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1. ¿ Que tanto importa la imagen física de un comunicador a la hora de transmitir un mensaje? pag.

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La imagen de un conferencista tiene mucha importancia, por ser su carta de presentación ante el
público asistente a dicho evento, para poder lograr alcanzar el objetivo planteado, la audiencia lo
primero que observa es la imagen del orador, esta imagen debe demostrar respeto, confianza, lo que es
observado desde el instante en que se presenta ante la audiencia, su manera de caminar, vestuario, el
tono de voz que emplea al iniciar su presentación, es una de las herramientas básicas con la que
demuestra seguridad y conocimiento del tema a tratar, complementando con los gestos que emplea en
su rostro, articulación de manos, la forma como cruza sus piernas; lo que concluyo expresando que el
80% del éxito que alcanza un comunicador, es a través de la imagen física que proyecta en su
disertación.

2. Investiga y comparte algún discurso que haya sido memorable, y analícelo brevemente.
Discurso de Frederick Douglass «La hipocresía de la esclavitud estadounidense», 1852
Ceremonia del 4 de julio en Rochester, Nueva York, 1852
«Conciudadanos, con su perdón, permítanme preguntar: ¿por qué me han llamado para hablar
aquí hoy? ¿Qué tenemos que ver, yo o a quienes represento, con su independencia nacional?
¿Acaso nos incluyen los grandes principios de libertad política y de justicia natural plasmados en
la Declaración de Independencia? ¿Y estoy, por lo tanto, llamado a traer nuestra humilde ofrenda
al altar nacional, a confesar las ventajas y a expresar mi devota gratitud por los beneficios de su
independencia?
Quisiera Dios que, tanto por su bien como por el nuestro, se pudiese honradamente dar una
respuesta afirmativa a estas preguntas. Mi tarea sería entonces fácil, y mi carga ligera y
agradable. Porque, ¿quién es tan frío como para no sentir el calor de la simpatía de una nación?
¿Quién es tan obstinado y cerrado a los reclamos de gratitud como para no reconocer agradecido
dichos incalculables beneficios? ¿Quién es tan imperturbable y egoísta como para no sumar su
voz a los aleluyas del jubileo de una nación, cuando las cadenas de la servidumbre han sido
arrancadas de sus miembros? Ese no soy yo. Si así fuera, hasta los tontos podrían hablar con
elocuencia y el «cojo saltar como una gacela».
Pero no es el caso. Digo esto con la triste conciencia de la disparidad entre nosotros. ¡No estoy
dentro de este glorioso aniversario! Su gran independencia solo revela la inconmensurable
distancia entre nosotros. Los beneficios que hoy celebran no son disfrutados por todos. La rica
herencia de justicia, libertad, prosperidad e independencia que sus padres les dejaron es
compartida por ustedes, no por mí. La luz del sol que les dio vida y les sanó a mí me ha traído
azotes y muerte. Este 4 de julio es suyo, no mío. Puede que ustedes lo celebren, pero yo debo
llorar. Arrastrar a un hombre encadenado al gran templo iluminado de la libertad y pedirle que se
una a ustedes en gozosos himnos sería una burla inhumana y una ironía sacrílega. ¿Acaso
ustedes, ciudadanos, pretenden burlarse de mí, al pedirme que hable hoy? Si así es, su conducta
tiene un nombre. Y déjenme que les advierta que peligroso copiar el ejemplo de una nación
(Babilonia) cuyos crímenes, que se elevan hasta el cielo, se ejecutaron en nombre del
Todopoderoso, enterrando a dicha nación en una ruina irrecuperable.
Conciudadanos, detrás de su tumultuosa alegría nacional escucho el lamento de millones de
personas cuyas cadenas, ayer terribles y pesadas, se vuelven hoy más intolerables ante los gritos
de júbilo. Si los olvido, si hoy no recuerdo a esos sangrantes hijos del dolor, «¡que mi mano
derecha pierda su destreza y que la lengua se me pegue al techo de la boca!».
Olvidarlos, pasar por alto sus injusticias y unir mi voz al coro popular sería la traición más
escandalosa y chocante, y me condenaría al oprobio ante Dios y ante el mundo.
Mi tema es, por lo tanto, conciudadanos, la «esclavitud estadounidense». Me referiré a este día, y
a sus características populares, desde el punto de vista del esclavo. Desde aquí, identificado con
el siervo estadounidense, haciendo mías sus injusticias, no dudo en declarar, con toda mi alma,
que el carácter y la conducta de esta nación nunca fueron tan negros para mí como en este 4 de
julio.
Ya se trate de las declaraciones del pasado o de las declaraciones del presente, la conducta de la
nación parece igualmente atroz y repulsiva. Estados Unidos falsea el pasado, falsea el presente, y
se compromete solemnemente a falsear el futuro. En esta ocasión, de pie junto a Dios y al
esclavo oprimido y sangrante, osaré, en nombre de la escandalizada humanidad, en nombre de la
libertad encadenada, en nombre de la Constitución y la Biblia desatendidas y pisoteadas,
atreverme a cuestionar y a denunciar, con todo mi énfasis, todo lo que contribuye a perpetuar la
esclavitud, ¡el gran pecado y vergüenza de América! «No seré ambiguo, no me excusaré.»
Emplearé el lenguaje más severo que pueda encontrar y, sin embargo, no diré una sola palabra
que no sea reconocida como correcta y justa por aquellos que no estén cegados por el prejuicio o
que no son esclavistas de corazón.
Pero imagino que alguien de la audiencia dirá, es exactamente en esta circunstancia que usted y
sus hermanos abolicionistas fracasan en impresionar favorablemente al público. Si argumentaran
más y denunciaran menos, si persuadieran más y reprocharan menos, sería mucho más probable
que su causa triunfara. Pero, si me lo permiten, cuando todo es obvio no hay nada que
argumentar. ¿Sobre qué punto del credo antiesclavista quiere que argumente? ¿Sobre qué parte
del tema necesita aclaración el pueblo de este país? ¿Debo esforzarme en demostrar que el
esclavo es persona? Pero este punto ya está admitido. Nadie lo duda. Los mismos esclavistas lo
reconocen cuando promulgan leyes para su gobierno. Lo reconocen cuando castigan la
desobediencia del esclavo. En el estado de Virginia hay setenta y dos delitos que, si son
cometidos por un hombre negro (independientemente de lo ignorante que sea), merecen la pena
de muerte, mientras que solo dos de esos mismos delitos hacen a un hombre blanco merecedor
del mismo castigo.
¿Qué es esto sino el reconocimiento de que el esclavo es un ser moral, intelectual y responsable?
Se admite la humanidad del esclavo. Se admitida porque, en los estados del sur, los libros están
llenos de leyes y ordenanzas que, bajo graves multas y castigos, prohíben que se enseñe a un
esclavo a leer y escribir. Cuando puedan mostrarme leyes semejantes aplicadas a los animales
del campo, entonces podremos discutir la humanidad del esclavo. Cuando los perros en sus
calles, los pájaros del aire, el ganado en sus colinas, los peces del mar y los reptiles que se
arrastran sean incapaces de distinguir al esclavo de la bestia, entonces discutiré con usted si el
esclavo es persona.
Por el momento basta simplemente afirmar la igual humanidad de la raza negra. ¿No es
sorprendente que, mientras nosotros aramos, plantamos y cosechamos usando todo tipo de
herramientas mecánicas, levantamos casas, construimos puentes y barcos, trabajamos metales
de bronce, hierro, cobre, plata y oro; mientras leemos, escribimos y calculamos, haciendo de
dependientes, mercaderes y secretarios, teniendo entre nosotros abogados, doctores, ministros,
poetas, escritores, editores, oradores y maestros; mientras nos embarcamos en todo tipo de
empresas comunes a otros hombres: buscando oro en California, cazando ballenas en el Pacífico,
alimentando ganado y ovejas en las colinas, viviendo, moviéndonos, actuando, pensando,
planeando, viviendo en familia como maridos, esposas e hijos y, sobre todo, confesándonos y
adorando al Dios cristiano, y anticipando con esperanza la vida y la inmortalidad más allá de la
tumba, se nos exija demostrar que somos personas?
¿Querrían que argumentara que las personas tienen derecho a ser libres? ¿Que la persona es la
legítima propietaria de su propio cuerpo? Ya lo han declarado ustedes. ¿Debo argumentar que la
esclavitud es injusta? ¿Es esa una pregunta para los republicanos? ¿Es algo que debe decidirse
según las leyes de la lógica y la argumentación, como si fuera un asunto plagado de grandes
dificultades, que requiere una dudosa aplicación del principio de justicia, y que resulta difícil de
comprender? ¿Cómo me vería hoy si, en presencia de los estadounidenses, tuviera que dividir y
subdividir mi discurso para demostrar que las personas tienen un derecho natural a la libertad?
Hacerlo sería ponerme en ridículo e insultar su inteligencia. No hay una sola persona bajo la
bóveda celestial que no sepa que la esclavitud es injusta.
¡¿Qué?! ¿Acaso debo argumentar que no está bien transformar a las personas en bestias,
robarles su libertad, hacerlos trabajar sin salarios, mantenerlos ignorantes de sus relaciones con
sus semejantes, golpearles con palos, arrancar su piel con el látigo, poner grilletes en sus
miembros, cazarlos con perros, venderlos en subastas, destruir sus familias, romperles los
dientes, quemarles la carne, privarles de comida para que se sometan y obedezcan a sus amos?
¿Debo argumentar que un sistema tan manchado y marcado con sangre es injusto? No. No lo
haré. Tengo otras formas mejores de emplear mi tiempo y mi fuerza que en dichos argumentos.
¿Qué queda entonces por argumentar? ¿Que la esclavitud no es divina, que Dios no la instauró,
que nuestros doctores en teología se equivocan?
Hay blasfemia en esta idea. Lo que es inhumano no puede ser divino. ¿Quién puede razonar
frente a semejante declaración? Los que puedan, adelante. Yo no puedo. Ya pasó el momento de
dichos argumentos.
Lo que se necesita en momentos así es una sofocante ironía, no argumentos convincentes. Ay, si
tuviera la capacidad, y pudiera llegar a los oídos de la nación, hoy derramaría un ardiente torrente
de mordaces mofas, de terribles reproches, de paralizante sarcasmo y de severos reproches.
Porque lo que se necesita ahora no es luz, sino fuego. No es la suave lluvia, sino truenos.
Necesitamos la tormenta, el torbellino y el terremoto. Hay que reavivar la sensibilidad de la
nación, hay que despertar la conciencia de la nación, hay que sacudir la corrección de la nación,
hay que exponer la hipocresía de la nación y hay que denunciar sus crímenes contra Dios y
contra las personas.
¿Qué es para el esclavo estadounidense su 4 de julio? Yo les respondo: un día que le revela,
más que cualquier otro día del año, la tremenda injusticia y crueldad de las que es víctima
constante. Para él, su celebración es una farsa; su alardeada libertad, una profana licencia; su
grandeza nacional, hinchada vanidad; su regocijo, vacío y sin corazón; sus gritos de libertad e
igualdad, huecas burlas; sus plegarias e himnos, sus sermones y agradecimientos, con toda su
ostentación religiosa y solemnidad, son, para él, mera grandilocuencia, fraude, engaño, impiedad
e hipocresía, un tenue velo para cubrir delitos que avergonzarían a una nación de salvajes. No
existe nación sobre la Tierra en este mismo momento que sea más culpable de prácticas tan
escandalosas y sangrientas como el pueblo de los Estados Unidos.
Busquen donde quieran, recorran todas las monarquías y despotismos del Viejo Mundo, viajen
por Sudamérica, persigan cada abuso y, cuando hayan encontrado el último, comparen lo
encontrado con las prácticas diarias de esta nación y acabarán diciendo conmigo que, en el
terreno de la repulsiva barbarie y la desvergonzada hipocresía, Estados Unidos no tiene rival.
(Fuente | Newsela) Discurso de Frederick Douglass La hipocresía de la esclavitud...
(ersilias.com)
Análisis: Para mí lo considero como un discurso de mucha trascendencia, porque fue expresado ante un
auditorio en el que se encontraban presente las principales autoridades del país de Estados Unidos, los
congresistas, y toda la palestra política, celebrando el sía de la Independencia de Estados Unidos 4 de
Julio en 1852, pero que para él no representaba nada esa fecha; considero que los párrafos del
presente discurso, es una clara protesta, que el autor (Frederick Douglass) con mucho coraje y valentía
expresa la inconformidad con la que había aceptado ir a participar de este evento, porque él
representaba a la raza negra, que eran considerados como esclavos, los que no tenían derecho a
participar de esa celebración, pero con mucha inteligencia aprovecho la circunstancia del momento,
para levantar su voz de protesta.
Son muchas las interrogantes que les planteó a los allí presente, en cada una de ella remarcaba, el
dolor por el maltrato. las humillaciones que recibían los de la raza negra, la injusticia a la que se
encontraban sujetos, las limitaciones en las que estaban sumergidos ante tantas prohibiciones que les
habían impuesto los blancos, tuvo el coraje de enrostrarles a toda esa cúpula del estado. La maldad con
la que ellos tratan a los seres humanos, mandándoles a recorrer el mundo para que constaten por ellos
mismos que no existía en ninguna parte del mundo tanta crueldad y barbarie a sus semejantes,
calificándolos como los más perversos bárbaros e hipócritas entre toda la humanidad a los Estados
Unidos.
En este discurso esta plasmado toda la verdad de la verdadera hipocresía que existe en los Estados
Unidos del sufrimiento que tuvieron que padecer los desentiendes americanos de raza negra y que
hasta la actualidad en algunas ciudades de este país siguen recibiendo maltratos, humillados,
vulnerados sus derechos sólo por su color de piel.
3. La forma dice más de la persona que el mensaje que transmite, ¿ésta de acuerdo con esta oración?
Sí estoy de acuerdo con esa oración, porque debe existir una correlación indisoluble entre forma como
se presenta la persona y lo que va a transmitir en el mensaje, cuidando su tono de voz, con los gestos
que utiliza; el conferencista logra una comunicación directa con el auditorio, al tener una mayor relación
entre las partes, formulando preguntas, plantear empatías, esto nos permite ampliar el contenido del
conocimiento que vamos a compartir.

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