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.

-bl
COLECCION LETRAS DEL PLATA

Vilarino, Idea:
LAS LETRAS DE TANGO

Lanuza, José Luis:


MORENADA

Carriego, Evaristo:
POESIAS COMPLETAS
~

De la Guardia, Alfredo:
RICARDO ROJAS
a

se
RICARDO ROJAS
ALFREDO DE LA GUARDIA

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yo hee

RICARDO ROJAS
1882-1957

EDITORIAL SCHAPIRE S. R. L.
RIVADAVIA 1255 BUENOS AIRES
a ee :
®

IMPRESO EN LA REPUBLICA ARGENTINA


Queda hecho el depésito que previene la ley 11.723 a &
Copyright by Eprrorrau Scuapis S, R. L., 1967, Buenos fitse
NOTA PRELIMINAR

PpROPOSITO INICIAL DE ESTAS PAGINAS FUE EL DE ESCRIBIR,


unicamente, una critica circunstanciada de la poesia dramatica
inserta en la poligrafia de Ricardo Rojas.
Acerca de esas obras teatrales habia ya formulado algunos
comentarios, bien juzgandolas en su conjunto y su significacién
dentro de la escena argentina, bien en lo que respecta espe-
cialmente a Ollantay, empezando por la crénica que redacté
para La Nacion con motivo del estreno de la tragedia incasica
en el Teatro Nacional Cervantes, en 1939, y terminando con el
folleto dedicado por la Subsecretaria de Cultura a la reposicién
de la misma producci6n escénica en el Teatro Municipal Gene-
ral San Martin, en 1964.
Poco afectos a observar, mantener y desarrollar las tradi-
ciones nacionales —como no sea en su aspecto mas rudimen-
tario—, los argentinos suelen mirar con indiferencia o con
desdén todo el acervo espiritual del pais, especialmente en lo
que se refiere a las disciplinas literarias y artisticas. Ya cuando
Ricardo Rojas hizose cargo de la catedra de literatura argentina
en la Facultad de Filosofia y Letras de la Universidad de
Buenos Aires, surgieron voces sarcasticas, negadoras de que el
pais contase con una tradicién en las letras. La ‘‘Historia”’
compuesta por Rojas demostré que si existia y ante esa mani-
festacién afirmativa se alz6 Paul Groussac, llamando flort-
pondio al libro por su continente desmesurado y desproporcio-
nado al contenido. La hostilidad de Groussac se difundio, hizo
prosélitos y ciertamente perjudicd al escritor argentino en el
concepto de su propia generacion y de las que siguieron, En
——

8 ALFREDO DE LA GUARDIA

medio de los homenajes, los premios, las adhesiones de amigos


y discipulos, se extendieron los juicios adversos, aun los ataques
absurdos, de parte —muchas veces— de quienes apenas habian
hojeado la obra numerosisima de Ricardo Rojas y hasta de los
que no la conocian, pero se apresuraban a repetir los concep-
tos negativos de Groussac y sus continuadores.
Para sostener sus opiniones contrarias —las hay recientes
muy acerbas—, los criticos han utilizado un procedimiento
arbitrario: sacar a la obra comentada de su época, su escuela,
su ambito, en fin, para subrayar solamente lo que en ella puede
haber caducado con el correr de los afios, el cambio de Jas esté-
ticas, la transformacién de las costumbres y los gustos. Unica-
mente el genio —ya se sabe— es capaz de permanecer inmu-
table en el transcurso del tiempo. Los griegos, Dante, Cervan-
tes, Lope, Shakespeare, Rabelais, Goethe, Dostoiewsky perdu-
ran y perviven, no sin que sufran cercenamientos en ediciones
o representaciones, porque el hombre actual, con toda su cul-
tura, decae en su atencidn alli donde su antepasado no sentia
cansancio, sino placer... Schiller, Alfieri, Balzac, Ibsen, Tur-
gueniev, Galdés —para citar algunos— ya no son considerados
intangibles. Para ciertos comentadores son passés... O se los
olvida o se los corrige, para adecuarlos al paladar del dia. Y no
hablemos de los de menor talla. Como entre los nuestros no
abundan los de estatura prdécer, suelen ser mirados con sosla-
yada tolerancia o directamente con menosprecio por quienes
condescienden a prestarles algun interés, en esta hora. Nos refe-
rimos, en general, a los mas jévenes.
En lo relativo al teatro, esta posicién se extrema. En otros
paises exhumase el] repertorio dramatico y se le considera, por
cuanto ofrece, por lo menos, la ensefianza de una evolucién
estética, una documentacion de las transiciones artisticas, una
informacidn sobre ideas, costumbres, tipos humanos, etc. Entre
nosotros, eso merece poca 0 ninguna atencidn. Todo se da por
concluido. No puede admitirse que ayer sea uma base para
manana. Hay una irritada complacencia en proceder a la
ruptura... ;
Estas consideraciones nos condujeron, pues, a examinar con
cierta detencién la dramaturgia de Ricardo Rojas. Pero, ya
puestos a Ja tarea, una exigencia espiritual nos Jlevé a releer los
libros del autor. Por una parte, la critica debe recordar la leccién
RICARDO ROJAS 9

estética de Hegel —siempre lo hicimos— y estudiar el teatro


dentro de la literatura —‘‘la tragedia es la confluencia de la
poesia épica y la lirica’’—, y en consecuencia no debe apartar
la creacién dramatica de un escritor de la encuadrada en otras
disciplinas. Por otra parte, la poligrafia de Rojas presenta ca-
racteres de tanta homogeneidad que no es posible distanciar
sus libros de sus piezas teatrales.
Hemos querido, asi, resumir su pensamiento y trazar, ade-
mas, su conducta, porque siempre nos parecieron uno y otra
ejemplares. Si no para quienes conocen con minuciosidad la
obra de Rojas, si para quienes apenas tienen de ella referencias,
puede ser de interés y utilidad este volumen. En sus paginas
hallaran, pues, una sintesis de toda aquella ingente labor litera-
ria, historica, socioldgica, estética, politica, en caso de que de-
seen averiguarla o recordarla en los trazos esenciales. El primer
propdsito de critica dramatica se ha convertido, con este desig-
nio, en una revisidn general de toda la creacién del maestro
ilustre. Por lo demas, la memoria de su benévola amistad, mi
adhesion a su persona y a tantas de sus ideas, la reminiscencia
de nuestras entrevistas, la aprobacién a sus actitudes, me incli-
naron a revivir todo ello en el comentario de sus libros prin-
cipales.
No es esta, desde luego, una revision total y exhaustiva.
Es solamente una nueva aproximacion a la personalidad y a la
obra del autor el El Pais de la Selva y de Ollantay, con-
ducida por un aprecio sentimental no exento de observacién
objetiva y por una admiracién intelectual no despojada de ana-
lisis critico. Podra, pues, juzgarse con otras preferencias que
sobra o falta aqui o alld la exégesis 0 la glosa que, desde distin-
tos puntos de vista, se hubiera formulado. Tratase de un libro
que contribuya a mantener alerta a las generaciones actuales
—las j6venes— respecto a la relevante labor de Rojas, indu-
ciéndolas a la lectura atenta, a la vision imparcial, a la reco-
leccién de paradigmas y ensefianzas dignas de la mas preclara
ciudadania argentina.
Si estos capitulos consiguen atraer, asi, el interés de nues-
tra juventud hacia aquel hombre de tan vigoroso valor intelec-
tual y tan alto decoro ético, se habra conseguido el propdsito
esencial con que fueron escritos,
CONOCIMIENTO DE RICARDO ROJAS
RELACION DE UNA AMISTAD

\
Primera entrevista
}

ian UNA DE LAS PRIMERAS TARDES DE LA PRIMAVERA DE 1921


Un templado ambiente, un firmamento despejado, un sol bri-
llante daban a la ciudad aire claro, tono sereno, ritmo ligero y
permanente, equilibrio y resplandor de una fiesta de trabajo.
Buenos Aires crecia y se ensanchaba marcando el avance de una
| Argentina prdspera, laboriosa, pacifica, abierta a los cuatro
| puntos cardinales, hospitalaria, generosa con todos los hombres
' del mundo. Una existencia nacional de nuevo acento se habia
_ inaugurado con el Centenario de la Revolucién de Mayo, con
_ las celebraciones de la Independencia. Los afios azarosos per-
| tenecian al siglo pasado y nadie hubiese creido que otros suce-
sos violentos y graves convulsionaran a la Republica. La Ar-
_ gentina, ahora si, parecia segura de sus valores y su destino.
Aun no mediada aquella tarde me encontraba en una salita
de espera, bajo la luz discreta de una ventana interior, con-
templando curioso y un poco fascinado un ejemplar de Los
Lises del Blasén, encuadernado lujosa y artisticamente y dis-
puesto en una vitrina con otros libros y algunos objetos precio-
sos de plata, de porcelana o de marfil. Estaba en la casa de la
calle Sarmiento 2514, donde habitaba Ricardo Rojas, y en
espera nerviosa, inquieta de que el escritor eminente llamase a
su presencia a tal intruso, timido y audaz a pesar suyo. En un
14: ALFREDO DE LA GUARDIA

impromptu —resolucion apresurada de los veinte afios— habia


llegado alli sin venia alguna y hecho pasar una tarjeta, ingenuo
pasaporte aun cuando mi nombre no fuese desconocido total-
mente del poeta de La Victoria del Hombre por motivos in-
telectuales ajenos a mi, pero no a mi apellido. Hacia algo mas
de un lustro que Rojas habia inaugurado una serie de confe-
rencias sobre ‘‘Parsifal’’, organizadas por la Asociacién Wag-
neriana y dictadas por Ernesto de la Guardia, en el Salén Do-
rado del Teatro Col6n, al tiempo que traducia las obras del
miusico genial, en sus libretos, y comentaba sus partituras.
Transcurridos unos minutos, estuve frente a Rojas. Habia
interrumpido generosamente su trabajo en aquella habitacién
donde gran cantidad de libros se desplegaban en orden o desor-
den como la mas suntuosa decoracién. Un retrato del padre, don
Absalén Rojas, presidia aquel ambiente, en que las efigies de
Sarmiento y Alberdi imponian el sello de su anhelo patricio.
Estaban alli, en otros lugares, los rostros de Miguel de Cervan-
tes y Dante Alighieri, y como prest& para el vuelo simbdlico
de la inteligencia y la voluntad —acéfala por paradoja— abria
sus alas una Victoria de Samotracia. Recordé, en un instante, la
‘*Invocacion a Nike’’:

Sobre la aguda proa que peregrina hiende


las silenciosas nieblas y el resonante mar,
alzate, Nike alada, y en el azul extiende
la fuerza de tus alas hechas para volar.

Temblaba yo interiormente casi como un azogado ante la


presencia del maestro. Habiame impuesto con tanta temeridad
como vacilacién aquel examen severo, fuera de las aulas y de
toda norma escolar. No sabia, entonces, que Ricardo Rojas ha-
bia pasado, sin duda, un trance parecido, al presentarse en su
primera Juventud ante Bartolomé Mitre. Habia querido yo ver
y hablar a Rojas y alla estaba. Sus ojos negros, luminosos, es-
crutadores, me impresionaron profundamente. Me cohibian, y
me alentaban al mismo tiempo. Con el rodar de los afios, el
maestro escribiria en El Profeta de la Pampa: ‘Siempre es
conmovedor el espectaculo de un joven que se busca a si mis-

1 Los Proscriptos, pag. 1.161.


RICARDO ROJAS 15

“mo, tanteando por hallar el objeto de su vida y balbuceando por


/encontrar su propia expresién’’.?
_ Comencé, efectivamente, a balbucear ante aquella figura
airosa, que me indicaba con amable ademan un asiento y me
hacia las primeras preguntas con tonada suave y palabra sen-
cilla. La luz que entraba por el balcén, a su izquierda, ilumi-
naba una cabeza noble, cabello endrino, largo y lacio bien pei-
nado a ambos lados de una frente alta y despejada. Las cejas
como pintadas al carbén, la mirada penetrante y tranquila, el
| fino bigote recortado para ocultar el labio superior, bajo la na-
riz recta y algo ancha, la barbilla redonda y voluntariosa. Esa
| cabeza altiva sin orgullo, firme sin arrogancia, emergia de un
'rigido cuello almidonado, recto, con una apertura central, re-
_matada por la oscura corbata de plastrén. La tez de ese rostro
_tiraba a cetrina, pero recogia la luminosidad externa y parecia
| conjugarla con cierto propio fulgor. La mesa-escritorio sepa-
_raba al autor ya ilustre de la recién publicada Oda de las
| Banderas y al muchacho atin adolescente que se aficionaba
/a emborronar cuartillas, algunas de las cuales latian de emo-
cién en su bolsillo del pecho...
Porque ese era el propésito de la visita impertinente, que
el tolerante maestro convirtié en oportuna y amable. Leer unos
_ trabajos literarios en prosa y en verso... No cualquiera hubie-
ra aceptado la imprevista audicién de tan precoz y entrometido
_huésped. Pero Ricardo Rojas, apenas formulada mi solicitud,
'me invité con una sonrisa gentil a comenzar la lectura. Saqué
_ mis carillas y empecé, efectivamente, a tartamudear un articulo
|evocativo de las cortes de Luis XIII de Francia y de Felipe IV
| de Espafia, en las bodas con Ana de Austria y con Isabel de
| Borbén, respectivamente. Intentaba alli, con el relato de esas
_dobles y regias nupcias, sefialar las influencias reciprocas ejer-
cidas y asimiladas por los pueblos francés y espaiiol, y me alar-
gaba en consideraciones histéricas, politicas y culturales, por
cuanto la reina Isabel llegé a despojar de su privanza al funesto
-Conde-Duque de Olivares —magnificamente retratado por Ve-
lazquez con paleta digna de modelo mas noble—, y por cuanto
asimismo, la reina Ana habia tenido como adversario al Car-
denal de Richelieu. Mucho me temo que mis reflexiones estu-
2 Pag. 108.
16 ALFREDO DE LA GUARDIA

vieran no muy apoyadas en los textos histéricos, sino inspiradas


por los capitulos novelescos de Alejandro Dumas y de Manuel
Fernandez y Gonzalez. Pero Rojas las escuché como si le
hubieran descubierto un asombroso papiro babilénico 0, mejor
aun, una leyenda incasica enredada en quipos por algun amau-
ta de Manco Capac 0 Tupac Yupanqui. Y que no fue fingida
tanta atencion, lo prueba que, terminado el ultimo parrafo, me
aconsejé cortase de mi relato los correspondientes a las dos pri-
meras cuartillas y comenzase con el segundo de la tercera. Tan-
ta precisién me dejé estupefacto. Mas, en seguida, me explicé
el por qué de su consejo, Principiaba mi narracién con algo
asi como unas observaciones filoséficas, y yo no estaba aun
maduro —me lo sugeria con la mas bondadosa frase— para
esa grave meditacién ... Suprimidos tales fundamentos, el re-
lato quedaba agil y colorido y muy apto para la publicacién en
Caras y Caretas, y, mejor atin, en la nueva revista Plus
Ultra. Rojas empund de inmediato la pluma y redactd una
carta de presentacién y elogio condeScendiente para el pintor
Juan Alonso, que dirigia, a la sazén, ambas publicaciones.*
¢Pero como habria de quedarme sin leerle los versos? Ape-
nas traz6 la recta rubrica sobre las grandes letras de su nombre,
ataqué a mi auditor con unos rengloncillos que —seguin creo
recordar— estaban influidos por las ‘‘Canciones de mi casa’’,
de Alfredo R. Bufano. Cuando conclui, Ricardo Rojas con una
paciencia budica me alargé la carta de recomendacién y me
dijo alguna vaguedad acerca de mis versos infantiles. El
contraste de las frases que acogieron a mi prosa y mi poema
fue aleccionador para mi. Por cierto, que durante largos afios
continué escribiendo lineas cortas, mas las guardé celosamente,
entre papelotes reservados, y sdlo las saqué a luz casera en al-
guna festiva ocasién para demostrar a la familia —como decia
mi padre— “que aliquando bonus también tenemos un poquito
de poeta’’.* Asi me salvé Rojas de ser uno de tantos poetastros
que circulan por las aceras de Buenos Aires. En lo referente a
mi cualidad de prosista, la responsabilidad corre, desde enton-

th En Imagen de Ricardo Rojas, refiere Antonio Pagés Larraya su


primera visita al maestro, “Era parte de la vida de R. alentar vocaciones
y aconsejar a los jévenes.”
4 “De los versificadores, que son centenares, al poeta, que es rara avis,
hay mucho que andar...” —decia Sarmiento.
RICARDO ROJAS 14

ces, por su absoluta cuenta. Los manes del gran maestro me


acojan, Como siempre me guiaron . .
No me dejé salir de su casa Ricardo Rojas sin indicarme
que lo visitara, asimismo, en la Facultad de Filosofia y Letras,
donde él dictaba, como se sabe, la cdtedra de literatura argen-
tina y dirigia el Instituto correspondiente, editor de tantas
obras casi ignoradas, de los viejos tiempos emancipadores. En su
_ Biblioteca hallaria direccién y consejo.

| Lecturas

Por mala fortuna y exigencias materiales que me des-


}) viaron inmediatamente de la senda marcada por el maestro no
pude asistir al centro de estudios. Fueron pocas mis horas para
el trabajo periodistico, andnimo, sacrificado, en que me inicié
en tal época, y me fue imposible seguir los cursos y las tareas
literarias que me proponia. Rojas me orientaba hacia los su-
cesos de la Colonia, donde habia vetas por ensanchar, temas
que —suponia, y suponia bien— afines a la inclinacion y al
estilo que con tanta gentileza habia querido subrayar en mi
pequena prosa leida. Comencé, entonces, a palear montones de
carillas para echarlos a las fauces insaciables del Moloch de
las imprentas; de varios dioses, mayores 0 menores —los suel-
dos eran minimos—,, que reclamaban sin pausa el tributo del es-
| piritu, el ingenio, la voluntad, la constancia, la abnegacion del
| periodista, especialmente de los jévenes aprendices y oficiales.
Y digo reclamaban, asi en pretérito, porque hoy es muy otro
{| el oficio en nuestras redacciones. No habia en aquellos anos
|| viajes gratuitos a Europa o América del Norte, y, desde luego,
ni firmas de articulos ni siquiera iniciales en las fugaces cro-
nicas. Era la prensa una sima de trabajo y olvido y algunos de
los muchos que en ella se abismaron sdlo tuvieron en recom-
pensa cuatro palabras circunstanciales en la ‘‘hora de los elo-
gios’’; cuando se publicaba un retrato a media columna, podia
el difunto darse por muy contento... Con alegria y esperanza
cumpliamos, sin embargo, aquella labor, dia tras dia, noche
tras noche. No importaban el esfuerzo excesivo, el magro in-
greso, el réspice de Secretaria, el vale impago en la Caja, la
decepcién o el cansancio, para acudir, en la madrugada, a beber
18 ALFREDO DE LA GUARDIA

la copa o tomar el café con leche: veinticinco centavos por un


tazon gigantesco, pan de media vara, manteca a discrecién y
ademas dulce de leche. Los potentados comian su pucherete
colmado y oloroso por un peso y podian fumar después dos
cigarrillos al hilo.
No era aquella una vida cotidiana para filosofias y letras,
aunque, sin conocerlas, letras y filosofias de la existencia hu-
mana nos envolvian y enredaban tan tempranamente. Por un
tiempo habia perdido de vista a Ricardo Rojas. De vista, mas
no de lectura. Comprados de lance, prestados —y, a veces, se-
giin se acostumbra, no deyueltos—, regalados también, iba le-
yendo con avidez y desordenadamente cuantos volumenes po-
dia, por lo general velando hasta la madrugada. Quedaban aun
restos de la cuantiosa bibilioteca de mi padre —perdida como
tantas otras cosas por los reveses de la fortuna— y en ella en-
contraba formidables sorpresas para mi incipiente curiosidad
intelectual. Los libros me atrajeron desde tempranos afios. Re-
cuerdoshaber leido, no contando mas de 12, y entre espantos y
placeres La Divina Comedia, El Paraiso Perdido, el Poema del
Cid, La Odisea, el Ramayana, Los Miserables, el Facundo, Ju-
venilia. Desde la adolescencia me entusiasmaron el Quijote y
Martin Fierro —las obras que lei mas veces en mi vida—.
Tiempo después me enteraba de El crimen de la guerra y El
hombre fosil; y en ese vértigo leia a Balzac, Dostoievsky, Va-
lera, Galdés, Blasco Ibatez, Larreta, Martel, Olivera Lavié
para las novelas; y los articulos de Unamuno, Juan Agustin
Garcia, Alberto Ghiraldo, Maeztu, Pérez de Ayala, Rodolfo
Senet... Tantas paginas revueltas, a veces devoradas con devo-
cin muy viva, a veces abandonadas unas por otras en la pre-
mura del interés. Pero mis preferidos, entonces, eran paradé-
jicamente Ricardo Rojas, a quien reputaba maestro de cultura
argentina, y Pio Baroja, en quien aprendia las vueltas del
mundo espajfiol.
Fl Pais de la Selva, La Restauracion Nacionalista, Bla-
sén de Plata... Varios me apasionaban, me inquietaba al-
guno, todos me ensefiaban ideas y sucesos que estaba ansioso
de aprender. Cuando me sentia fatigado por la atencién dedica-
da a las obras mas nutridas de conceptos, serenaba los nervios
con las narraciones divagadoras de Zalacain el Aventurero,
El Laberinto de las Sirenas, Pilotos de altura, Juventud, ego-
Ril CARDIOL RIOLIHANS 19

latria. Sugestiva disparidad de escritores. Rojas muy ame-


ricano, muy argentino de tierra adentro, Baroja muy europeo,
muy espaniol del pais vascongado. Rojas, un gndstico fervoroso;
Baroja fluente en su agnosticismo; Rojas, un mistico; Baroja,
un escéptico; Rojas, un idealista; Baroja un racionalista. Rojas,
platonico; Baroja, aristotélico, si es que nos referimos a los dos
orbes capitales de la filosofia. Ricardo Rojas me ensefiaba a
creer y a crear; Pio Baroja me aconsejaba observar y dis-
cernir...

Por la libertad de Unamuno

Asi pasaron tres afios en que no volvi a ver al escritor


insigne. Producianse en Europa acontecimientos que nos in-
quietaban espiritual e intelectualmente. E] fascismo habia sur-
gido en Italia con una caricatura imperial, cuya farsa arrastr6,
sin embargo, a un pueblo enardecido de antemano por la gue-
rra, los discursos lirico-belicosos de Gabriel D’Annunzio, el
triunfo de Vittorio Veneto, la paz de Versalles, que no habian
producido, sin embargo, ninguna prosperidad a ese pais. El fu-
nesto ejemplo de Mussolini fue seguido por varios umitadores.
Con el viejo método del pronunciamiento militar, Miguel Primo
de Rivera se aduendé de Espafia y cuando el rey Victor Manuel
III visité6 a Madrid, en medio del boato de la Corte, el general
espafiol pudo decirle: “Io sono un piccolo Mussolini’. (Pala-
bras textuales.) No lo hubiera sido de no perseguir a la inteli-
gencia, segun el predilecto sistema de todos los dictadores. En
febrero de 1924 Unamuno estaba desterrado en la isla de Fuer-
teventura. Y fue Ricardo Rijas quien iniciéd en Buenos Aires la
protesta por tan violenta arbitrariedad. Con él estuvo toda la
juventud, que entonces atin amaba a la Libertad como a una
querida romantica. Veniamos detras del maestro por la calle
Florida hacia la Plaza San Martin, pero ya sabiamos que era
imposible realizar un mitin alli, al aire libre, bajo las estrellas,
junto a la estatua del Libertador —ningun otro amparo mas
excelso—, que ya comenzaban a envolver las sombras noctur-
nas, Entramos en el local del Circulo de la Prensa, ahi mismo
en Florida, que pronto resulté pequefio para albergar a todos
los manifestantes. Hubo que improvisar una tribuna para que
20 ALFREDO DE LA GUARDIA

Rojas se alzase sobre la concurrencia y pudiera ser oida su voz.


Trasladamos cuatro 0 cinco muchachos una mesa a uno de los
angulos de la sala, una silla sirvid de escalén y el autor de El
Pais de la Selva se irguiéd sobre el mar de cabezas, rodeado
por la especie de guardia juvenil formada en torno para apun-
talar al inseguro pedestal. Elevdbase alli la figura altiva del
poeta, oscura en su atavio, la melena despeinada, los ojos ful-
gentes, el ademan sereno para acallar los aplausos y los vitores.
Su mirada y su mano revelaban la emocién profunda que le
embargaba con la luz titilante y el temblor contenido. Un si-
lencio grave y hondo se extendié por el salén repleto. En la
calle bullia el gentio, procurando introducirse en la casa ates-
tada en portal, vestibulo, corredores, las dependencias todas.
La voz calida, de tan suave acento, modulada armoniosamente
al desarrollar el periodo oral, extendidse con el tono vibrante,
conmovido. Las primeras frases de Rojas se me quedaron gra-
badas-para siempre, porque ellas abrian una leccién que jamas
olvidé en mi vida: -
—Antes de venir aqui para hablaros, he recorrido con la
memoria mi obra entera, para que este discurso fuera una con-
secuencia de todo mi pensamiento...
Admirable y pura ensefianza ya de ese breve introito. En
ella se concentraba nitidamente el espiritu de aquel hombre,
que puede bien definirse en dos palabras: Libertad y Lealtad.
Libre en su mente y su corazén para vivir en la plenitud del
hombre, en su conocimiento y su conciencia; libre en el vuelo
de la creacién imaginativa y el poder de la razén edificadora;
libre para el desenvolvimiento del ser en todas sus facultades
y funciones —segun nos lo demuestra Spinoza—. Leal a los
principios fundamentales, fuentes del ser mismo, que debe de-
terminar, luego, la razon de ser; leal a la causa primigenia y
la ultima causa; leal a los valores supremos que se alzan hasta
la mas acendrada irrealidad, percibidos por la inteligencia,
pero mas atin por la intuicién superior del espiritu; leal en
cuanto a las categorias; leal en todo el proceder.
Rojas pronuncié un discurso gravido de conceptos sobre la
personalidad y la obra de Unamuno, Exaltése para exigir con
justicia la liberacién del prisionero sujeto a la roca por el en-
diosado prepotente, purgando el delito de llevar la luz de un
fuego intelectual a los hombres; pagando la culpa de esclarecer
RICARDO ROJAS o1

a sus compatriotas, que parecen destinados a vivir en cautivi-


dad, bajo una casi permanente tirania, a pesar de todos sus
sacrificios de sangre y de muerte. Porque la historia moderna
de Espafia es la relacién de las inmolaciones de un pueblo en
aras de una libertad que aparece siempre para él] como un ideal
malcanzable, imposible, negado por una fatalidad politica evi-
terna.
La manifestacién se dispersd, después, por la ciudad, alen-
tando un fervor puro, una idea levantada, una memoria en-
cendida en que se concentraban las figuras y los acontecimien-
tos de la Espafia medular, la nacida de sus concejos, sus muni-
Cipios, sus cortes medievales; la Espafia que habia hecho jurar
a Alfonso de Leén en Santa Gadea, —luego llamada del Cid—,
su inocencia antes de suceder al rey Sancho de Castilla; la Es-
pafia del Fuero Juzgo y los otros fueros regionales; la Espafia
de las Cortes, que podria rivalizar, sin su desdicha, con la feliz
Inglaterra de la Carta Magna; la Espafia de las Comunidades
castellanas, de las Germanias de Valencia, de las Irmandades de
Galicia; la Espafia verdaderamente esencial y tradicional, y no
la extranjera Espafia de los Austrias y de los Borbones. Era
aquella la Espafia que Ricardo Rojas habia conocido en su viaje
de 1907, donde habia encontrado la fuente de su sangre espa-
fiola mezclada con la india, como la de buen hijo e hijo de
algo, —hidalgo conquistador—; en la que habia hallado a sus
pares los poetas y los pensadores del 98, evocados tanto des-
pués en su Retablo Espanol.

Iniciacioén

En el silencio de las bibliotecas, en las horas nocturnas


del pequefio hogar materno, en los paseos solitarios leia pau-
sadamente las obras del maestro, a quien no podia seguir en
las aulas, pero a quien tenia presente en mis estudios autodi-
dacticos.
Recitaba mudamente los poemas de Rojas. No precisaba
yo, entonces, con exactitud si eran romanticos 0 simbélicos o
modernistas. Lo que me atraia en tales versos eran las imagenes
ardientes, el impetu de hacha o de proa para abrir picada en la
selva o surco en el mar de la vida, la glorificacién del espir'tn.
22 ALFREDO DE LA GUARDIA

Lector adolescente de la poesia modernista, no me conmovie-


ron nunca ni sus estilizaciones principescas ni su decadentismo
refinado, de artificiosa elegancia. Los huia en mis timidos y
ocultos tanteos liricos. Los extravagantes alardes de la vanguar-
dia de 1920 me dejaban indiferente: ultraismo y creacionismo;
no me gustaban ni Tritan Tzara ni André Salmon, ni Blaise
Cendrars, y menos todavia Drieu la Rochelle por un lado y
Paul Morand por el otro. El alud de miméticos me horrorizaba,
imitasen en Europa o en América; se entretuvieran aun con
los restos del modernismo, para copiar a Rubén Dario, o se
declarasen expresionistas para continuar a Ivan Goll. No pude
entender jamas cémo bajo el lema de Martin Fierro podian
agruparse escritores que ninguna relacidn demostraban con la
tierra y con el gaucho. Me parecia una incongruencia y asi se
lo manifestaba a algunos de ellos, que eran amigos mios. Y
otro tanto me ocurrié con el gruno de Boedo, preguntandome
qué parentesco podrian tener los ex hombres de Maximo Gorki
y los‘trabajadores del pais, tantos de*ellos laboriosos inmigran-
tes que Ilegaban dia a dia, a Buenos Aires con un poderoso
caudal de voluntad y optimismo. En el grupo martinfierrista
no habia rumbo exacto ni cohesién en contenido o continente;
el nucleo boedista, orientado con precision y mas homogéneo
mantenia una actitud mas literaria que real cuando pretendia
aproximar, no ya la estepa a la pampa, sino San Petesburgo a
Buenos Aires, que eran dos extremos espirituales y geograficos.
No fui ni soy, sin embargo, enemigo de las renovaciones
liricas, y siempre entendi que las fecundas surgian del seno
mismo de la tradicién en movimiento, de la evolucién natural
del genio de los pueblos, constantemente germinadores.
Lei La Victoria del Hombre, mensaje primero de un
poeta de veinte afios. Lo escuchaba en los versos que me pa-
recian mejores, como el soneto dedicado a los vientos:

Simoun o tempestad, soplo errabundo,


verbo grandioso, formidable empuje,
lleva en su voz el viento cuando mugé
todo el eterno diapasén del mundo:

como los ninros llora gemebundo,


o con la voz de los leones ruge;
RICARDO ROJAS 23

y si en la entrana de los montes cruje,


tiene la queja del dolor profundo;

en las cuerdas de hierro de una reja


vibra, y errantes milsicos semeja;
y cuando el mar a sus impulsos late,

remedan un combate sus rumores,


- y resuenan clarines y tambores
sobre el fragor lejano del combate.

La plasticidad, la sonoridad, las sugestiones, la técnica


exacta de este poema, compuesto a temprana edad, eran, a mi
juicio, de rara perfeccion.
Los Lises del Blasén no me cautivé de igual modo. El
estro era el propio de Ricardo Rojas en los mejores sonetos de-
dicados a Don Quijote y a Macbeth. Los juegos, los alardes bur-
lones y las divagaciones sentimentales no me conformaban en
cambio, porque si bien estaban en la corriente de la época en
que fueron escritos, habian caducado rdpidamente en mis lec-
turas. Me agrad6, en cambio, algun romance ingenuo y cris-
talino:

Yo tenia siete anos,


y acuclillado en medio
de aquella ronda otro era
el Lobito del cuento:
y mientras él roncaba
simulando su sueno,
tomados de la mano
los liricos pilluelos,
en circulo coreabamos
su estribillo burlesco:
Ay, qué lindo es pasar por aqut,
cuando el lobo esta durmiendo.

La Oda de las Banderas era la poesia civil que mejor


cuadraba con el tiempo en que fue escrita. Alentaba y con-
movia ese canto de convivencia entre todas las comunidades
en el ambito argentino, de solidaridad de las naciones, com-
94 ALFREDO DE LA GUARDIA

prensién de los pueblos, fraternidad humana en el mas amplio


y generoso sentido de la razén y el sentimiento. Y era, ade-
mas, tan decorativo que se veia pasar el desfile por la ancha
avenida ciudadana con el despliegue policromo de las ensefias
nacionales. La ‘‘Oda’’ sonaba como un himno a la unidad de
todos los hombres, a la patria comtn del mundo, donde caben
todos los paises como provincias caracterizadas de una Re-
publica universal, comenzando por la unidad de América. Alli
estaban todas las banderas.

jAl verlas juntas, la emocion heroica


me desbord6 del pecho en la onda santa!
Y ya no vi la dulce patria mia
por el mar y los Andes limitada:
mi patria fue la América fraterna,
desde la Patagonia al viejo Andhuac,
un solo continente, un solo ensueno,
un solo idioma y una sola casta;
vision tendida sobre las fronteras,
sin conquistas, ni crimenes, ni armas;
visidn que en el azul del cielo funde
la serena concordia de las almas.

Esta idea y esta emociOn me eran muy caras y han se-


guido inspirando conceptos y sensaciones parecidos cada vez
que encontré en los grandes libros el pensamiento de la her-
mandad de los pueblos sin trabas politicas, sin dogmas sociales,
pero también sin soslayos intencionados hacia la abstraccién y
hacia la utopia. Me llega siempre en la voz de los poetas mas
insignes: en la de Goethe, en la de Byron, en la de Hugo...
Por eso no participé nunca del recelo que despert6é en
algunos lectores La Restauracién Nacionalista. Ciertamente
hallé en aquellas paginas paragrafos que no aprobaba. Con
una sed de instruccién y de cultura, pero con escasos y pe-
quefios billetes de banco en el bolsillo, habia logrado alcanzar
alguna nocion de Kant, de Schopenhauer, de Nietzsche, de Kro-
potkin, de Gorki en cuadernillos que adquiria por veinte cen-
tavos en los quioscos de la Avenida de Mayo, al salir de la
redaccién. Rojas, refiriéndose indudablemente a los que di-
fundian las ideas de un Bakunin, de un Sorel acusaba a edi-
RICARDO ROJAS 95

tores avidos de esparcir un ‘‘innoble veneno, profusamente di-


fundido en libros baratos’’ con el fin de contaminar a ‘‘las
turbas ignaras y a la adolescencia impresionable’’. Mis amigos
y yo perteneciamos a esa adolescencia impresionable, no lo
dudo. Mas esos cuadernos nos eran utiles, pues no podiamos
comprar los gruesos volumenes de los sistemas filoséficos —por
otra parte, incomprensibles en su arida masa para nosotros, a
la sazon—; imposibilitados, asimismo, de asistir a las Facul-
tades por urgentes exigencias econdémicas; y empefiados, sin
embargo, en procurarnos conocimientos que nos permitiesen
ensanchar nuestro criterio, adquirir ideas generales, poseer una
incipiente cultura, aun cuando fuese fragmentariamente. Era-
mos a la vez maestros y alumnos, como lo son siempre los
autodidactos. No vacilabamos —aunque fuera ingenuamente—
en reprochar a Ricardo Rojas que considerase como una ‘‘abe-
rracion democratica’’ que ‘‘la obra de alta y peligrosa filosofia
circulase en volumenes econémicos’’. Esa idea significaba una
defensa de la censura por mas que pudiera ser dictada con una
limpia intencién. Llevada al extremo coincidia con el pre-
sunto riesgo de la ensefianza, de la lectura. El hombre que
aprende a leer puede y debe leerlo todo. Aun en los procesos
a la pretendida obscenidad, la historia literaria nos ensefia los
errores indignantes y risibles cometidos por los censores contra
algunos de los mas grandes novelistas del mundo.
Por momentos, Rojas se habia exacerbado; pero sabiamos
que su patriotismo era eminentemente pacifico, que su naciona-
lismo buscaba solo robustecer espiritualmente al pueblo argen-
tino, imprimirle homogeneidad, inspirarle el culto de su histo-
ria y su tradicién, advertir a quienes arriban a estas playas que
deben identificarse con la argentinidad —para emplear un vo-
cablo que pronto inventaria el maestro—, marcar las grandes
diferencias existentes entre el abigarrado cosmopolitismo, ga-
rrulo y superficial, y una fértil y concentrada universalidad en
el entendimiento y el amor de todas las razas, todas las religio-
nes, todos los seres humanos. Antes que a la colonia extranjera,
Rojas censuraba a la comunidad nacional. Presentaba “la diso-
ciacién de los viejos nucleos morales, la indiferencia para con
los negocios publicos, el olvido creciente de las tradiciones, la
corrupcién popular del idioma, el desconocimiento de nuestro
propio territorio, la falta de solidaridad nacional, el ansia de la
296 ALFREDO DE LA GUARDIA

riqueza sin escrupulos, el culto de las jerarquias mas innobles,


el desdén por las altas empresas, la falta de pasion en las luchas,
la venalidad del sufragio, la supersticién por los nombres ex6ti-
cos, el individualismo demoledor, el desprecio por los ideales
ajenos, la constante simulacién y Ja ironia canalla —cuanto
define la época actual— comprueban la necesidad de una reac-
cién poderosa en favor de la conciencia nacional y de las disci-
plinas civiles”. La cita es oportuna, pues si él marcaba, enton-
ces, la actualidad de tales conceptos, otro tanto debemos hacer
ahora, porque no pueden ser mas propios del presente. Esa es
una de las ensefianzas permanentes de su clara maestria.
Blasén de Plata vino a confirmar los conceptos noble-
mente humanos de Ricardo Rojas. Quienes habian creido por
error o conveniencia que La Restauracién Nacionalista, en
su esencia, era una prédica reaccionaria que podria ayudar a
sus bajos intereses, sufrieron una desilusién profunda. E] autor
expresaba en esos capitulos un sentimiento acendrado por todos
los niicleos formativos de la sohadawargentinidad, sin rechazo
alguno para los recién llegados que irian a fundirse con los
de la mas vieja cepa criolla.

Arquetipo

Nacido en una agreste region del pais, descendiente de gue-


rreros espafioles de la Conquista y con sangre india revelada por
el mismo color de su tez y algiin rasgo de su faz, Rojas sentia
el imperativo del primigenio espiritu hispano y el llamamiento
de la raza aborigen, fundidos en el crisol telurico, Era, pues, un
argentino arquetipico. Era una genuina expresién del pueblo
micial de este suelo, y no podia ver sin decepcion que se dilu-
yeran las virtudes —y, afiadiriamos, aun los defectos— de una
raza que habia realizado grandes proezas para fundar un foco
civilizador en estas remotas playas del mundo. Con una visién
mistica y mitica vio como un ara a la tierra y como un héroe
al hombre surgido de estas dos ramas humanas. Contemplaba
el alma argentina en aquella primera y limpida desnudez, den-
tro del templo euritmico y decorativo de las Indias, surgido del
oceano 1gnoto para que alli creciese una nueva vida del hombre
al cumplirse la redondez del planeta. Los indios, los espanioles,
RICARDO ROJAS 27

los criollos, los argentinos trazaban con sus pasos la trayectoria


exacta, formando el espiritu auténtico de una “nueva y gloriosa
nacion”. Pugna y edificacién admirable. Unos lucharon por
defender sus lugares nativos, intuyendo que se les despojaba
no solo de ellos, sino también de la existencia misma. Otros
pelearon para fundar sus nuevas ciudades, que, tan lejos de
su cuna solar, constituian como una anticipacion de otra patria
flamante, aunque todos jurasen por el Rey. Surgieron, luego,
los hijos de ambos agonistas para ir tomando conciencia de su
singularidad, a medias espafioles, a medias americanos. Después
aparecieron los que construyeron la nacionalidad con hazafias
donde el valor y el sacrificio, el entusiasmo y el ideal, iban
tallando el monumento de la original Republica. Aun cuando
también aqui ciertos comentadores intentaran subrayar diver-
gencias irreconciliables entre unos y otros grupos por la raza,
por la filosofia, por la politica, lo cierto es que todos habian
contribuido a la formacién nacional, no sdlo en pugna de estos
contra aquellos, sino en continuos entreveros dentro de su pro-
pio ambito: indios contra indios, espafioles contra espanioles,
criollos contra criollos, argentinos contra argentinos. El espiritu
se forjaba en la guerra como en la paz.
Pero corrientes deterministas —bien lo vemos nosotros—
imponen a los pueblos designios insospechados. Los pueblos
americanos se han formado con las aportaciones inmigratorias
al través de los tiempos, y no es dudoso que el continente ab-
sorbid una innumerable mayoria europea en sus extremos del
norte y del sur, mucho mas blancos que sus zonas centrales,
donde las razas aborigenes perduraron, mezclaronse intima-
mente, y, ademas, el negro prorrumpié con visible contraste.
Nueva York y Buenos Aires son dos ciudades sefieras que
marcan la hegemonia aria sobre todo otro nucleo racial hu-
mano. Sin duda, Rojas lo advertia, asimismo, y entendiendo
que era forzoso el cambio lento de las ingénitas caracteristicas,
lo que aconsejaba y con razon profunda era el, mantenimiento
del alma argentina. ‘“Nutramos nuestro espiritu con la savia
de nuestro suelo y de nuestra estirpe’” —-decia—. Mas aseve-
raba que ello no significaba un obstaculo para’la convivencia
de todos los habitantes de la Republica.
98 ALFREDO DE LA GUARDIA

“El Pais de la Selva”

Libro que me deleitaba era El Pais de la Selva, y \o


gloso aqui alterando la cronologia porque fue leido repetida-
mente y en varias épocas. El primer parrafo de la “Advertencia
preliminar” me gustaba tanto por la sugestién y la armonia, que
en el curso de muchos afios y aun hoy resuena en mis oidos:
“Tlamole Pais de la Selva a la region argentina que se extiende
desde la cuenca de los grandes rios hasta las primeras ondula-
ciones de la montafa”’.®
Las leyendas, los mitos autéctonos, el paisaje fulgente o
tenebroso, las figuras reales 0 fantasticas se levantaban con
alto relieve y audaz movimiento de los capitulos de este vo-
lumen preferido. La epopeya de la Conquista nos apasionaba
con su vasto despliegue decorativo, gran lienzo en sus colo-
res, poderoso en sus perfiles, sugestivo en sus contrastes de
luces y sombras. Las andanzas del viajero peregrino en su
propia tierra, descubriendo sus paisajes tupidos o desolados,
Jas selvas casi impenetrables, los Ilanos acogedores, los pue-
blos donde resonaban las guitarras, los valles desde cuyo fondo
misterioso llegaban las modulaciones de la quena, las cumbres
sobrevoladas por el condor. Algunas evocaciones movian a
ternura nuestros afios juveniles, y repetiamos las coplas pai-
sanas:
Quién me diera esos ojos,
Y esas pestanas,
Y esa boquita roja
Con que me enganas.
En el capitulo dedicado a los “Yaravies” hay una frase
que me enternecia a mi especialmente, enredado como estaba
en amorios primaverales. “Ella, por su parte, palideciéd de
nostalgia, ensombreciendo su antigua carita de siemprenovia’’.
Esta conjuncién en un solo vocablo de la palabra novia y la
palabra siempre era la expresién maravillosa de la felicidad.®

5 Este parrafo, en la voz de Ricardo Rojas, fue grabado en el disco de


Ollantay, inicial de la Discoteca Dramatica Documental que organicé
en el Instituto Nacional de Estudios de Teatro.
6 Curioso es que poetas de avanzada como Oliverio Girondo utilizaran
tantos afios después formulas como la de “montafiacaballo”, etc.
RICARDO ROJAS 99

Esa impresién se remataba, reiterando el breve didlogo:

—jNuritay!
—¢Me quieres?
—Si, viditay, si...

Opuestas a tales imagenes claras y sencillas eran las tor-


bas, las tétricas figuraciones de Zupay y sus formidables cria-
turas. La otra faz de la medalla romantica. Por allé embestia
el Toro-diablo, potente masa negra corneando al aire; ace-
chaba su presa carnal el Runauturunco, indio artero y tigre
voraz; la Mul’anima, blanca aparicién alada, trotando en el
viento, con la tentacién de su sexo y su pecado; volaba de ar-
bol en arbol la perversa silueta del Kakuy, lanzando su fi-
nebre gemido: “Turay!... Turay!... Turay!...”; desvane-
ciase en la penumbra como rayo lunar la Telesita, mitad men-
diga demoniaca, mitad virgen o hada bienhechora, furia y
euménide a un tiempo, envuelta en llamas y coronada por el
fulgor estelar. Y qué muchacho no amo y temid, a la vez,
los céncavos arcanos de la Salamanca, esa caverna que al
salir de la adolescencia atisbadora y timida, avida y medro-
Sa, es como una representacién de la vida atrayente y enig-
matica.
A las horas de esparcimiento con esta lectura, seguian
las horas de estudio. Alli estaba la Historia de la literatura
argentina con sus cuatro tomos ingentes —ocho volumenes
en la segunda edicién de Roldan, adquirida no sin esfuerzo—.
Era como echarse de cabeza al mar de aquellas cuatro mil
y tantas paginas. Habiamos leido elogios y censuras acerca
de la obra inmensa, que se imponia, ante todo, al respeto
sélo ya por la acumulacién, ordenamiento y exposicién de
los materiales reunidos con tal empefio. No sabiamos, enton-
ces, si tenian razon los que afirmaban o quienes negaban. El
tiempo nos vino a demostrar los valores perdurables de ese
trabajo en todos sus érdenes, que sigue vigente a pesar de las
reservas que puedan formularse. A la “Historia” de Ricardo
Rojas continua acudiéndose, pues, en busca de la informa-
cién, el dato, la apreciacion seria, el detalle exacto.
De aquella enorme obra nacié la sintesis de Eurindia,
plena de aciertos en el enfoque total y la orientacién artistica,
30 ALFREDO DE LA GUARDIA

y que en aquel momento me atrajo especialmente por la opo-


sicién entre los antiguos y los modernos. Me abria un pano-
rama amplio y detallado que ignoraba absolutamente y por
cuyas sendas entré con la fruicién de quien desea aprender
lo que no sabe. “‘Los ritmos historicos”, me apasionaron, pero
las reflexiones que me provocd esa lectura quedaron para
tiempo muy posterior. No pasé en aquella época a otras obras
de Ricardo Rojas, atraido desordenadamente por libros nume-
rosos, segiin suele ocurrir en la primera juventud.

Homenajes
~™“S

En 1923 se realiz6 un homenaje al maestro con motivo


de haber recibido el Gran Premio Nacional de Letras, que
instituyo el Congreso como recompensa extraordinaria para
la Historia de la literatura argentina. Alli, entre discursos
y brindis, resonaron los versos lozands y laudatorios de Leo-
poldo Lugones:

Ricardo Rojas,
Justo es que ya
Feliz recojas
Las rosas rojas,
Las frescas hojas
Que el lauro da.
©)ke: kon ot-ankw'ng! 10, “epe) (6. 6) el eam e

Amigo nuestro,
Sabio y maestro,
Deja que mi estro
Te alabe aqui.
Y sin congojas,
Ni paradojas,
Ni musas cojas,
Ni nada asi;
jMas rosas rojas!
jMas frescas hojas!
Ricardo Rojas,
Brindo por ti.
RICARDO ROJAS Sil

Alfonsina Storni improvisé sobre el mantel un soneto:


Si de lejanos tiempos fuérais el vencedor,
acaso, yo perdida en la turba anhelante,
apostada por ver al que pasa triunfante,
fuera la blanca mano que os lanzara una flor...
Ezequiel Martinez Estrada también recité su poema:
Es una fiesta pura donde por un momento
con la ley pitagorica que mueve el firmamento
se equilibran las libres fuerzas del pensamiento.. .

Carlos Schaefer Gallo evocé la vieja carreta santiaguefia


cargada de sonko-bola, kiskaloro, kellucisa, patay, chipaco y
otros productos de la tierra nativa. Raquel Adler cerré las
loas con un soneto propio:
Llevas, Ricardo Rojas, en tu honda mirada
La esencia de tu raza, la soberbia vision...

Rojas continud su labor incesante. En aquellos veinte


afios transcurridos desde la aparicién de La Victoria del
Hombre habia cumplido una obra que otros no alcanzan a
realizar en una larga existencia. Volimenes cuantiosos, fo-
lletos, articulos, conferencias, una tarea docemte cotidiana en
la Universidad Nacional de La Plata, en cuyo claustro lo
habia introducido Joaquin V. Gonzalez, la fundacién de la
catedra de literatura argentina en la Facultad de Filosofia
y Letras de Buenos Aires. El doctorado honoris causa, el de-
canato, el rectorado de la Universidad portena marcaron otros
jalones en la fecunda labor del maestro, Tiempo después, en
1928, al cumplirse un cuarto de siglo de produccion literaria,
le fue ofrecido un nuevo tributo de la admiracién del pais,
debido a quien tanto habia hecho por el estudio de la argen-
tinidad en sus 6rdenes espirituales e intelectuales.

Sacrificio civil
No tardaria en convulsionarse la Republica. Al retornar
Hipdlito Yrigoyen al poder la estabilidad constitucional fue
amenazada casi hora por hora. Por todas partes se percibia
39 ALFREDO DE LA GUARDIA

que podia terminar de un dia para otro un largo periodo de


paz interior, de progreso en todos los niveles de la vida na-
cional. Y, efectivamente, se produjo el golpe de Estado del 6
de setiembre de 1930. El liberalismo argentino conmovidse.
Un partido podria haber dejado el gobierno a otro por medio
de las urnas con el sufragio universal y el voto secreto de la
Ley Saenz Pefia, y nadie se hubiese alzado contra el escru-
tinio de las elecciones por mds que no estuviesen, todavia,
limpias de violencias y fraudes. Pero la intromisién armada,
los méviles ocultos y pronto descubiertos que animaron la ac-
cién determinaban un retroceso indisimulable en la via de-
mocratica y constitucional del pais. No se trataba de una
revolucién, sino de un movimiento-contrario a la evolucién
pacifica y legal de-la Republica.
Ricardo Rojas fue de los primeros que lo entendieron
asi, aun alejado como estaba de la politica militante, y volviéd
a dar un alto ejemplo. Hasta entonces habia impartido su
enseftanza en la tarea intelectual, lasesfera literaria y docen-
te; ahora la ofreceria en la conducta ciudadana. Hasta esa hora
habia seguido rectamente su vocacién indeclinable; desde ese
momento debié, sin duda, violentarla o aminorar, cuando
menos, sus dictados para acudir al lugar de peligro. Las na-
Ciones corren mas riesgos que los propios de su desenvolvi-
miento azaroso, por la repugnancia o la indiferencia de su
clase intelectual a mezclarse en la politica partidaria. Son
escrupulos legitimos. Un poeta no tiene su sitio propio en el
Comité. Su libérrimo pensamiento, su independencia de ac-
titud, le impiden sujetarse a una disciplina que suele cambiar
con las circunstancias, las oportunidades, y transigir con las
combinaciones y las componendas. Sus ideas no pueden amol-
darse, no ya a las exigencias de una Mesa Directiva, sino ni
siquiera al programa de una Convencion. Rojas hizo, enton-
ces, este sacrificio, y lo cumplid con un ademan quijotesco, el
de ayudar a deshacer un entuerto, socorrer personalmente al
vencido sin justicia.
La consecuencia era previsible, El poeta representa siem-
pre al espiritu en las batallas politicas y sociales. Su perso-
nalidad y su obra atraen la hostilidad del adversario, que in-
tuye en él a su verdadero enemigo. El opositor de hoy puede
ser el oficialista de mafiana y el cambio de favores o condes-
RICARDO ROJAS 33

cendencias suele ser frecuente, entra en las condiciones de la


liza. Pero el poeta —cuando lo es en verdad— tiene una voz
mas alta, mas audible, mas respetable, mas largamente pro-
yectada en los ambitos exteriores. De ahi, que sea perseguido
en todas las latitudes si se atreve a enfrentar al despotismo, el
avasallamiento, en nombre de los supremos valores humanos:
la libertad y la justicia. Ricardo Rojas debia ser desterrado
para cumplir plenamente el destino de poeta. Con otros corre-
ligionarios y en medio de un conato de revolucién, fue dete-
nido y confinado en Martin Garcia, primero, en la Tierra
del Fuego, después (diciembre de 1933), y alli permanecié
medio ano, trabajando como era su costumbre. Entonces es-
cribia acerca de ese destierro:
“Constituido el Estado, crei que a nuestra patria le res-
taba formar un pueblo, y ésta era una empresa de educacién.
Sin embargo, ultimamente, vi quebrarse nuestras institucio-
nes, y consideré deber ineludible sacrificar mi paz intelectual
para defender la ciudadania. En esa lucha he caido en poder
de la arbitrariedad: sin justificaciédn ni proceso, he sido con-
finado en Ushuaia, la poblacién mas austral del globo”’.*
Ahincado en la tierra, que aun en tales circunstancias
sentia tan maternal en el sur como en el norte, escribié ensa-
yos y poemas. E] ocedno, entendido también como inspirador
de su obra, le dicté su mayor composicidn lirica. Asi, con-
templaba la tempestad, mirando la marejada y observando su
resonancia espiritual:

Como en el fondo de la vida ruedan


esas Olas del alma que remedan
torrentes, cataratas, mar, espumas.®

Para los jévenes fue aquella otra gran leccién de Ricardo


Rojas, que luego leimos en la prosa de Archipiélago y en
los tercetos austeros de El Albatros. Entonces le escribi al
maestro una carta en que le decia que su estro se levantaba
desde el puiio modesto y férreo de Almafuerte hasta la sien
laureada de Dante.

7 Prélogo a Cervantes.
8 “Tas Olas” - La Victoria del Hombre.
34 ALFREDO DE LA GUARDIA

Preso aqui de las armas que perjuran;


Entre los hielos de este mar proscrito,
Con los amores que la ausencia apuran,
Vuelvo los ojos a mi Patria y grito:
Yo soy aquel que antano te cantaba
Y el amor que te di fue mi delito.. .*

Asi como se elevé la voz de Rojas contra la prisién de


Unamuno, de igual manera la intelectualidad de Espana pro-
test6 por la cautividad del escritor argentino. Mi reaccion fue
la misma de Don Ricardo: afiliarme a un partido de cuyos
jefes —y de cuyas maniobras preelectorales— pronto me
decepcioné. Los veia encaminados hacia una accién de mero
gabinete en lugar de salir a las plazas y a los campos, a fin
de crear una conciencia social, revolucionaria y humanista a
la vez, sin violencias y sin demagogias, que hubiese encau-
zado legalmente al proletariado argentino, y hubiera hecho
imposible la sumisién a la tirania. ~
Ricardo Rojas persistid en su labor politica, procurando
dar al partido a que pertenecia un hondo contenido filosdéfico
y cultural, abriéndole perspectivas hacia el futuro. La ma-
quinaria gubernamental funcioné tan dura como falsamente,
y la oposicién tedérica se estrellé contra la fuerza y contra el
dolo. Su optimismo, la energética inspiradora de sus obras
iniciales, su acendrado amor a la patria, la pasién de servir y
fecundar impusieron a Rojas mantenerse en el puesto que
se habia destinado y al que le llevaron los acontecimientos, No
perdié intelectualmente ese decenio de prédica y esperanza
civicas. Escribid otros libros, pronuncid discursos, dicid lec-
ciones hasta que se retiré de la cdtedra sin abandonar nunca
su condicién magistral; compuso dos otras teatrales.

Estreno de “Ollantay”

Hacia algin tiempo que yo no veia a Ricardo Rojas


cuando se anunciéd en el Teatro Nacional de Comedia el es-
treno de Ollantay para el dia 28 de julio de 1939, y con

9 El Albatros: Tercetos XVI y XVII.


RICARDO ROJAS 35

alguna anticipacién la secretaria general de La WNacion,


donde habia ingresado como critico dramatico cinco afios an-
tes, me encargo la crénica de ese espectaculo. El tema, con
sus remotos antecedentes, los estudios realizados sobre la le-
yenda y el drama primigenio, entre ellos los de Mitre, la ca-
tegoria intelectual del autor, la importancia escénica de esa
representacion, me indujeron a munirme de los documentos
necesarios para abordar trabajo tan significativo. Pasé largas
horas en la Biblioteca Nacional consultando todo el material
disponible, tomando numerosas notas de libros histéricos, et-
nograficos, estéticos, textos originales, copias, etc., para re-
construir la época en que se desarrolla la “‘tragedia de los
Andes”. Fui a visitar a Rojas para decirle con satisfaccién
que tenia a mi cargo la critica de Ollantay, y eso sirvid
para evocar nuestra primera entrevista. No disimularé que
sentia un intimo orgullo por haber llegado a una situacién
que me permitia juzgar —-aunque fuera en volandera resefia
critica— una obra del maestro ilustre.
Ollantay obtuvo un éxito brillante. Al dia siguiente de
aparecer mi trabajo en La Nacion del 29 de julio de aquel
ano, Ricardo Rojas —-cuyos recuerdos de redactor del diario
estaban siempre frescos— llegé a la imprenta de Mitre, para
agradecer la crénica. No tuve la buena fortuna de estar pre-
sente en esa ocasion; pero a los dos dias encontré a Rojas en
un corredor del Teatro Cervantes. Me abrazo efusivamente y
apenas pude contener la emocidén, porque ese rasgo del maes-
tro era para mi consagratorio. Me pregunté que deseaba re-
cibir como prueba de estimacion. “Un ejemplar de Ollantay
dedicado” —le respondi. Es el que guardo en mi biblioteca
como un blasén intelectual, testimonio de que uno no ha
trabajado inutilmente en el oficio a que consagr6 toda su vida.
Desde aquella fecha estuve con frecuencia en comuni-
cacién con Ricardo Rojas. Fernando Lizarralde y yo le visi-
tabamos una vez al mes y el escritor platense gastaba siempre
la misma broma a la persona que nos abria la puerta: “Diga
usted a don Ricardo que estan los doctores Ollantay...”. Ro-
jas sabia asi que llegaban los dos discipulos, tan interesados
en verle y escucharlo.
En 1947 organizése por disposicién de la UNESCO un
consejo argentino, que, con otros de los diversos paises del
36 ALFREDO DE LA GUARDIA

mundo, crearia el Teatro de las Naciones, dependientes de un


Consejo Directivo Central, residente en Nueva York. Presi-
dia ese organismo nacional el dramaturgo Samuel Eichelbaum
y éramos miembros del mismo la actriz Milagros de la Vega,
el director y autor Armando Discépolo y yo. Pensé que la
Argentina debia contribuir con una obra valiosa a formar el
repertorio de aquel Teatro mundial, y me dirigi, en seguida,
a Ricardo Rojas entendiendo que un nuevo poema suyo cons-
tituiria un exponente artistico y representativo de alta je-
rarquia nacional. Rojas preferia que tradujesen Ollantay para
el caso.
Renové la iniciativa de llevar Ollantay al extranjero,
estando en Paris en 1956, y concurriendo al Teatro de las
Naciones, por donde desfilaban las mejores compafiias dra-
maticas del mundo. Con este propdsito escribi a Antonio Pagés
Larraya, Director General de Radiodifusidn, entonces, con
quien me comunicaba frecuentemente, a raiz de la primera
audicién radiofonica de la tragedia de Rojas, para la que re-
dacté un proélogo. Pero el propdsito no pudo cumplirse a la
sazon, estando aun reciente el movimiento revolucionario del
16 de setiembre y el pais todavia agitado por sus conse-
cuencias.

Bajo la tirania

Tornemos a 1940. Ricardo Rojas no habia cesado en su


actividad politica. Su verbo, siempre encendido, siempre ex-
presado en periodos rotundos, volvia a levantarse con elo-
cuencia y desinteresado fervor. Si las conspiraciones, si el
movimiento revolucionario de Entre Rios, fracasado pronto,
no conmovieron al gobierno que habia resucitado al Régimen,
menos habian de inquietarle las oraciones de un poeta, que
aceptando las circunstancias y los modos politicos de Ja hora,
pensaba en un estado superior de la Republica. No tardé en
surgir la dictadura, apenas oculta por un dia en que se pro-
clamé el pronunciamiento como una accion destinada a ter-
munar con los fraudes electorales y a restaurar la libertad po-
pular. Era un engafio evidente. El despotismo se pertilé, en
seguida, y sus consecuencias se prolongaron durante mas de
RICARDO ROJAS 37

un decenio funesto, Ricardo Rojas se rebelé, como sabemos,


y parecia rubricar valerosamente con su conducta aquella
frase de Los Proscriptos (pag. 1002): “(Cuando todo un pueblo
cae en la abyeccién, se hace mas ineludible la protesta de los
elegidos”’.
Pero hubo una incierta posibilidad de restituir la Cons-
titucién a su imperio. Candidato a senador por la Capital en
las elecciones generales del 46, vio como la ignorancia de los
mas y el encono o los intereses de los equivocos y equivoca-
dos nacionalistas y catélicos acumulaban sus votos en las ur-
nas del oponente. Transcurririan diez afios de la mayor de-
cepcion. E] pueblo, aquel pueblo a quien él habia ennoblecido
con el blasén de plata, sumiase en un delirio de alabanzas
absurdas 0 provechosas, y apuntalaba al déspota. Pero eso
podia ser sdlo un desvio pasajero, la desorientacién de una
gente necesitada de mas pan y mejor justicia.
Mucho mas dolorosas fueron para Ricardo Rojas la sole-
dad de su casa colonial, la interrupcién de las publicaciones
de sus obras completas por editoriales temerosas de incurrir
en el enojo oficial, las medidas tomadas para que sus libros
no fueran traducidos al italiano, la ausencia de tantos amigos.
Sélo algunos colaboradores, como Angel Guido y Gilardo Gi-
Jardi; algunos exdiscipulos y continuadores, como Antonio
Pagés Larraya e Ismael Moya, no muchos mas, llegaban has-
ta la casa de la calle Charcas 2857, edificada gracias al Pre-
mio Nacional de Letras. Y no pocos de los que se congregaron
a su alrededor en fiestas y banquetes, cuando la adjudicacion
de aquella alta recompensa antafio, cuando la entrega del
Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, aun
reciente (1945), se habian alejado de su residencia. Muchos
continuaban la caduca letania de la retdrica, del floripondio,
la indianidad, el profetismo, aludiendo con sonrisa torcida al
fantasmén. Ya no se leian sus libros, y un gesto de soslayo
aparecia en los rostros de algunos pedantes, que lo conde-
naban sin méritos para ello, y de no pocos incultos que ja-
mas habian visto las tapas de sus volumenes.. .
Habia renunciado a su catedra en los primeros meses
de la dictadura y eso le habia apartado de la juventud en
quien siempre cifré sus esperanzas, los anhelos de una patria
cada dia mejor. Ese fue uno de sus ejemplos, que muchos
38 ALFREDO DE LA GUARDIA

seguimos entonces o poco después, al comprobar que ya no


habia libertad para impartir la ensefianza. “Hay que obtener
las cAtedras por el saber, pero hay que tener el valor de de-
jarlas por dignidad”’.’°
Era como si hubieran comenzado las despedidas mas do-
lorosas de su existencia.

Ultima entrevista

E] fin se acercaba. Un dia lo presenti muy proximo.


Habiamos traspasado el ancho portal de la casa de la
calle Charcas, retrato portefio de la mansién solariega de Tu-
cuman, la de la Jura gloriosa. Una emocién intima me em-
bargaba siempre que pasaba por debajo de aquel dintel pétreo
y miraba el patio con plantas y flores que abre enfrente su
ancho cuadrado luminoso. Ricardo Rojas habia cantado en
sencillos versos a su hogar “‘nortefio cardén arraigado en la
humedad bonaerense”’, y cada vez recordaba ese poema suyo:

Y un silencio secular
se encierra tras los canceles

Jazmin del pais perfuma


el aire cuando anochece.

A la izquierda ya comenzaba la biblioteca en una pieza


donde se amontonaban los libros recién Ilegados, a la espera
de su colocacién definitiva en los anaqueles. Por el corredor
oscuro llegabamos, como siempre, al saloncito rojo. Retratos,
cuadros, dibujos, imagenes formaban un conjunto abigarrado.
Era aquella una estancia que guardaba el aspecto y el am-
biente de los comienzos del siglo. Reinaban alli el silencio y

10 La renuncia fue aceptada el 2-XII-1946. Unos afios antes habia


dicho: ‘Si tuviera que recomenzar tomaria el mismo camino, y si me pre-
guntaran cuales son las satisfacciones que la catedra universitaria me ha
dado, no contestaria con lo de haber sido consejero, decano 0 rector (aunque
estoy contento de ello), sino con el haber contribuido a formar algunos
hombres utiles y el haber sido amado de mis discipulos”. Cita de A. Pagés
Larraya,
RICARDO ROJAS 39

la serenidad. Por el ventanal se veia el paso a las dependen-


Cias interiores. Por él o bien descendiendo la escalera se pre-
sentaba don Ricardo con paso, ahora, lento, pero siempre er-
guido, la cabeza enhiesta, la melena rala y desflecada de va-
porosa ceniza, la sonrisa acogedora y benévola, y la mirada
algo estrabica y atenta.
Miraba yo aquellos ojos, que habian sido tan luminosos y
penetrantes, agrandados por los gruesos cristales de unas ga-
fas, destinados a aminorar las insuficiencias producidas por
la vejez. Todavia brillaba en sus pupilas el espiritu ardoroso
de otro tiempo y zizagueaba en ellas una afectuosa broma,
que rubricaba la frase cordial. Mi hermano Ernesto habia
deseado acompafiarme en esa visita. Hacia largos afios que él
no veia a Ricardo Rojas, alguna entrevista fugaz después de
las conferencias de 1913 sobre “‘Parsifal”. Rojas celebré el en-
cuentro y como mi hermano, por diferencia de edad conmi-
go —era de la suya— habria podido ser mi padre, nos dirigidé
una pregunta sonriente:
—Cual de los dos es mas joven? —dijo, mientras me
guinaba un ojo.
Rojas y Ernesto padecian ambos semejante dolencia del
corazon. Nuestro andar hacia la casa de la calle Charcas ha-
bia sido muy lento, con altos fatigosos. E] maestro hacia pau-
sas parecidas en el curso de la conversaciéu, que los médicos
le median al prescribirle cortas visitas de los amigos. Sentia
yo la sensacién indefinible de que aquellos dos hombres se
despedian en un didlogo de recuerdos juveniles, de ideas coin-
cidentes, de aficiones comunes, la poética mitologia ndérdica,
el idilio heroico de Sigmundo, la predestinacién de Sigfrido,
la sublimacién de Brunhilda, los leit-motivs de la musica.
Apenas si atendia yo, en un silencio reconcentrado, a lo que
se decian en esa entrevista, postrera, en aquella ultima co-
municacion personal: los presentia como mas alla de la vida...
El gabinete rojo, de muebles antiguos, de sofa de tres cuerpos
y sillones con respaldos arqueados, cuyo tapizado de seda iba
rasgandose por el uso, me parecia un espacio irreal bajo la
luz tamizada de las viejas l4mparas. Oia unicamente el sonido
de las voces con sus diferentes acentos, con sus particulares
modulaciones. Entendia, si, que, luego de las evocaciones de
juventud, la conversacién trataba temas actuales y que los
40 ALFREDO DE LA GUARDIA

tonos habian bajado mas su discreta tesitura. No era sdlo la


sombra de la muerte la que cruzaba por aquellos dos espi-
ritus. Una angustia varonil los atormentaba por los sucesos
del mundo, por el estado de la nacién. Habia pasado el largo
periodo de la tirania —doce afios que frustaron tantas posi-
bilidades de nuestra intelectualidad—, se acercaba el fin del
gobierno transitorio de la Revolucién libertadora. Era el oca-
so de una tarde de abril de 1957, y el otofo cubria la ciudad
de nubes grises. La oscuridad avanzaba velozmente. Aquellos
hombres parecian hablarse como dos antiguos estoicos de la
era de la Republica en decadencia o del Imperio convulsio-
nado por césares y legionarios. Un pesimismo sereno regia
sus ideas. .s
La voz de Don Ricardo alzdése de pronto, sin perder la
mesura. Escuché mas agudamente. Decia que la Argentina
habia sido invencion de los poetas. Desde los mismos dias de
Mayo, los hombres idealistas, fervorosos, imaginativos, €picos,
liricos o dramaticos, habian erigido eSte monumento espiritual
que es la patria sobre las construcciones materiales.
—En tales dias, cuando Buenos Aires era un poblanchén,
ni siquiera la gran aldea de mediados de siglo, con tan escasos
habitantes, tan nuevo y débil Estado, tan inseguro presente,
porvenir tan incierto, en que todavia era casi una colonia as-
pirante a nacion, aparecieron grabados en la Pirdmide y el Ca-
bildo los versos famosos:

Calle Esparta su virtud,


Su grandeza calle Roma,
Silencio, que al mundo asoma
La gran capital del Sud.

_ —Quien escribid esa cuarteta era un sofiador —decia


Rojas—. ¢¥ no lo fue Lépez y Planes al componer el Himno?
Poesia surgente del amor patridtico de cuya altura y desinte-
res dio tantas pruebas su autor, no por eso era menos des-
mesuradamente metaférica. ;Donde estaban el rendida ledn,
la pestifera hiel, los tigres sedientos de sangre? Eran hipérbo-
les, propias de la retérica del tiempo, imagenes de un poeta
destinado a dar perenne pensamiento a la musica de Parera,
con una cancién que conmoviese gloriosamente los corazones.
RICARDO ROJAS 44

Ese es el designio de la poesia civil. Si, desde entonces cudntos


hemos hecho poesia configurando esta querida tierra, esta pa-
tria, que no siempre ha respondido en sus esencias y sus
normas a las concepciones mas ideales...
Advertiamos una desilusién en los anhelos y los ensue-
nos del poeta que, por encima de la letra estricta, habia sido
siempre y en toda su obra multiple y densa Ricardo Rojas. A
él le dolia la Argentina “en el cogollo del corazén” —segun
le doli6 a Unamuno su Espaitia—. Habia padecido opresiones
y persecuciones, estaba agotado fisicamente, aunque su espi-
ritu brillase como antafio, todavia en la plenitud de su talen-
to y permanecieran intactas, asimismo, sus reservas morales.
Cuando el Gobierno revolucionario le ofreciéd la Embajada en
el Peri no pudo aceptar una tarea que significaria incomo-
didades de traslado y esfuerzos de labor cotidiana. Permane-
cia recondito en su casa colonial. Ya habia fracasado la soli-
citud enviada a Suecia para que se considerase a Ricardo Ro-
Jas merecedor del Premio Nobel de Literatura. Una parte de
la generacién posterior fingia olvidar sus valores, La juven-
tud, en general, los ignoraba. Escribia aun y su concepto del
cristianismo se volvia a reflejar en el estudio de Santa Te-
resa de Avila; pero la inactividad, el encierro le producian
desazon. Reiteraba el sentido de su vida: sonar, pensar, per-
manecer alerta, combatir por las causas justas, y siempre con
medidas de razén, benevolencia, serenidad. Sentia a la patria,
y también al Universo. Era un argentino fervoroso y frater-
nal con todos los ciudadanos del mundo. No le llegaba, sin
embargo mas que esporadicamente, el reconocimiento mere-
cido en tan elevada mensura. Advertiamos en sus frases una
intima decepcién, no por vanidad alguna, menos por resen-
timiento, que no albergé jamas en su alma, sino porque no
veia al pais, a la Republica, en la senda gloriosa concebida
por él y los otros poetas edificadores, los Moreno, los Eche-
verria, los Alberdi, los Sarmiento... Unas palabras dolorosas
se le escaparon, entonces, cuando terminaba la entrevista:
—Esto no es un pueblo; es una poblacion...
“Moria por la patria”.1! Veiase, literalmente, que pade-

11 Con tristes variaciones repetia


; el mismo
; concepto.a Antonio Pagés
a
Larraya relaté, en Imagen de Ricardo Rojas, que le dijo en 1955: “Yo
42 ALFREDO DE LA GUARDIA

cia los males sufridos por la nacion: el fracaso de tantas ideas


de progreso; el rebajamiento de un espiritu que él perfilo tan
alto; la politica perdiéndose en intereses mezquinos, ambi-
ciones espurias, desequilibrios y violencias; las costumbres
acuciadas por el apetito del lucro, del placer mas vano, de los
goces mas bajunos; la liquidacién de los valores tradicionales
de la estirpe. Muchas veces, me habia parecido esta vida como
una tombola en que los méritos nada cuentan y solo vale la
buena suerte de poseer el numero premiado. Me habia repro-
chado alguna vez que yo definiese con sarcasmo al pais como
‘Ja perfecta democracia” en que, a cada aurora, todos los ha-
bitantes amanecen iguales y son medidos por el mismo ra-
sero, sin que valga para nada una labor cumplida, una con-
ducta probada, un triunfo legitimamente obtenido. Rojas venia
a confirmar en aquella conversaciOn mis opimiones ocultas 0
soslayadas para no herir la susceptibilidad de ciertos interlo-
cutores. La factoria que, por momentos, se me aparecia en el
ambito de la ciudad, afirmdbase en las palabras del maestro.
Vinieron a mi memoria los versos de El Albatros:
Buenos Aires, que fue la Ciudad Santa—
Sobria en la casa, y en la lid, serera—
¢éPor qué su frente al Sol hoy no levanta?
Bulliciosa de gente pasajera,
Plaza de feria, gran hostal de orgia,
Donde se hace mantel de su bandera. ..'

La voz declinaba por instantes, entorndbanse los parpa-


dos tras los cristales épticos, a la luz matizada que dejaba el
saloncito rojo en un vago claro oscuro, como situado mas alla
de la circunstancia real, un incierto limite entre la vida y la
muerte. Era como si la muerte, en efecto, estuviera presente
en aquel lugar y aquella hora, porque esos dos hombres mo-
ririan en el transcurso de escasos meses. Acentudbase el aire
y el tono de la despedida, y yo me sentia angustiado, un poco
culpable, a pesar de mi pena reservada, porque la diferencia

no tuve patria sino como ilusién para el futuro”. Y agrega: “No se resig-
naba a la sima engafiosa en que habia caido su pueblo”.
12 Tercetos LVIII y LIX.
RICARDO ROJAS 43

de afios y de salud me permitia esperar que sobreviviria a


ambos. Por fin llegé el minuto de silencio que marcé el dis-
creto adids. Cuando saliamos hacia la calle, Don Ricardo que-
dé erguido en el umbral, la silueta oscura bajo la melena
blanca y Ja frente iluminada por un claror de luna tempra-
nera. Viéndole asi, recordé otros versos de El Albatros:

En tercetos como ésios, aquel dia,


Me imaginé sobre un penon ignoto,
Después de andar en larga travesia—

De cara al mar, con el vestido roto,


Llagado el pie y el labaro raido,—
Tenaz cruzado de un ideal remoto...*°

Hacia ese Ideal pronto se alzo su gran espiritu.

18 Tercetos XLII y XLIII.


Il

LA POESiA LIRICA
POEMAS VARIOS

“La Victoria del Hombre”

A LAS IMPRESIONES DE LAS PRIMERAS LECTURAS ANOTADAS


en las paginas precedentes, agregaremos, para comenzar el
presente estudio un examen de la poesia lirica de Ricardo Ro-
jas, formulado ya con mas detenimiento, con mas precision.
Contribuira esta critica de los poemas compuestos para el libro
al mejor conocimiento de los poemas compuestos para el tea-
tro. Recordemos que el espiritu de Rojas sella toda su creacién
intelectual, desde los volumenes iniciales hasta las obras de
su ultima labor, y que los versos aparecen en aquéllos y en
éstas, sean destinados a la lectura, sean destinados a la decla-
macion dramatica.
La Victoria del Hombre (1903) dio a conocer en Bue-
nos Aires al joven poeta —apenas cumplidos los veinte ahos—,
que venia de Tucuman y de Santiago del Estero.
La primera observacion que podia formularse acerca de
esos poemas era que se sustentaban del pensamiento y no de
la emocion. Las poesias liricas primigenias, desde hacia un siglo
por lo menos, venian a ser confidencia sentimental, ingenua
introspeccién, lamento por la mala fortuna amorosa, precoz
pesimismo ante un mundo hostil o incomprensivo. Y, también
durante otra media centuria, por lo menos, esa fue la tonica
general de los primeros libros de poesias.
48 ALFREDO DE LA GUARDIA

La Victoria del Hombre era de muy diferente inspira-


cidn, si se nos permite la palabra. Tan juvenil bardo desechaba
las confesiones cordiales... Por lo contrario, habia concebido
su poema como una exaltacién de sus ideas y era evidente
que las apoyaba en una cultura muy amplia para su poca
edad, y en una técnica muy segura para su primer ensayo
formal de poesia. Aparecia el volumen en una época en que
privaba la literatura como ejercicio estético. Aun no se habian
desvanecido las maneras y las influencias de la generacién del
80 —aficiones mas que vocaciones literarias—, cuando habia
irrumpido el influjo arrollador del modernismo. Rubén Dario
alcanzaba el pinaculo de su fama, y desde Chile hasta Espafia
introducia su modo revolucionario en.contenidos y continen-
tes. Ya se adelantaba una corte de discipulos —tantos imita-
dores insustanciales—, y no era facil, entonces, entender
otra poesia que no fuera la del personalisimo vate nicara-
giiense. En La Victoria del Hombre no se advertia rastro
de esta nueva tendencia avasalladora en todo el ambito li-
rico de nuestra lengua.
éDe donde procedia, pues? El joven poeta debia de tener
algunos maestros, ciertamente. No era dificil semalar que se
insinuaba en esos versos la constante romantica; pero era
la del romanticismo heroico y no Ja del romanticismo senti-
mental. Era la del romanticismo de la mejor poesia comba-
tiente de Lord Byron, que habia tenido seguidores épicos en
el curso de los primeros decenios del siglo x1x, cuando los poe-
tas empunaron la espada al mismo tiempo que la pluma, para
intervenir en las revoluciones liberales, desde Madrid hasta
San Petesburgo.
Esta influencia byroniana, que no ha sido observada hasta
ahora, ya se percibe en el soneto “La Esperanza” Hope/
Hope! Hope!, frase del autor de Childe Harold descono-
cida por casi todos sus criticos y lectores, confundides siempre
por el auge de “El Giaur”, “El Corsario”, “Lara” y otras
poesias selectas, mal seleccionadas... También podia esbo-
esbozarse aquel influjo en algunos ecos de las ““Melodias he-
braicas” 14, acaso a través de las imitaciones de Rivera In-
darte. Para confirmar la presencia de Byron en este libro imi-

14 The destruction of Sennacherib.


RICARDO ROJAS 49

cial de Rojas, no tarda en aparecer, a las pocas paginas, un


soneto con el nombre del poeta inglés, representado en ese
poema:
Y el poeta vencid. La fiera ignota
que en suenos vislumbro la fantasia,
bella y triunfal ante la luz del dia,
surgio del mar en que su nave flota.
Era la tierra do el ensueno brota,
todo amor, esperanza y armonia;
la playa en que del mar la racha fria
ya la amplia vela del bajel no azota.
En esa tierra mora la Quimera,
hecha de sol la rubia cabellera;
es la que pasa por las almas solas
como la luna por el agua quieta;
y ella es la inspiradora del poeta,
Byron eterno de las rudas olas.\°

Naturalmente que la huella de Victor Hugo, el de “La le-


yenda de los siglos’” debia sefialarse, en seguida, porque era
demasiado visible.1® E] flamante poeta se proponia marcar en
su poesia los hitos de la evolucién humana y muy especial-
mente cantando a los grandes hombres que dejaron una obra
decisiva en la historia del pensamiento, de la literatura, del
arte y de la ciencia. Otras influencias no fueron subrayadas
y conviene rubricarlas aqui. Por ejemplo, la de Dante, que
siendo tan audible ha sido ignorada. Rojas acusa el paso por
la “‘selva del alma’, es el “I6brego camino / donde el poema
eterno se renueva / sobre l’aspera senda del destino”.

Selva en que, al fin, se ve sobre el ocaso


llegar la blanca sombra de Virgilio—
y sobre la ardua huella de su paso
vamos buscando, tras su grande auxilio,

15 “T.a Quimera.
16 E] propio Rojas la tomaba como lema: ‘Les peubles trouveront de
nouveaux équilibres; / Oui, l’aube nait, demain les &mes seront libres”.
50 ALFREDO DE LA GUARDIA

la eterna ciencia en el dolor eterno,


hasta salvar, en el amargo exilio,
los porticos lejanos del Infierno.™'

Y, asimismo, “pero la noche llega, y es la vision de


Dante / la que en la noche pasa, fatal y aterradora”.**
Un rasgo de la poesia de Milton en El Paraiso perdido
encontramos en el “Luzbel” de Rojas:

Miré pasar la sombra del biblico proscrito,


que hendia con sus alas de horror el firmamento.

Le vi agitar sus alas sobre el enorme piélago—


y aquel enorme piélago de sombras era el mundo:
rasgaronme sus alas hirsutas de murciélado

con los filosos garfios de sus desnudas moharras,


‘y descendio al Abismo, diabolizo errabundo,
con un jiroén de carne bajo sus corvas garras.

Otros pasos, también sutiles, no percibid la critica en la


poesia inicial de Ricardo Rojas. No se apuntaron las coinci-
dencias con los simbolistas ni el rastreo de una psicologia pro-
funda, que nos parece importante para aquella hora y en un
poeta tan juvenil. Veamos este soneto:
Algo de las tristezas invernales
cayo sobre el espiritu latino,
tan grande en el Cruzado y el divino
Trovador de las cortes provenzales:
el Monje, que en los claustros funerales
atizara la hoguera ante el destino,
paso como un espectro en el camino
dantesco de las noches conventuales.. .
En el labio del Monje taciturno
aleted como un pdajaro nocturno
la oracién de su mistico delirio,

Lie Sllaselya’”.
18 “Tas tinieblas’’,
RICARDO ROJAS 51

Y de la hoguera vuelta al firmamento,


subié como un satanico lamento
la oracién pavorosa del martirio.'®

Hay aqui una evocacién alusiva a la torturada alma de


Savonarola, a los impetus subconscientes que surgen de los
espiritus clausurados en las celdas donde, tantas veces, el
amor se confunde con el odio... No es inferior a los perfiles
de “Le Cloitre”, de Verhaeren. Algunos poemas recuerdan a
Swinburne, a quien el propio autor citardé mas adelante:...
In the world of dreams I have chosen my part...

Poesia comprometida

Curioso es marcar que el incipiente poeta provinciano, si


bien miraba para el pasado, no por eso desconocia la actuali-
dad. Mas todavia. Aquella actitud que procedia de los poetas
indémitos del Romanticismo, iba a colocarlo en una posicién
anticipada a la poesia disconformista surgida de la guerra de
1914-1918, de la contienda civil espafiola y de la conflagra-
cién mundial de los afios 39 a 45, En Francia, Alemania,
Inglaterra, Espafia, aparecerian poetas como Eluard y Aragon,
Spender y Auden, Brecht y Becher, Antonio Machado —en
su ultima poesia—, Manuel Altolaguirre, Rafael Alberti, Ar-
turo Serrano-Plaja, que basaron su obra en un alto compro-
miso. Pues bien, los primeros poemas de Ricardo Rojas pue-
den considerarse hoy como una poesia comprometida. Por su-
puesto, comprometida con la victoria del hombre en un orden
abstracto. Con el triunfo del Espiritu activo y fecundo sobre
la Materia inerte y estéril, si se nos permite expresarnos de
este modo,
Ricardo Rojas confiaba en los valores esenciales del ser
humano, aspiraba a su libertad, su perfeccién, su esperanza
en un mejor porvenir, a las posibilidades del ensuefo capaz
de convertirse en accién. Un profundo sentido idealista inspi-
raba este libro. Un concepto platénico —raro en un joven de
veinte afios, edad gozadora de la vida— alentaba en el pen-

19 “Fl Monje”.
52 ALFREDO DE LA GUARDIA

samiento y en la contemplacién del poeta. Y, por otra parte,


un vigor prometeico palpitaba con fuerza en los anhelos de
rebelién ante la injusticia y la. opresién social.
Hacia mucho tiempo —principios del siglo xvi, segun
recordé en mi libro sobre Byron— que Shaftesbury habia de-
finido al poeta como un Prometeo, en una época en que la
poesia estaba hundida en el seudoclasicismo y el rococo. Y he
aqui que este joven argentino esbozaba los rasgos del semidids
heroico, robador del fuego sagrado. En sus poemas, el Hombre
aparecia, efectivamente, prometeico por su pura aspiracién
luminosa y su potencia de rebelde libertad.

jEra el Hombre otra vez! Genio grandioso


que iba a morir al Golgota, si Cristo,
y al Caucaso a triunfar, si Prometeo . . .7°

Las determinaciones o alusiones eran constantes:

jAltivo sonador sobre sus penas,


ya no teme a deidades ni a vestiglos:
Prometeo que rompe sus cadenas
sobre el Caucaso negro de los siglos! +

“El Espiritu humano / de pie sobre la cumbre mas os-


cura.” “Buscando luz para el dolor humano, / hacia la luz el
pensamiento eleva.” * El valor y la insurreccién prometeicos
se extienden a la sublevacién de los pueblos para alzarse a ma-
yor dignidad humana.

Pueblo del porvenir, alla en la altura


se ostenta y brilla la creacién mds pura,
y es luz, o cumbre, o libertad, o nube... 7°

En el Sinai o en el Caucaso oye el poeta la voz o el grito


popular. Pueblo —le dice— adéntrate en la ‘“‘selva del porve-
20 “E] destino”.
21 “Introduccién”,
22 También se encuentra en el poema “La muerte”, una “prometeana
epifania”; y en “Sarmiento”, “el verbo prometeano”.
23 “Fl Ideal”.
RECARDO ROJAS 53

em : ,
mir”; escucha “la voz interior que nos levanta”, estalla en la
Justa rebelién:

Ola que salta el muro que la oprime,


fuego que rompe en crater la montana,
luz que la sombra de los mundos bafia,
grito en que estalla un corazén sublime,

eso es la Rebelion: lo que redime


y eleva hasta el palacio la cabahia;
lo que del mundo en la fecunda entrafa,
nuevos impulsos al progreso imprime.

jEso es la Rebelién! Hija de ensuefis,


de pie sobre la Patmos de los suefos,
se yergue ante la noche apocaliptica;

y su verbo, rompiendo viejas calmas,


atraviesa la noche de las almas
como un astro escapado de la eliptica.**

Con ese mismo acento de fe en el futuro humano cantaba


a los grandes inmortales: Darwin, Renan, Marx, Kropotkin,
Zola, que alternan con Dostoiewsky, Tolstoy, Ibsen, Wagner,
Hugo. Evoca —guiado, sin duda, por Schuré— a los iniciados:
a Moisés, a Jesus, a Dante, al mismo Cristébol Colén, y en
éste avanza sobre Paul Claudel, que presenta al descubridor
de América con mistica aureola.?°
Habia ahi como un culto a los héroes, pero, a un tiempo,
era un culto a la naturaleza. Los hombres son los heraldos de
la evolucién humana, del progreso espiritual que se adelanta
a pesar de todos los aparentes retrocesos. Esa es la victoria del
hombre, que entona el juvenil poeta. Alli estaban los elemen-
tos primigenios, el fuego, el aire, el agua y la tierra; el adve-
nimiento de los dioses, el camino de las cumbres, la tierra
prometida, la revolucién cristiana, la marcha al través de la
selva oscura, el mar tempestuoso, el avance de los espiritus
24 “Tia Rebelidén”.
25 “Tos viajeros’’,
54 ALFREDO DE LA GUARDIA

en pos de la quimera, las visiones sombrias y los vislumbres de


esperanza, el nuevo mundo, la luz eterna, el triunfo del en-
sueno.

jAve, Ilusién! Tu iluminas


el amor, la fe, la gloria;
la diana de tu victoria
vibra con notas divinas,
y el Universo dominas
con tu espiritu fecundo,
desde el baratro profundo
a la cumbre luminosa,
metempsicosis grandiosa
del alma eterna del mundo! *°

Individualidades sefieras, mas también impetuosa co-


rriente determinista. Lucha del ser humano con el destino y
con tos obstaculos que la misma naturaleza opone a su paso
audaz. Las hachas tienen un caracter simbodlico al ensalzar el
poeta el esfuerzo que supone abrir el bosque inextricable.

jHachas, cantad! jEs la hora del crepusculo!


Rompa mi golpe recio las maranas,
hinche la sangre el esfuerzo del miusculo!

Aun la selva esta virgen: sus entranas


dan a las fieras el cubil salvaje,
y entretejen fatidicas aranas
mezquina red en el hostil follaje.

Ya es hora, al fin, que el entusiasmo cuaje,


que el sol fulgure en la desnuda arista,
y que entremos abriendo en el ramaje
surcos de luz hacia una luz no vista.

Y si la Selva nuestra marcha cierra,


caiga en las luchas de esta gran conquista
nuestro sudor a fecundar la tierra.?"
26 “Epilogo”.
27 “Tas hachas’’,
RELA RDO R OTA S 55

Esa es la ruta del hombre:

jSelva del Porvenir! Tu palma fuerte


ya no coronara de gloria al Crimen,
ni premiara los triunfos de la Muerte! 28

Este libro acusa una rara unidad de pensamiento. Por


mas que lo formen diversas composiciones y aun éstas sean de
caracter y de técnica diferentes, sus poemas tienen una estre-
cha relacion entre si. Es una obra sorprendente —queda di-
cho— en un poeta de tanta juventud, obra de un inspirado,
de un mistico y, a un mismo tiempo, de un revolucionario,
obra defensora del hombre en su condicién primigenia, sus
posibilidades primarias, sus derechos naturales, sus mas jus-
tas aspiraciones; obra de confianza y esperanza; obra al ser-
vicio de la humanidad.
éEra, ademas, una obra netamente argentina? Lo era,
porque enfrentaba al pais y llamaba a su pueblo en una época
en que Buenos Aires dejaba de ser la gran aldea para vivir
como una gran capital del mundo, y Rojas removia con su
verso altivo y valeroso las ideas y los sentimientos del lector,
abriéndole anchos horizontes y haciéndole columbrar los idea-
les que debian iluminar su marcha.
Era también obra argentina porque estaba vinculada al
desenvolvimiento de la poesia lirica nacional. No sdlo fueron
poetas extranjeros quienes influyeron en La Victoria del
Hombre. En otros poemas encontramos reminiscencias de
Marmol, Andrade, Almafuerte. Las del primero son muy no-
tables, pues el poeta peregrino o la nave peregrina se dibujan
con frecuencia, en la larga ruta o en la travesia procelosa. El
bardo es, por ejemplo, un “peregrino doliente de aquellos
mares” en el “Rondo marino” 3 es “peregrino de una ansiedad
secreta” en “Revelacién”; es “creyente peregrino” en el “Epi-
logo”. También navega en el mar errante en “Intermezzo”
la nave sigue su rumbo en “Alba lejana”’: ei “suena un hom-
bre en la cubierta / de la nave peregrina” en el poema titu-
lado “En marcha”. Por otra parte, se perciben los anhelos
sentimentales: “Musica que en la lira gime, canta 0 suspira”

28 “Fil laurel”’.
56 ALFREDO DE LA GUARDIA

tal vez la imagen del Cruzado pueda reproducir Ja del drama


de Marmol, estrenado en Montevideo, por los dias romanti-
cos, La reminiscencia de Andrade es de orden general y se
hace presente en las evocaciones del paisaje, del ““céndor en
tus épicas montafias”; en los calidos sentimientos humanos,
en los himnos elocuentes, en los versos prometeicos.?® El eco
de Almafuerte llega en la “Introduccion” del libro:

jEl pueblo va a 'surgir! Supremo impulso


lo arroja al mundo del ideal que suena,
y en él sera como el turbidn convulso
que en el abismo salta y se despena.

La influencia se extiende, difusa pero visible, a lo largo


de esta composicion:

jAlba, rayo de luz, chispa de fuego,


proyeccioén luminosa del fiituro
sobre el dolor y la abyeccion y el ruego,
muros de sombra de un pasado oscuro!

Son versos de arrebatada profecia, de impulso enérgico,


de condenacion justa, por mas que el poeta de La Victoria del
Hombre sea optimista y no guste de la imprecacién desespe-
rada, preferida por el vate de “El Misionero”’.

La critica

El poeta de La victoria del Hombre se caracteriza, ya


lo dijimos, por el dominio de la idea y por la amplitud de la
cultura. Agreguemos que, a tan temprana edad, revela, ade-
mas, una seguridad técnica, rara en un primer volumen de
versos. En cambio, es evidente que a esa poesia le falta lirismo,
imaginacion, vuelo de la fantasia. Por eso destacanse en este
libro los poemas que responden a un concepto y disminuyen
en mérito aquellos que expresan el sentimiento, la sensacién.
29 Epilogo. Ver “Melancolia”, “El suspiro”, “El Peregrino” de Mar-
mol. Recordamos tantos versos de Andrade: “jAl himno colosal de los
desiertos / Ja eterna comunion de las naciones!”
RICARDO ROTAS 57

Esta obra primigenia demuestra ya la prioridad que tendra el


pensador en toda la literatura de Ricardo Rojas. Podriamos
asegurar que en La Victoria del Hombre configura muchas
de las ideas que el autor desarrollara, después, en el curso de
su actividad intelectual. Esas ideas se encierran en sonetos
rotundos, sonoros, exactos en cuanto a metro, rima y ritmo,
donde el endecasilabo es particularmente notable. Los poemas
divagatorios, por decirlo asi, acusan la debilidad de aquella
carencia de lirismo, que se advertira atin mas en la siguiente
poesia de Rojas. Los tercetos, demostrativos de la influencia
dantesca —leyd La Divina Comedia ain en la infancia—
se encadenan con facilidad, con soltura en la rima, con agili-
dad en el movimiento ritmico.
Respecto al verso, en general, de Ricardo Rojas, consideréd
Mas y Pi, en uno de sus articulos dedicados a esta poesia, en
El Diario Espanol, que era “mas técnico que inspirado”. Es
una opinion que perduro al través de los juicios motivados por
la obra lirica del autor de Ollantay.
Emilio Becher, en la revista Jdeas, apuntd que el poeta
modificaba el soneto, separando los tercetos con los dos cuar-
tetos. ‘““De todas las modificaciones intentadas sobre el soneto,
ésta me parece la mas ldégica de todas, siendo la que mas inti-
mamente se adapta a su caracter de pequefio poema. El pri-
mer terceto anuncia el asunto y da, en sus tres versos, una
especie de argumentum del drama; los cuartetos desarrollan
el tema, inician y terminan la narraccion principal, y el ultimo
terceto resume un epilogo breve, la impresion de conjunto o
completa con un rasgo final el poema. Ademas la distribucién
de la rima, que une a cada terceto con su cuarteto correspon-
diente, hace menos brusco que en el soneto normal el transito
de una estrofa a otra, y da a la composicién una estructura
mas sdlida y una unidad mas firme y visible. Hay que decir
—concluye— que Rojas tiene por la forma ese respeto Ilevado
hasta la religiosidad que es acaso la caracteristica del artista”.
La critica no fue muy unanime en sus estimaciones
acerca de La Victoria del Hombre. Por supuesto, a Rubén
Dario no le agradé esta poesia que no acataba las drdenes de
su imperio lirico. Por mas que buscara en sus versos algun
signo de sus lecciones modernistas, solamente pudo encontrar,
en todo caso, estas tres palabras anotadas por nosotros: “bu-
58 ALFREDO DE LA GUARDIA

caro”, “libélula” y “rosa-té’”’. Eso no era mucho, ciertamente. . .


El autor de Azul afirmé que el libro de Rojas “‘no se ave-
nia con mis gustos’. Esto era un buen signo para la persona-
lidad del poeta juvenil, por cuanto la falta de aplauso del
maestro probaba que no habia imitacién alguna, que no se
alistaba en la innumerable legidn del modernismo, que no era
uno de los tantos discipulos, cuyos pastiches perjudicaron al
propio Rubén.
No vamos a reproducir muchas opiniones, que alargarian
estas paginas. Roberto F. Giusti, en su libro Nuestros poetas
jovenes, de 1912, resumia sus impresiones acerca de la poe-
sia de Rojas publicada hasta aquella fecha. Consideraba al
nuevo bardo “un sofiador, pero también un predicador. Y
tiene, en efecto, de éste, el genio oratorio. Rojas siempre de-
clama, en versos y en prosa, cuando habla y cuando escribe”’.
Le acusé influencias de Victor Hugo y de Numez de Arce,
dos oradores en verso; clasificd a La Victoria del Hombre
como “una ambiciosa tentativa juvenil por desarrollar en
un poema ciclico un trascendental pensamiento socioldgico”’.
Luego afiade: “La empresa era temeraria y superior a las fuer-
zas del poeta; sin embargo, él supo salir de ella muy honrosa-
mente.” Encontro el poema “firme” y “varonil’”’, “una mani-
festacién de soberbia audacia’’, mas no coincidente con sus
gustos ni “destinada a durar”; y concluia: “‘Por partes el poema
resplandece mas que en conjunto; pero, por su caracter, no
puede juzgarselo mas que en conjunto”. Para nosotros, figu-
ran en el libro algunos sonetos que pueden alternar con honor
en las antologias de la poesia lirica, no ya argentina, sino de
todo el ambito de la lengua castellana, y eso a pesar de ser
labor de un poeta de veinte afios. Aunque el lirismo no sea
abundante, como decimos, resaltan, a veces, imagenes bien
dibujadas, como la del abrazo-pagana serpiente, la brisa-ave, las
nubes-dragones, el mar-leén dormido. Ex otros sonetos, lamen-
tablemente, hay una abundancia de adjetivos faciles para la
rima, y, aqui o alla, algunos ripios indisimulables, como pro-
celas para consonantar con telas, el iris bello para jugar con
destello, etc.
Lo que no debemos admitir es que en la actualidad se
condene a La Victoria del Hombre por no ser poesia mo-
dernista... Esto sdlo puede hacerlo una critica paralizada
RUCA RD O oR OGDAS 59

desde hace mas de media centuria. Rindamos tributo a Rubén


Dario por todo cuanto significé su obra en la evolucién de la
poesia lirica de nuestra lengua, pero reconozcamos que el
modernismo caducé por completo hace mucho tiempo y que
una parte considerable de los poemas del poeta nicaragiiense
no tiene ya ninguna vitalidad estética. Toda la artificiosidad
seudohelénica, seudoversallesca, las marchas triunfales, los
cuentos de princesas, dragones, gentiles caballeros en palafre-
nes alados, marquesas y abates del Trianon, negros con
alabardas, etc., resultan irremediablemente ridiculos, insopor-
tables a nuestro pensamiento y nuestra sensibilidad de media-
dos del siglo. Desde 1920, todo esto ha sido barrido por nuevas
tendencias, pero algunos criticos lo afioran, como cosa de su
propia juventud...
Uno de éstos dijo de la poesia de Rojas que en ella “el
positivismo primaba (sic)”, cuando, precisamente La Victo-
rio del Hombre es una genuina expresién de idealismo, aun-
que en los poemas se ensalcen las reivindicaciones justas para
el ser humano. Encontrabase risible que en ellos se exaltase
“el triunfo del Ensueno” y se le reproché “un romanticismo
declamatorio y filosofante, venido a menos por obra de los mas
refinados modernistas”. Pero, ya lo afirmamos, es, por cierto,
el modernismo mas refinado de Dario el que no tiene vigencia
lirica alguna. Rubén supervive por sus ultimos poemas, gra-
vemente humanos, que tanto se apartan de sus falsedades
anteriores, y por sus grandes obras decisivas. El modernismo
fue superado, dentro de su misma extension, por los poetas de
personalidad muy determinada, entre nosotros Enrique Banchs
y Rafael Alberto Arrieta, entre los espafioles Antonio Machado
y Juan Ramon Jiménez. En cambio la constante romantica se
ha renovado con formas insospechadas, sin que tenga relacién
alguna con ella naturalmente, la poesia hermética, aun cuando
si ciertos rasgos del suprarrealismo y, desde luego, toda la
poesia disconformista.
Para terminar esta exposicién digamos que la esencia de
este poema esta en su elevado espiritu. Es una poesia humana
y civil, comprometida —avant la lettre— con los valores dia-
noéticos, que ensalza al hombre como “guerrero infatigable”,
como “eterno peregrino” en pos de un destino iluminado por
‘nuevas auroras” abiertas a ‘“mundos nuevos”. Hay en ella

60 ALFREDO DE LA GUARDIA

una consubstanciacion con el dolor humano, padecido al través


de los tiempos, en su infinita marcha:

7Y aun la Humanidad, con paso incierto,


como una tribu nomade el desierto
va cruzando en la noche!... j;Ofrenda vana
fue el sacrificio de la sangre humana
para calmar la ira de los dioses,
cuando el trueno y el mar fueron sus voces;
y la sangre de un Dios lo mismo ha sido
sacrificio infecundo,
para acallar en el eterno olvido
todo el dolor que atribulaba’al mundo! °°

Pero las penas y las miserias del hombre pueden ser supe-
radas por la voluntad, la esperanza, el ensuefio, el ideal. Este
nuevo Sisifo —Rojas anticipa aqui la idea de Albert Camus—
ascendera en su caverna, sin desmayar en su eviterna tarea de
ascension. La lucha, que parece inutil, tendra sus resultados
mediatos.
iManana sera tarde! Y a sus greyes,
rotos los yugos y los tronos falsos,
no podrdan detenerlas ni las leyes,
ni las tropas, ni Dios, ni los cadalsos. . .?4

“Jesus estara sobre la corrupcion de Roma’’, “del pantano


brotaran las flores’, “en el Aspero camino, el hombre luchara
por la Virtud, la Verdad y la Belleza’’. “Almas: buscad el
ensueno, que es esperanza y victoria.”

Coro de gloria lanzaran los bronces,


y el pueblo, Solness del futuro drama,
elevarad su torreon, entonces,
hacia la luz que su ideal inflama. . .

En fin, esta joven poesia de La Victoria del Hombre


busca expresar la potencia y la armonia del Universo y sefiala
30 “Tos holocaustos’’,
31 “TIntroduccién”’,
RICARDO ROJAS 61

a la Inteligencia como la guia y la norma supremas: “El Arte


es Dios” 8,

“Los Lises del Blas6n’’

En esta revision de la obra lirica de Ricardo Rojas vemos


que Los Lises de Blasén (1911) no confirma los méritos del
libro casi adolescente. Aun cuando el poeta no se rindiera a
las observaciones o censuras de ciertos comentarios, quiso de-
mostrar, afios después, que su Musa tenia un sentido de la
Namada actualidad y un estro flexible y muy diverso. Fue
una equivocacion parcial, un desvio inutil. Perdid caracter y
valores, afirmado ya en el segundo decenio del siglo como el
pensador, el ensayista, el maestro de un estilo, a veces recar-
gado aun cuando no tanto como sus negadores pretenden,
personal y rico en formas castizas y nuevas variantes ame-
ricanas.
‘“E] Ocio Lirico” se define como expresién comprensible
del poeta empefiado en probar que podia ser un juglar sonrien-
te, capaz de un juego divertido con aquella Musa de tan austera
apostura y tan severa voz. Descanso, respiro, alarde facil,
chanzas con todo y consigo mismo.

Mistica, humana, confusa


misteriosa, poliforme,
tragica, triste y enorme
como la vida es mi Musa.

Tan loca esta Musa es,


que para cada estacion
luce una nueva “creacion”’
su elegante desnudez.**

Ahora estamos en los reinos de Apolo. No es sdlo su Musa


personal la que revolotea en estas ociosas horas liricas —Horas
de ociosidad, recordemos el primer libro de Byron—, sino

32 “Ta Evocacion”’. sith }


33 R., Obligado habia definido a su musa: “No es romantica, amigos...
Es joven, es robusta...”.
62 ALFREDO DE LA GUARDIA

todas las hijas de Febo las que descienden para que el poeta las
cante, “por la falda del Parnaso y el flanco del Helicén”. Talia
ensefia al poeta la risa; Melpémene, el rugido; Terpsicore, el
paso gracioso y facil; Urania, el mirifico arrobo; Polymnia,
el amor, el dolor y el ensuefio; Caliope, la elocuencia; Clyo,
la ciencia; Futerpe, a tocar la flauta:

y ella fue la musa que


didle a la mia en su flauta—
do-re-mi-fa-sol— la pauta
del canto...—lasidore...

Estamos, pues, en plena broma lirica, en la que el poeta


llega al desproposito:
...¥ Erato la triste,
; la elegia de su elin
~ para el espiritu sin ~
la dicha que ya no existe. . .3*

Once afios después de La Victoria del Hombre, el poeta


de veinte, que ya cuenta treinta y uno, ha olvidado sus temas
trascendentales. El ser humano en sus triunfos y fracasos, en
su lucha permanente, en los altos anhelos que le reivindican
de sus bajezas, en lo que tiene de divinidad, ha sido preterido,
porque la critica y el publico desean versos modernistas.
El Arte ya no es Dios, segun pensaba antes el poeta. Es
cosa baladi, sin duda, lejos de la tierra, la humanidad, los valo-
res esenciales de la vida. Ya no hay compromiso con los prin-
cipios y los fundamentos; ahora no diremos que haya torre de
marfil, sino barata posada para el trovador... Pero lo curioso
es que Ricardo Rojas habia compuesto desde 1903 hasta 1911,
volumenes graves como La Restauracién Nacionalista y Bla-
son de Plata, y que preparaba otros de la misma enjun-
diosa materia. ¢CéOmo, pues, explicarse tanta versatilidad si no
es por las exigencias de la moda? La Moda, esa futileza que
separa a los hombres —segun la Oda ilustre de Schiller—,
olvidados de sus propios y auténticos modos de ser, de pensar,
de existir...

84 “F] ocio lirico”.


RICARDO ROJAS 63

Porque el poeta insiste y, ademas, pronuncia mal el fran-


cés —desconoce el valor de una e muda—, lo cual escandaliza-
ria a Verlaine, a quien desea invocar:
Y ella responde: —Mi voz
por l’Arte Poética va,
de aquel que dice: De la
musique avant toute chose.

O bien se entrega a las extravagancias que, a la sazén,


podrian espantar a algunos lectores ingenuos y hasta a algunos
criticos espantaron, pero que hoy nos resultan risibles:
jLa Muerte! Mala palabra...
llamemos, lector, la obscura
potencia que la conjura:
SATOR —di— y Abracadabra.
AREPO, Keter, Jesod,
TENET, Tipheret, Binah,
OPERA, Yah, Gedulah,
ROT AS, Abedenego, Hod!

Siguen las rimas en francés —-ahora mejores—: fou y


bijou; palabras en aleman —glockenspiel—, risas femeninas:
jhi-hi-hi-hi-hi! Todo le sirve para el retozo y la burla. Por
suerte, también de si mismo, aludiendo a su chapeo exagerado:
jAsi forjé entre sus galas,’
para reir del burgués,
mi gran chambergo holandes,
de alta copa y anchas alas!
Y también algun rasgo de humor negro para quien leyere,
refiriéndose a los juicios postumos:
Es como decir “el dia
de la Justicia’ —de suerte
que hablo, lector, de la Muerte:
de tu muerte y de la mia. . .**

35 Ibid.
64 ALFREDO DE LA GUARDIA

Todo esto suena a Banville, a Dario, a Lugones y, desde


luego, al ya citado Verlaine, que él mismo nombra —“‘dice
Lelian”—. También hay coincidencias con Valle-Inclan en la
contorsion del concepto y en la rima traviesa. Pero Ricardo
Rojas no fue nunca un humorista en el curso de su creacién
literaria, sino todo lo contrario...

En pleno modernismo

El mismo juego aparecia en el propio texto de Los Lises,


donde el empleo de iniciales —A. B. C./la cartilla se me fue
—y de onomatopeyas— Tan!... Tan!... Tan!...— viene a
anticiparse a Ciertas jugarretas liricas surgidas hacia 1920.
Pero en este libro semejante a los ejercicios de un pianista 0
violinista para agilitar los dedos, la declinacion de la poesia es
demasiado visible. Hay muchos poemas de circunstancias, evo-
caciones, elegias, dedicatorias, epistolas a los amigos, brindis
cordiales, divagaciones sentimentales que, faltas de lirismo, se
tornan aridas, huecas, inutiles. Hasta se deja prender por las
peores figuras y danzas del decadentismo, algunos cromos de
Carnaval, mascaras de la Commedia dell’Arte y damiselas
seudoaristocraticas:

La calle estaba llena de risas locas...


bajo redes flotantes de serpentinas,
pasaban los Pierrotes y Colombinas
con un gesto de triunfo sobre las bocas.

Marquesa de otros tiempos, una guirnalda


lucias en las ondas de tu peluca,
y en oro desflecado, sobre la nuca
se encrespaban sus bucles de un rubio gualda.*®

También ahora el poeta peregrinaba, como antafhio, mas


no era el Peregrino de Bunyan ni el de Byron, no era el de
Marmol ni el de Tejeda, sino un viajero excesivamente nostal-
gico e indigente, por propia confesién:
86 “Cancién de Carnaval.”
RU GARDOF RIO AS 65

Yo soy un pobre peregrino;


por mi camino errante voy,
triste de un ensuefo divino,
y de un dolor humano: soy..."

Pero ya no era el que habia sido... Aunque lo recordase


#gazmente en algunos buenos sonetos, como el dedicado a

Gloria en la tierra al paladin andante,


que a la grupa del agil Clavilefo,
fue de la tierra al cielo de su sueno
con brida de oro y lanza de diamante.

Mejor que sobre el flaco Rocinante


vencio a la eternidad su heroico empeno,
velivolando en su corcel de ensueno
sobre la noche del jardin galante.

iY asi lo admiro porque asi me asombra!


Acoceando nubes en la sombra
dejo en los astros chispas de sus huellas;

y volvio de lo azul con nueva fama,


que para humana gloria lo proclama
Caballero del Sol y las Estrellas.?®
f
También se acordaba el poeta argentino del buen Berceo
Histellano, imitando su lozania e ingenuidad:

Rimar quiero este canto por la cuaderna via,


contrahaciendo, en arcaico mester de clerecia...*°

En vano procura resucitar su vena lirica. A cada momento


i.e en un error o en una insuficiencia. No querriamos rubricar
ikcesivamente estas equivocaciones, pero nos fuerzan a ello los
37 “Cancidén del peregrino”’.
38 “Flogio de Den Quijote”.
39 “Dice el Juglar a la Dama”.
66 ALFREDO DE LA GUARDIA

elogios que entonces dedicaron a Rojas ciertos criticos, muy


complacidos, ya por verle en el trillado camino de la poesia
entonces al uso... La cursileria implicita en cierta ancha y
fragil parte del modernismo se refleja en Los Lises del Bla-
sén, empezando por el titulo. Los amigos recibieron con fre-
cuencia todas estas ofrendas o brindis liliales.
Asi, Juan Pablo Echagiie:

Jean Paul: que altivo y taciturno,


conserves como un bien diuturno
para el teatro y el amor:
de Melpémene el alto ceturno
y de Talia la risa en flor.*°
Asi. Arturo Cancela:

y Hada de rosa el alba


rompe su tul:
el cielo es una valva
de luz azul.*}

Asi, Florencio Sanchez:

Ara tranquilitate... Bajo la luz esférica


del meridion dorado y el blanco septentrion,
llegue al numen marino la potencia esotérica
de mi canto, y florezca la thalasea visién.*”

Asi, Rubén Dario:

Rubén: No el vago acento de la palabra mia,


que primeras estrofas ensaya todavia;
sino el son de la flauta
que tesoros incauta
de nueva melodia...
Esa magica flauta,
cuya divina pauta
40 “Balada a Jean Paul”,
41 “Cancién del alba en la ciudad”.
42 “Péstuma”’.
RICARDO ROJAS 67

nos ensefhaste un dia.


Rubén: necesitamos en la noche de gloria
Para decir en una perdurable armonia,
con el cordial saludo, la cancién de victoria.4?

La absoluta falta de lirismo, la artificiosidad, la sensible-


ria, el ripio estan presentes en casi todas las composiciones de
este volumen, donde Flora y Pomona hacen a la Primavera los
dones de “‘los lirios y las fresas.”’ Qué lejos estaba el hombre
y su victoria.
Porque, ademas, Ricardo Rojas incluye en este libro algu-
nas Composiciones que parecen haber sido escritas exclusiva-
mente para fiestas de colegio, tal ese “Oratorio laico”, que
Clasifica como ‘“‘drama de voces”, en que dialogan, cantando, et
Poeta y la Patria, con el ritornello del Coro, repetidor de:

Raza del Plata, oid


el nuevo himno que llama,
trompeéta y oriflama,
para una nueva lid.

Y como el “‘Canto de la mafiana de Mayo”:

Unete, oh Lira —lengua de poetas—,


al coro de esas voces argentinas,
al eco de esas bélicas trompetas,
al pregon de esas dianas divinas!

Parece imposible que el poeta haya llegado hasta descui-


dar su técnica, antes tan segura. Asi en otra “Invocacion a
Euterpe’, este alejandrino tiene trece silabas y por consiguien-
te cojea:
Bajo el encanto de mi noche santiaguena.

En “Invocacién a los mares”, otro alejandrino rompe


ritmo y armonia:
Porque esta lengua eternamente en labio argentino.

43 “Toast”.
,

68 Pa ALFREDO DE LA GUARDIA

En “Invocacién a Apolo”, el primer verso es inaudible. . .


Atilio, Emilio, amigos: brindo el propicio vino.

Todo él, como se ve, corre en palabras asonantadas en 70.


La cacofonia asoma con frecuencia. Asi, en “Invocacion
a Neptuno”
Tu que a tu vez comprendes mi palabra sagrada.

Hay soneto —el de la “Invocacién a Euterpe’, cuyos cuar-


tetos riman con adjetivos en los versos 1, 3, 5 y 7.: pradiales,
fraternales, natales y primordiales.
No queremos senalar mas debilidades ‘de este orden, pero
el libro esta plagado de ellas, desde su comienzo hasta su ‘final.
Seguin cabia suponerlo, asi como La Victoria del Hom-
bre no le habia gustado a Rubén Dario, Los Lises del
Blasén, que seguian sus pautas, recibieran su elogio: “libro
de excelente artifice”. Esto demuestra hasta qué punto el poeta
se habia apartado de su inspiracién primera, con el fin de
adaptarse a la vogue reinante, donde perderian vigor su perso-
nalidad y acento propio sus formas liricas. La critica literaria
siguid, en general, ese criterio: el comun de la época. Compa-
rada con La Victoria del Hombre era “una nueva poesia”
Emilio Becher —en La Nacién— se referia “al progreso de
la reforma”, a un “pleno dominio del instrumento”, a una
“experiencia, en el sentido mas noble de la palabra”... “Rojas
muestra en este libro una extraordinaria capacidad para los
modos mas diversos en que puede manifestarse la inspiracion
poética”. Mas y Pi se muestra agudo, porque soslaya su juicio
y es reticente. ‘Hay en muchas de sus composiciones la franca
espontaneidad natural que caracteriza al verdadero poeta”.
Roberto F. Giusti, severo con La Victoria del Hombre, elogia
sin ambages a Los Lises del Blasén. Felicitase de que el
poeta dejara sus teorias de otro tiempo y encuentra que en
este volumen hay * ‘aliento de tradicién ‘h emocion del paisaje
nativo”. Halla‘vartistica espontaneidad”’, cuartetos ingeniosa-
mente pensados”, ‘ ‘una gama de lirismo, yendo gentilmente
de lo elegiaco a lo satirico, de lo grave a lo risuefio”. Acertada-
mente marca un “amable escarceo banvillano” y reproduce,
entre otros, estos versos:
RICGARDO -ROJAS 69

jTiempo en que era la tierra buena


Como el pan y la leche blanca
Y el sol en el alba serena;

Tiempo en que fue la vida buena


Como esa voz jovial y franca
Que me llama a la faena!
(laws ot (han! aj Lana,

“Estos versos sencillos y honestos —agrega— me llegan


al corazon: yo percibo en ellos el sano lirismo, la emocién del
paisano nativo, que buscamos en Rojas”. Convenimos en que
son faciles y llanos, pero creemos que era inutil decir en ellos
que es blanca la leche. Ah, claro, tratabase de rimar con
franca.
Naturalmente, hubo voces en desacuerdo. Algunas criticas
—ya no me extenderé con ellas— acusaron la artificiosidad
que habia en esos poemas de Los Lises del Blasén. Aquello
no era —deciase— poesia, sino un malabarismo que no lle-
gaba a ser ingenioso. Por otra parte, acusdbase la aridez de esos
versos, la falta de soltura de casi todos los poemas compren-
didos en el volumen, Rojas no podia conformar a quienes ya
entonces resistian al modernismo. Por ejemplo —y ejemplo
elocuente— Miguel de Unamuno lee con poco agrado estos
poemas de Los Lises del Blasén, y en carta a Rojas procura
ser amable, pero, en su franqueza rotunda, no puede ocultar
su pensamiento: “Hay ahi algo muy hermoso pero, en gene-
ral, yo no sé en qué consiste, pero la tonalidad y sobre todo la
técnica de sus versos se me resiste.” 4 El autor de Contra esto
y aquello habia ya denominado jeringa a la syringa deca-
dente.
Tal vez algo de “lo hermoso” marcado por Unamuno en
ese libro esté en la naturalidad que encierran algunas de sus
paginas, como la “Epistola” dirigida a Emilio Becher, com-
puesta en alejandrinos pareados con dominio de ritmo, metro
y rima. Esa carta lirica, uno de los poemas, ciertamente, mejor
logrados de la obra, concluye asi:

44 “Tas citas de Unamuno estan tomedas de las cartas a Rotas. nubli-


cadas por Manuel Garcia Blanco, en la Revista de la Universidad de Buenos
Aires, ano III, N® 3, de 1958.
70 ) ALFREDO DE LA GUARDIA

En medio de esta vida de églogas, te recuerdo


lejos de lar y amor, o bien cuando me pierdo,
siguiendo entre las ronces una vereda angosta
que me conduce a los acantilados de Ia costa,
donde, silencio y olas, a la hora de la bruna,
tras los alcores se ale dulcemente la luna,
y veo entre su blanda celeste claridad,
prolongarse mi sombra sobre la Eternidad...

Y no cerramos el comentario a Los Lises del Blason sin


reproducir un bello soneto —aunque también con adjetivos—,
que se destaca tanto de sus paginas: <~

Alla en el rio, al pie de la colina


donde mueren mis tardes estivales,
junto a los rectos alamos pradiales,
‘un sauce melancélico se inclinz.

Mi alma sus mudas penas adivina,


como abatida por comunes males,
cuando absorta en los cielos espectrales,
bajo su manto de oro se reclina.

Tardes por su silencio evocadoras,


sobre el callado cauce'de las horas
se dobla mi alma en actitud cobarde:

y semeja, velada de tristeza,


un sauce que inclinara su cabeza
junto al rio, en el fondo dela tarde...

Otros poemas

La Respuesta de Loxias (1911) es un dialogo lirico-dra-


matico, dedicado por el autor a José Enrique Rodd. Tratase de
una evocacién helénica —Dario y Lugones habian hecho algo
semejante—, con sus dramatis personae, entre las cuales sobre-
salen Myrtis, una doncella de Tesalia; Evagoras, su enamo-
rado, y Blepyro de Farsalia, viejo auleta. Su tema es muy breve
RICARDO ROJAS 71

| y apenas si esta esbozado. Los amantes deben separarse a causa


de una imposicién de Atenea en discordia con Afrodita, y él
vaga por tierras y mares, entristecido, derrotado, hasta que
acude a Delfos para escuchar la profecia de la pitonisa Phe-
monoe. Dice ésta, en su trance, sélo tres palabras: amar, sofiar,
cantar. Es la mision del poeta con la cual vencera al infortunio,
recuperara a la amada, embellecera la vida. Evdgoras volvera,
tras las desdichas y los desencantos, a encontrar a Myrtis,
quien le oye aproximarse, en los sonidos de la flauta, entonando
__ su melodia, guiado por sus ensuefios, fiel a su pasién:
jOid! jEs el canto del amor verdadero!

Es esta una de las expresiones artificiosas con que el mo-


dernismo pinté a una falsa Grecia. La influencia de Rubén es
notoria, porque aqui resuena la “‘syringa’’, los “centauros” ga-
lopan, las ‘“‘ninfas’” juguetean entre las “‘linfas”, para acertar
con el consonante, en un verso alejandrino, de rima pareada,
que, en su seudoclasicismo, torna monotona la lectura o el
recitado, pues nuestro idioma no asimila facilmente la armonia
del mejor modo francés raciniano. Con todo, algunos versos de
Blepyro pueden reproducirse:
La mujer el secreto del universo encierra,
y pasa como un numen fatal sobre la tierra!

En la mujer un rayo del misterio se advierte,


mas florece en sus labios la sangre de la muerte.
Su brazo, cuando abraza, como un dogal ahorca;
y su mano, al ceftirse como una blanda ajorca,
pone al var6n el duro grillete del esclavo;
negro como el plumaje de los cuervos, o flavo
como la ‘piel dorada de las pupilas fieras
en su cabello; duermen Esfinges y Quimeras
en su césmico seno y en sus manos fatales.. .
Aun palpitan en ella las fuerzas primordiales;
y es cual un mar dormido sobre'una dulce playa
la varonil pujanza que a sus plantas desmaya!

Pero qué lejano esta todo esto del espiritu de Ricardo


Rojas. La moda lirica ha desvirtuado —sigamos sefialandolo—
1% ALFREDO DE LA GUARDIA

la poesia primigenia que se apoyaba en el concepto alto, en |


voluntad enérgica, en los valores mas acendrados del hombr
Cuando el poeta llega a la cuarentena de su edad tiene |
acentos que podrian haberse esperado del adolescente. Ahot
canta al amor con una sensibilidad a flor de piel y con un tor
ingenuo, como no se le ocurrié hacerlo en sus versos iniciale
Los Cantos de Perséfona (1921) tienen como protag
nista a la Amada. Son numerosos los poemas que le esta
dedicados, comenzando por el primero:
Ella la que adoro,
la que en rimas canto
y al lirico encanto
de mis rimas lloro,
preguntome un dia
como la queria. ..*°
~

Y continua: “Oh, amada, a quien mi labio nunca nombra


“‘Acaso tu eres la Vision aquella’’; ““Donde mi amor te agua
da, te alzas propiciatoria”; “jOh, mi novia mistica”; “Yo
vi, palida y bella”; “Palida como una estrella/y bella con
una flor”. El enamorado ve en sus pupilas como “diamant
negros”’, los labios “como rosas”, la mano hecha de “dpalo
perla” y describe otros encantos de igual manera... A vece
cierra la composicién con estas rimas:

jOh mi esposa mistica;


por ti se engalana
de luna eucaristica
la noche lejaria! *®
¥, naturalmente, en ese estado de dnimo, el poeta
conmueve frecuentemente y derrama su llanto incontenib
Llora en la “Romanza de las tres interrogaciones sentiment
les’; llora en el “Nocturno V”; y en el envio de una “Balade
exclama, refiriéndose a sus ojos:

jCuantas lagrimas! cuantas lagrimas han ilorado.

45 “Romanza de las tres interrogaciones sentimentales’’,


46 “Balada’’,
RIGAR
DO ORO. A'S 73

Parece inverosimil una transformacién tan radical en el


poeta de La Victoria del Hombre. Estos poemas demuestran
que la poesia de Rojas se apoyaba en la idea y que, huérfana
de conceptos, entregada a la sentimentalidad decae hasta las
sustancias y las formas mas vulgares, A veces, en esas estro-
fas de los Cantos de Perséfona intenta jugar, como lo hizo
antes en Los Lises del Blasén, y dice:

Lirio de martirio,
ola, barcarola,
iris, orla de ola,
blancura de lirio.*7

Rubén Dario y Leopoldo Lugones incurrian, ciertamente,


en estas cosas, pero ambos poseian una gracia ligera de que
Rojas carecia. Siguiendo las huellas del primero, aparecen las
“figulinas”, las “‘tanagras”, las “princesas”.*® En cambio, a
Perséfona se la nombra en una sola ocasidn —en el “Noctur-
no [”’—, entre Margarita y Salomé. No se comprende, pues, que
esta coleccién de cantos lleve el nombre de la hija de Zeus y
Demeter, diosa de la agricultura, raptada por Pluton. Es un
titulo completamente ajeno a los temas y a Jos tonos del libro,
y que demuestra por si solo la inseguridad en que el poeta se
debatia a una altura de su vida y de su produccion literaria
que no se adecuaban a los intentos liricos. Nos complace, sin
embargo, distinguir en esta obra dos composiciones que nin-
guna relacién tienen con las restantes. Son dos romancillos, el
primero de los cuales recuerda a los mejores de Gongora:

Bajo la clara luna


de esas noches de enero,
cantaba su romance
la ronda de pilluelos,
danzando junto al puente
de la acequia del pueblo:
Ay, qué lindo es pasar por aqui,
cuando el lobo esta durmiendo.

47 “Romanza de las tres interrogaciones sentimentales.”


48 Ibid.
74 ALFREDO DE LA GUARDIA

El otro poema dice asi:

Algarrobal de mi tierra,
crespo de vainas doradas,
a cuya placida sombra
paso cantando mi infancia...

Y también clausuraremos el comentario a los Cantos de


Perséfona con un buen poema, que se aparta, asimismo, del
resto de estas paginas, el titulado “Oraci6n”:

Tiempo que vas pasando como un rio


junto al arbol tenaz de la ribera,
linfa constante de agua pasajera:
yo soy un arbol de tu cauce umbrio.

~ Caen las hojas secas en lasaguas,


y al dejar el nostalgico ramaje,
se van para un quimerico viaje
con el lento vogar de las piraguas.

Y al promediar la noche taciturna,


baja una estrella en medio de la fronda,
a esconder sus tesoros en la onda,
como una blanca nayade nocturna.

Pasa la vida lenta, hora tras hora,


y en la noche de invierno solo queda
un fantasma callado en la arboleda,
y en el agua una estrella tembladora.

Yo te daré todo el follaje mio,


guardame tt hasta la hora del invierno
la fiel estrella del amor eterno,
tiempo que vas pasando como un rio...
RICARDO ROJAS 75

| Tres odas

Agruparemos, ahora, tres composiciones, que se relacio-


nan un tanto, porque son odas o himnos escritos por Ricardo
Rojas con cierto sentido circunstancial: la ‘La Oda latina”,
“La Sangre del Sol” y la “Oda a las Banderas”,
La primera esta compuesta en hexametros, segiin conve-
nia al tema y a la referencia virgiliana que le da motivo. Es
un canto a la Loba romana y la estirpe latina, donde se mezcla
a la justa reminiscencia clasica el gusto por, este verso amplio
y libre, que también ritmaba Paul Claudel por aquella época.

jSalve, Loba nutricia de la estirpe de Romulo augusta,


tu que traes del Tiber el mensaje a las tierras de América,
donde ves renaciente la gloria de tu'nombre latino,
madre de pueblos y de héroes y de triunfantes nimenes, Salve!

E] himno solar, dedicado a Joaquin V. Gonzalez, esta


compuesto para ser declamado el Dia de la Primavera, y asi
lo hizo su autor, en 1915, en la fiesta de los estudiantes. Aqui
torna, a veces, el recio acento de la poesia primera de Rojas,
si bien cae frecuentemente en largas frases discursivas. Su
motivo central es la exaltacién del culto del sol aborigen y de
él trasciende el orgullo que el poeta sintid siempre por llevar
en sus venas unas gotas de sangre india. Hay elocuencia, acaso
excesivo énfasis en algunos pasajes y aun diremos cierto tro-
picalismo en la exaltacién y acumulacion de las frases fron-
dosas y reiteradas. Pero, por momento, se levanta con un
lirismo césmico:

jOh, Sol! Rosa de fuego que hasta el cenit asciendes;


lampo que la apoteosis de las cumbres enciendes,
y de las claras almas; numen de la armonia
sideral, y maestro de la ciencia del dia;
por ti en un solo instante
surgieron ala vida de aquel dia distante:
la América salvaje, del mar en cataclismo;
la manana celeste, del tenebroso abismo;
y mi alma luminosa, de tu misterio mismo,
76 ALFREDO DE LA GUARDIA

La “‘Oda de las Banderas” (1921) es otro himno, dedicz


do éste a la festividad de Mayo, a las ensefias de todas le
patrias rodeando al labaro argentino, manifestacién muy nobl
de fraternidad humana. Posee dignidad expresiva en el ende
casilabo bien ritmado, con asonancia sonora en a-d, y asi <
adecua al paso de marcha que le conviene a la musica abiert
con que resuena., Por su lirismo y su técnica, nos parece supé
rior a la “Oda a Buenos Aires” de Lugones.

Cuando llegan los dias consagrados


a celebrar los fastos de la patria,
y el pueblo entero, cortsu voz de bronce,
jLibertad! ;Libertad! ‘cantando pasa,
nada conmueve mas la generosa
fibra nativa cuanto el ver alzadas
é con la bandera de la patria nuestra
las cien banderas de las otras patrias.

Bandera de titan que el cielo copia


dorando en medio de una banda blanca
de sintética luz el sol fecundo
que en simbolos de amor funda la patria,
tal es la ensenra que en el fausto dia
de nuestro’ foro, con el pueblo pasa.*®

“El Albatros”

Treinta afios después de la publicacién de La Victor


del Hombre, Ricardo Rojas dio la mayor expresién de |
poesia civil con El Albatros, escrito durante su destierro «
1934, Dentro de su género, no se registra en el pais otro poen
de esta noble categoria estética, superior, sin duda, a los apc
trofes de Marmol contra la tirania de Rosas, tanto por su co
cepcién como por su forma, aun cuando puedan hacerse alg
nas reservas. Byron decia: “No hay poema bueno en toda |

49 Rojas recitaba en su infancia los versos a la bandera, de Chassair


No dejaria de tener presente el discurso a la bandera de Sarmiento, Hal
publicado en 1915 una Historia de la Bandera.
RIGCAR DO ROW AS 77

-tensién; ni siquiera en la Divina Comedia son de la misma


ilidad todos sus tercetos”. Y tenia raz6n.
} En El Albatros se perfilan varios motivos que lo con-
ptuan: la invocacion al ave fuerte y tempestuosa, el paisaje
jkeguino, la memoria del tiempo juvenil, la Patria injuriada
| traicionada, la prisidn infernal, el Cristo invisible, la raza
@atoctona, el envio a la nueva juventud argentina. Si bien
gunas digresiones desvian o ralentan el rumbo y el compas,
oda es una de las mayores composiciones, en contenido y con-
ente de la poesia batalladora inspirada en un ideal humano,
fempre mas recia que lirica, mas ardorosa que sutil, en los
)etas civiles de todas las lenguas.
La soledad del hombre ante el cosmos, su desolacién ante
-inmensidad de la naturaleza hosca y helada en el remoto

Después de haber andado vagabundo


Por todos los caminos de la tierra,’
Llegué, por fin, al limite del mundo.

Aqui donde el pefasco al mar aterra,


Sobre la cresta del perion mas solo,
Alzo mi canto al Ideal en guerra.

Amaine aqui el atroz viento del polo,


Y la alta roca, estriada de glaciares,
Sea el altar en que a mi Dios me inmolo.

Cristo invisible en carne de pesares,


Con mis dos brazos en la sombra abiertos,
La cruz viviente alumbre aqui a los mares;

Y resuena en los piélagos desiertos,


La profética voz hecha plegaria,
Voz de Isaias que llamo a los muertos...

E] poderoso pajaro se dibuja, en seguida, como un simbolo


la voluntad contra las tempestades de la vida, de fe y con-
janza contra los fracasos y decepciones:
78 ALFREDO DE LA GUARDIA

Ave que se alza en espectral diseno,


Es el Albatros de inquebrable pluma,
De ojo sagaz y dominante ceno.
Entre nube, huracan, ola y espuma,
El mar austral ha visto en la tormenta
Su ala gigante desgarrar la bruma.
Hija del hielo, en aquilon alienta;
Su pupila se clava en lontananza,
Y su garra en los témpanos se asienta.,
Numen de la borrasca-y la esperanza,
Diomedea exulans, por la noche ungida
De luz polar, en la tormenta avanza.
Ave de los confines de la vida,
: Rasgue la inmensidad sy ala pujante,
Llevando el canto de la Patria herida.>®

Denuncia, después, la supresidn violenta e injustifica-


da de la libertad del pueblo, contra la cual se alza el poeta
y por eso esta proscripto, para cumplir —digamos nosotros—
el destino material o espiritual de todo verdadero poeta. Para
luchar liberalmente “bajo de la torre”, oponiéndose al “asalto
barbaro”’, a precio de la carcel y la nieve: “Mas su frio/no
apagara este amor que no se apaga’’. La policia penetro en
la soledad y el silencio del gabinete de trabajo y en lugar
de armas encontré un manuscrito:

Ausente yo, violaron la morada


Los esbirros intrépidos y hallaron
En mi taller “El Santo de la Espada’.
El ave vigorosa porta la indignacién del poeta:
jVuela, firme Cancion! El vuelo tiende
Llevando el grito de la Patria herida,
Y en cada pecho la protesta enciende. . .
50 Tercetos VII, VIII, IX, X y XI. Albatros mas feliz que el derribado
de Baudelaire,
RICARDO ROJAS8 79

La patria se extiende desde el trépico hasta el circulo


polar, y él la siente palpitante por donde quiera que ha pisado
su suelo, calido o frigido, ha confraternizado con los argenti-
nos de todas las razas. Aqui estén, atin, los descendientes de
los onas con sus leyendas del reino de Onaisin sus mitos tita-
nicos, su héroe Kuanip:
Llego para un excelso magisterio,
Y al irse se troco en estrella pura
Sobre la noche austral del hemisferio.
El predico a los indios la bravura
Para vencer los hielos de la muerte;
El trajo el fuego a la floresta oscura.. 1
Ahi esta la frase que le gustaba para definirse y que sus
negadores tomaron a chacota, a veces, sin reparar en que habia
sido pronunciada en la desolacion de un destierro injusto y
ante la ausencia de una raza extinguida; “Yo, el ultimo indio”.
Era un rasgo romantico, tan parecido a los de algunos poetas
andaluces como Manuel Machado, al identificarse con “el
alma de nardo del arabe espanol”.
Ya entonces comprendia que eran los poetas quienes
habian sofiado una patria y un destino que no era sino anhelo
de un futuro remoto:
Argentina del nombre bien sonante
como una clara vibracion de plata;
pueblo de artistas, musico y amante:
Sono en tu cuna la cancion mas grata
Y poetas dijeron tu destino,
Desde este mar que el abrego desata.
Proscrito de un tirano, Marmol vino
Hasta este mar de vientos y de hielos,
Y aqui empezo a cantar su “Peregrino”.
Las mismas ansias y los mismos duelos,
Que el pueblo antarfio en versos entendia,
Canto ahora yo, bajo estos mismos cielos.°?
51 Tercetos CX VIII y CXIX.
52 Tercetos LXXXII, LXXXIII, LXXXIV y LXXXV.,
80 ALFREDO DE LA GUARDIA

E] prisionero visitaré a los presos en la carcel de Ushuaia


y compadece a todos: ‘De cada triste conoci su caso’. Pero
sabe que faltan alli los verdaderos, los grandes malhechores.
Frente al portico negro del Presidio,
De cuya evocacioén aun me aterro,
Yo, que por leyes de justicia lidio,
Pregunté si en las celdas del encierro
Estaba el que en las aras fue perjuro,
El que a su pueblo hirio a golpes de hierro,
El que el arca rompio con sable duro;
Y me dijeron que ése, alli no estaba...
Pregunté por el otro, aun mas impuro,
El fariseo a quien la ley no traba,
Y -el codigo sagrado falsifica;
Mas me dijeron que tampoco estuba.°*

“Dije a Cristo: —Sefior, tu no castigas... / Mas yo en-


trego ese crimen a la Historia.”
Porque El Albatros es poema de libertad, de esperanza,
de justicia para la Argentina y para la Humanidad.

jBlason de libertad! Blasén de plata,


Que el arca de la ley con sangre sella,
Y la obra augusta del Ideal remata. . .°*

“El canto libre fustigd al tirano”... ‘“Pregona a toda


América la afrenta”... “Lirico Albatros, que esa estrella
guia”... “pico Albatros, que las nubes hiende”... “Tu He-
vas el mensaje de la vida”. Canto de libertad y canto de espe-
ranza, porque con esos impetus finaliza, recordando el triunfo
inicial:
La victoria del hombre al hombre ensefia;
La juvenil falange alli conmina,
Y de su solio a la maldad despena.

58 Tercetos XCVIII, XCIX, C y CI.


54 Terceto XLVIII.
RICCARDO ROJAS 81

jEh! Madres todas de la Patria en ruina,


Las proles que criara vuestro seno,
A un alto honor la historia las destina.

jNo perezca la raza hundida en cieno!


Dad vuestros hijos a la accién preclara,
Que esta el futuro de presagios lleno. ..

Y al restaurar la Patria sobre el ara


Digo cerrando el canto que la invoca:
“Yo soy aquel que antafo te cantara’”...

Y el Albatros volé desde mi roca.

Hemos citado extensamente porque precisa refrescar la


memoria del lector para fijar los quilates de esta oda singular
en la poesia argentina —lo reiteramos—, olvidada pronto y
cuyo concepto conviene exaltar asi como elogiar su forma.
Compuesta en la terza rima —que habia usado en sus primeros
versos de adolescente, Al Ideal —con gran facilidad de dis-
curso, rigor en la métrica °°, soltura en la consonancia, es un
poema épico y lirico a la vez —tonos de alegria al pasar, de
vez en cuando—, sustentado por una firme dignidad poética.
Es afirmacién y elevacién espiritual, amor de tierra, patria y
pueblo en el sentido mas acendrado, acusacién severa y justo
castigo confiado a la posteridad. Poema ultimo de Ricardo Rojas
confirma que en la poesia civil ha logrado los mas recios y
brillantes acentos de tal indole en lengua castellana.

55 Salvo, por ejemplo, en el tercer verso del terceto XXXV.


ad TO le ia
PET

LOS ENS
AY 0's
EDIFICACION DE LA NACIONALIDAD

Forja de patria

i. INCLINACION REFLEXIVA DE RicArpo RoJas SE VERTIO


pronto en muy diversos trabajos en prosa. El mismo afio de La
Victoria del Hombre, 1903, comenzé a publicar articulos de
critica literaria publicados en la revista Ideas y en el diario
La Nacion, a cuya redaccion pertenecia y a cuyo fundador
habia llevado su primer libro. Alli alternd, antes o después, con
Emilio Becher, Leopoldo Lugones, Joaquin de Vedia, Luis Mu-
rature, Juan Pablo Echagiie, Enrique Garcia Velloso, Vera y
Gonzalez, Piquet, bajo la égida del propio Mitre, de sus hijos
Bartolomé y Emilio. Un viaje a Europa le abriéd horizontes
amplios para su particular enfoque de los temas, los hombres,
los paisajes, los sucesos del mundo, tratados en las paginas de
Cosmépolis y en Cartas de Europa, editados respectivamen-
te en Paris y Barcelona, en 1908. No dejaba de reparar en
cuanto se presentaba a sus ojos avizores en los pueblos euro-
peos, mas siempre tuvo el recuerdo y la intencion fijos en la
patria y cada observacion le sirvid, puede afirmarse, para re-
memorar la tierra nativa 0 para aconsejar sobre el porvenir
de Ja nacién. Lo corroboran El Pais de la Selva y La Restau-
racion Nacionalista.
También publicé Rojas cuentos o relatos en el mencionado
periddico, en Caras y Caretas y La Novela Semanal, entre
86 ALFREDO DE LA GUARDIA

ellos “La Psiquina” y “El Ucumar” (1917-18), donde confir-


maba su inventiva y su peculiar estilo.
Por otra parte, deben contarse “Los Arquetipos” con bu-
ceos historicos y perfiles de préceres, que mas adelante comen-
taremos. Y, asimismo los “Discursos”, los trabajos en torno a
la Facultad de Filosofia y Letras, y de la Universidad de Tucu-
man, “La Guerra de las Naciones’” continuaron la tarea infati-
gable del escritor en posteriores afios.
Tres libros iban a sobresalir de toda esa labor: La Restau-
racién Nacionalista, previa al Centenario de la Revolucién
de Mayo; Blasén de Plata, que apareceria precisamente, en
1910, y La Argentinidad, que completaria la exposicién de
las ideas del autor sobre la conformacién de nuestro pais y de
su pueblo, publicada en 1916, en oportunidad de las fiestas
conmemorativas del Congreso de Tucuman y de la Indepen-
dencia.. 4
Acerca de La Restauracién Nacionalista ya quedaron
expuestas en paginas anteriores, si bien sintéticamente, las pri-
meras impresiones que su lectura causé en nuestro animo, No
iremos a repetirlas aqui, pero si anotaremos algunos de sus
conceptos. En ellos advierte Ricardo Rojas acerca de los riesgos
de la “imitacién”. Seamos auténticos, asevera una y otra vez,
y por eso busca las raices de esa autenticidad en los elementos
teluricos y raciales. Superacién del factor autéctono, consubs-
tanciacion con el factor espafiol, asimilacion del factor extran-
jero son los términos del problema, que desarrollara en el
curso de los tres volumenes citados.
‘Medio siglo de cosmopolitismo en la poblacién —afirma
en la primera de estas obras—, de capitalismo europeo en las
empresas, de abdicaciones en el pensamiento politico, de enci-
clopedismo en la escuela oficial y de internacionalismo en la
escuela privada, no favorecen, desde luego, la difusiédn de las
ideas nacionalistas. Los que a fuerza de ser argentinos empie-
zan a sentirse extranjeros en su propia patria **, saben que la
sonrisa del ironista 0 los venales argumentos de Flavio seran,
como en la transcripta anécdota de Tacito, respuesta inevitable
a las evocaciones de Arminio: Ile fas patriae, libertatem avi-
tam, penetrales Germinae deos. Pero esta restauracion del pro-
56 Tdea de Sarmiento.
AV

RICARDO ROJAS 87

pio pasado histérico debe hacerse para definir nuestra persona-


lidad y vislumbrar su destino. Restaurar el espiritu tradicional
no significa, desde luego, restaurar sus formas econdmicas o
politicas o sociales, abolidas por el progreso implacable y légico
de la civilizacién’’.
Este era el concepto fundamental de Rojas y el que se
sobrepone a las disquisiciones menores en torno a él y que son
las que nos produjeron cierta inquietud a los lectores de en-
tonces o después.
Comprendimos que no se podia confiar exclusivamente
en la influencia caracterizadora del territorio sobre su habi-
tante, ni en los azares de una lenta formacién etnografica.
“Confiemos un poco mas en el poder de las ideas que cambian
el espiritu de los hombres y rigen la misteriosa dindmica de
las civilizaciones”. Rojas explicaba, en carta a Miguel de
Unamuno, el sentido de su obra: ‘Se trata de salvar la cohesion
nacional, la tradicién como fuerza de perduracién, y el idioma
como instrumento de comunicacion y de conquista. En tal deba-
te, los espafioles han estado de mi parte, por su 6rgano de
prensa”. Unamuno contestaba: “La escuela debe ser ahi la
cuna de la argentinidad, Y en la argentinidad es donde tiene
que buscar la Argentina su universalidad”. El autor de En
torno al casticismo contemplaba con gran simpatia la obra
de Rojas y consideraba que el Dios argentino se la premiaria
y “le pondria un dia a la diestra de Sarmiento”. Le entusias-
maba especialmente que el escritor de El Pais de la Selva
viese el fondo espanol del americano y estuviera en contra de
la desvirtuacién del argentino en una ola de confusionismo
europeo.
Ricardo Rojas miraba tanto a lo por venir como a lo pasa-
do. A pesar de su defensa provinciana, no obstante que veia al
pais desde su fondo, desde Jujuy, no abogaba por el retorno a
la época del caudillismo federal, de la montonera libertadora
del pago. No intentaba, naturalmente, volver a cefirse el chi-
ripa —;¢qué hubiera dicho Sarmiento, entonces?—, ni recons-
truir el rancho, ni alentar un odio al extranjero. No se trataba
de renegar de la cultura europea transmitida por Espafia y
renegar del progreso. Tal Je reprocharon los ofuscados por
algunas de sus frases mas candentes. Habia que aceptar la
renovacion, el cambio, el movimiento, porque de otro modo la
88 ALFREDO DE LA GUARDIA

nacién pereceria en la inopia. El espiritu argentino, aunque


fiel a si mismo, debia evolucionar por el imperio propio de
la historia.
“Lo que este Informe preconiza es la defensa de ese espi-
ritu, dentro y fuera de la escuela, dado que la educacidn hist6-
rica no se realiza solamente en las aulas, y dado que la Nacion
se funda, mas que en la raza, en la comunidad de tradicién,
lengua y destino sobre un territorio comun. Si el pueblo argen-
tino prefiere una vocacidn suicida, si abdica de su personalidad
e interrumpe su tradicién y deja de ser lo que secularmente
ha sido, legara a la historia el nuevo ejemplo de un pueblo que,
como otros, fue indigno de sobrevivirse, y al olvidar su pasado
renunciara a su propia posteridad”’.®*
No son paginas éstas que puedan olvidarse sin riesgo, efec-
tivamente, para el pais en que fueron escritas. E] medio siglo
largo transcurrido desde que aparecié La Restauracion Nacio-
nalista ha confirmado lo que en el libro hay de mas esencial,
el fondo mismo de la prédica encerrada en sus capitulos funda-
mentales. La Republica ha sufrido desviaciones que son noto-
rias y que han dificultado el curso de su desenvolvimiento
espiritual y aun material. El pueblo ha perdido, en ocasiones,
el rumbo marcado por su pretérito, se ha desorientado, se ha
hundido en atajos funestos o en caminos de equivocado rodeo.
E] espiritu argentino defendido por Ricardo Rojas ha padecido,
por cierto, conforme a los temores del escritor, y en su alto
curso parecerian haberlo paralizado algunas soluciones de con-
tinuidad. Asi, en su fecundidad, se proyect6 —entendemos—
en obras de Martinez Estrada, Mallea y Canal Feijéo.

Heraldica argentina

Blasén de Plata es la segunda parte de esta trilogia en


que Ricardo Rojas expuso sus ideas sobre la edificacién de la
nacionalidad argentina.
En este volumen, el autor dirige la mirada hacia el pasado
mas remoto para fundar una especie de genealogia de la na-
cién. Naturalmente, las raices del arbol hundianse en la tierra
y en el pueblo aborigen. Aun cuando admitia que no existe
57 Pgs. 467-469,
RICARDO ROJAS 89
hate
“raza americana” alguna, por la diversidad de las tribus —cuyo
nomadismo dificulté, ademas, las investigaciones—, el autor
prest6 una atencidn primordial a la gente autdctona. Esta
constituia la primera rama del tronco robusto. La segunda esta-
ba formada por los criollos de la época colonial y virreinal y
también del tiempo de la Revolucién. La tercera surgia de la
descendencia de aquéllos mezclada con las aportaciones inmi-
gratorias: los argentinos de hoy. Definianse ahi las pugnas
sucesivas: indios contra conquistadores; criollos contra penin-
sulares; federales contra unitarios, tradicionalistas contra re-
novadores.
La evocacion de la etapa primitiva con rasgos legendarios
es de una evidente tonalidad romantica. Ya hemos dicho que
por via poética mas que ancestral se llega a una dudosa con-
substanciacion entre el argentino y el indio. El indio fue casi
exterminado, segun se sabe, primero por el espafiol, después
por el criollo. La Conquista y la Expedicién al Desierto con-
cluyeron con los pueblos indigenas, que, por lo demas, no
vivian sino de manera muy rudimentaria en estas latitudes. A
pesar de la veta descendiente por via del noroeste, la influencia
de mitos, fabulas, sangre y costumbres, fue limitada y ya ha
desaparecido casi por completo. Los presagios se cumplieron:
la guerra y la muerte hicieron su parte. No, el olvido; mas
unicamente por virtud de la poesia —rica de sugestiones y
magnifica en su despliegue decorativo—, lo que demuestra que
todo es bello fruto imaginario, Ahora, eso si, el indio ha podido
influir por otra vena. En el mismo grado que el aborigen tos-
tado desed sanguineamente a la mujer blanca, el hombre
blanco gust6 de la hembra cobriza. La leyenda de Lucia Mi-
randa y la historia de los malones prueban aquella fascinacion
del macho cetrino por la alba belleza femenina —la experi-
ment6é igual el arabe hispanico por la castellana o leonesa—;
y desde la hermosa Marina, cuantas mujeres indigenas fueron
las predilectas de Cortés y sus émulos mayores y menores, no
obstante todos los prejuicios. Hoy mismo, el inmigrante euro-
peo se aficiona a la recién conocida mujer criolla y la prefiere
a la novia dejada en el pais natal. Las estadisticas lo prueban.
La mezcla ha sido de gran fecundidad. Rojas lo reconoce en
su libro, refiriendo que una extensa convivencia de indios y
conquistadores produciria forzosamente “nuevos tipos sociales”.
90 ALFREDO DE LA GUARDIA

También las paginas dedicadas a la Conquista son de alto


yuelo en Blasén de Plata, porque el poeta encuentra en ella ~
otro gran lienzo donde combinar sus planos, sus figuras y sus
colores. Este motivo épico incidird en su primera obra drama-
tica. Y, aunque de diverso tono, no es inferior la invocacion
a Mayo, cuya influencia entiende que es mas dilatada que el
influjo de otras revoluciones libertadoras precedentes, Desde
luego, nos parece, ademas, que repercutid en el movimiento li-
beral espafiol —y viceversa—, desde las Cortes de Cadiz, en
1812, con su Constitucién progresista. Claro esta que en Bue-
nos Aires y en Madrid aparecen las ensefanza de la Ilustra-
cién, la Enciclopedia y \a Bastilla. .s
La férmula ‘“Indianismo y Exotismo” presentada por el
autor en contraste con “Civilizacién y Barbarie”’, ha caducado,
desde luego, porque era producto imaginativo y sentimental.
Vemos exactamente que el indianismo no fue un bloque: las
tribus pelearon entre si hasta el aniquilamiento, y la voracidad
canibal se mostré en no pocos lugares. También lucharon los
espanoles unos contra otros con ambiciones y por preeminen-
cias, como todos sabemos. Los criollos se dividieron, desde la
primera jornada revolucionaria, y no fueron pocos los peninsu-
lares liberales que se adhirieron al ideal de la independencia
como no fueron escasos los criollos, hasta con sangre indigena,
que batallaron bajo banderas del Rey. El indianismo y el exo-
tismo se diluian y entremezclaban demasiado para trazar con
ellos dos paralelas. El unitarismo y el federalismo terminaron
por fundirse, porque el centralismo era imposible en pais tan
inmenso, y el federalismo turbio de caudillo y montonera nin-
guna relacién podia tener con la doctrina del pacto politico
entre los Estados.
Mas con exageraciones un tanto romanticas 0 con desvios
necesarios para apuntalar la tesis prefijada, el libro de Rojas
cumplia una importante misién en 1910. Especialmente al
exaltar la Constitucién, la institucionalidad de la Republica, la
alabanza del espiritu argentino, la negacion de toda xenofobia,
al enarbolar “todas las banderas humanas”’.>$

58 Pag. 226.
RICARDO ROJAS O41

La Argentinidad

Otra obra discutida es La Argentinidad. Su autor conti-


nuaba en ella el pensamiento que venia extendiendo desde La
Restauracién Nacionalista y al través de Blasén de Plata,
cuyo titulo no entendia Estanislao S. Zeballos, cosa sorpren-
dente, sin duda, puesto que era un argentino, escribia en la
Argentina y a orillas del Rio de la Plata.*® Tampoco se expli-
caron muchos lectores la trayectoria histérica trazada por Rojas
en su nuevo volumen. Hacia en él un estudio filosdéfico de la
historia y era claro su pensamiento determinista. Los criticos
formados en el positivismo y que negaban, ademas, a Hegel
desde la A hasta la Z no podian o no querian entender ningiin
concepto de finalidad y su escepticismo les hacia sonreir ante
tales ideas. Su racionalismo a ultranza, su utilitarismo, su empi-
rismo les impedia advertir nada que no estuviera frente a sus
ojos en la mas inmediata realidad, de cuyas apariencias no
dudaban. Curioso es sefialar que, a pesar del derrumbamiento
de sus posiciones después de las dos guerras mundiales y los
nuevos rumbos de la Filosofia, quienes sobreviven de aquella
generacion y sus seguidores continuen limitados como enton-
ces. Alguno reprochaba a Rojas no seguir el ejemplo de Hippo-
lyte Taine. No lo consideraba adecuado enteramente el escritor
argentino para tratar sobre su pais y no aceptaba la parte mate-
rialista en el método del historiador francés, Pero daba gran
importancia a la influencia del medio, a la formacidn del indi-
viduo y de la comunidad dentro de un ambito pronio. “Nuestro
territorio —escribiria Ricardo Rojas en Eurindia—,®° enor-
me desierto, su poblacién escasa v heterogénea, la vida prag-
matica, la tradicién reciente, la lengua trasplantada, las in-
fluencias cosmopolitas, habrian desconcertado en nuestro caso
al propio Taine, aunque declaro que sus ideas me han ayudado
a comprender estos fendmenos de la cultura.” Asi era, efectiva-
mente, y la critica no habia observado hasta qué punto en La
Argentinidad —lo mismo que en los Origenes de la Francia
Contempordnea— cobraban relieve el ambiente, la raza, el

59 “No llego a explicarme su titulo de Blasén de Plata.” Revista de


Derecho, Historia y Letras, 11-1914.
60 Edic. 1951, pag. 97.
92 ALFREDO DE LA GUARDIA

tiempo. Por otro lado, esa misma critica negaba la psicologia


colectiva, como si ignorase a Alfred Fouillée, por ejemplo...
El] proceso formulado por Ricardo Rojas era, desde luego,
de una complejidad que hacia ardua su exposicion. La actitud
tomada al constituirse en el extremo noroeste del pais y abarcar
desde alla a toda la nacién presentaba sus dificutades, porque
la vision podia carecer de multiples enfoques, segin convenia.
La proclividad a defender la Provincia aunque sin atacar direc-
tamente a la Capital se deslizaba, a veces, hacia una exacerba-
cién indisimulable. Mas el concepto basico de la obra era un
acierto en sus lineas generales, como lo habia sido el de Blason
de Plata con las reservas del caso. ;Dénde no podran hacerse?
No se dudara, efectivamente, de que la génesis y la doc-
trina de la verdadera democracia estaban en los Cabildos. Lo
estaban palpitantes con anterioridad a la Revolucion de Mayo,
por cuanto en la misma Espafia fueron siempre las comunida-
des, desde la alta Edad Media, las defensoras del villano contra
el sefior feudal, de la Ciudad contra el Reino, hasta que en la
batalla de Villalar cayeron derrotados Padilla, Bravo y Maldo-
nado por las tropas de Carlos I, aspirante ya al poder total y al
Imperio. Ahincado en Jujuy, Rojas dedica ancho espacio en su
libro a la bandera genuina *', y de ahi parte para exaltar las
instrucciones llevadas por los diputados provincianos a la Asam-
blea de 1813, que declaré que en ella residia la Soberania
Nacional. Los referidos comentadores no percibieron el parale-
lismo de este movimiento popular argentino con el espafiol. En
Espafia fueron, asimismo, las provincias quienes sustentaron
los principios democraticos frente al poder absoluto, tanto en
la Edad Media, segiin vemos, como en el Renacimiento. Vascos,
gallegos, leoneses, catalanes, valencianos, aragoneses sostuvie-
ron sus derechos respectivos en la villa 0 en la regién, en dipu-
taciones, cortes y con las armas en la mano cuando no basté la
palabra. La Historia espafiola esta Ilena de ejemplos y el teatro
hispano finca en ellos varios de los grandes dramas de! Siglo
de Oro.
No es menos exacta en el libro de Rojas la oposicion del
resuelto republicanismo de las provincias ante ciertas veleida-
des monarquicas aparecidas en Buenos Aires, en las que incu-

81 Alli la observamos atentamente, nosotros, en 1957,


RICARDO ROJAS 93

rrieron —con razones ciertamente atendibles— algunos de los


mas ilustres proceres. Pero Moreno era tan portefio como Go-
_ rriti jujefio, y las ideas de Castelli y Monteagudo se gestaron,
en definitiva, en el mismo medio que las de Saavedra, y, en
cambio, las de Funes no tuvieron origen portefio. El panorama
politico de la Revolucién y la Independencia es complicado y
sutil, y por ello poco propicio para dibujar en su mapa lineas
demasiado gruesas y rigidas. La insurreccién llamada federal,
que ya comienza con Juan F. Borges en Santiago del Estero
y en 1815, de claro sentido autonomista, ofrece facetas muy
diversas, y no todos los movimientos de esa indole —repita-
moslo— son expresién del sistema federal —ignorado por la
mayoria de quienes encabezaban las rebeldias—, como podia
comprenderlo un Dorrego. Las ambiciones privaban con mucho
sobre las doctrinas; el ancestro sobre el progreso; y, aunque
Rojas no lo reconociese, la barbarie sobre la civilizacion, en el
sentido sarmientino,
Uno de los ejemplos mas elocuentes es la deposicién de
seis gobernadores de San Juan en un ajfio. La divisa “Religion
o Muerte” es también decisiva. Castro Barros identificaba la
causa divina y la causa federal. Regresivos, autoritarios, perso-
nalistas, a aquellos caudillos no les interesaba la guerra contra
el Brasil, sino dominar en sus feudos por la mas desenfrenada
prepotencia. Fue evidente su inclinacién a odiar la intelectua-
lidad —sentimiento propio de dictadores— y a degollar a las
cabezas que pensaban...
Por eso, nos parece, ahora, que los ataques a Bernardino
Rivadavia en La Argentinidad no son justos. No neguemos
que Buenos Aires, con su oligarquia, podia semejarse de lejos
a una Corte de Austrias o Borbones; pero sin Buenos Aires
—obvio es decirlo— no se habria producido el 25 de Mayo de
1810. Su Cabildo fue el primero entre todos los cabildos de la
libertad argentina. Seria innecesaria actitud la de oponer al
concepto de Rojas —evidentemente un prejuicio, en este caso,
que le arrastraba a ciertas consecuencias polémicas— el de una
Capital avanzada y orientadora del movimiento de la Indepen-
dencia. Lo mismo respecto a la exagerada negacién de Riva-
davia, si bien con atenuantes, pero asimismo con enconos que,
por momentos, se vierten sobre el fisico del précer, cuyo rostro
desagrada al escritor. Sin embargo, lejos de la atraccién varo-
94. ALFREDO DE LA GUARDIA

nil, el de Rivadavia —ancho, mas bien romo y algo leonino—


tenia una vaga semejanza con los de Beethoven, Goya y Sten-
dhal o del mismo Sarmiento, La inteligencia lo sellaba. Desde
la frase definidora de Mitre: “E] mas grande hombre civil de
la tierra de los argentinos”’ hasta los estudios recientes —Palcos,
Piccirilli— y repasando el trabajo de Andrés Lamas, la figura
del primer presidente de la Republica sobresale por su accién
civilizadora y cultural. Era un tipico liberal como los mejores
britanicos, desde Fox hasta Gladstone. Era un hijo de la Jlus-
tracién, como lo habian sido Aranda, Floridablanca y Campo-
manes, con Carlos III en Espafia, Joyellanos al comenzar el
siguo x1x, Mendizabal y Olézaga en afios de Isabel IT. Compren-
did la importancia de apoyar al movimiento militar de Riego,
que imponia la Constitucién a Fernando VII, en 1820, y ayudar
con dinero al gobierno de Madrid, para combatir a los contra-
rrevolucionarios y a la invasion del ejército de Luis XVIII con
el designio de restablecer el poder absoluto del monarca espa-
fiol. La negociacién encomendada a Las Heras ante el general
Espartero, propiciada por Arenales y entorpecida probablemen-
te por Malabia, hubiera acortado la guerra del Perit, en 1823,
y no se hubiese producido la batalla de Ayacucho con prepon-
derancia de Bolivar y Sucre sobre la accién argentina de San
Martin. Rivadavia se consagra por su acuerdo con Moreno, las
medidas contra Alzaga, la libertad de imprenta, la Constitu-
cin del 26, que era una carta transitoria del unitarismo al
federalismo y, de haberse cumplido, habria llevado serenamente
la evolucion politica hacia la descentralizacién administrativa
con elecciones libres provinciales. Debemos recordar su visién
selectiva de las inmigraciones, la jornada de nueve horas adap-
tada de la ley inglesa, el estimulo al trabajador capacitado, la
enfiteusis que avanzaba tanto en la cuestién agraria, el equili-
brio de los impuestos, la prohibicién de usar armas, el fomento
de la educacién y la cultura, solicitando la venida al pais de
maestros europeos, la beneficencia, la higiene, en fin todo
cuanto propende a “una perfeccién social por la que harto
tiempo hace que clama la humanidad”. Claro, todo ello no era
aplicable practicamente en el curso, no ya de un gobierno, sino
de una generacién. Si incurrié en errores consabidos también;
si no condyjo la politica exterior con el firme acierto deseado;
si pretendid, por instantes, “Javar la cara” a quienes concedian
RICARDO ROWAS 95

audiencias luciéndose en camiseta y calzoncillos —como Ibarra


en Santiago del Estero—; si entendid que primero era la razon
y luego la fuerza para instituir el Derecho, si cedié ante estas
circunstancias y se abatid ante aquellas contingencias es por-
que los imponderables suelen ser mas fuertes que la voluntad
de un hombre solitario, a quien no se quiere oir.®? “La oposi-
cién se mantuvo sorda e intransigente.” ®* Pero lo que vale es
su propésito esencial: crear un foco de civilizacién en Buenos
Aires. Y, por ultimo, esta su renunciamiento y su ostracismo,
con el ejemplo de los grandes atenienses. San Martin y Riva-
davia son, en esa actitud, iguales.
Ricardo Rojas hubiera deseado que la historia argentina
siguiera un curso a su noble placer. Su negacién del secretario
del Triunvirato no implica cierto reconocimiento, ni tampoco
la glorificacién de la Barbarie aunque la haya, pasajeramente,
aproximado a su Indianismo. “El indio y el espafiol se han
reconciliado en mi” —escribiria afios después °, y si romanti-
camente percibia al primero en su pulso, clasicamente alber-
gaba al segundo en su espiritu. La Civilizacién estaba primero,
y aunque hubiera podido adquirir estratos de la Barbarie, era
ella la que privaba, la que determinaba la marcha del mundo,
el sentido de la argentinidad.
Rojas vislumbr6 “‘una Argentina de mafiana” y una “de-
mocracia integral’. Tampoco ellas podian ser obra de su gene-
racion, ni de varias y sucesivas generaciones inmediatas, Apo-
yabase en el pasado para columbrar lo porvenir, y, sin duda,
esa es la nica posible ensefianza para el fildsofo de la historia
y para el auténtico socidlogo. La critica sin una propia filosofia,
los comentaristas sin rumbo, no podian aceptar el pensamiento
de Ricardo Rojas y bajo la apariencia de un permanente examen
y de reducir la teoria a la practica, en lugar de mantener en
suspenso su juicio —-segun conviene a los verdaderos escépti-
cos— embistieron con sus censuras despectivas, que no vamos
a confundir con las satiras de Timon de Flionte contra los dog-
maticos...
62 Por su pluma indudablemente decia El Mensajero: ‘“jArgenti-
nos! ¢A qué esta destinada nuestra patria? Unamonos; este dia sea el dia
de la cordialidad y de la paz; y esta Republica, destinada a cosas grandes,
sera la mansion del orden y de la gloria. ;Viva la patria!”
63 Andrés Lamas, Rivadavia, cap. VII, pag. 345.
64 El Profeta de la Pampa - Guia y clave para el lector.
96 ALFREDO DE LA GUARDIA

La Argentinidad de Rojas era, por cierto, un nobilisimo


suefio, pero de ninguna manera desprovisto de fundamento
cientifico-histérico, ni de asentamiento en la realidad estudiada
desde los origenes de este pais. En un mundo en que, si bien
han prescrito ciertas teorias utdpicas, otras se han abierto y
proyectado hacia lo futuro, resulta inocente alardear de sabio
pirronico. En lineas generales, aunque no en algunos detalles,
la visién del poeta era exacta. Y como afirmaria, también, en
otra obra: “La argentinidad esta constituida por un territorio,
por un pueblo, por un estado, por un idioma, por un ideal que
tiende cada dia a definirse mejor.” ®° Ella se edificé sin des-
defiar a ninguno de sus nicleos “indios, negros, espafioles, eu-
ropeos: de todos ellos formdé su progenie”. Su ideal era “el
del hombre redimido’’.®®

La Estética

Eurindia (1924) vino a ser la consecuencia estética de


la Historia de la Literatura Argentina. E) autor la definia
como “‘una sintesis filosdfica” ... “ensayo de estética fundado
en la experiencia historica de nuestra literatura’’.®* La argen-
tinidad —el principio divino y primigenio de la nacionalidad,
segun Fichte, en la recordacién pertinente— se plasmaba en
diversos fendmenos surgidos de la tierra misma, de las pobla-
ciones pristinas, de las que les fueron sucediendo en las trans-
formaciones etnograficas, las razas, los habitos, los modos de
existencia, las instituciones coloniales y nacionales, el desarro-
llo general del pais.
Los indios, los criollos, los gauchos, sus fuerzas teluricas,
las caracteristicas diversas, las costumbres, el folklore habianse
representado en la parte inicial de aquella ‘‘Historia”, en los
Gauchescos, a quienes el escritor veia, asimismo, como los pri-
mitivos por su técnica, y los nativos por su emotividad terrena.
Las primeras ciudades, las instituciones politicas y religiosas,
su procedencia directamente hispanica se expresaban en los
Coloniales, que serian, también, los escoldsticos por sus ideas,

85 Historia de la Literatura Argentina, tomo I, Introduccién.


66 La Argentinidad, pag. 412.
67 Pag. 71.
RICARDO ROJAS 97

y los seudoclasicos por su retérica. La formacién intelectual con


propio sello, la toma de conciencia de la nacién que se consti-
tuye, las oposiciones politicas, manifestabanse en los Proscrip-
tos, enfocados a la vez como los patricios, creadores de patria,
por sus ideales civiles, y como los romdnticos por su liberalismo
en politica y en arte, La organizacién nacional, las definiciones
culturales, las influencias cosmopolitas estaban concretadas en
los Modernos, vistos ademas como los individualistas por su
variedad psicolégica y como los cosmopolitas por los influjos
internacionales que agregaron a la comun heredad espiritual.
Ricardo Rojas trazé en su obra una trayectoria constante
de la cultura argentina. En primer término advirtid que no
tomaba el vocablo literatura en “un yerto sentido retdérico”,
sino con un “vital sentido etimoldgico”, y que abarcaba la lati-
tud del lenguaje oral y escrito como manifestacién de la con-
ciencia al traducir en las distintas formas expresivas el pen-
samiento o la conmocion, la naturaleza o la vida humana.
Desarrollé, asi, el proceso de las escuelas estéticas dentro de
las letras nacionales, y fijé los ejemplos mas relevantes en
cada una de ellas: Ascasubi, Hernandez, del Campo en la
gauchesca; Tejeda, Labardén, Varela en la colonial; Echeve-
rria, Marmol, Gutiérrez en la proscripcion; Obligado, Guido,
Almafuerte en la moderna, limitando los nombres en una
inicial evocacién. Un acierto de Rojas fue situar siempre cada
autor y su obra respectiva en el lugar y tiempo correspondien-
tes, a fin de estimar sus valores dentro del ambito y la época
influyentes en ellos. Pero no se limitdé a dibujar las lineas mas
conocidas, Sefialé en los grandes periodos subdivisiones que
ayudan a conocer mejor, mas detalladamente, este desarrollo
de la cultura argentina. Asi, la etapa colonial se fragmenta
entre las fechas 1535-1613, 0 sea entre la fundacién de Buenos
Aires y el establecimiento de la Universidad de Cordoba, con
Centenera y Diaz de Guzman; entre 1613-1767, hasta la ex-
pulsion de los jesuitas, con Tejeda y Lozano; 1767-1810 hasta
la caida del poder virreinal con Labardén y Azara. La etapa
siguiente se subdivide entre 1810 y 1829, el periodo revolucio-
nario; 1830-1852 la tirania rosista; 1853-1880 hasta la federa-
lizacién de Buenos Aires, en los que se puede situar nombres
mucho mas decisivos que aquéllos, obvios para el caso. Toda
esta formacion cultural es, segun entiende, una proeza de tres-
98 ALFREDO DE LA GUARDIA

clentos anos, cumplida ‘“‘a fuerza de pensamiento y de sacri-


ficio” ... “que es honra de Espafia cuando creo la colonia, y
honra de la Argentina cuando cred la democracia’”’.®* Y se
conforma en una “literatura nacional expresion de una concien-
cla nacional”’.
Lo que mas importa al autor es dejar probados los diversos
fenédmenos histéricos, raciales y psicologicos confluyentes para
constituir aquella cultura con la impronta firme de lo argen-
tino, y marcar su continuidad al través de todo el proceso inte-
lectual y todas las disciplinas literarias de nuestro pais. Ahin-
case, pues, en la tradicién para seguir su desenvolvimiento.
Atahualpa resucita en Tupac-Amaru y se proyecta en el con-
cepto monarquico de Belgrano de coronar a un Inca; el culto
del Sol reaparece en el escudo y en la bandera; las Memorias
del cuzqueno Garcilaso de la Vega se revertiran en el Himno
del portefio Vicente Lopez y Planes. Por otro lado, desaparecido
el Virreinato, proclamada la Independencia, constituida la
Republica, el espiritu espafiol se renueva, transformado, en
la lengua, en la influencia comunal, en las instituciones cultu-
rales. Por ultimo, el gaucho se ha desvanecido en la pampa
roturada, pero esta presente en los poemas de José Hernandez
y Rafael Obligado, en los capitulos de Eduardo Gutiérrez y
Martiniano Leguizamon, Las artes primitivas facultan el de-
senvolvimiento de nuevas expresiones en las artes plasticas y
en la musica, alli donde los creadores no se deslumbran por los
paradigmas europeos y vuelven la mirada hacia las fuentes de
la argentinidad. Todo este analisis lleva a Rojas a demostrar
que “hay en la evolucién argentina, como en la de otras nacio-
nes, una Cierta unidad organica entre el territorio, la raza, la
tradicién y la cultura”’.®® De aqui, su prédica: “Vivan los ar-
tistas argentinos en amor conyugal con su tierra”... “Pai-
sajes y hombres estan esperando sus redentores” . “Los ar-
tustas que sientan de esta manera, deberan unirse pare crear
socialmente esa unidad estética de la vida americana. Ello no
disminuira en lo minimo la originalidad de cada uno, y acre-
centara, en cambio, la irradiacién histérica de su obra. Cuando
hayan formado esta hermandad nuestros artistas, asi unidos

8 Pag. 93.
69 Pag. 248.
WUGAR DO: ROSAS 99

por los ideales eurindianos, asistiremos al comienzo de una


época en la historia de nuestra cultura’’.7°
La identificacién de la Argentina con el resto de América
volvia a despertar interrogantes, ya planteados. Si se acepta y
con reservas, es, desde luego, muy relativa por las distancias
y diferencias antes disefiadas. En primer lugar por las distintas
ea —Brasil y los EE. UU.— »y luego por una diversidad
temperamental con los paises del trépico aun dentro de nuestro
ambito lingitistico. En cambio, Rojas acoge acertadamente la
identificacion de los extranjeros incorporados a la nacién por
ciudadania y obra. “Literatura argentina es todo lo escrito por
autores aqui nacidos, 0 por extranjeros que han dado su exis-
tencia a la empresa colectiva de nuestra civilizacién”. Ve algu-
nas migraciones como verdaderas repatriaciones espirituales, y
cita entre otros nombres los de Schmidel, Techo, Macchoni,
Falkner, Parera, Brown, Holmberg. El simple patriotismo, no
educado en estas disciplinas, podria caer, por alucinacion indi-
vidualista, en errores de exclusién —viene a decir.™! Asi aco-
eid en la Historia de la Literatura Argentina a muchos escri-
tores no nativos pero asimilados a la nacionalidad, y entendié
que, por ejemplo, un Ventura de la Vega pertenece a las letras
hispanas. A pesar de cuanto se ha escrito recientemente, yo
diria que un William Henry Hudson, nacido en la provincia
de Buenos Aires pero escribiendo en inglés, dista mucho de ser
un escritor argentino, aunque evoque paisajes y figuras del pais.
José Maria de Heredia, nacido en Cuba, es un poeta francés;
lo es igualmente Jean Moréas, de origen griego. Los ejemplos
serian numerosos.

Alegorias

Esto conspira un tanto contra cierta fase de la doctrina


de Eurindia. A veces, el influjo del medio es mas poderoso
que el llamamiento de la tierra nativa; otras, la raza, el
idioma alejan de esa misma tierra natal. Hay exceso evidente
en la teorizacién mistica, en el sentido dogmatico. Rojas se

70 Pag. 259,
71 Pags. 74, 144, 261.
100 ALFREDO DE LA GUARDIA

deja llevar, en ocasiones, por su gusto de lo alegérico y re-


sume, por él toda su doctrina estética en tres simbolos:
el de la Tierra, el del Arbol y el del Templo. El emblema te-
rrenal: “la geografia humana toma a la tierra y al hombre
juntos, reduciéndolos al valor de una civilizacién”. El em-
blema arboreo: “Jas nacionalidades son entidades superorga-
nicas semejantes, en su misterio de vida, a lo que son los
arboles; la civilizaci6n humana en su conjunto, una selva”.
El emblema templario: la literatura argentina “podia asimi-
larse a la imagen de una catedral”. Hasta ahi, las imagenes
son exactas, pues la tierra es la materia, el arbol es la vida
y el templo es el arte. Pero conducido por la fantasia, esta
basilica se erige con un despliegue donde el barroquismo se
injerta en la indianidad con acumulaciones y retorcimientos
exagerados que habria envidiado Churriguera. ..
La catedral se convierte en un santuario patrio que en
vez de presentar las lineas bellisimas y severas de un Parte-
non, se trueca en una especie de acllahuasi incasico o de
inmenso oratorio asiatico recargado de figuras de toda indole.
“Cada nave es como una sala hispostila por lo grandioso del
ambito y lo enorme de las columnas ideogramadas. Cada rin-
cén es como una pagoda indostanica por lo profuso de la
decoracion y lo universal de los simbolos. Acuden reminiscen-
cias de todos los estilos; pero nada hay alli que no sea alusién
a las tradiciones de América. Figuras humanas talladas en
gigantescos monolitos, como en el templo egipcio de Ipsambul,
O que sirven de atlantes en caridtides y arquitrabes; cuerpos
de animales, monstruosos fetiches, iconos de peregrina belleza,
puestos en metopas, al modo griego, o en plintos, al modo
asirio, 0 en cornisas y capiteles, al modo gético. Una suave
penumbra funde las masas colosales; la luz exterior se filtra
por las historiadas vidrieras, animando significativas image-
nes; y, a pesar de tanta variedad, domina en el Ambito espa-
cioso la unidad indiana de las alegorias, tal como debiéd ocu-
rrir en los legendarios templos de Palenke y de Uxmal.” 7
Las superposiciones son asombrosas: incas y caciques,
conquistadores y evangelistas, colonizadores y patricios, liber-
tadores y tribunos, revolucionarios y organizadores, los go-
72 Pag. 267.
RICARDO ROJAS 101

bernantes, los sabios, los artistas; todos se juntan bajo esas


bévedas. El panteén hermoso y austero para los grandes hom-
bres es, asi, una clase de monasterio mas fenomenal que pro-
digioso, mas desatinado que imponente. Y alli “el hierofante
va senalando luego en cada nave los animales miticos; aqui la
llama, alla el leén, mas lejos el caballo, después el toro, y
finalmente, bajo el cimborio, una especie de Esfinge que
plasma de todas aquellas bestias un nuevo ser innominado.
En tallas, urnas y vidrieras aparecen, profusamente, la ser-
piente y la rana de los vasos indios; la mulanima y el runau-
turuncu de las leyendas gauchas; la cruz y la trinidad de los
altares cristianos; el compas y el tridngulo de los ritos laicos.
Las fuerzas ocultas de la naturaleza, las intuiciones del hom-
bre primitivo, los ideales del hombre civilizado, la sabiduria
demotica, la ciencia académica, el cielo con sus constelacio-
nes, la tierra con sus paisajes, toda la historia de la patria,
en fin, muéstrase en las imagenes del Templo, en visidén di-
recta o bajo el velo mitico de las alegorias. El primer estupor
del nedfito va pasando a medida que avanza en estas contem-
placiones...” 78
El nuestro, en verdad, no se disipa en modo alguno. Y
hemos citado en extenso para no disimular las desviaciones
en que incurrio el autor al extender fantasiosamente sus em-
blemas desorbitados. Han sido estos abultamientos, hipérboles,
demasias los que perjudicaron a Rojas en mas de una oca-
sién, aprovechados por sus detractores para reirse de las tem-
plos y los templarios, los catequistas y los catecumenos, So-
brepasemos tales defectos luego de subrayarlos con franqueza,
para llegar a paginas certeras, donde el criterio del autor se
abre luminosamente hacia todos los horizontes, lejos de ese
ambiente enrarecido, distante del “trono magico” bajo la
monstruosa cupula, ajeno a falsos dioses y a sugestiones angé-
licas escasamente apropiadas en el tema histdrico y estético.
Ricardo Rojas no se olvida, por fortuna, de su conciencia
limpida, su criterio penetrante, su examen. libre. Asi, en el
ultimo capitulo —bien titulado “El despertar”— afirma: “La
estética que formulo no propone leyes claustrales para el arte
ni para la patria. La patria queda abierta a las influencias exte-

73 Pag. 268,
102 ALFREDO DE LA GUARDIA

riores... El arte queda librado... el secreto de Eurindia no


ha de buscarse tanto en las cosas como en las almas.” Bien
esta mirar a la tierra, observar a la raza, seguir las evolu-
ciones civilizadores y culturales con ojos argentinos —eso es
lo exacto—. “Las disciplinas de Eurindia quieren refundir el
misterio legendario de los indios, la emocién pampeana de los
gauchos, la genialidad idiomatica de los espanoles en una
conciencia estética abarcadora de todo ello y de algo mas uni-
versal que esta soterrado en las tradiciones del arte y en la
realidad de la propia vida.” ** Hace bien Rojas en aseverar:
“La estética de Eurindia no es un capricho de mi fantasia;
me la ha sugerido nuestra experiencia histérica, y pues ilu-
mina el porvenir con la luz que nos viene del pasado, la his-
toria ha de servirnos de maestra en la obra futura’”’. Al mismo
tiempo, hace muy bien asi mismo, en ventilar ciertos ambi-
tos viciados, y en, advertir de la necestdad de mirar a lo lejos.
Que los escritores, que los artistas amen a su tierra, se
inspiren en ella y en cuanto ella, proyecta, pues su inventiva
se fortalecera con tales potencias y su posible universalidad,
ya se sabe, acrecera a medida que sean representativos, fieles
a su pais y a si mismos. Mas no por ello dejaran de otear en
las lontananzas de la cultura, pues de otra manera se redu-
ciran en su talla y en sus realizaciones, Nadie debe olvidar
que la pampa fue un océano y que el Atlantico fue un conti-
nente. Reuniéndolos se llegara a una sintesis precisa.
En cuanto a los estudiosos de la filosofia y de la historia,
a los socidlogos, los ensayistas, los criticos, todos ellos nece-
sitan —obvio es sefialarlo— la mas amplia de las culturas.
Lo marcamos, porque algunos de los censores de Ricardo Rojas
que lo tildan de nacionalismo, de pedanteria, de fantasmo-
neria —si se permite el vocablo —estan clausurados en una
vision estricta de la cosa argentina, metidos en una cerrazén
0, por lo menos indiferentes a todo el resto del mundo, en
una posici6n comparada a la cual La Restauracidn Nacio-
nalista, Blasén de Plata y Eurindia son libros de una
gran liberalidad y universalidad. Ellos son los campeones del
“aqui y ahora”, ridiculamente vueltos de espalda a los tiem-
pos, al planeta, a la vida universal.

74 Pag. 262.
Ri GARDO UR OAS 103

La Plastica

Otra cosa muy diferente es la consecuencia del pensa-


miento y, por tanto, la homogeneidad de la obra.
A Ricardo Rojas no le impidié su vision ampliamente
humana de las cuestiones intelectuales, su cultura extendida
hacia limites lejanos, concentrarse en sus ideas fundamentales
en cuanto al espiritu argentino, los temas de historia y esté-
tica de nuestro continente, la edificacién de la nacionalidad,
los problemas mediatos 0 inmediatos planteados al pais. Asi,
prosiguiendo sus estudios, escribid el Silabario de la Decora-
cin Americana que es un corolario en cuanto a la plastica
de Eurindia. Rojas necesitaba extender la base inicial de su
construccion euritmica de la argentinidad, exponiendo los ele-
mentos estéticos primordiales. La herencia indigena debia te-
ner una mayor sustentacion que la expresada en sus libros
anteriores en lo referente a la orientacién y las posibilidades
de un arte propio de los americanos, Concentrése, pues, en la
Investigacion de aquel legado desde el punto de vista artistico,
aun cuando apoyandose en los estudios arqueoldgicos y tam-
bién etnograficos y prehistdéricos.
Su visién general no es, sin embargo, la de una cerrada
preferencia por lo pretérito. Trata, por lo contrario, de abrir
vias nuevas al arte de América mediante una evolucion de
las formas del pasado, y por eso no vacila en considerar rela-
cionada su posicién con las “filosofias vanguardistas en nues-
tro tiempo, con la diferencia de que ellas buscan la nueva
creacion por un salto individual en el vacio, y yo la busco por
una actitud de la conciencia social”."* Deséa ofrecer conoci-
mientos 0 ensancharlos acerca de las antiguas culturas ame-
ricanas para facilitar su proceso evolutivo, 0 dicho mejor, para
Nlenar una solucién de continuidad, y entroncar lo pretérito
con lo futuro. Quiere hacer conciencia de la obra cumplida
por los predecesores, y entiende que los primeros fueron los
aborigenes en su concepto espiritual de la raza. Esté de acuer-
do o no el lector con esa idea de Rojas, no se podra negar que
el artista debe conocer profundamente la historia del arte,
comenzando —innecesario es decirlo— por las artesanias, fun-

75 Pag. 203.
104 ALFREDO DE LA GUARDIA

damento preciso para toda invencidn personal. Por eso, el Si-


labario procura dar una informacion animada de la arqueo-
logia de los pueblos autéctonos, sacandola de los museos para
imprimirle una funcién viva, que ayude a las creaciones ve-
nideras.
Ricardo Rojas veia una separacién y hasta una hostilidad
entre las poblaciones sustentadas en gran proporcion por la
sangre india y las poblaciones blancas, directamente herede-
ras del espafiol conquistador o del europeo en general, inmi-
grante. “Incomprensién reciproca y antipatias seculares que
necesitamos suprimir.” Y él entiende*que un conocimiento
puntualizado de la cultura primigenia podria contribuir a la
unidad orgdnica de América y levantar y acelerar su misiOn
entre los pueblos en mayor grado civilizados. Esto no es dis-
cutible, ni siquiera en la Argentina, aunque sea la nacidn
mas blanca y mas europeista de Iberoamérica.
Metddico segin su inteligente y paciente norma, Rojas
abordé esos estudios arrancando desde el mismo punto de la
biologia. En esto se reconoce plenamente europeo en sus re-
glas de clasificacién y valoracién, alerta, eso si, a las afirma-
ciones del criterio sostenido en Eurindia, La sintesis eurin-
diana tal es siempre su norte. En la linea que trazara va a
unir, como ejemplos, la alfareria calchaqui, las invocaciones
incaicas del Himno Nacional, el Martin Fierro, la exten-
sion de la patria hasta la Tierra del Fuego, compases de lo
que viene a llamar el movimiento eurindico. Cierto que por
esa via, Rojas se deja llevar, como es su habito, por ensuefios
0 aspiraciones no muy concordes con la realidad argentina.
Y, asi, habla del indio como si realmente el indio existiera
hoy en una masa que gravitase sobre la poblacién total de la
Republica. “Yo creo posible crear en torno de ellos —declara—
una nueva moral civica, un arte, una pedagogia, una politica,
que redunden en beneficio de la conciliacién racial.” No ad-
vierte las distancias psiquicas y fisicas existentes entre las
naciones iberoamericanas, y al englobarlas, agrega: “A la uni-
dad espiritual en la poblacién de cada Republica americana
podra seguirse la unidad organica de su conciencia continen-
tal. La democracia resorte de la época moderna; el castellano,
legado de la época colonial, y la iconografia arqueoldgica,
tradicién de la prehistoria indigena, serian asi los tres érganos
RICARDO -ROWAS 105

de unidad.” *¢ Las diferencias estan dadas explicitamente por


Mexico y la Argentina, sin que ello reste valor a la esencia
misma del concepto. Como tampoco a lo que podriamos se-
falar como la vena sentimental, pues Rojas estuvo siempre
identificados con el misterio, la fascinacién, la derrota, el dolor
de las primitivas razas de América. Era un rasgo de su perfil
criollo y de su apostura romantica.
Lo es, también, su aficién a los mitos, formas constantes
de su pensamiento. El Silabario, que es un estudio metd-
dico de la estética de aquella inconografia americana, y que
en su minuciosidad de investigacién tiene caracteres cientifi-
cos, es presentado, no obstante, como un volumen geometri-
zado por una especie de ritmo septenario, cuya simetria se
manifiesta en las siete partes del tema y en los siete capitu-
los de cada parte. “Este ntumero magico, grato al Rey Sabio en
su libro famoso, y consagrado por milenarias tradiciones mis-
ticas, formase por la suma del cuatro, simbolo de la materia
visible, y del tres, simbolo del espiritu invisible, como en cien-
cia oculta lo es también el triangulo, forma estilizada de la
llama, flecha de luz que sube al cielo. Declaro, sin embargo,
que no he rebuscado la estilizacién geométrica, pero que me
es grata, porque ella caracteriza, aclara y simplifica, como lo
hacen en su arte los indios.” 7 En tales puntos, Rojas no puede
con su genio... Pero, en el fondo, no deja de ser simpatica
esta inclinacién mitoldgica en un asunto como el tratado en
el Silabario donde los enigmas se suceden —y perduran—
en torno a la vida y las expresiones espirituales de unos pue-
blos, cuya existencia permanece, en tan gran parte, sumida
en el arcano, a pesar de todas las indagaciones etnograficas,
arqueolégicas, prehistoricas, estéticas, artisticas y literarias, en
que los estudiosos se han dejado llevar, muchas veces, por sus
ilusiones y sus fantasias. Recordando tantas ficciones seudo-
cientificas no puede reprocharse a nuestro escritor que, por
momentos, incurra en el prurito comun de creer aquello que
desea creer...
Para llegar a sus conclusiones, en el Silabario se hace
una manifestacién muy detallada, por instantes arida en lo

76 Pag. 211.
77 Pags. 19, 20.
106 ALFREDO DE LA GUARDIA

minucioso, en oportunidades curiosa por lo original, de toda


aquella iconografia americana. Los temas estan claramente
precisados: los geomorfos, fitomorfos, zoomorfos, antropomor-
fos, mitomorfos, con sus estilizaciones diversas. Los signos de
esa expresiOn plastica precolombina desfilan por las paginas
del libro, explicados en sus formas y en sus posibles intencio-
nes. Luego se expone la técnica desarrollada por los remotos
artistas en sus diferentes obras y en distintas materias: la
arcilla, los textiles, la piedra, los metales. Para alcanzar todos
sus designios, se aclaran los modos de composicion, especifi-
candolos individualmente y determinando sus relaciones. Des-
pués pasa el autor a disenar los simbolos encerrados en todas
estas obras primitivas: los del mundo, la divinidad, el hom-
bre, la raza, la belleza, envueltos siempre en la incognita casi
indescifrable o en el secreto indescifrable totalmente. No
falta el estudio de los diferentes estilos: el de Tiahuanaco, el
de Tawantinsuyo, marcandose los distingos entre el de la costa
y el de la sierra; el calchaqui, tan interesante para nosotros,
puesto que nos concierne directamente; los de aztecas y ma-
yas en otras zonas continentales. Un panorama de la vida
en sus planos sociales, econdmicos, politicos, etc., completa la
vision general, que concluye con una muestra de los ornamen-
tos apropiados para la ciudad, la casa, la persona, el teatro,
transportados desde la antigiiedad a la época presente con el
fin de que la tradicién prosiga y sirva para fundar —eurindi-
camente— un arte social moderno en América.
De todo ello surge el sentido admirable que de la decora-
cidn poseyeron los pueblos primigenios del Nuevo Mundo, Es
evidente, no sdlo la facilidad de asimilacién y de mimesis de
la Naturaleza que tuvieron los indios, sino su poder de imagi-
nacion y mas atin de fantasia. Desde el helecho fibrilar hasta
el cosmos, desde el insecto hasta las representaciones divinas,
todo fue expresado por aquellos artistas con un sugestivo ca-
racter plastico, Una fastuosidad decorativa asombra el Animo
del espectador ante los antiquisimos testimonios de esas civi-
lizaciones, se trate de grandiosas ruinas, como la Puerta del
Sol, los restos de Pachacamac, Ancén, Ollantaytambo, etc.,
o bien de los relieves de Chiapas, las piramides de México, las
aras del Yucatan. El sentido artistico aparece lo mismo en
los grandes monumentos del norte que en las pequefias pie-
RICARDO ROJAS 107

zas de alfareria de nuestro sur. Tiene razon Ricardo Rojas


cuando se refiere a una especie de melodia plastica, el ritmo
del que surge la creacién de arte, sea un anfora realizada en la
blanda materia de la arcilla 0 una estatua tallada duramente
en la roca. De la alfareria calchaqui destaca el autor, no su
finura, sino su expresividad zoomorfica en la reproduccién
casi constante de las figuras del sapo, el avestruz, la vibora
y el condor, muy caracteristicos de la regién. También los
objetos labrados en madera y en hierro.
E] arte incaico es el que atrae mas la atencidén del autor.
Detiénese en varias paginas a recordar la fortaleza de Ollan-
tay-tambo, punto que nos conviene sefialar con respecto a la
obra dramatica de Rojas. El estilo del Tawantinsuyo, con sus
diversas ramas 0 variaciones, tiene una especial importancia,
y es seguido prolijamente en los vasos con figuras fitomorfas
con preferencia para las flores que exornaban las ceremonias
solares y las estancias del Inca, y también de las siluetas gue-
rreras tocadas por un yelmo y peleando con animales mons-
truosos. La Naturaleza, como decimos, contribuia a esa crea-
cién general, desde la tierra, el agua y el fuego para la mani-
pulacién de los vasos y otros enseres, hasta la montafia que
presentaba sus escalonamientos para ofrecer el signo de la
ascension, pasando por la vicufia, la alpaca, la llama, el gua-
naco, cuyas lanas y pieles servian a los fines de la indumen-
taria. La arquitectura debia de tener expansiones de apoteosis
en los palacios reales y los templos de los dioses tutelares.
Estatuas y mascaras adosadas a sus muros poseilan un gran
poder de sugestién. Los jardines imperiales refulgian de oro
entre los ornamentos vegetales con reproducciones de flo-
res, aves y astros; y de oro resplandecian las cabezas coro-
nadas, los cuellos rodeados de collares, los brazos y las ma-
nos enjoyados, los pechos varoniles armados para la defensa
del venablo, los femeninos para el bordado de las mas suaves
lanas y los linos mas sutiles. Toda la arqueologia incasica nos
permite evocar con minuciosidad las formas lujosas de la vida
de aquella corte del Cuzco con su Inca, sus principes, sus ore-
jones aristocraticos, sus virgenes del Sol, sus sacerdotes y artis-
tas de Ja palabra, la danza y el canto, en una expansién de
apogeo hacia las cuatro regiones imperiales.
108 ALFREDO DE LA GUARDIA

Las Indias y los indios

Hasta aqui, el Silabario trata asuntos estéticos y con


una precision metédica que bien podemos considerar cienti-
fica.78 En adelante, el investigador deja paso al poeta, y el
poeta es, en Rojas, entusiasta ya lo sabemos, de los mitos y
las fabulas. Es cierto que él ha diferenciado las Indias de los
indios, que sobre todo en nuestro pais, estan muy distantes.”®
Mas se deja arrastrar frecuentemente por su concepcidn idea-
lizada del aborigen —nacida de su sangre como de su espi-
ritu— y entonces insiste con redundancia en el tépico de una
asimilacién, que fue imposible en la Argentina. Porque, ade-
mas, ¢qué tenian que ver los pampas o los tehuelches, absolu-
tamente salvajes, con los pueblos antiguos del Peru, de México,
de Guatemala? Son estos los parrafos menos felices del volumen,
cuando habla en general del aborigen, como si él mismo no
hubiera establecido las enormes diferencias entre unas razas
y otras en la latitud americana. ‘““Negar al indio, esquivarlo,
prescindir de él, es dejar truncas todas las soluciones, cual-
quiera que sean los problemas planteados: la tierra, el tra-
bajo, el gobierno, la educacién o el arte.” §° Por esa genera-
lizacién se extravia y llega, al ejemplificar, a resultados nada
aceptables. ‘Las condiciones sociales que el indio nos crea, son
las mismas en todas las Republicas del Continente. Cada uno
de los modernos Estados ligase a un nucleo indigena funda-
mental, a veces con persistencia en su idioma, o con visible
influencia en la politica, en la economia, en el arte. En Uru-
guay, los charruias; en Paraguay, los guaranies; en Chile, los
araucanos; en Bolivia, los aymaras, para no citar sino a pue-

78 Rojas no descuidd los estudios de Ambrosetti y de Addn Quiroga.


79 “fe declarado mas de una vez que tomo la palabra indianismmo en
su primitivo sentido geografico, no étnico. Lo derivo del suelo de las
Indias, que dio su nombre al habitante identificado con ellas y no al indio
que hallaron los conquistadores espafioles, aunque no lo excluyo al indio
como precursor del gaucho, ni a éste como precursor del criollo actual en
su maridaje con la tierra indiana.” Los Gauchescos, 70. “‘ Cuando alguna
vez he preconizado también el indianismo, no he entendido proponer a los
indios por modelo, sino caracterizar lo que de las Indias (es decir, Amé-
rica) sobrevive en nuestra sensibilidad por virtud atavica del medio fisico
sobre el hombre.” Jbid., 142. Juan M. Gutiérrez era muy indianista.
80 Pag. 207.
RUGAR DION ROWIAS 109

blos vecinos, comprueban la precedente afirmacién; sin que


sean excepciones, ni Brasil con sus tupies, ni los Estados Unidos
con sus pieles rojas.” * Precisamente, estos ejemplos fallan
por su base. No existe verdadera influencia india en el Uru-
guay por mas que algunos ciudadanos se llamen Tabaré; ni
en Chile, aunque haya un monumento a Caupolican; en Bra-
sil, la influencia es negroide, como bien se sabe; en cuanto
a los Estados Unidos, los sioux, cheyennes, etc., quedaron re-
legados a dos 0 tres reservas, cuando no al circo de Buffalo
Bill y a los western del cinematdégrafo, para dar color a la
épica... y la hipica del novelado Far-West. En Paraguay y
Bolivia ese influjo es mayor en cuanto a la sangre, muy pre-
cario en lo que se refiere a las actividades nacionales de cual-
quier orden, como no sean las propias del folklore. Mas evi-
dente es la gravitacién indigena en México y algunas regiones
de la América central, En Cuba existe cierto ascendiente afri-
cano; Puerto Rico es enteramente blanco y apenas si quedan
reminiscencias del caribe. ¢Qué decir de la Argentina?
Ricardo Rojas lamenta que, entre las dos conductas se-
guidas frente a la poblacién autéctona, privara la destructiva
sobre la civilizadora. Es su permanente rasgo humanitario y
romantico, muy honorable ciertamente, pero desprendido de
la realidad. El indio pudo ser incorporado a la civilizacion y,
en parte, lo ha sido en México, aun cuando con ingentes difi-
cultades y hasta fracasos, como el relativo a la distribucion
de tierras, por indiferencia o indolencia del indigena ante la
propiedad y el trabajo. La incorporacién a la vida nacional
ha tenido que cumplirse mediante la integracion de las razas,
y no de otro modo. En la Unién, al norte y en la Argentina, al
sur, el blanco encontré otro indio muy diverso del azteca,
el maya, etc., inferior en inteligencia, aptitudes, costumbres,
cuya asimilacién —salvo en casos rarisimos— era imposible.
Aqui, Rojas no hace la antes recordada disparidad entre las
Indias y los indios. Nacido en el noroeste, sintidse proximo a
las razas del Altiplano —por espiritu poético, a los Incas—
y lejos de las tribus de las pampas y la Patagonia, aun cuando
habria de acercarse, después, a la extinguida de la Tierra del
Fuego, precisamente por la propia circunstancia adversa. La-

81 Pag. 208.
110 ALFREDO DE LA GUARDIA

menta siempre el escritor que la colonizacién espanola des-


acreditase al indio, asi como la revolucién americana desacre-
dité al espafiol. Pero cabe preguntar si la Conquista pudo
hacerse sin la espada y la fe religiosa, y si la Independencia
pudo lograrse sin la pélvora y el ideal politico.

En el reino de la fantasia...

Este fervor de Ricardo Rojas por el pasado de América,


por los pueblos autéctonos, tiene un encanto lirico en casi toda
su creacion literaria. Es indudable qué de la América preco-
lombina se desprende un halito de poesia que nos atrae y, a
veces, nos subyuga. Es la fascinacion del misterio, es la magia
de lo desconocido, es la inclinacion a lo exdtico, y exdticos son,
paradéjicamente, aquellos pueblos para nosotros, aun cuando
los contemplemos desde el punto de vista americano actual.
Las ciencias no han aminorado esta seduccién. Los arquedlo-
gos, los etndlogos, los investigadores de toda clase nos han
revelado sdlo una pequena parte de los enigmas primigenios,
y como a ellos se agregaron los fantaseadores —-denominémos-
los asi...—, no pocas veces se han confundido las inquisi-
ciones serias con las evocaciones basadas en la mas libre ima-
ginacion. Ni la mitologia, ni la historia, ni el arte fueron y
son tratados siempre con riguroso método, y aun cuando hoy
conozcanos tantos aspectos de la vida de aquellas poblaciones,
queda todavia un amplisimo margen para la fantasia. Es la
esfera propicia para los poetas. Y, en oportunidades, el terreno
elegido por el mas ingenuo de los patriotismos.®*
Fl arcano de las Indias subsiste, pues, La leyenda que
hechizo a los aventureros de antafio, no ha desaparecido com-
pletamente ogafio. Sigue habiendo pajaros quijotescos en los
nidos. No importa que unos indios devorasen a otros; nada
significan los bestiales sacrificios en el ara sangrienta o en la
cumbre helada; nada representan las conquistas y avasalla-
mientos brutales, la esclavitud, los despojos, las aniquilacio-
nes, Por encima de todo eso, una idealizacién del indio pla-

82 Hace muchos afios conocimos a un rubicundo poeta peruano con


nombre de pila y cuatro apellidos vascos, que declaraba enfaticamente:
“Un pobre indio como yo...”.
we
RICARDO ROJAS 165i

neara en el vuelo de la poesia. Las pirdmides, los templos,


las fortalezas, los iconos, los jeroglificos, las momias, los uten-
silios, los ornamentos, las joyas, todo contribuye a que la le-
yenda supere a la historia y mucho mas a la prehistoria.
Tawantinsuyo, Tiahuanaco, Chiapas, Yucatén son nombres
que hacen sonar con las tierras de la llama y del céndor, o del
faisan y del venado. Pensamos siempre en los soberanos y los
guerreros, en las princesas y las virgenes, y no diferimos en
muy alto grado con las visiones de los poetas del siglo xvi
y del Romanticismo. Uxmal, Mitla, Chichén-Itza, Ollantay-
tambo, Pisac, Machu-Picchu, son escenarios fabulosos de ha-
zanas sin numero y sin cuento. Una cosmogonia grandiosa
preside aquellos reinos espirituales. Recordemos, como ejem-
plo, la trinidad /l/a-Tici-Viracocha, el magno dios de los abis-
mos, el creador de la luz, las tierras y las aguas en un génesis
americano mas sugestivo que el de la religién judeo-cristiana.
Y luego la multiplicacién de las deidades menores surgentes
de las elevaciones celestes o las anfractuosidades infernales, el
Hanan-Pacha y el Urin-Pacha. No hay necesidad de extender
esta relacion a todos los mitos del continente para advertir el
encantamiento que se desprende de aquellos misterios divinos
y humanos. El Popol-Buh ha dado origen a una asombrosa
serie de fantasias, cuya belleza no va en zaga de las referentes
a los pueblos orientales mas arcaicos, pues los aztecas y los
incas son razas casi flamantes en la época de la Conquista si
se las compara a las que poblaron América en tiempos ante-
diluvianos.
Por otra parte, los cataclismos geoldgicos fueron, sin duda,
mayores en el hemisferio de Occidente que en el de Levante.
La inmensa cordillera de los Andes surgid, se conoce, por el
hundimiento de las tierras occidentales, rotas en mil islas
hasta la Oceania, y por el levantamiento de las llanuras del
Oriente. Y otro tanto ocurrié al sur con la fragmentacion de
la Tierra del Fuego y la rotura con el continente antartico.
Entre lo que hemos Ilamado viejo y nuevo mundo, estaba la
Atlantida platoniana, desaparecida en el mas grande de esos
trastornos teluricos. Ahi el enigma se hace todavia mas grande
y mas hondo...
E] poeta es absorbido por lo incognoscible. Desde luego
Rojas cita y transcribe a Platon en el Timeo y el Critias.
112 ALFREDO DE LA GUARDIA

El grave y fiel disctpulo de Sécrates, que tan sutilmente define


el ser, el transito y el devenir, recuerda las palabras de Solon
acerca de la juventud de Grecia comparada a la edad de otros
pueblos de remotisimas tradiciones. En épocas muy lejanas,
“orandes revoluciones se realizaron en el espacio que rodea
la tierra y en el cielo, y, a largos intervalos, los objetos que
cubren el globo desaparecieron en un vasto incendio”. Luego
de referirse a la primera Atenas, de una Grecia prediluviana,
que detuvo a la invasién de una armada procedente del océano
ignoto, evoca “una isla situada frente al estrecho que vosotros,
en vuestro idioma, llamais las Columnas de Herakles. Esta
isla era mas grande que la Libia y el Asia juntas; sus pobla-
dores pasaban de ella a otras islas y de éstas a un continente,
que bordeaban aquel mar, digno de tal nombre. Lo que existe
del otro lado del estrecho es un verdadero mar, y lo que hay
en este lado, apenas parece un puerta La tierra que mas alla
limita a aquel océano tiene todos los titulos para ser llamada
un continente. En esta isla Atlantida, sus reyes habian for-
mado una maravillosa potencia que dominaba sobre la isla
entera y sobre muchas otras islas, y aun sobre algunos puntos
de aquel continente”’. Después relata la guerra entre los atlan-
tes y los griegos al frente de otros pueblos de Europa que
obtienen la victoria y rechazan la invasién. “En edades si-
guientes hubo grandes cataclismos terrestres e inundaciones;
en un solo dia y una noche fatales todos los guerreros que
habia fueron tragados por la tierra entreabierta. La isla Atlan-
tida desaparecié bajo el agua, y por eso aun hoy no se puede
recorrer ni explorar aquel mar.” §*
Sin duda es esta una tradicién que encierra un estadio
prehistorico de singular importancia, El hundimiento de un
continente en el Atlantico y de otro en el Pacifico, fueron
catastrofes producidas por inmensos maremotos y en ellas
murieron pueblos numerosos, algunos de cuyos sobrevivientes
—marinos audaces y afortunados— escaparon al inmenso
desastre y narraron a sus salvadores de otras costas la desven-
tura gigantesca que transformaba el mundo.
Los ocultistas se apoderaron de esa leyenda y sobre su
base levantaron fabulas sin freno alguno para la imaginacion.
88 El] poeta checo Vitezslav Nezval compuso una tragedia con esta
leyenda: “Esta noche todavia se pone el sol en la Atlantida”,
RUCARDO. ROD AS 113

Scott Elliot en su Historia de los Atlantes, H. P. Blavatzky


en su Doctrina Secreta han relatado a su placer la historia
de razas que vivieron hace cuatrocientos mil afios, cuando
“la edad de oro de los toltecas habia pasado ya hacia mucho
tiempo...” Nos describen la emersién e inmersidn de las tie-
rras, el auge y la declinacién de los imperios, la pugna entre
la magia negra y la magia blanca, los ritos de las diferentes
logias, las normas de la vida comin de aquella gente, los ras-
gos fisicos y hasta el tinte de la tez y el color del cabello de
tales seres humanos... Trazan mapas de aquellas regiones
ignoradas, disponen la estrategia de los ejércitos, las guerras,
las conquistas, las fundaciones. A ellos se unieron escritores
como Brasseur de Boubourg, cuyos desvarios le dieron fama
de loco; Posnansky, muy erudito pero muy fantaseador; Rosso
de Luna, de un misticismo novelesco. Algunos hombres de
ciencia se dejaron alucinar por esas imaginaciones. También,
apoyados en las curiosidades del Padre Landa, no faltaron
quienes atribuyeran una escritura formal a pueblos primitivos
de América. E] mismo Rojas confiesa: ‘“Pocos fueron los ame-
ricanistas que han escapado a dichas tentaciones, cualquiera
que fuera su método de trabajo” **. Nada puede sorprender
cuando sabemos que notorios arquedlogos fabricaban restos
fésiles para obtener una comprobacidén de sus hipotesis, y que
hasta un historiador de la talla de Aulard fue acusado de fal-
sificar documentos concernientes a la Revolucién Francesa
para afirmar su particular doctrina politica.
No se necesitan estos extravios para admirar a los pueblos
primigenios de América en lo que ellos tuvieron de admirable,
y menos agregar embustes y absurdos a la leyenda de la Atlan-
tida para prendarse de su deslumbrante misterio. Que en
tiempos anteriores al diluvio o los diluvios y otros cataclismos,
la humanidad se correspondio al través de los continentes, eso
nadie puede dudarlo. Aquellos hombres pudieron ser de tal o
cual conformacion, acaso de estatura gigantesca y correspon-
diente a las dimensiones del mamut, su contemporaneo del
periodo diluvial ®°. Los restos fésiles comprueban la robustez.
Sin extravagancias, sin imposturas disfrazadas de investiga-
84 Pag. 133. : :
85 Iucifer muestra a Cain las sombras de los gigantes pre-adamitas,
en el acto II del Cain, de Byron.
114 ALFREDO DE LA GUARDIA

ciones, nuestros antepasados esotéricos crean, a su misma alu-


sin, un mundo que nos conmueve hondamente. La Humani-
dad es como un ser unico que en su marcha sobre la superficie
del planeta ha hollado y sigue recorriendo los mas largos, mas
arduos, mas peligrosos caminos, cayendo y levantandose, pere-
ciendo casi y recobrandose por su propia fuerza natural. Siem-
pre avanzando penosamente, voluntariamente, a pesar de todos
los obstaculos materiales, no obstante la adversidad espiritual
que parecié cerrar tantas veces su ruta tenebrosa y abrupta.
Y tanteando al comienzo como un ciego entre las tinieblas del
cielo y de su mente, paso a paso, porstuna via hacia la luz de
la conciencia y del genio. Basta esta nocién para que nos sin-
tamos particula intima de este pueblo comun compuesto por
todas las razas, por todos los hombres, sapientes y resignados
a andar en la vida y caer en la muerte, para que aquel ser
unico prosiga su marcha en el curso @e las edades con la espe-
ranza de una luminosa finalidad.
“HISTORIA DE LA LITERATURA ARGENTINA”

Significado de la Obra

La Historia de la Literatura Argentina es, sin duda, la


obra individual mas importante, dentro de su género, en el
ambito de las letras nacionales, Sus valores son de fondo y de
forma. Su método, las investigaciones que encierra, el trabajo
de coordinacién, la critica, la estimacién, la sindéresis que ella
revela hacen de este libro un exponente admirable del espiritu
argentino y de la personalidad de su autor. Hay en esos volu-
menes la homogeneidad de pensamiento y de estilo que los
configuran como una creacion artistica, un ordenamiento esté-
tico que esclarece el desarrollo de las exposiciones, una evi-
dente ausencia de compromisos amistosos, que han rebajado
otros empefios de esta misma indole literaria. No se descarga
en sus capitulos ni el comentario apologético ni el negativo y
con frecuencia se busca aclarar y equilibrar las opiniones aje-
nas, para llegar a una propia regida por el criterio ponderado.
No quiere decir esto que esa Historia sea impecable en
su contenido y su continente. Una obra de tales dimensiones
—mias de cuatro mil paginas—, que abarca épocas distantes,
estéticas diversas, autores diferentes, obras de las mas varia-
das disciplinas, debia tener forzosamente algunas deficiencias.
Existen en cuanto al enfoque y el juicio de ciertos escritores,
acerca de reiteraciones inutiles, respecto a glosas demasiado
externas, algunos datos sin confirmacién, y con paginas de
pluma maestra, otras donde el error salta a primera vista. Pero
116 ALFREDO DE LA GUARDIA

todo eso es falla de poca monta, se reduce ante todo al detalle,


no incide en el conjunto de tamafia empresa como fue este
“ensayo filoséfico sobre la evolucién de la cultura en el Plata’,
segun reza el subtitulo del libro. Cuatro ediciones, su traduc-
cién parcial a la lengua inglesa, las continuas referencias que
a ella se hacen, demuestran su valor permanente, su irreem-
plazable valor como trabajo de consulta.
Es necesario, muy especialmente, recordar lo que signi-
ficaba en 1913 inaugurar una catedra de literatura argentina,
y en 1917 iniciar una historia de las letras nacionales. No insis-
tiremos aqui acerca de las displicencias solapadas o las directas
burlas que acogieron esta empresa tenida por designio de un
patriotero, de un iluso o de un megalomano... Necesité Ri-
cardo Rojas un espiritu de sacrificio, una vocacién infatigable,
una voluntad férrea, una confianza cabal para no desmayar
en su tarea. Era la tierra arida y el clima adverso para una
siembra semejante. Cuando el trabajo estuvo cumplido des-
perto el asombro y la hostilidad, el premio y el denuesto.
“Me propongo historiar las emociones, los sentimientos,
las pasiones, las ideas, las sensaciones y los ideales argentinos,
tomando como signo de esos estados de alma nuestra literatura.
Casi cuatrocientos afios abarca esa documentacion; cuatro siglos
de vida mental en nuestro territorio, que nos permitiran entre-
ver, a la luz del espiritu, el secreto mas intimo de nuestra vida
y acaso la personalidad de nuestro pueblo en los universales
dominios del arte.” ° Tal era el propdsito fundamental. “Con
tal magnitud ha resultado esta obra un ensayo filoséfico sobre
la evolucién de la cultura en el Plata, pues mi concepto de la
literatura no es sino el de un idioma en funcion estética 0 en
funcion cientifica. La literatura abarca todo el contenido de
la conciencia como expresién y del universo como representa-
cién. El fildsofo ve caer en ese cauce la poesia y la diddctica.
E] estudio completo de una literatura ha de abarcar, asi, todo
el logos del hombre, desde el folklore hasta el parnaso, desde
el arte del rustico hasta el del culto. Por eso he sumado en mi
obra, a la bibliografia poética, la poesia anédnima; y a la prosa
literaria, la literatura cientifica, desde Azara hasta Ameghino.
Concebido mi tema con esa amplitud, fue mayor la tarea de
86 Los Gauchecos, pag. 73.
RICARDO ROJAS 417

investigacion que impuse a mi voluntad y mayor el esfuerzo


de sintesis que afronté mi razonamiento.” 87
Todo el pasado intelectual argentino iba, pues, a ser ex-
puesto en esa obra, pero expuesto como una base y como una
ensenanza, como un motivo de satisfaccidn espiritual y de esti-
mulo mental, para las generaciones presentes. No se trataba
de una prédica sobre la intangibilidad de lo pretérito, una exal-
tacién de doctrinas intocables, una apologia desmesurada de
los antecesores. La Historia recogia alientos y lecciones para
lo futuro, y una fe en la fecundidad permanente del espiritu
argentino. Queria ser una manifestacién de la conciencia na-
cional y una caracterizacion de esa conciencia al través de los
tiempos.
Hasta 1922 trabajo Rojas en su “ensayo” con una dedica-
cién ejemplar y, sin embargo, no le impidié la improba faena
escribir otros libros —narraciones, poemas y articulos y confe-
rencias—, ejercer la docencia, asumir el decanato de la Facul-
tad de Filosofia y Letras, preparar el Instituto de Literatura
Argentina. Una capacidad de trabajo extraordinaria le permi-
tia esos alardes. Cuando termino la ingente labor, manifestd:
“Concluida asi la Historia, pienso que no necesitaran reto-
que los tres primeros tomos, ni rectificacion el plan de la obra
en su conjunto, En ello reside la solidez de su arquitectura
como obra de investigacién y la claridad de sus partes como
teoria de nuestra cultura. No hay forma social o intelectual
que no corresponda a los gauchescos por la emocion territorial
y la técnica primitiva; a los coloniales por la tradicién racial
y la disciplina clasica; a los proscriptos por el ideario demo-
cratico y el sentimiento romantico; a los modernos por la
simpatia cosmopolita y la emocidn personal. En la fusién de
estos cuatro elementos hallaremos la clave de nuestro ideal
en politica, en arte, en educacion. Nuestra estética debera fun-
darse asi en la tradicién colectiva, rectificada y superada por
un constante anhelo de belleza capaz de universalizarse. La
voz de un pueblo es lo que ha hablado a la humanidad en la
Iliada, en la Comedia, en el Quijote; libros que fueron la pala-
bra de una tradicion colectiva articulada por un genio indivi-
dual.” 88
87 [bid., pag. 75.
88 Los Modernos, pag. 1013.
118 ALFREDO DE LA GUARDIA

Trayectoria critica

Ricardo Rojas puso todos sus dones creadores al servicio


de esta obra. En ella aparecen el pensador, el historiador, el
socidlogo, el prosista, el poeta en una conjuncioén armonica. Es
un trabajo de muy directa expresién personal, aun cuando
indudablemente se apoye en las ensefianzas aprendidas de otros
historiadores literarios. La amplia cultura del autor habia reco-
gido la trayectoria de la critica y la estética desde Aristoteles.
Tuvo presentes las teorias de las centurias décimoséptima y
décimooctava con las pautas de Boileau; Lessing, Schiller; las
ideas basicas de Hegel; el verdadero renacimiento de esta dis-
ciplina con los trabajos de los hermanos Schlegel. Pero fueron,
naturalmente, los maestros mas notorios del siglo x1x los que
influyeron en su pensamiento y en su obra. Rojas aprovecho
las lecciones tanto de un Sainte-Beuve como de un Taine, de
un Villemain como de un Bourget. El método histdrico, biogra-
fico y psicoldgico de los franceses se advierte en sus paginas.
Préximos a los Portraits del autor de Port-Royal estan los
retratos que él traza en el curso de su “ensayo”. Por otro lado,
es evidente que se atiene —aunque él lo retacee— a ciertas
preferencias del autor de la Filosofia del arte: “Trois sources
différentes contribuent a produire cet état mural élémentaire,
la race, le milieu, et le moment.” A lo que podia contestar con
otras palabras de Sainte-Beuve: “Ce qu'il faut lui répondre
quand il s’exprime avec une affirmation si absolue, c’est que,
entre un fait général et aussi commun 4a tous que le sol et le
climat, et un résultat aussi compliqué et aussi divers que la
varieté des espéces et des individus qui y vivent, il y a place
pour quantité de causes et de forces plus particuliéres, plus
nameédiates, et tant qu’on ne les a pas saisies, on n’a rien
explique”’,
Rojas oscila entre estas dos tendencias. Es un idealista
como Taine y esboza una causalidad histérica y social; trata
también de ser objetivo. Mas no siempre se atiene a esta ma-
nera de juzgar y busca en la psicologia peculiar de cada escri-
tor estudiado y en la fuente de su misma subjetividad el modo
de verter sus opiniones. No tiene, pues, la objetividad procla-
mada por un Villemain, tampoco el dogmatismo evidente en
un Brunetiere, a pesar de su proclama cientifica, A veces, por
RICARDO ROJAS 119

aquella penetracién psicolégica se acerca a un Bourget, que


pasaba de esa psicologia al andalisis social y de éste al politico.
E] impresionismo alabado por Lemaitre es el que le capta, en
realidad. La critica impresionista sigue perdurando, a pesar de
las admoniciones que contra ella han hecho los criticos afilia-
dos a las tendencias filos6ficas, cientificas, estilisticas. Sin una
intuicién aguda —la intuicién intelectual de Schelling y de
Fichte, y también la intuiciéu de Bergson—, sin una afinidad
entre la obra analizada y su exégeta, no habraé una verdadera
dilucidacién y, por supuesto, no se llegara hasta la esencia
misma de la obra estudiada, al espiritu del escritor. El corazon
de una obra literaria esta mucho mas alld del lenguaje. El
mismo estilo no es, nicamente, la palabra. No es sélo el verbo,
no es solo el adjetivo lo que revela el espiritu de quien los ha
empleado en la oracién. La interpretacién de un adjetivo, de
un verbo puede ser multiple. Depende del gusto personal del
intérprete, de su propia psicologia. Y, entonces, se esta en pleno
impresionismo... La critica tradicional no ha desestimado los
medios de conocimiento descubiertos por la critica mas moder-
na. Carmelo Bonet ha sefialado, en uno de sus estudios, que
“se rastrean fuentes, se husmean influencias y se aprovechan,
como informacion coadyuvante, datos biograficos del escritor
y asimismo esos factores ambientales en que se funda la critica
determinista’”’.
La critica, si es, Unicamente, exposicion y examen, si la
rigurosidad cientifica es llevada a frios extremos, si se paraliza
en limitados enfoques —vocabulario, color, particularidades
nimias tan frecuentes, como vemos, ahora—-; si solo existe un
esterilizado enfrentamiento intelectual entre la obra analizada
y el analista, esa critica permanece en el nivel de una leccion,
todo lo sabia que se quiera, pero despojada de vibracién hu-
mana. Sera una norma orientadora y no otra cosa, porque se
atiene con preferencia excesiva a la didactica mas helada 0,
mejor aun, a la cirugia perfectamente aséptica... La critica
no es, entonces, un trabajo literario, en si misma. De ahi, que
tantas veces el libro de critica se quede inmovil, inanimado. La
exégesis puede poseer otro valor genuino, una verdadera cate-
goria en las letras, una auténtica forma de entendimiento en
cuanto a la cualidad esencial y la relacién cierta, si van en ella
implicitos el conocimiento en hondura, la compenetracion na-
120 ALFREDO DE LA GUARDIA

tural, la unidad, diriamos, sin confusiones entre la obra ajena


y la propia obra, entre el autor y el critico, ambos escritores
en grados paralelos, ambos igualmente creadores. Porque “‘la
critica es, en si misma, un arte”, como dijo Oscar Wilde. Las
sugestiones artisticas no pueden ni deben desaparecer, por consi-
guiente, ante las maneras de induccidn cientifica dentro del
ambito literario. Tampoco hay por qué considerar inutiles o
equivocadas estas o aquellas teorias criticas, desde el polo de
Nisard hasta el de Spitzer... Todo contribuye al estudio, a
la cultura. Y los diferentes modos de critica pueden reunirse
y contribuir a una mas completa exégesis.
La critica no debera ser un “decreto”’, segin ha dicho
Gétan Picon recientemente en sus estudios estéticos, El critico
no puede ni debe, en efecto, sentirse superior a sus criticados.
Todo lo que no sea un acercamiento y una afinidad conducira
a pontificados autoritarios y pedantestos. Recordemos a Fran-
cesco De Sanctis en sus Saggi critici, reprochando ciertas
jactancias a Janin: “Bella cosa fare il critico! Sedere a scranna
tre gran palmi piu su che tutto il genere umano; i pit grandi
uomini, a cui noi altri plebei ci accostiamo con timida rive-
renza, vederteli sfilari dinanzi como umili vassali, e tu che
palpi loro barba familiarmente, e con aria di sufficienza dici
a Ciascuno il fatto suo!...”
Tornemos a Ricardo Rojas para advertir sobre el conoci-
miento extenso y profundo que demuestra en su Historia.
Leyéndola hay que responder afirmativamente, como lo hace
Benedetto Croce, a la interrogacién: “Se ha hecho la pregunta
de si el conocimiento de los tiempos, es decir de toda la historia
de un determinado momento, resulta necesario para el juicio
estético; y clertamente es necesario porque, como sabemos, la
creacién poética presupone la totalidad del espiritu que ella
convierte en imagen lirica, asi como la sola creacién estética
presupone todas las otras creaciones de un determinado mo-
mento histdrico (pasiones, sentimientos, costumbres, etc.)”’.
Fn La Restauracién Nacionalista esta ya la idea de
escribir esa Historia, asi como en Eurindia esté un resu-
men de la misma Historia. Alli se preparaba para la gran
empresa y aqui la culminaba con una teoria estética. Entre
uno y otro extremo, la labor fue ardua. Rojas se dijo a si mismo
el consejo que dio, después, al concluir su obra a los jdévenes:
Ren ACRID| ON RO IFATS 121

“Aprended a dudar, a investigar, a crear. Lopez desdefiaba los


archivos y el método, y por ahi es por donde su obra esta
pereciendo. Si le preferis por vuestro maestro, como él a Thierry
que linda en Walter Scott, idos a la novela; pero no olvidéis
que si en la historia ha aparecido Taine, que no desdefiaba los
archivos ni se libraba a la improvisacién de la forma, en la
novela ha aparecido el paciente Flaubert con su Salambo, ro-
sada flor del arte brotada en el tronco duro de la verdadera
historia’’.°®
Para llegar al fin propuesto en interés exclusivo de “la
verdad y la belleza”, fue preciso abordar un trabajo enorme.
Los datos biograficos y bibliograficos de que podia disponer
el historiador literario no eran abundantes ni estaban ordena-
dos. ‘Para llegar a estos nuevos conceptos y fundarlos en sdli-
dos materiales, debi, durante varios afios, remover varios archi-
vos privados y publicos, consultar epistolarios y memorias,
revisar bibliotecas enteras, rastrear el inexplorado caudal paleo-
grafico, rever lo impreso, reconstituir vidas y ambientes con
tmprobo esfuerzo.” °° No necesitaba exponerlo. Ello solo se
demuestra por la lectura del libro. La evolucién de la vida
intelectual argentina esta expresada en el curso de los cuatro
tomos con una clasificacién y explicacién de sus fendmenos
generales y sus particularidades detalladas. Una verdadera
exploracién fue llevada a término con un método inductivo,
puntualizando los hechos literarios y encuadrandolos en la ley
bioldgica que, a su juicio, los rige y extrayendo de ello una
norma estética. Tuvo como designio esencial estudiar la litera-
tura argentina como funcién espiritual de nuestra sociedad.
Asi agrup6 los elementos de la formacién nativa en los estudios
gauchescos, los de la evolucién hispanica en los coloniales, los
de las luchas y organizacién democratica en los relativos a la
proscripcién, los de una nueva sociedad tocada por el cosmopo-
litismo en los modernos.

Intrahistoria nacional

Aun cuando rechaza a Taine y a Menéndez Pelayo, es


evidente que ambos le sirven frecuentemente de guias. El pri-
89 Los Modernos, pags. 183, 184.
90 Los Gauchescos, pag. 82.
129 ALFREDO DE LA GUARDIA

mero con su Historia de la literatura inglesa y el segundo


con su Antologia de la poesia hispanoamericana, Su interés
por fijar los factores desprendidos del territorio, de la raza, del
idioma y de la tradicion revelan la atencién que presta al cri-
tico francés. De todo ello recogera lo que se propone: un estado
de conciencia colectiva que llamara, luego, argentinidad. Esta
historia literaria es una intrahistoria nacional, por cuanto lo
esencial en ella es determinar los acontecimientos espirituales
dentro de las transformaciones politicas y sociales del pueblo
argentino. Y lo que nos cautiva ahi no es, precisamente, el
método ni siquiera el esfuerzo que significa aquel descubri-
miento y aquella ordenacién de los fendmenos intelectuales,
sino la esencia que a ellos responde, las ideas que alli se expre-
san, la parte subjetiva en fin, la consecuencia estética, el arte
personal.
Desde la iniciacién o los origenés hasta la etapa culmi-
nante o de la organizacion, el historiador averigua el influjo
aborigen en las caracteristicas de esta empresa cultural de
nuestro pais, la importancia de la tierra y del clima, los cauces
lingitisticos, la permanencia del factor tradicional; luego lo
propio de la formacién hispanica, la herencia espiritual y reli-
giosa, la didactica y la oratoria, la literatura y el teatro inci-
pientes, las primigenias formaciones prenacionales; a la natu-
raleza y a la clasicidad continua la renovacién, ya lenta, ya
convulsiva, propia del periodo revolucionario, un desprendi-
miento de los moldes antiguos para entrarse por las nuevas
formas, un sentido épico producto de la guerra emancipadora,
del ideal libertador, de la aparicién de las fuerzas populares;
después se perfila el influjo de los sucesos politicos sobre la
mente argentina, la pugna entre libertad y tirania, la nostalgia
del destierro en los proscriptos, la exaltacién de la patria enca-
denada y la lucha por su liberacién; por ultimo la conciliacion
de las facciones, la necesidad de orden, el anhelo de progreso,
la reconstitucién de la Republica y sus relaciones con el
mundo.
Hay un estudio de las escuelas estéticas en el Plata, donde
se recoge con tanta fidelidad las evoluciones artisticas europeas.
“De estas escuelas estéticas son tres las que han repercutido en
el Rio de la Plata: a) el clasicismo; b) el romanticismo; c) el
modernismo. Acaso deba con propiedad decir que sdlo las dos
RICARDO ROJAS 123

ultimas han renovado nuestras letras, pues el clasicismo fue


consubstancial con nuestros origenes literarios.” 9! Aqui enten-
demos que el historiador olvida el realismo que influye, tam-
bién y decisivamente, en la literatura argentina, tanto en la
a de fines del siglo x1x como en el teatro de comienzos
el xx.

Literatura gauchesca
Rojas empezo su Historia con el estudio de Los Gau-
chescos, sin duda para demostrar a los escépticos que si exis-
tia una literatura argentina. De haber principiado con Los
Coloniales habria encontrado mayor resistencia para su cate-
dra y su obra. Aun asi, la inclusion de la poesia nativa anénima
en el libro desperto recelos 0 censuras. Rojas extendié minucio-
samente su exploracién y sus descubrimientos y expuso con
elocuencia la importancia de este comienzo lirico y popular y
su influjo en la posterior escuela payadoresca. Estas canciones
rudimentarias pasaron de los temas sentimentales a los patrid-
ticos, de la prenda amada a la amada libertad. “Un estremeci
miento nuevo recorria las fibras del alma nativa, comunican-
dose a sus guitarras y voces, como en un cordaje unisono.
Multiplicabanse los himnos, las glosas, las letrillas, acusandose
en todas ellas la procedencia popular, ya viniesen del campo
o de las ciudades.” Rojas apunta sus origenes en los romances
espafioles del medioevo, impregnados del espiritu autéctono.
Por esa via llega a su estudio de Bartolomé Hidalgo, que
esta entre las paginas mas importantes de la obra, sefialandolo
como precursor, pero no creador de la poesia gauchesca, Y otro
tanto diremos de Juan Godoy y su posible insercion en la
leyenda de Santos Vega. El estudio de La cautiva como poema
gauchesco es otra pagina importante de esta primera parte
de la Historia. “La gloria de Echeverria —dice al respecto—
consiste, no solo en haber creado esta corriente [el americanis-
mo, segin Juan Maria Gutiérrez], mas progresiva, fecunda y
universal que la otra, sino en ser el primer poeta que com-
pusiera un poema con argumento pampeano en verso culto.”
En La Cautiva aparecen por primera vez los indios en la

91 Los Gauchescos, pag. 58.


124: ALFREDO DE LA GUARDIA

literatura nacional. Aunque fuera Echeverria menos castizo,


dramatico y pintoresco que los precursores payadorescos, aun-
que no fuera un poeta instintivo y precoz, viene a definir Rojas,
nada de eso aminora la significacién cronoldgica y estética del
poema en la evolucién de la literatura argentina.
Punto interesante es el de la comparacion entre La Cau-
tiva y el Santos Vega, de Hilario Ascasubi. “Yo no dismi-
nuyo a La Cautiva; elevo hasta ella a un poema que por ciertos
pasajes merece parangonarse con aqueél, y coloco a uno y otro,
por lo que ambos tienen de pampeano, en una misma corriente
espiritual y estética.” El mejor aciertd de Ascasubi es haber
elegido a Santos Vega por “payador imaginario de su relato”’,
aunque no sea el protagonista del mismo. El] critico entiende
que la obra es duradera especialmente en cuanto al aporte de
imagenes y emociones americanas traidas al acervo de las letras
nacionales. El] Fausto, de Estanislao del Campo, queda fijado
como “‘un poema de transicion entre la poesia nativa de forma
gauchesca y la poesia culta de asunto nativo”, obra que aven-
taja a las otras en la intuicion psicolégica, por el analisis de
los sentimientos humanos.
Martin Fierro cumple una mision, segin el atisbo tan
inteligente de Miguel Cané. Rojas lo lleva al plano del Cantar
del Cid, en cuanto a los origenes de la nacionalidad argen-
tina, como aqueél se refiere a los origenes de la espafiola. “De-
mostrar que nuestro poema ocupa esa posicién épica dentro
de la nacionalidad argentina, es plantear en términos defini-
tivos el problema de su clasificacién literaria”. Lugones habia
abierto el tema, en 1913. Ya se sabe que esta definicién provocé
disconformidades y polémicas, y que Martin Fierro ha sido
colocado a otros niveles estéticos y considerado, inclusive, como
una novela en verso, También lo aproximé a Don Quijote,
aunque mas por coincidencias bibliograficas que por el! sentido
de la obra, si bien el protagonista gaucho es un arquetipo de
la Nlanura argentina como el caballero andante es un arque-
tipo de la llanura espafiola. También presenta a la obra de
Hernandez ligada “al ciclo heroico de Ercilla por la materia
hist6rica y nacida de nuestros propios origenes nacionales por
su tema, sus protagonistas, su ambiente, su idioma, sus ideales.”
E] sentido religioso marcado por Rojas fue rubricado, después,
por otros criticos del poema, como Leumann.
RICARDO ROJAS 125

Por ultimo, entre la poesia gauchesca, pero de lengua


culta, comenta Rojas el Santos Vega de Bartolomé Mitre,
como una “elegia”, anticipacién notable de la leyenda, que
luego tomara diversos avatares, Es indudable que este tomo
de Los Gauchescos y el dedicado a los proscriptos constituyen
la parte esencial de la Historia de la Literatura Argentina.
“Todos nuestros poemas payadorescos —escribe su autor, ce-
rrando el trabajo, tienen, pues, fuera de su valor intrinseco,
variable en cada apreciacién, la importancia pragmatica de que
ellos entraran como necesaria levadura en la fermentacién
cada vez mas extensa del alma y el arte nacionales.”

Alarde de erudicién
Los Coloniales representa una labor especialmente eru-
dita. Rojas estudia ahi, como sabemos, los fundamentos hispano-
americanos de nuestra cultura, los niicleos que se formaron, el
ambiente en que respiraron las poblaciones de la Colonia y del
Virreinato, las prolongaciones del Santo Oficio en el Plata, la
introduccion de la imprenta. Abarca lo historico y lo cientifico,
desde Centenera y Diaz de Guzman hasta Azara, pasando por
los tratados diversos de los jesuitas. E] autor maneja una biblio-
grafia numerosisima, que le sirve como guia pero no introduce
aspectos personales en esa vision tan dilatada y, a veces, enfa-
dosa por su acumulacién y aridez. Destacanse de esas nume-
rosas paginas los estudios dedicados a Luis de Tejeda, a Manuel
José de Labardén y a Juan Cruz Varela, a quien incluye en
el colonialismo por su estética seudoclasica.
El capitulo dedicado a Tejeda importa un descubrimiento.
Con el poeta como protagonista se esboza la evolucién de la
vida colonial espafiola en vida americana, la conciencia de una
nueva sociedad y acaso de una patria naciente. Rojas hallo el
cédice de El peregrino en Babilonia, que edit6 en 1916, y
caracteriza a su autor como un hombre de existencia intensa-
mente psicolégica y dramatica, apasionado y mistico, tipo fre-
cuente en los poetas hispanos de la época y que se reproduce
en la Cérdoba argentina del siglo xv11, Galan apuesto, marcial
y sentimental, Tejeda es, sin duda, una de las figuras mas
interesantes de la Colonia y el primer poeta nacido en el Plata.
Es una “personificacién de aquella sociedad militar y teocra-
126 ALFREDO DE LA GUARDIA

tica, igualmente arrebatada por el frenesi de la vida sensual y


por el éxtasis de la vida religiosa’’. El hallazgo de Rojas fue
de gran importancia por su significacién y porque todavia se
lee con gusto, aunque sea fragmentariamente, su poética auto-
biografia:
La ciudad de Babilonia,
aquella confusa patria,
encanto de mis sentidos,
laberinto de mi alma...
Muy certeramente marcada esta la’ influencia de Gongora
en este otro poeta cordobés, sobre todo en el soneto dedicado a
Santa Rosa. A este respecto, otros criticos mas jovenes han
vertido opiniones varias y formulado reparos.
Los estudios acerca de Manuel de Labardén y de Juan
Cruz Varela, a los que nos referiremos al examinar el teatro
de Ricardo Rojas, cierran el tomo de Los Coloniales.

Letras y Politica

Los Proscriptos comparte con Los Gauchescos la parte


sobresaliente de la Historia. El ideal de Mayo, la iniciacién
romantica, la expatriacioén liberal y la tierra prometida, son
los motivos que reglan este volumen. Fundamental observacién
es la atinente a las relaciones entre la politica y la literatura
de ese periodo. Es evidente que los proscriptos fueron escritores
comprometidos, avant la lettre desde luego, y como sus obras
figuran en las culminaciones de nuestra literatura viene a
demostrarse con ello, una vez mas, que no rebaja a la obra de
arte la fidelidad de su autor a los ideales.
Por supuesto, Moreno y Monteagudo no pueden ser con-
siderados como literatos, sino como politicos, pero al incluirlos
Rojas en su capitulo inicial sitia el ambiente intelectual de
la época y la orientacién del pensamiento argentino en los
anos revolucionarios. “Sin los escritos de Mariano Moreno la
revolucién quedaria muda en su primer instante...” Rojas
reunié sus textos en una ordenacién pertinente, y para resal-
tar su esencia dice: “La actitud de Mariano Moreno durante
los meses fugaces de su actuacién nos revela que sentia de un
RICARDO ROSAS 127

modo apostdlico la democracia, pero que la sabia impracticable


sin la difusién de la cultura, que esclarece la razén popular.”
E] retrato de Bernardo Monteagudo es minucioso y expresivo
y es de mucha precision el andlisis de sus ideas, en memorias,
articulos, ensayos, correspondencia y discursos. El historiador
literario defiende al redactor de Martir o Libre de las nume-
rosas calumnias que sobre él cayeron en vida y postmortem,
en permanente relacion desde su nacimiento hasta su asesinato.
Rojas lo caracteriza asi: “(Mas que un expositor de doctrinas,
Monteagudo es un escritor que utiliza las doctrinas como temas
de agitacién popular”, y subraya su accién en pro de la cultura,
Segun su juicio es, también, el mas habil prosista de la inde-
pendencia americana, y, a pesar de todo lo acumulado por sus
adversarios, hombre capaz de una actitud estoica y de un espi-
ritu de sacrificio.
Sabemos la devocién de Rojas por Juan Ignacio Gorriti y
por ella le asigna una labor creadora en la Revolucién de
Mayo. “Después de consumada, busca la causa de sus extravios
y tienta sus remedios por la educacién.” En este sentido, Go-
rriti opdnese al materialismo, pero no al estudio racionalista
del Universo natural y social. Rojas establece ciertos contrastes
con Funes y Castro Barros, delineando sus siluetas y sus prin-
cipios.
La libertad es la inspiradora de toda esta literatura argen-
tina, que se desarrolla desde el Cabildo abierto hasta la orga-
nizacion constitucional. “El grito del himno —,libertad, liber-
tad, libertad!— pasa en la sombra estremeciendo las almas y él
inspira lo mismo la prosa de los moralistas que el verso de los
cantores, dando su entonacién civil y romantica a todo el ciclo
literario.”
Las nutridas paginas consagradas a Esteban Echeverria
forman el nticleo esencial del tomo. Su biografia, sus ideas, las
influencias a que responde, los poemas, las narraciones, los
libros de pensamiento son examinados con detencién por el
historiador literario. Recuerda lo que el autor de La Cautiva
—ya analizada en Los Gauchescos— entiende como “misién
del arte”: su poderoso influjo en el progreso de la cultura. “La
belleza educa por sola accién de presencia, y la verdadera obra
de arte purifica al hombre por influjo mistico —o pragmatico,
si queréis—, independientemente de su contenido intelectual.”
128 ALFREDO DE LA GUARDIA

Extiéndese en torno a las exposiciones estéticas de Echeverria


y marca sus tres tonos en cuanto a las obras en prosa: el ro-
mantico, declamatorio segiin el gusto lamenesiano; el didactico,
con sencillez no muy diversa de la propia de Alberdi; y el
descriptivo, objetivo, ajustado a la veracidad del modelo, que
llega a lo realista y hasta a lo procaz en el lenguaje de algunos
coloquios. Muy graves reparos formula Rojas al poeta, aun
cuando sefiale su afan de cultivarse y perfeccionarse en el
idioma, que nunca llegé a dominar completamente; su aficién
a Hugo y a Byron, su atencidn, asimismo, a la literatura del
Siglo de Oro. Para apreciar mejor los miéritos de Echeverria se
necesita encuadrarlo-dentro del progreso de nuestra literatura.
“Entonces los valores de su arte cobran nueva ley en la armo-
nia de su personalidad y de su medio. Sus poemas se ennoblecen
de una-belleza moral con el aliento de su propia vida, y asumen
extraordinaria significacién en la precaria cultura artistica de
su tiempo.” Pero, sobre todo, Esteban Echeverria descuella,
como es sabido, en su condicion de figura central y mas pro-
minente de la intelectualidad proscripta, de esa “patria deste-_
rrada” constituida por los emigrados en Uruguay, en Chile y
en Bolivia durante la tirania de Rosas. El Dogma socialista
dejara una estela profunda en aquel agitado mar.
Las paginas dedicadas a Sarmiento sirven de enlace entre
los primeros estudios de Ricardo Rojas acerca del autor de Fa-
cundo, las conferencias, cursos y bibliografia, y el grueso vo-
lumen biografico luego consagrado al titanico sanjuanino, Vuel-
ve el historiador a discrepar con la formula “civilizacién y
barbarie” —cuestién batallona para Rojas en tantos libros—,
pero, superandola, entra a estudiar la obra sarmientina con
pasion de discipulo. Su definicién esencial es muy expresiva y
por eso la reproducimos: “El genio de Sarmiento consiste en
haber sido predestinadamente, porfiadamente, inquebrantable-
mente, y con desbordante riqueza de sensibilidad, de inteligen-
cia, de voluntad, que superan la medida humana, la conciencia
viva, personificada y agorera de su Patria, en todas las direc-
ciones posibles del tiempo, del espacio y del espiritu’”. En cuan-
to a sus obras, el Facundo es un poema é€pico, en el cual esta
lo biografico, lo politico y lo socioldgico, aparte, naturalmente,
de lo legendario que lo torna un libro de poesia. El libro ‘“‘no
nacié de siembra ni de injerto, sino de misteriosa germinacién
RICCARDO ROJAS 129

natural, como las seculares selvas del trépico”. Y agrega Ro-


jas, para completar el dibujo: “Ni fildsofo ni poeta, Sarmiento
es algo mas que un escritor: es un grande hombre que habla.
Sus palabras parecen salidas de una boca, no de una pluma...
Y como tal debemos juzgarlo para sentir su genio y su origi-
nalidad”’.
En Los Proscriptos van apareciendo las figuras mas 0
menos relevantes de la época, prosistas como Frias y Villafa-
fie, Florencio Varela y Andrés Lamas, sea especialmente por
su accion politica o por sus libros histéricos; el exasperado Ri-
vera Indarte por el interés de su existencia apasionada, sus
contradictorias opiniones, sus versos byronianos sobre todo en
las glosas biblicas,
José Marmol da motivo para otro capitulo importante de
la Historia, como arquetipo romantico en su vida, en su
poesia, en su breve dramaturgia. Es “el poeta por excelencia”’,
y no exclusivamente politico, sino muy vario en su estro. Pues
si ya sabemos de memoria sus apéstrofes contra el déspota de
la Restauracion:

Los que besan el pie del tirano


no son dignos de un otro destino;
son ladrones del nombre argentino,
son bastardos sin alma ni voz...

no debemos olvidar tampoco aquellas estrofas ligeras y genti-


les, que gustabamos recitar en la adolescencia:

Llevad en vuestras alas,


joh brisas de la tarde!
los huérfanos suspiros
de mi secreto amor...

Cierto que Marmol es por antonomasia el poeta civil y,


por consiguiente, el poeta comprometido, como lo fueron, desde
Byron que dio el alto ejemplo, los poetas heroicos del Roman-
ticismo, “Si ha habido —dice Rojas— en la poesia civil de
América un bardo de la democracia, ése es José Marmol; y
si su ilustre doctrina estética lo alejé de la retérica seudocla-
sica, su vida de sacrificio, mientras asi cantaba, confiere a
130 ALFREDO DE LA GUARDIA

sus versos un soplo de sincera vehemencia que los ennoblece


con el quilate de la belleza moral”. Los dias azarosos en la
Montevideo sitiada, con su previa huida de Buenos Aires, y sus
posteriores viajes hacen de Marmol un personaje novelesco.
“Fl periodismo fue el medio de vida del proscripto desde un
comienzo, al par que su arma revolucionaria y el vehiculo
de su labor poética” —apunta Arrieta.®? El Peregrino es, por
supuesto, la creacién fundamental de Marmol. “Tan vivas
imagenes y ritmos tan sueltos —anota Rojas— eran lengua
nueva en la poesia argentina... La fascinacion contempora-
nea provino también del argumento.-#l Peregrino personifi-
caba el poema de todos los proscriptos; su emigracion, sus via-
jes, sus ansias, sus aventuras amorosas y heroicas”’. Claro esta
que existe un desorden, un desequilibrio en el poema famoso,
a veces vulgaridad y hasta prosaismo, pero todo ello lo hacia
mas Vivo, con un reflejo mas exacto We la realidad latiente en
aquella época de luchas y pasiones. Ricardo Rojas exalta “La
noche” como el mejor poema de Marmol y para concluir su
estudio agrega que, aun muy discutible Marmol como politico
y panfletista, como dramaturgo y novelador (Amalia es anali-
zada en otra parte), “hay en el conjunto de su vida y de su
obra una grandeza que no puede negarse”’.
Rojas divide la produccién de Juan B. Alberdi en dos for-
maciones muy definidas: una de caracter polémico, que tradu-
ce las pasiones del hombre; la otra de caracter doctrinario, que
expresa los consejos del patriota y del pensador. Las Bases
constituyen un libro que proporciona al pais lo que la guerra
no podia darle. Fueron un tributo libertador, que Negaba des-
pués del de las armas y en Ja hora oportuna, para contribuir
decisivamente a la organizacién federal de la Republica. “E]
caudal de permanente doctrina civica que sus paginas contie-
nen ha pasado ya al idearium social de los argentinos”. En
realidad, son un resumen del pensamiento de los proscriptos
en cuya iniciacién esta el Dogma socialista. También, el
autor fija su atencién en Luz del dia, donde aparecen reu-
nidos las ideas y los sentimientos de Alberdi, cuya vida y obra
estan estrechamente relacionadas.

_ %? Rafael Alberto Arrieta, Prélogo a las Poesias completas, Acade-


mia Argentina de Letras, MCMXLVI.
RICARDO ROJAS 131

La accion, la poesia y la historia son los tres aspectos de-


terminantes de la existencia y la personalidad de Bartolomé
Mitre, que el historiador expone en su estudio, desde los com-
bates de Montevideo hasta 10s voltmenes dedicados a Belgra-
no y a San Martin. Tanto como las Rimas en su condicién
lirica, Rojas valora el prologo y las notas que las acompajian,
“documentos de alto valor en nuestra historia literaria” y se-
fala el acierto de relevar la influencia de la poesia en la civi-
lizacion de los pueblos. Revisa las narraciones y los ensayos,
su preferente interés por los temas y las lenguas precolombi-
nos, desde la monografia sobre el Ollantay hasta Las rui-
nas de Tiahuanaco. Naturalmente destaca la obra histérica
de Mitre. “El acierto de la teoria en sus grandes lineas, la
abundancia de materiales impresos e inéditos que él reunid,
la claridad de su método, la serenidad de su juicio, el desinte-
rés de su esfuerzo, el magisterio de su doctrina, seran en todo
tiempo admirados’’. Pero sobre esa empresa fluctta y quedara
‘una Cosa misteriosa que no se logra sino por el genio, especie
de demonio familiar que al historiador de raza lo acompafia
para el hallazgo peregrino o le inspira en la evocacion afor-
tunada”’,
Distinta es, ciertamente, la obra histérica de Vicente F.
Lopez, ‘“‘vigoroso ingenio de su generacién”, que fue tanto un
“historiador’” como un “improvisador’’, virtud y defecto reu-
nidos en su personalidad literaria. Senala Rojas el apasiona-
miento de Lopez, bien conocido, y puntualiza que en sus en-
sayos chilenos estan ya los méritos que lo distinguen: la
capacidad de las vastas sintesis y, a un tiempo, del pequeno
detalle, propios del tratado y del manual, de la idea pura y del
toque pintoresco, del concepto universal y del sentimiento re-
gional. Pasa revista a sus novelas y otros trabajos, y concluye
con esta sugestiva expresién sobre la Historia: “Es el largo
relato de patriarca, que oy6 la tribu crédula, y que la posteri-
dad recoge porque hay en él, junto al error de las cosas recor-
dadas, la palpitacién y el color de las cosas vistas y vividas”’.
Juan Maria Gutiérrez — que le ha servido tantas veces
de guia es, para Ricardo Rojas un tipo representativo de su
generacion, lo mismo en lo intelectual que en lo civico, Lo
sigue en todas sus fases y anota los episodios de su actuacién
politica, sea en la expatriacién, sea en el retorno al pais, su
132 ALFREDO DE LA GUARDIA

ministerio, su consejo experimentado, sus rumbos prudentes.


Como poeta, es también un peregrino por tierras y por mares,
“que en alternativas de angustias y esperanzas percibe las ar-
monias de la tarde o el estruendo de la tormenta, y alla en
las playas del asilo rememora el antiguo amor o celebra la
nueva amistad”. Asi se resumen las “Composiciones varias’’.
Los cantos civiles son de otro tono, por cierto, pues exalta en
ellos el ideal de Mayo, asi como en sus “Composiciones nacio-
nales”. Esta, por tanto, pr6ximo a Echeverria y a Marmol. “Su
inspiracién obedecié a plan deliberado y a pautas de docirina.
Esto sdlo basta para sefialarlo como rasgo individual en la fre-
nética ronda de los romanticos. No es un gran poeta, pero es
un poeta de antologia, por el arte consciente que guia su pro-
duccioén, proporcionando el poema nuevo con el viejo gusto
clasico, y afiadiendo a la armonia del conjunto la nitidez del
detallé decorativo”. Resalta los amplsimos estudios literarios
de Gutiérrez empefiado en la noble labor de educar por medio
de la critica, y no de airado censor, como Sarmiento, sino de
estudioso ponderado, en permanente equilibrio de pensamien-
to. Pasa revista Rojas a los ensayos de Gutiérrez, anotando que
en ellos “la belleza moral excede a la belleza literaria” por la
falta de perfeccion estética, de universalidad filosdfica y de
genio creador. “Hay algo de casero en él. Asi, gran parte de
las limitaciones que senalo en su obra provendrian mas bien
de su patria y de sus asuntos, y no del abnegado glosador que
quiso ilustrarlos con su generosa inteligencia.”

Literatura moderna j

En Los Modernos, Ricardo Rojas ha incurrido, tal vez,


en demasiadas limitaciones. La perspectiva era aqui mucho
mas corta, la ojeada mas rapida, la influencia del conocimien-
to directo mas aguda. Con todo, a pesar de las exclusiones que
se impuso el autor o de las efusiones del recuerdo personal,
este tomo ofrece una visién plena de interés, precisamente por-
que el lector puede hacer con mayor facilidad su propia com-
posicion de lugar, por decirlo asi.
Vamos a destacar del fondo de este volumen, como hici-
mos con los anteriores, las notas mas significativas. La primera
RICARDO ROJAS 133

es la de Agustin Alvarez, a quien tenemos por uno de los


maestros de Rojas, en su obra de educador, moralista y politi-
co. Alvarez no procedié con ambages para formular criticas al
pueblo argentino, y lo hizo con pasién de patriota. “En la
América del Sur se aprendid a rezar, a hacer trabajar y a
sublevarse”’, una frase caustica, indeleble. El entendia la polt-
tica como una funcion historica de la moral, concepto de ex-
cepcion que repitid en sus libros con varias formas, en una alta
prédica pocas veces escuchada, ciertamente. Ricardo Rojas dis-
tingue el libro de Alvarez La creacién del mundo moral como
su labor de mas fundamento; en él “la anécdota ha sido su-
perada por la meditacién”. Alvarez “hizo obra nacionalista y
humanitaria a la vez”, sofiando con una Argentina del porve-
nir, con lo cual anticipa una actitud del propio Rojas, quien
resume el pensamiento de aquél en una dilucidacién del origen
y la esencia de la creacién humana, del mundo moral, que
comprende la historia, la politica y la educacion.
Marca la trayectoria juridica y sociologica de Carlos Oc-
tavio Bunge; los estudios sobre federalismo y educacién de
Francisco Ramos Mejia, con algunas de cuyas ideas, decimos,
coincide Rojas; y se detiene frente a la Historia de la Confe-
deracion, de Adolfo Saldias, donde ve una plausible seriedad,
no obstante la inclinacién rosista del autor. Los oradores sa-
grados y los oradores populares ocupan comentarios corres-
pondientes, y cuando llega a los oradores artistas fija como es
justo, su atencién en Nicolas Avellaneda, “que impregno de
su propio sensibilidad literaria a toda la generacién del 80”,
y cuya “elocuencia arrebatadora” subraya con frase de Garcia
Merou.
Cuatro poetas son estudiados, luego, con detalle: Carlos
Guido y Spano, Olegario V. Andrade, Ricardo Gutiérrez y Ra-
fael Obligado.
De Guido y Spano destaca la nueva sensibilidad y la ma-
nera personal de su arte. “Sus mejores cantos se inspiran en
el amor —un amor voluptuoso mas que apasionado— y en
otros andlogos motivos del destino humano, Y si por esta con-
dicién psicolégica se diferencia de los poetas romanticos, dife-
rénciase asimismo de éstos y de los poetas seudoclasicos por
la técnica a la vez libre y reflexiva de su. versificacion’’. Lo
clasifica como un lirico de la naturaleza y del amor. “Por su
134 ALFREDO DE LA GUARDIA

silueta, por su vocacién y por su obra, fue el primer artista


verdadero que hayamos tenido en nuestro pais”.
De Andrade distingue los poemas hechos de vastas sin-
tesis histéricas, como “Atlantida”; de cosmogonicas hipérbo-
les, como ‘“‘Prometeo”; de audaces prosopopeyas, arrancadas a
la naturaleza, como “E] nido de condores”. “Placele —agre-
ga— mezclar al drama humano el drama de los elementos,
segun lo notamos también en “San Martin”, “El arpa perdida”,
“Victor Hugo’, “La Noche de Mendoza”. Acusa las criticas
formuladas “a la megalomania del tropo y del acento”; pero,
no obstante ellas, reconoce en Andrade “‘una avasalladora fuer-
za de talento poético” y lo considera ‘el mas inspirado de nues-
tros poetas civiles”’.
Poeta lirico sobre todo fue Ricardo Gutiérrez, con una
sensibilidad “rica de piedad y de amor”. Anota cierto prurito
de los temas sepulcrales, pero sin desesperanza romantica y
“con cristiana esperanza de los cielos”. Gutiérrez veia, por otra
parte, a la Naturaleza como un simbolo. “De su emocién pro-
funda, pero simple, fluye su vena melancdélica... Es mas bien
un musico que un pintor”’, concluye para definirlo.
Vuelve a tratar el Santos Vega de Rafael Obligado,
donde el poeta aproveché un personaje, una leyenda, un arte
que él no habia inventado. “Si pudo llevar el argumento a al-
turas afortunadas de realizacion y de emocién fue porque otros
escritores nativos lo habian precedido en esa tarea”. El, sin
duda, la culminé y asi pudo ser llamado por excelencia el
cantor de Santos Vega. Luego analiza otros poemas donde su
“‘voz es siempre suave, familiar, sencilla”, y, para sintetizar,
dice que “Obligado fue un poeta romantico, pero un roman-
tico argentino”.
Trata, a continuacion, de equilibrar un juicio sobre Pedro
B. Palacios, entre los favorables y los adversos a la poesia de
Almafuerte. Para Rojas “el idioma y la versificacién adolecen
de caidas que ponen al escritor por debajo del poeta, al artista
por debajo del hombre. No es en la técnica donde el autor des-
cuella, sino en la pasién y la fantasia”. Anota sus errores de
sintaxis, sus expresiones de mal gusto, pero sefiala, asimmismo,
que su poesia “nace del dolor de la vida y se reviste de la
belleza del canto”. Resalta su pesimismo y termina manifes-
tando: “Resistid al modernismo como a una cosa frivola; amé
" RICARDO ROJAS 135

al pueblo como a una fuerza fecunda; no fue un artista, ni un


pensador, sino un hombre que desahoga su angustia en el verso
y hace del grito un canto”.
Aniade Rojas algunos comentarios breves sobre poetas me-
nores y pasa a tratar de la novela, en primer lugar de Eugenio
Cambaceres, cuyos libros fueron los primeros que pintaron la
vida de los instintos, lo que produjo cierto escdndalo. “Poseia
sensibilidad, fuerza y audacia; él mismo era quizé un instin-
tivo a la vez que un observador despiadado, capaz de gozarse
en la descripcion de lo ridiculo y de lo brutal. Como escritor
carecia de arte reflexivo, y de ahi que a sus novelas faltara
orden en los desarrollos y delicadeza en el estilo, aunque la
garra del talento espontaneo supliera a la conciencia técnica
con trazos vigorosos, como el agua-fuerte, en ciertas estampas
y retratos”’.
“El mayor hallazgo verbal de La Gran Aldea es su titulo,
que define a la Buenos Aires del 80, cuyo ambiente describe”’.
Asi dice Rojas al referirse al libro famoso de Lucio V. Lopez,
quien, sin embargo, remonta su relato —segun se recordara—
al tiempo de Pavon. Entiende el critico que el novelista se
propuso pintar cuadros ligados, mas que por los hilos tenues
de una fabula, por la unidad del ambiente portefio que des-
cribio.
Martin Garcia Merou “renov6 en la generacién del 80 el
tipo intelectual y moral de Juan Maria Gutiérrez. Como Gu-
tiérrez, fue poeta y dejé, como él, un tomo de Poesias, en el
cual se hallan algunos cantos de agradable versificacién; como
Gutiérrez cultivé el género novelesco, dejando en Ley social y
Perfiles significativos ensayos de prosa amena; como Gutié-
rrez, fue estadista, universitario y critico de nuestra literatura.
Un “precioso documento” es, para Ricardo Rojas, La
Bolsa, de Julian Martel, reveladora de una profunda vocacién,
tempranamente cortada por la muerte. Juzga que es “la pin-
tura de la sociedad de Buenos Aires en la crisis de su pubertad
cosmopolita. Dentro de ella hay lo mismo en la crudeza de
sus retratos que en la sugestién de sus simbolos una revancha
del idealismo contra la sensualidad, que fluye de sus paginas,
no por formulacién docente de su autor, sino por espontanea
virtud de la fabula”’,
136 ALFREDO DE LA GUARDIA

Pocas lineas dedica Rojas a Manuel T. Podesta, que me-


recia un comentario mas extenso, y a quien achaca un “crudo
naturalismo” por su visién neta de la realidad circundante, la
suya frecuentemente aquella que corresponde al médico.
A Lucio V. Mansilla “faltéle disciplina en la conducta,
ahinco en el estudio, rumbo en la vocacién para haber hecho
de su talento una fuerza mas util y de su obra una creacion
mas hermosa”. Apunta la versatilidad y la facundia del autor
de Una excursién a los indios ranqueles, libro que exalta
entre todos los suyos, donde se advierte una gran retentiva
pictérica, mucha penetracion en la psicdlogia y evidente agu-
deza de ingenio.
Miguel Cané es “‘un escritor de raza”, aun cuando el con-
junto de su obra tiene que ser considerado como una “enorme
miscelanea formada al azar’, donde se advierte el tipo de su
temperamento, la vastedad de su cultura, la gracia de su estilo,
el vigor de su realismo, la agudeza de su ironia.
Rojas cita a Anibal Ponce —rasgo de su atencion a la
juventud— como el mejor critico de Eduardo Wilde, y glosan-
dolo agrega que “ironia, piedad y tristeza son los tres predi-
camentos de la psicologia” de este autor. En todas sus paginas
“predomina la pintura realista, deformada a veces por la ob-
servacion caricaturesca, la reminiscencia autobiografica velada
apenas por la ficcién novelesca, la sensibilidad poética conte-
nida siempre por el espiritu critico”’.
Fray Mocho hubiera podido ser comedidgrafo 0 novelista
excelente, pero el periodismo le impidié desenvolver su ver-
dadero genio, segin marca Rojas al hablar del agil cuentista.
El periodismo fue su unica profesién y su unica escuela, y en
él hallé su “enorme poder sugestivo y su genuina filiacién po-
pular”. Curiosa observacién es que la prosa de Fray Mocho
tiene ritmo de octosilabo, y puede alinearse en ese verso:

De qué otra cosa v’a ser


siendo, como es, Carnaval.. .
Yo ‘staba los otros dias
en el café e dor’ Anita
cuando deniré Tavolara
pa proponerme un negocio.
RUG
AH DION eR OMTATS Sz

Un recuerdo grato tiene Ricardo Rojas para Bartolito Mi-


tre, destacando sus trabajos de género epistolar y oratorio, sus
cronicas, sus impresiones. Y pasa —ya para concluir tan larga
e improba labor—, a comentar ligeramente los libros de las
mujeres escritoras: Joaquina Izquierdo, Maria Sanchez de
Thompson, Josefina Pelliza, Rosa Guerra, Eduarda Mansilla,
Juana Manso, Juana Manuela Gorriti. De Mariquita dice que
escribia “con elegante sencillez castiza, razonaba con claridad,
sentia con vehemencia’’. De la Gorriti que “fue un tempera-
mento raro, intenso, a ratos fantastico”. “A pesar de ello, creo
que El pozo de Yocci y otros cuentos suyos podran salvar su
fama entre los precursores de la novela argentina”.

Propia creacion

Hemos querido extractar todos estos juicios insertos en la


Historia de la Literatura Argentina porque, no obstante la fa-
ma del libro, que sirve todavia como base de estudios y consul-
tas, existe en ciertos sectores, no ya del publico, sino del ambien-
te intelectual, una especie de simulado desdén por esta obra
ingente de Ricardo Rojas. Los comentarios extractados aqui ser-
viran, acaso, para volver a advertir que el autor de este gran
ensayo literario demostr6 siempre en el curso de su extensisima
labor un acertado criterio en la exégesis y la definicion, Por su-
puesto, y como él mismo lo anticipd, muchas de sus observacio-
nes irian a parar en lugares comunes. Esta es, precisamente, la
prueba de su validez, Las sintesis que hemos intentado repro-
ducir aqui han pasado a ser las opiniones perdurables que la
posteridad ha fijado para las personalidades y las obras trata-
das en los cuatro tomos de la Historia.
Que en esa profusa tarea se deslizaron errores diversos, es
indudable. Pero no tienen una importancia capital, sino de
mero detalle, como los que pueden anotarse en el estudio de
Tejeda; como el clasificar a Los trabajos y los dias de He-
siodo entre los poemas épicos de asunto divino; decir que el
Romanticismo nacié en Francia; que Olegario Andrade nacido
en Gualeguaychi; que De Angelis fue embajador de Murat
como rey de Napoles, en 1808, ante Catalina II de Rusia, que
habia muerto en 1796; entender que refranes y adivinanzas
138 ALFREDO DE LA GUARDIA

pueden ser considerados como “una épica oral”; dar mayor


importancia a la relacién bibliografica que al analisis de la
materia estudiada, etc., etc. Todo ello es minucia pasable, por
supuesto, en un ensayo total de la evolucion de la cultura ar-
gentina. Hay, también, cierta confusién en materia folklérica.
Surgida de la catedra, la Historia de la Literatura Ar-
gentina debia tener un caracter docente. No deja de ofrecerlo
en tantas de sus paginas, pero el valor esencial de esta obra
es que se convirtid en una creacion literaria. Como reune en
sus capitulos el pensamiento de su autor en las mas diversas
fases, es natural que sea el trabajo mas representativo de la
personalidad de Ricardo Rojas, segin ya quedo sugerido. Es-
timulado por su amor patridtico, inspirado por su propio im-
pulso atavico indoespamiol, acuciado por el anhelo demostra-
tivo dea tierra, la raza, la nacionalidad, llevado por el justo
afan de contestar a sus contradictores, a las criticas negativas
de los primeros libros, Rojas compuso este “ensayo filosdfico
sobre la evolucién de la cultura en el Plata” con un “angus-
tioso sentido de invencién’’.®* Pero esa invencién no es, na-
turalmente, una fantasia. Sus investigaciones, sus recopila-
ciones, los importantes logros de la busqueda incesante y
minuciosa, la clasificacion general con que repartié su trabajo,
las definiciones a que llega en sus analisis criticos, todo eso no
es tarea imaginativa, sino labor comprobada con paciente vo-
luntad, a pesar de las fallas que no disimulamos.
La Historia ensefia, mas también deleita. Sigue cons-
tituyendo una amplisima leccién, de la cual —como el autor
lo suponia— extraen datos y opiniones los mismos que la cen-
suraron o la censuran, pero si no tuviera el mérito de ser, en
si misma, una creacidn literaria —segin debe serlo ioda ver-
dadera critica— habria caducado para la atencién del estu-
dioso y del lector comin. Podra estarse de acuerdo 0 no con
estos 0 aquellos juicios, se reconoceran aqui o alla los errores
apuntados y acaso otros mas, y, sin embargo, la obra mantiene
un poder de atraccién intelectual permanente. Es por influjo
del talento literario de Rojas, que esta presente en todos la
produccion de su pluma. El pensador, el narrador, el bidgrafo,

93 De A. Pagés Larraya, en “R.R. y la historia de las letras argen-


tinas”, La Nacion, 1965.
RICARDO ROJAS 139

el psicdlogo, el historiador, el prosista y el poeta se juntan en


armoniosa conjuncion. La didactica no desaparece, pero si se
disimula por la galanura de la forma en que esta expuesta, y,
a veces, deja paso enteramente a la creacion de marcado sello
personal. En la Historia figuran paginas que la demuestran,
corno la que transcribimos a continuacién:
“Sobre la pampa ilimitada, el hombre de la ciudad civi-
lizadora escrutaba el horizonte profundo, tras la palizada del
fortin o el foso de la estancia, como recelando inconcretos pe-
ligros. El pampero soplaba a ratos como un eolo grufién, sobre
la verde inmensidad, desgrefiando el mechén de los pajonales,
tostados de sol, semejantes a barbaras crenchas rubias. De
pronto, las alimafias del campo empezaban a llegar, como per-
seguidas, desde el fondo remoto de aquel desierto. Eran desafo-
rados avestruces, azoradas liebres, timidos coyes y perdices
que se deslizaban entre la paja despeinada por esas fugas. Mas
tarde, sobre la linea del matorral distante, aparecia un punto
negro: la cabeza enhiesta de un caballo salvaje, la recelosa
testa de un toro bravio, y tras de los sefiuelos se precipitaban
en tropel los ganados del campo, y pasaban golpeando el suelo
con su galope, relinchando y bramando, crespo tropel de ese
turbion, sonoro dentro del polvo nebuloso de su propia carrera,
como un trueno en su nube. Ya no cabian dudas a aquel cris-
tiano del fortin o la estancia, perdido en el desierto como un
vigia en el mar. Ese movimiento de alarmas en la pampa,
indicaba que los indios andaban cerca. Eran los aucas que vol-
vian con un nuevo malon, acosados ellos también por la seca
en sus mapus o guaridas, o estimulados por el facil abundante
botin de un asalto anterior. Entonces, aquel hombre, y todos
los del lugar, requerian sus armas de fuego, 0 montaban en
sus fuertes caballos, como guerreros antiguos, y salian estoicos
para la algara salvaje’’.**
Opinaran algunos, tal vez, que esta pagina podria excluir-
se de una obra consagrada a la critica. Acaso lo piensen quienes
entienden que la labor intelectual no responde al medio donde
se desarrolla ni tiene estrecha relacion con la vida de quien la
cumple; estan al mismo nivel de quienes escriben biografias
de escritores 0 de artistas sin atender a la actividad espiritual

94 Los Gauchescos, pags. 822, 823.


140 ALFREDO DE LA GUARDIA

de los biografiados. En la Historia, por lo contrario, estan


estrictamente unidos el tiempo, el espacio, el hombre, la crea-
cidn. Son aciertos evidentes los cuadros histdéricos que sirven
de fondo a las figuras destacadas sobre ellos, las amplias pers-
pectivas que traza el autor, las deficiones con que remata sus
estudios. Es cierto que Rojas atiende mas a su método histori-
cista que le lleva a las extensas generalizaciones, y descuida,
a veces, la puntualizacién de lo particular mas expresivo y
determinado. De todas maneras, con defectos o insuficiencias,
su Ensayo sigue siendo una obra fundamental en lo docente
y en lo estético. En una época en que “no se registraba sino
en forma esporadica é inconexa el acervo de las letras argen-
tinas, Ricardo Rojas dio el magno ejemplo de su critica, sin la
cual el arte se paraliza o se diluye. Y lo dio, reflejandose au-
ténticamente a si mismo. Recordaremogla frase de Oscar Wil-
de: “En realidad, la critica mas elevada es el documento de
nuestra propia alma”
‘e)jaa)= > Ze ss
“EL CRISTO INVISIBLE”

Examen espiritual

D E LARGAS MEDITACIONES DURANTE LA CONVALECENCIA QUE


siguid a una crisis fisica, y espiritual sin duda, surgieron las
paginas de El Cristo Invisible, libro unico en la extensa po-
ligrafia de Ricardo Rojas. Lo escribid en dos meses del verano
de 1927, en una quinta del pueblo de Martinez, al aire libre
y bajo la sombra de un pino gigantesco, en medio de un jardin
silencioso, El mismo autor recordé ese taller un ‘tanto rous-
seauniano, en naturaleza plena, bajo el influjo del sol y del
viento, frente a un horizonte de arboles y de flores. Sus tres
capitulos fueron compuestos en sesenta dias, pero este ritmo
veloz, tratandose de un libro de intenso tema espiritual, fue el
fruto de “‘veinte afios de estudio y meditacion”’, seguin lo pre-
cis6 el propio Rojas. No olvidemos que en La Victoria del Hom-
bre hay dos sonetos sobre Jesus de Nazareth,
En aquellas horas, de enfermedad y recuperacion, el es-
critor habia contemplado de cerca a la muerte y reflexionado
sobre el destino sobrenatural del hombre. Grave, sereno, inqui-
sitivo, disciplinado, voluntarioso, como lo fue siempre el autor
de La Argentinidad, cumpliéd un examen.de conciencia fren-
te al riesgo y en el restablecimiento que siguid, cuando el
hombre percibe profundamente su condicién fragil e irremi-
siblemente perecedera, y cuando, luego, absorbe en una lenta
144: ALFREDO DE LA GUARDIA

renovacion los grandes o pequefios goces de la existencia. Un


libre examen, como debia corresponder a la personalidad l-
bérrima de Ricardo Rojas. Un examen determinado tanto por
su irrefrenable inclinacion a las inquisiciones como por su sen-
tido mistico, su resolucién de conocimiento y su penetracioén
intuitiva.
“No acaba de aprenderse —decia Byron— que un poeta
es necesariamente un hombre religioso”; y Shelley —a pesar
de su ateismo— respondia que “un hombre sinceramente re-
ligioso es, asimismo, un poeta.” Desde que la poesia es un sen-
timiento total, ambos coincidian con ‘Novalis que declaraba
“Todo sentir absoluto es religién”. Y agregaba en sus Ger-
menes: ‘“‘Nada mas accesible al espiritu que el infinito”. Ro-
jas era un espiritualista a toda prueba, y esta obra —la pri-
mera sobre el tema escrita en la Argentina— lo demuestra
de una manera concluyente, Pero ya que citamos dos veces a
Federico de Hardenberg, traigamos a colacién otro fragmento
suyo: ‘““Pensar es un movimiento muscular”. Y no ya, por su-
puesto, bioldgicamente. En El Cristo Invisible se advierte,
asi, por una parte el hondo sondeo espiritual a que lleva ai
autor su misticismo reconocido, y por otro lado el afan dia-
léctico procedente de su posicion filosdfica. De ahi, que el libro
sea un didlogo entre un sacerdote y un seglar, que enfrentan
sus actitudes, lo que viene a relacionarse con la aficién dra-
matica de Rojas, ya manifestada en aquella época.®®
En un enorme volumen bibliografico podia reunirse la
cristologia. El escritor argentino conocia, naturalmente, las
obras mayores compuestas sobre la vida de Jess de Nazareth
y su mision redentora en la tierra, enfocadas desde tan dis-
tintos puntos de vista, desde el ya lejano David Strauss, empe-
nado en sefialar el mito, hasta Giovanni Papini convertido
recientemente, a la sazon. Habria pasado por el libro funda-
mental de Ernest Renan, tan detallado en su busqueda realista
de la existencia del Maestro, por el analisis seudoclinico de
Binet-Sanglé, por el alegato revolucionario de Henri Barbusse,
por la acendrada causticidad de Bernard Shaw, las negaciones
de Bertrand Russell, acaso la facilidad narrativa de Emil Lud-

95 Temas coincidentes aparecen en “Cartas a un Presbitero” en el


libro Colores y notas, de Ernesto de la Guardia, 1898.
RICCARDO ROSAS 145

wid. Ya se sabe cémo prosiguié esta serie de estudios, de todo


orden, desde los de Riccardo Bacchelli hasta la tan discutida
obra del abate Steinmann. En su hora, no dejaria Rojas de
revisar textos de Flavio Josefo.
Libre examen de conciencia, deciamos, es El Cristo In-
visible. Ricardo Rojas buscé en el fondo de la suya el mensaje
de Jesus, que es mensaje de Justicia, Trabajo y Amor, Cristo
tiene que vivir en la conciencia del hombre —viene a decir el
autor— para que el cristianismo sea una religién viva y no
una estatica serie de dogmas acatados por una fe, que puede
ser sincera o bien un sentimiento artificial y acomodaticio.
“Oigamos hablar en lo intimo de cada conciencia al Cristo
invisible” — declara Rojas.°® Jess vino a mostrarnos qué es
la conciencia y que sin conciencia no hay humanidad.
Tres extensos dialogos entre el Huésped y Monsefor for-
man esta obra singular de Ricardo Rojas: “‘La efigie de Cristo”,
“La palabra de Cristo” y “El espiritu de Cristo”.
E] inicial constituye una minuciosa investigacién de la
iconografia de Jess. ¢Cémo fue fisicamente el Hijo de Maria?
No existe una imagen auténtica de Cristo y la Iglesia no ha
aprobado oficialmente ninguna de las muy variadas que se
ofrecen por doquier, en lienzos, pergaminos, tallas, etc., pro-
ductos de arte o artesania, obras maestras o piezas rudimen-
tarias. No el estampado por la Verénica —el Verdadero Icono—,
conservado en Italia; ni el atribuido al evangelista Lucas, ni
el de Ananias, ni otro ninguno reflejan el rostro genuino de
Jestis de Nazareth. ;Rubio, con barba y largos cabellos? ¢Mo-
reno, afeitado y con pelo corto? ¢Esbelto? ¢Fornido? ¢Bien de-
finido en la silueta masculina? ¢Con rasgos de andrégino y
gestos de femineidad? Uno podria representarselo como Miguel
Angel en “El Juicio”; y otro como Leonardo da Vinci en su
famosa “Cena”, dos representaciones opuestas. No hay, pues,
imagen pristina del Hijo del Hombre, y cada uno lo contem-
pla de acuerdo con sus propias imaginaciones.*” En parte al-
guna, los Evangelios describen la cara y la apostura de Cristo.

96 Pg. 171.
97 “Deberia haber nacido mulato, para que los hombres de los dos
colores tuvieran igualdad en la libertad 0, por lo menos, en la salvacién”,
proclama Byron en su defensa de los negros. Don Juan, nota en
Canto XV, est. XVI.
146 ALFREDO DE LA GUARDIA

Rojas entiende que Jesus es el Hombre sin determinacion fi-


sica ninguna, ni de raza ni de tipo, y que por eso, viéndolo cada
cual a su modo, era en definitiva invisible.
La parte segunda del libro toca el verbo cristiano. La
ensefianza de Jestis tal como nos la transmitieron los evange-
listas. Los Evangelios tienen, para él, una autenticidad indu-
dable, y a ellos se atiene en cuanto a la vida y a la accion de
Jesucristo, desde el nacimiento hasta la muerte. Inclinase,
pues, Rojas hacia la posicién protestante, mas sin adherirse
a ninguna secta en particular, La Iglesia no debe ser la unica
representacion divina sobre la tierra, ni sus interpretaciones
han de ser admitidas con ciega obediencia, sin permitir opi-
nidn ni juicio alguno a sus feligreses. Para el Huésped, el hom-
bre debe conservar su independiente criterio y acercarse de
modo «directo a Jesus por el camino de la propia conciencia.
Llégase, asi, a una comunicacion sin desviaciones, sin intro-
misiones, entre el alma y su creador. El individualismo de Ri-
cardo Rojas aparece también en esta posicion espiritualista. Si
por una parte, parece aproximarse al protestantismo, por otro
lado su inclinacién al budismo y al induismo se advierte en
la potencia y la abstraccién misticas. Hay aqui, también, una
actitud platénica. La criatura humana esta frente a su Dios.
En esa intensidad, el sentido de culpa se disuelve —digamos
nosotros— acaso mejor que por la intermediacion confesional.
Ningun dogmatismo puede imponer Monsenor a su amigo
en esta platica, a pesar de que, por instantes, el Obispo siéntese
sorprendido y molesto —lo disimula con excelente cortesia—
ante las afirmaciones contrarias.°* En realidad, Ricardo Rojas
ha puesto su talento en el platillo de la balanza que corres-
ponde al seglar, y sdlo una mediana inteligencia condescen-
diente en el que corresponde al eclesiastico, Esto nos recuerda
una forma de composicién dramatica, la determinante del Jla-
mado teatro de tesis, tan profusa en los tltimos decenios del
siglo pasado,
98 Rojas estudia con objetividad y elogio a los oradores sagrados en
su Historia de la Literatura Argentina, Alguna vez se refiere a “la
tradicional prepotencia del catolicismo” (Modernos, 303); pero tam-
bién reconoce que, en ciertos sectores, la Iglesia catélica es “mundana y
tolerante”. Significativo, respecto al dogma, es que en algiin pasaje (Mo-
dernos, 78) diga acerca de la Virgen Maria: “Ella es una transfiguracién
catolica de la Isis egipcia y de la Pallas griega”.
RICARDO ROJAS 147

Anticipaciones

En “El espiritu de Cristo”, didlogo tercero, el autor llega


al fondo de su problema religioso. Es el perfeccionamiento mo-
ral del ser humano. La Iglesia puede, tal vez, desviarlo por
sus mismas divisiones, que tanto dafio hicieron y hacen al cris-
tianismo. La fe perdida es el resultado, sin duda, de algunas
de ellas; la desconfianza, la indiferencia, el alejamiento son,
indudablemente, otras. Los grandes cismas fueron quebranta-
mientos casi irreparables; las disensiones internas producen
efectos menores, pero no faciles de reparar. La universalidad
es, por lo contrario, la que puede y debe arraigar la fe religio-
sa en el hombre. Y en este punto, Monsefior se veria hoy mas
sorprendido que entonces por la palabra de su Huésped. Re-
paremos, efectivamente, en que Rojas anticipa en esta pagina
la posicién adoptada por el Papa Juan XXIII respecto a la
conjuncion de las iglesias cristianas, y aun mas la de Paulo
VI invocando en su viaje a la India un encuentro de todos los
creyentes, cualquiera que pueda ser su doctrina, en la comu-
nion con Dios. El seglar insiste particularmente en esta cues-
tidn de la fraternidad humana bajo la nocién comin de la
divinidad, Los creyentes —dice con elocuencia— “en el Mis-
terio Cristiano podrian constituir en la tierra una fraternidad
invisible por medio de la cual las fuerzas providenciales que
rigen la Historia obraran en la evolucién humana para la
realizacién de este lema sublime: Justicia, Trabajo, Amor’’.
Anhela una fusién de todas las sectas “en una sola emocién
cristiana’”’... “‘y esto no podria realizarse sino en el templo
que es cada hombre’. Esencia y conciencia. Universalidad:
todos los hombres son hermanos; todas las patrias son hogares
en una fraternidad sin fronteras para el espiritu. La Divinidad
es nica y esta en todos los 4mbitos y para todas las criaturas.
Y advirtamos, asimismo, este punto, muy de actualidad:
“Ta ciencia y la mecanica no bastan para realizar la unidad
de la Tierra. Los medios materiales necesitan ser superados
por un renacimiento moral. La humanidad, originariamente
separada en grupos creados por la configuracién geografica, las
razas, las lenguas, los instintos, necesita una sola religion para
crear la unidad espiritual del género humano. Esa es la mision
del espiritu de Cristo: crear en los individuos el amor y en la
148 ALFREDO DE LA GUARDIA

especie la fraternidad”. Anotemos que aparecen aqui también


anticipadas coincidencias con las ultimas conclusiones de Ar-
nold Toynbee relativas a la misién de las religiones en el fu-
turo de los pueblos.
El Cristo Invisible, que empieza como una obra rela-
cionada con la postura de los heterodoxos espafioles estudiados
por Menéndez y Pelayo, se eleva, asi, a planos superiores y
desprendidos de la minucia polémica y particularista. No hay
negacion ni rectificaciones acerca de los dogmas, ni de la per-
sonalidad y misién de Jestis en el mundo. Fluye de esas pagi-
nas un sentimiento religioso libre y esencial, diriamos que casi
como el del gaucho —‘‘Pero ponga su esperanza en el Dios
que lo formo”, segin Fierro—, lo cual complaceria al autor
del libro; y también podriamos recordar el cristianismo anti-
clerical de Sarmiento, que escribid una Vida de Jesucristo
para lectores infantiles, ejemplo grato asumismo para Rojas.%®
El Cristo Invisible alzase a un nivel de misticismo de-
purado en la emocién de una divinidad ideal por todos y para
todos. No hay herejia ni supersticién en un sentido bajo, como
sefiala el escritor en sus apuntaciones. Hay una gran since-
ridad y un anhelo ferviente de exaltacién y purificacién de
la vida y de la criatura humana. El Huésped viene a pedir
que cada hombre sea capaz de llevar una corona de espinas en
su frente y el amor en el fondo de su alma. El Cristo Invi-
sible es, en ciertos momentos, fruto sublimado y entronca
por ello en el arbol literario de la mistica espafiola; es, ademas,
la obra mas demostrativa del espiritualismo de Ricardo Rojas,
de su caracter entrafiablemente bondadoso, de sus nobles aspi-
raciones para el hombre en lo por venir.

99 “Me he declarado un cristiano de los Evangelios, como Sarmiento,


y lo soy de veras”. El Radicalismo de mafiana, pag. 165. En su juven-
tud, Rojas creia en la inmortalidad del alma. “Yo no siento el terror de
la hora de la muerte. Tengo fe en la otra vida, sin embargo”. (Carta a
Unamuno 21-III-1908). sMantuvo esa creencia después?
“ARCHIPIELAGO”

Tierra del Fuego

E] amor a la tierra natal y el interés de Ricardo Rojas


por el pueblo aborigen dieron motivo a su libro Archipié-
lago, escrito en Tierra del Fuego durante su confinamiento,
en 1934, por causas politicas. Como a otros jefes de la Union
Civica Radical, opositora al gobierno que regia, entonces a la
Republica, al autor de La Victoria del Hombre le fue im-
puesto el dilema entre una expatriacién en Europa o un des-
tierro en el extremo austral del pais, Rojas no quiso salir de
la Argentina y prefirid la inhdspita residencia en Ushuaia
a las amenidades de Paris o Madrid. Es este otro noble rasgo
de su patriotismo, sin excesos ni declamaciones.
Trabajador infatigable, viviendo permanentemente en el
ambito intelectual, preocupado siempre por los mas gravidos
problemas argentinos, en la esfera del espiritu como en los
planos materiales, Ricardo Rojas redacté en tan alta latitud
las notas de Archipiélago y rimo los tercetos de El Albas-
tros, analizados en paginas precedentes: una obra de aguda
observacion de la realidad circundante, y una obra de concep-
cién épica y lirica. El mismo nos cuenta que pudo escribir
una novela inspirada por el antiguo Onaisin, el pais porten-
toso de montafias y bosques, de estrechos y canales, y por los
personajes dramaticos —bajo la maldicién de un destino ad-
verso—, como los onas casi extinguidos y los presidiarios des-
esperados y tumultuosos. No quiso, sin embargo, entregarse
a los juegos imaginativos, y compuso este libro que es una
contribucién al estudio de Tierra del Fuego y sus posibilida-
150 ALFREDO DE LA GUARDIA

des de progreso, y, a un tiempo, en algunos capitulos elegia


a la muerte de la raza autéctona nacida y desaparecida en
aquellos ultimos parajes del mundo. Por esas evocaciones de
los indigenas conviene tener presente a este libro al tratar
de la obra dramatica del autor de Ollantay, puesto que re-
vela su constante atencién a las razas autoctonas.
Desde que entré el transporte “Chaco” en aguas del Bea-
gle hasta que emprendié Ja travesia de retorno, Rojas no dejo,
dia a dia, de apuntar sus reflexiones acerca de aquella regién
argentina, olvidada entonces por las autoridades nacionales,
yacente en la incuria, en la pobreza, én el mas completo
abandono, a pesar de su no dificil desenyolvimiento y su ri-
queza latente; a pesar mismo, también, de su importancia
geografica y, por tanto, estratégica.
Confrontaba el escritor sus visiones propias y los exame-
nes cartograficos, y decia: “En su claridad prolija, la contem-
placion produce un fendmeno de extrafio vértigo. Ante él, se
siente el cataclismo que despedazé a los Andes, separando
de la Patagonia esta Isla del Fuego —la Isla Grande— ro-
deada por su cria. Innumerables canales, algunos tan rectos
que parecen labor de ingenieria, cruzan el Archipi¢élago como
callejuelas de una metropoli fabulosa. Antiguos puentes rotos
y tierras sumergidas en una edad muy anterior a la forma
actual del planeta, imponense como hipotesis necesarias para
explicar la dispersion insular, como sus lagos, caletas y rios,
sus mil pefnascos negros, sus picos nevados”. Y en otro pa-
rrafo: “La realidad fueguina es tan variada que abarca am-
bos extremos, y su gama es infinita. Selvas que suben desde
el mar hasta mil metros por la falda de los montes que de las
aguas emergen; hayas de clima frio junto a helechos del tré-
pico; aridos y fangosos turbales; valles arcddicos; pampas de
ricos pastos; negros pefiascos desolados; fiordos como los de
Noruega; picos blancos de nieve, lagos, rios, cascadas, témpa-
nos; todo eso hay aqui, fantasticamente entremezclado, envuel-
to en mantos nebulosos, bajo el mismo cielo en que a veces
brilla un doble arcoiris sobre el espejo glauco de los canales”’.
Alli, al pie de la sierra Le Martial, esta Ushuaia, que
unos traducen por “Bahia hermosa” y otros por “Bahia de
los vientos”, ambos nombres sin duda bien ganados. “Aunque
también prevalecen en la regién de Ushuaia las tintas som-
we

RIG
AR DOF R OAS 151

brias propias del paisaje austral, no faltan horas de mds serena


emocion. En la playa sollozan las olas, acentuando el reco-
gimiento de la inmensidad. Mantos de ensuefio envuelven las
cumbres espectrales. Tiembla a lo lejos una fosforescencia so-
bre el agua azulosa de la bahia. De noche, los ventanales
de la poblacién abren en la sombra los ojos rojizos de sus fo-
gatas. A cierta hora todo el caserio queda como dormido en
una atmosfera de misterio. La nieve adquiere un tinte lunar,
y la luna da a Ja arrinconada aldea un ambiguo blancor sobre
las techumbres.” 1°°
Citamos con extensidn para advertir sobre las bellezas,
aunque: melancolicas, tan atrayentes de aquella poblacién
perdida en los confines de la tierra, y para probar que el estilo
de Rojas esta muy lejos, por lo general en este como en otros
libros, de la carga retérica reprochada malévolamente.
Hay en Archipiélago apuntaciones sobre el clima, la
flora, la fauna, las corrientes auriferas, las posibilidades ga-
naderass agricolas, industriales, los latifundios, la condicién
de los habitantes: los onas y yaganes sacrificados por los nue-
vos pobladores desidiosos 0 crueles en su indiferencia o su
explotacién; la necesidad de incorporar todas aquellas tierras
a la patria argentina por su valor intrinseco y ante el avance
de otras naciones. Ricardo Rojas anticipa Ja conveniencia de
convertir en provincias algunos territorios —idea aprove-
chada, después en mala época para el pais— y hasta expone
un plan de gobierno, fundando centros de colonizacion, me-
jorando los transportes terrestres y aéreos, transformando el
Penal, fomentando la educacidén, estableciendo tribunales de
justicia, organizando un Instituto Fueguino para diversos estu-
dios, elevando, en fin, la vida social en todos los drdenes. Es
indudable que este volumen ha contribuido mas decisivamente
que otros anteriores —los de Ambrosetti, Eizaguirre, Payré,
Vicente Quesada, José S. Alvarez, etc.— a las modificaciones
introducidas en afios recientes por el Gobierno de la Repu-
blica en aquellas zonas del Sud.'°! El vaticinio de Rojas

100 Pags. 21 y 46.


101 FE] Te de Fray Mocho, En el mar austral, es imaginativo.
Curioso es recordar el soneto de Guido y Spano en defensa de la Patago-
nia. Para tratar los problemas de aquella vasta region fundd Santiago Es-
trada un periddico titulado La Patagonia, justamente,
4

— 152 ALFREDO DE LA GUARDIA

—siempre poeta— llega a sefialar la importancia del estrecho


de Magallanes y los pasos vecinos ante la posibilidad de que
en una guerra —no sospechabase, a la sazon, la destruccion
atomica— pudiera quedar obturado el Canal de Panama. Al
margen, no falta la reclamacion de las islas Malvinas.
Para el propdsito nuestro nos interesa mas la parte de
Archipiélago dedicada al elemento primigenio de la Tierra
del Fuego. Con las evocaciones de los indios primitivos y en
las conversaciones con los pobladores actuales, Ricardo Rojas
contribuy6 a deshacer la falsa y fatidica leyenda creada por
Carlos Darwin acerca de esos parajes y~sus habitantes mons-
truosos. Recuerda el -escritor a los navegantes y descubrido-
res, desde el audaz Magallanes y Sarmiento de Gamboa hasta
Piedra Buena, el benemérito, pasando por Hawkins y Van
Noort, Bougainville y Droumont d’Ourville, John Byron
—tio del autor de Childe Harold— y~ John Cook, los Nodal
y Antonio de Cordoba. Con todo ello, Rojas llamo insistente-
mente la atencién nacional hacia aquellas dos mil islas e
islotes y pefiascos de los fuegos —-de ahi, su nombre— que
vieron en sus costas los primeros marinos de Espana explo-
radores del océano.

El Onaisin
Vengamos, ahora, a la relacién de la mitologia y la pre-
historia del Archipiélago.
En un tiempo fue el fabuloso Onaisin. En los confines
del orbe, bajo los mantos de la nieve eterna y sobre las ho-
gueras constantes, entre las cumbres rispidas que parecen to-
car un firmamento de hielo y las aguas platinadas en perma-
nente revuelta, se extendia esta tierra del fuego y del frio.
La cubria el misterio de lo que esta mas alla de las medidas
del hombre y entra en la zona de su imaginacién y sus enso-
faciones. Podria ser —digamos— un infierno frigido, como
el del circulo postrero a que descendid el Dante, o un paraiso
donde el suelo y el cielo se confunden sin realidad como en Ila
isla suprema de Konik-Scion, frontera de la vida y la muerte.
Los indios —-por una parte, los onas; por otra, los ya-
ganes— urdieron alla, ante los fendmenos naturales, su reli-
gion, su mitologia, opulenta y decorativa como todas las de los
REG
AR DIO “RO
ad A'S 153

pueblos antiguos. Los yaganes llamaban al Ser Supremo Va-


tainueva, y los onas Timdukel, espiritu vago y poderoso en
cuyo seno y bajo cuyo poder alientan todos los seres del
mundo, Habia, ademas, un espiritu celeste denominado Ome-
ling, y otro de las nubes, Jalpen, y otro de los aires, Josha.
Huelpen era el dios de las montafias, titanica masculinidad,
y Cahme la diosa de las lagunas, femineidad tierna y fe-
cunda. De esta pareja nacieron los hormbres —hombre es ona,
y hombre es yagan, en sus respectivas lenguas—, que en la
vida de ultratumba convertianse en mehnes, a semejanza de
los manes, grecolatinos.
La realidad para ellos no existia, porque parecian vivir
sdlo esencialmente, imbuidos por una mistica donde el cuerpo
y el espiritu se confundian, como en algunos ejercicios mo-
rales de los hindties cuando son capaces de ascender a la
suma de las almas. Como otros pueblos autdctonos, idealiza-
ban el medio fisico bajo las hechizadas luces de Kren, el Sol;
y Kerren, la Luna. Habian imaginado en esos astros una pa-
reja de semidioses, enamorada y hostil a un tiempo. Kren
busca siempre a Kerren, atrasando su despedida en la marcha
diurna y oblicuando su camino hacia el norte, mientras ella
se esquiva de esa persecucion, apareciendo y desapareciendo,
mostrandose solamente de perfil, aumentando o disminuyendo
sus encantos secretos, ocultandose en la sombra o resplande-
ciendo en su total desnudez cuando esta segura de no ser
alcanzada. Eran, pues, capaces de urdir una fantasia este-
lar, de ser poetas como lo eran los aztecas, los mayas, los
incas, las grandes razas de América.
Todo vivia y sofiaba en medio de aquella naturaleza por
violenta que pudiera ser para el hombre. Los bosques tenian
su espiritu y cada arbol un alma que vivia y moria, como un
hombre. Quemanta llamaban al mehn del arbol vivo, y Ashe
al mehn del Arbol muerto. Y hasta las rocas parecian latir en
aquel medio misterioso y magico. Short era el espiritu de la
piedra blanca y Jachai el espiritu de la piedra negra, batidas
siempre por los vientos entre las aguas cristalizadas en las
alturas y los hielos licuados en los valles.
Este pueblo fueguino parece haber tenido, en tiempos
remotos, un jefe supremo, al que trocaron en mito: Kuanip.
Kuanip es el héroe de una epopeya que recuerda a las orien-
a

154 ALFREDO DE LA GUARDIA


y
=

tales. Es el libertador, el redentor, el orientador, el fundador.


Los primeros navegantes oyeron contar la historia de este
caudillo, hazaioso maestro, que relne en su condicidn las
virtudes y los rasgos de muchos dioses y semidioses de otras
religiones de la humanidad. Kuanip tiene semejanzas con
Quetzalcoatl el de México, y con El Lal, el de la Patagonia, y
también con Zeus, Apolo, Prometeo, Hércules, y diriamos que
con Buda y con Jestis. Fue un enviado de Timdukel, el Ser
Supremo, engendrado por Kren y Kerren con la sangre del
cielo, y bajé a la tierra para impartir sus ensefianzas divinas
y repartir innumerables bienes a los hombres. El les propor-
ciond el fuego sin el -cual no hubiesen podido subsistir en
aquellas regiones, E] les impartid sus consejos para conver-
tirse en un pueblo vigoroso, aconsejando a las madres sumer-
gir en agua helada al recién nacido 1°? y untarlo luego con
una capa de fina arena empapada en grasa de lobo marino,
que le preservase del frio ambiente. Realizo trabajos gigan-
tescos para adecuar la existencia de los seres humanos, pro-
tegiéndolos de las hostilidades del medio. Les ensefié a fabri-
car armas para la caza, canoas para la navegacion, chozas para
la vivienda; a utilizar las pieles de guanaco para la indu-
mentaria; a emplear yerbas medicinales para curar a los
enfermos; a ser fuertes de cuerpo y de espiritu, para forjar
una raza estoica. Fundé el Jaind, la escuela donde los adoles-
centes se preparaban en la pubertad para la adultez, y el Klo-
keten, en que debian, después, afrontar las pruebas que los
constituyeran en verdaderos varones. Porque los hombres
habian permanecido, inicialmente, bajo el matriarcado, que
fundaron Alpe, un espiritu femenino, y las hijas de la Luna,
merced a un profundo secreto de subyugacién. Amparados por
un espiritu masculino, Kzortu, el sexo hasta entonces débil
convirtidse en fuerte, y domind a las mujeres avasalladoras,
matando a las matronas de jerarquia matriarcal y dejando
con vida a las nifias para hacerlas fecundas en perfecta armo-
nia entre machos y hembras. Y para mantener su cualidad
viril, los protegidos de Kzortu organizaron el Kidéketen, donde

102 Muy curioso es el hecho de que en la actualidad se sumerge en


agua, y hasta tres horas de bafio, a las criaturas que nacen con dificul-
tades respiratorias, para disminuir sus necesidades de oxigeno en las pri-
meras horas de vida.
RICARDO ROJAS 155

se entregaban a las practicas valerosas que debian sobrepasar


para ser dignos del sexo recuperado en su poder y su accion.
Las pruebas tenian una evidente semejanza con los ejer-
ciclos implantados, por ejemplo, en Egipto, de los cuales de-
rivé Ja iniciacién masénica. Los magos invocaban a los espi-
ritus de la luz, la nube y la nieve, las aguas y los aires, los
arboles y las piedras, y bajo la vigilancia de estos mehnes, el
joven penetraba en un bosque recdndito para demostrar su
coraje y su destreza. Nadie le ayudaba en esa situacién de soli-
tario en medio de la naturaleza hostil. Debia orientarse, pro-
curarse el alimento y el agua, cazar al guanaco, matar a las
alimafias, soportar la intemperie en sus mayores violencias,
vencer a los poderes femeninos de Alpe, conjurados para su
derrota. Si el nedfito vencia en todas las pruebas, fisicas y
espiritualmente, regresaba para ser consagrado en la jerar-
quia viril, conocer los ritos sagrados, tomar esposas, cumplir
su mision en la comunidad. Entonces era un senalpen, un
varon, y podia llegar a ser el arquetipo de la raza, el Ketterr-
nem. O bien pertenecer a la cofradia de los hechiceros que
dominaban a las fuerzas naturales y aplacaban a los hura-
canes con las palabras Sud Muyée y las lluvias con la formula
Jua Caucoshil, y cantaban en las horas de felicidad y abun-
dancia: Eyay, miyay —yegay, yegoni.
La epopeya de Kuanip se cierra con un capitulo de tierna
poesia humana y otro de divina ascensién suprema. Su ultima
ensefianza fue de amor. La guerra entre los sexos desaparecid,
y él eligio por compafiera a Tkta, la mujer capaz de compren-
der su elevado espiritu y su valor inmutable, que permane-
ceria a su lado hasta la postrera hora de su vida. Para Olkta
creé Kuanip joyas y otros ricos adornos, cubriéndola de pul-
seras, collares y pieles ornamentadas. Ademas, concibié para
ella un poema que cantaba en las horas del crepusculo. Era
una-invitacién a la bondad y a la fe. Con él culminaban sus
ensefianzas a los hombres: Sed dirigidos por maestros, casti-
gad a los perversos hasta cortandoles las manos; recompensad
a los buenos como sus actos merezcan; sed bravos y sencillos,
haced frente a los maleficios de Sidskel, demonio eoiervado.
que pretendia envenenar a los hombres con. su sangre.
“Cuando Kuanip, el héroe ona, terminod sus hazanas
—escribe Ricardo Rojas— encamindse por la region de Cha-
156 ALFREDO DE LA GUARDIA

chanspe, en el interior de la Isla, hacia la parte del estrecho


que hoy Ilaman de Le Maire, recién abierto por el cataclismo
que hundid parte del antiguo continente. Aun hoy aquel es-
trecho (por el que yo pasé al venir), es un mar de aridas
rocas y Cielos tempestuosos. Entré Kuanip en las nieblas de
ese mar; retornd a su origen, a Konik-Scion, la isla blanca que
esta dentro del cielo, y se transfiguré en una estrella que aun
puede verse en la noche del cielo austral. Emana un sentido
de esas leyendas propias de un pueblo prediluviano, y ellas
debieran persistir en la memoria de los hombres. Ellas dan
al paisaje del Onaisin una luz que viene de las mas antiguas
edades del mundo. EI misterio se identifica en ellas con la natu-
raleza visible, y el cielo, abismo de meditaciones eternas,
alumbra en el reflejo de sus estrellas humanizadas la suges-
tion de la moral y el heroismo poetizado en los mitos.” 1%

Poesia y Geopolitica

Nos interesa esta atencidn constante de Ricardo Rojas a


las tradiciones indigenas del pais, porque se relaciona con el
sentido general de su obra y con el de su labor dramatica
en particular. Es de advertir cémo el escritor lamenta la
extincion de los pueblos fueguinos, a quienes considera capa-
ces de haberse incorporado a la civilizacién. “El exterminio
del nativo —dice— es el punto doloroso de la historia fue-
guina, y de él arranca toda la iniquidad que ha sido, desde
la llegada de la civilizacién, la obra del hombre blanco en
esta isla tragica.” “El patrioterismo progresista que tanto de-
clamé contra las crueldades de la conquista espafiola y tanto
se ufana de su constitucién democratica, olvidé que nuestra
Constituci6n manda salvar al aborigen y que Espafia dejé mi-
llares de ellos, vivientes, sobre todo en México y el Pertv”...
“Les habriamos dado techo, alimento, abrigo, educacién, ofi-
cio, tierra y utiles de labranza, preparandolos para labores
agricolas, forestales o ganaderas, que son las de su ambiente.
Hoy tendriamos diez mil onas, formados en disciplina de sa-
lud y buenas costumbres; cazadores, navegadores, pescadores,

103 Pag. 13.


RICARDO ROJAS 157

artesanos de minas y pieles, hombres fuertes, utiles para la


Nacion, ciudadanos argentinos preparados para defender esta
parte del territorio patrio. En ellos habriase salvado la raza
autdctona, sin perder los hijos que le arrebaté la barbarie
blanca y sin manchar la nieve fueguina con la indeleble
marca roja de la sangre inicuamente derramada.” 1% Pero
todos desaparecieron, extinguidos por las balas, el alcohol, la
tuberculosis, las condiciones de vida contrarias a su natura-
leza: los alacalufes, los yaganes, los onas. Parece que en 1932
solo quedaban no mas de cincuenta sobrevivientes. “Toda esa
maravillosa creacién espiritual del Archipiélago ha sido rota
por los que vinieron a civilizarlo. Ha sido rota como se rompe
un bello vaso que contuvo una esencia. Contemplo yo ahora
este paisaje etéreo, de confin del mundo, y hablo con los ulti-
mos indios procurando sorprender siquiera el moribundo re-
flejo de sus almas milenarias.” 1°° Y, efectivamente, el escri-
tor conversé con el viejo yagan Darskapalans y con el ona
Silcha, de quienes obtuvo informaciones sobre costumbres, len-
gua, etc. No obedecian estos pueblos a caciques sino a maes-
tros y patriarcas; no tenian vicios: ni sodomia, ni borrache-
ras, ni tabaco, ni enfermedades venéreas; eran candorosos y
fundaban su existencia en una concepcidn animista del
mundo; eran hospitalarios, generosos, honrados, Tenian una
especie de decalogo en que prohibian robar, matar, ser mez-
quinos; aconsejaban agasajar al huésped, proteger al anciano
y al infante: “Cuando encuentres un nifio abandonado, aun-
que sea hijo de tu enemigo, llévalo a sus padres, porque el
nifio es inocente, y tu enemigo quedara grato y la paz rena-
cera entre vosotros”. También daban instruccién a sus mu-
jeres: “No grites por nada; no repitas todo lo que oyes decir,
pues en caso diverso, hards nacer lamentos y disputas”. Po-
seian una lengua rica y eufdénica, que constaba de 32.000
palabras en el diccionario del P. Bridges, compuesto en 1870.
“Todo este grandioso mundo prehistérico comenzé a desapa-
recer cuando lIlegaron los evangelistas con nueva religién,
nueva lengua, nuevas maneras de vivir. Tal cambio fue como
un cataclismo espiritual.” 1°* Silcha podia decir, simbdlica-
104 Pdgs. 88, 194, 195.
105 Pig. 87,
106 Pag. 71.
158 ALFREDO DE LA GUARDIA

mente, al contemplar al sol hundiéndose en los abismos hela-


dos y sin esperanza de un alba nueva: Kan warrpen Kren...
Vemos, pues, como en Archipiélago Rojas alterna sus
observaciones de una realidad de urgentes exigencias con
sus evocaciones y definiciones de los mitos, las leyendas, las
fabulas de las razas indigenas. La originalidad del libro esta,
efectivamente, en esta dualidad interesante, donde alternan
la geopolitica y la poesia, la connotacién de la vida social de
aquella hora en Ushuaia con las invocaciones de la remota
y magica existencia de la Tierra del Fuego, las penalidades
de los presos y el exterminio de los indigenas, los plantea-
mientos del progreso necesario de tan lejana regién argentina
con los ensuefios de su fuga a Konik-Scion, la isla que esta
en el cielo, desde donde, en un epilogo lirico, envia su mensaje.
Alla, entre los celajes de un {firmamento benigno, el
numen de la patria se le aparece como la vaga silueta de San
Martin, asombrado de que el pueblo viva “entre una Consti-
tucion de Justicia que se viola y un Himno de Libertad que
se profana”... “Si la patria no se detiene en el camino que
hoy lleva, podra seguir acumulando riquezas, inerme ante
el extranjero; pero nosotros habremos muerto aqui por segun-
da vez y para siempre, al apagarse alla en la tierra el fuego
sagrado que nosotros encendimos en el corazén de nuestros
pueblos... El viento del espiritu no sopla atin, pero soplara
desde estas alturas... El ideal triunfara otra vez... Las nue
vas progenies se han entregado al lucro y a la molicie, y la
raza va decantandose, como sin raices en su suelo; pero la pala-
bra es divina, y por eso es creadora. Ninguna palabra genero-
sa se pierde cuando realmente brota del corazon.” 1°
Archipiélago es una relacién realista y una epopeya, en
unos u otros capitulos, Pero, ante todo, la obra de Ricardo
Rojas encierra, como todas las suyas, un simbolismo que marca
y define su creacién intelectual, desde la lirica hasta la didac-
tica. La Tierra del Fuego, el fantastico Onaisin, con su Kuanip
heroico, libertador, preceptor y guia, es un emblema de la
propia Argentina. Es un desafio y un estimulo para el animo,
la voluntad, el trabajo, la disciplina de los argentinos. Y en
la medida en que aquella regién de misterios y pesadumbres,
107 Pags. 253, 254.
RICARDO ROJAS 159

de soledades y expiraciones, se torne en un ambito de escla-


recimiento y confianza, de comunicacién y progreso, de con-
vivencia social y germinaciin, el pais todo arribara a sus
“destinos’”, que no llegaran a ser “grandes” sdlo por frases
retoricas, sino por el impetu espiritual y moral del pueblo todo,
por la plenitud de su conciencia y su responsabilidad. Unica-
mente por esa via un destino nacional llega a ser grande y
glorioso. Entonces, la muerte se retrae ante la vida.
‘“RETABLO ESPANOL”
iid

Reivindicacion de Esparia

Débese a Ricardo Rojas, en gran parte, la reivindicacién


de Espafia en el ambito de la intelectualidad argentina.
Sabese cual fue, c6mo y en qué grado, la ruptura espiri-
tual, después de la politica, entre la flamante nacién surgida
en el Plata y la antigua metropoli, Apenas constituida la
nueva Republica, entendidse que los libros debian completar
la accion de los ejércitos en la conquista de la independencia.
No bastaba la victoria militar, no era harto anchuroso, ya
insalvable, el foso del océano, la bandera celeste y blanca no
parecia insignia suficiente acaso para simbolo de la patria
joven, la ascension de la cualidad de stbditos de Fernando VII
a la de ciudadanos libres no satisfacia plenamente a todos, El
rompimiento debia ser mayor, debia ser total. Ya no se hizo
distincién entre el Estado espafiol y el pueblo bajo su yugo,
que seguia sufriendo las humillaciones y las penurias de que
se habian librado con valor y nobleza los argentinos. No se
advertia que el mismo ideal alentaba en las margenes del Rio
de la Plata y en las tierras peninsulares, triunfante aqui por la
heroicidad civil y militar, por la distancia geografica y el jaque
dado al Rey por las Cortes de CAdiz y los liberales; vencido
alla a causa de las intrigas y las armas de la Europa absolu-
tista: la Santa Alianza y los Cien mil hijos de San Luis. Era
menester que hasta el recuerdo de Espafia se borrase de la
RICARDO--ROD AS 161

mente de los argentinos y para ello debia comenzarse por hablar


en lengua diferente de la castellana.
Conocidas son las ideas de Sarmiento, de Alberdi, de Juan
Maria Gutiérrez, en los primeros términos, acerca de este
punto. Todos los vicios espafioles heredados por los argentinos,
las ideas mas retrégradas, los habitos mas repudiables, las mas
rutinarias locuciones fueron condenados por la admonicién de
Sarmiento, la ironia de Alberdi, el desdén de Gutiérrez. Todos
estos impetus de juventud se atenuaron, se olvidaron y hasta
se rectificaron decididamente; pero la semilla hispondfoba
quedo y cuando se desperdigé a impulso de otros vientos, fue-
ron el entusiasmo por Francia y la copia de los modos y las
modas galos quienes borraron la memoria hispanica, a pesar
del brote fugaz de las fiestas del Centenario.
Precisa sefialar, pues, la importancia que tuvo el pensa-
miento de Ricardo Rojas para reaccionar contra el encono o la
indiferencia, contra el desconocimiento o el menosprecio con
que se miraba de soslayo a Espafia todavia en los afios iniciales
del siglo actual. Hasta ahora no se ha reparado en esta funcién
de la obra de Rojas, sin duda porque parecia raro, insospe-
chado y hasta absurdo, que el autor de La Restauracién Na-
cionalista pudiese contribuir tan decisivamente a recuperar la
estimacion de Espafia en el concepto y en el sentimiento de
los argentinos,
No cumplid ese designio sin alguna vacilacién. Muy joven,
ya en sus primeros ensayos literarios, Ricardo Rojas volvid
los ojos hacia el horizonte hispano. Con una serie de articulos
de critica formé su libro Alma espafiola, donde las afirma-
ciones y las negaciones se suceden, a veces un tanto contra-
dictoriamente. Como esta compuesto por trabajos dispares aun
cuando los retina el tema general, no sorprende que falte una
rigurosa pauta en el criterio con que esta escrito este “ensayo
sobre la moderna literatura castellana”. Las censuras abundan
en él, pero su inspiracién no puede ser mas elevada, pues —se-
gun palabras de su autor— esas paginas estaban destinadas a
contribuir a “‘acercar hombres distantes de una misma habla
espafiola”. Por lo demas, la dedicatoria era muy elocuente res-
pecto a los propdsitos hispanistas de Rojas, fuera de lo comun
en aquella época en que persistia, segun decimos, la animad-
version o la indiferencia ante la madre patria. Esa dedicatoria
162 ALFREDO DE LA GUARDIA

rezaba asi: ‘““A la memoria de los primeros conquistadores de


América y a la obra de los nuevos escritores de Espafia”’. Fun-
damentalmente deseaba el critico realizar una colaboracién
eficaz en el conocimiento de los valores intelectuales hispanos,
sin comprometerse con ningun prejuicio, y considerando que
era necesario estimar la literatura espafiola, no solo en la parte
antigua sino en la actual, para apreciar mejor nuestra propia
literatura. Entre las paginas dedicadas a Benito Pérez Galdés,
Salvador Rueda, Gaspar Numfiez de Arce, José Echegaray, Joa-
quin Dicenta, Pompeyo Gener, Pio Baroja, Blasco Ibanez, etc.,
podemos destacar las que se refieren alos dos primeros.
Alli se considera al drama Electra como “un gran error
de Galdés”, puntualizandose con exactitud, por cierto, las cir-
cunstancias que obtuvieron para la obra un éxito de apoteosis
popular y senalando algunos defectos de forma, bien observa-
dos; pero desligandola de la creacién Baldosiana en su concep-
cidn. Corrobora, ademas, algunas de las absurdas afirmaciones
de Enrico Ferri en Los delincuentes en el arte —afortuna-
damente pronto caducadas— con las cuales tacha de “degene-
rados” a los principales personajes del drama de Pérez Galdés.
Con cuanto acierto critica, en cambio, a Salvador Rueda,
acusando su verbosidad desenfrenada en busca de un sentido
original meramente exterior, sus temas de mal gusto, su falta
de cultura, su rebusca de tropos y ritmos, su amontonamiento
de rimas, su extravio, en fin, de la verdadera poesia.
Para fijar con exactitud conceptos, para conocer en reali-
dad esa ‘“‘alma espafiola” del titulo de su volumen juvenil,
necesitaba Rojas penetrar en la misma Espafia y, compren-
diéndolo asi con mucha agudeza, emprendid un viaje a Europa
en 1907, para visitar diversas capitales —Paris, Londres y
Roma—, pero seguro de vivir en la peninsula.
No habra exageracién en decir que el joven poeta de La
Victoria del Hombre se consubstanciéd con Espafia durante
los meses que habitd en Madrid, en su recorrida por Castilla
y Catalufia, por Andalucia y Valencia. Penetré en el espiritu
ibérico en grado no alcanzado por ningiin otro escritor no
nacido en suelo hispano. El misticismo y la heroicidad castella-
nos, la religiosidad cambiante y los claroscuros espirituales
andaluces, la discola y fecunda laboriosidad catalana, la lumi-
nosidad valenciana, las tonalidades parecidas y, sin embargo,
RICARDO ROJAS 163

distintas de Galicia y Portugal aparecen tratados por Rojas


con hondura y minuciosidad, con imaginacién fértil y método
serio en su Retablo Espafiol (1938). Hasta un tal punto se
produjo esa compenetracién que este libro parece compuesto
por uno de los escritores de la generacién del 98, Tan profun-
damente ahincado esta en la historia y la geografia, en
la filosofia y la sociologia espafiolas, y aun en el paisaje
peninsular.
Pero no se trata sdélo de este volumen de la madurez, sino
de las mismas paginas de aquellos veinticinco afios de Rojas,
escritas en Madrid, y vamos a reproducir, por ejemplares, las
que dieron final a su conferencia sobre Olegario V. Andrade
—‘‘poeta de la América democratica”— en el Ateneo, de la
capital, cuya tribuna ocupaba por primera vez un argentino,
en 1908.
“No venia a conquistaros, sino a conoceros, y las circuns-
tancias dan a mis palabras premuras de despedida. Al azar de
los dias senti volar las horas —o acaso ellas volaron sin que
yo las sintiera— embargado en la platica de mis amigos ma-
drilefios, o absorto fuera de esta ciudad solar llena de encantos,
en el camino magico de vuestras ciudades histéricas. Ya fuese
ante Toledo, que expresa mejor que nada esa fatalidad de
vuestra historia que trajo a florecer en territorio de Espana
civilizaciones foraneas como esas de romanos y barbaros y
arabes, y que hizo por el contrario florecer vuestra sangre
fuera del territorio de Espafia; ya fuese Avila idealizada por
el recuerdo de su Santa, y silenciosa entre sus murallas y
torreones, como el cadaver de una mistica yacente en su rudo
sarcéfago de piedra; ya fuese ante Salamanca, cuyos muros
dorados por la patina de los siglos dijérase bafiados por un
perenne crepusculo que torna mas hermosa y mis triste su
gloria; ya fuese ante Granada, donde la magnificencia de los
palacios moriscos, parece que tomaron los oros y los azules de
las bévedas a los ponientes magnificos de la Vega; ya fuese
ante Sevilla, donde en la intimidad de sus calles tortuosas y
sus patios floridos crei sentirme de pronto en mi pueblo natal
de las selvas de América; 0 ya fuese ante Burgos, imponente
y austera, como la llanura que el brazo del Campeador glori-
ficara, vasta planicie donde si ya no crecen encinares es por-
que un dia los talé la muerte para que el heroismo plantara
164 ALFREDO DE LA GUARDIA

laureles... Fuertes ciudades de Castilla, claras ciudades de


Andalucia, vosotros me retuvisteis con un amor de tierra so-
lariega’”’.
Parrafos de tanta juventud no son inferiores a los de
escritores eminentes de Europa o América, Chateaubriand,
Gautier, Irving, que habian pasado por la peninsula en el
siglo xix, asi como el libro posterior, Retablo Espanol es
obra mas completa que los voliumenes de Maurice Barrés, de
Waldo Frank, de Ilia Ehrenburg.
En 1909, Ricardo Rojas dictd una_conferencia, “La Espanta
actual’, en la Biblioteca de la Universidad Nacional de La
Plata, y en esa exposicion ratificé sus devociones tan inteligen-
tes a la tierra de sus mayores. Sin el viaje a Europa, tal vez
Rojas no hubiese escrito La Restauracién Nacionalista y sin
su estada en la madre patria acasq no habria concebido Bla-
son de Plata y la propia Eurindia. En el segundo de estos
libros escribio, ratificando aquella adhesion tan cordial como
intelectual: ‘“Vilipendiar a Espafia era, por otra parte, vili-
pendiarnos a nosotros mismos, puesto que su sangre, su fami-
la, su religion, su espiritu sobrevivirian en nosotros, todo, has-
ta el idioma en que la mancillamos”. El espafiol —agrega—
“tuvo un galedn y naveg6 sobre varios océanos; tuvo un caba-
llo y galopé sobre él tres continentes; paladin, excedidé las
empresas de la Jliada; peregrino, superd las leyendas de la
Odisea.”

La Tragedia Hispana
Pero detengdmonos especialmente, por todo cuanto sig-
nifica en la obra de Rojas, en el Retablo Espafiol, escrito
durante la guerra civil y que es un alto tributo de su admira-
cion y su dolor por Espafia.
“Acaso sea la afliccion de la actual tragedia —dice el
autor en la Explicacién preliminar— lo que ha avivado mis
recuerdos, moviéndome a escribirlos el contraste de aquellos
dias con los de hoy, y la propia necesidad de entender lo que
alla ocurre... Estas paginas mias nacen de un viejo amor,
hoy dolorido. No arrojo un lefio mas a la hoguera; levanto
una lampara de estudio para iluminar lo que el sectarismo
y la frivolidad no pueden comprender por si solos”.
REG
AR DOF ROW ACS 165

Nadie mejor que él en la Argentina para comprender,


efectivamente, la fratricida tragedia espafiola. Una desorien-
tacién producida por la ignorancia y un bajo interés motiva-
do por el uso y abuso de privilegios ilegitimos, cubrié, enton-
ces, con una cerrazén a la lucha librada en la peninsula, y
en Buenos Aires vidse a gente no vulgar, pretendidamente
ilustrada y democratica, alistarse entre los partidarios del
fascismo hispano-italo-germano. Cegados por el anticomunismo
—negativo como todo anti—, los grandes érganos de opinién
defendieron a falangistas y carlistas —totalitarismo nuevo y
viejo absolutismo— contra las esencias populares de la mas
antigua y tradicional Espafia y el sistema republicano parla-
mentario, propio de nuestro pais. No tardaron en verse obli-
gados a confesar su error mayusculo —si bien indirectamente—
cuando Hitler y Mussolini desencadenaron la segunda gran
guerra y pretendieron dominar al mundo, con lo que la Ar-
gentina —-y con ella sus prensas clausuradas 0 amordazadas—
hubiera seguido la suerte de los pueblos avasallados. La segun-
da dictadura que padecimos fue el castigo inevitable, La clari-
videncia de Ricardo Rojas no podia engafiarse sobre los prin-
cipios que se disputaban en la contienda espafiola, y asi como
empezaba su libro con una declaracion de amor y dolor, con-
cluialo con otra no menos franca y noble:
‘“‘Algunos intelectuales, después de 1898, decian: Espana
es el problema y Europa la solucién, Pero se equivocaban.
Ante lo que ahora ocurre, debemos decir: Espana es el proble-
ma y Esparia la solucién. Desde América llegue a los comba-
tientes ese mensaje, y las luces de una paz fraternal iluminen
serenamente las simbdlicas figuras de este Retablo, que una
devocioén duradera tallé, si no con arte eximio, con profundo
amor”’, ae

Raiz Ibérica

La permanencia de Rojas en Espafia en 1908 no fue visita


de turista; fue viaje de peregrino. Es elocuente al respecto que,
salvo en Madrid y Barcelona, por obvias razones, buscase en
todas las demas ciudades por donde orienté sus pasos, las tra-
dicionales casas de huéspedes o bien las modestas fondas, tan-
166 ALFREDO DE LA GUARDIA

tas veces lugares de accién de las novelas de Alarcon, Galdds,


Pereda, Emilia Pardo Bazan, el P. Coloma. Alli el joven
argentino se codeaba con el pueblo andnimo, sabia de sus
anhelos, compartia sus habitos, penetraba en su psicologia y
completaba con sazonadas observaciones las ensefianzas de los
libros. Su conocimiento de los maestros ilustres, don Francisco
Giner, don Marcelino Menéndez y Pelayo, don Francis-
co Rodriguez Marin; su amistad con los escritores jovenes a la
sazon pero ya notorios, como Unamuno y Grandmontagne,
Valle-Inclan y Maeztu, se integré con_la compafiia de perio-
distas desconocidos, corredores de comercio, bohemios, curas
de misa y olla. Fiel a su ya predilecto idealismo, se interné por
esa via en el espiritu espafiol para buscar la raiz de lo ibérico.
Y esta es una observacién aguda que aparece en toda la obra
como un leit-motiv. %
Asi se lo concreta a uno de sus amigos matritenses, du-
rante sabrosa conversacién mantenida en un Café de la calle
del Principe:
“‘__Tcito, como usted lo sabe, describe a \os iberos con
este rasgo: colorati vultus, caras morenas (mi amigo era more-
no). Manlio, diferenciandolos de los corpulentos germanos,
afirma que eran enjutos de cuerpo (mi amigo era pequefio).
Apianus ensefia que usaban el sagum, la capa que de ellos
adoptaron los romanos (mi amigo traia puesta su capa). La
espatadanzaris de los vascos es una danza ibérica (mi amigo
era vizcaino). Usted sabe también que en la estela de Clunia
aparece un hombre luchando con un toro (mi amigo era tauré-
maco apasionado). Por fin, aquellos espafioles de hace tres mil
anos vivian en grupos voluntariosos, sin confederarse para for-
mar un estado. Mi amigo, que era un anarquista natural, vio
en todo lo dicho su retrato.. .” 108
Rojas pronuncié con motivo de celebrarse el cuarto cen-
tenario de Camoens una conferencia que titulé “La Paniberia
atlantica”, En todas sus indagaciones histdricas, sociales y psi-
coldgicas encuentra como Ultimo sustrato y mas elocuente del
alma peninsular el factor étnico primigenio, el de los iberos,
que entiende perdurable al través de todas las invasiones y a
lo largo de todos los siglos, El pueblo, ibero, bravo, indepen-
108 Pag. 34,
RICARDO ROJAS 167

diente, indomable, con sus caudillos invencibles, desde Indibil


hasta Viriato, con sus ciudades inexpugnables, desde Sagunto
hasta Numancia, permanece y se define en cada decisiva hora
espafiola. Los mismos espafioles se sorprendian que aquel
argentino veinteafiero pudiese conocer de tal modo lo que Una-
muno vendria a denominar, después, la intrahistoria de Espa-
fa. El drama politico y social de Espafia estuvo siempre —y
sigue estando hoy— en el divorcio absoluto entre el pueblo y
el Estado. Apenas constituida Espafia como nacién con el
matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de Aragén, una
dinastia extranjera se apoderé del pais. Carlos I ya no pensé
sino en el Imperio germano-romanico; Felipe II, en sostener
la fe catdlica sin otras consideraciones. Luego de la degenera-
cion de los Habsburgos, otra familia real extranjera, la de
Borbon, llegé a Espafia para seguir destruyendo las formacio-
nes espirituales y populares de su pueblo, desde los fueros que
guardaban sus derechos e idiosincrasias regionales hasta la
costumbre de llevar ancho sombrero y capa airosa, desde la
batalla de Villalar hasta el motin de Squilache.

Estado y pueblo

Esta ruptura entre Estado y pueblo la habia observado


ya Rojas en 1908 y no treinta afios después cuando escribid su
Retablo, época en que ese concepto era relevante desde hacia
largo tiempo. Al referirse a la situacién geografica y al destino
histérico de Espafia, Rojas escribe:
A Espafia “le falta adaptar su poblacién a un Estado
viviente y su Estado a su forma geografica... Espaiia no ha
podido hasta ahora constituirse como una nacion coherente en
la plenitud de su ser y de su organizacion politica, porque han
estado desgarrandola sus diversidades regionales, favorecidas
por su propia salida al mar... Lo peor de todo esto es que
Espafia ha pasado casi toda su historia defendiéndose de las
invasiones que otros pueblos traianle desde el mar por rivali-
dades o codicias, Las dominaciones que en territorio espafiol
fundaron los romanos y los arabes pasaron como pasan todas
las conquistas armadas, pero fueron largas y durante siglos
estuvieron alli ahogando los gérmenes de una genuina creacion
168 ALFREDO DE LA GUARDIA

ibérica. Luego entraron los invasores germanicos, los godos, los


suevos, los vandalos, también con su rapifia y opresién militar.
Mas tarde vinieron esas dinastias extranjeras de los Habsbur-
gos y los Borbones, que llevaron a Espafia a aventuras en Italia
en Flandes, o que la hicieron teatro de guerras infames, como
a de las Comunidades, con Carlos V, y las de Sucesién, con
Felipe V; hechos todos funestos para el genio ibérico, y que
son episodios de la avilantez europea en suelo espanol. Asi
también entraron a disputar sus intrigas dinasticas o bien inte-
reses mercantiles, Inglaterra y Francia en el siglo x1x, como
ahora, en el xx, Inglaterra y Francia se enredan en las dispu-
tas de Alemania y de Italia, que hacen a Espana teatro de
sus propios intereses. De tan repetidas calamidades nunca fue
causante ni beneficiario el pueblo espafiol... La vecindad de
Europa y de Africa le ha sido fatal. . .-Acaso pueda decirse que
la auténtica historia del pueblo espafiol no ha comenzado aun.
Lo que se ensefia como historia de Espana es esa calamidad
reiterada de sus invasores armados o pacificos. Ahi esta Gi-
braltar, ahi esta Marruecos, ahi esta la invasion fascista. No sé
si la experiencia de la guerra actual muestre a Espafia la ver-
dad que enuncio para incitarla a darse una organizacién fun-
dada en su pueblo y en su configuracion territorial’ .1°°
Un cuarto de siglo después de la caida de la Republica
bajo las bombas de los aviones alemanes y la metralla de los
tanques italianos, Espafia sigue bajo un despdtico régimen
autoritario, unipersonal, ayudado econédmicamente por otros
invasores —los Estados Unidos— y sin mas salida, al parecer,
que la de una probable restauracién de los fatidicos Bor-
bones. . .
Ricardo Rojas no se desorientd ni un momento ante la
catastrofe espafiola, como se habia desorientado Unamuno.!®
Su dolorosa preocupacién por aquellos sucesos tragicos es uno
de los motivos mas graves de su obra. ““Asombra que guerreros
venidos de Roma, Africa y Alemania estén hoy sitiando a
109 Pags. 173, 174, 175.
Sa Llevado por su prurito de oposicién a todo... “contra esto y
aquello”, Unamuno apoyo, en julic de 1936, a los falangistas, carlistas y
militaristas espafioles, hasta que en
y el a iMuera : : : ;octubre, ante el “jViva
; la muerte!”
ia
la inteligencia!” de Millan-Asiray, clamd: ‘“Venceréis, pero
no convenceréis’’.
RICARDO ROJAS 169

Madrid.” Evoca a Madrid bombardeada, a la Ciudad Universi-


taria arrasada. Los progresos alcanzados por el pueblo hispano
“estan siendo destruidos en la guerra de nuestros dias con la
colaboracién de naciones tan progresistas que parecen desear
para Espana la suerte de un Marruecos cristiano”. Las frases
de condenacioén para las invasiones se renuevan y, natural-
mente, como no es un sectario, se horroriza lo mismo ante
el fusilamiento de Federico Garcia Lorca que ante el de Rami-
ro de Maeztu.
Jamas entendid Rojas que hubiera extranjeria entre ar-
gentinos y espafioles, y aqui lo afirma. “A los espafioles resi-
dentes en nuestro pais nunca los consideré extranjeros aqui,
como yo no fui en Espafia considerado extranjero.” Cuando
estaba cenando en la fonda burgalesa, hablaba de América;
y “declaré —agrega— mi amor a Espafia, con lo que se emo-
cionaron” sus comensales. Quiere rebautizarse en el rio Arlan-
zon y mojando los dedos en sus aguas se signdé la frente bajo
el Sol de Castilla. Y desde lo espiritualmente mas alto hasta
lo sentimentalmente mas cotidiano, Rojas fue en Espafia —y
lo fue siempre, en verdad— un espafiol esencial. “En tal cama-
raderia, la dulce holganza madrilefia lego a poseerme y no
quise defenderme de ella porque vi que esa experiencia mos-
trabame insospechables horizontes de lo espafiol.” Por ello,
los tertulianos del Café El Gato Negro le “hicieron —amoris
causa— miembro de numero de aquella trashumante academia,
nacida del mantillo racial como planta indigena y lozana”.
En permanente busca del genio popular, “comprendi el valor
del hombre espajfiol por sobre las cosas materiales que lo rodean,
y comprendi que no estaba en tierra extrafia”. Expone él, sin
embargo, estas o aquellas censuras y recuerda que, en buena
parte, las criticas exacerbadas de los grandes argentinos a
Espafia estuvieron formuladas con el mismo caracter y, por
supuesto, la misma lengua de las de Joaquin Costa y Unamuno
a la propia Espafia. (Podemos agregar a Pi y Margall y a Giner
de los Rios, entre otros muchos denunciadores de los errores
y horrores del Estado espafiol.) Y especifica que “Sarmiento
critica a Espafia en un lenguaje castizo y con un dejo de amor
exasperado’’.1?!

111 Pags. 22, 34, 37, 258, 22, 34, 27, 257.
170 ALFREDO DE LA GUARDIA

La lengua castellana

La cuestién del idioma aparece, asimismo, con mucha fre-


cuencia en el libro de Rojas, y esto nos interesa especialmente.
El autor entabla conversacién con unas mujerucas de
Avila porque le gusta oir el habla de la propia Santa Teresa
en aquellos labios campesinos. Es el lenguaje de Castilla, y cas-
tellano debe denominarse por eso. “Yo he mantenido ese nom-
bre durante afios en mi catedra y en ‘mis libros, porque él nos
remonta a la Castilla originaria. Ademas de ser region que no
puede despertar recelos politicos entre las diferentes nacionali-
dades que con igual derecho poseen el idioma comun, es Cas-
tilla la que, por misterio materno, lo habla mejor, como me
lo révelaron aquellas tres aldeanas “de Arenas de San Pedro,
que sin duda ignoraban reglas de sintaxis y fonética.” Y anade:
“Aunque ciertos puristas se afligen por la suerte del castellano
en América, yo encuentro que nuestro idioma resulta mucho
mas estropeado en Espafia, si notamos las maneras de catala-
nes, gallegos, andaluces y vascos. Para todos ellos, el castellano
es lengua aprendida o que les llega de afuera por expansién
politica. Una infima regién de la peninsula, Castilla, y un
nucleo pequerio de sus habitantes, los castellanos, son los que
pueden reclamar el magisterio 0 el mayorazgo de nuestro idio-
ma. El nombre de castellano, por mi preferido, asi se lo reco-
noce, sin que esto importe cristalizar en molde fijo la sintaxis,
el léxico o la pronunciacién. Tiempos y gentes nuevas tienen
también derecho a su propia expresién; pero a fin de no caer
en la barbarie, se ha de adoptar esa norma de origen. En Cas-
tilla nacieron los grandes maestros: Garcilaso, Rojas, Cervan-
tes, Quevedo, Lope, Calderon. Castilla es la cuna del castellano.”
Los regionalismos tienen su lugar. “Los puristas que intentan
corregir la prosodia americana, segtin su canon tedrico, pri-
mero corrijanla en Sevilla, si es que pueden...” “El habla
de Castilla adquirié en Andalucia peculiares giros, voces y mo-
das prosddicos; pero la literatura culta se desentendia de esa
lengua oral, la misma que venia a América mas suelta, después
de haber pasado por bocas andaluzas”... “La cuestién del
idioma, finalmente, es la que més nos ataiie, porque es la tmica
RICARDO .kO7AS 171

de interés practica, actualmente y en lo futuro. Los otros tdpi-


cos pertenecen al pasado y a la ciencia histérica. En cambio,
la lengua castellana esta viva en América: es la lengua de los
descendientes de espafioles, pero también la hablan los indios
y los hijos de la inmigracién cosmopolita. Es el idioma nacional
de nuestras leyes, de nuestras escuelas, de nuestra prensa, de
nuestros negocios y nuestra literatura. El acuerdo entre Espafia
y América sobre este problema vivo no se ha producido aun.
Subsisten, de uno y otro lado, prejuicios politicos y errores de
técnica que es menester superar. La lengua comun es el érgano
natural de nuestro entendimiento, y resulta absurdo que no
hayamos comenzado por entendernos en cuanto a ella con-
cierne.” 112
Ricardo Rojas insistia, pues, en un problema superado en
parte treinta afios después, pero que todavia enciende diferen-
Clas y resquemores, y que tiene algunos aspectos como —entre
nosotros, el del tu y el vos— que mueven a estudios y polémi-
cas. En su libro, Rojas presté atencién a las aportaciones, nue-
vas entonces, de la escuela de filologia moderna dirigida por
Menéndez Pidal. Y no debe olvidarse que, cuando fue decano
de la Facultad de Filosofia y Letras de la Universidad de Bue-
nos Aires se dirigié a aquellas autoridades del idioma para la
organizacion del instituto filolégico, “no por prurito hispani-
zante, sino por conciencia cientifica y por necesidad de coope-
racion de todos los que hablamos castellano cuando queremos
conocer nuestra lengua en su enorme amplitud.” 11%

Comunidad hispano-argentina

Ricardo Rojas insistié siempre en el concepto de la comuni-


dad espiritual y material de la Argentina y Espana. “Los ame-
ricanos necesitamos entenderla, porque su historia es parte de
la nuestra. La caida o el ascenso de los valores espanoles en
la politica del mundo interesa a nuestro propio destino.” Ve-
mos demostrada permanentemente esta verdad. Necesitase leer
con detenimiento la historia de Espafia para comprenderlo
bien. Precisa recordar a Mandonio, principe ibero, vencedor
112 Pigs. 86, 88, 117, 125, 273,
118 Pag. 96,
1iAg ALFREDO DE LA GUARDIA

repetidamente de las legiones romanas hasta que traicionado


y vencido muere en la cruz, atormentado como Tupac-Amaru;
las luchas de los villanos contra los sefiores de horca y cuchillo
en la Edad Media; la epopeya de la Reconquista; los combates
de las comunidades tradicionales contra el despotismo extran-
jero en el Renacimiento; la batalla espiritual de los ilustrados
contra los serviles del oscurantismo en el siglo xvu1; la guerra
de los alcaldes y de las juntas populares contra los invasores
napolednicos; las Cortes de 1812 proclamando la Constitucién
mas liberal de toda Europa; los pronunciamientos de Antonio
Quiroga y Rafael del Riego para mantener la Carta liberal; las
pugnas entre los negros o constitucionalistas y los blancos o
absolutistas; las contiendas civiles de isabelinos y carlistas,
y de monarquicos y republicanos, hasta llegar a la ultima con-
flagracion entre la Republica y la Reaccion. .. Es necesario, si,
rememorar todos estos episodios para comprobar que tienen
un mayor paralelismo en nuestra historia, desde la época de
la Colonia y el Virreinato hasta los movimientos militares de
fecha no lejana, pasando por las guerras intestinas, las expe-
diciones militares contra Rosas, los debates de la Organizacion,
las revoluciones de fines del siglo pasado y comienzos del pre-
sente. No es que las coincidencias guardasen, por supuesto, un
orden estrictamente cronoldgico, sino que los sucesos venian
a corresponderse, en cierto modo, y que en “la batalla entre la
Filosofia y la Tirania” —segun frase de Byron— los ideales
se defendieron con parecido fervor e idéntico sentido en una
y otra orilla del Atlantico.
“Aunque nuestras historias del lugar comin —escribe
Rojas— digan que vienen de la Revolucién Francesa, el consti-
tucionalismo y el liberalismo sudamericanos, parece evidente
que éstos nacen de Espafia, en las Cortes de Cadiz.” Por eso,
Pueyrredén, Rondeau y Rivadavia enviaron repetidas sumas
de dinero a los revolucionarios espafioles, deseosos de verlos
triunfar alli con el mismo ideal vencedor en el Plata. Mitre,
en su Historia de Belgrano, apunta sobre tales acontecimien-
tos: “El 1° de enero de 1820, dio Riego el grito que lo ha inmor-
talizado, proclamando al frente de las banderas la Constitucién
espafiola del afio XII, abriendo para su pairia la era de la
libertad, a la vez que cerraba por el hecho la guerra de América
con su antigua metrdpoli”,
ReuG
A RD Ow RCO; IeALS 173

También Manuel Bilbao, en su Historia de Rosas, capi-


tulo III, afirma a pesar de sus ofuscaciones ante la monarquia
espafiola que confunde con el pueblo: ‘“‘Rivadavia proyectd en
1823 auxiliar a Espafia con 20 millones de pesos fuertes... Ese
auxilio no era al rey, era a los revolucionarios que habian de-
puesto al monarca y salvado a la América de una nueva in-
vasion”’,
No nos engafiemos, por tanto, como no se engafié Rojas
en su juventud ni en su madurez respecto a la relacién intima
de la Argentina y Espana. El, que sentiase tan americano, lo
repitid constantemente: “Dentro de mi América esta indeleble-
mente inscripto, junto con lo indigena, lo espanol.” 114

Cervantes, poeta

Dos figuras insignes destacanse del Retablo: Cervantes


y Teresa de Avila. Ya antes de escribir este libro habian reque-
rido atencién concentrada de Ricardo Rojas en lecturas, ensa-
yos, cursos o conferencias. Su concepcidn idealista de la Histo-
ria, su sentido filoséfico humanista, su sagacidad para desen-
tranar los mitos, su imaginacién para concretar en simbolos,
sus descubrimientos en lo etnografico y en lo social, su culto
por el genio en el anonimato popular y en la obra sefiera del
individuo predestinado, todo ello debia llevarle a distinguir, en
sus estudios espafioles, estas dos personalidades ingentes, cada
una a su manera, de la raza hispanica.
En la Universidad Nacional de La Plata habia desarrollado
Rojas un curso sobre Miguel de Cervantes, el afio 1916, el
primero consagrado integramente en una Facultad argentina
al inventor de Don Quijote. Deseo rebatir el desprecio en que
le tuvieron como poeta sus coetaneos y en que le tiene la poste-
ridad, y asi colecciono todas las poesias, liricas y dramaticas
escritas por el autor de Viaje del Parnaso.'!° Era un noble
rasgo quijotesco... Porque Rojas arremetia lanza en ristre
contra quienes han centrado siempre su comentario en las an-
danzas del Caballero de la Triste Figura y acumulado su erudi-
cién en torno al lenguaje y otros temas formales, para olvidar

114 Pag. 308. ;


115 También obtuvo Cervantes elogios de sus coetaneos.
174 ALFREDO DE LA GUARDIA

todo el resto de la creacién cervantina y especialmente la poe-


matica y teatral. Desde luego, entiende que Alonso Quijano es
un héroe tipicamente espafiol, muy distinto de los grecolatinos,
de los francos y los germanicos, y que sus ingeniosas aventuras
crean la novela de que surge el género en todo el mundo. Pero
le atraen los poemas liricos, a los que encuentra inspirados
y bien cernidos. Uno de los que le encantan es el que se refiere
a la gitanilla, el soneto famoso:

Cuando Preciosa el panderete toca


Y hiere con su son los aires vanos,
Perlas son que derrama con las manos,
Flores son que despide de su boca...

Rojas entiende —como el propia, maestro de Cervantes,


Lopez de Hoyos— que el genial escritor fue un poeta nato.*?®
Ya en los primeros versos conocidos, la elegia a la muerte de
la reina Isabel de Valois, Hoyos senala un “elegante estilo” y
“cosas dignas de memoria”. No estuvo muy convencido de ello
durante toda su vida el autor de las Novelas ejemplares, aun
cuando es evidente que de ello se lamentaba y que puso en sus
poesias un orgullo herido por las censuras que despertaron
entre los ingenios mas insignes de la Corte. El se “afanaba”
por demostrar “lo poco que tenia de poeta’ —segtin viene a
confesar, Para Ricardo Rojas no fue poco, sino mucho. Asegura
que, en vista de las dudosas referencias existentes acerca de la
vida de Cervantes entre 1547 y 1568, la verdadera biografia
del genio espafiol principia con aquellos tristes versos:
¢éA quién ira mi doloroso canto
O en cuya oreja sonara su acento
Que no deshaga el corazén en llanto?

No le falta razén, en cierto modo, pero también anotare-


mos que, para algunas orejas, aquella y otras muchas poesias
del Viajero al Parnaso carecen de armonia y de ritmo... El
efluvio esencial de Cervantes corria por otra vena, no la lirica
116 Juzga su prosa rimada como prueba de una cerebracién musical.
No opinaba asi Lope de Vega, para quien “no hay poeta tan malo como
Cervantes”, segiin carta fechada en 1604.
RICARDO ROJAS 175

e imaginativa, a nuestro parecer, sino la muy vital y real que


late en los pulsos juguetones de Rinconete y Cortadillo, por
ejemplo. Muy cierto es que el gran Manco gusté de alguna
inclinacién a lo épico, a lo elegiaco, a lo bucélico, mas puede
sospecharse que no siempre fue sincera esa postura y que lo
espontaneo en él era un anhelo de vida, un fervor de la fortuna,
un goce de Ja alegria que las adversidades del mundo empefia-
banse en negarle con excesiva frecuencia. Sus lecturas de Vir-
gilio y Horacio no debieron entusiasmarle demasiado, algo mas
le agradarian las de Luciano y Marcial; pero sus devociones
estaban, sin duda, por Sannazaro, Boccaccio y Ariosto, y muy
probablemente —aunque no suelen citarlo sus bidgrafos— por
el Berni y el Pulci, porque el reflejo del Morgante Maggiore
es notorio en El Quijote. En el mismo Quijote dice su autor
que “el poeta nace” y, en el fondo, sabia él muy bien que no
habia nacido poeta.
No importa esto para reconocer la poesia substancial que
palpita en casi toda la creacién de Miguel de Cervantes, y para
celebrar que Rojas destacase de ella una parte poco estudiada
por los cervantistas. Anotaba alli que desde “sus ensayos juve-
niles, Cervantes no dejé de versificar. Ni las aventuras de Ita-
lia, ni los padecimientos de Argel, ni las inopias, menesteres
y prisiones en Andalucia, cuando volyié del cautiverio, jamas
lo apartaron de su primitiva aficion”’. Desde luego, tales desdi-
chas no podian enmudecer a un poeta. Muy por lo contrario,
el riesgo y la pena, el destierro y la prisién, el hambre y las
penurias fueron siempre temas de la poesia universal. E] propio
Ricardo Rojas compuso su mejor poema en el confinamiento
de la Tierra del Fuego.
“Ta conciencia del verso debid nacerle como funcidn es-
pontanea del talento nativo, lo cual es otro rasgo psicoldgico
de verdadero poeta.” Aqui podriamos ver un rasgo autobio-
grafico del escritor argentino, que, al exaltar el numen lirico
de Cervantes, defiende su mismo estro de las oposiciones encon-
tradas. El ilustre espafiol escribid en verso desde Argel su
dudosa Epistola a Mateo Vazquez, pero no porque tal forma
fuese imprescindible para su expresién, sino porque era un
modo de llamar la atencién hacia Jas penalidades de un hombre
merecedor de ser rescatado; en aquella misiva poética, Cer-
vantes sugiere al Monarca la conquista de la tierra africana.
176 ALFREDO DE LA GUARDIA

Con relativa aproximacién naturalmente recordaremos que en


El Albatros —y en Archipiélago, ademds— Rojas invita al
gobierno de Buenos Aires a ocuparse de la Patagonia y de
las islas australes. Obras de cautiverio las tres.
Con todo, no puede desconocerse totalmente la calidad
poética de Miguel de Cervantes como poeta lirico, y el autor
se asombraba con razon de que no se hubiera cumplido un
“estudio serio” de las obras versificadas. Su aportacién muy
noble y la edicién de los poemas liricos venian a llenar este va-
cio, y de ello debe dejarse buena constancia. “Cuestién igual-
mente grave en lo que a Cervantes se refiere —dice Rojas al
iniciar su trabajo—, porque estos versos han sido hasta hoy
generalmente menospreciados, y circulan acerca de ellos, entre
cervantistas de nota, los mas crasos errores de informacion y
de opinion, como he de probarlo en este ensayo.” Digamos para
no alargar mas estas consideraciones que ya en su coleccién de
las poesias liricas cervantinas habia demostrado, en buena par-
te, con sus quince mil versos mas o menos, la facilidad y la
constancia del autor de La Galatea para cumplir una labor
de este género, donde si bien “son mas los versos malos que los
buenos” no deja de haber algunos “‘centenares excelentes”’. Con
ellos basta para probur que Cervantes poseyd “el don del
ritmo”, su “abundante vena” y la facilidad para la rima. Agre-
gaba Rojas que las alusiones propias a la carencia de un don
poético estan impregnadas de ironia y con ellas contestaba a
las burlas de sus contempordneos mas adversos,
Mucha verdad es que Miguel de Cervantes sobresalid en
cuanto se relaciona con el alma popular.

Bailan las gitanas,


Miralas el Rey:
La Reina con celos,
Mandalas prender.

Y es muy cierto que Cervantes fue el primero en recoger,


entre los poetas espafioles, la gracia y el donaire de Andalucia.
A Rojas le gusta, asimismo, el teatro popular del autor de los
Entremeses —afirmaremos que son su obra maestra teatral—;
pero lo que exalta en sus estudios cervantinos es la Numan-
cia, como fundacién de la tragedia espafiola. Ha visto a Miguel
RICARDO ROJAS 177

de Cervantes, también, como un arquetipo ibero. “La vida de


Cervantes —apunta en el Retablo— en el siglo de Felipe II es
la de un ibero sin rango oficial en el estado exdtico, mientras
su Quijote es el mito de su propio subjetivismo alucinado, eva-
sion del genio ibérico en la aventura individual.” Recuerda el
heroismo de la ciudad que sdélo entregése mortuoria a las legio-
nes de Escipidn, y anota que no fue la unica sefialada por
ese valor asombroso. “Sagunto, Astapa, Castulo, Illiturgi, Os-
sigi resistieron del mismo modo.” Rojas admira a la Numan-
cia como una culminacién de la genialidad dramatica cervan-
tina, y le halla paralelo en Los Persas, de Esquilo, Podriamos
aceptarlo en cuanto a la concepcién y al sentido de indepen-
dencia que iberos y helenos defendieron ante romanos y medos,
mas no en lo que respecta a la majestad del arte, a la potencia
del verso, al climax tragico logrado por el poeta hispano y el
poeta griego.
Lo que mas importa en todos los trabajos dedicados a Cer-
vantes por Ricardo Rojas es su vision original. Su concepto de
que El Quijote no es obra contra el ideal de la caballeria an-
dante ni, por su ironia, obra a favor del sentido paladinesco
de la existencia noble, sino expresién de una forma personal,
cervantina, de la idealizacién caballeresca. Para Ricardo Rojas,
la lanza de Don Quijote es el simbolo del idealismo de la civi-
lizaci6n moderna asi como la lanza de Minerva es el emblema
del idealismo de la civilizacién antigua. El arma del Manchego
apunta enajenadamente contra los monstruos que ensombrecen
y avasallan la humana aventura, luego de que el arma de la
Diosa del genio habia sefialado el cenit de la sabiduria hu-
mana. Ambas se levantan hacia el supremo anhelo espiritual
del hombre.
“ENSAYO DE CRITICA HISTORICA”

Gran proyecto de San Martin

La historia argentina fue, sin duda, una de las pasiones


literarias de Ricardo Rojas, Ya se sabe hasta qué grado basdé en
ella Sus ideas para concebir y redactar sus libros fundamen-
tales sobre la Nacién y el pueblo. Naturalmente, la historia
argentina forma parte de la historia universal y hacia ella
dirigiéd frecuentemente sus miradas nuestro autor, en primer
término hacia aquellos puntos en que el pais represento un
papel en el concierto de las republicas hispanoamericanas. Su
Ensayo de Critica Historica sobre episodios de la vida inter-
nacional argentina (1951): trata asuntos relacionados con este
ultimo tema, inicialmente, para pasar, después, a enfocar aspec-
tos de orden universal.
El volumen reine, asi, varios trabajos que nos conviene
examinar a esta altura de nuestra revision de la poligrafia de
Rojas. Antes de unirse en el libro constituyeron articulos o
conferencias publicados o dictados en diversas ocasiones con
motivos diferentes; pero alineados ahi sirven para definir no
escasos conceptos del maestro, que ayudan a esclarecer su per-
sonalidad y su obra de pensador.
El] primero de dichos ensayos, “San Martin y el Congreso
de Panama” complementa, en cierta forma, su biografia El
Santo de la Espada. Ricardo Rojas se propone establecer los
antecedentes argentinos relacionados con aquella asamblea
americana, que se ha tenido de modo absoluto como una ini-
ciativa de Simon Bolivar. Para ello se remonta a las manifes-
taciones de Mariano Moreno, recogidas entre sus escritos péstu-
mos, con el titulo Miras del Congreso. “No hay, pues, incon-
veniente —decia el précer revolucionario —en que reunidas
RICARDO ROJAS 179

aquellas provincias, a quienes la antigiiedad de intimas rela-


ciones ha hecho inseparables, traten por si solas de su consti-
tucion. Nada tendria de irregular que todos los pueblos de
América concurriesen a ejecutar de comun acuerdo la grande
obra que nuestras provincias meditan para si mismas.” Moreno
consideraba, no obstante, que las dificultades eran ingentes, en
primer lugar por las enormes distancias, la incomunicacion, el
retraso por meses de las noticias que se originasen en las sesio-
nes de la referida reunién. Es evidente que el autor de la Re-
presentacion de los Hacendados temia que el movimiento
emancipador argentino sufriese en la accién inmediata las con-
secuencias de una utdpica idea —atin hoy lo es, a pesar de la
comunidad de intereses econdmicos— relativa a la federacién
de las flamantes y todavia desorganizadas naciones americanas.
Sin embargo, esa idea estaba latente en los hombres de
la revolucién argentina, aun cuando fuese contemplada con
una larga perspectiva futura. Bernardo Monteagudo también
la expresa en su “Proyecto para los Estados Unidos del Sur’’,
en 1813, si bien no queda alli concretada, porque parecia com-
partir algunas de las reservas de Moreno. Dada su estrecha
vinculacién con Monteagudo, natural es que el general San
Martin no fuera ajeno a esta concepcién federativa de la Amé-
rica meridional, comenzando por un acuerdo entre el Pert
y Colombia, esbozado en el ‘““Tratado adicional” de 1822, que
prolongaba, en aspiracién de paz y progreso, la unidén llevada
a la practica por é] mismo entre la Argentina, Chile y Peru.
En Guayaquil, San Martin insistid en esa iniciativa. Montea-
gudo no cesaria en sus imaginaciones sobre el punto, pues un
ano después escribié su Ensayo de una federacion general de
estados hispanoamericanos y Plan para su organizacion. Te6-
ricamente, era un paso decisivo y asi lo reconocié Bolivar:
“Fs un gran pensamiento el de usted, y muy propio para alejar
el fastidio de una cruel inaccién, el convidar a los pueblos de
América a reunir un congreso federal”. Pero el Congreso con-
tinuaba siendo una utopia, Y cuando, en 1826, se constituy6,
por fin, en Panama el previsible fracaso confirmdse. Desde
luego, la Argentina no estuvo representada en él, pues las
circunstancias —y las distancias mismas— no lo permitieron.
Pero una cosa era la idea basica de la federacion y otra las
posibilidades que existian en aquella época para realizarla.
180 ALFREDO DE LA GUARDIA

Rojas demuestra que la conveniencia de un entendimiento pre-


liminar entre los pueblos americanos estaba en la conciencia
argentina desde los primeros dias de Ja emancipaci6n.
E] ideal de la libertad presidia ese pensamiento. Y el ideal
de fundar una concordancia sobre esa aspiracién liberal se ex-
tendia, no ya a las naciones surgidas de los antiguos virreinatos,
sino a Espafia misma. Moreno habia invitado a los espanoles
adversarios de Fernando VII a venir al Plata, para unirse aqui
a los partidarios de la Republica democratica en contra del
reino absolutista. San Martin aspiraba a mas: a llevar la misma
libertad hasta las costas hispanas. Tenia un plan bosquejado
para esa expedicion. Si en lugar de la ruptura, hubiérase con-
certado en Guayaquil un acuerdo entre los dos libertadores;
si el tratado entre Peru y Colombia hubiera completado y for-
talecido la unidad militar de la Argentina, Chile y Peru; si las
discordias 0 ambiciones no hubiesen torcido el curso de los
acontecimientos revolucionarios en toda América del Sur, esa
cruzada liberal a la peninsula hubiera sido factible con un re-
sultado probablemente victorioso, considerando el fervor rebel-
de de tantos espafioles de la época, presente ya en la Constitu-
cién de Cadiz, de 1812.
La expedicion debia comenzar con el crucero de las fra-
gatas “Prueba” y “Venganza” y la goleta “Macedonia”, segin
la carta de San Martin a O'Higgins fechada en Lima el 26 de
junio de 1822. Esa accién seguiria a la de los corsarios. “gQué
diran en Espafia —escribia el Libertador a Guido— al ver las
fuerzas americanas sobre el gran departamento de Cadiz?”
Debemos pensar que hombres como los generales Quiroga y
Riego, pronunciados en Cabezas de San Juan para dar libertad
a los espafioles y no concurrir a quitarsela a los criollos, par-
ticiparian de esa alianza sofiada por San Martin. En la entre-
vista de éste con La Serna en Punchauca se esboz6 —ya lo
hemos visto— ese entendimiento entre liberales americanos y
espafioles. La imaginacién se desborda al concebir una anfic-
tionia de los pueblos hispanoamericanos organizada en el tercer
decenio del siglo xrx. La historia hubiera cambiado su curso...

El glorioso sable corvo


E] segundo ensayo del volumen se titula “Rosas y la inde-
pendencia americana”, y su propésito principal es explicar el
RICARDO Ros AS 181

motivo de la donacién de su sable por San Martin al tirano


argentino. Analiza Ricardo Rojas la politica internacional del
Restaurador inclinada a la violencia contra los paises limitrofes
por causas diversas y muy especialmente por ser refugios de
los expatriados argentinos. “Durante veinte afios la Argentina
carecié de paz.” 117 Luego examina la conducta de Rosas frente
a Inglaterra y Francia, enérgica en un principio para defender
la soberania del pais, mas de evidente connivencia desde 1848,
sobre todo con los ingleses, como lo demostré en su huida y su
residencia en Southampton. La diplomacia britanica traté de
evitar la hostilidad brasilefia contra el déspota argentino, segin
lo prueban especialmente las cartas de Mr, Southern, ministro
ante la corte de Rio de Janeiro.
Es seguro que si hubiese conocido San Martin esos entre-
telones diplomaticos, su sable no habria ido a parar a las manos
de Rosas. El corvo ha sido, desde entonces, un simbolo en las
campanias de reivindicacidén rosista —y los repetidos robos del
arma, violando el Museo, alargan la intencidn— para demos-
trar una imposible identidad ideoldgica entre el Libertador
legitimo y el falso Restaurador. Rojas advierte certeramente
que el rosismo acogié alborozado los movimientos fascista y
nazi, e intenté imitarlos en la Argentina. E] arma de San Mar-
tin, no debe ser objeto de discordia, sino de veneracién para los
argentinos. Como se ve, el libro adelanta una admonicion a
los actuales ladrones de la gloriosa reliquia.

Politica internacional de Yrigoyen


E] tercer ensayo, “Yrigoyen y la guerra mundial”, com-
prende una documentacién sobre la politica internacional del
pais durante la primera administracién del mencionado presi-
dente, y una definicién de las propias ideas del autor. Ante
todo, recuérdase que la neutralidad fue una posicién determi-
nada por el gobierno conservador de Victorino de la Plaza,
conservada por Yrigoyen de acuerdo con las normas legales
que regian el caso desde la Convencidn de La Haya, en 1908.
Agrégase, luego, que la actitud argentina fue inquietada por la
accién de Alemania en su guerra submarina de bloqueo, apre-
sando a los buques nacionales “Presidente Mitre” y “Curru-
117 Ensayo, Buenos Aires, 1951, pag. 71,
182 ALFREDO DE LA GUARDIA

malan”, lo que determiné la primera protesta del gobierno de


Buenos Aires, aun bajo el mandato de aquel presidente; y,
después, bajo el de Yrigoyen, la atm mas enérgica por el hun-
dimiento del “Monte Protegido” y de “El Toro”, que hicieron
indispensable la expulsion del ministro germano, Conde Lux-
burg, en 1917.
Demuestra Rojas la adhesién personal de Yrigoyen a los
aliados, comenzando por la frase: “La causa de Bélgica es en
los momentos actuales la causa de la independencia y del dere-
cho de las naciones; y la humanidad quedaria herida en sus
sentimientos mas profundos si los principios de justicia en que
descansa no fueran_perennes y sagrados”. Declara Rojas asi-
mismo que Yrigoyen no fue neutral, pero incurre en algunas
paradojas y en ciertos sofismas para afirmar que la palabra
neutralista no tiene sentido y que el Presidente no lo era. Mas
lo cierto es que la Argentina no interwno en la guerra y si bien
favoreciéd a los aliados con su comercio, evitd la ruptura de
relaciones con el Imperio aleman.
Las manifestaciones populares, una notoria mayoria del
pueblo argentino, deseaba esta ruptura, y Ricardo Rojas parti-
cipé de esas reuniones con voz elocuente. El mismo transcribe
sus palabras pronunciadas en el mitin del Fronton. No deseaba,
por cierto, la guerra, pero advertia que era preciso prepararse
para ella, si continuaban los ataques germanos. “Creemos que
después de la nota inamistosa por la cual comunicéd Alemania
que hundiria nuestros barcos, nuestra bandera, nuestros com-
patriotas, nuestros cargamentos, si se hacian a la mar, aunque
fuese con rumbo a puertos neutrales, y después de la ejecucién
de tan brutal amenaza, no cabe sino interrumpir las relaciones
diplomaticas y posesionarse de sus barcos internados en nues-
tros puertos, como indemnizacion o garantia de los hundimien-
tos que se realicen.” Antes de una declaracién de guerra era
preciso limpiar “el pais de los peligros del espionaje o cons-
piracién que ha organizado aqui la previsién germanica”’; y
concertar un acuerdo panamericano, afiadia en ese mismo y
en otros discursos. En Los Modernos habia escrito, por otra
parte: “Yo fui un militante contra Guillermo de Alemania en
los debates publicos de la neutralidad argentina”’.''* El trabajo
a Historia de la Literatura Argentina, “Los Modernos”, 2* edic.,
pag. 511,
RICCARDO ROJAS 183

La guerra de las naciones, escrito en 1914, rubrica toda esta


posicién militante de Ricardo Rojas.

La ONU y la UCR
Hay algo mas que una revision de la politica internacional
de Hipdlito Yrigoyen en este ensayo. Diriamos que a esta altu-
ra de los acontecimientos (1951), Rojas examina en el capitulo
“Reflexiones actuales” el estado de cosas en el pais y en el
mundo relacionado con aquella materia. Analiza la Carta de
las Naciones Unidas y puntualiza sus coincidencias con las
instrucciones de Yrigoyen a la representacién argentina en
Ginebra, en 1920, y en el discurso pronunciado por el Primer
Mandatario en el banquete ofrecido al presidente Hoover, en
1928. Basado en esos principios, entiende que la politica inter-
nacional de la Unidn Civica Radical debe ser dictada por un
concepto democratico, enfrentado a la posicién del Gobierno
nacional de esa época, contrario a los derechos del hombre.
Habia que pugnar porque el pais estuviese de acuerdo con la
Carta y el Acta de Chapultepec.
También analiza el autor el Pacto de Rio de Janeiro, de
1947, que entrafia un compromiso integral de las naciones
americanas, de ningun modo distante de la orientacion de las
Naciones Unidas. A este respecto observa las circunstancias
que imperan en nuestra America, y sefiala que las protestas
“por la tirania rusa y el trabajo esclavizado en el régimen de
los Soviets” debieran unirse a otras protestas por que “en
América existen, de hecho, diferencias de raza y que gran parte
de los ciudadanos se ven privados de los llamados Derechos del
Hombre, como ocurre bajo los gobiernos totalitarios o despo-
ticos’”’.1!® Pero esta imparcialidad no tiende a establecer una
tercera posicion, “en primer lugar —dice—, porque nadie po-
dra definir lealmente las otras dos, y porque la crisis se perfila
con realidades implacables que obligan a tomar partido”.
La situaci6n mundial ha cambiado y “por primera vez
flamea la bandera de la ONU, que acoge a mas de cincuenta
naciones”. “Ante esas definiciones, la Republica Argentina,
como parte del Nuevo Mundo, debe comprender que esta na-
ciendo un mundo nuevo en la historia humana y en la geo-

119 Ensayo, 178.


184 ALFREDO DE LA GUARDIA

politica de América. Ante esas implacables realidades debemos,


los argentinos, rehacer nuestra mentalidad. Ya no es posible
seguir interpretando la vida internacional con las medidas del
pasado y con las rutinas de los pueblos sin historia.” Y afiade:
“Confirmemos la fe del pueblo argentino en una comunidad
hispanoamericana, cuya conciencia histérica es necesaria al
equilibrio del interamericanismo enunciado en Chapultepec,
como asimismo lo es para los fines universales enunciados en
la Carta de la ONU. Cuando decimos en castellano Nuestra
America, nos adscribimos a una tradicién cultural que tuvo ya
su expresién militante desde los dias del General San Martin
y de la emancipacién sudamericana. Ese espiritu nunca fue
de aislamiento cobarde ni de egoismo lucrativo. La UCR debe
continuar aquella gloriosa tradicion”.1?°
“Soy pacifista... Soy liberal y hombre de pensamiento
libre. Soy radical y hombre que ama a su Partido en cuanto
es instrumento de liberacién.” Recuerda la crisis de 1930 y su
lealtad a la causa desde hacia veinte afios. ‘““Creo, como lo ense-
nd Yrigoyen, que la UCR no naciéd para ser una empresa
electoral de minorias, sino una mision civica destinada a puri-
ficar la conciencia politica argentina. Aspiro a que la UCR
sea Util a la Argentina de hoy para que la Argentina pueda
ser Util a la América de mafiana.”’
Ricardo Rojas disefiaba, asi, su posicién personal dentro
del radicalismo, sus ideas acerca del futuro del Partido mas
alla de los limites electoralistas, y, muy especialmente, su con-
cepcion de una politica internacional basada en la fidelidad
a los principios sustentados por las Naciones Unidas y la Orga-
nizacién de Estados Americanos, Ninguna divisién del mundo
ni con rigidas fronteras ideoldgicas ni con estitpidos prejuicios
raciales. Comprension y fraternidad humana o destruccién uni-
versal. Estaba, pues, en la linea de los meiores estadistas, arti-
cipandose a la sazén (1951) a las actitudes de un Kennedy,
de un Krushchey, a la prédica de un Juan XXIII, unido a todo
el movimiento de paz y de progreso. ;No perfilaba con ello
una certera politica internacional que —supuesto Canciller—
hubiera desarrollado en un Ministerio de Relaciones Exteriores,
si la Revolucion Libertadora se hubiera cumplido antes?

120 [bid., 184.


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“EL SANTO DE LA ESPADA”

“Los Arquetipos”

Ps BIOGRAFIA ES OTRA DE LAS FASES IMPORTANTES EN LA POLI-


grafia de Ricardo Rojas.
Desde las paginas de Alma Espariola y sus articulos
escritos en torno a figuras y sucesos europeos, los esbozos bio-
eraficos se sucedieron en su obra, tanto en el estudio general
de la literatura argentina como en las semblanzas tituladas
“Los Arquetipos”’.
En la Historia literaria hay largos fragmentos biogra-
ficos de los principales escritores de nuestro pais, que signi-
fican por si mismos ensayos de este género.
En las “figuras ejemplares”, arquetipicas, cada una de
ellas representa con sus caracteristicas propias un aspecto del
espiritu argentino. Alli aparecen Belgrano, Sarmiento, Giie-
mes, Pellegrini, Guido Spano, Ameghino, como simbolos del
patriotismo y el sacrificio, la cultura y la educacién, la bra-
vura militar, la inteligencia civil, la poesia y la cancion, la
ciencia, las investigaciones, los valores de diverso orden que
contribuyeron a formar la nacionalidad. Son seis conferencias
que, asi unidas, constituyen el primer libro biografico de Ro-
jas. La época, el ambiente, los hombres, las circunstancias
188 ALFREDO DE LA GUARDIA

que los rodean estan fijados con pluma certera, tanto en


lo general como en lo particular. De la exposicién dentro de
un detalle relativo, el autor llega a las sintesis que expresan
la ejemplaridad buscada y hallada en cada una de esas siluetas
sefieras. Historia y psicologia se aunan en estos trabajos.
Belgrano proclama su amor a la patria naciente, a la ban-
dera creada en virtud de ese amor, a los extranjeros que llegan
a ensanchar la patria con su aportacion espiritual y material
—uno de ellos fue su propio padre—, a los indios que fueron
la base de la poblacién americana, a las escuelas que haran
su grandeza por la instruccién, a los‘enemigos también por
gracia de su alma cristiana; es una honda y clara religion de
amor la que eleva el espiritu de Manuel Belgrano. Oigase,
aun, su arenga admonitoria: “Los monopolistas y acaparadores
sdlo aspiran a su interés personal”... “no conocen mas patria
ni mas religién ni mas ley que su int@rés mercantil”... “por
él desnudan y matan a la clase mas numerosa y laboriosa de
la sociedad”.
Giiemes dice, también, palabras que pueden repetirse hoy
por ser todavia de urgente actualidad: “El patriotismo se ha
convertido en egoismo. Todos los hombres se han echado con
la carga y quieren que sin trabajar les llueva el mana del
cielo. Semejantes apatia e indolencia obligan a tomar providen-
cias sensibles, y lo cierto es que si hemos de salvar al pais es
necesario cerrar los ojos y los oidos y tomar el camino del
medio”. Aqui esta el coraje y la lealtad de Martin Giiemes.
Sarmiento se alza como el educador. Por su boca habla
el mismo Rojas, como lo hara después en la gran biografia del
ilustre sanjuanino, Rojas es un provinciano, un autodidacto,
un maestro, un periodista, un escritor polifacético, historiador,
bidgrafo, ensayista, arrebatado por sus ideas, polémico, bata-
llador del verbo, visionario. Aunque difiera tanto respecto al
dilema sarmientino, civilizacién o barbarie, él y su guia ejem-
plar luchan por el progreso de la nacién, por ascender su ni-
vel intelectual, extender su cultura, asegurar sus instituciones
civiles, sembrarlo de escuelas, de fabricas, de ferrocarriles, de
buques... Asi se identifica con Domingo F. Sarmiento.
Y no son menos elocuentes los estudios dedicados a Car-
los Pellegrini cuyas dotes de firme estadista son puestas de
relieve; a Carlos Guido Spano, el poeta de toda una época y
RICARDO ROJAS 189

un modo peculiar; Florentino Ameghino, el hombre de cien-


cia, con su sabiduria modesta e incisiva. Tales son ‘“‘Los Ar-
quetipos’’.

El Predestinado

Habia que tener presente esta anticipacién en el género,


para reparar con mayor detalle en la primera biografia verda-
dera escrita por Ricardo Rojas: El Santo de la Espada (1933).
En la numerosisima bibliografia de José de San Martin
faltaba, sin duda, un libro de factura literaria, evocativo, poé-
tico, amable, y que sin ser novelado diera a la personalidad
y a la accién del Capitan de los Andes una atraccién llena de
sugestiones. No se trataba, pues, de escribir una “historia”
mas, sino una relacién que llegara facilmente al interés del mas
amplio sector de lectores. Hl Santo de la Espada \o es desde
su comienzo, pues de entrada aparece el hombre del heroismo
y el hombre de la bondad, paladin que pone el poder del es-
piritu sobre la fuerza de las armas. El mismo autor indica que
San Martin no pertenece a la tradicién homérica de Aquiles o
de Héctor en que se forman Alejandro, Julio César, Carlomag-
no, Federico II, Napoleon, sino a la linea de los caballeros mis-
ticos, Parsifal, Lohengrin, y a la de los campeones libertadores
como Pelayo el de Covadonga y Rodrigo el de Vivar y Valen-
cia. Rojas lo aureola, ademas, con la caballeria fantastica de
Amadis de Gaula y la idealista caballeria de Don Quijote.
En la primera parte, “Iniciacién’’, sin alejarse del dato
histérico, seguido respetuosamente por Rojas, la biografia ad-
quiere por su amenidad y ritmo ligero cierto caracter de fan-
tasia. “La fantasia —escribe su autor— se complace en inte-
rrogar a la Esfinge, aunque la Esfinge no responda sino por
simbolos dispersos”. Y se pregunta por qué azar los padres
de San Martin vinieron a las Misiones, por qué nacié José en
Yapeyu, que en guarani significa lo que estd en sazon, por qué
solamente el menor de los cuatro hermanos torné a América.
“Se cree descubrir en esos hechos casuales las raras coinciden-
cias con que desde temprano suele anunciarse la realizacién
fatal de las vidas superiores”. El bidgrafo no vacila en esbozar
un destino biblico, declarando que el ejército invasor de “los
190 ALFREDO DE LA GUARDIA

monarquicos lusitanos” asolé la regién y “no respetaron ni a


los nifios” como si alli, al ser arrasado Yapeyu tantos afios
después, hubiérase producido una matanza de inocentes, Fiel
a sus inclinaciones misticas, Ricardo Rojas afirma que “el nom-
bre de Yapeyu sigue siendo una clave en la descifracién del
eponimo. Tengamoslo presente hoy que intentamos penetrar
en el secreto de aquel hombre que llevé nombre de santo y
que nacid en una mision, cuyo toponimico aborigen quiere
decir el fruto que ha llegado a su tiempo”
Para mantener el aire legendario, el escritor, al describir
la guerra de la independencia en Espafia, iniciada en 1808,
contra la invasién francesa, la evoca épicamente. “El aire es
de epopeya en toda la peninsula: de un lado Napoleén con sus
dguilas, del otro el pueblo espafiol con sus leones. San Martin
esta de parte del pueblo contra el invasor imperial”.1*? Asi
narra las campaiias del futuro Libertador, su dudoso encuen-
tro con Bonaparte, sus veridicas proezas que le valieron los
rapidos ascensos hasta teniente coronel por méritos probados.
A los treinta y tres afios, José de San Martin resuelve regre-
sar a su tierra nativa. ““Aquel paso fue de por si un acto silen-
ciosamente heroico. El joven coronel quebré sus juramentos
militares, renuncié a sus esperanzas, como él mismo diria diez
afios mas tarde. Pero aquel paso importa mas todavia: rom-
pid con la patria de su sangre para fundar la patria de su
espiritu. Su criollismo genial afirmé asi la existencia de una
nueva raza, o de una nueva modalidad de la gran raza hispa-
nica a que pertenecia por abolengo y educacidn’’.12”
José de San Martin poseia —segiin fue reiteradamente
observado— los rasgos mas caracteristicos del espafiol genuino:
el valor, la lealtad, la generosidad, el estoicismo. Rojas se de-
tiene en detallar su ascendencia leonesa y castellana, tierras
de Pelayo y tierras del Cid, y al componer ademas su retrato
fisico acusa sus perfiles netamente ibéricos. Por eso anota las
palabras de Alberdi en su visita a San Martin en 1843: “Yo
lo creia un indio, como tantas veces me lo habian pintado”.

121 Pag. 34,


122 Pag. 42,
RICARDO ROJAS 191

La Masoneria

_ Novelescos, pero auténticos son los actos del gran argen-


tino para su retorno a América. Su ingreso en la Masoneria,}2?
la relacién de las logias espafiolas con las britanicas, la reso-
lucion de extender el movimiento liberal del viejo al nuevo
continente, la decisiva influencia que tienen las sociedades se-
cretas en la lucha contra el despotismo. Rojas omite a este
respecto, el intento revolucionario de Picornell y de Gual y
Espafia en Venezuela, a fines del siglo xvi, que es el inme-
diato proleg6meno de la Independencia hispanoamericana,
obra exclusivamente de masones. Matias Zapiola, que era se-
cretario de la logia de Cadiz, fue quien introdujo a sus com-
patriotas en la orden secreta, y él, con el apoyo del Conde Fife,
de mucho influjo en el Gran Oriente Escocés, y el entendi-
miento con Manuel Moreno y Tomas Guido, a la sazén en
Londres, logra vencer los obstaculos para que sus amigos sal-
gan de Espafia y se embarquen en Inglaterra con destino a
Buenos Aires. La “Reunién Americana” —logia sita en Graf-
tan Street— habia sido taller por donde desfilaron Miranda,
Bello, O'Higgins, Marifio, Montufar, quienes actuarian, luego,
con tanto relieve en Venezuela, Chile, Colombia, Ecuador.
De alli salieron para fundar, después, la Logia Lautaro,
con San Martin, el propio Zapiola, Alvear, Chilabert, Arella-
no, Vera, Holmberg, embarcados en la fragata “Canning”, que
anclé el 9 de marzo de 1812 en la rada portejia. La Logia Lau-
taro fue, como se sabe, alma de la revolucién, pues basta nom-
brar a algunos de sus miembros para demostrarlo: Castelli,
Monteagudo, Agrelo, Terrada, Necochea, Rodriguez Pefia, Po-
sadas, Paso, Alvarez Jonte, Rondeau, Balcarce, y también
Pueyrredén y Belgrano, que, se iniciaron algim tiempo des-
pués de su fundacién. Si “no dependia de matrices masonicas”
—seguin dice Rojas, mas enterado en su biografia de Sarmiento
que en esta de San Martin respecto a la Masoneria argentina,
aun cuando siempre escasamente acerca de la universal, por-
que él confiesa no ser masén—, es evidente que su esencia y
su forma eran genuinamente masénicas, segun ya se ha esta-
blecido en otros trabajos menos divulgados por razones obvias.

123 Conf. “San Martin, Lautaro y la Francmasoneria”, de F. Onsari.


192 ALFREDO DE LA GUARDIA

En la correspondencia de San Martin se encuentran, por otra


parte, pruebas suficientes, entre ellas las cartas del general
Primo de Rivera, luego de la derrota de Maipu, en que solicita
proteccién del vencedor dirigidas a “Mi general y Senor y
M:. G:. H:.,” y en que invoca a “nuestra F:.” 7°4. Si todo ello
fue disimulado y apenas si se entrevié el secreto fue porque el
propio San Martin en epistola al general Miller, del afio 1837,
le advertia: “No creo conveniente hable Vd. lo mas minimo
de la Logia de Buenos Aires; estos son asuntos enteramente
privados y aunque han tenido y tienen gran influencia en los
acontecimientos de la revolucién de aquella parte de América,
no podrdn manifestarse sin faltar por mi parte a los mas sa-
grados compromisos”’.
Relacion de otro tono —aun cuando tampoco se aparte
de losdatos documentados— es el capitulo relativo a las bodas
de San Martin y la hija de Don Antonio José de Escalada.
“Tal es el hombre enorme como una montafia a cuya sombra
florecié el amor casi infantil de Maria de los Remedios, como
en la abrupta falda de los Andes una flor del aire... La novia
tenia quince afios cuando lo conocid y ella lo amo con un
amor devoto y resignado... El venia del Mar, surgido de la
tragedia, e iba hacia la Montafia, por un predestinado destino
de tragedia. En su vejez, él seria un anciano derrotado, indi-
gente y ciego; cuando esa hora llegase, una hija suya, como
Antigona a su padre errante, miserable y ciego, lo acompa-
faria en la soledad. Tal era la sentencia fatal de los dioses,
que los hombres avin ignoraban’”’.1*5
Desarrolla, después, el bidgrafo los episodios de la vida y
la enfermedad del General en Tucuman, su encuentro con
Belgrano, el reposo en Cordoba por prescripcién médica y en
soledad como en “un huerto de Getsemani”, las desavenien-
cias con Alvear, la preparacién en Mendoza, “insula cuyana”,
de la campajia militar de Chile. “Desde su llegada, San Martin
sintidse en Mendoza como renacido y transfigurado”. La si-
tuacion dificil del afio 15 con la revolucién en Buenos Aires
marca un alto grado de pesimismo —‘‘jMaldita sea mi es-

124 “Mi Gran Hermano y Fraternidad, cuyas iniciales son seguidas


por los tres puntos en tridngulo, signo masénico. Rojas las cita (Pag. 71.)
125 Pgs. 85 y 86.
RC rACR DO) FCO AAS 193

trella!”—; pero su confirmacién como gobernador de Cuyo le


da nuevas esperanzas en medio de la incertidumbre. “Me mue-
ro cada vez que oigo hablar de la Federacién, :no seria mas
conveniente trasplantar la capital a otro punto, cortando por
este medio las justas quejas de las provincias? Pero federa-
cién! ¢Y puede verificarse? Si en un gobierno constituido y en
un pais ilustrado, poblado, artista, agricultor y comerciante
(hablo de los americanos del Norte) se han tocado en las ul-
timas guerras con los ingleses, las dificultades de una fede-
racion ¢que sera de nosotros que carecemos de aquellas ven-
tajas? Amigo mio, si con todas las provincias y sus recursos
somos débiles, gqué nos sucedera aislada cada una de ellas?
Agregue Vd. a esto las rivalidades de vecindad y los intereses
encontrados de todas ellas y concebiraé que todo se convertira
en una leonera, cuyo tercero en discordia sera el enemigo”’.
Son conceptos para volver a reflexionar. Como ve en peligro
su empresa, vuelve a caer en la desesperanza: “A la primera
desaveniencia me voy a mendigar a cualquier pais extranje-
ro”. Mas el acuerdo con Pueyrredon lo salvara todo. El bid-
grafo anota: “Esta palpando el cuerpo de la patria no con
ansias de amante sino con magias de brujo. Su alma antigua
y firme como la roca plutdnica de los Andes, busca esa roca,
vértebra de América, para fundar en ella su entrevista gloria’.
Asi concluye la primera parte del libro, “Iniciacién”’.

Libertad y despotismo

La segunda, “Hazafia” relata, naturalmente, los hechos


que van desde la preparacion técnica del ejército en el Plu-
merillo hasta la entrevista con Bolivar en Guayaquil. Es el
lapso heroico de la vida sanmartiniana y, por tanto, el que
mas atrajo siempre a quienes escribieron sobre el Libertador.
El paso de la Cordillera, las batallas de Chacabuco y Maipu
con el oscuro intermezzo de Cancha Rayada, estan descriptos
por Ricardo Rojas con pluma vivaz y, segun hemos leido, muy
colorida para dar a su cuadro historico la animacién de un
lienzo policromo. Como no hemos de seguir, pagina por pa-
gina, el desenvolvimiento de la biografia, cabe anotar que en
esta parte Rojas resalta el caracter pacifista de San Martin,
194 ALFREDO DE LA GUARDIA

su preferencia por la concordia-y no por la pelea, el deseo de


terminar la guerra con una victoria total de la inteligencia
entre los adversarios, mediante el reconocimiento de los dere-
chos americanos a la Libertad. De ahi surge la denominacion
de “El Santo de la Espada’. Profundamente cristiano, imbui-
do, ademas, por el ideal fraterno de la Masoneria, bondadoso
de corazon, comprensivo de mentalidad, entusiasta del pro-
greso, amigo de la justicia, José de San Martin quisiera obtener
su ultimo y definitivo triunfo por virtud de la razon mas que
por imposicién del sable. Auténtico militar es —acaso por eso—
un decidido partidario de la paz y del civismo. Ahorra cuanta
sangre puede en “la guerra magica del Pert”, llevada con
estrategia que ayuda al buen éxito por medio de la maniobra
y la psicologia mas que por obra del fusil y del cafidn. Arenales
dice-en sus Memorias: “El general San Martin poseia los
mas originales recursos para producir entre los enemigos cuan-
tas ilusiones y cuidados queria, y es dificil explicar hasta qué
punto llegaba su extraordinaria habilidad en esta parte”.
Sabia San Martin que el cambio del reaccionario Virrey
Pezuela por el liberal La Serna podia conducir al anhelado
final pacifico. E] general La Serna representaba al movimien-
to constitucionalista que se impuso en Espafia en 1820 por el
pronunciamiento de Quiroga y Riego, y que esos altos jefes
se Oponian a una expedicién avasalladora de la libertad ame-
ricana partidarios como eran de la libertad espafiola. De aqui
nacié la idea de una entrevista entre San Martin y La Serna,
que se efecto en Punchauca el 2 de junio de 1821. “‘Considero
éste como uno de los dias mas felices de mi vida —dijo el pri-
mero al segundo—. He venido al Pert desde las margenes del
Plata, no a derramar sangre sino a fundar la libertad y los
derechos de que la misma metrépoli ha hecho alarde al pro-
clamar la Constitucién del afio 12 que V.E, y sus generales
defendieron. Los liberales del mundo son hermanos en todas
partes”.
San Martin planteaba, asi, la contienda como una pugna
entre la libertad y el despotismo, y no como una guerra entre
América y Espafia. ‘Si V.E. se presta a la cesacién de Ja lucha
estéril y enlaza sus pabellones con los nuestros para proclamar
la independencia del Perti, los dos ejércitos se abrazaran sobre
el campo”. San Martin propuso la designacién de un regente
RICARDO ROJAS 195

hasta que se conviniera la proclamacién de un principe his-


pano como nuevo rey del Peru. La Serna solicité plazo para
consultas, y se sirvid un banquete en que San Martin y La
Serna brindaron por “el feliz término de la reunién de Pun-
chauca” y por “la prosperidad de Espafia 1, América; por la
fraternidad entre europeos y americanos”’. El grueso de la
oficialidad espafiola no apoyé al jefe democratico y La Serna
vidse obligado a reanudar las hostilidades. San Martin habia
intentado atraer a la causa de la libertad a los soldados libe-
rales espafioles, comprometiéndolos en “‘la causa americana’”’
Pero sabia que los Borbones con la Santa Alianza no cejarian
en la guerra de reconquista. El resultado fue que el Liberta-
dor se convirtiera en el Protector. “No busco gloria militar, no
ambiciono el titulo de Conquistador del Peru: quiero solamen-
te librarlo de la opresién”. No ira a Lima sino invitado por el
pueblo. Y asi fue.

Diferencias con Bolivar


Define, Ricardo Rojas, con detalle preciso el animo cor-
dial que inspiréd a San Martin en sus relaciones con Bolivar:
“La causa del Continente Americano me lleva a realizar un
designio que halaga mis mas caras esperanzas. Voy a encon-
trar en Guayaquil al Libertador de Colombia”. El hubiera
preferido realizar la entrevista a bordo de la fragata‘‘Macedo-
nia”; pero accedié de buen grado a desembarcar en tierra
ecuatoriana. Desde ese momento, es evidente que acepto los
juicios y los propositos del jefe venezolano para llevar a un
pleno acuerdo con él, hasta ofrecerle combatir bajo sus érde-
nes, sin importarle, en su noble modestia, en su generosidad
tan cordial, que esa subordinacién pudiera disminuir su gloria
ni su jerarquia. Bolivar rechazo el ofrecimiento, y San Mar-
tin decidié retirarse del escenario de sus triunfos. Esto es lo
unico probado de cuanto pudo ocurrir en aquella conferencia
histérica. La relacién del general Mosquera, amigo de Bolivar,
no era testimonio cierto, y Tomas Guido no pudo aportar es-
clarecimiento alguno por la cerrada reserva de su jefe supe-
rior, La despedida, concretada en el brindis del famoso ban-
quete, fue amistosa aun cuando marque una diferencia de
tonos. Bolivar alzé la copa “por los dos hombres mas grandes
196 ALFREDO DE LA GUARDIA

de la América del Sud, el General San Martin y yo”. San


Martin: ‘Por la pronta conclusién de la guerra; por la orga-
nizacién de las diferentes Repuiblicas del Continente, y por la
salud del Libertador de Colombia”. El bidgrafo de nuestro
héroe marca muy claramente las distancias, “El uno es un
César que prolonga en América la estirpe de los conquistado-
res europeos, desde Alejandro hasta Napoledn, guerreros de
filiacién homérica; el otro es un abnegado misionero, sin pre-
decesores en la historia, que crea el molde de un nuevo he-
roismo, dando en él su personificacién mas genuina al genio
civil de la revolucién americana. Si algunos predecesores pu-
diéramos atribuir a San Martin, ellos pertenecen al linaje de
los santos armados para cumplir una misién”’.
Rojas incluye en su libro la carta de San Martin a Bolivar
fechada en Lima el 28 de agosto de 1822 —la célebre y discu-
tida “epistola de Lafond de Lurcy”’, pero no apunta la forma
en que fue dada a conocer, lo que hara, sin embargo, en El
Profeta de la Pampa. Al resefiar la conferencia que dicto Sar-
miento en Paris acerca del Libertador argentino, éste concu-
rrié al acto donde el conferenciante leyé la carta y convalidd
a la misma con su presencia.!?®
Y asi se llega a la tercera parte de la biografia, titulada
“Renunciamiento”, expresion de aquella ‘“‘santidad laica —ra-
tifica Ricardo Rojas—, tan sin precedentes en la historia, que
se le buscan explicaciones complicadas o subalternas, porque
su sencilla grandeza excede las medidas usuales del heroismo
mnalitar (347%

El estoico

Esta parte ultima de la biografia se inicia con la deter-


minacion de las tres rupturas que sefialan el singular destino

126 R.R. escribid, tiempo después, “La entrevista de Guayaquil”,


donde trata el desacuerdo entre San Martin y Bolivar por no poderse
concertar la unién inmediata, de los dos ejércitos, tedricamente ya conve-
nida, con lo que fracasé el Tratado del 6 de julio y el otro Tratado Adi-
cional para la confederacién de todos los pueblos hispanoamericanos. En
ese libro rebate justamente, como en El Santo de la Espada, las calum-
nias contra San Martin: mondarquico, presunta coronacién en el Pert,
considerar ingobernables a estos paises o sdlo por medio de Ja dictadura, etc.
127, El Santo de la Espada, 311.
RICARDO ROJAS 197

del Héroe: “La primera, en 1811, con Espafia, con su familia,


con su pasado racial; la segunda, en 1820, con Buenos Aires,
con su gobierno, con su anarquia politica; la tercera, en 1822,
con la América dionisiaca y su naciente cesarismo demago-
gico. En cada ruptura su genio aparece mas engrandecido y
purificado”. Todo ello es muy exacto y en pocas frases refleja
el acerado caracter de San Martin y la predestinacién de que
parecia estar consciente. Leidas en la historia, tal vez nos he-
mos acostumbrado a encontrar casi naturales esas acciones, y
relatadas con amenidad imaginativa les hallamos el encanto
misterioso de una leyenda o un antiguo romance. Mas es
necesario despojarlas del documento y de la literatura para
comprender la grandeza estoica que encierran. Son rasgos so-
brehumanos, no definidos ni por la filosofia ni por la psicolo-
gia. San Martin se alza no como un hombre, sino como un
instrumento del Destino, expoliado del entendimiento y el
temperamento comunes a los mortales. No le sujeta lazo al-
guno: ni la madre, ni la sangre, ni la carrera militar, en el
trance primero; ni la patria, ni la obediencia ciudadana, ni
el respeto jerarquico, ni el temor a la ruina de la revolucidn,
en el segundo trance; ni la ambicién, ni la rivalidad, ni la
gloria, ni la fortuna, en el ultimo y decisivo. No hay concep-
tos ni sentimientos en esta serie de resoluciones. Sdlo parece
haber un mandato sublime que este ser extrafio cumple sin
reflexién y sin vacilaciones. Y, no obstante, cuan hondas me-
ditaciones debieron desarrollarse en la mente de aquel hombre
asi llamado por distantes e incompatibles actos, qué dudas,
qué incertidumbres tan violentas o sinuosas debieron agitar
su corazén en las horas decisivas. Nadie, acaso, estuvo en si-
tuacién semejante, una y otra vez repetida bajo los signos del
valor y del dolor... Para elegir en tales dilemas, para ven-
cerse a si mismo y triunfar de todo, pareceria que una deidad
le hubiera susurrado —como a los héroes antiguos— las pala-
bras misteriosas, le hubiese descifrado la incdgnita de la pre-
destinacién: Yapeyu, Chacabuco, Lima-Guayaquil, Boulogne-
sur-Mer, Vida y gloria, sacrificio, destierro y muerte.
198 ALFREDO DE LA GUARDIA

Sendero de soledad

La biografia del Santo de la Espada se desliza, luego,


por los cauces mas sencillos y templados de la vida de San
Martin en Francia. El regreso desde el Peru al Plata, la tra-
vesia hasta Europa, la instalacién en Paris. Los recuerdos de
todas las amarguras pasadas, no ya por su abdicacién volun-
taria de todos los poderes y todos los mandos, sino por las in-
sidias, las calumnias, los espionajes, las amenazas que hubo de
sufrir en Buenos Aires, donde se le tuvo por un derrotado y
atm mas, por un traidor. “Sendero de soledad”, porque hasta
los amigos huian de él y la muerte se habia llevado a Remedios
de Escalada. “Maestro de su hija”, porque esta nifa de siete
afios era el consuelo-y ya la unica razon para vivir de ese
hombré en la plenitud de su existeng@a que se declara viejo
a los cuarenta y cuatro afios. Tal es otro de sus hondos renun-
ciamientos. Es tiempo de recuerdos y recapitulaciones.
E] bidgrafo va siguiendo los episodios postreros de la vida
de San Martin: su desinteresado regreso al Plata en 1829 en
que se ve el héroe rechazado por sus compatriotas con el cartel
de escarnio acusdndolo de cobarde; su vuelta a Francia, ya
decidido a permanecer para siempre en el destierro; su pre-
caria situacién econdémica en Paris; la nobilisima amistad y la
ayuda de Aguado, con el puente simbdlico tendido entre el
Petit-Bourg y el Grand Bourg; las visitas de los argentinos que
llegan con noticias de los sucesos de la patria y que no con-
siguen agitar aquella serenidad consagrada a la evocacién de
la propia existencia severa y a las jévenes vidas —las nietas—
que rien a su rededor, ya cumplida la sentencia: “‘serds lo
que hay que ser o no eres nada”.
En “El continente dionisiaco”, Rojas traza una confron-
tacién entre los caracteres de San Martin y Bolivar, y ahonda
en las conjeturas sobre el enfrentamiento de ambos liberta-
dores. Bolivar es el apasionado, orgulloso, inconstante, intui-
tivo, inclinado a la elocuencia y a la fastuosidad. San Martin
es el atemperado, modesto, consecuente, reflexivo, afecto al
laconismo y la sobriedad. Ambos coinciden en el heroismo,
la entrega total a sus ideales, el desprendimiento, pues ambos
mueren en la pobreza, habiendo despreciado toda codicia, toda
opulencia, Podriamos agregar que Bolivar es el arquetipo ro-
RICARDO ROJAS 199

mantico de la gesta americana y que San Martin es el clasico


bien definido. Aquél es un extrovertido psicolégicamente, ilu-
minado por una gloria decorativa en cuyo resplandor su in-
didualidad se exalta y refulge, con todas las ambiciones y los
egotismos de un YO sefiero y excluyente. Este es, por lo con-
trario, un introvertido que permanece con gusto en el claros-
curo de su mision secreta, bajo cuyas luces tenues domina y
sacrifica toda aspiracién personal en aras del bien humano.
E] marmol es la materia propia para las estatuas de Bolivar;
el bronce es la propicia para los monumentos a San Martin...
Ricardo Rojas deja volar su imaginacién, siempre aficio-
nada a la mitologia, y escribe, ya en las postrimerias de su
libro, el capitulo titulado “¢Hijo del Sol?”, donde vuelve por
sus juegos fantasticos y caros de la época de Eurindia. En
ese élan, nos muestra a San Martin con un cardacter incaico y,
a un tiempo, como chatria y bracman, despertador de los true-
nos teluricos por el movimiento sismico producido en la noche
de la entrada de su ejército en Lima. El bidgrafo apela a cro-
nistas y poetas para tejer sus emblemas épicos y apolineos,
incasicos, helénicos e hindues, despojando al Libertador de sus
esencias humanas —que son, por supuesto, las tinicas y defi-
nidoras de su extraordinaria y conmovedora personalidad—,
a fin de presentarlo, efectivamente, como “Hijo del Sol en un
continente dionisiaco, donde el odio envolvié sus sierpes en los
miembros del héroe infatigable’.1?7 *
Mucho mas felices son las paginas en que se describen
los ultimos dias de San Martin en Boulogne-sur-Mer, aun
cuando torna a presentarnos al General como un Edipo en su
vejez y a Mercedes como su Antigona, figuras tragicas que
ensamblan escasamente con las de ambos personajes reales.
San Martin no habia, por cierto, asesinado a su padre ni ex-
piaba culpa alguna de incesto, y Mercedes estaba lejos de la
figura dramatica de la hermana de Polynice, “El 6 (VII-1850)
salié a tomar un poco de aire, en carruaje, no a pie, porque
las fuerzas y la vista le faltaban. Al volver a su casa, después
de haber sentido por ultima vez el aliento del mar, los sir-
vientes le condujeron al lecho. El 13 los sintomas del agota-
miento se agudizaron: soportaba dolores y preveia su fin; pero
127* Pag. 520,
200 ALFREDO DE LA GUARDIA

no queria quejarse delante de su hija. Cuando ésta se le acercé


para acariciarlo, preguntandole cémo se sentia, él prefirid
é
sonreir con simulada sonrisa y le respondié en francés, el
idio-
ma que a veces usaba con ella y que, segtin Lafond, hablab
a
muy bien: C’est l’orage qui méne au port!...
“Y asi —concluye con un epilogo Ricardo Rojas
— se
descifra la leyenda heroica de San Martin, el Santo
de la Es-
pada, asceta del patriotismo, iluminado ante los ojos
absortos
de su América dionisiaca, por el lado mistico de la
virtud
ecuménica”’,
“EL PROFETA DE LA PAMPA”

Sarmiento, presente

Ricardo Rojas tuvo presente siempre a Sarmiento desde


su juventud hasta sus Uultimos afios. Ya en La Victoria del
Homble le dedicd uno de los poemas de “Los Espiritus en
Marcha”, donde dice:
Alma de apéstol, su ideal ferviente
que iluminara a todo un continente
marco a su pueblo rutas de victoria;
por eso triunfa su figura homérica,
saludada por canticos de gloria,
sobre los pueblos virgenes de América.
Después, en otros libros, en la catedra, se refirid con fre-
cuencia al genial sanjuanino. Estanislao S. Zeballos luego de
escuchar una conferencia de Rojas, en 1914, escribid: “Habia
asistido a la modelacién de la estatua de Sarmiento, hecha a
golpes de pastelina y de dedo... Ese era el Sarmiento que yo
habia sofiado y cuya interpretacién buscaba en vano en los
escritos vanales (sic) del centenario. La obra de Rojas me
parecié en este sentido no sdlo notable, sino definitiva”.
En Arquetipos también aparece la figura del procer con
poderoso relieve, y, por supuesto, en la Literatura Argen-
tina le dedica el extenso y minucioso estudio que la obra
de Sarmiento reclama, Rojas habia adelantado en 1911 una
202 ALFREDO DE LA GUARDIA

Bibliografia, en volumen editado por la Facultad de Ciencias


Juridicas y Sociales de la Universidad Nacional de La Plata,
para cuyas 582 paginas conté con la colaboracién de sus alum-
nos. Por donde quiera que fue y que meditd, el autor de Los
lises del Blasén evocé la silueta y el pensamiento del grande
hombre.!2* » Asi como Sarmiento regreso de Europa para es-
cribir su Educacién Popular, asi Rojas trajo del viejo con-
tinente La Restauracién Nacionalista, libros ambos sobre la
importancia decisiva de la instruccién publica. Durante aquel
viaje, el joven de 1907 recordé al joven de 1846, especialmente
cuando estuvo en la madre patria, y rememor6 la inquina de
Sarmiento: “He venido a Espafia con el santo propdsito de
levantarle el proceso verbal, etc.”. Al escribir, tantos anos des-
pués, el Retablo Espanol cité parrafos de la filipica sar-
mientina y explicéd atinadamente que la admonicion habia
sido redactada “en un lenguaje castizo*y con un dejo de amor
exasperado. Porque, al fin de cuentas, la acritud de Sarmiento
se parece mucho a la que hallamos en algunas paginas de
Costa, de Ganivet, del propio Unamuno y de tantos otros es-
critores que al concluir el mismo siglo xrx iniciaron los debates
sobre el problema nacional”. También recordé su entusiasmo
por la industriosa Catalufia, y su paso por el norte de Africa.
El Profeta de la Pampa es un natural corolario de toda
esta preocupacion de Ricardo Rojas por la personalidad y la
obra de Domingo F. Sarmiento. La mas completa biografia
del autor de Facundo. Rojas tuvo que componerla como una
consecuencia de su admiracién profunda y también de sus
divergencias. No ha de olvidarse que en los libros sobre la ar-
gentinidad habia opuesto al concepto de “civilizacién y bar-
barie”’, considerandolo caduco, el de “‘indianismo y exotismo”
que entendia vigente. Esta opinién vuelve a exponerse en el
capitulo dedicado en la biografia a la obra cumbre de Sar-
miento, si bien los treinta afios transcurridos entre aquellos
volumenes y El Profeta habian atenuado en mucho la dis-
paridad de criterios. Pues si Rojas insiste en su posicién contra
las ciudades, las utopias, los rivadavianos, ya no exalta la in-
fluencia indigena como lo hizo en aquellas paginas y en las
127b Escribid prélogos para Facundo y Recuerdos de Provincia, y
El pensamiento vivo de Sarmiento. Dicté dos conferencias sobre el patri-
cl0 sanjuanino en 1938 y 1939,
RECA
RED Oe R OLAS 903

de Eurindia y el Silabario de la Decoracién Americana.


En 1945 otra dictadura comenzaba a poner de actualidad no
pocas de las grandes frases del Facundo ... Con todo, Rojas
procura subrayar lo que existié de gauchismo en el tipo y en
la psicologia de Sarmiento, aproximandolo al propio Quiroga
en actos osados y en rasgos teniperamentales.
La complejidad animica del gran sanjuanino préstase a
tales interpretaciones por su cardcter de permanente luchador,
si bien tanto mas con la palabra que con las armas. Cuando
el autor dice: “estoy en el secreto” nos quiere convencer de
aquella semejanza, que es, sin duda, demasiado artificial, pues
queda en ciertas formas exteriores de impetu y brusquedad.
La rebeldia de Sarmiento es totalmente distinta de la rebeldia
de Facundo, e identificarlos hasta considerarlos “gemelos”,!?®
seria borrar en absoluto la obra civilizadora del précer. Aun
cuando se convenga en que éste se levanta, a veces, como una
fuerza telurica, debe recordarse siempre lo que importa su
ascension espiritual e intelectual lograda por el cultivo y la
investigacioOn constantes.
La invitacion de Sarmiento: ‘“Estudiemos” vendria a ser
el lema de su vida. Rojas procura presentarnos un Sarmiento
que es tan civilizado como barbaro para no disentir excesiva-
mente con él, dada su posicion personal concretada en La
Argentinidad, y no da mucha importancia —aun cuando lo
anota— al examen de conciencia que el propio Sarmiento vino
a comparar con el de Saulo convertido en Pablo. La experien-
cia y la reflexién le llevaron a apartarse del federalismo de su
familia, tan vagamente teorico, y del falso federalismo de la
accion, para adoptar la posicién de combate a ultranza contra
Quiroga, Aldao, Rosas, Urquiza, el Chacho, Lopez Jordan.
Barbarie fue, en efecto, aquel laberinto de sublevaciones,
alzamientos, motines, asesinatos a mansalva —“‘degiiello en-
démico”—, que se ocultaba absurdamente bajo la bandera
federal. Seis gobernadores de San Juan en un ano y tres muer-
tos con violencia —recordémoslo— son un ejemplo senero
entre el cumulo de atrocidades desencadenadas desde la Men-
doza de los Aldao hasta la Buenos Aires de Rosas. Sorprende,
pues, que el bidgrafo pueda escribir al respecto el siguiente

128 El Profeta de la Pampa, 2* edic., pag. 207,


204: ALFREDO DE LA GUARDIA

parrafo: “Unitario por repentina inspiracién y combatiente


por alboroto juvenil de la sangre, no razondé en la vispera de
su adopcion de partido”. Con esto pareceria querer anular las
propias palabras de Sarmiento tan definidoras y definitivas:
“He aqui mi visién del Camino de Damasco, de la libertad, de
la civilizacion. Todo el mal de mi pais se reveld en improviso
entonces: jla barbarie!”’,
Aparte estas interpretaciones, El Profeta de la Pampa
es una biografia fundamental de Domingo F. Sarmiento, su-
perior a las del chileno Guillermo Guerra, a la de Augusto
Belin, menos literaria que la de Leopoldo Lugones, menos
amena que la de Bernardo Gonzalez Arrili; mas que la de
Alberto Palcos; mejor detallada, documental y profunda que
la de Carlos O. Bunge; reiterativa en ocasiones por un prurito
de recapitulacién, como si el autor temiese que el lector hubie-
ra olvidado capitulos anteriores. Respuesta, a veces, a Manuel
Galvez en su contrario estudio. Muy puntual en las descrip-
ciones de algunos ambientes y relatos de circunstancias, su-
gestiva en la alusidn a ciertas intimidades de Sarmiento, si
bien contenida en la averiguacion de “‘los secretos de alcoba”’.
No obstante, advertimos que Sarmiento fue, sin ambages, un
mujeriego, cosa que suele disimularse por el prurito de con-
siderar tabues a los padres de la patria... Sin embargo, la
rijosidad de Sarmiento, se declara desde sus mas juveniles
aventuras chilenas —con Ana Faustina, su hija, como fruto
natural— hasta sus devaneos de vejez, comparables a los de
Goethe o de Chateaubriand. Gracioso es uno de sus ultimos
lances erdtico-humoristicos con una linda dama sanjuanina
que regresaba a la provincia desde Buenos Aires.
—Daré en San Juan —le dijo la seftiora— la noticia de
que lo he encontrado joven y fuerte.
—Lléveles la prueba, pues... —insinué el galdn setentén.
Fue esta sensualidad, surgida de su robusto fisico, la que
motivo la ruptura del matrimonio con Da. Benita, la madre
de Dominguito, mujer celosa y de fuerte cardcter; y la que
no se sujetd, en afios posteriores, a la relacién con Aurelia
Vélez Sarsfield, a quien llamaba, aun en sus dias postreros,
del Paraguay: “Venga, juntemos nuestros desencantos para
ver sonriendo pasar la vida con su latigo cuando castiga, con
sus laureles cuando premia... Venga, pues a la fiesta. Grande
RICARDO ROJAS 205

espectaculo: rios espléndidos y lagos de plata brufida, bosques


como el de Fontenebleau que Vd. conoce; iluminacién a gior-
no, el Chaco incendiado, titeres como en todas partes, y mu-
sica, bullicio, animacién. Venga, que no sabe lo que se pierde
del ‘Principe Charmant’”. Asi era poeta enamorado, aun con
la visién de la muerte préxima.129
Poeta quiso ser siempre, desde muy joven, cuando le envidé
unos versos a Alberdi, que éste no consideré meritorios para
la publicacion. La poesia le arrebaté y en varias oportunidades
proclamé su entusiasmo por Shakespeare, Victor Hugo, La-
martine, Lord Byron, “cuyos versos me enajenan” —confiesa
a Figarillo. Bajo su apariencia tosca, Sarmiento era un senti-
mental, como lo demuestra, asimismo, su propensién al llanto
en los momentos de mayor emotividad. Su poder imaginativo
y su afan de fantasia estan probados, también, por la aven-
tura en tierra argelina, disfrazado con albornoz, sintiéndose
—fugaz Peer Gynt— un sultan en el desierto. “El argentino
es mas arabe que espafiol” —dice ingenuamente, como si la
sangre ardbiga no hubiese venido en aquellos afios al Plata
por intermedio de la andaluza, En ese juego, suefia con Ila-
marse Al-ben-Razin en lugar de Albarracin. Rasgo evidente de
romanticismo.
Un capitulo importante de la biografia por su seria do-
cumentacién es el referente a la “Cuestién de Magallanes”
sobre limites con Chile, en cuyo tratamiento demostré el gran
argentino una exacta ecuanimidad, muy lejos de esa “traicién
a la patria’”’ enrostrada arbitrariamente por sus enemigos de
entonces y... de ahora. Otro tanto cabe afirmar en cuanto
a su filiacidn masénica, puntualizada por Ricardo Rojas con
mucho conocimiento del espiritu y doctrina de la, un tiempo,
misteriosa y poderosa hermandad. Sarmiento fue mas6n, como
San Martin, Alvear, Zapiola, en la época de la Independencia,
cuando 26 miembros de la Logia Lautaro fueron delegados a
la Asamblea de 1813; como Bartolomé Mitre, Urquiza, Derqui
y no pocos mas lo eran en los dias de la reconciliacién entre

129 No ha sido publicado todavia el epistolario integro de Sarmiento,


que revela tantos matices de su cardacter proteico y contradictorio. Existen
cartas inéditas en poder de la familia del Dr. Tiburcio Padilla, en cuya
casa de Tucuman se alojé el précer, en 1883, por ser amigo del abuelo
del actual médico del mismo nombre.
206 ALFREDO DE LA GUARDIA

Buenos Aires y las provincias confederadas. Bien puede ase-


verarse que la Libertad argentina y la organizacion del pais
fueron obra propiciada por la Masoneria, cuya lucha liberal
es tan decisiva en el curso del siglo xrx. Sarmiento se deslig6
del juramento masénico durante su presidencia a fin de no
obedecer mas que a la Constitucién. Resumida parece la parte
que trata del gobierno de Sarmiento desde 1868 hasta 1874,
aun cuando se informa sobre las ingentes dificultades que de-
bid vencer en todos los érdenes, los econdémicos y financieros,
los politicos y militares: grandes déficit, burocracia incom-
petente y desleal, inestabilidad social, insurrecciones. Dato in-
teresante es el aumento en la venta de libros, que paso de
$ 51.000 a $ 174.000 al terminar su periodo presidencial. Era
un buen triunfo de la civilizacién sobre la barbarie.
~

Las profecias
El caracter profético de Domingo F. Sarmiento aparece
bien expresado en la biografia, justificando su titulo, “Dioni-
siaco y apolineo”, Sarmiento ofrecia la potencia vital, apeten-
cia de todas las funciones que el hombre puede tener en el
mundo, y, asimismo, el equilibrio —aunque no se crea— que
determina el estudio y la reflexion. Sin esta sindéresis no hu-
biera podido realizar su grande y polifacética obra. Como bien
lo dice Rojas, era “un titan y un pedagogo”. Todo lo cumplid
a fuerza de coraje y de cultura. “Los hombres que como Vd.
y yo —le escribia a Bartolito Mitre— no tenemos titulos de
suficiencia, estamos condenados a imponernos por nuestros
propios punios”. Con ese poder genial y voluntarioso vencié a
la aristocracia con olor a bosta” y consiguié “‘quebrar la arro-
gancia de los doctores’”, segiin sus mismas frases. “Alma de
alud”, “alma de apdstol”, dice de la suya Rojas en La Victoria
del Hombre.
_ Profeta de la Pampa, visionario de un Canaan de la inte-
ligencia, declamé sus trenos sin importarle predicar en el de-
sierto, seguro de que algun dia se poblaria de hombres cons-
cientes, de escuelas y granjas, de talleres y bibliotecas. En su
profecia dijo con clarividencia:
“Todos los grandes raudales que desembocan en el Plata
se presentaron a mis ojos como ondulosas lineas de esmalte,
RICARDO ROJAS 207

cual si pudiera contemplarlos a vista de pajaro, dominando las


inmensas manchas de los bosques verdinegros, y los oasis flo-
ridos de las praderas, sin que la actividad humana ni las crea-
ciones de la civilizacién diesen vida a aquellos edenes, cuyas
puertas ningun angel exterminador guarda; y mientras tanto
que solo las aves del cielo y las alimafias de la tierra se huel-
gan en extensiones tan prodigiosas, cuatro millones de seres
humanos estan agonizando de hambre en Irlanda; mendigos
a quienes ninguna enfermedad aqueja, asaltan en bandadas
las campinas de la Bélgica y de la Holanda; la caridad inglesa
se agota para alimentar sus millones de pobres; y miles de
artesanos en Francia se amotinan todos los dias, porque su
salario no alcanza a apaciguar el hambre de sus hijos; mil
prusianos han desembarcado en estos dias en Africa para reci-
bir del gobierno la tierra que iban a buscar en Norte América;
veinte mil espafioles se han establecido en Oran o en Argel
a punto de parecer la Argelia mas que de Francia, colonia de
Espafia. Cien mil europeos reunidos en Africa en despecho
de los estragos de la fiebre que mata uno de cada tres que
llegan, y trazandose el plan para hacer venir dos millones en
seis afios mas. La prosperidad, en fin, brillando ya sobre la
sangre con que esta salpicado el suelo, y cien millones de
mercaderias introducidas en 1846, derramando por todas par-
tes la riqueza con los provechos del comercio.
Por qué la corriente del Atlantico, que desde Europa,
acarrea hacia el Norte la poblacidn no puede inclinarse hacia
el Sur de la América, y por qué no veremos usted y yo en
nuestra lejana patria, surgir villas y ciudades del haz de la
tierra, por una impulsién poderosa de la sociedad y del go-
bierno; y penetrar las poblaciones escalonandose para prestarse
mutuo apoyo, desde el Plata a los Andes; 0 bien siguiendo la
margen de los grandes rios, llegar con la civilizacién y la in-
dustria hasta el borde de los incégnitos Saharas que bajo la
zona torrida esconde la América?...”
El] sabia que para eso eran necesarias las armas del espi-
ritu: la inteligencia, la voluntad, la bondad, el valor, la hon-
radez. Tales eran las virtudes que deseaba para su pueblo,
las que él mismo poseia, sin duda, “profeta de una tierra pro-
metida que esta por venir”, concluye Ricardo Rojas.
LA PROSA DE ROJAS
EL ESTILO

El Arte y el Hombre

re PROSA ESCRITA POR RicarRDO Rojas EN EL CURSO DE SUS


trabajos literarios, es una de las mas personales que puedan
encontrarse en los libros de nuestro idioma. Volvemos a con-
firmar en ella que “el estilo es el hombre” —le style est
homme méme, segin la famosa frase de Buffon—, o bien
que el hombre se refleja en su estilo. Podemos recordar, tam-
bién, el concepto de Montaigne: “Todo el mundo me recono-
cera en mi libro y todos reconocerdn mi libro en mi.”
No importa que psicdlogos modernos hayan querido re-
accionar contra estas indiscutibles verdades. No vale que
hayan afirmado que el reflejo de la personalidad viene a re-
bajar la obra de arte. El arte, digamos nosotros, no puede
ser otra cosa sino la expresién espiritual del ser humano,
del ser humano superior, y, por consiguiente, no hay arte sin
hombre. Tampoco es cierto que el estilo personal se diluya
en el estilo propio de una época. Una época tiene, es induda-
ble, su estilo y hasta sus estilos, porque siempre se produce
una diversidad, y esta diversidad es, precisamente, prueba de
que cada hombre consagrado a las letras o a las artes posee
su propia manera de manifestarse dentro del modo general
impuesto en el transcurso del tiempo. En el Romanticismo,
hallamos estilos tan diferentes como el de Hugo y el de Mus-
O19 ALFREDO DE LA GUARDIA

set, el de Dumas y el de Vigny; muy dispares estilos son, en el


realismo, el de Flaubert y el de los Goncourt. Los jemplos son
claros e innumerables.
Asevérase que la obra de arte pierde con su significacion
personal. Y es que se entiende como personal lo inferior de la
persona y no lo supremo de la personalidad. Hablase de la co-
nexién directa entre el corazén del artista y el corazon de la
humanidad.!*° :Pero qué se entiende por eso? ¢Es que el cora-
zon del artista no es el simbolo, exactamente, de la persona-
lidad, del espiritu personal de este artista? Es que el artista
no es, como hombre, una particula de la humanidad? Todo
eso no es mas que una teoria rebuscada, sin asidero alguno.
Lo cierto es que cada hombre se refleja en todos sus actos,
intelectuales o materiales, en sus creaciones 0 en su mera con-
ducta, Cada acto es, efectivamente, el hombre mismo.
La vida de Rojas es una linea muy determinada, que res-
ponde a una imperiosa vocacién y se_desarrolla con una nitida
conducta, Es sencilla en sus episodios externos, pero rica,
armoniosa, abundante, fecunda en lo que respecta a su con-
tenido interior. Una existencia consagrada a sus tareas inte-
lectuales: el periodismo, la literatura, la catedra, la investiga-
cin, apenas si fugazmente cortada por el viaje a Europa en
su juventud y alguna visita breve a paises no lejanos de la
América hispana. Doce o catorce horas de trabajo casi conti-
nuado y aun, seg decia, una labor subconsciente durante
el suefio, pues despertaba con las ideas prontas y claras para
aplicarse, inmediatamente, a la tarea del dia.
Pero esta vida sedentaria hervia en una accién espiritual.
Rojas palpitaba, al escribir, como si alentasen en él los con-
ceptos que vertia trocados en seres humanos. Era el indio de la
época precolombina, era el conquistador avanzando por las
selvas y los desiertos, era el criollo o el mestizo de la Colonia,
el subdito del Virreinato, el ciudadano libre de Mayo y de
Julio, el soldado constitucional en las guerras civiles, el esta-
dista de la organizacién nacional y, naturalmente, el argen-
tino que celebra los fastos de la Patria. Su espiritu y su ima-
ginacion poseian esa capacidad de revivir la historia y con ella
a su pueblo,
130 H. Read y aun C. G. Jung.
1 IEGUA TOY SRO ING O13

Por eso, su estilo, con ser tan personal, tan definido,


abunda en variaciones que no lo desvirttan ni lo disfrazan
en ningun momento. Su modo de escribir suele ser en tér-
minos generales, directo, numerosisimo de vocablos, con pe-
riodos redondos, fluencia corriente, opulencia conceptiva y
una gran facilidad formal. La prosa le mana por los conduc-
tos de la sangre; por eso es tan argentina como espafiola. Y
esa prosa espontanea y natural se adecua al caracter de la obra
que contiene. De ahi que, en ocasiones, se torne oratoria
—cuando se trata de discursos—, 0 profesoral —cuando en-
clerra ensefianzas—, o decorativa —al forjar evocaciones his-
toricas— o épica —al cantar las hazafias de los héroes—. Pero
nunca es una prosa de imitacién, jamds cae en el pastiche.
En algunas paginas entre las compuestas con el fervor nacido
de su concepcioén eurindica se torna barroca, abusa de acu-
mulaciones de gusto dudoso y cae en tautologia; pero son estos
defectos muy ocasionales. En general, esa prosa, de universa-
lidad castellana, presenta un bello perfil y los signos de haber
sido castigada, a veces, para cefiir voluntariosamente a la idea.

Riqueza formal

Podriamos aplicarle a Roias el ideal que exponia Eduardo


Wilde acerca de la forma literaria: “Lo exquisito de un
libro esta en la claridad de su forma, en la elegancia de las
palabras, en la consonancia de los sonidos y. naturalmente,
en la novedad del concepto que se expresa’”’. FE] mismo lo re-
cordaba. Y veamos una muestra de esa maestria:
“Pero nadie sintid la Pampa en su genuina emocién como
el gaucho de nuestros tiempos heroicos. Los amos de la tierra
no la habian cerrado atin con sus barreras de alambre. Los
ingeniosos de la industria no la habian plantado de eucalip-
tus, ni edificado de rojas torrecillas. No pacian los ganados
en manso encerramiento, ni los convoyes del ferrocarril pa-
saban sobre sus vias resonantes. La verde graminea 0 el pasto
dorado se dilataba hasta el horizonte, coloreandose con reflejo
vibratil bajo los soles ardientes del desierto. El] misterio de la
eternidad haciase tangible en el silencio de los cielos y en
la desolacién de Ja tierra. Entonces era cuando el gaucho cru-
214 ALFREDO DE LA GUARDIA

zaba solitario, como un proscripto de otros mundos, Ja inmen-


sidad de esa lanura. Era la hora del alba, y el primer rayo
de sol, soslayando una gota de rocio, le brindaba un diamante
en la hoja dura del cardal; o bien era la hora de la siesta, y del
pajonal refrescado de pronto por la brisa llegabale el silbo
de una perdiz; o bien era la hora de la tarde, y sobre el hori-
zonte lejano veia demorarse la luz en el reflejo de una nube
purpurea; o bien era la hora de la noche, y sobre la pampa
amortajada en silenciosa tiniebla no le quedaba mas que alzar
los ojos a las estrellas que él nombraba con nombres de la
pampa: las boleadoras, el avestruz, el rio del cielo... Y aque-
Ilo era la poesia de su desolacién: rocio, pajaro. arrebol, es-
trella... Cuando la noche habia pasado, después de haber dor-
mido a la intemperie, sobre su propio recado y con la cabeza
al Naciente para no perderse, recomenzaba su jornada junto
con el sol, y asi marchaba encontrando durante su camino,
aqui un ombii que le prestaba su gombra. alla una tapera
donde maullaba un gato hambriento, mas adelante un bafiado
chapoteado de nutrias y de garzas, mas lejos una pulveria
donde estaba cantando un payador. Solo sobre su caballo de
andar, o ya de a dos con el aparcero de sus andanzas 0 con
la china de sus amores, o bien en columna con el caudillo
de su montonera, o en convoy con la carreta de los largos
viajes, 0 en grupo de camaradas para las faenas de la doma
y la hierra, asi cruzaba el gaucho aquellas viejas pampas de la
patria adquiriendo en la vida errante del desierto, bajo ese
magisterio de la tierra y del cielo un sentimiento de indivi-
dualidad casi salvaje, un anhelo de libertad anterior a toda
doctrina, una especie de fatalismo ante el duro destino y de
realismo ante el abierto horizonte, que fueron en su alma pri-
mitiva la leccién de sus llanuras, y que han quedado en nues-
tra raza como la flor inmarcesible del genio pampeano.” 154
Antes y después de esta pagina de la Historia literaria,
podriamos traer ejemplos muy distintos, como los de El Pais
de la Selva, con el acento juvenil, y de El Cristo Invisible,
con su tono meditativo.
En el libro de las leyendas encontramos una prosa lena
x 131° Historia de la Literatura Argentina. “Los Gauchescos”, 2? edi-
cion( pags. 106, 107 y 108.
RICARDO ROJAS 215

de color, con dejos romanticos, algtin punto modernista, incli-


nada siempre al efecto decorativo.
‘““Anochecia en aquel bosque...
”Bajo su gran techumbre, bordada de follajes en tosca ur-
dimbre de ramas, anticipdbase la sombra, entenebreciendo
salvajes retiros. A todo rumbo dilatabase lo inexplorado de la
selva virgen. Expresiones humanas asumian las asperas corte-
zas, desfiguradas en la penumbra del crepusculo: este hueco
siniestro semejaba el ojo solitario de un ciclope; ese nervudo
gajo, el poderoso biceps de un atleta; y la arboleda toda, un
petrificado ejército de gigantes.” 1%?
Estas frases sugestivas, plenas de resonancias, forman
contraste singular con los didlogos del volumen de reflexiones
cristianas, desarrollados en un lenguaje de conversacién amis-
tosa:
““Huésped: —A pesar de sus disciplinas herméticas y de
su mision apostdlica, no se puede negar, sin embargo, que
un vasto movimiento cristiano se ha realizado fuera de ella.
Monsenor: —Son las ovejas descarriadas de que hablo
el Senor.” 153
Los fragmentos anotados muestran la riqueza formal de
Rojas, que debe figurar entre los escritores clasicos argentinos.
Prueban esa cualidad y esa calidad del verdadero creador lite-
rario.

Confusiones. . .

En nuestro pais se da una frecuente confusion, no ya


en el lector comin, sino por parte de la critica, que iguala al
escritor auténtico y al redactor vulgar. Confundese, efectiva-
mente, la obra literaria genuina con ciertas tesis universita-
rias, productos de una parsimoniosa anotacion al través de los
afios, o bien con los trabajos de seminario heterogéneos y dis-
pares, Son numerosos, entre otros, los profesores que redactan
voluimenes —a veces ingentes por el numero de paginas— de
manera que recuerda las epistolas del estudiante a la familia,
132 E] Pais de la Selva, pag. 19.
133 El Cristo invisible, pag. 245,
216 ALFREDO DE LA GUARDIA

pero que de ningun modo constituyen trabajos de alta jerar-


quia intelectual, como expresién de nuestras letras. Muy fre-
cuentemente tropezamos con estos libros de una hibridez
desagrable, mds 0 menos —por lo general, menos. ..— co-
rrectos gramaticalmente, mas sin reflejo alguno de una _per-
sonalidad definida: libros incoloros e insipidos, libros que diria-
mos sordos y casi mudos..., que estan en el extremo opuesto
de la creacién artistica. Explicase ello por el hecho de que,
para tantos argentinos, el idioma castellano es una lengua casi
extranjera, que se habla mal en el hogar paterno del inmi-
grante y se aprende, no en el regazo de la madre, sino en la
calle o en la escuela. Esta es una regla general en quienes
no descienden de espafioles, que tiene, sin embargo, brillantes
excepciones; para citar sdlo una, la de Alberto Gerchunoff,
nacido él mismo en Rusia.
Quienes escriben incorrectamente suelen menospreciar la
prosa. Suelen acogerse a la frase: “el mejor estilo es no tener
estilo.” Pero atin asi yerran —ellos escriben erran...—, pues
este concepto encierra una sutileza; quiere decir que escribese
con un estilo tan nitido y transparente que no se percibe en
una lectura simple. También se refieren con desdén a la ret6-
rica, sin advertir que esa retdrica menospreciada es “el arte
de bien decir, de embellecer la expresidn de los conceptos, de
dar al lenguaje escrito o hablado eficacia bastante para delei-
tar, persuadir o conmover”. No faltan quienes ante una buena
prosa, la desechen por considerarla hispana... Estos creen
que escribir con pésimo lenguaje de café o jerga callejera es
una afirmacién de nacionalismo. Ignoran, naturalmente, que
Verhaeren, Rodenbach, Maeterlinck, Ghelderode no entendie-
ron disminuir su nacionalidad belga porque escribieran en un
francés excelente. Lo mismo cabe decir de los suizos Spitteler
y Dirrenmatt, que escriben su aleman perfecto. Por otra
parte, la variedad de los estilos enriquece a una literatura y
qué placer proporciona aquilatar y deleitarse con los modos
de escribir de un Balzac y un Stendhal, un Barrés y un
France, un Claudel y un Cocteau. Ese es un placer que no esta
al alcance de quienes son incapaces de escribir en prosa —con-
trariamente a M. Jourdan, que hablaba en prosa sin saberlo—,
y hacen alarde de una chabacana manera expresiva, creyén-
dola mas propia del pais,
RICARDO ROJAS 917

El estilo es la gracia de la obra literaria. “No hay arte


donde no hay estilo —escribia Oscar Wilde en El critico como
artista—, y no hay estilo donde no hay unidad, y la unidad
es propia del individuo.” Esta sentencia es definitiva. Pero
recuérdese, ademas, una de pensador por cierto mas alto en
asunto de estética. Hegel dice en De lo Bello y sus formas:
“La carencia de estilo, en este significado mas amplio del
término, es entonces, o bien la impotencia para apropiarse
de ese modo particular de representacién necesario en si
mismo, o bien el capricho del artista, que se abandona a la
buena de Dios, empleando una manera sin valor en lugar
de la conformidad de las reglas”. Donde empieza por fallar la
escuela elemental para ensefiar a expresarse y se concluye,
a veces por hacer gala de la incorreccién en el texto seudo-
literario, es natural que no se aprecien todos estos conceptos
acerca del estilo, Como cualquiera habla... cualquiera escribe.
Y como tan vastos sectores del publico lector son ajenos o
indiferentes a la belleza del idioma, hay libros rematadamente
mal escritos que se venden con numerosas ediciones.
“A fuerza de ignorar la lengua madre —dice Rojas—
creen en una lengua derivada de aquella.” Pero ni siquiera
se trata de resucitar los intentos sarmientinos ni de reproducir
los modos gauchescos, sino de expresarse en un lenguaje del
populacho, lleno de frases hechas y lugares comunes —que,
por otra parte, cambian con los afios— y que participa de la
charla del burdel o del conventillo.
Ni siquiera acepta Rojas, con muy buen criterio, el Ila-
mado “lenguaje de los gauchos”. A este respecto, manifiesta:
“Yo no creo que se trate de un idioma distinto del espafiol,
ni de la sintaxis de una futura lengua argentina, ni de un
factor politico indispensable para la formacién de nuestra
literatura nacional, ni de un modo expresivo de emociones
estéticas universales’’, Afirma que no hay consistencia cienti-
fica en las afirmaciones de “nuestros filélogos de aficién”’.. .
‘De conocer mejor la evolucién histérica del castellano, em-
bridaran su futil americanismo”... ‘“Repudio un libro como
el del doctor Luciano Abeille (Idioma nacional de los argen-
tinos, Paris, Bollon, 1900), porque carece de sistema cien-
tifico y porque fomenta las inclinaciones mas barbarizantes y
918 : ALFREDO DE LA GUARDIA

vanas del patrioterismo criollo.” 1*4 Ya no se trata de tal cues-


tion. El alud inmigratorio ha barrido desde entonces cualquier
prurito gauchesco. Ahora se trata de una ignorancia supina
de la gramatica, una absoluta falta de intuicién del idioma un
mal gusto evidente y una inclinacién al menor esfuerzo po-
sible.125 Ahora se busca escribir a la marchanta... El perio-
dismo —olvidado de la escuela iniciada por Mitre en La
Nacién—, la radiofonia, los traductores de titulos cinema-
tograficos, la televisidn son vehiculos corruptores del lenguaje
de los argentinos.
Al volver sobre el estilo de Ricardo Rojas, digamos que
una observacién minuciosa de su modo de escribir denuncia
errores de diversa indole. Fue Miguel de Unamuno el que,
en la correspondencia cambiada entre ambos escritores, se-_
fialé no pocas de esas faltas, a veces con un rigor extremado,
a veces sin advertir que se trataba de erratas de imprenta.
Sefialaremos algunas de esas correcciones de Unamuno, mar-
cando la fecha de las cartas en que fueron formuladas. Ad-
vierte que suso no quiere decir debajo, sino encima, y que no
debe escribirse fetiquista, sino fetichista (28-I1-1908); repro-
cha usar opsigamos, pseudonepote, moira, indumento, syringa
(15-V-08); que no es rose, sino roce (6-X-19), y otras cosas
varias. Lo curioso es que el mismo autor de En torno al cas-
ticismo escribe moira, en otra de sus paginas referentes al
chileno Luis Ross Mujica y también incurre en el feo “me
hago la ilusién” en lugar de me forjo la ilusién.'**
Muchas otras faltas pueden subrayarse en los libres de
Rojas. En la Historia de la Literatura Argentina, en la se-
gunda edicion hallamos provisoria por provisional (‘‘Los Gau-
chescos”, 429, y “Los Modernos”, 809); primaba por privaba;
velorio por velatorio, lapso de tiempo (“Los Coloniales’’, 355,
446, 515); eglogico por ecldgico (“Los Modernos”’, 261, 880);
caliginosos por calurosos (“Los Proscriptos”, 237); muche-
dumbre”’, dando por entendido que se trata de gente numerosa
(“Los Gauchescos”, 908); verbos inexistentes, como prisrna-
tizar (“Los Proscriptos”, 360); pendolear (‘Los Gauchescos”,

134 Hist. de la Lit. Arg. “Los Gauchescos”, 2° ed., pags. 846, 852, 867.
135 Mucho se escribié al respecto: Américo Castro, Amado Alonso, etc.
136 Ver Revista de la Universidad de Buenos Aires, aiio 3, n° IU,
pags. 425 y 429,
RICARDO ROJAS 919

587); prudenciar (Profeta de la Pampa, 440), encapsularse


(Ensayo de critica historica, 159); salvajizar (“Los Gau-
chescos”, 852); gestionara, firmara, auspiciara por gestiond,
firmo, auspicié (Ensayo, 12); agreguemos vocablos inad-
misibles como progresivista (“Los Proscriptos”, 119); reim-
patriados (“Los Proscriptos”, 859), etc .
Son lunares que pueden encontrarse generalmente en la
prosa de muchos escritores —-en la nuestra habra otros— y
que no llegan a afear el estilo de Rojas.
En la pagina de “Los Gauchescos” antes transcripta se
ha podido ver alguna influencia de Echeverria —desde luego,
mejorado— y esto nos llevaria a recordar la importancia que
el autor de La Cautiva daba, precisamente, al estilo. El pro-
pio Ricardo Rojas lo marca en “Los Proscriptos” al anotar que
Echeverria tenia presente a Quevedo —con admirable criterio,
digamos— y aseguraba que “el estilo es inimitable, puesto
que nace como asido a la forma del pensamiento al cual ca-
racteriza y completa’. Asi es, sin duda, el suyo.

Juicios diversos

Juicios opuestos ha merecido, sin embargo, la prosa de


nuestro autor. Rubén Dario hallaba, aun en su labor perio-
distica, un “poder lirico... una armoniosa y aun elocuente
riqueza verbal’’.13* Adolfo Posadas afirma que “es uno de los
buenos escritores de lengua castellana” y lo pone al nivel de
Rodo, Joaquin V. Gonzalez, Dario y Lugones.'#* Roberto F.
Giusti consigna que el prosista tiene “austero y pomposo es-
tilo”.18® Tratando de El Pais de la Selva, dice el mismo
Giusti que, si bien rechaza el capitulo primero por “cierto
aparato épico” y “algunas formas estilisticas hugonianas”’, el
“libro se desliza con el tono de una narracion casi siempre
sencilla, llana, que nos pone en contacto directo con las cosas
y los seres que el autor se propone pintar”... “Esa simplici-
dad del libro es su condicién mas sodlida, con tanta mayor
razon, cuanto que, no es una facil fluidez sino una esponta-

137 Mundial, Paris, 1-1914.


138 Temas de America, Valencia, 1926.
139 Nuestros poetas jovenes, Buenos Aires, 1912.
22.0 ALFREDO DE LA GUARDIA

neidad brillante, vigorosa, derivada del tono, del lenguaje em-


pleados, y de la honda comunién del artista con el tema que
trata.” 14° El culto critico no fue tan elogioso al juzgar otros
voliimenes de Rojas. Parmeno (el escritor espaiiol José Lopez
Pinillos) se referia mds al orador, aun cuando el conferen-
ciante leia su prosa: “los parrafos amplios y rotundos, de
ardiente verbo y de primorosa construccién, cautivaron al
auditorio”.141 En la citada revista Nosotros, andnimamente,
se hace mencion del “estilo magnifico, idioma a la vez plas-
tico y musical, extraordinario de fuerza y de colorido”.***
Atilio Chiappori hablé de “la pureza de su estilo” al ofrecer
un banquete a Rojas. Manuel Galvez, comentando Blasén de
Plata dice de su estilo “es numeroso, facil, elocuente, mu-
sical, quizds en exceso sonoro y oratorio. Es la prosa de un
maestro, aunque no es lo prosa que debe estimarse mas’’.*##
Victor Juan Guillot comentd: “Posee el senor Rojas una prosa
que sin lograr esa alada elasticidad privilegio de ciertos esti-
los, alcanza la claridad y elegante precisidn deseable en un
instrumento verbal cuya utilidad no debe estar exenta de be-
lleza.” 144 Arturo Vazquez Cey dijo: “Limpio y uniforme se
muestra ese estilo en los pasajes destinados al razonamiento
discursivo. Adecuadamente se remonta al plano del arrebatado
ditirambico y de la visién alucinante, y son entonces suyos
el color opulento y la linea vivaz. El vigoroso prosador que es
Rojas nos ha dado en Eurindia paginas duraderas donde la fle-
xibilidad expresiva se concilia con la nitidez lapidaria.” 14°
Este juicio es, sin duda, el mas exacto. El estilo literario
de Ricardo Rojas, si bien es siempre fiel expresién de su per-
sonalidad, ofrece variaciones dispares, segtin el caracter de Ja
obra en que se manifiesta. Lo vimos en los ejemplos expuestos
anteriormente y podriamos dar otros mas, si desedramos
extender este capitulo,
En el estilo de Rojas se encierran la raza, la geografia, la
época, el tema, el designio con que esté compuesto el tra-

140 Nosotros, t. II, 1908.


141 En Heraldo de Madrid, 28-V-1908.
142 N® VIII-IX-1908.
143 Revista de América, Paris, XI, 1912.
144 Ta Epoca, 28-XII-1916.
145 Humanidades, La Plata, XI-1924.
RICARDO ROJAS 991

bajo. Sus narraciones y descripciones adquieren formas dife-


rentes a las del razonamiento, la critica, la digresién, el apar-
tado discursivo. El tempo es distinto en El Pais de la Selva
y en la Historia de la Literatura Argentina; lo es, asimismo,
en Eurindia y en el Ensayo de Critica Historica. Aquellas
variantes y los matices que en ellas se producen enriquecen
la prosa de Rojas, le imprimen un singular atractivo y. aunque
la situen, por momentos, en una época determinada no la re-
ducen a los limites de una escuela y le quitan, por ello, ampli-
tud y universalidad. No podemos decir que esa prosa sea cla-
sica, nl romantica, ni realista, ni modernista. Posee elementos
de todas esas tendencias, a veces se hace severa y objetiva, a
veces figurativa y llena de subjetivaciones, bien se reduce a la
expresion directa, bien se ornamenta con ciertas preciosidades.
Pero esta diversidad —lo repetimos— no importa para que
esa prosa —segun decia Flaubert— sea la manifestacién de
una manera de ser, de un modo de vida. En suma, de una
personalidad. Eso si, de una personalidad intimamente ligada
a su tierra, a sus tradiciones, a su tiempo, y que, no obstante,
se dilata hacia todo el mundo hispanico en el ambito del espi-
ritu, en la funcién del pensamiento, en el ejercicio de las letras.
De ahi que sutilizando en ese estilo de Rojas se pueda
encontrar algunas concomitancias con Hugo —por cierto, muy
de primera hora, muy fugaces, bastantes en su poesia inicial,
casi nulas en su prosa—; algunas, también, con Castelar, es-
pecialmente cuando se trata de discursos; algunas con Valle-
Inclan, el de las Sonatas, al abordar narraciones pintorescas.
Ninguna de ellas es suficiente para hablar de copia o calco,
porque si asi fuere significaria una negacién del propio estilo,
que es tan determinado en todo el curso de la obra.

“Kl floripondio”’

En ocasiones, puede observarse una acumulacion o redun-


dancia sobre una idea definida, que se reitera acaso sin nece-
sidad, y que se presenta como un contraste sorprendente ante
la rigidez, el castigo con que el escritor procede en otras opor-
tunidades. Aquel sentido de la abundancia, que se advierte,
por ejemplo, en la Historia de la Literatura Argentina, fue el
999 ALFREDO DE LA GUARDIA

que sugiriéd a Paul Groussac, la imagen del “floripondio”. El


autor de Mendoza y Garay usaba el vocablo en su segunda
acepcion: “Flor grande que suele figuraren adornos de mal
gusto”. Para él, la Historia era desmedida en su extension,
porque no creia en una literatura nacional. Era desmedida,
asimismo, porque juzgaba a la prosa de Rojas, por alusion,
como “el cultivo del floripondio”’... “los relumbrones de una
sonora y hueca fraseologia”. Es muy probable que Groussac
no hubiera hecho mas que hojear muy de pasada la volumi-
nosa obra, porque de haberla leido con alguna atencién habria
comprobado que Rojas lo cita en ella con mucha frecuencia y
con repetido elogio. Cerca de medio centenar de veces, y consi-
derandolo casi siempre como maestro; lo nombra a él y a sus
trabajos. Respecto a la edicién critica de los Anales de la
Biblioteca la considera “la mas perfecta”. Y agrega: “No
incurre Groussac en apasionadas interpolaciones ni indolentes
vacios. No mutila un texto que no le pertenece. Es una edicién
hecha‘de acuerdo con las mas elementales reglas de prolijidad
literaria y escrupulo paleografico; reglas que fueron ignoradas
0 violadas por los editores y diplomaticos de la generacion
anterior, y que, a pesar de lo andado, aun sigue siendo la facil
ley de nuevas aventuras literarias.”!#® Paul Groussac censuré
a Rojas haber incluido la poesia popular argentina en la misma
Historia, diciendo que ello importaba “confundir el rancho
con la arquitectura”, juicio que hoy vemos hasta qué punto
constituia una grave equivocacién. Es evidente que le moles-
taban las investigaciones del investigador literario. . .

Error garrafal

_ Groussac arremetié contra Ricardo Rojas a causa, tam-


bién, de su error. garrafal cometido, en Un enigme littéraire.-
Le Don Quichotte d’Avellaneda, al atribuir este libro a un
escritor ya fallecido, a la sazén, un tal Marti, naturalmente
imposibilitado de ser el autor...
Menéndez y Pelayo, que sefialé esa imposibilidad y dejaba
en posicion tan desairada a Groussac en una polémica famosa,
148 Hist. de la Lit. Arg. - “Los Coloniales”, 2* edic., pag. 531.
RICARDO ROJAS 993

le dijo a Rojas, en ocasién de la visita de éste a Espaiia: ““Des-


pués de tantas candidaturas problematicas para identificar a
Fernandez de Avellaneda, la de Marti era la inica imposible,
porque éste habia fallecido antes de que apareciera el libro
de Cervantes. Yo no hice sino publicar el documento que com-
prueba la muerte de Marti”. —‘‘Usted ha invalidado con sélo
dos paginas —le contesté Rojas— todo un libro escrito para
desacreditar a la cultura espafiola’”’.147 Esta solidaridad de
Rojas con Menéndez y Pelayo costé al escritor argentino la
animosidad arbitraria del critico francés. Y lo ingrato es que
tantos intelectuales de las generaciones siguientes han seguido
citando la denostacién de Paul Groussac sin buscar su origen
y sin determinar qué circunstancias la provocaron,
Pero sabemos hoy perfectamente hasta qué grado el his-
toriador de Santiago de Liniers se equivocaba en su propia
labor y en el juzgamiento de la ajena. Conocemos sus injus-
ticlas respecto a Echeverria y Alberdi, por ejemplo. Groussac
no se identificd jamas con el pais, a pesar de su larga resi-
dencia en la Argentina. y los numerosos trabajos que dedicé
a los temas nacionales. Quiso ser siempre Paul y no Pablo.
Jamas se consolé de no» haber podido ser un gran escritor
francés, de ser en Paris un “boquiabierto provinciano”, como
dijo en el Viaje intelectual, en ocasién de su visita a Victor
Hugo. Cuando vivia en Buenos Aires afioraba a su patria de
origen, su lengua, su cultura, y atacaba a casi todo aquello
que con su patria de adopcion se relacionase y, por extension,
a cuanto se refiriese al mundo hispanico. Un caracter aspero,
mas atin violento, motivado por esa dualidad imposible de
allanar o resolver, hizo de él un aristarco incomprensivo o des-
defioso para lo argentino, hostil a outrance para lo criollo, que
chocaba, naturalmente, con su idiosincrasia, a pesar de su
estada en San Antonio de Areco...
No se rebajaran aqui los méritos de buena parte de su
labor histérica, aun cuando acaso falte revisarla, cosa que no
se ha hecho, porque aquella actitud admonitora de Groussac
ha constituido una defensa y un escudo post mortem para toda

147 EK] doctor José A. Oria publicé un trabajo titulado “La polémica de
Menéndez Pelayo con Groussac sobre el Quijote de Avellaneda”, en que
expuso con detalle esa controversia y donde figuran los ataques del escritor
francés al maestro espafiol y a toda la cultura de Espaiia.
994: ALFREDO DE LA GUARDIA

su obra. Muy embargadas por la influencia francesa, las gene-


raciones de ese tiempo consideraron poco menos que tabu
cuanto produjo. Sin embargo, Antonio Dellepiane no vacilé en
censurar Fruto vedado, considerandolo labor de “pluma
poco segura”’.
Paul Groussac incurrié en equivocaciones como critico y
en errores muy evidentes como escritor de imaginacién, Aqui
deseamos referirnos sdlo a sus piezas teatrales, que es punto
interesante para nosotros.

Obras teatrales de Groussac -

La divisa punzé (1923) fue considerada como una obra


maestra con la que se iniciaba, nada menos, que el teatro his-
torico argentino. Para quienes asi opinaban, no existian, como
documentos, los dramas del tiempo de la Revolucién, y que-
daban olvidadas comedias de Martin Coronado, Nicolas Gra-
nada, David Pefia, Enrique Garcia Velloso —1810, Minué
Federal, Facundo, Los amores de la Virreina, para citar
brevemente—, que habian cumplido con dignidad aquella mi-
sion. La divisa punzd, bastante bien compuesta sobre el
fondo histérico de la conspiracién de Maza, en 1840, no pasa,
sin embargo, de ser una pieza melodramatica de intriga exte-
rior, donde se advierte el influjo de Victorien Sardou en el trazo
simple de los personajes y en el efectismo de las situaciones.
Su Rosas, su Manuelita, los Maza padre e hijo, todas sus figu-
ras en fin, no agregan nada psicolégicamente ni dramatica-
mente a las que ya habian manejado los autores nombrados y
otros mas. Su lenguaje es una prosa un tanto amanerada y,
desde luego, incolora, como toda la suya, producto de una
gramatica aprendida con fria correccién.
_ Pero realmente La divisa punzo seria una obra maestra
si la compardsemos, con La Monja drama en un acto, dedi-
cado a su hija Taita, y que desconocen —creemos— los ren-
didos admiradores del escritor francés.148
La escena se desarrolla en el castillo de Saint-André,
propiedad del Conde de Laroche, en una majiana otofial del
148 Editado por Athenea, s/f.
HLCARDOT ROS AS 995

ahio 1885. Alli aparece Gaston Laroche, hermano del propieta-


rio, de regreso de sus largas aventuras por América, bajo el
nombre de Alan Juhel. Clara Bresson, cufiada del Conde, una
mistica fanatica, recibe al viajero y en la conversacion descu-
bre que el intruso tuvo, en otro tiempo, relaciones con su
hermana Berta, que es actualmente la Condesa de Laroche,
cuyo gran retrato cuelga de uno de los muros del salon. El
viajero no sabia que aquella mujer a quien enamoré —que se
hacia llamar, entonces, Eva Rogers— iria a convertirse en
su cufada. ¢Qué hacer? Berta dispone que Gastén se marche
inmediatamente, sin llegar a ver a los condes, que estan au-
sentes en esa hora. Y Gastén acepta este mandato, aunque ya,
en tales momentos, de quien se ha enamorado con el coup de
foudre es de Clara. Ella, también, ha sido flechada por é1. Pero
el destino dispone que se sacrifiquen y separen.
“Clara: —Gaston... os suplico.
Gaston: —(da un paso y se vuelve). Adids para siempre...
Clara: —(bajando la cabeza, murmura). Para siempre
adids... oP)

Poco después llega el Conde de Laroche y se entera de que


su hermano, a quien no ve desde hace tanto tiempo, ya ha
partido. Entonces grita:
“Laroche: —(exasperado). j;Ah lo he temido desde el pri-
mer momento! Y le has dejado partir por no humillarte. Tu
intolerancia de fanatica arroja de su casa a mi hermano el dia
que vuelve, después de diez afios de ausencia... jHas hecho
eso, tu!... jAh, rayo de Dios! (Tiene un ademan terrible,
pero se reprime y estrella la vasija contra el suelo).”
La obrita no es defendible, como se advertira, por ninguna
parte. Sus personajes son mufiecos sin vitalidad, sin caracter,
sin légica alguna en ideas, sentimientos y actitudes. El len-
guaje es, seguin se ve, artificioso y ridiculo: ‘“‘jOh, suefio supre-
mo de mi declinante juventud!... Refugio de paz profunda
—una hora gozado, y cuya pérdida me va a dejar una fatiga
indeclinable que nadie aliviara... j;Ay, no era ya por Berta
por quien queria quedarme! (Gaston cae de rodillas a los pies
de Clara, llevandose a los labios una mano de ésta”.
Como se lee, aqui la prosa no es ni siquiera correcta, Ad-
viértese que el autor piensa en francés y traduce luego en un
castellano detestable. Después de leer tales escenas, uno se pre-
226 ALFREDO DE LA GUARDIA

gunta si el critico que las escribid cuando ya iba a cumplir


cuarenta afios, en plena madurez por consiguiente, tenia mu-
cho derecho a censurar a otros escritores. Pero era un fran-
cés... y eso es un gran titulo en el mundo literario.

Arte y lenguaje

“Ta palabra es lo que tiene de mas humano el hombre”


—afirmé Wladimir Weidlé en el Coloquio de Buenos Aires—,
para definir después: “El arte es el lenguaje”. Volviendo
a Ricardo Rojas podemos asegurar que en él se cumplen es-
tas dos manifestaciones. Su palabra —la que hoy tenemos
escrita y la que escuchamos en otro tiempo— posee y poseia
un don cordial que no puede ser negado. Caracterizase, tam-
bién, por una dignidad que comprende el aspecto espiritual y
el aspecto literario a un mismo tiempo. Su expresién fue, en
todo momento, noble, elevada por él concepto, con un gran
decoro en la forma. Su personalidad esta presente siempre en
su frase. Su palabra no puede ser mas humana. Su lenguaje
es, exactamente, su arte.
Ya Florencio Varela se quejaba del descuido en el habla.
‘“‘Nada hay en nuestra patria —escribia en carta a José Maria
Gutiérrez, en 1835— mas abandonado que el cultivo de nues-
tra lengua..., la mas rica, sonora y numerosa de todas las
vivas’”’. Durante el curso del siglo pasado ese abandono fue cada
vez mas evidente. Sin recordar a quienes deseaban forjar un
idioma argentino propio —ya se dijo—, el prurito de desdefiar
el castellano se hizo muy notorio. Lucio V. Lépez dice en La
gran aldea: “No era chic hablar espafiol en el gran mundo;
era necesario salpicar la conversacién con algunas palabras
inglesas, y muchas francesas, tratando de pronunciarlas con
el mayor cuidado, para acreditar raza de gentilhombre”. Mi-
guel Cané confesaba en sus Charlas literarias: ‘Para cual-
quiera de vosotros, yo el primero, que no escribimos en espafiol,
sino en un dialecto especial, en que el vocablo es mas 0 menos
castellano y la forma siempre francesa...” Y Angel de Estra-
da: “En mi época se pensaba y se leia en francés...” La
lengua estaba, pues, entregada a los caprichos del escritor y
del conversador. No iremos a negar que aquellos escritores
|

RICARDO ROJAS 927

—suponemos que los conversadores también, y pongamos a


Mansilla como uno de los ejemplos claves— tenian una ele-
gancia innata o adquirida para redactar o hablar en esa jerga
mundana en que la construccién gramatical y tantos vocablos
insertos aca o alli eran extranjeros. Esa elegancia fue propia
de una época —si se quiere, la belle époque nuestra, tam-
bién—, porque el tiempo, las costumbres, los caracteres le eran
propicios. No existe, en cambio, tal elegancia en nuestros dias,
donde aun se reflejan aquellos habitos extranjerizantes.
Ricardo Rojas, que reaccioné contra ese desdén por la
lengua castellana, es uno de nuestros escritores mas castizos,
sin que por ello haya perdido ni en parte minima su caracter
nacional. Muy por el contrario, su estilo es eminentemente
argentino. Por cierto que esta, asimismo, dentro de una é€poca.
Lo esta, de igual manera aun cuando con tonalidades muy
diferentes, la prosa de un Enrique Larreta, quien hizo gustoso
alarde de su hablar castellano, aprendido de las criadas espa-
fiolas de su familia. Tampoco Lugones fue afecto al extranje-
rismo. En realidad, todo un nucleo de escritores en los comien-
zos de nuestra centuria, reaccioné contra el galicismo y el
afrancesamiento. Ahi estan Rafael Alberto Arrieta, Ricardo
Saenz-Hayes, José A. Oria, Arturo Capdevila, Jorge Max
Rohde, José Leén Pagano —que llevé su prurito a la supresién
de todo gue en la oracién— y otros varios de la generacion
siguiente, cuya lista, por fortuna seria larga.
E] mismo lenguaje es reflejo de la cultura de cada escritor
y el de Ricardo Rojas nos demuestra cuanto era, desde luego,
la que él poseia, la que nos ha dejado inserta en una obra tan
fértil como es la suya, en una poligrafia que, bien mirada, no
tiene igual dentro de nuestra literatura.
LA DRAMATURGIA
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PROCESO, CRITICA Y CONCEPTO DEL TEATRO

Vocacion dramatica

eR LITERATURA DRAMATICA NO FUE UNA CAPRICHOSA IMPRO-


visacion de Ricardo Rojas, en su madurez, dentro de su vasta
poligrafia.
Desde muy joven sintidse atraido por el teatro y tanto es
asi que ya en 1901, antes de cumplir los diez y ocho anos, se
inicia como critico en El Pais, publicando el 28 de marzo
una crénica del estreno de Electra, de Galdés, trabajo que
recopilara, después, con otros en el libro Alma Espanola. El
precoz exégeta no dejaba de tener razon cuando comenzaba
su articulo con estas frases: “La resonancia que ha alcanzado
en estos dias la obra de don Benito Pérez Galdds confirma que
el secreto del éxito es la oportunidad”. El drama del gran
novelista espafiol era, efectivamente, pieza de circunstancias
y ya se sabe como le fue inspirada por un resonante suceso
ocurrido en la sociedad matritense en aquella época. Pero, por
supuesto, el éxito de Galdés —especialmente artistico— en la
renovacion del teatro hispano a fines del pasado siglo, quebran-
do el esquema melodramatico de Echegaray, distaba de ser
acontecimiento de mera oportunidad. Tratabase, nada menos,
que de afianzar el realismo como estética y de crear personajes
con una sustancia humana de que carecian los entes imagi-
nados por el explosivo autor de El loco dios, El] joven critico
932 ALFREDO DE LA GUARDIA

parecia desconocer las otras obras dramaticas galdosianas,


comenzando por Realidad, que es el fundamento del verda-
dero teatro contemporaneo espafiol.
Vale la pena detenerse en algunas consideraciones de
Rojas sobre Electra, puesto que vamos a estudiar su propia
creacion escénica. “Este drama, concretando el juicio a su rea-
lizacion, ofrece algunos inconvenientes desde el punto de vista
puramente artistico. El lenguaje natural y sencillo tiene a
veces vibraciones de elocuencia. La idea se concreta en ocasio-
nes, profunda o luminosa, en un monosilabo o en una frase
breve como una sentencia. Pero a pesar de todo esto los dos
primeros actos fatigan por su extensién, por su falta de vida
y la concurrencia de personajes cuya desaparicién beneficiaria
ciertas escenas. El tercero y cuarto actos son juntos como un
gran hueco atlas que sostuviera el siguiente, la cabeza de la
obra, valioso por su desenlace rapido, elocuente, aun cuando
hay que lamentar el discurso demasiado largo y ridiculo que
la Sombra de Eleuteria dice ante la presencia aterradora de su
hija”... “Pero donde se revela el extravio de Galdds es en
lo fundamental, en el curso de la accion, en la falta de intui-
cion psicoldgica que ha revelado en la creacion de los persona-
jes y, sobre todo, en el recurso de que se ha valido para descu-
brir la verdad, cuya victoria definitiva constituye la tesis de
su drama. Hay en esto Ultimo por lo menos, la contradiccién
inaceptable de que la verdad sea revelada por la ficcién. Por
otra parte, una aparicion de ultratumba en los comienzos del
siglo xx y en una obra de indole esencialmente positivista y
liberal, es algo que resulta anacrénico y chocante”.
No citaremos mas extensamente. Por este parrafo se ad-
vierte que el flamante critico no carecia de perspicacia, aun
cuando enrostrase a Pérez Galdés torpeza psicoldgica y falta
de vida, que no son, precisamente, insuficiencias del creador
de Fortunata y Jacinta, para citar sélo dos criaturas vitali-
simas y de caracteres definidos con agudeza. “Con todo,
Electra revela un alto pensamiento”. La parte afirmativa del
balance, aunque corta, sirvid a Rojas para afrontar la visita
al novelista de El Audaz cuando estuvo en Espafia. Recor-
daba, entonces, su articulo juvenil, que “reducia el valor esté-
tico de la pieza” y consideréd de su “deber decirselo lealmente”.
Galdds le contestéd que era de su misma opinidn.,, Pero
RICARDO ROJAS 233

cuando cuenta la anécdota en el Retablo Espariol ya sabia


Rojas, lo que la obra galdosiana representaba en la escena de
aquel pais: ‘Hoy se reconoce que él modificé el clima del tea-
tro espafiol, por el tipo de conflictos morales que planteara y
por el lenguaje de sus dialogos, sin declamacién ni cultera-
nismo”’.149
Vamos a ver como Ricardo Rojas estuvo siempre atento al
arte dramatico, tanto universal como nacional.
En La Victoria del Hombre, cita, entre los precursores,
al creador de Peer Gynt:

Ibsen, absorto en su creacion, tranquilo,


entre el presente y el futuro media;
y en el yunque titanico de Eskylo
forja sus personajes de tragedia.

Y en el mismo libro de poemas hace alusién a una de las


grandes obras ibsenianas:

Coro de gloria lanzaran los bronces,


y el pueblo, Solness del futuro drama,
elevara su torreon, entonces,
hacia la luz que su ideal inflama...

El recuerdo de Henrik Ibsen le acompajiara, porque, mu-


chos afios después en Archipiélago, en medio del “ambiente
invernal o ndrdico, de tragedia ibseniana” recuerda “el final de
Espectros” y “la muerte de Osvaldo’ .‘*® En otro lugar refié-
rese a Goncourt, Bracco, Shaw, D’Annunzio,

La escena hispana

El teatro espafiol, especialmente, el del Siglo de Oro, es


el que atrae frecuentemente la atencion de Rojas en diferentes
libros. Conoce su historia y su estética, sus antecedentes como
las mas antiguas danzas macabras, que evoca a su paso por

149 Pag 291.


150 Pag. 175,
934 ALFREDO DE LA GUARDIA

Sevilla, cuando escribe Retablo Espanol, o bien los dramas


evangélicos, las Pasiones, los: mas remotos autos. Lope de
Rueda le parece, en sus pasos, demasiado “vulgar” y “tosco
en su realismo’’, y no advierte lo que palpita de vida popular
en esas piezas del batihoja andante, que tan bien conoce a sus
coterraneos. “El primero que verdaderamente asimilo la gracia
estética y el colorido popular de Andalucia —agrega— fue
Cervantes en sus comedias” —-en pocas y mas bien en sus
entremeses, diriamos nosotros—, Ya se sabe hasta qué punto
el genio cervantino tuteléd parte del numen de Ricardo Rojas,
aun mismo al trazar cierto paralelo entre Don Quijote —al que
dedica uno de sus mejores sonetos—y el general San Martin.
Varios fragmentos liricos de las obras teatrales de Cervantes
fueron recopilados por el escritor en su volumen de las
Poesias con el Viaje del Parnaso. Su admiracion por la
Numancia —ya lo anotamos— le lleva compararla con
Los Persas, de Esquilo, sin desmedro alguno para la tragedia
hispana. No podemos, sin embargo, admitir al espanol como
poeta tragico rival del griego, porque si Cervantes sobresale en
la escena es, precisamente, como poeta comico, segun lo prue-
ban la primera parte de El Rufidn dichoso y El rufian
viudo. Menos memoria tiene para el teatro de Lope de Vega,
pues en su visita a Espafia apenas si cita a El Arsenal de
Sevilla cuando se enfrenta a la Torre del Oro. Tampoco se
extiende sobre Tirso de Molina y Calderon de la Barca.
En el mismo Retablo insiste respecto a la dramaturgia
espanola, pues concurrid frecuentemente a las salas de espec-
taculos. Evoca, asi, a Don Ramon de la Cruz, cuyos sainetes
entiende con justeza que fueron reaccién contra la tendencia
seudoclasica en la Madrid dieciochesca, venganza del ingenio
hispanico ante el exotismo imperante en el proscenio. De este
autor habla con mas detalle en su Historia de la Literatura
Argentina. Es indudable la aficién de Ricardo Rojas por el
arte dramatico. Asi comenta con vivacidad que el teatro del
Duque de Rivas, de Zorrilla y de Echegaray significa un rena-
cimiento de lo hispanico frente a lo afrancesado, no obstante
la influencia romantica europea. “‘Por ese camino de Ja libertad
creadora —dice en el Retablo— el teatro espafiol retornd al
realismo de Dicenta, Benavente o los Quintero, cuando la sen-
sibilidad del publico se fatigé de la grandilocuencia romantica”.
RICARDO ROJAS 935

Algunos saltos hay en esa trayectoria, como, por ejemplo, los


que representan Lopez de Ayala, Tamayo y Baus, Ventura
de la Vega, con su periodo evolutivo entre la escuela romantica
y la realista, lapso donde debe colocarse, también, a Echegaray.
Mas de Ventura de la Vega no podia olvidarse Rojas durante
su estada en Espafia, porque se trataba de un criollo.
Recuerda, efectivamente, cO6mo la madre, dofia Ventura
Cardenas, envio al nifio de once afios a Espafia, en 1818, para
que alli se educase, y como al cruzar por la Plaza de Mayo
el pequeno a quien llevaban a la fuerza, grité para que le
libertasen: “Qué, no me defendéis? ¢No estais viendo que so
pretexto de educarme van a llevarme a la patria de los tiranos
godos? jFavor! jFavor! jSalvad a un ciudadano indefenso!” Si
tales fueron las voces del cautivo habra que convenir que, des-
de tan temprana edad, poseia el don dramatico y el lenguaje
propio del seudoclasicismo... Ricardo Rojas no incluyo a Ven-
tura de la Vega en la literatura argentina, porque el autor de
Bruno el Tejedor no quiso regresar nunca a Buenos Aires
y realizo toda su obra en Espafia. Rojas transcribe algunos
versos nostalgicos:

Cruza sin mi los espumosos mares;


Saluda, joh nave!, de mi patria el muro,
Y déjame vagar triste y oscuro
A la orilla del lento Manzanares.

Ventura de la Vega no vivid, por cierto, triste ni oscura-


mente, pues fue una de las figuras literarias mas brillantes
de su época, director del Conservatorio Nacional, subsecretario
de Estado, académico, maestro de la reina Isabel II. ““De maycr
envergadura que en la lirica fue la obra de Vega en la dra-
matica... Compuso obras originales que le valieron notables
éxitos, entre ellos su comedia El Hombre de mundo, su drama
Fernando de Antequera, su tragedia La muerte de César, Esta
ultima, aunque inspirada en el ya declinante clasicismo fran-
cés, vibraba con el recio liberalismo que el italiano Alfieri
habia consagrado en sus obras de esa especie’’. Alli Bruto pro-
clama: “No puede ser feliz un pueblo esclavo”. También
cuenta Rojas algunas anécdotas de Ventura de la Vega, entre
ellas la postrera, que desfigura por pudor, y que nosotros va-
236 ALFREDO DE LA GUARDIA

mos a relatar aqui, con perdén de los lectores, puesto que el


teatro actual ha barrido con el decoro del lenguaje y si alli se
oyen continuamente palabras procaces, bien puede aqui leerse
una... Ya en estado gravisimo, durante su Ultima enfermedad,
el dramaturgo se confesd y obtuvo la absolucién de sus peca-
dos. Pero entendié que aun le faltaba declarar una culpa que
hasta entonces habia callado escrupulosamente. “‘¢Cual es ese
pecado, hijo mio?” —le pregunté el cura—. “Padre contest
Ventura de la Vega—, me jode el Dante...” Rojas, que disi-
mula esta expresién con la palabra aburre, afiade: ““Porieno
burlén, hasta en la hora de la muerte. ¢Portefio? ;Madrilefio?”
Sarmiento recordé, asimismo en sus Viajes a este argentino-
espafiol, pues conversaron largamente en Madrid.
Siempre atento al teatro hispano, Rojas anota tres nom-
bres de escritores notorios en su actividad literaria, pero casi
desconocidos para la escena: Angel Ganivet, Manuel Bueno
y Ramiro de Maeztu. Al estreno dél drama de Ganivet, El
escultor de su alma asistid en una sala suburbana madrilefia,
donde lo ofrecid una institucién intelectual llamada Teatro
de Arte, ajena a los intereses comerciales. Este conjunto inde-
pendiente buscaba hacer del teatro “un laboratorio de ensayos
donde libremente sean puestas en practica nuevas formulas de
arte”... para “elevar el nivel intelectual, moral y estético
del teatro”. Los intérpretes no eran actores profesionales y
anunciaban un repertorio de obras que por su “originalidad
de orientacién, incompatibilidad con el gusto corriente, dificul-
tades escenograficas o de otra indole, no sean representables
en los teatros actuales”’.
El escultor de su alma habia sido escrita en verso por
el autor de Jdearium poco antes de! su suicidio en aguas
de Finlandia y era considerada como un testamento espiritual.
“El publico —inférmase en el Retablo— quedé desconcer-
tado con la pieza, que pretende ser una alegoria al modo de
los autos sacramentales, pero que aborta por su falta de huma-
nidad y claridad. El argumento y las palabras denotan el des-
vario de un espiritu que ha naufragado en la locura. Pedro
Martir, escultor, tiene de Cecilia, su amante, una hija simbé-
licamente llamada Alma, cuya vida ‘transcurre entre la volun-
tad de su padre, que quiere inmortalizarla, y el amor de su
novio, Aurelio, que la impulsd hacia las vanidades del mundo,
RICARDO ROJAS 237

Sin que se vea bien por qué, Pedro Martir abandona la casa
en busca de libertad y cuando a ella vuelve como un mendigo,
encuentra a Alma convertida en piedra’’. El escultor se pros-
terna ante su hija petrificada, y exclama al concluir la obra:

Ser de mi alma creador,


crear un alma inmortal
de mi alma terrenal;
ser yo mi propio escultor
con el cincel del dolor;
solo, sin Dios, esto que
lo que en mis suefios sofieé.
Y ahora que voy a morir
despierto y veo surgir
la: escultura de mi fe.

El Teatro de Arte anunciaba para su temporada los estre-


nos de Teresa, de Leopoldo Alas (Clarin); Sor Filomena, de
los hermanos Goncourt; Peregrino de amor, de Roberto Bracco;
Cuando caen las hojas, de José Francés; Trata de blancas, de
Bernard Shaw; El suefo de una tarde de otofo, de Gabriele
D’Annunzio; La Roussalka, de Edouard Schuré.
De Manuel Bueno cita Rojas la comedia El talén de
Aquiles, que no vio representar, De Ramiro de Maeztu da
la siguiente noticia, que debemos recoger por curiosidad. En
1908 —informa— escribiéd un drama, El Sindicato de las
Esmeraldas, que iba a ser el comienzo de una serie teatral
En tal afio y a este respecto, el escritor espafiol dirigid una
carta al argentino: “Quiero hacer un teatro optimista y realis-
ta, a la vez. El teatro optimista de nuestros abuelos y padres
donde se castigaba al vicio y se premiaba a la virtud era falso
y superficial. Después ha venido un teatro realista y veraz
—Ibsen, Becque, Bernard Shaw, Bernstein, Hauptmann y Mir-
beau, y, salvando las distancias, Benavente—, pero es un teatro
pesimista y desolado o sucio y cinico que parece decirnos:
comamos, bebamos, puesto que no tiene salida el circulo de
maldades en que vivimos encerrados. Y yo quisiera decir: jhay
salida!, porque estoy ya de vuelta de eso, del pesimismo, y veo
que aun dentro de las circunstancias e ideas de la vida mo-
derna, la solucién menos mala de cada problema individual
238 ALFREDO DE LA GUARDIA

consiste en ser bueno, en ser generoso de espiritu, en echar el


hombro a la obra comin en vez de hurtarlo.” 1° El sefior
Maeztu —segun lo advertira quien conozca aunque sea super-
cialmente el teatro— mezclaba absurdamente nombres como el
de Ibsen y el de Bernstein, erraba hasta la estupidez al consi-
derar sucio a Shaw y caia en la mayor ignorancia al entender
que autores como Becque, Mirbeau y Hauptmann sdlo invi-
taban a comer y beber en este mundo... Tales conceptos son
una prueba de la confusién frecuente y las deleznables con-
tradicciones en que incurrio en su vida y su obra el sefior Maez-
tu, quien no escribié ni aquel “teatro optimista” ni fue capaz
de componer ningun otro. s
Ricardo Rojas hace referencia, asimismo, a la obra escénica
de dos poetas: Francisco Villaespesa y Eduardo Marquina.
Del primero cita el drama Aben-Humeya, que juzga exacta-
mente como “endeble, pero lleno de heroismo y lirismo”’, y
El Alcazar de las Perlas. Del segimdo, Las hijas del Cid,
que no le agrad6 al ver a un Rodrigo Diaz de Vivar en calidad
de suegro ofendido...
Mas extensa es su anotacién acerca de Jacinto Benavente,
de quien presencié el estreno de Sefiora ama por la compa-
hia de Maria Guerrero y Fernando Diaz de Mendoza en el
Teatro de la Princesa. El espectador apunté sus impresiones:
“Deciase que la nueva obra era una comedia dramatica, de
formas realistas, en la que el talento benaventino mostrabase
renovado y mas vigoroso que en otras piezas anteriores. Algu-
nas de sus primeras comedias parecian a muchos criticos dema-
siado frivolas y conversadas, con efectos de un sentimentalismo
no siempre muy castizo. Verdad que él habia impreso al teatro
espafiol un tono discreto, después de los estertores del romanti-
cismo. Al desaforado teatro de la Restauracién, sucediale con
él un realismo afinado en ironia, mas acorde con el pesimismo
critico que desazoné a la generacién del desastre. El nuevo
dramaturgo llegaba a la sazén saludado por los aplausos de
la esperanza. Admirabase ya su ingenio y su habilidad, pero
se reconocia en sus comedias de salon influencias de Wilde,
de Lavedan, de Capus, de D’Annunzio; se lo deseaba menos
intelectual y cosmopolita. Con Sefora ama, segiin los anuncios

POSE Pag 253%


RICARDO ROJAS 239

del estreno, Benavente alejabase de la ciudad y la aristocracia


para inspirarse en comarcas de una aldea castellana con recios
personajes populares. Dijérase que con ella encaminabase, ya
entonces, a las eternas fuentes de su raza”. Relata a continua-
cién la fAbula de la obra, que no transcribimos por ser muy
conocida. Sabese, efectivamente, que Dominica, esposa de Feli-
ciano, disculpa los amorios de éste y acoge casi maternalmente
a sus hijos naturales, hasta que ella misma siéntese madre y
reclama por entero al padre para su propia criatura. “De ahi
—dice Rojas— que la transicién psicoldgica y el pacto final
de ambos cényuges logranse en la pieza mediante habiles ma-
tices de llanto y risa diluidos en una sola ternura. Dentro del
realismo con que la obra esta compuesta y dialogada, hay en
ella un fondo ético de salud rural.” Y pasa, después, revista
a buena parte de la creacién dramatica benaventina, desde
Gente conocida hasta Santa Rusia.
También dedica cierta atencién a los hermanos Alvarez
Quintero y recuerda —siempre en su Retablo— una conver-
sacion que tuvo con Serafin a quien encontré en la calle de
las Sierpes. “Sevilla parece inventada por los Quintero” —le
dijo—. “Ambos poetas, en intima colaboracién —-agrega—,
habian ya entonces (1907) representado en el teatro los as-
pectos mas tipicos de la vida andaluza. Paisajes, cortijos, pue-
blos, calles, rejas galantes, patios floridos, plazas en feria, cua-
dros de costumbres, tipos caracteristicos, situaciones psicoldgi-
cas. Todo el registro del vivir sevillano, con sus raptos de
ingenio y modismos del habla vernacula ha sido llevado por
ellos a escena. Malvaloca, Amores y Amorios, El patio, El genio
alegre, Puebla de las Mujeres, Ramo de locura, Los galeotes,
Las flores, La risa; imagen externa en sus personajes y luga-
res, e imagen espiritual en sus argumentos y dialogos. El] valor
de ese repertorio, si grande por la observacion y la técnica,
reside mas bien en lo impalpable de la inspiracion racial. Hay
en las comedias quinterianas, tan caracteristicas en sus tintas,
el hechizo que llaman dngel en aquella tierra. No digo musa,
que es deidad retérica, sino éngel, segun su nombre vernaculo”.
Y, para terminar en un resumen, manifestando que los autores
habian sabido recoger todo el espiritu popular de Andalucia,
dice asi: ‘Eso es lo que inspira la obra de los Quintero. A ello
deben su éxito popular. ;Facilidad, brillantez, ligereza? Acaso,
240 ALFREDO DE LA GUARDIA

pero hay algo mas en ese aparente juego del ingenioso dialogo”.
Todavia quedan algunas frases de Rojas respecto a autores
espafioles modernos como las relativas a Don Ramon del Valle-
Inclan. “Por aquel tiempo empezaba a mirar hacia el teatro
y sentia la seduccién del arte escénico”, y nombra a Can-
cién de Abril, estrenada en Buenos Aires en 1910, y Voces
de gesta. Curioso que al escribir el Retablo, el afio 38, igno-
rase los Esperpentos, que tanto renovaban la dramatica espa-
nola.
Mas no podemos terminar estos comentarios, que ayuda-
ran a fijar la perspectiva del teatro de Ricardo Rojas, sin repro-
ducir su concepto general acerca de la-dramaturgia de Espafia,
en una dilatada visién aunque apretada sintesis. Rojas senala
la condicién é€pica, la estética realista y la calidad humana de
ese teatro, y después su libertad de concepcién y de técnica.
“E] teatro espafiol es el primero de Europa que rompe las
nornias clasicas para convertirse en™una creacién nacional de
asuntos populares y formas nuevas. Espafia es el pais que pro-
duce el fendmeno de Lope, sin semejanza por su fecundidad
en ninguna literatura antigua o moderna. Espafia es el pais
que escenifica todos los argumentos, sin excluir los teoldgicos
en los autos sacramentales, refundiendo en un solo espectaculo
el misterio de la Eucaristia y los bailes del folklore. Basta enun-
ciar estos tres hechos evidentes para comprobar que estamos
en presencia de otra modalidad tipica del alma ibérica. Su
antigiiedad, originalidad, fertilidad hacen del drama espafiol
uno de los mas raros fenédmenos en la historia de las culturas’”’.
Lo compara, luego, al teatro helénico, y agrega: “El teatro
espanol, en cambio, no tiene canones; se renueva continua-
mente en plena libertad; nace del pueblo y para e! pueblo;
asimila todo lo que puede servirle para su representacién;
ningun asunto ni forma le estan vedados. Lope, figura mAaxi-
ma, crea en la libertad de su ingenio y pone bajo liave los
preceptos”’.
Va delineando Rojas el proceso evolutivo de la literatura
dramatica hispana y marcando los distintos géneros que la
componen; las surgentes tan diversas de su inspiracion, desde
la Teologia a la mds neta realidad; las expresiones orales en
que el octosilabo coincide con el habla popular, sin excluir el
culteranismo y las audacias ritmicas; la reciedumbre de los
RICARDO ROJAS 241

caracteres y los planteos morales. Y después anota: “El orden


social se respeta, puesto que los reyes patrocinan el teatro y
la Iglesia le da en Lope, Tirso y Calderén sus mas gloriosos
autores; pero son inauditas las irreverencias del teatro con el
rey y sus confianzas con la teologia. Al teatro todo se le per-
mite... El teatro es un mundo de libertad en que el alma
ibérica se recrea.”
Acusa la declinacion de la escena bajo la influencia fran-
cesa y la reaccién popular por obra del sainete representativo,
porque el genio ibérico no habia muerto bajo el alud de la
imitacion; entiende que el romanticismo espafiol es una reac-
cidn tipica y no una secuela del romanticismo francés, porque
“fue un renacimiento de lo no clasico inherente al genio ibé-
rico. Era un retofio del viejo tronco nacional con su romance,
su dinamismo, su desborde de pasién y fantasia”. El juicio es
certero, porque los autores romanticos de Espaia: Rivas, Garcia
Gutiérrez, Hartzenbusch, Zorrilla se apoyan con frecuencia
en las mismas leyendas que utilizaron los poetas del Siglo de
Oro y utilizan las formulas expresivas tradicionales: el roman-
ce y la cuarteta octosilabica. Termina su exposicién Rojas con
unas opiniones acerca de la escena contemporanea —que ya
reflejamos— y finaliza con este parrafo: “Como en el caso de
la épica y de la picaresca, pongo aqui otra nota marginal sobre
nuestra literatura; también en la Argentina el teatro nacional
ha crecido en ambiente de popularidad y de libertad, tendiendo
a ser una expresién vigorosa de la vida argentina”.1°? Esta
frase nos lleva a determinar a continuacion el estudios que
Rojas dedica a la dramaturgia nacional.

Historia del teatro argentino

En las historias literarias generales suele considerarse con


brevedad el teatro, mantenido a veces al margen de la litera-
tura propiamente dicha —poesia y novela— por algunos criti-
cos europeos. La frase famosa hors la littérature hizo durante
largo tiempo un curso afortunado, que se rectificd en parte y
en época reciente. Ricardo Rojas no cayé6 en ese error y cuando

152 Retablo, pags. 182, 183, 184.


942, ALFREDO DE LA GUARDIA

escribié su estudio metddico acerca de las letras argentinas


incluy6 con extensién oportuna su comentario a la dramatica
en nuestro pais, aunque por aquellos afios no se diera impor-
tancia alguna a la actividad escénica nacional. En el curso de
su obra informé y analizé la produccidn teatral cuando traté
la labor literaria de escritores que habian compuesto, a parte
de sus libros, dramas 0 comedias, y en el volumen dedicado a
Los Modernos consagr6 una parte al recuerdo de los viejos coli-
seos de Buenos Aires y al desarrollo de la dramaturgia argen-
tina.
En esa parte VI, comienza el capitulo XVIII con las si-
guientes palabras: “En la literatura argentina el teatro ha sido
siempre un género de excepcional importancia. Desde el siglo
xvi, con el repertorio de Labardén, hasta el siglo xx, con el
repertorio de Coronado, la actividad teatral no se interrumpid,
ni durante la emancipacién ni durante la tirania”, y mas ade-
lante dice: “Aun prescindiendo de su‘valor puramente literario,
el teatro argentino es uno de los acontecimientos historicos mas
trascendentales de nuestra evolucion civil en los ultimos cua-
renta afios”. Rojas observa al espectaculo escénico en su carac-
ter de funcién social y entiende muy exactamente la influencia
que la representacion ejerce sobre el pueblo, en sus ideales
como en sus procederes. Entre los propdsitos esenciales de su
Historia incluye al de “mostrar la transformacién de nues-
tro teatro como costumbre social desde la humilde Casa de
Comedias hasta los actuales escenarios”, y esta ese concepto
tan fijo en él que, en su Retablo Espafiol apuntara, segun
acabamos de ver, que el teatro nacional expresa con vigor y
en libertad la vida argentina.
A lo largo de los cuatro volimenes de la Historia Ricar-
do Rojas va examinando el nacimiento y la evolucién de nues-
tra dramaturgia, considerando en primer lugar que el “em-
brionario teatro nacional es un fenédmeno regional rioplatense,
exclusivo y genuino” que se apartaba de una comin manera
de expresarse literariamente de todos los pueblos de Hispano-
América. Comienza por evocar las representaciones esporadicas
en tiempos coloniales, como las que se hicieron para celebrar
la ascensién al trono de Fernando VI y de Carlos III, desde
luego sin caracter profesional, por improvisados comediantes y
en las que, ademas del repertorio clasico espafiol, se ofrecieron
RICARDO ROJAS 943

ya algunas producciones compuestas en esta tierra, loas de cir-


cunstancias, pero no sin cierta propia entonacién. Son dema-
siado conocidas, ahora, tales noticias para que las reproduzca-
mos aqui detalladamente; no lo eran, entonces, y contribuye-
ron a una informacion general sobre los comienzos de la acti-
vidad escénica en nuestro pais. Interpretaronse obras de Cal-
derén y otros autores. Las armas de la hermosura, Efectos
de odio y amor, La vida es suefio, El anillo de Gijes, Primero
es la honra, etc., y algunas piezas, tales como la loa ofrecida
en la ciudad de Corrientes, en 1761, didlogo entre Eolo, Neptu-
no, Ceres y Flora, donde el dios de las aguas declama en honor
del nuevo soberano espafiol:

Y pues que su luz ardiente


borda de finos rubies
los tapizes carmesies
con que sé dora el Oriente,
los mares y las Corrientes
mui sonoras y alhagiierias
dando de su lealtad _seras
hagan a Carlos tercero
que sea canto verdadero
el canto de las sirenas.

Hace relacién Rojas de las primeras salas de espectaculos


que tuvo Buenos Aires, desde la célebre Rancheria, en que fue
estrenada la tragedia Siripo, de Manuel José de Labardén 1°?,
hasta otros tablados provisionales y la construccién de nuevos
coliseos, con referencias que no es del caso transcribir. Importa
especialmente advertir la consideracién que guarda hacia las
tempranas aficiones teatrales de Labardén, durante sus cursos
en Chuquisaca, su conocimiento de la tragedia griega, la co-
media latina —leida probablemente en el texto original—, y
el drama espafiol del siglo precedente. El tanteo juvenil reali-
zado por Labardén para componer una obra escénica inspirada
por La Araucana revela ya el alto concepto dramatico sus-
152 Mariano G. Bosch prefirié la grafia Lavarden, basdndose en la
genealogia del apellido y en la propia firma del poeta en un escrito ele-
vado al Virrey, partida de casamiento y otros documentos. Manuel de
Lavardén, poeta y fildsofo, Buenos Aires, 1944,
244 ALFREDO DE LA GUARDIA

tentado por el futuro cantor del Parana, a quien persiguié un


hado adverso, eso si, puesto que estaban, al parecer, destinadas
sus piezas a perderse en extravios o incendios.

El “Siripo”

“Con el estreno de Siripo —escribe Rojas—, realizado el


domingo de Carnaval, en 1789, la fundacién de la Rancheria
dejaba de ser un capricho burocratico o un pasatiempo exéotico,
para tornarse parte integrante de la vida portefia, conmoviendo
la raza y los hogares con la emocién de la propia historia y el
ideal de la propia cultura’”’.
_Siripo es, pues, la piedra fundamental del teatro argen-
tino, colocada veinte afios antes de la Revolucién de Mayo,
pero inspirada ya por motivos autéctonos —basada, como se
sabe, en el episodio del Fuerte de Saftcti Spiritus, relatado por
Ruy Diaz de Guzmadn— con personajes de indios y conquis-
tadores y con el escenario del Rio y de la Pampa. Con estas
caracteristicas esencialmente argentinas, Labardén se adelan-
taba en dos decenios a The Indian Princess; or, la Belle Sau-
vage de Nelson Barker, representada en 1809 en los Estados
Unidos, primera obra norteamericana también sobre tema abo-
rigen, segun lo puntualizamos en trabajos anteriores de esta
indole. Ya se sabe que el acto de Siripo que ha llegado hasta
nosotros gracias al cuidado de Juan Maria Gutiérrez es —casi
seguro— de una versidn debida a Ambrosio Morante, y no
texto primitivo del poeta virreinal. No es asunto para tratar
aqui. Lo que nos importa es seguir la atencién de Ricardo
Rojas por cuanto se relaciona con nuestra dramaturgia. La
interpretacién de la tragedia —dice— “‘era la magica evoca-
cién del pasado... consumada por el ensalmo del arte”. Y
agrega respecto a la fusién de la fantasia y la realidad: “De
ahi que si Ruy Diaz procedié como Xenofonte, al mezclar
a su historia tantas leyendas, Labardén procediera como Sha-
kespeare al componer con una de esas leyendas su drama”.
Relata la fabula de la obra y examina las quince escenas de
que consta el acto supérstite, preguntandose si eran dos o cua-
tro los desaparecidos, segtin el autor se inclinara hacia una u
otra medida escénica. Marca el uso de la anagnérisis —tan
REGARD OF ROSAS 245

frecuente en la tragedia helénica— y sefiala el tono libertario


del poeta —fiel a Voltaire y Alfieri— oportuno en aquellos
lejanos tiempos de una argentinidad aim no nacida. Asi trans-
cribe:

Yo voy a ser su guia y libertarle


de la injusta opresion. Sabra el tirano
que los justos derechos de los hombres
no pueden tan sin riesgo ser violados.

Resumiendo su juicio, Rojas apunta: “La tragedia que nos


ocupa es uno de tantos ensayos que inspiré el seudoclasicismo
europeo del siglo xvi, pero hay en ella elementos argentinos
que descubren en su autor cualidades malogradas. Es el fruto
en agraz de la argentinidad, entonces, germinante, y aunque
la obra carezca de un alto valor estético, su esfuerzo inicial
tiene sitio de gloria en la cronologia de nuestra cultura’’. Esca-
pase a Rojas, sin embargo, que en Siripo palpitan sugestiones
dramaticas importantes, que van mas alla de lo histdrico, lo
estético y lo social. La lucha entre el indio y el conquistador
adquiere ciertas proporciones simbdlicas, aunque se aparte con
propio designio de la antigua mitologia, segun lo advirtid el
autor. Y la fascinacién de la mujer blanca ejercida sobre el
indio acusa un atisbo psicolégico —oposicion y atraccion de las
razas— que no puede pasarse por alto, porque se trata de un
tema fecundo en la escena universal. ,
La desventura de la creacion teatral de Labardén esta mar-
cada porque la pérdida de Siripo fue acompafiada del extra-
vio de una loa también original del poeta: el ya anotado borra-
dor araucano; y del desistimiento, segiin parece, de componer
una Muerte de Filipo y una Pérdida de Jerusalén, otras
dos tragedias que imagino y no realizé por motivos ignorados.
“Saldran del astillero —anunciaba Labardén a Manuel Basa-
bilvaso— si el Siripo navega con prospero viento, acreditando
que tomé buenas medidas para su construcci6n.” Bastan, sin
embargo, las referencias acerca de esta Ultima obra para que
Labardén quede como el primer dramaturgo argentino y el
fundador de una tragedia nacional.
Rojas se detiene, después, en el examen del auto patridtico
La lealtad mas acendrada y Buenos Aires vengada, anénimo
946 ALFREDO DE LA GUARDIA

en su aparicién, pero atribuido —y con pleno fundamento—


a Juan Francisco Martinez, capellan militar y poeta distin-
guido en Montevideo antes de 1810. Tratase, efectivamente,
de un auto compuesto sobre el modelo de los sacramentales del
Siglo de Oro, con personajes simbdlicos y un fin ejemplar, cuyo
tema es el de las invasiones del afio 6 y el afio 7. Dos Ninfas
representan a las ciudades del Plata, Buenos Aires amenazada
por “el fiero inglés”, y Montevideo a quien inquietan “los
recelos de esta escuadra”. Figuras representativas son otros
personajes como el Cabildo, el Gobernador, el Hacendado, y
las dos deidades olimpicas, Neptuno protector de Inglaterra,
y Marte, defensor de Espafia, completan el reparto de la misma
manera alegorica, Detallase en la consideracién el argumento
que vibra con acentos patridticos: “jViva Espana! jEspana
viva! / ;y muera el inglés soberbio!”, y concluye con una exal-
tacién rioplatense: ‘“‘jVivan las dos mas ilustres / ciudades de
nuestra América!” El critico sefiala que “la imaginacion del
autor anonimo no brilla ni en las situaciones ni en los tropos”.
Juzga la obra mas bien por sus sentimientos que por sus for-
mas. “En éstas desmaya la belleza estética tanto como en aqueé-
llos resplandece la belleza moral: la patria alzada sobre la tierra
como una deidad bienhechora, y el hombre llevandose a sus
aras en sacrificio de su sangre, con la oblacién de sus primeros
cantos.” Una revision —agreguemos— de los autos sacramen-
tales de la centuria décimoséptima nos llevaria a sefialar que
muchos de ellos no superan los valores conceptivos y formales
de La lealtad mds acendrada, aun cuando sean, ciertamente,
muy modestos.

Juan Cruz Varela

Dentro del volumen de “Los Coloniales” comenta Rojas


la obra dramatica de Juan Cruz Varela por mas que date de
la 6poca rivadaviana. Le induce a ello, indudablemente, el es-
tilo seudoclasico de las dos tragedias, Dido y Argia, que el
poeta dio a conocer por lectura en casa del culto estadista. La
segunda llegé, pronto, al escenario, y la primera, un tiempo
después. Comparadas con Siripo y a varias piezas estrenadas
en el lapso revolucionario, las de Varela resultan, natural-
RECARDO ROSAS 947

mente, muy ex0ticas y poco adecuadas para contribuir a un


_ repertorio nacional en aquellas circunstancias. Pero no se olvide
que Alfieri, que dedicé su teatro al popolo italiano, buscé en
la Grecia clasica y en otras tierras distantes temas para alentar
en su patria la lucha por la unidad y la libertad. Argia no
esta lejos de tal intencién y tales acentos contra la tirania.
E] historiador literario comenta con amplitud las dos tra-
gedias de Varela. Confronta Dido con los primeros cantos de
la Eneida y reprocha al autor argentino no haber utilizado
cuanto ofrecen de contenido dramatico. Para él, caracteres y
dialogos estan bien marcados en el poema de Virgilio y con
habilidad escénica un dramaturgo pudo concretarlos en tres
actos: “el 1°, con la llegada de Eneas al palacio de Dido; el 2°,
con la escena de amor en la gruta campestre; el 3°, con la
partida de las naves en la ribera de Cartago”’. Reconoce el
critico que para dar esta composicion a su obra el poeta debia
prescindir de las unidades clasicas, ruptura en que no penso
siquiera el autor por mas que en aquellos afios el romanticismo
hubiera dado ya pasos escénicos en tal sentido, precursores de
la libertad total sostenida luego, en 1828, escolasticamente por
Victor Hugo en el prefacio de Cromwell. Varela escribia
segun la estética precedente, y ello ha valido para que la poste-
ridad contara con dos exponentes exactos de la escuela seudo-
clasica en la historia del teatro argentino. Este es el valor que
hoy nos importa, y que Rojas no marca en su comentario.
Desde luego que no son firmes los liricos y los dramaticos
encerrados en ambas obras. Sefiala Rojas con razon que Juan
Maria Gutiérrez peco de “benevolencia paternal” en su elogio
a Dido y define a la tragedia como “el comentario escénico
de un argumento que se ha desarrollado antes de levantarse
el telén”’. Caracteristica es esta frecuente en la estética seudo-
clasica.
Argia tiene, segun el critico, “versificacion menos bri-
llante que la de Dido, desmayando a veces hasta lo prosaico”’,
pero en cambio la accion y la palabra ocupan el primer plano,
“como corresponde al género dramatico”. También advierte
que en el desenlace de la obra “Varela alcanza aqui un efecto
de presencia teatral’”, ausente en la anterior tragedia. Pero no
dice mas. El motivo es muy claro. El poeta argentino tuvo en
Dido la pauta de Virgilio, y en Argia la de Sofocles; for-
948 ALFREDO DE LA GUARDIA

zosamente la dramaticidad debia ser mas rica y fluente en el


segundo que en el primer caso. Al considerar esta obra no
se detiene Rojas en confrontaciones y. sin embargo, son intere-
santes, Asi como en Dido, la despedida de Eneas postergando
el amor al honor, recuerda la de Tito en la Berénice de
Racine —dato sefialado originalmente por nosotros—; asi en
Argia Varela introduce un precedente curioso de las renova-
ciones mas modernas del tema de Polynices insepulto com-
puestas con una intencidn politica. También lo subrayamos
originalmente: “Alfieri, a pesar de haberla inserido en gran
parte de su teatro, no la determina en Antigone. El motor de
la protagonista es tnicamente pasional; en primer término
—dice— un rabbioso odio contra Creonte; en cuanto a Argia,
sdlo € mossa dall’amore del morto ed marito; altra passione
non ha. Y el usurpador del solio tebano responde, ante todo, a
sus instintos, y no pasa de ser un fellon. Varela, en cambio, lo
define como un tirano que teme ser depuesto:

Pero el pueblo de Tebas, ya cansado


2 horrores y de sangre, en esta guerra
puede al fin rebelarse contra su amo...

“Confiesa Creén: el pueblo me aborrece; y se retrata:


vengativo, implacable. El vate —como suele ocurrir— vatici-
naba...” Hasta aqui nuestro comentario.
En la Historia de la Literatura Argentina van anotan-
dose otros puntos relacionados con la escena nacional, y su
autor recuerda a la Sociedad del Buen Gusto en el Teatro, que
situa entre las primeras entidades preocupadas por los asuntos
estéticos. En Los Proscriptos se refiere a ella, al pasar, aun
cuando no le da la importancia que tuvo en cierto momento
para orientar las actividades dramaticas en la flamante repii-
blica. “Lo que Juan Ramén Rojas y sus consocios del buen
gusto en el teatro dijeron contra el teatro clasico espaiiol. no
era sino repeticién de lo que veinte afios antes habian dicho
contra ese teatro los censores de la dinastia borbénica, que
preconizaban en Madrid la mesura y el canon del teatro fran-
cés... Era mas un sentimiento politico que una doctrina esté-
tica lo que los sublevaba contra las letras espafiolas, comoocu-
rrié también a la generacién siguiente.” El historiador no anota
RICARDO ROJAS 949

otra cosa; pero, en realidad, el Telégrafo habia reproducido


ya las oposiciones seudoclasicas a los dramaturgos del siglo xvut,
apoyando la preceptiva de Aristételes y la de Boileau y denun-
ciando “el corrompidisimo gusto” de los autores de la centuria
dorada y la inclusién de sus obras en el repertorio virreinal
por “el insufrible idiotismo de los teatros de América’. Asi, en
el numero correspondiente al 19 de setiembre de 1801.

Los romanticos

Pasa, luego, Rojas, también en Los Proscriptos, a escri-


bir acerca de José Marmol. “La resonancia péstuma lograda
por los cantos civiles de Marmol ha apagado el eco de sus
versos dramaticos. Apenas si se recuerda hoy por sus nombres
—El Poeta y El Cruzado— las dos obras teatrales que en Mon-
tevideo compuso y estrend.” Para compensar este olvido, el
historiador evoca las representaciones de ambas obras y el
juicio de Alberdi, elogiando al juvenil poeta dramatico, y, en
otros parrafos, reproduce las reservas que formuld respecto al
tema ex6ético, “de otro hemisferio”, de El Cruzado como obra
ajena a la idiosincrasia del pais. Rojas relata minuciosamente
el episodio en que se basa el primero de dichos dramas y la
fabula en que se sustenta el segundo. Como juicio critico ter-
mina diciendo: “No hay en estos dramas de Marmol ni un
argumento original, ni una factura vigorosa, ni un caracter
imperecedero. Si mantiénese despierto el interés, es por el brillo
superficial de las imagenes... Por la nobleza del asunto y del
lenguaje, ambos dramas superan el tipo corriente de la pro-
duccién dramatica rioplatense. Acaso en épocas mas propicias,
la labor persistente hubiera hecho de Marmol un Zorrilla o un
Echegaray argentino. Y ya es hazafia que en plena guerra
semigaucha tuviera alientos para ensayarse en un género que
tanto necesita de la colaboracién social, superando, a fuerza
de numen e ilusidén, las hostilidades del ambiente”’.
La opinion es superficial en extremo, y ni Alberdi a la
sazon, ni Rojas, casi un siglo después, advirtieron todo lo que
el muy joven poeta habia encerrado en sus dos poemas drama-
ticos. Nosotros los estudiamos con alguna atencion en su ética
y su estética y en ese trabajo marcamos las intenciones del
250 ALFREDO DE LA GUARDIA

autor: en El Poeta la lucha del individuo superior contra


la sociedad materialista y la politica opresora, tema tipica-
mente romantico; y en El Cruzado las impuras ambiciones
mezcladas al ideal cristiano de la liberacién del Santo Sepulcro.
Por eso los dramas de José Marmol son, pese a sus debilidades
de fondo y forma propias de la inexperiencia de su autor, dos
clarisimos exponentes del teatro del Romanticismo.
Ambos son muy superiores a las obras de Claudio Ma-
merto Cuenca, Don Tadeo y Muza, que Rojas consigna,
después, en el mismo volumen de Los Proscriptos, si bien
el autor muridé, como se sabe, en la batalla de Caseros com-
batiendo en el ejército de Rosas. Considera Rojas que en la
primera el poeta hubiera querido ser su propio héroe, joven
de la generacién posterior a Mayo que ensalza a los hombres
—‘sigantes”’— de la Revolucion, y que guardo inédita su pieza
por temor a la tirania. “Cuenca sentia la grandeza de la nueva
gesta, la de Echeverria y los suyos, a quienes alude sin nom-
brar.” En cuanto a Muza es no menos exotica que El Cru-
zado, puesto que se trata de la invasidn arabe a la Espana
gotica. Poco agrega el historiador al respecto. “En sus obras
liricas y en sus obras dramaticas descubrese a veces el hombre
que conociéd el amor, la amistad, la belleza del mundo, pero
dejan siempre un resabio de cenizas las llamas de su exalta-
cidn, Ideas de fatalismo vuelven y persisten en todos sus
poemas.”
Muy poco espacio concede Rojas a la produccidén escénica
de Juan Bautista Alberdi. “Habia compuesto también —dice—
dos ensayos dramaticos —La Revolucién de Mayo (1839) y El
Gigante Amapolas (1841)—, obras no desdefiables, cuyas for-
mas genéricas abandono para quedarse de la una con el senti-
miento histdrico, y de la otra con la ironia civil, espiritu ambas
de su labor definitiva”. Por cierto que Alberdi —reconozcé-
moslo— poseia escasas cualidades de autor dramatico. Sus obras
son endebles de concepcién y técnica. Pero la inconclusa Re-
volucién de Mayo ofrece algunos didlogos agiles, vivos, que
son expresién exacta de los acontecimientos de las jornadas
gloriosas, especialmente el de la plaza frente al Cabildo. Y El
Gigante Amapolas, si bien muy rudimentaria, es obra que
esta dentro del género de la satira politica, fecunda en Eurepa,
y que en nuestro siglo daria piezas maestras como el Ubu
RICARDO ROJAS 951

Roi de Alfred Jarry, y Los cuernos de Don Friolera de Ramon


del Valle-Inclan. La farsa de Alberdi es un curioso anticipo
—segun lo marcamos— de esta especie de grotesco tan inten-
cionado socialmente.
De Las cuatro épocas y Policarpa Salavarrieta, de Bar-
tolomé Mitre, Ricardo Rojas dice lo que, en realidad, cum-
ple: “Todo esto es solamente ensayo juvenil, y el propio Mitre
se encargo de olvidarlo”. Estrenada la primera de dichas obras
durante el sitio de Montevideo en 1840, con “‘éxito clamoroso”
segun manifestaba Alberdi, es una evocacién sencilla de anéc-
dotas de guerra y de amor, escrita por el autor veinteafiero con
el espiritu patridtico que guid sus pasos en todas sus propias
épocas. Y en el mismo volumen de Los Proscriptos cita Ro-
jas el “drama histérico, Molina, sobre un episodio de la con-
quista de] Pert’’, original de Manuel Belgrano, sobrino del
procer, pleza que no conoce, indudablemente, cuando escribe
esta frase. Molina esta lejos de ser un drama historico, sino
legendario y relacionado —tal como lo situé mas de una vez—
con el ciclo ollantino. Por eso, advertido el historiador de tal
descuido volvid sobre él en Los Modernos, como veremos
mas adelante.
Pero en este proceso, tornemos al volumen de Los Gau-
chescos escrito en primer lugar por Rojas, para no alterar
demasiado nosotros esta relacién teatral del historiador de la
literatura argentina.
Alli evocé la “literatura dramatica inspirada por nuestros
campos”, prestando marcada atencion a las danzas criollas que
podian servir de fundamento a los ensayos iniciales de un
teatro popular. Hace una relacién con el nacimiento de la
escena griega que nos parece no muy adecuado, por cuanto
en las fiestas dionisiacas 0 en los ritos apolineos habia un ele-
mento esencial dramatico, el religioso, ausente por completo
en los bailes de la campafia argentina —innecesario es decir-
lo— que sélo son complementos de ambiente pintoresco para
el teatro popular.
252 ALFREDO DE LA GUARDIA

Teatro gauchesco

“Un teatro regional —apunta Rojas— florecid en Buenos


Aires a fines del siglo xvi11, con piezas que pueden ya ser
consideradas como un teatro gauchesco. El tipo nativo comen-
zaba a formarse, con habitos, vestiduras, vivienda y habla pro-
pias. Germinaba en él la futura raza de la emancipacién”. Y
cita al respecto El amor de la estanciera. Cree que esta pieza
anonima puede deberse a la pluma del “grave doctor Maziel”,
y afiade que es un “sainete vulgar y mal construido”, pero
que ofrece las “raices oscuras y seculares del género gauchesco
que después florecié”. Con tan pobres pero expresivos comien-
zos el drama argentino campestre empezaba a formarse, y
Ricardo Rojas va delineando en su comentario los elementos
constitutivos del mismo hasta sefialar la aparicién de los Po-
desta.y sus pantomimas y adaptaciones. Nombra a los miem-
bros de esta familia tan copiosa y decisiva para la formacién
de las compafiias rioplatenses y para la afirmacién de la es-
cena nacional, y dice: “Juan Moreira, Santos Vega y Martin
Fierro saltaron entonces del poema escrito a la realidad escé-
nica” con el ambito pampeano y el horizonte de la Ianura
como fondo.
Sefiala, ahi mismo, la importancia de las novelas de
Eduardo Gutiérrez como base de todo el naciente repertorio
gauchesco. “Gutiérrez tratéd con especial predileccién este tipo
del gaucho amigo, de suerte que, con Juan Moreira, entré en
escena el amigo Julian Jiménez; con Santos Vega, el amigo
Carmona; con Pastor Luna, el Mataco. Estas personificaciones
de la amistad comportaron la presencia en escena de un tipo
noble, que se vigorizé con la instintiva simpatia de la muche-
dumbre”’; y apunta, asimismo, las figuras comicas, Sardetti y
Cocoliche, que estaban latentes en Martin Fierro. Fl con-
flicto del gaucho con la autoridad ciudadana se extendid, lue-
go, al choque con el inmigrante laborioso, para dar otro matiz
al repertorio popular. Rojas no ofrece ejemplos, pero en nota
al pie cita a Calandria, de Martiniano Leguizamén, cuyo
recuerdo “no seria justo omitir’”.
El historiador no se extiende mas al respecto. E's incom-
prensible que, por lo menos, no citase a Barranca abajo, aun
cuando resulta evidente su propdsito de excluir a Florencio
RICCARDO ROJAS 953

Sanchez —sobre cuyo teatro dicté una conferencia— en los


volumenes dedicados a la literatura argentina, Tampoco cita
a Sobre las ruinas, de Roberto J. Payré, excluido por ser
autor viviente y no ocuparse Rojas sino de los ya desaparecidos.

Los origenes

Los capitulos XVIII, XIX y XX de Los Modernos, ul-


tima parte de la Historia de la Literatura Argentina estan
dedicados integramente al teatro. Ya anotamos que alli, en el
comienzo de su comentario, el historiador recuerda las prime-
ras salas de espectaculos existentes en Buenos Aires y las obras
del repertorio espafiol que se hicieron en tiempos virreinales.
Alli insiste, también, acerca de la importancia de la drama-
turgia dentro de la evolucion de las letras nacionales, segun
se comprobo, y determina que “el eslabonamiento cronoldgico
podria sefialarse, casi década por década, con nombres famo-
sos: Siripo, Camila, Molina, Argia, El poeta, Don Tadeo, Atar-
Gull, Solané, La piedra deescdndalo, Jettatore, y tantas otras
piezas del ingenio nativo”. “La fusion entre el pueblo y el
arte —dice luego—, necesaria al teatro, venia, pues, creandose
desde los tiempos de la independencia hasta llegar a la época
actual, en que esa fusidn hallase plenamente realizada y en
que el teatro nacional argentino presenta una bibliografia mas
abudante que la novela o la lirica”. De ahi que se detenga en
los origenes de nuestro teatro y adopte la posicién de valorar
las primeras obras escritas en Buenos Aires en é€poca colonial
y revolucionaria, contra la opinién de asentar el nacimiento
en Montevideo. “Una de las cuestiones mas debatidas —es-
cribe— por el comentario periodistico en el Rio de la Plata es
la que se refiere a los origenes del teatro nacional, punto di-
rectivo para el planteamiento de otras cuestiones. Cronistas y
criticos que ya no niegan el cardcter propio de nuestra escena
actual suelen complicar el asunto cuando se remontan a dichos
origenes, tergiversando por errores de informacién o de pasién,
los términos del problema. Hay quienes dicen que el teatro
nacional ha nacido en la banda oriental del Rio de la Plata,
equivoco geografico que luego esclareceremos; y hay quienes
dicen que el teatro nacional ha nacido después de 1880, por
254 ALFREDO DE LA GUARDIA

obra de los Podesta, capricho cronolégico propicio a la crénica


pintoresca, pero insostenible ante la discusién filoséfica’’.15%
Entrando, asi, en materia, Ricardo Rojas hace una rela-
cién en este capitulo XVIII de las primeras actividades escé-
nicas en Buenos Aires, reiterando informaciones adelantadas
en otras partes de su Historia, y citando a Juan Maria Gu-
tiérrez, las revistas de Trelles, Quesada, Navarro Viola, Es-
trada y Lépez, como posteriormente a las notas de Wilde, Bil-
bao, Battola, Calzadilla, Pastor Obligado. Detiénese, en segui-
da, en los libros de Mariano G. Bosch y de Vicente Rossi, para
confrontar los juicios de ambos escritores. La cronologia de
Bosch “abarca desde los origenes coloniales, antes del teatro
virreinal, hasta cuando el Juan Moreira, de Gutiérrez, pas6
del circo a las tablas, con la compafiia de los Podesta, a quienes
niega el titulo de fundadores del teatro nacional que comen-
tadores superficiales han llegado a atribuirles”. Por su parte,
Rossi aparece empefiado, pues “sus 192 paginas estan desti-
nadas a demostrar que antes de 1880 los argentinos no hemos
tenido teatro, y que después de 1880 lo hemos tenido porque
nos lo dieron los Podesta, que son nativos de la otra banda
del Plata. El sefior Rossi demuestra su primer aserto supri-
miendo de una plumada toda nuestra historia dramatica, por-
que antes de 1810 no teniamos nacionalidad y porque antes
de 1880 no tuvimos conciencia de nuestra idiosincrasia po-
pular’”. Rojas marca, a continuacién, para rebatir a Rossi las
cualidades del Siripo y de El amor de la Estanciera, \ue-
go las significaciones de La Revolucién de Mayo y Las
Bodas de Chivico y Pancha, el mérito de intérpretes como la
Guevara y Casacuberta, la asistencia de publico homogéneo al
teatro Argentino en tiempos de Pueyrredon y de Rosas, las
tendencias criticas muy definidas de la Sociedad para el fo-
mento del buen gusto dramatico. Cerrando el comentario al
respecto, reproduce la frase de Rossi: “El teatro nacional pudo
llamarse deliberadamente uruguayo; si no se llamé asi, fue
por descuido de los orientales”, y rebatiendo: “No; se llamé
teatro argentino porque se formé en Buenos Aires mediante la
fuerza de tradiciones dramaticas que venian desde el virrei-
nato y de habitos populares que se nutrian en la riqueza cos-
153 Pags. 804, 805.
RICARDO ROJAS 255

mopolita de esta ciudad. El gaucho fue un elemento caracte-


rizante de nuestra escena, pero no el unico; y los uruguayos
fueron colaboradores valiosos de esta formacién moderna, pero
no podemos referir a la cuna accidental de un actor o de un
dramaturgo la formacién vasta y complexa de una nacionalidad
ni de las formas estéticas que le sirvieron de simbolos. Baste-
me recordar que quien compuso la musica de nuestro Himno
Nacional fue el catalan Parera, y su obra resulté argentini-
sima por el aliento civico que nuestra democracia infundié en
ella. La indole colectiva de la labor teatral da todavia mayor
eficacia a aquel ejemplo”.
En otras paginas continua: “No he de ser yo, pues, quien
niegue la obra de los Podesta o de Florencio Sdnchez en la
formacién del teatro argentino; pero creo que mutilariamos
la verdad si sdlo a eso redujéramos nuestro teatro; si prescin-
dimos de nuestra historia dramatica anterior a 1880; si ol-
vidaramos en el planteamiento del problema la tradicién es-
panola y las influencias cosmopolitas; si desdefiaramos a mo-
destos obreros que en otras épocas prepararon el teatro actual
mediante esfuerzos hoy preteridos, como seran majfiana pre-
teridos muchos de los que trabajan hoy en la escena; si no
contaramos, en fin, con la ciudad, con la nacion, con el pueblo
mismo, cuya alma es la fuente en que un teatro nacional se
nutre de estimulo y de asuntos, puesto que un verdadero tea-
tro nacional no es sino espejo de un alma colectiva”’.
Abundando en sus razonamientos, Rojas afirma que las
representaciones coloniales significan mucho, porque iniciaron
a los portefios en el arte dramatico y crearon la necesidad de
un teatro permanente; que el Teatro de la Rancheria formdé
parte de los fendmenos sociales preparatorios de la indepen-
dencia; que las obras Siripo y El Amor de la Estanciera
abocetaron la tradicién americana de la raza y el color local
de los asuntos pampeanos; que el coliseo de Olaguer Feliu,
llamado mas tarde Teatro Argentino por antonomasia no pue-
de ser omitido de la historia politica de la Republica porque
en él se celebraron los triunfos de las invasiones inglesas y los
de la guerra emancipadora; que la Sociedad para el fomento
del buen gusto en el teatro estimuld la produccion local de
arreglos, traducciones y piezas originales, con lo cual los idea-
les civiles influyeron en la escena; que las clases superiores de
256 ALFREDO DE LA GUARDIA

la sociedad prestaron su apoyo al teatro naciente; que el pue-


blo propiamente dicho inspiré una parte del repertorio con sus
costumbres, tipos y sentimientos locales; que los partidos po-
liticos reflejaron sus pasiones en el teatro posterior a 1810, y
se colocaron los colores argentinos en el proscenio de la sala
de Olaguer Felii; que las compafiias contaron con actores
criollos antes de la aparicién de los Podesta, como Trinidad
Guevara y Juan Casacuberta; que la critica existid después
de la independencia y que ella tuvo una orientacién naciona-
lista con los articulos del Argos, La Abeja, El Tiempo y otros
periddicos posteriores.
A esos argumentos irrebatibles,él historiador agrega lo
siguiente: “Con estas reflexiones preliminares no pretendo
negar ni la filiacién espafiola de nuestro teatro colonial, ni la
influencia preponderante del teatro cosmopolita en la época
moderna, ni lo que en el teatro contemporaneo significan los
Podesta con la colaboracién uruguaya y la inspiracién gau-
chesca, propia de su repertorio. Mi tesis, por lo contrario, im-
plica la necesidad de conceder a cada uno de estos factores su
verdadera importancia en el proceso total, sin omitir, entre las
fuerzas creadoras del teatro argentino, las antiguas ni las mo-
dernas, las propias ni las extrafias, las técnicas del arte en su
especie y las civiles de la sociedad en su ambiente. Cuando
después de 1880 el Juan Moreira de Eduardo Gutiérrez, se
transformdé de pantomima en drama, trayendo a sus ingenuos
intérpretes del circo al tinglado, y cuando los Podesta, que
eran dichos intérpretes, prosperaron hasta poder representar
La Piedra de Escaéndalo de Martin Coronado, se produjo un
suceso de tales consecuencias que debemos considerarlo como
un punto de arranque de un nuevo proceso formador, genuina-
mente criollo por la indole de las obras y de los actores; pero
no de un nacimiento, porque aquello sdlo fue la conjuncién
de dos corrientes sociales: la campesina o folklérica y la urba-
na y literaria, que ya otras veces habian coincidido en los
teatros portefios desde la época colonial”... “El Juan Moreira
fue célula germinal de aquella cépula, pero no la uinica, y
menos atm la primera. Parecié la primera porque el cosmo-
politismo reinante habia hecho olvidar a las clases cultas la
historia literaria del pais; y el ensayo prosperé porque el pue-
blo reconocié instintivamente su propia obra. E] teatro es una
RICARDO ROJAS 957

manera de arte que no tiene vida completa sin el aliento po-


pular. Por donde fue Buenos Aires, en realidad, quien hizo
viable la creacién que estudiamos”’.1*4

Olvidos e intereses.. .

No sdlo las clases cultas olvidaron la historia literaria y


las tradiciones del pais, Alguna critica apoyé el punto de vista
de Vicente Rossi y no presté atencién al teatro anterior al
estreno de Juan Moreira, Reconocia, sin embargo, que la
produccién teatral se remontaba a los afios finales del siglo
xvi y los primeros del xrx, pero no se interesaba por precisar
las caracteristicas escolasticas de esa incipiente dramaturgia,
insistiendo, en cambio, en su escasa validez por su condicién
esporadica. Aducia que la mayor parte de aquellas obras al-
canzo muy escasas representaciones. No tenia en cuenta que
la poblacion de Buenos Aires contaba, a la sazén, con veinti-
cinco o treinta mil almas y con pocos espectadores que pudie-
ran pagar el precio de las localidades. Tampoco subieron a
escena numerosas veces las obras de Racine, Alfieri, Dryden,
Garcia de la Huerta, Lessing, Fonvizin y, no obstante, algo
significaron en los teatros de Francia, Italia, Inglaterra, Es-
paria, Alemania, Rusia...
Si los espectaculos dramaticos obtuvieron mayor apoyo
popular a fines de la centuria pasada es porque todos los ele-
mentos de la vida nacional lograron firmeza, continuidad, pro-
gresion en esa época; porque la Nacion estaba, entonces, cons-
tituida, su Estado contaba con bases firmes, su pueblo laboraba
en orden. Muy natural es, por consiguiente, que el teatro nacio-
nal se afianzase en el mismo grado. Acreciéd el numero de
autores y actores, el publico fue concurriendo con mayor in-
terés a los espectaculos, la prensa presté mas atencidn a la
parte informativa y critica, Determinar, pues, que Juan Mo-
reira inicia el teatro rioplatense nos parece una opinioén equi-
vocada e injusta. El buen éxito popular de la pantomima y el
posterior melodrama tiene su razon de ser en el mismo ca-
racter de la obra. Pero es un criterio antihistérico y antiesté-

154 Pdgs, 825, 826.


958 ALFREDO DE LA GUARDIA

tico basarse en la afluencia de publico para considerar que


ella es el factor indubitable del comienzo de un teatro. Los
dramas puestos en escena por la Sociedad del Buen Gusto tu-
vieron, asimismo, auditorios considerables —para ese tiem-
po— y entusiastas, segtin lo afirmamos mas de una vez y esta
suficientemente demostrado.
Volviendo a Ricardo Rojas, digamos que plantea en el
estudio del teatro argentino tres ecuaciones que conviene des-
pejar: la del método cientifico, la del prejuicio patridtico y la
del canon estético. El método es necesario a la investigacién
y por él se desecha la simple crénica personal y la polémica
interesada, para elevar el andalisis hasta la especulacion filos6-
fica. El prejuicio no puede ir contra los orientales por obvias
razones. El canon debe ser considerado para saber si el teatro
argentino, cuyos caracteres de nacionalidad son evidentes, al-
canza.un valor de belleza capaz de yniversalizarse. “Cuando
propongo, como tarea previa —afiade Rojas—, la reconstruc-
cién leal del proceso histérico, remontandonos por eslabona-
miento prolijo hasta los origenes mas remotos, hago con nues-
tro teatro, en la medida modesta de tal asunto, lo mismo que
el Conde de Shack hizo con los origenes del teatro espafiol 1°?
y lo mismo que Bonilla de San Martin acaba de hacer en su
libro Las bacantes, remontandose hasta las formas coreicas de
los ritos griegos”’.
Si bien en modo, efectivamente, modesto —digamos nos-
otros— ese proceso del teatro argentino nos da una visidn muy
justa de la evolucion estética realizada en nuestra escena al
mismo compas, aunque retrasada, de los cambios conceptivos
y técnicos del arte dramatico en Europa. Observemos hasta qué
punto las dos obras de Juan Cruz Varela son claros exponentes
del seudoclasicismo por temas y personajes, por exposicién,
desarrollo y desenlace; es decir por la fabula en si y por las
unidades aristotélicas, Veamos de la misma manera que las
dos obras de José Marmol son paradignas del poema dramatico
del Romanticismo, también por lo imaginativo y lo compo-
sitivo. El Poeta como héroe de la libertad y del Yo, en pugna

155 Lo hizo antes Leandro F. de Moratin en los Origenes del teatro


espaol. Y, naturalmente, las historias modernas del arte dramético, en
cuanto a la escena universal.
RICARDO ROJAS 259

funesta contra la reaccién y la vulgaridad, en medio de un


idilio desventurado; por su parte, el Cruzado héroe de la cris-
tiandad contra los musulmanes, enredado en los lazos del amor
impuro y estimulado en sus ambiciones de caudillo, Rechazar
estas piezas teatrales es negar la repercusién neta de la evo-
lucion estética europea en nuestro medio artistico. Lo mismo
ocurriraé en cuanto a la transicién entre el romanticismo y el
realismo, y respecto a la afirmacion de esta ultima tendencia
en nuestros escenarios.
| Aunese a ello la influencia politica del teatro en los dias
de la Independencia. Pero por la politica, precisamente, hase
intentado, asimismo, desvirtuar aquel proceso histdrico y es-
tético. Asi, en época de la segunda tirania, bajo el influjo de
la revision de nuestra historia y en libros dedicados a evocar
la escena rosista y en paginas dispersas publicadas en aquel
mismo tiempo, inicidse una critica que entendia que todo el
teatro primitivo nacional era un producto portefio, una crea-
cion unitaria, mientras el Circo, Juan Moreira, etc., se per-
filaban como un producto provinciano, una creacion federal.
Eso no era sino confusidn de conceptos y términos sin verda-
dera relacidn entre si. Un drama alentado por el espiritu li-
beral era argentino y solo argentino, como El 25 de Mayo o
Tupac-Amaru o El hijo del Sud. Y El Amor de la Estanciera
o Las Bodas de Chivico y Pancha nada ofrecian —inutil es
decirlo— de capitalino y cortesano. Nosotros hemos salido
varias veces al paso de esa pretendida critica, denunciando sus
intenciones politicas sinuosas.
Aquella posicién se relacionaba con otra también de pro-
positos visibles. Menospreciabase el primigenio teatro nacional
en un presunto estudio de sus ideas estéticas por considerarlo
anti-espafiol y declamatorio contra un despotismo colonial
inexistente. Pretendiase halagar a la tradicidn habsburgo -bor-
bénica, demostrando que las obras inspiradas por la libertad
argentina carecen absolutamente de mérito; ni siquiera se les
reconocia el valor documental o el propio esbozo estético ——tal
como se encuentra en los tanteos escenicos de todos los pue-
blos del mundo—, a pesar de que se trataba, especificamente,
de estudiar la estética en un volumen profuso... Habia que
lisonjear al franquismo y obtener invitaciones de Madrid para
viajes y conferencias.
260 ALFREDO DE LA GUARDIA

Unos y otros criticos se llamaron a silencio 0 cambiaron


de postura después de 1955. Era tiempo... Entonces los fede-
ralistas y revisionistas reconocieron que los dramas escritos en
la época de la Revolucién de Mayo ayudaron a levantar po-
pularmente el espiritu de la Libertad y el ideal de la indepen-
dencia.
Tornando a la Historia de la Literatura Argentina y
a los referidos capitulos, Rojas vuelve a anotar obras sobre las
que habia dado noticia ligera anteriormente, como el drama
de Manuel Belgrano, Molina, impreso en Buenos Aires el
ano 1823. Hace relacién de su asunto y personajes y lo en-
marca en la “‘tradicién labardeniana”, en el seudoclasicismo,
sin “licencias teatrales”, con los cinco actos de costumbre y
compuesta en verso endecasilabo. También hace mencidn de
El triunfo de la Naturaleza, del “poeta portugués Vicente
de- Acuna,'°® traducida por Ambrosio Mitre 0 Ambrosio Mo-
rante”, y considera que es “una versidn degenerada del epi-
sodio de Ollantay.” Afirma Rojas que Molina no es un
“documento desdefiable”, y que si bien “el autor no invento
el asunto, ni fue el primero que lo llevo a las tablas, ni mostré
en la empresa verdadera maestria, su obra es un eslabon en
la cronologia de la tragedia argentina, que empieza con Siripo,
de Labardén, Por pertenecer a la mas noble de las especies
dramaticas, por haber sido escrita en verso, por haberse ins-
pirado en la tradicién americana, el Molina tiene tantos mé-
ritos como el Siripo para no ser olvidado, y ambos son indices
de los elevados propdsitos con que nacié el teatro argentino. El
incaismo de la obra venia de los Comentarios, del peruano
Garcilaso, inca él mismo, y aunque a través de Marmontel y
de Acuna, al reflorecer en Buenos Aires, donde estuvo de mo-
da en tiempos de la revolucién adquiria incipiente expresién
estética en el teatro”.
Para seguir con el tema, Rojas nos recuerda la Lucia
Miranda, de Miguel Ortega, drama editado en 1864, que re-
produce el episodio del Sancti Spiritus, y que ha logrado que
la leyenda Negara integramente hasta nosotros en forma es-
cenica, no sin alguna “‘firmeza en la composicién teatral y en
la factura poética” en el curso de sus cinco actos. Acusa li-

156 En realidad, Vicente Velasco da Cunha.


RICARDO ROJAS 261

cenclas poéticas, mas también pasajes de diestra versificacion,


y escenas animadas de verdadero movimiento dramatico y un
desenlace cuyo efecto queda librado al verso, para dispensar
al espectador de la truculencia de las muertes en escena. Aun
cuando parezca que Ortega tenia presente a los maestros cla-
sicos, la obra no es de esta escuela, ‘‘porque un soplo roman-
tico la caldea por dentro, dada la indole del argumento, o la
tine por fuera, dada la época en la cual fue compuesta”.

Martin Coronado

En su revision teatral, Rojas se detiene especialmente en


la obra de Martin Coronado, “valiosa por su abundancia y
noble por su pensamiento”. Cita su produccién, desde Luz de
luna y luz de incendio hasta La chacra de Don Lorenzo,
diez y seis plezas casi todas escritas en verso y algunas de
ambiente criollo. Y lo caracteriza diciendo: “Mas que en la
poesia lirica, don Martin Coronado alcanzo la plena manifes-
tacién de su talento en la poesia dramatica. Llevé al teatro
su aptitud de imaginar y de versificar; fue precursor del mo-
derno drama argentino; restaurd en nuestra escena la tradi-
cién poética de Labardén, Varela, Belgrano, Cuenca y Mar-
mol; ennobleciéd la naciente comedia popular con un ideal
literario; fundié el arte y la patria en un solo culto de gloria,
obteniendo extraordinarios triunfos en este género, pues su
obra La piedra de escandalo, por ejemplo, alcanzé 500 repre-
sentaciones. Por todo ello se le considera fundador del teatro
argentino”.
Aqui el critico aparece confundido, pues no deberia po-
ner de relieve una de las peores obras de Coronado y —por
eso mismo...— el abultado numero de veces que subid a
escena, sobre todo por tratarse de un caballito de batalla de los
Podesta. Y como fundador del teatro argentino, nos parece al-
go retrasado y contradictorio con todo lo expuesto anterior-
mente por el mismo historiador. Cierto es que realizod Coronado
labor propicia a la escena nacional, y Rojas recuerda su accion
en la Academia Argentina, que presidid (1877-1879), luego
de su fundador Juan Carballido, en cuya memoria abundaba
en conceptos como los siguientes: “Ha ayudado [la Academia |
262 ALFREDO DE LA GUARDIA

con todos los medios a su alcance, a los que han querido dar
formas practicas a la idea, ofreciendo su cooperacion a las
empresas de teatros, y dando a la escena tres dramas de sus
miembros, en el espacio de un afio”. Refiérese, ademas, a la
ayuda personal para que se formaran compajfiias nacionales,
aun cuando en esa época fueron los actores espafioles radica-
dos en el pais quienes estrenaron sus piezas. Anota, asi, di-
versos dramas, desde La rosa blanca hasta Justicias de
antafio, ‘con la cual se cierra en 1897 la primera época de
la produccién teatral de Coronado, en la que predomina la
declamacion lirica sobre la habilidad teatral, y la tradicién
espafiola sobre la concepcién americana”. Y torna Rojas a La
piedra de escandalo para hacer su elogio, especialmente por-
gue en ella “hizo su aparicion triunfal un nuevo tipo, el gau-
cho semiurbanizado por la bombacha en lugar de chiripa y
la-tarea agricola en vez de la aventura policial”. Reconoce,
sin embargo, que “en la trama y los didalogos persiste la tra-
dicién del teatro clasico castellano, o del mas moderno de Zo-
rrilla y Echegaray (influencias de las que nunca se libro Co-
ronado totalmente)”, pero con todo entiende que “esa obra
afirma la emancipacion del teatro nacional”. Con la citacion
reiterada del repertorio de Martin Coronado, Rojas vuelve a
citar la cifra de 500 representaciones de La piedra de escan-
dalo (Pags. 870 y 876) —lo que parece obsesivo; acaso para
contrarrestar el éxito popular de Juan Moreira— y con-
cluye manifestando que fueron compuestas “casi todas en
verso, Casi todas romanticas, casi todas cuidadosas del idioma
espaol, cuando ya el realismo dialectal se habia apoderado
de nuestros escenarios en complicidad con un publico cada
vez mas heterdclito y tolerante”’.
Para nosotros, Ricardo Rojas comete aqui tres errores.
Fn primer lugar no se detiene ante la obra mas valiosa de
Coronado, El sargento Palma, que parece desconocer, cuando
es precisamente la mas auténticamente criolla, la de fabula
mas interesante, la de personajes mejor caracterizados y defi-
nidos. En segundo término, el teatro de Coronado no es roman-
tico, sino posromantico, y en rigor de estética no puede con-
fundirse la escuela propiamente dicha —a la que pertenece
Marmol— con su secuela ya deformada, heterogénea y des-
vaida —a la que pertenece Coronado. Pero es que Rojas ha
RLIGARDO “ROwD-AS 263

cometido ya igual equivocacién cuando, refiriéndose al teatro


espafiol, incluye a Echegaray en la neta tendencia romantica
formada por el Duque de Rivas, Larra, Garcia Gutiérrez,
Hartzenbusch, Zorrilla. Echegaray es un posromantico en
El pufio de la espada y es un iniciador realista en Mancha que
limpia. Es evidente que en los estudios dramaticos los criti-
cos no tienen el conocimieuto suficiente de las evoluciones
estéticas e incurren por ello en manifiestos descuidos en cuan-
to a la clasificacién de las obras dentro de las escuelas artis-
ticas. En tercero y Ultimo término, Rojas no quiere aceptar
que el realismo exigia la copia de la vida cotidiana en el es-
cenario, y que los autores no podian utilizar un “cuidadoso
idioma espafiol” como Coronado, para reproducir la realidad
vivida por Buenos Aires en los primeros decenios del presen-
te siglo.
En la continuacion de su estudio, Rojas cita al pasar obras
de Miguel Garcia Fernandez, Heraclio Fajardo, Rosa Guerra,
Carlos Paz, Carlos M. de Egozcue, Fernandez Espadero, Ra-
fael Barreda, David Pefia, Emilio Onrubia, Justo S. Lépez de
Gomara, José Manuel Sanchez, Pedro Echagiie, Eugenio Diaz
Romero, Emilio Ortiz Grognet, José de Maturana. En la obra
“‘valiosa” de este ultimo se detiene, para aseverar que “‘digni-
ficéd el repertorio del teatro nacional”. Aparte su iniciacién
sainetesca, “mas alto nivel marcaron sus obras El campo ale-
gre y La flor del trigo en las cuales alentaba ya el soplo de la
poesia eglégica que inspiré mas tarde La flor silvestre, Cancion
de invierno y sobre todo Cancién de primavera, poema riustico
en tres jornadas”’.

La comedia

E] capitulo XX de la Historia esta dedicado al género


de la comedia. “‘Estudiando el teatro argentino en su conjun-
to —apunta Rojas en los comienzos—, comprobamos que él
ha venido reflejando, en los diversos periodos de su evoluci6n,
los sucesivos momentos de nuestra historia social... La cro-
nologia general del teatro argentino, coincidente con nuestra
historia politica, involucra, ademas, significativas coinciden-
cias en cuanto se refiere a compafiias teatrales”, Recuerda otra
264 ALFREDO DE LA GUARDIA

vez el curso de los espectaculos escénicos durante los afios fi-


nales del siglo xv1i1 y en los del siglo xrx, y vuelve a anotar
los nombres de los actores importantes, como la Guevara y
Casacuberta; también los de Julio Ruiz, Enrique Mesa y Ro-
gelio Juarez —estos espafioles al servicio de autores naciona-
les, a fines de la centuria pasada 0 a comienzos de la actual.
Después, tras la némina de diversos comedidgrafos —-Casimiro
Prieto Valdés, Juana Manso, Pedro B. de San Martin, Ricardo
Sanchez Ayu, Nemesio Trejo, Godofredo Daireaux— llega a
tratar de Gregorio de Laferrére. Rojas se propone realizar un
“trabajo de valoracién”’, que hasta la sazon no habia sido he-
cho, y comienza por una semblanza del autor y adelantar al-
gunas de sus tareas mas juveniles, relatos que aspiraban a la
novela. Reproduce algunos comentarios del propio Laferrére
acerca de sus obras y del modo de componerlas, datos curiosos
por cuanto, en alguno de ellos —segin manifestamos nosotros
en anterior oportunidad— se anticipa al sentido pirandelliano
de la autonomia del personaje. Nombra a las cinco piezas
principales de Laferrére, Jettatore...!, Locos de Verano, Bajo
la garra, Las de Barranco y Los invisibles, y también a pro-
ducciones menores, como Fl cuarto de hora, Los dos derechos,
El tio, Por teléfono, Los caramelos, El predestinado, La con-
ciencia, La vergiienza, El miedo y Dios los cria..., curioso
entremés en el cual aparecen juntos protagonistas de sus come-
dias. “En casi todas estas piezas predomina, como caracter
sobresaliente, la viveza del didlogo que el autor maneja con
gran habilidad y el movimiento continuo de los personajes,
que por lo general no sufren ni piensan profundamente, pero
que deja en su conjunto una impresién caricaturesca de la
vida”.
Después define a cada una de aquellas obras mayores:
Jettatore es la caricatura de la supersticién colectiva, en que
“casi todos los elementos pintorescos estan tomados de la reali-
dad de nuestro ambiente”; Locos de verano es la caricatura
de las aficiones personales muy exclusivas, que a veces tocan
los limites de la mania impertinente o de la obsesién neuré-
tica; Los invisibles es la comedia del espiritismo ingenua-
mente adoptado por la credulidad de don Ramon, que intro-
duce la practica de las evocaciones en su propia casa; Bajo la
garra es la comedia de la maledicencia en ciertos altos circulos
RICARDO ROJAS 265

sociales, y como tal, lleva implicito el dolor de las reputaciones


mancilladas; Las de Barranco es la comedia de la familia
guaranga, cuya historia grotesca termina en drama. EI critico
juzga que entre estas obras sobresale la Ultima “por su factura”
y la penultima “por su contenido”, y considera, ademas a Los
dos derechos como un “‘intenso dialogo entre un esposo, la
mujer y su amante”’.
Para concluir su comentario, Rojas reproduce otras ma-
nifestaciones de Laferrére: ““Ya ve usted que estamos lejos de
las funciones trascendentales del autor dramatico, y que digo
lealmente lo que siento al declarar que no lo soy ni pretendo
serlo”. Y, por su parte, agrega: ‘Mas por lo mismo que con
tanta sinceridad se define, es necesario reconocerle sus virtu-
des, que eran sus fuerzas dentro de su limitacién. No incurridé
en las groserias del sainete plebeyo, no abusd del enredo vau-
devillesco, no barbariz6 el lenguaje, aunque copié las formas
orales del habla portefia. Observador sagaz, sorprendié en la
vida cotidiana los gestos expresivos de ciertas taras superfi-
ciales, y mediante ellas estilizé al guarango, al tilingo, al vivo,
al loco lindo, al loco de verano, al botarate, al macaneador,
tipos universales, pero que en nuestro ambiente adquieren
cierto color local, y acaso una virulencia que ha hecho necesa-
rio el nombre portefio con que se los designa. Con tales ele-
mentos urbanizé la comedia, y hasta podemos decir que, siendo
muy argentina por su psicologia y lenguaje, la hizo accesible
a los extrafios. Asi, Gregorio de Laferrére es uno de los co-
medidgrafos argentinos por quienes nuestro teatro ha podido
trasponer las fronteras nacionales, siquiera sea para satisfacer
una simple curiosidad cosmopolita de otros pueblos. Por es-
fuerzos de esta indole nuestra literatura dramatica se libré de
ser tan sdlo una pantomima de gauchos peleadores, para ser
un reflejo mas universal de la vida”’.1°7
Ricardo Rojas hace, al final, una referencia breve a la
critica, empezando por recordar los articulos de Sarmiento en
Ja prensa de Chile, y los trabajos de Santiago Estrada, prefe-
rentemente sobre el teatro lirico y la escena espafiola y de
otras nacionalidades.
El estudio del teatro argentino en Los modernos termi-

157 Pdgs, 912, 913,


266 ALFREDO DE LA GUARDIA

na anotando que la aficion desmedida de la burguesia portena


por los repertorios extranjeros motivé la reaccién gauchesca
popular. “Eso es lo que significa en nuestra historia teatral
ese vilipendiado Juan Moreira que entré en la pista con el
poncho al brazo y el facén en la mano, abriendo cancha para
sus sucesores, menos salvajes que él. Tras el gaucho penden-
ciero, vino con Calandria el gaucho cantor, en la deliciosa
égloga de Martiniano Leguizamén, como habian venido, fur-
tivamente, desde el tablado de las zarzuelas espafiolas, los tipos
populares de Nemesio Trejo, hasta que la produccién copiosa
y el ingenio fecundo hallaron el éxito que merecian, con mejor
repertorio’’.158 bs

Otras labores
~ ~
Acerca del interés demostrado por Ricardo Rojas hacia el
teatro es preciso sefialar la serie de ediciones o reediciones
llevadas a cabo con su direccion por el Instituto de Literatura
Argentina, de la Facultad de Filosofia y Letras, labor impres-
cindible y tan estimulante para el estudio de la dramaturgia
nacional. También dirigid y prologé una edicién de las dos
tragedias de Juan Cruz Varela en 1915, que habian sido pu-
blicadas por primera vez el afio 79, juntas a la produccién li-
rica. En aquel estudio adelanta Rojas los conceptos que luego
reiterara en la Historia, especialmente con referencia al
seudoclasicismo, también anotados, al pasar, en el Retablo
Espanol.
Ese interés del critico por la dramaturgia se advierte en
el curso de toda su obra. En Eurindia, por ejemplo, los co-
mentarios teatrales son frecuentes, Alli apunta cdmo “Labar-
den se ajusta a la retérica seudo clasica en su Siripo y presen-
ta a Varela como “fruto tardio y solitario de la cultura colo-
nial”, imitador de Alfieri. Asimismo, recuerda el indianismo
del mismo Labardén y de Manuel Belgrano en Molina, y
el gauchismo de Francisco Fernandez en Solané. La aficién
teatral de Sarmiento es anotada mucho antes de escribir El
Profeta de la Pampa, tanto en sus criticas redactadas en Chi-
158 Pdgs. 916, 917.
RICARDO ROJAS 267

le —sefialadas también en Eurindia— como en sus inclina-


ciones a la interpretacién y a la escenografia, que marcara
mas extensamente en su estudio biografico. Reproduce los ti-
tulos de esas criticas escénicas, desde la dedicada a Napoleon
lo manda de Scribe, hasta El teatro y los Papas. “Al teatro
: —dice— habiase aficionado ya en San Juan como decorador,
actor y lector de dramas; pero en Santiago de Chile frecuentd
el teatro por esparcimiento intelectual y social”. En San Juan
era miembro de la Sociedad Dramatico-filarménica e intervino
alli en las representaciones de El Barbero de Sevilla, El Alcalde
de Zalamea, El Convidado de Piedra y otras obras.
Aun en lugar tan alejado de la actividad escénica como
es Ushuaia y durante su confinamiento, Rojas tenia presente
al teatro al escribir Archipiélago, viendo en algunos de sus
interlocutores un tipo semejante al “gringo de los sainetes”’.
Entre otros trabajos sueltos que vienen al caso debemos citar,
ademas la ya recordada conferencia sobre Florencio SAnchez,
en 1911, reproducida como prélogo a una edicién de Moneda
falsa, de 1953. Rojas determina ahi los rasgos mas caracte-
risticos del autor de Barranca abajo, el designio social de
su obra, que supera al interés de la fabula, la vitalidad palpi-
tante de los personajes, sus enfrentamientos y acierta en ver
una insinuacién simbdlica en algunos elementos utilizados en
la composicién de La Gringa. Ese atisbo atrae, sin duda, su
propia atencion, puesto que su teatro tendera preferentemente
hacia el plano alegorico.
Apuntemos, ademas, un articulo sobre “El indio en el
teatro’, publicado en 1937, con una evocacion del tipo indi-
gena aparecido en las obras dramaticas; el prélogo escrito en
1942 para el libro péstumo de Enrique Garcia Velloso, Me-
morias de un hombre de teatro; el estudio preliminar a La
aurora en Copacabana, de Calderon, en edicién del ao 56,
anotada por Antonio Pagés Larraya.
Puede asegurarse que el poligrafo consideraba a la dra-
maturgia como una de sus propias disciplinas literarias mucho
antes de haber compuesto sus obras teatrales,
268 ALFREDO DE LA GUARDIA

Propio concepto dramatico

¢Pero cual podia ser el propio concepto dramatico de Ri-


cardo Rojas? En realidad, no lo definid plenamente en nin-
guna de las paginas escritas sobre este arte. Hay que supo-
nerlo al unir sus diversas y rdpidas disquisiciones acerca del
tema.
Evidentemente, le preocupéd el cardcter americano del
teatro nacional. “‘Podria decirse —afirma en su Silabario—
que el americanismo literario empieza para nosotros con el
Siripo de Labardén, a fines de Virreinato’”’.’°® Por otra parte,
ha marcado la iniciacién gauchesca en El amor de la estan-
ciera, la pieza homénima de esa misma época, de la que hace
mencién repetidamente en Eurindia y en la Historia. Te-
nemos, pues, al indio y al conquistador como personajes de la
primera; al gaucho y al extranjero como personajes de la se-
gunda. A veces, contempla Ricardo Rojas el paisaje como si
fueran los decorados de un teatro, y es indudable que la tierra
americana resulta para él una ingente escenografia. Entiende,
pues, que la decoracioén —en los diferentes objetos— tiene una
importancia grande en el teatro que se relacione con Amé-
rica y asi lo marca en paginas del mismo Silabario referen-
tes a la arqueologia, que el artista puede estilizar en la indu-
mentaria, las joyas, los muebles, etc., destinados a los espec-
taculos escénicos.
Rojas busca en las danzas primitivas una posible vena
que haya aportado sangre al teatro criollo, pero no vemos, en
realidad, donde pueda marcarse tal influjo, Por supuesto, ni
en Siripo ni en Molina aparecen bailes indigenas, ni tam-
poco ritos. En cuanto al teatro gauchesco nace directamente
de la novela de Gutiérrez, que es, a su vez, reflejo de la le-
yenda del bandido generoso, abundante en Europa desde tiem-
po remoto y muy comun en la época romantica. Es el gaucho,
como lo indica la denominaci6n, el inspirador directo de este
género peculiar en la escena argentina, y su musica, sus pa-
yadas y sus despliegues coreograficos son, inicamente com-
plemento de las obras, donde solia ofrecerse —por lo comm en
el acto segundo— una fiesta campera, a fin de que el espec-

159 Pag. 257.


RICARDO ROJAS 269

taculo tuviese una plena proyeccién popular. Ese aditamento


estuvo, por lo general, desvinculado del argumento y de la
accion. Por lo demas —y esto lo sostuvimos siempre en nues-
tros comentarios sobre estética— la danza no se convirtié en
verdadero drama hasta que no se concreté en conflicto indi-
vidual, es decir hasta que no emerge la personalidad con el
protagonista. Eso es lo que ocurrié en la antigua Grecia, pero
acerca de lo cual no se ha discriminado suficientemente al
estudiar los origenes del teatro. Porque una cosa es el teatro
y otra distinta es el drama en si mismo.
Advertimos en alguna de sus paginas, la inclinacién de
Rojas hacia el entronque del teatro y la Historia. “Historia
es el género literario que mas se ha cultivado en América, y
de la historia misma se han derivado luego el ensayo filosé-
fico, el teatro, la novela y la lirica” —dice en Eurindia.1®° Y
recuerda que en el teatro espafiol la historia y la leyenda pa-
saron desde el romancero hasta el tablado, Debemos tenerlo
presente, pues la obra dramatica que compone es, en sus cua-
tro expresiones, histdrico-legendaria. “Las crénicas transmiti-
das desde los viejos tiempos aportan una rica vena de asuntos
para la novela, el teatro y el poema historicos, tal como hoy
entendemos el arte de las evocaciones.” Para Rojas el teatro
es, ante todo, “una exigencia de los espiritus cultos” —asi lo
precisa en El Profeta de la Pampa.‘®' Y evidentemente su
produccién escénica es fruto de su propia cultura y esta enca-
minada a acrecentar la cultura del pais. Considera, también,
que el teatro es un producto de la democracia, y sin duda
acierta en esa opinion. FE] teatro tiene una clara surgente po-
pular y, desde luego, su desarrollo se cumpliéd cuando las ciu-
dades lograron también un apogeo democratico. Fueron ellas
las que lo alimentaron y mantuvieron, como reflejo de sus
propias idiosincracias, concretadas en la creacién de su espi-
ritu superior. E] teatro argentino se enfervoriza con el ideal
de la independencia, primero, y con la aparicién del gaucho,
después. Asi es, en efecto, una consecuencia directa de la vida
democratica de la nacién. En Retablo Espanol, su autor
advierte que “el teatro requiere conocimiento de la vida exte-

160 Pag. 93.


161 Pag, 9.
270 ALFREDO DE LA GUARDIA

rior para representarla con su ambiente, sus tipos y su habla


dialectal” 162, relacionandolo de esta manera muy estrecha-
mente con la colectividad y sus formas de existencia comun.
Este concepto le lleva, por otra parte, a exaltar la natu-
ralidad que encuentra en el teatro espafiol de los siglos xvi y
xvul, en Timoneda, Cervantes, Lope de Vega, y mas adelante
en Ramon de la Cruz; pero si bien relaciona el habla popular
de aquellos ingenios con la gauchesca de poemas y dramas,
considera que una cosa es utilizar los modismos legitimos del
pueblo, y otra “‘bastardear” el idioma. Ve en el didlogo, natu-
ralmente, la base del drama. “E] didlogo es dramatico por defi-
nicion” —manifiesta, en Los Gauchescos 1°*—, trayendo a
colacién los consejos de Horacio en el Arte Poética. “La ma-
nera de definir los caracteres consiste en hacerles que, sin
decirlo, se definan mientras van expresando genuinamente su
pensar y sentir’... Si “entraban en egcena los gauchos de la
Pampa era natural que no hablasen como los cortesanos de
Toledo”... “Lope de Vega, él mismo, con haber dicho que
ponia bajo siete llaves los preceptos al empezar una comedia,
habria sido el inventor del lenguaje gauchesco, si hubiese
alcanzado a poner los gauchos en escena. Es que Lope tomaba
la sustancia de su arte a la realidad”. Y en otra parte insiste:
“El teatro, mds que ningun otro género literario, se halla
ligado a la vida intima del pueblo.
“El alma colectiva esta en el ambiente de la accién escé-
nica y en la sala de sus espectadores. Una minoria culta puede
Negar al goce de un teatro inactual o exético; pero la ma-
yoria sensitiva necesita de un teatro propio, que le represente
el drama de su propia existencia. Sus primeros ensayos suelen
ser copias grotestas de la realidad, cémica o tragica. Su musa
es buta en la alegria y melodramatica en el dolor. Prepon-
deran los gestos sobre las palabras. Su comedia incipiente re-
meda el baile popular, y su drama embrionario, el crimen
instintivo. Es una formacién: elemental que aspira a ser arte,
pero que es realidad atin. Sus creaciones estan todavia sucias
del barro primordial. Faltales la perfeccién de la forma, la
gracia del movimiento, el soplo del espiritu. Cuando los ad-

162 Pas. 127.


163 Pags, 562, 563.
RICARDO ROJAS 271

quiere, un nuevo teatro nacional se incorpora a la historia de


la cultura humana. Si no los adquiere, es el secreto rudimen-
i

tario y local que poseen casi todos los pueblos”.


Adviértese en el ensayo de Ricardo Rojas un deseo de
que el teatro sea expresién genuina del pais argentino, atento
siempre a sus fundamentos primordiales de la via telurica y
de la via hispanica. Para él es una creacién donde confluyen
}
multiples elementos y su formacién es lenta, mediante un
proceso de cultura y de técnica. “El arte dramatico —asevera
en “Los Modernos” 1**— es de suyo tan complejo, que a él
concurren la emocion colectiva de la raza y los medios escé-
nicos de la representacion, de modo que la critica no puede
reducirlo a la obra de un solo escritor, salvo cuando se trata
de un dramaturgo de genio, ni al simple analisis del didlogo
sobre el papel. En nuestro pais no ha nacido todavia un Sha-
kespeare, y mientras nace conviene no perder de vista su
caracter de género en formacién, como la nacionalidad misma,
ni su funcién de simbolo colectivo”
Representacion del pueblo, pues. Tanto por una como por
otra de aquellas dos vias lo legendario y lo histdrico tiene,
para Rojas, una gran significacion. Y por aqui podemos sub-
rayar un concepto que fundamentara su teatro, basado pre-
Cisamente en ambos elementos. “La documentacién historica
del teatro nacional —afirma a continuacién— es de la ma-
yor importancia para la solucion de sus propios problemas,
tanto a los que atafien a su color local de argentinidad como
de los que tocan a su valor universal de cultura”.
Vemos que el critico y futuro dramaturgo sefiala en
aquella complejidad del género dramatico “un formidable cau-
dal de sentimientos civicos, de intereses econdmicos, de acti-
vidades profesionales, de preocupaciones perodisticas y de ideas
estéticas”, por lo cual marca la jerarquia alta y la influencia
evidente que tiene el teatro en la vida nacional.
Previa a la creacién dramatica existid, por tanto, en Ri-
cardo Rojas una atencién muy aguda hacia las cuestiones per-
tinentes a la escena. También nos habla —aunque sin dete-
nerse en ella— de la composicién, entendiendo que la inven-
tiva debe ocupar su principio, con una capacidad probada,

164 Pag. 804.


Wi, ALFREDO DE LA GUARDIA

luego de la cual el juicio critico debe cumplir su funcién de


vigilancia, para llegar después a las realizaciones practicas.
Segiin hemos visto, sefiala el caracter puramente dramatico
del didlogo. El didlogo es, sin duda, la base del drama, la expre-
sin auténtica para que la esencia —el espiritu— del mismo
drama se revierta en una primera manifestacién. En mas de
un pasaje alecciona respecto a la sobriedad tanto en el verbo ~
como en la accidén. Cree que el lenguaje debe ser natural y
sencillo, si bien no excento de vibraciones de elocuencia. La
indole del lenguaje debera surgir, justamente, del propio tema
y de las circunstancias expuestas en la obra, puesto que las
dramatis personae habran de expedirse de acuerdo con sus ca-
racteres, sus posiciones y su tiempo. Entiende, asimismo, que
“todos los hechos menores deben concurrir al asunto princi-
pal, sin que éste se detenga o se extravie por episodio de re-
leno o de intriga”. Muy acertada advertencia —basada en
Aristételes—, pues la tragedia o ef drama deben desarrollarse
del modo mas concentrado y prieto que sea posible, a fin de
que su efecto en el espectador —sea interno o externo, por
pensamiento 0 por emocién— se produzca directamente.

Inspiracion tragica

El teatro, como arte, ha de ser para Rojas “un esfuerzo


hacia la perfeccién de la vida”. Por eso aspira —con Nietzs-
che— a que el artista sea un embriagado, un inspirado, aun
cuando no perdone por eso la autocritica. Por aqui vemos
también una inclinacioén de Rojas hacia la dramaturgia mas
profunda, que es la tragica. Esa inspiracién debe ser la pro-
pia de las mas altas pasiones humanas, los anhelos nobles, la
esperanza, el amor, la bravura, la libertad, la justicia. El tea-
tro de Rojas se fundamenta en estas aspiraciones del hombre.
Por esencia y por forma, su teatro no podia ser, en con-
secuencia, un teatro de norma realista, reflejo de asuntos, per-
sonajes y costumbres de la existencia comun circundante del
escritor. A este respecto no anticipa nada en su Historia y tam-
poco en ningun otro de sus libros. Unicamente en Retablo
Espanol hace una referencia a Edouard Schuré, citando a La
RICARDO ROJAS 973

Roussalka.*®* Sabemos por conversaciones con el maestro que


uno de los libros preferidos de su juventud habia sido Los
grandes iniciados. En sus capitulos evoca dicho autor a Ra-
ma, Hermes, Moisés, Pitagoras, Platén, Jestis, etc., con un
proposito sustancial: aproximar las ciencias y las religio-
nes, consideradas “fuerzas enemigas’’ —dice— y “‘cuyo dua-
lismo ha minado las bases de la civilizacién y nos amenaza
con las peores catdstrofes”, seg asevera en el prefacio.
Schuré es el dramaturgo mas representativo del simbolismo.
mucho mas significativo y mucho mas profundo que Maeter-
linck, aunque sus obras no hayan alcanzado numerosas re-
presentaciones. Les enfants de Lucifer, La Soeur gardienne,
Léonard da Vinci, La Roussalka componen su teatro del alma,
que recibe una influencia del Ibsen simbolista del Brand y
los otros grandes poemas dramaticos del periodo intermedio
de su creacién. Schuré, mistico de visiones proféticas pero
de un gran sentido humano de libertad y de justicia, puso
como lema a su teatro “el alma es la llave del universo”’. Era
un hondo espiritualista de ideas platénicas. La primera de las
obras citadas concluye con un parlamento de Héraklidos en
que dice, entre otras cosas: “Par son sacrifice, l’heroique
Amour a reconquis la Sagesse divine”. Schuré ambiciona,
pues, una suprema sintesis por la cual el hombre puede acce-
der a la divinidad.
Sin que Ricardo Rojas siga con exactitud las huellas del
simbolismo dramatico, ni en particular las de Edouard Schuré,
podemos clasificar su teatro —y lo hicimos en una ocasién
anterior— de espiritualista y de simbolista por su contenido
y continente. Sobre todo Ollantay y La Salamanca, sus dos
dramas de mayor solidez responden, en su modo, a los con-
ceptos y las pautas que forjaron el teatro del propio Schuré,
el nombrado Maeterlinck, Albert Du Bois, Desjardins, mis-
ticos inventores de alegorias, desde luego heterodoxos, pero
que tienen sus puntos de contacto estético con los catdélicos mas
0 menos ortodoxos Claudel, Ghéon, Jammes, Péguy, y con el
naturista Saint-Georges de Bouhélier, asimismo emblematico.
Recordemos que, aparte de sus cuatro obras teatrales propia-
mente dichas, Rojas escribié La Respuesta de Loxias, que ofre-

165 Pag, 214.


274: ALFREDO DE LA GUARDIA

ce cierta forma dramatica, y los didélogos de El Cristo Invi-


sible, que podrian ser convertidos en un drama —con prota-
gonista y deuteragonista—, asi como se hizo con los didlogos
de Platén, estrenados por Ermete Zacconi,
Todo ello esta de acuerdo con el sentido artistico procla-
mado por Ricardo Rojas en sus estudios acerca del arte dra-
matico. Arte que, para él, como para los verdaderos forjadores
de la dramaturgia fundamental, es ideal expresado por el
verbo y la accién, poesia esencial transfigurada por la voz y
el gesto en el espectaculo. Cualesquiera que sean los valores
que puedan reconocerse a esta produccién escénica de Rojas,
habra de admitirse que fue inspirada por un nobilisimo con-
cepto y que ha contribuido a levantar el nivel del teatro argen-
tino, dandole un nucleo que responde a una loable aspiracién
lirico-dramatica y que define una estética no incluida hasta
ese momento en la historia y el proceso evolutivo de fondo
y forma de la dramaturgia nacional.

La tradicién escénica

Cuando en la Argentina se habla de tradicién, dos con-


ceptos se tienen presentes. Uno es el mas superficial y a él se
atiene el vulgo: tradicién es el desfile gaucho, son los jinetes,
las chinas enancadas, las carretas tiradas por bueyes, el folklo-
re mas rudimentario y desvirtuado con sus guitarras y sus
bailes. El otro es de sentido politico y alcanza otros niveles:
la tradicién es el conservadorismo regresivo, son las visiones
virreinales, la exacerbacién del saavedrismo, los abusos del
latifundio. Fuera de esto no existen tradiciones.
E] teatro la posee, sin embargo, como hemos visto por el
ensayo filosdfico de Ricardo Rojas sobre la literatura argentina;
el criterio defensor del nacimiento de nuestro teatro con las
representaciones de Juan Moreira la rechaza. La aficién des-
medida a las novedades escénicas extranjeras es, igualmente,
contraria a esa tradicién. El prurito de desdefiar a los autores
que tienen realizada una considerable obra dramatica y la
prosiguen, para dar preferencia a los tanteos mas deleznables
de los recién llegados es otra postura adversa a la tradicién del
RICARDO ROJAS 275

teatro argentino.®* Los teatros comerciales ofrecen por lo gene-


ral comedias de éxito probado en los Estados Unidos o en
Europa; los conjuntos llamados independientes suelen alternar
las obras extranjeras con los mas débiles ensayos de los autores
inéditos, amigos de pefia 0 circulo. Todo esto conspira seriamen-
te contra el desenvolvimiento del teatro nacional, que pasa por
una crisis —de invencioén y de interpretacién— manifiesta y
repetidamente sefialada.
Ya dijimos que la critica —o la crénica— ha contribuido
y contribuye a este lamentable estado de cosas. Critico procede
de criterio, que viene del griego krinein 0 sea juzgar. Cronista
deriva de crénica, y ésta de chronos 0 sea tiempo. El primero,
analiza una obra sin atenerse a la actualidad, considerando
todos los elementos que la componen, su concepcion, su técnica,
sus proyecciones diferentes. El segundo resefia una obra en la
hora de su aparicién publica, es decir un espectaculo con su
circunstancia y su fugacidad. Mas estas dos funciones se con-
funden excesivamente entre nosotros, y la crénica pasa por
critica, y no ya la diaria cronica periodistica —volandera como
es natural—, sino el mismo sentido de la crénica se traslada
al libro sin que lo hayan elevado a la jerarquia de la critica
la cultura, la sindéresis, el estilo, en suma el verdadero valor
literario. Esto redunda, asimismo, en perjuicio de la tradicion
dramatica argentina.
Antes del estudio literario de Ricardo Rojas esa tradicion
no habia sido fijada, pues los libros de Bosch carecian de
método y son mas que una historia una relacién de recuerdos
personales y busquedas fragmentarias. Desconociase, general-
mente, la existencia del teatro anterior a 1880 y despreciabase
al posterior. “Contra todas esas fuerzas hostiles —escribia nues-
tro autor—, el drama argentino se ha formado y comienza a
triunfar, dentro de formas que le son peculiares, Claro que es
un teatro primitivo; pero aquellos que lo desdefian, creyéndose
cultos, muestran, al desdefiarlo, su propia incultura. Pues no
nacié de otro modo el teatro griego, ni el teatro espafiol; y lo
que en nuestro pais contemplamos es sencillamente la génesis

166 Fn 1949 dicté una conferencia exponiendo las obras concluidas


por autores de prestigio, como Samuel Eichelbaum, Rodolfo Gonzalez
Pacheco y Armando Discépolo, que no podian subir a escena.
276 ALFREDO DE LA GUARDIA

del antiguo milagro, que sdlo a pocos pueblos les fue concedido.
Signo de alto destino y de espiritual seleccién es para nuestro
pueblo el haber creado, antes que otro alguno de América, un
drama nacional, con hondas raices en, la tradicién y sensibili-
dad colectivas”.1°7 Agrega Rojas que ese teatro crecié sin el
favor del Estado ni de las clases altas de la sociedad, y se afian-
z6 con los aportes folkloricos, y la poesia gauchesca. Refiérese
a la‘ ‘formacion lirica” y a la “‘formacién épica’, afiadiendo
que su “evolucién ha de continuar hacia formas de universa-
lidad y de belleza”, cosa que no duda *‘al ver sus rapidos pro-
gresos en menos de veinticinco afios”. Por ultimo, en lo que
a esto respecta, sugiere que los futuros dramaturgos digan de
manera superior lo que apuntaron los primitivos autores.
El historiador pecéd de optimista, como otras veces. Hoy
es necesario insistir continuamente acerca de la trayectoria de
nuestra dramaturgia para que la tradiqin teatral no sea borra-
da por juicios empedernidos o por ignorancia casi absoluta,
cuando no por opiniones pedantescas. Respétase una tradicion,
por ejemplo, en pintura, y nadie niega el valor de los artistas
iniciales de nuestras artes plasticas. En el teatro, no, La vanidad
de cada uno arrasa con lo ajeno. Nada existe, nada vale, sino
lo propio, lo de hoy y lo de aqui...
En Francia, y no solo en la Comédie Francaise, reponese
constantemente el repertorio. Ya no se trata del terceto clasico
indiscutible: Corneille, Racine y Moliére, que estan por encima
del tiempo y de los gustos; tratase de Victor Hugo, de Dumas
(hijo), de Augier, de Becque, de Rostand —para citar algunos
nombres—, cuyas obras son representadas como exponentes
de una época, una estética, una técnica, como documentos
historicos, artisticos y sociales. La critica vuelve a comentar
esas obras dentro de los limites que correspondieron a cada
una, sin menosprecio, sin compararlas a Sartre o a lonesco;
el publico acude a aplaudirlas sin reirse de las inverosimili-
tudes de Hernani, los sentimentalismos de La Dame aux Ca-
meélias, las ingenuidades de Le genre de M. Poirier, las cru-
dezas de Les Corbeauz las fanfarronerias de Cyrano de Ber-
gerac. A ningun director se le ocurre modificar esas obras,
para adaptarlas al gusto actual. Forman la tradicién del teatro
167 Pag. 900, 901.
RICARDO ROJAS Diy

francés y son respetadas y celebradas como paradigmas de la


evolucién dramatica nacional, del espiritu de Francia expre-
sado sobre el proscenio.
En Inglaterra, sin hablar de Shakespeare, sigue conside-
randose que la Venice Preserved, de Otway, es la mejor tra-
gedia inglesa, luego de las compuestas por aquel genio, y se
aquilatan los méritos de Dryden, Congreve, Sheridan. En Italia
se reponen los dramas de Alfieri y las comedias de Goldoni, etc.
Entre nosotros, cuando se repite una obra de Laferrére, de
Sanchez, de Payro se atisba lo que tiene de preterido. La
reposicion de Ollantay de Ricardo Rojas en el Teatro Nacio-
nal de Comedia, en 1964, modificada por un adaptador y un
director jévenes, llegé al escandalo de la irreverencia y la
ineptitud. Asi no es posible mantener una tradicién del teatro
argentino. Y el teatro argentino necesita de esa tradicién para
desarrollarse por una segura via artistica. Las auténticas reno-
vaciones, las fértiles, las que perduran, responden a una con-
tinuidad espiritual. Bastara el ejemplo de Federico Garcia
Lorca para demostrar cémo apoyandose en el teatro clasico
espaniol y especialmente en Lope de Vega pudo sacar a la dra-
matica de su pais de la estrecha limitacion realista en que
estaba encerrada y en que ha vuelto a caer después del estreno
de La Casa de Bernarda Alba, La poesia de Lorca, heredera
natural, consubstanciada, de la poesia de Lope habia hecho
posible ese empefio estético, tan desdichadamente truncado por
una muerte dos veces injusta por prematura y violenta.
El] teatro argentino debe, pues, recordar sus origenes poé-
ticos y adecuar las proyecciones correspondientes al tiempo
actual. No se trata de fabulas, de figuras, de formas repetidas,
sino de fidelidad al espiritu de la tierra y del pueblo. Las
vanguardias ex6ticas son soluciones de continuidad aqui como
en Europa.'®§ Las reiteraciones sin un anhelo renovador con-
ducen a la anquilosis artistica. Sdlo el verdadero genio poético
es capaz de la continuidad y la renovacion.

168 Ya lo hemos dicho al referirnos a la dramaturgia francesa. Béc-


kett y Ionesco, Adamov y Obaldia no son autores franceses aunque escri-
ban en ese idioma. Nada tienen que ver con el espiritu del teatro de
Francia.
“ELELIN”

Tetralogia

La dramaturgia de Ricardo Rojas esta compuesta por una


tetralogia: Elelin, La Casa Colonial, Ollantay y La Salaman-
ca, obras que no se relacionan entre si por sus fabulas y sus
personajes, pero que responden a un concepto general del
teatro y a temas que lo situan no solo en el ambito de la esce-
na nacional, sino de todo el arte dramatico del continente.
La concepcién de estos dramas responde a la preferencia de
su autor por el teatro-poético —fuere escrito en verso 0 en
prosa—, desarrollado en dos planos perfectamente visibles: el
realista y el simbdlico.
Sin tener en cuenta las fechas de sus estrenos, dandoles
un orden cronoldgico en Ja historia, Ollantay, Elelin, La Sa-
lamanca y La Casa Colonial ofrecen asuntos, respectivamen-
te, de los tiempos incaicos, de la Conquista, la Colonia y la
Independencia. En la primera, de tema complejo como vere-
mos, presenta la rebelidn del Runa, del hombre de la tierra,
contra el Inca, el soberano descendiente del Sol. En Ja segunda,
la proeza formidable de los guerreros que abrieron con su
valor las rutas del Nuevo Mundo. En la tercera, el castigo
del encomendero codicioso, cruel y supersticioso, a pesar de
su proclamada fe, por el espiritu acendrado de un mensajero
divino, acaso el propio Santiago, tal vez la representacion del
Cristo invisible. En la cuarta, el ideal de la libertad argentina
RICARDO ROJAS 279

triunfa en los afios decisivos, para forjar la patria. Con todas


marca una ruta firme en el teatro nacional, restaura la trage-
dia que se inauguré con Siripo, perfila una creacién alegé-
rica en nuestra escena y la entronca, asi, con el simbolismo
universal, segin ya apuntamos. Ese es su mérito primero, su
funcion fecunda en la historia del arte dramatico nacional. Por
eso, el teatro de Rojas es una de las mas legitimas expresiones
de su personalidad, es una parte substancial de su labor poli-
grafica.

La Conquista

Primero de los trabajos teatrales estrenados por Rojas, es


dificil determinar si Elelin fue, también, el que salié inicial-
mente de su pluma. Por lo que puede conjeturarse, el autor
de Eurindia concibid mas 0 menos en la misma época —entre
1909 y 1910— sus fabulas escénicas, pues hace referencia a
ellas como labores inéditas durante “tantos afios” en el prélogo
de Elelin, dado a publicidad en seguida del estreno, el 28 de
mayo de 1929. “Esta y otras piezas del mismo género” yacian,
pues, en los cajones de su escritorio en la duda horaciana de
haber logrado los propdsitos artisticos fundados en tales dramas.
Veremos que, desde 1908, pensaba en una tragedia ollantina,
muy probablemente, desde 1907, fecha de edicién de El Pais
de la Selva, concebia el poema del conquistador, pues aquel
libro comienza, precisamente, con un capitulo dedicado a la
expedicién de Diego de Rojas y su muerte a manos indigenas
en tierra de los belicosos juris. Este es el antecedente literario
fundamental de la obra dramatica.
Ese capitulo, “La Conquista”, es, sin duda, la primera
relacién del episodio histérico aderezado literariamente, y
constituye, acaso, las mejores paginas del citado volumen. Hay
alli un colorido poder de evocacién de la tierra y la época, el
ambiente y los hombres; de la hazafiosa aventura, el misterio
circundante y el codicioso ensuefio con que era buscada la fan-
tastica ciudad, ese Elelin, capital de plata de un fabuloso reino
de metales preciosos. El valor y la proeza, la ambicién y el
enigma son los elementos primordiales de este como de todos
los episodios del inmenso poema hispanico de América, La
280 ALFREDO DE LA GUARDIA

reducida y audaz tropa de espafioles habia avanzado por las


tierras de Capayan, dejando atras el Concho de los Diaguitas
y se entraba por llanos frondosos, donde habia encontrado
resistencia denodada de los aborigenes nomades y guerreros,
siempre al acecho, siempre dispuestos al ataque sinuoso. “Tras
el pais de la montafia —dice el capitulo de Rojas—, del reino
Calchaqui, llegaban al pais de la selva...” “;A donde iban?...
éQué inflexible designio de la fortuna los llevaba, por entre
peripecias de romance, hacia el misterio donde acaso les espe-
raba la muerte?...”
Relatase el avance, la prisién de un indio emboscado, la
reunion de la mesnada de Rojas y la de la tropa de Felipe Gu-
tiérrez, las rencillas entre los jefes de la expedicién. Detallanse
las estipulaciones en virtud de las cuales, en caso de morir el
primero, debia sucederle el segundo en el mando, y a éste,
Nicolas de Heredia, seguin lo dispuesto antes de partir del Peru.
Afirmase la resolucién de seguir adélante con la empresa, a
pesar de la tierra inhdspita, las fatigas crecientes, las perspec-
tivas sombrias en parajes tan adversos, la falta de noticias
acerca del sofiado Elelin. Siguen los combates entre el bravo
grupo de intrusos y el pueblo autdctono, cuyo cacique Sin-
chihuaina anima a la resistencia pese a los reveses ante las
bocas de fuego y el galope de los centauros. Los gritos de
“;Santiago, a ellos!” se mezclan con los lamentos indios:
“|Anay! jAfianay!”. Y la relacién continua asi:
“La caballeria espafiola, en viéndoles, galopé a deshacer
el grupo. La atropellada fue sangrienta. Algunos corceles, a
pesar de los gritos y latigazos, encabritaronse de miedo, resa-
biandose por ahi. Otros, al llegar, bajo el acicate de la espuela,
corveteaban con brio e iban a caer de un salto en medio, sobre
cabezas de indios, pero bruto y jinete despanzurrdbanse en la
filosa punta de las lanzas. Con ataque tan recio desfallecié la
falange. Los juris comenzaron a huir. Deshecha la vanguardia,
la retaguardia de los arqueros reculaba también; pero dispa-
rando los tangoles atin. Sobre el campo sembrado de visceras
caia la venenosa lluvia de saetas... Entonces, alla lejos, uno
de los jinetes que acababan de atropellar, vacilé sobre su mon-
tura, y se le vio desarzonarse, con espada y yelmo, desde la
grupa del caballo. Caia la tarde; pero a su luz indecisa pudo
verse que aquel hombre era Don Diego de Rojas, el jefe de la
RICARDO ROJAS 981

Conquista. Una flecha perdida acababa de clavarsele en el


muslo”.
La figura del capitan de la conquista reaparece en otros
libros del autor, pues le apasiona, sin duda, su contorno épico,
la osadia de la expedicién, la muerte violenta y, desde luego,
la igualdad de apellidos. En la Literatura Argentina lo nom-
bra en Los Gauchescos (pags. 132 y 819) refiriéndose a los
viajes de Almagro y Valdivia, luego de la toma del Cuzco; y
también en Los Coloniales (pags. 64 y 286) con motivo del
desconocido poema “Famatina y Conquista del Tucuman”’,
compuesto en el siglo xvi por Mateo Rojas de Oquendo, vecino
de Santiago del Estero, y después hablando de otros guerreros
como Nuiiez del Prado, Aguirre, Cabrera, Castillo; mas ade-
lante con respecto a las avanzadas por los caminos del Sur.
En Retablo Espafol cuenta como en una fonda burgalesa
evoca la hazafia de Don Diego, y reproduce un elogio de Fran-
cisco Grandmontagne relativo a El pais de la selva, que dice
asi: “El primer capitulo es el mejor: me parece una acertada
verdadera. La figura de Don Diego de Roxas en medio del
desierto se queda fuertemente grabada en la memoria”.

Catalina de Enciso

Indudablemente quedo fija en la del escritor argentino y


su resultado fue el drama Elelin, Pero Elelin tuvo como titu-
lo provisional La Conquistadora y con él fue leido a Enrique
de Rosas en 1928. La conquistadora es Catalina de Enciso,
compafiera del lugarteniente de Rojas, Felipe Gutiérrez, y
unica mujer en el reparto de la obra. Explicase este titulo
provisional porque el personaje tiene preponderancia en el texto
y porque el antecedente mas exacto del drama es un articulo
sobre tal dama aventurera, publicado por Rojas en el periddico
Santiago del Estero, editado en la ciudad de este nombre, en
1918, y luego, 1921, en la revista Babel (N° 5), de Buenos
Aires. El mismo autor, al reeditarlo, lo considera “fuente
principal” de Elelin. Y, efectivamente, lo es, puesto que en
esas paginas se anticipa ya el asunto del drama, terminado
de componer el afio 25, aunque, segun apuntamos, concebido
desde mucho tiempo antes. Dicho articulo comienza asi:
982 ALFREDO DE LA GUARDIA

“Este es el nombre [Catalina de Enciso] de la primera


mujer espafiola que entré en el territorio santiaguefio, y que
habiendo venido al pais de los juries con los expedicionarios de
don Diego de Rojas, mereceria llamarse, por antonomasia, la
conquistadora santiaguefia’. Ricardo Rojas tomé la silueta y
el episodio de Catalina de Enciso de la Historia, de Santa
Clara, que los sittia en Salavina y en Soconcho, el aio 1543.
“En territorio de Salavina —dice nuestro autor— habrian los
naturales herido a don Diego, y es al producirse el delirio de
la fiebre y sintomas de intoxicacién, cuando surgid en la hueste
la inculpacion andnima de que la Enciso, cuidando a don Diego,
habiale hecho el dafio; y ella era responsable del trance fatal
que presenciaban”’. Y en seguida: “Sospecho, por ciertos indi-
cios, que la inculpacién pudo formularla Rodrigo Sanchez de
Hinojosa, y siendo Catalina querida de Gutiérrez, se imagin6
que éste habia logrado acelerar el fin,de su jefe para sucederle
en el mando, como en derecho le correspondia, segun las esti-
pulaciones acordadas en el Perit con el gobernador Vasco de
Castro a nombre de su Majestad. Rojas conocio la triste esne-
cie entre los dolores de la agonia, y aun tuvo tiempo de oir las
airadas protestas de Gutiérrez contra semejante calumnia, y
los antos de la Enciso aue. junto al lecho del moribundo,
mesabase clamante los cabellos y alzaba los brazos al cielo,
pidiendo que el rayo de Dios cayese sobre ella, si es que habia
dado ponzoria al gobernador, a quien todos querian’’. En vano
fueron aquellas protestas y aquellos llantos, porque se creyé
en la culpabilidad hasta algiin tiempo después en que otros
soldados murieron en la misma forma que Rojas, a causa de
las heridas que les produjeron Jas flechas enyenenadas de los
indigenas.
Ambiciones y rivalidades terciaron luego y, a pesar de la
probada inocencia de Catalina, fue desconocido el derecho al
mando de Felipe Gutiérrez, alzAndose Francisco de Mendoza
con la capitania de la expedicién y mandando presos a su rival
y a la querida hasta el Cuzco. “Y asi —concluye Ricardo
Rojas— la solitaria mujer que vino con los primeros descubri-
dores de Santiago, destacase como la figura central de un agi-
tado y pintoresco drama, con el paisaje de nuestra tierra por
escenario, donde se entrechocan las abnegaciones del amor, las
conspiraciones del odio y los espantos de la muerte, que per-
RICARDO ROJAS 283

petuan el destino humano por siempre idéntico a si mismo, y


que a la manera de las parcas simbélicas tejen. enredan, cortan,
en toda tierra y en todo tiempo, el hilo invisible de la vida”.
De esta manera gueda expuesta por el mismo autor la
fabula histérica de su drama Elelin, en la que introduce dos
elementos imaginarios: el amor de Rodrigo por Catalina, con-
vertido en rencor al verse desdefiado, y aue resulta motor de
la intriga, favorecida ésta por las pretensiones de Mendoza al
mando de la hueste: y un final reparador en que todos los
guerreros deponen odios y ambiciones para seguir, en nombre
de Espafia y del Rey, la empresa de la guerra y la procura
de la ilusoria Elelin.

Los motivos dramdaticos

El drama intenta ser, en efecto, una representacion de la


conquista de América. En sintesis, expdnese en sus tres jorna-
das los rasgos caracteristicos de aquella empresa descomunal:
el misterio de la tierra desconocida. la fascinacién de las rique-
zas ocultas, el valor temerario de los hombres, las ambiciones
desenfrenadas, la hostilidad del medio, las privaciones padeci-
das, las acechanzas constantes, los combates desiguales, la
muerte en permanente presencia, y sobre todo ello el misticismo
animando la misi6on cristiana. Para realizar su obra, el histo-
riador contaba con los documentos, el poeta con la fantasia.
La fusién de ambos elementos. el de la realidad y el de la ima-
ginacion, es siempre labor dificil, y mas en este plano gigan-
tesco, donde el primero resulta limitado para recoger el episodio
cierto, y la segunda debe trasponer Jas fronteras de la mas
alta’ poesia para alcanzar la culminacidn de tales hazanas. El
genio superior que nos dio la Iliada, La Divina Comedia, El
Quijote, no tuvo su lugar en el ambito del Nuevo Mundo,
para relatar la guerra, la evangelizacion, la existencia huma-
na.’Ni la epopeya, ni la mistica, ni la narrativa llegaron a
elevados niveles de arte. La dramaturgia tampoco los alcanz6
en ninguna época ni latitud, pues las mismas producciones del
Siglo de Oro que tratan el tema americano estan muy por
debajo en sus méritos liricos y escénicos de las obras maestras
de los mismos autores: Lope de Vega, Calderon, Tirso de
284 ALFREDO DE LA GUARDIA

Molina. Seria vano, pues, en principio buscar en Elelin valo-


res que no se hallan en parte alguna dentro de la literatura
concerniente a la conquista de América.
Ricardo Rojas los intuia, segiin lo sugiere su prélogo: “El
teatro no es solo recreacién: es también creacién; por eso no
agota sus posibilidades en la simple copia del modelo exterior,
es de suyo limitado y estatico, sino que busca su inspiracion
inmediata en las fuentes dindamicas de la vida, interpretando
directamente los caracteres, las pasiones, los ideales, hasta dar-
nos, en simbolos concretos y animados, una revelacion del
destino”. Consciente de los riesgos que anotamos al comentar
Ollantay en cuanto al teatro histérico, trato, no de “dar una
leccién histérica o pedagdgica mediante la escena, sino compo-
ner un poema, con toda la libertad que requiere la creacién
poética, sin otro fin que la belleza, y atento a la Wnica verdad
del ambiente geografico, social y psicolégico en que el drama
pudo haberse realizado, representando de frente la accién, sin
eludir sus dificultades”. Con este propdsito, el autor quiso
concretar en el acto primero, con su exposicién, los poderes
antagonicos y fatales de la tierra hostil y de la opulenta ciudad
ignota; en el segundo apretar el nudo de las pasiones, la riva-
lidad guerrera y el despecho amoroso; en la Ultima jornada
desea iluminar el cuadro con una claridad espiritual, donde se
unan la fraternidad, el perdon, el ideal de la Conquista, bajo el
amparo de los extendidos brazos de la Cruz.

La composicion

El plan del drama estaba, por consiguiente, bien concebido


y bien trazado. Pero la realizacién no consiguiéd plasmar, ni
en lo poético ni en lo teatral, lo imaginado tan certeramente.
En primer término, Elelin es un drama heroico sin ver-
dadero héroe. No es protagonista, como se desprendia de la
intencion inicial, Catalina de Enciso, cuya figura, si bien des-
tacada del conjunto de personajes no alcanza alto relieve ni en
lo histérico ni en lo humano, ni en lo lirico ni en lo dramatico.
Su figura se disefia sin potencia tanto en la pasién como en
la abnegacién; su verbo no tiene fuerza ni brillantez, sus actos
no se desprenden de la palida accién con que se desarrolla
RICARDO ROJAS 285

toda la fabula. Los dos rivales, Felipe Gutiérrez y Francisco


de Mendoza son hombres oscuros, de perfiles borrosos en su
accién y en su texto, lejos de ser representativos con viva sig-
nificacion del tipo del Conquistador, bravo y ambicioso, cruel
pero noble, codicioso pero magndnimo también. Su disputa
apenas si es una levisima sombra de la de Pizarro y Almagro;
su reconciliacion no posee grandeza ni elocuencia. Por ultimo,
el que debid ser héroe auténtico del drama, Diego de Rojas,
apenas si aparece en escena, ya herido, préximo a morir, en
una parte secundaria dentro del reparto. La obra falla, pues,
por la base y desde su comienzo.
Hubiera sido necesario construir un acto primero con la
altiva silueta del Conquistador, ese Don Diego, hidalgo de valor
y dignidad, sellado por la desventura como Don Pedro de
Mendoza, presa destinada a la muerte violenta como tantos
soldados de la Conquista, con todos los atributos del mando, con
la confianza de su espada y la fe de la Cruz, con severidad
y benevolencia a un mismo tiempo, respetado, temido, amado
por su hueste, en fin: Caballero andante de Espafia en Amé-
rica. Este era el héroe requerido por el drama. Ricardo Rojas
no supo dibujarlo aqui. Y lo curioso es que ya lo habia disefiado,
no solo en el citado capitulo de El Pais de la Selva, sino en
otro libro posterior, Blasén de Plata. En el capitulo XVI pin-
t6, efectivamente, la figura del Conquistador con lineas y
colores tan certeros que de él dijo Estanislao S. Zeballos en la
Revista de Derecho, Historia y Letras, en 1914: “Digo sim-
plemente que esta pagina no sera superada, ni en la forma
encantadora del estilo, ni en la profundidad de la observacién
psicolégica y sociolégica, ni en la nobleza amnistiadora y recta
del juicio... Deberia ser interpretada en la tela, en el marmol
o en el bronce, porque es el tema de un capo lavoro”. En Le
Courrier de la Plata, 17-[X-23— también se alaba este “re-
trato magistral”, sugiriéndose la comparacién de “ce’ poéme
de l’Argentin Rojas et les poésies que le Centro-Américain
José Maria de Heredia, grand poéte francais, a consacrées aux
Conquérants”’,
Cumplida esta pintura del Conquistador, necesitabase
destacar a otros dos soldados de la expedicion: Felipe Gutiérrez
y Francisco de Mendoza, los encargados de anudar el conflicto
dramatico a impulsos de su lealtad y su ambicién, respectivas,
286 ALFREDO DE LA GUARDIA

para que el embate cobrase el relieve y la animacién precisos;


las dos figuras acusan, sin embargo, débiles perfiles en sus
caracteristicas vitales y en su representatividad como elementos
de discordia en la magna empresa de la Conquista. No cobran-
do densidad en lo psicolégico y altura en lo emblematico, su
rivalidad carece de emocién y de sugestién. Ambos son segun-
dones en la mesnada, pero también lo son en la fabula y en su
expresién, como personajes dramaticos. Por ello se frustra la
culminacién de la obra en su jornada segunda.
En el acto tercero se advierte hasta qué punto la Conquis-
tadora —esa Catalina de Enciso que inspiroé al autor— debia
ser la protagonista del drama. Desaparecida la figura del
Capitan —impetu de la proeza—, ella habia de alzarse como
un simbolo del Ideal de los conquistadores en sus descubri-
mientos y en sus fundaciones. El poeta imagin6 bien el cuadro,
presentandola abrazada a la Cruz, clamando su imocencia
frente a la acusacién de hechiceria, a las amenazas de los que
creen en el envenenamiento del Gobernador:

jSubid! ;Tranquila os espero!


jVeremos quién es mas fuerte!
jYa nada temo a la muerte,
Si asida a este signo muero!

La Cruz, al amparar a Catalina en su limpida conciencia,


reconcilia a los adversarios y depone la animadversién, acuerda
a todos en la hazafia de la guerra en nombre del Rey y para
gloria de Espamia. Es este, sin duda, el pasaje mas dramatico
de Elelin, bien pensado y bien expuesto, pero, aun asi, falto
de la fuerza poética que podia haberlo levantado hasta un
hermoso plano de idealismo y de misticismo. El] estro del poeta
no vuela ahi hasta el nivel de lo abstracto, hasta la esfera de
lo absoluto, para lograr la conmocién espiritual que se despren-
dia de los acontecimientos, La guerra, la adversidad, la magia,
el crimen, la pureza, las acusaciones de culpabilidad, las pro-
testas de inocencia, el misterio, la muerte, todos estos factores
de una profunda intensidad trdgica no son suficientemente
manifestados por la poesia en sus arranques liricos y dramé-
ticos, épicos y alegéricos. Diliyense en una explicacién de
Mendoza:
RECARD-O ROT AS 287

Sefiora, en el campamento
Como voz que trae el viento,
La voz de pronto cundio...
No sé decir quien os vio; '
Pero os hacian reproche
De traicién aquella noche;
Y el motin nos arrastro...

La perorata es extensa y fria, y a ella contesta Catalina de


Enciso
pte oa con frases no mas contundentes en calor y certera
sintesis:
Larga relacion es ésta,
Y mi pregunta fue breve...
Respuesta de labio aleve,
Siempre fue larga respuesta...
Si me vistéis, pregunté:
Me respondistéis que no.
Pregunto si alguien me vio,
Y hablais, hablais... No esperé
De vos, senor Capitan, ‘
Una relacion tan larga...
Mas creo que algo os embarga
Y que algo calldis...
Y prosigue puntualizando los hechos ocurridos con los
requerimientos amorosos de Rodrigo, las intrigas, las falsas
denuncias, para terminar con:
Lo que te dije he cumplido.
Justicia fue... jNo venganza!
Y en este horror se me alcanza,
Que es la Verdad quien te ha herido.

Tenemos, pues, una jornada expositiva bastante parca,


donde lo mejor logrado es la evocacién del ambiente, la tie-
rra enemiga, el paisaje desolado, las privaciones y el esfor-
zado empefio de los guerreros espafioles. Todo ello sirve de
fondo a la trama inicial del amor de Rodrigo desdenado por
Catalina, episodio de escasa vibracién, que no basta para real-
zar el interés dramatico, y con una retrasada, breve y pobre
288 ALFREDO DE LA GUARDIA

entrada de Don Diego de Rojas, desvaido en los rasgos épicos


que de él pueden esperarse.
En el acto segundo, la accién se mueve con soltura, con
variedad, con emocioén. La noche enigmatica de la selva trae
efluvios impresionantes, el espionaje de los indios, la muerte
de uno de éstos descubierto por los centinelas, todo se une en
una concrecién de la fatalidad que sella a la osada expedicién
espafiola. La rivalidad de Felipe y Francisco estalla con debate
y violencia, y la aparicién de Don Diego moribundo cierra el
acontecer con su grito desesperado:
jNo rifidis ya nunca!.... jNunca!
Servid con amor a Dios,
Y acabad, de mi alma en pos,
La empresa que hoy queda trunca.
Marchad, marchad por la agreste
Pampa que al sur se dilata:
Que allé mi Elelin de Plata
Brilla en el confin celeste...
Es el momento mas brillante y emotivo del drama, seguido
por las acusaciones de brujeria a Catalina de Enciso y la pri-
sién de Felipe Gutiérrez.
El acto ultimo vuelve al ritmo bastante moroso de la
jornada primera. Aqui lo mas logrado es la desilusién que em-
barga a los soldados:
Cuando del Perit partimos
jCuadnta gente y cudntos suefos!
jCuanta ilusioén de fortuna
Que hoy es ceniza del tiempo!
Es la decepcién general que abarcé a tantos episodios de
la conquista, especialmente en lo que se refiere a estas comar-
cas del sur. El lienzo de tonalidades sombrias se oscurece avin
mas con la exposicién de la mantenida rivalidad entre Gutié-
rrez y Mendoza, tan caracteristica, también, de la Conquista
en general:
Ademis, el triste ejemplo
De los Pizarros y Almagros
Cuando la guerra encendieron,
Después de matar al Inca...
REIECARDO ROTAS 289

Las endechas de Rodrigo, que atin espera lograr la seduc-


cién de Catalina, con los presagios y las supersticiones:

Con el farol de la luna


Quiero ver si quedan rastros
De las alas de la mula
Que tiene hechizada el diablo.
Ay, vida mia,
Penando voy.

Por fin, ante el tiumulo de Don Diego de Rojas se cumple


el proceso y la absolucion de Catalina de Enciso, la reconcilia-
cidn entre los rivales, la deposicidn de las ambiciones, el anhelo
de proseguir la Conquista, guiada por el pundonor guerrero
y por la ilusién de la riqueza lejana y oculta... Todo ello tien-
de mucho mas al relato discursivo que a la accién dramatica.

Simbolo y verso

No obstante, los valores conceptivos de la obra, muy su-


periores —queda dicho— a los méritos de la composicion lirica
y teatral, imponense en diversas escenas de Elelin. A los ya
apuntados debe agregarse el sentido simbdlico que el autor, fiel
a su idea del teatro, ha dado a la ensofiada ciudad que los ex-
pedicionarios buscan en su marcha hacia el sudeste desde la
partida del Cuzco. Aquella Elelin es semejante a otros emporios
arcanos guardados por selvas, montafias y rios inconmensu-
rables en la entrafia hostil del Continente: Yungulo, Trapa-
landia, Lin-Lin, los Césares. También desde el fuerte de Sancti
Spiritus habia salido una expedicién, en 1529, con rumbo a
tierra adentro para buscar al través de los llanos sin fin una
ciudadela prodigiosa. Ricardo Rojas envuelve a su Elelin, la
Ciudad de Plata, en una perceptible alusién a la Buenos Aires
del futuro. Es la tendencia alegorica de su teatro, que alcanza
su mayor expresién en Ollantay y en La Salamanca, obras
en que el poeta tiene mas alta fortuna que en este drama.
Rojas mismo not6, sin duda, el corto vuelo de su poesia, y por
ello advirtid, en el prdlogo agregado a la edicién posterior al
estreno, que se habia atenido a una norma de parquedad:
290 ALFREDO DE LA GUARDIA

“Ni las romanticas tiradas de Echegaray, ni la pompa


retorica de Calderén, ni los ingeniosos discreteos de Lope, ca-
bian en un drama argentino del siglo xx, y tal peligro fue evi-
tado con sélo advertir que la expedicién de Don Diego de Rojas,
realizada en 1542, fue anterior al pleno florecimiento drama-
tico del Siglo de Oro, y que la hazafia evocada pertenece mas
bien al anterior ciclo épico del romancero, cuya sobriedad es
bien notoria”.
El argumento es capcioso y la critica no puede aceptarlo.
Desde luego, Echegaray no es un autor rormmantico —romanticos
fueron Espronceda, Rivas, Hartzenbusch, Garcia Gutiérrez—,
sino un posromantico ya injerto en Ja escuela realista. Des-
pués, mas antiguo que Elelin es el Ollantay, y el poeta no
consider6 que debiera apartar por eso el despliegue lirico
—estrofas, metros y ritmos muy diversos, de gran amplitud—
para circunscribirse a modos. de versificaci6n mas modestos y
rutinarios. Rojas emplea en Elelin unicamente el octosilabo,
bien en romance para las escenas de relacion, bien en cuartetas
para las principales de la fabula. En unas y otras, ese verso
cae frecuentemente en el prosaismo, y, seguin ya lo expresamos,
impide por su corto vuelo, por su carencia de impetu épico y
su falta de intimo lirismo, que la accion concebida alcance los
niveles propios de un recio y emotivo poema dramatico. No
faltan, sin embargo, momentos felices en la versificacién, sea
en lo narrativo, sea en lo declamatorio.
Asi, en las alusiones pertinentes a Elelin:
No desesperes, Rodrigo,
Que ya el Rio de la Plata,
Esta cerca, y llegaremos
A Elelin, tierra sonada,
Ciudad de porticos de oro
Sobre pampas de esmeralda.
Bien en los cantos del juglar:
En Granada la gentil,
Tuve, senores, mi cuna,
Y me bautizé Fortuna
Con las aguas del Genil
RICARDO ROJAS 291

Son de guzla y afiafil,


Salud6 al recién nacido
Alla do gimié vencido
Boabdil.

Fn las melancolias de la patria lejana:


Luna que haces recordar
Mis noches de Andalucia;
Noches gemelas del dia,
Que hacen sonar y llorar...
Me parece ver la luna
De alla del Guadalquivir,
Luna que nos vio partir
Sonando mejor fortuna...
La nueva fortuna es ésta
Que hoy nos abruma a los dos:
La muerte, la noche y vos,
Juntos en la hora funesta...

En las arengas militares, pese a la decepcion:


Vision de fatal destino
Son estos campos desiertos,
Poblados de nuestros muertos
A lo largo del camino.
El hambre, la sed, el sol,
Las tribus, las alimanas,
Dan en prez de las Espanas
Guerra al coraje espanol;
Guerra de estéril empeno,
Porque hasta hoy ninguno ha visto
Para el Rey, ni para Cristo,
El Elelin de los suenfios.. .

La fe en la empresa asombrosa, a pesar de la adversa


suerte:
Todos vamos a Elelin,
Tierra de dolor y ensueno...
Y de este afan, quedan solo,
992 ALFREDO DE LA GUARDIA

Como reliquias del tiempo:


Las tumbas en los caminos,
Los nombres en el recuerdo...

Bastan los aciertos parciales del dramaturgo y del poeta


para situar esta obra entre las que definen un género y abren
una variante meritoria en el panorama teatral de su tiempo.
El teatro en verso no habia dado entonces (1929), desde la
época de Martin Coronado, sino las obras de Belisario Roldan
y de José de Maturana. El rosal de las ruinas y El punal de
los troveros respondian a un modo en que el posromanticis-
mo y el modernismo se juntaban en una mezcla poco afor-
tunada al servicio de asuntos dramaticos escasamente ahin-
cados, por fondo y forma, a la tradicién escénica nacional. La
primera obra, no obstante su éxito popular de la hora, es irre-
dimible en sus f6rmulas vulgares y en su tono de sensibleria;
la segunda, se condena ya por el titulo al cambiar el facén
por el pufial y a los gauchos payadores por troveros... En
cuanto a Cancién de Primavera —la mejor de las obras de
Maturana— acus0, a pesar de cierta finura, las incompatibi-
lidades del realismo con el modernismo. Elelin presentaba,
por lo contrario una manifestacion del entronque de la tradi-
cin dramatica espafiola con el tema americano, cumplida con
severidad intelectual, con decoro literario, con discreta factu-
ra escénica. Tales son los valores relativos que situan al poema
dramatico en un lugar digno de consideracién dentro de la
trayectoria histérica y estética del teatro argentino.
“LA CASA COLONIAL”

Teatro poético

La Casa Colonial es la segunda obra dramatica escrita


por Ricardo Rojas, y la que ocuparia cronolégicamente por su
tema el ultimo lugar entre las cuatro compuestas por el autor
de Eurindia.
En la primera, Elelin, es evocada la Conquista espa-
fola, en esta que le sigue, esta simbolizada la Independencia
argentina. Son dos términos esenciales de la vida y la perso-
nalidad del escritor, atento siempre a la ascendencia hispana
de su nombre y a la sustancia criolla de su espiritu. Es muy
natural, en su proceso creador, que después de aquella recor-
dacién épica de la hazafia de Don Diego de Rojas en el camino
a Tucuman, hiciera esta especie de elegia a la caida del viejo
poder real y a la exaltacién del nuevo poder republicano.
La Casa Colonial fue escrita en abril de 1925, segun lo
advirtié su autor en carta al Dr. Roberto F. Giusti, enviada
con los originales de la pieza para su publicacidn en la revista
Nosotros, nimeros de enero y febrero de 1938. Su estreno
se realizé el 4 de junio de 1932 en el teatro Liceo por la com-
pania de Eva Franco. Rojas la clasificd como “drama de la
emancipacion, en tres actos y en prosa”. Pero el género que
le cuadra es el de la comedia, aun cuando la gravedad de al-
guno de sus episodios le imprima cierto caracter dramatico, es-
pecialmente en el acto segundo.
El tema —lo dijo también su autor en la advertencia
preliminar— no es, propiamente el de la conspiracién de Mar-
tin de Alzaga, que tratada en su intriga y su desenlace hu-
294 ALFREDO DE LA GUARDIA

biera conducido, en efecto, al drama y aun pudo alzarse hasta


la tragedia; el tema es la repercusién de aquel complot en un
hogar hispano con hijos criollos. Con todo, la obra le fue su-
gerida al escritor por los documentos del proceso de Alzaga y
“otros papeles auténticos”, asi como por la relacién que Vicente
F. Lopez y Bartolomé Mitre hacen de aquel acontecimiento
en sus respectivas historias.
La Casa Colonial sigue siendo, por tanto, teatro de fon-
do histérico y teatro poético, tal como lo es Elelin, aun
cuando el autor prefiriese en esta ocasién la prosa al verso.
“La mejor evasion de la triste realidad que nos rodea —es-
cribid Rojas en aquel prdlogo— es la del teatro poético, del
que la historia es su mejor fuente”. No lo es solo de una reali-
dad circunstancial. El teatro poético —en una amplia y honda
acepcién— ha sido, es, sera siempre la culminacion del arte
dramatico. Teatro poético fue la antigua tragedia griega, la
tragedia isabelina, el drama del Siglo de Oro, el drama y la
comedia clasicos franceses, los mejores poemas del Romanti-
cismo, las grandes creaciones del segundo periodo ibseniano,
todo el simbolismo, y aun el expresionismo y el existencialis-
mo de las dos posguerras, la de 1918 y la de 1945, El realismo,
con sus caracteres y sus costumbres, ha sido y sigue siendo
el teatro de mas facil y llana composicién, por cuanto cons-
tituye una copia mas o menos directa y habil de la vida co-
tidiana, de las personas comunes, y eso lo prueba la gran ex-
tension de la escuela, de inntimeros cultores, de produccién
cuantiosa por lo general mediocre.
Desde luego, el teatro poético, para ser valedero, tiene
que surgir de un numen lirico y dramatico en perfecta con-
juncion. Por eso, sin duda, es tan arduo el trabajo de compo-
nerlo, y por eso muestra manifiestamente sus defectos, cuan-
do los tiene, puesto que sus valores deben ser mucho mas de-
purados que los del teatro realista.

Asunto dramatico
Recordemos la fabula de La Casa Colonial. La accién
transcurre en los afios 1812 y 1813. El acto primero se abre
sobre el salén de un acaudalado comerciante espafiol de Bue-
nos Aires. Don Anselmo Aranda, que ha hecho fortuna como
RICARDO ROJAS 295

hacendado, esta inquieto ante la situacién ya prolongada que


se inicid en mayo de 1810, pero tiene vivas esperanzas de que
la causa del Rey venza contra los insurgentes, en quienes ve
unos amotinados y no unos revolucionarios. También se in-
quieta ante la actitud desobediente de su hija Encarnacion,
contraria al conveniente matrimonio con Don Paco, un “godo
ricacho”’”, y enamorada de un joven criollo, Luciano, que sigue
el partido de la sublevacién. “Todos los dias discusiones” —di-
ce un personaje—. “Disputas de los padres con los hijos”
—agrega otro. E] tema esta dado. La politica y el amor desaso-
siegan a Don Anselmo, que no atina a dominar ni a una ni
a otro. Porque asi como la hija se rebela a su autoridad pa-
terna, la conspiracion se le introduce en su tranquilo hogar
de hombre dedicado exclusivamente a sus negocios y sus ter-
tulias. Encarnacion se entrevista subrepticiamente con Lucia-
no, recibiéndolo de noche en su propia casa, y Alzaga se Je
presenta, con sus complices, para fijar los detalles de la rebe-
lion, ahi también, por ser lugar ajeno a la vigilancia del Go-
bierno. Uno y otro suceso traen la desgracia al padre desobe-
decido y al subdito leal; oficiales y soldados registran su casa
y él es detenido como sospechoso de complicidad en el complot
previsto por el Triunvirato.
El] acto segundo transcurre en el Fuerte, en las oficinas
de Bernardino Rivadavia, Alli Monteagudo apoya las medidas
enérgicas del triunviro, dispuesto a reprimir duramente a los
conspiradores y empefiado en lograr la captura de su jefe. Alli
Luciano sera encargado de una misién oficial, no sin antes
interesarse por la situacién en que se halla Don Anselmo
Aranda, mas atin por el cuidado en que estan Dona Carmen,
su esposa y Encarnacion, la hija del detenido, que esperan
ser recibidas para solicitar clemencia. Agrelo trae los docu-
mentos reunidos para el proceso, Jas noticias de los cémplices
apresados, los castigos que ya se impusieron, los detalles del
riesgo corrido por la causa popular. “Dijérase que el genio de
la revolucién, por un aviso misterioso, nos ha salvado a todos”
—acota Monteagudo. Chiclana aparece con nuevas sobre el
rastro de Alzaga, a quien se sigue de cerca, cuando se hace
anunciar una dama incognita, “una mujer velada que desea
hablar con Rivadavia personalmente”, ¢Sera una confidente
que traiga la seguridad del paradero del jefe realista o una
296 ALFREDO DE LA GUARDIA

Carlota Corday? Porque Rivadavia ha recibido anénimos ame-


nazadores de muerte. La Dama tapada descubre el refugio de
Martin de Alzaga y pide, en cambio, el perdén de su hijo de-
sertor. “Don Martin esta asilado en casa de dofia Rosa Rive-
ro”... “Digo esto con el alma despedazada, y espero que Dios
ha de perdonar al dolor de una madre el mal que pudo hacer
por rescatar a un hijo perdido...” Dofia Carmen y Encar-
nacion, introducidas luego por Luciano, suplican la libertad
de Don Anselmo, incomunicado desde hace un mes. —“jHaga
usted, sefior, que cese esta fatalidad sobre nosotros!”, implo-
ran a Rivadavia. —‘“‘Ningtn inocenté sera sacrificado a la
venganza; sdlo nos guian el patriotismo y la justicia’”’, asegura
el triunviro. Pero venganza y justicia son dos términos en que
no estan de acuerdo Rivadavia y Pueyrredén. Este acusa a
Chiclana, Agrelo y Monteagudo como jacobinos, que “suenan
con las glorias del Terror y quieren~emular a Robespierre”’.
—“Tu deliras, Juan Martin.’ —‘‘No, Bernardino. Las tres
ejecuciones que se han consumado, de Camara, Lacar y Gomez,
son tres asesinatos horribles.” La controversia desemboca en
la propuesta renuncia de Pueyrredoén y la orden de Rivadavia
para que alli mismo quede preso el dimisionario. El conflicto
se desenlaza con la llegada de Alzaga, preso, entre los soldados
y. bajo los gritos de “jAl patibulo!”.
La tercera jornada se desarrolla en una chacra en las
afueras de la ciudad, mas de un afio después. Don Anselmo
Aranda ha recobrado la libertad, pero esté ausente, en el Bra-
sil. Preparan sus bodas Encarnacion y Luciano, y éste trae a
la novia un valioso regalo de Monteagudo, cuya visita anun-
cia. Todos se instalaran al aire libre, en grata conversaci6n,
porque las dos piezas del rancho que ha substituido a la casa
colonial, no dan espacio decoroso. E] regalo que ha ofrecido
Monteagudo a Encarnacién es una antigua joya incaica, que
us6 como amuleto desde los dias de Chuquisaca. Al despojarse
de ese talisman, el revolucionario tiene un presentimiento de
su muerte. La melancolia gana a todos, aun a los mismos pré-
ximos esposos; pero en el ocaso que entinta el horizonite,
los nifios que se acercan, el hijo de un indio, el hijo de un
gaucho, —ambos semillas de la raza—, traen desde la pampa
un aire esperanzado al pago, donde se alzara la nueva casa
para el pueblo nuevo,
RIG AR D OF R OLAS 997

Juego alegorico

La obra de Ricardo Rojas tiene un antecedente directo


en la comedia de Martin Coronado, titulada 78/0. En esta
pleza también aparece un hogar espafiol, cuyo jefe Don Ci-
priano se niega a reconocer los avances revolucionarios y cu-
ya hija, Inés, mantiene relaciones sentimentales con el joven
criollo Julian. Los acontecimientos derrumban a la familia,
Don Cipriano muere, no sin ensalzar las glorias de Espafia:

No ha de doblegarse ahora
renegando su grandeza;
no ha de bajar la cabeza
su orgullo de vencedora.. .

1810 es, asimismo, mds una comedia que un drama,


a pesar del final en que cae el protagonista y su hija se dis-
pone, cumpliendo un juramento, a entrar en la vida monas-
tica. Tal como en La Casa Colonial el tema se desenvuelve
en lo anecdotico familiar y sdlo la presencia de French y el
fondo de la jornada del 25 de Mayo dan a la obra proyeccién
historica. Pero las diferencias son también grandes, por cierto,
entre ambas piezas, en la fabula como en la intriga, en las
situaciones como en el didlogo, en verso el de Coronado, en
prosa el de Rojas. La representacién hispanica de Don Ci-
priano y Don Anselmo, y el enfrentamiento de la generacion.
vieja con la joven son los elementos que se aproximan en una
y otra obra. Ya aparecen en Tupac-Amaru y en La batalla de
Pasco.
La Casa Colonial esta, desde luego, mas elaborada que
1810. La concepcioén de Rojas es mas alta, mas significativa
asimismo, y ya en su comienzo se advierten los dos planos en
que va a desarrollarse, el realista y el simbolico. Fiel a su
proposito de escribir un “teatro poético”, Ricardo Rojas im-
prime a esta obra una constante insinuacion emblematica. Su
tema —lo hemos visto— distaba mucho de la épica de Ele-
lin, y el ambiente y los personajes le llevaban, por fuerza a
reproducir la realidad de una época y unos sucesos, en que
ya no cabia el juego de la imaginacion, como en el anterior
poema escénico, La prosa debia fijar, ademas, este propdsito
298 ALFREDO DE LA GUARDIA

de allegar al proscenio en forma directa los dos conflictos.en


que se basa el drama: la decadencia y derrumbe de la casa
colonial y la inevitable pugna entre padres e hijos. Con todo,
segiin anotamos, la alegoria esta permanentemente esbozada
a lo largo de los tres actos.
La Casa Colonial es el simbolo del poder de Espafia en la
tierra argentina. En la primera jornada, Don Anselmo lo per-
cibe con claridad: ‘‘La casa colonial se derrumba, Carmen, y
es gran amargura de nuestra vida que hayamos de perecer con
ella, viendo amontonarse sus ruinas a la hora de nuestra ve-
jez”. La situacién ha legado ‘“‘a extremos de falencia”. La
antigua morada desaparece bajo las fuerzas nuevas. Dona
Carmen: “‘;Y al llegar a esta casa, hija mia, llamaron en nom-
bre de tu patria!” En el acto segundo, Encarnacion confirma
la idea: “‘Pero es mas horrible esta guerra intima, que tiene
por teatro los hogares, que derrumba la casa colonial como
en una catastrofe”. En la ultima jornada el simbolismo se
acentua, porque, en 1813 no quedan rastros de aquella man-
sién espanola y la familia se ha refugiado en un rancho, so-
bre cuyo paga se alzara la residencia del futuro. No hay alli,
por el momento, sino dos pobres habitaciones, pero frente a
la libertad del campo inmensurable, “En la antigua casa no
habria podido recibirme” —apunta Monteagudo. ‘Aquella
casa se deshizo”’ —explica Luciano. —‘“Es la fatalidad de las
revoluciones” —concluye el patriota. Y en el didlogo final
de la comedia se reiteran las evidentes alegorias: ‘‘La casa co-
lonial ya no existe”... ““Haremos sobre sus ruinas otra nueva,
mas grande y para todos”... “Mira nuestra casita de ba-
rro”... “De barro de la pampa, como la casa del hornero”’.. .
“El nido del pajaro resiste a los vendavales, como el nido del
hombre’.
La pugna de las generaciones esta dada con la rebeldia
de Encarnacion ante las nupcias de conveniencia dispuestas
por su padre. Son las “disputas” a que se refiere la hija en
el acto primero y que mantendra, dispuesta a formar pareja
con Luciano, matrimonio joven que sera tronco de la raza.
“jLos hijos se alzan contra sus padres como en un dia de mal-
dicién!”” —grita el viejo espafiol, empefiado en sostener Jas
tradiciones. “La sangre de los padres salpica la cabeza de los
hijos”. La separacién entre hijos y padres es irremediable, y
RICARDO ROJAS 299

ella entristecera la boda de Encarnacion con Luciano. Pero


Monteagudo tiene, en la jornada tercera, unas palabras escla-
recedoras sobre el distanciamiento inevitable, y, sin embargo,
fecundo. Odiar a los espafioles seria un “‘craso error. Seria
como si odiaramos a nuestros padres. Hijos de espafioles son
Rivadavia y Agrelo y casi todos los corifeos de la Revolucién.
Yo mismo lo soy, puesto que mi padre fue oficial de los ejér-
citos reales”. Ahi esta dada la idea de la reconciliacién, tan
cara a Ricardo Rojas.
Los mismos personajes de La Casa Colonial presentan
dos fases alternativas: una la vital, propia de su accién anec-
dotica; la otra simbdlica, en la proyeccién trascendente del
drama. Don Anselmo Aranda tiene la representatividad del
espafiol, queda anotado, del jefe cuyas érdenes no deben ser
desobedecidas en el seno familiar. Pero advierte su derrota:
“El gobierno revolucionario veja a los peninsulares y nos im-
pone exacciones ruinosas para costear una guerra que se en-
camina a despojar a nuestro rey de sus privilegios”. Luciano
es el pueblo joven que se alza para ganar, en la guerra y el
amor, la nueva patria. Encarnacion es esa tierra flamante en
que se levantara el hogar patricio sopre el solar de la casona
virreinal.
Aunque fugazmente, los mitos y las agorerias caros al
autor, se deslizan en la obra cuando Monteagudo se refiere a
su lucha en la sublevacién de 1809 en La Paz, a los talisma-
nes indios, a los presentimientos de muerte. En una conver-
sacion un poco absurda con Dofia Carmen le explica ciertas
ideas. ““Nosotros veneramos al Dios del Amor en esencia, y le
rendimos el culto de las obras. Cierto es que lo representamos
bajo formas simbdlicas, como el triangulo, por ejemplo, que es
emblema de la luz y del espiritu; pero el triangulo figura tam-
bién en la liturgia catdlica”. La vieja dama espafiola queda
asombrada ante esta exposicién masonica y exclama: “Qué me
dice usted...”. Cuando Monteagudo entrega su amuleto, ya
presagia su irrevocable muerte violenta: “En nada podemos
creer con mas certidumbre que en ciertas formas inexplica-
bles del destino”.
300 ALFREDO DE LA GUARDIA

Los personajes historicos

La introduccién un tanto forzada de Monteagudo en esta


ultima jornada de La Casa Colonial prueba el interés que
demostré frecuentemente Rojas por el enérgico secretario de
San Martin. Monteagudo atrajo la atencién inicial de José
M. Mufioz Cabrera, que fue su primer bidgrafo. Clemente
Fregeiro y José Maria Ramos Mejia le dedicaron estudios, el
segundo presentandolo en un aspecto patoldgico. Francisco
Fernandez, cuya obra escénica exantind Ricardo Rojas, com-
puso un drama con el patricio como protagonista. Mariano de
Vedia y Mitre escribid una Historia. Juan Pablo Echagiie
le consagré uno de sus libros. Por supuesto, Rojas presenté
su personalidad y relato su accién en numerosas paginas de
la Historia de la Literatura Argentifta y en su Ensayo de cri-
tica historica. “La biografia de Monteagudo —dice— esta
implicita en sus propios escritos”, que él analiza, para obtener
de ellos el espiritu y la actividad del procer, a quien defiende
de la calumnia o de la incomprension. “Es el caballero andante
de la revolucién argentina’, cuyos atributos de ardor, de fe,
de conviccién, y cuya misma prosa, “no fueron superados por
los otros publicistas de la revolucién”... “Por ser muy hom-
bre lo asesinaron enemigos andnimos” por medio del pufial
mercenario del negro Candelario Espinosa cuando iba a visi-
tar a una enamorada, en Lima. Para Rojas su vida es ejemplar
“por su inteligencia, su actividad, su coraje, su estoicismo, su
espiritu de sacrificio”, Rojas considera que Bernardo Monte-
agudo, como Facundo Quiroga, es de por si un “héroe de
teatro huguesco”.
Pero en La Casa Colonial no aparece con esos perfiles
dramaticos. Su intervencién en el acto segundo cede ante las
de Rivadavia y Pueyrredén, quienes, en su disputa en torno
a la conspiracién de Alzaga dan la nota mas tensa de toda la
obra. Monteagudo apoya al primero y afirma del segundo: “Fl
dice que estamos viendo visiones, pero cuando toda la verdad
se descubra, veremos de quienes fueron la prevision y la ener-
gia”. Luego afiade frente a Agrelo: ‘““Conozco bien tu corazén,
que se parece mucho al mio, y aunque estamos criando fama
de sanguinarios, yo sé que estas escenas te conmueven secre-
RICARDO ROJAS 301

tamente, y sabes bien lo que se puede hacer...” Ni aqui, ni


en el acto tercero, Monteagudo levanta la comedia a la altura
del drama, ni aparece como héroe teatral y menos huguesco.
Todos los personajes histéricos de La Casa Colonial se
dibujan desvaidamente. Rivadavia se nos presenta hasta me-
droso frente a una mujer, la tapada que viene a descubrir el
paradero de Alzaga. ‘“‘Si es por asuntos particulares —previe-
ne a la sefiora—, no son estos ni sitio ni hora adecuados para
hablar conmigo a solas, y si es por asuntos publicos, puede
usted hacerlo en presencia de estos dos caballeros.” Tam-
bién se expresa con pedanteria, porque el autor no puede ol-
vidar cuanto dijo de él en La Argentinidad. Al hablar con
Pueyrredén cambia el tu por el usted para llamarle conspira-
dor contra el propio gobierno. “Siempre has tenido el énfasis
de la gloria, y eso es lo que te pierde” —le enrostra el general.
Todas estas escenas sufren una alternativa y oscilan entre el
interés dramatico y la aridez del documento. La hora histd-
rica posee una densidad, una intensidad notorias, puesto que
esta en juego la suerte de la Revolucion, y aunque sepamos
el desenlace, revivimos la violencia de aquellas jornadas in-
ciertas. Pero los personajes no cobran el relieve con que los
vemos en nuestra imaginacion. Este es el peligro caracteris-
tico de las obras teatrales histéricas. Necesitase del genio para
reproducir las vidas, las palabras, las acciones de quienes se
inmortalizaron en los anales humanos. Si se carece de ese
poder intelectual, las figuras se desvanecen 0, por lo menos,
se aminoran y nos producen una decepcidn indisimulable. Si
se mantienen los textos, el drama sufre por falta de vitalidad;
si el dramaturgo presta a esos personajes las propias palabras
debe poseer la categoria de Shakespeare para escribir el mo-
nologo de Antonio en el Julio César.

Declinacion técnica

La Casa Colonial no revela una mejor técnica que Ele-


lin. Por lo contrario, adviértese en ella una declinacién, que
debe achacarse seguramente al cambio de género. Al pasar
del poema épico y dramatico a la comedia, el autor ha de
afrontar nuevas exigencias propias del género nuevo que
302 ALFREDO DE LA GUARDIA

aborda. Su concepto del teatro poético no se adecua a esta for-


ma expositiva y expresiva. Aun cuando Rojas clasificase a su
obra como “drama de la emancipacién”, ese drama esta solo
en la intencion inicial de la pieza. El “drama de la emanci-
pacién” tenia que surgir del ideal y del impulso revoluciona-
rios y no de la decadencia del régimen virreinal. Ya lo defi-
nid el propio autor: “Mi tema no es la conspiracién de Alzaga,
sino la repercusién de ésta y de su represion, en el hogar es-
pafiol con hijos criollos”. Mas tampoco es este el drama con-
cretado, porque el desacuerdo de Don Anselmo con su hija
Encarnacion respecto al matrimonio de conveniencia y el no-
viazgo con Luciano, carece de vigor dramatico. No es, propia-
mente, el padre espafiol y el hijo argentino quienes se en-
frentan ahi por motivos fundamentales de la libertad y la
independencia, conflicto que si habria dado base al drama de
la emancipacion, En todo caso, y siempre que adquiriera mas
relieve, mayor vibracién, mas intensidad, lo que Rojas habria
escrito en esta pieza seria el drama de la ruina colonial. Hay,
pues, ya un error muy evidente en la concepcion de la obra.
Existe, ademas, un notable desequilibrio entre las tres
jornadas. La exposicién es en casi todo su desarrollo la propia
de una comedia de época, un cuadro de costumbres con figuras
opacas sobre fondo descolorido, hasta que la entrada de los
conspiradores tonifica, en cierto modo, la trama, que se re-
suelve con el arresto del sefor Aranda. En el acto segundo se
produce un salto en la accién, cambio de lugar, ambiente y
personajes. El jefe de la familia, que se presenté como prota-
gonista, desaparece en el resto de la obra. El drama de la quie-
bra colonial queda, por tanto, sin su figura emblematica; la
disparidad entre padre e hija se pierde también. Los sucesos
historicos reemplazan a los episodios de la intriga imaginaria,
y con ellos parece apuntar aquel drama de la emancipacion
que estuvo en el designio del autor. La jornada Ultima deter-
mina un nuevo salto en la accién. Otra vez cambio total de
lugar, ambiente y casi total de personajes. Torna la fdbula a
su cauce primitivo, a su tonalidad de comedia, a sus escenas
costumbristas, y se cierra con un acento elegiaco —afioranza
de la lujosa residencia virreinal, esperanza del nuevo hogar
criollo—, que ninguna relacién tiene con el consabido drama
de la emancipaci6n.
RICARDO ROZJAS 303

La Casa Colonial no se logra, asi, ni de una ni de otra


forma: ni como un drama revolucionario, ni como una co-
media de costumbres. La unica unidad legitima entre las aris-
totélicas, la unidad de accién, no se mantiene, por tanto, en
el curso de la obra. El error conceptivo tenia, forzosamente,
que reflejarse en la manera técnica. Aquella indefinicién de-
bia producir este desequilibrio.
Tampoco acerto el dramaturgo en la alianza entre lo real
y lo simbolicoi Para alcanzar el plano de la alegoria, el poeta
debid hacerse presente, idealizando los elementos esenciales
de la obra. No bastan para obtener esas alusiones emblema-
ticas las referencias a la casa arruinada, a la mansion futura,
al genio revolucionario, a la raza que emerge a la libertad y
la independencia. La estilizacién poética no se produce, El
realismo, un realismo atenuado y superficial, esta presente
en todo el desenvolvimiento de la fabula, a pesar de algunos
toques romanticos, mas bien frios y artificiosos, como los de
la conspiracion, el de la dama misteriosa y el del idilio de la
joven pareja criolla. Existe, pues, también un desequilibrio en
la estética en que debia conformarse La Casa Colonial.
E] mejor elemento de la composicién es el dialogo. Ri-
cardo Rojas hace hablar a los personajes con el lenguaje que
les corresponde. Muy sabroso es el empleado por la negra
Benita, esclava de la familia espafiola, leal a Encarnacion en
sus sentimientos. Ella dice “en derecera’’, ““chapetoén de mau-
la”, “godo ricacho”, “bombearé en el zaguan”, “vide un farol”.
En contraste, Don Anselmo emplea el arcaico “hablistan” y
exclama: “jQuid, hombre!”. No falta quien haga un elogio
de la femineidad de Encarnacion, diciendo “es un dije la ni-
fia”, formula conservada en Chile. Las escenas costumbristas
dan muestra de lenguaje coloquial.
No obstante los defectos e insuficiencias apuntados, La
Casa Colonial ofrece una dignidad literaria, un interés es-
cénico si bien fragmentario, una visidn de época, un valor
documental, que la sittian entre las obras destacadas del con-
junto de nuestro teatro de fondo histérico. Como en todos sus
trabajos, la personalidad de Ricardo Rojas esta alli presente,
en su preocupacion constante por los temas nacionales, la his-
toria argentina, la idiosincrasia propia del pais, sus figuras
relevantes. Dentro de las actividades dramaticas de ese tiempo
304 ALFREDO DE LA GUARDIA

importa, ademas, una reaccién contra el realismo mas


grueso,
comun y directo que imperaba en los proscenios de
Buenos
Aires cuando fue estrenada. Aunque mirase al pasado
, La
Casa Colonial, como Elelin, era un intento
de renovacion
de la dramaturgia argentina.
“OLLANTAY”

América primigenia

El descubrimiento y la conquista de América no solo


fueron, en si mismos, un ingente y deslumbrante poema épico
y dramatico, sino revelaron, ademas, que en este nuevo mun-
do se gestaban, desde tiempos incontables, epopeyas donde lo
cdésmico, lo mitico, lo heroico, lo profundamente humano, cons-
tituian elementos propios de la mas alta poesia tragica. La mis-
ma naturaleza, en su infinita extensidn, en su diversidad, en
sus contrastes, sugeria el misterio y la fascinacién, la violen-
cia y la serenidad, la austeridad y la placidez, la reciedumbre,
la dulzura, la gravedad, el jubilo, todos los rasgos caracteris-
ticos: de los pueblos varios, habitantes del continente surgido
en medio de los océanos para la perfeccioén del planeta. Ofre-
cia, también, esa tierra ignota los perfiles de una dispar y
permanente plasticidad en desconocidas altitudes para lo eu-
ropeo, en llanuras inconmesurables, en lagos y rios semejan-
tes al mar, en selvas de penumbra, en mesetas solares, en el
hielo y en el volcan...
Todo esto, hallado y repetido, debemos relacionarlo con
el alma y con la mente humanas peculiares de la América
primitiva. Pues no importé que “su destino en la evolucién
geografica separase al continente de la esfera euroasiatico-
africano-australiana del desenvolvimiento de la humanidad”’
—segiin dice Alfred Weber en su Historia de la Cultura—,
306 ALFREDO DE LA GUARDIA

para que se alzase en distintas regiones una civilizacién de


belleza espléndida —y, a veces, tenebrosa—, apartada y re-
mota y dudosamente enlazada con primigenias culturas de
otras lejanas zonas del globo. Ya se sabe cOmo investigaciones
cientificas y estudios artisticos han sacado a luz las formas
de la vida social americana precolombina, y refiriéndonos a
lo que nos esta proéximo y de lo que participamos por la via
del noroeste, acerca de su educacién escolar en las yacha
huasi; sus modos de curacién, desde la yara chucchu hasta la
matecllu, citada por el inca Garcilaso, y anotados en el Her-
bario del P. Buenaventura Suarez, y..en la Materia médica
del P. Pedro Montenegro, entre otros; las intervenciones de
cirujia que llegaron a la trepanacién, revelada por los craneos
desenterrados en Yucay; el arte de su arquitectura probado en
templos y fortalezas; sus calculos de astronomia y cuenta del
afio solar; sus sistemas de comunicacion, de vialidad, de rie-
gos; su mitologia tan opulenta en sugestiones; sus leyes- y
codigos —entre las penas maximas, el trabajo forzado en las
minas y la de “quemar al reo y esparcir sus cenizas”, como
lo apunta en uno de sus libros Ricardo Rojas; sus creaciones
artisticas en la pintura como en la escultura con un sentido
de lo esotérico y de lo monumental, su aficién lirica por don-
de se desenvolverian la costumbre y la destreza coreograficas;
su gusto por la oratoria, por cuanto fue su propio medio de
expresion.
Esta cultura, arcaica, media y elevada, fue desarrollén-
dose en lo relativo a los pueblos de comarcas que hoy perte-
necen a Ecuador, Pert, Bolivia y Argentina, con progresién
notable en las tierras altas y con intermitencias en las bajas;
la sierra tuvo preeminencia sobre la costa o el llano —igual
sucediéd en México—, como si los Andes inspirasen y presi-
dieran toda aquella existencia autéctona. Pero entre esos ele-
mentos civilizadores falté uno esencial: el alfabeto. Y la letra
ignorada explica la ausencia de una verdadera, uma genuina
literatura, que pudiese perdurar por sus propias formas expo-
sitivas. Las demostraciones de la genialidad de estos pueblos
se cumplian naturalmente de otras maneras. Los arquitectos
y los escultores tenian la piedra y el escoplo para levantar sus
templos y piramides, fortificaciones, ciudades roqueras, y or-
namentarlas con monumentos y estatuas. Los ejemplos abun-
RLCALRD OO ROL As 307

dan desde las ruinas de Teotihuacan hasta las de Tiahuanaco,


desde las de Palenque hasta las de Machu-Picchu. Los miusicos
poseian la caja, la quena, instrumentos varios de cuerda, vien-
to y repercusion, para modular sus melodias, y el ritmo ayu-
daba a fijar el contenido ideal de los himnos y las canciones
populares. Los bailarines podian urdir el mévil laberinto de
las danzas, donde se expandia y culminaba la manifestacién
telurica espectacular. Las casarasiri, ayarqui, sicuri —para
las nupcias, los entierros, la caza, respectivamente— del Cuz-
co adquirian un despliegue impetuoso, vehemente, pictorico,
de alto relieve escénico, Las danzas de cuenta de los guaranies
—anotadas por Carlos Leonhardt— probaban una extraordi-
naria habilidad coreografica.‘®® Aun cuando muchos de estos
bailes desaparecieron en tiempos de la colonia, otros se con-
servaron, si bien en forma probablemente adulterada, y el
mismo Ricardo Rojas dice en Eurindia haber presenciado
algunos entre los mocovies del Chaco, los mapuches de Neu-
quén, los aimaras de Bolivia “y algo se me alcanza de lo que
dejaron los quichuas en el Pert”.
Por nuestras montarias y nuestras selvas —paginas de
Joaquin V. Gonzalez y del propio Rojas— surgen todavia
festivas conmemoraciones, misteriosamente paralelas de otras
semejantes de la antigiiedad clasica, en las cuales las alego-
rias adquieren hechizadas resonancias dramaticas y una ad-
mirable plasticidad. Las diabladas del Altiplano constituyen
una culminacién —en lo actual—, por mas que en ellas se
mezclen visiblemente las reminiscencias atavicas y las normas
escolares de la Colonia, Musicos, bailarines y cantores se re-
unian para sus conjuntos en lo que llamaban los aztecas, por
ejemplo, sus mexicoacalli.
En cambio, los literatos no tenian abecedario para con-
cretar su fantasia creadora y debian limitar su labor en los
guipos, excelentes para la administracién y otras diversas
tareas de parecido orden practico, pero no para sefialar con
ellos la inspiracién y sus imaginaciones. El amauta —letrado,
historiador, maestro— y el harahuec —poeta épico, lirico o

169 Tas danzas de cuenta l\legaron a ser representaciones religiosas,


entre ellas la que intezpretaba la lucha y victoria de San Miguel contra
el dragén infernal.
308 ALFREDO DE LA GUARDIA

dramatico— estaban limitados, al concretar su pensamiento


y sus maneras expositivas, a los nudos hechos en cordeles de
varios colores, sujetos a una cuerda larga, y entregarlos a la
memoria o la mnemotecnia de los guipocamayos encargados
de verter oralmente lo que ellos expresaban. ““No se explica
—afirma Clemente R. Markham en Los Incas del Perti—
cémo se perpetuaban las tradiciones y se recordaban los hechos
histéricos con tales procedimientos”. Garcilaso de la Vega, el
peruano, fue, segiin es sabido, quien dio la pauta para desci-
frar los guipos y con esta guia se logré rescatar muchas mues-
tras de aquella civilizacién, aun cuando no tantas como de-
sean algunos peruanistas, porque se vio “ausencia de rigor
cientifico en las comprobaciones histéricas” —afirmacion ge-
neral de los estudiosos mas autorizados— y aun mayor falta
de rigor en las comprobaciones literarias. Por eso es imposible
aceptar —Bartolomé Mitre fue quien*primero la nego cate-
géricamente, en 1881— la existencia, como deciamos, de una
auténtica y definida literatura, y una legitima y determinada
dramaturgia en época incasica. Nos quedaron las tradiciones,
las leyendas, los cantos, las danzas y todo importa una mag-
nifica prueba del poder de creacién de esos pueblos, su impetu
‘inspirador, el sentido de lo cédsmico, lo mitico, lo humano, el
gusto armonioso por la elocuencia y la decoracién. Una la-
mentable agrafia, la imposibilidad de escribir, nos ha privado
de una rica herencia donde acaso hubieran figurado epopeyas,
cosmogonias, tragedias semejantes a una IJliada, una Odisea,
una Teogonia, una Orestiada...
Por lo que se refiere particularmente al antiguo México,
han quedado algunos cédices, como el Borgia, libros de pin-
turas, que estan lejos de constituir obras verdaderamente li-
terarias, y algunos de los cuales fueron compuestos ya bajo
la influencia espafiola. Los mas numerosos son los de proce-
dencia nahua, que tratan unos temas prehispanicos y otros
poshispanicos sobre mitologia, geografia, etc. De mayas y yu-
catecos han permanecido, también varios testimonios. Alguno
muy curioso, como el Libro del Consejo, descubierto en Gua-
temala, contiene fragmentos cristianos, donde se habla de “La
Virgen milagrosa” y otras referencias misticas, que demues-
tran la mano espafiola en redaccién o interpolaciones nota-
RICCARDO ROTAS 309

bles.17° Es natural que el Inca Garcilaso se dejase llevar por


la imaginacion en los Comentarios Reales, que son unas
memorias y que como toda obra de este género ha sufrido el
influjo de transformaciones, estilizaciones, etc., propias del
recuerdo nostdlgico de la juventud en la vejez, de la tierra
natal en otra distante, de la época espléndida en tiempos os-
curos... Sobre la base de estas rememoraciones no podian
levantarse asertos de modernos estudiosos, obligados a otra se-
veridad y precisién en sus investigaciones literarias y drama-
ticas. Contra ese amor por la fantasia de ciertos americanistas
alzaron su voz autorizados arquedlogos. ‘“Pocos son —dice
Rojas en su Silabario— los que han escapado a dichas ten-
taciones, cualesquiera que fuese su método de trabajo”.17 La
propia imaginacién, la propia poesia, han querido resucitar
por meras conjeturas obras que jamas existieron sino en sus
propios fervores atavicos. En cuanto a los Incas esta probado
que no escribian y que su literatura era sencillamente oral,
segun el mismo Rojas asevera en Los gauchescos.17
Que importantes obras literarias podrian haber existido
en caso de poseer estos pueblos el dominio de la letra lo sugie-
re el vivo interés intelectual despertado por América a los pocos
afios del descubrimiento, acrecentado en el curso de los siglos
XVI, XvlI, xvi, hasta la estilizacidn romantica del x1x, conse-
cuencia rousseauniana. Novelas, dramas, geografias, historias
naturales, relaciones de los descubrimientos apasionaron al
publico lector en aquellas épocas. Desde Jas relaciones de los
viajes de Cristébal Colén hasta el idilio de Atala y René en
las paginas estilisticas de Chateaubriand, todo cuanto se refe-
ria al Nuevo Mundo despertaba las imaginaciones de la gente
en todos los paises cultos, Ya se sabe, por ejemplo, el alto
numero de traducciones que tuvo el Viaje de Schmidel.
En cuanto al teatro, que nos interesa particularmente,
bastara citar algunos nombres ilustres entre los dramaturgos

170 Muchos indigenistas han incurrido en exageraciones cuando no


en falsedades acerca de sus teorias sobre literatura prehispanica. Deberian
haber seguido el ejemplo de Masaryk, que nego la autenticidad de pre-
suntos poemas medievales checos, presentados por quienes deseaban dar
a la moderna literatura de Checoslovaquia origenes remotos inexistentes,
171 Pag. 133.
172 Pag. 172, 174,
310 ALFREDO DE LA GUARDIA

que sintiéronse atraidos por las fabulas americanas: Lope de


Vega —siempre adelantado en las hazafias teatrales. . .—, Tir-
so de Molina, Calderén, John Dryden, Thomas Southern, en
lo centuria decimoséptima; Voltaire, Bernardo de Calzada, Cris-
tébal Cortés, Zamora, Velasco da Cunha, Thomas Moore —hay
varios de tal nombre—, en el setecientos; y entrando en el
siglo siguiente Kotzebue, Sheridan, el Duque de Rivas al pa-
sar, pues no olvidemos que Don Alvaro era un inca... Y no
citamos a todos los poetas dramaticos de América por cuanto
su interés era natural, aunque no tan intenso y constante como
cabia suponer. Pero anticipemos, eso si> la figura de Manuel
José de Lavardén, que abre con el Siripo, en 1789, el ge-
nuino drama americano —indio y conquistador— en una via
que no seguiran otros autores continentales hasta bastantes
anos después. El Virreinato del Rio de la Plata no era aun la
Argentina y, sin embargo, ya entonces sus liminares produc-
ciones escénicas fueron inspiradas por el espiritu de la tierra
y marcaban los rumbos seguros. Por lo que tambien se refiere
a nosotros, sucéndense Luis Ambrosio Morante, José Manuel
Sanchez, Manuel Belgrano —el sobrino del procer—, Fran-
cisco Fernandez, Miguel Ortega, Nicolas Granada en el curso
de los decenios hasta llegar a los contempordneos. Tupac
Amaru, El Hijo del Sud, Arauco libre, El nuevo Caupolican,
Molina, Lucia Miranda, Atahualpa, etc., son otros tantos
exponentes de esta dramaturgia argentina y netamente ame-
ricana.
En México, en Cuba, en el Perti aparecieron en el mismo
lapso producciones escénicas de diverso género, cuya relacién
alargaria excesivamente estos pardgrafos. Toda esa dramatur-
gia de asunto indoamericano puede dividirse en varias ramas:
la rioplatense, la incdsica, la azteca, la norteamericana, pues
en los Estados Unidos Nelson Barker habia compuesto —segiin
dijimos— The Indian Princes; or, la Belle Sauvage, en 1808,
iniciando alli otra via dramatica de la misma indole.
_ En lo que concierne a la poesia y la noyelistica, la rela-
cion seria demasiado numerosa para extenderla en este capi-
tulo; limitémonos a sugerir ejemplos eminentes: la épica de
Ercilla, la lirica de Heredia, las narraciones imaginarias de
Marmontel, las evocativas y nostalgicas de Chateaubriand y
tantos otros... ¢Por qué olvidar la Argentina de Martin del
RICARDO ROJAS Sli

Barco Centenera, puesto que a ella le debemos el nombre


de la patria? En fin, he aqui un tema inmenso: América en
la literatura universal.

El Apo de los Andes


Entre los tipos heroicos de la leyenda o de la historia que
se yerguen en las paginas de los libros o en los escenarios
—desde Lautaro hasta Sitting Bull, desde Mangora hasta Gua-
timozin— Ollantay es un personaje singularmente sugestivo
y curioso. En el curso de las investigaciones en primer lu-
gar, las de Markham—, el nombre Ullantay aparece como el
de uno de los testigos que declararon en el Cuzco ante el Virrey
Toledo, en 1570 0 1571, para informar acerca de la antigua
constitucién del Imperio incasico; era miembro notable del
ayllo o familia de Antasayac. Puede ser que este declarante
fuera un descendiente del Ollantay legendario, Parece que una
hija del cacique de Anta fue esposa del inca Uira-Cocha, con
lo cual se estableceria que el jefe de los antis podria pertenecer
a la estirpe real. Por otra parte, la figura de Coyllur, igual-
mente atractiva y peregrina, se dibuja ya en algun relato de
la Conquista del Pert, debido a Miguel Cabello de Balboa
—hacia 1586—, pues alli una Curi-Coyllur vive un amor tra-
gico.. También en un poema dramatico, titulado Armas an-
tarticas, de Juan de Miramontes —hacia 1608— se perfila
esta silueta de princesa inca. Para Luis Alberto Sanchez es
esta “una obra teatral vigorosa y llena de aroma del tiempo
viejo; sin duda es la obra teatral mas genuina de todo el colo-
niaje por su origen y su tema quechuas, aunque su técnica sea
hispanica”’, dice en su Nueva Historia de la Literatura Ame-
ricana.
Un testimonio formidable se yergue, ademas, en los An-
des: Ollantay-tambo u Ollantay-tampo. Desde una de las cum-
bres desciende al valle Vilcamayo una quebrada donde se
agrupan las ruinas de esta ciudad fuerte. Monolitos, graderias,
terrazas forman esa construccién titanica, escenario probable
de Ja rebelién del Héroe de los antis contra el Rey del Cuzco,
seguro escenario del combate de Inca Manco, sitiado por la
hueste de Hernando Pizarro en el azaroso curso de la con-
quista. Murallas, plataformas, un palacio y “arriba estaba el
O12 ALFREDO DE LA GUARDIA

Intihuatana o circulo con un pilar en el centro que servia


para observar los equinoccios, semejante al que existid desde
antiguo en la Inti-pampa del Cuzco” —segtin anotaciones de
un arauedlogo. Entre los grandes asientos labrados en los mu-
ros del barranco hay uno llamado Nusta-tiana, es decir Trono
de la Princesa. La sombra de Coyllur aparece alli aureolada
por su pasion y su sacrificio. He aqui, pues. al Condor y a la
Estrella... Ollantay bien pudo ser el caudillo de uno de aque-
llos “‘reinos caidos en el olvido”, como los denomina Louis
Baudin en La vida cotidiana en el tiempo de los incas.

Un drama en quichua

Existe una leyenda de Ollantay, gegtin vemos, y Ricardo


Rojas se detuvo en ella, dedicandole un trabajo de cierta exten-
sion, paralelo al poema dramatico que tiene como protagonista
al jefe lecendario. Ya en el siglo xvi1t, a mediados y desde
luego a fines, fue recogida de relatos de los indios y escrita
detalladamente y compuesta en escenas, asimismo, para ser
ofrecida en fiestas o espectaculos. El Dr. Pablo Justiniani,
sacerdote de Laris, informé a Markham, en 1853, que el cura
de Sicuani, don Antonio Valdez, habia hecho una de estas
versiones hacia 1782, que se interpreto ante Tupac-Amaru en
plena rebelién contra el Virrey. Circularon copias de ese tra-
bajo de Valdez guardadas por herederos o en curatos 0 monas-
terios, y en 1837 se nublicé en el “Museo Erudito” del Cuzco,
dado a conocer por don Manuel Palacios, el texto del drama
quichua Ollantay. Para algunos estudiosos era una obra dra-
matica genuinamente incdsica y compuesta en tiempos de Tii-
pac-Yupanqui. La fabula se basa en los amores del prota-
gonista y Cusi-Coyllur, hija del inca Pachacttic. consagrada
al Sol y encerrada en una cueva del Jardin de las Virgenes,
mientras el primero se alza contra el Imperio, porque el Rey
prohibe el enlace desigual. Ollantay lejos de rescatar a la Nusta
de su prisién, se aleja, casi la olvida y es vencido por Rumi-
fiahui, guerrero fiel al Inca y aun mas astuto que belicoso. Esta
derrota conducira, paraddjicamente, a un desenlace feliz. Gra-
cias a la bondad del Astrélogo de la Corte y de la interven-
clon ingenua de Yma Sumac, nifia de diez afios también
RICARDO ROJAS 313

enclaustrada y que resulta ser hija de los amantes, Tupac-


Yupanqui —heredero de Pachacttic, ya muerto— otorga su
perdon a la Princesa y al protagonista. Con una clemencia sor-
prendente, el soberano se dirige al héroe: ‘‘Habéis escapado
de la muerte. Tu mujer esta en tus brazos. En esta nueva
era de ventura desaparece la tristeza y el juibilo renace”’.
De esa “tragicomedia del Apu Ollantay y Cusi Ccoyllur.
Rigores de un padre y generosidad de un rey inca” —tal el
subtitulo —se hicieron varias traducciones, entre ellas: en
castellano por J. S. Barranca, 1868, y por J. F. Nodal, 1873;
en inglés por C. R. Markham, 1871; en aleman por J. J. von
Tschudi, 1853; en francés por G. Pacheco Zegarra, 1878; en
latin por H. Galante, 1933; y versiones retocadas en una u
otra forma, al reeditarse la pieza.
La polémica surgié. ¢Era Ollantay un drama auténtica-
mente incasico? Ya dijimos que Bartolomé Mitre lo analizo
en su estudio del afio 81. Para Mitre, la obra escrita en qui-
chua es “un drama heroico de capa y espada, cristiano y caba-
lleresco” en cuanto a su fondo —fabula amorosa, enredo y
final magnanimo—, y en lo referente a su forma subraya sus
versos octosilabos, cuartetas aconsonantadas, etc., y demas
elementos peculiares de los poetas dramaticos del Siglo de
Oro. Por mas que se haya intentado rebatir sus argumenta-
ciones, Mitre hizo un analisis agudo e irrecusable. La comedia
compuesta en quichua revela que, si bien su autor andnimo
tom6é como base algunos aspectos de la leyenda primigenia,
se guid por las normas clasicas espafiolas: asi, por ejemplo, la
benevolencia y también la justicia de Yupanqui, semejante
a la.gue imponen los reyes en Fuenteovejuna y El alcalde
de Zalamea, al presentarse asimismo en las escenas finales;
ademas las picardias de Pie-Ligero, paje de Ollantay, tan pa-
recidas a las de los criados 0 escuderos tunantes, que son tipos
infaltables en el teatro renacentista hispano.
Vicente F. Lopez, al tratar el tema, inclinose por la auten-
ticidad de la obra con el propdsito de demostrar el elevado
nivel de civilizacién alcanzado por “las razas arias del Pert”,
seguin el titulo de su trabajo. Pero el juicio expuesto por el
historiador de Belgrano y San Martin ha quedado incdlume,
no obstante algun reciente intento peruano, como el del sefior
Yépez, en que se insiste —aun cuando en medio de profusas
314 ALFREDO DE LA GUARDIA

contradicciones— en la autenticidad del drama publicado en


el “Museo Erudito”’.
Al estudiar detenidamente el debatido problema, Ricardo
Rojas confirméd la opinién de Bartolomé Mitre, en Un titan
de los Andes, asegurando que “el Texto Quichua es obra co-
lonial anédnima”. No acepta ahi que el P. Valdez fuera su
autor, investiga los origenes de la leyenda, sigue sus diversas
relaciones, restablece los elementos genuinos de la misma,
desecha los espurios, asevera que “pudo haber sido adulterada
en la version escrita de procedencia colonial”, y saca aquella
conclusién después de una exégesis histérica, literaria, filold-
gica, geografica, toponimica destinada a devolver su esencia y
su contorno al mito de Ollantay.
La tesis opuesta no tiene, efectivamente, consistencia al-
guna. Nadie negara, desde luego, que existid una leyenda ini-
cial y-es muy probable que en ella $e basara alguna especie
de conmemoracién con himnos-danzas y desfiles militares
destinados a ensalzar la gloria del Inca y la derrota de quien
habia sido rebelde a sus dictados reales y sacrilego al opo-
nerse a las leyes del Sol. Este, como otros muchos, pudieron
ser espectaculos —como los hubo en Egipto, segun las mo-
dernas investigaciones—; mas ese despliegue sonoro y coreo-
grafico distaba, sin duda, de ser el teatro en cuanto consti-
tuye un verdadero drama. La palabra teatro ha sido utilizada
caprichosamente por historiadores, eruditos indigenistas, ar-
quedlogos, sin ninguna precisién conceptiva. Cualquier fiesta
0 ceremonia ha sido senalada por ellos como una prueba de
que existia un teatro en los pueblos precolombinos. Pero el
verdadero teatro no es el movimiento exterior con cualquier
propésito, sino la accién interior determinada por un conflicto
espiritual y vertida con expresiones intelectuales. Que los ori-
genes del arte escénico estén en las primitivas procesiones y
en los coros religiosos mas remotos, es cosa que nadie negara;
mas el drama, en su exacta concepcién, no se forja hasta que
el autor aparece y con él su dialogada poesia tragica. No
puede, pues, hablarse de teatro propiamente dicho mientras
el desplazamiento figurativo no sea reemplazado por el pensa-
miento determinado por una finalidad.
Fiestas y representaciones mds o menos escénicas las
hubo en Espafia y en todos los paises europeos en el mismo
RICARDO ROJAS 315

tiempo en que los pueblos precolombinos realizaban las suyas,


como derivacién de ritos, costumbres, etc. Cabe citar las espa-
folas tituladas “Triunfo de Sevilla”, “La Serrana de la Vega’,
“El dios Pan”, “Las odaliscas y el sultan”, “Las espadas’’, en-
tre tantas otras que se realizaban en diversas fechas culmi-
nantes del calendario anual. Pero estas manifestaciones no
pueden ser denominadas teatro en la rigurosa acepcién de la
palabra, en el genuino concepto de arte dramatico. Esta clase
de festejos con apariencia escénica eran las tales representa-
ciones prehispanicas a que aluden casi siempre vagamente
los indigenistas. Un ejemplar de esas fiestas es la de Suma-
mao, en Santiago del Estero, para destacarla por ser nuestra
entre otras muchas de las que se efectian en toda América.
“La Fiesta de Sumamao” tiene raiz aborigen y su denomi-
nacion proviene de la lengua quichua, de los vocablos stmac
o sumaj (lindo) y maiu (corriente de agua); pero su des-
arrollo acusa la influencia hispanica —seguin vimos en otras
muestras del género— por la intervencion de personajes de
caracter colonial, como los alféreces, los promesantes, el Sin-
dico que se mezclan con los indios. Siempre que se se habla
de teatro prehispanico viene a caerse en el mismo tema, es
decir en las fiestas de esta indole, que nada tienen que ver,
en estrictez de concepto, con el verdadero drama —lo rubrica-
mos—.
José Juan Arrom, que ha escrito histéricamente sobre el
teatro americano y cubano especialmente, ha sido sincero a
este respecto, y su ejemplo deberia ser imitado. Dice asi al tra-
tar de las “primeras manifestaciones dramaticas” en Cuba:
“En la vida teatral cubana la influencia indigena es nula.
Cierto es que los habitantes, a la llegada de los descubridores,
celebraban unas fiestas corales llamadas areitos, consistentes
en cantos y bailes acompafiados por rudimentarios instrumen-
tos musicales”. Los primitivos cronistas de Indias anotaron
frecuentemente esta clase de esparcimientos de los aborigenes
y, naturalmente, por la similitud de ciertos elementos, algunos
pudieron referirse a lo teatral. De ahi no pasdé nunca el men-
tado arte dramatico autéctono. Otra cosa fue la esporadica
actividad escénica de la Colonia, de la cual tenemos nosotros
diversos exponentes, los mas notables el teatro religioso de los
jesuitas en las Misiones, donde la intervencién de los indios
316 ALFREDO DE LA GUARDIA

fue significativa, como bien se sabe. Lo anterior es mera mis-


tificacion a la manera de Brasseur de Boubourg, que algunos
han tomado en serio y han adecuado, ademas, a sus propd-
sitos, no obstante las advertencias de Pedro Henriquez Urefia,
entre otros estudiosos.
Tornando a nuestro asunto, a cuanto concierne a Ollan-
tay, lo que nos importa es la demostracién de que existid
un jefe andino rebelado contra el Imperio del Cuzco, motivo
este que puede ser aun preincasico, segun apunta Arturo
Capdevila en Los incas; y también que el drama escrito en
lengua aborigen fue compuesto en tiempos del Virreinato. Eso
hace mas grande, mas luminosa y heroica la figura del Apo
de los Andes, pues en la obra quichua rinde su valor y dig-
nidad ante Yupanqui: “Padre mio, nuestros crimenes nos aho-
gan”; “soy tu esclavo’”, “siempre un esclavo” (Escena XIV,
Didlogo cuarto). Esta, pues, a los pies del Rey, que le perdona
y le devuelve el favor, para que los amantes sean dichosos y la
alegria renazca:

Chicallata phuticuychis:
Samariychisha samipi.
Nam huarmiyqui maquiyquipi
Cusi llafia causa cuychis.

Tal es la cuartera final —recuérdese la observacién de


Mitre—, que copiamos del manuscrito de Justiniani y las ver-
siones francesa de Pacheco Zegarra, y latina de Galante, al
oe critica de la obra de Rojas en La Nacion, el 29 de julio
e 1939.

Temas y fabulas

Sobre la base de sus minuciosos estudios, Rojas compuso


su Ollantay, En 1912 anuncié a Ricardo Sdenz Hayes, en
un reportaje publicado por La Razén, acerca de sus futuros
trabajos: “En preparacién tengo Ollantay, tragedia imcasica
que terminaré en este verano, probablemente”. No concluyé
entonces esa obra, pero el tema fue adensdndose en la ima-
ginacion del escritor. Como nacido en el Tucuman que per-
RICARDO ROJAS Slt

tenecid al Tawantinsuyo, el poeta habia mirado con fre-


cuencia hacia el pasado que relacionaba a la moderna Argen-
tina con el antiguo imperio del Cuzco. En Santiago del
Estero, donde se habia criado, se familiarizé con aquellas tra-
diciones y también con la lengua quichua, de la que aprendié
los rudimentos. En la tierra limitada por los rios Salado y
Dulce se habia conservado la runa-simi 0 sea el habla de los
hombres. Mezclada con palabras castellanas, circulaba por
el pais de la selva y, sin duda, el adolescente inquieto y avizor
retuvo algunas de las coplas que surgian de los labios del pue-
blo y que debia, andando el tiempo, transcribir y traducir
para su historia literaria.

Karay puca senckan llariu Yguana nariz delgada,


huyan cacheten largasca cara de flojas mejillas,
maquisitun tenedor manitos de tenedor,
chupitan sortijas-unta. cola llena de sortijas.

Karay-puca nisacara Ahora yo soy el comisario-


nocka comisario cani —dijo la iguana, una siesta,—
hualuta huajyachipaychis llamen pronto a la tortuga
librestata kockonampaj. que me traiga las libretas...

Esta ingenua satira politica, de indudable procedencia


contemporanea, se trocaba, a veces, en una picaresca alusion:

Kamchu canqui bala-yana Tu tienes un panal negro,


pupum urapi mischquioj ombligo abajo, con miel,
nockam cani bala-puca yo el abejon colorado,
pupum urapi uachioj. — ' y la flecha tengo en él.

Mas adelante habria de reparar en el texto quichua del


primer Ollantay y en el libro inicial escrito en el mismo
idioma para acristianar a los indios, impreso en Lima en 1584,
a raiz del Concilio provincial realizado en aquella ciudad un
afio antes. Durante sus estudios posteriores, Ricardo Rojas pres-
to frecuente atencién a esos temas, puesto que le interesaron
tanto los historiadores de Indias, Cieza como Zarate o Gomara,
asi como los hermanos Buenaventura y Diego Cordoba y Sa-
linas, que en su Memorial de las historias del Peru daban
318 ALFREDO DE LA GUARDIA

“noticias de los Incas”. Y muy especialmente Garcilaso de la


Vega, con quien siéntese identificado. sin duda por aquel pa-
rrafo de los Comentarios Reales en que el peruano afirma:
‘Para atajar esta corrupcién [de los nombres aborigenes] me
sea licito, pues yo soy indio, que en esta historia yo escriba
como indio”. Cuando fue a Europa, en 1907, trajo el viajero
dibujos de los vasos incaicos, copiados en el Museo Arqueo-
logico de Madrid, “para mis estudios ollantinos’.1*? Conocidé
asimismo, y habria de comentar los lexicones y gramaticas de
fray Domingo de Santo Tomas. Las referencias al asunto son
diversas y numerosas en toda su obra. En el Silabario de la
decoracién americana insiste, por la indole propia del libro,
en puntos que se relacionan con los estudios acerca de los incas.
En el capitulo titulado “Los simbolos de la divinidad” expone
el “culto astrolatico... y la misteriosa trinidad suprema Ila-
mada Ila-Tici-Viracocha... el Hanan-Pacha y el Urin-Pacha,
concepciones del paraiso y del infierno”, etc., que habria de
tener en cuenta al concebir su Ollantay. Otro tanto cabe
decir respecto a las tareas que incumbian a las Virgenes del
Sol, al Jardin de Oro del Inca, al trono y a la litera imperiales,
a los “temas anecdéticos de su mitologia, de su historia y aun
de su vida cotidiana”’, al estilo artistico propio del Tawantin-
suyo y sus diferenciaciones con lo preincaico, cuyas obras se
caracterizan por “la simplicidad megalitica”’, tales como las
encontradas en Ollantaytambo y en los bloques montafieses del
Rodadero, que se evocan en la jornada tercera de su poema
dramatico.
También en Eurindia se advierte la conexién entre sus
paginas y las escenas de Ollantay, donde se refiere a la mii-
sica, las danzas —entre ellas el “zapateado de Mecapaca—, la
arquitectura, la pintura, la escultura, todos los rastros arqueo-
légicos que ha observado detenidamente y que ayudaran a la
documentacién escénica”.174 Aun en El Santo de la Espada
recuerda maximas del inca Pachacttec: “Mejor es que otros,
por ser tu bueno, te hayan envidia, no que la hayas tu a otros
por ser tu malo” ... “El que procura contar las estrellas no
sabiendo contar los fiudos de las cuentas, digno es de risa”.175
173 Retablo Espafiol, pag. 28.
174 Pags. 179, 184, 198, 209, 223, 238.
175 Pag, 311.
RGA DOM ROmNATS 319

Por supuesto, en el curso de la Historia de la Literatura Ar-


gentina las referencias abundan , y alli relata cémo Lavarden
conocid el Ollantay del Padre Valdez (‘Los Coloniales’’, 720).
Con tal ilustracién, Ricardo Rojas deseché lo meramente
erudito y libresco cuando se propuso trazar el plan de su propio
Ollantay. Siguid con buen acuerdo la antigua leyenda en sus
rasgos generales y nutrié su fabula dramatica de motivos com-
plejos, densos y varios, bajo la plastica apariencia del espec-
taculo, la sonoridad elocuente, declamatoria —propia de la
época— de los didlogos escénicos. El final dichoso que cierra
el drama copiado 0 compuesto por el Padre Valdez fue recha-
zado, El Inca, violando por si mismo la ley del Sol y perdo-
nando a los rebeldes con una clemencia tan amplia como ana-
cronica e inverosimil, es un tipo falso. (Constltense los Cédigos
imperiales, como lo hizo Ismael Moya para sus estudios de ese
tema.) Por ello, el conflicto dramatico se desarrolla desde la
franca peticién de Ollantay al Inca, pidiendo a la Nusta como
premio de sus victorias, hasta la derrota, la prision y la muerte
del héroe andino y el destierro de Coyllur, castigos impuestos
por el severo Yupanqui, inspirado por el sacerdote Huillacuma
y acatando los presagios funestos e ineluctables. Y pasando
por el encuentro de los amantes en los jardines del Acllahuasi
—claustro de las Virgenes del Sol—, la huida, la consagracion
de ambos como reyes de los Andes, la artimafia pérfida de
Rumifahui para incendiar a Ollantaytambo, abrir brechas en
la fortaleza al ejército del Cuzco y herir traidoramente al jefe
de esa rebelion de amor, justicia y libertad.

Planos superpuestos

E] tema va desarrollandose en varios planos superpuestos,


que deben ser percibidos dentro del conjunto de elementos in-
telectuales y artisticos manejados por el autor.
Inicialmente aparece la visidn del pasado al través de
la leyenda. Esta es la evocacién de una etapa misteriosa de la
historia humana. Serian los afios medios del siglo xv, todavia
oculta América e incompleto el planeta al conocimiento de
Europa, en el reinado de Tupac- Yupanqui —sucesor de Pacha-
cutec, implantador del matrimonio endogamico para salvar la
320 ALFREDO DE LA GUARDIA

pureza de la sangre real—, cuando la soberania incasica logra


su mayor expansién con la conquista de las islas Galapagos,
la dominacién del Antisuyo, comarca oriental extendida hacia
el Amazonas, el avance por el sur, camino de los Calchaquies.
El Inca es, entonces, un rey divino, descendiente del dios Inti,
el Sol, y las jerarquias de su aristocracia, la misma superior
de los Orejones, estan bajo su indiscutido influjo, y los pueblos
distintos que forman el Imperio deben acatar los dictados del
Cuzco o ser abatidos y humillados. La relacién del Tawantin-
suyo con el Egipto de los faraones y, en los antipodas, con el
Japon solar del Mikado, es evidente. . .
En segundo término, se ofrece la alternativa humana de
pasiones y rivalidades: el amor de Ollantay por la Princesa,
que no reconoce diferencias de estirpe, y el de Coyllur por el
Héroe, entregada a un hombre de sangre extrafia, negandose
al ritual enlace endogdmico y buscando una sana fuente de
fecundidad; la envidia y el odio del caudillo cuzqueno Rumi-
fahui, cuyas dotes bélicas han sido eclipsadas por los triunfos
del Jefe de los antis; ahi se traban los factores psicoldgicos
—levemente freudianos—, que mueven los sentimintos claros
u_oscuros.
En el tercer plano se debate el sentido politico con la pro-
testa del runa —el hombre de la tierra, el quichua— contra
el poder. que lo sojuzga, el hijo del Sol, pues la gente diversa
sometida al imperio incaico —lo mismo que al azteca— desea-
ba ser libre. “Por nuestra raza que abruman/Tantas injustas
desdichas”’ —se dice en el acto IV, escena I, con lo cual comien-
za a insinuarse la formacién de las jévenes nacionalidades.
Tal concepto se proyecta largamente en la obra por las alusio-
nes a otro Ayar, hijo de Ollantay y de Coyllur —Ayar Manco
fue el fundador del Cuzco, segiin la leyenda—, que debia venir
para librar a los pueblos:

Y un nuevo Ayar que asombrard a la historia


Vendra algiin dia a conmover las tumbas
De los Incas, y a alzar la antigua gloria
Que tu, Yupanqui, sin saber derrumbas \"*

176 Acto IV, esc. V.


RICARDO ROJAS 321

En un cuarto nivel se perfila el determinismo que contra-


pone las culturas, las religiones, los sistemas en los conflictos
mas potentes del drama humano dentro del ancho escenario
del mundo, cuando ese eviterno rio de la historia anega una
civilizacion periclitada, ya cumplido su estadio, para descubrir
otra civilizacion ascendente. El poeta dramatico tenia a su dis-
posicién la mitologia incaica, con su emblematica riqueza,
para modelar los simbolos que, después de sus exposiciones
histérico-legendarias, humanas y politicas, le permitiran com-
pletar su concepcién tragica, dandole un sentido filosdéfico. La
poesia dramatica aspira —solo llega a conseguirlo fugazmente—
a una poesia metafisica. La pugna titanica entre Yupanqui y
Ollantay, entre las alegorias de un cielo en ocaso y una tierra
en aurora, no puede conciliarse, sino por virtud de la Vida,
del Amor, pasadas las iras y las calamidades.

Hijo del Sol, divino rey del Cuzco:


A tu augusta presencia el homenaje
De Ollantay, mi senor, aqui conduzco.
En la hora del peligro, a tu llamada,
Vino con gente armada;
Mas, en el dia de victoria,
Quiere, a tu faz sagrada,
Con este coro celebrar tu gloria.

Asi anuncia el Haraveco, expresando la primera fase de


la fabula, en que dominan la divinidad y el poderio material
del Inca. La segunda fase, la del enfrentamiento de las pasio-
nes, manifiéstase en primer término con las declaraciones del
héroe: “Quiero una Estrella... j|Quiero a la Nusta!”; y de la
heroina: “Ollantay me ama, y yo también lo amo...” La
sangre del Sol, la sangre de la Luna no pueden, segun la ley,
mezclarse con la sangre comun. Y en otro lugar, se expresa
con la envidia y la rivalidad marcial entre el jefe andino y
Rumifiahui, que proclama:

Copia del Cielo es el Tawantinsuyo


Que a cuatro rumbos su esplendor ensancha;
Y en el Cuzco esta el Sol de Coricancha
Para domar de Ollantay el orgullo.
322 ALFREDO DE LA GUARDIA

El sentido politico expuesto en el tercer plano se expande


con los pronunciamientos del caudillo anti, representacion del
pueblo sojuzgado por la tirania incasica. “jYo soy el hijo de
la Tierra, diosa/aun mas antigua que la Luna madre!” —grita
Ollantay a la faz del emperador despdtico. “Aunque tal cosa
vuestra Ley dispone, Coyllur me ama, y yo también soy rey!”
Su voz alza el ideal de la independencia frente a la asamblea
de los antis, que clama contra el Inca: “jYa ese rey no quere-
mos!”’... “;No mas tributos de oro, mi de sangre o de mieses
al amo sin lealtad!’””... “‘jTus runas, indignados, piden la h-
bertad!” Y refirma su actitud:
El Inca tiraniza las provincias que oprime
Para ensanchar su imperio, mientras el runa gimeg
Bajo el yugo que imponen sus kamayocs, y bajo
Las legiones armadas que rigen el trabajo
Se cambian dioses, lenguas, preceptos y costumbres,
Y se imponen tributos de injustas servidumbres.
Desde aqui yo proclamo, frente al terrible nombre
Del Imperio y sus leyes, la libertad del hombre
Para alcanzar los dones supremos de la tierra;
Y los Andes me ofrecen sus baluartes de guerra.

E] determinismo que se perfila en el cuarto nivel de la


obra se manifiesta por los presagios, declarados por voz de
Huillacuma el sacerdote: “Alto Sefior: las cosas del destino,/En
la profunda sombra se preparan...” “Claros mensajes son,
todos iguales; /Todos te anuncian una lid funesta.”’ Y el destino
se cumple. Ollantay, el rebelde, es vencido, condenado, muerto
por la degollacion, extinguido en la pira. Pero su sangre —san-
gre de la Tierra y de la Liberacidn— perdura en el seno de
Coyllur, rompiendo el cauce endogdmico y las leyes avasalla-
doras:
Sr apa eter aeees Queda en tu entrafia,
Con la sangre del Sol ya confundida,
la sangre de un Titan de la Montana.
iYo fui la libertad; tit eres la vida!
La fatalidad se resuelve contra el mandato caduco del
Inca y de su Imperio. Ollantay, en esta pugna de alusiones
Re Or RED Oe ROI IeATS 323

césmicas, ha vencido como simbolo de la renovacién, de la


perfeccion en el proceso humano.
La crisis de la tragedia ofrece una relacién con el cata-
clismo geolégico, pues se recuerda que Ollantaytambo, en las
cimas de los Andes, parece ser el vestigio de una civilizacién
anterior a la del Cuzco, ahogada en el mar volcanico por el
desequilibrio continental que hundid la abrupta costa del occi-
dente y levantd las ocednicas llanuras orientales.177 Uno de los
ancianos amtis alude a ello:

De la Ciudad de Nueve Puertas de Oro


Que se hundio en la catastrofe marina,
Salvose esta Arca aqui en la cumbre andina;
Ultimo resto de un mayor tesoro.

Asi, en aquella cumbre Ollantay es, en cierto modo, un


Prometeo erguido —segun anotamos en la crénica del estreno—
contra las deidades prepotentes e injustas, atado o sitiado a la
cresta rocosa, vencido, martirizado, mas victorioso, al fin, por
la fuerza y la luz del espiritu en el Tiempo vengador, como
decia Lord Byron. Ollantay con su raiz telurica y como rey de
las montafias va a crear una estirpe nueva, elevara al esclavo
a una digna categoria humana, derribando a los idolos ficticios
y las potencias inicuas. Impondra los derechos de la vida,
vida con plenitud, del genio libre, del amor y la fraternidad.
Yupanqui es el Cielo, un falso cielo, inmutable, inflexible,
ajeno a la sensibilidad, a los anhelos, los padecimientos del
hombre, ignorante del poder renovador. Un runa y una sierpe
son, para él, productos del mismo barro, y tal soberbia le
induce a perpetuar su sangre declinante por medio del incesto.
E] Héroe es el porvenir; el Inca es el pasado. Entre ambos esta
Coyllur, que es el presente, la Vida, la eterna fecundadora.
Estrella por nombre y designio real, el amor la convierte en
mujer que goce y padezca, para que perpetue a la humanidad,
crisol donde se funden los pueblos, para que todos sean cria-
turas igualmente puras y luminosas:

177 Recuérdense las ruinas de Ancén, Pachacamac, Pisac, Chavin, las


“ciudades inicidaticas”’, dice Rojas en Silabario, pag. 138. Mas reciente-
mente, los restos de Marcahuasi, sin contar, naturalmente, Machu Picchu.
324 ALFREDO DE LA GUARDIA

Para elevar por nueva ley de amores,


A Hijos del Sol, los Hijos de la Tierra.

Tal es la sugestién filosdfica, alzada de lo telurico a lo


césmico, en la obra de Ricardo Rojas.

Norma estética

Su autor advirtiéd en el prologo: “Es una viviente expre-


sién de mi espiritu”, anterior a “todo intento de erudicion
americanista o de creacién literaria* y con esta confidencia
—agrega— ‘“‘acerco a mi corazon el tema remoto y pretendo
acercarlo al corazén de mis criticos”. El] habia escuchado los
relatos tradicionales cuando era nif, historias y leyendas de
los incas y de los conquistadores, y esa pristina poesia le
sedujo con sus arcanos y sus proeZas. Su padre, D. Abalon
Rojas, que fue gobernador de Santiago del Estero, mando
editar segun nos cuenta, una Gramatica Quichua, para presen-
tarla con otros elementos regionales en la Exposicién Univer-
sal de Paris, a fines del siglo pasado. En libros de juventud
repitid noticias sobre el mito ollantino. En El Pais de la Sel-
va, por ejemplo, reproduce unas estrofas del yaravi cantado
por una doncella para distraer a Coyllur:

Himantinta tapukuspa
Yanallay maypitac kanki! a
Nispan, mitkan ranki-ranki
Nispan wanum ullpuycuspa!

En la traduccion:

Tortola mia, ¢donde estas?...Y como


Nadie responde al llanto que la inquiere,
La desolada inclina la cabeza,
...Y lentamente muere...

Puede seguirse la huella de Ollantay en casi todas las


obras de Ricardo Rojas, desde La Victoria del Hombre hasta
El Santo de la Espada, desde La Restauracién Nacionalista
RICARDO ROJAS 325

hasta Eurindia y el Silabario de la Decoracién Americana,


pasando por las referencias a las leyendas y habla quichuas
en la Historia de la Literatura Argentina. Hasta en el Reta-
blo Espanol, segin vimos, hay recuerdos para el mito ollan-
tino. En Eurindia escribiéd una frase que adjudicaremos a
su propia estética: un “indianismo romantico” —dice en la
pagina 261— en que puede caerse. “El indianismo romdantico
—amiade— florecié hace mas de cincuenta afios en el Brasil con
Goncalves Dias, Alencar y Gomes; se le imité en el Plata,
donde tenia precedentes seudoclasicos en el Siripo de Labardén
y en el Molina de Belgrano; inspiré aqui algunos ensayos de
Esteban Echeverria y de Juan Maria Gutiérrez; y murié mas
tarde, dejando acaso, como Ultimo vastago de la escuela, el
Tabaré del uruguayo Zorrilla. Todo ello era impreciso, por
falta de color arqueoldgico, 0 estaba hibridado de espafiolismo
en la técnica.” En el Ollantay hay evidentemente raices de
este romanticismo indianista 0 indianismo romantico, si bien el
autor procur6 librarse de los amaneramientos y las ficciones
muy notorios en aquellos escritores. cuidé el origen de la fabula
y atendié con discrecién al colorido propio de la época y sus
figuras. No obstante, el poema acusa en sus raptos declama-
torios los ecos del lejano romanticismo y, desde luego, la in-
fluencia espafiola.
Con todo, la obra expresa las esencias mas genuinas del
espiritu de Rojas, tan presente en toda su labor. Responde a
las teorias de Eurindia, donde recoge las sustancias autéc-
tonas, las inserta en los fundamentos castellanos y con unas y
otros busca las pautas de una estética hispanoamericana. El
genio de la tierra resurgiria para enlazarse con los nuevos
valores de la civilizacién moderna. “Hurindia —dijo, en su
hora un critico francés— est donc beaucoup plus une doctrine
mystique qu’une théorie ethnografique”. Y en reiteracion del
tema —Le Figaro, 1928: “L’ame argentine, selon lui, est le
résultat de la fusion de l’esprit indigéne, de l’esprit espagnol et
enfin de l’esprit europeen...” En Ollantay se advierte, en
efecto, esta mezcla de elementos espirituales.
Penetrando intuitivamente en el tema, estudiando minu-
ciosamente el mito, reflexionando sobre la sustancia y las
proyecciones de la leyenda, recordando todo ello en el curso de
su produccién literaria, Rojas habia de encontrar con facilidad
326 ALFREDO DE LA GUARDIA

la norma estética para realizar su poema dramatico. Y sus


demas obras escénicas, pues ya en el prologo de Elelin
apunta que ha huido de la “‘teatralizacién didactica de una
crénica”, buscando “la creacién artistica”, haciendo que los
asuntos pretéritos obedezcan “‘al poder casi magico de la fan-
tasia que los evoca, dando a un tiempo la ilusién de la verdad
y la verdad de la ilusién en un solo acto de emocion puramente
poético”... “El riesgo del drama histérico reside ante todo en
la historia misma, porque la minuciosa ciencia del documento
puede sacrificar al arte”. Muy cierto, aun cuando el drama
histérico o legendario afronta, ademas, otros peligros graves,
el primero la posible desproporcidn éntre los propios hechos
historico-legendarios y sus composiciones teatrales en cuanto a
la letra misma y en cuanto a la interpretacién escénica. Refi-
riéndose a lo conceptual, ya Hebbel afirmaba que no podia
tratarse como anécdota a los acontecimientos histéricos, sino
realizar su exégesis dramatica mediante el poder creador del
pensamiento y la poesia. En Judith, en Herodes y Mariene
—como en seguida Ibsen en Madera de Reyes y Emperador
y Galileo— procede a escribir tragedias con planos super-
puestos: el histérico; el humano, psicoldgico, pasional; el filo-
sofico en que da su interpretacion del devenir; planos fundidos
en la obra de arte, cuando es de auténtico arte.

Concepcion y técnica

Dentro de su tradicién literaria y de las normas estéticas


preferidas; dentro de las posibilidades que hemos determinado,
Ollantay conjunga con relativo acierto los elementos concep-
tivos y los factores técnicos. El poema es, desde luego, mas
rico en pensamiento y en plasticidad que en sus expresiones
liricas y sus desplazamientos escénicos. El autor quiso aligerar
la tragedia clasica —s6lo unidad de accién—., no alejandose de
ella en sus lineas y sus ritmos, para convertirla, si bien a nivel
disminuido, en un poema dramatico mas vivo de accién, mas
moderno para su tiempo (1939); y “compuesto de manera
sinfénica”’, como referira luego, en el prdlogo al editar la obra,
pues esta jalonado de ternas que se suceden en un progresivo
leit-motiv. Lo que, a veces, especialmente en el segundo cuadro
Rok Cu ReD LOM RhOnisAGs 327

de la jornada “El rapto” —en la “frontera del mundo, entre la


tierra y el cielo”— hace pensar en las estréfas épicas y los
motivos musicales de Ricardo Wagner para La Valkyria y
Sigfrido.
E] acto primero es una exposicién general de antecedentes:
evocacion historica apoyada en el documento, la cancién, la
danza, impulsada por el triunfo —una entrada de héroe vic-
torioso a la manera tradicional— y ensombrecida por los pre-
sagios que anuncia la noche con sus suefios, sus imagenes del
condor igneo y la estrella fugitiva, insinuados por el yaravt.
Los mitos se formulan, se disefian; los augurios hablan de la
vida y la muerte; las potencias teluricas se levantan con el rito
milenario de la Serpiente, adorada por el ayllo del Pikol, que
la antepuso al culto solar. Es el Destino configurado en toda
la jornada expositiva.
La segunda, traslada la fabula de lo épico a lo lirico. Es
el Amor, es el Rapto. Coyllur, seducida, queda enclaustrada
para cumplir la Ley del Sol. El poeta utiliza, ahora, las modu-
laciones corales, el planido y la plegaria, la invocacioén al
Astro-dios:

Illa-Tici-Viracocha: Kay tuta chaupipin


Maskamuyki imaynan 'piskopas
Unuman chakiska
Phawariykun hina. . .

El poema dramatico se encauza hacia la tragedia. Aqui


es el mito religioso el que prevalece con las invocaciones cés-
micas al Sol y a la Luna. La magia y la pasion ofrecen sus
filtros que arrebatan y embriagan a la Nusta:

jSiento en mi que esta noche se consuma


El gran prodigio que liberta o mata!’
jFrontera de la vida! jReino azul de las almas!
jYo franquearé esta noche tus porticos de plata!

En el cuadro segundo del mismo acto se eleva el duo de


amor. El procedimiento es musical y tipicamente romantico.
Es el idilio de héroe y heroina, en que va a culminar la suges-
tin emotiva y poética de la obra:
328 ALFREDO DE LA GUARDIA

Lucero de mis tardes pensativas,


Antorcha de mis negros horizontes,
Brasa que alumbra con sus luces vivas,
Como un fuego de altar sobre los montes...

La “‘jornada de la guerra’, la tercera, esta compuesta con


los perfiles cldsicos del asedio —como en Tebas— y de la
hazafia belicosa y la astucia pérfida para rendir la fortaleza.
El acto ultimo es la Expiacidén. E] misterioso hijo de la
Tierra cae degollado por orden del enigmatico Hijo del Sol.
Pero es la misma luz estelar —la de Coyllur— el poder que
continia y transforma la vida y alxhombre. La muerte de
Ollantay esta dibujada con el trazo prometeico del amor, la
rebeldia, el sacrificio, la redencidn futura. Es la catarsis. La
humanidad y su historia prosiguen, y la Mujer fecundada lo
augura con la variante del optimismo mediato:
~ =

Y el nuevo Ayar que en mis entranas llevo


Convocara en la Pampa a las naciones,
Raza de muchas razas en renuevo,
Con la Estrella y el Sol en sus pendones. . .

El procedimiento formal no es siempre equilibrado, a ve-


ces es seguro, por ejemplo en lo que Aristételes llamaba
“ordenacion de los sucesos” y en la anagnérisis —aparicién de
Rumifiahui en Ollantaytambo—-; otras decae sin remedio en
las escenas episddicas de precedentes, que son escasas, porque
priva la sobriedad. Adviértese la no plena, sino desigual poten-
cia dramatica y lirica en el desenvolvimiento de la densa con-
cepcion. La tragedia es mas afortunada en la perspectiva que
en el dictamen y en la diccién, para seguir empleando térmi-
nos aristotélicos. Ollantay se resiente, pues, en su factura. Su
pensamiento alto y complejo, ya expuesto aqui, no encuentra
siempre los modos expresivos que lo IHeven a una plenitud
dramatica. Ricardo Rojas era mas pensador que poeta; sus ideas
estan por encima de su poesia y de su sentido teatral.
_ Encuanto al verso es también en este poema escénico —lo
mismo que en los liricos iniciales— mas técnico que inspirado.
E] autor ha resuelto, en cambio, un problema estético dificil, el
del lenguaje apropiado a los indios, dandoles un verbo recio
RICARDO ROJAS 329

y sonoro, de modo figurado, donde el castellano esta bien y


moderadamente matizado con voces quichuas. Algunas veces,
Rojas recuerda con tino ejemplar a Ercilla: “Como tropel de
pumas carniceros...”; y a Cervantes: “Este que véis aqui,
mutilado y raido...”’ La lengua autéctona se presenta en el
sexto verso, chicha, y reaparece oportunamente para colorear la
expresion: Apo —alto jerarca—, cdpac —poderoso—, champi
—hacha 0 maza—, tangol —arco—, yacolla —manto 0 tuni-
ca—, etc. El verso es polimétrico y polirritmico; se utiliza el
romance asonantado para la narracién; el endecasilabo, el
alejandrino, para la exaltacién hazafiosa o pasional, y se alter-
nan con variedad, asimismo, como la estrofa. La rima es facil,
en ocasiones reiterada y demasiado conocida; en otras es ori-
ginal. La metafora no abunda, pero el discurso es imaginativo.
Dentro de la estética lirica de su época y de su personal moda-
lidad —tiempo y manera no deben ser alterados y traidos hasta
los nuestros, lo repetimos—, el poeta habla bellamente por
boca de Coyllur, desterrada del Imperio, visionaria de su
destino:

Pampas del sud, sin arboles ni rocas...


Desolacion de inmensas lontananzas. . .
Ambito azul que en el misterio 'tocas...
Tierra de aun no nacidas esperanzas...

Y en los labios de Ollantay, condenado a la hoguera, mas


seguro de la victoria por venir:

Cumplo un destino que dolor reclama;


Cumpla Yupanqui en la crueldad el suyo,
Mientras la muerte nuevos hilos trama
En los 'telares del Tawantinsuyo. . .
Los hijos de los padres perseguidos
Y trabados en guerra los hermanos,
Sobre el despojo de los Incas idos,
Levantardn'su solio otros tiranos.
Y un nuevo Ayar que asombrara a la historia
Vendré algiin dia a conmover las tumbas
De los Incas, y a alzar la antigua gloria
Que tu, Yupanqui, sin saber derrumbas!...
330 ALFREDO DE LA GUARDIA

Manifestacién dramatica de su época


valores dispares de fondo y forma, y su escuela, con
es evidente que Ollantay
quedara, a pesar de ello, como una
obra clasica en el teatro
argentino y en la escena americana.
Es, también, una de las
expresiones mas genuinas y definidora
s del pensamiento y el
estilo de Ricardo Rojas, de toda
su labor, orientadora de la
nacionalidad, proyectada hacia altos
voluntarismo y una energética ideales, basada en un
—influjos filoséficos de sus
anos—, pero afinada siempre en
el ensuefio poético y en la
concordia humana.
“LA SALAMANCA”

Origen literario

En la dramaturgia de Ricardo Rojas, La Salamanca es


la representacién del tiempo colonial, Es la ultima de las obras
estrenadas —10 de setiembre de 1943—, pero la tercera en el
orden histérico del tema, precedida, segin hemos visto, por
el poema prehispanico y el poema de la Conquista, por Ollan-
tay y Elelin’. Tales dramas, y La Casa Colonial, que for-
man la tetralogia escénica en la numerosa y densa labor de
Rojas, fueron concebidos mas o menos hacia la misma época,
entre el primero y el segundo decenio del siglo —como ya lo
observamos— probablemente esbozados en su plan muy poco
tiempo después, porque el autor refiérese en varias ocasiones,
de aquellos afios, a esos trabajos teatrales. Sin embargo, es casi
seguro que La Salamanca fue terminada en su composicion
poco tiempo antes de subir al proscenio. Podemos deducirlo de
algunos elementos técnicos, puntualizados en su lugar dentro
de este analisis critico.
El tema de la Salamanca, lo mismo que el del Apo de
los Andes y el de Don Diego de Roxas sugiere al poligrafo no
pocas consideraciones mucho tiempo antes del estreno de la
pieza. Cuando escribe El Pais de la Selva en 1907 ya dedica
uno de sus capitulos a esta supersticién. Era una de las consejas
que habian inquietado a su imaginacién infantil, y por eso
escribia en aquel libro: “Ese dia, el pedn doméstico y yo, nifio
332 ALFREDO DE LA GUARDIA

aun, cruzabamos a caballo una comarca triste en tierra santia-


guefia. Dos horas hay en la regién propicias al misterio sata-
nico: la siesta, con la desolacién de sus senderos; la noche con
sus sombras’’. Por aquellos contornos encuentran la boca sinies-
tra de una espelunca, oscura oquedad grabada en la memoria.
“Después de varios afios —dice, luego—, he procurado, en la
propia region de aquellos bosques, renovar la fantastica visién
de la infancia...”” Y, recogiendo recuerdos de un viejo paisano,
continua:
“Batido fango embadurna el dintel de la cueva; sobre él
se retorcian gigantescas serpientes, que se deslizaban al fondo
de su lébrego asilo, iluminado a ratos por resplandores de azu-
fre, como un baratro de tormenta por relampagos mudos. Y
cuanto él descubriese, no era sino una de las estancias suce-
sivas, donde a medida que se desciende al orco, las pruebas se
hacen mas cruentas para aquilatar.la adhesién del nedfito.
Demasiado lo valen esos bienes que se le ofrecen al término:
la nicromancia, el placer, las riquezas, el rayo de luz que el
peregrino de los circulos nefandos hallaba al fin de sus dolores.
Alli penetra el blasfemo: encuentra primero a Cristo, indefenso
y crucificado; a él debe escupirle; se aparece después la Virgen,
a quien abofetea, ratificando de sacrilegios su pacto con Zupay.
Dejé a las puertas sus vestiduras, y al avanzar, desnudo, a lo
mas recondito de la diabédlica sima —donde se le ha de ensefiar
la danza, la medicina, la magia, la musica—, ve salir a su en-
cuentro legiones de ofidios y batracios: escuerzos hinchados le
miran con ojos apopléticos; ampaguas enormes se le envuel-
ven, sin constrefir, al torso; blandas culebras se le ensortijan
a los dedos; viboras-luto y viboras-verdes cifien sus espirales
a los miembros del pobre; y otros se le deslizan, espeluznandole
con su viscosa y frigida baba. Todo esto lo sabia desde la in-
fancia aquel paisano: por ello, ver el antro y montar de nuevo
para la fuga, fue un solo movimiento de terror. No habia para
qué dudarlo: jera una Salamanca! Alli brotaban las misicas
que se oian en todos los alrededores de la selva, dulcificadas
por la distancia, multiplicadas por la acustica de las frondas
y purificadas tanto por la noche, que Negaba hasta el alma de
la raza divinizada de misterios.” 178

178 El Pais de la Selva, pags. 145, 147, 148, 149,


RICARDO ROJAS 333

Como en el caso de Elelin, también El Pais de la Selva


venia a ser la primigenia fuente del poema dramiatico. Y, asi-
mismo, ese tema, como el otro, se reproduce en varios libros
de Ricardo Rojas. Cuando en 1917 escribe Los Gauchescos,
aparecen en el volumen inicial de La Literatura Argentina.
Alli, refiriéndose a las leyendas, manifiesta:
“Asi os hablaran de una ciudad sumergida en las lagunas
del Ibera; de una nayade, madre de los rios, en las riberas
del rio Salado; de una serpiente magica en las cercanias de
Lambaré; de la Salamanca tenebrosa, a la puerta de las cuevas
o en los lugares escondidos del bosque”’, etc.17°
La leyenda de las cavernas infernales habia nacido en la
Europa medieval y proliferado en Espafia, desde donde la trajo
a América la gente de la Conquista. Seguin antiguos cronicones,
una de estas subterraneas mansiones del Demonio estaba pré6-
xima a la ciudad salmantina, y como en las concavidades
diabdlicas se ensefiaban las ciencias ocultas lo mismo que en las
aulas universitarias las ciencias conocidas, comenzé a llamarse
Salamanca a aquel figurado averno. Por lo menos, desde el
siglo x11 muy probablemente ——la Universidad fue fundada
por Alfonso IX, rey de Leédn— debid de existir esa amenaza-
dora tradicién de la vecindad de uno y otro centro de ense-
fianza... Los Reyes Catdlicos, segin se cuenta, mandaron ta-
piar la gruta pavorosa, acaso tanto para desvanecer la supers-
ticidn como para impedir que alli se reunieran bandidosy toda
gente de malvivir, que podian tener su cuartel general en la
espelunca para cometer sus tropelias por toda la comarca.
Seguin esta conseja, concurrian a la Salamanca luciferina
los estudiantes hampones de la Salamanca de fray Luis, a fin
de pedir al Diablo proteccién para sus lances y fechorias: due-
los, amorios, juegos de azar, excesos de todo género. Entraban
en grupos de siete, numero cabalistico, recibian sus lecciones
magicas y el formidable Maestro cobraba su tributo al ultimo
de los catecimenos que salia del antro. Algin picaro, digno
condiscipulo del Don Pablos quevedesco, no quiso 0 no pudo
oblar el estipendio, y aprovechando la oscuridad, dijo el de atras
paga, no quedando sino su sombra. Fue este el hombre que
perdié la suya, segiin uno de los famosos cuentos de Chamisso.

179 Pag. 94,


334 ALFREDO DE LA GUARDIA

Ya se sabe cémo en el Siglo de Oro algunos escritores


tomaron la leyenda de la Salamanca, y en forma notable y
humoristica, Cervantes en el célebre entremés a que da titulo:
“Ta ciencia que aprendi en la cueva de Salamanca de donde
yo soy natural —dice el Estudiante hambron que desea comer
gratis en casa del cachazudo Pancracio y la bella Leonarda—,
si se dejara usar sin miedo de la Santa Inquisicién, yo sé que
cenara y recenara a costa de mis herederos y aun quiza no
estoy muy fuera de usalla, siquiera por esta vez, donde la nece-
sidad me fuerza y me disculpa”.

Curso de la leyenda

La leyenda salté el océano Atlantico, segun vemos, y en


América se reprodujo injertada a los_mitos autéctonos. No fal-
tan, por cierto, quienes entienden que la misma leyenda surgid
espontaneamente en tierras americanas y que, luego, fundidse
con la espafiola. Y hasta consideran que la palabra Salamanca
puede descomponerse en dos: sala y manca, de procedencia
quichua. Pero esta opinién parece ser ajena a la realidad. Lo
que importa es que escritores argentinos trataron el tema, en
verso 0 en prosa, dandole carta de ciudadania.
Asi, Rafael Obligado compuso el conocido romance:

jLa Salamanca! Antro oscuro


De quiméricos fantasmas,
Que en los senos de la tierra
Largo espacio se dilata...

Y Joaquin V. Gonzalez en La tradicién nacional se re-


fiere a “los secretos de la Salamanca”, y en Mis montafas
dice: “De subito representabame la imaginacién una Salaman-
ca desconocida de los hombres de la comarca, y esos ruidos
eran los ecos lejanos de las fiestas horripilantes de brujas y
brujos asquerosos, entremezclados con demonios en vacaciones,
concurrentes con permiso del rey del abismo; se oian los es-
truendos de las danzas grotescas y brutales, se adivinaban los
trajes y las actitudes obscenas, las rondas desordenadas, las
risotadas estrepitosas, combinadas con una musica de sonidos
RICARDO ROJAS 335

sin resonancia ni vibraciones, como si se tocara para que bai-


lasen condenados a muerte en el mismo tambor de la ejecu-
cién; luego un hondo silencio, y después, una ilusién diversa;
oiase con claridad casi indudable, palabras de timbre solemne,
como de general que diese érdenes terminantes a secas en una
avanzada nocturna; chasquidos de alas inmensas que se baten
con fuerza para emprender un vuelo precipitado, silbando en
seguida al cortar el aire; crujir de huesos roidos por dientes
de acero, y aplicando con mayor intensidad el oido, se percibia
muy leve, pero distinto, el piar de polluelos que se aprietan
debajo del ala materna para abrigarse todos a un tiempo”.
Era un nido de condores. . .
También Leopoldo Lugones y Juan Pablo Echagiie, en
“Los tahures” y en “Por donde corre el zonda’’, aluden a la
Salamanca, ademas de varios folkloristas en sus investigacio-
nes de las leyendas argentinas. El propio Ricardo Rojas re-
cuerda algunas de estas expresiones en el prdlogo al drama, y
también en sus estudios sobre Cervantes se refirié a la leyenda
salamanquina y a su entronque en América con algunas de
las tradiciones de nuestra tierra. En El Profeta de la Pampa,
al tratar la infancia de Sarmiento, dice que la india Na Cleme
llegaba a casa de Dofia Paula para relatar cuentos de magia
a los chicos. ““Leyendas de la salamanca de Puyuta, el mito del
Cabro Negro en su aquelarre, cosas esotéricas de candelillas,
ensalmos y fantasmas.” 18° El escritor tiene, pues, presente en
buena parte de su obra la vida fabulosa que engendrara su
poema dramatico. Asimismo en Los gauchescos toca el tema
de los mitos de animales humanizados, mitos de hombres ani-
malizados, mitos de seres fantdsticos, el runauturunco y la
muldnima, el kakuy y el basilisco, el ninaquiru y el torozupay,
el coquema y la telesita, etc., que ya habia evocado en su libro
primogénito. Con relacién a “las misteriosas cuevas de la Sala-
manca”, aludia a sus remotos origenes en las metempsicosis
y las metamorfosis clasicas, a las formas espafolas y fondo
indigena de varias de estas supersticiones.'*?
De igual modo, Rojas tiene presente a la figura del Enco-
mendero, que sucede a la del Conquistador. En Los Colonia-

180 Pag. 65.


181 Los Gauchescos, pags. 250, 251, 256, 258.
336 ALFREDO DE LA GUARDIA

les habla del ‘““Encomendero desenfrenado”, de las “enco-


miendas, que solian ser verdaderos antros de perdicién, vive-
ros de lascivia 0 tumbas de crueldad”. Y esa silueta y tal) am-
biente parecen reflejarse en sus comentarios a la personalidad
y la poesia de Luis de Tejeda, en su juventud, antes de recluirse
en la existencia monastica. El Peregrino en Babilonia de este
poeta —descubierto y editado por Rojas— traza un vivo cuadro
de lo que era la vida de los hidalgos criollos del siglo xvu,
sucesores de los rudos soldados de la Conquista, entregados a
los goces del mando omnimodo en sus feudos; los placeres car-
nales de sus harenes consentidos; sus amorosas aventuras ili-
citas; su rebeldia contra leyes y costuimbres tradicionales. No
solamente los caballeros, sino los eclesiasticos superiores fueron
acusados por el Santo Oficio de “‘sacrilegios, continuos adulte-
rios, hechicerias, concubinatos, poligamias horrendas’’, todo lo
cual pertenecia a la vida privada de aquellos tiempos. Al refe-
rirse especialmente a Tejeda, dice Rojas que esa “atmdsfera
de incitaciones mentales y de libertad real..., esa atmdsfera
de pecado, de hechiceria, entre el facil amor de las esclavas
y el multiple amancebamiento de las tribus, mas el amor clan-
destino de la ciudad”, inflamé la sensibilidad exuberante del
poeta.’®? Luis de Tejera, arrepentido, rememora su época de
locuras juveniles:

La ciudad de Babilonia,
aquella confusa patria,
encanto de mis séntidos,
laberinto de mi alma...

De aquellas sirtes sensuales zafé el espiritu del poeta, enre-


dado en dulces y peligrosos lazos:

Campo y falda de zarzas espinosas


donde la vez pasada peregrino
de Babilonia me sacé mi Esposa.. .

Sin duda, el Encomendero que aparece en La Salaman-


ca es uno de aquellos mestizos, como el propio Ruy Diaz de

182 Tos Coloniales, pags. 87. 429, 463, 464.


RICARDO ROSAS 35

Guzman, que era nieto de Martinez de Irala y de una de las


indias que formaban en su femenina corte guaranitica. Desde
luego, revela el orgullo belicoso, el mando despético, el afan
de riqueza, la sed lujuriosa, que caracterizaba a aquellos varo-
nes, tan bravos y rudos para rechazar al aborigen como desa-
poderados para satisfacer sus rijosidades con todas las hembras
apetecidas y al alcance de sus brazos.
Con esto quedan fijados los antecedentes de La Salamanca
en la obra de Ricardo Rojas.

Argumento

E] asunto es completamente imaginario. El autor lo relata


en el prélogo de esta manera: “‘La fabula consiste en un hom-
bre cincuentoén, rico, engreido, voluntarioso, concupiscente,
empefiado en poseer a una nifia de quince afios, que se le re-
siste; aunque ella se ha criado y vive en casa de aquel hombre.
A la casa ha llegado un desconocido que pidié hospedaje —y
que luego ha partido fantasticamente—; por sospecharlo mago
que protege a la nifa, el pretendiente recurre a las artes de
una hechicera para contrarrestar aquel influjo adverso. Quiza
por arte de encantamiento, la sortilega se apodera de la nijfia
para entregarla a quien la pretende, y éste llega a hacer pacto
con el Diablo por capricho carnal; mas no consigue su intento,
porque el pasajero misterioso resulta ser un mistico militante
que viaja por vocacién de. caridad evangélica. Trabase lucha
entre este Espiritu de Luz y aquel Espiritu de Tinieblas; y
el que pacté con el Diablo concluye su vida en un desastre,
mientras su antagonista entra victorioso en la cueva de la
Salamanca, y salva a la inocente”’.
Puntualizaremos el desarrollo de esa fabula. El acto pri-
mero es una exposicion sugestiva. E] Amo y su huésped, el Pe-
regrino, aparecen jugando a los naipes en partida Ilena de alu-
siones que ya insinuan el trasfondo del poema dramatico. El
Peregrino gana siempre, mas no cobra sus ganancias:

Cabalistica imagen de la vida es el juego.


Mientras el naipe se baraja,
Sopla el azar, y sube o baja
338 ALFREDO DE LA GUARDIA

La suerte en la carta que entrego.

Bastos, oros, copas, espadas,


Pintan el mundo en sus figuras;
Y la baraja da, cifradas,
Las aventuras
Que en mandos, tesoros, amores y guerra,
Colman de ensuefios y amarguras
El corazén del hombre sobre la tierra.

Cree el Encomendero que su derrota es fruto de la trampa


y el Huésped lo niega, mostrando el limpio juego de sus nai-
pes, en el que “‘pesa, por altas leyes, / un solitario As de poder
tremendo”. La pérdida viene a aumentar el descontento del
Amo, a quien no bastan sus posesiones, su alto cargo en la villa
proxima, la indiada que le sirve, la viuda de un compafiero
a la que dio proteccién y convirtié en su barragana. Ansia el
amor de la Doncella y esta obsesionado por esa pasion de rijoso.
éQuién es, ademas, ese desconocido varén que parece saber
todas las circunstancias de su vida? Se lo demanda con insis-
tencia, y el Peregrino responde:

Cada hombre es un viajero misterioso


Que nadie logra conocer.

Mientras el Viajero completa sus preparativos para la mar-


cha, el Amo torna a sus apremios amorosos con la joven, que
le ha trastornado el seso al convertirse de nifia en mujer, al
verla desnuda bafiarse en el arroyo, como en visién de Paraiso.
Pero ella, sabidora de que su madre es la querida de este
hombre, le repele y le insulta con tanta firmeza que parece
influida por una voluntad superior, Sospecha, entonces, el Amo
que el Peregrino la ha hechizado y no lo desdice un viejo
Ermitafio, a quien consulta: “La hechiceria crece por todo
este Orbe Nuevo”, y el Santo Oficio de Lima tiene que contra-
rrestarla con las hogueras de los autos de fe. Mago, Ashaverus,
hombre enigmatico, quien quiera que sea el Huésped, ya no
esta en la casa cuando se le busca. Veloz como una exhalacion,
se ha disuelto en el aire nocturno hacia el lugar donde se hunde
la Salamanca.
RICARDO ROJAS 339

A tal contorno acudiran todos los personajes en la jornada


segunda. Es la choza de la Hechicera y sus dos hijos, el Loco
y el Enano. Transcurre la noche del sébado y “trabajando esta
Zupay en su cueva’’. Los tres preparan ungiientos y bebedizos
para urdir sus artes negras cuando, atraida por encantamiento,
aparece la Doncella, que es presa de los brujos, en tanto cree
ir en procura del misterioso Viajero, del cual quedé su alma
prendada. La Hechicera oculta a la Doncella porque se acercan
y llegan los hombres del Encomendero en caza del fugitivo
varon, y el propio Amo se adelanta, dispuesto a todo con el
fin de lograr sus propdsitos: poseer a la joven y apresar al
entrometido en su vida y sus afanes. La Viuda arriba, también,
en seguimiento de su hija, pero es amarrada y vuelta a las
casas, para que no estorbe los planes tramados. La Hechicera
propone al Sefior un pacto con el Diablo y se dispone a condu-
cirlo a la caverna de Zupay, donde podra consumar su posesion
de la Doncella.
La Salamanca, hundida en la tiniebla, cruzada luego por
luces infernales, pululante de monstruos y de trasgos, se abre
en el acto tercero, como lugar del desenlace del drama. Alli
estan Zupay, la Diablesa, el Uturunco, el Kakuy, el Chiqui
malo, la Almamula, el Basilisco, el Mandinga, toda la “chusma
de aquelarre” con la que se confunden los pecadores, los
réprobos de la comarca, la perdida gente que forma la corte
demoniaca. Alli conducen a la Doncella el Loco y el Enano, y
la esconden en uno de los aposentos de la masién endiablada.
Alli entra el Amo y firma con sangre el pacto que le ofrece
Zupay por el cual le entregara a la mujer deseada. La Doncella
aparece como enajenada y cuando el Encomendero la abraza
cae exanime.

Como en la fiesta antigua


De la danza macabra,
Cita me diste con una estantigua.

“Fue el Peregrino quien nos causé este dafio” se disculpa


la Hechicera en momentos en que toda la cueva oscila por un
cataclismo que sacude a la montafia. Todos los diablos han
huido y el Amo se dispone a ganar la salida, pero le cierra el
paso su Huésped de otrora. ‘“‘jNuestro duelo es a muerte!” Pa-
340 ALFREDO DE LA GUARDIA

rece comenzar el lance cuando Ilegan los servidores en ayuda


de su Sefior, quien acusa de brujo al Caballero ante el cuerpo
caido de la Doncella, y entre las voces que piden el cadalso, la
hoguera, para el hijo de Lucifer que vino a trastornar el pago,
a matar a la nifia encantada por sus malas artes. Prenden,
arrancan las vestiduras al Peregrino para ver si lleva sobre la
piel los signos prohibidos de su secta, y el ignoto var6én aparece
como una transfiguracién de Cristo: la cabellera nazarena, el
manto como una tunica; y entre luces y musicas sacras resucita
a la Doncella.

_El mito faustico

Como puede ya advertirse por la relacion de la fabula,


tiene La Salamanca una alta y extensa prosapia en la dra-
maturgia del Renacimiento. Dejando aparte los misterios de la
antigiiedad clasica —-su parentesco con ellos seria demasiado
remoto e indirecto—, encontramos sus fuentes mas proximas
y legitimas en la tradicién del Fausto y en los autos sacramen-
tales del Siglo de Oro. Esta “leyenda de pasion, de brujeria y
de milagro’’, segiin definicién del propio autor, o bien este “mis-
terio colonial’, como también es calificado el drama, esta basado
en el tema tragico del pacto entre el hombre y el demonio. El
mito faustico esta, pues, en sus raices, y del modo mas preciso,
por cuanto aqui el Amo busca también por artes diabdlicas
poseer a una joven y con ello volver a gozar su juventud.
Nos recordaria, por tanto, en primer término, al Johannes
o al Jérg de Wiirttenberg, que en la centuria décimoquinta
deslumbr6é con sus hazafias y sus enigmas, y fue el inspirador
de los escritores que trocaron su vida en leyenda y en tragedia.
Seguin, parece, el mismo Melanchthone, compafiero en la pro-
testa luterana, contribuyé a la fama de su coterraneo, el fan-
tastico Georgius Sabellicus, que se hacia llamar doctor Faustus,
divulgando que a la hora de su muerte habia aparecido el
Diablo para llevarse su alma. Lo curioso es que, apenas desa-
parecido, el tal Jorg fue ligado en la supersticién de la gente
con las consejas de Cipriano y de Teédfilo, y aderezado con los
mas diversos elementos en que se mezclaba la filosofia, la reli-
gion, la politica, las tentaciones vitales y el temor de la muerte,
RICARDO ROJAS 341

Ja obsesion del pecado, el anhelo de redencion, el Juicio Final.


Los relatos sobre la existencia arcana y el dramatico término
de aquel hombre enigmatico, no tardaron en circular tanto en
la lengua latina como en la germanica. Una de las primeras
fue la titulada “Historia del doctor Juan Fausto, muy famoso
mago y nigromante. Como empefid en su decadencia el alma
al Diablo y cuales singulares aventuras vivid y corriéd el mismo
o provocé hasta recibir finalmente la merecida recompensa”,
compuesta por Johann Spiess, en 1587.
No tardaron en pasar leyenda y relatos a Inglaterra, por-
que al afio siguiente Christopher Marlowe escribié su Tragical
History of Doctor Faustus, con el pacto de inmortalidad por
casi un cuarto de siglo entre el tedlogo y Mefistdfeles, sus
tropelias, burlas y desapoderamientos, y su castigo en la muer-
te. En tanto, la leyenda también fructificaba en la literatura
alemana con diversos intentos, entre ellos el’ de Lessing, hasta
que Goethe escribio su obra maestra, en que trabajo casi toda
su vida, desde la primera hasta la segunda parte. Alli es donde
los ecos del mito de Cipriano —recuérdese el Magico Prodi-
gioso, de Calderén— se unen al de Fausto. Asi como uno y
otro aparecen en el inconcluso poema dramatico de Lord Byron,
The Deformed Transformed, donde mas que el placer amo-
roso, es el de la propia belleza y la ambicion el que tienta
a su protagonista.
E] tema fue fecundo, porque muchos poetas lo retomaron,
Grabbe también en Inglaterra, Klinger y Lenau en Alemania,
Pushkin en Rusia, y se prolongo en el tiempo hasta llegar a
nuestros dias, bastante aminorado por cierto en la calidad y la
forma de sus manifestaciones. Digamos que raramente, los
escritores han logrado expresar con magnitud la formidable
fantasia infernal. Goethe lo consiguid sdlo parcialmente, tanto
mejor cuando sus evocaciones demoniacas se aligeran con el
humor corrosivo que cuando tratan de sugerirnos los poderes
satanicos. En otro orden, Dante y Milton fueron quienes demos-
traron la alta elocuencia de su poesia al describir los mundos
del averno. La musica misma no siempre alcanzéd a conmover
el Animo con una versién de las potencias luciferinas. Berlioz
mas que Gounod y Boito en el mismo tema del Fausto, y mas
aun Wagner en las seducciones del Venusberg de su Tann-
hauser.
342, ALFREDO DE LA GUARDIA

Misticismo y psicologia

Volvamos a La Salamanca de Ricardo Rojas, una vez


que vimos las raices naturales del tema, sus relaciones con lo
hispanico y lo aborigen, y después sus entronques con las fic-
ciones del pacto diabdlico en la literatura universal.
El simbolismo dramatico, que hemos visto provectarse
con intenciones césmicas, filoséficas y politicas en Ollantay,
tiende en esta nueva obra de Rojas hacia los planos mistico y
psicolégico. Es representativa como lo“fueron los misterios, los
milagros, los autos a los que esta emparentada. segun hemos
visto. La fabula presenta en todo su curso un designio alegé-
rico, tanto en su ambiente como en sus dramatis personae.
Desarrdllase en dos niveles: el de la realidad y el de la
fantasia. En el primero, el real y muy verosimil, se desenvuelve
el drama personal: la pasién v la prepotencia del Amo. dis-
puesto a imponer sus 6rdenes despdticas y sus caprichos libri-
cos; la resistencia de la Doncella. que repudia ese amor de
ribetes incestuosos. desproporcionado por las edades de! preten-
diente y la pretendida, y muy en especial por la pureza de su
espiritu; los celos femeninos y la angustia maternal de la
Viuda, frente a los requerimientos de su amante hacia su hiia,
v Ja desaparicién de la joven, perdida en las anfractuosidades
del Valle; las acusaciones de brujeria, los consejos del Ermi-
tario, la obediencia a su sefior de la gente de Ja Encomienda.
En el segundo nivel o sea el fantastico. se mueve el Peregrino,
manifestacion del poder salvador, emblema arcangélico en un
comienzo y efigie de Cristo al finalizar el drama; Zupay, el
diablo aborigen, y todos los monstruos que componen su corte
Vv aparecen en el aquelarre sabatico; Ja Hechicera y sus dos
hiios deformes. el Loco y el Enano. representaciones nerversas,
colaboradoras de la Fuerza del Mal; la misma cueva de la Sala-
manca, lugar de accién donde se revierte el asunto desde las
circunstancias vitales exteriores hacia los conflictos instintivos
interiores.
Porque la fabula teatral, adentrandose en la esfera mito-
l6gica, también pasa del terreno propio de las conciencias a la
zona subliminal de las subconsciencias, y los personajes que en
ella actiian se hacen totalmente representativos.
RICARDO ROWAS 343

E] Amo es la ambicién y la pasion desenfrenadas. Todo


le 66 “obedece como a un sefior
~
feudal”, es “feudatario omnipo-
. °

tente”, “un rencor de celos le desborda”, y se define asi con


nitidez:

Yo siempre fui como la viva hoguera


Que al leno envuelve con su lengua roja.
jNunca doblé en el mundo mi camino,
Y en ambicion de honores,
O en capricho de amores,
A mi querer acomodé el destino!

Todo en el acto primero. En el segundo continua el retrato


como un “buen domefiador, capaz de hacer arder la tierra por
un capricho de hembras o un puntillo de honor; aficionado al
baile, a la rifia y al juego, rico, orgulloso, ventrefiero y man-
don, gusta en sus mancebias de abrazar tres cosas: doncellas
y vihuelas y botas de carlén”. El Amo es, pues, el macho vio-
lento y tiranico, sin nocién de deberes ni reparos de conciencia.
Asi entregado a sus mas groseras inclinaciones materiales,
desorientado en la vida, sin fe, sin obligacion, sin respeto, su
pérdida es segura:
Naufrago en sombras flota
Mi pensamiento,
Y en vano hallar intento
Nuevo ardid en esta hora de derrota.
jOh, tu! j;La que pudiste haberme amado!
Por poseerte descendi a este abismo.
Y heme aqui solo, triste, anonadado;
Vencido por Aquel o por mi mismo.
Fue mi destino horrendo
Y es aciaga mi suerte,
Sin alma ya para seguir viviendo,
Y ya sin fe para esperar la muerte.

El antagonista, el Peregrino, diremos que es como la re-


presentacién dramatica del Cristo invisible, el sentido reli-
gioso antidogmatico expuesto por Ricardo Rojas en su notable
volumen de ese titulo. Es un Caballero andante del Bien, angé-
344 : ALFREDO DE LA GUARDIA

lico, apostélico, mas alto aun que un Parsifal o un Lohengrin,


amparador de la inocencia y la virtud, desfacedor de entuer-
tos, no con las razones de una sinraz6n quijotesca, sino con
la fe y el mandato divinos,

A la luz de mi estrella,
He cabalgado siempre sin perderme en la noche.

Su elocuencia es benevolente y aleccionadora: “Habla


como los santos y los sabios de los antiguos cuentos”; y la
Doncella le ve como “a un angel profector”, como “a nuestro
sefior Jesucristo”. Su misma veste sugiere el seno de donde
viene y el derrotero que sigue:

. Llegé envueltoen su capa de ancho vuelo,


~ Que traia bordadas, b
Sobre la tela de color de ‘cielo,
Como una Cruz del Sur, cinco estrellas doradas.

No deja rastro ni huellas al trotar por los senderos.

Senor: un gran caballo alado


En la noche ha cruzado,
Iluminando toda la extension
Del lejano horizonte.. .
Veloz como una exhalacién
Volar parece o galopar al monte
En donde diz que estd la Salamanca...

Es, también, como una visién de Santiago o de San Jorge


al finalizar la jornada primera. Asi se rubrica en el comienzo
de la segunda: “‘;Y si fuese Santiago Apdstol, el que al moro
alanceé? . ..” La Doncella lo ha sofiado brindandole protec-
cion, envuelto en su capa azul sobre su blanco bridén, aquella
capa que parece “un ala de querube”; hasta que se manifiesta
‘ ope

enteramente en el acto final:

jCalla, sutil alumno del Demonio!.. .


jNo pueden contra mi ni astucia ni ira!
RICARDO ROJAS 345

jInutil es tu falso testimonio!


jComo quebré tu acero, quebraré tu mentira!

Y subraya su misién:

jOtro es el brujo! ;Otro es el Maligno!


Yo vine aqui para salvar'a una Alma
Que me llamo en la noche...

La doncella es, efectivamente, el Alma disputada por el


Mal y el Bien, entre la pasién desbordada del Amo y la pro-
teccion del Peregrino. Es la pureza y la virtud, que se defiende
de las mas bajas acechanzas. Es el espiritu contra las violen-
cias del mundo, el demonio y la carne. Cuando el Encomen-
dero la asedia, seguro ya de su presa, ella confia en la pro-
teccion divina. “‘jEstas perdida!”, le grita el brutal amador,
y a eso responde:

jO estoy salvada si aquel angel quiere!

Su hermosura encanta a todos, incluidos a quienes intentan


entregarla, indefensa, a las artes diabdlicas. Asi, el Loco, hijo
de la Hechicera, la describe:

Una mujer
De belleza tan singular,
Que en su rostro parece alumbrar
La candida estrella del atardecer.
Presa del mas absurdo desvario
Crei que fuese vision ilusoria,
|

Alguna hada, o acaso la Sirena del Rio...


Mas la visién me refirid su historia.

El] Alma busca rumbo y amparo, recorriendo como sonan-


pula los caminos del Valle por donde cree se fue el Santo, y
pregunta por él a la bruja, hacia cuya choza es atraida por
sortilegios:

Buena mujer, tan solo yo busco quien me diga


Si el Peregrino que encendid en mi pecho
346 ALFREDO DE LA GUARDIA

La inefable ilusién, es de esta vida;


O si su aparicién fue solo un suefno.

Caida en poder de las potencias tenebrosas, muerta al pa-


recer por el terror y el dolor, el Alma se recobra a la existencia
en una resurreccién milagrosa por la gracia del Peregrino,
que dice a la afligida madre:

Senora: la Doncella no esta muerta...


Esta sélo dormida;
Y tornard gloriosa a nueve vida
Si la Divina Madre la despierta.

Tales son las tres representaciones dentro del simbolismo


de La Salamanca. Hay otra de segundo grado, diriamos,
como la Hechicera, que es instrumento del Diablo, sinuosidad
de la tentacién, introductora de la magia negra, de la mal-
dad y de la culpa. Es el emblema de las fuerzas mas oscuras
de la naturaleza:

En cuanto a mi, tan solo sé que soy


La primordial conciencia de la Vida,
Y en los umbrales de mi reino estoy
Por el misterio de la Noche, ungida.

Su hijo, el Loco, es figura alegérica, también, y significa


el desvario humano en sus aspiraciones frenéticas, en sus an-
sias, en sus codicias, en el desconcierto con que adelanta sus
pasos cuando no le guia la luz de Ja conciencia. Por una parte,
disetia los trabajos herctileos de su vida, y eso es lo positivo
de su accion:
Fue mi hazana primera
Tajar en recio gajo de la selva mi clava,
Y descender con ella por la abrupta ladera
Al Valle que una fuente de lagrimas regaba.
Fue mi segunda hazafia hender las burdas
Rocas de silex y tallar en ellas
Mis formidables hachas que fingian absurdas
Formas de corazones o de estrellas.
RUCARDO ORO TAS 347

De este modo continua refiriendo sus proezas, pero ya


siente que su reino esta acosado por alguien en la sombra, como
denuncia al iniciarse la segunda jornada del poema. En se-
guida, apunta su insania que desea abarcar el mundo y la hu-
manidad. Asi, el Amo protesta:

jTu hijo sin duda desvaria,


Puesto que tu hijo es loco!

Y la Hechicera responde:

éLoco? Todos lo somos un poco


En este absurdo Valle de agonia.1®*

Aun mismo la Viuda y el Ermitafio presentan algunos


rasgos leves de sugestidn simbdlica.
La primera como la mujer infortunada, doliente y de
carne cansada, segin apunta la Hechicera:

Pedia hierbas para sus tisanas,


Achuma, y grasa para sus ungiientos,
Y agua de sol para enrubiar sus canas,
Y khol para sus oios macilentos.
Andaban mal revueltos sus humores.. .
No sé qué le ocurria;
Tal vez el mal mensil 0 un disgusto de amores;
Y preguntéme si la mandragora podia
Ligar a un hombre ya desamorado
Con hembra que él habia antes amado...

E] segundo, no advierte en su rusticidad religiosa la pro-


ximidad del milagro, porque su ermita esta mas apegada al
terrufio que levantada hacia el cielo. Nada sabe, en su espi-
ritu tosco, de un alto misticismo, y por ello insiste en consi-
derar al Peregrino como un mago, cuyo destino deben ser las
hogueras del Santo Oficio, de Lima. Puede ser la religion ape-
gada al rito, entorpecida para elevarse hasta las fuentes lim-
pidas de la fe, en el mayor acendramiento cristiano.

183 Lope de Vega: “Todos somos locos / los unos de los otros,
348 ALFREDO DE LA GUARDIA

Representacién del mundo

En La Salamanca hay, por todo ello, como una repre-


sentacién del mundo, de la humanidad. Es el Loco quien lo
expresa en su fantasia demencial:

Tres mundos hay en este mundo:


Uno alla arriba, que es de Dios,
Otro alld abajo, que es del Diablo;
Y el tercero, que abarca a los dos,
Es del Hombre, a quien todos llaman
El Rey de la Creacion.
Madre, responde:
¢Soy un hombre yo?

Fsa madre, la Hechicera, que confirma a su hijo orate su


condicién real, manifiesta el encantamiento de la vida, en el
mismo acto segundo:

La magia engendra la vida,


Porque la vida es magia;
El verbo se hace carne dolorida;
Y en la mente la vida se presagia.

E] simbolismo del drama se conjuga plenamente en la


caverna de Zupay. La Salamanca es la exposicién alegérica
de la intimidad humana. El descenso de los personajes a ese
antro es como la inmersién en la subconciencia. Los bajunos
instintos del Amo le han conducido a esa cueva donde halla
la desesperacién y el aniquilamiento. El anhelo purisimo de la
Doncella, en busca de salvacién, encuentra alli, vencidos los
monstruos, su ascensiOn a una vida sin macula y sin terrores.
El Peregrino esta alli, también, como un emblema de! libre
albedrio, como el poder de vencimiento del Bien sobre el Mal,
como la Redencion. La representacién ya se insinta en la jor-
pee primera cuando la Doncella evoca el subterraneo tene-
YOSO:

¢Que? ;Si una piedra blanca,


Partida por el rayo en épocas remotas,
RICARDO ROJAS 349

Dizque, da entrada a las cuevas ignotas


En donde Zupay tiene su Salamanca. ..
Y andan por los atajos monstruos infernales!

A lo que el Peregrino contesta:

No salen de aquellos abismos,


Esos monstruos que causan nuestros males;
Esos monstruos salen de nosotros mismos.

E] tropel de las pasiones desborda, efectivamente, del hom-


bre violento y ambicioso, tiranico, y desenfrenado:

jQuiero decirlo todo!


jDéjame hablar, al fin, que harto he callado!...
Hoy que un rencor de celos me desborda,
Siento de nuevo galopar la horda
Del instinto en mi pecho arrebatado.

Los caminos del hombre conducen a la cima 0 a la sima,


caminos...

En el aire del cielo que el rastreador no escala,


Pero que el angel hiende, y el pdjaro, con su ala;
Como hay otros caminos en la entrana del mundo,
Soterranios que bajan al abismo profundo...

Quienes los buscan por el aire arriba,


Quienes los buscan por la tierra abajo;
Y es dificil trabajo
Ver esas rutas en la mapa viva.

El hombre es, pues, un viajero que marcha con precaria


orientacién, sin acertar exactamente sobre la eleccién de sus
rutas que llegan a las cumbres 0 a los barrancos, y a veces
puede parecer un hermoso palacio iluminado lo que no es sino
una gruta hedionda y en tinieblas, Avanza entre ensuefios y
locuras en su paso por el mundo, atravesando las anfractuo-
sidades naturales e introduciéndose en moradas, sea por un
camino de perfeccién o un camino de perdicidn...
350 ALFREDO DE LA GUARDIA

‘Cada hombre soporta su destino” —dice el Amo ya re-


signado a su fin desastroso. Y el Peregrino le reprocha:

Pero albedrio y libertad te dieron


Para elegir tu ruta;
Y solo llegan a esta gruta
Los que el alma perdieron.

Esta, pues, muy explicito el pensamiento en que se funda


La Salamanca. Ya dijimos que este poema dramatico pa-
rece ser una consecuencia escénica del libro de Rojas El Cristo
Invisible. Filosofia-y teologia informan la obra teatral. El ser
humano representantivo hallase ahi ante la visién del mundo,
confusa por falta de perspectiva, es decir, de experiencia; y
ante los dilemas que a si mismo se plantea en la complejidad
de su psicologia. Ricardo Rojas aparece aqui muy influido
por Calderén de la Barca. El] mundo que expone tiene, efectiva-
mente, la cualidad de un teatro. El mismo lo sefiala en la
escena tercera de la jornada ultima, por boca de Zupay:

Teatro es el mundo,
Dijo aquel poeta
Que vio en lo profundo
Del antro humano, la ‘verdad secreta.

Por un momento, el Diablo cree ser el autor del drama


del hombre, cuyo argumento le es facil urdir:

Bien facil es. El sexo y el dinero


Son los resortes de la vida humana;
Y el hombre, un miserable prisionero
De mi espelunca vana.

Pero el dramaturgo tiene un concepto optimista de la vida


y del hombre, porque no canté inutilmente su victoria en los
primeros poemas liricos, pese a todas las incertidumbres, a to-
das las vacilaciones.

Los hombres no sabernos


ya de donde venimos;
RICARDO ROJAS 351

Ni recordamos de lo que antes fuimos;


Ni siquiera queremos
Saber a donde vamos...
Todos perdidos en tiniebla andamos. '

__ Mas el alto ejemplo se presenta. El poeta dibuja por un


instante al Peregrino —ya fue anotado— como un Lohengrin
en el racconto de despedida:

Yo apenas soy un pobre vagabundo.


La casa de mi Padre dejé por mi quimera;
Y ando corriendo el mundo
Para hacer a los hombres el bien, a mi manera.

Y en seguida como una alegoria cristiana: ‘“Mirad los


lirios del campo”’. Filésofo, tedlogo y mistico se retinen en esta
escena décimo tercera de la jornada final. El hombre lleva
en si propio una potencia redentora. E] Peregrino manifiesta
el pensamiento del autor:

Jesu-Cristo es el Verbo en la Cruz encarnado.


Como El lo manda, yo cargué su Cruz.
Si cada hombre fue a imagen de esa Cruz formado,
Toda humana encarnacion
Repite un misterio de crucificcion.

Asi puede refutarse la afirmacién de Zupay:

Dios hizo al hombre a imagen de ‘si mismo,


Pero a mi se parece mas que a El.

Fe en el espiritu

Tal es la pugna expuesta en La Salamanca. Rojas rei-


tera su esperanza en la vida y su fe en el espiritu humano.
Toda su creacién intelectual esta basada en este principio idea-
lista. Su platonismo enlaza legitimamente con su religiosidad
sin dogmas.
352 ALFREDO DE LA GUARDIA

FE] Peregrino:

Cautiva de Satan en los profundos :


Antros del Mal, regresas del Averno—
Iluminada y libre— en el Eterno
Amor que a Dios devuelve almas y mundos.

La Doncella, finalizando el drama:

Simbolo magico es el hombre todo.


En tu Ser nuestro enigma se resuelve:
La tierra es un diamante cuando tu luz la envuelve,
Y es, sin tu luz, solo un montén de lodo.
~ =

Los conceptos en que se basa La Salamanca, llenos de


sugestiones, como vemos, si bien encarnan en las dramatis per-
sonae, haciéndolas representativas, no les restan condicién
humana. No ha sido el propdsito del poeta formular abstrac-
ciones que disminuyesen el conflicto dramatico de amor celos,
rivalidad, ni sus consecuencias directamente escénicas. Sus
figuras poseen vitalidad. En el Amo se perfilan los rasgos mas
caracteristicos del hombre de armas convertido en encomen-
dero, sefior de vidas y haciendas; de horca y cuchillo, a seme-
janza de sus antepasados en los feudos medievales. No falta
candor virginal a la Doncella, ni sentimental concepcién a la
Viuda, en un amancebamiento ya extinguido, en su femineidad
ya declinante. Pero en esos y otros personajes —especialmente
en el Peregrino— lo simbélico rebasa lo anecdético, lo univer-
sal a lo particular, la proyeccién filoséfica a la fabula rea-
lista. También la poesia en sus vuelos imaginativos swpera a la
accion teatral en sus situaciones y episodios.

El modo técnico

Las tres jornadas estan bien definidas y guardan las uni-


dades de accién y de tiempo. El conflicto se desarrolla recti-
lineamente y entre las horas del ocaso del sabado hasta las del
RICARDO ROJAS 353

alba dominical, lapso propicio para las tenebrosidad del aque-


larre y la luminosidad de la redencién.
El acto expositivo plantea con nitidez el tema, dibuja los
caracteres, comienza el desenvolvimiento del asunto, cortadn-
dolo con una nota de tensa expectativa al caer el telén, sugiere
el doble misterio humano y divino, crea el ambiente vital e
insinua el plano psiquico, los dos niveles en que se enredara
la fabula. El choque pasional determinado por la lujuria del
Amo y la castidad de la Doncella; el antagonismo entre el
Peregrino y su huésped, que ya en la partida de naipes se re-
vela como una pugna entre el Bien y el Mal; la oposicién
entre la misidn salvadora de un misticismo acendrado y la
rutina religiosa y clega para cuanto no sea dogmatico, se ma-
nifiestan con claridad y elocuencia en este primer tramo del
poema, si bien siempre con mayor efectividad en la esfera
del pensamiento que en el terreno de la trama.
Mas accion, mas violencia y alternativa dramatica hay
en la jornada segunda. El nudo es aqui vibrante, aunque no
alcance a la altura tragica, porque repitamos que el pensador
esta siempre superando a las posibilidades del poeta y del dra-
maturgo. No obstante, palpitan las emociones por la fuga de la
joven enajenada, la persecucién del encomendero, la desespe-
racién de la hembra madura. Y sobre todo ello estan las insti-
laciones del sortilegio, dadas por la hechicera y sus vastagos
malignos.
La jornada Ultima es completamente simbdlica y en ella
el desenlace se produce dentro de la alegoria propia de los
antiguos milagros teatrales. Todo lo que esta bien expresado
como idea: la cueva subconsciente, Zupay y su mundo infer-
nal, y el Peregrino salvador, no llega a realizarse enteramente
en el plano dramatico. Ya quedé anotada la dificultad que
entrafié siempre aun para los mas altos genios literarios, la
evocacion de las simas diabdlicas, y el autor de La Sala-
manca no habria podido competir con ellos. Falta en este
proposito imaginacion, lirismo, misticismo, conmocién drama-
tica. La simbologia no se alza con grandeza porque le faltan
fuerza y vuelo poéticos y potencia de sugestidn, Lo demoniaco
no pasa del nivel de lo pintoresco, y eso es un riesgo grave en
una obra de esta indole. La concepcion ingente no ha encon-
trado las posibilidades técnicas que hubiera necesitado para
354 ALFREDO DE LA GUARDIA

manifestarse con plenitud. El final carece, pues, de la ma-


jestad precisa para conmover al espectador. Pero —lo rubri-
camos— esta carencia se advierte en el propio “Paradiso” del
Alighieri, inferior en poesia y en convicciones a su “Infer-
.r)
no

Versificacién diversa

Rojas no quiso adaptar las formas comunes en el uso del


verso para escribir su drama. Entendié que las estrofas rituales
y la regularidad de los metros podian crear un énfasis excesivo
en el didlogo, y prefirid concederse libertad en todo el curso
de su versificacién. Guarda la rima —consonantada o asonan-
tada— en los tres actos, pero también deja versos sueltos y la
métrica es de una gran variedad, desde la linea de seis silabas
hasta la del alejandrino, con sus catorce. Este procedimiento
da soltura al dialogo y le imprime, a veces, cierto tono coloquial,
mas también lo aproxima frecuentemente a la prosa, peligro
notorio en un misterio dramatico. Sin embargo, hay momentos
de verdadera poesia en el drama:

No se vio, del jinete,


Sino el oro encendido del almete;
Y un alfange de plata parecia la blanca
Ala de su corcel.
jEra El! ;Era Ell...

Acierto de una sintesis humana en contraste con ese arre-


bato mistico, es la siguiente:

...Y entonces pude comprender


Que su cuerpo era carne de amor y dolor,
Como es siempre la carne de toda mujer...

Reparese en la meditacién de la Hechicera:

Vuesamerced recuerde en donde estamos:


En los umbrales de la noche bruna. . .
Aqui bajo el hechizo de la luna,
RICARDO ROJAS 355

Todos como sondmbulos vagamos -


Con nuestra forma terrenal vestidos, —
Larva espectral, de inconfesados suenos,—
Plasma de los instintos afligidos; —
Y no sé si vos mismo en los empefios
De tanto amor frustrado
Y de tanta lujuria
No sois, también, espectro aqui lanzado
Por la tétrica furia
del abismo, jen que tanto habéis andado!...
En cuanto a mi, tan solo sé que soy
La primordial conciencia de la Vida,
Y en los umbrales de mi reino estoy
Por el misterio de la Noche, ungida.

También en la exaltacion pasional del Amo:

Cordera de ojos negros y en el vellon tan blanca.


¢Por qué a vagar saliste, perdida en la montana?
jYo te salvé y te traje bajo segura guarda,
Para hacerte en mis brazos otra Reina de Saba!...
Toda para tus goces fue esta gruta labrada—
Las bévedas de onix, las puertas de esmeralda...
Te adoraré desnuda como a diosa pagana,
Te vestiré de joyas como a imagen sagrada...
Tuyo es este palacio, y si vienes cansada,
En la alcoba te espera lecho de plumas blandas.
Entre mantos de seda y perfumes de ambar
Conmigo aqui esta noche pasaras la velada;
Y el canto de una alondra vendra a anunciarte el alba.

Y su angustia al ver caida a la Doncella:

Carne hecha toda de azucena y rosa:


La tez dorada, la mirada tibia,
Lento el andar, la boca voluptuosa. . .
Encendidse en tus ojos mi lascivia.
Eras la vida en su inocente alarde,
Y yo el tronco yemado en el retono; —
Nube de fuego a la hora de la tarde,
356 ALFREDO DE LA GUARDIA

Calor de estio al tiempo del otono...


Fruto en saz6n, la gula reprimida
Se agrand6 en un silencio lastimero:
Y tras tantos amores en mi vida,
Vino la Muerte a ser mi amor postrero...

El poeta se acoge, alguna vez, a las reminiscencias del


romance antiguo para dar color de época a su verso. Asi en el
relato de la joven extraviada entre el valle y el monte:

Sali huyendo al campo negro,


Presa de agudo pavor;
Y ahora, en medio de la noche,
Buscando la huella voy
De un caballero que en suenos
Me ofrecio su proteccion. . .
La capa azul ondeaba
Sobre su blanco bridon;
Espuelas de oro traia,
Silla de exornado arz6n;
Los ojos eran azules,
De un celestial resplandor;
Y en la cimera del yelmo
Traia una chispa de sol...
jDogos le cortan el paso!
jFieras le acechan en pos!...
Si en este lance muriese,
Yo muriera de dolor...

En los alardes del modernismo, que aparece como un eco


en ciertas partes del dialogo, Rojas nos recuerda algunas for-
mas del Valle-Inclan de “E] Pasajero” y “La Pipa de Kit”.

Fantasmagorias
De todos los dias;
Incubos potentes,
Sucubos ardientes;
Signos ilusorios
De viejos grimorios;
Magicos espejos
RICARDO ROJAS 357

De filtros aniejos;
Claros astrolabios
De magos y sabios; —
Todo su secreto
Guardase en el prieto
Beso de unos labios...

—Y venga el Mandinga
Que todo lo pringa...

Manan deleites de blandos placeres


Desde el ombligo a la curva lironda...
Toma en la ronda a la virgen que esperes
Besos regalan la bruma y la blonda. —
Carne de amor te daran si la quieres,
Como el goloso la fruta se monda...

—Tu no has cumplido tu palabra.


jTenme piedad, senor! ;Abracadabra!

Asi dicese en el acto tercero de La Salamanca.


Por su parte, Don Ramon juega con formulas liricas se-
mejantes:

Con el viento llego,


Y paso con él,
Soy rojo lostrego
Del Angel Luzbel.
Mi sombra nocturna
Hace en ti guarida,
Mi larva soturna
Te goza dormida.

Soy el negro dueno


De ta abracadabra,
Y trisca en tu sueho
Mi pata de cabra.

El grano de amor o veneno


Que aposentamos en el seno.
358 ALFREDO DE LA GUARDIA

El grano de todas las horas


En el gran Misterio sonoras.

De olor a catinga
El aire se pringa
Y el Diablo respinga:
Le gusta ese olor.

Véanse “Rosa de Belial”, “ a “Circo de lona”,


respectivamente.
Pero el dramaturgo no olvida que debe dar sabor local a
su lenguaje con el fin de que La Salamanca no se aparte
del contorno geograéfico marcado a su fabula. De juro, cono-
cencias, ramada, endenante, galpén, huayco, salpican el dia-
logo cuando la accién lo requiere, y alternan con las viejas
formas castellanas: Bon vino, voto a tal, dofeador, doncellica,
malsin, agora, trujo, que ayudan a evocar la época en que se
desarrolla el drama.
Localidad y temporalidad situan a La Salamanca y no
seria legitimo, al revisarla criticamente, sacarla, de una y otra.
Es, con su sentido mistico, un milagro dramatico, de cuya
ascendencia escénica ya hicimos referencias precisas; es en sus
formas un poema simboélico, en que los ecos renacentistas se
juntan a los romanticos y, por instantes, al del modernismo
tan influyente en los afios juveniles del poeta. Constituye una
aportacion significativa en el teatro nacional, por cuanto hasta
el momento de su estreno —y aun hoy mismo— es la unica
obra de este género dentro de nuestra escena. La Salamanca,
con sus puros valores conceptivos y su digna expresién lirica
—Yy pese a sus insuficiencias teatrales— es, pues, un exponente
importante en la historia de la dramaturgia argentina.
Vill

ULTIMAS PERSPECTIVAS Y DEFINICIONES


CONSECUENCIA DEL SER Y DE LAS IDEAS

Figura y caracter

R ICARDO ROJAS PUEDE FIGURAR ENTRE LOS ARQUETIPOS DE LA


argentinidad que él disefid en uno de sus libros. No vamos a
nombrar ni a Belgrano ni a Sarmiento; no fue creador de la
nacionalidad ni constructor de la patria. Pero no es inferior a
Ameghino en el talento, en la investigacion, en el trabajo, en
la disciplina. El es, también, un arquetipo en la esfera de la
cultura: es un descubridor, un analista, un forjador en el nivel
espiritual en que estuvo siempre situado; es un propulsor de
la intelectualidad argentina, un gran maestro.
No podra negarse nunca a Rojas su consagracion al pais,
su rectitud de conducta, la homogeneidad de su trayectoria
ideolégica, su voluntad laboriosa e infatigable, la abnegacion
espiritual con que desdefiéd siempre los halagos y los bienes
materiales, y se consagré —pues verdaderamente de consagra-
cién se trata— al estudio, a la ensefianza, a la propia creacion
literaria en un orden poligrafico, a la difusion de la cultura
nacional y universal, al estimulo de las juventudes que estu-
vieran proximas a él, en la actividad docente o en la relacion
particular.
Lo recordaremos siempre alto y erguido en su figura
airosa, gentil sin afectacién, lejano y altivo para quienes no
lo conocieron o no desearon acercarse a él; y, en cambio, para
quienes estuvieron a su lado, inmediato en su sencillez acoge-
t

362 ALFREDO DE LA GUARDIA

dora, entrafiable en su frase paternal, abierto a las ideas, pro-


piciador de iniciativas y de ensayos. Asi era en la plenitud de
su vida. Asi fue siempre.
Ante su presencia, al conjuro de su palabra, evocabase al
adolescente cetrino y vivaz, correteando por los campos bosco-
sos de Santiago del Estero, atento ya el oido a las consejas y
leyendas de la tierra antigua, como Wagner al poema de los
Nibelungos, como Ibsen a las sagas de los Vikingos. Entonces
era el Mataquito —sobrenombre que le habia puesto el padre
por su pergefio indiano—,, vivaz, inteligente, travieso —“cacha-
faz”, segin la madre, en carta familiar—; pero él estaba
dispuesto a imponer su nombre propio en contra del apodo, no
contestando cuando asi lo denominaban y hasta con “rifias a
mano _armada’’, como lo relaté él mismo. No contaba mas de
sels afios cuando se hizo llamar Ricardo, sin afiadido alguno.
Su voluntad se afirmd, sim duda, en una especia de canto
de guerra, que escribié siendo adolescente, y transcribié en sus
paginas rememorativas:

Un indio mataco
Flojo, fiero y flaco,
Tuvo la ilusion
De volver al Chaco
Y ser un bellaco
Jefe de malon.
Lanza hizo de un faco
Por darme un atraco,
Y al primer envion
Lo aplast6é mi taco
Y al pobre mataco
Lo mandé al cajén.
¢Queria tabaco? ,
¢Buscaba chipaco?
Le di su racion,
Y envuelto en su opaco
Poncho calamaco
Ya esta en su rincén.

Como se advertira, el incipiente poeta dominaba Ja rima


en este ejercicio ingenuo y no facil.
RICCARDO ROJAS 363

“Cuando digo que yo maté al Mataquito es porque éste


era el enemigo, pero yo no lo maté fisicamente, puesto que
era un ser fantasmal, sino que lo suprimi hasta que el absoluto
olvido fue como su muerte. Imagino que lo secuestré en el
fondo de una mazmorra, en el sdtano de un castillo de piedra
dura, para que alli pereciera sin aires, sin luz, sin voces huma-
nas que volvieran a nombrarlo, para que oyéndome nombrar
por otros, no se creyera un hombre viviente.. .”
Tal vez, el nifio expresé por vez primera su fuerte perso-
nalidad con esta muerte del Mataco. También ha relatado
Rojas que sus dos hermanos Julio y Absalén le aventajaban
en afios, “lo cual constituia una opresora superioridad”. “El
primero era el mayorazgo, el segundo el infanzon; y yo, apenas,
un siervo de la gleba. Para suprimir tales diferencias, acaso
justas, y poder quebrar en mi todo complejo de inferioridad
como dicen ahora los psicdlogos, yo necesitaba no matar a mis
hermanos a quienes mucho queria, sino matar al fantasma
de mi doble a quien debia odiar en silencio, pero éste no era
una persona real, sino un fantasma creado por un apodo que
no es nombre sacramental ni hereditario’’.15* Asi, por su deci-
dida voluntad, este nifio comenz6 a “unificar e individualizar
una personalidad” que iria a perfilarse con tan netos y pro-
fundos rasgos en el curso de su vida.
Sin embargo —y esto es curioso— el propio Rojas deberia
llegar, segiin sabemos, a denominarse “el Ultimo indio”’. Pero
eso —ya lo dijimos— no era sino un juego romantico del
adulto, contrario, precisamente, a la decisién antiindiana del
pequefio... Mas parecia Ricardo Rojas en su madurez un
indio de la India. Rubén Dario lo compar6, exactamente, a un
hindu: ‘“Poned a esta cabeza un turbante de seda, y diréis ser
la de un joven maharaja; un fez y tendriais a un noble egipcio.
De la India, del Egipto, de Ceylan, del Oriente es su aspecto;
y ello no os sorprendera, puesto que sabéis de las discusiones
sobre las relaciones orientales prehistéricas, entre los aborige-
nes americanos y los pueblos de Oriente: la cabeza de Ricardo
Rojas, la cabeza fisica, es la de un Cacique. A él le complace,
pues alientay vive en su Ameérica”.'*° Un mexicano, Julio

184 Del libro inédito El Mataquito.


185 Mundial, Paris 1-1913.
364 ALFREDO DE LA GUARDIA

Jiménez Rueda, le retrata asi: “La silueta del cantor y maestro


argentino es caracteristica, mejor representativa, casi stmbdlica.
Realiza en si el tipo del hombre americano, semi-drabe, semi-
indio, moreno, de matiz andaluz, mas bien que cobrizo, ner-
vioso, agil, de melena abundante y endrina, de ojos negros y
llameantes. Viste de negro, pulcramente, y se toca con un
sombrero de amplias haldas. Es cortés en el ademan, benévolo
en el recibir, conversador infatigable, sin pedanteria, su charla
discurre sobre el alveo de la conversacién con suavidad gentil
de gran sefior, con esa cortesania quesacostumbramos en Meé-
xico y que parece ser patrimonio excelente de nuestra raza
mestiza’’.18®
El sombrero aludo, que hacia sonreir a cierta gente, era
una prenda visible con alguna frecuencia en aquel tiempo.
Ya lo habian usado Eduardo Gutiérrez, Carlos Guido y Spano
y el general Mansilla. También Roberto J. Payro tuvo cham-
bergo de anchas alas. Después fue connatural de Mario
Bravo y Alfredo L. Palacios. Por ultimo, Juan Pablo Echagiie
lo usd siempre, si bien el autor de Por donde corre el zonda
cambio el negro por el castafio o el gris. Los jovenes de enton-
ces, que habiamos jugado en la infancia a “los tres mosquete-
ros’, no encontrabamos ridiculos esos chapeos que, por arcaicos,
no nos atreviamos a comprar, pero que nos gustaban, sobre
todo cuando rimaban con mostachos a la borgofiona. . .

Esperanza en la juventud

La juventud estudiantil era, a la sazén, respetuosa con los


maestros. La literaria cumplia la tradicién de sublevarse contra
los escritores de las generaciones anteriores. Lugones, Rojas y
Larreta fueron blanco de numerosas flechas, de epigramas, de
epitafios. En las aulas no se hacian las bromas del café. El
catedratico de literatura argentina era escuchado siempre con
atencion, sin duda porque él atendia cordialmente a sus alum-
nos. En el homenaje que le tributaron, en 1923, la revista
Nosotros, el Ateneo Universitario y el Centro de Estudian-
tes de Filosofia y Letras, pudo observarse: “Lo mas sugestivo
fue la presencia mayoritaria en esa heterogénea asamblea de

186 Bajo la Cruz del Sur, México, 1922.


RICARD OF ROSAS 365

un nucleo compacto de juventud y de estudiantes. Rarisima es


la adhesién juvenil en esa indole de festejos destinados a
hombres que, como Rojas, han alcanzado la plena consagracion
intelectual y universitaria: lo que prueba que en la obra del
escritor y maestro hay valores eternos inmanentes capaces de
despertar simpatia en los corazones nuevos’’.187
Alli dijo, entre otras muchas cosas, el agasajado: “Las
generaciones de la simple cronologia no cuentan en la histo-
ria... Yo afirmo que una nueva generacién espiritual ha
llegado para entrar en la historia argentina. Ser hombre de
esta nueva generacion significa poder sefialar, con serenidad
reflexiva, los males de nuestro tiempo; significa poder censu-
rarlos con libertad moral, porque no se ha sido cémplice de
esos males; significa poder transmutar el propio descontento
en voluntad creadora, no en pesimismo estéril; significa poder
concebir un ideal de cosas mejores y poder realizarlo en fra-
ternidad con otras almas; significa poder superar la agitacién
demagogica, que solo sabe destruir, por la disciplina intelectual,
que sabe crear; significa, finalmente, poder unir como el hueso
del mufén la pluma del vuelo, a la voluntad varonil del
trabajo, el ala de la esperanza’.
Recordé las luchas de la generacion del 37 contra la tira-
nia, y agregé: “Afirmo que una nueva generacion ha llegado
y presiento que cambios fundamentales preparanse en nuestro
destino, porque descubro en el alma de nuestros jévenes una
gran inquietud. Pero esa inquietud no basta como fuerza crea-
dora. Es necesario conocer con disciplina intelectual los valores
del pasado; es necesario definir con honestidad moral el des-
acuerdo con las cosas del presente; es necesario dar con clari-
dad concreta y previsora el programa del porvenir. Por eso,
la juventud debe estudiar la historia de nuestro pais; saber
cuanto nos ha costado crear lo que tenemos; analizarse a si
misma para saber si esta en condiciones de reemplazar con
ventaja lo que ella combata. jTremenda responsabilidad la
suya, y formidable problema el suyo, puesto que va a conti-
nuar una obra de titanes y le toca resolver su propia ecuacién
en este momento tragico de la historia humana, cuando las
ideas se turban entre la gran crisis que conmueve a la civili-

187 Revista de la Nueva Generacion, XII-1923.


366 ALFREDO DE LA GUARDIA

zacion universal y la crisis interna que amenaza los cimientos


de la civilizacién argentina! Hace mucho tiempo que, desde la
soledad de mi atalaya, oteando hacia el oriente anuncié que
habria de llegar una generacién inquietada por el sentimiento
de estos problemas y poseida por la conciencia de estos debe-
res... Esta en las universidades, esta en los ateneos, esta en
los cendculos ignorados, esta en las revistas juveniles, esta en
las redacciones de los grandes diarios, esta en la populosa mu-
chedumbre de los partidos, y como la generacién de 1837 en
visperas de la gloria, siente la exaltacidn de una futura em-
presa. No ha sabido atin definirse del todo, ni hallar sus guias,
ni crear el vinculo de la asociacién necesaria; se agita todavia
en los espasmos de la negacién y de la critica, pero veo en ello
el signo del milagro nuevo, el balbuceo del nuevo mensaje”.
Advirtid contra las influencias,pasajeras, contra la poli-
tica desprestigiada, contra las escuelas estéticas efimeras, con-
tra la ilusion de forjar un héroe de cualquier aventurero, contra
el futurismo y el ultraismo, contra el fascismo y el bolsevi-
kismo, “‘por mera sugestion cotidiana”’ ... ‘““Mas entre esos per-
files fugaces, descubro hombres de accién que quieren mas
Justicia para el trabajo en la vida, y hombres de contemplacion
que buscan nuevos moldes para la belleza en la patria. Aqui
estan esos hombres jovenes; los veo en esta misma mesa:
futuros politicos que ansian remodelar la sociedad en las nor-
mas de una mas alta justicia, y artistas liricos o plasticos, ani-
mados por un ideal que las generaciones anteriores no sintie-
ron, puesto que quieren crear —musicos, poetas, arquitectos,
escritores, pintores— con los medios de la técnica universal,
una nueva belleza americana. Estos son los heraldos del nuevo
tempo, en quienes bulle el secreto trabajo de las almas que
vienen por el aire para la realizacién de los ideales estéticos o
que van por la tierra para la realizacién de los ideales poli-
ticos” ... “Como resumen simbédlico de las emociones de esta
noche, como agradecimiento a las instituciones que me ofrecen
este homenaje, como interpretacién del sentimiento que anima
a todos cuantos aqui me escuchan, brindo sefiores, por El
Esperado.”’
El Esperado era el poeta —el hombre pleno en espiritu y
en accion— que debia concretar el programa, trazar el camino
para ir avanzando en esta lucha de belleza y de progreso entre-
RICARDO ROJAS 367

vista por el orador. Poeta él mismo, visionario siempre, forja-


dor de una Argentina ideal vislumbrada en meditaciones y
ensuenos, confiaba en esa generacién que iba a suceder a la
suya. Dos hazafias esperaba de ella: la politica y social que
diera, con libertad, justicia a todos los ciudadanos; la estética,
afirmadora de una cultura propiamente nacional. Puede asegu-
rarse que esos fueron los dos ideales supremos de su vida.
Mas, ¢hasta qué punto esa generacién nueva respondié al
Namamiento de Ricardo Rojas? Lamentablemente, la politica,
luego de seguir cauces mas 0 menos rutinarios, aprovechando
una prosperidad material, se abismé en la aventura reacionaria
de 1930, y después de un decenio de maniobras y fraudes elec-
torales, medidas cohercitivas de la libertad, abusos de todo or-
den, volvid a caer, en 1943, y esta vez ya en desenmascarada
tirania. Los jévenes del 20, del 30 y del 40 no hicieron nada, en
accion, por el bien de la patria. Pero estéticamente, surgieron
nuevos valores firmes. La literatura, las artes plasticas, la musi-
ca empezaron a sustentar creaciones importantes; la pintura y
la escultura produjeron obras de mérito, y los artistas de la plas-
tica substituyeron a los extranjeros en la estatuaria dedicada al
pais. Sin embargo, ni unos ni otros siguieron las pautas trazadas
en Eurindia por causas que mas adelante seran expuestas.
La juventud de La Plata, que lo habia escuchado tan
atentamente en la Universidad, tuvo un dia de huelga ciertas
expresiones de célera contra él, en 1920, protestando por su
actitud en el Consejo Superior de ese centro de estudios. Creyé
que algunas de sus severas palabras encerraban un sentido re-
accionario, y le silbé con estruendo y le agredid. El mismo Rojas
se lo referia a Unamuno con motivo de la audiencia en que
el Rey Alfonso XTII habia recibido al maestro de Salamanca,
paso que éste debid explicar en el Ateneo de Madrid, sin con-
vencer a muchos oyentes, por lo cual fue, también, objeto de
manifestaciones hostiles. ‘“Es cosa esta [la conferencia con el
monarca] que he vituperado desde lejos, pero que la he com-
prendido, porque sabra Vd. que hace dos afios que fui silbado
por la juventud universitaria de La Plata que me tenia por su
idolo hasta la vispera, y luego fui lapidado en la calle. Con que
ya ve Vd. si lo habré comprendido.” 18°

188 Carta del 27-VII-1922.


368 ALFREDO DE LA GUARDIA

Fe en la nueva generacion

Aquella nube se habia disipado en 1923, segtin lo vimos


por el discurso precedente. Ricardo Rojas no tardaria en ser
elegido rector de la Universidad Nacional de Buenos Aires con
voto casi undnime, el ano 26. Julio V. Gonzalez expuso los
méritos que llevarian a Rojas a tan alto cargo intelectual. “Tres
documentos lo prueban sin dejar lugar a dudas: la Profesion
de Fe de la Alianza de la Nueva Generacion, en enero de 1919;
el dictamen en el Consejo Superior sobre la contra-reforma del
Estatuto Universitario, en junio de 1923; y el discurso en
noviembre del mismo afio, pronunciado en el banquete que la
juventud de vanguardia representada por las revistas Nosotros
e Inicial, le dieron con motivo del Premio Nacional a la His-
toria de la Literatura Argentina. En estas tres oportunidades,
Ricardo Rojas demostré comprender la hora en que vivia el
pais, descubriendo primero y recongciéndolo reiteradamente
después, que todos aquellos dolores que brotaban como de la
entrafia de la nacién durante el lustro incierto de 1918-1923,
eran provocados por el alumbramiento de una nueva genera-
cidn. Rojas la presintid cuando en 1919 atin no habia dado su
primer vagido y ya intenté hacerle conocer su destino. Desde
el escenario del Teatro San Martin, de Buenos Aires, proclamé
el nacimiento de una Nueva Generacion historica, estable-
ciendo su divorcio con la precedente, llamada de la Constitu-
cior” 18?
Alli habia dicho el maestro:
“Los iniciadores de esta obra saben que la nueva genera-
cién trae una sensibilidad y un ideal nuevos a la historia del
pais. Por su manera de sentir la propia vida y de practicar la
accion civil, ella se reconoce diferente de la generacién ante-
rior. Tal cosa bastaria por si sola para sefialar su advenimiento
en la historia nacional; pero creemos que ha llegado la hora
de definir la entidad nueva con nombres, ideas y actos mas
concretos, porque estamos convencidos de que los viejos nucleos
de opinién han agotado su idearium y quebrantado su fe. La
Republica ansia una renovacién de temas y de métodes en la
accion social. La crisis interna y externa que atravesamos, se-

189 Sagitario, La Plata, 1-III-1926.


RICARDO ROJAS 369

fiala el momento de iniciar esa renovacién, y la promovemos


con esta Alianza, para deslindar las responsabilidades de la
época contemporanea y reanudar, como lo creemos posible, el
hilo roto de la Emancipacién y de la Constituyente”.
Rojas queria una renovacion social de la Republica. La
deseaba propiciar desde dentro, sin influjos extrafios; mas la
predicaba con decisién y sinceridad. No era un revolucionario,
sino un revolucionista —como dice Bernard Shaw en el posfacio
de Hombre y Superhombre—, un promotor de reformas subs-
tanciales en la vida espiritual, intelectual, politica, social y
economica de la nacidn.
Actué en su esfera y, desde el Consejo Superior de la
Universidad de Buenos Aires, coadyuvé decisivamente a im-
plantar la Reforma. Redactdé el dictamen de la mayoria, abo-
gando por el principio de la representacién estudiantil con el
numero y el método que le permitieron ser una funcién efec-
tiva. El mismo Julio V. Gonzalez sefialé: “Mas valor que esto,
si cabe, tiene el hecho de que Rojas vinculara la Reforma
Universitaria al fendmeno social e histérico porque atravesaba
el pais, dando asi la oportunidad para que en un documento
oficial, emanado del seno de la mas alta autoridad universi-
taria, quedase reconocida la trascendencia historica de la Revo-
lucién Universitaria y quedara desautorizada la supercheria
fraguada por la reaccion, de que la Reforma era una mera
cuestion de disciplina provocada por la implantacion del régi-
men electoral que da derecho de voto y de opinién a los estu-
diantes’’.19°
Rojas entendia que la crisis social era propia de un pueblo
nuevo y que tenia causas diversas, unas de la politica interna
y otras de la politica internacional. E] mundo se transformaba,
la guerra del 14 habia trastrocado valores, la revolucién rusa
abierto horizontes insospechados, la caida de los tronos secu-
lares convencido de que el pasado era irreversible. Pero en ese
caso habia que proceder con orden. Un pueblo joven no podia
renegar de sus tradiciones —aun tan flamantes—, porque era
negarse a si mismo; no podia lanzarse a una revolucién, porque
la experiencia le dictaba que, salvo la fundamental de Mayo
y Julio, las demas habian fracasado y trastornado al pais.

190 [bid.
370 ALFREDO DE LA GUARDIA

Habia que recurrir a la lenta, pero segura accién de la peda-


gogia. Aqui el pensamiento de Ricardo Rojas se une al de
Francisco Giner de los Rios, en la Espafia de la Restauracién
borbénica. Habia que empezar por la escuela para formar el
pueblo capaz de avanzar por las auténticas vias de la libertad,
el Derecho, la verdadera democracia, la justicia social. No queria
ceder paso a ninguno de los dos movimientos que se fortale-
cian a la sazon: el del comunismo inspirado por Lenin, y el
del fascismo, inspirado por Mussolini. ““Hoy —decia— va ha-
ciéndose moda el hablar mal de la democracia, a la que debe-
mos nuestra existencia como nacion, y se oye elogiar jerarquias
impuestas por la fuerza; lo cual es otra forma de accion directa
al revés.”
Era necesario, imprescindible, perfeccionar esa democracia
y no derrumbarla para saltar al abismo. Era preciso encarar
con-urgencia una fundamentacién sin fallas de la libertad hu-
mana bien entendida y de la distribucién justa de los bienes
de la sociedad. Para esa tarea llamaba a la juventud.
“Para no hablar de mi —afirmé—, voy a hablaros de lo
que representan en los actuales momentos de la historia ar-
gentina, esos nucleos de juventud que se agitan en las Univer-
sidades, en los Ateneos, en las Revistas; esos que estan cubrién-
dose con el nombre de nueva generacién; que estan siendo
hostilizados por las incomprensiones de la izquierda y de la
derecha; que estan, en fin, levantando la bandera de sus inquie-
tudes, ansiosos por formar un programa de renovaciones crea-
doras ... Yo afirmo que una nueva generacion espiritual ha
llegado para entrar en la historia argentina.”
Pedia pensamiento y accién. Si aquellos grupos juveniles
hubieran logrado moverse de manera homogénea y eficaz, si
hubiesen redactado un programa politico-social-econémico nue-
vo, contrario tanto a la rutina como a los extremismos, si se
hubieran impuesto por medios pacificos pero activos, acaso el
curso de la historia argentina habria sido diferente. ..
Todos sabemos que no fue asi. Rojas mantuvo siempre el
contacto, en la cdtedra y fuera de ella, con Ja juventud. No
dejé de pronunciar discursos a los bachilleres, en las colaciones
de grados facultativos: ““Deberes de la juventud” en sus diver-
sos ordenes. (Estan entre sus “‘Discursos”.) Y en las platicas
de su casa y en cualquier lugar en que fuera oportuno. Mas
RICARDO ROJAS 371

ya entonces comenz6 a perder confianza, aunque no amor, en


los jévenes que llegaban. Los mejores se dedicaban entera-
mente a sus estudios y solamente aqui o alla ojanse voces ais-
ladas que propugnaban la necesidad de continuar la lucha.
Algunos, tal vez los mas, comenzaron a apartarse de las aulas,
donde imperaban el beneficio improvisado, la mediocridad aco-
modada, la costumbre y la indiferencia. La propia Reforma
universitaria dejé de ser un instrumento util para los fines
intelectuales, politicos y sociales que pensaba Rojas. Aparecie-
ron nuevas mayorias formadas por jovenes que solo pensaban
en su porvenir personal, en la provechosa eficiencia, en el rapi-
do medro de cada uno, y per se. Como tantos otros ensuefos
de Ricardo Rojas, este se habia évaporado, desaparecido.
Pero esa permanente inclinacién hacia la juventud, esta
esperanza, estos ideales, demuestran que Ricardo Rojas miré
siempre con amor hacia el pueblo argentino.

Ataques injustos

E] juvenil poeta de La Victoria del Hombre, romantico


y moderno, lirico y filosdfico, huguesco y nietzscheano, can-
taba al Porvenir, a la energia humana, a la fe en el espiritu,
a la ilusién de un mundo perfeccionado en que la vida fuera
mas bella, mas libre, mas justa. Cantaba a los hombres, efec-
tivamente, que habian tenido esa larga visién del futuro. Cuan-
do el poeta se convirtid en periodista, abandonando los textos
del Derecho facultativo, pensé mejor en los derechos populares.
Figuré entre los redactores de Libre Palabra y de diversas
publicaciones, donde comenz6, con la informacion, a verter sus
propias ideas liberales, que mantuvo siempre con el natural
ajuste, hasta la amplia exposicién hecha en El Radicalismo de
manana.
Sin embargo, esta limpida actitud de Rojas ha sido atacada
injustamente varias veces y hace poco tiempo en un libro,
donde se censura a diversos escritores argentinos porque ejer-
cieron la docencia y figuraron en las redacciones de los dos
principales diarios de Buenos Aires. Segun su autor 7%", Leo-
191 David Vifias, Literatura argentina y realidad politica, Buenos
Aires, 1964.
oe) ALFREDO DE LA GUARDIA

poldo Lugones, Roberto Payré, Manuel Galvez, José Ingenie-


ros, Atilio Chiappori, Emilio Becher, Alberto Gerchunoff y
hasta Alfonsina Storni rindieron su libre criterio a la “depen-
dencia oficial”, y se vendieron a la oligarquia. Lo cierto es que
cada uno de ellos siguid sus propias ideas, manteniendo unos
las de su juventud, transformandolas otros extremadamente.
Lugones fue nombrado por el general Roca inspector de
ensefianza secundaria y le designé para otros cargos por medio
de sus ministros Joaquin V. Gonzalez y Osvaldo Magnasco;
pero no por eso el poeta de Lunario sentimental habia dejado
de ser anarquista y, por supuesto, si llegd a renegar de la
democracia y ensalzar el despotismo y el corporativismo no
respondia con ello a la linea roquista... También Ingenieros
fue favorecido por el gobierno de Roca con una misién para
recorrer varios paises europeos, y, no obstante, el autor de El
hombre mediocre siguié en su posicién socialista. No necesito
Galvez de canonjia alguna para convertirse en adalid del nacio-
nalismo y en defensor de Rosas. Gerchunoff entendié que la
democracia progresista era el mejor de los partidos politicos
y estuvo al lado de Lisandro de la Torre. Roberto Payré no
abdico del socialismo. Es falso que su comedia Alegria con-
trarie sus primeros libros y sea una “‘exaltacién del estanciero
medio contra los bandidos de la Patagonia’, segin se afirma
en el mencionado volumen. Alegria es una consecuencia
escénica de La Australia argentina, defiende el progreso de
los territorios del sur y acusa las luchas y lacras que impide
su poblacion y adelanto. Asimismo se censura a Florencio San-
chez, asegurandose que la oligarquia de 1900 se “anexa a un
revolucionario que por su irrealidad resultaba retérico hasta
convertirlo en un aliado entusiasta, en un sometide mas o me-
nos domesticado”’. Por lo contrario, el dramaturgo de M’hijo,
el dotor contintia avanzando en su rebeldia social y Wega en
Nuestros hijos a defender la maternidad en la mujer soltera,
causa, a la verdad, poco oligarquica. . .
Ricardo Rojas fue enviado, también, a Europa en misién
oficial por el gobierno de Figueroa Alcorta, para estudiar los
métodos de ensefianza de la historia en el viejo mundo. Ahi no
mas —segtin el atacaritte—, Rojas se ha vendido al mejor pos-
tor. Su Victoria del Hombre ya no existe; sus poemas a
Marx, a Kropotkin, a Tolstoy, a Victor Hugo, a Zola, etc., no
lt GAC) Oh Fo) SEAS 373

cuentan. Esta posicion avanzada ha desaparecido para siempre.


No importa que él piense que debe elevarsa la cabafia hasta
el palacio, que deben ser equilibradas las clases sociales. Porque
dedica ““La Sangre del Sol” a Joaquin V. Gonzalez y las “Cartas
de Europa” a sus camaradas de La Nacién, ya es un tran-
fuga, un reaccionario.
Convengamos en que La Restauracién Nacionalista —li-
bro surgido de ese viaje— tiene sus puntos contradictorios.
No vamos a negarlo. Ya se han anotado y se puntualizaran
de otro modo. Pero esa obra es, ante todo, una afirmacion
de argentinidad. Debe pensarse que los escritores de la gene-
racion anterior, cada vez que iban a Europa, escribian diti-
rambos retoricos a todo lo extranjero que veian, especialmente
en Francia. Cuando esta alli, Rojas piensa en Sarmiento que
escribid su informe escolar para el gobierno de Chile, y él,
siguiendo esas huellas, compone el propio.
“Yo procuré ser Util a mi patria y digno de ella en el
extranjero, Yo no llevé mi ofrenda de mirra salvaje a la casa
de los pontifices literarios. Yo desdené el elogio facil de los
maitres que ignoraban mi idioma. Yo me acerqué a hombres
y monumentos con tal independencia mental, que mis opinio-
nes de meteco sublevaron alguna protesta. Yo dije a pueblos
del viejo mundo las esperanzas del nuevo. Yo torné mas alto
y puro mi corazon ante las nobles figuras del arte clasico. Yo
admiré de Europa la razén secular de su cultura, e inspiran-
dome en ello, prediqué a mis lectores del Plata un evangelio
de belleza...; la devocidén al ideal como contrapeso a los es-
plendores materiales. Ahi reside para mi la diferencia entre
las viejas y las nuevas civilizaciones, y al admirar de estas
sociedades la tradicién civil de su cultura no lo hice en detri-
mento de las cosas nativas: antes bien, procuré dar nueva vida
a ese culto europeo del ideal con la pasion americana de mi
alma, que enardecidé la ausencia.”
Esta es la posicién de Rojas. Admira, mas recuerda. Es-
cribe para inserir el progreso europeo en su patria de América,
Observa los defectos de alla y los errores de aqui. Sabe cuales
son las fallas lamentables del pais y como su intelectualidad
debe luchar en un ambiente arido e incomprensivo. ‘Si la
Republica coronara de roble y de fiandubay a sus poetas, no
buscaran ellos en el éxodo y las peregrinaciones azarosas el
374 ALFREDO DE LA GUARDIA

lenitivo de sus secretas amarguras, ni recurrieran, para el


sustento del camino, a la produccién forzada y premiosa, que,
si no malogra, retarda al menos la obra donde florece el genio
de una raza...”
Ricardo Rojas no compartié los entusiasmos ni las fastuo-
sidades del Centenario de 1910. Desaprobaba, ciertamente, las
explosiones populares de un caracter revolucionario anodino,
porque se producian sin rumbo, sin homogeneidad, sin pro-
grama. Pero tampoco aprobaba los excesos del nacionalismo,
las vociferaciones de los patrioteros, ni siquiera las expresiones
de una abigarrada cuando no ridicula plasticidad, almidonada
y vacua. La alternativa apologética de nativos y extranjeros
acerca de las grandezas de la Argentina le repele. “Todo lo
que Vd. dice de Blasco es rigurosamente cierto. Hace Vd. bien
en no venir, An sin él prefiero que no venga Vd. para el
Centenario. Esto va a ser horrible, aun para nosotros. Con
decirle que estoy por irme a pasarsla Semana de Mayo en
alguna estancia o en mi pueblo, en el pais de la selva.” Asi le
recomienda a Unamuno, en carta del 5-IV-1910.
Su modo de entender la nacionalidad, su manera de querer
a la patria eran muy diferentes. Rojas se retrajo, encerrdse
en su biblioteca, aplicdse a sus investigaciones literarias. No
por eso dejé de mirar hacia el pueblo. Queda probado con sus
discursos dirigidos a la nueva generacién en los afios siguientes
en que reitera su concepto de justicia social. Aun en su forma
recoleta de vivir, mantuvo un contacto con los jévenes —siem-
pre alertas— por medio de la catedra, y las causas de la libertad
le tuvieron como defensor. Recuérdese su protesta contra la
dictadura de Primo de Rivera en Espafia, su defensa de Una-
muno cuando el genial espafiol fue desterrado a la isla de
Fuerteventura. Ya anotamos las frases del autor de Niebla:
“Gracias, mi querido amigo Rojas, gracias. Gracias no por mi
sino en nombre de nuestra Espafia que hoy, por decreto de
nuestro Dios, represento. De nuestra Espafia; la nuestra, la
eterna... Hay que libertar a esa nuestra Espafia genuina...
Ayudennos, aytidennos a salvar a Espafia, a nuestra Espajia,
a la de la Raza, a sacarla como en explosién volcanica del fondo
en que se ahoga; aylidennos a hacer, a rehacer, la Espafia
civil y laica, ciudadana y popular; a libertarla de trogloditas.
Y sobre todo a que triunfe la verdad”, Ya vimos, también, la
RECARD OR OUAS 375

identificacién de Rojas con el ideal republicano en 1936, de-


mostrada extensamente en su libro Retablo Espafiol.
Sabemos cual fue su actitud frente al golpe militar de 1930,
su oposicion al general Uriburu, su ingreso en la Union Civica
Radical barrida del gobierno por el pronunciamiento, su mili-
tancia contra el presidente Justo elegido con escandaloso fraude
en las urnas, su destierro a Ushuaia, la permanente lucha en
favor de la democracia durante la década conservadora, la
rebeldia contra el despotismo de 1943-1955. La renuncia a la
catedra, a la direccién del Instituto de Literatura Argentina
de la Facultad de Filosofia y Letras —cuyo sueldo no quiso
percibir—, su enclaustramiento durante la segunda tirania,
vigilada su casa por la policia desde la acera de enfrente, donde
esta situada la seccional.
Su destierro le habia aproximado atin mas a los proscrip-
tos, a quienes dedicé las mejores paginas de su historia lite-
raria, El destino pareceria haberlo acercado a Echeverria, a
Marmol, a Sarmiento, a Alberdi, sdlo que él no habia salido
del territorio patrio, prefiriendo el confinamiento al exilio.
Estaba y estuvo siempre contra el militarismo, el clericalismo
y el mercantilismo, los atentados a la libertad y a los derechos
del hombre, contra el lucro abusivo que hunde a las clases
sociales modestas y humildes, contra los privilegios, el dolo, la
mentira.
Comparese la nitida trayectoria civica de Ricardo Rojas
con la de otros de sus coetaneos. Insistamos en puntualizar
algunas de sus fases.

Socialismo y anarquismo

Aunque dedicase en La Victoria del Hombre un soneto


a Carlos Marx, Rojas no fue un afiliado socialista. El socia-
lismo no ha arraigado plenamente en la Argentina, como tam-
poco en Espafia por los excesos individualistas de la idiosin-
crasia racial. En Espafia, los obreros se inclinaron con prefe-
rencia a un anarco-sindicalismo —que mind con su indisci-
plina a la Republica de 1931—, y en la Argentina, también
en los primeros decenios del siglo, hacia la anarquia —acaso
376 ALFREDO DE LA GUARDIA

culpable de que no pudiera formarse en el pais un gran partido


de izquierda politica y social, sin exaltaciones ni simulacio-
nes—. El socialismo se encerré en gabinetes y bibliotecas.
Mientras el anarquismo ganaba la calle en manifestaciones
mas alborotadoras que disciplinadas, mas idealistas que prac-
ticas, el socialismo se retraia en lo tedrico, ganaba pocos adep-
tos o era arrastrado, a veces, en la confusa accién de los anar-
quistas. Juan B. Justo era el antipoda de Alberto Ghiraldo;
aquél era hombre de concepto, mientras éste lo era de frase
fogosa y exterior. Los dos eran nobles y cultos, de clara inteli-
gencia y gran desinterés; pero sus posiciones antitéticas per-
judicaron mutuamente a sus ideas y sus huestes.
El socialismo podia haberse constituido en un importante
partido nacional si hubiera sido capaz de ganarse la adhesion
de los obreros y los campesinos. Los obreros no lo escuchaban
—ni lo escuchan actualmente—; los campesinos estaban aun
sordos para la politica, Cuando pudo hacerse oir en el Parla-
mento, se pronunciaron algunos discursos contundentes o elo-
cuentes —los de Justo, los de Palacios—, se presentaron pro-
yectos de ley que fueron a dormir a las carpetas de las comi-
siones, se gano alguna eleccién en la Capital. Pero produjose
la escision. E] Partido no progresé, rutinario, politiquero, ma-
nejado por los mediocres, cerrado a la juventud intelectual.
Los socialistas independientes concluyeron en la reaccién, como
ministros del presidente Justo, o se diluyeron en la nada. Vol-
vieron las escisiones y el socialismo puede decirse que llegé
casi a una disolucién. Los obreros, después del suefio que siguid
al anarquismo, cayeron en los lazos de la demagogia peronista.
Todo esto explica, tornando a los tiempos de la juventud
de Ricardo Rojas, por qué el autor de un soneto a Marx no
pudo ser socialista. Preocupado por salvar los valores tradicio-
nales —-en cuanto poseian de puro— y por el alud inmigra-
torio, el escritor consideré al socialismo “apatrida”. Pero, al
mismo tiempo, en la misma pagina de Eurindia, dice: “lo que
aqui se llama aristocracia no es sino plutocracia advenediza”’.1°?
Y no se cansa de buscar rumbos y normas para una democracia
auténtica. Aconseja la capacitacién para intervenir en la cosa
publica y se declara contrario a las improvisaciones y a las

192 Pag: 125.


RICARDO ROJAS Sit

vaguedades en la accion politica y social. Para él, todo motin


es inutil, mas atin contraproducente. Por eso no esta con la
bullanga callejera. No cree, tampoco, en la eficiencia de cam-
pafias periodisticas incendiarias, que no condicen con el ritmo
politico de la época.
Torna sobre la necesidad de la instruccién, la educacion,
la cultura (volvamos a recordar a Giner de los Rios y a su
movimiento espiritual concretado en la Institucién Libre de
Ensefianza, de Madrid). Rojas confia en la accién del pen-
samiento: universidades, institutos, ateneos, toda entidad que
procure elevar el nivel ‘de la mentalidad popular; y, parale-
lamente, no descuida la accién directa, pues preconiza que en
la formacién de los partidos el comité no sea un instrumento
de maniobra, sino una escuela civica. Véanse los conceptos
vertidos en la “Alianza de la Nueva Generacién”, y se ad-
vertira cual es la orientacién de Ricardo Rojas, que no aban-
doné en toda su vida. Depuracién de la politica, moralidad
civica, avance social, elevacién intelectual, adelanto en todos
los érdenes de la actividad de la nacién. Progresismo liberal
en el mejor sentido y en el mas profundo de la idea, “Progre-
sista” era una de las palabras simbolicas de Esteban Eche-
verria.

Liberal y Progresista

Los dos términos —progresista, liberal— han sido des-


virtuados en estos dias. Liberal —palabra espaniola que reco-
rrié el mundo a principios del siglo xrx—'®* significa natu
ralmente, partidario de la libertad. No del libertinaje, ni tam-
poco de la discrecionalidad de proceder cada uno segin sus
propias conveniencias e intereses. Liberalidad quiere decir
“virtud moral que consiste en distribuir generosamente los
bienes sin exigir recompensa”’. Liberalismo debe interpretarse
como el “sistema politico-religioso que proclama la absoluta
independencia del Estado, en sus organizaciones y funciones,
de todas las religiones positivas”. Progresista es, por supuesto,

193 Denominaronse liberales los espanioles que lucharon por imponer


a Fernando VII la Constitucién; serviles, los absolutistas,
378 ALFREDO DE LA GUARDIA

el partidario del progreso en todas las esferas de la existencia


humana. Era progresista “el partido liberal de Espafia que
tenia por mira principal el mas rapido desenvolvimiento de
las libertades publicas”. Progresién es sindnimo de avance y
perfeccionamiento. En el pésimo lenguaje seudopolitico de esta
hora, se dicen liberales quienes desean que el Estado les deje
hacer cuanto a ellos beneficia en sus provechos y lucros per-
sonales o de empresa. En cuanto a los progresistas se los con-
sidera adeptos del comunismo o poco menos. Contra estas ter-
giversaciones de mala fe o confusiones por ignorancia hay que
aclarar y fijar los conceptos. Uno de los peores males de la
politica es la utilizacién mds 0 menos ‘metddica de la mentira
y del engafio, con el-fin de enturbiar las aguas para ganancia
de pescadores.
El liberalismo y el progresismo no estuvieron renidos con
la posicién nacionalista de Rojas, especialmente marcada en su
juventud, después del viaje a Europa’en 1907. Queria él aue
la nacion se fortaleciese y definiera por mentalidad y por idio-
sincracia. A veces, pudo deslizarsele algim concepto un tanto
rigido: pero su nacionalismo era muy diferente del que deter-
min6o Manuel Carlés y se concreté en la Liga Patrictica. No fue
chauvinismo en ningin momento. No podia Rojas aprobar las
agresiones callejeras a los residentes extranjeros ni se mani-
festd racista en modo alguno. No iba a serlo quien se alababa
por tener sangre india en las venas y quien por el color de su
tez distaba ciertamente de parecer un tipo de ario puro. En
su Blason de Plata funda ese nacionalismo en Ja reaccién contra
los abusos capitalistas, especialmente los extranjeros.
Para él, la obra de la emancipacién no estaba concluida.
Los alardes del Centenario no significaban nada, mientras la
independencia politica no estuviera basada en una indepen-
dencia econdémica. La invasién de los intereses materiales fo-
raneos es tan peligrosa como la de los ejércitos, y esa ocupa-
ci6n contaba —y cuenta— con una quinta columna —-para
emplear vocablos actuales. ..— formada por aquellos a quie-
nes Ricardo Rojas llama “‘bastardos de la raza del Plata’. Opo-
nia su criterio a los que proclamaban que los ferrocarriles, las
fabricas, la roturacién de los campos, las siembras, todo era
producto forastero. Eso es consecuencia del “rmecanismo ex-
pansivo de la civilizacién capitalista”, Y denunciaba que la
RICARDO ROJAS 379

inversion de capitales extranjeros en nuestro pais daba ga-


nancias que se iban a sus fuentes originales, con grandes di-
videndos. Asi lo proclamaba en aquel mismo volumen, Bla-
son de Plata, en 1910. Poseian mas valor estas denuncias al
capitalismo dentro de un orden legal y con la mesura y la
documentacién de un libro, que las vociferaciones fugaces de
los mitines extremistas. Preconizaba, pues, la nacionalizacién
del capital como la nacionalizacién del inmigrante. Los escri-
tores jOvenes que ignoran todo esto y acusan a Rojas, no saben,
pues, lo que dicen acerca de las ideas del autor de La Ar-
gentinidad. No sabemos que ellos hagan hoy algo mas eficaz,
en este mismo sentido, de lo que Ricardo Rojas hizo hace mas
de medio siglo, y escribiéndolo, ciertamente, con un raciocinio
superior y un lenguaje mas correcto.
Rojas fue consecuente con sus ideas, con sus principios
politico-sociales. Hay quien considera que solo existen “ma-
tices” entre esta lealtad ideoldgica y los avatares que se pro-
dujeron en Lugones, Galvez, Ibarguren y otros. Nada le hizo
torcer su pensamiento: viajes, misiones oficiales, catedras, pre-
mios, etc. El alenté una fe y luché por ella y la confirmoé en
la condena y en el destierro. gDonde estan esos matices si
comparamos esta misma fe, esta voluntad de lucha, con las vo-
lubilidades, la inconsecuencia, el descreimieuto que compro-
bamos en otros hombres de su generacion?

“El Radicalismo de manana”

Cuando Ricardo Rojas ingresé en la Union Civica Radi-


cal no se conformé con ser un afiliado sdlo atento a las di-
rectivas del Partido, disciplinado en tacticas politicas, aler-
ta para escalar posiciones. Si fue llevado a la presidencia de
la Convencion Nacional y si fue elegido candidato a senador,
eso era el resultado de su propio prestigio, de su gravitacion
personal en el pais, ganada con su obra literaria y docente.
Era él quien reforzaba al Radicalismo y no el Partido quien
lo beneficiase a él. Despojado del poder por el pronuncia-
miento militar de 1930, desorientado por la muerte de Yri-
goyen, perdidas energias y esperanzas, Rojas se afilid —ya
lo dijimos— para auxiliar al débil, combatir por el constitu-
380 ALFREDO DE LA GUARDIA

cionalismo, exaltar la libertad derribada, luchar contra la dic-


tadura. Pero no lo conformaba la Unién Civica Radical como
estaba forjada y dirigida. Por eso escribid El Radicalismo de
mafiana, entre “el 8 de noviembre de 1931, nefasto de la Ley
Saenz Pena, y el 20 de febrero de 1932, fasto ilusorio de la nor-
malidad constitucional”, segin puntualiza en su comienzo.
El Radicalismo de mafiana es un tratado politico-social,
pero mas todavia un nuevo tributo en el culto de Ricardo
Rojas a una patria libre, justa, soberana, fiel a sus tradiciones,
abierta al futuro. Es un “libro pensado como una confiden-
cia”. No se aparta de la realidad, mas intenta “interpretar
con mas acierto y apreciar con mas*justicia lo que el ra-
dicalismo representa en la evolucidn politica de nuestro
pais”. No es un trabajo polémico, sino un examen de proble-
mas y planteamiento de reflexiones. Asi como en los anos
del Centenario compuso las obras que procuraban dar un rum-
bo y una norma espirituales a la Aftgentina embargada por
una crisis de crecimiento, de la misma forma escribe Rojas
este volumen, tratando de esclarecer los factores que deter-
minan la nueva crisis, ahora politica y constitucional, para
comunicar sus ideas a sus compatriotas. Es una “gravisima
crisis —-dice— en que acaban de perecer las instituciones de-
mocraticas a cuyo amparo veniamos creando nuestra civili-
zacion’’.'°* El pueblo se encontraba en una “encrucijada de
gravisimas consecuencias”, y bien puede aseverarse que el
autor grababa, a la sazon, palabras proféticas. “La abolicién
ilegal de las garantias constitucionales, instaurada como sis-
tema por la dictadura, ha herido las fibras mas vitales de
nuestra personalidad nacional” y para la salvacidn del pais
no hay mas que un remedio: “volver a las fuentes seculares
de nuestra democracia”. Tiene fija la mirada en una meta:
“la autonomia espiritual y econédmica de la Nacién, tanto
como la emancipacién econdmica y espiritual del hombre ar-
gentino”. “Escribo para el pueblo” -——agrega, confirmando,
pues, su posicion permanente: el constante perfeccionamiento
politico, el permanente avance social. No hay en su actitud
declamaciones, sino ideas efectivas para un progreso general
de la Republica,

194 Pag. 6 y siguientes.


RICARDO ROJAS 381

El sentido quijotesco —en la mas alta interpretacién—


alienta a Rojas en estas circunstancias, puesto que se lanza a
la lid en un momento de derrotas de aquellos a quienes desea
sostener. Es la defensa del débil contra el fuerte, del oprimido
contra el opresor. No le inspira, tampoco, un recuerdo de gra-
titud, porque no ha recibido favor alguno de los gobiernos
radicales. Intuye que esa actitud le costara sacrificios, perse-
cuciones. Los “matices’” en su trayectoria ideolédgica en com-
paracion con las de otros que fueron sus compafieros de ju-
ventud, resultan risibles, si no entrafiaran una de las grandes
injusticias que se han cometido con Ricardo Rojas.
éQué quiere decir radical para el nuevo afiliado a ese
partido? Recurre a una frase de Woodrow Wilson en La nue-
va libertad: “El llamado radicalismo de nuestros dias es sim-
plemente un esfuerzo de la naturaleza por alentar las energias
del pueblo”. Hay que proceder a reformas radicales en la es-
tructura de la nacién y quienes “no las acepten por extremas,
tampoco pueden llamarse radicales, si es que este nombre
tiene una significacién en nuestra lengua y en nuestra his-
toria’’.1°° E] autor evoca “el irresistible torrente de nuestra
vida politica’, Cabildos, invasiones inglesas, la Revolucién
de Mayo, las asambleas de los atios 13 y 16, las luchas civiles,
la organizacién de la Republica, la federalizacién de Buenos
Aires. Todo eso es la voluntad histérica del ser nacional. Ro-
jas insiste en que el movimiento de Mayo tenia un caracter
eminentemente social —como, por otra parte, lo apunta Vi-
cente F. Lépez—, y subraya, asimismo, el concepto de Juan
B. Alberdi: “El dogma de la soberania radical del pueblo”.
Por eso considera que en el 6 de setiembre de 1930 se habia
retrocedido al periodo preconstitucional. Habia que empezar
de nuevo, aun cuando probablemente el ejemplo de la fuerza
daria resultados nocivos acaso en muchos afios, Como su-
cedid...
Pero en aquella evocacién historica, el escritor se contra-
dice —como otras veces—, porque su concepcién le lleva a
justificar la accién anarquica de los caudillos, de “intuicién
mistica, formados del mismo barro que el pueblo, hijos ellos

195 Pag. 14.


382 ALFREDO DE LA GUARDIA

también de la tierra y el sol, que sometieron a su inspiracién


las multitudes y fueron reuniendo, nuevamente, unas provin-
cias con otras, hasta formar la Nacién’’.19* La tirania de Ro-
sas es, entonces, una consecuencia de la anarquia y una ne-
cesidad de instaurar el orden. Mala consecuencia. Por otro
lado, no es posible disimular que mientras San Martin mas
alla de los Andes y Belgrano en el Alto Peru combaten a los
realistas para afianzar la independencia argentina, Artigas,
Francisco Ramirez, Estanislao Lopez, despreocupados de la
libertad conseguida, guerrean contra el Director Pueyrredén
cuando Buenos Aires sélo desea la unidad de la Republica, aun
cuando cometiese unos u otros errores.
Rojas sefiala el pensamiento de Echeverria: “Dos ideas
aparecen siempre en el teatro de las revoluciones: la idea es-
tacionaria que quiere el statuo quo ysse atiene a las tradidicio-
nes del pasado, y la idea reformadora y progresiva; el régimen
antiguo y el espiritu moderno”. El-esté, por supuesto, con el
segundo. Y lo ve como una fusién de Moreno y de Sarmiento,
del ardientce ideal popular y de la accién constructora, basada
en el estudio y la experiencia. La orientacién debe seguirse
por el camino que trazaron los tres préceres nombrados y por
Alberdi, superando los conceptos de todos por el natural pro-
ceso de la historia. Preconiza la evolucién constitucional y el
progreso material, buscando para una y otro nuevas formas
organicas de la nacionalidad, la economia, la cultura. Rojas
ve siempre a las instituciones subordinadas al sentido de la
Justicia social, Repitamoslo, por cuanto importa para definir
claramente su pensamiento avanzado.
Por eso mismo, observa los errores en que incurrieron
los gobiernos radicales entre el afio 16 y el 30: desquicio ad-
ministrativo, violacién de la Ley Sdéenz Pefia, anulacién del
contralor parlamentario, descuidada seleccién de los hombres
destinados a gobernar. Pero les contrapone los aciertos: el pa-
cifismo, el anti-imperialismo, la libertad de prensa, la nacio-
nalizacion de las Universidades y del petrdleo, Jas obras pu-
blicas, el fomento de la cultura. Con vacilaciones o contradic-
ciones, ese periodo significé una era de progreso, un progreso

196 Pag. 43.


RICARDO ROJAS 383

lento, desde luego, pero equilibrado, sin la convulsién revolu-


cionaria, como lo permitian las circunstancias histéricas.
Esa ascensién fue interrumpida por el movimiento militar de
Uriburu, que abismé al pais en la condicion de “una repu-
bliqueta ‘hispanoamericana” y con un remedo de las dictadu-
ras de Mussolini y Primo de Rivera.1®7 Recuerda el escritor
los desbordes dictatoriales, el triunfo electoral del radicalismo
en la provincia de Buenos Aires, el veto a Alvear, los destie-
rros, las persecuciones. “E] presidente armado puede llegar a
ser un déspota como el general caudillo puede llegar a ser
un demagogo”’.1*§ Frase que constituye, en 1932, un vaticinio
extraordinario.1°°

La fuerza del espiritu

Ricardo Rojas enfrenta “la fuerza de la espada con la


fuerza del espiritu’”’. Y es esta potencia la que debe reformar
a la nacién. De otro modo, la historia hispanoamericana sera
siempre la misma. Los ciclos que sefial6 André Siegfried se-
guiran repitiéndose.
Pero es preciso que los gobiernos civiles demuestren efi-
ciencia, orden, correccién. Rojas dice que témase frecuente-
mente al presupuesto como un “mana” y que suele gastarse
mas dinero del que autorizan las leyes. Asi habla de la “bola
de nieve’ del déficit, otra frase profética. También esta con-
tra el abuso de las intervenciones del gobierno central en las
provincias, y declara que no debe ser centralizador, Concepto
sensato, sin duda alguna; pero —lo repetiremos siempre—
el federalismo que no comienza limpiamente, netamente, en
el municipio, no es un federalismo auténtico. Vuélvase a leer
a Pi y Margall, olvidado por los entusiastas federales. . .
El partido Radical —continua Rojas en su exposicién po-
litica— debe ser “‘nacionalista y obrerista”’. Los argentinos no
podemos ser conservadores. “:Conservadores de qué? No
conservan ya ni su nombre antiguo”. El radicalismo es trans-
197 Fl Radicalismo, pag. 96 y sigs.
198 Pag. 125.
199 Por eso se contradice al defender a los caudillos provincianos, que
eran personificaciones de la demagogia.
384 ALFREDO DE LA GUARDIA

formador, progresista, sin tabies —su jefe no debe ser un


idolo ni un fetiche, porque entonces cae en el unicato. Como
se ve, Rojas no perdona ninguna de las equivocaciones de la
U.C.R. Debe ser, asimismo, espiritualista, porque el materia-
lismo histérico ha sido superado, en parte, por fenémenos
posteriores a Marx, que, sin embargo, censuré con justicia
al capitalismo.
Esta critica es la que debe ser recogida, para adaptarla
a las condiciones de los pueblos. No cree en el mecanicismo,
ni en el darwinismo —,qué tiene que hacer aqui?, decimos
nosotros—, ni es determinista. Ahi,el autor se deja llevar
por otro de sus desahogos o divagaciones que lo apartan de la
realidad. ‘“‘Del hombre interior, sujeto de ensuefios, anhelante
de liberacién, brota el torrente de la historia”.*°° Rojas olvida
que también Carlyle ha sido superado por el tiempo. Sin em-
bargo,; conviene en que hay que “redimir a los trabajadores,
dandoles tierra, habitacion, crédito, cultura y seguridad. En
este sentido somos socialistas y en el de cortar los abusos de
la propiedad privada, los privilegios del crédito, la coaccion
de los trust, formas imperialistas de la economia’. “El ideal
de Mayo puede desenvolverse hasta las modernas formas de
la democracia social”. Deben ser satisfechas “las aspiraciones
obreras de nuestro tiempo’’.?°1
Rojas reacciona contra los lugares comunes de “la rique-
za argentina’, que han estimulado la apatia de tantos malos
ciudadanos. “Somos un pais rico” y “Dios es criollo” son ex-
presiones que han causado graves perjuicios a la nacién. El
dice, por lo contrario: “Somos un pueblo muy trabajador,
cargado de gabelas internas y de deudas internacionales”.
“Mal puede defender a ultranza los privilegios del capitalis-
mo una Nacidn que carece de capitales propios”.?°? “Todo
esta controlado y movido por otras manos, habiles e invisibles,
que desde lejos nos aturden, seducen o estrangulan por medio
del dumping, del crédito, del agio y de la informacién perio-
distica exterior”. Y, seguidamente, puntualiza: “la falta de
vivienda higiénica, de moral doméstica, de educacién técnica,

200 Pag. 235. Contrariamente a la idea de J. M. Ramos Mejia: “T.a


multitud empuja a los héroes”,
201P4g, 296.
202 Pag. 259.
RICARDO ROJAS 385

de salario suficiente, de derechos gremiales, de recreos bara-


tos, de seguros, créditos y oportunidades de mejoramiento,
reducen aqui la existencia de las clases proletarias a extremos
vergonzosos para una nacion civilizada’’.?°%

El ideal de Mayo

“La nueva Argentina —afirma Ricardo Rojas— quiere


dejar de ser una factoria para ser un protagonista de la his-
toria humana”. Y siempre torna al tema de la educacién po-
pular. Recordemos a Juan Agustin Garcia con sus denuncias
al culto del coraje, el desprecio de la ley, la grandeza futura
de la patria caida del cielo, sin esfuerzo de nadie. Rojas cen-
sura las vivezas y las gauchadas, los debates vacuos, infruc-
tuosos, el infantil orgullo patridtico, las locuras financieras, el
Dios es argentino, segin se dice mas arriba. Esta contra el
gringo, el patotero, el tilingo, el macaneador, el malevo, el
compadrito, el atorrante, el hincha, el linyera, el doctor, el es-
peculador, el nifio bien; el odio, las matanzas y los fraudes.
Digamos nosotros que algunos de estos tipos han pasado y
otros permanecen.
“Los jévenes intelectuales de la U.C.R. deben al pueblo
una obra digna de esa esperanza”. Rojas pide que esta obra
comprenda una limitacién de las facultades presidenciales,
independencia del Congreso, restriccién en las intervenciones
a las provincias, equilibrio del presupuesto, autonomia judi-
cial, eleccién directa de senadores, comisiones asesoras téc-
nicas en el Parlamento, autonomia provincial de los territo-
rios, descentralizacién institucional, revision impositiva, plan
de irrigacién, reforma agraria, reformas también en la justi-
cia y en el Tribunal de lo contencioso, estatuto del empleado
publico, reformas asimismo en las fuerzas armadas, revisién
de los problemas municipales, bancarios, monetarios, escola-
res, universitarios, etc. “El radicalismo debe ser el taller de
la nueva Argentina”.
“Un hondo sentimiento de argentinidad —agrega hacia
el final de su trabajo— me condujo a las filas del radicalismo,

203 Pag. 260.


386 ALFREDO DE LA GUARDIA

porque era alli donde mds padecia la carne argentina y el


ideal de nuestros manes... Pedi la cruz del pueblo para
echaérmela yo también al hombro y para crucificarme por la
patria... No era la hora de las canongias, sino la hora de
los vej4menes. Pero era también la hora de la esperanza, que
siempre nace de un gran dolor, y este libro es el mensaje de
mi esperanza civica, puesta hoy en el radicalismo de ma-
hana’”’.?°4
Como se ve, en 1931, Ricardo Rojas adelantaba ideas po-
liticas, algunas de las cuales se concretaron afios después;
otras no han pasado de la teoria. Doss enemigos ve en cons-
tante acecho del pueblo argentino: el despotismo y la dema-
gogia. “Sin amor y sin cultura” —advierte con neta vision
del futuro— “‘seguiremos rodando” de uno en otra. Entiende
que la cultura incluye, en sus valores teleoldgicos, el amor,
la verdad y la justicia. Todos deben*contribuir en la accion
comun, las Universidades para el desarrollo de las ciencias,
los Tribunales para el mantenimiento de la justicia, las Igle-
sias para aquellos cuyos espiritus necesiten ayuda y norma
en sus aspiraciones religiosas. Busca un sentido de la vida pa-
ra el pueblo argentino, un mddulo moderno y avanzado para
sus instituciones, un recto cartabon para su conducta, una
orientacién segura para su destino.
Su programa politico podra despertar reservas u objecio-
nes en unos u otros. Creemos que, basicamente, se define en
una especie de radical-socialismo, formula que fue muy fe-
cunda en Francia durante la cuarta republica, dirigida por
un Aristides Briand y un Eduardo Herriot —con los antece-
dentes de Gambetta, Ferry, Waldeck-Rousseau—, pues a ella
se debe una importante legislacién social y un progreso cul-
tural bien determinado. Pero lo mas significativo de la posi-
cion politica de Rojas es su concepto siguiente: “La Revolu-
cion argentina tuvo un propésito de emancipacién nacional
y de emancipacion del ser humano, fundada en un sentido
de vida que esta muy lejos de haberse realizado”.2° Este
eee revolucionario de Mayo es, sin duda, el que debe cum-
plirse.

204 Pag. 304.


205 Pag, 204.
RL C AR DO) RO JAS 387

La trayectoria ideologica de Ricardo Rojas constituye una


ensefanza Civica y politica, que agrega a las lecciones estéti-
cas y artisticas. En el proceso politico-social de los pueblos
hay que estimar y valorar el paso que adelanta cada ciuda-
dano cuando ese hombre expresa un pensamiento en funcién
creadora y una voluntad en ritmo de avance. Asistimos a trans-
formaciones, adelantos y retrocesos, mas no debemos desdefiar
una buena posicion de ayer porque tengamos hoy una que
nos parezca mejor, Cada tiempo tiene sus posibilidades y su
compas en el estudio y solucién de los problemas humanos.
Todo va influyendo, y debemos sefialar lo que en ese movi-
miento existe de positivo y de fecundo, de tajante en lo por
venir, como una proa descubridora. ..
LA TIERRA, LA RAZA, LA NACION

Argentino tradicional
~

Producto del pais de la selva, nacido en Tucuman casual-


mente, criado y crecido en Santiago del Estero donde su fa-
milia estaba arraigada, Ricardo Rojas es un argentino de tipo
tradicional. Si bien no se preocupo de su arbol genealdgico
—prurito aristocratico—, no dejé de aludir a su remota ascen-
dencia espafiola. Asi como Domingo F. Sarmiento se afano
por buscar su parentesco con el navegante Sarmiento de Gam-
boa, de igual modo Rojas se consideré descendiente de aquel
Don Diego de Roxas, que llega desde el Pert: a las tierras sure-
nas y en ellas perece siguiendo su aventura de descubrir su
Elelin. El capitan Roxas es figura central en el capitulo primero
de su libro ya recordado, es también protagonista de su drama
inicial y, ademas, se le nombra con alguna frecuencia en otras
obras del escritor. Por otra parte, Ricardo Rojas se preciaba
de tener en las venas sangre india, y alguna mezcla habria en
sus lejanos antecedentes, como parecia sugerirlo el color de su
tez. No en vano le llamaron Mataquito en su infancia, apodo
contra el que reaccioné, segiin ya sabemos. Por todo ello, Rojas
es hombre del interior, con mas precision del noroeste sel-
vatico.
El tipo argentino opuesto es Enrique Larreta. Nacido en
Buenos Aires, de limpida ascendencia hispana, miembro de la
clase social mas alta —cuyos origenes no son, sin embargo,
RUG AR DO! ROMA S 389

aristocraticos, sino modestamente inmigratorios—, es un repre-


sentante de la hidalguia portefia. Es un espiritu abierto a
todas las corrientes del mundo, vinculado a las culturas extran-
jeras, atento a todo cuanto llega a través del océano Atlantico.
Las miradas de estos dos hombres se tienden en rumbos
distintos. Ricardo Rojas escruta al pais en su extension total, —
de arriba a abajo, porque es un arribefio cuando llega a la ca-
pital de la Republica, y carga con su equipaje provinciano
del cual ni quiere ni puede deshacerse. Enrique Larreta mira
hacia Europa, especialmente hacia Espafia, Francia e Italia,
vivira tanto en Buenos Aires como en las ciudades predilectas
del viejo mundo y tiene el pais a sus espaldas, aun cuando
no se desligue de él. Estos dos hombres ofrecen, no obstante,
una inclinacién comun: su gusto por la rememoracion del pa-
sado. Larreta escribe La gloria de Don Ramiro y Rojas El
Pais de la Selva, libros diferentes, si los hay, pero los dos son
tradicionales en su esencia y como pertenecen a una misma
época llevan en su prosa las marcas de ese tiempo literario.
Podriamos decir, para completar el cuadro con otras dos
figuras, que entre Ricardo Rojas y Enrique Larreta estan Leo-
poldo Lugones y Roberto J. Payré. Son dos provincianos, uno
de Cérdoba, otro de Buenos Aires, pero ambos equilibran el
interior y la Capital Federal, tanto en sus vidas como en sus
obras.
Fruto de su amplia contemplacién del pais es la actitud
permanente de Rojas. El se considera un argentino integral.
No representa a una provincia determinada —su nacimiento
lo dice y lo confirma su aficién a alzarse hasta Jujuy, en cuyo
Cabildo ve el simbolo de la argentinidad que él suena. Alli esta
el emblema indoespanol; alli el reducto contra el europeismo
exagerado y la invasién cosmopolita. Sintidse destinado a
cumplir una mision: la de restaurar a la patria en sus esencias
espirituales y defenderla de todo aquello que pudiera des-
virtuarlas. La Nacién debia conservar sus ideales —ideales
revolucionarios, ciertamente— y mantener sus normas de
desarrollo progresivo. Se erigié, por consecuencia, en el cam-
peon del alma argentina.
Traz6, asi, las pautas de la cultura nacional. Para ello
congregé distintos elementos, los geograficos, étnicos, prehis-
toricos, histdricos, politicos, sociales, econémicos, para exami-
‘390 ALFREDO DE LA GUARDIA

narlos detenidamente, analizarlos con rigor minucioso, pero


con mas sentido poético que método cientifico, porque siempre
tendemos a creer lo que mucho deseamos.
El paso desde Santiago del Estero a la Capital Federal
fue para el joven Rojas un choque violento. Estaba impreg-
nado de todas las sustancias propias de su tierra y de su
ambiente, sustentado por las fuerzas teliricas como por las
‘expresiones morales, fijos los ojos en el pasado, en las Indias,
‘en la Conquista, en Mayo y Julio, en los Cabildos y el fede-
ralismo combatiente. No por eso los _apartaba de la constitu-
cién nacional, sino que proyectaba sus miradas hacia una
gran Republica, firmemente organizada, fiel a sus tradiciones
y su idiosincrasia, su raza y su cultura, y, no obstante, abierta
hacia lo por venir.
~

Peligros de Babel

Buenos Aires era el polo opuesto de su Santiago. Veia en


ella el concurso de todas las ambiciones: las del poder y las
del dinero. Una urbe conquistada por el mercantilismo y el
afan de lucro, en que cualquier empeno intelectual parecia
grotesco. El joven Rojas sofiaba, acaso, con una ciudad donde
las virtudes de la Atenas de Pericles se aliasen a las de la
Roma republicana, y hallaba una metrépoli fenicia 0 beocia.
Su cosmopolitismo no era el de Paris, sino el de una factoria,
porque alli no concurrian todas las culturas, las artes y las
ciencias, sino todos los apetitos materiales. No era el Elelin
de la épica, sino el Elelin del arribismo, sociedad injusta y sin
moral, adepta del becerro de oro, vanidosa, concupiscente. Las
clases superiores, supérstites de un feudalismo criollo, sélo ha-
blaban de Francia y se iban, afio tras afio, a Francia. Las cla-
ses medias procuraban, si podian, medrar con la politica y el
presupuesto. Las clases inferiores permanecian en la inopia.
Ss inmigrantes llegaban por oleadas, unos a prosperar en el
comercio, otros a labrar la tierra 0 a cubrir les trabajos mas
humildes. La intelectualidad conversaba y escribia algunos
libros que no leian mas que los amigos.
El joven poeta de La Victoria del Hombre entendid
que Europa era la enemiga de su pais y, para luchar contra
RiUGrATR
DION RROLeATS 391

el adversario, quiso conocerlo de cerca. Recordaria, acaso, a


Sarmiento, que habia escrito: “Don Manuel Montt marcha
a rehabilitar en esta América espafiola, podrida hasta los hue-
sos, la dignidad de la conciencia tan envilecida y pisoteada
por los poderes nuevos destinados a representarla’”’.
Desde luego lo recordé durante su estada en el viejo con-
tinente al concebir La Restauracién Nacionalista. Pensé com-
poner esa obra para defender las mejores tradiciones argen-
tinas, comenzando desde la escuela y especialmente con la
ensenanza de la historia. La inmigracién indiscriminada era.
segun él, un peligro de disolucién del alma nacional. Sar-
miento habia escrito, en sus Viajes, acerca de los Estados
Unidos: “La inmigracién europea, quien lo diria, es aqui un
factor de barbarie’”. E] gran sanjuanino asistié alli, en 1847,
a una reaccion nativista, especialmente contra la aportacién
de gente celta y latina, que no se desvanecid por completo
con los anos. Ni irlandeses, ni italianos, y menos hoy, porto-
rriquefios son vistos con buenos ojos en la Union. No hable-
mos de los chinos de California. Preocupése Sarmiento viendo
a las colonias extranjeras en Norteamérica, que no se asimi-
laban, y Rojas advirtié el mismo fendmeno en la Argentina.
“Hacer la América” significaba deshacer la América. Com-
probaba una crisis de la nacionalidad. Le trabajaban, sin duda,
los mismos conceptos sarmientinos en Condicidn del extran-
jero y en Conflictos y armonias de las razas en América
y se preguntaba también: “;Quiénes somos? ¢Adénde vamos?
éSomos una raza? ¢Cudles son nuestros progenitores? ¢Somos
una nacién?” Y agregaba, sin duda, otras citas: “Somos euro-
peos? ;Tantas caras cobrizas nos desmienten! —¢Somos indi-
genas?— Sonrisas de desdén de nuestras blancas damas nos
dan acaso la tunica respuesta. —¢Mixtos?— Nadie quiere serlo,
y hay millares que ni americanos ni argentinos querrian ser
Namados. —;Somos Nacién?— Nacién sin amalgama de ma-
teriales acumulados, sin ajuste ni cimientos. —;Argentinos?—
Hasta dénde y desde cuando, bueno es darse cuenta de ello”.
Ricardo Rojas quiso contestar a todas estas preguntas de Sar-
miento y de ese propésito surgieron, en especial, sus tres libros
La Restauracién Nacionalista, Blasén de Plata y La Argen-
tinidad.
Tratabase de que la Argentina no se desargentinizase.
392 ALFREDO DE LA GUARDIA

Porque era evidente, a la sazon, la resistencia que ofrecian


algunas colectividades a sumarse al espiritu nacional. Los
ingleses, alemanes y franceses permanecian, indudablemente,
aparte con sus idiomas, sus escuelas propias, sus hogares im-
permeables en el ambito argentino, sus costumbres, sus fies-
tas, etc. Los italianos, tan numerosos, aprendian con dificultad
el castellano y no lo ensefiaban a sus hijos. Tanto éstos como
los descendientes de aquéllos aprendian mal en los colegios la
lengua del pais. Los espafioles se identificaban mas, no pocos
enteramente en lo espiritual y en lo material, pero otros per-
manecian demasiado encerrados en sus centros regionales.
No por eso Rojas aparecia como un xendofobo, tal cual se
ha querido presentarle alguna vez con fines malévolos. El pudo
hacer suya, asimismo, la frase de Sarmiento: “No hay pueblo
alguno que nos sea antipatico”, si bien ciertos parrafos sar-
mientinos han sido utilizados, fragmentariamente, para pre-
sentar al autor de Facundo como un racista. Eso si, él no
tuvo simpatia por los indios, como Rojas, aun cuando éste
diferenciara a los indios de las Indias. Abogaba por el predo-
minio de la raza caucasica, “elemento que servira para realzar
el caracter moral y politico de las razas indigenas prehisto-
ricas, que debilitan entre nosotros la tradicién civilizada y
libre”.
Miguel Cané ya habia dicho: “Cada dia los argentinos
disminuimos” y habia denunciado la hibridez del pais, el exce-
sivo cosmopolitismo de su poblacién. Las advertencias de Ro-
jas, en su hora, se basaban en una verdad indiscutible. Ernesto
Mario Barreda escribié al respecto:
“Venga de donde viniera, La restauracién nacionalista
fue el primer grito de cohesién, de unidad que se oyé en mo-
mentos de verdadero caos. Aluviones de inmigrantes y de ideas
entraban como Alarico por su casa. Todos con las mejores
disposiciones. El gobierno, degenerado en oligarquia, respondia
con la violencia o daba manotazos de ahogado, El pueblo
argentino ya no era el mismo de Mayo ni de las luchas civi-
les. Por un lado avanzaba una columna de accién, apoyada
en una doctrina materialista, a quien seguian las clases tra-
bajadoras. Por el otro lado respondia la desorientacién y la
RICARDO ROJAS 393

vieja rutina, ya eliminadas 0 muertas las grandes figuras de


la organizacion nacional”’.2°¢
Pero Rojas no queria rechazar a la inmigracién, sino
seleccionarla, y no deseaba avasallar a la clase trabajadora,
sino enaltecerla. El mismo Barreda define la verdadera posi-
cin de Rojas: “Su nacionalismo es un internacionalismo a
la inversa”. Muy exactamente, porque predicaba la union de
todas las nacionalidades dentro de la nacionalidad argentina.
La “Oda de las Banderas” confirmé, tantos afios después, liri-
camente esta actitud del escritor.
Por lo demas, las evocaciones incasicas eran solo un ele-
mento decorativo y en cuanto a la influencia aborigen ya
vimos cuan relativa era. Si bien el viaje de Ricardo Rojas a
Europa le sirvié para consolidar sus conceptos sobre la argen-
tinidad, su visita a Espafia, que prolongdé tanto, le demostro
que muchos de los elementos que él creia indigenas eran
espanioles, y que el supuesto término Asia-América, era, en
realidad, hispdnico-oriental.
Por eso escribid Eurindia, Por eso entendia en serio
que la fantasia del Sol del Inca en la poesia revolucionaria,
como el capricho de una monarquia incaica eran verdades
poéticas, pero sofismas histdricos en la nacioén de Moreno y
Varela, hijos de espafioles; Castelli y Luca, hijos de italianos;
y sus colaboradores el irlandés Brown, el francés Brandsen,
el aleman Holmberg, que no podian ser presentados sino por
“una imaginacién exaltada como legitimos herederos del espi-
ritu precolombino”’.?°7

Fatalidad historica
El pais estaba ante una fatalidad historica. Permanecia
desierto 0 se abria a la inmigracion. Aun cuando la maxima
de Alberdi, “gobernar es poblar” no fuera tomada al pie de la
letra, y segin el mismo Rojas cabia realizar ciertas discrimi-
naciones en ella en cuanto a la seleccién y en cuanto a la dis-
tribucién, lo cierto es que la afluencia inmigratoria habia de
producir transformaciones ingentes,

206 Ta Nacion, 23-1-1927.


207 Historia de la Literatura Argentina -Los Coloniales, pag. 938.
394: ALFREDO DE LA GUARDIA

Durante el siglo x1x es visible la Argentina hispanica.


Su reducida poblacién esta formada, en lo que vale, por los
descendientes directos de espafioles, fueran éstos los conquis-
tadores 0 quienes les siguieron en los tiempos de la Colonia
y el Virremato. Los ciudadanos son de limpia raza blanca,
en general, mucho mas cultos de lo que podia suponerse en
centros tan alejados de los focos de la civilizacién, inteligen-
tes, valerosos, corteses, hospitalarios, generosos, francos, leales,
con estas y acaso otras virtudes muy caracteristicas. Son, tam-
bién, intransigentes, violentos, fanaticos en ciertos puntos,
hasta crueles, llegan con facilidad a la disputa, a la rebeldia
o insubordinacién; al motin, ligeros de palabra para la exal-
tacién de las ideas y de los sentimientos, y ligeros de manos
para empufiar las armas; son estos sus defectos mas definidos.
Esta Argentina hispdnica esta en permanente lucha. Asi
como los conquistadores combatian entre ellos por ambicion
o codicia, los criollos pugnan constantemente entre si. Desde
los primeros afios de la Revolucién no hay concordia ni paz.
Las conspiraciones se suceden, los alzamientos del pueblo, los
pronunciamientos militares se producen con frecuencia. La
discordia se extiende. Hay disparidad entre los defensores de
una monarquia y los de una republica, entre los unitarios y
los federales, los nacionalistas y los autonomistas, los crudos
y los cocidos, los conservadores y los radicales, La nacién se va
constituyendo casi como por milagro entre todos estos debates
y embates, que llegan hasta la mds enconada guerra civil
entre Buenos Aires y las provincias, y las provincias entre
ellas mismas. Gobiernos y gobernadores caen por las iniri-
gas y las revueltas. Las ejecuciones, los asesinatos, destie-
rros, fugas, persecuciones estan a la orden del dia. Mas de
medio siglo transcurre entre tanta alteracidn violenta, tan
diametrales desavenencias y contrastes. Pero el proceso his-
torico se cumple afortunadamente y la Republica se organiza
y surge con extraordinarias fuerzas espirituales y materiales.
Esta Argentina hispdnica se va diluyendo entre los ulti-
mos afios de la centuria pasada y los primeros de la actual.
El cambio en la psicologia colectiva es muy notable. Los Ani-
mos se templan, los impetus decrecen, los arrebatos se atem-
peran, los gritos y las armas desaparecen. Hay una inclina-
cion al didlogo, al entendimiento, a la concordia y a los
RICARDO ROJAS 395

acuerdos. Las antiguas divisiones no son ya tan termi-


nantes, tan irreconciliables. Diriamos que todo esto procede
de la influencia italica desbordante en torno al Centenario de
Mayo. Con aquellas excelentes disposiciones morales, se per-
filan otros rasgos menos amables. Aparecen el escepticismo,
la desconfianza, el cinismo, la duplicidad, la hipocresia, un
maquiavelismo barato, el egoismo pequefio, la indiferencia o
el desdén. La transformacidn llegara, en cierto modo, a una
descomposicién. Como en los caracteres, se advierte en el len-
guaje, no ya porque el /unfardo —con cierta gracia popular—
imponga su presencia en las clases incultas, sino porque las
clases cultas se expresan en una lengua bastarda, torciendo
y desvirtuando los vocablos.
Ricardo Rojas advertia estos sintomas y por ellos se expli-
can algunas de sus declamaciones, en Blasén de Plata por
ejemplo, cuando dice, refiriéndose a los inmigrantes: “jNo
luchar contra nuestra raza, enemigos!... jNo os obstinéis
contra nuestra vida, extranjeros!” La Argentina que él sofiaba
se deshacia en el aire... Sin embargo, el escritor comprende
el proceso inmigratorio y asi manifiesta:
“La inmigracién cosmopolita, venida al pais después de
la organizacion nacional, ha sido otro factor de variaciones
étnicas en la Argentina. Aunque en ellas han predominado las
gentes de la Europa meridional y se cuentan por millares
los nuevos espafioles transplantados a nuestro pais durante el
ultimo medio siglo, es evidente que la radicacion de ingleses,
alemanes, eslavos, judios, enorme en Buenos Aires y el litoral,
esta contribuyendo a caracterizar nuestra raza. Los latinos
europeos son los que mas facilmente se asimilan. Con sdlo el
paso de una generacién, los italianos, por ser mas plasticos
y afines a nosotros, dan hijos profundamente criollos. Los
ingleses, por conocidas razones, son mas reacios; pero hemos
tenido el caso de Pellegrini, hijo de madre britanica y de pa-
dre francés, con abuelos italianos y de otras regiones euro-
peas, sin atavismo indio ni espafiol, educado en escuelas extran-
jeras, llamado el gringo por sus amigos, y que fue, sin embargo,
un argentino vigoroso, por su temperamento y sus ideales:
aprendié ya mozo el castellano, pero llegé a ser un orador que
manejaba eficazmente la lengua nacional.
“Ta influencia de la tierra americana, de las instituciones
396 ALFREDO DE LA GUARDIA

democraticas y del idioma nacional, son fundentes de esta va-


riedad étnica en una psicologia argentina, que da su tinte
a la poblacién y a la cultura del pais. De pronto el linaje
personal de un escritor suele poner su propio matiz atavico
en el conjunto homogéneo: asi, en Bunge la mentalidad ger-
manica; en Wilde, el humorismo sajén; en Larreta, el garbo
castellano; en Hernandez, la malicia gauchesca; en Chiap-
pori, la eufonia latina; en Angel Estrada, la proporcién fran-
cesa. Pero todo ello no es sino polifonia de nuevos timbres
individuales, que enriquecen nuestra literatura, sin destruir
la armonia sinfonica de la psicologia social, en la que predo-
minan un tono geografico y un sentimiento historico.” 7°
En la Historia de la Literatura Argentina, Rojas rati-
fica este concepto: “Si la gente espafiola de la colonia produjo
después de 1810 prototipos de hombres emancipados para una
democracia nueva, la gente cosmopolita de la inmigracion ha
producido después de 1880 prototipos de hombres emancipa-
dos para una nueva cultura’.2°® Y nombra a Ambrosetti
como ejemplar.
Ahora parece, pues, estar de acuerdo con Alberdi en el
sentido de no temer la confusién de razas, esperando que del
caos étnico surja la nacionalidad argentina. Insistimos, por
tanto, en que, fuera de alguna exclamacion exasperada, no
existid xenofobia en el autor de La Restauracién Naciona-
lista, y que aun aquellos impromptus aislados obedecen al
estado de cosas imperantes cuando él escribia el libro (1909).
Lo recordé en uno de sus discursos en 1928: ‘“‘Al finalizar el
siglo pasado, cuando vine de provincias para realizar mi des-
tino en Buenos Aires, privaba el oportunismo en politica, el
materialismo en filosofia, el utilitarismo en la educacién, y en
esa atmosfera de brillante frivolidad individualista o de venal
cosmopolitismo colectivo, la patria era como una de esas viejas
mulatas de la antigua servidumbre criolla, relegada al tras-
patio de la nueva familia”.21°
_ Fue el titulo del libro lo que atrajo mayores censuras a
Rojas acerca de su nacionalismo. “Lo menos que algunos pen-

208 Kurindia, pag. 105.


209 Los Modernos, pag. 241.
210 Cita de A. Pagés Larraya. Ese ambiente esté dado en La Bolsa,
de Martel; y en Dias de fiebre, de Villafafie.
ROUC
AR DOM OnIvATS 397

saron fue que yo preconizaba la restauracién de las costum-


bres gauchescas, la expulsién de todos los inmigrantes, el adoc-
trinamiento de la nifiez en, una patrioteria liturgica y en una
absurda xenofobia. Después se ha visto que tal cosa esta en
oposicion a mi pensamiento.”
La ensefianza de la historia con un sentido nacional ha-
biala tomado Ricardo Rojas de las lecciones y acciones de José
Maria Ramos Mejia. En Los Modernos recuerda que éste,
como presidente del Consejo de Educacién, “fundé centenares
de escuelas e imprimié vigorosa tendencia nacionalista a nues-
tra ensefianza”’.?11
Hoy la inmigracién ha disminuido mucho y ya no hay
peligro del exagerado cosmopolitismo que denuncid Rojas.
Pero, eso si, el materialismo ha crecido, si cabe, y el afan de
enriquecimiento a cualquier costo ha envilecido a la sociedad
de nuestros dias. Se advierte desde el negociado politico que
proporciona ganancias ilicitas por decenas de millones hasta
la diminuta estafa en el vuelto que da al pasajero el chofer
del taxi o el boletero del subterraneo...; desde la acumu-
lacién de empleos publicos sin asistencia al trabajo hasta la
multiplicacién de robos y hurtos. Sin hablar de la prolifera-
cidn de grandes asaltos con ametralladoras...

Individualidades y colectividad

Pero tornando a la Argentina, de antafio y la de ogajio,


a la hispdnica y a la que después se conformd, podemos for-
mular algunas observaciones.
Es indudable que la nacién incipiente cont6 con nume-
rosos ciudadanos que superaban, con sus individualidades al
nucleo social. La flamante nacionalidad daba a luz hombres
superiores al pais, El antiguo espiritu de la cultura inspiraba
a estos criollos, en realidad europeos trasplantados a una tierra
nueva. Los alentaba el amor a la patria naciente y el anhelo
de hacerla grande. Habian adoptado los altos ideales de los
pensadores de Europa en el siglo xvi11, agregandolos a las tra-
diciones comunales de Espafia, y con ellos exaltaban la liber-

211 Pag. 116.


398 ALFREDO DE LA GUARDIA

tad, la democracia, la justicia, el derecho. En el curso de


aquellos afios, los argentinos notables se adelantaron a las po-
sibilidades del pais, demasiado extenso, excesivamente abrupto;
mas trataron de crear en él un foco de civilizacién, un campo
de cultivo, como floricultores empefiados en formar hermosos
jardines en una tierra brava y hosca, donde era muy dificil,
aun a costa de sacrificios, obtener flores preciosas, los frutos
del espiritu.
Es evidente que los hombres de la Revolucién y los de la
Organizacion fueron superiores a las circunstancias en que
se desenvolvian y a los elementos de-que pudieron disponer.
La Revolucién de Mayo y la consecucion de la independencia
fueron casi milagrosas en las condiciones en que se lograron.
La organizacion constitucional fue, asimismo, casi otro mila-
gro en.medio de las convulsiones en que se habia agitado el
pais durante cuatro decenios. El pens&miento de unos y otros
planed sobre un Estado rudimentario y un territorio escasa-
mente poblado e inculto.
Este es el origen del surgimiento de Buenos Aires, como
fuente y centro de civilizacién, ciudad donde era relativa-
mente posible realizar las primeras empresas de una nacion
en su nacimiento, al margen de un territorio inmenso que no
podia marchar al mismo ritmo, sino que representaba un las-
tre, cuando no una fuerza retardataria. Era imposible crear
en el resto de aquella tierra focos de cultura capaces de riva-
lizar, en la esfera del espiritu, con la capital del ex virreinato.
Y no sdlo fueron superiores al pais los hombres de la cosa
publica, sino los hombres de letras también; por eso no tuvie-
ron lectores y escribieron sus libros por gusto o sacrificio a
una vocacion.
Es evidente que toda esta superioridad se producia por
la homogeneidad de la raza. Las poderosas individualidades
emergian de la pureza sanguinea del pueblo.
La Argentina posterior ofrecié un cuadro opuesto. Es
cierto, como lo apuntamos, que muchos de los graves defectos
que provocaron las contiendas crueles del pasado, habian des-
aparecido. Pero lo es, asimismo, que el pais comenzé a ser
superior a sus ciudadanos de las clases directivas, La Repi-
blica prosperé porque poseia riquezas materiales en abun-
dancia y, aun mal administradas, daban para que la nacién
RICARDO ROJAS 399

_ fuera desarrollandose al compas de sus exportaciones de carne


y cereales. La politica habia pasado desde la oligarquia al co-
mité. La Historia no ensefiaba nada. Las dos guerras mun-
diales no sirvieron mas que para enriquecer pasajeramente al
Estado, pero esa riqueza no fue aprovechada para el auténtico
progreso de la nacion. Las mas acusadas individualidades —un
Leandro N. Alem, un Juan B. Justo, un Lisandro de la To-
rre—, que habian marcado rumbos desde el 90, fueron des-
oidas, y no es casualidad que dos de esos hombres pusieran
fin a su vida en medio de la mas profunda decepcién.
La excesiva mezcla en la corriente inmigratoria no parece
haber contribuido a un mejoramiento y una mayor defini-
cion de la nacionalidad. Un psicdélogo y patdlogo aleman,
E. Kretschmer, en Los hombres geniales entiende que la
fusion de razas ha favorecido el nacimiento de los genios, y
pone como ejemplos a Bach, Handel, Schumann, Wagner, en
Sajonia y Turingia; a Gluck y Reger en Baviera; a Haynd,
Mozart, Schubert, Weber, Bruckner, Hugo Wolf en Austria;
a Chaikowski en Rusia, y sobre todos a Beethoven con su mez-
cla de sangres holandesa y alemana. Como la mayoria de las
generalizaciones, esta es una teoria con fundamento casi
nulo. En primer lugar, la senalada mezcla racial es muy rela-
tiva en aquellas regiones geograficas y en aquellos hombres,
que, por otra parte, todos son musicos. De pura raza —si es
que existe verdaderamente una razq@ pura— son Petrarca,
Dante y Miguel Angel en Italia; Cervantes, Quevedo, Lope de
Vega y Calderén de la Barca en Espaiia; Shakespeare y Milton
en Inglaterra; Goethe y Schiller en Alemania. ¢Para qué
seguir? Kretschmer, como los tedricos de la caracterologia,
divaga a capricho. La fusién racial no parece haber favorecido,
tampoco, a los Estados Unidos, que hoy no pueden presentar
hombres de la categoria intelectual de Poe, Emerson, Whit-
man, Francis y Henry James, Whitsler, a pesar de los repetidos
premios Nobel con que se ha obsequiado desde Estocolmo a la
literatura norteamericana actual. En la Argentina no se han
repetido los Moreno y Rivadavia, los Sarmiento, Mitre y
Avellaneda. No se han escrito obras como Facundo y Mar-
tin Fierro, Bien es verdad que la Europa contemporanea
tampoco ha dado genialidades que puedan compararse a las
400 ALFREDO DE LA GUARDIA

que produjeron sus siglos dorados. Acaso se reduzcan los ejem-


plos a uno: el de Einstein.
No por eso ha de aceptarse —otra generalizacién— el
concepto —ya apuntado— de Miguel Cané: “Cada dia los
argentinos disminuimos...” El, también, queria salvaguardar
el espiritu nacional, y es indudable que Rojas tomo de sus
palabras algunas de sus inclinaciones preferidas, Pero, cuando
pasada la década del segundo despotismo, creyé en un reflo-
recimiento pleno del pueblo argentino, lo cierto es que se des-
ilusioné porque no lo vio surgir por ninguna parte. En sus
postreras conversaciones —segun lo sefialamos— puntualizaba
la falta de seriedad-que hallaba en los diversos ambitos del pais,
la falta de voluntad para la tarea constructiva, la carencia de
normas, de concentracién y de contraccién, la confusién de
méritos y jerarquias, las suplantaciones, los compadrazgos, las
intrigas de todo orden. En el ambiente politico no se advertia
una orientaciOén capaz de llevar al pais a una recuperacion
verdaderamente democratica; el social estaba paralizado; el
economico en desequilibrio que iria creciendo desorbitadamen-
te en poco tiempo. En el mundo literario veia escaso aliento
para escribir obras importantes, premura para dar cualquier
cosa a la imprenta; temas trascendentales en la historia, la
sociologia, la filosofia se despachaban en volimenes de cien
paginas, a veces menos. “¢Ha visto usted qué libritos hacen
nuestros compatriotas?...”
Hay que pensar, asimismo, en Agustin Alvarez, al que
tenemos por uno de sus maestros en actitud y en ideas. Ricardo
Rojas es, como el autor de La creacién del mundo moral, un
defensor de las buenas tradiciones y un negador de las malas.
Es un rebelde y un sofiador. Con los ejemplos de Sarmiento y
de Alberdi, se enfrentan ambos contra los defectos y los errores
del pueblo argentino, a veces desconfian de sus posibilidades
de progreso y perfeccién, pero reaccionan, otras, y enfocan
el futuro con entusiasmo y con fe. Los dos poseen y ensefian
una amplia libertad espiritual y un profundo sentido de jus-
ticia. Aunque los abruman la herencia nociva, las adversas
adquisiciones, el confusionismo, el arribismo, el caético estado
de cosas —Alvarez buscé la imagen del open-door en la obra
citada— luchan por el porvenir, confiados en la potencia del
trabajo, en los descubrimientos de la ciencia, Ambos figuran
RICARDO ROJAS 401

entre los austeros constructores de la nacionalidad espiritual.


Pero Rojas estaba ya herido de muerte cuando, al caer la dic-
tadura, espero con devocién un resurgimiento argentino. Y
como no lo vio en tanto sus fuerzas fisicas decaian, entré en
un pesimismo doloroso. Era, sin duda, un pesimismo en cuanto
a lo inmediato, porque entendemos que sus ideales, sus ensue-
fios, sus esperanzas relativas al futuro de la nacién argentina
no se habian borrado aunque la amenaza de las ultimas tinie-
blas debilitaran su cuerpo y nublasen su alma.
LA POLIGRAFIA
NS

Escritor profesional ~

Ricardo Rojas es uno de los primeros escritores profesio-


nales de los comienzos de este siglo.
Puede asegurarse que hasta la aparicién de aquel nucleo,
cuyo decano por edad pudiera ser Roberto J. Payré, los hom-
bres de letras argentinos se habian distinguido como dilettanti
de la literatura. Mientras duraron las luchas revolucionarias
y civiles, los escritores fueron militantes, hoy diriamos com-
prometidos: los autores de los himnos, las apologias o las
diatribas politicas, lo mismo los poetas liricos que los dra-
maticos; los romanticos no lo fueron menos, los Varela,
Echeverria, Marmol y los demas. Después, en el periodo de
la organizacién nacional hasta pasado el 900, todos fueron
aficionados componedores de libros circunstanciales, reflejos
de memorias, costumbres, coloquios, casi todos autobiograficos.
La generacién del 80 —ya se dijo— estuvo compuesta ante
todo por causeurs... En la segunda mitad del siglo lo ejempli-
ficaron Mansilla como Wilde, Cambaceres como Cané, Lépez
y otros. El mismo José Hernandez —tomemos el nombre ma-
ximo— no es un escritor profesional en el sentido genuino del
vocablo; es, también, un politico, un combatiente, un periodis-
ta de polémica. Rafael Obligado y Martin Coronado son
quienes se van perfilando ya como el literato o el dramaturgo
auténtico. Un paso, asimismo, lo da Calixto Oyuela, como
RICARDO ROJAS 403

critico. Diriamos que aun Angel Estrada y Enrique Larreta


son literatos, pero no escritores profesionales. Lo van a ser
Payrdé, Lugones, Rojas, Galvez, Ugarte, Ghiraldo, etc. Lafe-
rrére es dilettante en el teatro; en cambio, Florencio Sanchez
es profesional. No quiere eso decir que el profesionalismo dé
siempre una ventaja sobre la aficidn. Son sdlo distinciones de
actitud mas que de aptitud. Estan, asimismo, los escritores que
fueron eminentemente periodistas hasta el final de sus afios,
como Emilio Becher, Mariano y Joaquin de Vedia, Alberto
Gerchunoff. Y los escritores catedraticos, por asi decirlo, como
Joaquin V. Gonzalez y Juan Agustin Garcia; los escritores de
inclinacion cientifica, tal José Ingenieros y Adan Quiroga.
De muchos de ellos aprendié Rojas su propio magisterio.
Desde luego, en primer lugar esta Juan Maria Gutiérrez, el
primer critico argentino y el que ya configuré al hombre
de letras consagrado a su profesién, aun cuando también, como
a tantos, le atrajera un tiempo la politica. Pero si bien Ricardo
Rojas debe mucho a Juan Maria Gutiérrez, su poligrafia es
mas completa, pues en ella se incluye a la dramaturgia, au-
sente en la obra del ensayista anterior. Con la guia de Gutie-
rrez, Rojas desarrolla su Historia de la Literatura Argentina,
y en toda su labor se advierten rasgos diversos, los de Moreno
y Belgrano, los de Echeverria y Marmol, los de Sarmiento,
Alberdi y Mitre, los de Agustin Alvarez, Joaquin V. Gonza-
lez, Juan Agustin Garcia, todos ya nombrados. Sus maestros
extranjeros son, preferentemente, Hippolyte Taine y Gaston
Paris, Francesco De Sanctis y Benedetto Croce, Marcelino
Menéndez y Pelayo y Ramon Menéndez Pidal.
La creacién literaria de Rojas se distingue por su copiosi-
dad y muy especialmente por su homogeneidad, apoyada en
una amplisima cultura. En varias disciplinas esta presente de
modo manifiesto, no ya su espiritu como es natural, sino su
concepcion general de la vida y del hombre, de la humanidad
y de nuestro pueblo. Dificilmente encontraremos otra obra tan
nutrida que permita definiciones tan claras y exactas. Hay en
ella una firme unidad de pensamiento y caracterizacién de
estilo. Revela una dedicacién total a la investigacion, al estudio,
al analisis, a la expresién. Excepcionales son su voluntad de
trabajo, su constancia, su paciencia, su sentido de la continui-
dad, su concentracién, su coherencia. Raros su fidelidad a los
404 ALFREDO DE LA GUARDIA

valores dianoéticos —reflejados ademas en su conducta—, su


lealtad a las propias ideas, de cuyos principios no se aparta
jamas.
Su ejemplo resalta ante tantos contrarios de improvisa-
cién, indolencia, desorden, repentismo, frecuentes contradic-
ciones en los conceptos y los actos, fingimientos o simulaciones,
vanidad desorbitada, presuncion y pedanteria, hipocresias y
deslealtad. Pequefiez y dispersién en la labor, inanidad, cobar-
dia o falsedades en la conducta, que suelen llamar inconducta
los destrozadores del idioma. ke
Aunque sea discutible en diversos puntos, la obra de
Ricardo Rojas posee valores espirituales e intelectuales que la
sitian en la primera fila de las creaciones argentinas en el
ambito de las letras. Es labor que, ademas, de la amplitud
de sus ideas, ofrece una consistencia €tica admirable. Presenta
permanentes ejemplos mentales, morales y civicos. Esta basada
en una posicién filosdfica, que senalaremos mas adelante; en
un desinteresado amor a la patria; en una concepcién alta y
honrosa de la nacionalidad; una generosa inclinacion hacia el
pueblo en sus juventudes y sus sectores mas humildes; en un
enfrentamiento con la lucha y el sacrificio; en una fe —ilti-
mamente, con razon, herida— en los destinos de la argentini-
dad; en su confianza en los fundamentos de la libertad humana,
de la justicia para todos, de una democracia auténtica, susten-
tada de contenidos sociales; en una aspiracién, en fin, a la
concordia de los hombres, a la fraternidad universal.
ESENCIAS Y FUNDAMENTOS

La posicion filosdfica

Intentamos en este ultimo capitulo sefialar el contenido


sustancial de aquel inmenso trabajo de toda una existencia
consagrada a las especulaciones intelectuales.
Esa creacion se distingue por una armonia visible, tanto
en su concepcién como en sus formas expositivas. Las ideas
fundamentales de Rojas adquieren diversas manifestaciones,
sin desvirtuarse nunca y correspondiéndose, siempre, aun
cuando estén expresadas en las mas distintas disciplinas: en la
filoséfica y en la literaria, en la lirica y en Ja dramatica, en
la politica y; en la socioldgica.
Una gran espiritualidad —lo sefialamos continuamente—
sella a toda esta obra cuantiosa y poliforme. Ricardo Rojas fue
un idealista diriamos a la manera platonica en que las ideas
se truecan en realidad o, para afirmarlo mejor, en una genuina
y unica realidad. El suyo fue un idealismo cuajado en huma-
nidad viva y auténtica, definidor de un estilo de vida, de un
modo de cultura, de una norma severa para el pensamiento
y para la conducta, en proceso evolutivo, pero inalterable en
sus raices.
La base platénica del pensamiento de Rojas es evidente.
Como el fundador de la Academia, en su esfera y a su nivel,
dentro de la misién que él se habia propuesto y le correspondia,
fue un buscador de la verdad como ambito de la existencia y
un orientador del hombre en procura de su salvacién como ser
406 ALFREDO DE LA GUARDIA

humano. Va a las esencias en contra de las apariencias y, a


veces, pareceria llegar hasta la negacion sensible, porque —no
hay para qué negarlo— pierde contacto con la circunstancia
que lo rodea. El anhelo de saber, de conocer, tiene en Rojas
un origen mistico. Hay en su fondo una religiosidad profunda,
que surgiendo del pristino sentido de la divinidad en el hom-
bre, viene a configurarse en °se cristianismo puro y directo
manifestado por las palabras del Huésped en El Cristo Invi-
sible y en las del Peregrino de La Salamanca. Ricardo
Rojas se mueve en el mundo de la fe y también de la inteli-
gencia, totalmente apartado, en ocasignes, del mundo visible
y sensible. La idga esta sobre todas las cosas. Hay una aspira-
cién de eternidad. Hay un dominio absoluto del espiritu. En
este planeo del espiritu, en Ja afirmacién moral, en la busqueda
de las esencias. llega a conducirse por hipotesis mas que por la
experimentacion. =
El platonismo de Rojas se advierte, asimismo, por una
actitud reminiscente de la existencia anterior, no individual
por supuesto. Sentiase depositario de un ser ancestral, donde
la India precolombina v la Espafia conquistadora se unian en
una singular alianza. Pero esto, sustancialmente, no en las
formas, porque él estara contra el Imperio incaico y contra el
Imperio espanol, y a favor de las surgentes populares. Si pudié-
rase encarar esa aleacion habria que elegir a Ollantay, el runa
rebelde contra la tirania de Yupanqui, y Padilla, el comunero
levantado contra el despotismo de Carlos V. No entendemos
que Rojas creyera en una reencarnacion, al estilo oriental, mas
cuando escribe sobre Ambrosetti, en la Historia, dice: ““Am6
a los indios con amor profundo, como si fuera (y acaso lo era)
un reencarnado de las razas fenecidas”’.?!”
EF] sentido de lo Absoluto, de lo Ideal, del Amon esta pre-
sente en lo mas significativo de la obra de Ricardo Rojas. Asi
como el sentido del Bien y el de la Belleza. Estaba como in-
merso en el alma del mundo, contemplativo de la armonia
universal, aunque sin apartarse nunca de su propio centro.
Queria absorber en su ser al no-ser. Pero no se queda en la
eternidad de lo inmovil. Hay en Rojas un impulso de avance,
de superacién humana, que aparece ya desde los poemas de

212 Los Modernos, pag. 250.


RICARDO ROJAS 407

La Victoria del Hombre. Este tradicionalista cree en el


cambio, en el devenir, en el progreso de la vida en medio de
la naturaleza. Cree en la voluntad como en el instrumento de
la superacién. Ha recogido ensefianzas del Timeo y del
Parménides, y también de El Banquete y de La Republica.
Piensa en una escala de valores, en un orden de jerarquias,
siempre en la esfera de lo espiritual, para pasar de la imper-
feccion a la perfeccién.
Rojas exalta a las individualidades poderosas, a los cons-
tructores. A ese impetu corresponden los poemas en que evoca
a Renan, Darwin, Hugo, Marx, Dostoievsky, Tolstoy, Kropot-
kin, Ibsen, Wagner, Zola, Sarmiento Castelar —en una linea
algo confusa, ciertamente—, mas en nitida representacién de
lo que él desea expresar: la voluntad del hombre en procura
de un destino superior y en pugna contra los poderes que le
retienen su marcha. Hay, aqui, si bien en forma vaga, una
reminiscencia del voluntarismo de Schopenhauer y del super-
hombre de Nietzsche, mas sin las sombras del pesimismo de
ambos pensadores, sino con una juvenil confianza en el futuro
de la Humanidad.
Rojas confia en la intuicion para la transferencia entre el
mundo de la representacién y el mundo de la voluntad, sin por
eso entregarse a un irracionalismo. Posee un impulso vital,
pero no prescinde de la conciencia. La Voluntad aparece en
él con mas aspectos positivos que negativos en cuanto al con-
junto de su obra. Desde luego, hay una superacion de todo
egoismo y una tendencia francamente sentimental a la soli-
daridad humana, a la unidad de todos los seres. Por aqui corre
la vena mistica budico-cristiana visible en el temperamento
de nuestro escritor, mas también libre de todo prurito a la
renunciacion, al aniquilamiento.
De Nietzsche toma Rojas las oposiciones entre lo apolineo
y lo dionisiaco, que se presentan especialmente en las doctrinas
de Eurindia. El dramatismo que se dibuja con frecuencia
en toda aquella poligrafia deriva de las teorias nietzscheanas.
Rojas no aceptara, sin embargo, ninguna actitud amoral. Por
lo contrario, de su obra entera surge siempre una ensefianza
ética en uno u otro grado. La Vida no tiene para él una mani-
festacién cruelmente combativa, sino el forcejeo progresivo,
El superhombre que pudo sofiar no ofrecia la silueta del domi-
408 ALFREDO DE LA GUARDIA

nador situado mds alld del Bien y del Mal, sino del represen-
tante de la sabiduria y de la comprensién del mundo y de los
hombres. Los elegidos deberdn serlo por la inteligencia y la
masa 0 el rebafio no debera ser motivo de desprecio, sino de
redencién. De Nietzsche —tan influyente en los afios de juven-
tud del autor argentino— proviene, también, esa preferencia
por el tono profético muy caracteristico en Rojas; este acento
tiene, ademas, muy audibles ecos biblicos. En fin, no admitira
ningun afan destructor, Antes bien, él desea construir sobre
las bases tradicionales y se precia de conservarlas sin adherirse
a la idea del retorno. En todo esto apartase totalmente del fild-
sofo aleman. as
Ricardo Rojas es un idealista —-concepto reiterado— en
toda su creacion. Idealista de las ideas y, asimismo, idealista de
los ideales, segin su pensamiento se proyecte hacia uno u otro
orden-de cosas. Para él es primordial su pensamiento —de
inclinacién muy subjetiva—, y partede ese pensamiento para
formarse una visién de todos los problemas que trata, sean
filosdficos 0 sociolégicos, étnicos, histdéricos, politicos, etc. Ahi
la linea platénica podria extenderse hacia Descartes, Kant y
Hegel. Pero Ricardo Rojas no aborddé nunca directamente las
cuestiones de la filosofia pura. No puede, asi, determinarse con
nitidez una afiliacién a sistemas o escuelas. Sus ideas se apro-
ximan a éstas 0 aquellos con flexibilidad y vaguedad. Su idea-
lismo casi absoluto se advierte en que tiende a configurarse
las cosas de acuerdo con su modo de concebir el mundo y la
vida, como una proyeccién del propio ser 0 bien como una
absorcion en su propio ser de la vida y del mundo.
Dentro de esta manera suya, es muy natural que Rojas
se expresara Casi constantemente por medio de simbolos. Esto
le fue reprochado con frecuencia en un tiempo en que la critica
literaria permanecia presa de los principios y las pautas rea-
listas. Los enfoques de aquellos comentaristas surgidos del
positivismo —y con una alta dosis de escepticismo demasiado
terre a terre— no quisieron o no pudieron admitir la aficién
mitolégica del autor de Eurindia... Hoy esa postura critica
ha caducado, ciertamente. Los positivistas, los realistas, los
escépticos son gente del pasado. Otra filosofia, otra estética,
otros modos de comprender la existencia en todos sus ordenes
han reemplazado a aquellas concepciones,
RICARDO ROJAS 409

Henri Bergson contribuyé decisivamente a estos cambios


con su teoria de la intuicién. La inteligencia tiene una capa-
cidad de la medida y resulta insuficiente para penetrar toda
la realidad; necesitase de la intuicién para adentrarse hasta el
mismo fondo de esa realidad. Sin embargo, ese intuicionismo
bergsoniano procede metddicamente y no aparte a la ciencia
con sus investigaciones, Volvia a la metafisica, desdefiada por
los pensadores de la generacién anterior, aun cuando esa meta-
fisica de Bergson no se encerrara con ciertas sujeciones, para
abrirse a la idea basica del fildsofo francés: la evolucién crea-
dora. “Instinto e inteligencia —dice el autor de L’energie spi-
rituelle— implican dos formas de conocimientos radicalmente
diferentes”, y se aplica a determinar hasta qué punto el “‘ins-
tinto es consciente”. No proseguiremos... Sin duda, Ricardo
Rojas, aunque leyese las obras de Bergson y recogiera de ellas
algunos elementos sustanciales, no se apoyo de modo fijo en
esas ideas. Su intuicionismo es propio, surgido de su natural
manera de contemplar el universo, y a él responden sus defi-
niciones historicas y socioldgicas.

Simbolismo y mitologia
Simbolos, emblemas, alegorias, surgen de esta posicion.
En principio, Rojas recordaria la mitologia de Platon en sus
Didlogos especialmente, en Timeo, Fedro, Critias, y también
la de Aristételes en su Politica, por ejemplo. No olvidemos
que la humanidad, desde que la mente y la conciencia
permitieron al hombre expresarse, lo hizo por medio de la
simbologia. Y la interpretacién de los simbolos ha permitido
conocer la vida en la prehistoria. En los ultimos afios se ha
estudiado cientificamente cuanto a los simbolos se refiere.
Investigadores como Julius Schwabe, Reinhard Schubart, Franz
Vonessen, Marius Schneider analizaron el lenguaje de los sim-
bolos desde las manifestaciones mas primitivas hasta la sociedad
actual. La simbologia animal; el motivo del gemelo, que aparece
en la cosmologia como en la arquitectura; la relacién solar-
cordial, etc., etc. —nos extenderiamos demasiado por esta via—,
han sido explicados en libros como El origen del Arte, de
Siegfried Giedion, y en exposiciones ante congresos cientificos.
La proclividad de Ricardo Rojas a exponer sus conceptos por
410 ALFREDO DE LA GUARDIA

medio de simbolos estaba, pues, dentro de una linea que se ha


desarrollado ampliamente en nuestro tiempo, desde que Hegel
escribio “el simbolismo es el comienzo del arte”, al tratar de
la Belleza.
Las conexiones de la filosofia de la historia con la historia
de las religiones han hecho resaltar la importancia de los mitos.
La mitologia de Rojas, relevante en toda su creacién intelec-
tual, no estaba, pues, desencaminada, aun cuando no se la
aceptase en su conjunto. El veia aparecer las leyes universales
y las potencias humanas en un desenvolvimiento arménico, y
se le dibujaban como representaciones, significativas. Su ima-
ginacién poética trabajaba con ardor y en alto vuelo. A su
impetu se desplegaba la teoria mitica en los diversos estadios
histéricos, en una concatenacién de las generaciones y los suce-
sos encauzados por un fatalismo, donde se advierte también su
actividad espiritualista, Metafisica, tealogia, determinismo diri-
gen sus concepciones histéricas, raciales, sociales, politicas,
psicoldgicas. Tal vez por esa ruta se remonta excesivamente,
acaso se distrae en algunas fantasias que urde su fervorosa
imaginacion, pero no por eso han de rechazarse de manera
terminante sus ideas acerca de las raices de nuestro pueblo, la
construccion de la nacionalidad, la estructura del pais.
Estamos rodeados de mitos. Nos producimos por medio de
muitos. Bastara leer a Mircea Eliade —apartando lo que se
considere como exagerado en Mitos, suefios y misterios—,
para ver que hasta en El Capital de Karl Marx aparece la
mitologia. “Es evidente —dice— que el autor del Manifiesto
comunista retoma y prolonga uno de los grandes mitos escato-
lé6gicos del mundo asiatico-mediterraneo, a saber: el papel
redentor del Justo (el elegido, el ungido, el mensajero de nues-
tros dias, el proletariado), cuyos sufrimientos han sido llama-
dos a reformar el estatuto ontolégico del mundo”. Y agrega que
la sociedad sin clases marxista renueva el mito de la Edad de
Oro. Y es que “la mitologia esta en la actividad inconsciente
de todos”. Desde el nacimiento hasta la muerte, el hombre se
expresa por medio de simbolos y reedita una serie permanente
de mitos. Desde el bautizo hasta el sepelio, pasando por las
nupcias, todo es un lenguaje alegérico: las expresiones espiri-
tuales, las religiones, los actos patridticos, las manifestaciones
civiles, los desfiles militares, las sociedades secretas y las pu-
RICARDO RO JAS 411

blicas. Cuando los grandes genios dramaticos —Shakespeare,


Cervantes, Lope, Calderén— vieron el mundo como un teatro
y al hombre como un actor expresaron sin ninguna doctrina
filosdfica, esta importancia categdérica y sustancial del mito
en la existencia humana.
Ricardo Rojas estuvo influido por Edouard Schuré —ya
lo hemos apuntado al referirnos a su dramaturgia—. Y Schuré
es uno de los simbolistas mas notorios, cuyo pensamiento basico
es el de aproximar la ciencia y la religién, en cuyo dualismo
vio un peligro grave para el desarrollo de la civilizacién occi-
dental. “Esta reconciliacién —escribiéd en Los grandes inicia-
dos— no podra lograrse sino mediante una nueva contempla-
cidn sintética del mundo visible y del mundo invisible por
medio de la intuicién intelectual y de la videncia psiquica.
Solamente la certidumbre del Alma Inmortal puede llegar a
ser una base sdlida para la vida terrestre; y solamente la alian-
za de las grandes religiones por un retorno a su fuente de ins-
piracion comun, puede asegurar la fraternidad de los pueblos
y el porvenir de la Humanidad”. Es indudable que Rojas se
acerca a una posicién semejante. Volvemos a citar su Cristo
Invisible para marcar esta actitud ampliamente y profunda-
mente espiritualista en que concluyen todos los sentimientos
religiosos —que la prédica del Papado ahora favorece, como ya
sealamos—; es evidente que él busca, también, una aproxi-
macion entre su misticismo esencial y su afan investigador;
lo es que resume muchas veces, en una sintesis estrecha, jas
potencias invisibles que proceden del ancestro y de lo telurico,
y las fuerzas visibles que encuentra en la realidad circundante.
Ricardo Rojas esboza los contornos y los poderes de un Ser
universal, lejos de un dios antropomorfo; por otro lado, sus
primeras desconfianzas en la confusién racial desembocan,
segiin hemos visto, en un anhelo de hermandad humana.
A veces se le reprocho que, en sus teorias sobre la argen-
tinidad, el poeta dictase sus fantasias al historiador. al etno-
logo, al psicdlogo. El recordaba, sin duda, las palabras de Claude
Bernard: “Je suis persuadé qu’un jour viendra ot le physio-
logiste, le poéte et le philosophe parleront la méme langue et
s’entenderont tous”, Rojas habla, en ocasiones, en una lengua
que pertenece a todos ellos. ““Veo, sin embargo, claros indicios
de que los dioses de América rondan otra vez muy cerca de
412 ALFREDO DE LA GUARDIA

nosotros, sugiriendo nuevas formas estéticas y morales, como


si quisieran abandonar su destierro metafisico para reentrar
en el necesario tormento de la historia. Uno de esos dioses
americanos es aquel espiritu o fuerza que llamamos la Ar-
gentinidad’”.*1*
Con esta vision, Rojas compone el libro asi titulado y
antes la Restauracién Nacionalista y Blasén de Plata expo-
niendo una etnogonia, una politica, una didactica. No olvi-
demos que un racionalista como Sarmiento celebraba —si bien
en su juventud y en la escuela de San Juan— “‘la fiesta solar”
el 25 de Mayo y procuraba “revivir.en la raza quichua que
forma la masa intima de las poblaciones, el culto del Sol de
los Incas’’. Rojas persistia en ese concepto, aun en El Albatros:
Sobre esta isla que la infamia enloda,
Yo enciendo el nuevo fuego_de la raza,
Para las gentes de la Patria toda— |
Yo, el ultimo indio. En mi el ayer se enlaza
Al futuro de América. Y el rito
De la magica luz, un signo traza—
Lumbre en los hielos — ante lo infinito. . .
La voz del verso lo inefable cante:
jSeas, Tierra del Fuego, altar del mito!
Claro que el poeta se exalta en su lenguaje mitoldgico.
Y, asi, en Eurindia dice que “la Argentinidad es un espiritu
angélico que se nos manifiesta en la tierra, en el hombre, en
la tradicion y en la cultura, enviando a nuestra conciencia
reflejos de su propia luz espiritual”.?!* ““Argentinidad sofada
y ecuménica”. . . El mismo califica de “suefios” —-palabra con
que termina aquel libro— algunas de sus disquisiciones sobre
la materia,

Nuevo fendmeno étnico


Pero detengamonos en el cambio que se ha producido en
la fluctuante poblacién del pais. Observemos que la inmigra-
clon europea casi se ha estancado y que se ha producido una
213 Furindia, pags. 121, 122.
214 Pag. 129.
RICARDO ROJAS 413

gran afluencia de los habitantes de tierra adentro hacia las


ciudades y especialmente hacia Buenos Aires, que da una ténica
general.
A simple vista se percibe este nuevo rumbo étnico. No
entramos aqui a discriminar las consecuencias del cambio.
Seria prematuro, por cuanto se trata de un fendmeno que data
sdlo de pocos afios a esta parte. Su influjo sobre las generacio-
nes futuras es, pues, una incdgnita que no puede ser despejada
por ahora. Pero el hecho es ya notorio. La aportacion de sangre
mestiza a las poblaciones urbanas es evidente, y aun cuando
en la actualidad, quede circunscripta a sectores de la periferia
va a insertarse con ritmo mas o menos lento o vivaz en el
conjunto de nuestro pueblo.
Aunque prescindamos, naturalmente, de imaginaciones
fervorosas, el mito se nos aparece, en cierto modo. Lo ancestral,
lo telurico, las raices raciales se nos dibujan con algunos rasgos
ya sugestivos. Los simbolos manejados por Rojas con su estro
volador se revierten sin que nos hayamos dado cuenta de ello
en esta época incierta y confusa. No hablemos de los dioses
americanos; estemos atentos, sin embargo, a las transformacio-
nes que puedan sucederse en lo por venir respecto a la compo-
sicién étnica de la Argentina.
Hasta el presente el pais esta muy dividido en lo que se
refiere al color de sus habitantes. Las principales capitales son
blancas en un tanto por ciento no precisado, pero muy subido.
El campo, especialmente, en el norte y en el sur es bronceado,
en la misma o mayor proporcién. Aquel movimiento migra-
torio tiende a producir una mezcla de la sangre mestiza con
la europea, y acaso ello produzca un criollismo mas acentuado.
¢Para bien? ;Para mal? No estamos inclinados a creer en la
bondad de la confusién de razas, mas tampoco de ninguna ma-
nera, en la bondad del racismo. “Dejemos en suspenso la grave
cuestion.

Inteligencia y accion

Toda la obra de Ricardo Rojas —-resumamosla en este


final— es edificadora y edificante. Lo primero, porque es una
construccion de la nacionalidad; lo segundo, porque es una
414 ALFREDO DE LA GUARDIA

ensefianza de ética superior. No concibid nunca un trabajo


intelectual que se despreocupase de los problemas fundamen-
tales del ser humano. “La inteligencia sin devocidn, sin pasién,
sin accion —dijo— es un fantasma vano. Por el mismo cauce
de mis libros anduvo mi vida: unos y otra se explican entre
si’. Sus jornadas y sus labores responden, efectivamente, a una
tonica en que se alian conducta y tarea, como creemos haberlo
demostrado con claridad.
Su primera poesia lirica es ya una poesia de combate espi-
ritual. Es una exaltacién a las mas puras y nobles potencias
humanas, y una expresién de confianza en que el hombre es
capaz de perfeccién. Anotamos que esta actitud era original
en una época en que el modernismo se embriagaba con los
juegos de la fantasia frivola aunque trajese la renovacién de
la lengua poética. La Victoria del Hombre diseiid, por consi-
guiente, esta posicién de Rojas encarado a lo por venir, por
mas que en sus acentos se hallaran reminiscencias romanticas.
El] Romanticismo fue un elevado anhelo de superacién espiri-
tual, expansién de la personalidad y redencién de los pueblos.
Las formas pueden cambiar, pero el ideal subsiste en la lite-
ratura comprometida con los altos valores permanentes.
Otro libro de juventud, Cosmédpolis, reine paginas nu-
tridas por la preocupacién de la patria en su sentido mas noble.
Como en el verso, en la prosa —con mayor contundencia—, el
escritor afirma su idealismo. Siéntese hondamente argentino,
hondamente americano en medio de un ambito donde fluctuan
los factores de disolucién ya anotados. Alli se define como
luchador y observador a un mismo tiempo, como poeta y razo-
nador, capaz de ensuefios pero también sumergido en las refle-
xiones; voluntarioso para defender sus principios, mas tole-
rante para comprender los ajenos. En ese volumen examina,
primera vez, tanto las ideas de Sarmiento como las de Alberdi,
recogiendo de ellas lo que parece positivo y rechazando lo que
entiende como negativo en lo politico y en lo social. Ya des-
confia ahi de las oposiciones tajantes, como “‘civilizacién o bar-
barie’, y de las férmulas simples, como “gobernar es poblar”,
y sobre ellas, esclareciéndolas 0 modificandolas, hace sus pro-
pias manifestaciones. Alguna de éstas le conducirdn a otras
oposiciones no menos rigidas, como “‘indianismo o exotismo”
—que ya analizamos—, y a ciertas dudosas profecias basadas
Ril GARDLOw RIO GAS 415

en la imaginacion con desdén de la experiencia. Lo que sobre-


sale netamente de todo ello es su afan de que la Argentina
se constituya con entera fidelidad a sus genuinas caracteris-
ticas historicas.
Asi ira desarrollando sus teorias en La Restauracién
Nacionalista, en Blasén de Plata y en La Argentinidad, como
ya fuimos viendo en resumidas sintesis.
Ricardo Rojas evoca la “fuerza armoniosa’’ que hizo posi-
ble el movimiento de 1810 y 1816. Pero entendia que la Revo-
lucién de Mayo y de Julio no habia sido completada —segiin
lo sefialamos anteriormente—; entendia que habia que “‘reali-
zar integramente la democracia, numen inspirador de la Liber-
tad y de la Independencia’”’. Si no, todo quedaria trunco. En el
mapa de América, el escritor trazaba una linea vertical, de
norte a sur, para unir Caracas y Buenos Aires, ciudades pro-
motoras de la emancipacion, con Bolivar y San Martin a sus
frentes; y otra linea horizontal, de oeste a este, para unir a
Lima, capital de la resistencia realista, con Rio de Janeiro,
centro de las intrigas imperiales. Esos trazos encerraban el
escenario de la revolucién y de la independencia, la guerra, la
economia, la politica, la diplomacia, la ética de la Argentina
como nacion libre y soberana, con propias caracteristicas. Hay,
ademas, otra linea dibujada por el autor: que va desde Jujuy
hasta Buenos Aires. En la primera de estas ciudades esta el
cogollo, diriamos, de la democracia y de la argentinidad y en
su Cabildo la representacién de la nacionalidad y la Republica.
En la segunda, esta el foco de la influencia europea, el futuro
cosmopolitismo, las ideas disolventes. Gorriti aparece alli en-
frentando a Rivadavia, asi como Moreno y Monteagudo estan
contra Saavedra y Funes. Pero lo que teme Rivadavia, insis-
tamos, es que la violencia y la incultura apaguen el faro de
civilizacién que es Buenos Aires. Buenos Aires —dice Mitre—
“era la unica base posible”; agrega cuando se refiere a las
desatadas convulsiones del interior del pais contra la capital:
“No era una idea la que impulsaba a los pueblos a lanzarse
en este camino: era un instinto ciego de las masas y una ambi-
cién bastarda de los directores, lo que producia este desorde-
nado movimiento”.
Mas, en fin, lo que Ricardo Rojas ensalza en La Argen-
tinidad es la salvacién del hombre, Y esto debemos tenerlo
416 ALFREDO DE LA GUARDIA

presente de manera categérica. En la integracién total del


pueblo argentino se incluian indios, negros, espafioles, euro-
peos. “De todos ellos se formé su progenie; y no se rindié ni
a tronos ni a tiranos, a ejércitos ni a privilegios; en contra de
ellos levanté su ideal, que era el del hombre redimido.”?1°
Esta redencién sera obra de la educacion, de la instruccion,
de la cultura. Toda la labor de Ricardo Rojas esta encaminada
por esos medios hacia aquel fin. Via lenta, sin duda, segura
en lo fundamental, engafiosa a veces, pues se registran en ella
tantas desviaciones. La Historia ensefia como, en ciertos pe-
riodos, los pueblos mas instruidos y mas cultos caen en tre-
mendos errores, déjanse arrastrar por las mayores violencias,
se hipnotizan por el fanatismo, llegan a crueldades inimagi-
nables. La Alemania de Hitler es un ejemplo descorazonador
en lo. que respecta a los beneficios de la cultura. Por eso, la
accién educadora necesita de otros factores politicos y sociales
para que se desarrolle en procura del bien y de la verdad.

Nuevas ensefianzas
Rojas agregé a sus ensefianzas histéricas y socioldgicas, las
lecciones calolégicas. Su Eurindia, el Silabario de la Decora-
clon Americana, sobre todo la Historia de la Literatura Ar-
gentina estuvieron encaminadas a informar a nuestro pue-
blo sobre cuales deben ser sus ideales estéticos. Un arte, cuales-
quiera que sean sus disciplinas, es la representacién de un espi-
ritu nacional. Y la conservacién y el desenvolvimiento del espi-
ritu nacional produce las expresiones de un arte. Rojas aspiraba
a la fundacion y el desarrollo de un arte argentino, sin ence-
rrarlo en los limites geograficos y etnograficos, abierto a la
cultura universal aunque fiel a sus fuentes y a sus elementos
naturales.
A las orientaciones anteriores afiadié las politicas y socia-
les cuando vio a la patria en una grave crisis. Su afiliacién
a un partido popular, su destierro, son los ejemplos de su con-
ducta ya sefialados. El Radicalismo de mariana es una obra
de reconstruccién del Estado sobre bases de libertad y de jus-
ticia. Significan esos capitulos una guia de reorganizacién y de
avance, digna de tenerse en cuenta en tantos de sus puntos
215 Pag. 402.
ReliCLACR
D/O) RO) THAIS 417

esenciales y practicos. Dentro de su época y de las condiciones


en que se encontraba el pais entonces, las ideas alli expuestas
representan una contribucion sustanciosa al progreso de la
nacion y a la sustentacién del pueblo sobre bases saludables.
Son pasos medidos. Rojas no se dejé, a la sazén, arrastrar por
su impulso idealista mas elevado, menos por la fogosidad de
su imaginacion y por el impetu de su temperamento. Todo es
alli factible y viable. Algunos hubieran preferido la utopia.
Otros hubieran deseado que la doctrina fuera mas tajante o
caustica. El se adecuéd a un tempo de marcha, para algunos tal
vez demasiado rapido, para otros acaso demasiado lento. Era
un ensayo, una teoria posible, lejos de las juveniles ansias,
mas también distante de los rutinarios propdsitos. Los movi-
mientos proletarios de comienzos del siglo habianse diluido,
sin hallar el cauce doctrinario en que pudieran haberse hecho
fecundos. Habia que reiniciar los predicados y si hubiérase
procedido con energia y con normas firmes, otro habria sido
el resultado en cuanto a las inclinaciones populares. Las ban-
deras de la justicia social, la independencia econdmica, la sobe-
rania politica quedaron abandonadas, a merced de ser empu-
fiadas por el primer demagogo que apareciese. Son culpas
irreparables de los partidos que no pudieron o no quisieron
comprender las exigencias impuestas a los gobiernos por el
devenir histdrico.
En la Argentina, como en otros paises latinoamericanos,
la nacién estaba y esta abrumada por el Estado, pero muy lejos,
ciertamente, de toda doctrina politica, de toda filosofia hege-
liana... Estos paises quedan, efectivamente, aplastados por sus
respectivas estructuras estatales, en el sentido del manteni-
miento de una organizacién basada en los privilegios de clase,
en los abusos caprichosos del mando, en el exagerado despliegue
militar y diplomatico, en la profusién absurda de la burocracia.
El funcionamiento administrativo del Estado requiere emplear
en él casi todos los recursos pecuniarios de la nacién. Desde
el gobierno nacional, pasando por los provinciales y llegando
a los municipios, el ingreso fiscal esta destinado a la sustenta-
cién de un aparato oficial monstruoso, desproporcionado, inor-
ganico. Apenas queda algo para la accién constructiva en lo
social, en lo educativo, en lo econdmico, en las obras y los
servicios puiblicos. Hay, ademas, una especie de competencia,
418 ALFREDO DE LA GUARDIA

si no de rivalidad entre las repuiblicas iberoamericanas, que


las lleva a agigantar sus Estados con detrimento de las posibi-
lidades vitales de los pueblos.
Ricardo Rojas estaba, sin duda, contra todo esto. Ademas
de las ensefanzas manifestadas, disend los paradigmas argen-
tinos en Los Arquetipos y en las dos biografias magistrales.
Ahi estan los ejemplos vivientes de Ameghino en la ciencia, de
Guido y Spano en la literatura, de Pellegrini en la reconstruc-
cién politica, de Sarmiento en la educacién y el gobierno, de
Belgrano en el patriotismo, la dedicacién a la obra revolucio-
naria, a la independencia, al sacrificio..Y el mismo Sarmiento
y San Martin en los dos estudios biograficos que son trabajos
relevantes en la poligrafia de Rojas.
La propia dramaturgia incluye una leccién en muy diverso
orden. Ollantay expresa con los origenes de la raza, la rebe-
lion det runa, el hombre del pueblo, contra el Inca, 0 sea los
poderes despéticos. Elelin agrega al elemento indigena el
elemento hispano, y condena las ambiciones encontradas de
los conquistadores, desplazando a la unidén por el ideal del
descubrimiento y la colonizacién en el nombre de Espafia.
La Salamanca es una exposicion de la eterna pugna entre las
potencias del Bien y del Mal con un término de pureza y
redencion. La Casa Colonial es la exaltacién de los ideales
de la Revolucién de Mayo y la Independencia de Julio.
Ricardo Rojas escribiéd siempre con la vista fija en la liber-
tad espiritual, en la justicia humana, en la belleza artistica.
Sembr6 verdades en todos sus libros, sus verdades, que pueden
ser discutidas, pero que son representativas de una poderosa
personalidad, de un gran espiritu. Su creacién poligrafica tiene
una amplitud dilatada y en toda ella campea una intencién
de magisterio. Profundamente argentino es, por eso mismo,
abiertamente universal. Quien desee conocer nuestro pais, no
podra prescindir de su obra, en ninguno de sus aspectos, Por-
que esa obra es, como él mismo, arquetipica. Escribidé para la
Argentina y para la Humanidad. Y este es su principal valor
y el mas indiscutible. Con ser tan erudito, sus trabajos no ado-
lecieron nunca de una pesantez de conocimientos minuciosos
y lentos. Con ser un poeta, no se permitié si no muy fugaz-
mente, en el conjunto de su labor, jugar con las luces mas arti-
ficiosas de la imaginacién. Con ser un profesor, sus produc-
RICARDO ROJAS 419

ciones no tienen la severidad o aridez de la catedra. Y, sin


embargo, toda esa obra literaria posee los valores de la ense-
nanza, de la poesia y de la erudicidn.
Bhincado en la tierra y en la raza, sintesis él mismo no
sdlo por sus conceptos, sino por su propia personalidad, de la
América india y de la América hispana, no permanecié aislado
e inmutable en el espacio y en el tiempo. Su sangre tipicamente
criolla animaba a una inteligencia atenta a la luz de todos los
horizontes del mundo. Era tan liberal como progresista, y esta
fue muy significativa entre las muchas lecciones que nos im-
partid a quienes fuimos adictos a su alma, a sus dias y a sus
trabajos. Amaba la libertad sobre todas las cosas, mas también
las pautas de un orden natural y de una jerarquia noble y justi-
ficada por los valores éticos y dianoéticos. Amaba la tradicion,
pero asimismo el desenvolvimiento de las cualidades innatas
para su adecuacion a la existencia cambiante, al tiempo reno-
vador. Amaba apasionadamente a la patria y, con ella, a todas
las patrias de los hombres, simbolizadas en las banderas que
cantd con épicos acentos. Amaba a la vida, pero aun mas al
deber como numen de la conciencia. Asi fue como prefirio el
destierro a la expatriacién, confinado en la Tierra del Fuego
y dando la espalda a Europa. Desde alli nos llegé su acento, que
es hoy, todavia, aleccionador, en las sugestiones de El Albatros:
Y resuene en los piélagos desiertos,
La profética voz hecha plegaria,
Voz de Isaias que llamo a los muertos.
Invitacién permanente a refirmar la nacionalidad, a inse-
rir en sus valores ancestrales los valores de una renovacion
categérica, a trabajar en el presente, sin olvidar el pasado y
mirando al porvenir. Escuchemos hoy, como ayer, su voz tem-
plada y firme:
Y al restaurar la Patria sobre el ara
Digo, cerrando el canto que la invoca:
Yo soy aquel que antano la cantara...
Y el Albatros volo desde mi roca.
Asi consagré Ricardo Rojas su vida y su obra al pueblo
argentino con entrafiada visidn, y también con amplio y gene-
roso sentido humano.
UN HURTO INTELECTUAL

Una visita a Rojas

& UANDO SE ANUNCIO EL ESTRENO DE ”OLLANTAY” EN EL TEA-


tro Nacional Cervantes, en 1939, la direccién de La Nacién
me encomendé hacer la croénica pertinente. Con ese motivo fui
a ver a Ricardo Rojas, para que anticipase al diario alguna
informacién o autocritica respecto a su nueva obra dramatica,
tal como se ha referido en el primer capitulo de este libro. El
ilustre escritor me facilité la siguiente noticia relativa a la
tragedia incaica:
“Ollantay es una tragedia escrita en verso, su accion ocu-
rre en el imperio de los Incas, antes del descubrimiento de
América por los europeos.
“sos dos atributos de la obra: su especie dramatica —la
tragedia— cuyo origen se remonta al teatro griego, y su argu-
mento americano, cuya antigiiedad se remonta a la prehistoria
indigena, podrian hacer pensar, a quien no conozca la pieza,
que se trata de una obra inactual por su forma y por su asunto,
sospechandola de ser accesible tan sdlo para un publico espe-
cialmente ilustrado. Debo desvanecer ambos prejuicios en esta
declaracién.
“Ante todo, en cuanto a la forma, no he imitado el modelo
clasico, y mucho menos el modelo seudoclasico, que fue una
falsificacién de aquél, producto de absurdas reglas académicas
424 ALFREDO DE LA GUARDIA

y de un conocimiento incompleto del arte helénico. Cuando


llamo ‘tragedia’ a mi obra, no me ajusto a las normas externas
0 mecanicas de ninguna preceptiva, sino a lo que es esencial
en dicha especie dramatica: la estilizacién escénica de la vida
humana en sus valores esenciales de misterio, pasion, agonia,
heroismo y fatalidad. Las formas propias de la tragedia griega
provinieron de su folklore en las partes corales y de muy rudi-
mentarios recursos de luz y de mecanica en cuanto a su com-
posicién. Yo, en cambio, he dejado que mi drama se vertiera
en formas nuevas, tomando del folklore indigena y del arte
moderno todos sus medios de expresién. En tal aspecto de la
obra, creo haber dado a la tragedia una nueva técnica, en
consonancia con la novedad del asunto y con la sensibilidad de
nuestros publicos de hoy, pues a éstos me dirijo, y no a los
arqueologos del arte.
“Por analogas razones, el asuntto prehistorico americano
no aparece como una reconstruccion erudita, simo como una
creacién poética. Mi inspiracién arranca de una leyenda pri-
mitiva, pero simbolizada en personajes humanos que, como
nosotros, aman, sufren y luchan, marchando por entre peripe-
cias de orgullo, de celos, de ambicién y de fuerza, hacia desti-
nos fatales, Aun la persona menos letrada del publico percibira
facilmente un eco de la propia vida en mis personajes legen-
darios.
“El drama se ha vertebrado con cefiida unidad en torno
del protagonista, porque toda la accion, desde los presagios has-
ta la catastrofe, no es sino un engendro de su voluntad titanica.
Todos los demas personajes, por breve que sea su intervencidn,
tienen importancia en el conjunto sinfénico del poema. Lo tie-
nen también el coro, las masas y la Llactayoc, personaje mudo,
que danza un rito de la serpiente, anterior a los cultos solares.
“Ollantay, el héroe de los Andes, aparece en los cuatro
actos de la tragedia. En funcién de su voluntad actian los
demas personajes: Coyllur, subyugada por su amor; el Inca,
su antagonista, y los funcionarios del Cuzco, y los hombres de
la montafia sublevados por él. Su nombre se confunde con el
de los Andes, que él encarna como un genio telurico. En su
Aue aa con el Inca, es el hijo de la Tierra frente al Hijo
el Sol.
“La figura fisica trasluce aquella fuerza de su espiritu;
RICARDO ROJAS 425

joven, robusto, sensible, intrépido y altanero; pero su arrojo


no es sino fatalidad. Es una fuerza de la naturaleza, un titan
de la montafia nativa. Hablan por él los nimeros de la cultura
preincaica, primera floracién de América, y es asimismo el
precursor, anunciador de una nueva estirpe americana: su
hijo sera un Ayar, un fundador de nuevas progenies.
“El rostro de Ollantay es noble y fiero. En los tres pri-
meros actos lleva una montera de guerra, semejante a un Cas-
co, adornado con la cabeza de un céndor. Viste calzén corto, de
color rojo; ojota de cuero y sayo con greca, como los guerreros
en los vasos de la alfareria autéctona. En el ultimo acto viene
herido en la cabeza, que la trae descubierta, el cabello largo,
negro y lacio, peinado hacia atras.
“Cauteloso, aunque leal y franco, en el primer acto se vis-
lumbra ya la complejidad de su espiritu, capaz de calculadas
reticencias, de transiciones sutiles, de arrebatos vehementes.
En el segundo acto, cuando entra en la Acllahuasi para raptar
a Coyllur, muéstrase un enamorado capaz de profundas ternu-
ras; en el tercero, es siempre el amante y, ademas, el caudillo
de poder, el rey natural; en el ultimo, reaparece con toda su
complejidad viril, pero en tono mas alto: ahora defiende su
amor, confiesa su delito, arrostra la muerte y supera su pasion
de hombre derrotado, formulando las profecias de un inven-
cible numen.
“Hombre libre y sacrificado, es ancha la gama psicolégica
que su alma recorre a través de los cuatro actos, en lo que va
desde el orgullo del triunfo y la esperanza del amor feliz, hasta
el dolor de la traicion, la derrota y la muerte.
“Coyllur, amante de Ollantay, encarna el papel femenino
mas importante de la pieza, por su linaje y por sus peripecias.
Aparece en los cuatro actos y los cierra. El papel de Ollantay
sin ella no existiria. Ambos se complementan. Su nombre, en
quichua, significa ‘Estrella’, y merece este nombre por su ju-
ventud y por su melancolico encanto. En el primer acto su
padre la llama Cusi Coyllur, ‘Estrella Jubilosa’. Hija del Inca
y de la reina, descendientes éstos del Sol y de la Luna, Coyllur
aparece junto a sus padres en la tierra, como en el cielo la
Chasca (Venus), la estrella del amanecer. Muy joven todavia,
ha conquistado a Ollantay con su belleza, y el héroe la ha fas-
cinado con su hombria.
426 ALFREDO DE LA GUARDIA

“En el palacio paterno (acto primero), Coyllur viste un


traje gualda, con grecas estilizadas, multicolores; sandalias,
cinturén, diadema de oro, collar de esmeraldas, brazaletes en
los brazos desnudos. En la Acllahuasi (acto segundo), lleva el
traje color perla de las novicias; en Ollantaytambo (acto terce-
ro), un traje purpureo y el ajuar de la Pachamama, la Madre
Eterna; en Coricancha (acto cuarto), el mismo de la jornada
anterior, pero desgarrado, la cabellera suelta, sin el manto ni
la diadema, ni las joyas.
‘“Pensativa en el primer acto ante el destino incierto, en
el segundo Coyllur es, fundamentalmente, una mujer, con
arrebatos de sensualidad y fantasia, y su naturaleza erotica
muéstrase atormentada hasta el delirio; en el tercero, resulta
de mas compleja psicologia, y en el desenlace aparece total-
mente poseida por el numen tragico. <
“El alma de Coyllur muéstrase un tanto ingenua al co-
mienzo de la accidn, pero lo femenino de su temperamento va
creciendo en su intensidad, desde la seduccién hasta la mater-
nidad y la videncia. La dificultad de su papel consiste en vivir
su drama como en un suefio meditimnico, aunque no exenta
de frenesi, entregada al amor de Ollantay, que la arrebata en
su terrible pasion salvaje; pero en el desenlace, muerto Ollan-
tay, ella se yergue transfigurada por el dolor, como una profe-
tisa de América.
“En cierto momento de la tragedia se cree que haya sido
hechizada por aquel héroe andino, a quien sospechariamos de
mago; pero acaso no hay otra magia en todo esto sino la del
amor.
“La critica y el publico podran considerar a Ollantay
desde varios angulos: sobre un plano simplemente pasional, por
el conflicto de amor; sobre un plano histérico, por la recons-
truccién de la vida incaica en sus ornamentos, costumbres e
ideas; sobre un plano artistico, por el problema estético de la
tragedia en si y del arte americano, en cuanto al recitado, el
verso y el coro; sobre un plano filosdfico, mas lejano, por las
sugestiones ideoldgicas del mito, que proyecta sus simbolos en
nuestra vida actual.
“Puedo anticipar al puiblico, después de haber visto los
ensayos, que el Teatro Nacional de Comedia, con el auspicio
de la Comisién Nacional de Cultura y gracias a la magistral
RICARDO ROJAS 427

direccién de D. Antonio Cunill Cabanellas, va a ofrecer a Bue-


nos Aires un espectaculo excepcional, que honra al pais y mar-
ca un alto nivel de progreso en nuestro arte escénico. Como
autor, agradezco a todos los artistas su colaboracién fervorosa.”

Resena critica de “Ollantay”’

Después, el dia 28 de julio de aquel afio, escribi la resefia


critica de Ollantay, que se publicé, al siguiente en La Nacion,
y aqui reproduzco:
“Ricardo Rojas, el maestro de nuestra historia literaria,
que ya dio a la escena argentina el poema heroico de Elelin
y la colorida comedia de La Casa Colonial, vuelve ahora al arte
dramatico para abrir al teatro nacional el amplio y resonante
cauce de la tragedia. Ollantay ha de ser, efectivamente, piedra
fundamental de este género, el primero en cronologia y jerar-
quia de todos los géneros teatrales, dentro de nuestra escena
moderna, la asentada en el favor popular, con pujante vida
propia, la unica que en todo el continente hispanoamericano
se ha fortalecido como rama fuerte y jugosa del viejo tronco
del teatro espafiol. Es cierto que la tragedia alenté los primeros
pasos del neoclasicismo. Labardén, Juan Cruz Varela compu-
sieron producciones de este caracter, pero mas que una obra
viva, nos legaron un ejemplo, desatendido por quienes pudieron
ser sus sucesores en los dias romanticos, Cuando nuestra escena
adquirié volumen y consistencia habia pasado la época propicia
para tallar al hombre con dimensiones tragicas sobre el ta-
blado, pues el realismo y el naturalismo habian retaceado
cruelmente su estatura y aminorado su voz. La escena no era
ya el cristal magico que aumentaba, desdibujandolas, pero su-
perando y embelleciendo las proporciones humanas, sino un
espejo comin, donde se reproducia exactamente la vida. Algu-
nos frustrados intentos hubo, sin embargo, hace bastantes afios,
para alcanzar el plano tragico, y todos quedaron en apariencia.
Ollantay viene, pues, a dar verdaderamente el tono, la medida
y el espiritu de la tragedia al teatro argentino.
“Este poema del Titan de los Andes, ultima obra de Ri-
cardo Rojas, entronca con las primeras de su autor y las resume
casi todas en la sintesis de accién, pasion e idea que exige el
428 ALFREDO DE LA GUARDIA

teatro. Se escuchan en ella los acentos de La Victoria del Hom-


bre, envuélvese en la fragancia y el rumor del Pais de la Selva,
muestra la legitima altivez de su Blasén de Plata, concluye con
un mandato de Restauracién Nacionalista, y se define dentro
de las fecundas normas estéticas de Eurindia. Su acierto inicial
es el tema. Rojas presenta, por primera vez, al auténtico indi-
gena americano, en su expresién mas alta, en el pinaculo de ~
su civilizacién remota y misteriosa, con todo el orgullo de su
sofiado origen solar, con toda la hermosura de su raza privi-
legiada, con toda la fuerza de que pareceria dotarle la montafa
cicl6pea donde surge a la luz. Sin contraste con otro hombre
de diferente color y de alma mas luminosa y trabajada, el indio
aparece sin desmedro alguno, sin la humillacién del vencido,
sin la. angustia del esclavo, sin el aniquilamiento del que se
sienté llamado a desaparecer. Este es el primer factor de es-
pléndida belleza de la tragedia de Rojas. Los otros son de orden
poético y técnico, y los comentaremos después.
““¢De donde nace Ollantay? De una leyenda incaica, trans-
mitida de generacién en generaciOn, oralmente, o bien por
medio de los ‘quipos’. La tradicién habla de este héroe andino,
alzado en Ollantaytampu, enorme fortaleza entre las mas em-
pinadas rocas que dominan el valle de Vilcamayo, contra el
poder del Inca, cuya hija apetecid, a pesar de que, como ‘runa’,
no podia aspirar a unirse con una ‘fusta’ de ascendencia es-
telar. Mas, al par que ofrece este aspecto heroico y pasional
del héroe, muestra otro en que Ollantay sale, en cierto modo,
disminuido, para ensalzar la fidelidad ejemplar de Rumifiahui,
general del imperio vencedor del rebelde, leal él a su sefior, por
el que se sacrifica hasta martirizarse el rostro, a fin de pene-
trar en el campo enemigo, como si fuera un fugitive de las
crueldades del Inca. Esta leyenda dio tema a un drama escrito
en quichua, titulado también Ollantay, que ha motivade en-
cendidas polémicas. Mitre juzgé sdlidamente que la obra, en
su forma actual, no es de origen incaico. Vicente F. Lépez
opuso criterio diferente. Otros autores respondieron afirmando
la legitimidad de la obra; alguno llegé a asegurar que fue com-
puesta después de una pretendida regencia histérica de Ollan-
tay, a la muerte de Pachacttec, durante el reinado de Tupac
Yupanqui, a quien se alaba mucho en el texto. El examen de
la copia fotografica del manuscrito de D, Justo Pastor Justi-
RICARDO ROJAS 429

niani —en la versién latina de H. Galante—, con sus versos


octosilabicos en la clasica forma de redondilla, con sus acota-
ciones en castellano, con la disposicién de sus escenas, etc.,
permite insistir firmemente en el criterio de Mitre, cuyos jui-
cios han sido contestados, pero no rebatidos a nuestro modo
de ver. Parece mas inverosimil que lo representado ante la
Corte del Cuzco, fuera una danza 0 pantomima, y no, real-
mente, un drama, y que este Ollantay fuera, en verdad, conce-
bido y compuesto, sobre ese antecedente, después de la con-
quista, como lo fueron otras obras: La muerte de Atahualpa,
Usca Pauear y la escrita por El] Lunarejo, a principios del
siglo xvi, con el titulo El pobre mas rico, que pareceria de
una comedia de Ruiz de Alarcén. Los jesuitas trazaron autos
sacramentales para adoctrinar con mas facilidad a los indios.
Pacheco Zegarra, en su traduccién francesa, cree que la trans-
cripcion es, precisamente, de este tiempo. La obra atribuida al
P. Antonio Valdez se subtitula Tragicomedia del Apu Ollantay
y Cusi Ccoyllur. Rigores de un padre y generosidad de un rey
inca, y oscila, efectivamente, entre los dos géneros, con un
desenlace feliz, en que Yupanqui une al héroe y a su hija,
siéntese tiernamente abuelo —llama a su nieta ‘sumay urpi’,
bella paloma—, y dice que los protagonistas han escapado de
la muerte, la tristeza ha pasado y la alegria renace, con los
siguientes versos:

Chicallata phuticuychis:
Samariychisha samipt.
Nam huarmiyqui maquiyquipt
Cusi llafia causa cuychis

“Ricardo Rojas parece haber tomado alguna pauta de este


Ollantay, pero su fuente de inspiracion directa ha sido la le-
yenda incaica. Ha tomado de ella los elementos pristinos como
base de su poema y la figura del héroe para recrearla en su
tragedia con la silueta agil y fuerte de un joven dios, simbolo
de la tierra. La accién legendaria y del texto en quichua trans-
curre a fines del reinado de Pachacttec, el reformador, que
implanta el sistema conyugal endogamico —el mismo del anti-
guo Egipto— y en los primeros afios del poder de Tupac Yu-
panqui, el gran conquistador de quitos y yancuas, el audaz
430 ALFREDO DE LA GUARDIA

expedicionario a las islas de los Galapagos; el dominador del


Anti-suyo, la region mas oriental del imperio, extendida hacia
las tierras amazonicas. Vendria a ser esta época la primera
mitad del siglo xv. Ese es el fondo histérico evocado por Rojas;
pero mas reducido, pues para concentrar la accién ha colocado
en escena a un solo Inca, a Yupanqui. En la corte del Cuzco,
en el Kollkampata, palacio imperial, se abre la fabula tragica
de Ollantay. El soberano ha padecido suefios funestos, que coin-
ciden con los presagios. Un céndor enorme alzé el vuelo en
las cumbres, una estrella se apagé en el cielo y por el cauce
de un rio corriéd sangre. Mientras se aguarda la aparicién de
Ollantay, que viene de vencer a los chancas, el Inca accede,
contra la voluntad de Huillacuma, el supremo jefe religioso, a
que la Llactayoc, sacerdotisa de un culto mas antiguo, baile la
danza de la serpiente. Por fin llega el héroe, tocada la cabeza
viril por la ‘masccapaicha’, y en el cinto el ‘champi’, que de-
posita, en signo de acatamiento, en las gradas del trono, al pie
de la dorada ‘tiana’. Mas cuando Yupanqui agradece sus vic-
torias y le pide que fije él mismo la recompensa, Ollantay pide
como precio la mano de Cusi Coyllur, la princesa. E] empera-
dor se enciende en ira, la corte, espantada, se asombra ante
la soberbia del guerrero. El Inca rechaza la orgullosa peticion,
y, como hijo del Cielo, desprecia al hombre, al ‘runa’, que no
puede mezclar su sangre de lodo con la pureza estelar de Cusi
Coyllur. Y Ollantay se aleja, profiriendo amenazas, mientras
Yupanqui ordena su persecucién a Rumifiahui, capitan del
imperio, a quien llaman, sin duda, ‘ojo de piedra’ por la du-
reza de su mirada. A esta exposicién sigue el segundo acto, en
el Acllahuasi, templo y claustro de las Virgenes del Sol —habia
unas tres mil en el Cuzco—, establecido en la época del Inca
Rocca. Alli encierra Yupanqui a la ‘Nusta’, consagrandola al
culto solar. Y hasta alli sube Ollantay, violando el sagrado recin-
to, para llevarse a la princesa hasta la cima de los Andes, donde
dara crédito a su nombre de titan de la montafia, En Ollantay-
tambo se desarrolla la jornada tercera. El héroe ha levantado a
sus vasallos contra el poder tiranico del Cuzco; ha coronado
reina a Cusi Coyllur con los atributos salvados del cataclismo
en que se perdié el primitivo pueblo andino, acaso el de la
época megalitica; y dominando los valles se mantiene durante
muchas lunas en su ciclépea fortaleza, inexpugnable como una
RICARDO ROJAS 431

Troya del Ande, y rendida también como Troya, tnicamente


por un ardid del astuto Rumifahui. El capitan del Inca se pre-
senta martirizado, fugitivo, como relata la tradicién, engafia
la lealtad de Ollantay, incendia el campo, para que las tropas
del Cuzco logren la victoria con la confusién y de un hachazo
hiere, traidoramente, al rey de las cumbres. Prisioneros, la
nusta y el rebelde son presentados a Yupanqui, que quiere
condenarlos a muerte. Ollantay es degollado y arrojado a la
pira. Cusi Coyllur, para quien son favorables los sortilegios
del ‘hamurpa’ en las entrafias de una llama, es condenada a
destierro eterno, para que el ser espureo germinando en ella no
pueda ser principe del Cuzco.

“Asi es como Ricardo Rojas crea su bella y profunda tra-


gedia metafisica, que bajo la apariencia de un suntuoso y de-
corativo espectaculo y de un conflicto de pasiones humanas,
esconde la expresién de un trastorno césmico, de fuerzas te-
luricas y potencias siderales, de un conflicto de concepciones
sociales opuestas, una génesis de nuestro pueblo y una exal-
tacién del mas genuino patriotismo. La tragedia ofrece las
mas diversas capas a la perspicacia del espectador agudo, co-
mo el mar a la sonda del marino o la tierra a la piqueta del
gedlogo. Luego de esa construccién escénica, que tiene la
grandeza del monolito incaico, después de esa trama pasional
comun de oposicién paterna, rapto y sacrificio, se descubre el
sistema simbdlico, y las proyecciones sociales y nacionales. La
mitologia incasica dio a Rojas los magnificos elementos del
primero. El Cielo, Yupanqui y la Tierra, Ollantay, que no
pueden juntarse sino por obra de la Vida, del Amor, Cusi
Coyllur, combaten con fragor de cataclismo. También aqui
Prometeo se alza contra los dioses. El héroe lucha por dar a
los hombres el goce de los bienes de la tierra. Al unirse, Ollan-
tay, rey de la Montafia, a la hija del Sol, va a crear una estir-
pe nueva, va a levantar al ‘runa’, al hombre esclavo, a una
digna categoria humana, derribando las falsas jerarquias. Va
a imponer los derechos de la vida vivida con plenitud, los del
espiritu libre, los del amor y la fraternidad. Por eso, cuando
Yanahuara muestra al Inca la cabeza del caudillo clavada en
la punta de su lanza, y grita: ‘jHe aqui, Capac, al héroe de
los Andes!’ parece envolverse el sangriento despojo en una
aureola de redencién. Yupanqui es la serenidad inmutable y
estéril de los astros muertos, que no puede comprender ese
engendro telurico, esos afanes humanos, Para él todo el cielo
es luz, y el hombre y la sierpe han nacido del mismo barro.
Y esa soberbia le lleva al crimen de querer perpetuar su san-
gre sin mezcla por medio del incesto. Cusi Coyllur esta entre
ambos. Era divina y se ha vuelto humana, y por ello sufre
los tormentos y goza las alegrias del amor. Ella no se resigna
a la imposibilidad de amar, como la Atala de las natches, sino
se entrega hondamente al varén audaz que le ha fascinado
su alma de luna, porque adivina un porvenir fecundo. Como
ella misma dice, es un holocausto hecho al destino, y sera
‘la victima en el ara o la prez en el rescate’. Es una ofrenda
asomada a los porticos de plata de su ensuefio, para que la
tome el hombre y corone su victoria. Rojas ha amalgamado
mitos y seres en esas tres figuras principales de su tragedia.
Desaparecida la primera en el tormento; rota la segunda por
la adversidad, presagio de la ruina total del mundo que repre-
senta; queda la tercera como un fulgor de porvenir. Cuando
el Inca la destierra a las ignotas pampas, hacia cuya inmen-
sidad la guiaran las Pléyades, Cusi Coyllur, que lleva en su
seno la dulce carga de un nuevo Ayar, clama en un trans-
porte, que convocara en aquella region a las naciones y que:

Fuerte progenie de libertadores


Volvera de las pampas a la sierra
Para elevar por nueva ley de amores
A Hijos del Sol, los Hijos de la Tierra.

“Ricardo Rojas sigue, pues, fielmente, contemplando


nuestra nacionalidad desde las cumbres donde situd el punto
de partida de toda su obra literaria y filos6fica.
Ollantay, esta pugna cadtica de dioses y héroes, tiene la
sugestion de los misterios incaicos, que, por mas oscuros, son
también mas inquietantes que los helénicos, tanto como los
egipcios, por la indescifrable relacién de estos dos pueblos.
Teatralmente, la tragedia va ascendiendo, como conviene al
género. Primero el ancho lienzo colorido de los presagios; lue-
go la sentida pausa claustral del amor frustrado; después el
desborde pasional y el impulso lirico en las fronteras de la
vita y Gel CMsueno, Mas tarde ta aClamacion belica, el alarde
heroico; por ultimo la desesperacion de la catastrofe. Pero en
esta Ultima, Rojas introduce una nota original, y es la del
optimismo ante la visién de un futuro mejor. Es decir, que la
fatalidad, el ‘ananké’ griego, no resulta aqui un aniquila-
miento definitivo, sino el punto donde comienza a fulgir una
esperanza, Aunque mantiene en cierto modo las formas an-
tiguas: el coro, los bailes, la musica, Ricardo Rojas ha dado
a Ollantay una estructura y un sentido modernos, aligerando
la tragedia clasica para convertirla en un poema tragico, mas
adecuado a los gustos y a las impaciencias del dia. Ha com-
puesto su obra sobriamente, sin conceder mucho lugar a lo
episddico, que era, sin duda, una tentacién teniendo a mano
tantos materiales. En cuanto al elemento puramente drama-
tico, que es menos rico que el mitico, el simbélico y el ideo-
logico, la leyenda de Ollantay no daba para mas, aun cuando
esté cuajada de emocion.
“Rojas ha resuelto con acierto singular otro problema que
se le presentaba para escribir su tragedia, el del lenguaje, pues
no era facil dotar a tales personajes de palabra. Les ha dado
un idioma recio y sonoro, con frecuente sentido figurado, eli-
giendo el vocablo para que no fuera demasiado castizo ni tam-
poco actual, y matizando moderadamente la oracion con tér-
minos quichuas. Sdlo muy rara vez toca lo clasico espanol, y
para eso con el tino, por ejemplo, de un ligero recuerdo de
Ercilla: ‘Como tropel de pumas carniceros’, o de Cervantes:
‘Este que veis aqui, mutilado y raido’. Generalmente se ha
apoyado en las expresiones propiamente autdctonas. El] verso,
vario en metros, firme en acentos y brillante en rima, es mas
diverso en el primer acto que en los restantes. En la jornada
inicial, el poeta emplea, a veces, el eneasilabo, de mayor difi-
cultad técnica, pero menos teatral que el octosilabo en que ha
escrito el romance; en los demas actos, campea el endecasi-
labo, de una esplendente elocuencia. Rojas compone en este
metro los mejores versos de su poema, ya en tono arrogante:
‘;Hijo del Sol, gran Capac de la raza!’; ya con acento de pa-
sion ardiente: ‘Llévame lejos, donde el mundo acaba—Si
eres el Condor que robo una Estrella’; 0 con fino matiz lirico:
‘Lanzada iré como una estrella errante—Bajo el cielo del
Sur,..’; 0 dramaticamente agoreros:
434 ALFREDO DE LA GUARDIA

jHora es de sombra y de dolor profundo!


Los ordculos hablan con misterio
iY tiembla en sus cimientos el imperio
De los Hijos del Sol, reyes del mundo!

“Con algunas paginas musicales de Gilardo Gilardi, cuyo


conocimiento de nuestro folklore primitivo quedé demostrado
en La leyenda del Urutai y en Evocacion quichua, y entre
las cuales es la principal la danza de la Llactayoc, Ollantay
constituyé el mejor espectaculo presentado hasta ahora por el
Teatro Nacional de Comedia. Su director, Antonio Cunil Ca-
banellas, superé la pasada labor, dando vida escénica a esta
obra, cuya complejidad de elementos representaba riesgos y
dificultades. Logré una accion plastica dentro del ambiente
exigido por el poema y empleé muy acertadamente las voces
de los intérpretes, repartiéndoles personajes de caracter ade-
cuado a ellas; asi las mds graves estuvieron en boca del gran
sacerdote y del augur. Las luces crepusculares bajo las que
se desarrollan todos los actos, fueron matizadas por un opor-
tuno matiz de claridad lunar o el rojo estallido del incendio.
La colocacion de las figuras, el acecho de los espias, el movi-
miento de las masas, fueron cuidados con detalles precisos.
Creo en el escenario una vida y una atmdsfera. Hubiéramos
preferido para la escenografia realizada por Lépez Naguil
sobre bocetos de Angel Guido, para el decorado, y de Merce-
des N. de Carman, para la indumentaria, una estilizacién mas
decorativa; el lugar de accién del segundo cuadro de Ja jor-
nada segunda habria ganado con menor realidad para que el
amoroso delirio de Coyllur y Ollantay tuviera un clima lirico
mas depurado. La interpretacién fue un extraordinario esfuer-
zo para nuestros actores. Miguel Faust Rocha dio a Ollantay
continente heroico, voz calida y vibrante y los mas diversos
y certeros matices, en la pasién como en la arenga, en la in-
vocacién como en el desprecio, cumpliendo todo ello con una
autoridad sin falla y una inteligencia penetrante. Luis Vehil
debié afrontar una prueba dificil, salvada muy airosamente,
mejor cuando subid al tono inspirado que cuando debié calar
en el acento de pasién, al que no siempre llegé. Muy expre-
siva en su materna angustia, Iris Marga. Pablo Acchiardi,
dijo con majestad la parte del Inca. Recio y sagaz fue el Ru-
RICARDO ROJAS 435
er

mifiahui de Guillermo Battaglia. Gloria Ferrandiz muy co-


rrecta en el aya; Ana Grynn, que destacé la calidad de su voz
y sutileza de sentimiento en Rahua; Elida Carlés, muy atenta,
asimismo, a su labor en Ticlla; Nilda Arrieta, Santiago Gomez
Cou, elocuente Huillacuma, y Francisco Garcia Garaba fue-
ron otros intérpretes destacados. Mercedes Quintana compuso
su danza con actitudes tomadas del dibujo incaico, Ollantay
fue largamente aplaudida y su autor salid a escena, aclamado
por un publico numeroso, en el que figuraban el vicepresiden-
te de la Republica y otras autoridades de la Nacién.”
* * *

Ese mismo dia, el cronista que compartia conmigo la


seccion teatral de La Nacidn, publicaba una resefia sobre
Asmodée, obra de Francois Mauriac, con la que inaugu-
ro su temporada en el Odedn la compafiia de la Comedie
Francaise.
Sin embargo, en el volumen postumo de trabajos del
aludido sefior, editado por su familia, fue incluida mi cronica
de Ollantay con una total irresponsabilidad, y aunque probé
documentalmente que el trabajo era mio, se negd una recti-
ficacién, que la mas comin buena fe hubiera aconsejado.

Otros hurtos.. .

En ese libro, titulado Treinta anos de teatro figuran


otras crénicas que no son del autor, entre ellas la correspon-
diente a Cuando el vals y los lanceros, de Arturo Capdevila,
escrita por Adolfo Mitre, quien debid reclamar, como yo lo
hice, la paternidad del trabajo, en carta a mi dirigida y pu-
blicada en La Razén del 9 de mayo de 1964. Alli dice, entre
otras cosas, lo siguiente:
“Creo que si el testimonio de usted no bastara para rec-
tificar el error de su inclusién en la citada obra pdstuma,
recopilacién de articulos periodisticos, seria suficiente el ana-
lisis detenido de ese juicio critico para ver que por razones
de inspiracién y estilo —o, para ser mas preciso, de sobriedad
y erudicion— el mismo se debe a usted. Para mas, recuerdo
436 ALFREDO DE LA GUARDIA

que Rojas acudiéd a La Nacion a agradecérselo personalmen-


te y que no encontrandolo me llamo para que le transmitiera
el mensaje... Cabe sefialarle que ese error no es el unico en
que han incurrido los antologistas. A continuacion del articulo
sobre Ollantay aparece en Treinta anos de teatro —con
el titulo Belleza poética de una obra de Capdevila—, un
juicio sobre el estreno de Cuando el vals y los lanceros, cau-
tivante incursion en la literatura dramatica del también ilus-
tre escritor, que se debe enteramente a mi. Afortunadamente
viven atin dos personalidades que pueden ratificar mi aserto:
Capdevila y Lola Membrives, que representd a esa estampa
de ‘nuestro’ 1900”.
Podria reproducir aqui cartas y dedicatorias de Ricardo
Rojas, misivas de Antonio Pagés Larraya y Fernando Liza-
rralde, que ayudan a probar mi aserto, pero hago gracia de
ellas al lector paciente de esta aclaracion.
Fete re ST IVEICA 25 Sie:arson goers viv aynsteve s Gideon alee are ones
I CONOCIMIENTO DE RICARDO ROJAS.
etmcion. de una amistad 6.0. <1 oessts bayonet 13
Primera entrevista, 13; Lecturas, 17; Por la libertad de
Unamuno, 19; Iniciacién, 21; Arquetipo, 26; “El pais de
la selva’, 28; Homenajes, 30; Sacrificio civil, 31; Estreno
de “Ollantay”, 34; Bajo la tirania, 36; Ultima entrevis-
ta, 38.
II LA POESIA LIRICA.
ROPE TETAS ATO fei uh, a cen'ss-ag ray Motes od as ah linge ME oe 47
“Ya Victoria del Hombre”, 47; Poesia comprometida, 51;
La critica, 56; “Los Lises del Blasén’”’, 61; En pleno mo-
dernismo, 64; Otros poemas, 70; Tres odas, 75; “El Alba-
tros’; 76.
III LOS ENSAYOS.
Editicaciéaide.la nacionalidad,, ....¢is...0«sete
20 + as 85
Forja de patria, 85; Heraldica argentina, 88; La Argen-
tinidad, 91; La Estética, 96; Alegorias, 99; La Plastica,
103; Las Indias y los indios, 108; En el reino de la fanta-
Sia. 2 252 110.

“Historia de la literatura argentina” ............


Significado de la obra, 115; Trayectoria critica, 118; In-
trahistoria nacional, 121; Literatura gauchesca, 123;
Alarde de erudicién, 125; Letras y Politica, 126; Litera-
tura moderna, 132; Propia creacién, 137.

IV OBRA VARIA. __
BEC richO- AIWASIOIG, os.u9 acodiilacs Soe ee ee 143
Examen espiritual, 143; Anticipaciones, 147.

SORE DICLA GO 6 Set p55 oo)on) cht agSlean hcp MeN 149
Tierra del Fuego, 149; El Onaisin, 152; Poesia y Geopoli-
tica, 156.
438 ALFREDO DE LA GUARDIA

“Retablo Espanol” 2... :0002 2+- +) see ee


Reivindicacién de Espafia, 160; La Tragedia Hispana,
164; Raiz Ibérica, 165; Estado y pueblo, 167; La lengua
castellana, 170; Comunidad hispano-argentina, 171; Cer-
vantes poeta. 173.

“Ensayo de critica histérica’ s.......-----++-+-:-> 178


Gran proyecto de San Martin, 178; El glorioso sable cor-
vo, 180; Politica internacional de Yrigoyen, 181; La ONU
y la UCR, 183.
LAS BIOGRAFIAS.
“EY Santo dela’ Hspada” <2 sc...
ee eee 187
“Los arquetipos”, 187; E] Predestinado, 189; La Masone-
ria, 191; Libertad y despotismo, 193; Diferencias con Bo-
livar, 195; El estoico, 196; Sendero de soledad, 198.

“El profeta de la Pampa” ..... eke are:Ss Su 201


Sarmiento presente, 201; Las profecias, 206.
VI LA PROSA DE ROJAS.
Hil estilo: imme gteccesiesd oc ayhn.eiao ce ee eee eee 211
. El Arte y el Hombre, 211; Riqueza formal, 213; Confu-
siones..., 215; Juicios diversos, 219; “El floripondio”’,
221; Error garrafal, 222; Obras teatrales de Groussac,
224 Arte y lenguaje, 226.
VII LA DRAMATURGIA.
Proceso, critica y concepto del teatro ............ 231
Vocacién dramatica, 231; La escena hispana, 233, His-
toria del teatro argentino, 241; El ‘“‘Siripo”, 244; Juan
Cruz Varela, 246; Los romanticos, 249; Teatro gauchesco,
252; Los origenes, 253; Olvidos e intereses..., 257;
Martin Coronado, 261; La comedia, 263; Otras labores,
266; Propio concepto dramatico, 268; Inspiracién tragica,
272; La tradicién escénica, 274.

“Elelin” 278
Tetralogia, 278; La Conquista, 279; Catalina de Enciso,
281; Los motivos dramaticos, 283; La composicién, 284;
Simbolo y verso, 289.

“La Casa~Colonial” . os. .7.3 2 eee 293


Teatro poético, 293; Asunto dramatico, 294; Juego
alegorico, 297; Los personajes histéricos, 300; Decli-
nacion técnica, 301.

“Ollantay” ©.14) wey 0:1D,(oy 920, ie)fa (Om) (vw: olge., 0,0) 6 eomelve! 8 taunts (eneialien «ikl
RICARDO ROJAS 439

América primigenia, 305; El Apo de los Andes, 311;


Un drama en quichua, 312; Temas y fabulas, 316;
Planos superpuestos, 319; Norma estética, 324; Con-
cepcion y técnica, 326.

Mime aivianNCa ©. 4.04.4 2. xulh o iaree eid cola oe foye!


Origen literario, 331; Curso de la leyenda, 334; Argu-
mento, 337; El mito faustico, 340; Misticismo y psico-
logia, 342; Fe en el espiritu, 351; El modo técnico,
352; Versificacién diversa, 354.
VIII ULTIMAS PERSPECTIVAS Y DEFINICIONES.
Consecuencias del ser y de las ideas ............ 361
Figura y caracter, 361; Esperanza en la juventud, 364;
Fe en la nueva generacioén, 368; Ataques injustos, 371;
Socialismo y anarquismo, 375; Liberal y Progresista,
377; “El radicalismo de mafiana’’, 379; La fuerza del es-
piritu, 383; El ideal de Mayo, 385.

Perierra, taeda sla NaciOn |) 2 Figen


soo os 388
Argentino tradicional, 388; Peligros de Babel, 390;
Fatalidad histérica, 393; Individualidades y colectivi-
dad, 397.

EEO AVANT A eee a Sein. abe a Searg 4 aie Sy ee 402


Escritor profesional, 402.

Bsencias yt uMdaimentos 26s oo!. n.0 «202 sig 2 sunaregocsnee 405


La posicién filoséfica, 405; Simbolismo y mitologia,
409; Nuevo fendmeno étnico, 412; Inteligencia y
accién, 413; Nuevas ensefianzas, 416.

APENDICE.
Waar tGleC
UA cso. 6 se srcyeg Ves awe p ten oes
Una visita a Rojas, 423; Resefia critica de “Ollantay”’,
427; Otros hurtos..., 435.
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