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martes, 20 de abril de 2010

Juan Antonio Domínguez nos habla del libro 'Cuentos históricos del pueblo africano', de Johari Gautier Carmona

Algunos cuentos nos hacen descubrir nuevas sensaciones, otros nos abren los ojos sobre nuevos horizontes. Los Cuentos históricos del pueblo africano (Editorial Almuzara, Córdoba, 2010) de Johari Gautier Carmona responden a estas dos funcionalidades con el valor añadido de ser una obra completa e inspiradora, que nos obliga a preguntarnos sobre nuestra relación con el entorno y a ver más allá de lo que nos han dicho siempre en la escuela. La obra se constituye de 18 relatos sacados de la extensa historia del pueblo africano. Todos se asemejan a postales llamativas, radiografías impactantes y coloridas, que, más que divulgar una parte de la historia del continente negro, nos invitan a vivirla, a sentirla, a ser parte de ella, como nunca antes lo habíamos hecho. Y es verdad. La historia la conocemos a través de nuestros ojos europeos, nada más. Nos imaginamos que César, Augusto, Alejandro Magno, Carlos V o Napoleón lo son todo en la Historia del mundo, que fueron los que realizaron las mayores empresas de la Humanidad, pero no es así. También hubo un tiempo en el que las civilizaciones egipcias, etíopes, malienses y zulúes irradiaron a la Humanidad con sus avances, su sensibilidad y sus anécdotas. De eso nos habla Johari Gautier con una prosa elegante, fina y precisa, que nos traslada a cientos de años sin el mínimo problema. Qué experiencia tan interesante ponerse en la piel de Hatshepsut, la mujer faraón que 1500 años antes de Cristo logró marcar la historia de Egipto, y sentir el poderío de una mujer excepcional en los tiempos de los Grandes Dioses. Qué delicia seguir los pasos del intrépido Sundiata Keita (fundador del Imperio de Malí), entender el orgullo de Menelik II, la diplomacia de Chaka Zulú y Kanka Moussa. También produce un extremo placer descubrir la sensibilidad de Abubakari II, ese emperador pacifista cuyo empeño se resumía a cruzar el mar dos siglos antes de Cristóbal Colón. Por su magnanimidad y su excelencia, todos estos personajes vienen a agregarse a las tan famosas figuras de las últimas décadas como Nelson Mandela y Patrice Lumumba, y a consolidar esa imagen dinámica y sabia de un continente que desconocemos. Más allá de África, el autor no se olvida del pueblo africano de las Américas, víctima de una trata negrera devastadora, y consagra unos relatos preciosos a la memoria de Domingo Biohó (rebelde afrocolombiano), el audaz Toussaint Louverture o el maravilloso Martín Luther King. Con estos cuentos, Gautier Carmona nos recuerda que el pueblo africano ha seguido un camino largo y tortuoso para la igualdad y el reconocimiento de su dignidad. A través de esta lectura placentera, que rezuma sensibilidad y nuevas emociones, que abre corazones y agudiza la vista, el lector puede acercarse a un continente cercano y maravilloso que, sin lugar a dudas, volverá a brillar y ser una referencia. Para los amantes de África, este libro será la confirmación de que su amor está basado en un sentimiento sólido y fructífero. Para los que descubran al continente negro, la pasión será tan deleitable como la calidad literaria de la obra. Juan Antonio Domínguez Johari Gautier Carmona (1979) es un escritor y periodista franco-español nacido en París (Francia). Actualmente reside en Barcelona, ciudad central dentro de su creación literaria, tras una estancia de varios años en Inglaterra. Ha publicado en 2009 su primera novela El Rey del mambo (Ediciones Irreverentes, Madrid, 2009) y en 2010 el libro Cuentos históricos del pueblo africano. Colabora asiduamente en distintos medios de comunicación y ha sido galardonado con varios premios literarios.

lunes, 19 de octubre de 2009

Se edita en España un libro homenaje al novelista, dramaturgo, poeta, músico de jazz, ingeniero y traductor francés Boris Vian

En esta edición, para celebrar el 50 aniversario del adiós de Boris Vian, varias generaciones de poetas, músicos, escritores y traductores han hecho que estos poemas de Vian cobren vida propia en nuestra lengua. Porque Vian inventa palabras para reírse de la muerte, con ironía y un especial sentido del humor, pero ese lenguaje que le es propio también es absolutamente universal, accesible, como lo demuestran en este libro todos y cada uno de sus adaptadores y traductores.

Traducciones: Javier Krahe, Andy Chango, Oswaldo Muñoz, Begoña Díez Zearsolo, Luis Alberto de Cuenca, Antonio Lucas, Luis Antonio de Villena, Juan Gracia Armendáriz, Ana Martín Puigpelat, Fernando Savater, Déborah Vukušić, Rafael Gumucio, Francisco Javier Irazoki, Manuel de La Fuente, Catherine François, Sofía Rhei, Jenaro Talens, Amelia Gamoneda, Carlos Pardo, Elena Muñoz Pimpinela, Andrés Navarro, Eduardo Moga, Jorge Alemán, Andrés Rubio, Damián Tabarovsky, Santiago Auserón.

Ilustraciones: François Avril, Serge Bloch, Philippe Brochard, Serge Clerc, Dominique Corbasson, Gérard Dubois, Dupuy-Berberian, Jochen Gerner, Jean-Claude Götting, Jacek Jarnuszkiewicz, Lionel Koechlin, Loustal, Martin Matje, Jean-François Martin, Christophe Merlin, Emmanuel Pierre, Alain Pilon, Frédéric Rébéna, Alain Reno, Rémi Saillard.

Más información pinchando aquí.

miércoles, 22 de abril de 2009

Conchi Moya y Bahia Mahmud Awah nos dan su visión de la novela de J. M. G. Le Clézio, Premio Nobel de Literatura 2008, 'Desierto'

Conchi Moya y Bahia Mahmud Awah, editores del blog Poemario por un Sahara libre, nos dan su visión de la novela de Jean Marie Gustave Le Clézio 'Desierto'. El escritor francés Le Clézio, casado con una mujer saharaui, fue elegido el pasado año Premio Nobel de Literatura. El libro de Le Clézio, Lal-la Hawa y Chej Ma El Ainin Bahia Mahmud Awah, Generación de la amistad saharaui Acabo de terminar el libro Desierto (Tusquets Editores, Barcelona, 2008) del Premio Nobel de literatura 2008 Jean Marie Gustave Le Clézio. Un excelente escritor que ha sido calificado por la Academia sueca como "un escritor de la ruptura, de la aventura poética y del éxtasis sensual". Y no ha escatimado calificativos la Academia para destacar su trabajo literario en el marco histórico de la novela, esa que trasciende más allá de la interpretación política esquematizada y tendenciosa en la forma de tratar ciertas efemérides en la historia de muchos pueblos, como ocurre con el tema literario que protagoniza su libro Desierto. Le Clézio para esta prestigiosa institución sueca es un indiscutible y brillante "explorador de la humanidad, dentro y fuera de la civilización dominante". Muchos son los motivos para leer Desierto de Le Clézio, partiendo de su condición de Nobel y en cierto caso, por qué no, del lazo social que le une con los hombres libres del desierto, ya que está casado con una mujer saharaui originaria de Saguia El Hamra. El libro Desierto, publicado en 1980, en su primera edición, fue premio 'Grand Prix Paul Morand' que le otorgó la Academia Francesa. Sin embargo creo que la intención para cualquier lector debería articularse sobre el contenido del libro y la “dejada entre renglones” historia que cuenta sobre el éxodo y ocaso del sabio saharaui perseguido en su tierra y obligado a morir en la más trágica condición, anciano, derrotado y decadente en un mísero rincón en territorio marroquí llamado Tiznit. Lugar sumamente inhóspito, fotografiado escrupulosamente por el autor de Desierto en los siguientes términos “…viejos muros de piedra seca, ruinas de casas de adobe en medio de las acacias, algunas de las cuales han ardido, donde el viento en polvoriento pasa en libertad, lejos de los pozos, lejos de la sombra de las palmeras, allí es donde el viejo Chej está a punto de morir”. El derrumbe final de muchas figuras de la historia en las peores condiciones del destierro es una paradoja que se repite. Cristóbal Colon murió en Valladolid el 20 de mayo de 1506, pobre, enfermo y vencido. Sin embargo creo que el caso más parecido a la muerte de Chej Ma El Ainin, es el del gran poeta Antonio Machado, desterrado, pobre, dolorido, enfermo y derrotado, muere en el pueblecito francés de Colliure el 22 de febrero de 1939. Y la historia desde los orígenes de la humanidad castigó en tales circunstancias más de un caso de motivaciones tanto inquisitorias como políticas “(…) el gran Chej Ma El Ainin va a morir muy pronto. No ven ya más sus ojos, y sus labios ya no pueden hablar. Dirán que el gran chej se halla al borde de la muerte en la casa más pobre de Tiznit, como un mendigo, lejos de sus hijos, lejos de su pueblo”, crudísima descripción literaria sobre el triste final del sabio saharaui, en el libro Desierto. Tanto Chej Ma El Ainin como Machado, ambos hicieron camino de un similar éxodo hacia un norte impróvido y no deseado. En 1909 Ma El Ainin parte de su alcazaba roja de Smara, cerca de la vaguada de Saguia, y se adentra más allá del Río Dra marroquí en las históricas zonas que delimitaban el entonces protectorado francés de Marruecos con el Sahara Español. Cuenta el historiador español Ángel Doménech La Fuente en su libro Ma El Ainin, el señor de Smara que el chej iba declarando la guerra a los primeros intrusos franceses bajo un sentir de guerra santa y llamada a la insurrección, para aglutinar más seguidores y adeptos entre sus correligionarios al saber que los soldados galos se preparaban para cruzar Saguia hacia sus primeras posesiones consolidadas en Mauritania. Pero el sultán marroquí Mulay Abdelhafid, autoproclamado con el apoyo francés suprema autoridad, desautorizaba al que consideraba un ajeno intruso en su lucha más al norte del Río Dra. Y las amenazas del sultán en poco tiempo se cumplieron, moviendo tramados hilos en contra del sabio saharaui, que suponía para él un peligro mediático por el número de partidarios que reunía en torno a su fe yihadista. Perseguido por las columnas francesas del general Moinier y traicionado por el sultán marroquí, que le negó ayuda en la lucha que predicaba contra los intrusos colonialistas franceses en Saguia El Hamra y El Houd mauritano, el chej marchó hacia el norte escoltado por miles de jinetes a camello, todos discípulos o talamid. Se batieron con los franceses en un sangriento encuentro en una zona cerca de Tadla, al pie del Atlas marroquí. El sabio derrotado se refugió en Tiznit, un malquisto lugar en el que agonizó enfermo con ochenta y dos años, pocos días después de su derrota, y donde falleció en brazos de su mujer Maimuna mint Ahmed uld Alién, el 26 de octubre de 1910 sin la compañía de ninguno de sus hijos. Trascurre la novela amparada en la mítica historia de Ma El Ainin, que es novelada en el libro Desierto sin que el autor en ningún momento deje en entredicho la indisoluble identidad saharaui desde el siglo XVII, rompiendo todos los estereotipos con los que se puede confundir al lector con la historia, cuando se trataba del éxodo de un sabio saharaui que se rebela junto a sus discípulos y adeptos desvinculándose del vasallaje a los entonces gobernantes y sultanes franco-marroquíes. Le Clézio, en su trato al éxodo de Chej Ma El Ainin, hace un especial hincapié en que el sabio y sus seguidores huyeron a donde no sabían, acorralados por la bien equipada potencia y su maquinaria bélica estrenada y destinada a engullir cualquier oposición que se interpusiera en su dominio africano. Le Clézio describe en estos términos el impuesto éxodo hacia el norte de Chej Ma El Ainin, que dejó atrás la ciudad que había construido en 1898 y apenas estrenado: “Marchaban sin ruido por la arena, lentamente, sin mirar a dónde iban”. Es evidente que el norte no era la opción acertada para el sabio ni para sus correligionarios y discípulos, cuando sabía de las ilustradas predicciones del erudito Chej Mohamed El Mami al decir: “El Norte tierra de enemistad”. A medida que el lector se va adentrando en el cuerpo del libro irá encontrando dos historias interrelacionadas en el destino, el dolor, las ansias y el infinito amor por la cultura y tierra de origen. La fuerza descriptiva del texto se completa con el inabarcable pasaje del rico y extenso relato literario de la vida de Lal-la Hawa, una mujer originaria de Saguia El Hamra, convertida en puente literario de la evasión, éxodo y trágico fin de Chej Ma El Ainin. Lal-la Hawa, personaje principal, no deja a lo largo de la novela de tener el sueño de todos los habitantes de su inigualable desierto sahariano: “Lal-la ama las dunas, el silencio y, sobre todo, la libertad”. Este personaje conduce dos historias paralelas inevitablemente ligadas en tiempo y forma para que al final Lal-la forje un camino de retorno hacia el sur y sienta su maternidad al lomo de una duna, patria lejos del polvoriento suelo de Tiznit y las colapsadas arterias de Marsella, su ciudad de exilio fortuito por un tiempo. De la misma manera el lector puede subrayar la inconfundible génesis social de los saharauis habida desde tiempos remotos. En ningún momento el autor se alinea a la tradicional literatura gala respecto al tema saharaui ni se refiere a este pueblo como parte o súbdito de Marruecos, sino como los hombres libres de Saguia que no se dejaron dominar por nadie en su espacio. Al final de la novela, en preciosas líneas, el autor define con precisión la libre voluntad de los saharauis y su lealtad en la defensa de su espacio geofísico donde nacieron y al que defendieron ferozmente: “No había límite para la libertad, era tan vasta como la inmensidad de la tierra, hermosa y cruel como la luz, amable como los ojos del agua. Cada día con el primer brillo del alba, los hombres libres regresaban a sus moradas hacia el sur, donde nadie, salvo ellos, sabía vivir”. Le Clézio describe el retorno inequívoco a Saguia de los supervivientes que acompañaban a Chej Ma El Ainin tras su derrota y dolorida muerte en el lugar menos deseado, Tiznit. Entre los saharauis hasta no hace mucho el poder tener y leer un libro era una señaladísima novedad, al ser una sociedad de cultura eminentemente oral. Los afines a la lectura habían de hacerlo buscando las amenas tertulias de doctos ancianos conocidos por su prestigio de hombres de la oratoria, el saber y referencia capital de quienes emanaba toda la sabiduría cultural del nómada saharaui. En el siglo X, tras las cruzadas del Islam, los primeros libros que conocieron los saharauis fueron obra de las tribus que sirvieron de embrionarias para lo que hoy es el pueblo saharaui, los Benimalik y Beni Hasan procedentes de Yemen. El Coran como libro misionero para difundir la religión y de manera tardía entre los pobladores era el que mas cobró importancia y aceptación entre los primeros adeptos a la religión en el Sahara. Y con cierta timidez comenzaron a circular escritos de literatura, sobre todo la poesía preislámica con ciertas dificultades de coexistir con el libro sagrado debido al antagonismo que suscitaba en los maestros que interpretaban El Coran, los llamados tulba o almurabit. Pero más adelante, en el siglo XVIII, sorprendentemente aparecieron los primeros pliegues, libros de autores saharauis como Chej Mohamed El Mami y Chej Ma El Ainin. Todo escrito que pretendía transmitir el saber era para los habitantes del Sahara de inestimable valor. Algunos por un libro daban un par de camellos mientras que otros llegaban a ofrecer de cinco a ocho cabezas de cordero por libro. Se llegó incluso más allá en el interés por aquella nueva cultura escrita. Hubo familias que buscaban otra manera de adquirirlos y así dejaban a sus hijos de aprendices con un almurabit, y al mismo tiempo prestaban servicio a cambio de poseer el libro después de un año o dos de haber sido discípulos. Mi madre contaba que su primer libro le costó a su padre muy caro, lo intercambió con una muy apreciada tela de la que se hacen el turbante y la túnica femenina llamada nisbeisa nila. Una tela suave con tinta azul oscuro que embellece el cutis, muy valorada por los hombres y las mujeres del desierto, pero decía que valió la pena. La osadía de su padre fue un reto para que la hija pudiera leer El Coran y comenzase su andadura en la literatura. Era la intención de los padres nómadas que los hijos diesen sus primeros pasos en el conocimiento religioso y dejasen cabida a lo tradicional para facilitar la interpretación de cualquier otro género del saber. El primer libro de lectura que leí con cierta perplejidad fue Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne. Más adelante en otra etapa de mi vida y no por casualidad caía en mis manos la obra de Cervantes Don Quijote de La Mancha. Hubo una época en la que leía todo tipo de novelas, por citar algunos ejemplos The happy hooker (La prostituta feliz), de Xaviera Hollander, una prostituta holandesa que acabó como escritora, autora y productora teatral. Incluso libros polémicos como Los versos satánicos, de Salman Rushdie, o Nuestro amigo el rey, de Gilles Perrault, otros del género negro como El Padrino, de Mario Puzo, o La orquesta roja, también de Gilles Perrault. Y de la literatura oriental El don apacible, de Mijail Sholojov, o Guerra y paz, de Leon Tolstoi, estos últimos los leí en los años ochenta para huir de la soledad y evitar el mal sabor de la guerra. Otros de gran calado que me marcaron en diferentes circunstancias son Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, o la reciente novela Mira si yo te querré, de Luis Leante, premio Alfaguara 2007. Y la lista es inabarcable. Sin duda Le Clézio es un explorador de la humanidad, dentro y fuera de la civilización, al fusionar dos historias mutuamente ligadas y darle vida entre dos civilizaciones y épocas diferentes. Desierto, como novela histórica, deja buen sabor devolviendo los protagonistas a sus raíces, como la vuelta de Lal-la a sus umbrales huyendo de un inabarcable espejismo diferente al suyo, rechazado rotundamente desde que conoció las ahogadas callejuelas de un antiguo barrio marsellés. Lal-la retorna para volver a restablecer consigo su vida y la de otro ser que palpita en sus entrañas, ambos dichosamente vueltos a sus orígenes y naturaleza, como el regreso de los discípulos de Chej Ma El Ainin tras su muerte. Desierto o el último viaje de Chej Ma El Ainin Conchi Moya, editora del blog Haz lo que debas "Ahora Ma El Ainin conoce la misma soledad, ésa a la que no es posible escapar, y nadie puede aplacar el vacío de su mirada". Admito que no había oído hablar del escritor francés J. M. G. Le Clézio cuando llegó la noticia de que había ganado el Premio Nobel de Literatura. A pesar de intentar conseguir, o al menos tener referencia, de todos los libros que hablen sobre el Sahara Occidental, incluidas claro están las novelas, no tenía conocimiento de su existencia ni de que hubiera escrito sobre el Sahara. En las primeras informaciones que llegaban sobre él se destacaba que el autor estaba casado con una saharaui, y que habían viajado por el territorio para documentarse para un libro, Desierto, basado en la penosa marcha de Chej Ma El Ainin, el sabio fundador de la ciudad de Smara en el Sahara Occidental, junto con miles de saharauis, incluidos niños y ancianos, tras abandonar el sueño que había creado con tanto amor. Ese deambular errante por las fronteras actuales del norte del Sahara y sur de Marruecos, derrotado, viejo y presionado por los franceses y el sultán de Marruecos, fue la premonición del exilio que tuvo lugar más de sesenta años después, cuando gran parte del pueblo saharaui abandonó su tierra para refugiarse de la invasión marroquí en la hamada argelina. La de Chej Ma El Ainin es una de esas figuras llenas de misterio y carisma, que trascienden siglos y fronteras. Hombre del libro, se dice que escribió más de trescientas obras sobre los más variados temas y estilos, para algunos mago, para todos los saharauis sanador y hombre santo. En él se inspiraron para su insurrección los hombres del fusil, ya que incitó incansablemente a la lucha por echar a los cristianos del territorio, en especial a los franceses, establecidos ya en Mauritania y Senegal, y no tanto a los españoles, que por aquellos años permanecían “encerrados” en la costa saharaui y apenas hacían incursiones al interior. Es Smara la gran obra de Chej Ma El Ainin, la increíble ciudad a la que siempre estará ligado su nombre. Pero Desierto apenas habla de Smara, la ciudad de los hombres azules, construida en la vaguada del río Seluan, solitaria y rodeada de pequeñas elevaciones, arena y juncos, con escasas palmeras que alegran un poco la vista del exhausto viajero, y adornada por la vieja mezquita de piedras negras, una joya de belleza inverosímil en medio de la absoluta nada. En la novela de Le Clézio encontramos al Chej saliendo de su ciudad y comenzando el penoso éxodo hacia el norte con sus seguidores. Mediante la minuciosa descripción de Le Clézio sentimos en nuestra piel la sed, el cansancio y el insoportable calor que deben soportar en el camino los que acompañan al Chej en su exilio. El dolor terrible de los pies llagados, el hambre de jornadas sin apenas probar bocado, y la lucha contra una naturaleza extrema, completamente hostil a los que se internan en ella. Cada línea trasmite el sufrimiento de los niños, ancianos y mujeres, el desánimo de los guerreros azules, la pesadumbre del Chej que no consigue encontrar cobijo para él y los suyos en ninguna de las ciudades que visita, en un penoso andar errante hacia el desapacible norte, del que nunca formaron parte los bravos hijos de la nube. En paralelo, el autor nos acerca a la época actual con la historia de Lal-la, descendiente de aquellos míticos hombres azules que acompañaron a Chej Ma El Ainin. En la historia de Lal-la también cobra una enorme importancia la naturaleza, una naturaleza desértica, pero menos dura que la que conocieron los hombres y mujeres que acompañaron al Chej en su marcha, suavizada por la cercanía del Mediterráneo. Lal-la es un espíritu libre, criado entre el desierto y el mar, conoce a todos los animales y plantas que moran en esa calurosa y seca naturaleza, que a pesar de resultar árida y dar la impresión de estar poco habitada, una mirada minuciosa descubre la cantidad de pequeñas plantas y animales que la pueblan. Ella es una extraña en la Cité de chabolas que habita, por su origen, diferente al de sus vecinos. Sin embargo, como hija de la nube, donde no se siente extraña es entre la naturaleza, el mar, las dunas, la breve vegetación o los pocos animales de aquella región. Un embarazo lleva a Lal-la a abandonar la Cité, la joven realiza a su vez un viaje al denominado “primer mundo”. Su marcha le lleva hasta Marsella, una supuesta “tierra prometida”, que sin embargo resulta terriblemente dura para los inmigrantes como Lal-la, una tierra efectivamente llena de peligros reales y soledad. A pesar de que Lal-la acaba encontrando el éxito, finalmente, en una nueva huida, regresa a su pueblo, dejando atrás todo lo conseguido en Marsella. Resulta cierto que para ambos espíritus libres la marcha hacia el norte nunca termina bien. Desierto es ante todo un canto a la libertad, a traspasar las estériles fronteras impuestas por los hombres, aunque esa libertad siempre duele y cuesta, muchas veces, un alto precio. Y también un canto apasionado al regreso a las propias raíces. Jean Marie Gustave Le Clézio es un escritor francés de origen anglo-bretón, ganador del Premio Nobel de Literatura en 2008. También ha recibido otros galardones, como el Premio Renaudot, en 1963, el Premio Paul Morand, en 1980, y fue elegido en 1994 por los lectores de la revista francesa Lire como el mejor escritor francés vivo. El 9 de octubre de 2008 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura. La Academia Sueca lo calificó como “el escritor de la ruptura, de la aventura poética y de la sensualidad extasiada, investigador de una humanidad fuera y debajo de la civilización reinante”. Ha sido definido por la crítica como “un apóstol del mestizaje, un hombre tranquilo y carismático que se hace querer, un escritor que devuelve su dignidad a los humillados de todas las latitudes”. Según sus palabras “escribir es escuchar el ruido del mundo y viajando se escucha mucho mejor”. Y una frase del autor que me gusta especialmente es ésta: “Hay que seguir leyendo novelas porque son un gran sistema para entender el mundo, un modelo que no es esquemático y que por eso permite hacerse preguntas”, una reivindicación de un género tan maltratado hoy en día pero que muchos seguimos amando.

martes, 25 de noviembre de 2008

‘Mirar la muerte con ojos de niño’, un artículo de Francisco Cenamor sobre el libro ‘Óscar y Mamie Rose’, de Eric-Emmanuel Schmitt


Hay realidades muy duras para los seres humanos. Algunas se producen en situaciones históricas concretas. Otras, nos acompañan solamente por el hecho de haber nacido. Dos de ellas, irremediablemente unidas en ocasiones, son la enfermedad y la muerte. Que nos parecen más duras cuando son niños o jóvenes quienes las padecen.
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Óscar y Mamie Rose (Ediciones Obelisco, Barcelona, 2006, trad. de Alex Arrese), del escritor francés Eric-Emmanuel Schmitt, es la historia de un niño aquejado de leucemia que vive en un hospital. Poco a poco va tomando conciencia de su propia realidad, de la presencia constante de la muerte.

El niño, Óscar, encontrará un gran consuelo a su angustia en una mujer mayor que se dedica a visitar niños enfermos en los hospitales, Mamie Rose, un personaje misterioso y casi fantástico que propone a Óscar que cada día, antes de acostarse, escriba a Dios contándole su vida diaria para así calmar su angustia. También puede pedirle un deseo antes de dormir. Son pues estas cartas las que iremos leyendo y en las que Óscar comienza a hablarnos de cómo se sitúa frente a la muerte.
   Por su parte, Dios, encarnado en la figura de Cristo en la cruz, guarda silencio. La narración, lejos de entrar en debates teológicos, nos muestra los recovecos que utilizamos los humanos para tratar de buscar el consuelo, tan necesario a veces para no volverse loco de angustia. Y Mamie Rose, precisamente, le muestra a Óscar, ateo por familia y por decisión propia, un Dios en quien se puede confiar, cercano, cariñoso, muy alejado de las visiones de Dios que desde los sectores más conservadores y ruidosos se nos trata de imponer, demasiadas veces por la fuerza.
   Eric-Emmanuel Schmitt nos introduce en un asunto muy difícil, la presencia de la propia muerte, a través de los ojos de un niño. Situados ante ella, descubriremos la fragilidad del ser humano y, por tanto, la sinrazón de muchos de sus anhelos y delirios. Óscar descubrirá, junto a los entrañables personajes que pueblan el hospital, que lo que de verdad tiene sentido en su vida es la amistad, el amor, el juego, la aventura, la presencia emocionante de la naturaleza.
   No es fácil para un creador ponerse en la piel de un niño. Siempre corre el riesgo de ridiculizarlo, hacerlo estúpido en vez de infantil. Creo que en la forma de narrar de Schmitt podemos descubrir un niño de verdad, aunque con esa madurez que vemos en los niños que pasan por situaciones difíciles. Madurez que, en ocasiones, nos estremece.
   Eric-Emmanuel Schmitt nació en Francia en 1960. Escritor principalmente de teatro, ha conseguido ser el autor francés más representado en la actualidad, dentro y fuera de su país. Óscar y Mamie Rose forma parte de la Trilogía de lo invisible, de gran éxito en todo el mundo, que incluye Milarepa y la muy conocida, y llevada al teatro y al cine, El Señor Ibrahim y las flores del Corán.

viernes, 14 de septiembre de 2007

"Ubú Rey, de Alfred Jarry", por Francisco Cenamor

Ubú Rey, de Alfred Jarry, se estrena en 1896 en medio del escándalo. La primera palabra del personaje en cuestión sobre el escenario es “¡Mierdra!”, un grito que rompe con la pulcritud habitual de los personajes del realismo y, a su vez, con el realismo mismo. Ridiculiza, en cierto modo, al eterno Macbeth a la vez que retrata a una burguesía europea que no para de crecer y expandirse por el mundo. Queda inaugurado un teatro grotesco, absurdo, que no se popularizaría hasta al menos cinco décadas más tarde. ¿Estamos hablando de la primera obra del teatro del absurdo? Doctores tiene la Santa Madre Iglesia.
Padre Ubú y su mala malísima esposa, Madre Ubú, son dos personajes grotescos, ávidos de poder y de las cosas que este proporciona, que organizan una auténtica carnicería para derrocar la legalidad vigente e imponer un nuevo reinado a su imagen y semejanza. Aliados a dios y al diablo, exterminan todo lo que se pone en su camino.
Alfred Jarry, gracias a sus escándalos teatrales y sus obras provocadoras y caóticas, consiguió el éxito literario cuando era muy joven y como solemos decir, se le subió a la cabeza, tanto como el alcohol que tomaba por arrobas. Su vida terminó siendo tan exagerada como su obra y murió con apenas 34 años, enfermo de tuberculosis y pobre tras beberse todo lo que ganó con la literatura. De sus excesos quedan las imágenes de Jarry borracho, pintado de verde, montando en bicicleta y con dos pistolas al cinto.
Pero ahí quedó Ubú Rey, prácticamente su única obra conocida fuera del mundillo literario y teatral. Una obra adelantada a su tiempo que Jarry escribió con apenas 15 años y que vino a retratar a toda una pléyade de personajillos tan estúpidos como criminales que vinieron a poblar el sufrido siglo xx: Padre Ubú es Hitler, o Stalin, o Franco, o Pinochet, o pongan ustedes a quien quieran... O incluso podemos verlos en nuestras benditas democracias: seres ansiosos de poder y de gloria que se resisten a abandonar sus cargos, utilizándolos para imponer sus locuras, perseguir a los demás a sangre y fuego o exterminar pueblos enteros sin ningún pudor. ¿No serían también un poco Padre Ubú Bush, Jesús Gil, Aznar y su ansia de seguir apareciendo, o tal vez Felipe González, Ehud Ólmert, Vladimir Putin...? Por no decir ya Castro, Bin Laden, Hu Jintao, Kim Jong-il, Slobodan Milosevic, Sadam Husein... La Compañía Els Joglars utilizó hace años esta misma obra para ridiculizar al por entonces President de la Generalitat catalana Jordi Pujol. Lean esta obra y comparen.
Según el buscador del ISBN se pueden encontrar numerosas obras editadas de Alfred Jarry en castellano, encontrarlas es otra cosa. Y, desde luego, información en Internet no falta.

Francisco Cenamor