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Manifiesto Socialista Democrático FINAL
Manifiesto Socialista Democrático FINAL
Manifiesto Socialista Democrático FINAL
Buena parte de los avances perdurables de estos, desde el siglo XIX hasta el presente, han
sido gracias al socialismo democrático.
Sin embargo, desde hace ya varios años se ha producido una importante reacción
conservadora en distintas partes del mundo, amenazando el progreso alcanzado en justicia
social e igualdad. Una negra y larga noche amenaza a la humanidad, exacerbando
conflictos locales e internacionales, sembrando la discordia entre los seres humanos, por
origen, raza, clase social e ideas políticas a partir de razones interesadas y funcionales a la
mantención y exacerbación del dominio de las elites.
En 1993, Eric Hobsbawm publicaba en español su “Política para una izquierda racional”,
un breve texto en el que proponía “hacer lo que Marx hubiese hecho”: una profunda crítica
no solo de la realidad del capitalismo, sino también de la manera de cómo los socialistas de
todas partes del mundo se han parado ante el capitalismo, capitulando ante sus postulados
por no haber sabido hacer la diferencia entre lo que hemos querido hacer y lo que la pesada
realidad permite hacer.
Pues bien, 30 años después nos proponemos repetir el mismo ejercicio, aunque en forma de
manifiesto, lo que supone tener claridad sobre lo obrado y gobernado al cabo de seis
gobiernos (1990-2010, 2014-2018 y 2022-2026), así como sobre el horizonte de sentido
hacia el cual nos movemos (algo así como una claridad de propósito), distinguiendo entre el
proyecto socialista democrático (el futuro largo, pongamos por caso 16 años o 4 mandatos
presidenciales consecutivos) y el programa socialista democrático (el futuro corto, un
mandato presidencial, el que adquiere pleno significado si éste se articula con el futuro
largo). Tiempo largo y tiempo corto, largo y corto plazo, estrategia y táctica: es en el
perímetro de esas coordenadas en las que nos moveremos a partir de ahora. Esto nos obliga
a volver a pensar largo y a escapar del tiempo corto de los acontecimientos y de la
coyuntura, lo que a su vez supone identificar y tomar en serio lo que subyace detrás del
juicio sobre “lo que la realidad permite hacer”: mecanismos institucionales, creencias
sociales, inercias de la conducta y tantas otras cosas más.
Necesitamos una estrategia pedagógica para asentar las bases del socialismo democrático,
lo que supone dibujar con claridad un futuro de bienestar para todos, de crecimiento a partir
del uso eficente y sustentable de las nuevas tecnologías, las que se encuentran además en un
momento profundamente revolucionario, que trastocará nuestros modos de vida sin que
sepamos de qué manera y con qué alcance (sospechamos que el alcance de las
transformaciones en curso en materia de automatización del trabajo e inteligencia artificial
es enorme, probablemente inimaginable y ante lo cual necesitamos tener respuestas). Es
otro mundo el que está asomando, y ese mundo, precisamente porque no lo conocemos,
ofrece promesas emancipatorias alucinantes, pero también tiene rasgos inquietantes.
Para capturar el futuro es necesario reconocer la magnitud y las causas de la crisis del
presente, y cuestionar los mitos a partir de los cuales hemos actuado, así como varios de los
conceptos desde los cuales hemos pensado. La distancia entre capitalismo regulado y
socialismo democrático se torna más difusa, tanto desde las políticas de desarrollo
(especialmente las políticas industriales) como de los valores con los cuales se busca
organizar la vida en común. ¿Es socialista la promoción de un ingreso básico universal, o la
instauración del matrimonio igualitario? ¿o una reforma tributaria, con impuestos verdes, o
la mayor participación política? ¿y la igualdad de los derechos de la mujer? ¿la regulación
de la inteligencia artificial? Un nuevo proyecto socialista democrático deberá establecer
y definir nuevos conceptos y lenguajes. Aun más: ¿son necesariamente de izquierdas las
políticas de la identidad? ¿hay izquierda universalista en la agenda de interseccionalidad en
la que convergen dos o más identidades particulares dominadas, explotadas y humilladas?
Dicho de otro modo, ¿puede la izquierda renunciar al universalismo que la fundó, ese
denominador común que pudo ser en el pasado el proletariado, la clase obrera, los
proletarios del mundo o lo que Frantz Fanon pudo llamar los “condenados de la tierra”?
Opinamos que no.
De ser así, ¿entonces cuáles son los universales en los que se sustenta el socialismo
democrático? ¿La patria? Ciertamente, no hay razones para regalarla a la derecha, lo que el
presidente Salvador Allende entendió magníficamente al definir los fines de su gobierno
como una forma de socialismo a la chilena con sabor a empanada y vino tinto. ¿La
seguridad física? Por supuesto, en la medida en que ésta es una condición de posibilidad
para gozar de libertad y expandirla hacia todos. ¿Y qué hay de esa otra seguridad, la
seguridad social? Pues bien, esa otra seguridad es esencial para socialistas democráticos y
todo tipo de izquierdas, entendiendo por seguridad social la garantía de a lo menos tres
derechos sociales de goce universal: educación, salud y pensiones, en los que todos
debiésemos encontrarnos en un perímetro de protección igualitaria (cuya radicalidad
dependerá del estandar de protección que seamos capaces de fijar). Se trata de tres
universales irrenunciables, so pena de claudicar ante formas individualizantes y egoístas de
organización del bienestar: el neoliberalismo que tanto criticamos se refiere precisamente a
eso.
Y está por cierto el trabajo. Esta es una cuestión no solo esencial, sino existencial para las
izquierdas: si el trabajo se automatiza y las experiencias vitales son revolucionadas por su
automatización, ¿cuál es, entonces, el mundo social del socialismo democrático y las
izquierdas? Sin lugar a duda el salario, en la medida en que las sociedades, incluyendo
ciertamente la chilena, seguirán siendo asalariadas, aunque a partir de una heterogeneidad
vertiginosa: de allí que necesitemos pensar la moderna condición salarial como un
universal, como denominador común, aun cuando detrás de la homogeneidad teórica del
salario se escondan situaciones extraordinariamente prácticas y variadas en las que
debemos pensar.
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Finalmente, nos enfrentamos a la crisis climática en calidad de universal negativo, de esos
que nos amenazan a todos, lo que nos obliga a enfrentar la creación de riqueza y el
crecimiento económico de otro modo (dadas sus externalidades), apoyandónos en fuentes
limpias de energía y en tecnologías ambientamente sustentables. Qué duda cabe: el
socialismo democrático será verde, o simplemente no será.
Las aspiraciones y expectativas de las familias, las prioridades y temores de los ciudadanos,
especialmente de los más jóvenes, no están siendo bien comprendidos por el socialismo
democrático, tampoco por las otras izquierdas. La desconexión con las clases medias bajas
y el mundo popular (ambos marcados por el sello de la vulnerabilidad radical, de esas que
se pueden materializar en cualquier momento, por pérdida del empleo o por enfermedad y
con consecuencias devastadoras) es completa, y muy inquietante. La inseguridad
personal, la preocupación de cuidar lo logrado, la creación de nuevas oportunidades y de
proteger a los más vulnerables deben traducirse en discursos, propuestas y prácticas
políticas de transformación progresiva y mayoritaria, orientadas por un diseño estratégico y
no por proposiciones radicales e identitarias que con frecuencia no le hacen sentido a los
grupos más desfavorecidos. Si el socialismo democrático tiene sentido, si las izquierdas
quieren hacer historia y de verdad producir cambios en la realidad, entonces es
imprescindible conectar con los intereses y las experiencias de quienes no se sienten
protegidos ni menos representados: nuestras formas y lenguaje para comunicarnos con
quienes no tienen nada salvo su esfuerzo son de tal incomparabilidad, una comunicación
que les es tan ajena, que eso refleja un problema que es nuestro y no de quienes aspiramos a
representar. Si las expresiones “ñuñoismo”, o “ñuñork” han podido calar hondo a pesar de
su enunciación rara y compleja, es porque llaman la atención y, sobre todo, porque nos
hablan de lo que somos (una izquierda que hace de su comprensión del mundo en otras
latitudes, de su cosmopolitismo un sinónimo excluyente del universalismo, inentendible
para muchos) y de lo que no hemos podido ser (una izquierda popular).
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LA TRANSFORMACION DIGITAL GLOBAL: RIESGOS Y OPORTUNIDADES.
Pero no todo se reduce a la tecnología: junto a ella, y a partir de ella se prefigura un nuevo
(des) orden mundial. Las grandes transformaciones globales preludian el término del actual
orden internacional y el comienzo de uno nuevo. Se han desdibujado los conceptos de
capitalismo y socialismo tradicionales, conformados en el siglo XX. El socialismo real
fracasó, también el capitalismo neoliberal, aunque convengamos que su capacidad de
resilencia y adaptación a nuevos estados del mundo es sorprendente. El fracaso del llamado
socialismo real a fines del siglo XX, la acelerada globalización en el siglo
XXI, el desplazamiento del poder hacia el Oriente, la enorme expansión de las empresas
digitales, el progreso tecnológico, en particular la inteligencia artificial
y la biogenética, el cambio climático, los actores no estatales, y la reemergencia de
la geopolítica son expresiones de un cambio mayor en curso. Es en este espacio dinámico e
incierto que debemos situar nuestra acción política futura.
Las formas capitalistas neoliberales que han prevalecido en América Latina han generado
desigualdad, concentración del poder, destrucción del medio ambiente (economías
extractivistas mediante, con débiles regulaciones y a menudo sin acuerdos sociales ni
políticos). Han servido, además, para sostener sistemas políticos de exclusión y
discriminación. Al comenzar el siglo XXI se observan avances y propuestas para corregir
las graves desviaciones de formas de capitalismo extremo y surgen nuevos programas para
dar forma al socialismo democrático. Pero se trata de respuestas al capitalismo neoliberal
que no son lo suficientemente categóricas y carecen de poder de persuasión: prueba de ello
es la fuerte amenaza de derechización social y económica que embarga a nuestra región, y
ciertamente a Chile. Aun más: pretendemos salir del neoliberalismo, pero haciendo como si
esa salida nos llevase automáticamente a una sociedad de bienestar. Pues no, no es así.
Entre la salida del neoliberalismo y la edificación de una sociedad organizada por un
Estado de bienestar, hay todo un trecho por el cual transitar. Ese trecho está plagado de
obstáculos, y es lo que explica que necesitemos distinguir entre el tiempo corto y el tiempo
largo de la historia. Qué duda cabe: no es lo mismo salir del neoliberalismo que ingresar a
una sociedad en la que cumple un rol protagónico un Estado de bienestar. Demás está decir
que este movimiento que proponemos no es un movimiento automático hacia el socialismo,
sino más bien una orientación hacia una sociedad en la que se incorporan principios
socialistas en el propio funcionamiento del capitalismo (en este caso no neoliberal).
Para el socialismo democrático no hay otro camino que realice sus valores y principios que
la democracia, y esa democracia se construye y profundiza progresivamente, avanzando en
libertad hacia una mayor inclusión social e igualdad de oportunidades y resultados en áreas
esenciales de la existencia (por ejemplo, en las chances entre mujeres y hombres en el
mundo de la política y de las empresas, que no deben ciegamente depender del mérito
individual, sino de un contrato que establece la igualdad de resultados -atendiendo al
mérito- entre hombres y mujeres). Este es un componente esencial del proyecto
socialdemócrata, en el que se redistribuye el poder por razones distintas a las relacionadas
con el estatus socioeconómico.
No hay avance democrático sin un futuro que oriente la acción conjunta. El socialismo
democrático debe contribuir a un proyecto de futuro compartido y construido con vasta
participación. Esta forma de enfocar el futuro exige grandes dosis de imaginación con
suficiente capacidad de recepción por esos agentes imprescindibles que son los partidos. Es
probable que este ideal de participación no descanse solo en el sufragio universal. No es
una casualidad que estemos en presencia de decenas de experimentos institucionales
mundiales en los que se busca entregar la palabra y el protagonismo al pueblo, al We the
People: desde jurados de ciudadanos hasta formas de selección aleatoria de quienes
componen órganos decisorios. Las izquierdas y los socialistas democráticos somos
sensibles a estas formas de experimentación democrática, en el entendido que hay allí
sabiduría popular y nuevas formas de pueblo en movimiento que necesitamos escuchar, con
lógica y método.
¿Cómo no verlo? El principal desafío está referido a la irrupción de las nuevas tecnologías
en todo orden de cosas, las que no solo alterarán modos de vivir juntos y estilos
tradicionales de vida, sino también y sobre todo la definición de lo que cabe entender por
“lo humano”. Vemos en la propagación de nuevas tecnologías la aparición de un nuevo
clivaje, el que enfrenta el humanismo con el transhumanismo. Esto que puede sonar tan
abstracto, y hasta fantástico, hay que tomarlo muy en serio. Es evidente que tecnologías
destinadas a mejorar la vida de los seres humanos, incluso incorporándolas en nuestros
cuerpos y nuestras mentes (eso es el transhumanismo más radical), trastocan
profundamente nuestro entendimiento de lo humano. Ante este clivaje, ni las izquierdas ni
las derechas tienen respuestas políticas: ha llegado el momento que el socialismo
democrático haga de este nuevo clivaje una fractura principal, que estará cada vez más
presente en las vidas de nuestros hijos y nietos. Así de inminente es su irrupción, la que
arriesga con ser no solo veloz, sino volcánica, transformándose en una posible fuente de
extinción tanto del eje derecha/izquierda como de los partidos que se originaron en él en los
siglos XIX y XX.
Nos hemos acostumbrado a hacer y pensar la política desde una agenda del siglo XX.
Necesitamos transitar rápidamente hacia una agenda de temas, desafíos, problemas y
promesas del siglo XXI.
Una propuesta de futuro tiene que trasuntar esperanza en un mundo mejor, compartida por
una mayoría consciente y activa. La democracia se fortalece cuando un propósito común
motiva a una comunidad. Pues bien, es ese propósito común el que nos proponemos llevar a
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realidad. No es fácil, porque supone la cooperación de muchos. Lo que proponemos es
genuino. Cóbrenos la palabra.