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sábado, 2 de septiembre de 2017

"Max Aub: enamorado de España", por Francisco Cenamor

Revisando textos del pasado encuentro este que no había publicado en Asamblea de palabras. Y os lo dejo tal cual lo escribí en su momento.


Max Aub nació en París en 1903. Su padre era alemán y su madre francesa, aunque de origen alemán igualmente. Su madre era de origen aristocrático y quien más se encargó de la educación del futuro literato, ya que su padre pasaba largas temporadas fuera de casa al trabajar como viajante comercial en diversos sectores. Max, de niño, ya dominaba el francés y el alemán, sus dos lenguas, y tenía un gran contacto con la literatura gracias a las inquietudes artísticas de su madre, quien utilizó la novela Los miserables, de VíctorHugo, para enseñarle a leer. A los once años sabía una lengua más, el latín, y había viajado por casi toda Europa gracias a la profesión de su padre.
     En 1914 su familia viaja a España huyendo de la Primera Guerra Mundial y se establece en Valencia, donde Max Aub cursará el bachillerato. Estas idas y venidas tan joven, este continuo aprendizaje de idiomas le convertiría con el paso del tiempo en uno más de los intelectuales apátridas que tuvieron como referencia a nuestro país. Se entusiasma con la alegría de nuestro pueblo y a los 12 años escribe su primer poema en español, idioma que ya no abandonaría para la escritura. Y apenas con 16 años ya se relacionaba con el mundo cultural y artístico valenciano y empezó a forjar sus amistades de juventud. En 1920 acaba el bachillerato y comienza a usar una de sus frases preferidas, que usaba cuando le preguntaban de donde era en realidad: “se es de donde se estudia el bachillerato”.
     Pero ahí abandona los estudios y empieza a trabajar también de viajante comercial, lo que le ayuda a relacionarse con todas las vanguardias artísticas españolas que comenzaban a desarrollarse en los años veinte y que tendría su segundo ‘siglo de oro’ a la llegada de la República. Comienza también su ritmo frenético de escritura: teatro, relatos, novelas, poesía, ensayos..., cualquier género le es válido para contar todo aquello que quiere contar. Así nos encontraremos con que al final de su vida, este autor tiene una de las bibliografías más extensas entre los autores españoles del siglo veinte.
     En 1929, la efervescencia de compromiso social que bulle en la mayoría de los jóvenes intelectuales españoles le lleva a ingresar en las filas del PSOE, aunque su militancia fue más cultural que política y no dudó en criticar a sus dirigentes en todo momento. Ya en la República, participa en un proyecto similar al de Lorca y La Barraca, pero en Valencia y bajo el nombre El Búho. Su quehacer político estaba tan ligado a su obra cultural, que se expresaba siempre a través de sus escritos. Basten dos ejemplos: estrenó las obras de teatro El agua no es del cielo, para apoyar a su partido en las elecciones, y Las dos hermanas, para hablar de las buenas relaciones entre los sindicatos UGT y CNT.
     Con el triunfo definitivo del golpe militar en 1939 huye a París con su familia. Allí, pasa tres periodos en prisión durante la ocupación nazi acusado de “comunista” por intentar dirigir una colección de libros de literatos republicanos en el exilio. Entra en un infernal periplo que le hizo recorrer prisiones francesas, campos de concentración e incluso fue trasladado a prisiones del norte de África. Lo que son las cosas, de este periplo surgirá más tarde la que está considerada como obra cumbre de su literatura, la obra de teatro San Juan. En septiembre de 1942 termina su calvario y consigue embarcarse para México, donde prosigue con su labor creativa y solidaria con los exiliados y resistentes republicanos.
     En 1969 consigue autorización para poder viajar por España. La emoción del regreso le dejó tocado el corazón y a pesar de sus dolencias siguió viajando por el mundo y por España, hasta que ese corazón tan español se terminaría de parar en México en 1972.
     El Segundo Siglo de Oro de las artes, las letras y las ciencias en España que tuvo su máxima expresión en la democracia republicana y fue cortado de raíz por el golpe militar fascista fue un gran referente para intelectuales de todo el mundo. Muchos de ellos, como Max Aub, venido de Francia, de origen alemán, ya no quisieron ser más que españoles. Un autor más que poner en la lista de nuestras lecturas en nuestra querida lengua.

lunes, 28 de febrero de 2011

'El boom de la poesía mexicana y los estilos variados del ahora' (segunda parte), por Guillermo Fernández Rentería

(Leer la primera parte de este artículo en este mismo blog)

En la primera entrega de este texto, bien observó Adán Echeverría, faltó enumerar algunas editoriales, como son: Tinta Nueva, Editorial Pharus, y Guadalupe Morfín me preguntó sobre Ediciones Era. Me parece importante arrancar el texto con estos anexos pues para hacer un redondeo general de los estilos y el nivel poético que oscila en ellos es necesario tener “el margen” lo mejor delimitado posible. Karina Falcón, editora de la revista ARCA, acotó respecto a la calidad en la producción lírica nacional, cierto escepticismo, el cual no es ella la única que lo posee, pues el rango de “calidad” es uno de los requerimientos con los que más frecuentemente se da de golpes el “crítico” literario mexicano de ocasión; es decir, los lectores exigentes (en su mayoría poetas) piden siempre un nivel que “no alcanzan a cumplir” los vates con los que se topan en las ahora tan frecuentes lecturas.
    La respuesta es (para esta constante frustración del “lector crítico”, para este continuo desastre poético): que la poesía se ha especializado. De nueva cuenta (antaño ha pasado), se ha dividido; si no en nuevos géneros, por lo menos sí en nuevas poéticas, o en diferentes estadios móviles para la delimitación de su estética. En pocas palabras: ya no hay una sola poesía nacional que albergue a todas las nuevas corrientes, y que guarde en su seno una calidad heterogénea, o el rigor de un solo canon para determinar el alcance escritural de los poetas desde un eje homogéneo.
   Comienzo con esta acotación para dejar en claro la óptica con la que abordaré la “plasticidad poética” de México actualmente, y de cómo en su totalidad genera una riqueza que puede traducirse en un estridente (por no decir: no ecualizado) margen de calidad. Después de todo qué podría esperarse de un arte tan prolífero como la poesía, en un país que alberga más de 100 millones de personas, y en donde las lenguas son varias y la ciudades son verdaderos hervideros poli-culturales, que bien pueden recordar a la vieja Tenochtitlán, envuelta en una aureola de chinampas y casas, comunidades enteras tejiendo una corona de flores alrededor de aquella ciudad guerrera.
   Es bien sabido que todas las épocas clásicas del arte se han dado en grandes ciudades, regularmente a través de sus esculturas u obras arquitectónicas magnas, para así consolidar el esplendor de su grandeza cosmopolita. Pero en el siglo XXI parece habrá otra lógica para designar la grandeza de una ciudad, y esta será medida por su capacidad para albergar en sí misma una “infinita” variedad de ciudades conviviendo en tensa armonía, y así lograr un panorama amplio, enriquecido. Es importante subrayar que esta nueva grandeza no se basará en una cultura bélica, o de mercado, como hubiese sido en otras épocas. Ahora “la cruzada” por la conquista del mundo es: la paz, la unidad, lo global. Y como su antagónico natural, y al mismo tiempo medio para concretarse de una forma sincrética, es el desarrollo de las comunidades pequeñas en base a una auto-estructuración. Así, la poesía es, como lenguaje, base primera de una comunidad viva, como elemento constitutivo. Digámoslo más aventurado: es la poesía el monumento vivo de la lengua, y su forma de consolidarse es la manera en que se practica la realidad y cómo ésta práctica alimenta la riqueza sociolingüística de sus integrantes. La variante lingüística de la comunidad, así se vuelve una aportación para el infinito mosaico de las Lenguas.
   Queda en claro que un boom significa que la estética (o estéticas) en juego, están no en su estado de esplendor (donde se refinan y constituyen los cánones) sino de conformación; y toda esta serie de estéticas terminarán por generar el aura poética en torno a una nueva nación, ahora, no geográfica, no tangible. Esta nueva nación de los poetas y sus discusiones invisibles será donde se acomodarán todos en un mismo concepto, y al mismo tiempo cada uno puede y debe desarrollarse en su propia dirección. Digamos que sería la vuelta a un nomadismo intelectual, donde cada punto de llegada es punto de partida para un monumento infinito como lo es la lengua misma. Bien lo han estudiado los sociolingüistas, que al tomar apunte de las lenguas vivas y reconocer que de ahí (de cada uno de esos dialectos espontáneos o en meditación) nacerán futuros mundos semánticos; historias enteras de humanidades aún inverosímiles. De aquí viene la importancia de esta forma natural de consolidación de las lenguas en conflicto, que en la actualidad derivan en un cúmulo de poetas, en caudalosa creación y armonización de estéticas ahora diminutas, pero que a diferencia de sus antecesores, seguirán el patrón constructivo de lo maleable, el “monumento indestructible” de la poesía.
   Con este breve mosaico arqueológico, podemos hablar ahora sí de estilos, latitudes, sociogeografías, estados y tendencias. Empecemos. De la reunión de editoriales enumerada en la primera parte del ensayo, valdría entresacar a las editoriales que han terminado por definirse como Editoriales Alternativas (o de alto riesgo ¿?), grupo en el cual se nota la tendencia a editar poetas ya con cierto renombre dentro del circuito central de la poesía. Por central entendamos, editoriales ya supeditadas al capital nacional, y que por tanto corresponden a un mercado específico, canónico por supuesto, ya que es el canon el que da garantía de una calidad, aunque éste a veces quede supeditado a intereses ajenos o indiferentes a los autores mismos y sus contextos de vida, o históricos. El mecanismo funciona de este modo: el grupo Alternativo es un círculo editorial que se desprendió del mismo punto central para construir editoriales que no pertenecieran al Estado o a una cadena mercantil de libros, sino que pudieran dar una cara más libre, tanto del centro estético como del mercado volátil de la literatura rápida. Dentro de estas editoriales podemos leer El Billar de Lucrecia, que se ha especializado en poesía latinoamericana, aunque su editora, Rocío Cerón, es miembro de un grupo sólido de poetas que ha ejercido la poesía estilizada, herencia de la pulcra escritura posmoderna; Bonobos, que ha editado a poetas de garantía formal, ya sea legitimados por una beca o por un premio; Ediciones de El Ermitaño, con una especialización en tirajes cortos, y que ha publicado al igual que Praxis un sinnúmero de poetas consagrados así como de recién ingreso al circuito.
   Otras editoriales de ya larga trayectoria y con una muy larga tradición de coediciones con instituciones y con un catálogo de autores que bien coincide con el de FCE, y el de Conaculta, y estas son en su mayoría parte de la Asociación de Editoriales Mexicanas Independientes (AEMI), como Monte Carmelo, AldusEdiciones El tucán de Virginia, Ediciones Sin Nombre, Ficticia, Mantis, Ediciones Arlequín (de Guadalajara), Trilce Ediciones, o más reciente, Almadía; editoriales que comparten en mayoría los autores de su catálogo, y que nos dan un margen alternativo central, con poetas que pueden leerse dentro o fuera del canon poético instituido por las últimas generaciones legitimadas en México.
   ¿Los nombres? Basta echar un ojo al catálogo de poesía de Tierra Adentro y Conaculta. Hablar sobre la calidad poética de este primer grupo es un tanto sencillo, en cuanto que responde directamente a una tradición ya forjada. Es decir, no hay el desarrollo radical de un estilo o una propuesta, sino que se engloban como clase burocrática (sin que esto sea peyorativo, sino funcional) de un sistema definido por valores nacionales y que son el “frente principal” que incluye a México dentro de una tradición mundial poética, y lo vincula directamente con la literatura europea, que en este caso, por obvio, es España. ¿Hay calidad?, por supuesto. Ya avalada bajo los nombres de la historia reciente de la poesía global (recordemos la reciente entrega del premio ibérico a José Emilio Pacheco), y por otra parte en el clasicismo ilustrado, griego o renacentista, incluso neoclásico, sustentado en figuras como Rubén Bonifaz Nuño o Eduardo Lizalde.
   La contraparte de lo alternativo, es la editorialidad independiente, que busca editar no de segunda vuelta los mismos autores, sino que apuesta por autores nuevos, por supuesto con una “calidad” no comprobada, puesto que muchos de ellos son aventureros transitorios, y otros tantos apuestan por estéticas aún “indefinidas” (digamos en formación). Sin embargo, hay también los que ya han desarrollado un estilo y que bien pueden hacer contrapeso a la estética formal, con una estética innovadora, por su particularidad. En definitiva la evolución de la poesía está hacia la particularización de los estados volátiles, sean altas poblaciones o breves comunidades: es un hecho ya; el mundo artístico avanza hoy no hacia la “universalidad” concéntrica de las ciudades, o continentales, sino hacia la proliferación de las “pequeñas” entidades: el ejemplo claro es la polípolis mexicana, donde cabe no sólo el Centro, sino Iztapalapa, Tlalpan, Neza, Ecatepec, como ejes del desarrollo cultural.
   Tenemos como pioneras en México varias redes sociales de poesía, tanto virtuales como físicas, entre ellas, La Pluma del Ganso, que tiende al aislamiento y sectorización de sus agremiados, pues tiene una cuota, o la Sogem, que funge como una AC, con lo cual recae más como un eje sistemático piramidal, más que de red, al igual que su réplica renovada la AEMAC. La primera como escuela, o esquema (o distribuidor) de talleres y la segunda más al modo convencional de agremiarse en torno a un núcleo de poder. Pero para hablar de redes unilaterales, o donde cada uno de sus miembros sea independiente, podemos analizar la Red de la PLACA (Plataforma Chilango Andaluz, que como bien dice su nombre ha tendido un puente entre autores mexicanos y españoles, en una especie de dimensionalidad doble), el mismo Mapa Poético, del Drenaje (aunque sea una red en potencia), o la de los Miércoles Itinerantes de Poesía, Verso Destierro, (que no sólo reunió poetas presencialmente, sino que también los vinculo a través de la red virtual), similitud con las Elecciones afectivas, que responde más a un impulso latinoamericano y que reúne igual a poetas virtualmente, aunque no presencialmente.
   Estas son muestras generales, sin contar las recientes redes virtuales de jóvenes poetas de los noventa y finales de los ochenta, que empiezan a experimentar el reunirse virtualmente, (paso inverso de las generaciones que les precedieron, ahora sólo falta que en lo táctil puedan convivir también), pues existen innumerables redes (materiales) en los estados, aunque en realidad la tendencia es a la permanencia de núcleos poéticos aislados, incluso entre sí, aislantes en sus propios estados o comunidades, como se da en la zona conurbada, en el mismo DF (pues es amplísimo) y en la provincia en general. Lo trascendente de estas redes es que son germen, o modelo básico para vincular a los núcleos aislados, y en la medida que se repliquen en los diversos “grupos” propulsores también se pueda lograr un mayor rango de impacto en la sociedad.
   Existen los lectores de poesía, es verdad. Yo los he visto. He platicado con ellos. Ahora mismo este breve artículo sobre poesía mexicana es para ellos. En su mayoría tienden a leer lo que se les ponga en frente, entiéndase por esto, lo que encuentran en los libros de viejo o en los aparadores de Gandhi, Sanborn’s y en las librerías EDUCAL o el FCE, y en el caso de universitarios, lo que hay en sus librerías y bibliotecas. Pareciera éste, todo el fondo de donde tomar poesía. No leen más, y esto no porque no quieran, o sean holgazanes en su búsqueda, en su verdadero deseo de encontrar nuevos poetas, sino por la simple y llana practicidad de consumo: el aparador, y en recurrentes ocasiones la falta de dinero para comprar y arriesgarse con un autor raro.
   En este sentido escribo este texto, no sólo a partir de estas fuentes de la bibliografía poética reciente, sino fundamentado en un panorama con “un poco más de riesgo”, un poco más allá del “aparador”, pero no por ello menos relevante. Lo hago no para presentar los “mejores 10 poetas”, como lo haría Letras Libres, la revista Chilango de Expansión, o algún crítico que habla a la ligera a partir de un panorama efímero. Es de mi interés ofrecer al lector en este artículo un panorama breve, con la intención de instarlo a dudar, a interrogarse si es verdad la “equivalencia jerárquica” que propondré, y en caso de no conocer al poeta que enumero, buscarlo y leer su obra (que será breve, seguro, por ser de autores recientes, y en caso de poetas ya muertos, difícil de encontrar, pero que bien vale la pena el esfuerzo). Mi intención es compartir una lectura con el “ojo extendido”, tanto para atrás, como para el presente punzante, a partir de las editoriales que mencioné en la primera parte de este texto, suscitado del movimiento que provocaron dichas editoriales (ya sea por sus antologías, sus encuentros, sus ferias o festivales, e incluso por sus concursos) que publican y difunden a los poetas que veremos a continuación catalogados, y que fueron extraídos de las colecciones varias de estas editoriales tanto independientes como alternativas, y que detonan el ya citado boom poético; que no por ello son totales, sino todo lo contrario, son apenas base para los principios de investigación que comparto para su escrutinio, dejando así en claro que se aceptan propuestas para expandir el marco de referencia bibliográfica de la creación poética reciente.
   Con estos datos, dejo en claro que hay movimiento poético en diversas partes de México, y no es unilateral; lo que nos deja la tarea de valorar el nivel estético ante tanta producción (como lo planteaba Karina Falcón) haciendo una comparación entre la estética alternativa y la independiente. Así, podemos ir delimitando los términos generales para enmarcar, no un juicio o análisis poético a fondo, pero sí una referencia de garantía de calidad dentro de ambos círculos. Intentaré señalar ciertos puntos generatrices o tendenciales de los “movimientos” poéticos actuales, y lo realizaré a partir de la generación de duplas antagónicas entre poetas editados, unos desde lo alternativo y otros desde lo independiente, pues en mucho la proliferación de estéticas responde a un diálogo intertextual de la época, ya sea a nivel simbólico, estructural o ideológico. Con antagónico me refiero, que pese a un estilo o fondo opuestos, hay en cada uno de los poetas que integran la “dupla” un vínculo lírico, histórico, dialéctico, que los ampara con la ya referida calidad (sustentada por supuesto en una referencia comparativa con el canon tácito), detalle que valdría la pena analizar más sistemáticamente en un futuro ensayo.
   Presento la lista de poetas, que a mi criterio, pueden generar la dinámica con la que realizo la asociación en pares dialecto-estéticos como posibles parejas contrapuestas. Esto con la idea, de que hay una correspondencia, no sólo histórica, sino estética, entre los alternativos y los independientes, pues hay semejanzas ya sea en el tratamiento del poema, en el objeto crítico, o en el manejo simbólico de los elementos naturales que vinculan los estilos de los integrantes de cada par, que enlisto de manera cronológica a partir de sus fechas de nacimiento, aunque las parejas de poetas no siempre pertenezcan a la misma década. Lanzo mi configuración para dar cabida a la crítica de todos, aquí mi perspectiva, que como siempre, dejo abierta a sus valoraciones:

1. Ramón Martínez Ocaranza (1915) / Rubén Bonifaz Nuño (1923)
2. Alí Chumacero (1918) / Max Rojas (1940)
3. Enrique González Rojo Arthur (1928) / Eduardo Lizalde (1929)
4. Raúl Renán (1928) / Juan Bañuelos (1932)
5. Norma Bazúa (1928) / Jaime Labastida (1939)
6. Saúl Ibargoyen (1930) / Eduardo Milán (1952)
7. Marco Antonio Montes de Oca (1932) / Abigael Bohórquez (1936)
8. Gerardo Deniz (1934) / Roberto López Moreno (1942)
9. José Emilio Pacheco (1939) / Ikram Antaki (1948)
10. Leopoldo Ayala (1939) / Carlos Montemayor (1947)
11. Juan Manz (1945) / Fabio Morábito (1955)
12. Antonio Deltoro (1947) / Óscar Wong (1948)
13. Francisco Hernández (1946) / José Peguero (1955)
14. Elsa Cross (1946) / Isabel Quiñones (1949)
15. Evodio Escalante (1946) / Eusebio Ruvalcaba (1951)
16. Teresa Guarneros (1946) / José Luis Rivas (1950)
17. José Vicente Anaya (1947) / José Javier Villarreal (1959)
18. David Huerta (1949) / Pedro Damián (1954)
19. Marco Antonio Campos (1949) / Mario Raúl Guzmán (1959)
20. Efraín Bartolomé (1950) / Orlando Guillén (1954)
21. José de Jesús Sampedro (1950) / Mario Santiago Papasquiaro (1953)
22. Coral Bracho (1951) / Silvia Tomas Rivera (1956)
23. Iliana Godoy (1952) / Vicente Quirarte (1954)
24. Eduardo Lagagne (1952) / Julio Eutiquio Sarabia (1957)
25. María Rivera Valdez (1954) / Jorge Esquinca (1957)
26. Ricardo Castillo (1954) / Kyra Galván (1956)
27. Luis Miguel Aguilar (1956) / Jorge Fernández Granados (1965)
28. Porfirio García Trejo (1957) / Juan Domingo Argüelles (1958)
29. José Ángel Leyva (1958) / José Francisco Zapata (1962)
30. Tedi López Mills (1959) / Ivan Leroy (1966)
31. Sergio García Díaz (1962) / José Eugenio Sánchez (1965)
32. Josué Ramírez (1963) / Adán Echeverría (1975)
33. Miguel Ángel Galván (1955) / Jorge Lara (1960)
34. María Baranda (1962) / Guadalupe Ochoa (1963)
35. Cosme Álvarez (1964) / Jeremías Marquines (1968)
36. José Homero (1965) / Jesús Bartolo Bello (1970)
37. Ernesto Lumbreras (1966) / Arturo Terán y Mendoza (1968)
38. Marco Fonz (1965) / Sergio Valero (1969)
39. Ángel Carlos Sánchez (1967) / Luigi Amara (1971)
40. Mario Bojórquez (1968) / Adriana Tafoya (1974)
41. María Rivera (1971) / Javier Gaytán (1971)
42. Julián Herbert (1971) / José Miguel Lecumberri (1981)
43. Rocío Cerón (1972) / Gabriela Puente (1973)
44. Kenia Cano (1972) / María Cruz (1974)
45. Lorenzo Morales Malasangre (1973) / Álvaro Solís (1974)
46. Luis Felipe Fabre (1974) / Andrés Cisneros de la Cruz (1979)
47. Balam Rodrigo (1974) / Estephani Granda Lamadrid (1985)
48. Jair Cortés (1977) / Neri Tello (1978)
49. Eduardo Oláiz (1977) / Hernán Bravo Varela (1979)
50. Óscar de Pablo (1979) / Iván Cruz Osorio (1980)
51. Rodrigo Castillo (1982) / Ileana Garma (1985)

lunes, 25 de enero de 2010

Juan Manuel de Prada nos habla sobre su nuevo libro 'Lágrimas en la lluvia. Cine y literatura'

Lágrimas en la lluvia. Cine y literatura, de Juan Manuel de Prada (Ediciones Sial, Madrid, 2010). Hace quince años casi que empecé a colaborar en la prensa, los mismos que llevo viviendo de la pluma. Siempre concebí mi vocación literaria como una "pasión de cercanías"; y eso me ha empujado a deshojarme en multitud de artículos que un día se leen y al día siguiente sólo sirven para envolver el pescado. El replicante de Blade Runner decía, en el memorable monólogo final de la película, que los recuerdos son "lágrimas en la lluvia" que se pierden para siempre, cuando se extingue quien les presta sustento con su memoria; y esta condición efímera y quebradiza de los recuerdos puede predicarse, desde luego, de los artículos que entregamos a la prensa, literatura volandera que, apenas entrevista, sucumbe al voraz e igualatorio olvido. Aunque no lo confiesen, a la mayoría de los escritores los guía un anhelo de perduración (no escribiremos inmortalidad, por no ponernos demasiado estupendos); pero cuando escribimos en periódicos ni siquiera nos alienta ese vago e improbable consuelo: sabemos que lo que hoy multiplican las imprentas o distribuyen instantáneamente los canales informáticos acabará, irremisiblemente, amontonado en los pudrideros de la incuria. Así y todo, seguimos deshojándonos en cientos o miles de artículos, como quien se da cabezazos contra un muro que ni siquiera se inmuta; y no lo hacemos tan sólo por ejercitar la muñeca –hay quienes sostienen, con Valle, que la colaboración periodística "avillana al estilo"–, ni siquiera por necesidad alimenticia. ¿Por qué entonces? Pues sospecho que por la misma razón que la mariposa alza el vuelo espléndido de sus alas que mañana mismo se apagarán; por la misma razón que la flor abre a la luz sus pétalos que mañana mismo se marchitarán: porque está en nuestra naturaleza, porque de algún modo misterioso en esos retazos de escritura urgente, tal vez premiosa, tal vez aturullada, está condensado nuestro designio. A Ruano, en cierta ocasión, mientras convalecía de una enfermedad en un hospital, la monja que lo cuidaba le reprochó que pusiera en peligro su recuperación emborronando nerviosamente unas cuartillas que tenía que entregar al periódico; y Ruano se defendió así: "Hemana, ¿es que no se da cuenta? Yo soy escritor, como usted es monja. No lo puedo evitar". No lo podemos evitar, es superior a nuestras fuerzas. Escribimos por imperativo biológico; y tal vez, incluso, por encomienda divina. Y resistirnos a hacerlo es propósito estéril, tan estéril como el de Jonás, cuando trataba de escaquearse de aquel mandato de Yavé: "Levántate y ve a Nínive". Este imperativo se hace especialmente aflictivo en el escritor de periódicos, al que le ocurre lo que Julio Camba dejó testimoniado en un memorable artículo: está viajando en tren y desde la ventanilla avista a una vaca pastando en un prado; el viajero normal puede entregarse entonces a ensoñaciones bucólicas, pero el escritor de periódicos inmediatamente empieza a maquinar cómo podría introducir esa vaca pastueña en su próximo artículo. Todo lo que vivimos, todo lo que pensamos, todo lo que discurre ante nuestros sentidos, todo lo que inquiere nuestra inteligencia se convierte ipso facto en materia prima –si se quiere informe, deslavazada, caótica— para el próximo artículo; y cuanto más vivimos, cuanto más pensamos, cuanto más nos inquiere o estimula el incesante mundo, más deseos apremiantes tenemos de volcar nuestras fugitivas impresiones en un artículo. Se trata, simple y llanamente, de una manera de estar y, sobre todo, de ser en el mundo; y contra lo que somos vano empeño es rebelarse. Yo soy, entre otras cosas (y tal vez más que ninguna otra cosa), un cinéfago insomne y un letraherido impenitente. Borges concebía el paraíso bajo la especie de una biblioteca; y yo me atrevería a añadir que en ese paraíso soñado no debería faltar tampoco una sala oscura donde se proyecten sin descanso películas. Los libros y las películas han amueblado mi vida, haciéndola más habitable; y, desde luego, han sido mi cobijo, cuando el frío invierno, y también el frío infierno, me arañaban con su angustia. No hay desdicha, por inclemente que sea, que no se haga más llevadera si a mano tenemos a estos compañeros del alma; y no hay exultación que no se haga más vívida y perdurable en su compañía. Si por mí fuera, no haría otra cosa que escribir sobre libros y sobre películas, porque en ellos está la cifra del mundo; sospecho, sin embargo, que si cediera a esta tentación mis días como escritor en periódicos estarían contados, porque vivimos en una época entregada al ruido y la furia de las pasiones bárbaras. Pero entre tantas pasiones bárbaras siempre hallamos remansos para escribir sobre lo que nos importa, como en medio de nuestras vidas idiotizadas por la prisa hallamos una tregua para sentarnos a la amena sombra de una encina; y aun ocurre que, después de ese rato pasado a la sombra de una encina, ya no queremos regresar a esa vida idiotizada por la prisa, que de repente se nos antoja vida sucedánea y no verdadera. En estas Lágrimas en la lluvia que tienes entre las manos, curioso lector, se congregan un puñado de testimonios de mi pasión indesmayable por los libros y las películas, que comenzó siendo pasión deslumbrada en la infancia, se hizo pasión devoradora y un poco enfermiza allá en la turbulenta adolescencia y hoy es pasión gustosa y aquietada en las neveras de la madurez. Aparecieron originariamente en las publicaciones más variopintas –algunas ya tristemente fenecidas, como la benemérita revista Nickel Odeon–, pero sobre todo en el diario ABC y en la revista XL Semanal, que han sido los más hospitalarios y consoladores albergues de mis pálabras. Ahora, por empeño cordial de Basilio Rodríguez Cañada, estas Lágrimas en la lluvia encuentran otros ojos en los que copiarse: son los tuyos, curioso lector, tan codiciosos de tinta y de celuloide como los míos. Ojalá te sirvan para exorcizar el frío invierno. Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970). Vivió su infancia y adolescencia en Zamora y se licenció en Derecho en Salamanca. Sus dos primeros libros, Coños y El silencio del patinador (1995), obtuvieron el aplauso de la crítica. Tras sorprender con su primera novela, Las máscaras del héroe (1996) -Premio 'Ojo Crítico de Narrativa' de RNE-, un año después obtuvo el Premio 'Planeta' con La tempestad, novela que le procuró una gran proyección internacional llevándolo a ser seleccionado por la revista The New Yorker entre los seis escritores europeos más prometedores del momento. A las mencionadas obras siguieron Las esquinas del aire (2000) y Desgarrados y excéntricos (2001). Su novela La vida invisible (Premio 'Primavera' de novela 2003) fue distinguida, un año más tarde, con el Premio Nacional de narrativa. Con su última novela, El séptimo velo (2007) obtuvo el Premio 'Biblioteca breve' que concede la Editorial Seix Barral. Colaborador habitual de prensa, su obra periodística ha merecido también algunos de los premios más relevantes, como el 'César González-Ruano' o el 'Mariano de Cavia'. Sus artículos periodísticos han sido recopilados en obras como Animales de compañía (Sial, 2000) y, más recientemente, en La nueva tiranía (2009).

martes, 4 de agosto de 2009

'Literatura del Sahara Occidental' y 'Los otros príncipes'

Autor: Bahia Mahmud Awah
Categoría: Ensayo
Subcategoría: Humanidades
N° de páginas: 65
Tamaño: 150x210
Precio libro: 9€ Precio Ebook: 2,50€
Pedidos aquí

Este breve estudio pretende ser una introducción a la literatura saharaui, tanto oral como escrita, en hasania (lengua de los saharauis derivada del árabe clásico) y en español. Desde las dos edades de oro de los siglos XIX y XX, caracterizadas por la existencia de grandes sabios que se dedicaron a la legislación, la astronomía, la literatura o el derecho, pasando por los grandes poetas saharauis en hasania, hasta llegar a los escritores saharauis contemporáneos. También tienen una mención especial los escritores saharauis en español, desde la generación de los años 70, también llamada generación de vanguardia, malograda por la guerra, hasta los poetas saharauis de la nueva generación, como los escritores de la Generación de la Amistad saharaui.

Autora: Conchi Moya
Categoría: Narrativa
Subcategoría: Relatos y cuentos
N° de páginas: 224
Tamaño: 150x210
Precio libro: 12€ Precio Ebook: gratis
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¿Qué puede resultar de un viaje a unos campamentos de refugiados en medio del desierto? Si el viajero no conoce nada sobre el pueblo con el que va a convivir la experiencia puede ser un completo desastre. A menos que los refugiados sean saharauis. En ese caso la maleta vendrá cargada de emotivas historias y el viajero dejará allí su corazón.

De él han dicho: “En este libro he percibido los colores mágicos del alba, del atardecer y he revivido el placer de pasear de noche bajo la luna. La ternura se palpa en cada una de sus palabras, en cada frase y en cada capítulo. Y el humor y la inocencia del niño que abre los ojos al mundo por primera vez”, Antònia Pons.

martes, 14 de julio de 2009

'El porvenir del español en el Sahara' y 'Delicias saharauis'



Categoría: Ensayo
Subcategoría: Humanidades
N° de páginas: 155
Tamaño: 150x210
Precio libro: 12€ Precio Ebook: 2,50€

Este estudio sobre la situación del español y la literatura saharaui en este idioma supone un punto y seguido para dar a conocer la historia y la realidad actual de la lengua de Cervantes en la antigua provincia española. El idioma español se extiende hoy por todo el planeta; es la segunda lengua más importante del mundo y la tercera más hablada. Hace más de un siglo llegó al Sahara Occidental. Allí engendró raíces, asentó bases de convivencia y dejó un indestructible legado para el pueblo saharaui. En este estudio se recoge cómo fue la implantación del español durante la época colonial y su situación actual en los campamentos de refugiados y en las zonas ocupadas. El español es hoy en día para los saharauis lengua de resistencia frente a la ocupación, y además es el idioma de la cooperación y un pilar fundamental para la diplomacia saharaui.

Otra vertiente del libro es una completa investigación sobre la literatura saharaui en lengua española, desde aquella generación de universitarios en los años 70 que realizaron los primeros relatos y poemas en español de los que se tiene constancia, hasta la actual Generación de la Amistad. Este libro nos acerca así a una literatura singular, escrita en español pero de fuerte raíz saharaui, una literatura heterogénea.


Autora: Conchi Moya

Categoría: Narrativa
Subcategoría: Relatos y cuentos
N° de páginas: 208
Tamaño: 150x210
Precio libro: 12€ Precio Ebook: 2,50€

En este libro, de intenso sabor saharaui, se habla sobre tradiciones, geografía, historia, narrativa y se evocan las esencias saharauis. Expresa un deseo de conocer una cultura honda, mágica y verdadera que merece ser conocida. Fatimetu es una joven saharaui que vive fuera de su tierra. Su jaima de Madrid será escenario de agradables tardes de tertulia en las que la joven desgrana con nostalgia historias de su tierra arrebatada. Los nómadas, el desierto, los valientes viajeros, la fundación de las ciudades, las tradiciones, las zonas ocupadas, las islitas mágicas del sur y las leyendas sobre sirenas y cautivas. Historias del exilio, la cárcel y la guerra, sobre la superación de un pueblo que lucha por recuperar su tierra y por que no le arrebaten su identidad.

De él han dicho: "Este es el lugar por donde pasearías, una maravilla por donde se debe ir alguna vez. Es uno de aquellos rincones por donde encuentras las esencias de todo aquello por lo que luchas. Es como aquella librería a la que irías si buscaras un libro muy especial”, Toni Guirao.

miércoles, 24 de junio de 2009

Dos libros sobre el Sahara: 'Estudios saharianos', de Julio Caro Baroja, y 'El imperio desierto', de Ramón Mayrata

Calamar Ediciones. Colección: Sgarit Biblioteca del desierto, nº 1. ISBN: 978-84-96235-28-1. PVP: 40 euros. Páginas: 592. Formato: 16 x 23 cm. Encuadernación: Cartoné al cromo con sobrecubierta En el invierno de 1952, cuando se encontraba en Oxford, Julio Caro Baroja recibió la propuesta de realizar un trabajo de campo etnográfico en lo que entonces se llamaba el Sahara Español. Partió en noviembre de ese año y permaneció en el territorio de Saguia El Hamra y Río de Oro hasta febrero de 1953. Fueron meses de frenética observación, en los que reunió valiosas informaciones en sus entrevistas con personalidades y eruditos del territorio, hilvanó genealogías y linajes, detalló la composición de las tribus y familias, precisó la terminología geográfica, trazó mapas y esquemas e intentó comprender más problemas que pueblos, en la senda de Evans-Pritchard. El resultado fue este libro, publicado en 1955, que sigue siendo una excepcional monografía sobre la cultura tradicional del Sahara Occidental, donde los propios saharauis han encontrado noticia inestimable de los usos y costumbres extinguidos o a punto de desaparecer de una sociedad que aspira a constituirse como una entidad nacional. Caro otorga a la tradición oral y a la memoria colectiva la categoría de fuente histórica. Aunque rehuye la generalización y nunca sobrepasa los límites de la interpretación histórica, el libro está lleno de intuiciones sobre el papel del linaje y de la solidaridad agnaticia en el orden social, la vida económica de las tribus, la construcción de la historia en las sociedades orales y el derecho de los nómadas regido por la costumbre. Quizás el capítulo más sugestivo es la fascinante biografía del Chej Ma el Ainin en el que analiza la función de los santones y la importancia determinante del mesianismo entre los nómadas; relata la epopeya de los sultanes azules y nos abre las puertas de Smara, la ciudad que lograron levantar en el desierto. Calamar Ediciones. Sgarit Biblioteca del desierto, nº 2. ISBN: 978-84-96235-27-4. PVP: 22 euros. Páginas: 392. Formato: 16 x 23 cm. Encuadernación: Rústica con solapas con sobrecubierta. Un joven antropólogo recibe el encargo de escribir la historia de un territorio lejano y exótico, del que existe escasa información, pues se encuentra velado por la ley de secretos oficiales. Sucede en los últimos años de la dominación colonial española del Sáhara. Cuando los saharauis se percatan de que se juegan su destino, abren las viejas maletas de piel y los cofres de plata donde guardan el legado de las tribus del desierto y ponen en manos del antropólogo manuscritos antiquísimos e ignorados, para que puedan ser presentados en el Tribunal de la Haya en defensa de su derecho a la independencia. Son muchos los que consideran esta obra la novela clave sobre el fallido proceso de descolonización del Sahara, la descomposición del mundo colonial y la epopeya del pueblo saharaui. Su tema es tan vasto como un sueño incumplido, como la memoria colectiva de un pueblo. A través de la mirada del protagonista, fascinado por el desierto y la enigmática cultura de sus moradores, Ramón Mayrata explora lo que pudo ver con sus propios ojos como testigo privilegiado en aquellos días de tensión extrema. Asistimos a la irrupción en los mapas de un pueblo ignorado, el inicio del movimiento de liberación y del Frente Polisario, los titubeos de la descolonización, la “Marcha Verde”, la traición, el éxodo, el comienzo de una guerra brutal, que aún no ha concluido. La memoria de un tiempo en el que saharauis y españoles combatieron juntos por un futuro en libertad. Por el desierto, que desafía a la realidad, la novela persigue la estela de tantos hombres y mujeres zarandeados por el destino, las huellas casi borradas de su devenir trashumante, los íntimos secretos de sus conciencias desconcertadas. Incluye un prólogo escrito especialmente por Ramón Mayrata para esta edición y se completa con el relato 'Aquel mendigo de la plaza Esbehiheh'.

martes, 3 de marzo de 2009

Artículo de Gabriel Arturo Castro Morales sobre el libro del escritor colombiano William Ospina 'La escuela de la noche'


El presente libro, La escuela de la noche (Editorial Norma, Bogotá, 2008), de William Ospina, se enmarca dentro de una inclinación de la literatura que pretende reemplazar elementos como la tensión, la pulsión y el drama por la exclusiva erudición, esclavizando de nuevo al arte a las ataduras del intelecto, a la estética tecnicista clásica de origen renacentista, cuya dinámica se encauza hacia la nostalgia de la mitología grecorromana, el rechazo por otras expresiones que no sean los clásicos, es decir, a lo no amoldado a la simetría, al orden, a la claridad-transparencia intelectual, teorética y especulativa de la representación artística. Sus abanderados son considerados por la crítica conservadora y snob como grandes estilistas, “de exquisita y rara expresión”, forjadores otra vez del intelectualismo, el regreso al culto de la razón, la imitación, la inflexibilidad de las reglas, el decoro y el deleite como elementos preponderantes de una antigua estética.

   La erudición malsana (la pedantería de conocimientos inusuales pero superficiales e inútiles, datos inconexos, pura nemotecnia, destreza, artilugio, habilidad de compilación, ejercicio terminológico, sumatoria estéril de informaciones, en fin, el artificio, el ingenio, lo fingido) tiene como horizonte la conclusión formal que caracteriza la “belleza clásica”.
   Ya Montaigne había expresado la necesidad imperiosa de alejarse de la pedantería, actitud excluyente, grandilocuente y altisonante, porque según Jaime Alberto Vélez: “La petulancia, la ostentación, y en general todas las formas conocidas de exhibicionismo intelectual son impropias del ensayo”.
   La escuela de la noche no escapa al afán de la Ilustración donde la lógica y la razón son imperantes, y nociones como la experiencia, el silencio y la alteridad se desconocen, ya que por efectos de la perfección buscada, el autor llega a postular una superioridad del escritor sobre el acto comunicativo, quien preestablece los significados y las interpretaciones mediante su orden fijo e impositivo. El yo locutor está por encima del yo receptor y el papel del lector se torna pasivo, contemplativo, limitado al papel de admirador incondicional de quien posee un afán de explayar conocimientos, datos o dar entender la aprehensión intelectual de objetos, como si los géneros literarios fueran únicamente un medio de divulgación de inquietudes intelectuales.
   El arte pasa de ser expresión, ejercicio, huella espiritual o afectiva, a convertirse en un elemental soporte de un discurso racional, positivista y enciclopédico. De esta manera el autor, inteligente y riguroso, de La escuela de la noche, le importa más dar a conocer el engranaje y el bagaje intelectual que detenta, su individualidad que prescinde de un yo universal y lo limita al yo egocéntrico y hedonista. Es un tipo de ensayo que recrea un narcisismo, lleno de entusiasmo por el estilo, la lengua, el soliloquio y el autorretrato, y su correspondiente ética de alguien que pretende decir grandes cosas, trascendentales, pero repitiendo por extensión las palabras prestigiosas de otros con el fin, a su vez, de ganar prestigio o renombre, lugar donde las citas acumuladas con abrumadora insistencia son siempre expresiones de autoridad y no testimonios humanos, las ideas por encima del hombre, aspiración ya ajena al sentido original del ensayo.
   A propósito de citas, para usar el procedimiento habitual de Ospina, alguna vez Michael Ende escribió un texto que tituló Artificios estilísticos. En él se lee: "Con algunos autores tengo siempre la impresión, inevitable, de que, cuando escriben, estiran el dedo meñique y redondean los labios. A mí la cosa me irrita. Cuando estoy leyendo y me invade la sensación de que el autor levanta las cejas y me mira a través de sus líneas como si me preguntase: '¿Has notado tú también con qué rara exquisitez he vuelto a expresarme?', pierdo las ganas de seguir leyendo y cierro el libro".

   Dicha pasión por la lengua y el estilo llevan al autor del libro en mención a minimizar el lenguaje personal, ya que confiere el mayor protagonismo en su escritura a la compilación o reunión de fragmentos provenientes de otras voces, las cuales ensombrecen la voz propia, sumado ello a su tendencia a ser epigonal, seguidor y repetidor de otros, salvo sus ensayos titulados El sentido del libro y La escuela de la noche, donde despliega por fin un espíritu crítico, polémico, reflexivo, libre, muy singular, a través de la persuasión, la sugestión y la confrontación. Los dos textos mencionados son punzantes, intensos, problemáticos, plenos y vivaces, frutos de la lucidez, la fuerza creadora y la decisión del riesgo, y no sólo de una elocuencia consagrada o del hábito estilístico que confina al lenguaje a una cárcel de convenciones. Porque en los demás ensayos, muy bien escritos, excelsos, elocuentes, armoniosos, perspicaces, elegantes, los textos no se liberan del autor para revelar significaciones no previstas por él.
   ¿Acaso el ensayo no es también el arte de la palabra y de la persuasión?, pero persuasión, que valiéndose de la lengua produce creencia, sugestión y emoción. Aquí el adorno y lo formal deberían ayudar a esa fuerza del convencimiento, la seducción y la inspiración al lector, junto al poder de la invención del autor, función relegada por el poder de la expresión de un repertorio canónico de argumentos y métodos ya señalados.
   Pasión por otros escritores tiene Ospina: Jorge Luis Borges, William Shakespeare, Dante Alighieri, Waltz Whitman. El mejor homenaje que le podría rendir a los autores mencionados, sobre todo a Borges, sería el diferenciarse y emanciparse de ellos, de sus influjos tan férreos y soberanos y así darle a su obra particular una concreta realización histórica y estética.
   Pero es tanto el fervor que se acomoda, glosa, parafrasea, mitifica y se deja deslumbrar todo el tiempo sin rebelarse, interrogarse o postular una visión crítica, elementos que sacrifica por el estilo: lo importante es escribir bien, de manera encantadora, sin tensión, y allí Ospina triunfa sin transgredir, transformar, apartarse, extrañarse, ni arrojar una luz acusadora desde su propio punto de vista, siempre oculto tras la lección enciclopédica, el límite gramatical, el placer intelectual de construir los mismos mecanismos verbales que el autor denuncia en Luis de Góngora, sus palacios verbales, “una acumulación razonada y clasificada de todas las cosas, un catálogo y no una condensación de la sabiduría”.
   Ospina cae en lo que él mismo censura en su libro: la tendencia a individualizar demasiado y divinizar al autor. Tal fascinación por la erudición y el andamiaje verbal se pueden volver en contra, pues afecta la fuerza creadora, la limita en contra de la diversidad o complejidad del mundo, y a favor de un modo de escritura regida en su divulgación por exitosos principios de publicidad comercial. El “verbalismo” de William Ospina, el preciosismo y el manejo perfecto del idioma castellano o este modo de “retórica” se ha agudizado en nuestro medio y época. A propósito de seguidores de tal propensión en Colombia, recordamos la escritura de Philip Potdevin Segura y Winston Morales Chavarro, ejemplo muy contrario a la labor que rindieron otros intelectuales muy fecundos en la literatura artística, el ensayo y la crítica como Germán Espinosa, Rafael Gutiérrez Girardot, Pedro Gómez Valderrama y Rafael Humberto Moreno-Durán, entre otros.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Bibliotecas gratuitas en red: Ciudades para un futuro más sotenible

Ciudades para un futuro más sostenible es una web en la que podremos consultar cientos de documentos relacionados, claro, con la sostenibilidad de las ciudades actuales. Se trata de unos ensayos muy específicos, pero que vendrán bien a quien quiera conocer este aspecto de la trasformación social.

martes, 28 de octubre de 2008

'50 años de Nadaísmo', artículo del poeta colombiano Harold Alvarado Tenorio, director de la revista 'Arquitrave'

En Medellín durante las décadas de 1950 y 1960 se conformó un extraño mundo que integró la protesta con la resignación, las más bellas formas artísticas y literarias con la vida ruda y repugnante de los bajos fondos, la espiritualidad con el crudo materialismo, lo esotérico con el mundanal diario… Era un extraño mundo en el que convivían los cultores del poeta Porfirio Barba Jacob y los seguidores del profeta Gonzalo Arango con la cultura lumpesca y de barriada que encontró su expresión en el personaje popular que hacía ostentación del consumo de marihuana, el camaján, que vestía vistosamente: pantalones verdes o morados, bota ceñida y bastante alta (sostenida con cargaderas), camisa con mangas remangadas, cuello levantado y chaqueta bastante larga. Caminaba lentamente, con movimiento rítmico de brazos. Era lo que llamaban un man legal, pero que constituía el terror de los barrios residenciales, pues las señoras le atribuían los peores crímenes y depravaciones, contribuyendo a ello la jerga esotérica de transposición de sílabas: misaca (camisa), lonpanta (pantalón), pinrieles (zapatos), o los nombres de la marihuana: yerba, mona, maracachafa, grifa, bareta, marimba. Era la época en que la nota musical de esa subcultura se oía en la Sonora Matancera y Daniel Santos, 'El inquieto anacobero'. Para entonces, a comienzos de los años 60, ya se habían hecho realidad las palabras de otro nadaísta: La marihuana es el opio del pueblo, por su bajo precio naturalmente.”
Mario Arango, 'Algo va del camaján al traquetero', en Impacto del narcotráfico en Antioquia (Medellín, 1988, pgs. 23-24).

Cuando Gonzalo Arango (en la foto) garrapateó a cuatro manos junto a Amílcar Osorio, el manifiesto que Jotamario Arbeláez, el espurio Premio 'Valera Mora' de poesía (Concedido por el Ministerio de Cultura venezolano) de este año cobra desde entonces, Colombia era ya un país en ruinas. “La violencia arreció en los campos", dice García Márquez en sus memorias, "y la gente huyó a las ciudades, pero la censura obligaba a la prensa a escribir de través. […] El grupo más importante de dirigentes liberales, desesperados por la violencia oficial, se había puesto de acuerdo con militares demócratas del más alto rango para poner término a la matanza desatada en todo el país por el régimen conservador, dispuesto a quedarse en el poder a cualquier precio. La mayoría de ellos había participado en las gestiones del 9 de abril para lograr la paz mediante el acuerdo que hicieron con el presidente Ospina Pérez, y apenas veinte meses después se daban cuenta demasiado tarde de que habían sido víctimas de un engaño colosal”. Ese engaño colosal costó a los colombianos 300 mil muertos mal contados. La más implacable sevicia contra los cuerpos de los opositores se aplicó entonces, creando los antecedentes de las masacres con sierras eléctricas que se emplearían sin cesar durante los años finales del siglo por parte de los llamados paramilitares. Como ha recordado Carlos Uribe Celis en algunos de sus libros, es mejor no olvidar esos hechos concretos, que se repiten y redundan en los testimonios de la historia, y que hicieron, en su momento, parte de los que recogieron en la revista Mito. A Agapito Gaitán, en Vega del Pauto, por ejemplo, lo crucificaron con clavos en una tabla y lo dejaron al sol hasta que alguien tuvo piedad de él y le atravesó los ojos con unos puntillones hasta que murió; a Ramón Cachai, en Nunchía, le cortaron las plantas de los pies y lo obligaron a caminar sobre sal; a otro campesino, lo colgaron de una viga y lo fueron mutilando dedo a dedo, mano a mano, brazo a brazo y así hasta que solo quedó su cuello que luego ahorcaron; a una mujer preñada le abrieron el vientre, le sacaron el feto y en su lugar le metieron un gallo vivo, o aquellos campesinos que obligaron a comerse sus propias narices y orejas, etc.. 
El Frente Nacional iniciaba así el desmonte de la cultura desde sus mismos cimientos, para crear un nuevo estado donde los colombianos guardaran silencio, pasaran hambres inmemoriales, ningún pobre inteligente pudiese terminar el bachillerato y las mujeres fuesen sometidas al control de la natalidad. A todo ello contribuyó la batahola, garrulería, narcisismo, chabacanería y oportunismo de la secta de Gonzalo Arango, gerenciada por José Mario Arbeláez (en la foto), el creativo de una empresa que no habría tenido el eco si la Gran Prensa no se hubiese ocupado con fervor de los desplantes, bufonadas, patanerías, quemas de libros y efigies de escritores, blasfemias y sacrilegios que perpetraron en Medellín, Cali, Barranquilla y Manizales. Sin la complacencia de Roberto García Peña y Guillermo Cano Isaza, el Nadaísmo no hubiese existido porque el estado de cosas que pretendían derruir los nadaístas no era otra, literariamente hablando, que una de las mas coherentes tradiciones de la lengua, representada desde los días del modernismo por Silva, Sanín Cano, Valencia, Carrasquilla, León de Greiff, Arturo, Rivera, Osorio Lizarazo, los Zalamea Borda (Eduardo y Luis) y en esos mismos años por una pléyade de sacrificados del Frente Nacional y del propio Nadaísmo, que ahora llamamos Generación de Mito, con Gaitán Durán, García Márquez, Salmona, Ramírez Villamizar, Andrés Holguín o Luis Antonio Escobar a la cabeza. Expresión de las ideas, gustos, fobias y anhelos de esa nómina, de una y muchas maneras, fue la revista que Gaitán Durán fundó a su regreso de Europa. Una revista que como Laye, en España, más que cuestionar directamente los hechos políticos, sociales y culturales de su tiempo, mostró a los colombianos que había otros mundos y otras maneras de entender la realidad, mas allá de la barbarie e ignorancia que les rodeaba por todas partes, desde el poder y desde el fondo de la miseria de miles de compatriotas. En Mito publicaron Borges, Paz, Carpentier, Cortázar, Cernuda, Caballero Bonald, Genet, Sartre, Camus y se trataron todos los temas que interesaban a la juventud revelando los hilos que manipulaban la provincial cultura colombiana, mostrando sus deformaciones y vínculos con los sectores mas retardatarios de la Iglesia y la clerecía y los partidos políticos. “En un país que la ignoraba", ha escrito Cobo Borda, "Mito fue la vanguardia, no por ser un ismo sino por intentar estar al día. Su último número, dedicado al Nadaísmo, muestra hasta qué punto la apertura que iniciaron era consecuente: el Nadaísmo fue, por cierto, la negación de todo lo que Mito había hecho o, mejor aún, su prolongación y contradicción a partir de su vertiente más deletérea: el escándalo y la provocación”. Porque las fingidas rupturas prosódicas e ideológicas de la pandilla nadaísta no resultó cosa diferente a una ética perversa: si no podían vencer al establecimiento había que sacarle el mejor partido posible, y así apareció en Colombia esa medusa conocida como narcotráfico, los gestores del dinero fácil y la perfidia moral. Ciertamente en algo coincidían y por algo se parecieron el camaján Jotica, hijo de un alfayate, y el traquetero Don Pablo, jalador de carros y luego el hombre más rico del mundo.

En Almagro, de Buenos Aires, Septiembre 8 de 2008. Harold Alvarado Tenorio, director de la revista colombiana de poesía Arquitrave.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Artículo sobre el libro del médico español Luis Montes 'El caso Leganés'

El caso Leganés, Luis Montes, en colaboración con Oriol Güell (Editorial Aguilar, Madrid, 2008). El manoseado término 'kafkiano' está, a veces, plenamente justificado. El llamado caso Leganés (por el que un grupo de médicos del Hospital Severo Ochoa de esa localidad madrileña se vieron sentados en el banquillo de los acusados como sospechosos de homicidio) puede ser calificado de 'kafkiano' en un sentido bastante literal. No es sólo que una mañana, al poco de despertarse, el doctor Luis Montes se encontrara convertido, o que le querían convertir, en una especie de monstruo; sino que, como en El proceso de Kafka, los acusados, Luis Montes y sus compañeros, no saben quiénes ni exactamente de qué se les acusa. Este libro es la crónica minuciosa de ese proceso que ha constituido el mayor escándalo sufrido por la sanidad pública española en los últimos años, y cuyas consecuencias están todavía pendientes de verse. Porque, en efecto, detrás del caso Leganés están un par de cuestiones esenciales para una sociedad democrática: el papel de la medicina pública y el derecho a unos cuidados paliativos en el trance de la agonía. La persecución a los médicos del Severo Ochoa se pone en marcha por rivalidades personales y profesionales, y también por motivos políticos, pero apunta a esas dos cuestiones cruciales: el modelo de la sanidad (pública o privada) y el derecho a una muerte sin sufrimientos innecesarios. Éste último, de plena actualidad, como lo prueba el anteproyecto de ley de la Comunidad de Andalucía que plantea castigar a los médicos que, por no aplicar las sedaciones oportunas, prolonguen la agonía a los enfermos. El caso Leganés tiene una larga prehistoria que se remonta a principios del año 2000, cuando el doctor Montes, sobradamente conocido por sus ideas de izquierdas, es nombrado coordinador de Urgencias del Severo Ochoa. Las decisiones que toma en ese puesto, como la de hacer trabajar más horas a los médicos, o una reorganización de los servicios que hace perder protagonismo a Medicina Interna, le granjean la enemistad de algunos colegas. Así, cuando poco más tarde Montes se plantea extender la sedación terminal a todos los enfermos que lo requieran, de modo que éstos tengan una muerte digna, se encuentra con que esa enemistad se suma a los prejuicios religiosos de otros médicos. En efecto, en la medida en que la sedación puede acelerar la muerte (es el conocido como doble efecto: evita dolores pero acelera el fallecimiento), los médicos más conservadores no son partidarios de aplicarla, aunque se trate de un enfermo terminal. En su lugar, practican lo que se conoce como encarnizamiento terapéutico. Que los ataques de quienes denuncian esas sedaciones terminales se centren en Luis Montes, aunque éste no fuera el que atendía a la inmensa mayoría de los enfermos, muestra que se trata de una campaña ad hominem, en la medida en que Luis Montes representa un modo de entender la medicina, que es también lo que se trata de combatir. Una lucha antigua Enfrentamientos personales, rivalidades profesionales y diferencias ideológicas constituyen las coordenadas de un asunto con una larga y compleja historia. Al poco de la llegada de Montes a Urgencias y su aplicación generalizada de la sedación terminal, se producen algunas denuncias poco concretas que no tienen consecuencias. Pero estas denuncias suben de tono a partir de 2003, concretándose en junio de ese año en un informe interno que busca la destitución de Luis Montes. Una investigación externa de la Inspección Médica, la autoridad sanitaria prevista por la legislación, así como el Comité de Ética de Getafe, avalan la labor de Montes. Las intrigas contra él, no obstante, continúan y experimentan un salto cualitativo en marzo de 2005, cuando unas denuncias anónimas (seguimos en un mundo 'kafkiano' o inquisitorial) llegan al despacho del consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, Manuel Lamela, y éste decide, pese a su carácter anónimo, darles curso legal. La intervención de Lamela supone el cese inmediato de Luis Montes como jefe de Urgencias y el comienzo de una larga batalla legal que no se resolverá hasta tres años más tarde. Precisiones sobre un asunto complejo Aunque en el caso Leganés se ventilen otros asuntos, el pretexto y el fondo de la cuestión son las sedaciones terminales. Lo primero que hay que decir, para evitar confusiones, es que la sedación terminal no tiene nada que ver con la eutanasia; ésta última aún no está reconocida por la ley, mientras que la aplicación de la sedación terminal sí lo está. La sedación terminal consiste sencillamente en la aplicación de fármacos que eviten el sufrimiento en los últimos momentos de la vida, cuando ya no hay esperanzas de recuperación. Pero como esos fármacos, además de aliviar el dolor, pueden acelerar (normalmente, en unas horas) el fallecimiento, son cuestionados por algunos médicos. Lo cierto es que la sedación terminal tiene aún aspectos pendientes de consensuar por la clase médica; pero lo cierto también es que, de los 400 enfermos fallecidos en Urgencias del Severo Ochoa, sólo una familia reclamó por el tratamiento recibido. Quienes se oponen a su aplicación lo hacen normalmente basándose en una defensa a ultranza de la vida, independientemente de las condiciones de ésta y del plazo que le quede, así como en una presunta dignidad del sufrimiento (a Jesucristo no se le aplicaron cuidados paliativos, como ha dicho una autoridad eclesiástica). Quienes defienden la sedación terminal recuerdan que ésta se aplica cuando la esperanza de vida del enfermo se mide en horas, y la única cuestión a tener en cuenta es el sufrimiento o la tranquilidad con que puedan pasar esas horas tanto el enfermo como su familia. Además de que, a esas alturas, el proceso de la muerte es irreversible, ésta prácticamente nunca se puede atribuir con seguridad a los fármacos administrados, ya que el hecho de morir implica tal cantidad de variables fisiológicas que no puede saberse con exactitud a qué se debe cada cosa que ocurre en el organismo. La mano que mueve los hilos Una de las grandes irregularidades del caso Leganés es que se llevara al juzgado una denuncia anónima. En todo caso, pese al carácter anónimo, es evidente que sus promotores son médicos del Severo Ochoa. En esas denuncias, no sólo se habla en tercera persona de las familias de los enfermos, sino que los datos que se manejan sólo han podido ser recogidos por personal del hospital. El autor o autores tienen acceso a información confidencial del hospital, son perseverantes, sienten un rechazo casi visceral por Montes y su equipo, y están en contra de las sedaciones terminales. Y no envían su carta a los juzgados o a la fiscalía, como parecería lógico. Lo hacen, en su lugar al Ministerio de Sanidad, a la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid, y a dos asociaciones de pacientes. No importa, el consejero de Sanidad, Manuel Lamela, dará el paso definitivo de llevarla al juzgado. La forja de un rebelde Si el acusador se oculta en las sombras (insistamos en que ésta es una historia 'kafkiana'), el principal acusado es una persona con un perfil muy definido. Este libro escrito a cuatro manos cuenta también la trayectoria de Luis Montes, un militante de izquierdas de toda la vida, una de esas personas que se esforzaron y sacrificaron para que España llegara a ser una democracia y que nunca hubiera salido en las fotos (ya se sabe que el que se mueve no sale en la foto, y él fue de los que se movieron mucho durante la dictadura) de no haber sido por el caso Leganés. Hijo de un militar franquista, Luis Montes rechazó muy pronto el oscurantismo y la represión del país en que vivía. Se marchó de casa a los 18 años y se entregó con fervor a una militancia en contra del régimen, al precio de postergar los estudios. El joven Montes pasó todos los sarpullidos de la época: las manifestaciones relámpago (saltos, en la jerga de entonces), la vida en zonas periféricas y deprimidas de Madrid, las reuniones y reivindicaciones constantes dentro del movimiento vecinal, los trabajos variopintos, como albañil, camarero o en una editorial tan emblemática entonces como Zyx (libros muy baratos y muy pequeños, de ideología de izquierdas y cristiana)… De aquellos años guarda recuerdos imborrables. Uno es el afán por leer y conocerlo todo, una especie de bulimia intelectual. Otro es el miedo, la sensación constante de que podías ser detenido, de que cada coche de policía que aparecía venía a por ti. “Todo aquello me marcó”, afirma Luis Montes. Y, pese a todas las desilusiones que vinieron, “quedó algo en nosotros que dio sentido a toda aquella lucha y que sigue guiando nuestras vidas”. El compromiso por la sanidad pública La lucha por la democracia tuvo el efecto, como les ocurrió a tantos, de que postergara los estudios, llevando la carrera a trancas y barrancas. Pero se licenció por fin, y el libro ofrece también su experiencia como médico. El terrible enfrentamiento con la muerte, ya en su primera guardia; la excelente ayuda brindada por las enfermeras (“la mejor escuela para los médicos más jóvenes”), el endiosamiento de los médicos de entonces, la dignidad con que las monjas dieron el relevo a una generación, más preparada, de enfermeras; la organización y gestión de un nuevo sistema de sanidad, o la lucha por que, desde la sanidad pública, se garantizara el ejercicio del derecho a abortar. La trayectoria de izquierdas de Luis Montes, el seguir viviendo “con el corazón mirando al sur”, se ha concretado en los últimos años en una clara defensa de la sanidad pública. En este sentido, no puede ser más claro en el libro: “Yo no puedo pensar en otra cosa que no sea en la equidad y la universalidad de la sanidad pública. Los que creemos en ella, la queremos porque nos parece lo más justo. Es la gran contribución que Europa ha hecho y para comprobarlo sólo hay que mirar las vueltas que están dando en Estados Unidos desde hace años para conseguir un seguro de salud universal. En España, como en tantas otras cosas, desarrollamos tarde un sistema público solvente y eficaz. Y ahora que lo tenemos me parece una gravísima responsabilidad ponerlo en peligro. Porque eso es lo que se está haciendo con muchas de las medidas adoptadas en los últimos años”. “Proyectar once hospitales y privatizarlos" –dice, a propósito de la política de Esperanza Aguirre en la Comunidad de Madrid- "es desencadenar una espiral alcista en el gasto que luego es muy difícil de detener, porque cuando los hospitales ya son privados has perdido casi todas las herramientas de gestión que tenías a tu alcance para controlarlo”. El 11-M del Severo Ochoa El enfrentamiento entre dos concepciones de la sanidad (pública o privada) parece estar detrás del caso Leganés, de las denuncias anónimas y del empeño del consejero Lamela por enviarlas al juzgado. Así, lo que venía siendo un caso larvado, y restringido dentro de los muros del Hospital Severo Ochoa, explotó el 11 de marzo de 2005. Una vez más, una fecha que había sido trágica, se repetía como farsa. Si la reacción del personal del hospital (médicos, enfermeros, celadores, auxiliares, administrativos…) fue inmediata, poniéndose al lado de Montes y sus compañeros, la de los partidos y sindicatos fue mucho más lenta. Pero, poco a poco, los partidos y sindicatos de izquierdas, y las asociaciones de vecinos se organizan para apoyar a los médicos de Leganés. A esas alturas, la larga batalla de los años anteriores ya había dado lugar a varios informes e inspecciones. La Comisión de Mortalidad del hospital había emitido un informe negativo sobre las prácticas del equipo de Luis Montes; pero tanto la Inspección Médica del Instituto Madrileño de Salud como el Comité de Ética de Getafe, formado por médicos, enfermeras, un capellán, profesores de Derecho, etc., les habían avalado, a la vez que ponían en duda la calidad científica de los informes de la Comisión de Mortalidad. Nada de eso impide el escándalo, los ataques que se desencadenan desde algunos medios ni la huida hacia delante del consejero Lamela. La judicialización del caso Leganés está en marcha y en su última etapa. Se quiere convertir en asunto criminal lo que, en el fondo, es un debate médico y ético, las diferencias de criterio en casos delicados. Como dice un médico, “en la atención a los enfermos terminales hay un amplio margen en el que tres médicos harán tres cosas distintas y cada uno tendrá su parte de razón”. El caso es que la comisión organizada por Lamela ve indicios de delito en las prácticas de Luis Montes y su equipo. Desmontar esa acusación llevará casi tres años, los que tarde la justicia en dejar las cosas en su sitio. Las sentencias, una detrás de otra, ya que son recurridas por la consejería de Sanidad o por la única familia de un enfermo que había denunciado, van dando la razón a los acusados. El colofón de esta historia es tan 'kafkiano' como su comienzo. Cuando la Audiencia de Madrid zanja definitivamente el caso Leganés, absolviendo al doctor Montes y sus compañeros, los promotores de la demanda hacen malabares dialécticos para salvar la cara. Se llega al extremo de decir que no se ha proclamado su inocencia, apoyándose en un informe de peritos del Colegio de Médicos que decía que “no es posible afirmar o negar con certeza absoluta” la relación entre las sedaciones y la muerte de los pacientes. Como si lo que fuera necesario probar fuera la inocencia y no la culpabilidad. Y es que la sombra de Kafka ha planeado constantemente sobre el caso Leganés.