No Me Olvides Nunca - Julie Soto
No Me Olvides Nunca - Julie Soto
No me olvides nunca
Traducción de Marta Carrascosa
Cano
Hace dos años que no piso Blooming. Dos años, dos meses,
una semana y cuatro días, para ser más exactos. Intenté
calcular las horas y los minutos mientras me rizaba el pelo,
pero fue demasiado.
Y me quemé la muñeca.
Me he cortado el pelo desde la última vez que me vio, y es
una estupidez preguntarse si se dará cuenta cuando estoy
deseando que no se fije en mí, que tal vez pueda
esconderme detrás de una orquídea muy alta durante toda
la reunión y dejar que Jackie tome la iniciativa. Pero sigo
dándole vueltas.
No voy a llevar dónuts, porque con él, nunca ha sido la
cosa más «adorable».
Aparco al final de la calle en vez de en el aparcamiento
para tres coches que hay junto a la tienda. Mi Apple Watch
quería que llamara al 911 hace seis minutos por mi ritmo
cardíaco, así que estoy meditando de forma activa,
imaginándome arroyos que se deslizan despacio por las
rocas. Espero a que lleguen Jackie y Hazel, con la intensa
concentración de un sabueso de caza, que se sacude con
rapidez cada vez que un coche con dos mujeres dentro
reduce la velocidad. Me parpadea la luz de revisión del
motor, pero, como de costumbre, la ignoro. Esta es la
primera vez que vamos a estar en la misma habitación,
respirando el mismo aire, en más de dos años. Me he
esforzado por evitar Blooming todos los días de esos dos
años, y puedo dar por hecho que él tampoco me ha visto.
Empecé a trabajar con otros floristas, como es lógico,
aunque eso supuso un duro golpe para mi estilo y mi
creatividad. Incluso hubo algunas bodas en las que tuve que
prescindir de él después de..., bueno, después. La mayoría
de los días soy capaz de no pensar en él. Con el tiempo me
fue resultando más fácil, pero ahora me doy cuenta de lo
difícil que va a ser.
Un pequeño y bonito Prius pone el intermitente para
entrar en el aparcamiento, y tan pronto como confirmo que
es Jackie la que está al volante, cojo mi bolso y me bajo del
coche. Están cerrando sus puertas cuando me acerco a
ellas. Creo que nos abrazamos. Estoy a punto de
desmayarme, así que los detalles... se vuelven borrosos.
Charlamos hasta llegar a la puerta principal. Alargo la mano
para agarrar el picaporte.
–¡Hola!
El ladrido me congela como a una estatua. Las tres
miramos a la derecha, y ahí está él, con un trapo entre las
manos, camiseta negra con tres botones en la parte del
cuello, vaqueros negros. Sale del edificio del que acabamos
de salir, por la puerta lateral que da a la trastienda. Vuelve a
tener el pelo largo. Lleva la mitad recogido, retirado de la
cara. Una vez le dije que aquello era como un moño y me
mandó callar el resto del día. Siento que me tiemblan las
rodillas. Mis latidos vuelven a entrar en modo «¿Hay un
intruso en tu casa?».
Espero a que me señale y diga: «Ella no puede entrar» o
«Se cancela la reunión».
Pero ni siquiera me mira. Se limita a hacer un gesto con la
cabeza para que entremos por donde señala y desaparece.
Jackie pone los ojos en blanco y le dice a Hazel:
–Siempre es así. Su marca es la mala educación.
Me habría hecho gracia si no hubiera sentido un repentino
dolor en el pecho. Jackie conoce a Elliot. Más que
simplemente «el hijo de la jefa». Olvidemos todo lo
relacionado con la orientación sexual, hay una persona en
su vida que lo conoce lo suficiente como para hacer esa
broma, y yo no sabía que existía hasta esta semana.
Jackie y Hazel se dan la mano y caminan hacia la puerta
lateral, y yo las sigo como un perro al que llevan a bañarse,
acobardada y temblorosa. Sujeto la puerta una vez que han
entrado, y cuando oigo decir a Hazel «¡Vaya!» levanto la
vista y me detengo en el umbral.
La trastienda ha cambiado. Donde había cajas y cosas
rotas que arreglar, ahora hay dos mesas de trabajo, de casi
dos metros y medio de largo con encimeras de mármol.
Donde había pintura verde oliva desconchada y clavos
oxidados, ahora hay paredes blancas con arcos nupciales
colgando del techo alto, coronas montadas, una pared de
tres metros cubierta de rosas (tal vez artificiales) que
forman la palabra «Blooming». Donde había una bombilla
desnuda en el techo, ahora hay neones y luces LED que
emiten una luz violeta claro desde arriba. Me brillan los ojos
por todo lo que tengo que asimilar, y recuerdo...
JACKIE:
¡Ni idea todavía! ¿¿En qué estás
pensando??
Bueno, estoy pensando que habéis cometido un error
enorme al contratarme y que a este paso puede que
tengamos que ir a una pastelería de San Francisco, y no
tengo contactos allí. Lady Cat-ryn salta sobre mi hombro y
me araña la piel mientras el sol se pone, un recordatorio
perfecto de que no puedo quedarme aquí sentada todo el
día. Saco el sushi, lo pongo en un plato y se lo dejo en el
suelo mientras cojo mi chaqueta y salgo a dar un paseo.
Me meto las manos en los bolsillos, miro las copas de los
árboles y pienso. Quizá pueda llamar a Whitney para pedirle
ayuda. Quizá pueda preguntarle si hablaría con esas
pastelerías por mí, o tal vez que me diese algunos nombres
de sitios de San Francisco con los que haya trabajado. Pero
eso me parece de ser débil. Y...
Y poco profesional.
Debería ser capaz de hacer esto por mí misma, pero la
verdad es que parece que he abarcado demasiado.
Mis pies me llevan a dar la vuelta a la manzana y a pasar
por delante de la librería que hay junto al parque. Luego me
dirijo a la Rosaleda. Está empezando a anochecer, pero me
quedo en la acera mirando el lugar donde suele ir el arco
durante las bodas. La gente desquiciada que puede correr
un par de kilómetros después de un largo día de trabajo ya
está fuera, recorriendo el sendero de tierra que rodea el
parque. Casi me atropella uno cuando entro en el jardín y
me tumbo en la hierba, imaginándome a Hazel y Jackie
casándose aquí dentro de poco menos de siete meses.
El jardín de rosas no es tan grande. Es bonito si te gustan
las rosas. ¿Y a quién no le gustan? Excepto a los floristas
enfadados que llevan flores en peligro de extinción tatuadas
por todo el cuerpo, pero estoy divagando. La Rosaleda...
Bueno, en realidad no casa con Jackie y Hazel. Jackie y
Hazel casan más con bodegas. Graneros rústicos. Viejas
fábricas con flores que brotan de cubos de leche.
Odio no tener todavía un lugar para la recepción, porque
siento que es como si quisiera que el lugar de la recepción
compense lo que le falta a la Rosaleda. Pero tal vez no sé lo
que Jackie quiere de esto. ¿Por qué la Rosaleda?
Solía hacerle estas preguntas a Whitney, y ella me decía
que intentara no dejarme llevar. Pero Whitney no entiende
que para diseñar la boda de alguien, tienes que saber por
qué. Tienes que saber cómo se conocieron. Tienes que
saber la historia de la proposición, y lo unida que está la
madre de la novia a ella, y por qué se hizo vegana, y por
qué no come dónuts.
Tienes que saber estas cosas o, si no, podrías estar
diseñando la boda de cualquiera. Y a Whitney no le gustaba
cuando cruzaba esa línea. Pero Whitney no era la que
sacaba ideas como si fueran oro a partir de paja.
Oigo a Elliot en mi cabeza. Algo que me dijo hace dos
años y medio, que enterré y le dije que lo dejara estar.
Tal vez Whitney sí me haya hecho una lista negra de sus
proveedores para el 7 de octubre. No sé por qué lo haría,
pero tal vez lo haya hecho. Y quizá eso signifique que ya no
tengo que ser su tipo de profesional. Saco el móvil y llamo a
Jackie. –¡Hola, Ama!
En serio, su entusiasmo es tan adorable. De verdad cree
que puedo sacarme una boda de la manga. Y tal vez pueda,
joder. –Estoy en la Rosaleda. ¿Estás libre?
Elliot:
La semana que viene Hazel estará en la ciudad para preparar la boda.
¿Podemos vernos en la tienda para empezar a concretar las flores y los
colores?
En resumen:
· Ceremonia
· Recepción
· Cena de ensayo
· Brunch
· Posible diseño en el transporte
· Posible Airbnb/hotel
Saludos,
Ama Torres
JACKIE:
¡Nosotras también llegamos tarde! ¡No te
preocupes! Llegaremos en 10 minutos.
Tengo una pareja que quiere que les haga un candelabro suspendido para su
boda en junio. Otra vez con poca antelación, y lo siento. Voy a llevarlos hoy
para intentar con vencerte.
Me responde.
Hacía dos años, nueve meses, una semana y tres días que
no estábamos en esta habitación a solas, y todos los
recuerdos se agolparon junto a ella cuando cruzó el umbral.
La miro fijamente, de rodillas, con un pie en una bota y los
ojos llenos de esperanza.
Todavía puedo sentir la presión de su boca contra la mía la
noche anterior. La forma en que se agarró a mí. Anoche no
pude dormir aferrándome a su fantasma.
«Cásate conmigo».
Me aclaro la garganta para no ahogarme al responder y
doy un paso atrás. Veo que se le descompone el rostro.
–Eso no... Eso no es necesario –respondo.
Siento los labios vacíos y estúpidos. Ella se queda ahí, de
rodillas. Esperándome. Me duele el pecho al ver cómo
pierde la confianza en sí misma, pero no puedo hacerlo. No
puedo permitir que cambie todo lo que quiere después de
un solo beso. Eso es lo que hicimos la última vez. Y mira
adónde nos llevó. Ama adora los grandes gestos. Es la
wedding planner que hay en ella. Pienso en el correo
electrónico sobre el árbol de la Franklinia, en cómo ella solo
quería darme algo y, a cambio, yo le pedí demasiado. Hay
un pedazo de mi pecho que lucha por encajar de nuevo en
su sitio al oír que todavía me quiere y tiene esperanzas.
Pero Ama no quiere casarse.
Sigue en el suelo, así que me arrodillo y le sujeto los
codos para ayudarla a levantarse. Pero me detiene y me
mantiene en el suelo junto a ella.
–¿No es necesario? –repite–. ¿Qué significa eso?
Tiene los ojos húmedos. Puedo percibir el olor de su pelo
desde tan cerca.
–No es... –Niego con la cabeza, observando un lugar más
allá de su oreja–. No hace falta que hagas todo esto.
Siento que me presiona los hombros con los dedos. Tiene
los ojos muy abiertos, casi con miedo.
–Te oí hablar con Jackie. Intentaste silenciarlo, pero no lo
hiciste.
Maldito auricular. Me doy prisa en recordar todo lo que
dije. Cosas sobre no desenamorarme nunca, sobre la
necesidad de sentirme útil para ella, y contar los días...
Levantarme por la mañana y contar hacia atrás cada
momento. Tres años, cuatro meses, dos semanas y dos días
desde nuestro primer beso. Tres años, dos meses y dos días
desde la primera vez que me quedé a pasar la noche. Dos
años, nueve meses, una semana y un día desde que cometí
un gran error.
La miro a los ojos, rezando para que no sepa lo que quise
decir. De repente, aparta la mirada de mí.
–Claro –dice–. Era... era otra persona. Lo siento. Me... me
confundí, pero podemos olvidar esto.
Todavía estoy intentando acercarme a ella mentalmente
cuando empieza a impulsarse para ponerse en pie. La ayudo
a levantarse, dispuesto a asegurarme de que lo entiende.
–Ama...
–¿Podemos volver a trabajar juntos? –dice con rapidez–.
Yo... ya entiendo que no vamos a estar juntos, pero la
boda... Lo que hacemos es increíble, Elliot, y no creo que
pueda volver a perderlo...
Suelto una exhalación. Me paso una mano por el pelo e
intento no reírme de ella.
–Nunca acabas de trabajar. Tú... –Sonrío y niego con la
cabeza–. Acabas de declararte y enseguida has pasado a los
negocios. La miro intentando averiguar si eso es bueno o
malo y no puedo evitar tener la sensación de que cada vez
estamos más cerca de eso, del momento. Vuelve a
necesitarme. Vuelve a desearme. Y yo nunca he dejado de
quererla.
Quiero decírselo, pero la última vez que lo hice fue por mí,
no por ella.
Aparta la mirada y veo cómo sus dedos recorren
distraídos las hendiduras de mis iniciales grabadas en la
mesa de trabajo. Les da unos golpecitos.
–Esta mesa ya no pega con nada –dice en voz baja–.
Deberías cambiarla.
–No pude deshacerme de ella.
Surgen los recuerdos: ella tumbada sobre la mesa, los
pétalos de rosa pegados a su piel mientras me tiraba del
pelo para acercarme a ella. Hace tres años, dos meses y
cinco días.
Su mirada se cruza con la mía y sé que está recordando lo
mismo. No aparto la mirada, intento demostrarle que la
conservo por los recuerdos que tengo con ella. Que nunca
podría deshacerme de un pedazo de ella.
–¿De quién hablabas con Jackie? –pregunta en un susurro.
Me mira a la cara.
Doy un paso adelante y extiendo los dedos para rozar su
mandíbula. Ella se inclina hacia mí.
–De alguien a quien conocí hace cinco años, cuatro
meses, tres semanas y cinco días.
Un sollozo brota de su pecho. Levanta la mano para
taparse la boca, pero la agarro de la muñeca y tiro de ella,
acercando su cara a la mía.
Esta vez, cuando nos besamos, no parece un adiós, ni un
error, ni algo sobre lo que reflexionar por la mañana. Es
simplemente... un comienzo.
33
Ama
Ahora
Yo entrando en 2024
Dios mío, ¡es un libro! ¡No puedo creer que hayas pagado,
echado un vistazo o pirateado mi novela! ¡Qué guay!
Puede que primero tenga que darle las gracias a Ali
Hazelwood. Y que esté en el contrato que firmé con ella. Así
que gracias, Alison, por convencerme de que sacara a la luz
una historia (completamente diferente) mientras
echábamos un vistazo a una juguetería, como adultas que
somos. Sin tu ánimo, guía y apoyo, esta gente nunca habría
podido piratear mi libro.
Gaia Banks, mi agente, mi madre tierra, se merece todo el
cariño por encenderse como un árbol de Navidad cuando le
conté mi idea para este libro. Tengo que darle las gracias a
su hijo por venir al mundo en el momento exacto para que
este libro exista tal como existe. Gracias, Gaia, por creer en
mí, por quedarte despierta pasada la hora de cierre de las
oficinas durante esa semana debido a la diferencia horaria.
Gracias a todos los que forman parte de Sheil Land
Associates, incluidas Maddie y Alba.
Muchísimas gracias a todos los que trabajan en Forever y
HarperCollins UK por creer en No me olvides nunca, sobre
todo a mis INCREÍBLES editoras Junessa Viloria y Martha
Ashby, que creyeron en este libro sin reservas. Gracias por
rescatarme de mis chistes malos y recordarme que no todos
viven en mi cabeza, como siempre había supuesto. Gracias
a los equipos de marketing y publicidad, en especial a Dana
Cuadrado y a Queen Estelle por cada pizca de creatividad y
pasión que pusisteis en esto. Y gracias a Beth, Sabrina,
Leah, Stacey y Daniela, y a todos aquellos a quienes he
olvidado de Forever y HarperCollins UK, que probablemente
sean muchos porque, literalmente, solo he hablado con tres
de vosotros a la hora de escribir esto. Gracias a Lori
Paximadis. ¡Gracias a mis editoras alemana, polaca y
brasileña, Maria Runge, Alicja Oczko y Frini Georgakopoulos,
por arriesgaros!
Gracias a todas las novias para las que he sido dama de
honor, que son muchas. Aunque todavía no he llegado al
nivel de 27 vestidos, mi futuro está claro.
En gran parte de este libro, seguro que parece que no sé
de lo que hablo, pero estas personas hicieron todo lo posible
por ayudarme en todo tipo de temas: Cat Dionisio, Michelle
Adamsky, Angelica Whaley, Ashley Mortensen y Adriana
Daft née Zerio se merecen el mundo entero. (Pero cualquier
cosa en la que me haya equivocado es sin duda culpa de
todas ellas, muchas gracias).
La única manera de sobrevivir a una publicación o a una
pandemia o a la publicación durante una pandemia es con
los espacios de apoyo. Gracias a mis amigas de Gremlins,
MW, Krampus, Words Are Hard y, sobre todo, a Claire, Jen,
Ali y Kate Goldbeck de The Edge Chat, que querían lo mejor
para mí y para este libro cuando yo misma no podía
desearlo. Gracias, Lucy, por cubrirme siempre las espaldas y
prepararme para el éxito. Gracias, Anna Conathan, por ser
la mejor entrenadora y por presentarme a mi diosa
creadora. Y a Mar, Cat y Amanda, gracias por ser mis
animadoras, las sidechat bitcas, las consejeras de crisis
existenciales, las primeras lectoras beta y, en general, mis
mejores amigas, con fandom o sin él.
Un agradecimiento muy especial a Fran, no solo por la
perla en la que convirtió en este libro, sino también por tu
creatividad desinteresada que lleva a tanta gente a crear
buenas historias. (Síguela en @galacticidiots en la
aplicación con la X). ¡Gracias a Abby Jimenez por el blurb
adelantado! Gracias a NikitaJobson por tus cubiertas.
Gracias por cada obra de arte que has tenido la amabilidad
de crear para mis fics. Es un honor tenerte como la creadora
de mis cubiertas y me alegro de que recibas el
reconocimiento que mereces.
A todos los que me conocen como Juls o LovesBitca8,
gracias. El fanfiction no es un trampolín hacia la publicación
tradicional. Es un hogar que siempre formará parte de mí.
Gracias a los miembros de Rights and Wrongs y a los amigos
de RoR. Gracias a todos los que me han dejado un
comentario, me han felicitado o me han dicho que mi
trabajo importa.
Gracias, Sacramento, por ser el lugar del que siempre
quieres irte, pero al que parece imposible dejar ir en tu
corazón. Cerca del setenta y cinco por ciento de los lugares
que aparecen en este libro son reales. Recomiendo visitar
esta terrible y maravillosa ciudad (pero no en verano) e ir a
la Rosaleda del parque McKinley.
Gracias a Jennifer Borasi, a Richard Weldon y a Joshua
McKinney por enseñarme a escribir y a disfrutar de las
palabras. Gracias a mi familia, sobre todo a la abuela Glo,
cuya mente sucia y humor perverso heredé, y a la abuela
Marion, de la que guardo un recuerdo: regalarle una flor. Y,
por último, y lo más importante, gracias a mis padres por
creer en mí cuando quise ser actriz, cuando quise ser
escritora de musicales y ahora, que me he convertido en
autora. A la tercera va la vencida, ¿no? Gracias a mi madre
por el título de este libro, y gracias a mi padre por leer mi
versión «editada».
Este libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y sucesos son
fruto de la imaginación de la autora y están al servicio de la ficción. Cualquier
parecido con personas reales, en vida o fallecidas, lugares o sucesos es pura
coincidencia.
DISBN: 978-84-10080-19-5
DCódigo IBIC: FA
DDL: B 4.878-2024