Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 59

Año 3 Número 8

MARZO 2023
ISSN 2792-6400 1
Año 3 Número 8, marzo de 2023

ISSN 2792-6400

2
Revista trimestral de folklore

Número 8, Año 3 (marzo de 2023)

Idea original:

Fernando Molpeceres Álvarez

Dirección:

Matías Fernández Romero


Fernando Molpeceres Álvarez

Coordinación internacional:

José Antonio Sierra Lumbreras

Equipo editorial:

Portada: Pablo de la Sierra

Maquetación: Fernando Molpeceres

Corresponsales y colaboradores en este número:

Daniel F. Peces Ayuso


José Otero Mota
Diego Pérez Pezuela
Begoña Ruiz
Matías Fernández Romero
Fernando Molpeceres

Edita: Banda de Música e Investigación Albedro, Inscrita en el Registro Nacional de Asociaciones, Grupo 1, Sección 1, con el
número nacional 166354. NIF G82630898. Dirección: Paseo de Extremadura, 254, local 29, 28011 Madrid.

ISSN 2792-6400.
Los autores de los artículos se hacen responsables del contenido de los mismos, tanto de la parte escrita como de las imáge-
nes incluidas, para cuyo uso manifiestan tener los derechos. El editor y la dirección de la revista se eximen de toda responsa-
bilidad al respecto.

El badil olvidado es una revista digital de distribución gratuita editada por la asociación sin fines de lucro Banda de Música
e Investigación Albedro.

3
EN ESTE NÚMERO

PRESENTACIÓN 5
NOTICIAS: Nuestro director Fernando Molpeceres se incorpora al 6
Consejo Rector de los Amigos de la Cultura Celta
TOQUES DE CAMPANA 7
Por Diego Pérez Pezuela
CON ELENA DE FRUTOS, DULZAINERA DE RIAZA 14
Por Fernando Molpeceres
PEÑAS SACRAS 20
Por Begoña Ruiz
LA MORAGÁ O FIESTA DE LAS ÁNIMAS 26
Por Daniel F. Peces Ayuso
GLOSARIO. ANEXO AL ARTÍCULO DE DANIEL F. PECES 36
Por Fernando Molpeceres
FESTEJOS Y BAILES DE ESPAÑA. EXTRAMADURA 38
Por Matías Fernández Romero
MEMORIAS DE UN REFAJO 44
Por José Otero Mota
GLOSARIO. ANEXO AL ARTÍCULO DE JOSÉ OTERO 51
Por Fernando Molpeceres
NOTICIAS Y ANUNCIOS DE NUESTRO MUNDO 53

4
Estimadas amigas, estimados amigos.
Nuestros colaboradores se van superando y hemos logrado un número muy varia-
do, con temas para todos los gustos: etnográficos, musicales, mitológicos, etc.
Diego Pérez Pezuela nos adentra en el maravilloso mundo de las campanas y su ta-
ñido, declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. En Riaza
(Segovia), conocemos a una dulzainera, Elena de Frutos, que nos contará cosas de su
vida, de la dulzaina y de la incorporación de la mujer a ese instrumento. Begoña
Ruiz, nos habla de las peñas sagradas y su simbolismo que, con origen pagano, ha
llegado hasta nuestros días. Daniel F. Peces nos ofrece un estupendo trabajo de cam-
po sobre la fiesta de la Moragá, la noche de difuntos. Matías Fernández, codirector
de la revista, nos habla de los bailes en tierras extremeñas. Y rematamos el número
con un bonito repaso del viejo mundo rural del Alto Aragón, desde el punto de vis-
ta de un viejo refajo.
También incluimos la noticia de la incorporación al Consejo Rector de los Amigos
de la Cultura Celta de nuestro director, Fernando Molpeceres, donde tendrá respon-
sabilidades relacionadas con la cultura.
Como siempre os deseamos que disfrutéis leyéndolo tanto como nosotros y nues-
tros colaboradores elaborando este número.

El equipo editorial

Si quieres que te avisemos puntualmente cada vez que publiquemos un nuevo número y que te con-
temos las novedades y actividades de la Asociación Albedro, editora de esta revista, mándanos tu
nombre y tu email a [email protected]

5
Los Amigos de la Cultura Celta es un colectivo, integra-
do en la Asociación Cultural de la Vieira, que promue-
ve la divulgación del celtismo, y lo hace desde diferen-
tes ámbitos: institucional, cultura, patrimonio,...pero
con especial foco en los ámbitos universitario y de in-
vestigación relacionados con la historia antigua, la ar-
queología, la lingüística, etc. y, en tiempos más recien-
tes, con la arqueología genética. Fernando Molpeceres

El pasado 16 de febrero, los Amigos de la Cultura Celta, celebraron su XII Encuentro en la Casa de
Galicia en Madrid.

En la primera parte, y tras las bienvenidas protocolarias, la Doctora Blanca G. Albalat, pronunció un
discurso con el título que dio nombre al encuentro: “El Celtismo y el Camino de Santiago”.

Durante la segunda parte se desarrolló la ceremonia de incorporación de nuevos miembros, empe-


zando por los que se incorporaban al Consejo Rector: Excmo. Sr. D. Nicolás Pascual (Embajador de
España) que se incorporó al Ámbito Institucional y D. Fernando Molpeceres (Folklorista y músico)
que se incorporó al Ámbito de Cultura y Patrimonio.

A continuación se incorporaron como Miembros de Honor los Embajadores de Irlanda y Portugal,


Excmos. Sres. D. Frank Smyth y D. João Mira-Gomes.

En el Ámbito Académico se incorporaron como Miembros


de Número: D. Francisco Beltrán (Vicerrector de la Univer-
sidad de Zaragoza y Catedrático de Historia Antigua), D.
Rafael Quintía (Profesor de Antropología Social y Cultural
de la UNED), Dª Ana Isabel Filgueiras (Arqueóloga y an-
tropóloga cultural) y D. Eduardo Kavanagh (Doctor en
Historia y Director de la revista Desperta Ferro).
Incorporación al Consejo Rector

En el Ámbito de Cultura y Patrimonio se in-


corporaron como Miembros de Número: Dª
Dirce Marzoli (Doctora en Pre y ProtoHistoria
y Directora del Instituto Arqueológico Alemán
de Madrid), D. Aniceto Charo (Médico y Cate-
drático Emérito de la UCM) y D. Secundino
Pereira (Licenciado en Psicología y colabora-
dor habitual del colectivo).

El acto tuvo su punto final con una cena en el


Foto de grupo con el Consejo Rector y
Centro Gallego de Madrid. los nuevos miembros

6
A finales de 2022, La UNESCO declaró el toque
manual de campanas español Patrimonio Inma-
terial de la Humanidad, es decir, que el Estado
tiene la obligación de salvaguardarlo, aunque
esta labor será ardua y difícil por la extinción
de su figura fundamental, el campanero.
El toque de campanas ha sido un medio de ex-
presión y comunicación en todo el territorio na-
cional. Cumplían con una función social muy
importante transmitiendo información de ca-
rácter religioso o no tan religiosa marcando los
distintos momentos del día. Alertaban a la po-
blación de los incendios, inundaciones, defun- Ejemplo de campana con yugo metálico

ciones, decretos, etc.


Eran y son parte de celebraciones, fiestas, eventos... Los toques de campana han re-
gulado multitud de aspectos de la vida festiva, ritual, laboral y social de todos los
pueblos. Eran los teléfonos móviles del pasado.

Los toques más habituales eran:


Ordinario: Es el más común de los toques, ya que se efectúa en los llamados días
medio festivos.
Toque a misa: Es la llamada al rezo. Tal vez sea hoy en día el más habitual de los
toques y el que se mantiene en la mayor parte de campanarios. Con la campana me-
diana y un ritmo normal, finalizando con uno, dos o tres toques según se acercaba
la hora de comenzar la misa.

7
Repiques de domingo: Es uno de los toques más singulares y se suele hacer desde
la propia torre, ya que suenan a la vez las dos campanas. En un toque reservado a
los días festivos y a las grandes solemnidades como las vísperas, las bodas, los bau-
tizos, la elección de papa, etc.
Volteo de campanas: En fiestas mayores y procesiones se volteaban a mano todas
las campanas de la iglesia. Este toque era peligroso ya que se dieron graves acciden-
tes y muertes al caerse el campanero a la calle desde lo alto de la torre.
Ángelus: Con la campana más pequeña y a ritmo rápido que se interrumpía tres
veces por un toque de la campana grande, era un toque diario a las 12 de la maña-
na.
Ave María: Toque idéntico al Ángelus, pero por la tarde y con horario variable se-
gún la estación. En invierno se tocaba a las 6:30 y en verano a las 8:30 de la tarde.
Toque de almas: Tres toques secos con la campana de mayor tamaño en secuencia
de un minuto. En otoño e invierno era a las 9 de la noche y en primavera y en ve-
rano a las 10. Normalmente, este toque de ánimas era utilizado por las madres para
marcar la hora de regreso de los hijos a casa.
Aviso de fiesta mayor: En las vísperas de fiesta mayor después del Ave María se
volteaban las campanas.
Toque a nublo: Con la campana pequeña a ritmo muy acelerado y acabando con
un toque de la campana grande. Indicaba este toque un tiempo litúrgico: Adviento
o Cuaresma. Se tocaba antes del Ave María.
Toque de arrebato: Solo con la campana de mayor tamaño y a un buen ritmo y sin
parar durante mucho tiempo hasta que la gente acudía al lugar del siniestro que
normalmente era a fuego. Se hace sonar la campana de forma rápida solo en ocasio-
nes puntuales: fuego, terremoto, ríos desbordados.
Concejo: Hubo una época en la que se hacía sonar la campana como llamada de
reunión de los ciudadanos en la plaza del pueblo para tratar asuntos importantes.
Animales: En muchos pueblos existía también un toque especial para avisar de la
salida del ganado a las hierbas del prado.
Trabajar: En los años de posguerra se tocaba la campana para salir al campo a tra-
bajar. No todo el mundo tenía reloj en casa.
Tormentas: Como una especie de arrebato se tocaban las campanas en días nubla-
dos para tratar de espantar las tormentas.
Señales: Se tocaban el día del fallecimiento, anterior al entierro. La primera señal se
tocaba antes de la misa primera del día si el muerto había fallecido por la noche. Si

8
fallecía entre las 7 de la mañana y las 12 del mediodía, la señal era después del Án-
gelus. Si fallecía después del mediodía, la señal se tocaba después del Ave María.
Funeral: Hay un toque especial con el que los campaneros llamaban a los ciudada-
nos a la celebración de una misa funeral y varía en función del finado: ya fuese
hombre, mujer, niño o niña.
Fallecimiento: Cuando fallece un vecino se hacen sonar las campanas. El número
de toques varía según sea hombre, mujer, niño o niña
Penitencia: Es el llamado toque de Miserere, donde hacen sonar tres campanas se-
guidas durante varias veces consecutivas.
Entierro ordinario: Toque impulsado por cuerda a dos campanas. Al final, dos to-
ques si era mujer y tres toques si era hombre indicaban el sexo del fallecido.
Entierro general: Campanas a medio vuelo las cuatro y al finalizar dos o tres toques
según fuera hembra o varón.
Toque de ángel: Cuando moría un menor de siete años (antes de tomar comunión)
se procedía a este toque. Las dos campanas pequeñas y una mayor velocidad en la
secuencia era lo que distinguía el toque de ángel. Como en los adultos, 3 y 2 toques
si el párvulo muerto era niño o niña.
Eucaristía: Un toque especial para la llamada Eucaristía por Viatico: consiste en 5
campanas tristes varias veces con una pausa lánguida.
Había momentos también en los que las campanas tenían que callar. Desde el jue-
ves santo hasta el sábado santo. También cuando las ciudades quedaban castigadas
sin entierros eclesiales o culto por haber quedado en entredicho. A esto se le llama-
ba tiempo de entredicho. A veces, una campana tañía para recordar a la población
la desgracia en que se había caído.
En la provincia de Guadalajara pasa como en el resto de nuestro país. Poco a poco
los pueblos se van despoblando, sus gentes mayores van desapareciendo, y ciertas
tradiciones y ciertos saberes se van perdiendo. Una de estas tradiciones olvidadas
es el tema central de este artículo y la desaparición del campanero, como hemos
mencionado anteriormente, aunque aún tenemos la fortuna de tener varios pueblos
en Guadalajara que conservan con gran ahínco este lenguaje de comunicación tan
ancestral.
Es el caso de Alustante, una pequeña localidad situada en la comarca del Señorío de
Molina con apenas 100 habitantes donde han conservado un conjunto de toques de
campana considerados como una de las manifestaciones culturales más importan-
tes de Guadalajara y de las más antiguas dentro de la Comunidad de Castilla La
Mancha. Declarada Bien de Interés Cultural por la Junta de Comunidades.

9
Poseen 16 toques de campana diferentes como toque de oraciones, misa, misa en
ermitas, rosario, repique de fiesta, repique de Domingos, toque a escuela, doctrina,
penitencia, nublo, de concejo, de rebato (peligro), de perdidos, de difuntos, de Glo-
ria y toque de bandeo.

Campana de Alustante (Guadalajara)

Otro de los pueblos donde esta tradición está recogida es en Valfermoso de Tajuña.
Una localidad situada en el pico de una meseta dominando la vega del rio Tajuña.
A 34 kilómetros de Guadalajara, cuenta con una población de menos de 100 habi-
tantes.
Conserva un excepcional conjunto de campanas. Uno de los más importantes de
todos los documentados en la provincia de Guadalajara. Han recogido los toques
de oración, Misa, rosario, Clamor, muerto, toque de fiesta (volteo), viático, y muerte
de niño.
También en la Sierra Norte de Guadalajara, concretamente en el pueblo de Cantalo-
jas, existe gran información del toque de campanas gracias a Antonio Garrido, na-
tural de este pueblo.
Cantalojas es un municipio situado en el extremo noroccidental de la provincia de
Guadalajara, concretamente en la sierra de Ayllón. Cuenta con una población de
aproximadamente 150 personas.

10
Pueblo de Cantalojas en la actualidad

Antonio, durante su niñez y adolescencia, fue sacristán e hijo de sacristán. Una de


sus labores fundamentales en la vida del pueblo era la de campanero. Tenía el co-
nocimiento de todos los toques de campana. Los realizaba y además llevaba todo el
mantenimiento de las campanas para que todo estuviera en su perfecto uso.

La Iglesia de Cantalojas cuenta con una campana grande llamada Santísimo Sacra-
mento, una mediana y dos campanillos: uno más grande y otro más chico.
Antonio cuenta que las campanas regían la vida de los pueblos, que cada toque es
diferente y que toda la gente del pueblo los sabía y los diferenciaba a la perfección.
Esta sabiduría la heredó de su padre y ya de bien niño tuvo que emplear sus mañas
y trucos para el volteo de dichas campanas. No es una cosa fácil y requiere de técni-
ca y de fuerza. ¡Las co-
gía del yugo y de la co-
pa…! La campana te
puede sacar al tejado y
a la calle sin darte
cuenta. A su padre le
abrió la cabeza y estaba
harto de hacerlo y a él
le partió dos dedos. En
otra ocasión a una her-
mana suya la tuvo que
coger rápidamente
porque estuvo a punto Antonio Garrido en el campanario de Cantalojas 2022
de tirarla de la torre.

11
Toque del alba: Se hacía al amanecer sobre las 6 de la mañana. Era el despertador
de todas las personas del pueblo que se levantaban para ir al mercado de otros pue-
blos como Ayllón, la salida de los pastores con el ganado (más de 30 entonces) o la
gente que iba a trabajar al campo.
Toque del mediodía: Se hacía a las doce del mediodía. Era un repique de alegría,
¡era la hora de comer y tocaba descansar un poco! Cuenta Antonio que si estabas en
la trilla estabas deseando dejarlo para irte a casa a ponerte durante unos minutos al
refugio del calor. Todo el mundo estaba pendiente de que dicho toque lo realizara
el sacristán. También se regían por la sombra, cuando ésta llegaba a las dos prime-
ras hileras de tejas del tejado de la iglesia sabían con antelación de que el toque se
iba a producir.
Toque de oraciones: Muy parecido al toque del alba y se realizaba a las 8 de la tar-
de. Consta de dos toques en uno. Se empezaba con el toque de oración y se remata-
ba con un toque de difuntos. La vida religiosa en los pueblos en aquella época era
una parte fundamental en la vida cotidiana. Al final de estas oraciones siempre se
rezaba un padrenuestro por los difuntos.
Toque de víspera de domingo o misa de domingo: Se diferencia del toque de festi-
vo grande porque el volteo de la campana era la mediana y no la grande.
Toque víspera de festivo o misa de festivo: Se realizaba en días grandes para el
pueblo como en el Corpus, La Ascensión o la víspera del patrón o patrona del pue-
blo. Se volteaban todas las campanas ya que era un día espléndido. Cuando te toca-
ba estar lejos del pueblo, por motivos de cuidado del ganado, y escuchabas estos
tañidos se te encogía el corazón, cuenta Garrido.
Toque a fuego: Era un repique de las dos campanas al mismo tiempo muy rápido y
veloz. Un toque de emergencia. La gente iba a avisar al sacristán a su casa para que
rápidamente diera aviso al pueblo. Toda la gente del pueblo salía de sus casas con
prestancia y con un cubo en la mano para poder sofocar el fuego que estaba que-
mando alguna casa.
Toque de procesión: Los hacían los mozos y no los sacristanes. Cuando terminaba
la misa mayor del Patrón, en este caso San Julián, los mozos subían corriendo por la
torre de la iglesia para subir al campanario lo antes posible. Antonio recuerda con
gran nostalgia aquellas procesiones en las que se juntaban los sonidos de las cam-
panas con la de los cohetes y los gaiteros que amenizaban con sus gaitas la proce-
sión.
Toque de bautizo: Había diferencias si el bautizo era de niña o era de un niño. Si
era de un muchacho se tocaba el campanillo pequeño. Por lo contrario, si el bautizo
era de una niña se tocaba el campanillo más grande.

12
Toque de entierro o clamores: Es un toque de difuntos. Parecía que hasta las cam-
panas llorasen. Impregnaban al pueblo de sentimiento de tristeza y desolación. No
era grato hacer este tipo de toque y si era alguien apegado a la familia aún menos.
Toque de los perdidos: Antonio recuerda haberlo tocado varias veces durante su
vida como sacristán Es un volteo muy lento de las campanas. Se tocaban despacio
para que reverberasen aún más y se escuchasen lo más lejos del pueblo. Un volteo
rápido amortigua parte de su sonido. Cuando los cabreros se iban a 3 horas de ca-
mino del pueblo con el ganado y se producían grandes nevadas con grandes ventis-
cas, éstos se guiaban por el toque de las campanas. Eran como faros para los barcos
en la mar.
Tintiri-nublo: Es un toque de tormentas. Se parece mucho al de fuego. Es un toque
de emergencias y de llamada al pueblo. La gente cuando lo escuchaba se ponía a
rezar y se encomendaban a Santa Bárbara para que dicha tormenta se pasará rápido
sin hacer ningún mal al pueblo.
He de decir también que en los pueblos de La Huerce y en Paredes de Sigüenza
existe una gran afición y conocimiento de este saber.
Las campanas y su toque han sido el espíritu de los pueblos. Eran el reflejo del esta-
do de ánimo de todas las gentes que habitaban en dichos pueblos. Daban alegría en
los días de fiesta y transmitían tristeza en los momentos más duros de sus paisanos.
Se han dejado de tocar por el abandono, por la despoblación de nuestros pueblos,
por las nuevas tecnologías y medios de comunicación. Hemos dejado que este gran
conocimiento se perdiera con la desaparición de los campaneros que en todo pue-
blo existían.
Agradecer a todas aquellas personas que han sabido recuperar y transmitir todos
estos toques a las nuevas generaciones.

¡EL FOLCORE SIGUE VIVO!


¡DISFRÚTALO!

13
He quedado con Elena una soleada pero fría ma-
ñana del enero segoviano en una terraza de la Pla-
za Mayor de Riaza. Elena es dulzainera por voca-
ción y tradición, y una extraordinaria conocedora
y entusiasta recuperadora de las tradiciones de su
tierra. En 2014 publicó el libro Riaza, Sones y Cos-
tumbres Tradicionales, un imprescindible catálo-
go de historias y música de la villa serrana. Tam-
bién colabora con varios medios de comunicación.
Hablamos un buen rato, y como a Elena le gusta
escribir y lo hace con buen gusto y criterio, le paso
por escrito las preguntas cuya respuesta me de-
vuelve a los pocos días. Elena de Frutos

Cuenta a nuestros lectores algo de Riaza, su ubicación, sus gentes, sus tradicio-
nes...
La villa de Riaza se encuentra situada a unos 1190 metros en la cara norte de la Sierra de
Ayllón, entre los frondosos robledales que se extienden desde las laderas serranas y las tie-
rras de labor de la meseta. Siempre perteneció a la provincia de Segovia, aunque geográfica-
mente no dista mucho de las de Madrid, Guadalajara y Soria. En la actualidad, se puede
afirmar sin lugar a dudas que es el municipio de mayor relevancia dentro de la comarca nor-
deste de la provincia por su ubicación, población y servicios. A la villa, bien comunicada por
la N-110 y a escasos 12 km de la Autovía de Burgos, le separan unos 120 km de la capital de
España. En 1979 y como consecuencia de la fuerte despoblación que sufrió toda la comarca
en aquellos aciagos años, se agregaron a su Ayuntamiento los siguiente núcleos de pobla-
ción: Aldeanueva del Monte, Barahona de Fresno, Alquité, Martín Muñoz de Ayllón, Villa-

14
corta, Becerril, Madriguera, Serracín, El Muyo y El
Negredo. Actualmente cuenta con una población
censada de unos 2100 habitantes, pero esta cifra se
dispara de forma considerable en la época estival y
periodos vacacionales por constituir la villa un nú-
cleo turístico de primer orden.
Sus inicios como pueblo se sitúan a partir del siglo
XII, cuando surgió una pequeña aldea entre los tér-
minos de Fresno de Cantespino y Sepúlveda que en
Riaza, Plaza Mayor (1961) la siguiente centuria se conocería con el nombre de
Riaza. Durante siglos mantuvo disputas con la ve-
cina Sepúlveda por el aprovechamiento de los montes y pastos circundantes, pues de ello de-
pendía la supervivencia de sus habitantes. Desde 1527 hasta 1811 Riaza estuvo bajo la in-
fluencia de los duques de Maqueda, Arcos y marqueses de Altamira, dejando su impronta en
el devenir histórico de la villa. Paralelamente y durante aquel periodo, se desarrolló en estas
tierras de Castilla una floreciente industria derivada de los grandes rebaños de ovejas meri-
nas. Riaza no fue ajena a este hecho por ser paso de ganados trashumantes al situarse junto
a la Cañada de la Vera de la Sierra, lo que supuso que una mayoría de su vecindario se dedi-
cara a todos aquellos oficios relacionados con la fabricación, tratamiento o comercialización
de la lana hasta bien entrado el siglo XIX. No en vano, por algo se viene conmemorando a
instancias del Ayuntamiento de la villa la Feria del Esquileo, que este pasado año cumplía
su 14 edición.
A pesar de los grandes cambios socioeconómicos experimentados en las últimas décadas,
Riaza ha sabido conservar una fuerte personalidad que se refleja en sus más hondas tradicio-
nes. Desde su entrañable Semana Santa hasta las fiestas de septiembre en honor a la Virgen
del Manto y de Hontanares, cualquiera con la justa sensiblidad puede apreciar el cariño y
respeto que el pueblo profesa por el legado de sus ancestros. Precisamente eso, es lo que yo
percibí en mi familia y entorno más próximo desde mi más tierna infancia.
Desde tu niñez has tenido relación con la música tradicional ¿En qué momento
decides que quieres hacerte dulzainera? ¿Qué opinaron en casa?

La música tradicional siempre estuvo presente en mi familia a través de mi tío Pedro Manri-
que “el Reino”, dulzainero de Riaza desde los años 40 hasta comienzos de la década de los
80. Él a su vez aprendió a tocar al más puro estilo tradicional influenciado por otro gaitero
que hubo en la villa desde finales del siglo XIX y que además fue molinero: Agustín Martín
Benito “el Tío Rusín”.
En relación a mi tío, mis primeros recuerdos los sitúo con apenas 4 o 5 años, cuando tras
escuchar el parreo que hacía en la caña para comenzar a ensayar, salía disparada hacia su
casa para sentarme junto a él y no perderme ni una sola nota del sonido de su dulzaina. Ese

15
gusto por el instrumento y la música tradicional caló hondo en mí y, después de iniciarme
con la flauta dulce en el colegio, decidí a los 15 años que quería aprender a tocar la dulzaina.
Por mi juventud y las circunstancias que me rodearon cuando empecé, mis comienzos no
fueron fáciles. Desde un primer momento conté con el apoyo de mi madre, pero no con el de
mi tío, pues él hubiese preferido que alguno de sus hijos prosiguiera con el oficio, bajo su
punto de vista, solo reservado a hombres.
¿Cuáles son tus maestros y tus referentes en el mundo de la dulzaina?
En noviembre de 1991, con 16 años, comienzo mis clases de dulzaina y caja en el Centro
Cultural Valle-Inclán de Madrid con los hermanos Félix y Teófilo Sánchez Plaza, “Los Ta-
laos”. Huelga decir que en el mundo de la dulzaina se les profesa gran admiración y respeto
por su virtuosismo, profesionalidad y por el enorme legado que han dejado, ya que algunos
de los que fueron sus discípulos son en la actualidad maestros en aquellos lugares donde Fé-
lix y Teo ejercieron su magisterio, como en las escuelas de Madrid, Ávila o Guadalajara.
Con ellos aprendí la técnica de la dulzaina y los ritmos más usuales que se interpretan con
la caja, pero mi curiosidad me llevó enseguida a escuchar otros estilos de interpretación y
también a conocer algo de la historia del instrumento, sus más destacados intérpretes y los
contextos en los que este tipo de música se ha desenvuelto. De esa manera, estuve siempre
atenta a cuantas publicaciones había editadas, tanto en discografía como en libros o artículos
relacionados. Escuchaba mucho a los dulzaineros segovianos, siendo Mariano San Romual-
do “Silverio” uno de mis predilectos. También en la década de los 90 tuve contacto directo
en Segovia con Luis Barreno Antón a través de la Escuela de Dulzaina de la Diputación,
aprendiendo de él algunas melodías de su repertorio que a día de hoy sigo interpretando.
Otros maestros segovianos que he tomado como referencia y que en su día dejaron excepcio-
nales documentos sonoros han sido: Agapito Marazuela, Paulino Gómez “Tocino” y sus ex-
celentes compañeros de caja, Mariano Contreras “el Obispo”, Facundo Blanco al tambor y,
por supuesto, muchos otros compañeros actuales y que también se vieron influidos por los
ya citados.
¿Qué supone Agapito Marazuela en el mundo de la dulzaina?
Agapito Marazuela Albornos constituye una pieza clave dentro de nuestro folklore caste-
llano, porque además de ser uno de los más grandes dulzaineros y guitarristas de la primera
mitad del siglo XX, su labor más destacada la hace como recopilador. Con gran tesón y es-
casos medios, fue recogiendo directamente de los campesinos de Segovia, Ávila o Valladolid
las viejas tonadas y melodías tradicionales -tanto cantadas como de dulzaina- cuando ya in-
tuía el desapego de las nuevas generaciones por estos temas intrínsecos a la vida tradicional
campesina y que, ya en los primeros albores del siglo XX, se veían sometidos a las injeren-
cias de las músicas foráneas y a los profundos cambios sociales que se producirían posterior-
mente. Su Cancionero de Castilla la Vieja constituye su obra fundamental, con él concurrió
al Concurso Nacional de Folklore que convocaba el Ministerio de Instrucción Pública y Be-

16
llas Artes en 1932, ganando el primer premio. Este Cancionero se ha reeditado en posterio-
res ocasiones con distintos nombres pero conservando su importantísimo legado, y del que
no voy ahora a entrar en detalles por ser sobradamente conocido por todos los que nos dedi-
camos a este campo. ¿Pues qué grupo de folklore castellano actual no ha versionado en algu-
na ocasión alguno de sus temas? ¿Qué dulzainero que se precie no ha intentado reproducir
su famosa Entradilla o las Habas Verdes? Pues además de todo ello, el maestro Marazuela es
un símbolo, un icono de integridad y honestidad que a día de hoy provoca devoción entre los
dulzaineros.
¿Qué tipo de música interpretas y en qué formato?
La música que interpretamos es, en gran
medida, tradicional. La inmensa mayoría
son versiones de piezas de viejos dulzai-
neros que en su día las incluyeron en gra-
baciones o cancioneros, pero otros mu-
chos temas -tradicionales o de nueva com-
posición- son aprendidos directamente de
compañeros de profesión. Todo el reperto-
rio lo ejecutamos en los contextos en los
que se ha venido siempre desarrollando
una fiesta popular: dianas y reboladas
Con el grupo “Tierras de Riaza”
para empezar la mañana, pasacalles para
el acompañamiento de autoridades a misa, jotas y danzas si se baila en la procesión, otros
bailables en el vermut, etc. Personalmente, intento siempre ser cuidadosa con las piezas ele-
gidas para la ocasión así como preguntar si es costumbre tocar o no en un determinado mo-
mento, como por ejemplo dentro de la iglesia.
Además de amenizar otro tipo de actuaciones como ferias, bodas o comidas populares, en los
últimos años ofrezco bailes de dulzaina junto a mi estimado compañero Ángel Fernández a
la batería. En ese caso el repertorio que interpretamos es menos tradicional y más popular,
adaptado en la medida de lo posible al público que tengamos enfrente.
Háblanos de cómo se reparte tu actividad a lo largo del año.
Se puede decir que mi vida ha girado en los últimos 30 años en torno a la dulzaina. Primero
compaginando estudios con su aprendizaje y poco después desarrollando todo un estilo de
vida en el que le he dado a la música prioridad absoluta, permaneciendo en Riaza toda la
temporada festiva -normalmente desde mayo a octubre- para atender todas y cada una de las
actuaciones posibles en la comarca y provincias limítrofes. Terminada la temporada, marcho
a Madrid y allí me dedico a otras ocupaciones temporales sin dejar los ensayos para intentar
mantenerme siempre en forma, pues aunque durante el invierno haya mucha menos activi-
dad festiva, en ese tiempo siempre contamos con alguna actuación. Tratándose de otra época

17
y salvando las distancias, no sé si mi situación se puede comparar así a la de cierto dulzaine-
ro del que se decía que “sus numerosas actuaciones con la dulzaina y sus eventuales trabajos
le permitían vivir sosegado”. Que los más avezados dulzaineros y estudiosos adivinen de
quién se trata.
¿Cuáles fueron las primeras dulzaineras de las que se tiene noticia?
No fue hasta finales de los años 70, principios de los 80, ya casi en los estertores de la Tran-
sición, cuando se pudo ver a una mujer tocando un instrumento como la dulzaina. Era un
hecho verdaderamente excepcional y las primeras de las que tenemos constancia en nuestra
región acompañaban a sus padres también dulzaineros. Era el caso de Pilar Martín, de El
Royo (Soria), y Adelina Ordóñez, de Laguna de Duero (Valladolid), hijas respectivas de los
conocidos músicos Cesáreo y Jonás.
La creación de escuelas de dulzaina a partir de los años 80 permitió la incorporación de la
mujer a este ámbito, aunque por aquellas fechas era algo tan anecdótico que, por poner un
ejemplo, tan solo una única mujer, Rosa María Martín, comienza a recibir clases a inicios de
1983 en la recién creada Escuela de Dulzaina de la Diputación de Segovia. Y pese a que
nunca llegara a ejercer el oficio por su cuenta, no hay que restarle el mérito de que pasara
por alto los prejuicios existentes del momento, en el que aún se seguía creyendo que para
tocar la dulzaina había que tener muchos pulmones y resistencia física. Paralelamente y en
la sede de Cuéllar (Segovia), inicia su formación en aquel mismo año Mari Carmen Riesgo, a
la que conocí personalmente en una actuación allá en el verano de 1991 junto a su agrupa-
ción “A por ellos” y el magnífico Grupo de Danzas “Bieldo”, del también pueblo segoviano
de Vallelado. Destacar que Mari Carmen aún sigue en activo y es profesora, junto al tam-
bién dulzainero Alfredo Ramos, en la Escuela Municipal de Música “Cecilio de Benito” de
Cuéllar.
Ciertamente, desde los últimos 10 o 15 años, se observa un incremento de alumnas jóvenes e
incluso niñas en las escuelas de dulzaina de las diferentes provincias donde se imparte su
enseñanza. En este caso, pondría como ejemplo a la de Macotera (Salamanca), Cuéllar y San
Pedro de Gaíllos en Segovia o la de la Asociación “Folklore Plaza Castilla”, de Madrid. Esto
ha permitido que algunas jóvenes destaquen y actualmente formen parte de algunas agrupa-
ciones. No obstante, se sigue dando un hecho y es la casi nula presencia de dulzaineras solis-
tas al más puro estilo tradicional, como sería el caso de Gema López al frente de su grupo
“Las Rondas”de Alaraz (Salamanca) o el mío propio con “Tierras de Riaza”. Otra circuns-
tancia que se continúa dando es que un significativo porcentaje de mujeres que se adentran
en este mundillo de la dulzaina y llegan a tocar de manera digamos formal, sino una mayo-
ría, lo hacen de la mano de familiares, ya sea acompañando a sus padres, hermanos o parejas.
Es un dato que también he podido observar y me parece relevante subrayar. Como resumen,
se podría decir que la presencia de la mujer en este ámbito ha mejorado de forma cuantitativa
con respecto a hace 30 o 40 años, pero aún hoy se puede considerar muy minoritaria.

18
¿Cuál es la salud del folklore castellano?
Se puede afirmar que nunca hubo tantos jóvenes como en la actualidad aprendiendo nuestro
folkore en escuelas especializadas, principalmente en las capitales de provincia y algunas
localidades de importancia. Tarea suya será la conservación del legado musical de nuestros
predecesores así como todas las demás manifestaciones de la cultura tradicional que han lle-
gado hoy con vida a nuestros pueblos: un reto mayúsculo teniendo en cuenta el olvido y la
despoblación que en muchos casos seguimos padeciendo por estas tierras. Por eso, es de vital
importancia que las distintas instituciones se impliquen en continuar fomentando su estu-
dio, enseñanza y salvaguarda para que las nuevas generaciones tomen el relevo.
Nos consta que eres folklorista en la más amplia acepción de la palabra y te en-
canta hablar y escribir de las tradiciones de tu tierra segoviana. En 2014 publicas-
te el libro Riaza. Sones y costumbres tradicionales. También escribes artículos
especializados para algunos medios de comunicación. ¿Algún nuevo trabajo en
curso?
Desde que publiqué aquel trabajo en 2014 no he dejado de profundizar en los temas tratados
en el libro, investigando más a fondo en archivos, recogiendo nuevos datos bibliográficos,
haciendo nuevas entrevistas, etc. Mi idea en los años siguientes a la publicación fue hacer
una nueva edición revisada y ampliada. Ese tema lo traté con el concejal de cultura que por
entonces ejercía en el Ayuntamiento de Riaza, José María Gonzalo, aunque finalmente no
llegamos a ningún acuerdo por divergencias en la edición.
Aunque editar un nuevo libro junto a un CD es una tarea ardua y costosa, nunca he descar-
tado que todo ese trabajo que he ido recogiendo vea algún día la luz, esa sería mi mayor sa-
tisfacción.
¿Proyectos para 2023?
Para este año 2023 y si así me lo requieren, espero
continuar colaborando con algún nuevo artículo
para las páginas del Instituto de la Cultura Tradi-
cional Segoviana “Manuel González Herrero”.
También es mi deseo hacer el mismo o similar nú-
mero de actuaciones al pasado año, que superó to-
das mis expectativas. Como novedad, me ilusiona
sobremanera colaborar este año con el reconocido
músico segoviano Jesús Parra para el programa “A
todo Folk” de la Diputación de Segovia, además de
continuar echando una mano a cuantos dulzaineros Con Ángel Fernández,
de otras provincias me lo soliciten. haciendo baile.

Muchas gracias, Elena.

Fotos: Colección de Elena de Frutos, excepto Plaza Mayor de Riaza (1961) de Julián Moreno de Diego.

19
¿Conoces alguna peña singular en tu pueblo? ¿Hay leyendas relacionadas con ella?

Antes de que los romanos escribieran sobre dioses y templos, y antes de que llegara
Jesucristo, se supone que los pueblos anteriores tenían sus propios rituales, proba-
blemente al aire libre, sin embargo, de tales ceremonias no han quedado testimo-
nios escritos y el tiempo ha borrado las palabras. Peñas, berrocales, canchos o rocas
que aparecen en el paisaje han llamado siempre la atención del hombre por sus for-
mas espectaculares y en determinados casos han sido objeto de culto, como han
descubierto los arqueólogos.

¿Quién no ha sentido fascinación por una peña caballera que desafía a la gravedad?
¿Quién no se ha subido al cancho más alto para intentar tocar el cielo? Cuando yo
era pequeña me sentaba en la ”sillita de la Reina”, me deslizaba por pétreos tobo-
ganes, tocaba las campanas en una roca, me santiguaba en un pilancón, iba a la lan-
cha Losa Parda a comer el hornazo y soñaba con que se me revelaría el futuro si
dormía en un cancho llamado “la cama”. Hasta hace poco tiempo creía que eran
juegos de la infancia recordados con nostalgia y nada más, hasta que un día vi en
las redes sociales fotos de estos lugares publicadas por Ángel Mayoral, y leí, por
primera vez, algo sobre Peñas Sacras. Posteriormente, en el 2020 visité, en Ávila,
una exposición realizada por el arqueólogo Jesús Caballero Arribas, y descubrí,
emocionada, que los lugares donde yo jugaba eran sagrados.

“Las peñas sacras son peñas singulares, entre berrocales de granito. Algunas con tradiciones
sagradas remontables a la Edad de Bronce, consolidadas en la etapa de los vettones y poste-

20
rior romana; y desde la repoblación de la Edad Media, cristianizadas muchas por la oposi-
ción de la Iglesia a los ritos paganos por canalizar así el sentimiento piadoso de cada cual.

Arqueológicamente se consideran sacras las peñas que tienen algún rastro fosilizado de las
liturgias arcaicas practicadas en ellas. Para ello sirven como indicios las huellas físicas deja-
das por una actividad ritual, pero también los ecos de ritos pretéritos que se adivinan en
ciertas costumbres y gestos, ahora repetidos casi mecánicamente o convertidos en juegos in-
fantiles. (Jesús Caballero Arribas).”

Esta es la introducción a la exposición itinerante que, por medio de la Diputación,


está llegando a muchos pueblos de la provincia de Ávila. Se pueden ver más de
treinta fotografías con su correspondiente explicación, agrupadas por su ritual ca-
racterístico: Altares y saunas rupestres, Peñas favorecedoras de la fertilidad femenina, Pe-
ñas propiciatorias y adivinatorias, Peñas oscilantes y peñas sonoras, Peñas identificadas con
la divinidad protectora del lugar.

En la exposición de Caballero Arribas aparecen los lugares más llamativos de la


provincia, sin embargo, yo les voy a mostrar los de mi pueblo, El Losar, situado en
el suroeste de la provincia de Ávila, para animar al lector a buscar sitios sagrados
en sus propios municipios. Siguiendo la clasificación realizada por caballero, encon-
tramos:

ALTARES

Estos suelen tener una escalera esculpida en roca, el más representativo de la pro-
vincia de Ávila es el del yacimiento de Ulaca.

En El Losar hay un cancho con


una escalerita inacabada que
pudo ser un altar , de hecho,
mi tío, que tiene noventa años,
me ha contado que iban allí
con una herradura a profundi-
zar en la piedra para moldear
los escalones pero no sabe por
qué. Altar de Ulaca (Ávila)

21
PEÑAS FAVORECEDORAS DE LA FERTILIDAD FEMENINA

Hay dos tipos de peñas favore-


cedoras de la fertilidad : los
asientosde piedra o tronos lla-
mados sillitas de la reina o las
resbaladeras por donde se desli-
zaban las niñas y se creía que así

Resbaladera
tendrían más hijos.

Resbaladera ubicada entre El Losar y el Bar-


quillo. Las mujeres o niñas se sentaban en
una piedra plana, similar a un trineo, y se
lanzaban sobre ella cuesta abajo como un to-
bogán, la fricción de la piedra-asiento ha de-
jado una huella en el granito, que da fe de su
uso durante siglos.

Sillita de la reina

PEÑAS ADIVINATORIAS

A todos nos gustaría saber lo que nos depara el futuro para poder tomar las decisio-
nes correctas en el presente. Hoy día se recurre al horóscopo, al tarot o a las esta-
dísticas…; antiguamente
empleaban la cama, un pi-
lancón o gran oquedad en
lo alto del cancho, donde
el durmiente soñaría con
el porvenir y así conoce-
ría su destino (solo tenía
que pasar una noche a la
intemperie).
Pilancón

22
PEÑAS SONORAS

En un lugar llamado Las Peñonillas, existe una peña sonora, donde diferentes gene-
raciones han ido a tocar las campanas. Con una piedra pequeña golpeaban en la roca
grande hasta producir un sonido agudo similar al de las campanas, todavía quedan
las oquedades en la pared de la roca y se oye el sonido. Después de tocar las campa-
nas subían a la roca de enfrente donde hay un pilancón profundo que recoge el
agua de la lluvia y se considera bendita, como la de las pilas a la entrada de una
iglesia.

Peña sonora Vista cenital del pilancón, el cual


parece ser un ojo de un ser extraño.

PEÑAS DONDE SE CELEBRABA LA LLEGADA DE LA PRIMAVERA O SE


CONJURABA AL FRÍO INVIERNO

En muchos pueblos, se mantiene la costumbre de celebrar el domingo de Pascua


yendo de excursión a comer el hornazo —una hogaza llena de magro, tocino, ja-
món, chorizo y huevo—, con la que se termina la prohibición de comer carne du-
rante la Cuaresma. En el Losar, íbamos a Losa Parda, o a una plaza de toros anti-

23
gua, ubicada cerca de la ermita. Lo mismo ocurría el día de los Santos, hacíamos
una gran hoguera para espantar el frío, después asábamos las castañas convirtién-
dolas en exquisitos calbotes y así cogíamos fuerzas para el invierno.

Losa parda

Ahora que se acerca la Semana Santa, la llegada de la primavera, el resurgir de la


vida o la resurrección de Cristo, que cada uno celebre lo que su conciencia le dicte y
visite el lugar donde ya fueron los ancestros.

La iglesia intentó acabar con estas ceremonias paganas, despreciándolas como su-
persticiones, pero no lo consiguió. En algunos casos, se construyeron iglesias o
ermitas, en torno a peñas o manantiales para que la devoción al lugar, imposible de
erradicar, pareciera cristiana; en otros, quedó el ritual en el lenguaje oral, los juegos
infantiles de los niños o las excursiones en fechas determinadas como he señalado.
De alguna manera estos rituales permanecieron en nuestro folklore, sin embargo,
están a punto de desaparecer de nuestra memoria, debido al olvido colectivo, al
abandono rural y al desprecio hacia las “cosas de pueblo”. Si desaparece el folklore,
perderemos nuestras raíces. Eso es lo que está ocurriendo en el Losar con la Plaza
de Toros, ubicada junto a un arroyo y una ermita, donde, como he dicho, también
se iba a comer el hornazo. Al perderse esta costumbre, la plaza de toros se ha dete-

24
riorado y ahora es utilizada como prado para las vacas.

Gracias a exposiciones como la del arqueólogo Jesús Caballero podemos reflexionar


sobre el patrimonio cultural de nuestros pueblos, el cual está en peligro de extin-
ción.

Desde aquí quiero animar a los lectores a explorar el paisaje del entorno. Recordad
juegos, preguntad a los ancianos y descubriréis que nuestros pueblos están llenos
de lugares mágicos.

* Fotos: Venancio García Pato, excepto “Altar de Ulaca”: Miguel Angel Masegosa Martínez, CC BY 2.0 <https://
creativecommons.org/licenses/by/2.0>, via Wikimedia Commons

25
I Parte
Introducción

Según los cronistas griegos y romanos como Estrabón, Diodoro, o el mismo César,
los celtas (entre los que estaban los vetones), celebraban ese día, la entrada del año
nuevo. Durante la noche se preparaban para una visita muy especial, la llegada de
los espíritus de todos los difuntos y más aún de las almas errantes o en pena.
Desde la Edad Media, el día uno de noviembre se celebra la fiesta católica de los
fieles difuntos que aquí, en Arenas de San Pedro y su comarca, ha tenido una forma
muy especial y personal de celebrarse. Para hablar de ella debo remontarme a su
borroso origen pagano, por la cantidad de arcaísmos y supercherías existentes en
esta manifestación festiva al estar relacionada con la llegada del invierno y por ende
de todo lo concerniente a la muerte. Ritos y ceremonias que en nuestro caso concre-
to están asociadas al mundo protocéltico vetón. Pueblo y cultura de carácter indígena
e indoeuropeo que, como bien es sabido, habitó esta comarca, y cuyo estrato cultu-
ral y etnográfico se ha mantenido a través de los tiempos, gracias a la ininterrumpi-
da transmisión oral hasta llegar parte de esa cultura a nuestros días.
Por otro lado y teniendo en cuenta las particularidades de estas fiestas en las tierras
de Arenas de San Pedro, hay que tener en cuenta que no se trata de un hecho aisla-
do. Ritos y costumbres similares se daban, y dan, en buena parte de las culturas eu-
ropeas del primer milenio antes de Cristo. Culturas que, a su vez, estaban profun-
damente influidas a todos los niveles por otras orientales más avanzadas llegadas

26
por mar a través del Mediterráneo, como pudieran ser la egipcia, fenicia, griega,
semita o romana…
Gentes para las que la muerte suponía la verdadera vida, concibiendo la del más
allá de forma similar a los placeres y gozos existentes en la terrenal. Así, para las
personas justas y buenas había un paraíso en el que les esperaban todos sus familia-
res finados, y en el que todo es abundancia y alegría eterna. Mientras que a los mal-
vados e injustos les esperaban las fauces de un terrible monstruo que les devoraría
en el mejor de los casos, o un infierno opuesto al paraíso en el que todo son penas,
dolor, tristeza y maldades eternas… lugares estos a los que se accedía tras cruzar
un río de fuego para las culturas orientalizadas y de aguas puras y cristalinas para
los grupos célticos. Aguas que representaban simbólicamente por un lado, el rena-
cimiento tras la purificación, y por otro la partida sin regreso.
Para cruzar este río era precisa la ayuda de un esquelético barquero al que había
que pagar para hacer este último viaje. De ahí la costumbre de poner una o varias
monedas en los ojos o en la boca a los difuntos desde dicha época hasta bien entra-
da la Edad Media castellana. Una vez llegados a la otra orilla las almas se verían so-
metidas a un juicio presidido por una corte de diferentes deidades, todas ellas asi-
milables al Hades griego o al Saturno romano, que juzgarían las vidas de los muer-
tos y muertas premiándolas con el paraíso o castigándolas con el infierno eterna-
mente.
Quizás este papel de mediador entre el mundo de los vivos con el de los muertos,
lo ejerciera el dios vetón Vaelicus (Vaélico o Vélico). Explica el catedrático y arqueó-
logo, D. Eduardo Sánchez Moreno, hablando del santuario candeledano dedicado a
este dios: El Vaelicus de Candeleda parece estar en conexión con el mundo infernal y subte-
rráneo bajo un contenido ecléctico que presenta, al menos dos elementos ideológicos con los
que vincularse. La explotación del hierro y el lobo, declarado en la raíz celtica del teónimo
Dios al que tras un pago lleva a los muertos a la otra orilla. Pero, ¿qué pasaba con
aquellos muertos y muertas que no podían pagar o que se perdían por el camino al
barco? Junto con otras ánimas, que se negaban abandonar el mundo de los vivos, se
aparecían y atormentaban. Almas impías a las que se castigaba a vagar eternamente
en una fina línea entre este mundo real y el otro; incordiando, incluso llevándose
consigo otras almas incautas. Por lo que generalmente, tras morir los criminales
más despiadados o simplemente las personas más temidas, se ponía mucho esmero
en el entierro, asegurándose de que no se levantaría jamás de la tumba.
Para ello se le encadenaban las manos o cortaban los pies o la cabeza. Además de
enterrarlos bocabajo con una moneda dentro de la boca para asegurarse con ello
que pagaría al barquero. Otra opción era quemar el cadáver. Cualquier cosa que les

27
hiciera creer que esos malos espíritus se alejarían de ellos para siempre. Otro tipo
de almas en pena eran, precisamente, la de las personas asesinadas, sobre todo por
amor o desamor. En este caso, las apariciones cesaban tras cumplir las reiteradas
peticiones de justicia de estas almas. Peticiones que se hacían a través de los sueños
o de hechos sobrenaturales.
Todo esto y más, explicaba el profundo terror y el sin fin de ritos relacionados con
la protección ante la aparición de fantasmas o como se les llama tradicionalmente
en estas tierras, espantos y animas del purgatorio. Fantasmas que, por fortuna, solo po-
dían visitar el mundo de los vivos en determinados días del año. Dentro de nuestra
cultura cristiana se han mantenido algunas de estas fechas funestas, como los ritos
de la noche de San Juan, la de San Bartolomé, viernes y sábado Santo, y por su-
puesto, el día de los Santos difuntos, el uno de noviembre.

II Parte
La fiesta de la Moragá1

Y como una cosa es contar y otra muy diferente argumentar, voy con los argumen-
tos, narrando algunas de nuestras costumbres relacionadas con el día de los Santos
Difuntos y las Ánimas Benditas. Aquellas que mis mayores me han contado junto
con otras vividas en primera persona. Ellos y ellas creían que las almas de los muer-
tos regresaban del otro mundo por la noche, y ese hecho era algo que provocaba
miedo, mucho miedo incluso irracional (no sé por qué, pero siempre nos ha dado
terror mirar cara a la cara a la muerte), por lo que continuaron creando un sinfín de
ritos destinados a protegerse ante estas visitas. Y sobre todo a las no deseadas.

28
Sobre todo a partir del abriquecer, o atardecer, hasta el ajaiñikin, o salida del sol. Ya
que según la tradición oral, son las horas de las sombras a la luz de la luna las más
propicias para ser testigos de dichas apariciones, ya que la luz del sol las espanta y
aleja.
Una manera de protegerse y alejarlas de los domicilios familiares consistía en el sa-
lir de las casas dicho día y hacer lumbres lejos de las poblaciones, por los montes.
Así pasaban el día comiendo lejos de las casas y aldeas para que, cuando llegara la
noche, las ánimas acudiesen como moscas a la miel a los resplandores mortecinos
de los rescoldos encendidos y espabilados por el aire de la noche otoñal. Una vez en
casa no se encendía la lumbre, y si se encendía se cerraban ventanas y balcones para
que la luz no atrajese visitas no deseadas. Acurrucándose en los escaños y demás
asientos en torno a la lumbre, todos los miembros de la familia rezaban por las áni-
mas del purgatorio o contaban historias que no hacían más que poner una nota más
trágica al lúgubre ambiente.
Leyendas de miedo, como la de la Niña Perdida, la Piedra de la Devanadera, la de las
Jabayosas, la del Malpelo, la Asaura ura ura, o el cuento de la Cabra Cabresa. Tam-
bién se hablaba de historias relacionadas con los demonios, las brujas y los nigro-
mantes. Así como de hechos horripilantes y aterradores, mitad verdad y en algunas
ocasiones mentira. Reuniones que hacían muy difícil el conciliar el sueño aquellas
noches de mi infancia en el Hotel Gredos, casa de mis abuelos. Por fortuna ellos,
como todos los abuelos y abuelas, sabían como alejar estas visitas. Por un lado se
colgaban de las puertas, balcones, corredores, troneras y rejas de las ventanas, el
ramo bendecido el Domingo de Ramos. En el Hornillo, se servían de la siemprevi-
va2 para alejar a estas ánimas y a las brujas, clavándolas en las puertas o dinteles de
ventanas y balcones. Mientras que en Poyales del Hoyo ese papel protector, se lo
otorgan al romero bendecido el día de San Sebastián. En Arenas de San Pedro, era
el tomillo que alfombraba los altares del Corpus Cristi, el que se encargaba de alejar
todo lo malo. En las fachadas y sobre todo en las chimeneas se solían pintar con
ocre diferentes tipos de cruces y signos cristianos, como el gallo o el jarrón con tres
ramos de azucenas, símbolo de María la Virgen. Pero junto a estos signos se en-
cuentran otros más antiguos como lo es la llamada Estrella de Agua, con forma de
flor de seis pétalos.
En los aleros y claves de los tejados se solían colocar unas piezas que a simple vista
parecían meros adornos decorativos llamados espantabrujas. Estas piezas se coloca-
ban con esmero en cada esquina, así como en la parte más alta de los tejados, con el
fin explicito en su nombre de impedir a las brujas, y con ellas a todo ser maléfico,
sentarse sobre sus casas para descansar en sus fantásticos vuelos nocturnos, y cuan-
to menos entrar en ellas.

29
En ese día, las casas que velaban a algún difunto ponían mucho cuidado en colocar
bien la teja revolveera, ya que era costumbre dar la vuelta a una teja del tejado duran-
te los nueve días que duraba la novena3 a los difuntos. Tiempo que según tradición
oral, es el que tarda el alma de los muertos en irse definitivamente de este mundo al
otro, y durante el cual se les permitía entrar y salir de la casa a su voluntad para
despedirse de lo suyo a través de dicha teja revolveera. Una vez pasados los nueve
días de la novena (días que representan simbólicamente los nueve meses de gesta-
ción hasta el parto…), se colocaba la teja de nuevo en su posición. Cosa que se hacía
la noche del 31 de octubre hasta el alba del 1 de noviembre para que no entraran
ánimas no deseadas.

30
III Parte
La Fiesta de la Moragá

Hay otra tradición muy curiosa relacionada con los misteriosos poderes y costum-
bre de dar la vuelta a una teja del tejado en estas tierras, que afirma que si das la
vuelta a una sola teja del tejado en el momento en el que cruza sobre el mismo una
o varias bandadas de grullas, estas dejan súbitamente su perfecta formación en V,
provocando el caos, hasta que se vuelve la teja a posición normal o se alejan de di-
cho tejado… y es que según la tradición estas aves son capaces de percibir y avisar
de cosas que nosotros ni siquiera imaginamos. Aves que regresan puntualmente
justo por estas fechas de Todos los Santos y que aparecen regularmente en los bes-
tiarios medievales, como las encargadas de llevar en sus alas, las almas de los muertos al
cielo. Esta creencia también existía en el mundo vetón, pero con otra ave, en este ca-
so los buitres. De hecho los guerreros más valerosos muertos en combate, eran ex-
puestos a estas aves, pues de este modo llegaban directamente al otro mundo.
Por si fueran pocas las previsiones mencionadas, a raíz de la llegada del cristianis-
mo se sumó otra costumbre más en estas tierras, destinada a alejar los malos espíri-
tus la noche de su fiesta principal, El sistema era sencillo, consistía en tocar las cam-
panas de las iglesias toda la noche sin interrupción. Pero no cualquier toque, ya que
tenían que tañer4 a muerto. Para ello cada localidad se organizaba de forma inde-
pendiente, ya que en algunos lugares se formaban largas filas que esperaban turno
para tocar las campanas por los suyos, de este modo cada toque iba destinado a la sal-
vación de las ánimas, digamos, familiares. En otras localidades eran los mozos
quintos5 los encargados de quedarse la noche en vela, al calor de una lumbre que
solían hacer en las torres campanarios del Valle, asando moragos (carne de cerdo) y
calbotes6 (castañas), regadas eso sí con el buen vino nuevo del año recientemente
corrido y trasegado para su venta o consumo.
Esos ritos nocturnos contrastan rotundamente con el ambiente festivo de los reali-
zados durante las horas solares. Hay una coplilla tradicional que se cantaba en Are-
nas de San Pedro por estas fechas que ilustra muy bien el ambiente bipolar de esta
fiesta, dice así:

Ya llegan los Santos, y el vino nuevo,


para que las pelonas, echen buen pelo.
Que resaladita, que dame la mano,
Que resaladito, que ya te la he dado.

31
Arenera, arenera, llámale a mañas,
que de erizos quemando, sacas castañas.
Que resaladita, que dame la mano,
que no me la aprietes, que tengo un grano…

Y es que, a pesar de lo dicho, estas fiestas se vivían de forma muy diferente depen-
diendo de las horas del día, respecto a las horas lúgubres y peligrosas de la noche.
Por eso durante el día era costumbre primero hacer visita al cementerio para rezar,
asearlo, poner flores y velas. Tras la obligada visita, llegaba la hora de la fiesta al
juntarse con amigos o familiares, siendo la tradición más generalizada la reunión de
los miembros de las mismas generaciones, los cuales, haciendo una puesta en co-
mún, reúnen castañas, carne de cerdo, embutidos y, sobre todo, vino de pitarra7,
embocado8, ligeruelo9, limonada, angélica10, licores, así como dulces tradicionales co-
mo las torrijas y los buñuelos. Una vez que se tienen todos los alimentos rituales, se
dirigen juntos a un lugar distante a través de los montes y altos cerros. Cada grupo
al lugar al que solían acudir cada año, por lo que puedo afirmar que cada panda,
cuadrilla o caterva11 tenía, y algunas aún tienen, su lugar propio en el que pasar todo
el día comiendo y bebiendo, y sobre todo divirtiéndose todo lo posible. No es mala
manera de pasar el tiempo, sobre todo sabiendo lo que nos espera a todos tarde o
temprano. Tal es así, que no era extraño que de este día salieran nuevos noviazgos,
al ser uno de los pocos días en los que se permitía estar juntos a jóvenes.

32
IV Parte
La fiesta de la Moragá

Todas las tareas se hacían en equipo, desde construir con piedras el fogueril12, a re-
coger la leña o preparar los alimentos al calor de la siempre eterna lumbre. Pues he
de decir que en estas tierras lo más normal es que lloviera por estas fechas, y que lo
hiciera con ganas, cosa que no menguaba los ánimos, utilizando en estos casos al-
gún casillo13, cueva o majada14 abandonada. Así, la mañana se pasaba entre bromas
catando, bebiendo vino y preparando la lumbre para asar la carne de cerdo llamada
morago. La lumbre debía estar lista a primeras horas para disponer al medio día de
unas buenas brasas. Tras la comida venían las canciones, bailes, juegos o amena
compañía y diálogos, en esta especie de banquete y comunión al aire libre.
A media tarde se comenzaba a preparar el alimento rey del día, las castañas llama-
das calbotes. Para ello unos y otras cogían gran cantidad de jaúgos15 (hojas secas de
los pinos negrales) que iban acumulando cerca de las brasas para secarlos en caso
de estar húmedos. Mientras que otros armados con navajas o cuchillos sajaban las
castañas para que no peyeran o reventasen al exponerlas directamente al fuego. Aun-
que la verdad es que siempre se dejaban algunas castañas sin sajar, actuando estas
como verdaderos petardos que estallaban cuando menos lo esperaban, provocando
la risa y un punto de tensión lúdica muy divertida. Sobre todo a los más impacien-
tes o ansiosos.
No todos iban al monte. Los más mayores o los que estaban de luto se quedaban en
casa. Pero incluso allí, llegada la tarde se juntaban entorno a la lumbre para asar sus
moragos sobre las brasas y los calbotes en unas sartenes especiales y recicladas,
porque cuando se estropeaba una sartén, se le agujereaba el culo para que pasaran
las llamas.
Pero en los montes el sistema para asar las castañas era distinto, la forma más prác-
tica y optima por el resultado de la misma es la que os voy a describir a continua-
ción, pues de las formas tradicionales de asar castañas recogidas hasta la fecha es la
única que siempre asegura el mejor resultado y aprovechamiento del alimento al no
quemarse ni perderse entre las abundantes brasas de las hogueras ni una sola casta-
ña. El método es sencillo; lo primero que se hace es limpiar un corro de tierra lejos
de la lumbre, a la que se realimenta constantemente tras guisar los alimentos del
mediodía, pues sirve como foco único de calor. Sobre el corro se coloca una cama
de jaúgos muy prietos, de unos 15 a 20 cm. de ancho y sobre esta cama se coloca otra
de castañas bien colocadas con la panza para arriba, sobre esta se coloca otra capa de
jaúgos, y así sucesivamente dependiendo de la cantidad de castañas a asar. Lo ideal

33
es hacer tandas de tres pisos de castañas. Finalmente se cubre todo este túmulo con
otra capa más jaúgos secos y, teniendo en cuenta la dirección del viento, se prende
fuego en la base, siempre en contra de dicha corriente, y posteriormente en los cos-
tados. Dejándola que arda bien, se espera a que se consuman los volátiles jaúgos,
convertidos en ingrávidas pavesas que, simplemente soplando o abanicando, se
apartan dejando a la vista las castañas asadas al punto, las cuales se pueden recoger
una a una. Ese momento, cuando se cogían y pelaban los primeros calbotes, era el
momento álgido de la fiesta; el vino y la buena comida habían hecho su efecto. So-
bre todo el vino, porque hambre, lo que se dice hambre, a esas horas y tras todo un
día sin dejar de roer, no es que hubiera mucha. Y cualquier excusa era buena para
seguir jugando, sobre todo cuando todo el mundo tenía las manos negras de pelar
las chamuscadas castañas, o mejor dicho calbotes. Pues de las manos pasaban a la
cara, tiznándose16 unos a otras y viceversa, dejándose como un Cristo17.
Esa costumbre de tiznarse pudiera tener relación con ritos ancestrales vetones. Du-
rante el día no había problema, pero a la noche sí, porque ese era el momento en el
que hacían presencia las malignas apariciones fantasmales. Y una forma de alejar a
estos malos espíritus, era el de adoptar una apariencia monstruosa tiznándose la
cara. Costumbre que se ha mantenido como una broma entre amigos, en el mismo
momento, el atardecer, el anochecer. Las caras ya no se lavaban hasta llegar a la se-
guridad de los hogares con los últimos rayos del sol, pues una vez llegada la noche,
no era recomendable andar fuera de casa, y menos aún por caminos y montes.
Los que se veían obligados a salir esa noche, sabían que se exponían a que les salie-
ra un espanto, las luces de las ánimas o Santa Compaña, o las brujas. En caso de que
les salieran al paso cualquiera de estas apariciones fantasmales, habían alguna posi-
bilidad de librarse de ellas. La principal era el no escucharlas nunca, trazar un
círculo sobre la tierra con una ramita, meterse dentro, arrodillarse, taparse los oí-
dos, cerrar los ojos y rezar. Rezar mucho y en voz muy alta, encomendándose sobre
todo a Nuestra Señora. Si estaban cerca de una ermita, campo santo o crucero, po-
dían refugiarse en estos lugares sagrados, inviolables para el maligno, realizando
los mismos rituales. Se cuentan casos de hombres y mujeres que quedaron sin habla
y casi sin vida, tras tener un encuentro con estos seres sobrenaturales.
En la preciosa villa de Gavilanes, hay una tradición oral que asegura que esa noche
sale la Santa Compaña, cantando bellos pero muy lúgubres cantares, por los parajes
aledaños a la Pinosa. Allí aseguran que hay un gran pino hueco, que da entrada a
una gran cueva llena de tesoros que estas ánimas guardan celosamente.
En la airosa villa de El Arenal, hay un paraje conocido como El Horco, donde hay
una cueva que lleva directamente al infierno. Y en casi todos los pueblos hay una

34
fuente alejada, en la que esas noches se aparecen flotando sobre sus aguas, sin sacar
nunca los pies fuera, hermosas sirenas de largos cabellos de oro, con manto y saya
verde que o patos. Las sirenas, del mismo modo que la Santa Compaña, engatusan
a los incautos que se acercan a esos lugares malditos atraídos por su belleza y sobre
todo por sus canciones embriagadoras. Allí los ahogan y los llevan a los infiernos.
Sirva como ejemplo la leyenda de la Fuente de Los Pelaos de Guisando. O la de la
fuente de Sabina en Arenas de San Pedro.
Mientras las campanas de las altas torres, lloraban su lamento monótono y continuo
recordándonos que somos aquellos que el día menos pensado dejaremos de ser. ¡Y
ahora que me vengan con el Jhologuin anglosajón!

CRÉDITOS DE IMÁGENES

Viejos comiendo sopa - Francisco de Goya - Public domain, via Wikimedia Commons

Linda maestra - Francisco de Goya - http://www.cervantesvirtual.com/servlet/


SirveObras/01593307546704995222257/ima0134.htm, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/
index.php?curid=2980026

Allá va eso - Francisco de Goya - Public domain, via Wikimedia Commons

35
angélica. Planta del género Angélica, a la que se atribuyen propiedades digestivas.
Su raíz y sus semillas son utilizadas, entre otros usos, para aromatizar bebidas al-
cohólicas como los licores de hierbas (entre ellos la popular Agua del Carmen) o gine-
bras.
calbote. Castaña asada.
calboche. Recipiente de barro agujereado en su fondo que, colocado entre brasas,
sirve para asar castañas.
casillo. Caseta o choza construida cerca de las zonas de labor para refugio o guarda
de aperos.
caterva. Cuadrilla de gente joven.
cristo. Estar hecho un cristo, estar en un estado lastimoso. En el mismo sentido se usa
a veces estar hecho un eccehomo.
embocado. Vino ligeramente dulce.
fogueril. Pequeño perímetro formado con piedras y dentro del cual se enciende la
hoguera, permitiendo así tenerla controlada.
jaúgo. Acícula (hoja) de los pinos, cuya acumulación, una vez seca, en los suelos de
los pinares se denomina barrujo. En otras partes de Castilla se aplica este mismo
nombre, jaúgo, al saúco (planta del género Sambucus).
ligeruelo. Vino dulce obtenido a partir de la uva ligeruela, propia de la Sierra de
Gredos, y elaborado en tinaja.
majada. Zona de refugio para ganado y pastores.
moragá. Fiesta al aire libre que se realiza el día de Todos los Santos (o en sus proxi-
midades) y en la que se asan castañas y carne. También se le llama calbotá (de calbo-
te). Tiene su equivalente en amplios territorios peninsulares con el nombre de ma-
gosto (y otros similares con la misma raíz): todo el noroeste peninsular (Galicia,
Cantabria, Asturias, León, Zamora, etc.), Salamanca y Extremadura. En Andalucía,

36
y con pronunciación llana (moraga), también es una fiesta al aire libre, pero en este
caso en la playa y con asados de pescados.
El nombre de moragá deriva de moraga (o morago).
morago, moraga. Carne de cerdo, cortada en tajadas más o menos gruesas, obtenida
de la matanza y destinada a ser asadas en las brasas. En femenino también es sinó-
nimo de matanza (del cerdo).
novena. En la religión cristiana, periodo de rezo de nueve días, que mantiene su
nombre aunque a veces pueda resumirse en uno o dos, en los que se pide alguna
gracia, y de forma especial cuando se pide por el alma de algún difunto. También
novenario.
pitarra. En Extremadura y zonas limítrofes, vino de elaboración artesanal, fuerte
graduación y mayoritariamente blanco. El nombre deriva del antiguo nombre de
las tinajas, pitarras, en que se elaboraba y conservaba este tipo de vino.
quinto. Mozo que, ya realizado el sorteo de su servicio militar, se encuentra a la es-
pera de incorporarse a filas. El término deriva de que, originariamente, era una
quinta parte de los mozos del mismo año los que debían incorporarse al ejército.
Esta obligatoriedad hay quien se la atribuye rey Juan II de Castilla en el s. XV.
Precisamente como todos los jóvenes que sorteaban eran nacidos en el mismo año,
la palabra quinta, para referirse a personas de la misma edad (p. ej. “son de la mis-
ma quinta”), tiene el mismo origen.
siempreviva. Planta del género Sempervivum.
tañer. Tocar un instrumento musical, especialmente una campana. El tañido de las
campanas es un código sonoro, propio de cada zona, que se ha mantenido durante
siglos. Su singularidad y extensión en toda España ha hecho que, desde diciembre
de 2022, este especialísimo sistema de comunicación y aviso a la población haya si-
do declarado Patrimonio Material de la Humanidad por la UNESCO. El acto de ta-
ñer la campana, cuando se realiza el toque a muerto, se denomina doblar; y repicar
cuando se trata de un toque festivo.
tiznar. Manchar con restos de tizne o carbón.
tizne. Restos de humo que se solidifican en forma de hollín en zonas o utensilios
expuestos al fuego.

37
EXTREMADURA

En el folclore cacereño, extremeño y nacional, hay dos nombres de referencia: An-


gelita Capdevielle Borrella (Casar de Cáceres, Cáceres. 1890-1972) y Manuel García
Matos (Plasencia, Cáceres. 1912-1974). Dos investigadores que recogieron, en base a
un gran esfuerzo, las danzas y bailes típicos de Extremadura. Recorrieron de forma
incansable carreteras, pueblos y aldeas en búsqueda de la esencia popular, esa que
reposaba entre las personas mayores de los pueblos. Recuperando esos pasos de las
danzas típicas, antes de que pudieran caer en el olvido. Por todo ello he de decir:
“Gracias Angelita, gracia Manuel”.
Se me viene a la memoria el mes de di-
ciembre de 1979 cuando cuatro mujeres
(Mari Carmen Jubín, Esmeralda, Magdale-
na y May) y dos hombres (Ricardo y yo),
nos reunimos un sábado por la tarde para
empezar a aprender a bailar jotas en gru-
po. Pertenecíamos a la Casa De Extrema-
dura de Alcorcón (Madrid) y empezamos
con la Jota del Palancar. Posteriormente lle-
garían decenas y decenas de bailes y dan-
zas de Cáceres y Badajoz.
CÁCERES
Estos recuerdos me animan a hacer en pri-
mer lugar un repaso de las jotas cacereñas.
Después de la mentada Jota del Palancar,
vendrían otras como el Redoble, jota cacere-
Monumento a Manuel García Mato
ña por excelencia, con esta letra
Plasencia (Cáceres)

38
Las de la calle Caleros
se lavan con aguardiente
las del caminito llano
con agüita de la fuente.
La Jota de Alcuescar o Jota del Candil con esos piropos
llamados bombas, curiosas rimas que lanzábamos los
mozos a las bailadoras en mitad de la ejecución de
la pieza, parando la música y el baile:
Aunque ogaño no aiga trigo
ni tampoco sementera
he de casarme contigo
Monumento a la jota El Redoble
quiera tu padre o no quiera. Plaza de la Concepción (Cáceres)

La Jota de Guadalupe, dedicada a la patrona de Extremadura, la Virgen Morenita,; El


quita y pon, de Montehermoso; la danza de Zarza de Granadilla; El Perantón, con esos
movimientos en el que los bailadores hacíamos ademán de agacharnos para ver las
piernas de las bailadoras; Las Jerteñas, en la que se exaltaba la belleza de las mujeres
(doy fe de ello porque una de mis compañeras y amiga en los años 70 del pasado
siglo, Sofía Parada López, era de dicha localidad del norte de la provincia de Cáce-
res):
Vale más una Jerteña,
con una cintita al pelo,
que toda la serranía,
vestida de terciopelo.
De la Rondeña de la Vera, recuerdo letrillas que decían así:

Y adonde la has aprendío, Con un ramito de rosa,


la rondeña cacereña y allá va la despedía
y adonde la has aprendío, con un ramito de rosa,
en la sierra de la Vera en mi vida he visto yo
y a la orillita del rio, despedía tan hermosa,
la rondeña cacereña. y allá va, ya va la mia.
Unos ojos negros vi
al entrar en Villanueva,
unos ojos negros vi,
me miraron se rieron
y detrás de ellos me fui
al entrar en Villanueva.

39
De la danza de Piornal La carta, recuerdo:
Me escribiste una carta (bis)
con una rayita verde,
no quiero carta ni raya
quiero que vengas a verme (bis).
Y te fuiste a hablar con el novio,
te dejaste el pan en el horno,
cuando fuiste ya estaba quemao,
te estuvo muy bien empleao.
La sencillez y la profundidad en la expresión de estas danzas cacereñas, cuidadas y
conservadas como se merecían por aquellos hombres y mujeres, es el acervo que ha
llegado hasta nosotros y que estamos obligados también a conservar y transmitir
con ese ritmo y ese sabor de la música y el baile popular cacereño.
BADAJOZ
Uno de los primeros bailes de la provincia de Badajoz que aprendí fue El Candil de
Olivenza, una jota que tiene influencia de los bailes portugueses de la frontera.
El origen y el nombre de este baile se debe al uso extendido que había del uso del
candil de aceite en el siglo XIX y XX, que se utilizaba para iluminar al bailar.
Las parejas forman círculos, mientras bailan, y el ritmo se va haciendo más vivo,
hasta el final que se adorna con un alegre taconeo y punteado de los pies.
Luego vendría la jota a tres, también lla-
mada El Triángulo, que procede del pueblo
de Castilblanco. Lo más destacado de esta
danza es que se baila formando un trián-
gulo, dos mujeres y un hombre. Fue reco-
gida por Manuel García Matos.
Hoy día no hay grupo de folclore extreme-
ño que no incluya en su repertorio alguna
danza o baile de la zona de La Siberia
(comarca del noreste de la provincia de
Badajoz, a la que a veces se llama La Sibe-
ria Extremeña para distinguirla de su ho-
mónima rusa): Jota de la Siberia, El triangu-
lo, Rondeña de Castilblanco, Jota de Esparra-
gosa, etc. La causa quizá esté en que el se-
gundo tomo del Cancionero Popular de
Baile de El Triángulo

40
Extremadura, de Bonifacio Gil, publicado en 1956, que es en realidad un cancionero
de La Siberia, puesto que, de las 400 canciones que componen este tomo, 302 están
recogidas en la esa comarca. El pueblo de Castilblanco es la localidad que más can-
ciones aporta 143.
La Rondeña de Castilblanco es un caso extraño dentro de las rondeñas. Este género
musical es muy popular en el norte de Extremadura, especialmente en la comarca
de la Vera, pero en el caso de la provincia de Badajoz, la Rondeña de Castilblanco tie-
ne un ritmo más pausado, que las de la Vera; se asemeja más a una jota lenta, con
paso de punta y tacón. Esta pieza sirvió en 2014 como video promocional al XXXV
Festival Folklórico Internacional de Extremadura.
De Orellana la Vieja procede la Rondeña de Orellana. Esta pieza la cantaban los mo-
zos cuando iban de ronda y cuando los mozos iban a la casa de las mozas a pedirlas
matrimonio. Raro es el grupo folclórico que no la incluye en su repertorio.
Porque te miro y me río,
te piensas que yo te quiero
porque te miro y me río,
y es gracia que Dios me ha dao,
tonta y no lo has comprendío,
y es gracia que Dios me ha dao,
tonta y no lo has comprendío.
El Fandango Oliventino o Picoteao, es
de origen portugués (Olivenza está
situada en el limite de la frontera de
España y Portugal, al sur de la ciu-
dad de Badajoz. Fue parte del Reino
de Portugal hasta 1801, en que Oli-
vença pasó a ser Olivenza tras el tra-
tado de Badajoz que puso fin a la
contienda conocida como la Guerra de
las Naranjas). Esta pieza era bailada
Iglesia de Santa María del Castillo (Olivenza) por la gente joven, porque requiere
más ritmo que técnica, por no men-
cionar la necesidad de guardar buen equilibrio sobre un solo pie o de golpear fuer-
temente el suelo, para lo que hay que tener unos tobillos jóvenes.
Este fandango se baila por parejas, las mozas agarrándose las faldas y los mozos el
chaleco. Tras la entrada en la que se hace un balanceo que las mozas resaltan con el
movimiento de sus faldas, se da inicio al paso que da nombre a la pieza El picoteao.

41
Consiste en plantar un pie y con el otro tocar el suelo con la punta un total de siete
veces, alrededor del pie que está fijo. El octavo pique se omite, pues se utiliza para
cambiar de pie y volver a comenzar. El paso se ejecuta con gallardía tratando de re-
saltar lo que lo caracteriza: mantener el equilibrio.
Otros pasos característicos son el golpeo rítmico del suelo con los pies, intercalán-
dolos mozos y mozas, y las vueltas agarrados del brazo. El baile termina con un úl-
timo y fuerte pisotón, de frente al público para ofrecer otra perspectiva y en señal
de respeto.
De la zona de la Serena, en concreto de Villanueva, entre muchos bailes y danzas
tenemos el Fandango del Limón, que también es conocido como Fandango de la Serena.
Se bailaba esta pieza la noche antes de la boda, cuando el novio iba con los amigos
y amigas de ambos a la casa de la novia. Tiene una peculiaridad en común con la ya
comentada Jota de Alcuescar (Cáceres), y es que, en mitad del baile, el novio le dice
una bomba (piropo) a la novia.
La madre que te pario
debió de ser pastelera,
porque un bombón como tu
no lo hace cualquiera.
Fandango del Limón (Villanueva de la Serena-Badajoz).

Un limón eché a rodar (bis) Cada vez que salgo al campo (bis)
y en tu puerta se paró, hago a las piedras llorar,
y hasta los limones saben, al ver que te quiero tanto,
que nos queremos los dos, y tu no me quieres ná,
un limón eché a rodar. y hasta las piedras quebranto.
Si me quieres dímelo (bis),
y si no dame veneno,
que no es la primera dama,
que le da muerte a su dueño,
si me quieres dímelo.

Y para terminar este breve repaso del folclore extremeño es necesario mencionar a
los auroros* de Zarza-Capilla (Badajoz), de la Comarca de la Serena. Los auroros
son los cofrades de Ntra. Sra. de la Aurora, que cantan en honor a la Virgen en sus

*auroro. Nombre que se da en muchas regiones de España a los componentes de grupos (auroros) que al amanecer de
determinados días festivos entonan canciones religiosas en honor a vírgenes y santos.

42
fiestas: 15 de agosto (día de la Asunción de la Virgen), 24 de agosto (día de San Bar-
tolomé) y 8 de septiembre (Festividad de la Virgen de la Aurora). Esta tradición
perdura en este pueblo desde el s. XVII.
Estos cantos de auroros los oí por primera vez en los años 70 del siglo pasado, en
Zarza-Capilla, donde tuve el placer de conocer a uno de ellos, D. Ángel Ramírez.
Coplas de los auroros de Zarza-Capilla, Badajoz (Versión del Grupo Acetre):

En el nombre de Dios poderoso, Ciento cincuenta escalones


a esta bella Aurora vamos a alabar, tiene la escalera de aqueste jardín
no conforme la Virgen merece, y en el medio hay quince claveles
sino como pueda mi lengua explicar. que enlazan en dieces
las rosas de abril.
Bien conocerás,
que la mucha devoción nos mueve Hermano venid
y sus alabanzas vamos a entonar. a rezar el rosario a María
si el reino del cielo
El rosario por la mañana
queréis conseguir.
es una escalera de grande valor,
que por ella se sube a los cielos
a ver a María, que es madre de Dios.
Tened atención
que en María tenemos los hombres
amparo y refugio, dulzura y favor.

Auroros de Zarza Capilla.


En primer plano a la derecha D. Ángel Ramírez.

Bibliografía:
– Asociación socio-cultural La Hoz de Guadalajara. “Fandango Oliventino o Picoteao, de ascendencia lusa”.
– Barrios Manzano, M.ª Pilar. Bailes y Danzas de Extremadura. Universidad de Extremadura.
– Grupos de Danzas Cogolla de Villanueva de la Serena (Badajoz). “Fandango del Limón”.
– Gutiérrez Gómez Juan de la Cruz. “Origen e historia de la Jota de Alcuéscar”. Revista de Folklore 464. (2020). Fundación
Joaquín Díaz.
–htpp:/extremaduraymas.bolgspot.com/2008/03/day-bailes-deextremadura.html.
– Jimenez, Yolanda; Díaz Sebastián (2016). La música de tradición oral en la comarca de la Siberia Extremeña.
– Marcos Arevalo Javier. Antropólogo “Auroros en Extremadura los casos de Garbayuela y Zarza Capilla·. Pág. 123-132.”

Créditos de Imágenes:
– Public domain, via Wikimedia Commons.
– Foto de Auroros de Zarza Capilla, cedida por D. Francisco Ramírez Molera.

43
Hoy es un día como otro cualquiera aquí, en casa de mi ama. Ella aún duerme, son
las 4.30 de la madrugada, pero por lo que parece va a ser un día duro, ya que este
enero va a seguir siendo frío y ventoso en
este valle del Pirineo. Llevo con mi ama des-
de que tenía ella 14 años, prácticamente la he
acompañado todos y cada uno de sus días en
estos 33 años, podríamos decir que he visto
todo lo que ella ha visto, he sido feliz cuando
ella lo ha sido, he tenido fatiga y temor a la
vez que ella también y he llorado con ella
cuando ha sido infeliz. Trabajamos juntas,
siempre me lleva con ella, vaya donde vaya,
sea donde sea y como sea, ni un día me aleja
de su lado, siempre cuenta conmigo para lo
bueno y lo malo, mi vida está completamente
vinculada a la de ella y al revés, es como si
Foto: R.Compaire Fuente: M.Zaragoza
un hilo invisible nos tuviese unidas a las dos,
por eso mi vida es la de mi ama.

En breve ella despertará y comenzará nuestro día, el amo también con el alba se ha-
brá de levantar, hoy es un día común, eso indica que el amo irá a sacar el ganado y
nosotras a los quehaceres domésticos, lo primero que hará al levantarse se peinara,
ya sabéis que en este valle todas las mujeres desde niñas peinan sus cabellos con el
churro1 que es lo común por estos lares, hoy al ser un día de labor nada de ponerse
fina, arreglará su churro lo repeinará para ir arreglá y poco más. Se pondrá las me-
dias para el frío, aquellas que hizo con cuatro agujas y, aunque bastas y no muy bo-
nitas, le abrigan y le dan confort para protegerla, ya que en estos fríos valles son
muy necesarias. Después, como si de un ritual se tratara, vestirá sobre su vieja ca-
misa todas las enaguas, incluida yo que soy la más veterana.

44
¡Sí, sí! Que no os lo había dicho, pero llegado este punto os lo tengo que aclarar, soy
una enagua o refajo2 o como me queráis llamar, depende de donde sea cada uno que
me nombre como quiera, eso no ha de cambiar mi identidad ni tampoco mi cometi-
do, que es acompañar a mi ama cada uno de sus días dándole protección, haciendo
que su vida sea un poquito más confortable, protegiéndola del frío en invierno y de
la suciedad del campo, del ganado o el hogar. Procurando que mis hermanas se en-
sucien menos. Ayudando a mi señora a salvaguardar las faldetas3 de su camisa, tan-
to la diaria como la que se pone en los días de guardar, ella siempre cuenta conmi-
go, soy la primera en llegar y la última que se va. El paso del tiempo también ha de-
jado su huella en mí, así como las arrugas de mi ama han ido surcando e invadien-
do su rostro, en mí los zurcidos, cosidos y descosidos de mi piel de algodón dan fe
y dejan ver mi pretérita vida, y que sea así hasta que a mi ama le parezca que mi
vida aún es útil.

Mi historia como ya he dicho va


unida a la de mi ama, yo no fui
heredada, sino que fui concebida
desde el principio para mi ama;
sé que hay otras como yo que
anteriormente de otra ama fue-
ron, pero no yo.

Mi ama no viene de mala casa,


ni mala casa han hecho su espo-
so y ella, no sin esfuerzo y traba-
jo, que si yo os contara cuantas
lágrimas con mi volante bajero
Foto: F:H Fuente: D.
no le habré limpiado,...pero no
vamos a contar cosas que no se
han de saber.

¡Sigamos con nuestra rutina! Ya está vestida mi ama y dispuesta a comenzar su día
como otro más, lo primero que vamos a hacer es darle lumbre al hogar para cuando
todos se levanten y bajen a desayunar, todo esté dispuesto para ellos y que cada
cual salga hacer sus trabajos y obligaciones, que pocas no han de ser.

Pondremos el agua a hervir para cocer la harina de ese trigo dorado que las espiga-
doras, con tanto sacrificio, desgranan en los meses más calurosos del año para lue-
go, en un viejo molino de piedra, ser triturado y machacado para hacer y amasar el
pan de cada día, que es sustento y alimento de esta familia. Se pondrá sus mangui-

45
tos de algodón negro hechos de una vieja chambra4 que, con la dote5, le llegó aunque
ya muy usada y con poca vida la pobre, pero que en su segunda oportunidad ha
continuado con la noble labor de seguir con mi ama, que es la suya, y proteger las
mangas de su camisa de las labores cotidianas.

Después nos iremos a la fuente a cargar agua, que además allí nos enteraremos de
los dimes y diretes del pueblo que cada día van y vienen y, aunque mi ama no es
muy de chismes, siempre está bien enterarse de lo que pasa y estar atentos porque
nunca se sabe… Luego volveremos al hogar que hay mucho que hacer y faenar.

Pero antes me gustaría que entendieran ustedes porque mi ama es una mujer que a
veces parece ruda y poco amable para los habitantes y almas de este valle. Pero na-
da más lejos de la verdad, ella es una buena madre y buena esposa, pese a que su
vida no ha sido fácil, como la de todas las mujeres que por este valle rondan. No
tuvo oportunidad de elegir en su vida, tiene cuatro hijos, tres mujeres y un varón.
Al ser el último el varón, el amo ya vio cumplida su quimera de dejar heredero que
perpetúe la familia y los dones que en ella se valoran y administran, que no son po-
cos, y más aún desde que falleció el viejo y arcaico Fausto, padre de mi amo, que no
mala herencia dejó a su hijo, aun compartiéndola con sus dos hermanos. Buenas
fanegas6 de tierra aunque poco fértil para el arado de estos valles, sí muy rica y ser-
vil para la ganadería, menester y sustento de esta familia a la que pertenezco.

Además de esas fincas, también algunos ahorros que bien han venido para comprar
más ganados y caballerías en las ferias de la no lejana Francia, a las que mi amo
acude cuando se celebran. Y no es mal negociante el hombre y suele venir con bue-
nos negocios apalabrados con un estrechón de manos, como por aquí se firman los
buenos tratos, que la palabra de un hombre va a misa y tiene más valor que 1000
pesetas.

Mi amo es un hombre respetado y cumplidor de su palabra ante Dios y los demás.

No es un hombre dulce ni detallista, pero sí buen esposo y padre, y no han de faltar


detalles para agasajar a mi ama a la vuelta de sus viajes por la Francia, buenos pa-
ños y pañuelos, mantones y mantoncillos, así como cintas de seda y buenos algodo-
nes, hasta batistas7 o indianas8 y alguna que otra alhaja, para ella vestir y presumir
que bien guapa se la ve cuando es fiesta de guardar y se pone la basquiña9. En una
ocasión le trajo unos zapatos ¡finos, finos! ¡Vaya, que bonitos que son! Y qué poco el
ama se los ha puesto para no mancharlos con el barro de las calles, que para eso
mejor sus abarcas10 y zuecos11, que más segura ha de andar sin miedo a caer por esli-
narse12 o esbarizarse13 por las heladas calles del pueblo. Ella, cuando se pone el traje

46
de cofradía o es día de fiesta o romería, también luce un bello sofocante14 a su cuello,
este sí es heredado de su madre, y no porque el amo no le haya traído otros de latón
sobredorado con cristales brillantes, pero como acto de bondad y en honor a su ma-
dre que falleció siendo ella muy niña, prefiere lucir esta alhaja que no otras de más
valor que el señor le ha regalado, cuando se coloca su escarapela15 en el pecho con
sus cintas y lazos de seda que el amo le trajo de Francia, para sobre ellas colocar
una gran Virgen del Pilar de plata, además de todas sus platas como crucifijos, reli-
carios16 y escapularios17, unos traídos de Zaragoza y otros, en cambio, venidos de la
dote o herencia de mi ama y que algún día, espero más lejos que cerca, formarán
parte de la dote y ajuar o herencia de las hijas. No serán pocas las telas, paños y al-
godones, así como justillos18, jubones19, refajos y enaguas, alguno con uso y otros sin
usar, y algún paño nuevo para hacerse sus basquiñas de labor y de guardar, alguna
peseta también habrá y algún mueble, o mulo, o tal vez caballerías. Buena dote han
de llevar a su nueva casa el día que han de casar. Para casarse bien, como el amo
quiere, tienen que estar a la altura de la casa que las va a desposar. El ajuar de estas
jóvenes casaderas casi listo está ya. La mayor, ya está apalabrada por su padre con
el hijo de un pudiente de un pueblo cercano, que además de ganado y pastos tam-
bién es el alcalde, y buenas perricas20 dicen que tiene. La pobre niña ni lo conoce ni
falta que le hace, o eso dice su padre, el caso es que sea una buena esposa, matriarca
y soberana de su hogar, como lo está siendo su madre, que es mi ama; ella corrió la
misma suerte que su hija sabiendo quién sería su esposo desde niña, sin conocerlo
casi hasta la fecha de casar, coincidiendo con él solo en algunas fiestas, días grandes
o de romería desde que eran niños. Ya de jovenzanos21, y conociéndose algo más, tu-
vieron algo de contacto durante
su noviazgo, y eso que él la ron-
dó en varias ocasiones. No le fal-
tó algún que otro mozo que tam-
bién lo intentó, pero la palabra
del trato hecho entre el Gregorio,
padre de mi ama, y el Fausto, pa-
dre del señor, iba a misa, y el ma-
trimonio de los dos estaba ya
zanjado y planeado como cual-
quier otro trato de negocios que
beneficiase a las dos familias con
la unión.
Foto: E.Cativiela

47
También es cierto que para mi ama y su esposo, la aventura del matrimonio con
esos intereses creados como en otros muchos por estos valles, esa aventura de vida
en común, al final ha salido bien haciéndose compañía los dos con un poco o no tan
poco de resignación y mucha intención… al final como dice el dicho “el roce hace el
cariño” y yo no sé si llamarlo amor o dónde queda eso, pero sí es verdad que a mi
ama, cuando lo mira, se le ve un brillo en los ojos que… ¡Yo qué sé eso qué es! Y sé
que, sin duda, aunque con mucho sacrificio, él ha sabido hacer que mi ama sea feliz;
a su manera de hombre rudo del valle también le demuestra ese cariño que le tiene.

No podemos olvidar que en esta sociedad de los valles pirenaicos, donde tan ape-
nas hay apertura al exterior y donde todo está lejos, se sigue viviendo de manera
arcaica, ya que parece que el mundo se nos detuvo aquí en el siglo XVI o al menos
eso dice la Pilar, ella que se marchó a servir lejos, creo que a Barcelona aunque per-
donen ustedes si no sé muy bien qué es eso. Ella cuando habla con mi ama en las
contadas veces que viene a visitar a sus parientes, nos cuenta de las maravillas de la
modernidad y no hay más que verla a ella, tan distinta a mi ama y a las mujeres de
este valle, sus ropas tan ligeras y diferentes, y esas botas tan lustrosas con un brillo
que podrían competir con el sol y que nada tienen que ver con lo que mi ama se po-
ne ¡yo incluida! Aquí la vida para nosotras pasa muy despacio, hay días más apaci-
bles que otros, supongo que como en todas las casas.

Recuerdo perfectamente la primera vez que mi ama me coloco sobre su cintura y lo


emocionada que estaba, pocas son por aquí las que puedan estrenar algo a tan tem-
prana edad, aunque ya era una joven casadera con la experiencia de una mujer tra-
bajada sin descanso y experta en las labores del campo y de la casa. Con ya con sus
14 años sabía cocinar para su padre. El fuego del hogar era su compañero de vida,
como también lo eran la rueca22 o las agujas para tejer, la ajada23 y el rastriello24 o la
forca25 o el forcón26 y cómo no el astral27 para cortar los troncos para hacer el fuego
del hogar.

En esta vieja sociedad como ya he dicho el tiempo se vive de otra manera y los in-
fantes e infantas dejan de serlo a los 7 u 8 años de edad, cuando ya se les otorga casi
la vida de adulto con responsabilidades y trabajos que estoy segura de que en
un tiempo futuro no será así. Pero hoy, en el tiempo que estamos recién estrenado,
el siglo XX como quien dice, aquí sigue siendo así.

Mi ama es una mujer que ha sabido vivir su tiempo, sabe de la importancia que es
ser mujer para la vida de estos valles y lo que significa para estas almas el poder
matriarcal; las mujeres de estos valles han de saber ser mujeres poderosas y que de-
ben hacerse respetar y estar siempre a la sombra de su esposo.

48
Una mujer como mi ama es sabedora que, como mujer de la montaña, ha de ser de
vientre fértil, ya que dará vida a su descendencia para que el amo perpetúe la hono-
rabilidad de la saga familiar y sobre ella cae toda la responsabilidad. Por suerte en
casa de mi ama han sido fructuosos y prolíferos en descendencia. Por lo tanto, el
acuerdo está perpetuado y como en la noche de los tiempos, el futuro es promete-
dor para esta familia de los valles.

La vida seguirá con mi ama y su vida plena, más infeliz que feliz o al menos eso
creo yo, siendo que sin quererlo ni pensarlo su pasado y futuro, ese que otros han
escrito para ella.

Y mi ama, que Pilar se llama en honor a nuestra señora que está en Zaragoza, y a la
que una vez pudimos ir a ver hace ya muchos lustros siendo muy jóvenes las dos,
le rezamos con fervor y dedicación como tiene que ser cuando te encuentras ante
tan grande advocación28.

Mi ama Pilar es una mujer valiente, endurecida por los avatares de su vida, pero
que no ha perdido ni la fuerza ni la entereza para seguir adelante día tras día, por
duros que estos sean.

Y ahora nos vamos para la casa, nuevamente a retomar los quehaceres de la vida
cotidiana, que no son pocos. Y cuando mi ama haya terminado sus labores, se sen-
tara ante la rueca para su sosiego y aclarar su pensamiento, hilando amorosamente
con sus encallecidas manos y con marcas de la dura vida en las montañas, hilando
lana o algodón o lo que se tercie cantando una “jotica29 triste” que aprendió de su
madre y que le acompaña en su vida mientras hila esperando la paz de la noche pa-
ra su descanso.

Foto: A. Foradada

49
¡Qué lejos queda lo simple!, ¡Qué lejos nos llega ahora!
Qué lejos queda lo simple, al ver vacíos los sitios donde en el campo las segadoras
cantaban a hombres y trigos, mi jota triste canta
por todas Cantaban a hombres y trigos,
¡mi jota triste canta por todas!

Villa de Ansó

Nota de Autor.
Quisiera que este articulo que he escrito con todo mi cariño sea un testimonio vivo, en el cual me quedo
muy corto sobre la realidad que vivían aquellas mujeres que fueron nuestras abuelas o nuestras madres en
un pasado no tan lejano.
Esas mujeres fuertes y valientes, que se vieron sometidas a una vida dura de trabajo y resignación, pero
que a pesar de las dificultades sacaron adelante a muchas generaciones.
Trabajaban en la casa y el campo, hacían todas las labores, tejían, cosían, hilaban, rastrillaban, podaban,
cosechaban, molían, y hacían todo sin perder ni la alegría ni la esperanza, sobre ellas recaía la carga del
hogar y la maternidad abriendo el camino a la modernidad y el progreso.
Para ellas escribo este relato como homenaje.

LLAMADAS 1 A 28, DETALLADAS EN GLOSARIO QUE SE INCLUYE ACONTINUACIÓN DE ESTE ARTÍCULO.

Foto villa de Ansó: By Cherubino - Own work, CC BY-SA 3.0 es, https://commons.wikimedia.org/w/
index.php?curid=28926568

50
1-churro. En los valles pirenaicos, en concreto en el de Ansó, se da este nombre a un
antiguo peinado consistente en dos trenzas envueltas en una cinta y enrolladas en
la cabeza.
2-refajo.Falda. Dependiendo de las zonas puede referirse a la más exterior, o a al-
guna de las interiores que se usaban para abrigo.
3-faldeta. Parte inferior de la camisa, habitualmente con algo de vuelo.
4-chambra. Camisa, blusón.
5-dote. Conjunto de bienes aportado por la mujer al matrimonio.
6-fanega. Medida de capacidad usada habitualmente para granos y legumbres. Si
bien en Castilla tiene algo más de 50 l., es muy variable según regiones.
7-batista. Tejido de lino o algodón, de aspecto satinado.
8-indiana. Tejido de algodón, ligero y semitransparente, de aspecto arrugado.
9-basquiña. Sobrefalda que se usaba antiguamente para salir a la calle y que, en la
actualidad, se utiliza como parte de la indumentaria tradicional. Suele estar adorna-
da y rematada en terciopelo. Es común en muchos lugares de España con el mismo
nombre, en ocasiones escrito con ‘v’. En la zona de Ansó, que inspira el artículo de
José Otero, la basquiña es larga hasta los pies y se compone de dos partes diferen-
ciadas, aunque unidas entre sí: un cuerpo muy ceñido, de paño negro, y un sayo de
lana verde, más grueso y pesado.
10-abarca. Especie de sandalias rústicas, consistentes en una suela de cuero o goma,
atada al pie con correas o cuerdas.
11-zueco. Calzado de trabajo, fabricado en madera de una sola pieza, de hechura
amplia para ser calzado con calcetines gruesos, escarpines u otros zapatos. De uso
común en el mundo rural para mantener los pies secos cuando se transita por terre-
nos húmedos y embarrados.
12-eslizarse. Deslizarse, escurrirse. Localismo de la zona del Pirineo Aragonés.
13-esbarrizarse. Deslizarse, escurrirse. Localismo de la zona del Pirineo Aragonés.

51
14-sofocante. Gargantilla consistente en una cinta de tela que cierra atrás con un
broche y que lleva en la parte delantera un colgante.
15-escarapela. Divisa. Adorno en forma de roseta, compuesta por varias cintas de
tela de color, y cuyos extremos, no muy largos, cuelgan de la misma.
16-relicario.
Pequeña cajita o estuche, en el que se guardan recuerdos de pequeño
tamaño (pelo, retratos, etc.), y que se lleva colgado al cuello.
17-escapulario. Colgante doble, que se luce en pecho y espalda, con imágenes reli-
giosas.
18-justillo.
Prenda femenina similar al corsé, que ciñe el talle y realza el busto. No
lleva mangas aunque si puede tener tirantes. A diferencia de aquél, el justillo puede
llevarse como prenda exterior.
19-jubón. Prenda exterior de vestir, consistente en una especie de chaquetilla que
llega hasta la cintura. El cuerpo suele ser ceñido abriéndose en ocasiones en un fal-
doncillo en su parte baja. Las mangas suelen lucir corte abullonado, aunque tam-
bién existen jubones sin mangas.
20-perricas. Localismo típico aragonés para referirse a las perras, dinero.
21-jovenzano. En Aragón y La Rioja, adolescente.
22-rueca. Artefacto, de acción manual, para hilar lana u otro tipo de fibra.
23-ajada. Azada. También es común la forma ajadón (azadón).
24-rastriello. Rastrillo.
25-forca.
Horca. Vara de madera terminada en varias puntas de la propia pieza de
madera o de hierro, utilizada en las tareas del campo para mover las mieses y la pa-
ja.
26-forcón. Horca grande.
27-astral. Hacha pequeña que se maneja a una mano.
28-advocación.Tutela o protección que vírgenes o santos ejercen sobre las comuni-
dades o personas que les son devotos.
29-jotica. En Aragón, forma diminutiva para referirse al género musical de la jota.

52
53
54
55
Nuestro colaborador Diego Pérez Pezuela y su familia (Valentín, Tini y Beatriz), con el
apoyo de la Diputación de Guadalajara, han editado un magnífico trabajo El Cancionero
de los Pérez, que compila para la posteridad años de trabajo de campo por tierras gua-
dalajareñas.
El cancionero, al que dedicamos un artículo en el número anterior, fue presentado ofi-
cialmente el pasado 18 de noviembre en el salón de actos del Colegio San José de Gua-
dalajara, donde estuvieron acompañados por la Ronda de Horche, los Gaiteros de Mi-
rasierra y la Ronda de Azuqueca de Henares.
¡Un libro imprescindible para los amantes del folklore!

56
57
58
59

También podría gustarte