Un Inesperado Segundo Amor Ivonne Vivier
Un Inesperado Segundo Amor Ivonne Vivier
Ese lunes por fin se volverían a ver. Las cosas estaban más
calmadas entre los dos y se habían extrañado bastante
como para dilatar más el encuentro.
Maite cerró la boutique como de costumbre después de
verificar luces y puertas, además, claro estaba, su
maquillaje y vestido.
Luca la esperaba apoyado en su coche y cruzado de
brazos mientras la veía pelear con las llaves de la enorme y
pesada puerta. Era hermosamente terca cuando se lo
proponía, y decidida. ¿Cómo podría no admirarla? Ella no le
permitiría que le ayudase, ya lo había intentado alguna vez.
―Listo, ya nos podemos ir ―dijo un poco agitada,
parándose frente a él con toda esa arrogancia femenina que
la caracterizaba. Luca la miró en silencio con una sonrisa
completa en los labios o, mejor dicho, en toda su cara―.
¿Qué?
―Nada. Solo que eres hermosa y no me has saludado.
Después de un par de besos y bromas, por fin llegaron al
restaurante. Mientras comían disfrutaban de la conversación
que pasaba por varios temas, a veces, a la vez.
―¿Cómo están las cosas con Piero? –preguntó Maite.
Cada vez estaba más dolida con la situación.
―Igual, es un hombrecito bastante caprichoso. Le gusta
que las cosas salgan como él quiere.
―Lo siento mucho.
―Ya lo sé. No te preocupes, se le pasará. No pongas esa
carita, de verdad, se le va a pasar. Así son los hijos, a veces
amorosos y otras unos ingratos, pero parece que es su
naturaleza. Claro, hasta que se convierten en padres y
entonces ven todo lo que no vieron antes. Alguna vez
fuimos hijos.
―Supongo que así será.
―Lo siento, Maite. No quise… ―Maite le sonrió, le
acarició la mejilla con esa barba suave que tanto le gustaba
y le dio un fugaz beso en los labios.
―No te preocupes. Estoy un poco vulnerable con el
tema. Kano me llamó hoy temprano, estaba muy contento
porque por fin había podido pasar una buena tarde con los
hijos de Bea, su pareja, y tal vez… Dios mío, es una
tontera… Me da un poco de celos, no Bea por supuesto, sino
que Kano pueda vivir una experiencia parecida a la de ser
padre. Yo le insistía para que lo intentara y lo convencí, pero
ahora...
―Maite, no te pongas mal. Supongo que es normal, no lo
sé. Pero ustedes tienen esa extraña relación y…
―¿Estás celoso? ―preguntó, interrumpiéndolo, al notar
el tono diferente que utilizó Luca para la palabra relación. Él
sonrió culposo y negó con la cabeza, sin embargo, ella
insistió.
―Ok, solo un poco. Pero no voy a hablar del tema. ―Le
guiñó el ojo y acarició su mejilla, de verdad no quería hablar
del tema―. Si quisieras, ¿podrías tener más hijos?
―No lo sé. Supongo que sí, pero no quiero saberlo.
Cuando perdí el embarazo me negué a volver a intentarlo.
No quería volver a vivir uno para después quedarme con las
manos vacías. Las probabilidades me habían demostrado
que era así, en mi caso, por supuesto. Estaba enojada con
mi cuerpo y conmigo misma cuando tomé la decisión, ahora
ya no me arrepiento de no haber sido convencida por mi
esposo. No soportaba la idea de volver a sufrir, estaba muy
dolida, en carne viva. No tenía el valor de hacerlo.
―Te entiendo. Ya no creo que sea necesario recordar
esto, fue una pregunta innecesaria.
―Es un tema con el que todavía no puedo lidiar, pero no
está mal que lo hablemos, es parte de lo que soy también.
―Eso mismo pienso. Supongo que todos tenemos un
fantasmita dentro de nuestra cabeza. Un tema de esos que
nos duelen al momento de hablarlos.
―Y el tuyo es tu mujer ―sentenció Maite, sin dejar de
mirarlo.
―Mi mujer eres tú. Pero si te refieres a Ana, sí, su
recuerdo es mi fantasma. Pero de una linda manera. Ella es
mi pasado. Maite, tú eres mi presente, ella no se interpone
ni lo hizo nunca. Estoy seguro que le hubieses gustado para
mí.
―¿Sabes que es muy loco escucharte decir eso?, y más
loco es no tener ni un poco de los celos que creí que
tendría. Hablas de ella de una manera que me hace sentir
segura del lugar que ocupo. No me siento la usurpadora de
un sitio que no me corresponde.
―Porque no lo eres. Cambiemos de tema.
―Bien, ¿de qué quieres hablar? ―preguntó, coqueta y
sonriente. La había llamado su mujer y así se sentía.
―De tus andanzas por mis sueños ya hablamos.
―Sigues con eso, ya no te creo.
―Deberías hacerlo ―dijo Luca, acercando sus labios a los
de ella. Su mirada pasó por el escote femenino y una mano
se apoyó en una de las tentadoras piernas que la falda
dejaba a la vista―. Me encanta soñar contigo.
Terminaron la cena compartiendo un postre y
seduciéndose como no lo habían hecho nunca. Maite estaba
encantada con la caballerosidad de Luca y toda la hombría
que su apariencia tenía. Con sus grandes manos la guio
hasta el coche disculpándose porque tenían que irse. Olivia
lo esperaba en casa de una amiga con la que había estado
estudiando y ya se estaba haciendo la hora en que habían
quedado que pasaría a recogerla.
Una vez en la puerta del departamento se besaron como
lo hacían de forma usual. Sin embargo, no era usual la
nueva necesidad de Luca de prolongar el beso y de
profundizarlo hundiendo su lengua con una insolencia que,
antes, no había estado ahí.
Maite gimió bajito y por sus piernas corrió un cosquilleo
incómodamente delicioso que ancló dentro de su ropa
interior. Sus manos volaron a la nuca de Luca para
atraparlo, quería más, necesitaba volver a sentir todo lo que
había provocado ese beso furioso.
El gruñido de él casi la hizo sonreír, pero estaba más
concentrada en impedirle terminar el contacto. Una idea
que a Luca no se le había cruzado por la cabeza, todo lo
contrario. La mano que, con timidez, estaba sobre el muslo
de ella comenzó a subir por el costado pasando por su
vientre y rozando por primera vez los pechos femeninos.
Ninguno necesitaba decir nada, el permiso era ese
desenfrenado beso cómplice. Los largos dedos de Luca
desprendieron uno a uno los primeros botones de la blusa
de Maite dejando al descubierto un hermoso sostén blanco
de encaje que, no miró, sino que lo deslizó hacia un costado
con su dedo índice, rozando lo que quería y
estremeciéndose al escuchar el sonido que salió por la
garganta de su mujer.
La mano de Maite se mezcló entre las hebras del cabello
de él y lo presionó más contra sus labios. Su cuerpo era una
brasa ardiendo y el roce había sido tan sutil que hasta le
parecía que no había pasado. Lo que sí estaba pasando era
que, la curiosa boca del hombre que le estaba robando la
decencia, estaba succionando su cuello y mordiendo con
suavidad, erizando la piel a su paso, y podía adivinar el
destino.
Respiró profundo sobre la cabeza de él y despegó la
espalda del asiento al sentir la tibia lengua sobre su seno
derecho. La mezcla de la humedad y el calor la estremeció y
gimió, no pudo evitarlo cuando, con suavidad, él mordió ese
punto tan sensible. Acarició cuanto pudo de la espalda
masculina disfrutando cómo los músculos se movían bajo su
palma.
Luca odiaba tener que irse, por fin el deseo había podido
con sus dudas y estaba más fuerte que nunca.
Se dejó vencer por las ganas, bajó la mano hasta el final
de la falda de Maite y, con suavidad, comenzó a subir
acariciando todo a su paso. La escuchaba suspirar con
pudor mientras disfrutaba de sus atenciones. Atenciones
que él mismo gozaba, por cierto. Sintió como su mujer se
acomodaba para que su mano llegase más fácilmente a
destino y sonrió para sus adentros. Ella estaba igual de
necesitada que él. Una vez más pasó de largo el encaje y
sus dedos tocaron la piel caliente de Maite, quien ya se
retorcía y se apretaba contra su boca. Luca cerró los ojos
con fuerza al sentirla tan entregada.
Era hermoso escucharla gemir cada vez más alto, ya casi
sin control. Sus dedos hacían movimientos lentos y
experimentaban en el desconocido cuerpo de la mujer que
parecía demasiado sensible a sus caricias. El silencio
ahogado de una profunda inhalación le dijo que era el
momento. Subió sus labios a la boca de ella que lo recibió
encantada y se tensó por completo, apretando sus dedos en
el proceso. No paró, solo aminoró las caricias. La invitó a
disfrutar todo, a sentirlo hasta el final.
Maite casi sollozaba en silencio. Había sido
estremecedor, una sacudida a su cuerpo falto de compañía
masculina. Esa intromisión había despertado todos sus
sentidos. Una maravillosa y olvidada sensación de plenitud
llenaba su pecho. Claro que no era lo mismo cuando ella lo
hacía en la soledad de la noche.
Su respiración poco a poco se recobraba. Aunque no
colaboraban nada los besos de Luca, quien parecía querer
robarle el aliento. La caricia descendiendo sobre su pierna
se hizo demasiado notoria y la vergüenza la tomó por
sorpresa.
Con el cuerpo enfriándose todo se veía más claro. En
medio de la calle y dentro de un coche había sido tocada
íntimamente por el hombre al que deseaba aún sin tenerlo
enfrente.
El sonido de una llamada rompió la burbuja de deseo de
Luca.
¡Su hija! Tenía que ir a buscar a Olivia. No contestó la
llamada, sabía lo que le diría.
Primero quería terminar con lo que había empezado. Se
alejó despacio de la boca de Maite e intentó mirarla. Ella ya
estaba cerrando su blusa sin verlo a los ojos. Estaba
ruborizada y su maquillaje se había corrido. Él lo acomodó
con un dedo y sonrió ante la incomodidad de ella, que
giraba los ojos sin dignarse a mirarlo.
―Se me hace tarde. Maite, me encantaría quedarme.
―No te preocupes. Mañana es un día laboral. Debemos
descansar y, sí, es preferible que ya…
Luca la interrumpió con un beso y una risa silenciosa. Él
era demasiado consciente de que ella no había estado con
un hombre desde hacía años y, suponía, que toda esa
postura de mujer que todo lo puede escondía a una Maite
dulce y vacilante en cuestiones de hombres o tal vez, la
inesperada pasión la había bloqueado. Ya lo sabría. En ese
momento la dejaría escapar para no incomodarla más.
―Ve, espero a que entres y arranco el coche ―le susurró
después de un beso en la frente. Entonces sí, con una
rápida mirada acompañada de una sonrisa, ella lo despidió.
aite subió su cuerpo en el ascensor, porque mental y,
―Hola, Luca.
―Rose, qué temprano llamas. ¿Todo bien?
―Dímelo tú.
―No sé a qué te refieres.
―Maite trae una cara... que habla por sí sola.
Luca se sorprendió. Acababa de enviarle un mensaje de
texto preguntándole por su dolor de cabeza. Todavía no
había tenido tiempo de llamarla. La respuesta había sido
positiva, le había dicho que estaba muy bien y de camino a
la boutique. ¿Qué estaba pasando?
―Ayer no nos vimos. No sé qué decirte. Ahora la llamo
―dijo preocupado.
―Está con un proveedor que acaba de llegar. Luca no me
mientas.
―No lo hago, Rose, no sé qué le pasa. No creo que sea
por lo que pasó el lunes. Piero se emborrachó… es una larga
historia. Estaba asustado creyendo que Andrea estaba
embarazada y esa fue la gota que colmó el vaso. Está triste,
a veces no lo entiendo, bueno, casi nunca. Ayer se quedó en
la empresa a dormir. ¿Puedes creerlo? Hoy llegué y tuve que
despertarlo. Estuvo llorando, pude notarlo en sus ojos, aun
así, no me quiso contar nada.
Piero estaba esperando que Maite diera el primer paso.
Se merecía todo lo que su padre quisiera gritarle. Hasta
había tenido una pesadilla con él echándolo de su casa.
Cuando esa mujer le contara la bestialidad que le había
dicho no intentaría ni defenderse, ya lo tenía decidido. No
había defensa posible. ¿Qué le iba a decir? ¿Que estaba
celoso, enojado? ¿Que no le importaba decir crueldades con
tal de desahogarse él?
Luca cortó la comunicación con su amiga y suspiró. Había
disimulado bastante bien. Era real que no sabía el motivo
por el que Maite estaba mal, intuía que podía ser temor a
que él se hubiera enterado de su intromisión. Sí, era una
entrometida, no debía meterse con sus hijos. Se lo había
dicho desde un principio: «No estoy cómodo con la idea»,
pero a ella poco le había interesado, aparentemente.
¿Cómo no le había contado lo de Andrea y Piero? No
podía entender ni ponerse en su lugar. A sabiendas de que
Piero la aborrecía se había metido entre él y su novia. Poco
sabía de cómo se habían dado las cosas, no obstante, daba
igual el cómo, lo que importaba era que lo había hecho.
La sensación de agotamiento emocional que Luca tenía
no le dejaba margen a los pensamientos coherentes. Era
demasiado, sus hijos con caras de angustia, una mujer que
no terminaba de encajar en su vida, o sí, encajaba a la
perfección, pero ¡qué miedo le daba eso! Prefería pensar
que no encajaba, era más fácil.
Lamentaba el error de Maite. Era una mujer hermosa por
dentro y por fuera y el amor que le tenía hablaba por sí solo
de que, realmente, pensaba que era así. Sin embargo,
estaba cansado, desde el día que la conoció su vida había
empezado a danzar al compás de una música que no le
gustaba. Era inquietante, era confuso, era molesto… era
maravillosamente excitante. Sin embargo, no se daba
cuenta de lo último, solo de la otra parte.
El horario del almuerzo llegó y Kano con él. La conocía
demasiado, sabía qué tan mal podían estar las cosas a
juzgar por su silencio. Muy mal, sí. Pero no podía adivinar los
motivos.
―Bien, ya es tiempo, puedes contarme.
―¿Cómo están Bea y los chicos?
―No me cambies de tema, están muy bien. Bea te
adora, ya tiene tu número de teléfono, te lo aviso, va a
llamarte para invitarte a tomar un café. Los chicos en el
colegio y bien. Ahora a lo nuestro.
―El hijo de Piero me cree capaz de cazar a su padre y
creyó pertinente contratar un abogado para que ponga a
resguardo la fortuna que, supuestamente, tiene ―dijo todo
sin pestañear ni respirar.
―¡No lo puedo creer! ¿Cómo lo sabes? ―En su mente,
Kano ya estaba ensayando la conversación, en muy malos
términos, que tendría con Luca.
―Al llegar a la oficina los escuché. Luca se negó a hacer
nada y hasta los sacó a los dos de su despacho. Entonces
me encontré con Piero afuera y nos dijimos muchas más
cosas, muy dolorosas, y yo ya no quiero esto. No puedo
formar una pareja y vivir con la sensación de estar
molestando. No puedo perjudicar la relación de Luca con sus
hijos y lo estoy haciendo. Ellos pasaron por mucho dolor y
eso los unió. ¡Ahora yo los separo! No, no puedo cargar con
eso en mi conciencia. Al principio, creí que la presencia del
recuerdo de su esposa fallecida lo complicaría todo, y te juro
que lo hubiese preferido mil veces.
―¿Qué te dijo Luca?
―No hablo con él desde el domingo.
―Mai, debes hacerlo.
―Sí, es cierto. Lo voy a hacer.
―Luego me llamas y me cuentas, o vienes a casa o voy a
la tuya. No te quedes sola.
Maite le sonrió a modo de despedida y le dio el abrazo de
costumbre. Entró en la boutique y caminó directamente al
taller, necesitaba a Fabiola. Ahí estaba ella sentada en su
máquina de coser, concentrada y sola.
―¿Tienes un ratito para mí?
―Todo el ratito que quieras.
―Voy a cortar con Luca. ―Fabiola dejó la tijera y levantó
la vista. No podía creerlo.
―¿Qué pasó?
Y Maite le contó todo, con detalles, y hasta repitió las
palabras hirientes que había recibido. No omitió siquiera la
dolorosa frase que ella le había dedicado a Piero, porque
había actuado con bajeza, había querido lastimarlo como él
lo había hecho. Eso no estaba bien y podía empeorar. Como
había supuesto, Fabiola había quedado muda.
―¿Sabes qué es lo más molesto? Que yo estaba bien con
mi soledad. Me había acostumbrado y no la padecía. Me
costó mucho tiempo adaptarme a ella, pero ya éramos
buenas amigas, tú lo sabes. Lo eché a perder. No me
arrepiento o eso intento, decidí arriesgarme yo sola, nadie
me obligó. Luca valía la pena. Vale la pena.
―Se quieren, Maite. No abandones la pelea en la mitad.
―No puedo. No tengo fuerzas. Ese muchacho tiene más
energía que yo, más poder con Luca y mucho más que
perder. No me importa su dinero ni sé qué tanto puede
tener. No tengo idea ni quiero tenerla. Tengo mi propio
capital, sabes que he trabajado toda mi vida y estoy sola.
Soy de bajo mantenimiento, siempre me lo criticas… Salvo
por el vino.
―Es cierto, el vino te gusta caro. ―Ambas rieron
recordando anécdotas―. No estoy de acuerdo con lo que
vas a hacer, Maite. No me pidas el consentimiento que no
quiero darte.
―Fabiola, ¿no entiendes que puede lastimarme mucho y
puedo hacerlo yo también? Me entregué a un amor adulto
porque creí que sería fácil, seguro. No conté con el resto del
equipo, los hijos son lo más importante en la vida de
alguien. ¿Quién soy yo para interferir en eso? Además, me
gusta vivir tranquila. Sufrí mucho y peleé mucho para
conseguir la tranquilidad que tenía, me la merezco.
―Aun así. Luca es un gran hombre, te quiere, se nota.
―No es suficiente. Yo lo sé, lo aprendí a la fuerza. La
lucha gasta el amor. También aprendí del fracaso y sé
aceptarlo. Ya encontraré algo de enseñanza en esto.
―¿Cuándo dejes de llorar?
―Nunca dije que no me dolería, Fabiola. Me enamoré.
Luca no se sentía bien con la indiferencia que quería
mantener hacia Maite. Él era más de conversar hasta
aclarar las cosas. Así había sido con su esposa siempre.
También era de dejar ganar para evitar más disputas,
porque Ana era implacable en las discusiones. Le gustaba
apoderarse de todas. ¡Esos recuerdos se le hacían tan
nuevos! Había olvidado todo lo que podía opacar la imagen
de su mujer, aunque ya empezaba a recordar. También
recordaba el amor que le tenía y sin miedo lo comparaba
con el que ahora sentía por Maite y los dos eran profundos,
sanos, verdaderos; sin embargo, tan distintos.
Alejó a Ana de sus pensamientos y se concentró en
Maite. Se debían una charla. Él la necesitaba. Sin demasiado
titubeo tomó el teléfono y marcó su número.
La llamada lo derivó al contestador, una vez, dos, cinco.
El teléfono de Maite descansaba abandonado sobre el
escritorio. Maite todavía estaba rearmando su vida, en
principio con palabras, en el taller de costura.
Luca no tomó demasiado bien que no contestara sus
llamados. El enojo aumentó y no quiso darle la oportunidad
de que desapareciera.
Yo no soy de los que desaparecen, te lo dije hace tiempo.
Necesitamos hablar, hoy paso por tu casa. No te molestes
en preparar la cena.
Escribió en el mensaje y lo envió. Claro que después de
borrar muchos que habían sido un poco más agresivos.
―La―Ya
vida te ha sonreído a pesar de todo, Mai.
lo creo. A los dos ―dijo ella, tomando los
arrugados y flacos dedos de Kano.
Miró sus manos unidas y sonrió. Kano la imitó, poco
quedaba del apuesto y sensual japonés que supo
conquistarla. Era ya un anciano canoso, antipático y gruñón
y lo quería como a un hermano, de esos que regalan la vida
y las circunstancias.
―Nena, ¿tu hija necesita ropa nueva?, esa le queda chica
―refunfuñó mientras carraspeaba. Su pregunta iba dirigida
a Olivia, pero sin dejar de mirar con desaprobación, a la hija
mayor de esta, Milena.
―Kano deja de criticar ―le pidió Olivia, besando su
frente de pasada. Tiene quince años, si no muestra sus
piernas ahora, ¿cuándo?
―Nunca ―dijo el padre de la niña, metiéndose el primer
bocado del sándwich en la boca.
Todos rieron menos Kano que asintió señalándolo. Esa
era una respuesta válida, pensó, pero no lo dijo. Ya estaba
entrando Bea al comedor con una bandeja llena de tacitas
con café y no la quería de sombrero.
Maite se acomodó en la silla para recibir el cuerpo de la
más pequeña de las hijas de Olivia, tenía trece y era muy
cariñosa con ella.
―Abu, prefieres un té.
―No, Liz, el café estará bien. Pregúntale a tu tío si quiere
abrir el champagne para tomar mientras esperamos.
Piero escuchó lo que Maite había dicho y se adueñó de la
botella para descorcharla, sabía que a ella le encantaba ese
champagne. A sus cincuenta y cinco años se podía decir que
era el calco de su padre, solo le faltaba la barba.
Maite suspiraba cada vez que lo veía entrar a su casa.
Extrañaba muchísimo esa imagen de Luca, tan apuesto y
elegante. Nunca se había olvidado de la forma en que él le
alborotaba el cuerpo al verlo; eso había pasado durante
mucho tiempo cómo olvidarlo.
―Sal de las piernas de tu abuela que después le duelen
las rodillas ―pidió Luca, acariciándole el cabello a la niña y
tomando asiento al lado de su mujer―. ¿Kano quieres un
Scotch?
―No, después se queja de dolor de cabeza ―dijo Bea,
pero nadie la escuchó.
Gian trajo la botella y los vasos, conocía a su abuelo, «no
puede faltar el vasito de scotch», siempre decía.
El primero de los niños de la familia había inaugurado la
palabra abu para referirse a Maite y se la había enseñado
justamente, Piero. Eso era doblemente hermoso para ella.
Recordaba con picardía como Luca se había burlado por
las lágrimas derramadas… Había sido durante una noche de
pasión, mientras su cadera la golpeaba una y otra vez
haciéndola gemir, él le había dicho: «Si te vieran así, abu.
Suspirando y desnuda». Recordaba con añoranza esa
sonrisa preciosa y esa mirada íntima y sincera. ¡Había sido
tan pícaro y tan sensual! Él le había enseñado lo bello,
posible y profundo que podía ser el segundo amor.
Se giró a mirarlo y sonrió, todavía estaban ahí la sonrisa
y la mirada, pero eran otras, no tenían la carga de pasión
que la estremecía, ahora había amor, ternura. Alargó su
mano para acariciarle la barba, ya por completo blanca, y le
dio un beso en los labios. Él le regaló una de sus perfectas
muecas de rostro completo.
―¿Contenta?
―Feliz ―respondió ella, acurrucándose en su hombro.
Sus abrazos no habían dejado de ser tibios y contenedores.
Maite adoraba la idea de que el extraño color de ojos de
su amado, lo hubiesen heredado tres de sus nietos, la
mayor de Olivia y los dos más pequeños de Piero,
permanecerían en la familia y era muy justo que así fuese.
Lo de pequeños, haciendo referencia a los hijos de Piero,
ya no era tan así, tenían diecisiete y veinte años. La niña
era el vivo reflejo de Ana y, según su propio padre, se le
parecía hasta en el carácter. Así se llamaba, Ana, y todos le
decían Anita. Los otros dos resultaron ser la mezcla perfecta
de ambos padres, uno rubio y el otro moreno. El pequeñín,
Bruno, era el más dulce de los tres.
―¿Mamá me cortas otra porción de la torta que hiciste?
―preguntó el mayor de los de Bea. Un hombrecito muy,
muy educado, inteligente y buen empleado, sino el mejor de
los que tenía Piero en la empresa. Lejos había quedado el
mocoso caprichoso y movedizo que todo lo rompía.
Ahora, hablando de su hermano menor… «Esperemos
que la edad de Cristo lo haga cambiar», había dicho Kano
en el último festejo de cumpleaños y eso no había pasado.
Era bohemio, de alma libre y corazón abierto, también era
un excelente músico que se ganaba la vida sin pedirle nada
a nadie, a veces no llegaba a fin de mes y otras veces le
sobraba, aunque, nunca, nada, le borraba la sonrisa. Él era
feliz así. Maite lo adoraba y Luca también, le había
enseñado a tocar el saxo y, aun en contra de sus padres, le
había regalado uno en su cumpleaños número dieciocho.
―Ya llegó, Abu. Justo a tiempo para cantarte el feliz
cumpleaños. Vamos a recibirla. Vamos, abuelo, vamos
―gritó Milena, enloquecida de felicidad.
Kano se puso de pie muy rápido, de pronto los setenta y
tres años pasaban a ser cuarenta y algo. Si de su hija se
trataba, el mundo desaparecía, incluso sus achaques de la
edad y, justamente ella, estaba volviendo en ese instante
de unas vacaciones demasiado largas. Si le pedían su
opinión, eso diría, demasiado largas.
Emi, así se llamaba, los miró a todos reunidos en la
puerta de la gran casona de su tía Mai y sonrió haciendo
casi desaparecer sus rasgados ojos. Se acomodó un rulo
rebelde, tan negro como el carbón, y levantó el regalo. El
pergamino japonés se desplegó hacia abajo y la exótica
escritura quedó expuesta, junto con algunos dibujos típicos.
Emi estaba recién llegada de Japón, todavía tenía las
maletas en el coche, aunque de eso se estaban ocupando
Gian y Bruno.
―Siéntate, Mai ―dijo Kano, que sabía lo que en ese
pergamino decía.
A Maite poco le importó el pedido de Kano y caminó
hasta la mujercita de treinta, que aparentaba veinte, y la
abrazó con fuerza besando su frente.
―Te estaba esperando para soplar las velitas, cariño.
―Aquí estoy. ¿Vas a mirar mi regalo o me lo llevo de
vuelta? ―preguntó, acariciando las mejillas de la mujer a la
que adoraba.
―Por supuesto, perdóname, es la emoción.
Maite se hizo la entendida y lo único que logró ver fue el
maravilloso y colorido arte, no mucho más. Ni concentrada
lograría más que eso.
El bullicio de saludos y abrazos la rodeaba, también los
brazos de Luca quien también le besaba la sien. Kano ya le
había ido con el cuento, eran muy compañeros, y si de
proteger a Maite se trataba, eran el dúo perfecto.
―¿Quieres que traduzca esa cosa? ―preguntó el
japonés. Estaba muy orgulloso y enamorado de su hija.
―Yo lo hago papá, ¿me dejas? ―Emi lo abrazó por los
hombros y lo besó ruidosamente su mejilla. Ella, de por sí,
era ruidosa. Sus movimientos traían consigo música, risas,
cantos, golpeteo de manos, cualquier cosa que hiciera
ruido. Si no era ella eran los accesorios decorativos que
fabricaba y vendía, desde aretes a tobilleras todo, y todo
sonaba. Su presencia se escuchaba siempre―. Mamá del
corazón. Eso dice.
Maite lloró, como era de esperar. Kano refunfuñó enojado
con el nudo de la garganta que apenas si podía tragar. Bea
acompañó a Maite con algunas lágrimas y la abrazó
después de que Luca dejara de besarla.
Los muchachos ya estaban adentro preparando las copas
para el brindis y prendiendo las setenta velitas de la torta
de la abu Maite que, por supuesto, ayudarían a soplar. Una
tradición que mantenían desde que eran pequeños.
―Vamos a comer que tengo un hambre voraz ―dijo Emi,
abrazando a su padre. Adoraba a su padre, no conocía uno
mejor. No creía que existiese ninguno que fuese tan
comprensivo, cariñoso y generoso, tal vez su padrino. Tal
vez. Miró a Luca y le sonrió cuando él le guiño el ojo. Se
arrepintió al instante, los dos eran los mejores―. Llegó la
alegría de la casa, primos. Pongamos música, o mejor aún...
―¡Jazz! ―gritaron Milena y Liz, señalando a su abuelo.
En dos minutos aparecieron dos saxos.
El más joven y arriesgado de los músicos empezó con la
canción del feliz cumpleaños, no quería que nadie olvidara
el motivo de la reunión.
Maite sopló, o simuló hacerlo, las velitas. Todos sus
nietos la rodeaban entre carcajadas y bromas. Y la torta
quedó despedazada.
―No sé para qué te pones a trabajar tantas horas para
hacer semejante torta si estos grandotes-para-nada no
saben apreciar tu trabajo ―gruñó Kano, serio y enojado. No
entendía esas bromas y no le gustaban.
―Deja de quejarte, viejo. Son niños.
―Bea, por favor, son hombres y mujeres que podrían
estar pensando en darnos nietos. ―Bea se acercó a su
esposo (ellos sí se habían casado), y le dio un beso en los
labios.
―Igual te quiero. ―Kano le sonrió, y le dio un golpe en el
trasero. Ella había sido la persona más paciente del mundo,
había curado sus miedos y le había dado una familia,
inesperada y maravillosa familia. Ya no era prestada, era
suya.
No pudo seguir enojado, la música lo calmaba, como a
toda fiera. Dibujó una sonrisa y se acomodó en un sillón
cerca de su hija. Todos ocuparon un lugar por ahí y por allá,
y disfrutaron de la música de Luca y el menor de los que
consideraba sus hijos.
―Señora, han llamado de Rose’s Boutique. Quieren saber
si usted retira el vestido o se lo envían ―quiso saber la
empleada que administraba la casa como si fuera propia y
cuidaba de ambos, tanto de Maite como de Luca.
―Dile que me lo envíen, por favor.
Rose’s Boutique seguía siendo la mejor casa para vestir a
las señoras de sociedad y hasta había mejorado con los
años. Rose ya no estaba, había fallecido años atrás
heredando todo lo suyo a su única hermana. Una de las
hijas de esta se había hecho cargo de la boutique de su tía y
desde entonces la administraba y manejaba
maravillosamente.
Ya Maite no trabajaba. Desde hacía años solo era clienta
asidua y visitaba a las chicas de vez en cuando. Fabiola y
Silvi se habían jubilado no hacía mucho, pero conservaban
una cercana amistad y Mary aún estaba ahí, ahora como
mano derecha de la nueva propietaria.
―¿Todo bien, abu?
―Sí, cariño, solo querían avisarme que ya tienen listo mi
vestido para la fiesta de mañana ―dijo acariciando el
cabello de Liz.
Desde su cumpleaños número cincuenta, los festejos de
Maite se habían convertido en la sensación de la
temporada. Era una de las fiestas más esperadas por todos.
Eran reuniones multitudinarias que ella ofrecía a beneficio
de su fundación que ayudaba a niños y madres con
problemas sociales, económicos y de salud.
Olivia era quien se hacía cargo de la organización de la
fiesta y de la administración de la fundación. Hacía un par
de años que Milena colaboraba y parecía que seguiría sus
pasos.
―Tenemos una confirmación del noventa por ciento de
los invitados. ¡Es genial! En las mesas principales como
siempre la familia ―dijo Olivia, abarcando a todos los
presentes―, Fabiola y Silvi con sus respectivos esposos e
hijos y Hugo con su mujer.
Para Maite no había nadie más importante que los
nombrados. Las únicas personas a las que, sí o sí, quería ahí
junto a ella, tal vez algunos pocos más.
―Perfecto, Olivia, como siempre. Adoro estas fiestas.
―Lo que tu adoras ―dijo Piero, acuclillándose para
entregarle una porción de su pastel de cumpleaños― es el
dinero que recaudas. En definitiva, no me había equivocado
contigo.
Maite lo miró con ternura y picardía. Adoraba a Piero, era
un hombre de grandes valores. También adoraba todas las
formas con las que había intentado disculparse por su mal
comienzo con ella, a lo largo de los años habían sido
decenas o más.
Acarició su mejilla y luego la palmeó con un poco más de
fuerza. Olivia se llevó la mano a la boca, para no reírse por
la sonora palmada al ver la cara de dolor de su hermano,
pero no era de dolor sino de sorpresa, no esperaba tal
reacción. Los tres largaron una carcajada a la vez, después
de varios segundos de silencio.
―¿Qué pasa aquí? ―preguntó Luca, robando el tenedor
de su mujer cargado con un bocado de postre.
―Nada nuevo, acabo de llamar aprovechada a Maite.
Luca beso la sien de la supuesta aprovechada y volvió a
cargar el tenedor para darle un poco a ella. Ya había
aprendido a manejar el ácido humor de Piero, ignorándolo.
Fin
Nota de la autora:
¡Muchas gracias!
Biografía de la autora:
Escribe con un seudónimo. Ivonne Vivier, no es su
nombre real.
Es argentina, nació en 1971 en una ciudad al noroeste de
la provincia de Buenos Aires, aunque actualmente reside en
Estados Unidos. Está casada y tiene tres hijos adolescentes.
Como madre y esposa un día se encontró atrapada en la
rutina diaria y se animó a volcar su tiempo a la escritura.
Desde entonces disfruta y aprende dándole vida y
sentimientos a sus personajes a través de un lenguaje
simple y cotidiano y lo que comenzó como una aventura, tal
vez un atrevimiento, hoy se ha convertido en una pasión y
una necesidad.