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38.encuentro Con Una Estrella
38.encuentro Con Una Estrella
E S T R E L L A
Autora: SILVIA BRAVO
COMITÉ DE SELECCIÓN
EDICIONES
DEDICATORIA
AGRADECIMIENTO
PRÓLOGO
I. LA ESTRELLA QUE ALUMBRA EL DÍA
II. LA LUZ DEL SOL
III. UN CENTRO GRAVITATORIO
IV. OBSERVANDO A NUESTRA ESTRELLA
V. ¿CÓMO ES EL SOL?
VI. UN VIENTO SOLAR BARRE EL ESPACIO
VII. ¿DE DÓNDE OBTIENE SU ENERGÍA EL SOL?
VIII. EL SOL NO ES PERFECTO
IX. EL SOL NO ES CONSTANTE
X. VIDA Y MUERTE DE UNA ESTRELLA
EPÍLOGO
CONTRAPORTADA
E D I C I O N E S
Primera edición (La Ciencia desde México), 1987
Tercera reimpresión, 1995
Segunda edición (La Ciencia para Todos), 1997
En la portada: Una gran erupción solar, vista desde el Skylab 3./ Fotografía: NASA
P R Ó L O G O
El Sol es la estrella más cercana. Los fenómenos que en él tienen lugar constituyen una
muestra de los mismos procesos que se dan en las estrellas lejanas. Es la única estrella cuya
superficie podemos observar en detalle, lo que hace de su estudio una herramienta muy
valiosa para la astrofísica en general. Las condiciones en las que se llevan a cabo los
procesos en el Sol exceden grandemente las condiciones reproducibles en la Tierra, por lo
que representa un invaluable laboratorio donde estudiar procesos físicos y químicos que
escapan a nuestra capacidad de experimentación y donde poner a prueba los modelos que
vamos construyendo.
Como nuestra estrella, el Sol constituye el centro de nuestro sistema planetario y nuestra
principal fuente de luz y calor. Sus emisiones determinan las características del entorno de
la Tierra, condicionan el clima y son, a fin de cuentas, las responsables de la vida en nuestro
planeta. Algunos fenómenos solares violentos suelen tener repercusiones en la Tierra en
forma de perturbaciones geomagnéticas, auroras boreales, interferencia en las
radiocomunicaciones, etc., y la Tierra necesariamente acompañará al Sol en su destino
final. Por todo esto, el Sol es un objeto digno de estudio.
El estudio del Sol tiene ya una larga historia, pero lo más importante es que tiene aún un
inmenso futuro. Las manchas solares se reconocieron desde el siglo XVII, pero los hoyos
coronales, las oscilaciones del Sol y las variaciones de la constante solar sólo durante las
últimas décadas de observaciones. La física solar está apenas tratando de consolidarse y
muchos de los fenómenos básicos de la actividad solar aún no se comprenden totalmente.
Mejores instrumentos y misiones espaciales más audaces se hallan ya en proceso, y
seguramente los últimos años de este siglo superarán en frutos a todos los siglos anteriores
de estudios solares.
En las páginas de este libro hemos intentado reunir el estado actual de nuestro conocimiento
del Sol, y si el lector tiene la paciencia de acompañarnos a través de todas ellas, podrá al
final disfrutar de la satisfacción de saber que ya conoce, por lo menos un poco, a una
estrella.
I . L A E S T R E L L A Q U E
A L U M B R A E L D Í A
TODOS LOS DÍAS AL AMANECER
LOS POETAS han cantado siempre a las estrellas como reinas de la noche y, sin embargo,
todos los días, al amanecer, una estrella aparece por el horizonte brindándonos hoy, como
lo hizo ayer y lo hará mañana, la oportunidad de conocerla mejor.
El Sol es una estrella. Muchos miles de años tardó el hombre en descubrir esta identidad
que ahora a nosotros nos es tan familiar, pero debemos admitir que, efectivamente, la
semejanza no es obvia. Mientras que el Sol nos presenta su enorme disco, nos deslumbra
con su luz y puede hasta quemarnos con su calor, las estrellas no parecen ser nada más que
pequeños puntos luminosos adheridos a una enorme bóveda, visibles solamente cuando la
luz de aquél no opaca su débil resplandor.
No hace aún mucho tiempo que se consideraba que la naturaleza de los cuerpos celestes era
radicalmente distinta de la de los cuerpos que componen nuestro mundo. Se pensaba que el
mundo sublunar (el que está más abajo de la Luna) estaba compuesto por cuatro elementos:
tierra, agua, aire y fuego, mientras que los cuerpos celestes estaban hechos de una quinta
esencia: el éter, diferente de las cuatro substancias terrestres. Mientras que todo en nuestro
mundo sufre cambios y deterioros, los cuerpos celestes dan la impresión de ser eternos e
inmutables, perfectos e incorruptibles.
Sin embargo, entre ellos parece haber también dos categorías: por un lado las estrellas,
pequeños puntos de luz fijos a la bóveda celeste y girando con ella lentamente en el
transcurso del día, y por otro unos cuerpos, que los griegos denominaron planetas —que
quiere decir "errantes", "vagabundos"—, los cuales no parecen estar adheridos a la bóveda
celeste, pues su posición respecto a las estrellas fijas cambia continuamente. Los cuerpos
clasificados por los antiguos como planetas fueron: la Luna, el Sol, Mercurio, Venus,
Marte, Júpiter y Saturno, pues, en efecto, cualquier observador oficioso que escudriñe
noche a noche los cielos podrá percatarse del desplazamiento de estos cuerpos respecto al
fondo de las estrellas, mientras que no podrá detectar, en el transcurso de toda su vida,
ningún cambio en la posición relativa de las estrellas. Sin embargo, aparte de esta
diferencia, todos los cuerpos celestes eran considerados perfectos y elementales, y aun
cuando el hombre ya había iniciado desde la época de los griegos el desarrollo de la física
como el estudio del conjunto de reglas que gobiernan los fenómenos que ocurren en la
naturaleza, ésta no incluía el estudio de los cuerpos celestes, cuya inmutable apariencia no
sugería necesidad alguna de él. La astronomía hasta hace poco tiempo tenía como único fin
registrar las posiciones de las estrellas y determinar el conjunto de esferas que, girando
alrededor de la Tierra, pudieran dar cuenta del complejo movimiento de los planetas.
El Sol es una de los cientos de miles de millones de estrellas que forman nuestra galaxia, la
galaxia de la Vía Láctea, la cual convive con alrededor de otras 20 galaxias en el llamado
grupo local, que es uno de tantos conjuntos de galaxias en nuestro vasto Universo,
compuesto por al menos 10 000 millones de ellas. No es un cuerpo sólido, sino gaseoso,
como todas las estrellas, con una densidad media de 1.4 veces la densidad del agua. Como
todas las estrellas, el Sol gira, completando una vuelta en aproximadamente 27 días, pero
como no es sólido, sus regiones ecuatoriales giran más rápido que las polares. Algunas
observaciones han sugerido que su diámetro polar es 70 kilómetros menor que el diámetro
ecuatorial, pero prácticamente puede considerarse esférico, a diferencia de algunas estrellas
que giran muy rápidamente y son esferoides fuertemente aplanados.
1 392 000 km
Diámetro
109.3 veces el diámetro de la
Tierra
2 quintillones de kg
Masa
332 mil veces la masa de la Tierra
Distancia media de la
Tierra
149.6 millones de kilómetros
40 billones de kilómetros
272 000 UA
I I . L A L U Z D E L S O L
EL SOL
FUENTE DE VIDA
TODA la vida en la Tierra depende del Sol. Sin él no habría plantas ni animales y la Tierra
sería como un mundo oscuro, helado y muerto. Nuestro planeta recibe del Sol
aproximadamente dos calorías por centímetro cuadrado cada minuto, una cantidad tan
grande que si los habitantes de la ciudad de México tuviéramos que pagar por el kilowatt
hora de luz solar que recibimos lo mismo que pagamos por la energía eléctrica, deberíamos
pagar más de 500 000 millones de pesos diarios. Esta energía se emplea en el calentamiento
de la Tierra, en la destilación del agua de los océanos, en los procesos químicos de las
plantas. Toda nuestra comida y la renovación del oxígeno que respiramos dependen del Sol;
nuestros combustibles fósiles son principalmente energía solar almacenada y las especies
vivas de hoy representan el resultado de una evolución de miles de millones de años que ha
sido mantenida por la constante luz solar. Hace más de 4 000 millones de años que el Sol ha
estado calentando e iluminando a la Tierra y gracias a ese continuo calentamiento estamos
ahora nosotros aquí.
Es difícil imaginarse la gran cantidad de energía que el Sol emite y de la cual la Tierra
intercepta sólo una parte en 2 200 millones. Si la energía que emite el Sol pudiera hacerse
pasar por un "cable" de hielo de tres kilómetros de diámetro y de 150 millones de
kilómetros de largo hasta llegar a la Tierra, este cable se evaporaría en menos de ocho
segundos.
Como la intensidad de la luz solar disminuye con el cuadrado de la distancia al Sol, los
planetas que se encuentran más cerca de él reciben más energía por centímetro cuadrado
por minuto y los planetas lejanos reciben menos. La Tierra fue el planeta afortunado del
Sistema Solar: la energía recibida del Sol fue la adecuada para el florecimiento de la vida.
Hasta donde sabemos, no existe en nuestro sistema ningún otro cuerpo en que se encuentren
organismos vivos ni siquiera en estados primitivos de desarrollo.
En las últimas décadas de este siglo, en las que hemos adquirido conciencia de la gran
fragilidad de la vida y del enorme poder de destrucción que somos capaces de ejercer los
seres humanos, se ha generado un interés casi desesperado por encontrar formas de vida en
otras partes del Universo, o por lo menos de convencernos de que esto es posible. Existen
serios proyectos científicos que intentan establecer comunicación con otras civilizaciones
en otros sistemas planetarios o por lo menos pretenden averiguar si tales civilizaciones
existen. La posibilidad de estar solos en el Universo nos causa ahora mayor pesadumbre
que nunca antes. Cuando el Universo se reducía a nuestra Tierra, rodeada por una cercana y
cristalina esfera celeste, tachonada de estrellas y conteniendo al Sol y a la Luna, una sola
raza humana parecía ser más que suficiente; pero ahora que el Universo se ha vuelto tal vez
infinito, sentimos necesidad de compañía.
Por fortuna, las posibilidades de vida en el Universo son bastante grandes. Hasta donde
entendemos el proceso de la vida y las características de nuestro Universo, es muy probable
que existan muchos otros planetas, girando alrededor de muchas otras estrellas, donde
habiten actualmente seres vivos o puedan habitar en el futuro. Realmente sería muy
sorprendente que los procesos que generaron la vida en la Tierra no se estén y se hayan
dado ya en otros lugares del inmenso espacio poblado por cientos de trillones de estrellas,
muchas de ellas semejantes a la nuestra. La dificultad de percibir su presencia radica en las
inmensas distancias que nos separan, que incluso a los mensajes que viajan a la velocidad
de la luz les toma muchos años recorrer; pero cada vez existe una confianza mayor en que
no estamos solos en el Universo. Seguramente otros soles en otras partes del cosmos estan
también siendo empleados para mantener vida.
Fue James Clerk Maxwell, ingeniero y físico escocés, quien a mediados del siglo pasado
propuso que la luz era una onda electromagnética; pero muy poca gente tomó en cuenta su
proposición. Nueve años después de su muerte, en 1888, un ingeniero alemán, Heinrich
Hertz, pudo producir por primera vez ondas electromagnéticas, aunque las ondas
producidas por Hertz tenían longitudes de onda mucho mayores que las de la luz; eran
ondas de radio. No tardó en demostrarse que todo era cosa de variar la longitud de onda (o
la frecuencia) y se podría obtener toda una gama de ondas electromagnéticas entre las
cuales estaba comprendida la luz.
Desde principios del siglo pasado se conocían ya los rayos infrarrojos y ultravioleta. Los
rayos infrarrojos fueron descubiertos alrededor de 1800 por William Herschel quien,
trabajando con filtros en un telescopio para observar el Sol, encontró que algunas veces
sentía calor aun cuando sus filtros estuvieran bloqueando toda la luz. Para estudiar las
posibles causas de este efecto, hizo pasar la luz solar por un prisma para separar los
diferentes colores, y fue colocando un termómetro en las zonas iluminadas por cada uno de
ellos. Encontró que conforme se movía el termómetro hacia el rojo la temperatura
aumentaba y si lo colocaba más allá, donde ya no se veía ninguna luz, la temperatura
aumentaba rápidamente. Así quedó demostrado por primera vez que existe luz que no
vemos.
Los rayos ultravioleta fueron descubiertos en 1801 por Johann Wilhelm Ritter, cuando
experimentaba con los espectros de la luz en las sales de plata. Descubrió que éstas también
se oscurecían si las colocaba más allá del extremo violeta de un espectro solar dispersado
por un prisma.
Figura 7. El espectro de emisión del Sol. El Sol emite la
mayor parte de su energía en la región de la luz visible y
en el infrarrojo; también es considerable su emisión en el
ultravioleta cercano. La emisión en longitudes de onda
menores que el ultravioleta o mayores que el infrarrojo es
sumamente pequeña en condiciones normales.
Los rayos X y los rayos se descubrieron a finales del siglo pasado. Los rayos X fueron
descubiertos por Wilhelm Röentgen en 1895 al encontrar una radiación invisible capaz de
penetrar los músculos y trazar la sombra de los huesos sobre una pantalla fluorescente; por
ser ésta hasta entonces una radiación desconocida, él la bautizó con el nombre de rayos X.
Los rayos fueron descubiertos un año después por Henri Becquerel cuando sus placas
fotográficas se velaron al ser colocadas cerca de un trozo de uranio, a pesar de estar
envueltas en papel protector de la luz. Se les llamó porque corresponden a una de las tres
emisiones descubiertas originalmente en los elementos radiactivos naturales, las cuales
fueron nombradas como las tres primeras letras del alfabeto griego: alfa (), beta () y
gamma (); las emisiones a y b son partículas y sólo g es emisión electromagnética.
El Sol emite energía en todas las longitudes de onda: desde los ultracortos rayos hasta las
gigantescas ondas de radio; sin embargo, no emite la misma cantidad de energía en todas
ellas. Aproximadamente el 40% de la energía emitida por el Sol está en la porción visible
del espectro y 50% en el infrarrojo; casi todo el resto está en el ultravioleta. La emisión
continua de rayos X y de ondas de radio del Sol es sumamente baja y sólo aumenta
esporádicamente debido a la ocurrencia de ciertos eventos solares explosivos. También en
estos eventos suelen emitirse rayos pero no parece haber una emisión continua de ellos.
En capítulos posteriores se discutirá cómo y desde qué partes del Sol se emiten los
diferentes tipos de radiaciones electromagnéticas.
Se especula mucho sobre cuándo terminará por agotarse el petróleo, pero lo que nadie pone
en duda es que se acabará algún día. Esta convicción ha impulsado en las últimas décadas
una gran cantidad de investigaciones y diseños ingeniosos para el aprovechamiento de otras
formas de energía que van desde las corrientes y caídas de agua y el viento —los más
antiguos "impulsores''— hasta la energía nuclear —el juguete nuevo de la tecnología—y la
siempre presente energía solar.
Figura 8. Energía solar vs. Energía nuclear. La energía
que la Tierra recibe del Sol en forma de radiación
electromagnética es tan grande que si pudiéramos
aprovecharla eficientemente podría satisfacer la mayor
parte de las necesidades energéticas de nuestro mundo
moderno. Ante el creciente auge de la utilización de otras
formas de energía principalmente la nuclear, la cual
representa serios peligros para la vida en el planeta,
diversos grupos en todas partes del mundo están llevando
a cabo grandes campañas propagandísticas tendientes a
evitar el desarrollo de plantas de energía nuclear, al
mismo tiempo que apoyar el desarrollo de dispositivos de
aprovechamiento de la energía solar, como lo muestra el
emblema de la fotografía.
Como ya se mencionó, la Tierra recibe del Sol continuamente una enorme cantidad de
energía; el problema es cómo aprovecharla. Este no ha resultado un problema sencillo y
hoy en día no podemos decir que sabemos cómo aprovecharla de una manera competitiva.
Todos los diseños actuales son muy poco eficientes y su implantación a nivel comercial y
masivo se ve aún muy lejana. Sin embargo, la defensa de la utilización de la energía solar
en vez de la energía nuclear se ha convertido en una causa a nivel social y no sólo un reto
tecnológico. Se realizan campañas, e incluso esporádicamente manifestaciones, para
destacar los peligros de la utilización de la energía nuclear y siempre se vuelven los ojos a
la energía solar como la energía "limpia" y "natural".
Todavía queda mucho por andar, pero no hay duda de que el ingenio y la tenacidad del
hombre encontrarán, en un futuro no lejano, formas adecuadas y eficientes de aprovechar el
continuo torrente de energía que nos llega del Sol, el cual podemos estar seguros que no se
agotara en mucho, mucho tiempo.
NOTAS
1 Léase gamma
I I I . U N C E N T R O
G R A V I T A T O R I O
Hay personas amantes de lo simple; hay quienes consideran que lo sencillo es bello y que lo
bello y simple tiene que ser verdadero. Algo de esto influyó en el abandono del sistema
geocéntrico.
Figura 11. Marte visto desde la Tierra. En el sistema heliocéntrico, con los planetas
girando alrededor del Sol, es fácil entender por qué son tan complicados los
movimientos de los planetas. Si desde la Tierra observamos a Marte, lo veremos
describir una trayectoria rizada con respecto al fondo de las estrellas debido a que
ambos cuerpos avanzan en sus propias órbitas alrededor del Sol, y la Tierra lo hace
más rápido.
Cópernico tenía buenos argumentos para responder a todas ellas: argüía que la Tierra
arrastra consigo el aire y todos los cuerpos que en ella están, por lo que no se observan ni
vientos ni desplazamientos relativos; alegaba que no había razón para pensar que la Tierra
estallaría por girar y que, si la hubiera, peor sería el caso de una esfera celeste que girara,
pues por ser más grande debería girar más rápidamente; argumentaba que la falta de
observación de cambios en las posiciones de las estrellas a lo largo del año era debida a que
éstas estaban muy lejos y tales cambios resultaban entonces muy pequeños. Pero todos no
eran más que argumentos que tenían que oponerse a las convicciones, al respeto a los
dogmas y al sentido común. Con su nueva imagen Copérnico reinterpretó las observaciones
astronómicas registradas durante muchos años y logró establecer valores numéricos para los
periodos de revolución de los planetas alrededor del Sol, y para los radios de sus órbitas,
bastante aproximados a los valores reales. Esto dio por primera vez dimensiones al
Universo, pues todos los modelos anteriores, incluyendo el de Ptolomeo, describían
posiciones angulares, pero no proporcionaban distancias. Sin embargo, las distancias
proporcionadas por Copérnico resultaban tan enormes respecto a las apreciaciones
anteriores que lejos de ser éste un punto a favor de su sistema, fue uno más de los aspectos
que se atacaron de él. También se pudo estimar por primera vez la distancia a las estrellas,
pero el valor obtenido era tan inmenso que simplemente fue considerado una locura.
Por otra parte, respetando la idea platónica de los movimientos circulares de rapidez
constante, Copérnico requirió de más de 30 círculos en su modelo para reproducir las
observaciones, por lo que su sistema no era en realidad tan sencillo como parecía, además
de que sus predicciones para los movimientos de los planetas resultaban menos precisas que
las del sistema de Ptolomeo. Demasiadas desventajas para vencer al Supremo.
No obstante, el sistema copernicano, lejos de morir, despertó el interés de otros hombres de
ciencia, quienes serían los que finalmente ganarían la batalla para el modelo heliocéntrico.
Este triunfo implicaría no sólo un cambio de geometría, sino una profunda transformación
de la imagen que se tenía del mundo y de su forma de funcionar, y abriría las puertas al
desarrollo de la Física como ahora la conocemos. Y todo esto con sólo colocar al Sol en el
centro del Universo.
A finales del siglo XVI inicia su trabajo en astronomía Johannes Kepler con el deseo
inspirador de perfeccionar el modelo heliocéntrico. Para Kepler era claro que el centro del
Universo era el Sol, pues éste debería ser el centro del Universo donde quiera que
estuviera; no era sólo una coincidencia, sino que es la presencia del Sol, su influencia sobre
los planetas, lo que los mantiene girando en torno a él; debería existir algún tipo de fuerza
que ejerciera el Sol para ordenar el mundo.
Heredero de un gran cúmulo de excelentes observaciones astronómicas obtenidas años
antes por Tycho Brahe, Kepler empezó por renunciar al prejuicio platónico de movimientos
circulares y rapideces constantes. Encontró que las órbitas de los planetas son elipses, con
el Sol en uno de los focos, y que avanzan más rápidamente a lo largo de aquellas porciones
de sus órbitas que están más cerca de él. Una sola elipse para cada planeta daba cuenta
satisfactoria de las mejores observaciones obtenidas. Este sí era un modelo sencillo que
además fue complementado con relaciones matemáticas que involucraban la velocidad de
los planetas y sus periodos de giro alrededor del Sol. Publicó por primera vez sus
observaciones y sus leyes en 1619 en un libro titulado Armonía del mundo, el cual fue
reforzado en 1627 con otro cuyo nombre fue Astronomía nueva y que llevaba el subtítulo
de Física celeste. En este segundo libro Kepler combinó sus leyes y observaciones para
construir tablas de la posición de los planetas en tiempos pasados y futuros, tablas de
excelente precisión que serían luego usadas durante más de 100 años.
El trabajo de Kepler fue reforzado por Galileo, contemporáneo suyo con el que mantuvo
abundante correspondencia, quien usó su locuacidad, ingenio y dotes literarias para
persuadir a sus contemporáneos de la veracidad del sistema heliocéntrico. En 1610 Galileo
inició sus observaciones telescópicas de los cuerpos celestes y descubrió, entre otras
muchas cosas, un sistema de cuatro cuerpos pequeños girando en torno a Júpiter, lo cual
esgrimió como apoyo a la imagen heliocéntrica del Universo en la cual la Tierra es sólo uno
más de los planetas que giran alrededor del Sol y que poseen satélites más pequeños
girando en torno de ellos.
Pero la verdadera campaña de Galileo se concentró en las objeciones hechas a los
movimientos de la Tierra. Su libro titulado Diálogo respecto a los dos principales sistemas
del mundo fue una acalorada y astuta defensa del sistema heliocéntrico en la que esgrimía
contundentes argumentos a favor del movimiento de la Tierra, reconciliando esta idea con
las observaciones y estableciendo las bases de una nueva manera de entender los
movimientos. Galileo retomó los argumentos de Copérnico respecto a que el movimiento
de la Tierra es compartido por todos los objetos que están en ella —como ocurre con los
objetos en un barco—, por lo que no es posible notar el movimiento observando a estos
objetos, ni es de esperarse que se sientan vientos. Sus argumentaciones implicaban ciertas
concepciones respecto al movimiento distintas a las que hasta entonces se habían tenido y
Galileo desarrolla en otra de sus obras —Diálogo sobre dos ciencias nuevas— estas nuevas
concepciones, apoyadas en experimentos que finalmente ayudarían a reconciliar la
posibilidad de una Tierra en movimiento con nuestras sensaciones y apreciaciones
cotidianas. Sin embargo, el libro de Galileo sobre los sistemas del mundo fue muy criticado
e incluso prohibido por la Iglesia y Galileo fue obligado a retractarse de sus posiciones;
pero la historia no acabó ahí.
La obra de Galileo y Kepler encontró en Newton la culminación de sus aspiraciones. En
1686 Isaac Newton publica los Principios matemáticos de la filosofía natural, obra
monumental en la que expone con detalle y rigor las leyes de la mecánica que gobiernan los
movimientos de todos los cuerpos (terrestres y celestes) y la ley de gravitación universal
que describe la atracción gravitatoria entre los cuerpos de todo el Universo. Recogiendo las
ideas de Galileo y las de algunos otros, complementadas con las suyas propias, Newton
establece sus conocidas tres leyes del movimiento. Utilizando estas leyes generales y las
leyes de Kepler para el movimiento de los planetas alrededor del Sol fue capaz de deducir
la fuerza de interacción entre el Sol y los planetas —fuerza de gravitación— y estableció
que esta misma fuerza actúa sobre todos los cuerpos del Universo. Aunque su propósito
explícito no era defender el sistema heliocéntrico, lo da por sentado en su obra y
complementa su geometría y su cinemática con la dinámica que lo justifica.
Figura 12. Las trayectorias de Newton. Con este dibujo Newton ilustraba cómo la
misma fuerza de gravedad, que hace que los objetos lanzados hacia arriba vuelvan a
la Tierra, es la que mantiene a los objetos en órbita (en particular a la Luna) girando
alrededor de ella. El descubrimiento y la formulación matemática de la fuerza de la
gravitación universal realizados por Newton permitieron el nacimiento de una
mecánica celeste que describe y explica los movimientos de los cuerpos que pueblan
los cielos.
A la luz de los Principios de Newton un sistema planetario con el Sol en el centro ya no
sólo permitía una descripción más sencilla y precisa de los movimientos planetarios, sino
que además permitía la explicación de estos movimientos; su teoría gravitatoria finalmente
obligaba al Sol a estar en el centro del sistema, o más bien dicho, colocaba el centro del
sistema en el Sol, cualquiera que fuera la posición de éste. El Supremo estaba vencido y
muchos años habrían de pasar antes de que el Sol perdiera su privilegiada posición en el
centro del Universo.
Nuestra galaxia, que tiene forma de espiral bastante aplanada, gira respecto a su centro, y a
la distancia que el Sol está de él 30 000 años luz— comparte este giro con una rapidez de
290 kilómetros por segundo. Además, el Sol también se mueve con relación a las estrellas
vecinas, dirigiéndose hacia las cercanas a Vega con una velocidad de alrededor de 19
kilómetros por segundo. La quietud de algún cuerpo del Universo resulta ahora ser más
absurda de lo que antes parecía el movimiento de la Tierra.
Figura 13. La posición del Sol en nuestra galaxia. El triunfo del sistema copernicano
colocó al Sol en el centro del Universo, lugar que conservó hasta las primeras décadas
de nuestro siglo cuando se comprobó que se encuentra muy lejos de él. Situado a unas
2/3 partes entre el centro de nuestra galaxia y su borde, el Sol gira compartiendo el
movimiento de toda la galaxia y se desplaza también con respecto a las estrellas
vecinas. Hasta hace poco tiempo se creyó que nuestra galaxia era todo el Universo;
ahora se conocen miles de millones de galaxias además de la nuestra y hemos tenido
que renunciar definitivamente a la pretensión de ocupar un lugar privilegiado en el
espacio.
Pero Shapley se quedó corto, creía aún que nuestra galaxia constituía todo el Universo; 100
000 años luz de extensión y una población de cientos de miles de millones de estrellas
dejaban satisfechas las expectativas que pudieran tener para el Cosmos los astrónomos de
principios de nuestro siglo. Sin embargo, el progreso de la astronomía pronto habría de
mostrar que la Vía Láctea es sólo un minúsculo grano de un Universo mucho más vasto. En
1924 Edwin Hubble probó que la nebulosa de Andrómeda es en realidad otra galaxia,
comparable a la nuestra, que se encuentra a más de dos millones de años luz de distancia, y
para 1936 se habían identificado más de 100 galaxias diferentes; el tamaño del Universo se
extendió rápidamente. Hoy se estima que existen miles de millones de galaxias. No importa
hacia donde veamos, siempre veremos gran cantidad de ellas. Si existe un límite para el
Universo, nuestra Vía Láctea debe estar muy lejos de ese límite, y si estamos cerca o lejos
del centro, es algo que ahora ya no sabemos.
I V . O B S E R V A N D O A
N U E S T R A E S T R E L L A
Figura 14. Líneas espectrales. Al observar la luz del Sol con un espectroscopio se
aprecian distintas líneas espectrales o sea distintas señales en diferentes longitudes de
onda; una representación esquemática de esto se muestra en la figura (a). En el
conjunto de líneas características de algunos elementos y así descubrir de que está
hecho el Sol. De la intensidad de la línea de puede saber la abundancia de cada
elemento y del conjunto de ellas se puede deducir la temperatura. También es posible
saber si el material está en movimiento, pues en ese caso se produce el llamado efecto
Doppler que consiste en un corrimiento de las líneas espectrales. Si el material se
aleja, el espectro se corre hacia rojo (longitudes de ondas mayores) y si se acerca, el
espectro se corre hacia el azul (longitudes de onda menores); en la figura (b) se
muestra un corrimiento hacia el rojo. De la magnitud de este corrimiento se puede
estimar la velocidad. También es posible saber si el material está o no magnetizado,
pues en presencia de un campo magnético algunas líneas se desdoblan en varias como
se muestran en la figura (c). A esto se le conoce como el efecto Zeeman. La separación
entre ellas permite conocer la intensidad del campo y las internsidades relativas entre
ellas informan de su dirección.
Como hemos mencionado, el espectrómetro estándar separa en los diferentes colores la luz
que llega del Sol. Sin embargo, la posibilidad de obtener imágenes a una sola longitud de
onda resulta muy necesaria para apreciar ciertos detalles de gran valor para la investigación
solar. A finales del siglo pasado, George Ellery Hale desarrolló el espectroheliógrafo, un
instrumento con la habilidad de estrechar el rango de color a una sola línea y producir una
imagen en esa longitud de onda. El espectroheliógrafo fue responsable de gran parte del
progreso en la física solar de las primeras décadas de nuestro siglo; hizo posible; por
ejemplo, obtener una imagen del Sol en la luz roja brillante de hidrógeno, en la luz violeta
del calcio y en muchos otros colores de los diversos elementos excitados en la atmósfera
solar. En 1936 Robert R. McMath y sus colegas de la Universidad de Michigan
perfeccionaron en alto grado el instrumento de Hale, con lo que se pudieron obtener
imágenes notables del Sol. Técnicas más recientes logran el mismo resultado usando filtros
de transmisión de banda angosta, basados en un diseño original del astrónomo francés
Bernard Lyot, en 1950. Con el diseño reciente del filtro óptico sintonizable se pueden
observar en sucesión varias líneas espectrales o explorar el perfil de una sola línea espectral
para ver el desdoblamiento Zeeman o el corrimiento Doppler.
El ingenio del hombre ha logrado descifrar toda la información que encierra un rayo de luz.
ECLIPSES ARTIFICIALES
Un eclipse de Sol ocurre cuando la Luna se coloca entre la Tierra y el Sol y oscurece parte
o todo el disco solar. Durante un eclipse total de Sol es posible observar, aun a simple vista,
las regiones más altas de la atmósfera solar —la cromosfera y la corona—, cuya luz es tan
débil que cuando el Sol brilla en todo su esplendor resultan invisibles.
Como los eclipses de Sol no son muy frecuentes ni duran mucho tiempo, los impacientes
astrónomos se las han ingeniado para producir eclipses artificiales que permitan el estudio
de la interesante atmósfera exterior del Sol. En 1930, Bernard Lyot construyó un
coronógrafo, un telescopio con un ocultador interno que substituye a la Luna en el bloqueo
del disco solar y permite observar la cromósfera y la corona en forma casi continua desde
observatorios a gran altura. Una modificación de este instrumento, el coronómetro K,
inventado en 1950, usa detección fotoeléctrica y permite observar la corona a nivel del mar
y a través del cielo brumoso.
Aunque la idea del coronógrafo es muy simple, su construcción requirió del desarrollo de
instrumentos ópticos de gran calidad, pues el éxito de su funcionamiento depende de la
calidad óptica de los lentes usados, ya que la dispersión de una pequeña fracción de la luz
del disco solar sería suficiente para opacar la tenue emisión de las capas más exteriores del
Sol.
REMONTANDO LA ATMÓSFERA
Como se mencionó anteriormente la telescopía solar ha tenido que remontarse por encima
de la atmósfera para poder hacer observaciones que son imposibles desde la Tierra. Ya en el
siglo pasado se intentaron observaciones del Sol desde gran altura por medio de ascensos en
globo, y en las primeras décadas de este siglo se echó mano de los aeroplanos y dirigibles
para enviar equipo y observadores por encima de la capa más densa de la atmósfera, y
también se inició el envío de globos no tripulados con equipo automático o controlado
desde Tierra. Sin embargo, el éxito de estos vuelos resultó muy limitado, pues la capa de
atmósfera que aún quedaba encima de ellos bloqueaba bastante la radiación solar.
Las observaciones realmente fuera de la atmósfera fueron posibles hasta 1946, cuando se
usaron en Estados Unidos algunos de los cohetes V-2, capturados a los alemanes al final de
la segunda Guerra Mundial, para enviar instrumentos de registro de rayos ultravioleta a
gran altura. Durante los años siguientes la tecnología de la astronomía en cohetes progresó
de manera continua y el rico espectro de longitud de onda corta del Sol fue muestreado
hasta unos cuantos angstroms2 abarcando la zona de rayos X. Los resultados obtenidos
fueron tan excitantes que estimularon el interés por realizar observaciones de más larga
duración a bordo de satélites, pues la corta duración del vuelo de un cohete no permite
realizar estudios astronómicos muy adecuados.
Con la puesta en órbita del primer satélite artificial en 1957 se abrió la posibilidad de la
astronomía desde el espacio y se inició un proyecto para lanzar los satélites Vanguard,
equipados con detectores de rayos X. Este proyecto fracasó, pero en 1960 el programa
Solrad logró poner en órbita su primer monitor espacial para mantener una observación
continua del flujo solar en rayos X y en una de las líneas espectrales del hidrógeno, la línea
Lyman . En ese mismo año se obtuvo la primera imagen burda del Sol en rayos X.
En 1962 se puso en órbita el primero de la serie de los "observadores solares orbitales"
(OSO), un ambicioso proyecto que constó en total de ocho vehículos espaciales en órbita
alrededor de la Tierra, los cuales mantuvieron una observación casi continua de las
emisiones de onda corta del Sol durante 17 años.
Pero sin lugar a dudas, el más grande de los observatorios solares en órbita terrestre ha sido
el Skylab, una estación espacial tripulada que transportó un conjunto de ocho telescopios —
el Montaje Telescópico Apolo (ATM)—, siete de los cuales utilizaron película fotográfica
que fue traída de regreso a la Tierra por los astronautas, con registro de emisiones solares
que abarcan desde la luz visible hasta los rayos X de longitud de onda más corta. Durante
nueve meses, que concluyeron en febrero de 1974, la tripulación y el equipo del Skylab,
junto con el equipo y personal de tierra relacionado con el proyecto, llevaron a cabo la
investigación más intensa y mejor organizada que se ha realizado jamás de un cuerpo
estelar, y este cuerpo estelar fue el Sol.
Figura 15. El Skylab. Una de las misiones espaciales más ambiciosas que se han
llevado a cabo para estudiar el Sol desde el espacio fue sin lugar a dudas la del
Laboratorio Espacial (Skylab) que tuvo una fase tripulada y reunió, durante nueve
meses de intensa operación, informes de la emisiones solares en casi todas las
longitudes de onda.
En 1980 otros dos observatorios solares se pusieron en órbita alrededor de la Tierra: la
Misión del Máximo Solar, conocido como el SMM y el Inotori, un satélite japonés. El SMM
transporta un arreglo semejante al ATM del Skylab sólo que en menor escala y
automatizado, con telescopios capaces de detectar hasta rayos . El Inotori también
transporta telescopios para observar las regiones de muy corta longitud de onda. Ambos
fueron específicamente planeados para observar al Sol durante el más reciente periodo de
máxima actividad solar que ocurrió alrededor de 1980 y que, como veremos en capítulos
posteriores, se repite aproximadamente cada 11 años.
PARTÍCULAS Y CAMPOS
Hasta aquí hemos tratado solamente con los esfuerzos que se han hecho por detectar las
emisiones electromagnéticas del Sol (del tipo de la luz); pero el Sol también emite
partículas, algunas en forma continua —lo que se ha llamado el "viento solar"— y otras en
forma esporádica y explosiva; estas últimas se conocen como "partículas energéticas
solares" y "rayos cósmicos solares". De todas las emisiones del Sol hablaremos en los
siguientes capítulos, pero aquí deseamos hacer una revisión de las maneras como se
registran las partículas solares.
En primer lugar, ni el viento solar ni las partículas energéticas llegan a la superficie de la
Tierra; su observación se realiza en el medio interplanetario por medio de satélites y sondas
espaciales que llevan a bordo detectores capaces de medir los flujos de partículas y de
discriminar su masa, su carga y su energía, y en ocasiones también la dirección en que se
mueven. Las partículas más energéticas que provienen del Sol, los rayos cósmicos solares,
fueron observados por primera vez por detectores en globos a gran altura y en ocasiones
pueden desencadenar en la atmósfera una serie de reacciones nucleares capaces de producir
otras partículas que sí pueden detectarse sobre la superficie de la Tierra.
Por otra parte, la observación del campo magnético no sólo en la superficie del Sol, sino en
todo el medio interplanetario proporciona también mucha información respecto a los
procesos solares, por lo que muchos satélites y sondas espaciales incluyen entre su equipo
de detección magnetómetros cada vez más refinados. En particular, en 1974 y 1976 fueron
lanzados los vehículos espaciales Helios A y B para ser puestos en órbitas solares. Estos
vehículos espaciales, que pasan más cerca del Sol que Mercurio, no transportan telescopios
sino detectores de partículas y de campos magnéticos. Otros vehículos espaciales han hecho
extensas mediciones de partículas y campos magnéticos solares desde 1960. Futuras
misiones, incluyendo la Misión Polar Solar, que circundará al Sol no por su plano
ecuatorial sino pasando por los polos, y una misión específica de exploración de la corona
solar, se encuentran ya en preparación, y seguramente la tecnología espacial de las
próximas décadas hará todavía mucho por ayudarnos a conocer al Sol.
INTERRELACIÓN CIENCIA-TECNOLOGÍA
Todo lo expuesto con anterioridad en este capítulo puede dar la impresión de que la
investigación del Sol —y en general, la investigación científica— ha tenido que esperar
pacientemente a que los desarrollos tecnológicos le permitan avanzar. Nada más falso que
esto. La urgencia de mejores y nuevos aparatos de registro para la investigación ha sido a lo
largo de la historia un gran impulsor de la tecnología. La astronomía solar actual requiere
de diseños ópticos de alta calidad, de aparatos electrónicos de gran especialización, de
detectores de campos y partículas muy sensibles y específicos, de procesadores de
información de gran capacidad y precisión. Estos requerimientos han forzado a técnicos y
científicos a trabajar juntos en la construcción de aparatos de tecnología cada vez más
avanzada.
Por supuesto que toda esta actividad ha requerido y seguirá requiriendo de grandes
inversiones. Pero todo el dinero que se ha invertido en el desarrollo tecnológico específico
que ha demandado la investigación solar, y en general la astronomía y la exploración del
espacio, está ampliamente justificado con las aplicaciones a nivel social que han encontrado
estos desarrollos en la industria, la organización social, las construcciones, la medicina, la
transportación, la seguridad de la población, etc., sin contar la ayuda que prestan también al
desarrollo de otras ramas de la ciencia.
Pero aun cuando no hubiera sido así, aun cuando la tecnología específica requerida por la
ciencia fuera sólo útil para la ciencia misma el gasto y el esfuerzo valdrían la pena. El mejor
conocimiento de nuestro Universo, incluyéndonos a nosotros mismos, es en sí una empresa
suficientemente valiosa. La ciencia moderna es una actividad bastante cara, pero no es sólo
el lujo que se da el hombre de satisfacer su curiosidad natural y poner en funcionamierito
sus cualidades racionales más elevadas; es, en su mayor parte y en su esencia misma, la
búsqueda persistente de una vida mejor.
NOTAS
1 Cuando la luz se emite en un campo magnético, una línea de emisión se puede convertir
en varias muy cercanas.
2 El angstrom es una unidad de longitud comúnmente usada para medir longitudes de onda
muy cortas y equivale a una cienmillonésima de centímetro.
V . ¿ C Ó M O E S E L S O L ?
Desde el centro hacia la superficie la temperatura del Sol disminuye hasta llegar a los 6 000
grados, pero a cierta altura, en su atmósfera, la temperatura aumenta de nuevo y vuelve a
alcanzar valores superiores a un millón de grados. Esta es una de las características más
sorprendentes del Sol y de ella hablaremos con detalle en el siguiente capítulo. La mayor
parte de la masa del Sol está concentrada hacia el centro: aproximadamente el 90% está en
su mitad interior. A la mitad del camino del centro hacia afuera la densidad del Sol es igual
a la del agua y en su superficie es tan delgada que tiene un valor menor a una diez milésima
de la densidad de nuestro aire.
Figura 20. Magnetograma del Sol. Con la ayuda del efecto Zeeman es posible obtener
magnetogramas del Sol. En una representación como la ilustrada, las zonas oscuras
muestran zonas de polaridad magnética negativa y las zonas claras son de polaridad
magnética positiva. También es posible conocer la intensidad del campo en cada
región y hacer gráficas que muestren ambas características.
El campo magnético del Sol juega un papel proponderante en la dinámica y evolución de
las diferentes estructuras que hemos mencionado que existen en las diversas capas de la
atmósfera solar —la fotósfera, la cromósfera y la corona—. También determina en gran
medida la ocurrencia de ciertos sucesos violentos que tienen lugar en esas capas y en
general controla la ocurrencia de una serie de fenómenos que juntos constituyen lo que se
ha llamado actividad solar. De todo esto hablaremos en el capítulo X.
V I . U N V I E N T O S O L A R
B A R R E E L E S P A C I O
Aunque al principio la idea de una corona tan caliente provocó burlas y críticas, finalmente
tuvo que aceptarse y la tarea siguiente fue explicar cómo es posible que esto ocurra. La
tarea no ha resultado sencilla y aún no se tiene una explicación satisfactoria. Evidentemente
no puede haber un flujo de calor de la fotósfera, a 5 600 grados, hacia la corona, a más de
un millón de grados; el calor siempre fluye de la región caliente a la fría y por este
mecanismo lo más que se podría obtener sería una corona igual de caliente que la fotósfera.
Pero como esto no es así, deben existir otros mecanismos que calienten la corona a tan
enormes temperaturas. En la actualidad existen dos bandos en competencia: los que
argumentan que el calentamiento es producido por ondas que se generan en los gránulos y
viajan hacia arriba, y los que argumentan que se debe a corrientes generadas en el material
coronal. No vamos a entrar aquí en detalles respecto a ninguna de estas dos posiciones,
solamente mencionaremos que hasta ahora ninguna de ellas ha sido suficientemente
satisfactoria como para eliminar a la otra y que el problema del calentamiento de la corona
solar sigue siendo un problema abierto.
Mucho hay todavía por aclarar; el estudio de los hoyos coronales apenas empieza y ha
demostrado ser de una enorme riqueza. Es muy probable que los años venideros de la
investigación en física solar tengan mucho que ver con ellos.
Hemos mencionado ya que el viento solar está constituido por el flujo del material coronal.
Este material, a causa de su alta temperatura, se encuentra prácticamente ionizado en su
totalidad constituyendo un plasma que, aunque eléctricamente neutro en conjunto, no está
constituido por átomos neutros, sino por iones que tienen carga eléctrica positiva y
electrones que tienen carga eléctrica negativa. Esta situación conduce a una gran diferencia
debido a que las partículas cargadas son sensibles a la presencia de campos eléctricos y
magnéticos. Mientras que un gas neutro puede fluir a través de un campo magnético sin
notar su presencia y sin que el campo se altere lo más mínimo a su paso, con un plasma el
asunto es mucho más complicado: no sólo el movimiento del plasma se ve alterado por la
presencia del campo, sino que además la configuración misma de éste cambia al paso del
plasma. La mayor o menor alteración depende de su conductividad eléctrica, que para el
caso del viento solar es enorme, debido a su alto grado de ionización.
Figura 22. El campo magnético del Sol con y sin viento solar. Si el viento solar no
fluyera, el campo magnético general del Sol se extendería hacia el espacio como el
campo de una barra de imán (líneas punteadas). Pero el flujo del plasma coronal
arrastra las líneas de campo y las estira dando como resultado una configuración
como la mostrada por las líneas continuas.
Uno de los efectos más notables que surgen del hecho de que el gas coronal sea un plasma
con una alta conductividad eléctrica es que al fluir hacia afuera del Sol arrastra consigo las
líneas del campo magnético que se encuentran establecidas en él. Esto hace que el campo
magnético del Sol sea transportado por el viento solar hacia el medio interplanetario,
estirando las líneas, que de otra manera se cerrarían cerca del Sol, hasta distancias mucho
mayores que el radio del sistema solar. Así el viento solar es un plasma magnetizado que
fluye a enormes velocidades, estableciendo en el espacio las condiciones magnéticas del
Sol. Diez o cien partículas por centímetro cúbico parecen nada y de hecho serían casi nada
si se tratara de átomos de hidrógeno; pero si en vez de eso se trata de protones y electrones
independientes son bastante capaces de imponer en el medio interplanetario sus condiciones
y de hacer sentir la influencia de la actividad magnética del Sol en un ámbito de millones y
millones de kilómetros.
Si el Sol no girara, la configuración de las líneas del campo magnético transportadas por el
viento solar sería de rayos rectos saliendo del Sol. Pero como el Sol sí gira, las líneas se
curvan y, por ejemplo, a la altura de la Tierra, en vez de que estén a lo largo de la línea que
une a la Tierra con el Sol, están inclinadas unos 45 grados respecto a esta línea. Además,
como el campo magnético del Sol tiene regiones de distintas polaridades y regiones con
campos magnéticos irregulares, estas características son transmitidas al medio
interplanetario por el viento solar, de modo que el campo magnético en este medio presenta
zonas de diferentes polaridades y se pueden registrar en él un gran número de
irregularidades magnéticas que varían de frecuencia e intensidad dependiendo de la
actividad solar. Es importante tener en mente que los campos magnéticos en el medio
interplanetario no son estáticos, sino que están fluyendo de manera continua arrastrados por
el viento solar a velocidades de más de un millón de kilómetros por hora. En ocasiones,
cuando ocurren cierto tipo de fenómenos eruptivos en el Sol, se generan además ciertas
perturbaciones que viajan en el medio interplanetario alterando tanto la velocidad como la
densidad de partículas y el campo magnético del viento solar, de manera que la región
donde el viento solar fluye, conocida como la heliósfera, tiene diferentes grados de
perturbación en diferentes partes y en distintas épocas. Esto ha llevado a la acuñación del
término clima heliosférico para designar la tranquilidad o la turbulencia del plasma que
llena la heliósfera, lo cual ciertamente afecta a los cuerpos que en ella se encuentran.
Pero el campo magnético terrestre al ser comprimido por el viento solar forma una barrera
al paso de éste; dentro de la magnetopausa no fluye ya el viento solar, sino que se desliza
por la frontera sin penetrarla, para continuar su camino después de librar la magnetósfera.
De esta manera, el campo magnético de la Tierra representa una coraza protectora que
impide que el plasma del viento solar choque con su atmósfera. En planetas como Venus,
que no tienen campo magnético, el viento solar golpea directamente sobre la parte alta de su
densa atmósfera, y en cuerpos sin atmósfera, como la Luna, el viento solar golpea sobre su
superficie misma. Ninguno de éstos es el caso de la Tierra ni de los otros planetas que
poseen campos magnéticos propios, todos los cuales generan magnetósferas que envuelven
al planeta e impiden la penetración del vertiginoso plasma coronal del Sol. Sin embargo,
existen circunstancias especiales en las que el viento solar sí logra penetrar hasta la
atmósfera; los efectos de esta penetración los discutiremos más adelante, junto con otros
efectos producidos por la interacción del viento solar con el campo magnético terrestre.
V I I . ¿ D E D Ó N D E O B T I E N E
S U E N E R G Í A E L S O L ?
V I I I . E L S O L N O E S
P E R F E C T O
Las manchas en general se encuentran en regiones activas y aunque pueden verse en el Sol
manchas individuales, es más frecuente que aparezcan en grupos que contienen manchas
grandes y pequeñas; las más grandes pueden llegar a medir hasta 40 000 km (tres veces el
diámetro de la Tierra) y las más pequeñas pueden ser simples poros de 1 000 a 2 000
kilómetros de diámetro. Como caso excepcional, en 1858 se registró una enorme mancha de
225 000 kilómetros de diámetro, casi 20 veces el diámetro de la Tierra. Los grupos de
manchas en ocasiones pueden ser tan grandes como de un sexto del diámetro del Sol. Una
mancha individual pequeña puede durar por un día o menos, mientras que las manchas
grandes y los grupos pueden estar presentes durante tres o cuatro meses.
Pero, ¿qué tiene esto que ver con que la mancha esté más fría que la fotósfera circundante?
En la fotósfera solar parte del material se encuentra ionizado, por lo que el gas fotosférico
es un buen conductor eléctrico. Ya vimos al hablar del viento solar que los movimientos de
los buenos conductores son fuertemente afectados por los campos magnéticos, al grado de
que un campo magnético intenso puede impedir el paso de un fluido conductor, como
ocurre con el viento solar en las magnetopausas planetarias. De modo semejante, el enorme
campo magnético de una mancha solar va a controlar el movimiento del material
fotosférico en ella y de alguna manera, que no está aún perfectamente entendida, va a
detener los movimientos de ebullición de este material, produciendo con ello un
enfriamiento. Aunque la sola existencia de una mancha —de una región mucho más fría
enclavada durante meses en un fluido turbulento a miles de grados— pudiera parecer
imposible, su existencia y persistencia nos muestran la capacidad que tiene el intenso
campo magnético de esas regiones no sólo para enfriarlas, sino para mantenerlas frías
durante mucho tiempo. De hecho, el campo magnético de una mancha es su característica
principal y el responsable tanto de la existencia misma de la mancha como de otros
fenómenos asociados a ella, de los cuales hablaremos en el siguiente capítulo.
Parece ser que fue William Herschel quien primero se interesó en observar la estructura
detallada de la superficie del Sol a principios del siglo pasado, pero con la poca resolución
de los telescopios de que disponía no fue capaz de apreciar detalles claros. En 1862, James
Nasmyth, un astrónomo aficionado inglés, construyó un telescopio lo suficientemente
grande como para apreciar la estructura fina de la superficie solar e interesó a otros a tratar
de precisarla con mejores instrumentos. Cuando en la década de los setenta del siglo pasado
se empezaron a imprimir placas fotográficas de los registros telescópicos, Pierre Janssen,
astrónomo francés, se dio a la tarea de tomar impresiones fotográficas de la superficie solar
y en la década de los ochenta del siglo pasado sus fotografías causaron gran revuelo entre
los astrónomos pues parecían mostrar pequeñas estructuras brillantes en el Sol, rodeadas de
bordes oscuros, aunque por desgracia las imagenes se hallaban muy distorsionadas a causa
de la turbulencia de nuestra propia atmósfera. Setenta años después, en 1957, Martin
Schwarzschild obtuvo fotografías de la superficie solar con un telescopio a bordo de un
globo y éstas mostraron finalmente, sin dejar lugar a ninguna duda, su estructura granulada.
Desde entonces, la resolución de los telescopios modernos, el mejoramiento de las
emulsiones fotográficas y la posibilidad de tomar fotos desde el espacio han mostrado con
todo detalle la estructura y la dinámica de los gránulos solares y han terminado para
siempre con la romántica imagen de un Sol terso y pulido.
Como detalle histórico curioso, simplemente añadiremos que las ráfagas fueron por primera
vez identificadas por un astrónomo aficionado inglés, Richard Carrington en 1859, cuando
al estar observando las manchas solares vio un par de destellos luminosos que atravesaban
la sombra de una de ellas, aumentando rápidamente en brillantez y extensión, y
debilitándose posteriormente para luego desvanecerse. Todo el espectáculo no duró más de
cinco minutos, pero bastó para abrir una nueva rama de la investigación del Sol, la cual
desde el punto de vista de los habitantes de la Tierra es una de las más importantes por el
efecto que tienen estas ráfagas en el medio ambiente terrestre y del cual hablaremos en el
próximo capítulo.
OSCILACIONES SOLARES
Por si todo esto fuera poco, resulta que el Sol también vibra, lo cual en realidad no es muy
sorprendente pues el Sol es una masa de gas que se mantiene en equilibrio por la fuerza
gravitacional de atracción que se opone a la expansión producida por la presión del gas
caliente. En estas condiciones, un desbalance de estas fuerzas generará perturbaciones que
se propagarán tanto en su interior como en su superficie. Las ondas en la superficie del Sol
se pueden detectar por medio de desplazamientos superficiales, observables con el
corrimiento Doppler del espectro emitido, o por variaciones de temperatura, detectables a
través de fluctuaciones de brillantez. Las observaciones muestran que en el Sol ocurren una
gran cantidad de oscilaciones que van desde vibraciones de muy baja frecuencia del Sol
entero hasta ondas magnetoacústicas de alta frecuencia localizadas en determinadas
regiones magnéticas de la superficie y la atmósfera. La mayoría de estas oscilaciones se
deben a ondas sonoras que en el Sol se desplazan entre 20 y 25 veces más rápido que en la
Tierra, debido a las temperaturas más altas y a la ligereza de los gases (principalmente
hidrógeno) que lo componen.
En la zona de convección deben estarse generando una gran cantidad de ondas sonoras
debido a la turbulencia de esta zona, las cuales deben propagarse en todas direcciones en el
Sol. La primera evidencia de oscilaciones en la superficie solar la obtuvo Robert Leighton
del Instituto de Tecnología de California en 1960 cuando estaba estudiando la evolución de
los gránulos. Encontró que cada trozo de la atmósfera se eleva y se hunde con un periodo de
alrededor de cinco minutos y puede estar haciendo esto durante unos 25 o 30 minutos. Es
como si la atmósfera del Sol fuera perturbada por ráfagas de ondas, que producen unas
oscilaciones periódicas de cinco minutos y luego se aquieta, para volver a perturbarse de
nuevo. Al principio estas oscilaciones fueron interpretadas como respuestas locales de la
atmósfera solar a impulsos provenientes de abajo, como podrían ser los creados por celdas
convectivas calientes que se elevaran, pero en 1970 y 1971 Roger Ulrich, también de
California, presento una teoría en términos de oscilaciones globales que entran en
resonancia y se refuerzan en ciertos momentos y lugares dando como resultado las
oscilaciones localizadas que se observan. En 1975, F. L. Dubner de Alemania comprobó en
forma observacional los detalles predichos por esta teoría, pero se observaron ligeras
diferencias en los valores esperados que sirvieron para corregir el tamaño estimado de la
zona de convección en el interior del Sol. El gran éxito de la teoría de Ulrich ha abierto un
nuevo campo en la física solar que se ha llamado heliosismología.
En 1974, el astrónomo norteamericano Henry Hill, al tratar de medir con mucha precisión
el diámetro del Sol, encontró, para su gran sorpresa, que éste tiene una variación periódica
de unos 25 kilómetros. Esto, aunque es muy poco comparado con su radio de casi 700 000
kilómetros, es suficiente para poderse medir. Así pues, el Sol se hincha y se contrae
continuamente como si estuviera respirando. Muchas estrellas oscilan de este modo,
expandiéndose y contrayéndose con periodos que van desde el orden de un año hasta
algunos días y menos, y no es raro que su radio máximo sea de varias veces su radio
mínimo. Más recientemente un equipo de astrónomos franceses, usando sensores a bordo
del vehículo espacial norteamericano OSO, detectó una expansión y contracción de la
atmósfera solar con un periodo de 14 minutos y una amplitud de 1 300 kilómetros.
Todos estos estudios, que pertenecen ahora a la heliosismología, han despertado un gran
interés entre los físicos solares pues, principalmente, el estudio de estas oscilaciones
permitirán conocer mejor la estructura interna del Sol, del mismo modo que la sismología
terrestre ha permitido que sepamos cómo es el interior de nuestro planeta. Se espera con
ella poder determinar la densidad, temperatura y composición del interior del Sol, medir las
diferentes velocidades de rotación de las capas internas y así tal vez ayudar a resolver el
problema de los neutrinos faltantes y esclarecer los mecanismos del ciclo de actividad solar.
Se espera también poder determinar el campo magnético interno del Sol y sus
características gravitacionales con más detalle y se buscan además indicios de las
características iniciales del Sol para poner a prueba los modelos cosmológicos.
I X . E L S O L N O E S
C O N S T A N T E
Figura 27. Los ciclos de las manchas solares. En la figura se muestran los promedios
anuales del número de manchas que se han ido registrando desde 1610. Como puede
observarse, este número tiene máximos y mínimos que se repiten en forma bastante
periódica. El periodo promedio es de 11.2 años, pero suelen haber periodos cortos, de
8 años, o largos de 16. Puede también observarse que no todos los máximos son
igualmente intensos, ni tampoco todos los mínimos.
Los ciclos de manchas solares no se repiten de igual forma ni en tiempo ni en números
extremos de manchas. Hay ciclos que han durado alrededor de ocho años mientras que
otros se han extendido hasta casi 16. El promedio de duración de un ciclo se estima en 11.2
años. Durante un ciclo, el número de manchas empieza a aumentar desde un mínimo hasta
un máximo en un lapso de cuatro a cinco años y después vuelve a decaer hasta un mínimo
en un periodo de entre seis y siete años. Durante el mínimo, el Sol puede estar por completo
libre de manchas aun durante semanas, aunque también es frecuente que se vean algunas
pequeñas manchas durante este periodo. Cuando el ciclo llega a su máximo, se suelen
observar varios grupos de gran tamaño conteniendo cada uno docenas de manchas. Pero
también el número de manchas en el máximo varía de forma considerable habiendo ciclos
que han tenido cinco o siete veces más manchas en el máximo que otros ciclos menos
intensos. El último máximo registrado se observó en 1980 y ha sido uno de los mayores
máximos; el mínimo siguiente se espera entre 1986 y 1987.
Otra característica muy interesante del ciclo de manchas solares es que no aparecen al azar
sobre la superficie del Sol, sino que lo hacen en ciertas zonas que van cambiando conforme
avanza el ciclo. El primero en notar esta peculiaridad fue Richard Carrington en 1863, pero
fue Gustav Spörer quien estudió el efecto de manera detallada y pudo establecer sus
características específicas; debido a esto, a la migración de las manchas solares durante el
ciclo se le conoce como "ley de Spörer" y en términos generales establece lo siguiente: las
primeras manchas de un nuevo ciclo aparecen en una franja alrededor de los 30 grados de
latitud norte y sur, aunque en raras ocasiones han aparecido cerca de los 40 grados. Al pasar
el tiempo, estas manchas desaparecen y surgen otras nuevas, pero ahora más cerca del
ecuador solar, a latitudes menores tanto en el norte como en el sur. Conforme el ciclo
progresa, las nuevas manchas que van apareciendo lo hacen a latitudes cada vez menores y
durante el máximo del ciclo, cuando hay más manchas, éstas se encuentran alrededor de los
15 grados de latitud tanto norte como sur. Al final del ciclo, las manchas aparecen ya
bastante cerca del ecuador, a una latitud aproximada de 8 grados en ambos hemisferios del
Sol y en algunas ocasiones hasta 5 grados. No es raro que las manchas del inicio de un
nuevo ciclo empiecen a aparecer a 30 grados de latitud cuando aún están presentes las
últimas del ciclo anterior cerca del ecuador.
Pero existe una tercera característica del ciclo de manchas solares y ésta tiene que ver con la
polaridad magnética de las manchas. Se le conoce como la "ley de Hale" y se refiere al
hecho de que todos los grupos bipolares de manchas en el hemisferio norte tienen la misma
alineación y en el hemisferio sur tienen la alineación contraria. Esto quiere decir que, en un
hemisferio, todas las manchas de polaridad norte se encontrarán a la derecha de las
manchas de polaridad sur, mientras que en el otro será al reves, es decir las de polaridad
norte se encontrarán a la izquierda. Hale descubrió también que estas polaridades se
invierten de un ciclo de manchas al siguiente, o sea que si en un ciclo las manchas de
polaridad norte estaban a la derecha en el hemisferio norte y a la izquierda en el hemisferio
sur, en el ciclo siguiente será al revés y las manchas de polaridad norte estarán ahora a la
izquierda en el hemisferio norte y a la derecha en el hemisferio sur. Así pues, las manchas
del inicio de un nuevo ciclo se distinguen de las últimas del ciclo anterior no sólo por su
latitud, sino también por su polaridad magnética. Esto quiere decir que además del ciclo de
manchas de 11 años existe un ciclo magnético de 22 años. El campo magnético alrededor
de los polos del Sol invierte su polaridad cada 11 años, cerca del máximo de manchas, y el
polo sur magnético pasa a ser un polo norte y viceversa; después de otros 11 años ambos
polos vuelven a adquirir su polaridad anterior. Así, a diferencia de la Tierra que conserva su
orientación magnética durante mucho tiempo, el Sol invierte sus polos magnéticos en
periodos muy cortos y en forma evidentemente asociada con los ciclos de manchas. Esta
inversión no es instantánea ni simultánea, por lo que a veces ambos polos del Sol tienen la
misma polaridad magnética durante un cierto tiempo; sin embargo, a largo plazo siempre se
observa la inversión de polaridad magnética del Sol en forma recurrente.
Al igual que las manchas solares emigran y aumentan y disminuyen su abundancia, también
lo hacen las regiones activas asociadas a ellas y los fenómenos que en éstas suelen ocurrir.
En el periodo de mínimo o ausencia de manchas, el Sol está tranquilo, su superficie es muy
homogénea y no ocurren fenómenos eruptivos violentos. Por el contrario, conforme las
manchas y las regiones activas aparecen y aumentan, todas las manifestaciones de actividad
solar que ya hemos mencionado surgen y se multiplican: protuberancias, filamentos,
fáculas, ráfagas, emisiones de plasma, de partículas energéticas, de rayos X y , estallidos
de radio, etcétera, acompañan también en forma cíclica al número de manchas solares y
junto con ellas surgen y se desvanecen, marcando así un verdadero ciclo de actividad solar
que va más allá del simple número de manchas.
Los periodos recurrentes de quietud y actividad solar también se reflejan en la corona cuya
forma y extensión visible cambian a lo largo del ciclo. Durante el máximo solar, la corona
es simétrica, con rayos en todas direcciones en forma de pétalos de dalia, mientras que en
épocas intermedias y de mínima actividad, enormes haces ecuatoriales distorsionan la
simetría y sobre los polos se ve surgir en forma de rayos. También los hoyos coronales
evolucionan con el ciclo de actividad solar. Durante el mínimo suelen observarse enormes
hoyos coronales en las regiones polares de Sol, los cuales pueden extenderse hasta muy
bajas latitudes. En épocas de máxima actividad, los hoyos polares se reducen hasta casi
desvanecerse y hoyos coronales pequeños, fragmentados e inestables, se observan en
regiones cercanas al ecuador.
La oscilación torsional del Sol, que mencionamos en el capítulo anterior, también muestra
una marcada asociación con el ciclo solar. En este movimiento torsional, la velocidad de
rotación aumenta y disminuye en las diferentes zonas superficiales del Sol desde el ecuador
hacia los polos. Pero el momento de máxima velocidad de rotación no es el mismo para
todas las zonas del Sol, sino que varía con la latitud. La oscilación empieza más o menos al
mismo tiempo en ambos polos del Sol y se va desplazando hacia el ecuador en un periodo
de 22 años. Las manchas del nuevo ciclo surgen cuando el máximo de velocidad llega a los
30 grados de latitud norte o sur.
Aunque alguna vez se trató de explicar el ciclo de actividad solar como efecto de la
influencia gravitatoria de algunos planetas, en especial de Júpiter, ahora es evidente que el
mecanismo que controla la evolución del ciclo solar es algo intrínseco del Sol mismo, y
tiene que ver con su campo magnético y con su rotación diferencial. Si el Sol rotara todo
junto, como un cuerpo sólido, es probable que no habría ningún ciclo de actividad y ésta
permanecería más o menos constante sin manifestaciones violentas. Pero de alguna manera
los movimientos relativos del material solar tuercen y enredan las líneas de campo
magnético produciendo las manifestaciones que conocemos como del Sol activo. Existen
diversos y complicados modelos que se han elaborado para tratar de explicar las
características de la actividad solar y su periodicidad, pero aunque el fenómeno se puede
describir en su aspecto general en los términos que ya hemos mencionado, los detalles
distan mucho de poder ser explicados con precisión por ningún modelo.
Se han encontrado otros ciclos de oscilación de la actividad magnética entre los cuales el
más popular ha sido uno de alrededor de 80 años que regula la intensidad de los ciclos, pero
su existencia es aún muy controvertida. También se ha encontrado que han ocurrido
periodos muy largos, de varias décadas, en los que no ha habido actividad solar; de estos
hablaremos con más detalle al final de este capítulo.
RELACIONES SOL-TIERRA
Toda esta actividad del Sol que hemos descrito no sólo representa cambios en el ambiente
solar, sino que también perturba el medio interplanetario y eventualmente altera las
condiciones de nuestro planeta. Ya desde 1857 se había observado que existían variaciones
en el campo magnético de la Tierra relacionadas con el ciclo de actividades solar y en 1859
R. C. Carrington estableció una relación directa entre una intensa ráfaga que observó en el
Sol y perturbaciones magnéticas que ocurrieron en la Tierra minutos y horas después.
Fenómenos como las auroras, que son despliegues de cortinas de luz que de vez en cuando
pueden observarse en los cielos nocturnos de las regiones cercanas a los polos en nuestro
planeta, resultaron también estar asociados con la actividad solar. Posteriormente, cuando
ya en nuestro siglo se utilizaban las comunicaciones a grandes distancias por medio de
ondas de radio, se observó que también estas comunicaciones se veían alteradas e incluso
bloqueadas cuando ocurrían ráfagas solares de intensidad considerable.
Figura 28. Despliegue de la luz auroral. La actividad solar tiene muchos efectos
directos sobre la Tierra como la perturbaciones magnéticas, la interferencia en las
comunicaciones por radio y también los bellos despliegues de luz en el cielo de las
regiones cercanas a los polos llamados auroras.
Cuando el Sol está activo, muchas cosas ocurren en él que transmiten hacia el medio
interplanetario perturbaciones, partículas y ondas electromagnéticas de alta energía que se
propagan hacia afuera del Sistema Solar, afectando a los cuerpos que se encuentran a su
paso. En particular en nuestro planeta suceden los fenómenos que hemos ya descrito y
cuyas causas son diversas. Cuando en el Sol activo ocurren emisiones violentas de plasma
desde los hoyos coronales de bajas latitudes que aparecen en los periodos alrededor del
máximo de actividad, se generan perturbaciones en el plasma ya establecido del viento solar
normal, las cuales viajan con gran rapidez hacia afuera del Sol. Estas perturbaciones al
chocar con la magnetopausa terrestre unos días después de haber salido del Sol la
comprimen y distorsionan produciendo alteraciones magnéticas intensas, llamadas
tormentas geomagnéticas y propiciando eventualmente la penetración de partículas del
plasma del viento solar hacia el interior de la magnetósfera. Al chocar estas partículas con
los átomos de nuestra atmósfera se producen efectos tales como las auroras y se perturban
también las comunicaciones por radio. Cerca de la superficie las alteraciones producidas en
el campo geomagnético pueden llegar a ser lo suficientemente intensas como para
desquiciar las brújulas y desorientar a las aves que vuelan guiadas por las líneas
magnéticas, como las aves migratorias o las palomas mensajeras. También pueden alterar
en forma considerable las corrientes en los cables de alta tensión y ocasionar daños en las
estaciones eléctricas, sobrecargar los circuitos telefónicos y transmitir mensajes
incoherentes por los teletipos.
Además, cuando ocurren ráfagas intensas en el Sol, se emiten, como ya hemos mencionado,
rayos X y partículas (protones, otros núcleos más pesados y de manera eventual electrones)
de muy alta energía. Los rayos X, que como viajan a la velocidad de la luz llegan a la Tierra
en unos cuantos minutos, son absorbidos en la ionósfera y producen alteraciones en ella,
ocasionando intensas perturbaciones en las radiocomunicaciones e incluso un bloqueo total
de las mismas, que puede durar varios días; también pueden producir fluctuaciones
considerables en el campo magnético. Las partículas energéticas penetran también hasta la
atmósfera de la Tierra y de igual manera producen perturbaciones como las ya
mencionadas. Estas mismas partículas energéticas pueden también dañar a los astronautas
que se encuentren en misiones en el espacio exterior fuera de la protección de la atmósfera.
En nuestros días, en los que los vuelos espaciales tripulados son frecuentes y se planea
intensificarlos más, y en los que una gran parte de nuestras comunicaciones, y de manera
definitiva todas las que van al espacio exterior, tienen que penetrar las capas ionosféricas,
se ha vuelto de primordial importancia la posibilidad de predecir la ocurrencia de ráfagas y
de rastrear las perturbaciones que vienen en camino hacia la Tierra con suficiente tiempo
como para poder tomar precauciones al respecto. Varios programas de investigación se
llevan a cabo en la actualidad con ese propósito y ya no parece lejano el día en que estas
predicciones y rastreos tempranos se puedan hacer en forma sistemática.
La evidencia es ya tan contundente que es necesario aceptar que, en efecto, hace algunos
siglos, seis ciclos solares se perdieron. ¿Será esta larga quietud también repetitiva? ¿Habrá
habido en el pasado y habrá en el futuro otros largos periodos de Sol quieto como el
mínimo de Maunder? ¿El ciclo de 11 años que hemos venido registrando desde 1715 habrá
existido antes y volverá a existir aun si hubiera otro gran mínimo en el futuro? Respecto al
futuro sólo podemos especular, pero en cuanto al pasado ya tenemos respuestas. Existen
unos árboles, una especie de pinos, que viven miles de años y que han permitido estudiar el
nivel de actividad solar en los últimos 7 000 años. Se ha encontrado que en este periodo ha
habido varias épocas de falta de actividad solar por espacio prolongado de tiempo del orden
de 100 años. Precisamente uno de ellos parece haber ocurrido durante la época del
florecimiento de la cultura griega, por lo que no es extraño que Aristóteles no haya
mencionado a las manchas solares en sus obras, como le hizo notar a Scheiner su superior
cuando aquél le informó haber visto una. Se buscan ahora otros ciclos de periodicidades
más largas que determinen cuando hay, cuando no hay y qué tan intensos van a ser los
ciclos de 11 años.
Como siempre se ha pensado que el flujo de energía del Sol ha sido constante, las
glaciaciones se han considerado (igual que todos los cambios climáticos recurrentes) como
resultado de las diferentes posiciones y orientaciones de la Tierra respecto a los rayos del
Sol, pero tal vez hemos estado equivocados. Aunque las variaciones registradas hasta ahora
son pequeñas y su desviación del valor normal no dura más de algunos días o cuando más
semanas, esto no puede tomarse como representativo del Sol, pues las mediciones hechas
por los vehículos espaciales cubren aún un periodo muy corto de tiempo. Estas pequeñas
variaciones en el flujo de energía que la Tierra recibe en estos periodos tan cortos no
representan nada importante en cuanto al clima, pues variaciones mayores y de periodos
más largos se obtienen en forma normal simplemente a causa de las nubes. Pero al menos
nos han mostrado que la energía que el Sol emite no es constante y nos plantea la
posibilidad de que haya habido en el pasado fluctuaciones mayores y posiblemente
recurrentes. También ha abierto las puertas a nuevas interrogaciones respecto al Sol mismo:
¿a qué se deben estas fluctuaciones?, ¿qué pasa con la energía que no se emite? Una vez
más, un pequeño descubrimiento genera una gran cantidad de nuevas preguntas y abre
nuevos horizontes a la investigación.
X . V I D A Y M U E R T E D E U N A
E S T R E L L A
Nuestra galaxia —la Vía Láctea— con unos 15 000 millones de años, sigue siendo aún un
terreno fértil para la formación de estrellas. Se han formado en ella estrellas grandes y
pequeñas; han nacido y muerto en ella miles de millones de ellas y el material que la
compone sigue reciclándose en un ir y venir de nuevos astros. Se cree que nuestro sistema
solar surgió de los restos de una enorme estrella que explotó en el pasado remoto; todo en
él, incluyendo los átomos que forman nuestros cuerpos, formó parte alguna vez de una
estrella gigante y espléndida que completó su ciclo de vida y devolvió al espacio su materia
cumpliendo un proceso de reciclaje cósmico que mantendrá por siempre la formación de
nuevas estrellas. Y es este proceso de reciclaje el que ha permitido la aparición de planetas
como el nuestro donde se dieron todos los elementos necesarios para la evolución de la
vida, aparición que pudo haber ocurrido en millones de otros sistemas planetarios. No
existe ninguna razón para suponer que somos los únicos, ni los primeros, ni los últimos. La
vida inteligente no es más que la herencia de las estrellas, un cierto paso más en el proceso
evolutivo de un Universo vivo que en majestuosa armonía hace nacer estrellas y hombres y
un sin fin de cosas aún insospechadas.
Figura 29. Los residuos de una supernova. La famosa nebulosa del Cangrejo está
formada por los residuos en expansión de una enorme estrella que al final de sus días
estalló como una esplendorosa supernova, hace casi mil años. El núcleo de la estrella
quedó convertido en un pulsar que emite intensos pulsos de radiación 30 veces por
segundo.
Por efecto del viento solar, el Sol seguirá rotando cada vez de manera más lenta, pero su
frenamiento será ligero, ya que el viento solar actual y futuro es un viento tenue.
Posiblemente la actividad magnética también continuará disminuyendo y las ráfagas serán
menos violentas. Pero los cambios más importantes se irán originando en el interior del Sol,
en el horno nuclear de fusión que cada vez tendrá menos hidrógeno y más hielo. Como
consecuencia de esto, el Sol se hará más caliente y más brillante. En unos 1 500 millones de
años a partir de ahora su luminosidad será un 15% mayor que la actual y el helio de los
casquetes polares en la Tierra se derretirá totalmente.
La temperatura del Sol no aumentará de forma indefinida; dentro de unos 4 o 5 000
millones de años, el Sol prácticamente habrá quemado todo el hidrógeno de su núcleo y lo
habrá convertido en helio; para entonces su luminosidad será casi el doble de la actual y su
tamaño habrá aumentado en un 40%. Las reacciones de fusión en su núcleo empezarán a
extinguirse y ya no habrá presión suficiente para mantener su tamaño; empezará a
contraerse y con ello a calentarse más, y nuevas reacciones de fusión de hidrógeno se
iniciarán ahora en las capas circundantes al núcleo ya agotado. Éstas producirán una nueva
expansión del Sol y en los 1 500 millones de años siguientes alcanzará un diámetro de más
de tres veces su tamaño actual y su luminosidad será también tres veces mayor. La
temperatura en la Tierra será para entonces superior al punto de ebullición del agua y todos
los océanos hervirán, evaporándose y concentrándose en densas nubes.
El Sol será entonces lo que se conoce como una subgigante roja, pues su temperatura
superficial disminuirá y su apariencia se tornará rojiza.
En los siguientes 250 millones de años el Sol seguirá creciendo y su luminosidad irá en
aumento mientras que su superficie se tornará más fría; al final de esta etapa será una
gigante roja de color intenso, con un diámetro 100 veces mayor que su tamaño actual y una
luminosidad 500 veces más intensa. Mercurio será tragado por el Sol en esta etapa y la
superficie de la Tierra será lava fundida.
El Sol no durará mucho en este estado. En sólo 250 millones de años su fase de gigante roja
terminará bruscamente, se agotará prácticamente todo el hidrógeno y el centro del Sol se
contraerá de nuevo; esta contracción irá aumentando la temperatura central que finalmente
alcanzará un valor de 100 millones de grados. A esta temperatura, el helio, que hasta
entonces había sido sólo un material residual, producto de la quema del hidrógeno, se
convierte en un nuevo combustible con el que se iniciarán nuevas reacciones de fusión,
ahora de núcleos de helio para formar núcleos de carbono con renovada liberación de
energía; esto calentará aún más el núcleo y las reacciones de fusión se acelerarán,
aumentando a su vez la temperatura central del Sol hasta un valor de 300 millones de
grados.
El encendido del helio en el núcleo del Sol será un suceso explosivo que se llevará a cabo
en unos cuantos minutos, por lo que se le conoce como "el estallido del helio". Esta
explosión arrojará al espacio una cantidad considerable de la masa del Sol, tal vez un tercio
de ella, después de lo cual la masa restante se contraerá y el Sol se reducirá a sólo 10 veces
su tamaño actual y su color se volverá anaranjado debido a una mayor temperatura
superficial. Después del estallido del helio, el Sol será ya inestable y sufrirá una serie de
oscilaciones en periodos relativamente cortos. Pero su luminosidad seguirá aumentando y
volverá a crecer quizá hasta un tamaño de 25 veces el actual. Sin embargo, ahora sus capas
externas serán tan diluidas y su núcleo tan pequeño que su radiación misma acabará por
barrer toda su envoltura gaseosa dejando desnudo su centro mismo y formando lo que se
conoce como una nebulosa planetaria.
Figura 30. Una nebulosa planetaria. Otra de las formas como una estrella puede
terminar su vida es formando una nebulosa planetaria en la que la mayor parte de su
material se ha esparcido dejando en el centro desnudo una estrella enana blanca. Este
es el fin que muy probablemente tendrá nuestro Sol.
Finalmente toda la envoltura del Sol se difundirá y lo que quedará será sólo una pequeña
estrella de la mitad de la masa del Sol actual, donde el material se hallará en un estado de
altísima compresión, ocupando una esfera de diámetro similar al de la Tierra, un centésimo
del diámetro del Sol en nuestros días. Su temperatura superficial será muy alta, del orden de
10 000 grados, por lo que se verá brillar con luz blanca; el Sol se habrá convertido entonces
en una enana blanca. Esto ocurrirá cuando el Sol tenga alrededor de 15 000 millones de
años de edad, dentro de unos 10 000 millones de años. Su luminosidad será entonces de un
milésimo de la actual, la Tierra se enfriará nuevamente y tal vez, si logró retener sus nubes,
las cuencas de sus océanos se llenarán de nuevo.
El núcleo, ya casi en su totalidad de carbón, del Sol que ha quemado ya su helio, nunca
alcanzará temperaturas suficientemente altas para quemar el carbón. De ahí en adelante el
Sol seguirá encogiéndose y enfriándose, aunque tal vez tenga todavía algunos estallidos que
lo abrillanten en forma momentánea. Pero ahora ya se dirige hacia su fin; al enfriarse se
volverá gradualmente amarillo y después rojo y finalmente, después de algunos miles de
millones de años, se extinguirá para siempre dejando eternamente helado y en tinieblas a su
sistema de planetas.
¿Qué futuro le espera a la especie humana? ¿Será en definitiva aniquilada cuando el Sol
inicie la evolución hacia su fin, dentro de unos 5 000 millones de años? La civilización
humana tiene sólo unos miles de años sobre el planeta Tierra; es aún muy joven comparada
con todo lo que aún le falta por vivir al amparo del Sol y ha demostrado ya una gran
capacidad de desarrollo. ¿Quién puede predecir lo que serán las civilizaciones terrestres
dentro de 5 000 millones de años? Pero si hemos de guiarnos por la historia, podemos
esperar que el hombre encontrará la manera de preservar su especie, de salvar su herencia
cultural y transportarla al futuro. Los viajes espaciales son ya una realidad y aunque aún
estamos lejos de poder colonizar otros mundos, aunque aún no conocemos otros mundos
hospitalarios a los que poder emigrar, esto no se ve ya muy remoto. 5 000 millones de años
son tiempo de sobra para resolver los problemas que en la actualidad ya están planteados.
El instinto de supervivencia, la utilización racional de su inteligencia y la conciencia del
valor de la conciencia han hecho del hombre la especie más empeñada y más capaz de
sobrevivir en un universo cambiante y podemos abrigar grandes esperanzas de que lo
logrará.
E P Í L O G O
El título de este libro promete dar a conocer a una estrella. Sin embargo, a lo largo de sus
páginas el lector habrá encontrado que por cada respuesta satisfactoria aparecen muchas
nuevas cuestiones sin resolver; casi cada aspecto del Sol tratado aquí ha terminado en
interrogantes y esperanzas futuras para su solución. Seguramente nuestras dudas respecto al
Sol son ahora muchas más y más profundas que las que pudieron inquietar la mente de los
griegos; pero eso se debe a que también sabemos mucho más. El camino de la ciencia es un
camino de preguntas y respuestas sin final, pues cada respuesta trae consigo nuevas
preguntas.
Hemos visto cómo el hombre ha subido a las montañas, se ha enterrado en profundas
minas, ha hecho expediciones a puntos lejanos de nuestro planeta y se ha lanzado al espacio
tratando de conocer mejor a nuestra estrella. ¿Qué no hará en el futuro?... Algo que con
seguridad no hará será renunciar. La ciencia es una eterna aventura y siempre habrá
aventureros dispuestos y deseosos de correrla.
Muchos nombres hemos mencionado en estas páginas, pero muchos, muchos más hemos
omitido. No queremos contribuir a perpetuar la idea equivocada de que la ciencia la hacen
unos cuantos. La ciencia requiere del trabajo de muchos, que si bien no pasan a los libros de
historia, son indispensables para hacer posible la tarea de la ciencia; que si bien no son
aquellos que hacen el descubrimiento trascendental, ni son los primeros que tienen la idea
integradora, sí forman parte del equipo que ayuda a reunir la información suficiente para
permitir que éstos ocurran. La ciencia es una actividad colectiva, mucho más ahora que
nunca antes y no podemos vislumbrar un futuro en el que esto deje de ser así.
Finalmente queremos cerrar este libro destacando otra característica del quehacer científico
que esperamos haya sido transmitida a través de estas páginas: el definitivo valor de la
paciencia, la tenacidad y la pasión. No es el "genio" (cualquier cosa que esto sea) lo que ha
hecho avanzar a las ciencias. Por supuesto que una mente lúcida y ágil no estorba en la
labor científica, pero ésta sola, sin el esfuerzo insistente y fervoroso, no lleva a ninguna
parte. Decía Edison que el "genio" se construye con un 1% de inspiración y un 99% de
transpiración. Si hemos de entender al genio de esta manera, entonces sí, la ciencia y todas
las grandes empresas de la humanidad han sido y serán obras de genios.
C O N T R A P O R T A D A