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miércoles, 27 de mayo de 2009

Artículo de Francisco Cenamor sobre la novela ‘Alboroto en el guayabal’, de Kiran Desai

Desde la India están llegando algunas interesantes propuestas literarias, la mayoría fruto de la unión entre la tradicional literatura de ese país asiático y la tradición literaria anglosajona. En esta ocasión nos acercamos a una divertida novela de la autora Kiran Desai, titulada Alboroto en el guayabal (Ediciones Salamandra, Barcelona, 1999, 235 págs.).

Se trata de una parodia de algunos aspectos de la vida cotidiana de una ciudad de la India. El punto de partida es un joven bastante alelado que sueña con no hacer nada y para el que cualquier acontecimiento social (trabajar, casarse, relacionarse…) se convierte en una pesada carga. El azar, y lo mucho que sabe sobre la vida privada de los demás, le convertirán en un santón al que se hace necesario venerar por todos para mantener el estado de las cosas habitual en su ciudad.

En la narración aparecen personajes, casi caricaturescos, de la vida familiar, religiosa, médica, militar, política…, de los que la narradora se ríe sin ningún tipo de complejos en una espiral de acontecimientos disparatados e imaginativos que desencadenarán en un gran día apocalíptico que, en mi opinión, no está a la altura del resto de la novela.

O, tal vez, precisamente, la novela es así: la mayor parte del relato nos muestra con un fino humor los hechos extraordinarios que deben vivir los personajes; nosotros mismos, con los protagonistas, nos convencemos de que el gran día que se anuncia será aún más extraordinario. Pero en lo que se nos cuenta de ese día vemos cómo se pierde la magia narrativa y la lectura divertida hasta llegar a un final que trata de sorprendernos, pero que no nos sorprende en absoluto.

En cualquier caso, estamos ante una forma divertida de acercarnos a ciertas formas de la religiosidad popular de la India, a la falta de celo y la burocracia de sus instituciones, a la forma de concertar los matrimonios…, incluso nos acerca, no sin ironía, a la forma peculiar de cocinar con abundantes especias que tienen en la India.

Hija de la también escritora Anita Desai, Kiran Desai vivió en Nueva Dheli hasta los 14 años. Tras emigrar con su familia a Inglaterra, después de un año terminó en Estados Unidos, donde asistió a conocidas escuelas de escritores y donde reside actualmente. A pesar de su juventud, nació en 1971, ha conseguido labrarse un gran prestigio como escritora, siendo la ganadora más joven del afamado premio Man Booker del Reino Unido, premio que recibió en el año 2006 por su novela El legado de la pérdida. Alboroto en el guayabal es su primera novela, editada por primera vez en 1998.

Francisco Cenamor

miércoles, 2 de abril de 2008

Efectivamente, ‘Ningún dios a la vista’. Artículo de Francisco Cenamor sobre la primera novela del autor indio Altaf Tyrewala

ningun.jpg Altaf Tyrewala consigue con su novela Nigún dios a la vista (Ediciones Siruela, Madrid, 2007, trad. de María Corniero) que nos metamos en la piel de un montón de personajes de su India musulmana. En primera persona, como si fuese un documental, cada personaje va contando a la cámara, mirándonos a los ojos, su parte de realidad. Su realidad y las justificaciones que necesita para poder vivir en esa realidad.
Desde un montón de puntos de vista Tyrewala nos habla de un Islam extraño, poco conocido a los ojos de los occidentales. Para empezar se trata de un Islam moderno que a duras penas conserva algunas tradiciones, cada vez más extrañas a los protagonistas, pero que desarrollan con una inercia casi conmovedora; además, se trata de unos musulmanes y musulmanas en minoría e incluso odiados por la población de religión hindú.
La forma de contar en primera persona, en la que cada personaje que va apareciendo habla directamente al lector, incluso, en alguna ocasión, interpelándole, unido a los asuntos cotidianos que se nos exponen, hacen que sintamos simpatía, incluso ternura, por cada uno de los personajes, sin darnos apenas cuenta de que algunos pueden llegar a ser antagónicos. Pero eso precisamente es lo interesante de este escritor indio: nos muestra al otro, en su pequeñez, en su gloria, en su estupidez, en su amor, en su maldad, sin mediaciones ideológicas o religiosas. Así, es difícil odiar al otro. Pero la realidad interna de la novela no es tan idílica.
En alguna ocasión aparece un narrador, siempre omnisciente, o sea, sabe todo lo que hay que saber de la historia que se cuenta. Lo increíble, y, desde luego, afortunado, es que Tyrewala se permite bromear con esto del estilo novelístico, llamando a uno de sus personajes “El aldeano omnisciente”. Gesto precioso este de darle a un aldeano que se dedica a trabajar de sol a sol (por tanto, se supone, ignorante) el calificativo de omnisciente: en cualquier situación, los protagonistas saben más de lo que suponemos quienes lo vemos desde fuera; hay alguno atrevido que llama incluso alienados a los que viven situaciones de injusticia.
Y en las otras ocasiones en que aparece un narrador, es tan omnisciente, que se permite opinar sobre el comportamiento de los personajes (¿sería mejor decir personas?) de los que habla.
altaf-tyrewala.jpg Estas historias que se hilan a través de los personajes que van tomando el relevo dan la sensación de que todo está sucediendo a la vez. Se trata de una forma de contar muy cinematográfica, por cierto. Y el final ayuda mucho más a dar esta sensación de que vemos de manera continuada hechos que se suceden cotidianamente y encadenados entre sí. Y eso que en realidad, esta sensación encierra una trampa: la segunda parte de la novela, que comienza ya en la página 41, quiere ser una vuelta atrás para que nos enteremos de cómo empezó la persecución de los musulmanes, que aún siendo indios, son considerados extranjeros. Pero ese “Así es como empezó todo” termina de nuevo en el “hoy” de la novela, de forma, una vez más horizontal: en realidad, los hechos que dieron origen a todo, aún no han terminado.
Y otra trampa más, a pesar de la linealidad de la historia, con pocas referencias temporales, precisamente para abundar en ello, un personaje, de repente, se refiere al anterior como muerto hace 9 días: el tiempo, aunque es constante, y todo parece suceder a la vez, también pasa. A veces podemos ver en esta novela esas imágenes de M. C. Escher en las que no sabemos si las personas suben o bajan las escaleras, si el agua de los canales está descendiendo o está subiendo.
A pesar de ser una novela (¿quién se atreve a poner hoy límites al arte?) cada capítulo es, en sí mismo, un cuento. Incluso el primero, el segundo o el tercero, en los que en apenas ocho líneas o menos se traza la biografía, casi completa, de los personajes que se autonarran.