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DOS DÉCADAS DEL CUENTO EN CHIAPAS

José Natarén

En esta sección hemos seleccionado un conjunto de cuentos representativos del periodo que
nos ocupa. No sobra advertir que existen algunos antecedentes que no van más allá. Los
cuentos, tomados de distintas publicaciones, como se anotará más abajo, no pasan de
motivaciones ideológicas y su significación literaria apenas desbroza el camino de la
narración cuentística.
En el sentido epistemológico, es preciso indicar que la construcción del discurso
histórico y poético va más adelante que el cuentístico.
En cuanto al discurso literario que se interesa por el cuento, en el caso de Armando
Duvalier el lector al abordar dichos textos dará cuenta de la diferencia y significación de lo
que aportó en este campo, el maestro Armando Duvalier.

Diferentes giros estilísticos, si bien un tanto sugeridos, son esbozados en estos


relatos: se advierte en su mayoría que fueron construidos de forma intuitiva, como producto
del ingenio, más que un ejercicio propio del dominio técnico, salvo en dos casos que nos
detendremos más adelante: Carlos Navarrete y Fernando Falconi.

En cuanto a los temas, es evidente la enfática y reiterada actualización de las


tradiciones y leyendas chiapanecas, así como la preponderancia de la presentación de
eventos y cuadros que transitan entre lo anecdótico (L.G. Corzo, M.A. Granados); el
desarraigo, la explotación y pobreza de los indígenas (F. Falconi, F. Guillén); la “casi
obsoleta” nostalgia por las costumbres y modo de vida de los hacendados españoles por
parte de la clase mestiza (L. Suárez, T. Martínez, R. Penagos), lo que, además,
complementa adecuadamente las historias ligeras de amores juveniles. Los asuntos míticos,
son trabajados con la originalidad apropiada a través de la pluma de Navarrete.

A diferencia de lo señalado, Santiago Serrano nos ofrece Chiapas a través de mi


lente, una narración más cercana a la crónica de un encuentro con los lugareños
beneficiados por la modernización iniciada durante el gobierno del general Grajales, donde
se aprecia la vigencia de arcaísmos y barbarismos, así como la riqueza descripción de los
elementos gastronómicos de la región. No olvidemos que “Chanti” Serrano fue un
periodista destacado, y como tal, cercano a la esfera del poder, tan cercano para ser
prácticamente, un vocero oficial; sin embargo, en ciertos momentos de su escritura distó de
ser un mero panegirista, en correspondencia con su condición de poeta y con sus iniciales
inclinaciones vanguardistas. Suchiapa, municipio donde acontecen los diálogos entre el
escritor y un par de trabajadores del lugar, se hace presente en la narrativa de Serrano, -a
través de la lente oficial-, como un bello y potencial centro de desarrollo agrícola, donde
además, es conveniente construir una presa de derivación para el río que recorre parte del
municipio. Es importante aclarar que ahí, también hubo vestigios arqueológicos que según
el relato, apenas estaban siendo colectados para su conservación en el Museo regional,
dirigido en ese entonces por Armando Duvalier. La alusión al director del museo, “el señor
Reyes”, en tanto que se trataba de Armando (Duvalier) Cruz Reyes fue pensada desde el
escritorio de un alto funcionario que estaba disgustado con el poeta.

Carlos Navarrete, de origen guatemalteco, está plenamente asociado a la


investigación de temas fundamentales para la cultura del estado, pero, en este caso, es
apropiado reconocer la contribución al género presentado en este subcapítulo del libro: las
leyendas, personajes arquetípicos y hechos míticos que el investigador reúne, son,
claramente, escritos con la fluidez narrativa de un genuino escritor. Esto es patente en Los
cuentos del Soconusco, colección de relatos casi fugaces que sólo habitaban la realidad oral
hasta ese momento, cuando son publicados por vez primera en la revista número 9 del
ICACH, correspondiente al segundo semestre de 1962.

En ellos se recrean ideas ancestrales, en torno a la creación del mundo, la noche, las
estrellas fijas y el propio hombre, además de personajes siniestros de la tradición indígena,
los monstruos o “espantos” como fueron conocidos en la región a partir del periodo
colonial. Como es de esperarse, en esta colección realizada por Navarrete encontramos
elementos comunes a otros relatos míticos; específicamente hemos de notar el paralelismo
con el Popol Vuh, según comentó el propio autor en la presentación del libro Oraciones
para rezar a la cruz y al diablo donde, a más de medio siglo de distancia, nos ofrece una
reimpresión de estos valiosos cuentos tradicionales escritos con las particularidades
formales de su voz. No sobra anotar que este narrador fue reconocido con el Premio
Nacional de Literatura de Guatemala Miguel Ángel Asturias en 1984.

Por otra parte, Las alas del ángel es un testimonio doloroso de los inhumanos
trayectos de la pobreza. Para el protagonista del cuento, un hombre campesino, despojado a
perpetuidad, dicha realidad social es el escenario propicio para que nuestra condición de
hombres, mortales y amantes, polvo enamorado y nada más, padezca la más piadosa y
aparentemente absurda comunión con la belleza. El desenlace de la narración es
contundente: la muerte de un niño y su desgarradora transfiguración, gracias a los fulgores
que otorgan la muerte y la rabia y la ternura a un improvisado disfraz impuesto al pequeño
cadáver, exento, claro, de la rabia sublimada de un padre que lo sostiene en brazos, tan
pleno de ternura como hundido en la miseria, minusválida situación económico-social que
lo arrojó a la más honda fosa de la impotencia. Sin embargo, éste insólito desenlace no
oculta la virtuosa economía de la palabra a lo largo de la narración, la ausencia de los
clichés de orientación indigenista o regionalista; no hay un abuso del lenguaje coloquial y,
necesariamente, es admirable la omisión de arcaísmos que anularían la profundidad del
hecho contado. La palabra se desborda únicamente en la riqueza de las sucesivas imágenes
de esta bien lograda publicación de Fernando Falconi Castellanos, aparecida en el número 5
de la revista Ateneo, en 1954.
En una línea temática paralela, Flavio Guillén escribe La perolada, donde cifra, con
aire anecdótico, la muerte accidental de un trabajador indígena que, además, con los
perjuicios materiales supuestamente provocados con su muerte, prolonga el “contrato”
laboral de su familia con el dueño de de la hacienda donde ocurre la historia, evidenciando
la cínica explotación de una clase sobre otra. El principal atributo del cuento radica en este
fondo de vigoroso sentido acusatorio.
Por su parte Luis Suárez C., autor rebasado por el paso de los años, en De amores y
Toros (1951), imagina el diálogo entre dos personajes, uno de ellos, memorioso y simpático
torero. El mayor coqueteo del relato con la literatura es la elemental analogía entre los
vaivenes usuales en las relaciones de pareja y las corridas de toros. Esto da lugar a la
descripción de ciertos episodios de los amoríos del personaje, con un exaltado y constante
acento celebratorio de la identidad nacionalista, para el caso, española. No pasa de ser una
expresión anecdótica; sin embargo, también es un registro del impulso de la revista Chiapas
a todo tipo de quehacer cultural, a los escritores, periodistas y público en general, con plena
valoración de su entusiasmo por la cultura. Lo mismo podemos afirmar de Cuando baja la
creciente escrito por Miguel Ángel Palacios que, apenas, intenta esbozar tímidos reflejos de
una capacidad escritural subyugada al lugar común. Ambos relatos aparecieron publicados
en la revista en 1951 y 1951, respectivamente.
De regreso a la vida, de Luis García Corzo reflejo el eco de las vetustas
concepciones del amor en la España decimonónica, penosa decantación de las ideas
capitales del auténtico romanticismo.
El ingenioso título La uña del brujo, del profesor icachense Jacob Pimentel, prácticamente
revela su contenido: la narración de cierta fechoría ejecutada por el macabro “Ño Chú”,
quien disuelve un polvo escondido entre las uñas de sus negras manos mágicas para
enfermar hasta matar a quien le encarguen. Siendo ésta una leyenda popular chiapaneca,
correspondía escribirla con los atavismos que deformar al lenguaje, que lo estiran sin
tensarlo, entre el español usual y ciertos vocablos -arraigados hasta el envejecimiento desde
el periodo colonial- y que corresponden, no a la identidad del chiapaneco, mas sí, al
desconocimiento de las verdaderas raíces chiapanecas: zoque o chiapa y española, en el
caso del centro; ésta por momentos graciosa pero fallida hibridación de voces antiguas y
modernas de las lenguas señaladas es un fenómeno que se reproduce el hablar de un amplio
sector de la sociedad, así como en cantidad de crónicas y relatos hasta nuestros días.

Sin embargo, por lo antes indicado, al ser los relatos de Pimentel de carácter
exclusivamente popular, refleja los modos del habla común, coloquial de esta región y
como tal, su narrativa sería imposible de cifrar en otro código, si se traduce pertenecería a
otra tradición, a otro pueblo.
No teniendo estos comentarios otra intención que conformar una introducción breve
pero necesaria, en el sentido de propiciar el ejercicio crítico de nuestros lectores, además
advertimos que la presentación de los cuentos referidos precede la de otros que, estando
exentos de preámbulo, esperamos también sean recorridos por la fina mirada del lector
eficiente.

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