Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 109

Désirée

Désirée
Título original: Desire of the heart
Colección: Barbara Cartland nº 291
Protagonistas: Cornelia Bedlington y Drogo, duque de Roehampton

Argumento:
Lady Bedlington, la mujer más hermosa de la corte del rey Eduardo VII
de Inglaterra, fue presa del pánico cuando su marido empezó a sospechar que
ella mantenía relaciones con el apuesto duque de Roehampton.
Sin embargo, lo que más la aterrorizó fue saber que tendría que actuar
como dama de compañía de la sobrina de su esposo, Cornelia, una muchacha
huérfana que había heredado una considerable fortuna.
El aspecto de la joven tranquilizó a Lady Bedlington, quien dejó de
considerarla una posible rival, y con una astucia nacida de la desesperación,
convenció a su amante para que se casara con Cornelia.
El corazón de la muchacha se rompió en mil pedazos cuando se enteró
de que su prometido había aceptado casarse con ella para cubrir su ilícito
romance con su atractiva tía.

1
Capítulo 1

- ¡Drogo, gracias a Dios que has venido!


Lady Bedlington esperó hasta que el mayordomo hubo cerrado la puerta
y estuvo segura de que nadie podía oírla.
Su voz fue apenas un murmullo, y la intensidad de sus sentimientos no
pasó inadvertida al hombre que la miraba fijamente.
Era, tal vez, una de las pocas ocasiones en que Lily Bedlington no
pensaba en su aspecto. A pesar de ello, nunca había estado tan hermosa como
en aquel momento. El sufrimiento daba a su cara una belleza casi espiritual. Sus
ojos azules se habían oscurecido a causa de la intensidad de sus sentimientos.
- ¿Qué ha pasado? – preguntó el duque de Roehampton.
Su tono de voz reveló su preocupación, lo que pareció aflojar un poco la
tensión de la mujer.
- ¡Oh, Drogo! ¡Drogo! – gritó -. Sabía que vendrías en cuanto recibieras
mi nota.
Él cogió las manos de ella entre las suyas y se las llevó a los labios. Lady
Bedlington contempló la cara del hombre amado: las facciones aristocráticas, los
profundos ojos grises bajo las cejas rectas, la mandíbula cuadrada y firme. Era
una cara apuesta, que había hecho palpitar el corazón de muchas mujeres y
cautivado a Lily Bedlington.
Él dio la vuelta a las manos de ella y besó sus suaves palmas. Lily se
estremeció. Cerró los ojos. Nunca en su vida había conocido un amor tan
glorioso como el que aquel hombre, diez años más joven que ella, le había
inspirado.
Lily había sido aclamada como una belleza desde que era casi una niña,
pero ella misma se daba cuenta de que había sido una belleza dormida que
esperaba el beso del príncipe azul para alcanzar la perfección.
¡Y entonces Drogo se había enamorado de ella! Lily le conocía desde
pequeño porque la madre de él había sido íntima amiga suya. Le parecía un
chico atractivo, pero jamás había pensado en él como hombre hasta que volvió
de un viaje alrededor del mundo, hacía ya seis meses y se habían mirado como
si lo hicieran por primera vez.
Abrió los ojos y vio una atrevida invitación en su mirada que ella conocía
demasiado bien.
- ¡No me mires así, Drogo! – suplicó -. Tú no entiendes …
- Mi amor, cuéntame qué sucede – suplicó Drogo.
Permaneció de pie, viendo cómo el sol iluminaba sus rubios rizos
cuidadosamente peinados. Cuando lo tenía suelto, el pelo le llegaba casi a las
rodillas. El duque recordó con cuánta frecuencia había hundido la cara entre la
sedosa fragancia de aquella cabellera.
Ninguna mujer podía ser más hermosa que Lily, pensó al contemplarla.
2
Su cutis blanco y sonrosado, el color de su pelo, el azul de sus ojos … “Una rosa
inglesa …” había sido llamada Lily muchas veces durante su vida. Había
también algo esencialmente inglés en las hermosas y delicadas líneas de su
cuerpo. Su cintura era pequeña y ella estaba muy orgullosa de ello. Había gracia
y dignidad, además de belleza, en todos sus movimientos, en todos sus gestos.
- ¿Qué es lo que te angustia tanto? – preguntó el duque con
impaciencia.
Lily se volvió hacia él.
- ¡George nos ha descubierto! – musitó ella con los labios temblorosos y
las lágrimas corriendo por sus mejillas.
Sin poder soportar el dolor de su expresión, la tomó en sus brazos.
- ¡No llores, mi amor, no puedo soportarlo! – exclamó, pero cuando su
boca buscó la de ella, Lily le apartó.
- ¡No, no, Drogo! Tienes que escucharme. Es una cosa muy grave, ¿no
te das cuenta? George está furioso. Ha prohibido que volvamos a vernos.
- ¡Pero eso es ridículo … absurdo! – exclamó el duque.
- Sí, sí, lo sé. He discutido con él … le he suplicado, le he dicho todo lo
que se me ha ocurrido, pero ha sido inútil. Alguien nos vio en los jardines Kew
la semana pasada, se lo ha dicho y él ha recordado que cuando me preguntó ese
día dónde había ido, le contesté que a la modista. Creo que nos ha estado
observando hace algún tiempo y esto sólo ha confirmado sus sospechas. ¡Oh,
Drogo! ¿Qué vamos a hacer?
- Huye conmigo – contestó él -. Podemos ir al extranjero. George se
divorciará de ti y entonces podremos casarnos.
- ¿Estás loco? ¿Cómo podría hacer tal cosa? ¿Cómo podría soportar el
escándalo, el horror de una situación así? Mis amigos dejarían de hablarme, no
podría ir a la corte …, ¡Oh, no, Drogo, tú sabes que eso es imposible!
- ¡Pero no puedo renunciar a ti … me niego a hacerlo!
Había un tono desesperado en la voz del duque. Aunque desgraciada en
esos momentos, Lily Bedlington sintió una repentina oleada de satisfacción. Sí,
él la amaba tanto como ella le amaba a él, o tal vez más. Era la elegida por el
corazón de aquel joven apuesto y codiciado, que todas las madres ambiciosas
de Londres habían tratado de conquistar para sus hijas. Pero él le pertenecía …
estaba unido a ella por un lazo mucho más fuerte que el matrimonio: estaban
unidos por una pasión carnal.
- Hemos sido tan felices … - gimió Lily.
- ¿Y voy a perderte ahora? – preguntó el duque.
- No hay nada que podamos hacer – aseguró con aire desolado -.
¡Nada! No he dormido en toda la noche, tratando de encontrar una salida que
no existe.
- ¡Huye conmigo! – volvió a proponer el duque, a sabiendas de que ella
no iba a aceptar.
Lily no tenía madera de heroína. Nunca soportaría ser menospreciada

3
por la sociedad, y el mundo al que los dos pertenecían, un hombre que erraba
podía ser perdonado … una mujer, jamás. Aun cuando se convirtiera en su
esposa, las puertas de la alta sociedad y de la corte se cerrarían para ella sin
remedio.
Por primera vez el duque comprendió que el amor ocupaba un segundo
lugar respecto a la aceptación social. El tipo de relación que mantenían Lily y él
nunca resistiría el impacto del rechazo de la sociedad.
Se sintió desilusionado. Mirando toda su vida, no estaba acostumbrado a
que le negaran ningún deseo y en ese momento deseaba a Lily más que a nada
en el mundo.
- ¡No renunciaré a ti! – exclamó con firmeza.
- George pretende castigarme haciéndome actuar como dama de
compañía de su sobrina – hizo un repentino gesto teatral con los brazos y la
amargura de su voz se hizo más intensa al decir -: ¡Imagínate … ser dama de
compañía a los treinta y cuatro años!
Lily tenía treinta y ocho y ambos lo sabían, pero no era el momento más
indicado para discutirlo.
- No sabía que George tenía una sobrina – observó el duque.
- Yo sí lo sabía, pero nunca imaginé que iba a venir aquí. Es hija de
Bertie. ¿Recuerdas a Bertie, el hermano menor de George? No, tal vez no le
recuerdes, eres demasiado joven. Fue siempre un irresponsable, aunque sin
duda encantador. Era un jugador empedernido. George tuvo que pagar sus
deudas de juego muchas veces, hasta que por fin fue enviado a Irlanda, a criar
caballos, y todos nos alegramos de liberarnos de él. Se casó con Edith
Withington Blythe. Su padre era el marqués de Langholme. La familia de la
joven se puso furiosa, pero ella huyó con él y no pudimos hacer nada. Hace
unos dos años, los dos se murieron en un accidente. George fue al funeral. Me
dijo que tenían una hija y que habían arreglado todo para que se quedara con la
prima de Edith, una mujer que había vivido siempre con ellos.
- Y ahora, supongo que la prima ha muerto – dijo el duque.
- Sí, la prima ha muerto – continuó Lily -. La muchacha es dueña de
una gran fortuna. Nadie lo sabía, pero la chica tiene una madrina
norteamericana. Parece que cuando la chiquilla nació, esa mujer puso sus
acciones petroleras a su nombre. Ahora la muchacha ha sido informada por los
abogados norteamericanos de su madrina, que tiene una enorme fortuna a su
disposición.
- ¡Vaya qué historia tan extraordinaria! – exclamó el duque.
- Es fantástica, ¿verdad? Desde luego, George debió ser informado
hace más de un año; pero la vieja prima estaba enferma y no se molestó en
hacerlo. Sólo ahora que ha muerto ha salido todo a la luz. George ha pensado
que lo mejor es que la muchacha venga a Inglaterra y yo debo servirle de
acompañante durante lo que queda de la temporada social.
- Estarás en Londres, podremos vernos.

4
- Es inútil, Drogo. George ha dicho que podía verte para despedirnos y
decirte lo que ha decidido. No quiere ningún escándalo, desde luego. Ha
aceptado que nos saludaremos en las casas de amigos mutuos, en reuniones y
fiestas, pero si se entera de que nos hemos visto a solas o en secreto, me obligará
a vivir fuera de la ciudad. ¡Y tú sabes que odio el campo!
- ¡No puedo dejar que te vayas así!
- Tienes que hacerlo. No hay otro remedio – contestó Lily -. Nos
veremos sólo en salones llenos de gente. Tú estarás bailando con las debutantes,
mientras que yo permaneceré en el estrado, sentada entre las viejas viudas …
¡Oh, Drogo!
Casi a ciegas, Lily extendió los brazos hacia él. Se abrazaron como si
fueran dos niños perdidos en la oscuridad.
- ¡Te amo! ¡Oh, Dios mío, cómo te amo! – exclamó él con voz ronca de
pasión.
Bajó la mirada hacia ella. Los labios de Lily estaban entreabiertos y su
respiración era agitada. Tenía los ojos entornados y sus pestañas oscuras
sombreaban las mejillas.
- No voy a renunciar a ti … ¡no lo haré! Nos iremos lejos.
Por un momento, Lily se permitió creer que aquello era posible. Pensó en
su cuerpo esbelto y atlético, en sus manos, que tan bien sabían acariciarla, en su
boca, siempre hambrienta de la suya.
¡Se iría con él, vivirían siempre juntos! De pronto apareció en su mente la
imagen de ellos dos perseguidos siempre por el fantasma de su escandaloso
pasado.
Emitió un suspiro y se apartó de los brazos del duque.
Amaba a Drogo con todo su corazón, más de lo que había amado a nadie
nunca, pero no lo suficiente para ocultar su belleza al mundo, para vivir
huyendo siempre.
Inesperadamente, se le ocurrió una idea que la hizo volverse hacia el
duque, que se encontraba de pie detrás de ella.
- ¡Drogo, se me ha ocurrido algo!
- ¿Qué?
- Se me ha ocurrido algo que nos permitirá seguir viéndonos y estar
juntos y solos con tranquilidad y con más frecuencia que nunca.
- ¿Cómo sería eso posible? – preguntó él con evidente escepticismo.
- ¡No sé cómo no se me había ocurrido antes! – exclamó Lily -. Es la
mejor solución … ¡tienes que casarte con esa muchacha!
- ¿Casarme? ¿Con quién?
- Con la sobrina de George, desde luego. ¡Con la chiquilla que va a
llegar hoy aquí!
- ¿Te has vuelto loca?
- ¡Drogo, no seas tonto, por favor! Ella es millonaria. ¡Piensa en ello!
Tendrás millones de dólares para gastar en Costillion. Y si te casas con ella

5
inmediatamente, no tendré que ser su acompañante, ni hacer ninguna de las
cosas horribles y aburridas que George me obligará a hacer por su sobrina,
ahora que está enfadado conmigo.
- Es una idea descabellada. ¡No puedes hablar en serio! – protestó el
joven con vehemencia, pero Lily estaba sonriendo.
- Mi querido Drogo, sé sensato. Eso resolvería todo. Tienes que casarte
alguna vez. Tu madre no deja de decir que debes tener un heredero. Estás a
punto de cumplir veintinueve años y es hora de que te cases.
- No quiero casarme con nadie, excepto contigo.
- Lo sé, mi amor. Y yo quiero casarme contigo … lo deseo más que
nada en el mundo. Pero George es fuerte como un toro y estoy segura de que
vivirá hasta los ochenta años. Y si no puedes casarte conmigo, ¿por qué no
hacerlo con su sobrina? Entonces podrías venir aquí con la frecuencia que
quisieras, sin que George pudiera decir nada.
- No voy a casarme con la sobrina de George, ni con nadie – afirmó.
Lily lanzó un leve grito y se arrojó en el sofá.
- ¡Así que quieres que nos separemos y no volvamos a vernos nunca!
¿Cómo puedes ser tan cruel, después de todo lo que hemos significado el uno
para el otro? Te amo, Drogo …
- Y yo te amo a ti, lo sabes muy bien, pero no voy a casarme con una
muchachita tonta a la que nunca he visto en mi vida.
Al decir esto, miró a Lily, sus labios suaves e incitantes, sus ojos
entornados. Sabía que si la besaba en esos momentos, se desataría una emoción
salvaje, un éxtasis increíble que los arrastraría a los dos y los uniría con una
pasión candente, desbordante, que los haría olvidar todo lo demás.
- No voy a hacerlo – repitió él, un poco titubeante
- Entonces, no tenemos más remedio que decirnos adiós para siempre.
Él comprendió que no había otra alternativa. George, aunque
complaciente en ciertos sentidos, no era un hombre débil cuando se trataba del
honor de su familia.
Habían sido tontos al pensar que podrían guardar en secreto aquel loco
amor. ambos eran conocidos y demasiado atractivos para que su conducta
pasara inadvertida.
- Mi amor, no resisto la idea de perderte – musitó Lily.
Él titubeó un momento más, al ver los labios de ella, entreabiertos y
temblorosos y no pudo resistirse. Con una exclamación que era casi un gemido,
se inclinó hacia delante y se apoderó de su boca.
Ningún precio podía ser suficientemente alto por disfrutar de aquella
sensación.

Cuando Drogo se marchó, Lily subió a su habitación para arreglarse el

6
pelo antes de que George llegara con su sobrina.
Pensó con satisfacción que se había salido con la suya. Una vez que
Drogo se casase con la sobrina de George, estarían más cerca que nunca, en
aquel reducido y exclusivo grupo social que giraba en torno a Emily
Roehampton.
Cabía la posibilidad, desde luego, de que Emily Roehampton se opusiera
al matrimonio de su hijo con una joven desconocida de educación incierta. Sin
embargo, el dinero de la muchacha era un gran aliciente, pensó Lily con astucia.
Y, aunque Diego era indudablemente un hombre rico, Cotillion, como un
monstruo insaciable, devoraba la mayor parte de sus ingresos.
Tal vez, pensó Lily con filosofía, todo saldría bien después de todo.
Tarde o temprano, el duque tendría que casarse, y aunque detestaba la idea de
que lo hiciera con una mujer que no fuera ella misma, resultaba más soportable
si lo hacía con alguien de la familia de su marido, sobre todo si se trataba de
una muchachita fea, como esperaba que fuera la sobrina de George.
Dudaba mucho que, a pesar de su juventud, la joven pudiera competir en
belleza con ella. Una intensa sensación de angustia la invadió, como sucedía
siempre que pensaba en su edad. ¡Treinta y ocho años! Dos más y tendría
cuarenta.
“Me estoy haciendo vieja”, pensó y se estremeció.
Oyó el timbre y una puerta que se abría abajo. George debía haber
vuelto. Lily bajó la escalera con lentitud.
Los criados estaban metiendo el equipaje. La puerta de la biblioteca se
encontraba abierta. Sabía que George debía estarla esperando allí con su
sobrina. Cruzó con rapidez el vestíbulo de mármol y entró en la habitación.
George se encontraba de pie, de espaldas a la chimenea y junto a él estaba una
muchacha.
Por el momento Lily sólo pudo apreciar un antiguo abrigo de viaje gris y
un feo sombrero de fieltro verde adornado con una maltrecha pluma. La
muchacha se volvió hacia la puerta y Lily pudo ver su cara …
Entonces se echó a reír. Su risa era de alivio y de sorpresa: la muchacha
llevaba puestos unos anteojos oscuros, nada en ella era notable … ni siquiera
atractivo.

Capítulo 2

Cuando Cornelia se enteró de que tenía que ir a Inglaterra sintió que la


tierra se abría a sus pies. Trató de protestar, de negarse, pero comprendió que
no iba a conseguir nada desafiando al abogado encargado de notificarle la
decisión de su tío. Buscando consuelo fue en busca de Jimmy.
Le encontró como suponía en la caballeriza. Era un anciano muy poco
7
agraciado y bastante gruñón, pero Cornelia le adoraba.
- Van a mandarme lejos de aquí, Jimmy – le dijo en voz baja y él con
sólo mirar su pálida cara, comprendió lo que estaba sufriendo.
- Ya esperaba eso, muchachita. No puedes quedarte aquí ahora que la
señorita Withington, que Dios acoja su alma, se ha ido al cielo.
- ¿Por qué no? – preguntó Cornelia -. Este es mi hogar, el lugar al que
pertenezco. Esos importantes parientes de papá jamás se habían ocupado de mí.
¿Por qué lo hacen ahora?
- Tú sabes la respuesta tan bien como yo – contestó Jimmy.
- ¡Claro que la sé! – replicó Cornelia con menosprecio -. Es el dinero …
ese dinero que no me interesa y que ha llegado demasiado tarde para servir de
algo.
Jimmy suspiró. Había oído eso ya muchas veces. La expresión de su cara
recordó a Cornelia con cuánta amargura había llorado al enterarse de la gran
fortuna que su madrina norteamericana le había dejado. Ahora le parecía inútil
e insensato convertirse en una mujer rica, cuando no había nada en el mundo
que deseara. Recordaba lo mucho que su padre se lamentaba de su pobreza y
de cómo su madre hubiera querido tener bonitos vestidos. Y el dinero, que ella
no quería ni necesitaba, había llegado tarde para servir de algo a sus padres,
muertos un año antes.
Tuvo que pasar mucho tiempo antes de que ella volviera a reír de la
forma en que lo hizo al ver la expresión de Jimmy al oír la noticia. Lo único que
se le ocurrió decir fue que ahora podía comprar una yegua que vendían en
alguna parte.
Su tía Aline también había recibido la noticia de la herencia de Cornelia
con su actitud característica.
- Es una gran responsabilidad, querida niña – explicó con gentileza – y
debes pedir a Dios que te guíe en este asunto, porque es una carga demasiado
pesada para tus hombros.
- No quiero el dinero, ni la responsabilidad – había replicado Cornelia
malhumorada.
Y sólo una semana después de que su tía Aline dijera que ahora tendrían
dinero suficiente para pagar a la señora O’Hagan para que fuera a ayudar en la
casa tres veces por semana, en lugar de hacerlo una sola vez, Cornelia aceptó
sin titubear.
Para ella no quería nada. De hecho, hacía todo lo posible por olvidar la
existencia del dinero.
Era agradable, sin embargo, saber que podía pagar a los comerciantes en
cuanto estos le presentaban sus facturas. Ese fue el último cambio que
experimentó en su vida. Su existencia había continuado tan tranquila como
siempre, hasta la muerte de su tía Aline.
Cornelia nunca hubiera imaginado que la muerte de aquella mujer
anciana y tranquila que había vivido en Rosaril con sus padres desde que ella

8
podía recordar, iba a causar tal revolución en su vida. Jamás hubiera imaginado
que al viejo señor Musgrave que llegó a Dublín para asistir al funeral, se le
ocurriría escribir a su tío Lord Bedlington a Londres para decirle que su sobrina
estaba viviendo sola, sin ninguna protección.
Sólo cuando el señor Musgrave llegó para llevarla a Inglaterra por orden
de Lord Bedlington, Cornelia comprendió lo que estaba pasando y se puso
furiosa con él por haber intervenido.
- Era mi deber, señorita Bedlington – dijo el anciano con tranquilidad.
Usted es una jovencita muy importante. Y si me perdona por decirlo, hace
tiempo que pienso que debería ocupar su lugar en el mundo social al que
pertenece.
- Yo pertenezco aquí – gritó Cornelia aun cuando sabía que lo que
estaba diciendo había dejado de ser cierto.
- Has crecido mucho y casi no nos hemos dado cuenta – comentó
Jimmy cuando Cornelia le contó lo que estaba sucediendo. Cumpliste dieciocho
años hace seis meses, el tiempo no ha pasado en vano. Ahora eres una joven
dama, muchachita. Yo debía llamarte señorita y quitarme el sombrero al hablar
contigo.
- ¡Si te atreves a hacer tal cosa, soy capaz de golpearte! – exclamó
Cornelia furiosa. ¡Oh, Jimmy! ¡Jimmy! ¿Por qué tengo que irme de aquí? Amo
Rosaril. Forma parte de mí … No puedo vivir sin ti, sin los caballos y los perros.
A partir de entonces todo había sucedido como en una pesadilla.
- No puedes ir a Londres con pantalones, muchachita – le dijo con
firmeza.
Por primera vez en su vida, Cornelia tuvo que preocuparse de su
aspecto. Siempre había usado pantalones, como si fuera un mozalbete. ¿De qué
otra forma hubiera podido adiestrar a los caballos? No era conveniente vestirse
como una muchacha mientras trabajaba con su padre y con Jimmy. Llevaba el
pelo oscuro recogido en una larga trenza que le caía a la espalda. Nunca se le
había ocurrido recogérselo en un moño como otras chicas de su edad.
Tenían pocos vecinos y los que había eran casi todos los hombres
aficionados a la cacería y a las carreras de caballos, que no se fijaban en ella. En
cambio, su madre siempre iba muy arreglada, incluso cuando ayudaba en la
casa o cultivaba el jardín.
Algunas veces, cuando ganaba en las carreras su padre, llegaba a casa
excitado como un chiquillo. Su madre corría a su habitación y empacaba sus
vestidos más bonitos y mejor conservados para irse con él a Dublín, de
vacaciones.
Cornelia no iba con ellos, pero oía atentamente los entusiastas relatos de
todo lo que habían hecho. Su madre volvía con un vestido o un nuevo
sombrero, que enseñaba a su hija y a su prima Aline, antes de guardarlo en el
armario de la ropa buena que tenía.
Era una suerte que le quedara bien la ropa de su madre. Parecía hecha

9
para ella, pero mucho antes de llegar a Londres, comprendió lo antigua que se
había quedado.
No importaba, se sentía tan miserable y furiosa por haber tenido que
dejar Rosaril, que su aspecto resultaba ser el menor de sus problemas. La noche
anterior al viaje, se había dado cuenta del miedo que le producía el solo
pensamiento de tener que introducirse en un mundo del que no sabía nada.
La única luz de esperanza que veía en la oscuridad que había descendido
de pronto sobre su vida, era que el abogado le había dicho que cuando
cumpliera veintiún años podría hacer lo que quisiera. Dentro de tres años
podría volver a casa sin que nadie se lo impidiera. Cuanto más pensaba en los
parientes de su padre, más los odiaba.
Desde que tenía edad suficiente para entender, Cornelia había oído a sus
padres reírse constantemente de la pomposa respetabilidad de su hermano
mayor. A ella siempre le había parecido un hombre ridículo. La breve mirada
que le había dirigido dos años antes en el funeral de sus padres, no había hecho
más que confirmar esa idea.
Pero ahora, él iba a transformar su existencia, porque, según le había
informado el señor Musgrave, era su tutor.
- ¡Odio a mis parientes ingleses! – había dicho a Jimmy con tono
apasionado.
- No digas eso muchachita. No es bueno enemistarse con gente con la
que uno va a vivir, sobre todo cuando tiene tu propia sangre.
- No, no diré nada por ahora. Pero cuando cumpla veintiún años, les
diré lo que pienso de ellos y volveré aquí.
- De nada servirá que digas cosas dulces con la boca, si con los ojos los
estás mandando al infierno.
Cornelia se rio de la advertencia de Jimmy, pero la recordó mientras se
vestía para irse con el señor Musgrave a Inglaterra. Las enaguas que llevaba
bajo el vestido la molestaban; echaba de menos la libertad de acción que le
proporcionaban sus pantalones. Su pelo presentaba un aspecto desastroso a
pesar de que había intentado recogérselo en un moño.
Todas aquellas incomodidades eran el resultado de la decisión de sus
parientes. En realidad, no estaban interesados por ella, sino por su dinero.
- ¡Los odio! – exclamó en voz alta y vio relampaguear sus ojos de furia
en el espejo. Entonces recordó las palabras de Jimmy.
Cornelia abrió un cajón del tocador. En el fondo había unas gafas de
oscuros cristales, que se había visto obligada a usar durante tres meses, una vez
que había tenido un ojo malo.
Se las puso. Las gafas ocultaban sus ojos y serían como un escudo que la
aislaría del mundo. El señor Musgrave, comentó algo acerca de las gafas
oscuras al verla. Ella explicó que le dolían los ojos, pero notó que él pensaba que
sólo pretendía ocultar sus lágrimas. Sin embargo, no le importó lo que él
pensara.

10
Cuando llegaron a Londres, Lord Bedlington los estaba esperando.
Cornelia le observó mientras se dirigían a Park Lane. Su tío le dio las gracias al
señor Musgrave por sus servicios y le dijo que podía volver a Irlanda.
Lord Bedlington trató de ser amable con la huérfana.
- Tu tía te presentará gente de tu edad – dijo -. Hay muchos bailes y
serás invitada en cuanto se conozca tu presencia en Londres. te vas a divertir
mucho, querida mía.
- Gracias, tío George.
Cornelia estaba decidida a hablar lo menos posible para evitar cometer
errores.
- Hay muchas cosas que supongo que querrás aprender ahora que vas
a ser presentada en sociedad. No debes titubear en pedirnos cuanto necesites o
desees.
- El señor Musgrave me ha dicho que deseas que viva con vosotros
hasta que sea mayor de edad.
- Así es – reconoció Lord Bedlington -. Es lo que tus padres hubieran
querido. Estoy seguro de ello, especialmente ahora que tienes una pequeña
fortuna.
Cornelia sintió que sus labios esbozaban una sarcástica sonrisa. Así que
su tío llamaba pequeña fortuna a las miles de libras que eran depositadas cada
mes en su cuenta bancaria.
- Espero que te diviertas en Londres – decía Lord Bedlington -. Has
llevado una vida muy triste. Perdiste a tus padres siendo muy joven y ahora has
perdido a tu tía.
- He sido muy feliz en Rosaril – contestó Cornelia -. ¿Por qué no puedo
seguir viviendo allí?
- ¿Sola? Claro que no. Jamás permitiría tal cosa – exclamó su tío con
tono agudo.
- ¿Podré volver cuando seas mayor de edad?
- Si lo deseas, pero lo más probable es que te hayas casado antes de que
eso suceda.
- ¿Casado? – preguntó Cornelia sorprendida.
- Por supuesto – respondió Lord Bedlington con tono jovial -. Todas las
jovencitas se casan tarde o temprano, pero ya habrá tiempo de pensar en eso
cuando te hayas instalado y adaptado a tu nueva vida. No tardarás en descubrir
que Londres es una ciudad muy alegre, y tu tía te presentará a mucha gente.
- Gracias.
Cornelia se preguntó qué diría su tío si adivinara lo que estaba pensando
… que no le interesaba conocer a nadie … que sólo quería estar con Jimmy.
Comprendió que era mejor callar e intentar adaptarse al nuevo mundo
en el que ahora se encontraba.
Su tío se aclaró la garganta y después de un prolongado silencio dijo:
- Estamos pasando por la plaza Grosvenor, querida mía. Como puedes

11
ver, las casas están muy bien construidas.
- Sí, ya lo veo – contestó Cornelia.
Había bastante tráfico y el carruaje en el que viajaban tuvo que pararse
mientras salían del parque unas cuantas carrozas. Cornelia pudo ver a sus
ocupantes. Las mujeres estaban resplandecientes con sus boas de plumas y sus
sombreros de ala ancha adornados con flores. Casi todas llevaban sombrillas.
“A su lado, yo tengo un aspecto deplorable”, pensó Cornelia y sintió que
se le encogía el corazón.
De pronto, oyó a su tío lanzar un ahogado juramento mientras se
asomaba por la ventanilla. Ella le imitó y vio un elegante faetón amarillo y
negro. Cornelia se fijó sobre todo en los caballos. Los animales, briosos y
sobreexcitados, eran manejados de forma soberbia por el hombre que conducía
el vehículo, un joven moreno de anchos hombros que llevaba un sombrero de
copa ladeado, y un gran clavel rojo en la solapa de su chaqueta.
¡Qué guapo! Pensó Cornelia. De hecho, era el hombre más elegante y
más apuesto que había visto en su vida.
Cornelia y Lord Bedlington no eran los únicos que observaban al joven
cuyos caballos se movían y relinchaban nerviosos. Varios transeúntes se habían
detenido también para observar la lucha entre los caballos y el hombre.
Entonces, tan repentinamente como había empezado el forcejeo cesó. El
conductor había ganado. Con increíble habilidad consiguió que los animales
empezaran a trotar elegantemente. El faetón avanzó con rapidez y no tardó en
perderse de vista.
- ¡Muy bien! – exclamó Cornelia emocionada, pero al ver la expresión
de su tío, deseó no haber hablado.
La joven podía ser inexperta en muchas cosas, bien sabía sin embargo
cuando alguien estaba furioso. Demostrando tener buen tacto, preguntó:
- ¿Qué parque es ése? ¡Qué bonito es!
Vio como la furia desaparecía de la cara de su tío.
- Es el parque Hyde – contestó -. Nuestras ventanas dan a él, así que no
echarás de menos el campo.
Cornelia tenía sus propias ideas al respecto, pero contestó de forma
cortés y unos minutos más tarde se detuvieron delante de un gran pórtico. El
lacayo saltó del pescante y abrió la puerta. Un mayordomo apareció en lo alto
de la escalinata que conducía a la casa, seguido de dos lacayos con librea y
peluca empolvada que se inclinaron ante su tío y le cogieron el bastón y el
sombrero.
- Pasemos a la biblioteca, querida – dijo Lord Bedlington -. Tu tía bajará
ahora mismo a saludarte.
La habitación era muy amplia y estaba lujosamente decorada.
Cornelia se estaba preguntando si sería correcto o no expresar su
admiración, cuando entró Lady Bedlington. La miró asombrada. No esperaba
encontrarse con una mujer tan hermosa. Es más, no esperaba encontrarse con

12
una mujer de aspecto tan juvenil.
- Así que ésta es tu sobrina, George. ¿No vas a presentarnos? – decía
una voz dulce, aunque un poco afectada.
- Es Cornelia – comentó Lord Bedlington en tono brusco.
- Mucho gusto en conocerla – musitó la joven, extendiendo la mano.
- Bien, ahora puedo dejar a Cornelia contigo, Lily – dijo Lord
Bedlington, con un tono de alivio, como si se alegrara de liberarse de algo
molesto.
- Desde luego, George. Será mejor que vayas a palacio, veas al Lord
Chambelán y arregles todo para que podamos presentar a Cornelia en la corte.
- ¿Quieren decir que me van a presentar al rey y la reina? – preguntó
Cornelia con repentino horror -. ¿Es eso necesario? Yo preferiría que no lo
hicieran.
- ¡Por supuesto que tienes que ser presentada! – afirmó Lady
Bedlington -. Tendremos que darnos mucha prisa para conseguir un vestido
adecuado, pero lo lograremos. Supongo que querrás comprar ropa nueva – dijo
mientras sus ojos recorrían el anticuado atuendo de Cornelia.
- Sí, claro que quiero ropa nueva – se disculpó la joven -. No es fácil
comprar cosas en Irlanda. Además, nunca he podido ir a Dublín.
- Será mejor que pidas un carruaje para nosotras, George – sugirió Lily.
Tan pronto como Cornelia haya descansado, iremos de tiendas.
Cornelia lanzó un suspiro de resignación. Odiaba ir de compras.
- Supongo que querrá lavarte y cambiarte de ropa – Lady Bedlington
titubeó un momento y luego añadió: Esas gafas … ¿es necesario que las lleves?
- Sí – contestó Cornelia con decisión: Me lastimé un ojo mientras
cazaba el invierno pasado, y el oculista me recomendó llevarlas por lo menos
nueve meses.
- ¡Qué pena! – comentó Lily aunque su tono de voz no revelaba
compasión -. Mi doncella está esperando en el vestíbulo.
- Gracias … tía Lily.
Cornelia salió de la bilbioteca hacia el vestíbulo, donde una mujer de
aspecto austero, con un pequeño delantal blanco, la estaba esperando.
- Por aquí, señorita, por favor – dijo al verla.
En la biblioteca, Lily se dejó caer en una silla.
- Mi querido George, ¿te das cuenta de lo que nos has traído? ¿Habías
visto alguna vez ropa semejante? Ese abrigo es horrible … y el sombrerito …
¡una pieza de museo!
- Vamos, querida, no empieces – suplicó Lord Bedlington -. La
muchacha es huérfana y Rosaril está casi al fin del mundo. ¿Cómo va a estar al
tanto de la moda?
- No es sólo la ropa. George. ¡Esas gafas!
- Bueno, haz lo que puedas por ella. Puedes gastar todo el dinero que
quieras en embellecerla. Eso no es problema.

13
- Es el único consuelo posible. Pero no esperes que realice milagros …
no soy maga.
- Su madre era una mujer bonita y Bertie fue el adonis de la familia.
No hay razón para que su hija no esté presentable con un poco de ayuda.
- Ya te he dicho que no soy maga – insistió Lily con frialdad -. Pero no
te preocupes George, tengo todo arreglado para ella.
Lord Bedlington se dirigió hacia la puerta, sin embargo, antes de salir se
volvió y exclamó bruscamente:
- Supongo que habrás hablado con Roehampton.
- Sí, he hablado con él y le he dicho todo lo que me ordenaste; pero no
olvides que vamos a presentar a una debutante y él es el soltero más codiciado
de Londres. Tendremos que invitarle a las fiestas que demos para Cornelia.
- Mientras él concentre sus atenciones en Cornelia, todo está bien,
aunque no creo que ese joven libertino se interese por ninguna debutante.
Cerró con brusquedad la puerta de la biblioteca al salir. Lily se levantó
del sofá y se dirigió hacia el espejo. Durante breves instantes, se miró
sonriendo. Después, se echó a reír.
- ¡Gafas! – exclamó en voz alta -. ¡Oh, pobre, pobre Drogo!

Capítulo 3

El rey y la reina entraron en el salón de baile en medio de una gran


expectación.
Él es exactamente igual que en los retratos, pensó Cornelia al verlos, pero
ella es mucho más hermosa”.
La reina Alejandra, con un vestido de satén gris pálido, hacía que las
demás mujeres parecieran torpes y mal vestidas.
El salón de baile de la casa Londonderry, con sus resplandecientes
candelabros, sus soberbios muebles, sus fabulosos cuadros y la abundancia de
flores, hacía que alguien tan poco sofisticado como Cornelia enmudeciera de
asombro.
Los invitados no eran menos impresionantes que el salón. El brillo de
tiaras y collares de diamantes, esmeraldas y zafiros, era casi deslumbrante. Sus
elegantes vestidos hicieron comprender a Cornelia lo poco que sabía de moda y
lo ridículo que debía ser su aspecto al llegar a Londres.
No se sentía todavía satisfecha con su apariencia, a pesar de que su
vestido había sido adquirido en una buena tienda y se había pagado un precio
desmesurado por él. Tampoco había servido de mucho que la hubiera peinado
el propio peluquero de tía Lily.
Cuando se miró al espejo antes de salir de su habitación, había
14
exclamado:
- ¡Dios mío, estoy horrible!
- ¡Oh, no, señorita! Está usted encantadora – le había asegurado la
doncella que la había ayudado a vestirse.
Cornelia contempló con desolación el monumental edificio que Monsieur
Henri había hecho con su pelo. Rizado, ondulado y colocado sobre un armazón
de alambre, hacía parecer a su cabeza un gigantesco nido de pájaros. Pero no
podía hacer nada al respecto, excepto suspirar con apasionada nostalgia por
Rosaril, por Jimmy y por sus caballos.
El mundo al que ahora pertenecía, le resultaba extraño. La casa de sus
tíos parecía estar llena de gente desde el amanecer hasta el anochecer. Había
invitados a comer, a tomar el té y a cenar. La gente llegaba de forma imprevista,
con la esperanza de encontrar a Lady Bedlington en casa y cuando eran
presentados a Cornelia, ella podía captar su mirada especulativa y su evidente
curiosidad. Y ella continuaba refugiándose tras sus gafas oscuras, con la
desesperación con la que un hombre que se ahoga se aferra a su salvavidas.
Cornelia era lo bastante astuta como para entender que la historia de su
inesperada fortuna era ya conocida por todos, también que había algo extraño y
fuera de lo común en el hecho de que su tía estuviera actuando como su dama
de compañía ya que eso la enfurecía.
Cornelia no había tardado mucho en darse cuenta de que a Lily no le
había complacido su llegada. También había advertido una corriente de
hostilidad entre sus tíos que la hacía sentirse incómoda.
“Yo los odio y ellos se aburren conmigo”, se había dicho la primera
noche. “¿Por qué entonces debo quedarme aquí?”.
De pronto se dio cuenta de que Lily se había adelantado, para hacer una
reverencia ante el rey. Como en un sueño la oyó pronunciar su nombre y
entonces ella también hizo una torpe reverencia porque sentía que sus piernas,
débiles y temblorosas.
- Así que viene usted de Irlanda – dijo el rey con voz gruesa y gutural,
pero con el encanto personal que le había hecho ganarse la amistad de toda
Europa -. Recuerdo muy bien a su padre y sentí mucho enterarme del accidente
que les costó la vida.
- Gracias, señor – consiguió tartamudear Cornelia, antes de que, con
una sonrisa de aprobación dirigida a Lily, el rey continuara adelante.
La orquesta empezó a tocar un vals. Cuando Lily y Cornelia se apartaron
para dejar espacio a los bailarines, Cornelia vio a un hombre alto dirigirse hacia
ellas. Le reconoció al instante. Era el hombre que su tío y ella habían visto en el
faetón, cuando venían de la estación.
- ¡Drogo! – exclamó Lily, cuando el joven moreno llegó al lado de ellas.
- ¿Quieres bailar conmigo?
- ¡No, por supuesto que no!
Cornelia se preguntó por qué su tía se negaba a bailar con aquel apuesto

15
muchacho. Entonces Lily se volvió hacia ella.
- Esta es Cornelia – dijo -. Tal vez debiera hacer una presentación más
formal. Cornelia, permíteme presentarte al duque de Roehampton. La señorita
Cornelia Bedlington.
Había un tono burlón en la voz de su tía y algo más que Cornelia no
consiguió comprender. Extendió la mano y el duque se la cogió gentilmente.
- Puedes bailar con Cornelia – dijo Lily con tono imperativo.
- ¿Bailarás conmigo más tarde? – preguntó el duque.
- No – contestó Lily.
Se miraron a los ojos durante un momento, sin moverse. Por fin, con
evidente esfuerzo, Lily se volvió hacia otro lado, abrió su abanico y empezó a
darse aire con la cara como si de pronto se sintiera sofocada.
- ¿Me concedes esta pieza?
Drogo se había inclinado ante Cornelia. Ella asintió con la cabeza y él
rodeó su cintura con un brazo para conducirla hacia la pista de baile. Bailaba
muy bien y la joven se alegró de que su padre la hubiera enseñado a bailar.
Levantó la cabeza hacia el duque y le miró a través de sus gafas. Había algo
arrogante e indiferente en su expresión, como si sus pensamientos estuvieran
muy lejos de allí.
Bailaron en silencio y cuando el vals llegó a su fin, volvieron, todavía sin
hablar, hacia donde se encontraba Lily de pie, en el centro de un pequeño grupo
de gente que reía y hablaba animadamente.
- Gracias – dijo Drogo inclinando la cabeza ante Cornelia.
Después, se dio la vuelta y se alejó.
- ¿Has disfrutado del baile, Cornelia? – preguntó Lily con una sonrisa
forzada en los labios.
- Sí, gracias.
- Bueno no todas las mujeres pueden decir que su primer baile ha sido
con el soltero más codiciado de Londres. Eres una chica muy afortunada.
- No habría bailado conmigo si tú no le hubieras pedido que lo hiciera -
contestó Cornelia y se preguntó por qué le dolía decir eso.
- ¿Por qué lleva gafas oscuras tu sobrina?
Era Lady Russel, una petulante belleza que se había ganado
merecidamente la reputación de decir siempre lo que se le antojaba, sin
importar lo incómodo que eso resultara para otras personas.
- Se hizo daño en los ojos durante una cacería – explicó Lily -. Es un
fastidio para la pobre niña. Yo siempre he pensado que la cacería es un deporte
peligroso.
- Eso lo dices porque tú no cazas, Lily … al menos, no cazas zorras.
Este comentario provocó gran hilaridad, pero Lily permaneció
imperturbable. Estaba espléndida aquella noche. Cornelia sabía que en todo el
salón de baile no había mujer más bella que su tía.
El duque parecía haber desaparecido, al menos, no volvió a verle en la

16
pista de baile, mientras danzaba con los jóvenes a quienes su tía obligaba a
bailar con ella. En cierto momento le vio hablar con su tía Lily. Parecían estar
discutiendo. Sin embargo, para sorpresa de Cornelia, un poco más tarde, se
acercó y la invitó a bajar a cenar con él. Ella miró a su tía, antes de contestar.
- Sí, puedes ir con el duque, Cornelia, desde luego – dijo Lily.
- ¿No quieres venir con nosotros? – preguntó él.
- El embajador de España me ha invitado a que baje a cenar con él –
contestó Lily.
Provocaba de forma deliberada. Hasta Cornelia podía darse cuenta de
ello, aunque no comprendía sus razones. El duque le ofreció el brazo y se
unieron a la procesión que se dirigía hacia el gran comedor de paneles de
madera situado en la planta de abajo.
Se sentaron solos, en una mesa pequeña. Lacayos de peluca empolvada
les sirvieron champán y Cornelia bebió un poco de su copa.
- ¿Le gusta Londres?
Era la primera pregunta que le hacía y su primer intento de iniciar una
conversación con ella.
- No – contestó Cornelia con tono vehemente, sin pensarlo.
Él pareció sorprendido.
- Creía que a todas las mujeres les gustaban los bailes y las fiestas de la
temporada social – comentó él.
- Yo prefiero Irlanda – contestó secamente.
Se sentía avergonzada. Nunca se había sentado en una mesa sola con un
hombre. Pero ésa no era la única razón. Había algo en el duque que la hacía
sentirse diferente. De forma incomprensible era feliz … más feliz de lo que
recordaba haberlo sido nunca.
La cena estaba deliciosa, sin embargo, ella apenas si pudo probar bocado.
Se limitaba a mirar a través de sus oscuras gafas al hombre que se encontraba
sentado a su lado.
- ¿Qué hacía usted en Irlanda? – preguntó, haciendo un esfuerzo por
mostrarse interesado por ella.
- Criábamos y entrenábamos caballos … de carreras en su mayoría.
- Yo también tengo un caballo de carreras. Por desgracia, no he tenido
suerte este año; pero espero ganar la copa de oro de Ascot el año que viene.
- ¿Usted mismo lo ha criado? – preguntó Cornelia.
- No, lo compré hace dos años.
Cornelia se preguntó qué más podía decir. Si hubiera estado sentada con
un irlandés, habría encontrado mucho de que hablar, tal vez hasta
intercambiado opiniones sobre los ganadores de las carreras de Dublín en los
últimos años, pero ella no sabía nada de las carreras de caballos de Inglaterra,
por lo tanto, se quedó callada hasta que terminaron de cenar y volvieron al
salón de baile.
Había sólo unas cuantas parejas bailando. La mayor parte de la gente

17
estaba todavía en el comedor. Miró al duque con timidez, preguntándose qué
podían hacer.
- ¿Quiere que nos sentemos? – Drogo señaló una silla colocada contra
la pared -. Debe usted tratar de disfrutar de Inglaterra – añadió -. Va usted a
vivir aquí y sería un error por su parte pensar que sólo en Irlanda puede ser
feliz.
Cornelia levantó la mirada y clavó los ojos en él, sorprendida. No creía
que él se habría dado cuenta de que se sentía muy desgraciada.
- No voy a vivir aquí siempre – contestó, una vez más sin pensar.
- Espero que podamos convencerla de que cambie de opinión al
respecto.
- Lo dudo mucho.
El duque frunció el ceño, como si la insistencia de ella le molestara. De
pronto, como si hubiera decidido algo inesperadamente, le preguntó:
- ¿Puedo visitarla mañana?
Cornelia le miró sorprendida.
- Supongo que sí – contestó -. Pero creo que debería preguntárselo a tía
Lily. No tengo la menor idea de qué planes tiene.
- Será mejor que usted le comunique mis intenciones. Pasaré a verla
mañana a las tres de la tarde.
Hablaba con brusquedad, como si tuviera que hacer un gran esfuerzo.
Como Cornelia no parecía dispuesta a contestar, se puso de pie, inclinó la
cabeza y se alejó.
La joven le siguió con la mirada mientras cruzaba el salón de baile, en
dirección a la escalera. Sintió el repentino impulso de correr tras él, de llamarle,
de hablarle como no había conseguido hacerlo durante la cena.
Había sido una tonta al permanecer con la boca cerrada, cuando él le
había dado tantas oportunidades de conversar. Pensándolo bien, que poco
amable había sido al declarar que no le gustaba Inglaterra.
Siguió sentada, retorciéndose los dedos y furiosa consigo misma. Una
gran excitación crecía en su interior. Había bailado con él, se había sentado al
lado de aquel hombre al que había visto por primera vez a través de la ventana
de un carruaje y al que no lograba olvidar.
El salón de baile se había llenado de nuevo con la gente que volvía de
cenar y Cornelia vio, con alivio, que su tía se dirigía hacia ella. Tal vez había
llegado el momento de volver a casa. Quería estar a solas, quería pensar.
- ¿Y Drogo? – preguntó Lily cuando llegó al lado de Cornelia.
- El duque se ha ido, pero no sé dónde – contestó Cornelia.
Lily se volvió a hablar con el embajador y Drogo no volvió a ser
mencionado. Cuando se dirigían en el carruaje a la casa de sus tíos, Cornelia
recordó el mensaje.
- El duque de Roehampton me ha preguntado si podría visitarme
mañana por la tarde – dijo -. Le he contestado que te preguntaría, ya que no

18
conocía tus planes.
- Debes recibirle – observó Lily, para sorpresa de Cornelia, había una
nota de alivio en la voz de su tía.
- ¿De qué estáis hablando? ¿Qué es lo que sucede? – preguntó Lord
Bedlington, que parecía dormitar en un rincón del carruaje.
Se incorporó para mirar a su esposa a la luz de las lámparas callejeras.
- Te he dicho ya cien veces que no quiero ver a Roehampton en mi
casa – gruñó.
- Desea ver a Cornelia, George, no a mí.
- ¿Y por qué ibas a hacer tal cosa? Nunca había visto a esta niña, hasta
esta noche … Si éste es uno de tus acostumbrados trucos, Lily …
- ¡Por favor, George! – protestó su esposa -. ¡No delante de Cornelia!
Hablaba con tanta vehemencia que su marido volvió a su rincón del
vehículo y no dijo nada. La joven no entendió el diálogo entre sus tíos, pero era
difícil pensar en algo que no fuera la sensación del brazo del duque alrededor
de su cintura y la firmeza de su mano al coger la de ella.
Mientras Cornelia dormía, los esposos Bedlington entablaron otra
violenta discusión. Él había entrado en la habitación de Lily poco después de
que ella despidiera a la doncella.
- ¿Qué sucede, George? – preguntó con irritación -. Quería que Dobson
me cepillara el pelo. ¿No es demasiado tarde para conversar?
- Nunca te has ido de un baile tan temprano – replicó él.
- Bueno no puedo decir que me haya gustado estar entre todas esas
viejas – contestó Lily haciendo un mohín. Se miraba en el espejo pensando que
no representaba más de veinticinco años -. Es una gran crueldad por tu parte y
lo sabes muy bien, obligarme a actuar como acompañante de tu sobrina.
De eso precisamente quería hablar contigo. ¿Qué significa eso de que
Roehampton va a venir aquí? No quiero que vuelva a entrar en esta casa.
- La verdad, George, es que te estás comportando de forma poco
inteligente. Tú me has prohibido verle … por razones tan ridículas como
injustas. Desde luego, si te divierte hacer el papel de marido celoso y tonto, no
puedo evitarlo, pero no estoy dispuesta a permitir que eches a perder las
oportunidades de Cornelia por tus horribles e indecentes sospechas, que no has
podido demostrar de ninguna forma.
- No voy a discutir eso otra vez – contestó George Bedlington -. Tal vez
sea un tonto, pero en lo que se refiere a ti y al joven Roehampton, ya te he dicho
lo que pienso y no voy a repetirlo.
- Muy bien, George, si eso es lo que crees, no hay nada más que decir,
pero en lo que a Cornelia se refiere las cosas son muy distintas.
- Eso es lo que quiero saber. Cornelia no conocía a ese asno, así que,
¿por qué ha decidido de pronto venir a visitarla?
- Vamos, George, definitivamente esta noche tu inteligencia brilla por
su ausencia. ¿No comprendes que con la fortuna que tiene, Cornelia puede

19
elegir al soltero que se le antoje?
- ¿Quién dice eso?
- Lo digo yo – contestó Lily – y sabes que tengo razón. Posee una gran
fortuna, ¿no es cierto?
- ¡Claro que sí! Todavía no me han dado cifras exactas, pero el banco
piensa que tiene por lo menos setecientos cincuenta mil libras esterlinas, si no es
más.
- Con esa fortuna podrá casarse con quien quiera.
- No irás a decirme ahora que Roehampton anda detrás de su dinero,
¿verdad? – preguntó George Bedlington indignado.
- ¿Y por qué no? Sabes muy bien que Emily siempre se está quejando
de que no hay dinero suficiente para cubrir los gastos de sus propiedades. ¿Y a
ti no te gustaría que su sobrina se convirtiera en duquesa? ¡Caramba, George,
deja las cosas en mis manos y no trates de interferir?
- Bueno, a mí todo eso me parece muy peculiar – señaló George,
rascándose la cabeza -. Hace unos días Roehampton andaba detrás de ti,
provocando habladurías y haciéndome aparecer como un cornudo. Ahora
resulta que está tratando de casarse con mi sobrina. ¿Acaso no hay otras
mujeres en el mundo que no sean las que me pertenecen a mí?
- Vamos, George, no te preocupes por eso.
Lily se levantó y cruzó la habitación hacia su esposo.
- No te enfades – suplicó, levantando la mano para acariciarle una
mejilla.
Por un momento, él la miró furioso. Recordó que unos días antes ella le
había mentido, pero su belleza aminoró su enfado, como sucedía siempre.
- Está bien, está bien. Que sea como tú quieres, aunque sólo Dios sabe
lo que te propones ahora.
- Querido George – Lily le besó la mejilla y se alejó de él – debo
acostarme. Estoy muerta de cansancio y mañana hay una recepción y un baile
en la embajada francesa.
George Bedlington titubeó. Miró la gran cama matrimonial, al fondo de
la habitación. Las lámparas con pantalla color rosa brillaban a cada lado de ella
iluminando la almohada adornada con encajes.
Advirtiendo su vacilación, Lily se dio la vuelta. Había empezado a
desatarse el cinturón de su bata blanca, pero interrumpió su acción
bruscamente.
- Estoy cansada, George – dijo con tono quejumbroso.
- Está bien … buenas noches, querida mía.
George cruzó la habitación y salió.
Lily se quedó inmóvil, oprimiendo la bata con fuerza contra su cuerpo.
Luego se la quitó y la dejó caer al suelo. Con un leve grito se tiró sobre la cama
escondiendo la cara en la almohada de funda bordada.

20
Capítulo 4

Cornelia despertó con la sensación de que algo maravilloso iba a ocurrir.


De momento no pudo recordar dónde estaba, y durante algunos minutos creyó
que se encontraba de nuevo en Rosaril. El ruido del tráfico y de los cascos de los
caballos que paseaban por Park Lane, la hizo recordar que estaba en Londres y
abrió los ojos.
Aunque se había acostado tarde la noche anterior, no se sentía cansada,
sobre todo porque su corazón estaba lleno de una inexplicable alegría.
Se levantó de la cama y corrió hacia las ventanas. Los árboles estaban
todavía envueltos por la neblina, pero podía distinguir el brillo del agua en el
canal llamado “La Serpentina”. Sin llamar a la doncella, se vistió con rapidez, se
recogió el pelo en un moño sin preocuparse demasiado por su aspecto y se
cubrió con el primer sombrero que sacó del armario.
Bajó la escalera de puntillas. La alfombra amortiguó sus pasos y aunque
encontró un poco difícil descorrer los complejos cerrojos de la puerta principal,
no tardó en salir a la luz del sol.
Londres, pensó, tenía un aspecto diferente a aquella hora. No había
elegantes carruajes, sino carretas de comerciantes y vendedores. La mayor parte
de las casas tenían las ventanas cerradas y las cortinas corridas, aunque en
algunas de ellas las doncellas estaban fregando ya los escalones de la entrada.
La miraban con tanta curiosidad que Cornelia lamentó no haberse puesto
su vieja ropa irlandesa. Su nuevo vestido era demasiado elegante y su
sombrero, adornado con flores y plumas, era más adecuado para ir a ver una
partida de polo en Hurlingham que para pasear por el parque Hyde a esas
horas de la mañana.
Cornelia olvidó que su tía le había dicho que debía andar con pasos
cortos, como correspondía a una dama de alcurnia, y apretó el paso para llegar
pronto a “La Serpentina”.
No había nadie y la joven se hizo la ilusión de que estaba paseando por
los desiertos páramos cercanos a Rosaril.
Mientras andaba por la orilla del agua, absorta en sus pensamientos, oyó
un sonido que la hizo volver la cabeza. Sin lugar a dudas, alguien lloraba.
Entonces vio a una joven sentada en un banco que gemía como si se le estuviera
rompiendo el corazón. Miró a su alrededor, para ver si alguien podía acudir en
ayuda de aquella desventurada desconocida. Pero no había nadie.
“No es de mi incumbencia el dolor de una desconocida”, se dijo. El
sentido común le indicaba que debía continuar su camino, sin hacer caso de la
mujer, pero algo en su actitud desolada la hizo desear ayudarla.
Con timidez, se acercó al banco. Era una muchacha más o menos de su
edad, iba vestida con sencillez, pero muy limpia. Al darse cuenta de la
21
presencia de Cornelia contuvo los sollozos y empezó a enjugar sus lágrimas con
un pañuelo blanco.
- ¿Puedo ayudarla? – preguntó Cornelia con suavidad.
- Perdone, señorita creía que no había nadie por aquí – contestó la
muchacha.
Hizo un esfuerzo para que su voz sonara firme, pero su esfuerzo fue tan
patético como inútil. Cornelia se sentó a su lado.
- Usted parece sentirse muy desgraciada – dijo con gentileza -. ¿No
tiene dónde ir?
- No, no tengo ningún lugar al que ir – contestó, impulsiva, pero
pareció arrepentirse en el acto y añadió -: No se … preocupe. Gracias, señorita,
adiós.
La muchacha se puso de pie. Había una expresión tal de desesperación
en su cara que Cornelia exclamó:
- ¡No, no se vaya! Quiero hablar con usted. Debe decirme por qué se
siente tan desgraciada.
- Es muy amable por su parte, señorita, pero nadie puede ayudarme,
nadie. Creo que debo irme.
- ¿Dónde va?
La muchacha la miró como si la viera por primera vez y una expresión
desolada apareció en sus ojos.
- No lo sé … - contestó -. Al río, creo – escondió la cara entre las manos
y empezó a llorar desconsoladamente de nuevo.
- No diga eso. Ni debe seguir llorando. Siéntese, por favor. Yo puedo
ayudarla, estoy segura de ello – dijo Cornelia.
Como si estuviera acostumbrada a obedecer órdenes, la muchacha se
dejó caer en el banco.
- Por favor, cuénteme lo que le sucede – suplicó Cornelia con tono
gentil -. Usted es del campo, ¿verdad?
- Sí, señorita. Sólo hace dos meses que vivo en Londres – su voz se
quebró.
- ¿De qué parte del país es usted?
- De Worcestershire, señorita. Mi padre es palafrenero de Lord
Coventry. No me llevaba muy bien con mi madrastra y se decidió que buscara
trabajo como doncella en la casa de un caballero. Lady Coventry me dio una
recomendación, ya que había trabajado para ella varios años. Me sentía tan
feliz, tan orgullosa de ser independiente al fin …
La muchacha volvió a callar.
- ¿Y qué sucedió?
- Fue el joven caballero, señorita – contestó -. Él pensaba que yo era
bonita. Solía esperarme en la escalera. Yo no quería hacer nada malo, se lo juro,
pero el ama de llaves nos vio ayer por la tarde. Habló con el amo y él me
despidió en ese momento, sin referencias. No puedo volver así a mi casa … no

22
puedo decirles lo que ha sucedido.
- ¿Y el joven caballero? ¿No hizo nada por ayudarla?
- No le dieron oportunidad, señorita. Fue enviado inmediatamente a
Escocia … Lo supe porque oí al amo ordenar que le hicieran el equipaje. No me
di cuenta de que era por mi culpa … hasta que el amo me dijo que él se había
ido y me echó de la casa.
- Pero eso fue cruel e injusto – exclamó Cornelia.
- No, señorita. Yo no estaba portándome como era debido y … lo sabía.
Él no debía perder su tiempo con alguien como yo, pero yo, señorita … ¡oh!
Al ver los labios temblorosos de la muchacha y la fuerza con que se
estrujaba las manos, Cornelia sintió una profunda compasión. Era una joven
muy bonita. Tenía unos grandes ojos castaños como su pelo, que se rizaba
alrededor de su cara. Había tal dulzura en la chica que Cornelia comprendió
por qué el joven caballero se había prendado de ella.
Sin embargo, la única víctima de aquella inadecuada atracción había sido
pobre muchacha, que había entregado su corazón a un hombre que debía
haberla considerado sólo un divertido juguete.
- ¿No puede volver a su hogar? – preguntó Cornelia.
- ¡Oh, señorita! ¿Cómo podría hacerlo? Me avergonzaría de decirles lo
que me ha sucedido. Mi madrastra nunca me ha querido. Si yo volviera a mi
pueblo ella se encargaría de que nunca me dieran otra oportunidad. No,
señorita, preferiría morir … mil veces morir a volver a mi casa.
- Es un pecado hablar de quitarse la vida – dijo Cornelia con severidad.
Además, usted es joven, encontrará otro trabajo.
- Ninguna casa respetable me recibirá sin referencias.
Cornelia comprendió que eso era verdad. Incluso los rústicos e
inexpertos criados que habían tenido en Rosaril habían llegado con referencias
de sus sacerdotes o de algún otro dignatario de su lugar de origen. Cornelia se
quedó pensando cómo ayudar a la muchacha. De nada servía darle dinero,
porque si vivía sola se vería expuesta a nuevos peligros. De pronto se le ocurrió
una idea.
- ¿Cómo se llama usted? – le preguntó.
- Violet, señorita, Violet Walters.
- Escúchame, Violet. Voy a contratarte como mi doncella personal.
- No, señorita, no puedo permitir que usted haga eso – protestó Violet
con rapidez -. No tengo suficiente experiencia, además, usted no sabe nada de
mí, excepto lo que le he dicho y no es nada bueno.
- Tú me caes bien, Violet. Todos cometemos errores en la vida. Tú has
pagado caro el tuyo, mientras que otras personas no reciben nunca castigo por
las faltas que cometen. Quiero que vengas a trabajar conmigo. ¿Lo harás?
La muchacha levantó la cara y Cornelia vio en ella la luz de la esperanza.
Entonces, con un leve sollozo, se volvió hacia otro lado.
- Usted es muy buena, señorita, pero no sería correcto que yo me

23
aprovechara de su bondad. El amo me ha dicho que yo soy una mala mujer y tal
vez tenga razón. Nunca debía haber levantado siquiera los ojos hacia el joven
amo …
- Lo hiciste porque lo amabas – concluyó Cornelia.
- Sí, es cierto. Le amaba, pero ese tipo de amor no es bueno para una
muchacha, señorita. Surgió así, de repente y no pude hacer nada excepto …
seguir amándole.
Cornelia se quedó inmóvil. Miraba a través del agua, hacia la orilla
opuesta, sin ver nada realmente. De modo que así era como llegaba el amor …
de forma repentina, antes de que uno se diera cuenta de ello.
Sintió un repentino éxtasis en su interior, la sensación de que algo
maravilloso anidaba dentro de ella. Entonces, comprendió la verdad. El amor
había llegado a ella y era demasiado tarde para hacer algo al respecto.
Impulsivamente, se volvió hacia la muchacha.
- Olvida el pasado, Violet. Yo te ayudaré y quiero que tú me ayudes a
mí. Ahora escucha con cuidado lo que voy a decirte.
Se le había ocurrido cómo debía llegar Violet a la casa, para darle la
oportunidad de contratarla. Sentía una nueva confianza en sí misma. Era como
si al tratar de ayudar a otra persona, hubiera surgido en ella una nueva
fortaleza de carácter.
- Ante todo, debes comer algo – dijo Cornelia con firmeza -. ¿Has
pasado toda la noche en el parque?
- Llevé mi baúl a la estación de Paddington primero, señorita. El amo
me ordenó que volviera a casa. Pensaba obedecerle, pero cuando llegué a la
estación comprendí que no podía hacerlo, que no podía volver avergonzada y
humillada. Cuando el parque abrió, vine aquí. Estaba tranquilo y pensé que si
lloraba nadie me vería.
- Pero yo te he oído – dijo Cornelia -. Y ahora debes prometerme que
harás lo que voy a decirte.
- ¿Está usted segura, señorita, de que quiere que trabaje para usted?
Podría ser una ladrona.
- No tengo miedo – dijo Cornelia con gentileza -. Tengo la sensación,
Violet, de que estábamos destinadas a encontrarnos y de que, una vez que
estemos juntas, tú no me fallarás.
- Le juro, señorita, que le serviré con lealtad hasta el fin de mis días –
exclamó Violet fervientemente.
- Gracias. Y ahora, escúchame bien y recuerda lo que voy a decirte. Irás
a la casa de mis tíos, es el 97 de Park Lane, alrededor de las once, y preguntarás
por la señorita Bedlington. Esto es lo que vamos a decir …
Una vez que terminó su explicación, Cornelia dio un poco de dinero a
Violet y le sugirió que fuera a desayunar. La chica cogió el dinero con timidez,
asió la mano de Cornelia con sus dedos endurecidos por el trabajo e inclinó la
cabeza para besarla.

24
- ¡Dios la bendiga, señorita! – exclamó y había otra vez lágrimas en sus
ojos, sólo que esta vez eran lágrimas de gratitud.
Cornelia emprendió el camino de vuelta. Mientras andaba sintió que
había madurado desde que había salido de la casa de su tío. Había visto el
sufrimiento humano y también una expresión de amor y de devoción. Todo era
extrañamente conmovedor, despertaba en ella nuevas y hasta entonces
desconocidas emociones. Casi no se atrevía a reconocer el sentimiento que se
había adueñado de su corazón, pero era consciente de él. Podía ver la cara de
Drogo con toda claridad; era casi como si anduviera a su lado. Si no hubiera
estado tan callada la noche anterior, habría podido pedirle que hablara de sí
mismo o contarle algo de Rosaril y de cómo se vivía allá.
Cornelia llegó a la casa de su tío sin darse cuenta, pensando que le iba a
ver aquella misma tarde. Un lacayo abrió la puerta y pareció asombrado al verla
en el umbral. Eran sólo las ocho de la mañana.
Subió corriendo a su dormitorio y lo encontró tal y como lo había dejado.
Recordó entonces que su tía había dado órdenes de que no la despertaran hasta
las nueve de la mañana. Después de cerrar la puerta, se acercó al tocador y se
quitó las gafas para mirarse en el espejo. Todavía debía seguir usándolas.
Recordaba muy bien lo que Jimmy había dicho de sus ojos y aunque ahora no
era odio lo que quería ocultar, sino amor, podían traicionarla, revelar aquel
importante secreto. Se estremeció al pensarlo. Recordó cómo había cambiado el
tono de voz de Violet al hablar de amor y se preguntó si el de ella cambiaría, si
su mirada se suavizaría a causa de los sentimientos que había en su corazón.
Contratar a Violet fue mucho más fácil de lo que Cornelia esperaba. Su
tía le había dicho que necesitaba tener su propia doncella, así que cuando
Cornelia le anunció que una joven que había conocido en Irlanda quería el
puesto, Lily hizo muy pocas preguntas.
- Está bien, querida, contrátala – dijo Lily, recostada contra las
almohadas de su cama.
Cornelia salió a toda prisa y cuando Violet llegó a las once, la hizo subir a
su habitación para decirle que estaba contratada.
Violet lucía todavía grandes ojeras pero era evidente que se había aseado
antes de ir. No pareció impresionada por el lujo de la casa, ni pareció cohibida
ante los otros criados. Cornelia le enseñó su armario mientras le comentaba que
acababa de llegar a Londres y que todo aquello era todavía extraño para ella.
- Se divertirá mucho, señorita – le aseguró Violet. Lady Bedlington
conoce a toda la gente importante. He visto su fotografía muchas veces y he
oído decir que es una de las damas más hermosas de Inglaterra.
- Sí, es muy … hermosa – reconoció Cornelia.
Violet la miraba. Ambas pensaron lo mismo: nadie que acompañara a
Lady Bedlington podría destacar mucho. De repente Cornelia recordó quién iba
a ir a visitarla aquella tarde.
- Quiero ponerme el vestido más bonito Violet – dijo. ¿Cuál crees que

25
es?
Había sólo dos, porque, aunque Lily había ordenado ya docenas de
vestidos, todavía no estaban listos: uno blanco, adornado con volantes de gasa
color rosa y el otro azul pálido; un color que favorecía mucho a Lily, pero no a
Cornelia.
Se puso el blanco, pero inmediatamente se arrepintió. La gasa rosa no
favorecía a su figura ni a su piel; sin embargo, era demasiado tarde para
cambiarse. Violet le arregló el pelo lo mejor que pudo y con una extraña
opresión en el pecho, Cornelia bajó al salón.
Lily seguía en la cama; tenía dolor de cabeza según declaró durante la
comida y quería pasarse la tarde descansando, ya que esta noche iban a ir a la
ópera y después a una recepción en la embajada francesa.
- ¿Has olvidado que el duque va a venir esta tarde? – preguntó
Cornelia.
- ¡Claro que no lo he olvidado! Pero él viene a verte a ti, no a mí – había
un tono desconocido en su voz.
- No sé para qué querrá hablar conmigo – murmuró Cornelia.
- Debes ser muy tonta, entonces – observó Lily irritada y, antes de que
la joven pudiera decir nada más, añadió con exasperación: Vete. Dile a Dobson
que me traiga un poco de colonia y que baje las persianas. Quiero que me dejen
sola.
El dolor de cabeza de su tía debía estar empeorando, pues parecía
desesperada. Cornelia obedeció en el acto.
No pasó mucho tiempo antes de que el mayordomo anunciara con voz
estentórea:
- Su Señoría, el duque de Roehampton, señorita.
Cornelia vio al duque avanzar hacia ella, alto y moreno, increíblemente
elegante. Llevaba un clavel en el ojal y se preguntó si a él le gustarían tanto los
claveles como parecían gustarle a su tía, que siempre tenía la casa llena de ellos.
El duque avanzó hacia ella y Cornelia sintió que se quedaba paralizada.
No pudo hablar, ni siquiera extenderle la mano para saludarle. Se limitó a
temblar.
- ¿Está usted sola? – le preguntó él.
Ella se limitó a inclinar la cabeza en señal de asentimiento.
- Quería verla a solas – continuó él, en voz baja y profunda. Ella seguía
inmóvil donde él la había encontrado. ¿No imagina usted lo que quiero decirle?
Ella le miró fijamente a través de sus gafas oscuras, tan necesarias en
aquellos momentos para que la intensidad de sus sentimientos no fuera
descubierta por él.
Por fin, la joven se obligó a decir:
- No.
Desconcertado, la miró con expresión desolada. Cornelia se preguntó si
sería tan tímido, como parecía en esos momentos.

26
- Quiero pedirle que sea usted mi esposa.
El duque dijo aquello con deliberada lentitud, Cornelia pensó que debía
estar soñando. No era posible que hubiera dicho eso … no era posible que le
hubiera hecho la más trascendental de las preguntas. Temblaba. De pronto, al
comprender el alcance de aquellas palabras, creyó que se iba a desmayar de
felicidad.
¡La amaba, la quería! Sentía por ella todo lo que ella sentía por él. Se
oprimió con fuerza los dedos, pero le fue imposible hablar.
- ¿Es tan difícil contestarme? – preguntó el duque. ¿Quiere usted
tiempo para pensarlo?
- No … no … quiero decir sí – tartamudeó Cornelia.
Drogo la miró, desconcertado por sus contradicciones y ella se obligó a
hablar con más coherencia.
- Quiero decir que … sí me casaré con usted.
- Gracias. Haré todo lo posible por hacerla feliz.
Cogió su mano y se la llevó a los labios. Era la segunda vez en un día que
besaba la mano de Cornelia. Los labios de él apenas si rozaron su piel; no
obstante, a ella le pareció que se habían quedado allí mucho tiempo,
despertando en su interior una respuesta apasionada.
Él soltó su mano e inclinó un poco la cabeza.
- Me ha hecho usted muy feliz – dijo. Se dio la vuelta y se dirigió hacia
la puerta. Vendré a pedir su mano a Lord Bedlington esta misma noche – dijo
desde el extremo opuesto de la habitación y se marchó.
La puerta se cerró tras él y Cornelia se quedó mirándola, sin ver nada.
¡La había besado! Cerró los ojos, tratando de controlar la oleada de felicidad
que parecía arrastrarla. ¡La amaba! Casi no podía creerlo pero era cierto, y le
había pedido que fuera su esposa. Corrió hacia le ventana y le vio bajar la
escalinata y subir a una elegante carroza abierta, conducida por un cochero y
con un lacayo en el pescante.
Él no levantó la mirada, pero ella se escondió tras las cortinas para que
no la viera espiarle. Al ver el vehículo que se alejaba sintió el loco deseo de
llamarle. ¿Cómo pudo haber sido tan tonta de quedarse muda mientras él le
proponía en matrimonio?
- Le amo – dijo en voz alta y le pareció que su voz sonaba cálida y
profunda.
Sólo la había visto dos veces en su vida. Debía haber sido amor a primera
vista, pensó, y se preguntó si él la habría visto aquella tarde a través de la
ventana del carruaje. Un repentino y helado temor se apoderó de ella. No podía
haberla visto. Le recordó hablando con su tía, como si discutieran. ¿Por qué …
cuál era el motivo de sus diferencias? Entonces, con firmeza, dejó a un lado sus
dudas y temores. Ella le amaba y él le había pedido que se casaran. ¿Qué más
prueba necesitaba de que sus propios sentimientos eran correspondidos?
- Me ama – repitió en voz alta.

27
Sus palabras se perdieron entre la exótica fragancia de los claveles … ¡las
flores favoritas de su tía Lily! Cornelia tuvo la inexplicable sensación de que su
tía había estado en el salón … ¡viendo y escuchando todo!

Capítulo 5

Cornelia no supo cómo pasó el resto de la tarde, sólo se dio cuenta de


que todos los nervios de su cuerpo estaban en tensión, esperando el retorno del
duque. Esta vez no se mostraría silenciosa y tonta en su presencia; hablaría con
él, le diría lo que le gustaba y le disgustaba, le hablaría de su vida en el campo y
le incitaría a hablar de sí mismo. ¡Había tantas cosas sobre él que quería saber!
“Estoy enamorada”, se dijo un centenar de veces. Quería reír y llorar al
mismo tiempo. Nunca había comprendido antes el verdadero significado de la
palabra amor. Había adorado a sus padres, era verdad, pero ellos vivían tan
absortos el uno en el otro que parecían más felices cuando estaban solos.
Además de sus padres, amaba sus caballos, sus perros, a Jimmy y a
Rosaril. Pero el amor que sentía por el duque era diferente a todos los demás.
Recordó una conversación que habían mantenido sus padres hacía
muchos años y que en aquel entonces no había comprendido. Ellos estaban
sentados tomando el sol y no se habían dado cuenta de que ella estaba muy
cerca.
- Cornelia está creciendo – dijo su madre -. Hoy me he dado cuenta de
que pronto dejará de ser una niña.
- Va a ser muy bonita, una vez que pase esa etapa de marimacho –
comentó su padre.
- No sé si será bonita, pero ciertamente es una muchacha muy
apasionada. Siente las cosas con demasiada intensidad.
Bertram Bedlington se había echado a reír.
- ¿Estás pensando que tus deberes de acompañante van a ser muy duros?
- Tal vez. Pero en lo que realmente estoy pensando es en la propia
Cornelia – contestó su esposa -. Va a sufrir mucho en la vida debido a su
temperamento.
- ¿Y quién no sufre en este mundo? También vivirá feliz. La gente que
siente con intensidad, también goza de forma intensa.
- Eso me asusta – exclamó de pronto Edith Bedlington -. ¿Qué será de ella
… viviendo aquí?
- No te preocupes – contestó su esposo, con tono tranquilizador.
Cornelia no entendió muy bien de qué hablaban ni el porqué de la
preocupación de su madre por ella. Ahora lo comprendía todo. Su madre, que
había sacrificado el mundo por ella conocido para irse con el hombre amado,
sabía lo poderoso que podía ser el amor.
28
Las horas de la tarde transcurrieron con extrema lentitud. Por fin, un
lacayo entró a decirle que su tío deseaba verla en la biblioteca.
Cornelia tuvo que hacer un esfuerzo para no bajar corriendo la escalera.
Otro criado abrió la puerta de la biblioteca y ella entró. Su tío estaba solo. Había
oído desde su habitación, la llegada del carruaje del duque, pero al parecer, él
se había ido sin esperar a que ella bajara. Por un momento, se quedó inmóvil,
desilusionada. Entonces su tío se aclaró la garganta, estaba esperando que ella
dijera algo.
- ¿Querías verme, tío George?
- Sí, quiero hablar contigo, Cornelia. Siéntate – contestó Lord Bedlington
señalando una silla que estaba junto a la chimenea -. El duque de Roehampton
me ha pedido que le conceda tu mano.
- Sí, lo sé – murmuró Cornelia.
- No hay razón, desde luego, para que se la niegue – continuó Lord
Bedlington, excepto que este compromiso me parece demasiado precipitado.
Acabas de llegar a Londres. No has tenido tiempo de conocer a otras personas,
de tratar … a otros hombres.
Miró a Cornelia con expresión interrogante, pero como ella no dijo nada,
continuó:
- Yo te aconsejaría que esperaras, pero no quiero imponerte mi voluntad.
- ¿Ha dicho el duque cuándo quiere casarse? – preguntó con timidez.
- Sí, ha dicho que no había razón para posponer las cosas – contestó Lord
Bedlington. Apretando los labios y para sorpresa de Cornelia le puso la mano
en el hombro. Escucha, hija mía, piensa bien las cosas. No hay ninguna razón
para que te cases tan precipitadamente. En mi casa hay y habrá siempre un
lugar para ti.
- Eres muy bueno, tío George, y te estoy muy agradecida, de verdad,
pero me gustaría casarme con el duque.
- Me temo que no has tenido mucha experiencia con los hombres.
Comprométete con él, si así lo deseas, pero yo te aconsejaría que esperaras seis
meses, o un año, antes de casarte.
- Seré feliz haciendo lo que él desee – contestó Cornelia.
- Muy bien, que sea como quieras – aceptó Lord Bedlington -. Eres una
joven muy rica, y el hombre que se case contigo será muy afortunado.
Había algo en el tono de la voz de su tío que hizo que Cornelia le mirara
con atención. ¿Estaba sugiriendo que el duque quería casarse con ella por
interés? Sintió deseos de reír ante la idea. Él tenía tanto, que no necesitaba el
dinero de ella. No, le había pedido que fuera su esposa porque la quería, y eso
era lo único que importaba.
- El duque ha sugerido que vayamos todos a Cotillion, a pasar el fin de
semana, para que tengas oportunidad de conocer a su madre. He aceptado
porque he supuesto que tú estarías de acuerdo.
Lord Bedlington hablaba con sequedad. Apenas podía disimular la

29
indignación que sentía ante la posición en la que se encontraba. Le enfurecía
pensar que apenas unos días antes había ordenado a Lily que no admitiese a
Roehampton en la casa y ahora se encontraba en una relación de intimidad con
él que no podía evitar, ni rechazar. Ella era rica, pero no atractiva y no había un
soltero, en toda Inglaterra, tan codiciado como el duque de Roehampton.
Había algo extraño en todo aquello. Estaba convencido de que le habían
tendido una trampa. La situación le hizo sentirse irritado y comportarse de un
modo muy desagradable durante la visita a Cotillion, que se inició al día
siguiente.
Había un vagón contratado por el duque para sus invitados y varios
lacayos con la librea de Roehampton esperaban en el andén para dar la
bienvenida a los invitados.
Junto con la familia de Lord Bedlington viajaban una docena de personas
más. Las mujeres iban tan elegantemente vestidas que Cornelia se sintió
avergonzada de su aspecto y permaneció silenciosa y aislada en un rincón,
mientras todos charlaban alegremente con su tía.
- Es el grupo de siempre, por lo que veo, Lily – exclamó uno de ellos -.
Sólo falta Harry, aunque supongo que le encontraremos al llegar a Collition.
- Sí, Harry siempre está lo más cerca posible de Emily – comentó otro.
Todos se echaron a reír y Cornelia se preguntó de qué estarían hablando.
Emily, según sabía, era la madre del duque. No podía imaginar que relación
podía haber entre ella y un hombre llamado Harry. La desconcertó conocer al
objeto de tanto chismorreo: un hombrecito muy elegante y atento con todos,
que siempre estaba al lado de la duquesa y a quien ésta trataba como si fuera un
adorable perrito pequinés.
Para Cornelia, todo en Cotillion era desconcertante. Para empezar, era la
casa más maravillosa que había visto en su vida. Era como un castillo de cuento
de hadas, con sus tejados y sus agujas color gris plateado elevándose contra el
fondo del crepúsculo.
Tenía una grandeza y una belleza típicamente inglesas. Una vez que pasó
su admiración inicial, Cornelia se sintió perdida e insignificante en el gran
vestíbulo de mármol, y en el salón de muebles tapizados en brocado azul y
plata.
- Así que ésta es Cornelia – comentó Emily, duquesa de Roehampton. Su
voz era alegre y brillante como los diamantes que resplandecían en sus orejas y
en sus dedos, delgados y nerviosos.
Era una mujer de pequeña estatura, que iba de una persona a otra y que
parecía tan intrascendente y ornamental como un colibrí. Pero cuando se le
conocía no podía por menos que admirarse su sentido de la organización;
manejaba Cotillion y las enormes propiedades que lo rodeaban con la eficiencia
con que un buen general dirige su ejército.
- Tenía, por supuesto, un verdadero batallón de personas que le
ayudaban, pero su genio consistía en elegir a la gente adecuada para cada

30
puesto. Sus principales criados como el chef, por ejemplo, eran famosos entre la
nobleza y muchos de sus amigos, incluyendo el rey cuando era príncipe de
Gales, habían tratado de llevárselo. La mayor parte de los empleados de
Cotillion pertenecían a generaciones completas de servidores.
Con sus granjas, sus jardínes, bosques, establos, cervecería, graneros,
caballerizas, lavanderías, etc, Cotillion era un pequeño reino dentro de otro
mayor: Inglaterra.
Y Drogo amo y señor de Cotillion, lo recorría no sólo como un rey, sino
como un héroe. Su gente le adoraba y era evidente que él se sentía allí
completamente feliz.
A diferencia de Emily, él no parecía necesitar a toda la gente que vivía
contratada allí, para disfrutar de su propiedad. Era evidente que los amigos de
su madre, le divertían, pero no les daba la importancia que ella parecía
concederles.
La actitud de Lord y Lady Bedlington respecto al grupo de la duquesa de
Roehampton era diferente. George parecía despreciar y detestar a todos los
miembros y no se esforzaba por disimularlo. Lily, en cambio, parecía adorarlos.
Era el tipo de vida que a ella le excitaba. Le gustaba el lujo, los carruajes a la
puerta y, sobre todo, la novedad más reciente, un vehículo de motor para
trasladarse de un lugar a otro.
Lily adoraba cada instante de su vida actual y cuando abrazó a Emily lo
hizo con sincero cariño.
- ¡Así que esta es Cornelia!
Emily miró a Lily al hablar. Se estaba preguntando qué se traerían entre
manos Drogo y ella. Sus deducciones no andaban muy lejos de la verdad. Se
trataba de una muchachita insignificante y, desde luego, las gafas oscuras no le
favorecían nada. Su hijo le había comentado su compromiso y, aunque deseaba
verle casado, no dejaba de preguntarse la razón por la que había tomado una
decisión de esa envergadura tan repentinamente.
Sabía que estaba enamorado de Lily. Había visto la expresión de su cara
al verla, aquella primera noche en Cotillion, bajar la escalera envuelta en una
nube de gasa color rosa, con un collar de zafiros brillando en su blanco cuello.
Y ahora se había comprometido en matrimonio con la sobrina de Lily. Le
parecía muy extraño. El dinero era siempre útil, pero ellos no se estaban
muriendo de hambre y Drogo no había sido nunca hombre que se preocupara
por cuestiones económicas. No, había algo detrás de todo aquello y Emily
estaba decidida a sacar a Lily la verdad.
Los invitados fueron conducidos a sus habitaciones, donde doncellas y
ayudas de cámara abrían los pesados baúles y cajas que los lacayos ya habían
subido.
Cornelia, a quien Emily había dejado en la puerta de su habitación, miró
con disgusto el vestido de gasa blanca que Violet había extendido sobre la
cama.

31
- Odio ese vestido – exclamó.
Violet se volvió hacia ella, con sorpresa.
- No la he oído entrar, señorita. Esta noche no hay una gran fiesta, pero
mañana vendrán treinta personas a cenar. He supuesto que querría usted
reservar su mejor vestido para entonces.
Cornelia se quedó absorta contemplando la lujosa habitación.
A pesar de su tamaño, era muy acogedora. Había una piel de oso en el
suelo, frente a la chimenea, un sofá lleno de cojines de encaje, dos cómodos
sillones y mesitas adicionales con lámparas, flores y muchos objetos de arte.
Cornelia recordó que algún día todo aquello sería suyo, y sintió miedo.
¿Cómo iba a poder ella dirigir una casa tan grande como aquella? Entonces
recordó que el duque estaría a su lado, para ayudarla.
Éste entró en el salón unos segundos después que los invitados que
acababan de llegar en el tren y acudió a darles la bienvenida. Dirigió sus pasos
hacia ella, estrechó su mano y le preguntó si había tenido un viaje agradable.
Ella se sintió tan emocionada de verle, que sólo pudo tartamudear una breve
respuesta.
Y, por supuesto, no se atrevió a darle el regalo que le había llevado, un
libro que había elegido mientras andaba de compras por la calle Bond.
- Olvidé algo abajo – dijo Cornelia a Violet, recordando que lo había
dejado en el sofá en el que se había sentado en el salón.
- ¿Quiere que se lo traiga, señorita?
- No, termina de abrir los baúles. Sé exactamente dónde está.
Bajó casi corriendo la ancha escalera, cruzó el vestíbulo y entró en el
salón que se encontraba vacío, como esperaba. El libro estaba en el sofá donde
lo había dejado. Lo cogió y al volverse, vio al duque de pie en el umbral. Parecía
sorprendido.
- Me ha parecido ver a alguien aquí – dijo – y me he preguntado quién
podría ser.
Era su oportunidad. Estaban solos y ella tenía algo que darle.
- Había olvidado algo – logró decir por fin.
- Veo que lo ha encontrado – comentó Drogo.
- Sí.
Cruzó la habitación y se detuvo delante de él. La expresión de la cara del
duque era gentil, aunque le pareció que estaba cansado y tenso.
- Es para usted – dijo Cornelia con brusquedad -. Es un libro que he
pensado que le gustaría leer.
- ¿Para mí? – parecía asombrado. Entonces sonrió: Ha sido muy amable
por su parte. ¿De qué trata?
- De caballos. Creo que el que aparece en la portada se parece a uno de
los que iba conduciendo el primer día …, quiero decir … cuando lo vi por
primera vez … en la calle Grosvenor.
- ¿Cuándo fue eso? – preguntó el duque, de nuevo sorprendido.

32
- El día que llegué le vi a usted. Tenía problemas con dos alazanes.
El duque volvió la mirada hacia otro lado, frunciendo el ceño.
- No sabía que me había visto – dijo, mientras terminaba de abrir el
paquete. Al ver el libro su expresión se suavizó y sonrió. Observó la portada
antes de comentar: Sí, podría ser la foto de Rufus o de Ruby, mis alazanes.
Gracias. Yo también tengo un regalo para usted, pero se lo daré después de la
cena.
- ¡Oh, gracias! ¿Qué es? ¿Me lo va a decir o prefiere que sea un sorpresa?
- Prefiero que sea un sorpresa – contestó con seriedad. Abrió el libro que
tenía en las manos y miró una de las ilustraciones. Me gusta este caballo –
contestó. ¿A usted le gustan los caballos?
- Los adoro – respondió. ¿Sabe? Yo siempre he cuidado de ellos. Mi
padre solía decir que yo era tan hábil domando potros salvajes como él.
- Mañana quiero que venga conmigo a conocer mis caballerizas y ver mis
caballos – sugirió el duque. Tal vez desee montar alguno de ellos.
- Sería maravilloso – exclamó Cornelia excitada, aunque añadió un
momento después con tristeza. Pero no tengo traje de montar …
- Trataremos de conseguirle uno – dijo el duque con tono distraído. Se
hizo un repentino silencio, luego él añadió: Gracias por el libro. Nos veremos en
la cena y después le daré mi regalo.
Cornelia comprendió que la entrevista había terminado. Murmuró algo y
subió a su habitación.
- ¿Ha encontrado usted lo que buscaba, señorita? – preguntó la doncella.
- Sí, Violet. Era un libro que he comprado para su Señoría. Él ha entrado
en el salón cuando yo lo estaba recogiendo y he podido dárselo. Le ha gustado
mucho.
- Me alegro de que su Señoría haya apreciado su regalo.
Había algo en el tono de voz de Violet que Cornelia la miró asombrada.
- ¿Qué te pasa? Pareces alterada por algo.
- No es nada señorita – contestó Violet y de pronto, sin contenerse,
añadió: No entregue su corazón fácilmente, señorita. Si su Señoría llegara a
desilusionarla, usted sufriría mucho.
- Su Señoría no me desilusionará, Violet – contestó Cornelia con
seguridad. No debes juzgar a todos los hombres por tu propia experiencia. Has
tenido mala suerte, nada más. Yo me considero la muchacha más afortunada
del mundo, y ¡oh, Violet, va a darme un regalo esta noche!
Cornelia parloteó incesantemente mientras se vestía para la cena. Notó
que Violet le contestaba con monosílabos, pero eso resultaba fácil de explicar.
“Prejuzga”, pensó. “Como ha sido traicionada, piensa que todos los
hombres son iguales, pero mi caso es diferente … muy diferente”.
El vestido de gasa blanca era el tipo de atuendo que convertía a Lily en
una diosa, pero que a ella le hacía parecer pequeña e insignificante. Cornelia se
miró con expresión crítica. No podía entender qué era lo que le pasaba. Vio a

33
Violet arreglarle el pelo de acuerdo con las instrucciones de Monsieur Henry, y
pensó que también le quedaba mal. Se odió por no ser tan bella como su tía Lily.
- Si pudiera llevar a su Señoría a Rosaril – dijo a la doncella -. Ahí podría
ser yo misma. Aquí me siento torpe y tonta. No entiendo sus chistes. En el tren
se reían de un hombre llamado Harry, que a mí me parece bastante normal.
- Es el amigo de la duquesa. Las doncellas también chismorrearon en el
tren.
- ¿Qué quieres decir con eso de que es el amigo de la duquesa? –
preguntó Cornelia. ¿Quiere casarse con ella?
- Estaban insinuando otra cosa muy diferente, señorita.
- ¡Violet! – exclamó Cornelia escandalizada. No estarás sugiriendo que es
amante de la duquesa, ¿verdad?
- Eso es lo que decían en el tren, señorita.
- ¡Oh, no! No es verdad. La gente como la duquesa no es capaz de una
cosa así.
- No, por supuesto que no, señorita. Sin duda estaban mintiendo – dijo
Violet. Por favor, olvídelo.
- Sin embargo, eso explicaría los comentarios del tren – murmuró
Cornelia, casi para sí. ¡Violet, es horrible! Además, la duquesa es bastante vieja.
- Olvídelo, señorita – insinuó Violet un poco asustada.
- No estoy enfadada contigo por habérmelo dicho – le aseguró Cornelia
con gentileza. Me gusta saber lo que se dice, porque no entiendo a esta gente.
Tal vez sea verdad, pero no deja de escandalizarme.
- No, claro que no, señorita. Por favor, olvide lo que he dicho – suplicó
Violet.
Cornelia no pudo evitar observar a la duquesa esa noche, durante la
cena. Era una vieja, pero coqueta. Reía ruidosamente, como todos los demás y
con frecuencia ponía la mano en el brazo del hombre sentado junto a ella. Al
mirar hacia otro lado de la mesa, donde estaba sentada Lily, vio que también
parecía demasiado divertida y coqueta con el hombre que se encontraba a su
derecha. Era apuesto, pero un poco viejo. Se preguntó por qué Lily hablaba
tanto con él, en lugar de hacerlo con el duque, que estaba sentado a su
izquierda.
Todas las mujeres actuaban de forma similar, tratando de atraer a los
hombres cercanos. Tuvo la extraña impresión de que ella era la única mujer que
no coqueteaba.
- ¿Por qué está Lily castigando a Drogo? – oyó que decía una mujer en
voz baja, al hombre sentado a su derecha.
El hombre se encogió de hombros y respondió:
- ¿Quién dice que es siempre la mujer quien paga los platos rotos?
- Será una buena lección para Drogo … es la primera vez que le toca a él.
- ¿Te refieres a Rosie? ¡Pobre muchacha! Le fue muy mal con la
separación, ¿verdad? Emily actuó sabiamente mandándole a dar la vuelta al

34
mundo.
- Y funcionó … Ojos que no ven, corazón que no siente. Ahora tiene a
Winslow tras ella. Pobre Rosie. Nunca he visto a una mujer más desgraciada
aunque ese final era inevitable … desde el principio.
Cornelia se preguntó de qué estarían hablando. ¿Por qué decían que su
tía Lily estaba castigando a Drogo? Todo era incomprensible como el resto de la
conversación.
Se alegró de que la cena terminara y de que los invitados todavía no se
hubieran enterado del compromiso matrimonial que existía entre ella y el
duque. Mientras nadie lo supiera, la tratarían con indiferente cortesía y la
dejarían en paz.
Ya en el salón, Cornelia se sentó en un rincón. Tuvo que pasar bastante
tiempo antes de que los caballeros salieran del comedor. Con el corazón
palpitante de emoción, vio que el duque se dirigía a ella. Había llegado el
momento que tanto esperaba, no por el regalo, sino por el hecho de poder estar
un momento a solas con él.
- ¿Podrías venir conmigo, por favor? – le oyó preguntar cuando llegó a su
lado. Ella se puso de pie con suavidad y advirtió que varias personas la
miraban sorprendidas. Vamos al salón de música.
El duque la condujo a través del vestíbulo hacia otro salón amplio y bien
decorado, en el que un enorme piano ocupaba el lugar prominente.
Sacó un estuche del bolsillo y se lo entregó. Cornelia lo cogió y lo abrió.
Contenía un anillo con un enorme diamante en forma de corazón y dos
rubíes rojos lo rodeaban. Era una joya antigua y muy bella. Mientras Cornelia la
contemplaba, el duque explicó:
- Es un anillo de familia. Todas las prometidas de mis antepasados lo han
usado antes de casarse con ellos. Te regalaré también un anillo de compromiso
moderno.
- Gracias, muchas gracias. Éste es precioso. ¿Puedo ponérmelo? –
preguntó Cornelia y extendió el estuche hacia él, pensando que lo sacaría y se lo
pondría.
El duque no parecía tener intención de hacer tal cosa, así que fue ella
quien sacó el anillo y se lo puso.
- Si lo deseas … Mi madre está diciendo ahora mismo a todos que vamos
a casarnos.
- ¡Oh! – exclamó Cornelia invadida por un repentino pánico. ¿Tienen que
saberlo tan pronto?
- ¿Te molesta que lo sepan?
- No … claro que no. Lo que pasa es que esas personas me dan miedo,
me hacen sentir muy tonta.
El duque la miró sorprendido.
- Lo siento – dijo. No creía que te ibas a sentir así, estando aquí tus tíos.
- Ellos conocen a todos. Comparten los mismos chistes y hablan de las

35
mismas personas, mientras que yo no sé nada de nadie.
- Por supuesto. Ha sido una tontería por mi parte no darme cuenta de eso
antes.
- ¿Quién es Rosie, por ejemplo? – preguntó Cornelia.
Él se estremeció y después frunció el ceño.
- ¿Quién te ha estado contando chismes sobre mí?
- Nadie – contestó ella – pero dos personas hablaban de Rosie y usted
durante la cena. He pensado que tal vez se trata de una muchacha con la que
usted quería casarse.
- Prefiero no hablar de eso, si no te importa – dijo. Nunca he pedido a
ninguna mujer que se case conmigo, antes que a ti, pero debes comprender que
ha habido mujeres en mi vida … tengo casi veintinueve años.
- Por supuesto – asintió Cornelia en voz baja. Comprendo. Sólo que he
pensado que las cosas serán más fáciles si yo sé algo más de tu mundo.
- ¿Más fáciles para quién? – preguntó el duque. La gente no debía hablar
de esas cosas en tu presencia. Una vez que sepan que estamos comprometidos,
te aseguro que no se dirá nada desagradable delante de ti.
- Lo creo – murmuró Cornelia.
Bajó la mirada hacia el diamante que brillaba en su dedo y se preguntó si
la forma de corazón simbolizaba realmente que el duque le había entregado el
suyo. No obstante, ahora que estaban solos él no hablaba de amor. Tal vez
tuviera miedo de asustarla, tal vez la consideraba más inocente de lo que era
realmente. Levantó la cara hacia él.
- ¿Le molesta que hable de cosas que no comprendo? – preguntó. Creo
que seríamos más felices si no hubiera secretos entre nosotros.
Él se volvió un poco hacia el fuego que ardía en la chimenea.
- Espero que siempre me preguntes cualquier cosa que desees saber. Los
secretos algunas veces se refieren a otras personas.
- ¿Cómo en el caso de Rosie? – preguntó Cornelia, tratando de entender.
- Ya te he dicho que no quiero hablar de ella – replicó el duque, casi
enfadado. No necesitamos hablar constantemente del pasado, ¿verdad?
- No, claro que no – contestó Cornelia. Debíamos estar hablando del
futuro – bajó de nuevo los ojos hacia el anillo. De nuestro futuro – añadió con
suavidad.
Se hizo un repentino silencio. Levantó la mirada y vio los ojos de Drogo
clavados en ella.
- ¿Estás segura de que quieres casarte conmigo? – preguntó de pronto.
- Muy, muy segura.
- Lord Bedlington me ha pedido que espere; pero tu tía sugiere que nos
casemos el mes que viene, antes de que termine la temporada. ¿Te parece bien?
- ¿Está usted seguro de que quiere casarse conmigo? – preguntó Cornelia
a su vez, en voz muy baja.
- Por supuesto que quiero casarme contigo – afirmó él en voz alta, con

36
una nota desafiante en la voz. Ahora creo que debemos volver al salón, se
estarán preguntando qué nos ha sucedido.
Cornelia se sentía como si hubiera hecho algo malo, aunque no sabía qué.
Se volvió a medias hacia la puerta.
- Siento mucho haber hecho tantas preguntas tan tontas – dijo con
timidez. Y quiero darle las gracias por el anillo … gracias, muchas gracias.
Se preguntó si debía extender la mano. Entonces se le ocurrió que tal vez
él deseaba besarla. Se quedó esperando con la respiración agitada y la sangre
palpitando en sus venas.
- Me alegra mucho que te haya gustado – comentó el duque.
Abrió la puerta y se quedó de pie, esperando a que ella le precediera.
Cornelia inclinó la cabeza y se dirigió de nuevo al salón.

Capítulo 6

- ¡Necesito verte a solas!


Murmuró el duque en voz baja a Lily, mientras paseaban por el jardín
después de la comida del domingo.
- Es imposible. George no está observando – contestó Lily.
- No me importa. Tengo que hablar contigo. Ven hacia el estanque de los
lirios.
- Estás loco. Todos nos verán.
- No me importa que nos vean – replicó el duque con tono apasionado.
No he podido cruzar una palabra contigo en los últimos dos días.
Lily le miró de soslayo. Para alivio suyo vio que George no había bajado
de la terraza. Estaba enfrascado en una animada conversación con varios
hombres. Los jardines le aburrían, pero había salido del salón con los demás,
porque seguían vivas sus sospechas respecto a Drogo y ella.
No era fácil engañar a George. Tenía un profundo sentido común que
compensaba otras deficiencias mentales que pudiera tener.
Como vio a su esposo ocupado, Lily titubeó y eso la perdió. Un momento
después el duque y ella desaparecían detrás de una alta pared cubierta con una
enredadera de rosas. El duque cogió a Lily del brazo y la condujo a través del
jardín de plantas medicinales, para bajar después algunos escalones en
dirección al estanque de lirios acuáticos.
Allí, protegida por una frondosa enramada había una pequeña glorieta.
Lily iba sin aliento cuando llegaron a ella. El duque la rodeó con sus brazos, en
un gesto impetuoso e impaciente.
- ¡Drogo! ¡Te estás portando de una forma ridícula! – exclamó. Estás
poniendo en peligro todo cuanto hemos planeado. Si George nos sorprende
37
aquí, ¡no me lo perdonará nunca!
- ¿Por qué estás tan nerviosa, mi amor? – preguntó él, cariñoso.
Lily sonrió con coquetería. Era imposible enfadarse con Drogo y, aunque
no quisiera admitirlo, había estado anhelando estar a solas con él desde que
habían llegado a Cotillion.
- ¡Te amo! – exclamó el duque. Las cosas no pueden seguir así.
- ¿Qué cosas?
- Este asunto de mi compromiso con Cornelia. Es una situación absurda.
La muchacha es demasiado buena e inocente para esto. No tiene la menor idea
de lo que está sucediendo.
- ¡Me alegro mucho de que sea así! – comentó Lily con irritación. Por
favor, Drogo, ¿qué esperabas? ¿Crees que se casaría contigo sólo para que tú y
yo continuemos nuestro idilio?
- ¡Sí, sí, lo sé! – dijo el joven frunciendo el ceño. Su cara adoptó una
expresión que lo hizo parecer más joven y vulnerable. Lo que pasa es que es
una situación difícil para mí. Nunca he sabido de qué hablar con una jovencita
como ella.
- ¡Cornelia pronto será una mujer casada! – dijo Lily con amargura.
Drogo la soltó y la llevó hacia el banco que había dentro de la glorieta. La
hizo sentar junto a él.
- Cuando tú me convenciste de que me comprometiera en matrimonio
con esa muchacha, no pensé en ella como persona. Era sólo un instrumento que
iba a servir a nuestros fines. Ahora siento compasión por ella.
Lily se encogió de hombros.
- Pues eres muy tonto al hacerlo – señaló con tono petulante. Después de
todo, Cornelia no perderá nada casándose contigo. Eres uno de los solteros más
importantes y codiciados del país. Ella es rica, pero no atractiva, pobrecilla, y
aunque es sobrina de George, nunca se movería en el tipo de sociedad en que
va a hacerlo ahora, si no fuera por … ¡esto!
Se detuvo y al ver que el duque no parecía del todo convencido, extendió
una mano y la apoyó en su brazo.
- ¿Quieres que no nos volvamos a ver? – gimió ella.
- Sabes bien que eso es algo que no soportaría – cubrió la mano de ella
con la suya. Pero, ¿por qué no podemos ser sinceros respecto a nuestro amor?
¿Por qué nuestra posición social tiene que importar más que nuestros
sentimientos?
Lily sonrió con sarcasmo.
- ¿De verdad crees que seríamos más felices viviendo en algún rincón
perdido del mundo?
- Sí, lo creo.
- ¿De verdad? – Lily se echó a reír abiertamente.
- ¿No me amas lo suficiente, Lily, para huir conmigo? – preguntó el
duque con expresión sombría.

38
- No, mi amor, no lo suficiente – contestó Lily con firmeza. Además,
estoy segura de que nosotros dos no nos amaríamos si dejáramos de ser lo que
somos.
- Tú me amas porque soy yo misma. Y yo misma significa … ¿qué soy yo
…?
- La mujer más hermosa que he visto en mi vida – contestó Drogo.
Era la respuesta que Lily esperaba. Le sonrió con ternura.
- Somos prisioneros de nosotros mismos y nada de lo que hagamos
podrá liberarnos.
- La idea me asusta.
- No digas tonterías. Tú sabes que tienes cuanto puedes desear en el
mundo.
- Excepto a ti.
- También me tendrás a mí, una vez que te hayas casado con Cornelia y
George deje de desconfiar de nosotros.
- ¿Y qué me dices de Cornelia?
- Querido mío, ella no nos dará ningún problema. No tendrá la menor
idea de lo que está sucediendo, a menos que tú decidas decírselo.
- No voy a hacer tal cosa. Pero la pobrecilla me da pena.
- Es la muchacha más afortunada del mundo – protestó Lily. Va a casarse
contigo, llevará tu nombre y será la señora de Cotillion. ¿Qué más podría pedir
una mujer a su hada madrina?
Su voz era suave y acariciadora. El duque sonrió.
- Me estás hipnotizando para hacerme creer lo que tú quieres.
- Yo sé lo que es mejor para los dos.
Lily se retiró cuando él intentó tomarla en sus brazos.
- ¡Ten cuidado! – le advirtió. No puedo volver con los demás si me
despeinas.
- ¡Me estás volviendo loco! – exclamó Drogo. ¡Me enfurece saber que no
puedo acercarme siquiera a ti!
- Ahora debemos tener más cuidado que nunca – le dijo Lily. Más tarde
será mucho más fácil. Ahora debemos volver.
- Bésame primero … bésame como si de verdad me amaras …
Lily titubeó. Luego oprimió durante breves instantes sus labios contra los
de él.
- Los demás notarán nuestra ausencia – dijo. Ven, volvamos. Tengo
miedo.
Él se quedó sentado mirándola. No sabía si dejar que se saliera con la
suya o tomarla una vez más en sus brazos e imponerle su propia voluntad. Con
una profunda sensación de impotencia, la siguió.
Aquellos breves momentos de intimidad le dejaban más frustrado e
irritado que si no hubieran sucedido. De cualquier modo, al separarse de Lily lo
hacía sentirse siempre insatisfecho y desilusionado. Su belleza le embriagaba.

39
Había permanecido despierto la noche anterior, furioso de que aquella
farsa que iba a ser su matrimonio fuera necesaria para poder retener a Lily.
Sabía que era absurdo imaginar siquiera por un momento que Lily era lo
bastante fuerte como para olvidar los convencionalismos y huir con él.
Se daba cuenta de lo mal visto que estaba el divorcio en el ambiente
social al que pertenecían. La siguió en silencio hacia el jardín de las rosas.
- Ahí estás Drogo. Nos estábamos preguntando qué habría sido de ti.
La voz clara de su madre le llegó a través del jardín.
De pie junto a ella, estaba Cornelia. Tenía la cara vuelta hacia él; pero las
oscuras gafas le impedían ver su expresión.
Irritado como un chiquillo sorprendido en una travesura, la ignoró, hasta
que su madre habló con un tono sorprendentemente agudo:
- Cornelia quiere ver el estanque de los lirios acuáticos, Drogo.
Parecía como si supiera lo que acababa de suceder y le quisiera castigar
haciéndole volver con su prometida.
- Ven por aquí, si quieres verlo – le dijo el duque a Cornelia con
expresión huraña.
Avanzaron juntos, en silencio. Era la primera vez que estaban solos
desde la noche en que se había anunciado su compromiso matrimonial. El
anuncio había sorprendido mucho a la mayoría de los invitados. Emily le había
contado que todos habían emitido exclamaciones de incredulidad, pero cuando
les había dicho lo rica que era Cornelia, había sonreído, comprensivos. La
reacción de los amigos de su madre irritó a Drogo hasta la exasperación.
Todo aquello era una locura. Se preguntó por qué se había dejado
convencer. Interiormente comprendía que si la gente que le rodeaba hubiera
sabido la verdadera historia, la había aprobado y se habría sentido sorprendida
por sus escrúpulos.
En la sociedad en la que se movía, los idilios ilícitos eran considerados
como una cosa natural. Desde que el joven podía recordar, las fiestas en
Cotillion eran planeadas en torno a los idilios de los invitados de su madre. No
recordaba qué edad tenía cuando se dio cuenta de que su misma madre tenía
amigos especiales que, al menos por el momento, consideraban Cotillion como
su propia casa.
Emily consideraba natural que Drogo tuviera sus propios idilios y que su
favorita del momento fuera invitada a todas las fiestas, hasta que su interés por
ella decayera y volviera los ojos hacia otra mujer.
Había habido muchas mujeres en la vida de Drogo, algunas de ellas
aprobadas por su madre y los amigos de ella; otras mantenidas en secreto. A
ellas las veía en Londres y no mencionaba su nombre cuando estaba en
Cotillion.
El que se hubiera enamorado de Lily era, por lo que a su madre y sus
amigos se refería, simple expresión de buen gusto. Formaba parte del grupo,
era querida por todos y podía ser recibida con los brazos abiertos en Cotillion.

40
También era natural que él se casara tarde o temprano. Su madre hablaba de
ello con frecuencia.
- Me retiraré a la casa de la Viuda. Será una pena dejar Cotillion, pero al
mismo tiempo me gustará mucho poder hacer lo que quiera. Y, desde luego,
tendré mi propia casa en Londres. Tu esposa querrá disponer de la casa
Roehampton. Yo compraré una más pequeña en la calle Curzon o en la plaza
Berkeley y tal vez pueda recibirte allí algunas veces.
Sabía, por el tono de voz de su madre y la sonrisa de sus labios a qué se
refería con exactitud. Aunque entonces no tenía la menor idea de con quién
deseaba casarse, le disgustó vagamente que su madre esperara que fuera infiel a
su esposa.
Ahora iba a casarse con Cornelia. Había llegado al estanque de los lirios
acuáticos y ella se quedó mirándolo, con la cabeza inclinada y la cara oculta por
el ala del sombrero.
- Es bonito, ¿verdad? – preguntó él.
- Sí, mucho – contestó ella.
¿Es que ella no tenía carácter ni intereses? Había sentido compasión, pero
ahora, de pronto, sólo sentía irritación. Lily tenía razón: él le daría un apellido
honorable, un título importante. Debía sentirse satisfecha.
- Y ahora que has visto el estanque, ¿podemos volver al lado de mi
madre? – preguntó el duque con voz aguda.
Cornelia contuvo las palabras que estaba a punto de decir. Debido a que
tenía la cabeza inclinada, el duque no vio el rubor que teñía sus mejillas.
Cuando volvieron al lugar donde la duquesa y Lily charlaban, dejó a Cornelia
con ellas y volvió solo a la casa.
Lily era tonta en algunas cosas, pero muy astuta en lo que a sus propios
intereses se refería. Al comprender que Drogo empezaba a perder la paciencia y
que en cualquier momento podía dar al traste con todos los planes, decidió
encargarse de que Cornelia no tuviera oportunidad de irritarle.
Se veían todos los días, era verdad, pero nunca a solas. Lily se encargó de
eso. La noticia del compromiso matrimonial del duque fue, desde luego, el gran
acontecimiento social de la temporada. La pareja de prometidos recibió
numerosas invitaciones a comidas y cenas dadas en su honor, y la casa de Lord
Bedlington en Park Lane se vio inundada de visitantes.
Lily lo organizó todo con gran habilidad. Cornelia deseaba con
desesperación estar a solas con Drogo, aunque sólo fuera unos minutos pero su
deseo no realizó. Veía al duque todos los días, en fiestas, bailes y reuniones,
seguían siendo tan desconocidos como aquella primera noche en que había
bailado juntos en la casa Londonderry.
Los días pasaron para Cornelia envueltos en una extraña neblina de
irrealidad. Tuvo que soportar numerosas pruebas con las costureras y
prolongadas excursiones de compras, para adquirir todo lo que Lily
consideraba indispensable para una dama. Su tía decidía todo por ella y

41
Cornelia sentía que estaba perdiendo su personalidad, para convertirse en una
sombra. Sólo cuando estaba a solas con Violet podía ser ella misma, hablar con
naturalidad y decir lo que había en su corazón.
- Sigo pensando que todo esto pasará pronto, Violet – solía decirle. Casi
no puedo creer que vaya a casarme, excepto cuando bajo y veo todos esos
regalos de boda. Después de casarme me alejaré de todo esto y podré estar a
solas con su Señoría.
- Para entonces estará muerta de cansancio, si sigue haciendo tantas
cosas. ¿Es necesario ir al baile de esta noche, señorita?
- Sí, supongo que sí – contestó Cornelia. Debo ir, porque quiero ver a su
Señoría. Bailaremos juntos, aunque resulta difícil hablar cuando se está
bailando. ¡Oh, Violet! ¡Soy absurdamente tímida con él! Yo no era tímida en
Irlanda; de hecho, muchos me consideraban parlanchina. Aquí parece que he
perdido esas cualidades. Los amigos de tía Lily hablan de cosas y de gente que
no conozco. Cuando trato de intervenir en sus conversaciones, me miran como
si fuera un bicho raro.
- Va usted a demasiadas fiestas, señorita, si me permite decirlo. ¿Por qué
no puede salir a pasear a solas con su Señoría?
- ¡Ojalá pudiera hacerlo! – suspiró Cornelia. Pero no me atrevo. Una vez
que sugería a Lily que cenáramos solos, en familia, con sólo el duque presente,
se puso furiosa conmigo. Menos mal que cuando me case tendré un poco más
de libertad.
- ¿Está usted segura, muy segura, de que quiere casarse con su Señoría,
señorita?
Cornelia la miró sorprendida.
- Por supuesto, Violet. Te he dicho cuánto le amo. Cuando él entra en una
habitación siento que pierdo el aliento. Luego, me invade una maravillosa
sensación.
- Espero que sea feliz, señorita – dijo a la doncella en voz baja.
- Sé que lo seré – contestó Cornelia llena de confianza.
- ¿Ha dicho usted a su Señoría que le ama, señorita? – preguntó Violet.
- No, claro que no. Pero creo que él lo sabe. Él también debe ser muy
tímido, porque nunca me ha hablado de amor. Sin embargo, al pedirme que sea
su esposa me ha dado la mayor prueba de amor que un hombre puede dar a
una mujer.
- ¡Oh, señorita, señorita! – exclamó Violet con voz ahogada, pero Cornelia
no le prestó atención y continuó hablando:
- Tía Lily me dice todos los días lo afortunada que soy y las grandes
fiestas que voy a tener que dar en Cotillion y aquí, en Londres. Cree que no me
doy cuenta de la suerte que tengo. Lo que pasa es que me resulta difícil
expresar mi gratitud con palabras y no puedo hablar con mi tía Lily de lo que
siento por el duque, como tampoco puedo hacerlo con él.
- Si quiere un consejo, señorita, lleve su propia vida y haga lo que quiera,

42
no lo que su tía desee.
Cornelia le miró y sonrió.
- Tía Lily no te cae bien, ¿verdad? No, no me contestes. Sé que tratas de
ser leal y no quieres ser impertinente, pero he observado tu cara, algunas veces
cuando ella entra en la habitación y me doy cuenta de que te desagrada. No sé
por qué. Todos la adoran y no me sorprende, porque es muy hermosa.
- Sí, es muy hermosa – reconoció Violet.
- A mí me gustaría ser como ella, pero es imposible.
- ¿Por qué no se quita usted las gafas, señorita? – preguntó la doncella.
- Te voy a decir un secreto. Me las quitaré el día que me case. No podría
soportar los comentarios de los amigos de mi tía Lily, si me las quitara ahora.
Además, creo que tal vez sea mejor que siga ocultando mis ojos. Temo que
puedan ver en ellos lo que realmente pienso.
- ¿Y qué me dice del señor duque?
Cornelia se quedó inmóvil de pronto.
- Yo esperaba … sí, esperaba que él me pidiera alguna vez, que me las
quitara cuando hemos estado solos, pero no lo ha hecho. Desde luego, nunca
estamos realmente solos. No me los pondré bajo el velo, cuando vaya a la
iglesia.
- Me alegra oír eso, señorita. ¿Nadie le ha dicho que tiene unos ojos
maravillosos?
- Nadie en Inglaterra lo ha hecho.
- Por supuesto, señorita, porque nadie los ha visto.
- Eso es verdad.
- Quíteselos, señorita.
- No lo haré hasta el día de mi boda … a menos que su Señoría me lo
pida.
Tal como había dicho Violet, nunca veía al duque a solas y a medida que
se acercaba la fecha de la boda, incluso las ocasiones en que Cornelia veía al
duque rodeados de gente, se volvieron más escasas. No había tenido un
momento del día en que no hubiera estado ocupada en pruebas y compras, o
escribiendo cartas de agradecimiento por los regalos que recibía.
A Cornelia la conmovió que su tío le regalara un collar de perlas.
- ¡Oh, tío George, qué amable por tu parte! Me lo pondré el día de la
boda.
- Será mejor que no lo hagas – comentó Lily. Las perlas significan
lágrimas.
- Estoy segura de que estas hermosas perlas significan algo muy
diferente – dijo Cornelia. Y no soy supersticiosa.
- Úsalas entonces si quieres – dijo Lily con voz aguda. Pero no digas que
no te lo advertí.
- Vamos, Lily – comentó George Bedlington – hablas como si esperaras
que Cornelia fuera a sufrir.

43
- Todas las novias lloran durante su luna de miel – contestó Lily con tono
evasivo. Se tiene la sensibilidad a flor de piel.
Cornelia aprovechó la primera oportunidad para subir a enseñar el collar
a Violet.
La madre del duque le había enviado, entre otros regalos, un gran
diadema, un collar y unos pendientes de diamantes. Sin embargo, las perlas que
le había regalado su tío le parecían las más bellas.
Lo único que empañaba su felicidad era que ninguno de sus amigos
irlandeses iba a estar presente en su boda. Les había escrito y ofrecido pagarles
el viaje, pero le habían contestado que era un viaje demasiado largo y no podían
abandonar su trabajo tantos días.
Tenían razón, pero su ausencia hizo que le doliera el corazón y se sintiera
invadida por una profunda soledad. El día más importante de su vida iba a
estar rodeada de gente extraña. No tenía miedo. Todo cambiaría al día
siguiente. Al concluir la recepción, se iría sola con el duque y entonces podrían
empezar a conocerse.
Irían a París. Tía Lily le había dicho cuáles eran los planes del duque para
su luna de miel.
Lanzó un suspiro de satisfacción al pensar que al día siguiente iba a
terminar todo el ajetreo de las últimas semanas.
Tocó de nuevo sus perlas. Tía Lily podía decir que significaban lágrimas,
pero a ella le encantaban. Estaba mirándose en el espejo del tocador cuando
entró Violet.
- Pensé que estaría abajo, señorita – exclamó sorprendida. El duque ha
llegado.
Cornelia se volvió con rapidez.
- Nadie me ha avisado. Y supongo que no hay nadie más en casa.
- Su Señoría, Lord Bedlington, ha salido – contestó la doncella – pero no
sé si está milady.
- Ella también ha salido, creo. Me ha dicho que tenía que ir a visitar a
Lady Wimborne y que me recostara hasta la hora de cenar. ¡Oh, Violet, cuánto
me alegra no haberla obedecido! ¡Pronto! ¡Arréglame el pelo!
Violet obedeció y unos minutos después Cornelia bajaba a toda prisa la
escalera. Era emocionante poder ver al duque a solas.
Tal vez él tuviera algo especial que decirle … tal vez el día se le hacía
eterno cuando no se veían como le pasaba a ella.
Cornelia abrió la puerta de la sala. Para su sorpresa, no había nadie. Se
quedó un momento de pie, invadida por una profunda desilusión. Deseaba
tanto verle y ahora … si Violet estaba en lo cierto, Drogo había llegado y se
había marchado.
Suspirando, cerró la puerta suavemente. De pronto, oyó un murmullo de
voces. De momento no supo de dónde procedían. Entonces recordó que la salita
privada de su tía se encontraba al fondo del pasillo.

44
Su desilusión se hizo más profunda. El duque no se había ido, pero su tía
había vuelto y estaban en su salita privada. Cornelia avanzó por el pasillo.
El duque estaba allí y quería verle. Estaba segura de que había venido a
verla a ella. La llegada intempestiva de su tía no debía impedir que se vieran,
aunque sólo fuera un momento.
Llegó a la puerta de la salita y había levantado la mano para abrir la
puerta, cuando el sonido de la voz de Drogo, urgente y llena de emoción, la
hizo detenerse.
- Es inútil que te enfades conmigo, Lily. Tenía que verte. ¿No te das
cuenta de que voy a estar ausente un mes?
- Debes estar loco para correr estos riesgos – contestó Lily. Cuando recibí
tu nota en la casa de los Wimborne, tuve que fingir que Cornelia me necesitaba
… que había que resolver algo urgente relacionado con la boda.
- Ya sabía que se te ocurriría algo. Vi a George jugando al bridge en el
club y comprendí que no volvería a casa antes de una o dos horas. Era mi única
oportunidad.
- ¡Drogo, estás loco! Pero supongo que debo perdonarte.
- Lily, estás más hermosa que nunca.
- Me asombra estarlo, cuando me tienen al borde del agotamiento los
arreglos de tu boda.
- ¿Mi boda? Más bien creo que es la tuya. Tú la planeaste. Lo único malo
es que no seas la novia …
- Me gusta oírte decir eso aunque sea imposible.
- Lily, cambia de opinión, huye conmigo.
- ¿Qué … esta noche? ¿Y dejar que el pobre George y Cornelia se
enfrenten a una boda sin novio? Eso sería cruel.
- ¡Qué me importa la crueldad! Ven conmigo ahora. ¡Yo te haré feliz!
- ¡Drogo! ¡Drogo! ¿Cuántas veces te he dicho que no puedo? Todo está
saliendo a la perfección. Cuando vuelvas de tu luna de miel, verás que fácil es
volver a estar juntos, vernos de nuevo, ser tan felices como antes de que George
nos descubriera.
- ¿Y qué pasará si Cornelia se pone difícil, también?
- Ella no se enterará de nada. ¿Por qué iba a hacerlo? ¡Vamos, Drogo, no
pongas más pegas! Estoy tan cansada …
- ¡Pobrecita! No voy a decirte lo mucho que agradezco cuanto has hecho,
porque yo no quería que lo hicieras, pero si quieres, puedo decirte lo mucho
que te amo.
- Drogo, abrázame con fuerza. Pasará mucho tiempo antes de que vuelva
a verte.
- ¡Lily, Lily! No me recuerdes eso. Te amo, te amo.
- ¿Qué ha sido eso? – preguntó Lily, de pronto, estremeciéndose en sus
brazos.
- ¿Qué ha sido qué?

45
- He oído algo.
- Habrá sido tu imaginación. George está en el club. Incluso si viniera
ahora, puedo decir que estoy aquí por los regalos de la boda.
- Estoy segura de que he oído algo extraño – insistió Lily.
En el pasillo, Cornelia se alejaba arrastrando los pies. Tal vez el sonido
que Lily había oído era el de su corazón al romperse.

Capítulo 7

La multitud de curiosos que había esperado en las afueras de la plaza


Hanover, algunos durante toda la noche, empezó a aplaudir cuando la reina
Alejandra, acompañada del príncipe de Gales, llegó a los escalones de la iglesia.
Después de la llegada de todos los invitados reales, se oyó un rumor de
excitación al aparecer el carruaje de la novia, que avanzaba por la calle Maddox.
Era el momento que tanto habían esperado. Las mujeres se adelantaron para ver
a la novia, empujando a la policía que luchaba, con las manos entrelazadas, por
contenerlas.
Lord Bedlington bajó primero y permaneció de pie en la acera, con su
elegante sombrero de copa en la mano. Después apareció una figura cubierta
por un gran velo, y corona de azahares.
Un lacayo ayudó a Cornelia a bajar mientras la multitud devoraba con
avidez cada detalle de su vestido de satén, adornado con volantes de encaje de
Bruselas. Se oyeron graciosos comentarios sobre el hecho de que llevara gafas
oscuras. Pero aún así la gente estalló en aplausos y en gritos que expresaban sus
buenos deseos para la novia.
Cornelia no oía ni veía nada de lo que sucedía a su alrededor. Todo le
parecía remoto, ajeno a ella misma, como si estuviera soñando.
Subió la escalinata hacia el pórtico de la iglesia. Allí la esperaban
numerosas damas de honor y dos pajes. Con la cabeza inclinada permitió que la
condujeran a través del pasillo central.
El coro cantaba y en los escalones del ante-altar, el arzobispo de
Canterbury, resplandeciente con su mitra, esperaba para iniciar la ceremonia.
Cornelia no veía nada, tenía los ojos clavados en la alfombra roja y en su
ramo de rosas blancas y azucenas. Sólo cuando el duque se colocó a su lado,
salió de su aturdimiento. El servicio había empezado y ella no parecía haber
oído nada, hasta que de pronto se encontró repitiendo con el arzobispo:
- Para bien o para mal … en la riqueza o en la pobreza … en la salud o en
la enfermedad … para amarte, quererte y obedecerte … hasta que la muerte nos
separe …
Con la impresión de quien recibe un cubo de agua fría, comprendió lo
46
que estaba sucediendo: se estaba casando. Se estaba casando con un hombre al
que odiaba, despreciaba y al mismo tiempo amaba con una amarga intensidad
que era una agonía para ella.
Sintió que Drogo le cogía la mano izquierda y le quitaba el guante de
cabritilla blanca. Sus dedos estaban tan helados que el duque se estremeció al
tocarlos. Luego le puso el anillo en el dedo mientras repetía:
- Con este anillo te desposo … con mi cuerpo te adoro … y con todos mis
bienes mundanos te doto.
Cornelia tuvo que hacer un esfuerzo para no soltar una burlona carcajada
y gritar que estaba diciendo mentiras. Qué pasaría si se volviera hacia la gente y
revelara a gritos la verdad …
Había pensado lo mismo la tarde anterior, cuando había vuelto a su
habitación. Había entrado tambaleante y se había quedado apoyada en la
puerta, pálida y con una expresión tan extraña en la cara, que Violet, al verla
corrió a su lado.
- ¿Qué le sucede, señorita? ¿Se siente mal?
- ¡Dame mi sombrero y mi abrigo! – pidió Cornelia.
- ¿Va usted a salir? ¿Adónde va a esta hora?
- A Irlanda. Me voy de aquí … en este mismo momento.
- ¿Qué ha sucedido? ¿Qué la ha puesto así?
Por toda respuesta, Cornelia escondió la cara entre las manos y se
desplomó en una silla. Violet se arrodilló a su lado y la rodeó con un brazo.
- ¡No! ¡No! No se tome así las cosas, por favor.
- ¡Tú lo sabías!
- Sí, señorita – contestó Violet en voz baja. Lo sabía. Los criados hablan.
No hay secretos entre ellos.
- ¡Y yo que pensé que él se había enamorado de mí como yo de él!
- Lo sé, señorita. Pero no podía decirle la verdad.
- No tenía la menor idea, nunca pensé … tía Lily es mucho mayor que él.
Claro que es tan hermosa, que en cierta forma puedo comprender que la ame,
pero utilizarme a mí para poder verla … ¡Es cruel! ¡Es perverso! ¿Cómo ha
podido alguien hacer algo tan vil?
- ¡Mi pobre señorita! – murmuró Violet, con los ojos llenos de lágrimas.
- Y le amo – exclamó Cornelia furiosa. ¿Te das cuenta, Violet, que a pesar
de saber la verdad le amo? ¡Debería odiarle, debería desear no volver a verle en
mi vida! – cerró los ojos por un momento y después se puso de pie de un salto.
¡Haz las maletas! Mete lo más indispensable y nos iremos de aquí.
Violet siguió arrodillada en el suelo.
- Si usted se va ahora, señorita, no volverá a verle nunca. Él no le
perdonará haber dado un escándalo así en el último momento. Piense en lo que
todos dirían. No es como casarse con un hombre cualquiera, señorita. ¡Su
Señoría es un duque!
- ¿Y crees que a mí me importa eso? Para mí sólo era el hombre amado.

47
Voy a volver a Irlanda. Volveré con la gente a la que conozco y a la que
comprendo, a mis caballos … que no engañan, ni mienten.
- ¿Y cree usted que con irse a Irlanda logrará olvidarle? Piénselo,
señorita. Usted puede huir, pero, ¿será más feliz cuando le haya dejado para
siempre? Es el deseo doloroso de ver a un hombre el que resulta difícil de
soportar, las noches que se pasa una despierta, pensando en él, sabiendo que no
hay la menor posibilidad de volver a verle. ¡Oh, señorita! Yo sé de lo que estoy
hablando, no hay un solo minuto en que no piense en el hombre que amo.
- Violet, no sabía que sentías eso.
Con un gesto que resultaba patético, Violet se limpió las lágrimas.
- No tiene sentido hablar de ello. Me siento avergonzada de mi propia
debilidad. Si se lo he mencionado, ha sido para que piense las cosas antes de
actuar. Su Señoría puede ser todo lo que usted dice, pero le ama. Procure no
pensar en él. Piense sólo en usted misma. Cuando se convierta en su esposa, él
quedará atado a usted, al menos, por su nombre y posición. Usted será la
señora de la casa.
Cornelia empezó a andar de un lado a otro de la habitación, con sensible
inquietud.
- ¿Cómo voy a soportar eso? – preguntó con voz ahogada. ¿Cómo voy a
soportar verle, sabiendo que sólo soy la cortina con la que encubre su amor por
otra mujer?
- Si se va, pasará el tiempo pensando, imaginando con quién está, a quién
está dedicando su atención. Si usted se casa con él, lo sabrá. Si no se casa con él
la torturará constantemente la incertidumbre.
- Eso es cierto. Sé que lo que uno se imagina es siempre peor que la
realidad – observó Cornelia.
- Lo es, señorita … lo es.
- Pero, Violet, ¿por qué? ¿Es que merece un hombre el sufrimiento que
nos causa?
Abajo, el duque hacía juramentos de amor a Lily pidiéndole inútilmente
que se fuera con él.
“Si yo estuviera en su lugar”, se dijo Cornelia, “iría con él hasta el fin del
mundo”.
Violet tenía razón al decirle que debía quedarse. No podía irse y dejarle.
Día tras día, su amor por él iba en aumento y se hacía más profundo. Ya
formaba parte de sí misma, sin él moriría.
No podía escapar nunca de aquel amor y, por lo tanto, no podría escapar
de Drogo. El ir a Irlanda no repararía su corazón roto y lo único que lograría
sería aumentar su desdicha.
- Nos quedaremos – afirmó al fin Cornelia.
La noche pasó con mucha lentitud. Cornelia no pudo dormir, ni llorar,
pensó mucho y finalmente comprendió lo que significaba la amistad de la
duquesa con Harry, el comportamiento que había visto entre algunas parejas en

48
Cotillion y la segunda intención que había en muchas de las cosas que decían
los amigos de Lily.
Era todavía muy inocente e ingenua. Vagamente intuía en qué consistía
la relación completa entre un hombre y una mujer. Pero sabía que las
muchachas decentes y recatadas esperaban con paciencia, y sin curiosidad,
hasta la noche de su boda para saberlo todo.
Su pena fue sustituida por una creciente furia. Cuando amaneció se dio
cuenta de que había dejado de ser una niña inocente y confiada. Ahora era una
mujer, amargada, resentida y decidida a no ser la única que sufriera.
El sol salió y ella descorrió las cortinas de su ventana y se dedicó a
contemplar la desierta calle. No estaba sola en su desventura. La fe que había
tenido desde niña, acudió en su auxilio y la hizo sentirse avergonzada de su
amargura. Una oración asomó a sus labios.
- ¡Haz que me ame, Dios mío, haz que me ame!
Oyó cantar a un pájaro y supo que su oración había sido oída.
Pero cuando volvió a tener contacto de nuevo con el mundo, poco más
tarde, comprendió lo absurdo que era su deseo de ser amada por el duque y la
amargura volvió a embriagarla.
Lily estaba ya vestida, con las flores en la mano, antes de subir a la
habitación de Cornelia. Había numerosas personas alrededor de la novia
cuando Lily entró. Monsieur Henri estaba poniendo los toques finales a la
guirnalda de azahares de cera, la costurera estaba dando la última puntada al
bajo del vestido, por la bien conocida superstición de que el vestido de la novia
no debía ser terminado hasta unos minutos antes de ponérselo.
- El vestido es precioso – comentó Lily con tono de aprobación. Pero es
una pena que estés tan pálida.
Cornelia no contestó. Estaba pensando que su tía debía sentirse
encantada de que ella, debido a su insignificante aspecto, no pudiera atraer ni
por un momento la atención del duque.
- Si la señorita no insistiera en ponerse esas gafas – observó monsieur
Henry con tono quejumbroso. Yo le digo lo que arruinará el efecto de mi
peinado.
- Sin duda puedes prescindir de ellas, Cornelia, ¿no? – preguntó Lily con
tono agudo.
- No, no puedo – contestó Cornelia.
Lily se encogió de hombros. Cornelia parecía otra sin las gafas, pensó,
pero si quería estar horrible, allá ella.
Cuando Cornelia se puso de pie, la invadió un sentimiento de irrealidad.
Se miró en el espejo … era una novia convencional, envuelta en un velo y
corona de azahar.
- No puedo hacerlo – murmuró en voz tan baja que sólo Violet la
escuchó.
La doncella extendió la mano hacia ella. El calor y la fuerza de los dedos

49
de Violet permitieron a Cornelia controlarse.
A partir de ese momento, todo fue como un sueño. Casi no se dio cuenta
de lo que sucedía hasta que se encontró sentada en el carruaje al lado de Drogo.
- ¡Cuánta gente! Espero que toda esa multitud no te haya puesto
nerviosa.
Era cortés con ella, como de costumbre. Aquella cortesía le había hecho
creer que él la amaba, que sólo era tímido. Ahora sabía la verdad.
- No, me siento bien – respondió ella.
El carruaje volvía hacia la plaza Berkeley, para dirigirse de allí a la casa
de Park Lane donde tendría lugar la recepción. Se había levantado una gran
tienda de lona en el jardín y hacía varios días que la servidumbre trabajaba
incansablemente en los preparativos.
- El arzobispo ha oficiado muy bien la ceremonia – comentó el duque.
- Sí, menos mal que ha habido algo bueno – comentó Cornelia y su voz
sonó sarcástica hasta para sus propios oídos.
Advirtió que el duque la miraba con sorpresa.
- Una boda debe ser abrumadora para una mujer. Mi madre me ha
contado que estaba tan agotada cuando llegó el momento de casarse, que se
pasó toda la ceremonia llorando.
- ¡Qué desconcertado debió sentirse tu padre!
- Sí, de todas formas no tardó en acostumbrarse – sonrió el joven. Mi
madre llora casi por cualquier cosa. Recuerdo haberla visto llorar porque las
flores no llegaban a tiempo para una fiesta – se echó a reír y añadió: Pero hoy es
el día de tu boda y debíamos estar hablando de ti.
- ¿Por qué piensa usted tal cosa? – preguntó Cornelia.
De nuevo, sin volver la cabeza, sintió que él la miraba sorprendido.
Había alivio en la voz del duque cuando exclamó:
- Hemos llegado. ¡Y aquí hay otra multitud de curiosos! Cualquiera
pensaría que la gente no tiene cosas mejores que hacer que venir a mirarnos.
- Tal vez envidian nuestra felicidad … - sugirió Cornelia y bajó del
carruaje antes de que Drogo pudiera contestar.
La recepción fue agotadora. Estrechar la mano a centenares de personas
hubiera sido agotador hasta para una muchacha que hubiera dormido bien la
noche anterior. Mucho antes de que terminara de pasar la larga fila de
invitados, Cornelia sintió que iba a desmayarse. Cuando por fin cortaron el
enorme pastel, una copa de champán que el atento ujier puso en su mano, evitó
que se desplomara.
El champán produjo un leve rubor en sus mejillas y cuando subió a
cambiarse, Violet se sintió encantada de que hubiera mejorado tanto su aspecto.
- Todo está listo, señorita – dijo la doncella – quiero decir, milady.
No pudo hablar más con Violet, porque las damas de honor entraron en
la habitación, para aprovechar su tradicional derecho a ayudar a la novia a
cambiarse de ropa. Todas eran muchachas bonitas y agradables, hijas de amigas

50
de Lily, pero Cornelia no tenía nada en común con ellas. Vagamente oyó a
alguien decir:
- El vestido es precioso, lástima que haya tenido que llevar esas gafas
oscuras.
- Eso es lo que todos decían … - comentó otra de las damas.
- Por lo menos ha sido original. He oído decir a un periodista que era la
primera vez que veía a una novia con gafas oscuras – observó otra.
- Tal vez se imponga la moda, ¡y todas tengamos que casarnos con gafas
oscuras!
Cornelia se puso un traje de viaje gris y un sombrero adornado con
plumas de avestruz del mismo color.
- Estoy lista – dijo, y recogió sus guantes.
Todas las jóvenes besaron a Cornelia y le expresaron sus buenos deseos.
Esto la hizo sentirse todavía más desgraciada.
La doncella estaba acabando de hacer las maletas.
- No pierdas el tren, Violet – le pidió Cornelia.
- Hay tiempo suficiente, milady – sonrió la chica con aire tranquilizador.
Había mucha gente en el vestíbulo cuando Cornelia arrojó su ramo. Vio
que el duque la estaba esperando al pie de la escalera. Se abrieron paso entre
amigos y familiares. Cuando besó a Lily notó cierta desolación en los ojos
azules de su tía y comprendió que ella también sufría. Saber aquello le produjo
poca satisfacción y al subir al carruaje se preguntó qué estaría sintiendo Drogo.
Si él se hubiera salido con la suya, estaría ahora mismo cruzando el continente
con la esposa de otro hombre; una unión no bendecida por la iglesia, pero feliz
… como debe ser entre dos seres que se aman.
Pero Lily no había tenido suficiente valor para eso. Cornelia trató de
hallar consuelo en aquel pensamiento, sin embargo no lo logró. Lily los estaría
esperando cuando volvieran.
Una lluvia de pétalos de rosa, símbolo de la felicidad cayó sobre ellos
cuando el carruaje se alejó. Cornelia sintió deseos de reír de amargura, en
cambio, se limitó a permanecer callada e inmóvil en su rincón del carruaje.
No tardaron mucho tiempo en llegar a la estación. El encargado los
esperaba para conducirlos al vagón especial que habían reservado para ellos.
En cuanto se instalaron, les llevaron comida y champán. Cornelia no
pudo comer nada, pero el duque probó varias de las deliciosas viandas que le
sirvieron.
Después de comer, el duque echó hacia atrás la cabeza y se quedó
dormido.
Cornelia le observó detenidamente. Parecía más joven y vulnerable
cuando estaba con la guardia baja. Se preguntó cómo habría sido de niño.
Bruscamente rechazó la oleada de ternura que le acababa de invadir.
Aquel hombre que dormía delante de ella estaba dispuesto a traicionar
sus sentimientos y a engañar de la forma más vil y cruel que era posible

51
imaginar.
Debería odiarle, detestarle con todo su corazón y, sin embargo, lo único
que deseaba era apoyar la cabeza contra su pecho y oprimir sus labios contra su
frente. Tal vez existiera algo perverso en ella que la hacía pensar tales cosas.
Durante las dos horas que duró el viaje a Dover, observó al duque y sólo
cuando él empezó a moverse y despertó, cerró los ojos y fingió dormir.
Se habían hecho arreglos para que pasaran la primera noche de su luna
de miel en la casa de uno de los parientes de Drogo. Era una enorme e
imponente mansión Georgina que se encontraba a cinco km de Dover.
La servidumbre se encontraba reunida en el vestíbulo y después de una
breve recepción por parte del mayordomo, las doncellas hicieron una
reverencia y se retiraron, con excepción del ama de llaves, que la acompañó a su
habitación. Un alegre fuego crepitaba en la chimenea.
- Uno siempre siente frío cuando está cansado, milady – dijo el ama de
llaves, y añadió que Violet llegaría unos minutos después.
Se retiró y Cornelia se hundió en un sillón junto al fuego. Estaba agotada,
pero su cerebro funcionaba con gran celeridad.
“¡Estoy casada, casada, casada!”, parecía repetir una y otra vez. “Y ya no
hay escapatoria para mí”.
Las palabras seguían martilleando en su mente cuando bajó a cenar. El
duque esperaba en un largo salón con ventanales que daban a un jardín de
rosas. El lugar era tranquilo y la fragancia de las flores se mezclaba con el olor
de la brisa que llegaba del mar.
Todo era muy romántico. El ambiente perfecto para una pareja de recién
casados. No obstante, cuando Cornelia se sentó a cenar frente a Drogo, en una
mesa iluminada con velas, pensó que nunca habían existido recién casados tan
lejanos el uno del otro como ellos.
El duque propuso un brindis, ella levantó la copa, pero no pudo decir
nada. Cortésmente se retiró y se dirigió al salón, el duque se quedó en el
comedor.
Cornelia se dedicó a contemplar el crepúsculo a través de la ventana. Al
ver declinar el día, una atenazante obstrucción en la garganta y una sensación
de pánico la invadieron. Pronto sería la hora de irse a la cama y él esperaría …
¿qué esperaría?
Aterrorizada sintió un loco deseo de echar a correr y esconderse. Trató
de calmarse. ¡Con qué frecuencia, en la oscura intimidad de su cama, había
pensado en la noche en que él enseñaría lo que significaba el amor! En su
imaginación, ella se entregaba el tacto de sus manos, a la insistencia de sus
labios, y entonces … Con un leve grito, Cornelia detuvo sus pensamientos.
¿Había descendido tan bajo como para desear entregarse a un hombre que no la
quería ni la deseaba? La agitación en su pecho se fue calmando, su respiración
se normalizó. Sintió que el fuego que se había encendido en ella volvía a
apagarse.

52
Cuando el duque salió del comedor, la encontró hojeando una revista,
con aparente tranquilidad.
Después de algunos minutos de pesado silencio, él le preguntó:
- ¿Te gustaría dar un paseo por el jardín?
- No, gracias. Prefiero acostarme, estoy muy cansada – contestó, cerrando
la revista.
- Bien. Subiré más tarde.
Sus palabras obligaron a Cornelia a tomar una decisión. De pronto el
control que se había impuesto a sí misma, desapareció.
- ¡No! – exclamó con firmeza, en voz alta y con inesperada fluidez,
aflorando a sus labios las palabras que expresaban sus sentimientos: Ayer por la
tarde le oí hablar con mi tía. Sé por qué se ha casado conmigo. ¡Tal vez yo sea su
esposa de nombre, pero jamás le permitiré que me toque! Sería un sacrilegio a
todo lo que yo considero sagrado – se colocó delante de él, con la furia
sacudiendo el encaje que adornaba su vestido de bajo escote.
- Así que nos oíste – dijo Drogo algo confuso.
- Sí, lo oí todo. Jamás hubiera imaginado que alguien podía caer tan bajo.
- Y sin embargo, te has casado conmigo, ¿no?
La pregunta la sorprendió. No supo qué contestar. Al ver que ella
guardaba silencio, el duque continuó:
- Siento haber herido tus sentimientos, y perdóname si te hago notar que
aceptaste casarte conmigo sin insistir en que el amor formaba parte de nuestro
arreglo.
- No hice tal cosa – protestó Cornelia.
- Nunca hablamos de amor. Te propuse matrimonio la segunda vez que
nos vimos. ¡No creerías que te amaba cuando casi no te conocía!
- ¿Se necesita conocer a una persona mucho tiempo para amarla? –
preguntó Cornelia.
- Por regla general, sí.
- He oído hablar del amor a primera vista.
El duque hizo un gesto de impaciencia.
- Eso sucede pocas veces, tal vez en circunstancias excepcionales y a
personas excepcionales. No pasó nada de eso con nosotros. Yo te ofrecí mi
apellido y tú lo aceptaste.
- Si era un arreglo de negocios, debió pedir mi opinión. Al ofrecerme
matrimonio, no mencionó que necesitaba un escudo que protegiera su relación
ilícita con la esposa de mi tío.
- Repito que lo siento.
- Así que usted espera que yo sea una esposa complaciente que acepte
con toda naturalidad sus infidelidades, como si no tuvieran importancia.
- Nunca he dicho tal cosa – señaló el duque con frialdad.
- Eso es lo que usted y tía Lily han planeado.
- Será mejor que no hablemos de Lady Bedlington.

53
- No volveremos a hablar de ella, no de este asunto. Sólo deseo hacerle
notar que he cumplido mi parte del contrato. Me he casado con usted, soy su
esposa, no puedo evitar que me sea infiel, pero quiero que sepa que le odio y le
desprecio. Creo que usted y la gente que le rodea no tienen decencia, ni moral,
y muy poco honor. Como usted ha expresado con tanta claridad hemos hecho
un trato. Ahora yo soy duquesa y usted puede disponer de mi dinero. Sólo
espero que eso le proporcione felicidad.
Con la cabeza bien alta, Cornelia se dio la vuelta, cruzó el largo salón y
cerró la puerta con suavidad.
Cuando estuvo fuera, echó a correr, subió la escalera en dirección a su
habitación. Al llegar, cerró la puerta, le echó la llave y permaneció largo rato
apoyada en ella, como si temiera, o esperara que él la siguiera.
Pero no oyó ningún sonido, con excepción del tic-tac del reloj que había
sobre la chimenea y que avanzaba con implacable lentitud.

Capítulo 8

A la mañana siguiente, los duques de Roehampton fueron escoltados por


un grupo de funcionarios hasta el barco.
El camarote de lujo estaba decorado con flores y había camareros que
esperaban sus órdenes. Cornelia era buena marinera, pero cuando el duque
anunció que iba a pasear por cubierta, decidió permanecer en su camarote,
como era de esperar en una dama de su condición.
A pesar del desconsuelo que le causaba estar encerrada no pudo evitar
sentirse excitada al pensar que estaba viajando al extranjero por primera vez en
su vida.
Siempre había querido visitar Francia y era agradable saber que hablaba
el idioma, aun cuando su acento era inconfundiblemente británico.
Cornelia se sintió orgullosa de su francés, pero se daba cuenta de que su
educación dejaba mucho que desear en otros aspectos. Sumaba con los dedos y
su ignorancia sobre geografía era mayor que la de un niño antes de ir a la
escuela. Sus lecturas se habían limitado a las obras clásicas que su padre tenía
en Rosaril y a los libros de autores franceses que le había prestado la condesa de
Quayle. Así que cuando el duque le notificó que la luna de miel sería en París,
se sintió feliz. Se imaginó explorando Versalles, el Trianon y el Louvre, cogida
de la mano de su esposo, con su mutuo amor haciendo que todo lo que veían
les pareciera aún más maravilloso.

- ¿Te sirvo huevos y bacon? – preguntó el duque después de darle


54
cortésmente los buenos días. ¿O prefieres filete de pescado? Los riñones están
deliciosos. O tal vez quieras mollejas … un plato, que debo confesarte, siempre
he detestado.
Cornelia miró la hilera de fuentes; a un lado de la mesa había jamón frío,
y otros embutidos. Era el tipo de desayuno que se servía en Cotillion.
- ¿Puedo comer un huevo? – preguntó, sin saber si podría realmente.
Se sentó a la mesa, el duque se instaló enfrente de ella y empezó a
desayunar con buen apetito.
- Por fortuna el mar está tranquilo ahora – comentó él. La última vez que
crucé el canal fue en febrero y estaba muy picado. Creo que fui el único pasajero
que hizo el viaje sin marearse.
- He ido a pescar en mares profundos – contestó Cornelia – y eso puede
ser bastante incómodo en una embarcación pequeña. El mar no me ha afectado
nunca. Así que supongo que debo ser buena marinera.
- ¿Has visto nuestras fotografías en los periódicos? – preguntó el duque.
- Había olvidado que las publicarían – contestó indiferente. Extendió la
mano y él le entregó un periódico. Cornelia sonrió al verse. Parece como si
tuviera los ojos morados.
- Por las gafas oscuras. ¿Era necesario que las llevaras puestas? –
preguntó con sequedad.
- Absolutamente – contestó Cornelia con firmeza.
Si no las hubiera llevado puestas habría visto la expresión de condena
que había en sus ojos. Él parecía ahora tan tranquilo, tan seguro de sí mismo,
que le odió porque su hábil manejo de la situación la hacía sentir torpe y
aniñada. Así era como la gente bien educada se enfrentaba a cualquier
situación, por desagradable que fuera. La tranquila indiferencia del duque hacía
que el estallido de ira de la noche anterior, pareciera la conducta histérica de
una adolescente.
“¡Le odio! ¡Le odio!”, se dijo, empujando su plato a un lado con un leve
gesto de disgusto. El duque consultó su reloj.
- Debemos salir dentro de diez minutos.
Cornelia se preguntó si debía negarse a ir. Había algo absurdo en el
hecho de que fueran a iniciar una luna de miel que estaba condenada, desde el
principio, al fracaso.
Entonces comprendió que, en público por lo menos, debía interpretar el
papel que había adoptado al casarse. Ahora era la duquesa de Roehampton y
debía comportarse de acuerdo con su rango.
Haciendo un gran esfuerzo, contestó con voz fría e indiferente.
- No le haré esperar. Normalmente soy muy puntual.
¿Iban a hablarse así el resto de su vida?, se preguntó.
El barco se puso en movimiento. A través de la claraboya, Cornelia pudo
ver cómo se alejaban del muelle.
Después se sentó en un cómodo sillón y trató de leer las revistas que el

55
duque le había comprado. No pudo concentrarse y no tardó en sumirse de
nuevo en sus amargos pensamientos. Debió quedarse dormida porque soñó que
huía de alguien que la perseguía; extrañamente no sentía miedo de su
perseguidor.
Despertó con un estremecimiento al oír ruidos de intensa actividad en la
cubierta, y comprendió que se estaban acercando a Francia.
Desembarcaron con la misma pompa y ceremonia con que habían
embarcado en Dover. Los funcionarios locales los condujeron al vagón que
tenían reservado en el tren a París.
El duque dio las gracias a los dignatarios franceses por sus atenciones.
Ya instalados, el duque ordenó comida y vino.
- ¿Te molesta que fume? – preguntó a Cornelia.
- No, me gusta el olor del tabaco. Me recuerda a papá. Él siempre fumaba
habanos, cuando tenía dinero para comprarlos.
El duque arqueó las cejas, sorprendido.
- Nosotros éramos muy pobres. De hecho, cuando mis padres vivían, con
frecuencia no sabíamos con qué íbamos a comer al día siguiente. Mi padre
nunca recibió ayuda de su hermano, mi tío George, quien se muestra tan atento
conmigo ahora que soy rica.
Hablaba con amargura y notó por la expresión del duque, que había
despertado su interés.
- Me temo que sé muy poco sobre tu familia – dijo. ¿No quieres contarme
cómo era tu vida en Irlanda?
- Me temo que no le interesaría. Es una vida muy diferente a la que usted
lleva en Cotillion o a la de mis tíos en Londres – cortó con brusquedad.
Él cogió de nuevo el periódico.
No podía saber que su corazón clamaba por él, que hubiera querido
extender las manos a través de la mesa y tocarle, suplicarle que por lo menos
fueran amigos, pero, la imagen de su tía Lily se interponía implacable entre los
dos.
“Me alegro de que esté sufriendo por ella, como yo sufro por él”, pensó
la joven, pero se sorprendió al descubrir el intenso dolor que le producía aquel
pensamiento.

El tiempo pasó con lentitud. Por fortuna no era fácil hablar en el tren,
debido al ruido y a la velocidad con que viajaban. El duque se quedó dormido y
poco después ella también. Cuando despertaron, estaban muy cerca de París.
Desde el momento en que bajaron del tren en la estación del Norte,
Cornelia se sintió fascinada. Los mozos lanzaban agudos gritos ofreciendo sus
servicios. Los hombres y las mujeres iban vestidos de forma muy diferente a
como vestían los ingleses; los niños parecían tan serios y preocupados como sus

56
padres, y los perritos la hicieron sonreír con los multicolores atuendos con que
los vestían sus dueños. Todo era nuevo y excitante. ¡París! ¡Estaba en París!
Había un carruaje del hotel Ritz, con mozos uniformados, esperándolos
en la estación. Tanto los lacayos, como el cochero de sombrero de copa, los
saludaron sonrientes y amables.
El Ritz, el hotel más famoso de París, había sido inaugurado siete años
antes por un genio de la hotelería: Caesar Ritz. Cornelia lanzó exclamaciones de
admiración cuando entraron a su amplia sala privada, que daba a los jardines, y
vio la elegancia del mobiliario tanto en ella como en los dormitorios con los que
se comunicaba.
Los baños del Ritz habían asombrado al mundo elegante. Nunca se
habían visto tantos y tan lujosos baños en un hotel. El Bristol, donde el rey
Eduardo de Inglaterra se había hospedado durante casi cuarenta años, mientras
había sido príncipe de Gales, tenía sólo un cuarto de baño por planta. Caesar
Ritz había construido un baño en cada habitación.
- Imagínate … tener un cuarto de baño para mí sola, Violet – exclamó
Cornelia ya en su habitación.
- Parece más un palacio que un hotel, ¿verdad, milady? – contestó Violet
con evidente admiración.

Era una noche calurosa y el cielo estaba cubierto de estrellas. La cena fue
servida en el jardín donde una fuente que se iluminaba con los colores del arco
iris, reflejaba éstos en la mesa oculta entre los árboles y las flores. Una fragancia
de rosas flotaba en el aire, había música para deleitar el oído y manjares
exquisitos para dar gusto al paladar, preparados por el chef más famoso de
Europa: Escoffier.
- Es como un cuento de hadas – exclamó Cornelia asombrada.
- Resulta una forma agradable de cenar, en una noche calurosa – sonrió
displicente el duque.
Cornelia decidió que no permitiría que la falta de entusiasmo del duque
arruinara su propio placer.
- Todo me parece maravilloso – insistió ella.
El duque discutió con el atento maitre los platos que iba a pedir y un
camarero les llevó dos copas de sherry para que bebieran mientras esperaban el
primer plato.
Cornelia descubrió que la comida transcurría con sorprendente rapidez.
Había tanto que observar, que no se dio cuenta de los largos silencios que se
hacían entre ella y su esposo, hasta que le vio consultar su reloj.
- ¿Nos vamos? – preguntó la joven.
- Supongo que querrás retirarte – contestó él. Ha sido un día muy duro.
Lo último que Cornelia deseaba en esos momentos era acostarse, pero

57
como no tenía ninguna otra sugerencia que hacer, se dirigió al hotel, seguida
por el duque, y subió a su habitación.
Al entrar en su salita privada, vio en el reloj que todavía no eran las diez.
Impulsivamente se volvió hacia el duque y abrió la boca para pedirle que la
llevara a conocer París de noche.
- Por favor … - empezó a decir, pero las palabras murieron en sus labios
porque el duque había empezado a hablar.
- Te deseo buenas noches. Espero que duermas bien.
Inclinó la cabeza, cruzó la habitación y entró en su propia habitación que
estaba en el fondo.
“Tal vez está cansado”, pensó Cornelia, que se había quedado de pie
donde él la había dejado. Entonces oyó, a través de la puerta que había quedado
entreabierta, la voz del duque.
- Mi capa y mi sombrero, Hutton. ¡Ah, y dame también mi bastón! No me
esperes levantado. No sé a qué hora volveré … Voy a …
Cornelia no pudo oír lo demás. Era evidente que el duque había abierto
la puerta que daba al corredor y había dicho el resto de la frase desde el umbral.
La joven escondió la cara entre las manos.
Obedeciendo a un impulso, corrió a su propia habitación. Violet estaba
extendiendo un fino camisón blanco, adornado con encaje, sobre la cama. La
agarró del brazo.
- Escucha – le dijo en voz baja. Su Señoría ha salido del hotel y quiero
saber dónde ha ido. Averígualo a través de Hutton. Busca algún pretexto para
hablar con él.
- Muy bien, milady – contestó la doncella.
Era una muchacha muy astuta y sabía siempre lo que su ama deseaba.
Dejó el camisón sobre la cama y se dirigió a la habitación del duque.
- ¡Ah, señor Hutton, está usted aquí! – le oyó exclamar Cornelia. ¿No ha
visto una sombrerera de color negro que me falta?
- No, señorita Walters. Aquí no está – contestó Hutton.
- Debe haberse quedado en el vestíbulo, entonces – exclamó Violet. Hay
tantos lugares donde los mozos pueden dejar las cosas en este hotel.
- Pero es un hotel muy cómodo, ¿no le parece?
- Se lo diré después de que haya visto mi habitación – contestó la chica.
Tiene usted mucha suerte, ya ha acabado de deshacer las maletas del señor.
Supongo que saldrá a divertirse.
- ¡Oh, sí, creo que iré a pasear un poco por las calles!
- Todos los hombres son iguales – dijo con una leve risilla. Su Señoría ha
salido ya a ver las alegres luces de la ciudad y usted no tardará en hacer lo
mismo. En cambio, las pobres mujeres nos tenemos que quedar encerradas.
- Venga conmigo – sugirió Hutton. La señora duquesa no la necesitará en
cuanto se acueste.
- Bueno, no le prometo nada – contestó Violet. Supongo que usted conoce

58
bien París, ¿no?
- ¡Claro que sí!
- ¿Cuáles son los lugares más elegantes … a los que va la gente de
alcurnia? He oído algunos, pero los he olvidado. Por ejemplo, ¿dónde ha ido su
Señoría?
- Al Maxim’s, por supuesto – contestó Hutton. Es el lugar donde se ve a
toda la gente importante en París. Su Señoría es un cliente regular, así que no
me sorprendería que le recibieran como a un rey esta noche.
- Tendrá que contarme todo lo que sabe de esos lugares más tarde, señor
Hutton, tengo que terminar de deshacer las maletas de la señora. Si me decido a
salir, me reuniré con usted abajo dentro de una hora.
- Muy bien, señorita Walters. No me falle.
- Supongo que tendré que ir, aunque sólo sea para salvarle de esas
coquetas francesas – dijo riendo.
Violet cruzó a toda prisa la salita, Cornelia se retiró de la puerta para que
no se diera cuenta de que había estado escuchando.
La doncella cerró la puerta antes de hablar.
- Su Señoría ha ido al Maxim’s, milady.
- Gracias, Violet. Me pregunto cómo será ese lugar. ¿Crees que yo podría
ir allí?
- ¡Usted sola, nunca, milady! – exclamó la doncella escandalizada.
- No, supongo que no.
Cornelia sintió deseos de llorar al pensar que el duque había salido a
divertirse sin ella. ¿Qué hacía un hombre solo en París, cuando salía por la
noche? Imágenes confusas de orgías y bacanales cruzaron por su mente, pero
no tenían realidad ni sustancia. ¡Qué absurdamente ignorante e inocente era!
¿Por qué no sabía lo que las mujeres hacían para atraer a los hombres? ¿Cómo
podía combatir a un enemigo que no había visto nunca y del que no se sabía
nada, excepto que era el enemigo?
Se sentía frustrada e impotente. En voz alta dijo a Violet con tristeza:
- Supongo que será mejor que me vaya a la cama, ya que no hay nada
que pueda hacer.
- Muy bien, milady.
En el momento en que Cornelia levantaba las manos para quitarse el
collar de perlas, llamaron a la puerta.
Violet fue a ver quién era, pero como no entendió al mozo francés que se
encontraba en la puerta, Cornelia acudió en su ayuda.
- Un caballero desea verla, señora – dijo el muchacho.
- ¿Un caballero? ¿Cómo se llama?
- Es el señor Blythe, señora – Cornelia se estremeció.
- Hágalo subir ahora mismo – ordenó.
- Muy bien, señora – contestó el mozo y se marchó.
- Es mi primo Archie – explicó Cornelia. Hace dos años que no le veo.

59
Vivió con nosotros en Irlanda antes de que murieran mis padres. ¿Cómo habrá
sabido que estoy aquí?
- Supongo que la noticia de su matrimonio fue publicada en todos los
periódicos franceses, milady.
- Sí, por supuesto. Me encantará ver de nuevo a mi primo.
Archie Blythe era un hombre alto, rubio y muy elegante. Vestía siempre
de forma impecable, y a la última moda.
Archie era envidiado por muchos hombres de su generación, quienes
trataban de imitar su elegancia sin conseguirlo nunca.
A pesar de su aspecto, Archie tenía un corazón de oro. Poseía amigos en
todas partes y nadie podía resistir su buen humor y la forma en que estaba
siempre dispuesto a ayudar a una persona en dificultades, sin importar las
molestias que esto le causara.
Era hijo de una hermana de Edith, la madre de Cornelia, y el único
miembro de la familia que había continuado su relación con ella después de su
fuga con Bertram Bedlington. Desde que ella recordaba, Archie los visitaba cada
año para asistir a las carreras.
Al entrar en la salita, su primo sonrió. Cornelia lanzó un grito de deleite
y corrió hacia él, con las manos extendidas.
- ¡Archie! ¡No sabes cuanto me alegro de verte!
Él le cogió las manos y le besó la mejilla con visible afecto.
- Yo también me alegro de verte, nena – exclamó. Pero, ¿a qué se debe el
eclipse?
- ¿Te refieres a mis gafas? Me las pongo por varias razones. Te las
explicaré más tarde. ¿Cómo has sabido que estaba aquí?
- Abrí el periódico hace unas horas y leí todo sobre tu boda y que ibas a
llegar hoy a París. Decidí venir a ver cómo estabas. Fue una gran sorpresa
enterarme de tu matrimonio, ni siquiera sabía que estabas comprometida.
- El compromiso fue anunciado hace seis semanas. ¿No lo leíste en el
periódico?
- No, y no se cómo se me pudo pasar. En fin, lo único que siento es no
haberte enviado un regalo de bodas.
- ¡Mi querido Archie … el mejor regalo es verte ahora!
- Has hecho un magnífico matrimonio. Me he enterado de que
Roehampton es un buen tipo. ¿Dónde está ahora, por cierto?
- Se ha ido al Maxim’s, y … Archie, yo quiero ir allí también.
- ¿Se ha ido al Maxim’s? ¿En su luna de miel? Eso sí que es extraño.
Cornelia aspiró una gran bocanada de aire.
- Escucha, Archie. Llévame allí.
- Es imposible, del todo imposible. ¿No te das cuenta? Es un lugar muy
elegante y alegre; el mejor lugar de París para divertirse … pero no para las
esposas.
- Archie, por favor, escúchame – suplicó, aferrándose a su brazo. Quiero

60
ver cómo es el lugar al que ha ido Drogo, quiero ver con quién está. Por favor,
llévame. Me pondré un velo, haré cualquier cosa que me digas, con tal de que
me lleves. Nadie se enterará.
- ¡Caramba, no podría hacer eso! – contestó el joven escandalizado.
Ahora eres una duquesa, Cornelia, y tienes que portarte como tal. Ya no puedes
andar corriendo, vestida con pantalones, como en Rosaril. Recuerda que eres
una señora.
- Estoy harta de ser una dama – dijo furiosa, golpeando el suelo con el
pie. No puedo hacer esto, no puedo hacer aquello. Escucha, Archie, tienes que
ayudarme. Eres la única persona que puede hacerlo.
- ¿Ayudarte? ¿Cómo?
- Siéntate – ordenó Cornelia.
Él obedeció y se puso el monóculo para adquirir un aire más severo.
- Tú te traes algo entre manos – dijo. Cuéntame, de qué se trata.
Cornelia le contó toda la verdad; desde lo del dinero que le había dejado
su madrina, hasta el momento en que había descubierto la razón por la que el
duque quería casarse con ella. Terminó con el relato de su matrimonio y su
llegada a París.
Archie Blythe parecía fascinado. Lanzó exclamaciones ocasionales, pero
no habló hasta que Cornelia terminó. Entonces dejó caer el monóculo y
exclamó:
- ¡Asombroso! ¡Absolutamente asombroso!
- Ahora comprenderás por qué necesito tu ayuda. Debo saber lo que está
haciendo Drogo. No puedo quedarme aquí sola, esperando otro día de vacío y
silencio.
- Jamás hubiera creído una cosa así de Roehampton, de verdad –
comentó Archie. Fue un descuido imperdonable por su parte, el permitir que te
enteraras de la verdad.
- ¡Oh, Archie, eso no viene al caso! – protestó Cornelia. Por favor llévame
al Maxim’s.
- No puedo hacer eso querida. Roehampton puede ser un canalla, pero
ésa no es razón para que yo también lo sea.
- Me taparé la cara con un velo, cualquier cosa, con tal de que me lleves
allí.
Archie Blythe parecía tan desconcertado, que si no hubiera temido alterar
la perfección de su peinado, se habría rascado la cabeza. Se limitó a golpear el
monóculo contra los dientes, hábito que a ella le irritaba cuando lo hacía
constantemente.
- Imposible – murmuró – es completamente imposible.
- ¡Por favor, Archie, por favor! ¡Por favor!
Sabía demasiado bien que Archie nunca negaba su ayuda a una persona
con problemas.
De pronto, para su alivio, la cara de su primo se iluminó.

61
- ¡Tengo una idea! – exclamó. Conozco a alguien que podría ayudarte.
- ¿Quién? – preguntó llena de excitación.
- Ese es el problema. No sé si será correcto que te la presente. Si fueras
sólo mi pequeña prima Cornelia, no lo dudaría ni un momento. Pero ahora eres
una duquesa. Eso es muy diferente.
- Olvida lo que soy – suplicó. ¿Quién es tu amiga?
Archie se golpeó de nuevo los dientes con el monóculo.
- ¡Madame Renée de Valmé! – miró a Cornelia, como si esperara alguna
reacción, y entonces preguntó: ¿Has oído hablar de ella?
- No. ¿Debería haberlo hecho?
- Pues realmente, no. Es amiga mía y una mujer muy famosa en París. Es
… este … la chére amie del gran duque Ivan.
- No me importa quién sea si me lleva a Maxim’s. ¿Crees que lo hará?
- No lo sé – confesó. Podríamos preguntarle. En realidad, iba a llevarla a
cenar allí.
- Entonces puedes llevarme a mí también – dijo Cornelia con decisión.
Querido primo, sabía que me ayudarías. Papá siempre decía que tú eras la
persona más buena que había en el mundo.
- Más bien soy el hombre más tonto – señaló él entre dientes.
- ¡Pronto, Violet, dame mi capa y mi bolso!
La muchacha llevó una capa de armiño blanco que Cornelia se puso
sobre los hombros.
- Buenas noches, Violet. Ve a pasear con Hutton y diviértete. Me acostaré
sola cuando vuelva.
- Espero que milady se divierta mucho – dijo la doncella.
- Y no le digas a Hutton que he salido – le pidió Cornelia cuando se
dirigió a la puerta.
Violet sonreía cuando Cornelia salió. Ya era hora de que su pobre señora
se divirtiera un poco, pensó. El amor podía hacer muy desgraciada a una mujer.
Sus ojos se nublaron por un momento y sus labios temblaron. Con aire resuelto,
continuó con su trabajo y se obligó a pensar en otra cosa.

Capítulo 9

Madame Renée de Valmé era la hija de un respetable abogado de


Amiens. Cuando tenía dieciocho años, el cliente más distinguido de su padre, el
príncipe Maxime de Vallière Chátel, se enamoró de ella. La estableció en París y
empezó a educarla. Era un hombre ya maduro, de más de cincuenta años, que
encontró tan divertido enseñar a Renée todas las artes y las gracias de la
civilización, como iniciarla en los deleites del amor.
Renée fue una buena alumna y cuando el príncipe murió de un ataque al
62
corazón, siete años más tarde, ella era una persona muy diferente a la jovencita
que había dejado un aburrido hogar de clase media en Amiens. Se había
convertido en una mujer culta, que había leído mucho y aprendido a ser una
mujer muy atractiva.
El príncipe, para gran irritación de sus hijos, dejó a Renée una
considerable cantidad de dinero, lo suficiente para que viviera con comodidad
el resto de su vida. Pero Renée, a los veinticinco años, no tenía la menor
intención de retirarse, ni de volver a la respetabilidad.
Durante los años que siguieron tuvo muchos amantes, todos ellos
hombres distinguidos e inteligentes. Cuando iba a cumplir treinta y dos años,
conoció al gran duque Iván. Se enamoraron con la pasión y el abandono de dos
personas inteligentes y emocionales.
Renée era ahora una de las mujeres más famosas de París y su carruaje,
tirado por seis ponis blancos, constituía uno de los espectáculos favoritos de los
Campos Elíseos.
El que Renée fuera una mujer exigente respecto a los modales y la
conducta de los hombres que la rodeaban hacía que todos estuvieran deseosos
de ser aceptados por ella. A su modo, se había vuelto una gran dama, como lo
eran tantas mujeres aristocráticas, de noble cuna, que la observaban con
curiosidad, pero que no podían acercarse a ella a causa de las rígidas normas
por la que se regían.
En un punto, Renée era inconmovible: jamás tenía más de un amante a la
vez. El hombre que recibía sus favores podía estar seguro de su lealtad y de su
fidelidad. Su conducta respecto al hombre de su vida en cierto momento habría
podido servir de modelo a la mejor de las esposas.
- Recuerda siempre que hacer amigos es un arte que debe ser cultivado –
le había dicho el príncipe una vez.
Renée había seguido su consejo, hombres que no podían aspirar a otra
cosa más que a su amistad, habrían sido capaces de dar su vida por ella.
- Es una amiga muy querida – había comentado Archie a Cornelia y era
verdad.
La había conocido la primera vez que fue a París, cuando todavía era
joven e inexperto. Renée le había tomado bajo su protección y le había enseñado
París, demostrándole que podía haber alegría sin vulgaridad y diversión sin
vicio. Le había hecho despojarse de muchos de sus prejuicios y le había
infundido una confianza en sí mismo que no le había abandonado ya nunca.
Archie, como todos los amigos verdaderos de Renée, se había alegrado
de la felicidad que había encontrado al lado del gran duque. Era uno de los
nobles rusos más encantadores que habían llegado nunca a París, y gastaba su
fabulosa fortuna con una generosidad que dejaba boquiabiertos incluso a los
mundanos parisinos.
No había nada que Renée no deseara, que no le regalara inmediatamente.
Sus joyas, carruajes, pieles y ropa causaban la envidia de las mujeres.

63
Aquella era la época del año en que el gran duque tenía que volver a
Rusia, al lado de su sufrida familia. Pero Renée le recordaba constantemente
gracias a las flores que eran entregadas en su apartamento todos los días.
Fue junto a una cesta con más de cien orquídeas color púrpura, cuando
Cornelia la vio por primera vez. Se la había imaginado exótica, extravagante,
pero se encontró con una mujer esbelta, de aspecto juvenil, vestida con un
hermoso y sencillo traje negro, sin más adorno que el collar de enormes
esmeraldas que llevaba al cuello y un anillo de las mismas piedras que parecía
demasiado grande para su delicada mano.
No era bonita, su cara era casi severa, pero cuando sonreía su expresión
cambiaba y salía a la superficie su maravilloso encanto. Los hoyuelos de sus
mejillas le daban un aire picaresco y provocativo que invitaba a la gente a
sonreír también.
- Llegas con retraso – reclamó en perfecto inglés, cuando Cornelia y
Archie fueron conducidos al gran salón.
- Perdóname – dijo Archie con aire contrito, llevándose su mano a los
labios – pero he traído a alguien que necesita tu ayuda.
- ¿De verdad? – sonrió Renée y arqueó sus finas cejas, haciendo de nuevo
tan evidente su encanto, que Cornelia se sintió arrastrada por una corriente de
simpatía hacia aquella mujer.
- Te presento a mi prima, la duquesa de Roehampton.
Por un instante, Renée pareció sorprendida, pero inmediatamente
extendió la mano hacia Cornelia.
- Es un gran honor conocerla, señora – dijo con tono formal. Luego se
volvió hacia Archie para preguntar: ¿En qué puedo ayudar?
Archie Blythe titubeó y Cornelia salió en su ayuda.
- ¿Me permite decírselo yo, señora? – preguntó en voz baja.
A Archie le sorprendió que la tímida Cornelia estuviera dispuesta a
confiar en aquella desconocida.
- Por supuesto – contestó Renée. Pero, ante todo, ¿no quiere sentarse, por
favor?
Con un tacto que Cornelia agradeció desde el fondo de su alma, Archie
Blythe se dirigió a la puerta.
- Voy a hablar con el cochero – dijo. Le diré que tendrá que esperar algún
tiempo.
- Su primo es un amigo mío muy querido – dijo Renée con suavidad. Fue
muy bueno conmigo en una ocasión en que yo era muy desventurada.
- Entonces, ¿usted ha conocido la infelicidad, señora?
Renée asintió con la cabeza.
- Perdí un hijo – respondió con sencillez. Tenía un año cuando murió y
yo pensé que toda la felicidad del mundo había muerto con él. Fue entonces
cuando su primo me ayudó. Yo sólo era una madre que había perdido a su hijo
y Archie lo comprendió y me ofreció el tipo de ayuda y consuelo que necesitaba

64
en esos momentos. Había venido a París a divertirse y pasó dos semanas muy
tristes y tranquilas, dedicado a consolarme, jamás se quejó de hacerlo. ¿Le
sorprende que sienta gran cariño por él?
- No, señora.
- Ahora Archie me pide que la ayuda a usted. ¿Qué puedo hacer?
A Cornelia le fue fácil contar a Renée toda su historia. Con una mujer
pudo hablar con mayor libertad y expresar no sólo su amor por el duque, sino
el amargo dolor que le había causado saber que él amaba a otra. Terminó
explicándole cómo aquella noche él se había ido al Maxim’s.
- ¿Entiende que desee conocerle mejor? – concluyó Cornelia. Debo saber
qué le gusta, qué piensa, qué siente. Por el momento es un desconocido, un
hombre del que no sé nada, porque todas mis ideas preconcebidas sobre él han
resultado equivocadas.
- Así que desea conquistar su amor – dijo Renée con suavidad.
- ¿Cree que estoy loca al imaginar que tengo la más remota posibilidad
de hacerlo?
Por toda respuesta, Renée de Valmé le dijo con suavidad:
- ¡Quítese las gafas!
Obediente, Cornelia hizo lo que le ordenaban.
- ¡Dios mío! – exclamó Renée al verla. ¿Por qué quería mantener ocultos
sus ojos?
- Porque me sentía más protegida. Yo esperaba que el duque me pidiera
que me las quitara, pero ¡jamás lo ha hecho!
- ¿Quiere decirme que él no la ha visto nunca sin ellas? – preguntó
incrédula.
- ¡Nunca! – afirmó Cornelia.
- Entonces, eso hace todo más fácil. Venga conmigo.
Se puso de pie y la condujo a través de un largo corredor en cuyas
paredes colgaban hermosos cuadros hasta llegar a una enorme habitación que
había en el fondo.
Era una habitación tan extraordinaria, que Cornelia se quedó mirándola
con la boca abierta, mientras Renée hacía sonar una campanita. Momentos
después apareció una doncella ya bastante madura a la que Renée habló con
tono gentil y afectuoso.
- Escucha, Marie. Necesitamos tu ayuda. Quiero que mires bien a esta
mujer y me ayudes a transformar su aspecto – dijo en francés. Ella es inglesa.
- ¡Eso explica todo! – el tono de disgusto de Marie hizo reír a Cornelia.
- Ella tiene razón – observó Renée. Mi pobre niña … y perdóneme,
señora, por dirigirme así a usted. Por el momento prefiero olvidar que es
alguien importante y tratarla como si sólo fuera la pequeña prima de Archie.
- Sí, por favor – suplicó Cornelia.
- Muy bien. Con la prima de Archie puedo ser muy franca. Su vestido,
querida mía, es horrible. Este vestido distorsiona de tal modo su figura que

65
tiemblo sólo de mirarlo. Y otro tanto puede decirse de su peinado.
- Aunque no sé nada de moda – reconoció Cornelia – me daba cuenta de
que nada de lo que me hacían y me ponían me favorecía.
- Vamos, Marie, tenemos muy poco tiempo. Es una suerte que la señora
sea más o menos de la misma talla que yo.
- Usted es mucho más delgada – observó Cornelia.
- Lo dudo mucho – contestó Renée. Es mi corsé lo que le da esa
impresión. Los ingleses no tienen idea de cómo resaltar una figura.
- ¡Ah, las inglesas! – exclamó Marie por enésima vez, mientras ayudaba a
Cornelia a desnudarse y sacaba de un armario un pequeño corsé negro de una
forma distinta al que llevaba puesto. Cuando se lo puso, la joven descubrió que
era mucho más cómodo que el suyo.
Después Renée sacó ropa interior que ella nunca imaginó que existiera:
enaguas, camisa y calzones de seda muy fina, adornados con encajes y
bordados de forma exquisita.
Marie la condujo después al tocador y hábilmente empezó a deshacerle el
peinado y quitarle el armazón que llevaba bajo él. Una vez que le desprendió
todos los broches, el pelo de Cornelia cayó sobre sus hombros y Renée lanzó un
leve grito de admiración.
- ¡Tiene un pelo precioso! – exclamó.
- ¿Hermoso? ¡Cómo puede llamar hermoso a mi pelo? – dijo Cornelia.
- Lo es – insistió Renée. Lo único que necesita es cuidarlo. ¿Se cepilla con
frecuencia?
- Muy poco – confesó Cornelia.
- Debe cepillárselo durante un buen rato por la mañana y por la noche,
¿verdad, Marie?
Marie murmuró algo despreciativo sobre las inglesas y cogió un cepillo.
Cornelia encontró tranquilizador que Marie le cepillara el pelo con largos
y firmes movimientos que parecían dar brillo y elasticidad a cada uno de sus
mechones. Luego empezó a peinarlo de acuerdo con las instrucciones que
Renée le iba dando.
La mujer le echó todo el pelo hacia atrás y después lo trenzó para irlo
enredando al mismo tiempo sobre la cabeza, hasta formar una corona sobre las
ondas naturales del frente.
- ¡Qué hábil es usted! – exclamó en francés.
Marie sonrió ante el cumplido.
- Bien, si vamos al Maxim’s y queremos evitar que su esposo la reconozca
– dijo Renée – debo hacer algunas cosas en su cara. Sé que en Inglaterra las
damas no se maquillan, pero ahora está usted en París.
Sacó un cepillito y un rímel negro con el que oscureció las pestañas de
Cornelia. Puso un poco de rubor en sus mejillas y carmín rojo en sus labios.
Cornelia se dio la vuelta para mirarse en el espejo, pero Renée se lo impidió.
- ¡Espere! No se mire hasta que hayamos terminado, Marie … dame el

66
vestido de encaje rojo que compré la semana pasada.
- Pero, señora, no debe prestarme un vestido nuevo – protestó Cornelia.
Bastaría con un vestido viejo, que ya no quiera ponerse …
- ¿Y que todo París vea que lleva puesta ropa mía? No, no, de ningún
modo. Tengo un plan. Dentro de un momento, se lo contaré.
De un armario empotrado en la pared, Marie sacó un vestido. Era el
vestido rojo más bonito que Cornelia había visto nunca. Era de encaje, tenía un
gran escote y el talle muy ceñido, lo que resaltaba su esbelta cintura.
- Parece que ha sido hecho para usted – exclamó Renée, encantada.
Debemos tener la misma talla.
- No puedo creerlo, señora. Su cintura es tan pequeña …
- También lo es la suya, querida mía – sonrió Renée.
De un joyero sacó dos largos pendientes de diamantes y los colocó en las
orejas de Cornelia.
- Quítese el anillo de bodas – dijo. Esta noche es usted soltera.
Cornelia obedeció y puso el anillo sobre el tocador.
- Guantes negros, Marie – pidió – y ahora, mi preciosa amiguita inglesa,
puede mirarse.
Por un momento, Cornelia pensó que debía estar soñando. Aquella no
era su imagen sino la de una mujer desconocida y muy hermosa. Era increíble.
En ella se había operado el tipo de transformación con que toda mujer sueña,
sabiendo que nunca se produciría en la realidad.
Su cara parecía diferente. Sus enormes ojos, verdes, brillaban
intensamente.
Ahora sabía por qué todos los vestidos que había comprado en Londres
no le quedaban bien. El rojo intenso del encaje hacia que su piel se viera blanca
y muy hermosa. Como si Renée hubiera adivinado sus pensamientos, dijo:
- Siempre debe usar colores fuertes y puros, o negro. Tiene usted la piel
con la textura de una magnolia. Pero el blanco, el crema y los tonos pastel le
roban su pureza y la hacen verse amarillenta.
- Lo recordaré – prometió Cornelia.
- Y ahora, Marie – sonrió Renée – dame el sombreros de plumas rojas y la
capa de zorro negro.
- ¿Un sombrero? – preguntó Cornelia sorprendida.
- En París es normal usar sombrero en cualquier ocasión. Sólo las inglesas
llevan el pelo al descubierto por la noche.
El sombrero era de terciopelo negro con grandes plumas rojas. Cubrió
después sus hombros con una capa de zorro negra. Renée se puso un sombrero
con plumas verde esmeralda y ambas estuvieron listas.
- Un momento – dijo Renée cuando Cornelia se volvió hacia la puerta,
impaciente por salir. Es importante que recuerde que uno ve lo que espera ver.
Su esposo no espera verla a usted, así que jamás se imaginará que esta radiante
y hermosa criatura es usted. Le digo esto, porque cuando él venga a hablar con

67
nosotras debe mantener la cabeza bien alta. Usted habla muy bien nuestro
idioma, así que no le será difícil adoptar un acento francés cuando hable inglés.
- Lo intentaré – dijo Cornelia. ¿Cree de verdad que él hablará con
nosotras? – el pensamiento la aterrorizó.
- Conozco a su marido desde hace muchos años. Si está en Maxim’s irá a
saludarme. ¿Podrá enfrentarse a él?
Cornelia respiró hondo.
- Yo haré lo que usted me diga, señora. Él … no me reconocerá.
- Cuando esté representando un papel, recuerde que debe pensar como el
personaje que representa. Por eso Cornelia, la duquesa de Roehampton, dejará
de existir desde este momento. Usted es mi amiga. Le pondré un nombre y la
llamaré siempre por él. ¿Qué nombre le podemos poner, Marie? – hizo esta
última pregunta en francés.
- No debe ser difícil – contestó Marie. ¡La señorita es tan elegante, tan
deseable …!
- ¡Eso es! – exclamó Renée. ¡Désirée! Un nombre perfecto, hija mía, para su
nueva personalidad.
- Trataré de hacer honor a mi nombre – dijo Cornelia con humildad.
¡Gracias, señora! ¡Muchas gracias, Marie! Nunca pensé que nada semejante
pudiera sucederme. Me siento asustada, y muy emocionada, también.
- ¡Excelente! – exclamó Renée – y ahora nos reuniremos con Archie.
A Archie Blythe le costó mucho trabajo reconocer a Cornelia. Las mujeres
le explicaron su plan y le recordaron que esa noche debía llamar a su prima
Désirée … Désirée St. Cloud, una amiga de Renée.
Cuando se detuvieron frente a la sencilla entrada de Maxim’s, Cornelia se
sintió un poco desilusionada. Esperaba ver algo más impresionante. Sin
embargo, nada más entrar descubrió toda la alegría y el esplendor del lugar.
Había mujeres hermosas con vestidos de bajos escotes y sombreros
adornados con plumas. Todas llevaban joyas pero menos brillantes que sus
hermosos ojos y sus sensuales labios rojos.
A pesar de su inocencia, Cornelia intuyó que pertenecían a un mundo
diferente al de las grandes damas que había conocido en Londres. Y aunque
también eran alegres y provocativas, no había nada vulgar ni ofensivo en ellas.
No tardó en enterarse de que sólo la flor y nata de la sociedad podía
entrar allí y que Hugo, el maitre, tenía ojos de lince y jamás dejaba pasar a una
mujer que pudiera desprestigiar el lugar de diversión más famoso de Europa.
Había hombres de todas las nacionalidades, la mayoría de ellos
distinguidos y con aire aristocrático.
Renée fue conducida por Hugo a la mesa que estaba siempre reservada
para ella.
Cuando Cornelia se sentó, su mirada empezó a recorrer el lugar,
buscando la cara amada. Archie pidió champán y caviar, para empezar.
- Disimula tu ansiedad, Désirée – le dijo Renée.

68
¡Cornelia le vio en ese momento! Estaba sentado en el lado opuesto del
salón y había tres mujeres con él.
- Bebe un poco de champán – le sugirió su primo en voz baja. Te hará
sentir mejor.
Bebió de la copa que el joven le puso en la mano y el vino aclaró su vista
y le dio valor para mirar otra vez hacia su esposo. Alguien lo había hecho reír y
levantaba su copa hacia una hermosa muchacha de pelo rojo y vestido de
lentejuelas.
La música cambió de ritmo y muchas parejas se levantaron a bailar. El
duque era uno de ellos. Su compañera no era la pelirroja, sino una muchacha de
pelo rubio y ojos azules. Cornelia trató de no mirarle cuando pasó bailando al
lado de su mesa. Sin embargo, estaba segura de que él había visto a Renée. En
efecto, cuando la música dejó de sonar, llevó a su acompañante a la mesa y
cruzó el salón en dirección a ellos.
- Estaba deseoso de que llegaras – le oyó decir en inglés.
Se llevó a los labios la mano de Renée.
- ¡Me alegro mucho de verte de nuevo! – contestó Renée.
El duque inclinó la cabeza.
- Te juro que tú eres el espíritu de París. Sin ti, todos nos sentiríamos
desolados.
- Me adulas como un verdadero experto – dijo Renée sonriendo. Y ése es
un cumplido que casi nunca he dirigido a un inglés.
- ¿Cómo está usted, Blythe? – preguntó el duque, estrechando la mano de
Archie.
- Sobreviviendo – contestó Archie. ¿Cómo ha dejado usted Londres?
- Polvoriento y aburrido.
Incluso mientras hablaba con Archie, sus ojos estaban fijos en Cornelia.
- ¿No me vas a presentar a tu amiga? – preguntó el duque a Renée.
Ella le sonrió, pero movió la cabeza negando.
- No, querido mío, eso sería un error. Ella no es para ti.
- ¿Qué quieres decir con eso? – preguntó el duque intrigado. Renée había
excitado su curiosidad. ¿Había alguna razón especial por la que no la puedo
conocer?
Renée se encogió de hombros.
- Es una muchacha muy atractiva, pero está enamorada de otro.
- Aun así me gustaría conocerla.
- Muy bien, ya que insistes … - contestó Renée.
Se inclinó hacia delante para atraer la atención de Cornelia.
- Désirée, permíteme presentarte al duque de Roehampton. Mi amiga, la
señorita Désirée St. Cloud.
El duque, que se había sentado a un lado de Renée, se puso de pie, dio la
vuelta a la mesa y después de besar la mano que Cornelia había extendido hacia
él, se sentó junto a ella.

69
- ¿Vive usted en París? – preguntó en inglés.
- No, señor. Estoy hospedada con mi amiga Renée – contestó Cornelia,
con un acento que sonó convincente hasta para sus propios oídos.
- Eso es estupendo, porque madame de Valmé es también una gran
amiga mía. La visitaré con frecuencia mientras esté en París.
- Eso será muy agradable … ¡para Renée!
La pequeña pausa resultó muy efectiva.
- Yo esperaba que usted dijera que también le alegraría verme …
- Vamos, señor, ¿cómo puede esperar eso? Le acabo de conocer. No sé si
me va a gustar como persona o no.
- Le prometo que haré todo lo posible porque suceda lo primero.
Cornelia rio divertida. Tomó un trago de champán y sintió que le estaba
haciendo efecto, pues le resultaba fácil coquetear, hablar de forma divertida y
chispeante.
Renée atrajo en ese momento la atención del duque.
- ¿Nos honrarás cenando con nosotros? – preguntó.
- Si me aceptáis, lo haré con mucho gusto – contestó él.
- Es una pena que nuestro otro acompañante se haya sentido indispuesto
en el último momento – observó Renée.
- ¿No se enfadarán sus amigas por su ausencia? – preguntó Cornelia.
- Estoy aquí solo – contestó él. ¡Solo y aburrido! Al menos … estaba
aburrido hasta hace un momento.
La expresión de sus ojos la hizo mirar hacia otro lado. Ella nunca le había
visto así, tan alegre, tan joven y despreocupado.
El camarero llevó una copa y le sirvió champán. La levantó ante
Cornelia.
- Por sus hermosos ojos, señorita – dijo en francés, a modo de brindis.
Cornelia levantó su propia copa.
- Gracias, señor. Me gustaría hacer un brindis, pero no tengo … ¿cómo
dicen ustedes …? No tengo idea de qué decir.
- Brinde por nuestro próximo encuentro – sugirió el duque.
- ¿Y si no volvemos a vernos?
- Volveremos a vernos y muy pronto – afirmó él.

Capítulo 10

Cornelia llegó a su habitación en el Ritz poco después de las cinco de la


mañana. Tenía miedo de encontrarse con el duque en el vestíbulo o en la
escalera, pero tal posibilidad era bastante remota, porque él las había dejado en
el apartamento de Renée y Cornelia tuvo que cambiarse de ropa antes de volver
70
a su hotel.
Archie también le había dado las buenas noches en la puerta con un
apretón de manos. Cuando los dos caballeros se marcharon, Cornelia lanzó un
suspiro de alivio y miró a su nueva amiga.
- Gracias, muchísimas gracias, señora – dijo. ¿Cómo podré agradecerle
lo que ha hecho por mí?
- Ten cuidado – contestó Renée con calma. Éste sólo es el principio.
todavía tienes un largo camino que recorrer, hija mía.
- Sí, lo sé … pero ya me ha invitado a salir.
- ¿Y qué has contestado?
- Al principio me he negado, pero él no ha parado de insistir hasta que
he aceptado. Le he dicho que podía venir a buscarme aquí como a las diez y
media. ¿Está bien?
- Por supuesto que está bien, pero tendremos que buscarte nueva ropa.
Tengo otro vestido que puedo darte.
- Es usted tan buena … - exclamó Cornelia.
- Lo he hecho por ti y por Archie – observó Renée con una sonrisa. Y
ahora, tienes que darte prisa y volver a tu hotel.
Marie había dejado la ropa de Cornelia sobre una silla.
- ¡Cómo odio este vestido!
- Sí, debes comprarte mucha ropa nueva – sugirió Renée con aire
reflexivo. Worth te vestirá. Iremos a verle esta tarde.
- ¿Esta tarde? – repitió Cornelia. Pero, ¿cómo podré escaparme?
- Es muy fácil. Dile a tu esposo que quieres ir de compras. El duque
inventará alguna excusa para no acompañarte.
- Supongo que tienes razón – asintió Cornelia.
- Bien, entonces, en cuanto estés libre ven aquí.
- ¿A plena luz del día? ¿No será muy arriesgado?
- No. Te dije que el duque no te reconocería y tenía razón. Nadie adivina
que la exquisita mujer de mundo a quienes todos admiraron anoche en Maxim’s
es la gazmoña duquesa de Roehampton.
- Es verdad – reconoció Cornelia.
Entonces rápidamente porque el sol empezaba a aparecer por encima de
los tejados de París, se puso su propia ropa. Había supuesto que tendría que
volver sola a su hotel y se sintió conmovida cuando vio a Archie esperándola en
el vestíbulo del edificio.
- ¡Archie! Que bueno eres conmigo – exclamó Cornelia.
- Debo procurar que llegues bien al hotel – contestó él. ¿Lo has pasado
bien?
- Ha sido la noche más maravillosa de mi vida. Madame de Valmé ha
sido muy buena conmigo … ¡y todo gracias a ti!
- Las cosas han salido muy bien, creo – comentó Archie. Aunque te
confieso que me entraron sudores cuando Roehampton vino a nuestra mesa. Si

71
te hubiera reconocido, se habría armado un lío tremendo. Maxim’s no es lugar
para una dama.
- No sé por qué – protestó Cornelia, echándose a reír. Recordando cómo
varios jóvenes habían bebido champán del zapato de madame Gaby Deslys, la
famosa actriz que había causado sensación al llegar después de la medianoche
con un sombrero de más de medio metro de alto, cubierto de plumas de
avestruz, y una docena de collares de fabulosas perlas que le llegaban casi hasta
las rodillas.
- ¡Cómo os divertís los hombres! – había exclamado de pronto. Eres muy
afortunado de no haber nacido mujer, Archie.
- Lo sé. Bueno, hemos llegado al Ritz. Espero verte en casa de Renée. No
puedo venir a verte aquí. Si Roehampton sabe que soy tu primo, podría
sospechar algo.
- Nos veremos en casa de Renée, entonces – confirmó Cornelia. Con el
corazón lleno de gratitud, se inclinó hacia delante y le besó en la mejilla.
Gracias, queridísimo primo – murmuró y entró en el Ritz.
Ya en su propia habitación, se movió con mucha suavidad. Se preguntó
si el duque estaría haciendo lo mismo, por temor a despertarla.
Se quitó las gafas y vio en el espejo que sus ojos brillaban de felicidad.
Entonces recordó que Renée le había advertido que tuviera cuidado porque
todavía le faltaba mucho camino por recorrer. Sí, debía tener mucho cuidado.
Algo de su alegría desapareció y su cara tenía otra expresión cuando terminó de
desnudarse y se acostó.
Despertó y asustada vio que el reloj señalaba las doce y diez. Se sentó en
la cama y tocó el timbre.
¿Qué pensaría el duque? De pronto recordó que en Cotillion las damas
no aparecían antes de la comida y que en Londres, su tía Lily nunca era
despertada hasta mediodía.
Con un leve suspiro, volvió a hundirse en los almohadones. Violet entró
a toda prisa y empezó a descorrer los cortinajes, para permitir que el sol
iluminara la habitación con su dorado resplandor.
- ¿Ha pasado la señora duquesa una buena noche? – preguntó.
- Una noche demasiado breve – contestó Cornelia. Y sin poder contener
su excitación, contó a Violet todo lo ocurrido. Tienes que venir conmigo al
apartamento de madame de Valmé y aprender a peinarme de otra forma – le
dijo. Marie te enseñará. Y, Violet, ¡cuánto me gustaría enseñarte el vestido que
madame me regaló! Estoy diferente con él … ¡Muy diferente!
- ¿Y su Señoría no la reconoció? – preguntó la doncella.
- ¿Y por qué iba a hacerlo? Te juro que yo misma no me conocía. Pero
debo levantarme. Será mejor que digas a su Señoría que estaré lista para comer
a la una en punto.
Violet volvió diciendo que su Señoría se había levantado tarde y estaba
en esos momentos terminando de desayunar.

72
“Me pregunto qué explicación me dará”, pensó Cornelia, pero cuando
bajó, el duque no le ofreció ninguna excusa.
Se mostró cortés, durante la comida pero, como de costumbre, hubo
largos silencios entre ellos. Cornelia pensó en lo diferente que era como esposo,
el alegre libertino que había estado con ella la noche anterior.
El duque sacó su reloj de bolsillo.
- He pensado que tal vez sea buena idea que vayamos a las carreras de
caballos esta tarde. No sé si querrías venir conmigo.
- Me gustan mucho las carreras de caballos – contestó Cornelia – y en
otra ocasión me gustaría ir. Pero tengo un leve dolor de cabeza y prefiero pasar
la tarde descansando.
- Entonces, ¿qué quieres que hagamos? – preguntó el duque con visible
desilusión.
- Creo que iré de compras – contestó Carolina. Pero usted puede ir a las
carreras. No creo que le apetezca acompañarme a comprar vestidos.
- ¿Estás segura de que eso es lo que quieres? – preguntó el duque con
evidente alivio.
- Muy segura – contestó Cornelia.
- Bien. en ese caso, no volveré a la hora del té, pero estaré aquí para que
cenemos a las ocho, si te apetece. Los parisinos cenan mucho más tarde, pero
creo que debemos seguir nuestras costumbres inglesas, ¿no crees?
Cornelia, que sabía muy bien por qué deseaba cenar temprano, aceptó de
buena gana. Cuando terminaron de comer subieron a su salita privada.
- Debo irme ya – anunció el duque – porque el recorrido hasta
Longchamps es bastante largo.
- Ojalá tenga buena suerte y gane – dijo Cornelia.
- Gracias – contestó él.
Nada más irse el duque, Cornelia se puso un sombrero y bajó corriendo
la escalera. El portero llamó a un carruaje de alquiler para ella y la joven le dio
la dirección del apartamento de Renée.
La noche anterior apenas se había fijado en el lugar. Ahora, a la luz del
día, pudo contemplarlo a su gusto. El edificio de la avenida Gabriel había
pertenecido originalmente a un noble rico. A su muerte fue dividido en tres
apartamentos, y sólo dos personas más vivían allí, además de Renée. Una de
ellas era el hijo del antiguo propietario … un inválido cuya única pasión era el
arte.
Él había ayudado a Renée a arreglar sus tesoros: los cuadros que habían
sido coleccionados para ella por su primer protector y los maravillosos objetos
que el príncipe le había dejado en su testamento.
Por todas partes había flores. Predominaban los nardos, cuya exótica y
sensual fragancia impregnaba todas las habitaciones.
- Son flores de la pasión – dijo Renée cuando Cornelia le preguntó qué
flores eran, ya que nunca las había visto. Al gran duque le gustan mucho y,

73
como las orquídeas, llegan frescas todos los días, mientras él está ausente.
El gran duque estaba casado y su posición como miembro de la familia
real, le obligaba a pasar por lo menos una parte del año en Rusia. Renée sin
importar lo atractiva y deseable que fuera, no podría retenerle siempre. Un día
él se cansaría de ella y volvería a su vida normal, y ella se quedaría desolada.
Sin embargo, por el momento, él la amaba y ella le amaba a él.
En muchos sentidos, pensó Cornelia, la posición de Renée era mejor que
la suya. ¿Cómo podía compararse un matrimonio estéril y vacío, con la unión
de amor que existía entre Renée y el gran duque, un hombre que le enviaba
nardos todos los días para mantener vivo el recuerdo de su pasión?
Renée estaba vestido de negro, como la noche anterior. Cornelia trató de
decir a su anfitriona lo hermosa que estaba, pero ésta se limitó a sonreír y la
condujo a una habitación.
- Esta será tu habitación, cuando desees venir aquí – dijo a Cornelia.
Era una cámara más pequeña que la de Renée, pero casi tan hermosa
como la de ella.
Marie la estaba esperando, ansiosa por realizar la transformación que
con tanto éxito había llevado a cabo la noche anterior. Tenía en los brazos un
vestido de tarde en crepé azul oscuro, con volantes del mismo color. La
sencillez aparente del vestido desilusionó un poco a Cornelia, pero cuando se lo
puso, advirtió que le sentaba tan bien como el vestido de color escarlata.
Marie le colocó un sombrero del mismo color, que la hacía aparecer
todavía más bella y distinguida. Renée le prestó sus pendientes de zafiro y un
broche de zafiros y diamantes, que prendió en su pecho.
Aprendió a aplicarse colorete y polvo facial; Renée le explicó que debía
usar una cantidad más moderada de día que de noche. Sólo sus labios fueron
teñidos de rojo fuerte como la noche anterior.
- Y ahora estamos listas – exclamó Renée. Mantén la cabeza bien alta,
querida. Todo París habla de ti hoy. Recuerda también que una mujer hermosa
debe ser adorada por quienes tienen el privilegio de mirarla. Si nos encogemos
avergonzadas, recibiremos nuestro merecido, la indiferencia.
- ¡Qué sabia es usted! – comentó con admiración Cornelia.
- Es sabiduría aprendida por el camino difícil. La experiencia, por
dolorosa que sea, es siempre valiosa. Un día te alegrarás de todo lo que estás
sufriendo ahora. Le agradecerás al cielo haberte dado tales sufrimientos porque
te habrán hecho humana.
Bajaron con pequeñas sombrillas de encaje y gasa en la mano. El carruaje
abierto de Renée, tenía forros y cojines de satén negro. Los seis ponys blancos
sacudieron sus penachos anaranjados e hicieron tintinear sus arneses de oro
puro, que brillaron bajo el sol. El cochero y los dos lacayos negros se quitaron
sus sombreros cuando Renée apareció.
- Primero pasearemos un poco por los Campos Elíseos – ordenó al
cochero. No debo desilusionar a mi público – explicó a Cornelia.

74
Ya en el carruaje, Renée empezó a charlar y a reír con Cornelia como si
fueran dos muchachas de la misma edad.
La gente que paseaba bajo la sombra de los castaños de los Campos
Elíseos corrió hacia la orilla de la calle cuando vio aparecer a lo lejos los ponys
blancos de Renée.
- ¿Hacen eso a menudo? – preguntó asombrada y excitada.
- Siempre. Me consideran uno de los espectáculos de París. Y hoy estoy
disfrutando de esto más que nunca, porque tengo conmigo a una dama, la
duquesa de Roehampton.
- ¡Dios mío, se me había olvidado! ¿Y si alguien me reconoce?
- Si lo hicieran, el escándalo sería tremendo. Pero no te preocupes,
pequeña, que nadie lo sabrá. A mí siempre me ha divertido el peligro y tal vez
porque ya empiezo a quererte un poco, estoy decidida a ayudarte a conquistar
el corazón de tu esposo.
Renée se echó a reír y luego continuó diciendo:
- El duque sabrá que tú y yo salimos a pasear esta tarde. Alguien se lo
dirá, si no es que se lo decimos nosotras mismas. No lo relacionará para nada
con la salida de su esposa a comprar.
- Sí, comprendo – contestó Cornelia – pero a mí eso me parece mal.
Usted es mucho más amable, más dulce y mucho más sabia que las mujeres a
las que he conocido en Cotillion. No es justo que se consideren mejores que
usted. Ellas también tienen amantes pero lo mantienen en secreto, mientras que
usted es franca respecto a ello. ¿Por qué, entonces, la gente las admira a ellas y
se escandaliza con usted?
- Porque así debe ser – dijo Renée con tono filosófico. Toda la
legislación, querida Desirée, lo mismo si es social como espiritual, debe ser para
el bien de la mayoría. Y es correcto que hombres y mujeres sean, hasta donde
esto es posible, respetables. Para muchos de ellos, la felicidad depende de ello.
- ¿Y para usted?
- Por el momento, yo también soy feliz, pero no me hago ilusiones y sé
que algún día me quedaré sola, sin nadie que me proteja del menosprecio de la
sociedad. Sin embargo, lo que ahora nos interesa es tu futuro, no el mío. Mira,
hemos llegado.
Monsieur Worth recibió a Renée con exclamaciones de gozo. A Cornelia
le pareció un tipo estrambótico, con un chaleco floreado, su chaqueta de
terciopelo color púrpura y una boina negra, pero en cuanto empezó a diseñar
vestidos para ella, comprendió que realmente era el genio que todos admiraban.
- ¿Cuántos vestidos necesitaré? – preguntó Cornelia.
- Muchos – contestó Renée con firmeza. No puedes usar el mismo
vestido más que una o dos veces en el mismo lugar. Además, cuando vuelvas a
Inglaterra podrás lucir allí todos otra vez.
Sus ojos se encontraron y Cornelia comprendió lo que Renée trataba de
decirle: que llegaría el día en que Désirée y Cornelia serían una sola. Cómo y

75
cuándo sería eso, ninguna de las dos lo sabía.
La tarde pasó con rapidez, pero Renée, muy pendiente del reloj la hizo
volver a tiempo para cambiarse, ponerse sus gafas oscuras y dirigirse al Ritz.
Llegó al hotel veinte minutos antes de que el duque volviera de las carreras.
Fingió estar leyendo una novela, cuando él entró. Su expresión era radiante,
antes de que tuviera tiempo de preguntarle cómo le había ido, él lo dijo:
- He ganado – dijo con aire triunfal. He ganado todas las carreras,
excepto una … y en ésa mi caballo quedó en segundo lugar.
- ¡Qué inteligente es usted! – exclamó Cornelia. ¿Ha ganado mucho
dinero?
- Una suma considerable. Por cierto, me he detenido en la Rue de la Paix
de camino a casa, y te he comprado un regalo – le entregó un estuche de
terciopelo.
Cornelia lo abrió. Contenía un brazalete de oro, con letras realzadas y
adornadas con pequeñas turquesas.
- Recuerdo de París – leyó Cornelia en voz alta.
Se ruborizó de placer. Se había acordado de ella.
- ¡Es muy bonito! – exclamó – muchas gracias.
- Es sólo una fruslería – dijo el duque con tono natural. No hay joyas en
Cartier’s que rivalicen con las joyas de la familia. Te las enseñaré cuando
lleguemos a casa y podrás usarlas cuantas veces lo desees.
Cornelia deslizó el brazalete en su brazo.
- Muchas gracias – dijo de nuevo.
El duque ordenó un whisky con soda y poco después se retiraron para
cambiarse.
Cornelia no se molestó en decir a Violet cuál de los vestidos que había
comprado en Londres quería ponerse aquella noche. Sabía que cualquiera de
ellos le daría un aspecto insignificante. No pudo por menos que preguntarse si
su tía habría elegido deliberadamente ropa que la hiciera verse poco atractiva.
- Esta noche vas a venir conmigo – dijo Cornelia a Violet, cuando ésta la
estaba peinando. He hablado con madame de Valmé y ha aceptado que su
doncella te enseñe a peinarme, pero debes tener mucho cuidado. Si sales,
Hutton se preguntará dónde has ido.
- Salí anoche con él, milady – dijo Violet. Fue muy amable conmigo. Esta
noche le diré que estoy cansada y que me acostaré temprano.
- Sí, eso me parece muy bien. Yo también diré a su Señoría, durante la
cena, que me ha seguido doliendo la cabeza y quiero acostarme temprano.
- ¿No será peligroso que salgamos de aquí juntas, milady?
- Es un riesgo que tenemos que correr – respondió Cornelia,
preocupada.
La cena con el duque fue similar a la de la noche anterior. Hablaron
sobre carreras de caballos, pero era evidente que estaba deseoso de que la
velada terminara. Consultó varias veces el reloj y en una ocasión se lo acercó al

76
oído, como si temiera que se hubiera detenido. A las nueve en punto, Cornelia
se puso de pie diciendo:
- Le ruego que me perdone, pero me gustaría irme a la cama. La jaqueca
me sigue molestando.
- Me parece que es lo mejor que puedes hacer.
La acompañó hasta la salita, le dio las buenas noches con una inclinación
de cabeza y después levantó el periódico como si pensara sentarse a leer.
Cornelia cerró la puerta de su habitación y se quedó escuchando.
Tal como esperaba, el duque dejó el periódico unos segundos después. Un
poco más tarde oyó sus pasos que se alejaban por el pasillo del hotel.
Violet estaba lista. Cornelia se cubrió la cabeza con la estola de gasa que
Renée le había prestado aquella mañana al salir de su casa en dirección al hotel,
y se puso su capa de armiño.
Aquel era el momento más peligroso. Si el duque estaba en el vestíbulo,
la vería bajar, pero sus temores eran infundados.
- ¿Dónde crees que ha ido su Señoría? – preguntó Cornelia a Violet con
tono preocupado.
- Oh, hay muchos lugares en París donde un hombre puede pasar el
tiempo, milady – contestó la doncella. Hutton me ha contado que aquí los bares
venden champán. Hay varios cerca de aquí. Y hay también teatro donde, como
en el Empire de Londres, los caballeros pueden pasear por la terraza.
- Ojalá su Señoría no esté esperando en el apartamento de madame de
Valmé – dijo Cornelia ansiosa. Eso sí sería desastroso.
No necesitaba haberse preocupado. Sólo Renée y Archie se encontraban
sentados tomando café en el salón lleno de orquídeas. Cornelia les habló de sus
temores.
- Nadie viene aquí, excepto cuando yo lo invito. El duque es demasiado
cortés como para llegar antes de lo indicado. Vendrá a las diez y media, ni antes
ni después.
Tenía razón. Un segundo antes de que dieran las diez y media. Marie fue
a informar a Cornelia de que el duque había llegado. Renée le había prohibido
esperar en el salón.
- No debes verte demasiado ansiosa, querida mía – dijo. Los hombres
sólo desean aquello que les cuesta trabajo conseguir. Has aceptado salir con él
esta noche. Hazlo esperara por lo menos un cuarto de hora después de que
llegue. Además, tengo algo que decirle.
Cornelia obedeció gustosa. Esta noche llevaba un vestido de satén azul
que resaltaba la negrura de su pelo y el brillo de sus ojos.
Había pensado que el vestido rojo era el más bonito que había visto en su
vida, pero ahora se preguntaba si el que llevaba puesto no lo sería todavía más.
- ¿Qué hora es? – preguntó una docena de veces mientras esperaba.
- Falta sólo un cuarto de hora para las once, milady – contestó Violet,
mientras Marie, que había estado enseñando a la doncella inglesa cómo arreglar

77
a su ama, se echó a reír.
- ¡Cuando una está enamorada, el tiempo arrastra cadenas o tiene alas!
Tenga paciencia, señorita.
- Sí, reconozco mi impaciencia, pero estoy segura de que el reloj está
atrasado – dijo Cornelia.
En el salón, Renée hablaba con el duque.
- No me parece bien que te lleves a Désirée esta noche – le dijo cuando
llegó.
- ¿Por qué?
- Es muy joven. La vas a volver loca con tus halagos, como ya te he
dicho, no es para ti.
- ¿Acaso he supuesto que pudiera serlo? – preguntó el duque. Sólo le he
invitado a salir y ya estás sacando conclusiones precipitadas.
- Mi querido Drogo, hace demasiados años que te conozco – replicó.
Désirée está enamorada de un hombre que un día la hará feliz. No puedo
permitir que su vida sea trastornada por el pasajero capricho de un duque
aburrido.
- ¿Aburrido? ¿Quién ha dicho que yo estoy aburrido?
- Lo único que yo deseo es que busques en otra parte con quién
divertirte – le contestó Renée sonriendo.
- Estás siendo demasiado severa conmigo. ¿No le parece Blythe? –
preguntó el duque, dirigiéndose a Archie.
- A mí siempre me parece bien lo que Renée dice – repuso Archie. De
cualquier modo siempre se sale con la suya.
- Tal vez esta vez reciba una desilusión – observó el duque. Miró de
reojo para ver si Cornelia había entrado mientras ellos hablaban y luego
preguntó en voz baja: ¿Quién es ella, Renée?
- ¿Quién? ¿Désirée? Ya te lo he dicho, una amiga mía.
- ¿De dónde viene? ¿Por qué no la había visto antes?
- Désirée acaba de llegar a París. Eso es lo único que te puedo decir. De
cualquier modo, ella volverá a marcharse muy pronto.
- ¿Por qué? ¿Dónde?
- ¡Oh, Drogo, qué curioso te has vuelto!
- ¿Yo? – el duque sonrió abiertamente. ¿Dónde está Désirée? ¡Quiero
llevármela pronto, antes de que envenenes su mente en mi contra!
Renée no dijo nada. Sabía que había aumentado su curiosidad. Cuando
Cornelia entró en la habitación, el duque se precipitó hacia ella con una
exclamación de placer. Se llevó su mano a los labios y la retuvo un momento.
- Tengo hambre y estoy seguro de que tú también. ¿Nos vamos?
- ¿Dónde vamos a ir? – preguntó Cornelia. ¿Al Maxim’s?
- Más tarde, si lo deseas, pero creo que iremos primero a un lugar más
tranquilo, donde podamos hablar.
Renée arqueó las cejas al oír aquello, pero Cornelia sintió una oleada de

78
placer. Él quería hablar con ella. Sin duda eso, era más importante que un
simple coqueteo.
- ¡Me parece maravilloso! – exclamó y sus ojos y su voz se llenaron de
incontenible alegría.

Capítulo 11

- He pensado que esta noche podemos cenar en La Rue – dijo el duque,


cuando se alejaron del apartamento de Renée en un carruaje cerrado.
- Eso será … ¿cómo dicen ustedes en inglés? … muy divertido –
contestó Cornelia en inglés con acento francés.
- Nada es más divertido que estar contigo – dijo el duque.
- ¿Por qué? – preguntó Cornelia, tratando de desconcertarle, pero él se
echó a reír.
- ¿Quieres que te diga realmente lo atractiva que eres? Tu sola
presencia hace latir más deprisa el corazón de un hombre, pero cuando hablas,
uno comprende que hay mucho más en ti.
- ¿A qué te refieres? – preguntó Cornelia.
El duque se acercó un poco más a ella.
- Tal vez te lo diga algún día, pero no ahora – contestó con voz
profunda.
El carruaje se detuvo frente a La Rue. Había cómodos sofás colocados en
una especie de nichos que creaban una cierta atmósfera de aislamiento. La
comida era soberbia y aunque Cornelia afirmó que no tenía hambre, el duque
insistió en pedir los platos más exquisitos de la carta.
- Me he pasado todo el día pensando en ti – dijo él repentinamente.
- Pero, Monsieur, no esperará que yo crea eso – contestó Cornelia, con
espontánea coquetería.
- Es verdad – le aseguró. He ido a las carreras de Longhamps. Uno de
los caballos se llamaba Mon Désir. Aposté por él y, como era de esperar, ganó.
- ¿Ha ganado entonces mucho dinero?
- Sí, así que te he comprado un regalo.
El duque sacó un estuche de piel, y se lo dio. Cornelia lo abrió. Lanzó
Una exclamación de asombro. Contra un fondo de terciopelo negro se
encontraba uno de los más hermosos brazaletes de diamantes que había visto
en su vida. Se quedó mirándolo y lo comparó con el que el duque le había dado
unas horas antes.
Comprendió lo que ese regalo implicaba. Podía ser muy ignorante
respecto a muchas cosas, pero la traición de la que había sido objeto por parte
de su tía Lily y el que ahora era su esposo, la había hecho madurar
79
bruscamente.
Cerró el estuche y se lo devolvió.
- ¡No estoy en venta, Monsieur! – exclamó con un tono tan helado que
el duque se estremeció.
Lo miró a la cara. Chispas de furia parecían salir de sus ojos. A él le
pareció en esos momentos más bella que nunca. Cornelia se puso de pie, pero
antes de que pudiera dar un paso, el duque la cogió de la mano.
- No puedes irte – dijo. Por favor, perdóname. No he querido
ofenderte. ¡Te lo juro! Quédate y déjame explicarte.
El contacto de los dedos de él sobre su amo resultó un abogado más
poderoso que sus palabras. Cornelia se sintió débil de pronto y su ira
desapareció como por encanto. ¡Le estaba suplicando! Hubiera querido cerrar
los ojos y saborear los sentimientos que eso despertaba en ella.
Haciendo un supremo esfuerzo, se obligó a mostrarse reacia. Sólo
cuando notó que otros comensales los estaban mirando, volvió a sentarse.
- Sólo quería complacerte – decía él. He pensado que gracias a ti he
ganado mucho dinero y que, en cierta forma, las ganancias son tuyas, no mías
… perdóname.
Cornelia tenía la cara vuelta hacia otro lado. Entonces él, casi con
desesperación cogió sus manos y se las llevó a los labios.
- Perdóname, Désirée – suplicó de nuevo. No te enfades conmigo … no
puedo soportarlo.
Un estremecimiento de éxtasis la sacudió al sentir sus labios. Aquel no
era un beso convencional, sino un beso insistente, apasionado. Cuando sintió
que temblaba de placer, retiró sus manos.
- Si le perdono – dijo con tono severo – debe prometerme portarse de
forma distinta en el futuro.
- ¿De qué forma? – preguntó el duque. Tú sabes que soy capaz de
prometerte cualquier cosa, con tal de que no me dejes.
- En primer lugar, no debe tocarme – dijo Cornelia.
- ¿Y en segundo?
- En segundo no debe … - ella titubeó como buscando la palabra
adecuada – no debe coquetear conmigo.
- No estoy coqueteando contigo. Lo que quiero es hacerte el amor.
- Tampoco debe hacer eso.
Sabía que si la tocaba, no podría seguir fingiendo que le era indiferente.
- ¿Cómo no voy a querer conquistarte? Eres adorable, pequeña Désirée,
y me atraes más de lo que quiero admitir.
- Vamos, Monsieur, no debe decirme esas cosas.
- ¿Por qué? – preguntó él con voz aguda y con un apremio que no
esperaba oír de él, añadió: ¿Quién es ese hombre que se interpone entre
nosotros? Renée me dijo, cuando le pedí que nos presentara, que tú no eras para
mí. Eso significa que estás reservada para otro. ¿Quién es él?

80
- No le puedo decir eso – contestó Cornelia.
- ¡Maldita sea! – exclamó el duque. ¿Le amas?
Cornelia asintió con la cabeza.
- ¿Hace mucho tiempo que le conoces?
- No mucho.
- ¿Él es … él es ya tu amante?
- ¡No!
Al ver la luz que brilló en sus ojos, su expresión de triunfo, pensó que
hubiera sido más discreto negarse a contestar.
- ¡Lo sabía! – exclamó el duque. Estaba seguro de ello, sin embargo, las
apariencias iban en contra de mis propios instintos.
- No entiendo lo que quiere decir …
- Eres amiga de Renée de Valmé, estás bellamente vestida, pintada y,
sin embargo, hay algo en ti inocente y puro, que nunca había encontrado antes
en ninguna mujer.
Sin dejar de mirarla, acercó más su cara a la de ella.
- Dime la verdad. ¿Te ha poseído algún hombre?
Cornelia se ruborizó intensamente. Luego, aún bajo el hechizo de su
mirada, contestó con indignación.
- ¡No, por supuesto que no!
Él se echó a reír. Era una risa de felicidad. De nuevo besó sus manos.
- ¡Oh, mi vida, mi niña! – murmuró. Estaba seguro de ello, pero quería
que tú misma me dijeras la verdad. Entonces, ¿por qué estás con Renée, por qué
te vistes así, por qué tantas cosas? Pero, en realidad, no son cosas que tengan
importancia. Tú eres todo lo que yo pensaba que eras.
Cornelia logró soltar sus manos.
- Por favor, Monsieur, compórtese – dijo – la gente nos está mirando.
- ¿Y crees que eso me importa? ¿Qué pueden pensar o decir, excepto
qué somos jóvenes, felices y estamos enamorados?
- Eso no es verdad – contestó Cornelia.
Para su sorpresa, el duque no contestó. Cuando lo hizo, su voz era baja y
seria.
- Alguien me habló el otro día del amor a primera vista. Yo le dije que
eso sólo sucede de vez en cuando a gente excepcional. Estaba equivocado … o
tal vez no lo estaba, y tú y yo seamos personas excepcionales.
- ¿Qué sabe usted del amor? – preguntó Cornelia. El amor, monsieur,
no es correr detrás de una mujer con una cara atractiva.
- ¿Y tú, mi vida, qué sabes del amor? Eres demasiado joven, inocente e
inexperta, para saber que un hombre busca el amor en muchos lugares
diferentes y siempre termina desilusionada. Estoy de acuerdo contigo en que el
amor es mucho más que la atracción física. Tras el primer momento de deseo
superficial, uno espera encontrar algo más profundo, mucho más misterioso y
excitante de lo que aparece en la superficie. Y, aunque los labios fingen y dicen

81
todas las cosas que se espera de ellos, en el fondo del corazón uno sabe la
verdad: que es sólo un espejismo, una simple ilusión del amor verdadero.
Cornelia miró al duque perpleja. Nunca le había oído hablar así, ni se
había imaginado siquiera que su voz podía sonar tan triste. No pudo evitar
estremecerse a causa de las emociones que él despertaba en ella.
- Me temo, Monsieur, que soy muy escéptica respecto a lo que usted
llama amor a primera vista – consiguió decir con frialdad.
- ¿Quieres que te diga lo que me pasó anoche?
- Si usted lo desea … - dijo Cornelia con indiferencia.
- Había ido al Maxim’s en busca de diversión – empezó a decir. Me
encontraba en un estado de ánimo deplorable. Me han sucedido en los últimos
días cosas suficientes para hacer desgraciado a cualquier hombre; temía al
futuro, quería olvidar mis problemas, quería divertirme y reír, cosa que ya no
consideraba probable.
Tomó un trago de vino y continuó diciendo:
- Bebí cierta cantidad de champán, como sucede cuando está uno
emocionalmente alterado y en lugar de alegrarme, me deprimí aún más. Las
muchachas que me hubieran intrigado hace seis meses me parecían aburridas e
insignificantes. Invité a tres de ellas a sentarse a beber conmigo, más por miedo
a mi propia soledad que porque deseaba su compañía.
Cornelia trató de no revelar la alegría que sentía. Ella había tenido miedo
de esas mujeres, sobre todo de la que tenía el pelo rubio y los ojos azules como
su tía Lily.
- Entonces vi llegar a Renée de Valmé – continuó el duque – y me
Alegré de ello porque Renée es una vieja amiga mía y en muchas ocasiones,
como tú sabes, es una persona muy seria con quien uno puede hablar como se
habla a un amigo muy inteligente y comprensivo. Peor Renée no había llegado
sola, tú la acompañabas. No puedo explicarte lo que me pasó en ese momento.
Fue como si en mi cerebro algo hubiera hecho clic y me hubiera dicho: ¡Aquí
está ella … ésta es la mujer que has estado buscando toda tu vida!. Creí que el
champán me estaba haciendo por fin efecto. Bailé para acercarme un poco a ti. Y
cuando lo hice me reproché estar perdiendo el tiempo, y me acerqué a tu mesa.
No puedo decirte con exactitud qué me pasó. Désirée … pero de pronto supe
que quería estar contigo. Y al terminar la velada, quería todavía más de ti.
- ¿Y pensó que podía conseguirme sobornándome?
- ¡No! ¡Eso no es verdad! – protestó el duque. Tienes que creerme. El
brazalete es un regalo que te he hecho con el corazón.
- Un presente que no hubiera dado a una mujer de su propia clase.
- No, en eso tienes razón – asintió el duque, arqueando las cejas. Pero
yo no estaría aquí sentado con lo que tú llamas una mujer de mi propia clase.
- No, supongo que no – convino Cornelia, ruborizándose.
- Pero, ¿qué diferencia puede suponer eso para nosotros? – preguntó el
duque, inclinándose hacia delante, de modo que sus labios quedaron muy cerca

82
del hombro desnudo de ella.
- Usted pertenece a un mundo muy diferente al mío. Y como le ha
dicho. Renée ya, estoy enamorada de otro hombre.
- ¿Por qué te empeñas en recordármelo? – preguntó el duque furioso.
Me tortura hablar de él. ¿Va a casarse contigo?
- ¿Tiene usted derecho a preguntarme eso? Yo no le hago preguntas
sobre su vida privada.
- Désirée, ¿qué nos está pasando? ¡Estamos discutiendo! Yo sé que no
tengo derecho a preguntarte nada, pero deseo de ti mucho más de lo que yo
puedo decirte siquiera. Quiero cuidar de ti, protegerte, quiero … ¡oh, Dios mío
… sólo Él sabe lo que quiero!
- Eso es una tontería – observó Cornelia con frialdad. Después de todo,
usted no sabe nada de mí.
- Excepto que te amo.
Ella sintió que el corazón le daba un vuelco. Era cierto, entonces … él se
había enamorado de ella, como ella se había enamorado de él al verle por
primera vez en Londres. Pero la precaución de alguien que ha sido herido una
vez y quiere evitar que se repita la dolorosa experiencia, la hizo contenerse y
decir con tranquilidad.
- Lo sentiría por usted si pudiera creer que eso es cierto.
- Es cierto – exclamó el duque.
- Entonces sugiero que nos digamos adiós y no volvamos a vernos.
- ¿Por qué? ¿Cómo puedes sugerir tal cosa?
- Porque no deseo que usted sufra, y el amor del duque de
Roehampton por Désirée St. Cloud solo puede terminar mal.
- Pero, ¿no comprendes que no te puedo dejar ir ahora? Esto es algo
que nunca me había sucedido. He amado a muchas mujeres … o pensaba que
las amaba, pero siempre han terminado desilusionándome. Voy a ser sincero
contigo, Désirée: hace poco tiempo pedí a una mujer casada que huyera
conmigo. Creí que si podía conquistar su belleza y hacerla mía, me sentiría
satisfecho. Le rogué que huyera conmigo a pesar de que una parte de mi
cerebro me decía que no la amaba y que nunca la amaría. Pero te juro, Désirée
que, desde que te conocí, por primera vez en mi vida esa facultad de crítica que
hay en mí ha guardado silencio.
- Eso se debe a que no hace mucho que nos conocemos. Yo sólo soy
una novedad para usted, no sabe nada de mí. Si continuáramos viéndonos no
tardaría en descubrir que, como las otras, le aburro e iría al Maxim’s en busca de
otra aventura.
- ¡Eso no es verdad! – el duque golpeó la mesa con el puño cerrado.
Esto es algo que no me ha sucedido y por eso no permitiré que escapes de mí,
Désirée.
- Es demasiado tarde. Amo a otro hombre.
El duque apretó los labios y luego dijo:

83
- Escúchame, Désirée, yo conseguiré que me ames.
- ¿Con qué fin? – preguntó Cornelia suspirando.
- Cuando tú me ames como yo te amo, te daré la respuesta.

A partir de ese momento a Cornelia le pareció estar viviendo un sueño.


Durante el día recorría París con su esposo.
Visitaron los lugares históricos, las galerías de arte, los museos, fueron a
las carreras y bostezaron de aburrimiento durante las largas horas que pasaban
antes de que se encontraran por la noche.
Algunas veces, Cornelia sentía deseos de reír cuando veía al duque mirar
disimuladamente su reloj o ahogar un bostezo. A ella también le parecía que las
horas pasaban con increíble lentitud y a veces bostezaba no sólo de
aburrimiento, sino porque se sentía físicamente agotada por la falta de sueño.
Si el duque supiera la verdad, pensaba cuando le veía recorrer los palcos
en las carreras con ojos ansiosos o ponerse en tensión cuando pasaba por los
Campos Elíseos el inconfundible carruaje de Renée.
- Me paso el día esperando verte – le había dicho una vez a Désirée.
Cornelia sabía que era verdad. Porque estaba enamorado buscaba por todas
partes la cara amada.
No se mencionó para nada la salida de París. Cornelia sabía, a medida
que pasaban las semanas, que era imposible para el duque ir a otra parte.
Estaba enamorado como no hubiera creído posible que se enamorara un
hombre de ella o de otra mujer.
Incluso el amor que ella había experimentado antes de que se casara era
un pálido reflejo de la emoción que sentía ahora.
La joven era lo bastante inteligente como para comprender que no podría
controlar al duque si estaban solos y juntos todo el tiempo. Así que procuró que
Renée y Archie los acompañaran con frecuencia en sus salidas nocturnas.
Ella intuía que su propia inocencia era un escudo que frenaba la creciente
pasión del duque. Él tenía demasiada experiencia y estaba muy enamorado
como para querer asustarla o disgustarla. Se había propuesto conseguir que se
enamorara de él y comprendía que fracasaría en la empresa si no la iba
conquistando poco a poco.
Algunas veces Cornelia creía llegar al límite de sus fuerzas.
- Siéntate más lejos de mí – le ordenó él una noche en que volvían de
un restaurante situado en las afueras de París.
Había sido una noche encantadora durante la cual hablaron durante
varias horas sobre numerosos temas.
- ¿Por qué? – preguntó Cornelia arrinconándose en el carruaje.
- Porque te amo – contestó él con vehemencia – porque quisiera soltarte
el pelo y sepultar mi cara en él … porque quiero tenerte en mis brazos y besarte

84
hasta que grites pidiendo piedad y empieces a besarme tú misma.
Cornelia sintió de pronto que le resultaba difícil respirar. La pasión
contenida en su voz la conmovió tanto, que la hizo apretar los puños para
poder controlar la violencia de sus propios sentimientos.
- ¡Te amo, Désirée! – exclamó él. ¿Estás hecha de piedra para que
puedas resistirme tanto tiempo? ¿Quién es ese hombre que te atrae tanto que
puedes seguir siéndole fiel después de todas las noches que hemos pasado
juntos? ¿Qué puede darte él que yo no te haya ofrecido ya? Tuyos son mi
corazón, mi cuerpo y mi alma.
Cornelia tuvo que clavarse las uñas con fuerza en las palmas de las
manos para no extender los brazos hacia él y decirle que ella lo amaba tanto
como él la amaba a ella.
El duque ordenó al cochero que detuviera el carruaje.
- ¿Qué sucede? – preguntó preocupada.
- Mi amor, voy a viajar en el pescante y a dejar que el aire de la noche
me refresque. No puedo resistir más y nunca me perdonaría si te asustara con la
violencia de mi pasión.
Así que Cornelia se quedó sentada sola en el carruaje durante el resto del
recorrido.
Sí, la amaba, estaba segura de eso, pero a su manera. Aunque le hería y
desconcertaba su aparente indiferencia, no estaba sufriendo lo que ella había
sufrido al enterarse de su traición.
De una cosa estaba segura: su amor por Lily Bedlington había quedado
en el olvido. Recibía frecuentes cartas de su tía y comprendía que estaban
escritas para que se las leyera a su esposo.
Y cuando ella lo hacía, había tal indiferencia en la cara del duque, que
estaba segura de que a veces ni siquiera oía.

El duque tenía compromisos en Inglaterra que empezaban a exigir su


vuelta, incluyendo la visita del rey a Cotillion.
Cornelia sintió que se le helaba el corazón. Así que estaba dispuesto a
volver al mundo al que pertenecía, a pesar de sus ardientes declaraciones de
amor, a pesar de lo mucho que juraba a Désirée que era todo para él. Era
evidente que la felicidad que había arrebatado a la vida de forma tan precaria
aquellas últimas semanas era, después de todo, sólo una ilusión.
No era todavía amor verdadero, pensó y debido a que se sentía herida y
resentida, decidió frustrar una noche los planes del duque para ver a Désirée.
Insistió en que la llevara a la ópera y después a cenar a un restaurante aburrido
y respetable. Violet había ido a casa de Renée con una nota.

85
Voy a retenerle fuera hasta tan tarde como sea posible, escribió Cornelia, pero si
llegara a presentarse, dile que Désirée ha salido a cenar con un amigo.

A la noche siguiente recibió al duque con el aire de una mujer ofendida.


Se había puesto un vestido verde que hacía resaltar el color de sus ojos. Renée le
había prestado un collar de esmeraldas, y para molestar al duque, se había
colocado un anillo con un brillante en el dedo anular de su mano izquierda. Él
lo advirtió en cuanto ella entró en el salón donde la estaba esperando.
- ¿Por qué llevas ese anillo? – preguntó celoso. ¿Quién te lo ha dado?
- Preguntas … siempre preguntas – replicó Cornelia. Ni siquiera me
has dado las buenas noches.
- ¿Él te ha dado ese anillo? – preguntó con brusquedad.
- ¿Quién?
- Sabes muy bien a quién me refiero. ¿Cómo puedes jugar así conmigo?
Sabes que me vuelve loco pensar que otro hombre te regale joyas … cuando no
aceptas lo que yo te ofrezco. Algunas veces pienso que te mataré para que nadie
tenga derecho a poseerte, si no puedo hacerlo yo.
- ¿Te haría eso feliz?
- ¿Crees que me hace feliz imaginarte en brazos de otro? ¿Con quién
saliste anoche?
- Eso es asunto mío. Creo que tú sabes que es muy desconsiderado
cancelar una cita en el último momento.
- Lo sé, lo sé … - gimió el duque – pero no puede hacer nada. Tuve que
ir a la ópera … te juro que no pude evitarlo.
Cornelia se encogió de hombros-
- Ca ne fait rien … no importa – dijo. Llegó alguien inesperadamente y
pasé una velada … muy agradable.
Lo dijo con suavidad, sonriendo, como si recordara algo grato y sensual.
Entonces, al ver la cara desencajada del duque comprendió que había ido
demasiado lejos. Él puso las manos en los hombros de ella y la obligó a volverse
hacia él.
- Ese hombre, quienquiera que sea … ¿te besó?
Cornelia se puso rígida al sentir el contacto de sus manos. Sus ojos se
encontraron y ella vio cómo se transformaba la ciega furia del duque. La tomó
en sus brazos y la besó en los labios, al principio de forma brusca … después
con ternura y pasión. La llama del deseo se encendió en ambos, borrando todo,
excepto su creciente deseo.
Cornelia se sintió invadida por un placer y una emoción que nunca había
conocido. Cuando la habitación empezó a girar a su alrededor hizo un esfuerzo
supremo y, con un leve grito, logró librarse de los brazos del duque y correr
hacia la puerta.
Una vez en su habitación, tuvo que sentarse para intentar calmarse un
poco. Se miró al espejo. Tenía los labios entreabiertos y los ojos oscurecidos de

86
pasión. Escondió la cara entre las manos. ¿Cómo podría resistirlo más tiempo?
Unos cuantos minutos después, un criado de Renée le llevó una nota en
una bandeja de plata.

Por lo que más quieras, perdóname, leyó. Perdí la cabeza, de otra manera, nunca
habría roto la promesa que te hice de no besarte, hasta que tú me dijeras que podía
hacerlo. Si te he turbado y herido, lo siento mucho. Por favor, vuelve y vayamos a cenar
juntos. Si te niegas a verme ahora, creo que me volveré loco.

Cornelia leyó la nota dos veces. Por fin, haciendo un esfuerzo para
controlar su voz, dijo al criado que esperaba:
- Diga a su Señoría que me reuniré con él en diez minutos.
Se obligó a sentarse en el tocador para retocar su maquillaje.
A los diez minutos volvió al salón. Entró sin hacer ruido. El duque estaba
de pie junto a la chimenea, con un brazo apoyado en la repisa de mármol. No la
oyó entrar y la expresión de desolación que había en su cara la impresionó por
su intensidad.

Capítulo 12

- Tu madre me escribe diciendo que debemos volver el próximo


sábado – dijo Cornelia, levantando la mirada hacia el duque, que estaba
abriendo su propia correspondencia.
- Yo también tengo una carta de mi madre – dijo él. Dice que están
decorando el sendero de entrada a Cotillion … algo completamente innecesario.
Arrojó las cartas sobre la mesa con gesto arrogante y malhumorado. Se
puso de pie y cruzó la habitación.
- Si vamos a llegar el sábado, tendremos que salir el jueves … eso es
pasado mañana – dijo él. ¿Crees que debemos volver? Estamos muy bien aquí.
- La caza de perdices se inicia el próximo lunes – contestó Cornelia – y
creo que has invitado a muchas personas a ella.
- Sí, sí, es verdad. Se me había olvidado.
Cornelia pensó en lo difícil que le había parecido un mes antes ser la
anfitriona de Cotillion. Pero ahora todo era diferente, tan diferente que algunas
veces le parecía imposible que el duque no hubiera notado que ya no era la
chiquilla tímida y desolada que había llegado con él a París.
Conocía ahora a su esposo tan bien, que sabía cuándo estaba pensando
en Désirée, y le veía sufrir tanto por su ausencia que en ocasiones le resultaba
87
difícil no decirle la verdad. Pero algo en su interior la contenía. No había
olvidado la razón por la que se había casado con ella, ni la agonía que había
sufrido al enterarse de la verdad.
Cornelia dejó la carta de Emily y abrió otra.
- Aquí viene una larga carta de tía Lily – dijo en voz alta. ¿Quieres que
te la lea?
- No, gracias – contestó él con indiferencia.
Cornelia sonrió y no dijo nada. Después de un momento el duque habló:
- Espero que me perdones, pero esta noche no puedo cenar contigo.
Tengo que ver a unos amigos por … razones de negocios.
Cornelia casi se echó a reír. La noche anterior Renée los había invitado a
cenar con ella y el gran duque. Éste llegaría aquel mismo día a París y Renée les
había dicho que quería conocerlos.
- Iván os va a gustar – había dicho ella. Es una persona muy original.
Casi siempre la noche de su llegada a París la pasamos solos, así que es un gran
cumplido que desee incluiros en nuestra reunión.
- Estoy ansiosa por conocer al gran duque – dijo Désirée. Estoy segura
de que es un hombre muy … excitante.
- Lo es – asintió Renée – y mañana si venís a cenar, le conoceréis en
circunstancias excitantes también. Siempre que vuelve se le ocurre algo
fantástico o exótico para divertirme. Un año hizo que todo el ballet ruso fuera a
su castillo del bosque y bailara en el jardín, entre los árboles, sólo para nosotros.
- ¡Oh, qué fabuloso! – exclamó la joven.
- Fue muy hermoso – sonrió Renée. En otra ocasión transformó todo el
lugar para hacer que pareciera Rusia en invierno. Hubo nieve artificial, trineos
tirados por renos y músicos y bailarines rusos.
- ¡Yo quiero ir mañana por la noche! – exclamó Désirée, uniendo las
manos excitada. Me llevarás, ¿verdad?
Levantó sus ojos verdes hacia el duque, con los labios entreabiertos. Vio
el titubeo en la cara de él y suplicó de nuevo.
- Por favor, di que sí. ¿Te das cuenta de que nunca hemos cenado
juntos en una casa? No es lo mismo que hacerlo en un restaurante.
Impulsivamente, el duque aceptó.
- Está bien, vendré – prometió.
- Iván enviará un carruaje a recogeros. Nos encontraremos aquí a las 8.
- De acuerdo – dijo el duque.
Cornelia se había preguntado cómo explicaría su ausencia. Ahora arqueó
las cejas y preguntó:
- ¿No puedo acompañarte?
- No, no – contestó el duque. Sólo asistirán hombres y hablaremos de
cosas que no entenderías.
- Comprendo. Cenaré sola, entonces, y me acostaré temprano. Es
extraño, porque yo pensaba que en París lo normal era trasnochar y yo me estoy

88
acostando aquí más temprano que nunca.
El duque parecía turbado.
- Creía que la vida nocturna de París no te interesaba.
- No puedo saber si me interesa o no, si no tengo la oportunidad de
conocerla – contestó con frialdad. De cualquier modo, pronto volveremos a
casa.
Vio la expresión de él cuando cruzó la sala en dirección al dormitorio,
pero se negó a sentir compasión. Amaba a Désirée, de eso no había la menor
duda, pero, ¿la amaba lo suficiente como para hacer sacrificios por su amor? ¿y
si cuando volvía a Londres la olvidaba con la misma facilidad con que había
olvidado a Lily y a las otras mujeres que habían significado algo en su vida?
Renée le preguntó a Cornelia algo similar mientras se estaba vistiendo
aquella noche para la cena.
- Si vuelves a Inglaterra el jueves, ¿qué pasará cuando el duque ya no
pueda ver a Désirée?
- Eso es lo que quiero averiguar – contestó Cornelia.
- El duque te ama – observó Renée con suavidad.
- Ha amado a muchas mujeres antes – replicó Cornelia.
- Pero, a menos que sea muy mala jueza de los hombres, esta vez es
realmente diferente para Drogo.
- ¿Crees que es verdad? – preguntó Cornelia emocionada.
- Estoy segura de ello. Debes recordar, Désirée, que ha sido
terriblemente mimado. Es demasiado apuesto y rico. Es natural que muchas
pobres mujeres tontas se hayan dejado romper el corazón por él.
- Yo entre ellas – dijo Cornelia.
- La muchacha que se casó con él entre ellas – corrigió Renée. En lo que
a Désirée se refiere, los papeles están invertidos. Drogo te ama ahora tanto o
más de lo que le amas tú.
- Tengo que estar segura de ello – dijo Cornelia con obstinación.
- ¿Y si no puede convencerte?
- Entonces no volverá a ver nunca a Désirée.
- ¿Lo dices en serio? – preguntó Renée. ¿Serías capaz de dejar a Désirée
en París para siempre?
- Lo digo en serio – contestó Cornelia. Oh, Renée, yo sé que tú me
consideras dura y cruel, pero es porque le amo tanto que no podría soportar
sufrir de nuevo lo que sufrí al enterarme de su traición, y si un día se cansa de
mí y me olvida, me moriré, porque no podría vivir sin él.
- Sé que eso no sucederá. Presiento que vas a encontrar la felicidad con
Drogo. Te ama, le amas y como estáis casados seréis felices.
- ¡Eso espero! ¡Eso espero! – exclamó Cornelia con voz emocionada.
Hizo sonar la campanita y Violet entró a toda prisa para ayudarla a cambiarse.
Ella había salido del Ritz antes que Violet. Dejó que ésta explicara al duque que
su señora se había ido al peluquero y volvería después de que él se hubiera

89
marchado a su cena de negocios.
- ¿Ha salido todo bien? – preguntó a la doncella.
- Sí, milady.
- Entonces, date prisa, porque no tenemos mucho tiempo.
- ¿Qué vestido se pondrá milady esta noche?
Violet abrió el armario y Cornelia vio la larga hilera de vestidos que
Worth había diseñado para ella. Había varios vestidos que no se había puesto
todavía. Por fin, señaló el vestido que se había puesto la primera noche que fue
al Maxim’s.
- Me pondré ese vestido – dijo – y cuando me vaya, mete todos los
demás en los baúles nuevos que envié aquí la semana pasada.
- ¿Todos, milady?
- Todos, Violet. No volveremos aquí después de esta noche.
Violet adornó su pelo con broches de diamantes, que brillaban como
estrellas.
Eran las únicas joyas que Cornelia había decidido usar esa noche.
El vestido, hecho originalmente para Renée, tenía un escote bajo y
atrevido. Sin embargo, la intrínseca inocencia de Cornelia le daba un aire de
virginal belleza, de tal modo que cuando entró en el salón, con los ojos
brillantes y una sonrisa en los labios, el duque pensó que era todavía más bella
que Afrodita.
- ¿Estáis listos? – preguntó Renée desde la puerta. No la habían oído
entrar porque estaban de pie mirándose, sin hablar, unidos por un deseo que
los atraía como un imán y los hacía vibrar.
- Estamos listos – contestó el duque.
- Entonces debemos irnos – dijo Renée. A Iván no le gusta esperar. Y yo
estoy ansiosa de estar de nuevo a su lado.
- Lo entiendo – dijo Cornelia con suavidad.
- Necesitarás algo con qué cubrirte en el carruaje – dijo Renée – así que
te he traído una estola.
Era una especie de lamé plateado forrada de marta cibelina. El duque la
cogió de las manos de Renée y la puso sobre los hombros de Cornelia.
- Te amo – murmuró al hacerlo y cuando ella sintió que los labios de él
tocaban su oreja se alegró de no haberse puesto pendientes.
Cuando Cornelia vio los soberbios caballos que tiraban del carruaje
pensó que no podía por menos que llevarse bien con un hombre que tenía tan
buen gusto para elegir caballos. Su suposición fue correcta, porque cuando vio
al gran duque comprendió que era realmente encantador.
El castillo del bosque era imponente. Cuando entraron en el vestíbulo de
mármol, el gran duque salió a su encuentro.
Se dirigió a Renée, tomó sus manos en las suyas y besó sus palmas con
ternura. Y, cuando ella se levantó de la profunda reverencia que le había hecho,
se inclinó para besarla en la boca.

90
- Te he echado mucho de menos, mi amor – dijo en francés, con voz
profunda y sincera.
Luego se volvió hacia Cornelia. Ella también le hizo una reverencia.
Renée procedió a las presentaciones y el duque inclinó levemente la cabeza.
- Ya nos conocíamos, Roehampton – dijo el gran duque – y debo
confesarle que me siento encantado de que sea usted mi invitado esta noche.
Una vez concluidas las formalidades, se volvió hacia Renée y dijo con
una nota de excitación en la voz.
- ¡Tengo una sorpresa para ti … ven!
La condujo a través de la casa y salieron a un balcón. Allí, tanto Renée
como Cornelia lanzaron exclamaciones de deleite porque en el lugar donde
antes estaba el jardín, ahora había un lago. Todo había sido inundado y una
góndola esperaba al pie de una escalinata de piedra para llevarlos a través del
agua hacia un islote donde había sido construido un velador en el que estaba
preparada la mesa para cenar.
Todo era tan inesperado y bello, que Cornelia no supo que decir.
- Gracias, mi amor – dijo Renée en francés al gran duque.
- ¿Te gusta? Eso es lo que yo esperaba.
- Me encanta – repuso ella con sencillez, pero el gran duque pareció
comprender la emoción que la embargaba.
- Nunca imaginé que algo pudiera ser tan encantador – comentó
Cornelia, dirigiéndose al duque.
- Yo tampoco había visto nunca nada tan hermoso – contestó él, pero
tenía los ojos clavados en la cara de ella.
Criados vestidos con trajes venecianos los ayudaron a subir a la góndola.
Al alejarse del castillo, Cornelia volvió la vista y vio que también había
sido decorado al estilo de un palacio veneciano.
- Si Venecia es así ¡me encantaría conocerla! – exclamó mientras se
alejaban en la góndola.
- Un día te llevaré allí – dijo el duque.
Ella movió la cabeza de un lado a otro con expresión triste, pero él repitió
la promesa con determinación.
- Te llevaré en mayo que es el mes de los enamorados.
Cornelia volvió la cabeza para otro lado y trató de aparentar severidad,
pero esta noche no podía enfadarse con él.
La cena fue servida en una larga mesa cubierta con un mantel dorado,
iluminada con grandes velas rojas colocadas en candelabros de oro. Cuando se
hizo de noche, aparecieron luces por todas partes: en las góndolas que iban de
un lado a otro del lago, en los árboles de la orilla y flotando en el agua, entre los
lirios.
La cena fue deliciosa y la conversación alegre y amena. El gran duque era
un hombre muy ingenioso, pero Renée no se quedaba atrás.
Cuando la cena terminó, los criados dejaron el vino en la mesa y se

91
retiraron. Una orquesta empezó a tocar melodías alegres y excitantes,
destacando las guitarras y los violines … ¡era música gitana! Cornelia sintió
deseos de bailar, de mover todo su cuerpo en armonía con aquel sonido que
parecía vibrar a través de ella.
El duque retiró su silla, la hizo ponerse de pie y la condujo hacia la orilla
del lago. Ahí, lejos de la luz de las velas, Cornelia sólo podía ver la cara de él.
- Todo esto es maravilloso – comentó ella con un leve suspiro.
- Como tú, mi amor.
- Piensas eso porque esta noche todo parece tener un toque mágico.
- Hace mucho tiempo que lo pienso – contestó él.
Algo en la voz de él la hizo sentir un temor instintivo. Volvió la mirada
hacia la mesa. El gran duque y Renée ya no estaban allí. Ellos también se habían
desvanecido en las sombras.
- Sí, estamos solos – dijo el duque, como si hubiera leído sus
pensamientos. ¿Tienes miedo de mí?
- No, no realmente de ti – contestó Cornelia. Es sólo la música … la
oscuridad y … y sí … y tú.
- Mi pequeño amor, ¿por qué luchas conmigo? – preguntó el duque.
Tú me amas … yo sé que me amas. Lo he visto en tus ojos, lo he sentido en tus
labios. Me amas y, sin embargo, te niegas a admitirlo. Continúas luchando
contra algo que es más grande que nosotros dos.
- ¿Y si dejara de luchar? – preguntó Cornelia.
Apenas si se atrevió a murmurar las palabras. En ese momento la música
se hizo más intensa, más salvaje, más apasionada. Ella se dio cuenta que no
podía seguir resistiendo el ritmo de su propio corazón que latía con la misma
apasionada intensidad que la música gitana.
Amaba a aquel hombre, le amaba con todas las fibras de su ser y cuando
la acercó a él y la condujo hacia el edificio que estaba detrás de ellos, no tuvo
fuerzas suficientes para oponerse a nada.
Él descorrió las cortinas de seda y pasaron de la terraza a una habitación
tenuemente iluminada.
Cornelia reconoció el perfume exótico y sensual de los nardos, antes de
olvidar todo porque los brazos del duque la habían rodeado y sus labios
estaban sobre los de ella.
Fuera, la música gitana había subido en crescendo. Rompió los últimos
residuos de resistencia de Cornelia, su último esfuerzo por permanecer fría e
indiferente. Entregó su boca a la del duque y se dejó envolver por sus brazos.
- ¡Dios mío, cómo te amo, mi vida!
Bajó la mirada hacia ella. Tenía la cabeza apoyada contra el hombro de él,
los ojos entornados y los labios entreabiertos. Con mucha gentileza le soltó el
pelo.
- No, no … - protestó ella.
Era demasiado tarde. Su pelo cayó como una cascada sobre sus hombros

92
y cubrió parte de sus mejillas.
- ¡Te he imaginado tantas veces así! Te adoro. Tú eres todo para mí …
mi vida entera.
La miró con ojos encendidos de pasión y murmuró:
- ¡Qué hermosa eres … cuánto te deseo!
Antes de que la joven pudiera decir nada, sus labios se apoderaron de los
de ella, feroces, posesivos. Por primera vez Cornelia sintió miedo. Levantó las
manos para empujarle pero la fuerza de él era muy superior a la suya. Sus
dedos se clavaban en sus brazos.
Sintió que se hundía en una extraña y aterradora oscuridad de la que no
podría escapar. Abrió la boca en busca de aire … sólo el pánico impedía que se
hundiera en la inconsciencia.
- Por favor, Drogo, por favor, me estás haciendo daño y tengo mucho
miedo.
Era el grito de una niña, y le conmovió como ninguna otra cosa hubiera
podido hacerlo. La soltó; lo hizo tan repentinamente que ella habría caído al
suelo si el diván no hubiera estado detrás de ella. Se sentó y le miró con
lágrimas en los ojos. Levantó los dedos y tocó sus labios hinchados.
- Perdóname … - murmuró el duque con tono tierno y humilde.
Perdóname – repitió – pero no puedo estar contigo a solas y conservar la
cordura. Hace mucho tiempo que te deseo. Te amo tanto, que todo mi cuerpo
me duele por el deseo insatisfecho que tengo de ti.
Extendió sus manos hacia ella.
- Dime que me perdonas – suplicó. No volveré a hacerte daño.
Ella extendió las manos hacia él, y él se las llevó a los labios.
- Debes comprender que te amo con todo mi corazón – dijo con
suavidad. Y no te amo sólo como mujer, aunque te deseo y me vuelves loco con
tu belleza. Es un éxtasis indescriptible sentir tus labios, saberte en mis brazos,
pero te amo mucho más allá de eso, Désirée. Amo tu mente, las cosas que dices,
la forma que tienes de mirarme, tu manera de reír y la forma en que te mueves.
Tienes una figura que enloquecería a cualquier hombre, a menos que fuera
hecho de mármol. Amo con locura la forma en que levantas la barbilla cuando
te enfadas y el pequeño pulso que late en tu garganta cuando estás excitada.
Estás excitada ahora, mi amor. ¿Se debe a que te he besado?
Su encanto era irresistible. Cornelia sintió que su corazón daba un vuelco
al oírlo. La voz de ella temblaba al decir:
- Tú sabes que me excitas.
- ¿Y me amas?
- Sabes que sí.
- ¡Dímelo! Quiero que me lo digas.
- Te amo.
- Mi amor, mi fascinante Désirée. ¿Ya no tienes miedo de mí?
- ¡No! Es decir, sólo un poco, porque …

93
- ¡Dímelo!
- Porque me haces sentir diferente, alocada y perversa … ¡Oh! ¿Cómo
puedo expresarlo con palabras?
- Mi amor, si supieras la felicidad que me produce hacerte sentir
alocada y perversa. ¿Es cuando te toco? No sabía que la piel de una mujer podía
ser tan suave … como una magnolia. ¿Te ha dicho alguien eso antes?
- Sí, una vez.
- ¡Dios mío! ¿Un hombre?
- No … no. Una mujer, dijo que mi piel tenía la textura de una
magnolia.
- ¡Nadie debe tocarte nunca más que yo! ¡Nadie! ¿Me oyes?
- ¡Me estás haciendo daño!
- Mi amor, no quería ser cruel … es que te amo tanto, ¡y tú eres mía!
- Me gusta ser tuya, pero olvidas lo fuerte que eres.
- Perdóname, eres tan pequeña, tan débil, y sin embargo, mi vida
entera está en tus manos.
- ¿Sólo esta noche?
- Siempre, toda la eternidad. ¡Somos uno solo!
- No lo creo.
- Mi ángel, ¿por qué escondes la cara? Mírame. ¡Mírame! ¡Querida tus
ojos me dicen cosas maravillosas! Que me amas, y que me deseas.
- ¡No!
- ¡Sí … sí! ¿No te hago sentir alocada y perversa?
- ¡Sí … oh … sí!
Los labios de él oprimieron los de ella. Entonces Cornelia echó la cabeza
hacia atrás.
- Tal vez eso esté mal – exclamó ella con desesperación. ¿Es malo que
nos amemos así?
Por un momento, el duque no contestó. Cornelia vio el dolor reflejado en
sus ojos.
- Te juro ante Dios – dijo en voz baja – que no puedo creer que algo tan
hermoso pueda ser malo. Hay gente que lo consideraría así, pero te juro,
Désirée, que no creo que moralmente estemos haciendo daño a nadie con
nuestro amor. Es el criterio que debemos usar para juzgarlo. Legalmente, tal vez
sea otra cosa, moralmente no. Moralmente soy libre … libre de decirte que te
quiero.
Se puso de pie y se la quedó mirando. Ella echó la cabeza hacia atrás. Sus
blancos hombros contrastaban con la oscuridad de su pelo y el vivo color
escarlata de su vestido.
- Hemos ido demasiado lejos para detenernos ahora – dijo el duque con
voz ronca. Te amo y sé que en el fondo de tu corazón me amas también. Sin
importar lo que haya sucedido en el pasado, sé que tú y yo estamos hechos el
uno para el otro. Lo supe la primera vez que te vi. Pero si todavía tienes miedo,

94
si estoy equivocado y tu amor por mí no es tan grande como el mío, no podré
soportar esta situación más tiempo. Me marcharé y te dejaré, aunque creo que
ambos lo sentiremos toda la vida.
- ¿Te irías? – preguntó Cornelia en un leve murmullo.
- Me iré si tú lo deseas – contestó él – pero si de verdad me amas, me
pedirás que me quede.
Retrocedió un paso al decir eso e instintivamente ella se puso de pie.
- Te doy a elegir, mi amor – continuó él. No te tengo en mis brazos, ni
voy a tocar con mis labios ese pequeño pulso que palpita en tu cuello en este
momento. Pero tendrás que elegir. ¿Me quedo o me voy?
Cornelia tenía un nudo en la garganta.
- Te he dicho con frecuencia que te amo – estaba diciendo el duque –
con todo mi corazón y mi alma, pero eso no es suficiente. Te adoro con mi
cuerpo, también. Y es como mi mujer como te reclamo ahora … mi mujer.
Désirée, si tú me dices que me quede.
Cornelia seguía sin hablar. Después de todo, no había necesidad de
palabras. Sus ojos brillaban como estrellas cuando extendió los brazos hacia él.

Capítulo 13

La música tocaba ahora con suavidad. La melodía no era más fuerte que
el rumor del agua o el viento que soplaba entre los árboles. Con mucha
suavidad, para no despertar al hombre que dormía a su lado, Cornelia se
levantó en silencio, recogió su ropa y se la puso. Recordó algo que Renée había
dicho.
- Iván piensa en todo. Siempre hay un carruaje esperando en la puerta,
por si un invitado quiere irse temprano.
Retiró los cortinajes que ocultaban la entrada y vio que estaba casi
amaneciendo. No se detuvo a buscar los broches de diamantes que habían caído
en el diván. Salió de allí preguntándose cómo podría volver al castillo.
Un criado surgió de entre las sombras. Sin decir nada, le ofreció una capa
de terciopelo azul.
El criado hizo una seña en silencio y ella vio que junto a la terraza estaba
esperando una góndola. El hombre la ayudó a subir a ella y fue conducida al
castillo, donde esperaban otros criados para llevarla, alumbrando el camino con
linternas de mano, al lugar en el que esperaba el carruaje.
Un lacayo la ayudó a subir y cubrió sus piernas con una manta de piel.
Cornelia titubeó un poco. ¿Debía ir al apartamento de Renée o volver
directamente al Ritz? Se inclinó hacia delante para hablar; pero cuando las
95
palabras salieron de sus labios, dieron una orden muy diferente a la que había
pensado.
- A la Madeleine – dijo.
La puerta fue cerrada y el carruaje se puso en movimiento, a gran
velocidad. Cornelia se recostó en el mullido respaldo y cerró los ojos. Tenía
sueño, pero su cerebro estaba alerta, despejado.
Permaneció sentada, inmóvil, hasta que los caballos se detuvieron frente
a la alta escalinata que conducía a la entrada de la iglesia de Santa María
Magdalena. La puerta del carruaje fue abierta.
- Espéreme aquí – ordenó Cornelia y subió la escalinata lentamente.
Entró en la iglesia. Su interior estaba oscuro y silencioso. Por un momento se
quedó de pie, mirando a su alrededor. Entonces se volvió hacia la derecha y
encontró la capilla que buscaba.
Nunca había estado dentro de la Madeleine, pero ahora que estaba allí, le
parecía un lugar familiar. ¿Acaso la condesa de Quayle no había amado aquella
iglesia más que ninguna de París … y no se la había descrito una y otra vez?
- Toda mi vida he llevado mis penas y mis alegrías a la Madeleine – solía
decir a Cornelia.
Le había contado cómo, siendo muy joven, había ido a rezar año tras año
a la capilla que había a la derecha del órgano para que su matrimonio fuera
bendecido, y cómo sus oraciones le habían sido contestadas a través de un
marido maravilloso y de unos hijos estupendos.
La capilla estaba oscuras, pero las velas encendidas en el altar
iluminaban las figuras de piedra que había sobre él. Representaban, como
Cornelia sabía muy bien, el matrimonio de la Santísima Virgen. Por un
momento se quedó mirando las maravillosas esculturas de Pradier; después
cayó de rodillas y rezó con fervor pidiendo a Dios que bendijera su matrimonio
también.
Poco después volvió el carruaje y ordenó al cochero que la llevaba al
Ritz. Una vez allí, pasó delante del portero nocturno y subió a toda prisa la
escalera en dirección a su habitación.
Cuando Violet fue a despertar a Cornelia a las diez de la mañana, la
encontró sentada ante su escritorio. A su alrededor había numerosas hojas de
papel arrugado en las que sólo había conseguido escribir unas cuantas palabras.
- ¡Está usted despierta, milady! – exclamó la doncella innecesariamente.
Esperaba encontrarla dormida. ¿Desea que le pida el desayuno?
- Sólo quiero fruta y café, por favor.
- Muy bien, milady.
Violet salió en busca del camarero. Cornelia continuó sentada,
escribiendo y cuando le llevaron el desayuno, se olvidó por completo de él.
Violet volvió al mediodía, encontró el café frío y la fruta intacta, pero Cornelia
había conseguido escribir lo que deseaba por fin.
- ¿Trajiste anoche los baúles de la casa de madame de Valmé? – preguntó

96
a la doncella sin mirarla.
- Sí, milady. ¿No vamos a volver ahí?
- No, Violet.
La cara de Violet denotaba curiosidad, pero Cornelia no dijo más y se
levantó del escritorio. En ese momento llamaron a la puerta exterior. Violet fue
a contestar y Cornelia la oyó lanzar una exclamación de sorpresa. Renée entró
en la habitación. Llevaba la cara tapada con un velo, que retiró nada más entrar
haciendo un leve mohín con los labios.
- ¡Fiúu! Hace calor y siempre he odiado los velos – exclamó. Pero no
podía destruir tu reputación permitiendo que alguien en el hotel supiese que la
famosa madame de Valmé ha venido a visitarte.
- ¡Qué encantadora sorpresa!
Cornelia extendió las manos y besó a Renée con afecto.
- He venido porque estoy preocupada, querida mía – le dijo.
Violet se retiró discretamente y ellas se quedaron solas.
- Dime qué pasa – suplicó Cornelia
- Ante todo, estaba preocupada por ti. Ahora veo que no era necesario –
añadió con una sonrisa – estás preciosa esta mañana.
Cornelia extendió la mano para tomar la de Renée.
- Soy muy, muy feliz – dijo. Aunque … me pregunto cuánto durará esta
felicidad.
- He venido a verte precisamente porque el duque ha estado ya en mi
apartamento, preguntando por ti.
- ¿Tan temprano? – exclamó Cornelia.
- Sí, llegó a las siete, según me dijeron los criados. Le explicaron que la
señorita Désirée no estaba. Supongo que vino aquí, se cambió y volvió a la casa
a las nueve y media. Pero entonces yo ya había llegado y ordené a los criados
decirle que no sabían nada, hasta que yo misma pudiera hablar con él. Lo tuve
esperando hasta cerca de las once y entonces le vi. Désirée, está desesperado …
¿qué vamos a hacer con él?
- ¿Crees que me ama? – preguntó Cornelia.
- Lo sé – contestó Renée. Es un hombre de sentimientos muy profundos y
tú, pequeña mía, los has inspirado en él.
- Pero, ¿es suficiente? – preguntó Cornelia. Se puso de pie al decir eso, y
se dirigió hacia al escritorio. Me he pasado toda la mañana tratando de
escribirle una carta.
Se quedó de pie un momento con el sobre en la mano. Luego lo abrió y
sacó la carta.
- Como deseo que le entregues esto – dijo – y has sido tan buena amiga
para los dos, será mejor que la leas.
Renée cogió la carta. Era muy breve y estaba escrita en francés.

Te amo con todo mi corazón, había escrito Cornelia, pero me he

97
marchado de París y no podrás encontrarme. Si no volvemos a vernos nunca,
recuerda que siempre te amaré.

Los ojos de Renée se llenaron de lágrimas.


- ¡Dios mío! – exclamó. ¿No estás corriendo un riesgo muy grande?
- ¡Quiero todo … o nada!
- ¿Y si fracaso – contestó Cornelia – Désiree no volverá a existir?
- ¿Y nunca le dirás la verdad?
- Nunca.
- Eres más valiente y más fuerte de lo que yo pensaba. He llegado a
quererte mucho y rezaré porque las cosas te salgan bien – dijo, poniéndose de
pie.
Cornelia se acercó a ella, la abrazó y la besó.
- Sin importar lo que suceda, siempre serás mi amiga. Pero será difícil
que volvamos a vernos, a menos que el amor demuestre ser más importante
que la posición, más importante que el orgullo.
- Rezaré por vosotros dos.
Renée se metió la carta en el bolso, besó de nuevo a Cornelia, volvió a
colocarse el velo sobre la cara y salió del dormitorio.
Entonces Cornelia se quitó la bata, se metió en la cama y se quedó
dormida.
Le pareció que acababa de dormirse, cuando Violet la despertó:
- ¿Qué pasa? – preguntó aún somnolienta.
- Su Señoría quiere verla inmediatamente.
Cornelia se sentó en la cama, ya despierta por completo.
- Él no debe entrar aquí – murmuró Cornelia con rapidez.
- No lo va a hacer. Ha dicho que debía usted vestirse inmediatamente, y
que la esperaría en la salita.
Cornelia no preguntó más. Se levantó de la cama y, ayudada por Violet,
se bañó y se vistió con tanta rapidez como le fue posible.
Por fin salió a la salita con las gafas oscuras puestas.
- Buenas tardes – saludó con tono formal. Siento mucho no haberme
sentido lo bastante bien como para bajar a comer.
- ¿A comer? – exclamó el duque como si nunca hubiera oído hablar de tal
cosa.
- ¿No has comido? – preguntó Cornelia.
- No … creo que no – contestó – pero eso no importa.
Parecía demacrado y agitado. Su cara tenía una expresión que Cornelia
nunca había visto y que no acertaba a comprender.
- Quería verte ahora mismo, porque debemos irnos inmediatamente a
Inglaterra.
- ¿Hoy? – exclamó Cornelia. ¿No íbamos a marcharnos mañana?
- Sí – contestó el duque – pero debemos cambiar nuestros planes. Es

98
necesario que nos vayamos hoy.
- ¿Por qué?
- Siento no poder decirte ahora mis razones. Sólo te pido que me creas
cuando te aseguro que es urgente que volvamos hoy.
- ¿Has recibido una carta … un telegrama … está enferma tu madre?
- No es nada de eso – contestó el duque con impaciencia. Es un asunto
privado. Permíteme que te lo explique con calma, cuando sea el momento
oportuno. He pedido a Hutton que tenga mi equipaje listo abajo dentro de
media hora. Ordena lo mismo a tu doncella y si necesitas ayuda pediremos que
vengan doncellas del hotel.
- Muy bien. Se hará como tú dices.
Cornelia se dirigió hacia su habitación para decir a Violet lo que esperaba
de ella. En lugar de volver a la salita, se quedó sentada en el sofá de su
habitación. Sentía que le era imposible estar cerca del duque. El solo verlo hacía
que su corazón latiera con más fuerza.
Hubiera querido acercar su cara demacrada a la de ella, borrar con
caricias sus arrugas de preocupación, murmurar a su oído la verdad.
Comprendía lo que estaba sufriendo y sabía el impacto que debía haber
causado en él recibir su carta.
¡Dios Santo, cuánto le amaba! Era difícil dejarlo sufrir, pero sólo a través
de ese sufrimiento podrían encontrar el camino hacia la verdadera felicidad.
Con férrea determinación, resistió la tentación de poner fin al sufrimiento del
hombre amado.
Escondió la cara entre las manos. ¿Y si él fallaba la prueba a la que lo
estaba sometiendo? ¿Si su amor por ella no era suficientemente grande?
¿Tendría la fuerza suficiente para rechazar el amor del duque, porque no
correspondía al elevado ideal que ella se había fijado?
- Debo ser fuerte … ¡tengo que serlo! – exclamó Cornelia en voz alta.
- ¿Decía usted algo, milady? – preguntó Violet desde el otro extremo de
la habitación.
- Estaba hablando sola, Violet.
- Ya estoy lista, milady – dijo la doncella cerrando la hebilla de la correa
de su baúl.
- Avisa a su Señoría de que ya podemos salir.

El viaje de regreso a Inglaterra fue largo, pesado y lleno de


incomodidades, por la premura con que se había planeado.
Sumido en su angustia personal, el duque parecía indiferente a todo. Lo
único que parecía importarle era llegar lo antes posible.
Cornelia se refugió en sus bellos recuerdos como Désirée, y eso le
permitió soportar el cansancio y las molestias.

99
- Si alguna vez me dejas de amar – le había dicho el duque en cierta
ocasión – haré una cuerda con tu pelo y te estrangularé con ella.
- ¿Y qué pasaría si fueras tú quien dejara de amarme? – había preguntado
Désirée.
- ¡Jamás amaré a nadie más que a ti!
- ¿Y si en algún momento yo te desilusionara?
- ¿Tú, mi amor? ¡Qué poco entiendes lo que siento por ti! ¡Tú eres mi
único, mi verdadero amor!

Llegaron a Inglaterra bajo una lluvia intensa, después de una tormentosa


navegación a través del canal.
Cornelia no pudo evitar sentir pena por el duque, ya que hasta los
elementos parecían estar en su contra. Empezaba a sentirse exhausta cuando
llegaron a Londres. Lo más sensato hubiera sido pasar la noche en la casa
Roehampton, pero el duque descubrió que aunque era ya muy tarde, había un
tren que salía de Londres después de la medianoche, y pasaba por la estación
cercana a Cotillion.
Indiferente a las elocuentes caras de Hutton y Violet, que habían sufrido
en silencio todas las incomodidades del viaje, y el evidente cansancio físico de
Cornelia, el duque insistió en que cogieran ese tren.
¿Era aquel hombre, el mismo que había besado sus senos apenas dos
noches antes con tan apasionada ternura?
- ¡Eres todavía una niña, y debo protegerte! – le había dicho entonces.
¡Eres muy inocente y debo enseñarte todo! ¡Has tratado de hacerme creer que
eras una mujer, cuando eres apenas una criatura!
- Te engañé la primera noche en el Maxim’s.
- No, desde el momento en que te miré a los ojos descubrí en ellos la
verdad de tu inocencia. Había en ellos algo más … ¡Tenías miedo porque yo era
un hombre y te preguntabas qué podría hacerte! El rubor teñía tus mejillas. Oh,
mi pequeña tontuela, ¿crees que una mujer como la que tú pretendías ser podía
tener tu aspecto?
- ¡Te estás … riendo de mí!
- Sólo porque soy delirantemente feliz. ¿No comprendes el terror que
tenía de perderte? ¡Pero ahora, ahora eres mía!

El tren que los llevó de Londres a Cotillion llegó con retraso. Era cerca de
la una de la mañana cuando se bajaron de él. El duque había enviado un
telegrama desde la estación de Londres, de modo que un carruaje los estaba
esperando a su llegada.
Cornelia nunca había imaginado que la enorme casa llegara a parecerle
un verdadero hogar. Estaba tan cansada que le pareció que la simple

100
familiaridad del lugar era como un par de brazos amorosos que la esperaban.
Sin molestarse siquiera en dar las buenas noches al duque, se dejó conducir a su
dormitorio y poco después se encontraba profundamente dormida.
Durmió el sueño profundo del agotamiento físico. Estaba tan cansada
que ni siquiera notó que la amplia habitación que siempre habían ocupado las
duquesas de Roehampton, había sido preparada para ella.
Ahora, a la luz del nuevo día, pudo admirar la suntuosa decoración, azul
y plata, de la que sería a partir de ese momento su propia habitación, la
principal de Cotillion.
Cornelia sonrió con somnolienta felicidad. De pronto, despertó por
completo y la invadió de nuevo un gran temor. ¿Qué pasaría si ahora que
habían vuelto a Cotillion Désirée caía en el olvido?
Pensó en la enorme mansión y comprendió que era el ambiente perfecto
para el duque y todo lo que él representaba: su ducado, su posición hereditaria
en la corte, su responsabilidad como gran terrateniente.
Cuando había pedido a su tía Lily que se fugara con él, la situación para
el duque era muy distinta a la de ahora. Entonces el mundo habría culpado a
Lily, no a él. El escándalo habría sido motivado única y exclusivamente por la
ruptura del matrimonio de ella. El duque habría sido perdonado porque era
soltero.
Pero ahora, si pretendía divorciarse de ella, como Cornelia esperaba, las
cosas serían totalmente diferentes. Él caería en desgracia. Eso supondría el fin
de las famosas visitas reales a Cotillion; no tendría derecho a entrar en el palco
real de Ascot, ni se le permitiría aparecer en la corte.
“Tiene tantas cosas … ¿no será demasiado pedir que renuncie a ellas?”.
Violet había llegado a despertarla. Colocó dos exquisitas almohadas de
encaje detrás de la cabeza de Cornelia y le entregó una mañanita de gasa azul,
para que pudiera sentarse en la cama.
- Acaba de llegar una carta para usted, milady – informó Violet,
colocando la misiva en la bandeja del desayuno. El mozo que la ha traído
espera respuesta.
- ¿Una carta? – preguntó Cornelia sorprendida … ¡Pero … nadie sabe que
estamos ya aquí!
- El hombre está esperando, milady.
Cornelia leyó la carta. Vio que el sobre llevaba una corona ducal. La
abrió, la leyó con cuidado y entonces dijo a Violet, que esperaba de pie junto a
la cama:
- Debo levantarme ahora mismo, Violet. Por favor, dile a su Señoría que
quiero hablar con él.
- Su Señoría me ha pedido que le haga llegar sus saludos – comentó la
doncella – y que le diga que desea verla en la biblioteca.
- ¡Estaré lista dentro de veinte minutos! – dijo Cornelia. Di al mensajero
que le daremos la respuesta lo antes posible, pero que debe esperar un poco.

101
Capítulo 14

Cuando Cornelia entró en la biblioteca, el duque se levantó del escritorio


delante del cual se encontraba sentado. Había algo extraño en su aspecto. No
llevaba la ropa que solía usar en Cotillion, sino un traje oscuro de viaje.
La saludó y la invitó a sentarse.
- Quiero hablar contigo, Cornelia.
- Eso me ha comunicado mi doncella.
- Hubiera querido hacerlo anoche, pero estabas tan cansada que pensé
que no sería justo.
Cornelia inclinó la cabeza.
- Gracias.
Hubo una pequeña pausa.
- No sé cómo empezar – continuó el duque. Tal vez sea más fácil de lo
que habría sido si nos hubiéramos unido realmente como marido y mujer. Para
decirlo simple y llanamente, aunque temo que será una fuerte impresión para ti,
quiero que nos divorciemos.
Cornelia bajó la mirada hacia sus manos, cruzadas sobre su regazo, pero
guardó silencio.
- Como ya te he dicho, me temo que esto te cause una fuerte impresión,
pero como nos casamos sin afecto, no es tan difícil para mí confesarte que me he
enamorado.
- ¿Otra vez? – preguntó Cornelia y levantó los ojos a tiempo para ver
cómo el duque se ruborizaba.
- Creo que es justificado tu comentario. Como sé que me desprecias y
que no puedo caer más bajo a tus ojos, voy a decirte la verdad. Nunca, ni por un
momento, pensé que tu tía se fugaría conmigo. Comprendo que parezca muy
fácil decir tal cosa a estas alturas, pero es la verdad. Pensé que la amaba, pero
sabía que su amor por mí era muy limitado. Yo la atraía … y ella siempre se ha
sentido muy orgullosa de sus conquistas. Pero no estaba dispuesta a hacer
ningún sacrificio, por pequeño que fuera, por esa emoción que llamaba amor.
Aunque una parte diabólica de mi personalidad me incitaba a proponerle que
nos fugáramos, sabía que jamás la convencería de cometer lo que equivalía a un
suicidio social.
El duque se dirigió hacia una ventana y se quedó un momento
contemplando el lago.
- Me resulta muy difícil contar esto con frialdad a una tercera persona –
añadió. No sé si me creerás o no, pero me gustaría que comprendieras la

102
diferencia que existe entre lo que sentía entonces y lo que siento ahora por otra
persona.
Su voz se hizo más profunda y tembló. Con evidente esfuerzo, se volvió
de nuevo hacia Cornelia.
- Mi cariño por Lily Bedlington fue reprochable y poco honesto, pero
nunca fue más que un coqueteo intrascendente.
- No creo que pensaras eso hace unos meses – observó Cornelia con
frialdad.
- Sabía que no ibas a creerme. Es mucho pedir a cualquier mujer, sobre
todo a una mujer tan joven e inexperta como tú. Pero un hombre hace y dice
muchas cosas en un momento de pasión. Ahora las cosas son diferentes.
- ¿Ahora estás seguro?
- Tan seguro como lo estoy de estar vivo. Cornelia, estoy tratando de
pedirte que trates de comprender. Si nuestro matrimonio no hubiera sido un
simple contrato de negocios, no podría hablarte como lo estoy haciendo ahora.
Pero tú me odias … y Dios sabe que tienes razones suficientes para hacerlo.
Trata de entender mi punto de vista. Amo tanto a alguien que nada en el
mundo me importa, ni mi posición social, ni mis riquezas ni nada.
- ¿Cómo puedes estar tan seguro de que esto no es también una
ilusión?
- Estoy tan seguro que he empezado a hacer arreglos para cambiar mi
vida – contestó el duque. Voy a volver a París hoy mismo. Debo encontrar a la
mujer que amo y pedirle que sea mi esposa en cuanto yo sea legalmente libre.
Mientras tanto, le pediré que se vaya conmigo a América del Sur, donde tengo
algunas propiedades. No usaré mi título sólo el apellido de la familia. Escribiré
a Su Majestad, explicando las razones por las que voy a renunciar el ducado.
Espero que esto mitigará un poco el escándalo que provocará nuestro divorcio.
- ¿Piensas renunciar a tu título definitivamente? – preguntó Cornelia
asombrada.
- Para siempre. Espero que tal vez un hijo mío sea lo bastante
honorable y decente para merecer llevarlo, pero en lo que a mí se refiere, no
volveré a usarlo nunca. También cerraré Cotillion.
- ¿Cerrar Cotillion? – repitió Cornelia.
- Sí, no creo que quieras vivir aquí. La casa Roehampton estará a tu
disposición si quieres vivir en Londres. Y hay varias propiedades más que mis
abogados pondrán a tu nombre.
- Gracias – murmuró Cornelia con voz débil.
- Todo eso, desde luego si tú no me niegas el divorcio.
- ¿Y si lo hiciera?
Él apretó los labios un momento antes de decir:
- Si lo haces, pediré de cualquier modo a la mujer que amo que se
venga conmigo.
- ¿Y si ella no quiere hacerlo?

103
- Lo hará. Yo sé que lo hará – contestó el duque con vehemencia.
- ¿Sin título, sin un nombre que ofrecerle? ¡Debes estar muy seguro de
ella!
- No estoy equivocado, nuestro amor es demasiado grande para ser
afectado por … trivialidades.
- Un anillo de bodas nunca es una trivialidad para una mujer. ¿Le has
comunicado a ella tus planes? ¿No sería mejor que esperaras a saber qué piensa
ella de todo esto antes de quemar tus naves? No envíes esa carta al rey hasta
que no estés seguro de que ella va a aceptar lo que le vas a proponer.
- ¡No! – exclamó el duque. No. No haré tal cosa. Estoy harto de
mentiras. Esta vez las cosas se harán abiertamente, con decencia.
Cornelia guardó silencio. Entonces, como si él recordara de pronto con
quién estaba hablando, su voz cambió de tono:
- No puedo pedir que me perdones por lo que te estoy haciendo. Sería
demasiado esperar. Tampoco te puedo pedir que olvides lo mal que me he
portado contigo. Tú sales ganando librándote de mí.
Cornelia se puso de pie.
- Está bien, te concederé el divorcio con una condición: que no hagas
nada y esperes hasta mañana.
- No puedo hacer eso – exclamó el duque. Quiero irme a París ahora
mismo.
- No podrás hacerlo. Tendrás que esperar aquí, porque si te vas ahora,
jamás te concederé el divorcio. Además, tendrás que quedarte a causa de esta
carta que he recibido esta mañana – la extrajo de su cinturón. Es de la duquesa
de Rutland. Se ha enterado de que llegamos anoche y nos ha escrito diciendo
que Sus Majestades están hospedados con ella y que les gustaría venir a cenar
esta noche a Cotillion.
- Eso es imposible.
- ¿Por qué? No hay ninguna razón para que nos neguemos a recibir a
Sus Majestades esta noche.
- ¿Quiénes más vienen con ellos?
- La duquesa menciona a varias personas … entre ellas a mis tíos.
- Esto es obra de Lily – exclamó el duque furioso. Ha sido ella sin duda
quien ha sugerido al rey la idea de venir aquí.
- ¿Y por qué no? A Su Majestad le encanta venir a Cotillion según me
ha dicho varias veces tu madre. Y creo que él te aprecia sinceramente.
- Tienes razón – asintió el duque en un tono más tranquilo. Debes
perdonarme por portarme como un necio. Estoy tan ansioso por volver a París
que no puedo pensar en nada más.
- Entonces, ¿por qué saliste de allí con tanta precipitación? – preguntó
Cornelia.
- Quería traerte a casa – contestó él con franqueza.
- ¡Qué amable por tu parte!

104
- ¿Amable contigo? – rio con amargura. No creas que no me doy cuenta
de lo canalla que he sido. Sé lo bajo que me hundí cuando me casé contigo para
usarte como escudo de una relación ilícita. No puedo deshacer lo que está
hecho, pero puedo reconocer la enormidad de mis pecados y pedirte perdón
por ellos.
- ¿Este … reconocimiento, como tú lo llamas – preguntó Cornelia – se
debe a que estás enamorado?
- Se debe a que he conocido a alguien que me ha hecho ver lo que está
bien y lo que está mal siendo simplemente ella misma. Me ha hecho ver mi
pasado desde su verdadera perspectiva. Eso es lo que me hace tener un poco de
miedo.
- ¿Miedo de qué?
- De no ser bastante bueno para ella – sacudió los hombros como para
liberarse del temor. No debía estar diciéndote estas cosas. Por favor, Cornelia,
trata de comprender y devuélveme la libertad.
- Espera a mañana. Ahora debo ir a escribirle a la duquesa diciendo
que esperamos a todo su grupo a cenar aquí esta noche.
- Muy bien, estoy de acuerdo – contestó el duque.
Sin volver la vista atrás, Cornelia salió de la biblioteca y cerró la puerta.
Ya fuera se tuvo que apoyar en el respaldo de una silla que había en el vestíbulo
para no caer desmayada de felicidad.
¡El duque no la había fallado! Era cierto, entonces, Renée tenía razón: la
amaba de verdad. Se sintió invadida por una dicha tan inmensa que no sabía si
llorar, reír o gritar de alegría.
Por fin logró sobreponerse, se dirigió a la salita y escribió una nota a la
duquesa. Después envió a buscar al chef y le ordenó que preparara la cena para
veintiocho personas. Eligió los platos favoritos del duque. Pensó, al hacerlo, lo
aterradora que habría sido una experiencia así para ella un mes antes. Ahora
todo había cambiado. Su felicidad le daba la fuerza necesaria para emprender
cualquier cosa y vencer cualquier dificultad.
No vio al duque hasta aquella noche. A la hora de la comida le envió un
mensaje en el que le decía que quería visitar algunas granjas de la finca.
Tampoco apareció a la hora del té. Cornelia lo tomó sola y después de
inspeccionar las flores que los jardineros habían arreglado en el salón, Cornelia
subió a vestirse para la cena.
Violet la estaba esperando en su habitación. Cornelia echó los brazos al
cuello de la doncella y la besó en la mejilla. Después se quitó las gafas oscuras y
se las entregó.
- Tíralas, Violet. Rómpelas o quémalas. No quiero volver a usarlas;
tampoco quiero volver a ver los vestidos de mi trousseau.
- ¡Milady! ¿Van las cosas bien?
- Muy bien, Violet.
Los ojos de Cornelia brillaban intensamente cuando se volvió hacia el

105
espejo.
Escogió, después de pensarlo mucho, el vestido de gasa verde que
llevaba puesto la noche en que el duque la había besado por primera vez. Se
ceñía a su cuerpo y la hacía parecer muy joven. Esa noche luciría sus propias
joyas. Se puso un collar de diamantes y los largos pendientes de las mismas
piedras que Emily le había regalado el día de su boda.
- ¿Va usted a usar la diadema, milady? – preguntó Violet.
- No, es una cena informal, aunque asistan a ella Sus Majestades. Pero
me gustaría que me peinaras como la última noche que pasamos en París. Claro
que perdí mis broches de diamantes.
- Aquí hay otros milady, en el estuche de la diadema.
Le enseñó el estuche de terciopelo y Cornelia vio que había seis grandes
broches de diamantes. Eran mucho más grandes que los que ella se había
comprado en París y cuando Violet se los prendió en el cabello, brillaban como
estrellas.
Cuando estuvo lista, el corazón empezó a latir con fuerza. El momento
que tanto había deseado y temido, había llegado.
- Los carruajes están llegando, milady – anunció Violet con ansiedad.
Cornelia tuvo que hacer un esfuerzo para dirigirse a la escalera y
empezar a bajarla lentamente. El duque estaba saludando a los primeros
invitados. Los reyes no tardarían en llegar.
Cuando a Cornelia le faltaban sólo seis escalones para llegar al vestíbulo,
el duque se volvió y la vio. Por un momento se quedó mirándola boquiabierto.
Después se puso inmediatamente pálido. Dio un paso hacia delante.
- ¡Désirée!
Su voz pareció ahogarse en su garganta.
- ¡Cornelia! ¡Nunca te hubiera reconocido!
Esas palabras habían sido pronunciadas por su tía. Lily avanzaba hacia la
sobrina de su esposo, para besarla con falsa efusividad.
- ¡Querida mía! ¡Cómo has cambiado! ¿Estos son los milagros que se
realizan en París? Cuesta trabajo reconocerte.
Cornelia se libró de los brazos de Lily, para besar a su tío y estrechar la
mano de los otros invitados. Mientras Lily continuaba con sus chillonas
exclamaciones de admiración, se volvió a mirar al duque.
Él la estaba mirando con la expresión de un hombre que cae de pronto en
un remolino y no sabe qué hacer. Sus ojos se encontraron. Cornelia no podía
moverse ni casi respirar.
- ¡Drogo! ¡Sus majestades! – exclamó Lily con tono autoritario, y como
un autómata, él cruzó el vestíbulo y salió a recibir a los reyes.
- Pasemos al salón – sugirió Cornelia, con una voz que no reconoció
como la suya.
Lily continuaba hablando, pero Cornelia no la escuchaba. Sólo recordaba
que cuando llegaron Sus Majestades, unos minutos más tarde, consiguió

106
hacerles una reverencia con gracia y dignidad.
A partir de ese momento, la velada transcurrió como en un sueño.
Cornelia rio y charló con el rey, con absoluta naturalidad.
Cuando las damas salieron del comedor, Cornelia se dio cuenta de que
Lily hablaba con amargura de ella, pero ahora sus comentarios no la herían.
Hubo música y partidas de bridge. Por fin, la duquesa de Rutland se
puso de pie para llevarse a su grupo de nuevo a su casa; era evidente que todos
lo habían pasado bien y lamentaban que la velada hubiera terminado.
- Esperaremos las futuras fiestas en Cotillion todavía con más
entusiasmo que en el pasado – comentó la duquesa.
- Siempre me he divertido mucho en Cotillion – dijo el rey con tono
alegre. Y usted es una anfitriona encantadora, querida mía.
- Gracias, alteza.
El duque acompañó a la reina a su carruaje y Cornelia cruzó el vestíbulo
al lado del rey. Lo despidió con una profunda reverencia, y él prometió volver
muy pronto a cazar faisanes.
Cuando se marchó el último invitado, a Cornelia la invadió un pánico
repentino. Volvió al salón y se acercó a la chimenea. ¿Y si Drogo no la
perdonaba por haberse burlado de él?
¿Y si la odiaba por lo que había hecho? Oyó que una puerta se cerraba en
el fondo de la habitación, pero no se atrevió a volver la cabeza. Podía oír sus
pasos acercarse lentamente.
Continuó inmóvil, con la cabeza inclinada.
- ¿Es esto verdad … o me he vuelto loco? – preguntó el duque.
- Es verdad – se obligó a decir la joven.
- Tú eres Désirée … y Désirée es Cornelia.
- Sí.
- ¿Cómo he podido estar tan ciego?
- Uno ve lo que espera ver – contestó Cornelia, recordando las palabras
de Renéee. No esperabas ver a tu esposa en Maxim’s.
- ¡Por supuesto que no! Eran esas gafas, esas horribles, espantosas
gafas oscuras. Pero todavía no entiendo. Tú me dijiste que me odiabas, y te creí.
Pero Désirée no parecía odiarme.
- Yo dije que te odiaba, pero no era cierto.
Ella sintió que él se ponía rígido al oír aquello. Luego preguntó en tono
de incredulidad:
- ¿Me quieres decir que cuando te casaste conmigo yo no te era
indiferente?
- Yo te amaba – confesó Cornelia en un susurro, pero él la oyó.
- ¡Dios mío! Pobrecita niña, no tenía la menor idea.
- No, ya lo sé, tú no lo sabías.
- Debo haberte hecho muy desgraciada.
- Yo creía que tú me amabas.

107
- ¡Qué gran crueldad la mía! Fui un ciego, un tonto. ¿Crees que podrás
perdonarme algún día?
- Creo que ya te he perdonado.
- En ese caso, ¿por qué no me miras?
Cornelia sintió pánico de nuevo, pero esta vez era de felicidad. Deseaba
huir de algo tan intenso que casi resultaba insoportable. No podía moverse.
Permaneció con los ojos bajos y el pánico empezó a ser sustituido por una dulce
y deliciosa timidez, la timidez que siente una mujer ante un hombre a quien se
ha entregado por completo.
- ¡Mírame! – ahora era una orden.
Ella tembló, pero no pudo obedecerle y él repitió:
- Por favor, mírame, Désirée.
Había una nota suplicante en su voz que no pudo resistir. Echó la cabeza
hacia atrás casi desafiante y sus ojos se clavaron en los de él. Vio en ellos el
fuego de la pasión, tan violenta y poderosa como la noche en que la había hecho
suya.
- ¡Oh, mi vida, mi amor! – dijo con suavidad. ¿Cómo pudiste huir de
mí? ¿Cómo has podido dejarme sufrir tantos estos dos últimos días?
- Tenía que estar segura – repitió Cornelia.
- Ese hombre al que amabas, el que me convertía en asesino en
potencia cada vez que pensaba en él, ¿quién era?
- Eras tú.
- Tal vez fuera una buena idea, porque ahora sé lo que significa estar
loco de celos – el duque sonrió antes de añadir. Quizá fuera más seguro para ti
que no te volvieras a poner tus gafas oscuras.
- ¡No me las pondré ya nunca más! – exclamó Cornelia. ¡Ya las he
tirado a la basura!
- ¿Y podremos tirar también toda la infelicidad y todos los malos
entendidos?
- Eso espero.
- ¡Dios mío, esos largos días en París! – exclamó él. Todo aquel
aburrimiento, mientras yo contaba los minutos que faltaban para estar con
Désirée … ¿Cómo pudiste someterme a una tortura tan infernal?
Cornelia sonrió.
- Era difícil para mí algunas veces. Yo también esperaba con ansiedad
que llegara la noche.
- Me estabas volviendo loco, esas noches en que no dejabas que te
tocara, ni siquiera la mano. Era más de lo que un hombre podía resistir. ¡Oh,
Désirée! Yo sé que ambos hemos encontrado lo que habíamos buscado toda la
vida.
- ¿Estás seguro esta vez?
- Completamente seguro. Y pensar que esta mañana me permitiste
explicarte las cosas, me hiciste sufrir la humillación de los condenados y me

108
dejaste en ascuas, pensando que tal vez te negaras a divorciarte de mí. Un día te
castigaré por eso, pero por ahora lo único que deseo es besarte.
Cornelia se ruborizó al advertir la pasión que había en sus palabras.
- Eres mía, Désirée – dijo con voz ronca – mía como tanto he anhelado
que lo fueras. Nunca dejaré que escapes de mí. He conocido demasiado bien lo
que puede ser la vida sin ti, y ahora que eres mía, lo serás siempre. Mañana nos
iremos de viaje de nuevo. Te voy a llevar a una verdadera luna de miel. Una
luna de miel, mi amor, en la que estaremos juntos de día y de noche. Hay
muchas cosas que quiero saber sobre mi esposa, Désirée. Quiero conocer tu
pasado, la vida que llevaste antes de ser mía. Casi no puedo creer que ya no
necesito tener miedo de perderte o de saber que perteneces a otro. Te castigaré
por toda la ansiedad desesperada que me has hecho padecer haciéndote sentir,
como tú misma dijiste una vez alocada y perversa, hasta que grites implorando
piedad. Pero no la tendré, y no podrás escapar nunca de mí.
- No quiero escapar – murmuró Cornelia.
- ¡Sería inútil que lo intentaras! Vamos a ir a un lugar donde podamos
estar completamente solos, solos tú y yo. Pero primero quiero oírte decir como
mi esposa, ¡que eres mía! ¡Dilo!
Se quedó esperando y sin que él se lo pidiera, Cornelia levantó la mirada.
Se sentía invadida por tal felicidad, que no podía hablar. Con un leve grito que
era más elocuente que mil palabras, se arrojó en los brazos de él. Sintió que la
oprimía con fuerza posesiva, con su corazón palpitando muy cerca del suyo.
Ella escuchó su propia voz, que parecía venir de muy lejos, murmurar las
palabras que él esperaba.
- Te amo, Drogo, te amo, y soy tuya, absolutamente tuya. Siempre lo he
sido.
Él la oprimió con más fuerza todavía. Su boca descendió sobre la de ella.
Cornelia sintió su mano en su pelo. Los broches de diamantes fueron arrojados
al suelo y un sedoso velo cayó sobre sus hombros.
La cogió en brazos, triunfante. Él era el conquistador, el victorioso … ¡el
viajero que había llegado al final del camino! Cornelia fue llevada a través del
salón y del gran vestíbulo de mármol, escaleras arriba.

FIN

109

También podría gustarte