KANT Sobre Pedagogía
KANT Sobre Pedagogía
KANT Sobre Pedagogía
M. Kant
Introducción
El hombre es la única criatura que ha de ser educada. Entendiendo por educación
los cuidados (sustento, manutención), la disciplina y la instrucción, juntamente con la
educación1. Según esto, el hombre es niño pequeño, educando y estudiante.
Tan pronto como los animales sienten sus fuerzas, las emplean regularmente, de
modo que no les sean perjudiciales. Es admirable, por ejemplo, ver las golondrinas
pequeñas, que, apenas salidas del huevo y ciegas aún, saben, sin embargo, hacer que sus
excrementos caigan fuera del nido. Los animales, pues, no necesitan cuidado alguno; a
lo sumo, envoltura, calor y guía, o una cierta protección. Sin duda, la mayor parte
necesitan que se les alimente, pero ningún otro cuidado. Se entiende por cuidado
(Wartung), las precauciones de los padres para que los niños no hagan un uso
perjudicial de sus fuerzas. Si un animal, por ejemplo, gritara al nacer, como hacen los
niños, sería infaliblemente presa de los lobos y otros animales salvajes, atraídos por sus
gritos.
El género humano debe sacar poco o poco de sí mismo, por su propio esfuerzo,
todas las disposiciones naturales de la humanidad. Una generación educa a la otra. El
estado primitivo puede imaginarse en la incultura o en un grado de perfecta civilización.
Aun admitiendo este último como anterior y primitivo, el hombre ha tenido que
volverse salvaje y caer en la barbarie.
La disciplina impide que el hombre, llevado por sus impulsos animales, se aparte
de su destino, de la humanidad. Tiene que su jetarle, por ejemplo, para que no se
encamine, salvaje y aturdido, a los peligros. Así, pues, la disciplina es meramente
negativa, esto es, la acción por la que se borra al hombre la animalidad; la instrucción,
por el contrario, es la parte positiva de la educación.
Únicamente por la educación el hombre puede llegar a ser hombre. No es, sino lo
que la educación le hace ser. Se ha de observar que el hombre no es educado más que
por hombres, que igualmente están educados. De aquí, que la falta de disciplina y de
instrucción de algunos, les hace también, a su vez, ser malos educadores de sus
alumnos. Si un ser de una especie superior recibiera algún día nuestra educación,
veríamos entonces lo que el hombre pudiera llegar a ser. Pero como la educación, en
parte, enseña algo al hombre y, en parte, lo educa también, no se puede saber hasta
dónde llegan sus disposiciones naturales. Si al menos se hiciera un experimento con el
apoyo de los poderosos y con las fuerzas reunidas de muchos, nos aclararía esto lo que
puede el hombre dar de sí. Pero es una observación tan importante para un espíritu
especulativo, como triste para un amigo del hombre, ver cómo los poderosos, la mayor
parte de las veces, no se cuidan más que de sí y no contribuyen a los importantes
experimentos de la educación, para que la naturaleza avance un poco hacia la
perfección.
No hay nadie que haya sido descuidado en su juventud, que no comprenda, cuando
viejo, en qué fue abandonado, bien sea en disciplina, bien en cultura (que así puede
llamarse la instrucción). El que no es ilustrado es necio, quien no es disciplinado es
salvaje. La falta de disciplina es un mal mayor que la falta de cultura; ésta puede
adquirirse más tarde, mientras que la barbarie no puede corregirse nunca. Es probable
que la educación vaya mejorándose constantemente, y que cada generación dé un paso
hacia la perfección de la humanidad; pues tras la educación está el gran secreto de la
perfección de la naturaleza humana. Desde ahora puede ocurrir esto; porque se empieza
a juzgar con acierto y a ver con claridad lo que propiamente conviene a una buena
educación. Encanta imaginarse que la naturaleza humana se desenvolverá cada vez
mejor por la educación, y que ello se puede producir en una forma adecuada a la
humanidad. Descúbrese aquí la perspectiva de una dicha futura para la especie humana.
El hombre puede considerar como los dos descubrimientos más difíciles: el arte
del gobierno y el de la educación y, sin embargo, se discute aún sobre estas ideas.
Los padres, en general, no educan a sus hijos más que en vista del mundo presente,
aunque esté muy corrompido. Deberían, por el contrario, educarles para que más tarde
pudiera producirse un estado mejor. Pero aquí se encuentran dos obstáculos:
Los padres, cuidan de la casa; los príncipes, del Estado. Ni unos ni otros se ponen
como fin un mejor mundo (Weltbeste), ni la perfección a que está destinada la
humanidad y para lo cual tiene disposiciones. Las bases de un plan de educación han de
hacerse cosmopolitamente. ¿Es que el bien universal es una idea que puede ser nociva a
nuestro bien particular? De ningún modo; pues aunque parece que ha de hacerse algún
sacrificio por ella, se favorece, sin embargo, el bien de su estado actual. Y entonces,
¡qué nobles consecuencias le acompañan! Una buena educación es precisamente el
origen de todo el bien en el mundo. Es necesario que los gérmenes que yacen en el
hombre sean cada vez más desarrollados; pues no se encuentran en sus disposiciones los
fundamentos para el mal. La única causa del mal es el no someter la Naturaleza a reglas.
En los hombres solamente hay gérmenes para el bien.
¿De dónde debe venir, pues, el mejor estado del mundo? ¿De los príncipes o de los
súbditos? ¿Deben éstos mejorarse por sí mismos y salir al encuentro, en medio del
camino, de un buen gobierno? Si los príncipes deben introducir la mejora, hay que
mejorar primero su educación; porque durante mucho tiempo se ha cometido la gran
falta de no contrariarles en su juventud. El árbol plantado solo en un campo, crece
torcido y extiende sus ramas a lo lejos; por el contrario, el árbol que se alza en medio de
un bosque, crece derecho por la resistencia que le oponen los árboles próximos, y busca
sobre sí la luz y el sol. Lo mismo ocurre con los príncipes. Sin embargo, es mejor que
los eduque uno de sus súbditos, que uno de sus iguales. Sólo podemos esperar que el
bien venga de arriba, cuando su educación sea la mejor. Por esto, lo principal aquí son
los esfuerzos de los particulares, y no la cooperación de los príncipes, como pensaban
Basedow y otros; pues la experiencia enseña que no tienen tanto a la vista un mejor
mundo como el bien del Estado, para poder alcanzar así sus fines. Cuando dan dinero
con este propósito hay que atenerse a su parecer, porque trazan el plan. Lo mismo
sucede en todo lo que se refiere a la cultura del espíritu humano y al aumento de los
conocimientos del hombre. El poder y el dinero no los crean, a lo más, los facilitan;
aunque podrían producirlos, si la economía del Estado no calculara los impuestos
únicamente para su caja. Tampoco lo han hecho hasta ahora las Academias, y nunca ha
habido menos señales que hoy de que lo hagan.
Según esto, la organización de las escuelas no debía depender más que del juicio
de los conocedores más ilustrados. Toda cultura empieza por los particulares, y de aquí
se extiende a los demás. La aproximación lenta de la naturaleza humana a su fin, sólo es
posible mediante los esfuerzos de las personas de sentimientos bastante grandes para
interesarse por un mundo mejor, y capaces de concebir la idea de un estado futuro más
perfecto. No obstante, aún hay más de un príncipe que sólo, considera a su pueblo, poco
más o menos, como una parte del reino natural, que no piensa sino en reproducirse. Le
desea, a lo más, cierta habilidad, pero solamente para poder servirse de él, como mejor
instrumento, de sus propósitos. Los particulares, sin duda, han de tener presente, en
primer lugar, el fin de la naturaleza; pero necesitan mirar, sobre todo, el
desenvolvimiento de la humanidad, y procurar que ésta no sólo llegue a ser hábil, sino
también moral y, lo que es más difícil, tratar de que la posteridad vaya más allá de lo
que ellos mismos han ido.
Algunas habilidades son buenas en todos los casos; por ejemplo, el leer y escribir;
otras no lo son más que para algunos fines, por ejemplo, la música. La habilidad es, en
cierto modo, infinita por la multitud de los fines.
d) Hay que atender a la moralización. El hombre no sólo debe ser hábil para todos
los fines, sino que ha de tener también un criterio con arreglo al cual sólo escoja los
buenos. Estos buenos fines son los que necesariamente aprueba cada uno y que al
mismo tiempo pueden ser fines para todos.
Sin embargo, no basta con el adiestramiento; lo que importa, sobre todo, es que el
niño aprenda a pensar. Que obre por principios, de los cuales se origina toda acción. Se
ve, pues, lo mucho que se necesita hacer en una verdadera educación. Habitualmente, se
cultiva poco aún la moralización en la educación privada; se educa al niño en lo que se
cree sustancial, y se abandona aquella al predicador. Pues qué, ¡no es de una inmensa
importancia enseñar a los niños a aborrecer el vicio, no sólo fundándolo en que lo ha
prohibido Dios, sino en que es: aborrecible por sí mismo! De otro modo, les es fácil
pensar que podrían muy bien frecuentarlo, y que les sería permitido, si Dios no lo
hubiera prohibido; que, en todo caso, bien puede Dios hacer alguna excepción en su
provecho. Dios, que es el ser más santo y que sólo ama lo que es bueno, quiere que
practiquemos la virtud por su valor intrínseco y no porque él lo desee.
De la educación privada cuidan, o bien los mismos padres, o bien otras personas,
que son auxiliares asalariados, cuando aquellos no tienen tiempo, habilidad o gusto;
pero en la educación dada por éstos, se presenta la dificilísima circunstancia de hallarse
dividida la autoridad entre los padres y los ayos. El niño debe regirse por las
instrucciones de los ayos y seguir al mismo tiempo los caprichos de los padres. En una
educación de esta clase es necesario que los padres cedan toda su autoridad a los
preceptores.
La sumisión del alumno puede ser, o bien positiva: cuando ha de hacer lo que se le
ha prescrito, por no poder juzgar por sí mismo y por tener aún la facultad de imitar, o
negativa: cuando necesita hacer lo que deseen los demás, si quiere, a su vez, que éstos
hagan algo por complacerle. En el primer caso se aplica el castigo; en el segundo, no se
hace lo que él quiere; aquí está pendiente de su placer, aunque ya pueda pensar.
Uno de los más grandes problemas de La educación es conciliar, bajo una legítima
coacción, la sumisión con la facultad de servirse de su voluntad. Porque la coacción es
necesaria. ¿Cómo cultivar la libertad por la coacción? Yo debo acostumbrarle a sufrir
una coacción en su libertad, y al mismo tiempo debo guiarle para que haga un buen uso
de ella. Sin esto, todo es un mero mecanismo, y una vez acabada su educación, no sabría
servirse de su libertad,. Ha de sentir desde el principio la inevitable resistencia de la
sociedad para que aprenda lo difícil de bastarse a sí mismo, de estar privado de algo y
de adquirir para ser independiente.
Aquí es preciso observar lo siguiente: a) que se deje libre al niño desde su primera
infancia en todos los momentos (exceptuados los casos en que pueda hacerse daño,
como, por ejemplo: si quiere coger un cuchillo afilado), con tal que obre de modo que
no sea un obstáculo a la libertad de otro, por ejemplo: cuando grite o su alegría sea tan
ruidosa que moleste a los demás; b) se le ha de mostrar que no alcanzará sus fines, sino
dejando, alcanzar los suyos a los demás, por ejemplo: que no se le concederá gusto
alguno si no hace lo que se le manda, que debe aprender, etc.; c) es preciso hacerle ver
que la coacción que se le impone le conduce al uso de su propia libertad; que se le educa
para que algún día pueda ser libre, esto es, para no depender de los otros. Esto es lo
último. Los niños tardan mucho, por ejemplo, en hacerse cargo de que más tarde están
obligados a preocuparse de su sostenimiento. Creen que sucederá siempre lo mismo que
en casa de sus padres, donde reciben la comida y la bebida sin tener que cuidarse de
ello. Si no se les trata así, continúan siendo niños toda su vida, como los habitantes de
Otahití, particularmente los de padres ricos y los hijos de príncipes. La educación
pública tiene aquí sus más evidentes ventajas, pues en ella se aprende a medir sus
fuerzas y las limitaciones que impone el derecho de otro; no se disfruta de ningún
privilegio porque se halla resistencia por todas partes, y no se sobresale más que por el
propio mérito, es la educación que mejor imagen da del futuro ciudadano.
Pero todavía hay que resolver una dificultad que se presenta aquí: consiste en
anticipar el conocimiento sexual para impedir el vicio antes de entrar en la pubertad.
Más adelante se hablará de ello.