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CASA DE LA COLECCIÓN ITINERARIOS

LITERATURA DE LECTURA
PERUANA Serie Bitácora

Watanabe
El ojo y sus
razones
CASA DE LA COLECCIÓN ITINERARIOS
LITERATURA DE LECTURA
PERUANA Serie Bitácora

Watanabe
El ojo y sus
razones
MATERIAL PEDAGÓGICO
DE AUTORÍA COLECTIVA
COLECCIÓN ITINERARIOS DE LECTURA, 2
Serie Bitácora

Watanabe. El ojo y sus razones. Material Pedagógico de Autoría Colectiva

©Programa Educación Básica Para Todos para su sello Casa de la Literatura Peruana
Jirón Áncash 207, Centro Histórico de Lima
Lima 1, Perú
+511 4230347
www.casadelaliteratura.gob.pe | [email protected]

Edición: Verónica Zela y Lorena Best


Gestión: Rony Puchuri
Diseño:Natalia Revilla
Diagramación: Jenny La Fuente

Primera edición digital


Abril de 2020
ISBN

Este material está destinado a docentes y estudiantes. Podrá descargarse libremente y ser
utilizado como referencia para trabajos posteriores siempre y cuando se mencione como
fuente a la Casa de la Literatura Peruana.
01 PARA COMENZAR...................................7

02
METODOLOGÍA......................................11
Espacios de lectura.................................12
Seleccionar autores y textos.....................13
Presentar a los autores ...........................14
Leer los textos .......................................15
La conversación.....................................16
Apropiarse de lo leído............................17

03 JOSÉ WATANABE: EL OJO


Y SUS RAZONES....................................19

04 VER Y ESCRIBIR.......................................22
La familia, la raíz, lo orgánico................. 23
Los haikus.............................................25

05 MEMORIAS PERSONALES......................29
Sin ira y con nostalgia............................34

06 Lo Biográfico y la lucha social...............48


El trapiche.............................................50
Trocha entre cañaverales......................... 70
01PARA
COMENZAR
E
l Laboratorio de Investigación autor y el contexto en el que escri-
Creativa (LIC) de la Casa de la bió; además, cuando ponemos en
Literatura Peruana es un espacio relación lo leído con nuestra propia
de aprendizaje interdisciplinario. En vida. El LIC ofrece herramientas para
él se proponen una serie de activi- este tipo de lectura. En él busca-
dades para desarrollar prácticas mos que los escolares y docentes
significativas de lectura a partir de se enriquezcan con diversos modos
la literatura peruana. Implementa- de relacionarse con la lectura y la
mos este programa en un colegio escritura, también con el arte y la
vecino a nuestra institución; de esta cultura en general.
manera, buscamos articularnos, de
distintas formas, con la escuela y
la comunidad. La IE de Educación ¿Cómo puede
Primaria María Parado de Bellido contribuir la
de Barrios Altos participa, desde el
2016, de esta experiencia. literatura a
Consideramos la lectura como una
leer nuestro
práctica individual y social que nos entorno?
relaciona tanto con nuestro interior
como con nuestro entorno. La com- Leemos en diversos soportes: en un
prensión de un texto puede mejorar libro, en un mensaje de whatsapp,
sustancialmente cuando nuestra lec- en el muro de una calle, en una
tura se enriquece a partir de ele- imagen, en una canción, en un
mentos como el punto de vista del periódico, etc. En el LIC tomamos

8
las exposiciones de la Casa de la que en cada experiencia, leer se
Literatura Peruana como recurso vuelva un acto más cercano, capaz
pedagógico. Los sentidos literarios, de responder a las necesidades de
sociales y subjetivos que en ellas se cada lector y cada lectora.
proponen nos permiten acercarnos
a la lectura con mayor profundidad. La Colección Bitácora reúne los re-
corridos lectores que hemos com-
En el LIC buscamos que los escola- partido durante las sesiones del LIC
res despierten su curiosidad por la desde el 2016. Con una voz que
lectura, que la reconozcan como observa y reflexiona, esta publica-
una actividad agradable que los ción es un recuento de lo que fue-
conecta con ellos mismos y con su ron nuestros encuentros y recorridos
entorno, que descubran palabras lectores.
nuevas que incorporen a su vocabu-
lario, que desarrollen habilidades de Verónica Zela y Lorena Best
escritura y que frecuenten espacios
dedicados a la lectura. Queremos

9
METODOLOGÍA
02
A continuación, explicamos algunas consideraciones
y pautas que sirven para implementar espacios de
lectura y creación basados en la experiencia del LIC
2019.
Espacios
de lectura
La lectura requiere de un tiempo y un de la comunidad: ¿Dónde podemos
espacio particulares: una variedad leer en nuestra comunidad? ¿Dónde
de libros a libre disposición, un es- leemos en casa? ¿Dónde leemos en
pacio tranquilo para concentrarse y la escuela? ¿Dónde más podemos
luz apropiada. De otro lado, leer es leer? En el LIC decidimos reconocer
un acto en el que hay que superar cuatro lugares de lectura tradicio-
barreras, no es un proceso inme- nales para experimentar, con los
diato; se trata de un ejercicio y un escolares, los accesos a la lectura.
hábito que surge de una inquietud. Visitamos la biblioteca escolar de
Disponer y organizar el espacio de la IE María Parado de Bellido, la
lectura de acuerdo con el contexto Biblioteca Pública de Lima y en la
y el material con el que se cuenta Casa de la Literatura Peruana, la
es primordial. Un primer paso es Biblioteca Mario Vargas Llosa y la
reconocer los espacios de lectura sala de lectura Cota Carvallo.

12
Seleccionar
autores y textos
Es recomendable tomarse el tiem- José Watanabe nos interesó abordar
po para revisar una variedad de lo biográfico, la capacidad con-
autores y textos en función de los templativa y la reflexión social. Así
temas que se decidan trabajar. Por seleccionamos relatos y poemas que
ejemplo, dentro del LIC dedicado a tratan estos temas.

13
Presentar
a los autores
Recomendamos que esta presenta- tanabe. El ojo y sus razones” nos
ción permita dar a conocer a los brinda elementos literarios e históri-
autores con los que se trabaje, de cos para elaborar una semblanza de
tal manera que se los perciba como José Watanabe inscrita en contextos
personas que sienten, dudan y que determinados.
han sido niños. La exposición “Wa-

14
Leer
los textos
Sugerimos poner en práctica, a lo
crear una atmósfera más próxima,
largo de las sesiones de trabajo,
los escolares pueden distribuirse de
diversos modos de lectura: colectiva,
distintos modos en el espacio: en
en silencio, en voz alta y a varias
semicírculo, en ronda o alrededor
voces. Es importante tener especial
de una sola mesa. Cada modo de
sensibilidad para escuchar con aten-
ocupar el espacio responde a las
ción los matices y el carácter de la
características de los textos estudia-
voz de cada escolar. Esto permite
dos, pero también a las necesidades
que cada uno imprima la intensi-
de los escolares y educadores.
dad que desea al texto leído. Para

15
La conversación
Luego de la lectura, es importante • Otras preguntas ayudan a
darse un tiempo para conversar descubrir que cualquier texto es
sobre lo leído. Esto resulta muy de múltiples significados: Ej.:
productivo para construir sentidos ¿Cuántas situaciones diferentes
colectivos sobre lo leído y lo escrito. encuentras en esta lectura?
Proponemos las siguientes preguntas
como pauta: • Unas preguntas se refieren
al contenido, a la forma o al
• Preguntas para implicar a lenguaje: Ej.: ¿Qué personaje
los alumnos y darles voz: te interesó más? ¿Por qué?
Ej.: ¿Qué te gustó, disgustó ¿Dónde ocurrió la historia? ¿Y
o desconcertó? ¿A qué te en cuánto tiempo creen que
recuerda? transcurre?

• Algunas preguntas ayudan a • Finalmente, hay preguntas


traer a la conversación ideas, que ayudan a redondear
informaciones y opiniones que una conversación o a sacar
apoyan la comprensión: Ej.: conclusiones: Ej.: ¿Qué le
¿Has leído un texto parecido? contarías a un amigo sobre
esta lectura?

16
Apropiarse
de lo leído
Ser capaz de escribir un pequeño en ellas podían subrayar lo que
texto descriptivo, de opinión o de no entendían, lo que les pareció
ficción, de compartir pareceres con hermoso, aquello que desconocían,
otros compañeros y de encontrar aquello que les generó un recuerdo.
(citar) partes relevantes de un texto También regresamos, varias veces,
son algunas formas de apropiarse a un mismo texto, compartimos opi-
de lo leído. En el LIC, cada escolar niones, rescatamos lo que nos gusta
tenía cuadernos de trabajo con los y lo que no, para luego plasmar
textos leídos especialmente prepara- estas opiniones en una serie de
dos. Sin una consigna con respecto ejercicios de escritura y artísticos
a la idea y personajes principales, que compartiremos a continuación.

17
Si bien hemos presentado ciertas lo que ingresa en su repertorio de
pautas para propiciar un ambiente saberes y experiencias. En el LIC,
de lectura, el azar juega un rol im- muchas sesiones fueron intensas,
portante. El caos siempre es parte otras desordenadas, varias, clara-
de todo proceso de aprendizaje y mente motivadoras. Como educa-
de creación. Ciertamente, el caos doras estuvimos atentas a aquello
puede ser perturbador, sobre todo que los escolares daban en todo
cuando es disruptivo, es decir, cuan- momento. En ocasiones parecía
do no conduce a nada productivo que nada sucedía, sin embargo,
o cuando desvía la atención del nos habituamos a tomar nota de
grupo de lo que se está trabajan- comentarios, actitudes, gestos que
do. Los gritos de uno o de todos a hacían visible cómo vivían la ex-
la vez e incluso el silencio extremo periencia del LIC y lo que movili-
pueden agotar la paciencia. Sin zaba en ellos. En esos momentos,
embargo, hay ocasiones en que a sin forzar la ejecución de algunas
través del caos el escolar está pro- actividades, surgían también pro-
cesando emociones y preguntas de puestas, intereses y curiosidades.

18
03
INTRODUCCIÓN
La literatura de José Watanabe nos En esta bitácora compartimos las
invita a detenernos para observar rutas que nos llevaron a explorar
el instante en toda su complejidad la narrativa y la poesía de José
y belleza. Esa capacidad de ver a Watanabe.
través de las palabras es el punto
de partida para conocerlo y entrar
en contacto con su versatilidad.

20
Presentación
del autor
José Watanabe es uno de los au- estos campos, como en su poesía,
tores más prolíficos y versátiles de encontramos reflexiones políticas
la literatura y las artes del siglo XX y miradas acerca de los espacios
en el Perú. La poesía es el espacio oprimidos de la sociedad.
en donde mejor cristalizó su visión
sobre el mundo. Allí confluyen moti- Esta exposición se propone ofrecer
vos como la familia y la infancia, el una imagen múltiple de una trayec-
mestizaje oriental-andino, el mundo toria singular y compleja como la
natural y el paisaje, la fragilidad de Watanabe, y a través de ella,
del cuerpo, el temor a la muerte y conmemorar a un autor cuya pa-
el erotismo. Alrededor de su poesía labra (y silencio) todavía hoy nos
cultivó otras prácticas artísticas en interpela y acompaña.
las que se evidencia la característi-
ca principal de su escritura: un ojo
siempre atento detalles y anécdotas,
en apariencia insustanciales, que
revelan lo profundo del ser humano.

La artes plásticas, la narrativa, la his- *Adaptación de


texto curatorial
torieta, la literatura infantil, el guion de Rodrigo
de cine y televisión, la escenografía, Vera para la
el periodismo, el diseño gráfico, son exposición “José
algunos de los múltiples campos en Watanabe: el ojo
los que Watanabe incursionó. En y sus razones”.

21
CAPÍTULO 1

VER Y ESCRIBIR

José Watanabe (Laredo 1946 – Lima impregna sus reflexiones acerca de


2007) se nutre del imaginario de la familia, el paisaje, el cuerpo y la
Laredo, su ciudad natal y escena- enfermedad. Más que un espacio
rio en el que transcurre gran parte geográfico, Laredo aparece como
de su infancia, entre sembríos de un espacio mítico desde donde Wa-
caña y el humo de la zafra. Esta tanabe decide pararse y mirar la
atmósfera se recrea en su escritura e realidad.

22
La familia, la raíz, lo orgánico
De pequeño, José vivió y creció leerle y traducirle haikus, lo que
entre dos mundos, el oriental y el despertaría en él una sensibilidad
peruano. Su padre, Harumi Wa- acorde a la palabra breve y mesu-
tanabe, era uno de los tantos mi- rada. Su madre, Paula Varas Soto,
grantes japoneses que llegaron a era oriunda de Sausal e hija de
trabajar en las haciendas azucare- trabajadores de caña provenien-
ras del norte entre 1899 y 1923. El tes de Otuzco, sierra de La Liber-
poeta lo recordaría como un hom- tad. Muchos de los mitos andinos
bre contemplativo, conocedor de o refranes populares que el poeta
idiomas y aficionado a la pintura y plasma en sus escritos, además del
la artesanía. Cuenta José que «en tono sentencioso de algunos de sus
medio del pleito de pollos y patos versos, son herencias de la madre.
del corral», su padre acostumbraba

23
En esta sección compartimos una templación del paisaje para crear
manera inicial de adentrarnos al poemas, a modo de haikus*, que
universo de José Watanabe: partir muestran en palabras la intensidad
de lo que se ve para escribir. De de un momento visto.
esta manera, ensayamos la con-

Un *haiku es un tipo de poesía breve japonesa que consta de


3 versos. Se basa en la observación y descripción concisa de
la realidad que nos rodea.En el haiku cada palabra es precisa
y nos permite evocar una escena o una sensación.

24
Haikus creados por los escolares participantes en el LIC

el viento del paisaje


de las cañas dulces
se mantiene verde y puro

Sale el cerro
y arrastra la caña
en paz

25
Haikus creados por escolares que han realizado visitas mediadas
a la exposición José Watanabe: el ojo y sus razones

El resplandor acaricia el paisaje


las líneas deshidratadas
de las montañas

Las tinieblas tapan


las montañas más altas.
El eco rebota en ellas.

La sombra
del cerro es apacible
y seca.

El cerro
saca el eco
de la caña.

Apacible
pausa
deshidratada.

Las tinieblas
tapan
las sombras pausadas.

26
El eco
fecunda la línea
de la voz.

Un trazo de velo,
el resplandor
del cielo.

En los grandes cerros


se fecunda
el eco.

Al caminar en el cañaveral
se va cerrando la línea
de tu corazón.

Al trazo de las tinieblas


hay un velo oculto
en el interior.

Pasmado se queda
mientras más
oscuridad la sombra.

Líneas ondulantes,
veladura
inquieta.

27
El paisaje observado estaba registrado en una serie de videos
de Laredo que la artista Luz María Bedoya elaboró para la
exposición:

28
CAPÍTULO 2

MEMORIAS PERSONALES

29
30
Mi padre es japonés y mi madre
peruana, peruana chola, entonces
yo he vivido en estos dos mundos.
Claro y uno dice “soy peruano”,
pero en realidad yo tuve que
conseguir ser peruano”

(Revista Alforja, 2005).

He llegado a pensar que si no


hubiera nacido en Laredo, no
escribiría como escribo. Tal vez
sí sería poeta pero no escribiría
como lo hago; el Laredo que yo
viví no pasaba de cinco, seis
calles y con dos campamentos
obreros, uno en el norte y otro
en el sur, yo tenía que caminar
kilómetro y medio para llegar
a mi colegio con los zapatos al
hombro para no enterrarlos, era
un lugar polvoroso, seco (…) Mi
infancia en Laredo es como una
especie de gran depósito ahora,
de donde yo saco las imágenes, se
me pueden ocurrir cosas en Lima,
pero cuando hay que ambientar,
y un poema requiere una
ambientación (…), las ambiento en
Laredo (…).

Revista Periodismo cultural, 2006

31
Lectura y conversación

El texto que abordamos fue la cróni- antes de ir a su escuela. En esta


ca “Sin ira y con nostalgia”, publi- crónica, el autor también nos invita
cada en 1969. En este texto breve, a recorrer los espacios y la carga
Watanabe rememora las rutinas, simbólica de su escuela en una ha-
gestos y detalles de sus mañanas cienda de Laredo.

Las imágenes nos ayudan a hacer visible y a contextualizar ciertos


contenidos que son ajenos a los escolares, como es el caso de las ha-
ciendas y sus escuelas. Si bien el sistema de las haciendas es reciente
en nuestra historia republicana, es un tema ajeno al repertorio escolar.
De esta manera, buscamos y mostramos fotografías que muestran las
haciendas costeñas, sus campos de cultivo, el trabajo en las haciendas
y sus escuelas. Esto nos permitió abrir una conversación para situar el
texto y que los escolares se familiaricen con el universo que Watanabe
en este texto. Así, el momento de lectura se vio enriquecido con esta
conversación a partir de imágenes.

32
33
Sin ira y con nostalgia (mi colegio, etcétera)
A Gredna

La casa de campo del dueño de Laredo, don José Ignacio Chopitea,


estaba a kilómetro y medio del pueblo, al final de una polvorienta
avenida que se abría entre cañaverales. A caballo se iba bien por la
avenida, a pie era para hundirse hasta los tobillos en esa tierra muer-
ta. Era mejor ir por el filo de la tapia que corría hasta la casa. La casa
tenía dos plantas y dos torres puntiagudas. Era de adobe, aunque en
su revestimiento simulaba ser de ladrillos rojos; las torres eran de
madera. Cerca había una pequeña ranchería de peones y sirvientes,
un molino de viento y una huerta de cerezas que el guardián vendía
a escondidas, tomando como medida un cuenco de calabaza.

Dicen que cuando don José Ignacio, que había muerto en Lima,
regresaba a Laredo en tren y con bandera de luto, el demonio lo es-
peraba impaciente en esa casa vacía. A través de las ventanas los
sirvientes vieron su silueta fosforescente sentada en un sillón. Has-
ta él llegó don José Ignacio cuando el pueblo estaba recibiendo su
cadáver lejos de allí, en la Alameda de la Contrata. Llegó pálido y
resignado a pagar con su alma los favores del demonio, a cumplir
el pacto que lo había convertido en el mayor hacendado del valle.

Algunos años después, las tierras de Laredo fueron compradas


por los Gildemeister. La escenografía de cortinajes y sillas de Viena
de la antigua burguesía agraria fue desmontada por estos alema-

34
nes que habían venido a modernizar. La casa de campo de don José
Ignacio Chopitea pasó a ser colegio. Ese fue mi colegio.

Nosotros éramos nueve hermanos, cinco íbamos al colegio. El


día comenzaba con la competencia por ganar la palangana donde
nos lavábamos la cara. Mi madre, regresando del mercado, venía a
decirnos la cantaleta: Éramos igualitos a nuestro padre, dormilo-
nes. Mencionaba a mi padre por el gusto de mencionarlo, le hacía
cariños al revés. Y si encontraba a alguno de nosotros mirando las
gusarapas, esos bichitos que bailaban en el agua del barril, que éra-
mos remolones, claro, también como nuestro padre.

Antes de irnos al colegio teníamos que darles de comer a los


animales. En el gallinero había unos pobres gallos que tenían una
gran cicatriz en el lugar de la cresta. Mi madre se las cortaba para
curarnos el mal susto. Hasta hoy me sobrecoge un poco esa cere-
monia nocturna, en que ella, solemne hasta donde se le permitía el
pataleo del gallo, les rebanaba la cresta, la mojaba en agua florida
y nos la colgaba en el pecho.

Nos íbamos al colegio por la calle Real. Por allí pasaba la carretera
que bajaba de la sierra. A veces caminábamos entropados con chivos
o reses que iban a los camales de Trujillo. Todos los animales tenían
la cabeza pintada de rojo. Los guardias que controlaban el paso del
ganado, para no equivocarse o volverlos a contar, les señalaban la
cabeza con un manchón de pintura.

La calle Real terminaba en el pozo que surtía a las carretas re-


partidoras de agua. Allí empezaba la avenida del colegio. A veces
subíamos a los camiones que traían alumnos de los fundos vecinos,
pero casi siempre llegábamos tarde y ya habían pasado. Solo quedaba
subirse a la tapia y juntarse a la hilera que ya iba caminando por el
filo, saltando las grietas y las enredaderas espinosas.

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Nadie iba desayunado. La hacienda nos daba el desayuno en el
colegio. La caballeriza de la antigua casa de campo había sido con-
vertida en refectorio. Cientos de pocillos pendían de un tablero que
había sido colgador de fuetes y bridas. Y donde antes posiblemente
se almacenó alfalfa, había ahora una cocina con dos ventanillas,
una para el pan, la otra para el cucharón de chocolate.

El desayuno lo hacíamos y lo servíamos nosotros mismos. Cuan-


do nos tocaba en turno había que levantarse casi al amanecer. Al-
gunos se adelantaban al colegio a prender el fogón y hervir el agua
en el medio cilindro que hacía de olla. Otros íbamos al bazar de la
hacienda a pedir las bolsas de chocolate y los costalillos de pan. El
chocolate venía en pequeñas bolas azucaradas. Todos guardábamos
un puñado en el bolsillo, por el servicio. Esas eran las únicas veces
que yo veía como empezaba la vida en el pueblo. La gente se lavaba
la boca en plena calle, los trenes salían al campo llevando a los bra-
ceros, las placeras arreaban burros, en la esquina de la fábrica las
carretillas vendían caldo de gallina y emoliente. Yo juraba una vez
más levantarme más temprano.

Después del desayuno, antes de entrar a las clases, formábamos


en el patio dando frente a una pizarra que un profesor llenaba con
la noticia más importante del día. Cientos de veces habré formado
allí, pero solo recuerdo una noticia: Había muerto un sabio que se
llamaba Alberto Einstein y que había dicho que todo era relativo
porque todo dependía de donde uno se paraba a mirar las cosas. No
entendí nada. Yo tenía nueve años.

Pero tenía razón el sabio. La infancia, vista desde aquí, parado


aquí, parece un solo día, idealizado y entrañable, que se repite como
un modelo. En ese día, como en esas composiciones donde el tamaño
de los personajes es según su importancia, hay enanos y gigantes.
El director del colegio es, por ejemplo, un gigante, aunque mi madre
me dice ahora que más bien era petiso. Pero entonces yo tenía la

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mano extendida y él se acercaba cada vez más alto y calvo, alzando
la palmeta que cuando caía parecía precipitarse desde el cielo.

A cada palmetazo yo juraba venganza. Esa misma noche iba a


regresar al colegio y no me iban a asustar los muertos, la campana
que se mecía sola y tocaba, la fosforescencia en la torre, los caballos
conducidos por perros negros. Regresaría para regar sal al pie de
todas las paredes del colegio. Había oído que la sal destruye lenta-
mente y en secreto el adobe. Esa misma noche yo iba a empezar la
corrosión indetenible hasta que la antigua casa de campo de don
José Ignacio Chopitea se desplomara. No lo hice. Creo que me quedé
dormido.

Publicado originalmente en Autoeducación 8.


Lima: octubre de 1983 - enero de 1984, 42-43.

37
Conversamos

Comenzamos preguntando qué gus- nuevas palabras encuentras en él?


tó y qué no gustó del texto y luego Describe las partes que más te han
profundizamos con algunas de la llamado la atención, cuéntalas con
siguientes preguntas: tus palabras, encuéntralas en el texto
¿Qué nos cuenta este relato? ¿Qué y vuélvelas a leer.

Lo que más impresionó de “Sin ira y con nostalgia” fue el ritual que
la madre de Watanabe practicaba para curar a sus hijos del mal
susto debido a que despertó sus propias vivencia personales de haber
sido curado en rituales similares del mal susto. Este relato evidencia
lo viva que están estas prácticas curativas dentro de las familias, más
allá de la época, las clases y los contextos.
• Madelein contó que un gallo la asustó y le cortaron la cresta y se
la colgaron.
• Daniel compartió que en el periódico quemado y en el huevo
sale la forma de lo que te asustó.
• Luz nos dijo que luego de rezar con una vela, esta se derrite y
la cera líquida se arroja en el agua. Al solidificarse aparece la
imagen de aquello que te asustó.

38
Otro aspecto del relato que llamó el que se desarrollan las acciones.
la atención a los escolares fueron Conducimos la conversación para
las rutinas familiares antes de ir a que los escolares se dieran cuenta
la escuela. A partir de este interés de que estos detalles de la cotidia-
colectivo es que proponemos la si- nidad construyen un universo único
guiente actividad de apropiación: y particular. De esta manera, ellos,
Releemos un fragmento elegido por a través de un ejercicio de escritura
cada uno y nos enfocamos en que detallada de su rutina antes de ir a
identifiquen las sutilezas que muestra la escuela, pueden también construir
Watanabe al describir su rutina: y compartir universos únicos.
los objetos mencionados, las tareas Pedimos que transcribieran en sus
que se realizan, los rituales, la ob- cuadernos aquella parte que más
servación del entorno, el orden en les ha gustado del relato.

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40
¿Por qué transcribir el fragmento de un texto? El acto de transcribir
no es lo mismo que copiar, pues transcribir exige tener una relación
de interés con el texto que se escribe. Este ejercicio ayuda a reco-
nocer la forma y el sentido de las palabras y a entrar en contacto
con el estilo de escritura de un autor. Además, transcribir a mano
implica el tiempo necesario para reconocer palabras y frases y
concentrarse en ellas. Eventualmente, esto puede despertar un in-
terés por coleccionar citas literarias que dicen algo de cada quien.

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Luego, les pedimos que escriban su mento de esta actividad es compartir
propio relato sobre su rutina antes con profesoras y/o PPFF sus propias
de ir a la escuela. El siguiente mo- memorias escolares.

En nuestra experiencia, tuvimos la oportunidad de que algunos


padres y madres acompañaron algunas sesiones del laboratorio
y relataran sus mañanas y trayecto a la escuela. Estos testimonios
universalizan la experiencia y fomentan el diálogo intergenera-
cional e intercultural.

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43
44
45
46
47
CAPÍTULO 3

LO BIOGRÁFICO
Y LA LUCHA SOCIAL

48
En esta sección trabajamos con un fantástico y amenazador a los ojos
relato y un poema en el que José de un niño. Como telón de fondo,
Watanabe muestra su posición crí- en el cuento un obrero anuncia una
tica y de denuncia frente a la ex- huelga en demanda de condiciones
plotación de la clase trabajadora. de trabajo humanas a los dueños
Tanto el poema como el relato están de la empresa.
situados en Laredo. El trapiche del mercado que pro-
Laredo era un enclave azucarero duce jugo de caña y la localidad
alrededor de cuya hacienda se or- limeña denominada Trapiche eran
ganizaba el trabajo y los hábitos conocidos por todos. Usamos estos
del pueblo. La pobreza y margi- elementos familiares para ampliar
nación social en la que vivían los el contexto hacia el uso industrial
campesinos y los obreros de la fá- del trapiche en las haciendas azu-
brica, fue una realidad que José careras. Para graficar la dimensión
viviría de muy cerca. Su cuento, de cómo era la vida alrededor del
«El Trapiche», está ambientado en trapiche en las haciendas azucare-
ese contexto. El miedo al trapiche, ras utilizamos imágenes del archivo
transforma esta máquina en un ser visual usado en la exposición El ojo
y sus razones.

49
El Trapiche

Cuando el trapiche se agita y se juntan los engranajes para triturar


la caña, es la molienda.

Cuando, al final de la molienda las ruedas ya sin aceite del tra-


piche ásperamente friccionan, es el chirrido y el miedo.

Y cuando el trapiche chirria, salen hombres a robar niños para


aceitar los engranajes. (Sólo el aceite de los niños calla el ruido).
Entonces en las calles es el silencio.

No hay ronda.

No hay canción.

Molienda. Odiada molienda. Se agitan las entrañas del dragón


de acero. Gimen ruedas y engranajes. A dentelladas la caña se hace
azúcar. Un rumor sordo sale a veces del ingenio y termina en un
pito largo y agudo. Y chirria.

(¿Dónde nace la noche? ¿En la cueva de qué cerro despierta su


sombra? No lo sé. Pero ya está aquí, oscura y triste).

Dos niños, sentados junto a una puerta vieja, miran el humo del
trapiche que se levanta retorciéndose por sobre las casa. Humo blan-
co. Resuello blanco. Y chirria.

(Y esta calle polvorienta y larga dentro de esta hora, cuando es


inevitable la confusión de las cosas como los sueños. Todo es tenue
como el polvo que estuvo jugando hacia la tarde y que, al aparecer

50
la noche, se tendió mansamente a lo largo de la calle).

—¿Crees que Javier está durmiendo?

—No. No viene porque tiene miedo.

(Tampoco sé dónde nace el viento, pero también ya está aquí,


camina la calle oscura y regresa temblando en su propio frío).

—¿Miedo de qué?

—Del trapiche, pues.

—Sí. Suena. Desde anoche está sonando, pero hoy es más fuerte.
¿Crees que saldrán a buscar más niños?

La calle, tiesa. Una puerta se ha abierto y un rectángulo de luz


amarilla se tiende en el polvo. Es un hombre. Desde su mameluco
gris mira los pequeños charcos con un reflejo de luz que no existe.
Piensa en los charcos y en el verano. Y no sabe por qué lo piensa.
Tampoco sabe por qué se siente vencido y largamente triste. Luego,
el rectángulo de luz desaparece.

Dentro, el hombre se despereza estirando los brazos bajo una lám-


para de kerosene que cuelga del techo. Sus manos tocan la lámpara
que queda oscilando. Se agitan y crecen y se acortan las sombras de
las cosas. Después, nuevamente todo adquiere su proyección legí-
tima, hasta la silueta del hombre, que también estuvo jugando en
las paredes.

—Mira, Juana, qué curioso, mi compadre Pedro hizo esta lámpara,


él ya está muerto y sin embargo nos mueve.

—Sólo mueve las sombras –contestaron desde el cuarto contiguo


y desde la oscuridad.

—No. También nos puede mover a nosotros. Y nos mueve.

El viento, afuera, corre con un olor fuerte de melaza. Corre in-

51
diferente al chirrido y al miedo. Se va por los cerros negros y los
cañaverales. No tiene miedo.

—Mi mamá dice que el trapiche es como un hombre.

—Los hombres no comen niños.

—No, no es igual. El trapiche da miedo y no deja jugar. ¿Tú no


tienes miedo?

—Sí.

—Yo también. Oye, ¿por qué no matamos al trapiche? Yo le estaría


golpeando los fierros hasta que muera.

—Somos pequeños y el trapiche es grande. Quizás cuando seamos


mayores.

—Sí, cuando crezcamos y ya no tengamos miedo.

El hombre descuelga la lámpara y va hacia el cuarto contiguo y


oscuro. La lámpara queda sobre una mesa junto a varias estampas
de santos. Tendida en la cama, la mujer cierra los ojos ante la brusca
luz, luego recuesta su cabeza en el respaldo y bosteza largamente.
El hombre, en silencio, se sienta junto a la mesa. Mira sonriendo a
las estampas amarillas. Quiere rezar por los nuestros, pero no sabe
hacerlo. Su compadre Pedro no era malo y debía estar bien; ahora
muerto, no necesitaba de oraciones. Se dijo que él las necesitaba
más, pero tampoco sabía hacerlo. Del bolsillo de su overol saca una
libreta y anota unos números lentos.

—Veinticinco diarios— murmura. ¿Vas a trabajar por el domi-


nical?

—Sí, necesitamos plata. Con veinticinco diarios no alcanza ni


para comer. Y sólo un hijo. Peor los que tienen más.

—¿Cuántos hijos ha dejado Pedro?

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—Cinco. Él se casó cuando recién empezamos a trabajar. Me
acuerdo, ganábamos diez soles diarios. Ahora son veinticinco, pero
tampoco alcanza. Creo que vamos a ir a la huelga. Mañana se reúne
el Sindicato. Ya es tiempo de que nos aumenten. Vamos a joder al
gringo con la huelga, es la única manera, pues.

Y el hombre pensó en la huelga. Pensó en sus líderes y en los


gringos. Y se sintió fuerte porque todos los obreros estaban juntos.
Supo que era fuerte porque habían decidido pararse ante la bestia,
que era un modo de desafiar y pelear.

Por la calle venía un hombre borracho. Sumergido en la oscu-


ridad y el frío, pasó junto a los niños. Chirrido alucinante. Humo
alucinante. Miedo.

—¿Tú nunca has soñado que te llevaban al trapiche?

—Sí, sí soñé. Soñé que me atrapaban unos hombres vestidos de


negro. Yo gritaba, pero ellos me arrojaron junto con la caña. Y me
fui haciendo azúcar. Mi sangre se quedaba en los engranajes y los
engranajes ya no sonaban. Se iban callando con mi sangre. Y fui un
niño de azúcar.

El hombre se sacó el mameluco y se puso sólo una camisa vieja.


Fue hacia la cama y se sentó en el borde. Pensaba en su compadre
y en él mismo. No, nada es justo, concluyó para sí mismo. Luego
recostó su cabeza en el vientre suave de su mujer.

—¡Cómo se va la gente!, ¿no? Hace un mes don Pancho y anteayer,


mi compadre Pedro. Pobres.

—Fue accidente con don Pancho, dicen.

—Sí, dicen que fue accidente. Y Pedro tuberculoso. Mentiras. Fue-


ron quince años en la fábrica, en el trapiche. Los venció la madrugada
y el trabajo duro. Todavía me acuerdo cuando entramos a trabajar.
Creímos que era suerte porque en ese tiempo no había trabajo. Pero

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ya ves. Ahora suerte es morirse.

—No hables así. Podemos ahorrar un poco y largarnos a otro sitio.

—Ya no, lo único que he ganado es sentirme como que yo también


estoy muerto. Pero puede ser. Quizás algún día nos podremos ir. En
fin, yo estoy aquí para aguantar o por lo menos para tener cólera.

—Mañana tienes que madrugar. Anda, llama a Miguel para acos-


tarnos ya. Allá está en la esquina con un amigo.

El hombre se puso de pie. Nuevamente sobre el polvo de la calle


se vio el rectángulo de la luz. Silbó a su hijo y los dos niños se para-
ron. Su hijo llegó hasta él y entraron. La calle, quieta. El humo más
denso y más alto.

—Papá ¿escuchas el trapiche?

—Sí, suena.

—¿Cuándo termina la molienda?

—La otra semana quizás. ¿Tienes miedo?

—Sí, papá. El trapiche está sonando y no deja jugar. Nos pueden


robar para aceitarlo.

—Zonzo.

Y los tres se acostaron. Y los tres se durmieron.

El hombre soñó que el trapiche lo devoraba. No con un golpe


seco, sino lentamente. Lentamente su sangre fortalecía y aceitaba
las muelas del dragón. No con un golpe seco y rotundo, sino día a
día, lentamente.

Afuera, chirrido y humo.

Afuera, por sobre las casas, devorante, la bestia.

“El Trapiche”, en la revista Narración 1 (1966)

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Lectura y conversación

Este cuento mereció más de una


lectura. La primera fue una lectura trapiche-
en voz alta del cuento completo.
Luego de esa primera lectura les miedo del
preguntamos por lo que sintieron
y la mayoría respondió: miedo. Se trapiche-
quedaron con el ser fantástico ame-
nazador que los personajes niños
el trapiche
crean para expresar su miedo al
trapiche. A partir de esta primera
suena-el
respuesta fuimos identificando en
el texto palabras y escenas que
trapiche da
grafican ese miedo:
miedo y no
chirria- deja jugar-
chirrido-en la bestia
las calles es devorante.
el silencio-
la noche
oscura y
triste-el
humo del

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fui haciendo
En el cuento, el miedo de los niños
azúcar. Mi
se concentra en el mito de que para
que el trapiche no deje de trabajar,
sangre se
hay que aceitarlo con la grasa de
los niños y que por eso hay hombres
quedaba
que salen en las noches a robarlos.
Este mito penetra hasta los sueños
en los
de uno de los personajes niño:

“Sí, sí soñé. engranajes


Soñé que me y los
atrapaban engranajes
unos ya no
hombres sonaban.
vestidos de Se iban
negro. Yo callando con
gritaba, pero mi sangre. Y
ellos me fui un niño
arrojaron de azúcar.”
junto con la
caña. Y me
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58
A continuación mostramos una piza- lo que significó el trapiche dentro
rra realizada en una de las sesiones de las haciendas. Esta conversa-
de laboratorio que grafica la ruta ción consolidó la aproximación al
para construir junto con los escolares universo que evoca el cuento.

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En esa conversación, la profesora Amparo compartió parte de su niñez,
cuando vivía en la hacienda Zorritos de Cerro de Pasco:

Hacían trabajar a la gente como esclavos. Todos los pobladores


eran trabajadores de los hacendados. Ellos solamente ordenaban
y al que no hacía le mandaba castigar. Esos hacendados ya no
existen en el país, ya no hay… porque entra un gobierno, Velasco,
y les dicen que esos terrenos pasan al Estado. Por eso ya no hay
hacendados, una de las haciendas era la hacienda Zorritos. Eran
españoles, italianos, de diferentes lugares y ellos llegaban con
toda su familia y el resto era su hacienda. Cuando se retiraron, lo
dejaron todo ahí, cuando se regresaron a sus países. Por eso que
Pasco queda digamos casi muerto cuando ellos se retiran porque
ellos son los que han traído el hospital… además como esos pueblos
eran de Estados Unidos ellos venían con su gente… mi mami me
cuenta que había de todo, enlatados, avenas enlatadas, ese del
Quaker, que solo echabas una tacita y crecía y alcanzaba para
todos. Así hemos comido muchas cosas ricas porque ellos traían
de su país y lo vendían en Pasco. Lo llaman ciudad cosmopolita
porque había chinos, de todas partes, había telas finas, abarrotes,
artefactos, digamos muerto cuando ellos se retiran, En Cerro de
Pasco había de todo.

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Después de este primer momento, • ¿En qué espacios sucede el relato
profundizamos más en el texto. Jun- y cómo son?
to con los escolares identificamos • ¿En qué momento del día suce-
los personajes, los espacios y la de el relato? ¿Cómo lo sabes?
hora del día en que ocurren los ¿Cómo describe el narrador ese
sucesos. En este proceso fuimos re- momento?
conociendo la estructura del relato. • ¿Cómo transcurre el tiempo en
Durante esta conversación plantea- el relato? ¿Qué elementos usa el
mos las siguientes preguntas: narrador para mostrar ese trans-
• ¿Quiénes son los personajes del curso?
relato y cuál es la relación entre • ¿Qué sonidos se repiten cons-
ellos?

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tantemente y qué sensaciones te Vuelve a leer el sueño del padre
transmiten? y describe sobre cómo el trapiche
• ¿Qué ideas y sentimientos des- destruye a cada uno y reflexiona
pierta en ti el cuento? sobre cómo la amenaza del trapiche
• ¿Cómo experimenta la presencia actúa en la vida del padre (en su
del trapiche el padre y cómo la condición de obrero) y en la vida
experimenta el hijo? del hijo (en su condición de hijo
de un obrero).

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Finalmente, la actividad de apro- ble una escena del cuento, de tal
piación consistió en que cada uno manera que entre todos se pueda
dibuja con el mayor detalle posi- reconstruir el relato.

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A modo de conclusión de esta sec- Durant cuyo guion y arte son de
ción trabajamos el poema “Trocha José Watanabe. Fue ambientada en
entre cañaverales” en el que también el Laredo de la década de 1920,
se evoca la dureza y las condiciones en la época en que funcionaba la
de explotación en el trabajo de las hacienda azucarera y los obreros
haciendas azucareras. y jornaleros organizaban la lucha
Para hacer el enlace entre el cuento contra la explotación del hacenda-
“El Trapiche” y el poema “Trocha do. La película sirvió para darle imá-
entre cañaverales” vimos la pelícu- genes concretas a las sensaciones y
la Ojos de perro (1983). Esta es situaciones que el cuento propone
una película por Alberto «Chicho» y que el poema lleva a su extremo.

https://www.cineaparte.com/p/342/ojos-de-perro

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Trocha entre los cañaverales

Caminas la trocha de los cañaverales,


reverbera unánime el color verde.
El mundo es solar y verde.
La vaca que pasa tocando su cencerro
y el muchacho que la sigue con una pértiga
pierden su color y se pliegan al verde.
Pero hay una piedra gris que se resiste, que rechaza
el verde universal.
En esa piedra los braceros afilan sus machetes,
a las 5 de la tarde, exhaustos, hambrientos
y con el rostro tiznado por la ceniza de la caña.
Dale entonces la razón al juicioso chotacabras
que emerge volando de los cañaverales
y te amonesta:
“Aquí no, tu dulce égloga aquí no”.

De El huso de la palabra

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Lectura y conversación

Leímos más de una vez el poema • ¿Cuál es el color que rompe y con
antes de conversar. La conversación qué se relaciona? De acuerdo con
inició en torno a las palabras des- el poema y lo que hemos visto y
conocidas. leído, ¿qué puede significar esta
• Algunas de las preguntas que ruptura?
planteamos al trabajarlo son: Proponemos terminar con un ejerci-
• ¿Qué imágenes vienen a sus men- cio de collage. A cada verso trans-
tes al leer el poema? crito del poema se le pega fotogra-
• ¿Cómo es el mundo que describe mas impresos de la película Ojos
el poema? de perro.
• ¿Cuál es el color predominante
y con qué se relaciona?

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