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«unitarios» valoraban más la armonía del conjunto que los elementos dis-
cordantes y entendían, por ello, que sólo podía haber sido creada por un úni-
co autor. La propuesta de Parry (1971) situó el debate en un contexto com-
pletamente diferente. En su tesis doctoral defendida en París en 1928
sostenía que las fórmulas literarias relacionadas con nombres propios, que se
repetían de manera constante en los poemas, respondían a las necesidades de
la composición oral, que se servía de fragmentos métricos fijos y los utiliza-
ba de forma estandarizada para crear nuevos versos. En su origen, por tanto,
lo que se había considerado un elemento estilístico, no era más que un re-
curso fácil para favorecer la recitación. Por lo tanto, los poemas que conser-
vamos no podían tener una fecha concreta de elaboración, sino que se habían
formado con el paso del tiempo. Se trataba, pues, de una obra colectiva que
había pasado de un recitador a otro, lo que explicaba satisfactoriamente la
mezcla de elementos eólicos y jonios de distintas épocas que se habían de-
tectado.
La tesis oralista chocaba frontalmente con el persistente prejuicio deci-
monónico de que la Ilíada y la Odisea habían nacido como obras escritas y se
debían al genio literario de Homero (González García, 1991: 165-171).
Consciente de ello, Parry decidió buscar una prueba fehaciente de la exis-
tencia de poesía oral compleja transmitida de generación en generación. Y
la encontró en la épica tradicional de la ex Yugoslavia, donde todavía a prin-
cipios de siglo se componían y representaban poemas épicos de considerable
longitud. El resultado de su trabajo de campo, en el que colaboró Albert B.
Lord, fue la creación de un importante corpus de textos sureslávicos que es-
tán en el origen del Centro de Estudios de Literatura Oral de Harvard. La
primera constatación que se hizo evidente con el ejemplo de las actuaciones
de los bardos yugoslavos que quedaron registradas fue que era posible la
transmisión de extensas composiciones orales en verso. No era necesario, por
tanto, suponer que los poemas épicos habían sido creados por escrito. Esta no
era más que su última fase, a la que habrían llegado después de circular in-
definidamente por Grecia en boca de los bardos. Su aspecto final, en la ver-
sión que nos ha llegado, no puede considerarse, sin embargo, una transcrip-
ción directa de una recitación oral, sino más bien una elaboración escrita de
un poema épico tradicional (Goody, 1987: 107-108; Havelock, 1996: 32-33).
Pero, además, el estudio pormenorizado de un número importante de re-
presentaciones y la observación del aprendizaje de los jóvenes recitadores
permitió comprender en profundidad el proceso de composición y transmi-
sión de la poesía oral (Lord, 1981: 13-123; 1982: 243-257). Sin la mediación
de la escritura, los poemas épicos eran creados mentalmente sobre la base de
dos elementos estructurales: la fórmula y el tema. La primera es, según la
definición de Parry, un grupo de palabras que se usan regularmente en las
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ne marcado por un discurso especial, que actúa en cierta medida como un al-
macén de la memoria, lo más parecido a la escritura que existe en un con-
texto oral. Así, en una sociedad oral el medio principal por el que se preser-
va la tradición y se transmite el código cultural que educa a las jóvenes
generaciones es lo que él denomina el habla artificial o ritualizada (contri-
ved speech), es decir, un lenguaje no cotidiano regido por la música y el rit-
mo que permite memorizar y recordar el contenido con mayor facilidad. El
mejor ejemplo de este tipo de discurso es la poesía, ya que la rigidez del ver-
so, de las fórmulas y de los temas recurrentes fija con mayor facilidad el co-
nocimiento tradicional. Posiblemente Goody (1987: 293-300) esté en lo cier-
to al considerar que Havelock tiende a presentar la tradición en un sentido
demasiado estático, ya que incide sobre todo en la capacidad que tiene la
poesía de conservar inalterado el pensamiento. En realidad, como ya vimos,
el discurso rítmico no puede equipararse en ningún caso a la escritura. A pe-
sar de su rigidez, la falta de un referente textual y la recreación que ejecuta
cada bardo hacen que se modifique sensiblemente de generación en genera-
ción y se adapte a las nuevas circunstancias. Pero además se podría añadir
que la teoría de la oralidad primaria que propone Havelock está posible-
mente demasiado condicionada por su objeto de estudio, es decir, por la Gre-
cia arcaica y por la relevancia de la épica en este período de la cultura hele-
na. Por ello concede una importancia extraordinaria a la poesía como
elemento principal de conservación de la tradición, sin reparar en que pro-
bablemente en otras sociedades, como es el caso de Roma, el fenómeno de la
épica no existía o no tenía un papel cultural tan destacado, y sobre todo en
que existen otros elementos, a parte del habla ritualizada, que pueden trans-
mitir la memoria. En este apartado nos ocuparemos de este fenómeno.
En un famoso pasaje del Fedro (274c-275a) en el que Sócrates recuerda
una conversación que el dios Amón tuvo con el dios Thot, inventor de la es-
critura, Platón lanza una dura acusación contra la escritura:
este invento dará origen en las almas de quienes lo aprendan al olvido, por descui-
do del cultivo de la memoria, ya que los hombres, por culpa de su confianza en la
escritura, serán atraídos al recuerdo desde fuera, por unos caracteres ajenos a ellos,
no desde dentro, por su propio esfuerzo. Apariencia de sabiduría y no sabiduría
verdadera procuras a tus discípulos.
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FIGURA 1. Lukasa del pueblo luba (República Democrática del Congo). Las caras hu-
manas representan jefes, personajes históricos y miembros de la sociedad secreta
mbuyde. Los rectángulos y círculos reflejan la casa de reuniones y las posesiones del
jefe. Museo Metropolitano de Nueva York (1977: 467.3).
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FIGURA 2. Churinga de un miembro del tótem de la rana compuesto por círculos y lí-
neas que representan elementos vegetales (según Spencer y Gillen, 1914: 146-147).
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