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Literatura latinoamericana III - LIT 241

Material de lectura
Docente: Andrés Landázuri

Dossier de poesía de vanguardia: Vallejo y Neruda


Se presenta a continuación una selección de poemas de dos de los autores
latinoamericanos más importantes del período de la vanguardia: César Vallejo y Pablo
Neruda. Las fuentes de los poemas son, en el primer caso, la Obra poética completa de Vallejo
publicada como n.º 58 de la Biblioteca Ayacucho (Carcas: Ayacucho, 1979), cuya edición,
prólogo y cronología estuvieron a cargo del crítico peruano Enrique Ballón Aguirre. En el
segundo caso, los textos han sido tomados de Residencia en la tierra, volumen n.º 275 de la
Biblioteca clásica y contemporánea de la Editorial Losada (11ª ed., Buenos Aires, 1993) y
del Canto general, volumen n.º 318 de la colección Letras Hispánicas de la Editorial Cátedra
(8ª ed., Madrid, 2002), cuya edición estuvo a cargo del cubano Enrico Mario Santí. Las
breves reseñas bio-bibliográficas han sido tomadas parcial y resumidamente del Diccionario
de Literatura Universal (Barcelona: Océano, 2003).

1. César Vallejo (Santiago de Chuco, Perú, 1892-París, Francia, 1938)


Poeta peruano considerado una de las voces más importantes de la poesía en lengua
española del siglo XX. Último de los once hijos de una familia mestiza de muy humilde
condición, la añoranza del paisaje serrano y de ese núcleo hogareño permanecerá en su
obra. Luego de iniciar y abandonar estudios de medicina, obtuvo el bachillerato en Letras y
comenzó a trabajar en Lima como maestro, al tiempo que frecuentaba el grupo de
modernistas encabezado por Abraham Valdelomar, hasta que un confuso episodio
(acusado injustamente de participar en un saqueo pasó cuatro meses en prisión hasta que se
aclararon las cosas), le decidió a abandonar el país y marchar a Europa, de donde ya no
regresaría, a comienzos de 1923. En París, conoció a Vicente Huidobro y Juan Gris, y con
Juan Larrea creó la revista Favorables París Poema. Visitó Moscú y diversas ciudades
españolas —en compañía de Gerardo Diego y José Bergamín—, y tras la proclamación de
la República vivió un tiempo en Madrid, luego de ser expulsado de Francia por sus
actividades políticas. En 1933 regresó clandestinamente a París, donde conoció a Georgette
Phillipe, con la que se casó, sobreviviendo ambos en medio de grandes penurias
económicas. Activo militante republicano durante la Guerra Civil española, cruzó varias
veces la frontera cumpliendo diversas funciones, hasta que su desesperada situación
deterioró su salud, confinándolo en un hospital para pobres, donde murió de agotamiento
tras una prolongada agonía. Se cumplió así lo que había escrito quince años antes, en los
insondables versos de “Piedra negra sobre una piedra blanca”: “Me moriré en París, con
aguacero,/ un día del que tengo ya el recuerdo...”.
Su obra poética, fuera de pasajes sueltos o versiones raras, puede reducirse a los
siguientes títulos: Los heraldos negros (1918), suerte de aventura en los límites del
modernismo; Trilce (1922), auténtica ruptura de todo lo que hasta ese momento podía
englobarse en la tradición poética peruana e incluso sudamericana; y el libro póstumo
Poemas humanos (1939), que posteriormente ha sido considerado como tres colecciones
distintas: Poemas en prosa (1923-1929), Poemas humanos (1931-1937) y España, aparte de mí este
cáliz (1937).

Los heraldos negros


(de Los heraldos negros, 1918)

Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé.


Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido

1
Literatura ecuatoriana I - LIT 131
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Docente: Andrés Landázuri

se empozara en el alma... Yo no sé!


Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán talvez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,


de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como


cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!

Heces
(de Los heraldos negros, 1918)

Esta tarde llueve, como nunca; y no


tengo ganas de vivir, corazón.

Esta tarde es dulce. Por qué no ha de ser?


Viste gracia y pena; viste de mujer.

Esta tarde en Lima llueve. Y yo recuerdo


las cavernas crueles de mi ingratitud;
mi bloque de hielo sobre su amapola,
más fuerte que su “No seas así!”

Mis violentas flores negras; y la bárbara


y enorme pedrada; y el trecho glacial.
Y pondrá el silencio de su dignidad
con óleos quemantes el punto final.

Por eso esta tarde, como nunca, voy


con este búho, con este corazón.

Y otras pasan; y viéndome tan triste,


toman un poquito de ti
en la abrupta arruga de mi hondo dolor.
Esta tarde llueve, llueve mucho. ¡Y no
tengo ganas de vivir, corazón!

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Docente: Andrés Landázuri

Los dados eternos


(de Los heraldos negros, 1918)

Para Manuel González Prada esta emoción bravía y


selecta, una de las que, con más entusiasmo, me ha
aplaudido el gran maestro.

Dios mío, estoy llorando el ser que vivo;


me pesa haber tomádote tu pan;
pero este pobre barro pensativo
no es costra fermentada en tu costado:
tú no tienes Marías que se van!

Dios mío, si tú hubieras sido hombre,


hoy supieras ser Dios;
pero tú, que estuviste siempre bien,
no sientes nada de tu creación.
Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!

Hoy que en mis ojos brujos hay candelas,


como en un condenado,
Dios mío, prenderás todas tus velas,
y jugaremos con el viejo dado...
Talvez ¡oh jugador! al dar la suerte
del universo todo,
surgirán las ojeras de la Muerte,
como dos ases fúnebres de lodo.

Dios mío, y esta noche sorda, oscura,


ya no podrás jugar, porque la Tierra
es un dado roído y ya redondo
a fuerza de rodar a la aventura,
que no puede parar sino en un hueco,
en el hueco de inmensa sepultura.

Espergesia
(de Los heraldos negros, 1918)

Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Todos saben que vivo,


que soy malo; y no saben
del diciembre de ese enero.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

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Docente: Andrés Landázuri

Hay un vacío
en mi aire metafísico
que nadie ha de palpar:
el claustro de un silencio
que habló a flor de fuego.
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Hermano, escucha, escucha...


Bueno. Y que no me vaya
sin llevar diciembres,
sin dejar eneros.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Todos saben que vivo,


que mastico... Y no saben
por qué en mi verso chirrían,
oscuro sinsabor de féretro,
luyidos vientos
desenroscados de la Esfinge
preguntona del Desierto.

Todos saben... Y no saben


que la Luz es tísica,
y la Sombra gorda...
Y no saben que el Misterio sintetiza...
que él es la joroba
musical y triste que a distancia denuncia
el paso meridiano de las lindes a las Lindes.

Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo,
grave.

I
(de Trilce, 1922)

Quién hace tanta bulla, y ni deja


testar las islas que van quedando.

Un poco más de consideración


en cuanto será tarde, temprano,
y se aquilatará mejor
el guano, la simple calabrina tesórea
que brinda sin querer,

4
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Docente: Andrés Landázuri

en el insular corazón,
salobre alcatraz, a cada hialoidea
grupada.

Un poco más de consideración,


y el mantillo líquido, seis de la tarde
DE LOS MÁS SOBERBIOS BEMOLES.

Y la península párase
por la espalda, abozaleada, impertérrita
en la línea mortal del equilibrio.

X
(de Trilce, 1922)

Prístina y última de infundada


ventura, acaba de morir
con alma y todo, octubre habitación y encinta.
De tres meses de ausente y diez de dulce.
Cómo el destino,
mitrado monodáctilo, ríe.

Cómo detrás desahucian juntas


de contrarios. Cómo siempre asoma el guarismo
bajo la línea de todo avatar.

Cómo escotan las ballenas a palomas.


Cómo a su vez éstas dejan el pico
cubicado en tercera ala.
Cómo arzonamos, cara a monótonas ancas.

Se remolca diez meses hacia la decena,


hacia otro más allá.
Dos quedan por lo menos todavía en pañales.
Y los tres meses de ausencia.
Y los nueve de gestación.

No hay ni una violencia.


El paciente incorpórase,
y sentado empavona tranquilas misturas.

XLI
(de Trilce, 1922)

La Muerte de rodillas mana


su sangre blanca que no es sangre.

5
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Docente: Andrés Landázuri

Se huele a garantía.
Pero ya me quiero reír.

Murmurase algo por allí. Callan.


Alguien silba valor de lado,
y hasta se contaría en par
veintitrés costillas que se echan de menos
entre sí, a ambos costados; se contaría
en par también, toda la fila
de trapecios escoltas.

En tanto, el redoblante policial


(otra vez me quiero reír)
se desquita y nos tunde a palos,
dale y dale
de membrana a membrana
tas
con
tas.

LXXV
(de Trilce, 1922)

Estáis muertos.
Qué extraña manera de estarse muertos. Quienquiera diría no lo estáis. Pero, en
verdad, estáis muertos.
Flotáis nadamente detrás de aquesa membrana que, péndula del zenit al nadir, viene y
va de crepúsculo a crepúsculo, vibrando ante la sonora caja de una herida que a vosotros
no os duele. Os digo, pues, que la vida está en el espejo, y que vosotros sois el original, la
muerte.
Mientras la onda va, mientras la onda viene, cuán impunemente se está uno muerto.
Sólo cuando las aguas se quebrantan en los bordes enfrentados y se doblan y doblan,
entonces os transfiguráis y creyendo morir, percibís la sexta cuerda que ya no es vuestra.
Estáis muertos, no habiendo antes vivido jamás. Quienquiera diría que, no siendo
ahora, en otro tiempo fuisteis. Pero, en verdad, vosotros sois los cadáveres de una vida que
nunca fue. Triste destino. El no haber sido muertos siempre. El ser hoja seca sin haber sido
verde jamás. Orfandad de orfandades.
Y sinembargo, los muertos no son, no pueden ser cadáveres de una vida que todavía
no han vivido. Ellos murieron siempre de vida.
Estáis muertos.

El buen sentido
(de Poemas en prosa, 1923-1929)

Hay, madre, un sitio en el mundo, que se llama París. Un sitio muy grande y lejano y
otra vez grande.

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Docente: Andrés Landázuri

Mi madre me ajusta el cuello del abrigo, no porque empieza a nevar, sino para que
empiece a nevar.
La mujer de mi padre está enamorada de mí, viniendo y avanzando de espaldas a mi
nacimiento y de pecho a mi muerte. Que soy dos veces suyo: por el adiós y por el regreso.
La cierro, al retornar. Por eso me dieran tanto sus ojos, justa de mí, in fraganti de mí,
aconteciéndose por obras terminadas, por pactos consumados.
Mi madre está confesa de mí, nombrada de mí. ¿Cómo no da otro tanto a mis otros
hermanos? A Víctor, por ejemplo, el mayor, que es tan viejo ya, que las gentes dicen:
¡Parece hermano menor de su madre! ¡Fuere porque yo he viajado mucho! ¡Fuere porque
yo he vivido más!
Mi madre acuerda carta de principio colorante a mis relatos de regreso. Ante mi vida
de regreso, recordando que viajé durante dos corazones por su vientre, se ruboriza y se
queda mortalmente lívida, cuando digo, en el tratado del alma: Aquella noche fui dichoso.
Pero, más se pone triste; más se pusiera triste.
—Hijo, ¡cómo estás viejo!
Y desfila por el color amarillo a llorar, porque me halla envejecido, en la hoja de
espada, en la desembocadura de mi rostro. Llora de mí, se entristece de mí. ¿Qué falta hará
mi mocedad, si siempre seré su hijo? ¿Por qué las madres se duelen de hallar envejecidos a
sus hijos, si jamás la edad de ellos alcanzará a la de ellas? ¿Y por qué, si los hijos, cuanto
más se acaban, más se aproximan a los padres? ¡Mi madre llora por que estoy viejo de mi
tiempo y porque nunca llegaré a envejecer del suyo!
Mi adiós partió de un punto de su ser, más externo que el punto de su ser al que
retorno. Soy, a causa del excesivo plazo de mi vuelta, más el hombre ante mi madre que el
hijo ante mi madre. Allí reside el candor que hoy nos alumbra con tres llamas. Le digo
entonces hasta que me callo:
—Hay, madre, en el mundo un sitio que se llama París. Un sitio muy grande y muy
lejano y otra vez grande.
La mujer de mi padre, al oírme, almuerza y sus ojos mortales descienden suavemente
por mis brazos.

Intensidad y altura
(de Poemas humanos, 1931-1937)

Quiero escribir, pero me sale espuma,


quiero decir muchísimo y me atollo;
no hay cifra hablada que no sea suma,
no hay pirámide escrita, sin cogollo.

Quiero escribir, pero me siento puma;


quiero laurearme, pero me encebollo.
No hay toz hablada, que no llegue a bruma,
no hay dios ni hijo de dios, sin desarrollo.

Vámonos, pues, por eso, a comer yerba,


carne de llanto, fruta de gemido,
nuestra alma melancólica en conserva.

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Docente: Andrés Landázuri

Vámonos! Vámonos! Estoy herido;


Vámonos a beber lo ya bebido,
vámonos, cuervo, a fecundar tu cuerva.

¡Y si después de tantas palabras!


(de Poemas humanos, 1931-1937)

¡Y si después de tantas palabras,


no sobrevive la palabra!
¡Si después de las alas de los pájaros,
no sobrevive el pájaro parado!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo y acabemos!

¡Haber nacido para vivir de nuestra muerte!


¡Levantarse del cielo hacia la tierra
por sus propios desastres
y espiar el momento de apagar con su sombra su tiniebla!
¡Más valdría, francamente,
que se lo coman todo y qué más da!...

¡Y si después de tanta historia, sucumbimos,


no ya de eternidad,
sino de esas cosas sencillas, como estar
en la casa o ponerse a cavilar!
¡Y si luego encontramos,
de buenas a primeras, que vivimos,
a juzgar por la altura de los astros,
por el peine y las manchas del pañuelo!
¡Más valdría, en verdad
que se lo coman todo, desde luego!

Se dirá que tenemos


en uno de los ojos mucha pena
y también en el otro, mucha pena
y en los dos, cuando miran, mucha pena...
Entonces... ¡Claro! ... Entonces... ¡ni palabra!

Un hombre pasa con un pan al hombro...


(de Poemas humanos, 1931-1937)

Un hombre pasa con un pan al hombro


¿Voy a escribir, después, sobre mi doble?

Otro se sienta, ráscase, extrae un piojo de su axila, mátalo


¿Con qué valor hablar del psicoanálisis?

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Docente: Andrés Landázuri

Otro ha entrado a mi pecho con un palo en la mano


¿Hablar luego de Sócrates al médico?

Un cojo pasa dando el brazo a un niño


¿Voy, después, a leer a André Bretón?

Otro tiembla de frío, tose, escupe sangre


¿Cabrá aludir jamás al Yo profundo?

Otro busca en el fango huesos, cáscaras


¿Cómo escribir, después del infinito?

Un albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza


¿Innovar, luego, el tropo, la metáfora?

Un comerciante roba un gramo en el peso a un cliente


¿Hablar, después, de cuarta dimensión?

Un banquero falsea su balance


¿Con qué cara llorar en el teatro?

Un paria duerme con el pie a la espalda


¿Hablar, después, a nadie de Picasso?

Alguien va en un entierro sollozando


¿Cómo luego ingresar a la Academia?

Alguien limpia un fusil en su cocina


¿Con qué valor hablar del más allá?

Alguien pasa contando con sus dedos


¿Cómo hablar del no-yo sin dar un grito?

XII. Masa
(de España, aparta de mí este cáliz, 1937)

Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: “No mueras, te amo tanto!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitiéronle:


“No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,


clamando: “Tanto amor y no poder nada contra la muerte!”

9
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Docente: Andrés Landázuri

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,


con un ruego común: “ ¡Quédate hermano!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces, todos los hombres de la tierra


le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar...

XIV
(de España, aparta de mí este cáliz, 1937)

¡Cuídate, España, de tu propia España!


¡Cuídate de la hoz sin el martillo,
cuídate del martillo sin la hoz!
¡Cuídate de la víctima apesar suyo,
del verdugo apesar suyo
y del indiferente apesar suyo!
¡Cuídate del que, antes de que cante el gallo,
negárate tres veces,
y del que te negó, después, tres veces!
¡Cuídate de las calaveras sin las tibias,
y de las tibias sin las calaveras!
¡Cuídate de los nuevos poderosos!
¡Cuídate del que come tus cadáveres,
del que devora muertos a tus vivos!
¡Cuídate del leal ciento por ciento!
¡Cuídate del cielo más acá del aire
y cuídate del aire más allá del cielo!
¡Cuídate de los que te aman!
¡Cuídate de tus héroes!
¡Cuídate de tus muertos!
¡Cuídate de la República!
¡Cuídate del futuro!...

XV. España, aparta de mí este cáliz


(de España, aparta de mí este cáliz, 1937)

Niños del mundo,


si cae España —digo, es un decir—
si cae
del cielo abajo su antebrazo que asen,
en cabestro, dos láminas terrestres;
niños, ¡qué edad la de las sienes cóncavas!

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Docente: Andrés Landázuri

¡qué temprano en el sol lo que os decía!


¡qué pronto en vuestro pecho el ruido anciano!
qué viejo vuestro 2 en el cuaderno!

¡Niños del mundo, está


la madre España con su vientre a cuestas;
está nuestra maestra con sus férulas,
está madre y maestra,
cruz y madera, porque os dio la altura,
vértigo y división y suma, niños;
está con ella, padres procesales!

Si cae —digo, es un decir— si cae


España, de la tierra para abajo,
niños, ¡cómo vais a cesar de crecer!
¡cómo va a castigar el año al mes!
¡cómo van a quedarse en diez los dientes,
en palote el diptongo, la medalla en llanto!
¡Cómo va el corderillo a continuar
atado por la pata al gran tintero!
¡Cómo vais a bajar las gradas del alfabeto
hasta la letra en que nació la pena!

Niños,
hijos de los guerreros, entretanto,
bajad la voz, que España está ahora mismo repartiendo
la energía entre el reino animal,
las florecillas, los cometas y los hombres.
¡Bajad la voz, que está
con su rigor, que es grande, sin saber
qué hacer, y está en su mano
la calavera hablando y habla y habla,
la calavera, aquélla de la trenza,
la calavera, aquélla de la vida!

¡Bajad la voz, os digo;


bajad la voz, el canto de las sílabas, el llanto
de la materia y el rumor menor de las pirámides, y aún
el de las sienes que andan con dos piedras!
¡Bajad el aliento, y si
el antebrazo baja,
si las férulas suenan, si es la noche,
si el cielo cabe en dos limbos terrestres,
si hay ruido en el sonido de las puertas,
si tardo, si no veis a nadie, si os asustan
los lápices sin punta, si la madre
España cae —digo, es un decir—
salid, niños del mundo; id a buscarla!...

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Docente: Andrés Landázuri

2. Pablo Neruda (Parral, 1904-Isla Negra, 1973)


Poeta chileno —cuyo nombre de pila fue Ricardo Elécer Neftalí Reyes Basoalto—
considerado uno de los protagonistas indiscutibles de la literatura en lengua española del
siglo XX. Obtuvo el premio Nobel en 1971. Con independencia de la vastedad y hondura
de su obra, Neruda destacó además entre todos sus contemporáneos por la difusión
excepcional que ésta tuvo a través de centenares de traducciones, y la audiencia que
convocó hasta en los países más remotos, lo que lo convirtió en el autor más universal de la
historia de las letras hispánicas, inmediatamente detrás de Miguel de Cervantes. Tras una
infancia en el sur de Chile, donde su padre fue funcionario de ferrocarriles, marchó a
Santiago en 1921 para estudiar francés y colaborar en diversas publicaciones literarias que
estimularían su asombrosa precocidad y facilitarían su lanzamiento poético. Su primer
título, Crepusculario (1923), apareció cuando tenía dieciocho años, y antes de cumplir la
veintena concluyo el libro más célebre de la poesía castellana del siglo: Veinte poemas de amor
y una canción desesperada (1924). Cónsul honorario y posteriormente de carrera, al servicio de
la diplomacia de su país, vivió entre 1927 y 1932 en Oriente (Birmania, Ceilán, Java y
finalmente Singapur), mientras seguía escribiendo y publicando sin pausas. Es nombrado
cónsul en Buenos Aires y posteriormente en Barcelona y Madrid, ciudad donde se relaciona
con la Generación del 27 y donde le sorprende el estallido de la Guerra Civil española. En
ese momento se consolida el Neruda comprometido con la izquierda, cuya vida pública
será inseparable desde entonces de la gigantesca obra que no cesaría de producir. Fue en su
país senador, miembro activo del Partido Comunista, embajador en Francia y aún
precandidato a la presidencia.
De su oceánica obra, pueden destacarse, además de los ya nombrados, las tres
entregas sucesivas de Residencia en la tierra (1931-1943), donde el autor se adentra en técnicas
surrealistas a través de un lenguaje hermético y altamente sugestivo, el Canto general (1950),
gigantesco poema compuesto por quince libros donde se procura un resumen poético,
histórico, geográfico, antropológico y social del continente americano, las Odas elementales
(1954-1957), que exploran la simpleza de lo cotidiano a través de un lenguaje lejano a toda
retórica, y el Estravagario (1958), acercamiento nerudiano a la antipoesía, entre muchos
otros.

Galope muerto
(de la primera entrega de Residencia en la tierra, 1925-1931)

Como cenizas, como mares poblándose,


en la sumergida lentitud, en lo informe,
o como se oyen desde el alto de los caminos
cruzar las campanadas en cruz,
teniendo ese sonido ya aparte del metal,
confuso, pesando, haciéndose polvo
en el mismo molino de las formas demasiado lejos,
o recordadas o no vistas,
y el perfume de las ciruelas que rodando a tierra
se pudren en el tiempo, infinitamente verdes.

Aquello todo tan rápido, tan viviente,


inmóvil sin embargo, como la polea loca en sí misma,
esas ruedas de los motores, en fin.
Existiendo como las puntadas secas en las costuras del árbol,
callado, por alrededor, de tal modo,

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Docente: Andrés Landázuri

mezclando todos los limbos sus colas.


¿Es que de dónde, por dónde, en qué orilla?
El rodeo constante, incierto, tan mudo,
como las lilas alrededor del convento,
o la llegada de la muerte a la lengua del buey
que cae a tumbos, guardabajo, y cuyos cuernos quieren sonar.

Por eso, en lo inmóvil, deteniéndose, percibir,


entonces, como aleteo inmenso, encima,
como abejas muertas o números,
ay, lo que mi corazón pálido no puede abarcar,
en multitudes, en lágrimas saliendo apenas,
y esfuerzos humanos, tormentas,
acciones negras descubiertas de repente
como hielos, desorden vasto,
oceánico, para mí que entro cantando
como una espada entre indefensos.

Ahora bien, ¿de qué está hecho ese surgir de palomas


que hay entre la noche y el tiempo, como una barranca húmeda?
Ese sonido ya tan largo
que cae listando de piedras los caminos,
más bien, cuando sólo una hora
crece de improviso, extendiéndose sin tregua.

Adentro del anillo del verano


una vez los grandes zapallos escuchan,
estirando sus plantas conmovedoras,
de eso, de lo que solicitándose mucho,
de lo lleno, obscuros de pesadas gotas.

Unidad
(de la primera entrega de Residencia en la tierra, 1925-1931)

Hay algo denso, unido, sentado en el fondo,


repitiendo su número, su señal idéntica.
Cómo se nota que las piedras han tocado el tiempo,
en su fina materia hay olor a edad,
y el agua que trae el mar, de sal y sueño.

Me rodea una misma cosa, un solo movimiento:


el peso del mineral, la luz de la piel,
se pegan al sonido de la palabra noche:
la tinta del trigo, del marfil, del llanto,
las cosas de cuero, de madera, de lana,
envejecidas, desteñidas, uniformes,
se unen en torno a mí como paredes.

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Material de lectura
Docente: Andrés Landázuri

Trabajo sordamente, girando sobre mí mismo,


como el cuervo sobre la muerte, el cuervo de luto.
Pienso, aislado en lo extenso de las estaciones,
central, rodeado de geografía silenciosa:
una temperatura parcial cae del cielo,
un extremo imperio de confusas unidades
se reúne rodeándome.

Arte poética
(de la primera entrega de Residencia en la tierra, 1925-1931)

Entre sombra y espacio, entre guarniciones y doncellas,


dotado de corazón singular y sueños funestos,
precipitadamente pálido, marchito en la frente
y con luto de viudo furioso por cada día de vida,
ay, para cada agua invisible que bebo soñolientamente
y de todo sonido que acojo temblando,
tengo la misma sed ausente y la misma fiebre fría,
un oído que nace, una angustia indirecta,
como si llegaran ladrones o fantasmas,
y en una cáscara de extensión fija y profunda,
como un camarero humillado, como una campana un poco ronca,
como un espejo viejo, como un olor de casa sola
en la que los huéspedes entran de noche perdidamente ebrios,
y hay un olor de ropa tirada al suelo, y una ausencia de flores,
—posiblemente de otro modo aun menos melancólico—,
pero, la verdad, de pronto, el viento que azota mi pecho,
las noches de substancia infinita caídas en mi dormitorio,
el ruido de un día que arde con sacrificio,
me piden lo profético que hay en mí, con melancolía,
y un golpe de objetos que llaman sin ser respondidos
hay, y un movimiento sin tregua, y un nombre confuso.

Solo la muerte
(de la segunda entrega de Residencia en la tierra, 1931-1935)

Hay cementerios solos,


tumbas llenas de huesos sin sonido,
el corazón pasando un túnel
oscuro, oscuro, oscuro,
como un naufragio hacia adentro nos morimos,
como ahogarnos en el corazón,
como irnos cayendo desde la piel al alma.

Hay cadáveres,
hay pies de pegajosa losa fría,

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Literatura ecuatoriana I - LIT 131
Material de lectura
Docente: Andrés Landázuri

hay la muerte en los huesos,


como un sonido puro,
como un ladrido sin perro,
saliendo de ciertas campanas, de ciertas tumbas,
creciendo en la humedad como el llanto o la lluvia.

Yo veo sólo a veces,


ataúdes a vela
zarpar con difuntos pálidos, con mujeres de trenzas muertas,
con panaderos blancos como ángeles,
con niñas pensativas casadas con notarios,
ataúdes subiendo el río vertical de los muertos,
el río morado,
hacia arriba, con las velas hinchadas por el sonido de la muerte,
hinchadas por el sonido silencioso de la muerte.

A lo sonoro llega la muerte


como un zapato sin pie, con un traje sin hombre,
llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo,
llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta.

Sin embargo sus pasos suenan


y su vestido suena, callado, como un árbol.

Yo no sé, yo conozco poco, yo apenas veo,


pero creo que su canto tiene color de violetas húmedas,
de violetas acostumbradas a la tierra,
porque la cara de la muerte es verde,
y la mirada de la muerte es verde,
con la aguda humedad de una hoja de violeta
y su grave color de invierno exasperado.

Pero la muerte va también por el mundo vestida de escoba,


lame el suelo buscando difuntos;
la muerte está en la escoba,
es la lengua de la muerte buscando muertos,
es la aguja de la muerte buscando hilo.

La muerte está en los catres:


en los colchones lentos, en las frazadas negras
vive tendida, y de repente sopla:
sopla un sonido oscuro que hincha sábanas,
y hay camas navegando a un puerto
en donde está esperando, vestida de almirante.

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Literatura ecuatoriana I - LIT 131
Material de lectura
Docente: Andrés Landázuri

Agua sexual
(de la segunda entrega de Residencia en la tierra, 1931-1935)

Rodando a goterones solos,


a gotas como dientes,
a espesos goterones de mermelada y sangre,
rodando a goterones,
cae el agua,
como una espada en gotas,
como un desgarrador río de vidrio,
cae mordiendo,
golpeando el eje de la simetría, pegando en las costuras del alma,
rompiendo cosas abandonadas, empapando lo oscuro.

Solamente es un soplo, más húmedo que el llanto,


un líquido, un sudor, un aceite sin nombre,
un movimiento agudo,
haciéndose, espesándose,
cae el agua,
a goterones lentos,
hacia su mar, hacia su seco océano,
hacia su ola sin agua.

Veo el verano extenso, y un estertor saliendo de un granero,


bodegas, cigarras,
poblaciones, estímulos,
habitaciones, niñas
durmiendo con las manos en el corazón,
soñando con bandidos, con incendios,
veo barcos,
veo árboles de médula,
erizados como gatos rabiosos,
veo sangre, puñales y medias de mujer,
y pelos de hombre,
veo camas, veo corredores donde grita una virgen,
veo frazadas y órganos y hoteles.

Veo los sueños sigilosos,


admito los postreros días,
y también los orígenes, y también los recuerdos,
como un párpado atrozmente levantado a la fuerza
estoy mirando.

Y entonces hay este sonido:


un ruido rojo de huesos,
un pegarse de carne,
y piernas amarillas como espigas juntándose.
Yo escucho entre el disparo de los besos,
escucho, sacudido entre respiraciones y sollozos.
Estoy mirando, oyendo,

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Literatura ecuatoriana I - LIT 131
Material de lectura
Docente: Andrés Landázuri

con la mitad del alma en el mar y la mitad del alma en la tierra,


y con las dos mitades del alma miro el mundo.

Y aunque cierre los ojos y me cubra el corazón enteramente,


veo caer un agua sorda,
a goterones sordos.
Es como un huracán de gelatina,
como una catarata de espermas y medusas.
Veo correr un arco iris turbio.
Veo pasar sus aguas a través de los huesos.

Alturas de Macchu Picchu


(de Canto general, 1950)

Del aire al aire, como una red vacía,


iba yo entre las calles y la atmósfera, llegando y despidiendo,
en el advenimiento del otoño la moneda extendida
de las hojas, y entre la primavera y las espigas,
lo que el más grande amor, como dentro de un guante
que cae, nos entrega como una larga luna.

(Días de fulgor vivo en la intemperie


de los cuerpos: aceros convertidos
al silencio del ácido:
noches desdichadas hasta la última harina:
estambres agredidos de la patria nupcial.)

Alguien que me esperó entre los violines


encontró un mundo como una torre enterrada
hundiendo su espiral más abajo de todas
las hojas de color de ronco azufre:
más abajo, en el oro de la geología,
como una espada envuelta en meteoros,
hundí la mano turbulenta y dulce
en lo más genital de lo terrestre.

Puse la frente entre las olas profundas,


descendí como gota entre la paz sulfúrica,
y, como un ciego, regresé al jazmín
de la gastada primavera humana.

II

Si la flor a la flor entrega el alto germen


y la roca mantiene su flor diseminada
en su golpeado traje de diamante y arena,

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Docente: Andrés Landázuri

el hombre arruga el pétalo de la luz que recoge


en los determinados manantiales marinos
y taladra el metal palpitante en sus manos.
Y pronto, entre la ropa y el humo, sobre la mesa hundida,
como una barajada cantidad, queda el alma:
cuarzo y desvelo, lágrimas en el océano
como estanques de frío: pero aún
mátala y agonízala con papel y con odio,
sumérgela en la alfombra cotidiana, desgárrala
entre las vestiduras hostiles del alambre.

No: por los corredores, aire, mar o caminos,


quién guarda sin puñal (como las encarnadas
amapolas) su sangre? La cólera ha extenuado
la triste mercancía del vendedor de seres,
y, mientras en la altura del ciruelo, el rocío
desde mil años deja su carta transparente
sobre la misma rama que lo espera, oh corazón, oh frente triturada
entre las cavidades del otoño.

Cuántas veces en las calles del invierno de una ciudad o en


un autobús o un barco en el crepúsculo, o en la soledad
más espesa, la de la noche de fiesta, bajo el sonido
de sombras y campanas, en la misma gruta del placer humano,
me quise detener a buscar la eterna veta insondable
que antes toqué en la piedra o en el relámpago que el beso desprendía.
(Lo que en el cereal como una historia amarilla
de pequeños pechos preñados va repitiendo un número
que sin cesar es ternura en las capas germinales,
y que, idéntica siempre, se desgrana en marfil
y lo que en el agua es patria transparente, campana
desde la nieve aislada hasta las olas sangrientas.)

No pude asir sino un racimo de rostros o de máscaras


precipitadas, como anillos de oro vacío,
como ropas dispersas hijas de un otoño rabioso
que hiciera temblar el miserable árbol de las razas asustadas.

No tuve sitio donde descansar la mano


y que, corriente como agua de manantial encadenado,
o firme como grumo de antracita o cristal,
hubiera devuelto el calor o el frío de mi mano extendida.
Qué era el hombre? En qué parte de su conversación abierta
entre los almacenes de los silbidos, en cuál de sus movimientos metálicos
vivía lo indestructible, lo imperecedero, la vida?

III

El ser como el maíz se desgranaba en el incansable


granero de los hechos perdidos, de los acontecimientos

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Docente: Andrés Landázuri

miserables, del uno al siete, al ocho,


y no una muerte, sino muchas muertes llegaba a cada uno:
cada día una muerte pequeña, polvo, gusano, lámpara
que se apaga en el lodo del suburbio, una pequeña muerte de alas gruesas
entraba en cada hombre como una corta lanza
y era el hombre asediado del pan o del cuchillo,
el ganadero: el hijo de los puertos, o el capitán oscuro del arado,
o el roedor de las calles espesas:
todos desfallecieron esperando su muerte, su corta muerte diaria:
y su quebranto aciago de cada día era
como una copa negra que bebían temblando.

IV

La poderosa muerte me invitó muchas veces:


era como la sal invisible en las olas,
y lo que su invisible sabor diseminaba
era como mitades de hundimientos y altura
o vastas construcciones de viento y ventisquero.

Yo al férreo filo vine, a la angostura


del aire, a la mortaja de agricultura y piedra,
al estelar vacío de los pasos finales
y a la vertiginosa carretera espiral:
pero, ancho mar, oh muerte!, de ola en ola no vienes,
sino como un galope de claridad nocturna
o como los totales números de la noche.

Nunca llegaste a hurgar en el bolsillo, no era


posible tu visita sin vestimenta roja:
sin auroral alfombra de cercado silencio:
sin altos enterrados patrimonios de lágrimas.

No pude amar en cada ser un árbol


con su pequeño otoño a cuestas (la muerte de mil hojas)
todas las falsas muertes y las resurrecciones
sin tierra, sin abismo:
quise nadar en las más anchas vidas,
en las más sueltas desembocaduras,
y cuando poco a poco el hombre fue negándome
y fue cerrando paso y puerta para que no tocaran
mis manos manantiales su inexistencia herida,
entonces fui por calle y calle y río y río,
y ciudad y ciudad y cama y cama,
y atravesó el desierto mi máscara salobre,
y en las últimas casas humilladas, sin lámpara, sin fuego,
sin pan, sin piedra, sin silencio, solo,
rodé muriendo de mi propia muerte.

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Literatura ecuatoriana I - LIT 131
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Docente: Andrés Landázuri

No eras tú, muerte grave, ave de plumas férreas,


la que el pobre heredero de las habitaciones
llevaba entre alimentos apresurados, bajo la piel vacía:
era algo, un pobre pétalo de cuerda exterminada:
un átomo del pecho que no vio al combate
o el áspero rocío que no cayó en la frente.
Era lo que no pudo renacer, un pedazo
de la pequeña muerte sin paz ni territorio:
un hueso, una campana que morían en él.
Yo levanté las vendas del yodo, hundí las manos
en los pobres dolores que mataban la muerte,
y no encontré en la herida sino una racha fría
que entraba por los vagos intersticios del alma.

VI

Entonces en la escala de la tierra he subido


entre la atroz maraña de las selvas perdidas
hasta ti, Macchu Picchu.
Alta ciudad de piedras escalares,
por fin morada del que lo terrestre
no escondió en las dormidas vestiduras.
En ti, como dos líneas paralelas,
la cuna del relámpago y del hombre
se mecían en un viento de espinas.

Madre de piedra, espuma de los cóndores.

Alto arrecife de la aurora humana.

Pala perdida en la primera arena.

Ésta fue la morada, éste es el sitio:


aquí los anchos granos del maíz ascendieron
y bajaron de nuevo como granizo rojo.

Aquí la hebra dorada salió de la vicuña


a vestir los amores, los túmulos, las madres,
el rey, las oraciones, los guerreros.

Aquí los pies del hombre descansaron de noche


junto a los pies del águila, en las altas guaridas
carniceras, y en la aurora
pisaron con los pies del trueno la niebla enrarecida,
y tocaron las tierras y las piedras
hasta reconocerlas en la noche o la muerte.

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Literatura ecuatoriana I - LIT 131
Material de lectura
Docente: Andrés Landázuri

Miro las vestiduras y las manos,


el vestigio del agua en la oquedad sonora,
la pared suavizada por el tacto de un rostro
que miró con mis ojos las lámparas terrestres,
que aceitó con mis manos las desaparecidas
maderas: porque todo, ropaje, piel, vasijas,
palabras, vino, panes,
se fue, cayó a la tierra.

Y el aire entró con dedos


de azahar sobre todos los dormidos:
mil años de aire, meses, semanas de aire,
de viento azul, de cordillera férrea,
que fueron como suaves huracanes de pasos
lustrando el solitario recinto de la piedra.

VII

Muertos de un solo abismo, sombras de una hondonada,


la profunda, es así como al tamaño
de vuestra magnitud
vino la verdadera, la más abrasadora
muerte y desde las rocas taladradas,
desde los capiteles escarlata,
desde los acueductos escalares
os desplomasteis como en un otoño
en una sola muerte.
Hoy el aire vacío ya no llora,
ya no conoce vuestros pies de arcilla,
ya olvidó vuestros cántaros que filtraban el cielo
cuando lo derramaban los cuchillos del rayo,
y el árbol poderoso fue comido
por la niebla, y cortado por la racha.

Él sostuvo una mano que cayó de repente


desde la altura hasta el final del tiempo.
Ya no sois, manos de araña, débiles
hebras, tela enmarañada:
cuanto fuisteis cayó: costumbres, sílabas
raídas, máscaras de luz deslumbradora.

Pero una permanencia de piedra y de palabra:


la ciudad como un vaso se levantó en las manos
de todos, vivos, muertos, callados, sostenidos
de tanta muerte, un muro, de tanta vida un golpe
de pétalos de piedra: la rosa permanente, la morada:
este arrecife andino de colonias glaciales.

Cuando la mano de color de arcilla


se convirtió en arcilla, y cuando los pequeños párpados se cerraron

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Docente: Andrés Landázuri

llenos de ásperos muros, poblados de castillos,


y cuando todo el hombre se enredó en su agujero,
quedó la exactitud enarbolada:
el alto sitio de la aurora humana:
la más alta vasija que contuvo el silencio:
una vida de piedra después de tantas vidas.

VIII

Sube conmigo, amor americano.

Besa conmigo las piedras secretas.


La plata torrencial del Urubamba
hace volar el polen a su copa amarilla.

Vuela el vacío de la enredadera,


la planta pétrea, la guirnalda dura
sobre el silencio del cajón serrano.
Ven, minúscula vida, entre las alas
de la tierra, mientras —cristal y frío, aire golpeado—
apartando esmeraldas combatidas,
oh agua salvaje, bajas de la nieve.

Amor, amor, hasta la noche abrupta,


desde el sonoro pedernal andino,
hacia la aurora de rodillas rojas,
contempla el hijo ciego de la nieve.

Oh, Wilkamayu de sonoros hilos,


cuando rompes tus truenos lineales
en blanca espuma, como herida nieve,
cuando tu vendaval acantilado
canta y castiga despertando al cielo,
qué idioma traes a la oreja apenas
desarraigada de tu espuma andina?

Quién apresó el relámpago del frío


y lo dejó en la altura encadenado,
repartido en sus lágrimas glaciales,
sacudido en sus rápidas espadas,
golpeando sus estambres aguerridos,
conducido en su cama de guerrero,
sobresaltado en su final de roca?

Qué dicen tus destellos acosados?


Tu secreto relámpago rebelde
antes viajó poblado de palabras?
Quién va rompiendo sílabas heladas,
idiomas negros, estandartes de oro,
bocas profundas, gritos sometidos,

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Literatura ecuatoriana I - LIT 131
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Docente: Andrés Landázuri

en tus delgadas aguas arteriales?

Quién va cortando párpados florales


que vienen a mirar desde la tierra?
Quién precipita los racimos muertos
que bajan en tus manos de cascada
a desgranar su noche desgranada
en el carbón de la geología?

Quién despeña la rama de los vínculos?


Quién otra vez sepulta los adioses?

Amor, amor, no toques la frontera,


ni adores la cabeza sumergida:
deja que el tiempo cumpla su estatura
en su salón de manantiales rotos,
y, entre el agua veloz y las murallas,
recoge el aire del desfiladero,
las paralelas láminas del viento,
el canal ciego de las cordilleras,
el áspero saludo del rocío,
y sube, flor a flor, por la espesura,
pisando la serpiente despeñada.

En la escarpada zona, piedra y bosque,


polvo de estrellas verdes, selva clara,
Mantur estalla como un lago vivo
o como un nuevo piso del silencio.

Ven a mi propio ser, al alba mía,


hasta las soledades coronadas.
El reino muerto vive todavía.

Y en el Reloj la sombra sanguinaria


del cóndor cruza como una nave negra.

IX

Águila sideral, viña de bruma.


Bastión perdido, cimitarra ciega.
Cinturón estrellado, pan solemne.
Escala torrencial, párpado inmenso.
Túnica triangular, polen de piedra.
Lámpara de granito, pan de piedra.
Serpiente mineral, rosa de piedra.
Nave enterrada, manantial de piedra.
Caballo de la luna, luz de piedra.
Escuadra equinoccial, vapor de piedra.
Geometría final, libro de piedra.
Témpano entre las ráfagas labrado.

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Docente: Andrés Landázuri

Madrépora del tiempo sumergido.


Muralla por los dedos suavizada.
Techumbre por las plumas combatida.
Ramos de espejo, bases de tormenta.
Tronos volcados por la enredadera.
Régimen de la garra encarnizada.
Vendaval sostenido en la vertiente.
Inmóvil catarata de turquesa.
Campana patriarcal de los dormidos.
Argolla de las nieves dominadas.
Hierro acostado sobre sus estatuas.
Inaccesible temporal cerrado.
Manos de puma, roca sanguinaria.
Torre sombrera, discusión de nieve.
Noche elevada en dedos y raíces.
Ventana de las nieblas, paloma endurecida.
Planta nocturna, estatua dc los truenos.
Cordillera esencial, techo marino.
Arquitectura de águilas perdidas.
Cuerda del cielo, abeja de la altura.
Nivel sangriento, estrella construida.
Burbuja mineral, luna de cuarzo.
Serpiente andina, frente de amaranto.
Cúpula del silencio, patria pura.
Novia del mar, árbol de catedrales.
Ramo de sal, cerezo de alas negras.
Dentadura nevada, trueno frío.
Luna arañada, piedra amenazante.
Cabellera del frío, acción del aire.
Volcán de manos, catarata oscura.
Ola de plata, dirección del tiempo.

Piedra en la piedra, el hombre, dónde estuvo?


Aire en el aire, el hombre, dónde estuvo?
Tiempo en el tiempo, el hombre, dónde estuvo?
Fuiste también el pedacito roto
de hombre inconcluso, de águila vacía
que por las calles de hoy, que por las huellas,
que por las hojas del otoño muerto
va machacando el alma hasta la tumba?
La pobre mano, el pie, la pobre vida...
Los días de la luz deshilachada
en ti, como la lluvia
sobre las banderillas de la fiesta,
dieron pétalo a pétalo de su alimento oscuro
en la boca vacía?
Hambre, coral del hombre,
hambre, planta secreta, raíz de los leñadores,

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Literatura ecuatoriana I - LIT 131
Material de lectura
Docente: Andrés Landázuri

hambre, subió tu raya de arrecife


hasta estas altas torres desprendidas?

Yo te interrogo, sal de los caminos,


muéstrame la cuchara, déjame, arquitectura,
roer con un palito los estambres de piedra,
subir todos los escalones del aire hasta el vacío,
rascar la entraña hasta tocar el hombre.

Macchu Picchu, pusiste


piedra en la piedra, y en la base, harapos?
Carbón sobre carbón, y en el fondo la lágrima?
Fuego en el oro, y en él, temblando el rojo
goterón de la sangre?
Devuélveme el esclavo que enterraste!
Sacude de las tierras el pan duro
del miserable, muéstrame los vestidos
del siervo y su ventana.
Dime cómo durmió cuando vivía.
Dime si fue su sueño
ronco, entreabierto, como un hoyo negro
hecho por la fatiga sobre el muro.
El muro, el muro! Si sobre su sueño
gravitó cada piso de piedra, y si cayó bajo ella
como bajo una luna, con el sueño!
Antigua América, novia sumergida,
también tus dedos,
al salir de la selva hacia el alto vacío de los dioses,
bajo los estandartes nupciales de la luz y el decoro,
mezclándose al trueno de los tambores y de las lanzas,
también, también tus dedos,
los que la rosa abstracta y la línea del frío, los
que el pecho sangriento del nuevo cereal trasladaron
hasta la tela de materia radiante, hasta las duras cavidades,
también, también, América enterrada, guardaste en lo más bajo
en el amargo intestino, como un águila, el hambre?

XI

A través del confuso esplendor,


a través de la noche de piedra, déjame hundir la mano
y deja que en mí palpite, como un ave mil años prisionera
el viejo corazón del olvidado!
Déjame olvidar hoy esta dicha, que es más ancha que el mar,
porque el hombre es más ancho que el mar y que sus islas,
y hay que caer en él como en un pozo para salir del fondo
con un ramo de aguas secretas y de verdades sumergidas.
Déjame olvidar, ancha piedra, la proporción poderosa,
la trascendente movida, las piedras del panal,
y de la escuadra déjame hoy resbalar

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Literatura ecuatoriana I - LIT 131
Material de lectura
Docente: Andrés Landázuri

la mano sobre la hipotenusa de áspera sangre y silicio.


Cuando, como una herradura de élitros rojos, el cóndor furibundo
me golpea las sienes en el orden del vuelo
y el huracán de plumas carniceras barre el polvo sombrío
de las escalinatas diagonales, no veo la bestia veloz,
no veo el ciego ciclo de sus barras,
veo el antiguo ser, servidor, el dormido
en los campos, veo el cuerpo, mil cuerpos, un hombre, mil mujeres,
bajo la racha negra, negros de lluvia y noches,
con la piedra pesada de la estatua:
Juan Cortapiedras, hijo de Wiracocha,
Juan Comefrío, hijo de estrella verde,
Juan Piesdescalzos, nieto de la turquesa,
sube a nacer conmigo, hermano.

XII

Sube a nacer conmigo, hermano.

Dame la mano desde la profunda


zona de tu dolor diseminado.
No volverás del fondo de las rocas.
No volverás del tiempo subterráneo.
No volverá tu voz endurecida.
No volverán tus ojos taladrados.
Mírame desde el fondo de la tierra,
labrador, tejedor, pastor callado:
domador de guanacos tutelares:
albañil del andamio desafiado:
aguador de las lágrimas andinas:
joyero de los dedos machacados:
agricultor temblando en la semilla:
alfarero en tu greda derramado:
traed a la copa de esta nueva vida
vuestros viejos dolores enterrados.
Mostradme vuestra sangre y vuestro surco,
decidme: aquí fui castigado,
porque la joya no brilló o la tierra
no entregó a tiempo la piedra o el grano:
señaladme la piedra en que caísteis
y la madera en que os crucificaron,
encendedme los viejos pedernales,
las viejas lámparas, los látigos pegados
a través de los siglos en las llagas
y las hachas de brillo ensangrentado.
Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta.
A través de la tierra juntad todos
los silenciosos labios derramados
y desde el fondo habladme toda esta larga noche
como si yo estuviera con vosotros anclado,

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Material de lectura
Docente: Andrés Landázuri

contadme todo, cadena a cadena,


eslabón a eslabón, y paso a paso,
afilad los cuchillos que guardasteis,
ponedlos en mi pecho y en mi mano,
como un río de rayos amarillos,
como un río de tigres enterrados,
y dejadme llorar, horas, días, años,
edades ciegas, siglos estelares.

Dadme el silencio, el agua, la esperanza.

Dadme la lucha, el hierro, los volcanes.

Apegadme los cuerpos como imanes.

Acudid a mis venas y a mi boca.

Hablad por mis palabras y mi sangre.

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