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Título: El corazón del Cuervo.
©Emma Fraser, 2022.
Diseño de portada: Ana B. López.
Corrección y maquetación: Ana B. López.
Imágenes tomadas de: Depositphotos.
EL CORAZÓN DEL CUERVO
Indomables II

Emma G. Fraser
PRÓLOGO
1456, Blair Palace, clan Stewart
Kiara se levantó esa mañana de buen humor. Hacía demasiado tiempo
que no era capaz de encontrarle sentido a su vida, especialmente desde que
sus padres murieron en un extraño accidente cuando viajaban a la corte para
reunirse con el rey Jacobo III. Su padre había servido a su antecesor y
quería rendirle pleitesía al que era nuevo rey desde hacía poco tiempo, ya
que le gustaba estar a buenas con todo el mundo.
Su padre fue conde de Blair y desde muy pequeña Kiara fue educada
según los modales de la corte para casarse en un futuro con el que sería el
futuro conde de Blair. Sin embargo, el título de su padre quedó en el aire
cuando este murió meses atrás, sumiendo a Kiara en una profunda tristeza,
no solo por haberse quedado sola, sino porque sabía que debía encontrar un
buen marido con el que pasar el resto de su vida, y sentía, a sus diecinueve
años recién cumplidos, que no estaba preparada para ello.
Por ello, tras varios meses en los que la tristeza la consumía, le
sorprendió haberse levantado de buen humor ese día. Tras un desayuno
copioso, salió al enorme jardín del palacio para tomar el aire y respirar el
suave perfume de las plantas aromáticas que pululaban y crecían casi
salvajes por todas partes. Aunque no solo salió del palacio con la excusa de
tomar el aire. El hecho de que sus tíos y su primo, a los que no había
conocido nunca, aparecieran en el funeral de sus padres y se quedaran en el
palacio para, según ellos, hacerse cargo de su custodia para cuidarla y
protegerla, hizo que el aire del que era su hogar se hiciera irrespirable, por
lo que casi pasaba más tiempo en el jardín que dentro de las cuatro paredes
del palacio, ya que Dougall e Isobel habían resultado ser las personas más
antipáticas y orgullosas que había conocido nunca, eso sin contar con la
insolencia y presunción de su primo Mark, que desde que había llegado se
creía dueño no solo del palacio, sino también de la propia vida de Kiara, a
la que seguía a casi todas partes y apenas la dejaba respirar tranquila.
A pesar de la muerte de sus padres, los hombres que le habían sido leales
decidieron quedarse en el palacio para proteger no solo el lugar, sino
también a ella. Desde donde estaba pudo ver aparecer en la distancia a
Andy, fiel amigo y protector de su padre, que no se había separado de ella
en ningún momento, además de haber sembrado en su mente la idea de que
sus padres no murieron en un simple accidente, sino que había algo más. No
obstante, nunca logró descubrir nada extraño fuera de que la rueda de su
carro se salió y cayeron por un terraplén, muriendo casi en el acto.
Kiara caminó entre las plantas y respiró profundamente, disfrutando de
ese aroma particular de la lavanda o el brezo blanco que su propia madre
había plantado años atrás. En su delgado rostro se dibujó una sonrisa al
tiempo que elevaba la mirada hacia el cielo y cerraba los ojos durante unos
instantes, momento en el que el resto de sus sentidos despertaron y le
advirtieron de que algo se acercaba con extrema rapidez.
Como si algo la hubiera golpeado, Kiara abrió los ojos de golpe y dirigió
su mirada verde hacia el camino sembrado de árboles que llevaba a la
puerta principal del palacio. Al instante, su corazón saltó por el miedo que
le produjo aquella visión tan salvaje. Al menos una decena de guerreros que
portaban la bandera del rey Jacobo se acercaban a galope hacia su hogar y
sintió tal miedo por su gente que no pudo sino levantar levemente las faldas
de su vestido y correr hacia donde se encontraba Andy, que ya estaba
esperando a que la decena de guerreros se acercara a ellos.
—¿Qué ocurre? —preguntó la joven con el ceño fruncido cuando llegó
junto a él.
Andy suspiró y se encogió de hombros con el rostro preocupado.
—No lo sé, la verdad, pero no tiene buena pinta. Desde que tus padres
murieron no habían vuelto los guerreros del rey, muchacha. Y estos no
parecen muy contentos por venir aquí.
Y tenía razón. A pesar de la distancia, Kiara pudo ver los rostros
cansados y enfadados de aquellos guerreros que se presentaban en su casa
para perturbar la paz del palacio. ¿Qué querrían?, se preguntó entre
desconcertada y asustada.
—¿Crees que mi padre pudo haber dejado algo sin pagar cuando murió?
—preguntó con preocupación.
—No lo creo, muchacha. Tu padre era muy puntual y nunca dejó nada en
el aire. Deduzco que es otro motivo el que los ha traído.
Con un suspiro, Kiara volvió a mirar a los guerreros, que ya habían
llegado frente a ellos y desmontaban de sus caballos. La joven tragó saliva
al ver que uno de ellos, el que parecía ser el líder, se acercaba con la mirada
fija en ella, aunque no le pasó desapercibida la mirada que dirigió a la
espada de Andy, que colgaba de su cadera.
—Buenos días, señores —dijo Kiara con voz suave—. Les doy la
bienvenida a Blair Palace. ¿Se han perdido por estas tierras?
El guerrero la miró tan fijamente que Kiara tuvo que apartar sus ojos
durante unos segundos, abrumada por aquella mirada negra que parecía
querer traspasarla. Después, el hombre miró hacia atrás, a sus compañeros,
y frunció el ceño con extrañeza. Tras esto, volvió a mirar a Kiara con tanta
firmeza que Andy no pudo sino dar un paso al frente para protegerla de un
posible ataque.
—¿Ocurre algo, señores? —preguntó con tono enérgico.
—No, y no nos hemos perdido, muchacha —respondió mirando a la
joven por encima del hombro de Andy—. Estamos buscando a Kiara
Stewart.
Al escucharlo, la aludida sintió cómo su corazón y todo su cuerpo se
sobresaltaba instantáneamente. En sus ojos verdes se mostró una expresión
temerosa que no pasó desapercibida al guerrero, que sonrió levemente de
lado.
—¿Sois vos? —preguntó a pesar de saber la respuesta.
Andy carraspeó para llamar la atención sobre él y cuando la mirada del
guerrero estaba puesta sobre él, le preguntó:
—¿Quién pregunta por ella?
El recién llegado sonrió aún más y elevó el mentón con cierto orgullo.
—Su majestad el rey, Jacobo III.
Kiara no supo descifrar si aquella revelación le dio más miedo que el
hecho de que estuvieran buscándola. ¿El rey la necesitaba para algo?
¿Cómo se suponía que tenía que reaccionar ante aquellas palabras? Kiara se
retorció las manos con nerviosismo sin saber qué decir y solo pudo
mantenerse callada.
Segundos después, Andy giró la cabeza hacia ella para mirarla fijamente,
sin embargo, vio por encima de su hombro que se acercaban corriendo el tío
de la joven, Dougall, y su hombre de confianza, Thane. Resopló, enfadado
porque estos tuvieran que meterse en asuntos que no les concernían, algo a
lo que se habían acostumbrado desde que llegaron al palacio en el sepelio
del que había sido su mejor amigo.
—¿Qué ocurre, señores? —preguntó Dougall casi sin resuello debido a la
enorme barriga que había ido adquiriendo desde que estaban allí.
El recién llegado suspiró, con poca paciencia por tener que explicar todo
de nuevo. Vio cómo el hombre que protegía tanto a aquella joven se
apartaba para dejar hablar al que acababa de llegar y dio un paso más hacia
ellos.
—Mi nombre es James Buchanan —se presentó por primera vez—,
guerrero de las huestes de Jacobo III, y hemos venido aquí en nombre de
nuestro rey para buscar a la joven Kiara Stewart, hija de Fergus y Kate
Stewart, muertos hace cinco meses camino a la corte.
Al ver que sus palabras resonaron en el jardín y nadie dijo nada, enarcó
una ceja y resopló, impaciente.
—¿Necesitáis más información, señor...?
—Stewart, Dougall Stewart, tío paterno de la joven a la que buscan —
dijo con el pecho hinchado de orgullo.
James lo miró de arriba abajo antes de dirigir sus ojos hacia Andy, que se
mantenía callado y con cierto aire molesto ante aquellas personas.
—Bueno... ¿y alguno de vosotros va a decirme ya dónde está Kiara
Stewart o necesitan saber la cantidad de paciencia que me cabe en las
pelotas? Les aseguro que es muy poca...
Kiara, al escuchar sus palabras, se sobresaltó, lanzó una exclamación
ante ese comentario tan soez y carraspeó, nerviosa. La joven abrió la boca
para responder, pero la voz aflautada de su tío la cortó al instante:
—¿Acaso ha hecho algo malo mi sobrina?
—Sí, no responder a la petición que el rey le hizo semanas atrás.
Kiara frunció el ceño y giró la cabeza para mirar a su tío, extrañada por
aquellas palabras.
—No hemos recibido ninguna petición —respondió Dougall en apenas
un susurro.
Kiara se adelantó enseguida y miró a James.
—¿Por qué no hablamos esto dentro del palacio al calor de la chimenea?
—No veo por qué deberíamos dejar entrar a estos señores al palacio —
intervino Dougall mirándola enrabietado.
Kiara clavó su mirada en él y respondió:
—Insisto.
James sonrió.
—Os lo agradezco, señorita —dijo el guerrero enseguida sin dejar hablar
de nuevo a Dougall.
Kiara le mostró con la mano el camino y los precedió, seguida de Andy,
hacia un pequeño salón que había cerca de la puerta de entrada, donde su
padre siempre solía recibir a las pequeñas visitas. Sus rápidos pasos
resonaron contra el suelo, ya que cada vez que se ponía nerviosa, caminaba
demasiado deprisa.
Fue la primera en abrir la puerta de la sala y dejó entrar primero a su tío
y su hombre de confianza, a Andy y, seguidamente, a James Buchanan, que
le dedicó una mirada larga.
Segundos después, suspiró y entró.
—¿Y bien? —preguntó James.
Kiara paró frente a él y lo miró directamente a los ojos. Si estaban allí
para buscarla, sería ella, y no su tío, quien hablara con ese hombre.
—¿A qué no he respondido?
James sonrió de lado.
—Vaya, pensaba que nunca diríais vuestro nombre, muchacha...
Dougall puso una mano en el hombro derecho de Kiara, llamando su
atención.
—Querida, ¿por qué no vas junto a Isobel mientras los hombres
departimos?
Kiara se sacudió la mano de su tío con un movimiento seco y lo miró
enfurecida.
—Si estos hombres me están buscando por algo que no he hecho, quiero
saber el motivo. Y luego después intentaré descubrir por qué no llegó a mí
la solicitud del rey —sentenció. Después volvió a mirar a James—. Como
bien habéis podido comprobar, yo no he recibido nada.
El aludido carraspeó y, sin borrar la sonrisa de su rostro, le dijo:
—Yo mismo vine hace tres semanas para entregaros la carta en nombre
del rey —explicó con lentitud—. Me recibió una mujer que dijo ser vuestra
tía y me confirmó que os la daría.
—Pero ¿cómo os atrevéis a culpar a mi esposa? —vociferó Dougall.
James clavó la mirada en él y se encogió de hombros.
—Digo la verdad, y acabo de comprobar con mis propios ojos que esta
muchacha también la dice. Ahora la pregunta es ¿por qué vuestra esposa no
informó a la joven sobre la carta?
En la frente de Dougall pareció asomar una gota de sudor, fruto del
nerviosismo que lo atenazaba, sin embargo, pudo salir al paso.
—Mi esposa perdió la carta antes de poder dársela a mi sobrina, por lo
que nunca supimos el contenido de la misma.
Kiara se giró hacia él.
—¿Y por qué nunca me dijisteis nada? ¡Esta es mi casa, no la vuestra! —
preguntó alzando la voz.
—Nuestro deber es protegerte y ahora estás bajo nuestra tutela.
Kiara apretó los puños con fuerza, incapaz de soportar más la presencia
de aquellos que decían ser su familia en su hogar.
—En el futuro seré la señora de este palacio. ¡Haríais bien en no
olvidarlo! —sentenció.
—Me parece que mi hermano nunca fue lo suficientemente bueno con tu
educación, muchacha. Siempre he pensado que debió darte más golpes... —
Dougall se acercó a ella peligrosamente, sin embargo, la mano de James lo
detuvo.
Tanto Kiara como Dougall se volvieron hacia él, pues parecían haber
olvidado su presencia cuando se enzarzaron en la pelea. La dura mirada que
le dedicó el guerrero a su tío hizo que este diera un paso atrás, alejándose de
ella.
—Haríais bien en no amenazar a la joven, pues no creo que le haga
mucha gracia a su prometido.
Kiara frunció el ceño.
—¿Cómo? —tartamudeó—. ¿Mi... prometido?
James asintió con seriedad.
—Eso es lo que decía la carta.
—Os agradecería que la resumierais —le exigió la joven.
El guerrero cruzó los brazos por delante de su pecho y clavó la mirada en
ella.
—El rey Jacobo ha concertado vuestra boda con Cameron Sinclair. En la
carta requería vuestra presencia en el castillo Mackintosh para dentro de
tres días, de ahí su sorpresa al no recibir respuesta alguna por vuestra parte,
además de las prisas que tenemos por llegar a tiempo.
Kiara sintió que las piernas le fallaban y dio un paso atrás para aferrar
con su mano el respaldo de la silla más cercana. Dirigió su mirada
desesperada hacia Andy, que la observó con cierta pena, después a su tío,
que apretaba los puños con fuerza, y finalmente hacia James, que parecía
más impaciente que antes.
—¿Casarme? —preguntó con la esperanza de haber escuchado mal.
James asintió, pero no tuvo la oportunidad de responder, pues Dougall se
adelantó.
—¡No conocemos a ese tal Sinclair! Lo mejor es que mi sobrina se case
con quien concertemos.
Y en parte, solo en parte, estuvo de acuerdo con su tío, aunque tan solo
cuando dijo que no lo conocían. No tenía ni idea de quién era Cameron
Sinclair, ni siquiera había oído hablar de él, pues el clan de ese guerrero
estaba en la zona más norteña de toda Escocia. Sin embargo, no estuvo de
acuerdo con que sus tíos fueran quienes tuvieran que decidir o concertar su
matrimonio. Kiara miró a Dougall con ojos desorbitados y cuando abrió la
boca para abrir solo pudo cerrarla, pues el comentario de Andy fue tan
acertado que no podría ponerle ni una sola pega.
—Claro, para que su futuro marido sea como vosotros... —dijo
irónicamente—. Muy conveniente...
Dougall lo miró mal y lo encaró, aunque James cortó cualquier
probabilidad de respuesta:
—El matrimonio lo ha concertado su majestad. Supongo que no tenéis
problema alguno con la decisión de Jacobo...
Dougall resopló y supo que no tenía otra opción más que callar y asentir.
—Estupendo. Mañana mismo a primera hora partiremos hacia las tierras
del clan Mackintosh y os escoltaremos.
Kiara asintió de forma inconsciente, pues las palabras de ese hombre
seguían resonando en su cabeza. Al día siguiente debía partir para conocer
al que sería su esposo... ¿Y qué debía hacer? ¿Cómo debía comportarse?
Siempre pensó que la persona con la que compartiría su vida sería alguien
conocido, no un guerrero del que no sabía más que el nombre. Casarse...
—Ordenaré a los sirvientes que preparen las habitaciones.
James negó con rotundidad.
—Mis hombres y yo estamos más acostumbrados a dormir al raso que en
una habitación caliente y cómoda. Montaremos campamento en el jardín.
—Pero...
—Insisto, señorita.
Kiara asintió y su mirada se dirigió al suelo. Un intenso nerviosismo se
instaló en su pecho y, obligándose a reaccionar, miró a su tío de mala
manera antes de despedirse abruptamente de su invitado y Andy para salir
de ese salón como alma que lleva al diablo.
Sabía exactamente hacia el lugar al que se dirigía, pues estaba segura de
dónde se encontraba su tía. Los pasos de Kiara resonaban contra el suelo y
parecían tan enfadados como la dueña de los mismos. En ningún momento
había pedido la ayuda de sus tíos, sus padres jamás los habían visitado,
pues, según Andy, su padre no se llevaba muy bien con su hermano tras una
discusión años atrás. Sin embargo, allí se habían presentado el día del
funeral para amargar su vida a partir de entonces. Desde ese día, parecían
ser los verdaderos dueños de su casa, por lo que daban órdenes a diestro y
siniestro a los sirvientes, eso sin contar con que los castigaban como si
fueran peor que escoria. Y cuando por fin Kiara lograba darse cuenta, ya era
demasiado tarde. Recordó que en una ocasión, llamó la atención de su tía y
le pidió, más bien exigió, que no volvieran a azotar a los sirvientes o ella
ordenaría azotarlos a ellos, a su primo incluido.
—Querida, eres demasiado joven como para saber llevar una casa —le
dijo su tía con zalamería.
—Soy lo bastante inteligente como para saber lo que deseo o no en mi
casa. Y desde luego, no quiero azotes a nadie —fue la respuesta de la joven
—. Y si no sois capaces de entenderlo, haced las maletas y marchaos de mi
casa, que nadie os ha llamado.
Y desde entonces, el carácter de Kiara se había endurecido, pues no
podía soportar la carga que suponían sus tíos en su casa. Habría preferido
mil veces quedarse en la calle que vivir con ellos. Poco quedaba de la joven
dulce y dócil que era antes de la muerte de sus padres, pues raro era el día
en el que no acababa enfurecida por el orgullo que mostraban sus tíos en
aquel palacio que creían suyo.
Kiara caminó deprisa hacia el lado contrario al palacio. Dobló varias
esquinas y se encaminó a la biblioteca, donde sabía que estaría su tía, junto
a su primo, que no se separaba de su madre a pesar de tener la misma edad
que Kiara. La joven abrió la puerta de golpe y vio cómo su tía Isobel y
Mark, su primo, se sobresaltaban.
—¿Se puede saber por qué entras así en la estancia, muchachita? —
preguntó su tía con voz chillona.
Kiara frunció el ceño. Estaba tan cansada de repetir todos los días lo
mismo que ya no sabía cómo decirlo:
—Te recuerdo una vez más, querida tía, que esta es mi casa, no la tuya
—le dijo de mala gana.
—¡Pero bueno! —exclamó levantándose airada de la silla—. ¿Qué clase
de educación es esa?
—¡La que he tenido que adquirir desde que estáis aquí porque no soy
capaz de soportaros! —Cerró la puerta con un sonoro portazo—. ¿Cómo
has sido capaz de destruir una carta que el mismísimo rey Jacobo envió para
mí?
Isobel se llevó una mano al pecho, sorprendida por aquellas palabras.
—¿Cómo te atreves a acusarme de algo así, jovencita?
Kiara apretó los puños.
—Porque acaba de llegar el hombre que te la entregó en mano y ha
confesado habértela dado, así que no te hagas la sorprendida.
Isobel apretó la mandíbula y mostró un porte orgulloso, cambiando por
completo su rictus. Sus ojos verdes se empequeñecieron, su cara gruesa
pareció ensancharse aún más, su nariz chata mostró sus orificios como si de
un cerdo se tratara mientras que su boca pequeña se quedó en una fina línea.
Su primo, por su parte, se levantó también de su asiento, como si así
pudiera defender a su madre de un ataque que no estaba por llegar. El gesto
asqueado y orgulloso que siempre mostraba su primo se tornó lívido y sus
ojos azules se clavaron en Kiara como si quisiera traspasarla tan solo con
una simple mirada. Su nariz larga y afilada acababa en una boca apretada y
contraída, como si estuviera haciendo un gran esfuerzo por contener su
lengua, algo a lo que Kiara poco le importó.
—Leí esa carta nada más separarme de ese hombre tan tosco y decidí,
junto a tu tío, que lo mejor es que buscáramos nosotros alguien con quien
casarte —Señaló a Mark—, y creo firmemente que tu primo es el mejor
candidato.
El corazón de la joven se sobresaltó al escucharla.
—¿Mark? —preguntó casi con asco—. ¡Somos familia! ¡Jamás podría
casarme con alguien como él!
El aludido dio un paso hacia ella y apretó los puños con fuerza, sin
embargo, Kiara no se amedrantó.
—Además, mi matrimonio lo ha decidido el rey y aunque no conozco a
Cameron Sinclair, ¡estoy segura de que será mejor marido de lo que Mark
podría ser jamás!
—Ten cuidado con lo que dices, prima —le advirtió—. Puede que tu
futuro marido te dé más golpes de los que imaginas...
Kiara frunció el ceño y se marchó de la biblioteca, pues no soportaba
más la presencia de su primo y tía. Sin embargo, el primero había sembrado
la duda en su corazón. Había defendido a Cameron Sinclair sin tan siquiera
conocerlo y había gritado que sería mejor marido que Mark, no obstante, no
lo conocía. ¿Y si su primo tenía razón y el guerrero hacía de su vida un
infierno aún peor que el que ya vivía? Intentó no amedrentarse por las
palabras de su primo, dichas desde el orgullo malherido, pero su corazón ya
estaba tocado y su alma temía encontrarse con un hombre que tan solo le
provocara dolor, pues sabía que los hombres del norte eran demasiado
salvajes como para saber tratar a una mujer como ella, educada en la finura.
El día siguiente llegó antes de lo que hubiera imaginado. A Kiara no le
gustaba dejar su hogar en manos de sus tíos, pues no estaba segura de lo que
ocurriría en su ausencia. Sin embargo, le calmaba saber que Andy y el resto
de guerreros leales a ella se quedarían allí para defender sus intereses.
Durante la tarde del día anterior había llenado su baúl con ropa, y a pesar
de que James le pidió que no llevara mucho equipaje, no pudo evitar
llenarlo, ya que no estaba segura de cuántos días estaría en el castillo
Mackintosh. De lo que sí estaba segura era de que no podía parar el temblor
que asolaba sus manos. Estaba realmente nerviosa por la partida y por lo
que pudiera encontrarse en ese lugar, algo que le había hecho desistir de
comer algo durante el desayuno que había decidido tomar en su propia
habitación.
Cuando dos sirvientes entraron para llevarse el baúl, Kiara dirigió una
última mirada hacia su dormitorio, pues la próxima vez que lo viera sería
con un anillo en el dedo y casada con un hombre al que no conocía.
La joven suspiró y salió fuera, aunque cuando pisó el pasillo hubiera
deseado no hacerlo, pues su primo estaba allí de pie esperándola.
—¿Qué quieres? —le preguntó de mala manera.
Mark suspiró y en su rostro se dibujó una expresión apenada.
—No quiero despedirme de ti tras haber discutido ayer.
Kiara enarcó una ceja al escucharlo, no obstante, se detuvo a escucharlo.
—Ambos dijimos cosas fuera de tono, pues los nervios estaban a flor de
piel y debo pedirte disculpas, prima. Hace unos meses no empezamos bien
y creo que es hora de que todo lo vivido hasta ahora podamos olvidarlo para
convivir en paz.
La joven lo miró en silencio durante unos segundos hasta que por fin
encontró las palabras necesarias para responder.
—Tienes razón. Empezamos mal, pero no creo que la cosa vaya a ir
mejor, puesto que cuando regrese con mi esposo, haréis las maletas y os
marcharéis de mi casa, ya que para entonces no necesitaré la tutela de tus
padres —dijo lentamente—. Como deferencia, dejaré que sigáis aquí hasta
mi regreso, pero a partir de entonces, tendréis que volver a vuestra
residencia en Edimburgo.
Mark tragó saliva y asintió sin mostrar ningún sentimiento y se apartó
para dejarla marchar.
Con porte elegante, Kiara se dirigió hacia las escaleras en completo
silencio y las bajó esperando que su primo no la siguiera. Se había cansado
de sus continuas peleas con aquella familia que no deseaba, por lo que había
decidido echarlos de allí en cuanto regresara.
Con paso firme se dirigió hacia la salida del palacio y descubrió que ya
todos estaban preparados para partir, por lo que tras despedirse de Andy y
los demás guerreros, se acercó a la carreta y montó en ella para dirigirse a
su destino. Un destino incierto del que no sabía cómo saldría parada, tan
solo deseó y rezó para que ese tal Cameron Sinclair tuviera mejor carácter
de lo que esperaba.
CAPÍTULO 1
Castillo Mackintosh, tres días después
Kiara estaba totalmente dolorida cuando bajó de la carreta. No estaba
acostumbrada a tanto movimiento, por lo que cuando bajó de la misma,
estiró el cuerpo disimuladamente, ya que ese gesto no se esperaba de una
dama como ella. Aunque le costaba admitirlo, desde que salieron de su casa
había tenido una tranquilidad que no había gozado desde meses atrás, ya
que los guerreros de Jacobo la habían tratado con sumo respeto y le dirigían
la palabra lo mínimo para evitar molestarla. Algo que Kiara agradeció, pues
su mente solo podía estar en esa silueta borrosa que había formado en su
mente sobre Cameron Sinclair. No podía dejar de preguntarse cómo sería el
rostro del guerrero, algo que realmente no le importaba, pero sí se interesó
por su carácter, ya que no quería que fuera alguien tan insoportable como
sus tíos. No obstante, no había tenido la suficiente valentía como para
preguntarle a los guerreros que la acompañaban.
Tras esos tres días de viaje, por fin se encontraban en su destino y su
futuro marido seguramente ya pululaba por los muros de ese enorme e
imponente castillo, por lo que un intenso nerviosismo se instaló en su
interior.
En el momento en el que los ojos de Kiara bailaban de un lugar a otro de
la fortaleza intentando buscar al que era su prometido, vio aparecer a un
hombre alto, fuerte y con una expresión de fiereza que provocó en ella tal
temor que estuvo a punto de esconderse detrás de James.
—¡Mackintosh! —vociferó este al verlo llegar a ellos—. ¿Cuándo
veremos a una decena de niños con tu misma sangre?
Kiara no pudo evitar dibujar una expresión de alivio al escuchar el
apellido del hombre que se acercaba a ellos, y dedujo que se trataba del
laird de ese clan y señor del castillo.
—¡Cuando empieces a mear whisky! —bromeó Ian palmeando la
espalda del guerrero antes de dirigir su mirada hacia Kiara—. Vaya, no
pensaba que todas mis invitadas serían tan hermosas...
Dio un paso hacia ella y besó su mano con cierta tosquedad a pesar de
que intentó mostrar una dulzura que sabía que no tenía.
—Gracias por ofrecerme una habitación en su castillo, señor Mackintosh.
Ian sonrió de lado y dio un paso más hacia ella, bajando la cabeza casi
imperceptiblemente.
—No me las deis, muchacha, esto es una imposición de Jacobo —
susurró.
James lanzó una carcajada y le devolvió la palmada en la espalda.
—Venga, Mackintosh, admite que en tu mugroso castillo nunca has
tenido a muchachas tan bonitas.
Ian sonrió con cierto aire de tristeza y asintió.
—Una vez hubo una. Pero tienes razón, desde entonces quedamos los
más feos.
Ambos rieron para incomodidad de Kiara, que lo único que deseaba era
poder ir a ese dormitorio a cambiarse de ropa y descansar un rato en una
cama suave y un mullido colchón. E Ian, como si hubiera sentido su
cansancio, se giró de nuevo hacia ella y le mostró el camino a seguir con la
mano.
—Me parece que soy un descortés, señorita Stewart, enviaré a algunos de
mis sirvientes para que suban sus cosas a su dormitorio y pueda cambiarse
de ropa y descansar. Estoy seguro de que estaréis cansada.
—Mucho, la verdad —admitió la joven.
Ian sonrió y, con una inclinación de cabeza, se despidió y se marchó.
Segundos después, Kiara se sobresaltó con el sonido de un trueno. La
joven miró al cielo y descubrió que se estaba cubriendo de nubes poco a
poco, amenazando lluvia y, sin darse cuenta, se dijo que se sentía como el
tiempo en ese momento, tronando por dentro y con unas ansias terribles de
llorar.
Una hora después estaba completamente limpia y descansada, aunque
sus nervios no hacían más que aumentar a medida que pasaban los minutos.
Desde aquella habitación pudo comprobar que en el exterior se había
desatado una tormenta y, aunque siempre le había gustado la lluvia, las
tormentas le recordaban no solo a la muerte de sus padres, sino a un
episodio de su vida que deseaba borrar de su mente con todas sus fuerzas.
Cuando un nuevo trueno resonó entre las paredes de la habitación, Kiara
salió al instante de su habitación, dispuesta a buscar a alguien con quien
poder olvidar que fuera del castillo parecía estar el fin del mundo. Sin
embargo, la primera persona con la que se cruzó fue con el propio James,
que esbozó una sonrisa al verla.
—Vaya, señorita, iba a buscaros a vuestro dormitorio.
La joven no pudo evitar una expresión de miedo que hizo reír al
guerrero.
—No, no os equivoquéis, no es la ilusión de mi vida enfrentarme al
Sinclair. Su majestad me envía para comunicaros que os está esperando en
un salón con vuestro prometido.
—¿Ahora? —casi tartamudeó la joven.
—Exacto. Y me gustaría ir enseguida y dejaros en sus manos, pues me
han dicho que ha habido una pelea en la que ha estado implicado Kerr
Mackay y me gustaría ir a burlarme de él un rato.
Esas últimas palabras resonaron en Kiara como si hubiera estado a
kilómetros de allí, pues solo podía pensar en que quedaban minutos para
conocer a su prometido, y la verdad era que no se sentía preparada para ello.
Tragando saliva, la joven asintió casi imperceptiblemente y siguió a James
por el castillo a través de pasillos que no veía y cruzándose con gente a la
que ni conocía y apenas podía ver entre aquella niebla de nerviosismo.
Cuando vio que James paraba frente a una puerta de roble maciza supo
que cuando entrara, no tendría escapatoria. Por fin, días después se
encontraba de frente a su destino y cuando el guerrero estiró la mano para
abrir la puerta, Kiara alargó la suya para frenarlo, algo que consiguió
sorprender a James, que la miró como si se hubiera vuelto loca.
—Dadme unos segundos, por favor —le pidió la joven.
James dudó unos instantes, pero finalmente asintió y se apartó de la
puerta tras un carraspeo.
Kiara le agradeció el gesto con una inclinación de cabeza y se alejó de él
unos pasos. Se acercó a la balaustrada que llevaba al patio interior cuadrado
y cerró los ojos unos instantes mientras inspiraba hondo. Dio un respingo
cuando escuchó un nuevo trueno y supo, por el hormigueo en su espalda,
que James la estaba observando de reojo, pero no le importó. Necesitaba
calmarse antes de sellar su destino para siempre con un hombre al que no
quería, pero sí la obligaban a casarse.
Si alguna vez había pensado en el matrimonio era con un hombre al que
amara por encima de todo y con el que tuviera la suficiente confianza como
para unir su vida a él para siempre y no un acuerdo del rey que solo se había
limitado a esperar que ella obedeciera. Se sentía mal consigo misma por
haber nacido mujer y por no poder decidir sobre su vida, aunque sabía que
el hombre que la esperaba a unos metros tampoco había podido decidir y tal
vez se había dejado a un amor en su clan. ¿Y si no le gustaba? Kiara se
golpeó mentalmente por hacerse esa pregunta en ese instante y sintió rabia
por todo lo que sucedía a su alrededor. Si sus padres estuvieran vivos,
¿habrían consentido aquel matrimonio o habrían intentado hablar con
Jacobo para que lo anulara? Sin embargo, la otra opción que le quedaba,
ahora que sus padres no estaban, tampoco le gustaba, pues casarse con su
primo, como le habían sugerido, no era la ilusión de su vida, pues solo le
provocaba arcadas. Y lo único que parecía hacerle no pensar en lo malo de
ese matrimonio era el hecho de que echaría de su vida a sus tíos en cuanto
regresara casada y con su marido a su palacio.
Un carraspeo a su espalda llamó su atención. Kiara se volvió hacia
James, que la observaba con una ceja enarcada mientras movía los dedos
contra la empuñadura de su espada impacientemente.
—¿Entramos?
Kiara reaccionó, pues ese hombre no era culpable de su destino, y
asintió, acercándose de nuevo a él. James alargó de nuevo la mano y aferró
el pomo con fuerza para después abrir la puerta lentamente.
La primera persona que se cruzó en su campo de visión fue el propio rey
Jacobo, que se adelantó para saludarla, poniéndose por delante del hombre
que había también en la estancia e impidiéndole poder verlo y conocerlo por
fin.
—¡Señorita Stewart! —exclamó con alegría—. ¡Cuánto me alegro de
veros! Ya empezaba a pensar que os encontrabais mal...
Kiara hizo una inclinación antes de que el rey tomara su mano y
depositara un beso en ella.
—Gracias por preocuparos, mi señor, pero estoy bien. Siento el retraso.
Jacobo mostró una sonrisa antes de apartarse y, al instante, el corazón de
Kiara se sobresaltó, pues frente a ella quedó expuesto el hombre que iba a
convertirse en su marido, y justo cuando posó su mirada sobre él, un fuerte
trueno resonó en toda la estancia, haciéndole ver que la tormenta era tan
peligrosa como el guerrero que la observaba con unos ojos tan negros como
la noche.
Cameron estaba comenzando a impacientarse con el retraso de su
prometida. Casi le provocaba el vómito pensar en esa palabra, pues estaba
tan iracundo con Jacobo por aquella encerrona que apenas podía mantenerse
quieto mientras esperaba.
—Pareces deseoso de conocer a tu futura esposa... —dijo el rey,
confundiéndose de sentimientos.
Cameron lo miró y enarcó una ceja, deseando poder decirle a la cara lo
que realmente sentía, y no era precisamente deseos de conocerla, sino más
bien de correr hacia la puerta, ir a las caballerizas a por su caballo y no
parar de cabalgar hasta llegar a sus tierras para que nadie pudiera
alcanzarlo. ¿Una esposa? ¿En serio? ¿En qué momento había decidido el
rey que él necesitaba una esposa? Cameron vivía tranquilamente en su
castillo, acostándose con cualquier otra mujer que se pusiera delante de él y
no debía dar explicaciones a nadie, pero ahora... Todo cambiaría por culpa
de esa maldita mujer que, para colmo de los colmos, llegaba tarde a la cita.
Cameron ni siquiera se molestó en responder a Jacobo, pues supo que su
mirada le bastó al rey para saber lo que realmente sentía.
El guerrero se paseó por toda la estancia mientras esperaba a su
prometida y cuando escuchó que la puerta se abría, minutos después, se giró
hacia ella de mala gana, realmente enfadado por haberlo hecho esperar tanto
y obligarlo a estar allí en lugar de en cualquier otro lugar charlando con sus
amigos. Tan solo tuvo tiempo de ver una larga cabellera castaña y rizada
antes de que Jacobo, adrede, se pusiera ante él para cortarle la perspectiva
mientras recibía a la joven.
La voz suave y ligeramente temerosa no le pasó desapercibida a
Cameron, que no pudo evitar apretar con más fuerza la empuñadura de la
espada. ¿Acaso esa muchacha era tan débil y asustadiza que huiría de él en
cuanto lo viera? El joven contuvo un bufido de rabia en la garganta que casi
lo hizo atragantarse cuando Jacobo se apartó de repente y le permitió ver a
la que iba a convertirse en su esposa. Inconscientemente, apretó con más
fuerza la empuñadura para evitar que los allí reunidos pudieran darse cuenta
del fuerte puñetazo invisible que había recibido en su estómago cuando los
ojos verdes de aquella muchacha se posaron, temerosos, sobre él.
Como si todo él se hubiera convertido en piedra, Cameron no se movió
ni un ápice mientras aquella joven lo observaba de arriba abajo sin ningún
tipo de vergüenza, aunque él no se quedó atrás. Descubrió en ella un rostro
ovalado y con cierta expresión de aflicción. ¿Sería por él? Sus ojos verdes,
que llamaron poderosamente su atención, se mostraban tristes, como si
hubieran dejado de vivir hacía tiempo. Su nariz recta lo incitaba a darle un
pellizco para hacerla reaccionar y que dijera algo, pues él sentía que no
podía, ya que cuando posó, sin querer, los ojos sobre los labios redondos y
cautivadores, perdió la noción del tiempo y de la realidad. Se obligó a
reaccionar pasados unos segundos en los que solo se escuchaba el sonido de
la lluvia en el exterior y el de la chimenea en ese salón.
Jacobo los miraba alternativamente y negó mientras chasqueaba la
lengua, algo que hizo reaccionar a Cameron y dar un paso hacia la joven.
—Señor Sinclair —dijo por fin el rey—, le presento a su prometida,
Kiara Stewart.
La joven no pudo evitar un respingo al escuchar su nombre, pues estaba
tan metida en sus pensamientos que no había sido consciente del
movimiento del guerrero, que ahora tomaba su mano para depositar un beso
en ella. Como si de un rayo de la tormenta se tratara, sintió algo extraño en
toda su piel y su cuerpo ante el contacto con él, pues le había parecido tan
cálido que durante unos segundos logró acabar con la frialdad de su alma.
—Un placer, muchacha —La voz rasposa del guerrero la sobresaltó de
nuevo y cuando vio que este enarcaba una ceja ante sus reacciones, se
obligó a no amedrentarse ante él.
—Lo mismo digo, muchacho —fue su sorpresiva respuesta al llamarlo
como él la había llamado a ella.
Jacobo esbozó una sonrisa y se dirigió hacia la puerta, dejando con la
boca abierta a ambos.
—Los dejo solos para que se vayan conociendo mejor.
Kiara abrió la boca para responder, pero las palabras se le quedaron
encajadas en la garganta y supo que había perdido su oportunidad cuando la
puerta se cerró tras el rey.
Con el gesto demudado en sorpresa y cierto temor por encontrarse sola
ante un desconocido, Kiara se volvió hacia él y continuó su escrutinio unos
segundos más. La verdad es que estaba realmente sorprendida ante la
realidad que había frente a ella. Siempre que había intentado imaginarlo en
su mente se formaba la imagen de un hombre mayor, sin embargo, ante ella
se encontraba un joven un par de años, como mucho tres, mayor que ella.
No le pasó desapercibido el hecho de que el guerrero apretara la
empuñadura de la espada con fuerza, confirmándole que no le había
gustado, aunque tampoco le importaba.
Cameron tenía la cara cuadrada, impenetrable y salvaje. Sin lugar a
dudas, se reflejaba en su rostro lo que estaba pensando, y sabía que la
odiaba, aunque no mucho más que ella a él. Sus ojos negros mostraban una
dureza que no había visto jamás y entonces comprendió el comentario que
había hecho uno de los guerreros que la había escoltado hasta el castillo
cuando lo había llamado Cuervo. Sin duda alguna, aquella parecía ser la
mirada de un cuervo. Su boca se mostraba firme, indicándole que la
apretaba con tanta fuerza que en sus labios se dibujó una línea muy fina. Su
rostro estaba poblado de una barba tan negra que, sorprendentemente,
contrastaba con su cabello rubio y despeinado. Pero lo que más le llamó la
atención fue su altura y robustez, que nada tenía que ver con los hombres
que ella conocía, como Andy. Los guerreros de su padre se sorprenderían al
ver la magnitud del cuerpo de su futuro marido, pues parecía estar esculpido
en piedra. Literalmente... ya que apenas se movía ni un solo milímetro, y
únicamente eran sus ojos los que mostraban algo de vida en medio de aquel
silencio tan asfixiante.
Kiara suspiró y se obligó a moverse por el salón, alejándose de él, pues
necesitaba poner distancia entre Cameron y el nerviosismo que se había
instalado en su estómago. La joven se retorció las manos con nerviosismo y
cuando le dio la espalda, miró hacia arriba, como si así pudiera tener
contacto con el mismísimo Dios para rezar por ella y por su alma.
—Cuando me han dicho que iba a casarme, no pensaba que sería con una
niña...
La voz rasposa del guerrero la sobresaltó y enfureció a partes iguales,
provocando que se girara hacia él y lo encarara, mostrando una expresión
de indignación que estuvo a punto de hacerlo sonreír.
Kiara puso los brazos en jarras y lo miró desafiante.
—¿Una niña? ¡Tengo 19 años! —exclamó.
La joven lo vio enarcar una ceja, sorprendido por la revelación.
—Pues no lo parece... —dejó caer de repente divertido al verla enfurecer.
—¿Intentáis insultarme?
Cameron dejó escapar el aire como si aquello no fuera con él.
—No, tan solo pensaba en voz alta.
El guerrero se cruzó de brazos, mostrando sus marcados bíceps por
debajo de la camisa que llevaba puesta. No entendía por qué, pero de
repente aquella joven le resultaba divertida y la idea de pasar con ella el
resto de su vida no le parecía tan mala, pues era aún más bella de lo que
había imaginado jamás.
Kiara se dio cuenta de aquel gesto y lo miró con cierta sorpresa, pues se
dijo que esos brazos eran tan enormes como sus propios muslos.
—Pues os agradecería que me tratarais con más respeto —le espetó.
—Por supuesto —dijo con tono irónico—, será como ordenes.
Kiara frunció el ceño, consciente de su tono de voz.
—No me gusta que se rían de mí, ni tampoco que me tuteéis. No os he
dado permiso para que podáis hacerlo.
Esa vez, Cameron no pudo evitar lanzar una carcajada.
—Me parece que no te ha quedado claro para lo que estamos aquí. —
Sonrió al verla fruncir el ceño—. Vamos a casarnos, así que no estaría de
más dejar a un lado esos formalismos y tratarnos con más cercanía.
Kiara abrió la boca para responder, pero Cameron la cortó al instante.
—Y en cuanto a lo de darme permiso sobre lo que debo o no hacer, ni
siquiera mi madre logró domarme... así que lamento decepcionarte si no soy
el cortesano que esperabas.
La joven resopló y se alejó de él.
—Yo no esperaba a nadie. No quería casarme —admitió.
A pesar de que la joven se había alejado de él, Cameron no pudo evitar
acercarse más, pues durante un instante aspiró su aroma y por alguna
extraña razón necesitó volver a hacerlo.
—Pues entonces ya somos dos. Yo tampoco quiero hacerlo.
Kiara se giró tan deprisa hacia él que cuando vio que estaba a tan solo un
metro de ella, dio un visible respingo. No quería admitírselo, pero el hecho
de tenerlo tan cerca le produjo una extraña sensación de reconforte que la
incomodó.
—Claro, pero en cuanto Jacobo os habló de mi herencia, seguramente
aceptasteis al instante.
Cameron no supo si sentirse insultado, enfadado o anonadado, pues el
hecho de saber que ella no lo quería, le produjo indiferencia, pero que le
dijera en su cara que era un aprovechado sí le molestó, pues su clan era uno
de los más ricos del norte de Escocia, y sin lugar a dudas no le hacía falta su
maldita herencia.
Cameron se acercó a ella lentamente, provocando que Kiara, asustada,
caminara hacia atrás para escapar de él, que se aproximaba como un
verdadero cuervo a punto de arrancar los ojos de su presa.
—Vale que tenga que casarme porque lo quiera el rey; vale que tenga la
obligación de proteger a una persona que ni siquiera conozco, pero lo que
no voy a consentir, muchacha —Apoyó una mano contra la pared para
acorralarla—, es que me acuses de interesado. Me importa una mierda tu
herencia, tu casa o lo que tengas porque vendrás a mi castillo y ahí, para tu
suerte, no te va a faltar de nada.
—Yo tampoco te consiento que me trates así... —dijo tartamudeando.
Entonces, Cameron esbozó una sonrisa.
—¿Has decidido tutearme? Sí que tiene duración tu palabra... —se burló.
Kiara apretó los labios e intentó empujarlo lejos de ella, sin éxito. No
obstante, cuando sintió bajo la palma de su mano los músculos de su pecho,
notó un escalofrío recorrer toda su espalda y un intenso rubor subió hasta
sus mejillas.
—¡Eres un sinvergüenza!
Cameron asintió y se alejó de ella lentamente, pues si continuaba tan
cerca de Kiara iba a acallarla con sus labios.
—En eso estamos de acuerdo. Me lo han dicho muchas veces.
Cuando se vio libre, se alejó de él varios pasos para poner la distancia
suficiente como para que el guerrero no viera el efecto que había causado su
cercanía en ella. Jamás ningún hombre se había acercado tanto, ni la había
tratado de esa forma tan descortés, pero lo que no entendía era cómo era
posible que con ese carácter ella hubiera sentido esas cosas. Su mente le
dijo que estaba demasiado cansada por el viaje y que el odio que sentía
hacia él por su futuro matrimonio hizo que le pasara eso.
—¿Por qué has aceptado un matrimonio con alguien como yo si en
vuestras tierras habrá mujeres de sobra para casaros?
Cameron sonrió y asintió.
—Las hay, es verdad. Y las seguirá habiendo una vez estemos casados.
Sin saber por qué, ese comentario la enfureció.
—¿Pensáis seguir yendo a la taberna a pesar de nuestro enlace? Sois un
desvergonzado. No tenéis valores.
—Supongo entonces que estás dispuesta a calentar mi cama a pesar de
que esto no es más que un acuerdo...
Un nuevo rubor asoló las mejillas de Kiara, que carraspeó incómoda al
mismo tiempo que se cruzaba de brazos, como si intentara protegerse de
algo.
—Antes preferiría morir.
Cameron lanzó una carcajada.
—Entonces no debe molestarte si yo me alivio...
Kiara resopló y se alejó de él, dándole la espalda. Tenía la sensación de
que si seguía mirándolo iba a lanzarle el primer objeto que encontrara. ¿Por
qué ese hombre la hacía sentir tan enfurecida a cada palabra que salía por su
boca? Esa boca... La joven sacudió la cabeza para alejar esos pensamientos.
¿Acaso se estaba volviendo loca? Lo odiaba por haber aceptado ese
matrimonio y así iba a seguir siendo. Y si pensaba que ella iba a ser una
mujer como cualquier otra, estaba muy equivocado.
—¿Piensas en mí? —dijo Cameron en su oído.
Kiara dio un respingo y se giró hacia él, viéndolo a menos de un metro
de distancia.
—Pensaba en la manera de poder disolver el matrimonio. No necesito a
nadie para manejar la herencia de mis padres y lograré echar a mis tíos yo
sola, sin necesidad de tener a un hombre a mi lado.
Cameron sonrió de lado al tiempo que su mirada se volvía penetrante,
provocando que la atención de Kiara se centrara exclusivamente en eso.
—¿Tanto te importa esa herencia?
—Mis padres murieron hace unos meses y unos tíos a los que no he
conocido nunca se presentaron en mi casa para, según ellos, tutelarme. Es
un infierno estar a su lado y pensaba que al casarnos podría echarlos de mi
casa. Pero si casarme implica vivir otro infierno, prefiero estar sola. Sabré
manejar la herencia. Lo único malo es que Jacobo la tiene retenida.
La voz de Kiara sonó tan derrotada, tan triste, que Cameron sintió cierta
pena por ella. Acababa de descubrir el motivo por el que los ojos de la
joven mostraban tanta tristeza y aflicción y durante unos segundos tuvo la
necesidad de protegerla de ese infierno en el que decía vivir. Sin embargo,
cuando se dio cuenta del camino que tomaban sus pensamientos se sacudió
entero para apartarlos de él.
El guerrero carraspeó para llamar su atención y cuando la joven se giró
hacia él, le dijo:
—A mí esa herencia no me hace falta —le repitió— si crees que he
aceptado este matrimonio por ello. Mi clan es bastante rico.
—Pues negaos a casaros conmigo —suplicó la joven—. Recuperaréis
vuestra libertad. Si ninguno queremos casarnos, no veo por qué hay que
hacer caso a Jacobo.
Cameron sonrió levemente y miró hacia la puerta.
—Espero que nadie haya escuchado esas palabras sobre el rey,
muchacha, o estarás metida en un buen lío... —Clavó su mirada en ella—.
Al menos veo que no eres una mojigata...
Kiara frunció el ceño.
—Me seguís insultando...
Cameron comenzó a caminar en un círculo alrededor de ella, aunque
Kiara lo siguió, girándose al mismo tiempo que él, para impedir ver
totalmente su cuerpo, haciendo que el guerrero sonriera aún más.
—La verdad es que pensaba negarme a casarme con una mujer que no
fuera de mi agrado, aunque eso supusiera la guerra con el propio rey, pero
creo que voy a desechar esa idea.
Kiara elevó el mentón con orgullo.
—¿Qué queréis decir?
Cameron sonrió de lado y clavó su mirada en los ojos de la joven.
—Que vayas eligiendo vestido de novia porque vamos a casarnos.
CAPÍTULO 2
Kiara salió del salón como si fuera a matar a alguien. Abrió la puerta del
mismo de golpe, dejando a un sorprendido y burlón Cameron, que para su
sorpresa estaba disfrutando de lo lindo con esa mujer, y caminó por el
corredor sin darse cuenta de que la tormenta había pasado, dejando un
suave olor a tierra mojada que aunque penetró por su nariz, no pudo
disfrutarlo.
Sus pasos apresurados resonaban por todo el pasillo y tan solo deseaba
poder subir a la habitación que le habían cedido para poder estar sola hasta
que su malhumor cediera al menos un poco. No podía creer que su futuro
marido fuera un burlón, salvaje, antipático y desvergonzado. Ella había
esperado a un hombre más serio, tal vez frío, pero no eso. Y sin lugar a
dudas había logrado sacarla de quicio, tal y como hacían sus tíos. No, como
sus tíos no... Era peor. Con su cercanía había logrado hacer que sus defensas
estuvieran a punto de caer al suelo y un extraño temblor había sacudido
todo su cuerpo. Y eso no podía consentirlo. Desde la muerte de sus padres
había aprendido a ser independiente sin necesitar a alguien a su lado, y así
iba a seguir siendo. Y si Cameron pensaba que iba a doblegarla estaba muy
equivocado.
—Maldita sea... —murmuró.
Cuando estaba a punto de llegar a las escaleras de los dormitorios se
cruzó con el dueño del castillo, aunque iba tan metida en sus pensamientos
que no lo vio.
—¿Cómo ha ido la reunión con Sinclair?
De la boca de Kiara no salió ni un solo sonido, pero Ian adivinó, gracias
a la expresión de su rostro, la respuesta. El hombro de la joven chocó contra
el suyo levemente, pero esta siguió adelante, como si no hubiera notado
nada, algo que le hizo sonreír.
—Ya veo que bien —fue lo que pudo escuchar Kiara mientras subía las
escaleras de dos en dos.
La joven resopló y casi voló hasta su dormitorio y cuando por fin pudo
estar a salvo de miradas indiscretas, sus ojos se llenaron de lágrimas; unas
lágrimas que hacía meses no había podido derramar y que pensaba que se
habían secado en su cuerpo. No había podido llorar la muerte de sus padres,
pues la impresión fue tan grande que se había consumido en la tristeza no
derramada.
Las lágrimas salieron de sus ojos con descontrol, tal y como sentía que
estaba su vida. Todo había ido tan deprisa que no sabía cómo gestionar su
camino. Hasta entonces había hecho lo que había podido en el palacio,
gracias a la ayuda de los guerreros de su padre, pero tener a su espalda el
peso de sus insoportables tíos hacía que sintiera que estaba a punto de caer
por precipicio. Y ahora un marido... Un insoportable marido que era el
hombre más atractivo y salvaje que había visto en su vida.
Kiara soltó un bufido de rabia cuando sus pensamientos volvieron a
traicionarla y se obligó a pensar en otra cosa. Caminó con paso lento hacia
la chimenea, donde ardía poco a poco un par de troncos de madera. Fijó su
mirada en el fuego e intentó relajarse, pues estaba tan alterada que sabía que
si volvía a cruzarse con Cameron, echaría fuego por la boca.
—Tranquila, Kiara —se dijo—. Eres fuerte.
Recordó el rostro de su madre y deseó que estuviera allí de nuevo con
ella para que la aconsejara sobre lo que debía hacer o cómo comportarse
con ese hombre que la alteraba tanto. Deseó que le dijera tantas y tantas
cosas, especialmente respecto a sus tíos, que su mente se agobió por todo lo
que tenía por delante.
Pensó que tal vez no era tan suficiente independiente como para
gestionar su herencia, su hogar, su vida y tal vez sí necesitaba ese
matrimonio para poder llevar a cabo todo de lo debía, pero al cabo de unos
segundos, una voz interior le pidió calma y le dijo que todo iba a ir bien,
que se dejara llevar por sus instintos y que fluyera con la vida. Y así dijo
que iba a hacer, aunque no dejaría fluir nada con Cameron, tan solo el odio
que comenzaba a tenerle por burlarse de ella.
Acababa de llegar al castillo y ya se había ganado su enemistad, tan solo
deseó que todo acabara cuanto antes para volver a su palacio...
Blair Palace...
Mientras Kiara luchaba consigo misma y con el hombre al que el rey la
había prometido, en su palacio las cosas estaban comenzando a cambiar sin
su permiso. Sus tíos se habían quedado allí y parecían haberse hecho con el
control total de la propiedad, como si siempre hubieran estado allí y el
palacio fuera completamente suyo.
La vida de los sirvientes se había convertido en un auténtico infierno, eso
sin contar con los guerreros leales a Kiara, que habían sido expulsados de la
zona en la que dormían para pasar a dormir bajo un cielo estrellado. A pesar
de ese gesto, ninguno había puesto objeción alguna, pues no era la primera
vez que dormían al raso, aunque varios de ellos estaban iracundos ante la
idea de que Dougall e Isobel se hicieran con el control mientras Kiara
estuviera fuera.
Habían estado tentados de enviar una carta al castillo Mackintosh para
acelerar el casamiento o tal vez ir alguno de ellos en busca de la joven, pero
habían decidido esperar con la esperanza de que regresara cuanto antes a su
hogar.
Andy resopló cuando sintió que el frío de esa noche penetraba entre las
ropas. A pesar de que habían levantado un campamento en la zona donde
menos soplaba el aire, no podían evitar que el frío gélido del norte buscara
cualquier recoveco de su ropa para filtrarse y matarlos de frío.
—¿Tú tampoco puedes dormir? —preguntó Alastair a su espalda.
Andy se giró y negó con la cabeza.
—¿Cómo podría dormir con lo que nos viene encima?
Alastair se sentó junto a él.
—¿Qué crees que dirá Kiara cuando vuelva?
—No hay que ser muy listo para saber que pondrá el grito en el cielo.
Tan solo hay que aguantar e intentar descubrir algo oscuro sobre Dougall,
Isobel o Mark porque no me parece muy normal que aparecieran de la nada
y se hayan hecho con el control del palacio.
Alastair resopló y se envolvió más bajo el manto que lo cubría.
—Yo también creo que tienen algo escondido, amigo. Incluso a veces he
pensado que no es el hermano del señor. Fergus nunca habló de su hermano
y, aunque sabíamos que existía, me extraña que este viniera al día siguiente
de su muerte.
Andy levantó la mirada hacia él.
—Kiara me pidió que intentara poner orden en el palacio mientras ella
no estaba y ahora que las cosas se están poniendo bastante feas creo que lo
mejor es actuar sin que se note.
—¿Quieres hacerles creer que hemos aceptado todo como si nada?
El guerrero asintió.
—Sí, pero debemos infiltrarnos en el palacio como sea.
—Pues ya me dirás cómo lo hacemos, porque el malnacido de Thane y
sus hombres vigilan cada entrada durante el día.
Andy sonrió de lado.
—Eso es, amigo. De día... pero no por la noche. En la oscuridad
prefieren acostarse al lado de una buena chimenea, así que entraré de noche.
Alastair miró hacia el palacio. Todo estaba oscuro y apenas podía verse
una pequeña luz en el dormitorio ocupado por los tíos de Kiara y en el
despacho principal.
—No. Iré yo. Si salieran del palacio, te buscarían a ti porque estás al
mando, así que quédate con los demás —dijo poniéndose en pie—.
¿Quieres que vaya ahora o esperamos a mañana?
Andy lo secundó y se levantó mirando con preocupación el interior de la
casa.
—Está bien, lo mejor es ir ahora porque no quiero esperar más. Estoy
harto de esta situación, y eso que solo han pasado tres días desde que Kiara
se marchó. Pero ten cuidado. No me fío de la misericordia de esta gente.
—Tranquilo, amigo. Volveré en una hora.
Andy asintió y vio, desde la oscuridad, cómo Alastair se alejaba de él
rumbo a la parte trasera del palacio donde, seguramente, la puerta de las
cocinas estaría abierta, si es que Dougall no había ordenado cerrarlas a cal y
canto.
El guerrero corrió con sumo cuidado, sorteando las ventanas para evitar
ser visto desde el interior, por si alguno de los hombres de Dougall se
asomaba o estaba haciendo guardia desde dentro. Alastair hizo un guiño de
contrariedad por tener que comportarse como un delincuente en su propio
hogar, pues había servido al padre de Kiara desde que tenía uso de razón,
cuando su padre murió al mando de Fergus y él entró en su puesto.
Cuando abrió el picaporte de la cocina, dibujó una sonrisa, pues tal y
como había esperado, estaba abierta. Entró sin hacer ruido y cerró tras él
para evitar que alguien pudiera sospechar de su presencia en la casa si
entraba en las cocinas mientras él recorría las estancias.
Salió al pasillo en cuestión de segundos. No quería demorarse demasiado
en el interior del palacio por si necesitaban su ayuda en el exterior. Por ello,
completamente a oscuras, caminó por el pasillo con seguridad, pues a pesar
de que no veía por dónde iba, conocía cada rincón de la casa como la palma
de su mano. El guerrero ponía la oreja en cada puerta con la que se
encontraba para intentar adivinar algún movimiento en el interior o tal vez
una voz que pudiera indicarle una conversación, pero todo estaba en
completo silencio, como si se hubieran ido a dormir temprano.
Sin embargo, Alastair había visto desde fuera que había luz en el
despacho principal del palacio, el que solo usaba Kiara desde la muerte de
su padre y que seguramente ahora estaba siendo usado por sus tíos en su
ausencia. Por ello, se dirigió hacia allí con prisa, pero intentando no hacer
ruido. Y cuando llegó a su destino, acercó la cabeza a la puerta para intentar
escuchar algo desde fuera sin saber que lo que iba a llegar a sus oídos era
una auténtica aberración.
Desde ahí pudo escuchar las voces de Dougall, Isobel y Mark
ligeramente alteradas e intentando buscar una solución al problema que
tenían por delante.
—Madre, yo no quiero volver a mendigar en las calles de Edimburgo —
dijo Mark con cierta voz suplicante.
Isobel suspiró, cansada.
—Lo sé, hijo. Yo tampoco. Nosotros merecemos un estatus acorde a
nosotros y sin duda este palacio es perfecto para vivir.
—No volveremos a mendigar, Mark —sentenció Dougall con voz
potente.
El joven chasqueó la lengua mientras paseaba de un lado a otro de la
estancia.
—Pero cuando Kiara vuelva, nos echará. Ya la escuchaste —dijo,
desesperado.
—No lo hará —afirmó Isobel—. Si hace falta, fingiré estar enferma para
ganar unos días y, mientras tanto, tú harás lo que sea para ganártela.
Alastair no podía creer lo que estaba escuchando. Su corazón comenzó a
latir con fuerza ante aquella revelación que, sin duda, merecía saber su
verdadera señora. El guerrero estuvo a punto de dejar su puesto para
regresar por donde había venido, pero la voz de Mark volvió a llamar su
atención.
—Pero, madre, volverá casada.
Isobel lanzó un gruñido.
—Pues tendrás que averiguar si ese maldito enlace ha sido consumado.
Y si no lo ha hecho, debes ser tú quien lo haga para poder anularlo.
—Pero ¿y si ha sido consumado?
—Habrá que eliminar al Sinclair —intervino Dougall—. Tienes que
ocupar su puesto como sea. Solo así podremos vivir cómodamente en este
palacio.
—Y si la cosa se pone fea, tendremos que deshacernos también de tu
prima.
Alastair abrió desmesuradamente los ojos. Sabía que no eran buenas
personas, pero jamás habría esperado aquella revelación. Aquella familia
estaba dispuesta a hacer lo que fuera para conseguir quedarse en el palacio
que durante tantos años le costó mantener a su antiguo señor, y el hecho de
saber que estaban dispuestos a matar a Kiara cuando regresara le hizo tener
un escalofrío. Sin lugar a dudas, había escuchado demasiado. Aquello era
suficiente como para ir a buscar a Kiara al castillo Mackintosh y pedir la
ayuda de Cameron Sinclair para expulsar de allí a aquella gente
endemoniada. Durante unos segundos tuvo la necesidad de entrar y
arrancarle los ojos y la lengua a esas personas que intentaban quitarle a
Kiara lo que era suyo por herencia, sin embargo, logró contenerse pues
debía ser ella la que decidiera el destino de la que decía ser su familia.
Apartándose de la puerta con rapidez, Alastair volvió sobre sus pasos
con el mismo silencio que lo había acompañado hasta allí. Caminó por el
silencioso pasillo y llegó de nuevo a la cocina, donde logró ver algo más de
luz gracias a la luna, que en ese momento entraba por la ventana. No
obstante, al ver que se movía algo cerca de él, dio un respingo e intentó
llevar la mano a la empuñadura de la espada.
—Vaya, vaya... Alastair.
La odiosa voz de Thane hasta sus oídos desde la otra esquina de las
cocinas mientras sentía el filo de una espada en la garganta.
—Creía que os había quedado claro que debíais quedaros fuera. Esta
casa no es vuestra.
—Tampoco para vosotros —respondió al instante el guerrero.
Un pequeño candil se encendió, permitiéndole ver por fin el rostro de
Thane y el de Henson, que era quien lo amenazaba con la espada. El
primero de ellos sonrió y se acercó a él mirándolo a los ojos.
—Alastair... Debo reconocer que me he sorprendido al verte. Al
principio pensaba que era algún ladrón que había logrado burlaros, pero
cuando la luna te ha iluminado el rostro me he quedado de piedra. La
escoria quiere volver al palacio...
—¡Nosotros no somos escoria! —bramó el guerrero—. Somos los
guerreros leales a la verdadera señora de este lugar, Kiara Stewart. Y ella, y
solo ella, es quien debe mandar aquí, no esa basura de señores que os habéis
buscado.
El filo de la espada le cortó ligeramente la garganta, pero no le importó.
—¿Quiénes sois realmente? ¿Mercenarios? Porque dudo mucho que os
hayan pagado por protegerlos teniendo en cuenta que están en la ruina.
Thane sonrió y, tras dedicarle una rápida mirada a Henson, le dio un
puñetazo en el estómago.
—¿Cómo has descubierto eso?
Alastair tosió repetidas veces mientras intentaba recuperar el aliento,
algo que logró conseguir al cabo de unos segundos.
—No te importa, pues lo único verdaderamente importante aquí es que
cuando mi señora regrese, junto con su marido y sus guerreros, todos
vosotros os marcharéis de este lugar y volveréis a mendigar, que es lo único
para lo que valéis.
—Así que deduzco que te has metido en la casa para hacer
averiguaciones... Supongo que tu querido Andy te habrá enviado, ¿no?
¿Cómo va a hacer él el trabajo sucio?
—Todos los de fuera estamos en el mismo bando y tenemos los mismos
intereses. Y nuestro interés es que desaparezcáis de una maldita vez de este
palacio y la paz vuelva a reinar en él. Y si no lo podemos conseguir por
nuestra propia mano, será por gracia del rey.
Los dos guerreros comenzaron a reírse de Alastair, que elevó el mentón
con orgullo.
—Esa lealtad que muestras solo te va a llevar a un camino. Y ahora
mismo es al del despacho donde están los señores.
Alastair escupió en el suelo.
—¿Los señores? Esa chusma no sabe absolutamente nada, son mendigos.
Thane sonrió y se encogió de hombros.
—Pues esos mendigos son los que van a determinar cuál es tu destino.
—Mi destino me llevará junto a mi señora y al clan Sinclair. Ya veremos
si con ellos mostráis el mismo orgullo.
—¡Andando! —bramó Thane.
El guerrero empujó a Alastair fuera de las cocinas y lo condujo de nuevo
hacia el despacho con su espada y la de Henson amenazando su espalda por
si intentaba algún movimiento extraño para atacarlos. Sin embargo, el
guerrero se mantuvo sereno y caminó con prisa hacia su destino.
Thane llamó con insistencia a la puerta y hasta que no obtuvo respuesta
desde el otro lado, no abrió.
—¿Cómo osas interrumpirnos? —escuchó Alastair.
Thane carraspeó, incómodo.
—Hemos encontrado un intruso en la casa.
Dougall frunció el ceño.
—¿Cómo dices?
Henson pinchó la espalda de Alastair para hacerlo caminar hacia el
interior del despacho y al instante escuchó las expresiones de sorpresa en la
familia de Kiara.
—¿Qué es esto? —preguntó Isobel.
—¿Acaso no os dijimos que os quedarais fuera? ¿A qué has entrado?
—Este sigue siendo mi hogar y seguirá siendo el de mi señora. Y por
Dios que disfrutaré enormemente viendo cómo os expulsa de aquí a
patadas.
Mark frunció el ceño y se levantó de la silla que ocupaba.
—¿Has escuchado algo?
Alastair no pudo evitar esbozar una sonrisa.
—¿Te refieres a los planes que tenéis para acabar con la vida de
Cameron Sinclair o con la de Kiara? ¿O te refieres a que sé que sois
mendigos que solo queréis aprovecharos de la fortuna del que fue tu tío
Fergus?
La expresión de Dougall fue todo un poema. Su rostro ancho se perló de
sudor al tiempo que adquirió un rojo intenso por la vergüenza y la ira que
producía el hecho de que supiera su procedencia.
—A mi señora le encantará saber que sus tíos han perdido su propia
fortuna y quieren aprovecharse de la suya.
Dougall apretó las manos con fuerza y se acercó a él.
—¿Qué quieres, dinero?
Alastair resopló.
—No. Quiero justicia.
Mark se acercó a él.
—Eso no existe.
—Decídselo al rey cuando os juzgue.
Mark sonrió.
—Díselo tú al demonio cuando lo veas en el infierno —sentenció antes
de empujarlo con fuerza hacia atrás para clavar la espada de Henson en su
espalda, logrando que esta atravesara el pecho de Alastair.
El guerrero abrió los ojos desmesuradamente y cuando abrió la boca para
decir algo, de ella salió un borbotón de sangre que se derramó por toda su
ropa. Un ruido extraño salió de su garganta al tiempo que caía de rodillas
ante aquella gente. Su último pensamiento fue para Kiara, a la que sentía
haber fallado por no haber tenido cuidado. Sin embargo, no quería irse de
este mundo sin decir una última palabra y, clavando la mirada sobre Mark,
dijo con dificultad:
—Te... maldigo.
Y tras esas dos palabras, cayó muerto a los pies del joven, que lo miró
con una mezcla de orgullo y nerviosismo, pero al instante escuchó la voz de
su padre dirigiéndose a Thane.
—Deshaceos de esta escoria sin que os vean los de fuera. Y si alguien os
pregunta por él, no lo habéis visto.
—Debemos andar con sumo cuidado —dijo Isobel.
—Y debemos actuar ya... —sentenció Mark con la mira puesta en el
regreso de Kiara.
CAPÍTULO 3
Castillo Mackintosh, diez días después...
Para Kiara estaban siendo los días más emocionantes y vibrantes de toda
su vida. Desde que tenía uso de razón apenas había salido de su hogar y
ahora que lo había hecho, y sola, estaba viviendo más que nunca. Los días
pasaban demasiado rápido, y no estaba segura de que quisiera que así fuera
o tal vez que el tiempo se detuviera para evadir lo inevitable. Sabía que la
mira de Jacobo estaba puesta de nuevo en su persona, especialmente desde
que la boda de Helen y Cailean se celebrara.
Hacía dos días que sus nuevos amigos habían partido de las tierras
Mackintosh para regresar a la isla de Skye tras casarse y a pesar de que
hacía poco tiempo que se habían marchado, ya los echaba de menos. Habían
sido días demasiado intensos, sobre todo con el secuestro de Helen, pero
también para ella, pues había hecho lo posible e imposible para evitar a
Cameron, y la verdad es que estaba sorprendida por haber tenido los
mejores resultados. Apenas se había podido cruzar con el guerrero, pues
cuando lograba verlo en la distancia, siempre tomaba otro camino para no
verlo, pues sabía que iba a discutir de nuevo con él. Ni siquiera el rey
Jacobo había logrado una nueva reunión entre ellos a pesar de insistir en
que debían hacerlo, pues finamente acabarían casados. Ni tampoco había
habido suerte en las incontables veces que el rey los había sentado uno
enfrente del otro a cada comida, logrando incluso que Kiara rechazara la
comida, pues se le cerraba el estómago cada vez que Cameron la observaba.
Sin embargo, con la marcha de Cailean y Helen, el rey volvía a tener su
intención sobre ellos. Ya había dejado caer que las bodas estaban próximas
y que más pronto que tarde estarían unidos para siempre, algo que tan solo
hacía aumentar la tensión entre las futuras parejas.
Pero mientras llegaba ese momento, Kiara paseaba por el enorme jardín
del castillo Mackintosh junto a sus amigas, disfrutando del único día de sol
que habían tenido hasta entonces.
—Creo que voy a vomitar todo lo que he desayunado —dijo Iria cuando
el rey volvió a hablarles sobre la boda—. No puedo imaginarme viviendo al
lado de ese... salvaje. No quiero pensar cómo sería mi vida...
—A mí me gustaría vomitar también... pero de asco —la secundó Briana
con mala cara—. Y para colmo me han quitado mi daga.
Kiara la miró con una sonrisa de lado.
—Amiga... entraste en su dormitorio con la intención de cortarle... ya
sabes.
Eileen lanzó una carcajada.
—Creo que no voy a olvidar nunca la cara de Gaven cuando salió de su
dormitorio con los ojos desorbitados.
Kiara la miró con una amplia sonrisa.
—Tú te llevas muy bien con él, ¿no?
Eileen no pudo evitar un sonrojo.
—Bueno, es un hombre muy amable.
Morgana la miró, sorprendida.
—¿Te gusta?
Eileen negó con la cabeza tan efusivamente que fue la respuesta que sus
amigas necesitaban.
—Es un guerrero del rey. Yo me debo a Fletcher.
Kiara lanzó un bufido.
—¿Al Campbell? ¿Te refieres a ese mismo que aún no ha dado señales
de vida?
Eileen abrió la boca para responder, pero unas voces a su espalda
llamaron la atención de todas.
—Buen día, señoritas...
A Kiara no le pasó desapercibido el tono irónico en la voz de Cameron,
que fue el primero en acercarse. La joven descubrió que a su espalda se
encontraba el resto de sus amigos y rezó para que no hubieran escuchado la
conversación que habían tenido.
La tranquilidad de la que había gozado hasta entonces se esfumó de
repente y dio paso a un nuevo sentimiento de incomodidad y rabia por
haberlas seguido hasta allí, por lo que dio un paso hacia él y lo encaró.
—¿Qué queréis?
Cameron chasqueó la lengua con gracia y la miró con media sonrisa:
—¿Yo? Nada. Solo informar a mi prometida de que pasado mañana será
nuestra boda —dijo con tranquilidad, como si quisiera disfrutar de ese
momento.
Kiara supo que había perdido el color del rostro cuando la sonrisa de
Cameron se hizo más amplia y escuchó las exclamaciones de sus amigas a
su espalda.
—¿Cómo?
—Jacobo me acaba de informar de que ya va siendo hora de que los
demás sigamos el ejemplo de Cailean —dijo citando las mismas palabras
que el rey con cierta ironía—. Así que dentro de dos días nuestros caminos
estarán sellados.
Kiara apretó los puños, enfadada. Su día soleado y de tranquilidad
acababa de llegar a su fin con la peor de las noticias, pues había querido
alargar todo lo que pudiera el momento.
—¿Y por qué a mí no me lo ha comunicado? ¿No será una invención
tuya? —le preguntó tras haber dejado atrás el tratamiento cortés del primer
día.
Cameron lanzó una carcajada.
—A mí me hace la misma gracia que a ti. Si Jacobo no te ha dicho nada
es porque le he pedido ser yo quien te lo comunicara. Más que nada para
ver la cara que ponías...
Kiara entrecerró los ojos y se acercó más a él sin importarle que la
distancia entre ellos fuera mínima.
—Lo disfrutas, ¿verdad?
El guerrero enarcó una ceja y, sin poder evitarlo, recorrió su cuerpo de
arriba abajo con la mirada.
—Aún no, pero a partir de pasado mañana sí lo haré... —respondió a su
pregunta con doble sentido.
Kiara apretó tanto las manos que sintió cómo se clavaban las uñas en sus
manos, pues sabía a lo que se refería Cameron con aquella respuesta. Un
escalofrío recorrió su espalda al pensar que a partir del día siguiente, él
podría reclamar sus derechos maritales, y el simple hecho de pensarlo
provocó que sus mejillas se tiñeran de rojo, algo que hizo sonreír a
Cameron.
—Ya veremos si consigues lo que piensas —siseó la joven con más
miedo ante lo que se presentaba que valentía.
Cameron torció el gesto y dibujó una expresión de disgusto.
—La verdad es que no es de mi gusto total, pero haré un esfuerzo —
respondió sabiendo que la joven se lo tomaría como un insulto.
Y antes de que Kiara pudiera responder a esas palabras que la dejaron tan
sorprendida como iracunda, Cameron volvió a unirse a sus amigos para
alejarse de allí como si nada hubiera pasado, dejando a una Kiara
temblando por saber que en muy poco tiempo estaría unida a él de por vida.
Durante el resto del día, Kiara se sintió mal y prefirió estar sola en lugar
de disfrutar de la compañía de sus amigas. Los nervios le atenazaban la
garganta y supo que si no pasaba el tiempo con más rapidez, la enterrarían
antes de lo que pensaba. Las manos le temblaron todo el tiempo y a
mediodía prefirió no bajar a comer con la excusa de que se encontraba
indispuesta, aunque sabía que todos pensarían lo mismo: que estaba
asustada y quería esconderse.
Apenas había podido probar bocado de lo que le habían subido las
sirvientas para comer a pesar de que el estofado olía como nunca, pero tenía
el estómago tan cerrado que no podía degustar absolutamente nada. Desde
el alféizar de la ventana miró el vestido que le había preparado con cariño y
mimo una de las mujeres que trabajaba en el castillo y hacía las veces de
costurera. Aunque Kiara lo había llevado, sabía que no le quedaba tan bien
como a su madre, pues era el vestido que su progenitora usó para su propia
boda, y esa mujer, en tan solo un par de horas, le había hecho los arreglos
pertinentes.
—Qué rapidez... —pensó con cierta ironía.
No podía negar que era precioso, pero en más de una ocasión, en su
encierro voluntario, había deseado tirarlo a la chimenea para que el fuego lo
consumiera y así ganar unos días más mientras le preparaban otro vestido,
pero en su interior sabía que no era capaz de hacer algo así, y menos con un
recuerdo de su madre.
Kiara suspiró y volvió a mirar por la ventana. Quedaba una hora para que
el sol cayera en el horizonte y diera paso a una de sus últimas noches en
soledad antes de que Cameron irrumpiera en su vida para siempre. La joven
apretó los puños con contrariedad. Pensar en él le producía algo extraño en
el pecho que rozaba el odio, pero algo más que no lograba discernir. Sin
duda alguna, Cameron Sinclair no era el hombre que había esperado que
fuera, alguien frío, calculador y serio, sino todo lo contrario y eso la hacía
tambalear, pues no sabía lo que podría esperar de él.
Desde su privilegiada posición, en la que veía el jardín y el portón de
entrada, pudo ver que este último se abría y daba paso a un jinete que no
había visto por allí y paraba en medio del patio para hablar con uno de los
guerreros del clan Mackintosh. Kiara entrecerró los ojos cuando el recién
llegado le resultó ligeramente familiar y cuando vio que en su plaid estaban
los colores del clan Stewart se sobresaltó. Al instante, cuando el hombre se
giró hacia el castillo pudo ver su rostro con claridad y distinguió a Andy a
la perfección.
—Pero ¿qué...?
La joven no fue capaz de terminar la pregunta, que murió en su garganta,
pues un pánico atroz la invadió al instante. Si Andy se presentaba en el
castillo Mackintosh era porque algo malo había pasado en su palacio. Con
el corazón en un puño, Kiara se precipitó hacia la puerta del dormitorio para
aclarar lo que sucedía cuanto antes. La abrió de golpe y casi voló hacia las
escaleras, a cuyos pies se topó con un guerrero del clan Mackintosh.
—¡Señorita Stewart! —exclamó, sorprendido, al verla—. Un hombre de
vuestro clan os espera en el jardín. Dice traeros noticias importantes sobre
vuestro palacio.
—Gracias —fue la escueta respuesta de Kiara, que corrió hacia la salida
sin importarle que su comportamiento sorprendiera a los sirvientes con los
que se cruzaba.
Atravesó el jardín en cuestión de segundos y cuando llegó a su destino,
llevaba el rostro desencajado.
—¡Andy! ¿Qué ha pasado?
Ian Mackintosh, que estaba hablando con el aludido, se giró hacia ella e
hizo una reverencia cortés antes de girarse hacia el castillo y volver sobre
los pasos de la joven para dejarlos solos.
En el rostro del guerrero se dibujó una expresión apenada, pues a pesar
de haber cabalgado sin descanso hasta allí no sabía cómo comenzar.
—Kiara... —suspiró largamente.
—¡Por Dios, Andy, vas a hacer que muera aquí mismo si no me cuentas
lo que pasa!
—Alastair ha muerto —dijo casi sin respirar.
La joven se quedó congelada al instante. Se obligó a respirar cuando
sintió que se estaba quedando sin oxígeno en los pulmones y miró hacia el
suelo intentando darle una explicación coherente a lo que acababa de
comunicarle.
—¿Cómo ha sucedido?
Andy chasqueó la lengua.
—Eso es lo extraño. No lo sé, aunque tengo una ligera idea.
El guerrero resopló.
—Todo empezó cuando viniste aquí. Tus maldi... tus tíos se hicieron con
el control del palacio sin tu consentimiento. Nos expulsaron de nuestras
habitaciones, obligándonos a dormir en el jardín, y comenzaron a
comportarse de una forma casi tirana con los sirvientes.
—¿Qué? —casi vociferó la joven—. ¿Cómo se atreven?
—Eso no es lo peor... Durante estos días han llegado visitas al palacio de
varios de nuestros aliados y los han echado antes de que pudieran pisar la
casa.
Kiara resopló y caminó de un lado a otro, preocupada por la situación de
su hogar.
—Nosotros hemos hecho lo que hemos podido para calmar su rabia y les
hemos pedido que vuelvan cuando tú estés allí.
—¿Y Alastair? —preguntó con miedo—. ¿Ha muerto por los azotes que
dan mis tíos?
Andy negó con la cabeza.
—A los pocos días de marcharte, cuando ya dormíamos en el jardín,
Alastair y yo decidimos entrar en el palacio para intentar recabar
información de tus tíos que pudiéramos usar contra ellos. Alastair decidió
entrar en mi lugar, pues temía que nos buscaran en ese momento y como yo
estaba al mando podrían sospechar si no me encontraban. Me dijo que
volvería en una hora, pero jamás regresó. —A Andy se le rompió la voz—.
Fui a buscarlo, pero no encontré nada. Todo estaba en silencio y al día
siguiente, cuando me encaré a tus tíos preguntando por él, me dijeron que
no sabían nada, pero Isobel se puso nerviosa. Lo noté.
—¿Y has conseguido sacarle algo?
Andy negó.
—No... pero encontré el cuerpo de Alastair a los pocos días a los pies de
un terraplén con una herida de espada en el pecho y espalda. Supongo que
lo sorprendieron y lo mataron para después deshacerse de su cuerpo. Tal vez
descubrió algo que podría beneficiarnos, pero nunca sabremos qué. Tus tíos
son peligrosos, Kiara, y temo que te hagan daño cuando regreses.
La joven suspiró mientras las lágrimas caían por sus mejillas. Conocía a
Alastair desde que tenía uso de razón y le dolía enormemente su pérdida,
sobre todo si sus tíos tenían algo que ver. Y sin poder soportar más el peso
de su espalda por todo lo que estaba pasando en esos días, se lanzó a los
brazos de Andy, que la estrechó contra él como había hecho tantas y tantas
veces cuando era pequeña. Jamás había tenido hijos, pero esa muchacha,
hija de su amigo, era su ojo derecho y la quería tanto como si hubiera sido
de su propia sangre.
—Pasado mañana voy a casarme, Andy... —dijo contra su oído—. Y no
quiero. Deseo mi libertad.
El guerrero sonrió apenado y la apartó ligeramente.
—Tal vez tu futuro marido nos pueda ayudar con tus tíos.
Kiara resopló y se enjuagó las lágrimas de mala manera.
—¿Cameron? No lo creo.
Andy sonrió.
—Bueno... lo llamas por su nombre, es un adelanto...
Kiara lo miró entrecerrando los ojos.
—No pienses lo que no es... Lo único que me preocupa es Alastair, no mi
futuro marido. ¿Regresas ya al palacio?
El guerrero negó.
—El Mackintosh me ha permitido quedarme hasta que decidas marchar.
—Está bien. Me alegra que estés aquí. Tu apoyo es muy importante.
—A mí también me alegra, muchacha. Lo único que me preocupa es la
situación de los demás en mi ausencia.
Kiara apretó los dientes.
—Mis tíos tendrán que dar muchas explicaciones —le dijo tomándolo
del brazo para regresar al interior del castillo—. Y ahora, por favor,
hablemos de otra cosa que no sean desgracias...
Andy sonrió y apretó el brazo de la joven con su mano libre. Ahora que
la había visto y la veía bien, haría lo que fuera por protegerla, incluso de ese
odio que había visto en sus ojos cuando mencionó al que iba a convertirse
en su marido.
Cameron miraba por su ventana lo que sucedía en el patio con ojos
desorbitados sin poder creer lo que estaba viendo. ¿Cómo era posible que
Kiara estuviera abrazando sin ningún tipo de pudor a ese guerrero recién
llegado al castillo? ¿Acaso era su amante? Desde allí comprobó que era
mayor que ella, pero la familiaridad con la que se trataban le hizo arder de
celos a pesar de que intentaba ver la escena sin sentir absolutamente nada.
Durante todos esos días, en los que la joven lo había evitado, había
respirado con cierto alivio, pero no podía evitar sentir algo extraño en su
interior cada vez que la veía, deseando poder acercarse a ella, aunque solo
fuera para sacarla de sus casillas. Había disfrutado como nunca de ese
primer encuentro entre ellos y deseaba repetirlo en cuanto tuviera ocasión,
pero Kiara no había estado por la labor durante esos días. Y por Dios que
había disfrutado como nunca cuando le comunicó que iban a casarse en dos
días, pues la expresión que vio en su rostro hizo las delicias del guerrero.
Pero ahora... Ahora que la veía en el jardín junto a un hombre
desconocido al que abrazaba con demasiada familiaridad y al que parecía
entregarse por completo, le hizo enfurecerse. Deseó volar hasta allí y poner
su espada contra la garganta del recién llegado solo por tocar sin permiso a
la que era su prometida. ¿Cómo se atrevía a poner sus sucias manos sobre la
cintura de la joven?
Cameron apretó los puños contra la empuñadura de su espada y se obligó
a calmarse, pues estaba a punto de iniciar una guerra contra ese hombre del
clan Stewart que parecía tener demasiada confianza con lo que era suyo.
Pero la rabia volvió cuando, al cabo de unos instantes, los vio pasar al
castillo aferrados del brazo como si no existiera nadie más que ellos y se
dijo que debía solucionar eso cuanto antes.
Cameron caminó durante unos largos minutos en su habitación de un
lado a otro. La rabia lo consumía por dentro y sabía que si se presentaba
ante él de esa manera, ni el mismísimo rey podría pararlo. Cuando por fin
logró disminuir ese sentimiento, apartó la mano de la espada y salió de su
dormitorio, encontrándose con Leith al cabo de unos segundos, cuando
estaba a punto de alcanzar las escaleras.
—¿Estás bien? —le preguntó su amigo.
Cameron lo miró de soslayo, conocedor de la expresión de su rostro.
—Todo lo bien que se puede estar cuando sabes que vas a matar a
alguien...
Leith frunció el ceño y bajó junto a él las escaleras, temeroso de que su
amigo hiciera una locura de verdad.
—¿A qué te refieres? No irás a matar a Kiara...
El aludido paró en seco y miró a su amigo con el ceño cejijunto.
—¿De verdad me ves capaz de matar a una mujer?
Leith se removió, inquieto.
—Bueno... sé que no deseas casarte con ella y que vuestra relación no es
precisamente la mejor.
—¡Pero no para eso! Aunque sí tiene que ver con ella... Acaba de llegar
un hombre de su clan al castillo y creo que tiene demasiada confianza con
ella —explicó retomando la marcha.
—¿Su amante?
—Eso quiero averiguar —dijo entre dientes—. Y por su bien espero que
tenga una buena excusa para abrazar a Kiara de esa manera.
Leith sonrió de lado.
—¿Estás celoso?
—¿Yo? ¡Jamás! Pero no voy a consentir que nadie la toque.
Su amigo sonrió aún más y decidió no volver a decir nada, por lo que
caminó a su lado en silencio, hasta que le dijo:
—Si no te importa, quiero acompañarte.
—¿Temes que le haga daño a Kiara?
Leith suspiró.
—No, pero tampoco quiero que mates a un inocente. Puede que sea un
amigo...
—Los amigos no abrazan así —sentenció antes de callarse y seguir su
camino.
Ambos guerreros buscaron al recién llegado por todo el castillo, sin
éxito. Nadie sabía dónde se había metido Kiara junto a ese hombre, ni
siquiera lograron encontrar a Ian para poder preguntarle por la procedencia
e identidad del recién llegado.
—¿Y si están en el dormitorio de Kiara? —preguntó Cameron cada vez
más extrañado por aquella desaparición.
—¿No crees que esa idea es demasiado descabellada?
Cameron suspiró.
—Ya no sé nada, la verdad.
—¿Y si vamos junto a los demás a pasar el rato en una de tus últimas
noches antes de casarte?
Cameron deseaba seguir buscando a ese hombre y Kiara, pero finalmente
se dio por vencido y decidió asentir. Si su futura esposa estaba disfrutando
junto al que pensaba que era su amante, él no se amargaría esa noche.
Sin embargo, cuando caminaron en dirección al salón donde sabían que
estarían sus amigos, al girar en una esquina del pasillo estuvieron a punto de
chocarse con alguien que no lograron reconocer al instante, pero cuando
Cameron fijó su mirada en él, sintió cómo su cuerpo se ponía en alerta
enseguida.
—Perdón —se disculpó el guerrero recién llegado con una sonrisa—.
Acabo de llegar al castillo y ando algo perdido.
Leith miró de reojo a su amigo y supo, por la expresión de su rostro, que
ese era el hombre al que habían buscado por todas partes. Por ello, decidió
intervenir antes que Cameron.
—Sí, el desgraciado de Mackintosh tiene un castillo que es demasiado
grande —dijo con una sonrisa.
Andy lo miró con interés tras el insulto al dueño de la fortaleza y dedujo
que era solo una forma amigable de dirigirse a él, pero cuando posó su
mirada en el otro guerrero, se sintió ligeramente incómodo.
—¿Ocurre algo? —le preguntó sin poder contenerse.
De soslayo vio cómo Leith se removía, también incómodo.
—Sí, me preguntaba si tal vez andabas distraído porque estabas
buscando a Kiara Stewart.
Andy mostró una sonrisa de orgullo y elevó el mentón mientras se
cruzaba de brazos.
—¿La conoces? —le preguntó.
—Tal vez... —siseó Cameron—. ¿Y tú?
Andy sonrió de lado y señaló su plaid.
—Llevamos los mismos colores. La conozco desde antes que tú.
Cameron dio un paso hacia él y lo miró a los ojos, consciente de que era
más joven y más musculoso que él.
—Pues harías bien en no acercarte a ella con tanta familiaridad.
—¿Quién me lo impide?
Cameron rechinó los dientes.
—Su futuro marido.
Andy sonrió de lado. Así que él era Cameron Sinclair... No pudo evitar
mirarlo de arriba abajo para dar su visto bueno. Sin lugar a dudas, era muy
diferente a como lo había imaginado, pero le gustó. Había temido que fuera
alguien hierático, frío y despiadado que pudiera hacerle daño a Kiara, y al
ver el ímpetu con el que intentaba defender la integridad de la joven, Andy
no pudo evitar jugar con él para ver hasta dónde era capaz de llegar su
futuro señor.
—Pues temo informarle de que ni siquiera su futuro marido podrá
separarme de ella.
La cara que puso el Sinclair ante aquellas palabras casi lo hizo lanzar una
carcajada, pues era digna de representar en un cuadro. Sin embargo, siguió
representando su papel, pues ese rostro le indicó que estaba totalmente
celoso. ¿Cómo podía pensar ese joven que él podría tener algo con Kiara
aparte del respeto hacia su persona?
En un movimiento rápido, Cameron lo aferró de la pechera de la camisa
y lo empujó contra la pared.
—No voy a consentir que Kiara se vea contigo cuando ya está prometida
conmigo. Es mi futura esposa y no voy a consentir que en su lecho reciba a
nadie más que a mí.
Andy enarcó una ceja y estuvo a punto de revelarle su verdadera
identidad, sin embargo, una voz conocida irrumpió los pensamientos de
ambos.
—¿Qué pasa aquí?
CAPÍTULO 4
Cameron soltó la camisa de Andy cuando la voz de Kiara llegó hasta sus
oídos. Leith se removió inquieto a su lado y cuadró los hombros frente a
ella mientras intentaba, para su propia sorpresa, acomodar su ropa, pues se
le había descolocado cuando empujó a Andy. Este hizo lo mismo y miró
con una sonrisa a la recién llegada, que se cruzó de brazos esperando una
explicación que no tardó en llegar.
—Nada, mi señora —respondió Andy de manera formal para sorpresa de
la joven—. Vuestro futuro esposo y yo estábamos hablando de que tenemos
los mismos intereses...
Sonrió aún más cuando vio que Cameron apretaba los puños y llevaba
una de sus manos a la empuñadura de su espada.
—Pues no lo parecía...
Leith carraspeó, llamando la atención sobre él.
—Ha sido un malentendido, me temo.
—Sí —aceptó Andy mirando a Cameron—, no volverá a suceder.
Este apretó la mandíbula y vio marchar a Andy por un pasillo diferente al
que buscaba y él decidió seguir otro camino cuando la voz de Kiara llegó a
sus oídos.
—No me creo que la conversación fuera amigable. ¿Estabas molestando
a Andy?
Cameron la miró con una ceja enarcada.
—¿Lo llamas por su nombre?
Kiara elevó el mentón, orgullosa.
—Por supuesto —respondió sin saber realmente el motivo del enfado de
Cameron, que aumentó ante su afirmación.
—No me gusta, así que espero que no te acerques más a él.
Kiara enarcó una ceja.
—¿Perdón? ¿Por qué no debería hacerlo? Lo conozco desde hace
muchísimos años.
Cameron apretó los puños.
—No me gusta que esté cerca de ti.
Kiara frunció el ceño con más fuerza.
—Pues entonces tenemos un problema porque no pienso alejarlo de mi
vida. Es muy importante para mí.
—Pero...
Kiara lo encaró.
—Pero nada, Sinclair. Vale que tenga la obligación de casarme contigo a
pesar de no querer, pero no voy a consentir a que alejes de mí a alguien tan
importante en mi vida.
Cameron abrió la boca para responderle, pero Kiara no lo dejó hablar y
tomó el camino que llevaba a la otra zona del castillo, donde seguramente
se reuniría con sus amigas, y dejándolo solo con la absoluta convicción de
que ese hombre era su amante, al que defendía por encima de todo.
Intentando no hacer caso de la presencia de su amigo, el guerrero dio un
puñetazo en la pared, sintiendo después cómo se abría la carne de sus
nudillos y salía la sangre, pero no le importó. Lo único que podía hacerle
daño en ese momento era lo que corroía su mente una y otra vez, que no era
otra cosa más que el abrazo que Kiara le había dado al recién llegado, algo
que él, aunque le costaba admitirlo, habría querido darle a la joven durante
todos esos días que llevaban allí.
El día siguiente amaneció lluvioso. Aunque no solo el tiempo era el
único que estaba de color gris. El ambiente en el castillo parecía caldearse
de nuevo, como días atrás cuando Cailean y Helen estaban aún entre sus
paredes. Cameron se había despachado a gusto con el resto de sus amigos,
levantando el ánimo guerrero de más de uno, que lo incitaron a buscar al
hombre para darle una buena paliza antes de que tuviera ganas de volver a
reírse de él.
Sin embargo, Leith fue el que calmó los ánimos de nuevo al poner la
duda sobre la verdadera relación que mantenían Kiara y ese hombre, aunque
Cameron no quiso escucharlo. Y durante toda la noche había dado una y mil
vueltas a eso, por lo que apenas había podido dormir.
De mal humor, Cameron se levantó de la cama, apartando las sábanas de
golpe. No entendía qué demonios le estaba ocurriendo con Kiara, pero
desde hacía unos días deseaba un acercamiento con ella, aunque intentaba
convencerse una y otra vez de que era porque hacía demasiados días que no
gozaba de la compañía de una mujer. La había estado observando en cada
movimiento, en cada salida y en cada conversación con las demás mujeres
intentando no parecer un hombre obsesionado, pero una pequeña parte de él
lo estaba, aunque le costaba admitirlo. Obsesionado por saber que estaba
bien, por saber si necesitaba algo y obsesionado por volver a tener una
conversación con ella, aunque esta acabara en pelea.
El guerrero frunció el ceño enfadado consigo mismo por no saber qué le
estaba pasando con Kiara, pues aquella necesidad por tenerla a su lado no
era normal en él.
Cameron resopló, enfadado, mientras se colgaba de la cadera la espada y
la daga y se disponía a salir de su dormitorio con la intención de buscar a su
prometida y hablar sobre lo que había pasado la tarde anterior. Necesitaba
aclararlo para poder descansar y seguir adelante o tal vez para pedir a
Jacobo que anulara el matrimonio después de saber que Kiara tenía un
amante, pues no podía seguir así.
Cerró la puerta con un sonoro portazo que retumbó en todo el pasillo y se
encaminó hacia las escaleras justo en el momento en el que por el otro lado
del pasillo vio aparecer a la culpable de sus desvelos...
Kiara tampoco había podido dormir. Se había pasado la noche pensando
una y otra vez en lo que vio la tarde anterior entre Cameron y Andy. Le
había preocupado sobremanera la reacción de su prometido con su segundo
al mando y a pesar de que le habían dado una burda explicación,
lógicamente no los había creído. Por ello, a pesar de darle una y mil vueltas
y no encontrar respuesta, se levantó decidida a hablar con Cameron para
preguntarle sobre lo ocurrido, y esperaba escuchar la verdad.
Se vistió a conciencia, sabedora de que las mujeres que intentaban llamar
la atención de un hombre siempre se vestían bonitas para conseguirlo, y
como ella estaba decidida a encontrar la verdad, hizo lo mismo que ellas. El
vestido con el que tapó su desnudo cuerpo era de color esmeralda con
ribetes plateados y lo conjuntó con unos zapatos del mismo color. Recogió
su cabello levemente, dejando mechones sueltos sobre su rostro que hacían
resaltar su belleza.
El recuerdo de que al día siguiente se estaría preparando para su boda le
hizo temblar de nervios, pero centró su atención en el problema que debía
solucionar antes de ese momento, pues si Cameron no aceptaba a su hombre
de confianza, ella tampoco lo aceptaría a él.
Con un suspiro para intentar calmarse, Kiara salió de su dormitorio y
caminó por el pasillo con paso decidido a pesar de que sus sentimientos no
estaban tan decididos, pues la duda pendía sobre ella y no estaba segura de
que fuera capaz de aguantar el tipo frente a Cameron después de tantas
disputas. Por ello, cuando dobló una de las esquinas y lo encontró
caminando hacia las escaleras, redujo la velocidad de sus pasos.
La negra mirada de Cameron se posó sobre ella, penetrante, peligrosa y
con tanto atrevimiento que le dejó claro que su futuro marido no era
precisamente un caballero como los que solía haber en la corte. Y cuando el
guerrero se decidió a ir hacia ella, la poca valentía que Kiara había logrado,
se esfumó de repente y solo deseaba volver sobre sus pasos o desaparecer
de repente, así que optó por la primera opción.
Kiara se giró y comenzó a caminar de nuevo hacia su dormitorio, pero
Cameron no se dio por vencido tan rápidamente y la siguió por el pasillo
mientras veía cómo Kiara lanzaba miradas de soslayo hacia atrás.
—¿Huyes de mí?
Kiara frunció el ceño y miró por encima de su hombro, aunque sin parar.
—Yo no huyo de nadie —respondió sin mucho convencimiento.
—Pues no lo parece... —replicó el guerrero sin obtener respuesta de la
joven.
Kiara cerró los ojos un instante, pues sabía que Cameron tenía razón,
pero por Dios que perdiera un brazo si lograba poner ese pensamiento en
palabras.
Al no recibir respuesta, el guerrero perdió la poca paciencia con la que se
había levantado ese día y aferró con fuerza el brazo de Kiara, obligándola a
detenerse al instante. La joven se giró hacia él con los ojos lanzando fuego,
pero no le dijo nada, tan solo se limitó a elevar el mentón con orgullo y lo
encaró, algo que hizo gracia a Cameron, no obstante, la siguiente pregunta
que salió de sus labios lo sorprendió tanto a él como a Kiara.
—¿Ibas a ver a tu amante?
Los ojos de la joven se entornaron al creer que había escuchado mal la
pregunta, pero al ver la decisión en la mirada negra de Cameron, confirmó
que esas palabras sí habían salido de su boca.
—¿Cómo has dicho? —preguntó en un siseo.
Con el ceño fruncido y tras mirar hacia un lado y otro del pasillo,
Cameron tiró de su brazo hacia la puerta de la habitación que había cerca de
ellos y, tras abrirla y comprobar que no había nadie, la obligó a entrar allí.
—¿Quién te crees que eres para tratarme así? —refunfuñó Kiara
logrando soltarse de su mano cuando este cerró la puerta tras él.
Al saberse a solas con su futuro marido, Kiara no pudo evitar ponerse
ligeramente nerviosa, pues se dio cuenta al instante de que había una cama
muy cerca de ellos y no sabía las intenciones exactas del guerrero.
—Tal vez a tu amante sí le dejas que te toque, ¿no? O mejor, abrazarlo...
Kiara lo miró sin comprender, pues no sabía exactamente a lo que se
refería.
—Yo no tengo ningún amante. Estás equivocado —respondió con mala
cara.
Cameron lanzó un bufido y dio un paso hacia ella.
—¿Por qué aceptaste tan rápidamente el compromiso? Tal vez sea
mentira lo de la herencia y quieras sacar tajada de la riqueza de mi clan...
Kiara abrió los ojos desmesuradamente.
—¿Qué? Pero ¿qué estás diciendo? ¡No me haces falta para nada! —
exclamó con enfado a pesar de que estaba cada vez más nerviosa, pues
Cameron se acercaba más y más a ella.
Kiara caminaba hacia atrás, intentando huir de él y de lo que le hacía
sentir, además del propio enfado por las acusaciones que estaba vertiendo
sobre ella.
—¿Me vas a decir que Andy Stewart no es tu amante? ¡Por Dios si ha
llegado justo a tiempo para ponerme en ridículo a mí y a mi clan en la boda!
Con la sorpresa reflejada en el rostro, Kiara se detuvo y enarcó una cena.
¿Había escuchado bien? ¿Andy, su amante? La joven escrutó el rostro de
Cameron y descubrió que estaba totalmente convencido de ello, por ello, su
incredulidad dio paso a la rabia.
—¡Pero cómo va a ser Andy mi amante si podría ser mi padre! ¿Estás
loco? —preguntó elevando la voz.
—¿Y por qué ha venido aquí justo antes de nuestra boda si no es tu
amante? ¿Y quién demonios es?
Kiara apretó los puños con fuerza, deseosa de dejarlo con la palabra en la
boca por haber dudado de ella, sin embargo, algo dentro de ella la animó a
responder.
—Que llegara ayer ha sido una simple coincidencia y solo ha venido a
darme información sobre la muerte de uno de los guerreros que guardaban
mi palacio. Y no es mi amante como crees. ¡Por Dios si lo conozco desde
que tengo uso de razón! Era el mejor amigo de mi padre y mi segundo al
mando en el palacio. Le pedí que cuidara de mi casa en mi ausencia y me ha
contado que mis tíos se han hecho con el poder. Por eso está aquí. Y si me
has visto abrazándolo es porque he sentido mucho la muerte de Alastair,
que fue un guerrero leal a mi padre y también a mí desde su muerte.
Cameron se quedó sin palabras tras aquel arranque de valentía de Kiara
que lo miraba respirando con dificultad tras no haber respirado desde que
comenzó a hablar. El guerrero apretó los puños con fuerza y tragó saliva
visiblemente antes de lanzar una pregunta que lo hizo sentirse como un
idiota por primera vez en su vida.
—Entonces, ¿no es tu amante? —preguntó, confundido.
—¡Por supuesto que no! —exclamó—. Andy fue uno de los mejores
amigos de mi padre y su mano derecha. Desde que mis padres murieron es
quien me ha ayudado a mantener todo en orden —afirmó de nuevo—. Es
como un segundo padre para mí.
Cameron soltó el aire lentamente. Se sentía como un tonto enamorado
por haber pensado que ese hombre tan mayor podría ser un amante de
Kiara, la cual lo miraba con cierta sorpresa. Apretó los puños y la
mandíbula mientras se golpeaba mentalmente por esos pensamientos. ¿Por
qué demonios le había hecho sentir tan mal la idea de que el amor de Kiara
estuviera destinado a otro hombre que no fuera él? No debería importarle,
pues apenas habían cruzado pocas palabras, y las que habían dejado caer
estaban llenas de rencor o ironía.
El guerrero miró a Kiara. ¿Qué debía hacer o decir ahora? Él no estaba
acostumbrado a tratar de esa forma con mujeres, por lo que no sabía qué
podía esperar la joven de él.
Kiara lo miraba entre sorprendida y anonadada hasta que, poco a poco,
una media sonrisa se fue dibujando en sus labios.
—¿De verdad creías que Andy era mi amante?
—Sí —respondió Cameron secamente con cierta incomodidad por aquel
malentendido.
A pesar de que intentó contenerse, no pudo y lentamente sus hombros
comenzaron a sacudirse hasta que de su garganta escapó una sonora
carcajada que llenó la estancia por completo, haciendo que Cameron se
quedara prendado de esa risa que le pareció casi angelical.
No obstante, segundos después, el guerrero la observaba con odio en la
mirada, pues sabía que se estaba riendo de él. Por ello, acortó la distancia
con ella, acorralándola contra la pared y provocando que dejara de reír al
instante.
—¿Te ríes de mí?
—Por supuesto, Sinclair —respondió ligeramente nerviosa—. Me parece
una idea tan descabellada lo que tenías en mente que me ha hecho gracia.
Cameron puso las manos a ambos lados de la cabeza de Kiara, tal y
como hizo el primer día cuando la conoció, y sus ojos volaron sin pensar
hacia sus labios, algo que hizo que la joven se pusiera realmente nerviosa.
—No me gusta que se rían de mí —dijo con la voz ronca.
—Ni a mí que me digan lo que tengo que hacer... —tartamudeó ella
intentando mantenerse fría ante su cercanía.
Sin poder evitarlo, Cameron pegó su cuerpo al de la joven, atento a cada
gesto de Kiara, y cuando esta dejó escapar un suspiro, no pudo aguantarse
por más tiempo. Durante todos esos días había intentado no hacer caso a lo
que Kiara provocaba en él, pero cuando los labios de la joven se abrieron
inconscientemente, su razón desapareció de golpe. El guerrero la besó con
fiereza, devorando su boca como si aquel fuera su último aliento de vida.
Una de sus manos voló de la pared hacia la cintura de Kiara, que se
sobresaltó visiblemente ante aquel tacto tan íntimo, y al ver que no volvía a
quejarse por su invasión, Cameron profundizó aún más el beso.
Aunque le costara admitirlo, la deseaba. Por alguna extraña e irreverente
razón la deseaba, y no solo ardía por besarla, sino por algo más. Necesitaba
hacerla suya para calmar el fuego que sintió la primera vez que la vio.
Cuando Kiara centró su mirada en él aquel día sintió tal puñetazo que aún le
dolía cada vez que se cruzaba con ella. Y en ese momento la apretó contra
él con cierta desesperación.
La sintió restregarse contra su cuerpo al tiempo que gemía y en el
momento en el que las pequeñas manos de la joven se posaron en sus
hombros, un fuego abrasador recorrió todo su cuerpo desde ese lugar. Las
manos de Kiara parecían tener llamas en las palmas, logrando encenderlo
como hacía tiempo que no le pasaba.
Cameron penetró la boca de Kiara con la lengua, haciéndola gemir de
nuevo, sonido que a sus oídos sonó como canto angelical. Y a pesar de esa
conexión que parecía tener con ella, quiso hacerle pagar el momento
anterior en el que se rio de él, sin embargo, tenía la sensación de que Kiara
también lo estaba disfrutando. El guerrero sentía su erección intentando
salir de su kilt y sabía que debía detenerse cuanto antes si no quería
desvirgar a la novia antes de la boda, pero no podía parar. A cada segundo
que pasaba, necesitaba beber más de sus labios, pues se sentía cada vez más
lleno de ella.
Sus insaciables manos recorrieron la cintura de Kiara, que se dejó hacer,
dejándose llevar por lo que había sentido por él durante esos días, además
del fuego que el guerrero parecía encender en su cuerpo a cada movimiento
de sus manos. Jamás había sentido algo así y sabía que hacía rato que había
perdido la cordura, pues un intenso calor azotaba todo su cuerpo.
Y cuando Cameron llevó las manos hacia el corpiño del vestido de la
joven para desanudarlo, la puerta se abrió de par en par, obligándolo a
apartarse de golpe, como si hubiera sido golpeado por quien acababa de
entrar.
Kiara dio un respingo al ver allí parada a Briana, quien apretó los puños
con fuerza antes de lanzar un quejido y desviar la mirada.
—Oh, no... ¿Por qué siempre tengo que encontrarme escenas así cada
vez que abro una puerta que no debo? —preguntó recordando cuando
descubrió a Cailean en la cama de Helen el día de su boda.
Kiara carraspeó, incómoda y con las mejillas teñidas de rojo mientras
Cameron intentaba respirar hondo para bajar la hinchazón que claramente
se veía a través del kilt.
—¿Y por qué abres puertas que no debes, maldita sea? —preguntó el
guerrero con la voz aún enronquecida.
Briana lo miró, enfurruñada.
—Tenía la esperanza de que tu amigo Struan hubiera amanecido muerto,
así me libraría de la pesada carga del matrimonio.
Cameron entonces echó una ojeada alrededor y se dio cuenta de que el
broche de laird de su amigo Struan se encontraba sobre la mesita junto a la
cama, por lo que dedujo que era su dormitorio. Ya más calmado, el guerrero
se acercó a Briana y la señaló con un dedo antes de salir sin mirar a Kiara,
pues sabía que si lo hacía, no habría nadie que le impidiera devorarla.
—Espero que no se lo cuentes a nadie...
Briana sonrió de lado.
—Ya... siempre me advertís de lo mismo cada vez que os descubro en
algo. Y al final hago lo que me da la gana —respondió la joven
marchándose de allí casi a la carrera antes de que Cameron volviera a
amenazarla.
El guerrero tuvo el impulso de marcharse también de allí, pero el
movimiento de Kiara hacia la puerta lo hizo rehusar de huir, por lo que se
giró hacia ella y no pudo evitar mirar hacia sus labios enrojecidos e
hinchados por sus besos, algo que lo obligó a detenerse de nuevo pues, sin
saber por qué demonios, deseó volver a besarla.
—Yo... —comenzó sin saber qué decir—. Ha sido un error que no
volverá a suceder.
Kiara sintió como si la hubiera golpeado en ese momento. Mientras
intentaba recobrar la serenidad y el frío en el cuerpo, pues Cameron sin
duda había logrado encenderla, escuchar esas palabras no le sentaron nada
bien, ya que sonaron a evidente rechazo. Su orgullo malherido reflotó y se
acercó a la puerta de la habitación, donde estaba Cameron mirándola, y lo
retó con sus ojos.
—Tienes razón. Ha sido el mayor error de nuestra vida. No volverá a
pasar, ni siquiera a partir de mañana cuando nuestros miserables caminos se
unan, así que no esperes que caliente tu lecho, Sinclair —dijo con toda la
dignidad que pudo reunir a pesar de que se sentía vacía por dentro tras ese
rechazo.
Y sin darle tiempo a responder, Kiara se alejó de allí y lo dejó solo. No
podía soportar mirarlo por más tiempo tras haberla subido al cielo con ese
beso y después haberla dejado caer estrepitosamente contra el suelo. La
había herido y se maldijo por ello, pues no debió haberse dejado llevar.
Debía odiarlo y así iba a ser a partir de ese momento, y si pensaba que iba a
ser la esposa que él esperaba, le demostraría cada día que iba a arrepentirse
de haber aceptado la unión ofrecida por Jacobo.
CAPÍTULO 5
Cuando el anochecer llegó, Cameron se sentía realmente nervioso.
Durante todo el día no había podido dejar de darle vueltas al beso que, sin
entender aún por qué, le había dado a Kiara. Lo había deseado, sí, y también
a ella. Por Dios, que incluso ahora que las horas habían pasado volvería a
besarla si se presentara la ocasión, y eso lo enfurecía. Pero sabía que ella lo
había estado esquivando durante todo el día, como había hecho desde que
llegó al castillo.
Sus amigos sabían que estaba pasando algo entre ellos y que ambos
estaban raros, pero sabía que pensaban que tal vez se debía a que al día
siguiente se casarían. Por ello, él también los esquivó. Necesitaba estar solo
para poder pensar con claridad en lo que se le venía por delante tanto con
Kiara como con su propio clan, pues no sabía cómo se tomarían que
volviera con una esposa de las Tierras Bajas.
Cameron suspiró y salió al jardín para disfrutar del anochecer. Un suave
olor a tierra mojada lo recibió y apenas pudo sentir el frío, pues su sangre
estaba tan caliente aún por lo que Kiara le había hecho sentir esa mañana
que no había podido rebajar su deseo a pesar de intentar odiarla y pensar en
otra cosa. El guerrero dio una patada a una piedra y se encaminó hacia uno
de los laterales del jardín. Necesitaba estar solo y que nadie lo viera allí
para interrumpirlo, pues deseaba pensar con claridad. Sin embargo, supo
que su destino no le sonreía cuando vio aparecer el rostro de Andy entre las
sombras de los matorrales.
Con un gruñido, Cameron intentó volver por donde había venido. Aquel
no era el momento más indicado para ver de nuevo a ese hombre, pues
temía que Kiara le hubiera contado lo sucedido, por lo que apretó los puños
y tan solo pudo dar dos pasos de nuevo hacia el castillo cuando la voz de
Andy llegó hasta sus oídos.
—No te conozco, pero no pensaba que fueras un hombre que huye de los
lugares donde encuentra algo que no desea...
Cameron frenó de golpe y se volvió hacia él, encarándolo.
—Estás muy equivocado si piensas que huyo de ti —le respondió aun
sabiendo que era mentira.
Andy sonrió levemente y enarcó una ceja.
—Me temo que no hemos empezado nada bien... —comentó
chasqueando la lengua.
Las manos de Andy fueron a su espalda y cuadró los hombros,
mirándolo y esperando su respuesta.
Cameron se acercó más a él y suspiró de nuevo sin poder apartar la
mirada de ese hombre que lo miraba como solía hacerlo su padre cuando
era pequeño.
—Me parece que eso es lo único en lo que estamos de acuerdo —dijo
con media sonrisa.
Al ver que lo secundó, Andy se relajó visiblemente y su sonrisa se hizo
más latente.
—Bueno, supongo que a nadie le hace gracia pensar que su prometida
tiene un amante. Y supongo que saber que ese amante es más viejo que ella
duele aún más...
Cameron frunció el ceño.
—Si yo fuera tú, dejaría de burlarme... —se quejó—. ¿Ya te lo ha
contado Kiara?
Andy negó con la cabeza.
—No ha hecho falta, la verdad. Ayer fuiste muy directo y lo supuse. Yo
solo me limité a seguir la farsa para ver hasta dónde llegabas.
Cameron se cruzó de brazos, enfadado.
—Pues a partir de mañana seré tu señor. Harías bien en no burlarte de
mí.
Andy dejó caer una pequeña carcajada.
—Solo pretendía saber cómo era el hombre con el que se va a casar la
hija de mi mejor amigo. La quiero como si fuera mi propia hija.
Cameron lo observó durante unos segundos que parecieron eternos, hasta
que finalmente abrió la boca y le preguntó con verdadera curiosidad:
—¿Y cómo soy?
—Un buen hombre —admitió Andy mirándolo directamente a los ojos
—. Uno que, aunque no quiere admitirlo, siente fascinación por Kiara.
Cameron abrió la boca para replicar, pero Andy levantó una mano para
pararlo.
—No creas que no me he dado cuenta de cómo la mirabas en la comida...
Parecía que era a ella a la que deseabas tener en el plato.
El guerrero apretó los puños con fuerza ante aquel despliegue de palabras
que lo pusieron en alerta, pues siempre creyó que era un hombre que sabía
guardar muy bien sus sentimientos, un cuervo negro que observaba todo
antes de atacar y que nadie podría descubrir sus intenciones. Pero ese
hombre, al que no conocía de nada, había dado con la clave tras haberse
cruzado con él un par de veces. Y eso no le gustaba.
—Y desde luego un hombre muy protector —siguió Andy ante su
mutismo— porque estuviste a punto de golpearme por un malentendido.
—No me gusta que jueguen conmigo y solo quería cerciorarme de que
Kiara era una mujer libre.
—Pues lo es. Y tranquilo, allí no la espera ningún otro hombre. —Y
aunque casi escuchó suspirar al guerrero, añadió—. Os espera algo peor que
un amante: sus tíos.
Andy se acercó a él y puso una mano sobre su hombro, mirándolo a los
ojos con cierta preocupación.
—Aunque hayamos empezado mal, déjame advertirte de algo. Dougall e
Isobel se creen los dueños del palacio de Kiara y no creo que seas bien
recibido por ellos, puesto que pretendían casarla con su propio primo, Mark.
Así que ten cuidado. Uno de mis hombres intentó averiguar algo sobre ellos
y ha aparecido muerto. No quieren dar explicaciones sobre ello, pero temo
que encontrara algo interesante y lo mataran para evitar que Kiara lo
supiera.
—¿Qué siente ella por su familia? —preguntó Cameron intentando
comprender algo más de la joven.
—Nada. Mi señor Fergus no se hablaba con su hermano, así que este
nunca apareció por el palacio. Tan solo se dejó ver en el sepelio de mi
señor, así que Kiara los conoció entonces. Se autoproclamaron tutores de
ella y desde entonces viven en el palacio, pero no me gustan sus
intenciones. Ten cuidado, Sinclair.
Cameron respiró hondo.
—¿Por qué me avisas de algo así después de lo que ha pasado?
Andy sonrió y apretó levemente su mano sobre el hombro del guerrero.
—Porque tengo la sensación de que puedes hacer feliz a Kiara y porque
deseo que la protejas de su propia familia.
Tras esas palabras, Andy se retiró y se alejó de él, camino del castillo,
dispuesto a disfrutar de la hospitalidad que Mackintosh le había ofrecido el
día anterior.
Cameron se quedó solo y pensativo. Aquellas últimas palabras le
hicieron reflexionar, pues a pesar de que habían comenzado mal, Andy tenía
la esperanza puesta en él. ¿Cómo iba él a hacer feliz a Kiara si esta lo
odiaba? Y él a ella... La joven tenía un carácter insufrible y no dejaba entrar
a nadie. Bueno... no lo dejaba entrar a él y aunque no había estado dispuesto
a romper esas barreras, tras las palabras de Andy tenía la sensación de que
debía hacerlo para conocerla aún más. Tal vez se había enmarañado su
mente al pensar únicamente en que los obligaban a casarse en lugar de ver
ese matrimonio con otros ojos. ¿Y si a partir de entonces la miraba de una
manera diferente?
Cameron chasqueó la lengua y negó con la cabeza. Las palabras de Andy
lo habían confundido aún más de lo que ya estaba, por lo que apretó los
puños y se dejó caer en un banco del jardín mientras esperaba que el frío de
la noche templara su humor y su sangre.
Hacía rato que Kiara estaba buscando a Andy por todos lados.
Necesitaba hablar con alguien que la conociera en profundidad antes de que
llegara el día de su boda. A pesar de que sus amigas intentaban hablar de
otras cosas para que su mente dejara de pensar en el día siguiente, no habían
logrado calmarla. Pero no solo estaba nerviosa por la boda, sino por lo
ocurrido esa misma mañana. ¿Cómo había podido dejarse llevar por el beso
de Cameron? Se había entregado a él sin oponer ningún tipo de resistencia,
como si ella también lo hubiera estado deseando, pero ¿acaso no era así?
Kiara lanzó un gruñido muy poco femenino cuando encontró la respuesta
a eso, por lo que caminó de un lado a otro del pasillo sin saber qué hacer o a
dónde debía ir.
—Pareces enfadada...
La voz de Andy la sobresaltó y tras dar un respingo se volvió hacia él. El
guerrero sonrió y se acercó a ella con las manos a la espalda con total
tranquilidad.
—Tu padre estaría orgulloso de tu inminente boda.
Kira bajó la mirada y los hombros, mostrando tal expresión de derrota
que Andy se limitó a poner una mano en su hombro y levantar su barbilla
con delicadeza. La miró a los ojos y recordó aquella niña a la que su padre
le ordenaba cuidar para que no se metiera en líos ni desapareciera entre los
límites del bosque, pues era tan inquieta que siempre se metía en problemas.
Le sorprendió ver cómo se había tomado la muerte de sus padres y su nuevo
estatus en el palacio, pero ahora la veía tan derrotada por un simple enlace
que no sabía cómo podía consolarla.
—Andy... todo esto es un error —dijo en un susurro—. Quiero volver a
mi hogar.
—Dentro de poco podrás hacerlo.
Kiara resopló.
—Casada... Yo quiero volver sola, sin ataduras ni rencores ni malas
palabras. Tengo más que suficiente con mis tíos como para tener que
aguantar al Sinclair.
Andy sonrió levemente.
—He hablado con él y parece un buen hombre.
La joven volvió a resoplar, esta vez con más fuerza.
—Eso es porque no te ha mostrado su verdadera cara.
Andy rio levemente.
—No, eso es porque no nos hemos intentado matar y hemos hablado
como seres racionales, algo que tú también podrías hacer. Si no intentaras
odiarlo con tanto ahínco, descubrirías al verdadero Cameron Sinclair que
hay en su interior.
Kiara frunció el ceño y levantó la mirada para clavarla en sus ojos.
—¿Te ha pagado para convencerme de que cambie de opinión?
Andy rió y se alejó de ella.
—¿De verdad lo ves capaz de hacer eso?
Kiara enarcó una ceja.
—Lo veo capaz de eso y más.
Andy suspiró y negó con la cabeza.
—Lo que yo veo es que sois dos jóvenes que intentáis odiaros por todos
los medios sin daros opción a conoceros.
Kiara apretó los labios.
—¿Qué sugieres?
—Que no lo intentes matar con tu verborrea. Te conozco y sé que puedes
ser muy...
Kiara enarcó una ceja.
—¿Convincente? —sugirió ella intentando mostrar un rostro aniñado.
—Desagradable —respondió él.
En el rostro de la joven se dibujó una expresión de sorpresa ante aquel
atrevimiento de Andy.
—No me mires así. Sabes que es cierto. No sería de recibo ser tu mano
derecha si no te hablo con sinceridad.
—Tampoco hacía falta tanta... —dijo ella, molesta, mirándolo de reojo
—. ¿De verdad soy desagradable?
Andy sonrió y negó.
—Bueno, desde que murieron tus padres has perdido tu esencia,
muchacha. No eres la misma, y antes no eras así. Siempre dabas una
oportunidad a la gente, incluso se la diste a tus tíos sin conocerlos. Pero
ahora, has sentenciado al Sinclair sin conocerlo.
—Esta mañana él... —soltó de pronto Kiara sin pensar.
Al instante, se dio cuenta de que iba a confesarle a Andy lo que había
pasado, por lo que decidió callar.
—¿Qué...?
Kiara carraspeó, incómoda.
—Nada, será mejor que me vaya a descansar. Mañana será un día muy
largo.
La joven se volvió y le dio la espalda a Andy, que no pudo quedarse
quieto y la aferró del brazo.
—¿No habrá intentado hacerte daño...?
—¡No! —exclamó Kiara al instante—. Es solo que sé que le produzco
rechazo y que soy un error para él. Solo eso.
Andy asintió y la soltó, permitiéndole marcharse. Cuando la vio dirigirse
hacia las escaleras no pudo evitar esbozar una sonrisa en medio del pasillo.
Tras hablar con uno y con otro solo pudo negar con la cabeza ante la
evidencia. Y aunque apenas conocía a Cameron Sinclair, sí conocía a Kiara
y sabía que su prometido no le era indiferente, pues la efusividad con la que
hablaba de él e intentaba hacerle ver que no lo quería en su vida solo
confirmaba lo que él ya sabía. Tan solo rezó para que ninguno de los dos lo
echara a perder.
El sonido de un fuerte trueno la despertó en medio de la noche. Kiara dio
un respingo ante aquel sonido tan desagradable y giró la cabeza en
dirección hacia la ventana de su dormitorio para ver cómo este se iluminaba
con la luz de un rayo. Un nuevo trueno hizo que se encogiera entre las
sábanas mientras odiaba mentalmente aquella tormenta que rezó para que
pasara cuanto antes, pues sabía que no iba a poder dormir mientras siguiera
sonando así.
La lluvia golpeaba con fuerza el cristal de su ventana y la hizo resoplar
ante el temporal que sin duda reflejaba lo mismo que ella tenía en su
interior. Kiara movió su postura en la cama para encontrar una más cómoda
con la intención de volver a relajarse y dormirse, pero los truenos se
sucedían uno tras otro, indicando que el tiempo parecía estar de malhumor,
como ella en ese momento. A pesar de que los minutos pasaban, no podía
relajarse, pues el nerviosismo por la tormenta no hacía más que aumentar.
Aunque sabía que no era solo por eso, pues al día siguiente, a esa misma
hora, estaría casada con Cameron y seguramente durmiendo en la misma
cama.
Kiara resopló y se movió inquieta entre las sábanas. Los pensamientos
no dejaban de atormentarla y cuando un nuevo trueno resonó en la
habitación, se levantó, enfadada.
—Maldita tormenta... —murmuró mientras se acercaba lentamente hacia
la ventana.
La joven tomó una bata ligera y se la puso para evitar el frío, pues
aunque la chimenea estaba encendida, su alma lo sentía como si estuviera
en medio del patio bajo aquella tormenta. Kiara miró a través de la ventana
y la lluvia le dedicó un relámpago que iluminó todo el jardín del castillo. A
pesar de la lluvia pudo ver que los guerreros Mackintosh se encontraban en
sus puestos y no pudo sino sentir lástima por ellos, ya que seguramente
querrían estar dentro de una habitación bien calientes con un whisky en la
mano en lugar de allí.
Por primera vez desde la muerte de sus padres se sentía sola. A pesar de
que estos habían desaparecido, había logrado ponerse una coraza que le
había impedido sentir esa soledad que ahora la atormentaba y necesitaba el
consejo o las palabras de su madre, pues aunque Andy había hablado con
ella, sabía que no le había podido hablar con la confianza con la que le
hablaría una madre. Y en parte agradeció que hubiera aparecido Andy para
acompañarla en el día de su boda, pues hasta entonces no había echado de
menos la presencia de alguien conocido en aquellos muros para algo tan
importante. Y no quería sentirse sola ese día.
Un trueno volvió a sobresaltarla, haciéndola refunfuñar de nuevo, y
decidió salir a dar un paseo por el castillo para intentar relajarse, pues sentía
que allí se estaba ahogando.
Kiara se calzó sus escarpines y se dirigió hacia la puerta, dispuesta a
salir. Abrió con cuidado para evitar hacer ruido y llamar la atención de sus
amigas o de cualquier otro que estuviera durmiendo en ese momento, pues
no quería encontrarse con nadie y tener que dar explicaciones de hacia
dónde iba.
Con paso lento, se dirigió por el pasillo hacia el otro extremo del castillo,
justo donde se encontraba el patio interior tan bonito que tanto le gustaba. A
medida que se acercaba, el sonido de la lluvia se hizo más patente y fuerte,
además de que un intenso olor a tierra mojada llenó sus pulmones,
obligándose a respirar hondo para intentar calmarse con ese olor tan
refrescante.
Un escalofrío la recorrió cuando sintió el frío de la noche, por lo que se
cruzó aún más la fina bata para taparse y se acercó a la balaustrada del
patio, desde donde podía ver el pozo del mismo. La joven se apoyó en la
barandilla y cerró los ojos unos instantes, sintiendo sobre su rostro las
pequeñas gotas de lluvia que lograban alcanzarla. Intentó serenarse a pesar
de que la tormenta no le gustaba, pero el silencio a su alrededor logró un
efecto relajante que poco a poco calmó la tormenta que se agitaba en su
interior.
Una sonrisa se dibujó en sus labios al saber que pronto regresaría a su
hogar y expulsaría a sus tíos de su vida. Intentó recordar en ese momento el
rostro de sus padres y se preguntó qué pensarían de ella en ese instante. Le
hubiera gustado saber si estaban orgullosos de cómo llevaba su vida y qué
les parecía Cameron para compartir su vida con ella.
Kiara respiró hondo y soltó el aire lentamente, pero un trueno aún más
fuerte que los demás le hizo dar un respingo y un paso atrás, asustada, pues
parecía que el cielo estaba partiéndose. La joven abrió los ojos de golpe y
vio cómo un relámpago iluminó todo el patio y el pasillo de la balaustrada,
y un movimiento a su derecha la dejó petrificada.
—No sabía que te dan miedo las tormentas...
Reconoció la voz al instante y giró la cabeza hacia él lentamente. El
susto inicial dio paso a la sorpresa y a una mala cara que no pudo evitar
mostrar al clavar sus ojos sobre él.
Cameron sonrió y Kiara pudo verlo gracias a otro rayo que cayó lejos de
allí. La joven se cruzó de brazos cuando descubrió su mirada recorriendo su
cuerpo, como si quisiera ver lo que había bajo la tela de su camisón, y un
intenso nerviosismo la azotó de nuevo, golpeándose mentalmente por haber
salido de su dormitorio en medio de la noche sin pensar en las posibles
consecuencias si se cruzaba con alguien. Lo que no había imaginado era
que la casualidad haría que se cruzara con él.
El corazón de la joven comenzó a latir con demasiada fuerza tras
aparecer en su mente el recuerdo del beso que le había dado el guerrero esa
misma mañana. Y sin lugar a dudas, la soledad que había ahora a su
alrededor no ayudaba en absoluto a que pudiera relajarse ante él.
Cameron dio un par de pasos hacia ella, quedándose a tan solo un metro
de Kiara, que no pudo evitar lanzar una pequeña exclamación nerviosa ante
su cercanía.
—No me dan miedo —respondió intentando aparentar una calma que no
tenía.
Y como si la tormenta estuviera en su contra, un trueno aún más fuerte
hizo temblar el suelo de piedra que había bajo sus pies, haciendo que Kiara
diera un respingo y mirar con preocupación hacia el cielo.
Cameron soltó una pequeña risa junto a ella y se acercó aún más.
—La verdad es que no deja de sorprenderme tu orgullo. No está mal
reconocer que algo te da miedo.
Kiara frunció el ceño y lo miró como si quisiera encogerse y desaparecer
para aparecer de nuevo en su dormitorio.
—¿Y tú, hay algo a lo que temas? —le preguntó la joven.
Cameron la miró fijamente con más seriedad mientras tragaba saliva
ruidosamente hasta que al final logró encontrar las palabras para poder
responderle:
—Todo el mundo tiene miedo de algo —respondió lentamente—. Yo
temo lo que puedan hacerme unos ojos verdes que apenas conozco.
Kiara lo miró entre sorprendida y anonadada. Sus brazos, cruzados sobre
el pecho, cayeron a ambos lados de su cuerpo y tragó saliva ante aquella
revelación. ¿Se refería a ella? La mirada penetrante de Cameron estaba fija
sobre sus ojos, consiguiendo que Kiara comenzara a temblar por lo que el
guerrero le hacía sentir. El simple hecho de estar junto a él, en soledad, en
medio de una tormenta y con el aire comenzando a soplar con fuerza hizo
que el momento fuera casi abrumador. Y que ella se perdiera en su mirada
no ayudaba en absoluto. Kiara se sentía imbuida por aquellos ojos tan
negros como la noche que la observaban en completo silencio como si
estuvieran intentando leer su alma y sus pensamientos. Por ello, tan metida
estaba en aquellos ojos que no se dio cuenta de que Cameron se acercaba
más a ella y cuando un rayo iluminó el rostro del guerrero, supo que era
demasiado tarde para huir de él una vez más.
—¿Por qué temes unos ojos? —preguntó en apenas un susurro—. No
pueden hacerte nada.
Cameron sonrió de lado.
—Pueden hacerme más daño que el filo de una espada contra el cuello
—respondió con voz ronca—. Pero lo peor de todo es que no puedo dejar
de mirarlos...
Cameron se acercó aún más, casi pegando su rostro al de Kiara, que
estaba completamente quieta y sin poder moverse a pesar de que su mente
le gritaba que corriera en contra de lo que el guerrero lograba sacar de ella.
Su corazón se desbocó por completo y se descubrió a sí misma deseando
que la escasa distancia que los separaba, apenas unos centímetros,
desapareciera para que sus labios volvieran a encontrarse.
Los ojos de Cameron se dirigieron hacia donde ella pensaba y acercó aún
más su rostro. Kiara sintió contra su boca el aliento cálido del guerrero y
cerró los ojos. Un intenso calor azotó todo su cuerpo, haciéndole olvidar el
frío de la noche. De hecho, no podía sentir el viento ni la humedad del
ambiente, aunque sí sintió una intensa humedad en su entrepierna, donde se
reunió todo el calor de su cuerpo al cabo de unos instantes.
Kiara abrió los labios ligeramente cuando sintió contra su mejilla la nariz
juguetona de Cameron y creyó que iba a derretirse frente a él si no se
animaba a besarla.
—Esos ojos verdes me llevan a desear también unos labios que siempre
me miran con disgusto y solo quiero poder apartar esa sensación para que
me observen con deseo, el mismo deseo que siento yo al tenerlos tan cerca.
Cameron rozó sus labios levemente, casi sin querer, y en lugar de
finalmente besarla, recorrió su mejilla con ellos hasta alcanzar su oído.
Kiara temblaba con fuerza y de sus labios entreabiertos escapaba un suspiro
a cada segundo, pues aquella sensación de cercanía con Cameron era tan
intensa y excitante que jamás había sentido algo parecido. El guerrero
recorrió con sus labios la base de su cuello hasta acercarse al lóbulo de la
oreja. Y en medio de aquella excitación tan fuerte que sentía Kiara, logró
escuchar:
—Pero como esos labios no desean los míos, es mejor apartarse —dijo
antes de separarse de ella para poner una distancia que realmente no
deseaba, pero completamente necesaria entre ellos.
Kiara dio un respingo cuando un nuevo trueno sonó a su alrededor, como
si fuera lo que necesitaba para reaccionar ante lo que acababa de pasar. La
joven miró a Cameron con los ojos muy abiertos, sorprendida por aquella
distancia entre ellos que no esperaba, y al ver la sonrisa de satisfacción en
sus labios comprendió lo que había hecho el guerrero. Acababa de
comprobar que realmente lo deseaba y que lo que le había dicho en el
dormitorio de su amigo esa mañana era mentira. Sabía que no sentía que era
un error ese beso y lo peor de todo era que lo acababa de confirmar.
Deseó poder borrarle aquella sonrisa de golpe, pues Kiara sabía que
acababa de perder la batalla contra él, por lo que, con un bufido muy poco
femenino, se giró y lo dejó completamente solo en medio de aquella
tormenta.
—Buenas noches, futura esposa... —escuchó decir a Cameron con ironía.
Kiara lo miró por encima de su hombro y con mala cara le espetó:
—¡Espero que te parta un rayo, Sinclair!
La carcajada del guerrero fue lo último que Kiara escuchó cuando giró
en una esquina del pasillo, perdiéndose en la oscuridad de la noche y
sabiendo que su deseo estaba por completo a merced de Cameron Sinclair.
CAPÍTULO 6
No iba a presentarse a su propia boda. Estaba decidido. Tras lo sucedido
durante la madrugada, Kiara había llegado a la conclusión de que no iba a ir
a la capilla para casarse con Cameron. Durante el resto de la noche lo había
odiado con toda su alma. No podía presentarse allí y hacer como si nada
hubiera ocurrido entre ellos, pues el guerrero había descubierto que a pesar
de sus palabras cada vez que se encontraban, lo deseaba. Y además lo hacía
de una manera tan profunda que el propio sacerdote pondría el grito en el
cielo si llegara a enterarse.
Se golpeó una y mil veces mientras maldecía a Cameron por haber sido
tan listo como para conseguir que le temblaran las piernas por el deseo. Aún
podía sentir contra su cuello el cálido aliento del guerrero mientras recorría
con sus labios la base de su cuello. ¿Cómo se había atrevido a hacer algo
así?, se preguntó mientras se miraba en el espejo con el vestido de novia ya
puesto.
Esa mañana se levantó temprano, pues las doncellas le llevaron una tina
a primera hora para que pudiera bañarse a conciencia y se preparara con
tiempo para la boda. Después, por petición propia, se había vestido
lentamente, como si tuviera todo el tiempo del mundo y ella misma se había
preparado el pelo. Y a pesar de que tras mirarse en el espejo se veía más
radiante que nunca, no quería salir de allí. Kiara acarició la suave tela del
vestido que había pertenecido a su propia madre y lo admiró como si fuera
un tesoro que debía guardar para toda la eternidad entre sus posesiones más
preciadas, pues era el más bonito que había visto jamás.
El vestido era de color blanco que previamente habían tenido que
arreglar para ponerlo a su talla, pues Kiara era algo más delgada de lo que
había sido su madre cuando se casó. El vestido estaba bordado en azul con
flores entrelazadas entre sí al estilo celta tanto en el cuello, mangas y bajos
del vestido, además también en la abertura que había desde la cadera hasta
abajo en la parte delantera de la prenda. Un cinturón también azul adornaba
la cintura del vestido, resaltando las curvas de la joven, que normalmente no
solían apreciarse con los vestidos que solía llevar. El pelo lo había recogido
en un peinado que dejaba sueltos varios mechones en su espalda y que caían
con un ligero rizado que acentuaba su belleza. Unas briznas de brezo
adornaban varias zonas de su cabello y cuando volvió a mirar su rostro, no
pudo evitar sonreír. Se sentía tan bella y especial que no le importaría salir
de allí tan solo para hacérselo notar al resto del mundo, incluido Cameron.
Sin embargo, sabía que si salía, la próxima vez que entrara en ese
dormitorio sería con un anillo en el dedo.
Unos nudillos la alertaron de que al otro lado de la puerta había alguien.
Y cuando le dio paso y esta se abrió, le sorprendió ver a Ian Mackintosh, el
dueño del castillo, con una expresión de incomodidad en el rostro. El
guerrero levantó la mirada y la clavó en ella sin poder evitar una expresión
de sorpresa ante su belleza, aunque al instante la modificó para volver a
reflejar la frialdad de siempre.
Ian carraspeó para llamar su atención y cuadró los hombros antes de
dirigirse a ella, sorprendiéndola desde la primera palabra.
—Me he autoproclamado padrino de las bodas que se celebren estos días
—comenzó lentamente, como si tuviera que pensar mucho las palabras—,
así que tal y como hice con la señora MacLeod, me gustaría acompañarla a
la capilla.
Tras decir eso, bajó la mirada durante unos segundos, como si temiera
que ella se burlara de él, pero Kiara solo pudo fruncir el ceño ante aquella
sorpresa, pues no esperaba que el anfitrión tuviera esas ideas románticas.
La joven se acercó a él y paró a tan solo un metro del guerrero,
provocando que volviera a levantar la cabeza.
—Supongo que ya estáis lista, señorita Stewart.
La joven abrió la boca, pero al darse cuenta de que no podía hablar, negó
con la cabeza. Ian la miró largamente y finalmente sonrió levemente.
—¿Habéis pensado en huir para no casaros?
Kiara entrecerró los ojos y clavó su mirada en él.
—¿Acaso sabéis leer la mente, señor Mackintosh?
Ian lanzó una carcajada, relajándose visiblemente.
—No, pero sé leer las intenciones en los ojos de la gente...
Kiara se cruzó de brazos.
—¿Y qué habéis leído en los míos?
Ian sonrió de lado.
—Que deseáis escapar y no casaros con Cameron, pero dejadme que os
diga una cosa. Sinclair puede tener el alma de un cuervo, pero es una buena
persona. Tan solo hay que conocerlo bien.
Kiara resopló.
—Me temo que estos días lo he conocido lo suficientemente bien.
—Habéis conocido una parte. Supongo que lo decís por lo que ha
ocurrido esta madrugada...
El rostro de Kiara se enrojeció tanto que Ian rio levemente y llevó sus
manos a la espalda.
—Olvidáis que este es mi castillo y que yo duermo poco —explicó—.
Pensaba disfrutar de la tormenta en el patio, pero había alguien que lo
estaba disfrutando más.
Kiara abrió y cerró la boca varias veces sin saber qué decir. Se sentía
avergonzada por lo que el laird había visto y dio un paso atrás.
—No temáis, no pienso decir nada. Y aunque me fui nada más veros, he
de decir que en vuestra... conversación no había el rencor que ahora
intentáis mostrar en vuestros ojos.
Y sin dejarle tiempo para pensar, le mostró el brazo galantemente para
que lo tomara.
—¿Me haríais el honor de ser vuestro padrino?
Kiara dudó unos instantes más hasta que finalmente se rindió, pues sabía
que aunque intentara escapar, no llegaría a alcanzar el portón, pues Ian
Mackintosh ordenaría a sus hombres que no lo abrieran.
Con un suspiro, la joven se aferró de su brazo y este mostró una leve
sonrisa, orgulloso de acompañar a una mujer tan bella para que se casara
con el Cuervo Sinclair. Internamente, dibujó una amplia e irónica sonrisa,
pues tenía la sensación de que aunque todos los futuros contrayentes se
mostraran reticentes ante lo que les sobrevenía, sabía que caerían rendidos
ante sus futuras esposas antes de lo que pensaban.
Minutos después, se encontraron frente a la capilla y Kiara tembló,
nerviosa, algo que Ian notó bajo su brazo.
—Calmaos, señorita, por lo que he visto, el matrimonio no es algo tan
malo como seguramente pensáis.
Kiara enarcó una ceja.
—Por eso vos estáis soltero...
Ian chasqueó la lengua y sonrió.
—Eso ha sido un golpe bajo, señorita Stewart —bromeó guiñándole un
ojo.
Kiara sonrió, aunque esta se borró al instante de su rostro, dejando ver el
nerviosismo que había en su interior.
—Espero que esta boda no me salga tan cara como la de MacLeod y no
arda nada... —volvió a bromear Ian para restar hierro al asunto.
Tras esto, se adelantó para abrir la puerta de la capilla y todas las cabezas
que Kiara vio desde su posición se giraron para verla llegar. Antes de
adelantar el pie para caminar hacia el altar, Kiara recorrió con la mirada a
los allí presentes. A las que ya consideraba sus amigas la miraban con una
mezcla de admiración y tristeza por no haber podido huir de ese matrimonio
al que ellas también se veían abocadas. El resto de los amigos de Cameron
la miraba con curiosidad mientras que los demás presentes, guerreros de los
diferentes clanes que habían acompañado a sus señores, la miraban con
simpleza, excepto los que pertenecían al clan Sinclair, pues a partir de ese
día, ella también sería su señora.
Y cuando por fin se decidió a mirarlo a él, estuvo a punto de tropezar con
su propio vestido. Cameron la miraba desde el altar con una mezcla de
incredulidad y asombro. Su mirada estaba puesta sobre ella y parecía estar
petrificado, pues apenas parpadeaba mientras la joven se acercaba del brazo
de Ian. De repente, bajo su atenta mirada comenzó a temblar de nuevo, pero
esta vez no era de miedo o por ansias de huir, sino por algo más profundo y
verdadero que comenzó a aflorar en su interior y que no supo discernir de
qué se trataba.
Kiara clavó también su mirada en Cameron y a pesar de su ceño fruncido
y expresión seria, lo vio reluciente. Para la ocasión había estrenado un kilt
con los colores de su clan, pero para su sorpresa, el manto que cruzaba su
pecho y donde prendió el broche llevaba los colores del clan Stewart,
mostrándole así que la aceptaba en su clan, dispuesto a fundir unos colores
con otros. Eso hizo que el corazón de Kiara comenzara a latir con
demasiada fuerza, incapaz de creer ese detalle por parte de Cameron.
Lo miró al rostro y descubrió que se había afeitado ligeramente la barba,
dejándola algo más corta de lo que solía llevarla. Eso sin contar con que se
había cortado también el pelo y lo había peinado hacia atrás, dejando su
rostro completamente libre y expuesto a su escrutinio. Kiara sintió cómo en
ese momento le sudaron las manos, pues lo vio tan sumamente atractivo y
excitante que el recuerdo del casi beso de la noche anterior hizo que se
sonrojara en el momento en el que Ian le cedía el brazo a Cameron, algo
que este aceptó sin apartar su mirada enfurruñada de Kiara.
—Comencemos —señaló el sacerdote.
Pero Cameron apenas tuvo la mente presente durante la ceremonia, pues
no podía apartar su mirada de la joven que había a su lado y con la que se
estaba casando. La vio mirar hacia el sacerdote con auténtico interés a pesar
de que varias veces la descubrió mirándolo de soslayo, aunque en cuanto
veía que él la estaba mirando, apartaba sus ojos del guerrero.
¿Qué demonios le estaba pasando? Reconocía que durante la madrugada
había jugado con ella y aunque había tenido la tentación profunda de
besarla, se había obligado a sí mismo a no hacerlo, pues de haberla besado,
sabía que su cuerpo no haría caso a su razón y sería capaz de hacerla suya
en medio del pasillo durante la tormenta. Antes de verla, se había desvelado
porque no había podido dejar de pensar en lo que Andy le había dicho
durante la tarde y en lo que llevaba sintiendo todo el día tras haberla
besado. Y cuando salió de su dormitorio dispuesto a tomar el aire para
enfriar su cuerpo que solo pedía alivio, jamás imaginó que vería frente a él
al origen de sus desvelos; y en camisón, cuyas curvas podían verse gracias a
la finura de las telas.
Y desde entonces no había podido dejar de pensar en hacerla suya. La
deseaba. No sabía por qué motivo su cuerpo reaccionaba ante ella a pesar de
que Kiara no era el tipo de mujer que siempre le habían gustado, pero la
firmeza con la que la joven le hablaba, su terquedad, su fuerte carácter y su
belleza habían hecho mella en su coraza y en su alma de cuervo totalmente
negro. Y ahora no podía sacarla de su cabeza. Y la negativa continua de la
joven a casarse y a compartir su vida con él no había hecho más que
aumentar la excitación que le producía estar en el mismo lugar que ella.
—¿Señor Sinclair? —escuchó.
Cameron se sobresaltó y miró hacia adelante, al sacerdote, que parecía
esperar algo de él. El sacerdote enarcó una ceja y carraspeó cuando varios
asistentes a la ceremonia lanzaron risas que intentaron disimular con una
tos. El guerrero los miró mal antes de girarse de nuevo hacia el sacerdote y
carraspear, incómodo.
—¿Me habéis escuchado, señor Sinclair?
—No —admitió elevando el mentón con orgullo.
Su interlocutor suspiró antes de murmurar algo sobre la juventud y
volvió a repetir lo de antes.
—¿Tenéis los anillos?
Cameron asintió y los sacó de su sporran antes de ofrecérselos al
sacerdote para que estos fueran bendecidos por él. Kiara lo miró con interés,
pues habría dado uno de sus dedos por saber dónde tenía la mente, pero
cuando Cameron la miró fijamente a los ojos, desvió su mirada de nuevo
hacia adelante.
Tras esto, intercambiaron los anillos, que sellaron la ceremonia en la que
acababan de convertirse en marido y esposa. Y sin poder evitarlo, las manos
de la joven temblaron ante lo que eso significaba, pero el estremecimiento
fue más visible cuando el sacerdote pronunció sus siguientes palabras.
—Podéis besar a la novia...
Una sonrisa irónica se dibujó en el rostro del sacerdote, que no fue
consciente de lo que sus palabras habían provocado en ambos contrayentes.
Kiara no había pensado en que debía besar de nuevo a Cameron mientras
que este había intentado no pensar en ese momento en el que, de nuevo,
volvería a apresar los labios de la joven con los suyos y, para colmo, delante
de todos.
Queriendo aparentar su frialdad de siempre, Cameron se acercó a ella
lentamente, intentando alargar ese momento todo lo que pudiera, pero sabía
que no podía escapar. No obstante, la belleza de Kiara ese día le resultaba
tan abrumadora que temía que los allí presentes se dieran cuenta de lo que
la joven provocaba en él. Por ello, apretando los puños y la mandíbula,
acortó la poca distancia que lo separaba de ella y la besó con intención de
que fuera algo fugaz. Sin embargo, en el momento en el que volvió a tocar
los labios de la joven, un arrebato de pasión y excitación recorrió todo su
cuerpo, olvidando momentáneamente que estaban rodeados de gente y
relajando sus manos hasta el punto de que alargó una de ellas para posarla
en la cintura de Kiara y atraerla a él con auténtico ardor.
Kiara tuvo que contener un gemido cuando la poderosa y fuerte mano de
Cameron se dirigió hacia su cintura, pues instantes después se chocó contra
el amplio pecho del guerrero. Un intenso calor la azotó con fuerza y olvidó
por completo que estaban ante mucha gente cuyos ojos estaban puestos
sobre ellos en ese preciso instante. El calor que emanaba de la mano de
Cameron pareció calmarla en parte, pero solo en parte, pues una poderosa
excitación la hizo arder por completo. Las mejillas le ardían al tiempo que
pensaba que de sus orejas comenzaría a salir humor mientras un intenso
calor se dirigió hacia su entrepierna.
Kiara abrió la boca para recibir la lengua juguetona de Cameron, que la
invadió sin pedir permiso, pero que ella la disfrutó desde el primer
momento. Una de sus manos fue directa hasta el pecho del guerrero, que
apretó la que tenía en su cadera y ahondó más el beso, perdiendo por
completo el poco autocontrol que le quedaba.
Cameron solo pudo pensar en seguir besándola y en demostrarle el placer
que podía sentir bajo sus manos. No obstante, cuando escuchó un intenso
rumor a su alrededor, recordó que no estaban solos en la capilla e instantes
después, todos se levantaron para aplaudir a los nuevos esposos. El guerrero
se apartó de Kiara como si de repente hubieran comenzado a quemar sus
labios e intentó no mirarla, ya que si lo hubiera hecho no habría podido
controlar el deseo que ardía en su interior y que clamaba una y otra vez por
ella.
Con el ceño fruncido, se giró hacia Gaven, que fue el primero en llegar
para felicitarlos con una sonrisa irónica en el rostro.
—Si dices algo, te mataré... —le advirtió el novio a su amigo, que
levantó las manos en señal de paz.
—Solo quería felicitarte —respondió antes de añadir—, no reírme de la
pasión que le has puesto al beso.
Cameron refunfuñó y levantó el puño dispuesto a golpearlo, pero Gaven
se alejó de él lanzando una carcajada.
Al instante, se vieron rodeados del resto de personas que asistieron a la
ceremonia y recibieron felicitaciones de todos como si aquella fuera una
boda en la que había amor en lugar de un simple compromiso del rey
aceptado por ellos.
Cameron miró a Kiara y la descubrió totalmente abrumada por las
palabras de los demás mientras que él también se sintió extraño en su propia
piel ante las atenciones de todos los allí presentes.
Ian, consciente del mal momento que estaban pasando Cameron y Kiara,
llamó la atención de los demás y les pidió que fueran hacia el gran salón,
donde celebrarían la boda, algo que hizo que la capilla se vaciara
rápidamente y tan solo quedaran los novios y el propio Ian, que los miró
sonriendo.
—Gracias por ser mi padrino, señor Mackintosh —le dijo Kiara
intentando llamar la atención del guerrero para romper el silencio que había
quedado en el lugar—. La verdad es que no había pensado en que debía
tener uno.
Ian sonrió y se acercó a ellos.
—Ha sido un placer.
Cameron sonrió.
—Espero ser yo el padrino en tu boda...
Ian resopló al tiempo que ponía una expresión de auténtico asco en su
rostro.
—No lo creo...
—¿Y quién será? —preguntó Cameron.
Ian oscureció la mirada.
—La muerte. Prefiero eso antes que casarme...
Y mientras Cameron reía, Ian decidió salir de la capilla, dejándolos solos
por primera vez como marido y mujer. Un silencio abrumador se extendió
entonces a su alrededor.
Kiara miró de soslayo a Cameron, que no sabía realmente qué debía
hacer a continuación y cuando este posó su mirada ardiente sobre ella, la
joven se quedó muda por completo. Rememoró el increíble beso que le
había dado minutos antes y se sorprendió al darse cuenta de que el fuego no
había disminuido en su cuerpo, algo que la hizo sonrojarse bajo su atenta
mirada.
Cameron la miró con el ceño fruncido en el momento en el que ella se
sonrojó. Se preguntó qué estaría pensando para haberse ruborizado y tragó
saliva intentando contener el ansia por besarla de nuevo.
La vio abrir y cerrar la boca varias veces sin llegar a decir nada, y
cuando Cameron se atrevió a pedirle que lo acompañara al salón, vio cómo
Kiara se dirigía en silencio hacia la puerta con paso firme y decidido,
aunque con las manos completamente rígidas por la tensión del momento.
Cameron suspiró y miró la espalda recta de Kiara. No estaba seguro de lo
que le depararía el futuro, pero algo que sí tenía claro era que junto a
aquella mujer iba a enloquecer en cuestión de días.
CAPÍTULO 7
Kiara se escabulló de la celebración en cuanto tuvo ocasión. No podía
creer que Cameron la hubiera ignorado durante todo el banquete, como si
no existiera para él. Los habían acomodado en la misma mesa en la que
solía sentarse el laird junto al rey, pero en este caso eran ellos, al ser los
protagonistas del día, los que ocuparon los asientos que en otras ocasiones
pertenecían a otros. No obstante, tanto Ian como Jacobo y los hombres más
cercanos del clan de Cameron estaban sentados en la misma mesa y todos,
incluido su ya esposo, estaban enzarzados en una conversación en la que no
había cabida para ella. Sin embargo, las miradas que a veces le enviaba
Cameron le explicaron que el guerrero la estaba ignorando a propósito.
Kiara había enviado miradas a sus amigas, que la observaban con cierta
pena desde sus asientos y a pesar de que estas le habían señalado un asiento
libre al lado de Eileen, Kiara sabía que no podía hacerle eso a su marido. La
joven resopló cuando esa palabra apareció en su mente de nuevo: marido...
En algunas ocasiones, cuando había pensado en casarse, había creído que
sonaba bonito, pero ahora... Kiara miró de reojo y con mala cara a
Cameron, que no era consciente de su mirada, y resopló dejando la cuchara
a un lado.
Dirigió entonces su mirada hacia Andy, el cual apenas había podido
acercarse más de un par de minutos para felicitarla y después se había
sentado junto a los hombres de Ian para evitar molestar. Tras su mal
comienzo con el que ya era su señor no quería inmiscuirse demasiado con él
y sus hombres y decidió mantenerse al margen, aunque sin quitar la mirada
de Kiara.
Por ello, tras terminar con la comida, que apenas había probado, Kiara se
levantó como los demás y decidió irse de la fiesta que comenzaría después.
No tenía humor para aguantar más desplantes de Cameron y desde luego
tampoco para soportar las quejas de sus amigas. Además, estaba segura de
que su marido no se daría cuenta de su ausencia en cuanto salió por la
puerta.
La joven esperó a que todo el mundo tuviera una buena copa de whisky
en la mano para abrir la puerta y escapar. Necesitaba respirar aire limpio y
puro para intentar alejar de ella el nerviosismo que la había asolado durante
todo el día. Por lo que huyó de sus amigas y de ese salón que empezaba a
agobiarla y se dirigió directamente hacia su dormitorio. Sabía que si iba al
patio sus amigas irían tras ella en cuanto se dieran cuenta de su ausencia, y
lo que necesitaba era soledad.
—¿Huyes de tu propia celebración?
La voz de Andy la sobresaltó y lanzó una exclamación de sorpresa. Se
llevó una mano al pecho y se giró hacia el lugar de donde provenía la voz.
Andy la miraba con una mezcla de sorpresa e ironía y lo vio negar con la
cabeza en silencio mientras daba un par de pasos hacia ella.
—¿Me estabas espiando?
El guerrero sonrió.
—Bueno... yo diría que estaba pendiente de ti. Has estado muy seria.
Kiara resopló.
—¿Y cómo quieres que esté después de no haber podido hablar con
nadie mientras todo el mundo obviaba mi presencia en la mesa? ¿Los has
visto?
Andy asintió y sonrió.
—Sí, pero hay algo que has obviado tú, y es que cuando dirigías tu
mirada al plato para remover la comida, el Sinclair aprovechaba para
observarte.
Kiara se cruzó de brazos.
—Seguro que solo pretendía averiguar si seguía allí sentada.
Andy chasqueó la lengua.
—No lo creo porque aunque tú lo mirabas, él te dirigía miradas de
soslayo, así que sabía perfectamente que estabas allí.
—¿Y por qué no me ha hablado en ningún momento?
—Me temo que eso tendrás que preguntárselo tú. —Se acercó a ella y
puso una mano en su hombro mientras la miraba como miraría a su propia
hija—. ¿Por qué no vuelves dentro?
Kiara frunció el ceño.
—No. No tengo nada que celebrar. Solo quiero volver a casa y retomar
mi vida, aunque sea junto a él.
—¿Sabes que cuando dejes todo en orden en Blair Palace tendrás que
viajar al norte para ir a su castillo?
Kiara torció el gesto.
—Ya lo veremos...
Andy lanzó una carcajada.
—No seas tan obstinada. Tu madre no lo querría.
—Ojalá estuviera aquí.
Andy apretó la mano de su hombro y la obligó a mirarlo.
—Tus padres no están, pero yo estoy a tu lado para defenderte. Si el
Sinclair te hace daño, no dudes en decírmelo.
Kiara asintió y se marchó antes de que alguien saliera del salón y fuera
consciente de sus intenciones. Caminó deprisa hasta su dormitorio y abrió la
puerta para meterse dentro. Tras cerrarla, corrió hacia la cama y se tumbó
bocabajo sin importarle que su vestido pudiera arrugarse y por primera vez
en mucho tiempo, lloró desconsoladamente, por su vida, por sus padres, por
los problemas con sus tíos, por lo que le esperaba... Se sentía triste
demasiado tiempo y, por fin, pudo soltar todo lo que guardaba en su
corazón.
Cameron no había apartado su mirada de Kiara ni un solo momento
aunque intentara aparentar que su presencia le era indiferente. Sabía que no
era de recibo tratar así a su nueva esposa, pero sabía que si giraba la cabeza
hacia ella y entablaba una conversación con la joven, sería capaz de
levantarla y llevarla sobre su hombro hasta su dormitorio para hacerla suya,
pues lo que le estaba haciendo sentir era tan fuerte que estaba a punto de
caer rendido ante ella. Y su parte guerrera no quería perder la guerra contra
Kiara.
A veces la miraba de soslayo para ver cómo removía su comida sin
apenas probar bocado y tuvo que contenerse varias veces para no hablarle y
pedirle que comiera si no quería desfallecer. Lo que había ocurrido en la
capilla aún daba vueltas por su mente y no había podido apartar de sus
labios el suave sabor de la boca de Kiara, que a pesar de comer la rica
comida que habían preparado, no podía apartar de él. Su esposa había
logrado colarse en sus pensamientos una y otra vez a lo largo de esos días y
ahora no podía apartarla de su mente, especialmente tras ese último beso.
Cameron lanzó una maldición cuando sintió cómo su miembro
comenzaba de nuevo a despertar mientras tomaba una copa que le ofrecía
Struan tras haber apartado las mesas de la comida y disfrutar de una buena
música y baile. Sin embargo, acababa de darse cuenta de que Kiara había
escapado del salón en lugar de quedarse para abrir el baile.
El guerrero respiró hondo y soltó el aire lentamente. Le hubiera gustado
seguirla, pero no quería que pensara que la vigilaba, ya que no era así.
Simplemente sentía que no podía apartar la mirada de ella por todo lo que le
provocaba porque ninguna otra mujer lo había conseguido e intentaba, con
la mirada, descubrir qué tenía Kiara que no tuviera otra mujer.
—Quita esa cara de amargura —le aconsejó Leith en voz baja—. Ya he
visto cómo dos hombres del rey se burlaban.
Cameron lo miró con una ceja enarcada.
—Eso lo dices porque tú aún no te has casado. Ya me dirás la cara que se
te quedará el día de tu boda.
—Pues más que tu boda parece que vas al cadalso.
Cameron resopló.
—¿Y no es así? Recuerdo que tú mismo tampoco querías casarte. ¿Acaso
has cambiado de opinión?
Leith sonrió después de darle un largo trago a su copa.
—No, pero ya tengo asumido que acabaré como Cailean y tú, así que lo
mejor es tomárselo de la mejor manera posible. No quiero amargarme.
Cameron lo miró unos momentos.
—Tu prometida no parece una mujer que tenga el alma suficiente como
para amargarte.
—No te fíes de su dulzura y el miedo que tiene cada vez que me ve. Yo
tampoco lo hago, y menos teniendo en cuenta quién es su padre...
—No será para tanto...
Leith enarcó una ceja y dio por terminada la conversación cuando vio
aparecer a Jacobo a tan solo un metro de ellos.
—Sinclair, ¿no bailas?
Cameron lo miró con cierto aire burlón.
—¿Con quién? Mi querida esposa acaba de salir del salón.
—¿Y eso?
El guerrero lo miró apretando con tanta fuerza el vaso que temió
romperlo.
—Se sentía indispuesta —mintió entre dientes.
—Oh, espero que se recupere pronto. Han sido demasiadas emociones.
—Gracias.
Jacobo se alejó de él para volver junto a sus hombres más cercanos, por
lo que Cameron pudo relajarse y reunirse también junto a sus amigos. La
música comenzó a sonar con más fuerza en el salón mientras varias
personas se animaban por fin a bailar algunas piezas de las que estaban
tocando.
El ambiente en la sala era distendido y a pesar de que todo el mundo
parecía pasárselo bien, a medida que pasaban los minutos Cameron
comenzó a preocuparse. Miraba de un lado a otro del salón intentando
averiguar si Kiara se había unido de nuevo a ellos en el salón, pero no la vio
por ningún lado. Ni siquiera su hombre de confianza se encontraba por allí,
por lo que comenzó a sospechar que realmente se hubiera indispuesto y no
hubiera tenido la suficiente confianza con él como para decírselo. Aunque
en parte la entendía. Si él no le había hecho caso durante la comida,
lógicamente no iba a comunicarle que se encontraba mal.
Con el ceño fruncido, Cameron se volvió hacia sus compañeros en el
momento en el que Kerr llenaba las copas de cada uno.
—Venga, amigo. Bebe para poder tragar este día que marcará tu vida
para siempre.
Cameron formó un guiño y bebió de un trago todo el contenido de la
copa, haciendo silbar a Kerr.
—Vaya, sí que necesitas un buen trago...
Entonces, Gaven se acercó a él y le dio una palmada en la espalda.
—Por lo que veo, tu esposa se ha marchado...
—Estará ansiosa por tener una noche de bodas... —se burló Kerr.
Cameron los miró de reojo e intentó no hacer caso a lo que provocaron
las palabras de su amigo: noche de bodas... Todo su cuerpo reaccionó sin
poder creérselo. Aquello era algo que había dejado aparcado a un lado de su
cabeza para intentar no pensar en lo que le esperaba en su dormitorio
cuando subiera de nuevo, pues si lo hacía, sabía que su miembro iba a
reaccionar al instante, ya que en ese momento, solo de pensarlo, comenzaba
a vibrar todo en él.
La sola imagen de Kiara desnuda lo hacía desear salir de allí para hacerla
suya, pues hacía tanto tiempo que no disfrutaba de la compañía de una
mujer que no sabía si podría ser todo lo paciente que la joven iba a
necesitar.
Carraspeó incómodo y miró hacia los allí presentes. Se fijó en que las
futuras esposas de sus amigos los miraban de reojo, tal vez pensando en el
momento en que ellas estuvieran en su misma situación y, por sus gestos,
dedujo que sentían lo mismo que él en ese instante. Con un suspiro, se llenó
la copa de nuevo y la bebió de un solo trago, pues algo le decía que su ya
esposa no iba a recibirlo apaciblemente en la cama.
El tiempo pasaba y la preocupación de Cameron fue en aumento. ¿Dónde
demonios estaría Kiara para no aparecer de nuevo en el salón? ¿Se habría
marchado del castillo para intentar huir de él? El recuerdo de la
desaparición de Helen en su propia boda le hizo temer un ataque parecido,
aunque sabía que Ian había aumentado la vigilancia ese día precisamente
para que no sucediera lo mismo. Sin embargo, ¿dónde estaba su esposa? ¿Y
si había huido junto a su hombre de confianza?
La mirada de Cameron vagó por el enorme salón y posó su mirada en
todas y cada una de las personas que allí se encontraban, incluidos los
sirvientes. Y cuando por fin sus ojos encontraron a la persona que estaba
buscando, se dio cuenta de que Andy también lo estaba mirando. Desde la
distancia, levantó la copa con cierto aire irónico que hizo que Cameron
apretara con fuerza la copa que sus manos sujetaban. Volvió a llenarla,
enfurecido, y la bebió de nuevo de un solo trago.
Si Andy se encontraba allí en el salón era porque Kiara no lo había
abandonado pero no estaba seguro de si le molestaba más el hecho de
pensar que lo había dejado plantado o pensar que tal vez prefería estar sola
en lugar de dar la cara como él estaba haciendo.
Por ello, tras dejar su copa con fuerza sobre la mesa y darle un poco más
de tiempo para ver si aparecía por sí misma, Cameron decidió ir a su
dormitorio a buscarla. Bajo la atenta mirada del resto de sus amigos,
abandonó el salón refunfuñando sin mirar a nadie mientras Gaven llamaba
la atención de Struan con rostro asombrado.
—¿Ha dicho lo que creo que ha dicho?
—¿Te refieres a la parte en la que ha jurado no obedecer más a Jacobo o
en la que iba a demostrarle a su esposa que es él quien tiene los cojones más
gordos?
Gaven miró con una sonrisa a Struan.
—A ambas.
Ajeno a los comentarios de sus amigos, Cameron intentó cerrar con
suavidad la puerta del salón para evitar llamar la atención sobre su persona,
y a pesar de que su sangre bullía de rabia por saberse abandonado, se
encaminó con parsimonia hacia las escaleras que llevaban a los dormitorios.
Sabía que si sus pies iban a la misma velocidad que su sangre, volaría hasta
donde estuviera Kiara y se dejaría llevar por su enfado. Por ello, respiró
hondo para intentar calmarse mientras deseó poder haberse casado con la
prometida de Leith, pues no quería lidiar con una persona que ponía tan a
prueba su carácter y con un temperamento parecido al suyo.
Cuando llegó a la puerta de su dormitorio, donde sabía que estarían las
cosas de Kiara, respiró hondo de nuevo y abrió despacio, pues sin saber por
qué temía molestarla, aunque una parte de él sabía que lo hacía para
descubrirla tal vez en una situación incómoda con otro hombre que no fuera
él. Sin embargo, la realidad le golpeó duro en el rostro cuando descubrió
que aunque las cosas de Kiara estaban sobre la cama, ella no estaba allí, y la
cama estaba intacta.
Con el ceño fruncido, Cameron volvió a salir al pasillo y miró a un lado
y otro intentando pensar dónde podía encontrarse su esposa. ¿Y si había
salido al patio para tomar el aire y estaba sentada en un banco donde solía ir
con sus amigas? No obstante, algo lo impulsó para caminar el pasillo
adelante mientras sus pies lo llevaban hacia el dormitorio que había
ocupado Kiara desde que habían llegado al castillo. Pensó que no sería
posible que la joven hubiera vuelto a él, pues sabía que a partir de ese día,
dormirían bajo el mismo techo y en la misma cama. Y tras pensar eso,
prefirió que Kiara estuviera en el patio en lugar de hacerle el desprecio de
querer regresar a su antiguo dormitorio.
Por ello, cuando paró frente a la puerta de la joven, dudó sobre si debía
empujarla o tal vez volver sobre sus pasos y dirigirse a otro lugar para
buscarla, pero la curiosidad era tan grande que lo impulsó a llevar la mano
al pomo de la puerta y a abrirla instantáneamente.
Cuando la puerta chocó contra la pared con fuerza, Kiara se despertó de
golpe y saltó de la cama con la mente aún embotada por el sueño. No podía
creer que se hubiera quedado completamente dormida, y cuando levantó la
mirada hacia la puerta y descubrió el rostro enfurecido del que ya era su
marido supo que no llevaba allí tan solo unos minutos.
Con sorpresa, tras mirar hacia la ventana se dio cuenta de que se había
hecho de noche, por lo que llevaba allí al menos un par de horas y el rostro
de Cameron, así se lo confirmó, además de sus palabras:
—Así que estás aquí...
El guerrero dio un paso para entrar en la habitación, y para sorpresa de la
joven, cerró a puerta tras él, logrando ponerla nerviosa, pues aún no tenía la
mente tan clara como para iniciar una batalla contra él.
—No es de recibo que estemos solos en el mismo dormitorio... —dijo sin
pensar en la realidad.
Cameron enarcó una ceja y la miró con cierto aire burlón.
—Me parece que el sueño ha hecho que olvides que estamos casados y
que lo que es de recibo es que el matrimonio duerma en la misma cama,
algo que tú no has hecho, por lo que veo —dijo haciendo alusión a que esa
ya no era su habitación.
Kiara miró a su alrededor y se dio cuenta entonces de que todas sus cosas
ya no estaban allí, por lo que dedujo que las habían llevado al dormitorio
del guerrero. Un intenso nerviosismo se apoderó de ella al pensar en que
debían compartir cama al tiempo que algo extraño en su estómago
despertaba. La joven apretó los puños y elevó el mentón con orgullo,
intentando aparentar algo que realmente no sentía, pues estaba tan agotada
que no podía pensar ni con claridad y con rapidez.
—Que estemos casados no me obliga a dormir contigo —respondió
dando un paso atrás al ver que Cameron se acercaba a ella lentamente,
como un animal observando a su presa—. Antes prefiero dormir con los
cerdos.
Cameron esbozó una pequeña sonrisa al imaginarla entre aquellos
animales tan malolientes sabiendo que su esposa no tardaría ni un solo
segundo en volver junto a él para evitar tener ese olor impregnado en su
ropa para el resto de su vida.
—Bueno... —respondió Cameron acortando la distancia con ella y
acorralándola contra la cama—, a mí algunas veces me han llamado cerdo,
así que dormirás conmigo, puesto que así acabas de desear.
Kiara apretó los puños e intentó no moverse ni un centímetro, pues sus
piernas chocaban contra la cama y sabía que al mínimo movimiento, caería
sobre ella. Sin embargo, cuando Cameron la alcanzó y acercó su rostro al de
ella, el recuerdo de lo que le había hecho sentir llegó de nuevo a ella y se
puso nerviosa, moviéndose para intentar escapar de él, pero logrando caer
de espaldas contra la cama.
Con una sonrisa gatuna, Cameron se tumbó sobre ella, inmovilizándola
contra las sábanas. El guerrero puso una pierna a cada lado de la cadera de
Kiara mientras sus manos se posaron al lado de su cabeza. La mirada negra
de Cameron pareció querer penetrar en la mente de la joven mientras esta
abría la boca para intentar decir algo que no lograba escapar de su garganta.
—Yo no deseo dormir contigo —pudo decir finalmente.
La mirada del guerrero cambió de sus labios a sus ojos. Se movió
ligeramente sobre la joven para intentar que Kiara no fuera consciente de lo
que su belleza provocaba en su cuerpo, pues al tenerla así, bajo él, solo
podía pensar en hacerla suya. No obstante, no quería hacerlo mientras ella
no quisiera, ya que jamás había forzado a una mujer para yacer con él.
—¿No deseas dormir conmigo o no deseas acostarte conmigo?
Kiara abrió los ojos desmesuradamente mientras tragaba saliva
ruidosamente. Sabía lo que el guerrero le estaba preguntando y no pudo
evitar que sus mejillas se tiñeran de rojo ante aquella pregunta tan directa.
—Es lo mismo —dijo con un tartamudeo al tiempo que Cameron
acercaba el rostro más a ella.
—No, esposa, no es lo mismo —susurró, excitado por el juego que Kiara
le permitía hacer—. Déjame que lo explique...
Cameron se acomodó mejor sobre Kiara para evitar hacerle daño, aunque
también lo hizo para que su excitación no fuera demasiado evidente ante los
ojos de la joven, que lo miraban entre atónita y embobada.
—Dormir implica que uno y otro nos tumbemos sobre la cama, cerremos
los ojos y descansemos hasta el día siguiente —dijo con voz enronquecida
—. Sin embargo, acostarse con la otra persona implica que la ropa de ambos
debe dejarse caer en el suelo mientras mis labios rozan los tuyos.
El guerrero le hablaba en susurros, provocándole escalofríos al tiempo
que consiguió que su propio vestido de novia le molestara hasta límites
insospechados. Cameron, entonces, al ver su mutismo, acercó los labios a
los suyos y los rozó, tal y como le había explicado, llevándolos después
hasta su oído izquierdo para seguir hablándole:
—Acostarse conmigo implica que mis manos puedan recorrer tu cuerpo
desnudo lentamente —ronroneó al tiempo que llevaba una mano a la cintura
de la joven, provocando que un suspiro escapara de sus labios mientras
cerraba los ojos ante aquellas sensaciones.
Cameron apenas rozaba el cuerpo de Kiara a pesar de que todo él
imploraba por hacerla suya, pero quería ver el deseo en sus ojos cuando lo
hiciera, algo que sabía que no tardaría en aparecer si continuaba así. Pero
ese maldito juego que él mismo había comenzado lo estaba excitando y le
gustaba tanto que no podía parar.
—Acostarse conmigo implica que pueda tocarte en los lugares que
menos imaginas y donde el sacerdote pondría el grito en el cielo de saber lo
que ocurriría en nuestra cama —siguió llevando su mano lentamente a uno
de sus muslos.
Cameron depositó un beso en la base del cuello de Kiara, donde podía
sentir el calor que recorría el cuerpo de la joven al tiempo que notó bajo sus
labios los rápidos latidos de su corazón. Una sonrisa se dibujó en su boca,
pues descubrir que no le resultaba tan indiferente como quería aparentar lo
llenó de orgullo.
—Y acostarse conmigo también implica que tu entrepierna se moje tanto
que no puedas aguantar un grito de placer cuando culmines contra mi mano.
Como si algo la hubiera poseído ante aquellas palabras, Kiara lanzó un
gemido cuando los dedos de Cameron se dirigieron raudos a la entrepierna
de la joven por encima de la ropa, y en ese instante, si su orgullo se lo
hubiera permitido, le habría pedido a gritos que llevara a cabo todo aquello
que le acababa de susurrar al oído de una forma tan íntima que casi podía
sentir todas y cada una de las cosas que había escuchado de sus labios.
Kiara sintió contra su cuello el rápido aliento de Cameron, que parecía
luchar consigo mismo contra el deseo que sentía, pues respiraba tan fuerte
que daba la sensación de que acababa de terminar un entrenamiento con la
espada. Tras un suspiro que la joven no logró contener, el guerrero levantó
la mirada de nuevo hacia ella y la posó sobre sus ojos. Descubrió que estaba
envuelta en una nube de placer que había hecho que sus mejillas ardieran y
se mostraran tan rojizas que lo llamaron con intensidad y parecían retarlo a
hacer todo lo que había salido de sus labios. Sin embargo, logró contenerse
mientras alejaba su mano de la cintura de Kiara y esperó a que esta dijera
algo.
—¿Qué eliges? —preguntó al cabo de unos instantes de silencio donde
podían escucharse las respiraciones de ambos.
Kiara tuvo que contener su lengua para evitar gritar que elegía la
segunda opción, pues su cuerpo estaba tan caliente y mojado, como él había
predicho, que no estaba segura de que la opción de solo dormir fuera la
correcta. Todo su ser clamaba por sentir todo eso de lo que le había hablado,
pero el miedo y el orgullo por sentir más de lo que debiera por él,
decidieron por ella y, finalmente, dijo:
—Preferiría estar sola, pero si me das solo esas dos opciones, elijo
dormir.
El rostro de Cameron fue todo un poema. Apretó la mandíbula
visiblemente e intentó disimular la erección que podía apreciarse
notablemente a través de su kilt. Jamás se le había resistido una mujer y
aquella, a pesar de que evidentemente estaba tan excitada como él, prefería
rechazarlo, y para colmo estaban casados. Tragó saliva lentamente y apretó
los puños antes de separarse de ella y levantarse de la cama con un enfado
que podía notarse a leguas. Maldijo en voz baja y se dirigió hacia la puerta
con paso rápido. La abrió de mala gana y la miró por encima del hombro.
—Acepto tu decisión, pero espero que esta noche duermas en mi cama
—dijo con cierta dificultad mientras apretaba con fuerza su entrepierna ante
el dolor que sentía—. Mañana a primera hora saldremos de este castillo
rumbo a tu palacio. Me gustaría regresar a mis tierras lo antes posible. Y
tranquila, no pienso tocarte.
Y antes de que Kiara tuviera tiempo para replicar, Cameron abandonó el
dormitorio con un sonoro portazo. La joven dio un respingo ante aquel
sonido tan desagradable y respiró hondo mientras llevaba una mano al
vientre para intentar calmarse. Si vivir con Cameron significaba estar
continuamente excitada por su masculinidad, sabía que su matrimonio sería
hartamente difícil, pues sentía tanto calor en su cuerpo que no podría
aguantar mucho tiempo la palabra dada al guerrero y acabaría cediendo y
perdiendo la guerra que, sin duda, acababa de comenzar, pues sabía que tras
su desprecio empezaba la verdadera batalla entre ellos. Y algo le decía que
no iba a durar tanto como deseaba en lo más profundo de su corazón, ya que
caería rendida ante él...
CAPÍTULO 8
El día sorprendió a Kiara con los ojos aún abiertos. Había estado
esperando toda la noche a Cameron en su dormitorio, tal y como había
prometido, pero este no se había presentado a dormir y aunque se dijo que
sabía que lo había enfadado, no había podido evitar preocuparse y
preguntarse si tal vez el guerrero había ido a buscar alivio a un lugar donde
pudieran dárselo, algo que, sin saber por qué, la molestó. Sabía que no
podía esperar nada de Cameron, pues ella misma lo había rechazado, pero
pensar en que pudiera haberse ido con otra mujer la ponía enferma y de
malhumor. No obstante, intentó pensar en que ese mismo día marcharían de
regreso a su casa, a ese lugar donde sabía que la esperaba un enorme
problema, pero que con la ayuda de Cameron y sus hombres lograría
solventar.
Con un suspiro, se movió ligeramente en la cama y sintió un pinchazo en
la cabeza, fruto de la vigilia de toda la noche y del nerviosismo del día
anterior, pero no le importó. El día acababa de llegar y Cameron le dijo que
partirían a primera hora de la mañana. Así que, retirando las sábanas de su
cuerpo, Kiara se incorporó y comenzó a vestirse. Había recogido todas sus
pertenencias justo antes de acostarse, por lo que solo tendría que apartar un
par de cosas antes de que los sirvientes subieran a recoger los baúles.
Cuando por fin logró ponerse el vestido, no sin dificultad debido a que
las cuerdas estaban en la espalda, se calzó y se acercó a la ventana para
comprobar, con sorpresa, que los hombres de Cameron e incluso el propio
Andy estaban esperando en el patio, aunque no vio rastro de su esposo.
¿Acaso estaría con alguna otra mujer y no se acordaba de su promesa de
marchar a Blair Palace?
Kiara sintió entonces un dolor en el pecho que aumentaba si pensaba en
la posibilidad de que Cameron le fuera infiel el primer día de matrimonio a
pesar de haber jurado ante Dios todo lo contrario. La joven apoyó la frente
en la ventana y sintió el frío del amanecer, cerró los ojos unos momentos y
solo los abrió cuando escuchó tras ella el sonido de la puerta al abrirse.
Girándose al creer que se trataba de su esposo, Kiara comprobó con
disgusto que eran un par de sirvientes.
—Lo siento, señora —se disculpó uno de ellos—. Vuestro marido nos ha
enviado para recoger los baúles y para deciros que os presentéis cuanto
antes en el patio.
Kiara asintió y los miró mientras amontonaban todo para llevarlo a la
misma carreta que la había llevado hasta allí. Frente al espejo peinó su
cabello como pudo, dejándolo completamente suelto, pues deseaba ir
cómoda y sin necesidad de estar pendiente de que algunos mechones se le
escaparan.
Antes de salir, dirigió una mirada a su alrededor. Echaría de menos ese
castillo, pues allí había vivido demasiado, tal vez más emociones que en
toda su vida, por lo que no olvidaría jamás ese lugar ni a las personas que
había conocido. Intentando no llorar, salió al pasillo y dio un respingo
cuando vio allí reunidas a todas las amigas que había hecho esos días. Le
habría gustado que estuviera también Helen, pero sabía que se cartearía con
ella en cuanto tuviera ocasión. Kiara las miró una por una y vio la tristeza
en sus ojos.
—Por favor, no lloréis —pidió con la voz rota intentando ser ella la que
no derramara ni una sola lágrima.
Eileen se acercó a ella y la abrazó.
—Te echaré mucho de menos, amiga.
Kiara le devolvió el abrazo y la apretó contra ella.
—Espero que lo de tu matrimonio se arregle y Jacobo rechace al
Campbell por este desplante.
—Ojalá —dijo en su oído antes de separarse.
Iria fue la siguiente en despedirse de ella.
—Cuando esta mañana me han dicho que os ibais pensaba que era una
broma de mal gusto. ¿De verdad hace falta que sea tan rápido?
Kiara la apretó con fuerza.
—La verdad es que yo también me he sorprendido, pero hay problemas
con mis tíos en el palacio y debo volver pronto.
—Pues no pienses que voy a perdonarte que nos dejes solas ante estos
ceporros —intervino Morgana dándole otro abrazo—. Te necesitábamos un
tiempo más.
Kiara sonrió.
—¿Me necesitabas? Por lo que he visto parece que has firmado la paz
con Kerr.
—¿Qué? Estás loca.
Lanzando una carcajada, se despidió de Briana, que la abrazó en silencio.
—¿Estás bien? —le preguntó ante su visible mutismo.
Briana suspiró y se separó de ella con lágrimas en los ojos.
—Vaya, jamás pensé que te vería llorar...
—Es solo que veo que nuestro momento se acerca y no sé si estoy
preparada para ello. ¿Qué voy a hacer yo en tierras Fraser? No los conozco
y no sé si me aceptarán. Pero si ni siquiera Struan lo hace... Me encantaría
volver a casa o huir.
Kiara frunció el ceño.
—¿Huir tú? No sabes lo que es eso. Enfréntate a ello. Yo tampoco me
siento preparada para vivir con Cameron. De hecho, ni siquiera ha dormido
conmigo en nuestra primera noche de casados. Pero espero que el tiempo
lime la relación para poder convivir sin matarnos.
Briana asintió y respiró hondo para calmarse. Dio un paso atrás y dejó el
camino libre para Kiara, que sabía que el momento de la verdadera
despedida había llegado. Desde allí miró a las escaleras e intentó infundirse
fuerzas, pero no estaba segura de poder caminar sin mirar atrás.
Por ello, dedicó una última mirada a las demás y con una sonrisa se
dirigió hacia su destino. Bajó las escaleras casi con prisa, deseando poder
llegar a su casa cuanto antes, aunque sabía que aún tenía varios días de
viaje. Cuadró los hombros antes de salir al patio y enfrentarse no solo a los
hombres de Cameron sino al propio guerrero, al que vio junto a su hombre
de confianza hablando sobre algo que parecía tenerlo alterado.
Kiara sintió algo extraño en su estómago cuando vio a Cameron. Había
vuelto a ponerse el kilt de diario, pero su rostro parecía resplandecer como
nunca a pesar de las más que evidentes ojeras que oscurecían levemente su
expresión. La joven no pudo evitar preguntarse si habría pasado la noche
con una mujer y por ello ese gesto cansado, pero intentó evitar que su
propio rostro reflejara aquella duda que pululaba por su mente.
Con paso ligero, se acercó a ellos y vio cómo Alexander, el hombre
confianza de Cameron, llamaba su atención y la señalaba. Su marido
entonces se volvió hacia ella y Kiara sintió un nerviosismo que no sabía
exactamente a qué se debía, pero cuando los ojos negros de Cameron se
posaron sobre los suyos, no pudo evitar recordar lo sucedido en la cama y el
deseo que había levantado en todo su ser con unas simples palabras. Kiara
estuvo a punto de parar en seco, pero se obligó a seguir y cuando llegó hasta
ellos, miró a Andy y dijo:
—Buenos días.
Su mano derecha asintió levemente y miró con una sonrisa a Cameron,
que gruñó visiblemente.
—Hace más de una hora que amaneció. Pensaba que querrías llegar
cuanto antes a tu palacio...
Kiara frunció el ceño ante aquel recibimiento delante de todos, que para
colmo la hizo sonrojar cuando varios de sus hombres esbozaron una sonrisa.
La joven apretó los puños y dio un paso hasta él. Mal empezaba el día...
—¿Estás de mal humor, Sinclair? —preguntó Andy, dejándole claro que
estaba allí para defender a su señora.
Cameron frunció el ceño al mirarlo y con otro gruñido, respondió:
—Tenemos tres días de viaje, así que debemos partir cuanto antes. No
quiero que mi gente esté demasiado tiempo sola. Cuanto antes lleguemos a
Blair Palace antes volveremos a mi castillo.
Y sin nada más que añadir, montó en su caballo, dejando a Kiara
realmente sorprendida. Aquel no parecía ser el mismo hombre que la había
aprisionado en la cama y había encendido su cuerpo como nunca nadie
había hecho, hablándole de placer y de besos con tanta intimidad que creyó
que iba a derretirse entre sus brazos. El que tenía ante ella volvía a ser el
mismo guerrero que había conocido el primer día y que había mostrado su
intención de no casarse con ella, un hombre duro y frío que no mostraba
ningún tipo de sentimiento. Nada que ver con el Cameron burlón que había
conocido después. Y tal y como había dicho Andy, claramente estaba
malhumorado.
Al ver que nadie la ayudaría a subir a la carreta, pues declinó la ofrenda
de Andy, caminó hacia ella y montó, dirigiendo después la mirada hacia el
frente, pues no era capaz de mirar hacia atrás, ya que temía que sus amigas
estuvieran en la entrada del castillo, y no quería llorar. Lentamente, la
comitiva se dirigió hacia el enorme portón, que ya se encontraba abierto
esperando que marcharan.
Kiara se fijó entonces en que los hombres de Cameron se reducían a
cuatro y por lo que escuchó nada más subir en la carreta, se llamaban
Alexander, Dominic, Kyle y William, nombres que grabó en su mente por si
en algún momento necesitaba su ayuda y prefería evitar a su esposo.
Cameron marchaba delante de su carreta mientras que Andy iba a la
retaguardia. Kiara lo miró y este le sonrió, aunque la joven podía leer la
preocupación escrita en su rostro.
Tras esto, volvió a mirar de nuevo al frente y se dio cuenta de que Ian, el
dueño del castillo, se encontraba junto al portón con una sonrisa para
despedirlos.
—Tened cuidado por los caminos —les advirtió—. Espero que tengáis
un buen viaje, amigo.
—Gracias por todo, Ian —respondió Cameron—. Enviaré una carta
cuando lleguemos.
El aludido asintió y después la miró a ella.
—Mi más sincera enhorabuena, señora. Sed feliz.
Kiara esbozó una sonrisa y asintió, no muy convencida, y cuando se dio
cuenta de que Cameron la estaba mirando, se acomodó más en la carreta.
Sin lugar a dudas, sería un viaje muy largo.
—¡Sinclair! —vociferó Lachlan desde la muralla—. ¡Sigo sin creer que
seas un hombre casado! ¿Qué tal la noche de bodas?
Los hombres de Cameron intentaron esconder una sonrisa para evitar que
su señor se enfadara más de lo que ya estaba, pues desde que lo vieron
llegar al campamento que habían montado para dormir junto a ellos en lugar
de con su esposa, supieron que el matrimonio no comenzaba todo lo bien
que se esperaba.
—¡Lanchan, recuérdame que te parta la cara la próxima vez que te vea!
El aludido lanzó una fuerte carcajada.
—Tendrás que ponerte a la cola...
Cameron gruñó y siguió hacia adelante, cruzando el portón y alejándose
del castillo donde había pasado los últimos días y del que jamás pensó que
saldría con una esposa.
Kiara miró su fuerte espalda y su estómago se encogió al ver desde la
distancia cómo los músculos de su espalda se contraían a medida que
guiaba su caballo hacia el bosque. Segundos después, algo en ella se rompió
cuando el castillo Mackintosh se quedó atrás. Todo lo vivido esos días se
quedaba allí y en sus recuerdos y tan solo rezó para que su futuro no fuera
tan negro como pensaba.
Tras más de nueve horas sobre la carreta y sin parar ni siquiera para
comer, Kiara estaba segura de que iba a morir de cansancio y dolor. Había
tenido que comer sobre la carreta un trozo de queso que Andy le había
pasado y cuando la joven le preguntó si no pensaban parar, este solo se
encogió de hombros, pues el que decidía todo era Cameron, y desde su
posición Kiara vio que claramente no tenía intención de parar para nada,
aunque esperaba que sí lo hicieran para dormir.
Durante todo el día, apenas había podido quitarle el ojo a la espalda del
guerrero, que seguía mostrándose enfadado, y deseó poder saber qué le
ocurría o qué le había pasado para que estuviera tan iracundo, aunque
supuso que tal vez se debía a lo que ella le había dicho la noche anterior.
No obstante, en ningún momento intentó entablar una conversación con
él, ya que apenas podría hablar debido al dolor de su espalda y sus nalgas
por la marcha tan rápida que había decidido tomar el guerrero para llegar
cuanto antes al palacio. Por ello, cuando la noche estaba a punto de llegar y
Cameron ordenó a sus hombres levantar un campamento para pasar la
noche, estuvo a punto de lanzar un suspiro de alivio que se vio cortado
cuando el guerrero la miró por primera vez en todo el día. Entonces, Kiara
decidió devolverle el desdeño que él le había dedicado a lo largo del día y
miró hacia otro lado mientras intentaba bajar de la carreta con toda la
decencia y normalidad que le permitían sus nalgas, por ello no vio la mirada
de preocupación de Cameron cuando vio que en el rostro de Kiara se
dibujaba una expresión de dolor.
Andy la condujo hacia un lado, donde encenderían un fuego para poder
pasar la noche.
—¿Supone algún problema para ti dormir al aire libre?
La voz de Cameron la asustó, pues había estado mirando con cierta
preocupación de un lado a otro, temiendo que durante la noche los
sorprendiera algún animal salvaje. Kiara dio un respingo y levantó la
mirada para ver a Cameron parado a su lado, mirándola de forma tan
penetrante que la puso aún más nerviosa.
—Ya dormí a la intemperie cuando me llevaban al castillo Mackintosh.
No es nada nuevo para mí.
Cameron asintió con el ceño fruncido y se giró hacia sus hombres, pero
algo lo detuvo para volverse de nuevo hacia ella.
—¿Te encuentras bien?
Aquella pregunta la pilló por sorpresa, algo que no pudo evitar reflejar en
su rostro.
—Vaya, no sabía que te preocuparas por mí después de no haberte
dignado a hablarme desde que salimos del castillo, y menos después de no
haber pasado la noche en tu dormitorio, como me pediste... —respondió
irónicamente—. Pero sí, estoy bien. Tan solo un poco dolorida, nada más.
Cameron apretó los puños y resopló. Su esposa tenía la virtud de sacarlo
de quicio, aunque sabía que tenía razón, pero no podía decirle la verdad. Si
había dormido junto a sus hombres únicamente era porque no podía pensar
en el momento de compartir su cama con ella tras haber conseguido
excitarlo hasta tal punto que le dolía no solo el cuerpo, sino también el
alma, pues el rechazo de la joven tras eso le había dolido y sorprendido a
partes iguales.
Y si no le había hablado durante el día era porque se encontraba
enfadado consigo mismo, no con ella, pues no podía entender qué demonios
le estaba pasando con Kiara, que no podía quitársela de la cabeza en ningún
momento, y aunque ella pensara que la había ignorado durante todo el día,
no era cierto, pues cuando sabía que no lo miraba, él sí la observaba y
admiraba cómo su pelo castaño ondeaba suavemente con el aire. Y a pesar
de que había tenido la esperanza de olvidarla durante el camino, solo había
conseguido que su deseo aumentara. Pero se dijo que no podía ceder ante
ella. Si no quería disfrutar en el lecho con él, no la obligaría, aunque eso
supusiera una muerte lenta para él.
—Hay un río cerca de aquí, por si quieres ir a asearte mientras los demás
encienden la hoguera y montan las tiendas —le explicó con lentitud,
obviando su ironía.
A pesar de que solo le apetecía estar sentada y estirar el cuerpo, Kiara no
pudo rechazar la oferta de lavarse con agua fresca para intentar quitar de su
piel el polvo del camino, por lo que asintió y se levantó todo lo deprisa que
pudo, aunque gimió cuando la espalda volvió a dolerle de nuevo. Para su
sorpresa, la fuerte garra de Cameron la aferró del brazo para ayudarla a
levantarse, pues el dolor se vio reflejado en su rostro y dio un respingo
cuando sintió un poderoso calor manar de aquella mano y recorrer todo su
cuerpo. Algo que también debió de sentir el guerrero, que apartó la mano al
instante, cuando por fin pudo mantenerse erguida.
Ambos se miraron en silencio durante unos segundos en los que
parecieron calibrar la fuerza del otro para intentar averiguar qué pasaba por
su mente, sin embargo, Kiara fue la primera en apartar la mirada de él,
puesto que no se sentía con fuerzas para enfrentarlo en ese momento, y
menos después de lo que su contacto le había hecho sentir.
—Me gustaría refrescarme un poco antes de cenar —le informó.
Cameron asintió en silencio, confundido con sus propios sentimientos, y
señaló hacia su derecha.
—El río está en esa dirección. No te alejes demasiado, por favor. Y si
necesitas ayuda, llámame.
Kiara no pudo evitar enarcar una ceja que hizo apretar la mandíbula al
guerrero, aunque se mantuvo en silencio y, tras un leve asentimiento, se
alejó en dirección al río. Tras un largo día rodeada de gente y sin poder
moverse, necesitaba la libertad que le daba la naturaleza en ese momento.
Caminó lentamente, ya que el dolor de su cuerpo no le permitía ir más
deprisa, y se alejó del campamento que estaban levantando cerca de ella.
Respirando hondo para llenar sus pulmones de aquel olor a tierra
mojada, Kiara se aproximó al río cuando lo vio y se agachó en la orilla. Una
sonrisa se dibujó en sus labios ante aquel silencio que había a su alrededor e
intentó calmar los rápidos latidos de su corazón, que se habían acelerado
cuando Cameron la había tocado. La joven se miró allá donde el guerrero
había posado su mano e inconscientemente acarició la piel de su muñeca,
como si aún pudiera sentir los dedos de su marido allí aferrados.
Kiara gruñó levemente cuando un intenso calor amenazó con volverla
loca de nuevo y torció el gesto al mismo tiempo que llevaba las manos al
agua para tomar una poca entre ellas y llevarla a su rostro para enfriarlo.
¿Qué le estaba pasando? ¿Cómo se podía odiar a una persona y al mismo
tiempo desearla con todas las fuerzas de tu ser? Cameron era un hombre
que la enfurecía únicamente con su presencia, pero esa misma presencia
podía hacer que todo su control y sus buenos modales desaparecieran de
golpe.
Kiara cerró los ojos antes de elevar la vista al cielo y rezar para que ese
fuego interno que corría por sus venas desapareciera de ella y dejara de
desear a Cameron, pues sabía que, si seguía así, tarde o temprano acabaría
quemándose.
Cameron miró por enésima vez hacia el lugar por donde había
desaparecido Kiara y volvió a encontrar la nada. El guerrero gruñó ante la
tardanza de la joven y volvió a sus quehaceres, ya que en ese momento se
encontraba montando la tienda en la que dormiría con Kiara para evitar el
frío de la noche. No obstante, tras aplastar su dedo una vez más con la
piedra con la que intentaba clavar un clavo en la tierra, maldijo en voz alta
y, rápidamente, Andy apareció en su campo de visión, agachándose junto a
él.
Cameron levantó la mirada, aunque al instante la desvió de nuevo, pues
estaba seguro de que ese hombre podía leer sus pensamientos a pesar de no
conocerlo de nada.
—Dios me libre de meterme donde no me llaman —comenzó el hombre
—, pero algo me dice que habéis empezado mal vuestro matrimonio,
especialmente después de haber escuchado que has dormido con tus
hombres. ¿Ella lo sabe?
Cameron lo miró levemente.
—No lo sé, pero supongo que algo habrá pensado después de no aparecer
en el dormitorio en toda la noche.
—¿Y cómo crees que puede sentirse una mujer que ha pasado sola su
noche de bodas?
Cameron miró hacia donde había desaparecido Kiara.
—No parece muy enfadada. Además, fue ella misma la que me dijo que
no quería dormir conmigo.
Andy suspiró.
—Me parece que Kiara ha heredado el orgullo de su padre, pero es buena
muchacha y no quiero que sufra. Y por lo que veo, ambos estáis sufriendo.
Cameron frunció el ceño.
—Yo no sufro, y menos por una mujer.
Andy rio suavemente.
—Pues la expresión que has mostrado hace unos segundos al mirar hacia
el río mostraba lo contrario. Y las miradas que le has dedicado a lo largo del
día, también.
Cameron suspiró y volvió a dar con la piedra sobre el clavo, pero el
sentimiento de contrariedad que tenía en el corazón hizo que volviera a
fallar y se dio de nuevo en el dedo. El guerrero lanzó una maldición y
sacudió la mano al tiempo que gruñía antes de que Andy le quitara la piedra
de la mano y señalara al camino por el que había ido Kiara.
—Ya lo acabo yo —se ofreció—. Será mejor que tú vayas al río y hables
con ella. No podéis seguir así. Al menos haced una tregua para poder
convivir.
Cameron dudó unos instantes.
—¿Temes a mi señora?
El joven lo miró con el ceño fruncido.
—¿Qué? ¿Cómo voy a temerla?
Andy sonrió y se encogió de hombros, sabiendo que iba a provocarlo.
—No sé, me ha dado esa sensación.
Cameron se puso de pie al instante y se marchó murmurando:
—Temer yo a una mujer...
Andy se quedó sonriendo y lo vio alejarse.
—Me parece que temes más a lo que te hace sentir que a ella misma —
murmuró antes de terminar de poner la tienda.
CAPÍTULO 9
Kiara sabía que se estaba excediendo en el tiempo allí a orillas del río,
pero estaba disfrutando como una niña viendo pasar el agua con
tranquilidad; una agua que no tenía miedo de nada, ni siquiera de que su
camino se cortara de repente, y en parte sintió envidia de aquella libertad,
pues ella también necesitaba ir por donde quisiera sin necesidad de dar
explicaciones a nadie, ni Cameron ni sus tíos. Quería ser un alma libre, pero
sabía que no podía.
Con un suspiro, se levantó, sacudió sus manos para secarlas y se giró
para regresar al campamento. El día estaba llegando a su fin y apenas
quedaban unos rayos de luz a través de los árboles que pudieran indicarle el
camino para volver. El viento soplaba suavemente y a pesar del frío que
había hecho en los días anteriores, en ese momento el tiempo era suave,
aunque estaba segura de que la noche traería aún más frío.
Tras dirigir una última mirada a las aguas calmadas, se giró y cuando
descubrió que no estaba sola dio un visible respingo.
—¿Qué haces aquí? —exclamó—. ¿Me estabas espiando?
Cameron resopló y se acercó a ella lentamente, con los brazos cruzados
por delante del pecho. Posó la mirada en los ojos de la joven y sonrió
levemente, como un niño travieso que acababa de ser descubierto.
—No, tan solo miraba... Nada más. He venido porque estabas tardando
en volver.
Kiara enarcó una ceja.
—¿Y estabas preocupado por mí?
—Soy tu marido. Debo hacerlo.
Aquellas palabras tan simples hicieron que algo dentro de Kiara doliera,
pues le acababa de confirmar que no estaba allí por gusto, sino porque era
su obligación de marido.
—Pues no hace falta que te preocupes por mí —le espetó dando un paso
atrás—. Estoy muy a gusto aquí y voy a tardar un rato más en volver.
Su orgullo herido le impidió decir la verdad, pues lo único que deseaba
en ese momento era llevarle la contraria. Le habían dolido sus palabras y
aunque no entendía por qué, se sentía molesta con él.
Cameron resopló.
—El día está a punto de llegar a su fin. Será mejor que volvamos antes
de que haga más frío o los animales salvajes se acerquen. —Cameron
deshizo los brazos y le tendió la mano en son de paz para acompañarla de
nuevo junto a los demás—. El fuego nos protegerá.
Kiara apretó los puños alrededor de su cuerpo y no se movió ni un ápice.
—No me has hablado en todo el día y ahora vienes a ordenarme lo que
debo hacer o no.
Cameron resopló y puso los ojos en blanco. Dio un paso más hacia ella,
quedándose a solo medio metro de la joven, pero sin llegar a tocarla, pues
realmente no quería obligarla.
—Me he dado cuenta de que ibas a regresar ya, así que volvamos, por
favor.
Kiara lo miró durante unos segundos de silencio. El suave canto de los
pájaros y el viento eran lo único que lograba escucharse, no obstante, la
joven temió que el guerrero pudiera escuchar también los rápidos latidos de
su corazón, pues no podía evitar que aquella mirada de cuervo negro
penetrara en ella y consiguiera ponerla nerviosa y excitarla a partes iguales.
Por ello, el miedo le atenazó el cuerpo y dio otro paso atrás, logrando
que el bajo de su vestido se mojara levemente por el agua de la orilla.
—Prefiero volver sola.
Cameron resopló, enfadado.
—Venga ya, Kiara. No puedo creer que tu orgullo llegue a ese extremo
—dijo antes de tomarle la muñeca y tirar de ella con suavidad para volver al
campamento—. Eso solo puede traernos problemas.
Kiara volvió a negarse y tiró con fuerza de su brazo para soltarse,
haciendo que la pulsera que llevaba en la muñeca se rompiera y cayera
cerca de la orilla del río, pero dentro del agua.
—Oh, no —se quejó la joven—. Esa pulsera era de mi madre.
Cameron resopló y se acercó a la orilla.
—Déjame, ya la cojo yo...
De mal humor, el guerrero se acercó a agua e, intentando no tocarla para
evitar mojarse las botas, se agachó ligeramente e intentó aferrar la joya, que
se había quedado atrapada entre dos piedras.
Kiara se separó de la orilla del río y miró cómo Cameron intentaba
recuperar la joya cuando una idea traviesa cruzó por su mente. Quería
hacerle pagar por el desprecio de no haber acudido a la cama la noche
anterior, además de no haberle hablado durante todo el día. Por ello, se
acercó por detrás y cuando Cameron estaba a punto de tomar entre sus
manos la pulsera, lo empujó, haciéndole perder el equilibrio y logrando caer
de bruces contra el agua.
El guerrero lanzó una maldición cuando las frías aguas del río lo
acogieron, pero especialmente por la rabia que le produjo el hecho de que
Kiara hubiera tenido la valentía de empujarlo para hacerlo caer al agua.
—¡Maldita sea! —gruñó, enfadado, antes de levantar la mirada iracunda
hacia Kiara—. ¿Me acabas de empujar? ¿En serio?
La joven intentó mostrar una expresión inocente en el rostro, sin
embargo, la mirada que le dirigió Cameron le hizo tanta gracia que no pudo
evitar comenzar a reír en lugar de responderle. Sus hombros comenzaron a
sacudirse lentamente para después soltar una fuerte carcajada que logró
escucharse en aquel claro del río y asustó a varios pájaros, que salieron
volando de entre las ramas de los árboles.
—Será posible... —se quejó el guerrero mientras empezaba a levantarse
tras tomar entre sus manos la pulsera de la joven.
Kiara intentó contenerse, pero no podía, pues le hacía demasiada gracia
la situación de Cameron. Había aguantado mucho a lo largo del día, sin
quejarse a pesar de que necesitaba parar unos momentos, y él no se había
preocupado por ella en ningún momento. Por ello, pensaba que su esposo
había recibido su merecido.
—Esto no va a quedar así, querida esposa —amenazó Cameron clavando
su negra mirada en ella antes de dar un paso hacia la orilla del río.
Kiara dejó de reír al instante. Vio en sus pupilas la sombra de la amenaza
y pudo leer que iba a cumplir su amenaza. Al instante, una sonrisa pícara se
dibujó en los labios de Cameron, que ensombreció su rostro tan
rápidamente que Kiara sintió miedo al adivinar sus intenciones.
La joven dio un paso atrás sin poder apartar la mirada de aquellos ojos
que prometían el infierno para ella.
—No... —susurró para deleite de Cameron, que asintió lentamente al
tiempo que extendía su sonrisa.
—Oh, sí, esposa...
Kiara negó con la cabeza al tiempo que daba otro paso atrás. El pelo del
guerrero caía pegado sobre su frente, dándole un fiero aspecto, y cada
movimiento era tan calculado que la joven supo que no tendría escapatoria.
—Ni se te ocurra... —le advirtió.
Una amplia sonrisa se dibujó en el rostro de Cameron.
—Demasiado tarde para eso.
Con un rápido movimiento, Cameron salió del agua. Kiara, al verlo
acercarse a ella con paso apresurado, se giró para volver corriendo al
campamento y huir de él, no obstante, no pudo llegar muy lejos, pues
segundos después sintió las manos del guerrero en su cintura, apresándola
para después cargarla sobre su hombro.
—¡No! ¡Ni se te ocurra! —le repitió pataleando intentando soltarse de
sus fuertes brazos.
Kiara tan solo consiguió ganarse un suave azote en el trasero, que la dejó
entre sorprendida e iracunda, además de una risa de Cameron, que continuó
acercándose al río como si nada. Y cuando menos lo esperaba, Kiara se vio
impulsada hacia las frías aguas del río. Al instante, sintió como si miles de
cuchillos atravesaran su cuerpo, pues estaba demasiado fría. La joven
boqueó mientras lanzaba una exclamación e intentaba apartarse el pelo del
rostro.
—¡Serás...! —comenzó sin poder encontrar una palabra acorde para
expresar lo que sentía—. ¡Eres un desgraciado, Sinclair!
Kiara intentó levantarse, pero con el vestido mojado le resultaba
imposible, pues esta pesaba tanto que apenas podía moverse con aquellas
telas.
—¿Qué pasa, querida esposa, ahora no te ríes?
Kiara levantó la mirada hacia él y vio que tenía una expresión burlona en
el rostro mientras la observaba de pie como si no fuera capaz de darse
cuenta de que no podía levantarse.
—Te odio —le espetó intentando levantarse, pero logrando caer de
nuevo contra las frías aguas.
Kiara gruñó fuerte y respiró hondo para calmarse, pues sabía que si
continuaba así, sería capaz de ser llevada por la corriente de agua. Sin
embargo, su orgullo herido le impedía pedir ayuda a Cameron, que esperaba
junto a ella con los brazos cruzados. La joven intentó levantarse dos veces
más, dándose por vencida, y mirándolo con mala cara, le dijo:
—El vestido pesa demasiado y no puedo levantarme.
Cameron enarcó una ceja.
—¿Y?
Kiara resopló. Aquel hombre la sacaba de quicio. Apretó la mandíbula
con fuerza e intentando ser lo más digna posible, le respondió:
—Necesito ayuda para poder ponerme en pie.
—¿Me estás pidiendo auxilio? —preguntó divertido.
—Sí —admitió a regañadientes al cabo de unos segundos.
Cameron dibujó una expresión de sorpresa fingida.
—¿Y qué gano yo por ayudarte?
Kiara abrió los ojos desmesuradamente.
—¿Qué? —preguntó, sorprendida—. Mi agradecimiento.
Cameron chasqueó la lengua.
—Eso no es mucho. Veo que estás en serios problemas, no puedes
levantarte y los chicos no escucharían tus gritos desde aquí, por lo que no
hay nadie más que pueda ayudarte. Tan solo yo... Debo ganar algo más...
Kiara refunfuñó e intentó levantarse de nuevo para evitar darle algo más,
pero volvió a caer en el agua. Enfadada, levantó la mirada y le espetó:
—¿Y qué quieres?
Cameron fingió pensarlo unos segundos.
—Creo que un beso estaría bien.
—¿Qué? No voy a volver a besarte —afirmó con rotundidad.
El guerrero se encogió de hombros y caminó de nuevo hacia la orilla,
dejándola sola en medio del río.
—Está bien. Seguirás refrescándote en el agua...
Con paso lento, comenzó a caminar hacia el campamento, fingiendo que
no le importaba la suerte que corriera la joven, pero instantes después, la
escuchó maldecir antes de llamarlo.
—¡Está bien!
Cameron la miró.
—¿Estás dispuesta a darme un beso a cambio de salvarte de morir
ahogada por culpa de tu ropa?
Kiara apretó los labios antes de responder.
—¡Sí! Pero sácame ya, me estoy congelando.
Dibujando una sonrisa amplia en los labios, Cameron volvió sobre sus
pasos, se metió de nuevo en el agua y tomó la mano que le ofrecía la joven
para levantarla con un simple empujón. Sabía que Kiara no habría podido
salir jamás del agua, pues su vestido pesaba tanto que incluso con su ayuda
le costó bastante salir del agua.
—Si muero congelada será tu culpa —dijo la joven castañeando los
dientes cuando la brisa dio de lleno en su cuerpo.
Cameron sonrió y señaló su ropa.
—Te recuerdo que yo también estoy mojado y helado.
Kiara lo miró y entonces deseó no haberlo hecho. La camisa del guerrero
se pegaba a su amplio y musculoso pecho, dejando ver a través de la tela el
bello que cubría su piel y los marcados abdominales de su vientre. La tela
del kilt se pegaba a sus piernas, mostrando unos muslos fuertes y
resistentes, fruto de los continuos entrenamientos a los que era sometido.
Kiara tragó saliva e intentó marcharse, pues la visión de aquel semidiós
frente a ella la puso realmente nerviosa, logrando incluso que dejara de
sentir el frío del anochecer. Sin embargo, no pudo hacerlo, pues la mano de
Cameron seguía estando en su muñeca y la detuvo antes de que pudiera
hacerlo.
—No puedes marcharte aún...
Kiara frunció el ceño y disimuló un escalofrío.
—¿Por qué?
—Porque no me has dado tu premio por salvarte.
Kiara suspiró largamente.
—Te lo daré cuando me cambie de ropa —intentó evadirlo.
Cameron chasqueó la lengua y negó lentamente.
—Lo quiero ahora —dijo con la voz ronca.
La joven abrió la boca para responderle, pero no pudo emitir sonido
alguno, ya que los ávidos labios del guerrero apresaron los suyos haciéndole
olvidar lo que iba a decir. La ropa mojada de ambos se pegó de nuevo a sus
cuerpos cuando Cameron la atrajo hacia él con las manos en su cintura,
apretándola con fuerza para evitar que escapara de él.
Kiara se estremeció entre sus brazos cuando elevó sus manos para
apoyarse en sus hombros y evitar caer al suelo, pues sus piernas dejaron de
sostenerla ante la impetuosidad de Cameron al besarla. La joven gimió
contra la boca del guerrero, que al escucharla ahondó más el beso. Un
intenso dolor se instaló en el pecho de Kiara, pues deseaba tenerlo todo de
él, pero temía su rechazo. ¿Cómo era Cameron capaz de enervarla tanto y
segundos después provocar en ella tal respuesta ante un beso como aquel?
Las manos del guerrero viajaron desde su cintura hasta el rostro de la
joven para enmarcarlo con ellas, provocando que la palma de sus manos
quemara sobre la piel de Kiara. Y a pesar de ese sentimiento provocado en
ella, Kiara sentía aquellas manos con una suavidad que logró sorprenderla y
excitarla. La joven le respondió al beso con el mismo ímpetu que el
guerrero. Necesitaba de aquel néctar que solo él podía proporcionarle y dejó
que su lengua áspera, pero al mismo tiempo cálida, penetrara en su boca.
Ese movimiento parecía ser una danza demasiado pecaminosa como para
ser condenados al infierno para siempre. Pero a Kiara poco le importó, pues
se animó a jugar con ella antes de que un carraspeo interrumpiera su placer.
—Venía a preguntar si teníais problemas, pero ya veo que no.
La voz de Andy se abrió paso entre la niebla de su mente y Kiara dio un
respingo, apartándose de Cameron de golpe y tropezando con su propio
vestido. De no ser porque las manos del guerrero todavía la sostenían,
habría caído de bruces al suelo.
Ambos levantaron la mirada. La de Kiara mostraba la vergüenza que
sentía en su interior por haber sido descubierta junto a Cameron al tiempo
que lo besaba con auténtica pasión, mientras que la del guerrero mostraba
enfado por haber sido interrumpido y, como si quisiera fulminar a Andy por
la interrupción, entrecerró los ojos:
—Y si has visto que no pasaba nada, ¿por qué nos interrumpes?
Andy sonrió y se encogió de hombros mientras caminaba hacia atrás,
alejándose de la ira de su nuevo señor.
—Solo quería saber si me necesitabais para algo.
—Maldita sea... —gruñó Cameron.
Kiara, al ver que volvía a quedarse sola con Cameron, y muerta de
vergüenza, se alejó de él camino al campamento y volvió a dejarlo solo
mientras el guerrero respiraba hondo para intentar enfriar de nuevo su
cuerpo, temiendo que debería volver a meterse en el agua para poder
hacerlo. Sin embargo, caminó detrás de Kiara para cambiarse de ropa antes
de enfermar e inconscientemente dibujó una sonrisa en sus labios tras
descubrir nuevamente que no le resultaba indiferente a su esposa.
Kiara, por el contrario, mostraba una expresión enrojecida cuando llegó
al campamento. Apenas se dio cuenta de que ya todo estaba montado y que
el fuego resplandecía en medio de todas las tiendas levantadas para dormir.
En apenas un susurro, preguntó a uno de los hombres de Cameron cuál era
la suya, pues no era capaz de dirigirle una mirada al que había sido mejor
amigo de su padre y que la había descubierto en medio del frenesí que le
producían los besos de Cameron. Pero no solo eso, sino que tuvo que
soportar las miradas de sorpresa de los demás guerreros al verla
completamente empapada y temblorosa.
Cuando le indicaron cuál era la suya, se acercó y se metió dentro, donde
por fin, alejada de miradas indiscretas, pudo respirar tranquila y logró
serenar sus nervios. Con dedos temblorosos aún por el frío, comenzó a
desanudar las cuerdas que sostenían su vestido. Necesitaba cambiarse de
ropa cuanto antes si no quería enfermar.
—Maldito Sinclair... —murmuró mientras dejaba caer el vestido al suelo
e intentaba deshacerse también de la ropa interior no sin esfuerzo, pues
apenas podía alcanzar los lazos de su espalda.
—¿Qué dices de mí? —dijo una voz a su espalda.
Kiara lanzó una exclamación de sorpresa y se volvió intentando taparse
con las manos, pues temía que las curvas de su cuerpo se transparentaran
bajo la camisola mojada que se ceñía a su cuerpo.
—Pero ¿qué haces aquí?
Cameron enarcó una ceja.
—Lo mismo que tú, cambiarme de ropa —respondió intentando obviar
el hecho de que estaba casi desnuda.
—¿Y no podrías hacerlo en otro lugar?
Cameron sonrió.
—Da la casualidad de que mis hombres, suponiendo que al estar casados
compartiríamos tienda, han traído aquí mis cosas.
Y antes de que volviera a quejarse, Cameron comenzó a desnudarse. Se
desabrochó la camisa lentamente, bajo la atenta mirada atónita de Kiara,
que a pesar de obligarse a mirar a otro lugar, no podía apartar sus ojos del
guerrero. Cuando la camisa cayó al suelo, no pudo evitar levantar la mirada
hacia ella para descubrir que estaba embobada con él, algo que hizo que su
pecho se hinchara de orgullo.
Tras eso, dejó caer también el cinto y el kilt y fue en ese momento
cuando Kiara lanzó una exclamación de sorpresa al verlo completamente
desnudo. Aquella era la primera vez que veía a un hombre de esa guisa y
sintió tal vergüenza que se giró y le dio la espalda. Aunque una parte de ella
sabía que no era ese el motivo, sino que Cameron había conseguido
excitarla demasiado con aquella visión. Su corazón latía a un ritmo
acelerado mientras que algo extraño recorría su cuerpo para instalarse
finalmente en su entrepierna, que clamaba ser acariciada.
¿Por qué tenía que sentir esas cosas junto a Cameron? Kiara se golpeó
mentalmente por dejarse llevar tan fácilmente por unos sentimientos que no
eran correspondidos, pues estaba segura de que su esposo solo la besaba
para que después le calentara la cama y olvidarse de ella antes del
amanecer. No había sentimientos, no había nada por su parte. Y ella no
concebía el matrimonio como algo tan frío.
—Puedes seguir mirando si quieres... —sugirió Cameron con aire
burlón.
—Más quisieras...
Cameron rio suavemente.
—Si yo fuera tú, me quitaría cuanto antes la ropa —le dijo al tiempo que
él mismo se vestía con ropa seca—. Vas a enfriarte.
Kiara le respondió con silencio antes de decirle:
—No puedo alcanzar los cordones de la camisola —admitió.
—Vaya... es la segunda vez que necesitas mi ayuda...
Kiara lo miró por encima del hombro y le espetó:
—No te necesito. Lograré alcanzarlos.
Cameron sonrió y se acercó a ella lentamente. Kiara apartó la mirada y la
dirigió al frente de nuevo.
—Yo diría que sí.
—Tal vez podría pedirle ayuda a Andy... —le dijo con una sonrisa.
Cameron frunció el ceño y paró justo a su espalda, cuando su pecho rozó
el cuerpo de la joven, que estuvo a punto de estremecerse tras recordar el
beso anterior.
—Tal vez podría matarlo por poner uno solo de sus ojos sobre ti... —
rebatió con suavidad acercando su boca al oído de Kiara.
La joven sintió cómo su corazón volvía a sobresaltarse mientras su mente
le gritaba que se alejara de él y no permitiera que volviera a tocarla. Sin
embargo, era tal la excitación que siempre le provocaba el guerrero que no
podía resistirse a quedarse quieta. Debía admitir que le gustaba la sensación
de tenerlo cerca de ella y, aunque le costara reconocerlo, se sentía realmente
segura a su lado, como hacía meses que no se sentía, pues desde la muerte
de sus padres estaba expuesta tanto a la maldad de sus tíos como a la de
otras personas que quisiera aprovecharse de su herencia. Pero con Cameron
era diferente. Todo parecía fluir de una manera extraña y única y sabía que
él no quería nada de su herencia.
A pesar de tener los ojos cerrados, Kiara supo que el guerrero tenía la
cara muy cerca de ella, pues podía sentir su aliento en su cuello, además de
escuchar su respiración en su oído, algo que le pareció realmente
abrumador. El pecho de Cameron rozó entonces su espalda y tuvo que
contener un suspiro, pues después de verlo desnudo, tenía la auténtica
necesidad de tocarlo, aunque solo fuera una vez. No obstante, podía sentir
su fuerza desde allí.
Cameron necesitó de toda su fuerza de voluntad para no tomarla allí
mismo, pues el olor de Kiara afectaba demasiado a sus sentidos y tras
besarla junto al río un instinto demasiado fuerte y abrumador se había
apoderado de él, pues no podía evitar tener la extraña sensación de querer
protegerla y acunarla junto a él en todo momento para evitar que sufriera
daño alguno. Y sabía, en lo más profundo de su ser, que nada tenía que ver
con su honor ni con la promesa que había hecho frente al sacerdote, lo cual
lo angustiaba aún más.
—Si le haces algo no te lo perdonaría jamás... —respondió Kiara al cabo
de unos momentos de silencio.
Cameron sonrió y acercó los labios a su oído, rozándolos ligeramente.
—Yo tampoco podría perdonarme si hago lo que tengo en mente —
susurró.
Kiara tragó saliva ruidosamente, completamente nerviosa. Sabía que
debía apartarse de él y desvestirse sola, pero había algo que la obligaba a
estar parada frente a él y seguir con ese juego de seducción que estaba
comenzando a volverla loca mientras su cuerpo no dejaba de responder ante
las atenciones del que era su marido y del que quería alejarse a toda costa.
—¿Y qué tienes en mente? —preguntó en un susurro.
Cameron pegó su cuerpo a la espalda de Kiara, que lanzó una
exclamación de sorpresa, pero se mantuvo quieta al tiempo que su corazón
latía con tanta fuerza que estaba segura de que el guerrero podía escucharlo.
—Deshacer los nudos que sostienen tu camisola —admitió llevando las
manos a la cuerda y llevando a cabo lo que acababa de decir.
Cuando Kiara sintió su cuerpo liberado de la presión de las cuerdas,
respiró hondo y lo soltó con cierta dificultad, pues sentía que estaba
volviendo a caer en el embrujo del guerrero mientras este deshacía los
nudos y dejaba caer la tela de la camisola por su hombro izquierdo,
dejándolo al aire.
—Después me gustaría besar tu cuello y tu hombro desnudo —ronroneó
mientas con una mano acariciaba su cintura.
Kiara dejó caer la cabeza hacia atrás, apoyándose en su amplio pecho y
lanzando un suspiro que no pudo contener mientras Cameron volvía a
excitarla nuevamente.
—Te quitaría esta maldita tela y la tiraría al suelo para después besar tus
pechos —le dijo al oído con suavidad mientras su propia excitación
aumentaba hasta unos límites que nunca había sentido—. Y te daría tanto
placer que gritarías mi nombre una y otra vez mientras te hago mía.
Ante aquellas palabras, Kiara no pudo evitar lanzar un gemido, pues ella
también lo deseaba, y esperaba que el Señor pudiera perdonarla, pues no
estaba segura de si era algo bueno que su marido la hiciera sentir así.
Cameron rozó su hombro con los labios hasta que, de repente, Kiara
volvió a sentir el frío de la noche contra su piel mojada. La joven abrió los
ojos y se dio cuenta de que el guerrero había dejado de tocarla y se giró
hacia él. Lo vio envuelto en un halo negro, como solían estar los verdaderos
cuervos, y su mirada ensombrecida clavada en ella antes de que levantara
las manos.
—Pero como me pediste que no te tocara, no voy a hacer todo eso...
Hasta los cuervos tenemos honor.
Y con una sonrisa, el guerrero caminó hacia la salida de la tienda y la
dejó completamente sola. La respiración de Kiara era acelerada y hasta la
poca ropa que la abrigaba le molestaba. La joven apretó los puños con
fuerza y se golpeó mentalmente. Sí, ella tenía la culpa de que Cameron no
la tocara, pues así había decidido, pero lo peor de todo era que sabía que no
podría aguantar mucho más tiempo así, ya que el guerrero lograba sacar de
ella un instinto primario que no sabía que existía en ella.
Mientras se quitaba la camisola para ponerse una seca, Kiara refunfuñó
durante bastante rato. Su matrimonio acababa de empezar y estaba segura
de que tarde o temprano iba a caer bajo las garras del Cuervo. Lo que no
sabía era que inconscientemente ya había caído bajo su embrujo negro, y lo
peor de todo era que necesitaba más de él.
CAPÍTULO 10
Al día siguiente, Kiara no supo si esa noche también había dormido sola,
pues había caído rendida al sueño después de tumbarse en la cama
improvisada tras un largo día de viaje. Se había acostado realmente cansada
y apenas pudo mantener los ojos abiertos unos minutos para escuchar si
Cameron se tumbaba junto a ella. Y al despertar y mirar hacia su espalda,
descubrió que estaba totalmente sola, por lo que un extraño sentimiento de
soledad y vacío se instaló en su estómago.
Se vistió con lentitud, pues le dolía todo el cuerpo después de todo el día
en la carreta y el simple pensamiento de que debía aguantar un día y medio
más le revolvía el estómago, pues estaba deseando poder llegar a su hogar
cuanto antes y ver en lo que sus tíos lo habían convertido.
Con un suspiro, salió de la tienda y descubrió que todos estaban
recogiendo ya sus cosas, por lo que dedujo que ya habían desayunado y que
se levantaba algo tarde. Andy, al verla aparecer, le dedicó una sonrisa y
Kiara se sentó junto a él mientras aceptaba un trozo de pan y otro de queso.
—¿Estás bien, mi señora? —le preguntó el guerrero.
Kiara frunció el ceño.
—¿A qué viene tanto formalismo?
Andy se encogió de hombros.
—No quiero que tu esposo se enfade conmigo. Salió de vuestra tienda
hace un rato con un carácter de mil demonios. Ahora entiendo por qué lo
llaman Cuervo —susurró mirando a los guerreros de Cameron.
Kiara lo miró, extrañada.
—Él... ¿ha dormido en la misma tienda que yo?
Andy asintió.
—Sí, ¿no lo oíste entrar?
—La verdad es que no. Estaba realmente cansada...
—Entró anoche a los pocos minutos de hacerlo tú y ha salido esta
mañana. Y por su rostro y su carácter creo que no ha dormido demasiado.
No le ha sentado bien el matrimonio, sin duda.
Kiara resopló y no pudo evitar sonrojarse.
—No nos ha sentado bien a ninguno.
Andy la miró mientras la veía comer el trozo de queso que le quedaba.
Algo le decía que ese matrimonio aún no había sido consumado y en parte
le preocupaba, pues Cameron parecía un buen hombre para Kiara y si aún
no habían cumplido con sus obligaciones maritales, alguien podría reclamar
la mano de la joven para hacerse con sus tierras. Sin embargo, él no podía
meterse en algo tan íntimo como en lo que sucedía en el lecho matrimonial,
por ello, mientras se levantaba para ayudar a recoger, rezó para que todo
entre ellos se arreglara y dejaran de una vez por todas aquella guerra que
parecían haber empezado por culpa de la orden de Jacobo y por un orgullo
que ambos tenían a un mismo nivel.
Kiara se levantó al cabo de unos minutos, cuando vio que aparecía
Cameron de entre los árboles y se acercaba a ellos. Por lo que pudo ver,
acababa de bañarse en el río, pues su pelo aún estaba mojado y goteaba
infinitamente sobre la camisa limpia del guerrero. La mirada negra se posó
sobre ella y la observó a través de los mechones que caían mojados sobre
sus ojos, proporcionándole un aspecto oscuro y atractivo del que no podía
apartar la mirada.
Kiara se obligó a reaccionar y retiró sus ojos del guerrero, que pasó en
silencio por su lado para ir directamente hacia la tienda para comenzar a
recoger con los demás. La joven los miró y a pesar de que intentó ayudar en
más de una ocasión, los guerreros de Cameron se negaron, alegando que era
su señora y no podían dejar que ella hiciera su trabajo.
Al cabo de media hora, todo el campamento estaba recogido y las cosas
en la carreta, a la que Kiara se acercó para volver a montar y viajar sobre
ella. Una vez arriba, la joven miró a Cameron, que montaba sobre su
caballo y se ponía ante ella, al igual que todos, que tomaron las mismas
posiciones que el día anterior con Andy a la retaguardia.
El silencio fue el único acompañante de Kiara durante gran parte del día,
provocando que el viaje se le hiciera más largo de lo que en realidad era.
Desde la carreta podía escuchar el murmullo de la conversación de
Cameron con sus hombres y en parte le agradó que durante varias
ocasiones, el guerrero mirara hacia atrás para comprobar que seguía ahí.
En una de esas ocasiones, Kiara le dedicó una mirada furibunda que hizo
sonreír a Cameron, que se alejó de sus hombres para disminuir la marcha y
quedarse a la altura de la joven. En ese momento, esta se dio cuenta de que
el guerrero parecía estar de mejor humor que por la mañana, pues su rostro
no estaba tan iracundo como entonces y mostraba una expresión más
relajada que hizo que la propia Kiara también hiciera lo mismo.
A una mirada del guerrero, Andy se adelantó y Cameron le dio las
riendas de su caballo para después, de un salto, montar en la carreta y
sentarse junto a Kiara, que lo miró ligeramente sorprendida.
—Si necesitas parar, no tienes más que decirlo —comenzó diciendo.
Kiara enarcó una ceja.
—¿Seguro? Yo creo que serías capaz de seguir adelante sin parar hasta
llegar a Blair Palace.
Cameron soltó una risotada y clavó su mirada en ella.
—Ya has comprobado que soy un hombre de palabra... —dijo con la voz
enronquecida.
Kiara no pudo evitar sonrojarse bajo su atenta mirada, algo que hizo
sonreír al guerrero mientras la joven desviaba sus ojos hacia los caballos
que tiraban de la carreta. Sabía a qué se refería exactamente, y el recuerdo
de lo que había pasado la noche anterior acudió de nuevo a su mente y a su
cuerpo, que reaccionó con el deseo de volver a compartir con él un
momento tan íntimo.
—Yo también soy una mujer de palabra... —le dijo al cabo de unos
minutos de silencio levantando de nuevo la vista hacia él. Necesitaba repetir
esas palabras una y otra vez en su mente no solo para que Cameron las
creyera, sino para que ella misma pudiera hacerlo.
—No lo pongo en duda —respondió él con seriedad.
Cameron y Kiara se miraron durante lo que pareció una eternidad en
completo silencio, cada uno metido en sus propios pensamientos y con el
deseo de permanecer así durante un largo tiempo. Tanto uno como otro
luchaban consigo mismos por lo que estaban sintiendo por el otro mientras
el tiempo pasaba a su alrededor, además de que tenían la necesidad de
expresar todo lo que sentían, pero que por miedo guardaban en su corazón.
Sin embargo, ese silencio y esa paz que se había instalando entre ellos se
vio rota por un silbido al que Cameron reaccionó tarde por culpa del
encantamiento que sentía cada vez que miraba a los ojos de Kiara. Esta
sintió de repente una extraña quemazón en el brazo izquierdo que no logró
discernir a qué se debía hasta que, horrorizada, miró cómo una flecha se
clavaba en la tierra a solo un metro de las patas de los caballos que tiraban
de la carreta.
Impresionada, miró hacia su brazo al mismo tiempo que Cameron, que
lanzó un gruñido de rabia al ver aparecer la sangre a través del vestido de la
joven.
—¡Maldita sea! ¡Nos atacan!
Con un movimiento rápido, Cameron bajó de la carreta y tiró levemente
del brazo sano de Kiara para después derribarla contra el suelo con cuidado.
Aferró su rostro con fuerza y la obligó a mirarlo a los ojos:
—Quédate aquí debajo y no salgas bajo ningún concepto. ¿Me
obedecerás ahora?
Kiara asintió y por primera vez desde que conocía a Cameron, sintió
miedo no solo por él, sino también por los demás. Se metió todo lo que
pudo bajo la carreta mientras todos los guerreros bajaban de sus caballos y
se ponían en guardia, a la espera de que aparecieran de entre los árboles
aquellos que acababan de atacar. El silencio a su alrededor era ensordecedor
y espeluznante. Desde la parte baja de la carreta, Kiara miraba a un lado y
otro del bosque que rodeaba el camino que estaban cruzando, pero tan solo
podía escucharse el sonido del viento a través de las ramas de los árboles.
La joven miró la herida de su brazo y aunque sangraba pudo comprobar
que era relativamente superficial y que no había ahondado mucho en la
carne. No obstante, le escocía terriblemente y no dejaba de sangrar.
—¡Salid de vuestro escondite, malnacidos! —escuchó que vociferaba
Cameron.
Desde su posición, no podía ver la cara de los guerreros, tan solo sus
piernas desnudas bajo el kilt y tembló al pensar que algo pudiera ocurrirle a
alguno por su deseo de regresar a sus tierras antes de marchar a las del clan
Sinclair.
Nadie respondió a las palabras de su esposo y Kiara pensó que tal vez se
habían marchado de allí tras lanzar la flecha por miedo a ser reconocidos o
asesinados. Sin embargo, al cabo de unos segundos, mientras los guerreros
intentaban proteger la carreta desde uno de sus lados en completo silencio,
Kiara vio salir de entre los árboles a una decena de hombres cuyas ropas
andrajosas le dieron mala espina. La joven tembló al descubrir que ellos
estaban en desventaja ante los atacantes e intentó hacerse todo lo pequeña
que pudo desde su posición.
Kiara tragó saliva al ver que se acercaban a ellos al tiempo que Cameron
y los demás volvían a ponerse en guardia con las espadas en la mano. La
tensión en el ambiente casi podía palparse y en lugar del típico olor a tierra
mojada casi podía olerse la sangre que seguramente sería derramada
minutos después.
—¿Quiénes sois? —ladró Cameron desde su posición.
A pesar de no verle la cara, Kiara se encogió de nuevo al escuchar la voz
fría y calculadora de su esposo, pues aunque a veces lo había visto enfadado
nada tenía que ver con la voz de ese momento, en la que parecía ser una
persona completamente diferente a la que ella conocía.
—Eso no te importa, Cameron Sinclair.
Cameron enarcó una ceja y clavó su mirada en aquel hombre. Parecía
rozar la cuarentena de años, al igual que los demás, y por sus ropas dedujo
que se trataban de mercenarios, pues no parecían pertenecer a ningún clan,
ya que no llevaban el distintivo en sus viejas ropas. El hombre que habló se
acercó a ellos, junto con los demás, con la espada en la mano, dispuesto a
atacar en cualquier momento. Sin embargo, la expresión de su rostro era de
auténtica seguridad, sabiendo que estaban en clara ventaja respecto del
resto.
—Tú sí sabes mi nombre —dijo Cameron para llamar la atención sobre
él cuando vio que el guerrero dirigía su mirada bajo la carreta, hacia donde
estaba Kiara—. Lo honorable sería que tú me dijeras el tuyo.
El hombre lanzó una risotada que heló la sangre de la joven y la hizo
encogerse aún más.
—Hace años que perdí mi honor, así que no me hables de ello porque no
tengo —Y después señaló a Kiara—. Buscamos a la chica. Vosotros no nos
interesáis, así que si queréis conservar vuestra vida, entregádnosla y
viviréis.
Cameron dio un paso hacia adelante al tiempo que aferraba con fuerza la
espada. El hecho de que el guerrero hubiera mencionado a Kiara hizo que
su sangre hirviera de rabia y preocupación, pues desconocía lo que estaba
pasando y los vio dispuestos a lo que fuera para conseguir su objetivo. Por
ello, chasqueó la lengua, contrariado, intentando mantenerse frío.
—Esa mujer de la que hablas es mi esposa —comenzó Cameron
lentamente clavando su mirada en aquel hombre—, y su seguridad es mi
responsabilidad.
—Entonces tendremos que matarte para poder llevárnosla...
Cameron sonrió.
—No os la vais a llevar a ningún lado. Puede que no sea la esposa que
hubiera deseado nunca, pero seguirá a mi lado. Y yo al suyo.
Kiara se sobresaltó a escuchar aquellas palabras que fueron dichas con
demasiado ímpetu, y frunció el ceño bajando la cabeza para ver al hombre
que decía estar buscándola. El corazón de la joven volvió a sobresaltarse al
ver su rostro cruzado por una larga cicatriz que sin duda afeaba su cara de
por sí fea. Unas cejas pobladas, al igual que la barba negra, oscurecían su
rostro, aportándole una negrura que secundaban sus ojos. Una sonrisa ladina
se dibujó en sus labios partidos por la cicatriz cuando la miró desde la
distancia y Kiara volvió a esconderse todo lo que pudo, llevando su espalda
hacia el otro lado de la carreta.
—¿Quién os envía? —vociferó Andy.
—Nosotros no le debemos lealtad a nadie —respondió el guerrero—.
Sabemos que es una rica heredera y queremos su fortuna.
Cameron resopló.
—Será mejor que os marchéis y nos dejéis continuar nuestro camino.
Esta mañana me levanté de mal humor y os aseguro que no he cambiado mi
carácter.
—No tememos al Cuervo, Cameron Sinclair —respondió con una
sonrisa—. Todo animal puede ser cazado, y el bocado que hay bajo la
carreta es tan apetecible que bien vale la pena matarte.
A un grito suyo, sus compañeros y él se lanzaron contra Cameron y los
demás guerreros. El primer sonido de las espadas al entrechocar hizo
encogerse a Kiara. Había visto luchar a Cameron en varias ocasiones, pero
siempre formaba parte de una pelea de entrenamiento mientras que en ese
momento era una de verdad. Y sin saber por qué temió por su vida. Se
sorprendió a sí misma rezando por la victoria de su esposo y los demás
frente a los atacantes, pues le había provocado tanto terror el rostro de uno
de ellos que no quería imaginar lo que sufriría en sus manos si lograban
matar a Cameron.
Durante unos instantes, cerró los ojos mientras escuchaba el sonido de la
pelea frente a ella hasta que finalmente se atrevió a abrirlos y comprobó con
sus propios ojos el horror que había a unos metros de allí. Vio a Cameron
luchando contra dos hombres. Uno era el que había hablado mientras que el
otro era un compañero suyo. Varios de sus guerreros luchaban con un par de
hombres mientras que Andy, por ejemplo, estaba enzarzado en una pelea
con uno solo. El corazón de Kiara latía demasiado deprisa, preocupada por
el resultado de la lucha, pues temía perder también al mejor amigo de su
padre.
Después volvió a dirigir la mirada hacia su esposo y a pesar de que sabía
que era él, vio en su rostro una negrura que hasta entonces no había visto.
Tenía una expresión de auténtica concentración mientras paraba golpes con
la espada y se movía deprisa para evitar otros. En un momento dado, no
giró con demasiada rapidez y uno de sus contrincantes logró hacerle un
corte en el costado que comenzó a sangrar enseguida.
Desde su posición, Kiara escuchó una exclamación de preocupación y
segundos después se dio cuenta de que había salido de su propia garganta.
No obstante, descubrió que Cameron apenas gruñó con la herida, como si
no pudiera sentirla en su costado y siguió luchando como si nada hasta que
minutos más tarde, logró vencer a uno de ellos, que cayó muerto al suelo y,
para desesperación de Kiara, rodó hasta las ruedas de la carreta, quedando
expuesto ante la joven con los ojos abiertos, como si aún tuviera un aliento
de vida y hacerla temblar de miedo, pues sabía que en aquellos ojos ya no
quedaba ni un solo aliento de vida.
La joven intentó no gritar tapándose la boca con la mano hasta que se
echó hacia atrás un par de metros, saliendo de debajo de la carreta por el
otro lado al que estaba la pelea. Necesitaba alejarse del olor a sangre que
desprendía no solo el guerrero muerto junto a la carreta, sino de los demás.
Y cuando por fin parecía que lograba calmar su estómago por el miedo, un
movimiento rápido a su espalda llamó su atención. Kiara intentó girarse
para ver de qué se trataba, pero una fuerte mano se lo impidió, aferrando
con fuerza su boca para impedir que pudiera gritar y empujándola con
fuerza contra un amplio pecho.
La joven comenzó a resistirse. Dio fuertes patadas que, aunque lograban
dar en su objetivo, este solo gruñía, pero no soltaba su fuerte amarre.
—Kiara Sinclair —dijo el hombre a su oído—, tienes un esposo que ha
caído muy pronto en el engaño...
La aludida llevó las manos a los dedos del hombre, que ya la empujaba
hacia el otro lado de la lucha desde donde aún nadie se había dado cuenta
de lo que le sucedía, e intentó apartarlos de su boca, pero apenas logró
moverlos. Sacudió su cuerpo con fuerza, pero la mano libre del guerrero se
aferró a su cintura y la elevó del suelo para correr más deprisa y desaparecer
mientras sus propios compañeros morían a manos de Cameron y sus
hombres.
Kiara dirigió una mirada de auténtica desesperación hacia donde se
encontraba su esposo y a medida que se alejaban de la pelea, el ánimo de
Kiara disminuyó, pues estaba segura de que acabaría en manos de ese
hombre sin que nadie pudiera hacer nada por ayudarla. Las lágrimas
humedecieron sus ojos y le impedían ver con claridad hasta que una idea
desesperada cruzó por su mente.
Kiara abrió la boca todo lo que la mano le permitía y clavó sus dientes la
palma de la misma, haciendo gruñir más fuerte al guerrero, que aflojó su
amarre en la boca de la joven, momento que aprovechó para pedir auxilio.
—¡Cameron! —vociferó la joven logrando que el guerrero la escuchara y
dirigiera su mirada hacia ella tras empujar a su contrincante lejos de él.
—¡Kiara! —gritó al verla en manos de ese hombre—. ¡No!
Con un rugido más propio de un león, Cameron se lanzó contra el
guerrero. Tenía que quitárselo de encima cuanto antes para poder salvar a su
esposa. Verla en manos de aquel hombre le había causado algo extraño en
su interior, como si una fuerza desconocida lo impulsara a protegerla y
acabar con la vida del que intentaba hacerle daño. Kiara era su esposa y,
aunque sí había llegado a considerarla como una molestia para su vida y sus
intereses, había jurado protegerla. Y su honor era una de las cosas que más
le importaba en la vida porque estaba seguro de que no tenía otros intereses
en la joven. ¿O sí?
Con un gruñido, clavó la espada en el pecho del guerrero y lo empujó
para sacarla lo antes posible y correr hacia el otro lado del bosque. Desde
allí pudo ver cómo Kiara se resistía, ganándose la bofetada del hombre que
la sujetaba con fuerza y cuando vio aparecer sangre en la comisura de
aquellos labios que no podían dejar de resultarle apetecibles, sintió tal rabia
que de haber podido matar con la mirada a ese hombre, habría caído
fulminado al instante.
—¡Kiara! —vociferó de nuevo.
La joven lo escuchó en la distancia, pero no podía mirarlo. Su vista se
había nublado ante la bofetada de aquel hombre que ahora la agarraba del
pelo y la empujaba sin piedad hacia el bosque, buscando alejarse de un
Cameron que estaba cada vez más cerca.
Las lágrimas salían de sus ojos sin control y un profundo dolor asolaba
su cuerpo, no solo en la raíz de su cabello, sino también en el corte de su
brazo y sus labios, donde podía sentir el sabor a sangre por la bofetada.
—¡Maldita zorra Stewart! —escuchó que ladraba el hombre que la
arrastraba.
Kiara abrió la boca para responder, pero estaba tan aterrada que de su
garganta solo podían salir exclamaciones por el dolor. Y cuando pensaba
que todo estaba perdido, de soslayo vio aparecer a Cameron, que logró
acortar la distancia con ellos y elevar su espada.
—¿A dónde crees que vas con mi mujer? —vociferó el guerrero,
provocando que el hombre se detuviera al instante para sacar su propia
espada.
Con una sonrisa, tiró más fuerte del pelo de Kiara, que lloró de dolor
ante él, y la puso como escudo. Colocó el filo en su garganta y miró con
asco hacia Cameron. Este intentaba mantenerse frío, pero no podía. La
mano que sostenía la espada temblaba de preocupación por el estado de
Kiara, que parecía estar a punto de perder la consciencia. Se obligó a dirigir
la mirada hacia el mercenario y apretó con fuerza la empuñadura, dispuesto
a lanzarse contra él en la primera ocasión. No obstante, no podía correr,
pues el filo de la espada del hombre amenazaba con cortar el cuello de
Kiara.
La joven apretó los labios intentando aguantar el dolor y clavó la mirada
en Cameron, que mostraba una actitud firme y decidida.
—Me parece que no eres el único cuyo interés está puesto en esta furcia,
Sinclair.
Cameron sonrió y torció el gesto.
—Vaya, todo el mundo parece conocerme en estas tierras... —ironizó—.
¿Por qué no la sueltas y me dices a la cara eso de que mi esposa es una
furcia?
El mercenario lanzó una carcajada.
—No hace falta discutir algo así. Me han hablado de ella y sé que va a
convertirse en una furcia en cuanto logremos quitarte del medio.
—¿Quién va a quitarme del medio? —preguntó Cameron con calma
fingida señalando a su espalda—. ¿El resto de guerreros que está cayendo
bajo las espadas de mis hombres?
El mercenario apretó la mandíbula y movió a espada sobre el cuello de
Kiara, que lanzó una exclamación de dolor. Cameron se movió en su
dirección, pero al primer paso que dio, el filo de la espada hizo un pequeño
corte en la base de su cuello. El guerrero paró al instante y apretó los puños
con fuerza.
—¿Por qué no tiras tu espada al suelo? —preguntó el mercenario
clavando la mirada en los ojos de Cameron—. No querrás ver morir a tu
esposa delante de ti...
—¿Por qué no la sueltas tú?
El mercenario sonrió de lado.
—Yo puedo perder mi vida, pero me parece que eres tú quien sufriría
más si la ves morir delante de ti sin poder hacer nada... Suéltala.
Cameron dudó unos instantes y deseó que el resto de sus hombres
estuviera allí con él. Sin embargo, la sangre que corría por el cuello de
Kiara lo convenció al instante y lentamente dejó caer su espada al suelo.
—Llévame a mí y déjala a ella —dijo intentando ganar tiempo.
—No creo que seas del gusto de la persona que me contrató... —se burló
el mercenario—. Ahora, aléjate de la espada y deja que me marche o le
corto el cuello, Sinclair.
Cameron apretó las manos con auténtica furia. Deseaba borrarle la
sonrisa al mercenario de un solo golpe, pero Kiara le preocupaba en
profundidad, por lo que hizo lo que el hombre pedía. Y al ver cómo este
daba un paso atrás para alejar a Kiara de él, no pudo soportar la idea de
perderla, por lo que con cuidado llevó la mano hacia la espalda, donde
guardaba la daga, la sacó intentando no ser brusco y cuando la aferró entre
su mano, a un movimiento rápido de su brazo la lanzó contra el mercenario,
clavándola en el centro de su frente.
Kiara lanzó un grito cuando la sangre del hombre salpicó su propio
rostro, pero al instante su amarre disminuyó y la soltó al tiempo que caía al
suelo. Kiara se alejó de él temblando y con las piernas a punto de fallarle.
Intentó no mirarlo, pues le resultaba demasiado desagradable, y tan solo fijó
su mirada en Cameron, que se acercaba lentamente a ella por temor a
asustarla aún más de lo que ya estaba. Sus ojos negros estaba puestos sobre
ella y Kiara vio cruzar por ellos una expresión de preocupación que no
había visto jamás.
Cuando estuvo a solo un metro de su esposa, Cameron necesitó de toda
su fuerza de voluntad para quedarse quieto y no abrazarla, pues no quería
hacerle daño, por ello, se limitó a preguntar:
—¿Estás bien?
Kiara asintió con lágrimas en los ojos y sin importarle dejar a un lado su
orgullo, se lanzó a los brazos de Cameron, que la recibió con auténtico
gusto, estrechándola con fuerza por temor a perderla. La alejó del
mercenario muerto y acarició lentamente su espalda hasta que logró
calmarla un poco. Los temblores contra su pecho disminuyeron y el
guerrero descubrió que su propio cuerpo también temblaba. Había deseado
infinidad de veces alejarse de Kiara, pero ahora que había estado a punto de
perderla se dio cuenta de que la joven no le resultaba tan indiferente como
se obligaba a demostrar. Por primera vez en su vida había sentido miedo,
auténtico pánico al ver la sangre de la joven y la espada en su cuello y se
dijo que, aunque intentara resistirse y pelear, estaba perdiendo la guerra.
Pero si el premio por ello era aquella irresistible mujer que tenía entre sus
brazos, no le importaría arrancar sus plumas de cuervo y mostrar lo que
había debajo.
—Estoy contigo, y no voy a permitir que nadie te haga daño —susurró
contra cabello.
CAPÍTULO 11
Dos horas después todo parecía estar en calma de nuevo. Kiara estaba de
pie junto a la carreta y había visto cómo los guerreros Sinclair y el propio
Andy cavaban varias tumbas para enterrar a los mercenarios que los habían
atacado. La joven se sorprendió al ver aquel gesto, pues cualquiera hubiera
dejado allí sus cuerpos para que fueran atacados por animales salvajes, sin
embargo, Cameron le demostró que en su naturaleza no había ese
salvajismo, por lo que no pudo apartar la mirada de su espalda en ningún
momento.
Y entonces su estómago volvió a encogerse de nuevo al recordar lo
sucedido con él tras el ataque. Inconscientemente, llevó la mano hacia sus
labios y los acarició allí donde Cameron la había besado. “Estoy contigo, y
no voy a permitir que nadie te haga daño”, aquellas palabras resonaron una
y otra vez en su mente. Sabía que el guerrero las había dicho con tanta
verdad que su corazón se encogió tras escuchárselas decir.
Inconscientemente, se había separado de él para mirarlo a los ojos y antes
de que pudiera darse cuenta, tenía los labios del guerrero sobre los suyos,
con suavidad, con tanta ternura que sus piernas volvieron a temblar, pero
esta vez no de miedo, sino de algo más que últimamente estaba
experimentando y a lo que le daba miedo poner palabras.
Kiara carraspeó para intentar volver al presente, pues sabía que se había
sonrojado al recordar lo sucedido y no deseaba que nadie más fuera
consciente de lo que estaba pensando, ni siquiera el propio Cameron. Desde
la distancia lo vio secar el sudor de su frente cuando se alejó de las tumbas
que habían cavado. Le pareció increíble que incluso se santiguaran frente a
ellas, mostrando que eran hombres de honor y respetaban incluso a sus
propios enemigos caídos en la batalla. Y entonces, al regresar su
pensamiento a ella misma, volvió a sentir el dolor lacerante de su brazo y el
escozor de su cuello. La joven volvió a mirar su brazo, que había sido
herido por la primera flecha clavada en el suelo justo cuando comenzó el
ataque y lanzó una exclamación de dolor cuando tocó levemente la carne
abierta.
—Si me lo permites, me gustaría curártela.
Kiara dio un respingo cuando escuchó demasiado cerca la voz de
Cameron. La joven se volvió hacia él y lo vio a tan solo un metro de ella,
mirándola tan fijamente que volvió a rememorar el beso que le había dado
con anterioridad. Lo miró a los ojos intentando no sonrojarse y vio que la
negrura que siempre había en ellos parecía haber cambiado y, aunque el
color seguía siendo el mismo, parecía haber algo más que no lograba acertar
lo que era, pero le gustaba.
—Te lo permito si me permites a mí curar las tuyas.
Cameron sonrió levemente y se encogió de hombros.
—Lo mío no es nada.
—Entonces mi herida tampoco...
El guerrero le sostuvo la mirada durante largo tiempo y suspiró.
—Eres testaruda...
Kiara sonrió e hinchó el pecho, orgullosa.
—Es una de mis grandes virtudes.
Cameron rio levemente y aceptó.
—Está bien. Me fiaré de tus expertas manos curativas.
—Y yo de las tuyas...
Y esta vez el guerrero no pudo evitar lanzar una carcajada.
—¿Siempre quieres tener la última palabra?
—Sí, si tengo respuesta...
El joven sonrió y miró en la parte de atrás de la carreta para encontrar lo
necesario para curar las heridas. Encontró varias botellas de whisky y tomó
dos entre sus manos. Una de ellas se la pasó a Alexander para que ellos
pudieran curarse, mientras que, junto a Kiara, se quedó la otra para ellos
mismos.
La joven se dirigió hacia unas piedras en las que pudieron sentarse
ambos en completo silencio, aunque ninguno estaba ajeno a los
movimientos del otro. Sonrojada, Kiara levantó la mirada y la posó en
Cameron, que le devolvió el gesto mientras sus manos preparaban paños y
el whisky para desinfectar la herida.
—Me temo que te escocerá —le dijo con la voz ronca por el deseo
reprimido que sentía en su interior.
Kiara dio un respingo al escucharlo, pues estaba tan embobada
mirándolo que no se había dado cuenta de él también la observaba.
—No importa. El daño habría sido mayor si no hubieras estado ahí.
Cameron acercó la tela desinfectada al brazo de Kiara y con toda la
ternura que pudo reunir, comenzó a curarla. La joven siseó y apretó los
puños con fuerza intentando mostrarse fuerte, pues su orgullo le impedía
dejar entrever el dolor que le produjo el alcohol contra su piel rasgada.
—Aún no te he dado las gracias —dijo Kiara para olvidar el dolor.
Cameron levantó la mirada, asombrado.
—¿Me das las gracias por protegerte?
La joven asintió.
—Bueno, podrías haberte desentendido. Si me hubieran hecho daño o me
hubieran apartado de ti, saldrías ganando porque me perderías de vista. No
querías casarte...
El guerrero frunció el ceño mientras sus manos continuaban con la cura.
—Que no quisiera casarme no quiere decir que deba dejar que otros te
hagan daño solo para librarme de ti. Hice una promesa, y mis promesas son
sagradas. La palabra de una persona no debe verse afectada por nada.
Kiara tragó saliva ante la efusividad de sus palabras.
—¿Entonces solo me salvaste por tu palabra? —se atrevió a preguntar,
arrepintiéndose al instante—. ¿Nada más?
Cameron la miró largamente y también tragó saliva. La joven lo vio
apretar la mandíbula con fuerza y sintió cómo su mano temblaba contra ella
y cuando la yema de sus dedos tocó su piel por primera vez, algo pareció
ocurrir entre ellos. Ambos pudieron sentir el relámpago que traspasó de la
mano de Cameron hasta la punta de los pies de Kiara y, sin poder evitarlo,
se perdieron en la mirada del otro.
Cameron no pudo contestar como le habría gustado, pues pareció haberse
quedado mudo ante la pregunta de la joven, y el hecho de haber sentido esa
cosa tan extraña recorrer su cuerpo al tocar la piel desnuda de su brazo lo
alteró tanto que no supo qué decir. ¿Realmente tenía una respuesta para
eso? Sí, pero no podía ponerla en palabras.
—Supongo que un guerrero como tú solo se mueve por su palabra. Nada
más —se respondió Kiara a sí misma con cierta tristeza.
Cameron carraspeó, incómodo. Dentro de él había, en ese momento, una
maraña de sentimientos que no podían hacerlo pensar con claridad, por lo
que respondió lo primero que le vino a la mente.
—Tienes razón: solo me mueve mi promesa ante Dios.
Cameron tuvo que apartar la mirada de los ojos de Kiara, pues en ese
instante se dibujó en ellos una expresión de auténtica tristeza por sus
palabras, por lo que limpió cuanto antes su herida y se levantó para
marcharse y limpiar las suyas en otro lugar.
—¿A dónde vas? —escuchó que le preguntaba Kiara al verlo alejarse—.
Yo también soy una mujer de honor, y he prometido limpiar tus heridas. Así
que, por favor, siéntate.
Cameron dudó unos instantes, pero enseguida regresó sobre sus pasos y
se sentó de nuevo a su lado. Al instante, se quitó la camisa y dejó su pecho
al aire mientras mantenía su mirada en el suelo, por lo que no pudo ver lo
que se reflejó en la mirada de la joven al verlo semidesnudo. El corazón de
Kiara se sobresaltó y sus manos temblaron mientras Cameron se giraba para
que curara las heridas de su espalda. Ahora que podía verlo de cerca, le
parecía que el cuerpo de su esposo no era de este mundo, pues parecía estar
tallado en una enorme piedra. Desde ahí casi podía sentir cómo su pecho
subía y bajaba por la respiración y, durante unos instantes, la atacó un deseo
irrefrenable de acariciarlo, pues tenía un deseo inmenso de tocar su cuerpo,
ya que sería la primera vez que acariciara a un hombre. Su cuerpo reaccionó
al instante y de repente el vestido le sobraba por todas partes mientras solo
deseaba quitárselo y abrazarlo también desnuda, pero cuando Cameron giró
levemente la cabeza y la miró, se sonrojó hasta límites insospechados por
haber sido descubierta:
—¿Estás bien? —le preguntó el guerrero—. Pareces acalorada...
Kiara lo miró con ojos muy abiertos y asintió en silencio antes de
aclararse la voz.
—Sí, estoy bien. Es que la herida parece profunda... —se justificó
intentando no tartamudear.
—Ya... —respondió el joven antes de girar la cabeza de nuevo hacia
adelante con una sonrisa escondida entre su barba.
No quería reconocerlo, pero encontraba excitante que su cuerpo
provocara ese gesto en Kiara, por lo que hinchó el pecho aún más por
orgullo mientras un intenso escozor asoló las heridas de su espalda y
costados. El guerrero se mostró impasible ante ese dolor y apretó la
mandíbula dispuesto a no mostrar sentimiento alguno ante ella, pues no
quería que lo viera débil. No sabía por qué, pero necesitaba mostrarse fuerte
ante ella, sin una debilidad, aunque la mayor de sus flaquezas no era otra
que la persona que precisamente lo estaba curando.
Cameron quiso detener el tiempo para seguir sintiendo las manos de
Kiara en su espalda, aunque fuera únicamente por curarlo, pues no podía
creer lo que esos pequeños dedos estaban consiguiendo despertar en él.
Todo él vibraba cada vez que Kiara deslizaba sus manos por su cuerpo y
aunque sentía un dolor tremendo, el placer era aún más grande que eso. Por
ello, cuando la joven terminó con sus heridas, se giró hacia ella lentamente,
mostrándole de nuevo el poderío de su pecho y dejándola sin aliento.
Clavó su mirada en ella y sin saber realmente lo que estaba haciendo, se
acercó lentamente a Kiara. Necesitaba probar de nuevo sus labios o moriría
allí mismo frente a todos, pues sentía que eran su aliento de vida.
Kiara no se apartó, sino que lo necesitaba tanto como él y también se
acercó lentamente para besarlo. Podía sentir la fuerza que manaba de
Cameron y llegaba a ella como un huracán arrollador que amenazaba con
hacerla caer por un abismo, pero no le importaba. Lo aceptaba y se dejaba
ir, pero cuando sus labios estaban a punto de unirse, el carraspeo de alguien
a su espalda la hizo saltar en la piedra y alejarse de Cameron.
—Todo está listo. ¿Nos vamos?
Cameron apretó los dientes y se giró hacia él con mala cara.
—¿Nunca te han dicho que eres un maldito inoportuno? —gruñó.
Andy sonrió ampliamente y se encogió de hombros.
—Creo que me estoy empezando a dar cuenta de ello... —respondió al
ver el rostro totalmente rojo de su señora y cómo esta se levantaba y recogía
algo inexistente.
Cameron suspiró y asintió, levantándose también y dirigiéndose hacia la
carreta. Después miró a Kyle y le dijo:
—Lleva las riendas de mi caballo. Yo iré en la carreta de nuevo.
El guerrero asintió y montó en su caballo para después tomar entre sus
manos las riendas que le ofrecía Cameron. Este llegó a la carreta al mismo
tiempo que Kiara, que volvió a sonrojarse, y le tendió la mano para
ayudarla a subir. Ella se lo agradeció con una mirada, pues tenía la garganta
cerrada por lo que habían estado a punto de hacer, y cuando Cameron tomó
las riendas de los caballos que tiraban del carro, volvieron a ponerse en
marcha.
La joven sabía que estaban a punto de llegar a su hogar y deseaba con
todas sus fuerzas hacerlo cuanto antes. Por una parte, necesitaba descansar
del camino en una buena cama, además de lavarse y ponerse ropa limpia.
Pero por otro, tenía la auténtica e imperiosa necesidad de que Cameron
conociera la que era su casa, y deseaba con todas sus fuerzas que le gustara
tanto que no quisiera regresar a su castillo en el norte y decidieran vivir allí.
Kiara retorcía las manos con nerviosismo a medida que la tierra iba
acortándose y la acercaba a todo lo que ella conocía.
—He decidido que no vamos a parar esta noche en ningún lugar —le
explicó Cameron cuando el silencio se hizo insoportable—. Espero que no
te resulte demasiado cansado...
Kiara lo miró y negó con la cabeza.
—Soy más dura de lo que crees, además de que olvidas que estoy
deseando llegar a mi... nuestra casa —se corrigió.
—Está bien. Lo he hecho porque no me gustaría que alguien más nos
sorprendiera en medio de la noche.
Kiara asintió en silencio y miró hacia el cielo. Este estaba comenzando a
oscurecer y, para suplicio suyo, amenazaba tormenta, pues estaba tan
ennegrecido que parecía que iba a hacerse de noche antes de tiempo. A
medida que avanzaban, el viento se hizo más fuerte y el sonido de la
tormenta también se acercaba a ellos. Kiara levantó la mirada al cielo de
nuevo y rezó para que se alejara de ellos y le permitiera llegar a su hogar
antes de desatar toda su furia, pero el tiempo no parecía estar de su parte y
al cabo de un par de horas en completo silencio y con el cuerpo tan estirado
como un palo, llegó el primer estruendo del cielo.
Kiara no pudo evitar lanzar una exclamación aterrada que intentó
disimular con una tos, pues aún recordaba lo sucedido en medio de la
tormenta que se desató cuando aún estaba en el castillo Mackintosh. La
joven cerró los ojos con fuerza cuando escuchó en la lejanía otro trueno y
un relámpago cruzó el cielo, iluminándolo todo, pues ya era de noche.
—¿Por qué te dan tanto miedo las tormentas? —La voz de Cameron la
sobresaltó de nuevo, pues tenía los nervios a flor de piel.
Kiara lo miró y negó con la cabeza al tiempo que carraspeaba y
enderezaba la espalda.
—Ya te dije que no me dan miedo —respondió en apenas un susurro.
Pero sus palabras fueron contradichas por un nuevo estruendo que casi la
hizo saltar de la carreta, pues la tormenta estaba justo encima de ellos.
—No quisiera llevarte la contraria, pero a mí me da la sensación de que
lo estás pasando realmente mal...
Kiara lo miró de nuevo y vio la seriedad marcada en su rostro cuando un
relámpago volvió a iluminar el cielo. Sabía que en su cara estaba reflejado
el auténtico pánico que tenía y supo que no podía esconderlo más.
—No quiero que te rías de mí —le dijo.
Cameron frunció el ceño.
—No tengo por costumbre reírme de los temores ajenos. Yo también
tengo los míos propios —le respondió con sinceridad.
Kiara tragó saliva y dudó unos instantes en los que el silencio fue lo
único que podía escucharse, hasta que de nuevo un trueno resonó en medio
del cielo y apretó con fuerza las manos contra la tabla sobre la que iba
sentada. Respiró hondo y levantó la mirada hacia Cameron, que la
observaba con atención.
—Cuando tenía cinco años, me perdí en el bosque que hay alrededor del
palacio. Sabía que no debía separarme de mi madre, pero lo hice y no sé
cómo pero me adentré entre los árboles y no pudieron encontrarme hasta
pasadas varias horas. Se hizo de noche y se desató una tormenta. Imagina
cómo se puede sentir una niña de cinco años en medio de una tormenta y,
para colmo, perdida y sola. —Kiara paró unos instantes en los que recordó
ese día como si hubieran pasado tan solo unas horas—. Jamás en mi vida he
sentido tanto miedo. Creía que el mundo se acababa a mi alrededor y todo
lo que conocía desaparecería. Yo solo lloraba y llamaba a mi madre, pero no
llegaba. Fue Andy el que me encontró.
Cameron no pudo evitar lanzar una mirada hacia el hombre, que
cabalgaba detrás de ellos y, aunque intentaba no escuchar su conversación,
le resultó imposible no descubrir de qué estaban hablando.
—Cuando me llevó a casa, mis padres me regañaron y castigaron, pero
yo estaba feliz porque volvía a estar con ellos, no obstante, me aterraba la
idea de la tormenta, y desde entonces los truenos me hacen volver a sentir
esa soledad que tuve aquella noche en medio del bosque. —Kiara se
retorció las manos—. Me aterra estar sola. Y desde que murieron mis
padres las tormentas me estremecen aún más.
Cuando calló, miró hacia el frente, pues no se sentía capaz de sostenerle
la mirada a Cameron y ver alguna sonrisa burlona. Sin embargo, al cabo de
unos segundos, la mano del guerrero soltó las riendas de la carreta para
tomar las suyas. Kiara sintió cómo apretaba levemente y con el pulgar
acariciaba su palma, algo que la obligó a levantar su mirada llorosa hacia él
para descubrir que había comprensión.
—Ya no estás sola —dijo Cameron lentamente mirándola fijamente a los
ojos—. Yo estoy contigo y mientras me lo permitas, así será. No dejaré que
temas a las tormentas.
Kiara dejó escapar una risa.
—¿Y cómo lo lograrás?
—Con esto...
Cameron acortó la distancia con ella y la besó, algo que había deseado a
lo largo de todo el día y parte de esa noche. Un trueno cerca de ellos la
estremeció, pero Cameron se acercó a Kiara y la apretó contra sí para
infundirle seguridad. Hasta entonces la había visto fuerte, pero en ese
momento la sentía tan pequeña que solo deseaba besarla para hacerle
olvidar el miedo que tenía o tal vez para hacerla enfadar con su beso y al
menos así dejar a un lado el miedo, pero al descubrir que Kiara se lo
devolvía con desesperación, la besó con más fuerza al tiempo que las
primeras gotas de lluvia caían sobre ellos con fuerza.
—¿Y si buscamos un refugio? —preguntó Andy levantando la voz ante
la fuerza de la lluvia.
Cameron apretó los puños y lo miró de reojo para ver cómo este sonreía
y se encogía de hombros.
—Estoy empezando a pensar que no soy yo el inoportuno, sino las
circunstancias —bromeó ante la cara de estupefacción de Cameron.
El guerrero resopló y se apartó de Kiara para mirarla.
—Si quieres, paramos.
La joven lo miró unos instantes antes de responder.
—Si prometes no separarte de mí, seguiremos hasta llegar a casa.
Cameron asintió y miró a Andy.
—Lamento decirte que vas a mojarte bien esta noche.
Andy lanzó una carcajada y adelantó a la carreta, no sin antes susurrarle
a Cameron para que solo lo oyera él:
—Los hay que ya van mojados, y no por la lluvia, mi señor.
El guerrero vio cómo Andy se adelantaba hasta ponerse a la altura de los
demás mientras Kiara, a su lado, se ponía la capucha de la capa y se
envolvía más en esta. Cameron, por su parte, quitó el manto de su hombro y
se lo echó por encima para cubrirse también de la lluvia, que ya empezaba a
calar su ropa. Se acercó más a Kiara e, inconscientemente, pasó un brazo
por los hombros de la joven para apretarla contra él. Le había prometido
que estaría junto a ella y, sin saber por qué, se encontraba demasiado a
gusto en esa postura.
Tras una noche realmente agotadora y pasada por agua, el día llegó con
el sol en todo su esplendor. Para Kiara había sido una de las peores noches
de toda su vida, y desde luego la más incómoda. Aunque había estado todo
el rato junto a Cameron y este la protegía, el traqueteo de la carreta por los
caminos llenos de lodo y los movimientos bruscos habían hecho que en ese
instante le doliera todo su cuerpo como nunca. Apenas podía sentir las
nalgas contra la tabla y el sueño que tenía hacía que a veces cerrara los ojos
inconscientemente y se quedara dormida durante unos segundos. Aunque
cuando se daba cuenta, despertaba y volvía a mirar hacia adelante.
Para despertar más su cuerpo, se quitó la capa de encima, que estaba
totalmente empapada, pero al menos su vestido estaba completamente seco,
y la dejó a un lado. Miró de reojo a Cameron y sintió vergüenza. ¿Qué le
estaba pasando con él? Había dejado a un lado ese orgullo que le había
mostrado desde el primer día, ese odio, ese malestar... y ahora se mostraba
ante él como si fueran amigos, como si las posturas de ambos se hubieran
aproximado aún más. Y esa sensación la ponía nerviosa y la alteraba
sobremanera, especialmente cuando se daba cuenta de que ese acercamiento
estaba comenzando a gustarle.
Kiara respiró hondo y miró a su alrededor. Todo estaba en completo
silencio. Incluso los guerreros de Cameron se habían callado al amanecer y
admiraban el paisaje, asombrados. Algo se movió en el interior de la joven,
pues ella también había admirado sus tierras desde niña. Sabía que tal vez
no eran unas tierras tan salvajes como las del norte, pero tenían un encanto
imposible de no reconocer. A medida que avanzaban, Kiara comenzó a
reconocer las tierras más cercanas a su hogar. Sabía que estaban a menos de
una hora para llegar y su corazón saltó de alegría al estar de nuevo allí.
Una sonrisa se dibujó en sus labios mientras contaba los minutos para
llegar a su casa sin ser consciente de que Cameron la estaba observando con
atención, completamente embobado por aquella amplia y bonita sonrisa que
mostraba. No obstante, aquella inmensa felicidad le duró poco, pues cuando
escuchó lo que tenía que preguntarle su esposo, todo pareció
ensombrecerse.
—Hay algo en lo que no dejo de pensar. Y ahora que estamos llegando a
tu casa quiero tener claro. —Cameron esperó a que toda la atención de
Kiara estuviera puesta sobre él—. Ayer en el ataque dijeron que los habían
contratado para llevarte con alguien. ¿Tienes alguna idea de quién podría
haber sido?
La sonrisa se borró de su rostro al recordar lo sucedido, y al cabo de unos
minutos negó con la cabeza.
—No. Yo no tengo la enemistad de nadie.
—¿Y tu padre, crees que pudo tenerla?
Kiara se encogió de hombros.
—Mi padre era una persona excelente. Siempre era atento con todo el
mundo y nunca peleó con nadie.
Cameron asintió con seriedad y se mantuvo en silencio durante unos
segundos.
—De todas formas, me gustaría que tuvieras cuidado el tiempo que
estemos aquí. Si hay alguien tras de ti, volverá a atacar.
El corazón de Kiara saltó.
—¿Crees que volverá a hacerlo?
—Si esta vez no ha conseguido lo que quería, claro que lo hará. Y si no
tienes idea de quién ha podido ser, debes tener más cuidado aún.
Kiara se quedó en silencio, pensativa, hasta que una idea comenzó a
surgir en su mente, aunque le parecía tan descabellada que no podía creerla.
Sin embargo, no dudó en ponerla en palabras.
—Cameron, ¿crees que han podido ser mis tíos?
El guerrero apretó la mandíbula y Kiara escuchó cómo rechinaban sus
dientes hasta que volvió a mirarla y le espetó:
—Esperaba que nunca dijeras eso porque es algo en lo que he pensado
desde el primer momento...
CAPÍTULO 12
Blair Palace apareció frente a ellos en menos de lo que Kiara esperaba.
El poco tramo que les quedaba se le había hecho realmente corto y cuando
su palacio apareció frente a ellos a través de los árboles no pudo evitar
lanzar un suspiro de alivio y alegría por verse de nuevo allí.
A pesar de la distancia, vio que en el jardín habían levantado varias
tiendas, por lo que dedujo que se trataban de las que habían montado sus
propios hombres tras expulsarlos sus tíos de su casa. Pero ni siquiera eso
pudo empañar la felicidad que sentía por llegar a su hogar. Habían pasado
demasiadas cosas desde que se había marchado y en parte sintió pena de
que su madre no estuviera allí para poder ponerla al tanto y desahogarse con
ella por el temor que había nacido en su corazón tras creer en la posibilidad
de que el hermano de su propio padre hubiera enviado a alguien para
secuestrarla.
Cameron le había asegurado varias veces que tanto sus hombres como él
estarían pendientes de todo lo que ocurriera a su alrededor, pero la piedra
que sentía pender sobre ella la tenía intranquila, aunque intentó que no
opacara la felicidad de llegar a casa.
Andy fue el primero en adelantarse para hacerles ver a los demás que ya
estaban allí y desde su posición, Kiara no pudo evitar sentir pena cuando no
vio aparecer a Alastair, tan solo a Evander y Clyde, cuyos rostros llamaron
la atención de la joven al verlos realmente cansados, eso sin contar con los
golpes que parecían tener.
—¿Ellos fueron guerreros de tu padre? —preguntó Cameron.
—Sí, y han seguido siendo leales a mí.
—Se unirán a mis hombres y entre todos haremos que la seguridad del
palacio sea la correcta.
Kiara lo miró fijamente.
—¿Y mis tíos? Si son ellos los que enviaron a los mercenarios...
Cameron suspiró.
—Tienes dos opciones: echarlos de tu casa como tenías pensado o bien
dejarlos un tiempo más para hacer justicia y descubrir la verdad para que
Jacobo los sentencie. ¿Qué eliges?
La mente de Kiara tuvo una respuesta inmediata: expulsarlos. Pero no
solo por el hecho de que pudieran haber intentado hacerle daño, sino porque
no los soportaba desde hacía tiempo atrás, y menos con el abusivo poder
que parecían haber tomado en su propio hogar. Pero su corazón poco a poco
tomó la idea de que era mejor descubrirlos, ya que algo le decía que había
algo más que saber sobre ellos, y estaba segura de que se trataba de la
muerte de Alastair, por lo que le respondió:
—Los descubriremos, y será Jacobo quien los ajusticie.
Cameron asintió.
—Yo estaré pendiente en todo momento, pero ten cuidado si no estoy
cerca. No los conozco, pero no me fío de lo que puedan hacer en mi
ausencia.
Kiara asintió y a pesar del peligro del que estaban hablando se sintió
segura por primera vez en mucho tiempo, además de que sabía que formaba
parte de algo, no como antes, que siempre había estado sola. Y eso le
gustaba. A diferencia de lo que había esperado de Cameron, el guerrero le
había demostrado que la hacía partícipe de sus pensamientos, inquietudes y
planes, por lo que no pudo sino sentirse orgullosa de él y de lo que
representaba, pues sabía que no muchas mujer habían logrado que sus
maridos las hicieran cómplices de lo que sucedía a su alrededor. Y en ese
momento se dio cuenta de que estaba comenzando a gustarle la idea de su
matrimonio, aunque no solo por eso, sino por todo lo que hasta entonces le
había hecho sentir Cameron cada vez que la besaba.
—¡Mi señora! —escuchó que gritaban—. ¡Enhorabuena por tu boda!
Kiara dio un respingo, pues no se había dado cuenta de que estaba
mirando a Cameron. Llevó su mirada al frente y descubrió a Clyde y
Evander cerca de ellos con sendas sonrisas en sus rostros. La joven se la
devolvió, agradecida por su comentario, aunque al instante señaló sus
rostros.
—¿Qué os ha pasado?
Ambos guerreros se miraron mientras la carreta paraba frente a ellos y
Cameron ayudaba a Kiara a bajar.
—Thane y Henson, aunque suponemos que por orden de tus tíos.
La joven suspiró, enfurecida, aunque al instante se dio cuenta de la
mirada que ambos guerreros le dedicaban a Cameron.
—Lo siento, no me he dado cuenta. Él es Cameron Sinclair, mi esposo.
Cameron, ellos son Evander y Clyde, encargados de la seguridad del
palacio.
Clyde soltó una carcajada al tiempo que estrechaba la mano de Cameron.
—Eso era antes de que llegaran Dougall, Isobel y sus secuaces.
El esposo de la joven estrechó también la mano de Evander antes de
decir:
—Pues las cosas van a cambiar ahora que hemos llegado. Hablad con
mis hombres para retomar el mando en el palacio. Yo me encargaré de dejar
claro a los tíos de mi esposa y sus hombres que no son ellos los que mandan
aquí.
Andy asintió al tiempo que pasaba un brazo por el hombro de Clyde y lo
apretaba con camaradería.
—Lástima no poder estar delante cuando se lo digas...
Cameron sonrió.
—Tranquilo, algo me dice que los gritos se escucharán desde aquí.
Los guerreros lanzaron una carcajada.
—Sed bienvenido, Sinclair —exclamó Evander.
Cameron asintió y le dio una palmada en la espalda.
—Tutéame, por favor.
Evander sonrió y, junto con Clyde, se unió a los hombres Sinclair para
conocerse más a fondo mientras Cameron y Kiara se miraron entre sí
durante unos segundos en los que la joven se sintió imbuida por la mirada
negra del guerrero.
—Bueno, no es que no me gusten las vistas de los alrededores, pero me
encantaría calentar mis huesos con un buen baño, además de conocer este
lugar del que tanto has hablado...
Kiara reaccionó al instante.
—¡Sí! —exclamó, nerviosa—. Lo siento. Vamos dentro.
Lentamente, caminaron hacia la puerta principal del palacio. Kiara no
podía evitar sentirse nerviosa ante lo que Cameron pudiera pensar de su
hogar, eso sin contar con el recibimiento que seguramente le harían sus tíos,
a los cuales no tardó en vislumbrar.
—¡Kiara, querida! —exclamó su tía arrastrando las palabras.
Tan solo les dio tiempo a dar un paso en el interior del enorme palacio
cuando su tía Isobel apareció seguida de Dougall y Mark. Kiara tuvo que
contener un mal gesto hacia ellos, pues no quería enfurecerlos aún, así que
apretó los puños con fuerza cuando su tía le dio un abrazo falso y un beso.
—¡Pareces más delgada! ¿No te han dado de comer en el clan
Mackintosh? —preguntó con su voz chillona habitual.
Kiara miró de reojo a Cameron cuando Isobel se apartó de ella antes de
volver a centrar su atención en su tía.
—Yo también me alegro de verte, tía. Él es Cameron Sinclair, mi esposo.
Kiara habría jurado que la vena de la frente de Isobel estuvo a punto de
explotar por la vergüenza, aunque logró recomponerse al instante.
—Uy, sí, claro, tu esposo... —siseó—. Encantada, señor Sinclair.
—Igualmente, señora.
Dougall se adelantó antes de que Kiara lo señalara para presentarlo, y le
estrechó la mano a Cameron con auténtica efusividad, demasiada para el
gusto del guerrero, que la apartó en cuanto pudo, iracundo por aquella
falsedad que mostraban.
—Bienvenido a nuestro hogar, señor Sinclair.
Kiara enarcó una ceja y dio un paso al frente. Ya empezamos..., pensó.
—Querido tío, te has equivocado. El hogar es de Cameron y mío, sin
duda, no vuestro.
El ojo derecho de Dougall pareció empequeñecerse ante la ira que le
produjo aquella apreciación.
—Sí, querida. Ha sido un error —dijo con tanta amabilidad que Cameron
estuvo a punto de vomitar ante aquel despliegue de actuación.
Sin lugar a dudas, aquel no era el tipo de personas que habría esperado
conocer, sino más bien lo contrario, personas a las que se le notaba a leguas
su verdadera forma de ser, sin embargo, los tíos de su esposa no eran así,
sino que parecía que cada movimiento y palabra estaba sobreactuado y
medido, por lo que se dijo que debía tener cuidado.
Y en ese momento, su mirada negra se posó sobre la única persona que
aún no había dicho ni una sola palabra desde que habían aparecido, sino que
se había limitado a observar, especialmente a Kiara, y parecía estar
completamente petrificado ante ellos. Cameron sintió un arrebato de celos
en el momento en el que la mirada azul del primo de la joven recorrió el
cuerpo de Kiara de arriba abajo, como si se tratara de un trozo de carne que
llevarse a la boca en cualquier momento, y el guerrero apretó los puños
antes de separar los labios y preguntar:
—¿Y tú eres...?
Mark reaccionó al instante, apartando la mirada lasciva de Kiara, que no
se había dado cuenta de ese detalle, y miró a Cameron, frunciendo el ceño
antes de observarlo también de arriba abajo, aunque esta vez con una
expresión de auténtico asco.
—Yo soy Mark Stewart, primo de Kiara —se presentó cuadrando los
hombros para intentar aparentar una pizca de la masculinidad que salía de
los poros de la piel de Cameron.
Este estuvo a punto de esbozar una sonrisa al ver cómo intentaba imitarlo
y apenas podía aguantar la postura, pero logró contenerse y dio un paso al
frente.
—Encantado.
Kiara intentó disimular la mirada que dirigió a uno y a otro y también
estuvo a punto de sonreír, aunque en ese instante, solo pudo hinchar el
pecho de orgullo por Cameron, pues a diferencia de su primo, su esposo era
mucho más corpulento y masculino que él, algo que provocó que se le
hiciera la boca agua al pensar en sus besos.
—Y ahora que las presentaciones están hechas me gustaría hacer unas
preguntas —dijo Cameron, cortando los pensamientos de la joven de golpe
—. Me he enterado de que hay otros guerreros en el palacio que atienden
vuestras órdenes, así que me gustaría que vayan a hablar con mis hombres,
puesto que ahora seremos nosotros quienes llevaremos la seguridad de este
lugar.
La tez de Dougall se volvió aún más blanca al escucharlo.
—En cuanto al orden en el palacio —continuó Cameron con voz tan
potente y autoritaria que hasta la propia Kiara se sorprendió de ese cambio
en él—, seremos mi esposa y yo quienes ordenaremos todo lo que hay que
hacer en él, tanto con el servicio como con cualquier otra cosa que haya que
hacer. Y en cuanto a vosotros...
Kiara vio cómo su tía Isobel tragaba saliva y se ponía tan pálida como su
esposo.
—No nos importa que sigáis unos días más como invitados en nuestra
casa, aunque, como comprenderéis, soy laird en mi clan y me necesitan allí,
así que estaremos de paso por estas tierras antes de volver al norte. Para
cuando lo hagamos, lo siento, pero tendréis que marcharos.
Kiara no pudo sino admirar el temple y la seguridad con la que Cameron
habló a sus tíos y primo y lo miró como si no lo conociera, aunque pudo
reaccionar al instante para ver cómo su primo Mark apretaba los puños con
fuerza mientras su tío parecía querer desmayarse frente a ellos. Sin lugar a
dudas, ella no lo habría dicho mejor que Cameron, así que inconsciente y
secretamente buscó su mano para apretarla y agradecerle lo que acababa de
hacer por ella.
—De acuerdo, muchacho —respondió Dougall tras un carraspeo
incómodo.
Cameron asintió y en ese instante aparecieron un par de sirvientas por
uno de los laterales del pasillo y Kiara no pudo evitar un respingo al ver sus
rostros.
—Bueno, nosotros nos retiramos —dijo su tía de repente, muy nerviosa
—. Bienvenidos, queridos.
Pero ni Kiara ni Cameron respondieron al verlos marchar, pues sus
miradas estaban puestas sobre los rostros de ambas sirvientas, Vika y
Adaira. Ambas se sorprendieron al verlos e intentaron tapar sus caras, pero
ya era demasiado tarde para ello.
—Pero ¿quién os ha hecho eso? —preguntó Kiara conteniendo la cólera.
Las sirvientas se detuvieron junto a ellos y, tras dirigir una mirada de
curiosidad a Cameron, posaron sus miradas asustadas sobre su señora.
—Nos hemos caído.
La joven enarcó una ceja.
—¿Las dos al mismo tiempo?
Las sirvientas se miraron entre sí antes de devolverle la mirada a Kiara y
Cameron.
—Yo... —comenzó Vika muy nerviosa— no queremos problemas con
los señores Stewart.
Cameron frunció el ceño y se adelantó a Kiara.
—Yo no soy Stewart y podéis contármelo. ¿Han sido los tíos de mi
esposa?
Vika dudó de nuevo, pero Adaira miró a Cameron y asintió casi
imperceptiblemente.
—Todo ha sido muy duro estos días —susurró por temor a ser escuchada
—. Los señores nunca estaban de acuerdo con nada y siempre nos
recriminaban a golpes, pero hemos trabajado de la misma forma que con la
señora Kiara.
La joven suspiró y se acercó a ellas, poniendo una mano en el hombro de
cada una.
—Tranquilas. Ya estoy de nuevo aquí y los hombres de mi esposo
velarán por la seguridad de todos. Y si en algún momento intentan
propasarse de nuevo, no dudéis en acudir a mí y negaos a lo que os pidan.
Ellos no son los dueños de este palacio.
Ambas sirvientas asintieron y se marcharon, pero Cameron las detuvo.
—¿Podéis enviar a alguien a nuestra alcoba con una tina de agua
caliente?
—Sí, señor.
Y se marcharon, dejándolos solos.
Nuestra alcoba... Esas palabras resonaron una y otra vez en la cabeza de
Kiara cuando todo quedó en silencio. Sabía que debía reaccionar y
enseñarle dónde estaba su dormitorio, que era el mismo que sus padres
habían ocupado durante largos años, pero se quedó de pie, mirándolo
largamente y soportando que Cameron le devolviera la misma mirada hasta
que, obligándose como otras veces, reaccionó y le señaló el pasillo que
llevaba a las escaleras.
—Me temo que estaremos todo el día visitando estancias —le dijo Kiara
para romper el hielo.
Cameron sonrió y se encogió de hombros.
—Supongo que para enseñarte mi castillo también necesitaremos un día
entero, aunque con esa cara de cansancio que tienes prefiero que solo me
muestres las imprescindibles. Poco a poco, lo demás.
Kiara le devolvió la sonrisa. La verdad es que se sentía a punto de
desfallecer. Estaba más cansada que nunca y tras un largo camino solo
deseaba darse también un baño y acostarse hasta el día siguiente.
Hablando de cosas banales, Cameron y Kiara subieron las escaleras y
ambos se sintieron verdaderamente a gusto al lado del otro. Sin necesidad
de pelear, sin malas caras o palabras. Tan solo un hombre y una mujer que
estaban comenzando a conocerse a fondo y que a pesar de que no querían
reconocerlo, les gustaba la compañía del otro.
—Y este fue el dormitorio de mis padres —le explicó Kiara tras recorrer
varias habitaciones, incluida la que ella había ocupado antes de marchar al
castillo Mackintosh—. Ahora será... nuestro dormitorio.
Kiara tragó saliva al escucharse a sí misma y recordó las palabras que le
había dicho al guerrero la misma noche de su boda: dormiría con él, pero no
se acostaría con él. Aunque después de esos días, ¿seguía deseando lo
mismo? La joven lo sopesó y prefirió no pensar más la respuesta.
Con las mejillas sonrosadas, Kiara abrió la puerta y esperó a que
Cameron entrara, sin embargo, el guerrero le señaló la estancia para que
fuera ella la primera en pasar. La joven no se esperaba aquel gesto de
caballerosidad y, sorprendida, entró y señaló a su alrededor.
—Decidí dejar esta habitación como la dejaron mis padres antes de
morir, pero si quieres puede cambiarse la decoración para que esté a tu
gusto.
Cameron entró y miró a su alrededor. Sin lugar a dudas, fue la madre de
Kiara la artífice de esa decoración, pues tan solo la mano de una mujer
podría decorar esa estancia con tanta delicadeza. Tras ver eso, Cameron
pensó que el dormitorio que los esperaba a en el castillo Sinclair no le
gustaría a Kiara y le resultaría frío, pues apenas había decoración. Pero en
el palacio las paredes estaban repletas de telares en los que podía verse
diferentes escenas de caza o paseos por un bosque. En la zona derecha de la
estancia había una enorme chimenea sobre la que pendía el escudo de armas
de los Stewart. En la pared, a ambos lados de la chimenea colgaban dos
cuadros y, aunque Kiara no se lo había dicho, Cameron dedujo que se
trataban de los padres de la joven.
Justo debajo, reposaban un par de sillones de terciopelo rojo con una
mesita en medio, sobre la que había un par de tazas y un jarrón con flores
frescas.
—A mi madre le gustaba decorar todo con flores recién cortadas —le
explicó Kiara al ver su interés por ese detalle—. Decía que le recordaban en
todo momento que la vida es efímera y debemos disfrutarla día a día,
porque al llegar la noche podemos morir como esas flores. Aunque ella ya
no está, quise continuar con esa tradición.
Cameron levantó la mirada hacia Kiara y vio cómo le brillaban los ojos
al recordar a su madre y aunque intentó acercarse a ella, la joven carraspeó,
incómoda, y se alejó hacia el balcón, desde donde podía verse la fachada
principal de la casa.
Cameron posó su mirada en la cama con dosel de terciopelo rojo, como
los sillones, y al hacerlo, el recuerdo del cuerpo desnudo de Kiara cuando
entró en la tienda mientras acampaban lo asoló de nuevo y le hizo desear
volver a verlo.
—Si necesitas cambiar algo... —repitió Kiara.
—No, no. Está todo perfecto.
Kiara sonrió levemente y se vio visiblemente incómoda, pues no sabía
qué debía hacer a continuación. No obstante, unos nudillos en la puerta la
salvaron y cuando Adaira entró en la habitación, junto con varios sirvientes
que empujaban una bañera, respiró hondo y soltó el aire lentamente.
—Lamento molestar —se disculpó la sirvienta.
—Tranquila —respondió Kiara.
Al cabo de unos minutos, la tina estaba repleta de agua caliente que
humeaba y que incitaba a meterse no solo a Kiara, sino también a Cameron,
que necesitaba quitarse el polvo del camino y el olor a sangre del día
anterior.
En silencio, ambos se miraron, como si quisieran sopesar cuál de los dos
sería el primero en meterse en el agua, por lo que Kiara carraspeó y le dijo:
—Báñate tranquilo, yo volveré después.
Pero cuando se acercó a la puerta dispuesta a marcharse, una fuerte mano
la aferró de la muñeca y la obligó a parar. Kiara se volvió hacia Cameron y
lo miró sorprendida.
—No hace falta que te marches. Para cuando regreses, el agua estará fría.
La joven frunció el ceño, sin comprenderlo, y cuando una idea cruzó por
su mente, no pudo evitar sonrojarse.
—Podría bañarme en otra estancia...
—¿Para qué hacerlo si en esta bañera cabemos los dos?
Kiara abrió los ojos desmesuradamente.
—Pero, ¿cómo nos vamos a bañar juntos? Si alguien entra...
—Si alguien entra, verá a un joven matrimonio recién casado que está
disfrutando de un momento de intimidad.
—Pero... —tartamudeó la joven sin saber qué decir.
Al ver su duda, Cameron acortó la distancia con ella y acarició su rostro.
Desde la última vez que la había besado y la había consolado en medio de
la tormenta no podía quitársela de la cabeza. Necesitaba tenerla a su lado en
todo momento, saber que estaba bien, que estaba feliz, que nada la
preocupaba, pero sobre todo, su cuerpo anhelaba hacerla suya por fin. La
belleza de la joven no pasaba desapercibida para nadie, ni siquiera para sus
hombres, a los cuales conocía demasiado bien y sabía lo que pensaban, y
para él tampoco le era indiferente. Kiara lograba sacarlo de quicio, sí, pero
también despertaba en él una pasión y ternura que jamás ninguna otra mujer
había logrado. Y tras verla desnuda... Por Dios que no podía quitar esa
imagen de su cabeza.
Pero no podía tocarla. Se lo había prometido y para él las promesas eran
sagradas, aunque al menos deseaba poder despertar en ella ese mismo deseo
que con anterioridad creyó ver en los ojos de la joven.
—No voy a hacerte mía, si es lo que piensas —explicó—. Tan solo deseo
compartir contigo un momento ahora que parece que no vamos a matarnos.
—Pero hay mucho que hacer en el palacio...
Cameron acercó su rostro al de la joven y rozó sus labios suavemente.
—Puede esperar —respondió con voz enronquecida.
Kiara tragó saliva, nerviosa, y antes de que tuviera los arrestos necesarios
para contestar, las manos de Cameron se dirigieron hacia los cordones de su
manchado vestido. La joven clavó su mirada en la negrura que mostraban
los ojos del guerrero, la negrura de ese cuervo logró atraparla por completo
y supo que no podía seguir luchando consigo misma ni con sus propios
sentimientos, pues tarde o temprano caería rendida.
CAPÍTULO 13
Isobel entró echa una fiera en uno de los salones del palacio. Dougall y
Mark la seguían con el mismo enfado que ella, aunque lograban disimularlo
mejor. Nada estaba saliendo como ellos querían a pesar de haberse quitado
del medio a Alastair tras descubrir sus planes. Y lo peor de todo era que
habían descubierto que Cameron Sinclair era más fuerte y listo de lo que
pensaban. Tras el ataque fallido de los mercenarios que había contratado
Mark con el dinero de la propia Kiara, los tíos y el primo de la joven
estaban desesperados. Y desde luego tras la llegada de la joven con su
esposo y las palabras que les había dedicado sabían que debían actuar lo
antes posible.
—¿Cómo puede tratarnos así? —bramó Dougall tras cerrar la puerta con
un sonoro portazo—. Soy el hermano de su padre. Aunque nunca hayamos
tenido relación, somos sangre de la misma sangre.
Isobel lanzó un bufido.
—Desde luego nuestra querida sobrina ha sacado el mismo carácter que
tu maldito hermano —se quejó la mujer.
—¿Qué podemos hacer para quedarnos más tiempo? —preguntó Dougall
mientras paseaba de un lado a otro de la estancia—. No sabemos cuánto
tiempo se quedarán en el palacio, pero si es una semana o dos antes de ir al
norte, nos queda poco para hacernos con la herencia de mi hermano.
Isobel se giró hacia su hijo y lo encaró con gesto iracundo.
—Si hubieras logrado seducirla antes de que volvieran los guerreros de
Jacobo, ahora estarías casado con ella. Y todo esto sería nuestro.
Mark frunció el ceño y apretó los puños. Estaba enfadado no solo porque
su prima lo hubiera rechazado en varias ocasiones, mostrando un gran
desprecio por él, sino porque no parecía muy descontenta al lado del
Sinclair como había creído en un principio.
—Yo no tengo la culpa de que esa maldita furcia no se haya fijado en mí.
Lo intenté hasta la saciedad e incluso he mandado a mercenarios para que la
secuestren y hacerla mía hasta conseguir dejarla embarazada y que Jacobo
pueda desestimar ese matrimonio. Pero todo ha salido mal.
—Entonces debemos hacer algo para que puedas dejarla embarazada
antes que ese maldito Sinclair —sugirió Dougall—. No estoy dispuesto a
volver a la indigencia en Edimburgo.
Mark resopló y se acercó a la ventana, desde donde podía ver a los
hombres del clan Sinclair junto a los Stewart.
—No será nada fácil con esos secuaces... —dijo el joven señalándolos.
—No hay nada imposible, hijo —dijo Isobel—. Tienes que dejar
embarazada a tu prima antes que su esposo.
Mark se giró hacia ella.
—¿Y si ya lo está?
Isobel frunció el ceño.
—Primero debemos averiguar si han consumado el matrimonio. Y si aún
no, debes aprovecharte.
—¿Y si ya lo han hecho?
—Debemos separarlos de alguna forma. Estoy dispuesta a lo que sea
para conseguir todo el dinero de tu maldito tío.
Mark sonrió de lado y miró a su padre y madre alternativamente.
—Entonces podéis estar tranquilos. Ya me he encargado de eso. No
pienso dejar que su matrimonio sea tan sosegado como mi prima pensaba.
Isobel frunció el ceño.
—¿Qué has hecho?
Mark enarcó una ceja.
—Allanarte el camino para dejarte hacer lo que más te gusta: crear
disputas —respondió con una sonrisa sádica en los labios.
Kiara lanzó un suspiro cuando su vestido cayó a sus pies. Ajena a lo que
sus familiares intentaban hacer a sus espaldas, la joven se dejaba llevar por
lo que las manos de Cameron le estaban haciendo sentir. Aunque su mente
le decía una y otra vez que volviera a ponerse en su sitio respecto a su
relación con él, sabía que estaba perdiendo la batalla, pues le gustaba
demasiado ese placer que sentía en el estómago y el vientre.
La mirada negra de Cameron la recorrió para adivinar si debía seguir con
aquello o parar para bañarse él solo. Sin embargo, la mirada perdida y las
mejillas rosadas de Kiara, además de su aliento entrecortado, lo incitaron a
continuar.
Cameron no pudo evitar una sonrisa de satisfacción cuando escuchó el
gemido de la joven en el momento en el que él mismo comenzó a
desnudarse frente a ella. Sabía que su cuerpo no le era indiferente a su
esposa y tras todos esos días de odio entre ellos no pudo evitar que su ego
aumentara al saber que le gustaba. Y cuando quedó completamente
desnudo, la vio recorrer su cuerpo con la mirada.
Kiara lanzó una exclamación de sorpresa al verlo desnudo a tan solo
unos centímetros de ella, que estaba aún en camisola, una prenda que de
repente comenzó a molestarla debido al intenso calor que empezó a recorrer
su cuerpo. La respiración se le cortaba, las mejillas le ardían tanto como el
fuego de la chimenea y un intenso ardor se instaló en su entrepierna al
mismo tiempo que sus curiosos ojos bajaban por el pecho del guerrero hasta
pararse en la entrepierna del joven. Jamás había visto a un hombre así tan
cerca de ella, y menos con el volumen de Cameron.
Kiara tragó saliva cuando lo vio acercarse y llevó la mano a los cordones
de su camisola. No pudo evitar un respingo y levantó la mirada de golpe.
—Creo que esto no es decente —tartamudeó al descubrir sus intenciones.
Cameron sonrió de lado.
—Es que yo no soy decente. Te recuerdo que soy un cuervo —respondió
con la voz enronquecida por el deseo—. Solo vamos a bañarnos. Nada más.
Pero para ello hay que quitarse la ropa...
Y a pesar de las dudas que sentía en su interior, Kiara lo dejó hacer.
Aquello le resultaba realmente excitante, tanto que no estaba segura de vivir
algo así de nuevo en su vida. Y por ello se dejó llevar. En cuestión de
segundos, su camisola estaba tirada en el suelo, sobre su vestido y las
manos de Cameron la llevaban lentamente hacia la bañera. La mirada de la
joven estaba puesta sobre la del guerrero, que también observaba cada
movimiento y expresión de Kiara.
Cuando llegaron junto a la bañera, Cameron paró y la ayudó a meterse en
ella, a lo que la joven respondió metiéndose por completo para evitar que
siguiera mirándola completamente desnuda, ya que no se sentía segura
sobre su cuerpo frente a él. Con total naturalidad, el guerrero se metió
también en ella y, para sorpresa de Kiara, la atrajo hacia él.
—Esto no está bien —exclamó la joven tras lanzar un suspiro de
sorpresa.
La espalda de Kiara estaba completamente pegada al enorme pecho de
Cameron y podía sentir, contra su baja espalda el sobresaliente miembro del
guerrero, que parecía palpitar bajo su contacto.
—¿Quién lo dice? —preguntó Cameron con cierta diversión—. Es solo
un baño y me gustaría lavar a mi esposa.
Con lentitud, el guerrero tomó entre sus manos la esponja y, tras echar
sobre ella unas gotas de esencia de lavanda, comenzó el movimiento en los
brazos de la joven. Kiara temblaba entre sus brazos, podía sentirlo a través
de su pecho e intentó, por todos los medios, que la joven no se diera cuenta
de que él mismo también temblaba ante el contacto de su cuerpo desnudo
sobre el suyo. Al verla sin ropa había hecho acopio de toda su fuerza de
voluntad para no tomarla en la cama que estaba a solo unos metros de ellos,
pues le había hecho una promesa, y no pensaba romperla hasta que ella no
se lo pidiera. Pero tras sentirla contra él... Le hizo dudar sobre si aquello no
era una completa locura o tal vez el loco era él y había caído rendido ante la
increíble belleza de su esposa. Y sabía que en cuanto lo hiciera, sería el
hazmerreír de todos sus amigos, ya que él siempre había jurado no
enamorarse jamás.
Sin embargo, la dulzura que había descubierto en su esposa, sus miradas
llenas de avidez por él y el tono que parecía haber cambiado entre ellos
hicieron que su deseo por ella aumentara. Y ahora que acariciaba sus brazos
con la esponja no podía evitar desearla con más fuerza aún. Con la mano
libre, echó agua por el cuello de Kiara, que volvió a temblar, y al ver cómo
las gotas se perdían por su espalda y por sus pechos, no pudo evitar llevar
esa misma mano a la cintura de la joven para contenerse. No obstante, en
ese movimiento le rozó un pecho y sintió cómo su cuerpo ardía de deseo
por ella. Mentalmente gruñó por tener que contenerse y no hacerla suya,
pero tragó saliva y lentamente acarició su cintura, sintiendo cómo Kiara
suspiraba y parecía derretirse entre sus brazos, pues la tensión que sentía en
su pecho se relajó poco a poco hasta que la joven se dejó caer sobre él.
Cameron lavó las partes de su cuerpo que ella consideraría decentes y
evitó rozar otras, pero sabía que no podía aguantar más sin explotar. Por
ello, lentamente, llevó su mano hasta el vientre de Kiara y lo acarició con
cariño. A pesar de haber discutido con ella desde el día en que se
conocieron, no podía evitar sentir cierta ternura hacia ella, pues sabía que
había sufrido mucho durante todo ese tiempo y ahora temía sufrir más por
culpa de sus tíos. Kiara gimió levemente y echó la cabeza hacia atrás
mientras sus pequeñas manos se dirigieron a las rodillas de Cameron y
clavaron los dedos en él. El guerrero sonrió y se atrevió a bajar aún más,
hasta la entrepierna de la joven, y comenzó a acariciarla con ternura, incluso
con temor de hacerle daño, pero el gemido que escapó de la garganta de
Kiara le indicó que continuara.
Esta vez con más decisión, Cameron la acarició con manos expertas,
pues conocía el cuerpo femenino desde hacía tiempo y sabía cómo hacer
gozar a una mujer. Y Kiara así se lo demostró, pues su espalda se arqueó
contra su pecho cuando el placer aumentó lentamente mientras los dedos
del guerrero se internaban entre los pliegues de su cuerpo. Cameron sentía
contra sus rodillas los dedos de la joven, que se apretaban contra él como si
temiera caer de la bañera, pues un intenso mareo la asoló mientras que el
placer recorría su cuerpo a la velocidad de un rayo.
Kiara no estaba segura de si escuchaba algo a su alrededor, pues los
oídos parecían silbarle con fuerza. Toda su sangre pareció concentrarse en
su entrepierna mientras Cameron no cesaba en su intento por darle placer,
un placer al que su mente le gritaba que se alejara, pero al que su cuerpo
gritaba por dejarse llevar. Y esta vez hizo caso a este último.
—Cameron —balbuceó intentando decir algo más, pero sin poder emitir
sonido alguno.
El aludido sonrió y escondió la cara en el hueco de su cuello, donde
depositó los labios con suavidad, proporcionándole placer en esa otra parte
de su cuerpo. Kiara volvió a arquearse contra él y gimió al tiempo que una
de sus mano abandonaba la rodilla del guerrero y se dirigía
inconscientemente a la nuca del mismo para apretarlo contra sí. El propio
Cameron gimió ante aquel contacto y esa petición silenciosa. El calor de su
cuerpo aumentó y la apretó contra él con más fuerza, temeroso de que la
joven desapareciera de entre sus brazos. Sus dedos hicieron más presión
sobre el cuerpo de Kiara, que abrió la boca y lanzó un gemido desgarrador
al mismo tiempo que una tormenta desatada recorría su cuerpo de arriba
abajo mientras el orgasmo la llevaba hasta lo más alto.
Sus gemidos llenaron todo el espacio de la habitación mientras Cameron
apretaba los ojos con fuerza cuando sintió que se derramaba contra la
espalda de Kiara, pues el roce de la joven contra él había hecho que, por
primera vez en su vida, lograra verter su semilla sin tan siquiera
introducirse en el cuerpo de una mujer.
Las respiraciones de ambos estaban agitadas y ni uno ni otro eran
capaces de decir nada que pudiera romper ese silencio instalado en ellos tras
ese momento. Kiara sentía que era incapaz de hablar debido al incontable
placer que acababa de sentir. Jamás en su vida había gozado de algo tan
bonito, excitante y caliente como ese momento con Cameron y tan solo dejó
que su cabeza siguiera reposando en el pecho del guerrero mientras
intentaba que la nube de placer que había en su mente se disipara para poder
pensar con claridad.
Cameron, por su parte, estaba anonadado. Lo que había empezado como
un juego para darle placer a Kiara había terminado por darle el mayor de los
placeres a él, pues el simple hecho de haberse derramado sin tan siquiera
tocarse a él mismo, sino al cuerpo de la joven lo había sorprendido, pues no
le había sucedido jamás. Aún mantenía la cabeza escondida entre el cuello
de Kiara y sentía que no era capaz de moverse hasta que inconscientemente
la apretó más contra él y le dijo al oído:
—Si tú quisieras, este placer sería aún mayor...
Notó cómo Kiara dejaba caer la cabeza contra la suya al tiempo que su
corazón se sobresaltaba tras escucharlo, pues no sabía qué podía decir ante
aquellas palabras. Y cuando por fin se atrevió a hablar, unos nudillos
insistentes llamaron a la puerta.
Cameron apartó la cara de su cuello al instante y miró hacia la puerta con
el ceño fruncido.
—Pero ¿quién demonios nos molesta ahora? Como sea Andy otra vez, te
juro que lo mato...
Los nudillos volvieron a llamar de nuevo con más fuerza.
—¿Quién va? —preguntó el guerrero de mala gana.
—Mi señor, acaban de llegar unos vecinos del pueblo. Al parecer hay
varios altercados entre ellos. —La voz de Andy se escuchó desde el otro
lado de la puerta—. Y también ha habido problemas por culpa de la lluvia.
Creo que debemos ayudar.
Cameron resopló al escucharlo. ¿Cómo podía ser ese hombre tan
inoportuno? A regañadientes, apartó las manos del cuerpo de Kiara, la cual
se sintió sorprendentemente vacía tras dejar de sentir ese contacto contra
ella, aunque se mantuvo en silencio mientras vio cómo su esposo salía del
agua de la bañera y se secaba para después vestirse con ropa limpia.
—Yo... —dijo la joven sin saber cómo seguir— no sé qué me ha pasado.
Cameron levantó la mirada para observarla y sonrió.
—Pues a eso se le llama orgasmo —dijo mirándola fijamente— y cuando
un hombre y una mujer unen sus cuerpos es aún más fuerte.
Aquellas palabras hicieron sonrojar a Kiara y sonreír a Cameron, que tras
colgarse de la cadera la espada, salió del dormitorio.
Cuando la puerta se cerró tras él, Cameron dirigió una mirada de
auténtica ira a Andy, que enarcó una ceja.
—¿He interrumpido algo?
Cameron comenzó a caminar por el pasillo en silencio hasta que, antes
de llegar a las escaleras, lo miró por encima del hombro y le espetó:
—Vete al infierno. —Y tras unos segundos de silencio, le preguntó—:
¿Qué ha pasado exactamente?
Ambos bajaron las escaleras rápidamente y se dirigieron hacia la salida
para encontrarse con los demás guerreros.
—Parece ser que unos vecinos han robado en los huertos de otros, pero
lo niegan. Y otras casas se han visto afectadas por la lluvia de esta
madrugada.
—Tenemos mucho trabajo, mi señor —dijo Dominic cuando lo vio
llegar.
—Nuestra llegada no ha sido tan tranquila como esperaba... —murmuró
Cameron mientras tomaba las riendas de su caballo.
Evander torció el gesto.
—Si los vecinos con problemas son quienes creo que son, tenemos
trabajo hasta mañana... —se quejó, conocedor de cómo se las traían algunos
en el pueblo.
Cameron resopló y miró una última vez hacia la ventana donde sabía que
estaría Kiara. Minutos antes había subido al cielo de golpe, y ahora, de
nuevo en la Tierra, se sorprendió al echar de menos ese cuerpo caliente que
había explotado entre sus brazos y se vio a sí mismo pidiendo para regresar
cuanto antes y volver a disfrutar de él, aunque solo fuera de esa manera.
Desde su dormitorio, Kiara vio cómo Cameron lanzaba una mirada hacia
la ventana y, como si se tratara de una niña descubierta en una travesura, se
escondió ligeramente para evitar ser vista desde el jardín, aunque sabía que
no podría verla. En su soledad, se sonrojó de nuevo al pensar en lo que
había pasado entre el guerrero y ella minutos antes y se golpeó mentalmente
por haberse dejado llevar. ¿Cómo se suponía que debía dirigirse a Cameron
después de eso? Se sentía frustrada por no saber gestionar todo lo que su
esposo le había hecho sentir en la bañera, pero sobre todo por lo que
deseaba que volviera a suceder.
Se había repetido una y mil veces que no dejaría que la tocara,
especialmente tras lo que dijo días atrás en el castillo Mackintosh, pero
ahora parecía haber olvidado todo lo anterior y se encontraba ante un
hombre diferente, un hombre que había arriesgado su vida por salvarla y
que sin dudar había acudido en su auxilio en lugar de dejar que se la
llevaran para ser libre de nuevo. Un hombre así no merecía un solo
desprecio más por su parte, sino todo lo contrario, pues le había demostrado
que no era el salvaje que ella esperaba. Por ello, su carácter hacia él había
cambiado e incluso se había acercado más a él tras confesarle lo sucedido
cuando era pequeña.
Pero ahora... Después de haber sentido cómo su cuerpo explotaba entre
sus brazos sentía que no sería capaz de mirarlo a la cara cuando volviera de
solucionar los problemas del clan. Kiara tragó saliva mientras vio cómo se
marchaban todos los guerreros Sinclair y los leales a ella, y de repente, se
sintió desprotegida en su propia casa. Se dio cuenta de que se encontraba
completamente sola y con sus tíos y su primo pululando libremente por su
casa como si fuera suya.
Con rapidez, se vistió, pues aún llevaba una toalla en torno a su cuerpo.
Peinó su cabello y cuando por fin estuvo lista, salió en busca de la
habitación donde había guardado todos los enseres que habían pertenecido a
sus padres. Necesitaba encontrar la daga con la que su madre siempre salía
cuando se quedaba sola, pues quería sentirse segura y un arma con el que
poder defenderse, aunque nunca hubiera aprendido a usarla. En ese
momento, mientras recorría lentamente el pasillo, envidió a Briana y
Morgana por saber usar con presteza una daga, espada o arco, y deseó que
Cameron le enseñara algunos trucos al regresar.
Kiara recorrió el largo pasillo que llevaba al ala oeste del palacio, allí
donde no solía ir casi nunca. Sacó un manojo de llaves del vestido y buscó
la que deseaba. Abrió la puerta de la habitación y se internó en ella para
después cerrar, pues no quería ojos inoportunos que vieran lo que no
debían.
Al instante, Kiara se dirigió hacia la ventana para apartar las cortinas y
permitir el paso de la luz mientras un ataque de tos la asoló por culpa del
polvo que comenzaba a acumularse entre los viejos baúles donde guardaba
todo lo perteneciente a sus padres.
—¿Dónde estará...? —se preguntó en voz alta.
La joven comenzó a rebuscar en un baúl cercano a la ventana, pero no
halló lo que deseaba. Con un suspiro, miró en unos y otros hasta que, por
fin, en el último baúl, dio con la pequeña daga que había pertenecido a su
madre y que siempre guardaba entre los pliegues de su vestido. El arma era
de una belleza innegable, pues tenía varias gemas de colores incrustadas en
la empuñadura. Recordó que su madre siempre lo llamaba sgian dubh, pues
se trataba de un puñal pequeño, mientras que sabía que llamaban dirk al que
era más grande, aunque de menor tamaño que una espada.
Con una sonrisa, aunque con los ojos anegados en lágrimas por los
recuerdos, guardó la daga entre los pliegues de su falda, como había visto
hacer a su madre y, aunque era una tontería, se sentía más protegida de ese
modo.
Miró con cierta tristeza los enseres de sus padres y deseó que estuvieran
allí con ella, protegiéndola como siempre y le dieran algún consejo sobre
cómo debía ser con Cameron, pues tenía tantas dudas que no sabía si haría
bien en enterrar el hacha de guerra con él y tener una vida apacible y
respetuosa a su lado.
Con un largo suspiro, Kiara se dirigió hacia la puerta de la estancia,
dispuesta a intentar hacer una vida normal para que sus tíos y primo no
sospecharan que tanto ella como Cameron tenían la mira puesta sobre ellos.
Sin embargo, su tranquilidad la abandonó en cuestión de segundos, pues
nada más salir se encontró con su primo Mark, que parecía estar
esperándola en medio del pasillo.
Kiara no pudo evitar dar un respingo al verlo, pues esa zona de la casa no
era transitada y si alguien iba por allí era a propósito, por lo que estaba
segura de que Mark la había seguido.
—¡Mark! —exclamó intentando aparentar normalidad—. ¿Qué haces
aquí?
Su primo sonrió y dio un paso hacia ella, algo que hizo que Kiara
estuviera a punto de dar uno atrás para escapar de él, pero logró contenerse.
—He visto cómo venías hasta aquí y no he podido evitar seguirte, prima
—dijo con voz demasiado dulce—. He visto que tu marido se ha marchado.
¿Ocurre algo?
Kiara frunció el ceño por el comportamiento de su primo, cuya
amabilidad no se tragaba.
—Nada que deba preocuparte. Son cosas de la finca, por lo tanto mis
preocupaciones y las de mi esposo.
Kiara no vio cómo Mark apretaba los puños con fuerza ante esas
palabras. Su prima volvía a repetirle que él o sus padres nada tenían que ver
con esas tierras y el simple hecho de recordárselo, le hizo rememorar los
tiempos de hambre en Edimburgo, por lo que intentó calmarse para ganarse
de nuevo a su prima.
—Me he dado cuenta de que no eres feliz con él —comenzó—. Es un
salvaje de las Tierras Altas que no sabe cómo cuidar de verdad a una mujer
tan delicada como tú.
Kiara enarcó una ceja.
—No soy una flor que se rompe con cualquier soplo de aire, Mark. He
sabido sobrevivir completamente sola a cosas que seguramente tú no
podrías, y no he necesitado, ni necesito, a nadie a mi lado para cuidarme.
Los ojos de Mark se oscurecieron de golpe, aunque en su rostro se
mostraba una expresión calmada.
—Ya, pero alguien como Sinclair seguro que no es capaz de valorar a
alguien tan especial como tú, prima. Sabes que yo siempre te valoraría y te
tendría a mi lado si me dejaras.
Kiara resopló.
—Mark, ya no puede ser. Estoy casada.
El aludido alargó una mano para acariciar la mejilla de la joven, que se
apartó al instante.
—Pero el rey podría anularlo si confirmas que no ha sido consumado.
Kiara frunció el ceño y lo miró sonrojada y estupefacta.
—Pero ¿cómo te atreves a meterte en algo que no te importa? —exclamó
—. Si no ha sido consumado es problema mío, no tuyo. Tú no sabes nada de
lo que ha pasado estos días y por todo lo que he tenido que pasar, así que no
opines sobre mi matrimonio.
Mark estuvo a punto de esbozar una sonrisa ante el desliz de la joven,
que acababa de confesar lo que él deseaba saber para llevar a cabo todos los
planes que tenía en mente. No obstante, logró contenerse.
—Solo me meto porque me importas demasiado, prima. Y aún no te has
dado cuenta de que soy yo y no él quien de verdad merece estar a tu lado.
—Pues dejad de haced como que mi vida os importa, pues jamás os
preocupasteis de saber sobre mí. Aparecisteis cuando murieron mis padres,
no antes. ¡Parece que estáis desesperados por haceros con parte de su
herencia en lugar de acompañarme en el duelo!
Iracundo, Mark la aferró del brazo y la empujó contra la pared.
—¡Jamás vuelvas a decir eso, prima, o tendrás que añadir un problema
más a tu lista!
Kiara puso las manos en su pecho y lo empujó fuertemente. Tras eso,
colocó su propia ropa y lo miró con el mentón elevado con orgullo.
—Los que tendréis problemas soy vosotros, pues tal vez os eche de mi
casa antes de lo que pensáis. ¡No os aguanto! Y si aún seguís aquí es por el
respeto que le tengo a la memoria de mi padre, ya que sería de muy mal
gusto por mi parte echar a su hermano de mi casa.
Mark contuvo la rabia que sintió en ese momento, aunque al pensar en
todo lo que tenía preparado para la joven logró calmarlo. Le sostuvo la
mirada durante varios segundos hasta que, sin responderle, se giró y se
marchó, dejándola sola de nuevo en medio del silencioso y oscuro pasillo.
CAPÍTULO 14
El resto del día y de la noche no fueron como Kiara había pensado o
deseado. Tras, literalmente, encerrarse en su dormitorio, había contado el
paso de las horas mientras su emoción iba decayendo en picado. Pensó que
Cameron regresaría pronto al palacio tras solucionar los problemas en el
pueblo, pero ni él ni los demás guerreros habían vuelto del poblado. Y eso
fue algo que la entristeció, aunque no solo eso. Sus ojos volaban, de forma
inconsciente, hacia la puerta cada vez que escuchaba pasos cerca de su
dormitorio, pues tras el altercado con Mark, las dudas sobre la bondad de
sus tíos, lo ocurrido con Alastair y el ataque a su regreso pensó que no se
encontraba segura entre sus propios muros y que tal vez sus tíos o su primo
harían algo en su contra mientras ella estuviera sola.
Por ello, cuando el día cayó por fin y la noche se cernió sobre Blair
Palace, Kiara decidió irse a dormir y esperar a Cameron entre las sábanas,
algo que le producía un intenso hormigueo en el estómago. Se negó a cenar,
pues sentía que todo su cuerpo estaba cerrado a cualquier alimento y, tras
poner un mueble en la puerta para evitar que abrieran desde fuera, Kiara se
desnudó y decidió meterse en la cama.
La joven miró la daga tras arroparse y decidió que dormiría con ella bajo
la almohada por si alguien aparecía en medio de la noche y lograba entrar
sin hacer ruido a pesar del mueble en la puerta.
Durante largo tiempo estuvo despierta esperando escuchar el sonido de
los cascos de los caballos al regresar al palacio, pero el silencio fue lo único
que recibió a cambio. Se levantó en varias ocasiones al creer que tal vez
Cameron había decidido dormir junto a sus hombres, como su primera
noche de casados en lugar de subir junto a ella tras lo sucedido en la bañera,
pero pensaba mal de él, pues después de asomarse por la ventana, descubrió
que no había nadie en el campamento de los guerreros.
Finalmente, y sin saber en qué momento exacto, había logrado dormirse
y solo despertó cuando el alba estaba llegando de nuevo. Kiara gimió al
sentir un ligero dolor de cabeza, fruto de la preocupación que había
experimentado a lo largo de toda la noche, y al girarse y descubrir que su
cama seguía vacía no pudo evitar una expresión de decepción. ¿Dónde se
habría metido Cameron durante toda la noche? ¿Tal vez había vuelto a sus
tierras o la había abandonado por otra al no querer darle lo que deseaba?
Sintió celos en su pecho, pero en parte logró tranquilizarse al saber que
Andy estaba con él.
Con un suspiro largo, Kiara apartó las sábanas, esa tela que en lugar de
calentarla, lo único que conseguía era hacerle sentir aún más el frío que
tenía tras sentirse más sola que nunca. Pero se dijo que hablaría con
Cameron cuando llegara para saber con exactitud qué había pasado para que
no hubiera regresado junto a ella en toda la noche.
Con el recuerdo de lo que había pasado con su esposo en la bañera, Kiara
se vistió a conciencia. Quería verse bien ante el espejo para cuando
Cameron regresara y tras mirar una vez a través de la ventana y descubrir
que no habían vuelto, Kiara decidió salir de su encierro para bajar a
desayunar.
Cuando irrumpió en el pasillo, escuchó el ir y venir de sirvientes en el
piso inferior, algo que le hizo respirar con tranquilidad, pues no estaba
completamente sola. Bajó los escalones con serenidad, aunque con el
corazón latiendo deprisa ante la posibilidad de que Cameron apareciera de
un momento a otro, pues no sabía cómo reaccionaría al verlo.
Cuando sus pies tocaron el piso inferior, Kiara se dirigió hacia el
pequeño salón donde siempre solía desayunar, aunque el simple hecho de
tener que cruzarse de nuevo con su primo casi le quitó el apetito. No
obstante, fijó su mirada al frente y se dirigió a su destino, dispuesta a
disfrutar de un buen desayuno con el que tomar fuerzas antes de enfrentarse
a la atractiva y excitante mirada negra de Cameron.
—¡Kiara! —exclamó una voz en el pasillo.
La joven se giró de mala gana, pues la voz chillona de su tía fue la que
interrumpió sus pensamientos. Y en el momento en el que vio la expresión
de su rostro, temió que hubiera pasado lo peor.
—¿Qué pasa? —preguntó ligeramente temerosa.
Isobel se acercó a Kiara y la tomó de las manos. La joven dirigió su
mirada hacia ellas y al verlas entrelazadas estuvo a punto de apartarse, pero
su curiosidad pudo más que su desprecio.
—Tenemos que hablar de algo muy grave, querida.
Kiara frunció el ceño y tragó saliva.
—Tú dirás...
Isobel negó con la cabeza.
—Aquí no, querida. Vayamos mejor a la cocina. He visto que todos los
sirvientes están en otro lugar, así que estaremos tranquilas.
—Si estás tramando algo...
Isobel se mostró sorprendida.
—Lo único que quiero es que tengas un matrimonio sincero, querida.
Nada más.
—¿Qué tiene que ver mi matrimonio con lo que tienes que contarme?
Isobel chasqueó la lengua, contrariada, y la aferró del brazo con ternura
para llevarla hasta la cocina. Tras comprobar que, efectivamente, no había
nadie, entraron e Isobel la llevó hasta una de las mesas.
Kiara se sentó, incapaz de poder aguantar por más tiempo la tensión que
sentía en su pecho, por lo que cuando su tía comenzó a hablar, ella no podía
evitar mover el pie con irritación y nerviosismo.
—Lo que tengo que contarte es demasiado serio como para que nadie
pueda escucharlo.
—Estás empezando a alterarme. ¿Qué pasa, Isobel?
La mujer miró a un lado y otro de la cocina antes de empezar a relatarle
lo que acababa de escuchar.
—Thane ha llegado al palacio hace unos minutos. Después de que tu
esposo y los demás se marcharan aprisa para supuestamente ayudar en el
pueblo, le pedí que él también ayudara.
Kiara no pudo evitar enarcar una ceja ante ese interés repentino por los
problemas de los aldeanos.
—Sin embargo, no ha podido hacer nada porque esos problemas no
existían.
La joven entrecerró los ojos.
—¿Qué quieres decir?
—Thane vio que tanto tu esposo como los demás guerreros se metieron
en una taberna y no han salido de ahí en toda la noche.
El corazón de Kiara saltó al instante. ¿Una taberna?
—Thane estuvo a punto de pasar para preguntar qué hacían en lugar de
ayudar a los aldeanos, pero se asomó desde una ventana y vio a tu esposo
con... una de las taberneras en una situación un poco delicada. Ya me
entiendes.
Kiara supo que había perdido el color de su rostro cuando la expresión de
Isobel se tornó más preocupada. Su tía alargó una mano para tomar la suya
y apretó con fuerza.
—Lamento ser yo quien te diga esto, pero creo que no debes vivir una
mentira desde el inicio de tu matrimonio. Tu esposo no te respeta, querida,
y ha preferido pasar la noche con una mujer de buena vida...
Kiara bajó la mirada, anonadada ante aquellas palabras. Sentía que su
corazón se partía de repente en mil pedazos, pues después de lo vivido con
Cameron en la bañera el día anterior cuando llegaron pensó que tal vez su
matrimonio podría llegar a ser normal, pero después de esa traición... No
podía aceptarlo. No podría dejar que Cameron volviera a tocarla o besarla
después de haberse revolcado con una furcia a sus espaldas. Las manos
comenzaron a temblarle y se soltó del amarre de su tía para dejar caer la
espalda sobre la silla, derrotada por esa traición inesperada. Todo lo que
Cameron le había mostrado hasta entonces había sido mentira, tal vez
únicamente para llevarla a la cama y al ver que no lo había conseguido,
prefirió aceptar los servicios de una prostituta. Y eso la enfureció.
—Bebe una poca agua, querida. Te veo alterada... —le ofreció Isobel tras
llenarle un pequeño vaso—. No me gusta verte así, pero entiende que
tampoco podía callarme esa información y dejar que tu esposo te engañe.
Kiara no respondió, sino que se limitó a beber el agua que le tendía su tía
y que, debido a la alteración que sentía, incluso el agua le supo extraña,
alterada, pero no le importó. Ya podría ser el peor veneno del mundo que no
lograría hacerle tanto daño como Cameron le había hecho esa noche,
dejándola sola para irse con otra mujer.
Intentando aguantar las lágrimas, Kiara dejó el vaso sobre la mesa y se
levantó, dispuesta a marcharse para regocijarse en su miserable vida en
soledad.
—Gracias por decírmelo, tía. Has sido de gran ayuda.
—No hay de qué. Tan solo he hecho lo que me gustaría que hicieran
conmigo.
Kiara asintió y se despidió de ella. Se marchó de las cocinas dispuesta a
salir al jardín para tomar el aire, pues sentía que dentro del palacio no podía
respirar tras esa revelación. Los ojos se le llenaron de lágrimas al sentirse
tonta por haberse dejado llevar por lo que Cameron le hacía sentir y no por
lo que le gritaba su cabeza una y otra vez. Él era un hombre del norte que
aún se sentía libre de hacer lo que deseara en lugar de darse cuenta de que
estaba casado. Lo odió. Odió a Cameron Sinclair por aquella traición que
llegó antes de lo que hubiera esperado.
Kiara sintió un ligero mareo al que no dio importancia, pues estaba
segura de que se debía a la ira y la rabia que corrían por sus venas en ese
momento. Necesitó apoyarse en la pared hasta que logró recuperarse. Pero
no solo notó eso, sino que intentó respirar hondo para que la angustia que
sentía en su estómago no la hiciera vomitar. Al cabo de unos segundos,
logró recuperarse y retomó su camino.
Una lágrima solitaria cayó por sus rosadas mejillas cuando estaba a
punto de salir del palacio, la cual limpió con rabia con el dorso de su mano,
pero en el momento en el que puso un pie fuera del mismo, una sombra se
cernió sobre ella, sorprendiéndola y asustándola a partes iguales.
Kiara levantó la mirada para descubrir de quién se trataba y al ver que
era el objeto de su sufrimiento un nuevo mareo la recorrió intensamente. La
joven sacudió la cabeza para recuperarse y enfrentarse a él, pues si
Cameron pensaba que iba a quedarse callada, estaba muy equivocado.
—Jamás pensé que tus tierras serían tan trabajosas... —se quejó el joven
intentando limpiar el barro de sus botas antes de entrar en el palacio.
Kiara dio un paso atrás, entrando de nuevo en la casa, pero sin apartar su
iracunda mirada de él, que logró captarla al instante.
Cameron se quedó quieto, intentando adivinar los pensamientos que
cruzaban en ese momento por la cabeza de su esposa, pero al estar tan
cansado, no pudo descubrir absolutamente nada.
—¿Ocurre algo?
Kiara lanzó un bufido.
—¿De verdad tienes la poca vergüenza de preguntarme eso después de lo
que has hecho?
Cameron entrecerró los ojos y la miró fijamente durante unos segundos
que fueron eternos.
—¿Qué crees que he hecho? —preguntó lentamente.
El mareo crecía más en Kiara, que intentaba por todos los medios centrar
su mente y anclar su cuerpo al suelo para evitar caer frente a él.
—Te has ido con tus hombres y el resto de guerreros a una taberna y has
pasado la noche con otra.
La sorpresa que se reflejó en el rostro de Cameron no pasó desapercibida
a Kiara, que dudó durante unos instantes, aunque enseguida volvió a la
carga.
—Os vieron entrar en la taberna y a ti con una mujer.
Cameron dio un paso hacia ella, que se alejó de él con un ligero
tambaleo.
—Sea lo que sea que te han contado no es cierto. Andy me llamó para ir
a solucionar algunos problemas en tus tierras, no para irnos de putas. ¿De
verdad crees que sería capaz de irme a un lugar así y encima con Andy?
Kiara apretó los puños.
—No lo sé. Realmente no te conozco —dijo Kiara con desprecio—. Pero
por lo que he oído de ti y tú mismo dijiste, estás dispuesto a irte con otra si
yo no te doy lo que necesitas.
Cameron apretó los puños. La verdad era que no esperaba llegar a casa
tan cansado y encontrarse con esa escena de la que no entendía
absolutamente nada, pues Kiara estaba tan segura de lo que decía que no
podía creerlo.
—En otra ocasión no lo descarto, sobre todo después de ver un solo
desprecio más, pero esta maldita noche he estado ayudando en tus tierras.
¿Quién demonios te ha contado esas patrañas?
—¡Eso no importa! Ayer me usaste en la bañera para después irte con
otra. —Kiara se apartó cuando vio que Cameron intentaba agarrarle la mano
—. No me toques. Maldito sea el día en que Jacobo decidió atarme a ti,
Cameron Sinclair.
Y con lágrimas en los ojos, Kiara se alejó de él en dirección a las
escaleras, dispuesta a marcharse y dejarlo solo. Sin embargo, Cameron fue
tras ella.
—¿Por qué no te paras a atenderme? —bramó a su espalda antes de subir
el primer peldaño de las escaleras—. Creo que también merezco ser
escuchado, igual que la maldita persona que te haya contado esa mentira.
Kiara sentía que no podía más. Escuchaba a Cameron como si estuviera a
millas de distancia a pesar de caminar a solo tres peldaños por detrás de
ella. Todo a su alrededor parecía sacudirse deprisa en lugar de ser ella la que
se movía y un pitido extraño y molesto en sus oídos le indicaba que algo no
andaba bien, sin embargo, tras escuchar hablar a su esposo, se giró todo lo
rápido que pudo y lo encaró. En ese momento, se dio cuenta de que no era
capaz de enfocar bien la vista, pero no le importó.
—Creo que he escuchado suficiente. Ya me dijiste que no te importaría
acostarte con otra, así que no me...
Kiara no pudo acabar la frase, pues todo a su alrededor pareció echarse
sobre ella. El pitido de los oídos se hizo más fuerte y el mareo se
incrementó tanto que ni siquiera podía sentir el suelo bajo sus pies.
—¿Kiara? —creyó escuchar cerca de ella aunque al mismo tiempo muy
lejos.
Pero no pudo articular palabra. Kiara sintió que las piernas no podían
sostenerla más hasta que, antes de que Cameron pudiera darse cuenta de lo
que pasaba, cayó por las escaleras.
—¡No!
Cameron vociferó, asustado, al ver cómo Kiara caía rodando a solo unos
centímetros de él sin que pudiera llegar a sostenerla a tiempo de evitarle la
caída. La había visto extraña, pero no pensaba que se encontrara tan mal
como para desmayarse.
—¡Ayuda! —vociferó.
Y en el mismo instante en el que el guerrero casi logró sujetar a Kiara,
apareció Isobel al pie de las escaleras. En su rostro se reflejó la sorpresa y
cierto miedo mientras su sobrina no podía ser retenida por Cameron y
ambos veían cómo la joven caía por las escaleras sin conocimiento.
Isobel levantó la mirada hacia el guerrero y dio un paso atrás antes de
levantar un dedo y señalarlo.
—¡La has empujado tú! —vociferó con voz chillona—. ¡Has intentado
matarla!
Cameron frunció el ceño y corrió escaleras abajo para agacharse junto a
Kiara y comprobar cómo se encontraba.
—Se ha desmayado —indicó con voz nerviosa—. Nadie la ha empujado.
—¡Mentira! —rebatió la mujer—. Quieres quitártela del medio.
Cameron no respondió, pues su única preocupación estaba con Kiara. Al
verla caer sintió que algo dentro de él se rompía por el temor a que la joven
desapareciera de su vida. Con cuidado, la movió ligeramente mientras
Isobel gritaba fuera de sí al tiempo que corría hacia la puerta de salida del
palacio para llamar la atención de algún guerrero que hubiera fuera de él.
Pero a Cameron no le importó.
Miró el rostro apagado y blanquecino de Kiara y le preocupó ver un hilo
de sangre que salía de su frente tras haberse golpeado contra las escaleras.
—No... —murmuró con un nudo en la garganta—. Kiara...
Pero a pesar de llamarla varias veces, la joven no respondió, sino que
siguió con sus ojos cerrados.
—Maldita sea...
Con sumo cuidado, Cameron pasó las manos por la espalda y las piernas
de la joven y la levantó del suelo para llevarla a su dormitorio justo en el
momento en el que otra sombra se cernió sobre él.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Andy con preocupación.
Junto a él se encontraba Alexander, su hombre de confianza, que lo
miraba fijamente.
—¡Ha intentado matarla empujándola por las escaleras!
Cameron no pudo contenerse más y a pesar de tener a Kiara entre sus
brazos, le espetó:
—¡Eso no es cierto, maldita mujer! —Sus ojos se ensombrecieron como
la piel de un cuervo—. ¿Por qué no dejas de gritar tonterías y ayudas a tu
sobrina?
Isobel lo miró con odio y aferró el brazo de Andy con fuerza.
—No la dejes con él. Lo he visto empujándola después de discutir.
Cameron apretó los dientes, pero decidió no entrar en su juego, sino que
comenzó a subir las escaleras con Kiara en brazos, dispuesto a llevarla a su
dormitorio para comprobar si tenía alguna herida más. Alexander y Andy lo
siguieron mientras Isobel se quedó al pie de las escaleras con una sonrisa en
los labios antes de girarse y alejarse de allí rumbo a buscar a su marido e
hijo.
Cameron, por su parte, siguió en silencio y la llevó al dormitorio
mientras le pedía a Alexander que buscara a alguien en el palacio que
pudiera darle trapos limpios con los que poder limpiar la pequeña herida de
la joven.
Cuando llegaron a su destino, Andy abrió la puerta y dejó pasar a
Cameron, al cual no le pasó desapercibida la mirada seria que le dedicó el
guerrero Stewart. Con cuidado, depositó a Kiara sobre la cama y la observó
antes de levantar la mirada hacia Andy y preguntarle directamente:
—¿De verdad crees que he sido yo? ¿Has creído a esa loca?
El guerrero suspiró y negó con la cabeza.
—Yo lo que creo es que todo esto es demasiado raro. ¿Por qué
discutíais?
Cameron resopló.
—Porque Kiara me acusaba de haberme pasado toda la noche en una
taberna con otra mujer. Al parecer alguien se lo ha dicho. Pero tú sabes que
no es cierto. Solo intentaba convencerla. Llevamos dos días sin dormir y me
he pasado toda la noche ayudando en este maldito clan. ¿De verdad crees
que sería capaz de intentar matarla?
Andy suspiró y se sentó junto a Kiara en la cama. Tocó su cuello y
descubrió que latía con tanta fuerza que incluso se sorprendió. Levantó la
cabeza y miró hacia la puerta, por donde ya entraba Alexander con varios
trapos y agua limpia, y cerraba la puerta tras él.
—He visto que eres un hombre de honor y aunque sé que vuestro
matrimonio ha sido pactado y ninguno lo deseabais, sé que no harías daño a
Kiara. No creas que no me he dado cuenta de cómo la miras. —Cameron
apartó la mirada de Andy al verse descubierto—. Creo que hay alguien que
intenta separaros o haceros daño y si tú desapareces, esa persona tendrá el
camino libre para llegar a Kiara. Lo que no sé es por qué demonios se ha
desmayado si jamás ha estado enferma. ¿No te ha dicho quién le ha contado
esa patraña de la taberna? Tal vez se ha sobresaltado por la noticia...
Cameron negó con la cabeza mientras tomaba los trapos que Alexander
le tendía. Preparó todo en cuestión de segundos y comenzó a curar la herida
de la joven, que gimió de dolor ante su contacto sobre su frente.
—No, pero no pienso parar hasta descubrir todo. Y si su familia y sus
secuaces tienen algo que ver en esto, conocerán la ira de Cameron Sinclair.
CAPÍTULO 15
Cameron caminaba de un lado a otro del jardín con los nervios a flor de
piel y un enfado de tres pares de narices. Había pasado una hora desde que
Kiara había tenido el accidente en las escaleras y le había curado la herida.
Y tras comprobar que no tenía nada más y que solo había que esperar a que
despertara, Andy había tomado una decisión que parecía estar en su contra.
Decidió ser él y no Cameron quien cuidara de la joven mientras estuviera
inconsciente y lo echó a él y a Alexander del dormitorio. Y aunque le había
dicho que solo era para hacer creer al verdadero culpable que las sospechas
estaban sobre Cameron, el guerrero no lo había aceptado de buena gana.
—¿Por qué no descansas? —preguntó Alexander—. Si sigues así, vas a
desfallecer.
Cameron se volvió hacia él y enarcó una ceja.
—Podría decir lo mismo de ti.
Alexander sonrió y se encogió de hombros mientras se sentaba en una
piedra.
—Mi deber es cuidarte las espaldas y si alguien quiere quitarte del
medio, lo mejor será estar ojo avizor.
Cameron suspiró y se sentó junto a él. La verdad es que estaba
terriblemente cansado y sabía que si no dormía, aunque solo fuera un par de
horas, caería desfallecido. Sin embargo, estaba seguro de que no podría
descansar en paz sin saber que Kiara había abierto de nuevo los ojos.
—Te conozco bien, laird —susurró Alexander mientras lo miraba—. Y
sé que estás preocupado por ella. Y también me he dado cuenta de las
miradas que le dedicas y que la has nombrado en varias ocasiones durante
la noche. Y aunque intentes quejarte sobre vuestro matrimonio, sé que no te
desagrada del todo. Kiara es una mujer muy bella.
Cameron lo miró de reojo y Alexander lanzó una carcajada.
—Que Dios me libre de fijarme de nuevo en su belleza...
Cameron esbozó una leve sonrisa antes de volver la mirada al suelo.
Retorció las manos y las apretó al tiempo que respiraba hondo.
—Debo darte la razón, amigo —dijo al cabo de unos segundos—.
Despierta en mí sentimientos que ninguna otra mujer ha logrado provocar.
Pero también es verdad que hasta ahora no había tenido a una mujer a mi
cargo. Supongo que es normal.
—Lo normal es llevarla en brazos hasta su cama porque se ha
desmayado, pero no curarla como lo has hecho. Te he observado y en lugar
de pedirle a una mujer que lo haga por ti, lo has hecho tú, y con tanta...
ternura que cualquiera diría que estás enamorado de ella.
Cameron se levantó de golpe con el corazón latiendo demasiado deprisa
ante aquellas palabras, pues no quería que su amigo descubriera la
expresión que se había dibujado en su rostro.
—¿Qué? Tonterías. Yo soy un guerrero instruido para la lucha, no para
amar. Y desde que me he casado todo son problemas.
Se alejó de él y se cruzó de brazos mientras le daba la espalda, por lo que
no vio cómo Alexander negaba con la cabeza y ponía los ojos en blanco.
Conocía a Cameron desde que eran tan solo unos niños y a pesar de que su
amigo era una persona reservada en algunas ocasiones, siempre lograba
descifrar lo que le pasaba por la cabeza y lo preocupaba. Y en ese momento,
estaba preocupado por aquella mujer que estaba a poca distancia de ellos.
—Puede ser que tengas más problemas que antes, pero con una mujer
como ella a tu lado, todo se ve de otra manera.
Cameron se giró hacia él y lo encaró:
—Yo no la amo si es lo que estás intentando sugerir —se defendió a
pesar de que su amigo no había pronunciado aquellas palabras.
Alexander levantó las manos.
—No he dicho que lo hagas.
—Lo has insinuado.
Su amigo se acercó a él y puso una mano en su hombro.
—¿Y si hubiera muerto? —preguntó directamente para sorprenderlo y
ver cómo reaccionaba.
Cameron se soltó de él y se alejó, dispuesto a no decir nada, pues no
quería ni imaginar que eso hubiera pasado.
—Esa es la respuesta que esperaba, amigo —dijo Alexander a su espalda
—. Lo que no espero es tener que enterrarte en estas malditas tierras por
culpa de alguien que o bien te quiere quitar del medio a ti o a tu esposa. Mi
lealtad también está con ella, así que debemos hacer algo para descubrir
quién hay detrás de todo esto.
Cameron miró entonces hacia la puerta del palacio, desde donde vio salir
a Dougall junto a Isobel y Mark, que parecían dirigirse hacia las
caballerizas, donde sabía que estaban Thane y el resto de sus hombres, y
entrecerró los ojos.
—Tal vez el culpable está más cerca de lo que imaginamos...
Kiara se sentía perdida. Lo último que recordaba era que estaba
discutiendo con Cameron y que se encontraba demasiado mareada como
para seguir subiendo las escaleras. Y a partir de ahí todo se volvió negro.
Creyó recordar un intenso dolor en su cuerpo tal vez provocado por haber
caído por las escaleras, pero no estaba segura del todo. Un intenso dolor de
cabeza la sorprendió cuando intentó mover el cuello de un lado a otro para
descubrir dónde se encontraba, por lo que decidió quedarse completamente
quieta.
Poco a poco, se animó a abrir los ojos, pues el silencio que había a su
alrededor le resultaba demasiado aterrador como para estar con los ojos aún
cerrados. Enfocó la mirada y descubrió que estaba en su cama y todo
parecía tranquilo. Al cabo de unos segundos, cuando Kiara intentó moverse,
una sombra se movió de la ventana y se acercó a la cama con paso rápido.
Sin saber por qué, esperó encontrarse a Cameron, pero no pudo evitar una
mueca de decepción al ver que se trataba de Andy.
—Vaya, yo también me alegro de verte, muchacha —dijo burlón.
—Lo siento, Andy. Es solo que...
—¿Esperabas a tu esposo? —acabó por ella.
Kiara asintió y se incorporó lentamente, lanzando un silbido de dolor
cuando su cabeza se quejó por el movimiento.
El guerrero tomó una de sus manos y la apretó con fuerza.
—He tenido que sacarlo casi a patadas de aquí porque quería quedarse
contigo, pero creo que ha sido lo mejor. Tu tía lo culpa de tu caída —tanteó
el terreno—. Dice que Cameron te empujó.
Kiara frunció el ceño.
—¿Qué?
—Al parecer os escuchó discutir y cuando te vio caer por las escaleras
dice que vio cómo él te empujaba.
Kiara entrecerró los ojos y rememoró ese momento, negando al instante.
—No... Yo ya me encontraba mareada cuando lo encontré. Al girarme
para hablar con él perdí el equilibrio y caí por las escaleras. ¿Por qué
demonios Isobel dice eso? Es mentira.
—Y por tu forma de defenderlo veo que es verdad... —dijo con una
sonrisa—. ¿Qué pasó exactamente? Cameron me ha dicho que lo acusabas
de haber estado en una taberna...
—Isobel me llevó esta mañana a las cocinas para contármelo. Al parecer
Thane os siguió y os vio entrar en una taberna —explicó—. Y luego desde
la ventana vio cómo Cameron se lanzaba a los brazos de una mujer.
Andy resopló.
—Pues me parece que ese Thane debe fijarse bien en las facciones de tu
marido y las nuestras porque nosotros hemos estado toda la noche
solucionando los problemas entre los vecinos por los robos y las
inundaciones. Thane y tu tía mienten.
Andy comprobó su reacción y estuvo a punto de sonreír al ver la
expresión de tranquilidad en su rostro.
—¿Y por qué estabas mareada? ¿Tanto te afectó la noticia?
Kiara suspiró y dudó durante unos segundos.
—No lo sé, la verdad. Me enfadó, lógicamente, pero no para ese
extremo. Comencé a marearme después de beber el agua que me dio Isobel.
El rostro de Andy cambió al instante, tornándose serio y oscuro.
—¿Cómo?
—Sí, me dio un vaso de agua. Me supo rara, diferente, pero no le di
importancia. Y después empecé a sentirme mal. No sé, tal vez no tenga
importancia, pero puede ser que el agua estuviera viciada.
Andy se levantó de la cama y caminó por la habitación.
—Maldita sea. Estoy segura de que tu tía le echó algo al agua para que te
sintieras mal.
Kiara se sentó en la cama, haciendo caso omiso al dolor de su frente.
—¿Tú crees?
—Sí, tal vez para echarle la culpa a Cameron y que todos dudáramos de
él. —Andy suspiró—. Reconozco que durante unos segundos yo mismo
también desconfié, pero lo he conocido lo suficiente como para darme
cuenta de que tiene un buen fondo en su corazón.
—¿Crees que nos quieren separar? Tal vez por ello Mark...
Andy la miró con el ceño fruncido.
—¿Qué pasa con él?
—Me siguió y volvió a insistirme para que me casara con él —confesó
tras un largo suspiro.
—Pero si ya estás casada...
—Pero me pidió que lo anuláramos si aún no estaba consumado. —Kiara
se sonrojó al hablar de eso con Andy, pues el guerrero era como un padre
para ella—. Que podríamos pedirle a Jacobo ese favor.
Andy caminó hasta ella de nuevo. En su rostro se dibujó una expresión
de desconcierto y sorpresa al mismo tiempo. El guerrero carraspeó con
incomodidad, pues no sabía cómo abordar esa cuestión. Sin embargo,
respiró hondo y, finalmente, preguntó:
—No es que me importe, pero ¿lo habéis consumado?
Las mejillas de Kiara se tornaron de color carmín.
—No... —confesó en apenas un hilo de voz.
—¿Y se lo dijiste a Mark?
La joven lo miró con los ojos muy abiertos.
—Puede que lo dejara caer...
—¡Oh, Kiara, por Dios! —se quejó el guerrero—. Hay que decírselo a
Cameron. Estoy seguro de que lo que buscan tus tíos y tu primo es tu
herencia. Lo que no entiendo es por qué.
Y desviando la mirada, le dijo:
—Y bueno... si no queréis meteros en un lío, deberíais... consumar —
acabó en un susurro.
Las mejillas de Kiara se tornaron aún más rojas si cabe.
—¿Tú crees que de verdad buscan eso? —desvió el tema.
—Llegaron tras la muerte de tus padres; tu primo no ha dejado de pedir
tu mano, ni aun estando casada; y ahora esto... Lo que sigo sin entender es
qué descubrió Alastair que lo llevó a la muerte. Creo que todo tiene relación
y tal vez oyó sus planes... No sé, pero no quiero más muertes entre estos
muros. Y menos la tuya y la de ese Sinclair orgulloso.
Kiara suspiró y miró a Andy fijamente.
—¿Puedes ir a pedirle que venga?
—No quiero dejarte sola...
—Serán solo unos minutos.
Andy sonrió y asintió.
—Además, teniendo en cuenta que has recuperado la daga de tu madre,
estarás más protegida.
Kiara le devolvió la sonrisa.
—Con todo lo que está pasando necesitaba tenerla cerca.
—Haces bien, muchacha. Ahora te envío a tu esposo.
Kiara asintió y lo vio marcharse. A pesar del dolor de cabeza se sentía
mejor que antes de desmayarse, pues el mareo y la angustia en el estómago
habían desaparecido por completo y tan solo le dolía ligeramente la zona de
la cabeza donde se había golpeado, nada grave para lo que podía haber sido.
Por ello, decidió ponerse en pie, pues no soportaba estar en la cama
mientras sus tíos obraban maldades a su espalda. El recuerdo de Alastair le
dio fuerza para levantarse e intentar descubrir qué era lo que estaba
pasando. Y si era cierto que sus tíos buscaban su herencia, estaban muy
equivocados si pensaban que iban a tocar una mísera moneda de ella. En
caso de haberlo necesitado, no le habría importado darles algo de dinero si
lo necesitaban, pero esas conspiraciones en su contra y el doble sentido que
aplicaban a todo en su relación hizo que desconfiara de ellos, sobre todo si
la muerte de Alastair tenía que ver con ellos.
Tras vestirse con una de sus ropas más ligeras y cómodas que podían
permitirle un movimiento rápido y preciso en caso de necesitarlo, Kiara se
miró al espejo y se recogió el pelo en una larga trenza, de la que no dejó
suelto ni un solo mechón. Y en el momento en el que vio la pequeña herida
que marcaba su frente, torció el gesto y deseó que curara cuanto antes.
Segundos después, unos nudillos llamaron a la puerta y a pesar de que
sabía que era Cameron, no pudo evitar alterarse. Tras su discusión y todo lo
sucedido entre ellos, eso sin contar con la sugerencia de Andy sobre la
consumación de su matrimonio, se sentía avergonzada, pero quería
solucionarlo cuanto antes.
—¿Sí?
—¿Puedo entrar? —La voz de Cameron sonó amortiguada por la enorme
puerta, pero al instante, lo reconoció y le cedió el paso.
Kiara no pudo evitar sentirse nerviosa a su lado. Al verlo entrar, algo
dentro de ella se agitó, como siempre que lo veía, pero esta vez con más
fuerza. Todo lo sucedido vino a su mente y no pudo evitar sonrojarse.
El guerrero, al ver ese sonrojo, mostró una expresión de sorpresa, pero al
mismo tiempo de alivio por verla bien. Tras la conversación que había
mantenido con Alexander una hora antes no había podido dejar de pensar en
lo que su amigo decía haber descubierto sobre él, pero se resistía a creerlo.
No obstante, lo que se agitó en su interior al verla en buen estado decía
mucho sobre lo que sentía realmente por la joven.
Cameron frunció el ceño, enfadado consigo mismo, y cerró la puerta tras
él. Dio un par de pasos, acercándose a ella, y para desviar la atención de sus
propios pensamientos le dijo:
—Cuando Andy ha venido y me ha dicho que querías verme, creía que
era una de sus bromas.
Kiara se mostró sorprendida.
—¿Por qué?
El guerrero se encogió de hombros.
—Por lo que discutíamos antes de que te desmayaras.
Kiara suspiró y se acercó a él, quedándose a tan solo un metro del
guerrero. Tragó saliva y le dijo:
—Sobre eso... debo pedirte disculpas. Ya me ha dicho Andy que no era
cierto.
—Y sin embargo, has preferido confiar en lo que te ha dicho tu tía antes
que en mí.
Kiara clavó su mirada en Cameron, que hizo lo mismo. Ambos se
sostuvieron la mirada durante un buen rato hasta que la joven vio dolor en
los ojos negros del guerrero. No pudo evitar sentirse realmente mal, pues
era la primera vez que veía a Cameron con un sentimiento parecido a la
derrota.
—Lo siento, es que yo... Recordé lo que dijiste en el clan Mackintosh y
me dio...
—¿Celos? —acabó Cameron por ella con un asomo de sonrisa en los
labios.
Kiara levantó ambas cejas, sorprendida por escuchar aquella palabra. ¿Lo
que había sentido eran celos? No encontró respuesta para ello, y la verdad
es que no estaba segura de querer encontrarla, por lo que calló, aunque no
pudo evitar sonrojarse, especialmente tras lo que su hombre de confianza le
había dicho minutos antes sobre la consumación de su matrimonio.
—Andy me ha dicho que creéis que tus tíos nos quieren separar de
alguna forma —dijo para desviar el tema—. ¿De verdad es por la herencia?
No te ofendas, pero creo que ningún palacio vale más que una vida.
—Es que no solo es el palacio —rebatió—. Mi padre tenía muchas
tierras a su nombre que el propio rey le concedió por su amistad. Eso sin
contar con todo el dinero que tenía ahorrado y las tierras que mi abuelo le
dejó en herencia. Por lo que mi padre contaba, Dougall jamás recibió nada
de su padre porque fue desheredado.
Cameron chasqueó la lengua.
—Vaya... entonces debemos estar alerta o tal vez echarlos antes de que
hagan más daño...
Kiara negó en rotundo.
—No. Si ellos tienen algo que ver con la muerte de Alastair, quiero
descubrirlo. Se lo debo. Estuvo al servicio de mi padre muchos años y me
juró lealtad a su muerte. No puedo dejar que su recuerdo se pierda.
Cameron asintió.
—Será como deseas.
Kiara le dedicó una sonrisa avergonzada y ambos guardaron silencio
durante unos segundos en los que se miraron mutuamente intentando
adivinar lo que pensaba el otro, hasta que Kiara se decidió a hablar de
nuevo.
—Yo... sé que no me empujaste por las escaleras, aunque mi tía grite lo
contrario a los cuatro vientos.
Cameron sonrió levemente, dio un paso más hacia ella y levantó la mano
para acariciar su mejilla de forma inconsciente.
—Cuando te vi caer sin poder hacer nada... —El guerrero no pudo
terminar la frase, pues si lo hacía, corría peligro de exponer sus verdaderos
sentimientos ante ella, y eso significaba desnudarse por completo, algo que
no había hecho jamás y que, desde luego, no entraba en sus planes—. Creo
que será mejor que descanses el resto del día. Iré a hablar con mis hombres,
pero no te preocupes, no estarás sola. Enviaré a Dominic para que esté en la
puerta mientras descansas.
Kiara negó con la cabeza.
—No hace falta. —Se giró y señaló la daga de su madre, que se
encontraba en la mesita junto a la cama—. Tengo mi propia protección.
En el rostro de Cameron se formó una expresión de sorpresa y miró a la
daga y a Kiara alternativamente, sin poder creerlo.
—Vaya, eres una caja de sorpresas. ¿No serás como Briana?
La joven no pudo evitar lanzar una carcajada al tiempo que vio cómo
Cameron se acercaba a la daga y la tomaba entre sus manos para observarla
con atención.
—No, la verdad es que no sé cómo usarla. Mi padre nunca me enseñó.
Cameron chasqueó la lengua.
—Entonces debemos cambiar eso... En cuanto te recuperes,
entrenaremos.
En el rostro de Kiara se dibujó una expresión determinada.
—Vayamos, pues. Ya estoy recuperada. —Y al ver su escepticismo,
añadió—. No me mareo y apenas me duele la cabeza.
—¿Qué? Ni hablar. Debes reposar.
—Ya he descansado.
Kiara se acercó a él y le arrebató la daga con determinación.
—No podemos esperar más. —Se cruzó de brazos y lo encaró—.
¿Empezamos?
Cameron la miró durante unos segundos. Aquella Kiara que había frente
a él parecía ser la misma que conoció días atrás en el castillo Mackintosh.
En los últimos días la había visto ligeramente apagada, pero parecía haber
recuperado ese arrojo que la joven le había mostrado el día que se
conocieron y en los días posteriores en los que le dejó claro que no deseaba
casarse con él. Y a pesar de que se repitió una y otra vez que debía dejarla
descansar, el simple hecho de enseñarle algunos trucos para luchar lo
excitaba. Volver a tocarla, tenerla cerca, ver su valentía y arrojo... Él jamás
había deseado a una mujer anodina y aburrida a su lado, y desde luego
Kiara no era una mujer cualquiera, sino una dispuesta a lo que fuera por
salvar la herencia de su padre de las manos ansiosas de sus tíos. Y le
gustaba y excitaba a partes iguales, eso sin contar con que la belleza de
Kiara parecía aumentar al mismo tiempo que su determinación, haciendo
que pareciera una antigua valkiria vikinga en busca de venganza.
Una sonrisa se dibujó en los labios de Cameron, que terminó por asentir,
aunque no muy convencido.
—Está bien. Supongo que si estás bien para discutir, también lo estás
para pelear. Pero si me gano una reprimenda o paliza de Andy, tú serás la
culpable.
Kiara sonrió y se encogió de hombros.
—Bueno, yo soy una buena alumna. Tal vez seré yo quien te dé la
paliza...
Cameron sonrió de lado y ensombreció la mirada al mismo tiempo que
señalaba la puerta para marcharse ya.
—Eso ya lo veremos, esposa. Creo que voy a desquitarme contigo por no
dejarme dormir. Vais a matarme entre todos.
Kiara se dirigió hacia la puerta con una sonrisa pintada en el rostro.
—O puede que gracias a ese cansancio pueda vencerte.
Cameron puso una mano en la puerta cuando Kiara comenzó a abrirla,
bloqueándole el paso. Pegó su pecho a la espalda de la joven y acercó sus
labios al oído de su esposa, provocando un escalofrío en toda su espalda. Y
disfrutando de ese momento, le susurró:
—Si yo fuera tú, nunca me fiaría de un cuervo... Cuando menos lo
esperas, atacamos.
CAPÍTULO 16
Cameron tuvo que contener una sonrisa cuando vio la expresión que se
había dibujado en los rostros tanto de sus hombres como en los de los
guerreros Stewart, que no podían creer que su señora quisiera aprender a
usar una daga.
—Con todos mis respetos... —comenzó Evander con cuidado y mirando
a Cameron y Kiara alternativamente, como si aquello fuera una broma—,
pero ya estamos nosotros para protegerte. No sé si es lo correcto.
Kiara enarcó una ceja y llevó su mirada a Andy para comprobar si él
también pensaba lo mismo. Sin embargo, en sus ojos vio la misma
determinación que ella sentía en su interior, por lo que la joven afianzó su
arrojo. Y antes de responder, miró hacia todos lados con la intención de
descubrir si sus tíos o alguien de su confianza se encontraba cerca de allí.
—Ya sé que podéis protegerme. Desde luego no quiero que penséis que
dudo de vuestras capacidades, pero creo que debo aprender a protegerme
por mí misma, pues no siempre estoy acompañada.
—Lo que mi esposa quiere decir es que sabemos que hay alguien que
intenta hacerle daño, por lo que yo también creo que debe aprender algunos
movimientos de defensa. Si no estáis de acuerdo, acepto que prefiráis
marcharos en lugar de animar a vuestra señora...
Evander frunció el ceño y negó.
—Muy bien —continuó Cameron con cierta duda antes de mirar a Kiara
—. ¿De verdad te sientes con fuerza suficiente?
—Claro que sí —respondió con seguridad.
Cameron escondió una sonrisa antes de desenvainar su propia daga.
—Está bien. —La miró a los ojos—. Primera lección: no debes sacar tu
daga en el primer momento de una pelea, puesto que si lo haces y no sabes
muy bien cómo usarlo, tu atacante podrá usarlo por ti para hacerte daño con
él.
Kiara asintió con seriedad y Cameron se perdió en su mirada durante
unos segundos que parecieron eternos. La veía tan segura, tan pendiente por
aprender, tan bella... Un carraspeo cerca de él lo sobresaltó. Alexander lo
miraba con una mueca irónica en el rostro y Cameron se obligó a centrarse
en lo que estaban haciendo.
—Segunda lección: si finalmente tienes que desenvainar tu daga, debes
apuntar con la hoja hacia fuera, nunca hacia ti. Y, por supuesto, aprieta con
fuerza para evitar que caiga al suelo.
Kiara sonrió levemente.
—Creo que mis conocimientos llegaban hasta ahí...
Tanto los guerreros Sinclair como los Stewart lanzaron sendas risotadas
hasta que Cameron los miró fijamente, clavando sus ojos sobre ellos, y
dejaron de reír.
—¿Entonces quieres pasar a la acción?
Kiara asintió.
—Está bien, esposa —respondió Cameron con rudeza endureciendo la
mirada—. Muéstrame a ver cómo te protegerías.
Kiara sacó la daga de entre su ropa y al instante lo amenazó con el arma
con mano ligeramente temblorosa. Cameron enarcó una ceja y suspiró:
—Tercera lección: si tu mano va a temblar, tu enemigo verá que eres
débil y dudas. Aférrala con fuerza y muestra determinación.
Kiara hizo lo que le pidió hasta que su mano dejó de temblar. Con un
asentimiento por parte de Cameron, continuó:
—Tu brazo está demasiado bajo. Debes levantarlo algo más para poder
proteger tu cara, cuello y torso, pero no estés todo el rato con la mano
extendida, puesto que no podrás proteger ese costado. Y con tu brazo libre,
tienes que proteger puntos claves de tu cuerpo: estómago y pecho. Y, por
supuesto, el cuchillo debe ir por delante de ese brazo protector. Así...
Cameron se puso en guardia con su daga y le mostró cómo debía
colocarse para poder defenderse en caso de ataque. Kiara asintió e intentó
imitarlo, aunque su brazo libre lo colocó más abajo de lo que debía, por lo
que Cameron se acercó a ella por detrás y la ayudó a ponerse bien. Cuando
Kiara sintió las manos del guerrero sobre su brazo y su pecho tan cerca de
ella, se sobresaltó y lanzó una exclamación al tiempo que giraba la cabeza
para mirarlo.
Cameron hizo acopio de todas sus fuerzas para no perderse en la mirada
de la joven, pero no pudo evitar mirarla durante unos segundos antes de que
Alexander volviera a carraspear para llamar su atención. Al instante,
Cameron se separó de ella y en ese momento vio la sonrisa dibujada en los
labios de Andy, el cual desvió la mirada cuando se vio descubierto.
—Cuarta lección: debes moverte constantemente. No puedes quedarte
parada en un mismo lugar, pues será demasiado fácil atacarte en tus puntos
más débiles. Muévete, y cuando más rápido lo hagas, mejor. Así podrás
despistar a tu oponente, pero tampoco te muevas sin control porque llegarás
a cansarte.
Kiara asintió y comenzó a dar pequeños pasos hacia un lado, dibujando
un círculo a su alrededor, al mismo tiempo que Cameron hizo lo mismo sin
apartar la mirada de ella.
—Intenta atacarme —pidió el guerrero cuando completaron una vuelta a
su alrededor.
Kiara aferró con fuerza la daga y se lanzó contra Cameron, que se movió
tan deprisa que la joven trastabilló y estuvo a punto de caer al suelo de no
ser porque el guerrero giró sobre sí mismo y pasó un brazo por el cuello de
la joven hasta aferrar el brazo con el que sostenía la daga y llevarla al cuello
de Kiara. Esta lanzó una exclamación de sorpresa y apretó los dientes
cuando la punta de la daga se posó directamente sobre su cuello.
—Lección número cinco: nunca des evidencias de cómo será tu ataque
porque para tu oponente será muy fácil desviarse y atacarte —dijo en su
oído.
Y cuando el aroma a flores de Kiara penetró por su nariz, Cameron sintió
que todo su cuerpo vibraba ante esa invasión. De repente, tuvo la necesidad
de besarla y estrecharla aún más entre sus brazos, por lo que la soltó de
golpe y se alejó de ella, pues si seguía tocándola, acabaría de rodillas.
—Intenta no ser tú la primera en atacar, tan solo defiéndete. Y en el caso
de que veas a tu oponente cansado, entonces hazlo. Atácalo con todas tus
fuerzas, pero sin descontrol. También tienes que tener cuidado. Luchar con
una daga no es igual que hacerlo con una espada. La daga es más corta, por
lo que estarás más cerca de tu oponente y podrá usar esa cercanía para
patearte y golpearte con los puños.
Alexander sonrió y levantó la voz:
—Sí, vamos, que es muy difícil luchar, señora.
Cameron enarcó una ceja y lo miró irónicamente.
—Tal vez querrías atacar tú a mi esposa...
—Lo que ordenes...
Con una sonrisa orgullosa, Alexander se acercó a Kiara, que se mostraba
tan concentrada que el guerrero se limitó a sacar su daga y lanzarse contra
ella para atacarla. El primer evite del joven logró esquivarlo con soltura,
pero la segunda vez que lo atacó, el cuchillo pasó demasiado cerca de su
rostro. Sin embargo, tras escuchar el silbido de los que miraban la escena y
sabiendo que Cameron la estaba observando, Kiara volvió a concentrarse y
cuando Alexander volvió a atacarla, lo esquivó, giró sobre sí misma y le dio
una sonora y fuerte patada en la pierna, que logró tirarlo al suelo, más por la
sorpresa que por el dolor del golpe.
—¡Sí! —exclamó Kiara con felicidad sin apartar la mirada de un
sorprendido Alexander y mostrándose relajada—. ¿Te he hecho daño?
Alexander se puso en pie y la encaró antes de esbozar una sonrisa
lentamente y antes de que Kiara pudiera darse cuenta, sintió cómo alguien
pasaba de nuevo un brazo por sus hombros y ponía una daga en su espalda.
—Nueva lección, esposa —dijo la voz ronca de Cameron—: si te
distraes, estás muerta. Y si te preocupas por tu oponente, también lo estás.
Después la soltó y Kiara se giró hacia él.
—Debes mantener todos tus sentidos alerta porque pueden atacarte por
detrás. Y nunca olvides intentar desarmar a tu oponente si tiene un arma.
Debes ser veloz y precisa para acabar cuanto antes. Si dudas, estás muerta.
—¿Y si tengo que clavar la daga?
El rostro de Cameron perdió el color al instante.
—Eso prefiero no enseñártelo. No quiero que tus manos se manchen de
sangre.
Kiara frunció el ceño.
—Oh, Cameron, venga ya. Necesito saber usarla.
—Y es lo que te estoy enseñando.
—¡Lo que me estás enseñando es a defenderme y poco más! Pero si
alguien me ataca y tengo que... clavarle la daga, no sabré hacerlo.
Cameron dudó durante unos instantes y miró de reojo a Andy, que
también estaba contrariado ante la petición de la joven. Por ello, salió a
defender al guerrero.
—Kiara, sé que quieres aprender todo, pero tu esposo tiene razón. Una
cosa es herir a alguien con un pequeño corte que te permita huir y otra
matarlo.
—Estamos en un mundo en el que a veces se mata —respondió la joven
—. Vosotros lo hicisteis para defenderme en el camino hacia aquí.
—Pero nosotros somos guerreros, muchacha. —Andy se acercó a ella y
puso las manos en sus hombros—. Tu padre estaría orgulloso de ver cómo
te defiendes, pero se entristecería al ver tus manos manchadas de sangre.
Kiara suspiró y dio un paso atrás. Después miró a Cameron y asintió.
—Supongo que esto es mejor que nada. ¿Seguimos?
—¿Estás segura? ¿Te atreves contra dos?
Kiara sonrió y asintió. Sin lugar a dudas, sabía que ese día iba a acabar
tan cansada que no podría ni hablar al día siguiente.
Esa misma noche Kiara apenas tuvo aliento para bajar a cenar. Ni
siquiera probó nada de lo que las sirvientas le habían subido al dormitorio,
puesto que le temblaban tanto los brazos que al instante se arrepintió de
haber pedido a Cameron que le enseñara a usar la daga. El guerrero se había
metido tanto en su papel como instructor que había llegado a ser tan duro
como lo sería con sus propios hombres y a pesar de ver el cansancio de
Kiara, siguió, pues le dijo que el destino podría ponerla a prueba y obligarla
a defenderse incluso estaba a punto de desfallecer. Y así había seguido hasta
horas después.
Cuando Cameron por fin dio por terminado el aprendizaje de ese día,
Kiara apenas podía sostener entre sus manos la daga y miró con mala cara a
su esposo, que intentaba ocultar la sonrisa que se había dibujado en sus
labios.
—¿Te he dicho ya que te odio, Cameron Sinclair? —le había preguntado
cuando los demás se alejaron de ellos.
—Creo que tantas veces que estoy empezando a creer todo lo contrario...
—respondió acercándose a ella—. Reconoce que te gusto.
Pero Kiara no quiso responderle. Y en ese momento se encontraba
encerrada en su dormitorio con dolores por todo su cuerpo y con las últimas
palabras de Cameron rondando por su mente. Reconoce que te gusto...,
repitió su mente. La joven suspiró y lo maldijo mentalmente. ¿Se habría
dado cuenta de todo lo que era capaz de levantar en ella? Rezó para que no
fuera así, porque si la había descubierto, estaba perdida, sobre todo con la
idea de que para protegerse de Mark debía consumar.
Kiara gimió mientras se tumbaba en la cama, por un lado lo hizo por el
dolor de su cuerpo, pero por otro, por el placer que le suponía pensar en
Cameron y en lo que tal vez se estaba perdiendo por alejarlo de ella misma.
Su orgullo la había obligado a odiarlo desde un principio y a seguir
haciéndolo después, pero ¿y si se estaba equivocando? Cameron le había
demostrado que no era un hombre cualquiera tras aceptar su proposición de
enseñarle a usar una daga, y más cuando sabía que a su amiga Briana se la
habían arrebatado por saber usarla.
Y eso sin hablar del respeto que había mostrado Cameron con ella al
aceptar solo el hecho de compartir cama y nada más. Su esposo, sin lugar a
dudas, no era un hombre cualquiera.
Kiara estaba tan cansada que apenas tenía aliento a desabrochar los
cordones de su vestido, que se había manchado de tierra, para meterse en la
cama y descansar, pues ya era de noche, por lo que cerró los ojos con
intención de recuperarse durante unos instantes antes de levantarse de
nuevo para ponerse el camisón. Sin embargo, el cansancio pudo con ella y
acabó dormida encima de las sábanas y con el vestido arrugado entre sus
piernas.
Después de todo un día lleno de trabajo sin haber podido dormir en dos
días, el humor de Cameron no estaba demasiado alto como para aguantar la
presencia de Dougall, Isobel y Mark durante la cena. Y para colmo, Kiara
no bajaba a cenar. El guerrero se había empezado a impacientar minutos
atrás ante la no presencia de su esposa. Pero una de las sirvientas le había
dicho que la joven estaba cansada y no bajaría, por lo que Cameron,
simplemente por educación y por observar sus gestos, se quedó en el
pequeño salón donde habían servido la mesa.
Los tíos de su esposa se mostraban intranquilos e incómodos con su
presencia, algo que solo aumentó el poder que sentía frente a ellos, pues lo
único que deseaba era hacerlos sentir así. Quería hacerles ver que aunque su
esposa no estuviera allí, él también mandaba en ese lugar, no ellos, por lo
que Mark se mostraba iracundo al ser consciente de que él nada tenía que
ver con los mandatos del palacio.
—¿Y desde cuándo no tenías relación con tu hermano, Dougall? Por lo
que tengo entendido, el padre de mi esposa no se hablaba contigo.
—Hacía muchos años que no nos veíamos por unas diferencias de
pensamiento, nada más. —Dougall no quiso ahondar—. Pero que no lo
viera no quiere decir que no siguiera queriendo a mi hermano.
—No es eso lo que se dice por ahí —siguió insistiendo Cameron para
alterarlos.
Dougall apretó con fuerza los cubiertos.
—Se dicen muchas cosas.
Cameron chasqueó la lengua.
—Es verdad. Supongo que eso es algo que pasa mucho por aquí. Había
olvidado que esta mañana tu esposa le dijo a la mía que vuestro esbirro me
vio entrando con una mujer en una taberna.
Isobel estuvo a punto de atragantarse con la sopa, aunque logró
reponerse al instante y esbozó una sonrisa.
—Ya he hablado con Thane esta tarde y le he pedido que esté más
observador la próxima vez.
Cameron sonrió de lado y dejó los cubiertos sobre la mesa para centrar
su mirada negra en Isobel.
—Así que vuestros hombres nos seguirán más veces...
Isobel negó, nerviosa, mientras Mark la miraba con el ceño fruncido e
intentando contener la ira que corría en su interior.
—No quería decir eso. Ha sido una forma de hablar. Pido disculpas por
mi error. Thane estaba tan seguro de que erais vosotros que no pude callar
algo así. Solo pretendía ayudar a mi sobrina.
—Poniéndola en contra de mi persona... —sugirió Cameron
entrecerrando los ojos.
Isobel carraspeó sin saber qué decir, por lo que Dougall habló por ella.
—Sinclair, deja ya a mi esposa. Ha pedido disculpas.
—Y yo las acepto, por supuesto. Solo quería aclarar las cosas. —
Cameron llenó su copa mientras miraba directamente a Mark, que le
sostuvo la mirada—. ¿Y hasta cuándo pensáis quedaros? Mi esposa está
siendo demasiado hospitalaria, no cabe duda.
—Mi familia y yo vinimos a estas tierras para apoyar a mi prima por la
muerte de sus padres —respondió Mark.
Cameron sonrió de lado.
—Y sin lugar a dudas está siendo un apoyo a gran escala. Casi seis
meses aquí... Creo que la última contienda de Jacobo duró menos... —se
burló.
—¿Molestamos? —preguntó Dougall—. Si es así, puedes decirlo,
Sinclair.
Cameron se dejó caer contra el respaldo de la silla.
—No, tranquilo. Era solo una pregunta. No me gusta comer con tanto
silencio, me resulta abrumador. Tal vez a mi esposa también y por ello le
sentó mal el agua que tomó esta mañana.
Isobel, que en ese momento se encontraba bebiendo de su copa, comenzó
a toser con fuerza tras atragantarse. Cameron la miró entonces con el ceño
fruncido, pues aquello era la respuesta que necesitaba para saber que Isobel
tenía algo que ver con el desmayo de Kiara.
Cuando se recuperó de la tos, la mujer lo miró de reojo y volvió a su
cena, pero Cameron sintió que el aire estaba viciado y no podía aguantar
más. Por ello, se levantó y se dirigió hacia la puerta.
—Espero que paséis buena noche —les deseó.
Cuando Cameron salió al pasillo y cerró la puerta tras él, respiró hondo
para calmarse, pues era tanta la rabia que hervía en su interior que estaba a
punto de desenvainar la espada y matar a aquella gente que lo único que
parecía preocuparle era lo material, no su sobrina. ¿Cómo podía haber
aguantado Kiara tantos meses con esa gente bajo su techo si él llevaba tan
solo un día y ya los odiaba?
Con paso lento, pero seguro, se dirigió hacia las escaleras. Otro de los
motivos que lo tenían enfadado era el desplante de Kiara, dejándolo solo
para cenar con sus tíos. ¿Qué le había pasado para no bajar? Tras una larga
tarde de entrenamiento, sabía que estaba cansada y en parte enfadada por no
enseñarle los verdaderos trucos para pinchar a alguien con la daga si se
daba la ocasión. Pero, tal y como le había dicho, no quería que la joven
viviera con la sangre de alguien a su espalda.
Dispuesto a tener otra pelea con ella, subió las escaleras de dos en dos y
casi voló hacia su dormitorio. Abrió la puerta de golpe y lo que vio lo dejó
paralizado en la jamba. A pesar del ruido que había hecho al abrir, Kiara no
se había movido ni un ápice de donde estaba. La joven se encontraba
tumbada bocabajo en la cama y por su respiración larga y profunda,
descubrió que estaba completamente dormida. Y esa simple vista hizo que
su enfado y frustración desaparecieran de golpe.
Cameron entró entonces sin hacer más ruido y cerró la puerta tras él. Su
mirada estaba puesta sobre su esposa y a pesar del enfado que había llevado
hasta allí, no pudo evitar esbozar una sonrisa. Había visto el cansancio en su
rostro cuando se despidieron antes del anochecer y sabía que Kiara estaría
agotada esa noche, pero le sorprendió que lo estuviera tanto como para no
escuchar sus pasos ni el ruido que había hecho.
El calor de la chimenea calentaba la estancia, proporcionando un aire
acogedor y relajante. Cameron se quitó el cinto de la cadera, dejándolo en el
suelo, y se acercó a la cama para sentarse justo al lado de Kiara, que no se
inmutó cuando el colchón bajó con su peso. La cara de la joven estaba
vuelta hacia él, aunque no podía verle la cara debido a que el pelo le caía
sobre ella. Con un par de dedos, Cameron apartó los mechones para
admirarla mientras dormía, pues era la primera vez que podía mirar su
rostro con esa intimidad, ya que Kiara siempre estaba a la defensiva cuando
él andaba cerca. Pero en ese momento, al verla relajada y dormida
descubrió una expresión diferente en ella, algo que no había podido ver
hasta entonces y, para su propia sorpresa, le gustó. El rostro de Kiara estaba
tan dulcificado que parecía la cara de un ángel dormido en su cama. Las
pestañas de la joven querían moverse a pesar del sueño y Cameron quiso
atraparlas con sus propios dedos al acariciar la mejilla de Kiara con ternura.
La suavidad de su piel llamó su atención, pues parecía terciopelo que lo
animaba a acariciarla más.
La joven lanzó entonces un suspiro y se movió ligeramente, pero sin
llegar a despertar y con ese simple movimiento despertó en Cameron un
profundo sentimiento de protección. Tras conocer más a los tíos de la joven,
y a la propia Kiara, se dijo que no podía dejar que los primeros se llevaran
nada de ella, pero no solo por su deber como protector y marido, sino
porque la joven merecía todo lo que tenía. Y una simple sonrisa de Kiara
parecía iluminar el cielo, su cielo, pues le inspiraba tanto calor que llenaba
su alma vacía y su plumaje negro brillaba con más intensidad.
—¿Qué demonios me estás haciendo, Kiara Stewart, que no puedo dejar
de pensar en ti? —murmuró.
En ese momento, le resultó irónico que semanas atrás le pareciera una
auténtica locura su matrimonio y de repente tenía la sensación de que no
podría vivir sin Kiara, pues ya formaba parte de él. Sabía que se había
ganado su corazón, y eso era algo que no le había dado a nadie. Pero lo peor
de todo era que sabía que era peligroso, pues si ella no sentía lo mismo por
él, lo haría pedazos en cuestión de segundos.
Cameron apretó la mandíbula con fuerza y retiró la mano de ella, pues si
seguía así, no podría parar. En ese instante, Kiara lanzó un suspiro, pero no
se movió del sitio, provocando una sonrisa en el guerrero. A pesar de su
resistencia, le gustaba verla así, dejándose llevar por el sueño y sin ser
consciente de que él estaba cerca, pues si lo supiera, sabía que no sería
capaz de dormir.
El guerrero se levantó, dispuesto a tumbarse junto a ella para dormir. Sin
embargo, al dar un paso atrás se dio cuenta de que en el rostro de Kiara se
dibujó una expresión de incomodidad, pues se movió ligeramente, aunque
el vestido le impidió hacerlo con más libertad. Por ello, lanzando un suspiro
y sabiendo que él mismo iba a sufrir, volvió junto a ella y con sumo cuidado
comenzó a desanudar los cordones de su vestido. Kiara no hizo movimiento
alguno, ni siquiera dio muestras de que era consciente de que alguien la
estaba desvistiendo, por lo que Cameron continuó.
—Vas a matarme, muchacha —murmuró—. Si me sigues provocando,
vas a matarme.
Y Cameron sabía que así era, pues aunque Kiara no fuera consciente de
ello, cualquier mirada que le dirigía la joven hacía que algo en él despertara,
como si de una bestia que había permanecido dormida de repente se
sacudiera y quisiera devorarla. Así se sentía con ella. Sabía que Kiara no lo
hacía adrede, pero sus ojos penetraban en él y hacían vibrar al cuervo que
llevaba dentro de él.
Cuando las cuerdas que ataban el vestido de la joven cayeron al suelo,
Cameron lanzó un largo suspiro, pues parte de la espalda de Kiara apareció
frente a sus ojos y un instinto devorador lo instigaba a acariciarla, aunque
logró contenerse. Poniendo su atención en los pies de la joven, vio que aún
calzaba sus zapatos, por lo que procedió a quitárselos para que estuviera
cómoda aun a riesgo de su propia cordura. La falda de Kiara fue fácil de
quitar y segundos después, toda la vestimenta de la joven reposaba en el
suelo, junto a la espada de Cameron.
Intentando no mirarla, pues aunque llevara la camisola, su cuerpo se
transparentaba a la perfección, el guerrero se quitó el manto del hombro y lo
echó después sobre Kiara para arroparla, pues aunque la temperatura fuera
buena en la estancia, no deseaba que se enfriara y enfermara. Tras eso, con
el cuerpo vibrante y lleno de deseo, se quitó la ropa con prisa y se metió en
la cama al tiempo que su mente rezaba para que ese deseo acabara cuanto
antes o bien iba a comenzar a arder en cuestión de minutos.
CAPÍTULO 17
Cuando el amanecer llegó, Cameron llevaba varios minutos despierto. Al
fin había podido descansar algo tras un par de días sin dormir y sentía que
su cuerpo estaba realmente descansado y preparado para un nuevo día. No
obstante, estuvo a punto de lanzar un resoplo al comprobar que cierta parte
de su anatomía también estaba preparada, y torció el gesto sabiendo que no
podría aplacarlo como deseaba. Cameron llevó una mano a su vientre y
respiró hondo. Necesitaba enfriarse para poder levantarse y dirigirse hacia
el patio para comenzar el día con un buen entrenamiento, pues si sus
hombres lo veían llegar así, se reirían de él durante días.
El guerrero giró la cabeza y miró a Kiara, quien no se había movido en
toda la noche, llegando a preocupar a Cameron, que en varias ocasiones la
miró para comprobar si seguía respirando. Pero en ese momento, la cara de
la joven estaba vuelta hacia el otro lado y no podía descubrir si estaba
despierta, por lo que supuso que estaba aún dormida.
Por ello, cuando logró recuperarse y calmar su deseo, Cameron apartó las
sábanas de golpe y se levantó, dispuesto a marcharse. El joven pasó una
mano por su rostro para eliminar los restos de sueño que pudiera tener,
estiró su cuerpo y se levantó completamente desnudo, dirigiéndose después
hacia la ventana para ver cómo la tierra comenzaba a iluminarse poco a
poco en el horizonte. Desde allí vio que sus hombres y los Stewart
comenzaban a moverse y despejarse para comenzar el entrenamiento, pero
Cameron dedicó unos minutos a admirar la belleza de esa tierra tan lejana a
la suya. El joven apoyó las manos en la pared, por encima de su cabeza y
frunció el ceño cuando el recuerdo de los tíos de la joven acudió a su mente,
sumiéndolo en sus propios pensamientos y sin darse cuenta de que unos
ojos verdes lo observaban totalmente anonadados.
Kiara se despertó cuando sintió que el colchón se movía a su espalda.
Había descansado como nunca, aunque sentía que el cuerpo le dolía tanto
que parecía que había pasado sobre ella una manada de caballos
desbocados. Sin embargo, se sentía útil por primera vez en toda su vida.
Había logrado aprender varias técnicas de lucha gracias a Cameron, y a
pesar de su mal comienzo entre ellos, debía darle las gracias por enseñarla a
luchar.
Durante el día anterior ambos se habían sentido como dos amigos que
estaban pasando un buen rato, y Kiara le dedicó varias sonrisas auténticas
que mostraban lo bien que se sentía junto a él. Y ahora que había sentido el
movimiento del colchón no pudo evitar recordarse que no eran amigos, sino
marido y mujer, y en ese instante recordó las palabras de Andy sobre su
consumación. Kiara no quería problemas con el rey ni con sus tíos, pero si
Andy consideraba a Mark tan peligroso como para hacer algo si ella no
había consumado su matrimonio, sabía que no podía dejarlo pasar, pues era
algo inevitable, especialmente después de lo sucedido en la bañera entre
ellos.
Kiara se giró entonces lentamente para evitar hacer ruido y lo que vio le
impresionó tanto que cualquier rastro de sueño desapareció de golpe,
obviando el hecho de que alguien la había desnudado mientras dormía. Los
ojos de la joven se abrieron desmesuradamente al ver a Cameron en todo su
esplendor. No era la primera vez que lo veía desnudo, pero sin saber por qué
aquella postura que mantenía el guerrero le hacía ver la potencia y fortaleza
que corría por sus venas, y Kiara no pudo evitar encenderse ante esa visión.
El cuerpo desnudo de Cameron le daba la espalda y debido a la luz que
entraba por la ventana, no lograba verlo con suficiente claridad, pues estaba
a contraluz, pero sí podía ver cómo se movían ligeramente los músculos de
su espalda mientras se apoyaba en la jamba de la ventana.
La mirada sorprendida y encendida de Kiara bajó lentamente por su
espalda hasta poder admirar la redondez de sus glúteos. Y entonces sus ojos
se detuvieron por demasiado tiempo en ese lugar. Era la primera vez que
podía observarlo así sin que él se diera cuenta y no pudo evitar preguntarse
cómo sería acariciar sus glúteos y apretarlos contra ella en un momento
como el que le regaló en la bañera. Y en ese momento, sintió cómo sus
mejillas se teñían de un rojo intenso al tiempo que un intenso calor afloraba
en todo su cuerpo, extendiéndose en cada poro de su piel hasta llegar
definitivamente al centro de su vientre.
Y en ese momento no fueron las palabras de Andy lo que le hizo desear
la consumación de su matrimonio, sino el propio deseo que Cameron era
capaz de levantar en ella. Kiara tragó saliva y se sentó sobre la cama,
apartando el manto que el propio Cameron había puesto, y dejando entrever
uno de sus hombros, pues la tela de la camisola se escurrió hacia un lado.
Segundos después, Cameron se apartó de la ventana y se giró para
vestirse, sorprendiéndose al ver que Kiara lo estaba observando en silencio
desde la cama.
—Buen día —dijo tras la sorpresa inicial.
El guerrero intentó no mirar la piel desnuda de su hombro, pues le había
costado horrores enfriar su cuerpo tras sentirla a su lado en la cama y no
poder hacer nada con ella.
—Buen día —respondió Kiara sin poder apartar la mirada de su cuerpo,
que ahora podía admirar por delante.
Cameron, intentando mostrarse ajeno a aquella mirada que podía
quemarlo a pesar de la distancia, tomó su ropa y comenzó a vestirse, aunque
la voz de Kiara lo interrumpió.
—¿Te levantas ya?
El joven levantó la mirada y en su rostro se formó una expresión entre
sorprendida e irónica.
—¿Acaso prefieres que me quede contigo en la cama? —bromeó
sabiendo que la respuesta sería negativa.
Sin embargo, su gesto se puso serio cuando escuchó a Kiara.
—Bueno...
Las manos de Cameron pararon para mirar a la joven. Sus cejas se
elevaron, mostrando la sorpresa que le produjo escuchar aquella simple
palabra y sus ojos repasaron cada expresión que mostraba Kiara en su cara.
La joven apartó todo el manto y se levantó de la cama con las mejillas a
punto de comenzar a arder. Sabía que lo que estaba a punto de hacer no era
decente, pues sentía que una mujer no podía hablar de esas cosas, aunque
fuera su marido, pero la confianza que Cameron le dio el día anterior le hizo
tomar valentía y pedirle lo que tenía en mente.
—¿Te encuentras bien o tal vez el entrenamiento de ayer te ha afectado?
—preguntó Cameron tras tragar saliva con fuerza.
Kiara se acercó a él y la joven intentó mirarlo a los ojos, pues si desviaba
la mirada hacia otra parte de su cuerpo desnudo, no podría emitir sonido
alguno.
—No... yo... estoy bien —tartamudeó, golpeándose mentalmente por no
saber qué decir.
Kiara paró justo a un metro de Cameron, que la miraba intentando
adivinar sus pensamientos, pues no sabía por qué derroteros lo llevaría su
esposa.
—¿Entonces...? —preguntó.
Kiara levantó la mirada hacia él y la clavó en sus ojos tras haberlos
cerrado durante un instante en el que se aferró a la poca valentía que le
quedaba.
El silencio fue lo único que recibió, pues la joven abría y cerraba la boca
sin saber cómo continuar. La vio tragar saliva y la incomodidad que
mostraba le hizo casi sentir pena por ella, pero él no sabía tampoco qué le
quería decir, por lo que no podía ayudarla.
—Yo... —comenzó Kiara apretando los puños y moviendo el pie derecho
con nerviosismo—. Creo que...
La duda de la joven estaba comenzando a impacientar a Cameron, que
sentía de nuevo cómo su cuerpo reaccionaba a la cercanía de Kiara, pero
intentó calmarse antes de que la joven descubriera que su miembro estaba
despertando otra vez.
—Ayer Mark se interesó sobre nuestro matrimonio.
Eso sí que no lo esperaba. Cameron no pudo evitar mostrar una gesto de
sorpresa al ver que su esposa le nombraba a su primo en lugar de
responderle a si deseaba realmente que se quedara en la cama con ella.
—No es algo nuevo... —respondió él con cierto tono molesto.
—No... es que él me preguntó sobre la... consumación...
Cameron frunció el ceño. Si lo que Kiara pretendía era enfadarlo en lugar
de aumentar su deseo, lo había conseguido. El guerrero dio un paso atrás,
pues la ira estaba comenzando a aflorar en él, y clavó su mirada en ella.
—¿Y a él qué demonios le importa? ¿Cuándo te preguntó eso, antes de la
cena?
Kiara negó.
—Fue al amanecer, antes de que volvierais tras la noche en el pueblo.
Cameron entrecerró los ojos.
—¿Y tú le respondiste?
Kiara desvió la mirada y se frotó las manos en señal de incomodidad,
algo que hizo gruñir a Cameron.
—Maldita sea, Kiara. ¿Por qué demonios tuviste que contarle algo así?
Eso es algo nuestro, no incumbe a tu primo.
La joven volvió a mirarlo, arrepentida.
—Lo siento, no sé cómo le respondí, la verdad, pero dejé caer que no le
importaba si lo habíamos consumado o no.
Cameron resopló.
—Y por eso tu tía encizañó antes de que yo volviera para intentar
separarnos... Maldita sea.
Cameron se alejó de ella para caminar por la estancia, haciendo que
Kiara sintiera una frialdad por su parte que llegó hasta lo más profundo de
su alma. La joven se sintió aún peor que el día anterior y un fuerte nudo se
instaló en su garganta, impidiéndole hablar durante unos segundos.
—Andy cree que Mark y mis tíos quieren aprovechar esa información
para conseguir algo de mi herencia, pero no sabemos qué. Y...
Kiara volvió a retorcerse las manos y cerró los ojos con fuerza, incapaz
de mirarlo a la cara. Sentía que sus mejillas ardían de nuevo por la
vergüenza y desvió la mirada hacia el suelo. Se golpeó mentalmente por
haber intentado decir lo que había en su mente y no supo cómo volver atrás
para evitar haber seguido hablando.
Cameron la miró desde su posición, intentando adivinar lo que quería
decir, pero al verla tan nerviosa y sabiendo que se sentía mal por lo
ocurrido, se acercó a ella lentamente y llevó una mano hacia su rostro para
poner un par de dedos debajo de su barbilla y levantarle la cabeza. Quería
mirarla a los ojos y que ella hiciera lo mismo, pues deseaba saber qué más
quería decirle, pues no quería que hubiera secretos entre ellos.
Kiara mantuvo los ojos cerrados unos instantes a pesar de que Cameron
la estaba observando con cierta inquietud. No se sentía con la suficiente
fortaleza y valentía para continuar ni para sostenerle aquella mirada negra.
Sin embargo, el guerrero no estaba dispuesto a dejarlo pasar.
—Kiara... —susurró con aquella voz ronca que tan nerviosa la ponía—.
Mírame.
La joven tragó saliva, respiró hondo y, finalmente, se decidió a abrir los
ojos. Al instante, se encontró bajo la atenta mirada de Cameron, al que no
parecía importarle su desnudez.
—¿Qué querías decir?
Kiara observó la negrura de sus ojos y se perdió enseguida en ellos.
Cameron la estaba mirando con tanta intensidad que estaba segura de que
aunque no hablara, él era capaz de meterse en sus pensamientos.
—Que... Andy cree que lo mejor para evitarnos problemas con ellos es...
consumarlo.
Kiara intentó adivinar qué pasó por la mente de Cameron cuando confesó
lo que pensaba, pero el guerrero se mostró tan hierático que no logró
descubrir nada. Sin embargo, en la mirada del joven pudo ver que cruzaba
un sentimiento extraño, tal vez deseo, que le fue confirmado cuando
Cameron se acercó aún más a ella e inconscientemente se relamía el labio.
—¿Y tú qué piensas?
—Que Andy tiene razón —susurró.
Cameron sonrió leve y fugazmente.
—No me importa lo que opine Andy, sino tú. ¿Tú querrías consumarlo?
Sería faltar a tu palabra... —le recordó con calma, aunque internamente algo
en él estaba tan agitado que solo deseaba escuchar las palabras que tanto
necesitaba.
Kiara lo miró largamente, incapaz de poder decir nada, hasta que dio una
respuesta.
—Yo... quiero volver a sentir lo mismo que el otro día en la bañera.
Cameron frunció el ceño.
—¿Solo eso? —ronroneó.
Kiara negó con la cabeza.
—Quiero más.
Cameron acercó la cara a la de la joven y rozó sus labios con deseo.
—¿Estás segura?
Un nuevo deseo irrefrenable se apoderó de él. Necesitaba escuchar una
vez más para asegurarse, pues en el momento en el que decidiera hacerla
suya, no habría marcha atrás.
—Sí, lo deseo.
Cameron sonrió contra sus labios y la besó lentamente, disfrutando de
cada milímetro de su piel.
—Repítemelo...
Kiara se separó de él para mirarlo con el rostro enrojecido por la
vergüenza y el deseo a partes iguales.
—Te deseo, Cameron Sinclair.
El guerrero gruñó y aferró el rostro de Kiara entre sus manos.
—Es lo único que deseaba oír, muchacha.
Acortó la distancia entre ellos y la besó con toda la pasión retenida en
sus venas. Desde que la conocía había sentido esa atracción animal hacia
ella, y con el paso de los días la joven le había demostrado la pasión que
también tenía en su interior, aunque se lo demostrara con enfados y peleas.
Sabía que no era una mujer sumisa o de la corte, acostumbrada a las buenas
formas. Él era un guerrero y necesitaba una mujer como Kiara para
compartir su vida. Y ahora que ella se entregaba a él, Cameron dejó escapar
el fuego que corría por sus venas.
Cuando el guerrero la besó, Kiara necesitó apoyar sus manos en su
amplio pecho desnudo para evitar caer, pues sintió que las piernas le
temblaban ante lo que estaba a punto de ocurrir y ante lo que Cameron era
capaz de despertar en su interior. Un suspiro escapó de la boca de Kiara
cuando el guerrero penetró su boca con la lengua y necesitó subir más sus
manos hasta llegar a los fuertes hombros de su esposo, pues estaba
comenzando a marearse.
Un gemido escapó entonces de su boca cuando Cameron pegó su cuerpo
al de ella y sintió contra su vientre el palpitante miembro que parecía tener
vida propia, pues latía con la misma intensidad que su propio corazón. Las
manos de Cameron se deslizaron lentamente por su espalda hasta llegar a
sus nalgas, las cuales apretó con suavidad contra él. Kiara se sobresaltó ante
ese toque tan íntimo entre ellos, pero al instante descubrió las verdaderas
intenciones de Cameron, que no eran otras que levantar su camisola
lentamente para desnudarla por completo.
—Tranquila —le susurró Cameron cuando la sintió temblar entre sus
manos—. Jamás haría nada que pudiera dañarte.
Kiara sabía que debía relajarse para ese momento, pero se sentía tan
nerviosa por mostrarse desnuda de nuevo ante él que parecía la hoja de un
árbol a punto de caer de la rama debido a la fuerza del viento. Las
sensaciones que las manos de Cameron le provocaban mientras la
desnudaba la abrumaban, pues eran tan íntimas, tan ardientes... que su
mente parecía estar a punto de dejar de funcionar, pues solo podía pensar en
esa sensación tan hermosa y vibrante.
Las palabras que le había dedicado entonces Cameron penetraron por sus
oídos como si fueran terciopelo, dichas de una forma tan íntima y especial
que sin lugar a dudas lo creyó de principio a fin. Sabía que él jamás le haría
daño, que no habían empezado bien, pero que él no era como otros hombres
que conocía.
Cameron siguió besándola mientras le subía la camisola hasta que se
separó levemente de ella cuando la tela debía pasar entre sus bocas. Kiara
levantó los brazos sin dudar, pues en ese instante le ardía tanto el cuerpo
que el roce de la tela le molestaba demasiado. Pero Cameron no esperó
mucho tiempo para volver a besarla. La tentación que tenía frente a él era
demasiado fuerte y por ello volvió a penetrar su boca de forma pecaminosa,
áspera. El calor de su boca parecía quemarla, pero era un ardor que Kiara
estaba dispuesta a soportar, pues el placer era demasiado fuerte.
La joven le devolvió el beso con la misma pasión, desenfrenada, pues era
tal la tentación de probarlo también que logró arrancarle un gemido de su
pecaminosa garganta. Temerosa de haberlo molestado, Kiara se separó de él
y lo miró a los ojos. Cameron le devolvió una mirada abrumadora,
encendida y retadora.
—Bésame de nuevo —ronroneó contra sus labios.
Con cierta duda, Kiara lo hizo. Volvió a probar de sus labios, arrancando
un nuevo gemido del guerrero y cuando las manos del joven fueron
directamente a su cintura, Kiara se sobresaltó, aunque logró relajarse al
instante.
Poco a poco, Cameron la llevó hasta los pies de la cama, sin dejar de
besarla, sin dejar de acariciarla. No quería separarse de ella, necesitaba
seguir probando de sus labios, de aquella fuente de vida que parecía haberlo
atrapado como si de un embrujo se tratara.
Sintiéndose más valiente, Kiara acarició los hombros del guerrero y llevó
las manos a su pecho, donde enredó los dedos en su bello, y allí sintió el
calor que manaba del cuerpo de Cameron, que la envolvió por completo y le
hizo olvidar todo lo demás, nublando su mente al instante y haciendo que
solo fuera consciente de las sensaciones que estaba sintiendo en cada poro
de su piel.
Kiara volvió a sobresaltarse cuando una mano de Cameron se alzó hacia
sus pechos, acariciando uno de ellos con tanta suavidad que parecía tener
miedo de hacerle daño.
—Eres demasiado hermosa, Kiara —murmuró contra sus labios—. No
soy digno de tu belleza.
La joven se separó levemente de él, mostrándole sus mejillas rosadas y
unos ojos envueltos en una niebla de placer que sorprendieron al propio
guerrero.
—Tú también eres bello. No hay más que conocerte un poco para darse
cuenta de ello.
Cameron sonrió y la besó fugazmente.
—¿Entonces a simple vista no soy bello?
Kiara chasqueó la lengua, pues no era eso lo que había pretendido decir.
—Claro que sí... es que... —Pero no pudo acabar, pues los ávidos labios
de Cameron cortaron sus palabras.
El guerrero la empujó suavemente contra la cama cuando las piernas de
la joven chocaron contra ella. Necesitaba poseerla pronto o moriría frente a
ella envuelto en el fuego abrasador que lo consumía desde hacía días.
Cameron se cernió sobre su cuerpo con todo su poder y fuerza y durante
unos segundos que parecieron eternos, admiró la desnudez de su esposa de
forma descarada mientras pasaba su lengua por los labios, relamiéndose
ante el precioso y magnífico bocado que había bajo él. En ese momento,
volvió a tomar entre su mano aquel pecho respingón que se alzaba contra él
con el mismo orgullo que siempre mostraba su dueña. Una sonrisa se dibujó
en sus labios cuando sintió cómo el pezón se endurecía contra su palma y al
instante, abandonó los labios de Kiara para dedicarle amor a otras partes de
su cuerpo.
—Te dije que el placer podía ser aún mayor —le dijo mirándola mientras
bajaba lentamente hacia sus pechos—, y hoy pienso demostrártelo.
Con avidez, tomó entre sus labios aquel pequeño montículo que se
elevaba entre sus dedos y lo lamió lentamente, arrancando gemidos de
sorpresa y placer de la garganta de Kiara. La joven se retorcía bajo él y
arqueaba la espalda al tiempo que, inconscientemente, una de sus manos fue
directamente hacia su cabeza para apretarlo más contra ella.
Durante varios minutos, Cameron se dedicó a rendir pleitesía a ambos
pechos, como si fueran el bocado más preciado que hubiera tenido jamás. Y
así los sentía. De todas las mujeres con las que había estado, ninguna le
había hecho sentir lo mismo que Kiara y necesitaba que ella lo supiera, pues
no era comparable con ninguna otra.
Minutos después, se irguió de nuevo y la observó desde su altura. Estaba
realmente preciosa. El pelo de Kiara reposaba escandalosamente sobre las
sábanas. La joven tenía los labios hinchados por sus besos y las mejillas
rosadas por la pasión y la vergüenza que sentía, pero a Cameron le pareció
tan inocente, tan angelical que necesitaba mirarla durante unos minutos para
intentar subir al mismo cielo en el que estaba la joven, pues seguía sin
sentirse digno de aquella belleza.
Con delicadeza, Cameron le abrió las piernas y se colocó entre ellas,
acariciando aquellos muslos blancos y aterciopelados que se mostraban ante
él con firmeza. El guerrero clavó su mirada negra en la de Kiara, que lo
observaba con respiración acelerada y el joven solo necesitó una mirada de
esas para elevar sus manos lentamente muslos arriba hacia el vientre de
Kiara, que lanzó un suspiro de satisfacción cuando la acarició en esa zona.
Y con una sonrisa en los labios, Cameron bajó una de esas manos hacia la
entrepierna de la joven, que se sobresaltó al sentirlo de nuevo en ese lugar
tan íntimo.
Kiara cerró levemente las piernas por la vergüenza pues Cameron no
dejaba de mirarla a los ojos para ver sus reacciones, pero el guerrero negó
con la cabeza y, delicadamente, las abrió de nuevo.
—Quiero escuchar cómo gritas de nuevo —le dijo antes de que uno de
sus dedos penetrara lentamente en la entrada de la joven.
Allí, de rodillas sobre el colchón, Cameron observaba sus movimientos
de placer mientras se retorcía contra la cama. Kiara elevó su espalda,
arqueándola tanto que incluso llegó a temer que se hiciera daño, pero los
gemidos que escapaban de su garganta mientras movía el dedo en su
interior no eran de dolor, sino que Kiara estaba experimentando un placer
inimaginable. Su cadera comenzó a moverse al ritmo que marcaba el dedo
de Cameron, que sonreía al verla totalmente entregada a él. Desde su
posición vio cómo las manos de Kiara casi arrancaban las sábanas al
sujetarse a ellas como si estas fueran un lugar de salvación para el placer
que recorría su cuerpo de arriba abajo.
El guerrero movió su dedo aún más deprisa, sintiendo de forma
placentera los pliegues que formaban esa zona del cuerpo de Kiara. Su
propio cuerpo estaba a punto de explotar ante el placer que le producían los
gemidos de la joven por sus caricias, pero necesitaba hacerle gozar una vez
más antes de penetrarla con su miembro.
—¡Oh, Cameron! —gimió cuando un placer aún mayor que en la bañera
azotó todo su cuerpo, recorriendo cada poro, cada milímetro de su piel.
Y sin poder resistirlo, llevó su boca entre las piernas de Kiara para poder
absorber con sus labios aquel placer que la recorría, esas palpitaciones que
parecían querer succionar su dedo hacia el interior para no dejarlo salir. Y
entonces, Kiara lanzó un pequeño grito de sorpresa, pues jamás pensó que
alguien pudiera hacer eso. Ese simple gesto aumentó aún más el placer,
alargándolo unos segundos más, en los que la joven apretaba la cabeza de
Cameron contra ella inconscientemente.
Con una sonrisa de satisfacción, Cameron se separó de ella minutos
después y la miró a los ojos mientras volvía a cubrirla con su cuerpo
lentamente, como un gato a punto de atrapar a su presa, aunque Kiara
apenas era consciente de aquello, pues una nube de placer tenía su mente
embotada. No obstante, sí pudo sentir la lengua del guerrero subiendo por
su vientre hasta detenerse en su ombligo, donde dibujó un amplio círculo
para después volver a subir hasta sus pechos, a los que le dedicó otros
instantes de placer. Tras esto, su lengua subió hasta su garganta y dejó en
reguero de besos hasta que se separó de ella y volvió a mirarla. Cuando lo
vio sobre ella, llevó las manos a la amplia espalda del guerrero y lo apretó
contra ella, sintiendo su miembro en su entrepierna.
Kiara suspiró y le devolvió la mirada.
—¿Vas a detenerte?
Cameron negó.
—Me detendré cuando tú me lo pidas.
La respuesta de Kiara hizo que las mejillas de la joven se volvieran aún
más rojizas, pues llevó su mano hasta una nalga de Cameron y lo apretó
contra ella. El guerrero sonrió y la besó lentamente, disfrutando de ese
néctar mientras su miembro se dirigía hacia la entrada de Kiara.
Lentamente, temiendo hacerle daño, comenzó a penetrarla y cuando la
joven se tensó entre sus brazos, ahondó el beso. Sabía que le haría daño esa
vez, pero no podía evitarlo, por ello, haciendo presión contra la barrera que
encontró, llevó una mano hacia la entrepierna de Kiara y la acarició allí
mientras la besaba con más fuerza. Segundos después, capturó un pequeño
grito que lanzó la joven cuando Cameron traspasó aquella barrera.
—Shh, tranquila —susurró contra sus labios.
Las caderas de Cameron se movieron hacia su interior con infinita
lentitud. Su miembro iba haciéndose un hueco en su interior mientras
acariciaba uno de sus pechos. Y cuando llegó a lo más profundo de su
interior, los ojos de Kiara se abrieron desmesuradamente, incapaz de creer
que por fin estaban unidos. Ambos se miraron largamente a los ojos y
cuando Cameron se salió ligeramente de ella para volver a penetrarla, un
suspiro escapó de la boca de la joven.
—Esto es... —gimió incapaz de seguir.
Cameron sonrió y llevó los labios hacia el oído de Kiara para hablarle.
—Excitante, caliente o, según el sacerdote, algo perverso.
Kiara se arqueó bajo su cuerpo y Cameron la recibió llevando los labios
a uno de sus pechos para atrapar el pezón entre ellos.
—Pues creo que me encanta lo perverso —contestó la joven haciéndolo
reír.
La respuesta del guerrero fue aumentar la velocidad de sus acometidas,
haciéndola gemir aún más fuerte. En el dormitorio solo se escuchaba el
sonido de sus respiraciones aceleradas, sus gemidos, sus cuerpos chocando
una y otra vez y cuando menos lo esperaba, Kiara sintió como si su alma
saliera de repente de su cuerpo, elevándose hasta lo más alto de la cima con
un sonoro gemido que Cameron atrapó al tiempo que él mismo se
derramaba gritando el nombre de la joven.
Kiara sentía bajo la palma de sus manos la tensión que se había formado
en la espalda de Cameron y cómo poco a poco esa tensión dio paso a una
relajación cuando su cuerpo cayó sobre ella unos instantes. El guerrero
recostó su cabeza en el hueco de su cuello y Kiara lo sentía respirar con
rapidez mientras intentaba recuperar el aliento. Con intimidad, la joven dejó
caer la cabeza sobre la de Cameron, completamente saciada, aturdida y con
los ojos aún desenfocados, hasta que lentamente, su esposo se retiró de ella
para evitar aplastarla con su peso.
Cameron se tumbó bocarriba y arrastró con él a Kiara, que depositó la
cabeza entre su amplio pecho, lanzando un largo suspiro y dejándose llevar
por el cansancio que en ese momento sentía.
—Gracias —murmuró la joven.
Cameron rio levemente.
—¿Por qué?
Kiara intentó esconder la cara entre su cuello, pero él se lo impidió para
mirarla a los ojos.
—Por darme este placer.
—Te dije que sería aún mayor...
Kiara sonrió, avergonzada, y volvió a dejar caer la cabeza.
—Debería haberlo probado antes.
Cameron lanzó una carcajada.
—Me dijiste claramente que preferías el infierno.
Kiara jugó con el bello de su pecho antes de responder.
—Pues ahora te quiero a ti.
Cameron enarcó una ceja y le levantó el rostro de nuevo.
—¿Es eso cierto?
Kiara asintió con la cara carmesí.
—Pues no voy a parar hasta oírtelo decir de nuevo... —gruñó antes de
envolverla de nuevo con su cuerpo.
CAPÍTULO 18
Isobel entró echa una furia en el pequeño salón donde se encontraban su
marido y su hijo tomando una copa de whisky como si todo aquello no
fuera con ellos.
—¡Aquí estáis! —bramó al tiempo que cerraba tras ella con un sonoro
portazo—. ¿Cómo podéis estar tan tranquilos?
—Cálmate, Isobel —pidió Dougall—. Estamos tomando algo después
del desayuno. Hablamos de que estamos hechos para vivir así de bien. No
puedo esperar a que Mark logre seducir a su prima.
Isobel gruñó.
—Pues vete despidiendo de esa opción, esposo —dijo Isobel con enfado.
Dougall dejó su copa sobre la mesita y frunció el ceño.
—¿A qué te refieres?
Isobel caminó de un lado a otro del saloncito hasta que paró frente a
ellos.
—A que nuestros planes previstos se acaban de tirar por tierra.
Mark se levantó de la silla donde estaba sentado y se acercó a su madre.
—¿Ocurre algo con Kiara?
Isobel lo miró con mala cara.
—Sí, que ha consumado el matrimonio con Cameron antes de que hayas
logrado seducirla.
Mark lanzó una maldición.
—¿Cómo lo sabes, madre? Tal vez son habladurías de las sirvientas.
—No. Tenía pensado ir a hablar con ella esta mañana al amanecer, pero
al acercarme a su dormitorio he escuchado todo... El maldito Sinclair y ella
estaban...
—Maldita sea... —bramó Dougall tirando la mesita al suelo y
derramando con ella el vaso de whisky—. ¿Estás segura?
Isobel lo miró enarcando una ceja.
—¿Me tomas por tonta? ¿Crees que no conozco los sonidos propios de...
eso?
Dougall resopló y se llevó las manos a la cara.
—Esto cambia todo. Debemos hacer algo más rápido y contundente,
pero ¿qué?
Mark se paseó por la estancia hasta pararse frente a la ventana a mirar a
los guerreros Sinclair que podía ver desde allí.
—Tal vez podríamos matar a su marido... —sugirió Isobel.
Dougall negó con la cabeza.
—Demasiado evidente. Sus hombres se nos echarían encima antes de
que exhalara su último aliento de vida.
—¿Entonces qué? —vociferó Isobel, desesperada.
Mark, que seguía con la mirada puesta sobre los guerreros, sonrió de
lado, haciendo que su rostro se afilara tanto que cualquier podría haber
descubiertos sus planes malévolos.
—Creo que tengo la solución a todos nuestros problemas y sin la
necesidad de derramar la maldita sangre de los Sinclair. —El joven se giró
hacia ellos y clavó la mirada en sus padres—. Y esto va a salir bien, además
de ser más rápido que una simple seducción. Mi querida prima será mía en
unos días. Y lo será para siempre.
Un par de horas después, Cameron se levantaba de la cama donde había
pasado las mejores horas de su vida. Le costó reconocérselo a sí mismo,
pero no podía negar tampoco la evidencia. Kiara había resultado ser una
mujer muy pasional y le devolvía con creces todo aquello que él mismo le
hacía, poniendo tanto entusiasmo que sin duda había aprendido todo muy
rápido.
Ahora que se encontraba sentado en la cama, observándola, admiró todas
y cada una de las curva de su cuerpo, eso sin contar la innegable belleza de
su rostro y algo extraño pareció apretar con fuerza su pecho, como si le
clavaran una daga en el centro de su corazón, y eso lo asustaba. ¿Cómo
podía despertar esa joven sentimientos tan sumamente profundos en él?
¿Cómo había logrado penetrar en su coraza para instalarse en su pecho y
hacer que la negrura de su corazón comenzara a desaparecer? El simple
hecho de pensar en perderla lo hacía enloquecer y mientras la observaba se
juró y perjuró que haría lo que fuera por protegerla, incluso le sorprendió
saber que daría con gusto su vida por salvarla de cualquier peligro.
¿Acaso su amigo y compañero Alexander tenía razón? ¿Tal vez se estaba
enamorando de ella sin darse cuenta? Y si era así, ¿qué se suponía que
debía hacer? ¿Cómo tenía que actuar a partir de ese momento? Cameron
frunció el ceño al pensar en esa posibilidad y se negó a sí mismo que
estuviera enamorado de ella. Aquello debía ser simplemente atracción, pues
era tan bella que cualquier caería preso de la joven. Su corazón comenzó a
latir con fuerza y se levantó de la cama negando con la cabeza. No, aquello
no podía ser amor. No estaba preparado para eso. Él era un guerrero y lo
único que debía preocuparle era la lucha. No podía permitirse sentimientos
sin importancia que lo harían débil ante sus enemigos. Por ello, sin
dedicarle ninguna mirada más a la joven, se vistió y abandonó el dormitorio
con la intención de tener un buen entrenamiento junto a sus hombres,
aunque cuando llegó a la puerta y la abrió no pudo evitar dirigir una última
mirada hacia su esposa mientras en su interior luchaba con el sentimiento de
querer quedarse junto a ella.
El guerrero bajó las escaleras deprisa, pues necesitaba respirar el aire
fresco para calmar su interior. Sin embargo, cuando salió fuera del palacio,
Andy se dirigió a él con prisa y Cameron supuso que su día no iba a mejorar
los sentimientos contrariados que había dentro de él.
—¿Qué ocurre?
Andy chasqueó la lengua y le habló en voz baja mientras lo instaba a
alejarse de la casa.
—Mark acaba de marcharse. Hará algo más de una hora que salió del
palacio con dos alforjas, tomó un caballo y se fue.
Cameron frunció el ceño.
—¿A dónde creéis que ha ido?
—No lo sé, pero su rostro no denotaba nada bueno. Y lo peor de todo es
que no ha ido solo. Thane lo ha acompañado.
Cameron gruñó por lo bajo.
—¿Y por qué demonios no me habéis avisado antes?
Andy enarcó una ceja y, para sorpresa de Cameron, se sonrojó.
—Bueno... la verdad es que fui directamente hacia vuestro dormitorio
para avisarte, pero desde el pasillo podía escucharse...
Cameron estuvo a punto de atragantarse con su propia saliva. Al instante,
se mostró incómodo frente al guerrero y carraspeó con fuerza, desviando la
mirada.
—Sí, bueno...
El hombre de confianza de los Stewart le dio una palmada en la espalda.
—Me alegro de que hayáis consumado...
Cameron le dedicó una mirada asesina.
—Como se te ocurra burlarte, te arranco la cabeza.
Andy lanzó una carcajada y volvió a palmear su espalda.
—Bueno, al menos esta vez no has tenido que darme una paliza por ser
un inoportuno...
Y antes de que Cameron le estrellara en la cara el puño que acababa de
levantar, Andy puso tierra de por medio y se acercó al resto de hombres,
que los esperaban para hablar sobre el motivo que podría haber llevado a
Mark a abandonar el palacio.
Cuando Kiara volvió a abrir los ojos no sabía qué hora era exactamente,
pero en ese momento no le importó. Aún seguía sintiéndose exhausta, más
que en toda su vida. Ni siquiera el camino de vuelta a su palacio desde el
castillo Mackintosh le había resultado tan agotador. Pero al mismo tiempo
se sentía pletórica, feliz. Algo dentro de ella había cambiado por completo
después de entregarse a Cameron, y a pesar de haberle jurado que jamás lo
haría, no se arrepentía de haber cambiado de opinión.
Kiara se movió entre las sábanas, ronroneando mientras estiraba su
cuerpo, pero la sonrisa que dibujó en su rostro se borró cuando descubrió
que estaba completamente sola. En su lugar, una expresión de decepción
apareció en ella, aunque supuso que Cameron tal vez se había tenido que ir
junto a sus hombres, pues por la posición del sol que veía desde allí
descubrió que había pasado ya el mediodía.
Kiara aprovechó unos segundos más para desperezarse y finalmente se
animó a levantarse de la cama. Le habría gustado estar más tiempo allí,
junto a Cameron, pero sabía que no podía quedarse por más tiempo en la
cama, especialmente después de haberse saltado la comida. La joven apartó
las sábanas y no pudo evitar sonrojarse al ver la prueba de lo que había
hecho con Cameron, pues un pequeño resto de sangre podía verse
claramente entre la blancura de las sábanas.
Allí sentada, Kiara rememoró cada instante pasado junto a su esposo y
una sonrisa bobalicona se dibujó en sus labios. No podía creer que Cameron
le hubiera provocado esos sentimientos y ese placer que había hecho que
pudiera subir al cielo sin necesidad de morir. Casi podía sentir aún las
manos del guerrero acariciando cada palmo de su piel y el reguero de besos
que iba dejando por todos lados. Sin lugar a dudas, Cameron se había
afanado en profundidad para hacerle sentir placer, tal y como le había
prometido y Kiara deseaba aún más. Su sonrojo aumentó al pensar en eso,
pues pensó que se estaba volviendo una libertina, pero lo que más le
preocupó fue darse cuenta de que después de descubrir a un Cameron más
íntimo, uno que desconocía, los sentimientos que este causaba en ella
habían ido en aumento, y en lo más profundo de su corazón y de su pecho
sabía que estaba comenzando a amar al que era su esposo a pesar de haberse
jurado una y otra vez que lo odiaría por siempre.
Con un suspiro, Kiara se levantó de la cama y comenzó a vestirse. Estaba
dispuesta a ir a hablar con Cameron para comentarle sus sentimientos y
saber si él sentía lo mismo. Quería que todo cambiara entre ellos y tuvieran
un matrimonio normal, pues no deseaba seguir como hasta entonces, con
malas caras y peleas a cada momento. Por ello, escogió uno de los vestidos
más bonitos que tenía, se dejó el pelo suelto y se dirigió hacia la puerta para
marcharse, pero alguien llamó a ella antes de que pudiera salir.
—¡Señora! —exclamó la sirvienta al verla casi en la puerta.
—Hola, Vika, ¿ocurre algo?
Kiara se fijó en que la joven llevaba una bandeja en las manos y a leguas
se notaba que estaba ligeramente nerviosa, pues todo lo que portaba en la
bandeja se movía peligrosamente.
—El señor me ha enviado para que os traiga algo de comer, puesto que
no habéis bajado a la hora de siempre —dijo la joven antes de dirigirse
hacia una mesita para dejar la bandeja.
Kiara la observó y supo que estaba demasiado rara.
—La verdad es que no tengo mucha hambre. Te agradezco que lo hayas
traído —y después añadió—. ¿Estás bien, Vika?
La joven, que era algo menor que ella, la miró a la cara y asintió.
—Sí, estoy bien.
—¿Mi esposo te ha molestado de alguna manera? ¿Ha sido grosero?
La joven abrió los ojos desmesuradamente.
—¡No! Vuestro esposo es un caballero, mi señora. No es él...
Kiara se acercó a ella y apoyó las manos en los hombros de la sirvienta.
—¿Mis tíos o mi primo?
Vika dio un respingo y se apartó de ella, negando repetidamente, lo cual
le confirmó a Kiara que sí eran ellos los culpables de su nerviosismo.
—Sabes que puedes contármelo.
Vika se retorció las manos.
—Los sirvientes no nos metemos en la vida de los señores.
Y antes de que Kiara pudiera decir algo, la sirvienta se dirigió hacia la
puerta, aunque la voz de su señora volvió a frenarla.
—Acepto que no quieras contármelo, pero déjame pedirte algo. —Se
sonrojó cuando Vika la miró de nuevo—. ¿Te importaría ser tú quien
cambiara las sábanas? Se han... manchado y no quiero que nadie más las
vea.
Vika miró de soslayo hacia el objeto del que hablaban y se sonrojó al
mismo tiempo que su señora. Finalmente, asintió en silencio y vio cómo
Kiara salía de la habitación, y al instante la paró.
—Señora, vuestra tía os estaba buscando hace un rato.
Kiara enarcó una ceja antes de suspirar, cansada.
—¿Ha dicho para qué?
Vika negó y Kiara retomó su camino, dejando sola a la sirvienta mientras
cambiaba las sábanas.
La verdad es que no deseaba ver a sus tíos ni a su primo, sino a
Cameron. Necesitaba mirarlo una vez más, aunque internamente se
preguntaba una y otra vez qué le diría cuando lo tuviera delante, pues solo
podía sonrojarse con tan solo pensarlo.
—¡Kiara! —exclamó su tía al verla bajar las escaleras.
La joven contuvo un gruñido apretando con fuerza los puños contra su
cuerpo y manteniendo una postura erguida y tensa mientras bajaba los dos
últimos escalones.
—¿Te encuentras bien, querida? No has bajado a comer ni ayer a cenar...
Kiara carraspeó y asintió.
—Estoy perfectamente, tía. Gracias. ¿Me buscabas para preguntarme por
ello?
—En parte sí. Como te desmayaste, pensaba que seguías enferma.
Kiara clavó su mirada en ella y entornó ligeramente los ojos.
—Supongo que tomé algo que no me sentó bien, pero ahora estoy como
nunca.
Isobel escrudiñó su rostro durante unos segundos hasta que sonrió y
asintió.
—Me alegro. También quería decirte que tu querido primo ha tenido que
salir unos días del palacio, aunque no creo que tarde en volver.
El corazón de Kiara se sobresaltó, no por el hecho de que su primo
hubiera dejado el palacio, que en parte la tranquilizaba, sino por el motivo
que lo había llevado a marcharse de allí tras cinco meses en los que apenas
habían abandonado los límites del palacio. Pero no solo por ello. Kiara
descubrió en el rostro de su tía una expresión que no le gustó en absoluto y
le encogió el corazón al instante.
—¿Ha ocurrido algo?
Isobel hizo un gesto con la mano, restándole importancia.
—Nada, querida. Es algo que debe solucionar en unos días, pero,
tranquila, no es preocupante. Tal vez él mismo te diga algo...
Kiara frunció el ceño y asintió, no muy convencida con sus palabras,
pues estaba segura de que encerraban algo más que un simple viaje. Sin
embargo, intentó mantener una pose neutra, sin mostrar lo que realmente
sentía y, tras despedirse de ella, se dirigió hacia la salida del palacio.
Necesitaba respirar el aire limpio y puro del día, pues de repente el aire de
su casa se había vuelto viciado.
Cuando por fin salió, cerró los ojos un instante para respirar
profundamente y llenar sus pulmones del olor a tierra mojada, pues el aire y
las nubes negras del horizonte amenazaban lluvia en cuestión de horas. Tras
esto, abrió los ojos y fijó la mirada en el frente, hacia el grupo de hombres
Sinclair y Stewart y al instante reconoció a Cameron entre ellos. Todos ellos
parecían estar entrenando duramente y Kiara no pudo evitar rememorar los
momentos vividos en el castillo Mackintosh durante su estancia allí,
provocando que echara de menos a las amigas que había forjado en ese
lugar.
Con paso lento, se acercó a los guerreros y el sonido de sus respiraciones
alteradas llegó a ella enseguida.
—Hoy estás siendo especialmente duro, Cameron —se quejó Alexander.
Kiara frunció el ceño y miró a su esposo. Un hormigueo recorrió su
cuerpo al verlo en pleno entrenamiento, sin camisa, sudoroso y con el pelo
revuelto. Desde su posición podía ver con claridad los músculos de su
pecho y espalda y se sonrojó al recordar cómo ella misma los apretó con sus
dedos horas antes mientras Cameron la penetraba sin descanso.
Kiara carraspeó e intentó desviar sus pensamientos, que se estaban
volviendo cada vez más pecaminosos.
—Sí, está enfadado por algo... —lo secundó Kyle.
—¿Por qué no os calláis y guardáis esa fuerza para luchar? La culpa es
vuestra, que estáis perezosos.
Kiara vio cómo Kyle enarcaba una ceja antes de girar sobre sí mismo
para desviar el ataque de su laird.
—¿No será ella la culpable de tu mal humor de hoy? —bromeó
Alexander frenando un golpe de Cameron antes de que este se girara hacia
donde le señalaba su guerrero.
Bajando la espada, clavó su mirada negra en ella, sorprendido por verla
allí y sin saber qué decir ahora que estaba a tan solo unos metros de ellos.
La vio acercarse ahora que habían bajado todas las armas y se dedicaban a
mirarlos, como si su posible conversación fuera lo más interesante que
habían visto en todo el día.
—Hola —dijo Kiara débilmente con el rostro enrojecido y los brazos
cruzados sobre su pecho.
Cameron reaccionó al instante de escucharla y se acercó a ella.
—Hola —dijo más serio de lo normal, pero sin poder evitar que su
cuerpo reaccionara ante su presencia—. ¿Estás bien?
A pesar de que Cameron había hablado en voz demasiado baja, Kiara lo
entendió a la perfección y asintió, sabiendo que su sonrojo era más que
evidente.
—Sí, muy bien.
—Pensaba que... te quedarías todo el día descansando.
Kiara frunció el ceño y negó.
—Lo hubiera hecho de haber... tenido compañía —dijo en un murmullo.
Cameron sonrió de lado y miró al suelo antes de señalar a los demás
guerreros.
—Estábamos entrenando —indicó golpeándose mentalmente por sentir
que su cabeza estaba en blanco y no sabía qué decir.
—Lo sé, pero quería preguntaros por Mark —respondió en voz más
fuerte para que la escucharan los demás—. Mi tía me acaba de decir que se
ha ido.
Andy se acercó a ellos y cruzó los brazos en su pecho mientras la
observaba, algo que hizo saber a Kiara que el guerrero estaba al tanto de lo
que había ocurrido en su dormitorio. Las mejillas de la joven se tiñeron aún
más de rojo, por lo que Andy intentó disimular mejor.
—Sí, lo hemos visto. Parecía decidido a irse y ni siquiera nos ha mirado.
Ha cruzado un par de palabras con Thane, que lo ha acompañado, y se han
marchado los dos.
—¿Qué camino han tomado?
—El del oeste.
Kiara frunció el ceño.
—Eso lleva a las tierras de los Campbell —apuntó la joven—. Y no
tenemos nada que ver con ellos.
—Los Stewart no, pero sí Jacobo o al menos sus hombres —sentenció
Cameron con voz que mostraba claramente su ira—. Antes de salir del
castillo Mackintosh, Ian me comentó que Jacobo tenía planeado enviar a sus
hombres o ir él mismo a comprobar qué demonios pasaba con Fletcher
Campbell para saber por qué aún no se había presentado en el castillo a
conocer a su prometida.
Kiara sintió que su corazón se encogía al pensar en Eileen, pero más al
pensar en que Mark tenía intención de ver al rey.
—¿Y por qué querría Mark ver a Jacobo? No tiene sentido.
—No, pero si es verdad que están detrás de tu herencia, puede que
quieran pedirle al rey una parte de ella —intervino Andy—. Tal vez así se
marchen para siempre.
Kiara refunfuñó.
—Pero esa herencia es mía. Jacobo no puede quitármela.
Cameron chasqueó la lengua y torció el gesto.
—Si Mark es persuasivo, podría hacerlo.
Kiara resopló y se alejó de ellos un instante, incapaz de seguir
escuchando hablar de su primo. Sentía que le dolía la cabeza y no podía
pensar con claridad hasta que Cameron apareció a su lado y puso una mano
en su espalda para intentar reconfortarla.
—No temas. Mientras yo esté aquí, nadie va a hacerte ni quitarte nada. Y
si lo intentan, conocerán la ira del Cuervo.
Kiara lo miró con ojos lacrimosos y, sin pensar, se abrazó a él,
sorprendiéndolo. La joven sintió bajo sus brazos que Cameron se tensaba
ante ese arranque de familiaridad frente a los demás hombres, pero no pudo
resistirse a poner sus manos en la espalda de la joven y apretarla contra él.
El olor fresco y aromatizado de Kiara penetró en sus sentidos, haciéndole
olvidar momentáneamente la maraña de sentimientos que había tenido en su
pecho desde que había abandonado el lecho y, tras separarse de ella, la miró
fijamente y, con una sonrisa, le dijo:
—Te invito a un paseo.
CAPÍTULO 19
El silencio fue el único acompañante de Kiara y Cameron mientras se
alejaban del palacio y del campamento levantado por los guerreros. A
medida que se alejaban, dejaron de escuchar el murmullo de los hombres y
el sonido de los pájaros comenzó a escucharse con más fuerza. Sin
embargo, entre ellos no hubo ni un solo intercambio de palabras. Tan solo
las miradas de ambos se encontraban a veces y rápidamente la apartaban
por temor a que el otro adivinara sus pensamientos.
Cameron luchaba consigo mismo por lo que sentía. Por primera vez en
su vida estaba teniendo el combate más difícil al que se había enfrentado y,
sin lugar a dudas, hubiera preferido luchar solo frente a un ejército entero
que hacer caso a lo que había anidado en su corazón. Y aunque intentaba
mostrarse natural, como hasta entonces, ahora le costaba horrores hablar
con ella.
Kiara, por su parte, no dejaba de recordar cada segundo pasado entre sus
brazos y la necesidad de contarle lo que sentía por él se hacía cada vez más
grande, especialmente desde que se habían quedado solos. No quería pensar
en dolor ni en peligros, tan solo en ellos para dejar claros sus sentimientos.
Kiara lo condujo por el bosque hasta un pequeño riachuelo. Allí solía
acudir a pensar cuando sentía que las paredes del palacio caían sobre ella.
Cuando llegaron allí, la joven se agachó y tocó el agua fría, provocando
ondas con sus dedos mientras movía el agua.
—Supongo que no me has traído aquí para tirarme al agua... —dijo
Cameron ya con su voz normal, recordando lo que le hizo mientras viajaban
hacia allí.
Kiara lo miró, sonrió levemente y negó con la cabeza. En ese momento,
decidió incorporarse, pero pisó la manga de su vestido y provocó que la tela
que cubría su hombro se deslizara y mostrara más piel de la que deseaba,
haciendo que los ojos de Cameron fueran directamente hacia esa zona.
Al instante, la mirada del guerrero se oscureció e inconscientemente se
relamió los labios mientras daba un paso hacia ella. Kiara se puso nerviosa
bajo su atenta mirada y se retorció las manos, pues si Cameron seguía
mirándola así, ella también iba a caer presa del hechizo.
—Yo... quería agradecerte todo lo de esta mañana.
Cameron sonrió de lado y la miró directamente a los ojos mientras se
acercaba a ella lentamente, disfrutando de la vista que le ofrecía la tela
ligeramente caída de su hombro.
—No tienes que agradecerme nada —respondió el guerrero elevando una
mano para acariciar su hombro desnudo.
Kiara cerró los ojos un instante, pero se obligó a continuar hablando,
pues estaba segura de que iba a perder el hilo si Cameron seguía así.
—Ya, bueno... pero pensaba que tal vez te habías sentido... obligado para
conmigo.
Cameron frunció el ceño.
—¿Obligado?
—Sí... Digamos que a lo mejor la consumación te parecía eso, una
obligación conmigo, por ayudarme.
El guerrero sonrió de lado y acortó la poca distancia que los separaba. A
pesar de que intentaba resistirse a sus encantos con todas sus fuerzas, no
podía. La necesitaba, y desde luego no era una obligación, sino que Kiara
era como el aire que tenía que seguir respirando para poder vivir. Agachó la
cabeza y rozó los labios de la joven, que no pudo evitar un suspiro.
—Esto no es una obligación. —La besó con más fuerza y la empujó con
suavidad contra el árbol más cercano—, es una necesidad.
Y sin dejarle tiempo para responder, Cameron la besó con auténtico
ardor, todo el que había revivido tras verla de nuevo en el jardín. La había
visto realmente preciosa y su cuerpo había reaccionado al instante, por ello
le había pedido ir a pasear, pues si continuaba cerca de sus hombres, todos
verían cómo su miembro intentaba salir de entre la tela de su kilt.
Kiara le respondió al beso con el mismo ardor que el guerrero. Su cuerpo
vibraba y clamaba por volver a sentir lo mismo que esa mañana en su cama,
por lo que se dejó llevar sin pensar en nada, tan solo obedeciendo a las
sensaciones que experimentaba su cuerpo. Inconscientemente, restregó su
cadera contra Cameron, que gimió largamente mientras intentaba levantar la
falda de su vestido.
—¿Y si nos ven? —preguntó la joven en un momento de lucidez mental.
—Que miren... —gruñó el guerrero.
El aire dio de lleno en las piernas desnudas de Kiara cuando Cameron
logró levantar por completo su falda, pero apenas sentía el frío del día, pues
era tal el ardor que corría por sus venas que estaba quemándose por dentro.
—Me vuelves loco, Kiara —dijo antes de aferrarla con fuerza de las
nalgas para levantarla.
Kiara lanzó un pequeño grito por la sorpresa, pero se aferró con fuerza a
sus hombros y enredó las piernas alrededor de la cadera de Cameron para
sentir al instante el miembro del guerrero buscando su entrepierna. Esa
misma mañana, todo había sido diferente, mucho más lento, más cuidadoso,
pero la pasión que los enredaba a ambos en ese instante les hizo olvidar esa
lentitud tan solo para dar rienda suelta a su pasión.
Segundos después, Kiara se sintió llena por completo y lanzó un gemido
de placer cuando las caderas de Cameron comenzaron a moverse
impacientes, agitadas... buscando placer tanto para él como para ella. Los
ojos de Kiara se entrecerraron por aquella nube de placer que la asolaba y
arqueó la espalda cuando ese sentimiento se hizo más profundo, más alto.
Cameron apartó el rostro del cuello de la joven para mirarla a los ojos.
Necesitaba ver cómo el cuerpo de Kiara subía y bajaba a cada embestida de
su miembro y no pudo evitar que su placer fuera a más cuando la escuchó
gemir con fuerza.
Llevó una de sus manos al rostro de la joven para acunarlo y besarla con
fuerza. Sabía que estaba a punto de explotar, así que con varias embestidas
más, llevó a lo más alto de placer a Kiara, que gritó su nombre al tiempo
que él derramaba su semilla en el interior de la joven.
Durante varios segundos, las respiraciones de ambos estaban tan agitadas
como el viento en ese momento. Kiara enredaba sus piernas alrededor de él
y seguía apretándolo con tanta fuerza que sabía que no podría moverse
aunque quisiera. Lo abrazó con fuerza contra ella y escondió el rostro en el
hueco de su cuello, donde pudo sentir cómo latía con fuerza su corazón.
Cameron hizo lo mismo que Kiara y la joven notaba contra su cuello el
caliente aliento del guerrero, que poco a poco logró recuperar la normalidad
de su respiración.
—¿Te he hecho daño? —le preguntó cuando se separó de ella.
Kiara negó y desenredó las piernas para volver a apoyarlas contra el
suelo, aunque necesitó apoyarse en sus hombros durante unos segundos más
mientras sus piernas dejaban de temblar.
—Ha sido... lo más excitante que he hecho en mi vida —reconoció con
cierta timidez.
Cameron sonrió y la besó fugazmente antes de dedicar la atención a su
ropa para colocarla en su sitio. Kiara hizo lo mismo y, cuando terminó de
acomodarla, levantó la mirada hacia el guerrero, que la observaba con la
mirada clavada en ella.
—Yo... hay algo que me gustaría decirte, Cameron, sobre todo después
de esto.
El aludido frunció el ceño, ligeramente temeroso de lo que pudiera
escuchar. Vio cómo la joven se retorcía las manos y lo miraba nerviosa.
—¿Qué ocurre? ¿Te arrepientes de...?
—¡No! —lo cortó enseguida—. Es que... Da igual, déjalo.
Kiara no se atrevía a expresarle sus sentimientos por temor a que la
rechazara, por lo que, sin decir nada más, inició el camino de vuelta al
palacio, pero al instante, la férrea mano de Cameron la frenó y la obligó a
girarse hacia él.
—Me puedes contar lo que sea.
—Tal vez esto no...
Cameron entrecerró los ojos e intentó adivinar lo que ocurría, pero no
logró adivinar qué estaba pensando.
—Yo... Yo ya no siento ese odio por ti, Cameron —soltó de golpe—. Te
odié antes de conocernos porque pensaba que era culpa tuya que me
obligaran a casarme. Pero con el paso de estos días te he ido conociendo
mejor y lo que siento es otra cosa, no odio.
Ligeramente asustado ante aquella revelación de sentimientos, Cameron
la soltó y dio un paso atrás. No estaba seguro de querer seguir escuchando,
pues temía que sus propios sentimientos salieran a flote, y aún no estaba
preparado para dejar vislumbrar los entresijos de su oscuro corazón.
—¿Qué quieres decir? —preguntó con cierto temor.
—Que creo que me estoy enamorando de ti —respondió Kiara mirándolo
a los ojos—. He descubierto que me siento bien a tu lado y que la visión
que tenía sobre ti ha cambiado. Me tratas con respeto, cariño y te preocupas
por mí y por lo que sucede a mi alrededor. Podrías haberme llevado a tus
tierras directamente sin dejar que pudiera despedirme de las mías, pero no
lo has hecho. Y ahora haces lo que sea por protegerme con lo de mis tíos.
Nadie me ha ayudado así y luego está... lo que acaba de pasar, que es
increíble. No sé si es amor porque nunca me he enamorado, pero cuando he
escuchado departir sobre el amor, hablaban de algo así.
Cameron tragó saliva visiblemente, anonadado por las palabras de Kiara.
Internamente se sentía orgulloso de que la joven sintiera todo eso hacia él,
pero no estaba seguro de sentir lo mismo hacia ella. O al menos no estaba
dispuesto a reconocerlo.
—¿Tú sientes lo mismo por mí? Me gustaría saberlo. Lo que acabamos
de hacer...
—Eso es placer, nada más —la cortó—. Placer carnal, pero tú me estás
hablando de amor.
Kiara frunció el ceño.
—Sí, ¿tú lo sientes por mí?
Cameron volvió a tragar saliva y llevó una mano hacia la empuñadura de
su espada, pues allí sentía calma y seguridad. La aferró con fuerza e intentó
serenarse antes de responder, pues su interior era un hervidero de
sentimientos en ese momento.
—Yo soy un hombre de guerra, Kiara —respondió mirando al suelo en
lugar de mirarla a ella—. Yo no creo en el amor, tan solo en el placer carnal.
El amor es para los débiles. Aquel a quien se deja llevar por el amor acaba
muerto.
Cameron dio un paso atrás al ver la expresión dolida de su esposa.
—Yo no puedo enamorarme de ti, Kiara. No quiero ser débil.
—Mi padre siempre decía lo contrario, que el amor nos hace fuertes.
—Tu padre está muerto —dijo con rudeza, arrepintiéndose al instante
por haber dicho eso.
Los ojos de Kiara se llenaron de lágrimas tras escucharlo. Cameron
sintió en ese momento que algo dentro de él se rompía en mil pedazos. Se
sintió como un maldito miserable por no haberle confesado a Kiara la
verdad, pues no la había descubierto hasta se momento. Ver a la joven en
ese estado tras su rechazo le hizo desear volver un minuto atrás para poder
responder otra cosa, pero ya era tarde para eso. Cuando intentó dar un paso
hacia ella, Kiara se alejó dos sin apartar su mirada llorosa de él.
—Lo siento —intentó arreglarlo—. No pretendía decir eso.
Cameron no podía ver aquella mirada de decepción en los ojos de la
joven. Kiara negó entonces con la cabeza.
—Pues ya lo has dicho. Y ha quedado todo muy claro. —Una lágrima
solitaria cayó por su mejilla—. Has contestado a mi pregunta, que era lo
que quería, aunque pensaba que tu respuesta sería otra.
—Yo...
—¡No! —exclamó la joven—. Ya he escuchado suficiente. Ya sé que no
sientes lo mismo por mí ni que jamás podrás sentirlo. Pero déjame decirte
una cosa, Cameron Sinclair. Yo no soy como cualquier fulana con las que te
has restregado por las tabernas y puesto que nuestro matrimonio no tiene ni
tendrá amor, tampoco tendrá de eso que buscas.
Las lágrimas ya rodaban por sus mejillas, mojándolas por completo.
—Durante un instante creí que tú también sentías algo por mí, pero ya
veo que no. Supongo que será tu maldito código de honor. Pues quédate con
tu honor porque a mí ya no volverás a tenerme.
Kiara se giró y, sin darle tiempo a responder, regresó corriendo al
palacio, dejándolo completamente solo.
—¡Ah, maldita sea! —bramó Cameron cuando supo que nadie lo
escucharía.
El guerrero fue directo hacia un árbol y clavó su puño en él. Al instante,
un intenso dolor asoló sus nudillos, pero no le importó. Era peor el daño que
sentía en su interior por saberse el mayor de los miserables de toda Escocia.
Su pecho clamaba por ir a buscar a Kiara allá donde estuviera, pero sabía
que no querría verlo ni escucharlo. Acababa de echar a perder lo poco que
habían logrado construir durante esos días y estaba seguro de que la
confianza entre ellos también se había terminado.
Cameron apoyó la cabeza en el árbol y cerró los ojos un instante.
Necesitaba pensar con claridad, pero todos sus pensamientos regresaban
una y otra vez a Kiara y a lo que realmente sentía por ella. Durante los días
anteriores pensó que si la hacía suya, esa necesidad y ese apego
desaparecerían, pero desde esa mañana no era así, sino todo lo contrario.
Necesitaba más de ella, y en lugar de acercarla, la había alejado para
siempre. En su interior sabía que no solo era placer carnal, que todo aquello
que bullía desde la cabeza a los pies era también algo más profundo que
había penetrado por su coraza negra para instalarse en su corazón. Kiara le
había demostrado esos días que era diferente a las mujeres con las que había
estado, que solo se acercaban a él por el interés de pasar una noche en su
cama y lograr algo de dinero. Kiara aún no le había pedido nada, ni siquiera
que la ayudara con el problema de sus tíos. Al contrario, él mismo se había
ofrecido con gusto a ayudar, por lo que se habían compenetrado a la
perfección, y aquello indicaba que había algo más entre ellos. Pero el miedo
a mostrar su corazón le había impedido responder a la pregunta de la joven
como realmente deseaba.
—Eres un miserable, Cameron Sinclair —se dijo a sí mismo.
El guerrero se separó del árbol y miró a su alrededor, como si de un
momento a otro apareciera de nuevo Kiara, pero estaba completamente
solo, como había estado toda su vida.
Con un largo suspiro, Cameron inició el camino de vuelta al palacio y
supo que estaba metido en problemas cuando vio el rostro iracundo de
Andy, que lo observó mientras se acercaba a él para después recibirlo con
un sonoro puñetazo en la mejilla. Los guerreros Sinclair alzaron la voz ante
ese desplante a su laird, pero Cameron levantó una mano para acallarlos.
—¿Se puede saber qué demonios le has hecho?
Cameron se tocó con cuidado la zona en la que le había golpeado y
finalmente levantó la mirada para encararlo.
—No creo que los problemas de mi matrimonio sean de tu incumbencia.
Andy resopló.
—Lo son si la persona a la que le haces daño es la hija de mi mejor
amigo.
—Entonces déjame decirte una sola cosa: se ha ido enfadada porque no
ha escuchado lo que esperaba oír. Nada más. No le he hecho nada.
Andy frunció el ceño y se acercó a él para apartarlo de los demás. Y
cuando por fin estuvieron a cierta distancia, le dijo.
—Efectivamente, vuestra vida no es de mi incumbencia, pero hay algo
que no puedo callarme. Desde que te conozco te he estado observando y he
visto que además de ser un hombre de honor, también tienes ciertos
sentimientos hacia Kiara.
—Ya empezamos... —se quejó Cameron.
—Pues sí, ya sé que uno de tus hombres también te lo ha dicho, pero es
que ha resultado demasiado evidente, muchacho del demonio. ¿Te crees que
no nos hemos dado cuenta cómo la has mirado al verla salir antes de la
casa? ¿Nos tomas por tontos? Cualquier se daría cuenta de que sientes algo
al verla y las lágrimas que he visto en sus mejillas no eran precisamente de
felicidad al haberte escuchado decir algo bonito.
Cameron resopló.
—Yo soy un hombre...
—Un hombre que no tiene los cojones suficientes para decirle a Kiara
que está enamorado de ella.
El guerrero frunció el ceño.
—Yo no estoy enamorado.
Andy gruñó.
—Espera, que se me ha olvidado añadir que además de cobarde eres
tonto. Y no pongas esa cara porque no me importa que ahora te deba
también lealtad a ti. De hecho, puedes echarme de aquí si quieres, pero mi
deber es respetar y proteger a Kiara, y no puedo permitir que os odiéis tan
solo porque os sentís atraídos el uno por el otro. ¿Qué hay de malo en eso?
—El amor te hace débil —repitió como a Kiara.
—El amor hace que tengamos a alguien con quien compartir cada
segundo de nuestra vida; alguien con quien podamos contar para solucionar
los problemas; alguien a quien poder venerar y sentirse venerado. El amor
nos hace fuertes porque siempre tendremos algo por lo que luchar y vivir
para conseguir un mundo mejor, y en el momento en el que no tengamos
amor, estamos perdidos porque no habrá nada en este maldito mundo que
ilumine nuestro camino.
Cameron lo observó largo rato.
—¿Tú tienes amor?
Andy tragó saliva ruidosamente.
—Mi amor murió hace cinco meses cuando iba con su marido a la corte.
Cameron frunció el ceño al ver el dolor reflejado en los ojos de Andy y
al entender lo que el guerrero le quería decir.
—¿Estabas enamorado de la madre de Kiara?
—En la vida hay que aceptar que tu amor tal vez ama a otro —fue su
respuesta—, pero tú tienes la enorme suerte de que Kiara sí se ha
enamorado de ti. La verdad es que no sé qué te ha visto, muchacho, porque
ahora te veo tan parado que serías capaz de morir tontamente en un combate
sorpresa.
Andy suspiró.
—Yo cometí el error de callar que amaba a Kate por encima de mi propia
vida y cuando por fin tuve la valentía suficiente para hacerlo, ella ya se
había prometido con Fergus, que era mi mejor amigo, así que me conformé
con estar a su servicio, pues solo así podría verla a diario y disfrutar de su
felicidad. Y cuando murió... no pude hacer nada por ella, pero ahora sí
puedo hacerlo por su hija. Y si vuelvo a ver que le haces daño por no tener
la valentía de confesarle la verdad, soy capaz de animar a Mark para que la
corteje a tus espaldas.
Cameron frunció el ceño ante aquellas palabras, pero al mirar a Andy se
dio cuenta de que había verdad en ellas. Y el simple hecho de ver a Kiara en
brazos de otro hombre, como le había sucedido al guerrero que había frente
a él, le encogió el estómago y el corazón, pues no podría soportarlo.
Andy volvió junto a los demás y lo dejó completamente solo, metido en
sus propios pensamientos mientras decidía que tal vez era hora de dejar salir
a flote lo que sentía. Tal vez no era tan mala idea romper ese caparazón de
plumaje negro y dejar el cuervo a un lado para mostrar su verdadero
corazón. Sin lugar a dudas, ese era el más difícil y peor combate de su vida,
sin embargo, sabía que el premio era aún mayor que el honor ganado en la
guerra, pues una sonrisa de Kiara valía más que cualquier castillo del
mundo. Tan solo le faltaba encontrar el valor suficiente como para poder
confesarlo...
CAPÍTULO 20
Durante el resto del día, Kiara intentó no ver a nadie. Se encerró en un
salón donde solía ir su madre a coser cuando necesitaba estar sola, y así se
sentía ella en ese instante, con la necesidad de estar completamente sola.
Había derramado ya tantas lágrimas que pensaba que se estaba quedando
seca por dentro. ¿Cómo había podido ser tan tonta? Había caído en el
hechizo de Cameron a la primera y había creído que los buenos modales del
guerrero hacia ella eran por algo más que una simple cuestión de honor.
Pero no. La realidad le había golpeado duro y ahora sabía que Cameron no
la amaba, que todo había sido para conseguir sus favores en la cama, y ella
había caído como una tonta.
Kiara se asomó por la ventana y miró hacia los límites del bosque que
había tras la casa. Deseó poder huir, no ser la persona que era para haber
tenido la libertad de decidir sobre su vida, pero no era así. Tuvo que acatar
las órdenes de Jacobo y casarse con Cameron, al que comenzó a amar desde
el primer momento en que lo vio. Una lágrima solitaria cayó por su mejilla
y se golpeó mentalmente. El guerrero no le había resultado indiferente en
aquel primer contacto entre ellos, por lo que tuvo que armarse con una
armadura de orgullo para evitar que él descubriera que en realidad era el
primer hombre que había logrado llamar su atención. Y ahora también era
el primero que le había roto por dentro.
Con un suspiro, apoyó la cabeza contra el cristal. El día estaba cayendo y
sabía que la cena iba a servirse en menos de media hora, por lo que debía
empezar a pensar en una actitud frente a Cameron a partir de ese momento.
No quería que el guerrero viera su dolor, ni tampoco sus tíos, pues temía
que aprovecharan ese rencor en el matrimonio para seguir malmetiendo. Por
ello, decidió que lo mejor sería mostrarse indiferente, aunque dejándole
entrever a Cameron que estaba enfadada con él. Había jugado con sus
sentimientos y no podía dejar la puerta abierta a que siguiera haciéndolo.
Kiara dejó pasar más tiempo hasta que estuvo segura de que la cena
estaba casi preparada en la mesa y cuando por fin se sintió con la valentía
suficiente como para enfrentarse a sus tíos y a Cameron, salió de aquella
estancia y se dirigió hacia el salón donde siempre cenaban. Las manos le
temblaban con fuerza, por lo que las apretó contra la falda de su vestido e
irguió aún más la espalda. Su mirada estaba puesta en el frente y por
primera vez en toda la tarde se sentía fuerte, sin embargo, aquella fortaleza
desapareció cuando al girar en una esquina se topó de frente con Cameron,
que también se dirigía a cenar.
Kiara caminó deprisa hacia la puerta del salón, donde ya podía escuchar
a sus tíos hablando con voz elevada, pero en el momento en el que llegó a la
puerta, Cameron la interceptó y aferró su mano con fuerza.
—Es hora de cenar —dijo Kiara con voz enfadada intentando soltarse.
Cameron la miró fijamente a los ojos y la joven dudó durante unos
instantes, pues en su iris negro parecía haber cierto arrepentimiento que no
había visto hasta entonces.
—¿Podemos hablar antes de entrar?
Kiara balbuceó y estuvo a punto de ceder, pues su corazón clamaba por
el guerrero, pero se aferró con fuerza a su orgullo y negó con la cabeza.
—Si quieres hablar, será cuando terminemos la cena o tal vez mañana
porque estoy agotada.
—Kiara... —suplicó Cameron.
Pero la joven logró soltarse y abrió la puerta del salón para entrar y así
cortar la conversación tan incómoda que estaban manteniendo. Kiara
recompuso su rostro como pudo y esbozó una pequeña sonrisa para saludar
a sus tíos, aunque su presencia era la que menos deseaba tener en ese
preciso momento.
—¿Estás bien, querida? Te veo pálida.
La voz aflautada de su tía le hizo apretar los puños con fuerza contra la
mesa, pero logró asentir y miró de soslayo a Cameron, que también la
estaba observando. Ambos se sentaron en las sillas libres, uno al lado del
otro, y segundos después, las sirvientas hicieron su aparición con sendos
platos en los que habían cocinado salmón. Kiara se sorprendió al ver que en
lugar de llevar las cacerolas como siempre, llevaran los platos ya llenos
desde las cocinas porque era más trabajoso y se giró hacia Adaira para
preguntarle:
—Maisie ha dispuesto que hoy se reparta así la cena, señora.
Kiara frunció el ceño y miró de reojo a Isobel, que miraba con atención
su plato y era ajena a la conversación de su sobrina.
—Maisie es la sirvienta de mi tía, y aunque estos días trabaje aquí, eres
tú quien tiene poder sobre ella.
Adaira asintió y se disculpó para regresar de nuevo a las cocinas.
—Isobel —comenzó Kiara mirando a su tía y obligándola a levantar la
vista de su plato—, no estaría de más que recordaras a tu sirvienta que ella
no manda en las cocinas.
—¿Qué problema hay en que traigan la comida en un plato en lugar de
hacerlo en las cacerolas?
—Que de esta forma tienen más trabajo, pues solo han traído dos platos
—señaló Kiara hacia el plato que había frente a ella y Cameron—. Ahora
tienen que traer los vuestros.
—Bobadas... Las sirvientas están para eso...
Kiara frunció el ceño y prefirió callar, pues si soltaba lo que tenía en
mente, su tía pondría el grito en el cielo. Devolvió su vista al plato, aunque
cuando sintió sobre ella una fuerte y posesiva mirada, la levantó para fijarse
en que Cameron la estaba observando fijamente en completo silencio.
Kiara se puso nerviosa bajo su atención y los cubiertos temblaron en sus
manos. Pero la aparición de Adaira y Maisie la salvó de que estuviera a
punto de claudicar en su empeño por mantenerse fuerte. La primera de ellas
colocó los platos que faltaban mientras que la sirvienta de su tía dejó dos
jarras sobre la mesa.
—Maisie, trae otra jarra para el señor —dijo Kiara casi arrancando de las
manos de Cameron ese recipiente—. Esta será para mí.
La sirvienta se giró hacia ella con nerviosismo e inconscientemente miró
hacia los tíos de la joven. Finalmente asintió y se marchó. Sin embargo, la
potente voz de Cameron la detuvo de nuevo.
—No hace falta que traigas nada. No tengo hambre —dijo levantándose
de repente y yendo hacia la puerta—. Prefiero irme a descansar.
—Como digáis...
Kiara lo miró marcharse y durante un segundo se sintió mal consigo
misma, pues no deseaba humillarlo ni hacerle ver su enfado en ese
momento, pero el hecho de haber tomado la jarra de whisky entre sus
manos para quitársela había sido un acto reflejo, más propio de una
jovencita enfadada que de una mujer como ella. No obstante, no había
podido evitarlo. Además, a pesar de que nunca bebía, ese día sentía la
imperiosa necesidad de tomar algo para olvidar, aunque solo fuera por unas
horas.
Por ello, llenó su copa hasta arriba y su tía, al verla, carraspeo para
llamar su atención.
—Querida, ¿no te apetece más beber agua y no whisky? Esa es una
bebida de hombres...
Kiara frunció el ceño y levantó la mirada. Estaba tan iracunda por lo
sucedido con Cameron que estaba a punto de explotar a pesar de haberse
prometido que durante la cena se mostraría hierática y fría. Pero al ver salir
a Cameron con el enfado reflejado en su rostro la había disgustado aún más,
pues ella no le había hecho nada como para que se mostrara así y se
marchara. Sin embargo, Kiara se obligó a estar allí a pesar de que no tenía
hambre. Intentó comer algo del plato que, a pesar de oler de maravilla,
apenas le entraba nada en el estómago.
—Si sigues así vas a reunirte con tus padres antes de tiempo... —le
advirtió su tío desde su posición.
Kiara bebió de su copa antes de responder, pues necesitó respirar hondo
para no elevar su voz más de lo necesario.
—Me sorprende que te preocupes por eso —comenzó antes de pinchar
un trozo de pescado—, y más cuando parece que estás más pendiente de mi
fortuna que de otra cosa.
Dougall se quedó blanco tras escucharla.
—Sobrina, eso no es cierto. Siempre quise conocerte...
—Pero mi padre no te dejó... —terminó ella por él—. He escuchado eso
muchas veces.
—Creo que será mejor que cenemos tranquilos —intercedió Isobel con
palidez en el rostro antes de poner toda su atención en la comida que tenía
en el plato.
Kiara estuvo de acuerdo con ella, pues prefería el silencio a tener que
aguantar sus voces. El enfado no hizo más que aumentar al pensar de nuevo
en Cameron y volvió a beber de su copa un largo trago. Y cuando volvió a
posarla sobre la mesa, la llenó de nuevo de aquel líquido que quemaba su
garganta, pero que parecía calmar ligeramente sus nervios.
Después volvió a mirar su plato en silencio, sin darse cuenta de que la
mirada de sus tíos estaba puesta sobre ella y comió todo lo que pudo, tan
deprisa como su estómago le permitió hasta que, bebiendo todo el contenido
de su copa de nuevo, dio por terminada la cena.
—¿Te encuentras bien? —preguntó de nuevo su tía al ver que se
levantaba decidida a marcharse.
Kiara la miró de nuevo tras pasar todo el rato en silencio y asintió.
—Estoy cansada, así que me retiro a dormir.
Isobel asintió y Kiara se marchó de allí cuanto antes. La soledad que le
brindó el pasillo semioscuro calmó en parte sus nervios y en ese preciso
momento sintió algo extraño que hizo que su cuerpo comenzara a sudar.
Kiara tragó saliva y notó cómo esta pasaba con cierta dificultad por su
garganta y se dijo que todo se debía al disgusto que tenía con Cameron.
Durante gran parte del día se lo había pasado llorando y ahora estaba
pagando las consecuencias, pues su cuerpo comenzaba a quejarse.
Kiara respiró hondo varias veces, pero solo consiguió sentirse aún peor.
Una gota de sudor recorrió su sien hasta perderse en su cuello al tiempo que
un dolor de estómago amenazó con doblarla allí mismo. ¿Acaso le había
sentado mal el whisky que había tomado? No estaba acostumbrada a beber,
de hecho, era la segunda vez que probaba esa bebida, pero puede que se
hubiera pasado al beberse dos copas casi de golpe. Un mareo repentino la
hizo trastabillar en medio del pasillo, y de no haberse aferrado con fuerza a
la pared, habría caído de bruces.
¿Qué le estaba pasando? De repente, una arcada la asedió cuando estaba
a punto de alcanzar las escaleras. Respiró hondo para intentar calmar las
quejas de su estómago y se apoyó en la pared para recuperar el aliento, sin
embargo, el dolor de su estómago se incrementó y se dobló sobre sí misma,
y en ese momento se dio cuenta de que eso no era normal y que tal vez algo
en la comida estaba en mal estado o envenenado. Y entonces tembló al
pensar que estaba viviendo los últimos instantes de su vida.
Cameron daba vueltas como un animal enjaulado en el dormitorio. No
había podido evitar sentirse mal por el desprecio de Kiara, y en parte la
entendía. Él le había hecho lo mismo en el bosque, por lo que no podía
echarle nada en cara. Sin embargo, solo podía pensar en ella y en lo mal que
lo había pasado a lo largo del día tras separarse de ella.
Había reflexionado una y otra vez sobre lo que Andy le había dicho y
aunque le costara aceptarlo, sabía que tenía razón. Ahora que había visto el
rechazo en la joven, pensar en que tal vez pusiera sus ojos sobre otro solo
incrementaba su malestar y su malhumor consigo mismo por haberla
rechazado. Sí, sentía algo por ella. No estaba seguro de que pudiera
llamarse amor, pero lo que sí tenía claro era que necesitaba a Kiara en su
vida, pues desde que ella se había alejado de él, su día se había vuelto gris y
no podía pensar en otra cosa que no fuera ella.
Mientras miraba por la ventana la oscuridad de la noche, recordó el
primer encuentro con ella. Una sonrisa se dibujó en sus labios al pensar en
ese porte orgulloso y ese ligero temor que vio en sus ojos mientras se
acercaba a él, eso sin contar con el carácter que sacó minutos después al
enfrentarse a él. Su primer enfrentamiento... El primero de muchos. Pero a
él le habían servido para conocer mejor a Kiara, y había descubierto en ella
a una mujer por la que realmente merecía la pena romper su coraza.
Tras un largo suspiro, Cameron se decidió a abandonar el dormitorio
para ir a buscar a Kiara. No estaba dispuesto a dejar pasar un minuto más en
el que tanto uno como otro sufrieran por sus sentimientos, y si Kiara no
estaba dispuesta a escucharlo, haría lo que fuera para que le hiciera caso,
aunque eso supusiera atarla a su propia cama para oír todo lo que tenía que
decirle.
Las manos de Cameron temblaron por primera vez en su vida. Los
nervios afloraron en su interior debido a que hacía demasiado tiempo que
no se abría con alguien, por lo que temía el mismo rechazo que él le había
dado a Kiara. Sin embargo, tras cerrar la puerta del dormitorio se armó de
valor y caminó tranquilamente por el pasillo mientras se atusaba el cabello
y se preguntaba dónde podría encontrar a su esposa cuando de repente
escuchó un quejido de dolor cerca de él.
Al instante, lo reconoció. Cameron corrió hacia las escaleras y tras
asomarse desde arriba sintió que todo su mundo se hacía pedazos. Con
horror comprobó que Kiara estaba retorciéndose de dolor a los pies de las
escaleras antes de que una extraña espuma blanca saliera de entre sus
labios.
—¡Kiara! —vociferó.
La aludida, al escuchar su nombre como algo demasiado lejano, levantó
la cabeza y vio a Cameron en medio de aquella nube negra en la que se
estaba convirtiendo su mente. No podía pensar, no podía moverse, no podía
hablar... Su estómago se encogió de nuevo y vomitó lo que pudo,
sintiéndose de repente mal por hacerlo delante de su esposo. No obstante,
fue algo que no pudo evitar. Un nuevo rayo de dolor recorrió su estómago
haciéndola gritar de dolor mientras se retorcía en el suelo.
—¡No! —escuchó que gritaba Cameron.
Este bajó los escalones de dos en dos para llegar a ella cuanto antes y
cuando por fin se puso a su altura, la joven lo recibió con otro bramido de
dolor mientras sentía que su estómago se deshacía por dentro.
—¿Qué te pasa, Kiara? —preguntó completamente horrorizado ante la
espuma que volvió a salir de su boca.
—Me... muero.
Cameron aferró su rostro con fuerza y levantó ligeramente la cabeza para
ayudarla a vomitar de nuevo.
—¡No, no vas a morirte! —vociferó.
Cameron acunó el menudo cuerpo de Kiara entre sus brazos y miró a un
lado y otro del pasillo intentando buscar una solución. Se sentía bloqueado
ante una situación así y no sabía qué podía hacer para salvarla, pero tras
mirar el color del vómito que volvió a salir de su boca, supo que no estaba
ante una simple indigestión.
—Te han envenenado... —susurró sin poder creerlo.
Kiara le respondió con un gemido mientras volvía a retorcerse entre sus
brazos.
—Mátame, Cameron, por favor. No puedo soportarlo... —La voz de la
joven sonaba contenida por el dolor y el guerrero, al verla así, supo que
debía hacer lo que fuera para que su final fuera diferente.
—No voy a matarte —le dijo con rabia mientras pasaba las manos por
debajo de sus piernas y sus brazos— y no pienso dejar que mueras sin que
escuches lo que tengo que decirte.
Cameron miró hacia la salida del palacio y comprobó que la puerta
estaba abierta, por lo que desde fuera podrían escucharlo sin problema.
—¡Que alguien me ayude! —vociferó.
Su voz sonó atronadora en medio de aquel pasillo silencioso. El eco lo
ayudó a que desde fuera pudiera escucharse mejor y alguien acudiera en su
ayuda.
—¡Andy! ¡Alexander! —bramó con fuerza hasta que su garganta
comenzó a picar por el dolor—. ¡Ayuda!
Con paso firme, pero lento para evitar hacerle daño, Cameron comenzó a
subir las escaleras justo en el momento en el que tanto el guerrero Stewart
como Sinclair aparecían en la jamba de la puerta.
—¿Qué ocurre? —preguntó Andy, asustado.
Cameron se giró hacia ellos y el gesto horrorizado y asustado del
guerrero lograron espantar a los recién llegados.
—¡Se muere! —vociferó con voz rota por el dolor—. La han
envenenado.
Como si Kiara quisiera afirmar lo que Cameron acababa de decir, gimió
de dolor cuando un nuevo malestar cruzó por su estómago y la obligó a
lanzar un auténtico grito de terror y angustia, haciendo que todo a su
alrededor participara de su dolor.
Cameron subió las escaleras deprisa y miró por encima de su hombro
hacia Andy.
—Tú conoces estas tierras mejor que yo. Ve a por la curandera más
cercana y si tienes que arrancarle las entrañas para que venga, hazlo.
Andy asintió sin poder apartar la mirada del rostro pálido de Kiara, de
cuya boca volvía a salir esa espuma blanquecina que le hizo temer lo peor.
—Cameron... —gimió la joven entre sus brazos mientras su esposo
corría con ella en brazos hacia su dormitorio—. Me duele...
El guerrero abrió la puerta de una fuerte patada y entró como una
exhalación para depositarla sobre la cama. Ese momento le recordó al día
anterior cuando también se sintió mal, pero sabía que ese día no era un
simple mareo. Kiara había tomado algún tipo de veneno que la estaba
consumiendo por dentro y la hacía retorcerse de dolor en la cama donde esa
misma mañana habían compartido algo muy diferente.
Cameron la observaba horrorizado, con la mente en blanco y sin poder
reaccionar para poder ayudarla, hasta que Alexander se puso a su lado y
apretó su hombro con fuerza para llamar su atención.
—Vamos a salvarla, amigo.
En ese momento, y para sorpresa de ambos, los ojos de Cameron se
llenaron de lágrimas.
—No puede morir. No sin que pueda decirle lo que siento.
Alexander asintió y entonces Cameron, con la ayuda de su amigo, giró a
Kiara para que pudiera vomitar de nuevo, pero esta vez sobre una
palangana.
—Kiara, ¿me oyes? —preguntó Cameron apartando el pelo que caía
sobre el rostro de la joven.
Esta hizo un simple movimiento de cabeza, aunque podía oírlo desde
demasiado lejos.
—Tienes que respirar hondo —dijo antes de que Kiara volviera a
retorcerse de dolor. La desesperación se grabó en el rostro de Cameron,
pero se obligó a mantener la calma—. Por favor, no te rindas, Kiara.
Un ataque de tos impidió a la joven seguir escuchando y durante unos
segundos de auténtica angustia no pudo llenar sus pulmones de aire. Su
rostro se tornó azulado hasta que un pequeño agujero se abrió paso en su
pecho para poder llenarlo de aire.
—Eso es... —dijo Cameron limpiando el sudor de su propia frente con
manos temblorosas—. Respira para mí, pequeña.
Cuando un nuevo dolor asoló a la joven, esta se aferró con fuerza a la
ropa de Cameron al tiempo que arqueaba la espalda y lanzaba un grito que
logró congelar la sangre del propio Alexander, que veía cómo su señora
parecía estar a punto de cruzar el umbral de la muerte.
Durante unos segundos, el cuerpo de Kiara se tensó, como si estuviera a
punto de vomitar de nuevo, pero al escuchar la voz de Cameron, logró
contenerse:
—Eso es, tranquila. Respira. —La apretó contra sí y acunó su rostro en
el hueco de su cuello—. Estoy aquí contigo, Kiara. No voy a dejarte.
Y sin poder evitarlo y sin importarle que estuviera su segundo al mando
junto a él, Cameron no pudo evitar dejar escapar las lágrimas que contenían
sus ojos. El joven los apretó como si quisiera contenerlas, pero no pudo
lograrlo.
—Perdóname, Kiara —murmuró contra su pelo al tiempo que esta se
retorcía de nuevo—. Perdóname... No me dejes, perdóname.
Kiara le respondió con un nuevo bramido de dolor que llenó la estancia
con su voz y Alexander corrió hacia una mesita donde vio una jofaina y otra
palangana. Tomó un paño entre sus manos y tras mojarlo, se lo cedió a
Cameron para que pudiera ponérselo a la joven en la nuca y la frente.
—Esto hará que te sientas mejor. Ya viene la ayuda en camino.
—No quiero que... me ayuden —gimió la joven—. Quiero morirme ya...
El rostro de Kiara se contrajo por el dolor y Cameron lo tomó entre sus
manos para obligarla a mirarlo.
—Escúchame bien, Kiara Stewart. No voy a dejar que mueras ni hoy ni
nunca, y mientras mi negro corazón siga latiendo en este maldito mundo, no
cesaré en mi intento por protegerte, respetarte y amarte.
Una expresión de confusión cruzó por los ojos de la joven, que no estaba
segura de haber escuchado bien, pero apenas tuvo tiempo de poder pensar
en algo más, pues el dolor hizo acto de presencia de nuevo y se retorció
entre los brazos de Cameron y sus ojos se cerraron durante unos segundos
en los que el guerrero pensó que había muerto.
—¡No, Kiara!
Cameron puso una mano en sus mejillas y la sacudió levemente hasta
que la joven abrió los ojos de nuevo. El guerrero suspiró aliviado y la apretó
aún más contra sí.
—Como te atrevas a morirte, pienso ir hasta el infierno para sacarte de
allí, traerte a nuestra cama y hacerte el amor tantas veces que pedirás morir
de nuevo para librarte de mí.
—Está Alexander... —se quejó Kiara contra su pecho.
Cameron miró de soslayo a su amigo, que intentaba desviar su atención
hacia otra cosa.
—No me importa, así tengo un testigo que te confirmará, cuando te
pongas bien, todo lo que voy a decirte porque si no lo hago ya, quien va a
morir soy yo. —Cameron levantó su rostro para que Kiara lo mirara ahora
que parecía que los dolores de su estómago remitían, aunque la palidez de
su rostro indicaba lo débil que estaba—. Te mentí. En el bosque te mentí
completamente. Yo no te deseo únicamente por lo carnal, Kiara.
Cameron paró un momento en el que la joven volvió a retorcerse de
dolor. Su rostro se tornó rojo mientas intentaba soportar aquella sacudida
mientras su cuerpo se revelaba por completo en contra del veneno que
corría por sus venas. Sin embargo, se sentía tan débil que no estaba segura
de que tendría el tiempo suficiente como para escuchar a su esposo, que,
para su sorpresa, tenía los ojos anegados en lágrimas.
—Y no puedes morirte porque si lo haces dejarás solo a un hombre que
te ama con todas sus fuerzas. Que no sé cómo lo hiciste, pero ese porte
orgulloso y el arrojo que me mostraste el primer día hicieron que te viera
con otros ojos. No eras la señorita delicada que esperaba, sino que eras el
tipo de mujer con el que deseaba compartir mi vida algún día, pero me
obligué a odiarte por eso precisamente, porque no sabía cómo gestionar
esos sentimientos. Y preferí echarte la culpa y rechazarte cuando me
confesaste lo que sentías. Yo te amo, Kiara, y no puedo imaginar que vas a
dejar de estar a mi lado a partir de ahora. Vive, por favor, lucha con todas
tus fuerzas. Demuestra la fortaleza que tienes en tu interior y vive para
odiarme si quieres el resto de tu vida por haberte rechazado, pero respira y
vive.
Un ataque de tos invadió a Kiara antes de que Cameron terminara de
hablar, pero logró escuchar a la perfección lo que dijo. Algo extraño invadió
su pecho, que pudo llenarlo de aire. Una enorme emoción la embargó, pero
no pudo hablar, pues el dolor era tan grande que a pesar de luchar con todas
sus fuerzas la oscuridad la invadió y le hizo perder la consciencia.
—¡No! —gritó Cameron al creer que había muerto—. ¡Kiara, no me
hagas esto!
El joven la soltó y dejó que su cabeza reposara sobre la almohada antes
llevar un par de dedos al cuello de su esposa para comprobar, con emoción,
que seguía viva, aunque los latidos de su corazón estaban tan débiles que si
el veneno seguía actuando, no lograría sobrevivir.
Cameron apretó los puños con fuerza por no poder hacer más por ella y
se levantó de la cama lanzando un gruñido.
—¿Cuándo va a venir Andy? —se quejó con la voz rota mientras
caminaba hacia la ventana.
Segundos después, la mano de su amigo llegó a su hombro para
reconfortarlo, apretó con fuerza y le dijo:
—¿Es verdad que la amas o se lo has dicho para que muera en paz?
Cameron se volvió hacia él con el ceño fruncido.
—No va a morir. Es demasiado tozuda como para hacerlo —dijo sin
responder a su pregunta.
Cameron dejó pasar los minutos hasta que suspiró largamente y se volvió
hacia Alexander de nuevo.
—Sí, maldita sea. Andy y tú teníais razón. La amo. En poco tiempo me
ha dado más que muchas mujeres a lo largo de mi vida. No puede morir,
Alexander, no puede.
La voz desesperada de Cameron se apagó e intentó evadir las lágrimas
para mantenerse fuerte, pues no quería mostrar debilidad, pero sabía que su
caparazón estaba roto en ese instante y se dejó caer contra la jamba de la
ventana con aire derrotado. Apoyó la palma de las manos en las rodillas y
las apretó con fuerza. La amaba, y en ese instante no podía pensar en la idea
de perderla, no podía. Rezó para que volviera a despertar y el veneno
desapareciera de su sangre, para que volviera a mirarlo con furia contenida
y al mismo tiempo con ternura y para volver a demostrarle con sus manos el
amor que tenía en su interior mientras le susurraba palabras que lograran
excitarla de nuevo.
Pero sobre todo, deseaba que volviera a ponerse bien para que él pudiera
ir a por aquella persona que se había atrevido a envenenar a la mujer que
amaba. Y por Dios que cuando lo encontrara, desearía no haber nacido.
CAPÍTULO 21
Joan, la curandera, se incorporó tras examinar el cuerpo inerte de Kiara.
El pálido y ceniciento rostro de la joven no indicaba nada bueno, pero
Cameron intentaba pensar en que iba a ponerse bien. Por ello, cuando Joan
se giró hacia él con la expresión torcida por la amargura gruñó y negó con
la cabeza.
—No te atrevas a decir lo que estás pensando, mujer —la amenazó.
Joan tragó saliva y carraspeó. Sin lugar a dudas, el estado de Kiara no era
el mejor. Había visto casos parecidos al de la joven y muy pocos habían
sobrevivido a ello, y los que lo habían hecho poseían una corpulencia
mayor a la de Kiara, por lo que el veneno no había podido con ellos. Pero la
joven... era demasiado menuda como para sobrevivir a ello.
Tras tocar su frente, descubrió que la fiebre estaba a punto de aparecer,
pues su cuerpo estaba en plena ebullición e intentaba expulsar de su sangre
y su estómago aquel veneno.
—Me alegra ver que al menos ha vomitado parte de ese bebedizo,
muchacho —dijo mirando a Cameron—. Eso ha hecho que no todo vaya a
la sangre y haya una mínima esperanza de vida.
—No digas eso...
Joan clavó su mirada en él y no se achantó frente a los ojos oscuros del
guerrero.
—Muchacho, no puedo mentiros —rebatió mirando tanto a Cameron
como a Alexander y Andy—. Esta joven está grave y puede que no
sobreviva. Si pasa esta noche, ya podemos darnos por satisfechos porque
eso quiere decir que es más fuerte de lo que parece, pero hazte a la idea de
que tal vez quedes viudo antes del amanecer.
Cameron dio un paso hacia ella, pero Andy lo frenó.
—Por el color de su vómito adivino que es un veneno muy potente,
aunque no logro adivinar cuál. Prepararé estas hierbas para intentar limpiar
su sangre y se las daréis durante la noche, aunque esté inconsciente. No la
dejéis en ningún momento y si tenéis fe, rezad, pues solo Dios tiene la
última palabra, y si esta joven es digna de seguir en este mundo, la dejará
un tiempo más.
—¿Y la fiebre? ¿Qué podemos hacer?
Joan señaló el agua.
—Seguid aplicando paños en su cabeza y muñecas, y no la arropéis
demasiado, pues tal vez el veneno haga de las suyas con tanto calor.
—¿Y nada más? —se quejó Cameron.
Joan suspiró.
—No se puede hacer nada más. Ahora es el turno de Kiara, ella debe
decidir si vence al veneno o prefiere morir, aunque viendo lo gruñón que es
su esposo, no sé si querrá la primera opción.
Cameron entrecerró los ojos de forma amenazante, pero Joan se giró
hacia su cesta y sacó las hierbas para preparar la infusión como si ellos no
estuvieran presentes. Llevó un caldero a la chimenea para calentar el agua y
en silencio actuó de la forma en que tenía que hacerlo.
Durante un segundo, Kiara gimió de dolor y se retorció levemente, pero
al instante pareció relajarse y volver a sumirse en un profundo sueño.
En los minutos siguientes, Joan preparó el brebaje, lo filtró y lo dejó
sobre la mesita.
—Dadle pequeños sorbos.
Cameron asintió y vio cómo la mujer recogía todas sus cosas y se
marchaba de allí en la compañía de Andy.
—Vete a dormir —le ordenó a Alexander cuando se quedaron solos—.
No puedes hacer nada más.
—Prefiero acompañarte en este trance.
Cameron frunció el ceño.
—Mañana va a despertar —le aseguró—, así que todo estará tranquilo.
Alexander lo miró apenado, pero no quiso decir nada más. Asintió y se
dirigió hacia la puerta, aunque cuando la abrió y puso un pie fuera del
dormitorio, la voz de Cameron lo paró:
—Gracias, amigo. Gracias por tu lealtad.
Alexander sonrió levemente y asintió.
—Lo hago desde el corazón, ese que tú has dejado de tener negro.
Cameron le devolvió la sonrisa.
—Sabes que si le cuentas a los demás lo que le he dicho a Kiara te voy a
cortar las pelotas, ¿verdad?
—Descuida. Seré una tumba.
Y tras esto, cerró la puerta tras él, dejando a Cameron solo junto a la
joven. El guerrero la observó más detenidamente y durante unos momentos
llegó a la conclusión de que el color de su piel era mejor que el que
mostraba minutos antes. Esperó haber llegado a tiempo para salvarla y
necesitó repetirse una y otra vez que iba a ponerse bien y que volvería a ver
abiertos esos preciosos ojos que tanto había llegado a amar.
Sentado junto a ella, Cameron alargó una mano y acarició su mejilla,
silbando al comprobar que estaba demasiado caliente, por lo que mojó un
paño en agua y lo posó sobre su frente para aliviar el calor de su cuerpo.
—Lucha, Kiara, lucha contra quien ha querido matarte. No dejes que
ganen.
—¿Quién crees que ha sido?
Cameron dio un respingo al escuchar la voz de Andy a su espalda, pues
no había oído la puerta al abrirse, ya que estaba tan pendiente de Kiara que
no había nadie más para él en ese momento.
—No puedo asegurar nada, la verdad —respondió con calma contenida
—. Yo no podía cenar porque estaba arrepentido por mi comportamiento
con ella, por lo que salí del salón antes de probar bocado. Kiara se quedó
con sus tíos, así que tal vez ellos sepan algo.
Andy se acercó a la cama para mirar a la joven antes de volver a posar su
mirada sobre él.
—¿Y no viste nada raro?
Cameron suspiró y negó varias veces hasta que se acordó de una cosa.
Tal vez era una nimiedad, pero había sido algo que a Kiara le había llamado
mucho la atención.
—Puede que hubiera algo extraño... Es una tontería...
—En este momento, nada me parece una tontería —rebatió Andy.
—A Kiara le llamó la atención que sirvieran la comida en los platos en la
cocina en lugar de llevar las cacerolas para servirlo en el salón. Puede ser
que la cena estuviera envenenada y por ello prefirieron apartar los platos
antes de tiempo.
Andy frunció el ceño.
—Pero podrían cometer el error de dejárselo a Isobel y Dougall...
—Además, su sirvienta fue la que eligió esa forma de presentar la
comida.
Andy se paseó por la habitación mientras pensaba.
—Hay algo que no tiene sentido... —dijo lentamente al cabo de unos
instantes—. ¿Y la bebida? ¿Llevaron jarras?
—Sí, a mí me llevaron whisky y para Kiara, Dougall e Isobel, agua.
Andy enarcó una ceja.
—¿Para Dougall también?
—Sí, vi cómo se servía agua —respondió Cameron levantándose de la
cama y yendo hacia él—. ¿Sugieres que tal vez fue la bebida?
—Puede, pero Kiara siempre bebe agua.
Cameron chasqueó la lengua.
—Esta vez no. Dijo que iba a beber whisky. Supongo que como estaba
enfadada conmigo, quería dejarme sin bebida. En ese momento, yo me salí
del salón, pero tenía intención de beber.
Andy frunció aún más el ceño mientras la idea que tenía en mente
encajaba y finalmente levantó la mirada hacia él para decirle:
—Entonces tienes suerte, muchacho, porque el veneno no era para Kiara.
A quien querían matar era a ti.
Tras escuchar el griterío por todo el palacio, Dougall e Isobel prefirieron
dirigirse hacia el salón donde solían hablar con tranquilidad y desde donde
no podían escuchar los gritos, por lo que tendrían una buena excusa si
alguien les preguntaba qué hacían allí en lugar de ayudar a Kiara.
—Eres un maldito inútil, Dougall —gruñó Isobel—. ¿Cómo se te ocurre
envenenar la bebida del Sinclair? ¿Y si sospechan de nosotros?
—No lo harán. Están demasiado pendientes de mi sobrina.
—¡A la cual casi matas! —bramó la mujer—. ¿Y si muere? Ya puedes ir
despidiéndote de todo esto, querido. Sin ella no podremos coger nada de la
herencia.
—No va a morir. Es joven y fuerte.
—Pero has echado demasiado veneno. Podría morir. Ya pidió Mark que
no hiciéramos nada en su ausencia, que él lo iba a solucionar.
Dougall resopló.
—Estoy harto de ese Sinclair. Nos mira como si fuéramos escoria.
Isobel suspiró y se sentó.
—Mark logrará quitárselo de encima sin necesidad de matarlo, a él y a
sus hombres. Y no lo veremos más, ni siquiera a ese desgraciado de Andy.
Cuida de Kiara como si fuera su maldita hija...
Isobel miró a su alrededor y sonrió.
—En unos días, todo esto será nuestro. Tan solo espero que tu maldita
sobrina no sea tan tonta como para morir por culpa del veneno.
—No tienes demasiada fe en ella. Estoy seguro de que sobrevivirá.
—¿Cómo quieres que tenga fe en que viva? Has echado veneno
suficiente como para acabar con alguien tan enorme como el Sinclair. Tu
sobrina es más pequeña. Y lo peor de todo es que Maisie se verá envuelta
en esto si nos descubren.
Dougall suspiró y se sentó junto a ella.
—No pienses en eso ahora.
Isobel se levantó echa una furia y lo encaró.
—¿Que no piense en eso? Maisie es nuestra hija y es la que más está
sufriendo toda esta situación porque tiene que trabajar a diario para
disimular y poder acceder a lugares donde nosotros no podemos.
—Aún así vive mejor que en las calles de Edimburgo.
Isobel miró de soslayo a su esposo, incapaz de creer que no le importara
la situación de su hija. Desde que habían aparecido en Blair Palace, le
habían pedido que se hiciera pasar por sirvienta, puesto que Kiara no sabía
que tenía una prima pequeña, y estaba haciendo su trabajo mejor que
ninguno de ellos, por lo que estaba deseosa de que todo acabara y se
hicieran con el control del palacio.
Pero esa misma noche había visto el terror reflejado en los ojos de su hija
pequeña al ver que Kiara era la que tomaba entre sus manos la jarra que
contenía el veneno e Isobel temía que la culparan de haber envenenado a la
joven. Las manos de la mujer temblaron de miedo, puesto que no quería
imaginar lo que el Sinclair les haría si descubrían sus verdaderas
intenciones.
La mujer miró a su esposo y se dijo que si llegaban a culpar a Maisie de
la posible muerte de Kiara, ella misma se encargaría de señalar a Dougall.
Su esposo en ese instante se encontraba tranquilo, como si nada hubiera
pasado, pero temió que no fuera consciente de la gravedad del asunto, pues
si Kiara moría, todos sus sueños de hacerse con el palacio morirían con ella
y todo lo que Mark había planeado, no serviría para nada, pues su plan era
tan perfecto que nadie podría salvar a Cameron de lo que le esperaba.
Isobel se acercó a la puerta del saloncito y la abrió ligeramente. Desde
allí no se escuchaba nada del alboroto levantado por el envenenamiento de
Kiara y rezó para que la fortaleza de la joven fuera aún mayor de lo que
esperara y se hubiera recuperado para cuando el plan de Mark se pusiera en
marcha.
Dos días después de que su corazón estuviera a punto de pararse tras ver
la espuma en la boca de Kiara, Cameron se encontraba en el dormitorio
junto a la joven y se negaba a salir de ahí hasta que esta abriera los ojos. No
sabía qué había ocurrido en el palacio desde entonces, ni se interesaba por
nada que no fuera el estado de su esposa, que parecía mejorar ligeramente.
No obstante, Kiara no había vuelto a abrir los ojos desde esa fatídica noche.
La fiebre parecía remitir, algo que alegraba no solo a Cameron, sino
también a Joan, la cual se pasaba por allí cada pocas horas para comprobar
su estado. Andy también se encontraba pendiente de la joven en cada
momento y Cameron le había pedido que mientras él estuviera junto a
Kiara, se encargara de lo que pasaba en el palacio, especialmente de las
pesquisas necesarias para encontrar al culpable del envenenamiento.
Cameron se sentó en la cama para comprobar el estado de la fiebre de
Kiara, pues tras haber pasado dos noches en completa vigilia, esa noche
había caído rendido por el sueño. Al amanecer se despertó de golpe,
maldiciéndose a sí mismo por haberse quedado dormido, pero al ver que el
pecho de Kiara subía y bajaba con tranquilidad, respiró tranquilo.
La peor de todas las noches fue la del envenenamiento, pues su esposa
no había dejado de gemir y retorcerse en la cama, pero tras sobrevivir esas
horas, la esperanza de Cameron aumentó. Y así había sido hasta entonces.
Dos días después, Kiara no había despertado, pero cabía la esperanza de que
lo hiciera en cualquier momento, sobre todo tras comprobar en ese preciso
instante que no tenía fiebre.
—Vamos, Kiara, despierta —murmuró mirando su pálido rostro.
Pero no hubo respuesta por la joven, tan solo el más absoluto y
demoledor silencio. ¿Qué ocurría para que no abriera los ojos de nuevo?
Cameron miró el vaso que anteriormente había contenido el brebaje
preparado por Joan y vio que estaba vacío, aunque la curandera había
insistido en que ya no era necesario, pues casi todo el veneno había sido
expulsado de su cuerpo.
Con un largo suspiro, Cameron se levantó de la cama y caminó hacia la
ventana. Jamás imaginó que estar casado implicara tantas preocupaciones,
ni siquiera pensó que alguien pudiera poner veneno en su bebida. Aún
estaba anonadado ante ello y a pesar de que había tenido varios enemigos a
lo largo de su vida, jamás pensó que intentaran matarlo de una forma tan
ruin en lugar de hacerlo frente a frente.
Miró hacia el exterior y más allá de los árboles, pues aún seguía
preguntándose dónde estaría el primo de su esposa, que no había vuelto a
aparecer desde que se marchó. Ni siquiera los tíos de la joven se habían
pasado por el dormitorio para verla, aunque no es que los echara de menos.
No obstante, pensó que harían el papel frente a él. Andy sí le había
comentado que preguntaron por ella en varias ocasiones, pero jamás
mirándolo a los ojos.
Todo estaba resultando demasiado extraño, como si nada hubiera
pasando entre los muros del palacio y tenía la certeza de que los tíos de la
joven eran los culpables.
Unos nudillos en la puerta llamaron su atención y Cameron le dio paso a
Andy, que entraba ahora con temor a molestar a Kiara.
—¿Cómo está?
—Ya no tiene fiebre y el color de su piel es más normal, pero sigue sin
despertar.
Andy suspiró y desvió la atención de Kiara a Cameron.
—Tú, sin embargo, pareces a punto de desvanecerte. ¿Por qué no
descansas?
Cameron se encogió de hombros.
—Me he quedado dormido durante la noche, y no puedo sentirme peor.
Al despertar creía que la había perdido... —Suspiró largamente—. ¿Has
descubierto algo del culpable?
—Nada. Todo está como si nada hubiera pasado.
—Son Dougall e Isobel —afirmó con convicción—. ¿Por qué demonios
no los echamos ya de este lugar?
—Porque Kiara te pidió que no lo hicieras. Estaba muy unida a Alastair
y quiere descubrir si han tenido algo que ver.
Cameron gruñó.
—¡Es un suicidio! Si siguen aquí nos van a matar.
—No porque en cuanto pueda salir de la cama, pienso ir a preguntarles
directamente —dijo una voz débil desde la cama.
Cameron dio un respingo al escucharla y se giró hacia la cama como
movido por un resorte. El guerrero sintió cómo su corazón se sobresaltaba
al ver que Kiara había despertado por fin y, aunque débil, estaba viva y
lograría superar ese bache. Con rapidez, se acercó a la cama y se sentó al
borde, incapaz de alargar la mano para sostener la suya por temor a que la
joven lo rechazara por lo que había ocurrido antes de que la envenenaran,
sin embargo, una pequeña sonrisa cruzó por los labios resecos de Kiara y
Cameron sintió cómo se quedaba embobado mirándola.
—¿Cómo estás, muchacha? —preguntó Andy por él—. Nos has dado un
susto de muerte.
—Yo también me asusté al creer que moriría —reconoció Kiara—. La
verdad es que me siento como si un ganado entero hubiera pasado por
encima de mí.
La joven dirigió su mirada hacia Cameron, que estaba en completo
silencio y sin poder articular palabra. La mirada negra del guerrero estaba
puesta sobre ella y Kiara tuvo la sensación de que parecía querer penetrarla
con ella para adivinar sus pensamientos.
—Creo que es mejor que os deje solos —dijo Andy al ver el mutismo de
ambos—. Enviaré a alguien para que se aposte en la puerta.
Kiara asintió mientras Cameron parecía no haberlo escuchado, sin
embargo, cuando por fin se quedaron solos, abrió la boca para decirle:
—Lo siento —dijo con voz ronca.
Kiara no pudo evitar una expresión de sorpresa al escucharlo, aunque
aún podía recordar la expresión horrorizada de Cameron cuando lo vio
llegar hasta ella, incluso en su mente resonaban aún las palabras que le
había dedicado delante de Alexander, pero temía que hubieran sido fruto de
su imaginación o tal vez un efecto del veneno.
—No fuiste tú quien me envenenó.
Cameron soltó el aire de golpe.
—No me refiero a eso.
Kiara miró hacia la mano de Cameron, para descubrir que estaba
conteniéndose para no alargarla y tocarla.
—Entonces, ¿a qué?
Cameron desvió la mirada durante unos segundos. A pesar de que días
atrás se había sentido con la valentía suficiente como para enfrentarse a
Kiara y revelarle sus sentimientos, ahora no se veía capaz. Sin embargo, la
joven alargó levemente la mano y tomó la suya, llamando su atención.
—Te mentí —espetó de golpe—. En el bosque, cuando me hiciste
aquella pregunta, te mentí.
A pesar del dolor en su cuerpo y el cansancio, Kiara se incorporó
levemente y lo miró a los ojos.
—No recuerdo la pregunta... Creo que la fiebre me la ha borrado.
Cameron apretó los labios y retorció la boca al tiempo que clavaba su
mirada en ella.
—Vas a hacer que la repita, ¿verdad?
Kiara sonrió fugazmente.
—Sí.
Cameron suspiró.
—Supongo que lo merezco... —Volvió a mirarla fijamente—. Me
preguntaste si yo sentía lo mismo por ti y mi respuesta fue negativa. Te dije
que no te amaba y que nunca lo sentiría, pues me haría débil.
La mirada de Kiara se ensombreció al recordar ese momento y desvió la
mirada, avergonzada por haberse mostrado tal y como era, pero Cameron
puso un par de dedos sobre su barbilla y levantó su cabeza hacia él.
—Pero te mentí. Puede que ya sea tarde para manifestarlo, pero mi
verdadera respuesta no fue esa. En mi corazón sentía otra cosa. Otra cosa
por una mujer que había logrado despertar en mí algo extraño que no sabía
que existía, pues siempre me consideré tan negro como el cuervo que dicen
que soy. Pero hace unas semanas, en el castillo Mackintosh, se cruzó en mi
camino una mujer que tuvo la valentía de encararse a mí con la misma
fuerza que mis enemigos, que por primera vez en mi vida se negó a
compartir algo conmigo y juró y perjuró que jamás me daría nada que no
fuera su desprecio. Pero en ese momento, sin saberlo, me estaba dando más
de lo que jamás me había dado ninguna otra mujer, y ese valor y arrojo
hicieron que no pudiera sacarla de mi mente durante todo el tiempo que
estuvimos en ese castillo. Y ojalá se hubiera quedado ese sentimiento allí,
pero me acompañó días después, en los que logré conocerla en profundidad
y me demostró ser más de lo que aparentaba... y hasta ahora.
Cameron tragó saliva al ver cómo los ojos de Kiara se llenaban de
lágrimas.
—Decidí negar lo que sentía porque creía que era lo correcto tanto para
ella como para mí, pues estaba seguro de que al alejarme, sería más feliz.
Pero no fue así. Lo único que conseguí al alejarme fue ponerla en peligro y
yo mismo me hice más débil, pues al creer que iba a perderla creí morir con
ella. Sí, la amo. Amo a esa mujer que ha logrado cambiar la negrura de mi
corazón y ha podido romper esa barrera que había levantado con el paso de
los años. Y quiero pasar mi vida a su lado para seguir aprendiendo de ella,
pues por primera vez en mi existencia me siento pleno y vivo.
—¿Y quién es esa mujer? —preguntó Kiara con la voz tomada por las
lágrimas.
—Eres tú, Kiara. Reconozco que han pasado algunas mujeres por mi
vida, pero ninguna ha logrado lo que tú en tan poco tiempo. No puedo
imaginar mi vida sin ti y cuando te vi vomitando y a punto de morir, sentí
que todo mi mundo caía contigo. Lo siento. Sé que no fui sincero, pero
siempre me hicieron creer que el amor debilitaba.
—¿Ahora piensas diferente? —preguntó aferrando su mano con más
fuerza.
—No. Ahora sé que contigo soy más fuerte. Si hubieras muerto... no
quiero imaginarlo. Pero entendería que ahora quieras rechazarme.
Kiara se mantuvo en silencio tanto tiempo que Cameron pensó que
realmente lo estaba pensando, por lo que se giró para levantarse de la cama,
pero la voz de la joven lo detuvo.
—Creía que después de lo que has dicho ibas a besarme.
Cameron se giró hacia ella, anonadado y vio la sonrisa débil en sus
labios.
—¿No quieres que me aleje de ti?
La joven negó.
—Creo que Jacobo tuvo muy buena puntería al unirnos.
—Yo también pienso lo mismo.
—¿Entonces?
Cameron frunció el ceño sin entender, pues estaba demasiado
sorprendido con ella como para reaccionar a tiempo.
—¿No vas a besarme?
El guerrero suspiró.
—Por Dios que es lo que más deseo en esta vida.
—Entonces, ¿a qué esperas?
Cameron dudó.
—No quiero hacerte daño. Estás débil...
Kiara puso los ojos en blanco y alargó una mano para aferrar con fuerza
la pechera de la camisa del guerrero y lo atrajo hacia ella, bebiendo de aquel
amor que Cameron le regalaba y feliz por primera vez en mucho tiempo al
saberse amada y protegida por él. Y sin saber cómo, supo que ahora sí
estaba en su casa, pues Cameron era su verdadero hogar.
CAPÍTULO 22
Dos días después, Kiara estaba completamente restablecida. Había
recuperado por fin su color de piel normal, había logrado comer y su fuerza
aumentó a medida que pasaban las horas. Por fin el dolor de estómago había
pasado, gracias en parte a las infusiones que le preparaba Joan, la
curandera, y su ánimo se había recuperado por completo, por lo que decidió
salir de la cama a pesar de la insistencia de Cameron por que permaneciera
más tiempo acostada.
—Yo creo que un día más no te vendría mal...
Kiara puso los ojos en blanco mientras se vestía, ayudada por el guerrero
para atar los cordones del vestido a su espalda.
—En un día más moriré de asco si sigo aquí, Cameron.
—Bobadas —se quejó él mientras terminaba de atar los cordones y la
giraba para besarla.
Kiara gimió de placer y se abrazó a él. Su fuerte pecho lograba acunarla
y la joven se dijo que sería capaz de estar ahí por días.
—Tus besos me han curado.
Cameron torció el gesto.
—Pues ojalá no te hubiera dado ninguno, así seguirías un tiempo más en
la cama.
—¿Para qué?
La mirada del guerrero se ensombreció y apretó las manos alrededor de
su cintura. Clavó la mirada en Kiara y se relamió al tiempo que diversos
pensamientos cruzaban por su mente.
—Para hacerte de nuevo lo que llevo días deseando repetir.
Kiara sonrió ampliamente y le dio un par de golpecitos en el pecho antes
de apartar las manos de ella, provocando que Cameron frunciera el ceño.
—Pues lo siento, pero eso tiene que esperar. Ahora iré a ir a ver a mis
tíos y voy a preguntarles qué está pasando. Estos días he estado pensando
mucho en todo lo que ha ocurrido y creo que ya se han pasado. Y si no son
ellos, debemos pensar en otras alternativas. Además, no creas que estoy
muy tranquila con la desaparición de mi primo y ese esbirro suyo, Thane.
Es todo muy raro, y hay que solucionarlo ya antes de que intenten volver a
envenenarte.
Cameron frunció más el ceño y entrecerró los ojos.
—¿Cómo sabes que intentaban envenenarme a mí?
Kiara enarcó una ceja.
—Porque la jarra era para ti e insistieron mucho en eso. Además de que
Andy me lo ha confirmado.
El guerrero gruñó.
—Voy a tener que coserle la boca a ese metomentodo.
Kiara sonrió y se encogió de hombros.
—Tiene una gran estima por ti, pero su mayor lealtad es por mí.
Cameron hizo un guiño y suspiró.
—Permíteme acompañarte a hablar con tus tíos.
—No pensaba hacerlo sin ti a mi lado —confesó haciendo que el corazón
del guerrero se sobresaltara por la emoción.
—Gracias por tenerme en cuenta.
Kiara sonrió ampliamente.
—Siempre.
Tras un largo suspiro, ambos dejaron el dormitorio y se dirigieron
camino de las escaleras para bajar al piso inferior y buscar a los tíos de la
joven, que, para sorpresa de todos, parecían haberse esfumado del palacio,
ya que no tuvieron la valentía suficiente como para mostrar algo de empatía
y cariño por Kiara mientras estuvo recuperándose en la cama.
En completo silencio y con el rostro más serio de lo normal, Cameron y
Kiara bajaron los escalones y caminaron el pasillo adelante para buscar a
sus tíos, sin embargo, cuando cruzaron por la puerta de entrada, que estaba
abierta, la voz de Andy los frenó en seco.
—¿Qué ocurre ahora? —preguntó Cameron con voz cansada.
Andy los miró alternativamente y en su mirada se reflejó una seriedad
que Kiara solo había visto cuando fue a comunicarle que sus padres estaban
muertos, por lo que la joven supo al instante que algo no andaba bien.
—¿Andy?
El guerrero apretó los puños, respiró hondo para armarse de valor y
suspiró.
—Acaba de llegar uno de los hombres del rey.
—¿Y qué hay de malo en eso? Tal vez lo ha enviado para saber cómo va
nuestro matrimonio —dijo Kiara lentamente.
Andy desvió la mirada y movió el pie nerviosamente.
—Andy, no sé cómo lo haces pero logras sacarme de quicio —intervino
Cameron—. ¿Nos lo vas a decir ya?
—Sí que tiene que ver con vuestro matrimonio, pero no lo que pensáis.
Creo que lo mejor será que me acompañéis.
—Me estás asustando, Andy —dijo Kiara.
Pero el aludido desvió la mirada para no responder, pues sabía que tanto
uno como otra pondrían el grito en el cielo cuando descubrieran el motivo
de la llegada del hombre del rey.
En completo silencio y con los nervios a flor de piel, Cameron y Kiara
siguieron a Andy fuera de los muros del palacio. En el momento en el que
el sol les dio de lleno en el rostro entrecerraron los ojos, pues ese día era tan
luminoso que temieron que el guerrero del rey lo ensombreciera con sus
noticias.
Cameron posó una mirada fiera sobre James Buchanan, pues lo
reconoció al instante, al igual que Kiara, ya que fue el mismo guerrero que
acudió a avisarla de que debía presentarse en el castillo Mackintosh para su
casamiento con Cameron.
El hombre mostraba cierta impaciencia al lado de su caballo mientras
mantenía una pose tensa y no dejaba de mirar a su alrededor, especialmente
a los guerreros Sinclair y Stewart, que no dejaban de observarlo con cierto
recelo. Al descubrir que las personas a las que buscaba salieron del palacio,
suspiró y carraspeó para recibirlos.
Cameron apretó los puños y observó con atención su rostro y el de los
demás, y supo al instante que sus noticias no eran halagüeñas, aunque no
puso sus pensamientos en palabras para no poner más nerviosa a Kiara, que
temblaba a su lado.
—Esto no pinta nada bien, Cameron —susurró la joven antes de acortar
aún más la distancia con James.
—Tranquila. Yo estoy contigo.
Kiara miró a Cameron y este le dedicó una sonrisa fugaz, sin embargo,
en sus ojos pudo ver la preocupación que le sugería aquella visita. Y a pesar
de haber descubierto ese sentimiento, prefirió mantenerse callada y a la
espera de que James hablara.
—Buenos días, Buchanan —dijo Cameron cuando llegaron frente al
guerrero.
—Vaya, Sinclair, veo que te has acomodado bien en estos lares —fue la
respuesta de James al verlo llegar.
Cameron asintió con media sonrisa pintada en los labios y se cruzó de
brazos.
—No es como mi castillo, pero tampoco se vive mal.
James torció el gesto.
—Pues me temo que se va a acabar tu idilio por las tierras Stewart.
Cameron y Kiara fruncieron el ceño.
—¿A qué os referís, señor Buchanan? —intervino Kiara.
El aludido miró por primera vez a la joven y lo hizo con tanta
profundidad que el propio Cameron carraspeó para llamar su atención.
—A que el rey Jacobo os ha mandado llamar... a todos.
Cameron y Kiara se miraron entre ellos antes de dirigir sus ojos hacia los
guerreros Sinclair y Stewart, que desviaron la mirada.
—¿A todos?
—Exacto, Sinclair —afirmó James.
—Pero no podemos ir todos. El palacio no puede quedarse sin protección
—se quejó Kiara.
—Lo sé, pero son órdenes de Jacobo, no mías.
Cameron gruñó ante el tono con el que James se había dirigido a Kiara.
—¿Y para qué demonios nos quiere?
—Al parecer, hay un problema respecto a vuestro matrimonio que hay
que solucionar —respondió.
—¿Qué problema? —preguntó Cameron con voz iracunda.
James lo miró durante unos segundos antes de responderle.
—Hay alguien que dice ser el prometido de la señora Stewart. Al
parecer, ya estaban prometidos antes de que os casarais.
Kiara frunció el ceño.
—¿Qué? Eso no es cierto —dijo elevando la voz debido a la sorpresa.
—Para eso os hace llamar Jacobo, para solucionarlo.
Kiara apretó los puños y lo encaró.
—Ya lo creo que vamos a solucionarlo. Y espero que tomen prisionero al
hombre que se ha atrevido a decir semejante falsedad.
James asintió.
—El rey está a dos jornadas al oeste. Va de camino a tierras Campbell y
no quiere perder el tiempo, así que tenemos prisa, señores y señora.
Debemos partir ya.
Como si quisiera secundar lo que acababa de decir, tomó las riendas de
su caballo y montó sobre él para alejarse unos metros de ellos.
Cameron y Kiara se miraron con preocupación antes de dirigir sus ojos
hacia el resto de guerreros, que ya estaban preparando sus cosas para partir.
Andy los miró con la misma preocupación y suspiró largamente mientras
negaba silenciosamente con la cabeza.
Cameron aferró el brazo de Kiara y la apartó de allí para hablarle en voz
baja.
—Acabas de recuperarte y no quiero que hagas ese viaje.
Kiara negó con la cabeza.
—Si alguien dice ser mi prometido, tengo derecho a enfrentarme a él.
—Pero aún estás débil...
—Te aseguro que ahora mismo lo que me corre por las venas no es
debilidad, y menos al pensar en esa persona.
—Ya sabes quién es, ¿verdad? —preguntó Cameron con miedo que
Kiara pusiera en palabras lo que él mismo pensaba.
La joven asintió.
—El desgraciado de mi primo. Tomó ese mismo camino hace días, así
que solo puede ser él. Pero no va a salirse con la suya. —Kiara sacó la daga
de entre sus ropas—. En cuanto lo vea, pienso clavársela hasta el fondo de
su corazón. Estoy harta de que me tomen por tonta.
Cameron la obligó a esconderla de nuevo mientras dirigía una mirada de
soslayo hacia James.
—Guárdala. Si Buchanan la ve, puede quitártela —le susurró. Puso las
manos en los hombros de su esposa y apretó suave, pero firmemente—.
Escúchame bien, Kiara. No pienso dejar que nadie me aparte de tu lado, a
no ser que tú misma decidas hacerlo.
La joven negó repetidamente hasta hacerlo sonreír.
—Pues no voy a alejarme de ti, así que tranquila. Lucharé con quien
deba hacerlo, pero siempre volveré a tu lado para estar contigo.
Los ojos de la joven se llenaron de lágrimas.
—No creo que esto pueda estar pasando. ¿Cómo ha podido creer Jacobo
a Mark?
Cameron suspiró.
—No lo sé, pero estoy seguro de que le habrá puesto como ejemplo los
meses que él ya vivía aquí cuando vinieron a buscarte. Debemos coger algo
de ropa para el camino y prepararnos para lo que sea, pero acabe como
acabe, no voy a alejarme de ti.
Kiara asintió.
—Iré con vosotros a caballo.
—¿Estás segura?
La joven asintió.
—Así tardaremos menos. Estoy deseando llegar al lugar donde ahora
está Jacobo para poner en orden todo esto. Y mi primo y mis tíos pagarán
todo esto con creces.
Cameron asintió y descubrió que James los estaba observando desde la
distancia, por lo que le devolvió una mirada cargada de odio y rencor, a lo
que el aludido enarcó una ceja.
—Mientras los demás ensillan los caballos, tomaremos algo de ropa y
comida.
Kiara asintió y antes de que James se impacientara aún más volaron
hacia el dormitorio y las cocinas. En la mente de ambos solo había un
pensamiento: poner en evidencia a Mark. Sin embargo, internamente sabían
que si Jacobo los había mandado llamar era porque había algo en la historia
de Mark que le había resultado cierta, por lo que temían que los cimientos
de su matrimonio temblaran ante aquella invasión que solo pretendía
hacerse con el control del palacio y de ella misma.
Por ello mientras recogía algo de comida en una alforja maldijo una y
otra vez a su primo y a sus tíos, con los que se cruzó en el pasillo cuando
iba rumbo al jardín para encontrarse con los demás.
Dougall e Isobel mostraron una sonrisa cuando la joven cruzó ante ellos
sin tan siquiera molestarse en dirigirles la palabra. Y durante unos segundos
estuvo a punto de expulsarlos de allí, pero supo que si lo hacía, Jacobo tal
vez pensaría que Mark tenía razón y, desde luego, no quería darle ni un solo
motivo para hacerle creer al rey que su primo decía la verdad. Sin embargo,
aquellas miradas de autosuficiencia que le enviaron sus familiares hicieron
que parara en seco en medio del pasillo y se girara hacia ellos para
encararlos.
—Si creéis que habéis ganado estáis muy equivocados.
Isobel simuló en gesto de sorpresa.
—¿A qué te refieres, querida?
—Ya sabéis de lo que estoy hablando —les dijo con odio contenido—. Y
cuando todo se solucione, vais a iros de mi casa y no volveréis jamás a mis
tierras. Y por mí como si os vais a mendigar a las calles de Edimburgo.
Ante la mención de esa antigua vida que llevaban antes de llegar allí,
Dougall perdió el color en el rostro, ya que la joven no sabía que realmente
habían vivido así.
—Sois las personas más despreciables que he conocido en toda mi vida.
Ahora entiendo por qué mi padre no quería saber nada de ti —dijo
enfrentándose a Dougall y acortando la distancia con él—. Eres un
miserable que no ha sabido forjarse su propia vida y solo quieres vivir de lo
que sí han trabajado los demás porque tú no tienes el arrojo necesario que
hay que tener para hacer fortuna.
Con el rostro rojo por la ira, Dougall dio un paso hacia ella y levantó la
mano con la clara intención de golpearla en el rostro, sin embargo, la
potente y atronadora voz de Cameron hizo temblar incluso las puertas del
largo pasillo.
—Como te atrevas a poner una mano sobre mi esposa te juro por Dios y
por mi propia vida que te sacaré las entrañas y se las mostraré a Jacobo para
que vea cómo son por dentro los súbditos como tú antes de echárselas a los
cuervos.
Dougall paró en seco y miró a Cameron, que bajaba los últimos peldaños
de las escaleras y caminaba hacia ellos con paso lento y contenido.
—Haríais bien en no enfadarme más de lo que ya estoy, pues soy capaz
de lo que sea por proteger a mi esposa.
—Tal vez deje de serlo en unos días... —malmetió Isobel con una
sonrisa.
Cameron apretó los puños con fuerza. Jamás había golpeado a una mujer,
pero en ese momento necesitó de toda su fuerza de voluntad para no
hacerlo, pues podrían usarlo en su contra cuando hablara con Jacobo. Sin
embargo, Kiara sí se adelantó a él y le dio una sonora bofetada que logró
escucharse en el pasillo.
Isobel lanzó un grito de rabia y sorpresa mientras era sostenida por su
marido, ya que quiso hacerles ver que el golpe la había dejado sin fuerzas.
—Y tranquila, querida tía, si sigues así serán más. Estoy tan harta de
vosotros que no me importa ya cómo trataros. Para mí sois basura, y así
seréis tratados.
Dougall apretó los labios, pero antes de que pudiera responderle,
Cameron aferró con fuerza el brazo de Kiara y la sacó del palacio con una
sonrisa en los labios. Después acercó la boca a su oído y le dijo:
—Que Dios me perdone, pero ahora mismo solo puedo pensar en
arrancarte la ropa y aprovecharme de ese valor tuyo que acabas de mostrar.
Kiara se sonrojó y evitó su mirada, pues ya estaban acercándose a los
guerreros. Estos los esperaban con los caballos ya ensillados y cuando los
vieron llegar con las alforjas de comida y ropa, los ayudaron a colgarlas en
las sillas de montar.
—¿Preparados, Sinclair?
Cameron asintió, aunque no se movió ni un ápice.
—Sigo pensando que los guerreros Stewart deben quedarse a cubrir la
seguridad del palacio.
James negó en rotundo.
—Tengo entendido que los tíos de la joven tienen algunos hombres, así
que ellos cuidarán de este lugar hasta que todo se resuelva.
Cameron apretó la mandíbula e intentó disimular la rabia que sentía, sin
embargo, James lo conocía lo suficiente como para saber que le hervía la
sangre, por lo que con una sonrisa puso rumbo al oeste con paso lento.
Al ver que no daba su brazo a torcer, Kiara miró hacia atrás, deseando
que su hogar siguiera de la misma forma que estaba ahora que se marchaba
y, con la ayuda de Cameron, montó sobre el caballo y cabalgó al lado de su
esposo en todo momento mientras los guerreros leales a ella y a Cameron
los rodeaban para protegerlos de algún posible ataque, pues después de
saber el motivo que los obligaba a viajar esperaban cualquier cosa.
—Tranquilo, Cameron —susurró Andy poniéndose a la altura del
guerrero—. Yo estaba con Kiara antes de que marchara al castillo
Mackintosh, y pienso alegar que esa patraña es una maldita mentira.
Cameron lo miró fijamente y no pudo evitar que en su rostro se dibujara
una expresión de preocupación.
—No sabemos qué ha contado Mark para que Jacobo logre creer su
historia y nos mande llamar.
—De todas formas... —siguió Andy con cierta incomodidad— no
pueden separaros, pues habéis... consumado.
Cameron se revolvió incómodo en el caballo.
—Sí...
—Pues ya está, Sinclair. Tranquilo o Buchanan seguirá mirando por
encima del hombro a cada movimiento tuyo sobre el caballo. No os quita el
ojo de encima.
Cameron resopló.
—Siempre ha sido un maldito desconfiado.
James rio por lo bajo y miró de nuevo para clavar la mirada en él.
—Además de desconfiado tengo un oído muy fino, Sinclair... —dijo para
sorpresa de todos, pues cabalgaba a cierta distancia y con el sonido de los
cascos de los caballos parecía imposible que los hubiera escuchado—. Yo
solo sigo órdenes. Vuestros problemas tenéis que resolverlos con otros. No
soy vuestro enemigo.
Cameron frunció el ceño.
—Pues aún no he olvidado que cuando luchamos juntos cerca de Stirling
estuvieron a punto de matarme por tu culpa.
James rio de nuevo y giró el caballo hacia él para ponerse a su altura.
—Yo no tengo la culpa de que anduvieras distraído.
Cameron enarcó una ceja.
—La cicatriz de mi espalda no opina lo mismo.
James se encogió de hombros.
—Bueno, creo que te salvó tu amigo Fraser.
—De no ser por Struan, yo no estaría aquí hoy.
James resopló y lo miró con sorna.
—Si él no te hubiera salvado, yo hoy estaría disfrutando de un lugar
caliente donde reposar mis huesos en lugar de martirizarme con tu
presencia.
—Entonces tendré que enviarle una carta de agradecimiento —secundó
su sorna—. Gracias a él hoy tienes que fastidiarte y cabalgar a mi lado.
Con una mirada de soslayo, James se adelantó a él y no le respondió,
pero en su rostro se dibujó una expresión divertida.
Cameron resopló al verlo alejarse y en lugar de seguir con ese
divertimento, su corazón se sumió en la preocupación. Miró de reojo a
Kiara y vio que ella también estaba preocupada, pero poco o nada podía
hacer para levantarle el ánimo, tan solo pensar en cómo mataría a Mark
lentamente por haber montado aquella actuación que, si salía bien, los
llevaría a todos a la ruina.
CAPÍTULO 23
Dos días después, lograron llegar a la zona cercana al río Orchy, donde
se encontraba alojado el rey Jacobo en su búsqueda de Fletcher Campbell.
Tanto los guerreros Stewart como los Sinclair mostraron su evidente
disgusto en el momento en el que debieron cruzar la frontera con las tierras
de los Campbell, pues habían tenido la esperanza de que Jacobo anduviera
cerca de las tierras Stewart, pero no era así. Tanto él como su séquito se
había internado en las profundidades de las tierras Campbell para buscar a
su laird y todos temían ser atacados en cualquier momento.
—No pongáis esa cara —les pidió James con una leve sonrisa—. Los
Campbell están avisados de nuestra llegada.
Cameron torció el gesto y a pesar de sus palabras llevó la mano a la
empuñadura de la espada, pues no estaba del todo seguro de que sus
palabras fueran ciertas.
—¿Dónde está Jacobo? —preguntó Kiara para intentar armonizar
ligeramente el ambiente.
James la miró.
—A menos de media hora desde aquí.
La joven asintió y todo su ser se puso en alerta y nervioso ante la
cercanía tanto del rey como del culpable de que todos estuvieran allí en ese
momento. Kiara intentaba no quejarse, pero estaba pasando los peores dos
días de su vida. Ni siquiera se sintió tan mal cuando la envenenaron, pues
perdió pronto la conciencia, pero en ese momento apenas podía sentir sus
nalgas, pues jamás había cabalgado durante tanto tiempo. No obstante,
seguía manteniéndose erguida y rezaba para llegar cuanto antes, aunque
estaba segura de que no podría sostenerse en pie cuando al fin bajara del
caballo.
Los minutos pasaron y todos cabalgaban en completo silencio, pues
estaban nerviosos ante las preguntas que seguramente les haría el rey,
además de que no podían dejar de preguntarse qué hacían ellos allí si no
tenían nada que ver.
Cuando por fin apareció frente a ellos una enorme casa en el horizonte
muy cerca del río Orchy, el corazón de Kiara saltó de golpe. El momento
que había estado deseando y al mismo tiempo temiendo había llegado y, si
realmente había sido Mark quien había montado aquella mentira, tendría
que enfrentarse a él y la verdad es que después de todos esos meses estaba
comenzando a cansarse de aquella familia a la que nunca había conocido y
deseó no haberlo hecho nunca.
—Ya hemos llegado... —informó James cuando por fin pararon los
caballos frente a la casa.
Kiara esperó a que Cameron desmontara del suyo para ir a ayudarla, pues
estaba tan paralizada por el dolor de su espalda y nalgas, además de por el
miedo, que caería de cabeza si alguien no la sostenía. Cuando sus pies
tocaron por fin la tierra, no pudo evitar que sus piernas temblaran, pero
sabía que no era por haber cabalgado tanto, sino porque iba a enfrentarse al
mismísimo rey si este había decidido creer a su primo.
Con paso firme, James los condujo hacia la entrada y todos los demás lo
siguieron. Cameron y Kiara caminaban detrás de James, ambos tomados de
la mano, pues necesitaban sentirse juntos antes de enfrentarse a lo que
estaba por venir.
Un pasillo semioscuro los recibió y sin esperar a que todos estuvieran
dentro, James se encaminó hacia el lateral derecho de la casa. Todo estaba
en completo silencio, tanto que parecía que allí no había absolutamente
nadie. Sin embargo, a medida que se acercaban a un salón, un intenso
barullo comenzó a escucharse y Cameron no pudo evitar sentir rabia al ver
que todos estaban de celebración mientras ellos se sentían juzgados nada
más llegar.
—Esperad aquí, por favor —indicó James antes de entrar en el salón.
Kiara apenas pudo ver nada dentro de esa estancia, tan solo a varios
guerreros bebiendo y riendo tan alto que estaba segura de que si seguían así
los escucharían desde muy lejos. La joven repasó a Cameron, que le
devolvió una mirada preocupada y se giró hacia ella para acariciar su rostro
una última vez antes de que fueran llamados por el rey. Estaba más
preocupado que nunca, pues en ese instante se sentía como días atrás
cuando Kiara fue envenenada y temía perderla. Por ello, aprovechó ese
momento para grabar su preciosa y amorosa imagen en su mente antes de
besarla sin que le importase que sus hombres y los Stewart estuvieran a un
par de metros de ellos.
—Todo va a salir bien, Kiara —murmuró contra sus labios.
—Reconozco que tengo miedo de que logren separarnos.
Cameron negó y volvió a besarla.
—Prefiero morir antes que separarme de ti.
En ese instante, la puerta volvió a abrirse y mostró a James de nuevo. Se
dieron cuenta de que el ruido había acabado y el más absoluto silencio los
recibiría.
—Es la hora, Sinclair —dijo el guerrero de Jacobo.
El aludido asintió y tomando de nuevo la mano de su esposa entraron
seguidos del resto de sus hombres. Cameron y Kiara elevaron el mentón
con orgullo, intentando mostrar seguridad frente a los demás y sus fuertes
pisadas resonaron por todo el silencioso salón, donde estaban apostados
varios guerreros del rey.
Jacobo se encontraba en el fondo de la estancia. Y vio llegar primero a la
pareja mientras que por detrás de ellos caminaban lentamente los guerreros,
cuyas manos habían ido a la empuñadura de su espada de forma
inconsciente, como si temieran un ataque por parte de los hombres del rey.
Este sonrió forzadamente al verlos llegar y se levantó de su asiento para
recibirlos, aunque no se acercó a ellos.
—Bienvenidos a estas tierras —les dijo—. Ya sé que no sois muy amigos
de los Campbell, pero me he visto obligado a recibiros cuanto antes debido
al problema que ha surgido a raíz de vuestro matrimonio.
Kiara tembló ligeramente y miró a un lado y otro intentado divisar a su
primo, aunque no logró verlo por ningún lado. Cameron apretó su mano
levemente para infundirle fuerzas y fue el primero en hablar.
—Gracias por el recibimiento, aunque permitidme que no esté tan feliz
como vos —dijo con seriedad—. Desde que Buchanan apareciera en
nuestras tierras no he podido dejar de sorprenderme ante el... problema que
parece que tenemos, pues yo no veo inconveniente por ningún lado.
Jacobo torció el gesto y se acercó a ellos, parando a tan solo un par de
metros de distancia. Miró a uno y otro alternativamente y suspiró
largamente antes de dirigirse a Kiara.
—Cuando decidí elegiros como una de las mujeres para casarse con
guerreros leales a mi antecesor, lo hice porque consideraba que no teníais
pretendiente.
—Y no lo tenía —lo cortó de inmediato.
Jacobo chasqueó la lengua.
—No es esa la información que me ha llegado.
Andy, que estaba justo detrás de Kiara, se adelantó y se puso al lado de la
joven.
—Mi señora tiene razón. No tenía pretendiente.
—¿Entonces es mentira que vivíais bajo el mismo techo que vuestro
primo durante varios meses antes de casaros?
Kiara frunció el ceño al tiempo que Cameron, a su lado, lanzó un bufido
iracundo.
—No, eso es cierto, pero...
—¿Y no es cierto que vuestro primo mostró claramente sus intenciones
de casarse con vos?
La joven tragó saliva, miró a Cameron y finalmente dijo la verdad:
—Sí, pero yo le dije en todas las ocasiones que no lo quería.
Jacobo rio suavemente, al mismo tiempo que sus hombres allí presentes.
—Querida, eso no os compete a vos. Por lo que sé, vuestros tíos se
hicieron cargo de vos tras la muerte de vuestros padres y estaban de acuerdo
en que os casarais con su hijo. ¿Por qué no me dijisteis que estabais
comprometida?
Kiara no supo qué responder, pues ella jamás se había comprometido con
Mark, por lo que Cameron salió en su ayuda.
—Mi señor, los tíos de mi esposa solo desean su herencia, no quieren a
Kiara.
—No estamos aquí para hablar de los intereses de esas personas, sino de
que vuestra esposa ya estaba prometida a su primo.
—Él nunca me pidió la mano explícitamente, por lo que nunca ha habido
compromiso. Por lo que sé, un hombre debe presentar su interés ante los
demás para que sea formal, así que no hay compromiso alguno.
Jacobo suspiró y miró a Cameron y Kiara con extrema seriedad antes de
volverse hacia James:
—Ve a por Mark Stewart y su guerrero. Esto le compete a él.
Kiara tembló al darse cuenta de que debía enfrentarse a su primo y miró
con temor a Cameron, que le devolvió una mirada tan seria que la joven
temió por sus vidas.
En cuestión de segundos, como si Mark hubiera estado esperando ese
llamado, apareció junto a James con aires de autosuficiencia, colocándose
después al lado del rey y clavando su mirada primero en Cameron y
después en Kiara. Apenas hizo caso a la figura de Thane, que había
caminado tras él y quien sonreía como si aquello lo estuviera divirtiendo.
—Me gustaría que repitierais a los recién llegados lo mismo que me
dijisteis a mí —les pidió el rey.
Mark sonrió y asintió.
—Me enamoré de mi prima nada más verla cuando llegamos a Blair
Palace. Le comuniqué a mis padres mis intenciones para con ella y
estuvieron de acuerdo con que nos casáramos. El mismo día que llegó
James Buchanan al palacio diciendo que Kiara había sido llamada por vos
había planeado la fiesta de pedida, por lo que no tuve tiempo suficiente
como para pedírselo formalmente a ella, pero sí a mis padres, que eran sus
tutores.
La expresión de Kiara era de absoluta sorpresa e indignación.
—¡Eso es mentira!
—Señora Stewart... —le llamó Jacobo la atención.
Kiara frunció el ceño.
—Tengo derecho a defenderme, y eso que ha contado no es verdad. El
único prometido que he tenido ha sido el que vos me encontrasteis:
Cameron Sinclair.
—Todo el mundo comete errores, y él es uno de ellos.
Cameron frunció el ceño, especialmente al ver la sonrisa de Mark, y
apretó los puños con fuerza.
—No me considero un error, señor, con todos mis respetos. Conocer a
Kiara ha sido una de las mejores cosas que me ha pasado en la vida.
—No parecía eso cuando estabais en el castillo Mackintosh.
—Apenas nos conocíamos —rebatió el guerrero—. Pero durante todo
este tiempo nos hemos conocido más en profundidad y debo decir que estoy
muy bien a su lado.
Jacobo chasqueó la lengua y torció el gesto.
—Pues no sé si debéis seguir unidos.
El corazón de Cameron se paró durante unos segundos al escuchar esas
palabras. ¿De verdad pretendían separarlo de Kiara? El joven miró a su
esposa y vio el terror en los ojos de esta, apretó de nuevo su mano, la cual
no había soltado en ningún momento, y volvió a mirar a Jacobo.
—Los matrimonios pueden deshacerse cuando aún no se han
consumado, pero este sí ha sido consumado.
El rostro de Kiara se tornó rojo al escuchar sus intimidades frente a tanta
gente. Sin embargo, sabía que era de especial importancia contar algo así.
Y Cameron, al ver el silencio del rey, añadió:
—Mi esposa podría estar embarazada...
—Tal vez podría ser mío... —intervino Mark con voz siseante.
Cameron lo miró entrecerrando los ojos.
—¿Qué demonios estás diciendo?
—Que Kiara y yo yacimos juntos pocos días antes de que James
Buchanan llegara al palacio para hablar sobre el futuro matrimonio de
Kiara.
Cameron tuvo que aferrar con fuerza a la joven, pues estuvo a punto de
lanzarse contra su primo tras escuchar aquella mentira.
—¿Cómo te atreves a decir semejante falsedad? ¡Jamás he yacido
contigo y jamás lo haré! Eres un desgraciado.
Jacobo carraspeó para llamar su atención.
—Señora Stewart, no estáis en disposición de insultar al que fue vuestro
prometido.
—Él no ha sido nada mío —le espetó con rabia—. Es un maldito
farsante, tanto él como sus malditos padres. Hace unos días fui envenenada
por ellos, aunque en realidad ese veneno no era para mí, sino para mi
esposo. Y ahora entiendo que se lo quisieran quitar del medio, ya que así mi
primo tendría vía libre.
—Eso es cierto, mi señor —corroboró Cameron—. Desde que
aparecimos en el palacio tras nuestro matrimonio han sucedido demasiadas
cosas. Y también está la muerte sin resolver de uno de los guerreros
Stewart.
—Ese hombre murió por culpa de un animal —dijo Mark—. Nosotros no
tenemos nada que ver.
Kiara lo miró malhumorada, pero decidió no decir nada más, pues si
volvía a dirigirse a él le daría una sonora bofetada delante de todos.
—Sea como fuere, aquí hay algo que debemos solucionar —dijo el rey
—. Ya había escuchado a Mark con anterioridad y solo deseaba escuchar
vuestra opinión para tomar una decisión.
—¿Y para qué nos habéis hecho venir al resto de guerreros? —preguntó
Andy.
—Porque tanto los Sinclair como los Stewart sabéis lo que pasa entre los
muros de palacio y entre vuestros señores.
—Sí, pero no nos habéis preguntado nada —dijo Alexander tras
Cameron.
—Exacto. Mi intención no era esa, sino que vosotros mismos correréis la
misma suerte que vuestros señores sea cual sea mi decisión, pues los
guerreros de ambos clanes sois leales a vuestros señores y jamás
confesaríais algo como que Kiara Stewart estaba prometida cuando la
mandé llamar.
Alexander frunció el ceño y miró a Cameron, que se había girado para
mirarlo. La seriedad en el rostro de ambos era evidente, pues sabían cuál
sería su suerte si finalmente Jacobo decidía creer a Mark.
—Yo no estaba prometida —dijo la joven con voz cansina clavando su
mirada en el rey.
Jacobo le devolvió la mirada y le sorprendió ese arranque de valor, pues
cuando la conoció en el castillo Mackintosh vio a otra Kiara diferente, más
sumisa, más callada... Pero la mujer que había frente a él, además de tener
el rostro cansado y ligeramente ceniciento, mostraba una rabia y
determinación dignas de admirar.
—Yo creo que lo mejor sería tener un día en el que pueda pensar en las
opciones que se presentan por una parte y otra. Sin embargo, tengo prisa por
llegar al castillo Campbell y hablar con su laird, por lo que no puedo
demorarme más.
Miró a Mark y después a Cameron y Kiara.
—El señor Stewart asegura que la joven aquí presente yació con él hace
unas semanas.
—Kiara era virgen cuando la tomé por primera vez —lo cortó Cameron
antes de que pudiera seguir—. Eso que cuenta Mark es una falacia.
—Estoy seguro de que cada uno dirá su propia verdad —cedió Jacobo—,
pero solo uno ganará este juicio.
Kiara frunció el ceño.
—No pensaba que fuéramos delincuentes como para necesitar un juicio...
—Una persona que ha hecho algo mal necesita uno, mi señora.
—Pero es que nosotros no hemos hecho nada malo...
Jacobo levantó una mano para hacerla callar y Kiara se mantuvo en
silencio a pesar de que necesitaba gritar por todos los medios.
—Con todos mis respetos, mi señor —intervino Cameron con cierto
nerviosismo—. No me importaría medir mis fuerzas con el señor Stewart.
Mark lanzó un bufido.
—¿Y si pierdes?
Cameron apretó los puños.
—No lo creo, pero si lo hiciera, me apartaría de Kiara y dejaría el
camino libre para una rata como tú.
Mark rio.
—Esto no va de quién es más fuerte, sino de quién llegó antes, y ese fui
yo.
—Tú no has llegado ni a sudar por conseguir lo que deseas, rata del
infierno —siseó Kiara—. Tus padres y tú sois tres desgraciados que queréis
aprovecharos de lo que tienen los demás.
—Señora Stewart... no le llamaré más veces la atención —dijo Jacobo—.
No me hace falta un combate para decidir, Sinclair.
Cameron tragó saliva y prefirió callar, dejando su destino en manos de la
suerte. El joven apretó con fuerza la mano de Kiara, la cual temblaba con
fuerza ante la espera por saber el veredicto del rey.
—Tengo demasiado claro mi dictamen. —El rey hizo una pausa para
tomar aire—. Tras escuchar a una parte y a otra he decidido que lo mejor y
más justo es deshacer el matrimonio hecho por Cameron Sinclair y Kiara
Stewart en pro del señor Mark Stewart, primer y único prometido de la
joven.
Un murmullo entre los guerreros de ambos clanes se elevó por encima de
su voz mientras que tanto Cameron como Kiara se quedaron estupefactos y
sin habla ante lo que acababan de escuchar.
—El señor Stewart se casará con Kiara cuando regresen a Blair Palace y
será él el único esposo que haya tenido la joven. Asimismo, el señor
Sinclair regresará a sus tierras y jamás volverá a acercarse a Kiara Stewart
ni siquiera para hablar con ella, pues su vida estará ahora en manos de su
futuro esposo, el señor Mark Stewart.
—Esto es un tremendo error —dijo Cameron con voz titubeante y
horrorizada—. No pienso consentir que nadie me separe de la mujer que
amo, ni siquiera vos.
Jacobo frunció el ceño.
—Señor Sinclair, no deberíais hablarme así.
—Os hablaré como me plazca, pues esto no es legal ni siquiera a ojos de
la Iglesia, y desde luego no merecéis el respeto que yo tenía hacia vuestro
antecesor.
Jacobo apretó los puños con fuerza.
—Estáis sobrepasando el límite, Sinclair.
—La ocasión lo merece. No voy a dejar que ese miserable toque un solo
centímetro de piel de mi esposa.
Kiara estaba como en una especie de nube y escuchaba la discusión de
Cameron con el rey como si ella ya no estuviera allí. Su mirada horrorizada
y temerosa estaba puesta sobre Mark, que también la observaba mientras se
relamía los labios, prometiendo con su mirada tantas cosas que la joven
estuvo a punto de vomitar.
—Quien no debería tocar a mi prometida eres tú, Sinclair —intervino
Mark mirando a Cameron—. Así que si no te importa, suelta su mano.
El guerrero miró la mano de la joven, que estaba escondida entre sus
propios dedos, y después levantó la mirada para negar con la cabeza.
—Kiara es mi esposa ante los ojos de Dios, y así seguirá siendo.
—Creo que Jacobo debería repetir su sentencia...
—Jamás me iré contigo a ningún sitio, desgraciado —dijo Kiara con
rabia, reaccionando por fin.
Mark dejó escapar una risotada y dio un paso hacia ella, poniéndose
frente a la joven, y antes de que nadie adivinara sus intenciones, le dio una
sonora bofetada.
—Cállate, futura esposa. Hablarás cuando yo diga.
El rostro de la joven se giró por el golpe y al instante sostuvo su mejilla,
pues le ardía tanto que no pudo reaccionar a tiempo de detener a Cameron,
que se lanzó contra Mark rugiendo por la rabia.
Y en ese momento, se desató tal pandemónium en la sala que Kiara no
sabía hacia dónde mirar, pues no sabía dónde estaban sus guerreros leales y
donde los del rey, que se unieron a la pelea al instante.
—¡No! —vociferó Kiara al ver cómo tres guerreros del rey se lanzaban
contra Cameron para separarlo de Mark.
La joven estaba conmocionada ante el cambio que acababa de
experimentar su vida en cuestión de minutos. No podía creer que el rey
hubiera creído a Mark en lugar de a ella, a Cameron y a los guerreros de
ambos clanes. Pareciera que se había conjurado contra ellos a pesar de que
él mismo fue quien los obligó a casarse. Sin lugar a dudas, tenía la
sensación de que ellos no habían tenido ni una sola oportunidad en ese
juicio, como si Jacobo ya hubiera tomado una decisión cuando los mandó
llamar y pensó que tal vez Mark le había contado algo que no había salido a
la luz en ese momento.
—Mi señor, no escuche a Mark, por favor. Escúcheme a mí —suplicó en
medio de ese bullicio—. Mi primo os ha mentido. ¡Amo a Cameron Sinclair
con toda mi alma!
La voz de Kiara confesando su amor por Cameron logró escucharse por
encima del ruido y el primero que lo hizo fue Mark, que al instante se lanzó
contra la joven para golpearla de nuevo.
—¡Maldita furcia! —vociferó.
Al verlo correr hacia ella, Cameron sintió que todo él se volvía loco,
pues corrió hacia él y logró alcanzarlo por la espalda.
—¡No te atrevas a tocarla! —vociferó el guerrero girándolo hacia él y
clavando su puño en el estómago del primo de la joven.
—¡Kiara es mía! —gritó Mark antes de devolverle el golpe.
Al instante, ambos se enzarzaron en una pelea que volvió a sembrar el
caos en ese salón. Kiara vio cómo Jacobo ordenaba a varios de sus hombres
que se acercaran a Cameron, algo que hicieron al instante, sujetándolo por
la espalda y levantándolo del suelo para alejarlo de Mark, que se levantó
para arreglar su ropa.
—Sinclair, has sobrepasado los límites varias veces esta mañana —le
dijo Jacobo mientras sus hombres lo arrastraban para acercarlo a él—.
¡Serás encarcelado junto a tus guerreros y los Stewart!
Al escuchar aquellas palabras, el mundo de Kiara tembló de nuevo, pero
esta vez con mucha más fuerza. Al instante, corrió hacia el rey y se postró
ante sus pies para mirarlo con ojos suplicantes.
—No, por favor, mi señor. Yo amo a Cameron Sinclair, no a mi primo.
No me hagáis esto.
Jacobo la miró con cierta tristeza y durante unos segundos la sombra de
la duda planeó sobre su cabeza, sin embargo, se dijo que ya era demasiado
tarde como para recular y devolvérsela a Cameron. Por ello, cuadró los
hombros y la miró con firmeza.
—Las pruebas que he visto son suficientes como para devolveros a quien
de verdad pertenecéis, Mark Stewart. El señor Sinclair pagará por lo que
acaba de hacer.
—Pero, mi señor...
—No quiero escuchar nada más. Saldréis en este mismo instante de estas
tierras y volveréis a las vuestras junto a vuestro primo. Cameron Sinclair
será encarcelado por traición.
Con una sonrisa de autosuficiencia en los labios, Mark se acercó a ella y,
clavando los dedos en la carne de su brazo, la levantó, comprobando que
estaba llorando a lágrima viva.
—Por fin eres mía —susurró en su oído.
Pero Kiara no podía responder. Tenía un nudo en su garganta que le
impedía hacerlo, pues vio cómo los guerreros Sinclair y Stewart eran
encadenados frente a ella tan solo por haber intentado defenderla. Pero lo
peor vino cuando vio cómo uno de los guerreros de Jacobo golpeaba a
Cameron en su estómago, provocando que se doblara sobre sí mismo.
—¡Dejadlo en paz! —vociferó a pesar de que Mark le hacía daño en el
brazo.
Pero Cameron no se mantuvo quieto. Forcejeó contra los hombres que lo
sujetaban para volver junto a Kiara, que estaba siendo arrastrada por Mark
hacia la puerta del salón, pues el rey le pidió que se marcharan cuanto antes
para evitar otro enfrentamiento.
La mirada de Kiara estaba puesta sobre él e intentó desasirse de su primo
con todas sus fuerzas.
—¡Cameron! —suplicó mirándolo entre las lágrimas que perlaban sus
ojos.
El guerrero rugió de impotencia por no poder hacer nada y volvió a la
carga contra ellos, pero solo logró ganarse más golpes.
—¡Kiara! —bramó hasta el límite de hacerse daño en la garganta al ver
cómo la alejaban de él—. ¡Volveré a por ti, Kiara! ¡Lo juro por mi honor!
¡No dejes que te someta!
Kiara negó, levantó uno de sus brazos y lo llevó hacia él, como si
pudiera tocarlo desde la distancia. Y el guerrero pudo leer en sus labios una
última muestra de su amor. Pero no pudo ver si él se la devolvía, pues Mark
la sacó a rastras de allí.
—¡Te amo, Kiara Stewart, nunca lo olvides! —escuchó que Cameron
gritaba desde el interior del salón.
Y sin poder contener los sollozos, Kiara se dejó llevar por las lágrimas
mientras era empujada por Mark a través de ese largo pasillo, sabiendo que
tal vez aquella sería la última vez que volvería a ver a Cameron.
CAPÍTULO 24
Kiara apenas era consciente de cómo Mark la arrastraba hacia los
caballos, que ya estaban ensillados, como si lo hubieran hecho pensando
que saldrían victoriosos de ese juicio que ella no consideraba justo. Desde
que habían salido de aquella casa se sentía vacía, sin más lágrimas para
derramar y cuando Mark la obligó a montar en el caballo sobre el que ella
misma había cabalgado junto a Cameron hasta allí, reaccionó.
—Estoy cansada. Merezco un descanso.
Su primo la miró con inquina y torció la boca con desagrado.
—Descansarás cuando consiga borrar de ti la huella de ese maldito
Sinclair.
—Jamás lo lograrás —le espetó Kiara con rabia.
Mark la miró con el ceño fruncido y alargó una mano para tirar de su
pelo. Al hacerlo, la joven estuvo a punto de caer del caballo y apretó con
fuerza los dientes para evitar gruñir de dolor.
—Eso ya lo veremos, querida. De momento, he conseguido alejarte de
ese maldito Sinclair y que seas mía para siempre. En cuanto nos casemos,
jamás podrás separarte de mí.
Kiara no respondió, pues era tal el dolor que sentía en la raíz del cabello
que solo podía apretar con fuerza los dientes. Cuando Mark la soltó, frotó
su cabeza y se incorporó de nuevo sobre el caballo.
—Marchémonos, no quiero perder más el tiempo —le dijo a Thane.
El guerrero asintió y montó también sobre su caballo.
—Mis padres y mi hermana estarán orgullosos de saber lo que he
conseguido.
Kiara frunció el ceño y clavó su mirada en él.
—¿Tu hermana? —preguntó con extrañeza.
Mark la miró y sonrió, pero no dijo nada. Se limitó a tomar las riendas de
su caballo y las de Kiara y fue el primero en ponerse en marcha.
A pesar de su sorpresa, Kiara miró una última vez hacia atrás con la
esperanza de que Cameron apareciera tras la puerta y los detuviera, pero la
soledad y el silencio fueron los únicos que la despidieron de aquellas
inhóspitas y salvajes tierras Campbell mientras su destino se volvía cada
vez más negro frente a ella.
Esa misma noche, el silencio y la rabia era lo único que podía olerse en
la celda improvisada que había preparado Jacobo para Cameron y los
demás. El primero no paraba de dar vueltas de un lado a otro intentando
buscar una solución para el problema que tenían mientras sus entrañas se
revolvían al pensar que Kiara estaba en manos de su primo y sus tíos. No
podía creer aún, a pesar del paso de las horas, que Jacobo hubiera creído las
mentiras de Mark en lugar de creerlos a ellos. Y eso que fue él mismo quien
los obligó a casarlos... Cameron gruñó mientras miraba a través de la
mugrosa ventana. La noche había caído hacía un par de horas, y a pesar del
cansancio que sentían sus huesos no podía parar de moverse.
Cameron miró entonces a todos y cada uno de los hombres que lo habían
acompañado hasta allí y se sintió mal por ellos, pues tenían el mismo
destino que él por culpa de Mark. Y sintió lástima por ellos, ya que
consideraba que él era el culpable de que estuvieran allí.
El joven resopló, enfadado.
—No puedo seguir ni un minuto más aquí mientras Kiara está con Mark
y el desgraciado de Thane.
Andy suspiró y se levantó del suelo.
—Debes tranquilizarte.
—¿Cómo quieres que me tranquilice? ¡No puedo! Después de todo lo
que ha hecho ese desgraciado, no me quiero imaginar lo que le hará a Kiara
ahora que está en sus manos.
Alexander, al ver el nerviosismo de su laird, también se levantó del
suelo.
—Tal vez podamos escapar —susurró—. Han estado todo el día de fiesta
y puede que ahora sea el momento oportuno.
—No han actuado bien y no podemos dejar que Kiara pague por ello.
Cameron asintió levemente y se separó de ellos para pensar. La verdad es
que en ese momento se sentía como un animal enjaulado, enfurecido y con
ansias de sangre. Pero no solo eso, sino que temía realmente por la
seguridad de su esposa después de ver cómo la había tratado Mark cuando
Jacobo sentenció que él ya no era su esposo. De haber tenido en ese juicio a
un sacerdote, no habría estado de acuerdo tras haber confesado que habían
consumado el matrimonio, algo que lo enfurecía aún más, pues Jacobo no
había actuado como lo habría hecho su antecesor, ya que no había sido
justo.
—Después de todo lo que hicimos por Jacobo II, su sucesor nos paga
así... —Se volvió hacia los demás—. No podemos dejar que Mark se salga
con la suya. Nos vamos.
Y miró a los guerreros del clan Stewart.
—¿Vosotros estáis de acuerdo?
Andy se adelantó al resto y le dijo:
—Es Kiara, no hace falta preguntar.
Cameron asintió y le dedicó una mirada de agradecimiento antes de
girarse hacia la ventana.
—Saldremos por aquí.
Andy frunció el ceño.
—La habrán sellad... —La voz de Andy se perdió al ver cómo Cameron
la levantaba con cuidado para evitar hacer más ruido del necesario.
—Pensaba que los guerreros del rey eran más inteligentes... —dijo
Alexander también sorprendido por la facilidad con la que habían podido
abrir la ventana.
El primero en salir fue Cameron, que miró a un lado y otro y al no ver a
nadie en medio de la noche, avisó a los demás para que hicieran lo mismo.
Poco a poco, los guerreros de un clan y otro fueron saliendo y cuando todos
estuvieron fuera, intentaron fundirse contra la casa todo lo que pudieron
para evitar ser vistos desde las ventanas del piso superior. Recorrieron gran
parte del exterior sin ver a nadie, por lo que, extrañado, Cameron miró hacia
atrás, a Andy y Alexander.
—Parece que no hubiera nadie en la casa —susurró.
Alexander asintió.
—Qué extraño. Me sorprende que, siendo el rey, no haya nadie apostado
en los laterales de la casa.
Andy lo secundó.
—Sí, es demasiado...
—¿Fácil? —dijo una voz cerca de ellos.
De repente, de la nada apareció James Buchanan y los observó con una
mirada entre enfadada, irónica y apenada, pues conocía a la perfección a
Cameron y en parte tenía respeto por lo buen guerrero que había
demostrado ser.
Tras él también aparecieron los demás guerreros del rey y entonces
Cameron y los demás supieron que su verdadero problema comenzaba
entonces. Con calma, aunque sin perder de vista las manos de los guerreros,
James les señaló el camino hacia dónde debían ir y sabían que serían
llevados ante Jacobo.
—Disculpad, mi señor, pero tenías razón. Han intentado escapar.
Cameron descubrió que el rey se encontraba en el mismo sitio que
durante esa mañana y sentado en el mismo lugar. Al verlos llegar escoltados
por sus propios hombres torció el gesto y se levantó para recibirlos.
—Jamás pensé que mis ojos tendrían que presenciar esto de ti, Sinclair.
Cameron lo miró elevando el mentón con orgullo.
—Me parece que tanto uno como otro nos hemos sorprendido por el trato
recibido. He sido despojado de mi esposa por una persona que no tiene un
fundamento creíble, así que lógicamente no podía permitir que esto quedara
así.
—¿Aun a costa de traicionar a tu rey?
—Mi rey era el que estaba de acuerdo con ese hombre...
Jacobo ensombreció su mirada y la pasó uno por uno para comprobar sus
rostros. En ellos vio la determinación por volver a escapar y traicionarlo de
nuevo, por lo que sin pensarlo ni un segundo más, sentenció:
—Al amanecer seréis despojados de vuestra propia vida.
—¿Por defender lo que es nuestro?
Jacobo resopló.
—¡Kiara Stewart ya no es tuya, Sinclair! Está decidido, cuando
amanezca, moriréis.
Los ojos de Kiara amenazaban con cerrarse por el cansancio. Tras una
larga noche y un día entero sin parar de cabalgar, ni siquiera para comer, se
sentía débil y famélica, a punto de desvanecerse, pero se dio ánimos a sí
misma para no decaer y poder aprovechar cualquier momento para escapar
de ellos, pues no estaba dispuesta a regresar a su hogar si no era con
Cameron.
Durante todo el día había pensado una y otra vez cómo sería su vida al
lado de Mark cuando llegaran a su casa, y en todos los momentos que
aparecían en su mente, ella sufría, pues ya había podido comprobar cómo se
comportaban sus tíos con el servicio cuando ella no estaba en casa, por lo
que cuando llegaran y supieran que eran dueños de su palacio y de toda su
fortuna, harían lo imposible para que ella no tocara nada de todo lo que sus
padres habían logrado a lo largo de toda su vida.
Pero no solo eso rondaba por su mente. A pesar del paso de las horas no
había podido olvidar la revelación que el propio Mark le había hecho antes
de dejar las tierras Campbell. El hecho de saber que tenía una prima y que
también estaba metida en su casa sin que ella lo supiera le hizo pensar en
todas y cada una de las personas que había allí. Incluso llegó a creer que tal
vez estaba escondida en el bosque o tal vez en alguna de las muchas
habitaciones vacías que ella misma no usaba para nada. En más de una
ocasión, intentó descubrir algo preguntándole a su primo, pero Mark apenas
le hablaba, tan solo le había dedicado miradas de odio con futuras promesas
que le habían puesto el bello de punta.
Sabía que su primo había conseguido lo que quería, que era hacerse con
el manejo de su fortuna, y ahora que era suya, podría hacer lo que quiera.
Por ello, llegó a temer por su propia vida una vez la obligara a casarse con
él, pues estaba segura de que querría quitársela del medio para tener el
control absoluto sobre todo y finalmente casarse con alguien a quien
realmente amara.
Con un suspiro, Kiara se removió en el caballo. Apenas sentía las piernas
y necesitaba parar unos instantes, pues si no lo hacía, caería del caballo
irremediablemente.
—Necesito parar para... aliviarme... —expresó con cierta vergüenza—.
No hemos parado en todo el día, ni siquiera para eso. Y no puedo más.
Mark dirigió su mirada hacia ella y Kiara rezó para que, aunque fuera
por esa vez, su primo parara. Después miró al cielo y comprobó que por el
horizonte estaba a punto de despuntar el alba, por lo que asintió y pidió a
Thane que pararan.
—¿Y si alguien nos sigue? —se quejó el guerrero—. Lo mejor es
continuar hasta llegar a Blair Palace.
Mark negó con la cabeza al tiempo que desmontaba.
—De nada valdrá llegar si mi querida prometida muere en el camino.
Pararemos unos minutos para comer algo y aliviarnos, y después
seguiremos el camino sin parar hasta llegar a nuestro destino. No quiero
quedarme sin nada si mi prima muere antes de casarse conmigo.
Kiara tuvo que morderse la lengua para no soltar un improperio a su
primo, por lo que bajó del caballo y dio unos pasos para alejarse de ellos en
dirección a unos matorrales que podrían resguardarla de sus miradas
lascivas. Sin embargo, no pudo llegar muy lejos, pues Mark la aferró con
fuerza del brazo y la giró hacia él con ímpetu para mirarla a los ojos de
forma amenazadora.
—Te doy unos minutos de intimidad, pero como se te ocurra tan solo
pensar en escapar, desearás no haber nacido.
Kiara lo encaró y señaló a su alrededor.
—Es de noche en una tierra que no conozco. ¿A dónde crees que voy a
ir?
Mark sonrió.
—Ya domaré ese genio cuando te tenga en mi lecho —dijo antes de
atrapar su boca con sus labios.
Kiara se sorprendió ante aquella invasión repentina y dio un respingo. La
joven intentó apartarse de él, pero Mark la apretó con fuerza contra él para
evitar que pudiera escapar sin su consentimiento. A pesar de que el joven
intentó que el beso fuera abrumador, lo único que consiguió en Kiara fue
que estuviera a punto de dar una arcada, pues no deseaba su contacto.
Cuando se separó de ella, la sorprendió al tomarla del cuello y acercarla
de nuevo a él para mirarla a los ojos.
—Cuando te dé un beso, quiero que me lo devuelvas.
Kiara intentó respirar, pero Mark apretó con más fuerza, haciendo que su
corazón comenzara a latir más rápidamente al creer que iba a matarla. No
obstante, segundos después la soltó.
—Ve a aliviarte, no quiero que mi prometida se lo haga encima —dijo
con desprecio.
Con paso lento y controlado, Kiara se alejó de ellos para internarse entre
los matorrales. La rabia corría dentro de ella hasta tal punto que durante
unos segundos deseó matarlo con sus propias manos, apretar también su
cuello hasta dejarlo sin un solo aliento de vida con el que poder respirar.
Pero se dijo que debía mantener la calma, que todo con Mark debía ser
medido, hasta la forma de respirar. Sin embargo, no estaba dispuesta a
seguir ni un solo minuto más con él. No lo soportaba, su presencia la
enfurecía y la alteraba de tal manera que sus manos temblaban con fuerza.
Por ello, miró a un lado y otro en medio de aquella oscuridad. Era ahora
o nunca. Prefería morir atacada por un animal salvaje a tener que regresar a
su hogar junto a él y sus tíos, pues sabía cómo iba a ser su vida a partir del
momento en el que volviera a poner un solo pie en su hogar.
El recuerdo de sus padres le dio las fuerzas y el ánimo que le faltaban
para escapar de allí. De hecho, sabía que debía aprovechar ese momento
antes de que el día diera comienzo y fuera más fácil encontrarla.
Por ello, tras dirigir su mirada hacia el lugar donde se habían quedado
Mark y Thane, comenzó a caminar deprisa intentando no hacer ruido con la
maleza del suelo y pensando cada paso para evitar llamar su atención. Y
solo cuando estuvo lo suficientemente alejada del campamento y con la
seguridad de que no iban a oírla, aferró con fuerza los pliegues de su falda y
comenzó a correr todo lo que le dieron sus piernas. No le importaba la
dirección que tomara, puesto que no conocía esas tierras, pero lo único
importante en ese momento era dejar atrás a esos dos con los que corría más
peligro que con los animales salvajes del bosque.
Su respiración se hizo rápida y a veces sentía que le faltaba el aire, pero
no le importaba. Solo quería correr y correr para huir de un destino que no
deseaba. Un pequeño riachuelo se cruzó en su camino, y en lugar de
esquivarlo, saltó lo más alto que pudo para cruzarlo y siguió corriendo.
Su pensamiento estuvo en todo momento en la fuerza que le daba el
amor de Cameron, pero eso no fue lo suficiente como para dejar atrás a
Mark y Thane, pues al cabo de unos minutos el sonido de unos cascos tras
ella le llenó los ojos de lágrimas.
—No... —murmuró.
El cielo comenzaba a iluminarse con el alba y tras dirigir una mirada
hacia atrás comprobó con terror que era Thane el que la estaba siguiendo.
En el rostro del guerrero había dibujada una expresión de rabia y
enloquecimiento que causó auténtico pánico en la joven.
Kiara apretó el paso para escapar de él y de su amenaza implícita en sus
ojos, pero no fue lo suficientemente rápida, pues Thane la alcanzó en
cuestión de segundos y le dio una fuerte patada en la espalda que la tiró al
suelo en medio de una nube de dolor.
—¿De verdad pensabas que ibas a escapar, maldita zorra? —preguntó al
tiempo que desmontaba con fiereza y se dirigía a ella con paso rápido.
Tras recuperarse ligeramente, Kiara se puso en pie e intentó correr en
dirección contraria, pero Thane volvió a alcanzarla de nuevo y la tiró al
suelo, cayendo con todo su peso sobre ella.
—¡Suéltame! —vociferó la joven pataleando mientras intentaba apartar
las manos del guerrero sobre su cuerpo—. Cuando Cameron se entere de
esto, te matará.
Thane lanzó una risotada que le heló la sangre.
—El Sinclair no va a volver a por ti, ya se encargará Jacobo de ello.
Intentó levantarla, pero Kiara clavó sus uñas en su mejilla. Thane lanzó
un gruñido de dolor e intentó abofetearla, pero ella fue más rápida y le dio
una patada en la entrepierna que le hizo caer de lado. Al instante, recordó
que entre los pliegues de su falda llevaba la daga de su madre y la buscó
desesperadamente. Cuando por fin dio con ella, la sacó y la blandió ante el
guerrero, que se había levantado de nuevo dispuesto a atacarla.
Al verla con la daga en la mano sonrió de lado, mostrando una expresión
que le resultó aterradora.
—Vaya, esto sí que no me lo esperaba... —se burló—. ¿El Sinclair te
permitía llevar una daga?
—Cameron es un hombre de honor y alguien que deseaba que yo
aprendiera a defenderme. Y si tengo que usarla contigo o con el desgraciado
de mi primo, lo haré.
Thane sonrió ampliamente y comenzó a caminar alrededor de Kiara sin
dejar de apartar la mirada de ella. Pero la joven tampoco se quedó atrás. A
cada movimiento que hacía el guerrero ella mantenía toda su atención sobre
él, dispuesta a clavarle la daga si él intentaba acercarse.
—¿Por qué no dejas que me vaya y le dices a tu señor que no me has
visto?
Thane rio.
—¿De verdad crees que tu primo es tan tonto como para creerlo? Jamás
haría algo así. Me han prometido una buena suma de dinero por estar a su
servicio hasta conseguir tu herencia, así que no voy a dejar a un lado ese
dinero por una furcia como tú.
Kiara tragó saliva.
—¿De verdad crees que mis tíos van a darte algo cuando por fin tengan
lo que desean? Lo que más les importa es el dinero, y no creo que lo
compartan con alguien como tú.
—Si no lo hacen, yo lo tomaré con mis propias manos. Y si no es en
forma de dinero, su hija valdrá más.
Kiara frunció el ceño.
—¿Quién es su hija?
Thane siguió dando vueltas a su alrededor, esperando el momento
propicio para atacarla.
—¿De verdad no te has dado cuenta de su parecido? Supongo que la
mugre de su rostro impedía verla, pero Maisie se parece a Mark más de lo
que piensas.
Kiara se quedó boquiabierta ante aquella revelación, tanto que bajó la
daga visiblemente.
—¿Maisie? ¿No es una sirvienta?
Thane sonrió y, en lugar de responderle, aprovechó el momento de
confusión de la joven para atacarla. Se lanzó contra ella, sorprendiéndola, y
a pesar de que Kiara levantó de nuevo la daga, ya era demasiado tarde, pues
el guerrero apartó su mano de un manotazo y en el momento en el que
intentó atacarlo de nuevo, Thane apretó su muñeca con fuerza y la retorció a
la espalda de la joven.
—¡Ah! —exclamó Kiara.
Los dedos que sostenían el arma se aflojaron y la daga cayó a sus pies.
En ese momento, Kiara se retorció entre sus manos para soltarse, pero
Thane la giró hacia él con fuerza y antes de darle tiempo a tomar aire,
estrelló su puño en su mejilla, haciendo que la joven cayera a sus pies
mientras la oscuridad volvía a rodearla.
CAPÍTULO 25
Cameron apretaba los puños contra la ventana que, esta vez sí, habían
sellado para evitar que volvieran a intentar escaparse. Tenía los brazos
apoyados en ella por encima de su cabeza y apretaba con tanta fuerza que
hasta que no sintió que un fino hilo de sangre corría por su antebrazo no
aflojó.
El rostro de Kiara había aparecido una y otra vez a lo largo de toda la
noche y en todas esas ocasiones no había tenido el valor suficiente como
para pedirle perdón por haberle fallado cuando más lo necesitaba. Ahora ya
no podría ayudarla, pues el día comenzaría en cuestión de minutos y todos
los que estaban en esa habitación iban a morir.
Cameron suspiró y se retiró de la ventana para apoyarse en la pared y
dejarse caer hasta el suelo. Jamás pensó que su honor le permitiría
traicionar al rey por nada del mundo, pero por Kiara lo haría una y mil
veces, pues todo aquello era la mayor injusticia que había vivido jamás.
—No pases estos último minutos sintiéndote mal, muchacho —le dijo
Andy desde el otro lado de la estancia.
Cameron levantó una mirada triste hacia él y apoyó la cabeza contra la
pared de forma cansada. Habría deseado volver a ver a su gente una última
vez, tan solo para pedir perdón por haber sido un mal laird en ese corto
espacio de tiempo, pero el amor que había experimentado en esos días había
valido la pena.
—Os he fallado a todos —comenzó diciendo—, he fallado a mi clan,
pero lo peor de todo es que he fallado a Kiara, y ahora estará para siempre
en manos de ese desgraciado. Todo por mi culpa.
Cameron suspiró y cerró los ojos, pues era incapaz de sostener la mirada
de sus hombres, y apretó con fuerza los puños.
—Me parece que la carga que llevas a la espalda es demasiado grande —
dijo Andy, obligándolo a abrir los ojos, sorprendido—. Eres demasiado
joven como para cargar con todo lo que ocurre en tu clan, entre tu gente y
en tu propio corazón. Debes pensar más en que no eres todopoderoso y que
no podrás llegar a tiempo a todo. No puedes solucionar los problemas de
todo el mundo, puesto que a veces no podemos con los nuestros.
Cameron resopló y se encogió de hombros.
—Creo que a partir de este día ya no pensaré en nada, pues estaré
muerto, al igual que vosotros.
—Pues entonces no pienses en el pasado como algo malo. Recuerda a
Kiara feliz, con una sonrisa, al igual que el resto de los Sinclair, y así
morirás feliz.
Cameron fijó su mirada en él y una pregunta comenzó a rondar por su
mente hasta que no pudo sostenerla por más tiempo.
—¿Tú en qué piensas?
Andy sonrió.
—En que volveré a reunirme con la mujer a la que amé y juntos
cuidaremos a su hija desde el otro lado —confesó.
Cameron sonrió de lado y asintió antes de que el sonido de unas botas
contra el suelo le borrara la sonrisa de golpe. El momento había llegado.
Los pasos de varios hombres se acercaban a ellos y a pesar de que estaba
preparado para morir desde que era apenas un niño, no pudo evitar volver a
preocuparse por su gente y por Kiara. Y, durante un segundo, clamó al cielo
para que lo liberaran de aquello para hacer justicia.
Una llave girando en la cerraja lo obligó a levantarse del suelo al mismo
tiempo que los demás. Todos cuadraron los hombros y carraspearon antes
de respirar hondo para infundirse el ánimo suficiente para ir al cadalso con
el orgullo bien alto.
Cameron fijó su mirada en el primer hombre que entró, que no era otro
que James Buchanan. Este los miró seriamente, aunque Cameron logró ver
cierta tristeza en sus ojos, que logró confirmar cuando les habló:
—Habría preferido cambiar este momento con vosotros por otro muy
diferente en el que tienen que ver una taberna y una buena copa de whisky.
Pero en lugar de eso me toca presidir vuestra ejecución, Sinclair.
Cameron le ofreció una sonrisa de lado.
—Nos tomaremos esa copa en el más allá.
James sonrió.
—Pues no tengo intención de morir aún... Tendrás que esperar —le
siguió la broma antes de decirle—. Siempre te ha gustado tocarme las
pelotas...
Cameron lanzó una carcajada.
—Y lo pienso seguir haciendo hasta que claves tu claymore en lo más
profundo de mi pecho.
La sonrisa de James se borró al instante y lo miró con seriedad e
incomodidad.
—He pedido no derramar ni una sola gota de vuestra sangre. Serán
otros...
—No moriré a manos de otro —lo cortó Cameron—. Quiero que seas tú.
Te considero un hombre de honor.
James dudó durante unos segundos y finalmente aceptó en silencio.
—Es la hora. Debemos salir.
Cameron asintió y fue el primero en caminar con lentitud hacia la puerta,
seguido de sus hombres y los Stewart en completo silencio. Las botas de los
sentenciados a muerte resonaron por toda la casa, como si un ejército
caminara al mismo tiempo, haciendo resonar sus zapatos para hacerse notar
una última vez antes de morir y James Buchanan los admiró en silencio.
La poca luz del día comenzaba a brillar en lo más alto del cielo y
Cameron cerró los ojos un instante y respiró hondo una última vez. El
momento había llegado y sabía que no tenían escapatoria.
Los guerreros del rey los llevaron hacia un lugar en el que los esperaba
Jacobo con el rostro perlado en sudor a pesar del frío, pues sabía que varios
de sus mejores hombres morirían ese aciago día. Y los miró uno a uno
cuando fueron colocados en fila ante él.
—Señores, ayer fueron juzgados por traición y hoy será llevada a cabo su
sentencia. Morirán bajo la espada de los que un día fueron sus compañeros
y serán enterrados en estas tierras. Sea...
A una señal suya, los guerreros se colocaron frente a los hombres que
iban a matar. Cameron fijó su mirada en James, que sacó la espada
lentamente, como si temiera que llegara el momento en el que debía
clavarla en su pecho y, a una orden suya, todos se pusieron de rodillas.
—No me mires, Sinclair, por Dios —suplicó James en un susurro.
—¿Por qué? Quiero mirar a los ojos de la persona que va a arrancarme la
vida.
James apretó la mandíbula y resopló.
—Maldita sea, cómo te gusta tocarme las pelotas.
Cameron sonrió cuando la punta de su espada se puso sobre su pecho y
antes de que la clavara, le dijo:
—Lo haré incluso desde el más allá.
James bufó y apretó los dedos alrededor de la empuñadura de la espada,
esperando la orden del rey. Sin embargo, cuando este abrió la boca para
hablar, una voz femenina rompió el silencio tenso que se había formado en
el páramo.
—Estáis a punto de cometer un error.
Estaba a punto de desfallecer y de caer del caballo, pues no estaba
acostumbrada a montar sobre uno durante tanto tiempo, pero su padre le
enseñó cuando era pequeña y ahora había aprovechado esas lecciones para
salvar a quien ella consideraba inocente de todo mal.
Durante dos días no había parado, ni siquiera para comer, pues tenía el
estómago cerrado por el miedo de llegar tarde o tal vez de que la siguieran
desde el palacio. Sin embargo, su determinación era tal que estaba dispuesta
a hacer lo que fuera, ya que las cosas en Blair Place se estaban poniendo
difíciles. Y pensó que se pondrían peor cuando el día anterior, antes del
anochecer, se cruzó con Kiara, Mark y el odioso de Thane por un camino
cercano al suyo. Al verlos aparecer cerca de ella, había tomado otra
dirección que la obligaría a desviarse ligeramente, por lo que tardaría más
en llegar, pero al menos esperaba que el señor Cameron siguiera donde ella
había oído que estarían, ya que no deseaba que su viaje fuera en vano.
Aquella era la primera vez que hacía algo así y durante esos dos días había
temido ser atacada por un animal salvaje o tal vez por los Campbell, de los
cuales había escuchado historias terribles.
Le preocupó ver que Kiara estaba en compañía de su primo y su esbirro,
por lo que dedujo que habían perdido el juicio al que someterían su
matrimonio, y odió a Mark por encima de todo.
Pero ahora estaba frente a la casa donde estaría el rey y antes del
amanecer desmontó y ató su caballo para tomar de la alforja la prueba que
llevaba para salvar el matrimonio de su señora. Vika se descubrió la cabeza
tras quitarse la capucha que la había mantenido oculta durante todo el
camino y ahora, con la prueba entre sus brazos, se acercaba a la casa.
Aunque al ver salir al rey y a varios de sus hombres escoltando a los
Sinclair y los Stewart, se quedó completamente quieta a la espera de
escuchar algo que la incitara a intervenir.
Desde su posición, aún oculta, pudo ver a su señor Cameron caminar con
seguridad, pero las palabras que pronunció Jacobo le pusieron el bello de
punta a la joven.
¡Los iban a matar! No podía creerlo. Desde allí vio cómo los obligaban a
ponerse de rodillas y desenvainaban sus espadas. Entre ellos vio a Andy y el
resto de guerreros Stewart y supo que si no hacía algo por liberarlos, Kiara
sufriría toda su vida. Por ello, se armó de valor y salió de su escondite a
tiempo para detenerlos:
—Estáis a punto de cometer un error —dijo con voz suave y ligeramente
temerosa.
La mirada de Jacobo se posó sobre ella al instante, ordenando que
bajaran las armas.
—¡Vika! —exclamó Andy, entre sorprendido e iracundo, al verla—.
¿Qué demonios haces aquí? ¿Has venido sola?
La joven sirvienta asintió y dio un par de pasos hacia ellos de forma
temerosa, pues Jacobo la miraba tan fijamente que se puso realmente
nerviosa. Se acercó a él e hizo una reverencia antes de mirarlo y señalar el
bulto que llevaba entre sus manos.
—Yo soy sirvienta en Blair Palace. Si me permitís, me gustaría hablaros.
—Estamos en una ejecución... —le advirtió con tono evidente.
Vika miró a Cameron, que parecía observarla con cierta admiración y
esperanza.
—Lo sé, pero vais a cometer un error, mi señor. Estas personas son
inocentes y tan solo se les puede culpar de haber caído en el juego que han
ideado los señores Dougall, Isobel y Mark Stewart. Eso sin contar a Maisie,
que descubrí por casualidad que también es hija suya.
—¿La sirvienta? —preguntó Cameron levantándose del suelo.
—¡Sinclair, no te he dado permiso para hablar! —dijo el rey antes de
señalar a Vika y pedirle—: Continúa...
—Me encontraba limpiando cerca de la habitación donde se encontraban
ellos antes de que el señor Mark viniera a buscaros, y escuché todo el plan
de esa familia para hacerse con la fortuna de mi señora. Al parecer, vivían
en las calles de Edimburgo y se unieron a unos highlanders desterrados de
su clan para hacer toda esta pantomima. De hecho, uno de los guerreros del
clan llamado Alastair los escuchó y lo mataron.
—¡Lo sabía, maldita sea! —bramó Andy levantándose también del
suelo.
Jacobo levantó una mano para pararlo y seguir escuchando a Vika.
—¿Has escuchado algo más?
—Sí, querían engañaros para que creyerais al señor Mark y no a mi
señor. Dijeron que su plan consistía en que mi señor mostrara signos de
traición a vos, entre otras cosas. Pero también quería engañaros respecto a
la... pureza de mi señora. —Vika dudó un instante antes de mostrarle la
sábana que llevaba entre las manos—. Esta sábana la quité yo misma
delante de mi señora cuando ya estaba casada con el señor Sinclair,
probando así su pureza hasta entonces. Si el señor Stewart os dijo que había
yacido con ella, era mentira. Ni tampoco estaba prometida a él porque mi
señora se dio cuenta de que solo buscaban su dinero. Además, también
dijeron que habían enviado a unos mercenarios para atacar a mi señora y mi
señor cuando regresaban a Blair Palace tras su boda en el castillo
Mackintosh.
Vika miró al rey para ver cómo reaccionaba a su relato y vio cierta
preocupación en su mirada. Por ello, decidió continuar.
—Eso sin contar con... —dijo en un susurro.
Vika tragó saliva, incapaz de seguir hablando, sin embargo, Jacobo
abandonó su puesto y se acercó a ella, levantando su rostro para obligarla a
mirarlo.
—¿Hay algo más?
Los ojos de la joven se llenaron de lágrimas y asintió.
—Juro que yo no quería escucharlo, pero hablaban mal de mi señora y
creí conveniente...
—¿Qué más dijeron?
Vika giró la cabeza para mirar a Andy con pena y después volvió a mirar
al rey.
—El señor Dougall... afirmó que había ordenado a Thane manipular el
carro de mis señores Fergus y Kate Stewart para que cuando cruzaran por
una zona rocosa, las ruedas no pudieran tirar del carro y se salieran. Dijeron
que los mataron para hacerse con el control de Blair Palace —acabó
llorando la joven.
Al instante, la mirada de Cameron se dirigió hacia Andy, pues sabía que
el guerrero había amado a Kate durante toda su vida y ahora mostraba una
expresión iracunda en su rostro que no había visto jamás, prometiendo la
cólera y la mayor de las venganzas para los tíos de su señora, pues no podía
dejar escapar esa oportunidad.
—¿Estás segura de haberlo escuchado?
—Sí, mi señor. Os han engañado, y mi señor Cameron es inocente.
Jacobo suspiró y apretó los labios antes de mirar a James a los ojos.
—Yo tengo que ir inmediatamente a ver a Fletcher Campbell y no puedo
ir.
James sonrió.
—Iré yo a Blair Palace en vuestro lugar —dijo el guerrero antes de mirar
a Cameron a los ojos—. Te acabas de librar de la muerte, Sinclair, pero no
vas a librarte de una buena pelea en Blair Palace.
Cameron puso una mano en el hombro de James.
—Estoy deseando llegar y romperle el cuello a ese maldito desgraciado
que se ha llevado a mi esposa.
Y después, con una sonrisa, le dijo en voz baja:
—Reconoce, Buchanan, que te has cagado al pensar que tendrías que
matarme.
James lo empujó.
—Me asustaba más la idea de ver tu fantasma frente a mí mientras
cagaba pensando en ti.
Cameron rio y miró a Jacobo para pedir su permiso.
—Mi señor, me gustaría volver a Blair Palace para proteger a mi esposa
y acabar con ese desgraciado que nos ha mentido a todos.
Jacobo se acercó a él.
—Lamento mucho este malentendido, Sinclair. Y desde luego, tenéis mi
bendición tanto en vuestro matrimonio como en la venganza que tienes
pensada.
Cameron asintió y le agradeció la confianza de nuevo.
—¡Hay que volver cuanto antes! Mark no puede salirse con la suya.
Los demás asintieron y dieron su visto bueno mientras se dirigían hacia
las cuadras para ensillar los caballos, seguidos por James. Sin embargo,
Cameron se quedó junto a Vika y la miró con una sonrisa de eterno
agradecimiento.
—He estado a punto de morir y gracias a ti podré hacer justicia. No sé
cómo pagarte...
—Salvando a mi señora de esa gente —respondió antes de añadir—. Y
lamento mucho haber mostrado la sábana en la que yacieron mi señora y
vos, pero justo cuando llegué a vuestro dormitorio acababa de escuchar todo
eso y estaba asustada. Por ello, la guardé, por si tenía que usarla.
Cameron sonrió.
—No tengo nada que perdonar, muchacha. Te agradezco que hayas
tenido la valentía de venir hasta aquí para ayudarnos.
Vika asintió y se puso seria de repente.
—Por el camino me crucé con mi señora y esos desgraciados.
Cameron frunció el ceño.
—¿Te vieron?
—No, me desvié por otro camino y no me vieron. Además, llevaba
puesta la capucha, pero mi señora tenía mala cara y el rostro marcado, como
de haberla golpeado. Estuve a punto de acercarme, pero al no veros a vos
supuse que os habían metido en problemas.
Cameron lanzó un gruñido.
—Entonces no debemos perder más tiempo. Tenemos que volver ya. —
Apretó su puño—. Gracias, de verdad. Kiara se pondrá muy feliz cuando
sepa que nos has ayudado. Y desde luego, no seguirás siendo nuestra
sirvienta.
Vika mudó su rostro, asustada.
—Serás algo más, pero no puedo permitir que alguien que ha arriesgado
tanto siga cambiando sábanas. Serás el ama de llaves de mi castillo.
La joven abrió desmesuradamente los ojos.
—Eso es demasiado, mi señor. Yo no puedo aceptarlo...
Cameron sonrió y tomó las riendas que le tendía Alexander.
—Sí, puedes. Lo mereces.
Vika estuvo a punto de echarse a llorar. Ella no había ido hasta allí para
cambiar de trabajo, ni mucho menos. Lo había hecho porque se lo debía a
su señora y a los padres de esta. Pero miró con eterno agradecimiento a
Cameron entre lágrimas y montó sobre su caballo, que lo habían traído para
ella, obviando el dolor de sus nalgas, pues en ese momento se sentía tan
feliz que nada podía empañarlo.
Después miró a los demás guerreros y los vio montar también tras
despedirse del rey y sus hombres, aunque James marchaba con ellos.
—Me alegro de que esta confusión se haya solucionado a tiempo,
Sinclair —dijo Jacobo observándolo desde su posición—, aunque no sé si
podré olvidar que intentasteis escapar y contradecir mis órdenes.
Cameron miró entonces a James.
—Entonces no deberíais tener entre vuestros hombres más cercanos a
Buchanan. Aún puedo oler cómo se lo ha hecho encima mientras creía que
iba a matarnos.
James lo miró de reojo mientras el rey lanzaba una carcajada.
—Sinclair, aún estoy a tiempo de clavarte mi espada.
—Guarda tu espada para cuando alcancemos a esos desgraciados —le
advirtió Cameron.
—Descuida —respondió James—. No me gusta que me engañen.
—Haced justicia en mi nombre, señores. Y, de nuevo, lamento el
malentendido, Sinclair. Gracias a esta joven podremos arreglar lo que ha
pasado.
Cameron lo miró con cierto rencor en la mirada.
—Tan solo espero que no sea demasiado tarde para mi esposa.
Jacobo asintió y se marchó junto al resto de sus hombres.
Cameron observó a sus guerreros, a los Stewart y a James, que le hizo un
gesto de impaciencia por salir cuanto antes.
—Espero que me invites a una buena copa en tu castillo cuando todo esto
acabe, Sinclair —le dijo el guerrero.
Cameron lo miró y sonrió levemente.
—Si me ayudas a salvar a mi esposa, no te invitaré a una, sino a muchas
más.
—Entonces estoy impaciente por salir.
Cameron dirigió la mirada hacia Alexander, que encabezó la marcha, y a
Andy, que se limitó a ponerse en la retaguardia. Todos estaban listos, y tras
observar a Vika y ver su deseo de salvar a su señora, dio la orden para partir
cuanto antes.
Al instante, todos comenzaron la marcha y, sin mirar atrás, Cameron fijó
su interés en lo que estaba por venir. Y tal y como le había dicho a Kiara,
lucharía con quien tuviera que luchar por ella, para salvarla, para tener un
futuro juntos sin ese enemigo escondido que tenían desde hacía tiempo y sin
lugar a dudas lo haría por ese amor que la joven había despertado en él
desde el momento en que la vio entrar en el castillo Mackintosh con ese
porte orgulloso, pues su vida sin ella, no tenía sentido.
Y mientras se alejaban de la casa en la que habían estado a punto de
morir, su rostro cambió y se endureció, mostrando de nuevo al cuervo que
llevaba dentro, ese animal tan oscuro como lo había estado su corazón y que
clamaba venganza por cada poro de su piel.
CAPÍTULO 26
La mente de Kiara estaba tan embotada aún por el golpe de Thane que
apenas logró distinguir su palacio cuando apareció en la lejanía. Su corazón
saltó al verlo, pero no de emoción por volver, sino de puro terror por tener
que enfrentarse de nuevo a sus tíos, ya que habían ganado el juego que ellos
mismos habían inventado para conseguir lo que por ley era suyo.
La joven gimió de dolor al moverse, pues tenía el cuerpo tan dolorido
que solo deseó caer sobre su cama y dormir para no despertarse jamás. Aún
no podía creer que no volvería a ver nunca a Cameron y a los demás. Se
sentía culpable de su destino, pues todos habían estado de su lado y al final
habían pagado por algo que no habían cometido, consiguiendo el exilio de
unas tierras que también eran suyas, pero que ahora ni siquiera a ella le
pertenecían.
—Por fin hemos llegado a nuestro hogar —dijo un sonriente Mark.
Kiara lo miró de reojo con el ceño fruncido y todo el odio del mundo
reflejado en sus ojos. No podía creer que se mostrara tan victorioso, tan
eufórico por haber ganado algo de forma sucia, pues había jugado sus cartas
de mala manera. ¿Y cómo podía creerse dueño de eso? Su primo hablaba
como si todo aquello de verdad fuera suyo y no de ella, como si nada ni
nadie pudiera ya sacarlo de allí. Y Kiara temió que realmente así fuera y
jamás pudiera deshacerse de la maldad que habían creado sus tíos y su
primo. Y también esa prima suya que aún no podía creer que fuera Maisie.
¿Cómo había sido tan tonta como para caer en su trampa? ¿Por qué
demonios no los había echado del palacio al día siguiente de aparecer?, se
preguntaba una y otra vez. Tal vez si los hubiera expulsado de allí, todo eso
no hubiera pasado y su vida con Cameron sería completamente diferente.
Pero esta vez había ganado aquella familia suya de la que cada vez le
surgían más dudas.
Por ello, decidió que ya era hora de resolver una de ellas que llevaba
tiempo rumiando en su mente, por lo que sacudió la cabeza para apartar el
miedo y el embotamiento y miró a Mark con rabia contenida.
—¿Quién mató a Alastair? —preguntó a pesar de que su primo dijo que
el culpable fue un animal salvaje.
Tanto Mark como Thane la miraron, este último con una sonrisa en los
labios, algo que fue demasiado evidente para la joven. Sin embargo, volvió
a fijar su mirada en su primo, que resopló y respondió segundos después:
—Yo no he matado a nadie.
Kiara apretó con fuerza los puños.
—Ya me imaginaba que tú no serías capaz de mancharte las manos de
sangre. Se lo ordenarías a otro.
Mark la miró entrecerrando los ojos.
—Harías bien con no hablarme así...
—Solo quiero saber la verdad ahora que vamos a casarnos.
Al hacer mención a eso último, Mark sonrió y se encogió de hombros.
—Alastair fue demasiado entrometido y no debió escuchar una
conversación entre mis padres y yo.
Kiara sintió un nudo en la garganta.
—Así que lo matasteis...
Mark sonrió de lado al tiempo que la joven lanzaba una mirada cargada
de fuego hacia Thane.
—Fuiste tú, ¿verdad?
El guerrero dejó escapar una risa, pero negó con la cabeza.
—Fue Henson, no yo.
Las manos de Kiara temblaron ante ese despliegue de maldad.
—¿Y lo dices así, como si fuera algo normal?
—¿Y cómo quieres que lo diga? —intervino Mark con mala cara—.
Alastair se metió en el palacio para escuchar una conversación privada.
—Una conversación en la que seguramente escuchó vuestros planes
malignos... —bramó Kiara.
Mark volvió a sonreír.
—Entre otras cosas... ¿Sabes qué más escuchó?
Kiara se mantuvo a la espera de que hablara, pero Mark se quedó callado
hasta que los caballos entraron al jardín y desmontaron de ellos. Cuando su
primo se acercó a su caballo para obligarla a bajar, fue el momento en el
que volvió a hablar.
—Alastair escuchó que nosotros éramos los culpables de la muerte de tus
queridos y amados padres...
Kiara estuvo a punto de desmayarse allí mismo de no ser porque el
caballo estaba a su espalda y pudo apoyarse en él. La joven clavó su mirada
en Mark y vio la saña que mostraba al hablar, lo cual le confirmó que lo que
acababa de decir era verdad. Un nudo en la garganta le impidió hablar al
momento y numerosas lágrimas se apostaron en sus ojos a la espera de ser
derramadas, pero Kiara se obligó a no dejarlas caer.
—¿Te sorprende, querida? —le preguntó Mark—. ¿De verdad nunca te
extrañó que apareciéramos de repente para el entierro? No nos habría dado
tiempo a volver justo para ese momento... estaba todo planeado.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó Kiara, espantada, rota de dolor por lo
que estaban escuchando sus oídos.
Mark sonrió y apoyó las manos en los hombros de la joven, que estaba
tan sorprendida que no tuvo valor ni fuerzas para alejarse de él.
—Que tus padres no tuvieron un accidente fortuito. Enviamos a Thane y
los demás para que dejaran sueltos los tornillos de su carreta y a la mínima
oportunidad en la que las piedras la hicieran tambalear, las ruedas se
saldrían y ellos morirían al caer. Tuvimos la suerte de que cayeron por un
terraplén y eso los mató en el acto...
Mark se regocijó en el dolor que estaba provocando en Kiara, pues así
sería más manejable para él.
—¿De verdad pensaba el bueno de Fergus que su hermano Dougall iba a
permitir que no le dejaran nada en herencia? Nuestro maldito abuelo dejó a
mi padre casi en la calle. Malvivimos en Edimburgo mientras veíamos pasar
las carretas de los señores llena de lujos, algo que también nos pertenecía.
Tú has disfrutado no solo de tu herencia, sino también de la mía y la de mi
hermana. Y eso no pensaba soportarlo.
Kiara tragó saliva.
—Yo no tengo culpa de que nuestro abuelo dejara a tu padre sin
herencia. Se lo ganó.
Mark le dio una sonora bofetada.
—No pienso consentir que digas eso. Mi padre también era hijo de su
padre y merecía una parte de ese dinero. Pero no. Decidió dárselo a su hijo
favorito mientras el otro mendigaba por las calles de Edimburgo. —Mark
acortó la distancia con ella peligrosamente—. Tú no sabes lo que es vivir
sin saber si mañana vas a volver a comer un trozo de pan duro. No sabes lo
que es pasar frío y miedo por si algún ricachón te echa la culpa de un delito
que él mismo ha cometido. Ni tampoco sabes lo es trabajar para usureros
que solo quieren aprovecharse de ti y cuando ya no te necesitan, te echan a
la calle.
—Y si no teníais dinero, ¿cómo le pagáis a Thane y los demás?
—Con tu dinero... —respondió Mark con simpleza—. Les prometimos
que si nos ayudaban recibirían una cuantiosa suma. Y así ha sido. ¿No te
has dado cuenta de que te faltan cosas en varias habitaciones?
Kiara frunció el ceño, pues realmente no tenía ni idea.
—Claro, tienes un palacio tan enorme que ni siquiera te has dado cuenta
de lo que te falta... Ese ha sido tu error, que no has mirado a tu alrededor
como debías.
La joven apretó los puños, anonadada ante tanta información.
—Sí lo he hecho, solo que no he actuado con antelación. Debí echaros al
día siguiente de vuestra aparición. ¿Cómo habéis podido ser tan cínicos e
hipócritas? ¡Habéis matado a mis padres! ¿De verdad no tenéis conciencia?
Mark simuló pensar una respuesta, hasta que sonrió y negó.
—No, porque hemos ganado. Teníamos un plan y ha salido a la
perfección. No me importa quién ha muerto en el camino.
—Pues debería importarte —le espetó la joven soltándose, ahora sí, de
sus manos— porque esto no va a quedar así. Aún quedan cuatro
desgraciados por morir, y esos sois vosotros.
Mark le dio otra bofetada que le giró la cara. Kiara se llevó la mano al
rostro y lo sostuvo, pues le ardía tanto que tuvo que cerrar los ojos para
evitar llorar.
—No deberías hablarme así. Ahora estás sola. No tienes a tu perrito
Andy detrás de ti para socorrerte y ahora somos nosotros quienes
mandamos en este maldito lugar. Eres mía, Kiara —Le aferró con fuera la
barbilla—. Eres mía y no voy a dejar que nadie más nos separe.
—Pues ten cuidado, querido primo. Has despertado algo en mí que no
sabía que existía y desde luego no voy a parar hasta veros de nuevo en las
calles de Edimburgo o muertos a mis pies.
—Eso ya lo veremos... —respondió Mark con rabia.
La aferró del brazo y la empujó hacia el interior del palacio mientras
Thane, con una sonrisa, se llevaba a los caballos en dirección a las cuadras.
Kiara entonces sintió miedo. Un pánico atroz que no sabía hacia dónde la
llevaría, pues estaba a punto de desmayarse, sobre todo cuando sus tíos
aparecieron frente a ellos seguidos de una Maisie muy diferente a la que
ella había conocido.
—¿Te sorprende mi aspecto, prima? —preguntó la que creía que era
sirvienta.
Kiara apretó los puños al verla, pues tras mirarla de arriba abajo
descubrió que la joven había usado uno de los vestidos que había
pertenecido a su madre y que se encontraba en el ala del palacio al que
nadie tenía acceso.
—¿Cómo te atreves a ponerte uno de sus vestidos? —le preguntó con
rabia.
Maisie sonrió y dio una vuelta sobre sí misma mientras reía.
—Es uno de los vestidos que me ha dejado mi querida tía en herencia.
Kiara dio un paso hacia ella, dispuesta a arrancárselo, pero Mark tiró de
su brazo y la acercó a él.
—Mi madre no era nada tuyo —le espetó a pesar del dolor de su brazo
—. No mereces nada.
Maisie la miró torciendo la cabeza hacia un lado.
—¿Y tú sí? ¿Tú sí mereces disfrutar de todo lo que a mi familia y a mí
nos pertenece?
Dougall dio un paso al frente.
—Mi hermano, su querida esposa y tú habéis vivido como reyes gracias
a mi herencia.
—Mi abuelo consideró que no merecías ser su hijo...
Dougall la aferró con fuerza del cuello, provocando que le costara
respirar.
—Mi padre no estaba bien de la cabeza, y mi querido hermano se
aprovechó.
“Eso es mentira”, le habría gustado gritar a Kiara. Sin embargo, el aire le
faltaba en los pulmones y boqueaba intentando respirar. Vio cómo su tío y
tía reían al verla en ese aprieto hasta que, finalmente, el propio Mark fue
quien la defendió.
—Padre, si no la sueltas y muere, no podré casarme con ella y nada de
esto será nuestro.
Dougall la miró con asco antes de empujarla y soltarla. Kiara estuvo a
punto de caer al suelo, aunque logró recuperarse a tiempo antes de que
Mark lograra tocarla. La joven tosió con fuerza para recuperar el aliento
justo a tiempo para escuchar hablar a Mark.
—La boda será en un par de días. Traeremos al sacerdote más cercano y
para entonces, todo esto será nuestro.
Kiara levantó la mirada lacrimosa y clavó su mirada en él.
—No si yo puedo impedirlo.
Mark rio y se acercó a ella.
—No creo que puedas hacer mucho desde tu encierro...
La joven frunció el ceño.
—¿Qué?
Pero Mark no respondió. La aferró del brazo con fuerza y la empujó
hacia las escaleras mientras el resto de la familia la miraba con una sonrisa.
Su tía no se había atrevido ni siquiera a decir nada, pero la expresión de su
rostro era demasiado reveladora. Kiara intentó soltarse de su primo, pero
esta clavó los dedos en la carne de su brazo y la siguió empujando hacia el
piso superior. Cuando llegaron arriba, la llevó hacia el dormitorio que le
había pertenecido mientras estaba soltera, en lugar de llevarla hacia el que
compartió con Cameron.
—Yo ya no duermo aquí —le espetó mientras abría la puerta con llave.
Mark sonrió y clavó su mirada en ella.
—¿De verdad creías que te iba a llevar al dormitorio en el que te
revolcabas con el Sinclair?
—Tienes razón... —le espetó la joven con maldad—. En ese dormitorio
fui demasiado feliz revolcándome con él.
Kiara vio cómo su primo contenía la rabia mientras apretaba con fuerza
la mandíbula.
—Tranquila, lo olvidarás a base de palizas —le dijo antes de empujarla
con fuerza al interior del dormitorio para después salir y encerrarla bajo
llave.
Kiara escuchó el sonido de la cerradura y apretó con fuerza los puños. La
valentía que había demostrado ante sus tíos y sus primos no era real e
internamente estaba temblando de auténtico pánico al verse presa en su
propio hogar, pero no estaba dispuesta a suplicar por nada frente a ellos. Si
quería salir de allí, debía ser en completo silencio, dejándoles ver que no le
importan sus decisiones.
Despacio, Kiara se acercó a la puerta y comprobó que, efectivamente,
estaba cerrada con llave. Tras esto, intentando no llorar, se acercó a la
ventana, pero era tanta la distancia que había contra el suelo que sabía que
moriría en cuanto su cuerpo chocara contra él.
La joven suspiró y se acercó a la cama para sentarse. Necesitaba
descansar bien antes de intentar escapar de allí, pues caería enferma antes
de poder hacer algo que la alejara de Mark para siempre.
Al tumbarse en la que había sido su cama, las lágrimas salieron de sus
ojos. No podía creer que Jacobo le hubiera puesto la miel en los labios y
después se la hubiera arrebatado sin tan siquiera darle una explicación
coherente ni darle la oportunidad para defenderse. Lo odiaba internamente,
y siempre lo odiaría por ello.
Kiara cerró los ojos unos instantes y suplicó al cielo para que Mark
desapareciera de su vida. Lloró por la pérdida de sus padres a manos de
aquella gente sin escrúpulos que no habían pensado en las consecuencias de
sus actos tan viles, tan solo habían pensado en ellos y en lo que podían sacar
cuando sus padres murieran. El recuerdo de su madre apareció en su mente
para infundirle fuerzas, como solía hacer, acariciándole el pelo mientras
lloraba desconsoladamente y se abrazaba a la almohada mientras poco a
poco lograba quedarse completamente dormida.
El sonido de una voz en grito llamó la atención de Kiara, que seguía
durmiendo. No sabía cuántas horas habían pasado ni dónde estaba, ni
siquiera sabía si aquella voz era real o formaba parte de sus inquietos
sueños. Sin embargo, cuando creyó escuchar su nombre pronunciado por
una voz que creyó que jamás volvería a oír, se despertó de golpe. Kiara
sintió que el corazón le latía con fuerza y un rayo de esperanza apareció en
su maltrecho corazón. Al instante, se levantó de la cama y fue directamente
hacia la ventana para comprobar que todo estaba vacío y que Cameron no
estaba allí para llevársela. Intentó mantenerse lo más callada posible para
intentar escuchar de nuevo su voz, pero todo había sido un sueño...
Sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas tras aquella confusión y apoyó
la frente contra el cristal de la ventana, sintiendo el frío contra ella para
calmarse. Pero al instante, un sonoro trueno la sobresaltó, obligándola a
apartarse. La joven levantó la mirada al cielo y vio que estaba
completamente negro, como si quisiera descargar sobre Blair Palace toda la
rabia que ella misma contenía en su corazón.
Y dio un paso atrás cuando volvió a rugir el cielo. La joven se abrazó a sí
misma y deseó que Cameron estuviera allí con ella para calmarla, pues el
miedo que había experimentado con cada tormenta pareció ser aún mayor al
sentirse desprotegida. Con el paso de los minutos, Kiara se sentó sobre la
cama y se encogió de miedo cada vez que el cielo volvía a estallar con
fuerza.
—Por favor, para ya, Dios mío —murmuraba una y otra vez—. Que pare
ya...
Pero el cielo parecía tener otros planes. Segundos después, el sonido de
las fuertes gotas chocando contra el cristal de su ventana la asustó aún más,
pues sabía que la tormenta estaba cogiendo fuerza.
—Que pare ya, por favor... —suplicó cuando la luz poco a poco pareció
desaparecer frente a las nubes.
Pero la tormenta se limitó a ir a más. El viento soplaba con fuerza y las
gotas de lluvia amenazaban con romper los cristales de la ventana, haciendo
que Kiara se quedara quieta en el sitio. Sin embargo, el sonido de unas
llaves intentando abrir la puerta del dormitorio llamó poderosamente su
atención.
Segundos después, el odioso rostro de su primo apareció tras la puerta.
—¿Estás bien, querida prometida? —le preguntó con sorna.
Kiara lo miró con odio, aunque un nuevo trueno le hizo dar un respingo.
—¿Te dan miedo las tormentas?
—¿Por qué no te vas al infierno y me dejas en paz?
Mark sonrió y cerró la puerta tras él.
—Porque no he venido tan solo para ver si seguías viva. Llevas un día
entero durmiendo y aunque pensé en hacerte mía mientras descansabas me
dije que lo mejor sería esperar a que estuvieras consciente, pues deseaba ver
el horror en tus ojos mientras te montaba...
Kiara tragó saliva y se levantó al instante de la cama, alejándose de ella.
—No pienso dejar que me toques ni un solo pelo.
Mark volvió a sonreír.
—¿De verdad crees que me importa lo que piensas?
—Debería si no quieres morir.
Mark se acercó a ella.
—¿Y qué piensas hacer, clavarme la daga que llevas entre tu ropa? ¡Ah,
no, te la quitamos antes de llegar al palacio!
Kiara apretó los puños con fuerza y se alejó de él al verlo acercarse
demasiado a ella.
—No des un paso más... —le advirtió Kiara.
—He venido a acercarme más, te lo aseguro.
—Pues no pienso permitírtelo —le respondió la joven.
Mark sonrió de lado y, como un gato, se movió ágilmente y acortó la
poca distancia que lo separaba de ella antes de que la joven pudiera ser
consciente de lo que pasaba.
De un solo empujón, Mark la tumbó sobre la cama y sin darle opción a
moverse, el joven se tumbó sobre ella, impidiéndole levantarse.
—Esta vez, no voy a dejar que te escapes. Voy a borrar la huella de ese
maldito Sinclair de tu cuerpo. Y si tengo que dejarte mi propia marca con
golpes, lo haré.
Kiara le respondió con una bofetada, que sorprendió a su primo, aunque
logró reaccionar a tiempo para devolvérsela con más fuerza, haciendo que
la joven estuviera a punto de perder la conciencia.
—No sabes con quién te has metido, prima.
Kiara logró recuperarse a tiempo del golpe para ver cómo Mark se
acercaba a ella para besarla. Intentó evadirlo, pero su primo fue más rápido
y atrapó su boca a tiempo. Kiara sintió aquel beso con auténtico asco. El
estómago se le revolvió y todo en ella se puso en alerta. Mark no iba a dejar
pasar todos sus rechazos y estaba segura de que iba a hacerla suya a pesar
de su negativa.
Las manos rápidas de su primo iban de un lado a otro de su cuerpo,
tocando todas aquellas partes que ella consideraba íntimas y que solo había
dejado tocar a Cameron. Su esposo... Numerosas lágrimas comenzaron a
rodar por sus mejillas mientras sabía que no podía hacer nada por salvarse.
Mark comenzó a subir la falda de su sucio vestido y cuando Kiara sintió
el frescor en sus piernas, el pánico se apoderó de ella, haciendo que volviera
a escuchar a Cameron llamándola con desesperación. Sin embargo, la
tensión que se formó en el cuerpo de Mark le dijo que esa vez no era su
imaginación.
—¡Kiara! —se escuchó claramente que bramaban en el jardín del
palacio, seguido de un potente trueno que hizo retumbar hasta los cimientos
de la casa.
La joven se sobresaltó, pero lo hizo aún más Mark, que se separó de ella
como si de repente quemara. Corriendo, se aproximó a la ventana para
mirar a través de ella y Kiara aprovechó ese momento para intentar escapar
de aquella habitación que le había servido de cárcel desde que habían
llegado. Sin embargo, no pudo llegar muy lejos, pues Mark logró alcanzarla
agarrándola del pelo y tirando con fuerza hacia atrás.
—Si ese maldito Sinclair cree que va a quitarme lo que es mío, va a
morir en el día de hoy.
Kiara lanzó un grito de dolor que se confundió con otro sonoro trueno y
se vio impulsada de nuevo hacia la cama mientras Mark cerraba la puerta
tras él y volvía a dejarla encerrada.
Sin saber realmente lo que estaba ocurriendo, Kiara se aproximó a la
ventana y comprobó que en el jardín no solo estaba Cameron, sino también
sus hombres y los Stewart, además de James, para su propia sorpresa. ¿Qué
hacían allí si Jacobo los había castigado con el exilio de esas tierras? El
corazón de la joven comenzó a latir con fuerza y todo el cansancio y dolor
de su cuerpo parecieron desaparecer de repente al saber que Cameron
estaba a tan solo unos metros de ella.
A pesar de la oscuridad del día por las nubes negras y por la intensa
lluvia que caía, Kiara logró ver a través del cristal con total claridad. Desde
allí comprobó que Cameron parecía tener buen aspecto, aunque la expresión
de su rostro le puso el bello de punta. Jamás lo había visto tan enfadado, ni
siquiera cuando se despidieron en tierras Campbell mostraba aquella
expresión. Parecía estar rodeado de un halo demasiado oscuro que prometía
venganza y muerte, pues llevaba esa palabra escrita en el rostro. Aunque no
solo en el suyo, en los demás también parecía haber una expresión de ira
que no había visto jamás. Pero una de las cosas que más le sorprendió fue
ver a Vika con ellos, aunque algo más alejada del grupo de guerreros y
resguardada bajo una techumbre que apenas la protegía de la lluvia.
Y después su mirada volvió a Cameron. Creyó que jamás volvería a
verlo y su corazón se sobresaltó de amor al tenerlo a solo unos metros de
distancia de ella. Deseó que la puerta de su dormitorio estuviera abierta para
poder bajar las escaleras corriendo e ir hacia él para que nadie más pudiera
separarla del guerrero.
—¡Kiara! —escuchó que volvía a vociferar.
Los ojos se le llenaron de lágrimas al no poder salir de allí y desde su
posición le gritó:
—¡Cameron!
Le dio la sensación de que el sonido de un trueno logró silenciarla, pero
su esposo pareció escucharla, pues elevó la mirada hacia la ventana donde
se encontraba la joven y tuvo la sensación de que la observaba durante unos
segundos.
—Ayúdame, por favor —suplicó la joven mientras se dejaba caer contra
la jamaba de la ventana sin dejar de mirar a Cameron.
Su esposo parecía un demonio salido de las profundidades del infierno,
pues su pelo rubio caía sobre su frente y se pegaba a esta, dejando libres sus
ojos negros que parecían barrer cada centímetro de palacio en busca de ella.
La expresión de su rostro era casi demoníaca y tan oscura que a Kiara no le
gustaría ser Mark o sus tíos en ese instante, pues sabía que el día no
acabaría bien para ellos si Cameron se dejaba llevar por lo que sentía en su
interior. Y en ese momento, tan solo le quedó la esperanza de que su esposo
pudiera penetrar en el palacio para rescatarla de esa infame vida a la que el
rey la había avocado.
Desde su posición, el guerrero estuvo seguro de que había logrado
escuchar a Kiara, aunque no logró distinguir desde dónde. Miró todas y
cada una de las ventanas del palacio, pero la intensa lluvia le impedía ver
con claridad, aunque en una de ellas creyó ver el reflejo de un vestido, por
lo que sostuvo la mirada intentando descubrir la identidad de la mujer que
había tras esa ventana.
Hacía ya rato que el agua le había calado la ropa, pero la rabia que sentía
por dentro le impedía notar el frío de la lluvia. Hasta llegar allí, apenas
habían parado para descansar y al ver que Vika aguantaba el trayecto y los
animaba a seguir para rescatar a Kiara no lo había dudado ni un solo
segundo.
El hecho de pensar que ahora mismo se encontraba bajo el mismo techo
que sus tíos y primos le hacía temer por la vida de la joven y el silencio que
parecía haberse formado en el palacio tras su llegada le puso el bello de
punta. Pero no solo eso, Cameron sabía que Kiara estaría asustada debido a
la tormenta que se había desatado y los continuos y sonoros truenos que
lograban escucharse y que parecían reflejar la ira que él mismo guardaba en
su interior.
—¡Mark Stewart! —vociferó con toda la rabia que sentía—. ¡Sal de ahí y
enfréntate a nosotros!
El silencio fue lo único que Cameron recibió. El guerrero miró a James,
que estaba justo a su lado izquierdo y este le devolvió una mirada irónica
antes de suspirar largamente.
—Mark Stewart... —comenzó el hombre del rey—, por mentir a vuestro
rey descaradamente y por acusar falsamente a Cameron Sinclair debéis dar
la cara y las explicaciones pertinentes. ¡Salid del palacio!
James cuadró los hombros, esperando a que sus palabras dieran en el
clavo y entonces saliera Mark de entre los muros de la casa, pero el tiempo
pasó y no ocurrió absolutamente nada. James comenzó a ponerse nervioso,
caracterizado por su poca paciencia, y resopló ante el mutismo de los
Stewart.
Cansado de ese silencio, Cameron llevó la mano a la empuñadura de la
espada y la aferró con fuerza para desenvainarla, pero James alargó una
mano y lo paró a tiempo.
—¿Qué haces? ¿Estás loco?
Cameron lo miró con el ceño fruncido.
—¿Qué haces tú? No pienso quedarme aquí esperando a que ese
desgraciado siga riéndose de nosotros.
James torció el gesto.
—¿Quieres a tu esposa, Sinclair?
—¡Pues claro que sí! ¿A qué demonios viene esa pregunta?
James resopló.
—A que si el primo de tu esposa te ve desenvainar la espada, puede que
se ponga nervioso y le haga daño.
—Tiene razón, Cameron —intervino Andy—. Jamás pensé que estaría
de acuerdo en algo con Buchanan...
James lo miró con sorna.
—Siempre hay una primera vez...
—¿Y entonces qué quieres que hagamos? No podemos quedarnos aquí
parados bajo la lluvia mientras Kiara corre peligro.
James miró hacia el palacio y frunció el ceño al ver el rostro de Mark tras
una ventana.
—Están ahí y nos están mirando. Si nos ven nerviosos, sabrán que tienen
el poder —susurró—. Pero si ven tranquilidad y seguridad, quienes se
pondrán nerviosos serán ellos.
Cameron resopló y se alejó unos pasos para intentar calmarse. Después
de cabalgar sin descanso hasta llegar allí, sentía que no podía aguantar las
ansias por entrar en el palacio y acabar con la vida de aquellos que tanto
daño les habían hecho. Y el recuerdo de la bofetada que Mark le había
proporcionado a Kiara le hizo arder de furia y se prometió internamente que
acabaría con todos ellos y salvaría a Kiara, tal y como le había prometido,
pues él jamás había roto una promesa.
CAPÍTULO 27
Mark caminaba nervioso entre los muros de la habitación en la que se
había reunido con el resto de su familia. Maisie miraba a través de la
ventana con verdadero interés y cierta inquina a los que había fuera de los
muros y una sonrisa se dibujó en su rostro al ver cómo estos se mojaban
bajo la lluvia.
—No creo que aguanten mucho tiempo ahí fuera —les dijo la joven—.
Antes abrí una ventana del otro lado del palacio y sentí el frío que traía la
tormenta. Si siguen ahí parados, enfermarán.
—No los conoces, hermana —dijo Mark acercándose a ella para mirar
también a través de la ventana—. Están acostumbrados a dormir a la
intemperie.
Isobel se acercó a su hija y le preguntó:
—¿Estás segura de haber cerrado bien todas las ventanas y puertas?
Maisie puso los ojos en blanco.
—Sí, madre. He comprobado todo y nadie podrá entrar sin romper un
cristal.
Isobel lanzó un suspiro de alivio.
—Entonces estamos a salvo.
Mark apretó los puños con fuerza y se volvió hacia ella para encararla.
—¡No estamos seguros, madre! ¿Acaso no los ha escuchado? Han
venido a buscarme. ¡Se han dado cuenta de todo!
Maisie frunció el ceño al ver una figura más entre los guerreros.
—No se han dado cuenta. Alguien se lo ha contado.
La joven les señaló la figura que había en un lugar apartado mientras
intentaba resguardarse de la lluvia y la miró con auténtico odio.
—La muy desgraciada de Vika ha ido con el cuento. Nos debió de haber
escuchado.
Isobel lanzó un grito de rabia antes de mirar a su marido.
—¿Y tú qué, no vas a decir nada? Parece que todo esto no va contigo.
Dougall se levantó de la silla donde estaba sentado y la miró enfadado.
—¿De verdad piensas eso? Llevo toda mi vida esperando recuperar lo
que es mío, pero el inútil de tu hijo ha dejado que una maldita sirvienta lo
estropee todo y cuente la verdad.
Mark lo miró enfurecido.
—¡Yo no sabía nada! De haber descubierto que Vika lo sabía todo, la
habría matado, como hicimos con el inútil de Alastair.
Dougall resopló.
—Pues todo se ha torcido, pero yo no pienso abandonar este lugar. Me
pertenece y durante demasiados años he estado esperando esto como para
que ahora llegue el desgraciado de Sinclair a arrebatármelo.
—¿Y qué podemos hacer? —vociferó Isobel, nerviosa.
—¿No quiere a Kiara? —preguntó esbozando una sonrisa sádica en los
labios—. Hagámosle sufrir al creer que va a morir. Si se vuelve loco, no
podrá pensar con claridad para rescatarla y podremos matarlo.
Mark caminó de un lado a otro de la habitación sopesando aquella idea,
sin embargo, había algo en ella que no le gustaba.
—Padre, no ha pensado que son mayores en número que nosotros.
Dougall se encogió de hombros.
—Olvidas que tenemos a Thane y los demás.
Mark resopló.
—¡Son solo cuatro guerreros! Y nosotros no sabemos usar una espada.
Isobel se puso frente a su hijo.
—No, pero tenemos a Kiara, y ella nos ayudará a salir de aquí. Podemos
llevarla a Edimburgo y desde allí recuperar lo que es nuestro.
Mark se frotó la cara con las manos, nervioso.
—He visto a Buchanan ahí fuera, y ya habéis escuchado lo que ha dicho.
El rey lo sabe todo...
Maisie frunció el ceño y le dio un pequeño empujón a su hermano.
—¡Estás demasiado negativo, Mark! Ve a por Kiara y muéstrale al
Sinclair cómo sale la sangre del cuello de su querida esposa...
Mark resopló y asintió. Sacó la llave del dormitorio de la joven y la miró
durante un segundo. Sin lugar a dudas, Kiara debía ayudarlos a salir de allí
o bien a que el Sinclair declinara su postura de salvarla. Con paso firme,
salió de la habitación y se dirigió el pasillo adelante para subir las escaleras.
Al pasar delante por la puerta de salida, miró a Thane, Henson, Henry y
Akir, que estaban apostados tras la misma para defenderla en caso de que
los guerreros que había fuera intentaran penetrar en el palacio.
—Nos ganan en número, mi señor —señaló Akir.
Mark lo miró con mala cara.
—¿Acaso les temes?
—Son ellos los que deberían temer mi hacha —respondió con una
sonrisa al tiempo que desenvainaba su poderosa y pesada arma.
Mark le devolvió la sonrisa y casi voló hacia el piso superior cuando
escuchó de nuevo que Cameron lo llamaba. Se juró que lo harían sufrir y
mientras giraba la llave de la puerta para abrirla, esbozó su sonrisa más
diabólica.
Kiara se encontraba cerca de la ventana cuando escuchó que la puerta de
su dormitorio volvía a abrirse de nuevo. La joven se sobresaltó y miró al
instante hacia allí para ver entrar a su primo. Su corazón se aceleró y se
incorporó para enfrentarlo.
—Mi esposo ha venido a buscarme, así que espero que estés aquí solo
para llevarme junto a él.
Mark sonrió y sus hombros comenzaron a sacudirse para dar paso a una
risa que logró erizarle la piel. Kiara sintió un escalofrío al escucharlo y dio
un paso atrás.
—¿De verdad eres tan ingenua como para pensar eso? —le espetó—. Tú
jamás volverás con tu querido Sinclair.
—No sé si has visto que no ha venido solo. Está con James Buchanan, el
hombre del rey. Te han descubierto, Mark. No tienes escapatoria.
La sonrisa de su primo se hizo aún más amplia.
—Yo creo que sí la tengo, querida.
—Deja de llamarme así. No tienes derecho.
Mark se acercó a ella y Kiara tuvo el impulso de correr hacia la puerta,
pero su primo, que pareció haberle leído el pensamiento, se movió
rápidamente y logró aprisionarla contra la pared, al lado de la ventana.
—No te atrevas a tocarme de nuevo —dijo la joven en un tartamudeo.
Mark sonrió al ver el miedo reflejado en sus pupilas y decidió que era el
momento de aprovecharse de ello. Con un movimiento rápido, sacó una
daga y con la empuñadura rompió el cristal de la ventana de esa habitación.
Kiara lanzó un grito por la sorpresa y el miedo cuando justo en ese
momento escuchó un fuerte estruendo en el cielo. Mark la aferró del pelo
antes de que pudiera moverse y rompió todos los cristales de la ventana
para sacar la cabeza y descubrir que todos los que había en el jardín tenían
la atención puesta sobre él.
—¡Sinclair, tengo algo que te pertenece!
Mark empujó a Kiara y la obligó a sacar no solo la cabeza, sino todo su
tronco hasta que las caderas de la joven se toparon con el contorno de la
ventana. Kiara lanzo un grito al ver el abismo bajo ella, pero Mark la
empujó un poco más, haciéndole creer a todos que pensaba tirarla por la
ventana.
Al instante, su sonrisa se amplió al ver que Cameron y los demás corrían
hacia allí. El primero desenvainó la espada, aunque sabía que poco podía
hacer con ella desde el jardín.
—Como te atrevas a hacerle daño a mi esposa —bramó con voz
realmente oscura—, pienso rajar tu cuerpo y dejar tus entrañas al aire para
que los cuervos se las coman.
Mark sonrió aún más.
—¿Y cómo piensas hacerlo si yo estoy aquí arriba disfrutando de la
compañía de tu esposa y tú ahí abajo? Por cierto, no sabía que mi querida
prima tenía unas piernas tan suaves...
El rostro de Cameron palideció de repente ante aquellas palabras. En sus
ojos se reflejó la duda y durante unos segundos, Mark disfrutó
enormemente de ello.
—Antes de que vinierais hemos consumado el matrimonio que Jacobo
dio por bueno.
A pesar de que su rostro estaba tapado por varios mechones de pelo que
le caían sobre la cara ya empapada, Kiara levantó la cabeza y negó
repetidamente.
—¡Es mentira, Cameron! No le hagas caso.
Con rabia, Mark tiró de su pelo con más fuerza, haciéndole gritar de
dolor, y provocando que la ira del guerrero fuera en aumento.
—¡No la toques! ¡Suéltala!
—¿De verdad quieres que la suelte? Si lo hago, caerá y morirá aplastada.
El joven soltó levemente su amarre, haciendo que Kiara se desequilibrara
y estuviera a punto de caer por la ventana.
—¡No! —bramó Cameron—. ¿Qué demonios quieres, Stewart?
Mark sonrió.
—Obvio, que os marchéis.
James torció el gesto ante esas palabras y se puso a la misma altura que
Cameron.
—Eso no es posible, muchacho. Habéis engañado al rey Jacobo con
mentiras sobre mi compañero aquí presente y ¿sabes qué? Nuestro rey lleva
muy mal eso de que le mientan en toda la cara... Supongo que es un defecto
suyo, aunque yo también odio que me mientan —dijo con voz irónica—,
pero me ha encomendado que haga justicia en su nombre. Así que sal de tu
madriguera y da la cara. Te aseguro que será mucho peor que seamos
nosotros quienes nos veamos obligados a entrar.
—Si entráis, vais a morir y veréis cómo mi querida prima se desangra.
Con la misma sonrisa, tiró ligeramente del pelo de la joven para levantar
su cabeza y dejar su cuello al aire. Después sacó la daga por la ventana para
que la vieran. Desde allí vio cómo Cameron volvía a palidecer y aferraba
con fuerza la espada.
—Como se te ocurra...
—¿Qué, Sinclair? —lo cortó—. Solo quiero ver qué tiene mi prima por
dentro que tan loco te tiene porque por fuera ya lo he visto...
Mark llevó la hoja de la daga hacia su cuello y lentamente le hizo un
pequeño corte, disfrutando del silbido de dolor que dejó escapar Kiara. Un
hilo de sangre salió al instante de su cuello, aunque en lugar de caer por su
cuello, cayó hacia el jardín.
—Eso es lo que recibirás de mi querida prima. Jamás volverás a tenerla,
Sinclair. Antes prefiero matarla. Si no es mía, tampoco será tuya.
Cameron rugió de rabia.
—Acabas de cavar tu propia tumba, desgraciado.
Con el rostro demudado en rabia, Cameron corrió, junto a los demás,
hacia la puerta de entrada a la casa para intentar abrirla mientras Mark no
paraba de reír.
Empujó a Kiara hacia el interior del dormitorio de nuevo y la soltó. Sin
esperar a recuperarse del susto, Kiara se giró hacia él e intentó golpearlo.
—¡Cameron te matará por esto!
Mark logró esquivar sus golpes y pudo darle una sonora bofetada que la
hizo caer al suelo.
—Puede que lo haga, pero jamás volverás con él —bramó—. ¡Antes
prefiero matarte!
Y sin darle tiempo a recuperarse del golpe, Mark corrió hacia ella y le
propinó un fuerte puñetazo, sumiéndola al instante en la oscuridad más
absoluta.
Sin perder más tiempo, Mark salió del dormitorio y volvió a encerrarla
con llave. No estaba dispuesto a dejar que Cameron ganara la batalla entre
ellos y volviera a recuperar a Kiara, pero tampoco deseaba morir en el
intento. Ideó un plan para poder escapar de allí con su familia y llevarse
varias cosas que pudieran después vender en algún lugar de Edimburgo para
poder comprarse una casa, pero no estaba dispuesto a poner su vida en
juego ni un segundo más por la furcia de su prima. Si sus padres y su
hermana querían quedarse, allá ellos.
En el pasillo vio una pequeña antorcha encendida, ya que las habían
encendido debido a la poca luz que dejaba pasar la tormenta. Con una
sonrisa en los labios, se dirigió hacia uno de los cuadros que colgaban de la
pared y prendió fuego. Después se acercó hasta un telar que colgaba del
otro extremo del pasillo e hizo la misma operación. Si ese palacio tampoco
podía ser para él, ni su querida prima ni su esposo disfrutarían de él.
Mark corrió escaleras abajo y vio cómo Thane y los demás intentaban
contener la puerta para evitar que la abrieran.
—¡Aguantad! —ordenó con mala cara.
Después corrió por el pasillo hasta la habitación donde se había dejado a
su familia, y los vio nerviosos mientras el sonido de la puerta era
abrumador.
—¿Dónde está Kiara?
—Encerrada en su dormitorio.
—¿Y por qué la dejas allí? —vociferó su padre—. Debiste bajarla para
usarla contra el Sinclair.
Mark sonrió.
—No creo que quede mucho de mi querida prima cuando Sinclair logre
encontrarla.
Maisie se acercó a él y le preguntó:
—¿Qué has hecho?
—El piso superior está siendo devorado por las llamas en este momento.
Isobel abrió los ojos desmesuradamente.
—¿Qué? ¿Por qué has hecho eso?
—Madre, ¿no te das cuenta de que hemos perdido? No podremos luchar
contra los que hay fuera, pero podemos coger lo necesario para poder
venderlo y comprar una casa en Edimburgo. Saldremos por la puerta de las
cocinas.
—¿Y Thane y los demás? —preguntó Dougall.
Mark sonrió.
—No me preocupan. Nos iremos por otro pasillo y no nos verán. Se
quedarán a defendernos, pero nosotros ya nos habremos marchado.
Dougall lo sopesó unos instantes, pero finalmente negó con la cabeza.
—No pienso marcharme y dejar esto en manos de Sinclair.
—¡Pero, padre, he prendido fuego al piso superior! No quedará nada.
Isobel se aferró a la pechera de la ropa de su marido.
—Dougall, Mark tiene razón. Tomemos lo necesario para poder vivir una
nueva vida en Edimburgo o cualquier otro lugar.
Dougall miró al resto de su familia y tras unos minutos de duda, acabó
asintiendo.
—Está bien. Démonos prisa, no creo que Thane aguante mucho.
Cameron golpeaba con fuerza la puerta de entrada a la casa, sin éxito.
Por momentos parecía ceder bajo la presión que hacían, pero al instante,
volvía a ser como una roca.
—¡Debemos buscar otra entrada! —vociferó James dirigiendo su mirada
hacia él.
—La puerta de las cocinas... —murmuró—. Vosotros seguid insistiendo.
Los demás asintieron mientras Cameron y James corrían hacia el lado
opuesto a la casa. Sin embargo, no habían dado ni diez pasos cuando algo
explotó por encima de sus cabezas. Ambos lograron taparse a tiempo para
que los cristales que caían sobre ellos no les cortaran la cara, pero cuando
por fin pudieron mirar hacia el piso superior, Cameron comprobó con
horror que salía una buena cantidad de humo desde la habitación que había
compartido con Kiara desde que llegaron al palacio.
—No puede ser... —murmuró Cameron, sorprendido.
—¿Están quemando el palacio? —preguntó James, horrorizado.
—¡Los pienso matar a todos! —rugió Cameron mientras volvía a correr
—. ¡No sé si Kiara seguirá en el mismo lugar, pero hay que sacarla cuanto
antes!
James asintió y siguió a Cameron hasta la puerta trasera, la de las
cocinas. Al intentar abrir, descubrieron que estaba atrancada, como todo lo
demás, pero al tener varios cristales, Cameron los rompió con la
empuñadura de la espada y pudo abrir desde dentro, ya que habían dejado la
llave puesta.
—Hay que abrirle la puerta principal a los demás —dijo Cameron.
Ambos corrieron hacia la salida de la cocina que llevaba al pasillo y al
llegar allí comprobaron que en varias habitaciones más del piso inferior
salía humo negro. Tosiendo, Cameron se interno en el pasillo.
—¡Espera, Sinclair! —exclamó James—. Puede ser peligroso.
Cameron lo miró con media sonrisa dibujada en los labios.
—¿Ahora te preocupas por mí?
El aludido se mostró incómodo.
—No, pero tampoco quiero que mueras. Ve con cuidado.
Cameron asintió y le dio una palmada en la espalda. Sin embargo, la
sonrisa se le borró al instante cuando, de repente, de una de las habitaciones
surgieron las figuras de Dougall, Isobel, Mark y Maisie con varias alforjas
en las manos llenas de piezas de oro y se dirigieron directamente hacia ellos
sin darse cuenta de que habían penetrado en la casa.
—¿Vais a algún sitio? —preguntó el joven poniéndose en guardia y
levantando la espada.
Los cuatro se pararon de golpe y los miraron aterrorizados. Frente a ellos
se encontraban ambos guerreros preparados para atacarlos en cuanto vieran
algún resquicio de debilidad. Isobel y Maisie corrieron a esconderse de
nuevo en la misma habitación mientras un ataque de tos las sorprendía.
El pasillo comenzaba a llenarse con más humo y los envolvía
lentamente, pero a Cameron y James se mostraban impasibles.
—¿Dónde está Kiara? —preguntó el primero.
Mark sonrió y se encogió de hombros.
—No lo sé. Padre, ¿la ha visto?
Dougall le respondió primero con una sonrisa y después se encogió de
hombros, restándole importancia.
—¿No le has cortado el cuello y la has dejado tirada en su dormitorio?
Mark chasqueó la lengua.
—Tiene razón, tal vez ya estará muerta.
—Mientes... —dijo Cameron entre dientes.
—Puede ser, pero el humo ya se ha esparcido por toda la casa. Nunca
lograrás encontrarla.
Un poderoso estruendo se escuchó desde el otro lado de la casa,
sorprendiendo y asustando a todos, pero al instante las voces de los demás
guerreros se escucharon en el interior de la casa, demostrándoles que habían
logrado derribar la puerta principal y luchaban contra Thane y los demás.
—Amigo, contra esta gentuza no vale hablar, pues perdemos el tiempo
—dijo James levantando de nuevo la espada—. Es mejor luchar.
Y asintiendo, Cameron fue el primero en atacarlos. James se lanzó contra
Dougall mientras él lo hacía contra Mark.
—¡Estás muy equivocado si crees que vas a encontrar a tu furcia! —gritó
Mark al tiempo que levantaba la alforja para protegerse de sus ataques.
—¡Lo haré en cuanto acabe contigo!
Mark rio y le dijo al tiempo que viraba y se alejaba de él:
—No te imaginas cómo suplicaba mientras la forzaba en vuestra cama.
Cameron se llenó de furia y atacó con más fuerza, logrando hacer
trastabillar a Mark al tiempo que James acababa con la vida de un Dougall,
que intentaba defenderse por todos los medios posibles.
—¡No, padre! —vociferó Mark al verlo caer a los pies del guerrero—.
¡Eres un desgraciado, Buchanan!
—Me lo dicen mucho...
—¿Dónde está Kiara? —vociferó Cameron.
Mark se giró hacia él, pero cuando intentó defenderse, el guerrero logró
hacerle un corte en el antebrazo, provocando que tuviera que soltar la
alforja con la que se defendía. El joven miró a Cameron con odio al tiempo
que intentaba contener las ansias por gritar de dolor, pero sonriendo, le dijo:
—¡Tu zorrita está muerta y jamás la encontrarás!
Con rabia, Cameron clavó la espada en el pecho de Mark, que abrió los
ojos desmesuradamente. Le habría gustado un combate más largo y
satisfactorio, pero su deber era actuar cuanto antes y buscar a Kiara. Y sin
perder más tiempo, le sacó el arma sin esperar a verlo morir y, junto a
James, corrió hacia el otro lado de la casa, donde estaban las escaleras y los
demás guerreros estaban luchando contra Thane y sus hombres.
—¡Te ayudaré a buscar a tu esposa, Sinclair! —vociferó James por
encima del resto de voces.
Cameron asintió, corrieron hacia las escaleras, alejándose de la pelea, y
subieron como pudieron, pues el humo impedía ver con claridad. Cuando
llegaron al piso superior, la nube de humo era aún mayor que abajo, por lo
que apenas podían ver por dónde caminaban. Una nueva explosión en otra
habitación sacudió sus cuerpos y llenó de incertidumbre y horror a
Cameron, que pensó que encontraría muerta a su esposa.
—¡Kiara! —bramó con fuerza.
Recordó que el dormitorio en el que Mark la tenía era en el que la joven
había ocupado antes de casarse con él, por lo que se dirigieron hacia allí sin
demora. No obstante, cuando intentó abrir la puerta, esta se encontraba
cerrada con llave.
—¡Maldición!
—Intentemos abrirla —dijo James con seriedad tras una tos.
Ambos chocaron sus fornidos cuerpos contra la madera de la puerta, pero
esta no cedió ni un solo centímetro. Lo intentaron varias veces, sin éxito.
—¡Kiara, estás ahí! —gritó Cameron antes de que un ataque de tos lo
asolara.
James y él intentaron abrirla de nuevo, pero la puerta siguió cerrada. Sin
embargo, al instante apareció Andy entre la bruma de humo con un hacha.
—Probad con esto.
Cameron tomó el hacha entre las manos y golpeó la puerta una y otra vez
hasta lograr abrir un hueco lo suficientemente grande como para poder ver
en el interior del dormitorio. Al instante, descubrió que el humo ya había
penetrado en ese lugar y rodeaba cada rincón de la estancia, pero sin llegar
al suelo, donde encontró a Kiara malherida.
—¡No, Kiara! —vociferó mientras corría hacia ella y los demás
intentaban abrir un agujero mayor en la puerta—. No, por favor, no me
hagas esto...
Cameron se arrodilló a su lado y tocó su rostro con cuidado. La herida de
su cuello había provocado un pequeño hilo de sangre que se perdía entre la
tela de su vestido.
—Kiara... —la llamó tras comprobar que su corazón seguía insuflándole
vida.
Su mejilla estaba hinchada, tal vez por un golpe de Mark, y lo odió aún
más al ver que comenzaba a ennegrecerse.
—Sinclair, no es por joderte el reencuentro, pero debemos salir ya si no
queremos ahogarnos por el humo... —dijo James con preocupación en la
voz antes de toser—. ¿Puedes con ella?
Cameron asintió en silencio, pues sentía un nudo en la garganta que le
impedía hablar, ya que necesitaba ver ya abiertos los ojos de la joven, y que
volviera a mirarlo, aunque fuera con odio por haber tardado tanto en llegar.
Pasó las manos por debajo de sus rodillas y sus hombros. Después la
levantó con cuidado y se dirigió hacia el pasillo tosiendo. La casa se estaba
quemando por completo y sabía que Kiara se entristecería al ver que los
recuerdos de su infancia y toda su vida se quemaban bajo las llamas. Pero lo
importante era seguir con vida, por lo que los tres se dirigieron hacia las
escaleras justo en el momento en el techo cedió en la otra parte del pasillo.
—Maldición —se quejó Andy.
—Ten cuidado, Sinclair —le advirtió James—. Hay demasiados cascotes
en las escaleras. El techo cederá en cuestión de minutos. ¡Debemos salir ya!
Con cuidado pero sin pausa, Cameron bajó las escaleras con Kiara entre
sus brazos. Un ataque de tos sorprendió a la joven en su inconsciencia y el
guerrero se dijo que debían marchar más rápido.
A solo un metro de él cayó el primer trozo de cubierta y cuando llegaron
al pie de las escaleras, el techo superior cedió por completo y cayó sobre
estas. El corazón de Cameron latía con tanta fuerza que parecía un tambor
contra su pecho y las manos le temblaban de una forma tan incontrolable
que temió que Kiara se le cayera de los brazos.
—¡Por aquí! —vociferó Andy, encabezando la marcha—. ¡Cuidado con
los cuerpos, Cameron!
El aludido asintió y los sorteó para salir, finalmente, fuera del palacio y
respirar el aire puro de la tormenta. Poco le importó que en ese momento la
lluvia mojara a Kiara y sus ropas, pues solo deseaba que esta respirara aire
limpio y despertara. La depositó con cuidado sobre el manto que el propio
James se quitó y lo dejó en el suelo para evitar que la joven se mojara
demasiado. Después acarició su rostro con cuidado y comenzó a llamarla:
—Kiara, ya estás a salvo. Despierta —suplicó.
Pero la joven no reaccionó, provocando que el nerviosismo de Cameron
fuera en aumento.
Los demás se alejaron para dejarles un instante de intimidad, aunque
Andy no podía apartar la mirada de Kiara a pesar de haber puesto distancia
entre ellos.
Cameron se inclinó sobre ella y besó sus labios laxos. Los sintió fríos,
por lo que temió que su esposa hubiera respirado demasiado humo.
—Por favor, Kiara, despierta. No me dejes solo —dijo contra sus labios
con los ojos cerrados—. Te amo, Kiara. Abre los ojos.
—Los abriré cuando vuelvas a repetir eso —dijo la joven con voz
rasposa.
Incapaz de creerlo, Cameron se incorporó para mirarla a los ojos y vio
que su esposa lo miraba con los ojos entrecerrados, aún adormilada por el
golpe, pero la media sonrisa que dibujó en sus labios fue más que suficiente
para el guerrero, que tuvo que aguantar las ganas de echarse a llorar, aunque
no pudo evitar que la expresión de su rostro se suavizara y mostrara una de
alivio.
—¿Estás bien?
Kiara asintió.
—Sí, aunque eso no responde a mi petición.
Cameron frunció el ceño.
—Quiero que repitas lo que me has dicho.
Cameron sonrió de lado y se acercó aún más a ella, quedándose a solo un
palmo de su rostro.
—Te amo, Kiara Sinclair.
La joven frunció el ceño.
—Mi apellido es Stewart.
—Sí, pero desde que nos casamos eres una Sinclair.
—Eso lo tenemos que hablar... —se quejó la joven.
Cameron sonrió ampliamente al ver que estaba lo suficientemente bien
como para llevarle la contraria.
—Ya lo veremos.
Kiara se incorporó lentamente con la ayuda de Cameron y en ningún
momento le soltó la mano.
—Has tardado mucho en volver.
El guerrero le respondió primero con un beso antes de hacerlo con
palabras.
—He venido en cuanto Vika le reveló la verdad a Jacobo.
—¿Vika?
Cameron asintió.
—Sí, ya hablaremos sobre eso. Tenemos todo el tiempo del mundo.
—¿Entonces Jacobo ya no tiene impedimento para que estemos juntos?
Cameron negó con una sonrisa en los labios. Kiara le respondió con otra
y lo abrazó, y en ese momento fue cuando se dio cuenta del desastre que
había frente a ella. Con los ojos muy abiertos, Kiara miró cómo su hogar se
quemaba poco a poco. Desde allí pudo escuchar cómo la techumbre se
derrumbaba y caía sobre el piso inferior, donde lograron escucharse unos
gritos que la sobresaltaron.
Kiara miró a Cameron, sorprendida.
—¿Hay alguien dentro?
El guerrero suspiró.
—Supongo que tu tía y tu prima no han querido separarse de Dougall y
Mark. Están muertos.
Y entonces Kiara miró con cierta tristeza hacia el interior y negó con la
cabeza lentamente.
—Todos han recibido su merecido...
La joven logró ponerse en pie lentamente y miró a todas y cada una de
las ventanas de la fachada principal. De todas salía una bocanada de humo
negro que logró helarle la sangre. Sus ojos se llenaron de lágrimas al ver
que todo lo que ella conocía y poseía se convertía en cenizas sin que
pudiera hacer nada para evitarlo.
Cameron se puso a su lado y pasó una mano por su hombro para atraerla
hacia él y reconfortarla. Kiara se apoyó en él, pues estaba segura de que iba
a caerse al suelo en cualquier momento, ya que las piernas le temblaban
tanto que no lograrían sostenerla por mucho más tiempo. Dejó caer las
lágrimas por sus mejillas mientras intentaba mostrarse impasible, aunque
por dentro bullía de rabia y pena. Allí había vivido con sus padres y
conservaba multitud de recuerdos con ellos, más los creados recientemente
con Cameron. ¿Cómo algo tan bonito podía reducirse tan fácilmente en
pedazos?
Kiara sintió en su cabeza el beso que le dio Cameron antes de apoyar su
mejilla contra ella.
—Lo siento. Cuando hemos podido entrar, ya había demasiado fuego.
No hemos podido hacer nada por tus cosas.
—¿Sabes? Mis vestidos me dan igual. Los adornos, también. Pero en un
ala del palacio conservaba las cosas de mis padres —dijo con voz apenada
—. Eso me recordaba que un día estuvieron conmigo. Y ellos los mataron,
Cameron. Me lo confesó Mark. Mis padres murieron por su culpa...
Los hombros de la joven comenzaron a sacudirse por el llanto y
Cameron la atrajo hacia él para abrazarla con fuerza mientras Kiara seguía
observando desde su pecho cómo todo iba destruyéndose poco a poco.
—¿Cómo puede hacer algo así una persona? ¿De verdad es tan
importante el dinero que vale más que una vida? Si ellos me lo hubieran
pedido, les habría dado parte de esa herencia, pero lo hicieron todo mal. Así
que si ahora están muertos o han quedado atrapadas por el fuego, tienen su
merecido. Han muerto entre el lujo que deseaban. Jamás pensé que la
maldad podía ser tan fuerte, Cameron.
El guerrero la apretó con más fuerza y sintió cómo las pequeñas manos
de la joven con apretaban con rabia. Y la entendió a la perfección. Él había
visto demasiado dolor y muerte a lo largo de su vida. La ambición había
corrompido los corazones de varias personas que él había conocido con
anterioridad y por ello él mismo decidió ennegrecerse para evitar que el
ansia de poder penetrara en su propio corazón. Pero lo que había aprendido
con el paso de los años era que al final había justicia para todos. Y ese
mismo día acababa de comprobarlo.
—Ahora no tengo nada que dar a nuestro matrimonio, Cameron —dijo
Kiara contra su pecho.
El guerrero la separó ligeramente y la miró a los ojos.
—¿De verdad crees que a mí me importa? Lo que de verdad quiero, lo
que de verdad deseo es a ti, Kiara. Me importa poco que tengas dinero o no,
joyas, vestidos... Lo importante para mí es lo que me has demostrado que
tienes aquí —dijo tocando el centro de su pecho, donde estaba su corazón
—. Esto que late tan fuerte es lo verdaderamente importante. Y has logrado
que yo pueda ver el mío propio cuando pensaba que lo había perdido. Mi
corazón estaba negro, pero tú lo iluminaste con tu forma de ser, no con el
lujo de este lugar. Y ahora me gustaría que ilumines también nuestro
castillo.
Nuevas lágrimas surcaron el rostro de Kiara.
—Nuestro castillo...
Cameron asintió y la besó.
—Sí. Tal vez no es tan lujoso como este lugar, pero es acogedor. Y el
lugar va a impresionarte. Si quieres venir...
Kiara frunció el ceño.
—Claro que sí. Si pensabas que ibas a librarte de mí fácilmente estabas
equivocado.
Cameron sonrió, pero el sonido de la techumbre al derrumbarse los
sobresaltó y los obligó a apartarse más de la casa. Kiara miró por última vez
el que había sido su hogar, respiró hondo mientras las gotas de lluvia, ya
más suave, caían sobre su rostro y después miró a su esposo, al cual se
abrazó con fuerza.
—Estoy lista para ir contigo a donde tú quieras...
Cameron besó su frente con ternura.
—Entonces no perdamos más tiempo por volver a nuestro hogar...
Kiara suspiró y mentalmente se despidió del único hogar que ella había
conocido. Ahora debía olvidarlo y mirar hacia adelante. Un futuro incierto y
misterioso que la ponía ligeramente nerviosa, pero en el que el hombre al
que amaba por encima de todo estaría junto a ella.
—Te amo, Cameron Sinclair.
El aludido sonrió contra su pelo.
—Te amo, Kiara Sinclair.
Y sin echar la vista atrás, ambos fueron a reunirse con los demás
hombres y con la sirvienta que los había salvado a todos. Les quedaban
varios días hasta llegar al norte, al castillo Sinclair, pero el hecho de pensar
que todos estaban unidos y que todo había acabado bien les dio fuerzas para
seguir adelante. Los Stewart se unieron a los Sinclair una vez más y, juntos,
se dieron fuerzas para comenzar el camino de vuelta a casa.
EPÍLOGO
Cinco jornadas después, el castillo Girnigoe, hogar del laird Sinclair,
apareció frente a ellos y casi todos dieron muestras de la alegría que les
supuso volver a ver su hogar. Los Stewart observaban aquel imponente
castillo sobre el acantilado con cierto temor, pues no estaban acostumbrados
al mar, pero muy pronto se contagiaron de la alegría del resto.
En los labios de Cameron se dibujó una sonrisa amplia y relajada. Por
primera vez en semanas volvía a su hogar y estaba tan contento como los
demás, aunque ligeramente nervioso sobre lo que Kiara pudiera sentir al ver
su nuevo hogar. El guerrero la miró y descubrió que parecía abrumada ante
la belleza del enclave del castillo y Cameron dio gracias a sus antepasados
por haber construido semejante belleza para que ahora su esposa pudiera
disfrutarla.
Cameron miró al frente y disfrutó de la enorme explanada de tierra verde
que había antes de llegar a la muralla. Desde aquella distancia podía oler a
la perfección el suave olor a mar, que impregnaba el aire que en ese
momento le daba en el rostro y lo mojaba ligeramente con aquella brisa
marina. El rugido del mar sobresaltó y maravilló a Kiara a partes iguales,
pues aquella era la primera vez que se enfrentaba a él, pero quedó
gratamente asombrada por la belleza y bravura del agua, cuyas olas
chocaban contra las rocas y a veces podía verlas aparecer entre los muros
del castillo en la distancia.
Kiara había escuchado hablar muchas veces de las tierras del norte y casi
siempre las historias contaban que eran unas tierras salvajes, al igual que
sus gentes, y ahora que podía comprobar con sus propios ojos ese lugar, se
dijo que era lo más bonito que había visto jamás.
—¿Te gusta? —preguntó Cameron a su espalda.
Kiara giró levemente la cabeza hacia él y lo miró por encima del
hombro. Cabalgaban en el mismo caballo, pues no habían querido
despegarse el uno del otro, le sonrió ampliamente mientras se dejaba caer
de nuevo contra su amplio pecho.
—Me parece que tiene una belleza realmente abrumadora.
Cameron sonrió, más relajado.
—Tal vez por dentro no te resulte tan bello. Yo no tengo conocimientos
sobre decoraciones, por lo que las paredes están algo más vacías que Blair
Palace, pero puedes hacer lo que quieras para que te resulte más agradable y
acogedora la estancia.
Kiara sonrió y puso su mano sobre la de Cameron, que estaba aferrada a
su cintura para evitar que se cayera del caballo.
—Si tú estás a mi lado, lo demás puede estar vacío.
El guerrero sonrió contra su oreja y la apretó contra sí con más fuerza.
Había sentido tanto miedo esos días que ahora no quería separarse de ella.
Como le había dicho a Kiara, siempre pensó que el amor lo haría débil, pero
ahora entendía que no, pues se sentía más fuerte que nunca. Y ahora que se
acercaban al que sería su hogar y donde criarían a sus futuros hijos, si Dios
tenía a bien concedérselos, se dijo que se sentía más pleno que nunca; que
jamás había estado tan feliz como en ese momento y que el amor que sentía
por Kiara incluso le hizo ver con otros ojos su propio castillo, y ahora lo
valoraba de otra manera, ahora lo veía más un hogar...
—Mi enhorabuena, Sinclair —le dijo Andy interrumpiendo sus
pensamientos—. He de decir que no creía que tuvieras un castillo en un
enclave tan especial.
Cameron le devolvió la sonrisa.
—Gracias. Ahora todos vosotros pertenecéis también a mi clan. Sois
bien recibidos en nuestras tierras y, si lo deseáis, podéis vestir con nuestros
colores o seguir conservando los vuestros.
Kiara lo miró con el ceño fruncido.
—A mí no me has dado la opción de conservar mi apellido.
Cameron la miró con una sonrisa pícara en los labios.
—Yo no tengo culpa de que las tradiciones sean así.
—Pues no descarto enviarle una misiva al rey para preguntarle...
Cameron lanzó un suspiro.
—Creo que lo mejor será dejar a Jacobo por ahora. Hemos tenido
bastantes problemas con él como para buscarnos otros.
Cameron acercó la boca a su oído.
—Ya te convenceré sobre nuestros apellidos cuando te muestre nuestro
dormitorio.
Las mejillas de Kiara se tiñeron de rojo y dirigió su mirada hacia el
frente, al castillo, en el que estaban a punto de penetrar.
—Primero quiero conocer todo el castillo.
Cameron negó con la cabeza y bajó ligeramente la mano que sujetaba su
cintura hasta el vientre, donde la acarició lentamente, haciendo círculos con
los dedos, logrando que la joven entrara en calor de golpe.
—No, primero voy a enseñarte el lugar más importante del castillo, que
es nuestro dormitorio. —Cameron apenas hizo caso a los guardias
apostados en la muralla cuando pasaron por debajo—. Allí voy a
demostrarte cuánto te deseo y las ansias que tengo por tener hijos contigo.
El rostro de Kiara se tornó tan rojo que deseó poder esconderse de las
miradas indiscretas que ya le enviaba la gente que había en el patio del
castillo en ese momento.
Cameron condujo el caballo junto con los demás mientras ella intentaba
recuperarse de la vergüenza que le produjo ese comentario, sin embargo, le
surgieron varias dudas que no podía esperar a resolver.
—¿De verdad quieres hijos conmigo?
Cameron rio a su espalda y bajó del caballo antes de responderle.
—Claro que sí. ¿Con quién iba a querer tenerlos?
Kiara sonrió avergonzada mientras era ayudada por él a bajar del caballo.
Y en ese momento, todo lo demás desapareció para ella. Tan solo estaban
Cameron y ella, nadie más. Había esperado tanto ese momento que no sabía
cómo reaccionar. Para ella, tener un hijo con el hombre al que amaba no
formaba parte de las convenciones de la corte, sino que era una forma de
unión aún más fuerte entre Cameron y ella, y el hecho de que él también
quisiera formar una familia le confirmó una vez más que el guerrero la
amaba por encima de todo. Y la mirada que en ese momento le dedicaba
provocó que comenzaran a temblarle las piernas.
—Te amo, Kiara. Y lo quiero todo contigo.
Los ojos de la joven se llenaron de lágrimas de felicidad. Por primera vez
en su vida se sentía plena de verdad y aunque ese lugar no lo conocía y
acababa de perder el suyo, supo que allí sería feliz y lograría olvidar todo el
dolor que había pasado en las últimas semanas.
Con una sonrisa, Cameron le aferró la mano y tiró suavemente de ella
para empezar a caminar hacia el edificio principal de la fortaleza. Los
demás guerreros se quedaron atrás y su esposo miró una última vez a
Alexander.
—Ocúpate tú de todo.
El guerrero asintió con una expresión irónica en el rostro, pero a
Cameron no le importó. Deseaba llegar a su dormitorio cuanto antes y
volver a hacer suya a Kiara. Necesitaba demostrarle que la amaba y que él
estaría con ella siempre. Esos días en los que estaban rodeados de gente y
no había podido intimar con ella habían sido realmente duros, pues parecía
tener la miel en los labios y no podía saborearla, pero ahora era muy
diferente. Por fin habían llegado a su castillo y la condujo por los pasillos
hasta llegar al piso superior.
Kiara apenas tenía tiempo de mirar los pocos telares que había colgados
en la pared, pues intentaba seguir el ritmo de Cameron. La joven lanzaba
pequeñas risas cuando el guerrero giraba en un pasillo para ir a otro y
finalmente subir las escaleras. De momento, ese castillo parecía ser un
laberinto que ya conocería más tarde, pues, al igual que su marido,
necesitaba sentir su piel desnuda contra la suya y eliminar cualquier rastro
que Mark pudiera haber impregnado en ella con sus manos.
—Es aquí —dijo Cameron abriendo la puerta de golpe y cerrándola con
un portazo cuando entraron—. Por Dios que no puedo esperar más, Kiara.
Y sin darle tiempo a responder, Cameron la aferró por la cintura y la
besó, absorbiendo con sus labios la expresión de felicidad que mostraba la
joven. Ella también lo deseaba, lo necesitaba, y no podría haber esperado a
que finalizara el día para disfrutar de un momento íntimo como aquel.
Entre risas, Cameron la llevó hacia la cama que había en el centro de la
estancia y la que apenas había podido ver la joven en sus prisas por besarlo.
El calor de la chimenea le dio de lleno en el cuerpo cuando su esposo le
quitó la ropa de una forma tan apresurada que ni ella misma se había dado
cuenta hasta que sintió ese calor contra su cuerpo.
Segundos después, se tumbó sobre la manta que había en la cama con los
colores del clan Sinclair y dibujó una sonrisa al sentirse de nuevo en casa.
Apoyada en los codos, observó cómo Cameron se desnudaba lentamente
para ella, disfrutando de cada suspiro de placer que dejaba escapar la joven
a medida que su amplio pecho se dejaba ver frente a ella. Tiró la camisa al
suelo, donde acabó su kilt segundos después para deleite de Kiara, que se
dejó caer contra las sábanas para recibirlo sobre su cuerpo.
Cameron la cubrió por completo y la besó lentamente, disfrutando de
cada sentimiento, de cada centímetro de su piel... Los gemidos de ambos
resonaban en el dormitorio al mismo tiempo que la temperatura de los
cuerpos de ambos aumentaba con cada caricia, con cada beso.
El guerrero dedicó gran parte del tiempo a demostrarle a Kiara cuánto la
amaba. Besó sus labios, sus mejillas, su cuello... Bajó lentamente hasta uno
de sus pechos, al cual le dedicó unos segundos antes de pasar al otro y
seguir bajando por su cuerpo hasta su vientre, donde Kiara se sobresaltó
cuando un intenso calor se apoderó de esa zona de su anatomía.
La joven arqueó la espalda, dispuesta a recibirlo dentro de su cuerpo,
algo que no tardó en llegar. Cameron la penetró lentamente, como si
quisiera sentir cada centímetro de su interior y cuando por fin llegó al
fondo, volvió a salir para arremeter con más fuerza. Kiara gimió de placer
al sentirse llena por completo y se aferró al cuerpo de Cameron apretando
con fuerza en sus nalgas mientras este seguía penetrándola, cada vez con
más fuerza.
El guerrero besaba la base de su cuello mientras restregaba su cuerpo
contra el de su esposa al tiempo que le demostraba la adoración que sentía
por ella. Y cada vez que Kiara gemía y se arqueaba contra él, el calor de su
propio cuerpo aumentaba, al igual que el ritmo de sus acometidas hasta que,
minutos después, derramó toda su semilla en lo más profundo de Kiara.
—Te amo, Cameron.
El guerrero sonrió y se apartó de ella para evitar aplastarla con su peso.
La atrajo hacia él y cuando la cabeza de Kiara reposó sobre su pecho, le
respondió:
—Gracias por amarme y demostrarme que otro tipo de vida es posible.
Yo también te amo. Y mientras tenga un solo aliento de vida seguiré
haciéndolo, Kiara. Pienso amarte y protegerte hasta el fin de mis días y
cuando nuestro Señor me llame para estar junto a él, seguiré haciéndolo de
la forma más pura.
Los ojos de Kiara se llenaron de lágrimas y se abrazó a él con fuerza.
Ella también había conocido el amor con él y a cada instante con cada gesto
se lo demostraba. La joven le dedicó la más amplia de las sonrisas y volvió
a dejarse caer sobre su pecho.
Cameron la rodeó con sus fuertes brazos y cerró los ojos unos instantes
mientras respiraba hondo. Se encontraba donde deseaba y con quien quería
estar. Siempre había pensado que su castillo era demasiado frío, pero de
repente sentía el calor que durante toda su vida le había faltado, y era Kiara
quien se lo proporcionaba. Una sonrisa se dibujó en sus labios mientras
acariciaba la cabellera de la joven. Estaba feliz y por fin la amplia y fuerte
coraza que había construido a su alrededor terminó por romperse y hacerse
añicos, mostrando al verdadero Cameron, ese que hacía tanto tiempo que se
había escondido y que ahora parecía resurgir de nuevo con más fuerza que
nunca para mostrarse ante el mundo como lo que realmente era: un hombre
que era capaz de sentir y amar libremente. Durante demasiado tiempo se
había mostrado como un hombre frío y sin sentimientos, pero eso se
quedaba atrás. Ahora era un hombre nuevo, libre y feliz. Por fin había
logrado encontrar a una persona que había visto cómo era realmente el
corazón del Cuervo. Y por primera vez en su vida tenía el valor suficiente
para mostrarlo ante el mundo.
Índice
PRÓLOGO
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
EPÍLOGO

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