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Myriam M.

Lejardi

NO CONFÍES EN ASHER HALL


UN REALITY QUE REGRESA CON
LA INTENCIÓN DE HACER HISTORIA.
UN MILLÓN DE DÓLARES.
DOCE PARTICIPANTES.
VEINTIDÓS PRUEBAS.

Remi Evans y Asher Hall nunca se habrían


encontrado en un concurso como Trickster si
ella no necesitara el dinero para salvar a su padre
y él para evitar la cárcel.

«—¿Puedes prometerme que no


No deberían confiar el uno en el otro, pero Myriam M. Lejardi (1987) nació
me harás daño?
no tendrán más remedio que unirse si quieren en Madrid. Actualmente vive en un
—No. ¿Puedes prometérmelo tú?
superar la prueba que los llevará a la victoria. pueblecito cercano a la capital,
—Tampoco.
Sus labios acariciaron mi cuello. cuyo nombre prefiere no mencio-
—Lo que puedo prometerte es que, Asher ganará si Remi renuncia. nar porque tiene una rima muy fea.
cuando pase, no voy a disfrutarlo. Remi ganará si Asher se enamora de ella. Entre sus aficiones destacan que-
¿Te vale con eso? Y la única manera de conseguirlo es fingiendo. jarse, prepararse tostadas con
—Sí.» aguacate a horas intempestivas y
adoptar más gatos de los que es

Myriam M. Lejardi
¿Qué pasará cuando tengan que capaz de gestionar. Es la autora de
decidir entre el amor y el premio? Del amor y otras pandemias, Pren-
de fuego a la noche, El perdedor,
Cómo (no) enamorarse, Tres (no)
son multitud, Hellfriend, Hasta
que su muerte nos separe y No
confíes en Asher Hall.

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planetadelibrosjuvenil.com
@crossbookslibros TODO ESTÁ EN JUEGO. INCLUSO EL AMOR Ilustración de la cubierta: Inés Pérez
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CROSSBOOKS 2024
[email protected]
www.planetadelibros.com
Editado por Editorial Planeta, S. A.

© del texto: Myriam M. Lejardi, 2024


Ilustración de cubierta de Inés Pérez
© Editorial Planeta S. A., 2024
Avda. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona

Primera edición: mayo de 2024


ISBN: 978-84-08-28335-5
Depósito legal: B. 7.735-2024
Impreso en España

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UNO
Asher

Miami (Florida)
30 de septiembre de 2024, 12:16

Estiré el brazo para coger el teléfono de la mesilla cuando


empezó a sonar.
—¿Señor Hall? Soy Andrew Smith, el chófer de Trickster.
—El hombre que había al otro lado de la línea siguió hablan-
do con prisa—: Pasaremos a buscarlo en quince minutos
para llevarlo al hotel que hay junto al plató. Por favor, espé-
renos frente a su edificio. ¿Necesita ayuda para bajar las ma-
letas?
—No.
Colgué sin despedirme y me giré sobre el colchón para
mirar a la mujer que permanecía tumbada a mi lado. Sin
abrir los ojos, me dijo:
—Te voy a echar de menos.
—Mentirosa.
Arabella se estiró como un gato en el momento en que
salí de la cama y empecé a recoger mi ropa del suelo. Su voz
todavía era pastosa cuando confesó:
—Me dan pena el resto de los concursantes.

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—¿Porque no tienen ninguna posibilidad contra mí?
—Porque no tienes escrúpulos. ¿Los has visto? —Asentí
mientras me abrochaba la camisa—. Hay una chica rubia,
muy dulce. Poca cosa en todos los sentidos. Parece buena
persona. Nadie debería permitir que te acercaras a las bue-
nas personas.
—¿La del padre enfermo?
—La misma.
Me reí por lo bajo.
La recordaba de los vídeos promocionales que llevaban
un par de semanas emitiéndose. Remi Evans era, con dife-
rencia, la concursante más insulsa de la historia de Trickster.
Los programas de televisión, especialmente los realities, son
como una piscina llena de tiburones que, cuando el hambre
aprieta, comienzan a devorarse entre sí.
Todavía no alcanzaba a comprender el motivo por el
cual habían seleccionado a una chica como aquella para una
edición que, o salía muy bien, o apuntaba a ser la última. Su
historia era aceptable: familiar directo enfermo de cáncer
colorrectal. Estadio III, muy difícil de curar. Por lo que en-
tendí, Remi pretendía llevarlo a Europa para un tratamiento
experimental que ofrecía cierto oncólogo. El atractivo aumen-
taba al saber que ella tenía tan solo veintidós años.
Sin embargo, no era la única historia lacrimógena que
ofrecía esa edición de Trickster. Zachary Davis, el texano, ha-
bía sido dado de lado por su familia a causa de su activismo
en favor de los derechos de los animales. Por otro lado, Gray-
son Lewis afirmaba que se había recuperado de su adicción
a la heroína sin ayuda de nadie y quería reconducir su vida
y compensar a sus padres por lo mal que se lo había hecho
pasar.
Para colmo, tanto ellos como el resto de los concursantes
tenían carisma, algo de lo que Remi carecía. Por mucho que

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sus entrevistadores se esforzaran con las preguntas, no con-
seguían rascar ni diez segundos interesantes. Alguien debe-
ría haberle dicho a esa chica que llorara, que se posicionara
en contra del sistema sanitario de Estados Unidos, que se
enfureciera por su suerte... Cualquier cosa menos limitarse a
balbucear y toquetearse las pulseras con compulsión. Resul-
taba patético.
Remi lo habría tenido más fácil si destacara por su atrac-
tivo, como Elijah Bennett. Él no tuvo reparos en reconocer
que se había postulado como concursante con la única inten-
ción de conseguir fama. Su vídeo promocional consistió en
bromas subidas de tono y primeros planos de sus pectorales
después de que decidiera quitarse la camiseta sin venir a
cuento.
No es que Remi sea fea, tal vez así habría llamado la aten-
ción de alguien, es que no conseguía que quisieras mirarla
dos veces. Maquillaje se esforzaba por resaltar unos rasgos
que, en el mejor de los casos, resultaban olvidables. Aunque
trataran de disimularle la nariz respingona, poniendo el foco
en sus enormes ojos azules, no lograban que la chica dejara
de parecer un duende. Deberían haberle sugerido que usara
otro tipo de ropa, en lugar de esos vestidos largos y anchos
que escondían cualquier asomo de curva.
Lo de Remi Evans me jodía porque, si se me hubiera ocu-
rrido una historia como la suya, habría tenido ganado el pro-
grama antes incluso de entrar en la casa.
—Tal vez se lo haya inventado y su padre ni siquiera esté
enfermo —especulé—. O no le importe en lo más mínimo
que muera. Al fin y al cabo, está dispuesta a abandonarlo a
su suerte durante tres meses.
—¿A quién en su sano juicio no le importaría que su pa-
dre muriera? —Arabella, que me conoce más de lo que pre-
tendí en un principio, dibujó media sonrisa cuando tensé la

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mandíbula—. Deja de mirarme así, querido, lo he dicho sin
pensar.
Mentía de nuevo. Esa mujer es demasiado parecida a mí:
paladea cada frase antes de apuñalarte con ella.
—Volviendo al tema —prosiguió—, dudo que se haya
inventado lo del cáncer. Es muy fácil destapar una enferme-
dad falsa, sería una jugada estúpida por su parte. Además,
he visto varias fotos de su padre en la red y no tiene buen
aspecto. De hecho, hace un par de días un médico en televi-
sión explicó que ya lo habían operado una vez. —Arabella
salió de la cama completamente desnuda. Cuando llegó a
mi altura, tiró de la cinturilla de mis pantalones y, despacio,
empezó a subirme la bragueta—. Lo importante es que al
público le gustan ese tipo de historias. La apoyarán. ¿Crees
que la tuya es lo suficientemente buena?
—Yo soy lo suficientemente bueno, podría haber dicho
cualquier cosa y habría llamado la atención. —Coloqué una
mano sobre su vientre plano antes de añadir—: De todos
modos, apelar a la familia que estoy intentando formar con
mi novia diez años mayor suena fantástico. Quizá pueda de-
sarrollar lo nuestro durante el programa, explicar que nos
conocimos cuando yo era menor de edad...
—Cuidado. —Arabella me recorrió el pecho con una uña
larga y roja, del mismo color que su pelo—. Más allá de nues-
tro desafortunado problema de fertilidad, ¿cuál va a ser tu
estrategia?
Por el tiempo que habíamos pasado juntos, debería cono-
cer la respuesta. Es una mujer lista; más de lo que pensé y,
sobre todo, más de lo que me convino.
—La habitual —respondí después de que me besara cer-
ca de la comisura de la boca—: hacer lo que sea necesario.
—Igual que los otros once concursantes.
Le dediqué el tipo de sonrisa que la convenció de acer-

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carse a mí meses atrás en aquella fiesta. A pesar de que no le
causara el mismo impacto que al principio, sabía que no era
inmune a ella.
—Pero yo soy mejor.
Tras reírse por lo bajo, me recordó:
—También eres el único que acabará en la cárcel si no
consigue el dinero. Esfuérzate.

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PAUSA PUBLICITARIA 1
Audiencia: 98.000 espectadores

Miami (Florida)
30 de septiembre de 2024, 19:30

Edna Thomas sabía que solo le quedaba una oportunidad


para conseguir que el reality saliera adelante. El índice de au-
diencia de la edición anterior había sido el peor de toda su
carrera, y estaba incluyendo esa primera etapa en la que se
encargaba de presentar los informativos de WHAS 11, en
Louisville, su ciudad natal.
Cuando, tras doce años emitiéndose, la CBS canceló Trick­
ster, la productora ejecutiva pensó que acabaría volviendo a
la televisión local. Tendría que tirar de muchos contactos, y
ni con ellos conseguiría algo más que participar como tertu-
liana en un programa sensacionalista de media tarde con el
que no podría mantener su estilo de vida. Ya estaba calcu-
lando cuánto obtendrían si pusiera a la venta su mansión en
Miami cuando recibió una llamada que lo cambió todo: HBO
quería apostar por su reality. Solo una temporada, con posi-
bilidad de renovación dependiendo del éxito que tuvieran.
Edna Thomas no cree en el contenido de Trickster, pero sí
en el dinero. Estaba convencida, y así se lo había hecho saber

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a los patrocinadores, que si la dejaban actuar con libertad
duplicarían las ganancias de los años previos. Tan solo debía
seleccionar con cuidado a los concursantes, perder los pocos
principios que le quedaran y ofrecer el mayor premio de la
historia del reality: un millón de dólares.
Si fallaba, lo más probable es que no volvieran a contratar-
la jamás. Por eso, Karen Richards, su asistente, pululaba a su
alrededor con cara de circunstancias, consultando sin cesar da-
tos en el iPad que siempre llevaba a cuestas. La devoción que
esa veinteañera le profesaba era directamente proporcional al
aborrecimiento que Edna sentía por ella. La productora no so-
portaba a la gente, en general, y muy particularmente a la que
seguía creyendo que la televisión era algo más que un circo.
Edna comprobó en el espejo del camerino que su maqui-
llaje estuviera perfecto.
Uno de los requisitos que le puso la plataforma de strea­
ming fue que, además de producir, ella misma se encargara
de presentar las galas, tal y como había hecho durante las
dos primeras ediciones.
—Deja de moverte, me estás poniendo enferma. —Karen
se detuvo, aterrada. Parecía un ciervo ante los faros de un
coche—. ¿Ya han llegado los concursantes?
—Sí, señora Thomas. Están sentados en el plató. Hemos
cambiado el orden, como dijo. —Dudó un instante antes de
añadir—: ¿Por qué ha colocado a Asher Hall el segundo?
Pensé que era su favorito.
—Lo es.
—Entonces, ¿no debería ir al principio? Para abrir la ron-
da de presentaciones por todo lo alto. O al final, así mantene-
mos la expectación.
Edna chasqueó la lengua, molesta por tener que explicar
algo tan evidente.
—¿Has visto las entrevistas que les hizo la psicóloga? ¿Y

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has leído el guion de la gala de esta noche? —Karen asin-
tió—. En ese caso, querida, ¿qué crees que puede ofrecer hoy
Asher Hall, además de su atractivo? Exacto, nada. No cum-
plirá su papel hasta que entre en la casa. Por eso, la primera
es la chica del padre enfermo. Hemos colocado al topo entre
dos concursantes más llamativos, ¿verdad?
—¿De verdad cree necesario que haya un participante
falso? ¿No le preocupa que el público se entere y perder la
credibilidad? En la edición anterior ya empezó a rumorearse
que contratábamos actores.
Edna se limpió una mancha de carmín de los dientes y
deseó tener otra asistente que le explicara a la actual por qué
era imbécil.
—Si lo hubiéramos hecho, habría salido mejor. De todos
modos, el público se enterará pronto de la existencia del
topo. Quiero que especulen sobre qué hará una vez que esté
dentro de la casa. —Practicó su sonrisa inquietantemente
blanca y se puso en pie—. La clave para que este año tenga-
mos éxito es que los telespectadores sean conscientes de que
vamos a saltarnos las normas.

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DOS
Remi

Miami (Florida)
30 de septiembre de 2024, 20:12

La sensación de estar en el plató no fue como había imagi-


nado.
Cuando vemos algo en televisión, solemos ignorar la fal-
sedad que lo envuelve. Nadie piensa en que aquella declara-
ción tan romántica de su película favorita parte del guion
que alguien escribió en su casa, probablemente en pijama.
Abrazamos la mentira, deseosos de que nos haga sentir lo
que la realidad no consigue.
Pese a que nunca me han gustado los realities, había visto
las dos ediciones anteriores de Trickster para saber a qué ate-
nerme. La casa cambiaba su ubicación y decoración cada
año, sin embargo, el plató en el que se rodaban las galas era
el mismo. Pero la magia hizo lo suyo y, lo que pensé que se-
ría un espacio pequeño y acogedor, resultó ser una nave fría
de techos altísimos repleta de cámaras y focos que hacían
daño a los ojos.
Lo peor fue el público. Poco antes de que nos invitaran a
sentarnos donde nos correspondía, me enteré por otro de los

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concursantes de que pagaban a la mayoría de la gente que
acudía a estos programas. «Al menos durante las primeras
semanas, la cosa cambiará cuando empecemos a interesar-
les... Si es que lo conseguimos». Después de guiñarme un ojo,
el hombre se colocó donde le indicaron y me dejó con un
nudo de nervios a la altura del estómago.
¿Cómo iba a conseguir interesarles a los telespectadores
si tenían que ofrecerle dinero a la gente a cambio de vernos
en directo? Me sentía invisible en comparación a mis once
compañeros. Por ejemplo, quien me dijo lo anterior, Elijah
Bennett, no tenía un gran motivo para ganar, pero sí un ca-
risma arrollador.
Hacía doce minutos que había empezado la gala y la pre-
sentadora y productora, Edna Thomas, trataba de generar
expectación dejando caer que ese año se introducirían varios
cambios. La cámara con el piloto de color rojo la apuntaba a
ella y mis compañeros (rivales, en realidad) se disputaban la
atención de las otras.
Si no era para hacer un barrido, ninguna se detenía en mí.
«Sé tú misma», me recomendó mi padre.
«Miénteles hasta que te quieran», contradijo Jack.
Odiaba darle la razón a mi exnovio, especialmente des-
pués de encontrarlo en la cama con otra mujer. Por desgra-
cia, acabé comprobando que la tenía.
—Remi Evans, háblanos de ti.
Aferré los reposabrazos del sofá para que dejaran de
temblarme los dedos y miré hacia Edna Thomas forzando
una sonrisa que casi dolía. Su butaca, más grande y cómoda,
estaba a mi derecha, ligeramente apartada y volteada hacia
las nuestras. Los concursantes estábamos más juntos; tanto
que, si movía un poco el brazo, podía rozar el de mi compa-
ñero.
—Esto... Hola. Soy Remi —balbuceé. Escuché un par de

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toses entre el público y deseé ser capaz de volverme invisi-
ble—. Disculpadme, estoy un poco nerviosa.
Noté el descontento de la presentadora e imaginé a los
telespectadores aprovechando para levantarse del sofá y
prepararse un tentempié, a la espera de que le llegara el tur-
no a alguien más interesante.
Fue Asher Hall el que me salvó. Sin apenas esfuerzo, con-
siguió que lo viera tal y como él deseaba: alguien dulce, cua-
tro años mayor que yo, que se preocupaba por los demás.
Como a ese príncipe azul que hace poco aprendí a no necesi-
tar.
Lo primero que pensé cuando abrió la boca fue que esa
voz tan rota no encajaba con un exterior tan bonito.
—Todos... —Se detuvo de golpe y se volvió hacia su iz-
quierda para hablar con Gia Russo, a quien habían colocado
entre Elijah Bennett y Heather Carter—. Disculpa, en las en-
trevistas dijiste que eres una persona no binaria, ¿cómo debo
dirigirme a ti?
Gia abrió los ojos con sorpresa.
—Prefiero que no se utilicen marcas de género. ¿Te refie-
res a eso?
—Justo, gracias. —Asher me miró de nuevo—. Iba a de-
cir que es normal que todas las personas que hemos sido se-
leccionadas estemos nerviosas. La presión es tremenda: ya
no solo por las cámaras y el juicio externo, sino también por
lo que dejamos atrás. Y tu caso es el más delicado porque tu
padre está enfermo. ¿Quieres hablar de eso?
Si hubiera tenido ojos para alguien además de para él,
puede que hubiera visto la sonrisa maliciosa de Edna Tho-
mas.
—Alejarme tres meses de mi padre... O lo que dure mi
participación en Trickster —corregí de inmediato, avergon-
zada—. Es un riesgo, desde luego, pero lo es todavía más

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quedarme de brazos cruzados. Tenemos facturas médicas
pendientes que no podemos asumir, y el desplazamiento,
hospitalización y tratamiento en Alemania son muy caros.
Aunque preferiría no dejarlo solo, es más importante que
consiga el dinero para darle una oportunidad. Además, por
ahora está en casa y se vale por sí mismo.
—Y si la situación cambia, te avisaremos —intervino
Edna Thomas con una sonrisa cegadora.
Asher colocó la mano encima de la mía y la apretó con
suavidad. La miré, atónita. En ese momento, sus dedos lar-
gos y finos me parecieron elegantes. Semanas más tarde, em-
pecé a compararlos con las patas de una araña.
—Prometo que, si soy yo el que gana, como mínimo me
ocuparé de saldar las deudas médicas que tengáis hasta la
fecha.
Y así fue como, con su primera mentira, Asher Hall ba-
rrió al resto del tablero.

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