su cuerpo. Ella sabía cómo eliminar toda la tensión, con un
abrazo, una caricia y una insinuación. Todo se resolvería
entre las sábanas, lo sabía, pero no desaparecería el
problema; por desgracia, eso también lo sabía.
―Mejor entonces. ¿Qué pasa, Luca? Dime. Empieza tú.
―Bien, estoy desilusionado o enojado, no sé muy bien.
Maite, quiero saber por qué no me dijiste que habías
conversado con Andrea. Se trata de mi hijo, ¿lo entiendes?
No tenías derecho alguno.
―No, es cierto, no lo tenía. Te pido disculpas. Me la
encontré en tu empresa, llorando. Le pregunté qué le
pasaba, la invité a tomar un café y me contó. No quería
defraudar su confianza.
―¿Y la mía sí?
―No, por supuesto que no. Quería contártelo, no
obstante, me parecía que te enterarías de todos modos y
estaba esperando que, al menos, se enterase Piero.
―No tienes ni idea el enojo que tiene él contigo.
―Sí, tengo una idea. ―Jamás le contaría nada. Después
de todo ya no haría falta no defraudarlo ni desilusionarlo. A
partir de ese día todo daba lo mismo.
―Fui a tu empresa a conversar sobre eso, ayer a última
hora.
―No te vi.
―No quise que lo hicieras. Vi a tu abogado. ―Luca
entendió todo.
―¡Dios mío! ―dijo, agarrándose la cabeza con ambas
manos y poniendo sus codos sobre sus rodillas. ¡Estaba tan
cansado! Sin levantar la cabeza, suspiró―. Escuchaste.
―Todo. Al menos lo concerniente a mí.
―Entonces sabes que no acepté la idea. Yo no pienso eso
de ti.
―Sí, sí, eso lo sé y te agradezco la defensa. Sin embargo,
esto es el comienzo de algo que no parece tener fin, es una
guerra que tu hijo quiere tener conmigo y yo no quiero
entrar en algo así.
―¿Eso que significa? Sé más clara, Maite.
―Creo que debemos dejarlo ganar. Es tu hijo y no quiero
estar en medio. Además, lo que pasó con Andrea también
pasó con Olivia, una tontería, aunque para ella no lo es. Me
contó sobre un chico que le gustaba y yo sabía que si te
enterabas que había confiado en mí, no te gustaría. A las
pruebas me remito. Olivia cree que puedo ser su confidente
y me gustaría serlo, sin embargo, respeto tu negación y lo
comprendo.
―Maite, no te entiendo.
―Lo que quiero decir es que esto que te molestó tanto,
puede volver a ocurrir y por eso, y porque no quiero más
discusiones con Piero ni que tú las tengas…, creo que
deberíamos dejar de vernos.
Luca la miró a los ojos y ella rechazó su mirada.
¡Cobarde! Era una cobarde. Así lo veía en ese momento de
pura impotencia. Pero el cobarde era él, asustado, dolido
por el rechazo, incapaz de luchar a pesar de las
circunstancias.
Bien, era lo mejor, definitivamente lo era. Sus hijos y él
formaban un buen triángulo, no necesitaba nada más. Ni a
nadie más.
―Sí, comparto la idea. Es lo más sensato.
―Sí, eso pensé.
―Me voy, tengo que… ― No le debía explicaciones, ya
no. A ella ya no le importaba donde tenía que ir―. Me voy.
―Fue muy lindo conocerte, Luca. Nunca te mentí en lo
referente a mis sentimientos.
―Ajá, ok. Es bueno saberlo.
¡Por todos los santos!, estaba furioso. Quería pegarles a
las paredes, gritar, insultar. Le importaba una mierda si
había mentido o no. Su amor estaba herido y ella era la
responsable. Qué innecesarias habían sido esas palabras.
Innecesarias.
―Adiós.
Maite cerró la puerta y la primera lágrima cayó. La
conversación no se había dado como esperaba. Al menos
había podido asegurarle que lo había amado, eso la dejaba
más tranquila. ¿Lo había amado? ¡Ja, qué ironía!, el amor no
desaparecía cuando la persona lo hacía. Así debería ser,
pero no.
Nada era fácil en la vida, nada. Mucho menos el amor.
Quería convencerse de que haberlo amado era mejor que
no haberlo hecho, sin embargo, dolía más. Ahora sabía lo
que perdía. Luca era un hombre increíble que hubiese
querido conservar en su vida. Otra vez debía dejar pasar el
amor por vicisitudes que no podía manejar.
Lloró mucho, muchísimo. Pero ya había aprendido que el
duelo debía hacerse enseguida. Como el corte de un hacha:
duro, firme, rápido. Así quería manejar la distancia de Luca.

La puerta de calle se abrió antes que él pusiera la llave.


Piero apareció detrás de ella.
―Estaba preocupado. ¿Dónde estabas?
―En casa de Maite.
―¿Cómo está? ―Luca lo miró, y casi larga la carcajada.
Piero no podía tener tanta maldad encima. No quería pensar
que pudiera ser tan sarcástico. Negó con la cabeza y siguió
su camino―. Papá, lo quiero saber de verdad.
―Ella está bien.
Piero esperó impaciente el primer grito que nunca llegó.
Solo pudo ver la espalda recta de su padre alejándose
rumbo a su dormitorio.
Luca tomó el saxo, quería anestesiarse. Tocó y tocó. Piero
y Olivia lo escuchaban desde sus cuartos, sabían que algo
no estaba bien, pero tampoco lo estaba para ellos. Cada
uno luchaba con sus problemas en silencio. Sin preguntarle
al otro para no sumar dolor. Así se habían acostumbrado a
vivir las pérdidas.
Olivia reconocía el amor unilateral por Roni. Luca dejaba
ir el complicado amor por Maite. Piero se negaba a perder
el, ya no tan incondicional, amor de Andrea.
os días se sucedían y eran implacables. Maite no tenía

L otra ocupación además del trabajo, hasta había


abandonado sus clases de yoga. Lo único que no había
dejado de hacer era ir a la fundación. Ellos la
necesitaban.
Rose estaba a pocos días de marcharse y el trabajo
estaba a tope. Una fiesta de casamiento estaba en marcha
en la ciudad y los pedidos eran muchos. Por suerte, la nueva
modista contratada era una maravilla y ya no tenía que
revisar cada costura que hacía.
Cada fin de semana era una tortura para ella porque
debía matar demasiadas horas. Su madre era una buena
compañía cuando de evadir problemas se trataba, porque
vivía en su propio mundo de juegos de cartas, paseos y
caminatas, alguna tarde de conversaciones con amigas y
recuerdos… muchos de ellos. Maite olvidaba todo cuando se
sumergía en la vida simple de su madre.
Kano no la dejaba sola. Bea se había convertido en una
posible amiga. Se mensajeaban a cada tanto y habían
compartido un café para conocerse un poco más. Le
agradaba ella, y más le agradaba ver a Kano sonriente. Raro
sí, Kano sonreía.
―Pasaron tres semanas, Mai.
―Sí, lo sé, tres semanas, dos días y déjame calcular las
horas.
―Eres patética.
―Sí, lo soy ―dijo, y largaron la risa los dos.
―No piensas llamarlo ―afirmó Kano, la conocía
demasiado bien como para preguntarlo.
Maite negó con la cabeza, a pesar de la conversación
telefónica que habían tenido con Luca, no pensaba
renunciar a su nueva tranquilidad. Prefería aburrirse; llorar
por las noches, aunque cada vez menos; y no desacomodar
sus rutinas.
―Me conoces, sabes que soy de decisiones firmes.
―Chicos, el postre ―gritó Bea a sus hijos, mientras
apoyaba la torta helada sobre la mesa.
―Deja de torturarla, amor. Ya sabrá ella lo que le
conviene.
Maite le sonrió con complicidad. No lo sabía con certeza,
solo estaba ensayando una mejor forma de pasar los días.

Luca cerró los ojos no podía dejar de considerar que todo lo


que estaba pasando era muy injusto.
Después de una semana espantosa, por fin Piero se
había animado a hablar con su padre. Es que no lo veía
bien, ya casi no comía y había perdido algo de peso. Andrea
le había puesto condiciones claras e irrefutables para volver.
Las había aceptado todas.
Piero había pensado demasiado y la conclusión había
sido develada: extrañaba a su madre, no se animaba a
decírselo a nadie y, además, necesitaba mucho la
aprobación de su padre. Una aprobación que no vendría
nunca si seguía comportándose como un idiota. Estaba
reorganizando su agenda laboral y le daba más lugar al
ocio. Había retomado la navegación y sus amigos estaban
un poco más tolerantes con él.
Haberse enterado de la ruptura de la relación de su
padre con Maite lo había dejado pensativo. No le alegraba,
no, aunque tampoco le molestaba demasiado. Solo lo
necesario porque veía a su padre sufrir, aunque «sin perro,
no hay rabia», se dijo. Y quiso creerlo. Si Maite no estaba
entre ellos, las relaciones familiares mejorarían. No
obstante, si quería una mejora radical debía sincerarse.
―Papá debemos hablar sobre algo que no te va a gustar
―le había dicho esa tarde de domingo en pleno partido de
golf.
―¿Ahora?
―Sí, es mejor que tengas algo para golpear que no sea
mi cabeza.
―No me tranquilizas.
―El día que llevé a Aldo a la oficina para hablar sobre tus
bienes y Maite… ―Luca había levantado la mirada y la
había dejado en los ojos de su hijo. Hacía días que no
escuchaba el nombre de Maite y todavía su corazón se
movilizaba al hacerlo porque la amaba tanto o más que
antes―. Ella escuchó detrás de la puerta.
―Lo sé, me lo dijo. ¿Y tú como lo sabes?
―Porque la vi cuando me pediste que me fuera.
Piero había cerrado los ojos rememorando la cara de la
mujer y podía recordar esas lágrimas. Le dolió el pecho ese
día supo que la había lastimado mucho más de lo imaginado
y ¡estaba tan arrepentido!
―¿Por qué no me lo dijiste ese día?
―Estaba enojado, papá. Tanto que, discutimos, y fui muy
cruel con ella.
―¿Qué hiciste? ¡Dios mío, Piero!, ¿hasta dónde llega tu
odio por ella? Si no la conoces, como puedes…
―No la odio, papá ―lo interrumpió―. Ella vino a… su
presencia… No puedo explicarlo, solo no me gustaba que
estuviera, ¿ok? No quería que ocupara un lugar que no
debía estar libre.
―Nunca ocupó ese lugar. ―Piero había asentido, no tenía
nada que agregar al respecto.
―El caso es que yo le dije algo muy feo y ella me dijo
algo doloroso también, sin embargo, ella tenía derecho, yo
no.
―¡Piero!
―Lo siento. De verdad que lo siento.
Luca había pensado muchísimo en aquella conversación
con su hijo. Por varios días había estado dando vueltas en
su cabeza, hasta ese miércoles en que, por necesidad,
marcó el número en su teléfono móvil.
Era tarde sí, y seguro ella estaría durmiendo, pero dejaría
pasar el detalle.
―Hola ―la voz cansada de Maite le había puesto el
corazón a mil. La extrañaba mucho, aun así, tal vez todavía
era mejor la distancia.
―Perdón si te desperté, es que necesitaba hablar
contigo.
―¿Estás bien? Olivia, los chicos, ¿bien?
―Sí, sí, estamos todos bien.
El silencio se había presentado sin ser convocado. Maite
no podía emitir palabra, tampoco lo haría, no era quien
había llamado. Luca luchó con el te amo que tenía en la
punta de la lengua y ganó el silencio.
―Piero me contó todo.
―Bien, supongo que ya no importa.
―Tendrías que habérmelo dicho.
―No, no tendría que haberlo hecho. El problema era
entre nosotros dos.
―Es muy injusto, Maite.
―Puede ser, pero es parte de la vida que nos toca.
―No puedo dejar de amarte. ―Maite había dejado
escapar las lágrimas, intentó hacerlo en silencio. No quería
que Luca descubriera su llanto.
―Tampoco yo. Aunque sigo considerando que es mejor
así. Los chicos te necesitan.
―Y yo te necesito a ti. Y también a ellos.
―No se puede. Esta vez no se puede. No hay forma de
elegir entre una y otra cosa.
―Piensa en la solución. Busca la forma. Yo lo estoy
haciendo. Por favor, no abandones la idea.
―Una vez escuché o leí, no lo recuerdo, que el amor es
como un huracán o como un incendio, arrasa, es intenso…
es como una gran ola que rompe en el mar y te arrastra. El
amor no es para los que solo quieren mojarse los pies.
Comparto esto ¿sabes? Yo concibo el amor así. A todo o
nada. No quiero la mitad o una parte. O todo o nada.
―No estoy en condiciones de darlo todo.
―Lo sé, por eso creo que es mejor seguir así.

Luca recordaba cada palabra de esa conversación. Podía


recitarlas de memoria incluso después de dos semanas.
Quería dar todo, claro que quería y tenía la convicción de
que podía, sin embargo, sus hijos lo necesitaban y, si Piero
no aceptaba su relación, las discusiones volverían a darse
una y otra vez lastimándolos a todos.
También recordaba que esa noche había soñado con ella,
su preciosa ladrona de sueños. Le había hecho el amor con
furia, así como ella le había enseñado. Definitivamente
Maite amaba como un huracán, era imposible no darse
cuenta que ella había pasado por su vida, arrasando con
muchas cosas. Luca descubrió que su cuerpo reaccionaba
solo recordando los sonidos y los movimientos de ella, las
manos curiosas que lo apretaban y le acariciaban el vello de
su pecho y su barba... Nunca había recibido tantos pellizcos
en su trasero y le gustaba, ella lo apretaba y sus uñas se
clavaban estimulándolo… ¡Cuánto la extrañaba! Ya no
disfrutaba de esos abrazos poderosos, su refugio ya no
estaba y lo necesitaba mucho.
―Papi, ¿crees que esta semana podrás llevarme a
comprar el vestido?
―Sí, solo dime qué día y arreglo la agenda con Nora.
¿Adónde quieres ir?
―A Rose’s Boutique ―dijo Olivia, con la voz cargada de
travesura―. Solo si quieres. Puedo pensar en otro lugar.
―No, no es necesario. Aunque no veremos a Rose, sale
mañana de viaje.
Y con ese comentario, la conversación con su hija había
tomado otro camino, uno que prefería.
aite cerró los párpados e inhaló con fuerza. Su

M corazón no estaba tan fuerte todavía como para


recibir semejante emoción. Sin embargo, tenía que
plantarle cara a la situación. Alisó las arrugas, que
nunca tenía, de su falda y peinó sus cejas. Mucho
más no podía hacer sin espejo.
Olivia era una jovencita inocente que no había vivido
todavía lo que habían vivido sus amigas, la enfermedad de
su madre le había robado ese tiempo y ella lo estaba
recuperando con creces y muy rápidamente. Ser inocente
no era ser tonta. Sabía que su padre y Maite ya no estaban
juntos y le dolía. Maite le gustaba, y a pesar de que Piero se
había revelado, ahora estaba cambiando de opinión, ella se
lo había preguntado a Andrea.
Todo parecía estar mejorando en su casa. Piero estaba
contento y habían vuelto algunas de sus bromas pesadas,
no las soportaba; aunque si venían acompañadas de las
carcajadas y sonrisas de su hermano, las aceptaba. Ella ya
se había recuperado de su enamoramiento y hasta tenía
cerca un muchacho que llamaba su atención y podía hacerla
sonrojar a veces. Faltaba que su padre recuperara la
sonrisa. Le gustaba mucho la sonrisa de su padre, porque se
le arrugaba toda la cara y sus ojos se volvían brillantes.
Había espiado detrás de la puerta. Estaba mal, muy mal,
y lo sabía, pero tenía una buena causa: ayudar a su padre.
Nunca imaginó que, en una conversación telefónica con
Hugo, lo escucharía decir que todavía amaba a Maite. Ella
había creído que se habían alejado por diferencias
irreconciliables. Ese había sido el motivo de la separación de
los padres de una amiga suya y, averiguando el significado
de la frase, concluyó que por eso Maite no había vuelto a su
casa. Tampoco sabía que su padre prefería proteger la
buena relación con Piero y mantenerse alejado de la mujer
que amaba, porque ellos discutían cada vez que se
encontraban. «Eso no está bien», pensó y entonces armó un
plan. Su padre debía ver a Maite.
―Hola, Olivia. ¡Qué bonita estás!
―Gracias. ¿Cómo estás?
―Muy bien. ¿Qué le pasó a tu cabello?
―Lo corté un poco.
―Un poco bastante, pero te queda lindo. ―Por fin Maite
se animó a mirar los preciosos ojos de Luca y su sonrisa.
¡Madre mía!, qué linda sonrisa, se dijo en silencio y dejó de
mirar sus labios―. Hola.
―Hola. No pude evitar esta locura. ―Luca estaba viendo
renacer a su hija, había comenzado a hacer esas travesuras
que solían sacarlo de quicio y había empezado a revelarse
como lo hacían los adolescentes y, si bien no le gustaba ni
lo llevaba demasiado bien (apenas si podía manejar las
situaciones en las que lo desafiaba), sabía que era algo que
debía pasar y en buena hora que estaba pasando.
―Necesito un vestido.
―Déjame adivinar, uno sexi.
―Maite, no la animes ―dijo Luca, riendo. Y supo que
Maite debía estar en sus brazos otra vez. Quería todas esas
risas para él; todas esas miradas, a cada una de ellas las
necesitaba en sus ojos, en su boca o donde ella quisiera
mirar. Sabía que, si Olivia no estuviera ahí, ya le habría
robado un beso. Su teléfono sonó y fue la excusa perfecta,
le hacía falta huir de ahí en ese instante―. Permiso.
El esfuerzo de Maite para mantenerse en pie era
demasiado exigente. Se recostó contra el mostrador y
descansó sus rodillas, le temblaban, así como sus manos. El
hueco entre sus pechos estaba sudado por los nervios, el
calor y… Luca todavía tenía ese efecto en ella.
―Mary puedes mostrarle algo a Olivia. Yo vuelvo
enseguida.
―Vamos a ver, dime que te gusta ―dijo Mary, y Maite se
retiró a su oficina.
Se sentó en su sillón con los codos apoyados en el
escritorio y puso su cabeza entre las manos. Hizo varias
inspiraciones profundas y exhaló ruidosamente. El corazón
parecía querer salírsele del pecho.
Todo estaba ahí, como si el tiempo no hubiese pasado.
Intacto. Lo amaba y le gustaba tanto o más que antes.
Levantó la vista y lo encontró a través de la ventana. Estaba
afuera hablando por teléfono, caminando pocos pasos y
volviendo a hacer el camino, una y otra vez. Elegante, sexi,
masculino… Cerró los ojos para no verlo.
Se puso de pie ya un poco más calmada y se enfocó en
ayudar a Olivia, no quería que se sintiera ignorada por ella.
No fue posible, en el mismo instante Luca se acercaba a ella
y se acobardó. Les sonrió y cambió su rumbo hacia el taller.
―¿Estas bien? ―preguntó Silvi, al verla. Ella negó con la
cabeza.
―Luca ―dijo en un susurro, como toda respuesta.
―¿Aquí? ―Maite confirmó con su cabeza.
―Estoy muy nerviosa.
―Tranquila. Respira ―Fabiola se había alterado más que
ella misma.
―Fabiola en diez minutos me vas a buscar. Tengo que
subir, para que no piensen que no quiero atenderlos.
No podía lidiar con la presencia Luca. No podía.
Se acercó al grupo que elegía entre algunos modelos de
vestidos e intentó una sonrisa. Debía comportarse.
Luca la observaba caminar. Su sensualidad femenina lo
atontaba. Esas malditas faldas le traían recuerdos algo
desubicados para la hora y la compañía. La voz dulce de ella
se clavó como un aguijón ponzoñoso en su pecho y su
perfume lo estaba ahogando. Toda la dulzura de sus gestos
y la mirada escurridiza le estaban provocando una urgencia
que no podía dominar. No sabía que podía amar tanto, no
creía que podía hacerlo con tanta fuerza.
―Me voy a probar este y este ―dijo Olivia.
―Bien, ven que te acompaño ―dijo Mary, y Maite giró
sobre sus talones para huir, como la cobarde que era.
―No te vayas.
―Tengo que…
―Mentira, no tienes que hacer nada. Regálame una
mirada. ―Ella lo hizo―. Ahí estás. Estás preciosa.
―Luca.
―Déjame decirlo, no sería la primera vez que me
escuchas decir que me gustas. Tu sonrisa también me
gusta, no la retengas, déjala salir.
―Me incomodas, Luca.
―Esto parece una conversación repetida, aunque
entonces no me tuteabas.
―Es cierto, entonces eras un atrevido y parece que
sigues siéndolo ―dijo, escapándose. La sonrisa también se
le escapaba. El coqueteo era hermoso y bienvenido. ¿O no?
Luca la hubiese seguido si su hija no lo hubiese llamado
para mostrarle cómo le quedaba el vestido.
Todo lo que había tenido con ella no había desaparecido.
Por el contrario, estaba enorme, el amor, la atracción, el
deseo... El deseo.
Luca golpeó la puerta de la oficina y entró, no quería una
negativa.
―Puedes pagarle a Mary. Ella puede atenderte.
―No lo creo, no como tú.
―Luca… por favor, déjate de juegos.
―No estoy jugando ―dijo, y la apretó contra su pecho,
enseguida vio como ella cerraba los ojos y suspiraba―.
Necesito besarte.
―No lo hagas. Si me respetas, no lo hagas.
―Por desgracia, te respeto. ―Maite sintió toda la
necesidad de ese beso y de otra cosa… que en ese instante
se clavaban en su vientre. El sudor entre sus pechos volvió
intensificado. Maldijo a su orgullo y al respeto de él también.
No la besó, pero sus dedos recorrieron su mejilla y
llegaron a sus labios para acariciarlos con lentitud. Era tan
excitante el roce y la mirada con la que lo acompañaba que
hubiese preferido el beso, tal vez hubiese sido menos
intenso.
―Voy a volver. Necesitamos una charla tú y yo.
―No lo creo. Ya tuvimos una y llegamos a un acuerdo.
―Las cosas cambiaron, Maite.
Luca dijo eso y se fue, dejando a Maite temblando como
una hoja al viento.
Sí, las cosas habían cambiado para el hombre
enamorado en el que se había convertido. No aceptaría que
su hijo influyera en sus decisiones, no más. Amaba a Maite,
con locura, y no podía perderse esa nueva oportunidad que
la vida le daba. Piero no podía negárselo y no lo haría.
¡Qué tonto había sido permitiéndoselo!
―¿Viste que linda estaba Maite, papi? ―preguntó su hija,
intentando sonar desinteresada. Ni siquiera lo estaba
mirando como para lograr más credibilidad en el asunto.
Luca rio negando con la cabeza. «Pequeña tramposa,
debía imaginarlo». Olivia adoraba a Maite y había
manifestado que la extrañaba. Nunca creyó que podía
tenderle una trampa, pero lo había hecho.
―Muy linda ―respondió. ¿Qué otra cosa podía decir?

―Subí a buscarte, pero no te encontré. ¡Mira cómo estás!


―dijo Fabiola, acariciándole los brazos de arriba abajo con
energía.
―Quiso besarme y no lo dejé.
―Bien. ¿O no? ―Maite bajó la cabeza en señal de
afirmación―. ¿O no?
―Lo amo, no puedo negarlo. ¿Lo viste? ¡Es tan guapo,
tan seductor!
―A mí no me gusta, Maite, qué quieres que te diga. Los
prefiero rubios y musculosos. Es elegante, eso sí.
―Menos mal que no te gusta ― Ambas rieron.
Maite estaba eufórica. No sabía qué hacer, igual que
aquella primera vez cuando la había invitado a salir sin
poner lugar ni hora. No tenía más opciones, solo tenía que
esperar.
¿Esperar qué? Las conversaciones entre ellos estaban
saliendo demasiado mal, al menos si juzgaba por las
últimas.
Su cabeza estallaría, el dolor se había profundizado con
las horas, por suerte ya faltaban minutos para cerrar. Jazz,
Malbec, bañera con agua tibia y espuma... Deseaba con
todo su corazón no tener que recurrir a eso, quería la misma
interrupción que aquella vez en sus planes. Una con nombre
y apellido, Luca Di Pietro.

Luca apagó el motor, faltaban diez minutos que podían ser


algunos más. Maite peleando con la pesada puerta se
tardaba algunos más de diez extras. Por lo que imaginaba
mínimo veinte, pero disfrutaría las vistas, no podía negarlo.
Podía observar sus movimientos a través de los
ventanales. Vio como apagaba la luz de los vestidores.
Como se despedía de sus amigas mientras dejaban la
tienda. La vio cerrar su oficina.
La sonrisa de Luca era una de esas tontas que no se
pueden borrar con nada, hasta las comisuras le dolían.
Maite tomó la blusa que estaba sobre el chaise longue.
Mary era muy buena vendedora, pero un tanto
desordenada.
La manga de la blusa de seda se arrastraba por el piso,
la poca visibilidad impidió que Maite lo notara. El zapato se
apoyó sobre la seda y esta resbaló sobre el piso provocando
que la mujer perdiera el equilibrio. Siendo experta en
manejar tacones tan altos, pudo recuperarlo, sin embargo,
el tobillo no le respondió tan rápido como esperaba. Su
cuerpo se precipitó hacia atrás sin posibilidad de agarre
alguno y su cabeza golpeó duro contra el piso. El sonido fue
espantoso, pero nadie lo escuchó, solo ella antes de perder
el conocimiento.
Luca vio todo como si sucediera en una torturante
cámara lenta. En el primer tropiezo de ella él salió del
automóvil, sin embargo, y a pesar de todo su esfuerzo, no
llegó a evitar la caída. ¡La perversa puerta ofreció
resistencia! Maldijo en silencio los segundos valiosos que
perdió al intentar abrirla y cuando lo logró…
―¡No! Maite… ¡No, no no! ―gruñó.
Sus manos cacheteaban las mejillas de Maite sin lograr
respuesta alguna. Era desesperante sentir como los
segundos se trasformaban en horas. Su mente quedó en
blanco al ver como el líquido rojo hacía su presencia entre el
cabello de ella desparramado por el suelo.
―No puede ser ―murmuró, asustado―. ¡Dios mío!
¡Despierta, mujer, despierta! ―decía mientras tecleaba en
su móvil el número de emergencias.
Los minutos se hicieron eternos hasta que la ambulancia
apareció. Aunque ya estaba más tranquilo porque Maite
había recobrado el conocimiento. Sin embargo, él no le
había permitido moverse.
―Me duele el codo ―susurró ella, un poco atontada y
con el semblante pálido.
―Ya está la ambulancia en la puerta. Tranquila, Maite
―dijo Luca. Sus ojos se cerraron por un instante y un
suspiro de alivio salió de sus labios.
ey, dormilona. Me voy a casa a cambiar ―susurró
―H Luca. Maite asintió entre sueños. Los dolores la
estaban torturando y los analgésicos eran realmente
poderosos. Era imposible no dejarse vencer por el sueño.
―Debe descansar ―dijo la enfermera. Kano le besó la
frente y la mejilla.
―Voy a llevar a tu mamá a su casa así te quedas
tranquila. ―Y con ese comentario ambos hombres salieron
de la habitación seguidos por la mujer mayor que
llorisqueaba.
Maite estaba internada. El golpe en la cabeza había
requerido varios puntos y hasta una tomografía computada.
Los médicos tenían que hacer el seguimiento por cuarenta y
ocho horas. El codo estaba luxado y vendado y en el tobillo
tenía un esguince. Todo el combo era doloroso.
―Kano, quiero quedarme con ella.
―De ninguna manera, escuchaste a tu hija. Te quiere en
tu casa y despreocupada. Ella está bien. Es solo prevención
por lo que se queda. Te prometo que en unos días te la llevo
para que la veas.
―El domingo, y traes a tus pequeños que quiero
conocerlos.
―Prometido, saca todos los adornos de su alcance para
entonces. Son peligrosos.
Luca sonrió, tenía razón; los hijos de Bea eran un poco
revoltosos, pero simpáticos y cariñosos.
―Fue un gusto, querido. ¿Lucas me dijiste?
―Luca, sin la s. ―La madre de Maite era una mujer
demasiado agradable. Le daban ganas de abrazarla, sin
embargo, su delgado cuerpo huesudo le recordaba a otro
delgado cuerpo. Y el ambiente hospitalario no colaboraba
como para ahuyentar esos recuerdos―. El gusto fue mío, se
lo aseguro.

Maite movió la cabeza con lentitud, sus párpados pesaban.


No sabía si era de noche o de día, apenas si recordaba
donde estaba. Con el brazo sano se acomodó las sábanas
haciéndole saber a sus visitas que había despertado.
―¡Papá, se mueve! ―dijo Olivia, y entonces Luca sacó la
vista de la pantalla de su teléfono―. Hola, Maite. ¿Cómo te
sientes? No te muevas mucho, el médico dijo que te dolería.
¿Quieres agua?
―Shsh, no la atosigues ―dijo Luca, y Maite sonrió. Olivia
estaba asustada, su verborragia otra vez la dejaba en
evidencia.
Luca había llegado a su casa de madrugada, después de
dejarla en la clínica y conociendo el diagnóstico médico.
Había esperado a Kano, quien se había quedado por la
noche con ella. Olivia le había preguntado en el desayuno el
motivo de su trasnochada y al enterarse pidió ir después del
horario escolar. Luca no se había negado a la petición y
tampoco quiso esperar hasta tan tarde, por eso había
pasado después del mediodía encontrándose con la madre
de ella y Kano. Después había decidido pasar por su casa a
darse un baño y buscar a Olivia. Para entonces Piero estaba
enterado y le había preguntado por ella, haciéndole creer en
que sus ilusiones de volver con Maite eran posibles. Al llegar
la había encontrado dormida. Se había quedado observando
su paz un buen rato, pero no quería que Olivia lo viera así
de perdido por esa mujer.
―Estoy bien. Solo tengo que encontrar al que me dio la
paliza. ―Olivia rio por la broma, y por fin pudo ver los ojos
de la señora a la que había aprendido a querer, tal vez, por
la necesidad de un cariño materno que ya no tendría.
―¿Qué hora es?
―La hora de la cena. Seguro que ya te la traen
―respondió Luca, acercándose y acariciando su cabello―.
Tu madre ya está en su casa, Kano la llevó.
―Sí, me avisó.
―Me diste un susto de muerte, ¿lo sabes? ―le susurró al
oído, y luego besó su mejilla.
―Lo siento.
―Ya me lo compensarás.
―Papá, ella no tuvo la culpa. ¿Quieres ir al baño? Te traje
algunas cosas, cepillo de dientes, pasta, un champú y otras
más, ya las verás. Pero no puedes bañarte todavía.
―Gracias, Olivia. Sí, quiero ir al baño, si crees que
puedes ayudarme a levantar.
Luca colaboró también. Se la notaba dolorida e inestable.
No quería verla así. Por primera vez el olor de Maite no le
gustaba. Desinfectante, jabón antiséptico… sintió que el
estómago se le revolvía y las lágrimas nublaban sus ojos.
Tuvo que improvisar una excusa para salir de la habitación.
No quería que lo vieran así. Las arcadas se sucedían una
tras otra.
―Voy a buscar agua. ¿Pueden solas? ―Ambas afirmaron,
y lo vieron salir.
―Papá odia los hospitales, clínicas, salas de espera, todo
lo que tenga que ver con enfermedades. Supongo que es
por las veces que acompañó a mamá.
―Me imagino que puede ser por eso, sí ―respondió
Maite.
Volvió a la cama a paso lento, estaba un poco mareada y
más que un poco preocupada por Luca. No lo quería ahí si lo
padecía. Lo vio entrar con unas botellitas de agua en sus
manos y él quiso sonreírle, pero esa maravillosa sonrisa que
ella adoraba, no estaba en su rostro, había sido una mueca
rara y mentirosa.
―Ya pueden marcharse, me siento mejor. Kano debe
estar por llegar. ―Dirigió su mirada a la de Luca y, solo con
un movimiento de labios, se lo pidió por favor.
No solo no quería verlo con el rostro desangelado, sino
que tampoco quería que la viera así a ella. Su propio
aspecto, de seguro, era deplorable y estaba incómoda por
eso. De pronto, se había puesto vanidosa, pero era el
majestuoso e impoluto Luca quien estaba observándola.
Estaba impecable con un pantalón azul y una camisa sin
arrugas. ¿Cómo podía no tener arrugas si había pasado
horas recostado en una incómoda silla?
―Vamos, Olivia, te llevo a casa.
A los pocos minutos Kano y Bea aparecieron poniendo un
poco de alegría, incluso le habían traído un ramo colorido de
flores y una caja de bombones.
―Yo te traje los bombones. Las flores son de su parte
―dijo Bea, guiñándole un ojo.
―Agradezco más los bombones, sin ofender, Kano. ―Él
le sonrió, ya estaba mejorando y eso lo ponía en desventaja
si contaba con que Bea también estaba presente.
―¿Quieres que me quede contigo?
―De ninguna manera. Vete a casa con ella y los chicos.
Bea, no lo quiero aquí.
―Dímelo a mí, no a ella.
―¿Me harías caso? ―Los tres sonrieron y Kano se acercó
a besar su frente.
―Nunca creí que llegaría este día, lo tengo que decir y
regodearme al hacerlo. Estás hecha un desastre.
―Kano, ¡por Dios!, qué cruel eres.
Maite disfrutó la carcajada de su exmarido. Y le prometió
vengarse. Una vez que estuvo sola le pidió a una enfermera
que la ayudase con la ducha, lo necesitaba. Al rato le
sirvieron la cena, espantosa, por cierto, y para distraerse
encendió el televisor. No fue mucho lo que pudo mirar, a
pesar de ser tarde ya, la puerta de su habitación se abrió y
Piero y Andrea entraron. Maite se incorporó en la cama,
recostándose contra el respaldo lleno de almohadas.
―Permiso ―dijo Piero, y avanzó unos pasos hasta la
cama. Estaba nervioso, sin embargo, una promesa era una
promesa y Andrea se lo había pedido. Le debía un pedido de
disculpas a esa mujer―. Olivia nos contó y Andrea quiso
venir a verte.
―Entiendo. Te trajo por la fuerza.
―No, no. Yo también quería saber cómo estabas. ―Maite
sonrió sin creerle, y miró a la jovencita que esperaba su
turno de hablar.
―¿Cómo te sientes? ―le preguntó ella en voz baja.
―Me duele mucho la cabeza, pero dicen que es normal.
―Maite, no tuvimos la oportunidad de hablar después de
lo que pasó. A propósito, no estoy embarazada.
―Sí, me enteré. Supongo que es una buena noticia
―dijo, mirando a Piero, y este le sonrió de lado. Sí, era una
buena noticia, para qué negarlo.
―Con Piero queremos ir paso a paso, por lo que, sí, es
una buena noticia.
―Entiendo. No los juzgo, de verdad que no. Si creyeron
eso me malinterpretaron.
―Quiero disculparme porque tengo entendido que esa
conversación que tuvimos nosotras fue algo que molestó a
Luca y, entre otras cosas, fue un motivo para que ustedes
se alejaran. ―Maite arrugó la frente. Pobrecita, pensó.
Todavía no podía creer que Piero estuviera ahí, con cara
de perrito mojado y menos podía creer que le afectara esa
cara. Si hubiese estado bien hasta lo hubiese abrazado.
Sonrió sinceramente. El rencor hacia el muchacho había casi
desaparecido. Maite era inteligente y sobre todo adulta. La
vida le había mostrado muchas cosas y sabía que perdonar
y dar segundas oportunidades hacía bien. No negaba que la
había lastimado, sin embargo, si pensaba el motivo de su
enojo y saña contra ella, podía entenderlo. Por supuesto no
lo justificaba… ¿o sí? Tal vez sí, y lo hacía, sin darse cuenta,
por Luca y una casi imperceptible esperanza de volver con
él.
―No, no tienes que disculparte. Lo que pasó entre Luca y
yo no tuvo mucho que ver contigo. Fueron otras cosas.
Piero frunció el ceño. No había otras cosas. Habían sido él
y sus pullas, Andrea y su confesión y no quería obviar la
trampa que había intentado con Aldo, el abogado de su
padre. Él sabía que esa había sido la gota que había
desbordado el vaso. Por lo menos, desde ese día el nombre
Maite ya no estaba en la boca de su padre y sus salidas ya
no eran frecuentes. Sabía asociar los hechos y los silencios
ante preguntas incómodas, no era tonto.
Lo que Piero no sabía era que todo eso se había sumado
a la cobardía de su padre al verse envuelto en un desorden
de sentimientos que Maite provocaba y por ese motivo
había dejado que ella tomara la decisión de distanciarse. No
había que obviar el miedo irracional de verla interactuar con
sus hijos y los celos inexplicables que le provocaba tal
situación, y no por él, sino por Ana. Como si ella pudiera
sentir algo desde donde fuera que estuviese.
Maite también era responsable, no había podido manejar
las circunstancias inesperadas y había salido huyendo con
el rabo entre las patas. Pero no por cobarde, sino porque
sabía que cuando el amor necesitaba de una lucha
constante y las piedras del camino eran grandes, el amor
moría. Irremediablemente, se apagaba. Y como esa había
sido su experiencia, no aceptaba consejos.
A Piero le faltaba información y solo por eso, su culpa no
lo dejaba dormir, se la atribuía toda. En esa mirada y en esa
carita de perro mojado, como lo veía Maite, estaba esa
culpa reflejada.
―¿Has tenido muchas visitas?
―No, no muchas. Mi madre, pero le pedí que no volviera.
Ya es mayor y no vive cerca. Mi exmarido y su mujer
también vinieron, además de Luca y Olivia, pero ya lo
sabían. He estado acompañada.
―¿Pasas la noche sola?
―No, con las enfermeras ―dijo riendo, y Andrea la
imitó―. Piero, ¿puedo pedirte un favor?
―Sí, claro ―dijo con renovado entusiasmo, por fin la
mujer reconocía su presencia. Tenía muy claro que su
perdón no llegaría hoy y tal vez no lo haría nunca. Y por
mucho que se lo negara a sí mismo, lo necesitaba, al menos
para sentirse un poco menos mala persona.
―No permitas que tu padre venga esta noche. No sé
siquiera si tiene la intención, pero por las dudas me
adelanto a los hechos.
―A papá no le gustan los hospitales.
―Lo noté y me lo confirmó tu hermana, por eso te lo
pido.
Ambos se despidieron al rato y Maite cayó en un
profundo sueño después de tomar el analgésico que le
correspondía por horario estipulado por los médicos.
Su sueño no era tranquilo y no estaba cómoda con el
brazo inmovilizado, el tobillo vendado y la molesta herida de
su cabeza. A la hora de haberse dormido se despertó
sobresaltada al mover el codo, el dolor era agudo si lo
hacía, y hasta gimió alto.
―Demonios ―susurró.
―¿Qué pasó? ¿Qué necesitas?
Maite se asustó y tensó su cuerpo, provocando que todo
le doliera. Soltó una palabra malsonante y enfocó la vista
justo en el lugar desde donde provenía la inesperada voz.
En la oscuridad de su habitación estaba Piero intentando
acomodar su largo cuerpo en un pequeño sofá.
―¿Qué haces aquí?
―Vigilar tu sueño. ¿Te ayudo en algo? ―preguntó, ya de
pie y acercándose a la cama.
―No, no. Estoy bien, solo moví el brazo, y duele.
―Puedo ponerte una almohada debajo, así estarás más
cómoda.
―Probemos. Gracias.
―De nada. ―Se observaron en silencio y Piero fue el que
lo rompió, además esquivó su mirada, no pudo
sostenérsela―. Mira, Maite, sé que no tengo derecho a
pedirlo, pero quiero hacerlo. Necesito que me perdones por
el maltrato gratuito al que te sometí y porque fui muy cruel
con lo que te dije la última vez que nos vimos.
―Sí, lo fuiste. Muy cruel.
―Mi mal comportamiento contigo me hizo recapacitar y
cambiar muchas cosas. Pensé mucho. Andrea me ayudó, no
lo voy a negar.
―Qué bueno.
―No seas irónica conmigo. Me lo merezco, lo sé, pero me
cuesta mucho esta conversación. Ayúdame, por favor.
―Tú no lo hiciste.
―También lo sé y por eso también te pido perdón. Me lo
avisaste y tuviste razón. Aquí estoy. No te lo pido para
ahora, pero tal vez un día, ese rencor que alimenté se vaya
y me perdones.
―Tal vez. ―Maite quería contener la sonrisa. Lo veía
sufrir y le dolía, pero un poco se lo merecía. No estaba lista
para hacerle saber que algo de ese perdón ya estaba en su
mente.
―Papá te quiere.
―Y yo quiero a tu papá.
―Sí, me di cuenta de eso. No es una situación que me
agrade del todo, no voy a mentirte, pero puedo aceptarlo.
―Ya no hay nada que aceptar, Piero.
―Entiendo ―dijo, frunciendo la boca en un gesto de
impotencia. ¡Se sentía tan culpable!
―Si no te molesta, quiero descansar.
Maite necesitaba que la dejara sola, ahora sí quería darle
con una almohada por la cabeza, al menos para liberar su
ira. «Puedo aceptarlo», había dicho. «No necesitábamos que
lo aceptaras, necesitábamos que no interfirieras», pensó
Maite.
―Claro, descansa yo me quedo aquí, ¿o prefieres que me
quede afuera?
―La verdad es que prefiero que te vayas a tu casa.
―No lo voy a hacer. Estaré afuera. Descansa.
uca frenó su caminar en el medio del pasillo

L interrumpiendo el paso de la gente que venía a sus


espaldas. No creía lo que veía y no supo qué pensar
tampoco.
―¿Qué haces aquí?
―Buen día, papá. Me quedé con ella. Te mentí, ese tal
Kano no venía. Ella no quería que tú lo hicieras.
―¿Maite lo sabe?
―Sí, por eso estoy afuera. Me sacó de ahí anoche. ―Luca
sonrió, y Piero casi carcajeó―. Me disculpé con ella. Ahora
está en sus manos hacerlo o no.
―Vamos a tomar un café ―dijo Luca, y caminaron juntos
al pequeño restaurante de la clínica―. Una vez te dije que
no necesitaba de tu permiso o autorización, pero cumplo
con avisarte que voy a intentar recuperar a Maite.
―Pero, papá…
―No, no. No voy a escucharte. Tú tienes tu vida, yo la
mía, y no voy a dejar pasar esta oportunidad. Tú sabes que
me costó muchísimo entender que la vida continuaba y no
porque me considerara viejo, sino porque creía imposible
volver a vivir sin Ana, aunque lo hice por ustedes. No
esperaba un amor que valiera la pena. De hecho, no sabía si
sabría volver a amar. No quería olvidar nada de lo vivido con
tu madre, ¿sabes? y tenía mucho miedo de hacerlo. Quería
recordar hasta ese berrinche de chiquilina que le daba al
elegir el destino de las vacaciones descubriendo que no era
el mismo que el que ustedes querían, ¿recuerdas?
Piero sonrió, claro que lo recordaba, su madre era una
niña caprichosa, siempre lo había sido a pesar de su edad y
eso la ponía en la categoría de las mamás divertidas.
Lo que no recordaba era haber tenido jamás una
conversación tan adulta con su padre. Sus conversaciones
adultas siempre habían sido con Ana. Podía comprender, en
ese instante, de dónde sacaba su lado sensible; no de su
madre seguramente. Su padre estaba tragando duro esas
lágrimas que no quería derramar. Y por supuesto que él las
conocía, lo había visto llorar varias veces… muchas veces.
Él mismo, últimamente, estaba convertido en un llorón,
aunque ya no tanto, se corrigió.
Luca no le contaría de sus miedos y dudas. Solo quedaría
para él y su amigo todo eso que habían conversado.
Realmente el terror de no dominar la memoria se había
vuelto una pesadilla.
―Yo no quería perder esos recuerdos suplantándolos por
otros y creía que eso pasaría. Tonto ¿no?
―Yo también creo eso, papá. No quiero olvidarla con una
presencia similar.
―No lo harás. Te lo digo por experiencia. Yo no he
olvidado el amor que he sentido y siento por tu madre. El
que siento por Maite es diferente. Mira a tu hermana, habla
con ella de mamá como si quisiera presentársela y Maite lo
acepta porque es una gran mujer. ―Piero bufó, esa indirecta
dio en el blanco. «Es una gran mujer, ya lo entendí, papá»,
quiso decir, aunque no todavía―. Sin embargo, tampoco se
olvida lo feo, hijo, esos meses crueles de sufrimiento… ¡esos
dolorosos meses!
―Ya lo entendí. No me pidas que interactúe mucho con
ella por el momento, solo te aseguro que no crearé
problemas ni me voy a meter entre ustedes. Puedo ser
cordial si la veo en casa, pero dame tiempo para
adaptarme, ¿sí?
Luca le sonrió y palmeó su espalda. Su hijo estaba
volviendo a ser el que era. Sí, le daría todo el tiempo del
mundo. Maite sabría cómo ganárselo, porque lo haría,
estaba seguro que lo haría.
Inspiró profundo para guardarse todas las palabras no
dichas, porque tenía más para decir. «Déjame tener una
nueva ilusión, una de esas lindas y poderosas que me
permitan pensar en un futuro que no creí que podría volver
a tener», por ejemplo, pero no había sido necesario.
Lo que no le explicaría a su hijo era que haber sido el
beneficiario de abrazos tibios lo había dejado rogando por
más de ellos ni que había vuelto a descubrir el dulce sabor
de los besos apasionados o la emoción al escuchar un te
amo. No, no podía. ¿Acaso estaba bien hablar con un hijo
del deseo renovado, del redescubrimiento de la pasión, del
cuerpo necesitado de caricias nuevas? ¿Cuánto podría
entender un jovencito con las hormonas tan jóvenes de lo
que era la vida a los casi cincuenta?
―Vamos a ver a la bella durmiente ―dijo sonriendo.
Nada, no podría entender nada.

Maite conversaba con Fabiola, no tenía mucho tiempo, se


había tomado unos minutos antes de abrir la boutique.
―Te lo digo de verdad, nos arreglamos bien. Decimos
que estás enferma y la gente entiende los inconvenientes
que puedan suceder en tu ausencia. Las arañas discuten un
poco, pero se les pasa si Mary les ofrece un cafecito.
―Ambas se echaron a reír, esas mujeres no podrían
enterarse jamás del apodo que cargaban o ya no formarían
parte de la clientela de Rose―. Cuéntame algo del elegante
Señor L.
―¿Qué puedo contarte que no sepas? ¿Qué estoy loca,
loca de amor? ¿Qué siento ese tipo de locura que me lleva a
bailar sin haber aprendido a caminar? Eso ya lo sabes, no
obstante, no hay nada nuevo. Mi accidente lo tiene
preocupado porque la casualidad hizo que ahí estuviera y
me viera caer.
―Maite no te hagas. Estaba ahí y no de casualidad.
Maite sonrió y elevó los hombros. Posiblemente no era
casualidad, aun así, no quería pensarlo mucho. De a poco se
estaba acostumbrando a no esperarlo, a no verlo, a no
pensarlo.
¡Mentirosa!, gritó su conciencia.
Sí, era una mentirosa.
Luca la acompañaba a todos lados. Lo buscaba entre la
gente de la calle, lo esperaba en cada llamada telefónica o
en un roce de codos en el metro. Pensar en cómo sonaba su
nombre en la voz tan varonil de él la hacía estremecer y
pensar en verlo, le aceleraba el corazón, como siempre le
había pasado.
―Cambiemos de tema, no quiero pensar. Hoy me voy a
casa y en dos días me ves en la boutique.
Luca entró en la habitación después de haber golpeado
con sus nudillos. Maite estaba sentada en la cama. Ya lucía
como siempre, hermosa, y la habitación olía a ella, no a
antisépticos. Sonrió al verla.
El golpe en el pecho fue indoloro, pero no el de su vientre
al ver sus ojos brillantes mirándolo, ese fue un poco
molesto. Dio unos pasos hasta llegar a ella y besó su mejilla.
Se acercó a Fabiola y dialogaron animadamente.
Para ese momento, Maite, estaba en shock, pensando en
que la sonrisa de ese hombre debería estar prohibida, ser
ilegal. Su concentración solo podía asimilar dos cosas, su
presencia y… nada más. Solo su presencia.
Supuso que saludó a Fabiola cuando se fue, no lo
recordaba, solo recordaba el elegante movimiento con el
que Luca había tomado asiento frente a ella en un costado
de su cama.
―Hola ―le susurró besándole las manos―. ¿Te sientes
mejor?
―Sí, mucho mejor. ― «Ahora muchísimo mejor», pensó,
y sonrió. Parecía una tonta.
―Me contó un pajarito que rechazaste la compañía de mi
hijo.
―¡No fue así! Si eso es lo que te dijo, no fue así. ―Luca
se rio sonoramente.
Maite suspiró y cerró los ojos. Estaba perdida. Su
imaginación la había colgado de su cuello y ya le estaba
devorando la boca y acariciando la barba tan prolijamente
recortada.
―¿Puedo llevarte a tu casa? Sé que te dieron el alta, ya
puedes irte.
―¿Ya?
―Sí. Solo tienes que cambiarte. ―Luca la miró como si
estuviese haciendo una travesura. Daría una fortuna por
ayudarla a vestirse y jugar a seducirla. No jugar, seducirla―.
Puedo ayudarte.
Maite se mordió el labio. Maldito encantador, pensó.
―Gracias. Puedes deshacer estos nudos ―le pidió,
señalando unas cortas tiritas que mantenían su camisola
cruzada. Todavía tenía el espantoso camisolín que la clínica
le había dado; todo decolorado, de tela almidonada y con
nada de glamour, pero qué más daba, no tenía otro.
Luca se acercó con parsimonia y negando con la cabeza.
No había aprendido que con Maite no se jugaba, o lo había
aprendido, solo que no lo recordaba. Desató los nudos con
dedos temblorosos, pero no por eso recatados. Con uno rozó
la piel del cuello y con otro, alguna que otra parte. La tela
cedió y se abrió un poco pudiendo notar la ausencia del
sostén. La pícara mujer le miró sonriente.
―Gracias, ahora puedo sola.
Luca hizo eso que a Maite le provocaba palpitaciones:
Con un solo dedo dibujó la forma de su rostro y remató con
un guiño de ojo. ¡Zas! El corazón de Maite dejó de latir y
luego se aceleró demasiado.
Luca, con su libido un poco alta, abandonó la habitación.
No pudo borrar su sonrisa. Su preciosa provocadora lo
mantenía siempre en una peligrosa cornisa, quería caer al
vacío llevándosela consigo. Tenía esperanzas, ella se las
daba con sus miradas insolentes.

El departamento de Maite estaba oscuro y frío, sin


provisiones y un poco desordenado para el gusto de la
dueña. Luca no encontró ni una sola cosa fuera de lugar. No,
eso no era cierto, sobre la cama deshecha había una falda y
un sostén a juego con un una…
―¡Por Dios! qué vergüenza ―dijo Maite, tomando las
prendas interiores, y ocultándolas en un cajón. Recordaba
que había estado eligiendo qué ponerse la mañana anterior
al accidente. Luca la miró riendo. No podía con su genio,
¡era tan estructurada y ordenada!
―Ya he visto tu ropa interior tirada sobre una cama y
sobre otras partes también.
―Luca ―lo reprendió, elevando el dedo índice.
No era pudorosa, no tanto. Pero no mantenían ningún
tipo de relación como para que él hiciera ese tipo de
comentarios; le parecieron fuera de lugar, excitantes, y
también fuera de lugar.
Después de largar la carcajada, Luca se puso a organizar
la cama y, luego de pedir comida a domicilio, le ordenó a
Maite, sin posibilidad de queja alguna, que se recostara un
rato. Maite se rehusó a hacerlo en la cama porque estaba
aburrida de pasar el día acostada. Entonces terminó en el
cómodo sofá del pequeño salón, donde comieron y
disfrutaron de una charla; rara y sin temas importantes.
―Creo que debes darte una ducha y acostarte. Yo recojo
esto y te ayudo con las vendas. Si quieres ve a preparar el
baño y la ropa. No tardo ―dijo Luca, y Maite le sonrió. No
parecía que aceptara negativas.
Una vez en el cuarto con su pijama en la mano junto a la
ropa interior analizó sus movimientos futuros y supo que le
sería muy complicado lavar su cabeza, muy a su pesar
debía pedir colaboración y, a mano, tenía ni más ni menos
que al hombre que la ponía nerviosa. Para convencerse se
dijo que él no vería nada que no hubiese visto ya y, en ropa
interior y con la bata de baño puesta, comenzó a quitarse
las vendas. No había terminado cuando Luca ya se había
acuclillado a su lado para hacerlo él.
―Voy a necesitar tu ayuda para lavarme la cabeza, tengo
miedo de lastimarme.
―No hay problema. ¿Cómo te parece que podemos
hacerlo? ―preguntó Luca, concentrado en quitar el vendaje
del tobillo.
―Me siento en la bañera y tú me lavas con el duchador
de mano.
―Muy bien. Quítate esto que se te va a mojar ―dijo,
calentando el agua y acomodando lo necesario a su lado.
Intentó disimular y no espiar el cuerpo de Maite, casi
desnudo, a su lado, era imposible. Sonrió con ternura, ella
estaba incómoda, podía notarlo, pero no tanto como lo
estaría él en un rato. Su desnudez traía inconvenientes
dentro sus pantalones.
Sentada de espaldas a Luca, tomándose las rodillas y con
la cabeza hacia atrás disfrutaba del masaje suave de los
dedos de Luca y el agua tibia caía que caía sobre su
espalda. Era un momento muy placentero, y turbador,
porque no podía dejar de pensar que estaba casi desnuda
con un hombre que no era su pareja. Se sorprendió al ver
que Luca dejaba caer su camisa a un lado y giró para mirar,
no le gustaba el rumbo de los acontecimientos, ella no era
una mujer de amantes. No lo sería de Luca, ¿o estaba
imaginando mal?
―No te asustes. No quiero mojarla ―susurró Luca
señalando su camisa, y Maite tembló. Su caballerosidad
salió a relucir, pensó que debía distraerla para que aflojara
su espalda o se le sumaría ese dolor a los que ya tenía―.
Rose llamó. Casi se toma un avión al enterarse del
accidente.
―Sí, hablé con ella. Es una exagerada. Creía que no me
cuidaría por ir a la boutique, casi se puso contenta porque
me internaron.
―Creyó que estarías nerviosa por no ir a trabajar, se
preocupó porque te conoce.
―No tuve tiempo de ponerme nerviosa por ello. Tu
presencia y la de tus hijos, ¡tu hijo!, me tuvieron distraída
―dijo Maite, y se giró para mirarlo, él ya había concluido su
tarea. La tensión del momento ya era demasiada―. ¿Qué
haces aquí, Luca?
Luca miró sus ojos y elevó sus hombros desnudos.
Maite miró su pecho y sus dedos se movieron por la
necesidad de enredarse en ese vello entrecano que tanto le
gustaba. La rigidez que le producía su presencia se tornaba
inquietante y ya poco le estaba importando el motivo. Con
saberlo ahí le parecía suficiente, pero su razón decía otra
cosa, y todavía mandaba su razón, su cuerpo podía esperar.
―Vamos a preparar un baño tibio, el cabello está listo.
―Maite suspiró, Luca no parecía querer responder.
―Las sales de baño están en ese mueble de ahí. ―Él se
puso de pie y su arrogante cuerpo erguido mareó a la
húmeda mujer sentada en la bañera, quien comenzaba a
disfrutar de la tibieza del agua que ya la llenaba.
―¿Cuál prefieres?
―Me da igual. ―Luca eligió las de miel y coco, se le
hacía menos femenino que las de gardenias y, si apostaba
por su idea, pronto estaría oliendo a miel y coco.
Una vez que Maite se hubiese recostado sobre el borde
de la bañera y comenzara a relajarse, creyó oportuno
comenzar a hablar. Sentado a un lado de la bañera, con la
vista puesta en exclusiva en los ojos de ella, porque quería
vagar libre por el curvilíneo cuerpo, suspiró para hacerse del
coraje necesario.
―Cuando te conocí yo estaba estancado en el pasado,
en el dolor, en mis hijos y en todo lo que ellos necesitaban,
nada más y un buen día me di cuenta que no tenía una vida
para mí y la quise de vuelta. Quise mi vida, mis elecciones,
mis ganas y mis errores también. No sé si logras
entenderme... Me devolviste esa vida, Maite. Volví a elegir
qué hacer, con quién, cómo y, si me equivocaba, y lo hice lo
sé, solo tenía que enfrentar las consecuencias, pero eran
mis consecuencias.
Se acercó apoyando los codos sobre el borde y extendió
una mano para acariciarle la mejilla y el cuello. Tenía
muchísimas ganas de besarla.
―Volvamos a intentarlo. Te quiero en mi vida, en esta
nueva, en la que elijo, te elijo a ti. ¿Qué te parece? ¿Quieres
acompañarme en esta vida donde ella quiera llevarnos? No
te prometo que ya no tengamos problemas, pero te amo y,
según dicen, eso ayuda bastante ―dijo con esa maravillosa
sonrisa de rostro completo.
Maite también sonrió ante su gesto divertido con el que
acompañó las últimas palabras, sin embargo, tenía miedo.
Ella no lo tenía tan pensado como él y ya había pasado lo
peor de su ausencia, eso creía.
―¿Me amas, Maite? ―le preguntó ante su silencio.
―No tenía ganas de enamorarme, pero me sonreíste
así… No me diste opción ―dijo ella, y Luca no le permitió
huir. Levantó una ceja y la obligó a responder, la caricia de
un maldito dedo sobre su mentón no ayudaba a evadirlo―.
Sí, te amo, pero eso no fue suficiente la primera vez. Creo…
―¡Nada! Creo, nada ―gritó Luca, o tal vez no era un
grito sino una descarga vehemente de su necesidad de una
respuesta positiva.
Maite se sobresaltó, era la primera vez que Luca se
mostraba así de prepotente y, muy en contra de toda la
coherencia con la que pensaba normalmente, le gustó. Era
un hombre apasionado, decidido a retenerla y eso la excitó,
mucho. ¡¿Acaso se había vuelto loca?!
―Nunca me levantaste el tono de voz.
―Es cierto, pero esta vez fue necesario y no voy a
disculparme ni voy a permitir que te salgas con la tuya.
―Ok ―dijo mirándolo con otro brillo en los ojos. Otra vez
su fantasía la tenía colgando de su cuello y comiéndoselo a
besos. Muchos besos, largos e intensos besos.
―¿Ok? ―Ella afirmó en silencio. Luca estaba asimilando
ese ok y su significado.
Maite ya estaba irremediable y avergonzadamente
excitada.
―¿Puedo besarte de una vez? Ya no puedo aguantar
más.
omo había supuesto, Luca olía a miel y coco. Sonrió al

C ponerse de pie evitando mojar todo el baño. Esa


bañera no era tan grande como la suya y apenas si
habían podido acariciarse para simular un baño. Su
cuerpo rogaba por el calor del de Maite, pero sería
inhumano de su parte provocarla; suponía que su cabeza
dolía todavía, además recién salía de una internación de dos
días. Tres semanas y algunos días era mucho tiempo sin
ella. Ahora que sabía lo que ese cuerpo daba, lo necesitaba.
Deseaba olvidarse de todo, heridas, vendas, esguinces, y
tomar de ella lo que pudiera darle, pero se contuvo.
Le extendió a ella la bata de baño y él se secó con la
toalla que ahí había. Maite estaba ya desnuda y sin pudor,
además. Luca lo había logrado a fuerza de mentir un enojo.
El argumento de ella había sido que no quería provocar lo
que no pasaría y él le había asegurado que no era un
muchacho que no pudiera controlarse. Apenas si lo había
logrado y era pura responsabilidad suya. Apoyar el trasero
de ella sobre su entrepierna había sido su idea y acariciarla
con las manos enjabonadas para bañarla, incluso sus
pechos, también había sido su idea. ¿Quién podía negarle
que sus ideas no eran buenas? Solo eso que intentaba
dormitar debajo de la toalla anudada en la cintura, porque
sus manos estaban agradecidas.
Después de colocarle las vendas como le habían
enseñado las enfermeras y regalarle todos los mimos y
besos que ella le pidió, miró el reloj.
―Sabes que no me gusta dormir fuera cuando los chicos
están en casa.
―Lo sé, no me lo tienes que repetir. Ve tranquilo, no te
preocupes por mí ―dijo Maite, cumpliendo sus fantasías. Se
le colgó de los hombros con un brazo y con la otra mano
acarició la barba más suave que había tocado jamás, la
única que recordara, a decir verdad, pero no importaba ese
pequeño detalle. Los brazos de Luca la apretaron contra su
cuerpo. ¡Esos abrazos eran tan lindos y calentitos!
―Eso es imposible, me voy a preocupar. ¿Vas a estar
bien? ―Ella afirmó dejándose besar―. Ok. Te llamo en un
rato para saber cómo sigues. No me importará despertarte.
―Ya conozco tu parte de hombre un tanto déspota ―dijo
en broma.
―Eso es bueno así no te sorprenderás de aquí en
adelante. ―Hizo una pausa y la miró a los ojos. Hacía
mucho tiempo que sus miradas no se dejaban atrapar una
por la otra―. Te amo, Maite.
―Y yo a ti.
Ella disfrutó de esa íntima contemplación acompañada
por las más maravillosas palabras que podían existir. El te
amo sonaba tan bien en esa voz varonil, y la sonrisa… eso
era un plus innegable.
Una vez que se quedó sola y pudo dejar de suspirar
como una adolescente enamorada procuró poner un poco
de orden en sus cosas. Lo primero, una llamada telefónica a
su madre para ponerla en aviso de que ya estaba en casa y
en mejor estado que el día que ella la había visto en la
clínica, luego fue el turno de Kano y Bea y después le
pareció oportuno enviarles un mensaje a las chicas del
trabajo. Aunque tal vez, un poco más tarde del horario
normal, planeaba ir a trabajar.
Empezó a seleccionar la ropa para el otro día y cada una
de las opciones se le hacía más complicada de colocar por
la mañana, un cierre, un par de botones o una traba... Su
codo era una molestia con la venda, y la poca movilidad y,
¿los zapatos? Descartados los tacones… Y las faldas y el
sostén…

Luca subió a su coche y, mientras arrancaba y comenzaba a


conducir hacia su casa, sonrió al encontrar otra vez el olor
de Maite en el pequeño ambiente. Ese perfume era una
linda sensación de compañía y, además, lo hacía más
consciente de la nueva realidad. ¡Volvían a estar juntos! Y
entonces, ¿qué hacía dejándola sola?
Sin pensarlo dos veces tomó su teléfono y llamó a su
casa, era hora de tomar el toro por los cuernos.
―Hola, papi. ¿Cómo está Maite?
―Muy bien, ya casi sin dolores, siempre que tome los
analgésicos. Por favor, hija, ¿puedes organizar que el
servicio doméstico haga la cama del dormitorio extra y que
vea si hace falta algo en el baño?
El dormitorio extra era el de las visitas y para evitar
incomodidades desde el principio le pareció una buena
opción. Su empleada se ocuparía de todo estaba seguro y
Maite no estaría incómoda.
―¿El cuarto de huéspedes? ¿Viene a dormir a casa?
―preguntó con alegría, le gustaba Maite.
Piero, que leía unos papeles del trabajo cerca de su
hermana, la miró con el entrecejo fruncido. No podía creerlo,
¡los adultos eran tan infantiles a veces!
―Papá ―dijo, quitándole el teléfono a su hermana―,
tienes una cama bastante grande como para que quepan
los dos. No seas infantil, ¿quieres?
Luca escuchó la risa de sus hijos y no pudo dejar de
sonreír también. Cruzó un par de palabras más y al cortar la
comunicación dobló en la primera esquina para volver a
casa de su novia.
«Mi novia», susurró solo para volver a acostumbrarse a la
palabra. «Mi pareja, me gusta más».
El timbre sonó sobresaltándola y suponiendo que era
Kano que, como de costumbre, quería cerciorarse de que lo
que le había dicho por teléfono era real, se asomó por la
mirilla de la puerta para corroborar lo pensado y…
¡Demonios! Su presencia era imponente hasta detrás de la
mirilla. Sonrió encantada con el efecto que él le producía y
abrió la puerta.
―¿Qué te olvidaste?
―A ti. Nos vamos a casa.
―Luca, no.
―No me marcho tranquilo, Maite. Lo siento, no puedo
dejarte.
―¿Y los chicos?
―Ya están avisados. ―Y la caricia en su mejilla y cuello la
convencieron, sobre la falsa mirada de víctima de quién
sabe qué grave situación, no emitiría opinión.
―Entonces ayúdame a preparar un bolso con lo que voy
a necesitar.
―Me dijiste que podías sola.
―Pero ya que estás…

Piero terminó de leer los papeles que tenía pendientes y


estaba por irse a dormir, así lo prefería y, si no hubiese
desparramado todos esos informes en la mesa del comedor,
se hubiese escondido en su dormitorio o en el despacho de
su padre. No es que no quisiera cumplir su palabra de no
entrometerse y ser cordial, lo cierto era que prefería que no
fuera tan rápido eso de tener que enfrentarse a una realidad
diferente para su familia, o para él, ya que para el resto no
parecía ser un problema. Por más que lo analizara no podía
obviar que esa mujer le afectaba con su presencia.
No hubo tiempo de escapar.
Olivia se levantó como un resorte del sofá donde
estudiaba, había querido esperar ahí. Para ella, la presencia
de una mujer tan agradable y maternal, por qué no decirlo,
llenaba un vacío que le molestaba mucho. No era ni sería
jamás su madre, aun así, podía engañarse a veces a sí
misma pensando que tenía una. Tal vez sus consejos,
charlas y enseñanzas femeninas lograban que su corazón
dejara de llorar por las noches y tal vez, también, ese beso
que ya no recibía podía ser reemplazado por otro. No tan
cálido, pero, otro con un efecto similar.
―Hola ―dijo Luca, y entre todos se miraron sin saber
cómo actuar. La situación era confusa. Olivia suspiró
profundo y decidió ser quien rompiera el hielo, por nada del
mundo quería que algo saliera mal.
―Hola, ¿cómo te sientes? Tienes mejor cara. Voy a
preparar té, ¿quieres tomar uno conmigo? ―Maite asintió en
silencio, en realidad no quería tomar té, no obstante,
tampoco quería despreciar la buena intención de la niña. Y
la forma en que se aceleraba le indicaba que era demasiado
necesario para ella compartir esa taza de té. Luca le regaló
una mirada cómplice y le guiñó el ojo en agradecimiento.
―Yo voy a dejar esto en el cuarto. Prepárame un café,
por favor, así las acompaño ―dijo, y después de besarle la
frente a su pareja, se encaminó a las escaleras.
En pocos minutos, Maite y Piero se encontraron solos, de
pie y enfrentados. Mirándose sin odio ni enojos esta vez.
―¿Cómo estás? ―preguntó Piero, elevando los hombros
como resignado a mantener una conversación que no
quería.
―Muy bien, gracias. Mucho mejor.
―Siéntate. No te quedes de pie ―le pidió después de ver
que cambiaba el peso del cuerpo de un lugar a otro. Maite
aceptó, sonriéndole.
Piero no podía negar que esa mujer le caía bien, era
simpática e inteligente. Sin embargo, era la nueva mujer de
su padre y ocuparía un lugar que nunca creyó que, nadie
más que su madre, ocuparía. Eso no le convencía, no
todavía.
Maite sabía que si no lo enfrentaba en ese instante
nunca lo haría y necesitaba con urgencia eliminar la
tensión. No perdería el amor de un hombre maravilloso por
no hacerse valer y respetar, y mucho menos por no darse la
oportunidad de entenderse con un muchacho que parecía
más herido que malo. Sin embargo, dada la experiencia
entre ambos, no podía ser dócil o frágil. Sacaría esa gata
que reservaba para ocasiones extraordinarias.
―Allá vamos ―dijo, inspirando profundo y consiguiendo
la atención de él―. La vida es una sola, Piero. Eres joven
como para perder el tiempo y yo ya estoy mayor como para
hacerlo también. Haz lo que tengas que hacer, di lo que
tengas que decir, pregunta lo que tengas que preguntar,
pero atente a las consecuencias.
―Y ¿cuáles serían?
―Tener que escuchar la verdad, sin vueltas ni medias
tintas y es esta: quiero a tu padre y decidí enfrentarte, si
tengo que hacerlo, para estar con él.
Luca escuchó desde el descanso de la escalera. No le
gustaba esa conversación, no obstante, creyó mejor que
ellos la tuvieran de una buena vez. Confiaba en lo que había
hablado con cada uno y prefería no volver a quedar en
medio.
Piero la miró a los ojos. No encontraba nada que le
recordara a su madre. No podía encontrar similitudes. Su
madre era rubia de cabello largo y Maite, morena con el
pelo hasta los hombros. Esta era ruda, directa, sin pelos en
la lengua y su madre, caprichosa e indecisa y nunca estaba
conforme con nada. Maite no le dejaría pasar sus errores ni
aguantaría sus berrinches, en cambio su madre, jamás los
había tomado en cuenta… Le gustaba, ¡qué demonios! Le
gustaba ella y también que fuesen como el agua y el
aceite. Y más le gustaba que en esa casa no hubiese
recuerdos de su madre, así no tendría que luchar con ellos
al ver a Maite deambular por ahí. También le gustaba la
sonrisa plena de su padre ahora que la había vuelto a ver.
―Bien.
―¿Bien? ¿Eso es todo? ―Preguntó Maite, un poco
desconcertada.
―Por mí, sí.
Maite sonrió.
Piero sonrió.
Olivia salió de su escondite con el pecho cargado de
ilusión, quería largar un gritito histérico de alegría, pero se
comportaría. Ya le habían dicho mil veces que estaba mal
escuchar escondida, detrás las puertas, las conversaciones
ajenas. Elevó los hombros como restándole importancia a
esa idea y se acercó con una bandeja y las tazas llenas.
―Te traje un café, Piero. ¡Papá!
―Voy, voy, no grites. ―En tres pasos estuvo al lado de la
niña ayudándola con el peso e intentando dominar su
corazón que estaba galopando a mil por hora.
Su hijo le demostraba una vez más que era un gran
hombre y que estaba abandonando al chiquillo caprichoso
que supo ser y Maite, le demostraba otra vez que había
sabido elegir bien.
La pareja fue la última en abandonar el salón después de
la improvisada reunión familiar.
Una vez en el dormitorio Luca le tomó la cara y comenzó
a besarla con muchos besos, pequeños, ruidosos, secos y
dulces. Todo su rostro fue cubierto por ellos.
―Gracias ―dijo una vez que creyó que había sido
suficiente―. Mis hijos te van a amar.
―Me gustan tus hijos, Piero incluido, porque amo a su
padre. ―Ella acarició sus mejillas y él le guiñó un ojo.
―Vamos a dormir.
Eso hicieron a pesar de querer rasgar sus ropas para
desnudarse y hacer el amor. Ella estaba cansada y su
cabeza comenzaba a molestar un poco y él… Él estaba
enamorado y solo podía mirarla dormir y acariciarle la
espalda.

Luca debería haberse despertado y levantado muchísimo


antes, pero no podía abandonar la cama con semejante
mujer en sus brazos. Había extrañado demasiado su calor
como para dejarlo abandonado, justamente, la primera de
muchas mañanas.
―Estos mimos me encantan ―susurró Maite, todavía a
medio despertar.
La yema de los dedos de una mano masculina y hermosa
(le encantaban las manos de Luca), acariciaba su vientre y
la otra hacía algo similar en su hombro cruzando su pecho
por el frente. Todo el cuerpo de él descansaba contra el
suyo, la tenía atrapada desde atrás. El vello del pecho sobre
su espalda cosquilleaba y el aliento en su nuca le ponía en
alerta todos los sentidos.
―Anotado ―dijo él, besando su mejilla. El movimiento
produjo un roce en ciertas partes de contacto que estaban
desesperadas por atención. Maite sonrió y se removió
provocándolo. Luca mordió su oreja―. Mala.
Maite rio alto y tomó la cabeza de Luca para poder
besarlo girando la suya de lado. Él no se contuvo y hundió la
lengua sin invitación. El gemido de ella lo estremeció y
movió su cadera por inercia.
―Tu trasero es un problema, vamos a tener que aprender
a dormir enfrentados.
―De ninguna manera. El problema es fácil de solucionar
y, hasta diría, que es placenteramente solucionable.
Maite llevó su mano hacia atrás, hasta la entrepierna de
Luca y esquivando la tela de su bóxer tomó su sexo entre
los dedos. Él gruñó y cerró los ojos con fuerza, no lo
esperaba y por eso había sido delicioso.
La mano masculina, desde el hombro de Maite viajó a su
seno y pellizcó suavemente. Otra vez ella curvó su cintura
refregándose contra él. Solo dejó de hacerlo cuando los
dedos que le acariciaban el vientre bajaron y se colaron en
su ropa interior.
―Hola, te extrañé ―susurró él, mordiéndole el cuello con
más fuerza de la que pretendía. Maite se encendió como
una cerilla y su mano comenzó un movimiento demasiado
rápido. Los largos dedos masculinos estaban haciendo muy
bien sus tareas.
―Yo… ¡Ah…! Yo tambi… ―Luca rio en la oreja de ella y
aceleró sus ataques.
―¿Qué me decías?
―No pa… res. ―El gemido fue atrapado en un beso
apasionado. Maite aflojó su cuerpo y se dejó abrazar. Las
manos de él la pegaban a su pecho fuerte sin tocar sus
partes sensibles, Luca había aprendido los secretos de su
mujer, tenía que esperar que el huracán del placer cesara
de golpear con fuerza―. Decía que yo también te extrañé.
―Es bueno sab… ¡Oh! ―Maite fue la que rio. Su mano lo
había tomado de improviso sin darle tiempo a adaptarse a
ella y mucho menos al meneo que subía y bajaba con
rapidez―. No, así no.
Luca se deshizo de su única prenda y corrió de lado la de
ella. Un movimiento lento y, bien ejecutado, los unió entre
suspiros.
―Así es mejor, ¿cierto?
Sus labios tomaron los de ella y su cadera hizo el resto.
El trasero de Maite ya no era un problema, con la mano libre
lo apretó, lo amasó y lo cacheteó despacio, pero
ruidosamente. Le gustaba escucharla cuando le pedía más y
eso hacía en cada embestida más profunda y más rápida. La
otra mano hacía lo propio en ese punto duro y erguido de
uno de los pechos que, a Maite, le producía un escalofrío
tras otro.
Ella gimió alto, estaba a punto de explotar. Él le tapó la
boca, Olivia era curiosa y el padre lo sabía. Ella atrapó uno
de los dedos en su boca y estalló. Él la siguió, no pudo
esperar más. Para silenciarse mordió el hombro de ella sin
fuerza, para evitar que le doliera, y se dejó ir hundiéndose
con furia unas pocas veces más.
a mañana había empezado movida y no dejaba de

L serlo. Los pedidos en la boutique eran muchísimos. Se


estaba preparando una pequeña fiesta de casamiento y
toda la familia de la novia había pensado en Rose para
sus vestidos. No era para menos, quien se casaba era
una amiga de la hermana de la dueña y con más razón la
atención debía ser la mejor.
Al parecer, el incidente de Maite había corrido como el
más gustoso de los chismes y, como casi nadie se había
enterado de que ella y Luca habían cortado su relación
(antes, ya no), se llegó a decir que la novia del poderoso
Luca Di Pietro había sufrido un lamentable, casi trágico,
accidente. Porque si de exagerar se trataba, la buena
sociedad pudiente de la ciudad, era la ideal.
―Pensé que había sido peor, querida, en buena hora que
solo fue un susto. No sabes las cosas que he escuchado.
―Gracias, Señora Susana.
―Deja el señora de lado. Sabes que te aprecio desde
antes de que conocieras a Luca y por eso quiero invitarte a
mi cumpleaños. El número sesenta, pero no se lo digamos a
nadie. Me gustaría mucho que vinieran.
Maite sonrió ante la picardía de la mujer. Era cierto que
ambas se caían bien, pero también era cierto que, si Luca
no estuviese en su vida, esa invitación nunca hubiese
llegado. Debía empezar a tomar las cosas con calma. Así
era la gente y ella debía elegir, rechazar o aceptar. Por
supuesto que no se le escapaba que estaría Antonio, el
marido, al que no había vuelto a ver.
―Le agradezco muchísimo la invitación, señ… Susana.
Vamos a ir seguramente.
Susana le dejó la tarjeta para Rose también, para
entonces ya estaría de vuelta y ellas, sí, eran amigas. La
ventaja de Rose era que pertenecía por derecho propio a
ese grupo de personas y no tenía que estar demostrándole
nada a nadie. Maite, en cambio sí, tenía que mostrar a Luca
para hacerse un lugar. Era patético, sí, y lo sabía.
Alguna que otra de las asiduas mujeres había ido en
busca de un poquito de morbo, tal vez y hasta estaba un
poco desfigurada, pensaban. Con cara de desilusión se
habían puesto (falsamente) contentas al ver que no.
Las que de verdad se habían alegrado, además de la
dueña, habían sido sus compañeras y hasta habían salido a
almorzar todas juntas ese primer día, y no a cualquier lugar,
sino a uno elegante y caro.
El resto de la semana, el trabajo se devoró casi todas sus
horas.

Luca había tenido problemas con una de las fábricas de


muebles y su tiempo libre se había transformado en
minutos, y se había puesto peor cuando Piero había viajado
para hacerse cargo en persona del inconveniente. Luca
había tenido que absorber las reuniones de ambos.
Olivia, con su vida de adolescente y, cada vez más
inquieta, por cierto, lo tenía de aquí para allá. Esos
momentos eran sus escapes para visitar a Maite o lograr
que lo acompañara para estar juntos al menos un rato.
Alternaban algunas noches en cada casa, sin embargo,
era más cómodo dormir en la de él. Luca era un padre
responsable que, a pesar de que la empleada dormía allí
todos los días, prefería no dejar a Olivia, principalmente,
sola. De todas formas, Maite se había puesto firme y aunque
los argumentos de su novio eran muy válidos (había
utilizado varios y algunos bastante atrevidos), ella prefería
la tranquilidad de su hogarcito y su soledad, a la que había
aprendido a querer.
Habían llegado al acuerdo de que cada uno mantendría
su vida y no convivirían y eso estaban logrando.
Semana tras semana la relación se afianzaba y el amor
crecía. Casi sin darse cuenta la pareja se consolidaba y las
dificultades quedaban en el recuerdo.

―Este sábado voy al comedor de la fundación. Si te parece


puedo llevar a Olivia. Mi madre también va.
Había dicho Maite un día que Luca la había pasado a
buscar para salir a cenar. Ella estaba terminando de
completar una planilla y ya cerraba la boutique. Luca se
había sentado a admirarla mientras conversaban. No tenía
ni una rugosidad en su falda y su maquillaje seguía
impecable. Tal vez la blusa tenía una pequeñísima arruga a
la altura del codo derecho, se rio de su tontería y volvió sus
ojos al rostro de su mujer.
―Me parece bien si ella quiere ir. Te tengo una sorpresa
que pensaba darte más adelante, conseguí que un amigo
médico se comprometiera a visitar a esas madres y a los
niños asiduamente y con un cronograma fijo. Se turnará con
su hija, también médica y ellos se pusieron de acuerdo con
un laboratorio, algunos medicamentos conseguiremos… tal
vez no sea mucho.
Maite dio la vuelta al escritorio, lo abrazó y se sentó
sobre sus piernas para besar sus labios.
―¿Crees que no es mucho? Luca, no tienes ni idea de
todo lo que necesitan, decir que esto es poco es no llegar a
comprender sus necesidades. ―Ante el entusiasmo no se
dio cuenta de sus palabras―. Lo siento.
―No, no. Yo lo siento. Tengo mucho, Maite, y lo sé. A
pesar de que lo logré con demasiado trabajo y sacrificio
creo que he perdido un poco de esa compasión hacia el
prójimo que es necesaria para comprender otras realidades.
Me he convertido en una persona cómoda y algo ciega,
además.
―Si la comodidad es lo tuyo, entonces no te negarás a
firmar un cheque mensual ―le dijo, sonriéndole con picardía
y acariciando su rostro. Tampoco le había negado el beso
que él le había pedido.
―Te estás aprovechando de mí.
―Sí, y no me importa que tu hijo se entere que te estoy
sacando dinero. Así he conseguido mucho más de lo que
imaginas, hasta Rose hace su colaboración.
―¿Qué pasa conmigo? ―preguntó la nombrada, y Maite
se levantó de un salto de las piernas de Luca, ¡no podía
creerlo!
―¿Qué haces aquí? ―preguntó abrazándola.
―Ví la luz desde afuera y te imaginé sentada en esta
silla, aunque hayan pasado…
―Treinta minutos de la hora de cierre ―interrumpió Luca,
abrazando también a su amiga―. Ahora nos acompañas a
cenar y no se aceptan negativas. Necesitamos saber todo.
¿Cuándo llegaste?

A partir de ese día Maite tuvo más horas de descanso. La


llegada de Rose le había dado el respiro que necesitaba y
hasta se hacía un par de días para visitar a su madre y
quedarse con ella para entretenerse con historias y
recuerdos. Su madre era una hermosa compañía.
Kano había aparecido con la familia completa para
cumplir una promesa, tarde, pero la cumplía; sabía que, si
no, la represalia sería terrible. Su exsuegra odiaba que no
cumplieran.
Esa tarde, la pequeña casa de la madre de Maite se
convirtió en una locura. Los niños gritaban y corrían
alrededor de la mesa jugando a ser animales que el león
intentaba atrapar. La señora ya estaba mayor, apenas si
podía moverse con agilidad, pero ahí estaba haciendo de
abuela, intentando cazar a unos inventados cervatillos y
gruñendo entre tosidos.
Como una abuela que nunca pudo ser.
―Tu madre es maravillosa ―dijo Bea, y fue entonces
cuando descubrió las lágrimas de Maite―. Ay, no. Kano, ven
aquí.
―Mai, es hermoso, no llores ―dijo él, y la abrazó. Bea no
sabía cómo actuar, nunca habían hablado con ella del tema.
―Así de hermoso podría haber sido, ¿no?
―Más lindo porque no hubiesen sido prestados ―jugó
Kano, y Bea le pegó en broma en el brazo.
―Se los presto para siempre, que tal si los convencemos
y le dicen abuela. Tienen solo una y la ven cada muerte de
obispo. ―Maite se rio, entre los dos lo consiguieron y sus
lágrimas dejaron de brotar a lo tonto―. Y espera a que
conozca a Olivia.
―Con Piero me da miedo, piropea a todos los jovencitos
bien parecidos, ¿puedes creer? ―dijo Maite y, de pronto,
una idea tomó forma en su cabeza.
Sin dudarlo marcó el teléfono de Luca y los invitó
también. Sabía que estarían incómodos porque el lugar era
reducido, pero no le importaba. Los quería a todos ahí.
Ese día su familia se agrandó. Su madre se hizo de
cuatro nietos que la conquistaron al instante. Al conocer a
Olivia miró a su hija y besó sus mejillas, ella también
recordaba sus pérdidas, no le eran ajenas.
Por supuesto que lo que había pensado Maite se había
cumplido. Piero tuvo que soportar halagos y abrazos, y lo
hizo con una sonrisa preciosa en los labios, tan parecida a la
de su padre que hasta lo quiso un poco más.
ra el turno de Maite de pasar a buscarlo. Ese día Luca

E estaba demasiado ocupado y le había pedido que se


tomara un taxi hasta All Yachts.
Al llegar a la empresa se dirigió al mostrador de
entrada. Una linda señorita le sonrió y con esa sonrisa
le hizo saber que, sin cita previa, el Señor Di Pietro no la
atendería. No le había importado que dijera su nombre,
cumplía órdenes, y las de ese día habían sido que el señor
estaba ocupado y no recibía a nadie. Nadie es nadie, había
recalcado Nora y siendo la secretaria de presidencia nadie
le discutía nada, mucho menos una simple recepcionista.
Maite tomó su teléfono y en un solo timbre de llamada
escuchó su voz.
―¿Cómo es eso de que soy nadie en tu vida? ―le
recriminó jocosamente. Los ojos de la secretaria se abrieron
enormes, no le gustaba escuchar chismes, pero ese sería
jugoso. No tenía a la vista la enorme sonrisa de la mujer que
le daba la espalda.
―¿Ya estás aquí? ―preguntó Luca, y levantó el
intercomunicador. Con los dos oídos ocupados habló―.
Carla, por favor, deja pasar a Maite y entrégale una tarjeta
magnética para el ascensor privado, ella no necesitará
anunciarse a partir de hoy.
―Bien, señor. ―Maite sonrió, y se disculpó con la
jovencita por hacerla pasar un mal momento―. No es
problema, no se preocupe. Con esta tarjeta abre el ascensor
que está detrás de esa columna, solo la apoya contra el
panel lumínico.
―Gracias.
La verdad era que Maite no había vuelto a la empresa y
poco conocía del edificio y su gente. Tal vez iba siendo hora
de hacerlo, al menos, para que Luca no creyera que era una
desconsiderada con sus cosas.
El ascensor privado se abrió para que ella subiera,
sinceramente, no parecía un ascensor. Maite sonrió ante lo
que veía y no podía negar que le gustaba, era una
decoración que bien podría haber hecho ella misma, sin
embargo, no en un ascensor, pensó. Tenía cuadros en las
paredes, un enorme jarrón chino en una esquina, un gran
espejo al fondo y piso de mármol, y hasta perfume había en
el ambiente. El recorrido llegó a su fin y otra vez las puertas
se abrieron, entró directamente a una sala donde la
secretaria privada de Luca la esperaba.
―El señor la está esperando ―le dijo, y le sonrió. La
recordaba de aquella tarde que había ido por primera vez.
Maite se encaminó hasta la puerta de la oficina y
después de golpear con los nudillos entró. Quedó
sorprendida, la imagen era perfecta.
―No te levantes, déjame admirarte ―dijo divertida, y
Luca volvió a recostarse en el sillón ejecutivo. Su corbata
estaba floja y la chaqueta descansaba en el respaldo, aun
así, estaba muy elegante.
―Ven aquí ―le dijo, retirando el sillón de la mesa para
darle espacio a ella. Acomodó unos papeles y otras cosas
que tenía sobre él haciendo lugar―. Voy a cumplir una
fantasía.
Maite sintió como la impulsaba por la cintura y la
ayudaba a sentarse sobre su escritorio de trabajo. Luca la
miró divertido sin pararse y acarició sus piernas.
―En las películas parece tan fácil, ¿cómo demonios abres
las piernas con esta estrecha falda? ¿Cómo se soluciona
esto? ―refunfuñó, y largó la carcajada, ella lo siguió.
―Solo levantándola, pero no lo vas a hacer con todos tus
empleados pululando por ahí.
―Aguafiestas. ―Se puso de pie y entonces la besó en los
labios con sus manos aún apoyadas en los muslos
femeninos. Ella acarició su barba y lo miró a los ojos, le
encantaba su mirada. Él sonrió con todo el rostro, como le
gustaba a ella―. ¿Qué?
―Podemos cumplir esta fantasía en casa, en la mesa de
la cocina; ponemos mi computadora portátil, nuestros
teléfonos, tal vez un periódico, y veo si tengo alguna factura
de luz o gas para desparramar por ahí, alguna carta en el
buzón habrá… Inventamos una oficina.
―Y puedo tirar todo al suelo con un brazo mientras te
siento ahí, casi desnuda.
―Suena excitante ―dijo, y largaron las risas sin dejar de
mirarse.
Maite le mordió el labio inferior y tironeo de él, luego le
mordió la mejilla. Luca cerró los ojos y le apretó las piernas,
el próximo mordisco lo sintió en su mandíbula y el último en
el cuello. Con ese, jadeó bajito.
―O podemos venir un sábado que no hay nadie y
hacerlo de verdad ―susurró bajito Maite.
―En este edificio siempre hay gente. Los de seguridad
nunca se van.
―Esos no me importan. ―Volvió a mirarlo, y sonrió
provocativamente. Sabía que a él le gustaba que lo sedujera
y a ella le encantaba hacerlo.
―¡Cómo me gustas, mujer! ―exclamó, mientras le
tomaba la cara con ambas manos y le devoraba la boca de
un beso. No pudo contener su lengua invasora, hurgó hasta
donde pudo reclamando un gemido en respuesta―. Ya
vámonos de aquí.
Riendo como niños abrieron la puerta. Maite giró su
cabeza, él le dio un último beso corto y seco para volver a
retomar la compostura y mostrar su acostumbrada
apariencia de rígido empresario y dueño.
Nora sonrió al ver la primera de las escenas, hacía
mucho tiempo, tal vez años, que no veía esa fantástica risa
en su jefe. Bienvenida esa mujer, si era la responsable. Se
puso seria al ver que ambos se dirigían hacia su lugar y los
miró sin mostrar la alegría que sentía. Ella lo había visto
tocar fondo y había pensado que no volvería a salir a flote,
al menos, no tan pronto. Era un buen hombre, lo apreciaba
mucho como para ilusionarse con la nueva realidad que
parecía estar viviendo. Quería volver a verlo bien.
―Nora, te presento a Maite. Desde hoy tiene acceso libre
a mi oficina ―dijo guiñándole el ojo a ambas.
―Perfecto. Es un placer, Señora Maite.
―Solo Maite, por favor, y el placer es mío.
―Nora es quien me ordena la vida, lleva mi agenda,
discute con la gente que enfurece conmigo, hace mis
llamados, compra mis regalos… ―dijo, y en la enumeración
de sus actividades cayó en la cuenta de que ese detalle no
debería haber sido dicho, eso pudo notar en la expresión de
su mujer.
―Los llamados y regalos corporativos, nada personal
―aseguró su secretaria, al advertirlo también.
―Gracias, Nora ―susurró Luca.
―Este paso de la comedia no lo tienen muy bien
ensayado, no engañan a nadie ―dijo Maite divertida, y ya
no pudieron aguantar la carcajada.
―Nos vamos. Antes que me olvide, Nora, pregunta los
detalles a Piero, mañana necesitamos una teleconferencia
con la gente de los tapizados.
―Hecho.
Los tortolitos caminaron de la mano hasta el ascensor
mientras Nora intentaba no volver a mirarlos y sonreír. Piero
salió de su propia oficina al escuchar bullicio afuera.
―¿Mi padre?
―Acaba de irse… Acompañado.
―¿Conociste a Maite?
―Sí y me gusta. ¿A ti no? ―Piero la miró buscando la
trampa en la pregunta. Conocía a Nora desde que era un
adolescente caprichoso e iba a buscar dinero o las llaves del
coche para poder salir a pasear con sus amigos.
―Me agrada, pero no se lo digas a nadie, tengo una
reputación que mantener. ―Ella levantó una ceja a modo de
pregunta―. No, no quieres saber. Prefiero que sigas
apreciándome.
quí están ―dijo Hugo, al verlos entrar a la fiesta del
―A club de golf donde ambos jugaban. Era una gala
benéfica y por ese motivo estaban ahí.
―Me ha costado lo suyo convencerla. ―Luca besó la sien
de su mujer y sonrió.
Maite no quería saber nada de esas fiestas todavía. Si
bien mucha gente ya tenía conocimiento de su noviazgo y
más de un encuentro fortuito, con amigos o conocidos de
Luca, se habían dado en algún restaurante, ella no lo había
pasado del todo bien aquella vez en la reunión en casa de
Hugo. Por el mismo motivo el cumpleaños de Susana había
sido reemplazado por una agradable cena en compañía de
Kano y su familia. Además, no olvidaba la humillación que le
había hecho pasar ese señor y, tal vez, tampoco la
perdonaba. Lamentaba que esa agradable mujer estuviese
en medio de todo, sin embargo, estaba mayor como para
dejarse llevar por las apariencias y no ser fiel a sí misma.
Ella no era así.
―Maite, qué placer volver a verte.
―Lo mismo digo, Hugo.
―Luca, por aquel lado está el cuerpo de caballería, yo
que ustedes iba para allá ―dijo divertido. Ambos amigos
sabían que ese era el sobrenombre del grupo de esposas de
los grandes jugadores, esos que humillaban con sus hábiles
golpes y ganaban torneo tras torneo agrandando el ego de
sus mujeres. Nada pasaba en el club sin que ellas lo
supiesen.
Esa noche, Maite, sería entre otros pocos personajes, el
ingrediente necesario para el cuchicheo, como lo eran todos
los nuevos novios y novias. Luca se lo había anticipado y
ella había elevado los hombros en respuesta, todo lo
soportaría porque esa fiesta era a beneficio y su ilusión era
poder hacer algo así, a futuro, para sus queridos niños.
Piero también estaba en el ágape, por supuesto, con
Andrea. Además, los acompañaba la madre de esta, a quien
Maite conoció por fin. Ambas se agradaron al instante y la
consecuencia de esa buena interacción femenina fue un
pellizco en el trasero para Piero y un: «Te lo dije, a todos les
gusta Maite», de parte de su novia. A lo que él respondió de
la misma forma y ambos rieron. Sí, lo reconocía, Piero ya no
renegaba más con la presencia de la agradable mujer de su
padre.
La noche avanzaba y Maite se distendía. Esta vez las
miradas ya no eran tan molestas y parecía que ella ya no
estaba llamando la atención. Aparentemente había otras
noticias más jugosas y nuevas. El novio demasiado mayor
de una joven promesa del golf y el rumor de que, fulano era
gay, eran novedades más entretenidas que la de una
empleada cuarentona conquistando al viudo de la pobre
Ana.
Sin embargo, ya sentados en la mesa y en compañía de
algunas parejas conocidas, y no tanto, la conversación se
había vuelto un tanto incómoda. La gente no pensaba antes
de hablar y eso le molestaba sobremanera a Luca. Pareciera
que, solo por conversar, se podía decir cualquier cosa...
Lamentaba ser tan cuidadoso de las formas y responder
todo con una gran sonrisa, las desubicaciones también.
―Entonces, Maite, ¿ya planean casarse?
―No lo hemos hablado, llevamos pocos meses de
relación, no llegamos ni al año todavía. ―Maite había
respondido mirando a los ojos a Piero, disculpándose de esa
forma. No quería incomodarlo ni que volviera a sus odios
con ella. El guiño de ojo de él fue la respuesta decisiva, y
bien recibida, por otra parte.
―¿Tus hijos aceptan a Luca?
―Maite no tiene hijos. ¿Qué me dices de los tuyos,
siguen estudiando en Londres? ―Luca salió a su rescate
acariciándole la mano y apretándole un poquito más fuerte
los dedos. Otra vez la mirada de Piero la reconfortó, él le
sonrió e hizo una mueca burlona imitando a la cacatúa que
todo lo preguntaba, y pronto se olvidó de la molesta
pregunta. Andrea lo regañó por lo bajo, aunque sin aguantar
la risa.
―¿Y ustedes, ya están en preparativos? ―la pregunta
apuntó esta vez a Andrea, quien miró a su novio con una
carcajada contenida. Era el turno de Maite de hacer muecas
graciosas para distraerlo a él.
El baile había sido un buen escape para la pareja y
abrazados se movían al ritmo de la música y sin mirar a
nadie más. Solo un par de temas se separaron para que ella
bailara con Hugo y él con la pareja del momento de este,
una extranjera muy atractiva que solo hablaba francés. Poco
pudieron comunicarse, Luca lo intentó con un poco de
inglés, pero ella casi no conocía el idioma.
La intimidad del abrazo al ritmo de las melodías, puso
mimosa a Maite, no podía negarlo. Tampoco podía negar
que las preguntas de esa entrometida mujer estaban
sonando todavía en su mente.
―Luca, solo para que no tengamos malos entendidos a
futuro. Yo no me quiero volver a casar. Eso es algo que ya
tenía decidido antes de que aparecieras y no significa que
te ame menos.
―Entiendo, no te preocupes, los papeles no me
importan. Lo que sí podemos hacer, tal vez algún día, es
mudarnos juntos ―le susurró después de un par de besos
en los labios, y otro en el cuello.
―No lo sé. Puede ser cuando los chicos ya no vivan
contigo ―dijo solo para responder algo.
―Puede ser. Sabes que voy a necesitar que alguien me
cuide cuando sea un viejito cascarrabias. Y tú me
necesitarás para que te masajee los pies al final del día
―dijo Luca sonriente, y moviendo su nariz contra la de ella
que lo miraba embobada. Él estaba muy atractivo con ese
refinado traje oscuro.
―Puede ser, sí. Es un buen trato, pero cuando tus hijos
ya no estén contigo, no antes.
―No antes ―repitió, dejándose besar.
Era dura y firme en sus convicciones y por eso Luca sabía
que así sería. «No antes», se repitió mentalmente.
Después de unos temas más, Maite sintió algo de frío y
caminó hacia el vestidor donde tenía el abrigo; ahí se
encontró con Piero un poco cabizbajo. Le llamó la atención y
dudó en acercarse, aunque no demasiado. Su necesidad de
ayudarlo, pudo más.
―¿Qué haces aquí, solo?
―Andrea está conversando con unas amigas y mi suegra
por ahí, no sé. ―Maite tomó asiento a su lado en un butacón
doble que adornaba un pasillo muy poco transitado.
―No tienes buena cara. ―Maite hubiera preguntado si
estaba todo bien con la novia, sin embargo, no quería
meterse donde no la llamaban y mucho menos con Piero.
Demasiado bien estaba la relación como para estropearla.
―Recuerdos… Hace dos años vine con mamá a una de
estas fiestas. Papá estaba de viaje y yo la acompañé. Fue la
última reunión a la que acudió porque después tuvo una
recaída. Acabo de conversar sobre ese día con una buena
amiga de mi madre y se me vinieron todas las imágenes a
la cabeza.
―Lo siento.
Él la miró y asintió. Sí, lo sentía, era sincera, podía verlo
en su brillante mirada marrón. Agregó una sonrisa triste.
―¿Sabes que a veces escucho que me llama? Tengo
grabadas en mi mente todas esas frases que ella repetía
como latiguillos, y no puedo olvidar el tono de voz con el
que las decía.
―Eso es muy lindo. Ojalá lo puedas conservar por mucho
tiempo.
―¿Sí? ¿Es lindo? Yo lo vivo como una tortura.
―No, no. Es hermoso. Créeme que si alguna vez olvidas
su voz te lamentarás más. ―Piero volvió a mirarla, otra vez
era sincera. ¿Qué demonios hacía conversando justamente
con ella sobre su madre? Si había hablado algo, y muy poco,
había sido con Andrea y su suegra, con nadie más. ―¿Le
gustaban las fiestas?
―¡Le encantaban! Era el alma de ellas, de todas. Mi
madre era como una niña grande a veces. Mi padre no
podía seguirle el ritmo, viste que él es demasiado serio.
―Maite asintió con una sonrisa sonora, podía imaginarlo
refunfuñando detrás de esa cabellera rubia. Había visto
algunas fotos.
―Le gustaba bailar, pero no esa música aburrida que
recién bailaban ustedes, no. A ella le gustaba «mover el
esqueleto», así decía, era una frase que mi abuela repetía
también.
Andrea los vio y se dispuso a escuchar sin interrumpirlos,
se sentó sobre las piernas de él y se quedó en silencio. Piero
apenas lo notó, por costumbre abrazó la delgada cintura de
su novia y siguió recordando
―En uno de mis cumpleaños terminó bailando descalza y
mi padre enojadísimo con ella por hacer semejante
chiquilinada. Hoy me doy cuenta de que, tal vez, había
tomado de más. En ese momento no lo noté.
―¿Conociste a Ana, Andrea?
―No, solo por los pocos comentarios de ellos. Me
hubiese gustado.
―No sé. Eres muy seriecita y tranquila, amor. Ella no lo
era. Era terrible, me celaba mucho, me dejaba hacer
travesuras y discutía con papá con tal de evitar ponerme
castigos, y los merecía, créeme ―le dijo, besándole la
mejilla. Maite estaba contenta de poder compartir con Piero
algo más que pocas miradas y sonrisas―. A veces me
pregunto qué hacía mi padre con ella. No parecía ser su
tipo. Tú sí.
Maite no supo que decir a eso, Andrea tampoco, y tras
los segundos de silencio, Piero recapacitó en sus palabras y
hasta se sintió culpable de haberlas dicho. Se puso de pie
llevándose consigo a su novia y le sonrió a Maite con toda la
simpatía de la que fue capaz. Se acercó a ella que ya estaba
de pie también y besó su mejilla por primera vez en su vida.
―Ya nos vamos, hasta mañana ―dijo, simulando un
saludo, no obstante, ambos sabían que ese beso era mucho
más que un simple saludo.
Andrea tomó la mano de Maite con disimulo, orgullosa
como nunca de su novio, y elevó los hombros.
―Tiene un corazón enorme, pero es gruñón ―susurró la
jovencita, y Maite sonrió.
Poco le duró la emoción y la diversión, lo que aparecía
frente a sus ojos le parecía casi imposible. No debería ser
así, por el contrario, debería haberlo esperado porque con
seguridad pasaría.
―Buenas noches, Maite.
―Ho…―carraspeó algo anonadada, todavía estaba
asimilando el cariño de Piero como para lidiar también con
su presencia―Hola. ¿Cómo estás, tanto tiempo?
―Muy bien ―respondió Emma, apoyando su cuerpo en
¿su pareja? Sí, eso creía que era el hombre que la doblaba
en edad. Más de sesenta años tenía ese caballero, eso
seguro―. Cariño te presento a Maite, es la novia de Luca
Di… ¿Cómo es el apellido?
―Luca Di Pietro. ¡Mi querido Julio, tanto tiempo sin verte
por aquí! ―interrumpió Luca, apareciendo de pronto. No
reconocía a esa mujer, aunque sí, al padre de uno de los
amigos de su hijo―. Me debes ese partido, no lo olvido.
―Eres rencoroso ―dijo el simpático señor, abrazando a
Luca con emoción―. Parece que sabes elegir compañía.
―Ya lo creo. Ella es Maite. ¿Sabes que trabaja con Rose?
―agregó Luca, después de que Julio le extendiera la mano,
a la presentada, con cordialidad.
―¿Es eso cierto? ¿Qué es de la vida de ella? No la he
visto en meses.
―Muy bien, ella siempre está bien. Estuvo en Europa un
largo tiempo ―respondió Maite, todavía sin poder asimilar la
imagen.
Conocía a Emma y sabía que no le gustaba ni un poco
ser ignorada como lo estaba siendo. Sin embargo, no se lo
pondría fácil. Por muchos motivos, todavía guardaba un
poco de rencor hacia ella y le era difícil borrar las palabras
fuera de lugar y algunos de los improperios que le había
gritado cuando la había despedido, y no compartía nada de
lo que estaba haciéndole a ese hombre que, además, le
parecía amoroso.
―Julio y yo nos conocemos desde que Piero y su hijo
tenían… ¿Cuántos años?
―Doce o trece.
―Casi toda la vida ―agregó Maite―. Piero acaba de salir,
¡qué pena no pudo verlo!
Maite hubiera querido estar presente en esa
conversación y ver la cara de Piero. Emma no tenía el
vestido adecuado para la reunión, demasiada piel expuesta
y redondeces que casi escapaban de su tejido de
contención. Sonrió para sí misma, no solo imaginando la
cara del muchacho, sino también la charla que tendría con
las chicas al contarles el encuentro.
Luca le apretó la cintura para hacerla reaccionar y la
miró con divertida reprimenda. Al ver ese escote no le
quedaron dudas y pudo reconocer a la mujer que alguna vez
quiso provocarlo en la boutique.
―La semana que viene nos juntamos a recordar viejas
épocas. De Piero tengo noticias por mi hijo y ¿cómo está
Olivia?
―Mucho mejor, ya todo va pasando. El tiempo ayuda.
―Te lo dije, y me alegro muchísimo. Bien, vamos a
saludar a algunos amigos adentro ―dijo el buen caballero, y
sin percatarse de que no había presentado a su
acompañante, comenzó a andar.
―¡No lo puedo creer! ―afirmó Maite, sin quitar la vista
de la despareja pareja y de las garras de gata de Emma
apresando el brazo del hombre.
Emma, no solo no había aprendido nada, sino que no
había desistido de sus tontos ideales. Miró a Luca y este
elevó los hombros desconociendo como esa mujer había
llegado hasta Julio. No tenía idea de cómo se habían
conocido, pero sabía de las andadas del hombre. Era
divorciado desde que se lo habían presentado y no le
conocía pareja estable, solo alguna que otra compañera de
reunión o ágape y suponía que esta mujer pasaría por el
mismo trato; no preguntaría mientras no fuese necesario.
Tampoco eran demasiado cercanos, por suerte, pensó al ver
la cara de asco de su novia.
―Vámonos a casa, mujer. Parece que quieres atravesarle
una daga con la mirada.
―Eso quiero. Es una aprovechada, ella sí lo es. Y lo peor
es que le gusta serlo.
Emma rezongaba en silencio, ¡maldita Maite! Resultaba
que el viejo conocía a Rose, eso no era bueno, nada bueno,
pensaba mientras fingía una sonrisa al caminar con
sensualidad entre la gente, del brazo del hombre que la
había invitado. No dejaba pasar que también la había
matado con la indiferencia frente a ese Luca, al que también
despreciaba, dicho sea de paso. No parecía que Julio fuese
lo que buscaba después de todo. Tenía la noche por delante
para descubrirlo, pensó, y le besó la mejilla a su
acompañante sin ninguna ilusión de haber llegado a su
meta. Tocaba seguir buscando.
Emma trabajaba en uno de los hoteles más lujosos y
exclusivos de la ciudad y ahí lo había visto a Julio Echagüe
desayunando con unos huéspedes una mañana cualquiera,
luego otra y otra más. Ella, como recepcionista del
restaurante, le daba la bienvenida cada vez con más
efusividad, y Julio no era tonto… Además, gustaba de las
mujeres jóvenes; juventud que extrañaba y ya no poseía.
Esa señorita era como el roto al descosido, justo lo que él
buscaba, una mujer atrevida y sinvergüenza. Todos sabían
que él era un mujeriego y nadie lo criticaba ya. Alguna
apuesta había ganado también conquistando mujercitas.
Su lema era: si la vida te da limones no los malgastes en
limonada, ponle tequila y sal.
Así vivía, poniéndole mucho tequila y sal a sus días, y
señoritas agraciadas también a las que agasajaba y con las
que se divertía. Hasta que las cosas se ponían densas,
pesadas, desagradables o exigentes (porque siempre se
ponían de alguna forma). Disfrutaba, ya después veía.
(Tres años después…)
l tiempo pasaba rápido y traía consigo cambios,

E consecuencias, problemas, soluciones… A todo le


hacían frente y más unidos que nunca seguían
adelante. Luca y Maite tenían una pareja fuerte y se lo
habían demostrado a todo el mundo.
Maite ya no quería seguir pensándolo demasiado, ya
estaba decidido y no parecía tener la oportunidad de
cambiar de opinión. Estaba segura que nadie la apoyaría si
lo hacía. No era que le disgustara la idea de la convivencia,
solo le asustaba un poco. Tantos años llevaba armonizando
con su soledad y con sus manías que le daba algo de
incertidumbre la situación.
Luca era un hombre con mucha paciencia y un buen
humor envidiable, humor que Maite había alimentado con
su presencia y amor. Había esperado el tiempo acordado, no
había insistido, sin embargo, una vez cumplido el plazo su
petición había sido irrefutable. Todos se habían puesto de su
parte para colaborar en convencer a Maite de mudarse a su
casa.
―¡Por fin llegas! ―refunfuñó en broma. A Maite le
gustaba molestar a Piero.
La relación con él era agradable y muy adulta. Tenían
hermosas charlas acerca de la vida y los valores con los que
la vivían. Coincidían en algunos y en otros no tanto.
Con los años, Piero, había aprendido a trabajar para vivir
y no al revés. También había comprendido lo que su madre
esperaba de él. Maite tuvo que luchar bastante para llegarle
al corazón, no obstante, una vez que lo logró pudo disfrutar
del hermoso cariño que él demostraba cada vez que podía.
A través de Piero también pudo conocer a Ana, con todos
sus defectos y virtudes, y a un Luca desconocido para ella y
muy diferente, por cierto.
Luca había endulzado tanto la personalidad de su esposa
que apenas si recordaba las cosas malas. No era algo que
empañara ni su realidad con Maite ni la relación con sus
hijos y no le hacía mal a nadie recordar a Ana como él
quería o podía, por más que esa no fuera la realidad, como
tampoco le hacía mal modificar sus ideales y gustos en
función a su nueva mujer. Los años y las relaciones
cambiaban a la gente y él había cambiado, como todos, eso
pensaba Luca.
―¿Qué pusiste en esta maleta, Maite?
―Piedras ―respondió en tono gracioso, haciéndolo reír.
Por lo mismo perdió el equilibrio y cayó al suelo.
―Eres malísima. ¡Ah!, me olvidé de contarte ―dijo desde
el piso, y sacó su cartera del bolsillo―. Ven aquí, mira esto.
Maite se sentó a su lado y tomó la imagen que él le daba
de la ecografía de Andrea. La sonrisa del muchacho, ya
convertido en un hombre casado de casi treinta años, era
tan grande que apenas si dejaba que sus ojos se
mantuvieran abiertos.
―Deberás explicarme lo que veo aquí ―dijo Maite,
emocionada. Apenas recordaba lo que era tener una imagen
similar en sus manos.
―Que es un niño ―dijo, señalando un punto de la
imagen, y riendo como un tonto―. Te gané la apuesta,
dijiste que sería una niña, ahora vas a tener que pensar eso
de casarte con papá, hasta puedo llamarte mamá Maite,
¿cómo lo ves? De verdad, piénsalo.
―Imposible, Piero, tu padre y yo llegamos a un acuerdo
hace años. No nos casaremos. Debería alegrarte, mira si me
tiento con un divorcio millonario ―le dijo, golpeándole el
hombro y besando su mejilla. Esas bromas ya eran una
costumbre entre ellos, a Luca le molestaban muchísimo―.
Felicitaciones por el niño, papá.
―Gian, se llamará Gian, y gracias.
―Me gusta mucho ese nombre, es precioso. Piensa otra
forma de pagar la apuesta y mientras piensas me ayudas
con esto. Vamos, que tu padre quiere que estemos listos
para la hora de la cena.
―Ese hombre está loco. Por suerte, la mayoría de las
cosas las llevó la empresa de la mudanza, aun así, no
vamos a terminar hoy con todas tus porquerías.
Maite volvió a golpearle el hombro. Sí, eran muchas
porquerías, pero eran suyas y queridas. Demasiado duelo
había tenido que hacer deshaciéndose de algunos de sus
muebles.

Luca maniobró el barco con la maestría que da la


experiencia. Hubiese querido ayudar a Maite y no había
podido por sus compromisos, sin embargo, todo estaba
preparado para la sorpresa que deseaba darle. Saludó a sus
compañeros de paseo y les pidió a los marineros que
pusieran orden y limpiaran todo.
Ya en tierra solo le quedaba esperar. Piero cumpliría su
parte con prolijidad como siempre, sabía que el horario sería
respetado. Tenía los minutos contados, aun así, un llamado
a su hija antes no estaría de más, porque la distancia lo
estaba matando. Olivia se había mudado a Nueva York para
estudiar y experimentar. Así le había dicho hacía casi medio
año cuando le había pedido permiso.
―Hola, papá.
―Hola, hija. ¡Te extraño tanto!
―Deja de lloriquear que no vuelvo hasta dentro de unos
meses.
―Ya lo sé, pero no desistiré en dar lástima. ¿Te enteraste
ya de que tu sobrino se llamará Gian?
―Sí, estoy feliz. ―Suspiró, e hizo una pausa―. ¿Hoy se lo
dices a Maite?
―Ya la estoy esperando en el barco. Solo espero que no
se niegue ni lo tome a mal.
―Papá, estará encantada. Rose, no tanto.
―Ya me lo dijo. Te quiero, hija. Te tengo que dejar, mi
amor, ya llegó tu hermano con Maite.
―¿Me puedes explicar qué es esta encerrona? ―gruñó
Maite, mientras subía a la embarcación y se descalzaba
como siempre se hacía por costumbre.
―Eso mismo, una encerrona. Saluda como se debe ―dijo
Luca, tomándola de la cintura y besando sus labios,
aplastando su nariz en el proceso―. Estás hermosa. Chao,
Piero.
―Lo que me faltaba ―dijo el nombrado, riendo mientras
veía a su padre abrazar a la mujer que había despreciado, y
se arrepentía. No le quedaba otra opción que dejarlos solos.
―Qué tan hermosa puedo estar si no tengo ni maquillaje
y mírame la ropa… Estaba de mudanza, Luca.
―Estás preciosa así.
Ya sin gente alrededor Luca le acarició el trasero y la
pegó a su cuerpo mientras caminaba con ella hacia uno de
los camarotes. La besó para distraerla lo suficiente, así no lo
regañaría. Sabía que, si le preguntaba, la respuesta de ella
sería un rotundo no a navegar hasta el otro día. La casa era
un verdadero desorden, sin embargo, poco le importaba, ya
habría tiempo de ordenar. Se despegó de ella cuando la oyó
suspirar y sus manos lo acariciaban con deseo, lo había
logrado.
―Tú también estás muy guapo con ese traje de baño.
―Ponte el tuyo. Nos vamos a navegar y volveremos
mañana. Te espero en la cubierta.
Maite hizo lo que le pidió después de bufar dos veces,
cuando Luca se ponía a armar esos planes locos no podía
oponerse. Lo encontró en la silla del capitán, sentado con su
espalda recta, una gorra con visera y unos anteojos de sol
que le quedaban fantásticos. Estaba imponente, como ella
lo veía siempre. Su sonrisa le estaba asegurando una
picardía, algo se traía entre manos.
Navegaron hasta el atardecer conversando de todo un
poco y tomando alguna copa de champagne. Luca ancló en
medio de la nada y entonces sí la miró con ojos curiosos y
cargados de deseo. La condujo de la mano al camarote
principal y la tendió en la cama.
―¿Vamos a hacer el amor antes de comer?
―Y después también ―dijo entre risas―. ¡Cómo me
gustan tus biquinis! Son tan fáciles de quitar.
Maite le tomó la cara entre las manos y lo besó con
atrevimiento. Las manos de él ya la acariciaban por todas
partes robándole gemidos. En dos segundos estuvo desnuda
y a su merced. Le sonrió al alejar sus labios y le llevó los
brazos hacia arriba. Con besos y mordiscos mimó su cuerpo
hasta llegar a su vientre y un poco más abajo también.
―¡Tenía tantas ganas de esto! ―susurró, quemándola
con su aliento justo en el lugar que besó después. Maite
gimió en ese primer contacto―. Quiero que grites mucho,
nadie te va a oír.
―Veremos si te luces. ―Los ojos de Luca la atravesaron
con una mirada cargada de fuego. Desde esa posición y en
esa tarea, Luca Di Pietro era un demonio precioso y
ardiente. Tuvo la osadía de guiñarle un ojo y pasar su lengua
con una lentitud desquiciante después―. Vas muy bien.
Le robó gemidos y gritos con su boca, la hizo explotar por
los aires y la abrazó después. Le sonrió mientras le daba
tiempo de recuperarse y le besó los labios con dulzura.
Maite tenía la piel erizada por las caricias casi
imperceptibles que él le hacía en la espalda y brazos.
Luca la miró a los ojos con considerable seriedad. Le
gustaba mucho ver a su mujer en ese estado: sonrojada,
acalorada, despeinada, con los labios húmedos y rosados;
con cara de recién amada y desnuda.
―¿Qué te traes entre manos, Di Pietro? ―le preguntó, al
notarlo tan serio y callado.
―Nada malo, lo prometo. Te amo.
―Y yo a ti. ¿Me vas a hacer el amor o quieres que te
obligue?
―Te voy a hacer el amor ―le dijo, haciéndole cosquillas,
y cargándola sobre su cuerpo―. Mejor házmelo tú.
Maite no lo dudó. Había aprendido lo que le gustaba y le
ponía mucho esmero al momento. Adoraba satisfacerlo. Le
tomó los brazos y se los extendió sobre la almohada. Puso
sus pechos al alcance de los labios de Luca quien se perdió
en su sabor… era deliciosa.
Maite gozaba sin freno alguno, su deseo la perdió. Se
incorporó y gimió al sentirlo entrar en ella. Una vez que lo
tuvo como quería, bien profundo en su interior, comenzó un
meneo lento, sin embargo, no por eso poco efectivo. Él le
acunó los senos mientras los acariciaba con el pulgar sin
dejar de mirarla.
―Así. Sigue. Me gustas mucho, Maite.
―Bésame ―le pidió, entre jadeos. Él la abrazó
incorporándose. Sus pechos se unieron, no pasaba ni el aire
entre ellos. Las caderas se volvieron ambiciosas y se
movían al compás para lograr el éxtasis anhelado. Las
bocas se tocaban con desesperación. Maite le tomó la cara
mezclando los dedos entre los pelos de la barba.
―Grita para mí. Así me gusta ―le pidió él, entre gruñidos
roncos y besos. Maite gimió sin control y se abandonó a un
fabuloso orgasmo. Luca la acompañó después de tres
golpes de cadera―. Dame un beso.
―¿Uno solo?
―Muchos.
Maite lo miró a los ojos, estaban brillantes y tenían un
hermoso color con destellos dorados; se sonrieron con
complicidad, se besaron como si fuera la primera vez y se
susurraron amor, otra vez.
Así, sentados y enredados, desnudos y sudorosos, se
quedaron en silencio unos eternos minutos disfrutando el
vaivén del barco.
―Tengo una sorpresa para ti.
―Lo sabía. Algo tenías preparado. Te conozco, Luca.
―Con Aldo, mi abogado, Piero y algunos contactos,
logramos armar una fundación para albergar niños y madres
con pro…
―¡No lo puedo creer! ―dijo llorando, e interrumpiéndolo.
Era su sueño y él lo sabía.
A Luca le había costado mucho trabajo lograrlo y lo había
conseguido, solo para ella y por ella. De alguna manera
quería retribuirle su amor, su incondicional entrega y la
paciencia con la que le ayudaba con sus hijos. No había sido
fácil, sin embargo, ella nunca había desistido y se había
transformado en el pilar donde apoyarse.
―No llores ―le pidió, abrazándola más fuerte y
acariciándole el cabello. Esperó a que dejara de hipar y la
miró a los ojos secándole las lágrimas―. ¿Te gusta la
sorpresa?
―Eres el hombre más hermoso que conocí en mi vida.
―Después de Kano.
―Después de Kano ―dijo riendo―. Tendré que dejar
Rose’s Boutique.
―Rose ya está avisada.
―¿Con qué derecho te metes en mis asuntos?
―Con el que me da amarte, mujer. Deja de refunfuñar y
preparemos la comida.
―Estamos desnudos.
―Así nos quedaremos. No. Mejor vístete que adoro
desnudarte.
(Veinticinco años después…)

―La―Ya
vida te ha sonreído a pesar de todo, Mai.
lo creo. A los dos ―dijo ella, tomando los
arrugados y flacos dedos de Kano.
Miró sus manos unidas y sonrió. Kano la imitó, poco
quedaba del apuesto y sensual japonés que supo
conquistarla. Era ya un anciano canoso, antipático y gruñón
y lo quería como a un hermano, de esos que regalan la vida
y las circunstancias.
―Nena, ¿tu hija necesita ropa nueva?, esa le queda chica
―refunfuñó mientras carraspeaba. Su pregunta iba dirigida
a Olivia, pero sin dejar de mirar con desaprobación, a la hija
mayor de esta, Milena.
―Kano deja de criticar ―le pidió Olivia, besando su
frente de pasada. Tiene quince años, si no muestra sus
piernas ahora, ¿cuándo?
―Nunca ―dijo el padre de la niña, metiéndose el primer
bocado del sándwich en la boca.
Todos rieron menos Kano que asintió señalándolo. Esa
era una respuesta válida, pensó, pero no lo dijo. Ya estaba
entrando Bea al comedor con una bandeja llena de tacitas
con café y no la quería de sombrero.
Maite se acomodó en la silla para recibir el cuerpo de la
más pequeña de las hijas de Olivia, tenía trece y era muy
cariñosa con ella.
―Abu, prefieres un té.
―No, Liz, el café estará bien. Pregúntale a tu tío si quiere
abrir el champagne para tomar mientras esperamos.
Piero escuchó lo que Maite había dicho y se adueñó de la
botella para descorcharla, sabía que a ella le encantaba ese
champagne. A sus cincuenta y cinco años se podía decir que
era el calco de su padre, solo le faltaba la barba.
Maite suspiraba cada vez que lo veía entrar a su casa.
Extrañaba muchísimo esa imagen de Luca, tan apuesto y
elegante. Nunca se había olvidado de la forma en que él le
alborotaba el cuerpo al verlo; eso había pasado durante
mucho tiempo cómo olvidarlo.
―Sal de las piernas de tu abuela que después le duelen
las rodillas ―pidió Luca, acariciándole el cabello a la niña y
tomando asiento al lado de su mujer―. ¿Kano quieres un
Scotch?
―No, después se queja de dolor de cabeza ―dijo Bea,
pero nadie la escuchó.
Gian trajo la botella y los vasos, conocía a su abuelo, «no
puede faltar el vasito de scotch», siempre decía.
El primero de los niños de la familia había inaugurado la
palabra abu para referirse a Maite y se la había enseñado
justamente, Piero. Eso era doblemente hermoso para ella.
Recordaba con picardía como Luca se había burlado por
las lágrimas derramadas… Había sido durante una noche de
pasión, mientras su cadera la golpeaba una y otra vez
haciéndola gemir, él le había dicho: «Si te vieran así, abu.
Suspirando y desnuda». Recordaba con añoranza esa
sonrisa preciosa y esa mirada íntima y sincera. ¡Había sido
tan pícaro y tan sensual! Él le había enseñado lo bello,
posible y profundo que podía ser el segundo amor.
Se giró a mirarlo y sonrió, todavía estaban ahí la sonrisa
y la mirada, pero eran otras, no tenían la carga de pasión
que la estremecía, ahora había amor, ternura. Alargó su
mano para acariciarle la barba, ya por completo blanca, y le
dio un beso en los labios. Él le regaló una de sus perfectas
muecas de rostro completo.
―¿Contenta?
―Feliz ―respondió ella, acurrucándose en su hombro.
Sus abrazos no habían dejado de ser tibios y contenedores.
Maite adoraba la idea de que el extraño color de ojos de
su amado, lo hubiesen heredado tres de sus nietos, la
mayor de Olivia y los dos más pequeños de Piero,
permanecerían en la familia y era muy justo que así fuese.
Lo de pequeños, haciendo referencia a los hijos de Piero,
ya no era tan así, tenían diecisiete y veinte años. La niña
era el vivo reflejo de Ana y, según su propio padre, se le
parecía hasta en el carácter. Así se llamaba, Ana, y todos le
decían Anita. Los otros dos resultaron ser la mezcla perfecta
de ambos padres, uno rubio y el otro moreno. El pequeñín,
Bruno, era el más dulce de los tres.
―¿Mamá me cortas otra porción de la torta que hiciste?
―preguntó el mayor de los de Bea. Un hombrecito muy,
muy educado, inteligente y buen empleado, sino el mejor de
los que tenía Piero en la empresa. Lejos había quedado el
mocoso caprichoso y movedizo que todo lo rompía.
Ahora, hablando de su hermano menor… «Esperemos
que la edad de Cristo lo haga cambiar», había dicho Kano
en el último festejo de cumpleaños y eso no había pasado.
Era bohemio, de alma libre y corazón abierto, también era
un excelente músico que se ganaba la vida sin pedirle nada
a nadie, a veces no llegaba a fin de mes y otras veces le
sobraba, aunque, nunca, nada, le borraba la sonrisa. Él era
feliz así. Maite lo adoraba y Luca también, le había
enseñado a tocar el saxo y, aun en contra de sus padres, le
había regalado uno en su cumpleaños número dieciocho.
―Ya llegó, Abu. Justo a tiempo para cantarte el feliz
cumpleaños. Vamos a recibirla. Vamos, abuelo, vamos
―gritó Milena, enloquecida de felicidad.
Kano se puso de pie muy rápido, de pronto los setenta y
tres años pasaban a ser cuarenta y algo. Si de su hija se
trataba, el mundo desaparecía, incluso sus achaques de la
edad y, justamente ella, estaba volviendo en ese instante
de unas vacaciones demasiado largas. Si le pedían su
opinión, eso diría, demasiado largas.
Emi, así se llamaba, los miró a todos reunidos en la
puerta de la gran casona de su tía Mai y sonrió haciendo
casi desaparecer sus rasgados ojos. Se acomodó un rulo
rebelde, tan negro como el carbón, y levantó el regalo. El
pergamino japonés se desplegó hacia abajo y la exótica
escritura quedó expuesta, junto con algunos dibujos típicos.
Emi estaba recién llegada de Japón, todavía tenía las
maletas en el coche, aunque de eso se estaban ocupando
Gian y Bruno.
―Siéntate, Mai ―dijo Kano, que sabía lo que en ese
pergamino decía.
A Maite poco le importó el pedido de Kano y caminó
hasta la mujercita de treinta, que aparentaba veinte, y la
abrazó con fuerza besando su frente.
―Te estaba esperando para soplar las velitas, cariño.
―Aquí estoy. ¿Vas a mirar mi regalo o me lo llevo de
vuelta? ―preguntó, acariciando las mejillas de la mujer a la
que adoraba.
―Por supuesto, perdóname, es la emoción.
Maite se hizo la entendida y lo único que logró ver fue el
maravilloso y colorido arte, no mucho más. Ni concentrada
lograría más que eso.
El bullicio de saludos y abrazos la rodeaba, también los
brazos de Luca quien también le besaba la sien. Kano ya le
había ido con el cuento, eran muy compañeros, y si de
proteger a Maite se trataba, eran el dúo perfecto.
―¿Quieres que traduzca esa cosa? ―preguntó el
japonés. Estaba muy orgulloso y enamorado de su hija.
―Yo lo hago papá, ¿me dejas? ―Emi lo abrazó por los
hombros y lo besó ruidosamente su mejilla. Ella, de por sí,
era ruidosa. Sus movimientos traían consigo música, risas,
cantos, golpeteo de manos, cualquier cosa que hiciera
ruido. Si no era ella eran los accesorios decorativos que
fabricaba y vendía, desde aretes a tobilleras todo, y todo
sonaba. Su presencia se escuchaba siempre―. Mamá del
corazón. Eso dice.
Maite lloró, como era de esperar. Kano refunfuñó enojado
con el nudo de la garganta que apenas si podía tragar. Bea
acompañó a Maite con algunas lágrimas y la abrazó
después de que Luca dejara de besarla.
Los muchachos ya estaban adentro preparando las copas
para el brindis y prendiendo las setenta velitas de la torta
de la abu Maite que, por supuesto, ayudarían a soplar. Una
tradición que mantenían desde que eran pequeños.
―Vamos a comer que tengo un hambre voraz ―dijo Emi,
abrazando a su padre. Adoraba a su padre, no conocía uno
mejor. No creía que existiese ninguno que fuese tan
comprensivo, cariñoso y generoso, tal vez su padrino. Tal
vez. Miró a Luca y le sonrió cuando él le guiño el ojo. Se
arrepintió al instante, los dos eran los mejores―. Llegó la
alegría de la casa, primos. Pongamos música, o mejor aún...
―¡Jazz! ―gritaron Milena y Liz, señalando a su abuelo.
En dos minutos aparecieron dos saxos.
El más joven y arriesgado de los músicos empezó con la
canción del feliz cumpleaños, no quería que nadie olvidara
el motivo de la reunión.
Maite sopló, o simuló hacerlo, las velitas. Todos sus
nietos la rodeaban entre carcajadas y bromas. Y la torta
quedó despedazada.
―No sé para qué te pones a trabajar tantas horas para
hacer semejante torta si estos grandotes-para-nada no
saben apreciar tu trabajo ―gruñó Kano, serio y enojado. No
entendía esas bromas y no le gustaban.
―Deja de quejarte, viejo. Son niños.
―Bea, por favor, son hombres y mujeres que podrían
estar pensando en darnos nietos. ―Bea se acercó a su
esposo (ellos sí se habían casado), y le dio un beso en los
labios.
―Igual te quiero. ―Kano le sonrió, y le dio un golpe en el
trasero. Ella había sido la persona más paciente del mundo,
había curado sus miedos y le había dado una familia,
inesperada y maravillosa familia. Ya no era prestada, era
suya.
No pudo seguir enojado, la música lo calmaba, como a
toda fiera. Dibujó una sonrisa y se acomodó en un sillón
cerca de su hija. Todos ocuparon un lugar por ahí y por allá,
y disfrutaron de la música de Luca y el menor de los que
consideraba sus hijos.
―Señora, han llamado de Rose’s Boutique. Quieren saber
si usted retira el vestido o se lo envían ―quiso saber la
empleada que administraba la casa como si fuera propia y
cuidaba de ambos, tanto de Maite como de Luca.
―Dile que me lo envíen, por favor.
Rose’s Boutique seguía siendo la mejor casa para vestir a
las señoras de sociedad y hasta había mejorado con los
años. Rose ya no estaba, había fallecido años atrás
heredando todo lo suyo a su única hermana. Una de las
hijas de esta se había hecho cargo de la boutique de su tía y
desde entonces la administraba y manejaba
maravillosamente.
Ya Maite no trabajaba. Desde hacía años solo era clienta
asidua y visitaba a las chicas de vez en cuando. Fabiola y
Silvi se habían jubilado no hacía mucho, pero conservaban
una cercana amistad y Mary aún estaba ahí, ahora como
mano derecha de la nueva propietaria.
―¿Todo bien, abu?
―Sí, cariño, solo querían avisarme que ya tienen listo mi
vestido para la fiesta de mañana ―dijo acariciando el
cabello de Liz.
Desde su cumpleaños número cincuenta, los festejos de
Maite se habían convertido en la sensación de la
temporada. Era una de las fiestas más esperadas por todos.
Eran reuniones multitudinarias que ella ofrecía a beneficio
de su fundación que ayudaba a niños y madres con
problemas sociales, económicos y de salud.
Olivia era quien se hacía cargo de la organización de la
fiesta y de la administración de la fundación. Hacía un par
de años que Milena colaboraba y parecía que seguiría sus
pasos.
―Tenemos una confirmación del noventa por ciento de
los invitados. ¡Es genial! En las mesas principales como
siempre la familia ―dijo Olivia, abarcando a todos los
presentes―, Fabiola y Silvi con sus respectivos esposos e
hijos y Hugo con su mujer.
Para Maite no había nadie más importante que los
nombrados. Las únicas personas a las que, sí o sí, quería ahí
junto a ella, tal vez algunos pocos más.
―Perfecto, Olivia, como siempre. Adoro estas fiestas.
―Lo que tu adoras ―dijo Piero, acuclillándose para
entregarle una porción de su pastel de cumpleaños― es el
dinero que recaudas. En definitiva, no me había equivocado
contigo.
Maite lo miró con ternura y picardía. Adoraba a Piero, era
un hombre de grandes valores. También adoraba todas las
formas con las que había intentado disculparse por su mal
comienzo con ella, a lo largo de los años habían sido
decenas o más.
Acarició su mejilla y luego la palmeó con un poco más de
fuerza. Olivia se llevó la mano a la boca, para no reírse por
la sonora palmada al ver la cara de dolor de su hermano,
pero no era de dolor sino de sorpresa, no esperaba tal
reacción. Los tres largaron una carcajada a la vez, después
de varios segundos de silencio.
―¿Qué pasa aquí? ―preguntó Luca, robando el tenedor
de su mujer cargado con un bocado de postre.
―Nada nuevo, acabo de llamar aprovechada a Maite.
Luca beso la sien de la supuesta aprovechada y volvió a
cargar el tenedor para darle un poco a ella. Ya había
aprendido a manejar el ácido humor de Piero, ignorándolo.

La fiesta mantenía, desde siempre, una misma estructura:


La gran entrada familiar con la pareja al frente y el resto
detrás, acomodándose luego en la larga mesa principal y
dándoles espacio a los felices anfitriones para bailar en la
pista al compás de la balada que tocase el grupo musical
invitado.
―Cada vez es menos tolerable ―refunfuño con
sinceridad Maite.
Luca era su confidente y el único que sabía que
soportaba ese circo para que sus chicos, como llamaba a la
gente que ayudaba en la fundación, tuvieran una mejor
vida.
―Pero tu corazón es tan grande que no te importa
prestarte a esta pantomima. Es todo por ellos.
―Ya me conoces ―dijo, mirándole los ojos y esa
maravillosa sonrisa.
―Y siempre amé esta parte de ti. ―Maite acarició sus
hombros hasta cruzar sus manos por detrás y apretarlo a su
pecho. Él la abrazó más fuerte y le acarició la espalda.
―Te amo, Luca. Todavía lo hago como el primer día.
―Yo también te amo, mujer. Muchísimo. ―Ella apoyó la
mejilla en el hombro de él y cerró los ojos, siempre había
sido su sostén.
Ninguno encontraría un mejor lugar para estar que en los
brazos del otro.
Ese lugar cálido y seguro que les había brindado el
segundo amor.

Fin
Nota de la autora:

Si te ha gustado la novela / libro me gustaría pedirte que


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hayas adquirido (Smashwords, iBooks, Amazon, etc.) o en
cualquiera de mis redes sociales. No te llevará más de dos
minutos y así ayudarás a otros lectores potenciales a saber
qué pueden esperar de ella.

¡Muchas gracias!

Para ponerse en contacto con Ivonne:


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Biografía de la autora:
Escribe con un seudónimo. Ivonne Vivier, no es su
nombre real.
Es argentina, nació en 1971 en una ciudad al noroeste de
la provincia de Buenos Aires, aunque actualmente reside en
Estados Unidos. Está casada y tiene tres hijos adolescentes.
Como madre y esposa un día se encontró atrapada en la
rutina diaria y se animó a volcar su tiempo a la escritura.
Desde entonces disfruta y aprende dándole vida y
sentimientos a sus personajes a través de un lenguaje
simple y cotidiano y lo que comenzó como una aventura, tal
vez un atrevimiento, hoy se ha convertido en una pasión y
una necesidad.

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